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IMPORTANTE

Esta traducción fue realizada por un grupo de personas fanáticas de la lectura


de manera ABSOLUTAMENTE GRATUITA con el único propósito de
difundir el trabajo de las autoras a los lectores de habla hispana cuyos libros
difícilmente estarán en nuestro idioma.
Te recomendamos que si el libro y el autor te gustan dejes una reseña en las
páginas que existen para tal fin, esa es una de las mejores formas de apoyar a los
autores, del mismo modo te sugerimos que compres el libro si este llegara a salir
en español en tu país.
Lo más importante, somos un foro de lectura NO
COMERCIALIZAMOS LIBROS si te gusta nuestro trabajo no compartas
pantallazos en redes sociales, o subas al Wattpad o vendas este material.

¡Cuidémonos!
CRÉDITOS
Traducción
Mona

Corrección
NikkySteffa
Niki26
Karikai
Queen

Diseño
Bruja_Luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE ______________ 3 CAPÍTULO VEINTIUNO _______ 212
CRÉDITOS ________________ 4 CAPÍTULO VEINTIDÓS _______ 225
SINOPSIS _________________ 7 CAPÍTULO VEINTITRÉS ______ 245
Nota de la autora (contiene CAPÍTULO VEINTICUATRO ____ 251
pequeños spoilers): __________ 9 CAPÍTULO VEINTICINCO ______ 257
TÉ DE BURBUJAS - SUSTANTIVO 10 CAPÍTULO VEINTISÉIS _______ 263
REGLAS DE LA MALDICIÓN ____ 11 CAPÍTULO VEINTISIETE ______ 267
CAPÍTULO UNO ____________ 12 CAPÍTULO VEINTIOCHO ______ 280
CAPÍTULO DOS ____________ 22 CAPÍTULO VEINTINUEVE _____ 289
CAPÍTULO TRES ___________ 33 CAPÍTULO TREINTA _________ 294
CAPÍTULO CUATRO _________ 42 CAPÍTULO TREINTA Y UNO ____ 305
CAPÍTULO CINCO ___________ 48 CAPÍTULO TREINTA Y DOS ____ 314
CAPÍTULO SEIS ____________ 54 CAPÍTULO TREINTA Y TRES ___ 322
CAPÍTULO SIETE ___________ 63 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO _ 328
CAPÍTULO OCHO ___________ 78 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ___ 335
CAPÍTULO NUEVE __________ 92 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS ____ 354
CAPÍTULO DIEZ ____________ 100 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE ___ 367
CAPÍTULO ONCE ___________ 108 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ___ 374
CAPÍTULO DOCE ___________ 124 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE __ 378
CAPÍTULO TRECE __________ 131 CAPÍTULO CUARENTA _______ 390
CAPÍTULO CATORCE ________ 147 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO __ 409
CAPÍTULO QUINCE __________ 155 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS __ 416
CAPÍTULO DIECISÉIS ________ 166 CAPÍTULO CUARENTA Y TRES __ 422
CAPÍTULO DIECISIETE _______ 176 CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO 429
CAPÍTULO DIECIOCHO _______ 182 CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO _ 437
CAPÍTULO DIECINUEVE ______ 189 CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS __ 455
CAPÍTULO VEINTE __________ 195 CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE _ 468
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO _ 475 CAPÍTULO SESENTA Y DOS ____ 597
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE 485 CAPÍTULO SESENTA Y TRES ___ 606
CAPÍTULO CINCUENTA _______ 497 CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO _ 611
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO __ 503 CAPÍTULO SESENTA Y CINCO __ 617
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS __ 521 CAPÍTULO SESENTA Y SEIS ___ 626
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES _ 529 CAPÍTULO SESENTA Y SIETE ___ 633
CAPÍTULO CINCUENTA Y CAPÍTULO SESENTA Y OCHO ___ 644
CUATRO_________________539 CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE __ 651
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO _ 542 CAPÍTULO SETENTA ________ 670
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS __ 556 CAPÍTULO SETENTA Y UNO ___ 680
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE _ 562 CAPÍTULO SETENTA Y DOS ____ 681
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO _ 571 CAPÍTULO SETENTA Y TRES ___ 684
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE 581 EPÍLOGO ________________ 686
CAPÍTULO SESENTA ________ 584 CAPÍTULO EXTRA __________ 689
CAPÍTULO SESENTA Y UNO ___ 591 ACERCA DE LA AUTORA ______ 691
SINOPSIS
La megaestrella Tam Eyre no sabe qué hacer con la nota arrugada que le
arrojan a la cabeza:

Si no me amas, ambos moriremos.

Lakelynn Frost, una universitaria obsesionada con las burbujas de té, tiene 365
días para enamorar a la estrella del pop más famosa del mundo.
Si ella no puede hacerlo, una vieja maldición familiar los matará a ambos.
Podría ser un problema ya que no puede conseguir entradas para ninguno de
sus conciertos con entradas agotadas.
¿Debería Lake perseguirlo con la única compañía de su malhumorado hermano
Joules?
¿Tachar cosas de su lista de cosas que hacer antes de morir, como el tío Jack?
¿Planificar su propio funeral como la tía Clara?
Pero Lake es una luchadora.
¿Y esta maldición? Viene con encuentros mágicos.
este libro está dedicado a todos mis compañeros lectores de humor.
a veces queremos leer sobre té de burbujas, maldiciones y un novio estrella del
pop
aunque también nos guste el romance oscuro y los extraterrestres y la fantasía
romántica
sé rara, que te guste todo, sigue adelante.
Nota de la autora (contiene
pequeños spoilers):
¡Hola!

Te escribo con un té de burbujas con azúcar moreno en la mano, uno con una
pajita rosa brillante y una alegre carita de emoji en la tapa. Me encantaría contarte
algunas cosas antes de que empieces a leer (si quieres). Esta nota puede contener
pequeños spoilers, así que adelante, sáltatela si quieres sorprenderte.
If You Don't Love Me We Both Die es una novela independiente, lo que significa
que es una historia completa en un solo libro. También es un romance
(hombre/mujer). Es un libro de lectura lenta, con escenas calientes. Tarda un poco
en llegar, pero una vez allí, la cosa se pone picante.
Los personajes son todos veinteañeros, y aunque este libro es sobre todo
romance contemporáneo, hay una pizca de magia. La maldición es real, y es
importante. Es una historia sobre las personas, el amor, el romance y sobre el sexo.
Para ver una lista de desencadenantes (no hay nada que yo clasificaría como
extremo en esta historia, pero por si acaso), puede visitar mi sitio web
@ cmstunich.com/webothdietw para spoilers.
Ugh. Me encanta cuando una lectura lenta se incendia.

Te quiero ferozmente, C.M. Stunich

Este libro está escrito 100% por humanos (todos mis libros lo están); no
contiene *NINGÚN* material escrito por IA, ideas o inspiración. En la creación de este
libro no se ha recurrido a la escritura fantasma.
TÉ DE BURBUJAS -
SUSTANTIVO
también conocido como boba

1. bebida taiwanesa a base de té, servida con leche o sirope de fruta y pequeñas
perlas de tapioca; los sabores son numerosos y variados, por ejemplo, fresa,
lavanda, melón dulce, rosa, azúcar moreno y taro; los ingredientes pueden ser
bolas de tapioca, boba, pudding, gelatina de cristal, nata o lo que a cada cual le
apetezca.
2. el té de burbujas se personaliza fácilmente para adaptarse al gusto de cualquier
aficionado; se pueden modificar los niveles de azúcar y hielo; se pueden añadir,
mezclar o descartar por completo los ingredientes para hacer té con leche
3. si eres una adicta al té de burbujas como Lakelynn Frost (la mujer aquejada por
una maldición familiar multigeneracional) entonces puede que sea... sol en una
taza

Espero que este libro sea para ti un sol en una taza. Que te haga entrar en calor.
Feliz lectura
REGLAS DE LA MALDICIÓN
Un compendio de conocimientos duramente adquiridos, transmitidos de
generación en generación por la familia Frost y reescritos por Lakelynn Frost

1. Si perteneces a la familia Frost, estás maldito para encontrar a tu alma gemela,


también conocida como pareja.
2. Cuando te emparejen, la marca de nacimiento de tu muñeca arderá y manchará
como la sangre
3. Se puede emparejar con la voz, la imagen, el vídeo o la presencia física de una
persona
4. Puedes ser emparejado con alguien que ya conozcas, aunque te hayas
encontrado con él muchas veces
5. Desde el día en que te emparejen, tendrás exactamente un año para enamorarse
el uno del otro.
6. Cuando lo consigas, tu marca de nacimiento desaparecerá de tu muñeca y la
maldición se romperá para ti y tu Pareja.
7. Si falla, morirá al mismo tiempo que tu Pareja, y la causa de la muerte se
reconocerá como insuficiencia cardiaca súbita e inexplicable
8. Los encuentros entre tú y tu Pareja se producirán con frecuencia, pero de forma
espontánea (por ejemplo: mientras le das una paliza a un disfraz de perrito
caliente).
9. Tu Pareja experimentará mariposas cuando estés cerca, cuando hables o cuando
lo mires, lo que a veces se interpreta como “los pelos de punta”
10. Si te emparejan con una superestrella internacional como Thomas “Tam” Eyre,
estás jodida
11. Bebe mucha boba porque... ¿por qué no? Solo te quedan trescientos sesenta y
cinco días para beber tu bebida favorita.
CAPÍTULO UNO
LAKE
365 bobas restantes hasta que ambos muramos...

La primera vez que oigo cantar a Tam Eyre, estrello mi coche contra un
estanque.
Mi cabello verde mar atrapa la brisa mientras balanceo un brazo por la ventana
abierta, sintiendo pasar el aire, disfrutando del beso del sol. Fuera, los campos
esmeralda se pliegan suavemente en valles cubiertos de árboles. Hay granjas a
ambos lados de la carretera y una vieja gasolinera en un cruce vacío.
Me encanta Arkansas en verano.
Voy cantando a todo pulmón, con las gafas de sol medio bajadas para que el
mundo sea en parte luz y en parte sombra. No me preocupa la carretera por la que
conduzco; he tomado esta ruta cien veces en mi vida, por lo menos.
La última línea de la canción pasa a la deriva y suspiro feliz, dejándome caer
en el asiento y respirando con dificultad por la sesión de baile personal que estoy
llevando a cabo en mi coche. Mi teléfono está programado para reproducir música
nueva de forma intermitente, para animar un poco mi aburrida lista de reproducción
veraniega. La siguiente canción empieza mientras sigo marcando el ritmo con los
dedos contra el volante.
No espero oír su voz, la voz de mi Pareja.
Creo que por eso me estrello.
Definitivamente no me levanté esta mañana pensando que desencadenaría la
maldición.
Un jadeo ahogado me desgarra la garganta al chocar contra un bache de la
carretera y mis gafas de sol salen volando de mi cara. Me agarro con fuerza a ambos
lados del volante, pero me duele tanto la muñeca izquierda que siento que me voy a
morir.
Me fuerzo a soltar los dedos y giro la mano con la palma hacia arriba, para
poder ver lo que ocurre.
La marca de nacimiento de mi muñeca, con la que nací, está ardiendo. Se está
volviendo de un rojo brillante, como un tatuaje en lugar de la mancha de tejido
cicatricial blanco que ha sido hasta ahora.
—No —suspiro, mirando horrorizada la pantalla de mi teléfono. Veo el nombre
de una famosa estrella de pop debajo de la portada del álbum. Tam Eyre.
Mi visión se nubla con las estrellas. No como en un desmayo, sino como una
franja azul del cielo nocturno salpicada de diamantes plateados. Hay un cálido
resplandor rojo en el centro, una nebulosa con forma de corazón. No puedo ver nada
más que esas estrellas. No veo las manos delante de la cara. Desde luego, no puedo
ver la carretera.
He leído lo suficiente de los diarios de la familia Frost para saber que la
maldición está siendo activada, que estoy siendo emparejada con el hombre del que
seré forzada a enamorarme.
La magia se disipa... y entonces golpeo la valla.
Mientras surco la madera pintada de blanco, experimento la primera
verdadera puñalada de miedo. Acabo de descubrir a mi alma gemela a través de una
canción. Mi coche se detiene lentamente frente a un estanque, con el parachoques
bajo el agua y los neumáticos atascados en el barro.
Hay estiércol de vaca por todas partes. Una vaca blanca y negra rumia junto a
mi ventana y me mira con sus grandes ojos marrones bajo largas pestañas. Hasta lleva
un cencerro al cuello.
Me quedo sentada mirando el volante, dejando que la canción suene hasta el
final. Ni siquiera me muevo cuando el granjero cuyas tierras acabo de atravesar se
acerca a la ventanilla para llamar. Seguro que me pregunta si estoy bien.
No lo estoy.
Porque acabo de saber que voy a morir.
Mi familia ha sufrido una vergonzosa maldición desde la fundación de América.
El mismo día en que se firmó la Declaración de Independencia, mi antepasado debió
de enfadar a alguien o a algo. Se encontró maldito. Pasó la magia a través de cada
generación de nuestra familia desde entonces. No conozco la causa de la maldición,
pero sé esto: si a un miembro de la familia Frost se le da una Pareja, tiene un año para
hacer que esa persona se enamore de él.
Si no, ambos mueren.
Hah.
Esto es... una mierda.
Literalmente. Tengo estiércol de vaca pegado a mi coche.
—Dios mío —susurro, y entonces empiezo a reírme histéricamente.
Es como si el universo eligiera a la persona de la que quiere que me enamore.
Bueno, el universo acaba de elegir a Tam Eyre, la estrella de pop más famosa del
mundo.
Ahora tengo que hacer que se enamore de mí.
Seguro que irá de maravilla.
—¿Estoy maldita a morir por una estrella de pop? —susurro incrédula mientras
la canción de mi teléfono cambia a otro tema de Tam y pongo la cara entre las manos.
No miro la marca de la maldición que tengo grabada en la muñeca, una mancha roja
en forma de corazón. Me duele como una quemadura reciente, un recordatorio
inevitable de mi destino.
Si no consigo que Tam se enamore de mí, ambos caeremos muertos el mismo
día, a la misma hora, dentro de un año. Mi atención se posa en la pantalla del móvil,
en el video que está sonando en mi aplicación de música.
Ahí está Tam Eyre, superestrella internacional, haciendo un balanceo corporal
en un video musical con una iluminación sexy y atmosférica. Tam, con un primer plano
del exuberante color rosa de su boca lasciva. Tam, con tres mil millones de visitas solo
en este video.
—Sí, ambos estamos muertos —murmuro mientras el granjero intenta abrir la
puerta sin éxito. Acaba llamando al 911 cuando no me muevo de mi posición
desplomada.
Me llevan al hospital en la parte trasera de una ambulancia, pero al final no me
pasa nada. Me envían a casa con mi primo y una amable (pero firme) recomendación
de que me vea con un profesional de la salud mental. Probablemente no debería
haberles dicho que me estrellé por culpa de una antigua maldición.
Mantengo las mangas largas y rojas de mi sudadera bajadas para cubrir mi
tatuaje no deseado, para que María no lo note. Si ve la marca por accidente, se
asustará. Solo han pasado seis meses desde que la maldición mató a nuestro primo,
Joe, y la familia Frost sigue siendo frágil. El dolor aún está en carne viva.
Primero tengo que decírselo a mi hermano, Joules.
Sabrá exactamente qué hacer.
Solo que... la idea de decírselo me da mucho miedo.

—Tienes suerte de que yo sea tu contacto de emergencia —murmura mi prima


María, bajando la voz hasta un susurro conspirativo. Aquí solo estamos ella y yo, pero
es así de dramática.
María Sánchez, la hija de la hermana de mi madre. Veinticinco años. ¿Estado de
maldición? Inigualable.
Ese también era mi estado, hasta hace unas cuatro horas.
¿Cómo voy a decírselo a mi familia? me pregunto, pero no hay tiempo para
pensar en ello porque María está respondiendo a una llamada de mi hermano.
—No lo hagas —gesticulo la frase mientras ella se gira y me mira.
—Dice que no ha podido localizarte en todo el día.
Le devuelvo la mirada. Mi hermano, Joules, tiene buenas intenciones, pero
desde la muerte de Joe se ha vuelto tan sobreprotector que a veces resulta asfixiante.
Lo quiero muchísimo, pero a veces necesito un día libre. Así que, sí, he estado
ignorando sus mensajes.
—Lakelynn, ya ha recibido una llamada del mecánico. Tu coche está allí y no
le pasa nada. Podemos ir a recogerlo en cualquier momento.
Oh. Sí, es verdad. Mi coche es el de segunda mano de mi hermano, esta mierda
de sedán del 98 que huele a cigarrillos que heredamos de nuestra abuela. Un tipo con
el que fue al instituto trabaja en el taller de Eureka Springs, así que supongo que llamó
a Joules en vez de a mí.
—Quiere hablar contigo. —María me empuja el teléfono y yo suspiro y me lo
acerco a la oreja mientras miro por la ventana las granjas que pasan lentamente
afuera. Mi prima es todo lo contrario a un demonio de la velocidad. Es básicamente
una tortuga. Es una lástima. Quiero que acelere para que nos pare el policía que
acampa en el aparcamiento de la iglesia, en el extremo opuesto de esta pequeña
ciudad llamada West Liberty. Es uno de los pocos lugares pequeños en la hora de
viaje de Eureka Springs a Fayetteville, Arkansas.
Si nos detuvieran, tendría más tiempo para pensar. Para procesar. Para evitar
a mi familia, y muy especialmente a mi hermano. De todos, esto es lo que más le va a
doler. Tam Eyre y yo podríamos morir al final de esta maldición, pero será Joules
quien realmente sufra.
Joules, Joe y yo, hemos sido inseparables desde el día en que nací. Veintidós
años juntos. Si yo también muero, mi hermano caerá en la ruina.
Me vendría bien un té de burbujas ahora mismo. De sandía, tal vez. Con esas
pequeñas gelatinas de cristal.
—Lake —dice Joules, y hay una tirantez en su voz que reconozco. Le preocupa
que la maldición me haya emparejado. Toda mi vida he sido capaz de decirle que no.
Pero ahora no. No puedo mentirle y... estoy aterrorizada.
Me siento como si me hubieran sentenciado a muerte.
—Pasó —susurro antes de que pueda gritarme por estrellar mi coche—.
Sucedió, Joules. El tatuaje apareció como dijo mamá, como dijo la abuela, como dice
todo el mundo. Quemaba intensamente y entonces vi quién era mi Pareja y... Joules,
voy a acabar como... —Ni siquiera puedo obligarme a decir el nombre de mi primo
en voz alta. Joe.
—Tu pareja, ¿quién es? —exige Joules, con la respiración tranquila pero las
palabras roncas. María emite un pequeño sonido mientras agarra el volante, su
velocidad cae unos veinte kilómetros por debajo del límite de velocidad. También
tiene la cicatriz en la muñeca y teme que un día...
Cierro los ojos. Respiro hondo.
Solo el artista más popular de todo el país. Acaba de batir un récord mundial con
el número de vistas de su último álbum. Protagoniza películas y dramas. Vale cientos de
millones de dólares.
Debería rellenar un contrato funerario de pre-necesidad como hizo mi tía Clara
cuando fue emparejada, planificar por adelantado mi propio servicio de celebración
de la vida.
—¿Quién, Lakelynn? —Joules exige, su voz dura pero suave como él exhala—.
Tengo que saber a qué nos enfrentamos. No dejaré que te pase nada, ¿de acuerdo?
Podemos hacerlo. —Él espera pacientemente mientras yo respiro por la conmoción.
—Tam Eyre —le digo a Joules, lanzando el nombre familiar por ahí como si el
hombre no fuera más difícil de conocer en persona que el presidente.
Joules no dice nada. Estoy segura de que espera que esté jugando con él. Pero
no es así.
Si no consigo que Tam se enamore de mí el año que viene por estas fechas,
moriré.
Mi corazón se detendrá, mi piel palidecerá, y Joules estará allí para verlo pasar
como hizo con nuestro primo. Yo no quiero eso.
—Tam. —Joules no está haciendo una pregunta. Solo está repitiendo mi
sentencia de muerte en voz alta—. ¡¿Tam?! —Bueno, ahora está gritando, pero no está
enojado conmigo. Mi hermano está simplemente... enérgico. Enérgico y traumatizado.
—Voy por un té de burbujas —le digo, y él emite ese gruñido dolorido que
ofrece su opinión sin palabras. Joules nunca necesita hablar para comunicar sus
sentimientos. Su ceño fruncido, sus ojos entrecerrados, sus pisotones y sus ruidos
inhumanos te dicen todo lo que necesitas saber—. No seas así: Solo me quedan
trescientos sesenta y cinco tés de burbujas por beber antes de morir.
No estoy tratando de jugar aquí: Hablo en serio.
Bajo mi pánico, enterrado dentro de mi miedo, hay un pensamiento práctico
cocinándose a fuego lento. ¿Intento... intento acercarme a una estrella de pop? ¿O
empiezo a vivir mi vida como si tuviera...? Sí. Trescientos sesenta y cinco días de
conseguir tés de burbujas. O escuchando música con los auriculares demasiado altos
y los brazos extendidos a ambos lados, girando en círculos hasta marearme. Me
quedan cincuenta y dos semanas de vida.
—Gira a la derecha —le digo a María, señalando la farola. Ella murmura algo
sobre el GPS, pero yo la ignoro. No necesito un GPS para llegar a mi sitio favorito de
té de burbujas. ¿Quién lo necesitaría? Es té de burbujas.
—Lake. —Esta es la voz del verdugo de Joules. Tan enfadado que se ha
quedado frío.
—Nos vemos en casa —le digo, y cuelgo. Me vuelvo lentamente hacia María y
me rozo el borde del labio inferior con el pulgar—. Te acabas de pasar la siguiente
curva —susurro, y ella se encoge.
—Direcciones, Lake. Cómo llegar. —Me hace un gesto con el teléfono, pero no
introduzco la dirección del local de té de burbujas ni ella me lo pide.
Porque ambas sabemos que voy a morir.
Dentro de un año, todo habrá terminado.

Sorbo ruidosamente de la pajita de gran tamaño clavada en la bonita tapa de


plástico de mi bebida. Hay corazones por todas partes, algunos rosas, otros morados.
Giro el vaso entre las manos y lo levanto para leer la cita impresa en el lateral.
Me tiembla el ojo.
No existen los imposibles... excepto no amar a Tam Eyre. #Tambourines
Resoplo.
Panderetas.
Así se llama su club de fans, los Tambourines 1. Como BLINK para BLACKPINK
o ARMY para BTS.
Diablos, estaría mejor emparejada con todo BTS -y están en el ejército en este
momento. ¡En Corea del Sur! Y todavía tendría una mejor oportunidad. Tendría una
mejor oportunidad con Taylor Swift. Cualquiera menos Tam. Literalmente cualquiera
en el planeta sería más fácil de seducir.
María me mira, con una mano alrededor de su té con leche rosa sin ingredientes
adicionales. Mi prima odia las perlas de tapioca casi tanto como la piña en la pizza.
Suspiro cansada cuando Joules me devuelve la llamada, poniéndolo en manos libres.
Me aseguro de hablar primero.
—No podemos hacer nada, Joules —le digo antes de que empiece a
despotricar. Mi hermano mayor es muy testarudo. Mi padre lo llama “impulsivo”. Mi

1
Tambourine es una pandereta en español, pero aquí se utiliza como juego de palabras con el
nombre del cantante Tam.
madre lo llama “apasionado”. Mis primos y yo le decimos las cosas como son: Joules
es un imbécil. Pero no podría quererlo más de lo que lo quiero.
Me gruñe. Gruñe. No es solo una cosa de novio de libro: es una cosa de Joules.
—Lake —me advierte mientras doy un sorbo a mi bebida—. Voy de camino a
la grúa a recoger tu coche. No te atrevas a hablar como si ya hubiera terminado, o
haré que lo desguacen. —Joules está furioso conmigo ahora. Refunfuña en voz baja
antes de añadir (con una generosa cantidad de fanfarronería y descaro)—: Por cierto,
el coche está cubierto de mierda de vaca.
Golpe bajo.
—¿Quieres lavármelo? —le pregunto alegremente, porque aunque Joules sea
un imbécil, también es un hermano mayor y me mima muchísimo. Sé que haría
cualquier cosa por mí. Moriría por mí. Si pudiera, transferiría la maldición de mí a él.
Algún día, él también pasará por esto, y pensar que no estaré aquí para ayudarlo me
llena de dolor hasta los huesos.
—Sabes que lo haré, pero solo si pones manos a la obra. —Percibo sus dientes
apretados y su justa indignación. Hace un sonido de burla que me eriza el vello de la
nuca. Mi hermano no está contento conmigo.
—No estamos hablando del dueño de una tienda de bagels —le digo a Joules,
refiriéndome a la vez que mi prima segunda, Margaret, se encontró emparejada con
un tipo en Nueva York. Fue un asunto familiar. Todos volamos a la Gran Manzana para
ayudar. Nos llevó casi seis meses, pero lo logramos. Margaret está felizmente casada
y vive en Manhattan—. O la cajera de una tienda. —Esa pareja pertenece a mi tío
Rob—. O un amigo de la infancia. —Esa sería la pareja de mi madre, mi padre.
Sí, la emparejaron con su amigo de la infancia y su amor de toda la vida el
último día del último curso. Podría vomitar por la dulzura de esa historia si no me
pareciera tan bonita. Rompieron la maldición en un día. En un día. Solo me sorprende
que tardaran tanto.
Joules vuelve a gruñir y oigo el portazo de un coche.
—Este es Tam Eyre, el hombre que destroza récords cuando respira. ¿Viste lo
que pasó con su último álbum? Desbancó a Taylor Swift y a Elvis Presley del primer
puesto por mayor número de semanas en el número uno de las listas Billboard. ¿Qué se
supone que tenemos que hacer?
—Te diré lo que vamos a hacer —sisea Joules a través de mi teléfono. Enciende
la cámara para que pueda verle la cara, señalándome de esa manera suya. Yo no
enciendo mi propia cámara, me quedo solo con el audio—. Vamos a hacer que este
puto tipo se enamore de ti. No me importa lo que cueste.
Exhalo y cierro los ojos, apoyando la cabeza en el asiento mientras María
conduce quince kilómetros por debajo del límite de velocidad, como siempre.
Pasarán unos cuantos antes de que lleguemos a casa. Hoy estoy más que agradecida
por mi prima la lenta. Lo último que quiero hacer es contarle al resto de mi familia lo
que está pasando.
He visto a innumerables miembros de mi familia emparejarse, he visto las
marcas de nacimiento en forma de corazón de sus muñecas enrojecerse con la extraña
magia que impulsa tan insidiosa maldición. He visto cómo se enamoraban y cómo
desaparecían sus marcas de nacimiento.
También los he visto morir.
Mi bisabuela, Louise. Mi tía, Clara. Mi prima segunda, Angela. Mi otra prima
segunda, Nina. Mi tío abuelo, Jack.
Mi mejor amigo. El mejor amigo de Joules. Nuestro primo, Joseph.
El dolor me golpea como un tsunami frío, provocando escalofríos por mi piel y
haciéndome sentir enferma. Oh, Joe. Solo han pasado seis meses desde que él... y
todavía no puedo... Estaba sentada allí mismo cuando...
Por eso sé que la maldición es real; no me cabe la menor duda.
Pero ahora que me toca a mí pasar por todo esto... Me siento extrañamente mal
por Thomas 'Tam' Eyre, el icono pop al que se supone que debo seducir. O cortejar.
Engatusar. Como quieras decirle. Ahora tiene una acosadora cuya vida depende
literalmente de... ya sabes... acosarlo.
—Voy a ser una acosadora —susurro, abriendo los ojos para ver el cambio
fundido del sol cuando empieza a ocultarse tras los árboles besados por el otoño. Hay
todo este precioso oro líquido naranja, rosa e incluso un poco de morado, y no puedo
disfrutarlo. Es una pena. El verano se desliza bajo el hechizo del otoño, mi época
favorita del año. Podría ser la última vez que vea el cambio de estación.
—Vamos a salvarte la vida, Lake. —Hay una extraña pausa mientras Joules
aparta la vista de su teléfono y mira a lo lejos, como hace siempre que piensa en Joe—
. Pase lo que pase. —Una horrible sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios y
vuelve a dirigir sus oscuros ojos a la pantalla—. Secuestraré a ese hombre si es
necesario. —Su sonrisa se convierte en una mueca arrogante—. Lo mataré si tengo
que hacerlo.
—No lo harás —respondo entre burbujas de té, chupando las sabrosas perlitas
por la pajita y masticándolas distraídamente. Hoy me dieron burbujas de cristal y
burbujas pop. Me lo merezco—. No funciona, ¿recuerdas? Nos mata a los dos. Nuestro
tatara-tatara-tatara tío, Sam Frost, puso arsénico en el desayuno de su pareja. Ambos
cayeron muertos el mismo día a la misma hora, veinte días antes del fin de la
maldición.
Solo sé todo esto porque mi familia lleva un registro meticuloso de todo lo que
tiene que ver con la maldición. Eso, y que nunca cambiamos nuestros apellidos.
Siempre es un problema de la familia Frost.
—Bueno, aun así secuestraré al cabrón —protesta Joules, haciendo reír a María.
Casi se atraganta con la bebida—. La tortura no está descartada.
Suspiro.
—Joules.
—Lake.
Chupo más burbujas con la enorme pajita arco iris. Solo me quedan... bueno,
después de éste, me quedan trescientos sesenta y cuatro tés de burbujas hasta que
me muera. Cada uno debe ser saboreado, especialmente un té de frutas de sandía
como éste. El cielo.
—Te veré en casa, Lake —me dice Joules con su voz de macho alfa más molesta.
Funciona con las chicas, pero definitivamente no funciona con las hermanas—. Ahora.
—Tengo veintidós años, Joules; tomo mis propias decisiones. —Mordisqueo el
extremo de mi pajita, ignorando la mirada de Joules mientras penetra en la pantalla
de mi teléfono y me quema un agujero en el centro de la frente. Prácticamente puedo
oler el humo.
—Ven a casa o no lo hagas. Pero si no lo haces, se lo diré a la familia sin ti.
Esta vez me cuelga. Mi hermano y yo terminamos las llamadas como lo hace la
gente en las películas. Nunca decimos adiós ni aclaramos nada. Simplemente
colgamos.
Ese hijo de... No termino de pensar, mirando por la ventanilla la serpenteante
carretera suburbana que lleva a casa de mis padres. Toda la familia estará allí hoy.
Siempre nos reunimos los sábados para ver el fútbol universitario. Arkansas no tiene
su propio equipo de la NFL, así que animamos al equipo universitario de los
Razorbacks. Nunca me han gustado los deportes como al resto de mi familia, pero me
gusta que nos reunamos, llueva o haga sol. Siempre hay buena comida, aún mejor
conversación, un abrazo si quieres.
—Oye, Lake —susurra María a mi lado. Cuando miro, veo que tiene las manos
apretadas alrededor del volante, con los nudillos blancos—. Ahora que te han
emparejado... ¿tienes miedo?
No respondo por cuatro sorbos más de burbujas. Ya sabes, para fortalecerme.
Nada como explotar perlas llenas de zumo para darle fuerzas a una persona. Miro
hacia ella, con el cabello verde mar colgando hasta taparme la mitad de la cara. Mi
otra prima, Lynn, va a la escuela de belleza. Dejo que practique conmigo.
Chupo la pajita por quinta vez.
—Estoy cagada de miedo, María —admito, con un ligero temblor en la voz.
Desde que tengo uso de razón, conozco la maldición, pero nunca pensé que me
emparejaría con una triple amenaza con noventa y tres millones de suscriptores en
YouTube—. Estoy aterrorizada.
Porque si Tam no se enamora de mí en el próximo año, ambos moriremos.
Entonces tendré veintitrés años. Él tendrá... No tengo ni idea.
Será mejor que lo conozca. Y rápido.
Mi vida depende de ello.
CAPÍTULO DOS
LAKE
365 bobas restantes hasta que ambos muramos...
(el mismo día)
Cuando llegamos a la casa, nos espera un hueco libre en el camino de entrada.
La mayoría de la familia aparca sus coches a ambos lados de la tranquila calle
suburbana. Bueno, excepto mi tío Rob. Aparca en el jardín delantero, lo que vuelve
loco a mi padre.
María se acerca al todoterreno de mi madre, apaga el contacto y se sienta
conmigo en un silencio agradable mientras me armo de valor. Por muy duro que haya
sido para mí enterarme de que estoy destinada a morir, va a ser aún más duro para
mi familia.
—No sé si podré hacerlo —le digo a María, girándome para mirarla. Me mira
con simpatía y me aprieta suavemente el hombro, pero no dice nada. Porque sabe
que puedo hacerlo. Que lo haré.
Voy a hacer esto.
Salimos a una cálida tarde de finales de agosto, arrastro mis pies por el asfalto
mientras doy la vuelta al coche y subo por la acera. Lo único bueno de todo esto es
que Joules aún no ha llegado.
La puerta principal está abierta, como siempre. No recuerdo ninguna vez que
hayamos cerrado con llave. Incluso cuando no estamos en casa, la dejamos abierta.
Quizá no sea la práctica más segura del mundo, pero aquí nunca pasa nada.
María viene detrás de mí mientras entramos, nos detenemos en el vestíbulo y
nos giramos para estudiar la gran cantidad de tías, tíos y primos reunidos en el salón,
sentados alrededor de la mesa del comedor, cubriendo los restos de guisos en la
cocina.
Me siento como si hubiera aparecido en uno de los conciertos de estadio de
Tam, pero no como fan, sino como artista. Bailando en ropa interior delante de setenta
mil personas.
—¿Quieren un poco de esta cazuela de tortilla antes de que la guarde? —grita
mi madre cuando nos ve merodeando por allí. Supongo que Joules aún no le ha
contado lo de mi accidente. Y lo que es más importante, no ha llamado para avisarle
a nadie de que me han emparejado.
Aquí de pie, siento que deberían poder verlo. Lo harían si la manga de mi
sudadera no me cubriera la muñeca. Doy otro sorbo a mi té de burbujas, pero ya no
queda nada. Miro con tristeza el vaso vacío. Debería haber pedido dos.
—No tengo hambre —murmuro tardíamente, pero mi madre ya ha seguido
adelante, metiendo el plato de cristal en la nevera mientras mi tía la regaña y le
reclama que nunca le devolvió el plato de la semana pasada. Mi madre replica con su
argumento favorito sobre los cuencos mezcladores de mi bisabuela, y yo lo ignoro
todo.
Mi padre y mis tíos están sentados uno al lado del otro en el largo sofá justo
enfrente del televisor, encaramados al borde, esperando con la respiración contenida
a ver si el nuevo mariscal de campo de los Razorbacks es bueno.
—Eh... —Me aclaro la garganta y levanto la barbilla. María sigue encorvada a
mi lado, intentando parecer pequeña. Sabe lo mal que va a ir esto. Aquí nadie ha
superado la desaparición de Joe. Nadie aquí ha olvidado lo que pasa cuando la
maldición se sale con la suya con nuestra familia—. Tengo algo que...
Mi tío Rob grita con fuerza y salta del sofá levantando los brazos. Mi tío Peter se
une a él y los dos se abrazan por lo que haya pasado en el partido. No me están
escuchando ni de lejos.
Con un suspiro, levanto el teléfono y me desplazo hasta YouTube, eligiendo al
azar uno de los vídeos más populares de Tam. Lo reproduzco. Pulso transmitir. El
video aparece en el televisor, arrasando el partido en sus últimos momentos.
En menos de cinco segundos, los uniformes de fútbol rojos y blancos han sido
sustituidos por... Tam.
Trago saliva con un extraño crujido en la garganta, pero no me permito mirar
la pantalla. No quiero verlo ahora. De todas formas, ya sé cómo es. Tendrías que vivir
en Marte para no conocer a Tam Eyre.
Soy una mujer muerta. Ya estoy a dos metros bajo tierra. No hay vuelta atrás de
esto.
—¿Qué demonios...? —Mi padre está jugando con el mando a distancia, pero
le quedan pocas pilas y a veces tarda tres o cuatro intentos en registrar la pulsación
de un botón. Ya las habríamos cambiado, pero perdimos la parte de atrás del mando
hace mucho tiempo y está todo envuelto con cinta aislante negra.
Mi padre y mis tíos se vuelven para mirarme. Mi abuela deja su libro sobre la
superficie de la mesa. Mi madre y mis tías detienen sus discusiones un instante.
Todos me miran porque saben que controlo el partido.
—Tengo... —Me falla el valor. Cierro brevemente los ojos y pienso en Joules.
Si llega a casa antes de que haya dicho la verdad, lo hará de la forma más dura y
desgarradora posible. Vuelvo a abrir los ojos—. Hoy me han emparejado.
Se podía oír caer un alfiler en esa habitación.
Es tan tranquilo que el silencio es ruidoso.
—A... ¿alguien en Eureka Springs? —dice mi madre alegremente, con la
esperanza iluminando la suavidad redondeada de sus facciones. Parece un ángel; a
veces cuesta recordar que fue militar. He heredado de ella tanto mi aspecto como mi
personalidad: simpática en la cara, pero sin pelos en la lengua. Tenemos ojos
grandes, pestañas largas y lenguas de latigazo. Nadie se burla de mi madre—.
¿Conoces a alguien?
Casi me río, pero no quiero hacerle daño. No quiero hacerle daño a nadie de
mi familia. En vez de eso, miro la punta de mis zapatos. Unas zapatillas verdes con
corazones blancos que me puse para ir de excursión con mi amiga Ella al lago
Leatherwood. Ja. Vaya. Estaba tan feliz esta mañana. ¿Cómo se le permite a la vida
hacer eso? Voltear todo tu mundo al revés entre una respiración y la siguiente.
¿No habría estado bien que me hubieran emparejado con un tipo en Eureka
Springs? Un excursionista de paso, con una sonrisa y un bastón en la mano. Un cajero de
la tienda de arte del centro. Un camarero del restaurante que visité para comer.
Levanto la cabeza y miro la pantalla del televisor.
Sweet Honey es el nombre de la canción que está sonando. Nunca la había oído
hasta ahora, al menos no intencionadamente. La música de Tam suena todo el tiempo
en grandes almacenes, clubes y cafés, pero nunca le presto mucha atención. No es
que sea mala. Es solo que... ¿no es lo mío?
Vuelvo los ojos culpables hacia mi pobre madre.
No tengo que decir nada. Se desploma en los brazos de su hermana. En los
brazos de la madre de Joe. Mi tía me mira como si fuera un muerto viviente, con los
ojos marrones muy abiertos en un rostro sin sangre. Mi padre entra corriendo en la
cocina para ayudarlas a salir, con la boca fruncida y los ojos oscuros. Es el chico de
campo más rudo y salvaje que hay, pero también es un rollo de canela gigante.
—No con alguien de Eureka Springs —susurro, con la voz entrecortada. María
me rodea la cintura con los brazos, es mucho más baja que yo y le resulta fácil adoptar
esa postura. Cuando me ofrece su té con leche a medio terminar, lo tomo y bebo
hondo.
—¿Quién? —me pregunta mi tío Rob. Es el hermano de mi madre, emparejado
a los dieciséis años con una chica guapa en la tienda de la esquina cercana a su
trabajo. Rompieron la maldición en menos de tres meses.
Quiero llorar, pero no lo hago.
Miro fijamente a mi tío porque es más fácil mirarlo a él que ver cómo mis padres
se desmoronan y ver a mi tía apoyarse pesadamente contra la puerta de la nevera. La
foto de Joe está justo ahí, al lado de su cara, su recuerdo atrapado dentro de un imán.
No pienso en el día en que se hizo esa foto, cuando Joules, Joe y yo fuimos juntos a la
sala de escape.
Exhalo desordenadamente.
Utilizo mi vaso de té de burbujas vacío para señalar la pantalla en la que Tam
está bailando, vestido de pies a cabeza de blanco, con sus bailarines de apoyo
vestidos de azul para mimetizarse con el fondo.
—Él. —La palabra se me atraganta y mi prima pequeña, Lynn, jadea y se tapa
la boca con las dos manos. Nos miramos mientras ella se deja caer en una de las sillas
de roble del comedor.
—¿Él? —susurra su madre, mi otra tía, Mandy, mirando entre la pantalla y yo—
. ¿Tam Eyre? ¿Tam? ¿Tam Eyre? ¿Tam Eyre? —repite su nombre tantas veces que me
mareo—. No, Lake. Basta ya. Esto no tiene gracia.
—¡Sé que no tiene gracia! —grito, dejando caer mi vaso de té de burbujas vacío
al suelo. Lo recogeré más tarde. O quizá ni siquiera me importe. Vuelvo a poner el té
con leche en las manos de María y doy un paso adelante, subiéndome el jersey rojo
de Razorback por el brazo para mostrar la muñeca. Lo enseño a la multitud de
miembros de la familia Frost. Jadeo y tiemblo por todas partes—. Me emparejaron
con Tam, la estrella de pop. Tam, el niño mimado de la comunidad musical
internacional. Tam, el prometedor actor. Tam, el hombre con cuatrocientos millones
de seguidores en Instagram.
—No lo entiendo —dice mi madre, mirando a mi padre en busca de una
aclaración—. ¿Es... cantante?
—Es un Taylor Swift masculino —murmura mi prima Lynn—. Más grande que
Taylor Swift. Es más grande que BTS. Es más grande que... —Ante la mirada confusa
de mi madre, Lynn cambia de táctica—. Es más grande que Dolly Parton.
Mi madre hace un sonido, un horrible sonido de ahogo que nunca olvidaré. Es
parecido al sonido que hizo mi tía Lisa el último día de Joe, cuando corrió a casa de su
pareja e intentó rezar un Ave María. El sonido que volvió a hacer cuando él regresó a
casa con una sonrisa distante, los ojos vidriosos y una marca de maldición de color
rojo brillante. El sonido que hizo a las once y veintidós de la noche cuando...
Dejo caer el brazo a mi lado y vuelvo a robarle el té con leche a María.
Entendido. Le doy un sorbo y miro al suelo. Nadie habla. Ni mi tío Peter, que habla
demasiado. Ni la abuela Frost, cuyo linaje es el origen de esta estúpida maldición. Ni
siquiera mi prima Lynn, que quiere tanto a Tam que se tatuó la letra de su canción en
la muñeca derecha.
—Yo... —Me tiembla la voz y pienso en mi tía Clara, que pagó por adelantado
los gastos de su funeral dos semanas después de que la emparejaran. Sabía que era
improbable que un senador se fijara en ella. Y tenía razón. Pienso en mi tío Jack, que,
tras enterarse de que su pareja era una famosa presentadora de noticias, hizo una lista
de cosas que hacer antes de morir y se pasó el año viviendo su vida al máximo. ¿Es
ese el camino que quiero seguir? Joules nunca lo permitiría.
—Nosotros... vamos a tomarnos un tiempo para procesar esto —refunfuña mi
padre con aspereza, poniéndose la mano en la nuca—. Celebraremos una reunión
familiar y luego nos pondremos manos a la obra de inmediato. ¿Cómo podemos
conseguir entradas para el concierto de este tipo?
Mi padre se vuelve para mirar la pantalla cuando el primer video llega a su fin
y otro ocupa su lugar. Tam lleva una cazadora de cuero sin camiseta debajo. Mi padre
entrecierra los ojos y se pasa una mano por la barba incipiente.
—¿Más grande que... Dolly Parton? —repite mi madre, mirando fijamente la
superficie de la mesa antes de levantar los ojos heridos hacia los míos—. ¿Más grande
que Madonna? —Asiento con la cabeza—. ¿Que Beyoncé? —Vuelvo a asentir. Mi
madre se levanta de un empujón y rodea la mesa hacia mí, con la intención, creo, de
darme un abrazo.
La puerta principal se abre a mi izquierda justo cuando el té con leche resbala
de mis dedos temblorosos. Mi hermano Joules lo toma y bebe un sorbo antes de que
me dé cuenta de que está ahí. Cuando miro hacia él, su cara malhumorada está llena
de disgusto.
—¿Rosa? Qué asco. Esto no es lo que pides normalmente.
Se me llenan los ojos de lágrimas porque... es Joules. Es mi hermano mayor, los
dos nos sentamos allí la noche que Joe murió, la cara de nuestro primo se enfrió a los
veintitrés años igual que me pasará a mí, entonces Joules hizo la reanimación
cardiopulmonar, los paramédicos vinieron y…
Me arrojo a los brazos de Joules y él me recoge, con la frialdad de la taza de té
con leche presionándome la espalda mientras me abraza.
—A principios de noviembre, el tal Tam empezará a vender entradas para su
gira mundial. Tenemos que echar mano del fondo de emergencia familiar; no va a ser
barato. Y necesitamos a todos a la mano para comprar los boletos. Va a ser un baño
de sangre. —Joules se hace cargo de la situación enseguida, como siempre.
—Pondré a mis amigos en ello —dice Lynn, levantándose de la silla. Los demás
miembros de la familia Frost, como el tío Peter, la abuela Frost y la madre de María,
Daphne, se quedan distraídos detrás de ella, sin saber qué hacer. Seguro que todos
están pensando en Joe. Lo emparejaron con una camarera local y mira cómo acabó.
Ella no lo amaba, y ambos murieron. El mismo día. A la misma hora. Al
segundo, en el momento exacto en que se conocieron, trescientos sesenta y cinco
días y un cuarto después. Una sola rotación de la Tierra alrededor del sol.
—Todo mi círculo social está formado por fanáticos acérrimos de Tam —
continúa Lynn, haciendo un gesto alrededor de la habitación como si cualquiera,
excepto ella, yo y mi tía Mandy, supiera lo que eso significa. Lynn y sus amigas (y
probablemente mi tía) son miembros del club oficial de fanáticos de Tam. Hay una
cuota anual de socio y una obsesión salvaje por el hombre que... ¿es supuestamente
mi alma gemela?
Gimo y me hundo contra Joules. Me sujeta con bastante facilidad.
Mi madre nos abraza a Joules y a mí, y nos da un fuerte apretón que contradice
su apariencia amable. Devon Frost fue policía militar durante cuatro años antes de
que naciera Joules.
Durante varios minutos, nadie habla. Mi hermano, mi madre y yo nos quedamos
abrazados hasta que mi padre se acerca para ponerse a nuestro lado. Oigo a mi tía
Lisa sollozar de fondo y a mi abuela haciendo todo lo posible por calmar a su hija
mayor.
Nos separamos y me paso la manga de la sudadera por los ojos. Joules vuelve
a ofrecerme el té con leche de María y lo tomo. Nuestras miradas se cruzan. Él tiene
los ojos azules, el cabello oscuro y la piel pálida. Yo soy la hermana pequeña de ojos
marrones, cabello teñido y demasiadas pecas. No nos parecemos en nada, pero oye,
nuestras pruebas de 23andMe prometen que, de hecho, estamos emparentados. Fingí
estar decepcionada porque ni Joules ni yo éramos mutantes o algo así, pero en
realidad me alegré.
Mi hermano me apoya. De alguna manera, siento que con él aquí, podría ser
capaz de hacer esto.
Pero no se lo voy a decir.
—Creo que voy a subir un rato a mi habitación —digo, con palabras
entrecortadas y extrañas. Solo han pasado un par de horas desde que me enteré de
que estaba condenada a la muerte por la estrella de pop. Me estrellé contra un campo,
me encontré con una vaca, me disculpé con un granjero y ahora me gustaría estar
sola.
—Haz lo que tengas que hacer, cariño —me dice mi madre, intercambiando
una mirada con papá. Le doy un abrazo rápido y subo las escaleras.
Se supone que en mayo me graduaré en la Universidad de Arkansas. Se supone
que me mudaré y tendré mi propia casa con María y Lynn. Se supone que tengo una
vida.
En cambio... tengo una maldición.
Desaparezco en la habitación del ático del tercer piso y cierro la puerta tras de
mí.
Mi portátil me mira desde su lugar en el escritorio y exhalo.
Tengo que investigar sobre Tam Eyre.
Estoy sentada en el suelo delante de mi escritorio. Tuvimos que cortarle las
patas para que cupiera en la pared de mi dormitorio. El techo está muy inclinado a
ambos lados, lo que deja un espacio estrecho e inútil a lo largo de cada pared. Esta
fue mi solución: comprar un escritorio viejo, cortarle las patas de madera y pintarlo.
Estoy cómoda en mi cojín del suelo hasta que Joules irrumpe en mi dormitorio como
un rayo.
—De acuerdo —dice, ocupando toda la puerta—. Este es el plan.
—¿Beber todo el té de burbujas que pueda antes de morir? —bromeo, sin
molestarme en mirar hacia él. Ahora que he empezado a investigar a Tam, mi
confianza está... disminuyendo.
Thomas Lachlan Eyre. El mundo entero lo conoce simplemente como Tam.
Veintiséis años. Cumple veintisiete en julio. Metro ochenta. Cabello rubio fresa que a
mí me parece falso pero que él asegura que es real. Los ojos más verdes que he visto
nunca (probablemente lentillas). Nació en Los Ángeles, California, hijo de Elena Eyre,
su madre convertida en mánager.
Odia la sandía (¿cómo?). Le encanta patinar sobre hielo. Le gustan las chicas
guapas que saben ser fieles a sí mismas. Como si eso tuviera sentido.
¿Y lo peor de todo? Está en una relación a largo plazo. Sabía que lo estaba,
vagamente. He oído a la gente hablar de ello. Desde que Tam se enrolló con otra
megaestrella de pop llamada Kaycee Quinn, ha sido una gran noticia. Pero de alguna
manera, en mi aturdimiento, lo olvidé.
Ahora lo miro fijamente, ese pequeño espacio en mi pantalla junto a su nombre
que dice: ¿Estado de la relación? En una LTR. Emoji de corazón. Emoji de corazón.
Emoji de corazón. Carita sonriente.
Quiero gritar.
—Al menos un té de burbujas al día —continúo sin mirar a Joules—. Lo voy a
necesitar: esto no va a pasar nunca.
—¿Ya te rendiste? —me pregunta, su voz es como la puñalada de un cuchillo
en mi espalda. Me encojo, pero él no ha terminado. Joules entra en la habitación
dando un portazo. Se agacha sin esfuerzo a mi izquierda y dejo que mis ojos culpables
se deslicen hacia él. Me está mirando fijamente con esa mirada suya, la que deshace
el alma de una persona con una sola mirada—. Joe nunca se rindió. Nunca.
Mi hermano vuelve a gruñirme. Pongo la cara entre las manos, resistiendo el
impulso de decir algo mezquino como:
—Tienes razón. Joe nunca se rindió y mira lo que le pasó. —No menciono al tío
Jack ni a la tía Clara ni a ningún otro miembro desafortunado de la familia Frost.
Tenemos un cementerio familiar. ¿Lo mencioné? Enterramos a nuestros numerosos
familiares muertos por maldición en una propiedad privada, escondida en el bosque
junto al Área de Conservación del Parque Estatal Hobbs.
Solo... no Joe. Eso no es lo que quería. En su lugar, optó por un proceso llamado
reducción orgánica natural. El árbol redbud en el patio trasero es el lugar al que voy
cuando necesito hablar con él.
—Tam no solo es famoso; tiene una relación —hago una pausa dramática y dejo
caer las manos sobre el regazo para mirar a Joules con ojos llorosos. Se ablanda
inmediatamente y se sienta con las piernas cruzadas, esperando a que continúe—.
Con la maldita Kaycee Quinn. Es una de las únicas personas del planeta que tiene más
seguidores en Instagram que Tam.
—Yo me ocuparé de Kaycee Quinn —me dice Joules, y sus palabras proyectan
un hechizo oscuro sobre la habitación. Me estremezco ante la amenaza implícita y
niego con la cabeza, levantando las manos para apartarme el cabello verde pastel de
la cara.
—No vas a matar a nadie. —Puede que mis palabras no sean un hechizo, pero
son firmes. Absolutas.
Joules esboza una media sonrisa atrevida.
—Es lindo que pienses que no mataría a alguien por ti, pero no. Eso no es lo
que quise decir. Voy a conseguir que Kaycee se enamore de mí.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Te oyes a ti mismo cuando hablas? —le pregunto, lanzándole una mirada
escéptica. Joules me sonríe un poco más. Se inclina un poco más. Las chicas
revolotean a su alrededor, y él lo sabe. Es un rasgo insufrible, todo ese
conocimiento—. Tienen una relación.
—¿Y? ¿Y? —Joules extiende la mano y empuja la tapa de mi portátil para
cerrarla, su dedo está justo sobre la pegatina que dice La vida pasa, el té de burbujas
ayuda. Fue él quien la puso, no yo. A mí me da miedo poner pegatinas. Joules las pone
donde quiere—. ¿Cuándo ha detenido eso a alguien antes?
Le dirijo una mirada sombría mientras vuelve a sentarse, cruzando los brazos
sobre su sudadera negra con capucha.
—Por favor, dime que nunca has ido detrás de alguien en una relación.
Joules estira la mano y me da un golpe en la frente. Frunzo el ceño y me froto la
herida con la mano.
—Por supuesto que no. Pero la vida de mi hermana pequeña está en juego.
¿Qué estás tratando de decir? ¿Que debería dejarte morir por una aventura con un
famoso que probablemente sea más un truco publicitario y menos un romance de lo
que las redes sociales te quieren hacer creer? —se burla y gira la cabeza hacia un
lado, mirando por la ventana en dirección al árbol de nuestro vecino. Vuelvo a pensar
en Joe—. Francamente, me importa una mierda que estén locos el uno por el otro. Esta
es tu vida, Lakelynn. Solo tenemos una.
No sé cómo responder a eso. En lugar de eso, observo cómo el sol termina de
descender y las flores rosas del árbol desaparecen en las sombras de la noche. Las
luces de Navidad que mantengo encendidas todo el año llenan mi habitación de un
resplandor acogedor, envolviéndonos a Joules y a mí en la relajante esencia del
hogar.
Si... si muero a finales de año, al menos siempre me sentí cálida y segura,
siempre me sentí querida. No parece tan malo cuando lo pienso así.
Cuando recuerdo cómo el cuerpo de mi primo se quedó inerte en mis brazos,
es... sí, es malo. No puedo pensar en cómo salir de este lío.
—Oye, ¿qué pasa con Lucy? —pregunto. Estoy bastante segura de que ese es
el nombre de la última novia de Joules. No la conozco muy bien. No deja que sus
novias conozcan a la familia hasta que está seguro de ellas. Nunca ha estado seguro.
Así que, no, nunca hemos conocido a ninguna. Solo oigo hablar de ellas de pasada.
—Claro, Lucy —murmura distraídamente y se lleva una mano al bolsillo de la
sudadera para sacar el móvil. Cuando empieza a teclear un mensaje, me abalanzo
sobre él e intento robárselo. Lo levanta muy despreocupadamente en el aire y lo deja
fuera de mi alcance. Cuando me pongo en pie para intentar alcanzarlo, él me sigue y
lo levanta aún más.
—No puedes romper con una chica por mensaje —murmuro con los dientes
apretados, y Joules me lanza una mirada irónica.
—¿De verdad piensas tan bajo de mí? La estaba invitando a tomar un helado.
Le compraré dos bolas de chicle, le agradeceré su compañía y le haré saber que lo
nuestro nunca iba a funcionar.
Sigo de puntillas, intentando tomar el teléfono, pero Joules es el hermano
mayor. Yo soy la hermana pequeña. Nunca voy a conseguir tomar ese teléfono. Puede
que yo tenga veintidós años y él veintiséis, pero nada ha cambiado.
Con una mueca de burla, vuelvo a sentarme sobre los talones de mis calcetines
y me doy la vuelta, arrastrándome por la vieja alfombra del suelo y colocándome en
el borde de la cama. Joules me sigue, apoyando una mano en el estribo de hierro
forjado. También tiene luces de Navidad entretejidas.
—¿Cómo sabes que no funcionaría? —pregunto distraída, cuestionándome
cómo sabe el universo que Tam y yo funcionaremos. O, mejor dicho, que deberíamos
funcionar. Los miembros de mi familia que vencieron la maldición me dijeron que una
vez que conoces a tu pareja, lo sabes. Almas gemelas, dicen. La maldición puede ser
insidiosa, pero sabe, me dicen. Otros dicen que todo es una patraña: magia negra con
muchas probabilidades. No sé qué creer—. Joder.
Rara vez maldigo, pero ahí está. Joules levanta una ceja.
—Nunca funcionaría porque dice que paso demasiado tiempo con mi familia.
—Pasas demasiado tiempo con tu familia —refunfuño, pero Joules ignora la
afirmación.
—Vamos a resolver esto, Lake. Te lo prometo. —Como no lo miro, ni siquiera
gruño en señal de reconocimiento, aprieta los dientes y se pone delante de mí.
Debido a la forma de mi habitación, tiene que inclinarse para no golpearse la cabeza
con las vigas de madera—. Si mueres, Lake, se acabó para mí. No... no puedo seguir
sin ti. Apenas sobreviví a perder a Joe. No puedes hacerme esto.
Me da un suave beso en la cabeza, como solía hacer cuando yo tenía tres años
y él siete, y nuestros padres nos acurrucaban en el sofá bajo un montón de edredones.
—Duerme un poco —continúa cuando no respondo. Me quedo mirando una
bolsa de mano que me prestó Lynn. Tiene el logotipo del club de fanáticos de Tam en
un lateral. #Tambourines - Cute, Confident & True to Ourselves. Hago una mueca con
la boca. Qué cursi—. Y no te quedes hasta muy tarde investigando a ese tipo. Internet
nunca mejora las cosas. Cuanto más investigues sobre él, peor te parecerá.
Joules espera a que le responda. Cuando se da cuenta de que no voy a hacerlo,
vuelve a gruñirme y sale furioso de la habitación. Da un portazo tan fuerte que una
línea de luces se despliega desde una de las vigas y se desliza hasta el suelo en una
espiral verde y blanca.
Me dejo caer sobre las almohadas y levanto el teléfono, ignorando el consejo
de Joules.
Vuelvo a ver el video de Sweet Honey y el corazón me late de forma extraña
cuando aparece la cara de Tam en la pantalla. Lo primero que hace cuando la cámara
se acerca es guiñarme un ojo. Luego desliza la lengua por el labio inferior y baila una
danza que yo no sería capaz de aprender ni aunque tuviera diez años para practicar.
¿Por qué mueve tanto las caderas? Ah, y esos abdominales. Podría llorar por esos
abdominales, pero sobre todo porque es probable que me maten.
Tam tiene una boca hecha para sonreír, un perfecto mohín rosado que sabe
cómo separar para conseguir el máximo efecto. Sus ojos brillan bajo la pálida sombra
roja de sus párpados, con un ligero toque de delineador oscuro alrededor de los
lagrimales laterales. Perfectamente verdes, como las colinas que vi hoy de camino a
casa.
Su piel tiene el tono de crema fresca sobre unos músculos definidos y esbeltos,
y ese cabello de color fresa asoma bajo el gorrito blanco que lleva en el video. Sweet
Honey es cierto. Vaya nombre para una canción. Siento un calor suave en el vientre,
un extraño chisporroteo en el pecho que me dificulta tragar.
Con una voz como la de un ángel, los hombros de un guerrero y unas letras
ingeniosamente seductoras que me hacen moverme extrañamente en mi cama... me
siento como una muerta andante.
Se me escapa una carcajada de la garganta y no la detengo. Me tumbo de lado,
apretando el teléfono contra el pecho y deseando que me hubieran emparejado
literalmente con cualquier otra persona.
¿Hay algo peor que esto?
¿Qué demonios harías si te emparejaran con la estrella de pop más famosa del
mundo?
¿Prepararse para morir o luchar como un demonio?
Por mucho que intente ser práctica, sé quién soy por dentro y solo hay una
opción posible para mí.
Me levanto, tomo un nuevo paquete de tarjetas del cajón de mi escritorio y me
pongo a trabajar.
Si puedo obtener un título en negocios, puedo memorizar todo lo que hay que
saber sobre Tam Eyre.
CAPÍTULO TRES
LAKE
364 bobas restantes hasta que ambos muramos...
María cruje la puerta de mi habitación, masticando un trozo de apio con
mantequilla de cacahuate. Ella tiene su propio apartamento, pero nuestra casa es
como la Estación Central de la familia Frost.
—¿No tienes un examen hoy o algo así? —me pregunta, entrando en mi
habitación e intentando inmediatamente volver a colocar la línea de luces desplegada
en las vigas.
Me doy cuenta tarde de que me duele el cuello, de que tengo la cabeza caída
sobre el escritorio y de que estoy babeando sobre una tarjeta en la que puse Comida
favorita por un lado y Sushi por el otro. Me incorporo de un empujón, con el cabello
verde mar revuelto alrededor de la cara, y tomo el móvil.
—¡Oh mierda, oh mierda, oh mierda! —Me pongo en pie, casi resbalo y me
apoyo sobre el cojín de mi escritorio mientras abro las zapatillas con dos dedos y
salgo disparada hacia la puerta de mi habitación. No tengo tiempo ni de lavarme los
dientes y mucho menos el cabello. No hay tiempo para cambiarme. Si no salgo por
esta puerta en unos... diez malditos segundos, se acabó.
Tercera semana de la sesión de otoño, y lo estoy arruinando.
Bajo las escaleras a trompicones y encuentro a mi madre esperándome, con la
preocupación dibujada en su bonito rostro.
—Cariño, ¿tú...? —empieza suavemente, y olvido por un segundo que estoy
condenada a morir.
—Prueba. Tengo que irme. —Le doy un beso en la mejilla y salgo corriendo
por la puerta, con las zapatillas en una mano. Las dejo caer al suelo y meto los pies en
ellas, aplastando la parte trasera de las zapatillas bajo mis talones.
No me preocupa si mi coche me estará esperando. Por supuesto que lo estará.
Joules lo recuperó anoche, ¿no?
Veo mi pequeño LeSabre blanco detrás de la camioneta de mi padre y me dirijo
en esa dirección. Con un gruñido, acabo enganchándome la sudadera con capucha
al tirar de ella contra mi cuello. Mir a Joules por encima del hombro. Me sujeta la
capucha con una mano y me presenta las llaves en la palma de la otra.
—¿Segura que hoy te importa ir a clase? —me pregunta, pero yo tomo las llaves
sin responder y salgo por la escalera de entrada.
—¡Gracias por recuperar mi coche! —grito por encima del hombro—. ¡Y te
quiero!
Abro la puerta de un tirón y me detengo para ver a mi padre de pie junto a la
caja de su camioneta, frunciendo el ceño ante el... ¿es un pedazo de estiércol de vaca
pegado a mi capó? Hah. Joules no va a lavarme el coche hasta que me comprometa a
perseguir a Tam. Me comprometo, pero debería tranquilizarlo.
—¿Qué ha pasado aquí? —pregunta papá, pero yo me limito a sonreír.
—¡Te quiero! —Me subo al asiento del conductor y doy marcha atrás con
cuidado para salir de la calzada.
No empiezo a acelerar hasta que estoy fuera de la vista de la casa.

