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1.

Tema 4: Fe y Conversión

Introducción: Un Seminario de Vida en el Espíritu Santo –


Virtual – y en medio de una pandemia mundial. Nunca ha
sido mas urgente y mas necesario recordar que estamos
en la palma de las manos del Creador, de nuestro Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo y aprovechar de este tiempo
para permitirle a Dios un profundo encuentro personal con
cada oyente.

Objetivo principal del cuarto anuncio: Llevar a los


participantes a despertar la fe en Jesucristo para
conseguir una conversión radical y una transformación
profunda a su Evangelio.

Hebreos 12, 1 – 3 "Precisamente


por eso también
nosotros, envueltos como estamos en una gran nube de
testigos, debemos liberarnos de todo aquello que es un
peso para nosotros y del pecado, que fácilmente nos
seduce, y correr con perseverancia en la prueba que se
nos propone, fijando nuestra mirada en Jesús, el autor y
consumador de la fe, quien, para obtener la gloria que se
le proponía, soportó la cruz, aceptando valientemente la
ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios.
Pensad, pues, continuamente en aquel que soportó tan
grande contradicción de parte de los pecadores, para que
no desfallezcáis perdiendo el ánimo."

Hebreos 11, 1 "La fe es la garantía de las cosas que se


esperan, la prueba de aquellas que no se ven."

La fe: nuestro mayor tesoro: Ejemplo con mi hija al


comienzo de la pandemia

· ¿Qué es la fe?
o La fe es una gracia. Cuando san Pedro confiesa
que Jesús es “el Cristo, el Hijo del Dios
viviente”, Jesús le dice: “Feliz eres, Simón, hijo
de Jonas, porque esto no te lo ha revelado la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en
los Cielos” (Mt 16,17).

o La fe es un acto humano: “No es contrario ni a


la libertad ni a la inteligencia del hombre
depositar la confianza en Dios y adherirse a las
verdades por Él reveladas” (Catecismo de la
Iglesia católica n.154). En la fe, la inteligencia
y la voluntad humanas cooperan con la
gracia divina. https://es.aleteia.org/2014/12/09/
que-es-la-fe-cuales-son-sus-caracteristicas/

· La Fe en el Antiguo Testamento:
o La fe de Abraham ((Romanos 4, 18 – 22)
o La fe de Moisés (Éxodo 14, 13)
o La fe de Ana (mamá de Samuel)
o La fe de David (1 Samuel 17, 45)
o La fe de los profetas
o La fe de las mujeres del AT: Judith, Esther,
etc.

· La Fe en el Nuevo Testamento:
o La fe que ha sido probado y purificado en el
horno del sufrimiento
o La fe en medio de las pruebas

1 Pedro 1, 6 - 9 "Por esto estén alegres, aunque por un


tiempo tengan que ser afligidos con varias pruebas. Si el
oro debe ser probado pasando por el fuego, y es sólo cosa
pasajera, con mayor razón su fe, que vale mucho más. Esta
prueba les merecerá alabanza, honor y gloria el día en que
se manifieste Cristo Jesús. Ustedes lo aman sin haberlo
visto; ahora creen en él sin verlo, y nadie sabría expresar
su alegría celestial al tener ya ahora eso mismo que
pretende la fe, la salvación de sus almas."

Proverbios 17, 3 "Crisol para la plata, horno para el oro;


los corazones, Yahveh mismo los prueba."

Santiago 1, 2 - 4 "Hermanos, considérense afortunados


cuando les toca soportar toda clase de pruebas. Esta
puesta a prueba de la fe desarrolla la capacidad de
soportar, y la capacidad de soportar debe llegar a ser
perfecta, si queremos ser perfectos, completos, sin que
nos falte nada."

