Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Otelo Final

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 26

William Shakespeare

Otelo: el moro de Venecia


DRAMATIS PERSONÆ

EL DUX DE VENECIA.
BRABANCIO, senador.
LUDOVICO, pariente de Brabancio.
OTELO, noble moro, al servicio de lo República de Venecia.
CASSIO, teniente suyo.
IAGO, su alférez.
RODRIGO, hidalgo veneciano.
DESDÉMONA, hija de Brabancio y esposa de Otelo.
EMILIA, esposa de Iago.
BLANCA, querida de Cassio.
Acto Primero

Escena Primera

Venecia. Una calle

Entran RODRIGO e IAGO

RODRIGO.- ¡Basta! ¡No me hables más! Me duele en el alma que supieras del asunto.

IAGO.- ¡No me quieres oír!

RODRIGO.- Me dijiste que sentías odio por él.

IAGO.- Personas importantes le pidieron que fuera su teniente. Pero, terco en sus
decisiones, eligió a un tal Miguel Cassio. ¡Un charlatán! En cuanto a mí, quedé relegado
a ser su alférez.

RODRIGO.- ¡Antes hubiera sido yo su verdugo!

IAGO.- Solo le sirvo para poder vengarme de él. Aquí está la casa del padre.
RODRIGO.- Voy a llamarle a gritos. ¡Hola! ¡Brabancio! ¡Señor Brabancio! ¡Hola!

IAGO.- ¡Despertad! ¡Brabancio! ¡Ladrones! ¡Ladrones!

Entra BRABANCIO, arriba, asomándose a una ventana

BRABANCIO.- ¿Qué razón hay para que se me llame de esa manera?

IAGO.- ¡Le han robado, señor! Ahora mismo, un viejo morueco negro se encuentra con
vuestra oveja blanca.

BRABANCIO.- ¡Cómo! ¿Habéis perdido el seso? ¿Quién sois?

RODRIGO.- Mi nombre es Rodrigo.

BRABANCIO.- Te he advertido que no rondes mis puertas. Me has oído decir con
honrada franqueza que mi hija no es para ti. Te aseguro que te arrepentirás de esto.

RODRIGO.- Señor, responderé a todo lo que quiera. Pero, por favor, dígame si ha
consentido que su bella hija vaya a entregarse a los brazos de ese grosero moro.

BRABANCIO.- ¡Denme una vela! ¡El temor de que sea cierto me oprime el pecho!
¡Luz, digo! (Desaparece de la ventana.)

IAGO.- Adiós, pues debo dejaros. Sabes dónde encontrarme. Yo estaré con el moro
esperándolos. (Sale.)
Entra BRABANCIO

BRABANCIO.- ¡Es cierto! ¿Sabéis dónde podríamos cogerles a ella y al moro?

RODRIGO.- Ya lo creo que sí. Venga conmigo.

BRABANCIO.- Por favor, guíanos, buen Rodrigo. (Salen.)

Escena Segunda

El mismo lugar. Otra calle

OTELO y IAGO se encuentran revisando unos documentos. Entra CASSIO.

CASSIO.- El dux os envía sus saludos, general, y requiere vuestra presencia sin
demora, en este mismo instante.

OTELO.- ¿De qué se trata?

CASSIO.- Algo referente a Chipre.

OTELO.- Voy contigo.

CASSIO.- Al parecer, alguien más viene a buscarlo.

Entran BRABANCIO, RODRIGO y unos soldados.

RODRIGO.- Ahí está el moro, señor

BRABANCIO.- ¡Oh, tú, odioso ladrón! ¿Dónde has escondido a mi hija? La cárcel te
espera.

OTELO.- Si ahí tengo que ir ¿Cómo podré reunirme con el Dux, a propósito de cierto
asunto urgente del Estado?

BRABANCIO.- ¡El Dux en Consejo! ¿A esta hora de la noche? Iré contigo. Él mejor
que nadie entenderá el ultraje del que he sido víctima. (Salen.)
Escena Tercera

Cámara del Consejo

El DUX revisando unos mapas. Entran BRABANCIO, OTELO, IAGO, RODRIGO

DUX.- Valeroso Otelo, es menester que te empleemos inmediatamente contra el


otomano, nuestro común enemigo. (A Brabancio.) Sea bienvenido también, noble señor;
que necesitaremos su ayuda y consejo esta noche.

BRABANCIO.- Que su virtuosa gracia me perdone. No son mis funciones, lo que me


ha levantado del lecho. ¡Mi hija! ¡Mi hija!

DUX.- ¿Qué ocurre?

BRABANCIO.- Me la han robado.

DUX.- Sea quien fuere, sufrirá la aplicación del sangriento libro de la ley.

BRABANCIO.- ¡He aquí ese hombre!

DUX.- (A Otelo.) ¿Qué podéis responder a esto?

OTELO.- Es cierto que me he llevado a la hija de este anciano. Me casé con ella. No
obstante, haré el relato de la historia entera de mi amor.

DUX.- Hagan venir a Desdémona.

(Salen Iago y acompañamiento.)

OTELO.- Su padre me interrogaba siempre sobre la historia de mi vida; acerca de las


diversas suertes que he conocido. Desdémona parecía singularmente interesada. Me dio por
mis trabajos un mundo de suspiros. Animado con esta insinuación, la amé por la piedad
que mostró por ellos. Aquí llega la dama; que sea testigo de ello.

Entran DESDÉMONA, IAGO y acompañamiento

BRABANCIO.- Ven a mi lado, hija mía. ¿Descubres entre toda esta noble compañía a
quién debes sobre todo obediencia?

DESDÉMONA.- Mi noble padre, noto aquí un deber compartido. Eres el dueño de mi


obediencia, mas he aquí mi esposo; y la misma obediencia que le mostró mi madre,
reconozco y declaro deberla al moro, mi marido.