—Te odio, Tam —susurro mientras me desplomo sobre los escalones de


cemento a las afueras del campus empresarial de la universidad. Llevo semanas
estudiando para este examen. Semanas malgastadas, al parecer, porque estoy allí
sentada, exhausta, con el cerebro atiborrado de datos relacionados con Tam.
¿Su película favorita? Pues Barbie, ¡por supuesto!
¿Su canción favorita (aparte de la suya, jeje)? Seven de Jung Kook con Latto.
Vaya, vaya, qué picante.
Su fruta favorita es el lichi, su grupo sanguíneo es O negativo (sí, claro), es un
ESFP en la prueba de MBTI y su signo zodiacal es Leo.
Con un gemido, me inclino hacia delante y planto la cara sobre la tela vaquera
de mis muslos. No me importa el aspecto que tenga ante la gente que pasa. He
olvidado cada segundo de esas sesiones nocturnas de estudio y, en su lugar, me he
envenenado el cerebro con datos sobre un hombre que no puede ser mi alma gemela.
No nos parecemos en nada.
Todo lo que a él le gusta, yo lo odio, y viceversa. Sus respuestas a las preguntas
de las entrevistas son insufribles de escuchar, y cree que el mejor libro de Sarah J.
Maas es Una corte de rosas y espinas. Nadie piensa eso. ¿Cómo es posible?
Obviamente es Una corte de niebla y furia.
El té de burbujas resolverá esto, me digo, y entonces arrastro mi cuerpo cansado
escaleras abajo.
Joules está esperando, con una multitud de chicas a su alrededor.
Las ignora a todas, esperando a que me acerque a su lado.
—Te graduaste hace dos años. ¿Por qué estás aquí? —gruño, y él sonríe,
echándome un brazo por los hombros mientras las otras chicas gimen decepcionadas
y se alejan.
—Vamos por té de burbujas, ¿no? —pregunta, pero es una pregunta tonta
porque sabe que sí—. Estaba preocupado por ti.
—Voy a tener que dejar los estudios —le digo. Cuando no responde de
inmediato, me doy cuenta de que ya lo sabía. No hay forma de que yo persiga a un
hombre que está a punto de irse de gira si estoy atrapada aquí. Si quiero vivir, voy a
tener que dedicar cada segundo de mi vida a Tam, la superestrella.
—La escuela estará esperando cuando acabe el año. —Su voz es contemplativa,
distante. Joe.
Resoplo y aparto el brazo de Joules de mis hombros, caminando delante de él
junto a árboles de tupelo con hojas de un rojo brillante, los primeros embajadores del
otoño. Ensucian la acera formando una alfombra de colores, revoloteando alrededor
de mis pies mientras camino. Joules se contenta con seguirme, caminando en silencio
las tres manzanas que me separan de la tienda de té de burbujas.
Esta se llama Razorbacks Boba por una razón; está básicamente en el campus.
Subimos la escalinata y entramos en un interior completamente blanco con una
pared dedicada a la mascota del equipo: un facóquero rojo con enormes colmillos. La
repetición del partido de anoche está terminando en uno de los televisores repartidos
por la sala.
Joules y yo nos ponemos en la fila.
—¿Qué significa que me gustan las chicas guapas que saben ser fieles a sí
mismas? —le pregunto a mi hermano, el experto consumado en citas. Mira al techo
durante un minuto, moviendo la boca pensativo. Sus afilados ojos azules vuelven a
clavarse en los míos.
—Es una mierda de no-respuesta, algo que suena bien pero que no significa
nada en absoluto. ¿Por qué? ¿Es eso lo que ha dicho Tam? —Asiento con la cabeza y
Joules suelta una carcajada, metiéndose las manos en los bolsillos. Una chica tropieza
con sus propios zapatos al pasar junto a él—. Te he dicho —Me agarra de las orejas y
yo le doy un manotazo—, que no entres en Internet a ver esa mierda. ¿Y qué has
hecho? ¿Por qué nunca me haces caso?
—Escucho —lo desafío, consciente de que nuestro comportamiento es juvenil
en el mejor de los casos, una monstruosidad en el peor. Pero nadie nos mira. Hay
chicas fuera, junto a la fuente, haciendo un baile coordinado para TikTok. Eso es lo
que todo el mundo está mirando—. ¿No esperarás en serio que no mire? ¿Cómo
vamos a encontrarlo si no lo hacemos?
Intento que no resurjan los pensamientos más desesperados de la noche
anterior, pero es demasiado tarde. En cuanto me asomo a esa caja, están todos ahí
mirándome a la cara.
No soy la primera persona del mundo que decide que voy a hacer que Tam se
enamore de mí. Probablemente soy la millonésima persona que lo decide.
Probablemente otras personas, más inteligentes, más ricas y más guapas, lo hayan
intentado. Cualquier plan que se me ocurra para acercarme a él, ya lo han hecho. Una
y otra vez.
La única diferencia entre esas personas y yo es que tengo a Joules Frost de mi
lado.
Ah, y también encuentros inducidos por la maldición. Esa es una de las reglas
de la maldición: encuentros frecuentes pero espontáneos.
—¿Has roto con Lucy? —pregunto distraídamente, y mi hermano asiente,
estudiando la pizarra de la pared para decidirse por la bebida de su elección.
—Tráeme un batido de fresa con queso brûlée y boba de fresa pop —ordena,
evitando a propósito la historia de su ruptura. Quiero saber qué pasó. Hay una mancha
rosa en el centro de su camiseta blanca que parece sospechosamente que alguien le
ha metido un cono de helado de chicle.
Empiezo, pero me detengo. El juego ha terminado y la chica que está detrás
del mostrador ha cambiado la pantalla del televisor al canal de YouTube de Tam. No,
por favor, pienso, pero es demasiado tarde.
Ahí está, sonriendo como un anuncio americano de dentífrico con una pizca de
sexo. Su cabello de fresa se enreda en otro gorro, esta vez rojo.
—Kaycee y yo vamos a llevarte a nuestra versión de una cita perfecta —dice
Tam, con su voz parlanchina, grave y sexy. Es molesto. ¿Cómo puede llegar a esas
notas tan altas cuando habla así? Levanta el teléfono con una mano y rodea con el
brazo la estrecha cintura de una chica morena con los ojos como bombones de
chocolate y la boca pintada con un tinte de labios nude—. Pasa la noche con nosotros
mientras...
Apago el televisor a propósito, tropiezo prácticamente con la encimera y
pongo las palmas de las manos sobre la superficie blanca y brillante.
—¿Podemos pedir, por favor, un batido de fresa con brûlée de queso y boba
popping de fresa, y un té de leche de soja con boba de avena, pudin de tofu y crema
de tofu?
Joules me rodea y toca su tarjeta para pagar.
Cinco minutos después, estamos sentados junto a la fuente, con el último calor
del verano, sorbiendo nuestras bebidas. La mía tiene polvo de soja en la parte
superior y es casi demasiado bonita para beberla. El vaso tiene el logotipo de los
Razorbacks en un lateral, y las pajitas están rayadas con los colores del equipo: rojo,
negro y blanco.
—La venta de entradas empieza en noviembre —empieza Joules, y yo suspiro
y me agacho para pasar los dedos por el té. Chupo la pajita y me ruborizo cuando
aparece un poco de pudding con el sorbo. Ah. Sol en un vaso—. Que funcione o no,
no importa. Iremos a todas las ciudades en las que esté ese cabrón y encontraremos
la forma de acercarnos a él. —Joules teclea algo en su teléfono, y el mío zumba en
respuesta—. Papá sugirió que intentáramos conseguir trabajo en todos los estadios
en los que juegue. O en los mejores hoteles cercanos, por si acaso. No es mala idea.
Incluso podría darte más oportunidades de cruzarte con él. —Joules me mira
fijamente—. Solicítalos todos esta noche.
Resoplo, pero no se equivoca.
Hay que tener alguna forma de conseguir esos encuentros mágicos.
Además de Joules, es mi única opción. Si consigo acercarme a Tam, quizá la
maldición me eche una mano y nos encontremos. Aunque no hay garantía de que me
dé la hora. O que después de algunos de estos encuentros fatales, no presente cargos
y obtenga una orden de restricción.
Eso también le ha pasado a gente de mi familia. Más de una vez. En realidad...
once veces concretas que yo recuerde.
—Estoy buscando visitas de fanáticos, meet-and-greets, ese tipo de mierdas.
—Levanto la vista y veo a Joules mirándome, con su bonita bebida rosa en la mano—
. Lo mismo con Kaycee Quinn. Puede que no pueda ayudarte a cortejar a Tam Eyre,
pero seguro que puedo quitarte a esa chica de en medio.
—¿Crees que tendrás más suerte acercándote a ella? —Sacudo la cabeza—.
Eres demasiado confiado para tu propio bien. —Probablemente, eso es una
repercusión de una vida de ser adulado. Todas las chicas adoran a Joules. A algunos
chicos también. Sinceramente, no sé por qué: es un imbécil.
—Cuando lleguemos a cada ciudad, empezaré a indagar y averiguaré dónde
se reúne todo el mundo. ¿Tal vez podamos encontrar a Tam enyesado en un club o
algo así?
Intento no pensar en qué parte del fondo de emergencia familiar de Frost se va
a destinar a esto. Todos en la familia contribuimos a él. Todos trabajamos duro -
incluso yo- y ponemos en el bote todo lo que podemos. Sin él, nunca habríamos
podido quedarnos en Nueva York para ayudar a mi prima segunda Margaret. Sin él,
no habríamos podido dejar nuestros trabajos y centrarnos en nuestras parejas. Sin él,
no habría podido comprar ni una sola de las carísimas entradas para los conciertos
de Tam.
Pero no es un gran bote de dinero. No es ilimitado. Y si uso demasiado, ¿qué
pasa si Joules se empareja? ¿María? ¿Lynn?
Bebo otro trago, machacando boba de avena entre los dientes.
—Esta noche salgo con mis amigas —le digo a Joules, pero él no contesta—.
Quiero pasar todo el tiempo que pueda con ellas antes de irnos. —Me vuelvo para
mirarlo—. ¿Cuál es la primera ciudad que vamos a visitar y cuándo nos vamos?
—Veamos primero cómo va la venta de entradas, ¿vale? —me dice, pero yo me
limito a asentir. Joules se levanta y se lleva su bebida—. Tam está de gira por Asia
hasta entonces, así que no tiene sentido estresarse por ello. Diviértete con las chicas
esta noche.
Se marcha y me deja sola en medio del patio abarrotado.
No me voy hasta que termino mi bebida.

Mis amigas y yo quedamos de vernos en nuestro bar favorito de Dickson Street,


el corazón de la escena universitaria de Fayetteville, Arkansas. Esta noche está
abarrotado, pero por suerte llegué pronto y encontré una mesa contra la pared del
fondo, un reservado con espacio suficiente para seis.
María y Lynn son las primeras en llegar, con rostro serio, y se colocan frente a
mí. Yo ya me comí un pedido de sliders y una Coca-Cola.
—Lake —empieza María, extendiendo la mano sobre la mía. La miro
fijamente—. ¿Estás segura de que quieres decírselo? —Sus ojos se desvían hacia la
entrada del restaurante, como si mis amigas fueran una plaga imparable y no las
chicas a las que llevamos unidas desde la escuela primaria. Todas saben lo de la
maldición. Incluso nos divierten cuando hablamos de la maldición. Pero, ¿creen en la
maldición?
No tengo ni idea.
Creo, como mínimo, que creen que creemos en la maldición, ¿y no es eso
suficiente?
—Quiero decírselo —declaro, retirando la mano de la de María. Ella y Lynn
intercambian una mirada que yo finjo no notar—. Merecen saber que no me queda
mucho tiempo.
María suspira, pero es demasiado tarde. Las chicas llegan en tropel,
abriéndose paso entre la multitud y ocupando el espacio extra de la cabina sin
esfuerzo. Hay una nube de spray corporal floral y el dulce aroma de ese champú caro
que le gusta a Luna, y luego todas nos apresuramos a hablar por encima de las demás.
Las dejo ir primero, soltando noticias de última hora sobre el partido, las notas
y los chicos.
Chicos.
—He oído que Joules vuelve a estar soltero —respira Luna, chocando conmigo
con el hombro, y yo la miro. Ni una sola vez he emparejado a mi hermano con nadie,
y nunca lo haré, y menos con una de mis mejores amigas. Odio decirle esto a Luna,
pero Joules solo las ve como extensiones de su hermana pequeña. Como si no
tuvieran pareja.
—Chicas, escuchen. —Me aparto de María y Lynn, que permanecieron en
silencio todo este tiempo, y me subo la manga de la sudadera roja para mostrar mi
muñeca. Chloe, que siempre ha sido la reina del drama del grupo, jadea tan
bruscamente que la gente se vuelve para mirarme. Me toma la muñeca con los dedos
y me la acerca.
—¿Cuándo te hiciste un tatuaje? —me pregunta, y entonces me da una
bofetada, y yo me encojo—. ¡Prometiste que nos haríamos el primero juntas!
—No es un tatuaje —protesto, mirando a Ella, que está sentada en silencio y me
mira con incredulidad. Crea o no en la maldición, conoce la historia y sabe lo que se
supone que significa. Si piensa, después de todos estos años, que soy tan ilusa como
para hacerme un tatuaje encima de mi marca de nacimiento -la misma que tienen
todos los miembros de mi familia que no son iguales-, entonces no reacciona así.
Parece... ¿aterrorizada?
Luna, Chloe y Ella conocían a mi primo, Joe. Todas oyeron hablar de su pareja.
Saben que murió exactamente un año después de conocerla y que su pareja murió
ese mismo día. ¿Así que tal vez no les estoy dando suficiente crédito aquí?
—¿Quién? —exige Ella desde el otro lado de la mesa, sentándose más recta en
su asiento y haciendo señas a la camarera para que pida otra ronda de bebidas. Pide
una cerveza artesanal local que está deliciosa. Hoy no voy a conducir, Lynn me llevará
a casa, así que tomaré seis más, muchas gracias—. ¿Quién es tu pareja?
—Antes de entrar en eso... —empiezo, pero Lynn golpea la superficie de la
mesa con las palmas de las manos y lo suelta.
—Es Tam —declara, señalando su propio brazo, las letras grabadas en su piel—
. Tam Eyre.
—¿Tam... Eyre? —pregunta Chloe, todavía agarrada a mi muñeca. Y luego se
ríe—. ¿Se llama igual que el cantante?
¿Lo ven? Así de increíble es todo esto. Tan increíble que mi amiga más crédula
cree que me emparejaron con un tipo que se llama igual que la estrella de pop y no
que me emparejaron con la estrella de pop en persona.
—Hells bells —respira Ella, ajustándose las gafas. Es su frase favorita en todo
el mundo. La usa incluso cuando no tiene ningún sentido. A veces me llama con ella
desde el patio de la biblioteca. ¡Hells bells, Lake! Estoy aquí. Me muevo incómoda en
el asiento e intento zafarme de los impenetrables dedos de Chloe—. ¿Tam? ¿Tam?
¿Tam?
¿Por qué todos repiten su nombre así cuando se enteran? Cuanto más lo oigo,
más me asusto.
Chloe suelta una carcajada y se echa la trenza rubia ceniza por encima de un
hombro.
—Podría ser peor. Está buenísimo. ¿Viste su nuevo video musical? —Hace todo
lo posible por sonreírme, pero hay una grieta en los bordes que me entristece.
Maldita sea. He subestimado a mis amigas, ¿verdad? Están preocupadas, no son
condescendientes—. Tam es guapísimo, tiene talento y es tan, tan, tan, tan simpático.
—Es falso y está lleno de mierda —declara Ella desde el otro lado de la mesa,
haciendo una pausa en su discurso para sonreír y dar las gracias a la camarera.
Cerveza fresca para todas. Acerco la jarra y envuelvo el vaso helado con las manos.
Vienen pieles de patata, alitas de búfalo y palitos de mozzarella.
No me estoy conteniendo: Este año tendré la peor dieta del mundo. Un flujo
constante de comida frita salpicada de té de burbujas.
—Yo no iría tan lejos —dice Lynn, incapaz de resistirse a defender a su ídolo—
. Nunca he oído una palabra cruel sobre él, ¿y no crees que se haría mega viral si
alguien tuviera algo verdaderamente horrendo que decir? No toda esa basura
chismosa, sino algo real.
—Podría ser peor —ofrece Luna alegremente desde el extremo de la cabina,
inclinándose alrededor de Chloe y mirándome con sus ojos castaños oscuros—.
Podrían haberte emparejado con el presidente. —Me quedo mirándola—. ¿Qué? Es
viejo y tiene el servicio secreto. Esto es definitivamente mejor.
—El servicio secreto no es nada comparado con el equipo de seguridad de Tam
—suelta Ella sin querer. Se encoge de hombros, pero no me enfado. Ella tiene razón.
El presidente de los Estados Unidos probablemente sería una pareja más fácil de
manejar—. ¿Has oído hablar de Daniel Kang, el guardaespaldas personal de Tam? Es
famoso por patear traseros.
—Podría ser totalmente peor —continúa Luna, incapaz de leer la terrible
sensación de pavor que se cierne sobre nuestra mesa. Hay una nube de lluvia
metafórica flotando sobre nosotras, empapándonos a todas con un aguacero de
melancolía y desesperación—. ¿Y si... te hubiera tocado Kim Jong-un o algo así? Ya
sabes, el tipo dictador de Corea del Norte.
—Luna, ¿puedes parar? —exclama Ella desde el otro lado de la mesa. María
juguetea con un salero y un pimentero mientras Lynn y yo chocamos nuestras jarras
de cerveza y bebemos profundamente. El líquido frío baja por mi garganta y cierro
los ojos, intentando contener el pánico. Ha estado ahí desde el momento en que me
enteré, pero nunca lo había sentido tan real como ahora.
—¿Tam Eyre? ¿Quién no querría emparejarse con él? —Chloe ofrece, y creo
que ella está tratando de ser útil aquí—. ¿Recuerdas cuando emparejaron a tu prima
tercera, Isla, con un viejo calvo? Hubiera preferido morirme —suelta una risita con
hipo y luego se le cae la cara. Me suelta la muñeca y me mira disculpándose bajo sus
largas pestañas.
—Era simpático —replico a la defensiva, dando un sorbo a mi bebida—. Era
simpático, soltero y virgen. Le encantó que Isla hablara con él. —Apoyo la espalda
contra la pared, sentada torcidamente con una pierna recogida en el banco que tengo
delante—. Se casaron en menos de dos semanas. —Rompieron la maldición en menos
de diez días—. ¡Y son felices! Él es estupendo. Están muy bien juntos. Ella lo ama.
—¿Quizá seas feliz con Tam? —Ella sugiere suavemente—. ¿Quizá sean
geniales juntos?
—Piensa en lo genial que sería si pudieras conseguirlo —me dice Luna, que se
esfuerza por mirar alrededor del cuerpo de Chloe, que no para de moverse, para
mirarme. María moquea tristemente en su vaso de agua y se limpia una lágrima del
borde del ojo con una servilleta. Suele estar enfrascada en un libro, pero no en un día
como hoy.
La mesa se queda en silencio, una mancha de silencio en una sala que, de otro
modo, sería ruidosa. El juego se repite en la pared del fondo, con el volumen bajo.
En el pequeño escenario, un hombre toca una guitarra y se prepara para empezar a
tocar música en directo. Esto es vibrante, divertido y salvaje, y ni siquiera puedo
disfrutarlo porque solo puedo pensar en el poco tiempo que me queda.
Y no podré pasarlo aquí porque estaré persiguiendo a Tam.
Acabo mi cerveza y me robo la de María. Ella ni siquiera ha tocado la suya.
Llega nuestra comida, cestas de plástico rojo con papel de pergamino a cuadros y
montones de comida frita de bar para compartir.
—Piensa en lo genial que sería si pudieras conseguirlo.
Pero nadie habla durante un rato porque todas piensan lo mismo: es imposible
que Lake consiga esto.
Lakelynn Frost va a morir.
CAPÍTULO CUATRO
TAM
329 bobas restantes hasta que ambos mueran...
Me dejo caer en el sofá del camerino y apoyo la cabeza hacia atrás. Apenas
cierro los ojos, mi representante me sacude el hombro.
—Sé que estás cansado, pero tenemos que filmar dos cosas cortas y luego
puedes dormir en la furgoneta de camino a la sesión de fotos.
Gimo y aparto la mano de Jacob de un manotazo, cansado hasta los huesos. Si
estoy así de cansado, y la gira apenas empezó, ¿cómo voy a sobrevivir? Ya estoy seguro
de que no lo haré, de que estaré muerto a finales del año que viene y enterrado en
una tranquila colina en medio de ninguna parte. Sinceramente, eso suena bien. Me
vendría bien descansar.
Pero he trabajado demasiado y he llegado demasiado lejos para tirarlo todo
por la borda ahora. Lo dejé todo para llegar donde estoy: mi infancia, amigos, novias,
aficiones. Está mi música y mi carrera, y no hay nada más. Abro los ojos y me pongo
en pie, despacio, como si estuviera a punto de cumplir cien años.
—Por aquí. —Mi jefe, que además es mi único primo, me hace señas para que
me acerque a la puerta con el iPad pegado al pecho y la mirada siempre entrecerrada.
Mi madre debería estar por aquí, cortejando a los ejecutivos y haciéndose la
simpática con los otros directores. Suspiro al pasar junto a mi guardaespaldas, Daniel
Kang. Me mira fijamente con sus ojos grises y me sigue por el pasillo hasta un fondo
rojo donde me espera un ídolo novato sobreexcitado.
Su coreógrafo desglosa unos treinta segundos de su nuevo baile, y luego lo
interpretamos juntos, para que el clip pueda subirse a todas las plataformas de redes
sociales conocidas por la humanidad. Posiblemente también a las plataformas de
redes sociales conocidas por los extraterrestres. Son veinte minutos, pero Jacob ya
está preocupado por el horario.
—Cámbiale la chaqueta; no tenemos tiempo de volver a peinarlo y maquillarlo
—ordena, y cambio la de cuero negro con pespuntes dorados por una sudadera
blanca lisa con el logotipo de Tambourine en la parte delantera—. Siéntate en este
taburete y filmaremos tu mensaje para los fanáticos de Spotify Wrapped —ordena.
Hago lo que me ordena -a estas alturas ya voy con el piloto automático-, sonrío
a la cámara, doy las gracias a mis fanáticos por retransmitir mi música y les deseo
mucha suerte en el Año Nuevo (esto no se emitirá hasta diciembre, pero hay que
grabarlo ya).
Después me sacan por una puerta lateral, entre hordas de fanáticos gritando, y
me sientan en una silla de capitán dentro de un todoterreno oscuro.
Me duermo a los pocos segundos de sentarme. Me levanto en quince minutos
y paso junto a otra horda de fanáticas a un nuevo edificio. Me dan ropa nueva. Me
sientan en la silla de un estilista. Fotografiado, fotografiado, fotografiado, filmado.
Cuando llego a mi habitación de hotel esa noche, me desmayo con la ropa
puesta, los zapatos aún metidos en los pies, y no me despierto hasta que aparece mi
madre a la mañana siguiente.
—Hola, dormilón —me dice suavemente, como si tuviera veinte años menos.
Seis años y ya actuando en anuncios, haciendo pequeños papeles en dramas de
Netflix, cantando, bailando, posando y sonriendo. Estoy agotado.
Me incorporo y me froto la cara con una mano.
¿En qué país estamos ahora mismo? Ni siquiera me acuerdo. ¿Corea del Sur? Mi
cerebro está revuelto.
—¿Había algo en el programa para esta mañana? —pregunto. No lo había, la
última vez que lo comprobé. Por favor, Dios, dime que no. Me prometieron dormir hoy.
—Son las tres de la tarde —me dice mi madre, vestida con un impecable traje
blanco, el cabello rubio peinado hacia atrás y recogido en un moño perfecto. Su
maquillaje es impecable, su sonrisa sin esfuerzo, pero toda esa base no puede ocultar
lo cansada que está. Este no es solo mi sueño: es nuestro sueño. No estaría donde
estoy sin ella—. Pensé que querrías comer algo.
Le sonrío, me doy la vuelta y me quito un zapato con el otro hasta suspirar de
felicidad sin zapatos.
—Te lo agradezco —le digo con sinceridad, levantando la mano para
revolverme el cabello. Me sobresale por un lado, como consecuencia de haberme
desplomado con una mejilla apoyada en la almohada y haber permanecido en coma
durante horas—. Pero prefiero dormir a comer.
—Tómate el resto del día libre —me dice cariñosamente. Ambos sabemos que
ninguno de los dos ha tenido un solo día libre en... unos seis meses. Quizá siete. No,
no, ocho. Mi madre vacila antes de levantarse, y yo me inclino hacia ella, enarcando
una ceja y luego golpeándola suavemente con el codo.
—¿Es ese tipo otra vez? —pregunto, y ella se sonroja. La siempre tensa Elena
Eyre parece un poco alterada mientras alarga la mano para alisar su perfecta melena.
Sonrío—. Lo es, ¿verdad? —Mi madre ha estado saliendo con un chico nuevo, el
primero con el que sale desde... mi padre.
Ignoro lo que siento en el pecho. No voy a hacer que se sienta mal por salir
cuando hace trece años que murió. Mantengo la sonrisa en mi rostro.
—No, no es ese tipo —resopla, pero me doy cuenta de que sigue viéndolo por
la forma en que vacila—. Ahora está en Tokio, pero se reunirá con nosotros en Nueva
York. —Asiento con la cabeza. Tiene sentido. Si el chico no puede viajar para ver a mi
madre, no acabarán juntos. Ella preferiría renunciar a su brazo izquierdo antes que a
su trabajo como gerente de mi marca.
A veces, me pregunto si es porque quiere estar aquí o si... sabe que sin ella,
estaría solo.
Cuatrocientos millones de seguidores en Instagram, y estoy solo.
—Llama a Kaycee hoy mismo —me dice, y se me borra la sonrisa de la cara.
—Por favor, sal de mi habitación —me burlo. Más o menos. Ya estoy
bostezando de nuevo, estirando los brazos sobre mi cabeza con un gemido—. ¿No
crees que de todo, al menos mi novia debería ser asunto mío y solo mío?
—No cuando firmó con la misma discográfica que tú —dice mamá
enérgicamente, poniéndose en pie y alisándose la blusa rojo cereza con las manos
para eliminar las arrugas imaginarias. Se quita una pelusa falsa del codo. En realidad,
no había nada—. Esto no es solo una relación: es una transacción comercial.
—Qué romántico —respondo con una sonrisa de imbécil. Mi madre se merece
algo mejor, pero no se me permite ser imbécil nunca, así que se me escapa a veces
cuando estamos solos—. Lo siento —añado cuando recuerdo lo mucho que le debo a
la mujer que tengo delante. Me pongo en pie y me agacho para darle un suave beso
en la mejilla—. Hagamos un trato: tú llamas a tu novio y yo llamo a mi novia. ¿De
acuerdo?
—Eres un mocoso —me dice mi madre, pero sonríe mientras sale por la puerta
del dormitorio y entra en el salón de la suite. Sus Louboutins y su traje pantalón tan
elegante le dan el aspecto de haber nacido para la riqueza, en lugar de la mujer que
se abrió camino desde abajo con las uñas ensangrentadas. Sonrío un poco más.
—¿Un mocoso? Soy un hombre adulto. Sal de mi habitación.
—Hablando de hombres adultos... —Chasquea los dedos y se da la vuelta cerca
de la puerta de la habitación del hotel. Apoyo el hombro contra la pared y descanso
allí. Cansado como estoy, dudo que pueda volver a dormirme. Tengo la costumbre
de empujar hasta que no puedo más, de moverme hasta que el colapso es inminente.
Lo más probable es que me quede despierto, pida algo al servicio de habitaciones e
intente escribir una canción.
Lo mejor de ser famoso es esto: de vez en cuando, consigues romper con el
mercado y hacer una obra de arte que realmente y de verdad le habla a tu alma. Esta
canción que voy a escribir, será eso. Será arte.
—¿Hombres adultos? —pregunto al final de otro bostezo, rascándome
distraídamente la camiseta. Necesito una ducha. Huelo fatal. Me pregunto si les caería
tan bien a los de Tambourines si supieran que apesto tanto como cualquier otro tipo
que no se ha duchado después de hacer ejercicio. Bailé durante... mierda, ¿cuatro
horas ayer? Por lo menos—. ¿Qué pasa con los hombres adultos?
—Tienes que rodar un anuncio de ropa interior mañana. Asegúrate de
arreglarte hoy. —Mueve los dedos en mi dirección y yo esbozo otra sonrisa irónica.
—¿Me estás diciendo que huelo mal? Entendido. Me ducharé en cuanto te
vayas.
—No te olvides del anuncio de ropa interior —me dice, y luego desaparece por
el pasillo, mientras yo me apoyo contra la pared con un suspiro. Daniel ya me
prometió que comprobó si había cámaras espía aquí, pero nunca se es demasiado
precavido. No voy a dejar que mi foto desnudo aparezca en Internet. Definitivamente,
no dejaré que un video mío... ya sabes... en la ducha se haga viral.
Me dirijo a mi bolso, saco el detector de cámaras espía y reviso la habitación a
fondo, sobre todo los enchufes, antes de guardarlo y dirigirme al baño. Me siento
aliviado de estar solo -verdadera y totalmente solo- por una vez. Y me alivia aún más
que no haya cámaras. Ya las hemos encontrado en demasiadas ocasiones.
Lo primero que hago es pedir servicio de habitaciones desde mi teléfono. Lo
segundo que hago es desnudarme y masturbarme en la ducha. Lo intento de todos
modos. No se me levanta. Demasiado cansado.
Suspiro.
Soy un símbolo sexual internacional. Ni siquiera puedo hacer que me corra.
Me rindo. Solo entonces me friego, me afeito y salgo para envolverme las
caderas con una gran toalla blanca.
Cuando vuelvo a la zona del salón, veo que Daniel trajo la comida y que la dejó
en un carrito plateado en medio de la sala. Levanto la tapa de mi hamburguesa con
queso y suspiro. Hoy me he librado de todo, sobre todo de la dieta. Debería haber
pedido sopa de rabo de toro, bibimbap o algo así, pero no pude resistirme al ver que
había hamburguesas en el menú.
Pero no se lo digas a Jacob, ni a mi madre, ni al director general de Hype Co.,
Ltd.
Me acomodo en una silla de la mesa, con la comida delante y un cuaderno en
blanco abierto sobre el regazo. Golpeo el bolígrafo contra él, esperando a que llegue
la inspiración. Hacen falta unos cuantos bocados de hamburguesa con queso (medio
cruda, con queso cheddar, tocino y aguacate) para abrir las compuertas. Pero una vez
que sube la marea, se acabó para mí.
Me olvido de que estoy envuelto en una toalla, de que mañana tengo que rodar
un anuncio de ropa interior, de que mi refresco de cola se ha pinchado.
Me olvido de Kaycee Quinn, también, por un tiempo allí.
Mi teléfono zumba y yo parpadeo como si estuviera saliendo de un trance,
levantando la cabeza para echar un vistazo a la pantalla. Mierda. Dejo mi diario a un
lado y rechazo la parte de video del chat. No puedo hablar con nadie, ni siquiera con
mi novia, en una toalla.
—Hola —le digo, primero saludándola y luego preguntándome si no sonaré
como alguien que pronuncia un canto fúnebre. Miro la hora. Han pasado dos horas
desde que me senté a escribir. Sienta bien perderse así—. Y perdona si sueno como
un imbécil, es que...
—¿Cansado? —Kaycee termina por mí, con su cara preocupada en la pantalla.
Si le molesta que me haya negado a mostrarle mi cara, no lo dice. Va vestida con unos
pantalones cortos de color rosa y una camiseta de tirantes que no puede ser real. Son
solo las cinco, y nadie se va a la cama con maquillaje de escenario y una tiara. Kaycee
debe estar todavía en el rodaje de su nuevo video—. Lo entiendo, y no te preocupes
—duda, frunce los labios pintados de rosa y mira a un lado como si estuviera nerviosa
por algo. Cuando vuelve a mirar a la pantalla, creo que ya sé de qué se trata—. Vamos
a empezar juntos la gira por Estados Unidos en Nueva York. ¿Te lo dijo tu
representante? —Mueve la boca—. ¿Tu madre?
—Nadie me dice nada —digo, llevándome una patata frita fría a la boca. Tacho
una palabra en la página de mi cuaderno y la sustituyo por otra. La tacho de nuevo y
vuelvo a poner la palabra original—. Pero eso está muy bien. Supongo que haremos
Our First Night a dúo.
Kaycee y yo tenemos unas cuantas canciones juntos, y tanto ella como yo
tenemos grandes éxitos. Esa es la única razón por la que Hype retiró las cláusulas de
no salir en nuestros respectivos contratos. Excepto que... solo se nos permite salir
juntos. Ni siquiera se nos permite romper sin permiso.
—Las tres canciones —corrige, sonando perfectamente feliz por ello—. Y aún
mejor: Estaré en todos los conciertos contigo, menos en el último en Los Ángeles.
Tengo una sesión de teatro. —Kaycee hace una pausa y veo cómo se le tensa la piel
alrededor de los ojos. Aquí viene. Mierda—. ¿Quizá podríamos... tener una cita en
condiciones cuando estemos en Nueva York? ¿Solo tú y yo, una botella de vino y...
una cama?
—Tal vez —le digo, cuando lo que quiero decir es que no. El sexo lo arruina
todo. Es el camino más fácil y rápido cuesta abajo, y he trabajado demasiado duro
para llegar a la cima—. Sí, seguro, las dos primeras.
Kaycee suspira.
—Eres el tipo más raro con el que he salido.
Esbozo una sonrisa que ella no puede ver, mientras sigo rascando mi cuaderno.
—Soy el único chico con el que has salido oficialmente —respondo, lo cual es
cierto. Eso es lo que Hype Records quería para la imagen pública de Kaycee—. Te
veré en Nueva York, ¿de acuerdo? —Aunque quedan tres meses hasta entonces, es
muy poco probable que tengamos la oportunidad de vernos en persona. Nos
enviaremos mensajes. Nos llamaremos. Tal vez. Mi parte favorita de salir con Kaycee
Quinn es saber que ella entiende que el trabajo es lo primero, el trabajo siempre es
lo primero, y estar ocupado veinticuatro horas al día es solo una parte del trato.
—De acuerdo. —No parece contenta. Levanto el teléfono para que solo se vea
mi cara y pulso el ícono de la cámara. Sus labios se estiran a ambos lados en una
sonrisa de satisfacción—. Ya está, ¿tan difícil era? Y no creas que voy a olvidarme de
esa botella de vino. —Me cuelga antes de que pueda responder, y me río, sacudiendo
la cabeza y tirando el teléfono a un lado.
Faltan tres meses para que la mayor gira de mi carrera regrese a Estados
Unidos.
Me gustaría poder decir que ver a Kaycee va a ser lo más destacado de mi año,
pero... eso no es cierto.
Es esto.
La música. La multitud. El reconocimiento.
El arte.
Esas son las cosas por las que vivo.
Llamo al servicio de habitaciones, termino el primer borrador de mi canción y
saco la cera corporal. Si no la uso yo, lo hará otro, y no soy partidario de dejar entrar
a nadie en mi burbuja espacial. Ni a un técnico de belleza. Ni a una fanática. Ni
siquiera a Kaycee Quinn.
CAPÍTULO CINCO
LAKE
294 bobas restantes hasta que ambos muramos...
—¡Los tengo! —Lynn grita, levantándose de la silla y levantando el brazo—.
¡Tengo dos entradas!
—¡No! —jadea mi madre, inclinándose hacia delante para mirar a mi prima con
incredulidad—. ¿Dónde? ¿Cuándo?
—Nueva York, primer concierto de la gira. —Lynn vacila, apartándose de la
cara el cabello castaño teñido de rojo. Es una peluquera en prácticas, ¿se nota? El
mechón fundido de cabello rubio decolorado a un lado de la cabeza es lo que la
delata. Lynn deja caer el brazo y se lo frota con la otra mano, avergonzada—. Pero...
son asientos en la zona de gradas.
—¿Gradas? —pregunta mamá, y Joules se inclina para explicarle la situación.
Es decir, son los asientos que están lo más lejos posible del escenario.
Estupendo.
—¿Cuánto nos va a costar esto? —pregunta la tía Lisa, con los labios apretados
y unas finas gafas plateadas sobre la nariz redonda. Es igual que mi madre. Con la luz
adecuada, es fácil confundirla.
Lisa es la contadora oficial de la familia Frost y, por la expresión de su cara, sé
que le preocupa que no tengamos suficiente. Que nos quedemos sin dinero sin hacer
ningún progreso con Tam. Anoche la escuché susurrar, junto con mis padres, sobre
la posibilidad de pedir un préstamo con el capital de las casas de la familia: la casa
en la que Lisa vive con la abuela y ésta. También el negocio de construcción que
dirige mi tío Rob. Mencionaron venderlo.
—Setecientos dólares, todo con impuestos y gastos de tramitación. —Lynn se
encoge, como si hubiera hecho algo mal. En realidad, ella es la única que hizo algo
bien. En esta habitación ahora mismo, desparramados por el sofá, arrellanados en los
sillones, rodeando la mesa del comedor como un pequeño ejército, hay quince
miembros de la familia Frost (y amigos) con teléfonos, tabletas y portátiles en la mano.
Hemos estado esperando la medianoche, el momento oficial en que saldrían a la venta
las entradas para la gira de Tam.
Todos nosotros, esperando aquí mismo, con Internet de fibra óptica y una vida
literalmente en riesgo, y nadie más pudo conseguir alguna entrada. Mi aplicación se
bloqueaba; Joules conseguía poner las entradas en el carrito, pero el sitio se caía;
María recibía un mensaje de error al procesar el pago a pesar de intentar con diez
tarjetas diferentes.
Solo Lynn lo consiguió, y ahora estoy recorriendo un sitio web de reventa y
ahogándome con los precios. Si... si empezamos a comprar entradas en la reventa,
llegaremos quizá a cuatro o cinco espectáculos antes de quedarnos sin dinero. Por no
hablar de la gasolina. La comida que necesitaremos en el camino. El alojamiento.
No, no, no. Esto no está pasando. Esto no puede estar pasando. Estoy incrédula,
mirando la pantalla de mi teléfono con un horror cada vez mayor mientras navego por
un sitio tras otro.
—¿Setecientos en total? —pregunta la tía Mandy al cabo de un minuto,
deteniéndose con la mano en el panel táctil de su portátil.
—Lo siento, no, para cada uno —corrige Lynn, y Joules vuelve a gruñir. Mi
padre gruñe en respuesta, y es fácil ver de dónde ha sacado mi hermano sus hábitos.
—No importa —declara Joules mientras se levanta de golpe. Su rostro se
suaviza al ver mi expresión—. Los conciertos eran solo un plan alternativo; no son un
buen plan para tener una cita. —Controla la expresión de su rostro, pero parece tener
problemas con el puño apretado sobre la superficie de la mesa—. ¿Ya tienes tu primer
trabajo, Lake?
Asiento con la cabeza.
Tengo tres trabajos en fila. Uno en Nueva Jersey. Uno en Filadelfia. Uno en
Boston. Me froto la frente. Joules también consiguió trabajo, como miembro de
seguridad en el local de Nueva Jersey.
—Sí. —No tengo ni idea de cómo trabajar en el puesto de comida del concierto
va a acercarme a Tam Eyre, pero por algún sitio hay que empezar. Dejo el teléfono
sobre la superficie de la mesa, haciendo todo lo posible por mantener la calma.
Chloe, Luna y Ella están aquí hoy, apoyándome de la misma manera que
apoyaron a mi primo, Joe.
Y Joe... No puedo ser la única que piensa que trabajamos tan duro para Joe, y su
pareja era una barista local. ¿Tam Eyre? ¿Famoso en todo el mundo y rico, un nombre
familiar? Me siento abrumada. Él no sabe que existo, y aquí estoy, sentada aquí y
obsesionada con él como cientos de millones de otras personas lo hacen.
Soy una mota de luz estelar en una galaxia sin fin, un agujero negro que
serpentea sin rumbo hacia mí.
Me pongo en pie, con la voz entrecortada en la garganta. Pierdo los nervios
porque me he acabado la bebida: un té con leche de selva negra y panda con gelatina
de cristal y boba. Era mi escudo, mi armadura, y ahora solo me queda mi
inquebrantable voluntad.
Me fuerzo a sonreír.
—Solo será un minuto —le explico suavemente, y entonces me doy la vuelta y
camino rápidamente por el suelo de madera del pasillo en calcetines amarillo pálido
con pollitos cosidos en los tobillos. Gracias, abuela. Ignoro el cartel de la puerta que
conduce al extraño y pequeño dormitorio que hay bajo las escaleras.
¡Prohibido comer y beber en los archivos!
Mi madre ha decorado el cartel con una horrible imagen prediseñada de una
taza pixelada y una hamburguesa con un círculo rojo y una barra encima. Suspiro,
giro el pomo, entro y me desplomo contra la puerta.
¿Hacer que Tam se enamore de mí? ¿Cómo voy -incluso con la “ayuda” de la
maldición- a aparecer en el radar de su conciencia como un pequeño punto? Antes
de empezar, tengo que conocerlo de verdad. Pero ese es el objetivo de todo fanático
rabioso, ¿no? Incluso los menos fanáticos caerían rendidos en su presencia. Estoy
compitiendo no solo con el reloj, y no solo con la imprevisibilidad del romance y la
atracción, sino también con millones de personas mejor preparadas para esto que yo.
Resoplo y tomo un libro de la estantería, uno con la Guía de personajes famosos
garabateada en bolígrafo negro a lo largo del lomo de cuero marrón de un viejo
diario. Esta habitación está llena de paredes de madera sin terminar y techos
inclinados que atraviesan el espacio de forma espectacular, pero también tiene
estanterías hechas a medida en la tienda de mi padre y un cómodo sillón verde. Pulso
el botón de la pared para encender la chimenea eléctrica y me desplomo en el suelo
junto a ella, con la espalda apoyada en una de las estanterías.
Hojeo una colección de conocimientos recopilados por miembros de la familia
Frost, pasados y presentes. Se supone que ésta contiene consejos para superar este
tipo de problemas, pero está llena sobre todo de anécdotas, un hecho nada
tranquilizador.
Londres 1851. En la Exposición Universal, el tío se encuentra emparejado con la
esposa de un rico hombre de negocios extranjero. Cuando el hombre abandonó el país,
también lo hizo su esposa. El tío se gastó los ahorros de toda su vida persiguiéndola hasta
que sucumbió a la maldición en una noche de luna llena, en un muelle a cien millas de
la casa de su pareja. Su marido descubrió el cadáver esa misma noche.
Frunzo el ceño. No ayuda. Tampoco es una persona “famosa” aunque supongo
que nuestro “tío” tampoco la tuvo fácil.
Paso la página.
California 1999: Hoy fuimos al cine, compramos palomitas y todo lo demás. Mi
hermano, Henry, estaba emparejado con la protagonista de la película. Se mudó a
Hollywood y murió en un bar del centro, solo y sin dinero. A la mierda esta maldición.
El diario se cierra de golpe delante de mí y levanto la vista de repente para
darme cuenta de que Joules se ha acercado sigilosamente, usando su pie para cerrar
la fuente de mi ansiedad que se dispara rápidamente.
—Toma. —Me tiende un cacao caliente, el líquido se derrama por el borde y
me estremezco. Lo limpia con el calcetín y yo pongo los ojos en blanco—. No le digas
a mamá que he traído esto aquí. Ya sabes cómo es con estos antiguos acumuladores
de polvo. —Tomo la taza y él se sienta a mi lado con las piernas cruzadas—. Ya los
escaneé todos y los subí a dos unidades diferentes en la nube. ¿Para qué necesitamos
todo esto?
Le doy un sorbo a mi bebida y él me la roba.
Sonrío.
Por algo no me comí ninguno de los mini malvaviscos que flotaban por encima;
son los favoritos de Joules.
—Asientos en las gradas en Nueva York, ¿eh? —digo mientras Joules enfoca su
intensa mirada en la estantería frente a nosotros. Todas las reglas de la maldición
están escritas aquí, descubiertas a la mala a través de las repetidas muertes de la
familia Frost. Tenemos suerte de tener acceso a todo esto ahora.
Aunque... entender la maldición solo hace que sea un poco más fácil romperla.
¿Puede el forense atribuir mi muerte a una estrella de pop? ¿O sería simplemente
“una maldición familiar mágica que existe desde la Declaración de Independencia”?
—¿Cuándo nos vamos? —pregunto cuando Joules no llena el silencio. Apoyo la
cabeza en su hombro y cierro los ojos; el olor a chocolate caliente y malvaviscos
derretidos se mezcla con el olor a tinta y papel de la colección de libros más
importante de la familia Frost. Pero no se lo digas a la tía Lisa: cree que sus ediciones
especiales de romances con las páginas rociadas tienen preferencia. Creo que
incluso las tiene aseguradas.
—Primera semana de enero. —Joules suena distante, pensando de nuevo en
Joe. Ya pasaron ocho meses y aun así, el dolor es una patada constante en los dientes.
¿Cómo puede alguien que estuvo ahí todos los días durante toda tu vida desaparecer
así? ¿Cómo puedo volver a ver mis películas favoritas sin anhelar tanto la presencia
de Joe que se convierte en una maldición por sí sola, con el frío dolor envolviendo mi
garganta?
Me sacudo como siempre que mi cuerpo se sumerge demasiado en los
recuerdos, pero Joules aparta rápidamente el chocolate caliente y me rodea con el
brazo. Nos sentamos juntos con las piernas estiradas hacia delante, captando los rayos
de luz naranja parpadeante de la chimenea. Calcetines blancos manchados de cacao
y amarillos con pollitos.
—Entregué mi preaviso para mi apartamento, contraté a un sustituto para mi
trabajo. Todos los demás van a quedarse aquí y trabajar horas extra para que
tengamos más dinero en el fondo familiar. No hay nada más que mamá o papá podrían
hacer por nosotros de todos modos. Esto va a depender de mí y de ti, chica.
—Sobre todo de ti, ¿no? —me burlo, plenamente consciente de que los
encuentros inducidos por la maldición van a desempeñar un papel fundamental en mi
éxito. Cualquier pequeña interacción que tenga con Tam, tengo que acertarla. Tengo
que ser exactamente lo que él quiere que sea. Qué es exactamente eso, no estoy
segura. ¿Entro coqueteando y moviendo las pestañas? ¿Tomo el camino opuesto y
actúo abiertamente hostil hacia él, esperando que mi fría conducta sea un alivio
bienvenido de todos sus aduladores?
Mierda.
Ahora le estoy dando demasiadas vueltas.
Tal vez... si se supone que él es mi alma gemela, ¿debería ser yo misma?
—Cuando me encuentre con Tam, creo que le contaré lo de la maldición
directamente y a ver qué dice.
Joules se aparta de mí como si le hubiera escupido o algo así. Me aparta de su
hombro con el ceño fruncido y recupera el chocolate caliente que supuestamente me
había preparado. Se bebe dos tercios de un trago antes de ofrecérmelo de nuevo.
Lo tomo entre las mangas demasiado largas del jersey rosa pálido que llevo.
—No te atrevas a hacer algo tan imprudente y estúpido, Lakelynn Frost. Cuando
conozcas a ese hombre, te diré lo que vas a hacer... —Se interrumpe y me mira de tal
forma que estoy tentada de abofetearlo.
—Perdona, ¿qué? —replico, levantando la ceja. Esto me pasa por ser la mejor
amiga de mi hermano mayor. Una opinión masculina sin filtros sobre literalmente
todo—. No seas desagradable.
Me mira con una ceja oscura levantada y los labios entreabiertos.
—No era eso lo que quería decir. —Joules vuelve a golpearme en la frente y,
cuando voy a darle una bofetada, más cacao caliente se derrama de la taza y salpica
apenas la tapa del diario en el suelo. Intercambiamos una mirada y sacrifico mi jersey
rosa por el artefacto. Imagino que Joules y yo podríamos tener cincuenta años y
seguiríamos reaccionando así ante la posible ira de nuestra madre—. Haz lo que te
digo y lo conseguiremos.
—¿Todo mi éxito depende de que haga exactamente lo que tú dices? —repito,
y él asiente. Me río y le doy otro sorbo al cacao—. Sí, entonces estamos jodidos. —Me
río mientras bebo el resto de la bebida y Joules me mira con los ojos entrecerrados.
—Pon tus asuntos en orden, para que podamos irnos a… —Creo que iba a decir
a tiempo. O tal vez iba a decir justo después de nuestra última oportunidad en las fiestas
con nuestra familia. Justo después de Año Nuevo. En ocho semanas. No importa. Lo que
fuera que Joules iba a decir se pierde en la insinuación involuntaria.
Pon tus asuntos en orden.
Pero no se equivoca.
Bien.
Entonces pondré mis asuntos en orden, empezando por mi pre-necesidad. Si
muero, quiero pasar por el mismo proceso que Joe, lo de la terramación. Me
convertiré en tierra fértil, y entonces me traerán de vuelta a casa y me arroparán
alrededor del árbol redbud del patio. Es importante para mí que la familia sepa esto.
Lamo un poco de nata montada del borde de la taza y asimilo la idea.
Mi vida, tal y como la conocía, ha terminado para siempre.
Lo consiga o no, es el fin de una era.
—Tam es rico, ¿no? Cuando se casen, devuélvanle a la familia todo el dinero
que estamos malgastando en ustedes. —Joules me besa la frente y se levanta,
dejándome a solas con viejos recuerdos y motas de polvo.
Haciéndome a la idea de convertirme en una de esas cosas o en ambas.
CAPÍTULO SEIS
LAKE
231 bobas restantes hasta que ambos muramos...
El Chevy Tahoe está lleno, los asientos traseros están desmontados para que
podamos colocar un colchón de aire. Sacos de dormir, almohadas y nuestras bolsas
de lona. Tengo unos cuarenta cambios de ropa metidos en este coche, cortesía de mis
amigas y primos. Lucir lo mejor de uno con la esperanza de atraer a su pareja es
bastante común. Hacemos lo mismo con todos los miembros emparejados de la
familia: donamos ropa, juntamos dinero para comprar ropa nueva, ayudamos con una
especie de cambio de imagen.
Estoy repasando una lista de comprobación con mis tías y primos,
asegurándome de que tenemos todo lo que vamos a necesitar para el viaje de veinte
horas que nos espera y los meses siguientes. Joules y yo seguiremos la gira de Tam
Boyfriend Experience Tour (insinuación intencionada, estoy segura) desde Nueva
York hasta Los Ángeles.
Vuelvo a casa para el cumpleaños de mi abuela, para poder celebrarlo con el
resto de la familia. Si este es mi último año en la Tierra, no me perderé por nada del
mundo la celebración del septuagésimo tercer cumpleaños de esa mujer, ni siquiera
una cita con el mismísimo Tam.
Tam, que no sabe que existo. Tam, que está felizmente saliendo con la novia
del K-pop Kaycee Quinn. Tam, que tiene ciento quince millones de seguidores en
Spotify.
Exhalo y jugueteo con mi sudadera, alisándola para las fotos. Mamá va a querer
hacer fotos. En otro día, Joules y yo nos estaríamos quejando de eso, con Joe metido
entre nosotros. Pondríamos los ojos en blanco y arrastraríamos los pies.
Joder, lo echo de menos.
Ayer por la mañana salí al patio trasero antes de que saliera el sol. Me senté en
la tierra frente al árbol de Joe y observé en silencio cómo el amanecer se abría paso
entre las nubes y resaltaba las ramas desnudas. Charlamos un rato y me sentí mejor
y peor por ello. Mejor por haber podido hablar con él. Peor porque no me contestó.
—Mamá —le dice Joules suavemente, con las manos sobre los hombros. Está
llorando. Ahora me doy cuenta—. Traeré a Lake para que vuelva a verte. Este no es
un adiós para siempre. —Le frota los brazos, soltándola solo cuando mi padre se
acerca a su lado.
Es temprano, lo suficiente para que el vecindario esté tranquilo y los pájaros
canten. La luz dorada del sol atraviesa el garaje detrás de mis padres.
—Sigo sin estar segura de que nos quedemos aquí —dice mi madre mientras
apoyo la espalda contra el todoterreno, esperando fuera de campo un segundo.
Quiero oír lo que van a decir cuando no crean que estoy escuchando—. Prefiero estar
con ustedes dos.
—Conseguir horas extra en el trabajo es lo que necesitamos. Mamá, el dinero
que vamos a gastar persiguiendo a este tipo, es... mucho. Déjame al menos intentarlo
a mi manera, ¿vale? Si no vemos resultados en unos meses, probaremos otra cosa.
—Sé sincero conmigo mientras estés ahí fuera —dice mi padre, pasándose la
mano por la cara. Ya parece cansado—. Si... no crees que esto vaya a pasar. Si
tenemos que vender la casa. Lo que sea, ¿entiendes?
—Lo comprendo —dice Joules con voz sombría cuando me acerco al
todoterreno. Desvía sus ojos azules hacia mí, pero la expresión severa de su rostro no
cambia. Tiene el ceño fruncido, la boca torcida y las manos apretadas a los lados—.
Esto no va a ser fácil, pero tú lo sabes, ¿verdad?
Asiento con la cabeza.
Sin los encuentros proporcionados por la maldición, esto no ocurriría. Por otra
parte, es culpa de la maldición que esto está sucediendo en primer lugar. Ugh.
—¿Estamos seguros de que no sabemos qué hizo nuestro antepasado el 4 de
julio de 1776? —pregunto, nombrando la fecha en que se firmó la Declaración de
Independencia. La misma fecha en la que mi estúpido tatarabuelo-lo-que-sea fue
maldecido por... algo.
A lo largo de los años, los familiares han hecho inmersiones profundas para
intentar resolver el misterio, buscando pruebas sobrenaturales, religiosas o
científicas. Nadie ha encontrado nunca ninguna, y yo no tengo intención de intentarlo.
En vez de eso, voy a perseguir a Tam Eyre.
—Probablemente se acostó con la mujer de alguien —murmura papá, y mi
madre le da un codazo en el costado.
—Es que... no. —Pongo los ojos en blanco cuando mi tía Lisa se acerca a
nosotros. Tiene una foto de Joe en las manos y me la pasa cuando nos encontramos en
la entrada.
—Es una tontería, lo sé, pero... llévatelo contigo, por favor. —Aparta los ojos,
ya brillantes por el llanto. Mi pobre tía Lisa es la que más ha sufrido a causa de la
maldición. Su primer matrimonio con el padre de Joe -un hombre del que estaba
profundamente enamorada- terminó por su culpa.
Primero perdió a su novio del instituto y a su marido. Luego a su hijo. Y ahora,
aquí estoy yo, su sobrina favorita, su pseudo-hija, la niña a la que le enseñó a montar
en bicicleta... La rodeo con mis brazos y nos quedamos allí hasta que llega el camión
del correo, desliza varios objetos en la caja metálica y sigue avanzando por la
carretera.
—Vale —dice la tía Lisa, mirándome. Solo estamos aquí los cinco: mis padres,
mi tía, Joules y yo. Todos los demás se despidieron anoche—. Deja de hacerlo con
frecuencia, come muchos bocadillos y, si estás cansada, duerme. —Le dirige a Joules
una mirada dura—. Y, por favor, deja que tu hermana conduzca de vez en cuando.
Joules lanza las llaves al aire mientras mira a mi tía con frialdad e indiferencia.
—Claro.
No lo hará, pero está bien. Son veinte horas de viaje y anoche dormimos bien.
No va a ser divertido, pero podemos hacer esto sin necesidad de parar mucho.
Joules y Lisa se abrazan mientras yo caigo en brazos de mis padres, y luego
Joules y yo subimos al todoterreno, cerramos las puertas de golpe y gritamos más te
quiero desde las ventanillas.
Los dos nos desplomamos en nuestros asientos y nos miramos antes de salir
rodando lentamente de la entrada y bajar a la calle. Todos nuestros vecinos -y
nosotros- tienen carteles de “Veinte es mucho” en el jardín delantero. Joules intenta
ser respetuoso. Pero en cuanto entra en la autopista... se acabaron las apuestas. Con
tal de llegar antes a Nueva York, aceptará unas cuantas multas por exceso de
velocidad.
—Siento lo de tu trabajo —susurro de repente—. Y tú apartamento.
—Cállate, Lake —me dice Joules, con una mano en el volante y la otra en el
bolsillo delantero para sacar una barrita de cereales cubierta de chocolate—. Prefiero
a mi hermana pequeña que a cualquiera de esas cosas.
Salvo que lleva años esperando tener una casa propia, ahorrando, dejándose
la piel por el negocio familiar.
—Gracias —le digo de todos modos, alargando la mano para arrebatarle la
barra ya desenvuelta. Finge estar molesto conmigo, pero el borde de su labio esboza
una pequeña sonrisa. Le doy un mordisco y me doy cuenta de que es de mantequilla
de cacahuate y pepitas de chocolate, mi favorito. Seguro que lo ha preparado
expresamente para mí. Qué... encanto.
Alarga la mano para darme un golpe en la nariz y yo me alejo gruñendo. Retiro
lo dicho.
—Deja de disculparte conmigo. Cuando un día me toque ser emparejado,
estarás allí conmigo, ¿no? Ya estarás casada con Tam cuando eso ocurra, así que, o
tienes que dejar a tu novio superestrella en la carretera para venir a ayudarme o tiene
que venir él también.
—Trato hecho. —Me río entre dientes ante la idea, Tam Eyre y yo casados y
trabajando juntos para romper la maldición de Joules. Ja. Algunos miembros de mi
familia ni siquiera le han contado a sus parejas sobre la maldición. Y la mayoría de los
que lo hicieron tienen cónyuges que no les creen.
Esa pequeña flor dentro de mí que quiere decir la verdad se encoge ante la
realidad.
Decirle a Tam es una muy, muy mala idea. Joules tiene razón.
Puede que lo haga de todos modos.

—Cuando tenía siete años, nos mudamos a Seúl, Corea, para que pudiera asistir
a una academia de artes escénicas —le dice Tam a la entrevistadora en el corto de
YouTube que estoy viendo. Sonríe y se acomoda en el asiento, como si estuviera
perfectamente cómodo en un salón mal ventilado donde estoy absolutamente segura
de que no vive nadie.
—¿Es allí donde empezaste a aprender el idioma? —le pregunta ella, y él
asiente, apartando el cabello de fresa de su atractivo rostro. Y esa sonrisa no se le
escapa ni una sola vez.
—Como artista, para mí es importante conectar lo más estrechamente posible con
el mayor número posible de fanáticos. Si eso significa aprender nuevos idiomas, me
apunto al reto.
La entrevistadora -una tipa influyente de la semana- suelta una risita y se inclina
coquetamente hacia Tam.
—¿Qué idiomas hablas ahora? ¿Francés? —Sus ojos brillan de lujuria, e intento
no sentirme mal ni hacia ella ni hacia Tam.
—Inglés, por supuesto. Coreano, japonés. Acabo de empezar con el español. —
Tam guiña un ojo a la cámara y el video termina. Le doy a me gusta y paso al siguiente.
Mi hermano alarga la mano y me cierra el teléfono, prácticamente
aplastándome los dedos.
—¿Qué he dicho? —me reprocha. Lleva una hora conduciendo y me ha
atrapado cuatro veces viendo vídeos de Tam.
—No me parece bien que me des órdenes —le advierto, moviéndome en mi
asiento con la misma torpeza con la que Tam se movía cómodamente en el suyo.
Piernas largas y despreocupadas, una cruzada sobre la otra. Con los tobillos
bloqueados, se ha echado hacia atrás en el asiento, con un codo apoyado en el
reposabrazos y la cabeza en la mano. La postura hacía que la camisa se le subiera un
poco por delante, mostrando el vientre de una bailarina, todo planos suaves y caídas
sensuales—. ¿A tus novias les gusta eso?
—Les encanta —me dice, y me inclino para pellizcarle la mejilla con fuerza. Da
un pequeño volantazo con el coche intentando golpearme el brazo, así que retrocedo.
—Pues yo no. Así que para. Y también, por favor, céntrate en la carretera. —
Me desplazo hasta las entradas del concierto en mi teléfono. El concierto es mañana
por la noche. Llegaremos con tiempo de sobra, pero no tan pronto como para
necesitar más de una habitación de hotel. Nueva York es caro, y aquí tenemos un
presupuesto muy estricto—. Si tenemos tiempo, ¿podemos tomar el ferry de Staten
Island -es gratis- y ver la Estatua de la Libertad?
—¿Por qué demonios no? —Joules me refunfuña, extendiendo la mano para
robarme el teléfono—. Te lo tomo prestado un rato. Duerme un poco.
—Creo que es importante investigar al tipo antes de intentar cortejarlo, ¿no
crees?
—Creo que alguien tan famoso no pone nada real online. Es mejor que vayas a
ciegas, Lakelynn.
Con un suspiro, me quito el cinturón de seguridad, subo a la parte de atrás y
me acurruco en los sacos de dormir y los edredones que mi madre nos ha preparado.

