Reseñas
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Roma:
Armando Editore, 2016, 288 pp. ISBN: 978-88-6992-034-9.
“Algunos libros –escribe Francis Bacon– han de ser probados, otros devora-
dos; algunos, pocos, merecen ser masticados y digeridos”. Encuentro que no hay
palabras más adecuadas que estas para introducir la recensión al último trabajo
editorial de Vittorio Possenti, Il realismo e la fine della filosofia moderna (Arman-
do, 2016). La obra en cuestión, que ciertamente corresponde al tercer grupo de
textos descriptos por el autor del Novum Organum, es una pequeña gran joya
especulativa que requiere toda nuestra atención y que pide ser analizada con par-
ticular cuidado.
Debe su preciosidad, principalmente, a la tenaz y apasionada defensa de una única
y decisiva tesis de fondo: la que reconoce en el realismo la vía maestra de la filosofía
presente y futura y en su perspectiva, el único método capaz de desatascar a la filosofía
del médano en que se ha encallado en el curso de los últimos cinco, seis siglos.
A simple vista, el volumen de Possenti impacta por su equilibrio compositivo y
por su estructuración. La obra –tal como se advierte en el índice– está dividida en
tres grandes secciones: la primera parte está dedicada a la descripción del sistema
epistemológico propio del realismo directo o inmediato, a la valoración de sus
estrechísimos lazos con la ontología tomista y a la comparación con algunas posi-
ciones gnoseológicas emergentes de importantes pensadores del siglo xx (Genti-
le, Maritain, Heidegger, Putnam). La segunda parte del texto está conformada por
una pars destruens que critica la formulación de las corrientes especulativas erigi-
das a partir de la posición hegeliana que identifica la lógica con la metafísica, y por
una pars construens caracterizada por el análisis del sistema filosófico de Jacques
Maritain, sistema en el que el autor descubre el cierre del ciclo idealista abierto
con Descartes y Kant y el comienzo de una nueva fase de reflexión, definida como
ultramoderna. La tercera parte del libro está centrada en cambio, en la invitación
extendida a la filosofía contemporánea a dejarse interpelar por la Trascendencia y
por su Misterio, a fin de que le sea posible profundizar en los vínculos existentes
entre fe y razón.
De todos modos, no es la arquitectura de la obra la que determina su valor,
sino el tratamiento de algunos núcleos teoréticos que atraviesan como un fil rouge
cada página possentiana.
¿A qué núcleos me refiero? Sin lugar a dudas entre los más significativos
señalamos el relativo a la idea fuerte de “verdad” que Il realismo e la fine della
filosofia moderna vehicula. En actitud polémica con el coherentismo de matriz
kantiana y poskantiana, Possenti ilustra con gran eficacia la perenne actualidad
de la concepción de la verdad como adecuación del intelecto a las cosas, augurán-
dole una completa recuperación por parte del pensamiento contemporáneo. Al
subrayar cómo para el realismo la realidad es más relevante que nuestro modo de
entenderla, el autor nos ayuda a reconocer la verdad como “conformidad entre el
acto del espíritu que unifica dos conceptos en un juicio, con la existencia de un
mismo ente en el que ambos conceptos se realizan”.
No se trata de una conquista de poca monta: por un lado nos permite calibrar
correctamente nuestra mirada sobre el ser, reconociéndole una inteligibilidad y
una alteridad independientes respecto del pensamiento, por otro lado tal logro
nos induce a admitir que en el mundo no hay solo interpretaciones sino también
hechos (me refiero por ejemplo al hecho de la existencia de alguna cosa, al hecho
de la existencia de una multiplicidad de cosas, a la existencia del devenir, del co-
nocimento y del deseo humano) temas sobre los que la filosofía ha de volver a
desarrollar su propia investigación.
Otro de los núcleos teoréticos analizados en Il realismo e la fine della filosofia
moderna está vinculado al concepto de intencionalidad. Al subrayar que en toda
operación cognoscitiva el sujeto interioriza la forma de aquello que se le presen-
ta, haciéndose –inmaterialmente– otro en cuanto otro, Possenti nos previene de
toda lectura ideológica del conocimiento, y nos protege de los peligros subya-
centes a las tantas formas recientes de neorrealismo, que confunden la apertura
intencional de la mente humana a la totalidad de lo real con un reflejo de ella.
