Bride - Ali Hazelwood-1
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CRÉDITOS
Traducción
Mona
Corrección
Niki26
Diseño
Bruja_Luna_
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ÍNDICE
IMPORTANTE ____________________ 3 CAPÍTULO 15 __________________ 159
CRÉDITOS _______________________ 4 CAPÍTULO 16 __________________ 170
SINOPSIS _______________________ 7 CAPÍTULO 17 __________________ 180
PRÓLOGO _______________________ 9 CAPÍTULO 18 __________________ 186
CAPÍTULO 1 ____________________ 18 CAPÍTULO 19 __________________ 194
CAPÍTULO 2 ____________________ 36 CAPÍTULO 20 __________________ 201
CAPÍTULO 3 ____________________ 48 CAPÍTULO 21 __________________ 207
CAPÍTULO 4 ____________________ 56 CAPÍTULO 22 __________________ 222
CAPÍTULO 5 ____________________ 66 CAPÍTULO 23 __________________ 236
CAPÍTULO 6 ____________________ 74 CAPÍTULO 24 __________________ 245
CAPÍTULO 7 ____________________ 83 CAPÍTULO 25 __________________ 252
CAPÍTULO 8 ____________________ 89 CAPÍTULO 26 __________________ 265
CAPÍTULO 9 ____________________ 99 CAPÍTULO 27 __________________ 267
CAPÍTULO 10 __________________ 106 CAPÍTULO 28 __________________ 278
CAPÍTULO 11 __________________ 119 CAPÍTULO 29 __________________ 291
CAPÍTULO 12 __________________ 127 CAPÍTULO 30 __________________ 301
CAPÍTULO 13 __________________ 135 EPÍLOGO ______________________ 319
CAPÍTULO 14 __________________ 151 ACERCA DE LA AUTORA __________ 322
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SINOPSIS
Una peligrosa alianza entre una novia vampira y un hombre lobo
Alfa se convierte en un amor lo bastante profundo como para hincarle el diente
en este nuevo romance paranormal.
Misery Lark, la única hija del concejal vampírico más poderoso del
Suroeste, vuelve a ser una marginada. Sus días de vivir en el anonimato entre los
humanos han terminado: ha sido llamada para mantener una histórica alianza de paz
entre los vampiros y sus enemigos mortales, los licántropos, y no ve otra opción que
entregarse a cambio, una vez más...
Esta guerra nuestra, la que enfrenta a los vampiros y los licántropos, comenzó
hace varios siglos con brutales escaladas de violencia, culminó entre torrentes de
sangre multicolor y terminó en un gemido por una tarta de crema de mantequilla el
día en que conocí a mi marido por primera vez.
Que, casualmente, también fue el día de nuestra boda.
No es exactamente el material de los sueños de la infancia. Pero no soy una
soñadora. Solo contemplé el matrimonio una vez, en los sombríos días de mi infancia.
Tras unos cuantos castigos demasiado duros y un intento de asesinato mal ejecutado,
Serena y yo urdimos planes para una gran fuga, que iba a implicar distracciones a
base de pirotecnia, robar el coche de nuestro tutor de matemáticas y dar la vuelta a
nuestros cuidadores por el retrovisor.
«Pasaremos por el refugio de animales y adoptaremos uno de esos perros
peludos. Conseguiremos un granizado para mí, un poco de sangre para ti.
Desapareceremos para siempre en territorio humano.»
«¿Me dejarán entrar si no soy humana?» pregunté, aunque ése era el menor de
los defectos de nuestro plan. Las dos teníamos once años. Ninguna de las dos sabía
conducir. La paz entre especies en la región suroeste dependía, literalmente, de que
yo no me moviera de aquí.
«Yo te respaldaré.»
«¿Será suficiente?»
«¡Me casaré contigo! Creerán que eres humana, mi esposa humana.»
Tal y como iban las propuestas, parecía sólida. Así que asentí solemnemente y
dije: «Acepto.»
Eso fue hace catorce años, sin embargo, y Serena nunca se casó conmigo. De
hecho, hace tiempo que se fue. Estoy aquí sola, con un montón de recuerdos de boda
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carísimos que, con suerte, engañarán a los invitados para que pasen por alto la falta
de amor, compatibilidad genética o incluso conocimiento previo entre el novio y yo.
Intenté organizar una reunión. Sugerí a mi gente que sugirieran a su gente que
podríamos almorzar la semana anterior a la ceremonia. Un café el día anterior. Un
vaso de agua del grifo la mañana anterior... cualquier cosa para evitar un «Gusto en
conocerte» delante del oficiante. Mi petición se elevó al Consejo vampiro, y dio lugar
a una llamada telefónica de uno de los ayudantes de los miembros. Su tono conseguía
ser educado a la vez que insinuaba que yo era una chiflada. «Es un licántropo. Un
licántropo muy poderoso y peligroso. Solo la logística de proporcionar seguridad
para tal reunión sería...»
«Me casaré con este peligroso licántropo» señalé con ecuanimidad, y un tímido
carraspeó.
«Es un Alfa, Srta. Lark. Demasiado ocupado para reunirse.»
«¿Ocupado con...?»
«Su manada, Srta. Lark.»
Me lo imaginé en un gimnasio casero, trabajando incansablemente sus
abdominales, y me encogí de hombros.
Han pasado diez días y aún no he conocido a mi novio. En lugar de eso, me he
convertido en un proyecto que requiere un esfuerzo concertado por parte de un
equipo interdisciplinar para estar guapa. Una manicurista me arregla las uñas para
que se conviertan en óvalos rosas. Un especialista en tratamientos faciales acaricia
mis mejillas con fruición. Un peluquero oculta mágicamente mis orejas puntiagudas
bajo una red de trenzas rubias oscuras y un experto en maquillaje pinta una cara
diferente sobre la mía, algo interesante, sofisticado y cigomático.
—Esto es arte —le digo, estudiando el contorno en el espejo—. Deberías ser
becario del Guggenheim.
—Lo sé. Y no he terminado —me reprende, antes de mojar el pulgar en un bote
de tinte verde oscuro y pasarlo por el interior de mis muñecas. La base de la garganta
a ambos lados. La nuca.
—¿Qué es esto?
—Solo un poco de color.
—¿Para qué?
Un resoplido.
—He movido hilos y he investigado las costumbres. A tu marido le gustará. —
Se aleja, dejándome sola con cinco extrañas marcas y una nueva estructura ósea. Me
meto en el traje de novia que el estilista me rogó que no llamara enterizo, y mi
hermano gemelo viene a buscarme.
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—Estás impresionante —dice Owen con rotundidad y desconfianza,
entornando los ojos como si yo fuera un billete falso de diez dólares.
—Fue un esfuerzo de equipo.
Me hace un gesto para que lo siga.
—Espero que te hayan vacunado contra la rabia de paso.
Se supone que la ceremonia es un símbolo de paz. Por eso, en una muestra de
confianza reconfortante, mi padre exigió un destacamento de seguridad armado
exclusivamente vampiro para la ceremonia. Los licántropos se negaron, lo que llevó
a semanas de negociaciones, luego a una ruptura casi total del compromiso en y,
finalmente, a la única solución que podía hacer que todos estuvieran igual de
descontentos: dotar el evento de personal humano.
Hay un ambiente tenso, y luego está esto. Un lugar, tres especies, cinco siglos
de conflicto y cero buena fe. Los tipos de trajes negros que nos escoltan a Owen y a
mí parecen indecisos entre protegernos o matarnos ellos mismos, solo para acabar
de una vez. Llevan gafas de sol en el interior y murmuran un pésimo pero entretenido
código en sus mangas. Murciélago está volando hacia la sala de ceremonias. Repito,
tenemos a Murciélago.
El novio es, sin inventiva, Lobo.
—¿Cuándo crees que tu futuro marido intentará matarte? —pregunta Owen
conversadoramente, mirando al frente—. ¿Mañana? ¿La semana que viene?
—Quién lo diría.
—Dentro de un mes, seguro.
—Por supuesto.
—Uno tiene que preguntarse si los licántropos enterrarán tu cadáver o
simplemente, ya sabes, se lo comerán.
—Alguien tiene que.
—Pero si quieres vivir un poco más, intenta lanzarle un palo cuando empiece a
machacarte. He oído que les encanta buscar...
Me detengo bruscamente, provocando un ligero revuelo entre los agentes.
—Owen —digo, volviéndome hacia mi hermano.
—¿Sí, Misery? —Sus ojos se clavan en los míos. De repente, su máscara
indolente e insultante se desprende y ya no es el heredero superficial de mi padre,
sino el hermano que se metía en la cama conmigo cada vez que tenía pesadillas, que
juró protegerme de la crueldad de los humanos y la sed de sangre de los licántropos.
Han pasado décadas.
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—Ya sabes lo que pasó la última vez que los vampiros y los licántropos intentaron
esto —dice, cambiando a nuestra lengua.
Claro que sí. El áster está en todos los libros de texto, aunque con
interpretaciones muy diferentes. El día en que el púrpura de nuestra sangre y el
verde de la de los licántropos fluyeron juntos, tan brillante y hermoso como la flor que
da nombre a la masacre.
—¿Quién demonios entraría en un matrimonio de conveniencia política después
de eso?
—Yo, aparentemente.
—Vas a vivir entre los lobos. Sola.
—Correcto. Así es como funcionan los intercambios de rehenes. —A nuestro
alrededor, los trajeados comprueban apresuradamente sus relojes—. Tenemos que
irnos...
—Solo para ser masacrada. —La mandíbula de Owen rechina. Es tan diferente
a su habitual despreocupación que frunzo el ceño.
—¿Desde cuándo te importa?
—¿Por qué haces esto?
—Porque una alianza con los licántropos es necesaria para la supervivencia de...
—Estas son las palabras de padre. No es por lo que accediste a hacer esto.
No lo es, pero no voy a admitirlo.
—Tal vez subestimas la capacidad de persuasión de papá.
Su voz se reduce a un susurro.
—No lo hagas. Es una sentencia de muerte. Di que has cambiado de opinión,
dame seis semanas.
—¿Qué habrá cambiado en seis semanas?
Vacila.
—Un mes. Pue…
—¿Pasa algo? —Ambos saltamos ante el tono cortante de papá. Por una fracción
de segundo volvemos a ser niños, otra vez regañados por existir. Como siempre,
Owen se recupera más rápido.
—No. —La sonrisa vacua vuelve a sus labios—. Solo le estaba dando a Misery
algunos consejos.
Mi padre se abre paso entre los guardias de seguridad y mete mi mano en su
codo con facilidad, como si no hubiera pasado una década desde nuestro último
contacto físico. Me obligo a no retroceder.
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—¿Estás lista, Misery?
Ladeo la cabeza. Estudio su rostro severo. Pregunto, más que nada por
curiosidad:
—¿Importa?
No debe de ser así, porque no responde a la pregunta. Owen nos mira marchar,
inexpresivo, y luego nos grita:
—Espero que hayan traído un rodillo para pelusas. He oído que se les cae el
pelaje.
Uno de los agentes nos detiene frente a las puertas dobles que dan al patio.
—Concejal Lark, señorita Lark, un minuto. Aún no están preparados. —
Esperamos uno junto al otro durante un puñado de incómodos instantes, y entonces
padre se vuelve hacia mí. Con mis tacones de estilista, casi llego a su altura, y sus ojos
captan los míos con facilidad.
—Deberías sonreír —ordena en nuestra lengua—. Según los humanos, una boda
es el día más hermoso de la vida de una novia.
Mis labios se crispan. Hay algo grotescamente divertido en todo esto.
—¿Y el padre de la novia?
Suspira.
—Siempre fuiste innecesariamente desafiante.
Mis fracasos no perdonan frente.
—No hay vuelta atrás, Misery —añade, no sin malicia—. Una vez que se complete
la pedida de mano, serás su esposa.
—Lo sé. —No necesito que me tranquilicen, ni que me animen. No he sido más
que inquebrantable en mi compromiso con esta unión. No soy propensa al pánico, ni
al miedo, ni a los cambios de opinión de última hora—. He hecho esto antes,
¿recuerdas? —Me estudia durante unos instantes, hasta que las puertas se abren a lo
que queda de mi vida.
Es una noche perfecta para una ceremonia al aire libre: luces de cuerda, brisa
suave, estrellas parpadeantes. Respiro hondo, contengo la respiración y escucho la
marcha de Mendelssohn, interpretada por un cuarteto de cuerda. Según la
burbujeante organizadora de bodas que me ha estado llenando el teléfono de enlaces
en los que no hago clic, el viola es miembro de la Filarmónica humana. Los tres
mejores del mundo —me escribió, seguido de más signos de exclamación de los que
he utilizado en mis comunicaciones escritas desde que nací. Debo admitir que suena
bien. Aunque los invitados miren a su alrededor, confundidos, inseguros de cómo
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proceder hasta que un empleado agobiado les hace un gesto para que se pongan en
pie.
No es culpa suya. Las ceremonias de boda son, desde hace más o menos un
siglo, exclusivamente cosa de humanos. La sociedad vampira ha evolucionado más
allá de la monogamia, y los licántropos... No tengo ni idea de lo que hacen los
licántropos, ya que nunca he estado en presencia de uno.
Si lo hubiera hecho, no estaría viva.
—Vamos. —Mi padre me agarra del codo y empezamos a caminar por el
pasillo.
Los invitados de la novia son familiares, pero solo vagamente. Un mar de
figuras de sauce, ojos lilas que no parpadean, orejas puntiagudas. Labios cerrados
sobre colmillos y miradas medio compasivas, casi siempre de asco. Veo a varios
miembros del círculo íntimo de mi padre; consejeros que no veo desde que era niña;
familias poderosas y sus vástagos, la mayoría de los cuales adulaban a Owen y eran
unos mierdecillas conmigo cuando éramos niños. Nadie de los presentes podría
considerarse ni remotamente un amigo, pero en defensa de quienquiera que haya
confeccionado la lista de invitados, mi falta de relaciones significativas debe de haber
dificultado un poco la tarea de llenar los asientos.
Y luego está el lado del novio. El que emana un calor extraño. El que me quiere
muerta.
La sangre de los licántropos late más rápido, más fuerte, su olor cobrizo y
desconocido. Son más altos que los vampiros, más fuertes que ellos, más rápidos, y a
ninguno de ellos parece entusiasmarle la idea de que su Alfa se case con uno de
nosotros. Sus labios se curvan mientras me miran, desafiantes, enfadados. Su aversión
es tan intensa que la saboreo en el paladar.
No los culpo. No culpo a nadie por no querer estar aquí. Ni siquiera culpo a los
susurros, o los insultos, o el hecho de que la mitad de los invitados aquí nunca
aprendió que el sonido lleva más lejos que la mierda.
—… era la Colateral con los humanos durante diez años, ¿y ahora esto?
—Apuesto a que le gusta la atención...
—Sanguijuela de orejas afiladas…
—Le doy dos semanas.
—Más bien dos horas, si esos animales...
—… o estabilizar la región de una vez por todas, o causar una guerra total, de
nuevo…
—¿Creen que realmente van a follar esta noche?
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No tengo amigos a la izquierda, y solo enemigos a la derecha. Así que aparto
todo y miro al frente.
A mi futuro marido.
Está de pie al final del camino, de espaldas a mí, escuchando lo que alguien le
susurra al oído: su padrino, quizá. No puedo verle bien la cara, pero sé qué esperar
de la foto que me dieron hace semanas: guapo, llamativo, sin sonrisa. Lleva el cabello
corto, un castaño intenso cortado al rape; su traje es negro, bien ajustado a sus anchos
hombros. Es el único hombre de la sala que no lleva corbata y, sin embargo, consigue
parecer elegante.
Quizá compartamos estilista. Tan buen punto de partida para un matrimonio
como cualquier otro, supongo.
—Ten cuidado con él —susurra el padre, sin apenas mover los labios—. Es muy
peligroso. No lo hagas enojar.
Lo que toda chica quiere oír a tres metros del altar, sobre todo cuando la dura
línea de los hombros de su novio ya parece cruzada. Impaciente. Molesto. No se
molesta en mirar en mi dirección, como si yo no tuviera importancia, como si tuviera
otras cosas mejores que hacer con su tiempo. Me pregunto qué le estará susurrando
el padrino al oído. Tal vez una copia en espejo de las advertencias que recibí.
¿Misery Lark? No hay necesidad de tener cuidado. No es particularmente
peligrosa, así que siéntete libre de hacerla enojar. ¿Qué va a hacer? ¿Arrojarte su rodillo
de pelusa?
Suelto una suave carcajada, y es un error. Porque mi futuro marido lo oye y
finalmente se vuelve hacia mí.
Se me cae el estómago.
Mi paso vacila.
Los murmullos se acallan.
En la foto que me enseñaron, los ojos del novio parecían de un azul corriente,
nada sorprendente. Pero cuando se cruzan con los míos, me doy cuenta de dos cosas.
La primera es que me equivoqué, y su mirada es en realidad de un extraño verde
pálido que roza el blanco. La segunda es que mi padre tenía razón: este hombre es
muy, muy peligroso.
Sus ojos recorren mi rostro y enseguida sospecho que no le habrán dado fotos.
¿O tal vez no sentía la suficiente curiosidad por su novia como para echarles un
vistazo? En cualquier caso, no está contento conmigo, y eso es obvio. Lástima que me
haya curtido decepcionando a la gente, y no voy a empezar a preocuparme ahora.
Está en él si no le gusta lo que está viendo.
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Enderezo los hombros. Nos separa una pequeña distancia, y dejo que mis ojos
claven los suyos mientras la cierro, que es como veo que todo sucede en tiempo real.
Pupilas, dilatándose.
Cejas, frunciéndose.
Fosas nasales, ensanchándose.
Me observa como si fuera algo hecho de gusanos y respira hondo una vez,
despacio. Luego otro, agudo, en el momento en que me entrega al altar. Su expresión
se ensancha en algo que parece, por un instante, indescifrablemente agitado, y lo
sabía, sabía que a los licántropos no les gustaban los vampiros, pero esto parece más
que eso. Parece desprecio puro, duro y personal.
Mala suerte, amigo, pienso, levantando la barbilla. Vuelvo a dar un paso
adelante, hasta que estamos uno frente al otro, a este lado de demasiado cerca.
Dos desconocidos que acaban de conocerse. A punto de casarse.
La música decae. Los invitados se sientan. Mi corazón es un tambor lento,
incluso más lento que de costumbre, por la forma en que el novio se cierne sobre mí.
Se inclina hacia delante para estudiarme como si fuera un cuadro abstracto. Veo cómo
su pecho se agita hambriento, como si quisiera... inhalarme. Luego se aparta, se lame
los labios y me mira fijamente.
Mira y mira y mira.
El silencio se alarga. El oficiante se aclara la garganta. El patio se deshace en
murmullos desconcertados que poco a poco van aumentando hasta alcanzar un roce
pegajoso y familiar. Me doy cuenta de que el padrino ha desenvainado las garras.
Detrás de mí, Vania, la jefa de la guardia de mi padre, enseña los colmillos. Y los
humanos, por supuesto, echan mano a sus armas.
Durante todo eso, mi futuro marido sigue mirando fijamente.
Así que me acerco y murmuro:
—No me importa lo poco que te guste esto, pero si quieres evitar un segundo
Aster...
Su mano sube a la velocidad del rayo para rodearme el brazo, y el calor de su
piel es una sacudida para mi sistema, incluso a través de la tela de mi manga. Sus
pupilas se contraen en algo diferente, algo animal. Instintivamente, intento zafarme
de su agarre y... es un error.
Mi tacón tropieza con un adoquín y pierdo el equilibrio. El novio detiene mi
caída con un brazo que me rodea la cintura y, por efecto de la gravedad y de su
determinación, me coloca entre él y el altar, con su frente presionando contra la mía.
Me enjaula, me inmoviliza y me mira como si se hubiera olvidado de dónde está y yo
fuera algo que hay que consumir.
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Como si fuera una presa.
—Esto es sumamente… oh, cielos —El oficiante jadea cuando el novio gruñe en
su dirección. Detrás de mí oigo tanto en nuestra lengua como en inglés: pánico, gritos,
caos, el padrino y mi padre gruñendo, gente gritando amenazas, alguien sollozando.
Otro Aster en ciernes, pienso. Y realmente debería hacer algo, haré algo para
detenerlo, pero...
El aroma del novio golpea mis fosas nasales.
Todo retrocede.
Buena sangre, sisea mi cerebro, sin sentido. Sería muy buena sangre.
Inspira varias veces en rápida sucesión, llenando sus pulmones y atrayéndome.
Su mano sube desde mi brazo hasta el pliegue de mi garganta, presionando una de
mis marcas. Un sonido gutural sale de algún lugar bajo de su pecho y hace que me
tiemblen las rodillas. Entonces abre la boca y sé que va a hacerme pedazos, que va a
destrozarme, que va a devorarme...
—Tú —dice, voz profunda, casi demasiado baja para oírla—. ¿Cómo demonios
hueles así?
Menos de diez minutos después me pone un anillo en el dedo y juramos
amarnos hasta el día de nuestra muerte.
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CAPÍTULO 1
l
Lleva tres días seguidos de tormenta cuando por fin regresa de una reunión con el líder de la
manada de Big Bend. Dos de sus comandantes ya están dentro de su casa, esperándolo con
expresión recelosa.
—La mujer vampiro se echó atrás.
Gruñe mientras se limpia la cara. Inteligente por su parte, piensa él.
—Pero han encontrado una sustituta —añade Cal, deslizando una carpeta manila sobre el
mostrador—. Aquí está todo. Quieren saber si tiene tu aprobación.
—Procedemos según lo planeado.
Cal suelta una carcajada. Flor frunce el ceño.
—¿No quieres mirar...?
—No. Esto no cambia nada.
Son todos iguales.
El Nido sigue siendo el edificio más alto del norte de La Ciudad, y quizá el más
característico: un podio rojo sangre que se extiende bajo tierra cientos de metros,
coronado por un rascacielos de espejos que cobra vida al atardecer y vuelve a
dormirse de madrugada.
Una vez traje aquí a Serena, cuando me pidió ver cómo era el corazón del
territorio vampiro, y se quedó boquiabierta, sorprendida por las líneas elegantes y el
diseño ultramoderno. Esperaba candelabros, pesadas cortinas de terciopelo para
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bloquear el sol asesino y los cadáveres de nuestros enemigos colgando del techo,
con la sangre extraída de sus venas hasta la última gota. Obras de arte de
murciélagos, en honor de nuestros antepasados alados y quirópteros. Ataúdes,
porque sí.
«Es bonito. Pensé que sería más... ¿metálico?» reflexionó, para nada intimidada
por la idea de ser la única humana en un ascensor lleno de vampiros. El recuerdo aún
me hace sonreír años después.
Espacios flexibles, sistemas automatizados, herramientas integradas: eso es el
Nido. No solo la joya de la corona de nuestro territorio, sino también el centro de
nuestra comunidad. Un lugar para tiendas y oficinas y recados, donde se puede
obtener fácilmente cualquier cosa que uno de nosotros pueda necesitar, desde
atención médica no urgente hasta un permiso de zonificación o cinco litros de AB
positivo. Y luego, en los pisos superiores, los constructores hicieron sitio para algunas
habitaciones privadas, algunas de las cuales han sido adquiridas por las familias más
influyentes de nuestra sociedad.
Sobre todo mi familia.
—Sígueme —dice Vania cuando se abren las puertas, y lo hago, flanqueada por
dos guardias uniformados del consejo que, desde luego, no están aquí para
protegerme. Es un poco ofensivo que me traten como a una intrusa en el lugar donde
nací, sobre todo cuando caminamos en paralelo a una pared llena de retratos de mis
antepasados. Han cambiado a lo largo de los siglos, de óleos a acrílicos y a fotografías,
de grises a Kodachrome y a digitales. Lo que no cambia son las expresiones:
distantes, arrogantes y, francamente, infelices. No es algo saludable, el poder.
El único Lark que reconozco por experiencia personal es el que está más cerca
del despacho de mi padre. Mi abuelo ya era viejo y estaba un poco demente cuando
Owen y yo nacimos, y mi recuerdo más vívido de él es de aquella vez que me
desperté en mitad de la noche y lo encontré en mi dormitorio, señalándome con
manos temblorosas y gritando en nuestra lengua, algo sobre que yo estaba destinada
a una muerte espeluznante.
Para ser justos, no se equivocaba.
—Aquí —dice Vania llamando suavemente a la puerta—. El concejal te está
esperando.
Examino su rostro. Los vampiros no somos inmortales; envejecemos igual que
las demás especies, pero... maldita sea. Parece que no ha envejecido ni un día desde
que me acompañó a la ceremonia de intercambio de Colaterales. Hace diecisiete
años.
—¿Necesitas algo?
—No. —Me giro y busco el pomo de la puerta. Dudo—. ¿Está enfermo?
23
Vania parece divertida.
—¿Crees que te llamaría para eso?
Me encojo de hombros. No se me ocurre ninguna otra razón por la que querría
verme.
—¿Para qué? ¿Para compadecerte? ¿O encontrar consuelo en tu afecto filial?
Llevas demasiado tiempo entre los humanos.
—Pensaba más bien que necesitaba un riñón.
—Somos vampiros, Misery. Actuamos por el bien de la mayoría, o no actuamos.
Se ha ido antes de que pueda poner los ojos en blanco o decirle ese “vete a la
mierda” que tanto he deseado. Suspiro, miro a los guardias con cara de piedra que
ha dejado atrás y entro en el despacho de mi padre.
Lo primero que noto son las dos paredes de ventanas, que es exactamente lo
que padre quiere. Todos los humanos con los que he hablado suponen que los
vampiros odian la luz y disfrutan de la oscuridad, pero no podrían estar más
equivocados. El sol puede estar prohibido para nosotros, ser tóxico siempre y mortal
en grandes cantidades, pero precisamente por eso lo codiciamos con tanta
intensidad. Las ventanas son un lujo, porque hay que tratarlas con materiales
absurdamente caros que filtren todo lo que pueda perjudicarnos. Y unas ventanas así
de grandes son el más rimbombante de los símbolos de estatus, en plena exhibición
de poder dinástico y riqueza obscena. Y más allá de ellas...
El río que divide la ciudad en norte y sur: nosotros y ellos. Solo unos cientos de
metros separan el Nido del territorio de los licántropos, pero la orilla del río está
plagada de torres de vigilancia, puestos de control y puestos de guardia, fuertemente
vigilados las veinticuatro horas del día. Existe un único puente, pero el acceso a él
está estrechamente vigilado en ambas direcciones y, que yo sepa, ningún vehículo lo
ha cruzado desde mucho antes de que yo naciera. Más allá hay algunas zonas de
seguridad y el verde profundo de un bosque de robles que se extiende kilómetros
hacia el sur.
Siempre me pareció inteligente por su parte no construir asentamientos civiles
junto a una de las fronteras más sanguinarias del Suroeste. Cuando Owen y yo éramos
niños, antes de que me enviaran lejos, Padre nos sorprendió preguntándonos por qué
el cuartel general de los vampiros se había situado tan cerca de nuestros enemigos
más letales. «Para recordar» explicó.
No sé. Veinte años después, me sigue pareciendo bastante jodido.
—Misery. —Padre termina de dar golpecitos en el monitor de pantalla táctil y
se levanta de su lujoso escritorio de caoba, sin sonreír, pero no frío—. Me alegro de
volver a verte por aquí.
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—Seguro que es algo. —Los últimos años han sido buenos para Henry Lark.
Examino su alta estatura, su cara triangular y sus ojos muy abiertos, y me acuerdo de
lo mucho que me parezco a él. Su cabello rubio está un poco más canoso, pero sigue
perfectamente peinado hacia atrás. Nunca lo he visto de otra forma, nunca he visto a
mi padre menos que impecablemente arreglado. Esta noche, las mangas de su camisa
blanca abotonada están remangadas, pero meticulosamente. Si lo que pretenden es
hacerme creer que se trata de una reunión informal, han fracasado.
Y por eso, cuando me señala la silla de cuero que hay frente a su escritorio y
me dice:
—Siéntate. —Decido recostarme contra la puerta.
—Vania dice que no te estás muriendo. —Estoy apuntando a grosera.
Desafortunadamente, creo que solo sueno curiosa.
—Confío en que tú también estés sana. —Sonríe débilmente—. ¿Cómo te han
tratado los últimos siete años?
Detrás de su cabeza hay un precioso reloj de época. Lo miro hacer tictac ocho
segundos antes de decir:
—Simplemente genial.
—¿Sí? —Me echa un vistazo—. Será mejor que te los quites, Misery. Alguien
podría confundirte con una humana.
Se refiere a mis lentillas marrones. Que consideré quitarme en el coche, antes
de decidir no molestarme. El problema es que hay muchos otros signos de que he
estado viviendo entre los humanos, la mayoría no tan rápidamente reversibles. Por
ejemplo, los colmillos que me limo todas las semanas hasta dejarlos romos son
difíciles de pasar desapercibidos.
