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TEMA 7 Modelo Agroexportador

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Instituto GB – Estructura y Política Económica Argentina.

TEMA 7. El Modelo Agroexportador 1880-1930.


De 1880 – 1º Guerra mundial (1914-1918):
Situación internacional:

Revolución Industrial.

Inserción de la Argentina al comercio internacional. Argentina se incorporó definitivamente al mercado mundial,


hacia 1880, el esquema de división internacional del trabajo, basado en los principios del librecambio. Uno de sus
polos en Gran Bretaña (la gran usina del mundo, principal exportadora de manufacturas y centro financiero y
de intercambio de las corrientes de comercio mundiales) y el otro polo en la inmensa mayoría de los países
periféricos (que tenían por función proveer materias primas y alimentos). El 40% de las manufacturas y bienes
de capital iba hacia Asia, Sudamérica, África y Oceanía, mientras que Gran Bretaña, Alemania y Francia, consumían
el 45% del mercado de materias primas y alimentos. Por otra parte, entre 1815 y 1920 el continente americano
absorbió el 97% de la inmigración intercontinental.

Corriente económica, clásica librecambio. El reinado del librecambio, alcanzo un pleno desarrollo en el periodo
comprendido entre la abolición de las leyes ingresas de granos, que eliminaron el proteccionismo británico, en 1846, y
la gran crisis de la economía europea de 1873. Esta crisis da inicio a la llamada Gran Depresión, la primera crisis del
capitalismo, y se extenderá de 1873 a 1896. El principal rasgo fue la caída de los precios en los principales mercados
mundiales, con una mayor incidencia en los productos primarios y en sus términos de intercambio (relación entre los
precios primarios y los industriales). Ese proceso era un resultado de los incrementos masivos en la producción y en
la exportación de dichos productos, junto con la disminución de los costos en el transporte nacional e internacional. A
partir de 1896 los precios de esos bienes comenzaron a recuperarse, lo que explica el boom económico de muchos
países agroexportadores hasta la 1º Guerra Mundial.

Segunda Revolución Industrial. Fue una respuesta a la crisis, las innovaciones tecnológicas, tuvieron como
propósito elevar las tasas de rentabilidad, mejorando la productividad del trabajo. En las últimas décadas del siglo XIX
y las primeras del XX se produjeron cambios tecnológicos significativos; la electricidad, la utilización del petróleo y
de los motores a combustión ligados a él, la aparición de nuevos productos químicos y materias primas
industriales, la revolución en los transportes (automóvil, avión), y en las comunicaciones (telégrafo, teléfono),
la máquina de escribir, el frigorífico, etc. Esto se complementa con cambios en las formas de organización del
trabajo (el taylorismo), que contribuyeron también a aumentar la productividad. El movimiento sindical comenzó a
imponer su presencia en los países más industrializados y se produjeron cambios en las legislaciones laborales. En
las últimas décadas del silgo XIX la productividad creció mucho mas en EEUU que en Gran Bretaña.

El Reino Unido, por ser el primer poder industrial del mundo y mantenerse durante largo tiempo en posiciones de
liderazgo. Le dificulto modernizar su estructura productiva a fin de ponerla a la altura de la de sus jóvenes rivales, que
se iniciaron con tecnologías mucho más avanzadas y en rubros hasta entonces no desarrollados por la industria
británica, como materiales eléctricos, productos químicos y nuevos tipos de maquinarias.

Entre 1870 y 1913, en el comercio exterior británico disminuyeron las exportaciones a Europa y los EEUU, mientras
que se incremento la participación en igual proporción de los países periféricos. Las importaciones de materias
primas y alimentos desde los EEUU y los países europeos fueron reemplazadas paulatinamente por la de las áreas
del nuevo poblamiento, colonias y países atrasados.

El sistema se completaba con la existencia del llamado patrón oro. Gran Bretaña había establecido una
equivalencia entre el metal y la libra esterlina en 1816. Otros países, siguieron estrictamente un patrón oro o un
patrón bimetálico (oro y plata), lo instauraron entre 1870 y 1890. El patrón oro permitía establecer un mecanismo de
cambios fijos entre divisas con base en su correspondencia común en el metal.
En este sistema los países mantenían fijo el valor de sus monedas con el valor del oro, al estar dispuestos a comprar
o vender este metal a precio determinado o constante, teniendo la circulación monetaria interna una relación también
fija con las reservas de oro. El mecanismo de ajuste era el siguiente: un déficit comercial traía como consecuencia
exportaciones de oro a corto plazo, reduciendo la cantidad de dinero existente en el país y provocando una caída de
los precios. Esto producía, con el tiempo, un aumento de las exportaciones, pues los extranjeros compraban en este
mercado a precios más bajos que en el suyo. Disminuían las importaciones, ya que los consumidores nacionales se
abstenían de comprar los artículos extranjeros, ahora más caros. El proceso inverso también se verificaba. De ese
modo el movimiento de oro, amonedado o en lingotes, daba como resultado el ajuste en la posición internacional de
un país y del mercado de divisas respecto de las otras naciones que habían optado el mismo sistema. Las políticas
monetarias implementadas por estas aseguraban la libre convertibilidad de sus monedas con el oro y la exportación o
importación del metal sin ningún tipo de impedimentos. El Reino Unido se había transformado en mucho más que en
un banquero mundial; su déficit comercial, compensado por los ingresos indivisibles provenientes de sus inversiones
y servicios en el exterior (dividendos, intereses, fletes, etc.), proveía al resto del globo de una divisa, la libra esterlina,
que financiaba el incremento del comercio y los movimientos de capital. Otros dos aspectos dominaban la economía

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internacional del fin de siglo: la expansión colonial y la formación de grandes empresas, que fueron transformando el
capitalismo de libre competencia en un capitalismo oligopólico o monopólico.

1º Guerra Mundial 1914-1918. El comienzo del fin del Reino Unido en la economía mundial puede situarse ya a
principios de siglo, cuando aparecen algunos signos inquietantes de declinación de su poder industrial. Para poner
una fecha, la 1º Guerra Mundial es la que decide la suerte de Inglaterra, ya que cae en forma abrupta su participación
en el comercio mundial y crece la de otros países del mundo occidental, fundamentalmente la de los EE UU. Hacia
fines del siglo XIX y principios del XX, los factores de producción, el capital y la mano de obra se movilizan hacia los
países periféricos, en especial de escasa población y grandes recursos naturales, mientras se recibían en retorno
dividendos e intereses, lo que acrecentaba la acumulación de capitales y materias primas y alimentos, estimulando la
exportación de manufacturas. Para muchas naciones como la Argentina, la inserción en los mercados mundiales iba
a asumir las características de una relación cada vez más asimétrica, y el sistema multilateral de comercio y pagos
reforzaba este fenómeno en vez de limitarlo. Los ciclos económicos de las economías periféricas estaban
subordinados a los de los países industrializados, impidiendo un manejo propio de los instrumentos económicos y
financieros, lo que se ponía en evidencia en ocasión de las profundas crisis de balanza de pagos. GRAN BRETAÑA
pudo así controlar los ciclos económicos en su propio beneficio dada su posición hegemónica en el comercio y las
finanzas internacionales. La incorporación de nuevos países al mercado mundial hacia fines del siglo XIX se
realizaba entonces, en el marco de un sistema de expansión, pero que limitaba fuertemente sus posibilidades futuras.

Dominio hegemónico de Gran Bretaña. Centro financiero mundial Londres.

Situación interna:

Desde la génesis de la nación, en el proceso de la Revolución de Mayo de 1810 y de la independencia Argentina, se


fue afirmando el rol hegemónico de la provincia de Buenos Aires, poseedora del puerto de ultramar. Se configuro así
una economía basada en el litoral y Buenos Aires, especializada en la producción de cueros y carnes saladas para la
exportación a través de la cual los terratenientes realizaban la renta del suelo, y subordinada a las relaciones
comerciales con los capitales europeos, sobre todo Gran Bretaña y Francia, introductores de manufacturas
industriales. Desde la sanción de la Constitución Nacional, en 1853, y de los códigos Civil y Comercial hasta la
capitalización de Buenos Aires, en 1880, el país empezó a darse el marco institucional y la estructura política propia
de un estado nacional, proceso que se completaría luego bajo el gobierno de Roca. En 1862, la unificación del estado
nacional, hasta entonces el estado estaba escindido entre el estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina.
Alberdi, el principal mentor ideológico del liberalismo argentino, señalo la superioridad del empresario sobre el Estado
en tanto agente promotor del progreso económico.

Agentes sociales tradicionales, como la iglesia, debieron resignar funciones a favor del estado. La administración de
cementerios en 1881, la creación del registro civil en 1884, y la ley de matrimonio civil en 1888, fueron los hitos del
proceso por el cual diversos espacios de la sociedad civil fueron secularizados por el ámbito estatal. Ley 1420, que en
1884, estableció la educación gratuita, laica y obligatoria. La educación en manos del estado central, paso a
constituirse en una importante fuente de poder y legitimación.

Montaje de un sistema político orientado al control de dicha sucesión. En esta república restrictiva, los
únicos que podían participar en el gobierno eran aquellos habilitados por la riqueza, la educación y el
prestigio. Se trataba de una oligarquía entendida como un sistema de hegemonía gubernamental desplegado
tanto sobre la mayoría de la población pasiva y no interviniente, como sobre miembros pertenecientes al
estrato superior que emprenden una actividad opositora (Generación del 80, oligarquía terrateniente). Sobre
la base del fraude electoral sistemático tendían a asegurar la continuidad del régimen. Afirmaron en lo
económico el rumbo Agroexportador y librecambista. Las autoridades nacionales contribuyeron decisivamente a
la configuración de una clase dirigente nacional resultado de una alianza entre Buenos Aires y el interior, con
hegemonía de los sectores terratenientes pampeanos, cuya forma organizativa será la Liga de los Gobernadores y el
Partido Autonomista Nacional (PAN). En ese círculo cerrado formaron parte: familias tradicionales, estancieros,
miembros de clubes selectos, como el Club de Armas, la SRA y el Club del Progreso.
La participación política formal de los extranjeros fue generalmente baja.

El programa de la Unión Cívica criticaba al régimen por el fraude y el control del voto por parte de las autoridades,
reclamando la libertad de sufragio y el fin de los gobiernos electores que auto elegían a sus sucesores. El ala más
radicalizada, liderada por Alem, sostenía la necesidad establecer el voto universal y el control de las finanzas,
cuestionaba el aumento de los alquileres y los precios. Además de Alem sobresalía Yrigoyen (sobrino de Alem). El
movimiento opositor derivo en una revolución, el 26 de Julio de 1890. La eclosión, de carácter cívico-militar, se
produjo en los cantones del Parque de Artillería. Origino la renuncia de Juárez Celman, y asume el vicepresidente
Pellegrini. Se recupero la estabilidad política y se siguió en lo económico con el modelo Agroexportador. En 1891, la
Unión Cívica se escindió en dos líneas opuestas: la Unión Cívica Nacional, respaldando el acuerdo de Mitre con el
roquismo, con el que se cancelaba la posibilidad de lucha electoral, y la Unión Cívica Radical, orientada hacia la
intransigencia, bajo el liderazgo de Alem. Tras el suicidio de este, la conducción del radicalismo quedo en manos de
Yrigoyen.

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En 1894, por iniciativa de Juan B. Justo, nació el Partido Socialista, que sostenía un programa de reivindicaciones
sociales para los trabajadores y de reforma democrática del estado. Su desarrollo fue dificultado porque esos
trabajadores, en cuya participación política los socialistas basaban su esperanza de cambio, eran en su mayoría,
extranjeros sin derechos políticos.

En 1908, bajo la inspiración de Lisandro de la Torre, se fundó en Rosario la Liga del Sur. Representando a la
burguesía progresista, campesinos ricos y alta clase media de la ciudad, para sostener los reclamos de los
productores de Litoral que tenían sus contradicciones con la oligarquía de Buenos Aires, fue en su origen, una
agrupación política local. En 1914, la Liga se integró al Partido Demócrata Progresista, creado por de la Torre, para
participar en las primeras elecciones presidenciales bajo la vigencia de la Ley Sáenz Peña. La sanción en 1912, de la
ley electoral estableciendo el voto universal, obligatorio y secreto. Con esta norma, el régimen oligárquico se abrió a
la participación de la oposición en el ejercicio del poder político.

Otros hechos importantes. En 1866 se creó la Sociedad Rural Argentina (SRA). En 1887 surgió la Unión Industrial
Argentina (UIA). En 1883 se crea la Bolsa de Comercio. En 1912, el grito de Alcorta, conflicto agrario, manifestó la
reacción de los arrendatarios, por los sucesivos aumentos en los precios de los arrendamientos, donde surgió la
Federación Agraria Argentina (FAA):

Políticas implementadas: (y Resultados).

La conquista del desierto y la distribución de la tierra (1879). Los patrones de crecimiento de la producción
argentina se basaron desde sus inicios, en el periodo colonial, en una utilización extensiva de la tierra, tomando a
esta como el factor productivo principal. Un aspecto esencial fue el paulatino reparto de las tierras disponibles desde
la época colonial, que tuvo distintos hitos, uno de los cuales fue la ley de Enfiteusis, en la época de Rivadavia, en
1826, un sistema de arrendamientos que permitió la apropiación de grandes extensiones de tierras por parte de
pocos enfiteutas, que con el tiempo se convirtieron en propietarios.

Bajo el mando de Julio A. Roca, se logró la apropiación completa de la región pampeana, en una operación
denominada conquista del desierto. Las estimaciones admiten para 1879 la existencia en ese desierto de una
población indígena de unos 20.000 habitantes (era necesario conquistarlo, precisamente porque no era un desierto).
Las tierras conquistadas se encontraban en gran parte distribuidas antes de la campaña de Roca. La conquista
demandaba un gran esfuerzo de recursos, que fueron obtenidos por medio de la ley 947 del 5 de octubre de 1878, en
la que se autorizaba a emitir un empréstito internacional para tal fin, garantizado por las tierras a conquistar. El
empréstito se configuro con la suscripción de 4.000 obligaciones de 400 pesos. Cada una daba derecho a una legua
cuadrada (2.500 has), pero no se podía hacer ninguna adjudicación inferior a 4 obligaciones, de manera que los
suscriptores se aseguraban un mínimo de 10.000 has. Eso implicaba que antes del inicio, 10.000.000 de has ya
tenían dueño. De todos modos, el nuevo territorio era todavía más vasto, de manera que en 1882 se sanciono una
nueva legislación para realizar un remate en las embajadas argentinas en Paris y Londres que limitaba la extensión
de las parcelas, imponiendo un tope de 40.000 has por comprador, y destinaba lotes con un tamaño entre 25 y 400
has a la agricultura, aunque las disposiciones limitantes fueron eludidas con la utilización de testaferros.

