Contra El Transhumanismo La Singularidad
Contra El Transhumanismo La Singularidad
Contra El Transhumanismo La Singularidad
Introducción 11
1. El complejo de Dios 19
De la impotencia a la omnipotencia
Ciberlibertarismo, contracultura y la gnosis de Silicon Valley
De la impotencia a la inmortalidad
La inconcebible ceniza cósmica de la nada
9
Introducción
11
¿Cómo podríamos saber que nos estamos acercando a los límites
de nuestra tradición, entendida aquí como una forma de percibir
el mundo? Una opción, entre muchas, es indagar sobre el im-
pacto que la tecnología digital ha tenido en la mentalidad y los
hábitos colectivos de nuestra época, investigar la severidad de las
disonancias surgidas del encuentro entre nuestro mundo interior
y nuestra forma concreta de manipulación del mundo exterior. Si
estas discrepancias entre la vida en sus aspectos interior y exterior
sobrepasan cierto umbral, el resultado es la liberación de fuerzas
profundamente alienantes y destructivas tanto a nivel psicológi-
co como físico, fuerzas con efectos particularmente nocivos para
una cultura.
Una de las encarnaciones más recientes de este tipo de fuerza
es una corriente de pensamiento llamada transhumanismo, que
se define a sí misma como «un grupo de filosofías que buscan
guiar a la humanidad a una condición posthumana»1 a través de la
completa integración del humano con la tecnología digital. De
acuerdo con esta definición el transhumanismo vendría a ser una
fase intermedia entre lo humano y lo post-humano. En tal caso
la pregunta es: ¿en qué consiste esta transición? Según el filósofo
sueco Nick Bostrom pasar de la humanidad a la posthumanidad
requiere de un «movimiento intelectual y cultural que reafirme
la posibilidad y la conveniencia de mejorar fundamentalmente la
condición humana a través de la razón, y especialmente mediante
el desarrollo de tecnologías […] para eliminar el envejecimiento
y mejorar enormemente las capacidades intelectuales, físicas y
psicológicas del humano»2.
13
Así pues, según el movimiento transhumanista hay ciertas ca-
pacidades humanas que pueden ser mejoradas y ciertos defectos
que deben ser eliminados. La entrada del diccionario de Oxford
aclara este punto cuando nos dice que el transhumanismo es «la
creencia o teoría de que la especie humana puede evolucionar más
allá de sus actuales limitaciones físicas y mentales, especialmente a
través de la ciencia y la tecnología»3. El cuadro empieza a hacerse
más claro: sea cual sea la definición que usemos, todas coinciden
en una búsqueda de transcendencia a través de la tecnología y en
la necesidad de superar ciertos rasgos de la condición humana que
son vistos como deficiencias, de ahí su “humanismo”. Un fuerte
juicio moral subyace esta idea: la certeza de saber qué es bueno y
deseable para la humanidad a corto y largo plazo. Una cuestión
que, si somos sinceros, no tiene una respuesta simple o única.
Visto históricamente, el transhumanismo es la vertiente más
radical del cientificismo moderno, el resultado de llevar las ten-
dencias incipientes a esta manera de entender el mundo a un ex-
tremo perjudicial no solo para la vida interior del humano —para
nuestra salud psicológica— sino también para el bienestar y la su-
pervivencia del resto de formas de vida y ecosistemas del planeta.
Las grandes patologías de Occidente: la deshumanización de las
relaciones interpersonales, la desensibilización al mundo natural,
el miedo patológico al dolor y la muerte, y la búsqueda desenfre-
nada de poder, encuentran una evidente y amenazante expresión
en las filosofías transhumanistas.
Cuando hace unos años me planteé la idea de escribir esta
crítica mi idea original fue presentar esta ideología como la en-
carnación más representativa de estos problemas. Sin embargo,
un examen más profundo hizo evidente que estos hacen parte
de un cuadro histórico más amplio. Son la manifestación más
reciente de una de las corrientes subterráneas que dan forma al
mundo moderno: las religiones dualistas y en particular el gnos-
ticismo de principios de la era cristiana. En lo referente a este
tema, el historiador estadounidense Morris Berman y el filó-
sofo británico John Gray abonaron el terreno a mi favor y me
proveyeron de un marco conceptual sólido para la perspectiva
histórica de este ensayo.
El transhumanismo es el ejemplo más claro del inmenso peligro
que representa el anquilosamiento espiritual del que padecemos
en mayor o menor grado todos los miembros de las sociedades
14
postindustriales. Mi intención es, por un lado, mostrar cómo en
cada una de sus premisas —y en los objetivos que resultan de
estas— esta corriente ideológica manifiesta los comportamientos
básicos asociados a un estancamiento en el desarrollo psicológico
del individuo y de su cultura; y por otro, que esta parálisis encarna
los límites discernibles de nuestra tradición, que se trata, con toda
probabilidad, del momento de agotamiento cultural previo al co-
lapso de Occidente. Para demostrar estos puntos recurriré prin-
cipalmente a tres fuentes: en primer lugar, a la obra del médico,
filósofo y psicólogo alemán Horst-Eberhard Richter, quien ofrece
un marco de comparación entre el desarrollo psicológico del indi-
viduo y el de la sociedad;4 en segundo, al magnífico estudio sobre
la dinámica entre herejía y establecimiento de Morris Berman,
que permite proponer al transhumanismo como una herejía de
carácter gnóstico-científico que rápidamente se está convirtiendo
en la ortodoxia de nuestro tiempo;5 y en tercero, a una lectura
de La Odisea de Homero, en la que el viaje de Odiseo de regreso
a Ítaca servirá de modelo para ilustrar algunos de los principales
obstáculos en el desenvolvimiento de la psique humana.
El modelo de desarrollo psicológico y consciente que utilizaré
en este estudio está basado el sistema presentado por el filósofo e
historiador cultural Jean Gebser en su obra Origen y presente. En
este trabajo Gebser presenta el desenvolvimiento de la consciencia
humana como compuesto por cinco estructuras principales: la ar-
caica, mágica, mítica, mental e integral. Según este sistema actual-
mente nos encontramos en la fase deficiente de la estructura men-
tal, que Gebser llama estructura mental-racional y que, si logramos
superar sin autodestruirnos, nos llevará a la estructura integral. En
lo concerniente al tema de este ensayo, el transhumanismo pre-
senta claras muestras de regresión a estructuras previas de concien-
cia —es decir, de estancamiento psicológico y consciente— que
examinaré por medio de ciertas escenas de La Odisea de Homero.
En puntos específicos de este estudio recurriré a pies de página
para aclarar y profundizar este contenido.