—Estaba trabajando.
—Ah, sí. Vania mencionó que tienes un trabajo. ¿Algo con ordenadores,
conociéndote?
—Algo así.
Asiente.
—¿Y cómo está tu amiguita? Una vez más sana y salva, espero.
Me pongo rígida.
—¿Cómo sabes que ella...?
—Oh, Misery. No pensarías realmente que tus comunicaciones con Owen no
estaban vigiladas, ¿verdad?
Aprieto los puños a la espalda y me planteo seriamente dar un portazo y volver
a casa. Pero tiene que haber una razón para que me haya traído aquí, y necesito
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conocerla. Así que saco mi teléfono del bolsillo y, una vez sentada frente a mi padre,
lo pongo boca arriba sobre su escritorio.
Pulso la aplicación del temporizador, lo programo para diez minutos exactos y
lo giro hacia él. Luego me reclino en la silla.
—¿Por qué estoy aquí?
—Han pasado años desde la última vez que vi a mi única hija. —Aprieta los
labios—. ¿No es razón suficiente?
—Quedan nueve minutos y cuarenta y tres segundos.
—Misery. Mi niña. —Nuestra lengua—. ¿Por qué estás enojada conmigo?
Levanto una ceja.
—No hay que sentir ira, sino orgullo. La elección correcta es la que garantiza la
felicidad al mayor número de personas. Y tú fuiste el medio para esa elección.
Lo estudio con calma. Estoy seguro de que realmente cree esta mierda. Que
piensa que es un buen tipo.
—Nueve minutos y veintidós segundos.
Mira brevemente, genuinamente triste. Luego dice:
—Va a haber una boda.
Echo la cabeza hacia atrás.
—¿Una boda? ¿Como... como hacen los humanos?
—Una ceremonia de matrimonio. Como los vampiros solían tener.
—¿De quién? ¿La tuya? ¿Vas a...? —No me molesto en terminar la frase, la sola
idea es ridícula. No solo las bodas pasaron de moda hace cientos de años, sino toda
la idea de las relaciones duraderas. Resulta que, cuando tu especie es pésima
produciendo hijos, el fomento de los paseos sexuales y la búsqueda de parejas
reproductivamente compatibles tiene prioridad sobre el romance. Dudo que los
vampiros hayan sido alguna vez particularmente románticos, de todos modos—. ¿De
quién?
Padre suspira.
—Aún está por decidirse.
Esto no me gusta, nada de esto, pero aún no sé por qué. Algo me punza en el
oído, un susurro de que debería largarme ya mismo, pero cuando estoy a punto de
levantarme, padre dice:
—Ya que elegiste vivir entre los humanos, debes haber estado siguiendo sus
noticias.
26
—Algo de eso —miento. Podríamos estar en guerra con Eurasia y a punto de
clonar unicornios, y no tendría ni idea. He estado ocupada. Buscando. Investigando—
. ¿Por qué?
—Los humanos tuvieron elecciones hace poco.
No tenía ni idea, pero asiento.
—Me pregunto cómo será. —Una estructura de liderazgo que no sea un consejo
inalcanzable cuya pertenencia esté restringida a un puñado de familias, transmitida
de generación en generación como un juego de porcelana desconchada.
—No es lo ideal. Ya que Arthur Davenport no fue reelegido.
—¿El gobernador Davenport? —La ciudad está dividida entre la manada local
de licántropos y los vampiros, pero el resto de la región suroeste es casi
exclusivamente humana. Y durante las últimas décadas, han elegido a Arthur
Davenport para que los represente... que yo recuerde, con pocas dudas. Ese
imbécil—. ¿Quién es el nuevo?
—Una mujer. Maddie García es la gobernadora electa, y su mandato empezará
en unos meses.
—¿Y tu opinión sobre ella es...? —Debe tener una. La colaboración de mi padre
con el gobernador Davenport es el motor de la relación amistosa entre nuestros dos
pueblos.
Bien. Amistosa podría ser una palabra demasiado fuerte. El humano promedio
sigue pensando que nos morimos de ganas de chuparles el ganado y revolverles la
mente a sus seres queridos; el vampiro promedio sigue pensando que los humanos
son astutos pero insensatos, y que su principal talento es procrear y llenar el universo
de más humanos. No es que nuestras especies se reúnan, aparte de eventos
diplomáticos muy limitados y altamente artificiales. Pero hace tiempo que no nos
asesinamos a sangre fría y somos aliados contra los licántropos. Una victoria es una
victoria, ¿no?
—No tengo opinión —me dice, impasible—. Ni tendré ocasión de formarme
una pronto, ya que la señora García ha rechazado todas mis peticiones de reunión.
—Ah. —La Sra. García debe ser más sabia que yo.
—Sin embargo, todavía tengo la tarea de garantizar la seguridad de mi pueblo.
Y una vez que el gobernador Davenport se haya ido, además de la amenaza licántropo
a la que nos enfrentamos constantemente en la frontera sur, podría haber una en el
norte. De los humanos.
—Dudo que quiera problemas, padre. —Me rasco el esmalte de uñas—.
Probablemente dejará la alianza actual como está y reducirá las tonterías
ceremoniales...
27
—Su equipo nos ha informado de que, en cuanto tome posesión, el programa
Colateral dejará de existir.
Me congelo. Y luego levanto lentamente la vista.
—¿Qué?
—Nos han pedido formalmente que devolvamos a la Colateral humana. Y
enviarán de vuelta a la chica que actualmente sirve como Colateral vampira…
—Chico —le corrijo automáticamente. Siento los dedos entumecidos—. El
actual vampiro Colateral es un chico. —Lo conocí una vez. Tenía el cabello oscuro,
fruncía el ceño constantemente y dijo «No, gracias» cuando le pregunté si necesitaba
ayuda para llevar una pila de libros. Ahora podría ser tan alto como yo.
—Sea lo que sea, el regreso se producirá la semana que viene. Los humanos
han decidido no esperar a que Maddie García tome posesión.
—No veo... —Trago saliva. Me repongo—. Es lo mejor. Es una práctica
estúpida.
—Lleva más de cien años garantizando la paz entre los vampiros y los humanos.
—Me parece un poco cruel —respondo con calma—. Pedirle a un niño de ocho
años que se traslade solo a territorio enemigo para jugar a los rehenes.
—“Rehenes” es una palabra tan burda y simplista.
—Ustedes retienen a un niño humano como disuasión durante diez años, con el
entendimiento mutuo de que si los humanos violan los términos de nuestra alianza,
los vampiros asesinarán instantáneamente al niño. Eso también parece burdo y
simplista.
Los ojos del padre se entrecierran.
—No es unilateral. —Su voz se endurece—. Los humanos retienen a un niño
vampiro por la misma razón...
—Lo sé, padre. —Me inclino hacia delante—. Fui el anterior vampiro Colateral,
por si lo has olvidado.
No me extrañaría, pero no. Puede que no recuerde cómo intenté aferrarme a
su mano mientras el sedán blindado nos llevaba hacia el norte, o cómo intenté
esconderme detrás del muslo de Vania cuando vi por primera vez los ojos de color
extraño de los humanos. Puede que no sepa lo que sentí al crecer sabiendo que si se
rompía el alto el fuego entre nosotros y los humanos, los mismos cuidadores que me
enseñaron a montar en bicicleta entrarían en mi habitación y me clavarían un cuchillo
en el corazón. Puede que no insista en el hecho de que envió a su hija a ser la
undécima Colateral, diez años prisionera entre gente que odiaba a los de su especie.
28
Pero lo recuerda. Porque la primera regla de los Colaterales, por supuesto, es
que tienen que estar estrechamente ligados a los que están en el poder. Los que
toman las decisiones sobre la paz y la guerra. Y si Maddie García no quiere tirar a un
miembro de su familia debajo del autobús en nombre de la seguridad pública, eso
solo hace que la respete más. El chico que me sustituyó cuando cumplí dieciocho años
es nieto de la concejala Ewing. Y cuando serví como vampira Colateral, mi homólogo
humano era el nieto del gobernador Davenport. Solía preguntarme si él se sentía
como yo: a veces enfadado, a veces resignado. Mayormente prescindible. Me
encantaría saber si, ahora que han pasado los años, se lleva mejor con su familia que
yo con la mía.
—Alexandra Boden. ¿Te acuerdas de ella? —El tono del padre vuelve a ser
conversacional—. Nacieron el mismo año.
Me siento de nuevo en la silla, sin sorprenderme por el brusco cambio de tema.
—¿Cabello rojo?
Asiente.
—Hace poco más de una semana, su hermano pequeño, Abel, cumplió quince
años. Esa noche, él y tres amigos estaban de fiesta y se encontraron cerca del río.
Envalentonados por su juventud y debilidad mental, se retaron a cruzarlo nadando,
tocar la orilla del río que pertenece al territorio de licántropo y luego volver nadando.
Una muestra de valentía, se podría decir.
No me interesa el destino del hermano mocoso de Alexandra Boden, pero aun
así se me hiela el cuerpo. A todos los niños vampiros se les enseña el peligro de la
frontera sur. Todos aprendemos dónde acaba nuestro territorio y empieza el de los
licántropos antes de poder hablar. Y todos sabemos que no debemos meternos con
los licántropos.
Excepto estos cuatro idiotas, claramente.
—Están muertos —murmuro.
Los labios de mi padre se curvan en un gesto que se parece muy poco a la
compasión y mucho al enfado.
—Es lo que se merecían, en mi franca opinión. Por supuesto, cuando no se pudo
encontrar a los chicos, se supuso lo peor. Ansel Boden, el padre del chico, tiene
fuertes lazos con varias familias del consejo, y solicitó un acto de represalia.
Argumentó que su desaparición lo justificaría. Le recordaron que el bien de nuestro
pueblo en su conjunto está por encima del bien de uno solo, el principio básico en el
que se basa la sociedad vampírica. Las tasas de natalidad son en nuestro punto más
bajo, y nos enfrentamos a la extinción. Este no es el momento de avivar el conflicto. Y
aun así, en una muestra de debilidad impropia, continuó suplicando.
—Repugnante. Cómo se atreve a llorar por su hijo.
29
Padre me lanza una mirada mordaz.
—Debido a su relación con el consejo, estuvo a punto de salirse con la suya.
Justo la semana pasada, mientras estabas ocupada fingiendo ser humana, estuvimos
más cerca de una guerra entre especies de lo que hemos estado en un siglo. Y
entonces, dos días después de su tonta maniobra… —Padre se levanta. Camina
alrededor del escritorio y luego se reclina contra su borde, la imagen de la
relajación—. Los chicos reaparecieron. Intactos.
Parpadeo, un hábito que adquirí fingiendo ser humana.
—¿Sus cadáveres?
—Están vivos. Asustados, por supuesto. Fueron interrogados por los guardias
licántropos, tratados como espías, al principio, y luego como molestias
indisciplinadas. Pero finalmente fueron devueltos a casa, sanos y salvos.
—¿Cómo? —Se me ocurren media docena de incidentes en los últimos veinte
años en los que se traspasaron las fronteras y lo que quedó de los infractores fue
devuelto en pedazos. Ocurre sobre todo fuera de los límites de la ciudad, en los
bosques desmilitarizados. En cualquier caso, los licántropos han sido despiadados
con nuestra gente, y nosotros hemos sido despiadados con los licántropos. Lo que
significa que—. ¿Qué ha cambiado?
—Una pregunta inteligente. Verás, la mayoría del consejo asumió que Roscoe
se estaba volviendo tierno en su vejez. —Roscoe. El Alfa de la manada Suroeste. He
oído a mi padre hablar de él desde que era niña—. Pero he visto a Roscoe una vez.
Solo una vez. Siempre fue claro sobre su desinterés por la diplomacia, y la gente como
él es como los huesos de un cráneo. Solo se endurecen con el tiempo. —Se vuelve
hacia la ventana—. Los licántropos son tan reservados como siempre sobre su
sociedad. Pero tenemos algunas formas de obtener información, y después de enviar
algunas preguntas...
—Hubo un cambio en su estructura de liderazgo.
—Muy bien. —Parece satisfecho, como si yo fuera una alumna que domina la
propiedad transitiva mucho antes de lo esperado—. Quizá debería haberte elegido
como mi sucesora. Owen ha mostrado poco compromiso con el papel. Parece más
interesado en socializar.
Hago un gesto con la mano.
—Seguro que cuando anuncies tu jubilación dejará de juerguear con sus
amigos concejales herederos y se convertirá en el perfecto político vampiro que
siempre soñaste que sería. —No—. Los licántropos. ¿Qué clase de cambio?
—Parece que hace unos meses, alguien... desafió a Roscoe.
—¿Qué?
30
—Su sucesión de poder no es particularmente sofisticada. Después de todo, los
licántropos están más estrechamente relacionados con los perros. Basta con decir que
Roscoe está muerto.
Me abstengo de señalar que nuestras oligarquías dinásticas y hereditarias
parecen aún más primitivas, y que los perros son universalmente amados.
—¿Lo conoces? ¿Al nuevo Alfa?
—Después de que los chicos regresaran sanos y salvos, solicité una reunión
con él. Para mi sorpresa, aceptó.
—¿Lo hizo? —Odio que me interese el tema—. ¿Y?
—Tenía curiosidad. La piedad no siempre es un signo de debilidad, pero
puede serlo. —Sus ojos se desvían repentinamente hacia una obra de arte en la pared
oriental: un sencillo lienzo pintado de morado oscuro para conmemorar la sangre
derramada durante el Aster. Arte similar puede encontrarse en la mayoría de los
espacios públicos—. Y la traición nace de la debilidad, Misery.
—¿Lo es, ahora? —Siempre pensé que la traición era solo traición, pero ¿qué
sé yo?
—No es débil, el nuevo Alfa. Al contrario. Es... —Padre se retrae en sí mismo—
. Algo más. Algo nuevo. —Sus ojos se posan en mí, expectantes, pacientes, y sacudo
la cabeza, porque no puedo imaginar qué razón podría tener para contarme todo esto.
Dónde podría entrar yo en juego.
Hasta que algo se abre camino por la parte de atrás de mi cabeza.
—¿Por qué mencionaste una boda? —pregunto, sin molestarme en ocultar la
sospecha en mi voz.
Padre asiente. Creo que debo de haber hecho la pregunta correcta, sobre todo
porque no responde.
—Creciste entre los humanos y no tuviste la ventaja de una educación
vampírica, así que quizá no conozcas toda la historia de nuestro conflicto con los
licántropos. Sí, hemos estado enfrentados durante siglos, pero se hicieron intentos de
diálogo. Ha habido cinco matrimonios inter-especies entre nosotros y los licántropos,
durante los cuales no se registraron escaramuzas fronterizas, ni muertes de vampiros
a manos de licántropos. El último tuvo lugar hace doscientos años: un matrimonio de
quince años entre un vampiro y su novia licántropo. Cuando ella murió, se organizó
otra unión, que no acabó bien.
—El Aster.
—El Aster, sí. —La sexta ceremonia de boda terminó en una carnicería cuando
los licántropos atacaron a los vampiros, quienes, después de décadas de paz, se
habían vuelto un poco confiados, y cometieron el error de presentarse a una boda
31
mayormente desarmados. Entre la fuerza superior de los licántropos y el elemento
sorpresa, fue un baño de sangre, la mayoría nuestra. Púrpura, con una pizca de verde.
Como un aster—. No sabemos por qué los licántropos decidieron volverse contra
nosotros, pero desde que nuestra relación con ellos se rompió irreparablemente, ha
habido una constante: nosotros teníamos una alianza con los humanos, y los
licántropos no. Hay diez licántropos por cada vampiro, y cientos de humanos para
nuestras dos especies combinadas. Sí, puede que los humanos carezcan del talento
de los vampiros, o de la velocidad y la fuerza de los licántropos, pero la unión hace la
fuerza. Tenerlos de nuestro lado fue... tranquilizador. —Padre aprieta la mandíbula.
Luego, tras un largo rato, se relaja—. Ciertamente, puedes ver por qué la negativa de
Maddie García a reunirse conmigo es una preocupación. Más aún por su relativa
cordialidad hacia los licántropos.
Mis ojos se abren de par en par. Puede que esté un poco al margen del
panorama cultural humano, pero no creía que las relaciones diplomáticas con los
licántropos estuvieran en su lista de tareas del año. Por lo que sé, siempre se han
ignorado mutuamente, lo cual no es demasiado difícil, ya que no comparten fronteras
importantes.
—Los humanos y los licántropos. En conversaciones diplomáticas.
—Correcto.
Sigo escéptica.
—¿Te dijo esto el Alfa cuando se conocieron?
—No. Esto es información que obtuvimos por separado. El Alfa me dijo otras
cosas.
—¿Como qué?
—Es joven, ya ves. Más o menos de tu edad y de una estirpe diferente. Tan
salvaje como Roscoe, tal vez, pero de mente más abierta. Cree que la paz en la región
es posible. Que las alianzas entre las tres especies deben ser cultivadas.
Resoplo una carcajada.
—Buena suerte con eso.
La cabeza de mi padre se inclina hacia un lado y sus ojos se centran en mí,
evaluándome.
—¿Sabes por qué te elegí a ti para ser el Colateral? ¿Y no a tu hermano?
Oh, no. No esta conversación.
—¿Lanzaste una moneda?
—Eras una niña tan peculiar, Misery. Siempre desinteresada por lo que ocurría
a tu alrededor, encerrada en una cámara acorazada dentro de tu cabeza, difícil de
32
alcanzar. Retraída. Los otros niños intentaban ser tus amigos, y tú los dejabas colgados
obstinadamente...
—Los otros niños sabían que yo sería la enviado a los humanos, y empezaron a
llamarme traidora sin colmillos en cuanto pudieron formar frases completas. ¿O has
olvidado cuando tenía siete años y los hijos e hijas de tus compañeros del consejo me
robaron la ropa y me sacaron al sol justo antes del mediodía? Y esa misma gente me
escupió y se burló de mí cuando volví de diez años sirviendo como su Colateral, así
que no soy... —Exhalo lentamente, y me recuerdo a mí misma que esto está bien.
Estoy bien. Intocable. Tengo veinticinco años y mis identificaciones falsas de humano,
mi apartamento, mi gato (que te den, Serena), mi... okey, probablemente no tenga
trabajo ahora mismo, pero encontraré otro pronto, con un cien por ciento menos de
Pierces. Tengo amigos, un amigo. Probablemente.
Por encima de todo, me he enseñado a mí misma a no preocuparme. Por nada.
—La boda que mencionaste. ¿De quién es?
El padre aprieta los labios. Pasan unos instantes antes de que vuelva a hablar.
—Cuando un licántropo y un vampiro están uno frente al otro, todo lo que ven
es...
—El Aster. —Miro mi teléfono, impaciente—. Tres minutos y cuarenta y siete
segundos...
—Ven una boda entre un vampiro y un Alfa que se suponía que iba a negociar
la paz, pero terminó en muerte. Los licántropos son animales, y siempre lo serán, pero
estamos en vías de extinción, y el bien de la mayoría debe ser considerado. Si
dejamos que los humanos y los licántropos formen una alianza que nos excluya,
podrían aniquilarnos por completo...
—Dios mío. —De repente me doy cuenta de la locura y el ridículo al que se
dirige y me tapo los ojos—. Estás bromeando, ¿verdad?
—Misery.
—No. —Suelto una carcajada—. Tú... Padre, no podemos casarnos para salir de
esta guerra. —No sé por qué he cambiado a nuestra lengua, pero le sorprende. Y tal
vez eso es bueno, tal vez esto es lo que necesita. Un momento para pensar en esta
locura—. ¿Quién estaría de acuerdo con esto?
Padre me mira tan fijamente, que lo sé. Simplemente lo sé.
Y me echo a reír.
Solo me he reído a carcajadas con Serena, lo que significa que hace más de un
mes que no lo hago. El cerebro casi se paraliza, asustado por los nuevos y misteriosos
sonidos que produce mi laringe.
—¿Has bebido sangre podrida? Porque estás desquiciado.
33
—Mi misión es velar por el bien de la mayoría, y el bien de la mayoría es el
progreso de nuestro pueblo. —Parece algo ofendido por mi reacción, pero no puedo
evitar que la risa burbujee en mi garganta—. Sería un trabajo, Misery. Compensado.
Esto es... Dios, esto es gracioso. Y desquiciado.
—Ninguna cantidad de moneda de curso legal me convencería de... ¿Son diez
mil millones de dólares?
—No.
—Bueno, ninguna cantidad menor de moneda de curso legal me convencería
de casarme con un licántropo.
—Financieramente, estarás bien para toda la vida. Sabes que los bolsillos del
consejo son profundos. Y no hay ninguna expectativa de un matrimonio real. Estarías
con él solo de nombre. Estarás en territorio licántropo por un año, lo que enviará el
mensaje de que los vampiros pueden estar seguros con los licántropos...
—Los vampiros no pueden. —Me pongo en pie y empiezo a alejarme de él,
masajeándome la sien—. ¿Por qué me lo preguntas? No puedo ser tu primera opción.
—No lo eres —dice rotundamente. Tiene muchos defectos, pero la falta de
honestidad de nunca ha estado entre ellos—. Ni nuestra segunda. El consejo está de
acuerdo en que debemos actuar, y varios miembros han ofrecido a sus familiares.
Originalmente, la hija del concejal Essen estaba de acuerdo. Pero cambió de
opinión...
—Oh, Dios. —Dejo de pasearme—. Estás tratando esto como un intercambio
colateral.
—Por supuesto. Y también los licántropos. El Alfa nos enviará un licántropo.
Alguien importante para él. Ella estará con nosotros mientras tú estés con él.
Garantizando su seguridad recíproca.
De locos. Esto es una locura.
Tomo aire.
—Bueno... —Piensa que todos los involucrados han perdido la cabeza, y que
quienquiera que se presente a esa boda va a ser masacrado, y no puedo creer tu pura
presunción al pedirme esto—, me honra que al final hayas pensado en mí, pero no.
Gracias.
—Misery.
Me dirijo al escritorio para recoger el teléfono —me queda un minuto y trece
segundos— y, por un instante, estoy tan cerca de mi padre que siento el ritmo de su
sangre en mis huesos. Lento, constante, dolorosamente familiar.
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Los latidos del corazón son como las huellas dactilares, únicas, inconfundibles,
la forma más fácil de distinguir a las personas. El de mi padre se grabó en mi carne el
día que nací, cuando fue la primera persona que me abrazó, la primera que me cuidó,
la primera que me conoció.
Y luego se lavó las manos.
—No —le digo. A él. A mí misma.
—La muerte de Roscoe es una oportunidad.
—La muerte de Roscoe fue un asesinato —señalo uniformemente—. Por la mano
del hombre con el que querías que me casara.
—¿Sabes cuántos niños vampiros nacieron este año en el suroeste?
—No me importa.
—Menos de trescientos. Si los licántropos y los humanos unen sus fuerzas para
arrebatarnos nuestra tierra, nos aniquilarán. Completamente. El bien de la mayoría…
—… es una causa a la que ya he donado, y nadie me muestra mucha gratitud.
—Lo miro directamente a los ojos. Deslizo mi teléfono en el bolsillo con
determinación—. Ya he hecho bastante. Tengo una vida y voy a volver a ella.
—¿La tienes?
Me detengo a mitad de camino para darme la vuelta.
—¿Perdón?
—¿Tienes una vida, Misery? —Me mira cuando lo dice, puntiagudo, cuidadoso,
como si me clavara un arma afilada un milímetro en el cuello.
«Necesito que te importe una sola puta cosa, Misery, una cosa que no sea yo.»
Aparto el recuerdo y trago saliva.
—Buena suerte encontrando a alguien más.
—No te sientes bienvenida entre tu gente. Esto podría rehabilitarte ante sus
ojos.
Un escalofrío de ira recorre mi espina dorsal.
—Creo que lo pospondré, padre. Al menos hasta que se hayan rehabilitado
ante los míos. —Doy unos pasos hacia atrás, agitando alegremente la mano—. Me
marcho.
—Mis diez minutos no han terminado todavía.
Mi teléfono elige ese preciso momento para pitar.
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—Exquisita sincronización. —Le dirijo una sonrisa. Si le molestan mis colmillos
limados, es su problema—. Puedo decir con seguridad que ninguna cantidad de
tiempo cambiará el resultado de esta conversación.
—Misery. —Un borde suplicante se arrastra en su tono, que es casi divertido.
Qué triste. Muy triste.
—¿Nos vemos en... siete años? O cuando decidas que la clave de la paz es un
plan conjunto licántropo-vampiro de multi-marketing y trates de venderme
suplementos dietéticos. Pero haz que Vania me busque en casa. No tengo ganas de
reorganizar mi currículum. —Me doy la vuelta para encontrar el pomo de la puerta.
—No habrá otra oportunidad en siete años, Misery.
Pongo los ojos en blanco y abro la puerta.
—Adiós, padre.
—Moreland es el primer Alfa que...
Cierro la puerta de un portazo, sin salir antes del despacho, y me doy la vuelta,
de espaldas a padre. El corazón se me acelera y me golpea el pecho.
—¿Qué acabas de decir?
Se levanta del escritorio, lleno de confusión y algo que podría ser esperanza.
—No hay otro Alfa licántropo…
—El nombre. Dijiste un nombre. ¿Quién...?
—¿Moreland? —repite.
—Su nombre completo, ¿cuál es su nombre de pila?
Los ojos del padre se entrecierran sospechosamente, pero tras unos segundos,
dice:
—Lowe. Lowe Moreland.
Miro al suelo, que parece temblar. Luego al techo. Respiro profundamente una
serie de veces, cada una más despacio que la otra, y luego me paso una mano
temblorosa por el cabello, a pesar de que el brazo me pesa mil kilos.
Me pregunto si el vestido azul que llevé en la graduación universitaria de
Serena sería demasiado informal para una ceremonia de boda entre especies.
Porque, sí.
Supongo que me voy a casar.
36
CAPÍTULO 2
Solía pensar que los ojos de todos los vampiros eran iguales. Puede que se equivocara.
En la actualidad
Dicen que mantengas a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca. No saben de lo que
hablan.
Ella es resistente. Él trata de imaginar cómo se sentiría si estuviera en su lugar: sola, apartada,
utilizada y descartada. Solo siente un poco de respeto por ella, y eso le enfada.
El olor se convierte en algo más que un problema. Lo invade. Se arremolina. Viaja. Se pega a su
nariz. Se acumula, a veces.
Rara vez se tocaron. Cuando lo hicieron, la muñeca de ella rozó accidentalmente la parte
delantera de su camiseta, y él se encontró arrancando el trozo de tela donde su olor era más
intenso. Se lo metió en el bolsillo y ahora lo lleva a todas partes.
Incluso cuando se va para evitarla.
Colarme tarda más de lo que esperaba, pero no mucho. La cerradura hace clic
y me detengo, preguntándome si mi guardia —una mujer sin pelos en la lengua
llamada Gemma, creo— me echará un vistazo. Al cabo de un minuto, decido que estoy
a salvo y empujo la puerta.
La habitación de Lowe es tan bonita e interesante como la mía, la pared de
acento y el techo de vigas crean un ambiente acogedor y suave. Tiene menos
muebles, sin embargo, y aunque Lowe debe de llevar viviendo aquí mucho más
tiempo que yo, veo dos cajas de mudanza apiladas en un rincón y un par de cuadros
enmarcados apoyados en la pared, esperando a ser colocados.
Me hielan las plantas de los pies al pisar el suelo de madera en espiga. Sé
exactamente lo que busco: un teléfono, un portátil, posiblemente un diario titulado
“Aquella vez que secuestré a Serena Paris” con un candado fácil de romper; pero no
puedo evitar permitirme fisgonear un poco. Hay varias estanterías, forradas de
clásicos, ficción, pero sobre todo libros de arte, altos y gruesos y brillantes, las
páginas llenas de hermosas esculturas y extraños edificios y pinturas que nunca he
visto antes. Todo el cuarto de baño está impecable, excepto el rincón donde hay un
cepillo de dientes de unicornio, dentífrico de fresa y champú sin lágrimas. Su armario
es marcial en su orden, cada camiseta monocromática, cada par de pantalones
pulcramente doblados, siempre caquis o jeans. La única excepción es el traje que
llevó en nuestra boda.
Mi esposo, descubro, lleva zapatos de la talla catorce.
Busco aparatos electrónicos, en vano. No necesitaba saber que Lowe Moreland
odia el desorden, que es inmune a la inevitable acumulación de baratijas inútiles a la
que todos estamos sujetos. Tiene lo que necesita, y todo eso parece ser un cargador,
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un millón de calzoncillos intercambiables y un bote de lubricante de silicona. Lo
encuentro en su mesilla de noche, lo recojo e inmediatamente lo dejo caer como si
fuera un nido de avispas.