230 tés de burbujas restantes hasta que ambos


muramos...
Llegamos a Nueva York a una hora espantosa de la mañana siguiente y nos
encontramos en la tienda de bagels de la prima Margaret, al final de la calle del
estadio. La gente ya está haciendo fila.
—Joules, son las cuatro de la mañana —susurro mientras mira por encima del
hombro y por la ventanilla. El estadio está tan bien iluminado que es fácil ver la
multitud que ya se formó.
—Deben de tener entradas para la zona general —me dice, volviendo a su
comida. Estoy sentada, nerviosa y ansiosa, un poco ruborizada y enloquecida ante la
idea de estar en Nueva York por segunda vez. La ciudad de Nueva York. Es grande,
ruidosa y alta, y mi pequeño corazón suburbano no sabe qué hacer con nada de eso.
También me asusta el tamaño de la multitud. Las puertas se abren a las seis de
la tarde y el concierto empieza a las siete. ¿Cómo hay tanta gente aquí?
Un grupo de chicas se cubre del frío, abrigadas con chaquetas y bufandas,
frotándose las manos y cotilleando desenfrenadamente.
—Oficialmente, se aloja en el Four Seasons, pero una chica que conozco en
Instagram me dijo que está trasladando todas sus cosas al Hotel Plaza. Si acampamos
en los ascensores y las escaleras, cada uno aguantando nuestro puesto, no hay forma
de que pueda pasarnos, ¿verdad?
—¿Están hablando del concierto de Tam? —les responde efusivamente la chica
que está detrás del mostrador. Margaret le grita que deje de cotillear, pero no se
inmuta. Espera a que mi primo desaparezca por la parte de atrás y se reincorpora a
la conversación.
Pico mi panecillo y mi crema de queso, con el corazón palpitante. ¿Es este un
consejo que Joules y yo podamos seguir? ¿Debería saltarme el concierto y esperar en
el hotel o algo así? ¿Pero en qué hotel? Es imposible que esas chicas vayan a ver a
Tam, ¿verdad?
Levanto la vista y veo que Joules las está observando. Se ha comido dos
panecillos en el tiempo que he tardado en comprometerme a dar el primer bocado.
Los nervios empiezan a hacer mella. Mi hermano se vuelve hacia mí mientras las
chicas ultiman sus planes para la vigilancia.
—Si la información está tan fácilmente disponible, es imposible que sea verdad
—me dice, y sé que tiene razón. La tiene. Es solo que... hay tantas cosas que tenemos
que intentar que no sé por dónde empezar—. Lo mejor es que vayamos al concierto
y esperemos que la maldición te ponga en su camino.
Suspiro y exhalo. Joules tiene razón. Esta idea básica está escrita en casi todos
los libros de mis antepasados. No te preocupes tanto por cómo puedas acabar
teniendo una conversación con tu pareja; la maldición los unirá si te acercas a ellos.
Puedo hacerlo.
Terminamos de comer y nos dirigimos al estadio, donde encontramos un buen
sitio para aparcar y hacemos fila con el resto de los locos. Tam podría estar en un hotel
cercano, pero ¿dónde tiene que ir?
El estadio.
Este es el mejor lugar para mí.
Así que, con sillas plegables y cacao caliente, mi hermano y yo nos unimos a
los Tambourine, y esperamos.

—Joules —susurro cuando empieza el espectáculo, la telonera del concierto


trota por el escenario ante una bulliciosa oleada de entusiasmo. La chica es del
tamaño de un té de burbujas. Y no del tamaño de un vaso, sino del tamaño real de una
de las pequeñas perlas de tapioca que contiene la bebida. Pellizco su forma muy
distante entre mis dedos mientras entrecierro los ojos desde mi asiento en la parte
trasera del estadio. El fondo literal. Solo hay una pared detrás de mí y de Joules, eso
es todo.
Puedo sentir la metafórica hemorragia nasal, puedo imaginar el rojo cayendo por
mi nariz y mezclándose con lágrimas de frustración. Estúpido Tam Eyre. Estúpida
maldición. Estúpidos billetes de setecientos dólares.
El público se pone de pie por alguna razón, a pesar de tener asientos. Supongo
que así es como funciona en estos grandes conciertos. No sabría decirte. Nunca he
estado en uno.
—¿Sí? —me grita Joules, inclinándose y acercando la oreja a mi boca para
oírme.
—¿Cómo voy a hacer que alguien del tamaño de una burbuja de té se enamore
de mí? —grito, pero mi hermano se limita a sacudir la cabeza, impertérrito.
Yo también me pongo de pie para ver cómo me queda la vista. Es inútil intentar
ver el escenario. La telonera y su equipo de baile son motas. Me vuelvo hacia las
pantallas, preguntándome por qué alguien querría pagar dinero para asistir a un
concierto si de todos modos hay que mirar una pantalla.
Ah, bueno.
Tam está aquí. Yo estoy aquí. Los encuentros malditos son una cosa real.
Solo tengo que esperar.
Con ese pensamiento, me relajo en mi asiento durante un acto de apertura y
luego otro.
El espectáculo pirotécnico que sigue es impresionante, mayor que los fuegos
artificiales que se lanzan en toda la ciudad el 4 de julio.
Mierda.
Vuelvo a ponerme en pie y la energía de la multitud se agita y ondula a mi
alrededor. Me siento como si acabara de tropezar con un hechizo, uno en el que todo
el mundo conoce las palabras excepto yo.
Comienza la música, las luces se atenúan y Tam Eyre sale al centro del
escenario.
Al principio está en la sombra, deteniéndose en el centro de un gran grupo de
bailarines. Es el único que viste de negro; todos los demás van de blanco.
Las luces se entrecruzan sobre el escenario, pasando por delante de Tam y
mostrando brevemente su rostro en una de las enormes pantallas. De repente levanta
la vista y se enciende un foco. Se lleva lentamente una mano enguantada a los labios
y se acerca el micrófono a la boca.
Miro hipnotizada la pantalla mientras unos labios pornográficos se separan en
un sonido, algo privado destinado solo a los amantes. Sí. Allá vamos. Tam silba la
canción antes de empezar a bailar, moviéndose al compás de su equipo hasta que
giran hacia el fondo del escenario. Da una zancada y abre los brazos.
—Hola, Nueva York —grita, y la multitud palpita como un ser vivo. Me invade
una extraña sensación de energía colectiva, como si ya no fuera una persona, sino
parte de un todo.
Nunca en mi vida me había sentido tan pequeña, tan sin nombre y tan
desesperada.
Tam empieza a cantar -claramente, está cantando en directo- mientras ejecuta
un baile que yo nunca sería capaz de hacer, ni aunque practicara durante un siglo. Es
peor que el baile de Sweet Honey (que ya me impresionó mucho).
Sus ojos verdes se dirigen a la pantalla y mira a través de ella directamente
hacia mí.
Me tiemblan las rodillas y me desplomo en la silla de detrás, con la vista
bloqueada por la multitud y sus carteles.
—¡Te quiero, Tam! —grita una fanática desde algún lugar delante de mí.
—¡Cásate conmigo, Tam! ¡Cásate conmigo!
—¡Eres tan hermoso!
—¡Es mi cumpleaños! ¡Dime feliz cumpleaños!
Tengo los ojos tan abiertos que parece que se me están secando los globos
oculares.
Estoy tan jodida.
Joules permanece de pie, como una roca en un océano salvaje. Tiene los brazos
cruzados y la mirada fija en la pantalla, mientras las otras setenta mil personas que nos
rodean saltan y cantan al compás de una canción cuyo nombre ni siquiera conozco.
Sí.
Nunca podré competir con los fanáticos más devotos de Tam. Mi única
esperanza aquí es sorprenderlo siendo yo misma. Eso es todo. Eso es todo lo que
puedo hacer.
Ya sabes, si alguna vez conozco al tipo.
Me obligo a levantarme, mirando fijamente la imagen de mi supuesta alma
gemela en la pantalla. Y oh, es guapo. Lo es. Es el ser humano más guapo que he visto
en mi vida y, sin embargo, eso solo empeora las cosas. En teoría, sí, salir con este tipo
probablemente sería un sueño. Tiene talento, es guapo, y ese cuerpo de bailarín
apretado contra el mío lo sería... pero es un sueño que ahora comparto con millones
de personas.
La situación empeora cuando termina la canción y un piano entra en escena.
Sin perder un segundo, Tam se deja caer en el asiento y empieza a tocar. Su voz, al
sonar por los altavoces, me da escalofríos. La gente saca sus teléfonos, enciende las
linternas y las agita de un lado a otro al ritmo de la suave música.
—Me fuiste enviada a través de las estrellas, un rayo de luz bañando los planos de
mi rostro ansioso. El día que incliné la cabeza hacia atrás y susurré al cielo, fue a ti a
quien encontré.
Kaycee Quinn, la chica de las largas trenzas negras, la que lleva un bonito
pintalabios rosa para resaltar su boca de capullo de rosa, sale al escenario con un
vestido de manga larga cubierto de joyas, la falda es lo bastante corta para mostrar
sus muslos perfectos.
Con un micrófono en la mano, se acerca al piano y apoya los codos en él,
inclinándose para cantarle a Tam.
—Si yo soy la respuesta a tus plegarias, entonces tú eres el calor que envía la
tierra, un pulso de calor en el núcleo del mundo. Eres la biología de los latidos de mi
corazón, la forma de mi sonrisa y la primera persona a la que llamo cuando se avería mi
coche.
Ella se inclina hacia él, con los ojos castaños brillantes. Él le devuelve la mirada,
alzando la voz junto a la de ella mientras armonizan el estribillo. Los dos cantando al
unísono de esa manera me descolocan. Puede que sea el sonido más hermoso que he
oído en mi vida.
Termina la canción y los dos empiezan otra, esta vez desplazándose al centro
del escenario para bailar un tango. Prácticamente tienen sexo en el escenario.
—No te preocupes por Kaycee Quinn —vuelve a decirme Joules, inclinándose
para acercarme la boca a la oreja. De alguna manera vuelvo a estar sentada, y ni
siquiera estoy segura de cómo he llegado hasta ahí—. Ya te lo dije: Cuidaré de ella.
Pero aunque no fuera por Kaycee, no me acercaré a Tam a menos que él quiera
que me acerque.
O... a menos que la maldición intervenga por mí.
CAPÍTULO SIETE
LAKE
222 bobas restantes hasta que ambos muramos...
(y cuenta regresiva rápida)

La maldición no interviene, ni siquiera cuando empiezo a trabajar en las salas


de conciertos.
Mi primer día, voy vestida con un uniforme amarillo y rojo de comida rápida y
una etiqueta con el nombre de Anna (soy trabajadora temporal, así que no me hacen
una personalizada). Me paso las dos noches de los conciertos de Tam en East
Rutherford, Nueva Jersey, sacando patatas fritas de la grasa y disculpándome
repetidamente por la larga espera. Después, ¿qué tengo que enseñar salvo unos
cuantos granos nuevos y el té de burbujas de melocotón y jazmín que me ha traído
Joules?
Me desplomo en la silla de nuestra pequeña habitación de motel de mierda y
chupo de una pajita la única alegría que he tenido en toda la semana.
El segundo trabajo es en Filadelfia. Esta vez voy a trabajar con un uniforme gris
y un delantal negro, empujando un carro lleno de artículos de limpieza. Una noche
entera escuchando la bonita voz de Tam salir del estadio para envenenarme. Es como
comerse una bandeja entera de galletas de una vez, demasiado de algo bueno.
Después, me toca a mí tomar el té de burbujas, ya que Joules tiene que trabajar
más tarde que yo, vigilando las puertas y comprobando las muñecas selladas cuando
la gente sale y vuelve a entrar. Eso es lo que debería haber dicho la descripción del
trabajo, en lugar de seguridad. Seguridad, una mierda.
Ninguno de nosotros está cerca de Tam o de su enorme séquito.
Joules se reúne conmigo afuera con el ceño fruncido, y yo paso de su Yakult de
uva sin decir ni una palabra más. Vuelvo al motel, me desplomo en la silla con mi té
de burbujas, me trago la felicidad y hago estallar las bolas de boba.
Trabajo tres. Boston. Hoy estoy de mercadillo en el estadio. El lugar del
concierto vende sus propias sudaderas y pantalones de chándal e imanes. No estoy
ni cerca de las bulliciosas estaciones que son las mesas de la mercancía de Tam.
Vendo exactamente tres pares de pantalones de chándal granate antes de que,
vestida con la misma ropa que estaba vendiendo, me reúna con mi hermano en la
escalinata. Nos miramos en silencio y nos dirigimos a la tienda de té de burbujas.
Derrítete en una silla del motel. Chupar té de burbujas. Sandía de nuevo con
una adorable tapa de emoji con cara de guiño. Fantástico.
El cuarto trabajo es el peor, reponer los baños y desatascar los retretes. Llevo
una camiseta con la cara de Tam en la parte delantera -proporcionada por el local- y
un par de mis propios jeans harapientos. Termina el día. Voy por té de burbujas. Me
siento abatida en la silla, chupando demasiado fuerte una pajita.
Lavar, enjuagar, repetir.
Pruebo exactamente treinta y nueve nuevos sabores de té de burbujas antes
de que Joules y yo decidamos cambiar un poco las cosas.
Cuando solo quedan ciento ochenta y tres tés de burbujas para que Tam y yo
muramos, mi hermano y yo empezamos a hacernos a la idea de adónde ir cuando
acabe el concierto, adónde esperar a que Tam pase de camino al todoterreno
ennegrecido en el que se desplaza.
Los dos primeros días que nos quedamos afuera, no consigo atravesar la
espesa multitud para acercarme a él.
Al tercer día, por fin consigo un buen trabajo en el estadio, como acomodadora
que acompaña a la gente a sus asientos. Acabo de empezar mi turno cuando se acerca
el director, me da una palmada en el hombro y me pide disculpas. Me trasladan al
vestíbulo, cerca de las escaleras, para guiar a la gente con entradas. Ese mismo día,
Tam deja de aparecer afuera después del espectáculo.
Estupendo.
Pasan catorce días más y Joules y yo nos integramos a la multitud, encontrando
sitio en la parte delantera, cerca de la cuerda de terciopelo. ¿Pero Tam? No ha vuelto.
Después de esos primeros días, no le hemos visto ni una hebra de cabello fuera de
los estadios.
—Esto no tiene remedio —resoplo, con la espalda apoyada en el lateral de un
edificio de ladrillo y un té de burbujas en la mano. Mis mejillas se sonrojan cuando
me lo acerco a la cara. Hoy me han puesto gelatinas de frutas y cada una de ellas tiene
una cara sonriente. Se me salen las lágrimas, pero las aparto con una manopla
amarilla. Al menos alguien sonríe hoy aquí.
—No llores, Canoa —murmura Joules, se quita el guante negro y me presiona
la cara con la palma de la mano. Hago un pequeño ruido. Su mano está caliente y yo
tengo la cara muy fría. Aquí arriba, en invierno, se está fatal. ¿Quién querría vivir en
el norte? Quiero volver a Arkansas.
—Canoa —ahogo una carcajada, deslizo la pajita en la boca y doy una buena
succión para que una de las pequeñas gominolas suba y se pose en mi lengua. Ah,
azúcar y sabor a sandía. Es mi favorito y, después de treinta y nueve sabores nuevos,
necesitaba sentir el sabor de casa—. Solo me llamas así cuando intentas ser amable.
—¿No soy siempre amable contigo? —murmura Joules, dándome un falso
golpecito en la mejilla con la palma de la mano. Retira la mano y se vuelve a poner el
guante, recogiendo su propia bebida del alféizar de piedra a su derecha. Estamos
encaramados a la acera con algunos Tambourines, siguiendo algún oscuro consejo
de Reddit de que podríamos encontrar a Tam aquí esta noche. Valía la pena intentarlo,
por escasa que fuera la posibilidad—. Además, Canoa es un gran apodo. Nuestros
padres te pusieron Lake. Es gracioso.
Sonrío en mi taza, mi atención está en la tapa con el sol sonriente en ella. Hah.
¿Sol? Esta noche estamos como a treinta grados y cada vez disminuye más. ¿Y si este
es mi último invierno con vida? Debería intentar disfrutarlo, aceptar la punzada del
viento en la cara, la forma en que la bebida caliente de Joules sale humeante por el
pequeño agujero de la tapa, la forma en que las risas de los que esperan con nosotros
resuenan extrañamente en el aire frío. A lo lejos, se oye una sirena y, dos minutos
después, pasan varios coches de policía y una ambulancia.
Hago todo lo que puedo para no pensar en Joe, en los paramédicos, la policía
y los detectives. Me estremezco y aprieto aún más la taza, chupando pobres gelatinas
desprevenidas y aplastándolas entre mis dientes castañeteando.
—Tengo a toda la familia presentándose al concurso de fanáticos —continúa
Joules, y yo asiento con la cabeza. De vez en cuando, Tam organiza estos concursos.
Los ganadores reciben una videollamada personal suya. Es una posibilidad remota,
pero estamos desesperados. Es algo que la familia puede hacer para ayudar, aparte
de todo el dinero que han estado enviando. Sé lo que es sentirse impotente. Hice todo
lo que pude para hacerme amiga de la pareja de Joe, Marla, pero ella estaba luchando
tanto, y el momento no era el adecuado... Odio esta maldita maldición.
—Gracias, Joules —le digo, encontrándome de repente sin gelatinas ni té. ¡¿Mi
bebida está vacía?! ¿Cómo? ¿Cuándo? Suspiro y dejo a un lado la taza llena de hielo.
Mi hermano me da su bebida caliente y yo niego con la cabeza, moqueando de nuevo.
Gruñe por lo bajo, me toma las manos y me obliga a aceptarla—. Gracias por
organizarlo todo y planearlo todo. Sé que no he sido todo lo útil que debería...
—Escúchame, Canoa —dice, poniéndose en cuclillas delante de mí para llamar
mi atención. El grupo de chicas que está cerca de nosotros se ríe a carcajadas, como
si pensaran que se está declarando o algo así. Pongo los ojos en blanco, pero me
encanta. Tengo un hermano cariñoso y muy dramático. Soy muy afortunada—. Tú
harías lo mismo por mí si nuestras posiciones fueran al revés. Y aunque no lo hicieras,
lo haría por ti porque te quiero.
Las chicas suspiran y lanzan pequeños gritos desde la esquina, y yo me echo a
reír. Me tapo la boca con la mano y las llamo.
—¡Es mi hermano! —grito, y todas se giran para mirarme—. También está
soltero. —Siguen más risas, y entonces una de ellas se acerca trotando, con el aliento
saliendo en nubes blancas de sus bonitos labios.
—Aquí está mi número —dice, tragando saliva por su nerviosismo—. Llámame
alguna vez, ¿vale? —La chica mete el papel en el bolsillo de la chaqueta de mi
hermano cuando éste no hace ademán de tomarlo, y luego echa a correr por la acera.
Sus amigas la siguen, renunciando a sus sueños de conocer a Tam Eyre.
Joules y yo, nos quedamos.
—Muchas gracias —refunfuña, se levanta y se ajusta el gorro negro. En la parte
delantera lleva escrito Seguridad en letras blancas.
—Era guapa; deberías llamarla. —Doy un sorbo al té que tengo en las manos -
un té negro con un solo terrón de azúcar- y contemplo nuestro próximo movimiento.
Todos los estúpidos libros de la estúpida biblioteca de nuestra familia me aseguraban
que, si me acercaba a mi pareja, los encuentros fortuitos se producirían de forma
natural. Aún no me he acercado a... ¿unos cien metros de Tam?
—Sí, no voy a hacer eso. Voy a hacer que Kaycee Quinn se enamore de mí. —
Joules golpea con los dedos la ventana de cristal a su derecha, llamando mi atención
hacia un póster con la cara de la estrella de pop. Ella canta con Tam en casi todos los
conciertos de la etapa estadounidense de su gira. Cuando él se traslada a Europa, ella
se toma un descanso para rodar una obra de teatro.
No es que... importe. Estaré muerta para entonces. Curiosamente, el último día
de la maldición es también la noche del último concierto de Tam en EE.UU, un evento
especial que está siendo filmado para su docuserie biográfica.
Suspiro.
—Si alguien fuera capaz de eso, serías tú —le aseguro a mi hermano, dándole
una reconfortante palmada en el pecho con la palma de la mano—. Volvamos al hotel.
No creo que él...
Un todoterreno negro dobla la esquina en ese preciso momento y yo levanto la
vista sorprendida, casi dejando caer el té a la acera. Joules lo toma porque es así de
increíble.
Cadillac Escalade negro, cristales polarizados, matrícula de California.
Ese tiene que ser Tam. Es el mismo coche que he visto parado fuera de los
locales.
Sin pensarlo, corro hacia delante y directamente a la calle, extendiendo los
brazos a ambos lados y cerrando los ojos.
El todoterreno chirría hasta detenerse de repente, a escasos centímetros de mí.
Jadeo tan fuerte que me mareo, mi aliento crea una mini-ventisca delante de mis
labios agrietados. Abro primero un ojo y luego el otro.
Joules está de pie en el bordillo de la acera, estupefacto y, de alguna manera,
aun sosteniendo el té en la mano.
El todoterreno no se detiene; el conductor ni siquiera me grita por la ventanilla.
Da marcha atrás y gira en dirección contraria, bajando por la calle a una velocidad
que es al menos el doble del límite legal.
Mierda.
—¿En qué carajos estabas pensando? —ruge Joules, me agarra del brazo y me
saca de la calle. Cuando me giro para mirarlo, solo veo miedo y preocupación en sus
ojos oscuros—. Podrían haberte matado. —Su voz es un susurro, y sé que va a informar
a la familia sobre esto.
—Joules, si no me encuentro con Tam pronto entonces estaré muerta de todos
modos. Tengo que tomar riesgos.
No dice nada, su respiración es tan agitada como la mía. La luz de la farola
cambia de verde a rojo y nos ilumina a los dos. Joules me mira con el ceño fruncido,
me pone el té en las manos y se aleja por la acera.
Volvemos juntos a nuestro hotel -mejor dicho, motel- y me siento en una silla
con un pesado abrigo de invierno y un manto de vergüenza. Sorbo mi té y deseo que
sea de burbujas.
Lavar.
Enjuagar.
Repetir.

166 bobas restantes hasta que ambos muramos...


Margaret (la prima cuya pareja es propietario de una tienda de bagels en
Nueva York) me llama al día siguiente. Tiene una idea. En realidad, es más barato
alquilar un ático en Airbnb con vistas al estadio de al lado donde actúa Tam que
comprar una entrada de reventa.
Prepárate para un desahogo.
—¿Cómo puede ser legal? —grito por teléfono mientras Margaret me responde
con un grito de complicidad. Las dos estamos en el videochat, agitando los brazos
como locas y quejándonos del lamentable estado de la industria de las entradas de
conciertos de segunda mano. Problemas del primer mundo, lo sé—. ¡Los artistas ni
siquiera ven nada de ese dinero! Los estafadores compran todas las entradas y nos
obligan al resto de la gente normal a pelearnos para pagar el triple o más por el
mismo asiento.
—Es asqueroso. —Asiente Margaret, con los ojos verdes muy abiertos y la voz
en un susurro—. ¿Recuerdas cuando salieron a la venta las entradas de Taylor Swift y
colapsaron todo Internet? Ticketmaster me cobró tres veces por las mismas entradas,
¡y al final me dijo que ni siquiera tenía entradas!
—Lo mismo nos pasó con Tam —respondo, dejándome caer en el mullido sofá
marrón cerca de la ventana. Tenemos que alquilar... lugares dudosos donde
alojarnos. Mi familia -incluso toda mi familia añadida- está ingresando dinero en la
cuenta de emergencia, y aun así no es mucho. La gasolina, la comida y el alojamiento
nos están matando—. Todos los revendedores deberían ser azotados públicamente.
Mi prima se ríe entre dientes.
—Colgados sobre el recinto de los leones del zoológico, untados en sangre de
pollo.
—¡Oh, me encanta! —Me apresuro a pensar en un castigo ruin para cualquiera
que compre a propósito una entrada para un concierto al que no tiene intención de
asistir, y luego la revenda inmediatamente para obtener un beneficio masivo—.
Enterrémoslos hasta el cuello en arena infectada con piojos de mar. Desnudos.
—Arena en la raja del culo. Bonito. Eres una viciosa. —Se aclara la garganta y
mira por encima del hombro. Puedo ver la tienda de bagels que tiene con su marido.
Cuando Joules y yo la visitábamos, nos regalaba panecillos, café y abrazos. En otra
vida, me mudaría a Nueva York durante unos meses e intentaría trabajar en la tienda
junto a Margaret.
En otra vida.
Una en la que me queden más de... ciento sesenta y seis tés de burbujas hasta
que muera.
—De todos modos, lo que estaba diciendo es: Nick y yo vamos a alquilarles
este apartamento para pasar la noche. Estarán tan cerca del concierto como si
estuvieran allí. —Margaret parece tan entusiasmada con la idea, y estoy tan
agradecida por su ayuda que no soporto decirle que no servirá de nada. Un piso alto
cerca del lugar del concierto suena bien, pero no estoy aquí para escuchar la música
de Tam. Necesito conocerlo—. Te enviaré por mensaje de texto el código pin de la
cerradura de la puerta. Puedes registrarte en cualquier momento después de las tres.
—Eres increíble, Margaret, ¿lo sabías? —le digo, pero ella sacude la cabeza
violentamente, con los rizos rubios esponjándose alrededor de su cara. Me mira con
una expresión de seriedad, angustia y gratitud.
—Ustedes son increíbles. Toda nuestra familia es increíble. Sin la ayuda de la
familia, yo no... y no voy a dejar que lo que le pasó a... Solo sé que te amo, Lake. Dile
a Joules que también lo amo.
Joules gruñe desde el cuarto de baño, con el cepillo de dientes en la boca.
—Dice que también te ama. —Le doy un beso a la pantalla y Margaret hace lo
mismo—. Ve a hervir bagels y demuestra que los hervidos son superiores a los de
vapor. Es importante.
—Siempre luchando por el bien de los demás —me asegura, mientras besa la
pantalla y cuelga. Unos minutos después, tengo todos los datos del apartamento.
—No conoceremos a Tam de un Airbnb, pero al menos no nos alojaremos en
un sitio con manchas de sangre en el colchón. —Joules escupe en el fregadero, se
enjuaga la boca y se gira para mirarme. Fuerza una sonrisa y luego levanta una ceja—
. Recoge tus cosas, Canoa. Nos espera un largo viaje.

El apartamento es bonito, aunque no sea mi estilo. Estamos en un bloque de


vidrio flotando en el cielo, con ventanas en cada pared. Muebles blancos que parecen
más bonitos de lo que son. Encimeras de piedra y acero inoxidable y unas pocas y
selectas piezas de arte con remolinos y manchas. Las luces están apagadas, pero hay
un resplandor ambiental de la ciudad.
¿Y el balcón? Realmente tiene vistas al estadio donde actúa Tam. Oigo el
estruendo de la multitud antes incluso de abrir la puerta, camino por el oscuro
apartamento en calcetines mientras Joules maldice y busca el interruptor de la luz.
Cuando lo encuentra, me ciega encendiendo todas las luces de la habitación a la vez.
Abro la puerta del balcón de par en par, silbando cuando el aire frío golpea la
piel desnuda de mis brazos. Mi hermano me persigue, me echa la chaqueta por los
hombros y maldice en voz baja. Juntos apoyamos los antebrazos en la barandilla y
miramos al público. Las enormes pantallas a ambos lados del escenario son tan
visibles desde aquí como lo eran desde nuestros asientos en Nueva York.
Si estuviera aquí para escuchar cantar a Tam, estaría encantada.
—Vamos a quedarnos aquí hasta que llegue a Sweet Honey —me dice Joules,
mirando el móvil con el ceño fruncido. A estas alturas, ya tenemos memorizada la lista
de canciones de Tam. Un impresionante repertorio de cuarenta canciones que
empieza con Kiss This Rizz y termina con Let's Just Have Coffee, My Love. Se mete el
teléfono en el bolsillo de los jeans—. Entonces bajaremos e intentaremos esperar
afuera.
—Entendido —murmuro, apoyando la barbilla en los brazos.
Me quedo así hasta que Tam vuelve a subir al escenario con Kaycee Quinn.
—Tu futuro marido y mi futura mujer —me dice Joules con seguridad, y yo
suelto una carcajada.
Lo que parece desde aquí -en cada cuidadoso zoom y panorámica en las
pantallas de gran tamaño- es que Tam y Kaycee están locamente enamorados el uno
del otro. Él está tocando el piano y cantándole otra vez, con los dedos deslizándose
sobre las teclas mientras la mira fijamente a los ojos y canta Our First Night, una
canción nada sutil. Sexo, sexo, sexo.
Suspiro y cierro los ojos.
Kaycee también tiene una voz preciosa, un brillo dulce que me eriza la piel. Su
registro vocal es absolutamente increíble y, a diferencia de muchas otras actuaciones
populares, tanto ella como Tam cantan en directo. Es sorprendentemente fácil darse
cuenta: la repentina respiración, la forma en que sus mejillas se desinflan y se llenan
de aire, la tensión en sus cuellos cuando buscan en las estrellas esas punzantes notas
altas. Y cada noche suenan un poco diferente.
Me encuentro pronunciando la letra cuando hace seis meses no podía nombrar
ni una sola canción de Tam. Abro los ojos y veo a Tam levantándose de su asiento con
un elegante esmoquin blanco cubierto de pedrería y calzado con llamativos zapatos
rojos. Se quita la chaqueta, la tira sobre el piano y le tiende la mano a Kaycee.
No puede fingir el rubor de sus mejillas cuando acepta, su placer por el
momento transmitido a todo el mundo. Su cabello oscuro descansa en sus
características trenzas dobles, una colgando a cada lado. Ojos almendrados e iris
color café, piel de cristal del color de la leche y labios como un capullo de rosa. No
culpo a Tam Eyre: si yo fuera él, también estaría enamorado de ella.
Bailan juntos un tango picante -sin dejar de cantar, eso sí- y luego se lanzan a
la balada de la pareja: Teeth Gritted on a Cold Sunday Morning. Se trata de tardes de
fin de semana perezosas, acurrucados en el sofá y besándose; se trata de estar tan
profundamente enamorados que el ruido del mundo se desvanece en la nada.
Kaycee y Tam se retiran después de la canción, y las pantallas empiezan a
reproducir un video que muestra a Tam buscando a Kaycee por un campo de flores
silvestres en una noche de luna. No es un video musical, sino unas tomas ingeniosas
para avivar la energía de los asistentes al concierto. Cuando la encuentra, le da su
chaqueta, le besa la mejilla y le guiña un ojo antes de besarse.
El poder de la multitud es tangible incluso desde aquí, encaramada al balcón
de un ático en una ciudad desconocida. Puedo saborear el amor del público por Tam,
puedo sentirlo en mi lengua junto al viento helado. Puedo oírlo en sus gritos. Puedo
sentirlo en mis huesos.
Tras la reproducción del video, Tam vuelve a subir al escenario con un nuevo
atuendo.
Camiseta holgada con una bandera americana descolorida impresa en la parte
superior. El cuadrado azul con las estrellas blancas forma un bolsillo sobre el pecho,
y las rayas rojas son en realidad aberturas en la tela, cosidas con hilo rojo grueso y
pequeñas hebillas. Lleva unos jeans azules holgados y unos zapatos blancos con una
sola raya roja y otra azul.
El cabello rubio fresa cae sobre un rostro endiabladamente apuesto, todo
líneas amables y sonrisa hermosa. Tam tiene el tipo justo de líneas de sonrisa a ambos
lados de la boca, paréntesis alegres que rompen la tersa suavidad de su piel cada vez
que le sonríe a la multitud.
Esta canción tiene muchas referencias y movimientos de baile muy sugerentes
que enloquecen al público. Hay una parte en la que agarra una de las corbatas rojas
de su camisa y tira de ella, deshaciéndola. El hilo se suelta y la tela queda abierta
cuando baila, dejando al descubierto unos abdominales de infarto. El de la cámara no
pierde la oportunidad de acercarse a su ombligo, y mis mejillas se calientan.
Si voy a sobrevivir el año, voy a ser... Yo podría eventualmente...
—No puedo ni imaginarme acostándome con alguien tan atractivo —murmuro,
y Joules me suelta un bufido. Está acostumbrado. Siempre sale con gente atractiva
porque él también lo es. Yo soy de lo más normal. No es por criticar mi aspecto, pero
soy... normal.
—¿Te imaginas acostarte con alguien? Virgen. —Me pega con el codo y yo giro
la cabeza para mirarlo, con los ojos escocidos por el frío.
—No me dejaste salir con nadie. ¿Cómo puede ser eso mi culpa? Incluso me
perseguiste hasta la universidad para vigilarme. Imbécil. —Pero ambos sonreímos
ante los recuerdos. Joules y Joe siempre me cubrían las espaldas en todo, pero más
que eso, me enseñaron cómo quería que me tratara un hombre. Entre ellos, mi padre
y mis tíos, no aceptaré nada menos que aquello con lo que crecí. Hasta ahora me ha
servido de mucho, pero también me ha mantenido muy soltera.
No importa. Prefiero esperar al tipo correcto...
El pensamiento se desvanece cuando me vuelvo hacia el estadio. Tam está de
rodillas, con la espalda inclinada y la barbilla levantada hacia el cielo. Su voz es
potente, pero también le patinan un poco algunas notas, convirtiendo sus palabras en
cosas ásperas y salvajes. Me estremezco.
Bien.
No puedo elegir a un hombre; el universo ha elegido uno para mí.
—¿Crees que la maldición realmente nos empareja con nuestras almas
gemelas? —murmuro, pensando en mi loca tía abuela y su firme creencia de que la
maldición no es una maldición, sino una bendición. Dice que es un milagro que una
fuerza externa nos muestre quién es nuestra alma gemela. Yo creo que el amor es
algo que se gana y se construye a base de recuerdos, confianza y experiencia. No es
que mi creencia importe mucho.
Si Tam no se enamora de mí, ambos caeremos muertos.
—Todos los que han triunfado parecen bastante felices —admite Joules a
regañadientes. Si hay alguien en esta familia que odia la maldición más que yo, es mi
hermano—. Incluso cuando no tienen éxito, ellos... —Aspira violentamente—. Incluso
Joe estaba enamorado de Marla. Si se hubieran conocido en otro momento, habrían
vencido la maldición.
Los dos nos quedamos en silencio, mirando el espectáculo hasta que empieza
Sweet Honey y entonces llega el momento de abrigarnos con chaquetas, gorros y
bufandas para dirigirnos al estadio. Mientras Joules conducía hoy, yo investigué los
mejores lugares para buscar a los artistas fuera del recinto del concierto, para que
sepamos exactamente adónde ir.
Joules rodea el todoterreno de mi madre hasta la parte trasera del edificio,
donde ya se ha reunido una pequeña multitud, acurrucada en pesados abrigos,
frotándose las manos heladas, aplicándose y volviéndose a aplicar bálsamo labial
para los labios castigados por el viento. No hay sitio donde aparcar, así que Joules me
deja primero.
Me uno a la parte de atrás de la multitud, mirando un camino hacia el frente. No
es que tenga muchas esperanzas. Han sido semanas y semanas de esto, y no he visto
a Tam desde los primeros días. Este bastardo, pienso, no les ha dado nada a estas
pobres chicas, dejándolas aquí sentadas en el frío glacial. ¿Lo mataría una sonrisa?
¡Demonios, todo lo que tiene que hacer es pasar!
Me froto las manos a pesar de las gruesas manoplas de lana que llevo. Me las
tejió mi abuela, y estoy muy orgullosa de ello. Sé tan bien como cualquiera que la
familia no es para siempre. A veces, la gente muere y no vuelve. Si mi abuela quiere
tejerme unas manoplas acogedoras, me las pongo.
Aunque sean del amarillo más odioso con grandes lunares blancos.
Especialmente sí.
Bien, Lake, deja de distraerte. Puedes hacerlo. Tu vida depende de esto.
Por desgracia, todas las demás personas de esta multitud también creen que su
vida depende de conocer a Tam.
Estar emparejada con un ídolo mundialmente famoso apesta.
Enderezo los hombros y respiro hondo. Lo tengo. Puedo hacerlo. Maniobrar
entre una multitud de fanáticos rabiosos es todo un arte. Debe hacerse con cuidado y
prestando gran atención a los detalles. Un movimiento en falso y la multitud se
convierte en una turba que busca expulsar a un intruso.
Muévete con precaución, Lake. Ten cuidado. Paso junto a una chica con un cartel
gigante que dice: ¡Tam Eyre es mi oppa! Ahh. Oppa es una palabra coreana que puede
significar hermano mayor, pero también novio. Se utiliza mucho en la escena del K-
pop, pero aunque Tam no es una estrella de K-pop, estudió en Seúl y utiliza muchos
elementos similares en su música, sus rutinas de baile y su estilo.
—¡Eh! —grito, poniéndome de puntillas y saludando con la mano a una chica
cualquiera. El movimiento hace que la chica de las señas piense que tengo una amiga
aquí, y se ajusta para dejarme algo de espacio. Me siento un poco imbécil, pero voy
a morir literalmente si no soy un poco más audaz. Estoy segura de que todos aquí me
harían lo mismo si nuestras posiciones fueran al revés.
Sigo con ese truco hasta que estoy más cerca de la chica, y entonces me
preocupa que se dé la vuelta y me mire con cara de ¿quién diablos eres tú? Estoy ahí
de pie, rascándome los dientes sobre el labio inferior, pensativa, cuando aparece
Joules y el público se vuelca con él como si fuera una estrella de pop.
—Es tan guapo como Tam —dice una chica al girarse sobre su hombro para ver
a qué viene tanto alboroto. Se encuentra a mi hermano posando con la chaqueta negra
desabrochada para mostrar la camiseta roja ajustada que lleva debajo, con una mano
metida en el bolsillo de sus pantalones de trabajo Dickies negros. Enarca la comisura
derecha de la boca en una media sonrisa devastadora, y yo pongo los ojos en blanco.
Allá vamos, pienso, cruzándome de brazos para esperarlo.
—Oye, ¿puedes darme tu número? No soy de por aquí, pero pareces genial.
Mandémonos un mensaje. —Desliza la mano fuera del bolsillo y -si no despreciara
esta frase en los libros, diría- en un movimiento fluido, se la ha presentado a la chica
de cabello rosa con purpurina en las mejillas—. Ah, y esta es mi hermanita. La llevo a
todos los conciertos de Tam ya que... ya sabes, no tengo novia con quien hacerlo.
Imagino que un rayo se estrella en la frente de la chica y la tumba de espaldas.
Apenas parece viva mientras mira boquiabierta a mi hermano, aturdida por sus
ridículas frases de novela romántica.
La chica se abalanza sobre Joules para arrebatarle el teléfono de la mano y yo
le doy las gracias en silencio mientras me coloco en su lugar.
Justo contra la cuerda de terciopelo.
Esto es lo más cerca que he estado nunca.
La esperanza se apodera de mi pecho mientras junto las manos y suena Let's
Just Have Coffee, My Love. Es la última canción de la lista de Tam, lo que significa que
podría estar a unos minutos de nuestro encuentro. Eso es todo lo que necesito: una
oportunidad. Cuando conozca a Tam Eyre en persona, le contaré todo sobre la
maldición y espero que la verdad se convierta en mi estrella guía.
—Sentarme aquí a esperar es lo único que hago. Es en lo que me convierto. Te
espero, la condensación rodando por el vaso, las manos mojadas. Mi café helado
muestra el paso del tiempo, de nuestro amor fundiéndose en un recuerdo lejano. Bebo
de él como debería haber bebido de ti, como si fueran los últimos sorbos que daré.
La canción es muy cursi, pero tiene una pizca de verdad que me hace sentir
curiosidad por saber si Tam escribe al menos algunas de sus letras. Inflo las mejillas.
Si Joules me hubiera dejado investigar más en Internet, ya sabría la respuesta.
También encontró mis fichas el tercer día y las tiró. Cabrón. Lo oigo reír a mi
espalda de forma gutural y extraña, puedo sentir el calor y la lujuria que desprende
la chica. Los ignoro, escucho cómo la canción se desvanece y el público enloquece.
Ya hemos pasado la parte del concierto en la que Tam finge que ha terminado, declara
que está en su última canción con Lonely Boy Looking y el público exige un bis en el
que él finge volver milagrosamente al escenario.
Por favor. Toda la vida de Tam está controlada por su discográfica.
Probablemente tienen grupos de discusión para determinar qué color de zapatos
debe llevar al aeropuerto. Enrosco las manos alrededor de la cuerda de terciopelo
distraídamente, sin siquiera pensar en ello.
Suena un silbato y una mujer con un chaleco negro en el que se lee Seguridad
en la espalda me saluda con la mano enguantada.
—Atrás del grupo, por favor. No toquen la cuerda. —Señala distraídamente un
cartel en el que no había reparado hasta ahora, un tablón de anuncios colocado al
azar cerca de la entrada trasera del local.
—Lo siento mucho; no lo sabía —le digo, levantando los brazos como el dueño
de un salón en una película del viejo oeste. ¡No disparen! La guardia de seguridad no
se inmuta y vuelve a hacerme señas.
—Atrás del grupo o serás expulsada.
La miro boquiabierta, pero bajo los brazos y me doy la vuelta, haciendo lo que
me dice. Joules está tan distraído con lo que me está pasando que se olvida de
prestarle atención a su nueva novia, y ella vuelve a robarle su sitio. Joder.
—¿Quieres que le dé una paliza a esa guardia de seguridad? —Joules pregunta,
y solo bromea a medias. Joules y Joe, sus puntos fuertes siempre han sido sus
debilidades. A los ojos de mi hermano no puedo hacer nada mal, y me defiende a
veces cuando quizá no debería. Mi primo fallecido también era así.
—¿Cómo puede estar pasando esto? —susurro, seguida de una risa helada que
resopla frente a mi cara. Justo al final de la manzana, veo la cinta gris de una autopista
que pasa serpenteando por delante del barrio en el que estamos; el ruido del tráfico
es casi insoportable ahora mismo. Miro a mi hermano y lo encuentro con la chaqueta
cerrada y las manos metidas en los bolsillos. Ha pasado frío intentando cortejar a esa
chica. Alargo la mano para quitarme la bufanda del cuello, pero Joules me lo impide.
—No lo hagas —me ordena, y suspiro, volviendo la vista hacia el camino
despejado en el centro de la multitud.
—Tam probablemente no aparecerá esta noche de todos modos, ¿verdad? —
Miro a Joules y veo que abre los ojos sorprendido al ver algo por encima de mi
hombro. Me doy la vuelta para ver…
¡No!
Un día llegué al frente de la multitud y me echaron casi instantáneamente...
Me voy a beber tres putos tés de burbujas esta noche.
Tam sale por la puerta trasera, vestido con un chubasquero blanco sobre una
camiseta blanca en la que se lee Lonely Boy on Tour: Se busca novia. Así se llamaba su
última gira mundial, pero ¿esta vez? Hay una nueva frase en la camiseta, una gran
barra roja de texto que dice Now Taken. Casi me dan arcadas.
Odio esto.
Tam es... Simplemente no me gusta.
Se detiene para saludar a las chicas que tiene a cada lado, estrechándoles la
mano e inclinándose para posar en las fotos. Hace signos de paz. Hace corazones con
los dedos enroscados en las mejillas. Saca la lengua. Guiña un ojo. Es esto último lo
que me desconcierta, aprieto los dientes, me pongo en cuclillas y saco el pequeño
cuaderno de mi bolso.
Con un rotulador Sharpie rosa, garabateo un mensaje de frustración en la
página.
SI NO ME AMAS, AMBOS MORIMOS... POR FAVOR, AYÚDAME, seguido de
mi número de teléfono y algunas otras... cosas.
Lo arrugo, plenamente consciente de que el mensaje que acabo de escribir es
tan desquiciado y parasitario como los otros mensajes que probablemente recibe por
miles a diario. Me da igual. Necesito algo para que esto vuele. Desengancho el pin
metálico de boba que llevo atado al bolso -es rosa y verde, con pequeñas rodajas de
sandía flotando en él y una pajita negra asomando por la parte superior- y hago una
bola con la página a su alrededor.
Ya está. Ya está.
—Lake —me advierte Joules mientras tiro del brazo hacia atrás y arrojo la
estúpida cosa por encima de las cabezas de la multitud chillona. No espero que pase
nada. Solo estoy enfadada. Solo quiero gritarle al mundo: Tengo una maldición, ¡pero
no me creerán si se los digo! ¿Cómo es que mi odiosa familia americana promedio es
víctima de la magia real? Solo queremos ver fútbol universitario y comer barbacoa.
Lo juro, soy una persona muy simple, soy feliz con las cosas pequeñas.
Yo no pedí ser el alma gemela de un ídolo.
La página arrugada golpea la parte delantera de la cabeza de Tam, que lleva
un gorro, y luego cae al suelo a sus pies. La multitud enmudece. La gente se gira para
mirarme.
—Ay —murmura Tam con el ceño fruncido, levantando la mano para frotarse la
frente. Esos simpáticos brackets aparecen a ambos lados de su boca mientras
contempla y luego...
Él...
Gira...
Los ojos se encuentran. Él me ve. Por primera vez en meses, Tam Eyre me mira.
Se estremece en lo que solo puedo suponer que es asco antes de agacharse para
recuperar la nota. Allí mismo, delante de todos, la desenvuelve. Mi marca de
maldición arde.
Su mánager aparece a su lado, agarrado a un iPad, con los auriculares sobre el
cabello oscuro. Murmura frenéticamente en voz baja y mira repetidamente en mi
dirección. Parece que tres o cuatro guardias de seguridad -los de Tam, no los del
local- se dirigen hacia mí.
Mierda.
—Lake, maldita sea. —Joules me agarra de la mano y nos damos la vuelta,
corriendo por la acera helada y... riendo.
Porque mi encuentro maldito fue... ¿golpear a Tam en la cabeza con el mensaje
de una fanática aparentemente enloquecida? Parecía que me tenía miedo, no
curiosidad por mí.
—¡Se supone que se le ponen los vellos de punta cuando me ve! —le grito a
Joules mientras corremos, resbalando un poco en el pavimento helado—. ¿Qué pasa
con sus mariposas?
—Le habrán dado polillas —me dice Joules, jadeante. Me tira bruscamente
hacia un lado y entramos en el luminoso espacio de una tienda de té de burbujas.
—Eres un tesoro, ¿lo sabías? —le digo, extendiendo el puño. Me choca el puño,
pero también pone los ojos en blanco.
—No le tires cosas a tu pareja —me dice, todavía luchando por recuperar el
aliento. Diría que estoy haciendo lo mismo, pero en realidad estoy medio muerta.
¿Respirar? ¿Qué es respirar? Estoy sin aliento. Joules estira la mano y me da unas
palmaditas en la espalda. Los primeros días intentó que hiciera ejercicio y dieta, con
la esperanza de que me resultara más fácil atraer a Tam. Pero si este es mi último año
en la Tierra, podría hacer algo peor que irme de viaje por carretera con mi mejor
amigo/hermano. Lo que no haré es negarme el placer de la comida.
Además... simplemente no me gusta hacer ejercicio. Lo sé, es malo. Quiero ser
más saludable, pero como que necesito enfocarme en la maldición primero.
Nos unimos a la fila de gente que espera para pedir en el quiosco automático,
y miro varias veces a la puerta para ver si alguien me sigue.
Nadie lo sabe.
Pero a mí tampoco me manda mensajes nadie.
¿Era demasiado esperar que me mandara un mensaje por eso? Debería haber
mentido e inventarme algo trágico.
Pido un té con leche Earl Grey con gelatina de azúcar morena y boba de tapioca
estándar.
Mi vaso está cubierto de estrellas superpuestas, las cuales me guiñan el ojo
como Tam se lo guiñó a la multitud. Clavo la pajita en el ojo que guiña en la tapa y
vuelvo al apartamento con Joules. Me siento en un sillón muy bonito del lujoso salón,
para poder mirar las estrellas. Beber té de burbujas.
Lavar. Enjuagar. Repetir.
Repetir, repetir, repetir.
CAPÍTULO OCHO
TAM
166 bobas restantes hasta que ambos mueran...
Me siento desplomado en la silla de la esquina de mi habitación de hotel, con
una nota arrugada en la mano. No es diferente de ninguna otra que haya visto, salvo
por una cosa: quien la escribió dibujó una polla en la esquina. Con pelotas y todo,
unos cuantos pelos elásticos en ellas. Todo en rosa.
Con la otra mano, levanto el alfiler de té de burbujas y lo miro. Me dolió un
poco cuando me golpeó en la cara, pero ahora casi merece la pena. Tiene trozos de
sandía flotando. Mi comida y sabor favoritos, aunque a mi imagen pública no le
gusten.
Puse el alfiler a la altura de los ojos. Jacob está convencido de que hay una
cámara oculta o un micrófono, pero le he pedido a mi jefe de seguridad, Daniel Kang,
que le eche un vistazo y dice que no pasa nada. Sonrío torcidamente y aprieto el alfiler
con los dedos.
Me lo quedo.
La nota... le echo un vistazo, pero es muy rara. ¿Y esa chica? Esta noche no es
la primera vez que la veo. En realidad, la he estado evitando. La primera vez que vi
su precioso cabello color pastel, estábamos en Pittsburgh y parecía que trabajaba de
acomodadora. Pero entonces se dio la vuelta, vi su cara y... me pasó algo jodidamente
raro.
Escalofríos por todas partes. Seguidos de escalofríos muy calientes. Un dolor
de estómago. Todo lo que podía pensar era, mierda, esta chica me da escalofríos. Le
pedí a Jacob que preguntara educadamente a la dirección si podía trasladarla a otro
puesto, en algún lugar lejos, muy lejos de mí. Que quede claro: yo no quería que la
despidieran y ella no había hecho nada malo.
Pero...
Mi instinto me dice que hay algo raro en ella y, sin embargo, sigo viéndola. En
todas partes. La veo en todas partes. Trabajando en los locales en los que actúo,
llevando un extraño par de brillantes antenas alienígenas en una cinta en la parte de
atrás con los otros fanáticos, saltando delante de mi todoterreno mientras mi cansado
culo intenta desesperadamente volver a mi hotel.
La evité durante todo el tiempo que pude, ordenándole a Daniel que buscara
su cabello verde mar entre la multitud. Al final, ese comportamiento me metió en
problemas con la discográfica y le valió a mi madre las críticas del director general.
Ya no podía seguir haciéndolo.
Luego estaba... el incidente de esta noche. El papel que me tiró a la cabeza. Y
luego ella, otra vez, aquí en el mismo edificio en el que estoy ahora. Doblé una
esquina, la vi a ella y a ese tipo moreno esperando fuera del ascensor. Retrocedí
rápidamente y subí las escaleras con Jacob pisándome los talones.
—No debería haberlo tirado, bien. Pero Joules, no me queda mucho tiempo. —
Las palabras de la chica mientras huía de la escena.
Así es como he acabado donde estoy esta noche, estudiando la nota en mi
regazo. Doblo las piernas en la silla y me doy golpecitos en la sien. El jersey negro y
azul de manga larga que llevo casi me cubre toda la mano. Las mangas son demasiado
largas, pero según el diseñador que me lo regaló, se supone que tiene que ser así.
SI NO ME AMAS, AMBOS MORIMOS... POR FAVOR, AYÚDAME... mi familia
está maldita, y sé que no lo creerás, pero tengo muchas cosas en mi lista de deseos
y solo un año para hacerlas. No puedo seguir persiguiéndote y lo único que quiero
son cinco minutos para hablar.
Eso es lo que dice.
Me rasco la sien y suspiro.
No.
He caído en este tipo de trucos antes. Esto es ridículo. ¿Y si tiene una
enfermedad terminal? me pregunto, a punto de levantarme. Quiero tirar la página a la
papelera, pero me cuesta hacerlo.
—Dame eso. —Jacob me quita el papel de la mano, lo parte por la mitad y lo
tira a la basura. Me lanza una mirada penetrante—. No hagas eso.
—¿Hacer qué? —pregunto, tomando mi botella de agua y metiéndome la pajita
en la boca. Ojalá estuviera tomando un refresco italiano de sandía o algo así. En vez
de eso, es agua. Siempre agua. Y ensalada seca. Un puñado de frutos secos. Un batido
verde.
Ahora voy de camino al ensayo de baile, pero ya estoy muy cansado. No puedo
creer que estemos grabando un video musical en medio de una gira mundial. Bostezo
mientras me detengo junto a la puerta para ponerme los zapatos, Jacob mira
frenéticamente su reloj porque sabe que llego tarde.
—No dejes que esa chica te afecte. La última vez que te compadeciste de
alguien así, intentó apuñalarte.
No se equivoca. Es la verdad. Sucedió en un meet and greet, y esa fue la última
vez que la discográfica me dejó hacer un evento público de firmas gratis. Ahora,
cobramos dinero, los limitamos a cinco personas a la vez, y todos pasan por el
detector de metales primero.
Termino de ponerme los zapatos y enrosco el tapón en la parte superior de mi
botella.
—Si esta botella cae de pie, no iré al ensayo de baile esta noche. —La lanzo y
cae de lado. Joder. Maldigo mientras Jacob suspira. Levanto la botella y lo miro—. Si
esta botella cae de pie, no voy a ir al gimnasio después. —La vuelvo a lanzar y el
resultado es el mismo.
—Va a ser duro, pero tendrás un día libre cuando lleguemos a Seattle.
Le echo una mirada.
—Si esta botella cae vertical, sacaré esa nota de la basura y le enviaré un
mensaje a esa chica. —Tiro la botella, pero el resultado no es diferente.
—Tiene demasiada agua; deberías haber bebido un poco entre tirada y tirada.
—Jacob abre la puerta y Daniel lo espera vestido de negro, con los brazos cruzados
por las muñecas. Le sonrío, pero él no me devuelve la sonrisa. Es uno de los únicos
“amigos” que tengo en el mundo, y apenas me habla—. Por favor, déjame ponerle
una orden de restricción.
—Ella no ha hecho nada —le recuerdo a Jacob, empezando a bajar por el
pasillo con Daniel delante de nosotros y otro guardia de seguridad que no reconozco
a mi espalda. Es uno de los hombres de Daniel, lo que significa que confío en él.
Daniel sabe juzgar a las personas mucho mejor que yo—. Además, a mi madre no le
gustará. No puedo ser visto como el tipo de persona que presenta una orden de
restricción contra una fanática. Eso no es bueno para mi marca.
—Me gustabas más antes de que fueras famoso —me dice Daniel sin una pizca
de emoción en la voz. Está serio. Sonrío con fuerza y estiro la mano para tocarle el
hombro.
—Concuerdo contigo —le digo, y entonces suelto el brazo, dirigiéndome
obedientemente a la sala de ensayo. Me disculpo con el coreógrafo y con mis
bailarines, y beso a mi madre en la mejilla.
Me doy la vuelta, me miro en el espejo, y alguien pone la música.
Guiño dramáticamente, giro a un lado, hago señas, giro, miro por encima del
hombro, doy un paso a la izquierda. Aplaudo. Giro mi cuerpo. Vuelvo a mirar al frente.
Me pongo en cuclillas. Pongo mis codos sobre mis rodillas. Digo la letra de la canción.
Paso dos horas haciendo eso antes de reducir otras en el gimnasio. Cuando
vuelvo a mi habitación, estoy agotado hasta los huesos y me olvido por completo de
la chica maldita de cabello verde y bonitas pecas.
165 bobas restantes hasta que ambos mueran...

Jacob me sacude el hombro bruscamente, haciendo todo lo posible por


despertarme. Estoy como un zombi, levantando la cabeza de la almohada. Estoy
convencido de que pesa el doble de lo que debería.
—¿Estás borracho? —me pregunta, y yo me quedo mirándolo.
—¿Se me permite beber? —pregunto, con voz cáustica y picada por el sueño.
Me incorporo de repente y me llevo la mano al cabello, despeinándolo—. Estoy
cansado y con exceso de trabajo, así que... no lo siento si soy un imbécil por la
mañana.
—Bien consciente de ello —me dice Jacob, golpeando frenéticamente la
pantalla de su iPad—. Tenemos la llamada de la fanática esta mañana, y luego…
Gimo tan fuerte que Jacob deja de hablar -cosa rara- y se me queda mirando
mientras yo levanto una rodilla y le paso el brazo por encima.
—La última vez que tuvimos una llamada de fanáticas, la chica me pidió que la
llamara mamá, y me contó todo sobre los futuros hijos que íbamos a tener juntos.
—Estas llamadas son una parte importante de tu marca —me dice Jacob con
una pequeña sonrisa malévola—. ¿No me estabas sermoneando sobre tu marca
anoche? Si no vas a denunciar a una acosadora a la policía, no puedes quejarte de
esto. —Se aclara la garganta y pongo los ojos en blanco. Llega el castigo—. Siento
mucho decirle esto, señor Eyre, pero usted es decididamente grosero. Por el bien de
los dos, por favor, vaya a ducharse.
Con un suspiro, me levanto de la cama e ignoro a Jacob mientras me sigue,
enumerando las citas del día. Llamada de las fanáticas, ensayo de baile, tres horas de
coche hasta nuestro próximo local, prueba de escenario para acostumbrarme a la
disposición y a las modificaciones de mi rutina, cita con Kaycee. Hora del espectáculo.
—¿Una cita? —pregunto, deteniéndome en la puerta del baño para volver a
mirar a mi primo—. ¿Tenemos tiempo para una cita hoy?
—La directora la programó ella misma; lo estamos filmando. Ustedes dos van a
tomar un helado mientras hacemos la prueba de sonido. Tendrán treinta minutos de
descanso cuando vuelvan, y luego los peinaremos, maquillaremos y empezaremos el
espectáculo.
Frunzo el ceño.
Tengo una novia a la que nunca veo y que, si soy sincero, ni siquiera conozco.
¿Y ahora vamos a tomar un helado que no se me permite comer, delante de la cámara,
entre la prueba de sonido y el espectáculo? Estoy cansado, y me acabo de despertar
hace dos minutos.
—Me parece genial. —Entro en el baño, cierro con llave y me arranco la camisa
por la cabeza. Si retuerzo la tela entre las dos manos, la retuerzo y luego la muerdo,
nadie puede verme, así que no importa. Con un suspiro, me quito la camisa de la boca
y la tiro a un lado. Me quito los pantalones. Me meto dentro.
Mi cuerpo me pide que atienda otra necesidad, pero cuando dejo caer la mano
y me rodeo con los dedos... me invade una oleada de cansancio y ya ni siquiera la
tengo dura.
Una extraña sonrisa ilumina mis labios.
Si mis fanáticas pudieran verme ahora. Todavía no se me levanta.
No es inusual. Me hago revisiones cada mes, cortesía de la discográfica. No me
pasa nada, salvo fatiga crónica y exceso de trabajo.
Muy atractivo.
Soy el sueño de cualquier mujer: cansado, malhumorado, apestoso y con
exceso de trabajo.
Me desplomo contra la pared, saco la mano a hurtadillas de la ducha, tomo el
móvil de la encimera y robo cinco minutos que no me pertenecen para leer una
webtoon.
De vez en cuando, tengo que hacer algo que me recuerde que tengo veintiséis
años. De vez en cuando, necesito recordar que soy humano.
Renuncié a mi juventud por este sueño. Renuncié a todo. Nunca me divierto.
Nunca como buena comida. Nunca salgo con amigos. Nunca conozco las ciudades en
las que actúo. Nunca descanso. No salgo con nadie a menos que sea delante de una
cámara con una persona que yo no he elegido.
Pero Kaycee Quinn es una buena mujer a la que le gusto de verdad, y se merece
algo mejor que eso. Voy a darle algo mejor que eso.
Maldita sea, voy a actuar como su maldito novio esté la cámara encendida o no.
Me guste o no.

La ganadora de la llamada de las fanáticas es... no es mi persona favorita en el


mundo.
Me siento en la silla, inclinado hacia delante, con los codos apoyados en las
rodillas. Mi collar -un medio corazón que hace juego con el collar de Kaycee- cuelga
bajo, delante de mis manos entrelazadas.
—¿Adónde me llevarías en nuestra primera cita? —pregunta la chica al otro
lado de la llamada. Tenemos cerca de un millón de personas viendo este video en
directo. Debería estar nervioso, pero ya estoy acostumbrado. También supongo que
mi cara parece bastante espantosa, como si no quisiera estar aquí. Jacob se señala la
cara como si quisiera que sonriera más.
—Bueno, ahora no estoy disponible, ¿recuerdas? —respondo con una pequeña
carcajada, alzando los dedos para rodear mi collar—. Pero si estuviera soltero,
supongo que tendría que preguntar... ¿te gustan los parques de atracciones?
—Los odio —dice la chica, con el cabello oscuro recogido en moños a ambos
lados de la cabeza y la mano agarrando una de las varas de luz de mi concierto. Es de
plástico transparente con una luz en forma de pandereta en la parte superior, y
cambia de color al ritmo de la lista de canciones, controlada por Bluetooth. Me
encanta ver las luces, todo un mar de rojo, azul y blanco o rosa intermitente o
alternando amarillo-naranja-rojo—. Oye, vamos a hacer un juego de rol. ¿Puedes
enseñarme qué ojos de cachorrito me pondrías si fueras mi perro de verdad?
Me quedo con la boca abierta. Debo de tener un aspecto horrible porque Jacob
aprieta los dientes y me fulmina con la mirada. La directora general me mira, boquea
en silencio y yo me asusto por dentro.
En este punto, sé que estoy lo suficientemente establecido como para salirme
un poco de la caja, exigir algo de respeto. Pero una parte de mí tiene miedo. He
perdido toda mi vida por este sueño, y no voy a renunciar a él por nada.
Ni siquiera por mi propia dignidad.
No lo hagas, Tam, me digo, intentando prepararme para una respuesta que no
sea “¿Es broma?”. Eso es lo que quiero preguntarle a esta chica, preguntarle si
siquiera me ve como un ser humano y mucho menos como un artista, preguntarle si
le seguiría gustando si no tuviera el cabello rubio fresa, los ojos verdes y un cuerpo
de atleta.
Los comentarios llenan el lateral de la pantalla, hordas de corazones, algunos
emojis de caca, unos cuantos de vómito. No para mí, no creo, pero para la fanática.
Un comentario en particular me llama la atención porque viene acompañado
de una donación de mil dólares por el superchat, lo que hace que parpadee
intensamente. Se supone que debo leer cualquier donación superior a quinientos
dólares. Todo este dinero se destina a un programa que ayuda a niños pequeños a
aprender a tocar instrumentos. No sé más que eso.
Esto es lo más horripilante que he visto en mi vida, y me cago en la puta. Le sigue
un aluvión de comentarios del mismo usuario. Su foto es difícil de ver, pero
reconocería ese cabello verde pastel en cualquier sitio. Su siguiente comentario es
Atemos a esta chica a un poste y mantengámosla sobre un pozo de serpientes hasta que
se disculpe.
—No leas nada de eso en voz alta —susurra Jacob, quitándose la gorra de
béisbol para agitarla hacia mí. Un momento después, la chica desaparece y supongo
que la ha bloqueado un administrador. Las amenazas de violencia no están permitidas
en mis chats.
No me impidió ver su nombre de usuario:
ApuestoAQueEnSerioLeGustanLasSandías.
Ja.
—Guau, guau —digo, tomando el collar que mi ayudante, Maggie, me tiende;
lo olvidaba: estas llamadas de las fanáticas están programadas de antemano. Me
pongo la correa de cuero blanco alrededor del cuello y la engancho.
Ya está.
Me voy al infierno.
Yo también... desearía no haber dejado que la sirvienta limpiara la basura esta
mañana.
He perdido el número de la chica de la maldición.