Para el realismo el conocimento no puede reducirse a una similitud: si queremos
una confirmación basta pensar en la doctrina tomista sobre el intelecto agente y
a su rol perpetuamente activo en la búsqueda de la conformidad con los objetos
conocidos. Possenti nos invita a centrar nuestra mirada sobre tal dinamismo y así
nos ofrece el modo de focalizar con precisión la naturaleza del realismo como ac-
titud antropológica y no solo gnoseológica: el realismo es un “estar bien plantado
en la existencia, sin alimentar sospechas respecto del conocimento sensible”, un
“buscar de mirar alrededor con cierta confianza en relación con lo que vemos y
observamos, “un permanecer abiertos a lo impensado y a la sorpresa”.
Partiendo de estas bases Il realismo e la fine della filosofia moderna nos hace
entender cómo la primera forma de liberación, entre las tantas de las que hoy tene-
mos necesidad, consiste en desvincularse de la duda y del olvido del ser, instancias
promovidas por el pensamiento débil, por los nominalismos e idealismos moder-
nos y contemporáneo que, después de haber prometido mucho, han edificado a
lo largo del tiempo poco o nada. Desvinculándose de tales tentaciones es posible
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para el autor dar nuevo vigor a las reflexiones postmodernas y permitir al mismo
tiempo, a la filosofía, secundar su vocación originara: la de contactar con la reali-
dad, pidiendo justificación de lo que la experiencia nos demuestra, para intentar
captar el logos subyacente a todas las cosas.
Es verdaderamente bello que las páginas possentianas concluyan con una lla-
mada apasionada a renovar la filosofía, antes que en una escala ética o antropo-
lógica, a nivel metafísico: solo asumiendo el riesgo de medirse con el todo, por
modestas que sean nuestras fuerzas respecto de la inmensa amplitud del objetivo,
es posible entrever horizontes luminosos en busca de una verdadera novedad. Me
parece entonces que, con motivo de este impulso, se pueda hablar de Realismo
e la fine della filosofia moderna como de una obra de la que teníamos y tenemos
necesidad: lo digo con decisión, convencido como estoy de que en los tiempos
que estamos atravesando, sea más justo y conveniente encender luces antes que
maldecir la oscuridad.
Paolo Fedrigotti
pp. 98-101). No parece admitir que pueda haber una pluralidad de sentidos de
“experiencia” o de “intuición”. Como también cabe discutir que la “epojé” inexo-
rablemente dirija la fenomenología husserliana hacia el idealismo, según dice
Burgos.
En algunos momentos la actitud de Burgos hacia Husserl es prejudicialmente
negativa, por cuanto en caso de ambigüedad se inclina por asignarle posiciones
idealistas: v. gr., en las pp. 66-67, 71 y 93. A pesar de ello, Burgos parece conocer
la existencia de la fenomenología realista, porque menciona a Reinach y a Sei-
fert. Sobre todo a este último, cuyas sugerencias tiene en cuenta con algún dete-
nimiento. Lo llamativo es que, tras haber descalificado a Husserl en sus elementos
principales, pueda verdaderamente Burgos admitir la posibilidad de una auténtica
fenomenología realista, sin sentirse ante ella como con un rotundo oxímoron (cfr.
pp. 71 y 85).
El lector a veces se pregunta si, cuando Burgos habla de “intuición”, “experien-
cia”, “esencia”, etc., lo hace recogiendo el mismo sentido en el que emplean tales
palabras los autores por él criticados. Y otro tanto pasa, luego, con términos como
“abstracción”, “individuo”, etc., cuando critica el tomismo. Puede, por eso, leerse
alguna afirmación francamente chocante, como que “el sistema tomista no usa la
experiencia” (p. 129), o que toda abstracción “pierde dimensiones singulares” de
lo real (p. 131).
