Otelo Final
Otelo Final
Otelo Final
EL DUX DE VENECIA.
BRABANCIO, senador.
LUDOVICO, pariente de Brabancio.
OTELO, noble moro, al servicio de lo República de Venecia.
CASSIO, teniente suyo.
IAGO, su alférez.
RODRIGO, hidalgo veneciano.
DESDÉMONA, hija de Brabancio y esposa de Otelo.
EMILIA, esposa de Iago.
BLANCA, querida de Cassio.
Acto Primero
Escena Primera
RODRIGO.- ¡Basta! ¡No me hables más! Me duele en el alma que supieras del asunto.
IAGO.- Personas importantes le pidieron que fuera su teniente. Pero, terco en sus
decisiones, eligió a un tal Miguel Cassio. ¡Un charlatán! En cuanto a mí, quedé relegado
a ser su alférez.
IAGO.- Solo le sirvo para poder vengarme de él. Aquí está la casa del padre.
RODRIGO.- Voy a llamarle a gritos. ¡Hola! ¡Brabancio! ¡Señor Brabancio! ¡Hola!
IAGO.- ¡Le han robado, señor! Ahora mismo, un viejo morueco negro se encuentra con
vuestra oveja blanca.
BRABANCIO.- Te he advertido que no rondes mis puertas. Me has oído decir con
honrada franqueza que mi hija no es para ti. Te aseguro que te arrepentirás de esto.
RODRIGO.- Señor, responderé a todo lo que quiera. Pero, por favor, dígame si ha
consentido que su bella hija vaya a entregarse a los brazos de ese grosero moro.
BRABANCIO.- ¡Denme una vela! ¡El temor de que sea cierto me oprime el pecho!
¡Luz, digo! (Desaparece de la ventana.)
IAGO.- Adiós, pues debo dejaros. Sabes dónde encontrarme. Yo estaré con el moro
esperándolos. (Sale.)
Entra BRABANCIO
Escena Segunda
CASSIO.- El dux os envía sus saludos, general, y requiere vuestra presencia sin
demora, en este mismo instante.
BRABANCIO.- ¡Oh, tú, odioso ladrón! ¿Dónde has escondido a mi hija? La cárcel te
espera.
OTELO.- Si ahí tengo que ir ¿Cómo podré reunirme con el Dux, a propósito de cierto
asunto urgente del Estado?
BRABANCIO.- ¡El Dux en Consejo! ¿A esta hora de la noche? Iré contigo. Él mejor
que nadie entenderá el ultraje del que he sido víctima. (Salen.)
Escena Tercera
DUX.- Sea quien fuere, sufrirá la aplicación del sangriento libro de la ley.
OTELO.- Es cierto que me he llevado a la hija de este anciano. Me casé con ella. No
obstante, haré el relato de la historia entera de mi amor.
BRABANCIO.- Ven a mi lado, hija mía. ¿Descubres entre toda esta noble compañía a
quién debes sobre todo obediencia?
BRABANCIO.- He terminado. Por favor, ocupémonos de los asuntos del Estado -más
me hubiera valido adoptar un hijo que engendrar eso.
DUX.- El hombre robado que sonríe roba alguna cosa al ladrón; pero a sí mismo se roba
el que se consume en un dolor sin provecho.
DUX.- El turco navega rumbo a Chipre con poderosos preparativos. Otelo, la capacidad
de resistencia de esta plaza te es particularmente conocido.
DUX.- Bien. Los veré por la mañana. (A Brabancio.) Noble señor, si es verdad que a la
virtud no le falta el encanto de la belleza, su yerno es más bello que atezado.
BRABANCIO.- Vela por ella, moro. Ha engañado a su padre y puede engañarte a ti.
(Salen)
RODRIGO.- ¡Iago!... ¿Qué habré de hacer? Confieso que es para mí una vergüenza estar
apasionado hasta ese punto, pero no alcanza mi virtud a remediarlo. ¿Quieres servir
fielmente a mis esperanzas?
IAGO.- Confía en mí. -Ve, hazte con dinero. Hablaremos de esto mañana. (Sale
Rodrigo)
IAGO.- ¿Por qué profanaría la experiencia que he adquirido con un idiota semejante?
Engañaré los oídos de Otelo con la cercanía entre Cassio y Desdemona. El teniente tiene
tal atractivo con las mujeres que el moro no podrá dejarlo pasar.
