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Resumen Americana

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Hola jere

Moya Pons, Frank. Casos de


continuidad y ruptura: la revolución
haitiana en Santo Domingo (1789-
1809).
Contexto colonial: A finales del siglo XVIII, la isla de La Española estaba dividida en dos
partes: la parte oriental bajo el dominio español, conocida como Santo Domingo, y la
parte occidental bajo el control francés, llamada Saint-Domingue (actual Haití).
Revolución Haitiana (1791-1804): En 1791, estalló la Revolución Haitiana en Saint-
Domingue, que llevó a la emancipación de los esclavos y a una lucha sangrienta por la
independencia de la colonia francesa.
Impacto en Santo Domingo: Durante este período, la colonia española de Santo
Domingo se vio influenciada por los eventos en Saint-Domingue. Hubo temor a que los
rebeldes haitianos se extendieran hacia el este, lo que llevó a medidas defensivas por
parte de las autoridades españolas.
Tratado de Basilea (1795): En 1795, España cedió Santo Domingo a Francia mediante
el Tratado de Basilea. Esto marcó el comienzo de la dominación francesa en la isla.
Napoleón y la Restauración Española: A medida que Napoleón Bonaparte consolidaba
su poder en Francia, la situación en Santo Domingo se volvió inestable. En 1808,
Napoleón invadió España y colocó a su hermano José Bonaparte en el trono español.
Esto llevó a un período de agitación en Santo Domingo, ya que muchos colonos
españoles resistieron la ocupación francesa y apoyaron la causa de la independencia
española.
Revolución de 1809: El 30 de mayo de 1809, un grupo de patriotas dominicanos
liderados por Juan Alejandro Acosta se alzó contra las autoridades francesas en Santo
Domingo. Este evento, conocido como la Revolución de 1809, buscó restaurar la
autoridad española en la colonia.
Francia recupera el control: A pesar de algunos éxitos iniciales, los rebeldes
dominicanos no lograron mantener su independencia y las fuerzas francesas retomaron
el control de Santo Domingo.
Independencia de la República Dominicana: La lucha por la independencia de Santo
Domingo continuó durante las décadas siguientes. Finalmente, en 1844, Juan Pablo
Duarte proclamó la independencia de la República Dominicana, separándola de Haití y
marcando el inicio de un estado independiente.
--
Toussaint Louverture fue un líder influyente durante la Revolución Haitiana (1791-1804),
que culminó con la independencia de la colonia francesa de Saint-Domingue y la
creación del estado de Haití. Su gobierno, aunque breve en términos de tiempo, tuvo un
impacto significativo en la historia de Haití y en la lucha contra la esclavitud. A
continuación, se describe su gobierno de manera resumida:
Ascenso al poder: Toussaint Louverture, un ex esclavo liberado que se unió a la
Revolución Haitiana, emergió como un líder militar y político excepcional. A medida que
la revuelta se intensificaba, Toussaint demostró su habilidad para organizar a los
rebeldes y ganar apoyo tanto entre los esclavos liberados como entre algunos blancos
y mulatos.
Constitución de 1801: En 1801, Toussaint promulgó una constitución conocida como la
"Constitución de 1801". Esta constitución declaraba que Saint-Domingue era una
colonia francesa autónoma y reconocía la autoridad de Napoleón Bonaparte como
gobernante de Francia, pero mantenía a Toussaint como líder supremo de Saint-
Domingue. La constitución también abolió la esclavitud.
Estabilidad y reformas: Bajo el liderazgo de Toussaint, Saint-Domingue experimentó un
período de relativa estabilidad. Implementó reformas que mejoraron la economía, la
infraestructura y la educación en la colonia. También mantuvo el orden y la seguridad,
lo que atrajo a algunos blancos y mulatos a su gobierno.
Conflictos con Francia: A pesar de la aparente estabilidad, Toussaint Louverture tuvo
tensiones constantes con las autoridades francesas. Napoleón Bonaparte, que estaba
en el poder en Francia, tenía la intención de restablecer el control francés completo
sobre Saint-Domingue y la esclavitud. Esto llevó a una confrontación entre Toussaint y
las fuerzas francesas.
Arresto y deportación: En 1802, las fuerzas francesas lideradas por el general Charles
Leclerc invadieron Saint-Domingue y capturaron a Toussaint Louverture. Fue arrestado
y posteriormente deportado a Francia, donde murió en prisión en 1803.
Continuación de la lucha y la independencia: A pesar de la captura de Toussaint, la
lucha por la independencia de Haití continuó bajo el liderazgo de otros líderes, incluido
Jean-Jacques Dessalines. En 1804, Haití proclamó oficialmente su independencia de
Francia, convirtiéndose en el segundo país independiente de América después de los
Estados Unidos.

El estallido de la Revolución Francesa tuvo repercusiones tremendamente perjudiciales


en la parte española de la isla de Santo Domingo. Si el desarrollo de la colonia francesa
a principios del siglo XVIII había contribuido a reactivar la economía de la colonia
hispana, la crisis producida por la rebelión de los esclavos en la isla acarreó su ruina.
Mientras la colonia francesa de Saint-Domingue se sumía en una guerra sangrienta que
tuvo como consecuencia la aniquilación de la totalidad de la población blanca, la
identidad de los colonos españoles de Santo Domingo se vio muy afectada por la cesión
de su territorio a Francia y por una larga serie de invasiones extranjeras perpetradas por
tropas francesas, británicas y haitianas. En marzo de 1793, a raíz de la declaración de
guerra de España e Inglaterra contra Francia con motivo de la reciente ejecución de Luis
XVI en la guillotina, las autoridades de Santo Domingo empezaron a verse involucradas
directamente en los asuntos de la colonia francesa. La idea de utilizar a los esclavos
revoltosos para expulsar a los franceses de la isla y lograr así que España recuperase
el territorio que había perdido hacía algo más de un siglo. Los dirigentes rebeldes (entre
ellos Toussaint) aceptaron enseguida la ayuda ofrecida por los comandantes españoles
de los puestos fronterizos y algunas tropas hispanas se sumaron al combate contra los
franceses. Enfrentadas a la triple ofensiva de británicos, españoles y esclavos rebeldes,
el 29 de agosto de 1793 las autoridades coloniales francesas tomaron la audaz decisión
de abolir la esclavitud, con el propósito de vencer gracias al apoyo de la población negra.
Esta medida política dio resultados palpables en mayo de 1794, cuando uno de los tres
dirigentes más importantes, Toussaint, abandonó a los españoles y acudió con sus
hombres en ayuda de los franceses, porque pensaba que el Gobierno de Francia iba a
garantizar mejor la libertad de los esclavos que los ingleses o españoles. Su defección
debilitó la posición estratégica de los españoles, para conservar sus principales
conquistas que terminarían perdiendo. Después, en 1795 llegó la noticia de QUE HABÍA
ACABADO EN RUINA LA GUERRA CONTRA Francia y de que el 22 de julio de 1795
se había firmado un tratado de paz en Basilea. Esta noticia llegó a Santo Domingo el 16
de octubre de 1795. En el Tratado de Basilea se disponía que, a cambio de la restitución
de los territorios conquistados por Francia en el norte de la península ibérica, el Rey de
España cede y abandona en toda propiedad a la República Francesa toda la parte
española de la isla de Santo Domingo en las Antillas. Los españoles estarán
(disponibles) pronto de evacuar las plazas, puertos y establecimientos que aquí ocupan,
para entregarles a las tropas francesas cuando se presenten a tomar posesión de ellos.
Podrán hacerlo en el espacio de un año contando desde la fecha de este tratado. Los
franceses se habían convertido de la noche a la mañana en dueños oficiales de la isla
gracias a un tratado en el que los colonos españoles no habían tenido arte ni parte. El
embarque de estas familias, que salieron con rumbo a Cuba hacia finales de 1795, tuvo
múltiples dificultades. La Habana carecía de sitio para instalar a todos los recién
llegados, ya que la ciudad estaba tan densamente poblada que apenas contaba con
viviendas suficientes para sus propios habitantes. La vida era tan cara que solo los ricos
podían vivir con desahogo. Los colonos empezaron a mostrarse reacios a abandonar
su país y escribieron al rey pidiéndole que prolongase el plazo de un año que se les
había concedido para dejar la isla y que se les autorizase a emigrar a otras zonas del
Caribe. Un año después de la firma del Tratado de Basilea, la mayoría de los habitantes
de la colonia española seguían asentados en la isla, preguntándose si no llegaría el día
en que se anulara la cesión a Francia y volviesen a ser de nuevo súbditos de España.
Los franceses, por su parte, creían que tarde o temprano lograrían pacificar su colonia
de Saint Domingue y que la unificación de la isla les aportaría un beneficio económico
aún mayor. Por lo tanto, las autoridades francesas siguieron forjando planes para la
ocupación eventual de Santo Domingo. Los que habían emigrado a Cuba estaban en
un serio aprieto por la escasez de tierra y la falta de los fondos prometidos por la Corona.
A los franceses: su objetivo esencial era retener en la isla al mayor número posible de
habitantes, pero su política abolicionista espantaba a muchos propietarios de esclavos
que preferían irse de la isla que perderlos. Miedo a una insurrección general de la
población negra. En los dos años y medio transcurridos desde que se anunció la cesión
a Francia, el gobierno colonial español había llegado a una situación desoladora: no
tenía dinero, ni tropas ni seguridad. Las tropas han pasado un año entero en condiciones
miserables, y es que los ingleses se las pasaban bombardeando. La situación de la
colonia española dependía completamente de lo que aconteciera en Santo Domingo y
Francia. A finales de abril de 1798 se había consumado la derrota de los ingleses, que
empezaron a evacuar sus posesiones. El estallido de la guerra civil entre negros y
mulatos en Saint Domingue hizo que la entrega de la colonia española a Francia se
aplazara indefinidamente. Todavía no había acabado esta guerra cuando Toussaint
ordenó la promulgación de un decreto que le autorizase a tomar posesión de la parte
española (definitivamente). Cuando los habitantes de la capital se percataron de que la
entrega se iba a consumar, la consternación les invadió por completo y fueron a pedir
con los miembros de la Iglesia y del Cabildo que se aplazara la entrega de la ciudad.
Los habitantes de la capital exigían que la orden de entrega emanase del propio
Napoleón y que, mientras no fuese así, no estaban dispuestos a ser víctimas de las
terribles y horrendas matanzas que se repetían a diario y seguían ocurriendo entre los
negros y la gente de color que pueblan la parte francesa de la isla. Tras presentar la
petición de que la ciudad no se entregase hasta que no llegara directamente de Francia
una orden expresa de Napoleón en persona, instaron a sus representantes a enviar una
delegación a Madrid para pedir la intercesión del rey de España, a fin de no ejecutar la
cesión y evitar que perezcan muchas familias. Toussaint ya se había puesto en camino
y muchos habitantes de Santo Domingo empezaron entonces a efectuar preparativos
militares para resistir la invasión. Sin embargo, marchó sin obstáculo hasta Santo
Domingo donde entró con sus hombres el 26 de enero de 1801. Entre enero y febrero
se dirigieron hacia Venezuela muchos habitantes, para salvarse.
Medidas de Toussaint para administrarse. En primer lugar, era menester unificar el
sistema monetario decretando que el peso fuerte español en vez de 6 reales valdría 11.
La reforma más radical que Toussaint intentó realizar fue la reglamentación del sistema
de producción agraria, mediante la promulgación de una serie de decretos con los que
se proponía limitar la concesión de tierras a nuevos propietarios. Estaba convencido de
que transformando la estructura económica se transformaría también la idiosincrasia de
los dominicanos. Donde se producía azúcar de caña, el comercio era inexistente. El
territorio no había prosperado nunca, y para remediar esta situación los españoles
debían, según Toussaint, imitar a los franceses. Toussaint intentaba así lograr que la ex
colonia española dejase de ser un territorio con una economía basada en la cría de
ganado y la agricultura de subsistencia, para convertirse en una colonia agraria con
cultivos intensivos de productos de exportación, a semejanza del sistema implantado
por los franceses en Santo Domingue.
Toussaint puso también un impuesto único del 6% sobre el azúcar, algodón, cacao y el
tabaco. A su parecer, este era el único método de luchar contra la situación económica
ruinosa de la antigua colonia de Santo Domingo. Transformar por completo el sistema
de producción de la ex colonia y convertir el territorio recién incorporado en una región
dotada de una agricultura análoga a la de la colonia francesa, cuyo gobierno asumía en
nombre de Francia. En 1801 la esclavitud se abolió inmediatamente después de su
entrada en Santo Domingo y esta medida quedó definitivamente ratificada en la
constitución política de la colonia, que se promulgó dicho año. La hostilidad de Napoleón
y de poderosos intereses de la metrópoli francesa al gobierno de Toussaint paralizó la
revolución agraria y desembocó en una nueva invasión francesa. Los generales
franceses que ocuparon la capital el 25 de febrero de 1802 restablecieron la esclavitud,
después de unas cuantas escaramuzas con las tropas negras de ocupación. Los
españoles apoyaron plenamente la invasión francesa. Y es que estos se creían, por más
que su población fuera racialmente mixta, blancos, y eran incapaces de aceptar el
gobierno de los negros de Toussaint. También un temor a la emancipación de los
esclavos. Los colonos españoles solo aceptaron a los franceses cuando se dieron
cuenta de que éstos habían cambiado la política con respecto a la esclavitud. Durante
los dos años que duró la guerra entre Francia y los ex esclavos de Saint Domingue, la
mayoría de la población española apoyó a las tropas francesas. La guerra en la parte
occidental de la isla finalizó con la espectacular derrota del ejército francés y la
proclamación de la independencia de Haití el 1 de enero de 1804. Toussaint fue
capturado durante la guerra y murió prisionero en Francia.
Ferrand estaba convencido de que los sentimientos hispánicos permanecían vivos en la
gran mayoría de la población y evitaron en lo posible hacerles sentir su poder. Vino a
quebrar esta tranquilidad la invasión napoleónica de 1808. Fernando VII fue preso, cedió
los derechos dinásticos a Jose Bonaparte. Los franceses fueron incapaces de impedir
el avance de los rebeldes hacia la capital y fueron completamente exterminados. Esto
tiene que ver mucho porque los ingleses se presentaron con tres fragatas, y entonces
la cooperación británica fue un factor decisivo en la lucha contra los franceses. Los
ingleses iniciaron un bloqueo naval del puerto de Santo Domingo que se prolongó
durante todo el período de guerra de reconquista. A principios de julio de 1809 los
asediados ya no pudieron seguir resistiendo, los ingleses sacaron provecho de la
situación una vez más, porque los franceses prefirieron rendirse a la flota de su majestad
británica antes que aceptar que habían sido derrotados por un ejército formado por
bandas españolas, si es que merecía llamarse ejército aquella muchedumbre de negros
agrupados en hordas de guerrilleros medio desnudos. Los británicos tomaron posesión
de la ciudad el 11 de julio. Se comprometieron a dar a la flota inglesa libre acceso a los
puertos de la colonia. La parte española de Santo Domingo había sufrido terribles
pruebas siguientes: una rebelión de esclavos, invasión británica, dos invasiones
haitianas. Y por ello su economía tardaría más de 20 años en recuperarse, y la pobreza
sería universal.
Bushell, David. Capítulo 3: La
independencia de América del Sur
española
La crisis de la monarquía española en 1808 dejó al país sin un gobierno con legitimidad
aceptada por todos, lo que tuvo un profundo impacto en toda la América del Sur
española. Los hispanoamericanos se encontraron con tres opciones:

 Aceptar el dominio de José Bonaparte.


 Jurar obediencia a las autoridades provisionales creadas por las juntas
peninsulares que lideraban la resistencia contra los franceses.
 Optar por jurar obediencia a Carlota, la hermana de Fernando VII, refugiada en
Río de Janeiro.
Hasta 1810, no se había establecido con éxito la autonomía en ningún lugar, y los
autonomistas perdieron todas las batallas. Esto se debió a que se rechazaba tanto a los
españoles como a los franceses. En el Río de la Plata, la opción bonapartista parecía
tener más posibilidades. La crisis provocada por las invasiones británicas había
catapultado a un oficial de origen francés, Santiago Liniers, a una posición de liderazgo
que le permitió actuar como virrey. Una comisión napoleónica lo visitó en agosto de
1808, pero no existe evidencia de que se prestara a servir a Francia.
Las invasiones británicas pusieron de manifiesto la vulnerabilidad de España y su
apertura a influencias externas en el centro comercial marítimo de Buenos Aires, tanto
intelectuales como económicas. El sentimiento de que el Río de la Plata merecía tener
un mayor peso en el manejo de sus asuntos se estaba extendiendo. Al aceptar el plan
de Carlota para gobernar las colonias españolas, un grupo de hombres de negocios y
profesionales criollos, que incluía a futuros líderes de la lucha por la independencia
como Manuel Belgrano y Juan José Castelli, esperaba establecer una monarquía
ilustrada en el Nuevo Mundo. Sin embargo, el carlotismo no representó más que una
complicación en una situación confusa. Su fracaso se debió en parte a temores de que
Carlota actuara como agente de los portugueses y a la diferencia de visiones políticas
entre ella y los criollos que la apoyaban.
En el Río de la Plata, se establecieron dos de los primeros movimientos juntistas. La
junta de Montevideo, establecida en septiembre de 1808, tenía como objetivo escapar
del control de Liniers, a quien sus opositores acusaban de tener inclinaciones
bonapartistas. La junta se disolvió una vez Liniers fue reemplazado.
En 1809, hubo un intento de crear una junta en Buenos Aires dirigida contra Liniers. Uno
de los instigadores fue Martín de Álzaga, un comerciante peninsular rico que había
convocado al cabildo para oponerse a las invasiones británicas. Aunque fallaron, Liniers
fue reemplazado por el nuevo virrey, Cisneros.
En Venezuela, la burguesía, conocida como mantuanos, era consciente de que el
sistema comercial español era un obstáculo para el crecimiento y la prosperidad.
Estaban influenciados por diversas fuentes externas, incluyendo Europa, las Antillas no
españolas y los Estados Unidos. Venezuela también sufrió una invasión en 1806,
perpetrada por el conspirador venezolano Francisco Miranda. Esta vez, tanto los
mantuanos como la población se unieron en torno a las autoridades españolas contra
Miranda, cuyo llamamiento a la independencia parecía demasiado radical. El miedo a
una insurrección al estilo haitiano de los esclavos y pardos libres, que en conjunto
sumaban más de la mitad de la población de Venezuela, explica la cautela de la clase
alta criolla. En el Alto Perú (la actual Bolivia), las juntas tuvieron mejor suerte, al menos
momentáneamente. En la capital colonial de Chuquisaca (hoy Sucre), se estableció en
mayo de 1809 una especie de junta; otra en La Paz se constituyó dos meses después.
Ni en Cuzco ni en el resto del Perú se había producido aún un rechazo importante al
statu quo político existente, a pesar de que el Perú había perdido peso político y
económico debido a las reformas borbónicas del siglo XVII.
La decadencia económica que experimentaba la Sierra ecuatoriana, reflejada en parte
por las desfavorables consecuencias de las reformas comerciales de la monarquía
borbónica en la manufactura textil local, provocó el descontento. Bajo estas
circunstancias, la fórmula ofrecida por la junta, que implicaba la transferencia de poder
a manos de la gente del país con una alteración mínima del orden tradicional, tuvo su
lógica.
La derrota de las juntas de La Paz y Quito no resolvió el problema creado por la falta de
un titular en el trono. Además, los sucesos en España plantearon problemas nuevos, ya
que las victorias francesas habían eliminado la mayoría de los centros de resistencia
española, incluyendo Sevilla. Ahora parecía que había más razones que nunca para
dudar de que en España se pudiera restaurar la independencia nacional y la estabilidad
política.
La primera acción importante tuvo lugar en Caracas, ya que Venezuela era la colonia
continental más cercana a Europa y la primera en tener noticias de la situación en
España. Teóricamente, la junta gobernaría en nombre de Fernando VII, pero
explícitamente negó que el Consejo de Regencia tuviera autoridad legal en América.
En Nueva Granada, una fracción importante de criollos estaba convencida de querer
gobernarse mediante juntas americanas. En el otro extremo de Sudamérica, hubo otras
respuestas. La más importante fue la revolución de mayo, que se desarrolló en Buenos
Aires. Cisneros aceptó convocar un cabildo abierto y, el 22 de mayo de 1810, se autorizó
la creación de una junta que no incluía al virrey. Esta junta juró lealtad a Fernando, pero
no al Consejo de Regencia, e intentó imponer su autoridad en el virreinato. Las
organizaciones de milicia que participaron en ella representaban a una gran parte de la
población masculina activa, y la revolución fue aceptada por amplios sectores de la
población.