Okey. No necesitaba saber que él... Pero su mujer está fuera retozando con mi
gente, y... bien. Es perfectamente normal. No voy a pensar más en esto.
A partir de ahora.
Hay una sola foto en la pared: una Ana más joven y una hermosa mujer de
mediana edad que comparte la coloración distintiva y los pómulos afilados de Lowe.
Cuanto más la estudio, más me doy cuenta de que, aparte de los ojos, Ana no se
parece en nada a su madre, ni tampoco a Lowe. Si se parecen a su padre, deben de
haber heredado cosas distintas.
Busco bajo las almohadas, detrás del cabecero, en el escritorio. Está claro que
Lowe no guarda un portátil en el dormitorio, y todo este allanamiento empieza a
parecerme un esfuerzo inútil. La mayor parte del tiempo he renunciado a cuando
intento abrir el cajón inferior de la cómoda y lo encuentro cerrado. La esperanza
gorgotea. Vuelvo corriendo a mi habitación y agarro la horquilla.
No estoy segura de lo que espero de un cajón cerrado: tal vez collares de
colmillos de vampiro, o lubricante extra que consiguió al por mayor, o un cajón lleno
de tarjetas Wi-Fi acompañadas de una tarjeta de felicitación de Hallmark (“Toma las
que quieras, Misery”). Pero no un juego de lápices y un bloc de dibujo. Frunzo el
ceño, lo recojo y lo abro, separando las páginas con cuidado para evitar que se
rompan.
Al principio, creo que estoy viendo una foto. Así de bonito es el arte, así de
preciso y minucioso. Pero entonces me fijo en las manchas, en las líneas que a veces
se alargan demasiado, y no. Se trata de un dibujo arquitectónico de una bóveda,
ejecutado a la perfección.
Mi corazón late más fuerte, pero no sabría decir por qué. Con dedos
temblorosos, empiezo a pasar las páginas.
Hay bocetos de habitaciones, oficinas, escaparates, muelles, casas, puentes,
estaciones. Edificios grandes y pequeños, estatuas, cúpulas, cabañas. Algunos son
solo el exterior, mientras que otros incluyen distribuciones interiores y mobiliario.
Algunos tienen números y vectores garabateados en los márgenes, otros colores
entretejidos. Todos son perfectos.
Es arquitecto.
Lo había olvidado. O quizá nunca tuve una idea clara de lo que significaba. Pero
al mirar estos dibujos, lo siento como algo sólido y pesado en el estómago: el amor
que Lowe siente por las formas bellas, los lugares exquisitos, las vistas interesantes.
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Solo tiene unos años más que yo, pero éste no es el trabajo de alguien sin
formación. Aquí hay pericia, y pasión, y talento, por no hablar de tiempo, tiempo que
no puedo imaginar que tenga que dedicar a la belleza y a los dibujos bonitos ahora
que es el Alfa de su manada, y...
Es demasiado. Estoy pensando en esto, en él, demasiado. Cierro el bloc de
dibujo con demasiada fuerza y lo vuelvo a colocar donde lo encontré. Esto hace que
algo que estaba al final del cuaderno se salga.
Un retrato.
Se me para el corazón cuando me apresuro a levantarlo, esperando —no,
segura— encontrar la cara sonriente de Serena. Los labios carnosos, los ojos
entornados, la nariz estrecha y la barbilla puntiaguda me resultan tan familiares que
pienso que debe de ser ella, porque ¿a quién más podría conocer tan bien? Solo
puede ser el rostro de Serena, o...
El mío.
Lowe Moreland ha dibujado mi cara y luego la ha guardado en el fondo de su
último cajón. No sé en qué momento me observó lo suficiente como para extraer de
mí este nivel de detalle, el aire serio y distante, la expresión de labios apretados, el
cabello ondulado enroscándose alrededor de la cúspide de una oreja. Lo que sí sé es
que hay algo nítido en el dibujo. Algo abrasador, intenso y expansivo que no está
presente en los otros bocetos. En la elaboración de este retrato han intervenido la
fuerza, el poder y muchos sentimientos. Muchos. Y no puedo imaginar que fueran
positivos.
Frunzo el ceño. Trago saliva. Suspiro. Luego susurro:
—Yo tampoco soy tu fan, Lowe. Pero no me ves garabateándote con cuernos en
mi diario.
Lo vuelvo a meter todo en el cajón, asegurándome de que está exactamente
como lo encontré. Al salir, dejo que mis dedos recorran las estanterías,
preguntándome una vez más lo mal que me va a ir el próximo año con los licántropos.
Al día siguiente duermo hasta última hora de la tarde. Estoy tan cansada que
podría seguir durmiendo, pero algo pasa fuera, en la orilla del lago, normalmente
tranquila. Hay gritos, risas, y olores a chamusquina, y me arrastro hasta la ventana
para comprobarlo, asegurándome de evitar la luz directa que aún se filtra.
A pesar de las explicaciones de Serena sobre los matices de las reuniones
sociales humanas, nunca entendí la diferencia. Los vampiros no construimos una
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comunidad de esta manera, reuniéndonos sin una agenda. Nuestras amistades son
alianzas. No conocí el concepto de salir, de pasar tiempo con alguien porque sí, hasta
mis años como Colateral.
Pero puedo contar más de treinta licántropos. Pasando el rato frente al lago,
asando, comiendo, nadando. Riendo. Los más ruidosos son los niños: veo a varios,
Ana entre ellos, pasándoselo en grande.
Me pregunto si estoy invitada a participar. Cuál sería la reacción si bajara las
escaleras y saludara a los invitados. Podría pedirle prestado un bikini a Juno.
Servirme un poco de sangre con hielo, sentarme en una mesa a la sombra, preguntar
a mis compañeros de cena: ¿Qué les parecen los jugadores de fútbol?
La idea me hace reír. Me acomodo en el alféizar de la ventana, todavía con los
pantalones cortos del pijama y la camiseta desgastada que me dieron en un ejercicio
de trabajo en equipo hace dos años, contemplando la reunión. Y a Lowe, que ha vuelto
a casa.
Mis ojos se sienten inmediatamente atraídos por él. Quizá porque es... bueno,
grande. La mayoría de los licántropos son altos, o atléticos, o ambas cosas, pero Lowe
va un paso más allá. Aun así, no estoy segura de que su aspecto sea lo que lo centra
con tanta insistencia.
No es encantador, pero sí magnético. Sus labios carnosos se curvan en una
pequeña sonrisa mientras charla con algunos miembros de la manada. Sus cejas
oscuras se fruncen cuando escucha a los demás. Las comisuras de sus ojos se abren
en una red de arrugas cuando juega con los niños. Deja que una niña le gane en un
pulso, jadea fingiendo dolor cuando otro finge darle un puñetazo en el bíceps, lanza
a un niño al agua profunda para su descarado deleite.
Parece querido. Aceptado. Perteneciente, y me pregunto qué se siente. Me
pregunto si echa de menos a su compañera, o pareja, o lo que sea. Me pregunto si
dibuja mucho estos días, o si las casas bonitas se le quedan en la cabeza.
Definitivamente no parece que se esté recuperando de estar enfermo, pero
¿qué sé yo? No soy neumóloga.
Estoy a punto de empujarme del alféizar y empezar mi noche cuando lo veo.
Max.
Está separado del resto de la multitud, en las afueras de la playa, donde la
arena primero se convierte en arbustos y luego se espesa con árboles del bosque. A
primera vista, no le doy mucha importancia: a diferencia de la mayoría de los
asistentes a la fiesta, lleva camisa de manga larga y jeans, pero bueno. Ya he sido una
adolescente acomplejada, intentando ocultar con ropa cómo había subido unos
quince centímetros en tres meses. Y el melanoma es maligno, según Serena.
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Pero luego se arrodilla. Empieza a charlar con alguien mucho más bajo que él.
Y todo mi cuerpo se pone rígido.
Me digo que no hay razón para fruncir el ceño como lo estoy haciendo. Puede
que Max y yo hayamos tenido nuestras diferencias (Diferencia. Una, aunque
importante.), pero él tiene todo el derecho a relacionarse con Ana. Por lo que sé, son
parientes, y él la ha estado cuidando desde que estaba en pañales. No es asunto mío,
de todos modos. Soy una invitada no deseada aquí, y tengo que tomar mi baño diario
de una hora.
Excepto. Algo me tira hacia la ventana. No me gusta. La forma en que habla con
Ana, señalando algún lugar que no puedo ver, algún lugar entre los árboles. Ana
niega con la cabeza. Pero él parece insistir, y...
¿Estoy paranoica? Probablemente. El hermano literal de Ana está justo ahí, a
unas docenas de metros, observándola.
Pero no es así. Está jugando a algo con el padrino pelirrojo —Cal, se llama
Cal— y unas cuantas personas más. Bochas, si reconozco el juego de la época de
bolos de Serena, y vaya que los licántropos y los humanos tienen cosas en común.
Puede que mi padre tenga razón al temer una alianza entre ellos. Aun así, esto no me
concierne, y…
La mano de Max sujeta la de Ana, tirando de ella hacia el bosque, y mi cerebro
sufre un cortocircuito. Mick está de servicio y salgo descalza de mi habitación con la
intención de avisarle. Pero su silla está vacía, salvo por un plato usado con restos de
ensalada de col.
Probablemente esté en el baño, y considero buscarlo allí. Luego decido que no
hay tiempo. Un par de células neuronales se despiertan y me dicen que es el momento
perfecto para entrar en el despacho de Lowe y buscar información sobre Serena. El
99% restante de mi cerebro, por desgracia, está centrado en Ana.
Dios. Odio, odio, odio que me importe.
Bajo corriendo las escaleras y salgo por la cocina. El calor me golpea como una
ola, ralentizándome mientras la luz del sol me apuñala la piel como un millón de
dientes de tiburón. Joder, cómo duele. Hay demasiada luz para estar fuera.
Un par de licántropos me ven, pero nadie se fija en mí. Las pequeñas piedras
dentadas se clavan dolorosamente en las plantas de mis pies, pero avanzo con fuerza
hacia el bosque. Cuando llego al bosque, me arde la carne, cojeo y casi pierdo el
equilibrio dos veces, por cortesía de un montón de cubos de arena y un flotador.
Pero veo el bañador azul brillante de Ana entre el verde, el gris oscuro de la
camiseta de Max, y grito.
—¡Oye! —Me abro paso entre la espesura de los árboles—. ¡Oye, para!
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Max sigue andando, pero Ana se vuelve, me ve y sonríe, con los dientes
abiertos y encantada. Su corazón late dulce y alegre.
—¡Miresy!
—No es mi nombre, ya hemos hablado de esto. Oye, ¿Max? ¿A dónde la llevas?
Debe reconocer mi voz, porque se detiene. Y cuando me mira, su cara es puro
odio.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Vivo aquí. —Estoy segura de que tengo agujas de pino dentro de la piel.
Además, podría estar en llamas—. ¿Qué haces con una niña de seis años en medio del
bosque?
—Siete. —Ana me corrige alegremente, soltando la mano de Max y levantando
seis dedos, y maldita sea esta niña.
—Ana, ven conmigo. —Le ofrezco la mano y ella trota feliz hacia mí, con los
brazos abiertos como si quisiera abrazarme. Se me encoge el corazón cuando Max la
toma en brazos y empieza a llevarla en dirección contraria—. ¿Qué demonios estás...?
Es entonces cuando suceden varias cosas a la vez.
Ana se agita y grita.
Cargo contra Max, dispuesta a liberarla, dispuesta a despedazarlo con mis
colmillos.
Y una docena de licántropos saltan de los árboles que nos rodean.
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CAPÍTULO 8
—¿Es cosa de vampiros, meter sus colmillos puntiagudos en los asuntos de los
demás y arruinar sus planes? ¿O es más bien un proyecto pasional de Misery Lark?
Llevo menos de cinco minutos cuidando de mis maltratadas plantas en el sofá
del salón, pero ya es la tercera vez que me hacen una variación de esta pregunta. Así
que mantengo la cabeza agachada e ignoro a uno de los comandantes de Lowe —el
que parece un muñeco Ken— mientras me arranco un surtido de detritus del dedo del
pie. Necesito pinzas, pero no las he traído. ¿Los licántropos las usan? Como furries
originales, ¿les parecen moralmente repugnantes? Tal vez consideran sagrado el
vello corporal, y cualquier amenaza a su legítima morada en la carne se considera
blasfema.
Para reflexionar.
—Suéltame —gimotea Max. Como yo, está sentado en un sofá. A diferencia de
mí, tiene las manos atadas a la espalda y lo vigilan varios guardias con el tipo de trato
gélido que uno reservaría para alguien que intentara secuestrar a un niño.
Que es exactamente lo que hizo Max.
—Puedes dejar de pedirlo —le dice Cal suavemente—. Porque no va a suceder.
—De todos los licántropos que hay aquí, está claro que él y Ken son los de mayor
rango. También parece que tienen algo de policía malo y policía aún peor. Cal es
afablemente aterrador, Ken es sarcásticamente aterrador. Lo que funcione para ellos,
supongo.
—Quiero ver a mi madre —vuelve a decir Max.
—¿Sí, campeón? ¿Estás seguro? Porque tu madre está ahí fuera, humillada por
lo que acabas de hacer y la compañía que has tenido.
—No sé, Cal. —Ken se arregla la gorra de béisbol—. Quizá deberíamos
entregárselo a su madre. —Se inclina hacia delante—. Me encantaría ver su cara
cuando ella le saque las garras.
Max gruñe, pero se convierte en un gemido cuando entran su Alfa, Juno y Mick
a remolque. Le digo a Mick un tímido:
90
—Lo siento. —Preocupada por si se mete en problemas por mear y dejarme
sola un minuto. Me hace un gesto con la mano y toda la sala se queda en silencio,
todos se concentran en Lowe como si su presencia fuera una fuerza gravitatoria. Ni
siquiera yo puedo mirar a otra parte y abandono mi dedo a su infectado destino. Lowe
parece tan enfadado que me estremezco. Aunque podría ser la ráfaga del aire
acondicionado en mi carne ampollada.
—¿Ana está bien? —Gemma pregunta.
Lowe asiente.
—Jugando con Misha. —Con las manos en la cadera, observa la habitación.
Cada par de ojos está instantáneamente abatido.
Excepto la mía.
—¿Quién quiere contarme qué demonios acaba de pasar? —pregunta
mirándome fijamente. Espero que todo el mundo estalle en explicaciones
apresuradas, pero la disciplina de licántropo es mejor que eso. Se hace un gran
silencio, solo roto por Lowe, que viene a pararse frente a mí. Estoy dispuesta a decir
mis últimas palabras, pero lo único que hace es quitarse la sudadera con capucha con
cremallera, envolverme con ella los hombros temblorosos y admirar el resultado
durante demasiado tiempo.
Los ojos de todos siguen fijos en el suelo.
—Cal —dice. Es vergonzosa, la sensación de alivio que siento al no ser
reprochada.
—Todo iba según lo previsto —empieza Cal—. Como era de esperar, Max
estaba tratando de atraer a Ana. Lo seguíamos para ver con quién se encontraría,
cuándo...
Se vuelve hacia mí y, de repente, soy el centro de la sala. Mi alivio fue
prematuro.
—Lo siento. —Trago saliva—. No tenía ni idea de que esto era una especie de
plan de emboscada secreta. Si veo a un tipo que ha sido un completo idiota conmigo
fugándose con una niña, es natural que yo... —¿Qué? ¿Por qué he intervenido, otra
vez? Ahora que la adrenalina se ha secado, no recuerdo cuál fue mi razonamiento. No
soy una heroína, ni quiero serlo.
Ken resopla.
—¿Nos estabas mirando desde la ventana?
—Quiero decir... ¿sí?
—Espeluznante. Necesitas un hobby.
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—Tienes razón. He oído cosas increíbles sobre el parapente, o el pastoreo
competitivo de patos. Tal vez podría... oh, espera. Olvidé que estoy literalmente
atrapada en un dormitorio de ciento treinta metros cuadrados veinticuatro siete.
—Lee un libro, puntiaguda.
—Ya basta. —Lowe cruza la habitación para agacharse frente a Max, que al
instante intenta zafarse. Su tono es firme pero sorprendentemente suave cuando
pregunta—: ¿Adónde ibas a llevar a Ana? —Max no contesta, así que continúa—:
Tienes quince años y no voy a castigarte como a un adulto. No sé con quién te has
metido ni cómo, pero puedo ayudarte. Te protegeré.
El sudor resbala por las sienes de Max. Es mucho más joven de lo que pensaba.
—Solo vas a deshacerte de mí. Si te lo digo, tú...
—Yo no le hago daño a los míos, y menos a los niños —gruñe Lowe—. No soy
Roscoe.
—No. —Los ojos de Max me miran—. Nunca habría hecho alianzas con los
vampiros o los humanos, nunca habría acogido a una y dejado que matara a los
licántropos...
—Tienes razón. A Roscoe le gustaba matar a los licántropos por su cuenta. —
Max baja la mirada. Es solo un niño—. ¿Es una alianza con los vampiros realmente
peor que más muertes de licántropos a sus manos?
Max parece debatirse con la pregunta, con la nuez de Adán balanceándose.
Luego recuerda su rabia y suelta:
—Tú no eres el Alfa legítimo.
Es claramente un gran paso en falso. Porque todos los demás hombres de la sala
dan un paso adelante para intervenir y se detienen al ver la mano levantada de Lowe.
—¿Quién te ha dicho eso? —pregunta. Amenazador, despiadado—. Tal vez sea
un error justo. Tal vez simplemente no estaban allí cuando Roscoe perdió el desafío
contra mí. Envié un mensaje a los Leales, haciéndoles saber que con gusto aceptaría
el desafío de cualquiera de ellos. Y sin embargo… —Lowe se levanta—. El disenso y
la discusión son bienvenidos. Yo no soy Roscoe, y no voy a deshacerme de los que no
están de acuerdo conmigo. Pero intentar llevarse a una niña, sabotear infraestructuras
importantes, atacar brutalmente a los que me apoyan... Esto es insurgencia violenta.
Y mientras sea el Alfa de esta manada, no voy a aceptarlo. ¿Quién te envió aquí, Max?
Sacude la cabeza.
—No lo sé.
—¿Te has olvidado? —Ken se acerca a Lowe. Max retrocede—. Tenemos
formas de hacerte recordar.
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—Aunque apenas es más que un niño —señala Cal.
—Eligió trabajar con los Leales —dice Ken, crujiéndose los nudillos.
Cal, para mi sorpresa, se encoge de hombros.
—Supongo que tienes razón. —Él también cruje los nudillos.
Busco en la cara de Lowe una señal de que no va a dejar que sus secuaces... no
sé, que ahoguen a un chico. Su expresión es distante, feliz de delegar. No es lo que
esperaría de alguien que planea reducir la tensión.
—¡Esperen! —grito. Hoy debe ser un día para actuar especialmente
entrometida—. No le hagan daño. Puedo ayudarlos.
Todas las cabezas se giran hacia mí, con distintos grados de fastidio.
—Creo que ya has hecho suficiente, sanguijuela —dice Ken.
Pongo los ojos en blanco.
—En primer lugar, crecí entre los humanos, y sanguijuela, parásito, alimaña,
esponja de sangre, garrapata, mamona, perra murciélago... no son los insultos
innovadores que tú crees. —Los vampiros bebemos sangre para sobrevivir, y no nos
avergonzamos de ello—. Puedo averiguar quién envió a Max. Sin tirar de sus garras
o lo que sea que estén planeando.
—No lo sé —dice Cal—. Se merece algo de daño.
Pero Max está temblando como una hoja. Y yo no debo ser la sádica que me
imaginaba.
—Por favor —le suplico a Lowe, sin prestar atención al resto de la habitación—
. Puedo ayudar.
—¿Cómo? —Él, por su parte, parece más curioso que irritado.
—Es más fácil hacerlo que decirlo. Toma. —Me levanto y le rozo para ir hacia
Max. Me detiene con los dedos en la muñeca. Cuando levanto el cuello hacia él,
sobresaltada, está mirando al frente.
—¿Por qué? —pregunta sin mirarme a los ojos. Habla en voz baja, solo para mí.
No sé muy bien qué quiere saber, así que opto por lo que me parece correcto.
—Ana ha estado visitándome —le digo, igualando su tono—. Me hace
compañía, y aunque pronuncia fatal mi nombre y no sabe si tiene seis o siete años...
—Trago saliva—. Preferiría que no fuera, ya sabes, secuestrada y traficada.
Por fin me mira. Me examina la cara durante unos largos instantes y, sea cual
sea el motivo de su inspección, debo pasar la prueba. Asiente y me suelta. No me
muevo.
93
—Pensándolo bien, ¿podrías ayudarme? No soy muy buena en esto. —Sus cejas
se fruncen, y me apresuro a añadir—: Pero lo suficientemente buena.
¿Creo? Solo lo he hecho con Serena, que insistió en que fomentara mi único
rasgo vampírico útil y lo practicara con ella. Me pedía que la anestesiara y usara
nuestro móvil compartido para grabar vídeos de ella besándose con un repollo;
recitando el juramento a la bandera con acento alemán; confesando toda una serie de
sueños sucios con el señor Lumiere, nuestro tutor de francés, como estrella invitada
recurrente.
Espero recordar cómo hacerlo.
Me arrodillo frente a Max, ignorando sus nauseabundos latidos, empapados de
miedo, la forma en que me sisea para que me aleje.
—Chico, estoy tratando de ayudarte a evitar una silla de hierro, o como sea que
tu gente extraiga información, así que...
Algo húmedo cae sobre la parte delantera de mi camiseta de tirantes.
Porque Max me escupió.
—Qué asco. —Jadeo, asqueada, pero antes de que pueda... no sé, escupir de
vuelta... la mano de Lowe presiona el pecho de Max y lo sujeta al sofá.
—¿Qué demonios acabas de hacer? —gruñe.
—¡Es una vampira!
—Ella es mi... —La mano de Lowe se levanta para agarrar la mandíbula de
Max—. Discúlpate con mi esposa.
—Lo siento. Lo siento. Por favor, no... lo siento. —Max empieza a sollozar.
Lowe se vuelve hacia mí.
—¿Aceptas?
—¿Acepto... el escupitajo?
—Su disculpa.
—Oh. —Dios mío. ¿Qué está pasando?—. Claro, ¿por qué no? Fue tan... sincero
y espontáneo. Solo, mantén su cabeza quieta, y no dejes que se mueva… sí, las manos
en la barbilla. Bien, esto tomará un segundo, no dejes que se mueva.
Empiezo con el pulgar en la base de la nariz de Max y los dedos índice y
anulares en la frente. Luego espero a que Max se calme y me mire a los ojos.
Al cuarto intento, consigo una cerradura. El cerebro de Max es blando, y sobre
agitado, y fácil de hurgar. Uno su mente a la mía y luego la revuelvo un poco, una
interferencia temporal. No me detengo hasta asegurarme de que lo tengo bien
94
agarrado y, cuando me retiro, su cuerpo se relaja de golpe y sus pupilas se ensanchan
de repente. Detrás de mí, oigo algunos murmullos y un suave:
—¿Qué carajos? —Pero es fácil ignorarlo, tan fácil como dejar que mis ojos
hagan lo que se supone que deben hacer.
Para la cautividad.
Los humanos dicen que tenemos poderes mágicos de control mental. Que
nuestras almas pueden arrebatarles el cuerpo y atarlos como a un pavo de Acción de
Gracias. Sin embargo, como todo lo demás, es simple biología. Un músculo
intraocular adicional que nos permite mover los ojos a gran velocidad e inducir un
estado hipnótico. Los vampiros con talento, como mi padre, pueden hacerlo sin tocar
a su víctima, y mucho más rápido. Pero son raros, y para los mediocres como yo, que
necesitamos sujetar a alguien para iniciar un hechizo, puede ser una práctica difícil.
También hay algunas advertencias. La cautividad solo funciona en otras
especies, y no todos los cerebros responden igual. Y, por supuesto, entrar en la mente
de las personas sin su consentimiento es un acto de violencia y muy poco ético. Solo
porque podamos, no significa que debamos. Pero Max intentó herir a Ana, y podría
volver a hacerlo. Además, mi moral no es tan sólida.
—De acuerdo. —Me recuesto, frotándome enérgicamente los ojos. La
cautividad requiere mucha energía—. Es todo suyo.
Todos me miran boquiabiertos. Y puede que mi mente me esté engañando,
pero estoy casi segura de que todos han dado un paso atrás.
Excepto Lowe, que está casi demasiado cerca.
—Chicos, deberían darse prisa. Esto solo durará diez minutos más o menos. —
Señalo el estado de estupor de Max—. No les va a contar la historia de su vida sin más.
Tienen que seguir adelante y hacerle preguntas. —Nadie habla. ¿Los he hechizado
accidentalmente a ellos también?—. Algo como, “¿Por qué intentabas llevarte a Ana,
Max?”
—Me encargaron que la llevara a los Leales, donde podría ser utilizada como
chantaje, para obligar a Lowe a renunciar como Alfa —recita sin ton ni son.
La sala estalla en una ráfaga de murmullos de pánico y suspicacia que no tienen
nada que ver con la respuesta de Max. De hecho, estoy bastante segura de que capto
un:
—Le ha calentado el cerebro en el microondas.
—Está cautivo —murmura Lowe.
—Sí. Eso es. Sin freír. —Me pongo de pie y hago una mueca por la saliva en mi
camisa. Está empezando a filtrarse... asqueroso.
95
—Creía que era un mito —susurra Cal—. Que nuestros mayores solían
asustarnos.
Me identifico, ya que crecí bastante segura de que si me portaba mal, un
licántropo se arrastraría por el retrete para comerme el culo.
—No lo es. No soy muy buena en esto, en realidad. —Parece mejor no revelar
lo que alguien como mi padre podría hacer.
—A mí me pareces bastante buena —dice Cal. En realidad, parece admirado,
mientras Ken mira con desconfianza, y Mick frunce el ceño, y Gemma niega con la
cabeza, y algunos otros licántropos intercambian miradas, y Juno parece, como
siempre, preocupada y enfadada, y Lowe...
He renunciado a entender a Lowe.
—¿Cómo sabemos que no estás plantando mentiras en su cabeza? —Ken
pregunta.
Me encojo de hombros.
—Pregúntale algo que yo no sepa.
—¿Qué pasó cuando le pediste una cita a Mary Lakes? —Juno dice.
—Ella dijo que no —canta Max.
—¿Por qué?
—Porque tenía una enorme mancha de mocos saliendo de mi nariz.
Es gracioso, pero nadie se ríe. El grupo parece haber superado la incredulidad
inicial y Cal empieza a interrogar a Max.
—¿La pareja de Roscoe te envió para llevarte a Ana?
—Creo que sí, aunque no hablé con Emery directamente.
Cal sacude la cabeza.
—Por supuesto, joder.
—Basta. —Lowe interrumpe, y la habitación vuelve a quedar en silencio. Se
vuelve hacia mí. Se me corta la respiración cuando su brazo se introduce dentro de la
sudadera con capucha que me ha puesto. Su palma se ajusta brevemente a mi cintura,
luego se mueve hacia el norte para rozarme el pecho, y oh Dios mío, qué…
Saca su teléfono del bolsillo interior y retrocede.
Me arden las mejillas.
—Llévala a su habitación y luego vuelve —ordena a Mick. A Juno—:
Comprueba cómo está Ana, por favor.
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Me acompañan a la salida. Debo de estar de lo más entrometida, porque siento
la tentación de preguntar si puedo quedarme. Averiguar de qué podría tratarse esta
extraña guerra entre los licántropos. En lugar de eso, sigo dócilmente a Mick
escaleras arriba.
—Espero no haberte metido en problemas —le digo—, pero vi a Max llevarse
a Ana, y sé que no me creen, pero me había atacado, así que...
—Nadie dudaba de ti —dice amablemente.
Le miro.
—Lowe seguro que sí.
—Lowe sabía que Max te había atacado primero. Es muy bueno oliendo
mentiras.
—Oh. ¿Como en... literalmente oler?
Mick asiente, pero no da más detalles.
—Sabía que Max tramaba algo, sabía que tenía que ver con Ana y quería
sacarle toda la información que pudiera. Es una cuerda floja, para Lowe. No va a ir
interrogando a cada persona que no le gusta, o será igual que Roscoe hacia el final.
Pero los Leales han estado lastimando a los suyos, y deben ser detenidos.
—Parecía dispuesto a dejar que los otros torturaran a Max.
—Eso fue un espectáculo, destinado a asustar a Max. Y habría funcionado, todos
podíamos olerlo. Pero lo hiciste más fácil con tu... —Sonríe y me señala los ojos—.
Prométeme que no me lo harás a mí, ¿sí? Dabas miedo ahí dentro.