En el primer capítulo le daré forma al contexto psicológico,
histórico y mitológico de mis objeciones para, en los capítulos
posteriores, analizar los sesgos y deficiencias de las propuestas
transhumanistas. El principal objetivo de esta crítica será el siste-
ma filosófico de Raymond Kurzweil, inventor, futurista y uno de
los principales promotores del movimiento transhumanista, que
15
considero que personifica con particular claridad los principales
defectos de esta corriente de pensamiento. Ideas de otros investi-
gadores, como las de los gerontólogos Aubrey de Grey y Bill An-
drews, también serán objeto de mis argumentos en contra de una
visión del futuro tan inmadura, irreflexiva e irresponsable que en
su inconsciencia sería capaz de sacrificar su mundo interior para
dar lugar a un simulacro de realidad completamente despojado
de sentido y espiritualidad; un mundo completamente estéril y
encerrado en sí mismo.
16
sar aquello a lo que aparentemente deberíamos aspirar, su pobreza
sale a relucir a la hora de aplicar sus propuestas, en el momento
de quitar lo impropio y promover lo deseable. A diferencia de
la reforma socialista de Saint-Simon el transhumanismo ya no
reconoce los defectos de su tiempo, los encarna con una fuerza
amenazante.
Notas
17
1. El complejo de Dios
19
De la impotencia a la omnipotencia
21
Este tipo de niños, nos dice Richter, «solo se sienten se-
guros si ellos mismos determinan cómo van a comportarse, en
cualquier momento o lugar, con base en sus propias observa-
ciones e inclinaciones»3. En pocas palabras, se trata de lo que en
jerga contemporánea llamamos control freaks de una forma un
tanto despectiva, aunque en ocasiones un orgullo velado puede
percibirse en la expresión.
Por supuesto, el niño no es en absoluto culpable de lo que le
está sucediendo y el comportamiento de sus padres está íntima-
mente ligado a su condición:
Los padres […] por lo general han tenido sentimientos
ambivalentes hacía su hijo desde un principio y usual-
mente contrarrestan sus impulsos de rechazo al niño o niña
mostrando una preocupación excesiva por su bienestar.
Pero son precisamente estos arraigados sentimientos de
ambivalencia los que han suscitado la desconfianza del
niño desde un principio y que continúan reforzándola
y alimentando el círculo vicioso. Si no estoy pendiente
de absolutamente todo, piensa el niño, me abandonarán
o destruirán. Este estado constante de tensión y alerta
lleva a un rápido y dramático desarrollo de las facultades
cognoscitivas del niño. Es más, este tipo de niños pronto
se hacen conscientes de cadenas altamente complejas de
causas y efectos. Su ansiedad los obliga a intentar antici-
par a todos y a todo, pues solo si saben qué va a suceder
a continuación podrán calcular qué acción tomar para
evitar la calamidad que esperan perpetuamente.4
22
sación, un mecanismo que lo vuelva omnipotente y om-
nisciente. La única cuestión que puede ayudarlo ahora
es desarrollar una orientación emocional completamente
nueva hacía el mundo.5
23
Ahora, argumenta Richter, esta circunstancia se transformó
a lo largo de los siglos que comprendieron el Medioevo en una
gradual pérdida de la confianza en Dios, ¿pues qué motivación
tenía el humano para seguir confiando a ciegas en su deidad sin
saber si estaba entre aquellos a los que se les había otorgado el
paraíso de antemano, o aquellos que arderían eternamente en el
infierno? «¿No tenía el hombre motivos para poner una mayor
confianza en el conocimiento que pudiera adquirir a través de su
propio intelecto, que en efecto podría ayudarle a salvaguardar su
posición en el mundo?»8. Como en el caso del niño con delirios
de impotencia/omnipotencia, el humano medieval se vio forzado
a «compensar su situación por medio de una tentativa narcisista
para lograr su propia seguridad»9.
Sin embargo, el miedo a Dios y al castigo divino presente du-
rante todo el medioevo contribuyó a aumentar la ansiedad del ser
humano: entre más independiente se hacía su pensamiento, más
temible se hacía la posibilidad de estar condenando su alma. Así,
cada aumento de su poder personal vino con un incre-
mento de la amenaza de una represalia divina, y esta a su
vez liberó nuevas ansiedades que, nuevamente, hicieron
necesarias otras medidas defensivas para compensar el
cambio en su situación […] En otras palabras, desde un
principio, el proceso de salida de un estado de completa
dependencia y pasividad traía implícita la tendencia a
un giro repentino y radical al extremo opuesto: la iden-
tificación con la omnisciencia y omnipotencia de Dios.10
24
entre más del poder divino se arrogaba el hombre, más
vehemente e ingeniosamente se convencía a sí mismo
de que no era esto lo que estaba haciendo y que, en
realidad, la única razón por la que quería adquirir estos
poderes divinos era para lograr una mayor entendimien-
to de Dios.11
25
Una mirada a la prensa local es suficiente para confirmar la
influencia que este “complejo de Dios” ejerce actualmente sobre
nuestra sociedad. En una entrevista al historiador israelí Yuval
Noah Harari con motivo del lanzamiento de su libro De animales
a dioses: breve historia de la humanidad, el reportero le pregunta
sobre la gran revolución del siglo XXI, a lo que este responde:
a través de la historia hemos visto muchas revoluciones en
la economía, la sociedad y la política, pero una cosa que
permanece constante es el ser humano. Todavía tenemos el
mismo cuerpo, el mismo cerebro y la misma mente. Pero
en el siglo XXI, es muy probable que, por primera vez, la
mayor revolución no sea en la economía ni en la política,
sino en nuestra propia mente. Usaremos la biotecnología y
los computadores para potenciar al hombre y transformarlo en
Dios. Y esto no es una metáfora, es bastante literal. Después
de 4.000 millones de años en los que la biología se basó
en compuestos orgánicos y evolucionó de acuerdo con las
leyes de la selección natural, ahora podríamos ver vida no
orgánica que evoluciona de acuerdo con un diseño inteli-
gente.13
26
el carácter divino que mora en el humano, reifica la búsqueda
mística y la encierra en el materialismo típico de nuestra estruc-
tura de consciencia.
Aquí es importante destacar que la idea de divinidad como
algo que puede ser alcanzado a través de medios materiales se sus-
tenta en la sobrevaloración de los poderes del ego implícita en la
transición de la impotencia medieval a la omnipotencia moderna.
El hecho de que la mente cientificista reaccione violentamente
ante la idea de tener que restringirse a sí misma, o de ver sus
supuestos intentos de emancipación limitados por circunstancias
ajenas a su control, es la evidencia más clara de esta situación. Esta
actitud está íntimamente relacionada con la definición moderna
de hombre como voluntad que, según Nicolás Gómez Dávila, da
lugar a la idea de que la esencia humana es “suficiencia pura” que
ni puede estar sujeta a una voluntad externa, ni debe poder ser
sometida o condicionada por esta:
si la voluntad es su esencia, el hombre es libertad pura,
porque la libertad es determinación autónoma. Voluntad
esencial, el hombre es esencial libertad. El hombre de-
mocrático no es libertad condicionada, libertad que una
naturaleza humana supedita, sino libertad total. Sólo sus
actos libres son actos de su esencia, y lo que aminora su
libertad lo corroe. El hombre no puede someterse, sin
dimitir. Su libertad no prescribe, porque una esencia no
prescribe.