En Montevideo en 1808 se había establecido su propia junta que estaba satisfecha con
el Consejo de Regencia. Paraguay también se puso de su lado, no tanto por su
incondicional lealtad a España, como por su propio resentimiento por la subordinación
política y económica que sufría con respecto a Buenos Aires. Lo mismo ocurrió al
principio en el Alto Perú, que se mantuvo como un baluarte realista. Chile no jugó un
papel destacado en el debate político e intelectual. La primera reacción al producirse la
crisis española de 1808 fue proclamar su lealtad a Fernando. El 18 de septiembre, un
cabildo abierto en Santiago dio a Chile su propia junta gubernativa.
En la historiografía tradicional, se considera que las juntas de 1810 y los movimientos a
las que dieron lugar forman parte del mismo proceso revolucionario que en el mundo
occidental produjo la Revolución Americana de 1776 y la Revolución Francesa de 1789.
Las ideas ilustradas fueron causas necesarias (aunque no suficientes) de todo lo que
ocurrió. Las juntas de 1810 compartieron con el régimen antinapoleónico muchos
argumentos que justificaron su existencia, así como una profesión común de lealtad a
Fernando VII. Las juntas no podían esperar colaboración, ni de las autoridades
existentes en España ni de los oficiales leales que aún conservaban el poder en
América. La solución perfecta desde el punto de vista británico era la independencia de
facto de Hispanoamérica. Gran Bretaña, a través de los comerciantes que comenzaron
a comerciar con cualquier puerto en manos de revolucionarios, casi desde el principio
se ofreció para mediar en la solución del conflicto. Venezuela, al ser la colonia
continental más cercana a España y al estar frente a las Antillas españolas, estaba
peligrosamente expuesta a un ataque. El colapso de Venezuela allanó el camino para
la reconquista de Nueva Granada.
Venezuela fue la primera colonia en Hispanoamérica en declarar su independencia y
pronto se convirtió en un foro para algunos, como el joven Simón Bolívar, uno de los
más ricos plantadores de cacao, que no confiaban en que España introdujera cambios
en el sistema colonial, incluso en el hipotético caso de que Napoleón fuera vencido. El
congreso declaró formalmente la independencia el 5 de julio de 1811, estableciendo la
primera República de Venezuela. La república que inspiró a la Constitución no era ni
fantástica ni imaginaria; era Estados Unidos, que Bolívar también admiraba pero que,
debido a diferencias culturales e históricas, no consideró un modelo apropiado para
Venezuela. La Constitución de 1811 también establecía la igualdad jurídica de todos los
hombres sin distinciones de raza, una cuestión que generó controversia. La abolición
del comercio de esclavos y la igualdad formal otorgada a los pardos libres cambiaron
poco la estructura de la sociedad. La clase alta criolla, que gracias a la revolución había
adquirido virtualmente el monopolio del poder político, lo utilizaba para defender sus
intereses.
En Nueva Granada, sus provincias finalmente proclamaron abiertamente su
independencia, a pesar de que no lograron alcanzar la unidad. La derrota de las fuerzas
napoleónicas en España en 1813 y la restauración de Fernando VII en el trono español
en los primeros meses del año siguiente colocaron a España en una posición mejor para
tratar la rebelión de las colonias americanas. El rey abolió la Constitución que los
liberales españoles habían establecido durante su ausencia en Cádiz en 1812 y en su
lugar implantó un gobierno tan absolutista como pudo. A finales de 1816, la mayor parte
de Nueva Granada, incluyendo Quito, estaba nuevamente en manos realistas.
La revolución del Río de la Plata nunca sucumbió ante la conquista o la
contrarrevolución, pero quedó inmersa en crisis, tanto de orden interno como externo,
que parecían no tener fin. Mariano Moreno era la figura más influyente. El radicalismo
de la revolución del Río de la Plata en su primera fase no introdujo grandes innovaciones
legislativas o institucionales. La junta declaró la igualdad entre indios y descendientes
de españoles, pero notoriamente omitió mencionar la igualdad de los pardos/mestizos.
En 1810, en Córdoba, a pesar de los servicios prestados en el pasado por Santiago de
Liniers, este fue fusilado junto a otros líderes rebeldes (supuestamente). En cuanto a las
juntas, comenzaron a llegar representantes a Buenos Aires que representaban una clara
amenaza para Mariano Moreno. En Buenos Aires había quienes desconfiaban del
rumbo que tomaba la revolución, como Cornelio Saavedra, quien finalmente se unió a
los delegados provinciales. Fueron admitidos en la junta, y Moreno aceptó su derrota y
dimitió. Se le encargó una misión diplomática en Europa, pero el desterrado secretario
de la junta murió durante el viaje y fue enterrado en el mar, un exilio inusual.
Con la salida de Moreno, no terminó el conflicto entre morenistas, saavedristas y otras
facciones o subfacciones. Nació el primer Triunvirato, que más tarde dio paso al
segundo, y en 1814 a un directorio supremo. Los principales inmigrantes eran británicos.
La influencia británica, que era más fuerte y directa en el Río de la Plata que en el resto
de Hispanoamérica, también contribuyó a que las autoridades patriotas mantuvieran la
máscara de Fernando en lugar de proclamar abiertamente la independencia. Desde
1810 comenzó a funcionar en Buenos Aires la Asamblea General como un primer
congreso nacional. El título oficial de la asamblea sugería una constitución para regir el
virreinato, que ahora se denominaba Provincias Unidas del Río de la Plata. Aunque no
declararon formalmente la independencia, adoptaron una bandera, una moneda y un
himno, lo que fue una declaración simbólica de soberanía nacional. También se avanzó
en la abolición gradual de la esclavitud y se manifestó cierto anticlericalismo. Paraguay
siguió su propio camino, independiente de Madrid y Buenos Aires. Hacia finales de 1813,
sucumbió a la firme dictadura personal de José Gaspar Rodríguez de Francia, un
intelectual criollo que eligió gobernar con el apoyo de las masas mestizas que hablaban
guaraní. Francia desconfiaba de Buenos Aires y aisló Paraguay, no tanto de los
contactos comerciales, como de los conflictos de Argentina.
Si Francia logró todo esto, fue porque Buenos Aires tenía problemas más grandes y
urgentes de los que preocuparse antes de la insubordinación de Paraguay. Obligado a
enfrentarse a Artigas, el gobierno de Buenos Aires fue incapaz de vencerlo, y en febrero
de 1815 finalmente le cedió Montevideo. Una vez al mando de toda la Banda Oriental,
Artigas se ocupó de organizarla bajo su control y reconstruir su economía destruida por
la guerra. Ha sido considerado como el gran reformador agrario de Sudamérica, pero
nunca tuvo tiempo de llevar a cabo su programa, ya que en 1816 tuvo que hacer frente
a una nueva invasión portuguesa desde Brasil. Hacia 1820, toda la Banda Oriental
estaba bajo control portugués.
Fuera de Buenos Aires, el descontento procedía de la desaprobación de los
conservadores por las innovaciones revolucionarias y del resentimiento local hacia el
poder político centralizador. Tanto en la capital como en el interior, los fracasos de los
líderes frente a los enemigos externos también generaron descontento.
En marzo de 1816, se eligió y reunió el nuevo Congreso Constituyente en Tucumán.
Finalmente, declaró la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, pero
no se trató de un acto de militancia revolucionaria, sino de un reconocimiento práctico
del hecho de que, al restablecerse el absolutismo en España, era absurdo seguir
proclamando lealtad a Fernando. En mayo de 1816, el Congreso de Tucumán eligió a
uno de sus miembros, Juan Martín de Pueyrredón, como Director Supremo. Aunque era
un régimen republicano, fácilmente podía convertirse en una monarquía si se
presentaba la ocasión. En 1819, este sistema fue abolido, y a principios de 1820, el
gobierno directorial y el Congreso Nacional se disolvieron, dejando a la Argentina
independiente en un estado de desunión anárquica.
En el panorama general, la administración de Pueyrredón es recordada por el apoyo
que brindó a José de San Martín. San Martín recibió el mando del Ejército del Norte con
la tarea de defender las provincias libres del Río de la Plata de los realistas que actuaban
desde el Alto Perú y para invadir, si era posible, las fortalezas andinas. San Martín no
vio con buenos ojos seguir la estrategia de Belgrano y pensó que el mejor camino para
llegar a Lima era atravesar Chile. Tal como los hechos lo demostraron, fue una
estrategia lógica. Liberó Chile a principios de 1817. Chile tenía una junta con su
revolucionario más importante de la Patria Vieja, José Miguel Carrera. Carrera purgó al
congreso de sus elementos más conservadores y adoptó una serie de medidas
progresistas, como la ley de vientre libre. La introducción de la imprenta fue más
importante, lo que llevó al nacimiento del periodismo político y permitió que la minoría
que sabía leer y escribir conociera un abanico más amplio de opciones políticas,
incluyendo el republicanismo y la separación total de España.
Carrera quería la independencia, pero nunca se presentó el momento oportuno para
declararla. La represión estimuló la resistencia en guerrillas y aseguró a San Martín un
cálido recibimiento cuando descendió a Chile a principios de 1817. Allí, una asamblea
improvisada ofreció el gobierno de Chile a San Martín, quien lo declinó en favor de
O'Higgins. San Martín había cumplido su misión en Chile y seguía la segunda etapa de
su plan estratégico, que consistía en liberar Perú. Para llevar a cabo su plan, necesitaba
un gobierno efectivo en Chile y el suministro de material, ya que Argentina no podía
ofrecer ayuda. O'Higgins logró cumplir con estos objetivos y, en 1818, finalmente declaró
la independencia de Chile.
Perú fue la principal base del poder realista en Sudamérica española durante la mayor
parte de la lucha por la independencia. El papel de Perú se explicaba tanto por la
debilidad del impulso revolucionario local como por el éxito del virrey José de Abascal
en la creación de una fuerza militar. Además, las Cortes de Cádiz tuvieron un presidente
peruano, por lo que el hecho de que Perú fuera realista significaba que podía
beneficiarse de la Constitución liberal española de 1812. Militarmente, después de la
derrota de Napoleón, Perú recibió algunos refuerzos modestos de tropas regulares
españolas, pero algunos oficiales eran criollos liberales, por lo que su presencia no
fortaleció la unidad.
A medida que los movimientos de independencia ganaban impulso, especialmente en
Chile después de San Martín, aumentaron las presiones en todas partes, ya que los
vecinos realistas se cansaban de la lucha. Otras complicaciones, como la interrupción
del suministro de trigo debido a la independencia de Chile y la pérdida del mercado
chileno de tabaco, además de los ataques de los barcos con bandera chilena a los
puertos peruanos y barcos españoles, llevaron a que cada vez más peruanos
consideraran las ventajas de cambiar de bando.
La llegada de San Martín en septiembre de 1820 finalmente forzó la situación y creó la
ocasión propicia. Recibió una favorable acogida en su cabeza de playa, y a finales del
año, una serie de ciudades costeras del norte se unieron espontáneamente al bando
patriota. Sin embargo, Lima no cambió de bando, lo que llevó a San Martín a proclamar
formalmente la independencia de Perú el 28 de julio de 1821. San Martín se convirtió en
jefe provisional, con el título de protector, ya que no había un equivalente peruano a
O'Higgins. A pesar de sus reformas liberales, su proyecto político, que incluía la idea de
una monarquía como forma posible de gobierno independiente, alienó el apoyo de
quienes debían haber sido más receptivos. San Martín no ganó el apoyo que necesitaba
y, en julio de 1822, dejó el teatro peruano para conferenciar con su colega Simón Bolívar,
abandonando la liberación de Perú (y Alto Perú) en manos de Bolívar.
Está claro que en Perú no había espacio para ambos libertadores, y San Martín, al darse
cuenta de que su propia eficacia disminuía, decidió retirarse, dimitiendo de todos sus
poderes el 20 de septiembre y exiliándose en Europa. Ni Chile ni Argentina
contribuyeron significativamente a la lucha por la independencia peruana y no tuvieron
problemas con que la Gran Colombia, que ya estaba preparada, asumiera esa carga. El
prestigio de Bolívar en el país era alto, lo que le permitió atender la llamada de Perú sin
temor a problemas graves en el interior del país.
Este, el libertador, entró en Bogotá sin encontrar oposición, completando así la
liberación de Nueva Granada y dirigiéndose a los Andes venezolanos para enfrentarse
a las plazas fuertes realistas de Quito y Perú. La creación de lo que los historiadores
llaman la Gran Colombia, que hoy en día es Colombia, fue otra consecuencia de la
victoria en Boyacá. La unión de todos los territorios del Virreinato de Nueva Granada en
una sola nación fue proclamada por el Congreso de Angostura el 17 de diciembre de
1819. Esta decisión no solo coincidía con los deseos de Bolívar, sino que también se
ajustaba a la situación existente. Con fuerzas militares provenientes de Venezuela y
Nueva Granada sin distinción, Bolívar viajaba de una a la otra, forjando una unidad
militar que solo necesitaba recibir forma y legitimidad política. Dondequiera que entraban
los ejércitos de Bolívar, su autoridad era aceptada.
En 1821, el ejército de La Torre fue derrotado, Caracas fue liberada por última vez unos
días después, y, con la excepción de unos pocos reductos finales, Venezuela quedaba
ahora libre del dominio español. Se empezaron a rechazar las demandas federalistas
que Bolívar consideraba responsables de la debilidad de los primeros regímenes
patriotas. Para la presidencia, la única elección posible era la de Bolívar, por lo que los
diputados simplemente lo confirmaron en la suprema autoridad que ya detentaba. Otra
consecuencia de la Batalla de Pichincha fue la incorporación de lo que actualmente es
Ecuador dentro de Gran Colombia. En Quito, esto se hizo de manera automática, pero
en Guayaquil, la situación fue más compleja. Guayaquil ya había conferido la dirección
de sus fuerzas militares a Sucre, y Bolívar, habiendo obtenido Quito, no pensaba permitir
que su punto de salida al mar pudiera decidir por su cuenta. Cuando, el 31 de julio de
1822, Guayaquil formalmente votó su integración a Colombia, simplemente ratificaba un
hecho consumado. Bolívar comenzó a establecer una base militar en el norte de Perú y
abiertamente tomó el poder político en sus manos después del motín de febrero de
1824. Consiguió el poder tras atemorizar al Congreso, al cual así le otorgaron poderes
dictatoriales. El 23 de enero de 1826 concluyó la guerra en Sudamérica. Lo que no
aclaró la derrota de los realistas fue cuál sería la situación futura del Alto Perú, que ahora
era independiente de España. ¿Independiente de qué más? Antes de la guerra, formaba
parte del Virreinato del Río de la Plata, pero también existían válidas razones tanto
culturales, económicas e históricas para pensar en unirlo a Perú. Predominaba el
sentimiento de constituir una república separada. Bolívar no quería hacerlo en ese
momento, pero en 1825 la Asamblea peruana declaró la independencia y la
denominaron la República Bolívar, que pronto se cambió por Bolivia. La característica
más importante de la constitución fue la existencia de un presidente vitalicio que tenía
el derecho de nombrar a su sucesor; venía a ser como un monarca constitucional cuyos
poderes legales estaban estrictamente definidos pero que a la vez tenía un amplio
potencial de influencia personal. El tono general de la constitución era una mezcla
apenas convincente de cesarismo y aristocratismo. Bolívar aceptó aspectos de la nueva
constitución, pero sin mucho entusiasmo. Sucre responsablemente aceptó ser el primer
presidente.
Mientras tanto, desde abril, Venezuela, bajo José Antonio Páez, estaba en rebelión
abierta. Bolívar no excluyó la posibilidad de que la crisis fuera la mejor oportunidad para
imponer su nuevo sistema político, pero en realidad resultó ser el principio del fin de la
Gran Colombia. En Perú, tuvo lugar una reacción nacional y liberal que comportó la
caída del poder de sus amigos peruanos y la revocación de su constitución bolivariana.
La idea de Bolívar de crear una Confederación Andina pronto se abandonó por falta de
apoyo. Bolívar descartó la posibilidad de establecer un solo gran Estado-nación debido
a razones geográficas y diferencias culturales. Además, el impacto demográfico fue
desigual, no solo en términos regionales. También quedó desacreditada la idea en un
tiempo ampliamente aceptada de que la falta de población negra en Argentina se debe
a que los esclavos y los pardos libres se incorporaron sistemáticamente a la guerra de
independencia y murieron en el campo de batalla o no regresaron de los destinos a
donde San Martín los había llevado. Aunque esto puede contener algo de verdad, al
menos para el caso de la región de Cuyo.
Anna, Timothy.
Casos de continuidad y ruptura: Nueva España y la capitanía general de Guatemala.
Al estallar la lucha mexicana por la independencia, el virrey español en Nueva España
estaba al frente de lo que, a decir verdad, era una colección laxa de jurisdicciones
políticas. El virrey solo controlaba directamente la zona central del México moderno,
aproximadamente la misma superficie que dominaba el poder azteca que España
conquistó en 1521. En eso consistía en puridad Nueva España.
Identidad y diversidad. Al igual que el Estado azteca, al que los españoles tomaron
erróneamente por un imperio, había sido una congregación laxa de muchas identidades
y muchos pueblos reunidos por la fuerza de la conquista, el Estado colonial también fue
una congregación distendida de provincias e intendencias, integrada por muchos
idiomas e identidades étnicas, aunados por la Conquista y la fuerza de los valores y
actitudes españoles fundados por el rey, el Imperio y la religión. En 1810, hablando con
propiedad, un país llamado México nunca había existido, sino que estaba por nacer.
Además de la complejidad de las jurisdicciones políticas y las regiones coloniales, había
otros muchos elementos divisorios: las clases, el color de la piel, los idiomas y la
identidad étnica. Nueva España no era una nación, sino muchas naciones. Estas
categorías se fundaban en la identidad social, no en el color de la piel y en estimaciones
en lugar de enumeraciones, por lo cual las estadísticas son forzosamente imprecisas.
En el colonial tardío era el dominio colonial más rico, grande y poblado del imperio
español. La mayoría de los mexicanos, y de los centroamericanos, eran o campesinos
o trabajadores urbanos, o bien personas sin tierra, de condición económica marginal. Lo
que unía a esta población, por lo demás tan dispar, ya fuese de manera activa o por la
inercia de tres siglos, eran sus creencias y actitudes comunes respecto del rey, el
imperio y la religión. El arraigado sentimiento de localismo, de identidad regional,
aguardaba solo para reafirmarse el debilitamiento del poder imperial español. Las
denominadas reformas borbónicas tuvieron como consecuencia el renacimiento del
policentrismo en Mesoamérica. Las tensiones sociales y las aspiraciones a la autonomía
regional eran una reafirmación compleja y sutil de un regionalismo mesoamericano
reprimido durante largo tiempo: Ésta es la continuidad principal. La continuidad es ese
sentimiento de siglos de querer ser autónomo y revelarse. No solo a los españoles, sino
que a las antiguas tribus dominantes.
El régimen colonial de Mesoamérica se basó en la manipulación y el control de los
conflictos entre las clases y los grupos sociales. La corona promovió y controló
simultáneamente durante 100 años la discordia social para mantener el poder regio.