BRABANCIO.- He terminado. Por favor, ocupémonos de los asuntos del Estado -más
me hubiera valido adoptar un hijo que engendrar eso.

DUX.- El hombre robado que sonríe roba alguna cosa al ladrón; pero a sí mismo se roba
el que se consume en un dolor sin provecho.

BRABANCIO.- Le ruego humildemente, ocupémonos de los asuntos del Estado.

DUX.- El turco navega rumbo a Chipre con poderosos preparativos. Otelo, la capacidad
de resistencia de esta plaza te es particularmente conocido.

OTELO.- Me encargare de ellos, señor.

DUX.- Bien. Los veré por la mañana. (A Brabancio.) Noble señor, si es verdad que a la
virtud no le falta el encanto de la belleza, su yerno es más bello que atezado.

BRABANCIO.- Vela por ella, moro. Ha engañado a su padre y puede engañarte a ti.
(Salen)

OTELO.- Cuida a Desdémona, Iago. Que tu esposa te ayude y reúnanse conmigo a la


primera situación favorable. Ven, Desdémona. (Salen Otelo y Desdémona.)

RODRIGO.- ¡Iago!... ¿Qué habré de hacer? Confieso que es para mí una vergüenza estar
apasionado hasta ese punto, pero no alcanza mi virtud a remediarlo. ¿Quieres servir
fielmente a mis esperanzas?

IAGO.- Confía en mí. -Ve, hazte con dinero. Hablaremos de esto mañana. (Sale
Rodrigo)

IAGO.- ¿Por qué profanaría la experiencia que he adquirido con un idiota semejante?
Engañaré los oídos de Otelo con la cercanía entre Cassio y Desdemona. El teniente tiene
tal atractivo con las mujeres que el moro no podrá dejarlo pasar.

Acto Segundo

Escena Primera

Puerto de mar en Chipre. Una explanada cerca del muelle.

Entran DESDÉMONA, EMILIA, IAGO, RODRIGO.

CASSIO.- ¡Los tesoros de la nave llegan de la ribera! ¡Salve a ti, dama, y que la
gracia del cielo te rodee por todas partes!

DESDÉMONA.- Gracias, valeroso Cassio. ¿Qué noticias tienes de mi esposo?

CASSIO.- Aún no ha llegado. Solo sé que está bien y... (Suena una trompeta.) - ¡Oh,
aquí viene!

Entra OTELO y acompañamiento

OTELO.- ¡Oh, mi linda guerrera!

DESDÉMONA.- ¡Mi querido Otelo!

OTELO.- ¡Noticias, amigos! Los turcos perecieron ahogados. Por favor, buen Iago, ve
por mis cosas. Vamos, Desdémona. (Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)

IAGO.- (A RODRIGO) Ve a reunirte conmigo en el puerto. Desdémona está


positivamente enamorada de Cassio.

RODRIGO.- ¡De él! ¡Cómo! No puedo creerlo.

IAGO.- Ven esta noche. Esto vamos a hacer: Cassio no te conoce. Halla alguna
ocasión para encolerizarlo por cualquier medio que quieras.

RODRIGO.- Bien.

IAGO.- Provócalo. Aprovecharé la ocasión para generar una revuelta y provocar la


destitución de Cassio.

RODRIGO.- Lo haré. (Sale)

IAGO.- Haré que el moro me dé las gracias, me ame y me recompense por hacer de él
un asno insigne. (Sale.)

Escena Segunda

(…)

Escena Tercera

Sala en el castillo

CASSIO se encuentra haciendo la guardia. Entra IAGO.

CASSIO.- Bien venido, Iago. Debemos hacer la guardia.

IAGO.- No a esta hora, teniente; no han dado las diez aún. Nuestro general nos ha
despedido tan pronto por amor de su Desdémona,
CASSIO.- Es una dama exquisitísima.

IAGO.- ¡Y qué ojos tiene! ¡Parece que tocan una llamada a la provocación!

CASSIO.- Es, en verdad, la perfección misma.

IAGO.- Venid, teniente, tengo vino, y ahí fuera aguardan un par de galanes

CASSIO.- Esta noche no, buen Iago; tengo una cabeza débil para la bebida.

IAGO.- ¡Qué hombre! Ésta es una noche de fiesta;

CASSIO.- ¿Dónde están?

IAGO.- Ahí en la puerta. Por favor, decidles que entren.

CASSIO.- Lo haré; pero me disgusta.

Salen. Transición de tiempo. Suena una camapana.

VOCES.- (Dentro.) ¡Auxilio! ¡Auxilio!

Entra CASSIO, persiguiendo a RODRIGO

CASSIO.- ¡Sinvergüenza! ¡Canalla! ¡Voy a aplastarte!

RODRIGO.- ¡Aplastarme!

CASSIO golpea a Rodrigo.

IAGO.- (Aparte a Rodrigo.) ¡Corred y gritad: «¡Un motín!»! (Sale Rodrigo.) ¡Vamos,
buen teniente!... ¡He aquí una linda guardia, en verdad!

Vuelve a entrar OTELO, con personas del séquito.

OTELO.- ¿Qué pasa aquí?

IAGO.- Lo ignoro... No puedo decir quién fue el que empezó está reyerta extraña.

OTELO.- ¿Cómo es posible, Miguel que te dejaras llevar hasta este extremo?

CASSIO.- Os lo ruego, perdonadme; no puedo hablar.

IAGO.- Creo yo que Cassio ha recibido seguramente de parte del que huyó algún ultraje
extraordinario que la paciencia no podía tolerar.

OTELO.- Tu honradez y tu amistad te inducen a atenuar el hecho. Cassio, te estimo; pero


no serás más mi oficial. Iago, recorre con cuidado la ciudad y dí que todo está bajo control.
(Salen OTELO).