Como su libertad no es concesión de una voluntad
ajena, sino un acto analítico, la autonomía de su esencia,
la autonomía de la voluntad es irrestricta, y su soberanía
perfecta. Sólo la volición gratuita es legítima, porque
sólo ella es soberana.15
27
meteo debe soportar una tortura eterna por robar el fuego, la pri-
mera de las herramientas mágicas, y entregárselo a los hombres,
que solo entonces pudimos emprender nuestro largo camino por
las estructuras de conciencia. Prometeo paga eternamente por su
afrenta, pero la llama continúa entre nosotros.16
Sin embargo, a medida que el humano se adentra en la es-
tructura mítica, de Gilgamesh a Ícaro y Áyax, cada intento de
violentar el orden establecido, de cruzar el umbral que separa
a los hombres de los dioses, siempre ha terminado en una tra-
gedia. El humano contemporáneo, cada vez más independiente
e individuado debe aprender a decidir sabiamente su destino.
Gilgamesh ve como su sueño de inmortalidad es arrebatado para
siempre por una serpiente; Ícaro es derrotado por el peso de su
inocente ambición, esto es, por la gravedad de su propio cuerpo;
Atenea enloquece a Áyax quien se quita la vida. Al serle negada
la armadura de su primo Aquiles su orgullo desmedido lo llevó a
querer asesinar a Odiseo, Agamenón y Menelao. Áyax se siente
tan desprendido de las consecuencias de sus actos como nosotros
de los nuestros, pero nuestra arrogancia racional va un paso más
allá de la hybris mítica: hoy en día no solo mostramos desinterés
y apatía por los devastadores efectos de nuestras acciones; a lo
largo del camino nos hemos desprendido casi por completo del
mundo natural y de cualquier noción de espiritualidad.
Con todo lo anterior no quiero dar a entender que nuestros
heroicos intentos por entender y controlar nuestro destino no
estén justificados mitológicamente. El ego, en su manifestación
de héroe, es un arquetipo presente en muchas mitologías. Al
respecto, Patrick Harpur argumenta que al igual que «el héroe,
el ego es la indómita ‘perspectiva del espíritu’»,
sin la cual permaneceríamos sometidos a la perspectiva
de la Madre arquetípica. El ego heroico nos proporciona
el impulso para la actividad y la exploración, así como un
sentimiento de fortaleza, fuerza de voluntad y necesidad
de superar desafíos.17
28
Los problemas empiezan cuando estas virtudes se vuelven
desmesuradas, demasiado ‘masculinas’ y resueltas. El ego
heroico comienza entonces a creer que no es aquel hijo del
alma que se lanzó a experimentar el mundo para después
volver a ella, sino que es completamente libre, como si
hubiera escapado de su órbita gravitatoria. Empieza a
creer—el pecado de hybris—que no proviene de los dioses,
sino que se originó a sí mismo. Este tipo de ego-conciencia,
que llegó a dominar a la cultura occidental a principios del
siglo XVII, ha acabado por dominar nuestra cosmovisión.
Ha recibido el nombre de ego heroico, ego racional y, por
parte de James Hillman, ego heracleo, ya que el héroe más
admirado por los griegos, Heracles (Hércules en latín),
tiene un lado oscuro que nosotros, glorificando su fuerza y
sus triunfos, hemos decidido ignorar.18
29
una parte ineludible del proceso de crecimiento huma-
no. El niño es en un principio transparente para quienes
lo rodean, carece de límites precisos. Si quiere separarse
del mundo para convertirse en un individuo, deberá
crear un lugar propio, un espacio privado desde donde
aprenda a manipular el mundo a través de su ingenio.20
30
Valga aclarar que la historia de Heracles nos muestra algo extraor-
dinario, a saber, «que dentro del mito existe una perspectiva que
niega el propio mito, así como sus dioses y dáimones»24.
Como se puede deducir de su molde heracleo, para el ego
moderno nada puede ser visto de un modo no literal; ninguna
imagen guarda tras de sí algo más que lo que ya es en apariencia.
Las consecuencias más profundas de este modo de asumir la reali-
dad son devastadoras: la actitud “literalista” del ego heracleo reifi-
ca el encuentro con lo divino, de modo que la búsqueda de Dios
termina por no tener otra alternativa que asumir la forma de una
cruzada para convertirse, literalmente, en Dios. Las versiones más
recientes de este tipo de ego/héroe mantienen los defectos de su
antepasado heracleo y, como este, no reconocen a «las imágenes ni a
los dáimones, ni siquiera a la muerte. Consideran ilusorio cualquier
punto de vista excepto el suyo, y no se dan cuenta de que el mundo
literal en el que habitan es producto de su propia perspectiva»25.
El hombre de principios de la era moderna, nos recuerda
Morris Berman, es un hombre faustiano que, insatisfecho con
los alcances del conocimiento de su época e inconsciente de las
consecuencias de sus actos, llega al extremo de hacer un pacto
con el diablo, de acudir a su lado oscuro y entrar en comunión
con este a cambio de la creatividad que tanto necesita. «¿Es el
buen debatir el único fin de la lógica?», se pregunta el Doctor
Faustus de Marlowe, «¿no esconde este arte mayor milagro? Pues
no leas más; ya has logrado ese fin. ¡Más grande materia le con-
viene al ingenio de Faustus!»26 Esta actitud, central al origen de la
revolución científica, le da un nuevo enfoque al ego heracleo. En
su encarnación cientificista, Hércules se transforma en un héroe
individualista cuyo ego, que ha adquirido dimensiones titánicas,
asume retos igual de colosales. Su propósito es, por lo general,
cambiar el mundo.
Este delirio de grandeza es un rasgo manifiesto de algunas de
las grandes mentes del siglo XVII. René Descartes, por ejemplo,
recibió la mayor inspiración de su carrera científica en una visión
profética, un sueño en el que
el Ángel de la Verdad apareció ante él y pareció darle a
entender, a través de su entendimiento sobrenatural, una
convicción que ya había tomado raíces en su mente, que
la matemática era la única llave para descubrir los secre-
tos de la naturaleza.27
31
¿Qué es el Ángel de la Verdad sino la manera en que la psique
de Descartes le reitera lo que su ego ya daba por cierto, de ase-
gurarle que no podía estar equivocado? Además de esto resulta
interesante la ironía y contradicción contenidas en esta visión:
en su vida pública y en sus escritos científicos y filosóficos el
Descartes posterior a las Meditaciones nunca le dio lugar alguno
a los sueños o visiones como una forma de legítima de conoci-
miento; las matemáticas son la única forma verdadera de en-
tender el mundo, y los sueños, bueno, los sueños sólo están ahí
para confirmar lo que ya sabemos. «En términos psicoanalíti-
cos», nos dice Richter,
lo que sucedió [durante la revolución científica] puede
ser descrito como una identificación narcisista. El sen-
timiento de refugio proveniente de las garantías de la
gigantesca e idealizada figura paterna (Dios) fue reem-
plazado por un aprecio exagerado por el ego individual.