· El proceso para crecer en la Fe


· La virtud de la Fe que recibimos en nuestro Bautismo

Colosenses 2, 13 - 14 "En el bautismo fuisteis sepultados


con Cristo, habéis resucitado también con él por la fe en el
poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Y a
vosotros, que estabais muertos por vuestras faltas y por
no haber dominado los apetitos carnales, os volvió a dar la
vida juntamente con él, y nos ha perdonado todos los
pecados. Ha destruido el acta que había contra nosotros
con sus acusaciones legales, quitándola de en medio y
clavándola en la cruz;"

· La Fe Carismática

1 Corintios 13, 2 "Aunque tuviera el don de profecía y


descubriera todos los misterios, -el saber más
elevado-, aunque tuviera tanta fe como para trasladar
montes, si me falta el amor nada soy."

· La fe del tamaño de una semilla de mostaza

Mateo 17, 20 "Jesús les dijo: «Porque ustedes tienen poca


fe. En verdad les digo: si tuvieran fe, del tamaño de un
granito de mostaza, le dirían a este cerro: Quítate de ahí y
ponte más allá, y el cerro obedecería. Nada sería
imposible para ustedes."

· La fe es nuestro escudo (Armadura de Dios)

Efesios 6, 13 – 17 "Por eso pónganse la armadura de Dios,


para que en el día malo puedan resistir y mantenerse en la
fila valiéndose de todas sus armas. Tomen la verdad como
cinturón, la justicia como coraza; tengan buen calzado,
estando listos para propagar el Evangelio de la
paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, y así
podrán atajar las flechas incendiarias del demonio. Por
último, usen el casco de la salvación y la espada del
Espíritu, o sea, la Palabra de Dios."

· La fe viene por el oír

Romanos 10, 17 "Por tanto, la fe viene de la predicación, y


la predicación, por la Palabra de Cristo."

· La fe de la Virgen María y de Jesús

Lucas 1, 45 "¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán


las cosas que te ha dicho el Señor!"
Marcos 14, 36 "Decía: «Abbá, o sea, Padre, si para ti todo
es posible, aparta de mí esta copa. Pero no se haga lo que
yo quiero, sino lo que quieres tú.»"

Ap. 3, 20 "Mira que estoy a la puerta y llamo: si alguno


escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré
con él y él conmigo."

· La fe por medio de los conocimientos de Jesús y la


fe por medio del encuentro con Jesús

Encuentro – Conversión – Crecimiento – Pertenencia –


Permanencia – Misión

· La Conversión por medio del Encuentro con Jesús


o Ejemplo de San Pedro – De pescador a pescador
de hombres
o Ejemplo de los Discípulos – Dejaron las redes
para seguirlo ¨Sígueme¨
o Ejemplo de Santa María Magdalena – de
endemoniada a apóstol de los apóstoles

· El encuentro de Jesús antes y después de la


resurrección:
o Ejemplos de Pedro, Tomás, María Magdalena
o Ejemplo de Saúl / San Pablo

· Los pasos para vivir un Encuentro con Jesús y una


plena conversión:
o Ejemplo: El encuentro de Jesús con la
Samaritana: Encuentro personal, aceptación de
la realidad de nuestra vida y nuestro pasado,
sincero arrepentimiento, el perdón de Dios, la
verdadera alabanza y adoración a Cristo
nuestro Señor y Salvador, la misión.

Oración con la comunidad en Cartagena: Liturgia


Penitencial

· Introducción, oración y cantos penitenciales


· Invitación al Encuentro Personal con Jesucristo
Resucitado y la conversión
· Oración del Padre Nuestro, Ave María y Gloria
· Oración del Credo
· Confesión de Pecado (A cada frase en oración
respondemos: Perdón, Señor, Perdón)
· Expresión de Fe (Respondemos: ¡Si, yo creo!)
· Renuncia a Satanás y sus obras (Respondemos: ¡Si,
renuncio!)
· Proclamación del Señorío de Jesús
· Oración en el Espíritu con cantos de alabanza y
adoración para llevar a nuestra audiencia a un
ENCUENTRO PERSONAL con Jesucristo Resucitado y
una plena conversión.
· Oración y cantos de Acción de Gracias
· Conclusión con la bendición sacerdotal con el
Santísimo Sacramento.