Kaycee Quinn está tan guapa como siempre, vestida con una falda corta rosa,
calcetines blancos por la rodilla y zapatillas de tenis. Lleva un top blanco de manga
larga con una profunda V en el escote y un grueso abrigo de lana (también rosa). Es
su estilo.
—Tam. —Respira cuando me ve acercarme en el vestíbulo del hotel. Sus ojos
se iluminan, sus mejillas se vuelven rosas y sonríe cuando me acerco a ella y me
inclino. Nos rodeamos con los brazos y nos abrazamos mientras la multitud nos
observa y mi cámara nos graba—. Te he echado de menos —me susurra al oído, y
luego me da un beso en la mejilla, dejando tras de sí una huella de carmín.
—¿Helado? —pregunto, y ella asiente, enganchando su brazo con el mío. Lleva
flores doradas entretejidas en sus trenzas negras, sombra roja en polvo alrededor de
los ojos y un bolso con el logotipo hacia fuera.
Qué pareja debemos hacer.
—¿Cómo va la nueva rutina? —Kaycee pregunta cuando salimos y siento que
todo su cuerpo se pone rígido, ya sea por el frío o por la multitud que nos espera.
Quizá ambas cosas. Me quito la bufanda del cuello y me vuelvo hacia ella, enrollando
con cuidado la tela escocesa roja y negra alrededor de su cuello. Sus mejillas se
sonrojan aún más y la multitud enloquece.
Mis manos se congelan donde están, sujetando el pañuelo por ambas palmas,
y Kaycee hace todo lo posible por anticiparse a mis necesidades del mismo modo que
yo me anticipé a las suyas.
—Sé que no lo hiciste solo porque tenemos público. —Me sonríe y yo hago lo
que puedo para devolverle la sonrisa. Parece forzada, pero sé que parece natural. Lo
sé porque he pasado incontables horas practicando en el espejo para asegurarme de
que lo parezca—. Harías esto por cualquier chica, Tam Eyre.
Algo de lo que acaba de decir Kaycee la hace fruncir el ceño, pero se da cuenta
rápidamente de su error y me dedica otra sonrisa cegadora mientras termino de
colocar la bufanda en su sitio.
—¿Quieres mi sombrero también? —le pregunto, pero ella niega con la
cabeza. Le ofrezco mi brazo y seguimos adelante, con Daniel abriéndonos paso. La
brillante salpicadura de los flashes de las cámaras nos cubre la cara, borrando el
mundo. Si pudiera ver a la gente que me rodea, buscaría cabello color menta y pecas.
Ya sea porque siento lástima por la chica de la maldición o porque me da escalofríos.
Ni siquiera yo tengo idea de cuál es o si son las dos cosas—. ¿Estás segura? Hoy hace
frío.
—Lo tendré en cuenta —bromea Kaycee, sacudiéndose las trenzas y
ofreciéndome una sonrisita reservada. Le devuelvo el favor, pero esta vez lo hago en
beneficio del público que nos rodea. Un enjambre nos sigue manzana abajo hasta la
heladería, que ha sido desalojada con antelación y preparada para nuestra llegada.
Una empleada con delantal rosa, camisa de rayas y gorrito blanco nos abre la puerta
y nos hace un gesto con la mano.
Mis bailarines están adentro, situados en varias mesas con conos de helado en
las manos.
Me vuelvo hacia Kaycee, tuerzo un poco la esquina derecha de mi sonrisa y me
inclino para susurrar cerca de su oído. Mi micrófono captará mis palabras de todos
modos, así que no importa lo alto que hable.
—Lo siento, nena, déjame ocuparme de esto muy rápido.
Me quito el abrigo y me dirijo al centro de la sala, mientras mis bailarines se
levantan de las mesas de los alrededores. En el espacio despejado del centro, en esta
heladería rosa y blanca con viejos mostradores de madera, empieza a sonar la música
y yo empiezo una rutina de baile cuidadosamente adaptada al pequeño espacio.
Mi equipo de producción se agolpa en las esquinas de la sala, filmando desde
distintos ángulos. Cuando acabemos con el video, lo cortaremos para que baile el
mismo baile en una docena de lugares diferentes. No lo necesitamos entero, pero lo
pasamos igualmente. Hay público afuera, una emisión en directo y Kaycee Quinn.
¿Se supone que esto es parte de nuestra cita? ¿Lo ha organizado la directora
general? Si invitara a salir a una chica y me dejara en la puerta para bailar con sus
amigas, me enfadaría bastante. Pero supongo que esa es la narrativa y eso es lo que
estamos haciendo.
Esta vez no canto, pero pronuncio las palabras y hago muecas. Cuando
terminamos el baile y me encuentro sentado en el borde de una mesa, con los codos
sobre las rodillas y la barbilla apoyada en la palma de la mano, ofrezco lo que se llama
un final de hada. Cuando terminas de actuar, en realidad no has terminado. Sonrío,
saco un poco la lengua y hago un corazón con los brazos por encima de la cabeza.
No lo cuestiono. Ni siquiera tiene por qué gustarme. Es lo que funciona, como
demuestran todos los discos que he conseguido destruir desde que debuté a los trece
años.
El público enloquece, la directora da por terminada la sesión y yo me bajo de
la mesa para acercarme de nuevo a Kaycee. Esta vez soy yo quien se sonroja, pero no
tengo ni puta idea de por qué. ¿Quizá porque ni en un millón de años saldría con un
tipo como yo? Pobre Kaycee.
¿Sabe que grabo esas adorables rutinas de baile en heladerías, coqueteo, me
burlo y muestro mis abdominales, y luego ni siquiera se me para? Si lo supiera,
¿seguiría aquí? Sí, porque firmamos con la misma discográfica y la directora decidió
que haríamos buena pareja. Bueno, después de que Kaycee confesara estar
enamorada de mí...
La tomo de la mano y la arrastro hasta la mesa más alejada de la puerta, una
pequeña mesa redonda de madera con una sombrilla de imitación. Estamos adentro,
así que no la necesita, pero incluso yo puedo admitir que es bonita. Sobre la mesa hay
un jarrón con flores frescas y una pequeña pila de juegos de cartas. Exploding Kittens,
Cards Against Humanity y Taco Cat Goat Cheese Pizza.
—Este sitio es increíblemente adorable —dice Kaycee, apoyando un codo en
la mesa y jugando con mi bufanda. No parece interesada en quitarse ni la bufanda ni
el abrigo. No puedo culparla. No solo hace frío aquí, sino que solo tenemos treinta
minutos para pasar el rato.
—Eres increíblemente adorable —le digo con una sonrisa arrogante de
imbécil. Si alguien me mirara como estoy mirando a Kaycee, probablemente saldría
corriendo. Ella... se sonroja. Me sonríe. Mueve las pestañas. No puedo evitar
preguntarme cuánto de esto es una actuación. ¿Quién es la verdadera Kaycee Quinn
y cómo es cuando nadie la ve?—. ¿Quieres que pida por nosotros? Te traeré lo que
quieras.
—Una bola de leche de avena tostada y galleta —dice Kaycee, leyendo uno de
los sabores en la enorme pizarra que hay detrás del mostrador. Todo parece escrito
a mano—. En un cono —añade cuando me levanto. Kaycee se echa hacia atrás e imita
un cono de helado.
Levanto las cejas y me inclino más hacia ella.
—Vuelvo enseguida.
Hay un empleado esperando detrás del mostrador para mí y el personal.
Algunos de mis bailarines están disfrutando de un helado en este momento. El resto
ha salido por el pasillo trasero con sus botellas de agua en la mano.
—Si pides algo, una sola bola, y no te comas el cono —me dice Jacob,
deslizándose en mi espacio personal. No respondo y me acerco al mostrador con una
sonrisa en la cara. La chica que está al otro lado parece a punto de caerse y
desmayarse.
Pido el helado de Kaycee y luego pienso en mi propia elección.
—Póngame un triple de champán de fresa y tarta de ángel —le digo a la chica,
y Jacob dice algo en voz baja que nunca se permitiría que viera la luz del día. Esa
frase por sí sola provocaría un escándalo mundial.
Dejo una propina en el tarro, tomo los conos de las manos de la chica y vuelvo
con Kaycee.
No está en el teléfono, que es lo que esperaba. En lugar de eso, se sienta de
lado en el banco, mirándome. Le doy el helado y lo toma, sin aliento cuando mis dedos
tocan los suyos.
—Entonces, Tam. —Se levanta para quitarse el micrófono y yo hago lo mismo.
Se los pasamos a un ayudante y luego se hace un poco de sitio alrededor de la mesa
para que podamos hablar. Yo no diría que hay intimidad ni mucho menos -mi
representante está aquí, mi guardaespaldas, algunos de sus chicos, mis bailarines
charlando en las otras mesas y miles de fanáticos al otro lado de la ventana-, pero me
siento mejor, como si pudiera respirar un poco.
—Entonces, Tam, ¿qué? —repito, dando un mordisco a mi helado solo para
enfadar a Jacob.
—Dios mío, ¿eres un mordedor de helados? —pregunta Kaycee emocionada,
señalándose con una larga uña—. Yo también.
—No, eso es solo para el beneficio de Jacob. Él lo odia, así que lo hago a
propósito. Normalmente prefiero lamer. —Mierda. No debería haber dicho eso.
Kaycee se atraganta con un suspiro, sonrojándose furiosamente ante mí. La he visto
en el escenario, y es segura de sí misma, coqueta, gregaria. ¿Es la tímida de verdad?
No consigo entenderlo.
—¿Te gusta lamer? —pregunta, y esta vez no hay ninguna timidez en sus
palabras. Parece que sabe exactamente lo que dice—. ¿Quieres enseñarme alguna
vez?
Me río, pero no la miro, sino que miro por la ventanilla a nuestros seguidores.
Veo a una mujer mayor con un cartel de Seniors for Tam y sonrío, saludándola con la
mano. Doy otro mordisco a mi helado. No me como el cono, pero me como las tres
bolas.
—¿Cuándo? —pregunto, volviéndome hacia Kaycee. Pretendía ser una broma,
pero ella no se lo toma así.
—En tu día libre en Seattle —me dice, y me pregunto si lo sabía antes que yo.
Ya lo sé. Mi único día libre: dentro de once semanas—. Tú. Yo. Champán.
—Tomamos champán en Nueva York —le recuerdo, encorvándome sobre la
mesa para apoyarme en el codo. Y así fue, en el ático del hotel. Pero mi madre estaba
allí, Jacob estaba allí, Daniel. No fue una gran cita.
—No me dejaste terminar. —Kaycee se inclina sobre la mesa, poniendo su
mano alrededor de mi oreja para susurrar, un verdadero susurro esta vez—. Tú, yo,
champán y una cama. Tam. —Se echa hacia atrás para mirarme—. Llevamos saliendo
casi un año.
Abro la boca, pero no sale ninguna palabra. Me obligo a morder el helado y
tamborileo con los dedos de la mano derecha sobre la mesa.
—Sal conmigo. Hagamos algo divertido. Una sala de escape o algo así.
—¿Con tus amigos? —me pregunta, frunciendo el ceño. Con mis amigos. Hah.
Se refiere a los artistas más cercanos a mí, los que me enviaban mensajes de texto
cuando los entrenamientos eran increíblemente difíciles. ¿Amigos? Tal vez.
—Sí, estarán allí —respondo con facilidad. No tengo que decirle quién va a
venir, ya lo sabe: Adam Stricken y Dylan Bonne. Ambos firmaron con Hype Records.
Actualmente están entre los veinte artistas más escuchados en Spotify. Kaycee y yo
estamos entre los cinco primeros. Je. Yo soy el número uno. Se me dibuja una sonrisa
en los labios, pero tengo que tener cuidado con eso. Si mis fanáticos descubren que
soy un gruñón y un imbécil, tendré que cambiar de marca. Eso no es divertido.
—Bien. Una sala de escape y almuerzo. —Hace una mueca con sus labios
almohadillados—. Champán y una cama para la cena.
—Mm. ¿Intentas decirme que quieres follarme? —pregunto, y no me sale
coqueto. No es mi intención. Sueno frío. Distante. Tal vez... ¿un poco mezquino? Ups.
Soy un poco reservado, ¿te das cuenta?
—Oh, ¿así que conoces esa palabra? —Kaycee se burla. Y los dos nos reímos.
Qué pregunta más tonta. Es lo que los dos le vendemos al público: follar. La
experiencia de novia o novio. Sexo, sexo, sexo—. Lo he consultado con Jacob, y no
volveré a verte así hasta Seattle. Tal vez Denver, si tenemos suerte. Diría que tenemos
agendas que chocan, pero no es cierto: simplemente tenemos agendas. Y punto.
—Voy a comer sopa de almejas en Pike Place Market. —Hago una pausa con el
helado a medio camino de la boca—. Ah, y quiero visitar el Muro de las Encías.
—Sopa de almejas significa no besos. —Kaycee me sonríe, se levanta y me
tiende la mano. La tomo, pero no me apoyo en ella cuando me pongo en pie, con una
pierna a cada lado del banco. Levanto la pierna derecha y nos dirigimos juntos hacia
la puerta. Recojo mi abrigo y salimos tomados de la mano—. Pero el muro de las
encías, ¿en serio? Puede que lo deje pasar.
Vamos en el mismo todoterreno al concierto de esta noche. Cantamos juntos.
Y no nos veremos en privado por un maldito largo tiempo.

Esa noche tenemos que hacer una sesión de fotos después del concierto, así
que no salimos del local hasta mucho más tarde de lo normal. Todavía hay una
pequeña multitud esperándome. Hace tanto frío que me aseguro de repartirles
bebidas calientes y camisetas firmadas a las chicas.
La presidenta de mi club de fanáticas, las Tambourines, está allí con una cesta
de regalo para mí. La saludo con un beso en cada mejilla y la promesa de esforzarme
más y hacerlo mejor. Es lo que siempre digo, pero no es verdad. Me esfuerzo todo lo
que puedo; lo hago lo mejor que puedo.
—¿Estás bien? —me pregunta mi madre cuando subo al todoterreno y me
desplomo hacia atrás con los ojos cerrados.
—Solo estoy cansado —le explico, pero llevo trece años cansado. Estoy
acostumbrado. Ahora me parece normal. Ni siquiera sabría qué hacer con una
semana libre y mucho tiempo para dormir—. ¿Podemos parar a comer algo? Quiero
una hamburguesa con patatas.
Mi madre hace una mueca de dolor, pero asiente y nos ponemos en la fila de la
hamburguesería In-N-Out.
Mientras esperamos en la larga fila del autoservicio, miro por la ventanilla un
todoterreno con la parte trasera abierta. Una chica duerme dentro de un saco de
dormir, con el cabello verde pastel desparramado sobre una almohada. La chica de
la maldición. Y está babeando. El chico moreno con el que siempre la veo la zarandea
por el tobillo para despertarla y pasarle una bolsa de comida.
Los miro fijamente a través de las oscuras ventanillas de mi propio coche, pero
no acabo de creerme lo que estoy viendo. ¿Es siquiera una coincidencia? Claro que
no es una coincidencia, te están siguiendo.
Estoy tan tentado de abrir esta puerta, pavonearme ante esa chica y
preguntarle: «¿Cómo que estás maldita?» ¿Está enferma? Si lo está... joder. Yo haría un
meet and greet para conocerla y saludarla con seguridad. ¿Está loca? Podría estarlo.
Me froto la frente y no salgo.
Pido una hamburguesa doble con queso, patatas grandes y un batido de
chocolate. Lo que me dan es una hamburguesa con una sola carne y sin queso, patatas
fritas medianas y un té helado sin azúcar. A la mierda mi vida.
—Te voy a dar una paliza más tarde —le digo a Jacob mientras desenvuelvo mi
hamburguesa, y él me gruñe desde el asiento del copiloto. Mi chofer, un increíble
anciano llamado Pat, se ríe entre dientes—. Hago ejercicio todo el día, todos los días.
Siete días a la semana. ¿Crees que no puedo patearte el culo?
—Tienes cuerpo de bailarina —responde Jacob, comiéndose la comida que
pedí para mí mientras yo me veo obligado a comerme la suya. Qué imbécil. Mi madre
sostiene una hamburguesa entre las manos, dándole pequeños mordiscos mientras
frunce el ceño ante su iPad—. No eres un luchador, Tam. No lo eres, ¿verdad, tía
Elena?
—Solía meterse en peleas en la escuela primaria —explica distraídamente, sin
molestarse siquiera en levantar la vista.
—Sí, ¿pero ganó? —Jacob continúa, y Daniel gruñe desde el asiento trasero.
—Es irrelevante. ¿Ganó? ¿A quién le importa? —Mi guardaespaldas se inclina
hacia delante, bañado en sombras como un demonio o algo así—. Me tiene a mí para
patear culos por él. Dale las patatas fritas, al menos.
Con un suspiro, Jacob intercambia nuestras cestas de patatas fritas y yo le
sonrío. Ojalá tuviera un batido de chocolate para mojarlas. No tiento a la suerte. Mi
madre también está aquí y siempre me está recordando mi dieta. Ya soy consciente
de ello, pero es un viejo hábito. Lleva haciéndolo desde que cumplí diez años y le dije
que quería ser famoso de mayor.
—Si eso es cierto —me preguntó, apartándome el cabello de la cara con una
sonrisa—, ¿estás preparado para crecer mañana? Porque eso es lo que va a hacer falta.
Y tenía razón. Hice caso a todas y cada una de las cosas que me dijo que hiciera,
y así es como acabé aquí. Pulso la pantalla de mi teléfono y me dirijo a Spotify para
elegir una canción. Si no estoy escuchando mi propia música para practicar, entonces
escucho la de mis compañeros para inspirarme y mantenerme en tendencia. Cuando
tengo un momento como ahora, un ratito para mí, escucho heavy metal. No porque
sea un malote ni nada de eso, sino porque es diferente.
—Gané —digo de repente, levantando la vista del móvil. Jacob se gira sobre
su hombro y me mira con extrañeza.
—¿Eh?
—Gané —le digo con una sonrisa, levantándome la manga de la camiseta para
mostrar un bíceps impresionante. Me reúno con un entrenador personal cinco días a
la semana. El tipo viaja conmigo. Claro que tengo músculos. Jacob está loco.
—Estoy seguro de que las peleas tampoco son buenas para tu marca —se burla
Jacob, pero mi madre está en el coche y es mi jefa de marca, así que... levanta la
cabeza al oír la palabra y mira de mí a Jacob.
—No puede meterse en una pelea; es malo para su marca. No lo provoques,
cariño.
Mi primo entrecierra los ojos, pero no dice nada. Es bueno en su trabajo, sin
duda, pero también tiene ese trabajo porque es pariente de mi madre, y ella
prácticamente lo crió.
—Considérate afortunado —susurra Jacob mientras me mira desde el borde de
su asiento. Levanto un brazo en señal de amenaza y él hace lo mismo conmigo. Nos
miramos el uno al otro y, cuando creo que Jacob está lo bastante distraído, le robo el
batido y bebo un sorbo antes de que pueda detenerme.
—Puedes hacer quince minutos extra en la caminadora esta noche. Tenemos
tiempo. —Jacob me devuelve la bebida y se gira para mirar al frente mientras yo
sacudo la cabeza y me reclino en el asiento. Cuando volvemos a pasar junto a la chica
de la maldición y el chico moreno, veo que su todoterreno está oscuro y silencioso.
No están durmiendo ahí, ¿verdad? Pero puede que sí. No sería la primera vez
que una fanática sigue la gira y duerme en su coche.
Por la mañana, de camino al entrenamiento -esta vez la sala de prácticas está
en el lugar de celebración y no en el hotel-, pasamos por el aparcamiento donde vi el
todoterreno la noche anterior. Todavía está allí, y son las siete de la mañana. La niebla
ha llegado desde el lago cercano, y es una fría mañana de primavera. Demasiado frío
para dormir en un coche.
Oh.
¿Y si está enferma? vuelvo a preguntarme, pero luego sacudo la cabeza y me
froto las sienes. Si lo está, hay un enlace en la portada de mi sitio web. Hacemos
docenas de encuentros especiales cada mes. Si tiene tantas ganas de verme, puede
rellenarlo.
Estás loco, Tam, me digo, pero no puedo dedicar más energía a esto. Tengo
ensayo toda la mañana, otro rodaje para el nuevo video y luego una reunión. Mi
tiempo ya está ocupado.
Ya está pagado.
CAPÍTULO NUEVE
LAKE
165 bobas restantes hasta que ambos muramos...
Esta entrada de meet and greet le costó a la familia diez de los grandes. Por una
entrada. Una. El fondo de emergencia no va a durar mucho más, aunque Joules no
haya conseguido una entrada para él. Estoy chupando todo el dinero de mi familia
como uno de los vampiros sensuales de las novelas favoritas de mi tía Lisa.
Tengo una de esas novelas guardada en el bolso, solo por diversión.
Me confiscan el bolso en seguridad al entrar. Espero que el guardia de
seguridad no lo revise. A menos que le gusten los romances oscuros y las
advertencias, se va a llevar un buen susto. El sensual vestido blanco que Joules me
dijo que tenía que llevar es revisado, con todos los bolsillos abiertos. Tengo que pasar
por un detector de metales solo para entrar en el pasillo.
—Muy bien... ¿Lake Frost? —me grita una mujer, y yo levanto la mano como si
tuviera doce años o algo así. Los otros cuatro miembros del grupo de esta mañana me
miran como si me hubieran salido rábanos de los ojos. Seguro que son todos
Tambourines y se saben de memoria todas y cada una de las canciones de Tam. Suelto
un poco la mano y saludo con la mano.
—Sí, esa soy yo. Lake.
—Maravilloso. —La mujer ni siquiera me mira, ojeando una lista de cosas que
tiene delante—. Vamos a repasar las normas juntos, para que todos podamos pasarlo
bien hoy. La primera regla es, por supuesto, nada de fotos ni grabaciones de ningún
tipo. A todos se les han confiscado los teléfonos, pero si llevan una cámara oculta o un
micrófono, les sugiero que también se deshagan de ellos, o se les prohibirá de por
vida cualquier acto en persona con Tam. En segundo lugar, por favor, esperen su
turno para hablar. Saludará personalmente a todos los presentes y cada uno
dispondrá del mismo tiempo. —La mujer levanta por fin la vista y esboza una sonrisa.
Parece cansada. Lleva la coleta desordenada y tiene ojeras. Me siento mal por ella.
Trabajar en esta gira debe de ser muy duro—. ¿Alguna pregunta?
Nadie parece tener ninguna, y la mujer asiente, se da la vuelta y teclea un
código en la cerradura de la puerta. Se abre y nos conducen a un pequeño espacio
dividido por una cuerda de terciopelo que no me atrevo a tocar por miedo a lo que
pasó la última vez.
Mis nervios son una soga enredada, que me rodea el cuello y aprieta. No puedo
respirar. Esto no es un encuentro: es un encuentro fabricado. Porque no importa qué
táctica intente, no consigo que Tam se fije en mí. Por favor, que no recuerde el pedazo
de papel que le tiré a la cabeza. Mierda, eso fue increíblemente estúpido, ¿no? Tengo
suerte de que la seguridad de Tam no pueda distinguir a una chica de cabello verde
de otra, o estaría jodida.
Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que tal vez se trata de una habitación
construida específicamente para este tipo de cosas. Tiene paredes de terciopelo y
paneles de madera oscura, una lámpara de araña verde lima que cuelga del techo
negro y estrellas en el suelo. Hay tumbonas a ambos lados, pero parecen demasiado
elegantes para usarlas. Una tiene tela verde con estampado de leopardo y la otra,
rosa con estampado de guepardo. Parece un salón de tatuajes.
Mientras esperamos, sin rumbo y sin nuestros teléfonos, los demás VIP y yo nos
estudiamos con miradas de reojo no muy sutiles. Al fondo hay una chica que parece
un personaje de anime, con el cabello rubio recogido en coletas y un conjunto de
colegiala con una falda de cuadros ridículamente corta. Hay una mujer con los labios
pintados de dorado y un vestido de diseño sobre los hombros estrechos, peinada
como Marilyn Monroe. Un adolescente con granos y una camiseta que dice Not Fat,
Just Fluffy habla animadamente con una chica que podría haber salido de un grupo de
pop. Se parece extrañamente a Kaycee Quinn, como si tal vez ese fuera el objetivo.
Mierda.
Estoy ahí de pie, con marcas de bronceado por haber pasado demasiado
tiempo en el lago Leatherwood en verano, un vestido de verano de algodón blanco
sobre los hombros que es ridículamente inapropiado para el tiempo que hace, y este
estúpido cinturón con forma de rodaja de sandía que no pude resistirme a traer y
ponerme. Me hace gracia. Sigo sin entender cómo alguien puede odiar la sandía. Es
absurdo.
¿Sabes qué más es absurdo? Las chicas de esta habitación. Me siento como una
niña pequeña poniéndose los tacones de su madre y pintándose los labios. Estas
chicas, estas mujeres, están fuera de mi alcance, pulidas, experimentadas y
arregladas. Yo soy... una persona normal. Un poco desordenada, con algunos rasgos
buenos, otros geniales y otros terribles. Pongo la cara entre las manos y respiro.
¿Qué hay de interesante en ti que podrías contarle a Tam para llamar su atención?
¿Que estás extrañamente obsesionada con el té de burbujas? ¿Que sueñas con pudding
de tofu y gelatina de cristal? ¿Que prefieres los raviolis de calabaza al queso?
Dejo caer las manos e inclino la cabeza hacia atrás, mirando el techo y la
lámpara de araña verde lima.
¿Quizá debería decirle que le tiré la página a la cabeza? Eso podría funcionar.
Dibujé un pene con pelos de bola para su placer visual.
La puerta del otro lado de la sala se abre y los otros cuatro VIP se quedan en
silencio, con la respiración contenida. Bostezo -simplemente cansada- justo en el
momento en que Tam entra en la sala siguiendo a un hombre con un iPad.
Nuestras miradas se cruzan.
Arquea una ceja mientras cierro los labios. Uy. Mierda.
Tam entra en la habitación como un modelo, apartando el cabello fresa de su
cara angelical. Su bonita sonrisa está firmemente fija, pero sus ojos verdes están en
otra parte. Creo que me está mirando a hurtadillas, pero es difícil saberlo. Luce unos
pantalones cargo negros nada casuales, con unos tajos de garras rojas cosidos en las
perneras. Parece como si lo hubiera atacado un hombre lobo, una referencia a uno
de sus álbumes más antiguos, en el que cada canción giraba en torno a Tam como
novio de un monstruo de algún tipo. Un vampiro, un hombre lobo, un fae, un dragón.
No he escuchado muchas canciones de esa época, pero creó tantos memes que
todavía veo a gente usándolos diez años después.
Lleva una sudadera roja con capucha por encima y zapatos a juego. El conjunto
parece con el que se podría comprar un pequeño país con lo recaudado en una
reventa.
—Hola a todos —dice, y me doy cuenta de que no me está mirando a
hurtadillas. No me está mirando en absoluto. No me está mirando a mí tanto como a
los demás. Tam nos saluda con ambas manos antes de acercarse a la primera persona
de la fila: la chica anime—. Creo que sabes quién soy, pero no he oído tu nombre.
Resoplo una carcajada y todos se vuelven para mirarme, excepto la chica y
Tam. Maldita sea. Ya lo estoy arruinando. ¿Pero en serio? Qué frase tan artificiosa.
También podría empezar a decirle que le gustan las chicas guapas que saben ser fieles
a sí mismas.
—Amy —responde ella, agarrándose a su mano con las dos suyas. Se aferra a
él como si fuera su única esperanza de salvación—. Llevo escuchando tu música desde
que tenía quince años. Hubo un tiempo en que... intenté hacerme daño, pero entonces
pensé en ti. Tam, no tienes idea de lo importante que es tu trabajo. Me salvaste.
Oh. Me siento mal por burlarme de ella ahora. También estoy jodida. Intento
ser más audaz, pero no lo suficiente como para fingir algo como un suicidio para
llamar la atención de Tam. Ni siquiera se va a acordar de mí cuando salga por la puerta
al final de esto.
Tam parece estupefacto, como si no supiera qué decir. Pero entonces su
expresión cambia y le sonríe como si quisiera invitarla a salir. Levanta una mano para
colocarle el cabello detrás de la oreja y ella suspira cariñosamente. Es como ver a
Joules en acción. De verdad, no hay ninguna diferencia. Cruzo los brazos y vuelvo a
bostezar. Sigue sin ser a propósito. Sigo estando cansada.
—Si alguna vez vuelves a sentirte así, mándame un mensaje, ¿vale? Te daré mi
número. —Tam se vuelve hacia su ayudante para pedirle un bolígrafo y se lo escribe
a la chica en la mano. Dudo que sea su verdadero número. Es decir, estoy segura de
que es un número real con un equipo de asociados que responden a todos sus
mensajes de texto y correos electrónicos, pero no creo que sea el número personal
de Tam.
De ninguna manera.
Pasa a la siguiente persona de la fila y empiezo a ponerme nerviosa. A veces
me cuesta recordar que mi vida depende de gustarle a este chico. Cierro los ojos y
evoco recuerdos de la última noche de Joe, la forma en que llegó a casa de Marla con
una sonrisa triste en la cara y se limitó a negar con la cabeza.
—Yo... estoy asustando a Marla ahora. Me pidió que me fuera varias veces. La
estaba asustando. Yo... no podía quedarme afuera y asustarla, ¿verdad?
—Joe, ésta es tu vida —gritó mi tía Lisa, con lágrimas en los ojos, mientras
tomaba a su hijo por los hombros—. Haz lo que haga falta. Lo que haga falta. No me
importa cómo se sienta esa zorra.
—No la llames así —dijo, con voz sorprendentemente fuerte—. Solo ha pasado
un año desde que el hombre al que amaba murió delante de ella. Lo está haciendo lo
mejor que puede. Yo hago lo que puedo. Solo... lo hacemos lo mejor que podemos con
una maldición de la que no sabemos nada.
Tía Lisa trató de ir por sus llaves cerca de la puerta principal, quizá para
marcharse y traer a Marla de vuelta, no lo sé.
Joe fue quien la detuvo mientras Joules y yo permanecíamos en silencio cerca.
—Mira, probablemente sea un montón de mierda, ¿verdad? —La voz de Joe, su
cálida confianza, oh hombre. La gente se emocionaba cuando Joe entraba en una
habitación. Tenía ese tipo de energía. Empezabas a sentarte más derecho en tu silla.
Sonreías más. Te encontrabas participando en juegos que nunca antes te habían
interesado. Bochas. Cornhole. Croquet. Mi primo fundó un club de croquet en la
universidad—. Estoy seguro de que estaré bien.
Pero Joe no quería decir eso.
Conocía la horrible verdad. El miedo se reflejaba en sus ojos aquella noche,
cuando sacamos un colchón al salón para poder acurrucarnos todos juntos frente a la
chimenea. Estaba en sus ojos cuando abrimos la caja de pizza y nos turnamos para
devorar porciones sin platos y solo con un puñado de servilletas.
Estaba allí a las once y veintidós de la noche, cuando empezó a jadear, cuando
Joules lo trasladó al suelo para practicarle la reanimación cardiopulmonar. Estaba allí
mientras sostenía su cabeza en mi regazo, mientras mi tía llamaba al 911, mientras
luchábamos por salvar a un hombre que sabíamos que no podía salvarse.
2006. Una de mis parientes más lejanas -pero lo bastante cercana como para
estar maldita- se internó en el hospital para prepararse para fracasar en la maldición.
—Es solo el corazón, ¿verdad? Si pueden reavivar el corazón, estaremos bien. —Ella
estaba allí cuando sucedió, y ni siquiera los desfibriladores pudieron salvarla.
Tampoco pudieron salvar a Joe.
—Odio las maldiciones —susurro, y entonces abro los ojos y Tam está de pie
con los brazos cruzados, esperando. No sé cuánto tiempo lleva ahí de pie.
Sinceramente, no quiero saberlo—. Mierda.
—¿Mierda? —Extiende la mano y, cuando estiro la mía para tomarla, veo que
se echa un poco hacia atrás. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo y se le pone la
piel de gallina en lo poco que puedo ver de sus brazos alrededor de las mangas
remangadas de la sudadera.
Se supone que debe emocionarse cuando me ve, pero Tam Eyre no está
emocionado. Está perturbado. Dios mío, tenía razón. O sus mariposas están rotas, o ni
siquiera sabe lo que son las mariposas.
—Tienes miedo de tocarme. —Respiro, con los ojos desviados hacia un lado.
¿Cómo demonios voy a hacer que me quiera si ni siquiera puede darme la mano? Retiro
el apretón de manos. Si no quiere tocarme, no haré que me toque.
Tam se abalanza sobre mí y me agarra por la muñeca; sus dedos arden como
hierro candente cuando me inmoviliza con un solo toque. La marca de la pareja en mi
muñeca izquierda chisporrotea y me hace apretar los dientes. Mis ojos encuentran los
suyos.
—Soy Tam, ¿verdad? —dice, casi perplejo, con una adorable arruguita entre
los ojos. Me dan ganas de estirar el pulgar y suavizarla, pero probablemente haría
que su guardia de seguridad me atacara. Entonces... ¿me hace una pregunta retórica
sobre su propio nombre? —. ¿Y eso te convierte en...?
—Lakelynn. Firmé con mi nombre en la nota que te tiré a la cabeza anoche. —
Eso es lo que digo. Tampoco es accidental. Estoy buscando algo aquí, una pista, una
pequeña pepita de esperanza.
—No, no lo hiciste —responde, todavía agarrado a mi muñeca. No nos damos
cuenta. Su representante se mueve incómodo detrás de él y se aclara la garganta.
Tam lo ignora—. Dibujaste un pene y me dijiste que estabas maldita. Dijiste que
querías cinco minutos, así que aquí los tienes. —Me sonríe como el auténtico imbécil
que apuesto a que es. ¡Lo sabía! Nadie es tan simpático en la vida real.
—Cada uno tiene tres minutos, Tam —lo corrige su representante, pero nos
quedamos como estamos, con los brazos entrelazados en una especie de extraño
apretón de manos medieval. Me siento como camaradas entrelazando los antebrazos,
preparándose para un torneo de justas o algo así.
—Me refería a cinco minutos en privado. —Respiro hondo, sosteniéndole la
mirada y observando cómo le recorren escalofríos por la espalda seguidos de un
rubor que le hace sudar un poco la palma de la mano. Intenta retirarse y yo le agarro
suavemente los dedos para mantenerlo en su sitio. Espero a que vengan los de
seguridad, pero Tam no los llama.
—Sí, eso no va a pasar —me dice, casi disculpándose. Su cabello es tan
brillante que distrae, como las partes rosadas de una concha de abulón. Nacarado.
Parpadeo y dejo de prestarle atención mientras mi mente se agita con algo que decir.
Esto ya es más oportunidad de la que creía que tendría hoy. ¿Lo ven? Estaba
pescando para ver si había leído mi nota, y lo hizo. La leyó. ¿Quizá eso cuenta como un
verdadero encuentro?
—Estaré muerta en un año —hago una pausa y me lo replanteo. Quedan ciento
sesenta y cinco tés de burbujas—. Tacha eso: Estaré muerta a finales de agosto.
—De acuerdo, creo que hemos terminado —dice el encargado, pero Tam lo
ignora y se inclina hacia mí. Su boca casi me roza la oreja y creo que, por alguna
razón, me tiemblan las rodillas.
—¿Por qué? ¿Por la maldición?
Me giro de repente y nuestras narices chocan.
Tam es arrastrado hacia atrás de repente, y ese tipo de seguridad de ojos grises
se interpone entre nosotros.
—No la eches; ha sido culpa mía —explica Tam, pero parece nervioso cuando
se vuelve hacia los demás VIP y se esfuerza por encontrar algo que decir. Su sonrisa
se desliza en su sitio tan fácilmente como el flequillo de clip que llevo hoy. Tan real
como ese flequillo—. Casi lo olvido: tengo algo de mercancía para ustedes.
Toma cinco bolsas de lona de un asistente y las reparte. Esta vez no me mira al
pasar, pero le digo con la boca:
—Sí, la puta maldición. —No creo que se dé cuenta.
Tam saca un rotulador rojo del bolsillo de atrás y se pone a firmar cada una de
nuestras bolsas, personalizándolas con nombres, letras de canciones o corazones. Los
demás hablan con él mientras lo hace, así que supongo que yo también puedo hablar
con él.
—Ni siquiera me gusta tu música —dice la chica que está a mi lado, parecida a
Kaycee Queen. Finge un ceño apático que queda desmentido por el temblor de sus
manos—. Solo estoy aquí porque mi hermana tenía una entrada y al final no pudo ir.
—¿Qué música te gusta entonces? —Tam pregunta con facilidad, como si ya
hubiera oído esta historia un millón de veces. Es una estrategia segura, fingir ser
diferente a los millones de otros fanáticos devotos. Ver si Tam se emociona ante un
reto, ante lo inusual, lo único.
No se lo cree. La chica murmura algo sobre una rapera con la que estoy
vagamente familiarizada, y luego Tam está de pie delante de mí otra vez.
No me pregunta qué quiero firmado como hizo con los otros.
Se inclina y garabatea... ¡¿Es eso una polla en mi bolso?!
Buena suerte, xoxo Tam.
Tam se da la vuelta y destapa el rotulador mientras yo lo miro a la espalda,
atónita y sin habla. Le lanza el bolígrafo a su ayudante y sale de la habitación sin mirar
atrás.

—Joules. —Me abalanzo a sus brazos en cuanto salgo, empujándole


frenéticamente la bolsa al pecho. Él frunce el ceño al tomarla y mira el dibujo de la
polla con Sharpie rojo. No parece tan emocionado como yo—. Esto es bueno —digo,
señalando el dibujo con un dedo—. Se está fijando en mí; sabe que existo.
—¿Dibujó una polla en el bolso de mi hermana pequeña? —pregunta Joules con
los dientes apretados. Lo ignoro y paso por delante de Joules para subir al
todoterreno. Hace mucho frío y me niego a quedarme afuera ni un segundo más de lo
necesario. Como es típico en Joules, el todoterreno está en marcha, bien calientito
por dentro. Además, hay un café esperándome.
Lo tomo y le doy un sorbo de prueba, con cuidado de no quemarme la lengua.
Ahh, un buen café solo con un terrón de azúcar. Justo como le gusta a Joules, y como
siempre me lo pide, aunque yo prefiero el té. Adoro a mi hermano.
Se sienta en el asiento del conductor, aún con la bolsa en la mano, y empieza a
rebuscar en ella. Hay tarjetas con fotos —brillantes fotos de bolsillo de Tam en
cartulina, todas firmadas—, una camiseta con el nombre y el logotipo de la gira y un
abanico cubierto de panderetas rosa intenso con #Tambourines escrito en blanco.
Hay un bolígrafo, una pulsera de goma y un CD envuelto en papel brillante. La gente
colecciona CDs como si fueran discos de vinilo, y simplemente no puedo entender
esa obsesión.
También está firmado.
—Aquí no hay nada especial —dice Joules con gesto adusto mientras ajusto la
rejilla de la calefacción para que apunte directamente a mi cara. Suspiro y bebo un
sorbo de café.
—¿Especial? No necesita ser especial. Dibujó una polla; leyó mi nota. Incluso
sabía que yo no había puesto mi nombre en ella. Joules, se acordó de mí.
—Sí, pero te tenía delante y no hizo nada. Tenía tu número y no hizo nada.
Podría haberte pedido tu número otra vez esta noche o haberte dado el suyo. —Joules
levanta la vista y luego sacude la bolsa de lona con rabia y la mandíbula apretada—.
En vez de dibujar una puta polla en el lateral, podría haber escrito su número.
Oh.
No lo había pensado así. Tam parecía intrigado por mí, y me tocó durante más
tiempo que nadie. Me susurró al oído. Dibujó garabatos inapropiados en mi
mercancía.
Sin embargo, Joules tiene razón. Eso, y que Tam le dio su número a otra chica,
aunque fuera su número falso.
No me dio nada.
Y durante seis semanas más, no nos da nada más.
Esperar fuera de su hotel. Esperar fuera del recinto. Trabajar en el estadio. Ir a
tomar té de burbujas. Ir al motel. Sentarse en una silla. Chupar esperanza de una
pajita.
Considerar la posibilidad de volver a casa para pasar el resto de mi tiempo en
brazos de mi familia.
CAPÍTULO DIEZ
JOULES
123 bobas restantes hasta que muera mi
hermanita...

Lake no quiere ir al club conmigo. No pasa nada. La he llevado a docenas de


clubes en los últimos meses y no hemos visto ni una vez a Tam Eyre. Basado en la
información que he reunido coqueteando, adulando o bebiendo para someter a mis
objetivos, he aprendido que él no es del tipo que va de fiesta. Apenas bebe. Nunca
sale, y menos a discotecas.
Así que está bien que Lake no haya querido venir esta noche. Cuando salgo en
estas misiones, busco dos cosas: chismes... y a Kaycee Quinn.
Empiezo a preguntarme si habrá cambiado de aires después de enredarse con
Tam. Según cualquiera, a Kaycee le gusta salir cuando está en la ciudad para un
concierto, pero aún no la he visto. Y sé que no me estoy perdiendo los clubes
correctos. Tengo los putos clubes adecuados.
Esta noche estoy de pie en un rincón de la sala, con las manos metidas en los
bolsillos y la mandíbula desencajada por la frustración. Las chicas se me acercan una
y otra vez para ofrecerme sus números, sacarme a bailar o pedirme que me acueste
con ellas. Me froto la frente.
¿Cómo llevamos tres meses y medio y lo único que tenemos es una polla en una
bolsa?
Llevo aquí toda la noche, rodeado de buscadores de fama sudorosos y a medio
vestir, demasiados espejos y paredes rojas como la sangre. Tengo los brazos
cruzados sobre el pecho, escudriñando la habitación en busca de alguna señal de
Kaycee. No es que tenga muchas esperanzas. Meses persiguiéndola, persiguiendo a
Tam Eyre, ¿y qué tenemos para demostrarlo?
Me burlo y me alejo de la pared, en dirección al bar. Esta noche he derrochado
en un Uber, así que me voy a tomar otra copa con la escasa propina que gané anoche
en mi trabajo de camarero. Me pongo a buscar botellas de agua entre la multitud
mientras Tam canta sobre chicas que saben a leche y miel.
—No me jodas. Odio su música. —Dejo de caminar, inclino la cabeza hacia atrás
y cierro los ojos. Suena Kiss This Rizz, otra maldita canción de Tam. Si no vuelvo a oír
una canción suya en toda mi vida, seré feliz. Joe, ¿por qué no estás aquí para ayudar
con esto? Le habría encantado este viaje, habría encontrado la forma de hacerlo
divertido, incluso mientras se quedaba despierto hasta tarde preocupándose por
Lake a mi lado.
Podía imaginármelo anoche, de pie a mi lado mientras miraba a Lake en el sofá
cama extraíble. Le dije que me quedaría con el sofá, pero no me hizo caso. Mocosa
testaruda. Esbozo una sonrisa. En cuanto salí del hotel para ir a las discotecas, se fue
de la cama al sofá y, cuando volví, estaba profundamente dormida.
Lástima que yo sea fuerte y testarudo, incluso más que ella. Me limité a levantar
a mi hermana y meterla en la cama, la arropé mientras ella refunfuñaba su disgusto y
dormí en el cálido espacio que dejó bajo las sábanas. Joe se habría tapado la boca e
intentado no reírse todo el rato, metiéndose en la cama a mi lado.
Nos habríamos tumbado uno frente al otro, con las manos apoyadas en las
mejillas y los destellos de luz de la ciudad jugueteando en nuestros rostros.
Fragmentos de un mundo extraño, tan distinto del tranquilo rincón de Arkansas que
dejamos atrás.
—¿Cuál es tu canción de Tam menos favorita? —me habría preguntado Joe, y yo
habría tenido que pensarlo mucho. ¿Cuál? Las odio todas.
—Sweet Honey —respondería yo, y Joe asentiría con la cabeza.
La próxima vez que estuviéramos en el concierto y sonara esa horrible canción,
habría venido corriendo por los pasillos vacíos del recinto. Yo me detendría con una
escoba en la mano y el ceño fruncido. Él, rubio y con los ojos brillantes, se detendría
delante de mí, esbozaría una sonrisa devoradora y se sacaría los auriculares del
bolsillo. Siempre los llevaba colgando, un altavoz gigante del tamaño de una orejera
metido en los jeans. Me los pondría en las orejas y en su lugar sonaría algo que sabía
que me gustaba.
Quiero golpear algo.
Perdí a mi primo y no perderé a mi hermanita.
Abro los ojos y veo a una chica de puntillas delante de mí. Me mira con ojos
muy abiertos e inquisitivos, con una sonrisa en los labios rojos y un grano de sal de
tequila en el borde de la boca.
—¿Qué haces? —exclamo, extendiendo automáticamente la mano para
agarrarla por los brazos cuando parece que va a caerse. Algún Dios invisible me da
una patada en el corazón, desencadenando un traqueteo frenético y desigual que me
marea un poco. De repente me duele todo: los pulmones, el pecho, la cabeza y, sobre
todo, la polla.
—Aquí todo el mundo se mueve y tú eres el único que se queda quieto —me
dice, relajándose sobre sus talones. Estaba tan ensimismado que no me di cuenta de
que alguien se me había acercado. Es un rasgo que tanto Lake como yo compartimos,
que Joe solía compartir con nosotros, los tres soñando de pie—. ¿Cómo te llamas? —
me pregunta la chica, mientras yo parpadeo estúpidamente hacia ella.
Nunca me quedo sin palabras cuando se trata de chicas. En cuanto llegué a la
pubertad, me invadieron. Ya no pienso mucho en ello. Si veo a una chica que me
gusta, me acerco a ella, le sonrío y le ofrezco mi número. Si dice que no, sigo adelante
y espero a la siguiente.
Siento que si esta chica me dice que no, entonces... podría dar un poco de
persecución.
Una sonrisa arrogante me calienta los labios, la forma me resulta tan familiar
como la visión de mis manos en la parte superior de los brazos de una mujer.
—Joules Frost —le digo, inclinándome para acercar mi boca a su oreja. La mano
de la mujer se agarra a la tela de mi camiseta. Es relativamente ajustada, así que el
movimiento de sus dedos hace que sus uñas rocen mi piel. El movimiento de mi
cuerpo empuja mi polla contra la tela de los pantalones y me esfuerzo por mantener
un tono uniforme—. Y tú eres Kaycee Quinn. He pasado mucho tiempo buscándote.
Retrocede de repente, chocando nuestras cabezas.
—Ay. —Me froto la cabeza y me enderezo, frunciendo el ceño hacia Kaycee.
Porque solo un ermitaño del bosque no reconocería a la prometedora estrella
de pop. Ella no es Tam Eyre todavía, pero salir con él ha duplicado su popularidad,
fácil. Aparentemente, llamar a Kaycee por su nombre, reconocerla por lo que es, es
un pecado capital.
La curiosidad abierta de su rostro se atenúa y frunce esa boca de cereza
brillante que tiene. Nunca he visto a una chica con una boca que realmente parezca
fruta, algo rollizo y maduro que necesite ser mordido. Si lo hiciera, si te mordisqueara,
Kaycee Quinn, ¿a qué sabrías?
Tengo la sensación de que no sabría como la chica de Tam, esa persona suave
como la leche y la miel. Hay un brillo agudo en los ojos marrones de Kaycee que capta
mi atención de inmediato.
—Qué pena. Esperaba que fueras interesante.
—No tienes ni idea de las historias que podría contar —respondo, levantando
un pulgar y rozándome la comisura del labio—. Tienes algo aquí.
Kaycee abre ligeramente los ojos y levanta la mano, tocándose el lado
equivocado de la boca. Siento la tentación de inclinarme y lamerle la sal del labio,
pero aún no hemos llegado a ese punto. Ya llegaremos, lo creas o no.
Puedo hacer todo tipo de cosas para ayudar a Lakelynn a encontrarse con Tam,
pero no puedo hacer el verdadero trabajo por ella. En cuanto a enamorarse, eso es
cosa de ella y de él. Pero lo que puedo hacer es esto: Puedo deshacerme de la maldita
Kaycee Quinn haciendo que se enamore de mí. Si ella rompe con Tam, entonces será
un obstáculo menos entre yo y salvar la vida de mi hermana.
Alargo la mano y deslizo el pulgar sobre el grano de sal, llevándomelo a los
labios. Mis ojos se fijan en ese único grano blanco que descansa sobre los verticilos
de la yema de mi dedo. Lo lamo y al mismo tiempo miro a Kaycee.
Se ríe de mí, tapándose la boca con una mano.
—De verdad te crees la gran cosa, ¿no? —murmura entre dientes, y yo sonrío
un poco más, metiéndome las manos en los bolsillos.
—Sé que soy una mierda caliente. Déjame invitarte una copa y te lo demostraré.
Si no estás convencida al final del tercer trago, no volveré a molestarte.
—Ahora ya no volverás a molestarme —dice Kaycee con una sonrisita
resbaladiza—. Porque me voy. Ya me iba. Al principio parecías diferente, pero ahora
veo que en realidad no es así.
—Estaba pensando en mi primo muerto —le digo, con la piel erizada de calor.
Casi compruebo la marca de nacimiento en forma de corazón que tengo en la muñeca,
pero es inútil.
Kaycee no es mi pareja aunque parezca que debería serlo.
¿Por qué reacciono así ante ella?, me pregunto mientras espero para ver cómo
responderá a mi comentario. Algunos dirán que estoy usando a Joe para llegar a
Kaycee, pero si Joe pudiera hablar conmigo, me diría que lo hiciera. —No podemos
dejar que nuestra chica muera, ¿verdad, Joules? —diría. Prácticamente puedo escuchar
su voz en mi oído ahora.
No soy el tipo de hombre que sigue a las mujeres. Si ella dice que no quiere
hablar conmigo, es su elección. ¿Pero esta noche? No puedo dejar que Kaycee se
vaya a menos que se lleve mi número. Lake depende de mí.
¿Es esa la única razón? me pregunto, indagando más de lo habitual. Puede que
una discoteca abarrotada de gente no sea el lugar adecuado para una revelación
sincera, pero la hago de todos modos. Kaycee me intriga; es algo más que un objetivo.
Desearía que fuera mi pareja.
—Movimiento barato, usar a tu familiar muerto. Será mejor que no me mientas
porque nada me disgustaría más. —Kaycee se da la vuelta y se pasa el cabello por
encima del hombro, golpeándome con unas sedosas ondas alborotadas. Siempre
lleva el cabello recogido en dos trenzas a cada lado de la cabeza. Creo que le queda
mucho mejor así—. Pero bueno. Invítame tres chupitos. Te dejaré defender tu caso.
Observo sus caderas mientras se aleja de mí. Creo que ni siquiera se da cuenta
de que lo está haciendo. Es una mujer que sabe que es guapa, que sabe que tiene
talento, y eso se nota en cada paso que da.
No va a ser fácil seducirla.
Sé de antemano que Kaycee me va a obligar a luchar más duro que nunca. Va
a ser un reto y va a cambiar algo fundamental de mí cuando acabemos. Estoy seguro
de todas estas cosas mientras tomo el taburete a su derecha.
Se gira ligeramente hacia mí y yo hago lo mismo, poniendo las piernas a ambos
lados de las suyas. Mi rodilla está entre sus muslos, pero sin tocarlos. Solo me he
metido en su espacio unos cinco o seis centímetros más allá de lo correcto, pero ella
lo sabe.
Kaycee mira de mi rodilla a mi cara.
—¿Algo de beber? —pregunta la chica de cabello morado que está detrás del
mostrador.
—Tequila, y trae la botella —me ordena Kaycee antes de que tenga
oportunidad de hablar. Joder, me pregunto cuánto costará la botella. Definitivamente
no tengo suficiente efectivo para pagarla. Pero si alguna situación requería el uso del
fondo de emergencia familiar, era esta. Tengo que hacer que Kaycee rompa con Tam
porque mi hermana es demasiado buena para ser viciosa.
Incluso si termino odiando a Kaycee, haré que me ame. Me acostaré con ella.
Adoraré el suelo que pisa hasta que se rompa la maldición. Si no termino odiando a
Kaycee, esto podría ser divertido.
Dejo la tarjeta de crédito sobre la barra y la camarera la recoge. Cuando
vuelve, firmo la compra, dejo una buena propina y hago algo furtivo con el bolígrafo
morado. Distraigo a Kaycee con una historia.
—El corazón de mi primo se paró de repente; tenía veintitrés años. —Sonrío
sombríamente mientras giro la cabeza para mirar la superficie de madera lacada de
la encimera del bar—. Intentamos salvarlo. Le hice la reanimación cardiopulmonar.
Le pusieron una inyección de epinefrina en la ambulancia. En el hospital usaron
desfibriladores.
Ha pasado un año entero, así que ¿por qué parece que fue ayer? Imagino que
si vivo hasta los ciento once años, como mi tatarabuela Fernon, aún recordaré la cara
de Joe, su risa y sus últimos suspiros.
Ah, abuela Fernon, pienso, ¿cómo lo hiciste? La emparejaron con un famoso
director de cine después de verlo bajarse de una limusina a la puerta de un lujoso
hotel donde trabajaba de camarera. Imagino que se sentía de la misma manera que
Lakelynn y yo ahora, como si estuviéramos jugando a la lotería por una vida.
—Ves, por eso me quedé. —Kaycee golpea la mesa con la palma de la mano,
llamando mi atención sobre el hecho de que hay dos vasos con sal en el borde, con
lima en la punta y un buen chorro de tequila en cada uno—. Por eso paré, por eso no
me fui y por eso sigo aquí sentada. —Se inclina hacia mí—. Cuando te hundes así en
la cabeza, te cambia la cara.
Me río y me paso una mano por la cara, como buscando el cambio del que
habla. No noto ninguna diferencia. Toma su vaso y lame la sal lentamente mientras
me mira a los ojos. Baja el trago. Levanto el mío y hago lo mismo, estrellando el vaso
contra la barra.
—Siento mucho lo de tu primo. —Kaycee parece apenada, como si sus palabras
fueran algo más que la perogrullada sin sentido que suelen ser. Aunque no me
molesta. La gente podría hacer algo peor que fingir ser amable. O intentar de verdad
ser amable y simplemente no saber qué decir. Hay otras cosas de las que quejarse—
. Parece que estaban muy unidos. No tengo primos, así que imagino que tu dolor es
similar al de perder a un amigo.
—¿Has perdido a un amigo? —pregunto, y ella asiente.
—A mi mejor amigo del instituto lo atropelló un coche. Nadie tuvo la culpa. Fue
un accidente. —Toma la botella de tequila y el líquido ámbar se derrama por el vaso
de chupito. Kaycee me sirve otro y me doy cuenta de que nos estamos pasando los
chupitos más rápido de lo que esperaba.
—Así fue con Joe: no fue culpa de nadie. La única persona a la que podía culpar
era el universo. No es un villano muy satisfactorio. —Le sonrío a Kaycee, jugando con
mi vaso. No voy a tomarme ninguno de estos chupitos antes que ella. Tengo que
prolongar mi tiempo con ella todo lo que pueda. Y luego espero que el baño esté libre
cuando vuelva, para masturbarme pensando en ella. Es horrible pensar en una chica
que acabo de conocer, pero no puedo evitarlo. Kaycee me hace sentir como si
acabara de meter el dedo meñique en un enchufe—. Normalmente, ese es mi trabajo,
ser el villano. ¿Te gustan los villanos, Kaycee Quinn?
—Siempre me han gustado más los héroes —me dice, y luego se toma su
chupito. Maldita sea. Ya está tomando la botella—. Por eso salgo con Tam. Lo conoces,
¿verdad? —Se ríe, toda gutural, sensual, y burlona. Se burla de mí, eso es lo que
hace—. Tam es el tipo de héroe, pero cree que es un pedazo de mierda, así que
siempre está luchando para compensar algo que no ha hecho en primer lugar. ¿Sabes
cuál es el resultado de eso, Joules Frost?
Ahh. Bien. Me lanzó mi nombre completo, lo que significa que decidió
recordarlo. Buena señal.
—Suena cansino y aburrido. ¿También folla así? ¿Disculpándose y con poca
voluntad? Es imposible que sea bueno en la cama.
Kaycee se queda paralizada mientras yo sonrío y devuelvo de un golpe mi
propio chupito. Lo dejo sobre la mesa y me limpio el fuego de los labios. Hostia puta.
¿De qué marca es? Miro la etiqueta, pero no tengo ni idea de lo que busco. Parece
caro. Vuelvo a dejarlo en la mesa.
No responde y se apresura a servirnos el tercer y último chupito de la noche.
—Tienes agallas para preguntarme algo así, y no en el buen sentido.
—Entonces, ¿nunca te has acostado con él? Me lo imaginaba. ¿Es virgen o algo
así? No estoy juzgando, solo digo. Tiene pinta de virgen.
Kaycee deja la botella en la mesa y se vuelve para mirarme, con las manos
apretadas en el taburete de terciopelo rojo entre los muslos. Los labios fruncidos. El
rostro serio. Me mira de cerca y luego sacude la cabeza, con el cabello oscuro
ondeando alrededor de su cara de luna pálida como las sombras de un eclipse. La luz
roja de la pista de baile le da un color vibrante.
Me pregunta con insistencia:
—¿De dónde eres? —Y enseguida sé que no vamos por buen camino. En cuanto
digo Arkansas, se acabó el juego. Las chicas así no saben que mi estado natal puede
ser increíble, sobre todo en el noroeste de Arkansas, de donde soy. Toda esa zona
baila al ritmo de su propio tambor. Tenemos Eureka Springs, que está lleno de hippies
y artistas. Tenemos Fayetteville, donde está la Universidad de Arkansas, Bentonville,
donde viven los más ricos, y Rogers, donde abundan los trabajos manuales y los
apretones de manos fuertes.
—Ahora estoy de gira. A mi hermana le queda menos de un año de vida, así
que la llevo a todos los conciertos de Tam.
Kaycee frunce los labios, deja caer el último trago, deja el vaso en la mesa y
agarra la botella por el cuello.
—Te lo dije: Me tomo esa mierda en serio. Tu hermana no se está muriendo, ¿y
fingir que lo está? Eso es repugnante. Que tengas un buen día, Joules Frost.
Aprieto los dientes y saco la mano para agarrarle la muñeca. La mira hacia
abajo y luego hacia arriba, como si fuera a escupirme a la cara. La suelto de inmediato
y alzo mi propia arma.
—No he terminado mi tercer trago. Eso, y que acabas de saltar a un montón de
conclusiones de mierda. Mi hermana tiene una esperanza de vivir más allá de agosto.
Solo una. Y si no funciona, morirá. —Me levanto, con el chupito aún en la mano, y lo
tomo—. ¿Dijiste que no era muy interesante? Bueno, Kaycee Quinn, tú tampoco lo
eres.
Me voy antes de que pueda responder, lo bastante enfadado por su respuesta
como para arrepentirme de haber escrito subrepticiamente mi número en la copia
del recibo para el cliente. Lo metí en su bolso cuando no miraba. ¿Pero si me llamara
ahora? Probablemente no contestaría.
Sé que se supone que debo hacer que se enamore de mí, pero ¿cómo se atreve
a hablar así de mi puta hermana?
Salgo del club, tiritando de frío, y saco el móvil del bolsillo para llamar a un
Uber. Zumba y aparece una notificación.
Lo siento, Joules, es todo lo que dice, pero sonrío de todos modos.
Bueno, maldición.
Estoy impresionado.
No respondo a Kaycee, no esta noche. Pero lo haré. Antes de que pierda el
coraje que la llevó a enviarme un mensaje y borre mi número.
—Debería haber admitido que soy de Arkansas —murmuro, y como no quiero
esperar a un Uber, pido un taxi y vuelvo al hotel.
CAPÍTULO ONCE
LAKE
122 bobas restantes hasta que ambos muramos...
Mi próximo trabajo es ser un perrito caliente bailarín. Realmente estoy
cayendo bajo aquí.
Me meto el móvil en el regazo, con las manos encima, y miro a Joules. Conduce
con una expresión extraña en la cara, como si algo le molestara.
—Joules. —Estoy hablando en serio. Será mejor que me diga si está ocultando
algo.
—Lake —contesta de una forma extrañamente tranquila, de una forma en la que
Joules nunca habla normalmente. Entrecierro los ojos. Podría haberme confesado su
peor secreto. Voy a suponer que, sea lo que sea lo que esconde, es así de malo. Si no
quiere que piense así, tendrá que confesarlo. Joules suspira—. No quería
preocuparte...
—¿Qué podría preocuparme más que morir en...? —Entrecierro los ojos y miro
el té de burbujas naranja brillante que tengo en la mano. Es un té de melocotón y fruta
de la pasión con boba de fruta de la pasión, y está divino. ¿Qué otra comida es así?
Pequeñas bolas que estallan. Estoy hipnotizada—. Ciento veintidós tés de burbujas.
—Lakelynn, conocí a Kaycee Quinn anoche.
—¿Y? —pregunto, con los ojos desorbitados. ¿Creía que esto me preocuparía?
Esta es la única parte del complot para seducir a Tam que no me preocupa—. ¿Por
qué tienes esa cara? Acabas de conocer a una chica nueva. Siempre estás más feliz
después de conocer a una chica nueva.
—Vaya, pintas un bonito retrato de mí —me dice, mirándome de reojo todo lo
que puede antes de tener que volver a mirar la carretera. Está conduciendo y nos
dirigimos de Kansas City a Denver, uno de los días más largos de nuestro viaje (menos
el primero). Puede que tengamos que comprar más té de burbujas. Chupo la pajita
con más fuerza—. Aunque... puede que sea un cabrón superficial, Lake. Puede que
tengas razón.
—¿Por qué actúas como si no hubieras conocido a una chica anoche?
—Porque no me gustó —suelta, y entonces me giro horrorizada a cámara lenta
para ver que está avergonzado pero intenta no estarlo. Se pasa los dedos por el
cabello. Se toca mucho la boca. Se está tocando demasiado la boca, y eso es algo que
lo caracteriza.
Le doy un golpe en el brazo, lo bastante fuerte como para sobresaltarme, pero
no tanto como para que nos estrellemos. Me aprieta los dientes, con el ceño feroz de
un animal.
—Domestícate, Joules —le advierto, pero eso solo hace que su ceño se
convierta en una mueca, y eso es aún peor—. Nunca te pediría que sedujeras a una
chica que no te gusta. No te preocupes. —Me vuelvo hacia el frente, clavando una uña
en la fina tapa de plástico rosa del vaso de té de burbujas. La pajita es blanca y
morada, y toda la bebida es una mancha de color desordenada. Sonrío mientras uso
la pajita para clavar los boba sueltos y llevármelos a la boca. No desperdiciaré ni
uno—. Conseguiré gustarle a Tam por lo que soy. Si no puedo creer en mí misma,
¿entonces en quién puedo creer? Estoy poniendo mi dinero en mí, Joules. No te
molestes con Kaycee; Tam se enamorará de mí de todos modos.
Siento náuseas en el estómago. ¿Quién haría algo así? Tratar de romper una
pareja establecida. Es asqueroso. Es jodido. Es... algo que tengo que hacer.
Meto el labio entre los dientes, y entonces Joules me devuelve el golpe en el
hombro, más fuerte de lo que yo se lo di a él.
—¿Quién le haría eso a su hermana pequeña? —gruño, pero él me ignora. Está
conduciendo, así que sabe que no volveré a tomar represalias—. Imbécil.
—Esa mirada en tu cara hace un momento, parecía que ibas a morir. Si solo uno
de nosotros va a sufrir, voy a ser yo. Tú solo preocúpate de acercarte a Tam lo más
posible. ¿Quizá la maldición está guardando todos tus encuentros para la mitad o para
el final?
Toso sobre una boba y Joules me mira preocupado, como si pensara que podría
necesitar la maniobra de Heimlich. Puedo respirar; estoy bien. No se equivoca en lo
que dice.
—1999. Una de las tías abuelas de la abuela no tuvo ni un solo encuentro hasta
los dos últimos meses de la maldición, en los que ella y su pareja se veían todos los
días, todo el día. Se enamoraron a falta de cuatro días y rompieron la maldición —
citar los diarios de la familia Frost me hace sentir segura. Se supone que debo escribir
mi propio diario, ¿no? Debería empezar con eso.
Joules invoca su impresionante conocimiento de los archivos, y yo sonrío,
esperando que me consuelen con una entrada en el diario que me haga sentir bien.
—2004. Nuestra prima tercera, Arabella, no tuvo ningún encuentro hasta que
se quedó atrapada en una tormenta de nieve durante un viaje con su club de
senderismo. Su tienda de campaña quedó destrozada por la ventisca, así que
compartió tienda con su pareja. Con solo once días por delante, se hicieron amigos
rápidamente. —Joules se pasa la mano por la boca—. Pero aun así murieron los dos.
Me quedo mirándolo. Tengo la tentación de lanzarle una boba a la cara, pero
probablemente se lo llevaría a la boca y se lo comería. No puedo permitir que parezca
más chulo de lo que suele ser.
—Muchas gracias por sacar el tema.
—No eres la única que tiene memorizados los registros familiares —afirma
Joules con orgullo, y yo apenas puedo mirar la arrogante inclinación de su barbilla.
Los dos estudiamos mucho los volúmenes en cuanto aprendimos a leer. Todos los
niños Frost lo hacen, para asentar la realidad en nosotros antes de que el mundo
pueda convencernos de que la maldición no es real. Algo así como... como una secta,
supongo. Uhh. Me preocuparía más si no hubiera visto morir a Joe. Si de alguna
manera la maldición no es real, y todos los miembros de la familia que he visto morir
fueron solo coincidencias extrañas, entonces seguiré viva al final del año y eso es lo
que importa.
Así que estudiamos los diarios al principio, y luego los volvimos a estudiar
por... Joe.
El coche se queda en silencio, ninguno de los dos está dispuesto a romper el
silencioso memorial que estamos teniendo.
Veinte minutos después, vuelvo a concentrarme en las bobas e intento
recordar cómo respirar. Tengo miedo. ¿Me convierte en cobarde admitirlo?
—Tengo el trabajo de perrito caliente —le digo a Joules, y se ríe.
—Sé que esto va a sonar raro, pero... ponte lencería debajo del traje. —Le doy
un puñetazo en el brazo, gruñe y me vuelve a fruncir el ceño—. Basta ya. Lo digo muy
en serio, Lake. Si vas a ir vestida con un disfraz gigante de perrito caliente, te vas a
llevar un encuentro. La maldición tiene un oscuro sentido del humor. ¿Recuerdas
cuando Marla tuvo un accidente de coche y vio a su novio desangrarse delante de
ella? ¿Diez días antes de que Joe la conociera? —Me pongo sobria rápidamente. Sí,
claro. Yo... nunca olvido eso—. Conseguirás un encuentro, confía en mí. Ponte la
lencería. Podría marcar la diferencia.
—¿Quieres que me acueste con Tam incluso antes de conocerlo?
Joules me mira fijamente hasta que le devuelvo el gesto hacia el parabrisas. A
regañadientes, vuelve a centrarse en la carretera.
—¿Cuál es la primera regla en cada uno de los libros de nuestros antepasados?
Suspiro.
—Intenta... tener relaciones sexuales con tu pareja lo antes posible. La mayoría
de las maldiciones se rompen después del sexo. Lo sé, lo sé.
—¿Crees que me gusta contarte esta mierda? Esto también es un infierno para
mí, Lake. —Ahora está como un hermano mayor, con el codo en la puerta, la mano en
un puño y la barbilla apoyada en ella. Va a ignorarme durante un rato.
No importa.
Me pongo los auriculares, giro el cuerpo e intento rescatar unos vídeos de Tam
antes de que Joules me detenga.
El primero en el que hago clic es una entrevista de ayer.
—¿Has conocido a algún admirador interesante últimamente? —pregunta el
entrevistador, otra megaestrella de pop de la que creo que Tam es amigo. Tam mira
a la cámara y se alborota el cabello. Su boca se tuerce, prometiendo que guarda todo
tipo de secretos.
¿Secretos... entre él y yo?
Contengo la respiración, segura por alguna razón de que me va a dar una pista.
Va a decir algo que se supone que debo reconocer, un indicio de que sigue pensando
en mí.
—Conocí a una mujer maravillosa que viajó con tres generaciones de su familia
para venir a verme. Siempre estoy agradecido cuando mi música puede llegar al
corazón de varias generaciones.
Dejo de ver el video y la ansiedad me invade.
Puede que Tam y yo nos hayamos conocido, pero él no está por ahí pensando
en mí.
Nos hemos conocido, pero sigo sin existir para él.
Joules tenía razón: no debería ver estos vídeos.
Busco accidentes de buceo en cuevas porque me tranquilizan, y me subo la
capucha amarilla por la cabeza. Mis zapatillas verde pastel hacen juego con mi
cabello y están metidas en el cojín del asiento a mi lado, con las piernas dobladas.
Miro a Joules por el borde de la tela.
—No mires los vídeos de Tam —repite, y yo suspiro, subo el volumen de la
música y hago todo lo posible por dormirme.
Me doy de plazo hasta final de mes y luego... me voy a casa. Solo me quedan
cuatro meses de vida y quiero ver a mi familia. Ya los echo muchísimo de menos, y
Joules me prometió que volveríamos a casa si sus planes no funcionaban.
Por favor, Joe. Si puedes oírme, ayúdame un poco.
Las maldiciones pueden ser reales, pero ¿lo son también los deseos?
Supongo que lo averiguaremos.

