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Ascetismo y Mística

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SEMINARIO ORTODOXO PATRIARCAL ATENEO

“SAN MARCOS”
CÁTEDRA: INICIACIÓN Y REALIZACIÓN ESPIRITUAL

EJERCICIO N° 7:
ASCETISMO Y MÍSTICA: TEOLOGÍA ORTODOXA – TEOLOGÍA ROMANA

Elaborado por:
Hermano Gregorio
(Luis Manuel)

Carúpano, 05 de julio de 2022


Desde sus orígenes, la Iglesia, ha contado con cristianos que abrazaron una vida de
plena imitación de Jesucristo; con el pasar del tiempo, el ascetismo cristiano revistió formas
características de huida del mundo y vida en común, naciendo en su momento la forma
ascética del monacato, que floreció desde el siglo IV, tanto en el Oriente cristiano como en el
occidente latino. Partiendo de las ideas de Lev Guillet, es necesario tener claros que, el fin de
la vida del hombre es la unión con Dios, la kenósis, y la deificación o semejanza de la vida de
Dios, theósis.

A este término, deificación, los Padres griegos dieron una evocación más amplia que la
que le dan los latinos, claro está que no lo hacen en el sentido de una identidad panteísta, es
decir, considerando Creador y creación como una sola cosa, sino, más bien, en el sentido de
la participación de la vida divina por medio de la gracia, es solo por esta vía que se nos han
sido concedidas las verdaderas promesas por la que somos partícipes de la naturaleza divina
de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Evidentemente, esta participación activa, introduce al
hombre en la vida de las tres Divinas Personas, colocándonos en la corriente incesante y
desbordante de amor que va desde el Padre al Hijo y al Espíritu, en la cual se expresa la
verdadera naturaleza de Dios, lo que constituye su verdadera felicidad, su felicidad eterna.

Esta unión con Dios, definitivamente, es representación del cumplimiento perfecto del
Reino anunciado en el Evangelio, cumplimiento perfecto de la caridad, del amor que se
encuentran presentes en la Ley y los profetas. Esa unión mística y ascética del hombre a la
vida de las tres Personas, le capacita para amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma,
con todo su espíritu y a su prójimo como a sí mismo; ahora, esta unión plena no puede
conseguirse sin un mediador, para nosotros el Verbo hecho carne, Nuestro Señor Jesucristo,
pues Él mismo, Jn 14:16, dice "Yo soy el camino... Nadie va al Padre sino por Mí".

La importancia de la mística y de la ascética en la vida de la Iglesia y del creyente, ha


sido tema permanente en la reflexión teológica, tanto oriental como occidental; de lado oriental,
correspondiente a la Iglesia Ortodoxa, se centrará el análisis en los aportes del teólogo
ortodoxo Vladimir Lossky, quien intenta abordar este fenómeno desde la teología apofática o
negativa, es decir, para él, este fenómeno es casi que incomunicable en su plenitud. El
enfoque de este teólogo y su actitud doctrinal enfatiza que la experiencia de Dios debe estar
conectada con una teología mística, en este sentido, su aporte se percibe como crítica de las
teologías académicas, las cuales, desde el enfoque de la escolástica, han generado una
realidad nociva para la vida de la Iglesia, pues su abordaje se ha llevado hacia la búsqueda de
definiciones precisas sobre el misterio.

Para muchos autores, la vía catafática puede considerarse una vía imperfecta, no así en
el occidente, ya que esta conduce al hombre a cierto conocimiento de Dios y por ende a una
unión limitada; por otro lado la vía apofática, dominante en la teología ortodoxa, lleva al
creyente a la ignorancia total, considerándose la vía perfecta, dado que reconoce sin discusión
que Dios es incognoscible por naturaleza y está más allá de todo lo existente. De manera que,
esta vía sería la perfecta en lo referido a la experiencia mística de Dios, que se entiende como
un camino de unión.

Sin embargo, antes de continuar es necesario precisar que es la ascética; con esta
palabra de origen griego, se hace referencia al hecho de ejercitarse, básicamente es
considerada como el conjunto de medios utilizados por los fieles para alcanzar la perfección
espiritual en la doctrina católica, ya sea latina u ortodoxa. Por tanto, como factor importante,
no debe ser un fin en sí mismo, sino un medio al servicio del amor, que es el núcleo de la
elevación moral para el cristiano. Vemos entonces que en cuanto medio, es humano, medio
para alcanzar el sumo bien que es Dios, mas no se llega por estos caminos a él si no es por
su libérrima voluntad y auxilio, dones divinos, que se constituyen en sí m ismos como la
mística.

En principio, la corriente latina consideró, la soledad, el silencio, la mortificación, la


templanza, el retiro de lo mundano, entre otros muchos, los elementos esenciales para los
primeros ascetas del cristianismo en su continuado sacrificio para alcanzar la perfección, pero
a estos ejercicios de renuncia siempre añadieron otros positivos, como las obras de
misericordia, lo que ubica a las personas que pueden alcanzar la comunión con lo divino a un
espectro muy reducido y limitado, especialmente a religiosos o practicantes de la vida religiosa.
Además de su esfuerzo personal, el asceta cristiano debe contar con la ayuda de Dios en su
camino hacia la contemplación. Sin embargo, para la Iglesia ortodoxa esto trasciende, tal y
como lo expresa el Metropolita Antony, para lograr la perfección moral, meta de la vida
cristiana, y no solo el conocimiento de Dios o un servicio a la Iglesia, de acuerdo a los católicos
romanos, virtudes o medios por los cuales Dios nos daría a modo de recompensa la perfección
moral. En tal sentido, la perfección moral es ganada por un intensivo y extenuante esfuerzo,
por la lucha interior, por la abstinencia, y más que todo por la propia humillación. Un cristiano
ortodoxo, en virtud de seguir de manera atenta y diligente la disciplina espiritual, participa en
gran medida en esta lucha: la propia disciplina está destinada a facilitar nuestra gradual
mortificación de las pasiones y la adquisición de la bendita perfección.