CASSIO.- ¡Oh tú, espíritu invisible del vino! ¡Si careces de nombre con que se te pueda
conocer, que se te llame demonio!

IAGO.- Voy a decirte lo que tienes que hacer. Habla con Desdémona. Ella podrá
convencer a su marido de que no prospere esta fractura. Vas a ver que su amistad se
fortalecerá después de este impase.

CASSIO.- Me dais un buen consejo. Mañana a primera hora suplicaré a la virtuosa


Desdémona que interceda por mí.

IAGO.- Que así sea. Ahora vaya a descansar, teniente. Es menester que atienda a la
guardia.

CASSIO.- Buenas noches, honrado Iago. (Sale.)

Entra RODRIGO.

IAGO.- ¿Qué hay, Rodrigo?

RODRIGO.- Mi dinero está casi agotado; esta noche he sido apaleado de lo lindo, y
creo que el desenlace no aportará en nada a mis deseos. Me volveré a Venecia.

IAGO.- ¿Acaso no marchan bien las cosas? Cassio te ha apaleado, pero tú has dejado
cesante a Cassio. Vamos, te contaré como fue todo. ¡Ten paciencia! (Salen).

Acto tercero

Escena primera

(…)

Escena segunda

(…)

Escena tercera

Jardín del castillo

Entran DESDÉMONA, CASSIO y EMILIA


DESDÉMONA.- Ten la seguridad, mi buen Cassio, de que emplearé todas mis
facultades en tu favor.

EMILIA.- Hágalo, buena señora. Está desgracia aflige a mi esposo como si fuera suya.

DESDÉMONA.- ¡Oh, es un honrado compañero! No lo dudes. Cassio. Haré que mi


esposo y tú sean amigos como antes.

CASSIO.- Bondadosa dama, pase lo que pase, seré su muy fiel servidor.

EMILIA.- Señora, veo venir a su señor junto al mío.

CASSIO.- Señora, me despido. (Sale Cassio.)

Entran OTELO e IAGO

IAGO.- ¡Ah! No me agrada esto.

OTELO.- ¿No era Cassio el que acaba de separarse de mi mujer?

IAGO.- No imagino por qué habría de escaparse así al verlo.

DESDÉMONA.- ¡Hola, esposo mío! Acabo de conversar aquí con un hombre que pena
por volver a agradarle.

OTELO.- ¿A quién te refieres?

DESDÉMONA.- Al teniente Cassio, mi buen señor. Acepta la sumisión que te ofrece


para reconciliarse ya que en verdad es un honrado. Te lo suplico, reintégrale en su empleo.

OTELO.- Ahora no, dulce Desdémona; otra vez será.

DESDÉMONA.- Por favor, señala el momento. Por mi fe, él está arrepentido. ¡Hablamos
de Miguel Cassio, que te acompañaba cuando me cortejabas y que a menudo tomaba partido
por ti cuando tenía serias dudas!

OTELO.- ¡Por favor, basta! ¡No he de negarte nada! Solo te pido a cambio que me dejes
solo un instante.

DESDÉMONA.- Claro que sí. Adiós, querido esposo.

OTELO.- ¡Adiós, Desdémona mía! Ahora te doy el encuentro.

Sale DESDÉMONA Y EMILIA.

IAGO.- Mi noble señor... ¿Es que conocía Miguel Cassio vuestro amor cuando hacías la
corte a la señora?
OTELO.- ¡Oh, sí!, y a menudo nos ha servido de intermediario.

IAGO.- ¿De veras?

OTELO.- ¿Acaso percibes algo en esto? ¿Qué es lo que piensas?

IAGO.- ¿Pensar, señor?

OTELO- Tú quieres decir algo... Te oí decir ahora... que no te agradaba eso. Ahora
dices: “¿De veras?” Como si hubieras querido encerrar en tu cerebro alguna concepción
horrible. Dime lo que piensas.

IAGO.- Le suplico que su juicio, no conceda ninguna importancia a una imaginación


errada.

OTELO.- ¡Dímelo!

IAGO.- ¡Oh, mi señor, cuidado con los celos!

OTELO.- No, Iago, será menester que vea, antes de dudar. Y cuando dude, he de
adquirir la prueba; y adquirida que sea, no hay sino lo siguiente: dar en el acto un adiós al
amor y a los celos.

IAGO.- Me alegro de eso. Igual reciba este consejo: Vigile a su esposa. Obsérvela bien
con Cassio. Sin celos ni confianza. Luego saque su conclusión.

OTELO.- Es lo que haré.

IAGO.- Cassio es mi digno amigo... Mi señor, veo que está incómodo.

OTELO.- No, no. Creo que Desdémona es honrada.

IAGO.- ¡Que viva así mucho tiempo!

OTELO.- Adiós, adiós. Si ves alguna otra situación dudosa, me avisas. Encarga a tu
mujer que lo haga también. Déjame, Iago.

IAGO.- Mi señor. (Sale).

Vuelven a entrar DESDÉMONA y EMILIA

DESDÉMONA.- Querido esposo. Los nobles insulares lo esperan para la comida.

OTELO.- En un momento.

DESDÉMONA.- ¿Te sientes bien?


OTELO.- Me duele aquí en la frente.

DESDÉMONA.- Déjame que te vende y dentro de una hora no sentirás nada.

OTELO.- Déjalo. Voy contigo (El pañuelo cae al piso. Salen.)


Entra IAGO

IAGO.- ¡Hola! ¿Qué hacéis ahí sola?

EMILIA.- Tengo algo para tí. ¿Qué me daríais ahora por este pañuelo?

IAGO.- ¿Qué pañuelo?

EMILIA. - El pañuelo que el moro dio como primer regalo a Desdémona, que tantas
veces me aconsejaste tomar.