España no tuvo nunca por objetivo fomentar la homogeneidad entre las gentes que
integraban la población de los dominios coloniales; antes bien, lo que buscaba era
manipular los conflictos entre las clases sociales y los grupos de defensa de intereses
gremiales o colectivos, para conseguir que el poder quedase reservado en última
instancia al rey al Estado imperial. Obligaba a la corona a equilibrar los intereses
diferenciados a fin de mantener la estabilidad política. Claro que fue España la que inició
los cambios, a través de las reformas. Aunque el objeto de estas fue reforzar el poder
central de la metrópoli, su inesperada consecuencia fue el miedo a resquebrajar la
lealtad colonial hacia España y la ideología imperial. Esta quiebra se manifestó en el
ámbito de las ideas. Las percepciones sociales y los temores económicos constituyeron
el impulso principal de la aspiración a la independencia. La propia élite política y
económica que mandaba en México se hallaba dividida según el lugar de nacimiento
entre españoles peninsulares y criollos. Los peninsulares eran solo 15,000 en México,
según el último censo de la era colonial. Los gachupines (españoles, tono despectivo)
no hubiesen podido dominar nunca tan vasta colonia sin la ayuda espontánea de las
élites criollas. A su vez, las élites criollas estaban divididas según su condición social y
sus rentas en 2 elementos principales: en la cima se encontraban los plutócratas criollos,
en múltiples ocasiones estrechamente ligados a los peninsulares y, a menudo, unidos
por lazos de matrimonio con ellos. Además, se opusieron a las reformas además de los
Borbones, que eliminaban el acceso de las élites a los altos cargos políticos de la
colonia. Se opusieron al decreto de Consolidación de 1804, que tenía por objeto
embargar los fondos hipotecarios (Vales reales) de la Iglesia en todo el imperio para
sufragar las guerras. Casi todo lo que poseían los ricos estaba hipotecado, la medida
habría evocado hasta 2/3 partes de los capitales de Nueva España y hubiera arruinado
a los ricos. Los criollos ricos comenzaron a unirse a los menos acomodados en una
alianza temporal orientada a lograr la autonomía frente a España. Cuando en 1808, a
raíz de la invasión francesa, quedó abolido este decreto, ya se había producido una
grave fisura en la fe que los ciudadanos más ricos habían tenido en la madre patria. Los
criollos más ricos (varones con buena educación, vivían del comercio y tenían profesión,
aspiraban a obtener cargos de nombramiento real) fueron los miembros de esta capa
social quienes empezaron a considerarse no únicamente españoles que vivían en
América, sino americanos y, concretamente, poseedores de una identidad cultural o
regional propia. No había tanto nacionalismo, así que podemos hablar de un
prenacionalismo o simplemente criollismo. Claro que este surgimiento fue un hecho
capital.
De modo similar, los verdaderos herederos de los aztecas (o de la civilización nativa
que se tratara) eran las masas indias situadas en lo más bajo de la escala social, y
además, los criollos idealizaban a los aztecas, que habían dominado el país
conquistando a otros pueblos en menor medida que los españoles lo harían después.
Los verdaderos herederos de la cultura mixta de México eran las masas mestizas que
compartían con los indios el fondo de la escala social. En el decenio de 1780, esa
identidad criolla ya había asumido una forma reconocible. La independencia política fue
un factor crítico que esa identidad necesitó para su ulterior desarrollo. México quería
decir la capital y su entorno inmediato, la región que después de la independencia pasó
a ser el Estado de México. Por rechazar la noción de Nueva España, llamaron al país
en general América septentrional o la América mexicana. La palabra mexicano fue un
adjetivo que aludía a la identidad cultural, no a un lugar geográfico. La independencia
fue un caso de identidad en búsqueda de un estado, del mexicanismo en búsqueda de
México. Las reformas borbónicas mermaron las expectativas de las élites criollas al
mismo tiempo que se debilitaba el estado. Carlos III, en la creencia de que se debía
limitar la participación de los habitantes de las colonias en el gobierno, nombró a
peninsulares para la mayoría de los cargos superiores que quedaban vacantes;
simultáneamente se crearon un ejército permanente en México y varios grupos de
milicias. El comercio exterior permaneció cerrado a los extranjeros y siguió
prevaleciendo una doctrina mercantilista. Después, el régimen de intendentes con
objeto de aumentar la eficacia de los órganos estatales y reforzar el poder real
centralizador trajo como consecuencia una identidad local, al dotar de algunas
provincias por vez primera de un gobierno propio y debilitar el poder directo del virrey
sobre las regiones periféricas. Mientras que España se involucraba en guerras contra
GB o Francia, el gran temor de las élites criollas mexicanas, hacia 1800, era la
inestabilidad de la Península. No fue tanto que las reformas borbónicas funcionaran o
fracasaran: sino que fue entrñanaban promesas a las élites coloniales de un régimen
comercial, político y militar. Las querellas entre las élites dieron paso a la manifestación
del descontento social por parte de los pobres. Las masas indias y mulatas, que
constituían al menos el 82% de la población, vivían en el límite de la supervivencia,
alimentándose de maíz. Las enfermedades y los insectos provocaron diez ciclos de
crisis agrícolas, el último de los cuales tuvo lugar entre 1808 y 1810, y fue el detonador
de la insurrección de los indios encabezados por Hidalgo. Las preocupaciones políticas
y económicas de la élite y el sufrimiento de los pobres nunca llegaron a confluir a causa
del abismo de diferencia de clase y color de piel que los separaba ni siquiera después
de que comenzaran las insurrecciones. Movimientos diferentes separados por clases.
Morgan Edmund.
Pueblos coloniales. Las primeras colonias inglesas fueron fundadas mientras el derecho
divino de los reyes seguía siendo la ficción dominante del gobierno inglés. El rey, y solo
el rey, era quien autorizaba a sus súbditos a crear colonias y a gobernarlas en su
nombre, incluso después de 1630. Sea que el rey otorgara poderes a una corporación
o a una familia, la autoridad legal de los gobiernos de las colonias, en última instancia,
descansaba sobre el rey de Inglaterra y solo sobre él. Y claro, una autoridad que se
derivaba de un rey a casi 5 mil km de distancia nunca podría ser tan sobrecogedora. En
América del norte, esto imponía a los ingleses un cierto grado de participación popular
en el gobierno para que llegara a ser una ficción más plausible. Los colonos prefirieron
el gobierno que la anarquía. Diseñado por ellos mismos, se llamaría contrato social con
unos límites, a lo que llamaron constitución fundamental. Eran los cimientos concretos
sobre los cuales se elevaría la soberanía el pueblo. También dictaron la creación de
asambleas representativas populares, totalmente independientes de cualquier creencia
en la soberanía popular. Sustitutos convenientes para las reuniones de los hombres
libres. Y aun en ausencia de directivas reales, aquellos que tenían a cargo el gobierno
de las colonias encontraron difícil funcionar en la práctica sin el apoyo de las asambleas.
La compañía dio instrucciones a sus gobernadores en el lugar para que convocaran una
asamblea para sancionar leyes para la colonia sujetas a veto por la Compañía; cuando
ésta quebró, decidió el rey eliminar la asamblea. Los hombres no podían hacer su
trabajo efectivamente sin el consentimiento de la gente. En 1639, el rey reconoció
oficialmente la necesidad de una asamblea en Virginia. Sin una asamblea de
representantes que les informara de las necesidades y condiciones populares y les diera
el consentimiento previo, sus decretos eran difíciles de formular de manera inteligente
con eficacia. Si bien los gobiernos coloniales desde el principio dependían del consenso
popular que el gobierno de Inglaterra, había menos ocasión en las colonias que en
Inglaterra para el desarrollo de ideas de una posible soberanía. Los colonos realmente
disfrutaban de un mayor grado de autonomía en sus asambleas representativas.
Algunas colonias inglesas en América norte eran Virginia, Maryland y Nueva Inglaterra.
Las primeras colonias habían comenzado en un momento en que Inglaterra parecía
estar superpoblada: había crecido más rápidamente que la economía, que no podía
ofrecer nuevos puestos de trabajo, por lo que las calles se habían llenado de gente sin
hogar. Las asambleas representativas eran elegidas por el voto de los dueños de tierras.
Gran Bretaña comenzó a establecer sus colonias en América del Norte en el siglo XVII.
La primera colonia inglesa permanente en América del Norte fue Jamestown, fundada
en Virginia en 1607. A lo largo del siglo XVII y XVIII, Gran Bretaña estableció varias
colonias en diferentes regiones de América del Norte, incluyendo Nueva Inglaterra, las
Colonias del Medio, y las Colonias del Sur.
Para gobernar estas colonias, Gran Bretaña estableció varias autoridades coloniales.
Cada colonia tenía su propio sistema de gobierno, pero en general, las colonias
británicas en América del Norte estaban gobernadas por gobernadores coloniales
designados por el rey de Inglaterra. Estos gobernadores tenían autoridad sobre la
colonia y estaban encargados de implementar las políticas y leyes británicas en el
territorio colonial. Además de los gobernadores coloniales, las colonias también tenían
asambleas legislativas o consejos coloniales que desempeñaban un papel en la toma
de decisiones locales. Estas asambleas estaban compuestas por representantes
coloniales elegidos o designados, dependiendo de la colonia. En algunas colonias, como
Virginia, se establecieron sistemas de gobierno autónomo, mientras que en otras, como
Massachusetts, las autoridades británicas tenían un control más directo. La asamblea
de representantes de Nueva Jersey occidental debía ser elegida anualmente por todos
los habitantes (presumiblemente varones adultos). La soberanía del pueblo en Inglaterra
comenzaba y terminaba en la soberanía de sus representantes. Las asambleas
representativas de las colonias mostraron la misma tendencia a magnificar sus propios
poderes. Quedaba claro que los gobiernos coloniales obtenían, por lo menos, parte de
su autoridad del rey de Inglaterra. A medida que las colonias crecían en tamaño y en
importancia económica, el interés del gobierno inglés en ejercer la autoridad también
creció. Ese interés se vio demostrado en las Leyes de navegación, 1660 y 1663. Cada
vez mayor comercio exterior colonial beneficiara a Inglaterra y a los mercaderes
ingleses. En esa época, ojo, estaba menos claro cuál debía ser la relación del rey con
los gobiernos coloniales. Guillermo y sus sucesores gobernaron las colonias a través de
sus respectivas asambleas de representantes. Los gobernadores nombrados a ejercer
el control tendían a hacerlo dentro del marco de referencia del gobierno representativo.
La soberanía del pueblo podía ser aceptada como la base del gobierno en las colonias
sin que nadie tuviera que decidir qué pueblo otorgaba qué poderes a quién. En cada
colonia se desarrollaron 3 centros de poder: el gobernador, el consejo del gobernador y
la sala de representantes; ninguno de ellos desafió la autenticidad o legitimidad de los
otros. El rey nombraba tanto al gobernador como al consejo en la mayoría de colonias.
El rey siempre estuvo preocupado por los súbditos adelantados poderoso que
amenazaban su gobierno, y al hacer nombramientos para cargos administrativos
poderosos, debían serle útiles, pero no tan poderosos como para convertirse en rivales.
El funcionamiento de los gobiernos coloniales, por tanto, era el producto de una tríada
de fuerzas, cada una de las cuales podría estar tirando en diferentes direcciones.
Cualquiera de las partes podía buscar apoyo fuera del gobierno local. Había 2
posibilidades/ posibles opciones. El gobierno de Inglaterra estaba dividido en rey,
cámara de Lores y Cámara de los Comunes, partidos y facciones políticas. Desde
finales del siglo XVII, las diversas asambleas coloniales comenzaron a emplear agentes
de manera regular para ejercer presión en Inglaterra a favor o en contra de cualquier
medida que afectara a las colonias. Cada colonia tenía su propio sistema de gobierno y
sus propias leyes locales, y en muchos casos, el rey de Inglaterra no intervenía
directamente en los asuntos cotidianos de las colonias. Sin embargo, el beneficio para
el rey y el Reino Unido radicaba en varios aspectos:
Recursos económicos: Una de las principales ventajas económicas para el Reino Unido
provenía de las colonias en forma de recursos naturales y productos básicos. Por
ejemplo, las colonias de América del Norte exportaban productos como tabaco, azúcar,
madera y pieles, que eran altamente demandados en Europa. Estos productos
coloniales contribuyeron significativamente a la economía británica y al comercio
internacional.
Impuestos y tributos: Aunque las colonias tenían una cierta autonomía en la gestión de
sus asuntos internos, el rey y el Parlamento británico tenían la autoridad de imponer
impuestos y aranceles a las colonias. Esto les permitía obtener ingresos significativos
de las colonias para financiar la administración colonial y otras actividades en el Reino
Unido.
Comercio exclusivo: A través de una serie de leyes de navegación y regulaciones
comerciales, el Reino Unido estableció un sistema de comercio exclusivo que requería
que las colonias compraran y vendieran la mayoría de sus productos a través de puertos
británicos. Esto beneficiaba a la economía británica al controlar el comercio colonial y
garantizar que gran parte de la riqueza generada por las colonias fluyera hacia el Reino
Unido.
Prestigio y expansión territorial: Mantener colonias en América del Norte y en otras
partes del mundo aumentaba el prestigio y la influencia del Reino Unido como una
potencia global. La expansión territorial y el control sobre vastos territorios eran una
parte importante de la política imperial de la época.
O sea, la fuente de apoyo uno era en estas diversas potestades y subdivisiones del
mismo gobierno. La otra fuente de apoyo fuera del gobierno local estaba en los votantes
(pueblo). Los votantes de las colonias eran una proporción mucho más grande de la
población de Inglaterra. Era posible apelar al público de otras maneras, aparte de la
prensa. Un gobernador podía conseguir la simpatía de la gente con lujosos espectáculos
abiertos a todo el mundo. Podía hacer favores políticos a personas con amplias
conexiones familiares y comerciales. Los gobernadores nombrados por el rey inclinaban
sus cabezas ante el poder popular. El clero ocupó un lugar especial en la jerarquía social
norteamericana y especialmente en la de Nueva Inglaterra. El derecho divino de los
reyes nunca había tenido mucho sentido en las colonias, e incluso si lo hubiera tenido,
los gobernadores del rey habrían tenido dificultades para expresar un reclamo plausible
en ese sentido. Para el siglo XVII, la soberanía del pueblo se daba por supuesta.
Cualquier diferencia que pudiera haber existido entre los intereses de GB y los de los
colonizadores, era superada por los beneficios del imperio. Ojo, la política británica
expresada en las leyes de navegación estaba diseñada para que los intereses coloniales
se subordinaran a los británicos en caso de conflicto, ambos intereses eran más
complementarios que conflictivos. Se dedicaban principalmente a la producción de
materias primas, sobre todo agrícolas. Si bien esa política requería que las colonias
compraran artículos manufacturados que venían de la madre patria, la madre patria se
los brindaba más baratos que lo que los colonos podrían haber logrado por sí mismos.
Gracias a ello los colonos prosperaron. Un nivel de vida más alto que la mayoría del
resto del mundo, más alto también del que iban a disfrutar durante algún tiempo después
de independizarse. En la medida en que la madre patria y las colonias estuvieran de
acuerdo en los fundamentos y discutieran solo acerca de los detalles específicos, era
fácil suponer que eran un solo pueblo. El sistema funcionaba.
La revolución imprudente. La lucha de los norteamericanos con Inglaterra comenzó con
el intento del Parlamento de recaudar impuestos entre los colonos con la Ley del Azúcar
de 1764 y la Ley de Estampillado de 1765. La tributación no era vista como parte del
gobierno, sino que los impuestos son un regalo y una concesión tributaria. Los
impuestos, insistieron, eran un obsequio libre y voluntario del pueblo a su rey, y ante
todo, nadie podía regalar lo que no tenía. Un representante no solo debía ser elegido
directamente por sus votantes, sino que debía ser uno de ellos, vivir entre ellos. Y en
consecuencia, una asamblea representativa debía ser un retrato en miniatura de la
gente en general. No era que los propios colonos desearan ser representados en el
parlamento. En realidad, no podían estarlo precisamente porque sus circunstancias
locales lo impedían: la distancia destruía el objetivo y significado de la representación.
Un norteamericano enviado a representarlos en el Parlamento estaría demasiado
desconectado de sus electores. Podía admitirse que el rey tuviera alguna autoridad
gubernamental inherente sobre las colonias, pero los poderes de los Comunes, argüían
los norteamericanos, debían provenir del pueblo que los elegía. En consecuencia, una
colonia podía plantear la cuestión: “Cuando un miembro de la Cámara de los Comunes
declara con seguridad que tiene el poder para limitar nuestro comercio y restringir
nuestras manufacturas, me encantaría saber si obtuvo ese poder de sus electores. De
estos electores no pudo recibir más poder del que naturalmente poseían”. GB estaba
afirmando, sin darse cuenta del todo al principio, de lo que estaban haciendo, que las
colonias norteamericanas eran comunidades nacionales diferentes a las que estaban
representadas en el Parlamento. Fueron llevados inexorablemente a la conclusión de
que los representantes británicos no tenían autoridad sobre ellos en ningún caso, sin
excepción. En 1774 se convirtió en la posición oficial del Congreso Continental. Negar
que GB y las colonias formaran una sola comunidad no significaba negar todas las
relaciones que había entre ellas. Quedaba su sumisión a un rey común. En el transcurso
de la docena de años de resistencia a esas medidas, los colonos insistieron una y otra
vez en que un representante solo obtenía su legitimidad del contacto e identificación con
sus propios electores. Cuando los representantes de las 13 colonias reunidos en el
congreso declararon que sus distritos electorales eran estados libres e independientes
y que el Pueblo de los Estados Unidos era independiente e igual a cualquier otro pueblo,
difícilmente podía darle la espalda a la idea de representación que los había impulsado
a la separación.
Esa idea tan fundamental de aplastar las pretensiones de los representantes de un país
diferente planteó problema cuando los representantes estadounidenses eliminaron toda
otra autoridad y asumieron para sí mismos todos los poderes del gobierno. En sus
primeras reuniones redactaron constituciones que establecían un ejecutivo porque
reconocían de mala gana que necesitaban un ejecutivo de alguna clase. Pero tuvieron
el cuidado de que no fuera demasiado independiente, sin darle ningún poder de veto,
ningún otro que pudiera inhibir el suyo. Los nuevos gobiernos iban a ser administrados
al estilo estadounidense, ya que concían su hogar. Los hombres que hicieron la
revolución no eran tan provincianos como para creer que el agente de una ciudad o un
condado, estrechamente ligado a sus electores, estaba necesariamente bien calificado
para elaborar leyes y políticas para una sociedad más grande, de la que su ciudad o
condado era una parte. Pero en el debate con el Parlamento no se habían visto
obligados a enfrentar esta ineludible contradicción de la representación. Después de
1776, esto emergió como el problema principal de una nueva nación comprometida tanto
con la soberanía del pueblo como con una idea predominantemente local de la
representación. El problema era, como siempre había sido, lograr que los voceros de
comunidades particulares, sin perder su identidad y sus relaciones locales, actuaran
sabiamente y bien para el pueblo de todo el estado. La unión que las colonias ya habían
logrado antes de que se declarara la independencia, una unión que requería que los
representantes pensaran en términos de todo un continente. Pero el problema se
presentó al principio y con fuerza en la formación de los gobiernos de los diferentes
estados. Parecía razonable que cuanto más grande fuera el distrito que un hombre
representara, más cercano estaría al interés común de todo el estado. Ningún estado
adoptó un sistema de elección indirecta de los representantes, porque tal sistema habría
traicionado la idea de representación sobre la que los colonos habían insistido durante
el enfrentamiento con Inglaterra. Redujeron el tamaño de los distritos, crearon nuevos y
más que duplicaron el número total de representantes de las diferentes asambleas. Se
exigió que el representante fuera residente de su distrito.
Con la multiplicación de los distritos electorales y el aumento del tamaño de las
asambleas se produjo una ampliación de la clase de hombres considerados apropiados
para ser parte de ellas. Los colonos habían sostenido que un representante debía
pensar, sentir y actuar como sus electores. En esta nueva etapa comenzaron a practicar
lo que predicaban votando a los hombres más comunes, que no hablaban la lengua
rimbombante de los abogados, los comerciantes y los grandes terratenientes, hombres
más parecidos a ellos mismos, que conocían los problemas de manejar una granja
pequeña y de mantener alejados a los recaudadores de impuestos. En sus artículos de
la confederación de 1781 prohibieron a los EEUU y a todos sus estados miembros la
creación de títulos de la nobleza. Era, y se buscaba, una sociedad sin rangos.
Los Estados Unidos estaban descubriendo, como los ingleses el siglo pasado, que la
soberanía del pueblo podría plantear amenazas a los propios valores para cuya
protección había sido aparentemente creada. Las dificultades con las que tropezaban
los estadounidenses no eran del todo las mismas que habían desilusionado a muchos
autores de panfletos ingleses en las décadas de 1640 y 1650. Los yankees no estaban
acosados por un ejército revolucionario cuyos oficiales afirmaban ser la voz del pueblo.
El único intento de este tipo fue aplastado rápidamente por el comandante en jefe.
Tampoco estaban los yankees sometidos a representantes que se aferraban al poder y
se negaban a enfrentar una elección. Sin embargo, los problemas provenían del mal
uso por parte de los representantes de los poderes asumidos en nombre del pueblo.
Para vérselas con el problema, tenían la ventaja de la experiencia inglesa, aunque a
veces no se daban cuenta del todo de que estaban abriendo senderos marcados por
sus predecesores ingleses. La reacción yanki ante los problemas planteados por el
gobierno representativo no fue restaurar la monarquía, como los ingleses en 1660.
Reaccionaron repensando la soberanía del pueblo, no para repudiarla sino para ponerla
al servicio de los objetivos que señalaban las ficciones asociadas a ella. Aunque se
originó como una herramienta de oposición al gobierno, podría ser usada por la minoría.