El prodigioso poder del padre divino reaparece con otro
atuendo, como una sobreestimación de la importancia
del hombre y sus capacidades. El ego individual se con-
virtió en la imagen de Dios. En consecuencia, la verdad
suprema y central de la época fue resumida en la famosa
sentencia: cogito ergo sum. “Pienso, luego existo”.28
32
Moisés, Tot, Tales, Hermes, Pitágoras y otros por el estilo
disfrutaban de sus alabanzas; mientras que los científi-
cos contemporáneos eran en gran medida una amenaza.
Newton se sumía en profundas iras al argumentar so-
bre su prioridad ante hombres como Hooke y Leibniz, y
consideraba el sistema del mundo descrito en el Principia
como de su propiedad personal. Estaba seguro de que
“Dios se revelaba a sí mismo únicamente ante un profeta
en cada generación, y esto hacía que los descubrimientos
paralelos fueran improbables”.29
33
moral es su propia felicidad […] cada hombre debe vivir como un
fin en sí mismo y guiarse por su propio interés racional»31. Esta
variedad de egocentrismo solipsista es, en palabras de Richter,
34
la ‘filosofía’ de Ayn Rand es casi perfecta en su inmorali-
dad, lo cual hace a la magnitud de su público tanto más
siniestro y sintomático a medida que entramos en una
curiosa nueva fase de nuestra sociedad […] justificar y en-
salzar el egoísmo y la codicia humana es, en mi opinión,
no solo inmoral, sino malvado.33
35
sus amigos más cercanos y, en efecto, una de las pocas personas
en comportarse como tal hasta el momento de la muerte de la
escritora en 1982.
La historia de la desintegración del grupo íntimo de Rand es
tal vez la exposición más transparente de los defectos de su obje-
tivismo filosófico. Durante la década del cincuenta, los miembros
del círculo, liderados por el psicoterapeuta Nathaniel Branden
y su esposa Barbara, se reunían los sábados en el apartamento
de Rand en Nueva York, donde pasaban noches enteras leyendo
los avances del manuscrito de La Rebelión de Atlas y discutiendo
animadamente las ventajas de lo que Rand luego llamaría “las
virtudes del egoísmo”. En este ambiente acogedor y alejado del
mundo, la autora y su círculo empezaron a verse a sí mismos
como «los modelos de un nuevo mundo que creían que estaba por
llegar […] como los instigadores de una revolución en ciernes»37
o, en pocas palabras, como héroes con la misión de cambiar el
mundo. No obstante esta noble misión, en sus vidas privadas
los miembros del grupo empezaron a vivir de acuerdo a la idea
de felicidad como interés racional, cuestión que llevó a Rand y
Branden a un romance que eventualmente destruyó al grupo.
Luego del fracaso inicial de La Rebelión de Atlas con la crítica,
Ayn Rand se sintió profundamente decepcionada y, ahora que
su círculo de amistades más cercanas se disolvía, se sumió en una
depresión que terminó por alienarla del mundo.
Fue a través de su experiencia con el grupo de Rand que Alan
Greenspan abandonó el positivismo lógico y se convirtió a la doc-
trina randiana de independencia social, política y económica a ul-
tranza que, combinada con ciertas ideas de la Escuela de Economía
de Chicago, se consolidó en la idea neoliberal de una economía
de libre mercado que debe evitar a toda costa cualquier tipo de
regulación gubernamental. Greenspan, en su papel de presidente
de la Reserva Federal, aplicó esta política con resultados desas-
trosos tanto para la administración Clinton como también para
la economía del Sudeste Asiático. La historiadora Jennifer Burns
ve el objetivismo de Rand como la influencia principal que «an-
cló el movimiento libertario a la derecha del espectro político»38,
y si bien esta postura puede ser disputada por la enorme com-
plejidad del ambiente social y político de la época, lo cierto es
que para finales de los años sesenta La Rebelión de Atlas ya había
encontrado su público y se había convertido en uno de los libros
36
de cabecera de muchos de los tecnólogos que residían en el norte
de California.
Para entonces, en el seno de una contracultura que rápida-
mente perdía el ímpetu, empezó a surgir una nueva estirpe de
revolución, llamémosla “ciberlibertarismo”, que veía en la fron-
tera digital una oportunidad para lograr las promesas de inde-
pendencia, igualdad y vida comunitaria que se desvanecieron
durante la presidencia de Nixon. «Los computadores personales
y la industria del PC fueron creados por jóvenes iconoclastas
que había visto cómo la revolución del ácido lisérgico se queda-
ba sin combustible y la revolución política fallaba. Computa-
dores para la gente fue la última batalla de esta campaña»39.
Entre estos pioneros se cuentan a Stewart Brand, fundador de
la revista The Whole Earth Catalog; James Fadiman, psicólogo
de la Universidad de Stanford; los ingenieros eléctricos Myron
Stolaroff y Willis Harman, que introdujeron el LSD a un grupo
de tecnólogos del norte de California prácticamente una déca-
da antes de que Timothy Leary llevara el ácido a los titulares; y
Ted Nelson, creador del concepto de hipertexto y diseñador de
la primera red digital. Todos ellos fueron personajes que ejer-
cieron una influencia definitiva en la intersección entre la con-
tracultura californiana y la revolución digital.40
Como corriente ideológica, el ciberlibertarismo ha sido defini-
do como una colección de ideas
que vincula el entusiasmo extático por estilos de vida
mediados electrónicamente con ideas libertarias radi-
cales y de derecha, que se ocupan de la definición ade-
cuada de la libertad, la vida social, la economía y la
política en los años venideros.41
37
de los ideales más extravagantes del anarquismo comunitario
clásico»43.¿Cómo? A través de la supuesta descentralización del
poder “inherente” a las redes digitales. Qué este simplemente
no es el caso debería haber saltado a la vista desde principios de
este siglo. El hecho de que las ganancias de Google en el 2014
superaran el producto interno bruto de los treinta y tres países
más pobres del mundo combinados, no debería ser un motivo
de celebración sino de alarma.44
Además de esta adhesión a los principios básicos de la
economía de libre mercado, el ciberlibertarismo se caracteriza
por una forma de determinismo tecnológico que figura con
especial fuerza en la teorías de futuristas como Alvin Toffler y
Raymond Kurzweil. La idea de que el futuro es ineludible, que
su desarrollo histórico va en una dirección específica es, como
veremos en el segundo capítulo, una idea común entre los pen-
sadores de esta corriente. Sin embargo, desde el punto de vista
de la sociología contemporánea, nos dice Winner, este enfoque
sobre el futuro de la tecnología resulta un tanto irónico si se
tiene en cuenta que
durante los últimos veinte años, los sociólogos e histo-
riadores han trabajado arduamente para derrotar lo que
consideraban un determinismo injustificado en las inter-
pretaciones previas sobre la interacción entre cultura y
tecnología. De un modo u otro, la mayoría de estudiosos
concuerdan en que, en la construcción social o en la con-
formación social de la tecnología, los resultados surgen
por la participación de una variedad de actores con mo-
tivos complejos. Es interesante destacar cuan poco de esta
comprensión ha penetrado en los escritos libertarios so-
bre el ciberespacio. Un determinismo precoz también es
prominente en la literatura actual sobre la comunicación
y los negocios globales, donde la búsqueda impaciente de
tecno tendencias está a la orden del día.45
38
de determinismo se convierte en una teleología pseudomística que
atañe no solo al destino de nuestra especie sino a la totalidad del
universo físico.