IAGO.- ¿Lo robaste?

EMILIA.- No. Lo dejó caer por descuido, y como estaba yo presente, aproveché para
cogerlo. Mira, aquí está.

IAGO.- Buena chica; dámelo.

EMILIA.- ¿Qué intentas hacer con él?

IAGO.- (Arrebatándole el pañuelo.) No te importa.

EMILIA.- Si no es para algún asunto de importancia, devuélvemelo. ¡Pobre señora! Va


a volverse loca cuando advierta que le falta.

IAGO.- Finge no saber de ello. Lo necesito. Anda, dejadme. (Sale Emilia.) Voy a
extraviar este pañuelo en la habitación de Cassio y a dejarle que lo encuentre.
Esto puede acarrear algo.

Vuelve a entrar OTELO

OTELO.- ¡Ah! ¡Atrás esos pensamientos!

IAGO.- ¡No más de eso, general!

OTELO.- Juro que vale más ser engañado mucho que saber sólo un poco. Más te vale
darme la prueba ocular de que mi amada es una puta, por la salud de mi alma.

IAGO.- ¡Oh, gracia divina! Debiera ser prudente.

OTELO.- Por el universo, creo que mi esposa es honrada, pero… ¡Quiero tener alguna
prueba! ¡Quisiera estar plenamente convencido!

IAGO.- No me gusta el oficio; pero ya que tan adelante ha ido el asunto - Hay hombres
que en sueños mascullan sus deseos ocultos. Uno de ellos es Cassio. Le oí decir en sueños:
“¡Encantadora Desdémona, seamos prudentes; ocultemos nuestros amores! ¡Maldito sea el
destino que te ha entregado al moro!”

OTELO.- ¡Monstruoso! Esto denota un indicio grave, aunque sólo sea un sueño.
IAGO.- ¿Ha visto en manos de su mujer un pañuelo con un bordado moteado de fresas?

OTELO.- Le di uno semejante; fue mi primer presente.

IAGO.- Estoy seguro he visto un pañuelo de esa clase en poder de Cassio.

OBELO.- ¡Si fuera ése!...

IAGO.- Fuera ése u otro cualquiera de su propiedad, esto habla contra ello con los
demás indicios.

OTELO.- ¡Ahora veo que es verdad!... ¡Todo mi amor apasionado lo soplo así al
cielo!

IAGO.- ¡Oh, sean testigos, luceros que eternamente brillan en lo alto, de que Iago se
pone al servicio del ultrajado Otelo! ¡Que mande, y por sanguinaria que sea la obra, será
para mí un acto de piedad el obedecer!

OTELO.- ¡Dentro de tres días que te oiga yo decir que Cassio no vive! ¡Y sea condenada
la impúdica bribona! Desde ahora, eres mi teniente. (Salen).

Escena Cuarta

Delante del castillo

Entran DESDÉMONA y EMILIA

DESDÉMONA.- Búscalo y pídele que venga. Dile que hablé con mi esposo en favor
suyo y espero que todo irá bien. ¿Dónde pude haber perdido ese pañuelo, Emilia?
EMILIA.- Lo ignoro, señora.

DESDÉMONA.- Si mi noble moro fuera celoso, sería esto bastante para despertar en
él malos pensamientos.

EMILIA.- Ahí viene.


Sale EMILIA. Entra OTELO

DESDÉMONA.- ¡Hola! ¿Cómo estás, mi señor?

OTELO.- ¿Cómo te encuentras, Desdémona?

DESDÉMONA.- Bien, esposo mío. He enviado a decir a Cassio que venga a hablar
contigo

OTELO.- Tengo un catarro tenaz y pícaro que me molesta. Préstame tu pañuelo.


DESDÉMONA.- Aquí está, mi señor.

OTELO.- El que yo te di.

DESDÉMONA.- No lo llevo encima.

OTELO.- Es una lástima. Era de mi madre. Me dijo que si alguna vez se extraviaba o
perdía, ocurriría una desgracia que nada podría igualar.

DESDÉMONA.- Entonces… Ojala nunca lo hubiese visto.

OTELO.- ¿Es que desapareció?

DESDÉMONA.- Digo que no está perdido. Por favor, hablemos de Cassio.

OTELO.- ¡El pañuelo!

Pausa. Ambos se miran. OTELO, furibundo, sale. Entra EMILIA.

EMILIA.- ¿No está ese hombre celoso?

DESDÉMONA.- Jamás había visto nada semejante. De seguro que hay algo
extraordinario en ese pañuelo. Me siento muy desgraciada con haberlo perdido.

Entran CASSIO y IAGO

CASSIO.- Señora, desearía no soportar más dilaciones. Si mi ofensa es de una orden


tan grave, entonces me resignaré a aceptar la realidad.

DESDÉMONA.- ¡Ay, noble Cassio! ¡Mis súplicas desentonan en este momento! Mi


esposo no es ya mi esposo. Haré lo que pueda.

IAGO.- ¿Está mi señor encolerizado?

EMILIA.- Acaba de salir de aquí hace un instante, y ciertamente en una extraña


inquietud.

IAGO.- Voy a buscarlo. Algo grave acontece si es así.

DESDÉMONA.- Hazlo, por favor, Iago. (Sale Iago.) Sin duda, algún asunto de Estado
ha turbado la claridad de su inteligencia.

EMILIA.- Roguemos al cielo que sea eso y no una quimera celosa que lo embarga.

DESDÉMONA.- Nunca le di motivo. Iré a buscarle. Cassio; si le hallo en buenas


disposiciones, defenderé vuestra causa.

CASSIO.- Le doy humildemente las gracias, mi señora. (Salen Desdémona y


Emilia.)