Liturgia Penitencial

https://joalpigu.com/wp-content/uploads/2017/07/acto-
penitencial-kerigmatica.pdf

Anuncio 4
FE Y CONVERSIÓN
"Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu
corazón que Dios le resucitó serás Salvo" (Rm 10,9)
OBJETIVO GENERAL
Llevar a los participantes a despertar la fe en Jesucristo para conseguir una
conversión radical y una transformación profunda a su Evangelio.
DIÁLOGO Y PARTICIPÁCIÓN
Si el predicador cree conveniente, puede entablar una conversación con los
participantes, que le servirá de base para desarrollar el tema, con las siguientes
preguntas:
Ø ¿Qué entiendes por fe?
Ø ¿Cuáles son las características de una persona en proceso de conversión?
Ø ¿Qué relación hay entre fe y conversión?
Ø ¿Cuáles son los signos de la conversión?
Se pueden añadir otras preguntas convenientes.
DESARROLLO DEL TEMA
ESQUEMA

· La fe como adhesión personal a Jesucristo


· Necesidad de la fe para una autentica conversión
· Los pasos de la conversión

v La fe como adhesión personal a Jesucristo

“La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela.
Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que
Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras”[1]

Efectivamente, el encuentro con la persona de Jesucristo despierta una


motivación interior que nos lleva a seguirlo y a permanecer unido a Él, sin
perderlo de vista, de tal manera que la vida del creyente, en adelante, es vida en
Jesucristo y para Jesucristo.
“Yo he venido al mundo como luz y así el que cree en mí no quedará en
tinieblas” (Jn 12,46)
Basado en este texto, el papa Francisco nos ha dicho que la fe es una luz que nos
viene por Jesucristo con la característica propia de iluminar toda la existencia del
hombre. (Cfr. Lumen Fidei 4)
Es un don de Dios.

Es una respuesta a Dios que nos llama. Es una experiencia que nace en el
corazón después de escuchar la Palabra. Es la Palabra de Dios la que despierta
nuestra fe. (Cfr. Lumen Fidei 4):

“La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su
amor… La fe que recibimos de Dios como don sobrenatural se presenta como
luz en el sendero que orienta nuestro camino en el tiempo… La fe está
vinculada a la escucha” y “es la respuesta a una palabra que interpela
personalmente, a un Tú que nos llama por nuestro nombre”[2]

“La fe es un don sobrenatural de Dios. Para creer, el hombre necesita los


auxilios interiores del Espíritu Santo”[3]

v NECESIDAD DE LA FE PARA UNA AUTÉNTICA CONVERSIÓN


Volvemos al pensamiento del papa Francisco “El que cree, aceptando el don de
la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial
que se hace hijo en el Hijo”[4]

La fe es un paso decisivo y fundamental a la hora de dar un paso de conversión.


Cuando hablamos de conversión nos referimos a la transformación en Cristo, a
la configuración con Él, y solo puede darse dicha transformación si se ha creído
en Él.
El apóstol San Pablo argumenta esta realidad a base de interrogantes:
“¿Cómo van a invocar a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en
aquél de quien no han oído hablar? ¿Cómo van a oír sin que se les
predique?”(Rm. 10, 14)
Por tanto, la fe debe ser suscitada por el encuentro con la Palabra que nos
muestra el rostro amoroso de Jesús el Señor.
Cuando el apóstol Pedro, el día de Pentecostés, se dirige a la multitud, alcanza a
captar la atención de sus oyentes hasta el punto de originar una pregunta: Y
ahora “… ¿Qué hemos de hacer hermanos? Pedro le contestó: “Convertíos y
que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para el
perdón de los pecados y para que recibáis el don del Espíritu Santo.” (Hch.
2,37-38.)
Como podemos ver, en la respuesta de Pedro hay un imperativo: “convertíos”,
es decir, vuélvanse a Cristo, mírenlo a Él y solo a partir de esa mirada y de ese
volverse se produce el perdón de los pecados y la recepción de Espíritu.
Según esto, la conversión es una metanoia, es decir, un cambio de mentalidad, y
un cambio de decisiones.
“un cambio de rumbo, hacer marcha atrás, volver sobre los propios pasos. La
idea central de la conversión es el cambio de conducta, la nueva orientación
de todo el comportamiento. Una descripción más precisa de la conversión
exige dos planos: el exterior o cambio de la conducta práctica, y el interior o
transformación del corazón”[5]