En 1885, se sanciono una ley de premios para los militares participantes de la campaña, que de acuerdo a su rango,
recibirían entre 8.000 has para los jefes de frontera, y 100 has para los soldados. Pero como los militares de todas las
graduaciones no habían cobrado sus salarios entre 1878 y 1885, la mayoría debió vender de manera inmediata sus
tierras a compañías inmobiliarias para poder hacer frente a las deudas que había acumulado. Con esta ley también
se autorizó al gobierno a pagar con tierras las deudas con los proveedores del ejército, en especial a los
constructores de las líneas telegráficas.

La totalidad de las tierras pampeanas ya tenía dueño en 1884. Desde ese año el país no tiene más tierra agrícola que
ofrecer a los inmigrantes europeos que comienzan a llegar en olas cada vez más poderosas, atraídos por la
perspectiva de hacerse de una propiedad en las tierras vigentes que la Argentina acababa de incorporar al espacio
nacional.

La distribución de las nuevas tierras reforzó el carácter latifundista de la propiedad rural que había caracterizado a la
argentina en el pasado. El origen de los nuevos propietarios era un tanto heterogéneo, ya que comprendía a viejos
terratenientes y comerciantes autóctonos, inversores extranjeros, especialmente de nacionalidad inglesa, y
especuladores de todo tipo. La incorporación de tierras presagiaba una expansión productiva importante. Para que
eso pudiese ocurrir, se necesitaba conectar el nuevo territorio, con la expansión de la infraestructura de transportes.
Para ello, el aporte del capital extranjero cobraría un papel fundamental.

La inversión extranjera. En los primeros años, los de la expansión inicial, el modelo Agroexportador no tuvo como
factor dinámico a las exportaciones agropecuarias. Entre 1882 y 1890 el balance comercial fue permanentemente
deficitario, y con seguridad lo fue aún más de lo que exponen las estadísticas. El Boom de las exportaciones
agropecuarias comenzaría recién después de la crisis de 1890. En la década del 80 se incrementaron las
importaciones, aumentaron de 45 millones de pesos oro en 1880 a 142 en 1890.

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Esos bienes de capital y materias primas que entraron a la Argentina estaban ligados estrechamente a la inversión
extranjera realizada en aquellos años y se hallaban destinados en lo esencial a desarrollar la infraestructura que el
país requería para poder incorporarse al mercado mundial como productor y exportador de alimentos y otros bienes
de origen agropecuario. Consistían principalmente en material ferroviario y para la construcción de obras públicas
portuarias, sanitarias, construcción de viviendas, desarrollo urbano, etc.; y también en insumos, hierro, acero,
combustible, etc.; que tenían idéntica finalidad la formación de capital social básico de la economía agroexportadora.
El uso del crédito externo y la inversión extranjera directa es lo que posibilito la expansión de las importaciones y
permitió absorber, hasta la crisis de 1890, los déficit comerciales.

La primera corriente importante de inversiones extranjeras (entre 1862 y hasta 1873-75), contaba con capitales
casi exclusivamente británicos. El estado jugó un papel relevante ya que la mayor parte de esos capitales, el 56,2%
en 1875, estaba destinado a empréstitos gubernamentales, responsabilizándose al gobierno argentino por el capital y
los intereses de los préstamos tomados. Esos empréstitos, tuvieron por objeto cubrir las necesidades
presupuestarias, en especial los gastos militares, producidos por la guerra con el Paraguay, aunque luego
comenzaron a aplicarse también a obras de infraestructura y a la construcción de vías férreas. Además de estos
empréstitos, hubo antes de 1880, un discreto flujo de inversiones directas a cargo de compañías privadas, sobre todo
en ferrocarriles, empresas de servicios públicos, bancos y empresas industriales.

En 1874, el total de inversiones británicas era apenas de 23 millones de libras esterlinas, pero para 1885 esta cifra se
había duplicado, y en 1890 se producía un salto espectacular, cerca de 175 millones de libras esterlinas. En poco
más de 15 años el capital extranjero, en especial el británico, paso a ocupar un lugar destacado en la economía
argentina, transformándose su estructura productiva y determinando por muchos años su evolución futura, lo que se
refleja en el flujo de capitales extranjeros entre 1881 y 1891.

En la nueva etapa que se inaugura en 1880, la inversión extranjera, en especial la británica, presenta
características diferentes de la del periodo anterior. El flujo de capitales no dependió del desarrollo del comercio
aunque influyo sobre él a mediano plazo. Lo que determinó la conducta de los inversionistas extranjeros de la alta
tasa de rentabilidad de sus inversiones, que alcanzo picos del 10 al 15% de dividendos anuales en algunos años, que
no se obtenían fácilmente en otras partes del mundo.

El mercado inglés de capitales disponía de una amplia masa de recursos financieros y estaba buscando la apertura
de nuevas áreas, no sujetas a la severa competencia a la que los productores y capitales del Reino Unido estaban
siendo sometidos en Europa y otros países.

La conjunción de ambos fenómenos explica el hecho de que la Argentina recibiera en 1889 entre el 40 y el 50% de
todas las inversiones británicas fuera de Gran Bretaña. Nuestro país va a desempeñar un papel de primer orden en el
mantenimiento de la actividad industrial y financiera inglesa. La razón que inducia a esperar una alta tasa de retorno
del capital era la posibilidad de poner en producción los enormes recursos potenciales de la Pampa Húmeda.

La crisis marco un punto de inflexión en la inversión extranjera, que se redujo considerablemente hasta fines de siglo.
Esto sumado a la fuerte carga de la deuda externa, origino un saldo negativo de magnitud en la balanza de capitales.
Pero en ese momento comenzó a producirse el boom de las exportaciones agropecuarias, lo que permitió equilibrar la
balanza de pagos.

Recién en los primeros años del nuevo siglo el capital extranjero volvió a entrar al país (alemán, francés,
norteamericano, además del británico) pero la situación había cambiado en relación con 1880.

Las inversiones extranjeras se canalizaron en actividades de muy diverso orden, con un neto predominio de los
ferrocarriles y los empréstitos públicos. La ausencia de un sistema de ríos y canales similar al norteamericano, exigía
aún más que en el país del norte, la construcción de una amplia red ferroviaria que sirviera de base al desarrollo de la
producción agropecuaria a costos competitivos a nivel internacional.

Para fomentar la inversión extranjera en ferrocarriles, el estado comenzó garantizando a las empresas beneficios
mínimos que llegaban hasta el 7% del capital invertido, aunque muchas de ellas prefirieron no acogerse a esa
garantía, pues su ganancias superaban los topes establecidos y no perdían así la libertad de fijar las tarifas. Las
concesiones de tierras adyacentes a las vías, la introducción de materiales libres de derechos y la ley Mitre de 1907,
que eximia a las empresas del pago de todo tipo de impuestos nacionales, municipales o provinciales a cambio de
una obligación única del 3% sobre las utilidades netas, constituyeron un poderoso estímulo para la inversión
ferroviaria.

El ferrocarril permitió la puesta en producción de extensas regiones, especialmente en la Pampa Húmeda y aseguro
un transporte rápido y barato de los productos agropecuarios hacia los grandes puertos. Por otro lado, facilito la
introducción de las manufacturas importadas en el interior del país, completando así la integración en el esquema de
división internacional del trabajo. Pero si bien incorporo algunas economías regionales, como Tucumán y Cuyo, a la
estructura productiva nacional, sus beneficios recayeron sobre todo en la zona del Litoral, incluyendo a regiones
hasta entonces desaprovechadas como el sur de Córdoba. También se consolido la situación de Buenos Aires como

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principal centro económico del país, centralizando las terminales del sistema en esa ciudad y conformando el llamado
país abanico.

En 1914, las principales compañías británicas, los ferrocarriles Sud y Oeste y el Central Argentino, representaban
127,4 millones de libras esterlinas de inversión y 14.200 km de vías férreas, mientras que el General de Buenos Aires
y el Rosario a Puerto Belgrano, de capitales franceses, constituían un capital de 15,6 millones de libras. Como se
desprende sus propios balances los dividendos que pagaron las principales compañías ferroviarias británicas como el
Ferrocarril Sud, el Central Argentino o el Oeste, no bajaron en aquellos años del 6 o 7% anual.

El gobierno también emitió cedulas hipotecarias, con una tasa de interés razonable y doble garantía, las tierras
hipotecadas y el respaldo del gobierno sobre obligaciones de distintos bancos de origen estatal. Las cedulas eran,
bonos al portador garantizados por el estado nacional, se cotizaban por un lado, en la plaza londinense (donde se
conseguían los fondos que demandaban esos préstamos) y por otro eran vendibles en la bolsa de valores local. Las
grandes especulaciones monetarias, dentro y fuera del país, motivadas por estos instrumentos de crédito hicieron que
por ley nacional 2.287 del 27 de julio de 1.888 se fijaran intereses en oro.

Los servicios de la deuda externa, representaron entre 1880-1914, entre el 30 y el 40% del valor de las
exportaciones y después de la Primera Guerra Mundial, una vez interrumpida la corriente de capitales del Reino
Unido, permitieron financiar una parte sustancial de la compra británica de productos argentinos.

Otros rubros de inversión del capital extranjero, además de los empréstitos y los ferrocarriles, fueron los bancos y las
compañías de seguros, empresas de servicios públicos, obras portuarias, empresas industriales casi todas de
transformación de productos primarios y de las cuales los frigoríficos constituyeron, por la magnitud de sus capitales y
su importancia, las más relevantes y compañías de tierras y explotaciones agropecuarias.

Las instituciones financieras y de seguros se contaron entre las más lucrativas del conjunto de la inversión externa y
sus dividendos alcanzaron en la década de 1910 niveles cercanos al 20% anual.

La temprana aparición de los frigoríficos en la Argentina en relación con otras partes del mundo estuvo vinculada al
peso determinante que el sector ganadero tuvo desde la época virreinal, y con las necesidades de transformación de
una industria basada hasta ese entonces en la producción y exportación de lanas, cueros y carnes saladas que
estaba en condiciones de competir también en los mercados mundiales con productos de superior calidad.

El capital británico primero y un poco más tarde el norteamericano, tuvieron un papel decisivo en este
proceso. En la etapa inicial de instalación de los frigoríficos, entre 1882 y 1906, los capitales invertidos eran
nacionales o del Reino Unido. Recién en 1907, cuando la Swift adquirió un frigorífico de origen inglés, La
Plata Cold Storage, comenzó la radicación de empresas estadounidenses del llamado trust de Chicago (Swift,
Armour y Sulzberger) estimuladas por la mayor baratura y calidad de la materia prima y los menores costos
de mano de obra, y cuyo exclusivo propósito era abastecer al mercado británico.

En 1912 se advierte ya el predominio del capital norteamericano, que controlaba el 58% de las exportaciones de
chilled (carnes enfriadas) y cuyo peso se acentuaría en los años siguientes en el desarrollo de este tipo de
exportaciones.

El capital extranjero tenía una fuerte incidencia en la vida económica del país y contribuía a diseñar su perfil
Agroexportador. Estaban íntimamente relacionados con el comercio exterior, su financiamiento, la elaboración de
productos primarios, el transporte interno, las obras de infraestructura los servicios públicos y el transporte de
ultramar. Excluyendo la producción agropecuaria, donde jugó un rol secundario, todas las etapas del proceso
productivo lo tuvieron en esos años como protagonista.

La inmigración. En un país cuya población en el momento del primer censo nacional, en 1869, llegaba apenas a
1.737.026 habitantes, gobernar es poblar era la manifestación de una necesidad impostergable. Fueron otras
circunstancias de origen interno y externo las que posibilitaron el gran flujo inmigratorio en las últimas décadas del
siglo XIX y principios del XX. La eliminación del denominado problema del indio, con la última campaña del desierto
del general Roca, el fin de las guerras civiles y la consolidación del gobierno nacional contribuyeron a acelerar las
corrientes inmigratorias al estabilizar la vida política y económica del país. En el orden internacional la causa principal
puede ubicarse en la depresión económica que en los años 80 y 90 afecto a los países europeos, en especial a los
del sudeste del continente. La conjunción de ambos factores, internos y externos, sumandos a la estructura
latifundista de propiedad de la tierra (grandes extensiones de tierra en pocas manos) y al predominio de la región del
litoral y de sus ciudades portuarias, hacen posible comprender el momento, la magnitud y las modalidades del
proceso de inmigración y de sus efectos sobre el desarrollo económico nacional.

Puede constatarse la importancia de la inmigración en el aumento de la población a partir de los flujos y saldos
migratorios, así como analizarse el comportamiento de la tasa de crecimiento anual de la población mediante la
combinación de esos flujos con el incremento meramente vegetativo. En términos generales, según el departamento
de inmigración, entre 1857 y 1930 ingresaron en el país 6.296.340 inmigrantes y salieron 2.898.689, por lo que
3.397.651 inmigrantes decidieron permanecer en la Argentina. En su gran mayoría españoles e italianos. El principal
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flujo no se dirigió hacia aquí, sino hacia los Estados Unidos, que acogieron a más del 60% de la inmigración hacia los
mayores receptores y, en menor proporción hacia Canadá. Por momentos, Argentina llego a ser superada por el
Brasil.

Los censos nacionales de 1869, 1895 y 1914 permiten apreciar los cambios producidos en la estructura de la
población argentina como resultado del proceso inmigratorio y del desarrollo económico de esos años. En primer,
lugar se observa un crecimiento notable de la población, que se multiplica por 4,5 en 35 años. La proporción de
extranjeros también se eleva, hasta aproximarse a la tercera parte de la población total. Por último, siendo la
Argentina un país agropecuario, desde principios de siglo su población era ya eminentemente urbana, hecho que
reflejaba el crecimiento de las actividades secundarias y terciarias complementarias al modelo Agroexportador, pero
también el carácter tierra-intensivo de la producción agrícola y su débil contribución en la generación de empleo.

El sector agropecuario.

La agricultura. En los cuarenta años que transcurren entre mediados de la década de 1870 y la 1º Guerra Mundial el
campo argentino experimento grandes cambios. La expansión de la agricultura fue notable. De un país importador de
granos y con solo 580.000 has sembradas en 1872 paso a decuplicarse esa cantidad en 1900, superando los
6.000.000 de has y aumentarla casi cuatro veces más en 1914, con 22.000.000 has.