Entra BLANCA

BLANCA.- ¡Cómo se encuentra el noble Cassio!

CASSIO.- ¿Cómo se encuentra, mi muy bella Blanca? Me dirigía a verte.

BLANCA.- ¡Cómo! ¡No venir en toda una semana!

CASSIO.- Perdonadme, Blanca. He permanecido todo este tiempo abrumado por


pensamientos de plomo; pero saldaré esta cuenta con visitas más frecuentes. Amable Blanca,
cópiame esta labor. (Entregándole el pañuelo de Desdémona.)

BLANCA.- ¡Oh, Cassio! ¿De dónde viene esto? Algún presente de una nueva amiga.
¡Ahora comprendo la causa de tu ausencia! ¿A esto hemos venido a parar? Bien, bien.

CASSIO.- ¡No, mujer! No es nada de eso.

BLANCA.- Pues ¿de quién es?

CASSIO.- Lo sé menos que tú. Lo hallé junto a mi cama. Me gustó mucho la labor, y
antes que sea reclamado, quisiera tener una copia. Tómalo y hazlo por favor. ¿Ahora podrías
dejarme un momento?

BLANCA.- ¿Por qué?

CASSIO.- Espero aquí al general.

BLANCA.- Dime, entonces, si te veré esta noche temprano.


CASSIO.- Te veré en seguida.

BLANCA.- Muy bien; me acomodaré a las circunstancias.


Sale BLANCA y un instante después CASSIO.

Acto Cuarto

Escena Primera

Delante del castillo Entran OTELO y IAGO

OTELO.- Pienso así, Iago. Me dijiste que tenía él mi pañuelo.

IAGO.- Y ¿qué sería si le dijera que hay tres bribones que han persuadido o ablandado a
alguna dama y ha divulgado lo que debía callarse?

OTELO.- ¿Qué ha dicho?

IAGO.- Que se había acostado...

OTELO.- ¿Con ella?

IAGO.- Con ella.

OTELO.- ¡Acostado con ella! ¡El pañuelo!... ¡Confesiones! ¡Que sea ahorcado primero, y
que confiese después!

IAGO.- Escúcheme, mi señor. He pedido que Cassio venga a buscarme. Busque algún
escondite, y fíjese en las muecas pues le haré repetir su historia. (Otelo se oculta.)

Vuelve a entrar CASSIO

IAGO.- ¿Cómo le va, teniente?

CASSIO.- Tanto peor cuanto me das un título cuya ausencia me mata.

IAGO.- Hable con Desdémona. (Hablando bajo.) Ahora, si todo esto dependiera de
Blanca, ¡qué pronto la hubieras conseguido!

CASSIO.- ¡Ay, pobre infeliz!

IAGO.- Nunca he visto a una mujer amar tanto a un hombre.

CASSIO.- ¡Ay, pobre picarona! Creo, en verdad, que me quiere.


IAGO.- Asegura que te casaras con ella.

CASSIO.- ¡Ja, ja, ja! Me persigue por todas partes. El otro día se presenta esa alocada y me
coge así por el cuello..., exclamando: “¡Oh, mi querido Cassio!”

CASSIO.- Bien, el deber llama.

IAGO.- ¡Dios me proteja! Mira quien viene.

Entra BLANCA.

CASSIO.- ¿Qué os proponéis con esta persecución de mi persona?

BLANCA.- ¡Que el diablo y su mujer te persigan! ¿Cuál es tu intención con este


pañuelo que me diste? ¡Necia yo que lo recibo! ¿Y he de copiar el dibujo? ¿Quieres que
crea que lo encontraste junto a tu cama y no sepas quién la dejó allí? Es el presente de
alguna mujer. ¡Toma! Venga de donde venga, no lo copiaré.

CASSIO.- ¿Qué os sucede, mi dulce Blanca?

BLANCA.- Si te sientes preparado, aun puedes cenar conmigo esta noche. (Sale.)

IAGO.- ¡Anda tras ella! ¿Cenaréis en su casa?

CASSIO.- Sí; es mi intención.

IAGO.- Bien. Luego te buscaré (Sale Cassio.)

OTELO.- (Adelantándose.) ¿Cómo le mataré, Iago?

IAGO.- ¿Vio el pañuelo?

OTELO.- ¡Qué perezca y baje al infierno esta noche! ¡Procúrame un veneno, Iago!

IAGO.- ¡Ahórquela en su lecho, en ese mismo lecho que ella ha mancillado!

OTELO.- ¡Es una justicia que me placer!

IAGO.- Y en cuanto a Cassio, yo me encargaré.

OTELO.- ¡Excelentemente bien! (Se oye una trompeta.) ¿Qué trompeta es ésa?

IAGO.- Es Ludovico, que viene de parte del dux. Y mirad, vuestra esposa llega con él.

Entran LUDOVICO, DESDÉMONA y acompañamiento

LUDOVICO.- ¡Dios lo guarde, digno general!


OTELO.- Y a usted, noble señor.

LUDOVICO.- El dux y los senadores de Venecia le envían sus saludos. (Le entrega un
despacho. OTELO abre el despacho y lo lee) ¿Cómo está el teniente Cassio?

IAGO.- Vive, señor.

DESDÉMONA.- Primo, ha surgido una desavenencia lamentable entre él y mi esposo.


Una división desgraciada. Me alegraría mucho reconciliarlos, por el afecto que tengo a
Cassio.

OTELO.- ¡Maldita sea!

DESDÉMONA lo mira con asustada.

LUDOVICO.- Puede que sea la carta. Creo que se le llama a Venecia y se le manda
que delegue su gobierno a Cassio.

DESDÉMONA.- Me alegro de ello.

OTELO.- ¿De veras?

DESDÉMONA.- Mi señor... (OTELO la golpea)

DESDÉMONA.- No he merecido esto.