Otro de los rasgos del ciberlibertarianismo identificados por
Winner es la fijación con una forma radical de individualismo
que ve al ciberespacio como la plataforma para la realización de
algunos de los ideales de la contracultura, que asumen la forma
de un búsqueda de la felicidad entendida ahora como interés
racional. Así, esta corriente de pensamiento cree que
el ámbito experiencial de los dispositivos y las redes
digitales ofrece oportunidades infinitas para alcanzar
riqueza, poder y placer sensual. Ya que las estructuras
heredadas de organización social, política y económica
plantean barreras para el libre ejercicio del poder per-
sonal y la autorealización, por ello simplemente deben
ser eliminadas.46
39
Así pues, fue en la intersección de movimientos de autoayu-
da como est (Erhard Seminars Training) y Lifespring, con los
laboratorios de computación y firmas de consultoría como el
Xerox PARC, Stanford Research Institute y el Global Business
Network, donde empezó a gestarse la dudosa idea de que con-
vertirse en “maestro del destino propio”, en un ser humano
completamente autorealizado y empoderado, garantizaba no
sólo estatus social y económico sino también iluminación es-
piritual. Esta improbable mezcla entre la ética protestante, el
objetivismo (neoliberalismo) randiano y la Nueva Era forman el
fermento básico de lo que ahora conocemos con el nombre de
Silicon Valley.50
40
4. El Modelo Nacional Socialista o el surgimiento del nazismo,
entendido como un movimiento de carácter gnóstico-pagano
empeñado en destruir la tradición judeocristiana.
41
figuración mítica del ego científico, entendido como una “me-
gaestructura” supuestamente capaz de sostener la totalidad del
cosmos. Ya sea en su encarnación mítica o científica, un héroe
es aquel capaz de utilizar las influencias invisibles (lo divino) en
lo visible (lo mundano), pues traza un puente entre estos dos
reinos, como en el caso de magos como Pico della Mirandola y
Giordano Bruno, o científicos y tecnólogos como Nicola Tesla y
Thomas Alva Edison.
Los intentos del gnosticismo por cerrar la brecha entre cie-
lo y tierra a través de constantes esfuerzos místicos y heroicos se
consolidan en una estructura “cismagenética” de ascensión. La
cismagénesis, término acuñado por el antropólogo y pionero de
la cibernética Gregory Bateson, hace referencia a una configura-
ción social o psicológica que da lugar a la creación de divisiones
(cismas), que en el caso del gnosticismo se expresan en un dual-
ismo cosmológico que separa las categorías de sagrado y profano,
bueno y malo, luz y oscuridad. Dado que estas divisiones tienen
lugar en la historia, este abismo categórico entre lo humano y
lo divino intenta encontrar un medio de escape a través de un
evento transformativo que supuestamente lo cambiará todo: la
promesa del arrobamiento cristiano, la idea de una humanidad
pura y renovada y, en el caso del transhumanismo, de una sin-
gularidad tecnológica que nos ayudará a trascender los límites
de nuestra “mediocre” condición biológica. Sin embargo, cada
nuevo intento por zanjar este abismo crea no una integración
sino un cisma más profundo. Lo que en el Zoroastrismo es una
lucha eterna entre el bien y el mal, y en el Maniqueísmo la con-
frontación de los poderes de la luz y la oscuridad, en Descartes
se convierte en la separación del humano del mundo, la sepa-
ración completa del pensamiento y la materia. Con la llegada
del credo darwinista la cismagénesis se intensifica: si el animal
humano es producto de un azaroso proceso de selección natu-
ral, por definición no podría controlar su propio destino. Desde
esta perspectiva solo quedan dos opciones, o aceptamos que va-
mos a la deriva o reafirmamos nuestra posición —subrepticia-
mente antropocéntrica— de amos y dueños de la naturaleza,
que hemos venido cultivando desde hace cuatro siglos.
Aunque entender a Silicon Valley, y en particular al transhu-
manismo, como una herejía de corte gnóstico podría parecer ex-
traño, las circunstancias del ascenso de la cultura tecnológica del
42
Valle de Santa Clara encajan a la perfección en el modelo histórico
descrito por Berman.52 La primera de estas similitudes descansa
en el parecido formal entre las condiciones necesarias para el
surgimiento del modelo griego y el californiano: en un proceso
histórico similar a aquel por medio del cual el cristianismo primi-
tivo dejó de ser un pequeño movimiento de carácter gnóstico entre
muchos otros cultos que se oponían al enfoque ritualista y legalista
del judaísmo rabínico, el transhumanismo, en su ambiente origi-
nal dentro de los círculos futuristas de la primera mitad del siglo
XX,53 fue ganando prevalencia a medida que el núcleo original
de ideas empezó a llamar la atención de individuos que, influen-
ciados por la contracultura y el objetivismo randiano, formaron
una ideología de corte tecnológico que se oponía a las políticas
de intervención económica que habían garantizado la estabilidad
de los mercados estadounidenses hasta entrados los años setenta.
43
tivo, a “comprar” la visión y energía de movimientos holísticos
para luego reencaucharla y venderla al público en un forma “le-
gitimada” y “esterilizada”»55.