120 bobas restantes hasta que ambos muramos...


—¿Quieres repasarlo todo otra vez? —me pregunta mi nueva jefa, y niego con
la cabeza. Ella asiente una vez y chasquea el chicle—. Buena suerte. —Cejas
levantadas. Una sonrisa burlona. Creo que empezó a grabarme cuando salí del baño
por primera vez con mi disfraz—. ¡No olvides parar después de cada venta para
bailar!
Tengo que venderle perritos calientes a la gente que hace fila. Tomar
descansos para hacer esta coreografía super cursi que aprendí en diez minutos. Ese
es literalmente mi trabajo, y lo odio. No sé vender perritos calientes. Me gustan los
perritos calientes, pero soy más de hamburguesas.
¿Y debajo de mi traje? Llevo lencería. Es preciosa, esta seda azul cielo
estampada con flores y hojas de loto. La compré en cuanto llegamos a la ciudad, con
la tarjeta de crédito de la familia, y luego tuve que comprar tres tés de burbujas
porque usé la tarjeta de crédito de la familia para comprar lencería por un precio muy
alto.
Ahora me siento estúpida en él. Odio a Joules. Voy a darle un puñetazo la
próxima vez que lo vea.
—Hola, ¿cómo estás hoy? —empiezo, acercándome a la larga fila con un carrito
plateado con ruedas delante—. ¿Puedo traerles algo de comer?
—Vete a la mierda —dice una chica cerca del frente, y me quedo con la boca
abierta—. Estamos esperando a Tam. —Se muerde el labio y se revuelve el cabello—
. Tenía entradas para conocerme esta mañana; me metió una nota en la bolsa de
mercancía. No tenía por qué hacerlo, ¿verdad?
—Hostia puta —responde su amiga con la boca abierta—. ¿Por qué no me lo
has dicho antes? ¿Estás loca?
Empujo el carrito rápidamente para alejarme de ellas y seguir la fila. La gente
llega demasiado pronto para un concierto que empieza a las ocho. Hace demasiado
frío para estar aquí de pie.
En realidad, había supuesto que el traje de espuma sería sofocante y caluroso.
Y no lo es. Y no llevo nada debajo. Paro el carro y cierro los ojos. Solo quiero volver a
casa y ver a mi familia. Pero es mi princesa interior la que habla. Por supuesto que no
puedo ir a casa. Tengo que luchar contra esto con todo lo que tengo.
Vendo diez perritos calientes y luego me tomo un descanso, me siento en un
banco y me pago un perrito caliente. No es bueno. Nada bueno. ¿Y tengo que
venderlos durante las próximas horas? ¿Cómo puedo hacer eso? Son asquerosos. No
voy a venderle a la gente perritos calientes asquerosos.
Con un suspiro, uso la tarjeta de crédito familiar para pagar el resto de los
perritos calientes y los ofrezco gratis. Si son gratis, no me sentiré culpable, y he
vendido todos los perritos calientes. Listo. Fin de la historia.
La fila desaparece y empieza el concierto. Mi jefa me dirige a un mostrador
donde venden refrescos, agua y... perritos calientes. Más perritos calientes de lo
mismo. Ni siquiera me dejan quitarme el traje.
Durante cuatro horas, escucho a Tam cantar todos esos tópicos estúpidamente
soñadores. Estoy murmurando la letra de Sweet Honey y deseando irme, cuando
recibo (extrañamente) la única queja oficial del día.
—Quiero que me devuelvan el dinero. —Una mujer cualquiera deja cuatro
bolsas vacías de perritos calientes sobre el mostrador. Está mirando su teléfono y no
a mí. Espero a que me reconozca. Tarda un minuto en mirarme a la cara.
—Si ya se ha comido la comida, tengo que consultarlo con mi encargada antes
de devolverle el dinero. —Eso es técnicamente cierto. Le habría devuelto el dinero
de todos modos porque no me importa, pero es una maleducada. Además, mi jefa
está a mi lado, esperando a ver qué hago.
Mi encargada -la chica del chicle- abre la boca, a punto de aceptar el
reembolso, cuando el cliente toma un refresco a medio beber y me lo tira a la cara.
Un refresco frío y sin gas me golpea justo después de cerrar los ojos. El refresco
de otra persona, en mi boca, goteando de mi cabello, recorriendo mi cuello y mi
camisa.
Los demás jadean y retroceden conmocionados, pero nadie detiene a la mujer
cuando emprende la huida. Ni siquiera los de seguridad.
—Puedes irte a casa temprano, pero te ficharé a la hora, ¿vale? —El director
Chick me dedica una sonrisa condescendiente y me da una palmada en el hombro.
Asiento con la cabeza, y así es como me encuentro en el pasillo de empleados
en nada más que lencería, pateando el disfraz de perrito caliente. No es que me lo
quitara solo para patearlo. Es que la cremallera se rompió y todo se partió por la
espalda, cayendo de mis brazos y a ambos lados de mis piernas, directo al suelo.
Dejándome en lencería y con un refresco pegajoso y sin encuentro. Así que estoy
enfadada. Estoy furiosa. Estoy pateando el culo de este disfraz de perrito caliente.
—Los clientes son maleducados, hace un frío del carajo, y ni siquiera puedo
terminar mi último año de universidad con mis amigos porque tengo que estar aquí.
Odio su música. Echo de menos a mi primo. —Se me saltan las lágrimas cuando me
paso un brazo por la cara, me doy la vuelta y choco contra algo caliente, duro y…
Oh.
Mientras tropiezo hacia atrás, miro hacia arriba y ahí está Tam Eyre.
Quiero decir, hay un tipo con una gorra de béisbol negra, chaqueta, máscara y
gafas de sol, pero enseguida sé quién es. He visto demasiados vídeos suyos como
para no reconocerlo. Es lo único que hago, cada segundo que Joules no está mirando.
Y valió la pena.
Este es Tam.
Este es Tam.
¡Este es el maldito Tam!
¿Éste es nuestro encuentro? pregunta mi mente, atónita. Joules tenía razón sobre
el terrible sentido del humor de la maldición. ¿Esto? ¿Yo cometiéndole un delito de
asalto a un disfraz de perrito caliente?
Tam alarga la mano y me toma por la cintura, rozando con los dedos la piel
desnuda entre el sujetador balconette azul y el liguero que me rodea las caderas. Los
ojos de Tam bajan y luego suben con fuerza hasta mi cara.
—Lo siento —murmuro, y mi cerebro se ilumina frenéticamente mientras
intento averiguar cómo hacer que me reconozca, que se detenga, que me reconozca
de algún modo. ¿Le recuerdo la nota que le tiré a la cabeza? ¿La polla que dibujó en
mi bolso? ¡Di algo, Lake! ¡Rápido! ¡Lo que sea!
Tam me suelta de la cintura y se quita la chaqueta, un chubasquero verde mar
que hace juego con mi cabello. Me lo echa por los hombros y aparta la mirada.
Me doy la vuelta de repente y me agacho para recoger el traje. ¿Cómo lo hago?
Es mi única oportunidad. Han pasado seis semanas desde la última vez que lo vi.
—Lo siento, la paga es una mierda, los clientes son maleducados y afuera hace
mucho frío.
—No te preocupes —murmura detrás de su máscara, y se va. Su
guardaespaldas y su representante me pasan de repente por el lado derecho.
Ninguno de los dos se detiene y salen por las puertas dobles al final del pasillo como
si tuvieran prisa.
Espera.
¿Cómo?
¡No!
Dejo el disfraz de perrito caliente en el suelo y salgo tras él, corriendo en
zapatillas y medias con ligueros de encaje. Que le den. Esta vez no se me va a escapar.
No me muero por un chico que canta sobre noches despejadas mirando las estrellas
mientras ondula la pelvis. No-oh. No lo haré.
Tengo que atraparlo; esta podría ser mi única oportunidad.
Sí, será mi única oportunidad seguro si piensa que soy un bicho raro.
Salgo a trompicones por las puertas traseras antes de detenerme, dándome
cuenta de repente de que estoy así de cerca de que me eche la seguridad. A ambos
lados de mí, hay una cuerda de terciopelo y fanáticos rabiosos con pancartas. Estoy
en el lado equivocado de la cuerda.
Llevar lencería.
Peor... usando la chaqueta de Tam.
—Eso es... —Una de las chicas la reconoce enseguida, redirigiendo la atención
de su amiga hacia el abrigo calentado por Tam que llevo sobre los hombros—. Tam
recibió esa chaqueta como regalo de un prometedor diseñador. ¿Quién es esta chica
y por qué la lleva puesta?
—¿Por qué lleva ropa interior? —responde el amigo, y entonces la atención de
todos se desvía de Tam, que desaparece dentro de su todoterreno, y se dirige hacia
mí. Me giro de repente e intento volver al interior del local.
Las puertas están cerradas.
Tiro una vez, dos veces.
Por suerte, llevo el teléfono en una bolsa colgada del hombro y de la cadera.
Me vuelvo hacia la multitud, buscando frenéticamente la salida más cercana.
El guardaespaldas de Tam, ese tipo aterrador de ojos pétreos, aparece delante
de mí. Parece enfadado. ¿Pero no necesariamente conmigo? Lo miro, deseando que
me arreste. Cualquier cosa con tal de salir de aquí. Lo que sea con tal de salir de aquí.
Me toma del brazo y tira de mí hacia el todoterreno, subiendo dentro y
arrastrándome con él. Me sientan en el asiento del capitán, en la fila central de la
escala, y Tam se sienta justo delante de mí.
No le importaba lo suficiente como para rescatarme personalmente. Por supuesto
que no lo hizo. Intento no echárselo en cara. Es solo que... prefiero un caballero.
Tam se vuelve para mirarme por el borde de su asiento, desatando una
hermosa sonrisa que me marea. Me alegro de haberme puesto el cinturón por reflejo.
Puede que sea lo único que me sostenga. Lo he conseguido. Estoy dentro de un coche
con mi pareja. Hay esperanza.
Puede ser que también esté mareado por el alivio.
Casi me muero ahí fuera. Esas chicas me habrían descuartizado.
—Nos volvemos a encontrar, Tam Eyre —digo, y no sueno tan adecuadamente
emocionada como debería. Se da cuenta. Me doy cuenta.
Tam se quita las gafas de sol y se baja la mascarilla.
—¿Es tan obvio que soy yo, incluso con el disfraz? —pregunta, y su
guardaespaldas se burla molesto. Su representante emite un sonido ahogado desde
el asiento del conductor y el todoterreno se desvía un poco.
Tam lo mira con dureza.
—Jacob, te lo juro: si te estrellas ahora mismo, iré por ti en el más allá. Pat tiene
un día libre esta semana. El tipo nunca se tomará otro día libre si te estrellas.
—Señorita, deme su bolso por favor. —El guardaespaldas me tiende la mano
para tomar mi bolso. Dudo brevemente antes de tomar la correa por encima de mi
cabeza y ofrecérsela. Tiene forma de rodaja de sandía. De nuevo, no puedo evitarlo.
Es demasiado gracioso, y ya poseía las dos piezas. Lo único que hice fue meter el
cinturón y el bolso en la maleta cuando la empaqué para este viaje.
—No creo que tengas derecho legal a registrarme, pero supongo. —Sueno
como una imbécil cuando digo eso, pero no me importa. Probablemente tenga razón
de todos modos. El hombre empieza a rebuscar en mi bolso -comprensible teniendo
en cuenta el nivel de popularidad de Tam- y solo me doy cuenta cuando levanta la
vista para mirarme de que tengo un puñado de condones flotando libremente por ahí.
Se me cae la mandíbula, pero la cierro. Ya no puedo decir nada.
Me devuelve el bolso sin decir nada. No lo miro. Tam se ha vuelto de nuevo
hacia mí y nos miramos fijamente. ¿Le recuerdo quién soy ahora? ¿Pensará que estoy
loca? A estas alturas asumirá que soy una acosadora, ¿no? Yo lo haría, si fuera él.
Diablos, soy una acosadora. Estoy tratando de engañarlo para que se enamore de mí,
como todos los demás.
—¿Trabajo de mierda? —me pregunta, sorprendiéndome. Parece empático—.
Yo también le habría dado una patada al disfraz.
Me río.
—No estaba... No es que me lo quitara para darle una patada. La cremallera se
rompió y se cayó.
Ahora Tam se ríe.
—Eso suena muy probable —me dice, perdiendo rápidamente el interés para
mirar hacia el parabrisas. Maldita sea. Creía que ya nos entendíamos.
—He tenido trabajos peores: desatascar retretes, fregar... derrames. —No
pienso en el vómito que me obligaron a limpiar. No lo hago. No puedo pensar en eso.
—¿Alguna razón en particular por la que trabajes en todos los locales en los
que toco? —Tam me devuelve la mirada y agarra la visera de la gorra de béisbol
negra que lleva en la cabeza. Se la pone en el regazo y se alborota el cabello rubio
fresa de una forma que me hace sentir cálida y lenta y me dan ganas de sonreír—.
¿Trabajas oficialmente en la gira?
—Yo… —Mierda. Las mentiras me fallan. Miro fijamente a los ojos verdes de
Tam y me doy cuenta de que he permanecido en silencio mucho más tiempo del que
lo haría cualquier persona normal. El guardaespaldas se tensa a mi lado y Tam levanta
una mano para calmarlo. Esperando. Sigue esperando. Suspiro—. Te lo dije. —Miro
mi regazo—. Estoy maldita. Tengo que hacerlo. No tengo elección. Francamente, ni
siquiera soy fan de... —Me tapo la boca con las manos y abro mucho los ojos.
Tam se me queda mirando. Ha oído este truco antes, ¿recuerdas? No es un truco
para mí. En realidad no me gusta su música, pero no debería haberlo dicho en voz
alta. Qué grosera, joder.
—Mira —empiezo mientras dejo caer las manos sobre mi regazo—. Lo siento
mucho. Nada de esto es culpa tuya. No pediste que te maldijeran a mi lado.
—¿Está bien si la dejamos aquí, señorita? —El encargado de Tam pregunta con
un tono agudo, lleno de falsa alegría y calma forzada. Cree que estoy loca. Tenerme
en este todoterreno con su estrella lo está volviendo loco.
—Jacob, para —le dice Tam, con cara de fastidio—. No lleva nada más que
lencería. No voy a dejarla sola en una acera cualquiera de Denver. ¿Qué estás
diciendo ahora?
—Tu corazón blando te va a matar —le advierte Jacob, no del todo en broma.
Lo dice medio en serio. Hay mucha gente famosa que ha sido asesinada.
Tam vuelve a sonreírme.
—¿Dónde quieres que te dejemos? —me pregunta, con la boca afilada por un
lado. Está siendo amable, pero me doy cuenta de lo que es. Joules es mi hermano,
¿recuerdas? Esa es la mirada que le lanza a las chicas que no le gustan. Siempre
intenta ser simpático, sonreír, reír, pero si no quiere salir con ellas y ellas no lo dejan
en paz, se pone así.
—No se nos permite utilizar el coche de la empresa para dar paseos —prosigue
el encargado -Jacob-, pero Tam no le responde, así que asumo que iremos a donde
haga falta.
—Te agradezco que me des a elegir —le digo a Tam resoplando. Se da cuenta
del cambio en mi personalidad y enarca una ceja en señal de interrogación—. Porque
dejarme aquí, ya sabes, no sería muy propicio para la seguridad. —Suspiro y sacudo
la cabeza—. Vayas a donde vayas, llévame allí. Haré que me recojan.
Tam empieza a volverse hacia el frente, totalmente desinteresado en mí y en lo
que estoy diciendo.
¡Que lo jodan a este tipo!
Meto las manos con rabia en los bolsillos de la chaqueta y encuentro algo duro.
Qué es... Pruebo el objeto con los dedos y mis ojos se abren de par en par.
El teléfono de Tam está en esta chaqueta. ¡El teléfono de Tam! La maldición
finalmente me está tirando un hueso. Me planteo quedármelo, y en mi cabeza se
dibuja un escenario en el que él llama para ver dónde está y quedamos para
intercambiarlo.
Pero no.
Eso no es lo que ocurriría. Uno de sus empleados me llamaría y recuperaría el
teléfono por él o, lo que es más probable, borraría el teléfono a distancia, se haría un
número nuevo y seguiría adelante. Una vez que su número real está ahí afuera en el
mundo, está en peligro.
—Oye. —Saco el teléfono del bolsillo y alargo la mano para tocar a Tam en el
brazo. Su guardaespaldas me detiene con una mano en la muñeca, hago una mueca
de dolor y dejo caer el teléfono al suelo. Tam mira hacia atrás, con los labios
entreabiertos por la sorpresa, y le lanza una mirada al guardaespaldas.
—Daniel, suéltala —le dice Tam, y el hombre me suelta inmediatamente. Me
froto la muñeca. Me estoy frotando la muñeca cuando Tam se agacha para tomar el
teléfono. Lo mira y no se da cuenta de lo que ha pasado hasta que me mira—. ¿Lo
has... devuelto? —Parece sorprendido, y pongo los ojos en blanco.
—¿Crees que eres un regalo de Dios? Mi hermano también. Ponte en la fila. —
Lo ignoro mientras me viene otra idea a la cabeza. ¿Y si le dejo una nota en el bolsillo
de la chaqueta y luego se la devuelvo? ¿La encontraría? Sé que lo fotografían mucho
con esta chaqueta. Se ha convertido en un icono, tan reconocible que sus fanáticos
sabían que yo llevaba la ropa de abrigo personal de Tam.
Así que... dejaré una nota entonces.
Rebusco en mi bolso, buscando un papel. No tengo ninguno. Lo que sí tengo es
uno de los libros de tía Lisa. Se titula Rejekt y trata de un hombre lobo macho alfa que
rechaza a su pareja; ella acaba enamorándose del chico que ha sido educado desde
su nacimiento para matarlo. Es... picante. También es sacrílego por mi parte profanar
uno de los libros de mi tía, pero... necesito esta página.
Me acobardo cuando lo arranco, intentando arrancar una de las primeras
páginas para que me salga la portada o algo así. No funciona. Acabo arrancando el
final. Pero bueno. Pongo la página encima del libro de bolsillo para hacer palanca y
luego saco un bolígrafo.
Daniel -el guardaespaldas- me observa, pero no me detiene, aunque el
bolígrafo lo pone claramente nervioso. Supongo que podría clavárselo a Tam en el
cuello o algo así si me apeteciera.
—¿Tu hermano y yo nos llevaríamos bien? —Tam pregunta con retraso, el codo
en la puerta y la barbilla en la mano. Extrañamente parecido a como estaba sentado
Joules el otro día. Quiero gritar. Puedo ver a través de Tam Eyre. Definitivamente no
es tan simpático como pretende ser.
Me siento como Joules, confesando en voz baja que no me gusta.
Ignoro el pensamiento y escribo la nota con un bolígrafo morado brillante.
¿Complazco sus gustos o intento ser sincera? me pregunto, pero, de nuevo, es una
elección fácil. Empiezo a escribir.
Hola, soy Lake. Me gustan las películas de terror, y solo me gustan las
comedias románticas si son de temática navideña. Tengo una obsesión por
investigar accidentes de espeleología. Ah, y estoy maldita. Y tú también. Todo lo
que necesito son cinco minutos para hablar, incluso por mensaje de texto.
Escribo la siguiente parte de lado en el margen porque no queda más espacio
en la parte inferior de la página. El texto real del libro termina más o menos a la mitad,
pero no le presto atención. Mi tía me contó que la protagonista y el asesino se juntan,
pero luego el asesino se vuelve contra ella y la mata. Él, a su vez, es asesinado por el
alfa. Los tres se encuentran en el infierno y se juntan. Oye, yo tampoco entiendo la
trama. Pero a la tía Lisa le encantó, así que lo tomé por curiosidad.
P.D. Solo soy un perrito caliente bailarín que resulta que está maldito. No
una acosadora. Fue idea de mi padre que yo trabajara en esos estúpidos empleos.
Añado mi número de teléfono y pienso que quizá necesite algo pesado para que la
nota no se pierda. No llevo mucho en el bolso: un tubo de bálsamo labial, una tarjeta
para nuestro hotel de esta noche, un tampón sin usar por si acaso y un alfiler en el que
se lee I Love Tentacle Porn.
Mierda.
Ni siquiera es mío. Se lo robé a Joules para ver cuánto tardaba en darse cuenta
de que se lo había quitado del bolso. Pero bueno. Doblo la nota alrededor del alfiler
y vuelvo a guardar el bolígrafo con cuidado en mi bolso mientras Daniel mira. Cuando
mira brevemente hacia la ventana, me meto la nota en el bolsillo.
Nos topamos con un bache en la carretera y mi bolso rebota en mi regazo.
Los condones vuelan.
Una docena de ellos, paquetes cuadrados brillantes que salpican el suelo.
Tam me devuelve la mirada y frunce los labios. Sus ojos bailan divertidos, como
si estuviera disfrutando mucho del espectáculo. Le devuelvo la sonrisa, tan llena de
mierda como él.
—Lencería, interesante elección. —Es entonces cuando Tam decide sacar el
tema, con condones por todo el suelo—. Por favor, dime que no he interrumpido algo.
Si lo hice, lo siento mucho.
Tengo que decir algo; no puedo permitir ni en broma que piense que tengo
novio. La verdad, pero... más o menos la verdad. Lo mejor que puedo.
—También forma parte de la maldición —explico, haciéndome un gesto a mí
misma y a los condones del suelo—. Mi familia está loca, y... creen que encontraré a
mi alma gemela mientras esté en esta gira. Por eso estoy aquí. Si no lo traigo a casa
para reunirme con ellos antes de un año, moriré. De hecho, predijeron que me
encontraría con él esta noche.
Tam parece alarmado, pero hace todo lo posible por disimular el repentino
pico de ansiedad en sus ojos. Se le mueve la boca y vuelve a despeinarse.
Es entonces cuando me doy cuenta: Me encontré con él.
Ahora parece un montaje.
Realmente estoy jodiendo todo esto.
—No estaba... —Hago un gesto hacia los condones—. Yo no... Ni siquiera los
uso. —Me río mientras me agacho y los vuelvo a meter en el bolso—. No estaba
dispuesta a... —Ya no sé ni lo que digo—. Estaban aquí por si encontraba a mi alma
gemela. —Resoplo entre risas—. Está claro que eso no va a pasar esta noche.
Esa parte ni siquiera es mentira. De ninguna manera Tam Eyre es mi alma
gemela. Solo es mi pareja. No soy yo quien lo eligió. Lo cambiaría por otro si pudiera.
Hay una larga pausa en la que Tam se queda así, apoyado en el borde del
asiento y mirándome. Es mejor que él mirando por la ventanilla con un millón de
pensamientos en la cabeza.
—¿Por qué no podría ser uno de nosotros? —pregunta, señalando alrededor
del todoterreno. Levanta las cejas y vuelve a darme la espalda. ¿Eh? ¿Qué significa
eso? Tam parece un poco molesto—. Nos dirigimos al Ritz-Carlton. Puedes pedir que
te recojan allí.
Me ignora descaradamente hasta que llegamos al hotel y allí está Joules,
moreno y con el ceño fruncido, apoyado en el lateral del coche de alquiler.
—Oh, tu novio está aquí —dice Tam extrañado, como si reconociera a Joules de
alguna parte.
—Qué asco —suelto automáticamente, estremeciéndome al pensarlo—. Es mi
hermano. Ignóralo, es un imbécil.
Y entonces recuerdo que le dije a Tam que me recordaba a Joules. Uy.
¿Cómo... cómo sabe que Joules me está esperando aquí?
Mi hermano se acerca al todoterreno y abre de un tirón la puerta trasera,
colocando a Daniel en posición de combate en el centro del vehículo. Empieza a
llover mientras me giro para mirar a Joules, de pie junto al Escalade, con los labios
apretados en un gesto neutro. Lo creas o no, es él fingiendo ser amable.
Hasta que vea lo que llevo puesto.
O la falta de ella.
Los ojos de Joules se abren de par en par cuando me quito el cinturón de
seguridad y me deslizo fuera del todoterreno, quitándome la chaqueta de los
hombros. Me giro y se la paso a Tam, que ha bajado la ventanilla para mirar. No me
quita los ojos de encima mientras Joules maldice y se quita la sudadera,
poniéndomela por la cabeza. Casi se me cae la chaqueta, pero Tam se asoma por la
ventanilla para recuperarla.
El mundo desaparece tras la tela de la sudadera con capucha de Joules y luego
vuelve a aparecer. Tam, asomado a medio camino por la ventanilla para tomar su
chaqueta, mirándome fijamente como si esta vez pudiera verme de verdad. Verme de
verdad. Es la primera vez que lo noto en sus ojos.
Ahora soy oficialmente alguien a quien Tam Eyre conoce. Si tuviera que hacer
una lista y devanarse los sesos buscando nombres de personas que conoce, saldría
el mío.
Pero hasta ahí hemos llegado.
—Gracias por traerme. Que pases buena noche. —Me doy la vuelta y salgo,
con la sudadera lo suficientemente larga como para ser un vestido. Ya no me da
vergüenza, aunque varias personas me miren desde la puerta del hotel. Entiendo que
una chica con deportivas, medias negras, ligueros de encaje y bragas azul cielo de
cintura alta llame la atención—. ¿Podemos comer algo? Me muero de hambre. Quiero
decir, no extrañamente, supongo, ya que todo lo que había para comer hoy eran esos
asquerosos perritos calientes...
Joules me toma por el codo y me arrastra hacia el coche; el todoterreno con
Tam dentro rueda por la entrada circular.
—¿Por qué no llevas ropa? —pregunta con voz suspicaz. Le echo en cara la
marca que tengo en la muñeca porque sabe que lo habría dicho en voz alta si se
hubiera roto la maldición. Joules suspira—. Pues déjame que te lo repita —continúa,
con voz dura y enfadada—. ¿Por qué no llevas ropa?
—Porque tú me dijiste que no lo hiciera —le siseo, dándome la vuelta. Estoy
tan enfadada que no me doy cuenta de que un coche se ha parado a nuestro lado.
Quienquiera que esté dentro podrá oír todo lo que decimos—. Me dijiste que no tenía
elección, que la regla número uno en todos los libros de nuestros antepasados es...
Joules me interrumpe, acercándose para gruñirme.
—Te sugerí que llevaras esa mierda como cualquier persona normal llevaría
esa mierda: debajo de la ropa. Dios mío, Lakelynn, es como si quisieras morir. —Joules
hace el gesto de agarrarme por los brazos—. Debería matarte yo mismo y ahorrarnos
el problema —murmura en voz baja.
Siento una mano en el hombro, me giro y veo a Tam, el puto Tam, allí de pie.
—Te has olvidado esto —me dice, poniéndome algo en la palma de la mano.
Es el pin Amo el Porno de Tentáculos que me dejé en su chaqueta. Tam me quita la
mano del hombro y mira a mi hermano. Joules le devuelve la mirada con pura
hostilidad.
—En realidad —replica Joules, alzando la mano para quitarme el alfiler—, es
mío.
Tam se interpone entre nosotros y sonríe; Joules apenas evita golpearlo en el
pecho. La megaestrella de pop me mira por encima del hombro y me doy cuenta de
que es la maldición la que me está tirando un hueso. Sin estos estúpidos encuentros,
estaría jodida. Sigo arruinándolo, he arruinado todas las veces que lo he visto.
—¿Estás bien? —me pregunta, y tardo un minuto en entender lo que me está
preguntando. ¿Que si estoy bien? Entonces... miro más allá de él, a un Joules con el
ceño fruncido, y pienso en él preguntándome si debería matarme.
—Oh. ¡Oh! Oh, no. Gracias, Tam, pero estoy bien. Joules no es violento ni nada;
me quiere más que a nuestros padres. Cosas de hermano mayor. No te preocupes por
él. Moriría por mí si pudiera.
—Intenta que no parezca que lo estás deseando —suelta Joules, metiéndose las
manos en los bolsillos. Debería comportarse lo mejor posible con Tam para seducirlo,
pero mi hermano es como yo: le cuesta fingir. Incluso es sincero con las chicas con
las que sale, les advierte de que cambia mucho de opinión. Francamente, yo nunca
saldría con alguien así.
Espero que Tam sea lo contrario, tan dedicado a Kaycee que... espero que ella
lo deje como Joules dijo que lo haría. Realmente no quiero romper a nadie a propósito.
Tam le echa otro vistazo superficial a mi hermano y se vuelve hacia mí.
—Por favor, no tires mi nota —le digo antes de que pueda marcharse sin decir
nada más. Junto las manos y lo miro. Es incluso más alto de lo que parece en la pantalla
de mi teléfono—. Sé que es tentador, y sé que todo el mundo quiere una parte de tu
tiempo. Thomas, esto es importante.
Lo llamo por su verdadero nombre sin querer y se queda paralizado. Su boca
se aplana y me pregunto si habré hecho algo mal. Ya es demasiado tarde para
retractarse.
Nos miramos y no hay chispas. Supuse que habría chispas. Es guapo, de eso no
hay duda. Pero es solo una persona, ¿no? Veo que las axilas de su camiseta están un
poco mojadas por su actuación de esta noche. Es la misma camiseta que llevaba en el
escenario cuando cantaba Let's Just Have Coffee, My Love. Probablemente esté
cansado, hambriento, abrumado y necesite una ducha.
Solitario.
Aquí está, intentando llegar a casa después del trabajo para descansar como
todo el mundo, y yo le estoy jodiendo el día.
Exhalo, debatiéndome entre volver a hablar o marcharme sin decir palabra,
cuando Tam por fin corta el silencio por nosotros. Mete la mano en el bolsillo de la
chaqueta, saca mi nota y se acerca a mí. Me toma una mano y añade la nota justo
encima del alfiler, doblando mis dedos sobre ella.
Tam me rodea y sube a su todoterreno antes de que Joules se dé cuenta de lo
que acaba de pasar.
Miro la nota.
Mi nota.
En la última página del romance de hombres lobo de mi tía.
Mieeeeeeeeeeeeeeeerda.
—¿Él acaba de…? —Joules me arrebata el papel de la mano. Sus ojos se abren
de par en par. Levanta la vista como si fuera a perseguir al todoterreno por la calle.
Espera. ¿No es este el hotel de Tam? Claro que no. Actuó como si este fuera su destino
final, para encontrar un lugar seguro donde dejarme sin revelar su verdadero hotel.
Porque no confía en mí, y por supuesto que no lo hace.
¿Quién soy yo para él?
—Vamos por té de burbujas —le digo a Joules, dándome la vuelta para caminar
calle abajo con las manos en el bolsillo de la capucha. Alarga la mano y me engancha
la capucha como hace siempre. Me atraganto cuando se me acaba la holgura y reboto
un poco en dirección a Joules.
—Puedes tomarte dos tés de burbujas esta noche con la tarjeta de crédito
familiar —me dice, soltándome y alborotándome el cabello antes de rodearme y
dirigirse en dirección a un intermitente letrero rosa de neón. Sip Of Heaven-Bubble
Tea Shop. Ahhh.
Sonrío.
—Deberías haberle dicho que yo era tu novio para ponerlo celoso. Podría
haber funcionado. Definitivamente me estaba viendo como una amenaza.
—Eres repugnante. Por favor, cállate. —Sigo sonriendo mientras tomo el brazo
de Joules—. Ahora, por favor, llévame a tomar té de burbujas y háblame del trabajo
de hoy. Estabas vigilando los pasillos, ¿verdad?
—Tres peleas distintas para terminar —murmura Joules, y yo asiento con la
cabeza. Me lleva a la tienda de té de burbujas y luego a una librería nocturna a
comprar una novela de repuesto para la tía Lisa. También compro algunas cosas para
mí.
No pienso en Tam, y dudo mucho que Tam esté pensando en mí.
CAPÍTULO DOCE
TAM
120 bobas restantes hasta que ambos mueran...

¿Qué demonios ha pasado esta noche? Parece que no puedo evitar


encontrarme con esa chica, literalmente. No importa cuánto me esfuerce por alejarme
de ella, siempre está ahí.
Me froto el labio inferior con el pulgar mientras damos varias vueltas a la
manzana. Veo a la chica maldita y a su hermano caminando hacia una tienda de té de
burbujas. Jacob está enfadado porque le he dicho el verdadero nombre de mi hotel,
así que sugiere que demos una vuelta para convencer al mundo de que no nos vamos
a quedar aquí. Lo último que necesitamos son fanáticos y paparazzis apareciendo
afuera.
Rompo la ventanilla cuando pasamos por delante de los hermanos por segunda
vez.
—No me dijiste que iba a hacer tanto frío —amenaza la chica maldita, y su
hermano resopla.
—No he dicho que lleves solo lencería debajo de tu estúpido disfraz de perrito
caliente. Se supone que debes usar ropa y luego lencería, Lakelynn. Dios. No puedo
romper la maldición yo solo. Ayúdame.
—Hoy una mujer me ha tirado un vaso de refresco a la cara porque los perritos
calientes que vendía estaban asquerosos. Hoy no ha sido un día divertido para mí.
¿Puedes ser amable, por favor?
—Prefiero que estés viva a que yo sea simpático —le advierte el imbécil, pero
entonces ambos se detienen justo cuando nosotros llegamos al mismo semáforo en
rojo—. Todavía nos queda tiempo. Lake, yo... o sobrevives a esto, o no lo hacemos.
No voy a seguir sin ti y sin Joe. No puedo hacerlo. No soy tan fuerte.
—Sí, lo eres —le dice ella, con la cabeza inclinada hacia abajo. Cuando levanta
la barbilla, le sonríe, pero le tiemblan las manos—. Vas a vivir una larga, larga vida,
Joules Frost. Esté donde esté, me aseguraré de ello.
El semáforo se pone en verde y nos vamos.
—No me gusta esa chica —me advierte Jacob, sumándose a sus anteriores
palabras de cautela—. Es de las que pueden destruir una carrera, incluso una tan
próspera como la tuya. Tam, como amigo tuyo, te recomiendo encarecidamente que
no vuelvas a verla.
Asiento con la cabeza.
Tiene razón.
Lo siento por la chica maldita. Me preocupa que pueda formar parte de una
secta.
—Me dijiste que no tenía elección, que la regla número uno en todos los libros de
nuestros antepasados es...
—Dios mío, Lakelynn, es como si quisieras morir. Debería matarte yo mismo y
ahorrarnos todos los problemas.
No puedo involucrarme en algo así. Si la vuelvo a ver, conseguiré su nombre
legal y haré una denuncia. ¿Con... la policía local? Podría averiguar de dónde es y llamar
allí.
Aunque... abro mi teléfono y echo un vistazo al nuevo contacto que acabo de
añadir.
La chica de la maldición.
No le enviaré mensajes ni le llamaré a la chica maldita, pero si tengo que
denunciarla, ahí está. Apago el teléfono y me lo meto en el bolsillo.
—Déjame. Está claro que se han ido.
—¿Estás seguro? —Jacob pregunta, mirando por la ventana mientras nos
acercamos a la entrada del hotel de nuevo—. ¿Tal vez deberíamos dar una vuelta más?
Le echo una mirada, pero cuando Daniel no habla para protestar por mi orden,
Jacob suspira. Si Daniel hubiera discrepado abiertamente conmigo, Jacob podría
haber justificado dar unas cuantas vueltas más a la manzana.
En lugar de eso, dejamos el todoterreno en el estacionamiento y nos dirigimos
a nuestras respectivas habitaciones para pasar la noche.

119 bobas restantes hasta que ambos mueran...


Me paso el día durmiendo. Cuando me despierto tarde, encuentro a Kaycee
dormida en el sofá y me maldigo. Pongo el despertador para nuestra cita, pero... se
despierta en cuanto me acerco al sofá y me hace un gesto con la mano.
—Apagué tu alarma. Pensé que necesitabas dormir. —La ayudo a sentarse y le
suelto la muñeca, cruzando los brazos sobre el pecho mientras la miro. El cabello
revuelto, el pintalabios manchado. Enarco una ceja.
—¿Noche ajetreada?
—Ayer empezamos a rodar mi nuevo drama —me dice mientras tomo el menú
del servicio de habitaciones de una mesa auxiliar y lo estudio. Abren hasta las diez;
hemos llegado dos horas antes. Estoy impresionado—. La historia empieza aquí, así
que estamos haciendo algunas tomas en exteriores. No filmaremos el resto hasta
después de la visita. Ah, y si pides servicio de habitaciones, tráeme un té caliente con
limón. Sin edulcorantes. Estoy a dieta.
Sonrío de mala gana.
—Yo también.
Llamo y pido dos ensaladas finas con salmón y aliño ligero aparte. Agua para
beber. Té caliente con limón de postre. Ahora mismo me apetece un poco de té de
burbujas. No sé si alguna vez se me había antojado así, pero maldita sea. Es casi una
obsesión.
Debe ser por esa chica. A la que le gustan los accidentes de espeleología y las
comedias románticas navideñas. Je. Lindo.
—¿Cómo sigues engordando si no comes? —me pregunta Kaycee, picoteando
su ensalada. Bostezamos y mantenemos una conversación básica mientras esperamos
la comida, pero ambos bostezamos más de lo que hablamos. Después de comer, los
dos queremos irnos a la cama por separado. Ah, las alegrías de ser un ídolo.
—Hago cosas a escondidas cuando mi jefe no está mirando —murmuro, y
Kaycee asiente, como si se lo imaginara.
—¿No se dan cuenta de que si no comemos, no podemos entrenar tan duro? No
entiendo por qué esta industria sigue siendo tan estricta. Mi aspecto no debería
importar.
No debería, pero lo hace, quiero decirle. Levanto la vista con el último bocado
de salmón en el tenedor y veo que siente verdadera curiosidad por oír lo que tengo
que decir.
Bien.
Estamos saliendo. Debería ser honesto, ¿no? Si no puedo ser honesto con la
persona con la que se supone que salgo, ¿por qué estamos saliendo? Porque la
directora general básicamente lo ordenó. Sonrío tan amablemente como puedo.
—Este es el trabajo que todo el mundo quiere. Para tener éxito, tenemos que
ser los mejores. Tenemos que trabajar al máximo. Tenemos que mantener los
estándares más irreales porque, si no, otro lo hará, y será el fin de nuestras carreras.
Kaycee me mira boquiabierta y yo me acabo el bocado, intentando no pensar
en lo antipático que soy en realidad. Todo el mundo quiere a Tam, pero Thomas es un
imbécil reprimido. Nunca se me permite ser un imbécil, así que cuando estoy en
privado, a veces... Sin embargo, estoy empezando a ver a Kaycee como una amiga,
algo que nunca esperé.
Intento mirarla como a una mujer, pero... solo veo a una compañera.
Pongo mi plato de ensalada sobre la mesa.
—Tienes razón, y lo sé. Solo... desearía que fuera diferente. —Kaycee mira
fijamente su regazo—. Soy buena en lo que hago, ¿sabes? Y puedo cantar en directo.
Puedo escribir música. —Deja a un lado la mitad de la ensalada que no se ha comido
y se levanta agarrando la correa del bolso. Yo también le estaba sirviendo una taza
de té caliente—. Estoy cansada; tú también. Nos volveremos a ver en Seattle.
—¿Estás segura? —empiezo, pero ella ya ha salido por la puerta. Apago todas
las luces y me siento a oscuras, solo, con una taza de té con limón y vistas a la ciudad.
Ahora me siento como un imbécil, pero no quería que saliera así. La próxima
vez que vea a Kaycee en persona, le llevaré flores y bombones y actuaré como un novio
de verdad.
Apoyo la cabeza en la mano, tomo un sorbo de té y empiezo a investigar sobre
sectas en Internet.

118 bobas restantes hasta que ambos mueran...