El sector ganadero tuvo transformaciones significativas. En realidad, los cambios en la agricultura estuvieron muy
relacionados con la evolución de la ganadería, ambos se condicionaron mutuamente a través de la interacción de los
cultivos de alfalfa y la siembra de cereales.

En los años previos a 1880 la producción agrícola era muy escasa y el mercado interno se abastecía importando trigo
y otros cereales. Las colonias agrícolas de Santa Fe desempeñaron un papel importante para lograr el
autoabastecimiento de trigo, pero fueron otras circunstancias las que permitieron la expansión de la agricultura.

La introducción del ferrocarril, la derrota del indio y la llegada masiva de inmigrantes resuelven en parte esos
problemas y hacia 1890 el sector agrícola comenzó a crecer aceleradamente. Pero, aun cuando las colonias
santafesinas siguieron creciendo en la década de 1880, fueron las necesidades de la actividad ganadera, sobre todo
en la provincia de Buenos Aires, las que posibilitaron el boom cerealero. La explotación agrícola típica tendrá como
base el arrendamiento.

El ferrocarril disminuyo considerablemente el costo de los fletes, facilito la movilización de la mano de obra y difundió
a lo largo de las vías el cultivo de cereales, en especial el trigo. A su vez fueron apareciendo pueblos y ciudades y
obras de infraestructura que facilitaron la comercialización de los granos. El mapa agrícola ganadero experimento
grandes cambios al incorporarse a la agricultura zonas hasta entonces marginales o dedicadas exclusivamente a la
ganadería, como el oeste y el sur de Buenos Aires, el sur de Córdoba y parte de la Pampa.

Un factor decisivo en este sentido fue la modificación del perfil de la actividad ganadera debido a la acción del
frigorífico y al incremento de la exportación de carnes de buena calidad, lo que obligo a mejorar el plantel ganadero y
a reemplazar los pastos duros por blandos. Se introdujo así el cultivo de la alfalfa y las tierras comenzaron a dividirse
en lotes y a arrendarse para dedicar los campos a la siembra de trigo y del maíz dejándolos luego con alfalfa para el
engorde de ganado vacuno.

Hasta 1890 el aumento de la producción agrícola solo sirvió casi exclusivamente para cubrir la demanda interna, pero
luego dio lugar a la generación de un excedente y en poco tiempo la Argentina se transformó en una gran
exportadora de cereales. Esto no se debió a un incremento de la demanda mundial de alimentos. Incluso en esa
época, mediados de la década de 1890, los precios internacionales de los productos agropecuarios estaban en baja
(subirán hacia fines de siglo) como consecuencia, de la incorporación al mercado mundial de nuevos países
agrícolas-ganaderos. Los bajos costos de producción, logrados por la disminución de los gastos de transporte, la
amplia disponibilidad de las tierras y las formas predominantes de explotación, basadas en el arrendamiento, hicieron
posibles las explotaciones argentinas y las volvieron competitivas. La crisis agrícola europea y la desvalorización del
papel moneda jugaron también un papel significativo.

El incremento de la producción y de las exportaciones de trigo y maíz, los dos cereales más importantes, testimonia la
magnitud de la expansión agrícola en esos años.

También es necesario destacar el proceso de mecanización del agro, aunque lento al principio, contribuyo a suplantar
la falta de brazos y a aumentar el tamaño de las chacras. Las importaciones de maquinaria agrícola cubrieron esta
necesidad de la carencia de una producción nacional. De 1891 a 1910 entraron al país cerca de 200.000
cosechadoras y más de 11.000 trilladoras.

En 1914, el equipo agrícola en su conjunto era obsoleto.

La ganadería. La ganadería en este periodo reconoce tres momentos fundamentales que, aunque se diferencian por
sus modalidades y tiempo de aparición, coexisten por un largo lapso: la llamada desmerinización del ganado lanar, el

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comienzo del refinamiento del vacuno y la exportación de ganado en pie y finalmente, la exportación de carnes
vacunas congeladas y enfriadas. La aparición del frigorífico fue la causa principal de estos cambios.

Hacia 1850 la Argentina inicio el llamado ciclo de la lana basado en el paulatino reemplazo de la estancia vacuna
tradicional, productora de cuero y tasajo para la exportación, por la estancia lanar y el predomino de la producción y
exportación de lanas. La industrialización de Inglaterra, Francia, Bélgica y otros países del continente, incremento la
demanda europea de lanas impulsando en la Argentina el desarrollo del ovino. El ganado lanar desplazo de las
mejores tierras al vacuno que se trasladó a su vez hacia las regiones de frontera, actuando de paso como refinador
del duro pasto pampeano y favoreciendo de ese modo la cría del ovino que exigía pastos más blandos. La empresa
lanar producirá modificaciones en la estructura de la producción ganadera al disminuir la extensión de los predios,
introducir el alambrado y aumentar la variedad de las tareas rurales.

Las lanas se convirtieron en el principal producto de exportación, y de 7.681 toneladas vendidas al exterior en 1850
se llegó a 103.900 toneladas en 1881, año en que la exportación de tasajo solo fue de 22.400 toneladas. El éxito que
a fines de los años 70 tuvieron los primeros intentos para conservar las carnes en cámaras frigoríficas y la creación
desde 1883, de establecimientos destinados a la preparación de carnes congeladas produjo efectos casi inmediatos
sobre la producción ovina, iniciando el llamado proceso de desmerinización. Este consistió en el mestizaje del Merino
con animales de mejor rendimiento carneo, o en su reemplazo por otras razas con esa cualidad, como la Lincoln.

En esta etapa, el frigorífico prefiere la carne ovina, más pequeña y refinada, a la vacuna. Las existencias de ganado
lanar aumentaron en forma continua hasta llegar a un máximo hacia fines de siglo, cuando superaron los 74 millones
de cabezas.

El ganado vacuno encontró una salida gracias al desarrollo de la exportación de ganado en pie a Europa, para lo cual
tenía ventajas sobre el ovino al ser de traslado más fácil y de mejor rendimiento. La disminución de los costos de
transporte terrestre y marítimo, hizo factible esa exportación a pesar de la competencia con otros países que como
los EE UU, se hallaban más cerca de los mercados del viejo continente. Pero esto obedeció también al mejoramiento
del plantel ganadero, con la introducción del Shorthorn y otros animales de calidad que contribuyeron a adaptar la
carne vacuna al gusto europeo. El principal comprador fue Gran Bretaña.

Pero el progreso de la industria frigorífica, el mayor refinamiento del ganado y la prohibición de la importación de
ganado en pie establecida por el Reino Unido en 1900 con el argumento de que el animal argentino estaba afectado
con aftosa (medida que beneficiaba a los intereses frigoríficos británicos) inauguraron una nueva etapa, en la que
predomina la elaboración y exportación de carnes vacuna congeladas y enfriadas.

El desarrollo de la producción agropecuaria en este periodo se caracterizó así por la fuerte concentración de la
propiedad de la tierra y la explotación extensiva, la mejora de los predios gracias al cultivo de granos y alfalfa, el
refinamiento del ganado vacuno y el surgimiento y expansión de la moderna industria frigorífica.

El sector industrial. Antes de 1880 la industria era muy rudimentaria. Los establecimientos fabriles casi no existían.
Las industrias ligadas a la explotación pecuaria tradicional, como saladeros y graserías, se hallaban en la etapa de
declinación con la aparición de los frigoríficos y la finalización del ciclo de la lana. Algunas artesanías del interior,
como textiles, todavía subsistían, eran de carácter doméstico y el despegue económico de la década de 1880 las
haría desaparecer rápidamente.

La sanción de la ley de aduanas de 1877 reflejo en parte, ya que sus principales objetivos eran fiscales, las
proposiciones de aquellos sectores. En ella se establecen derechos aduaneros de 140% para diversos artículos de
consumo, como calzado, ropa y confecciones, y del 235% para muchos productos alimenticios, medidas que
estimularon, aunque no fueron acompañadas por otras de fomento industrial, la creación y desarrollo de algunos
importantes establecimientos fabriles en las décadas de 1880 y 1890.

La ley presentaba muchas incongruencias, como el caso de los motores diesel, que se fabricaban en el país en
pequeña escala y pagaban un arancel veinte veces menor que el de los motores de combustión interna que se
importaban en su totalidad, o como el de la hojalata, bronce, zinc y acero, que abonaban el 25%, mientras que
muchos artefactos fabricados con esos metales no pagaban derechos.

Estos y otros ejemplos han sido invocados, junto con ellos el alto porcentaje de importaciones libres de derechos
(cerca de un 30% entre 1905 y 1919), como un testimonio denominado proteccionismo al revés que habría regido la
política aduanera y desalentando el desarrollo industrial. El sistema arancelario no tuvo demasiados efectos sobre el
sector industrial, en especial sobre las ramas más dinámicas de la época. Según el censo de 1914, la importación de
productos textiles representaba en ese año el 77% del consumo interno y la de productos metalúrgicos el 67%.

La ley arancelaria de 1906, que modifico a la de 1877, agravo la desprotección. La nueva ley fijaba un valor de aforo
para cada producto que solo podía ser modificado por otra ley (modificaciones 1920 y 1923), lo que provoco, en la
medida que los precios internacionales crecieron, una seria reducción, en términos reales, de las tarifas. En 1910,
representaban en promedio el 92,7% del valor arancelario, en 1916 descendieron al 59,4%, y en 1918 al 33,1%.

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En 1887, en un censo realizado por la UIA en Buenos Aires, la mayoría de las industrias existentes entonces no eran
verdaderas fábricas, sino talleres basados en el trabajo manual, con escasa o nula mecanización. La mayoría de
ellos se dedicaba a la transformación de materias primas producidas en el país y predominaban en especial las
industrias del cuero y de la madera. La industria textil era muy precaria, y la metalúrgica, estaba basada en talleres
mecánicos, herrerías y hojalatería.

En el interior existían en forma incipiente industrias alimentarias basadas en productos locales, como el azúcar, de
cierta envergadura, la harina y diversos licores. En estos años se creaban los primero frigoríficos.

Las industrias alimentarias, experimentaban un crecimiento significativo. El desarrollo de esta rama se debió a la
consolidación de la industria frigorífica y a la aparición de establecimientos dedicados a la fabricación de lácteos,
galletitas, bebidas, etc., que satisfacían las necesidades del creciente mercado interno. En 1913, esas industrias
representaban cerca del 40% del total de establecimientos, la mitad del capital existente, el 60% de la fuerza motriz y
más de la mitad del valor de la producción.

En las demás ramas, la evolución fue mucho más lenta y la estructura del sector no presentaba grandes cambios. Las
industrias mecánicas progresaron por el desarrollo de los talleres ferroviarios, que ocupaban numeroso personal y se
distribuían en buena parte del territorio nacional. El avance de la edificación, vías de comunicación y otras obras de
mejoramiento e infraestructura explican los cambios en el sector de la construcción.

En la industria metalúrgica seguían predominando los pequeños establecimientos y su grado de mecanización era
muy bajo. La industria textil tenía escasa envergadura, al punto de abastecer solo el 23% del consumo interno a
diferencia de la rama alimenticia que atendía ya al 91% de la demanda local. El retraso textil se debía, más que a
problemas técnicos o económicos, a la fuerte competencia de los textiles importados y a la acción de los intereses
ligados a esa importación.

Hacia 1913 la industria jugaba un papel secundario en el desarrollo económico del país y su crecimiento era menor
que el de las importaciones. Si bien entre 1895 y 1913 se advierte un cierto avance en el personal empleado y la
fuerza motriz utilizada, esto último teniendo en cuenta el grado casi nulo de mecanización de fines de siglo, ese
progreso se realizó en beneficio de las industrias ligadas a la exportación (como los frigoríficos), al transporte y a la
construcción, y al consumo local de alimentos. El sector manufacturero representaba un escaso 15% del PBI en
1913 y solo un acontecimiento externo como la 1º Guerra Mundial, al cerrar los mercados europeos, permitiría iniciar
un intenso, aunque breve, proceso de sustitución de importaciones que cambiaría en parte el perfil industrial.

El comercio exterior. El comercio es el exponente más representativo de la evolución del modelo Agroexportador
implementado en la década de 1880. La Argentina se transformó en pocos años en una importante proveedora de
alimentos en los mercados mundiales y sus necesidades internas fueron cubiertas en lo esencial mediante la
importación de bienes y servicios de otros países del mundo.

Pero esta incorporación a la división internacional del trabajo vigente en la época no se realizó en forma
indiscriminada, desde entonces Gran Bretaña iría anudando estrechos lazos económicos y comerciales con el país
del plata, prolongación de sus inversiones de capital y sus préstamos financieros, aunque los vínculos con otros
países europeos, primero, y con los EE UU más tarde, fueron también importantes.

Si se analiza el valor total de exportaciones e importaciones y el saldo de la balanza comercial, fueron 9 años
consecutivos, de 1882 a 1890, con saldos negativos, muy pronunciados en el segundo de ellos, mientras que los
quinquenios posteriores tienen un superávit comercial que alcanza su máximo valor en el periodo 1905-1909. En los
primeros años de implementación del modelo Agroexportador existió un neto predominio de las importaciones como
consecuencia del gran flujo de bienes intermedios y de capital que acompaño la corriente de inversiones, y del
incremento de los bienes de consumo importados resultante de la inmigración y la mayor disponibilidad de ingresos.

La puesta en producción de la potencial riqueza agropecuaria requirió la maduración de aquellas inversiones


(extensión de vías férreas, construcción de las obras de infraestructura, etc.) y la balanza comercial comenzó a
arrojar saldos positivos a principios de la década de 1890, respondiendo al incremento de la producción y de las
exportaciones. Recién en 1891, debido a la fuerte disminución de las importaciones, producto de la crisis económica
que se desato el año anterior, aparece un superávit en la balanza comercial. Esta situación se consolido a principios
del siglo XX cuando las importaciones retomaron su nivel previo a la crisis y lo superaron rápidamente, pero sin que
las exportaciones cedieran en su marcha ascendente, el ritmo de crecimiento del valor de estas últimas será mayor
que el de las primeras, ayudado por una mejora significativa en los términos del intercambio que entre 1903 y 1909
suben sostenidamente de 109,6 a 151,7.

En los tres últimos quinquenios del periodo la balanza comercial será fuertemente positiva. El espectacular
incremento de las exportaciones agrícolas que de representar un 6,7% en 1880-1884 elevaron su participación hasta
cerca de un 60% en 1905-1909, desplazando de su tradicional primacía a los productos ganaderos. Mientras que la
exportación de estos últimos creció a un ritmo regular desde principios de la década de 1890, las ventas al exterior de
productos agrícolas aumentaron 7,5 veces en el mismo periodo, teniendo en cuenta los valores medios anuales.