Acto Segundo
Escena Primera
CASSIO.- ¡Los tesoros de la nave llegan de la ribera! ¡Salve a ti, dama, y que la
gracia del cielo te rodee por todas partes!
CASSIO.- Aún no ha llegado. Solo sé que está bien y... (Suena una trompeta.) - ¡Oh,
aquí viene!
OTELO.- ¡Noticias, amigos! Los turcos perecieron ahogados. Por favor, buen Iago, ve
por mis cosas. Vamos, Desdémona. (Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)
IAGO.- Ven esta noche. Esto vamos a hacer: Cassio no te conoce. Halla alguna
ocasión para encolerizarlo por cualquier medio que quieras.
RODRIGO.- Bien.
IAGO.- Haré que el moro me dé las gracias, me ame y me recompense por hacer de él
un asno insigne. (Sale.)
Escena Segunda
(…)
Escena Tercera
Sala en el castillo
IAGO.- No a esta hora, teniente; no han dado las diez aún. Nuestro general nos ha
despedido tan pronto por amor de su Desdémona,
CASSIO.- Es una dama exquisitísima.
IAGO.- ¡Y qué ojos tiene! ¡Parece que tocan una llamada a la provocación!
IAGO.- Venid, teniente, tengo vino, y ahí fuera aguardan un par de galanes
CASSIO.- Esta noche no, buen Iago; tengo una cabeza débil para la bebida.
RODRIGO.- ¡Aplastarme!
IAGO.- (Aparte a Rodrigo.) ¡Corred y gritad: «¡Un motín!»! (Sale Rodrigo.) ¡Vamos,
buen teniente!... ¡He aquí una linda guardia, en verdad!
IAGO.- Lo ignoro... No puedo decir quién fue el que empezó está reyerta extraña.
OTELO.- ¿Cómo es posible, Miguel que te dejaras llevar hasta este extremo?
IAGO.- Creo yo que Cassio ha recibido seguramente de parte del que huyó algún ultraje
extraordinario que la paciencia no podía tolerar.
CASSIO.- ¡Oh tú, espíritu invisible del vino! ¡Si careces de nombre con que se te pueda
conocer, que se te llame demonio!
IAGO.- Voy a decirte lo que tienes que hacer. Habla con Desdémona. Ella podrá
convencer a su marido de que no prospere esta fractura. Vas a ver que su amistad se
fortalecerá después de este impase.
IAGO.- Que así sea. Ahora vaya a descansar, teniente. Es menester que atienda a la
guardia.
Entra RODRIGO.
RODRIGO.- Mi dinero está casi agotado; esta noche he sido apaleado de lo lindo, y
creo que el desenlace no aportará en nada a mis deseos. Me volveré a Venecia.
IAGO.- ¿Acaso no marchan bien las cosas? Cassio te ha apaleado, pero tú has dejado
cesante a Cassio. Vamos, te contaré como fue todo. ¡Ten paciencia! (Salen).
Acto tercero
Escena primera
(…)
Escena segunda
(…)
Escena tercera
EMILIA.- Hágalo, buena señora. Está desgracia aflige a mi esposo como si fuera suya.
CASSIO.- Bondadosa dama, pase lo que pase, seré su muy fiel servidor.
DESDÉMONA.- ¡Hola, esposo mío! Acabo de conversar aquí con un hombre que pena
por volver a agradarle.
DESDÉMONA.- Por favor, señala el momento. Por mi fe, él está arrepentido. ¡Hablamos
de Miguel Cassio, que te acompañaba cuando me cortejabas y que a menudo tomaba partido
por ti cuando tenía serias dudas!
OTELO.- ¡Por favor, basta! ¡No he de negarte nada! Solo te pido a cambio que me dejes
solo un instante.
IAGO.- Mi noble señor... ¿Es que conocía Miguel Cassio vuestro amor cuando hacías la
corte a la señora?
OTELO.- ¡Oh, sí!, y a menudo nos ha servido de intermediario.
OTELO- Tú quieres decir algo... Te oí decir ahora... que no te agradaba eso. Ahora
dices: “¿De veras?” Como si hubieras querido encerrar en tu cerebro alguna concepción
horrible. Dime lo que piensas.
OTELO.- ¡Dímelo!
OTELO.- No, Iago, será menester que vea, antes de dudar. Y cuando dude, he de
adquirir la prueba; y adquirida que sea, no hay sino lo siguiente: dar en el acto un adiós al
amor y a los celos.