—Nunca lo haría. Eres mi carcelero más querido. —Sonrío, con los labios
cerrados y sin colmillos—. Además, soy yo quien debería tener miedo.
—¿Por qué?
Señalo la cicatriz de su cuello. La hilera de dientes que marca su clavícula.
—Tú eres el que viene aquí con eso, como si tu pasatiempo favorito fuera
meterte en peleas. —Ladeo la cabeza—. ¿Así es como te convertiste en un licántropo?
Su ceja se arquea.
—Somos una especie legítima, no una enfermedad infecciosa.
—Solo me aseguro de que si alguien me muerde no me convertiré en ti.
—Si mordieras a alguien, ¿lo convertirías en un vampiro?
Me lo pienso un momento.
—Touché.
Se ríe suavemente y sacude la cabeza, repentinamente melancólico.
97
—Este es el mordisco de mi pareja.
Pareja. La palabra, otra vez.
—¿También tienen una? Tu pareja.
—Sí, por supuesto.
—¿La conozco?
Mira hacia otro lado.
—Ya no está con nosotros.
—Oh. —Trago saliva, sin saber qué decir. Espero que no haya sido uno de los
míos—. Lo siento. Parece que eso de las parejas es una gran cosa.
Asiente.
—Los lazos de apareamiento son el núcleo de toda manada. Pero no creo que
sea prudente hablar de las costumbres de los licántropos contigo. —Me lanza una
mirada que logra ser regañona y suave a la vez—. Especialmente si estás charlando
con tu hermano en un idioma que nadie más habla.
Oh, mierda.
—No es... Solo echaba de menos mi hogar. Quería oír algo familiar.
—¿En serio? —Nos detenemos ante mi puerta. Mick la abre y me hace un gesto
para que entre—. Qué curioso. No me pareces de los que tienen hogar.
Dejo que sus palabras se agiten a mi alrededor durante varios minutos después
de que se vaya, preguntándome si tiene razón. Cuando se detienen, sé que no la tiene:
tuve un hogar, y se llamaba Serena.
Me cambio el top por uno menos manchado con el ADN de Max y salgo
silenciosamente de mi habitación. Con todo el mundo distraído por la conmoción,
entrar en la oficina de Lowe es casi sospechosamente fácil. Hay muchas formas de
hackear un ordenador, pocas de las cuales están a mi disposición. Afortunadamente,
tengo suficiente experiencia con las técnicas de fuerza bruta como para ser optimista.
El sol se está poniendo, pero no enciendo las luces. El escritorio de Lowe está
delatado por la foto sonriente de Ana. Voy de puntillas, me arrodillo frente al teclado
y empiezo a trastear.
Este no es mi pan de cada día, pero es relativamente sencillo y no lleva
demasiado tiempo. Está claro que los licántropos no esperan intrusiones desde
dentro, y la máquina está casi desprotegida. Solo me lleva unos minutos forzar la
entrada en su base de datos, y un puñado más establecer tres búsquedas paralelas:
Serena Paris, la fecha en que desapareció y The Herald, por si mis sospechas son
ciertas y Lowe formaba parte de alguna historia que pretendía cubrir. Es solo un
98
comienzo, pero espero que si ella fue mencionada en algún dispositivo de
comunicación que sea automáticamente respaldado en…
Algo suave roza mi pantorrilla.
—Ahora no —murmuro, apartando de un manotazo el maldito gato de Serena.
El terminal empieza a llenarse de visitas. Pulso algunas teclas para maximizar. De
momento, nada prometedor.
La nariz húmeda del gato presiona mi muslo.
—Estoy ocupada, Chispitas o lo que sea. Ve a jugar con Ana.
Empieza a ronronear. No, a gruñir. Francamente, es un nivel de derecho que
me molesta.
—Te dije que... —Miro hacia abajo e inmediatamente retrocedo, casi
cayéndome de culo.
En la penumbra del crepúsculo, los ojos amarillos de un lobo gris me miran
furiosos.
99
CAPÍTULO 9
Ana interrumpe su cuento para comunicarle una información importante y urgente—: Miresy es
tan, tan, tan bonita. Me encantan sus orejas.
Aprieta los labios antes de reanudar la lectura.
Entre los vampiros, los colmillos no son solo dientes, son un estatus.
Por ejemplo, los músculos en los humanos: ¿Hubo un tiempo, hace un montón
de milenios, en el que tener una pareja con bíceps inflados y saltarines significaba
más protección contra... los dinosaurios? No soy una aficionada a la historia; yo
prosperaba en matemáticas y cero en otras materias. La cuestión es que la destreza
atlética proporcionaba una ventaja evolutiva que ahora, en una era en la que existen
las bombas atómicas, está bastante obsoleta. Y, sin embargo, los humanos todavía lo
encuentran atractivo.
Los colmillos son muy parecidos para los vampiros: se consideran un símbolo
de fuerza y poder, porque antiguamente cazábamos a nuestras presas y clavábamos
los dientes en su carne para darnos un festín con su sangre. Cuanto más largos,
afilados y grandes, mejor.
Y los de este lobo... Los colmillos de este lobo podrían ganar concursos.
Gobernar civilizaciones. Conseguir que su dueño se comprometa, se case y tenga
sexo en cualquier fiesta vampírica. Y podrían convertirme en M&M's.
—¿Eres un lobo de verdad? —pregunto, luchando por mantener la voz firme—
. ¿O eres un licántropo a tiempo parcial?
La única respuesta es un gruñido profundo, largo, que prácticamente te haría
cagarte.
—¿Mejoraría o empeoraría las cosas si te gruñera?
—No cambiaría de ninguna manera —dice una voz desde la entrada.
Lowe. Apoyado en el marco, relajado como una modelo de ropa deportiva
durante una sesión de fotos.
—Gracias, Cal —dice, acercándose a mí—. Eso es todo.
100
Y mágicamente, con un último gruñido a medias en mi dirección, el lobo
sacude su hermoso pelaje gris y se aleja trotando. Se detiene junto a Lowe y apoya la
cabeza contra su muslo.
—¿Cal? Como en... —Se vuelve hacia mí y lo miro a la cara, buscando
similitudes. Habría esperado que hubiera coherencia entre las formas cambiadas y
humanas de los licántropos, pero Cal es pelirrojo. Levanto el cuello para ver mejor al
lobo, pero Lowe se pone delante de mí y me bloquea la vista.
—¿Qué demonios estás haciendo, esposa? —Suena como una mezcla volátil de
cansado e irritado. Cualquier pensamiento de eran fenotipos al instante se aleja.
Me acaban de pillar. Haciendo algo muy malo. Y estoy en verdadero peligro.
—Solo busco... —¿Qué?—. Notas adhesivas.
—¿Los vampiros guardan notas adhesivas dentro de sus ordenadores?
Joder.
—Estaba intentando comprobar mi correo electrónico. —Trago saliva—.
Ponerme en contacto con amigos.
—No tienes amigos, Misery.
No sé por qué me duele si es verdad.
—Y no soy un informático, pero eso… —Señala mi código, que sigue
corriendo—, no parece Yahoo.
—¿Yahoo? Lowe, realmente estás delatando tu edad avanzada.
—Pasa —me ordena, y no entiendo cómo no me di cuenta de que Alex estaba
esperando junto a la puerta. Demasiado ocupada contemplando mi inminente
desaparición, probablemente—. ¿Puedes averiguar qué estaba haciendo?
—En ello.
Cierro los ojos, pensando en posibles escenarios. Podría darle un rodillazo a
Lowe en la entrepierna e intentar huir, pero no sé si la zona de la entrepierna es tan
sensible para ellos como para nosotros, y de todos modos... hay lobos merodeando.
—Me tendiste una trampa —digo. Suena quejumbroso, que es exactamente
como me siento—. Le pediste a Mick que se fuera delante de mí porque sabías que
me aprovecharía.
—Misery. —Chasquea la lengua en tono burlón, y se acerca, como si supiera
que estoy pensando en alejarme. Los latidos de su corazón me envuelven, firmes,
decididos—. Te la tendiste tú sola, porque eres mala en esto.
—¿En qué?
—Husmear.
101
—No estaba...
—¿Por qué fuiste a mi habitación? ¿Por qué has mirado en mi armario y en mis
cajones? —Se inclina hacia delante. Su voz se reduce a un medio susurro, solo para
mis oídos. Tiene algo de torturante, como si sufriera dolor físico—. ¿Por qué mi cama
olía como si hubieras dormido en ella?
Ni siquiera se me había ocurrido que dejaría mi olor. Que Lowe encontraría mi
olor pegado a cada superficie de su habitación.
Mierda.
—Lo siento —exhalo.
—Deberías —le dice al aire entre nuestros labios. Me pregunto si mi corazón
ha latido tan fuerte alguna vez. Tan cerca de la superficie de mi piel.
—Ella, muy astutamente, debo decir, y solo con herramientas muy primitivas a
su disposición, hackeó nuestros servidores —anuncia Alex. Un poco con admiración,
lo cual es halagador.
—¿Eres el que construyó el cortafuegos de los licántropos? —pregunto.
—Sí. Soy el jefe de nuestro equipo de seguridad. —Parece distraído mientras
analiza mi código. El miedo que tenía cuando estábamos solos no se mantiene si su
Alfa está presente.
—Buen trabajo. —Raro, como estoy teniendo una conversación con Alex, pero
mirando fijamente a los ojos de Lowe. A una pulgada de los míos—. Es bastante
impenetrable.
—Gracias. ¿Eres, por casualidad, la misma persona que intentó derribarlo hace
unas semanas?
Trago saliva. Los ojos de Lowe bajan hasta mi garganta. Se quedan ahí.
—No me acuerdo.
—Alfa, estaba haciendo una búsqueda en nuestras bases de datos... tres
búsquedas, para ser precisos. Una para una fecha de hace poco más de dos meses,
otra para The Herald, un periódico humano local, creo, y otra para alguien llamada
Serena. Serena Paris.
Me invade una oleada de terror. No queda aire en el mundo para mis pulmones.
—¿Y quién sería? —Lowe murmura, lamiéndose los labios. Me inhala
profundamente, con determinación—. Qué interesante. En la última semana he
presenciado dos atentados contra tu vida, y nunca habías olido tan asustada como
ahora. ¿Por qué, vampira? —Su rostro descarnado es todo líneas afiladas, esculpidas
por las luces brillantes del monitor. Sus labios se mueven, carnosos y despiadados.
No puedo apartar la mirada—. ¿Quién es Serena Paris, Misery?
102
Parece sinceramente curioso, y me pregunto si tal vez no tiene nada que ver
con su desaparición. Pero quizás sí. Tal vez está fingiendo. Tal vez no sabía su nombre,
pero le hizo daño de todos modos.
Empujo contra su pecho. Es como intentar mover un ejército de montañas.
—Suéltame.
—Misery. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Sabes que no voy a hacer eso.
Alex —dice, esta vez más alto, sin dejar de mirarme solo a mí—. Trae de vuelta a Cal.
Parece que vamos a tener que extraer a Gabi y romper el armisticio con los vampiros.
Oigo un silencioso:
—Sí, Alfa. —Sus botas salen de la habitación mientras yo balbuceo:
—¿Qué?
—Tengo que considerar esto como un acto de agresión por parte de tu padre
y el resto del consejo vampiro. Enviaron una espía a territorio licántropo bajo el
disfraz de Colateral. —Su mandíbula se endurece—. Y tu olor... lo manipularon,
¿verdad? Sabían que me distraería...
—No. —Estoy abarrotada. Sin aliento—. Esto no tiene nada que ver con mi
padre.
—¿A quién pensabas enviar esta información?
—¡Nadie! Pídele a Alex que lo compruebe. No he establecido ninguna
transmisión.
Se acerca más. Casi puedo saborear su sangre en mi lengua.
—Alex ya no está aquí.
Sabía que estábamos solos, pero ahora lo siento, igual que siento su calor
filtrándose a través de mí. El calor tiene un efecto predecible: mi estómago se
retuerce y se tensa. Hambre. Ansia.
—Te lo dije, solo estaba tonteando.
—Esto no es un juego, Misery. —Vibran a través de mis huesos, sus palabras—
. Esta alianza es nueva y frágil, y...
—Basta. Para ya. —Aprieto las manos contra su pecho, suplicando a algo de
espacio, porque la cabeza me da vueltas, llena de pensamientos cálidos, acalorados
y extraños, pensamientos que implican venas y cuellos y sabor—. Por favor. Por favor,
no hagas nada. Esto no tiene nada que ver con la alianza.
—De acuerdo. —Retrocede un paso, con las palmas aún apoyadas en la pared
a cada lado de mi cabeza, y es un alivio. Su sangre empezaba a oler muy bien, y...
Nunca me había pasado nada parecido. Debo haber olvidado alimentarme.
103
—De acuerdo —repite—, estas son tus opciones. La primera, me dices quién
es Serena Paris y me das una explicación razonable para esta búsqueda de capa y
espada tan mal ejecutada. Lo que te ocurra después es mi decisión. La segunda,
procedo con la suposición de que eres una espía que reúne información sobre los
licántropos y utilizo tu cadáver para enviar un mensaje claro a tu padre.
—Serena era mi amiga —suelto—. Mi hermana.
Todo el cuerpo de Lowe se tensa. Como si tuviera algunas conjeturas, pero mi
respuesta no estaba entre ellas.
—Una vampira, entonces.
Sacudo la cabeza.
—Humana. Pero crecimos juntas. Mis primeros meses como Colateral, fueron
perturbadores. Y tristes. Intenté huir, ponerme en situaciones peligrosas, una vez
incluso... Éramos solo yo y los cuidadores humanos, y me odiaban. Así que los
humanos decidieron que la compañía de otro niño podría hacer que me portara
mejor. Encontraron a una huérfana de mi edad y la trajeron a vivir conmigo.
Resopla, amargado, y temo que no me crea. Pero entonces dice, tranquilo y sin
embargo no:
—Malditos humanos.
Trago saliva.
—Hicieron lo que pudieron. Al menos lo intentaron.
—No es suficiente. —Es un juicio definitivo. Que no me importa discutir.
—Serena se ha ido. Desapareció hace unas semanas, y...
—¿Crees que un licántropo se la llevó?
Asiento.
—¿Quién?
No tengo más remedio que decirle la verdad. Y si él tiene algo que ver con su
desaparición... También tendrá algo que ver con la mía.
—Tú.
No parece sorprendido.
—¿Por qué yo?
—Dímelo tú. —Levanto la barbilla—. Tu nombre estaba en su agenda, el día
que desapareció. Tal vez hizo planes para encontrarse contigo. Tal vez eras parte de
una historia que estaba escribiendo. No lo sé.
—¿Una historia? Ah, por eso The Herald. Era periodista. —No es una pregunta,
pero asiento.
104
Finalmente, Lowe se aparta. Permanece entre la puerta y yo, pero se frota las
manos en la barba incipiente de la mandíbula, frunce el ceño en algún lugar a lo lejos,
instantáneamente preocupado. Intentando recordar. Si está fingiendo la confusión, es
un buen actor. Y no puedo ni empezar a adivinar por qué me mentiría. Estoy atrapada
aquí durante el próximo año, con formas limitadas y muy supervisadas de
comunicarme con el mundo exterior. Podría admitir que dirige cinco cárteles de la
droga y que ha secuestrado el avión presidencial, y yo no tendría forma de avisarle a
nadie.
—Es una apuesta enorme. —Me mira a la cara, pensativo. Un poco como si me
viera por primera vez—. Entregarte como Colateral. Casarte conmigo. Todo porque
alguien escribió mi nombre en su agenda.
Me muerdo el labio inferior. Mi estómago se hunde ante la idea de que
realmente podría no saber nada. Mi único rastro, que conduce a un barranco.
—Mi mejor amiga, mi hermana, ha desaparecido. Y nadie la buscará si yo no lo
hago. Y lo único que dejó atrás, la única pista que tengo es un nombre, tu nombre, L.
E. Moreland...
—¡Lowe! —La puerta se abre de golpe. Espero que Alex, o Cal, o toda una
manada de lobos rabiosos vengan a descuartizarme. No un quejumbroso—: ¿Dónde
estabas? —seguido del suave arrastrar de pasos en calcetín sobre el suelo de madera.
Me olvido al instante. Lowe se arrodilla para saludar a Ana, y cuando ella le
rodea el cuello con sus delgados brazos, la gran mano de él sube para acunarle la
cabeza.
—Estaba hablando con Misery.
Me saluda con la mano.
—Hola, Miresy.
Mi garganta se siente tensa.
—Mi nombre no es tan difícil de pronunciar —murmuro, pero ella parece
deleitarse con mi mirada. Y estar de buen humor, a pesar de su intento de secuestro.
Aplaudo su resistencia, pero vaya, los niños. Son realmente insondables.
—¿Me lees un cuento antes de dormir? —pregunta a Lowe.
—Por supuesto, corazón. —Le pasa un mechón de cabello aún húmedo por
detrás de la oreja—. Ve a lavarte los dientes, yo...
—Ana, ¿adónde has ido? —La voz de Juno llega desde el pasillo, cansada, sin
aliento—. ¡Ana!
—¿Te escapaste de Juno? —susurra Lowe.
Ana asiente, traviesa.
105
—Entonces será mejor que te des prisa en volver con ella.
Hace un mohín.
—Pero quiero...
—¡Liliana Esther Moreland! ¡Ven aquí de inmediato, es una orden!
Ana estampa un beso en la mejilla de Lowe, murmura algo encantada sobre lo
espinoso que es, y luego se escabulle en un revuelo de telas azules y rosas. Mis ojos
se quedan con ella, y luego en la puerta entreabierta, mucho después de que
desaparezca.
Mareada.
Me siento mareada.
—¿Misery?
Me vuelvo hacia Lowe.
—¿Ana...? —Trago saliva. Porque no. Esa no es la pregunta correcta. En su
lugar—: ¿Liliana?
Asiente.
—Esther. —L. E. Moreland—. Yo no... no tenía ni idea.
Lowe asiente de nuevo, con ojos sombríos.
—Misery. Tú y yo tenemos que hablar.
106
CAPÍTULO 10
Algunas noches, cuando pasa por delante de su puerta, tiene que susurrarse a sí mismo—: Sigue
adelante.
Él intenta evitar pensar en lo que le haría al padre de ella si no provocara el peor incidente
diplomático del siglo actual.
Ana tenía razón: subir al tejado no es tan difícil, incluso para alguien con la
coordinación ojo-mano de un ornitorrinco.
Es decir, yo.
Tardo menos de quince segundos en llegar, y es vagamente reconfortante, por
la forma en que ni siquiera siento que mis sesos vayan a acabar salpicados en el
parterre de plumbago. Una vez sentada en las baldosas, vagamente incómoda, pero
sin querer admitirlo, cierro los ojos e inspiro, luego exhalo, luego inspiro, dejando
que la brisa juegue con mi cabello, dando la bienvenida al cosquilleo del cielo
nocturno. Las olas bañan suavemente la orilla. De vez en cuando, algo salpica el lago.
Ni siquiera me importan los bichos, me digo. Si persevero, me lo creeré. En eso estoy
fallando cuando llega Lowe.
No se da cuenta de mi presencia y puedo observarlo mientras se eleva con
elegancia por el alero. Se para en un borde que debería ser aterrador, se lleva una
mano a los ojos y presiona los dedos pulgar e índice contra ellos, con tanta fuerza que
debe de ver estrellas. Luego deja caer el brazo a un lado y exhala una vez,
lentamente.
Este, creo, es Lowe. No Lowe el Alfa, Lowe el hermano, Lowe el amigo, o el hijo,
o el desafortunado marido de la igualmente desafortunada esposa. Solo: Lowe.
Cansado, creo. Solitario, supongo. Enojado, apuesto. Y no quiero molestar su raro
momento a solas, pero la brisa se levanta, soplando en su dirección y llevando mi
olor.
Al instante gira. Hacia mí. Y cuando sus ojos se convierten en pupilas, levanto
la mano y le saludo torpemente.
—Ana me contó lo del tejado —digo, disculpándome. Me estoy entrometiendo
en un momento de intimidad—. Puedo irme...
Sacude la cabeza estoicamente. Me trago una carcajada.
136
—Si te sientas aquí… —Señalo a mi derecha—, estarás entre el viento y yo. Sin
olor a bullabesa.
Sus labios se crispan, pero se dirige hacia el lugar que yo señalaba, su gran
cuerpo se pliega junto al mío, lo bastante lejos como para evitar roces accidentales.
—¿Qué sabes tú de bullabesa?
—Como no es a base de hemoglobina ni de cacahuates, nada. Entonces. —Doy
una palmada. Las cigarras se callan, luego reanudan su canto tras una pausa
desorientada—. Dime si lo he entendido bien: Utilizarás tu encuentro con Emery como
excusa para plantar algún programa espía o interceptor que te permita monitorizar
sus comunicaciones y obtener pruebas de que lidera a los Leales. Pero vas a entrar
solo en territorio enemigo, y tienes los conocimientos informáticos de un ludita
octogenario, lo que te pone en gran riesgo. En realidad, no hace falta que me digas si
tengo razón, ya lo sé. ¿Cuándo te lanzas a tu muerte inminente? ¿Mañana o el viernes?
Me estudia como si no estuviera seguro de si soy un banco o una escultura
posmoderna de. Se le tuerce un músculo de la mandíbula.
—Realmente no lo entiendo —reflexiona.
—¿No entiendes qué?
—Cómo te las arreglaste para seguir viva a pesar de tus arrebatos
imprudentes.
—Debo ser muy lista.
—O increíblemente estúpida.
Nuestras miradas chocan durante unos segundos, llenas de algo que parece
más confusión que antagonismo. Desvío la mirada primero.
Y, sin pensarlo, simplemente digo:
—Llévame contigo. Déjame ayudarte con la parte técnica.
Suelta un resoplido cansado y silencioso.
—Vete a la cama, Misery, antes de que te mates.
—Soy nocturna —murmuro—. Poco ofensivo, que mi esposo crea que no puedo
cuidarme sola.
—Muy ofensivo, que mi esposa piense que la llevaría conmigo a una situación
muy volátil en la que podría no ser capaz de protegerla.
—De acuerdo. Okey. —Le devuelvo la mirada: su rostro serio, obstinado e
inflexible. A la luz de la luna, las líneas de sus pómulos están a punto de rebanarme—
. Pero no puedes hacerlo solo.
Me lanza una mirada incrédula.
137
—¿Me estás diciendo lo que puedo y no puedo hacer?
—Oh, nunca lo haría, Alfa —digo con un tono burlón del que solo me arrepiento
a medias cuando me devuelve la mirada—. Pero si ni siquiera sabes encender un
ordenador.
—Puedo encender un puto ordenador.
—Lowe. Mi amigo. Mi esposo. Claramente eres un licántropo competente con
muchos talentos, pero he visto tu teléfono. Te he visto usar tu teléfono. La mitad de tu
galería son fotos borrosas de Ana con tu dedo bloqueando la cámara. Escribes
“Google” en la barra de Google para iniciar una nueva búsqueda.
Abre la boca. Luego la cierra.
—Estabas a punto de preguntarme por qué esa es la manera incorrecta.
—No vendrás. —Su tono es definitivo. Y cuando hace ademán de levantarse,
empujado por mi insistencia, siento una punzada de culpabilidad y extiendo la mano
hacia la pernera de sus jeans, tirando de él hacia abajo. Sus ojos se clavan en el lugar
donde lo agarro, pero cede.
—Lo siento, dejaré pasar el asunto. —Por ahora—. Por favor, no te vayas. Estoy
segura de que has venido aquí para... ¿Qué haces aquí, de todos modos? ¿Rascarte
las garras? ¿Aullarle a la luna?
—Despulgarme.
—¿Ves? No me gustaría estorbarte. Continúa. —Espero a que se quite los
bichos del cabello—. ¿No deberías estar durmiendo? No eres nocturno. —Es más de
medianoche. Hora de máxima vigilia para mí, las cigarras y nadie más en kilómetros
a la redonda.
—No duermo mucho.
Cierto. Ana dijo eso. Cuando ella mencionó que él tenía...
—¡Insomnio!
Su ceja se arquea.
—Pareces encantada por mi incapacidad para descansar decentemente.
—Sí. No. Pero Ana mencionó que tenías neumonía, y...
Sonríe.
—Confunde las palabras a menudo.
—Sí.
—Según Google, que por lo visto no sé usar… —Su mirada de reojo me
quema—, es normal para su edad. —Se queda pensativo durante un largo instante
mientras su sonrisa se ensombrece.
138
—No puedo imaginar lo difícil que debe ser.
—¿Aprender a hablar?
—Eso de hecho. Pero también, criar a un niño pequeño. De la nada.
—No tan difícil como ser criado por un idiota que no sabe comprarte una sillita
para el coche, o te da caramelos antes de dormir porque tienes hambre, o te deja ver
El exorcista porque nunca lo ha visto, pero la protagonista es una chica joven, y se
imagina que te identificarás con ella.
—Vaya. Serena y yo vimos esa a los quince y dormimos con las luces
encendidas durante meses.
—Ana la vio a los seis años y necesitará una costosa terapia hasta bien entrados
los cuarenta.
Hago una mueca.
—Lo siento. Por Ana, sobre todo, pero también por ti. La gente suele entrar en
la paternidad con facilidad. No nacemos sabiendo cambiar pañales.
—Ana está entrenada para ir al baño. No por mí, obviamente; de algún modo
habría conseguido enseñarle a mear por la nariz. —Se pasa una mano por el cabello
corto y luego se frota el cuello—. No estaba preparado para ella. Aún lo estoy. Y es
tan jodidamente indulgente.
Apoyo la sien en mis rodillas, estudiando la forma en que mira fijamente a lo
lejos, preguntándome cuántas noches habrá subido aquí en la hora de las brujas. Para
tomar decisiones por miles. Para machacarse por no ser perfecto. A pesar de lo
competente, abnegado y seguro que parece ser, Lowe podría no gustarse mucho a sí
mismo.
—¿Solías vivir en Europa? ¿Dónde?
Parece sorprendido por mi pregunta.
—Zurich.
—¿Estudiando?
Sus hombros se agitan con un suspiro.
—Al principio. Luego trabajando.
—Arquitectura, ¿verdad? No lo entiendo del todo. Los edificios son un poco
aburridos. Aunque agradezco que no me caigan encima de la cabeza.
—No entiendo cómo uno puede teclear cosas en una máquina todo el día y no
estar aterrorizado por una sublevación de los robots. Aunque estoy agradecido por
Mario Kart.
139
—Me parece justo. —Sonrío ante su tono, porque es el más suave que he oído
nunca. Debo de haber encontrado su punto sensible—. Me gusta el estilo de esta casa
—ofrezco magnánimamente.
—Se llama biomórfico.
—¿Cómo lo sabes? ¿Lo aprendiste en la escuela?
—Eso, y que lo diseñé como regalo para mi madre.
—Oh. —Guao. Supongo que no es solo un arquitecto, es un buen arquitecto—.
Cuando estudiaste, ¿lo hiciste como ser humano? —Su sistema escolar es a menudo
la única opción, simplemente porque hay más de ellos, e invierten en infraestructura
educativa. En la sociedad vampírica, y supongo que entre los licántropos también, los
títulos formales no valen ni el papel en el que están impresos. Las habilidades que
vienen con ellos, sin embargo, no tienen precio. Si queremos adquirirlas, creamos
identificaciones falsas y las utilizamos para matricularnos en universidades humanas.
Los vampiros suelen tomar clases en línea (por los colmillos y las quemaduras de
tercer grado a la luz del sol). Los licántropos son indetectables a simple vista para los
humanos, y pueden entrar y salir de su sociedad con más facilidad, pero los humanos
han instalado tecnología que detecta latidos más rápidos de lo normal y temperaturas
corporales más altas en muchos lugares. Sinceramente, tengo suerte de que nunca
esperaran que los vampiros se tomaran la molestia de limarse los colmillos y nunca
desarrollaran el mismo grado de paranoia hacia nosotros.
—Zurich era diferente, en realidad.
—¿Diferente?
—Licántropos y humanos asistían abiertamente. Algunos vampiros también.
Todos viviendo en la ciudad.
—Vaya. —Sé que hay lugares así en todo el mundo, donde la historia local entre
las especies no es tan tensa, y convivir, si no juntos, se considera normal. Sin
embargo, sigue siendo difícil de imaginar—. ¿Tuviste una novia vampira? —Señalo
mi dedo anular—. Una vez que te metes con un vampiro, nunca puedes volver atrás,
¿eh?
Me lanza una mirada sufrida.
—Te asombrará saber que los vampiros no se nos acercaban.
—Qué esnobs. —Me vuelvo a poner la mano en el regazo, pero empiezo a jugar
con mi alianza—. ¿Por qué tan lejos en Zurich? ¿Estabas huyendo de Roscoe?