La locura evidente de las asambleas de los estados en la década de 1780 dramatizó y
aclaró el problema e hizo que su solución fuera cada vez más urgente. El problema era
doble: primero había que poner límites a las acciones de los representantes del pueblo,
y segundo, ampliar la visión de estos (sin destruir su carácter local): los dos problemas
y soluciones estaban entrelazados pero se materializaban por separado.
Cuando los yanquis declararon la independencia y se pusieron a establecer nuevos
gobiernos, la idea estaba allí para que la usaran, pero pasó algún tiempo antes de que
encontraran una manera aceptable de aplicarla. No hay pruebas de que estuvieran
familiarizados con la obra de los Levellers, pero estaban familiarizados con Locke, y en
el transcurso de la lucha con Inglaterra habían desarrollado, con casi todos los niveles
de su sociedad, un grado de sofisticación y experiencia política que les permitió llevar
los conceptos abstractos a la práctica: dar una base factual plausible a las ficciones de
la soberanía popular. Los yanquis parecen haber reconocido desde el principio que una
constitución debía ser diferente a la corriente. El control del gobierno en 1775 y 76
comenzaron a redactarla. La constitución que produjeron debía ser suprema como
expresión de la voluntad del pueblo. Un congreso que estaba actuando como gobierno
no era el cuerpo adecuado para actuar en nombre del pueblo para determinar cuáles
debían ser los límites o la forma de su gobierno. El problema puede haber parecido
menos crucial en los primeros años de la revolución debido a la facilidad con la que el
pueblo había sido capaz de actuar separado de sus gobiernos. Para los radicales
ingleses, los estadounidenses parecían estar demostrando que el pueblo podía actuar
separado de su gobierno cuando el gobierno traicionaba su confianza. En 1779 tuvo
lugar por primera vez en la América del Norte independiente y quizás en el mundo
entero, una convención popularmente elegida con el exclusivo propósito de redactar una
constitución que debía ser sometida al pueblo para su ratificación.
El representante común del pueblo, es decir, el gobernador, debe tener su mano
totalmente libre y debe tener el poder de actuar eficazmente y con brazo fuerte para
proteger, en cada ocasión que se requiera, a todos y cada uno de los sectores del
electorado. El pueblo no puede ser superior a sus representantes, lo máximo que podía
hacer era elegirlos y someterse a ellos. La mayoría de las primeras CN yanquis
redactadas por los congresos provinciales, había elogiado mucho la separación de
poderes, pero de hecho les daban la mejor parte a las asambleas representantes. La
gran ventaja de una convención constituyente combinada con la ratificación popular era
que expresaba la soberanía de todo el pueblo en el gobierno y no solo en la sección
representativa elegida en el ámbito local. En 1787 Massachusetts y New Hampshire
eran los únicos estados con una constitución elaborada. Aunque la independencia había
determinado que los norteamericanos no eran parte del pueblo de GB, no había
determinado si eran un pueblo o muchos, o si la soberanía del pueblo se agotaba en la
creación de un gobierno independiente. Si los norteamericanos eran en algún sentido
un pueblo, ¿ese pueblo disfrutaba de la soberanía también? ¿Y si así era, ¿quiénes
eran sus representantes?
Todo Ansaldi.
Konig, Hans-Joachim. El intervencionismo norteamericano en Iberoamerica.
Introducción. Los Estados Unidos rechazaron el colonialismo y ejercieron una crítica
constante contra el imperialismo de las potencias europeas, pero al mismo tiempo
practicaron, sobre todo desde finales del siglo XIX, una política expansionista donde los
estados iberoamericanos fueron el campo de acción de los intereses económicos y
políticos. Se lleva a cabo, en los casos extremos, a través de intervenciones militares,
ejerciendo influencias de tipo económico mediante instrumentos más sutiles, como las
inversiones, la ayuda financiera y préstamos, relacionados entre sí.
Fundamentos ideológicos y económicos del intervencionismo norteamericano en
Iberoamérica. Los Estados Unidos creían que en general terminarían cayendo de forma
natural los países dentro de su órbita de influencia. Cayendo como una fruta madura. El
presidente Monroe el 2 de diciembre de 1823 declaró la doctrina Monroe. En ella se
prevenía a los europeos contra posibles intervenciones y se prohibía la continuación del
colonialismo en el continente americano. Los Estados Unidos considerarían un peligro
para su paz y seguridad todo intento de las potencias europeas de extender su caduco
sistema monárquico a cualquier región del hemisferio occidental. Se vinculaba con un
determinismo geopolítico, un sistema americano en el que a los Estados Unidos les
correspondía una posición de hegemonía. Erigirse en el poder protector del hemisferio
occidental. Ni que decir tiene que la proclama fue una declaración unilateral de los
Estados Unidos en la que no se consultó previamente a los Estados iberoamericanos.
Una idea de una América distinta: desarrolló una conciencia de misión histórica, una
ideología expansionista. Esta ideología fue bautizada por el periodista John L.
O´Sullivan con el nombre de "Manifest Destiny". La colonización y la posesión del
continente era el destino patente de los Estados Unidos. Se creía que el imperio mundial
se trasladaba de Este a Oeste. De China a Persia, Grecia, Roma, Sacro Imperio
Romano Germánico, Napoleón, Imperio Británico y por último en Estados Unidos. Con
el ascenso de este país, la humanidad había llegado a la cumbre de la civilización y de
ahí se deducía la misión de carácter civilizador y democrático del mismo. El carácter
universalista de la ideología del Destino Manifiesto salió a la luz y las otras naciones del
continente americano fueron incluidas en el plan para la salvación del destino
norteamericano. En caso de necesidad, se debería obligar a las otras naciones a que
compartieran la felicidad. Seward abogaba por un imperio informal en el que no hubiese
necesidad de establecer un colonialismo a la antigua usanza. Mayor importancia tenían
en la necesidad que tenían la industria y la agricultura americana de dar salida a sus
productos. De hecho, los Estados Unidos sufrieron a finales del siglo XIX algunas
depresiones económicas graves, las cuales tuvieron su origen en una superproducción
de productos agrícolas que hundía el precio de estos. El estado justificó dicha conquista
afirmando que la misma garantizaba una posible salida a la enorme acumulación de
capital americano que no podía ser invertido en su propio país.
El nuevo interés de los Estados Unidos por Iberoamérica alcanzó uno de sus primeros
puntos álgidos con la celebración de la primera Conferencia panamericana en 1889. Su
campo de aplicación de Iberoamérica (como era la idea de Bolívar) a todo el continente
americano. Había cursado una invitación a todos los estados de este continente para
que asistieran a una conferencia en Washington con el fin de discutir los problemas de
la guerra y la paz, y garantizar de esa forma, el comercio entre dichos Estados. La
conferencia ya había sido organizada en 1882 pero no llegó a celebrarse. Cuando en
octubre de 1889 se celebró, no podía existir duda alguna sobre los grandes objetivos e
interés económicos de los Estados Unidos. Como resultado de la creación de 1890 de
la Cámara de Comercio de las repúblicas americanas. Esta organización dependía del
Ministerio de Asuntos Exteriores estadounidense: esto pone en evidencia el carácter
pronorteamericano que tenía el nuevo panamericanismo prediado por los EEUU.
Originó una expansión que ha sido el factor determinante de la política iberoamericana
de los Estados Unidos. Olney señalaba el rechazo americano a la penetración europea
en Iberoamérica, ya que se quería evitar que se produjese un reparto colonial semejante
al ocurrido en África. Hoy en día los Estados Unidos son el soberano de este continente
decía. La causa reside en su ilimitado potencial económico y humano, lo que, unido a
su aislamiento geográfico, le convierten en el dueño de la situación y le hacen
invulnerable a cualquier intervención de una potencia determinada o de todas ellas
juntas.
II. Las intervenciones americanas y el imperio comercial de los EEUU (1898-1930).
Cuba y Panamá, como campos de experimentación para las intervenciones. En 1898,
movidos por el peligro y la situación de crisis, EEUU (al poder hacerlo) intervinieron en
las hostilidades pronunciadas el 11 de abril, para preservar la paz en Cuba (vs España).
De forma simultánea, en la llamada enmienda Teller, se afirmaba que los EEUU no
tenían la intención de anexionarse la isla y que éstos dejarían en manos del pueblo
cubano el gobierno y el control de su país. Una breve guerra de 113 días. Los Estados
Unidos obtenían el derecho a garantizar el orden en la isla y la defensa de la misma.
Luego se dio la enmienda Platt el 25 de febrero de 1901, donde el artículo 3 otorgaba a
los Estados Unidos de forma oficial el derecho a intervenir en Cuba con el fin de
preservar su independencia. Los cubanos la aceptaron. Asumió un presidente que le iba
a chupar las medias a los yankees y estos se fueron. Sin embargo, estos no se
marcharon del todo, dado que tenían la posibilidad y el derecho a intervenir en cualquier
momento en el caso de que pareciese peligrar cualquiera de los puntos de la enmienda,
de que las propiedades o intereses americanos se viesen amenazadas o de que el
gobierno cubano no se encontrase a la altura de las circunstancias frente a una eventual
situación interna de carácter conflictivo. Claramente Cuba salió perjudicada. Dificultó, a
largo plazo, la industrialización de Cuba, pues convirtió a este país en el más importante
abastecedor de azúcar de caña de los EEUU, en tanto que la isla se veía en la necesidad
de importar del exterior los bienes de capital, los productos manufacturados y, de forma
creciente, los productos alimenticios. Sin recurrir a métodos estrictamente colonialistas
y sí, en cambio, a fórmulas de dominación económica, se aseguraron un influjo político
duradero. De esta forma, pronto se demostró quién era el dueño efectivo del hemisferio
americano.
El caso de Panamá representa más de la manera de actuar de los EEUU en defensa de
su posición hegemónica en el hemisferio occidental. En este caso, la apertura de un
canal interoceánico en Centroamérica. En julio de 1898 los americanos se anexionaron
Hawai. El 6 de septiembre proclamaron una política de puertas abiertas. A finales de
1898 con la derrota española en la guerra hispanoamericana los EEUU obtuvieron la
soberanía sobre importantes islas en el pacífico, como Filipinas. Sin embargo, sin un
canal bajo el control de ellos, la política de puertas abiertas dirigida hacia Hawái y China
solo podía funcionar a medias. Aunque en uno de los tratados se reafirmaba la
soberanía de Colón sobre la zona del canal, muchos políticos colombianos veían el
acuerdo como una venta del país a los americanos y, en consecuencia, se negaron a
ratificarlo. El 3 de noviembre se dio la separación de Colombia de la provincia de
Panamá. República de Panamá. De esta forma los EEUU pudieron hacer realidad la
deseada unión de los dos océanos para el fomento de su comercio, y a su vez de
construir las bases militares para la defensa del canal. Se ahorraban el pago de los
derechos de utilización que tenían que abonar en otros países por sus bases. A cambio
de la entrega de una parte de su territorio, PANAMÁ OBTUVO 10 MILLONES DE
DÓLARES Y EL DERECHO AL COBRO DE 250.000 dólares anuales. Los Estados
Unidos se comprometían a garantizar la independencia del país. Este país había
ayudado a seguir la independencia de ambos, pero al mismo tiempo los había
incorporado a su esfera de influencia valiéndose de diferentes instrumentos de
intervención.
El derecho a la intervención de los Estados Unidos. Roosevelt, basándose en las
concordias teorías del Destino manifiesto y de la Doctrina Monroe se dio el vago derecho
de obligar a una nación a ser útil al mundo o de ponerla en condiciones de serlo. La
incapacidad de un gobierno iberoamericano le daba derecho a intervenir. Las
exportaciones de EEUU a Iberoamérica crecían de forma constante. Los débiles y
caóticos gobiernos del sur del continente necesitaban tener a su lado a un país que
pusiera orden en las naciones regidas por ellos con el fin de conjurar el peligro de que
se pudiesen producir intervenciones de potencias europeas. Obvio que estaba el deseo
de proteger los intereses económicos de los EEUU. Durante décadas se basó en la
política iberoamericana predicada por Roosevelt. Se la puede definir como el
imperialismo protector. Basado en la Doctrina Monroe y más en concreto, el concepto
de hemisferio occidental. Roosevelt no creó un instrumento de carácter interamericano
para la defensa del continente, por el contrario, lo que propuso fue la acción unilateral
por parte de dicho país. Lo sancionó como un derecho exclusivo de esa nación. Obraban
no en favor de sus intereses, sino en interés de la Humanidad entera. Se ponían a sí
mismos como ejemplos de nación civilizada. Se trataba de proteger al hemisferio
occidental y no de conquistarlo. Papel de gendarme. La zona de influencia de EEUU se
amplió enormemente hasta 1930, sin que dicho país se viese en la necesidad de recurrir
a una intervención colonial de carácter formal.
Las cañoneras y la salvaguarda de las inversiones. Durante 1905 y 1930 ejercieron su
política expansionista. Algunas de las intervenciones americanas, combinadas con
medidas de tipo financiero y político, tuvieron como resultado el que cinco Estados se
convirtieran en protectorados estadounidenses o el que los mismos viesen reafirmado
dicho estatuto político, haciendo uso de la enmienda Platt. Las intervenciones y
ocupaciones afectaron también a la República Dominicana. Dicho país, que en 1869
había tratado de incorporarse voluntariamente a los Estados Unidos, se había
convertido, durante las primeras décadas del s. XX, en una especie de protectorado
financiero (EEUU manejaba sus finanzas). Se produjo en contra de su voluntad claro.
Haití tampoco se libró de convertirse en un protectorado financiero. En 1917, por
ejemplo, Haití recibió de los EEUU un préstamo de 40 millones de dólares con la
condición de que estos habrían de administrar los ingresos del Estado como una forma
de garantía de la devolución del mismo. No se puede negar que la ocupación de Haití
por parte de los americanos tuvo algunos efectos positivos. Con la colaboración de la
conservación minoría mulata, se consiguió la modernización parcial del país. Se
construyeron edificios públicos, hospitales, escuelas y puentes, y se amplió la red de
carreteras. Ni siquiera México se libró de las intervenciones militares y de las
expediciones de castigo de los Estados Unidos. Las injerencias en los asuntos internos
de México y las intervenciones militares de los Estados Unidos en dicho país se
produjeron después de 1911, durante la Revolución Mexicana, pues vieron peligrar sus
intereses como consecuencia del intento de los insurgentes de cambiar la situación
política y económica. Francisco Madero, la cabeza del nuevo gobierno, amenazado con
disminuir el peso excesivo de las relaciones económicas con ellos mediante el
reforzamiento de vínculos con Europa. Fue asesinado. La segunda acción militar llevada
a cabo por EEUU fue bajo la protección de las vidas y de las propiedades de los
ciudadanos americanos. Pancho Villa estaba a favor de los cambios de carácter
revolucionario, había asesinado a americanos en Chihuahua. EEUU intervino con una
expedición de castigo compuesta por 15,000. Al final se pudo evitar de pedo una guerra
entre los 2 países y entre las causas de este hecho no fue la menos importante la
inminente entrada de los EEUU en la 1GM. Es fácil pronosticar que en el futuro surgirían
conflictos, con la nueva CN mexicana del 1917, se decía que la nación era la propietaria
del agua, de la tierra y de las riquezas naturales. Los extranjeros debían renunciar a
solicitar la protección de su gobierno en el caso de surgir un conflicto con las autoridades
mexicanas. De esta forma, la CN mexicana ponía coto a los métodos de EEUU.
La diplomacia del dólar y la salvaguarda de los intereses americanos. Se ponía de
manifiesto el carácter pretencioso y petulante del papel de EEUU, creían poder y deber
desempeñar en sus relaciones con sus vecinos, hasta 1920 inclusive, Dicho papel tuvo
el carácter de una misión civilizadora. Realizaban acciones unilaterales tanto de
naturaleza política como económica, recurriendo a veces a la violencia armada.
Trataban de recurrir a una suerte de Pax Americana. No era un expansionismo agresivo,
sino paternal. Con el estallido de la 1GM, el boom económico originó unos excedentes
de capital que, utilizando el instrumento de la diplomacia del dólar y contando con las
garantías dadas por ciertos políticos extranjeros, se dirigieron sobre todo hacia
Iberoamérica. La realidad a su vez fue que este tipo de vinculación económica no se
tradujo en una industrialización o modernización duradera, de hecho, frustró el
desarrollo de algunos programas de desarrollo económico de carácter autóctono.
Obligados a trabajar en peores condiciones que el personal norteamericano. En la
década de los 20 la expansión política y económica de los EEUU no tuvo límites, y es
que iba de la mano de la cacareada prosperidad para Iberoamérica, con cuantiosos
préstamos. Buscaban estabilizar, democratizar y americanizar a los estados
iberoamericanos.
Funes, Patricia.
Antimperialismo, latinoamericanismo y nación.
Panamérica. Se utiliza para hablar de todas las Américas, del sur y norte y central. El
cambio de siglo y la afirmación del fenómeno imperialista a escala mundial coincidió con
unos Estados Unidos que venían muy bien. Hacia 1880 EEUU alcanzaba la producción
industrial de GB y ya para 1894 la había sobrepasado. La forma que asumió su
dominación fueron las fuertes inversiones en la producción, proceso de extroversión de
los recursos productivos de Latinoamérica y control de estos enclaves, desde lo
económico y a veces desde lo político militar. Si la participación de EEUU en la guerra
de 1898 al lado de Cuba producía juicios ambivalentes, la primera conferencia
panamericana, la enmienda Platt y demás evidenciaban una dominación que
comenzaba a ser observada y, sobre todo, resistida. La contracara de ese
antimperialismo fue el señalamiento de la comunidad de destinos de América Latina,
que contribuyó a reforzar gastos de cohesión identitaria. Fue con la Conferencia
Internacional Americana donde surgió el panamericanismo. La ideología del Destino
manifiesto norteamericano divulgaba la convicción de que hay naciones que poseen una
misión histórica para las cuales la expansión no solo es natural e irresistible sino también
deseable y legítima, sobre todo si la consolidación el desarrollo industrial empujaba a la
búsqueda de mercados, fuentes de inversión y reproducción del capital. El
panamericanismo instala la Oposición América con la de Europa, bajo la hegemonía de
los EEUU. El panamericanismo se asentaba en un criterio geográfico, de pertenencia
hemisférica, a la que se sumaban razones de índole estratégica y geopolítica con
componentes novomundistas que no dejan de esconder la unilateralidad de la
convocatoria y sus objetivos más precisos. Los magros resultados de todas las
reuniones evidencian una profunda desconfianza hacia el país del norte. En un diario de
La Nación de Buenos Aires se decía sobre la primera conferencia: "De la tiranía de
España supo salvarse la América española, y ahora, después de eronóculos judiciales
los antecedentes, las causas y factores que convite, urge decir, porque es la verdad,
que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda
independencia."
En la primera conferencia panamericana la propuesta norteamericana era la acuñación
de una moneda, el Columbus, de curso legal en toda América. Esto no prosperó porque
América Latina se opuso. La manera de contrarrestar ese peligro era la unidad de los
países de América Latina que, en su ideario de latinidad, constituían una sola nación, o
más precisamente: una Patria grande. Su propuesta de unidad latinoamericanista no
descartaba la alineación de los países latinoamericanos respecto de Europa, que Ugarte
ve mucho menos peligrosa y verosímil. En medio de la Primera Guerra Mundial, el
argumento antinorteamericano se tensa al máximo.
Ariel y Calibán. El Ariel, publicado en 1900, expresó conceptos que los intelectuales
latinoamericanos estaban muy dispuestos a escuchar. El llamado de Próspero se
convirtió en el símbolo mismo del latinoamericanismo definido por primera vez. Rodó
recreaba en términos dicotómicos una América Latina espiritual e idealista (Ariel)
enfrentada a unos EEUU pragmáticos y materialistas (Calibán, expresión epigramática
de Canibal). Con esa operación impulsaba la unidad por la diferencia y la comunidad
cultural de América Latina. El mensaje del sabio Próspero se dirige a las juventudes,
iniciando la fundación práctica, magisterial y casi profética de los maestros. La
preocupación central que recorre el Ariel y que expresa gran parte del movimiento
modernista de comienzos de siglo, es el rumbo y horizonte que toma la modernización
en las sociedades latinoamericanas y las formas que asumiría el ingreso de las masas,
las multitudes, que mostraban una gran vitalidad para la protesta, para los desbordes y
para los excesos de democracia. Un mensaje humanista para encaminar hacia las
patrias del ideal.