En general, las críticas que dirige al tomismo parecen necesitadas de impor-
tantes matizaciones, como se suele decir. Apenas tiene en cuenta Burgos la doc-
trina literal de S. Tomás ni de sus más significados representantes. Los más de
setecientos años de vigencia del tomismo no son fáciles de sintetizar. No se piense
que echo mano de un fácil recurso crítico si me refiero a las fuentes que Burgos
emplea para describir el tomismo: siempre habrá autores sin mencionar en cual-
quier investigación filosófica. Con todo, resulta llamativo que Burgos se encierre
en algunos autores contemporáneos (Maritain, Gilson, García López, González
Álvarez, etc.) y deje de lado otros de gran importancia en los asuntos que el autor
discute. Me refiero al hecho de que pase completamente por alto a Millán-Puelles
y su La estructura de la subjetividad, o a Canals y su Sobre la esencia del conocimien-
to, o a Ramírez y su De analogia. No son autores ni lejanos ni de difícil acceso. Si
los hubiera leído, quizás nos habríamos ahorrado leer aquí que “el ente (en cuanto
concepto) no tiene subjetividad” (p. 259), y otras afirmaciones en las que se des-
figura el tomismo.
Debe ser una confusión que equipare a González Álvarez con Wolff, en p. 207,
nota 112, respecto a la trascendentalidad del ente y la analogía. Podrá pensarse lo
que se quiera de la originalidad o profundidad del Tratado de metafísica. I. On-
tología, del maestro leonés, pero es innegable que constituye un patente dislate
ponerle en proximidad al racionalismo de Wolff y de Baumgarten.
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Como es una clara exageración, que sólo puedo explicarme por algún interés
polémico implícito del autor, atribuir al tomismo que “en el concepto de ente solo
se puede incluir lo que es común a todos” (p. 259). Bastaría que se hubiera fijado
en lo que dice Gilson en El ser y los filósofos, o Participación y causalidad de Fabro,
o las lecciones sobre el ser de Maritain. O cualquier otro, como E. Forment, Gar-
cía López, González Álvarez, etc., etc.
No consigo entender cómo puede atribuir Burgos al aristotelismo tomista que
“[…] también son conceptos trascendentales (en cuanto que trascienden a los gé-
neros) las categorías aristotélicas y otras nociones como los tipos de causas”
(pp. 243-244, nota 12). No conozco a ningún aristotélico ni a ningún tomista
que se atreva de decir eso, y lamento que Burgos no mencione qué fuente emplea
en este punto.
Las críticas a la “abstracción” aristotélico-tomista contienen numerosas im-
precisiones por no decir que son deformaciones. No es posible que desconozca
Burgos la distinción entre abstracción imperfecta y abstracción perfecta (p. ej.,
p. 171), que podría haberle evitado al autor confusiones en su discusión del
concepto de la “inducción” o haberle al menos moderado en su descalificación
global del concepto de la abstracción imperfecta (del entendimiento agente) en
p. 161.
Burgos se siente particularmente interesado en subrayar la continuidad y uni-
dad de los procesos cognoscitivos humanos, y se adhiere con énfasis al alcance de
la tesis de la “inteligencia sentiente” de Zubiri. Aunque también reconoce que
sensación e intelección son diferentes. Precisamente por eso, no parece de recibo
que Burgos rechace en su totalidad la doctrina de la abstracción, cuando resulta
que, con ese término, lo que el tomismo quiere señalar es el tránsito, imprescindi-
ble e inevitable, entre el conocimiento sensorial y el intelectual. La abstracción del
entendimiento agente no consiste en otra cosa más que en extraer lo intelectual
a partir de lo sensible. Parece que Burgos no quiere tenerlo en cuenta, sino que se
centra únicamente en la desindividualización que, por eliminación de la materia
sensible, ha de acontecer en la abstracción.
Como tampoco ha atendido Burgos a ningún autor fundamental entre los
tomistas para criticar la doctrina del conocimiento del singular. Elude recordar
que, para el tomismo, hay individuos materiales e individuos espirituales, y que
en el caso de estos últimos su condición individual no se debe a materia ninguna.