La idea típicamente hermética de que todo está inextricable-
mente vinculado con todo lo demás, de que un anima mundi
sustenta y sirve de vínculo a todas las cosas, se convirtió en la
premisa oculta sobre la cual pioneros como Ted Nelson plantea-
ron las primeras redes digitales. En efecto, el proyecto Xanadu
—la visión de red digital que Nelson empezó a planear en los
sesenta y que nunca llegó a realizarse— es un magnífico ejemplo
de la influencia de la contracultura en el establecimiento digital
temprano. En su ya clásico manifesto Computer Lib/Dream Ma-
chines, Nelson afirma:
EVERYTHING IS DEEPLY INTERTWINGLED. In
an important sense there are no “subjects” at all; there is
only all knowledge, since the cross-connections among
the myriad topics of this world simply cannot be divided
up neatly. Hypertext at last offers the possibility of repre-
senting and exploring it all without carving it up destruc-
tively.56
44
Para concluir este capítulo es importante señalar que la función
rectora del ego heracleo, en combinación con el carácter heréti-
co-materialista de la cultura de Silicon Valley, ha servido como
una caja de petri excepcionalmente fértil para el desarrollo de la
ideología transhumanista. Es cierto, esta corriente de pensamien-
to disfraza su “humanismo” tras fachadas más elaboradas que la
del objetivismo randiano, pero si se le mira con detenimiento se
encuentra la misma exasperación, insensibilidad y literalidad que
han caracterizado los trabajos herácleos desde sus inicios mitológi-
cos. Silicon Valley padece de una grave enfermedad, un profundo
mal de corazón que James Hillman describe en cuatro síntomas:
«el sentimentalismo personalista, la brutalidad de la eficiencia, el
engrandecimiento del poder y la simple efusión religiosa»60. To-
dos estos trastornos tienen una clara expresión en los proyectos
transhumanistas.
Entre la multitud de propuestas de esta corriente de pen-
samiento, hay una en la que las patologías del ego heracleo al-
canzan unas alturas particularmente desconcertantes: la obra del
inventor y futurista Raymond Kurzweil.
Notas
1. Cabe mencionar que la comparación entre filogenia y ontogenia tiene una am-
plia trayectoria como herramienta histórica. Sobre el caso concreto del medioevo y
la niñez, en su ensayo “Evolution of Medieval Mentalities: A Cognitive Structural
Approach”, el historiador Charles M. Radding hace uso de El criterio moral en el
niño de Jean Piaget para hacer una paralelo entre la evolución de la ley medieval y
las nociones morales de la niñez moderna.
2. Horst-Eberhard Richter, All Mighty: A study of the god complex in western man
(Claremont: Hunter House, 1984), 3. Traducción propia a partir de la traducción
al inglés.
3. Richter, All Mighty, 3-4.
4. Richter, All Mighty, 4.
5. Richter, All Mighty, 5. Los paréntesis son míos.
45
6. Sobre este tema, valdría la pena indagar hasta qué punto las circunstancias
familiares de genios de la Revolución Científica como Newton, Descartes y Lei-
bniz —los dos primeros que crecieron prácticamente como huérfanos al cuidado
de sus abuelas, y el tercero que perdió su padre a los seis años— tuvieron algún
grado de injerencia en su obra científica. En lo que respecta a Newton, el histori-
ador Frank E. Manuel comenta cómo «una de las fuentes principales del deseo de
Newton por saber fue su ansiedad y su temor a lo desconocido. El conocimiento
que podía ser matematizado terminó con sus inquietudes [...] [El hecho] de que
el mundo obedeciera a una ley matemática era su seguridad» (Tomado de A Por-
trait of Isaac Newton).
7. Richter, All Mighty, 5. De un modo similar al argumento de Max Weber,
según el cual el capitalismo es inherente a los valores religiosos protestantes, el
sociólogo Norteamericano Robert K. Merton propuso que «el puritanismo inglés
y la ciencia tenían ciertos valores importantes en común que ayudan a explicar
el surgimiento de la ciencia moderna» (H. Floris Cohen, The Scientific Revo-
lution: A Historiographical Inquiry (Chicago: The University of Chicago Press,
1994), traducción propia). Si bien esta tesis es una de las más controvertidas y
criticadas sobre la historia de la revolución científica y la mayoría de expertos
concuerdan en que el ethos puritano no tuvo una influencia directa en el método
científico, sería interesante investigar cómo el ambiente protestante y puritano,
especialmente en Inglaterra, pudo haber alterado ciertos modos de pensamiento
y conducta que hubieran resultado imposibles durante la Edad Media, (lo cual no
explicaría la aparición de grandes científicos católicos como Descartes, Mersenne
y Galileo). No obstante la posibilidad de este tipo de influencia no resulta des-
cabellada si tenemos en cuenta que el capitalismo (que según Weber estaría vin-
culado a la ética protestante) y la ciencia moderna parecen formar una totalidad
estructural que se desarrolló conjuntamente a lo largo de los siglos XVI y XVII.
8. Richter, All Mighty, 5-6.
9. Richter, All Mighty, 6. Tal vez la expresión más manifiesta de esta sobrecom-
pensación sea una cita del antropólogo cultural Ernest Becker que se ha conver-
tido en una máxima en ciertos círculos transhumanistas: «Man cannot endure
his own littleness unless he can translate it into meaningfulness on the largest
possible level» (The Denial of Death)
10. Richter, All Mighty, 6-7.
11. Richter, All Mighty, 7.
12. Richter, All Mighty, 12-13.
13. Tomado de El Tiempo del 12 de Abril de 2015, sección Sociedad, 5. Las
itálicas son mías. El libro de Harari ha sido un éxito editorial rotundo y, desde
su publicación original en hebreo en el 2012, ha sido traducido a treinta idio-
mas. Sobre la idea de transformarnos en dioses, cabe mencionar a Jason Silva,
un realizador audiovisual, presentador y transhumanista venezolano radicado en
los Estados Unidos, que recurre constantemente y con increíble levedad al credo
“somos dioses” en su serie de videos Shots of Awe, disponibles en http://testtube.
com/shotsofawe
14. Aquí hybris debe ser tomado en el sentido de desmesura, orgullo y arrogancia.
Aunque excepcionalmente religiosa, una de las mejores caracterizaciones de la hy-
bris, es la de C.S. Lewis para quien este defecto caracteriza a un estado opuesto al
de la divinidad: «el vicio esencial, el vicio extremo, es la soberbia. En comparación
46
con ella, la falta de castidad, la ira, la codicia, la ebriedad, y todo eso, son bagatelas:
fue a través de la soberbia que el demonio llegó a ser el demonio; la soberbia lleva
a todos los demás vicios; es el más completo estado de mente anti-Dios». (Tomado
de Mero Cristianismo, 104-105)
15. Nicolás Gómez Dávila, Textos I (Bogotá: Villegas Editores, 2002), 65.
16. Esta hybris original, encarnada en la rebelión contra los padres primordiales de
la mitología sumeria y babilónica, como también en la castración de Urano por
sus hijos titanes, representa en el sistema de Gebser la salida del humano del orden
arcaico y su entrada en la estructura mágica, caracterizada por un primer despertar
de la consciencia en el que el humano empieza a percibir el mundo como poten-
cialmente separado de él mismo.
17. Patrick Harpur, La tradición oculta del alma (Vilaür: Atalanta, 2013), 146.
18. Harpur, La tradición oculta del alma, 146. Las itálicas son mías.
19. La Odisea, Canto XIII, 291 - 294.
20. Stephen L. Talbott, In the Belly of the Beast (New York: The Nature Institute,
2001), 9. Traducción propia.