David y Goliat. Entre 1898 y 1903 se despliega un sentimiento antinorteamericano que
va a ir expandiéndose a la vez que precisándose entre las jóvenes generaciones, sobre
todo en el movimiento estudiantil reformista, que en sus proclamas y reuniones planteó
una oposición frontal a las agresivas políticas norteamericanas. El viejo sistema colonial,
cruda manifestación del imperialismo económico se ha virado con los mandatos creados
por la Conferencia de Versalles. Lo que equivale a mantener en la esclavitud a la
mayoría de los pueblos de Asia y de África, sin que América esté libre de ese peligro. El
proceso de elaboración de una conciencia antimperialista, estaba jalonado, entonces,
por hitos sucesivos: primero la sanción idealista (Ariel-CALIBAN) Y LUEGO EL
ANTINORTEAMERICANISMO (ANTIYANQUISMO, en palabras de la época) de
comienzos de siglo se reforzó con las consecuencias de la Primera Guerra. El
movimiento estudiantil reformista, la nueva generación intelectual y universitaria hizo del
anticolonialismo no solo uno de sus presupuestos ideológicos más fuertes sino la
estructuración de un andamiaje latinoamericanista e integrador que ya no era, como en
el manifiesto de 1918, solamente una expresión discursiva. Todo arrebato o pulsión
intervencionista era visto como imperialista. El carácter inicialmente descriptivo que
tenía la palabra fue precisándose conceptualmente a lo largo de la década, en estrecha
correspondencia con el avance efectivo de los EEUU, sobre todo en el área de
Centroamérica y el Caribe. “Si tenemos en cuenta seriamente nuestra propia seguridad
nosotros controlamos realmente los destinos de América Central y lo hacemos por la
sencilla razón de que el interés nacional nos dicta esa política.” No fue sino hacia 1900,
cuando los intelectuales comenzaron a escribir libros sobre ese tema, la palabra
imperialismo era una voz nueva para describir un fenómeno nuevo. La referencia
insoslayable fue El imperialismo, etapa superior del capitalismo de Lenin. Las diversas
lecturas de la Revolución Rusa acompañaron y filtraron la reflexión latinoamericana
sobre el imperialismo.
Contreras, Carranza. Buenos para la guerra, malos para la paz: el legado
económico de la independencia en el Perú.
Un adelanto de nuestra conclusión es que la pérdida de legitimidad y fuerza política que
el Estado independiente sufrió, como consecuencia de un movimiento de independencia
no gestado internamente, lo privó de la capacidad para ejercer un liderazgo en el terreno
del fomento de la producción. Los primeros dirigentes del nuevo Estado parecieron
entender que el bienestar y el fomento económico debían conseguirse, principalmente,
disminuyendo la carga tributaria. En la década de 1770 ocurrieron ciertos hechos
importantes para el desempeño económico del país. Se creó el Virreinato del Río de La
Plata, con la consiguiente separación del Alto Perú del control político de Lima. Las
fronteras del espacio peruano, definidas como el territorio controlado políticamente por
Lima, quedaron así reducidas, lo que limitaba los trasvases de excedentes fiscales entre
unas regiones y otras, perjudicando en un balance neto a Lima. Se racionalizó la
organización estatal, con las intendencias. De otro lado, tres fuerzas afectaron a la
economía peruana en el medio siglo que antecedió a la Independencia. La primera
fueron las reformas políticas y el propio desarrollo de plazas portuarias y rutas de
transporte alternativas, que hicieron perder a la capital del virreinato (y su puerto, Callao)
sus privilegios monopolistas sobre el comercio sudamericano, que había detentado por
casi dos siglos. La segunda fue el crecimiento demográfico del país, apuntalado
principalmente por la recuperación de la población nativa y el arribo de nuevos
contingentes migratorios desde España y África. La tercera, las reformas económicas
de los Borbones, en materia de ampliación del mercado, crecimiento de la producción y
aumento de la presión fiscal. La primera fue de vector negativo pero las otras dos
positivos. Hay un debate en los últimos años y ha sido determinar cuál era la tendencia
económica en el Perú en la independencia, ¿crecimiento o decadencia?

Quienes sostuvieron la tesis de una economía en declive se referían a la pérdida de la


riqueza minera del Alto Perú, que pasó al nuevo Virreinato del Río de la Plata. Mientras
que los que defendieron la primera, tuvieron pruebas de la vigorosa recuperación de la
producción de plata en el bajo Perú y el incremento de la recaudación fiscal. Después
de 1800 se inició una decadencia, que las guerras de la independencia iniciadas en la
década siguiente, contribuyeron a agravar. Los motivos de este cambio de ciclo hacia
1800 no son todavía claros. Epidemias que interrumpieron el crecimiento demográfico,
perturbaciones por las guerras europeas y fallas en el circuito financiero local se habrían
conjuntado para interrumpir una tendencia hasta entonces ascendente. Por su papel de
cabeza de la periferia sudamericana, Lima y en general todo el virreinato peruano,
destacaba por su apego a la monarquía española y su consiguiente renuencia a una
aventura autonomista. Hizo que para el Perú la guerra fuese costosa y asaz prolongada;
se pueden contar 17 años entre 1890 y 1826, cuando se rindieron en la batalla final.
Costo elevado de la independencia. Emigraron capitales españoles que optaron por
retornar a la península, se perdieron muchos hombres. Podría estimarse en unos 20 mil
efectivos sumados de los ejércitos de las fuerzas patriotas y realistas a lo largo de esos
años. Casi el 3% de la población masculina. Aun cuando todos perecieron en la guerra,
estuvieron alejados de la producción durante todos esos años. Entre las pérdidas
humanas hay que contar la pérdida de capital humano, de gente dotada que se fue. Las
minas y haciendas expropiadas a los españoles fueron entregadas a los jefes militares
como recompensa. Pero como estos carecían del conocimiento y la experiencia
necesarios para administrarlas, se comprende que la producción agrícola y minera se
resintiera en los años de la post independencia. Con su independencia tuvo muchos
años de anarquía, muchos presidentes. Así, no sorprende que en los años inmediatos
a la independencia el país haya sufrido caídas en la producción. Lo que puede alarmar
es que tales trastornos hayan continuado por un cuarto siglo más, ya que en realidad
las guerras, en el largo plazo, tienen efectos benéficos para el crecimiento económico.
Es usual que durante ellas se aceleren los inventos. El problema de las guerras
anticoloniales en el mundo parece ser que, si bien ganaron los buenos, estos lo eran
para la política y no para la administración y conducción de la económica. A la elite
peruana no le quedó más que acomodarse a una situación, como la separación de
España, que no había elegido, pero estaba ya dada. La falta de convicción interna por
la decisión impuesta podía reflejarse en la desconfianza de los potenciales
inversionistas y hombres de negocios hacia el país. Buenos Aires y Valparaíso, plazas
portuarias cuyas elites se adelantaron a la de Lima-Callo. Dejándolas sin mercado, sin
barcos y casi también sin comerciantes. La independencia, para Gallaguer y Robinson,
había dignificado para el Perú dejar de ser una colonia española para convertirse en
una neocolonia británica. Esto no ayudaba a forjar un desarrollo nacional. Ojo, según
Quiroz y Gutenberg la independencia sí trajo en cambios económicos buenos. Introdujo
leyes, moneda propia, y nuevas prácticas como gobierno que les permitiría al país
replantear sus relaciones económicas con el mundo. Gootenberg también destacó la
gran estabilidad alcanzada por la población indígena durante la post independencia. De
haber constituido el 90% de la población del país hacia 1600, su proporción decreció a
medida que aumentaba la cantidad de españoles, mestizos y esclavos africanos. Pero,
durante el siglo XIX esto se detuvo (para reiniciarse en el XX). Expresaría un cierto alivio
para los indígenas respecto de la presión ejercida anteriormente por el Estado colonial.
El crecimiento de la población indígena podría estar expresando así un incremento de
la productividad de sus actividades agrarias. Después de la independencia, el
desempeño de la plata cayó, y su papel como nexo del país con el mercado mundial fue
reemplazado por el guano. La contracción y/o estancamiento en la producción con y tras
la crisis de la independencia, siguieron de una recuperación en la segunda mitad del S.
XIX. La recuperación fue más precoz que en otras naciones latinoamericanas: en la
década de 1850 las cifras ya superan a las de antes de la independencia. La
recuperación no se consiguió relanzando el mismo producto principal de exportación de
la era colonial, la plata, sino con un producto nuevo: el guano. El cambio de la tendencia
comenzó a gestarse en la década de 1840 (al que pronto comenzó a sumarse el salitre
del desierto en las provincias del sur). La minería metálica fue en verdad uno de los
sectores que peor sorteó la transición de independencia. Los heredados del régimen
virreinal languidecieron hasta caer en el práctico abandono, como Huancavelica.
Desprovista de las coacciones extraeconómicas en su favor, la minería se derrumbó, y
es que no había trabajo forzado, insumos a crédito y no había un sistema de admi n y
transporte que garantizase al productor minero la dotación de los insumos necesarios
para producir la plata, todo ello provisto gracias al estado, la economía minera quedó
condenada durante la post independencia a una penosa subsistencia. Sobre todo la de
los indígenas, que contaban con la red de parentesco y conocimiento local que les
permitía proveerse de insumos y mano de obra sin el auxilio del estado.
¿Cómo explicar entonces la desatención de la minería de la plata durante las primeras
décadas de la república? ¿Mero afán de contradecir la política colonial heredada? En
respuesta a esa inacción tuvo que ver con la adopción de una política fiscal de equilibrio
de bajo nivel en la post independencia. Hasta que advino la fiebre del guano sobre los
peruanos parecieron pensar que una de las gratificaciones que traía la separación del
imperio español era un alivio de la prisión tributaria. Entonces, fue también como una
independencia y gran revolución antifiscal. Una consecuencia de que tal haya sido uno
de los factores a última hora inclinó a los peruanos por la independencia, fue la tendencia
a conseguir la legitimidad del nuevo Estado rebajando o eliminando las cargas fiscales
coloniales. El alivio, ojo, no salió como esperaban. El alivio de la presión fiscal no se
trasladó a un mayor consumo, sino a una menor producción. Lo que empeoró más las
posibilidades de recuperación de la minería. La bonanza del guano fue muy responsable
de la decadencia de la minería, cambió entonces la tradicional economía. Dicho cambio
tuvo algunas consecuencias importantes. Lima y la región de la costa pudieron
consolidar su primacía económica y política, desconectándose de la región serrana. En
la época virreinal funcionó una especie de reparto de funciones que volvía
complementarias ambas regiones, pero ahora el Estado limeño no necesitaba de la
sierra para mantener activo el comercio exterior y así pudo montar un régimen fiscal
férreamente centralista, al concentrar las ganancias del guano. También pudo excluir a
los grupos de poder serrano del control del estado. El financiamiento de las operaciones
de extracción del guano era a mano de casas comerciales europeas: así la elite local
perdió poder. Hecho muy importante. Un claro resultado negativo para el desarrollo
económico fue que el guano no necesitaba ser transformado para su exportación, ni ser
transportado a los puertos. Así, no transmitió ningún impulso a la construcción de una
infraestructura de energía o transporte, como en la minería. Por lo que el estado perdía
algunas entradas de impuestos. Con el auge minero todo se simplificó. Los yacimientos
se concentraban en unas cuantas islas pegadas a la costa y las complicaciones para
dotarlos de insumo y abastecimientos eran menores.
Se trató de un Estado cada vez más rico a condición de ser cada vez menos nacional.
También, se rompieron vínculos con la misma LATAM, y Perú comerciaba con Europa.
Estas importaciones estuvieron dominadas por el guano y el salitre, destinados a
Europa.
RESUMEN DE LAS CONSECUENCIAS:
Decadencia de la minería de la plata: reemplazo por guano y salitre; descenso de la
presión tributaria (falta de motivos); reorientación comercio exterior (Europa);
marginación de la región serrana de la vida nacional (no se la necesitaba tanto), o sea
un centralismo en la costa. La guerra del salitre obligó a volver la mirada a las antaño
olvidadas minas de la sierra ojo. La economía se recuperaría a partir de 1895, con un
relanzamiento de programa borbónico. Entonces, podemos decir que la independencia
cambió la relación entre el Estado y la sociedad. El estado republicano debía
supuestamente recoger las aspiraciones mayoritarias o el proyecto que alcanzara mayor
consenso en la población, pero no hay documentos que muestren tal proyecto.
Maldonado Gallardo. La revolución mexicana. De la lucha armada a la época de
las reformas sociales.
Introducción. Varias fases tiene, a partir de la salida de Díaz. Desde la lucha contra la
oligarquía (en sí, el viejo régimen) hasta los enfrentamientos entre las mismas fuerzas
revolucionarias (Villa y Zapata vs Carranza y Obregón). Luego, los combates
sangrientos terminaron en los últimos meses de 1916, que terminó en 1917 con la firma
de una nueva constitución para México. Luego vinieron con ella reformas sociales que
beneficiarían a los campesinos, indígenas, obreros y una amplia capa de la pequeña
burguesía, que había abrazado al movimiento revolucionario. Sería hasta el gobierno de
Cárdenas cuando los grupos progresistas de la revolución recién llegarían al poder.
Antecedentes y causas. La prolongada dictadura de Porfirio Díaz, de 1876 a 1911, fue
un régimen represivo. Permitió que la propiedad latifundista, tanto nacional como
extranjera, se ampliara extraordinariamente a costa de las tierras de campesinos,
indígenas y mestizos. El porfiriato es la exagerada explotación de la fuerza de trabajo,
extendida pobreza en el país, miserables condiciones de vida entre campesinos e
indígenas, oligarquía desplazada de poder y, por consecuente, descontento, falta de
libertad de expresión y corrupción en casi toda la burocracia.
El problema de la tierra. Para el 1910, el 98% de la población rural carecía de tierras y
eran obligados a trabajar en pésimas condiciones. La creciente proletarización del
campesinado mexicano fue incentivada por la entrada masiva de capitales extranjeros.
Efectos de la entrada del capital extranjero. En México, fue Estados Unidos y no
Inglaterra quien primero dominó sus recursos naturales, la fuerza productiva, los medios
de transporte, finanzas y dominó en forma casi tan absoluta la industria extractiva. La
entrada de capital a México trajo un espectacular crecimiento: nuevas líneas férreas
vincularon la capital con los puertos e incluso con los Estados Unidos. El Producto
Nacional Bruto creció un 8%. Este crecimiento de las inversiones extranjeras explica el
distanciamiento yankee, y por consecuente el descontento de los sectores burgueses
no favorecidos por el dictador y la creciente oposición popular. Detrás de ese cambio se
encontraban los científicos (selecto círculo de intelectuales y representantes de la
oligarquía asociados al capital extranjero) que habían conseguido paulatinamente
desplazar del poder económico a los tradicionales grupos dominantes.
La situación de la clase obrera y el campesinado. Durante el porfiriato se agudizó el
problema de la desigual posesión de la tierra, con el consiguiente deterioro de las
condiciones de vida en general. En los años que antecedieron al estallido de 1910 se
suscitaron en el campo mexicano protestas campesinas, rebeliones y la proliferación de
bandas armadas.
Crecimiento de la oposición a la dictadura. Contra el régimen dictatorial no solo se
producían las huelgas, protestas obreras y levantamientos campesinos e indígenas,
sino también la oposición de algunos estratos de la burguesía y las capas medias. Se
fueron organizando líneas opositoras, como el PLM e incluso el partido
antirreeleccionista de Madero. A principios de 1908 Porfirio Díaz anunció que no
competiría por la presidencia de 1910. La inquietud desatada por el proceso electoral
de 1910 también repercutió entre los intelectuales, que comenzaron a debatir el tema
en folletos y libros. La sucesión presidencial, texto de Madero, era un programa burgués
alternativo que como propuesta buscaba solo permitir un periodo presidencial y la ¡No
reelección!
La campaña electoral de Madero. Este procedía de una de las familias más ricas del
país. Él fue tolerado por el gobierno en la medida que emergió su popularidad, pero ahí
fue creciendo la hostilidad del régimen, pues su candidatura desafiaba la oficial de Díaz-
Corral, hasta ser encarcelado en Monterrey. El proceso electoral siguió su curso y
gracias a los mecanismos fraudulentos del régimen, Díaz fue proclamado triunfador.
Una vez consumada la farsa electoral, Madero buscó refugio en EEUU.
El maderismo. El gran descontento estalló en 1910. La revolución comenzó formalmente
cuando Madero, exiliado ahí, llamó a la insurrección contra la dictadura y desconocía
las fraudulentas elecciones y al Gobierno de Díaz. Además, esgrimía la no reelección
presidencial, ofrecía la igualdad de derechos de mexicanos y extranjeros e incluso vagas
promesas de devolución de tierras a los campesinos e indígenas, que terminaron por
desencadenar el levantamiento armado.
La sublevación maderista y los Acuerdos de Ciudad Juárez. Había sido convocada esta
insurrección en el Plan de San Luis, el 20 de noviembre de 1910, donde entre otros se
levantaron en armas Francisco Villa y Orozco, los cuales se apoderaron en la frontera
con Estados Unidos, de la estratégica Ciudad Juárez. El anquilosado Gobierno y Ejército
de Díaz no aguantó las primeras oleadas armadas y con la pérdida de Ciudad Juárez,
todo el sistema se vino abajo. Firmaron apresuradamente el 21 de mayo un acuerdo con
Madero en Ciudad Juárez, donde se contemplaba la renuncia de Díaz y nuevas
elecciones. Un factor a favor de esa transacción fue la presión de Estados Unidos. Había
colaborado y la burguesía quería evitar todo este quilombo. Porfirio Díaz se fue a
Francia. Con su salida del país y la entrada triunfal de Madero en la Ciudad de México,
los círculos liberales de la burguesía dieron por concluida la Revolución.
Interinato de León de la Barra y comienzo del Gobierno de Madero. El campesinado,
sobre todo el zapatista, consideró que el simple cambio político no había terminado con
la Revolución. Rotos las relaciones entonces con el maderismo, la toma de posesión de
Madero como presidente de México desilusionaba las expectativas de las masas
campesinas, defraudadas por su pasividad e indecisión.
El plan de Ayala y la lucha por la tierra. La posición de Madero, al priorizar los objetivos
políticos que los sociales, fue relegar las promesas agrarias contenidas en el plan de
San Luis: restitución de tierras a los pueblos que las habían perdido en el régimen
anterior. Esa fue la causa principal de la ruptura de Zapata con él. Ante esas
consecuencias, airados dirigentes zapatistas firmaron dicho plan de Ayala. Allí se
denunciaba la claudicación de Madero, se le desconocía como jefe del movimiento y se
llamaba a su derrocamiento.
Levantamientos antimaderistas. Creciente oposición a Madero.
Postura de EEUU y Alemania. Al principio, el gobierno de Washington había tenido
simpatías a Madero. Sin embargo esa posición varió después que tomó posesión como
presidente y ya 5 meses después estaba haciendo lo posible para derrocarlo. Su
gobierno era incapaz de callar las crecientes protestas populares. La libertad de
expresión, que ocasión ataques públicos vs EEUU; Las demostraciones antiyanquis no
reprimidas y, sobre todo, el temor a la sublevación zapatista que presagiaba un
levantamiento general en el país y ante la cual Madero se mostraba impotente de
controlar. Así, para inicios de 1913 se preparaba la caída de Madero, quien perdió
rápidamente el apoyo popular y fue quedando a merced del ejército federal, de la vieja
burocracia porfirista y de las intrigas norteamericanas.
La decena trágica. En 1913 estalló una nueva rebelión contra Madero. Frente a esto, el
presidente nombró a Victoriano Huerta como jefe de las tropas. La defensa del gobierno
por los efectivos todavía leales dio lugar a una guerra simulada, conocida como la
decena trágica del 9 al 18 de febrero. Huerta, al frente de las fuerzas gubernamentales,
aparentaba oponerse a los golpistas, cuando en realidad hacía todo lo posible para
facilitarles el triunfo.
La lucha contra la dictadura de Huerta. La subida del general Huerta y el consiguiente
asesinato de Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez abrieron otra etapa
de un proceso que paulatinamente se convertía en una extendida Revolución popular,
mucho más radical y violenta que la primera. La llegada de Huerta al poder significaba
el establecimiento de una nueva versión, corregida y aumentada, de la dictadura
porfirista. Intensificó la represión al campesinado, suprimió la libertad de prensa, anuló
los progresos alcanzados por los trabajadores durante el maderismo, disolvió el
congreso.