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En el caso de las exportaciones ganaderas predominan netamente las lanares hasta fines de siglo, pero a partir del
quinquenio 1905-1909 las carnes, con un total del 38,2% del total, se convirtieron en el principal producto ganadero
de exportación. En lo que respecta a los productos agrícolas, los cereales representaron entre un 90 y 95% del total
de productos exportados derivados de la agricultura. El trigo y l maíz, alternándose en la primacía según los años,
compartieron por mitades el grueso del mercado de exportación, con cerca de 40 millones de toneladas para cada
uno de ellos en el conjunto del periodo 1880-1914.

El comercio de importación muestra otro aspecto relevante de la estructura agroexportadora. La composición por
grupo de productos, por ejemplo, indica que salvo en el quinquenio 1910-1914, donde es superada por las materias
primas, la importación de bienes de consumo fue proporcionalmente la más importante en los 35 años del periodo
estudiado, aunque decaiga desde el principio de siglo, en tanto que la importación de bienes de capital tuvo una
participación irregular, superando en algunos años a las materias primas, pero sin salir del tercer lugar, si se tiene en
cuenta el promedio de todos los quinquenios.

Dentro del conjunto de bienes de consumo, los textiles tuvieron desde 1884 una participación dominante en todo el
periodo, cerca de la mitad del total de aquellos. Los bienes de capital dependieron en gran medida del
comportamiento de las importaciones del material ferroviario. En el caso de las materias primas el aumento constante
de su participación se debió al fuerte crecimiento de los materiales para la construcción (obras de infraestructura y
urbanización) y de los combustibles, sobre todo el carbón para el ferrocarril.

Se destaca la importancia de Francia y Bélgica como mercados de exportación hacia fines del siglo XIX. Grandes
compradores de lana para la fabricación de productos textiles y alfombras, su participación decayó rápidamente
cuando el ciclo de la lana fue reemplazado por el ciclo de las carnes mientras creció Gran Bretaña.

En cuanto a las importaciones, desde la década del 80 el predominio británico fue muy marcado y su participación
representaba en promedio, entre 1880 y 1914, más de 1/3 del total de bienes importados.

La ecuación comercial con Gran Bretaña se basada, en el intercambio de carnes y en menor medida de otros
productos agropecuarios, contra tejidos de algodón y lana, carbón de piedra, material ferroviario y hierro. Este era el
fundamento de la larga relación comercial con aquel país, que por su importancia relativa en la estructura del
comercio exterior imprimió a este algunas de sus principales características.

La balanza comercial entre ambas naciones fue deficitaria para la Argentina a lo largo del siglo XIX, para equilibrarse
luego, si se incluyen las exportaciones por órdenes, al comenzar el siglo XX, y empezó a arrojar un superávit
comercial casi permanentemente a partir de 1914, lo que permitió financiar una parte de la deuda externa y del flujo
de intereses y dividendos de las inversiones británicas en el país.

El sistema financiero y bancario. El sistema monetario y la crisis de 1885.A partir de 1885 van a existir en la
Argentina dos sistemas monetarios: el papel moneda nacional que se usaba internamente, y el oro o libra esterlina,
que se aplicaba a las transacciones internacionales.

En agosto de 1899 el Poder Ejecutivo envió al congreso un proyecto de conversión de la moneda, que se transformó
en ley luego de agitados debates parlamentarios. Por esta ley se creaba la caja de conversión, que tenía por función
convertir el papel moneda en oro a cambio de 2,2727 pesos moneda nacional por peso oro, o sea 0,44 de oro sellado
por peso papel. Para servir de garantía a la conversión del papel moneda se formaría una reserva metálica llamada
fondo de conversión, integrada por recursos públicos de diferente origen.

El sistema monetario y financiero presento, en la mayor parte del periodo 1880-1914, la falta de un orden deliberado y
de un control central, y el éxito circunstancial de medida que procuraron regular la emisión monetaria y el tipo de
cambio, a través de sistemas de convertibilidad de la moneda en oro, se debieron más que nada a la sucesión de
saldos favorables en el comercio exterior y a la entrada de capitales. Cuando el sector externo ingreso en una etapa
de dificultades, el oro salió de la caja de conversión (o de las arcas del Tesoro) y se decretó la inconvertibilidad, como
ocurrió en 1876, 1885 y 1914. Una medida que dependía de la fase expansiva de los ciclos económicos y financieros,
y del resultado positivo de las cuentas externas. Vigencia estricta del patrón oro en la argentina, entre 1867-1876,
1883-1885, 1899-1914, y de 1927-1929.

La crisis de 1890 y la balanza de pagos. A partir de 1885 volvió a incrementarse la circulación monetaria, pero una
mayor expansión del circulante se produjo desde 1887 debido a la sanción de la Ley de Bancos Garantidos. La nueva
ley establecía que cualquier banco estaba autorizado a imprimir billetes con la condición de realizar un depósito en
oro en las arcas del Tesoro Nacional por la cual recibía una cantidad de bonos públicos que constituirían el respaldo
de su emisión. Se procuraba tener la suficiente cantidad de oro para hacer frente a los pagos de la creciente deuda
externa. Todas las provincias tuvieron bancos adheridos al sistema, de capital público y privado, y los billetes que se
emitían tenían impreso el nombre de cada uno de ellos, lo que contribuía al desorden financiero.

La medida se reveló peligrosa y dio lugar a una gran fiebre especulativa porque muchos bancos, que no disponían de
oro, comenzaron a vender bonos propios en el exterior para obtenerlo y poder emitir. Es decir que mientras el

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gobierno recibía oro del sistema bancario para pagar la deuda externa, los bancos se endeudaban en el, exterior
provocando un aumento de aquella: los préstamos se pagaban con nuevos préstamos.

El crecimiento de la deuda pública externa entre 1885 y 1889 fue notable. La causa determinante del descontrol
monetario y financiero se originaba así en el endeudamiento con el exterior. Hay que tener en cuenta el signo
negativo del comercio exterior. En 1890, el noveno desfavorable en forma consecutiva del balance comercial.

En abril de 1890 la prima del oro llegara a 209%, a pesar del incremento del circulante había una gran iliquidez. Las
exportaciones no lograron expandirse en la medida suficiente para hacer frente a los servicios de la deuda y la crisis
debía estalla inevitablemente en cuanto el flujo de préstamos del exterior se interrumpiera. Esto ocurrió cuando la
desconfianza sobre la situación argentina empezó a cundir en el exterior y la Casa Baring Brothers, agente del
gobierno argentino, no pudo seguir vendiendo en Londres los títulos argentinos, sino a costa de grandes pérdidas.
Luego de intimar al gobierno argentino a que hiciera frente a sus vencimientos para evitar que entrara en liquidación,
la Casa Baring debió cerrar provisoriamente sus puertas. En la Argentina, algunos de los principales bancos que se
declararon en bancarrota, entraron en liquidación.

La solución definitiva del problema solo podía venir de una renegociación de la totalidad de los compromisos. La
gestión de la Baring distaba de ser prudentes en otros países y en la forma misma de manejar sus negocios locales.
En 1922, se logro el acuerdo, que comprendió la totalidad de los empréstitos contraídos en el exterior, incluido el
préstamo de 1824. Hubo una reducción de intereses de varios títulos, se estableció un único manto a abonar en
cuotas anuales iguales de 1.500.000 de libras esterlinas, se postergaron el pago de intereses y amortizaciones por
varios años, ingresando el Estado en un periodo de relativa calma financiera en materia d endeudamiento externo,
sobre todo por los signos positivos del comercio exterior.

Desde 1891 la balanza comercial comenzó a hacerse superavitaria, debido a la fuerte disminución de las
importaciones, también por el aumento de las exportaciones. Un hecho decisivo fue la creación del Banco de la
Nación Argentina (1891), jugaría un rol central en el financiamiento del gobierno y de las actividades económicas y
comerciales.

El aumento de las exportaciones no se debió al aumento de los precios, que se encontraban a la baja, sino al del
volumen exportado a la mayor demanda internacional. Se inicio un proceso de apreciación del peso que solo seria
frenado por la Ley de Conversión de 1899.

La apreciación del peso originaba una transferencia de ingresos a favor de los que recibían ingresos fijos en papel
moneda y en contra de los productores y comerciantes ligados a la exportación, que tenían sus costos en papel y
vendían sus productos en oro, quienes comenzaron a desarrollar una campaña para detener la valorización del peso,
haciendo valer su considerable influencia política y económica, asegurando así su convertibilidad respecto del oro. Se
creó la Caja de Conversión en 1890, al tener por objetivo convertir efectivamente el papel moneda en oro al cambio
de 2,2727 pesos moneda nacional por peso oro, 0,44 de oro sellado por peso papel. Para servir de garantía a la
conversión del papel moneda se formaría una reserva metálica llamada fondo de conversión, integrada por recursos
públicos de diferente origen.

La Caja de Conversión y la crisis de 1913. El sistema monetario y financiero presento en la mayor parte del periodo
1880-1914, la falta de un orden deliberado y de un control central, y el éxito circunstancial que procuraron regular la
emisión monetaria y el tipo de cambio, a través de sistemas de convertibilidad de la moneda en oro, se debieron a la
sucesión de saldos favorables en el comercio exterior y a la entrada de capitales. Cuando el sector externo entro en
una etapa de dificultades, el oro salió de la Caja de Conversión y se decreto la inconvertibilidad. En 1914 se decreto
la inconvertibilidad.

Crecimiento económico y estructura del PBI. No existen estadísticas oficiales sobre el crecimiento y la estructura
económica argentina antes de 1900. Se estima que el PBI creció a una tasa anual media de por lo menos el 5% en
los 50 años anteriores a la 1º Guerra Mundial, mientras que la población aumento a una tasa del 3,4%.

Las tasas de incremento del PBI, comparadas con otros países de características similares, mostrarían una
diferencia a favor de Argentina en el inicio del auge, las dos últimas décadas del siglo XIX, entre 1880 y 1900.
Duplico la de Australia, Brasil, y supero en más de un 50% la de EEUU y en un 16% la de Canadá.

La crisis de 1890 y la expansión que se produjo desde principios de este siglo hasta los años previos a la guerra
revelaron los límites del modelo Agroexportador. Ese crecimiento tenía por base el endeudamiento externo y un
continuo balance favorable del comercio exterior, cualquier alteración en el sector externo o en la estructura
productiva que constituía su fundamento podía producir rápidamente una interrupción del proceso. Los empréstitos
inyectaban capital en América Latina, pero al mismo tiempo, propiciaban un flujo inverso de fondos en la forma de
pagos de intereses y amortización. A largo plazo todos los países deudores se veían obligados a devolver una suma
mucho mayor que la que habían recibido.

La cuestión estaba en las posibilidades que tenía el país de mantener su crecimiento en forma ininterrumpida sobre la
base de ese endeudamiento y del dinamismo de las exportaciones agropecuarias. Después de 1908 la argentina era
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un país estático desde el punto de vista de su organización económica. La zona pampeana había llegado a un límite
en cuanto a sus posibilidades de expandir la producción incrementando el área bajo explotación y Gran Bretaña
entraba en un cono de sombras como proveedora de los capitales y las manufacturas que nuestra economía
requería. La 1º Guerra Mundial significo un primer toque de alerta en cuanto a las perspectivas de continuidad del
modelo y la crisis de 1930 marco un ocaso definitivo. El comienzo del fin del auge del periodo Agroexportador se sitúa
hacia la primera década del siglo XX.

Además del sector agropecuario, los pilares básicos fueron la industria de la construcción y los ferrocarriles.

La Argentina era hacia 1914, un país que miraba hacia afuera; basado en el desarrollo de sus supuestamente
inagotables riquezas naturales y en la continuidad del endeudamiento externo. Que aprovechaba económicamente su
mejor recurso, la fértil tierra de la Pampa Húmeda, pero que estaba limitado socialmente por la estructura de
propiedad de ese mismo recurso. Que captaba todo aquello que el exterior no podía darle (capitales, mano de obra y
hasta ideologías), pero que no poseía un modelo político que asimilara adecuadamente las posibilidades de la
inmigración externa. Que se había transformado en un importante proveedor de alimentos en los mercados
mundiales, pero que necesitaba comprar, al mismo tiempo, los bienes manufacturados que el aparato productivo
existente no proveía y el consumo de sus habitantes requería. Un país dependiente de las grandes potencias
mundiales, sobre todo las europeas, y con una base productiva unilateral y precaria.

1º Guerra Mundial (1914-1918) – Crisis 1929/30.


Situación internacional: con patrón oro, estabilidad monetaria, políticas económicas pasivas y una amplia libertad
en el mercado financiero, los movimientos de capitales en la década de 1920 en lugar de jugar un papel de equilibrio
entre los países deudores y acreedores, contribuyeron, convergiendo con otros factores (como la caída en los precios
de los productos primarios y la fuerte declinación en la capacidad de importación de los países deudores) a
desestabilizar la situación y desencadenar la crisis.

1ª Guerra Mundial 1914-1918. Enfrento sobre todo a Inglaterra, Francia, Rusia y EEUU contra Alemania y el imperio
Austrohúngaro. No solo produjo la destrucción de una considerable parte del aparato productivo y de los transportes
europeos, junto a una pérdida de vidas sin precedentes, además dio un nuevo impulso al proceso de acumulación a
escala mundial.

Los EEUU se habían convertido en el principal productor mundial gracias a sus inmensas riquezas naturales, a la
amplitud de su territorio agrícola y a la disponibilidad de mano de obra. La 1º Guerra Mundial potencio la participación
norteamericana en el comercio mundial al tiempo que declinaba la inglesa. Gran Bretaña exportaba textiles, carbón,
hierro y acero, productos afectados por la utilización de bienes sustitutivos, o por el cierre de los mercados
tradicionales. Los EEUU exportaban maquinarias o bienes manufacturados de alta tecnología, cuya demanda estaba
en proceso de expansión. Los EEUU al finalizar la 1º Guerra Mundial, transformaron su condición de país deudor en
país acreedor, aumentando sus inversiones en el exterior de 3.500 millones de dólares en 1914 a 10.720 millones en
1940. Aunque Londres pudo mantener durante algún tiempo más su lugar preponderante en las finanzas, pronto fue
reemplazada por New York.

Dominio hegemónico EEUU. Centro financiero mundial New York.