IAGO.- Me alegro de eso. Igual reciba este consejo: Vigile a su esposa. Obsérvela bien
con Cassio. Sin celos ni confianza. Luego saque su conclusión.
OTELO.- Adiós, adiós. Si ves alguna otra situación dudosa, me avisas. Encarga a tu
mujer que lo haga también. Déjame, Iago.
OTELO.- En un momento.
EMILIA.- Tengo algo para tí. ¿Qué me daríais ahora por este pañuelo?
EMILIA. - El pañuelo que el moro dio como primer regalo a Desdémona, que tantas
veces me aconsejaste tomar.
EMILIA.- No. Lo dejó caer por descuido, y como estaba yo presente, aproveché para
cogerlo. Mira, aquí está.
IAGO.- Finge no saber de ello. Lo necesito. Anda, dejadme. (Sale Emilia.) Voy a
extraviar este pañuelo en la habitación de Cassio y a dejarle que lo encuentre.
Esto puede acarrear algo.
OTELO.- Juro que vale más ser engañado mucho que saber sólo un poco. Más te vale
darme la prueba ocular de que mi amada es una puta, por la salud de mi alma.
OTELO.- Por el universo, creo que mi esposa es honrada, pero… ¡Quiero tener alguna
prueba! ¡Quisiera estar plenamente convencido!
IAGO.- No me gusta el oficio; pero ya que tan adelante ha ido el asunto - Hay hombres
que en sueños mascullan sus deseos ocultos. Uno de ellos es Cassio. Le oí decir en sueños:
“¡Encantadora Desdémona, seamos prudentes; ocultemos nuestros amores! ¡Maldito sea el
destino que te ha entregado al moro!”
OTELO.- ¡Monstruoso! Esto denota un indicio grave, aunque sólo sea un sueño.
IAGO.- ¿Ha visto en manos de su mujer un pañuelo con un bordado moteado de fresas?
IAGO.- Fuera ése u otro cualquiera de su propiedad, esto habla contra ello con los
demás indicios.
OTELO.- ¡Ahora veo que es verdad!... ¡Todo mi amor apasionado lo soplo así al
cielo!
IAGO.- ¡Oh, sean testigos, luceros que eternamente brillan en lo alto, de que Iago se
pone al servicio del ultrajado Otelo! ¡Que mande, y por sanguinaria que sea la obra, será
para mí un acto de piedad el obedecer!
OTELO.- ¡Dentro de tres días que te oiga yo decir que Cassio no vive! ¡Y sea condenada
la impúdica bribona! Desde ahora, eres mi teniente. (Salen).
Escena Cuarta
DESDÉMONA.- Búscalo y pídele que venga. Dile que hablé con mi esposo en favor
suyo y espero que todo irá bien. ¿Dónde pude haber perdido ese pañuelo, Emilia?
EMILIA.- Lo ignoro, señora.
DESDÉMONA.- Si mi noble moro fuera celoso, sería esto bastante para despertar en
él malos pensamientos.
DESDÉMONA.- Bien, esposo mío. He enviado a decir a Cassio que venga a hablar
contigo
OTELO.- Es una lástima. Era de mi madre. Me dijo que si alguna vez se extraviaba o
perdía, ocurriría una desgracia que nada podría igualar.
DESDÉMONA.- Jamás había visto nada semejante. De seguro que hay algo
extraordinario en ese pañuelo. Me siento muy desgraciada con haberlo perdido.
DESDÉMONA.- Hazlo, por favor, Iago. (Sale Iago.) Sin duda, algún asunto de Estado
ha turbado la claridad de su inteligencia.
EMILIA.- Roguemos al cielo que sea eso y no una quimera celosa que lo embarga.
Entra BLANCA
BLANCA.- ¡Oh, Cassio! ¿De dónde viene esto? Algún presente de una nueva amiga.
¡Ahora comprendo la causa de tu ausencia! ¿A esto hemos venido a parar? Bien, bien.
CASSIO.- Lo sé menos que tú. Lo hallé junto a mi cama. Me gustó mucho la labor, y
antes que sea reclamado, quisiera tener una copia. Tómalo y hazlo por favor. ¿Ahora podrías
dejarme un momento?
Acto Cuarto
Escena Primera
IAGO.- Y ¿qué sería si le dijera que hay tres bribones que han persuadido o ablandado a
alguna dama y ha divulgado lo que debía callarse?