—¿Huyendo? —Sus mejillas se estiran en una sonrisa divertida—. Roscoe nunca
fue una amenaza. No para mí.
—Eso es valiente de tu parte. O narcisista.
140
—Las dos cosas, quizá —reconoce. Luego se pone serio—. Es difícil explicar la
dominación a alguien que no tiene el hardware para entenderla.
—Lowe, ¿era una metáfora informática? —Recibo otra de esas miradas de no
me mires y me río—. Vamos. Al menos intenta explicarlo.
Sacude la cabeza.
—Si conocieras a alguien sin nariz y tuvieras que explicarle qué se siente al
oler, ¿qué le dirías? —Me mira expectante. Abro la boca media docena de veces, pero
la cierro otras tantas, frustrada—. Sí. —Ni siquiera suena muy petulante—. Fue así con
Roscoe. Él era un adulto, yo apenas había pasado la pubertad, pero siempre supe que
nunca iba a ganar una pelea contra mí, y él siempre lo supo, y todos en la manada
también lo sabían. Por mucho que lo desprecie ahora, le agradezco que me diera
tiempo suficiente sin una razón para desafiarlo.
Sin convertirse en un líder despótico, quiere decir.
—¿Qué cambió?
—Es difícil de decir. Sus opiniones se radicalizaron muy de repente. —Se lame
los labios carnosos, con mirada lejana, preso de un recuerdo—. Recibí la llamada y
ni siquiera tuve tiempo de pasar por mi apartamento de camino al aeropuerto. Mi
madre se había opuesto frontalmente a una redada. Estaba herida y Ana indefensa.
—Mierda.
—Pasaron once horas y cuarenta minutos desde que recibí la llamada hasta que
llegué a la entrada de Cal y encontré a Ana sollozando en la habitación de Misha. —
Su tono es inexpresivo, casi inquietante—. Estaba aterrorizada.
No me lo puedo imaginar. ¿O sí? Aquellos primeros días después de que
Serena desapareciera, estaba tan frenéticamente preocupada por buscarla que no se
me ocurrió bañarme ni alimentarla hasta que mi cabeza latía con fuerza y mi cuerpo
tenía fiebre.
—¿Alguna vez pudiste volver a Zurich? ¿A recoger tus cosas? A... —Obtener
cierre. Despedirte de la vida que habías construido. Quizá tenías amigos, una novia, un
sitio favorito de comida para llevar. Tal vez solías dormir por la mañana, o hacer largos
viajes de fin de semana para recorrer Europa y ver... edificios, o algo así. Quizá tenías
sueños. ¿Volviste para recuperarlos?
Sacude la cabeza.
—Mi casero envió por correo un par de cosas. Tiró el resto. —Se rasca la
mandíbula—. Me siento un poco mal por dejar mis platos sucios del desayuno en el
fregadero.
Me río entre dientes.
—Como que eso es lo tuyo, ¿no?
141
—¿Qué? —Se vuelve hacia mí.
—Culparte por no ser perfecto.
—Si quieres lavar mis platos, por supuesto.
—Calla. —Choco ligeramente mi hombro contra el suyo, como hago con
Serena cuando se muestra obtusa. Se pone rígido, se queda quieto en una especie de
tensión sin aliento por un momento, luego se relaja lentamente cuando me alejo—.
Entonces, esto de la dominación. ¿Es Cal el segundo más dominante de la manada? —
Esto suena extraño, como elegir palabras al azar. Poesía de imanes de nevera.
—No somos una organización militar. No hay una jerarquía estricta dentro de
la manada. Cal solo resulta ser alguien en quien confío.
No puede ser más disfuncional que los consejos arbitrarios cuyos miembros se
establecen por primogenitura. Y los humanos eligen líderes como el gobernador
Davenport. Claramente, no hay una solución perfecta aquí.
—¿También tuvo que desafiar a alguien para ser tu comandante? ¿Quizás a
Ken?
—Es jodido que sepa a quién te refieres.
Me río entre dientes.
—Oye, nunca se ha presentado.
—Ludwig. Su nombre es Ludwig. Y nuestra manada tiene más de una docena
de comandantes, que son elegidos dentro de su cáfila mediante un sistema de caucus.
—¿Cáfila?
—Es una red de familias interconectadas. Normalmente cercanas
geográficamente. Cada comandante informa al Alfa. Después de Roscoe, se eligieron
nuevos alternos, lo que significa que la mayoría son tan nuevos en esto como yo. Mick
es el único que conservó su puesto.
—¿Quieres decir, el único que no trató de matarte?
—Sí. —Su risa podría ser amarga, pero no lo es—. Él y pareja eran amigos
íntimos de mi madre. Shannon solía ser una comandante, también.
—¿La mataste? —pregunto, conversacionalmente, y él me va a empujar del
tejado.
—Misery.
—Es una pregunta justa, dados sus precedentes.
—No, no he matado a la compañera del hombre que me cambiaba los pañales.
—Se masajea la sien—. Demonios, ambos lo hicieron. Me enseñaron a montar en bici
y a rastrear presas.
142
—¿Qué le pasó?
—Murió hace dos años, durante un enfrentamiento en la frontera oriental. Con
humanos, creemos. —Traga saliva—. También el hijo de Mick. Tenía dieciséis años.
No es algo que mi gente haría, pero aun así me estremezco.
—Eso explica por qué siempre parece tan melancólico.
—Huele a pena. Todo el tiempo.
—Bueno, es mi licántropo favorito. —Me abrazo las rodillas—. Siempre es tan
amable conmigo.
—Eso es porque tiene debilidad por las mujeres hermosas.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Ya sabes cómo te ves.
Me río por lo bajo, sorprendida por el cumplido.
—¿Por qué siempre haces eso? —pregunta.
—¿Hacer qué?
—Cuando te ríes, te tapas los labios con la mano. O lo haces con la boca
cerrada.
Me encojo de hombros. No era consciente, pero no me sorprende.
—¿No es obvio? —No lo es, a juzgar por su mirada perpleja—. Bueno. Voy a ser
súper vulnerable contigo. —Respiro profunda y teatralmente. Levanto las manos—.
Puede que no sepas esto de mí, pero no soy como tú. En realidad, soy de otra especie,
llamada...
—Misery. —Su mano sube para agarrarme la muñeca. Se me corta la
respiración—. ¿Por qué escondes tus colmillos?
—Tú fuiste quien me lo dijo.
—Te pedí que no respondieras a un acto de agresión con otro acto de agresión,
para evitar llegar a casa y encontrar a mi mujer hecha pedazos... y a alguien hecho
pedazos aún más pequeños a su lado. —Su mano sigue alrededor de mi muñeca.
Cálida. Un poco más apretada. Su tacto me inquieta—. Esto es diferente.
¿Lo es? ¿No me harías pedazos tú también?
—Vamos, Lowe. —Libero mi brazo y lo acuno contra mi pecho—. Ya sabes
cómo son mis dientes.
—Vamos, Misery —se burla—. Lo sé, y por eso no entiendo por qué los
escondes.
143
Nos miramos fijamente como si estuviéramos jugando a un juego e intentando
que el otro pierda.
—¿Quieres que te lo enseñe? —Intento provocarlo, pero se limita a asentir
solemnemente.
—Me gustaría saber a qué nos enfrentamos, sí.
—¿Ahora?
—A menos que necesites herramientas específicas, o tengas un compromiso
previo. ¿Es la hora del baño?
—Quieres ver mis colmillos. Ahora.
Su mirada es vagamente compasiva.
—Es que... —No sé por qué me preocupa tanto la idea de que los vea. Tal vez
solo estoy recordando que tenía nueve años, y la forma en que mis cuidadores
humanos siempre dejaban de sonreír en el segundo en que yo empezaba. Un
conductor, haciendo la señal de la cruz. Un millón de otros incidentes a través de los
años. Solo a Serena nunca le importó—. ¿Esto es una trampa? ¿Estás buscando una
excusa para ver mis entrañas fertilizar el plumbago?
—Sería muy ineficaz, ya que podría empujarte y nadie de mi manada me
cuestionaría.
—Qué hermosa flexión.
Hace ademán de esconder las manos detrás de la espalda.
—Soy inofensivo.
Es tan inofensivo como una mina terrestre. Podría destruir galaxias enteras con
una mirada severa y un gruñido.
—Bien, pero si a tu sensibilidad lobuna le repugnan mis colmillos vampíricos,
recuerda que tú te lo buscaste.
No sé cómo iniciarlo. Gruñir, tirar de mi labio superior hacia atrás con los dedos
como hacen los dentistas humanos en los anuncios de cepillos de dientes, morder su
mano para una demostración aplicada... todo parece poco práctico. Así que
simplemente sonrío. Cuando el aire frío golpea mis caninos, mi cerebro de lagarto
me grita que me han atrapado. Me han descubierto. Estoy...
Bien, en realidad.
Las pupilas de Lowe se dilatan. Estudia mis caninos con su habitual atención sin
reservas, sin retroceder ni intentar comerme. Poco a poco, mi sonrisa se transforma
en algo sincero. Mientras tanto, él mira.
Y mira.
144
Y: mira.
—¿Estás bien? —Mi voz lo devuelve a su cuerpo. Su gruñido es vago, no del
todo afirmativo.
—Y no... —Se aclara la garganta—. ¿Los usas?
—¿Qué? Oh, mis colmillos. —Me paso la lengua por el derecho y Lowe cierra
los ojos y se da la vuelta. O es demasiado asqueroso, o está asustado. Pobre pequeño
Alfa—. Todos nos alimentamos de bolsas de sangre, con muy pocas excepciones.
—¿Qué excepciones?
Me encojo de hombros.
—Alimentarse de una fuente viva está un poco pasado de moda, sobre todo
porque es una gran molestia. Creo que beber sangre mutuamente a veces se
incorpora al sexo, pero ¿recuerdas que me expulsaron de niña y soy universalmente
conocida por ser una vampiresa terrible? —Debería obligar a Owen a explicarme los
matices, pero... puaj. No pienso acercarme tanto a otro vampiro, nunca—. No voy a
morderte, Lowe. No te preocupes.
—No estoy preocupado. —Suena ronco.
—Bien. Así que ahora que te he mostrado mis temibles armas, ¿me llevarás a
donde Emery contigo? Es, después de todo, la luna de miel que le debes a tu novia.
Un placer hacer negocios contigo. Iré a hacer las maletas y... —Hago ademán de
levantarme, pero su mano me detiene.
—Buen intento.
Suspiro y me inclino hacia atrás, haciendo una mueca de dolor cuando las
baldosas me oprimen la columna. Las estrellas se agolpan en el cielo y nos sumergen
en un momento de silencio.
—¿Quieres saber un secreto? —pregunto, cansada—. Algo que pensé que
nunca admitiría ante nadie.
Un brazo me roza el muslo mientras se gira para mirarme.
—Me sorprende que quieras decírmelo.
A mí también. Pero lo he llevado tan incansablemente, y la noche se siente tan
suave.
—Serena y yo tuvimos una gran pelea unos días antes de que desapareciera.
La peor de todas. —Lowe permanece callado. Que es exactamente lo que necesito de
él—. Nos peleábamos mucho, casi siempre por cosas triviales, a veces por cosas que
tardábamos un poco en calmar. Crecimos juntas y éramos más molestas entre
nosotras... ya sabes, hermanas... Ella escupía en los bolsillos de los cuidadores que
eran malos conmigo y yo le leía libros obscenos cuando estaba tan enferma que
145
necesitaba suero. Pero también odiaba que a veces no me contestara el teléfono
durante días, y ella odiaba que yo pudiera ser una zorra con corazón de piedra,
supongo. Esa última pelea que tuvimos, los dos estábamos echando humo, después.
Y luego nunca apareció para ayudarme a poner la funda del edredón, a pesar de
saber que es la cosa más difícil del universo. Y ahora las cosas que dijo siguen dando
vueltas en mi cabeza. Como tiburones que no han sido alimentados en meses.
No puedo ver la expresión de Lowe desde aquí abajo. Lo cual es ideal.
—¿Y qué dicen los tiburones?
—Que consiguió que un reclutador de una empresa muy innovadora se
interesara por mí. Era un buen trabajo, un reto. Algo que solo podían hacer una
docena de personas en el país. Y no paraba de decirme lo perfecta que sería para mí,
la oportunidad que representaba, y yo no le encontraba sentido, ¿sabes? Sí, era un
trabajo más interesante, con más dinero, pero yo me preguntaba, ¿por qué? ¿Por qué
iba a molestarme? ¿Cuál es el objetivo final? Y se lo pregunté, y ella... —Respiro
hondo—. Dijo que yo no tenía rumbo. Que no me importaba nada ni nadie, ni siquiera
yo misma. Que estaba estática, sin rumbo, desperdiciando mi vida. Y yo le dije que
no era verdad, que me importaban varias cosas. Pero... no pude nombrar nada.
Excepto a ella.
«… esta espiral apática tuya, Misery. Quiero decir, lo entiendo, pasaste las dos
primeras décadas de tu vida esperando morir, pero no lo hiciste. Ahora estás aquí.
¡Puedes empezar a vivir!»
«Oye, no eres mi madre ni mi terapeuta, así que no sé qué te da derecho a...»
«Estoy ahí fuera, intentándolo. También tuve una vida jodida, pero estoy saliendo,
intentando conseguir un trabajo mejor, teniendo intereses... tú solo estás esperando a
que pase el tiempo. Eres una cáscara. Y necesito que te importe una sola puta cosa,
Misery, una cosa que no sea yo.»
Los tiburones roen las paredes internas de mi cráneo, y no podré hacer que se
detengan hasta que encuentre a Serena, pero mientras tanto, puedo distraerlos.
—En fin. —Me incorporo con una sonrisa—. Ya que tan desinteresadamente te
abrí mi corazón, ¿me dirás algo?
—Así no es como...
—¿Qué demonios es una pareja, precisamente?
La cara de Lowe no se mueve ni un milímetro, pero sé que podría llenar una
torre Babel de cuadernos con lo poco que le apetece tener esta conversación.
—De ninguna manera.
—¿Por qué?
—No.
146
—Vamos.
Su mandíbula funciona.
—Es una cosa de licántropos.
—De ahí que te pida explicaciones. —Porque sospecho que no se trata solo del
equivalente en licántropo del matrimonio, o de una unión civil, o del compromiso
estable que conlleva compartir los pagos mensuales de múltiples servicios de
streaming sobrevalorados que uno se olvidó de suspender.
—No.
—Lowe. Vamos, Lowe. Me has confiado secretos mucho más grandes.
—Ah, joder. —Hace una mueca y se frota los ojos, y creo que he ganado.
—¿Es otra cosa para la que no tengo el hardware?
Asiente, y casi parece triste por ello.
—Entendí lo de la dominación. —Realmente hicimos algunos avances en los
últimos quince minutos—. Dame una oportunidad.
Se vuelve hacia mí. De repente se siente demasiado cerca.
—Darte una oportunidad —repite, incrédulo.
—Sí. Todo eso de las especies rivales unidas por siglos de hostilidad hasta que
la sangrienta desaparición del más débil ponga fin al sufrimiento sin sentido puede
parecer desalentador, pero…
—¿Pero?
—Sin peros. Solo dímelo.
Sus labios esbozan una sonrisa.
—Una pareja o compañero es... —Las cigarras se callan. Solo se oyen las olas,
que se adentran suavemente en la noche—. Aquel para quien estás destinado. Quien
está destinado a ti.
—Y esta es una experiencia única de licántropos que difiere de la de los
estudiantes de secundaria humanos escribiendo letras de canciones en los anuarios
de cada uno antes de dirigirse a universidades separadas... ¿cómo?
Puede que sea culturalmente ofensivo, pero su encogimiento de hombros es
bondadoso.
—Nunca he asistido a una secundaria de humanos, y la experiencia puede ser
similar. La biología, por supuesto, es otro asunto.
—¿La biología?
147
—Hay… cambios fisiológicos involucrados en el encuentro de la pareja de uno.
—Elige sus palabras con circunspección. Oculta algo, tal vez.
—¿Amor a primera vista?
Niega con la cabeza, aunque dice:
—En cierto modo, quizá. Pero es una experiencia multisensorial. Nunca he oído
que alguien reconozca a su pareja solo por la vista. —Se humedece los labios—. El
olor es una parte importante, y el tacto, pero hay más. Provoca cambios en el cerebro.
Químicos. Se han escrito artículos científicos sobre ello, pero dudo que yo los
entendiera.
Me encantaría tener en mis manos revistas académicas licántropo.
—¿Todos los licántropos tienen una?
—¿Una pareja? No. Es bastante raro. La mayoría de los licántropos no esperan
encontrar una, y no es de ninguna manera la única manera de tener una relación
romántica satisfactoria. Cal, por ejemplo, es muy feliz. Conoció a su mujer en una
aplicación de citas, y pasaron años de tira y afloja antes de casarse.
—¿Así que se conformó?
—Él no lo consideraría así. Ser pareja no es un tipo de amor superior. No es
intrínsecamente más valioso que pasar la vida con tu mejor amigo y llegar a amar sus
peculiaridades. Simplemente es diferente.
—Si son tan felices, ¿podría ser su mujer su pareja? ¿Podría haber pasado por
alto las señales cuando la conoció?
—No. —Se queda mirando el agua iluminada por la luna—. Cuando éramos
jóvenes, yo estaba allí cuando la hermana de Koen conoció a su compañera.
Estábamos corriendo. Ella la olió, de repente se quedó muy quieta en medio del
campo. Pensé que le estaba dando un ataque. —Sonríe—. Ella dijo que se sentía como
descubrir nuevos colores. Como si el arco iris hubiera ganado unas cuantas rayas.
Me rasco la sien.
—Parece algo bueno.
—Es… realmente bueno. Aunque no siempre es lo mismo —murmura, como si
hablara consigo mismo. Procesando las cosas a través de sus explicaciones—. A
veces es solo un presentimiento. Algo que te agarra por el estómago y no te suelta,
nunca. Sacude el mundo, sí, pero también... está ahí. Nuevo, pero atemporal.
—¿Así es como te sentiste? ¿Con tu pareja?
Esta vez se vuelve para mirarme. No sé por qué tarda tanto en producir algo
tan simple:
—Sí.
148
Dios. Esto es una mierda total y absoluta.
Lowe tiene una pareja, que es aparentemente increíble. Pero dicha compañera
está atrapada entre mi gente mientras él está casado conmigo.
—Lo lamento mucho —suelto.
Su mirada es tranquila. Demasiado calmada.
—No deberías lamentarlo.
—Puedo lamentarlo si quiero. Puedo disculparme. Puedo postrarme y...
—¿Por qué te disculpas?
—Porque sí. En un año como mucho estarás en paz. —Su bienestar no es mi
responsabilidad, pero ya le han quitado tanto... y lo han cambiado rápidamente por
ladrillos del deber—. Podrás estar con tu pareja, y vivirás mordazmente para
siempre. Hay mordiscos de por medio, ¿verdad?
—Si. La mordedura es... —Su mirada se dirige a mi cuello. Se detiene—.
Importante.
—Parece doloroso. Me refiero a la de Mick.
—No —grazna, con los ojos clavados en mí. Me tiembla el pulso—. No si se
hace bien.
Debe tener una en su cuerpo. Un secreto enterrado en su piel, bajo el suave
algodón de su camiseta. Y debe haber dejado una en su pareja, una cicatriz en relieve
que lo guíe a casa, que pueda rastrear en mitad de la noche.
Y entonces se me ocurre algo. Una posibilidad petrificante.
—Siempre es recíproco, ¿verdad?
—¿La mordedura?
—Lo de la pareja. Si conoces a alguien, y sientes que es tu pareja, y tu biología
cambia... la suya también cambiará, ¿no? —No necesito una respuesta verbal, porque
veo en su expresión estoica e indulgente que no. No—. Oh, mierda.
No soy una romántica, pero la perspectiva es espantosa. La idea de que uno
pueda estar destinado a alguien que simplemente... no quiere. No puede. No te
acepta. Todos los sentimientos del mundo, pero unilaterales. Incomprensibles y sin
ataduras. Un puente construido con química y física que se detiene a mitad de camino
para no volver a levantarse.
La caída rompería hasta el último hueso.
—Suena jodidamente horrible.
Asiente pensativo.
—¿Ah, sí?
149
—Es una cadena perpetua. —Sin libertad condicional. Solo tú y un compañero
de celda que nunca sabrá que existes.
—Tal vez. —Los hombros de Lowe se tensan y se relajan—. Tal vez haya algo
devastador en lo incompleto de ello. Pero tal vez, solo saber que la otra persona está
ahí... —Su garganta se estremece—. Puede que también haya placer en eso. La
satisfacción de saber que existe algo hermoso. —Sus labios se abren y se cierran unas
cuantas veces, como si solo pudiera encontrar las palabras adecuadas dándoles forma
primero para sí mismo—. Quizá algunas cosas trascienden la reciprocidad. Quizá no
todo sea tener.
Suelto una carcajada incrédula.
—Tanta sabiduría, de alguien cuyo apareamiento es claramente recíproco.
—¿Sí? —Suena entretenido, y algo más.
—Nadie que haya lidiado con un amor no correspondido diría eso.
Su sonrisa es reservada.
—¿Así ha sido tu amor? ¿No correspondido?
—No ha habido amor en absoluto. —Apoyo la barbilla sobre las rodillas. Ahora
me toca a mí mirar el lago brillante—. Soy una vampira.
—¿Los vampiros no aman?
—Así no. Definitivamente no hablamos de estas cosas.
—¿Relaciones?
—Sentimientos. No nos educan para darles mucho valor. Nos enseñan que lo
que importa es el bien común. La continuación de la especie. Lo demás viene
después. Al menos, así lo entendí yo, que entiendo muy poco las costumbres de mi
pueblo. Serena me preguntaba qué es normal en la sociedad vampírica, y yo no podía
decírselo. Cuando intenté volver después de ser la Colateral, fue… —Me estremecí—
. No sabía cómo comportarme. Hablaba en nuestra lengua entrecortadamente. No
entendía lo que pasaba, ¿sabes? —Sí, lo sabe. Me doy cuenta.
—¿Por eso volviste con los humanos?
—Me dolió menos —digo en vez de sí—. Sentirme sola entre personas que
nunca debieron ser las mías.
Suspira, levanta las rodillas y junta las manos entre ellas. Un pensamiento vibra
en mi interior: aquí y ahora no me siento especialmente sola.
—Tienes razón, Lowe. No tengo el hardware para entender lo que es un
compañero, y no puedo imaginar conocer a alguien y sentir la sensación de
parentesco de la que hablas. Pero... —Cierro los ojos y pienso en quince años atrás.
Un cuidador llama a mi puerta y me presenta a una chica morena con hoyuelos y ojos
150
negros. Respiro entrecortadamente—. Pude instalar el software. Porque Serena me lo
dio. Y puede que a veces la decepcionara, puede que se enfadara conmigo, pero eso
no significa nada a grandes rasgos. Entiendo que estés dispuesto a enfrentarte a
Emery tú solo, o a sacrificarlo todo por tu manada. Lo entiendo porque siento lo mismo
por Serena. Y por razones que no puedo articular completamente, porque los
sentimientos son jodidamente difíciles para mí, me gustaría ir contigo. Para ayudarte
a encontrar a quien sea que esté tratando de lastimar a Ana. Y creo que Serena estaría
orgullosa de mí, porque por fin he conseguido que algo me importe. Aunque sea un
poquito.
Me estudia en el aire iluminado por la luna durante demasiado tiempo.
—Ese fue un discurso genial, Misery.
—Genial es mi segundo nombre.
—Tu segundo nombre es Lyn.
Mierda.
—Deja de leer mi expediente.
—Nunca. —Inhala. Echa la cabeza hacia atrás. Mira fijamente las mismas
estrellas que yo he estado mapeando toda la noche—. Si lo hacemos, si te llevo
conmigo, tendrá que ser a mi manera. Para asegurarme de que estás a salvo.
Mi corazón palpita de esperanza.
—¿Cuál es tu manera? ¿Arquitectónicamente? ¿Con una columna corintia?
No soy graciosa. Pero él tampoco.
—Si vienes conmigo, Misery, tendrás que ser marcada.
151
CAPÍTULO 14
Ella no es como él imaginaba. No admite haber imaginado cómo sería ella mientras crecía, pero
siempre había algo en el fondo de su cabeza, una leve esperanza de que quizá, algún día...
Ella no es como él imaginaba. Es más, en todos los sentidos posibles.
A pesar del último año, él siempre se sintió cómodo con el sexo y todo lo que conllevaba. Sabía
lo que le gustaba y sabía cómo conseguirlo. Estaba contento.
Ahora ya no recuerda cómo era la satisfacción.
—… necesitas descansar.
—No.
—Vamos, Lowe. Necesitas dormir. Yo la cuidaré mientras tú...
—No.
—Llévate a Ana.
—No podemos estar seguros de que Ana fuera el verdadero objetivo —protesta
Mick—. La víctima prevista podría haber sido Misery.
—¿Pero y si Ana lo fuera? —señala Juno—. No deberíamos arriesgarnos.
—De acuerdo —dice Cal—. Traslademos a Ana a un lugar seguro hasta que
averigüemos quién hizo esto.
—Todos sabemos que fue Emery. —Mick.
—No sé nada de eso, y he terminado de suponerlo. —Lowe suena helado y
mortalmente enfadado—. Mi esposa estuvo al borde de la muerte hasta hace horas.
Voy a trasladar a Ana a un lugar seguro. Esto no se discute.
—¿Dónde la trasladarás? —Mick pregunta.
—Eso solo lo sabré yo.
Salgo del trance curativo de golpe, como un salmón que sale de un arroyo.
204
Me siento en la cama, húmeda, sin aliento y totalmente desorientada, y espero
a que el dolor se manifieste. Espero que siga su camino habitual: empezar por el
estómago, irradiar hacia las extremidades, arrasar los nervios como un ejército de
cuchillos. Cuando no pasa nada, me miro el cuerpo, desconcertada, preguntándome
adónde ha ido a parar. Pero ahí está: más frío que de costumbre, tal vez; más pálido,
sin duda; intacto, en definitiva.
¿Curada? Retiro las sábanas para poner a prueba esa teoría. La camiseta blanca
grande que llevo puesta no me pertenece, pero la bonita ropa interior de encaje es
mía, cortesía del estilista de la boda. No me la he puesto desde la ceremonia y me
niego a preguntarme cómo ha acabado en mi cuerpo. En lugar de eso, me pongo de
pie. Aunque me tambaleo más que un animal recién nacido, mis piernas funcionan.
Me sobrepongo al cansancio y me obligo a caminar.
El reloj de pared marca la una y media de la madrugada y la casa de está en
silencio, pero estoy segura de que han pasado más de unas horas desde que perdí el
conocimiento. ¿Me he saltado un día? No tengo teléfono para comprobarlo, así que
hago lo que se hacía antes de la tecnología: salgo a preguntar a alguien.
Esperemos que no sea la persona que envenenó mi mantequilla de cacahuate.
Abro la puerta que da a un pasillo poco iluminado y casi tropiezo con la pila de
ropa que hay justo fuera: seguro que Ana está haciendo otro cambio de imagen a sus
muñecas. Me agarro a la pared y rodeo la ropa débilmente, pero la pila se mueve.
Se desenrosca. Luego se levanta. Luego se estira, como lo haría un gato. Luego
abre los ojos, que resultan ser de un verde muy bonito, muy pálido y muy familiar.
Porque no es una pila en absoluto. Es un lobo. Acurrucado fuera de mi
habitación. Vigilando mi puerta.
Un enorme lobo blanco.
Un maldito lobo blanco gigante.
—¿Lowe? —Mi voz está gastada y oxidada. Puede que haya estado fuera más
de un día—. ¿Eres tú?
El lobo me parpadea, todavía disfrutando de su estiramiento. Yo le devuelvo el
parpadeo, con la esperanza de encontrar el código morse de “por favor, por favor, no
me comas”.
—No quiero suponer, pero los ojos se parecen a los tuyos, y…
Trota hacia mí y yo retrocedo presa del pánico, pegándome a la pared. Oh,
mierda. Mierda. Es mucho más grande que Cal, mucho más grande de lo que creía
que podían ser los lobos. Cierro los ojos, no quiero ver en alta definición cómo me
arrancan el duodeno de la cavidad abdominal y se lo comen.
205
Y entonces algo suave y húmedo me golpea en la cadera. Abro un párpado, y
ahí está: un hocico, presionando contra mi piel. Empujando suavemente, pero con
firmeza. Como si me estuviera arreando. De vuelta a la habitación.
—¿Quieres que... ? —No contesta, pero irradia satisfacción cuando retrocedo
unos pasos y, cuando me detengo, vuelve a darme un empujón, aún más insistente—
. De acuerdo. Me voy.