En esto, según el Metropolita, somos ayudamos por nuestros servicios divinos, por los
esfuerzos en la preparación para la Santa Comunión, por el ayuno, y por el orden casi monacal
de la vida ortodoxa seguido estrictamente por nuestros antepasados y por todos aquéllos que
viven según la tradición hasta este mismo día. La Fe Ortodoxa es, indiscutiblemente una fe
ascética, el pensamiento teológico ortodoxo de ninguna manera se sustenta en un compendio
escolástico muerto, sino que influencia nuestra vida y se esparce entre los fieles, es un estudio
de los caminos de la perfección espiritual. El mismo, afirma el Metropolita, se manifiesta en
nuestros servicios en iglesia a través de afirmaciones teológicas, las referencias a eventos
bíblicos, mandatos y recordatorios del Último Juicio.

Esta idea fundamental no es extraña a las denominaciones occidentales; sin embargo


ellos entienden la salvación como una recompensa externa dado a cada cual por una cierta
cantidad de buenas acciones, también externas, o por una firme fe en la divinidad de
Jesucristo; para ellos, no es significativo el conocimiento, ni interés de saber, cómo un alma
debe librarse gradualmente de la esclavitud de pasiones, de cómo debe ir gradualmente
fortaleciéndose en su camino a la libertad del pecado y la abundancia de las virtudes. No se
discute la existencia de ascetas en Occidente, pero sus vidas están dominadas por la
obediencia depresiva, absurda, a las reglas seculares y requisitos por el cual les es prometido
el perdón de los pecados y la futura vida eterna, en esto basa su entrenamiento, en normas
benedictinas, normas franciscanas, entre otras.
En este contexto, hablar de un encuentro con Dios no significa deformar la realidad, sino
asumir su lado luminoso, se trata más bien de crear el puente entre la vida cotidiana y la
experiencia mística que posibilita un nuevo encuentro social y cultural surgido de la experiencia
de Dios, es decir de la mística. La mística no es el privilegio de unos pocos, sino la dimensión
humana donde experimentamos la presencia dinámica y misericordiosa de Dios en nosotros,
que nos mueve al compromiso con los demás. Todos estamos llamados a ser místicos, más
aun en este momento histórico, donde reina el escepticismo y la confusión.

Una apropiada aproximación a la mística, nos permite descubrir que es la vida misma
que confiere a la existencia un sentido de conocimiento y profundidad, que nos mueve a
descubrir el misterio amoroso que se manifiesta en la vida diaria y en la comunidad de fe. Nos
ayuda a valorar la experiencia de fe que emerge de nuestra transformación interior, de la vida
contemplativa y de la oración. La mística nos invita a la comunión y es un don, es la alternativa
de conocimiento de Dios que se convierte en teología y sirve de impulso evangelizador para la
sociedad y la Iglesia.

La experiencia mística, en la Iglesia ortodoxa, expresa un deseo infinito de trascender


los bienes finitos, con el propósito de alcanzar la unión con lo divino. Es entendida como un
modo de vida originado por la manifestación fugaz y elusiva del misterio de lo divino y orientado
a propiciar el encuentro personal con Dios; es un peculiar modo de conocer, pensar, hablar,
obrar y habitar el mundo, que se define por la vivencia de encuentro con el único Objeto último
y eterno del amor, cuya existencia es percibida de manera intuitiva.

Como afirmó el Metropolita Antony, la ascética no requiere, primordialmente, ni virginidad,


ni ayuno, ni reclusión; implica una la lucha espiritual, una vida llena de trabajo por uno mismo,
una vida dirigida a la destrucción de nuestras propias pasiones, el adulterio, la fornicación, la
vanidad, la ira, la envidia, la glotonería, la pereza, entre otras; llenando nuestra alma del
espíritu de castidad, humildad, paciencia, y amor; el amor nunca permanece como una virtud
autosuficiente, sino que siempre es seguido y apoyado por las virtudes del alma. En realidad
un cristiano piadoso es capaz de descubrir que debe retirarse de las distracciones mundanas,
humillar la carne, y orar mucho más a Dios, pero estas acciones no tienen valor definitivo ante
los ojos de Dios. Estas son solo un medio para la adquisición de los dones del Espíritu. De
gran valor es la lucha espiritual en el alma humana, el autoreproche, la autohumillación, la
autoresistencia, la autoconpulsion, la introspección, el recuerdo del Último Juicio y la vida
futura, el control de los sentimientos, la batalla contra los malos pensamientos, el
arrepentimiento y confesión, la indignación contra el pecado y tentación, entre muchos otros.

La teología romana lo reduce a la práctica de las virtudes teológicas, fe, obediencia y


pobreza, sin embargo, hay mayores implicaciones místicas en el camino que siguen los
creyentes, no solo los religiosos o el clero, en su búsqueda de unión con Dios Padre, Dios Hijo
y Dios Espíritu Santo, con sus misterios revelados y alcanzar el fin último del hombre,
construirse a semejanza de Dios, deificando su vida.

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