OTELO.- ¡Fuera de mi vista!

DESDÉMONA sale.

OTELO.- Recibo la orden de regresar. Señor, obedeceré el mandato y volveré a


Venecia. Cassio ocupará mi puesto. (Sale.)

LUDOVICO.- ¿Es éste el noble moro a quien nuestro Senado proclama por voto
unánime capaz de cuanto sea posible? ¿Es ésta la naturaleza en quien no hacen mella las
pasiones?

IAGO.- Está muy cambiado.

LUDOVICO.- ¡Cómo! ¡Pegar a su mujer! Me pesa haberme engañado sobre él. (Salen.)
Escena Segunda

Aposento en el castillo

Entran OTELO y EMILIA

OTELO.- ¿No has visto nada, entonces?

EMILIA.- Jamás he oído nada, ni nunca he sospechado.

OTELO.- Es extraño.

EMILIA.- Me atrevo a jurar que es honrada. Apostaría a ello mi alma.

OTELO.- Que venga aquí.

Sale Emilia. Entra DESDÉMONA

DESDÉMONA.- Mi señor. Le suplico de rodillas: ¿qué significa este discurso? Hay cólera
en sus palabras; pero no las entiendo.

OTELO.- ¡Jura... que eres honrada!

DESDÉMONA.- El cielo lo sabe con toda verdad.

OTELO.- ¡El cielo lo sabe con toda verdad que eres pérfida como el infierno!

DESDÉMONA.- ¡Ay! ¡Aciago día!... ¿Por qué lloráis?

OTELO.- ¿No sois una prostituta?

DESDÉMONA.- ¡No, tan cierto como soy cristiana!

OTELO sale. Vuelve a entrar EMILIA

EMILIA.- ¿Cómo os encontráis, mi buena señora?

DESDÉMONA.- No me hables, Emilia. No puedo llorar, ni dar otra respuesta sino la


que se traduzca en lágrimas. Te lo suplico, esta noche coloca en mi lecho mis sábanas
nupciales... Recuérdalo... Y llama que venga tu marido. (EMILIA sale).

Vuelve a entrar EMILIA con IAGO


IAGO.- ¿Qué sucede, mi señora?

EMILIA.- ¡Ay, Iago! El señor la ha calificado de puta, la ha abrumado de tal manera que
un corazón inocente no lo podría soportar.

DESDÉMONA.- ¿Merezco yo ese nombre, Iago?

IAGO.- ¿Cómo le dio esta locura?

EMILIA.- Algún bellaco bullicioso que le ha metido esa idea en la cabeza. ¡Que me
ahorquen si no es así!

DESDÉMONA.- ¡Si es así, que el cielo le perdone!

DESDÉMONA.- ¡Ay, Iago! Buen amigo, ve a hallarle, pues por esta luz del cielo, no sé
cómo le he perdido. ¡Si no le amo aun tiernamente, que toda esperanza de consuelo me
abandone!

IAGO.- Se lo suplico, tenga paciencia. Son los negocios del Estado que le inquietan.

Salen DESDÉMONA y EMILIA. Entra RODRIGO

IAGO.- ¡Hola, Rodrigo!

RODRIGO.- No hallo que obres lealmente conmigo.

IAGO.- ¿Qué prueba lo contrario?

RODRIGO.- He agotado todos mis recursos. Das promesas consoladoras de


reconocimiento y de intimidad cercana; pero no veo que nada de esto se realice.
IAGO.- Si a la velada siguiente no gozas a Desdémona, quítame de este mundo a
traición e inventa artificios contra mi vida.

RODRIGO.- ¿De qué se trata?

IAGO.- Cassio tomará el puesto de Otelo aquí.

RODRIGO.- En ese caso Otelo y Desdémona regresarán a Venecia.

IAGO.- A menos que algún accidente le obligue a prolongar aquí su estancia. Es por eso
que Cassio debe morir.

RODRIGO.- ¿Eso es lo que quieres que haga?

IAGO.- Vamos, no te quedes con esa cara. Ven conmigo. La noche avanza. (Salen.)
Escena Tercera

Otro aposento en el castillo

Entra OTELO.

OTELO.- ¡Desdémona!...

DESDÉMONA.- ¿Mi señor?...

OTELO.- Espérame en la habitación. Estaré de vuelta inmediatamente. Manda a


descansar a tu doncella. Procura cumplirlo.

DESDÉMONA.- Lo haré, mi señor. (Salen Otelo)

EMILIA.- ¿Qué sucede ahora? Tiene el aspecto más amable que antes.

DESDÉMONA.-. Me ha ordenado que vaya a la habitación y me ha pedido que te


vayas a descansar.

EMILIA.- ¡Descansar!

DESDÉMONA.- Son sus órdenes. No debemos contrariarle ahora.

EMILIA.- He puesto en el lecho las sábanas que me pediste colocar.

DESDÉMONA.- Ahora, márchate. ¡Buenas noches! Me escuecen los ojos. ¿Es presagio de
lágrimas?

EMILIA.- Eso no significa nada.

DESDÉMONA.- El cielo me inspire costumbres que me permitan no extraer mal del


mal, sino mejorarme por el mal. (Salen)

Acto Quinto

Escena Primera

Chipre.-Una calle

Entran IAGO y RODRIGO

IAGO.- Ocúltate aquí; vendrá en seguida. No temas nada. Estaré a tu lado.

RODRIGO.- Colócate a mano; puedo fallar el golpe.


IAGO.- Ponte en guardia. (Se retira a corta distancia.)

Entra CASSIO

(RODRIGO tira una estocada a Cassio. Sale librado. Se enfrentan. CASSIO hiere
gravemente a RODRIGO. IAGO hiere por detrás a CASSIO. Sale).