Marcho por donde he venido. El lobo me sigue los talones y, una vez que ambos
estamos en la habitación, ladea el cuerpo y cierra la puerta con más facilidad de la
que debería exhibir cualquier persona sin pulgares oponibles.
—¿Lowe? —Solo quiero estar segura. Los ojos parecen prueba suficiente,
pero... Dios, estoy agotada—. Eres tú, ¿verdad?
Me acolcha.
—¿No eres Juno? O Mick. Por favor, dime que no eres Ken.
Un ruido suave y ronco surge del fondo de su garganta.
—Supongo que esperaba que tu pelaje fuera oscuro. Porque tu cabello lo es.
—Dejo que me empuje hacia la cama—. Sí, voy a volver a dormir. Me siento como una
mierda, pero no en la cama, por favor. El armario.
Lo entiende, porque cierra sus impresionantes mandíbulas alrededor de una
almohada y la lleva al armario. Y luego hace lo mismo con una manta, ante mi mirada
perpleja.
—Dios, eres tan esponjoso. Y... lo siento, pero eres bastante lindo. Sé que
podrías matarme en menos tiempo del que se tarda en meter una pajita en una bolsa
de sangre. Pero eres suave. Y tu pelaje ni siquiera es fucsia. No sé de qué te
avergüenzas, majestuosa pelusa... sí, bueno, me voy.
Casi me arrastra hasta el armario y no deja de darme órdenes hasta que me
tumbo en mi sitio favorito. Me pregunto cómo lo ha encontrado. Puede que sea por el
olor.
—Para tu información, tus tendencias Alfa son aún peores en esta forma.
Su lengua sale y me lame el cuello.
—Qué asco —me río. Sus dientes se cierran alrededor de mi brazo. Una
advertencia bromista y juguetona que podría destrozarme el cúbito. Pero no lo hace.
—¿Puedo acariciarte?
Su cabeza se gira a tope bajo mi mano. Sí, por favor.
—Bueno, entonces —medio río, medio bostezo, rascándole detrás de las
orejas, deleitándome con la hermosa y reconfortante sensación de su pelaje. No es
206
difícil pedírselo, no cuando está en esta forma, un cazador feroz al que le encantan los
mimos—: ¿Quieres quedarte? ¿Dormir conmigo?
Al parecer, tampoco es difícil decir que sí. Lowe no duda antes de acurrucarse
a mi lado.
Y cuando inhalo profundamente, el olor de sus latidos es el de siempre:
familiar, picante, rico.
Me duermo entrelazada con él, sintiéndome más segura que nunca.
207
CAPÍTULO 21
Ella le dijo que los vampiros no sueñan. Y sin embargo, una vez que termina su descanso de
mediodía y se acerca la noche, su sueño se vuelve irregular, agitado. Su tacto parece
reconfortarla, y la idea le llena de orgullo y propósito.
Debo de haberme dormida otra vez, porque cuando abro los ojos es un poco
antes de medianoche. Arrastrar una camiseta y unos leggings es una hazaña digna de
mil ejércitos, y apenas lo consigo. No me he alimentado en una semana, y mi cuerpo
debe de estar lo bastante bien como para exigir sustento, porque mi estómago sufre
dolorosos retortijones.
Me tambaleo escaleras abajo, tratando de recordar si alguna vez he estado sin
sangre tanto tiempo antes. Lo más parecido fue cuando regresé a territorio humano,
antes de que Serena me encontrara un vendedor clandestino que pudiera permitirme.
Cuando conseguí una bolsita, habían pasado tres días y sentía como si mis órganos
internos se estuvieran dando un festín.
Quizá sea porque mi cuerpo se está apagando, pero tropiezo en la cocina sin
darme cuenta de la presencia de Lowe y Alex. Me detengo como un ciervo a punto
de ser atropellado, preguntándome por qué están asomados delante de un
ordenador. Es un poco tarde para una reunión.
—¿Ana está bien? —pregunto, y ambos me miran sorprendidos.
—Ana está bien.
Me relajo. Luego vuelvo a tensarme.
—¿Encontró Owen esa grabación?
Lowe niega con la cabeza.
—Los dos parecen muy serios, así que... Espera, Alex, ¿qué estás...?
Alex se ha levantado de la silla y me está abrazando.
Esto es una pesadilla. Tal vez los vampiros sueñan, después de todo.
—Gracias —dice—. Por lo que hiciste por Ana.
—¿Qué hice...? —Esto es raro—. Sabes que no ingerí ese veneno
voluntariamente para protegerla, ¿verdad? Resulta que me gustan mucho los
cacahuates.
223
—Pero lo habrías hecho —murmura contra mi cabello.
—¿Qué?
—Protegerla.
Lo alejo suavemente, demasiado hambrienta para discutir sobre si soy una
buena persona. Puede que me caiga mejor cuando esté aterrorizado de mí.
—Escucha, voy a alimentarme antes de caer en la tentación de morder uno de
los peluches de Ana o... —jadeo—. Joder.
—¿Qué?
—Joder, joder, joder. Chispitas. El maldito gato de Serena. ¡Me olvidé de él!
¿Alguien lo alimentó? ¿Está muerto? —¿Cuánto tiempo pueden estar los gatos sin
comer? ¿Una hora? ¿Un mes?
—Está a salvo con Ana —me informa Lowe.
—Oh. —Presiono mi palma contra mi pecho—. Lo necesitaré de vuelta si-
cuando encuentre a Serena. Aunque a estas alturas lleva más tiempo con Ana. —Saco
una bolsa de la nevera—. Tal vez puedan llegar a un acuerdo de custodia
compartida...
—Misery, la encontré —me dice Alex emocionado—. ¡Serena Paris!
—¿Encontraste a Serena?
—No, pero he encontrado la conexión. —Me lleva de vuelta a la mesa y ambos
tomamos asiento junto a Lowe—. Esa búsqueda en la que estábamos trabajando antes
de que… —Me hace un gesto.
—¿Casi estiro la pata?
—Sí. Lo continué mientras estabas...
—¿Casi estirando la pata?
—Y fue sorprendentemente difícil. Tan difícil, que pensé que estábamos en
algo.
—¿Cómo es eso?
—Las identidades de los trabajadores de la Oficina de Asuntos Licántropo-
Humanos no aparecían por ninguna parte, lo cual es extraño en ese tipo de empleados
del gobierno. —Miro a Lowe, que me devuelve la mirada con calma. Ya le han
informado—. Así que busqué... más, digamos. Y tropecé con una lista con un nombre
muy familiar.
—¿Qué nombre?
—Thomas Jalakas. Era el humano...
224
—… auditor de las cuentas públicas. —Asiento lentamente. No estoy segura de
lo que eso significa, pero sé que tiene que ver con las finanzas y la economía,
porque…—: Serena envió un correo electrónico a su oficina. Para un artículo que
estaba escribiendo. Y luego lo conoció en persona.
—Sí. Lo entrevistó, aunque el artículo nunca se publicó.
—Pero comprobé sus antecedentes. He comprobado a todos con los que ha
hablado y no he encontrado nada de que estuviera en la Oficina de Asuntos
Licántropo-Humanos.
—Precisamente. Su currículum está por todas partes, pero no se menciona en
ningún sitio de que estuvo en la Oficina once meses, hace ocho años.
La cabeza me da vueltas. Me tapo la boca.
»Ahora —añade Alex—, los dos han sido muy reservados, y no entiendo del
todo el significado de nada de esto, pero si me dicen por qué estoy investigando a
este tipo, podría...
—Alex —interrumpe Lowe suavemente—. Se está haciendo tarde. Deberías
irte a casa.
Alex se vuelve hacia él, con los ojos muy abiertos.
—Has hecho un gran trabajo. Que pases buena noche.
La vacilación de Alex es insignificante. Se levanta, inclina la cabeza una vez y
me toca el hombro al salir. Los ojos de Lowe no me quitan ojo en todo el rato, pero
espero a que la puerta de la cocina se cierre en el marco para decir:
—Thomas Jalakas debe de ser el padre de Ana. ¿Podría ser una coincidencia?
—Sí.
Me burlo, escéptico.
—Bien. ¿Pero lo es?
Sacude la cabeza.
—No lo creo, no. —Navega por las pestañas del navegador y me enseña una
foto—. Este es Thomas.
—Puta madre. —Estudio su boca ancha. La mandíbula cuadrada. Los hoyuelos.
El parecido con Ana es innegable—. Esto significa que Serena se reunió con el padre
de Ana... y nunca me di cuenta, porque asumí que era por sus asuntos financieros.
Lowe asiente.
—Tiene que ser la persona que le habló de Ana. Tenemos que hablar con él.
—No podemos.
225
—¿Por qué? Puedo obtener respuestas de él. Si me ayudas, podría ser capaz
de cautivarlo y...
—Murió, Misery.
El pavor me sube por la espalda.
—¿Cuándo?
—Dos semanas después de que Serena desapareciera. Un accidente de coche.
Las implicaciones se hunden en mí al instante. Serena, esa maldita idiota, se
involucró en algo increíblemente peligroso. Y la otra persona que estaba involucrada
ahora está muerta, lo que...
—Misery. —La mano de Lowe cubre la mía, grande y cálida—. No creo que
signifique que esté muerta.
Es lo que necesitaba oír. Le suplico en silencio que continúe.
—No creo ni por un segundo que sea una coincidencia, pero quien se deshizo
de él tenía los recursos para que pareciera un accidente. Habrían hecho lo mismo con
Serena para evitar cabos sueltos.
Miro fijamente sus fuertes dedos y me lo pienso. Tal vez. Sí. Tiene algún sentido.
Al menos, es algo que esperar.
—Si no es con él, igual deberíamos hablar con sus ayudantes, sus colegas, su
predecesor, alguien que...
—Gobernador Davenport.
Levanto la vista. Los ojos de Lowe son tranquilos. Directos.
—¿Qué?
—Thomas Jalakas fue nombrado por el gobernador Davenport, Misery. Tanto
su puesto en la Oficina como el último.
—Yo… ¿Es un ascenso normal? ¿Ir de una oficina inter-especies a una enorme
oficina financiera?
—Excelente pregunta. —Lowe retira la mano. El aire fresco de la noche me
golpea como una bofetada—. Deberías preguntarle al gobernador Davenport
mañana, mientras cenamos en su casa.
Se me cae la mandíbula.
—¿Cuándo nos conseguiste una invitación a cenar?
—Cuando Alex me habló de esto. Hace tres horas.
—Eso fue rápido.
226
—Soy el Alfa de la manada Suroeste —me recuerda, un poco arcaicamente—.
Tengo algo de poder.
—Supongo. —Suelto una carcajada incrédula. Podría besarlo. Quiero besarlo—
. ¿Qué le dijiste?
—Que tenemos un regalo para él. Para darle las gracias por acoger nuestra
ceremonia de boda en su territorio.
—¿Se creyó eso?
—Es un idiota, y parece que a los humanos les gustan los regalos de
agradecimiento. —Se encoge de hombros—. Lo leí en internet.
—Vaya. Fuiste capaz de encender un navegador por tu cuenta...
Me hace callar con el pulgar en los labios.
—Sé que sabes luchar. Sé que has estado cuidando de ti misma desde que eras
una niña. Sé que no eres parte de mi manada, ni mi verdadera esposa, ni mi… Pero
no hay una sola parte de mí que quiera llevarte a territorio enemigo. Especialmente
días después de que casi te matan en el mío. Para mi tranquilidad, por favor, ten
cuidado mañana.
Asiento, intentando no pensar en si alguien más se ha preocupado por mi
seguridad tanto como él. La respuesta sería demasiado deprimente.
—Lowe, gracias. Es la primera pista sobre Serena en mucho tiempo, y... —Mi
estómago gruñe y recuerdo por qué bajé.
Mi organismo, auto canibalizándose lentamente.
—Lo siento. —Me pongo de pie y busco la bolsa que dejé en el mostrador—.
Sé que estábamos teniendo un momento de gratitud y arco iris, pero realmente
necesito alimentarme. Solo necesito un...
Lowe está de repente detrás de mí. Su mano se cierra alrededor de la mía,
deteniéndome.
—¿Qué...?
—No quiero que bebas eso.
Miro mi bolsa.
—Está sellada. No puede estar contaminada. Además, puedo oler sangre
mierdosa.
—Esa no es la razón.
Inclino la cabeza, confusa.
—Úsame.
227
No lo entiendo. Y entonces lo entiendo, y todo mi cuerpo se funde en lava. Se
convierte en plomo.
—Oh, no. —Siento calor. Más calor que después de comer. Más calor que
mientras me atiborro de sangre—. No tienes que...
—Quiero hacerlo. —Es tan serio. Y joven. Y el más audaz que he visto nunca,
cuando su línea de fondo es bastante audaz—. Quiero hacerlo —repite, aún más
decidido.
Jesús.
—Hablé con Owen. Antes de ser envenenada.
Lowe asiente. Su mirada es ansiosa.
—Creo que no debería haberme alimentado de ti.
—¿Por qué?
—Dijo que no es algo que la gente deba hacer a menos que seamos...
Lowe asiente como si lo entendiera. Pero luego se lame los labios.
—¿Y tú y yo no somos? —Está tan genuinamente ansioso por saber, que es
como electricidad inyectada directamente en mis terminaciones nerviosas.
Pienso en los últimos días. La creciente intimidad entre nosotros. Sí, Lowe y yo
lo somos. Pero…
—Va más allá del sexo. La alimentación a largo plazo crea lazos y enreda vidas.
Es algo que hacen estrictamente las personas que tienen sentimientos profundos el
uno por el otro, o la voluntad de desarrollarlos.
Lowe escucha atentamente, sin apartar los ojos. Cuando pregunta:
—¿Y tú y yo no? —Es como si me clavara un cuchillo en el corazón.
—Nosotros... —Mi estómago es un dolor vacío y abierto—. ¿Nosotros?
Está callado. Como si tuviera su respuesta, pero estuviera dispuesto a esperar
a que yo encuentre la mía.
—Es que sería diferente de lo que hemos hecho antes. No es solo sexo o
diversión. Si nos acostumbramos a esto, a largo plazo, podría haber... consecuencias.
—Misery. —Su voz es suave. Ligeramente divertida. Hay un brillo solemne en
sus ojos—. Nosotros somos las consecuencias.
El problema es que esto no puede acabar bien. No estoy segura de estar
preparada para exigir el amor y la devoción incondicionales de alguien, pero Lowe
tiene el corazón ocupado. Y es imprudente ver lo que está pasando entre nosotros en
como algo más que la proximidad forzada de dos personas unidas por una ráfaga de
maquinaciones políticas.
228
He perseguido algo, a alguien, toda mi vida —siempre el medio, nunca el fin—
y he hecho las paces con ello. No le guardo rencor a mi padre por anteponer mi
seguridad al bienestar de los vampiros, ni a Owen por haber sido elegido su sucesor,
ni a Serena por valorar más su libertad que mi compañía. Puede que nunca haya sido
la principal preocupación de nadie, pero sé que no debo pasar mi tiempo en esta
Tierra simplemente envidiando.
Pero cuando estoy con Lowe me siento diferente, porque él es diferente. Nunca
me trata como si fuera la segunda, aunque sé que lo soy. Podría verme a mí misma
volviéndome celosa, envidiosa. Codiciosa por lo que él no puede dar. Podría llegar a
ser insoportable, el dolor de ser solo una ocurrencia tardía para él. Por no hablar de
que si —cuando, maldita sea, cuando— encuentro a Serena, voy a tener que tomar
algunas decisiones importantes.
—Misery —dice, paciente. Siempre paciente, pero también urgente. Me doy
cuenta de que me está ofreciendo la mano. Está extendida, esperándome, y... Esto no
puede acabar bien. Y sin embargo, creo que Lowe podría tener razón. Nosotros dos,
ya pasamos de evitar lo que hay entre nosotros.
Sonrío. Su calidez está teñida de una intensa melancolía. Esto no acabará bien,
pero pocas cosas lo hacen. ¿Por qué negarnos a nosotros mismos?
—¿Sí? —Le tomo la mano, noto su leve sorpresa cuando mis dedos se deslizan
por sus nudillos y luego se cierran alrededor de su muñeca. Sujeto su palma con las
dos mías y la levanto. Resulta divertido recorrer su carne, llena de callosidades y
cicatrices que salpican su áspera piel.
Una mano grande, capaz e intrépida.
Me lo llevo a los labios. Lo beso ligeramente. Lo raspo suavemente con los
dientes, lo que hace que se le cierren los ojos. Murmura unas palabras en voz baja,
pero no puedo entenderlas.
—Si realmente hago esto —digo contra su carne—, debería evitar tu cuello.
—¿Por qué?
—Podría dejar un rastro. La gente se daría cuenta.
Sus ojos se abren de golpe.
—¿Crees que me importaría?
—No lo sé —miento. Dudo que a Lowe le importe lo que los demás piensen de
él.
—Puedes hacer lo que quieras conmigo —dice, y parece que se refiere a algo
más que a su sangre.
Mis colmillos rozan su muñeca. Me provoco a mí misma tanto como a él.
229
—¿Estás seguro? —Revoloteo, temiendo que no sea tan bueno como la primera
vez. Tal vez lo haya adornado en mi cabeza, y él sabrá como todas las bolsas que he
probado: satisfactorio, anodino.
—Por favor —dice, suave, hambriento, y hundo los dientes en su vena. La
espera hasta que su sangre llega a mi lengua dura lo suficiente como para que miles
de civilizaciones se derrumbaran. Entonces su sabor inunda mi boca y me olvido de
todo lo que no somos nosotros.
Mi cuerpo florece con nueva vida.
—Joder —murmura. Tomo más de un fuerte tirón, acunando su brazo contra mí,
y él me aprieta contra la nevera. Sus dientes se acercan a mi cuello y me muerden, lo
bastante fuerte como para dejar una marca. Parece haber caído en un estado de
trance, moverse por instinto—. Lo siento —jadea, y luego vuelve a chuparme el
cuello, a lamerme el pulso. Marcándome—. De todas las cosas buenas. —Me agarra
de las caderas mientras las giro hacia las suyas—. De todas las cosas buenas que he
sentido en mi puta vida, tú eres la mejor.
Bebo un último trago y sello la herida con la lengua. Tiene los ojos
desorbitados, muy abiertos. Los ojos de un lobo. Miran fijamente mis colmillos como
si estuviera desesperado por tenerlos de nuevo en su cuerpo.
—¿Lo soy?
Asiente.
—Voy a... —Me besa, ansioso, inmediatamente profundo, probando el rico
sabor de su sangre en mi lengua—. ¿Puedo...? —Me levanta y me lleva arriba.
Entierro la cara en su cuello, y cada vez que mordisqueo sus glándulas, sus brazos se
tensan de placer.
La habitación de Lowe está a oscuras, pero la luz se filtra desde el pasillo. Me
deposita en medio de la cama deshecha y se retira al instante para quitarse la
camiseta. Me incorporo y miro a mi alrededor, dándome cuenta de que esto está
ocurriendo de verdad.
—No las cambié durante mucho tiempo —dice Lowe.
Admiro su hermosa forma, la fuerza acordonada de su cuerpo. Podría morderlo
en cualquier parte y encontraría alimento. Sorber de sus redondos bíceps, de la V de
su estómago, de la colina de sus lomos.
—¿Qué? —Estoy perdiendo el hilo. Me salto palabras—. ¿No cambiaste qué?
—Las sábanas.
—¿Por qué?
—Olían como tú.
230
—Cuando... Oh. —pauso—. Lo siento.
—El aroma era tan dulce. Me excité con las fantasías más sucias, Misery. —Me
da la vuelta suavemente, con el vientre contra el colchón. Me baja los leggings hasta
los muslos y la camiseta en dirección contraria—. Y entonces el olor se desvaneció.
—Se sube sobre mí, a cada lado de mis piernas. Sus manos se cierran sobre mis
redondas nalgas, medio acariciando, medio apretando. A través de la áspera tela de
sus jeans, su erección se arrastra contra mis muslos. Cuando giro la cabeza hacia
atrás, me recorre los hoyuelos de la parte baja de la espalda con una expresión de
placer—. Pero no las fantasías. —Desciende sobre mí, con su calor como una manta
de hierro—. No puedo ser otra cosa que lo que soy —me susurra en el arco de la oreja.
Hay una pizca de disculpa.
—¿Qué eres?
—Licántropo. —Su mano rodea mi caja torácica, pero se detiene justo debajo
de mi pecho. Un recordatorio silencioso de que siempre podemos parar—. Alfa.
Ah.
—No me gustaría que no fueras tú.
—¿Puedo...? —Sus dientes se cierran suavemente alrededor de la articulación
de mi hombro—. No voy a sacarte sangre, ni a hacerte daño. Pero, ¿puedo...?
Asiento en el colchón.
—Me parece justo.
Gruñe, agradecido, y me lame una larga franja que me sube por la columna
hasta la nuca. Es vocal en su placer, vocal en su alabanza, y aunque no lo entiendo del
todo, esto es algo para él, algo importante y absorbente y puede que incluso
necesario. Su mano vuelve a sujetarme las muñecas por encima de la cabeza, como si
necesitara saber que estoy aquí para quedarme. Lucho contra su agarre, solo para
probarlo.
—Pórtate bien. —Lowe chasquea la lengua—. Te portas bien. ¿Verdad, Misery?
—Sí —respiro.
—Bien. Muy bien. Estoy profundamente obsesionado con estas. —Siento aire
caliente contra mi piel, y me doy cuenta de que está hablando de mis orejas—. ¿Son
sensibles?
—No creo que...
Sus dientes se cierran alrededor de la punta, y es como si una corriente me
atravesara.
231
—Ya veo que sí —balbucea. Su polla me aprieta con más fuerza el culo y sus
labios vuelven a mi nuca una y otra vez, como si no pudiera evitarlo, como si fuera el
centro de gravedad de mi cuerpo.
Recuerdo el avión, lo cerca que estuvo de perder el control la primera vez que
me tocó ahí.
—¿Los licántropos tienen una glándula ahí? —pregunto, con las palabras
amortiguadas entre las sábanas. Estoy más mojada de lo que recuerdo. Si esto es lo
más caliente que voy a experimentar, me encantaría saber por qué.
—Es complicado. —Me hace una marca en la nuca de la parte superior de la
columna y yo emito un sonido gutural. Entonces lo hace él. Detrás de mí hay un tanteo:
su cinturón desabrochado, la cremallera de sus jeans bajada y, tras unos segundos de
crujidos, su polla separa las nalgas de mi culo, empujando entre ellas. Está húmeda y
caliente, se frota arriba y abajo para conseguir la fricción adecuada.
Lowe emite un sonido de estupefacción.
—Condón —jadeo. No es algo que los vampiros usen, pero quizá los
licántropos sí—. ¿Tienes uno?
Vuelve para un último mordisco antes de darme la vuelta.
—No. —Sus ojos brillan con una luz decidida y reflejada mientras me quita los
leggings. Me mira fijamente con una fijeza que me parece la culminación de muchas
cosas de las que nunca oiré hablar, y cuando se inclina para lamerme la clavícula,
siento lo duro que está, goteando contra mi estómago. Su calor alimenta mi hambre
de sangre en una confusa y hermosa acumulación.
—¿Pero quieres usar algo? —pregunto.
—No hace falta —dice levantándome la camiseta. Esta vez me muerde un
pecho. Su lengua me rodea el pezón antes de presionarlo. Luego chupa, con la boca
húmeda y electrizante.
—Para —me obligo a decir.
Al instante se echa hacia atrás, apoyándose en las palmas de las manos y
apartando con dificultad la mirada de mi pecho.
—No tenemos que hacerlo —jadea—. Si tú...
—Sí, pero. —Me apoyo en los codos. Mi camiseta se desliza y cubre la curva
superior de mis pechos. Los ojos de Lowe vagan de nuevo hacia abajo, hasta que los
aparta hacia la ventana—. ¿Por qué no quieres usar anticonceptivos? —Si los
licántropos y los humanos pueden reproducirse, nada está fuera de la mesa.
—No... Podemos, si quieres. Pero no podemos tener sexo.
—¿No podemos?
232
—Así no.
Me siento y me bajo la camisa, y él se echa hacia atrás y se sienta sobre las
rodillas. Nos miramos fijamente, con la respiración agitada, como si estuviéramos en
medio de un duelo de la época de la Regencia.
—Quizá deberíamos hablar de esto.
Su garganta se estremece.
—No somos compatibles así, Misery. —Lo dice como si supiera que es un
hecho. Algo en lo que ha pensado mucho.
Mi ceja se levanta.
—Si Ana existe... —Debe de ser factible.
—Es diferente.
—¿Por qué? ¿Porque soy una vampira? —Miro cómo me agarro al dobladillo de
mi camiseta oversize como si fuera una balsa salvavidas. Lo que necesitamos aquí es
algo de humor. Para calmar los ánimos—. Juro que no tengo dientes ahí abajo.
No sonríe.
—Tú no eres el problema.
—Ah. —Espero a que continúe. No lo hace—. ¿Cuál es el problema?
—No quiero hacerte daño.
Le echo un vistazo a su ingle. Se ha vuelto a subir los calzoncillos. Está tapado,
la habitación está a oscuras y mi visión no es exhaustiva, pero parece normal. Bien.
Grande, claro. Pero normal.
Recuerdo lo que me contó sobre Suiza. La forma en que las diferentes especies
vivían juntas. Dijo que no salía mucho con vampiros, pero...
—¿Alguna vez has... con un humano?
Asiente.
—Y les hiciste daño.
—No.
—Entonces...
—Será diferente.
Estamos hablando de sexo, ¿verdad? ¿Coito con penetración? Este obstáculo
insuperable del que habla debe estar ubicado en algún lugar entre su hardware y el
mío. Excepto que parece estructuralmente estándar.
—Crecí con una humana. Mis órganos reproductores no difieren
significativamente de los humanos que son asignados como hembras al nacer.
233
—No es porque seas una vampira, Misery. —Traga saliva—. Es porque eres tú.
Por lo que eso me hace.
—No entiendo... —me interrumpe con un beso que me asalta de un modo
delicioso y desquiciado. Me toma la cara, me tira del labio inferior con los dientes y
pierdo el hilo de la conversación.
—Vas a oler así —murmura contra mis labios—. Ya ha ocurrido, y ni siquiera
estabas en la puta habitación. —¿Ya?—. Y no voy a poder evitar querer terminar.
—Está bien. —Me río. Mi frente se apoya en la suya—. Quiero que termines,
yo...
—Misery, somos especies diferentes.
Cierro los dedos alrededor de sus muñecas.
—Dijiste que... dijiste que lo haríamos. En el despacho de Emery. —Me
sonrojo, me avergüenza admitir que llevo días pensando en esas palabras.
—Dije que podría follarte. —Su garganta trabaja—. No es que lo haría.
Bajo los ojos.
—¿Pensabas decírmelo? ¿Que no podíamos tener sexo?
—Misery. —Sus ojos captan los míos, y sospecho que puede ver todo. Mi
interior—. Es sexo, lo que hemos hecho. Lo que vamos a hacer. Todo es sexo. Y todo
va a sentar muy bien.
Le creo, de verdad. Y sin embargo:
—¿Estás seguro? ¿Que tú y yo no podemos…?
—Te lo puedo enseñar. ¿Quieres que lo haga?
Asiento. Me besa de nuevo, con ternura, claramente intentando tomarse las
cosas con calma. Soy yo la que me aparto para quitarme la camiseta.
—¿Has hecho algo de esto antes? —me pregunta apoyándose en mi nuca, y yo
niego con la cabeza. Nunca me juzgaría por ello, pero quiero explicárselo—. Me sentí
rara. Hacer esto con un humano cuando ya le estaba mintiendo sobre todo. —Y los
vampiros nunca fueron una opción. Siempre estuve sola, en la frontera entre esos dos
mundos. El hecho de que me sienta más en casa que nunca con un licántropo, con
alguien en cuya proximidad nunca debería haber estado… Hay algo malo en ello. O
dolorosamente correcto.
—Aliméntate más —me ordena, empujándome hacia la cama. Acabamos de
lado, uno frente al otro. No es una posición que asocie con actividades sexuales
salvajes y desinhibidas.
—Si me alimento, no podemos...
234
Con una mano en mi nuca, guía mi cara hacia su cuello.
—Podemos. —Se quita los jeans por completo y solo queda su piel, caliente
contra la mía, el vello áspero de sus brazos y piernas, sutilmente extraño. Deslizo la
espinilla entre sus rodillas y dejo vagar la mano, curiosa, deseosa de explorar. Es
gloriosamente diferente y, aunque no soy de las que admiran la belleza, no puedo
dejar de pensar que me gusta: su aspecto, sus sentimientos, cómo le gusto. El ligero
temblor de sus dedos cuando se posan en mi cintura, los músculos de su cuerpo
tensándose con paciente anticipación.