1917 Revolución Rusa. Con el ensayo de una edificación de una sociedad socialista en la nueva Unión Soviética, se
inició un experimento económico que intento seguir un camino diferente del capitalismo. La participación en la vida
económica, a través de la propiedad estatal de los medios de producción y de distintos mecanismos de planificación,
se transformó en el eje central del desarrollo económico y social del país del Este. La Unión Soviética, bajo la férrea
conducción de Stalin y luego sus sucesores, se transformarían con el correr de los años de foco revolucionario a una
superpotencia mundial en el orden político y militar, aunque sus bases de sustentación económica se revelarían
frágiles.

1918 Tratado de Versalles. La imposición de cuantiosas sanciones a los países vencidos, sobre todo a Alemania.
Afecto severamente a diversas economías europeas, dando lugar a graves hiperinflaciones, a grandes fluctuaciones
económicas y al surgimiento de condiciones críticas en el plano social, que derivaron en la aparición de movimientos
autoritarios, como el fascismo y el nazismo. También contribuyo la desintegración del Imperio Austro-húngaro.

Posguerra. Entro en una fase de expansión que se evidencio especialmente en Norteamérica. Las industrias
surgidas en la Segunda Revolución Industrial experimentaron un gran auge, sobre todo en los sectores de la química,
el petróleo, la electricidad, los automotores y la metalurgia, y construcción. Las nuevas técnicas y estrategias
empresariales y de producción favorecían este proceso de expansión. Los EEUU poseían a principios de los años 20
la mitad de las reservas mundiales de oro.

Después de la guerra, la Conferencia Internacional de Ginebra, en 1922, consagro un sistema diferente, el Gold
Exchange Standard, que se había comenzado a utilizar a partir de 1918. La moneda de cada país ya no estaba
vinculada directamente al oro, sino a una moneda central, definida y convertible en dicho metal. Hubo dos monedas

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convertibles en oro, la libra esterlina y el dólar, que fueron las que posibilitaron y ampliaron la base de los
intercambios internacionales. El mismo oro dejo de circular entre el público, pasando a jugar un papel de reserva
nacional al igual que las divisas. La vulnerabilidad de este sistema monetario bipolar consagraba el debilitamiento
británico a nivel mundial y el ascenso de los EEUU.

Crisis Wall Street en 1929/30.La especulación bursátil, estimulada por la abundancia de capitales en busca de
beneficios rápidos, se disparó sobre todo a partir de 1927. El valor de las acciones se duplico entre 1927 y 1929 sin
que se correspondiera ni con las expectativas empresariales de beneficios ni con dinamismo de la producción.
Inversiones especulativas y de corto plazo, en busca de mayor rentabilidad, provocando movilidad de capitales. Las
inversiones estadounidenses eran para satisfacer al mercado interno de los países, no para abastecer el mercado
externo, como eran las inversiones inglesas.

Situación interna:

1912 Ley Sáenz Peña. Los gobiernos oligárquicos no lograron legitimar su poder. Los factores que precipitaron la
apertura del sistema político deben señalarse los conflictos oligárquicos, las revoluciones impulsadas por el
radicalismo y el movimiento obrero, a través de las organizaciones sindicales y las sociedades de resistencia
desencadeno un periodo de fuerte conflictividad social. Aun derrotados su intento revolucionario de 1905, los
radicales no decrecieron en sus iniciativas. La inédita sucesión de huelgas y hechos de violencia de la primera
década del siglo XX contribuyo a que la elite dominante se planteara la necesidad de ampliar la base social de
sustentación del estado.

Con la elección de Roque Sáenz Peña como presidente en 1910, se abrió el cauce para las expectativas reformistas.
La reforma electoral promovida por Sáenz Peña planteaba la elaboración del padrón electoral sobre la base del
Registro de Enrolamiento. El Ministro de Guerra pasaba a empadronar e imprimir lista de votantes: el control se
externalizaba, quedando fuera de las influencias de los grupos oligárquicos sobre la máquina electoral. La nueva
reforma establecía la obligatoriedad y el secreto del voto, e implementaba procedimiento de la lista incompleta, como
medio para garantizar la representación parlamentaria de las minorías en la cámara de diputados, entre los electores
de presidente y vicepresidente, y entre los electores de senadores por la Capital Federal. El instaurado voto secreto y
obligatoria conservaba la exclusividad del sufragio para los varones nativos y naturalizados mayores a 18 años, por lo
que la universalidad atribuida al ejercicio del voto quedaba limitada por la exclusión de la mujer y por la gran cantidad
de extranjeros no nacionalizados. Los ciudadanos para votar representan un bajo porcentaje sobre la población total
del país.

Las elecciones y el triunfo del radicalismo. Las primeras elecciones legislativas, reguladas por una nueva ley, se
realizaron en abril de 1912, en ellas participaron además de los partidos tradicionales: la UCR, el Partido Socialista y
la Liga del Sur. El triunfo socialista en las elecciones en Capital Federal en 1913, acentuó las preocupaciones de los
conservadores.

A fines de 1914 se creó el Partido Demócrata Progresista.

Mientras el oficialismo marchaba dividido hacia las elecciones presidenciales de 1916, la UCR, proyectada
nacionalmente, provocaba la fragmentación de las agrupaciones provinciales. El ciclo electoral iniciado en 1912
desemboco en las elecciones presidenciales del 2 de abril de 1916. Solo la UCR y los dos partidos oficialistas
demostraron poseer apoyos en todos los distritos del país. Los radicales triunfaron en las regiones más prosperas:
Capital Federal, Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos. Aquí los votos radicales se concentraron en las ciudades y en los
distritos rurales dedicados al cultivo cerealero. En las zonas ganaderas obtuvieron un significativo aporte de sufragios.
En las ciudades sus votos provinieron de los barrios de clase media, también captaron votos de los obreros y en las
zonas residenciales. En el interior del país los radicales se impusieron en las provincias más desarrolladas (Mendoza
y Tucumán) y fueron derrotados a excepción de Santiago del Estero, en aquellas regiones de menor crecimiento. Las
debilidades políticas de los conservadores se hicieron más evidentes en aquellas zonas más beneficiadas por el
desarrollo económico iniciado hacia los años 80.

Dado que el candidato radical no logro los electores necesarios para su consagración, la definición quedo reservada a
negociaciones en el Colegio electoral. El apoyo de los radicales santafesinos, disidentes de la conducción nacional y
la división de las fuerzas oficialistas, facilitaron la obtención del elector que necesitaba Yrigoyen para ser elegido
presidente.

Gobiernos Radicales. Yrigoyen 1916-1922.Al principio parecía existir una cierta continuidad entre la nueva
administración radical y el gobierno conservador que la precedió. Su gabinete ministerial estaba integrado en buena
parte por miembros de la elite tradicional, la mayoría afiliados a la SRA y vinculados a la actividad ganadera. Los
partidos conservadores mantuvieron su influencia en la Legislatura y en el Poder Judicial. El resultado fue que
numerosos proyectos del presidente Yrigoyen no tuvieron sanción por parte del Congreso Nacional.

Yrigoyen mantuvo la postura de neutralidad adoptada por su predecesor. La neutralidad era el estado normal de las
naciones y la declaración de la guerra solo procedía en defensa de la soberanía nacional.

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Hecho muy importante, la reforma universitaria de 1918, beneficio políticamente al radicalismo.

Alvear 1922-1928. Hacia 1922, año de renovación presidencial, el radicalismo parecía solido y la amenaza de los
conservadores había disminuido. Volvió a imponerse en los comicios presidenciales, triunfando en 12 distritos sobre
15. La fórmula presidencial integrada por Marcelo T. de Alvear, miembro de la elite terrateniente y descendiente del
general Carlos M. de Alvear, apoyo la revolución del 90 y milito luego activamente en el radicalismo. Yrigoyen lo
había elegido su sucesor más por cálculo político que por afinidad, a pesar de no ser un líder destacado, tenía
vínculos sociales y en el exterior. En el momento de su elección era embajador en Paris y había vivido muchos años
en Europa.

Sanción de normas laborales. En 1923, se instituyo el pago del salario en moneda nacional para reprimir la práctica
de las empresas de yerbatales y obrajes del norte argentino de pagar en vales a cambiarse en almacenes o
economatos de las mismas empresas. En 1925, se reglamento la ley de trabajo de mujeres y menores en Capital
Federal y en los territorios nacionales. En 1926, la ley de descanso dominical en Capital Federal.

Yrigoyen 1928-1930 (golpe de estado Uriburu).El retorno de Yrigoyen aprecia seguro. La compulsa electoral era
insoslayable. El triunfo del radicalismo yrigoyenista, ante una oposición desorganizada, fue aplastante. Se impuso en
todos los distritos donde se presento, recogiendo alrededor del 60% de los votos. Durante la segunda presidencia,
Yrigoyen estaba físicamente disminuido y seguía con su estilo de decidir personalmente todos los asuntos de
gobierno. Una presencia cada vez más inquietante de las fuerzas armadas. Participación destacada del golpe de
estado de 1930 y fueron presidentes del país: José F. Uriburu y Agustín P. Justo.

Los radicales anti personalistas, los conservadores y los socialistas independientes, apoyados por medios de difusión
de gran influencia, como el diario Critica, desarrollarían en el último periodo de Yrigoyen una campaña política de
desprestigio de la administración radical, que culminaría en septiembre de 1930.

Los conflictos sociales. Las huelgas crecieron en número e intensidad. A fines de 1916 se declaro un paro de los
trabajadores del puerto de Buenos Aires. El gobierno no recurrió a la tradicional represión policial. Arbitro el conflicto
satisfaciendo la mayoría de las demandas de los huelguistas. Nuevas mediaciones estatales con motivo de las
huelgas ferroviarias en 1917 y 1918 culminaron en concesiones que aumentaron el estándar de vida y mejoraron las
condiciones de trabajo de los ferroviarios.

La agitación volvió a despertar, con mayor virulencia, a principios de enero de 1919. El episodio, conocido como la
semana trágica, se desencadeno a partir de una huelga de los trabajadores metalúrgicos, que reclamaban mejoras
salariales y reducción de las horas de trabajo. Se pidió la intervención policial, que termino en un enfrentamiento con
los huelguistas, el cual arrojo un saldo de cinco muertos. El fin del conflicto, dada la intervención del ejército y la
armada cumplió un rol disuasivo. La mediación gubernamental permitió el reconocimiento de las reivindicaciones de
los trabajadores metalúrgicos, que consiguieron en parte sus objetivos.

La tercera ola de agitación obrera emergió en la Patagonia, en 1921, impulsada por una sociedad obrera anarquista
fundada en Rio Gallegos. Los reclamos de mejoras salariales, ocho horas de trabajo y condiciones higiénicas se
difundieron hasta las grandes estancias dedicadas a la cría de ovejas. Estos establecimientos eran propiedad de tres
grandes firmas con intereses extranjeros y nacionales, que sometían a los trabajadores a condiciones laborales
particularmente duras y mal remunerados. Yrigoyen cedió ante estas demandas. Se llego a un principio de acuerdo
entre las partes que aprecio terminar el conflicto. El acuerdo no fue respetado por los estancieros por lo que la huelga
se reinicio. La segunda huelga se hizo extensiva a toda la provincia de Santa Cruz. La policía reprimió la huelga en
las ciudades deportando o encarcelando a varios dirigentes. En el campo, grupos de peones armados recorrieron las
estancias, las ocuparon y tomaron a sus dueños en calidad de rehenes. El poder ejecutivo, reacciono y los militares
retomaron a Santa Cruz. Los militares impusieron la Ley Marcial y en lugar de negociar decidió reprimir abiertamente.
Los trabajadores fueron fusilados. La muerte de los obreros se estima en más de mil. Este episodio es conocido como
Patagonia Trágica.

Políticas implementadas: (y Resultados).

Inmigración. La primera interrupción de la corriente inmigratoria de ultramar se produjo con la 1º Guerra Mundial. Los
saldos migratorios máximos habían sido alcanzados en el periodo 1900-1910, sobre todo en los años inmediatamente
anteriores a la guerra, con un total de 1.120.000 persona provenientes de ultramar. En 1914, el número de
inmigrantes experimento un abrupto descenso, iniciándose un periodo con saldos inmigratorios negativos: entre 1914
y 1919 el saldo alcanzo a 214.175 personas emigradas. Finalizada la guerra, el flujo inmigratorio recibió un nuevo
impulso. Entre 1921 y 1930, el saldo inmigratorio de ultramar alcanzo un total de 87.800 personas ingresadas,
resultado inferior al de la primera década del siglo.

A lo largo del periodo de inmigración masiva, casi la mitad de los inmigrantes de ultramar italianos. Entre 1911 y
1920, la inmigración española constituyo el 68% del saldo migratorio, superando a la de origen italiano. Durante la
década siguiente, volvieron a predominar los inmigrantes italianos, y se comenzó a registrar la presencia de

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inmigrantes de origen polaco. De esta manera, se insinuaba lo que sería un fenómeno propio de la década del 30
donde, dentro de los magros saldos migratorios, predominarían los polacos.

A partir de 1914 comienza la fase de la formación de las grandes ciudades. Ya en ese año se contaban con dos
ciudades de más de 100.000 habitantes, Córdoba y Rosario, a parte del Gran Buenos Aires. De esos contingentes
urbanos, el 25,4% de la población (algo más de 2.000.000 de personas) estaba radicado dentro del área actualmente
conocida como el Gran Buenos Aires.

Si bien la presencia de los inmigrantes extranjeros era decisiva en el proceso de urbanización, sobre todo en Buenos
Aires y en el Litoral, las migraciones internas comenzaban a adquirir progresiva importancia en el área metropolitana
de Buenos Aires.

Políticas económicas de los gobiernos radicales.

El crecimiento económico en el periodo. Las líneas esenciales de modelo Agroexportador no se alteraron, apertura
de la economía, endeudamiento externo, comercio exterior basado en el intercambio de materias primas y alimentos
por productos manufacturados, estabilidad de la moneda e incluso retorno al patrón oro. La crisis mundial, que
comenzó a fines de 1929, coincidió prácticamente con el fin de los gobiernos radicales, que no tuvieron oportunidad
de producir cambios drásticos en las políticas económicas.

Durante la 1º Guerra Mundial, entre 1914 y 1917, se produjo una brusca caída del PBI.

El comercio exterior resulto superavitario, consecuencia de un descenso de las importaciones por falta de bodegas, el
aumento de los fletes y la carencia de productos exportables, como la que padecían nuestro principales proveedores,
los países europeos, debido al conflicto bélico y no de un incremento sustancial de las exportaciones, aunque el nivel
de estas se mantuvo gracias a la apertura del mercado norteamericano. Dicha circunstancia favoreció un incipiente
proceso de sustitución de importaciones en el sector manufacturero, pero la disminución de importaciones esenciales
(bienes manufacturados y de capital) repercutió de manera negativa sobre el producto interno. La interrupción de la
corriente de capitales obro en el mismo sentido.