La resistencia constitucionalista y zapatista. En Coahuila, Venustiano Carranza,
gobernador constitucional de ese Estado, se negó aceptar el golpe militar, y tomó la
iniciativa con el apoyo de la legislatura local (19 de febrero) para desconocer a Huerta
como presidente. SIETE DÍAS DESPUÉS: Plan de Guadalupe. Programa político que
carecía de orientación social. Ahora, más que en 1910, además del campesinado y los
indígenas, las capas medias urbanas se sumaban masivamente a la insurrección:
empleados, mineros, maestros, rancheros, etc. El plan de Guadalupe era un llamado,
no a una, sino a todas las clases sociales y que al terminar la lucha armada las nuevas
ideas sociales se impondrían: no solo repartiendo tierras y las riquezas nacionales, sino
también la justicia, la igualdad y la desaparición de los poderosos, para lograr un
equilibrio de la conciencia nacional.
Auge del movimiento campesino. La ofensiva militar contra Huerta la hicieron
principalmente las tropas de Villa y Obregón. En los primeros momentos del régimen
dictatorial de Huerta, las empresas y monopolios (mientras lo consideraban un títere
suyo) yanquis mostraron su satisfacción a favor del nuevo posible gobierno. La creciente
inclinación del dictador por los intereses británicos lo provocó. El constante deterioro de
la situación política mexicana y la postura proeuropea de Huerta condujo a los
capitalistas estadounidenses a pedir desde julio de 1913 una intervención militar en el
país vecino. Obligaron al dictador a anunciar en septiembre su decisión de no aspirar a
la presidencia, y Huerta, convencido del apoyo europeo, se autonominó candidato para
las elecciones de ese mes, olvidándose de su anterior decisión. De ahí en adelante la
política norteamericana avivó la guerra civil en México.
Enfrentamiento de los carrancistas contra los villistas y los zapatistas. La estrepitosa
caída de Huerta puso de nuevo sobre el tapete las contradicciones entre los
componentes burgueses y campesinos de la revolución. El primero, representado por
Carranza y el segundo por la división del norte junto al movimiento de Zapata. El
enfrentamiento entre Villa y Carranza se venía agudizando en la medida que se
acercaba la victoria sobre el régimen de Huerta. Poco después de la caída del dictador,
Villa lanzó un airado manifiesto interino que adoptaría medidas eficaces para garantizar
la resolución del problema agrario en un sentido favorable para las clases populares. La
muralla esta, Zapata y Carranza, separaba a la burguesía del campesinado. Ni Villa ni
Zapata tenían un proyecto nacional de Gobierno, solo se preocupaban por el reparto
agrario, con agendas regionales, sin poder siquiera establecer un clima de estabilidad
en la ciudad de México.
Adiciones de Carranza al plan de Guadalupe y su ley agraria. Esas medidas fueron las
reivindicaciones sociales y económicas añadidas por Carranza en Veracruz al plan de
Guadalupe y a la ley agraria. Las tierras expropiadas a los pueblos les serían devueltas,
mientras los latifundios podían ser expropiados para repartirlos. Sin duda estas
disposiciones significaron una gran concesión al campesinado. Aunque detrás de ellas
se escondía el objetivo de recuperar el apoyo social perdido.
La situación internacional impidió a Estados Unidos ir más lejos. Wilson estaba muy
preocupado con los proyectos alemanes para arrastrarlo a una guerra con su vecino del
sur, e impedir la participación norteamericana en la conflagración europea, lo que se
consideraba cuestión de tiempo. Por eso reanudaron las negociaciones con Carranza,
que sin dar concesión alguna, consiguió que ese país retirara sus tropas. A favor de ello
operó la inevitable entrada de los yanquis a la Primera Guerra Mundial.
Derrota definitiva de villistas y zapatistas. Después de promulgada la nueva Constitución
de Querétaro, reunida el 21 de noviembre de 1916, una CN que sustituyera la liberal de
1857. Asegurar a las nuevas clases dominantes el indispensable respaldo popular para
consolidarse en el poder. El artículo 27 declaraba el derecho de los campesinos a la
tierra y limitaba las prerrogativas del capital extranjero sobre ella, al establecer la
potestad de la nación para confiscarla en su beneficio, y diferenciaba la posesión del
suelo y del subsuelo. El artículo 123 recogía toda una serie de reivindicaciones laborales
como el derecho de sindicalización y huelga, la jornada de 8 horas y la seguridad
nacional. Que la hicieron la más avanzada del planeta. Reafirmando el rumbo
nacionalista del gobierno. (falta)
Weffort.
El populismo es el resultado de la larga etapa de transformaciones de la sociedad (habla
mucho del caso brasileño) a partir de 1930. Un estilo de gobierno sensible a las
presiones populares; política de masas que buscaba conducirlas manipulando sus
aspiraciones. Este populismo solo puede ser comprendido dentro del contexto del
proceso de crisis política y desarrollo económico que inaugura la revolución de 1930.
Esta revolución es la crisis que atravesaron la oligarquía y el liberalismo. Expresa la
democratización del Estado que debió apoyarse en un tipo de autoritarismo. El
populismo fue también la manifestación de la fragilidad política de los grupos urbanos
dominantes, cuando éstos intentaron reemplazar a la oligarquía en la política.
Los bruscos cambios de orientación política de líderes como Vargas o Janio Quadros
son la impresión de que el populismo es nada más que una suerte de oportunismo
esencial de algunos líderes, una ambición desmesurada de poder asociada a una
capacidad casi ilimitada de manipulación de las masas. Nos parece, sin embargo, que
no se puede caracterizar un estilo de régimen político únicamente como manipulación.
El populismo, sin ninguna duda, sirvió para manipular las masas, pero esta manipulación
nunca fue absoluta.
La crisis de la oligarquía y las nuevas clases. La revolución de 1930 es el punto de
inflexión entre 2 épocas. Este movimiento dirigido por hombres de clase media y por
algunos jefes oligárquicos abre la crisis del sistema de poder oligárquico, establecido en
el caso de Brasil desde los primeros años de república, a partir de 1889 y consagrado
por la Constitución liberal de 1891. Los rasgos más visibles de dicha revolución es la
decadencia de los grupos oligárquicos en tanto actor de poder como abandono de
funciones políticas, pasando a subsistir en las sombras (al menos hasta 1945, donde
obtuvieron una representación privilegiada, caso aparte). Se observa entonces una
tendencia a la ampliación institucional de las bases sociales del Estado. Los sectores
industriales eran los mayores beneficiarios de dichos cambios. Aunque sería ilusorio y
equivocado pensar que tuvieron un rol importante en los acontecimientos que
condujeron a la crisis de la oligarquía. Prácticamente ausentes de los procesos
revolucionarios. El desarrollo industrial jugará siempre un rol secundario en esto. La
ausencia incluso será confirmada por su incapacidad para asumir responsabilidades
políticas en el nuevo régimen. Las clases medias constituyen las fuerzas mas
importantes en esto de derribar al régimen oligárquico. La revolución aparecería como
el punto culminante de la presión de las clases medias que buscaban garantías para el
sufragio, moralizar las costumbres políticas. Sin embargo, no demostraron poseer
aquella vocación de poder que les habría permitido transformar el movimiento de 1930.
Lo que parece cierto es que la protesta de las clases medias jamás fue capaz de ser
verdaderamente eficaz fuera de un cierto tipo de alianza con un grupo situado en el
interior mismo de la oligarquía. Una dependencia social por lo que estos grupos no
llegaron a formular una ideología propia. Una ideología de clase media. La desconfianza
en relación con los políticos fue siempre una de las características del tenentismo
(movimiento dirigido por los jóvenes militares representativos de las clases medias). Los
tenentes no se mostraron ni capaces ni interesados en construir alianzas efectivas con
las masas populares. Ellos marcan los primeros años de gobierno revolucionario por su
posición de lucha contra las instituciones oligárquicas pero no encontraron los medios
de llegar al control del poder.
El movimiento revolucionario surge de la escisión de las minorías dominantes que
consiguieron conquistar la simpatía de las masas populares urbanas pero no llegó a
interesarse por su participación activa. La alianza liberal en realidad solo buscaba
prevenir un posible movimiento popular (Cagaron fuego). No solamente el movimiento
de 1930 fue fundamentalmente un cambio en la estructura de poder operada desde
arriba: las masas populares y su participación en el juego político provocarán que se
hará también desde arriba hacia abajo. La ausencia de las masas en la insurrección no
puede ser interpretada como un indicador de la pasividad local de su comportamiento.
Ellas están ausentes de la acción pero presentes para cualquiera de las dos facciones
en conflicto como una presión permanente sobre el statu quo oligárquico.
Estado y clases populares. La exclusión de las clases populares de los procesos
políticos fue una de las características notorias del régimen derribado en 1930. Si en el
periodo oligárquico las masas están distancias de toda posibilidad de participación real,
en el periodo siguiente durante la dictadura de Vargas o durante la etapa democrática,
su participación se producirá siempre bajo la tutela de los representantes de algunos de
los grupos dominantes. Es decir, pasaron de no votar a al menos ser representados en
el poder, pudiendo votar. Sería difícil decir que las masas populares hayan logrado un
mínimo de autonomía. Y su ascenso a la política fue condicionado desde su inicio. La
promoción de la participación popular no se realizara a través de los grupos dominantes.
Dependerá de nuevas condiciones específicamente políticas creadas por la crisis de la
oligarquía. Los problemas no emergen solamente de las confrontaciones con la
oligarquía que había perdido sus funciones de dominación. Los sectores de la clase
media radical se agruparon en el ANL y los sectores de derecha encuentran expresión
en el integralismo. La insurrección del ANL en 1935 dará a Vargas la posibilidad de
consolidarse personalmente como jefe de gobierno apoyándose en las fuerzas
interesadas en combatir la amenaza comunista.
La derrota política de las oligarquías en 1930 no afectó de manera decisiva el control
que ellas conservaban sobre los sectores principales de la economía. La exportación de
café continuaba y continuaría siendo el elemento central de la situación económica. De
ninguno de los grupos participantes del nuevo régimen (clases medias, etc.) se podría
decir que ejerce con exclusividad del poder o que ha asegurado una hegemonía política.
Este equilibrio inestable entre los grupos dominantes y esencialmente la incapacidad de
cualquiera de ellos de asumir, como la expresión del conjunto de la clase dominante, el
control de las funciones políticas, constituye uno de los rasgos relevantes de la política
brasileña en el curso de los últimos años. También significa que las personas que
ejercen las funciones gubernamentales ya no representan en forma directa a los grupos
que ejercen hegemonía sobre ciertos sectores.
Entonces, el jefe de Estado asume una posición de árbitro donde su persona tiende a
confundirse con el Estado mismo en tanto a institución, como en las dictaduras. (Pasó
con la rev cubana). Las masas populares urbanas fueron la única fuente posible de
legitimidad para el estado mismo, por lo que el Jefe de Estado empezaría a actuar como
árbitro y debería contar desde ahora con un nuevo socio. Optar por las soluciones que
despiertan menor resistencia o mayor apoyo popular. Esto sería desde 1930 hasta 1964.
Vargas estuvo como por 20 años. De este modo, el nuevo régimen no es más
oligárquico, si bien la hegemonía social y política de las oligarquías no ha sido
verdaderamente afectada. Se trata sin duda alguna de un Estado burgués sin que pueda
hablarse, sin embargo, de una democracia burguesa tal como Suecia en Europa. Estado
de compromisos, al mismo tiempo, Estado de Masas. Los grupos dominantes tenían su
propia debilidad en tanto clase, en su división interna y en su incapacidad de asumir en
nombre propio las responsabilidades de Estado. Incapaces de legitimar por sí mismos
la dominación que ejercen, estos grupos dominantes necesitarán recurrir a
intermediarios (primero Vargas) y luego a los líderes populistas de la etapa democrática.
Estos son los límites del populismo. Son dos. La eficacia del líder dependerá del margen
de compromiso con los grupos dominantes y de su habilidad personal para resolver los
conflictos como árbitro. En segundo lugar, la manipulación populista estará siempre bajo
presión de ellas (las masas).
Presión popular y ciudadanía. Concluir que todas las clases sociales del Brasil fueron
políticamente pasivas en los años posteriores a la revolución de 1900. Es justamente la
incapacidad de autorrepresentación de los grupos dominantes y su división interna lo
que permitió la instauración de un régimen político centrado en el poder personal del
Presidente. ¿Cómo podría analizarse la participación política de clases sociales sin
tener en cuenta la gran heterogeneidad interna de cada una de ellas? Las masas
estaban incluidas con obreros agrícolas o urbanos, trabajadores urbanos por cuenta
propia, trabajadores rurales sin salario, etc. Entre estos sectores, existen diferencias
marcadas con relación a las condiciones de vida. Además, ninguno de estos sectores
podría ser considerado como un grupo políticamente homogéneo. Sería todavía ilusorio
intentar interpretar directamente, en términos de comportamiento de clase, según la
tradición europea, el comportamiento político de los sectores urbanos y los obreros
industriales. Fueron, podría decirse, relaciones individuales de clase. Es en el nivel de
estas que convendría estudiar el populismo si queremos comprender su significación
como manipulación y política de clase: ¿Hasta qué punto los intereses reales de las
clases populares fueron satisfechos por los líderes y hasta qué punto estas sirvieron
pasivamente de masa manipulable de los grupos dominantes? Vargas, apoyado en el
control de las funciones políticas, otorga a las masas urbanas una legislación, la cual
está limitada a los sectores urbanos: ellos poseen la mayor capacidad de presión sobre
el Estado: son igualmente los sectores disponibles para la manipulación política ¿,
puesto que continuaron teniendo la existencia virtual. El contenido social de la
manipulación ejercida sobre la legislación laboral va más allá del mero juego personal
del Jefe de Estado, aun si este se presenta ante las masas como un donador y un
protector. Evidentemente, fue sobre estos actos de esta naturaleza que Vargas
construyó su prestigio y obtuvo la confianza necesaria para hablar en nombre de las
masas populares. Una vez establecida la legislación laboral, su reglamentación pasa a
constituir una función permanente del Estado. Esta transferencia representa uno de los
elementos importantes de la política populista en general, tanto en el período de la
dictadura como en la fase democrática: el líder será siempre alguien que tenga ya el
control de una función pública. Por su posición en el sistema institucional de poder, tiene
la posibilidad de donar, sea una ley favorable a las masas, sea un aumento de salario
o, por lo menos, sea un aumento de días mejores. La manipulación populista es una
relación ambigua, desde un punto social o político. En cuanto a lo político es una relación
de identidad entre individuos, entre el líder que dona y los individuos que constituyen la
masa de asalariados, y por otro lado es una relación entre el Estado como institución, y
ciertas clases sociales. Desde lo social, la legislación laboral es un mecanismo regulador
de las relaciones entre ciudadanos, entre clases sociales. Las relaciones entre
individuos de clases sociales diferentes tienen más importancia que las relaciones entre
estas mismas clases concebidas como un todo social y políticamente homogéneo. O
sea, en el populismo las relaciones entre las clases sociales se manifiestan,
preferentemente, como relaciones entre individuos.
La reivindicación de la ciudadanía, o sea, la reivindicación de la participación política en
condiciones de igualdad, es uno de los aspectos fundamentales de la presión popular
realizada sobre el Estado en los últimos años. No nos referimos solamente a la
significación jurídico-política de la ciudadanía. TAMBIÉN INCLUYE PLANOS
SOCIALES Y ECONÓMICOS. La concesión de la ciudadanía a través de los derechos
sociales se ve complementada, en sus efectos políticos, por la intensidad de los
procesos de urbanización y de industrialización. En un país como el Brasil, el proceso
de masificación tuvo resultados muy diferentes. Este conlleva una posibilidad de
participación política, que significa mucho, porque su condición anterior ha sido la de no
participación. Se trata siempre de formas individuales de presión, y aquí encontramos
otro límite a la idea de manipulación: ella supone al menos una satisfacción relativa de
los verdaderos intereses de las clases populares. En efecto, la manipulación de las
masas entró en crisis: ésta abrió la vía a una verdadera movilización política popular,
exactamente cuando la economía urbano industrial comenzó a agotar su capacidad de
absorción de nuevos migrantes y cuando se restringían los márgenes de la
redistribución económica. Es en esta fase cuando la temática de las reformas
estructurales comienza a haberse popular.
El estado en crisis. La presión popular es, ciertamente, el hecho político nuevo de la
etapa democrática que se inicia en 1945. La frustración definitiva de la esperanza de los
liberales de la clase media que deseaban establecer una democracia pluralista al estilo
clásico, es decir, oligárquica. Por primera vez en la historia el Brasil, las masas urbanas,
aparecen liberalmente en el escenario político (libertad relativa). El PC (partido
comunista) que llegó a ser en esos momentos uno de los grandes partidos en Brasil, fue
declarado ilegal en 1947, con una evidente pérdida de influencia sobre las masas. Los
golpes de Estado se presentan desde los primeros años de democracia como un recurso
al cual la derecha amenaza recurrir para reparar la pérdida de su gravitación electoral y
para neutralizar los mecanismos institucionales que abren paso a la presión popular. La
oposición de la derecha a la toma de poder por Vargas en 1950, la crisis de 1954 (con
su suicidio) son algunos de los episodios característicos de una inestabilidad que
parecía marcar el fin del escenario político surgido en 1930. Comienzan a surgir formas
de acción popular que, en ciertos casos, van más allá de los esquemas tradicionales.
Las huelgas frecuentes de los trabajadores, la creciente importancia de los grupos
nacionalistas, la movilización de la opinión pública sobre el tema de las reformas
estructurales, la extensión de los derechos sociales a los trabajadores del campo y
demás: son los hechos que anuncian la emergencia de un movimiento popular de un
nuevo estilo. Significaba que se había iniciado el desplazamiento de uno de los
elementos básicos de la estructura de poder (la gran propiedad) lo que el populismo
nunca había osado intentar. Era el Estado, el que tenía la responsabilidad de resolver
los intereses en juego. En tanto que en el periodo precedente el proceso político creó a
través del populismo la imagen de un Estado soberano, ahora era necesario que el
Estado probara su soberanía frente a esos grupos dominantes.
Si las masas sirvieron como fuente de legitimidad, esto solo fue posible mientras
estuvieron contenidas dentro de un esquema de alianza policlasista, lo cual las privaba
de autonomía. Goulart provocó la crisis del régimen, ya que estaba lejos de tener el
control del proceso político. El populismo fue incapaz no solo de mantener el equilibrio
de todas estas fuerzas sino también de ejercer un control efectivo sobre el proceso de
ascenso de las masas.
Knight. Cardenismo: ¿Coloso o catramina?
Coloso: En este contexto, "coloso" podría referirse a algo de gran tamaño, poderoso,
imponente o destacado. Cárdenas en el desarrollo de México del siglo XX es crucial.
Ojo, no es fácil decir por qué es tan relevante. Hay 4 preguntas interrelacionadas de
gran importancia.
¿Hasta qué punto fue radical sobre sus metas y políticas? (Hasta qué punto rompió con
el pasado y buscó transformar la sociedad mexicana).
¿Hasta qué punto fue democrático o no autoritario?
¿Qué tan poderoso fue su régimen y su capacidad de lograr las metas?
¿Hasta qué punto realmente fue radical con respecto al pasado? Se pueden resumir
estas preguntas en… ¿Qué se proponía el Estado? ¿A quién representaba? ¿Qué tan
fuerte era? Y ¿cuál fue el resultado a largo plazo de la política estatal? ¿El cardenismo
fue en su intención y en la práctica un movimiento/proyecto/régimen radical
transformador? ¿O representó más de lo mismo, una continuación, con ciertos ajustes
limitados, de la política postrevolucionaria? Las diferencias son de énfasis más que
nada. Se enfatiza en la continuidad del cardenismo, pero desde un punto de vista crítico.
Surgen 2 tipos de revisionismo. 1, inclinado hacia un punto de vista marxista en sentido
amplio, conceptualiza la revolución institucional como un motor del desarrollo capitalista
y de la acumulación de capital. Sus políticas entonces sirvieron para cooptar a los
movimientos populares, para subordinarlos al estado, y para desarrollar el mercado
interno en beneficio del capital. 2, esta variante se centra en el estado, una interpretación
estatista. El cardenismo representa la culminación exitosa de la revolución política de
masas; la subordinación de las clases populares al poderoso Estado revolucionario.
Esta visión concuerda estrechamente con la anterior, ojo, la diferencia es que reside en
el énfasis relativo que se le da al Estado y a su capacidad para la acción autónoma.
Mientras la primera perspectiva considera que el Estado actúa como el protagonista del
capital que provee la raison d'être de la política estatal, las interpretaciones estatistas
suponen que el Estado tiene un grado considerable de autonomía.