Tienen así cumplimiento las palabras del profeta Ezequiel:


“Os rociaré con agua pura y quedaréis purificados; os purificaré de todas
vuestras impurezas y de todas vuestras basuras. Os daré un corazón nuevo,
infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón
de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y
haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis
normas.” (Ez 36, 25-27)
v LOS PASOS DE LA CONVERSIÓN
Convertirse implica emprender un camino, que nunca se acaba. Este camino,
decíamos anteriormente, entraña un cambiar de rumbo.

· Encuentro personal con Jesús: “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, una orientación decisiva.”[6]
El encuentro con Cristo, necesariamente, desemboca en una experiencia
nueva, en vida nueva porque Cristo todo lo hace nuevo (Cfr. Ap. 21,5).

· El arrepentimiento: Si el cristiano quiere ser coherente con su fe, no


puede eximirse de la penitencia de la contrición de corazón, de reconocer
su culpa. Es un imperativo del Señor: “Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera
salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará.” Mc. 8, 34-35.

· El tercer paso que debemos dar es involucrarnos en este


llamado “cambio de rumbo”. ¿Qué significa?: Indiscutiblemente es un
cambio de mentalidad. La mente del evangelizado adquiere una
dimensión nueva. A este cambio de mentalidad sigue el cambio de la
vida misma, el ser humano es creatura nueva, y cuando la mente y la vida
cambian en un ser humano, todos sus actos son nuevos. Como podemos
ver estos tres pasos (Cambio de mentalidad, cambio de vida y cambio de
actitud) son sugeridos por Pablo a los romanos: “Y no os acomodéis a la
forma de pensar del mundo presente; antes bien, transformaos mediante
la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es
la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,2)
Cuando Zaqueo se encontró con Jesús, lo recibió en su casa, contempló
su rostro, tomó conciencia de sus actos negativos, se arrepintió de
corazón, asume una actitud nueva y decide reparar su falta (Cfr. Lc
19,18).
·
· Acceder al sacramento de la reconciliación: El seminario de vida en el
Espíritu nos debe llevar a una renovación de nuestro bautismo, a
dinamizar nuestra vida interior asumiendo nuestra responsabilidad frente
al pecado. De ahí, que un paso importante para llegar a esta vida nueva
es el sacramento de la reconciliación:

“Mediante la reconciliación, el cristiano restablece la relación con Dios,


a quien puede llamar nuevamente Padre; y también restablece la relación
con los demás hombres, a quienes puede llamar nuevamente hermanos.
Estos dos aspectos son inseparables, ya que son inseparables el primero y
el segundo mandamiento (Cfr. Mt 22, 38-39).
Además de restablecer las relaciones con Dios y con los hermanos, la
reconciliación rehace al hombre desde dentro. Por eso se puede afirmar
que la reconciliación es una “justicia restauradora”, una nueva
creación”[7]