A partir de 1918, la normalización de la economía internacional permitió que se incrementara de manera considerable
las exportaciones agrícolas para abastecer a los exhaustos países europeos, en tanto se mantenía un amplio
volumen de exportaciones a los EEUU, lo que favoreció un repunte del crecimiento económico. Incluso la Argentina
les prestó a los aliados 250 millones de dólares. Esto se realizó a través de un convenio firmado con Inglaterra, Italia
y Francia, según el cual financiaba la compra de 2 millones y medio de toneladas de cereales.

La crisis agrícola-ganadera, que se inició hacia fines de 1920, como consecuencia de la caída de los precios
internacionales de los productos agrarios, y en particular de las carnes, debido a la recuperación del sector
agropecuario en los países europeos, produjo una nueva disminución de la tasa de crecimiento del PBI. En 1922
volvió a subir, alcanzando un pico máximo del 11% en 1923 respecto del año anterior. Las circunstancias externas
ayudaron, gracias al aumento de los precios agropecuarios internacionales y al ingreso de capitales extranjeros, tuvo
lugar un nuevo periodo de bonanza hasta 1928. Tras una declinación momentánea de la actividad económica en
1925, el crecimiento retomo el ritmo ascendente que caracterizo a la mayor parte de la década de 1920. Debido a la
entrada masiva de capitales y al aumento del volumen de los bienes exportados, que compenso otra caída de los
precios internacionales, se fortaleció el peso, lo que permitió al gobierno volver al sistema de la caja de conversión en
1927. La subida de la tasa de interés de los EEUU a partir de 1928, y luego la crisis de 1929 revirtieron de nuevo la
tendencia y causaron serias dificultades en la balanza de pagos.

Aunque la Argentina experimento un crecimiento indudable, puede observarse que fue muy vulnerable a las
fluctuaciones de la economía mundial. Dependía de nuevas entradas de capitales todos los años para evitar serios
problemas en la balanza de pagos, y conservar los mercados para sus exportaciones. Le resultada muy difícil reducir
sus importaciones y la carga del servicio de la deuda externa. Otro elemento de vulnerabilidad, fue la triangulación
comercial y financiera que se desarrolló con los EEUU y Gran Bretaña, y el problema causado por el retorno a la
convertibilidad en 1927.

Limites de las políticas económicas. En el periodo 1925-29 la participación del sector agropecuario era cerca del
25%, un 5% menos que en 1919, la industria no alcanzaba el 18%, lo que representa un incremento menor que el 2%
con respecto a 1919. El rubro que más se incrementó en el periodo fue el de la construcción. Los lineamientos del
modelo Agroexportador continuaban aún vigentes.

A partir de 1918 el impuesto a las exportaciones comenzó a aplicarse y paso a ser un componente importante del
sistema fiscal. La escasez de importaciones durante el conflicto bélico dio lugar a un intenso aunque breve proceso
de industrialización.

En el orden agropecuario se produjo un impulso hacia la tecnificación del campo, lo que se tradujo en un incremento
de las áreas sembradas. Mientras en el sector ganadero, se sanciono una serie de leyes para controlar las
transacciones comerciales y establecer precios máximos y mínimos.

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La disminución de la recaudación discal en el sector externo, llevo en 1923, a una importante modificación de los
aforos aduaneros, que estaban desactualizados. Si bien tuvo principalmente el propósito de aumentar las
recaudaciones tributarias, beneficio por un tiempo al sector industrial.

En cuanto a los transportes, se siguió extendiendo la red ferroviaria. También se dio un impulso a las obras de
construcción de puertos y caminos, vinculados a la difusión del automotor. Se establecieron las primeras líneas
aéreas, el servicio postal y sistema orgánico de transmisiones radioeléctricas.

La política petrolera. La creciente importancia del petróleo motivada por la expansión del parque automotor y su
utilización como combustible para el sector industrial lo convirtió en una fuente de debates sobre los principios de la
soberanía nacional, a medida que se descubrían nuevos yacimientos en el país y se intensificaba su extracción. En
1907 se descubrió petróleo en Comodoro Rivadavia.

En 1922, durante el gobierno de Yrigoyen, se creó por medio de un decreto la empresa estatal Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF).

Bajo el impulso de Mosconi, se emprendió una serie de iniciativas que colocaron a la empresa en un nivel
competitivo, desarrollado una extensa red de distribución en todo el país. Hasta 1925, cuando se inauguró la gran
destilería de La Plata, la producción de petróleo nacional, era todavía precaria. Al inaugurarse, la destilería se
encontraba entre las 10 más grandes del mundo en términos de capacidad.

Mientras Mosconi estuvo al mando de YPF, la producción nacional creció considerablemente y al mismo tiempo se
logro la regulación de los precios ene l mercado local. En los años 20 la industria petrolífera nacional aumento su
producción entre 20 y 30% anual, pero la importación de hidrocarburos extranjeros continuo siendo el componente de
mayor peso de la oferta comprobándose que la demanda del país crecía más aceleradamente que la producción de
combustibles, lo que generaba una importante dependencia de las importaciones.

Mientras se ampliaba la capacidad de refinamiento de las refinerías de YPF y se expandía su producción, el gobierno
otorgo diversas concesiones a empresas privadas de origen extranjero, las que mantuvieron un ritmo de crecimiento
similar al de la petrolera estatal.

A pesar de su convicción nacionalista y de sus enfrentamientos con las compañías extranjeras, Mosconi era remiso a
aceptar la idea de un monopolio petrolero estatal, prefería más bien la formación de compañías mixtas o
eventualmente, de un monopolio mixto.

Procurando que YPF incrementara su participación en el mercado petrolero argentino, Mosconi redujo
sorpresivamente el precio de los combustibles obligando a las distribuidoras extranjeras a disminuir los suyos. Pero,
para anticiparse a la posible reducción de las importaciones de petróleo por parte de dichas empresas, como
represalia a la decisión de Mosconi, el gobierno argentino negocio un acuerdo comercial con la Unión Soviética para
importar combustible de la empresa de ese origen.

La cuestión del gasto público.

El análisis de los recursos y gastos del gobierno nacional: un incremento relativo del gasto público; la redistribución
del ingreso interna del gasto fiscal a favor de rubros tales como salarios, pensiones y administración; La reorientación
de la política impositiva hacia aquellos gravámenes que, en forma directa o indirecta, afectaban las rentas de los
grupos propietarios y sectores económicamente dominantes.

Se puso en evidencia la precariedad del sistema rentístico nacional cuando a consecuencia de la guerra mundial se
produjo, entre 1914 y 1919, un drástico descenso de las importaciones, y con ello una brusca caída de las
recaudaciones aduaneras, que eran la principal fuente de recursos del fisco.

También se procuró encara el creciente déficit fiscal a través del incremento de la deuda pública, aunque la
financiación de los gastos del estado por medio de endeudamiento ya venía ensayándose muchos años atrás entre
1908 y 1916, la deuda se había incrementado un 94%.

Se implemento un impuesto a las exportaciones agropecuarias que no estaban gravadas, rubro que por otra parte no
se veía afectado por la situación creada por la guerra. Disminuyeron en forma proporcional los gravámenes al
consumo interno. Yrigoyen buscaba disminuir la carga sobre los sectores medios, tratando de aumentar los
impuestos directos (a la tierra, patentes, herencia y otros) y los destinados al comercio exterior.

A partir de 1914 los gastos comenzaron a superar a los recursos, compensándose esa diferencia por el aumento del
endeudamiento público, que se duplico entre 1900 y 1930. El crecimiento contribuyo al financiamiento de los gastos
administrativos ordinarios, ya que los gastos en obras públicas habían disminuido. Hacia 1922, los servicios de la
deuda absorbían cerca del 40% de las rentas públicas. Entre 1926 y 1930 la deuda creció más aceleradamente.

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El retorno al patrón oro: la caja de conversión y la evolución de la balanza de pagos. Retorno a la conversión
del peso, al sistema de la Caja de Conversión. La evolución de la balanza de pagos (que refleja la posición
económica internacional del país) y las variaciones de las reservas de oro y divisas (que sirven de base para
garantizar su solidez monetaria de un sistema de patrón oro). Los principales argumentos por los cuales se
consideraba necesario volver a la caja de conversión, y por consiguiente a la utilización del patrón oro, o más
propiamente de un patrón cambio oro, eran resguardar la economía interna de las fluctuaciones y contingencias
exteriores, que en distintas circunstancias la habían afectado en el pasado, y asegurar la estabilidad monetaria,
manteniendo por ley una relación entre la cantidad de circulante y el metálico que se encontraba en el país, como se
había hecho entre 1899 y 1914.

El superávit de la balanza comercial o la entrada de nuevas inversiones producían un incremento de los medios de
pago que repercutía luego sobre el monto de las importaciones. El sistema monetario y bancario argentino era de una
extraordinaria rigidez y muy sensible a las alteraciones de la blancaza de pagos. Un saldo positivo s podía
transformar en un aumento en la capacidad de compra, pero uno negativo implicaba la retirada de capitales
adquiridos en la cuantía adecuada, pues la inexistencia de un Banco Central permitía a las instituciones bancarias
continuar la expansión de los créditos hasta situaciones intolerables. La capacidad de compra argentina se transfería
casi íntegramente a los mercados extranjeros. Nuestro país presentaba una gran propensión a importar y reajustaba
su balanza de pagos aumentando o reduciendo las importaciones, con el problema que estas últimas no disminuían
en forma suficiente en la fase depresiva de los ciclos.

Debido a la entrada de capitales y al crecimiento de la economía, el peso se revalorizaba, como ocurrió entre 1925 y
1927, lo que perjudicaba a los exportadores y a los productores agropecuarios que dependían de las ventas en el
exterior y se veían afectados por la caída de los precios de sus productos valoradas en pesos, aunque beneficiaba a
las importaciones.

Un elemento decisivo fue que, en caso de reabrirse la caja de conversión, se beneficiaba sobre todo, aquellos que
necesitaban pagar con oro sus deudas a los EEUU, país con el cual se mantenía un balance crónicamente negativo.
La reserva de oro bajaría así en forma considerable, iniciando una nueva baja del peso, que favorecía a los
exportadores, productores agropecuarios e incluso a sectores industriales, beneficiados estos últimos por el
encarecimiento de los productos importaos con quienes competían.

El régimen de conversión solo funcionaba en periodos de bonanza, al entrar el metálico permitía el aumento del
circulante a través de la emisión monetaria y la extensión del crédito, pero cuando el oro volvía a salir, provocaba
alarmas y críticas por la disminución del numerario, lo que obligaba a suspender la conversión, como paso en 1914 y
como sucedería en 1929.

Durante los últimos meses de 1928 la situación había comenzado a alterarse. Los precios de los productos
exportables empezaron a descender con velocidad, mientras que los importados no variaron en la misma medida. La
consecuencia fue que los términos de intercambio (relación entre los precios de exportación e importación) se
hicieron muy desfavorables para el país. Los capitales externos, en especial los de corto plazo, comenzaron a
emigrar rápidamente por el alza de las tasas de interés en los EEUU, lo que iba a constituir un prolegómeno de la
crisis que se avecinaba.

A medida que transcurría 1929, la balanza de pagos iba reflejando el deterioro de la situación económica.

La excesiva rigidez del patrón oro exponía al mecanismo a una fácil rotura de sus engranajes. El sistema estaba
basado en un nexo demasiado automático entre la entrada o la salida de oro, y la circulación monetaria. Es así que
los movimientos en la balanza de pagos originaban un proceso cíclico.

La fase ascendente se caracterizaba por el incremento de las exportaciones y la entrada de capitales extranjeros.
Aumentaban las tenencias de oro, crecían los efectivos de los bancos y se acrecentaba el poder de compra de la
población. Este fenómeno estimulaba correlativamente la demanda, tanto de artículos y servicios nacionales como
importados. Por el contrario, la fase descendente se iniciaba cuando se agotaba el impulso ascendente porque
disminuía la demanda mundial o se debilitaba la corriente de inversiones o ambas cosas simultáneamente, reflejando
las dificultades económicas de las grandes potencias. Se reducía, el poder de compra de la población y la demanda
de artículos y servicios nacionales e importados. Las actividades internas se contraían más que lo que disminuía el
poder de compra, lo mismo que antes se había amplificado su dilatación. Caían las importaciones y, mientras se
llegaba a un nuevo punto de equilibrio en el balance de pagos, seguían saliendo el oro y las divisas de las reservas
monetarias.

El banco de Inglaterra, podía elevando o disminuyendo la tasa de interés, mejorar los ciclos a su favor. Cuando
Inglaterra elevaba la tasa de descuento detenía la salida de capitales y reducía el ritmo de incremento de las
importaciones provenientes de los países de la periferia, lo que perjudicaba a estos. Y como las importaciones de
esos países continuaban altas, se producía un desequilibrio en sus balances de pagos y envolvían así parte o todo el
oro entrado en la fase ascendente. Hacia 1929, los efectos de la elevación de la tasa de interés en los EEUU sobre la
República Argentina, era la repetición de un viejo fenómeno que caracterizaba el desarrollo del sistema en su

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conjunto. Pero la crisis mundial implicaría la ruptura del patrón oro y del viejo sistema internacional de comercio y
pagos, produciendo severas consecuencias en los mismo países centrales.

El triángulo Anglo-Argentino-Norteamericano (Comercio Triangular). El exceso de importaciones (o déficit del


comercio) que padecía la balanza comercial británica fue casi invariable entre 1913 y 1929 pero ese déficit era
compensado, totalmente hasta 1922 y luego en parte, por los excedentes de los intereses y dividendos provenientes
de las inversiones británicas en el extranjero. Esta compensación no provino del comercio de sus países deudores en
proporción al volumen de las remesas que estos enviaban a Gran Bretaña. Las principales áreas deudoras del
imperio y Sudamérica, que eran países de producción agrícola, mantuvieron durante esos años un amplio excedente
de exportaciones (o superávit en la Balanza comercial), pero no con Gran Bretaña, sino con las naciones industriales
de Europa continental y los EEUU. Los excedentes de importaciones británicas provenían de su comercio con esos
países industriales y no del que efectuaba con sus deudores. Tales países como India, Australia, China, Brasil y
Japón, tenían un déficit en su balanza comercial con Gran Bretaña, así que no solo una parte sino el conjunto de los
considerables servicios financieros que remitían a la metrópoli debían compensarlos mediante sus exportaciones con
otros países.