OTELO.- ¡Acostado con ella! ¡El pañuelo!... ¡Confesiones! ¡Que sea ahorcado primero, y
que confiese después!
IAGO.- Escúcheme, mi señor. He pedido que Cassio venga a buscarme. Busque algún
escondite, y fíjese en las muecas pues le haré repetir su historia. (Otelo se oculta.)
IAGO.- Hable con Desdémona. (Hablando bajo.) Ahora, si todo esto dependiera de
Blanca, ¡qué pronto la hubieras conseguido!
CASSIO.- ¡Ja, ja, ja! Me persigue por todas partes. El otro día se presenta esa alocada y me
coge así por el cuello..., exclamando: “¡Oh, mi querido Cassio!”
Entra BLANCA.
BLANCA.- Si te sientes preparado, aun puedes cenar conmigo esta noche. (Sale.)
OTELO.- ¡Qué perezca y baje al infierno esta noche! ¡Procúrame un veneno, Iago!
OTELO.- ¡Excelentemente bien! (Se oye una trompeta.) ¿Qué trompeta es ésa?
IAGO.- Es Ludovico, que viene de parte del dux. Y mirad, vuestra esposa llega con él.
LUDOVICO.- El dux y los senadores de Venecia le envían sus saludos. (Le entrega un
despacho. OTELO abre el despacho y lo lee) ¿Cómo está el teniente Cassio?
LUDOVICO.- Puede que sea la carta. Creo que se le llama a Venecia y se le manda
que delegue su gobierno a Cassio.
DESDÉMONA sale.
LUDOVICO.- ¿Es éste el noble moro a quien nuestro Senado proclama por voto
unánime capaz de cuanto sea posible? ¿Es ésta la naturaleza en quien no hacen mella las
pasiones?
LUDOVICO.- ¡Cómo! ¡Pegar a su mujer! Me pesa haberme engañado sobre él. (Salen.)
Escena Segunda
Aposento en el castillo
OTELO.- Es extraño.
DESDÉMONA.- Mi señor. Le suplico de rodillas: ¿qué significa este discurso? Hay cólera
en sus palabras; pero no las entiendo.
OTELO.- ¡El cielo lo sabe con toda verdad que eres pérfida como el infierno!
EMILIA.- ¡Ay, Iago! El señor la ha calificado de puta, la ha abrumado de tal manera que
un corazón inocente no lo podría soportar.
EMILIA.- Algún bellaco bullicioso que le ha metido esa idea en la cabeza. ¡Que me
ahorquen si no es así!
DESDÉMONA.- ¡Ay, Iago! Buen amigo, ve a hallarle, pues por esta luz del cielo, no sé
cómo le he perdido. ¡Si no le amo aun tiernamente, que toda esperanza de consuelo me
abandone!
IAGO.- Se lo suplico, tenga paciencia. Son los negocios del Estado que le inquietan.
IAGO.- A menos que algún accidente le obligue a prolongar aquí su estancia. Es por eso
que Cassio debe morir.
IAGO.- Vamos, no te quedes con esa cara. Ven conmigo. La noche avanza. (Salen.)
Escena Tercera
Entra OTELO.
OTELO.- ¡Desdémona!...
EMILIA.- ¿Qué sucede ahora? Tiene el aspecto más amable que antes.
EMILIA.- ¡Descansar!
DESDÉMONA.- Ahora, márchate. ¡Buenas noches! Me escuecen los ojos. ¿Es presagio de
lágrimas?
Acto Quinto
Escena Primera
Chipre.-Una calle
Entra CASSIO
(RODRIGO tira una estocada a Cassio. Sale librado. Se enfrentan. CASSIO hiere
gravemente a RODRIGO. IAGO hiere por detrás a CASSIO. Sale).
OTELO.- ¡La voz de Cassio!... ¡Oh, bravo Iago! ¡Tú me enseñas mi deber!
RODRIGO.- ¡Oh, maldito Iago! ¡Oh, inhumano perro!... ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
Entra BLANCA
CASSIO.- No.
IAGO.- Te sacaré de aquí. (A Blanca.) En cuanto a usted, señora. ¡La culpabilidad habrá
de rebelarse, aun cuando la lengua este muda!