· Salir de sí mismo. Salir de sí mismo significa comenzar a vivir los


criterios de Dios: “Anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres, y
tendrás un tesoro en el cielo” (Mc. 10,21), “no vivo yo, sino que es
Cristo quien vive en mí” (Ga. 2,20a) Sabemos que el proceso de
conversión es obra del Espíritu Santo ya que solo con Su luz podemos
ver iluminado el camino. Por eso, como Nicodemo, hay que dejar atrás
los criterios, los conceptos que siempre se han manejado, para entrar en
la realidad divina de la conversión. Nicodemo no asimila lo que oye, se
le habla de una nueva existencia, pero él lo comprende con categorías
humanas, por lo tanto, por eso le resulta imposible entender que nacer de
nuevo implica una dimensión espiritual (Cfr. Jn 3), lo que posteriormente
comprenderá en el Cap. 19 de San Juan. Dios utiliza términos humanos
para hacernos salir de nuestros esquemas y entrar en los de Él.
Por ultimo salir de si mismo debe ser coprendido como la apertura
fraterna al otro, pues no se entiende un proceso de conversión sino se es
presencia de Dios para el hermano.

REFLEXIÓN PERSONAL
El participante solo o en grupo, inmediatamente después del tema o durante la
semana debe volver sobre sus apuntes, y en oración hacer este ejercicio de
profundización y de vivencia.
1. Lee texto Jn 12,46 y convierte en oración su contenido y acércate a Él
mediante un acto de fe.
2. Vuelve al texto Rm. 10, 14 y haz un camino por estos pasos: Leer,
escuchar, invocar, creer.
3. Lee el texto Hch. 2, 37-38, y, en oración, hazte la misma pregunta: y
ahora ¿Qué debo hacer?, y déjate responder por la Palabra leyendo y
releyendo el versículo 38.
4. Dedica un buen tiempo a examinar profundamente tu conciencia, como
preparándote para confesarte y si es posible, accede al sacramento de la
reconciliación.

RECURSOS DE APOYO PARA SER USADOS LIBREMENTE SEGÚN


LA DISCRECIÓN DEL PREDICADOR
- Catecismo de la Iglesia Católica número 1470
- Documento de Aparecida 244-245
- Encíclica Lumen Fidei números1, 4 y 8
- Exhortación apostólica Evangelii Gaudium 264-267

Bibliografía
Conferencia Episcopal de Colombia. (1985). Compromiso moral del
cristiano. Bogotá : Ediciones SPEC.

Francisco. (2013). Lumen Fidei. Bogotá : Paulinas.

Francisco, P. (2013). Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Vaticano.

Iglesia Cató lica. (1992). Catecismo de la Iglesia Católica. Ciudad del Vaticano:
Librería Editora Vaticana.

Benedicto XVI (2005). Deus cáritas est. Bogotá : San Pablo.

jhyytg[1] CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓ LICA, numeral 52


[2]
PAPA FRANCISCO. Carta Encíclica Lumen Fidei. Numeral 4
[3]
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓ LICA, numeral 52
[4]
PAPA FRANCISCO. Carta Encíclica Lumen Fidei. Numeral 19
[5]
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Compromiso moral del cristiano, 1985.
Bogotá .
[6]
Benedicto XVI, Carta encíclica Deus cáritas est. 25 de diciembre 2015. Numeral 9: AAS 98
(2006), 217.
[7]
CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA, Compromiso moral del cristiano, 1985.
Bogotá . Pá g. 88 y 89

Mi mensaje se centra en la relación que existe entre recibir un


testimonio de que Jesús es el Cristo y llegar a convertirse a Él y a
Su evangelio. Normalmente, los temas del testimonio y de la
conversión los tratamos de forma separada e independiente; sin
embargo, ganamos una valiosa perspectiva y una mayor convicción
espiritual al considerar estos dos temas importantes juntos.

Ruego que el Espíritu Santo instruya y edifique a cada uno de


nosotros.

¿Quién decís que soy yo?


Del ministerio del apóstol Pedro podemos aprender mucho sobre el
testimonio y la conversión.

Cuando Jesús llegó a las costas de Cesarea de Filipo, hizo esta


penetrante pregunta a Sus discípulos: “¿…quién decís que soy
yo?”.

Pedro respondió abiertamente:

“¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!

“Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres,


Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi
Padre que está en los cielos” (Mateo 16:15–17).