En términos de bienes, el interés y los beneficios de las inversiones británicas de ultramar eran pagados con
productos enviados por las naciones deudoras agrícolas a la Europa continental y a los EEUU y pasaban de estos
últimos, mediante la forma de exportaciones de bienes manufacturados, al Reino Unido. Se daba pues, una situación
de comercio triangular, donde los países agrícolas deudores exportaban hacia los EEUU y Europa continental y
estos, lo hacían hacia el Reino Unido.

El esquema de comercio triangular predomino durante toda la década de 1920 en los mercados mundiales.

El análisis del caso argentino es de particular relevancia para explicar la inserción internacional del país entre la 1º
Guerra Mundial y la crisis de los años 30 y el patrón de conducta de sus clases dirigentes en este periodo.

También existía aquí una relación triangular, en la que participaba como partenaires principales el Reino Unido y los
EEUU, pero esa relación poseía características diferentes de las de otros países. La Argentina tenía un excedente de
exportaciones con Gran Bretaña y uno de importaciones con su vecino del norte, creando así una situación única,
muy distinta de la que enfrentaban otras naciones sudamericanas o incluso del mismo imperio británico. Esta
circunstancia originaba, paralelamente, la existencia de un triángulo naviero y de un triángulo en los movimientos de
capital.

El naviero se producía porque, como el grueso de las exportaciones argentinas (carnes y cereales) se dirigía a Gran
Bretaña y Europa, los exportadores británicos disponían de una amplia capacidad de bodegas de retorno para colocar
productos voluminosos, como el carbón. En cambio, dado el poco monto de las exportaciones argentinas a los EEUU,
los productos norteamericanos no disponían de la misma capacidad de embarque de retorno y debían pagar fletes
más altos, o aprovechar el mayor intercambio comercial con el Brasil para prolongar los viajes hacia Buenos Aires.
Esto facilito, durante mucho tiempo la dependencia de la Argentina el mercado británico.

El triángulo de los movimientos de capital tuvo también una importancia decisiva. Por un lado, el Reino Unido cubría,
con los ingresos provenientes de la Argentina por inversiones y prestaciones de servicios financieros y comerciales, la
mayor parte de su balance comercial desfavorable. Pero, por otro, una corriente neta de capitales norteamericanos
financiaba las importaciones argentinas con préstamos o inversiones directas, compensando todo o en parte los
déficit de nuestro país en su comercio con los vecinos del norte. O sea que el sistema funcionaba porque en la
Argentina existían entradas de capital provenientes de los EEUU, y a veces un superávit comercial con Gran Bretaña
que superaba las remesas de intereses y dividendos a ese país, llegando a equilibrarse el desajuste que podía
producirse en el comercio trilateral. También se verificaban corrientes de comercio y capitales compensatorias entre
Gran Bretaña y los EEUU. De este modo se mantenían vigentes, aunque de manera precaria, los principios del
sistema multilateral de comercio y pagos.

Entre 1914 y 1934, el saldo comercial negativo con los EEUU fue de 1.316 millones de pesos oro, mientras que el
saldo positivo con Gran Bretaña alcanzo los 2.991 millones de pesos oro, mostrando las características del comercio
triangular.

Este triángulo comercial anglo-argentino-norteamericano no puede ser bien comprendido si se lo considera solamente
como la simple compensación de los déficit del intercambio comercial con los EEUU con los superávit resultantes del
comercio con Gran Bretaña. Motivos: 1- el saldo de servicios con Gran Bretaña resulto fuertemente negativo, como
consecuencia de la remesa de utilidades e intereses de las empresas británicas en el país, compensado en parte el
superávit comercial de la Argentina. 2- el comercio triangular significaba para la Argentina supeditar su estructura
productiva y en particular su estructura industrial a las manufacturas y bienes de capital norteamericanos. Las
importaciones de maquinarias norteamericanas en este periodo, posibilitaron de una manera más significativa que lo
que generalmente se cree, la industrialización de los años 30. 3- ese comercio aceleraba el flujo de capitales
estadounidenses en la economía argentina mediante la colocación de títulos públicos en el área del dólar o de
inversiones directas de empresas norteamericanas, permitiendo financiar el comercio de importación y desplazando

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de este modo la influencia económica inglesa. El comercio triangular estaba señalando un cambio de esferas de
influencia.

La relación económica entre la Argentina e Inglaterra no era tan unilateral como se piensa. Es cierto que existía una
fuerte dependencia del mercado británico para el sector exportador argentino. Además de la relación comercial que
existía entre las dos naciones también un vínculo tenia igual o mayor importancia y que se originaba en las
cuantiosas inversiones de capital británico que llegaron a la Argentina desde fines del siglo XIX. Esas inversiones,
que poseían una alta tasa de rentabilidad y al mismo tiempo complementaban y estimulaban el comercio entre ambos
países, se radicaron, fundamentalmente en el transporte, ferrocarriles, empréstitos al gobierno, frigoríficos, servicios
públicos y el sistema bancario y financiero. De esta forma, los ingleses participaban en la producción de bienes
exportables y podían controlar el comercio exterior.

Los ferrocarriles eran el punto clave de todo este sistema, puesto que por su intermedio se llevaban a los puertos los
bienes exportables y se introducían las manufacturas británicas en el terreno nacional, constituyendo además, una
demanda para los productos del Reino Unido.

En 1930 la Argentina ocupaba el 4º lugar dentro de la distribución geográfica de las inversiones inglesas en el mundo
y solo era superada por la India, Australia y Canadá, sobrepasando a Europa continental, Sudáfrica y EEUU.

Los capitales norteamericanos ya se habían implantado en un punto clave de la estructura productiva: la industria
frigorífica.

La verdadera irrupción de los capitales norteamericanos se produjo después de la 1º Guerra Mundial, y


particularmente en la última mitad de la década de 1920. Se trataba de establecimientos dedicados, en su mayoría, a
artículos industriales, maquinarias, vehículos, artefactos eléctricos, textiles, refinación del petróleo, alimentos y
bebidas productos farmacéuticos. En esos años se radicaron las compañías de seguros, bancos y numerosas firmas
importadoras y comercializadoras, muchas de las cuales comenzaron luego a realizar tareas de armado y
manufactura. Además, capitales norteamericanos compraron firmas ya existentes de origen europeo. Asimismo
invirtieron en otras empresas de servicios públicos, como compañías de electricidad provinciales.

Los EEUU después de la guerra se convirtieron en un importante mercado de capitales, y prácticamente entre 1914 y
1929, la Argentina recibió numerosos préstamos de corto y largo plazo, que le ayudaron a financiar sus
importaciones, mediante la colocación de títulos públicos en el mercado norteamericano. De este modo, las
inversiones estadounidenses que en 1913 eran de 39 millones de dólares, llegaron a 1931 a 654 millones,
representando un 17,6% del total de inversiones extranjeras en el país. En 1929 el promedio del rendimiento de los
establecimientos industriales de origen norteamericano fue del 15%, mientras que para la misma época la rentabilidad
de las empresas ferroviarias inglesas no pasaba del 5 o 6%.

Gran Bretaña, importadora de materias primas y alimentos y exportadora de manufacturas, había impuesto una
determinada división internacional del trabajo dentro de la cual la Argentina debía dedicarse, esencialmente, a
producir alimentos para la metrópoli e importar de esta los productos industriales, excluyendo toda industrialización
propia salvo aquella ligada a la transformación de materias primas destinadas a la exportación. Por su parte la
economía de los EEUU se autoabastecía de numerosos productos primarios, particularmente de aquellos en los que
se especializaba el país del Plata y contaba con una tecnología más avanzada que la inglesa, a punto tal que esto le
da la posibilidad de exportar productos manufacturados y bienes de capital y de alta tecnología.

Paralelamente a la expansión de estas inversiones, las exportaciones de los EEUU hacia la Argentina experimentaron
un auge considerable, hierro, acero, automotores, maquinarias y otras productos de ese origen desplazaron a las
importaciones británicas, dando lugar a ese comercio triangular al que nos hemos referido. La rivalidad anglo-
norteamericana en el mercado argentino no era una competencia limitada al mismo tipo de productos, sino también a
bienes diferentes o de tecnologías distintas.

Los saldos del comercio con los EEUU eran desfavorables para el país del Plata, al contrario de lo que ocurría
respecto de Inglaterra. La razón por la cual la balanza comercial con los EEUU fuera tan desfavorable se debía,
evidentemente, a que ambas economías no eran complementarias, sino competitivas. El mercado norteamericano se
cerró por completo en 1926, a la importación de carnes argentinas, pero ya mucho antes el alto nivel de protección
impedía la colocación de nuestros productos y este problema iba a ser una de las preocupaciones principales de los
sectores dirigentes argentino en todo el periodo analizado.

Hacia 1930, la Argentina era el 4º país dentro del total de inversiones británicas. Ocupaba también el 4º lugar dentro
del total de las inversiones de los EEUU en el exterior, des pues de Canadá, Alemania y Cuba y antes que México,
Chile, Inglaterra y Brasil.

El sector agropecuario.

Agricultura. Finalizada la 1º Guerra Mundial, las exportaciones argentinas continuaron, su crecimiento, sustentadas
esencialmente en el sector agropecuario. Pero los componentes agrícolas fueron desplazando a los ganaderos, dada

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la sostenida demanda internacional de la producción agraria pampeana y la crisis mundial de comercialización de
carnes que se hizo sentir a comienzos de la década de 1920. De este modo, el mayor porcentaje de envíos al exterior
se fue concentrando en el trigo, el maíz y el lino, en ese orden de importancia, que en conjunto representaron casi 2/3
del valor de las exportaciones argentinas. El carácter fuertemente concentrado de sus ventas externas hizo que la
Argentina fuera, en unos pocos artículos, un país vendedor con cierto peso en los mercados mundiales.

Hacia mediados de la década del 1920, la argentina se encontraba en el primer lugar de exportaciones
mundiales de maíz, lino y avena.

Solo el 25% de la producción agrícola era absorbido por el país y el porcentaje restante se destinaba a la exportación,
cuya comercialización estaba concentrada en pocas firmas multinacionales. Esto quiere decir que la prosperidad del
agro argentino dependía esencialmente de la demanda mundial de granos, y de manera más específica, los cereales.

La competencia internacional se hacía cada vez más severa dado que, a medida que aumentaba el rendimiento de
otras áreas de producción primaria, los países europeos intensificaron la protección agrícola. Por otra parte, la tasa
de población europea se incrementó escasamente y la creciente desocupación hizo disminuir el consumo de los
países industrializados de Europa.

Un factor que contribuyó al aumento de la producción fue la creciente mecanización de las tareas rurales que mejoro
la productividad agrícola, aunque este todavía era inferior a la de los países europeos. En 1921, se había establecido
en el país la primera fábrica de cosechadoras, pero el grueso de los equipos y maquinarias se originó en las
importaciones provenientes de los EEUU, como las segadoras trilladoras, cuyo número aumento de 1.760 en 1914 a
32.830 en 1929.

Como durante años la mecanización agrícola había estado limitada a instrumentos simples y a un escaso número de
máquinas complejas, el proceso tecnológico de los años 20 tuvo un considerable impacto renovador. Pero comenzó
tardíamente como para poder compensar por completo el atraso anterior y el retraso pueden atribuirse al costo de la
maquinaria agrícola. De esta manera, la consecuencia de la demora consistió en reducir las ventajas del avance y
hacer considerablemente más dificultoso el proceso de modernización rural.

La creciente participación de ciertos cultivos industriales que se beneficiaron con la ampliación del mercado interno.
En algunos casos, como el de la caña de azúcar, que desde Tucumán se extendió hasta Salta y Jujuy, fue decisiva la
protección de la producción mediante mecanismos arancelarios. Los cultivos de algodón en el Chaco sustentaron, el
crecimiento de la industria textil, al tiempo que se extendieron los cultivos frutales en el alto valle del Rio Negro y en el
valle de Uco en Mendoza y crecieron las producciones de maní, arroz y yerba mate en Misiones, estas últimas
mediante incentivos fiscales del gobierno nacional.

La producción agropecuaria destinada a la exportación continúo siendo el eje central de la política económica radical.

La compleja trama de los intereses rurales, sustentada en el predominio de la gran propiedad y el sistema de
arrendamientos, reflejaba el espectro social del ámbito cerealero. Entre los grandes productores, que dedicaban parte
de su actividad económica a la ganadería de alta mecanización, se destacaban los grandes propietarios asentistas
que se dedicaban a una agricultura extensiva. Otros terratenientes reinvertían parten de sus rentas en mecanización
y mejoras técnicas y agronómicas, al igual que los arrendatarios de grandes extensiones, generalmente también
grandes propietarios. Entre los sectores rurales subalternos tenían una considerable representación los chacareros,
pequeños o medianos propietarios que comercializaban su producción granera a través de las grandes casas
exportadoras. El sector social más identificado con la expansión de la agricultura cerealero, lo pequeños y medianos
arrendatarios, estaba obligado a pagar un canon elevado, por trabajar la tierra del propietario o gran arrendatario
durante periodos breves, sin posibilidades de planificar su producción y muchos menos decidir su comercialización.
Existían también ocupantes precarios de reducidas parcelas, dependientes dl trabajo doméstico y acosados por el
endeudamiento que podía transformarlos en simples asalariados. El almacenero de ramos generales, generador del
crédito agrario informal, operaba como eslabón entre el agricultor y las grandes empresas exportadoras de granos
que disponían de sus propios representantes y acopiadores zonales.

Hacia fines de los años 20 se mantenían en el sector agrario los mecanismos de funcionamiento del modelo
Agroexportador aunque se procuró introducir modificaciones a través de medidas que intentaban responder a las
tensiones ganaderas por el agotamiento de dicho modelo.

Ganadería. Vinculada como estaba a los mercados externos y financiada en gran medida por capital extranjero, la
producción y el consumo de carne involucraban los intereses de grandes grupos con incidencia política y económica.

Los capitales ingleses fueron los primeros en desarrollar la industria frigorífica en el país, acompañados en menor
medida por capitales nacionales. Pero en la primera década del siglo XX, se radicaron plantas pertenecientes a los
principales frigoríficos norteamericanos del llamado Club de Chicago, cuya finalidad era abaratar las exportaciones
destinadas al mercado británico de carnes, aprovechando la mejor calidad de nuestra materia prima y los menores
costos de producción locales. El primero fue el Swift, en 1907 a través de la compra de un frigorífico existente, La
Plata Cold Storage, destinado, sobre todo a la preparación de carne enfriada. En 1909, la National Packing Co. (Swift,
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Armour y Morris) adquirió el frigorífico La Blanca, una planta de propiedad argentina que funcionaba en Avellaneda,
mientras que Sulzberger&Sons negociaba con el Frigorífico Argentino, al que finalmente arrendo en 1913.