Escena Segunda
Entra OTELO
OTELO.- ¡He ahí la causa, alma mía!... ¡He ahí la causa!... Pero debe morir o engañará
a más hombres. (Besando a Desdémona.)
OTELO.- No quisiera matar tu espíritu sin hallarse preparado. No... ¡No lo permita el
cielo!... ¡No quisiera matar tu alma!
OTELO.- ¡Aquel pañuelo que tenía yo en tanta estima y que te regalé, se lo diste a
Cassio!
OTELO.- Sí, en seguida; por tanto, confiesa francamente tu crimen. ¡Vas a morir!
DESDÉMONA.- ¡Entonces que el Señor tenga piedad de mí! Nunca he amado a Cassio,
Nunca le di presente alguno.
DESDÉMONA.- ¿Cómo?
OTELO.- Sí.
DESDÉMONA.- ¡Jamás!
OTELO.- ¡Ahora su boca está cerrada! ¡Corrió de cuenta del honrado Iago!
EMILIA.- (Fuera) ¡Oh, mi buen señor! ¡Tengo que hablar con usted!
EMILIA.- ¡Ay! ¿Qué grito es ése? ¡Dulce Desdémona! ¡Oh, dulce señora, hable!
EMILIA.- ¡Más ángel por eso ella, y vos más negro diablo!
EMILIA.- ¿Ha dicho mi marido que era desleal? ¡Si ha dicho eso, púdrase su alma!
¡Miente desde el fondo de su corazón! Esta acción es tan poco digna del cielo, como tú
poco digno de ella.
EMILIA.- ¡Socorro! ¡El moro ha matado a mi señora! ¡Al asesino! ¡Al asesino!
EMILIA.- ¡Oh, Iago! ¡Desmiente a este malvado, si eres un hombre! Dice que le has
contado que su esposa era desleal. Sé que no lo has hecho; tú no eres un villano semejante.
IAGO.- Le he dicho lo que pensaba, y nada que no haya podido conocer y verificar
por sí mismo.
IAGO.- Se lo he dicho.
EMILIA.- Le habéis dicho una mentira ¡Por mi alma una mentira criminal!
EMILIA.- Estoy obligada a hablar. ¡Mi señora yace ahí, asesinada en su lecho!... ¡Y
son tus informes los que le han hecho cometer este asesinato!
EMILIA.- ¡Ha matado a la más tierna inocente que alzó jamás los ojos al cielo!
LUDOVICO.- ¡Pobre Desdémona! ¡Cuánto me alegro de que no exista tu padre! ¡Tu
casamiento fue para él un golpe mortal, y la sola pena que cortó en dos el viejo hilo de su
vida! Si viviera ahora, este espectáculo le impulsaría a algún acto de desesperación. ¡Sí!
¡Maldeciría a su buen ángel, le arrojaría de su lado y se atraería la reprobación del cielo!
EMILIA.- ¡Oh, moro estúpido! El pañuelo de que hablas lo encontré yo por casualidad
y se lo entregué a mi marido; pues a menudo, con suma insistencia, me había suplicado que
lo robara.
OTELO.- ¡Insigne villano! (Se precipita sobre Iago. Iago hiere a Emilia y sale.)
Entran LUDOVICO, CASSIO, llevado en una litera, y OFICIALES, con IAGO preso.
OTELO hiere a IAGO.
OTELO.- Tanto mejor. Quisiera que vivieses, pues a mi juicio es una dicha morir.
LUDOVICO.- ¡Oh, tú, Otelo, un tiempo tan eminente, caído en los lazos de un esclavo
maldito! ¿Qué se dirá de ti?
OTELO.- Pues cualquier cosa: asesino honorable, si queréis, pues nada he hecho por
odio, sino todo por amor.
OTELO.- Sí.
OTELO.- Lo creo, y te pido perdón. Por favor, ¿quieren preguntar a ese semidiablo por
qué ha hechizado así mi alma y mi cuerpo?
OTELO.- Bien; haces muy bien. ¿Cómo llegó a tus manos, Cassio, aquel pañuelo que
pertenecía a mi mujer?
LUDOVICO.- (A Iago.) ¡Oh perro espartano! ¡Mira el trágico fardo de este lecho! ¡He
aquí tu obra! ¡Oh, que sea terrible tu suplicio! Yo voy a embarcarme inmediatamente, y a
llevar al Estado, con un corazón doloroso, el relato de este doloroso acontecimiento. (Salen.)