21. Como un mitologema presente en una variedad de culturas, Jean Gebser ar-
gumenta que la travesía marítima tiene un significado particular. Se trata de una
símbolo de conscienciación a través del cual el hombre mítico —representado en
heroes como Odiseo, Gunther y Tristan— se encuentra con su amada y despierta
a una nueva forma de consciencia «en la que encuentra al “otro”, al compañero, a
la persona que se le ha destinado. En el camino de despertar a sí mismo, despierta
también el tú; y en el tú despierta el mundo entero, con el que antes de estaba
mágicamente entrelazado». Así pues, superar la travesía marítima y llegar a la otra
orilla significa superar la estructura mítica de consciencia representada en el mar
para llegar a la “tierra firme” de la estructura mental, donde el humano adquiere
una independencia que le permitirá empezar a desprenderse del mundo y actuar
bajo sus propios imperativos.
22. Harpur, La tradición oculta del alma, 148.
23. Harpur, La tradición oculta del alma, 147.
24. Harpur, La tradición oculta del alma, 148.
25. Harpur, La tradición oculta del alma, 148.
26. Conocida es la asociación que Oswald Spengler hace en La decadencia de Oc-
cidente entre el hombre moderno y el ideal fáustico, en particular en su versión
goethiana. Al respecto, en su Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo,
Rosa Sala Rose comenta cómo «la cultura fáustica, propia de inventores y descu-
bridores, sería la cultura técnica por excelencia. Su principal empeño residiría en
el dominio de la naturaleza, en la que la voluntad de poder habría alcanzado su
máxima expresión. El hombre fáustico, al querer desafiar a Dios y convertirse en
demiurgo, creó la máquina. Sin embargo, esa misma máquina estaría finalmente
llamada a esclavizar a su creador». (Sala Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos
del nazismo,142)
27. E.A. Burtt, The Metaphysical Foundations of Modern Science (New York: Dover
Publications, 1932). 105. Traducción propia.
28. Richter, All Mighty, 10.
29. Morris Berman, El reencantamiento del mundo (Santiago: Editorial Cuatro
Vientos, 1987), 101-102.
30. Esta cita comúnmente a se le atribuye a Bernard de Chartres, filósofo neo-
platónico del siglo XII. La cita original es la siguiente: «decía Bernardo de Chartres
47
que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos
que ellos, no porque la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo,
sino porque somos levantados por su gran altura».
31. Tomado de la entrevista televisiva de Mike Wallace a Ayn Rand transmitida en
1959. Traducción propia. Obtenida el 16 de septiembre de 2017, en: https://www.
brainpickings.org/2010/05/17/ayn-rand-mike-wallace-interview/
32. Richter, All Mighty, 16.
33. Tomado del ensayo de Gore, “Comment, July 1961”. Traducción propia.
34. Uno de los comentarios más insensibles e inmorales de Ayn Rand tal vez sea el
que pronunció luego de su discurso con ocasión de la celebración de graduación
de la academia militar de West Point, Virginia en 1974. Al preguntarle sobre el
genocidio de cientos de culturas indígenas norteamericanas, Rand respondió de
esta manera: «Los nativos americanos no tenían ningún derecho sobre esta tierra y
no había razón para que nadie les concediera derechos que ellos mismos no habían
concebido y que no estaban utilizando… ¿Por qué estaban luchando cuando se
oponían a los blancos en este continente? Por su deseo de continuar una existencia
primitiva, su ‘derecho’ a mantener parte de la tierra virgen, sin usar, para ni siquiera
entenderla como una propiedad, solo para mantener a todo el mundo fuera de ella
y vivir prácticamente como animales… Cualquier persona blanca que hubiera traí-
do el elemento de la civilización tenía el derecho a quedarse con este continente»
(Traducción del autor, basado en la transcripción que aparece en Endgame, Volume
1 del autor y activista Derrick Jensen).
35. Nicolás Gómez Dávila, Textos I (Bogotá: Villegas Editores), 83-84.
36. «En Sillicon Valley», nos dice Jaron Lanier, «van a encontrar budistas, anarquis-
tas, adoradores de la diosa, fanáticos de Ayn Rand, auto proclamados seguidores
de Jesús, nihilistas y todo tipo de libertarios, como también sorprendentes mezclas
de las opciones anteriores y muchos otros personajes que no tiene una ideología
definida». (You are not a Gadget, 153). Traducción propia.
37. Tomado del documental All Watched Over by Machines of Loving Grace, de
Adam Curtis.
38. Tomado del artículo “POSSESSED Did Ayn Rand’s cult outstrip her canon?”
de Thomas Mallon. Traducción propia. Obtenida el 16 de septiembre de 2017, en:
http://www.newyorker.com/magazine/2009/11/09/possessed-3
39. Howard Rheingold, “The Virtual Community”. Obtenida el 16 de septiem-
bre de 2017, en: http://www.rheingold.com/vc/book/intro.html. Traducción pro-
pia.
40. Sobre este tema el lector puede dirigirse a dos libros en particular: From Coun-
terculture to Cyberculture: Stewart Brand, the Whole Earth Network, and the Rise of
Digital Utopianism de Fred Turner, y What the Dormouse Said: How the Sixties
Counterculture Shaped the Personal Computer Industry de John Markoff.
41. Langdon Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.”
Traducción propia. Obtenida el 16 de septiembre de 2017, en: http://homepages.
rpi.edu/~winner/cyberlib2.html
42. Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.”
43. Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.”
44. En el Foro de Davos del 2016, Oxfam presentó un informe según el cual la for-
tuna combinada de los ocho hombres más ricos del planeta es tan grande como la
riqueza de la mitad de la población mundial. Cuatro de los individuos en cuestión
(Bill Gates de Microsoft, Jeff Bezos de Amazon, Mark Zuckerberg de Facebook
48
y Larry Ellison de Oracle) pertenecen a la elite surgida de Silicon Valley. Acerca
de cómo las redes digitales forman estructuras de poder igual de recalcitrantes al
cambio que las que supuestamente pretenden reemplazar, el lector puede referirse
a la obra del pionero de la realidad virtual Jaron Lanier, en especial a su libro Who
Owns the Future.
45. Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.”
46. Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.” El sesgo
de las redes digitales que surgieron de este enfoque resulta bastante evidente: si en
esta filosofía un individuo es unidad autocontenida, completamente separada de
otras unidades similares (y que sólo le interesa su “autorrealización”), en realidad esta-
mos hablando de una red conformada desde su nivel más básico por individuos que
van a poner sus intereses personales por encima de los de la red misma. La entrada
del mundo corporativo a internet a principios de los años noventa y la subsecuente
aparición de grandes conglomerados que controlan el acceso a la información es la
muestra más evidente de esta circunstancia.