Al día siguiente, conducimos dos horas hasta nuestro próximo destino. Duermo
todo el camino y me despierto pensando otra vez en té de burbujas. Suena bien,
probablemente porque la otra noche vi a la chica maldita y a su hermano entrando en
una tienda de té de burbujas. Busco en mi teléfono los locales más cercanos al hotel y
me desplazo por ellos, eligiendo uno al azar.
Me ducho, me visto con mi disfraz y llamo a Jacob solo cuando estoy en el
vestíbulo y me dispongo a salir por la puerta.
—Voy a salir a tomar té de burbujas. No necesito el coche. Iré andando. —
Cuelgo y salgo a correr por la manzana. Nadie me para. Durante unos minutos, soy
una persona más en la calle. Voy más despacio, ajustándome la mascarilla con un
dedo para poder respirar mejor.
Bajo una cuesta y luego subo otra, y me encuentro ante la puerta principal de
la tienda que he elegido al azar. Me doy la vuelta y echo un vistazo al interior al pasar
junto a una ventana de camino a la puerta principal.
Y ahí está.
La chica maldita, sentada en una mesa sola, frotándose las sienes.
—¿Cómo...? —Me quedo sin palabras, el aliento escarcha el cristal, y entonces
me planteo correr. Debería marcharme sin más. He visto gente dispuesta a todo para
llamar mi atención, incluso a fingir la muerte o lesiones graves. ¿Pero una maldición?
Es la primera vez que lo veo. O un culto, para el caso. Cualquiera de los dos sería
raro.
—¿No crees que alguien fingiría una secta para acercarse a ti? Tam, una chica
fingió su propia muerte y te invitó a su funeral. —Me encojo al recordar la última
advertencia de Jacob de anoche.
¿Pero cómo es que está aquí? Tam no es famoso por gustarle el té de burbujas.
Nunca he visitado una tienda de té de burbujas en persona antes, y elegí este lugar al
azar.
Podría sugerir que instaló un programa espía en mi teléfono, pero es un
teléfono nuevo con un número nuevo. Después de que ella tuviera acceso a él la última
vez, no podíamos correr el riesgo de quedárnoslo. Golpeo el teléfono contra la palma
de la mano. Hmm.
Me pica la curiosidad. Empujo la puerta y entro. Además, me siento mal por lo
de la otra noche. No estaba pensando cuando le di mi chaqueta; Daniel tenía razón.
Solo empeoré el problema. Si la hubiéramos dejado ahí fuera con mis admiradores
con eso puesto, podrían haberle hecho daño. Ya hay rumores extraños circulando por
Internet que tienen muchas más probabilidades de hacerle daño a ella que a mí.
Me siento torpemente en el centro del espacio, sin saber adónde ir. ¿Me siento
cerca de ella y trato de observarla antes de acercarme? ¿Pido algo? ¿Podría incluso
beberlo si lo hago?
Mientras escucho la alegre charla a mi alrededor, me doy cuenta de que es la
primera vez en dos años que estoy solo en público. Mierda, eso es mucho tiempo.
Veo quioscos cerca de la entrada donde parece que la gente hace sus pedidos,
y un mostrador con un gran cartel de madera que pone Recoger. Entendido. Desvío
la mirada hacia la chica maldita. Está sentada sola en un mostrador con una viga de
madera al lado que parece el tronco de un árbol. Todo el interior de la tienda parece
una casita de cuento de hadas. Un poco cursi, pero bonito.
Saco el móvil y hago una foto para Kaycee. Me he decidido a ser mejor novio.
¿Debería invitarla aquí? ¿Podríamos tener una cita, solo ella y yo? No creo que Kaycee
y yo hayamos tenido una cita de verdad. No, no, definitivamente no.
Me acerco a la mesa del otro lado de la columna y me dejo caer en una de las
sillas de pino nudoso. Parece que la chica maldita está manteniendo una conversación
por teléfono, susurrada y algo frenética. Me siento como un imbécil, pero quiero
asegurarme de que todo parece seguro antes de acercarme a ella. La gente ya ha
intentado matarme antes.
Exhalo e inclino la cabeza en su dirección para escuchar. Estoy sentado frente
a ella, así que si mira hacia aquí, puede que me reconozca. Lo hizo la última vez, en el
pasillo de empleados del estadio, en lencería y con un disfraz de perrito caliente
derrumbado. Mis labios se fruncen. Eso fue al menos un poco divertido.
—Mamá, me he escapado mientras Joules dormía —dice, gesticulando con la
mano mientras susurra y, de alguna manera, sigue hablando alto. Esta vez, cuando
mis labios se tuercen, sonrío—. Mamá. —Una pausa—. Mamá. —Otra pausa y luego
un suspiro—. Te emparejaron con tu amor de la infancia; la maldición eligió a Tam
Eyre. —Emite una arcada y yo frunzo el ceño. Levanto la mano y jugueteo con la
máscara de mi cara, deseando poder quitármela—. No debería hablar por teléfono
dentro de un café. —Otra larga pausa—. Sé que aquí hay mucho ruido, pero... —
Alguien grita tan fuerte en la esquina que tanto la chica maldita como yo nos volvemos
para mirar. Ella, levantando la barbilla. Yo, girándome por encima del hombro.
Hay un grupo jugando a un pinball antiguo. Me siento extrañamente celoso de
ellos. ¿Cómo sería salir con tus amigos siempre que quisieras? ¿Tener amigos de
verdad?
Suspiro y me sacudo la fantasía como si fuera un mal sueño. Renuncié a todo
para llegar donde estoy hoy, y no renunciaría por nada ni por nadie. Me vuelvo para
ver que la chica maldita ha renunciado a intentar guardar silencio.
—Lo que quiero decir es que si muero, quiero que mi cuerpo se convierta en
tierra. Igual que Joe. Entiérrenme junto al árbol de redbud con él. —La chica -¿no se
llamaba un cuerpo de agua? ¿Río? ¿Lluvia? No... Lake- frunce el ceño y se remueve
incómoda en su asiento—. Por favor, no llores. Quiero ser sincera, mamá. Tengo que
contarle lo de la maldición. Tengo que hacerlo. Al final valdrá la pena, ya verás.
Hay otra pausa en la conversación en la que me encuentro pensando en todas
las sectas que investigué en Internet anoche. Nada sobre una maldición, pero vi un
documental llamado Escaping Twin Flames. ¿Y si esta es una situación como esa?
Alguien está convenciendo a esta chica de que debemos estar juntos.
Me estremezco y vuelvo a pensar en marcharme. He oído tantas versiones de
esta historia a lo largo de los años. Es una sensación extraña saber que hay cientos...
miles... millones de personas que creen estar enamoradas de mí cuando ni siquiera
me conocen.
Esta chica incluida.
—No, mamá, no me gustaba. —A Lake se le quiebra la voz y se lleva la mano a
la frente—. Es horrible. Es... es como Joules. Peor aún. Joules sabe que es un villano;
Tam cree que es un héroe. Es tan nauseabundo. Básicamente, camina todo el día con
máscaras. Ni siquiera me vio; ni siquiera soy una persona para él. —Lake se levanta y
yo la dejo marchar, escuchando sus pasos mientras se dirige a la barra, toma su
bebida y vuelve a sentarse—. Si no puedo tener una conversación con él antes de...
no sé, finales de mes, entonces quiero volver a casa y estar con ustedes. Quiero tachar
cosas de mi lista de deseos. —Lake se desploma en su silla, desenvuelve su pajita de
lavanda y la clava en la parte superior de su vaso—. Yo también los quiero, y lo haré.
Te lo prometo. Te lo prometo. Luego hablamos, mamá.
Cuelga y voltea hacia su bebida, con los ojos cerrados y los labios
entreabiertos en un suspiro. En este primer plano, puedo ver las pecas de su nariz,
sus cejas oscuras y las pequeñas hojas impresas en su pajita.
—Que te jodan, Tam estúpido, feo y sin talento. —Lake vuelve a abrir los ojos
y yo empujo la lengua contra la mejilla para callarme. ¿Sabe que estoy aquí? ¿Me está
tomando el pelo? Debería irme. Debería seguir el consejo de Jacob, debería seguir
mi propio consejo e irme ahora.
No.
Observo y espero.
Lake no le da ni un sorbo a su bebida. Abre los ojos, abandona su bolso y se
dirige al baño. ¿De dónde demonios ha salido esta chica para pensar que está bien
dejar su bolso? Me levanto con la intención de... no sé, ¿vigilarle el bolso?
Mis ojos se posan en la pegatina de su bebida.
Sandía con boba de sandía.
Ay.
Mierda.
Me encanta todo lo que tenga sabor a sandía, y mucho más la sandía de verdad,
pero no puedo pedirla. Algún mago de las relaciones públicas lo decidió por mí. Me
pican los dedos por tomar el vaso. ¿Importaría? Aún no ha bebido ni un trago.
Además, fue ella quien me tiró a la cabeza una bola de papel con un alfiler duro
dentro.
¿Quiere cinco minutos a solas con Tam Eyre?
Bien.
Tengo curiosidad, y esa es la sed más peligrosa de saciar.
—Te has metido en un buen lío —dice una voz detrás de mí, y miro hacia atrás
para ver a Jacob y Daniel de pie.
Diaaaaablooos.
Sonrío y tomo la bebida de la mesa.
—Adelante, despejen el lugar. Todavía no me voy. Solo... no molesten a la chica
que está en el baño, ¿de acuerdo?
CAPÍTULO TRECE
LAKE
118 bobas restantes hasta que ambos muramos...
Hay un tipo sentado en mi mesa bebiéndose mi té de burbujas.
Me acerco y señalo el anillo de condensación en mi mitad de la mesa, donde
estaba mi bebida cuando me fui. Trazo una línea de puntos con el dedo, delineando
el espacio donde un delicioso té de frutas de sandía con boba popping estaba
llamando mi nombre.
—¿Qué demonios, Thomas? —pregunto, porque podría reconocerlo desde el
otro lado de una habitación abarrotada. No de una forma romántica, sino porque he
estado en... ¿en qué estamos ahora?... docenas de sus conciertos. He visto cientos de
horas (solo cuando Joules no miraba) de sus vídeos. Lo he estudiado con fichas. Lo
odiaba y deseaba tener a cualquier otro en el planeta Tierra como pareja.
Tras unos segundos de procesar mi enfado relacionado con el té de burbujas,
me doy cuenta de que la antes bulliciosa tienda está ahora vacía. Los empleados están
detrás del mostrador, agrupados y riéndose. Ah. Ya veo. Ya veo. Porque Tam Eyre no
es solo un hombre; es un rey; es un dios. Tiene millones de adoradores y miles de
millones de visitas en su último video musical.
Suspiro y saco mi silla.
—¿Te estás bebiendo mi té de burbujas? —le pregunto antes de sentarme,
completamente horrorizada por su falta de modales—. Solo me quedan ciento
dieciocho bobas hasta que me muera.
Debería decir nosotros. Solo nos quedan ciento dieciocho bobas hasta que
muramos los dos.
Tam me mira con una gorra negra sobre su cabello de fresa. Se le esponja por
debajo y se le mete por todas partes. Me pregunto si se habrá despertado así o si se
habrá pasado veinte minutos en el espejo intentando que parezca que se ha
despertado así. Hmm.
—Lo siento, te traeré otra bebida. ¿Del mismo tipo? —Señala la bebida con
sabor a sandía y yo frunzo el ceño. Se supone que a Tam Eyre no le gusta la sandía...
pero ¿y si a Thomas sí? Tomo nota. Lo sabía. Tenía razón.
Le hago un gesto con la cabeza y se levanta de la silla como un... sí, un bailarín.
Joder. Eso es exactamente lo que es, ¿no?
Me cruzo de brazos para esperar, pero el intercambio en el mostrador sin duda
llama mi atención.
Tam saca un rotulador del bolsillo y empieza a firmar los vasos vacíos. Las
chicas se aprietan los vasos contra el pecho y hablan apresuradamente entre ellas. Él
les sonríe y se inclina, con el codo apoyado en el mostrador y la barbilla en la mano.
Ese culo arrogante. Su postura dice que me deseas, y no pasa nada, yo también te
deseo. Casi me ahogo de lo absurdo que es.
Se ríe -demasiado alto- y vuelve a la mesa.
Se me tuerce el labio con evidente disgusto, y Tam se detiene con una mano en
el respaldo de su silla. Me mira con el ceño fruncido. Debería alegrarme de que me
mire, pero... no me gusta. Y no de una forma sensual, como si te odiara tanto que
quisiera arrancarte la ropa. Simplemente no me gusta.
—Me recuerdas a mi hermano —susurro, y Tam se deja caer en la silla. Aparta
la bebida, apoya los codos en la superficie de la mesa y se inclina hacia mí como se
inclinaba hacia las chicas. Pero esta vez no sonríe. Tiene el labio inferior ligeramente
hinchado y las comisuras de su sonrisa premiada se han invertido.
—¿En qué sentido? —pregunta, y yo parpadeo sorprendida. Esta no es la
conversación que esperaba tener. Como las últimas veces, supuse que tendría que
suplicarle una pizca de su tiempo. Incluso estaba dispuesta a arrodillarme y suplicar.
Esto es mejor. Así me queda algo de dignidad. Lo fulmino con la mirada
mientras vuelve a tomar la bebida y la chupa. Puedo ver el momento exacto en que
acaba con la boba reventada en la boca porque empieza a sonreír de nuevo.
Podría decirle que es el sol en un vaso, pero entonces se levantaría y saldría
corriendo seguro.
Cambio bruscamente de táctica. No quiero decirle que me recuerda a Joules.
Nada bueno saldría de mi boca.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto, y me mira boquiabierto alrededor de la
pajita de lavanda. Todavía la tiene en la boca, pero ahora tiene los labios totalmente
abiertos. Sus largas pestañas se agitan por la sorpresa y veo que son negras. Sus cejas
también. Hace tiempo que me pregunto si lleva las cejas teñidas o el cabello teñido.
En Internet me llegaban historias contradictorias.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —Parece desconcertado, su mirada se desplaza
hacia el frente de la habitación donde dos hombres están de pie a cada lado de la
puerta. Daniel y... Jacob, ¿creo? Algo así. Guardaespaldas y representante, si no
recuerdo mal. Saludo con la cabeza—. Bueno. —Tam se levanta y se quita el gorro, y
su cabello teñido de rosa ondea angelicalmente alrededor de su atractivo rostro—.
Vine aquí por capricho, y resulta que estabas aquí.
Asiento con la cabeza, cruzando los brazos sobre el pecho.
Un encuentro.
Por fin una buena.
—Dijiste que si tenías cinco minutos a solas conmigo, me contarías por qué era
tan importante que nos conociéramos que me tiraste una nota a la cabeza. —Me
sonríe, pero no es una sonrisa muy agradable. No, es la misma sonrisa de tú tampoco
me gustas.
Bien. No somos del tipo amor a primera vista. No pasa nada. En 1988, una de
mis parientes rompió la maldición con su pareja a los cinco minutos de ser
presentados. Pero en 2008, su hija no rompió la maldición hasta el último minuto,
literalmente. El último minuto exacto. Cuando encontramos a nuestras parejas,
utilizamos una fórmula que nos dice el segundo literal en que moriremos: 365,2422
días después de activar la maldición. Una rotación de la Tierra alrededor del Sol.
Voy a necesitar cada minuto de los míos.
Todos.
Minuto.
Tam parece... no lo sé. ¿Aburrido? ¿Inquieto? ¿Asustado? Me mira fijamente y
luego se estremece, como si yo fuera una araña lobo con mil crías pegadas a la
espalda. Pongo las palmas de las manos sobre la mesa y me inclino hacia él como él
se inclinó hacia mí.
—¿Alguna vez en tu vida recogiste una nota que una chica -o cualquier otra
persona- te tiró?
Tam me devuelve la mirada como si estuviera considerando la pregunta con
sinceridad. Al cabo de un minuto, sacude la cabeza una vez y bebe otro sorbo de su
té de burbujas robado.
—Nunca.
—¿Y por qué recogiste la mía? —Vuelvo a sentarme y suspiro, cruzándome de
brazos de nuevo—. Te diré por qué: la maldición. Nos obliga a encontrarnos. Por eso
estaba sentada aquí cuando apareciste. Por eso recogiste mi nota. Probablemente
también por eso me llevaste la otra noche.
—Me preocupaba que te asaltaran —corrige Tam, y yo me río por eso.
Miro anhelante en dirección al mostrador y a los tres empleados de la tienda
de té de burbujas que quedan. Si no me tomo un poco de boba, voy a estar de mal
humor durante toda esta conversación. Me vuelvo hacia él, intentando encontrar la
manera más fácil de explicarle esto. Lo he hecho antes, a todos mis amigos, a gente
cualquiera cuando he bebido demasiadas cervezas en Dickson Street.
—Si no me amas, moriremos los dos. Por favor, ayúdame —cita Tam de memoria,
y mis cejas se alzan. Vale, eso no es la maldición. Todo eso es él. ¿He acertado?
Nuestros primeros encuentros me hicieron pensar que tal vez era de los que dejan
que la curiosidad mate al gato.
Pensando que tal vez tenía razón en eso.
—Aquí tienes, Tam —dice la empleada, saltando hacia nosotros con su coleta.
No debe de tener más de dieciocho años y me lanza una mirada muy desagradable
antes de dejar la bebida en la mesa delante de él.
—Gracias —le dice, girándose y sonriéndole—. Realmente aprecio tu duro
trabajo.
Intento no poner los ojos en blanco. Es un esfuerzo.
—¿Puedo hacerme una foto? —pregunta ella, y él duda brevemente antes de
asentir. La chica se arroja sobre su regazo y su guardaespaldas da varios pasos hacia
delante. Tam le hace un gesto con la mano para que se retire y luego le dibuja un
corazón en una de sus mejillas doblando los dedos hacia dentro en la parte superior.
La chica hace unas tres docenas de fotos y un video de treinta segundos antes de
marcharse.
Tam hace todo lo posible por ocultarlo, pero suspira y se relaja un poco cuando
ella se va.
Buena señal, ¿verdad? Puede que no le guste, pero tampoco me ve como un
vampiro de energía.
Alargo la mano para tomar el té de burbujas, pero Tam pone su mano encima
de la mía.
Nuestras miradas se cruzan.
Yo estrecho la mía.
—Tienes cinco minutos. Otra vez. Te di cinco minutos antes y no me
convenciste. Pruébame ahora.
Intento tirar del té de burbujas, pero no me deja.
—Eres un imbécil —refunfuño, y Tam abre los ojos como si nunca antes hubiera
oído algo así. Suelto el vaso y apoyo la espalda en la silla, clavándome los dedos en
los muslos—. Me has maldecido. Ya está. ¿Estás contento?
—¿Yo... te maldije? —pregunta, y ahora parece sustancialmente menos
interesado en lo que tengo que decir. Esto es una estupidez. Renuncio a intentar
equilibrarme a su alrededor. ¿Quizá es él quien necesita equilibrarse?
—Bueno, técnicamente no. Técnicamente, fue alguna persona o acontecimiento
al azar hace unos trescientos años. Nadie lo sabe, y no voy a malgastar mi vida
buscando el origen. No importa. Lo único que me importa es no morir. Así que ahí lo
tienes: toda mi familia está maldita.
Tam me acerca mi té de burbujas, pero de momento se queda con la pajita,
jugueteando con ella.
—Tengo que decir que parece que no te gusto —insinúa Tam, interrumpiendo
el flujo de la conversación. Sus manos se quedan quietas, y levanta su atención de la
pajita a mi cara—. Si te soy sincero, parece que te desagrado activamente. ¿Por qué
sigues mi recorrido?
Mierda. Me cae mal, pero se supone que él no lo sabe. Tengo que hacer que
este tipo se enamore de mí o me beberé exactamente ciento dieciocho tés de
burbujas antes de desplomarme.
—No es que me caigas mal —miento, saco el móvil y busco información sobre
Tam en Internet. Giro la pantalla en su dirección y él la mira con recelo. ¿Por lo que
ha pasado este tipo? Parece alguien preparado para enfrentarse a un posible atacante
en cualquier momento. ¿Quizá esté haciendo exactamente eso?—. Ninguna de estas
cosas es verdad, ¿cierto?
Tam se echa hacia atrás, se quita la sudadera y la deja a un lado. Debajo lleva
una camiseta verde oscuro, y suspiro.
—¿Y eso qué tiene que ver? —me pregunta, y yo frunzo los labios.
—Dices que odias el verde, y sin embargo lo llevas ahora mismo.
—Es mi día libre —responde, agarrando la tela y mirándome. La forma en que
su cabello se enrosca alrededor de su cara es sinceramente molesta.
—Dijiste que no te gustaba la sandía, pero robaste mi té de burbujas. Todo eso
son mentiras; ni siquiera eres real. —Resoplo ante eso. Todo es mentira, ¿no?—. ¿Qué
hay que no te guste? Básicamente eres un novio de libro, un producto de la
imaginación de alguien. —Le señalo el cabello—. ¿Este aspecto mustio de recién
despertado es siquiera real?
Se mete el labio inferior entre los dientes perfectos y levanta una mano para
tirarse del cabello. Hace una mueca y se quita el gorro, tirando de él hacia atrás.
—Sí.
Silencio.
Cada uno espera a que hable el otro. Tam echa un brazo sobre el respaldo de
la silla, con los hombros echados hacia atrás, una pierna estirada hacia un lado de la
mesa y un par de zapatos rosa pálido en los pies. Incluso ahora, esa pose es
intencionada.
Todo lo que Tam hace está calculado para infligir el máximo daño. Es una idea,
un capricho.
Eso me hace sentir triste, por los dos. ¿Se siente solo? me pregunto, mirándolo,
intentando ver algo en él que pueda explicar por qué la maldición nos emparejó.
¿Qué mitad de mi familia tiene razón? ¿La mitad que cree que nuestras parejas
malditas son almas gemelas? ¿O la otra mitad, que cree que es totalmente aleatorio y
que pretende ser difícil?
—Mira, creo en la honestidad, así que voy a contártelo todo. —Extiendo las
manos sobre la mesa mientras él permanece recostado en su silla, con la pajita en la
boca y el gorro bajo. Estudiándome. Analizándome. Calculando cosas en su cabeza.
A pesar de que pensaba que Tam Eyre era tonto y superficial, es astuto y sagaz.
No lo vi venir.
—Escucho —murmura, con los párpados pesados y entrecerrados. Parece a
punto de pedirme que vaya a su casa a ver Netflix y relajarme. Pero eso es todo su
personaje de Tam. ¿Quién demonios es Thomas, y es alguien que podría gustarme?
Me niego a dejar que esta maldición me mate, así que... supongo que lo
descubriremos juntos.
—No sigo la gira por ti per se. —Respiro hondo y extiendo la mano para tomar
la pajita, con un desafío en los ojos. Tam vacila, pero luego me lanza la pajita al otro
lado de la mesa como si tuviera miedo de tocarme. Se te han roto las mariposas. quiero
gritarle. Se supone que la maldición hace que la pareja se sienta más atraída por su
pareja, no menos. Mi pareja me percibe como una asquerosa.
—No estoy aquí porque quiera: Estoy aquí por la maldición —le recuerdo, por
si se le ha olvidado en los últimos diez segundos—. Para romper la maldición, tengo
que —no puedo decir cortejar, no puedo decir seducir, definitivamente no puedo decir
romance—, conseguir gustarte.
Más de esa mirada penetrante, más de chupar esa pajita de té de burbujas. Sus
pestañas se agitan bellamente. El verde de sus iris se ve realzado por el follaje de
imitación de esta tienda temática de cuento de hadas. Hay fotos de cuentos impresas
y enmarcadas en la pared, canciones infantiles en el suelo. Personalmente, lo odio.
Me parece una guardería.
Mis ojos se desvían hacia la bebida roja que tiene en la mano. Sandía. Mis
tarjetas eran inútiles.
Ahora me doy cuenta de que Joules tenía razón: nada de lo que investigué sobre
Tam Eyre es cierto.
—¿Tu grupo sanguíneo es realmente O negativo? —suelto, entrecerrando los
ojos, y su sonrisa se inclina peligrosamente hacia un lado.
—Creía que no te gustaba —se burla, y yo aprieto los dientes.
—Yo no. Pero la maldición... —me detengo y exhalo, levantando ambas manos
para pasármelas por el cabello. Me subo la manga de la sudadera para mostrarle la
marca de mi muñeca y la señalo—. Todos en mi familia nacemos con esta marca de
nacimiento. Cuando la maldición nos empareja -y eso puede ocurrir con solo oír la
voz de nuestra pareja, como me ocurrió contigo-, se vuelve roja. Todos los miembros
de la familia Frost tienen esta marca o la tenían antes de romper la maldición al
enamorarse.
Tam se inclina para mirarla, pero no me toca ni parece convencido.
—Sabes, cada vez que te miro me entran escalofríos —dice, y yo suspiro.
—Es la maldición. Se supone que una de las ventajas son las mariposas, pero
supongo que tú lo percibes como los escalofríos. —Dios, ¿cómo es que nada de este
momento va bien?—. Otra de esas ventajas son los encuentros.
—¿Citas malditas? —pregunta, y luego se ríe—. ¿No están todos los encuentros
malditos? —No tengo ni idea de lo que quiere decir y frunzo el ceño.
—Estás aquí, ¿verdad? —repito—. Es por la maldición.
—¿Ah, sí? Tenía la impresión de que estaba aquí porque quería.
—No eres tan agradable como pareces en Internet.
Se encoge de hombros.
—¿Hay alguien, de verdad? —Tam echa un vistazo a la tienda y me entra el
pánico, como si pensara que podría marcharse y no volvería a verlo. Su expresión es
pura gallardía. No le vas a gustar a Joules, Tam Eyre. Temo que pasen tiempo juntos.
—Escúchame, Thomas. —El uso de su verdadero nombre parece llamarle la
atención y vuelve a mirarme—. Me has robado el té de burbujas de sandía. —Señalo
el vaso con un dedo acusador—. Se supone que no te gusta la sandía, lo cual es raro
que digas si no es verdad.
—Mi personal de relaciones públicas pensó que sería extravagante y lo
bastante controvertido como para suscitar conversación. —Tam sigue sorbiendo mi
bebida, y me digo a mí misma que no estoy hipnotizada por sus labios enroscados en
la pajita. Novio de libro. Estrella de pop. Él no es real, ¿recuerdas? Él. No. Es. Real.
Tam se levanta de repente y yo me asusto, poniéndome en pie con el roce de
las patas de una silla de madera sobre baldosas pintadas.
—No te vayas —le suplico, con un tono lastimero en la voz que no consigo
controlar. Sé que parezco desesperada. No es mi objetivo. Si me muestro demasiado
fuerte, huirá y no volveré a verlo, y yo moriré. No estaré para ayudar a Joules cuando
consiga su pareja y…—. Mierda —susurro, frotándome la cara.
—No voy a ninguna parte. Relájate. —La voz de Tam se suaviza ligeramente,
sorprendiéndome, y dejo caer la mano a mi lado. Lo fulmino con la mirada—. Sabes,
no eres la primera persona que finge que le caigo mal para acercarse. —Me guiña un
ojo y lo miro boquiabierta—. Ahora vuelvo. —Otra pausa—. Y, por favor, no le cuentes
a nadie lo de la sandía. —Parece confundido, como si no estuviera seguro de por qué
me dijo la verdad.
Tam frunce el ceño y se frota la barbilla durante un minuto antes de sacudir la
cabeza y apartarse de mí. Estudio su espalda cuando vuelve al mostrador. Su
personalidad cambia casi instantáneamente, de reservado y cauteloso a extrovertido
y amante de la diversión.
—Cabrón —maldigo en voz baja, y entonces me doy cuenta de que hay alguien
a mi izquierda, justo al otro lado del poste. De las ramas de arriba cuelgan adornos
de hadas. Me inclino hacia atrás y veo a Jacob, el encargado de Tam, de pie, como si
me estuviera esperando.
Me tiende su iPad, con la sonrisa más condescendiente que he visto nunca. Oh-
oh. Tú y yo vamos a tener problemas, colega.
—NDA —dice, y luego—, acuerdo de confidencialidad. —Como si yo no
supiera lo que es eso. Lo miro sin comprender y me tomo mi té de burbujas. El sonido
que hace al pasar por la pajita hace que Jacob se estremezca como si le doliera—. Por
favor, firma esto.
—No. Mi madre es paralegal y me ha aconsejado que me guarde mi firma para
mí misma a menos que esté dispuesta a hacer un montón de comprensión lectora
primero. —Me vuelvo hacia Tam, inclinado sobre el mostrador y riendo. Se pasa los
dientes por el labio mientras me devuelve la mirada, y resisto el impulso de echarle
la bronca. Me sentiría bien, seguro. Pero no me ayudará a no morir. Y no morir es lo
más importante que necesito hacer ahora mismo.
—¿Tu madre es asistente legal? —Jacob repite secamente, como si nunca
hubiera oído una afirmación tan ridícula en toda su vida.
—Estaba en el ejército, pero entonces llegó Joules y lo arruinó todo. —Vuelvo
a chupar la pajita y mi boca se inunda con media docena de pequeñas bobas. Las que
estallan son divertidas porque explotan en la boca y dejan pequeñas pieles. No hay
otra comida igual en todo el mundo. Gracias, Taiwán, por un invento tan maravilloso—
. Mi hermano, Joules —añado, por si Jacob no lo ha entendido—. Mi madre se quedó
en casa con nosotros mientras mi padre trabajaba, y cuando los dos llegamos al
instituto, se hizo asistente legal.
Jacob no deja de mirarme. Imagino que si mi cabeza se convirtiera en lechuga,
no me miraría más.
—¿Estás molestando a mi amiga, Jake? —Tam pregunta, y volteo para verlo
agarrado al respaldo de su silla, con todo el cuerpo apoyado en él. Los tobillos
cruzados y una expresión juguetona. Por la forma en que mira fijamente a ese tal
Jacob, me doy cuenta de que son algo más que un mero cliente. Son... amigos.
—¿Tu amiga? —repite Jacob, igual que hizo con lo del asistente jurídico. Su
expresión cuando me vuelvo hacia él es poco agradable—. Ni siquiera conoces a esta
persona.
—Todavía no. —Tam retira su silla y se acomoda en ella con elegancia, los
codos sobre la mesa y las manos juntas. Dirige una mirada hacia Jacob—. Nunca me
dejas hacer amigos. Vete, Jake.
—Llámame Jake una vez más. —Jacob empieza y luego cierra la boca, como si
casi se le hubiera escapado un secreto de Estado. Pongo los ojos en blanco y quito el
plástico de la parte superior de mi vaso de té de burbujas. Estamos en el punto del
proceso de beber boba en el que el líquido se ha acabado y las bobas están pegadas
al hielo del fondo del vaso—. Tan pronto como firme este acuerdo de
confidencialidad, me retiraré.
—No lo firmaré si no lo leo antes tres veces. Puedes enviármelo por correo
electrónico y lo estudiaré. —Ya ni siquiera presto atención a Jacob; estoy obsesionada
con atrapar bobas con el extremo de mi pajita.
—Eso es ridículo. Para entonces, esta reunión habrá terminado, y las
posibilidades de que ustedes dos vuelvan a verse son casi nulas.
—Jacob, por favor, envíale el acuerdo de confidencialidad por correo
electrónico —dice Tam con suavidad, y luego se inclina un poco más hacia mí,
obligándome a levantar la vista y mirarlo a los ojos. Son bonitos, de un raro color
verde que heredó de su padre (supuestamente). Me enteré por Internet de que el
hombre era de Escocia, un gran vikingo pelirrojo con barba y esos mismos ojos.
Espero que esa parte de la historia de Tam Eyre sea real—. Si hace eso, ¿realmente
lo mirarás y lo firmarás?
Asiento con la cabeza.
—Se lo reenviaré a mi madre para que me lo lea. ¿Debo enviar alguna
corrección de vuelta al correo electrónico del que procede?
Jacob aspira aire entre los dientes y me hace un gesto con el iPad. Mientras lo
tomo y tecleo mi correo electrónico, me cuestiono cada momento de esta interacción.
¿Estoy haciendo lo que Tam quiere que haga? ¿Le gusto lo suficiente como para volver
a verme? Pero como no puedo saber ninguna de esas cosas, tomo la decisión final en
ese momento.
Voy a ser yo misma.
No se va a fabricar nada.
Nada será mentira.
Entonces no tengo que preocuparme si estoy cometiendo errores. Si ser yo
misma es un error, entonces... Te odio, le digo a la maldición, pero ya lo ha oído todo
antes. Todo el año que Joe pasó luchando con una Marla desconsolada, intenté de
todo para descargar mi ira. Clases de kickboxing. Un saco de boxeo en nuestro
garaje. Excursiones remotas en las que podía practicar la terapia del grito primitivo
(es decir, gritar tan fuerte como físicamente se pueda en el éter).
No funcionó.
Todavía odio la maldición. Aún extraño a Joe. Si estuviera aquí, ya habría
encantado a Tam. Serían los mejores amigos. Si el novio de toda la vida de Marla y su
amor del instituto no hubiera fallecido en un horrible accidente solo diez días antes
de conocer a Joe, aún estaría vivo. A ella le gustaba. Tenían buena química juntos.
Dios, me encantaba verlos juntos.
Pero... me tiemblan las manos. Empujo mi vaso de té de burbujas sobre la mesa
y me paso ambas palmas por la cara. Cuando empiezo a pensar en Joe, empiezo a
pensar en mi tía Clara, que falleció en nuestro salón cuando yo tenía ocho años. No lo
vi, pero estaba arriba. Oí a mi madre gritar. Lo supe.
Todos los hijos de la familia Frost saben lo real que es esta estúpida maldición.
No pienses en Joe. No pienses en Clara. No pienses en la bisabuela Louise. No
pienses en que has asistido a más funerales que bodas. No pienses en nada de eso.
—Lo siento, yo... —Me faltan las palabras, miro fijamente a Tam y él ladea
ligeramente la cabeza.
—Parece que estás pasando por algo —me dice, como si él también supiera lo
que es experimentar el peor dolor posible en el mundo. La pena es un cuchillo que
apuñala profundo y luego se retuerce lentamente. ¿Cómo puedo seguir sangrando
por esa herida?
—Estoy... —Casi digo bien, pero acabo de prometerme que no mentiría. De
acuerdo, entonces—. No quiero hablar de ello, pero gracias por notarlo.
Tam vuelve a sentarse en su silla y me mira con el ceño fruncido. Parece fruncir
mucho el ceño a mi alrededor. Toma su té de burbujas, intenta darle un sorbo y se da
cuenta de que se ha quedado sin líquido. Mira mi tapa desechada y luego se quita la
suya.
Sonrío.
—Joules dice que si no consigues la boba mientras bebes, que dejes ir a los
rezagados. No estoy de acuerdo. Joe y... —dejo de hablar y Tam se da cuenta,
levantando la cabeza para mirarme. Con el talón de la mano se aparta un poco la gorra
de la cara, como para verme mejor.
Echo un vistazo a la derecha y frunzo el ceño al ver que el extintor de la pared
cercana tiene un cartel que indica que debería haber sido sustituido hace dos meses.
Se me tuerce la boca. Cuando me vuelvo hacia Tam, me observa con los ojos
ligeramente entrecerrados.
—Ese extintor está caducado —le digo, y él se queda mirando, con una pajita
en la mano, una sola boba pegada al extremo y el pulgar sobre la otra—. Mi padre es
bombero voluntario.
Eso debería explicar por qué no enciendo velas a menos que estén sobre una
superficie justo a mi lado, y compruebo las pilas del detector de humos de mi
dormitorio todos los meses. Ah, y también por qué duermo con la puerta cerrada.
¿Sabías que cerrar la puerta de tu habitación por la noche puede salvarte la vida?
Ciérrenla antes de dormir, amigos. La diferencia de temperatura entre el resto de la
casa y el dormitorio con la puerta cerrada puede ser de casi novecientos grados.
—Mi padre también era bombero —me dice Tam. Deja caer la pajita en su vaso
de té de burbujas y luego la aparta. Su mirada atrapa la mía con el primer destello de
sinceridad que he visto en él.
Casi lo llamo mentiroso, pero la expresión de su cara me promete que, si lo
hago, no volverá a dirigirme la palabra. Lo que acaba de decir va en serio.
—Nunca te he visto mencionarlo en ninguna de tus entrevistas —digo en su
lugar, tanteando el terreno.
La sonrisa de Tam es malévola, sus dedos tamborilean sobre el tablero de la
mesa.
—Porque no es de su puta incumbencia —me dice con frialdad. Mis ojos se
abren de par en par y los suyos también. Ahí está. Es Thomas. Es la persona real detrás
de la fachada—. Uy, perdona —añade Tam con una risa tan falsa como el palo del árbol
de mi izquierda—. Es broma.
Pero no: hablaba en serio.
—Lo entiendo —le digo antes de que pueda echarse atrás. Miro fijamente mi
propia mano, que descansa sobre la mesa, y luego la giro lentamente para revelar la
marca de la maldición de color rojo brillante en mi muñeca—. Algunas cosas son
demasiado valiosas para compartirlas con cualquiera. —Estoy pensando en Joe; Tam
está pensando en su padre. Es un buen comienzo para encontrar algo en común entre
nosotros.
Se ajusta y se aclara la garganta.
—Actúas como si me tuvieras como... ¿cómo se llamaba? ¿Pareja? Actúas como
si fuera lo peor del mundo. —Tam se echa hacia atrás en su silla, y me ofrece como
respuesta una sonrisa de chulo a lo Joules. No me hace ninguna gracia. He visto esa
mirada en la cara de mi hermano demasiadas veces para contarlas, dirigida a alguna
chica que ni siquiera recuerdo—. No estoy de acuerdo.
—¿Porque eres un encanto? —Echo un vistazo al mostrador y veo que los
empleados están preparando un gran pedido de té de burbujas, por lo menos dos
porta bebidas llenos. ¿Es para que Tam se lo lleve a su hotel? ¿Puedo subir a pedir
otro té de burbujas o la tienda está técnicamente cerrada?
—Estoy en forma; bailo; canto; soy rico; soy famoso; soy guapo. —Miro hacia
atrás justo a tiempo para verlo encogerse de hombros—. Elige lo que quieras.
Estoy segura de que me repugna su afirmación. Creo que se le nota en la cara,
porque cambia de expresión y parpadea como si mi cabeza no solo estuviera hecha
de lechuga, sino que tuviera pepinos limoneros por ojos.
—He pasado cuatro meses intentando hablar contigo. Cuatro meses. Nada de
lo que he leído sobre ti en Internet es cierto, y eres tan engreído como mezquino
debajo de la famosa fachada. —Mierda. Fui demasiado dura, ¿no? Estoy descargando
mi rabia por la maldición con Tam, y él no se lo merece. Parece un poco disgustado
mientras levanta una mano y se frota distraídamente la nuca, con los ojos fijos en la
mesa y otro ceño fruncido—. Lo siento, eso ha estado mal. No te mereces que te
maltrate verbalmente alguien que no tiene un título, ni un trabajo, ni un talento, ni
siquiera un objetivo en la vida. Sueño con mis pies, pero no tengo nada concreto con
lo que soñar. Ni siquiera sé lo que me gusta. Además, soy maleducada y bocazas.
Tampoco soy perfecta.
Tam me mira y se queda paralizado cuando suena mi teléfono. Lo saco y veo
que me llama el imbécil de Gran Hermano. Pulso el botón que dice que llamaré más
tarde y dejo la pantalla del teléfono sobre la mesa. Joules me llama varias veces, pero
yo silencio el teléfono.
—¿Puedo ver tu Spotify Wrapped? —me pregunta Tam de repente,
interesándose por las estadísticas de fin de año de la aplicación de música Spotify. Te
dice qué canciones has escuchado más, qué artistas están entre tus cinco favoritos,
ese tipo de cosas.
Entrecierro los ojos.
—Yo te enseño el mío si tú me enseñas el tuyo —lo desafío, y él se encoge de
hombros, deslizando su teléfono.
Este no es el mismo teléfono de la otra noche. Seguro que tiene uno nuevo
porque lo toqué. Lo que sea.
Intercambiamos teléfonos y navegamos por el Spotify del otro.
Sus cinco artistas favoritos son: In This Moment, Falling in Reverse, Motionless
in White, Atreyu y Our Last Night.
No conozco a esos grupos. ¿De qué género son? ¿Rock? ¿Metal? ¿Tam Eyre
escucha metal?
—RADWIMPS, imase, YOAKE, Vaundy y... ¿Imagine Dragons? —Tam dice la
mía en voz alta, su expresión es de pura perplejidad. Me mira—. Son todos japoneses,
excepto uno. —Otra pausa—. ¿Y no te gusta mi música? ¿Te gusta imase, pero yo no
te gusto?
Me encojo de hombros.
Si Tam pensaba que me iba a atrapar en una mentira, es decir, que esperaba
verse a sí mismo en esa lista, acabo de demostrarle que se equivocaba. Otra vez.
Me hace una mueca con los labios fruncidos. Observo distraídamente cómo le
hace algo a mi teléfono y me lo pasa. Cuando lo hace, veo que hay una nueva lista de
reproducción, una que solo tiene tres canciones. Se titula I <3 TAM. Ahora me toca a
mí fruncir el ceño.
—Estas son mis caras B, no están en la lista de canciones de esta gira. —Alarga
la mano y golpea con el dedo la parte superior de mi teléfono—. Yo escribí y produje
las tres. Pruébalas y dime qué te parecen. —Sonríe y se frota el pulgar contra la
comisura de los labios. Se lo lame—. Estoy seguro de que no te vas a contener en tus
críticas.
Tam se levanta de golpe y se lleva el teléfono. Se lo mete en el bolsillo trasero
antes de tomar los dos porta bebidas llenos del mostrador. Los trae y los deja en su
silla. Una a una, saca las bebidas y las pone sobre la mesa.
Coosh, coosh, coosh, coosh, coosh, coosh, coosh.
—Ves —me dice, señalando la extensión—. No sabías cuántos tés de burbujas
te quedaban. —Tam pone una palma sobre la mesa y luego se inclina hacia mí, tan
cerca que casi me pierdo en su hechizo. Pone una mano en la cadera y muestra una
sonrisa arrogante en la cara—. Es más de lo que pensabas, ¿verdad?
No sé muy bien cómo responder a eso, sobre todo ahora que está tan cerca de
mí.
—Yo... sé que tengo cien...
Tam me detiene sacando una pajita de su bolsillo y dándome golpecitos en la
boca con ella. Estoy tan sorprendida que no sé qué responder.
—¿Estás tan segura? Todo esto es para ti. —Hace un gesto magnánimo a la
mesa—. Nunca sabes cuántos tés de burbujas te quedan. Nadie lo sabe.
Estoy segura de que está diciendo algo profundo en todo ese lío, pero mis ojos
están fijos en un té con leche y chocolate con boba de cristal. Alargo la mano para
tomarlo, y Tam pone la palma sobre el vaso para evitar que lo tome.
—Que tengas un buen día, Lake; me pondré en contacto contigo —me dice, y
luego se dirige al baño -y a la salida de emergencia- con su representante y su
guardaespaldas siguiéndolo.
Mierda. No puedo dejar que se vaya pienso, pero entonces entrecierro los ojos
y tomo el teléfono.
No es solo una lista de reproducción lo que ha añadido... hay un nuevo número
en mis contactos.
Mean Spirit es lo que dice. Mis labios se fruncen, y entonces Joules vuelve a
llamar y yo pongo los ojos en blanco.
Esta vez, contesto y pongo el altavoz; de todos modos, ahora soy la única
persona en la tienda.
—¿Dónde carajos estás? —me pregunta mi hermano, y suspiro.
—Te lo contaré todo en un minuto. ¿Puedes reunirte conmigo en Fairy-Tale
Boba? Está calle abajo del hotel.
Joules me cuelga el teléfono mientras miro el despliegue de ricuras que hay
sobre la mesa, cada una de un sabor diferente con un topping distinto. Rodeo con los
brazos todos los vasos que puedo y suspiro feliz.
Mi boca se tuerce en una sonrisa de verdad.
Ciento dieciocho Ciento veintiséis bobas hasta que ambos muramos.
117 bobas restantes hasta que ambos muramos...
(al día siguiente)
—Haré todo lo posible por ser amable con este imbécil, pero en cuanto se
rompa la maldición, voy a romperle el cuello —dice Joules mientras da pisotones por
la habitación del hotel, recogiendo ropa y metiéndola en nuestras maletas.
Mañana tenemos que salir temprano para llegar al siguiente local a tiempo para
mi primer día de trabajo. Esta vez, Tam toca dos noches seguidas en la misma ciudad,
así que trabajo dos días en el mismo sitio. No hay disfraz de perrito caliente esta vez...
No creo. Tal vez.
—María nos espera allí —le digo a mi hermano. A veces es mejor no darle el
gusto. Se rasca distraídamente la muñeca izquierda—. Será divertido tenerla por aquí
un rato.
—Si por diversión te refieres a un montón de trabajo extra para Joules, entonces
sí. Pero no dejes que conozca a Tam. Lo arruinaría. —Joules hace una pausa mientras
yo abro mi portátil e intento ver subrepticiamente la retransmisión en directo del
concierto de Tam de esta noche—. ¿No tenía razón en que toda esa mierda era inútil?
¿Mmm? Le gusta el verde, le encanta la sandía, y su padre muerto era bombero.
—No hables así de su padre. ¿Te gustaría que hablara así de Joe? —Su primo
muerto también estaba maldito. No. No me siento cómoda con eso.
Joules me ignora, pero al menos no me detiene cuando pago los veinte dólares
para acceder al concierto.
Me he perdido a los teloneros, pero bueno. Supongo que solo quiero ver si Tam
actúa diferente de alguna manera en el escenario, como si conocerme hubiera tenido
un impacto en él.
El concierto empieza como siempre, con un baile enérgico seguido de Tam
sentado en el piano con su esmoquin.
Pero... entonces ocurre algo diferente.
La canción que empieza a tocar no es su dúo con Kaycee; es una de las
canciones de la lista de reproducción que me dio. El público enloquece y ahoga la
música por un momento.
—Toda tu vida luchaste contra las llamas, pero al final, todos somos ceniza —
canta Tam suavemente, cerrando los ojos mientras sus dedos bailan sobre las teclas
de marfil, y mi corazón me da una patada en las costillas. Se me corta la respiración y
Joules se ríe.
—La atracción del cuarto encuentro —dice, y yo le tiro un paquete de galletas
saladas a medio comer. Le dan en el culo y luego caen a la alfombra. Pero Joules no
se equivoca. Según los libros de nuestros antepasados, el cuarto encuentro es el más
importante, aquel en el que comenzará la atracción física si aún no lo ha hecho.
—¿Qué? —exijo, indignándome cuando ambos sabemos que solo estoy
avergonzada. Joules se quita las migas del culo mientras se gira para mirarme. Se
cruza de brazos y arquea una ceja, y desearía que estuviera más cerca para poder
darle un puñetazo en el pectoral—. Tam es innegablemente guapo. ¿Quién diría lo
contrario? Está diseñado, peinado y empaquetado para vender sexo. Ese es su
trabajo. A quién le importa si soy... —Ni siquiera me atrevo a decirlo.
—Virgen —murmura Joules, y esta vez le lanzo un paquete entero de galletas
saladas. Las toma, rompe el plástico y se mete una en la boca. Las galletas saladas con
mantequilla eran nuestro tentempié favorito cuando éramos niños, Joules, Joe y yo. Si
podíamos acompañarlas de rodajas de tomate con limón y pimienta, aún mejor—.
Hazte a la idea: vas a tener que acostarte con él. Lo antes posible, preferiblemente.
—¿Quieres callarte, por favor? —chasqueo, poniéndome los auriculares para
no tener que escuchar a mi hermano decir cosas molestas. Sé que intenta ayudarme,
pero qué asco. Simplemente... no. Vuelvo a concentrarme en la cara de Tam y, esta
vez, veo un destello de lo que vi en la tienda de té de burbujas.
Sinceridad.
En docenas de conciertos, es la primera vez que veo esa expresión en su cara.
La canción se titula I want to See You (Dad). Exhalo.
Cuando termina la canción, Kaycee aparece en el escenario con un reluciente
vestido negro con una abertura que le llega hasta el muslo. Empiezo a cerrar la tapa
del portátil cuando aparece Joules, alargando la mano para detenerme. Miro hacia
atrás y veo que lleva una máscara de concentración.
—Estoy haciendo progresos con Tam; no necesito ni quiero tu ayuda con
Kaycee —repito, y él se burla de mí, cerrando de golpe la tapa del portátil y casi
atrapándome los dedos con ella.
—Puedo hacer que cualquier chica se enamore de mí —dice, pero no parece
tan seguro como antes. Me pregunto por qué.
Me dirijo al baño para ducharme y luego me duermo en el albornoz del hotel.
Esta noche nos alojamos en un buen sitio, pero solo porque todas las habitaciones
baratas estaban agotadas debido al concierto.
Cuando me despierto, tengo un mensaje de texto esperándome en el teléfono.
Mi música tiene corazón.
Eso es todo lo que dice.
Reacciono con un pulgar hacia arriba, vuelvo a meter el teléfono en el bolsillo
y me preparo para dirigirme a Albuquerque.
Dos horas más tarde, le envío a Tam una foto del amanecer.
Y así es como comienza mi amistad con Tam Eyre.
CAPÍTULO CATORCE
KAYCEE
117 bobas restantes hasta que ambos mueran...
—Hola. —Alargo la mano y agarro el borde de la chaqueta de Tam. El concierto
ha terminado, y sé que está tan desesperado como yo por volver al hotel para poder
ducharse y cambiarse. Cuando se vuelve hacia mí, tiene una sonrisa en la cara, pero
su expresión es lejana—. ¿Cambio de decorado de última hora?
Tam da media vuelta y se mete las manos en los bolsillos. Todavía oigo los
gritos de ánimo del público, pero ya les ha dado un bis y ha terminado
definitivamente por esta noche.
—Para empezar, estaba en contra de quitar esa canción de la lista —me dice
en voz baja, y yo frunzo el ceño. Es una canción maravillosa -diría que es el mejor
trabajo de Tam-, pero no da el tono adecuado para un espectáculo tan alegre y
romántico—. Hace poco me retaron a mostrar algo de corazón, así que... —Se encoge
de hombros, pero no puedo evitar preguntarme quién lo retó.
—¿Quieres que volvamos juntos al hotel? —pregunto, y Tam asiente. Me tiende
la mano y me lleva hacia la puerta trasera, deteniéndose cuando su ayudante le tiende
el abrigo. Me lo echa por los hombros y sonrío. Tam es la razón por la que sigo
luchando por este sueño. Cuando yo tenía dieciséis años y él veinte, me rompí el
tobillo. El proceso de recuperación fue brutal; nadie pensó que yo llegaría a triunfar
en esta industria después de aquello.
Entonces no conocía a Tam, pero su música y sus actuaciones, sus sinceras
entrevistas, me ayudaron a superar una etapa oscura de mi vida. No es una persona
fácil con la que salir, pero no me gustaría que fuera de otra manera. No quiero a nadie
más. Solo a él. Solo a Tam Eyre.
Vuelve a tomarme de la mano y los dos respiramos largamente antes de que se
abran las puertas y empiecen los flashes de las cámaras. Cabizbajos, empujamos
hacia el todoterreno y nos deslizamos dentro con Daniel justo detrás de nosotros. Tam
me ayuda a ponerme el cinturón y nos ponemos en marcha.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto, Pat —le dice Tam a su chofer,
inclinándose hacia delante para poner la mano en el borde del asiento que tiene
delante—. Jacob es un conductor terrible, y se pone aún más de mal humor cuando
tiene que lidiar con el tráfico.
—¿Es eso posible? —pregunta Pat, y yo suelto una risita. Jacob es un imbécil
notorio, pero también es primo de Tam, así que hago el esfuerzo—. Hermoso show el
de esta noche, ustedes dos. Puedo sentir el amor entre ustedes cuando cantan juntos.
Me sonrojo y Tam vuelve a sentarse, pensativo. Lo veo sacar el móvil del
bolsillo y juguetear con él un momento.
—¿Esperas un mensaje de tu madre? —pregunto, pero él niega con la cabeza
y me sonríe.
—Creo que el otro día hice un amigo —me dice, y siento que se me cae la
mandíbula. Tam se ríe entre dientes y me toca la barbilla hasta que cierro los labios.
Jacob emite un sonido extraño desde el asiento delantero y Daniel resopla desde el
trasero.
—No hizo ningún amigo. Se encontró con un fanático enloquecido en una...
¿cómo se llama? Una extraña tetería. —Jacob se da la vuelta para mirarme, con una
clara preocupación en su mirada—. Kaycee, por favor, hazlo entrar en razón.
¿Recuerdas la última vez que pensó que había hecho un amigo?
Yo sí, y me siento mal por ello. Tam empezó a salir con un tipo de su equipo de
producción, a tomar copas, a jugar al billar, a relajarse en el hotel y a jugar a las
cartas. Al final, el tipo dejó su trabajo y le vendió a la prensa todos los vídeos secretos
que había hecho de Tam.
—Me lo estoy tomando con calma —me promete Tam, pero no creo que se dé
cuenta de lo solo que está de verdad. A mí me pasa lo mismo. Este trabajo es... difícil
de explicar. Todo el mundo nos quiere, pero no conocemos a nadie. Todos quieren
ser nosotros, pero no podemos confiar en nadie. Hacer amigos, pasar tiempo con
amigos, es casi imposible. Las únicas personas con las que podemos salir son otras
de la industria, como Adam y Dylan. Ja—. Creo que ella es parte de una secta.
—¿Una secta? —Me atraganto, cuando lo que en realidad quiero decir es:
¡¿Ella?! Me obligo a inspirar y espirar despacio. Supongo que no puedo quejarme.
Pasé la otra noche con un imbécil en un bar. Me hurgo en las medias y me vuelvo
hacia Tam. Está esperando a ver qué tengo que decir. Se lo agradezco. A veces me
siento como una muñeca, algo para posar, vestir y desear—. No lo entiendo.
—La chica cree que sufre una maldición —explica Daniel desde el asiento
trasero. Miro hacia atrás y veo al guardaespaldas de Tam oculto en las sombras, con
los musculosos brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido. Casi nunca habla.
Durante los primeros meses desde que empecé a salir con Tam, pensé que era mudo.
Si hasta Daniel tiene una opinión, esta chica debe de estar loca—. Me gusta.
—¿Te gusta ella? —Jacob está debidamente escandalizado—. Le dijo a Tam que
tiene que enamorarse de ella o morirá.
Suelto un suspiro cansado y me hago un agujero en las medias con un dedo.
—Tam, ¿cuántas veces al día ves exactamente el mismo mensaje en las redes
sociales? —le pregunto suavemente, tendiéndole la mano. Esboza una sonrisa tensa
y me doy cuenta de lo que pasa. Tam está harto de que le digan lo que tiene que
hacer. Toda su vida ha hecho exactamente lo que se suponía que tenía que hacer,
cuando se suponía que tenía que hacerlo. Es por eso que es sin duda la celebridad
más famosa del mundo. También es por eso que está empezando a ceder bajo el peso
de las expectativas.
—Está en una secta —repite Tam, guardándose el teléfono en el bolsillo—. Su
familia... creo que podrían estar lavándole el cerebro. Me preocupa que la maten si
no le doy la hora.
—Llamemos a las autoridades y lavémonos las manos. —Jacob se da la vuelta
para mirar al frente, con el iPad en la mano como si ya estuviera a medio camino de
hacer la llamada él mismo—. Ella no es tu problema, Thomas.
—Puede que no, pero es interesante. Al menos puedo entretenerla hasta que
pase el plazo, ¿no? Demostrarle que no tiene nada que temer. —Tam tiene ese tono
de voz que le sale cuando se dispone a trabajar en una nueva canción o a
conceptualizar un álbum. Es su voz de proyecto, y me asusta.
—Esta chica no es un proyecto —insisto, deseando que hablemos de otra cosa.
Tam y yo aún no... solo nos besamos en público para las fotos o en los vídeos
musicales. Nunca nos besamos en privado, y aún no hemos tenido relaciones
sexuales. Lo deseo tanto que me duele por él. Pienso en él por la noche cuando estoy
sola, y me hago sentir bien con la mano. Quiero a mi novio en la cama, y eso no es
algo tan horrible de pedir, ¿verdad? Llevamos saliendo más de un año—. Tomemos
una copa de vino, pidamos algo al servicio de habitaciones, ¿y quizá esta vez
podríamos escribir nuestro propio dúo?
La idea me hace vibrar de emoción. Las tres canciones de nuestro dúo fueron
elegidas del directorio de la compañía. No tienen ningún significado especial, y sé
que tanto Tam como yo queremos ser algo más que marionetas bailarinas. Los dos
somos artistas, y los dos tenemos talento. Podemos escribir nuestra propia maldita
música.
—Suena bien —me dice, pero luego bosteza y se deja caer contra la ventana.
Cuando volvemos al hotel, ya está dormido.
Le doy un beso en la mejilla, salgo del todoterreno con un suspiro y me dirijo
sola a mi habitación.

116 bobas restantes hasta que ambos mueran...


La noche siguiente vuelve el picor, el que se apodera de los dedos de las manos
y los pies. Quiero salir. Quiero bailar. Quiero estar rodeada pero invisible. Quiero
beber tequila con demasiada sal y mover mi cuerpo al ritmo de la música, no en una
coreografía demasiado complicada que me han grabado en el cerebro.
Me cambio de ropa, me recojo el cabello en una coleta -soy más difícil de
reconocer sin mis características trenzas- y me escabullo escaleras abajo cuando mi
jefe está ocupado en una multiconferencia.
Mi propia guardaespaldas me sigue, silenciosa como una sombra. Se llama
Wrenlee, tiene treinta y pocos años, es ex militar y muy discreta. Es la única
guardaespaldas que he tenido que no me delata ante mi jefe.
Elijo un club al azar, algo cercano y popular, algún lugar que no sea conocido
por acoger a famosos. Tomo asiento en la barra, pido una copa y luego... me siento
allí. Sola. Rodeada, pero sola. No es muy diferente del resto de mi vida, la verdad.
Algunos días me pregunto si esto es realmente lo que quiero. No estoy segura
de que la fama o el dinero merezcan la soledad. Se abre una brecha dentro de mí,
este espacio vacío que se supone que debería estar lleno de gente. Mis padres
murieron cuando era joven y viví con mis tíos hasta que debuté. Luego mi tía falleció,
mi tío se volvió a casar y no lo he vuelto a ver. Ni hermanos. Ni otros parientes. Ni
amigos de verdad. El último verdadero amigo que tuve fue atropellado por un
coche...
Miro fijamente mi vaso de tequila hasta que se vacía y vuelvo a empezar.
Estoy borracha cuando me acuerdo de él, el imbécil del bar, el que me dejó
plantada porque dije algo sobre su hermana. Ahora me siento culpable por eso, por
haberle pedido una disculpa improvisada como continuación de la que le envié
aquella noche. No me ha respondido desde entonces, y supuse que no volvería a
hacerlo.
Pero soy Kaycee Quinn, pienso, odiando y a la vez queriendo al tipo por no
preocuparse demasiado por mi notoriedad ganada a duras penas. Si fuera cualquier
otra persona, habría dejado pasar el insulto y no habría dicho ni una palabra al
respecto. Cualquier cosa con tal de acercarse a la prometedora Kaycee Quinn, con
sus cincuenta y nueve millones de seguidores en TikTok.
Siento haber dicho eso de tu hermana. De verdad.
Solo que estoy borracha, así que el mensaje se parece más a esto: ssiento lo de
tu hermasna. De vrdad.
Mierda.
Intento escribir una corrección, pero la cabeza me da vueltas. He bebido
demasiado. A veces pasa, en días como hoy. Desde luego, no espero recibir
respuesta.
¿Estás borracha? Me imagino la cara afilada de ese tipo, con los labios
entreabiertos en un suspiro cansado. ¿Dónde?
Oh, es verdad. Dijo que estaba siguiendo la gira con su hermana. Hmm.
Me debato entre responderle o no, pero al final gana la soledad. Tam está en
la sala de prácticas esta noche, luego irá al gimnasio y después solo querrá una ducha
y dormir. No puedo culparlo. Pero hoy es mi día libre, y yo... supongo que también
quiero hacer un amigo. Si Tam puede hacer uno, entonces seguramente yo también
puedo.
Le envío un mensaje con la dirección del club y espero.
Al cabo de quince minutos, lo siento a mi lado. No puedo explicarlo, salvo decir
que este tipo -Joules, ¿verdad?- tiene una presencia. Giro la cabeza lentamente hacia
un lado, tratando de hacerme la interesante, y le sonrío. La expresión es afilada,
convirtiendo mis labios en una cuchilla.
—¿Has venido de verdad? —pregunto, y él resopla, alargando la mano para
arrebatarme el vaso de los dedos antes de que llegue a mis labios. Se toma el chupito,
deja el vaso sobre la encimera y me tiende la mano.
—Vamos. Estás demasiado borracha para estar sola en público.
Me quedo mirándolo, me doy la vuelta en el taburete y casi me caigo por un
lado. Maldita sea. ¿Quizá estoy mucho más borracha de lo que pensaba? ¿Hay alguien
mirando? ¿Alguien lo ha visto? ¿Se hará esto viral mañana?
Joules me agarra antes de que pueda caerme y me chasquea los dedos delante
de la cara, interrumpiendo la corriente de ansiedad acelerada de mi cerebro.
—Relájate. Nadie sabe que estás aquí. Vamos a llevarte de vuelta al hotel,
¿vale?
Entorno los ojos hacia él.
—Mi guardaespaldas está aquí; no estoy sola. —Mis palabras son arrastradas,
apenas reconocibles, pero de algún modo este tipo con cara de guapo pero muy
malvado las entiende de todos modos. Y esos ojos, tan azules, como la escarcha.
—Lo sé; ya me revisó. Pero no me refería a eso. Vamos. —Joules me arrastra
del taburete, y tropiezo, cayendo en su pecho. Me sujeta por la cintura, pero no se
aferra, ni frota, ni intenta aprovecharse. Hace lo posible por levantarme y luego se
inclina para mirarme a la cara—. ¿En qué hotel?
No debería decírselo. Debería llamar a mi jefe para que viniera a buscarme.
Resoplo un poco y se me saltan unas lágrimas que no quiero, que no merezco
derramar. Soy la jodida Kaycee Quinn, y soy rica, tengo éxito y talento. Todas las
chicas quieren ser yo. Todos los chicos quieren... acostarse conmigo.
Lloro un poco más y me pongo una mano en la cara. Y entonces, de algún modo,
lloro y río al mismo tiempo, y Joules me sostiene con un brazo que me rodea la cintura.
—¿Crees que podríamos ser amigos? —le pregunto, y parece sobresaltado. No
se lo esperaba. Frunce los labios.
—¿Por qué querrías ser mi amiga? —me responde con facilidad, como si de
verdad quisiera oír mi respuesta a esa pregunta. Mientras tanto, me guía
cuidadosamente hacia la salida con Wrenlee pisándonos los talones. A ella no le gusta
esto, pero sabe que no debe interferir en mi vida personal. Es un rasgo que mi
representante no comparte. Si Laura se entera de esto, perderá la cabeza.
—Me odias porque insulté a tu hermana —le explico, arrastrando las palabras.
El mundo se inclina a mi alrededor y tropiezo como si estuviera en la cubierta de un
barco en plena tormenta. Joules me mantiene en pie, me guía y espera a que termine
de hablar. Como Tam, en realidad le importa lo que tengo que decir. Siento que se
me calientan las mejillas—. Por cierto, lo siento.
—Ya lo has dicho: tres veces. No te preocupes. Acepto tus disculpas. —Mis
rodillas se desploman y Joules me toma en brazos con la boca fruncida—. ¿Tienes a
alguien que pueda quedarse contigo esta noche? Podrías vomitar. Demonios, incluso
podrías tener una intoxicación etílica.
No contesto. Simplemente le echo los brazos al cuello y cierro los ojos,
intentando que el mundo deje de dar vueltas. Joules me deja en paz, me lleva fuera y
llama a un taxi. Hace que el conductor nos deje a una manzana del hotel y me pone
de pie, con la espalda apoyada contra la pared. Wrenlee espera en silencio a un lado,
observando atentamente.
Joules se quita la sudadera y me la pone sobre la cabeza, levantando la capucha
para cubrirme el cabello y la cara.
—Vamos. —Me toma de la mano y me empuja hacia la parte trasera del hotel y
la entrada de empleados. Allí hay una vasija de plata vacía, apuntalando la puerta.
Varios empleados están alrededor fumando cigarrillos—. Eres la peor hermana
pequeña de la historia, Lake —dice Joules en voz alta, arrastrándome junto a ellos.
En cuanto lo oyen, los empleados apartan la mirada y nos prestan poca
atención.
Suelto una risita mientras Joules me guía por el pasillo hacia el ascensor. Una
vez dentro, me desplomo contra él.
—Debes de ser todo un reto para tenerte como hermano mayor —le digo, y él
se ríe.
—Sí, bueno, joder. —Solo esas tres palabras. Levanto la vista y lo veo
pasándose los dedos por el cabello, con expresión distante, cautelosa. No era
ninguna de esas cosas la primera noche que lo conocí. Parecía decidido, como si
pensara que podría entrar en ese club y seducir a Kaycee Quinn con el mismo
esfuerzo que emplea con otras chicas.
Ahora... no creo que le guste.
—Entonces, ¿quieres que seamos amigos? —repito, y él lo piensa un momento.
Se queda de pie con los brazos cruzados, esperando que subamos veinte pisos hasta
mi habitación. Me pregunto dónde se alojará. ¿Debería intentar reembolsarle el taxi?
Debería, pero solo tengo una tarjeta de crédito—. Puedo enviarte por Venmo el
dinero del taxi.
—No te preocupes —responde bruscamente, tomándome la mano de nuevo
cuando llega el ascensor. Joules me lleva por el pasillo hacia mi habitación,
esperando mientras intento y no consigo sacar la tarjeta llave de mi cartera—. Dios,
no puedo más. Dámela. —Saca la tarjeta de la ranura y la golpea contra el pomo de la
puerta, abriéndola y empujándome suavemente hacia dentro con una mano en la
parte baja de la espalda. Wrenlee se acerca por detrás y se gira, como retándolo a
entrar en mi habitación.
Joules la ignora y me mira por encima del hombro.
—Bebe un poco de agua, duerme un poco, y si todavía quieres que seamos
amigos por la mañana, mándame un mensaje.
Cierra la puerta tras de sí y desaparece.
Sonrío de pie en el vestíbulo, balanceándome ligeramente. Miro hacia abajo y
me doy cuenta de que aún llevo puesta su sudadera con capucha, una negra lisa con
un logotipo en la parte delantera. Dice Frost Family Construction. Pellizco la tela y me
la acerco a la nariz, inclino la cabeza hacia delante y cierro los ojos. Inhalo
profundamente, aspirando un aerosol corporal especiado y el vago olor a jabón
genérico de hotel. Lo conozco bien, de todos los años que pasé alojada en
habitaciones baratas mientras perseguía mi sueño.
No es Tam Eyre, pero... me gusta esta persona ruda y honesta.
Sí. Es él. El primer amigo de verdad que voy a hacer.
—No se lo diré a Laura —dice Wrenlee, como si pudiera leerme la mente.
Levanto la vista e intento sonreírle, pero en lugar de eso, todo el tequila que me he
bebido me sube por la garganta.
Apenas llego al baño.
Como no está exactamente en la descripción de su trabajo, Wrenlee no me
sujeta el cabello. Pero no importa, porque la sudadera con capucha de Joules lo hace
por mí.
Después, me quito la sudadera, le pongo una etiqueta de la tintorería y la
cuelgo en la puerta. Si se corre la voz de que estoy secando la sudadera de un tipo
cualquiera, diré que me la ha enviado un fanático como regalo o algo así. De camino
a la cama, recibo un mensaje de texto y me acerco al teléfono con impaciencia,
esperando un mensaje de Tam. Se esfuerza por mandarme mensajes todas las noches
antes de acostarse.
Hay un mensaje suyo, pero debe haber llegado hace un rato y no me di cuenta.
Duerma bien, señorita Kaycee Quinn. Sonrío, pero me alejo rápidamente para ver
de qué se trata la nueva notificación. No recibo muchas en este teléfono; es mi teléfono
personal y está lleno de cuentas en la sombra que tienen poca o ninguna actividad.
¿Has bebido agua? Sigue bebiéndola. Y por la mañana, tómate un ibuprofeno
para desayunar. No esperes, te arrepentirás.
Me llega otro mensaje mientras leo el primero.
Ah, y puedes quedarte con la sudadera. Mi tío las tiene impresas por
docenas. Tengo seis idénticas.
Sonrío mientras me meto en la cama con una botella de agua a mi lado.
Por la mañana, cuando el personal del hotel me devuelve la sudadera, me la
pongo y la introduzco en mi armario de forma permanente. Durante el resto del día,
compruebo si ha aparecido algún video o foto sobre mí. Si Joules quisiera, podría
armar un escándalo con lo que pasó entre nosotros.
Cuando #KayceeQuinnBorracha no aparece en las redes sociales, tomo mi
decisión.
Joules me manda un mensaje por la tarde.
Mi tío tiene ahora suficientes trabajos de construcción para los próximos dos
años. Una pausa de diez minutos entre mensajes. Gracias, KQ.
De nada. P.D. Definitivamente quiero ser tu amiga, Joules Frost.
Meto el móvil en el bolsillo de la sudadera de Joules y me dirijo al ensayo de
baile.
CAPÍTULO QUINCE
LAKE
113 bobas restantes hasta que ambos muramos...
Justo cuando empiezo a preocuparme de que Tam se haya olvidado de mí,
recibo un mensaje de texto.
¿Qué vas a ser después? ¿Un perrito de maíz? ¿Una lata de refresco?
¿Disfrazarse del alimento hace que la gente quiera comprarlo?
Sonrío, apoyo el móvil en el regazo y me vuelvo para mirar a Joules. Está
conduciendo otra vez, escuchando su música vaquera y golpeando el volante. Le
gustan las canciones de antes de que nacieran nuestros abuelos. No lo entiendo. Su
canción número uno en su Spotify Wrapped era (Ghost) Riders in the Sky de Johnny
Cash, de 1949.
—¿Escuchas esta música solo por llevar la contraria? —le pregunto, y él me
levanta la comisura del labio.
—El conductor elige la música. Es una verdad universal. Pregúntale a
cualquiera.
—Pero tú siempre conduces —replico, haciéndole un gesto—. Yo también
tengo carné, ¿sabes? Además, tengo veintidós años y estoy a punto de cumplir
veintitrés. Joules, soy adulta y estoy perfectamente capacitada para conducir un
coche.
—Sí, pero entonces ¿de dónde sacarías tiempo para acosar a Tam en las redes
sociales? Te lo juro, te estás convirtiendo en una fanática de Tam delante de mis ojos.
Es inquietante.
Me quedo con la boca abierta y los hombros de Joules se endurecen
preparándose para una bofetada. Pero no le pego. No. Por mucho que quiera pegarle,
lo haré más tarde, cuando no esté conduciendo.
—Como si tú no fueras miembro premium de la Corte de Perséfone —replico,
refiriéndome al club de fanáticos de Kaycee. Tam fue por el camino obvio, con los
Tambourines. Algo así como ENHYPEN con su club de fanáticos, ENGENE. Kaycee
eligió algo un poco más divertido, como (G)I-DLE hizo con su grupo de fans,
Neverland—. Ella ha estado usando tu sudadera con capucha toda la semana, Joules.
¿Y dices que no ha pasado nada entre ustedes? Siento que me estás mintiendo.
—Oh, definitivamente te estoy mintiendo, solo que no sobre eso. Mierda, un In-
N-Out. —Joules tira del volante hacia la salida, y me encojo, pero como siempre,
llegamos a salvo. Te digo que mi hermano se cortaría el cuello antes de hacerme
daño.
Pero ese comentario sobre mentir... lo archivaré. Lo interrogaré al respecto
más tarde.
Evitamos el auto-servicio. Como de costumbre, In-N-Out tiene una fila de diez
millas de largo. Entramos, estiramos las piernas y vamos al baño. Mientras comemos
una cesta de patatas fritas y una hamburguesa con queso, le mando un mensaje a Tam.
Vender palomitas, de ser posible sin vestirme de palomita. Pero bueno,
nunca se sabe.
Tam responde con un emoji de calavera, lo que es buena señal.
Dejo el teléfono y me concentro en la comida un rato antes de decidir enviarle
otro mensaje.
Esa canción, sobre tu padre, es hermosa. Siento haber dicho que tu música
no tenía corazón. Lloré cuando leí la letra.
Dudo brevemente antes de pulsar enviar, pero Joules me roba el teléfono y lo
envía por mí. Luego me saca una foto con varias patatas fritas saliendo de la boca y
también la envía.
—Hijo de… —No termino de maldecir porque hay demasiados niños pequeños,
pero me levanto de la silla e intento arrebatarle el teléfono a mi hermano. Con una
carcajada, me lo lanza y apenas lo tomo antes de que caiga al suelo.
¿Qué clase de bicho raro se mete diez patatas fritas en la boca a la vez? Mi
hermana.
Eso es lo que dice el texto. Y la foto mía es... bueno, no es halagadora. Intento
deshacer el envío de ambas y exhalo aliviada cuando desaparecen de mi pantalla.
Pero entonces recibo otro mensaje de Tam.
Yo también como patatas fritas así. Adelante, amiga mía. Además, tienes
kétchup en tu camisa.
Miro hacia abajo y veo que, efectivamente, tengo tres grandes manchas rojas
en mi camiseta blanca.
—Mierda.
—¿Tienes un agujero en la barbilla o algo así? —Joules resopla mientras se deja
caer en su asiento. Veo una gota de mostaza amarilla en su sudadera negra y sonrío.
Le arrebato el teléfono antes de que pueda detenerme -tengo mis huellas dactilares
guardadas en sus datos biométricos, así que es fácil de desbloquear- y le envío una
foto a la señorita Kaycee Quinn.
—¿Quieres morir antes de que te mate la maldición? —Joules me gruñe
mientras vuelve a tomar su teléfono. A diferencia de mí, no intenta deshacer el envío
de la foto. Simplemente escribe un montón de tonterías y las envía. Cuando recibe
una respuesta de Kaycee, intento echar un vistazo a su teléfono, pero no me deja
verlo.
—Simplemente desbloquearé tu teléfono y revisaré toda tu mierda personal
mientras duermes —replico, y él me frunce el ceño, intentando robarme las patatas
fritas. Las recupero, pero no sin antes perder al menos una docena de ellas a manos
de sus codiciosos dedos.
—Bien. Pues adelante. Ya revisé el tuyo anoche. Eres aburrida hoy en día, ¿lo
sabías? Tam esto y Tam lo otro. —Joules vuelve a robarme la cesta de patatas y se
mete lo que queda en la boca antes de levantarse. Sonríe con la boca cerrada,
masticando mis patatas y mirándome. Traga saliva y luego sonríe, como el villano que
es.
—Vámonos. Nos quedan cuatro horas de viaje, y los dos tenemos turnos largos
mañana.
—Te odio —le respondo, pero no es verdad, y los dos lo sabemos.
Joules toma la cesta sobrante de patatas fritas y hamburguesa que compramos
para Joe. Es como una ofrenda que dejamos al borde de la mesa. Cuando subimos al
coche con ella, ambos compartimos la comida a partes iguales, y ya no bromeamos.
No escuchamos música.
Todo lo que hacemos es recordar, porque recordar es todo lo que nos queda.

112 bobas restantes hasta que ambos muramos...