Para el caso de los individuos materiales y su conocimiento intelectual quizás po-
dría haber consultado la posición de un autor clásico y prestigioso como J. Gredt,
quien dedica a este asunto su Tesis 48 y varias páginas justificativas (§§ 556-560)
en sus Elementa philosophiae aristotelico-thomisticae.
En la p. 205 dice Burgos: “Si el ser es algo real –y no un mero artificio mental,
un concepto fruto de múltiples abstracciones–, debe, necesariamente, encontrarse
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de Burgos sea compatible con las tesis esenciales ni del tomismo, ni de la fenome-
nología, ni de ambos juntos.
José J. Escandell
La obra consta de un Estudio Preliminar del ilustre teórico español del Esta-
do Dalmacio Negro y de 8 capítulos y un apéndice (sobre la idea de legitimidad
en el marxismo contemporáneo). Se cierra con una bibliografía utilizada de 10
páginas.
Se trata de un libro que aborda el acuciante problema de la legitimidad po-
lítica, al hilo del análisis de algunas de las principales posiciones que sustentan
el andamiaje nocional del sistema democrático moderno y contemporáneo hoy
vigente en Occidente y buena parte del mundo. A la hora de denominar este sis-
tema político –que en el libro aparece sindicado como expresión práctica de los
principios ciliares del liberalismo– el autor opta por llamarlo constitucionalismo,
en línea con la preminencia que el liberalismo y su ínsito racionalismo han otor-
gado a la norma (jurídico-constitucional-positiva) como principio cuasi fundante
del orden político.
Este análisis histórico-doctrinal no impide al autor la constante referencia al
plano de la praxis política y jurídica empírica, tal como, en los aspectos más per-
tinentes para el enjuiciamiento de esta cuestión, tal praxis se ha verificado en los
últimos 200 años. Es decir, Castaño ha intentado asomarse a la crisis de legitimi-
dad que aqueja al sistema liberal contemporáneo desde algunas de las doctrinas
fundantes de ese sistema (Sieyès, Passerin d’Entrèves, Sartori, Habermas, Kriele,
Böckenförde, entre otros), así como desde algunos de los diagnósticos (Weber) y
críticas (Schmitt) más relevantes de que ha sido objeto.
El libro encara el estudio crítico de varios elementos nodales (impugnables,
conflictivos o aporéticos) de la acción política del Estado liberal y de la teoría
que la nutre, como son –sin pretensión de exhaustividad– el de la reducción de
la legitimidad a la legalidad (tema que atraviesa transversalmente todo el texto
y justifica el título de la obra); el del consecuente (materialmente, sería como el
envés de la precitada cuestión) obscurecimiento del sentido de la legitimidad de
ejercicio y de una justicia objetiva y universal que señale sus deberes al poder del
Estado; el de la representación “libre” –y además agravada por las distorsiones
que le aporta el régimen de la partidocracia–; el de la significación del concepto
de democracia propio del régimen vigente; el de la idea de un poder constituyente
que hace tabla rasa con la tradición y la realidad concreta de cada comunidad
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Nos es ofrecida esta estupenda miniatura por uno de los valores de la filosofía
española actual, el recientemente jubilado profesor Juan Miguel Palacios. Se trata
de la suma de tres “lecciones” que fueron dictadas en diversas fechas en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense. Con ello está dicho que el
lenguaje y tono de estas páginas es coloquial, aunque sin pérdida de elegancia ni
de profundidad ni de rigor. Es una magnífica lectura para todos, en particular para
quienes se inician en la filosofía.
Las tres lecciones son: 1ª, “Sobre la esencia de la libertad humana”; 2ª, “El pro-
blema de la fundamentación metafísica de los derechos humanos”; y 3ª, “¿Puede
la filosofía ser cristiana?”.
Tres temas dispares, que sin embargo el autor engarza entre sí con el hilo de
la “muy singular” condición humana, que es “la del ser finito que, al tener expe-
riencia de su finitud, se asoma de algún modo a lo infinito” (p. 7). Ello es, por lo
demás, que el Prof. Palacios se inscribe inequívocamente en la recia y acendrada
tradición realista. “Las tres tratan de asuntos referidos al conocer y al querer del
hombre, y abocan a una toma de conciencia de la limitación que les es propia” (p. 8).