47. Winner, “Cyberlibertarian Myths and the Prospects for Community.”
48. Tomado de la columna de The New Yorker, “Silicon Valley has an Empathy
Vacuum” de Om Malik. Traducción propia. Obtenida el 16 de septiembre de
2017, en: http://www.newyorker.com/business/currency/silicon-valley-has-an-empa-
thy-vacuum
49. Jaron Lanier, Who Owns The Future (New York: Simon & Schuster, 2014), 216.
Traducción propia.
50. Cuenta Jaron Lanier que hay una cadena de restaurantes veganos en California
con raíces en algunas de las instituciones más viejas de Silicon Valley, en la que el
menú empieza con las palabras “I am” y cada plato lleva un nombre como “sharing”
(nachos), “local” (la ensalada de temporada), “whole” (plato macrobiótico), “hum-
ble” (plato de curry indio) o “pure” (kale asiático con algas wakame). «Tienes que
decirle estas cosas en voz alta al mesero para poder comer. Tienes que ser tu propia
cinta de hipnoterapia en frente de todo el restaurante». (Who Owns the Future, 216)
51. Morris Berman, Coming to Our Senses (Vermont: Echo Points Books & Media
1989), 161. Traducción propia.
52. Sobre las raíces religiosas del transhumanismo, además del gnosticismo, in-
vestigadores como el físico británico Richard Jones, han encontrado una estrecha
relación entre esta corriente de pensamiento y el milenarismo, cuestión que expli-
caría el carácter escatológico de algunas de las propuestas transhumanistas. En su
ensayo Against Transhumanism, The Delusion of Technological Transcendence, Jones
establece una relación entre la doctrina profética del abad místico Joaquín de Fiore
que dividía la historia de la humanidad en tres épocas «la primera, la edad de la ley,
terminó con la llegada de Jesús, que inició la segunda edad, la del evangelio. Pero
una tercera edad era inminente, la edad del espíritu, los mil años de reinado de los
santos». En efecto, el determinismo tecnológico que caracteriza al ciberlibertarismo
y al transhumanismo podría ser el resultado de esta influencia milenarista en con-
junción con la postura mecanicista desarrollada por la ciencia moderna a partir de
la revolución científica. Al respecto, la filóloga y germanista Rosa Sala Rose, argu-
menta en su Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo que con la Ilustración
el mito de la tercera edad «se secularizó definitivamente y constituyó un reflejo de la
convicción de que el hombre avanza por sus propios medios hacia un futuro mejor.
Lessing interpretó a Da Fiore argumentando que tras la Edad del Padre y del Hijo
vendría la edad en que el hombre viviría en la pureza del corazón y, guiado por la
49
razón, había aprendido a amar la virtud por la virtud misma».
53. En La comisión para la inmortalización, John Gray examina los antecedentes
inmediatos de la corriente futurista que desembocó en el movimiento transhu-
manista. Gray centra parte de su historia en la cruzada bolchevique para burlar a la
muerte a través de la ciencia como también el interés de figuras de la talla de H.G.
Wells y Julian Huxley (quien acuñó el término “transhumanismo”), en llevar a la
evolución biológica del dominio natural al dominio humano para poder conducir-
la a través de medios artificiales. No sobra mencionar que la idea de crear una nueva
humanidad libre de las constricciones de la selección natural está empapada de los
ideales eugenésicos que caracterizaron buena parte de la biología y la medicina de
finales del siglo XIX y principios del XX y que desembocaron en las dos formas
más virulentas de nacionalismo y totalitarismo del siglo pasado, el nazismo y el
leninismo-estalinismo.
54. Es interesante que al igual que la región de Languedoc, hogar de la herejía
cátara, donde se respiró un aire de tolerancia y libertad religiosa por cerca de dos
siglos, la península de San Francisco había tenido una cultura bohemia marginal
que databa de las inmigraciones que poblaron California, y que «incluso en los
años cincuenta y sesenta aún existían una corriente subterránea que iba en contra
de la clase media que dominaba en aquel entonces». (John Markoff, What the
Dormouse Said, xvi) Por otra parte, también es importante tener en cuenta el am-
biente académico del norte de California, alentado en gran parte por la visión de
Frederick Terman, provost de la universidad de Stanford, que durante el periodo de
entreguerra imaginó a la península de San Francisco como «un enclave similar a
los centros medievales de aprendizaje como Heidelberg, Paris y Oxford» (What the
Dormouse Said, 187).
55. Morris Berman, Coming to Our Senses (Vermont: Echo Points Books & Media
1989), 305. Traducción propia.
56. Ted Nelson, Computer Lib/Dream Machines (Personal Edition, 1974), 45. Pre-
sento la cita en la lengua original dada la dificultad para traducir un neologismo
como intertwingled, acuñado por el mismo Nelson. La voz twingled es un port-
manteau entre las palabras twinge, punzada, y tingle, cosquilla, que junto con el
prefijo inter, le dan un tinte particularmente somático y concreto a la expresión,
una característica que se perdería en la actual encarnación de internet.
57. Morris Berman, Coming to Our Senses (Vermont: Echo Points Books & Media,
1989), 248. Traducción propia.
58. En efecto, Nelson argumenta que el HTML (Hypertext Marking Language)
«es precisamente lo que queríamos evitar— vínculos discontinuos, links que solo
van en una dirección, citas que no puedes rastrear hasta su fuente, la ausencia
de un mecanismo para administrar las versiones, que no haya administración de
derechos». Traducción propia. Obtenida el 16 de septiembre de 2017, en: http://
xanadu.com.au/ted/TN/WRITINGS/TCOMPARADIGM/tedCompOneLiners.html
59. Además de estas influencias herméticas, también es necesario tener en cuenta
que el anhelo de trascendencia está íntimamente relacionado con la sociedad de
consumo que surgió en los Estados Unidos a partir de 1880. Según el historiador
William Leach, la cultura de deseo impuesta por los comerciantes trajo consigo
la idea de que el consumo de bienes era la forma legítima para que el individuo
lograra su «transformación y liberación, un paraíso libre de dolor y sufrimiento,
una nueva eternidad en el tiempo». Esta nueva cultura, basada en la comodidad
y el lujo, daba por hecho «que [a través del consumo] se podía encontrar lo que
50
el historiador de la religión Joseph Haroutunian ha llamado el “ser” a través de
“tener”, el “bien” a través de los “bienes”. En otras palabras, el mundo aparte de las
fantasías del consumidor fomentó la idea de que los hombres y mujeres podrían
autorrealizarse no a través de virtudes espirituales o la búsqueda de lo “eterno”,
sino a través de la búsqueda del “infinito”, que Haroutunian asocia a la tendencia
capitalista a producir nuevos bienes y nuevos significados “a perpetuidad”». (Land
of Desire, Merchants, Power, and the Rise of a New American Culture, 149).
60. James Hillman, El pensamiento del corazón (Madrid: Ediciones Siruela, 1999),
17.
51