Tal como se manifiesta en la respuesta de Pedro y en la


instrucción del Salvador, un testimonio es el conocimiento
personal de la verdad espiritual que se obtiene por medio de la
revelación. Un testimonio es un don de Dios y está al alcance de
todos Sus hijos. Cualquier persona que busque sinceramente la
verdad puede obtener un testimonio al ejercitar “un poco de fe”
necesaria en Jesucristo para “experimentar” (Alma 32:27) y poner
“a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5), para
someterse “al influjo del Santo Espíritu” (Mosíah 3:19), y despertar
en cuanto a Dios (véase Alma 5:7). El testimonio proporciona
mayor responsabilidad personal y es una fuente de propósito,
seguridad y gozo.

Para procurar y obtener un testimonio de la verdad espiritual es


necesario pedir, buscar y llamar (véase Mateo 7:7; 3 Nefi 14:7) con
un corazón sincero, con verdadera intención y con fe en el
Salvador (véase Moroni 10:4). Los componentes primordiales de un
testimonio son saber que el Padre Celestial vive y nos ama, que
Jesucristo es nuestro Salvador y que la plenitud del Evangelio se
ha restaurado en la tierra en estos últimos días.

Y tú, una vez vuelto


Mientras el Salvador enseñaba a Sus discípulos durante la Última
Cena, le dijo a Pedro:

“Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos


como a trigo;

“pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto,
fortalece a tus hermanos” (Lucas 22:31–32).

Es interesante notar que este poderoso apóstol había hablado y


caminado con el Maestro, había presenciado muchos milagros y
tenía un fuerte testimonio de la divinidad del Salvador; sin
embargo, incluso Pedro necesitaba instrucción adicional de Jesús
sobre el poder para convertir y santificar del Espíritu Santo, y la
obligación que él tenía de servir fielmente.

La esencia del evangelio de Jesucristo implica un cambio


fundamental y permanente en nuestra naturaleza misma, que es
posible por medio de la expiación del Salvador. La verdadera
conversión produce un cambio en las creencias, el corazón y la
vida de una persona para aceptar y ajustarse a la voluntad de Dios
(véase Hechos 3:19; 3 Nefi 9:20) e incluye el compromiso
consciente de convertirse en un discípulo de Cristo.

La conversión es una expansión, una profundización y una


ampliación de la estructura básica del testimonio. Es el resultado
de la revelación de Dios, acompañado del arrepentimiento, de la
obediencia y de la diligencia personales. Cualquier persona que
sinceramente busque la verdad puede llegar a convertirse al
experimentar el gran cambio en el corazón y al nacer
espiritualmente de Dios (véase Alma 5:12–14). Cuando honramos
las ordenanzas y los convenios de salvación y exaltación (véase D.
y C. 20:25), “[seguimos] adelante con firmeza en Cristo” (2 Nefi
31:20), y perseveramos con fe hasta el fin (véase D. y C. 14:7),
llegamos a ser nuevas criaturas en Cristo (véase 2 Corintios 5:17).
La conversión es una ofrenda de uno mismo, de amor y de lealtad
que damos a Dios en gratitud por el don del testimonio.

Ejemplos de conversión en el Libro de Mormón


El Libro de Mormón está repleto de relatos inspiradores de
conversión. Amalekí, un descendiente de Jacob, declaró: “…
quisiera que vinieses a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y
participaseis de su salvación y del poder de su redención. Sí, venid
a él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda” (Omni 1:26).
El saber mediante el poder del Espíritu Santo que Jesús es el
Cristo es importante y necesario; sin embargo, el venir a Él de
verdad y ofrecerle nuestras almas enteras como ofrenda requiere
mucho más que simplemente saber. La conversión exige todo
nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente y fuerza
(véase D. y C. 4:2).