Mi nueva gerente es más joven que yo por lo menos tres años, y pasa por alto
el sombrero que se supone que debo llevar con una mueca muy visible.
—Lo siento —me dice mientras miro la horrible monstruosidad que tengo en la
mano.
El traje de hoy consiste en una camisa de rayas rojas y blancas, pantalones
rojos y zapatos negros. Llevo un sombrero cuadrado -también rojo y blanco- con una
gran bola amarilla que sale de la parte superior y que se supone que son palomitas
de maíz. Llevo una caja de palomitas en la cabeza. Pero no parecen palomitas, sino
más bien un French Poodle con un mal corte de pelo.
—¿Cuánto me pagan? —pregunto, pero no por desconocimiento. Intentaba
hacerme la graciosa.
—Salario mínimo —responde la chica, completamente inexpresiva.
—Cierto. —Esta chica no tiene sentido del humor. Asiento y me pongo el
sombrero.
Al menos esta noche hace bastante más calor que cuando vendía perritos
calientes. Además, esta vez pruebo la mercancía enseguida y descubro que las
palomitas están sorprendentemente ricas. Es un gran alivio.
Ah, y no llevo lencería debajo. Doble ventaja.
Me quedo afuera, en el paseo de enfrente, sosteniendo una gran caja con una
correa que me rodea los hombros y la espalda. Me siento como una cigarrera de los
años veinte, vendiendo cigarrillos a la gente del bar. Aunque eso suena más
glamuroso que esto, vender palomitas de maíz a los Tambourines, algunos de los
cuales lloran ante la idea de ver a Tam en concierto.
Si supieran que pasé una hora entera con él en una tienda de té de burbujas,
que me compró té de burbujas y que tengo su verdadero número. Sonrío a cada
cliente, relleno mi caja cuando se vacía y regalo palomitas gratis cuando se enfrían.
Un tipo con una máscara se me acerca antes del espectáculo.
Reconozco que es Tam enseguida. Es básicamente Clark Kent ahora mismo,
pensando que un par de gafas y un nuevo peinado lo hacen irreconocible como
Superman.
—No deberías estar aquí —le advierto, y él se sobresalta, levantando dos
dedos para taparse los labios con la máscara. Sus ojos vuelan en busca de una horda
enloquecida, pero por ahora estamos a salvo. Nadie en su sano juicio esperaría que
Tam Eyre estuviera en la acera delante del local una hora antes del espectáculo.
—Sí, bueno. Dijiste palomitas y tenía hambre. —Me tiende la mano y dejo que
la tome. Sus dedos son más ásperos de lo que imaginaba, callosos y bien usados. ¿Tal
vez de tocar un instrumento? ¿De bailar? Muchos de sus pasos de baile requieren
tirarse al suelo y usar las manos para mover el cuerpo por el escenario. ¿Quién sabe?
Levanto la vista, su mano sigue apretada sobre la mía, y sonrío.
—Bien, señor, por la generosa donación de veinte dólares, puede elegir uno
de los cuatro sabores. —Retiro la mano y me meto el dinero en el bolsillo del
delantal—. Caramelo, kettle corn, mantequilla o queso. Con veinte dólares puede
comprar exactamente un cubo. —Levanto la barbilla con orgullo y señalo mi
mercancía.
Tam, con la mascarilla bajada hasta la barbilla, me mira boquiabierto.
—¿Un cubo por veinte dólares? Creía que te estaba dando una buena propina.
—Saca más dinero del bolsillo e intenta dármelo, pero ahora me río tanto que ni
siquiera puedo tomarlo.
—¿Qué esperabas, Tom? Son palomitas de concierto.
Tam me mira con dureza.
—¿Viste la reacción de Jacob cuando lo llamé Jake? Estoy a punto de tener una
reacción similar al nombre Tom.
—¿Debería llamarte de otra forma? —le pregunto con seriedad,
pestañeándole—. ¿Quizá... Tam Eyre?
Se encoge de hombros y vuelve a mirar a su alrededor, pero todo el mundo y
su abuela (en algunos casos, literalmente, hay muchas señoras mayores entre la
multitud) están hablando de Tam Eyre. Nadie mira ni se preocupa. Solo una mujer con
un sombrero de palomitas y un hombre con una gorra de béisbol y una mascarilla se
ríen juntos.
—Bien. Tom será. —Tam se inclina para mirar la selección de palomitas de
maíz, y luego selecciona kettle corn. Qué bien. Esa habría sido mi elección, también.
Las mastica mientras me estudia—. Este es... un bonito conjunto.
Entrecierro los ojos y él me sonríe.
—Sí, mi jefe me dijo que debería ser una chica de cigarrillos, pero para
palomitas. —Hago un pequeño giro y mi caja de palomitas se va conmigo—. Le dije
que las chicas cigarrillo eran lindas, así que eso no iba a ser una posibilidad.
—Creo que estás muy guapa —me dice Tam, y siento que me invade un extraño
calor que no quiero reconocer. Debería reconocerlo. Tengo que reconocerlo, pero no
quiero ser como las demás. Todas las mujeres de esta multitud de cincuenta mil
personas probablemente encuentran atractivo a Tam y se acostarían con él si
estuvieran solteras y tuvieran la oportunidad. Yo... debería comportarme de otra
manera con él, ¿no? —Para un French Poodle.
—Aww. —Me acaricio el pecho y pongo los ojos en blanco—. Muchas gracias,
Sir Tom. ¿Te das cuenta de que hoy no he podido elegir mi atuendo? Me pagan el
salario mínimo para que me humillen.
Tam me sonríe y me tiende sus palomitas como ofrenda. Sacudo la cabeza. Ya
me he comido tres cubos y estoy llena. Se lo lleva hacia el pecho y toma otro puñado,
inclinando la cabeza hacia atrás y metiéndose unas veinte palomitas en la boca.
Levanto una ceja. Supongo que decía la verdad sobre lo de las patatas fritas.
—No te pagaban por llevar kétchup en la camisa, ¿verdad? —me pregunta, y
yo alargo la mano y le doy una palmada en el brazo por instinto. Daniel sale corriendo
de entre la multitud y Tam levanta la mano para detenerlo, como un príncipe
medieval. Por un momento me preocupa que vuelva a salir corriendo, pero Tam se
limita a sonreírme—. Bueno, ¿lo hacías? —pregunta mientras Daniel vuelve a fundirse
en las sombras. El hombre es terriblemente bueno en su trabajo. ¿Y esos ojos grises?
Me estremezco. A María probablemente le gustaría. Demonios, ¿quizá él pueda ser
su pareja y podamos matar dos pájaros de un tiro?
Además... no es una buena frase para referirse a la maldición. Eso es lo que
hace, toma a dos hermosos pájaros con las alas desplegadas, listos para volar, y los
mata a los dos de un solo golpe. Exhalo, y Tam nota el cambio en mi estado de ánimo
como lo hizo en la tienda de té de burbujas.
No dejo que saque el tema. No hablaré de Joe ahora.
—Joules envió esa mierda. Yo no... yo nunca... —Me río y alargo la mano para
robarle a Tam algunas palomitas. Me mira la mano, como hipnotizado por mi
comportamiento casual, y luego vuelve a mirarme.
—Me lo imaginé, cuando escribió mi hermana al final del mensaje.
—Vaya, qué listo eres. —replico, robándole más palomitas. Bien, mentí. Podría
comer. Cuando Tam vuelve a mirarme la mano, intento tomármelo a broma—. Seguro
que estás a dieta, ¿no? Apuesto a que ni siquiera te permiten comer esto.
—¿Cuánto dinero quieres apostar por eso? Porque tendrías razón. —Me
entrega el cubo y lo tomo sorprendida—. Tengo que irme. Cuídate, ¿vale?
Asiento con la cabeza mientras Tam se levanta la máscara, se da la vuelta y se
mete las manos en los bolsillos de la chaqueta. Cuando está “disfrazado” camina con
una joroba exagerada, como si hubiera visto demasiadas películas y pensara que así
es como debe caminar la gente que va disfrazada.
Solo lo hace más obvio; veo que la gente se gira para mirarlo. No porque sea
Tam Eyre, sino porque parece un bicho raro.
Me río entre dientes y termino las palomitas, tiro el cubo y vuelvo a mi
programa habitual.
Mientras termino el resto de mi turno, me asalta un pensamiento: eso no ha sido
un encuentro. Tam no salió a comprar palomitas y se encontró conmigo. Salió a verme
y casualmente compró palomitas.
Eso es suficiente para mantener mi estado de ánimo arriba hasta que salgo del
trabajo y me voy por Joules.
¿Adivina dónde quedamos con nuestra prima, María?
Claro que sí.
Una tienda de té de burbujas.

María escupe té de leche de lavanda sobre sí misma cuando se entera de mi


interacción con Tam.
—Mierda, mierda, mierda —refunfuña, limpiando al azar con una servilleta. Se
da por vencida enseguida y Joules pone los ojos en blanco. Al parecer, la familia Frost
está condenada en dos frentes: malditos junto a nuestras parejas, y comelones muy
desordenados—. Esto está bueno, ¿verdad? Esto suena bien. Tengo que llamar a tu
madre. —Empieza a alcanzar su teléfono y tanto Joules como yo golpeamos nuestras
palmas sobre las suyas. Termino presionada en el medio, maldiciendo porque Joules
es demasiado fuerte para su propio bien.
Retiro la mano y me la froto mientras lo fulmino con la mirada.
—No te atrevas a llamar a mi madre —le advierte, porque los dos sabemos que
si María llama a mamá, acabarán hablando una hora... por lo menos. María y mi madre
son mejores amigas. Comparten los cotilleos familiares entre ellas al menos dos veces
al día—. La llamaré esta noche para ponerla al día. Comprar un cubo de palomitas no
rompe una maldición.
—Es... —bajo la voz a un susurro—. Estamos hablando de Tam Eyre. —Doy un
sorbo a mi té con leche oolong y sonrío al ver el ridículo eslogan de la tienda en el
lateral de mi vaso. Solo pone Sabor y Moda con una silueta vagamente humana con
ojos de anime—. Ha venido a hablar conmigo, Joules, no a comprar palomitas. Eso es
un gran problema.
—Es un cabrón. Solo lo dejo salir contigo por la maldición. Si no, nunca le daría
mi bendición.
—Bueno, por suerte no estamos en 1822 y no necesito tu bendición. —Chupo
mi pajita y mastico un poco el extremo, solo para molestar a Joules. Lo odia.
—Puede que no lo necesites, pero está claro que lo quieres. —Se burla de mí,
así que le robo el té cuando termino el mío. No se resiste, me lo deja. A veces, pide
un sabor que ni siquiera le gusta anticipándose a que se lo quite. Es el hermano mayor
perfecto—. Después de romper la maldición, rompe con él. Quiero decir, rompe con
él.
Ignoro a Joules. Ni una sola vez en la historia de la familia Frost alguien ha roto
con su pareja. Ni una sola vez una pareja los ha engañado o abandonado. No sé si eso
los hace almas gemelas, o si solo los hace malditos. No importa. O estoy muerta o...
¿voy a casarme con Tam Eyre?
—¿Estás ruborizada? —pregunta Joules, con los brazos cruzados, inclinándose
y poniéndose en mi cara—. Tienes que estar bromeando.
María deja caer de golpe su bebida sobre la mesa y el té sale a borbotones por
la pajita. Se encoge de hombros, pero no cede en su empeño de defenderme de
Joules.
—Es normal que una persona se enamore de su pareja; todos en nuestra familia
lo hacen. Incluso la tía Lisa. —María resopla, y Joules sacude la cabeza con una risa
baja y furiosa. Cierra los ojos al recordar algo. No es bueno. La tía Lisa estaba
enamorada de su exmarido. No digo que no esté enamorada de su actual marido, pero
le rompió el corazón hacer lo que hizo. Nunca fue la misma después. Definitivamente
no es la misma ahora. ¿Quién lo sería después de perder un hijo?
—No estoy enamorada de Tam —les digo a los dos, y es verdad. No lo estoy.
Es guapo, pero eso es todo lo que sé. Que sea guapo no va a hacer que me enamore.
Puede bailar, cantar, actuar, lo que sea, y aun así no me enamoraré de él. Necesito
algo real, y me temo que eso va a ser mi perdición aquí. Soy demasiado cínica.
—Eres demasiado cínica —dice María, como si acabara de leerme el
pensamiento—. Intenta relajarte. Tam es tu alma gemela, y cuanto antes lo aceptes,
más feliz serás.
—Las parejas no son necesariamente almas gemelas —gruñe Joules, con los
ojos aún cerrados, posado en su silla como una estatua.
—Estoy empezando a conocerlo. —Me encojo de hombros, dándole un sorbo
al té de leche matcha con perlas de tapioca de Joules—. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Es tan... desconfiado. Si lo miro mal, puede que no vuelva a hablarme. Voy a seguir
haciendo lo que...
Me quedo paralizada cuando suena una notificación en mi teléfono y lo saco del
bolsillo para leerla.
Es Tam.
Joules me lo arrebata de la mano antes de que pueda leerlo.
—Por favor, dime que tu próximo trabajo implica llevar un disfraz de patata frita
gigante. Pagaría dinero por eso. —Joules vuelve a burlarse y baja el teléfono,
lanzándome una mirada desagradable—. No te está hablando como a una mujer; te
está hablando como a una amiga.
—¿Y? —le contesto, tendiéndole la mano para que me dé el móvil. Joules me
ignora y teclea un mensaje que sé que va a ser malo. Intentaría tomar mi teléfono,
pero no merece la pena arriesgarse a que se derrame el té de burbujas.
El fondo de emergencia de Frost se está agotando y me niego a que nadie de
mi familia hipoteque su casa por mi culpa. No puedo permitirme pedir más de un té
de burbujas al día. Sobre todo, los he estado pagando con lo que gano en mis trabajos.
Probablemente debería dejar el té de burbujas, pero podría morirme. Necesito mi
sol en un vaso para superar esto.
—¿Zona de amigos? —susurra María, sacudiendo la cabeza. Empieza a
murmurar en español, pero la ignoro. No creo en estupideces como las zonas de
amistad. Es otra palabra tonta para decir que me gusta esa persona, pero si no quiere
follar conmigo me castiga, wah. Si Tam me ve como una amiga, eso es algo bueno.
Mi teléfono vuelve a sonar y Joules sonríe. Me da otra respuesta.
—¿Quieres cortejar a Tam por tu cuenta entonces? Dame el teléfono, Joules.
—Yo que tú ya me habría acostado con él —replica Joules, y María suelta una
risita. Le doy un puñetazo a mi hermano en el brazo, pero me ignora.
—¿Como si te hubieras acostado con Kaycee Quinn? —le respondo, y él sonríe
como el imbécil que es.
—Ella ha estado usando mi sudadera con capucha toda la semana, ¿recuerdas?
Ni siquiera es mi pareja, y estoy haciendo mejor trabajo que tú. —Joules me tira el
teléfono a la mesa y me pellizca la mejilla—. Hazlo mejor, Lake.
—Que te jodan. —Tomo el teléfono y casi me atraganto con una tapioca.
Está el primer mensaje de Tam... y luego está esta monstruosidad, cortesía de
Joules.
Tam: Por favor, dime que tu próximo trabajo implica llevar un disfraz de
patata frita gigante. Pagaría dinero por eso.
Desde mi teléfono: ¿Pagarías más si me pusiera lencería debajo otra vez?
*broma. Eso fue tonto. No puedo creer que fuera tan estúpida como para ponerme
eso sin ropa encima. Estoy perdiendo la cabeza por todos estos trabajos de mierda.
La única explicación posible.
Golpeo el teléfono contra la mesa con demasiada fuerza y miro a Joules.
—¿Es broma? —Mi teléfono vuelve a sonar y Joules levanta una ceja,
levantando una mano para que María pueda chocarle los cinco—. Los dos apestan.
Sigo leyendo.
Tam: Hah. No te castigues por eso. Todos hemos llevado accidentalmente
ligueros de encaje y medias bajo nuestros disfraces de perritos calientes. *hot dog
emoji*
Parpadeo en estado de shock. Santo cielo. ¿Está... está flirteando? Espero que
no. Está saliendo con Kaycee, y eso sería... Nunca podría amar a un hombre que
engaña a su novia.
—En realidad no están saliendo —explica Joules, como si él también pudiera
leerme la mente. Es otro rasgo universal de la familia Frost. Todos somos
estúpidamente expresivos con nuestras caras y nos conocemos demasiado bien como
para perdernos una sola pista.
—¿De qué estás hablando? —pregunto mientras me desplazo hasta el siguiente
mensaje.
Desde mi teléfono: Limpiaré retretes en mi próximo trabajo. Dile a tus
fanáticos que no los atasquen. Llevo esa maldita lencería debajo de mi mono verde
pantano. Uno de mis amigos de la universidad viene de visita y puede que quiera
verlo. LOL.
Casi mato a Joules. En serio. Estoy así de cerca.
—La maldición acabará contigo —le gruño mientras él se ríe—. Ahora, por
favor, explícame qué quieres decir con que no están saliendo. Publican fotos de pareja
todos los días, bailan tango juntos todas las noches y salen en vídeos virales. Están
saliendo, Joules.
—Solo se han besado en público, nunca en privado. No se han acostado. —
Joules se encoge de hombros—. Si eso no es revelador, no sé qué lo es.
—¿Cómo sabes eso? —exijo, resistiendo el impulso de leer los siguientes
mensajes. ¿Acaso quiero ver qué más le ha enviado Joules a Tam?
—Kaycee borracha es habladora. La otra noche murmuró toda clase de
tonterías en el taxi de vuelta al hotel. —Joules me lanza una mirada socarrona, sus ojos
azules brillan—. He visto cómo se comporta con Tam; él no es su tipo. Y viceversa. No
hay ni una pizca de tensión romántica o sexual entre ellos.
—Lynn te daría una bofetada si te oyera decir eso —susurra María, refiriéndose
a nuestra entusiasta prima fanática de Tambourine, que se unirá a nosotros la semana
que viene. Gracias a Dios. He hecho todo lo que he podido para retocar mis propias
raíces de cabello, pero no es fácil. Necesito la experiencia de Lynn para que mi
cabello verde mar siga luciendo elegante—. Dice que está preocupada por ti porque
cree que Tam y Kaycee son almas gemelas. Tienes que admitirlo: son fuego en el
escenario. Y parece que se gustan de verdad cuando tienen sus citas.
—Sus citas, muy públicas y retransmitidas en directo —subraya Joules,
chocando una mano contra la otra para enfatizar—. Te lo digo: no están unidos por la
cadera. A Tam ya le gustas más. Consuélate con eso.
—Él... —No termino la frase. Es demasiado bueno para ser verdad. No puedo
permitirme creerlo. Tengo que abordar esto como si Tam y Kaycee estuvieran
enamorados el uno del otro—. Con o sin contrato, más vale que no se me insinúe antes
de romper con ella.
—O rompe con él —añade misteriosamente Joules.
Lo ignoro para leer los otros textos.
Tam: Si no me amas, morimos los dos. ¿Qué pasó con eso? Además, buena
suerte con tu amigo de la universidad. Suena genial. *Emoji de dedos cruzados*
—Joules —gruño, tecleando rápidamente otra respuesta. No puedo dejar que
Joules vea este mensaje. No sabe que le he contado a Tam lo de la maldición. No
puede saberlo. Se enfadaría muchísimo.
Era mi estúpido hermano otra vez. Los dos últimos mensajes. No les hagas
caso. Está loco.
Hay una larga pausa en la que empiezo a asustarme, pero Tam me devuelve el
mensaje.
Ya me lo imaginaba. Dile que te devuelva el teléfono. Tanto cree en la
maldición, ¿eh?
Solo intenta ayudarme. Está preocupado.
Espero con la respiración contenida, la tienda de té de burbujas y María e
incluso Joules desaparecen hasta que solo quedamos mi teléfono y yo. Esperando.
Esperando. Esperando.
Tam: No lo estés. Te lo demostraré: la maldición no existe. Dentro de un año,
los dos seguiremos aquí, y tu familia podrá estar tranquila.
Sé que Tam no me cree. Básicamente dice que espere y que esto es obviamente
mentira, así que claramente no morirás. Pero está bien. Al igual que mis amigos me
siguen la corriente, todo lo que necesito de Tam es esto, una oportunidad, una
apertura.
Borro todos los mensajes que mencionan la maldición antes de responder.
Yo: Pero además, de verdad que voy a limpiar los baños en tu próximo
concierto. No llevaré lencería (quizá nunca más en toda mi vida), así que por favor
pídele al público que no atasque nada. Por favor, pídele también a los hombres que
apunten correctamente en los urinarios. Gracias, Sir Tom. P.D. Las palomitas
estaban deliciosas.
Joules se inclina para mirar mi último mensaje y enarca una ceja.
—¿En serio? No me extraña que solo te vea como una amiga.
Pero entonces llega el último mensaje de la noche y sonrío con complicidad,
sacudiendo el teléfono en la cara de mi hermano.
—¿Ahora dudas de mí? —pregunto mientras Joules me lo roba y lo lee.
Espera. Lo diré por el micrófono. De nada por las palomitas. P.D. ¡Nunca
digas nunca! Diviértete con tu amigo de la universidad.
—Está celoso, aunque no lo sepa —anuncia Joules, y María y yo nos echamos a
reír—. En serio. Soy hombre y sé cómo piensan los hombres. Está celoso. Espera.
—Lo que tú digas, Joules. —Beso a mi hermano en la mejilla, me levanto y me
dirijo a la puerta silbando I Want to See You (Dad) en voz baja.
CAPÍTULO DIECISÉIS
TAM
Quedan 110 bobas hasta que ambos mueran...
Estoy desplomado en mi sitio habitual dentro del todoterreno, bostezando y
mirando las redes sociales. Todavía me sorprende que no sean tendencia #TamBoba
o #TamTextosPrivados. Me sorprende que mi número de teléfono no aparezca por
todo Internet. Me sorprende básicamente cualquier cosa que tenga que ver con
Lakelynn Frost.
He investigado un poco en los últimos días y he aprendido mucho sobre su
familia. Su padre es bombero voluntario y su madre es asistente legal. Su hermano es
un imbécil (su cuenta de TikTok es un desastre). Tiene un montón de tíos y primos.
La familia Frost también tiene muchas muertes inexplicables.
Esa es la parte que me asusta. Parecen una familia tan normal, pero no puedo
evitar preguntarme si están... ¿ejecutando a sus familiares? No lo sé, no lo sé. Ha
habido muchas investigaciones y cero pruebas. Ni siquiera estoy seguro de qué
pensar.
Además... ¿por qué carajo llevaba Kaycee una sudadera con capucha de Frost
Family Construction? Cuando le pregunté de dónde la había sacado, sonrió
misteriosamente y dijo que era un regalo de un fan. Eh... Te apuesto lo que quieras a
que es el hermano. Me golpeo el teléfono contra el muslo, fantaseando con cómo sería
quitarle la sonrisa de la cara a ese tipo. ¿Qué demonios se cree que está haciendo?
Seducir a tu novia, eso es lo que hace. Para que salgas con su hermana.
Para salvar la vida de su hermana, corrige mi mente, pero sacudo la cabeza. Las
maldiciones no son reales, y es una locura que esté aquí sentado pensando en ello
como si lo fuera. Joules Frost sería probablemente quien acabara con su hermana
pequeña si no cumplía las normas de la secta.
—¡Oye! —Jacob grita y yo doy un respingo. Se ha girado en su asiento para
mirarme—. Ya hemos llegado. Te he llamado por tu nombre cuatro veces. ¿Dónde te
metes en esa cabeza tuya?
Echo un vistazo y veo que Daniel tiene la puerta abierta y me está esperando.
Mierda.
Salgo del coche, aliviado al ver que hoy estamos en un aparcamiento
protegido. Sin fans, sin fotos, sin medios de comunicación.
Mi madre me espera con una falda roja brillante y una blusa blanca con un
enorme lazo en el cuello. Extiende los brazos para abrazarme, pero la estrecho en
mis brazos. Una vez me dijo que supo que yo era un hombre el día que la abracé a
ella y no al revés.
—Te he echado mucho de menos —murmura, y yo sonrío contra su cabello.
—Yo también te he echado de menos. —Me inclino hacia atrás, manteniéndola
a distancia—. Por favor, dime que pasaste algo de tiempo con Christian, y que no todo
fueron negocios.
Mi madre se merece un novio, me gusta este chico y no lo voy a dejar pasar.
¿Ella quiere meterse en mi vida amorosa? Puedo devolverle el favor. Cruzo los brazos
y le dirijo una mirada penetrante y evaluadora.
—No todo eran negocios —suelta, con las mejillas sonrojadas. Me aparta las
manos y se levanta para juguetear con su cabello perfecto, recogido en un moño y
con un aspecto de lo más elegante. Mi madre se ocupa de todos los detalles, los
asuntos legales y las relaciones públicas. No sé qué haría sin ella. Se gira, me sujeta
del brazo y me lleva al interior del local, con Daniel detrás y Jacob delante—.
Entonces, ¿qué has estado haciendo?
—He probado sabores de té con leche y té de burbujas y toppings que ni
siquiera sabía que existían. ¿Sabías que puedes comprar gelatinas brillantes con
caras? —Me río, pero mi madre me mira como si no me hubiera visto nunca.
—¿Saliste? —pregunta desconcertada, y yo me encojo de hombros.
—Soy un adulto. Puedo salir a veces, ¿no? —Si sueno a la defensiva, es porque
lo estoy. No quiero estarlo, y lo siento de inmediato, pero a veces me siento
infantilizado. Es que... quiero tener una vida aparte. Si no experimento cosas, ¿cómo
puedo escribir canciones sobre ellas?—. Hice una amiga; me ha estado enseñando
cosas nuevas.
—¿Una amiga? —Mamá hace eco, sonando cautelosa—. ¿Una chica?
Me encojo de hombros.
—Una chica. Salimos un par de veces. Nos mandamos mensajes. —Ahora mamá
está empezando a parecer más que recelosa; está entrando en pánico—. No es como
la última vez. No ha publicado nada, no ha compartido mi número.
—Todavía no, pero lo hará —me dice Elena con los labios rojos fruncidos—.
Tam, sé que es difícil dudar de la gente. Siempre has sido de los que confían. Siempre.
Pero... no puedes en tu posición, cariño.
Exhalo.
Esperaba que esta conversación fuera... exactamente como está yendo.
Mi ayudante, Maggie, aparece de la nada, con las mejillas sonrojadas y
jadeando, como si hubiera venido corriendo hasta aquí. Levanta un porta bebidas
lleno de tés de burbujas. Sonrío mientras saco uno y se lo pongo en las manos a mi
madre. Regalo otros dos a Daniel y Jacob, y luego saludo a Maggie con la cabeza.
Detrás de ella tiene a su propio equipo, cada uno con su propio porta bebidas.
—Pásalos a la tripulación; tengo algo que hacer. —Beso a mi madre en la
mejilla, ignorando su mirada nerviosa y la forma en que mira la bebida que tiene en
la mano como si fuera veneno—. Sé que no está en mi dieta; no beberé nada esta
noche.
Saco el té de sandía con gelatina de cristal del porta bebidas, me subo la
mascarilla y salgo por donde hemos venido. Daniel me sigue y Jacob grita, pero no le
hago caso.
Bajo cinco tramos de escaleras y uso el pase que me han dado para escanearme
en la entrada de empleados. Las puertas aún no se han abierto para el espectáculo,
así que es solo para el personal. Aún debo tener cuidado, pero todavía no hay una
multitud de la que preocuparse.
Me dirijo a un baño y luego a otro. Cuando llego al tercero, la encuentro. Abro
la puerta y ahí está, con el cabello verde mar recogido en dos trenzas desordenadas
y mechones colgando alrededor de la cara. Nariz pecosa. Lake utiliza un desatascador
como micrófono y canta tan desafinadamente que tengo que ponerme una mano
sobre la mascarilla para no reírme.
Está... cantando Sweet Honey. Me estoy ahogando de risa mientras me resisto a
preguntarle: «Creía que no te gustaba esa canción». Y sin embargo, aquí está, todas
las palabras salen con facilidad.
Saco el rotulador del bolsillo —no viajo a ningún sitio sin uno a mano— y firmo
el vaso de plástico con mi nombre. También dibujo un retrete y lo dejo con cuidado
en el suelo junto a la puerta.
Luego espero escondido detrás de una columna, con la espalda apoyada en
ella, los brazos cruzados y la gorra de béisbol calada.
—Está saliendo —me dice Daniel unos minutos después, y me doy la vuelta
para mirar.
Lake se detiene y frunce el ceño mientras se agacha junto a la bebida. Se quita
los guantes, se los mete en el cinturón y estira la mano para recogerla. Capto el
momento en que se da cuenta de quién ha dejado la bebida y de que es para ella.
Se sienta a reír, con la cara llena de lágrimas. Observo cómo aparta la bebida
a un lado y vuelve al baño. Cuando vuelve, se está secando las manos con una toalla
de papel, la enrolla e intenta tirarla dentro de un basurero. Falla y maldice mientras
corre a recogerla, tirándola antes de agarrar su boba.
Debería volver arriba a peinarme y maquillarme, pero llevo mi agenda al límite
siguiéndola de un baño a otro. Para cuando llega allí, ya está destapando su bebida y
echándose a la boca los restos de gelatina.
Lake se da la vuelta y tira el vaso de plástico de espaldas a una papelera,
levantando el puño cuando acierta.
Me quito la mascarilla y me vuelvo hacia Daniel.
—Firmé ese vaso. —Me devuelve la mirada, impasible—. Vale dinero en
Internet.
—Has perdido la cabeza —me dice, y luego me agarra del brazo y me arrastra
de vuelta al centro de atención, donde debo estar.

Quedan 107 bobas hasta que muramos los dos...


No se quedó con el vaso. Vaya. Estoy dolido, pero felizmente sorprendido. Otra
vez. O tal vez solo soy narcisista y arrogante, y estoy sobreestimando mi propio valor
a los ojos del fandom. Busco en Google la firma auténtica de Tam Eyre solo para ver lo
que cuestan hoy en día.
—¿Doscientos dólares? —susurro, y luego sacudo la cabeza—. Maldita sea. —
Me pican los dedos para escribir y aprieto la lengua contra la mejilla para
contenerme.
No funciona.
No estoy seguro de haber tenido nunca una amistad así, alguien con quien
compartir las cosas más aleatorias y mundanas del mundo y con quien disfrutar
haciéndolo.
¿Qué vas a hacer hoy? Es la pregunta más habitual que le hago a Lake. Parece
la más segura y siempre da pie a una buena conversación entre nosotros. Otra vez
estoy solo en mi habitación de hotel. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Podría leer, pero
siempre estoy leyendo. Leo una media de trescientos libros al año, fácilmente.
Sentado en el todoterreno. Sentado en el hotel. Sentado en peluquería y maquillaje.
Sentado entre series de baile. Descansando en un banco del gimnasio.
¿Ese libro del que Lake arrancó una página, el de los hombres lobo? Ya lo he
leído. Me suena el móvil y me enderezo un poco.
Trabajando en el camión de comida que tu... *vómito*... club de fans envió
para el personal. Ayayayayayay. ¡Deséame suerte!
Sonrío y apago el móvil para pensar un momento. Mi club de fans paga
camiones de comida y bebida para viajar y agasajar al personal. Es una costumbre
que aprendieron de la cultura K-pop en Corea y, sinceramente, es una de las cosas
que más me gustan de tener un club de fans. Es lindo.
Mmm. Tendré que enviar suerte en forma de... pases de backstage.
Envío ese texto sin pensarlo demasiado. Y luego espero. Durante treinta
minutos, me siento en una silla junto a la ventana, bebo una botella de agua y miro el
móvil. Mientras estoy aquí, debería enviar un mensaje a Kaycee, pero sé que no
responderá porque hoy está grabando varias entrevistas.
Podrían ser para el próximo concierto, por si tienes que trabajar esta noche.
Añado cuando parece que Lake no va a responderme. Me obligo a desplazarme hasta
el nombre de Kaycee, vacilando mientras intento averiguar qué decir. Tener una
amiga es fácil; es lo que me gusta.
Tener novia es... difícil.
Una pregunta para ti. ¿Conseguiste esa sudadera de construcción de un tipo
llamado Joules Frost? Eso es lo que le envío a Kaycee. Debería enviarle gifs de flores
sonrientes o emojis de corazones o... cualquier cosa menos lo que acabo de enviar.
Lake responde a mi mensaje anterior, pero no hago clic en él.
Apago el teléfono y me lo meto en el bolsillo.
Es lo suficientemente pronto como para que, si quiere los pases, mi asistente le
envíe por SMS los códigos QR que Lake tendrá que escanear en el control de
seguridad.
Me pongo la ropa de gimnasia y me dirijo al gimnasio temprano, para
quitármelo de encima. Todo ese té boba extra conlleva tiempo extra de gimnasio.
Cuando llego, ya estoy maldiciendo, golpeando la cinta con tanta fuerza que el sudor
me ciega, el cabello se me pega a la frente y mis pensamientos se aclaran un poco.
¿Estoy siendo demasiado despreocupado con todo esto de la amistad? me
pregunto, con el sonido de mis pies como único ruido, aparte del zumbido de la
máquina y la pesada respiración de Daniel mientras levanta pesas. No hay nadie más
en el gimnasio con nosotros; está habilitado para mi uso personal.
Me he colocado en una cinta de correr frente a una ventana para poder
contemplar la ciudad. Ni siquiera recuerdo dónde estamos hoy. ¿Estamos... estamos
en Texas? Mierda, ni siquiera sé en qué estado. Pulso el botón de parada y me bajo,
tropezando hasta que Daniel me agarra del brazo.
—Gracias, hombre —le digo, molesto porque no está tan sudado como yo. Me
devuelve la mirada con sus pétreos ojos grises y me estremezco. Daniel Kang no es
un hombre con el que quisiera encontrarme en una pelea. No soy tan idiota como para
creer que le ganaría. Todo el tiempo que yo dedico a bailar, él lo dedica a hacer
ejercicio y a las artes marciales. No es de extrañar que su sueldo sea de seis cifras.
Vale cada centavo.
Tomo un poco de agua, uso una de las toallas húmedas para limpiar la máquina
y luego me tomo un minuto en un banco acolchado para recuperarme.
No hay pruebas de que ninguno de los mensajes que le envío a Lake sean míos.
En este punto, podría negar conocerla y sería factible. Pero cuanto más tiempo pasemos
juntos, más munición tendrá para usar en mi contra.
Odio pensar así. No nací así; me programó la vida. Me niego a dejar que mi
depresión saque lo mejor de mí. Lo que pasó con el tipo del equipo de producción
fue aplastante, por decir lo menos. Pero esto va a ser diferente.
Podría ser peor que el tipo del equipo de producción, Tam. Esta amiga es una
mujer, y ya te ha dicho que quiere que te enamores de ella. El romance nunca hace las
cosas más fáciles.
Saco el teléfono del bolsillo y lo vuelvo a encender.
Probablemente debería trabajar esta noche, pero ¿podemos tener pases de
backstage para Seattle? Mi hermano Joules y yo, quiero decir. O solo yo está bien,
también.
Me tiembla la boca.
Oh, Joules está consiguiendo un pase entre bastidores de acuerdo. Quiero ver
bien al imbécil que amenaza con matar a su hermana, que la mantiene atrapada en
una secta, que intenta robarme a mi puta novia. Sonrío y luego me río, y no es un
sonido agradable. Daniel me lanza una mirada extraña.
Considéralo hecho. Respondo y veo que Kaycee también ha respondido a mi
mensaje.
¿Cómo lo sabes? me pregunta, pero se lo explicaré más tarde, en persona. No
quiero hablar de mis teorías sectarias por mensajes, por si acaso el contenido de mi
teléfono se filtra al público. Se lo digo, me levanto, estiro los brazos doloridos por
encima de la cabeza y suspiro.
Esto es lo que haré.
Le mostraré a Lakelynn lo serio que soy con Kaycee. La invitaré a salir conmigo
y mis amigos para que demuestre que no está interesada en mí, que no va a hacer las
cosas raras. Entonces podremos trabajar de verdad en una amistad entre nosotros.
Probablemente fracasará —todas las personas a las que he tendido la mano han
fracasado—, pero entonces podrá decirle a su familia que le di una oportunidad. Eso
debería bastar, ¿no?
Perfecto.
Tengo un plan que tiene sentido para mí y me siento mucho mejor. Mi mente
está tranquila.
Seattle... día después del espectáculo, ¿quieres ir a una sala de escape
conmigo? Puedo enviarte más detalles más tarde.
Supongo que recibiré una respuesta rápida y entusiasta.
Lake no responde en todo un día, y me maldigo cuando por fin llega su
respuesta. Sin quererlo, estaba esperando. Otra vez. Voy a dejar de hacerlo.
Una sala de escape suena genial. ¿Puede Joules venir con nosotros también?
Resoplo.
Tráelo. Creo que tu hermano y yo vamos a tener mucho en común.
Mejor dicho, Kaycee Quinn.

Quedan 105 bobas hasta que ambos mueran...


Faltan semanas para el concierto de Seattle, pero ya lo tengo todo planeado.
Ya no estoy preocupado y solo disfruto de tener a alguien cerca con quien enviarme
mensajes. Kaycee está tan ocupada como yo, así que nos cuesta conectar. Lo mismo
pasa con mi madre. Jacob siempre está cerca, pero actúa más como un representante
que como un primo. Daniel es mi amigo... creo... pero apenas habla, así que ahí está
eso. Mi chófer, Pat, es genial, pero solo lo veo en el coche y tiene más de sesenta
años, así que no tenemos mucho en común.
Lakelynn es... genial.
¿Qué vas a hacer esta noche? Doy un golpecito, esperando a oír cuál va a ser
su trabajo del día. Sea lo que sea, la buscaré en el estadio y le regalaré una camiseta
firmada o algo así. El otro día le llevé un palo luminoso con una pandereta de plástico
en el extremo y lo miró como si fuera un cartucho de dinamita encendido.
Nada. Estoy enferma. Eso es lo que me manda, y me encuentro detenido en
mitad del pasillo del hotel. Daniel gruñe molesto detrás de mí y Jacob suspira delante,
pero les presto poca atención. Anoche les compré pizza y cerveza, así que me deben
al menos un día de amabilidad. No va a ser así, pero uno puede fantasear, ¿no?
Hablando de fantasías... anoche me pasó algo en la ducha que me tiene muy
animado. Por primera vez en meses, tuve suficiente energía para tener una erección
adecuada y un orgasmo, también. No quiero pensar por qué. Lake es una chica guapa,
pero no me interesa. En ningún lugar, salvo dentro de mi cerebro, admitiré jamás que
pienso en ella de ese modo.
¿Pero ahora? ¿Está enferma? Me siento como un imbécil por hacer eso anoche.
A continuación, aparece una selfie de Lakelynn, una foto de ella recostada
sobre almohadas blancas con un feo edredón de hotel subido hasta la barbilla. Tiene
la nariz roja y los labios escamosos. Veo que tiene sudor en la frente, y eso me
preocupa: fiebre. #muertaenlacama sigue después de la foto.
Aprieto los labios y le contesto.
¿Necesitas algo? ¿Puedo enviarte medicinas?
Joules lo tiene cubierto, pero gracias, envía de vuelta rápidamente, y luego:
Tomaré una siesta ahora. HMT.
—¿Podemos irnos, por favor? Llegamos tarde —se queja Jacob, y suspiro. Es
mi primo y lo quiero, pero maldita sea, a veces solo quiero vivir mi vida a mi manera
durante cinco segundos enteros.
—No iremos a ninguna parte hasta que termine lo que estoy haciendo —le digo,
y él se vuelve para mirarme como si me hubieran arrebatado el cuerpo. ¿Por qué?
Sabe que soy una gruñón—. Mi amiga está enferma y quiero mandarle un poco de
sopa de pollo. No voy a hacer nada más hasta que lo haga.
Jacob se da la vuelta para mirarme y se quita los auriculares. Se lo mete en el
bolsillo, le entrega el iPad a mi ayudante, Maggie, y se pone las manos en la cadera.
—Tienes una sesión de fotos para la discográfica. Estas fotos tienen que ser
publicadas en Instagram esta noche. ¿Y te preocupa enviar una sopa a una fan loca?
Vuelvo a mirar el móvil y envío otro mensaje a Lake.
¿Me das el número de Joules? Así podré ver cómo estás sin interrumpir tu
sueño.
Lake responde rápidamente, y me muerdo el labio inferior hasta que Jacob
hace un agudo chasquido con la lengua.
—Sesión de fotos —repite en voz alta, y cierro los ojos.
Es mi boca. Si quiero morderla y masticarla y dejar marcas de dientes en ella, lo
haré. Haré lo que quiera.
—Bien. —Dejo de hacerlo y le mando un mensaje a Joules.
Hola hombre, soy Thomas. ¿Me puedes dar el nombre de tu hotel y el
número de habitación? Quiero enviarle algo a tu hermana.
Necesito todo lo que hay en mí para no ser sarcástico, para no llamarle la
atención por lo de Kaycee. Ahora que he tenido la oportunidad de hablar con ella, lo
sé todo sobre su heroica historia de rescatarla de un bar. No tengo muy claro cómo
se conocieron en primer lugar —ella fue muy vaga al respecto—, pero lo que está
perfectamente claro es lo siguiente: No me gusta el tipo.
Joules me manda a la mierda y me quedo mirando la pantalla del móvil. Cuando
Jacob abre las puertas de la suite del hotel, al final del pasillo, entro como un zombi y
sigo mirando el móvil. ¿Acaba de...? Sí, lo ha hecho. Por primera vez en mi vida,
quiero decir algo tópico y varonil, como “arreglemos esto fuera”. ¿Qué me pasa?
Lo siento. Ese mensaje era para mi primo. Es este. Joules me devuelve el
mensaje con la información que le pedí y yo frunzo el labio. Es imposible que haya
sido por accidente.
Vete a la mierda también, y gracias. Ese es mi mensaje. Enorme error de mi
parte. Si alguna vez se supiera que estaba hablando con alguien así, podría
descarrilar seriamente la carrera por la que he trabajado toda mi vida.
Joules: Jaja. Supongo que tienes pelotas. Es bueno saberlo.
Me río, tiro el gorro a una mesa auxiliar y me quito los zapatos. Jacob dice algo
de ducharse, pero le hago un gesto para que no lo haga y me dirijo al baño una vez
que Daniel ha comprobado que no hay acosadores. Definitivamente, no quiero
desnudarme y encontrarme a una de las camareras del hotel escondida en el armario,
como aquella vez en Miami.
Yo: ¿Por qué te preocupan tanto las pelotas? Soy hetero, lo siento.
Envío eso con una mano mientras empiezo la ducha con la otra. ¿Qué hace este
imbécil mandándome un montón de estupideces cuando tiene una hermanita enferma
en la cama que le necesita? Jodidamente asqueroso. Me tomo un minuto para buscar
restaurantes en una aplicación de comida a domicilio. Nada me parece bueno.
Entonces recuerdo que mi madre y Christian, su novio, han alquilado un Airbnb
cercano con cocina.
Se me dibuja una sonrisa en la cara cuando le envío un mensaje pidiéndole que
prepare sopa de pollo con fideos. Hace la mejor sopa de pollo con fideos del mundo.
Es básicamente lo único que sabe hacer, pero es como si todas sus habilidades
culinarias se concentraran en ese plato.
Ah, eso y la tarta de cerezas.
Le pido que haga ambas cosas y las envíe a través de mi asistente a la
habitación de hotel de Lake.
Haré algo mejor y también le enviaré termos llenos de té caliente. Responde
mamá y yo sonrío. Puede que le incomode la idea de que me junte con una fan
cualquiera, pero en el fondo es una blandengue. No puede mirar a alguien que no se
encuentra bien y no cuidarlo.
Mi teléfono emite una notificación.
Joules: Gracioso.
Eso es todo. Eso es todo lo que replica. Nada más. Tengo ganas de pelea y el
tipo no me las da. Con una mueca, dejo el teléfono sobre la encimera y me desnudo.
Enjabono mi cuerpo una, dos, tres veces. Nadie piensa nunca en la realidad de
ser artista. Llevamos desodorante, por supuesto, pero sudamos mucho. Sudo en el
escenario. Sudo cuando bailo. Sudo cuando hago ejercicio. Y soy un hombre. Huelo
mal si no me ducho dos veces al día.
Pongo la palma de la mano en la pared, me enjabono y mi mano recorre mi
vientre hasta llegar a mi polla.
Pero entonces pienso en el selfie que Lake me envió, y... No. Joder. No seas un
pendejo, Tam.
Pongo el agua fría, termino de ducharme y salgo.
Hay un mensaje de Joules esperándome. Lo siento, muchacho. Pareces taaaan
increíble. Y vaya, ¿tienes ciento setenta millones de seguidores en la aplicación
del reloj? Debes ser un súper semental.
Parpadeo ante el texto e intento descifrar si Lake lo envió desde su teléfono
como una broma o si... ¿Joules me está tomando el pelo?
No tengo tiempo para esto.
Me seco, me visto y salgo del hotel para la sesión de fotos. A partir de ahí, me
dirijo al lugar del espectáculo, y juro que, incluso con sesenta mil fans presentes, me
siento vacío sabiendo que Lakelynn Frost no estará allí.
Más tarde esa noche, Lake me manda otro mensaje.
La comida estaba increíble, gracias. ¿Dónde la pediste? Dejaré una buena
crítica.
Mis labios se abren en una sonrisa mientras me cepillo el cabello de la frente
sudorosa, el rugido del público resonando en mis oídos. Vuelvo al escenario en un
minuto para un bis no tan sorpresa.
Gracias, gracias. Le diré a mi madre que te gustó, lo hizo ella misma.
Le doy a enviar, le tiro el teléfono a mi ayudante y vuelvo a salir a cantar una
canción más.
CAPÍTULO DIECISIETE
LAKE
Quedan 98 bobas hasta que muramos los dos...
Estoy enferma durante una semana entera, lo suficiente como para que
acabemos volviendo a casa para que mi familia me mime. Mi padre finge ser rudo,
pero me trae té cada veinte minutos.
—Papá, tengo doce tazas entre dos mesillas —le explico, sentándome y
sorbiéndome un poco los mocos. Hoy me encuentro mucho mejor, pero rayos, ha sido
duro. Siento una necesidad imperiosa en el pecho que me dice que vuelva al coche,
que persiga a Tam, pero al menos sigue mandándome mensajes.
Además, no se limitó a pedirme comida en una aplicación: hizo que su madre
me la preparara.
Suspiro feliz mientras recojo la nueva taza de las grandes manos de mi padre.
—Esos tés están fríos; este está caliente. Lakelynn, te prepararé todas las
bolsitas de té de ese armario si eso te ayuda a ponerte mejor.
—De todos modos, todas las tazas están vacías; me he estado bebiendo lo que
ella no toca —explica Lynn, tumbada en el extremo de mi cama y consultando las
redes sociales de Tam en su teléfono. María está acurrucada en un sillón en la esquina,
mientras Ella, Chloe y Luna descansan en el viejo sofá que está lo más cerca posible
de la pared inclinada del ático.
Mi padre responde con un gruñido, me alborota el cabello y me echa un
vistazo.
—¿Estás segura de que no quieres que te lleve esta vez? Siento que deberíamos
pasar el mayor tiempo posible juntos. —Se le quiebra la voz y cierra los ojos un
momento.
—Tam me está mandando mensajes, papá —le recuerdo mientras recojo el
móvil. Efectivamente, hay un nuevo mensaje esperándome.
¿Te sientes mejor hoy? Si no puedes ir a Seattle, siempre te quedan Portland,
San Francisco o Los Ángeles. No te estreses.
Le dije a Tam que me preocupaba que Joules y yo no pudiéramos ir, y esta es
su respuesta.
Mi padre abre por fin los ojos, con las emociones cuidadosamente guardadas.
—Me alegro de que estés en casa. —Me clava su mirada de ojos azules y me
muevo un poco en la cama. Oh-oh. Allá vamos—. Cuando ese hombre por fin se dé
cuenta de lo increíble que eres, tráelo a casa. Quiero conocerlo cara a cara.
—Lo haré —digo, levantando la taza humeante en señal de saludo. La idea de
llevar a Tam Eyre a casa, a Fayetteville, me parece muy lejos de donde estamos.
Aún estamos en la fase inicial de esta relación, y nos quedan menos de cien
bobas para enamorarnos. Aún me cuesta hacerme a la idea, por mi parte y no por la
de Tam. Empiezo a darme cuenta de que soy tan testaruda como la antepasada que
llenó su diario familiar de los Frost con el siguiente mensaje: Conocí a mi pareja, el
muy cabrón. Lo odio. Puede morir en un agujero.
Sonrío y doy un sorbo a mi té. No necesito que mi padre ni ninguno de mis
primas lean la expresión de mi cara y utilicen la intuición familiar de Frost para
averiguar qué me pasa por la cabeza.
Papá asiente y se retira, pasando junto a Joules al salir.
—Mañana por la mañana nos levantaremos con el sol, nos despediremos de Joe
y nos iremos —anuncia Joules, de pie en el centro de la habitación con las manos en
la cadera. Mis amigas lo miran como si fuera un dios, pero él se lo ha dejado muy
claro: son las amigas de mi hermana menor y punto. Ni hablar. Que se jodan.
Pero eso no impide que Luna lo intente.
—Eh, Joules —ronronea ella, y él le frunce el ceño, dirigiéndole su mirada más
odiosa hasta que se encoge como el caro champú violeta que usa.
—Lárgate, Luna —ordena. Mi hermano fija su gélida mirada en la mía, dos bolas
de nieve lanzadas desde su molesto y apuesto rostro. Cuando era más joven, deseaba
que Joules se volviera feo a medida que crecía, para que las chicas dejaran de
molestarlo. Más que nada, deseaba eso porque es tan condenadamente engreído,
como un pavo real con una cola perfecta—. En la mañana. Saludar a Joe. Subir al
coche. Irnos. Necesitamos más encuentros y menos mensajes.
—¿Podemos ir? —pregunta Ella, poniéndose de pie para enfrentarse a mi
hermano mayor. Ella no acepta tonterías de Joules ni de nadie. Él la fulmina con la
mirada, y Ella resopla, empañando sus gafas redondas antes de metérselas por la
nariz—. Ya para, Joules. Puede que sea tu hermana, pero es nuestra amiga. También
queremos pasar tiempo con ella.
—No se está muriendo —le gruñe, extendiendo una mano para indicármelo.
Lynn arranca los ojos de un vídeo en el que Tam se quita la camiseta y... un pequeño
parpadeo se enciende en mi pecho, y me llevo a la fuerza la taza de té a los labios
para esconderme de la fea realidad. Tam me parece increíblemente atractivo. Uf.
María deja caer el libro que estaba leyendo y se levanta, probablemente para
bajar corriendo y poner a mi madre al corriente de los chismes en cuanto acabe la
pelea. Chloe se moja los labios y mira a Ella y a Joules con los ojos brillantes de
emoción. Sí, es nuestra reina del drama.
—Eso no lo sabes —responde Ella suavemente, y sé que está pensando en Joe.
Estoy segura de que está enamorada de mi primo desde la escuela primaria. Ella... se
tomó su muerte muy mal—. Vamos. Hay sitio de sobra en el todoterreno y puedo
conseguir que mis padres nos den dinero para volar a casa dentro de unos días.
—¿Podemos conocer a Tam? —Lynn pregunta distraídamente, y Joules le lanza
una mirada tan mordaz que ella da un respingo. No se lo merece. Me ha arreglado el
cabello a petición mía y tiene un aspecto increíble. Incluso mejor que antes.
—¿Esa es su motivación? —Joules se abalanza sobre la cama y rodea con las
manos el estribo de hierro forjado. Se inclina hacia nuestra prima y ella se aleja aún
más de él—. Si vienen todas y empiezan a lanzar su extraña energía de fangirls, ¿qué
creen que pasará? Tam bloqueará a Lake, conseguirá una orden de alejamiento y ella
morirá.
—¡Basta ya! —grito, empujando la taza contra la mesilla de noche y
arrepintiéndome inmediatamente de haber gritado. Me levanto, respirando con
dificultad mientras miro fijamente a mi hermano—. Vienen con nosotros. —Me vuelvo
hacia Lynn porque es la más fanática de Tam del grupo—. No harás nada de eso,
¿verdad? —Ella asiente frenéticamente, y yo sonrío antes de volver a mirar a Joules—
. ¿Ves? No pasará nada. He pasado meses fuera de casa, echando de menos a todo el
mundo como una loca. ¿No puedes dejarme tener esta única cosa?
Joules arruga la nariz, pero no dice nada. Cederá. Siempre lo hace cuando me
pongo así.
Con la primavera aquí, hace un calor agradable, así que no me molesto en
llevar abrigo. Me calzo las zapatillas y bajo al patio, donde me espera Joe.
El proceso de convertir a un difunto en tierra se llama compostaje humano y es
una opción de entierro ecológico que utilizamos con Joe. La empresa que contratamos
se lleva a la persona y la mete en un recipiente especial envuelto en un sudario
biodegradable. Se añade mantillo y virutas de madera, y luego flores silvestres. Sí, se
añaden flores silvestres y se cierra el recipiente. La temperatura, los niveles de
oxígeno y humedad se controlan para que en cuarenta y cinco días se cree una yarda
cúbica de tierra.
Una parte se utilizó en proyectos de conversación forestal, y el resto...
Salgo a la calle, atravieso la hierba y me acerco al arbusto que plantamos con...
bueno, es Joe. Éste es Joe. Me siento frente al arbolito de flores rosas y hojas verdes
en forma de corazón y cierro los ojos. Oigo a los pájaros, siento el viento en la cara,
respiro un poco más tranquila.
Si muero, estará bien. Yo también seré tierra y Joules podrá plantar un árbol en
mí como plantamos uno en Joe.
Hoy no me permito llorar porque ya tengo la nariz escocida de tanto limpiarme,
y apenas estoy superando la joroba de estar enferma. Pero joder, duele. Duele, pero
es tranquilo. Ambas cosas son ciertas al mismo tiempo.
Abro los ojos al oír pasos que se acercan, y entonces ahí está Joules, sentado
con las piernas cruzadas a mi lado.
—Joe, ¿puedes por favor ayudarme con nuestra chica? —suplica Joules,
apoyándose en las palmas de las manos—. Nunca me escucha. Quiere llevarse a toda
su pandilla de risitas de viaje con nosotros. Podría morir. Podría dejar el todoterreno
a un lado de la carretera y caminar hasta Seattle.
—Joe —empiezo, adoptando un enfoque más diplomático, como siempre hacía
cuando estaba vivo—. Si dejas que las chicas vengan con nosotros, podemos comer
sushi todas las noches. Puedes elegir todos los restaurantes y no me quejaré ni una
sola vez. ¿Te parece justo?
Joules se burla y se vuelve para mirarme.
—Qué truco barato, chistosita. El sushi era su debilidad, y lo sabes.
Me río, pero el sonido es un poco metálico, un poco extraño. Es así, cuando
recuerdas a alguien o algo que ya no existe. Feliz de tener el recuerdo. Triste de que
el recuerdo sea todo lo que tienes. Me vuelvo hacia el arbusto y me inclino hacia
delante, apoyando la palma de la mano en el suelo junto a su base, justo sobre la tierra
que antes era Joe pero que ahora es hierba y raíz de arbusto.
—Joules… le envió un mensaje a Tam sobre sus bolas. ¿Y le preocupa que las
chicas me saboteen? Joe, por favor envía ayuda.
—Tienes razón —dice Joules, poniéndose en pie y volviéndose hacia mí. Me
tiende la mano para ayudarme a levantarme, pero dudo antes de tomarla—. No soy
yo quien debería mandarle mensajes sobre sus pelotas; deberías ser tú.
—Joe, ¿oyes cómo me habla? —exijo, volviéndome hacia el árbol—. Se ha
vuelto más malo desde que nos dejaste.
—Maldita sea. Alguien tiene que protegerte de ti, chica. —Extiende de nuevo
la mano, la izquierda, y luego la retira con extrañeza.
Una idea me viene a la cabeza en un instante y me pongo en pie mucho más
rápido de lo que mi pobre cuerpo puede soportar. Jadeo, me pongo una mano en el
muslo y me inclino para recuperar el aliento. Señalo acusadoramente a Joules.
—Enséñame tu muñeca izquierda. —Mis palabras son un susurro áspero, casi
robado por el viento. Joules vacila de un modo muy extraño y luego pone los ojos en
blanco, se levanta la manga y me enseña el pálido tatuaje de su muñeca. Lo agita de
un lado a otro, y suspiro aliviada.
—Preocúpate por ti en vez de inventar una extraña fantasía sobre que
encuentre mi pareja.
—Joules, no le hables así a tu hermana —regaña la tía Lisa, que sale para
interponerse entre nosotros. Sonríe al árbol que ha crecido en memoria de su hijo. Da
sombra al patio y las flores nos dan al menos una fracción de la alegría que Joe solía
darnos—. ¿Te vas a llevar a todas las chicas contigo mañana? Eso he oído.
—Quieres decir que es lo que María le contó a mamá. —Joules suspira y cierra
los ojos, dejando caer la cabeza hacia atrás—. Señor, ten piedad.
—¿Estás trabajando en tu diario familiar de Frost? —me pregunta Lisa, y yo
asiento con la cabeza. No le digo que hice fotos de todas y cada una de las páginas
del diario de Joe para poder releerlas durante el viaje. No daba consejos, sino que
lamentaba el sufrimiento de Marla. De principio a fin, Joe estaba más preocupado por
su pareja que por sí mismo.
—Está mintiendo —anuncia Joules, cruzando sus brazos de imbécil sobre su
pecho de imbécil. Ojalá tuviera más energía, así podría encontrar una piedra que
tirarle o un palo con el que golpearle. Se lo merece—. No ha escrito ni una sola cosa.
—Eso no es verdad. —Estoy indignada, pero también miento. Lisa y Joules me
dirigen miradas coincidentes y yo me ruborizo—. De acuerdo. Lo empezaré esta
noche.
No es que tenga nada útil que añadir. Debería escribir algo de buen humor negro
como hacen mis otros parientes. No se emparejen con Tam Eyre. Fin de la historia.
—No va a empezar —continúa Joules, y la tía Lisa suelta una risita, extiende una
mano y roza con los dedos las hojas del árbol. Me doy la vuelta y entro en casa antes
de que Joules me eche la bronca. Apenas llego a la mesa, me desplomo en una silla.
Odio estar enferma.
—¿Vienes a casa por tu cumpleaños? —me pregunta mi madre, sentándose a
mi lado. Coloca un boba recién hecho sobre la mesa y mis ojos se abren de par en
par. Alargo la mano para tomarlo, leo la etiqueta y me sonrojo de placer. ¿Té oolong
de melocotón blanco con crema de queso por encima y boba de melocotón por
debajo? Estoy segura de que mi madre me quiere de verdad. Boba es amor; amor es
boba. Es mi nuevo lema.
—Mm. Creo que sí. —Clavo mi pajita roja y blanca en la tapa, justo a través del
ojo del logo de los Razorbacks. Sí, por favor. El local del campus es mi favorito, incluso
después de toda la boba y todo el té con leche que he probado en mi viaje. Tomo un
sorbo y me estremezco de placer. Mamá sacude la cabeza, con el cabello rojo
recogido en una coleta. Odia el boba, dice que no está bien que las bebidas tengan
cosas flotando dentro—. Espera, tacha eso. Sí. Definitivamente sí, estaré aquí.
—Bien. ¿Quieres cenar en Eureka Springs? Podría reservarnos una mesa en el
Grotto.
—Por favor, hazlo —le digo. El Grotto es mi lugar favorito en la cercana Eureka
Springs. Está construido contra el acantilado natural de piedra caliza, por lo que hay
toda una pared con una cueva y un manantial con agua corriente. Sería famoso en
TikTok si alguien se molestara en filmarlo y compartirlo. Debería hacerlo, traerles
nuevos negocios si puedo—. Y también quiero una barbacoa, el día antes o el día
después.
Miro a mi madre, pero no se resiste como suele hacerlo. Porque cree que este
podría ser mi último cumpleaños y que podría morir.
El tío Rob entra por la puerta principal en ese preciso momento, rompiendo la
tensión.
—Hola, cariño —me dice, dándome un beso en la sien—. ¿Vas a traer a esa
pareja a casa pronto? Quiero tener una charla con él, de hombre a hombre.
—Solo si no llego a él primero —añade papá mientras sigue al hermano de mi
madre al interior de la casa. El tío Peter está justo detrás de él—. ¿A qué hora se van?
Quiero hacerle un cambio de aceite al todoterreno y comprobar la presión de los
neumáticos.
—Las seis de la mañana —anuncia Joules al entrar por la puerta de atrás,
vestido con una sudadera roja de la Universidad de Arkansas con las mangas
remangadas. Por un momento siento que le pillo algo raro en la muñeca izquierda,
pero entonces se gira y veo que su piel está sin marcas y pálida, que la constelación
entintada allí por la mano de algún algo sobrenatural malhumorado no es rojo
brillante de advertencia. ¿A quién cabreó mi antepasado? ¿A un hada? ¿A un dios? ¿A
un demonio?
—Será mejor que empecemos. —Papá se dirige a la nevera y saca un trío de
cervezas para él y mis tíos justo cuando las chicas suben las escaleras y entran en la
habitación para unirse a nosotros. Bueno, María no. Está tumbada en el sofá,
sonriendo mientras muerde un bocadillo que probablemente le ha hecho mi madre
como agradecimiento por compartir los cotilleos.
—¿Vamos todos? —pregunta Ella, dirigiendo a Joules una mirada
desagradable. Él le enseña los dientes, pero soy yo quien responde.
—Vamos todos —les digo, y se levanta con una estridente ovación que hace
que Joules se encoge.
Termino mi bebida, me acuesto temprano y me levanto con el sol.
Me aseguro de darle un beso al arbolito antes de irme.
—Cuídanos, Joe, ¿sí? —Le saludo con la mano mientras me voy, apiñándome
en el todoterreno de mi madre con otras cinco chicas y un hermano mayor muy
malhumorado.
CAPÍTULO DIECIOCHO
JOULES
Quedan 96 bobas hasta que muera mi hermanita...
Conducir campo a través desde Fayetteville, Arkansas, hasta Seattle,
Washington, con las amigas de mi hermana es el infierno en la tierra. Luna coquetea
conmigo constantemente, Ella corrige cada pequeña cosa que digo y Chloe tiene que
ir al baño cada quince putos minutos.
—Te juro por Dios, Lakelynn, que si no sale del baño en los próximos treinta
segundos, la dejo aquí. —Estoy de pie junto al todoterreno, la espalda apoyada en él,
el sonido de los camiones zumbando al pasar mientras repostamos en Little America,
Wyoming.
¿Dónde está eso? En el culo del mundo. Joder. En ninguna parte.
Miro con el ceño fruncido a los demás turistas que salen de la pequeña tienda
con conos de helado y bocadillos. He visto entrar y salir a tres docenas de familias
diferentes mientras seguimos esperando a Chloe. Mi prima, Lynn, al menos duerme
la mayor parte del tiempo, y María está tan metida en los libros que lee que lo único
que hace es chillar cuando los personajes se besan. No me importa.
Pero era mucho más divertido cuando solo estábamos Lake y yo.
—Tiene síndrome del intestino irritable, Joules —me susurra. Pasan
demasiados semirremolques por la autopista para que pueda susurrar. No podría
oírla—. Ya sabes, síndrome del intestino irritable.
—Sé lo que es el síndrome del intestino irritable, niña. —Miro a mi hermana
menor. Está tan linda con el cabello verde mar recogido en dos moños, una sudadera
rosa chillón y una falda jean con botas. ¿Cómo puede no gustarle a Tam? ¿Qué le pasa
a ese tipo? Le dije que tenía pelotas, pero estaba mintiendo. No tiene bolas y no me
gusta—. Pero si ella tiene SII, ¿por qué compra helados y refrescos en cada gasolinera.
¿No debería controlar su dieta?
Lake me mira con sus grandes ojos marrones porque sabe que soy un completo
tonto.
—¿Puedes entrar y traerme un cono de chocolate y vainilla? Solo cuestan
ochenta y cinco centavos, y no hay tiendas de boba entre aquí y Boise.
Gruño, salgo del todoterreno y entro en la tienda a toda velocidad. La gente se
aparta a mi paso, como la luz del sol huyendo de un nubarrón. Me alegro. De todas
formas, la cola era demasiado larga.
Me uno a los pocos valientes que quedan delante de mí y saco el teléfono del
bolsillo. Kaycee Quinn... no tuvimos el primer encuentro más prometedor, pero me
está cayendo bien. Me manda recomendaciones de canciones, habla maravillas de
los restaurantes que ha probado. Normalmente, las reseñas de restaurantes vienen
acompañadas de demasiadas fotos de su comida, pero no lo comento porque también
envía selfies y es una mujer guapa. No me puedo quejar.
Una cosa que noto es que siempre está sola en los restaurantes. Siempre. Tam
nunca está con ella. Debería alegrarme que no le guste Kaycee, pero en vez de eso,
estoy doblemente molesto. Estoy molesto por Kaycee, aún más molesto por Lake.
Acabo volviendo rápido al coche con siete conos de helado metidos
desordenadamente en un porta bebidas.
—Les dije que era amable —dice Lake mientras mira a las otras chicas,
sentadas ilegalmente en la parte trasera sin asientos del todoterreno. Volarán de
vuelta al cabo de unos días, y seguiremos necesitando un lugar donde dormir cuando
nos cueste encontrar un hotel o sea demasiado caro. Otra razón más por la que no
deberían haber venido.
—Gracias, Joules —me ronronea Luna, y yo le dirijo la mirada más fulminante
que puedo. La mejor amiga de mi hermana pequeña me da mucho asco. Estas chicas
son como extensiones de Lake, y ni en un millón de años podría pensar en ellas como
algo más que amigas de Lake. Ni siquiera son mujeres para mí.
Kaycee, por otro lado... Nunca había llegado a conocer a una mujer tan
lentamente. Por lo general, es una combustión rápida y caliente y luego un adiós
mutuo. O, como con la pobre Lucy, una ruptura por un helado. Esta vez, es diferente,
y no estoy seguro de qué hacer con eso. Una combustión a rápida y caliente habría
sido mejor. Necesito alejar a Kaycee de Tam, pero... ¿supongo que un romance a
fuego lento también funciona?
Paso los conos a las chicas, llevo el mío al asiento del conductor y me siento
con el todoterreno al ralentí durante diez minutos más hasta que Chloe vuelve.
—Ninguno para ella—le advierto a Lake, pero ya es demasiado tarde. Le da el
helado a su amiga, nos vamos y la pobre Chloe tiene que aguantar una hora hasta que
encontramos otra parada de descanso.