—Eres tan hermosa —murmura en mi sien—. Lo pensé desde que me dieron
esa primera foto tuya. Llegaste caminando por el pasillo y tuve miedo de mirar. Ni
siquiera te había olido y ya no podía dejar de mirarte.
Se me cruza por la cabeza una idea perdida, dulce y aterradora y totalmente
distinta a mí: Desearía ser tu pareja. Sé que no debo decirlo. Sé que no debo pensarlo.
En lugar de eso, siento su gran mano alrededor de mi nuca.
—Realmente quiero que te alimentes, Misery.
Hincarle el diente se está convirtiendo en algo natural, su sabor es agradable
y familiar. No me pregunto cómo volveré a las bolsas frías. Me limito a dar tragos
profundos y gozosos, y cuando oigo su gemido vibrante y prolongado, cuando su
mano arrastra mi muñeca hasta su polla y cierra mis dedos en torno a ella, me siento
feliz, flexible y deseosa de complacer.
Está duro, pero también suave, y no quiere mucho. Guía mi mano arriba y abajo
una vez, otra, y más allá de eso, no tiene instrucciones para mí. Mi tacto parece ser
suficiente, al igual que el resto de mí.
—Me voy a correr muy rápido —resopla.
Le suelto la vena con un chasquido húmedo.
—No tienes que hacerlo.
Se ríe, meciéndose en mi puño.
—No tengo muchas opciones. —Aprieta mi puño, dándose la presión que está
deseando—. Y luego te enseñaré lo que me haces.
Sea lo que sea lo que él necesita, yo quiero lo mismo. Uno de sus muslos se
encaja entre los míos y me froto contra él, vagamente avergonzada por los sonidos
lascivos y rítmicos que produce el contacto, por el desastre que estoy haciendo sobre
él. Pero me siento bien, demasiado bien como para parar y lo bastante bien como
para olvidarlo, y aún mejor cuando su mano me amasa los pechos, se mueve hacia la
parte baja de mi espalda para acurrucarme las caderas, colocándome de modo que
sí...
235
—Ahí. —Tarareo la palabra en su cuello, entre bocanadas de sangre. Me siento
desvergonzada y mareada y brevemente feliz, rechinando y buscando el placer como
si fuera algo que él tiene reservado para mí, no si lo hará, sino cuándo. Doy una última
calada, trago y pregunto—: ¿Está bien esto?
Los ojos de Lowe se clavan sin ver en los míos, y el hecho de que parezca
demasiado asombrado para poder hablar, la forma entrecortada y descoordinada con
la que intenta asentir a su placer, eso es lo que me empuja.
Suelto un gemido grave y resonante, y mi orgasmo se extiende como una ola
de calor. Mi respiración se entrecorta, mi visión se estrecha, y entonces me
estremezco sobre el muslo de Lowe, revolcándome contra él como una criatura
salvaje. Me olvido de lo que estaba haciendo por él, del ritmo que mantenía, del tacto
retorcido y persistente que disfruta. Pero incluso entonces, el mero hecho de ver y
oír mi placer parece bastarle.
Sus brazos me rodean con fuerza. Su polla se endurece. Su boca contra la mía
canta una sarta de obscenidades y súplicas sobre lo mucho que deseaba esto, lo
hermosa que soy, cómo pensará siempre en mí cuando haga esto de ahora en
adelante, hasta el día de su muerte. Su semen está caliente en mis dedos, en mi
vientre. Los sonidos de su garganta pertenecen a algo que vive en la maleza del
bosque, alguien perdido para el pensamiento racional.
Es hermoso, pienso. No solo el placer, sino compartirlo con otra persona,
alguien a quien aprecio y quizá quiero un poco, en la medida de mis posibilidades.
Y entonces las cosas que dice cambian. A diferencia de mi orgasmo, que
floreció y explotó y refluyó, el suyo dura. Crece. Y Lowe tiembla, jadea y gime antes
de preguntarme:
—¿Quieres saberlo?
Asiento, aún sin aliento. Su mano baja para guiar la mía más abajo en su polla,
hasta que llegamos a la base.
—Mierda.
Tiene las mejillas sonrojadas y la cabeza inclinada hacia atrás. No lo entiendo
inmediatamente, no hasta que su suave piel cambia. Algo se hincha bajo mi palma. La
mano de Lowe se cierra alrededor de la mía, presionándola, rodeando la
protuberancia hinchada como si todo lo que quisiera fuera encerrarla, sujetarla
dentro de algo. Crece, y los gemidos ahogados de Lowe se hacen más fuertes, y...
—Misery.
Dice mi nombre como una oración. Como si yo fuera lo único que se interpone
entre él y el cielo en la Tierra. Y es entonces cuando entiendo lo que quería decir.
Sexualmente, puede que él y yo no seamos totalmente compatibles.
236
CAPÍTULO 23
—Tengo a varias personas siguiéndolo —me informa Lowe una vez que
estamos en el coche—. Y Alex está trabajando en el seguimiento de sus
comunicaciones. Sabe que estamos tras él, y seremos alertados en cuanto haga el
siguiente movimiento.
—Espero que haya diez lobos cagando en su patio trasero —murmuro, y Lowe
esboza una media sonrisa y me pone la mano en el muslo de una forma fácil y distraída
que solo tendría sentido si lleváramos años conduciendo juntos.
—Simplemente no tiene sentido —me desahogo—. Digamos que Serena
realmente solo lo entrevistó para una historia de crimen financiero. Quizá ella era la
periodista con la que hablaba. ¿De dónde sale el nombre de Ana en su agenda? —
Supongo que podría no estar relacionado. Pero—. No hay forma de que se reuniera
casualmente con el padre de Ana y se enterara de Ana por otros canales. Ni de broma.
¿Alguien puso el nombre? Pero estaba en nuestro alfabeto. Nadie más lo sabía. —Nos
quedamos en silencio mientras le doy vueltas, mirando las farolas. Entonces Lowe
habla.
—Misery.
—Sí.
—Hay otra posibilidad. Con respecto a Serena.
Le miro.
—¿Sí?
Parece buscar minuciosamente las palabras adecuadas. Cuando habla, su tono
es comedido.
—Quizás no fue Thomas quien le contó a Serena lo de Ana, sino al contrario.
242
—¿Qué quieres decir?
—Tal vez Serena se enteró de lo de Ana por otra fuente y utilizó la información
para chantajear a Thomas por su relación con una mujer y obligarlo a hablarle de los
delitos financieros que podría conocer. Tal vez quería dar a conocer la historia, pero
cambió de opinión cuando se dio cuenta de que corría peligro de ser el objetivo del
gobernador Davenport. A diferencia de Thomas, ella no era un individuo público, y
tenía la opción de desaparecer.
Sacudo la cabeza, aunque me doy cuenta de que algo de esto es una clara
posibilidad.
—No se habría ido sin decírmelo, Lowe. Es mi hermana. Y no hay rastros
digitales. No sabría cómo evitarlos. Ella no es yo.
—No lo es. Pero aprendió de ti durante años. —Parece profundamente apenado
por tener que decir esto.
Suelto una carcajada.
—No tú también, intentando convencerme de que Serena no se preocupaba
por mí tanto como yo por ella. No me dejaría aquí para imaginar lo peor. Siempre me
lo contaba todo...
—No todo. —Su mandíbula se tensa. Como si esta conversación fuera dolorosa
para él, porque es dolorosa para mí—. Mencionaste que tuvieron una pelea antes de
que se fuera. Que a veces se iba sola durante días.
—Nunca sin decirlo.
—Tal vez no había tiempo. O no quería ponerte en peligro.
Le hago un gesto con la mano.
—Esto es ridículo. ¿Qué pasa con Chispitas? Abandonó a su gato.
—Dime una cosa —me pregunta. Odio lo mesurado y racional que suena—. ¿Te
conocía lo suficiente como para predecir que irías a buscarla y encontrarías al gato?
Tengo tantas ganas de decir que no que casi me duelen los labios. Pero no
puedo, y recuerdo las últimas palabras que me dijo:
«Necesito saber que algo te importa, Misery.»
Y dejó algo atrás. Algo que necesitaba cuidados. El maldito gato. Dios, que plan
tan loco sería este.
Un plan de Serena.
—Quizá tengas razón y no quiera que la encuentren. Pero no pondría la vida de
una niña en peligro, ni siquiera a cambio de la historia más grande y jugosa de su
carrera. Conozco a Serena, Lowe.
243
Y ese es el problema con la teoría de Lowe: significaría que Serena está a salvo
escondida en algún lugar, pero también que no era la persona que yo creía que era,
y no puedo aceptarlo. Ni por un minuto.
Lowe lo sabe, porque abre la boca para decir otra cosa, algo que sin duda
tendrá un sentido impecable y se sentirá como un puñetazo en el plexo solar. Así que
lo detengo preguntándole lo primero que se me ocurre:
—¿Adónde vamos? —Nos dirigimos al sur, hacia el centro. Hacia el territorio
vampiro.
—A encontrarnos con tu hermano. Ya casi llegamos.
—¿Owen?
—¿Tienes otro?
Frunzo el ceño.
—Pensé que vendría a nosotros.
—Nuestro territorio está más vigilado y es más difícil infiltrarse. Como no
queremos llamar la atención y convertir esto en una cumbre formal, es más seguro
reunirnos con él en la frontera entre vampiros y humanos.
Conozco bien esta carretera. La tomé por primera vez a los ocho años, de
camino a la residencia Colateral, y aún recuerdo esa sensación de ahogo y
pegajosidad en lo más bajo de mi garganta, el miedo a no volver a casa nunca más.
Aprieto los ojos, intentando redirigir mis pensamientos a la última vez. Imagino que
poco antes de la boda. Tal vez cuando me pidieron que eligiera entre flores que
parecían todas iguales, blancas y bonitas y a punto de marchitarse. Hace un puñado
de días y un millón de vidas.
—¿Estás bien? —Lowe pregunta suavemente.
—Sí. Solo... —No suelo ser sentimental, pero algo de estar con él me ablanda.
Bajo la guardia.
—Se siente raro, ¿eh?
Asiento.
—Siempre podemos dar la vuelta —ofrece en voz baja—. Encontraré la manera
de que Owen venga al sur.
—No. Estoy bien.
—De acuerdo. —Gira por una pequeña calle lateral. Cuando miro el GPS, no
aparece en el mapa, pero nos detenemos al borde de un campo cultivado.
Lowe se muestra perplejo.
—En realidad tengo curiosidad por esto.
244
Miro a mi alrededor. Solo veo oscuridad.
—¿Sobre la sana experiencia de recoger tus propios tomates?
—Sobre conocer a tu hermano.
Sale del coche y yo lo sigo inmediatamente. Creía que estábamos solos, pero
oigo el chasquido de la puerta de otro coche y... ahí está.
Owen, sacudiéndose la tierra pegada a sus mocasines, espantando bichos. Es
chocante lo feliz que me hace verlo. Ese imbécil, escalando mis buenas gracias sin
ser invitado. Estoy tentada de gritarle algún insulto, solo para compensarlo, hasta que
oigo otro clic.
Owen no vino solo. Hay una mujer con él. Una mujer que nunca he conocido.
Una mujer cuya sangre huele mucho como la de un licántropo.
La pareja de Lowe.
245
CAPÍTULO 24
Él siente como si tuviera el mundo entero en la palma de la mano. Ella también parece feliz. Y
desconcertada por su propia felicidad, como si el sentimiento fuera algo nuevo y extraño. Le
hace preguntarse si puede hacer que esto funcione. Ella no es licántropa, y su falta de
familiaridad podría ser una bendición. No necesitaría saber toda la verdad, lo que a su vez
aseguraría su libertad.
Él está siendo más amable con ella que consigo mismo, y espera que ella nunca pueda darse
cuenta.
Nunca hubo una cama en este apartamento. Yo era feliz en el armario, y cuando
Serena se quedaba a dormir, se las apañaba en el sofá. Sin embargo, por primera vez
en mi vida, desearía haber hecho lo humano y haber comprado algo blando sobre lo
que caerme.
Como están las cosas, me conformo con deslizarme por el suelo y pasar
demasiado tiempo con la frente apoyada en las rodillas, intentando recuperar la
orientación.
El primer desamor de la niña, supongo.
Sea lo que sea este sentimiento lastimero y desgarrador que llevo dentro,
parece demasiado denso para soportarlo. Porque Lowe tiene razón: me he pasado
años sin pertenecer en ningún sitio, y mi mejor amiga desapareció después de la peor
discusión de nuestras vidas; sí, probablemente de forma voluntaria, y probablemente
porque le importo una mierda, ni de lejos tanto como ella a mí. No soy ajena al dolor,
a la soledad, a la decepción, pero esto. Esta presión dentro de mí, no tiene solución.
Su peso, ¿cómo se soporta?
No encuentro respuesta presionándome los ojos con los dedos hasta que veo
estrellas.
Me ducho en cinco minutos. Intento valientemente quitarme el rechazo y la
humillación de la piel, pero no lo consigo. Apenas tengo tiempo de cambiarme de
ropa antes de que suene el timbre y la voz de Mick me diga que Lowe le ha pedido
que venga a buscarme. Un instante después, me deslizo en el asiento del copiloto de
su coche.
—¿Cómo estás, Misery?
—Bien. —Intento esbozar una pequeña sonrisa—. ¿Y tú?
—He estado mejor.
266
—Lo siento. —Le doy una mirada superficial. Luego otra. Tal vez ocuparme de
la angustia de otra persona alivie la mía—. ¿Hay algo que pueda hacer?
—No.
Vuelvo a concentrarme en las farolas y espero impaciente a que Mick termine
de dar vueltas y arranque el coche, pero no sé por qué. No tengo motivos para estar
impaciente, porque no tengo dónde estar. Ningún lugar al que llamar mío.
—¿Has hablado con Ana recientemente? —le pregunto. Si Lowe me manda a
otro sitio, es probable que no vuelva a verla. Supongo que me he encariñado
demasiado con ella, porque mi corazón se aprieta aún más.
—No —dice Mick—. Pero creo que es lo mejor.
Apoyo la sien en la ventana. Me duele mucho la cabeza.
—¿Por qué?
—Es complicado.
Resoplo una risa agria y mi aliento empaña el cristal. Las mismas malditas
palabras de Lowe. Qué manera más astuta de evitar decir la verdad.
—A ustedes licántropos les encanta decir... —Un insecto me pica la piel y me
lo quito de encima. Pero cuando me doy la vuelta, lo que encuentro no tiene sentido.
Mick.
Sosteniendo una pequeña jeringa.
Inyectándomela en el brazo.
Lo miro a la cara, intentando descifrar lo que está pasando.
—Lo siento, Misery —dice. Su voz es suave y sus ojos tristes, inclinados hacia
abajo de una forma que hace que me duela aún más mi maltrecho pecho.
¿Por qué? pregunto.
O no. La palabra no sale, porque estoy cansada, y mis extremidades pesan, y
mis párpados tan cargados de hierro que la oscuridad detrás de ellos se siente
demasiado dulce para...
267
CAPÍTULO 27
Hay muy pocas cosas que él no haría, muy pocas personas a las que no mataría, solo para
asegurar el bienestar de ella.
Cuando éramos pequeñas, once o quizá doce años, antes de que Serena se
diera cuenta de la diferencia entre nuestras fisiologías, a veces se aburría de pasar
las tardes sola haciendo los deberes o viendo la tele, y se escabullía a mi habitación
para sacudirme y despertarme cuando el sol aún estaba demasiado alto en el cielo.
Era sorprendentemente despiadada, más enérgica de lo que su pequeño cuerpo
parecía capaz. Me agarraba el hombro y me lo movía con fuerza, con la fuerza de una
manada de rottweilers masticando su juguete favorito hasta convertirlo en un trozo de
plástico viscoso.
Así es como sé que está aquí, conmigo. Incluso antes de abrir los ojos. Los
vampiros no sueñan. Por lo tanto, esta conmoción debe estar sucediendo de verdad.
Y simplemente no hay otro ser en la ciudad, en esta Tierra, que pueda ser tan
malditamente…
—Molesta —digo.
O arrastro las palabras. Mi lengua sigue dormida, demasiado engorrosa para
mi boca y hecha de cartón piedra. Debería abrir los ojos, al menos uno de ellos, pero
sospecho que alguien me ha cosido los párpados de en las mejillas y luego los ha
empapado en super-pegamento. Pensándolo bien, la mejor opción sería ignorar todo
esto y volver a mi siesta.
—¿Misery? ¿Misery? Misery.
Gruño.
—No grites.
—Entonces no vuelvas a dormir, Zorguijuela.
La palabra me desgarra los ojos. Vuelvo a estar en una maldita cama, donde
una vez más no recuerdo haberme acostado. Mi reloj interno está estropeado y no sé
si es de día o de noche. Muevo instintivamente el cuello para comprobar si entra la
luz del sol y encuentro...
268
No hay ventanas. Estoy en un ático de madera, grande y climatizado, con
estanterías hasta el techo llenas de libros en todas las paredes. En la mesita de café
hay un plato con restos de pasta untados por todas partes y una pequeña pila de latas
de refresco y botellas de agua de plástico.
Respiro, adolorida, sintiendo que las drogas se desvanecen a paso de tortuga.
No es de día, todavía no. Ni siquiera se acerca el amanecer. Debo de llevar fuera una
hora, dos como mucho, lo que significa que Mick no me ha llevado tan lejos. Mick...
Mick, ¿qué carajo, Mick? Debe haber decidido esconderme con...
Serena.
Estoy con Serena.
—Mierda —murmuro, intentando sentarme más erguida. Hacen falta dos
intentos y una ayuda sustancial de ella para lograr una posición mayormente boca
abajo—. Joder.
—Vaya, hola. Qué encantador que mi más antigua y preciada amiga se una a
mí en mi humilde morada.
—Soy tu única amiga —toso, preguntándome si mi cerebro se está inventando
algo. Los vampiros no sueñan, pero alucinan.
—Correcto. Y grosero.
—Yo... —Me relamo los labios. Esta situación de la boca seca necesita ser
tratada. ¿Es por esto que los humanos y los licántropos beben agua todo el tiempo?—
. ¿Qué demonios?
—¿Te noquearon? No pude encontrar un chichón en tu cabeza.
—Me drogó. Mick lo hizo.
—¿Mick siendo el viejo que depositó tu cuerpo sin vida aquí como un saco de
patatas y me trajo pasta?
—No sin vida.
—Lo que pasa con los vampiros es que tienden a parecer bastante sin vida.
—Mierda… Serena, ¿sabes cuánto tiempo he estado buscándote?
Su sonrisa es conmiserativa.
—No. Pero si puedo arriesgarme a adivinar, diría que... —Se golpea la barbilla
varias veces—. ¿Tres meses, dos semanas y cuatro días?
—¿Cómo...?
Señala detrás de ella. Ha estado tallando líneas en el lateral de la estantería,
contando el tiempo en grupos de cinco días.
269
—Mierda —susurro. Son tantas. La manifestación física del tiempo que Serena
ha estado fuera y...
Sin pensarlo, medio ruedo, medio me tiro de la cama para abrazarla. Apenas
puedo mantener los brazos en alto, y no puede ser una buena experiencia para ella,
pero me devuelve el abrazo con valentía.
—¿Acabas de iniciar el contacto físico? ¿Qué está pasando? ¿Has empezado la
terapia mientras yo no estaba?
—Te he echado tanto de menos —le digo acariciándole el cabello—. No sabía
dónde estabas. Te busqué por todas partes, y...
—Estuve aquí. —Me palmea la espalda. Me aprieta más fuerte.
—¿Dónde demonios estamos? —Me echo hacia atrás para estudiarla. Lleva unos
jeans demasiado grandes y una camiseta de manga larga que nunca le había visto. Es
suave y curvilínea como siempre, pero la última vez que la vi llevaba flequillo y un
corte recto que le llegaba justo por encima de la barbilla, y ahora el cabello le ha
crecido con un corte completamente distinto—. Estás muy guapa.
Su ceja se levanta.
—Es raro decir eso en la fase de intercambio de información vital de un
secuestro conjunto.
—¡Fue un maldito cumplido!
—Bien. Gracias. Siempre he estado muy acomplejada por mi frente, como
sabes, pero ¿quizá innecesariamente? Tal vez me ahorre todo el recorte mensual...
—Bien, ahora cállate. ¿Dónde estamos?
Pone los ojos en blanco.
—No tengo ni idea. Y créeme, he intentado averiguarlo, pero no hay aberturas
y el lugar está muy bien aislado acústicamente. Debe de haber al menos cuatro o
cinco pisos debajo de nosotros, solo por escuchar las tuberías del cuarto de baño. Los
guardias que me alimentan tienen mucho cuidado de no mostrarse ni acercarse lo
suficiente como para que adivine su especie, pero ahora que tu amigo Mick está
involucrado, supongo que estamos en territorio de los licántropos. Aunque eso no lo
reduce mucho.
Emery. Ella tiene que ser parte de esto. Y Mick debe haber estado ayudándola
todo el tiempo. Era uno de los segundos de Roscoe, después de todo.
Me pellizco la frente.
—¿Por qué te involucraste con los licántropos?
—¡Excelente pregunta! ¿Quiere la respuesta larga o la corta? He tenido mucho
tiempo para trabajar en ambas versiones en los últimos meses.
270
—¿Te han hecho daño? ¿Te están torturando, o interrogando, o...?
Sacude la cabeza.
—Me tratan bien, si se descuenta la perpetua violación de mis derechos
humanos. Pero nunca me han sacado de esta habitación, y lo he intentado. He fingido
estar enferma, me he puesto agresiva... y nada. Los guardias son idiotas de
proporciones indescriptibles y se niegan a hablar conmigo.
—¿Cómo te llevaron?
—Lo último que recuerdo es que caminaba por la acera de camino a tu
apartamento desde el trabajo, y entonces bam, estaba aquí.
Echo un vistazo al ático.
—¿Qué haces todo el tiempo?
—He estado recuperando el sueño. Revisando mis decisiones en la vida.
Arrepintiéndome. Sobre todo, leo. —Señala las estanterías—. Pero la selección aquí
se limita a los clásicos. He leído como tres novelas de Dickens.
—Espantoso.
—El Guardián Entre el Centeno, también.
—Dios.
—Y toda una serie de misterio que ni siquiera me gusta. —Se encoge de
hombros—. Ahora, ¿te gustaría escuchar mi teoría de por qué alguien se molestó en
secuestrarme, para que puedas decir que te lo dije, o algo así?
La irritación me alimenta lo suficiente como para sentarme finalmente erguida.
—No, porque no he dicho te lo dije.
—Oh. —Ella asiente, desconcertada—. Bueno, esto es una agradable
sorpresa...
—No pude decírtelo, porque me ocultaste la historia en la que estabas
trabajando y la mierda que estabas haciendo.
Ella frunce el ceño.
—Bueno. Bueno, al menos déjame explicarte...
—Ya lo sé.
—Lo que sea que estés pensando, no es eso. En realidad, estaba...
—Estabas investigando a los licántropos, o a Thomas Jalakas, o crímenes
financieros o algo así. Descubriste que Liliana Moreland es una híbrida humano-
licántropo, posiblemente única en su especie, y luego fuiste secuestrada por tus
esfuerzos.
271
Serena retrocede.
—¿Cómo... ?
—Tu gato estaba... Vi esa cosa del alfabeto de mariposas en tu agenda, y... —
Me masajeo la sien—. Confía en mí cuando te digo que sé, francamente, mucho más
de lo que quisiera sobre cualquier cosa. Lowe dijo que...
—¿Quién es Lowe?
Me duele el corazón. Me deshago del recuerdo y del dolor con un manotazo.
—El Alfa licántropo. Mi esposo.
—Sabes qué, no importa. Dime cómo... —Se detiene abruptamente. Me vuelve
a mirar. Parpadea varias veces—. ¿Acabas de decir...?
Suspiro.
—Sí.
—Misery.
—Lo sé.
—En serio.
—Lo sé.
—Me voy por tres meses, y después de una vida de literalmente no tener
noticias, ¿ahora estás casada con un licántropo Alfa?
—Sí.
—Dios mío.
—Técnicamente, es tu culpa.
—¿Perdón?
—¿Crees que me casé porque encontré al dulce amor licántropo en una
aplicación de citas? Te estuve buscando. Todo el tiempo que estuviste fuera. De
cualquier manera que pude. Así es como acabé casada con el hermano de la joven e
inocente chica mitad licántropa que estabas dispuesta a explotar, y ahora estamos
aquí, y apostaría toda mi colección de herramientas de hacker a que es Emery quien
nos secuestró, y que Mick ha estado trabajando con ella a espaldas de Lowe todo el
tiempo. Apuesto... ¿Sabes qué? Apuesto a que Emery sabe que Ana es una híbrida, y
quiere asegurarse de que Ana nunca pueda servir como símbolo de unidad entre los
licántropos y los humanos, y la forma en que estabas husmeando te puso en el radar
de Emery, y Serena, fue tan jodidamente difícil para mí encontrarte. —Todo sale tan
rápido que apenas tengo tiempo de controlar mi tono. Pero me arrepiento al instante
cuando la mano de Serena se acerca para presionar sus labios agrietados. Tiene las
uñas mordidas, una costumbre que dejó hace años.
272
—Es que... —Traga saliva—. No estaba segura.
—¿Segura de qué?
—Que estarías buscándome. Tuvimos aquella pelea, y... —Su voz se quiebra un
poco—. Dije cosas que no quería decir, y pensé que tal vez habías terminado
conmigo.
Me quedo mirándola, momentáneamente sin habla. ¿Quizá los escarabajos de
la despensa le han comido el cerebro?
—Oye. No sabía que fuera una opción.
Suelta una pequeña carcajada, un poco más temblorosa que de costumbre.
—He tenido mucho tiempo aquí para pensar en lo que he dicho.
Asiento. Paso la lengua por mi boca muy seca y agria.
—Yo también tuve mucho tiempo fuera para pensar.
Nos miramos. Si fuéramos mejores personas, menos jodidas, probablemente
seríamos capaces de decir algo como: te quiero, o estoy tan contenta de volver a estar
juntas; o un poco más macabro: gracias, joder, no estás muerto. Pero ambas nos
quedamos calladas, porque eso es lo que hacemos.
Ambas sabemos lo que no se dice, porque así somos.
Serena se aclara primero la garganta.
—¿Consideramos el asunto archivado por el momento? —pregunta—.
Podemos cortarnos las uñas cuando salgamos de aquí, o algo así.
—Excelente sugerencia. Centrémonos en lo que hay que hacer.
Toma aire.
—En realidad he estado trabajando en un plan.
—Oigámoslo.
—Implica quedarse aquí. Construir una vida. Envejecer. Desarrollar cataratas.
Sonrío.
—Siempre has tenido los peores planes de mierda.
Ella se ríe. Y yo me río. Y luego nos reímos un poco más, hasta que todo suena
menos a risa y más a ligera histeria, y Dios, echaba de menos esto.
—Otro plan —dice, secándose los ojos y bajando la voz—, que he urdido en los
últimos tres minutos, es atraer al guardia de la puerta y usar tu magia vampírica para
hechizarlo y que nos deje ir.
Frunzo el ceño.
273
—Sabes que no puedo hacer eso sin tocar a la gente.
—Misery. Nena.
—¿Qué?
—Dudo que haya otra manera.
—Podríamos pelear. Somos dos, y sabemos defensa personal...
—No entrarán. Todo se me entrega a través de esa abertura. —Señala el panel
cuadrado de la puerta—. Pero ahora que estás aquí, podríamos engañarlos. Podría
distraer al guardia el tiempo suficiente para que le claves tus garras mentales.
Sacudo la cabeza. Plenamente consciente de que no estoy diciendo que no.
—Esto podría salir muy mal.
—No se desquitarían contigo —señala—. ¿Eres la hija de un concejal vampiro
y supongo que la esposa de un Alfa licántropo? —Se pellizca la nariz—. A diferencia
de mí, eres un rehén valioso para usar en las negociaciones, y esta persona Emery
debe saberlo. En todo caso, lo harían conmigo, lo cual es...
—También inaceptable.
Se muerde el interior de la mejilla.
—Realmente me encantaría salir de aquí. Pasar más tiempo con Sylvester.
—¿Sylvester?
—Mi gato.
—Ah. —Desvío la mirada con culpabilidad—. Sobre eso.
—Juro por Dios que si me dices que dejaste morir de hambre a mi gato o que
se ahogó con mis bolas de lana o que se lo comió un mapache...
—No lo hice, aunque se lo merecería. Sin embargo, ahora se llama Chispitas. Y
se ha encariñado mucho con Liliana Moreland, o viceversa. —Ignoro su mirada
fulminante—. No hay más que gatos en el mundo, y Chispitas es mediocre entre ellos,
así que te conseguiré otro si alguna vez...