El pueblo del rey Benjamín respondió a sus enseñanzas al


exclamar: “Sí, creemos todas las palabras que nos has hablado; y
además, sabemos de su certeza y verdad por el Espíritu del Señor
Omnipotente, el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros,
o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más
disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente”
(Mosíah 5:2). El aceptar esas palabras, obtener un testimonio de su
veracidad y ejercitar fe en Cristo produjo un potente cambio en sus
corazones y una firme determinación a progresar y ser mejores.

En el libro de Helamán se describe a los lamanitas convertidos


como personas que “se hallan en la senda de su deber, y andan con
circunspección delante de Dios, y se esfuerzan por guardar sus
mandamientos y sus estatutos y sus juicios…

“y con infatigable diligencia se están esforzando por traer al resto


de sus hermanos al conocimiento de la verdad” (Helamán 15:5–6).

Como se destaca en estos ejemplos, las características clave


relacionadas con la conversión son experimentar un potente
cambio en nuestro corazón, tener la disposición de hacer lo bueno
continuamente, seguir adelante en la senda del deber, andar con
circunspección delante de Dios, guardar los mandamientos y servir
con infatigable diligencia. Queda muy claro que esas fieles almas
estaban profundamente dedicadas al Señor y a Sus enseñanzas.

Llegar a estar convertidos


Para muchos de nosotros, la conversión es un proceso constante y
no un solo acontecimiento que resulta de una experiencia
poderosa o dramática. Línea por línea y precepto por precepto, de
manera gradual y casi imperceptible, nuestras intenciones,
nuestros pensamientos, nuestras palabras y acciones entran en
sintonía con la voluntad de Dios. La conversión al Señor requiere
tanto perseverancia como paciencia.

Samuel el lamanita señaló cinco elementos básicos para


convertirse al Señor: (1) creer en las enseñanzas y profecías de los
santos profetas como están registradas en las Escrituras; (2)
ejercitar fe en el Señor Jesucristo; (3) arrepentirse; (4)
experimentar un potente cambio de corazón; y (5) llegar a ser
“firmes e inmutables en la fe” (véase Helamán 15:7–8). Ése es el
modelo que conduce a la conversión.
Testimonio y conversión
El testimonio es el comienzo y un prerrequisito para una
conversión continua. El testimonio es un punto de partida y no el
destino final. Un testimonio firme es la base sobre la cual se
establece la conversión.

El testimonio por sí solo no es ni será suficiente para protegernos


en la tormenta de oscuridad y maldad en la que estamos viviendo
en estos últimos días. El testimonio es importante y necesario pero
no suficiente para proporcionar la fortaleza espiritual y la
protección que necesitamos. Algunos miembros de la Iglesia con
testimonios han flaqueado y se han desviado; su conocimiento
espiritual y su cometido no estuvieron a la altura de los desafíos a
los que se enfrentaron.

Una lección importante sobre el vínculo que existe entre el


testimonio y la conversión es evidente en la obra misional de los
hijos de Mosíah.

“…cuantos llegaron al conocimiento de la verdad por la predicación


de Ammón y sus hermanos, según el espíritu de revelación y de
profecía, y el poder de Dios que obraba milagros en ellos, sí… como
vive el Señor, cuantos lamanitas creyeron en su predicación y
fueron convertidos al Señor, nunca más se desviaron.

“Porque se convirtieron en un pueblo justo; abandonaron las armas


de su rebelión de modo que no pugnaron más en contra de Dios…

“Y éstos son los que fueron convertidos al Señor” (Alma 23:6–8).

En estos versículos se describen dos elementos importantes: (1) el


conocimiento de la verdad, que se puede interpretar como un
testimonio, y (2) convertidos al Señor, lo que a mi parecer es la
conversión al Salvador y a Su evangelio. Por consiguiente, la
potente combinación del testimonio y de la conversión al Señor
resultó en firmeza y constancia, y proporcionó protección
espiritual.