Tres problemas dispares para cuyo abordaje en condiciones favorables el Prof. Pa-
lacios pide ya en el título, como primera providencia, que el lector vaya apercibido
de la radical limitación del ser humano. Aunque también esta humillación de la
carne racional resulta de las reflexiones mismas desarrolladas a lo largo del libro.
La primera lección versa sobre la libertad del hombre. Tras caracterizar lar-
gamente la libertad como “independencia o indeterminación de algo respecto
de algo” (p. 11), propone Palacios distinguir tres sentidos diferentes de la liber-
tad humana, los sentidos “ontológico”, “psicológico” y “práctico”. Tomada en el
sentido “ontológico”, concibe la libertad como “la apertura del ser del hombre
a muchas posibles maneras de ser” (p. 12). Según el autor, gracias a su peculiar
constitución, y a diferencia de los meros animales, en su conocer y en su querer es
capaz el ser humano de acceder a la totalidad de la realidad.
La libertad “psicológica” pertenece, según Palacios, a los actos de la voluntad
humana, y adopta dos formas: “la libertad de coacción y el libre albedrío” (p. 17).
Es la primera entendida como la capacidad de producir o ejecutar lo que se quiere,
y a ella se opone la violencia en un sentido amplio. El Prof. Palacios sostiene que a
esta clase de libertad pertenecen “tanto la libertad física –la que puede impedirse
con sogas o grilletes […]–, cuanto la libertad civil o política –como la libertad de
expresión, de reunión, de residencia, de asociación, de empresa, etc.” (p. 18).
Debo confesar que encuentro en estas últimas distinciones alguna dificultad.
Palacios dice que la libertad de coacción, tal como él la describe, “no concierne a
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la volición misma” (p. 17); entonces, no es claro que a esa modalidad de la libertad
pueda llamársela “psicológica”. Su idea de la libertad de coacción lo es de los actos
imperados de la voluntad y no de los elícitos. Pero en ese supuesto, la libertad que
Palacios llama “práctica” también debería incluirse en la clase de la libertad de
coacción. Advirtamos que la libertad en sentido práctico es “la que el hombre
adquiere cuando utiliza su singular capacidad de modificar por sí mismo, gracias
a su libre albedrío, las propias tendencias y disposiciones interiores que hay en
él y que le empujan desde dentro a la acción” (p. 22). Es decir, se trata de lo que
muchos llaman la libertad “moral”.
Busca el Prof. Palacios en la segunda lección un fundamento “metafísico” de
los derechos humanos. Por una fundamentación de esa clase entiende el autor
una cuya característica específica es “partir de una concepción general de la rea-
lidad, para luego, interpretando desde ella el ser del hombre, inferir finalmente
cuáles son los derechos que este tiene en razón de lo que es” (p. 38). Puntualiza
además que la suya quiere ser, en particular, una fundamentación “personalista”
en cuanto opuesta a una que pudiera incluir una “concepción individualista del
hombre, que distingue falsamente entre su estado natural y su estado civil, al que
el hombre accedería mediante un contrato social” (p. 39); y opuesta asimismo a la
“concepción colectivista del hombre”. El Prof. Palacios entiende que los derechos
humanos tienen su fundamento “metafísico” en el carácter de persona que tiene
todo ser humano y –apoyándose en un largo texto de Maritain– en la ley natural.
La cuestión, sin embargo, no queda con eso resuelta, sino que, según el autor,
la tesis de la fundamentación metafísica de los derechos humanos en la ley natu-
ral “entraña en sí misma un patente carácter problemático” (p. 49) en el orden
especulativo, el cual estriba en la dificultad de compaginar el concepto que la ley
natural supone de la naturaleza humana con la afirmación de la libertad del hom-
bre. Es, dicho brevemente, el problema general de la síntesis de la naturaleza y la
libertad, en una de sus dimensiones: ¿es la naturaleza fuente de obligaciones para
la libertad? Por ello, tomado en este sentido, el problema viene a reconducirse al
de la discusión de la “falacia naturalista” según la fórmula presentada y criticada
por G. E. Moore. Parece que una cierta aceptación de la crítica de Moore a la fala-
cia naturalista lleva al Prof. Palacios a decir que “la metafísica personalista nos dice
que hay personas y en qué consiste serlo y que los hombres lo son; mas no puede
decirnos si es bueno ser persona” (p. 57), porque una cosa es la “metafísica” (según
el sentido antes explicado) y otra distinta la “ciencia del valor o axiología”. De este
modo, la “enigmática distancia que media entre el ser y el valer” (p. 59) comporta
dificultades “a la ética metafísica y, con ella, a su fundamentación de los derechos
humanos” (ibid.).