En la historiografía mexicana, el enfoque estatista no es monopolio de los marxistas. La
preocupación por el regreso del estado atraviesa las fronteras teóricas. Muchos
académicos no marxistas dicen que hay continuidad en el proceso de construcción del
estado. Para ellos, Cárdenas continúa el trabajo de Calles, Obregón y tal vez hasta de
Díaz; se destaca la continuidad en oposición a la ruptura. Se deduce entonces que el
gobierno de Cárdenas no solo encaja perfectamente dentro de una secuencia de largo
plazo de gobiernos constructores de estados, sino que también es un proceso
verticalista de centralización, aumento de las facultades del estado más que del pueblo.
O sea, consolida y perfecciona el ya sistema político vigente y asume un rol autocrático.
En oposición a esto, se sostiene el carácter distintivo del cardenismo, su contenido
radical. Sus metas y quizás logros transformadores. Creo que no se puede negar que,
en oposición a los argumentos a favor de la continuidad y la uniformidad que sostienen
los autores, algunos historiadores han enfatizado la discontinuidad, el radicalismo y la
especificidad del cardenismo. Entonces, las diferencias aparecen girar alrededor de las
siguientes cuestiones vinculadas: 1, continuidad vs ruptura a nivel de las políticas; 2,
relación entre Estado y sociedad civil; 3, poder del estado; y 4, la continuidad en
oposición a la ruptura a nivel de logros perdurables. Las discusiones recientes dentro
de la historiografía se basan en las disputas de la década del treinta. Sugiero analizar 4
puntos relacionados. El cardenismo fue un movimiento genuinamente radical que
prometió un cambio sustancial; tuvo apoyo popular y que debido precisamente a su
radicalismo enfrentó una gran resistencia, no solo manifiesta sino también de tipo más
subrepticio, oculto y exitoso, que restringió gravemente su libertad de acción y lo llevó a
eludir, a ver concesiones y dar marcha atrás en diversos temas; y que en consecuencia
sus logros en la práctica fueron limitados. Mi primer punto se refiere a las intenciones
radicales del cardenismo. Surgen 2 problemas inmediatos: la definición de grupo y sus
propias metas. ¿Quiénes fueron los cardenistas? Fueron los cardenistas una coalición
poco compacta y muy heterogénea, se formó en la campaña presidencial de 1933-34 y
la batalla por el poder en 1934-36. La lealtad cardenista fue superficial y táctica. (Ojo,
una minoría sí era fan). Los cardenistas ideológicos se identificaban con las reformas
laborales y agrarias del gobierno, su nacionalismo económico, la educación socialista y
la política exterior progresista; pero vinculaban estas políticas innovadoras a antiguas
tradiciones políticas y al patriotismo liberal, la masonería y el jacobismo. Existió un
elemento afectivo: el atractivo carismático del presidente austero, honesto, de vida
limpia, frugal, buen jinete, amante de la naturaleza y patriótico; un hombre que recorría
el país incesantemente. Si bien este modo directo inspiró el apoyo popular, también
provocó la ansiedad de la elite. Los cardenistas del núcleo duro constituían una minoría,
superados en número por los reclutas tácticos y sobre todo los oportunistas. Este hecho
complica dicha cuestión. Al autor le impresiona más el genuino radicalismo del proyecto
cardenista, sobre todo en la retórica, la cual es importante y es infravalorada. Las áreas
principales de las políticas cardenistas son la reforma agraria, estructuralmente
innovadora. Él distribuyó más tierras, con un aumento del 400%. Ojo, los terratenientes
y los hombres de negocios no aceptaron en forma complaciente una benigna
socialización de las pérdidas. Cárdenas mismo no era comunista, pero los comunistas
desempeñaron su rol en la movilización agraria. La política cardenista favoreció la
industrialización y el desarrollo económico. Pero también implicó una regulación estatal
mucho mayor de lo que los empresarios estaban dispuestos a aceptar. En comparación
con lo que había sucedido en el pasado, la política laboral del régimen de Cárdenas fue
genuinamente radical, en particular antes de 1938. Se decía que había un caos
comunista. Pero, una vez más, esta era una distorsión, pero de ningún modo era una
parodia de la realidad. O sea, algo comunista era. La movilización obrera estuvo, por
supuesto, íntimamente vinculada al nacionalismo económico de la presidencia de
Cárdenas. Los diseñadores de las políticas cardenistas creían, no obstante, que se
necesitaba capital extranjero para el desarrollo de México, y también creían que las
medidas abiertamente radicales provocarían la ira de Estados Unidos. Se realizó la ley
de Expropiaciones, un desafío a las compañías petroleras y por ende al capital
internacional, que generó una enérgica respuesta. Los empresarios extranjeros (y
algunos mexicanos) se consolaban con la idea de que el experimento nacionalista
fracasaría y que las compañías pronto serían invitadas a volver; el empresariado
mexicano se frotaba las manos con satisfacción ante la perspectiva de que Cárdenas
sufriera un gran revés como resultado de la expropiación. El régimen tenía una
educación socialista, para nada homogénea ojo, ya que contaba como por 3
interpretaciones distintas. Es evidente que el programa de educación socialista
despertaba fuertes sentimientos. La política exterior también cobró suma importancia.
Y, por una vez, la política exterior fue mucho más allá de la relación básica México y
Estados Unidos. Ahora rivalizaban con temas de política exterior, nuevos y más
apremiantes, que adquirían una fuerte coloratura ideológica. O sea, empezaron a chocar
con EEUU también en lo ideológico.
La dirección del argumento hasta ahora es que el régimen de Cárdenas adoptó políticas
y una retórica radicales, donde tanto sus seguidores como sus oponentes consideraban
que el régimen necesitaba e intentaba dar curso a nuevas iniciativas radicales. La
política emanaba desde arriba, pero también estaba influenciada por la presión desde
abajo. Las organizaciones populares se convirtieron en un capital importante del
régimen en la construcción de un Estado fuerte; específicamente, ayudaron al gobierno
a derribar a los caudillos, a domesticar al ejército, a enfrentar los intereses extranjeros
y a potenciar su propio poder. De ello no se deduce que estas organizaciones fueran
dóciles. Y es que, ¿hasta dónde puede llegar un movimiento popular sin tener que
establecer una relación con el Estado? No pueden ser tan rebeldes. En verdad, solo
aceptando un "abrazo" pueden los movimientos populares lograr resultados positivos,
siendo mutuamente condicionales. El éxito fue limitado en cuanto al régimen de
Cárdenas y de corta duración: el proyecto de educación socialista fue un fracaso, sin
duda, en términos de sus ambiciosos objetivos. También los programas indigenistas
fueron decepcionantes; los intentos del régimen de construir un consenso nacional
contra el fascismo internacional tuvieron un impacto limitado. La reforma de arriba hacia
abajo constituyó un reconocimiento del electorado agrarista. Es decir, la reforma la hizo
el estado, de arriba hacia abajo. Pero en los estados donde más funcionó, las huelgas
en busca de una política así, fue donde mejor funcionó dicha reforma. Entonces, no eran
tan de arriba hacia abajo, también de abajo hacia arriba. La relación entre el Estado y
el movimiento popular fue bidireccional. El Estado tenía mayor capacidad de coerción,
pero esta coerción era menor de lo que lo sería en años posteriores. La movilización
popular de la década del treinta no adoptó formas liberales democráticas
convencionales. No se caracterizó por elecciones transparentes ni por nociones
gladstonianas de responsabilidad cívica. Por el contrario, estuvo teñida de caciquismo,
violencia, vendettas y corrupción. No obstante, estas deficiencias liberales no hicieron
que el proceso fuera totalmente representativo.
El estado se puede considerar fuerte en la medida en que sobrevive y se reproduce a
sí mismo, que no se enfrenta a desafíos mortales contra su existencia y estabilidad. En
ese sentido, el estado mexicano se fortaleció durante la década del 20. Las elites
revolucionarias se fueron uniendo en partidos, como el PNR en 1929, y a partir de
entonces una cierta disciplina de elite impregnó la política mexicana: las elites
manejaron sus asuntos recurriendo cada vez menos a la lucha fraticida. El triunfante
Cárdenas exilió a Calles y no lo mandó a fusilar. Algo estaba cambiando. La presidencia
de Cárdenas, de esta forma, contribuyó aún más al proceso de fortalecimiento del
Estado, por lo menos en el sentido más restringido de disminuir el riesgo de rebelión
directa y de los golpes de estado pretorianos.
La Nueva España de los Habsburgos sería un caso clásico. Los estados que despliegan
una fuerza ejecutiva pueden poner en peligro su propia supervivencia y reproducción.
Ese fue el riesgo que corrió el gobierno de los Borbones: dejó de lado el consenso y
adoptó reformas de largo alcance pero muy provocativas. Los gobiernos revolucionarios
de la década del veinte y del treinta fueron fundidos en el molde Borbón: es decir, que
también buscaron cambiar la sociedad civil, en forma bastante radical en el caso del
cardenismo. (Relación Cárdenas y los Borbones)
Los enemigos del cardenismo eran la jerarquía eclesiástica, los laicos católicos, los
grupos empresariales, los universitarios, terratenientes, clase media, inversores
extranjeros y, sobre todo, las elites provinciales. Estos grupos advertían cada vez más
que el estado revolucionario estaba para quedarse, que resultaba más sensato
conspirar en forma inteligente para lograr su desradicalización que luchar
quijotescamente por su destrucción. La jerarquía eclesiástica dio la bienvenida a la
détente de 1929. Un astuto golpe político, dio su apoyo al régimen en el momento de la
expropiación petrolera, con un trato tácito: respaldo patriótico a cambio de una
atenuación del radicalismo cardenista. O sea, la jerarquía estaba adelantada y se subió
a la ola. En dos años el presidente electo Avila Camacho se declaraba católico
públicamente, y la educación socialista sería liquidada. Las últimas brasas encendidas
del anticlericalismo oficial serían extinguidas. Después de 1945, a medida que la
ideología de la Guerra Fría comenzó a permear la política mexicana, la jerarquía católica
se sintió justificada por su política de détente.
Al deponer a Calles, Cárdenas tuvo que hacer tratos con la derecha y la izquierda.
Durante un tiempo, la marea había fluido a favor del radicalismo, pero el régimen
cardenista fue colonizado por una multitud de salambiques y girasoles conversos
tácticos de la mafia callista. El régimen cardenista no fue tanto una causa por defender
sino un interludio que debía sobrevivir. El regreso cardenista nunca se produjo, ni
siquiera en 1952, tal vez la última y mejor oportunidad para su retorno. El comunismo
estaba muriendo en México. Este giro ideológico en parte fue producto de las
inexorables tendencias internacionales. La Guerra Fría legitimó los ataques vs los
comunistas, y hasta contra los cardenistas. Pero los factores internos fueron decisivos
para producir esta importante reorientación política. Los cardenistas fueron desalojados
y desacreditados incluso. La coalición cardenista se fragmentó perdiendo seguidores y
socavando su espíritu de lucha. Quisieron tratar de reformar una sociedad capitalista
dependiente. El cardenismo fue un vehículo de cambio mucho más débil de lo que
sostenían sus seguidores como sus opositores. Esto no quiere decir, por supuesto, que
su trayecto reformista sea insignificante, Por el contrario, el régimen cardenista forjó
cambios decisivos: la reforma agraria y laboral (por lo cual pudo contar con el decisivo
apoyo popular); la nacionalización de la industria del petróleo; la reorganización del
partido gobernante. El resultado final estaba lejos de alcanzar. Después de 1940, las
instituciones claves del cardenismo, el ejido y la escuela socialistas, apenas satisficieron
la gran esperanza radical de mediados de la década del treinta.
Pérez-Stable Marifeli. La revolución y el nacionalismo radical, 1959-1961. Capítulo 3. La
noche del 31 de diciembre Batista huyó de Cuba. La tiranía había sido derrocada. Con
Fidel Castro se venía un nuevo gobierno, el que todavía no tenía un plan para el futuro
(difícil, porque Fidel, el ejército rebelde y el movimiento 26 de julio repudiaban el
pasado). Ya para 1961 la economía cubana no era capitalista. Obvio que esto alarmó
sobremanera a las clases económicas y a los Estados Unidos. 6 décadas de soberanía
mediatizada habían debilitado las posiciones de las clases económicas y de los Estados
Unidos dentro de Cuba, por lo que ninguno fue capaz de contener la avalancha
revolucionaria. El propósito era defender la nación contra los Estados Unidos.
El reformismo, las clases económicas y la revolución. A principios de 1959 Fidel Castro
nombra al juez Manuel Urrutia presidente del gobierno revolucionario. La fuente de
legitimación del gobierno revolucionario era el pueblo, el cual debía tener memoria de
su feo pasado. Junto al ejército rebelde y el movimiento 26 de julio, con Fidel Castro a
la cabeza, encontraba el gobierno de Batista la oposición. Fidel Castro, conocido por
sus tendencias autocráticas, se mostraba reacio a compartir el mando y ya de por sí
gozaba del apoyo de casi todos los cubanos. Los economistas Pazos y Boti abogaban
por la reforma agraria, la modernización de la industria azucarera, la industrialización
sustitutiva de importaciones y a las inversiones del capital estatal y nacional: el objetivo
era promover el pleno empleo y el crecimiento económico, redistribuir el ingreso
nacional. Pazos y Boti descartaban las nociones de que la puesta en vigor de una
legislación laboral progresista limitara el desarrollo. En realidad, pensaban que el nivel
de intervención por parte del estado en los asuntos económicos debía ser mucho mayor
que lo que el consenso de esos años permitía. Ambos economistas defendían las
ventajas del capital cubano público y privado, querían poner el control de su economía
en manos cubanas. Ojo, las clases económicas dentro de todo también celebraron el
triunfo y felicitaron al nuevo gobierno, pero no todos los sectores de la misma celebraban
la revolución con el mismo entusiasmo. Los empresarios no apoyaban el crecimiento
vertiginoso de los salarios, por ejemplo. Las clases económicas demostraron ser
incapaces de controlar la revolución como cuando intentaban defender los intereses
antes de 1959, por ello hablamos de sus fracasos contra este nuevo nacionalismo
radical. El programa inicial del gobierno revolucionario no era excepcionalmente radical:
su edicto fundamental, la reforma agraria, se basaba en el artículo 90 de la CN de 1940,
que buscaba proscribir el latifundio y el aumento de la propiedad extranjera sobre la
tierra (es decir, limitar los sistemas grandes de extensiones de tierra en manos de unos
pocos). La reforma también incluía medidas de otro tipo: la política de impuestos
progresivos favorecía a las inversiones cubanas, a la industria no azucarera, a la
pequeña empresa y a las provincias antes que a las inversiones extranjeras, al sector
azucarero, a los grandes negocios y a la misma Habana respectivamente. Se buscaba
favorecer a los pequeños productores. La revolución distinguía a los empresarios, a los
que se incluía en el llamado a la unidad nacional para defender los intereses populares,
de los demás sectores de las clases económicas. Elogiaba a los cubanos de dinero que
habían invertido en la industria. El campesinado, la clase obrera y la burguesía
progresista eran los 3 pilares de la revolución.
Las consecuencias del programa revolucionario fueron, sin embargo, profundamente
radicales. La sociedad carecía de medios para contener el desenvolvimiento del
nacionalismo radical. Cuando la nueva dirigencia rechazó la celebración inmediata de
elecciones, ya que frenarían el proceso revolucionario, pocos cubanos se preocuparon,
pues el pasado había dejado claro que la politiquería podía sabotear fácilmente la
integridad de los procesos electorales y sacrificar los intereses de las clases populares.
La corriente del nacionalismo reformista defendía la reforma y medidas del gobierno
porque carecían de sus propios líderes. Hasta entonces, nunca Cuba había tenido un
gobierno que defendiera a las clases populares tan abiertamente. "Hay una verdad que
debe decirse antes que nada y es sinceramente que los obreros tienen razón". La clase
obrera y el gobierno revolucionario. Los empresarios se opusieron al incremento
inmediato de los salarios. Otros divulgaron contratos laborales falsos con sueldos por
debajo del mínimo diario. El gobierno revolucionario no vaciló en tomar la iniciativa: todo
lo que significara un obstáculo al desenvolvimiento de la economía sería tachado de
antipatriótico. El Ministerio del Trabajo dijo que mantendría una postura equidistante
hacia los intereses de los trabajadores y los del capital, pero en realidad esta institución
no era un árbitro neutral. Hubo un reaumento de los salarios, un 14% anual. "Ahora el
pueblo está en el poder. Ustedes y nosotros somos una sola cosa. Pueblo y poder
somos una sola cosa". "Por primera vez el ejército no usará las armas contra el pueblo",
afirmaba Fidel. Y a su vez, por primera vez en la historia de Cuba las clases económicas
carecían de un cuerpo armado que defendiera sus intereses. Y cuando los trabajadores
hacían huelgas y marchas reclamando todavía más salario, "la huelga es un arma
formidable, pero no podemos usarla ahora". Con mucha razón, el Movimiento 26 de
Julio desestimaba el llamado a la unidad lanzado por el PSP (maniobra comunista), ya
que lo consideraban una medida oportunista dirigida a conservar su relevancia después
de una rotunda derrota electoral. Fidel Castro proclamó que la ideología de la revolución
no era ni capitalista ni socialista, sino humanista (Al principio). En septiembre, Fidel
declaró que las demandas salariales ya no eran legítimas: el desarrollo de la economía
nacional, la solución al problema del desempleo y el bienestar de los humildes eran más
importantes. A medida que se multiplicaban las actividades contrarrevolucionarias, la
defensa se convertía en una necesidad cada vez más imperiosa. El ejército Rebelde
tuvo que hacer frente a discrepancias internas. Raúl Castro fue nombrado ministro de
Defensa y Ernesto Guevara presidente del Banco Nacional: ambos eran conocidos por
su simpatía hacia los comunistas. Hacia finales de 1959, el gobierno revolucionario ya
había logrado someter a los sindicatos a su control. El gobierno revolucionario podía
afirmar con legitimidad que era el primero en la historia de Cuba que respetaba los
intereses de las clases populares. Cuba ya no tenía una economía capitalista, y las
clases obreras económicas habían sido relegadas al pasado. La política revolucionaria
y las clases populares. Ni Fidel Castro ni el nuevo liderazgo cubano admitían que su
legitimidad dependía de la restauración de la CN de 1940, y es que el hecho de reducir
a Cuba de un pasado indigno y alcanzar el bienestar de las clases populares hacía
merecedor al gobierno revolucionario de una incuestionable autoridad. Cuando Batista
hacía cosas, EEUU ni se inmutaba. Tan pronto como el gobierno revolucionario asumió
el poder, los Estados Unidos y algunos sectores de las clases económicas comenzaron
a exigir la inmediata celebración de elecciones. En la nueva Cuba peligraban sus
intereses. Las elecciones eran la única forma de evitar la transformación radical. Se
resistía a la creación de una organización que pudiese oponérsele en el futuro. El propio
Fidel constituía el recurso político más convincente de la revolución. Poseía una
habilidad excepcional para interpretar y encarar la realidad cubana, y una extraordinaria
capacidad para transmitir a sus seguidores la magnitud de la misión que debían cumplir.