CASSIO.- ¡Socorro, hola! ¡Al asesino! ¡Al asesino! (Cae.)

Entra OTELO a distancia.

OTELO.- ¡La voz de Cassio!... ¡Oh, bravo Iago! ¡Tú me enseñas mi deber!

IAGO.- ¿Qué ocurre?

CASSIO.- ¿Iago?... Préstame algún auxilio.

IAGO.- ¡Ay de mí, teniente! ¿Qué villanos han hecho esto?

CASSIO.- Pienso que uno de ellos está aquí muy próximo.

IAGO.- ¡Oh, traidores malvados!

RODRIGO.- ¡Oh, favor aquí!

CASSIO.- ¡Ése es uno de ellos!

IAGO.- ¡Oh, vil asesino! ¡Oh, miserable! (Apuñala a Rodrigo.)

RODRIGO.- ¡Oh, maldito Iago! ¡Oh, inhumano perro!... ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

IAGO.- ¿Cómo os va, hermano?

CASSIO.- Mi pierna está partida en dos.

Entra BLANCA

BLANCA.-¿Qué ocurre? ¿Quién gritaba?

IAGO.- ¿Quién gritaba?

BLANCA.- ¡Oh, mi querido Cassio! ¡Mi dulce Cassio!


IAGO.- ¡Oh, notable bribona!... Cassio, ¿tienes idea de quienes te atacaron?

CASSIO.- No.

BLANCA.- ¡Ay, se desvanece! ¡Oh, Cassio!

IAGO.- Te sacaré de aquí. (A Blanca.) En cuanto a usted, señora. ¡La culpabilidad habrá
de rebelarse, aun cuando la lengua este muda!

Escena Segunda

Dormitorio en el castillo.-Desdémona duerme en el lecho.-Arde una luz

Entra OTELO

OTELO.- ¡He ahí la causa, alma mía!... ¡He ahí la causa!... Pero debe morir o engañará
a más hombres. (Besando a Desdémona.)

DESDÉMONA.- ¿Quién está ahí? ¿Otelo?

OTELO.- ¿Habéis rezado esta noche Desdémona?

DESDÉMONA.- ¡Ay, mi señor! ¿Qué queréis decir con esas palabras?

OTELO.- No quisiera matar tu espíritu sin hallarse preparado. No... ¡No lo permita el
cielo!... ¡No quisiera matar tu alma!

DESDÉMONA.- Alguna pasión sanguinaria agita todo vuestro ser.

OTELO.- ¡Silencio, y estate quieta!

DESDÉMONA.- Así lo haré. Pero ¿qué ocurre?

OTELO.- ¡Aquel pañuelo que tenía yo en tanta estima y que te regalé, se lo diste a
Cassio!

DESDÉMONA.- ¡No, por mi vida y por mi alma! Hazlo venir y pregúntale.

OTELO.- Sí, en seguida; por tanto, confiesa francamente tu crimen. ¡Vas a morir!

DESDÉMONA.- ¡Entonces que el Señor tenga piedad de mí! Nunca he amado a Cassio,
Nunca le di presente alguno.

OTELO.- ¡Por el cielo, he visto mi pañuelo en sus manos!


DESDÉMONA.- Lo habrá hallado entonces. Yo nunca se lo di.
OTELO.- La ha confesado.

DESDÉMONA.- ¿Qué ha confesado, mi señor?

OTELO.- Que se ha... servido de ti.

DESDÉMONA.- ¿Cómo?

OTELO.- Sí.

DESDÉMONA.- ¡Jamás!

OTELO.- ¡Ahora su boca está cerrada! ¡Corrió de cuenta del honrado Iago!

DESDÉMONA.- ¡Oh! ¡Le han traicionado y estoy perdida!

OTELO.- ¡Abajo, ramera!

DESDÉMONA.- ¡Máteme mañana! ¡Déjame vivir esta noche!

OTELO.- ¡Es demasiado tarde! (La ahoga.)

DESDÉMONA.- ¡Oh, Dios! ¡Dios! ¡Dios!

EMILIA.- (Fuera.) ¡Mi señor! ¡Mi señor!

OTELO.- ¿Quién está ahí?

EMILIA.- (Fuera) ¡Oh, mi buen señor! ¡Tengo que hablar con usted!

OTELO abre la puerta.

EMILIA.- ¡Oh, mi buen señor! Acaba de cometerse ahí un infame asesinato.


Cassio, señor, ha matado a un joven veneciano llamado Rodrigo.

OTELO.- ¡Rodrigo muerto! ¡Y Cassio también!

EMILIA.- No, Cassio no ha sido muerto.

DESDÉMONA.-¡Oh, injustamente asesinada!

EMILIA.- ¡Ay! ¿Qué grito es ése? ¡Dulce Desdémona! ¡Oh, dulce señora, hable!

DESDÉMONA.- ¡Muero inocente!

EMILIA.- ¡Oh! ¿Quién ha cometido este crimen?


DESDÉMONA.- Nadie. Yo misma. Adiós. Encomendadme a mi bondadoso señor. (Muere.)

OTELO.- Le habéis oído decir a ella misma que no fui yo.

EMILIA.- ¡Más ángel por eso ella, y vos más negro diablo!

OTELO.- ¡Era una puta!

EMILIA.- ¡La calumnias, y eres un diablo!

OTELO.- ¡Cassio la había seducido! Pregúntalo, si no, a tu esposo.

EMILIA.- ¿Ha dicho mi marido que era desleal? ¡Si ha dicho eso, púdrase su alma!
¡Miente desde el fondo de su corazón! Esta acción es tan poco digna del cielo, como tú
poco digno de ella.

OTELO.- ¡Silencio! O te pesará.

EMILIA.- ¡Socorro! ¡El moro ha matado a mi señora! ¡Al asesino! ¡Al asesino!