Llaman a la puerta y ambas nos sobresaltamos.
—¿Sí? —Serena llama. Me empuja fuera de la vista, incluso cuando la puerta y
la ranura de alimentos permanecen cerradas.
—Tengo una... bolsa de sangre. Para la vampira.
—¿Quién es? —susurro.
—Bob.
Inclino la cabeza.
274
—¿Quién demonios es Bob?
—Es un nombre que inventé para los guardias. Todos son Bob. —Y luego, más
fuerte—. Misery no se siente bien —grita. Lo cual es cierto, me siento como una
mierda—. ¡Creo que las drogas podrían estar a punto de matarla o algo así!
¿Qué demonios? Mi boca. No puedo lidiar con un plan de Serena ahora mismo.
—Bueno, eso está por encima de mi nivel salarial. No puedo hacer nada por
una sanguijuela, de todos modos...
—Es de la realeza vampírica. Quienquiera que sea tu jefe, ¿crees que estará
complacido contigo si ella muere bajo tu vigilancia?
Se oyen un par de maldiciones que apenas distingo. Entonces se abre la ranura.
—¿Qué está pasando?
Miro a Serena, perpleja. Lo único que hace es hacerme un gesto vago,
probablemente intentando transmitirme telepáticamente su plan. Arrugo mi cara
como si fuera una pasa de uva, con la esperanza de salir de este mundo. Como eso no
funciona, me dirijo a la puerta de mala gana.
La abertura está a la altura de la cabeza, pero debido a la forma en que está
construido el ático, la visión de Bob del interior es limitada.
—Algo va mal. En mi... ojo —le digo cuando estamos cara a cara. Es un
licántropo, y parece más joven de lo que esperaba. Demasiado joven para estar
haciendo esta mierda, igual que Max.
Vete a la mierda, Emery, y vete a la mierda, Mick.
Murmura algo sobre sanguijuelas lloriqueando y pregunta:
—¿Qué pasa?
—Esto. —Resoplo y hago una serie de ruidos dramáticos. A mi derecha, oculta
a los ojos de Bob, Serena me hace un gesto con el pulgar. La facilitadora más inútil del
mundo—. ¿Lo ves?
—No veo nada. —Se inclina un poco hacia delante, pero es lo bastante listo
como para no inclinar la cabeza hacia la puerta. Lástima, ya que me hubiera
encantado darle un puñetazo. Por otra parte, eso me dejaría satisfecha, pero todavía
encerrada aquí—. Es solo un ojo púrpura normal. ¿Qué se supone que debo notar?
—Debe de ser una reacción a los medicamentos. Tienes que decírselo a un
médico —le digo. Quizá demasiado rotundamente, porque Serena hace una mímica
que solo puede significar haz más drama—. Podría morir.
—¿Morir de qué?
—De esto, ¿ves? —Señalo bajo mi ojo derecho, y él lo enfoca, tratando de
encontrar alguna abominación en su interior. Cuando mis músculos intraoculares
275
empiezan a crisparse para iniciar a cautivarlo, pongo todo lo que puedo en el
movimiento, con la esperanza de conseguir un rápido gancho.
Por un momento, funciona. Me anclo justo debajo de la superficie, la confusión
de Bob es obvia en su boca floja y sus ojos vacíos. Le tengo, pienso. Lo tengo, lo tengo,
lo tengo.
Entonces frunce el ceño y se retira, y me doy cuenta de que he fallado.
Abismalmente.
—¿Has...? —Parpadea dos veces y se da cuenta—. ¿Acabas de intentar
cautivarme? ¡Maldita sanguijuela!
Está furioso, tan furioso que mete la mano por la abertura y viene por mi
garganta. Y es entonces cuando Serena me recuerda algo.
Lo jodidamente ruda que ha sido siempre.
Se mueve más rápido de lo que creía posible para un humano y agarra la
muñeca de Bob, doblándola en un ángulo antinatural. Bob grita e inmediatamente
intenta retroceder, pero mi cautividad a medias debe de haberle afectado de algún
modo, porque a pesar de su fuerza, parece demasiado débil para escapar del agarre
de Serena.
—Abre la puerta —ordena Serena.
—Joder, no.
Ella dobla más la muñeca. Bob chilla.
—Abre la puerta o haré esto... —Le retuerce el pulgar. Lo oigo salirse de su
sitio, y es asqueroso—, a todos tus dedos.
Hacen falta dos más, pero Bob abre la puerta. A pesar de su fuerza, está claro
que no es un luchador entrenado, y nos cuesta poco esfuerzo cambiar de sitio con él.
Las dos estamos agotadas y un poco magulladas, pero una vez dentro, me vuelvo
hacia Serena para asegurarme de que está bien, y me encuentro con que se lleva la
mano a la boca y salta en su sitio.
Puede que sea una malota, pero también es increíblemente tonta. Me da un
vuelco el corazón al sentirme aliviada, jodidamente aliviada y feliz. Está aquí. Está
bien. Está siendo ella misma, incluso después de haber pasado tanto tiempo sin ella.
—Te dije que no podía hacerlo sin contacto —digo. Bob nos grita que lo
dejemos salir, y Serena lanza una mirada culpable a la puerta de seguridad.
—¿En serio?
—Por un lado, es un idiota. Por otro, una vez me dio pudín de vainilla extra.
—No puedo esperar a escuchar todo sobre esta vida tuya en el hogar de retiro.
276
Hace un gesto de dolor.
—Vámonos. No creo que llevara un teléfono, pero puede que se me haya
pasado.
Corremos hasta el final del pasillo, solo para encontrar otra puerta cerrada.
—Esta parece bastante ligera. Si ambas lanzamos nuestro peso sobre ella,
deberíamos ser capaces de romperla. A mis tres, ¿de acuerdo?
Serena me mira desconcertada. Luego da un paso adelante, agarra la manivela
y la gira.
La puerta se abre.
—¿Cómo supiste...?
—No lo hice. Hice esto, se llama comprobar. Deberías probarlo alguna vez.
Me aclaro la garganta y la rozo al salir, con el pecho oprimido por lo mucho
que la he echado de menos.
—No es que verte abriéndote camino a martillazos no hubiera sido un
entretenimiento máximo, pero... —Se calla y se para en seco. Y yo también. Ambas
nos quedamos inmóviles, porque...
Acerté cuando dije que la celda de Serena estaba en un ático, pero el edificio
es mucho más alto de lo que esperábamos. Hay al menos veinte pisos debajo de
nosotros. Este es un rascacielos, uno que me es muy familiar.
Porque crecí en él.
—¿Estamos en el Nido? —murmura Serena. Solo ha estado aquí una vez, pero
el lugar es demasiado característico para olvidarlo.
Asiento lentamente. Cuando miro detrás de mí, veo que la puerta por la que
acabamos de salir está pintada del mismo color que la pared. Un camuflaje casi
perfecto.
—No lo entiendo.
—Bob era un licántropo, ¿verdad? No me equivoqué, ¿verdad?
Sacudo la cabeza. La sangre de Bob bombeaba mucho más rápido que la de un
humano, y definitivamente no era un vampiro.
—Así que teníamos guardias licántropos, y el tipo Mick te trajo aquí, pero
estamos en territorio vampiro. ¿Cómo?
—No lo sé.
Serena se sacude.
—Podemos resolverlo más tarde. Tenemos que largarnos de aquí antes de que
alguien nos pille.
277
Asiento y empiezo a bajar las escaleras. A mitad del primer tramo, Serena me
toma de la mano. Cuando llegamos al final, entrelazo mis dedos con los suyos. No
tengo ni idea de lo que está pasando, pero Serena está aquí y todo irá bien si...
—Alto —dice una voz detrás de nosotros. Una muy memorable.
El miedo me sube por la nuca. Giro sobre mis talones y veo que Vania me
sonríe.
—Voy a necesitar que vengas conmigo. Una última vez, Misery.
278
CAPÍTULO 28
Él no creía que pudiera amarla más, pero ella es una sorpresa constante.
Hay muchos asuntos que resolver y su manada lo necesita más que nunca, pero no puede
concentrarse en nada más que en ella. Entiende por qué algunos Alfas hacen votos de celibato y
renuncian al amor.
Ella lo distrae. Sus sentimientos por ella, lo distraen.
Hay algo que nunca, nunca me permitiré superar, no hasta el día en que estire
la pata, no hasta el momento en que me desvanezca en la nada de la materia: en mis
semanas de convivencia con los licántropos, nunca se me ocurrió preguntarme dónde
iba su ropa cuando cambiaban a forma de lobo.
Es tan, tan estúpido de mi parte.
Y después de la noche más aterradora de mi vida, sentada en la escalera del
Nido, con Gabi curándome la herida punzante que el cuchillo de mi padre me hizo en
la clavícula, no puedo olvidarlo.
—¿Creías que se cambiarían con nosotros? ¿Sartorialmente? —Alex se apoya
en la barandilla. Se queda sin más motivo que burlarse de mí. O quizá esté realmente
interesado, no sabría decirlo. Lo único que sé es que echo de menos cuando me tenía
miedo—. ¿Pensabas que el resultado final sería un lobo con un pequeño chaleco de
lana y una pajarita? Para que quede claro, ¿es eso lo que esperabas?
—No sé lo que esperaba. Pero el top de Serena estaba todo hecho jirones y
pegado al cuello, y solo digo que fue inquietante ver cómo le colgaba una camiseta
rosa mientras sus dientes se hundían en la garganta de Vania. —Me froto la cara con
las palmas de las manos, con la esperanza de no ver las últimas dos horas. Cuando
vuelvo a levantar la vista, Ludwig y Cal y otro puñado de comandantes caminan por
el pasillo hacia el despacho de papá. Se detienen delante de nosotros y...
Todos sabemos que estaban interrogando a Mick. Me pregunto si todavía se
parece al Aster de ahí dentro: sangre púrpura y verde salpicada por todas las
paredes. La más horripilante de las flores, pintada con los dedos por el niño más
espeluznante del mundo.
—¿Sigue hablando de la ropa? —pregunta Ludwig.
292
Alex asiente con un profundo suspiro. Gabi reprime una sonrisa.
—Solo quiero saber qué demonios pensaba que les pasaría —murmura Cal.
—No pensé —digo. Defensivamente.
—Obviamente —murmura Alex.
—¿No deberías sentirte intimidado por mí? Además, ¿qué estás haciendo aquí?
—Esta debe ser la mayor cantidad de licántropos en territorio vampiro.
—Se determinó que un experto en informática podría ser útil y, francamente,
perdiste todos tus puntos de intimidación.
—Todavía puedo beber tu sangre hasta dejarte seco, idiota.
Owen llega para interrumpir nuestras discusiones.
—¿Has terminado aquí, Misery? Te necesito conmigo un momento.
Lo sigo escaleras abajo con una última mirada a Alex, casi siempre en silencio.
Owen recibió una pequeña paliza durante la pelea: su ojo morado es cortesía de
Vania, o tal vez del guardia de cabello castaño rojizo que lo escoltó. Por su porte,
sospecho que también tiene magullado todo el costado derecho. Cuando salimos a
un pasillo oscuro y estamos fuera del alcance del oído, le pregunto en voz baja:
—¿Estás bien?
—Debería preguntártelo.
Lo medito.
—Me sentiría mejor si pudiera hablar con Serena.
—Está con alguien pelirrojo. La chica, no el chico.
—Juno. Lo sé.
—Al parecer, aún no ha dominado lo de convertirse en bestia y luego volver a
ser persona, y sigue trabajando para controlar sus... No sé, impulsos lobunos. Rojita
la llevó a correr a...
—Lo sé —repito. Sigo preocupado—. Y no es “cambiar”.
—¿Qué quieres decir?
—Los licántropos prefieren el término “cambiar”.
Me lanza una mirada horrorizada, como si fuera una nerd sentada en primera
fila gritando ¡Profesor, elíjame a mí! y luego se detiene delante de una puerta cerrada.
—Vi tu cara cuando entré en el despacho. Pensaste que te iba a joder, ¿verdad?
Resisto la tentación de apartar la mirada.
—Entraste como carcelero de mi esposo.
293
—Esa fue su idea. Lo llamé como una hora después de que se fueran. Por fin
pudimos conseguir imágenes del robo en el apartamento de Serena.
Así que por eso Lowe se fue después de que nosotros... mejor no pensar en eso.
—Déjame adivinar, fue Mick.
Asiente.
—Le enseñé a Lowe las grabaciones y enseguida lo reconoció. Misery, se
volvió jodidamente loco.
—Sí, Mick y Lowe se remontan...
—No, se asustó porque sabía que estabas con Mick. Pensé que tu juguete sexual
era un tipo bastante ecuánime, pero en realidad es espeluznante.
No me molesto en negarlo.
—¿Y qué hicieron?
—Los licántropos seguían vigilando al gobernador para ver cuál sería su
siguiente paso, e hizo una llamada a padre. En ese momento, quedó claro que estaban
colaborando en algo, y que Mick les estaba ayudando. Lowe me dijo que llamara a
padre y mintiera: la historia era que, una vez que tú y Mick desaparecieron, Lowe se
puso en contacto conmigo para encontrarte porque pensó que yo podría estar
dispuesto a ayudar, y en lugar de eso lo capturé. Ya has visto el resto. —Entrecierra
los ojos para mirarme—. De nuevo, fue idea suya.
—No he dicho nada...
—No voy a joderte, Misery.
Asiento, sintiéndome casi cerca de mi gemelo. Hace tiempo que lo olvidé, pero
me resulta familiar.
—Yo tampoco.
—Muy bien, entonces. —Señala la puerta—. ¿Estás lista? —No dice lo que hay
dentro, pero ya lo sé.
Lowe lleva unos jeans que habrá encontrado en alguna parte, y nada más. Se
gira hacia nosotros cuando entramos, pero permanece apoyado en la pared,
paciente. A unos metros de él hay una silla y, esposado a ella, un vampiro.
Mi padre.
Está cubierto de sangre, sobre todo morada, pero yo también lo estoy. Y
también Owen y todos los que estaban en la oficina durante la carnicería. Cuando
Alex llegó al lugar, lo primero que me preguntó fue si tanta sangre me estaba dando
hambre. Cuando estemos de vuelta en territorio licántropo, pienso untar un
panqueque en el interior de un retrete y preguntarle lo mismo.
294
Si alguna vez vuelvo a los licántropos.
Mis ojos se cruzan con los de Lowe, brevemente y durante demasiado tiempo.
Lo que pasa entre nosotros es un momento demasiado combustible como para no
apartar la mirada inmediatamente.
—¿Estás bien? —pregunta.
No.
—Sí. ¿Y tú?
—Sí. —Quiere decir que no, pero por ahora no importa.
Padre tiene los ojos vendados, supongo que para evitar que algún imbécil
entre en la habitación y se deje cautivar. Los auriculares que le han puesto deben de
ser anti-ruido, pero sabe exactamente quién está en la habitación, solo por los latidos
del corazón y el rastro de la sangre. Sus ejecutores han desaparecido, y también su
poder. Por primera vez en su vida adulta, está indefenso. Cierro los ojos y espero a
que me invadan sentimientos de cualquier tipo.
No llega ninguno.
—¿Puedo? —pregunta Owen cordialmente, señalando a padre. Lowe asiente,
observándolo con calma mientras le arranca la venda de los ojos y los auriculares.
Owen se agacha, sentándose sobre sus ancas. Es la primera vez que presencio una
interacción como ésta: mi hermano como parte activa y dinámica, y padre contenido
e inmóvil. Débil. Perdedor.
Se miran. Es padre quien finalmente rompe el silencio diciendo:
—Quiero que sepas que volvería a hacer todo esto. —Su voz es demasiado
fuerte para mi gusto, casi obscenamente tranquila. Me gustaría verlo suplicar
clemencia, verlo dudar de su ridícula rectitud y del valor de sus estúpidas
convicciones. Ojalá pudiera sufrir, aunque solo fuera un poco, aunque solo fuera al
final. Desearía que hubiera algún castigo por todo lo que ha hecho.
Y entonces no tengo que desearlo. Porque después de asentir pensativo, Owen
sonríe. Ampliamente.
—Me parece justo. Lo que quiero que sepas —promete, con voz baja y clara—
, es que cuando ocupe tu lugar en el consejo, trabajaré duro para deshacer todas las
mierdas que has construido en las últimas décadas. Voy a negociar alianzas con los
licántropos y con los humanos que no solo nos beneficien a nosotros. Voy a hacer todo
lo posible para facilitar treguas entre ellos. Y cuando esta zona esté en paz y la
influencia de los vampiros se reduzca casi a la insignificancia, voy a agarrar tus putas
cenizas y esparcirlas donde solían estar las fronteras y los puntos de entrada, para
que los licántropos, y los humanos, y los vampiros puedan pisarlas sin darse cuenta.
Papá. —Sonríe una vez más, feroz, aterrador.
295
Guau. Mi hermano es... guao.
—Misery, ¿hay algo que quieras decirle a este miserable pedazo de mierda
antes de que ya no pueda oírte?
Abro la boca. Luego lo pienso mejor y la cierro.
¿Qué podría decirle? ¿Hay algo que pueda herirlo, aunque sea una centésima
parte de lo mucho que me ha herido a mí y a la gente que quiero? Tal vez solo:
—Nah.
Owen se ríe, y la expresión de Lowe es a la vez tierna y divertida. Padre no nos
da la satisfacción de agitarse, ni de gritar insultos, ni de ceder el control de ninguna
manera. Pero sus ojos se cruzan con los míos antes de desaparecer tras la venda. Hay
un matiz de derrota en ellos, y me digo que tal vez lo sepa: pensaré en él lo menos
posible, mientras pueda.
—¿Qué quieren que haga con él? —Lowe pregunta una vez que papá no puede
oírnos. La pregunta debería ir dirigida a Owen, pero me está mirando a mí. Quizá no
se trate de un líder trabajando en nombre de su pueblo, sino de un licántropo,
haciendo una pregunta a su...
Cuelgo la cabeza. No. Ni siquiera voy a pensar en la palabra. Ya se ha abusado
de ella y se la ha arrastrado por el barro lo suficiente por esta noche.
—¿Qué pasa si sigue vivo? En realidad, ¿qué pasa si lo matan? ¿Habría
repercusiones?
—No hay ningún organismo oficial que regule las relaciones entre licántropos
y vampiros. Todavía. —Lowe añade—: Asumo que le correspondería al consejo
vampírico buscar retribución, o castigo para tu padre, o para quienquiera que lo haya
ejecutado. Quienquiera que ocupe su puesto tendrá algo que decir al respecto.
—Owen, entonces.
Comparten una mirada. Y tras una fracción de segundo de vacilación, Lowe
dice:
—O tú.
Sorprendentemente, Owen asiente. Y entonces ambos me miran expectantes.
—¿Crees que quiero formar parte del consejo?
Lowe no dice nada. Owen se encoge de hombros.
—No lo sé. ¿Quieres?
Se me escapa una carcajada.
—¿Qué es esto?
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—Padre decidió que yo sería su sucesor hace décadas. —Owen parece muy
serio—. Creo que deberíamos dejar de hacer lo que él dice.
—¿Estás diciendo que si quiero ese puesto, me lo darás?
—Eh... —Enrolla los labios sobre sus colmillos—. No me haría feliz. Y te
advierto que a nuestra gente no le gustaría. Pero tendrían que reconocer que has
hecho mucho más por los vampiros que cualquiera de ellos, y con el tiempo harían
las paces.
No sabía que Owen pudiera ser tan sensato. Me resulta tan desconcertante que
me detengo a considerar la idea de un mundo en el que pueda sentirme realmente a
gusto entre los vampiros, aunque solo sea porque soy su líder obligada. No estaría
sola, no sería rechazada, no estaría constantemente fuera de lugar. El atractivo de esto
es...
Bajo a inexistente. Honestamente: que se jodan los vampiros.
—Lo que dijiste antes —le digo a Owen—. Sobre trabajar con los licántropos y
los humanos. Lo decías en serio, ¿verdad? ¿No estabas solo jodiendo a papá?
—Por supuesto. —Frunce el ceño, indignado—. Lowe y yo somos básicamente
mejores amigos.
El ceño perplejo de Lowe no transmite del todo la mejor amistad.
Owen resopla.
—Gracias por el voto de confianza. Es realmente inspirador saber que el
licántropo Alfa y su novia, que también resulta ser mi maldita hermana, piensan que
sería un gran líder. Verdaderamente el sistema de apoyo de los campeones.
Imbéciles.
Sonrío. Lowe también tuerce los labios. Nuestras miradas se cruzan y la
sensación es aún más amenazadora que antes, una tormenta peligrosa que se avecina,
como una corriente que zumba en mi columna vertebral y el agua después de una
sequía.
Es aterrador, esto entre nosotros. Necesito interrumpirlo.
—¿Puedo...? Tengo preguntas —me apresuro a decir—. ¿Dónde está el hijo de
Mick?
—Owen y yo tenemos a varias personas buscándolo —dice Lowe. Se pasa la
mano por la nuca, con cara de dolor.
—¿Y Mick? ¿Qué va a pasar con él?
Hace una mueca.
—Te lo haré saber cuando lo decida.
—¿Y Ana? Mi padre...
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—Nunca supo dónde estaba. Está a salvo.
El alivio me inunda.
—Me alegro.
—Volverá en cuanto se resuelva la situación. ¿Algo más que necesites saber?
Aprieto los labios, deseando que este fuera el momento y el lugar para más
preguntas. Deseando que estuviéramos solos.
¿Soy tu compañera? ¿Tu pareja?
¿Está bien si no importa? ¿Está bien si quiero serlo?
¿Cuánto de lo que dijiste, de lo que dije, de lo que todos dijeron era real?
Algo de eso debe haber, ¿no?
—No. —Miro a Owen. O no es consciente de lo mucho que me gustaría que nos
dejara solos, o no le importa. Lo segundo, probablemente.
—Todavía no me has dicho qué te gustaría que hiciera con tu padre —dice
Lowe en voz baja.
Echo un vistazo a la silla. La postura de papá es tan impecable como siempre,
pero con sus orejas puntiagudas ocultas por unos auriculares y su cabello blanco
ligeramente despeinado, casi podría pasar por humano. Cómo han caído los
poderosos.
Tal vez soy realmente horrible. Tal vez se lo merece. Tal vez es un poco de
ambos. Aun así, digo:
—No me importa. Se lo dejo a ustedes dos.
Cuando paso junto a Lowe, el dorso de mi mano roza la suya y un escalofrío de
calor no destilado me recorre el brazo.
Agarro la manilla de la puerta, sintiendo aún su calor en mis dedos. Sin girarme,
añado:
—A menos que surja la necesidad, siéntete libre de no decirme nunca qué
decidieron.
Pudo haber sido cualquiera que le enviaron. Cualquier vampira. Y sin embargo, fue ella.
Una tirada de dados.
La suerte del sorteo.
Lowe
Ella hace un montón de bromas del tipo “estás oficialmente condenado a una
vida de Misery” y Lowe no está seguro de que le hicieran gracia al principio, y mucho
menos ahora que hace una semana que la tiene de vuelta, pero no puede evitar
alegrarse cada vez.
Incluso mientras suspira y menea la cabeza con desaprobación.
—A la derecha. En realidad, a la izquierda. En realidad, déjame hacerlo a mí —
refunfuña ella, robándole el martillo de la mano. Están colgando un cuadro en la pared
de lo que volverá a ser la habitación de Ana. Es una tontería, algo que Lowe dibujó
ayer de improviso, porque eso es lo que ha sido: Espontáneo. Inspirado. Feliz.
Un Chispitas gigante, como Godzilla, que se eleva sobre el letrero de
Hollywood —que por casualidad deletrea LILIANA— no es el estilo artístico habitual
de Lowe. Y el resultado no le pareció tan bueno. Pero cuando dejó su bloc de dibujo
abierto en la encimera de la cocina, Misery y Serena le echaron un vistazo, y todas
sus protestas se encontraron con ojos en blanco y acusaciones de que estaba
buscando cumplidos. En cuanto se puso el sol, le robaron el coche y condujeron
durante horas para encontrar el marco perfecto.
Y mientras estaban fuera, Lowe trasladó las cajas de Misery a la habitación
contigua. Ella solo estará en la de Lowe, ya que es lo que tiene más sentido.
Solo estar con él.
Su pareja. Su compañera.
Con él.
Aún no se ha acostumbrado a la idea. Es posible que cuando se trata de
sentimientos como los que siente por Misery, grandes, abrumadores y abarcadores,
acostumbrarse no sea algo que ocurra nunca. Es posible que la crudeza de lo precioso
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nunca desaparezca. Y cada vez que piensa en el futuro, en las posibilidades, los
latidos de su corazón se aceleran como si estuvieran en una carrera contra sí mismos.
Y Misery siempre se da cuenta.
—¿Qué pasa con eso? —pregunta, con las palabras entre dientes—. ¿Evento
cardíaco? —Ella lo mira de reojo con sus bonitos ojos lilas. Su perfil es suave, de líneas
delicadas marcadas por las dramáticas puntas de sus orejas, dientes y barbilla. Casi
lo deja sin aire en los pulmones.
No sabe qué contestarle. Así que se acerca y le pasa una mano por la espalda
mientras ella se golpea contra la pared. Cuando eso no es suficiente, rodea su torso
con los brazos. Inhala su estimulante y alucinante aroma. Cierra los ojos.
No estaba solo antes de ella. Si alguien le hubiera preguntado, no habría
admitido ser infeliz. Tenía una manada y una hermana que cuidar, cosas que le
apasionaban, amigos por los que daría la vida. Nunca pensó que le faltara nada. Pero
ahora...
No está seguro de merecer el calor de su vida actual, pero lo conservará de
todos modos.
—Hola —dice Misery, como si no hubieran estado juntos en toda la noche,
desde el mismo instante en que se despertó. Deja el martillo y el clavo sobre la
cómoda. Su mano pálida se enrosca suavemente alrededor de su antebrazo. Él siente
una profunda felicidad.
—Hola —dice.
Ella empieza a trazar letras en su piel, y él quiere decirle que vaya más
despacio, que deletree las palabras otra vez. Pero entonces capta una E, una M y una
O, y piensa que tal vez pueda adivinar...
—Ha llegado la plaga —susurra emocionada mientras un coche entra por la
calzada bajo la ventana. Misery se zafa de su abrazo y Lowe se traga un gruñido hosco
al ver que él no es la primera y única preocupación de su compañera. Luego la sigue
escaleras abajo.
Hace más de dos semanas que no ve a Ana, pero su hermana apenas le da un
abrazo superficial, demasiado ocupada enseñándoles a Miresy y a su nueva amiga
Serena el nuevo transportín que el tío Koen ha comprado para Chispitas.
Lowe reprime una sonrisa y sale justo cuando su mejor amigo sale del coche.
—Gracias. Te debo una.
Koen resopla.
—Hermano, me debes diez. Y no por Ana.
—¿Qué más?
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—Emery ha estado explotando el chat familiar. Entre otras cosas, al parecer. —
Se encoge de hombros ante la ceja levantada de Lowe—. ¿Qué? ¿Demasiado pronto?
Lowe suspira y le hace un gesto para que entre.
—Entra. Te pondré al día de la mierda de los últimos diez días.
—Muy emocionado de escuchar todo sobre...
Un solo paso dentro de la casa y Koen se detiene como si acabara de chocar
contra un montón de ladrillos. La palma de la mano busca apoyo en la pared.
—¿Qué demonios? —Lowe lo mira con el ceño fruncido. Al no obtener
respuesta, se vuelve para estudiar a su amigo. Su cuerpo vibra ligeramente. Sus
pupilas se contraen, como suele ocurrir cuando un licántropo está a punto de cambiar.
Y sus ojos...
Lowe sigue la mirada de Koen. Está clavada en una pequeña figura agachada
en el suelo del salón. Está rascando la barbilla de un ronroneante Chispitas y
murmurándole disculpas.
Serena.
La mirada de Koen permanece allí durante mucho tiempo, como capturada, o
tal vez sin querer soltarla.
—Bueno, bueno, bueno —balbucea. Su voz es ronca. Demasiado grave—.
Estoy jodido, de acuerdo.
Lowe comprende inmediatamente.
En su opinión, esto va a ser un problema.
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ACERCA DE LA AUTORA
Ali Hazelwood es la autora del bestseller número Uno del New York Times
de Love, Theoretically y The Love Hypothesis, así como escritora de artículos revisados
por expertos sobre la ciencia del cerebro, en los que nadie se enrolla y el “para
siempre” no siempre es feliz. Originaria de Italia, vivió en Alemania y Japón antes de
trasladarse a Estados Unidos para cursar un doctorado en neurociencia. Cuando Ali
no está trabajando, se la puede encontrar corriendo, comiendo pasteles o viendo
películas de ciencia ficción con sus tres amos felinos (y su marido, un poco menos
felino).
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