Los claros análisis, siempre minuciosos, que el Prof. Palacios presenta excitan
la reflexión, también porque dejan abierta la respuesta a la cuestión radical de la
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conexión entre ser y valor (o bien en toda su amplitud). Pudiera sugerirse al res-
pecto al menos un par de observaciones. En primer lugar, la idea que se emplea
de lo “metafísico”. Es posible que en ella se haya introducido algún desajuste. En
general, hubiera bastado en muchos casos hablar tan sólo de fundamento “onto-
lógico” o fundamento “teórico”, es decir, de un fundamento “antropológico”: del
asiento de los derechos humanos en el ser sustancial del hombre. Sin embargo, por
otra parte, cuando se establece la distinción entre valores “ontológicos” y valores
“propiamente cualitativos”, parece que por “ontológico” haya que entender, no
tanto “real” o “efectivo”, sino algo constitutivo y permanente, de modo que los
valores “propiamente cualitativos” serán algo efectiva y realmente variable, en el
sentido de adquiribles y perdibles. Puede haber, pues, una oscilación en el uso
del término “metafísico”, según significa “real” o, por el contrario, “permanente”.
¿Acaso los valores stricto sensu (en el concepto de Palacios) no son reales y efecti-
vos en las cosas que los poseen y de las que se atribuyen?
Lo cual nos lleva a la segunda observación. Cabe discutir que la axiología (la
teoría de los “valores propiamente cualitativos”) haya de ser exterior a la ontolo-
gía. Esa posición cuadra bien con los principios del pensamiento de M. Scheler,
para la cual los valores no son, sino que tan sólo valen. Frente a ella, entre otros
autores, cabe situar a Millán-Puelles, quien con toda rotundidad ha escrito que
los valores “no se dan en un plano diferente del que es propio del ser. Ese plano
sería el de la nada, es decir, ningún plano. Todo valor positivo es tenido por al-
gún ente […]. La distinción de los planos del “valer” y del “ser”, tal como ha sido
propuesta por la “axiología” o teoría de los valores, no puede en modo alguno
mantenerse a la luz de un examen ontológico rigurosamente efectuado” (Léxico
filosófico, 2ª ed., 2002, p. 247). Es aquí, justamente, en donde la crítica de Moore
a la “falacia naturalista” resulta excesiva. Ciertamente, no es la mera facticidad
fundamento válido para ningún juicio de valor ni para imperativo alguno. Pero
junto a la facticidad de las cosas también se encuentra la fáctica realidad de sus
respectivos valores.
La tercera parte del libro se ocupa del concepto de la “filosofía cristiana”. ¿Es
posible una filosofía con ese apellido? Tras un repaso rápido de la historia de esta
cuestión, acaba el Prof. Palacios por fijarse en De la filosofía cristiana de J. Mari-
tain, de cuyas principales ideas ofrece un brillante resumen. De ellas encuentra
rastro en la encíclica Fides et ratio del Papa Juan Pablo II. El autor se adhiere a
cuanto Maritain sostiene en relación con la filosofía en general y con la filosofía
teórica en particular, pero no pasa por alto lo que el pensador francés afirma acer-
ca del “posible carácter cristiano de la filosofía cuando se trata de la filosofía práctica”
(p. 76). Piensa Maritain que “en razón de su propia naturaleza, la filosofía moral
ha de hacer uso de datos revelados y constituirse entonces como un saber natural,
sí, pero subordinado a la teología” (p. 78). Entiende el Prof. Palacios que Maritain
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José J. Escandell