De este modo por el aporte de esos frigoríficos, el volumen de exportaciones de carnes norteamericanas hacia Gran
Bretaña disminuyo en la misma medida que aumentaron las exportaciones argentinas.

Los frigoríficos norteamericanos, que tenían una tecnología superior a los ingleses y argentinos, comenzaron a hacer
fuerte demanda a los ganaderos con el propósito de poder embarcar al mercado europeo, principalmente al inglés,
carne enfriada (chilled), muy similar a la carne fresca, en lugar de carne congelada.

La primera cuestión es técnica, ligada a la materia prima que necesitaban los frigoríficos para elaborar nuevos
productos y se debe a que la aparición de la industria del enfriado provoco una modificación en el tipo de razas
ganaderas y una nueva delimitación de la Pampa Húmeda, eliminando ciertas regiones e incorporando otras. La raza
predominante fue la Shorthorn, aunque también se introdujeron la Aberdeen Angus y la Hereford, todas ellas razas
finas de origen inglés. La ampliación de la pampa húmeda implico incorporar el sur y el sudeste de Córdoba, el
noroeste de la Pampa y el extenso sudeste de San Luis.

Otra cuestión obedece al hecho de que la carne enfriada, no permite una larga conservación (30 a 40 días) y para
satisfacer una demanda constante era necesario contar con buenos cortes todo el año. Esto determino la aparición de
un nuevo tipo de ganadero, el invernadero, que disponiendo de mejores pasturas estaba en condiciones de asegurar
una entrega periódica, lo que resultaba esencial para la industria del enfriado. Los invernadores, que poseían los
campos más cercanos a los frigoríficos, tenían un tratamiento especial por parte de estos. Los criadores por el
contrario, no disponían de campos de la misma calidad y tenían tres opciones, comercializaban sus productos
directamente en los mercados consumidores locales, los destinaban a la exportación del congelado o se dedicaban
solo a la cría de ganado al que alimentaban a lo largo de la edad de deteste, hasta los 8 o 10 meses, para luego
venderlo a los invernadores. Estos engordaban a los animales hasta que estuvieran listos para la matanza a los 2 o 3
años, y los revendían a los frigoríficos. Los criadores quedaban excluidos de los beneficios del comercio de
exportación de la carne enfriada, el más rentable, mientras de hecho, se establecía una alianza entre invernadores y
frigoríficos.

El interés de los frigoríficos radicaba principalmente en obtener los mayores márgenes de ganancias entre los precios
de comprar y de venta. El beneficio también se vinculaba al volumen de ventas, debido a las elevadas inversiones y
costos para los cuales dependían de los constantes suministros.

El transporte era un punto fundamental para la obtención de ganancias. La Conferencia de fletes. Su propósito era
regular los suministros al mercado británico, para poder ajustar la cantidad a la posibilidad de absorción del mercado.
Esto acuerdos fueron el origen del llamado pool de los frigoríficos cuya presencia seria de crucial importancia en la
historia de la industria cárnica.

La cuestión de las bodegas implicaba un reparto del ganado que se compraba para la exportación, por lo que los
estancieros estaban limitados en sus posibilidades de venta, debido a que ante una insatisfacción con el precio que
ofrecía un frigorífico, no podían acudir a otro si las cuotas estaban cubiertas. A los invernadores no les importaba
tanto el precio absoluto, sino el margen entre el precio de venta a los frigoríficos y el costo. En esto residía su interés
de comprar barato a los criadores y la base de su alianza con los frigoríficos. Cuando declinaban los precios del
ganado, los frigoríficos y los invernadores podían proteger los márgenes de ganancia a expensas de los criadores.

La irrupción de los frigoríficos de capital norteamericanos origino una fuerte competencia con los de origen inglés,
denominada guerra de carnes. Fue una guerra de precios, que tuvo varias etapas. La primera se extendió de la 1º
Guerra Mundial y durante la misma los envíos de carne enfriada por los frigoríficos norteamericanos inundaron el
Reino Unido. Muchos estancieros obtuvieron grandes beneficios de la competencia entre los frigoríficos, pero luego
de una gran caída de los precios en el mercado de Londres las compañías comenzaron a registrar pérdidas por lo
que decidieron formalmente repartirse el mercado. Con ello comenzaron a regular el precio del ganado en su propio
beneficio, a través de la constitución del mencionado pool por el cual se distribuyeron los envíos en un 41,35% para
los norteamericanos, un 40,15% para los británicos y un 18,5% para los argentinos.

El estallido del conflicto bélico mundial interrumpió temporalmente los suministros de carne a Europa, pero luego el
gobierno británico anuncio en agosto de 1914, la intención de seguir comprando carne para los consumidores
británicos y para Francia, asegurando así el abastecimiento de las tropas aliadas. En consecuencia, durante la guerra
la demanda de carne fue muy elevada, especialmente la de la envasada y congelada.

Las manadas crecieron de 26 millones de cabezas en 1914 a 37 millones en 1922.

Pero al finalizar la guerra, comenzó a decrecer la demanda de ultramar, iniciándose un proceso depresivo en el
sector. La disminución del poder adquisitivo, las acumulaciones de grandes cantidades de carne envasada y
congelada por parte de los mismos países aliados y al existencia de otros mercados vendedores, junto con la
paulatina recuperación del sector agropecuario europeo, originando una serie de crisis en la ganadería argentina.

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En 1925, la guerra de carnes entre los frigoríficos se reanudo. Un establecimiento británico anuncio la modernización
y ampliación de su planta y pidió el incremento de su cuota. Por su parte, Swift estaba construyendo una nueva planta
en Rosario y los Vestey (de origen inglés) hacían lo propio en Dock Sud. Cuando estos últimos solicitaron un aumento
de su participación a expensas de las otras compañías, se puso en marcha el nuevo conflicto.

Finalmente en octubre de 1927, los empresarios de los frigoríficos llegaron a un acuerdo, los norteamericanos
tendrían el 58,5% de los embarques, los británicos el 29,64% y los argentinos el 11,68%.

En septiembre de 1926, EEUU emitió una disposición por la cual se prohibía la importación de carnes frescas o
refrigeradas, vacunas, ovinas o porcinas, desde cualquier región donde existiera aftosa. La Argentina resultaba un de
los países más perjudicados, porque se consideraba que estaba afectado por ese mal, salvo la Patagonia.

La medida tomada por el país del norte se agregaba a otras de carácter proteccionista adoptada en años anteriores
por los gobiernos estadounidenses, como el arancel de 1922, que ya había afectado a las exportaciones argentinas
no solo de carnes, sino también cereales y frutas.

El sector industrial.

Los efectos de la guerra. Las industrias dedicadas a la exportación, en general de capitales extranjeros, tenían un
tamaño comparativamente grande y actuaban en mercados oligopólicos. En algunos sectores como el textil o el
metalúrgico, también se apreciaba un fuerte grado de concentración, caracterizado por un pequeño número de
grandes empresas y una pléyade de pequeños establecimientos. La mayoría de las industrias para el mercado
interno eran de capitales nacionales y muchas de ellas producían en condiciones cuasi artesanales, dedicándose
especialmente a la elaboración de bienes de consumo no duraderos y a la fabricación de materiales para la
construcción y de implementos para la agricultura y para la preparación de material ferroviario.

Salvo en el sector de alimentos y bebidas, la industria se encontraba muy lejos de satisfacer la demanda interna y en
muchas ramas la importación superaba a la producción local. Incluso en actividades vinculadas a materias primas
que el país producía en cantidad, como la industria textil, que transformaba lana y algodón, la debilidad era llamativa.

Entre ese momento y el estallido de la crisis de 1930, la evolución industrial tránsito por dos etapas diferenciadas. La
primera etapa se originó en las condiciones especiales que género la 1º Guerra Mundial. La segunda se enmarco en
el regreso a una aparente normalidad en la posguerra, que comenzaba a descubrir un conjunto de cambios en el
funcionamiento de la economía mundial y de la argentina.

La 1º Guerra Mundial supuso un desafío inédito para la industria local, ya que las importaciones de productos
manufacturados disminuyeron drásticamente. El tráfico transoceánico se interrumpió, de forma tal que entre 1913 y
1915 el comercio de importación descendió un 40% (de 1128 millones a 694 millones). La búsqueda de mercados de
abastecimiento sustitutos, como los EEUU, no alcanzaba para compensar los trastornos producidos con los
proveedores europeos tradicionales. Las dificultades en el ingreso de manufacturas importadas contribuyeron a crear
una protección de hecho para la producción local, al obligar al país a vivir de sus propios recursos. Algunas industrias
como la textil encontraron en este contexto una fuente de dinamismo que les permitió crecer de manera sostenida a
lo largo del conflicto bélico.

El descenso en términos absolutos de la producción estaba determinado por la contracción de la demanda europea
de manufacturas de origen agropecuario, como la carne enfriada. Otros sectores lograron avanzar aunque no lo
suficiente (dada la imposibilidad de importar bienes de capital y materias primas necesarias para el desarrollo de los
productos que se importaban hasta ese momento).

La protección que suponía la guerra para la industria local apenas pudo ser capitalizada.

La política industrial. La década del 20 es un periodo en el que la producción industrial tuvo un crecimiento
relativamente intenso, sustentado en un incremento progresivo de la tasa de inversión.

En los años 20 no hubo modificaciones arancelaria estructurales. Pero los impuestos aduaneros no se cobraban
sobre el precio real de las importaciones, sino sobre una lista de precios fijada por el Estado, que no se actualizaba
periódicamente. Con el tiempo se producían desfases entre los precios reales y esos aforos o avalúos, como se
llamaba a los valores fijados por la aplicación de los aranceles. La última lista de aforos databa de 1906 y desde ese
momento, los precios habían subido progresivamente de manera que la brecha entre ambos alcanzaba en 1920 al
186,4%. Por eso los gravámenes reales sobre las importaciones sujetas a derechos habían caído del 27,6% al 10,1%
reduciendo la protección industrial.

Las trifas aduaneras tenían el fin de contribuir a solventar el gasto público y no el de proteger a la industria.

La desprotección industrial se amplificaba, por la inconsistencia de la estructura arancelaria. Los aranceles impuestos
a las materias primas superaban a los productos terminados. Incluso ante condiciones de producción similares a las

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del exterior, la industria local se veía perjudicada por esta suerte de recargo en el costo de sus insumos. De allí que
se ha calificado a esta política como proteccionismo al revés.

La evolución de la producción industrial se correspondió con las tendencias apuntadas. Se observó entonces la
aparición de un conjunto de actividades que hasta ese momento eran inexistentes o poco significativas, como la
producción de vehículos, vinculadas especialmente a las nuevas inversiones norteamericanas. Al compás de esta
actividad comenzaron a ganar importancia otras industrias colaterales, como la metalúrgica, el caucho y los derivados
del petróleo. También mostraron cierto impulso algunas ramas transformadoras de recursos naturales que hasta
entonces no habían tenido gran desarrollo, como las industrias del vidrio y de la madera, así como las imprentas.

La expansión en estos sectores llevo a la perdida de otras industrias más tradicionales, que mostraban algunos
síntomas de estancamiento o se veían afectados por la normalización del comercio de importación luego de concluida
la guerra, como el sector alimenticio, textiles y confecciones o las curtiembres.

Las inversiones extranjeras en el sector industrial. No resulta sorprendente que la fuente más importante de
estímulo para el crecimiento industrial haya provenido del exterior.

Diversas empresas comenzaron a sustituir importaciones por producción en el extranjero para poder combinar los
diseños de los procesos de producción más eficientes con reducciones en el costo de transportes, una mejor
penetración en los mercados externos, la búsqueda de materias primas más baratas y un fortalecimiento en la
competencia frente a otras empresas. Por medio de una modificación de la estructura arancelaria las autopartes
comenzaron a pagar menores aranceles que los automóviles completos, lo que posibilito un fortalecimiento de la
actividad de las dos empresas de armado instaladas en la Argentina (Ford y General Motors), así como una mejor
posición frente a las firmas importadoras.

Durante los años 20 se produjo una irrupción de capitales extranjeros, sobre todo de origen norteamericano,
uno de cuyos principales destinos fue precisamente el sector industrial, que implico una serie de
transformaciones para el conjunto de la economía argentina.

Si bien proporcionalmente la cantidad de estas empresas en algunos rubros no superaba a las británicas o europeas,
su capacidad tecnológica y productiva era muy superior al promedio. Tenían una gran influencia indirecta en el
crecimiento del número de firmas, ya que su actividad permitió el establecimiento de un conjunto de talleres
complementarios y empresas subsidiarias, la mayoría de capitales argentinos.

Cabe destacar que las nuevas firmas apuntaban generalmente a la satisfacción de las necesidades internas,
disolviendo paulatinamente el método indirecto. Hasta ese momento la industria se había orientado hacia una
producción complementaria de las actividades agropecuarias, siendo la excepción algunos emprendimientos cuasi
artesanales y de poco peso en la estructura económica. El crecimiento industrial en estos años se aparta de esa
dinámica, de modo que el sector comienza a abandonar progresivamente su estricta complementariedad con las
actividades agropecuarias. El crecimiento del empleo industrial implicaba un avance en el proceso de urbanización y
contribuía a disminuir el peso relativo del sector agropecuario. Dado que la población urbana crecía a una tasa mayor
a la producción agropecuaria, se incrementaba el número de consumidores de productos alimenticios que a largo
plazo, llegaría a incidir en la reducción de los saldos exportables de dichos bienes.

Desde el punto de vista microeconómico, se observó en esta época una trasformación importante de los métodos de
producción, con una profunda revolución técnica y organizativa que modifico las costumbres, reformo conceptos y
separo a los diversos factores de producción, permitiendo el paso de la manufactura a la fábrica.

Presidente Periodo
Mitre 1862-1868
Sarmiento 1868-1874
Avellaneda 1874-1880
Roca 1880-1886
Celman 1886-1890
Pellegrini 1890-1892
Luis Sáenz Peña 1892-1895
Uriburu 1895-1898
Quintana 1898-1904
Figueroa Alcorta 1904-1910
Roque Sáenz Peña 1910-1914
De la Plaza 1914-1916
Yrigoyen 1916-1922
Alvear 1922-1928
Yrigoyen 1928-1930

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