Entran LUDOVICO y IAGO

LUDOVICO.- ¿Qué ocurre?

EMILIA.- ¡Oh, Iago! ¡Desmiente a este malvado, si eres un hombre! Dice que le has
contado que su esposa era desleal. Sé que no lo has hecho; tú no eres un villano semejante.

IAGO.- Le he dicho lo que pensaba, y nada que no haya podido conocer y verificar
por sí mismo.

EMILIA.- ¿Pero le dijisteis alguna vez que ella era desleal?

IAGO.- Se lo he dicho.

EMILIA.- Le habéis dicho una mentira ¡Por mi alma una mentira criminal!

IAGO.- Con Cassio, señora. Vamos, detenga su lengua.

EMILIA.- Estoy obligada a hablar. ¡Mi señora yace ahí, asesinada en su lecho!... ¡Y
son tus informes los que le han hecho cometer este asesinato!

OTELO.- ¡Es la pura verdad!

LUDOVICO.- ¡Oh, acto monstruoso!

IAGO.- ¡Cómo! ¿Estás loca? ¡Te ordeno que vuelvas a casa!

EMILIA.- ¡Ha matado a la más tierna inocente que alzó jamás los ojos al cielo!
LUDOVICO.- ¡Pobre Desdémona! ¡Cuánto me alegro de que no exista tu padre! ¡Tu
casamiento fue para él un golpe mortal, y la sola pena que cortó en dos el viejo hilo de su
vida! Si viviera ahora, este espectáculo le impulsaría a algún acto de desesperación. ¡Sí!
¡Maldeciría a su buen ángel, le arrojaría de su lado y se atraería la reprobación del cielo!

OTELO.- ¡Lástima da! Pero no obstante. Cassio mismo lo ha confesado. Yo he visto en


sus manos el pañuelo que le regale a Desdémona.

EMILIA.- ¡Oh, cielo! ¡Oh, poderes celestiales!


IAGO.- (A Emilia.) ¡Voto a Dios! ¡Cállate!

EMILIA.- ¡Lo revelaré! ¡Lo revelaré! ¿Callarme, señor? ¡No, no!

IAGO.- ¡Vete a casa!

EMILIA.- ¡No quiero! (Iago intenta herir a Emilia.)

LUDOVICO.- ¡Quitad! ¡Levantas tu espada contra una mujer!

EMILIA.- ¡Oh, moro estúpido! El pañuelo de que hablas lo encontré yo por casualidad
y se lo entregué a mi marido; pues a menudo, con suma insistencia, me había suplicado que
lo robara.

IAGO.- ¡Mientes, basura!

EMILIA.- ¡Por el cielo, no miento!

OTELO.- ¡Insigne villano! (Se precipita sobre Iago. Iago hiere a Emilia y sale.)

LUDOVICO.- Voy a correr tras ese bellaco. (Sale)

EMILIA.- ¡Te amaba, moro cruel! (Muere.)

OTELO.- ¡Oh, Desdémona! ¡Desdémona! ¡Muerta! ¡Oh, oh, oh!

Entran LUDOVICO, CASSIO, llevado en una litera, y OFICIALES, con IAGO preso.
OTELO hiere a IAGO.

LUDOVICO.- ¡Baja tu espada!

IAGO.- Sangro, señor; pero no he sido muerto.

OTELO.- Tanto mejor. Quisiera que vivieses, pues a mi juicio es una dicha morir.

LUDOVICO.- ¡Oh, tú, Otelo, un tiempo tan eminente, caído en los lazos de un esclavo
maldito! ¿Qué se dirá de ti?
OTELO.- Pues cualquier cosa: asesino honorable, si queréis, pues nada he hecho por
odio, sino todo por amor.

LUDOVICO.- Ese miserable ha confesado en parte su villanía, ¿Planearon juntos la


muerte de Cassio?

OTELO.- Sí.

CASSIO.- Nunca le di motivos, querido general.

OTELO.- Lo creo, y te pido perdón. Por favor, ¿quieren preguntar a ese semidiablo por
qué ha hechizado así mi alma y mi cuerpo?

IAGO.- No me pregunten nada. A partir de este momento no pronunciaré ni una palabra.

LUDOVICO.- Los tormentos abrirán vuestros labios.

OTELO.- Bien; haces muy bien. ¿Cómo llegó a tus manos, Cassio, aquel pañuelo que
pertenecía a mi mujer?

CASSIO.- Lo hallé en mi habitación, y él mismo ha confesado hace un instante que lo


depositó allí para un proyecto especial que ha respondido a su deseo.

LUDOVICO.- (A Otelo.) Debes abandonar esta habitación y venir con nosotros. Se te


ha quitado tu poder y tu mando. Cassio queda a cargo de Chipre. En cuanto a este
miserable, si existe alguna crueldad refinada que pueda hacerle sufrir mucho y por mucho
tiempo, no escapará a ella. Llévenselo.

OTELO.- Se lo suplico, cuando narren estos desgraciados acontecimientos, hablen de


mí tal como soy; no atenúen nada, pero no agreguen nada por mi malicia. Pintadme así (Se
da de puñaladas.) ¡Te besé antes de matarte!... ¡No me queda más que este recurso: darme
la muerte para morir con un beso! (Cae sobre Desdémona y muere.)

CASSIO.- Lo temía, pues poseía un gran corazón.

LUDOVICO.- (A Iago.) ¡Oh perro espartano! ¡Mira el trágico fardo de este lecho! ¡He
aquí tu obra! ¡Oh, que sea terrible tu suplicio! Yo voy a embarcarme inmediatamente, y a
llevar al Estado, con un corazón doloroso, el relato de este doloroso acontecimiento. (Salen.)

FIN DE «OTELO, EL MORO DE VENECIA»

También podría gustarte