El binomio fiel pueblo: cuando explicaba algo, el pueblo lo entendía. En su primer
discurso a la nación el 1 de enero, Fidel mencionó la necesidad de terminar con la
discriminación de la mujer, especialmente en lo que se refería a las trabajadoras. A partir
de 1959 las mujeres cubanas comenzaron a tomar parte en el proceso revolucionario
sin lazos previos que las ataran a ninguna organización y surgieron diversas
organizaciones sin aparentes conflictos en cuanto a su dirección o cuestiones
ideológicas. En realidad, la polémica referente al comunismo enmascaraba un
sentimiento de rechazo hacia la transformación radical. Si Cuba no se encontrara a
noventa millas de los EEUU, quizá el gobierno revolucionario podría haber seguido esa
tercera vía humanista tan difícil de alcanzar. Pero esa cercanía geográfica y la
consiguiente intimidad histórica entre los dos países habían configurado el nacionalismo
radical que ahora obligaba a la revolución a adoptar una posición cada vez más
intransigente. En la experiencia de Bolivia durante los años 1952 y 56, donde el intento
de satisfacer los intereses capitalistas nacionales y extranjeros había desestabilizado a
la revolución social. Para que la revolución cubana no se viera en peligro, era
imprescindible una autoridad central, decisiva y eficiente que Fidel Castro nunca dudó
en ejercer. El PSP, el DRE se unieron al movimiento 26 de julio y formaron a ORI. Iba
asumiendo el perfil de un sistema de partido único. El gobierno norteamericano quedó
profundamente sorprendido ante la osadía revolucionaria. El presidente URRUTIA
VACIALA Y GENERALMENTE ESPERABA OIR LA opinión de Fidel Castro antes de
tomar cualquier decisión. Los norteamericanos se resistían a aceptar las demandas
salariales y la reorganización sindical; esa inflexibilidad de alguna manera animaba los
sentimientos nacionalistas. La CIA decidió que era imposible mantener relaciones
amistosas con el gobierno de Castro y por ello comenzaron a idear los medios para
ayudar a derrocarlo y sustituirlo por un gobierno que simpatizara con los EEUU. A
medida que se fortalecían los lazos con la URSS y Europa del Este, se afianzaba
también la posición del PSP dentro de la nueva coalición gobernante. John F Kennedy
envió una brigada invasora compuesta por exiliados cubanos con la misión de derrocar
a Fidel Castro. Pero, por ejemplo a diferencia de lo que sucedió en Guatemala, la
revolución social en Cuba tenía profundas raíces históricas y contaba con un
extraordinario apoyo popular. En 1961, cuando Cuba sale victoriosa de su
enfrentamiento con los EEUU, la enmienda platt expiraba de facto. Fidel había declarado
antes ya el carácter socialista de la revolución cubana. ¿Cómo podía perdurar en Cuba
una revolución radical cuando la dependencia con respecto a los Estados Unidos
invadía todos los terrenos de la sociedad? Parte de la respuesta estaba en la
centralización del poder; y la otra parte se encontraba en el mundo sometido a la guerra
fría: la alianza con la URSS. Para que funcionara el socialismo, esto debía pasar.
Además, la necesidad de consolidar una revolución nacionalista llevó a Cuba al
socialismo, a una alianza con la URSS y a la permanente hostilidad por parte de los
EEUU. Ya tampoco se pensaba de Con Cuba o sin Cuba. Era una simple referencia
geográfica. Ahora era Con Fidel o Contra Fidel. La revolución alrededor de la figura de
Fidel Castro. "Todo el oro de nuestros enemigos no alcanza para comprar la conciencia
de un revolucionario, su conciencia revolucionaria". La centralización del poder y la
eliminación de la autonomía fue el precio que exigió la supervivencia.
Capítulo 4. La revolución y el desarrollo inclusivo. "Sobre todo la Revolución le dio, por
primera vez en su historia, la conquista de su plena dignidad, la conciencia de su poder
y de su inmensa e inagotable energía". Ahora el desarrollo nacional giraba alrededor de
los intereses de las clases populares. Y el nuevo gobierno rehusaba aceptar la
subordinación de Cuba a los EEUU. El socialismo no había logrado desarrollar la
economía en la medida necesaria para asegurar la independencia nacional. Y más
tarde, con la caída de la URSS, desaparecerían las condiciones internacionales que
habían favorecido la consolidación de la revolución y sostenido al gobierno chino. La
revolución tenía como verdadero desafío transformar la pasión del pueblo en una fuerza
que reanimara la vida cotidiana y promoviera la productividad. Estrategias de desarrollo
y rendimiento económico. La diversificación era la clave del crecimiento económico. No
crecía la voluntad de reducir el monocultivo. Después de 1959, la política del estado
revirtió las tendencias que favorecían a La Habana y perjudicaban a las clases
populares, evitó la reestructuración de los antiguos vínculos con los EEUU e impidió la
renovación del capitalismo dependiente. La eliminación del capitalismo, se pensaba
entonces, lograría el avance de la economía y la justicia social. El socialismo abría
nuevas perspectivas y la isla parecía haber tomado el camino correcto. Sin embargo, la
realidad que trajo consigo el desarrollo socialista dependiente desvaneció los sueños
que abrigaron los rebeldes. El gobierno norteamericano no aceptaba el derecho de Cuba
a la autodeterminación, y a partir de 1962 impuso un embargo comercial por el que la
dirigencia cubana pagaría un precio muy alto. El sistema socialista, basado en el
desarrollo inclusivo y en sus estrechos lazos con la URSS, no benefició a la economía
cubana como se esperaba durante el período de auge de la revolución. Y ya después
de 1989, la caída del comunismo minó la viabilidad del socialismo cubano. Durante 1959
y 1960, la economía cubana funcionaba bien, pues el fin de la lucha armada y la
madurez de las inversiones realizadas durante la década anterior contribuyeron a la
recuperación económica. Pero la estrategia de una industrialización rápida fracasó al no
considerar plenamente los costes y los niveles de las importaciones necesarios para la
industrialización sustitutiva de las importaciones. ISI. La producción de azúcar en 1963
disminuyó drásticamente. Ya que, la diversificación agrícola, no supo satisfacer la
demanda de productos alimentarios e generó las exportaciones necesarias para cubrir
las pérdidas provocadas por la caída de la zafra. Entonces, el embargo norteamericano,
junto a las condiciones climáticas adversas, obstaculizó también la estrategia inicial.
Como resultado, en 1964 el gobierno revolucionario decide abandonar la
industrialización y adoptar una estrategia llamada "de autopista", cuyos ejes serían el
azúcar y la agricultura. Las dificultades que impedían la eliminación del monocultivo y la
dependencia externa cargaban todo. La vinculación entre el sector azucarero y otras
actividades económicas era crucial para la nueva estrategia. El estado en los 70
continuó haciendo hincapié en el sector azucarero como el principal generador de
divisas, y en su modernización como el motor del desarrollo económico. La modesta
diversificación no compensaba una producción azucarera per cápita cada vez menor.
Cuba poseía la infraestructura más avanzada de dicha industria, pero la exportación de
azúcar nunca lograría sostener el crecimiento económico por sí sola, y la pérdida de
condiciones preferenciales del intercambio con la ex URSS puso al desnudo la cruda
realidad: el proyecto del azúcar como promotor del desarrollo estaba condenado al
fracaso. El hecho de que en esos dos periodos Cuba comerciara fundamentalmente con
un solo socio ponía de relieve la vulnerabilidad ante el mercado internacional. La
economía cubana seguía caracterizándose por un rendimiento desalentador y una
dependencia del azúcar. La Cuba socialista había alcanzado avances importantes en la
satisfacción de las necesidades básicas de la población. Aunque claro la dependencia
con el azúcar imponía límites al aumento de los niveles de vida. La igualdad relativa era
posible gracias a la transformación radical de las relaciones de clase. Niveles de vida
después de la revolución. Solucionar el problema del empleo era el objetivo fundamental
del gobierno revolucionario. Casi todos los cubanos en edad laboral habían encontrado
un puesto de trabajo estable. Sin embargo, esos niveles tan bajos de desempleo no
eran totalmente reales. Las tasas de empleo enmascaraban un alto nivel de subempleo.
Después de 1959, los niveles de escolaridad mejoraron notablemente, la alfabetización
era casi universal. El socialismo también mejoró los niveles de salud pública. Los índices
globales se encontraban entre los más altos de América Latina, pero ocultaban
profundas diferencias entre el campo y la ciudad, y en especial entre La Habana y el
resto del país. Después de 1959, esas cifras reflejaban de forma más exacta el estado
de la salud pública y la distribución de los servicios. La esperanza de vida se elevó a los
75 años. La distribución de médicos, camas de hospitales y unidades de atención
primaria mejoraron considerablemente en todas las provincias. El sistema de salud era
un punto de contacto entre la ciudadanía y el gobierno, por lo que la dirigencia le
prestaba la mayor atención. La construcción de vivienda demostraba los esfuerzos que
hacía el gobierno por mitigar las diferencias entre el campo y la ciudad. La revolución
logró revertir las desigualdades entre las provincias, aunque La Habana mantuvo su
preeminencia. La distribución de los salarios era mucho más equitativa. Visiones
socialistas y desarrollo inclusivo. La conciencia revolucionaria era más poderosa que el
odio para ellos. A lo largo de 4 décadas, la política estatal intentó encontrar el equilibrio
adecuado entre los objetivos económicos y los ideales morales. Los primeros años de
la década del 70 fueron una época que generó una euforia extraordinaria y grandes
esperanzas. Sin embargo, el fracaso que significó no poder alcanzar altas tasas de
crecimiento ni la diversificación económica desterró para siempre la noción de que el
socialismo sería una panacea de efectos inmediatos. El hecho de que Cuba fuera un
país pequeño, con riqueza limitada y una economía dependiente del mercado, obligaba
al estado a aprovechar su recurso más abundante: la voluntad, la energía y la pasión
del pueblo cubano. "Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material
hay que hacer al hombre nuevo". Después de 4 décadas, el modelo de desarrollo
socialista dependiente que, en muchas ocasiones le había sido útil a Cuba, se había
agotado. Las condiciones nacionales e internacionales minaron la viabilidad del
socialismo cubano y, ya en los noventa, la brecha existente entre el discurso oficial, la
política económica y las expectativas de la ciudadanía se ampliaban aceleradamente.
Zanata, Loris.
La década perdida y la democracia (re)encontrada.
En los años 80 para América Central fue la mayor violencia política, mientras que para
Latinoamérica ya era la vuelta a la democracia. América Central sufrió de forma
explosiva con la última y virulenta fase de la Guerra Fría. La democratización, en
Latinoamérica, convivió durante largo tiempo con una tremenda recesión económica. En
general, las nuevas democracias nacieron en un contexto desfavorable y, en la mayor
parte de los casos, se revelaron frágiles y sujetas a antiguos vicios.
Las transiciones democráticas. La cita con la democracia se renovó en la década de los
80. Parecían reunirse por primera vez diversos factores que facilitaban la aclimatación
de la democracia. La oleada revolucionaria ya se había extinguido o había retrocedido
en casi toda la región. Donde aún persistía, como en América Central, se acabaría
durante la década. El modelo socialista tenía su triste ocaso, incluso la fascinación por
la revolución cubana se nubló luego de que el régimen de Castro tomara rasgos típicos
de las dictaduras comunistas. Por otro lado, la oleada contrarrevolucionaria estaba
llegando a su fin. Suscitaba un rechazo masivo en numerosos países de la región, donde
se manifestó una nueva sociedad civil, consciente de la importancia de la democracia
política. Vimos el advenimiento de la nueva etapa democrática, la cual suscitó grandes
esperanzas y reunió amplios consensos. Los años 80 solo acarrearon beneficios a la
transición latinoamericana hacia la democracia y desaparecieron las excusas o las
razones de la Guerra Fría para negarle el valor a la misma, a la democracia. El triunfo
fue de Occidente, puesto que apreciaba que el colapso progresivo del imperio soviético
le brindaría a la democracia un prestigio y un sentido nuevos. El arco cronológico
cubierto por la transición se extiende desde las elecciones de 1979 en Ecuador hasta
las de 1989 en Chile. Además, hubo evidentes signos del nuevo clima y la
democratización en curso de México, donde se abrieron las primeras grietas serias en
el dominio del PRI.
En ningún caso la transición a la democracia siguió la vía revolucionaria: los militares no
fueron expulsados del poder por vías violentas, lo cual es fundamental a la hora de
comprender el gran paso que conservaron durante mucho tiempo en el seno de los
nuevos regímenes democráticos. No fue la presión popular el determinante de la
precipitación de la retirada, sino sus incurables divisiones internas y las humillaciones.
Las riendas de la transición democrática estuvieron mucho más firmes en manos de las
fuerzas armadas allí donde se jactaban de su éxito en el campo económico y con el
tiempo fueron capaces de crear regímenes estables e institucionalizados.
La economía en los años 80: la década perdida.
La pésima coyuntura económica volvió aún más complejos los primeros pasos de estas
jóvenes democracias. Fue una coyuntura negativa al tal punto que incluso hoy se la
recuerda como la década perdida: un desacierto sin desarrollo, durante el cual la región
retrocedió en el campo económico y social. La deuda externa había crecido en forma
desmesurada. Todo comenzó con la crisis de México en 1982 y finalizó en 1989, con la
crisis argentina, donde la inflación se convirtió en hiperinflación. Los factores
estructurales pusieron de manifiesto que el modelo de desarrollo en los últimos decenios
(dirigista y volcado al mercado interno) había cumplido su ciclo. Se había transformado
en un peligroso obstáculo, parecía inadecuado para soportar los desafíos de un
mercado cada vez más abierto y global. Ineficiencia del parque industrial. No obstante,
hacia finales de la década era observable la recuperación de algunos sectores
industriales y agrícolas, que se habían vuelto competitivos.
La crisis de la deuda externa.
En los años 70, cuando los precios del petróleo se dispararon a niveles vertiginosos, los
países exportadores de crudo se encontraron con enormes capitales disponibles que
depositaron en buena medida en la banca estadounidense y europea, la cual buscó a
su vez extraer el mayor beneficio posible de aquella ingente liquidez, haciendo
generosos y abundantes préstamos a los países en vías de desarrollo, entre los cuales
figuraban los más grandes e industrializados de América Latina. Ya a comienzos de los
80, se atascó. El estancamiento mundial, la contracción de las exportaciones latinas y
en especial el alza de las tasas de interés transformaron las deudas en una soga al
cuello. La burbuja de la deuda comenzó a desinflarse solo hacia el final de la década,
no porque el problema desapareciera, sino debido a la nueva estrategia adoptada por
el gobierno estadounidense de George Bush. El llamado plan Brady (nombre del
secretario del Tesoro de los EEUU en 1989). Los costos sociales eran tan elevados que
ponían seriamente en riesgo los nuevos regímenes democráticos, lo que llevaría al caos
de una región entera, justo cuando se definía la Guerra Fría, y por ello este plan preveía
un paquete de medidas destinadas a reducirlos y que buscaban alentar las reformas
económicas de los países beneficiarios. En general obtuvo resultados positivos.
América Central en llamas.
Mientras el autoritarismo y la violencia política disminuían en los años 80 en numerosos
países de la región, lo contrario ocurría en América Central, donde ambos fenómenos
alcanzaban su cenit por diversas razones. En primer lugar, porque excepto Costa Rica
(democracia sólida), los otros países del istmo presentaban estructuras sociales y
regímenes políticos mucho más atrasados que el resto de LATAM. El resultado fue la
explosión de tres guerras civiles que ensangrentaron durante mucho tiempo la región,
como Guatemala, El Salvador y Nicaragua. Fue un efecto dominó de los golpes de
guerrillas. El segundo motivo fue su relevancia en el contexto internacional de la época.
Ello se debió a su ubicación geográfica y sus peculiares relaciones con los Estados
Unidos, también la influencia que Cuba y, a través de ella, la URSS ejercían. Ronald
Reagan en 19821 hizo de la región el vía crucis de conflictos que la trascendían
ampliamente. Los ya graves y radicales problemas de América Central se
internacionalizaron aun más, desgarradores y violentos. Los militares buscaron crear un
vacío alrededor de los insurgentes recurriendo a la violencia indiscriminada y a la
concentración de la población rural indígena en villas especiales.
El Salvador se convirtió (para milicos y adm yanqui) en la nueva línea de trinchera, de
contención primero y derrocamiento después, de una supuesta amenaza comunista. La
experiencia de la Nicaragua sandinista suscitó grandes esperanzas y acusó
desilusiones no menores. Sufrió el cerco de la mayor potencia del mundo, EEUU, que
recurrió a todos los medios menos lo militar para doblegarla: embargo económico, covert
actions y financiamiento de un ejército contrarrevolucionario, los contras, en la frontera
del país. Por otro lado, el gobierno sandinista manifestó los rasgos típicos del populismo:
ambiciosos planes destinados a integrar a las masas (reforma agraria y alfabetización)
pero tendió también a concentrar el poder y monopolizarlo en nombre de la revolución,
perdiendo el apoyo de la iglesia y el sector privado. La revolución sandinista dio fin a la
dictadura oligárquica de los Somoza por 40 años, y si bien Somoza había muerto mucho
tiempo antes, el FSLN fue el que triunfó en su nombre.
Dadas tales premisas, no sorprende que la transición democrática en América Central
llevada cabo en la segunda mitad de los años 80 fuera nacida tras las derrotas del
autoritarismo, fueran frágiles y poco representativas sus instituciones. Las enormes
presiones militares que tuvieron, incluso obligado a evitar investigar las violaciones de
los derechos humanos, no pusieron fin a la violencia.
Monseñor Romero y la iglesia.
¿Por qué en todos los frentes la invocación al Dios de la cristiandad resonó con tanta
intensidad como legitimación de causas opuestas? ¿Por qué hubo tantos mártires
católicos en países católicos? En América Central se sumaron la crisis de la modernidad
y la crisis de la cristiandad La fractura del orden político elitista y el boom de la demanda
de participación política y democracia social. Prosperó acá la iglesia de los pobres o
iglesia progresista. La iglesia católica conservaba un vasto poder moral y un profundo
arraigo social.
La doctrina Reagan y América Latina.
La política de administración de él se focalizó en Latam y sobre todo en América Central
porque era clave en la última y decisiva fase de la Guerra Fría, que se cerró con la
implosión del imperio soviético. Los conflictos que pasaban ahí, conflictos locales,
Reagan hizo lo posible por globalizarlos, por cuanto comprendió que eran una pieza
menor del rompecabezas mayor de la Guerra Fría. En verdad, Reagan y sus
colaboradores acusaban a las administraciones precedentes de haber sido fuertes con
los amigos y débiles con los enemigos, imponiendo sanciones y presionando a
regímenes aliados sin obtener otro resultado que su debilitamiento. Se trató de una
doctrina que él mismo anunció en 1985, cuando proclamó el compromiso
estadounidense de sostener a quienes luchaban contra la agresión comunista, y que no
hizo más que confirmar principios análogos a los cuales su gobierno de hecho se atuvo.
En enero de 1989, cuando Bush asumió la presidencia, y a los pocos meses cayó el
muro de Berlín: revolución un golpe de orden internacional, el contexto de LATAM había
cambiado profundamente respecto del decenio anterior. Lo cierto es que la
administración Bush se encontró ante un contexto mucho menos conflictivo que el de
su predecesor y tal vez por eso comenzó a dar vuelta la página de la política
estadounidense, con un enfoque más diplomático. De aquí el compromiso asumido en
el frente económico con el ya mencionado Plan Brady. Con el enemigo soviético de
rodillas, la obsesión estadounidense por la seguridad disminuyó de golpe y las
relaciones con LATAM se encaminaron hacia sendas más tradicionales.
1989: Invasión a Panamá. Operación Causa Justa, denominada en código la invasión a
Panamá. Habían sido aliados útiles aunque indigestos, comenzaron a ser vistos por los
EEUU como sujetos dedicados solo al ejercicio de poderes dictatoriales, que ahora
representaban una mancha en el centro de una región en fase de democratización. El
19 de diciembre de 1989 comenzó dicha invasión. El objetivo era capturar a Manuel
Antonio Noriega y proteger los intereses de los Estados Unidos en ese país. George
Bush y su gobierno consideraron emplear las viejas maneras. Tuvieron éxito aunque los
costos fueron muy altos
Las nuevas democracias: esperanzas y límites. En América Latina parece haberse
expandido una nueva cultura democrática producida por una aún más novedosa
sociedad civil. Su creencia en las instituciones democráticas como medio para alcanzar
una mayor equidad social, o para obtener su independencia del Estado. Ni siquiera en
Brasil la nueva democracia se encontraba en un lecho de rosas. La nueva Constitución
aprobada en 1988 sin duda le hizo dar un gran paso hacia adelante al introducir las
elecciones directas a presidente con sufragio universal, restaurando el principio federal.
Pero su rigidez rápidamente fue obstáculo para las profundas reformas económicas. La
primera presidencia democrática entonces cerró con una grave crisis económica.
También en México, las expectativas democráticas de los años 80 se estrellaron contra
viejos y nuevos obstáculos. El ya decrépito sistema del PRI parecía llegar a su fin en la
medida en que sus planes de austeridad fracasaban. El avance parecía inminente, pero
una vez más, en medio de insistentes denuncias de fraude masivo, la victoria llevó al
PRI de vuelta al poder (aunque por poco).
Venezuela y Colombia, democracias enfermas. En los años 70 ellas se distinguían
como raros oasis de gobiernos civiles y democracias representativas. En los 80
cuando la región viró hacia la democracia, los defectos de ambos se pusieron en
evidencia y si Colombia, plagada de violencia, no cambió de régimen político,
Venezuela entró en una larga crisis que causaría drásticas mutaciones una década
después. El trágico y ya mencionado Caracazo de 1989 y el intento de golpe 3 años
más tarde, a cargo del coronel Hugo Chávez, fueron síntomas evidentes de que el
sistema estaba llegando a su límite.

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