Nunca más se desviaron y abandonaron “las armas de su rebelión y


no pugnaron más en contra de Dios”. Para abandonar las preciadas
“armas de rebelión” tales como el egoísmo, el orgullo y la
desobediencia, se necesita más que el sólo creer y saber. La
convicción, la humildad, el arrepentimiento y la docilidad preceden
el abandono de las armas de nuestra rebelión. ¿Poseemos todavía,
ustedes y yo, armas de rebelión que nos impiden convertirnos al
Señor? Si es así, entonces tenemos que arrepentirnos ahora
mismo.
Noten que los lamanitas no estaban convertidos a los misioneros
que les enseñaron ni a los excelentes programas de la Iglesia; no
estaban convertidos a la personalidad de sus líderes, a la
preservación del legado cultural ni a las tradiciones de sus padres.
Estaban convertidos al Señor —a Él como el Salvador y a Su
divinidad y doctrina— y nunca se desviaron.

Un testimonio es el conocimiento espiritual de la verdad adquirido


por el poder del Espíritu Santo. La conversión continua es una
devoción constante a la verdad revelada que hemos recibido, con
un corazón dispuesto y por las razones justas. El saber que el
Evangelio es verdadero es la esencia de un testimonio. El ser
constantemente fieles al Evangelio es la esencia de la conversión.
Debemos saber que el Evangelio es verdadero, y ser fieles al
Evangelio.

Testimonio, conversión y la parábola de las diez vírgenes


Ahora quiero utilizar una de las muchas interpretaciones posibles
de la parábola de las diez vírgenes a fin de destacar la relación que
existe entre el testimonio y la conversión. Diez vírgenes, cinco que
fueron prudentes y cinco insensatas, tomaron sus lámparas y
fueron a recibir al novio. Por favor consideren las lámparas que
usaron las vírgenes como la lámpara del testimonio. Las vírgenes
insensatas tomaron sus lámparas del testimonio pero no llevaron
consigo aceite. Consideren que el aceite que se describe es el
aceite de la conversión.

“…mas las prudentes tomaron aceite [de conversión] en sus


vasijas, juntamente con sus lámparas [del testimonio].

“Y tardándose el novio, cabecearon todas y se durmieron.

“Y a la medianoche se oyó un clamor: He aquí el novio viene; salid


a recibirle.

“Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus


lámparas [del testimonio].

“Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite


[sí, el aceite de la conversión], porque nuestras lámparas [del
testimonio están débiles y] se apagan.

“Pero las prudentes respondieron, diciendo: para que no nos falte a


nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden y comprad
para vosotras mismas” (Mateo 25:4–9).

¿Fueron egoístas las cinco vírgenes prudentes por no estar


dispuestas a compartir, o indicaban correctamente que el aceite
de la conversión no se puede pedir prestado? ¿Puede darse a otra
persona la fortaleza espiritual que proviene de la obediencia
constante a los mandamientos? ¿Puede transmitirse a la persona
que lo necesite el conocimiento que se obtiene al estudiar con
diligencia y meditar las Escrituras? ¿Puede la paz que le brinda el
Evangelio al fiel Santo de los Últimos Días transferirse a la persona
que esté pasando adversidades o grandes desafíos? La respuesta
clara a cada una de estas preguntas es no.

Como apropiadamente lo recalcaron las vírgenes prudentes, cada


uno de nosotros debe “comprar para uno mismo”. Esas mujeres
inspiradas no describían una transacción de negocios; más bien,
recalcaban la responsabilidad individual que tenemos de mantener
viva la lámpara de nuestro testimonio y de obtener una provisión
suficiente del aceite de la conversión. Este valioso aceite se
adquiere una gota a la vez: “línea por línea [y] precepto por
precepto” (2 Nefi 28:30), con paciencia y perseverancia. No hay
atajos; no es posible la preparación a último momento.

“Por lo tanto, sed fieles, orando siempre, llevando arregladas y


encendidas vuestras lámparas, y una provisión de aceite, a fin de
que estéis listos a la venida del Esposo” (D. y C. 33:17)

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