Quedan 91 bobas hasta que muera mi hermanita...


Los pases de backstage me dieron falsas esperanzas. Pensé que Tam mostraría
algún interés por Lake esta noche, pero en lugar de eso me he quedado viendo el
mismo concierto aburrido que ya he visto cincuenta y dos veces. Solo que esta vez es
tras bambalinas, y tengo que sufrir la presencia de Tam entre canciones.
Entra corriendo en un camerino, se cambia de ropa, bebe un poco de agua, se
retoca el cabello y el maquillaje y vuelve a la carga.
Kaycee es un punto brillante en una noche por lo demás aburrida. Después de
cantar tres canciones con Tam, se pone unos leggings y una sudadera con capucha y
se une a nosotros.
—Cuánto tiempo sin vernos —me dice, con una sonrisa brillante en la cara que
me hace sentir de alguna manera. Ni siquiera sé cómo explicarlo. No es que no quiera
follármela, pero también... Maldita sea. No lo sé. Me paso la lengua por el labio
inferior y veo que sus ojos no siguen el movimiento. Se limita a sonreírme como un
viejo amigo, con la mirada fija en Lake antes de volver a mí.
Probablemente debería presentar a mi hermana, pero me atrapa ver a Kaycee
con mi sudadera. No debería gustarme la forma en que cae sobre sus delgados
hombros, la forma en que engulle su pequeño cuerpo. Frunzo el ceño. ¿Come lo
suficiente? Va siempre a restaurantes, pero mírala. Es un palo.
Me muerdo la lengua antes de que se me escape alguna estupidez.
—Hola, soy Lake —dice mi hermana, dando un paso a mi alrededor y
extendiendo su mano—. La hermana favorita de Joules.
—Mi única hermana —corrijo, observando cómo se dan la mano y luego se
apartan, estudiándose mutuamente. No percibo animosidad, pero sí cierta tensión.
—Tam me ha hablado de ti —dice Kaycee, y siento que mis labios se tuercen
en una sonrisa arrogante. Ah. Así que por eso Tam está siendo tan idiota conmigo.
Sabe que me estoy acercando a su chica y eso le cabrea. Bien. Debería darse cuenta
de que, sea o no una superestrella, soy más hombre de lo que él será jamás.
—¿Lo hizo? —pregunta Lake, sonando sorprendida. A mí no. Solo me
sorprende que Kaycee y Tam hayan tardado tanto en darse cuenta de que los
“amigos” que están haciendo son un par de hermanos de Arkansas—. Ojalá Joules me
hubiera hablado más de ti. En vez de eso, se queda callado y raro cuando le pregunto
por qué está tan obsesionado con su teléfono hoy en día.
Kaycee parece animarse y se echa las trenzas sobre los hombros. Sus ojos
marrones brillan y su bello rostro resplandece. Me gusta más así, con todo el
maquillaje del escenario borrado, pero está impresionante de cualquier forma.
—¿Antes no estaba obsesionado con su teléfono? —se burla Kaycee, estirando
la mano para darme un codazo en el brazo. Cuando Luna me hizo eso esta mañana, le
di una palmada. Hago una media sonrisa burlona cuando Kaycee lo hace, pero ella
me ignora, más centrada en Lakelynn que en mí.
Eso me saca de quicio, y me encuentro de pie con la lengua apretada contra el
interior de la mejilla, haciendo todo lo posible por comportarme como un caballero.
—Definitivamente no —responde Lake riendo, cruzando los brazos sobre el
pecho mientras empieza a sonar Sweet Honey y tengo que luchar de verdad contra el
fuerte instinto de buscar una aguja para clavármela en los tímpanos. Lake dice que no
le gusta la música de Tam, pero ¿sabes qué? La desprecio. Prefiero escuchar el tema
de la Patrulla Canina en repetición. Prefiero escuchar una recopilación de las peores
canciones Disney de la historia, como esa horrible canción del cangrejo de Moana.
Prefiero escuchar aullidos de gatos callejeros en celo que escuchar cantar a Tam
Eyre—. Joules es todo rudo, pero también está muy unido a su familia. Es una
combinación tóxica que no se presta a tener muchos amigos. Esto es bueno para él,
tenerte a ti para mandarte mensajes y hablar.
—Lo mismo —dice Kaycee, señalándose a sí misma y aceptando en silencio una
botella de agua helada con una pajita en espiral de un asistente. Se la bebe sin darse
cuenta de que lo está haciendo—. También para Tam. Sé que disfruta de sus
conversaciones contigo. —La voz de Kaycee es cortante, y entonces lo veo, la forma
en que su expresión se oscurece, se agudiza, se centra en mi hermana.
Ja. Lo sabía. Kaycee definitivamente no es tan agradable como pretende ser.
Somos aves de un mismo plumaje, esta chica y yo.
Me acerco de repente, sorprendiéndola, y me inclino para acercarle los labios
a la oreja. Kaycee se estremece y, por un segundo, deseo que tenga las mangas de la
sudadera robada levantadas para ver si se le ha puesto la piel de gallina.
—Oh, ¿estás celosa de mi hermanita? ¿Crees que Tam estaría celoso si supiera
que te llevé en brazos a tu habitación de hotel esa noche?
Cuando me alejo de Kaycee, veo a su guardaespaldas cerca, con los ojos
entrecerrados y los labios fruncidos. Estoy a punto de pelearme a puñetazos con un
profesional.
Kaycee actúa como si yo no hubiera dicho nada, pero parte de la amenaza ha
desaparecido de su expresión. Por desgracia, no sé si tiene algo que ver conmigo o
si se debe a que Tam acaba de aparecer, corriendo fuera del escenario con una
sonrisa y la ropa sudada.
Curvo el labio hacia él.
—Ve a ducharte —le digo bruscamente al tipo, que se para en seco y se vuelve
a mirarme como si nunca me hubiera visto. Pero entonces sus ojos se entrecierran y
sé que no podría olvidarme, aunque lo intentara—. Hueles fatal.
—No, para nada —dicen Kaycee y Lake al mismo tiempo, y Tam me sonríe. Y
luego se atreve a guiñarme un ojo.
Oooh, si estuviéramos en un callejón oscuro, le daría una paliza.
—A las mujeres les gusta el olor del sudor fresco masculino. No actúes como si
esto fuera un logro por tu parte. —Sonrío mientras a Tam se le tensa la mandíbula,
pero luego elige la vía fácil y me ignora por completo.
—Por favor, no seas tan grosero —suplica Lake, acercándose a mí.
Los dos miramos con frustración apenas disimulada cuando Kaycee salta hacia
delante y le echa los brazos al cuello a Tam. Espero un beso, uno con lengua y manos
por todos lados. En lugar de eso, aparece uno de los ayudantes de Tam y le lanza una
toalla mojada que él recibe y utiliza para limpiarse la cara.
Kaycee lo suelta frunciendo un poco el ceño y yo me muerdo el interior de la
mejilla para no sonreír.
Esto es como pescar peces en un barril, de verdad. Demasiado fácil. No hay
nada primario o biológico entre estos dos. Si algún par de nosotros cuatro debería ser
un conjunto platónico de amigos, deberían ser Kaycee y Tam. Parece que podrían ir
a la iglesia juntos o intercambiar patrones para tejer. Si alguna vez tuvieran sexo,
probablemente sería rebuscado, incómodo y raro, y nunca volverían a hablar de ello
después.
Pero entonces miro a mi hermana y veo lo preocupada que está, con los ojos
desviados de una estrella del pop a otra.
—Me alegro de que hayas podido venir —dice Tam distraídamente, y él ni
siquiera la mira. Si le diera un puñetazo, ¿se arreglaría su problema de actitud? Lo
fulmino con la mirada hasta que por fin mira en nuestra dirección, pasando de mí a
Lake—. Y que te encuentres mejor. Fue un resfriado terrible, ¿no?
—Seguro que era la gripe. —Lake se encoge de hombros, como si no fuera
para tanto, como si papá, tío Rob, tío Peter y yo no nos paseáramos por la sala de estar
todas las noches después de que ella se acostara, preocupadísimos. No quiero que
mi hermana acabe convertida en tierra con un árbol clavado hasta que tenga al menos
ciento diez años. Entonces puede morirse, y yo ya me habré ido, así que qué importa.
Me rasco la muñeca izquierda, que me pica, y luego me maldigo por hacerlo.
Tam no dice nada, estudia a mi hermana con indiferente interés antes de volver
a centrar su atención en Kaycee. Pero lo capto. Lo veo. No es natural, es forzado.
Quiere mirar a Lakelynn, pero siente que debería mirar a Kaycee.
Una lenta sonrisa se dibuja en mi rostro.
—¿Sala de escape mañana? —Tam pregunta, y es difícil oírle por encima del
griterío de la multitud. ¿Cómo soporta escuchar eso día tras día? Es como clavos en
una pizarra—. Yo, tú, ellos. —Ladea la cabeza en nuestra dirección—. Los chicos.
—Suena divertido —chirría Lake, rebotando un poco sobre las puntas de los
pies—. ¿Cuál es la temática?
—Casa embrujada —responde Tam, sin mirarla todavía. Kaycee levanta una
ceja y él sonríe—. ¿Quieres venir a cenar a mi habitación? —pregunta, bajando la voz
una octava.
Lakelynn tiembla a mi lado y yo doy un paso adelante.
Ya está.
Con maldición o sin ella, voy a darle una paliza.
Pero la mano de Lake en mi brazo me detiene, y suspiro. Ya veo. Se supone que
debo ser todo lo amable que pueda con este imbécil hasta que se rompa la maldición.
Luego, si tengo tiempo, puedo darle una paliza.
—Ojalá pudiera, pero no puedo. —Kaycee retuerce las manos en la parte
delantera de mi sudadera y le dedica a Tam una sonrisa de disculpa—. Tengo que
teñirme el cabello esta noche, así que puedo ir a un rodaje por la mañana y luego
reunirme contigo en la sala de escape. Puede que llegue un poco tarde.
Tam suspira y luego asiente, echándose la toalla blanca sobre el cuello. Sus
ojos verdes se vuelven hacia mi hermana.
—¿Quieres venir con nosotros por boba? —suelta Lake, sorprendiéndome.
Pero solo Joe y yo sabemos cómo es Lake cuando quiere algo. Y lo sé a ciencia cierta:
mi hermanita no está preparada para morir. Aún no está lista para dejar ir a nuestra
familia y esta vida—. Desafortunadamente, tengo a mis amigas y a mis primas
conmigo, pero me aseguraré de que se mantengan a dos metros de ti en todo
momento.
Los labios de Tam se dibujan en una sonrisa, una que toca las comisuras de sus
ojos de una manera que su sonrisa por Kaycee no lo hizo. Por favor, Joe, ayúdanos. Este
tipo es un hueso duro de roer. Te necesitamos.
Antes de salir de casa, compré el mejor sushi de la ciudad y lo dejé fuera, junto
a su arbolito, con una de las bonitas velas de mamá y una varita de incienso que robé
de la habitación de Lake. Es una ofrenda que Joe no podrá rechazar; nos ayudará.
—Claro. —Tam sonríe cuando su mánager, un tipo pequeño y nervioso de
hombros estrechos, se adelanta y le susurra al oído. Tam lo ignora, se da la vuelta y
sale corriendo por la parte trasera del concurrido escenario. Se da la vuelta para
llamar por encima del hombro—. Envíame la dirección y nos vemos allí dentro de una
hora.
Lake me devuelve la sonrisa y se dirige a la salida, mirándome al pasar. Me
deja a solas con Kaycee a propósito. Buena chica.
Aunque a solas no es exactamente una descripción exacta. Hay docenas de
miembros del personal aquí atrás, sin incluir a la chica guardaespaldas.
—¿Quieres un poco de boba? —pregunto despreocupadamente, metiéndome
las manos en los bolsillos. Kaycee me mira.
—Cita en la peluquería y dormir, es todo para lo que tengo tiempo esta noche.
Alargo la mano y le toco una de sus trenzas oscuras, y ella no me detiene.
—Ya me gusta tu cabello. —Me encojo de hombros y la suelto, pero el tacto
sedoso de esa trenza negra entre mis dedos probablemente acabe en una fantasía de
su trenza enrollada alrededor de mi…
Guardo mis pensamientos sucios para más tarde, cuando tenga un rato a solas
en el baño.
—Nos vamos a poner rubios para la siguiente parte de este drama, y la
discográfica pensó que estaría bien cambiar mi look. —Se encoge de hombros, me
ofrece otra sonrisa y se acerca. Esta vez se pone de puntillas para acercar su boca a
mi oreja—. Si se lo cuentas a Tam, te mato.
Kaycee me da un casto beso en la mejilla, se da la vuelta y se marcha en la
misma dirección que Tam.
Vaya, vaya.
Tal vez me gusta Kaycee Quinn después de todo.
CAPÍTULO DIECINUEVE
LAKE
Quedan 91 bobas hasta que muramos los dos... (en
la misma noche)
—Por favor, no me arruinen esto —les digo a las chicas, de pie frente a ellas en
la tienda de boba. El tema de esta es básicamente “chicos de los noventa”. Tiene
rayuelas de tiza de imitación en el suelo, carteles de Nickelodeon y Power Rangers en
las paredes, y toda una selección de vasos, tapas y pajitas con Pokémon.
Es... otra cosa, lo reconozco. Parecen fotos de la habitación de la infancia de mi
tía menor.
Mis amigas, mis primas y mi hermano me miran inocentemente mientras yo
permanezco de pie frente a ellos con las manos en la cadera, esperando a que la
gravedad de la situación cale hondo. Si me arruinan esto, me matarán. Pero también...
parte de ser honesta es ser vulnerable.
Voy a enseñarle a Tam una parte de mí mostrándole una parte de mi familia.
Incluso tengo una foto del árbol de Joe en mi teléfono, pero no estamos tan
cerca como para eso.
—Joules —digo su nombre y él me devuelve una sonrisa misteriosa. Luna se
inclina hacia delante para mirarlo y se sonroja. No tengo que preocuparme por ella
cerca de Tam porque está demasiado enamorada de Joules para fijarse en ningún otro
hombre.
—Lake.
—Joules.
—Lake.
—Joules.
—Canoa —gruñe, levantándose de su asiento. Se acerca a mí, se cruza de
brazos y me mira amenazador. No me molesta. Lleva haciéndolo desde que yo cumplí
ocho años y él doce. Le pincho en el centro del pecho, pero me agarra la muñeca y
no me deja hablar—. No. Deja de hacer eso. ¿Cómo te atreves a darme un sermón
sobre esto? Me importa más que sobrevivas a esta maldición que a ti.
—¿En serio? Entonces deja de amenazar a Tam. Deja de enviarle mensajes
groseros. Deja de fulminarlo con la mirada. De hecho, no te acerques a él si no vas a
ser amable. —Ahora estoy en el espacio de Joules, pero me ignora, desviando la
mirada a un lado—. ¿Me has oído? —Joules sonríe pero sigue sin responder—. Deja.
A. Tam. En. Paz.
—¿O qué? —Joules desafía, negándose en redondo a mirarme.
—Le diré a Tam que te ponga una orden de alejamiento porque estás ayudando
a dirigir la secta que me mantiene atrapada y me amenaza regularmente... —Se
supone que es una broma, antes de que Joe muriera, Chloe pensaba que la familia
Frost era una secta, pero no funciona con Tam.
Está ahí en un instante, interponiéndose entre Joules y yo.
Otra vez.
—Déjala en paz —gruñe, y mi hermano se vuelve loco. Echa la cabeza hacia
atrás y se ríe. No sé si está en un universo diferente al mío o qué, pero Tam no está
jugando. Está a punto de darle un puñetazo en la cara a Joules.
—Tranquilo, es una broma. —Pongo la mano en el brazo de Tam, sorprendida
de encontrar su piel desnuda bajo las mangas de su camiseta. Por alguna razón,
esperaba que llevara una sudadera con capucha. Desde que nos conocimos en
invierno, y sin duda ha hecho frío, la mayoría de las veces solo lo he visto en manga
larga. Esto es diferente.
Tam baja la mirada hacia el lugar donde mis dedos descansan suavemente
sobre su bíceps.
Mis amigas y primas se sientan pacientemente y en silencio, sin levantarse de
la silla. Su desinterés es fingido, casi cómico. Me muerdo una sonrisa.
Lynn mastica un palito de pretzel de la bolsa que sacó de una máquina
expendedora. Tiene el cabello rojo sangre, que contrasta extrañamente con el
vibrante verde lima del cartel de baba de Gak que tiene detrás de la cabeza.
—Eh, aquí hay rayuelas. Apuesto a que tu canción “Hopscotch Lovers” sonará
antes de que salgamos de esta tienda. Si lo hace, ¿harás la parte del puente del vídeo
de baile encima de una? —Lynn mordisquea inocentemente el extremo de su pretzel,
como si no acabara de pedirle a una megaestrella que le hiciera un baile privado.
Tam mantiene sus ojos en los míos, y estoy tan nerviosa que podría
desmayarme. Lynn, ¿qué demonios estás haciendo? Incluso Joules ya no se ríe.
Esa mirada esmeralda —fría, calculadora— se desplaza por mi rostro, leyendo
señales en mi expresión y mi cuerpo de las que ni siquiera soy consciente. Se arrastra
hacia abajo. Sobre mi pecho. Mis caderas. Hasta mis pies y luego de nuevo a mi cara.
Me mira fijamente a los ojos, penetra en mi corazón.
Todo el mundo piensa que Tam se me va a escapar. Creo que merece más
crédito que eso. Gira la cabeza lentamente para mirar a Lynn, parpadeando varias
veces al darse cuenta de que 1) hay otras personas en la habitación y 2) que he traído
a tanta gente conmigo.
—Si no suena la canción y gano la apuesta, ¿qué me toca? —Tam pregunta con
el ceño fruncido, y Lynn le da otro mordisco a su palito de pretzel. Luna se queda
mirando a Tam como si ya no recordara el nombre de mi hermano, lo cual es... ya
sabes, encantador. Chloe está enviando un mensaje de texto a alguien, y María está
leyendo un libro en su Kindle y no ha levantado la vista.
Los vasos de Ella están humeantes por el Earl Grey caliente que ha pedido y
que acaba de recoger del mostrador. Le da un sorbo mientras mira fijamente a Tam.
Su atención se desplaza a continuación hacia su guardaespaldas, ese monstruo de
rostro pétreo encaramado en una esquina. Daniel le devuelve la mirada brevemente
antes de volver a centrarse en la verdadera amenaza: Joules.
—¿Qué te toca? —Lynn piensa unos segundos—. ¿Tengo cincuenta dólares en
efectivo?
—Hecho. —Tam se cruza de brazos y luego sonríe, de pie en medio de esa
tienda de té como si no fuera una querida superestrella mundial. Solo parece un
hombre en manga corta y un par de jeans. Lo único que lo delata es el par de zapatillas
caras que lleva en los pies, unas negras con ribetes rosa pálido que están de moda en
todas partes—. Cincuenta dólares.
Lynn asiente, satisfecha, y se vuelve para darle un golpe en el hombro a Luna.
Joules se encarga de explicar el comportamiento de Luna.
—No te preocupes por esa loca. Suele mirarme como te mira a ti. Está
obsesionada con los hombres y necesita buscarse una vida.
—Viniendo del tipo que pasa más tiempo en casa de mujeres al azar que en la
suya propia. —Luna frunce el ceño, pero no está del todo equivocada. Mi hermano no
es un follador, pero sí tienes citas en serie.
Joules mira a Tam y luego hace un gesto a Luna. Está furioso, pero tiene razón.
—Tengo citas. No soy un puto, así que deja de hacerme pasar por uno. —Joules
pasa perezosamente junto a Tam y a mí, deteniéndose para mirarme y arquear una
ceja—. ¿Qué quieres, para por fin poder pedir?
—Yo le invito —dice Tam despreocupadamente, y ahora frunce esos
regordetes labios de estrella pop ante mi hermano. Guau. Ese es un movimiento de
poder si alguna vez he visto uno. ¿Ya le gusto a Tam? ¿O es que realmente no le gusta
Joules?
Me inclino por lo segundo.
—¿Cómo dijiste? —replica Joules, girándose completamente para mirarlo.
¿Ves lo que quiero decir? Me giro y miro fijamente a mi hermano hasta que deja de
prestarme atención. Su expresión se suaviza—. ¿Qué necesitas, hermanita? Yo te
invito. No queremos que la novia de Tam se lleve una impresión equivocada, ¿verdad?
—Yo pago las bebidas de todos. —Tam se mantiene estoico, en silencio, con el
ceño fruncido y una sonrisa malévola—. La tuya, la de ella, la de cualquiera que no
haya pedido aún. De hecho, mañana dejaré el número de mi tarjeta de crédito y
pagaré por cada uno de los clientes. Todo el día. De apertura a cierre.
Qué bien.
—Qué generoso, me gusta eso. —Asiento hacia Joules y lo tomo del hombro,
empujándolo hacia un lado. Tam parece todo asustado cuando se acerca para ponerse
a mi lado. Nos volvemos para mirarnos, y también estamos un poco solos por un
segundo, lo cual es agradable—. ¿Qué? No pongas esa cara. Sé que estabas siendo
un idiota y que solo intentabas mearte encima de mi hermano, pero en serio, seguro
que toda la gente que venga aquí mañana y que solo necesite una taza de sol para
pasar el día, estará contenta. ¿Importa si estabas siendo amable para ser un idiota?
No.
—Yo… —Tam se levanta y se frota la nuca—. No debería decir esas cosas,
¿verdad?
—¿Por qué sentiste la necesidad de ganarle a Joules? Solo es molesto. Ignóralo.
Tam deja caer el brazo a un lado y se vuelve para mirar los sabores de la pared.
Parece emocionado de estar aquí, lo que me hace sentir emocionada de estar aquí.
Supongo que estoy emocionada de verlo. Eso es... eso es un progreso rápido,
¿verdad?
—Ves, ese es el problema. Nunca he dejado pasar nada. Nunca. Es por eso que
estoy donde estoy, supongo. Soy... una especie de imbécil con derecho, Lakelynn. —
Tam se adelanta y sonríe a la empleada mientras yo le miro la espalda—. ¿Me
preparas un té verde de mango con aloe y miel? —Me devuelve la mirada y arquea
una sola ceja oscura, como si fuera inocente.
Oooh, este maldito tipo.
Va a desafiarme. Podría terminar odiándolo antes de amarlo. Eso es posible.
—Quiero siete. —Señalo los sabores que quiero y luego miro desafiante a Tam,
devolviéndole una cálida sonrisa—. Sigue agitando el número de bobas que tengo
antes de morir. Lo apruebo. —Le doy una palmada en el hombro y lo dejo para que
pague. Me dirijo al mostrador para recoger mis bebidas y luego a mis primas.
Tam se reúne con nosotros mientras Joules me quita de los brazos una de las
bebidas al azar, clava una pajita en la parte superior de la taza y chupa ruidosamente.
Les doy el resto a Lynn, Chloe, María y Luna. Ella no necesita ninguna; pidió su té en
cuanto entramos por la puerta y pagó en efectivo. Guardo dos para mí porque, sí, soy
la única de este grupo cuya marca de maldición se ha activado.
Tam vuelve a estar con nosotros, con su propia bebida en la mano. Abre la boca
para decir algo y entonces... la canción que suena suavemente de fondo cambia a
Hopscotch Lovers, uno de sus mejores temas. No la odio, pero... no me gusta.
—Mierda, ¿en serio? —Tam deja la bebida a un lado, se pasa las manos por su
bonito cabello y se pone en el centro de una de las rayuelas pintadas en el suelo—.
¿Por qué accedí a esto? —pregunta mientras Lynn empieza a reírse y María levanta
por fin la vista de su libro. Mis cinco chicas se giran para mirar a Tam mientras se lleva
una mano a la parte inferior de la camiseta y tira de ella como si intentara abanicarse.
El movimiento muestra gran parte de su torso, lo que creo que es intencionado.
—Ni siquiera sabe que lo está haciendo —susurro, volviéndome hacia Joules—
. Siempre está coqueteando y burlándose de todo el mundo. Literalmente. Cada
persona con la que interactúa.
—Si bien esa última parte es correcta, la primera afirmación es un montón de
mierda. —Joules gesticula mientras Tam rebota brevemente de pie en pie, como si
estuviera calentando—. Es perfectamente consciente de lo que hace, y le encanta. No
dejes que te engañe con una falsa sensación de seguridad. Lake, mírame. —Me
vuelvo completamente hacia Joules porque su voz es tan oscura, tan grave, tan seria.
Eso me asusta. Nos miramos a los ojos—. Pase lo que pase: no confieses antes de que
él lo haga. No te acerques a él. No intentes besarlo.
—¿Eh? —suelto, levantando una ceja escéptica—. ¡Esto es exactamente lo
contrario de todo lo que me has estado diciendo que haga! —Le doy una patada en la
espinilla y me mira con el ceño fruncido—. Eso por el estúpido consejo sobre la
lencería. —Empujo a Joules a un lado, para poder ver mejor. La canción llega al
puente y ahí está Tam, bailando un baile increíblemente complicado con unos pasos
que me hacen girar la cabeza. La letra habla de lo triste que es despedirse de la
infancia, y yo me cuestiono seriamente por qué le llamé desalmado.
Bien. Tampoco me disgusta esta canción.
Sobre todo cuando termina, cuando se gira, cuando me sonríe. Sus ojos no se
apartan de los míos y pienso en cómo se interpuso entre Joules y yo, como si intentara
protegerme. Intento que eso no me guste. De verdad. Es superficial y estúpido y... sé
que Joules tiene razón.
Ahora que realmente hemos visto a Tam tal y como es, veo que tiene razón:
nunca deja pasar nada. Nunca. Si le haces daño a este hombre, se separará de ti. No
puedo hacer nada que él perciba como un abuso de confianza, incluidos los gestos
románticos.
No son buenas noticias.
Mis mejillas se sonrojan, pero le doy la espalda a Tam, para que quizá suponga
que es por la boba por lo que me sonrojo. Me da un subidón cuando pido y me bebo
uno. Empiezo a pensar que quizá tenga una adicción y que debería buscar ayuda para
que el boba no sea toda mi personalidad.
Tam se da la vuelta y se acerca a mí para tomar su bebida. Está justo en mi
espacio, rozándome. Y luego se detiene. Me mira de reojo y vuelve a sonreír.
—Lo siento. Solo intentaba agarrar mi bebida. —Lo hace y se dirige de nuevo
hacia donde está sentada María, tomando asiento a su lado y señalando su teléfono—
. ¿Qué libro estás leyendo? Acabo de terminar ese en el que la chica se acuesta con
fantasmas. Fue tendencia en BookTok la semana pasada.
—Mencionó BookTok —dice Joules con indiferencia, volviendo a mirarme—.
Realmente lo odio, Lake.
—Sé que sí —respondo con suavidad, pero no miro a mi hermano.
Estoy viendo Tam Eyre, y deseo con todo mi ser poder echar un vistazo a esa
mente suya.
Maldito astuto.
CAPÍTULO VEINTE
TAM
Quedan 90 bobas hasta que ambos mueran...

Fue divertido ayer, pasar el rato con Lake y sus amigas en la tienda de té boba.
Ni siquiera recuerdo haber hecho algo así alguna vez. Incluso hoy, reuniéndome con
los únicos dos chicos en el mundo además de Daniel y Jacob que podría considerar
amigos, no estoy ni la mitad de emocionado.
Estoy de espaldas a una pared, con el pie levantado y la planta apoyada en ella,
mientras espero a que aparezcan Kaycee, Lake y Joules. Se me tuerce la boca. Anoche,
cuando le vi amenazar así a su hermana menor, casi me vuelvo loco. Quería agarrarlo
por la camisa y lanzarlo contra una pared.
Me paso una mano por la cara y me hago una sonrisa más amplia, agradable y
bonita por si alguien está mirando.
—¿Quiénes son estas personas? —pregunta Dylan mientras mira su teléfono. Si
no está haciendo ejercicio, bailando o actuando, está mirando las redes sociales. Está
más obsesionado con su imagen que yo. Y luego está... Bueno, está Adam, que canta
como su apellido, Stricken 2. Está dormido en un banco, lo que es bastante normal ya
que trabaja tan duro como yo. Yo también estoy medio dormido.
Se me escapa un bostezo y tengo que frotarme la sien durante un minuto antes
de poder responder. ¿Por qué estoy aquí otra vez? ¿Por qué estoy en una sala de
escape cuando debería estar durmiendo?
Ah, es verdad. Porque de repente decidí a los veintiséis años que iba a tener
una vida. Ya no puedo escribir canciones porque no tengo nada más sobre lo que
escribir, y me está cabreando. Además, supongo que quiero salvar a esa chica de una
secta.
Siempre que no me empuje a hacer algo que no quiero.
A nadie le ha importado que esté saliendo con Kaycee. Mis fans me envían
mensajes todo el tiempo, pidiéndome que los quiera, que les dé una oportunidad,
diciéndome que estamos destinados a estar juntos. Lo dicen en persona. Lo ponen en
carteles. Me molesta. Mucho. Es como si lo que yo quiero no importara.
Así que necesito que Lake respete a Kaycee. Eso es importante.
—Amigos míos. —Bueno, la chica lo es. Kaycee es amiga del chico.

2
Stricken: afligido.
Sé lo raro que suena eso, así que no me sorprende cuando Dylan deja de
desplazarse por su teléfono para mirarme, con su cabello rubio salpicado de azul
brillante y afeitado por un lado. Apaga el móvil, lo guarda y se cruza de brazos para
mirarme.
—Estoy... confundido. Tú y Kaycee tienen una relación... ¿abierta?
¿Poliamorosa? No lo entiendo. —Dylan mira a Adam, que ahora está brillante y
aterradoramente despierto mientras me mira.
—¿Ya no son exclusivos?
Suspiro.
—¿Dije algo sobre eso? Solo finge que estas personas son nuestros amigos, ¿de
acuerdo? Los dos, Kaycee y yo. —Suspiro y apoyo la cabeza contra la pared, cerrando
los ojos. Cuando Adam y Dylan se dan cuenta de que no estamos teniendo ningún tipo
de discusión interesante, vuelven a lo que estaban haciendo.
Creo que me quedo dormido porque cuando abro los ojos, parpadeando en la
cegadora luz de primera hora de la tarde, ahí está Lake. Está de pie frente a mí y me
espera con una leve sonrisa en la cara. Lleva un vestido blanco y negro con el cuello
almidonado, el cabello verde mar recogido en trenzas y cintas negras. Sus botas son
del mismo rosa que los cordones de mis zapatos, pero hago como si no me diera
cuenta.
—¿Estaba durmiendo? —le pregunto, y ella se ríe, aplaudiendo delante de su
cara.
—Te llamé por tu nombre. Te golpeé en el brazo. Nada.
—¿Cómo me has despertado entonces? —pregunto, y entonces se me escapa
otro bostezo y me tapo la boca con una mano y cierro los ojos. A veces odio mi horario.
Quiero dormir. Y luego salir con los amigos. Y luego volver a dormir. Por una vez en
mi vida, quiero un fin de semana de dos días. Abro los ojos y veo que Lake sonríe.
—Te susurré un secreto al oído. —Se encoge de hombros y siento que me
ofusco. Se me traba la lengua en la comisura de los labios mientras me apoyo contra
la pared, con los brazos cruzados y un tobillo sobre el otro.
—¿Y cuál era el secreto? —pregunto, pero ella se limita a sacudirme la cabeza.
—Si no lo has oído antes, ahora no es mi problema. —Pasa junto a mí y se dirige
en dirección a la casa embrujada, dando la vuelta cerca de la entrada y agitando los
flecos de su sombrero de bruja—. Me he disfrazado un poco para hoy. Nunca he hecho
una sala de escape en una casa encantada. He hecho templos; he robado bancos; he
estado en un bar de los años 20 durante la prohibición. ¿Pero esto? Esto me
entusiasma.
—¿Puedo esperar fuera? —pregunta estúpidamente Joules, y yo resoplo una
risa irritada.
—Joules, Lake —empiezo mientras me pongo a su lado—. Este es Dylan y ese
es Adam. Chicos, ella es Lake, y el tipo es Joules.
—Qué divertido —dice Dylan, ya aburrido. Ahora me estoy cuestionando
seriamente por qué he montado esto. ¿Qué me pasa? Podría estar ensayando ahora
mismo. Voy a sacar un nuevo disco al final de esta gira, y hay un montón de otras
mierdas que debería estar haciendo hoy.
—No tienes por qué venir —le digo, y entonces miro a Adam, que vuelve a
mirarme—. Quédate aquí y duerme si quieres. Joules, seguro que puedes esperar
fuera. —Me doy la vuelta y agarro a Lake del brazo, tirando de ella hacia el vestíbulo
iluminado. La suelto en cuanto llegamos al mostrador, pero siento un extraño
cosquilleo en el cuerpo. Antes creía que eran escalofríos, de verdad. Como una
reacción terrible a una persona muy mala.
No estoy seguro de lo que creo que es hoy.
Nos registramos, y es sorprendentemente eficiente. El empleado sabía que iba
a venir —hoy hemos reservado todas las habitaciones y todas las franjas horarias—,
pero no parece reconocerme, o bien no le importa quién es Tam Eyre. A algunas
personas no les importa, y está bien.
Mentiroso, susurra mi ego.
—Vamos a esperar a Kaycee aquí —le digo a Lake, deteniéndome junto a la
puerta que conduce a nuestra sala de juegos. Cuando estemos listos, la empleada nos
pondrá un breve vídeo que explica las reglas del juego y nos cuenta una historia cursi
que acompaña a los acertijos que tendremos que resolver.
Nunca había estado en una sala de escape, pero me apetece. A Lake parece
gustarle, lo cual se agradece.
—Tú y Joules son como el agua y el aceite, ¿verdad? —pregunta, y luego
suspira.
—No debo ser tu pareja entonces, ¿eh? —bromeo, y luego me pregunto si no
ha sido un poco mezquino. La expresión de Lake cambia de inmediato y veo que no
le hace ninguna gracia. Está triste por algo. Reconozco la expresión de antes. Ahora
se la he visto varias veces.
—Te eligió la maldición, Tam —dice, y luego rueda la cabeza sobre los
hombros y exhala con fuerza, cambiando de humor en un instante—. Nunca he jugado
a una sala de escape tan lujosa como ésta. Este lugar ha ganado todo tipo de premios.
Hay como cinco o seis habitaciones y atracciones muy elaboradas. He oído que
incluso hay una habitación con niebla de hielo seco.
—Uh. Okey. —Ni siquiera sé qué decir a eso. Me meto las manos en los bolsillos
mientras me invade la incomodidad de estar a solas con una completa desconocida.
Daniel está al otro lado de la habitación, escabulléndose entre las sombras como un
mercenario. Se enfada cuando le saludo en público, así que intento no hacerlo. Jacob
está de pie justo delante de las puertas, como si no se atreviera a entrar aquí conmigo
ahora mismo. Está cabreado, lo cual es bastante normal.
Finalmente, Adam y Dylan entran, y Kaycee les sigue poco después.
Camina junto a Joules, y siento que mi temperamento se enciende de nuevo.
—Ya podemos empezar —le digo a la empleada, y entonces me acerco a
Kaycee y me quedo de pie, rígido. Debería agarrarla y besarla, pero está demasiado
cerca de Joules. Para tocarla, tendría que rozar mi brazo con el suyo, y eso no va a
pasar—. Hola, me alegro de que hayas venido.
—Yo también —respira y se pasa una mano por el cabello. Kaycee se queda de
pie como si estuviera esperando algo.
Le sonrío suavemente.
—Me gustas rubia. Te queda bien.
—Gracias —responde con un bonito rubor. Engancho mi brazo con el suyo en
el lado opuesto al de Joules, y todos nos dirigimos a la habitación contigua, vemos el
vídeo, supongo que estamos cazando el fantasma de una mujer pionera que se dice
que habita esta casa, y luego nos envían dentro.
Está oscuro y es difícil ver, sobre todo cuando el empleado cierra la puerta
detrás de nosotros.
—Okey —dice Lake, con un tono competitivo en la voz que me gusta—.
Tenemos una hora. Vamos a ver si podemos encontrar una manera de conseguir un
poco de luz en esta habitación en primer lugar.
Oigo sus pasos, pero no veo nada. A mi lado, oigo bostezar a Kaycee.
—¿Estás cansada? —le pregunta Joules—. ¿Tienes hambre? Porque parece que
nunca comes.
—No necesito tu opinión sobre mi cuerpo, amigo —responde Kaycee, con una
mordacidad en la voz que nunca había oído antes.
Ja.
Me suelto de su brazo y empiezo a moverme por el borde de la habitación,
pasando por delante de una estantería, un escritorio con una lámpara encolada y un
libro de páginas ásperas. Sigo avanzando, esperando que mis ojos se adapten a la
falta de luz.
Y entonces rozo algo suave, y hay una suave exhalación de aliento delante de
mí.
—Esas son mis tetas, Tam —dice Lake secamente, y oigo a Joules hacer un
sonido de molestia desde detrás de mí.
—Lo siento —le digo con sinceridad, bajando los brazos. Tengo los labios
fruncidos y estoy irracionalmente enfadado conmigo mismo. Ha sido un desastre.
También me he sentido muy bien. Cierro las manos en puños. Mi puta novia está aquí,
no puedo tocar a otras mujeres.
Me preocupa tanto que Lake se me eche encima cuando soy yo el que tiene el
problema.
Sacudo la cabeza y sigo, pero Lake se me adelanta hasta el interruptor de la
luz.
—¡Lo tengo! —Tira de una palanca y se encienden las luces. Son fluorescentes
tenues y parpadeantes, pero al menos ahora puedo ver—. Hay tres pasadizos en esta
sala que están abiertos. Separémonos y evaluemos terreno. —Lake estira la mano y
me agarra de la muñeca, arrastrándome con ella por un estrecho pasillo que está tan
oscuro como estaba la habitación antes de que encendiéramos las luces, y luego a un
gran espacio con la prometida niebla de hielo seco.
Hay lápidas en el suelo, iluminadas frontalmente con pequeños focos para que
podamos leer los epitafios.
Lake me suelta la mano y nos separamos, cada uno en una dirección mientras
buscamos pistas. ¿De verdad le agarré los pechos por accidente en la oscuridad? No
puedo evitar pensar en ello.
Con la mente tan distraída como la tengo, no encuentro ni una sola pista hasta
que vuelvo a encontrarme con Lakelynn.
Está en cuclillas frente a una de las lápidas falsas, con la mano sobre un libro
morado que está apoyado en ella. Pero hasta ahí llega. Espero que levante el libro,
que se vuelva hacia mí, que me lea la siguiente pista o al menos que me muestre lo
que hay entre sus páginas.
En lugar de eso, se queda donde está, agazapada.
Cuando me acerco a ella y me agacho para mirarle a la cara, veo que tiene
marcas de lágrimas en las mejillas. Captan el débil resplandor de la luz de la lápida,
y su cabeza es el único punto brillante entre las sombras.
Miro de ella a la lápida, leyendo la inscripción en mi cabeza.
Querido Joe, vales más muerto que vivo, se busca QDEP. Se supone que es una
broma tonta, pero por la razón que sea, ha desencadenado algo en Lake que no puedo
deshacer. Así que no digo nada. Me quedo donde estoy y espero.
Cuando vuelve a caer sobre su culo y apoya la cabeza en la mano, sigo
esperando.
Me meto la mano en el bolsillo, saco un pañuelo y se lo doy.
Me lanza una mirada de incredulidad llena de lágrimas.
—¿Llevas un pañuelo en el bolsillo? —pregunta asombrada. La miro fijamente,
con la mano extendida y un pañuelo a cuadros doblado en la palma.
—Mi abuelo me dijo que todos los caballeros llevan pañuelos.
Lo digo en serio. Tampoco estoy seguro de por qué le dije eso. ¿Tam Eyre
llevaría pañuelos? ¿O es solo cosa de Thomas? El hecho de que ni siquiera lo sepa es
un problema. Cuando Lake no acepta el pañuelo, alargo la mano y enrosco
suavemente los dedos alrededor de su muñeca. Tiro de su mano hacia delante y le
pongo el pañuelo en la palma. Lo envuelvo con los dedos.
La miro a los ojos. Están hinchados de llorar, pero todo tiene el mismo color
extraño en este cementerio a media luz hecho de espuma de poliestireno y hielo seco.
Aprieto ligeramente los labios y sigo agarrado a su muñeca.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunto, pero ella niega con la cabeza y luego
me sonríe.
—Me torcí el tobillo cuando venía por la pista. —Una completa patraña, pienso
mientras Lake levanta la cabeza hacia el cronómetro de la pared. Hay un reloj con
grandes números rojos contando el tiempo que nos queda para terminar el juego.
Cuarenta y dos minutos.
—Tenemos que darnos prisa —exhala Lake, recogiendo el libro y abriéndolo
con una sola mano. Dentro hay dibujado un número de cuatro dígitos que brilla en la
oscuridad. Su sonrisa capta la luz de la lápida cuando gira la cabeza para mirarme—.
¿Quieres apostar a que es el código de una de esas cajas cerradas de la primera
habitación?
Noto el pulso salvaje de Lake en su muñeca, y recorro su longitud con el pulgar
antes de soltarlo. ¿Se ha acelerado? Nos miramos fijamente, pero ella no me da
ninguna indicación de que yo sea la razón de su pulso frenético.
—Si vas a seguir ahí sentado mirándome fijamente, nunca llegaremos a la
escapar. Toma mi mano y ayúdame a levantarme. Dije que me torcí el tobillo, ¿no?
Levanto las cejas, me pongo en pie y le tiendo la mano. Mierda, ¿quizá no soy
tan caballero después de todo?
—Dime que estás aquí o llamo a la policía. —La voz monótona de Joules es
precedida apenas por la aparición de Kaycee entre la niebla. Tiro a Lake de la muñeca
y la pongo en pie. Kaycee nos mira extrañada, pero entonces suelto la muñeca de
Lake y me doy la vuelta, metiéndome las manos en los bolsillos.
—Cuatro-ocho-cuatro-ocho, es uno de los códigos de la cerradura —murmura
Lake, y luego se marcha sin cojear en absoluto. Entrecierro los ojos al verla alejarse
antes de darme cuenta de que Kaycee me ofrece su brazo.
Lo sujeto y vuelvo a la primera habitación, la que está decorada como una
mansión victoriana en ruinas. Papel de pared morado oscuro descascarillado con un
dibujo de rosas espinosas, una lámpara de araña que cuelga torcida y cubierta de
telarañas de imitación, cuadros en la pared que se convierten en esqueletos cuando
los miras desde el ángulo adecuado.
Lake ataca los rompecabezas de la sala de escape como si hubiera apostado
dinero a que lo resolveríamos en el tiempo límite de una hora. Joules la sigue, y de
vez en cuando veo un brillo de emoción en sus ojos. Solo finge apatía; lo que no le
gusta soy yo, no la sala de escape.
Dylan y Adam también se meten en el asunto, pero Kaycee parece distraída.
No resuelve una sola cosa, y la mitad del tiempo no estoy seguro de que ella sabe lo
que está pasando. Probablemente solo está cansada. Entiendo la sensación por
completo.
—¡Lo hemos conseguido! —Lake recupera alguna baratija que solía pertenecer
al fantasma pionero, la arroja a un pozo falso y la puerta de salida se abre. El
temporizador se detiene—. ¡Escapamos! —Choca los cinco con todos, incluida
Kaycee, antes de mirar en mi dirección.
Casi vacilante, levanta la mano, y yo le dirijo una sonrisa de lado y un choca
esos cinco.
Al parecer, conseguir el tercer puesto en la clasificación de hoy nos ha hecho
ganar una camiseta gratis. Todo el mundo está de acuerdo en que Lake debe elegir
el estilo y la talla, y sale de allí con una camiseta negra de cuello redondo con una
imagen del fantasma pionero en la espalda.
—¿Entonces te gustaba ese sitio? —le pregunta Joules, en voz tan baja que sé
que no debía oírlo. Casi parece humano cuando habla con su hermana. Es chocante.
—Mm. —Lake asiente y se detiene junto a un camión de comida, estudiando el
menú.
—¿Tienes hambre? —le pregunto, acercándome a su lado. Me mira y se encoge
de hombros.
—Podría comer.
—Yo pago, ¿se apuntan? —pregunto mirando a Adam y Dylan. Pero Adam ya
está subiendo a la parte trasera de un Escalade negro, y Dylan está en el lado opuesto
del aparcamiento hablando por teléfono. Sí, claro. Mis “mejores amigos”.
—Ojalá pudiera, pero ya llego tarde —gime Kaycee, levantando la mano para
frotarse la cara—. Me muero de hambre.
—No te irás de aquí sin comer —ordena Joules, y me quedo con la boca abierta.
¿Quién demonios se cree que es para hablarle así a Kaycee? Ni siquiera la conoce.
—Puedo... hacer lo que me dé la puta gana, Joules Frost —le dice, pero cuando
él se burla y se acerca a la ventanilla del camión de comida para pedir, ella se sienta
en una mesa—. Pero supongo que tengo cinco minutos para comer antes de irme.
—Podemos comer aquí... —Lake empieza, y entonces Joules me mira por
encima del hombro, con una ceja levantada en señal de desafío. Es tranquilamente
calculador, y me preparo para el siguiente ataque verbal.
—Te ofreciste a invitar a mi hermana a comer. Somos jodidamente pobres. No
te atrevas a faltar a tu palabra.
Se me escapa una carcajada mientras niego con la cabeza, manteniendo las
manos quietas metiendo los dedos en los bolsillos. ¿Quiénes son estos hermanos
Frost? Los dos son raros, pero me gusta la energía que desprenden. Aunque Joules
podría perder la actitud.
—Podría comprarle a tu hermana un restaurante entero y no me inmutaría. —
Me giro y veo que me mira fijamente, con los labios entreabiertos—. ¿Qué te parece?
Toda una tienda de boba.
—Eh... me conformaría con una sola comida en un asador o algo así… —Lake
se encoge de hombros, y yo vacilo ligeramente, seguro de que puedo oír las palabras
de Jacob resonando en mi cabeza.
Oh.
No, no en mi cabeza. Está de pie junto a mí y susurrando.
—No puedes ser visto en un asador, de todos los lugares, con una chica
cualquiera.
—Okey, hagámoslo. Conozco el sitio perfecto. Tampoco hay código de
vestimenta, así que no tendremos que cambiarnos. —Me alejo de Jacob, pero no me
pierdo su maldición detrás de mí—. ¿Te parece bien, Kaycee? —le pregunto,
poniéndome a su lado. Puede que no haya sido yo quien la haya invitado a salir, el
director general nos emparejó, pero que me aspen si no doy lo mejor de mí. Kaycee
es mi primera novia de verdad, así que... debería intentar no meter la pata.
—Me parece bien —dice Kaycee, pero hay un tono extraño en su voz. Abro la
boca para preguntarle si está segura cuando Joules le pone una bandeja de comida
delante.
—Salteado de verduras con un poco de arroz integral. No hay forma de que no
puedas comer esto, incluso si estás a dieta. Come. —Joules toma asiento frente a
Kaycee, y luego nos mira a Lake y a mí con extrañeza—. ¿No se iban? Adelante.
Quiero a Lake de vuelta en el hotel antes de las diez.
—Voy a asfixiarte mientras duermes esta noche —le dice, y yo enarco las cejas.
¿Eh? Entonces, ¿no es solo él quien la amenaza...? Empiezo a preguntarme si esta
teoría de la secta es jodidamente estúpida. Pero si Lake y Joules no están en una secta,
entonces ¿qué pasa con este asunto de la maldición? Por lo demás parece tan
normales—. ¿Tomo un taxi y nos vemos allí, Tam?
—Sería estupendo —empieza Jacob, pero le interrumpo con la mirada. Puede
que sea mi jefe, pero no te equivoques: yo soy el jefe.
—Puedes ir en el todoterreno —le digo a Lake, y ella asiente, siguiéndome
mientras me dirijo en esa dirección. Me detengo en medio del camino de ladrillos e
inclino la cabeza hacia atrás. Hoy hace sol, el calor de la primavera se manifiesta en
los brotes verdes de los árboles. Tengo tantas ganas de preguntarle a Lakelynn por
qué lloraba en el cementerio, pero es como si nunca hubiera ocurrido. Está de pie
unos metros delante de mí, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados.
—Gracias por recordarme que me tome un minuto para apreciar este tiempo
—murmura, y entonces ambos bajamos la cabeza y ella abre los ojos. El conjunto que
lleva hoy es... me gusta cómo le queda. Le queda bien.
Sonrío pero no digo nada, dirigiéndome al todoterreno mientras Pat aparece
para abrir la puerta trasera.
—Gracias —le digo mientras ayuda primero a Lake y luego a mí. Daniel sube
atrás, como siempre. Nunca se sube al coche antes que yo, por si acaso, aunque eso
signifique pasar por delante de los dos asientos. Jacob vuelve a quejarse desde el
asiento del copiloto.
—Deberíamos llamar antes para que nos den el restaurante. Supongo que
comerás en el lugar que recomendó tu mamá.
—¿O podríamos conseguir una cabina sombría en la esquina? Y sí. —Estoy
desplomado en el asiento, intentando no mirar fijamente a Lake. ¿Qué piensa ella de
estar en el todoterreno conmigo? ¿Está emocionada? ¿O realmente no es fan mía? No
puedo decidir si quiero que lo sea o no. Si no lo es, supongo que mi orgullo se
resentirá. Si lo es, entonces es como todo el mundo. No lo sé. Me froto la cara y me
pregunto por qué me importa. Porque es tu amiga, idiota—. Quiero algo bueno, como
un filet mignon.
—El filet mignon no está en tu dieta. —Jacob se burla y sacude la cabeza. Si
suena mezquino, no es que lo intente. Si no mantengo un nivel casi perfecto de forma
física, alguien más lo hará. Su estrella subirá y la mía se hundirá, y eso es... el mundo
del espectáculo. Suspiro y me siento, apoyando la mano en el borde de la silla de
Jacob para poder inclinarme hacia delante y mirarlo. Siento que Lake me observa.
—Es mi día de trampa, Jake.
—Ya has tenido un día de trampa esta semana, Tam —responde suavemente, y
yo muevo la mandíbula.
—Esta semana he pasado dos horas extra que no tenía en el gimnasio. No lo
olvides.
—Esas dos horas extra podrían cubrir una de esas bebidas asquerosas que has
estado tomando.
Lake jadea y luego lanza su camiseta fantasma al hombro de Jacob. Daniel ni
siquiera se mueve. No es su trabajo proteger a Jacob, así que... Daniel es bastante
literal cuando se trata de la descripción de su trabajo. Ahogo una carcajada cuando
Jacob se vuelve para mirar a Lakelynn por encima del hombro.
—No insultes al Boba. Es la bebida de los dioses. —Se vuelve a sentar, cruzada
de brazos, y sus ojos se entrecierran y oscurecen. He pasado mucho tiempo en
BookTok tratando de entender cómo son exactamente los ojos oscurecidos, pero Lake
es un buen ejemplo. Parece que podría matar fácilmente a Jacob y no perdería el
sueño por ello—. El cuerpo de Tam es una roca. Tiene, qué, ¿un diez por ciento de
grasa corporal? Deja que el hombre coma un filete. Dios mío. La gente de Los Ángeles
es muy rara.
—¿En contraposición a la gente del Medio de la Nada, Arkansas, que come
suficiente carne roja como para provocar cardiopatías a dos corazones? —Jacob
resopla y Lake se ríe.
—Muerte por un filete o una larga vida bebiendo batidos fríos de col rizada. Es
una elección de vida. —Me mira y se encoge de hombros—. Es tu vida, Tam. Haz lo
que quieras. Todo lo que digo es que estás sano y comes bien la mayor parte del
tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que comiste filet mignon?
Le devuelvo la mirada y frunzo el ceño.
—El año pasado, en mi cumpleaños. —Mi cumpleaños es dentro de unos
meses, así que casi se cumple un año de aquel último filete—. Tienes razón, Lake.
Creo que hoy pediré un filete.
—Bien por ti, Thomas. Defiéndete. —Lake levanta un puño y se inclina al mismo
tiempo que yo para recoger la camiseta caída. Juntamos nuestras cabezas y nos
giramos, haciendo contacto visual. Me sonríe de nuevo y yo le devuelvo la sonrisa—.
Sé que es bonita, pero no creo que te quede bien. —Lake sujeta la camiseta y se
vuelve a sentar, metiéndola en su pequeño bolso.
Pero tiene razón. Estoy celoso. Quiero una camiseta.
Le mando un mensaje a mi ayudante para que se pase por la sala de escape y
compre una —solo costaban 20 dólares— y me acomodo para el viaje.
Si mis ojos se desvían para mirar a Lake la mayoría de las veces, ¿quién tiene
que saberlo?
Fue un accidente, pero era tan blanda. Tan jodidamente suave.

Lake y yo nos sentamos uno frente al otro en un reservado con respaldo alto,
en un rincón del restaurante. Nadie podrá verme aquí a menos que sea un miembro
del personal, y Jacob ya se ha encargado de eso. Lake es la primera persona a la que
veo resistirse a sus primeros intentos de hacer firmar un acuerdo de confidencialidad.
Hablando de...
—Jacob realmente quiere que firmes ese acuerdo de confidencialidad. —Ni
siquiera sé por qué saqué ese tema. No quiero hablar de acuerdos de
confidencialidad con Lakelynn. Me inclino y pongo un codo sobre la mesa, apoyando
la barbilla en la mano.
Cuando levanta la vista de su pan, la miro. Es una mirada que, si fuera una
persona normal y corriente, solo usaría con una novia seria o una esposa. Debido a
mi trabajo, es una mirada que uso con todo el mundo.
Lake no es totalmente inmune a ello. No espero eso. Solo quiero que respete el
hecho de que no estoy soltero.
—Por favor, firma ese fírmalo, para que deje de quejarse de mí. Entonces podré
enviarte mis mejores selfies después del concierto. A partir de ahora, no puedo hacer
eso. ¿No crees que esto sería bueno para la maldición, a largo plazo?
Movimiento barato, lanzarle esa cosa de la maldición, pero quiero ver qué hará.
No para de untar el pan recién hecho que nos ha dejado el camarero. Finjo que
no quiero, pero de verdad que quiero. Casi se me cae la baba de tanto desearlo. Pero
si apenas puedo incluir un filete en mi dieta, definitivamente no puedo...
Lake tira la rebanada en mi plato y sonríe.
—Come. Te he visto desmayarte en un video antes. Eso no puede ser bueno
para ti.
La sangre se escurre de mi cara y me echo hacia atrás. Oh. Me he desmayado
varias veces en el escenario o durante la grabación de un vídeo musical.
Inevitablemente, siempre se convierte en viral y luego en tendencia durante unas
semanas. Pero eso no es del todo infrecuente en mi industria. A Kaycee también le
pasa.
Miro el pan y me vuelvo hacia Lake. Está untando su propio trozo con
mantequilla, mirándolo en vez de a mí.
—Si firmas el acuerdo de confidencialidad, me como el pan —le digo, y ella
suspira, mirándome mal.
—Jugada barata, Thomas. —Lake saca su teléfono, lo pulsa durante unos
segundos y luego lo gira para que pueda ver la pantalla—. ¿Ya está? ¿Estás contentos?
Mi madre dice que ustedes saben lo que hacen. Fue justo, pero también ridículamente
vinculante. Apreció el esfuerzo que supuso.
—Me pregunto si apreciará las facturas que me envía el bufete —bromeo,
recogiendo el menú. Apenas puedo creer lo que estoy viendo. Nada de este menú
está en mi dieta. Ni los aperitivos, ni las sopas, ni siquiera las ensaladas. Los platos
fuertes, por supuesto, son muy calóricos, y la parte de postres del menú no existe para
mí.
—¿Seguro que te parece bien pagar esta comida? No quiero que te sientas
obligado. Puedo pagar mi propia comida —me asegura Lake, y dejo caer el menú
sobre la mesa. Hacía años que no cenaba así. Y más aún desde que cené con alguien
que no fuera Daniel, Jacob, mi madre o Kaycee. Esto es esencialmente territorio nuevo
para mí.
—Puede que no tenga tiempo, pero seguro que tengo dinero. —Me encojo de
hombros—. Pide lo que quieras, tanto como quieras. Te debo una por haber resuelto
la sala de escape de hoy. Si no hubieras estado allí, ni siquiera habríamos terminado
antes de tiempo, y mucho menos habríamos llegado a la clasificación.
Ella asiente, como si mi explicación tuviera todo el sentido del mundo.
—Entonces, ¿qué tal pasteles de cangrejo para el aperitivo, cebolla a la
francesa para la sopa y filet mignon como plato principal? —Aparta el menú y se
muerde el labio un segundo. Me quedo donde estoy, con la mano en el borde de la
carta, curioso por saber qué es lo que la pone tan nerviosa—. ¿Puedo pedir vino
también? Incluso puedo pagarlo yo o podrías darme un precio aproximado....
—Lakelynn. —Agarro la carta de vinos y la abro, ojeando los precios hasta que
encuentro la botella más cara—. Vamos por esta.
—Dios mío, pero ¿por qué? —se ríe, y entonces me roba la lista de las manos—
. ¿Qué tal este pinot noir? Sigue siendo de buena calidad, pero a un precio razonable.
—Lake sonríe—. Mi tía Daphne trabajó como sumiller durante un tiempo, así que sé
lo que hago.
—¿Quizá nos tomemos las dos botellas? —replico, echándome hacia atrás en la
cabina y estirando una pierna. Choco con los pies de Lake cuando lo hago, totalmente
por accidente. Pero entonces mi pierna queda encajada entre las suyas. Es un poco
raro, pero ninguno de los dos se mueve. De todos modos, no es para tanto.
—¿De verdad más de una botella de vino está a tu dieta? —responde, pero
sonríe—. Está bien. Hagámoslo.
—Oye —digo, antes de que pueda perder los nervios—. Siento haberte tocado
cuando estábamos en la sala de escape.
Lake se me queda mirando, con la boca ligeramente entreabierta y las pecas
bailándole en la nariz.
—¿Por qué sacar ese tema? —susurra, apoyando las palmas de las manos en la
mesa. Sus ojos marrones están muy abiertos y suplicantes, y sus piernas se mueven
ligeramente a ambos lados de las mías. El ruido que hacen sus medias contra mis
jeans me hace preguntarme si debería moverme. Ya no sé si esto es apropiado. Pero
es peor reconocerlo, así que no lo hago—. Tam.
—¿Mm? —pregunto, exhalando y sabiendo que estoy actuando raro. Mierda,
esto no es bueno. Necesito levantarme un minuto, pero tampoco puedo hacer que mi
cuerpo se mueva.
—No vuelvas a poner las manos en mis tetas, ¿de acuerdo? —me dice, y cada
palabra que sale de su boca me hace sentir aún más extraño. Echo la pierna hacia
atrás y salgo de repente de la cabina.
—¿Adónde te...? —Lake empieza, y puedo oír el pánico en su voz de la misma
manera que lo oí en el sitio de boba de cuento de hadas. No me doy la vuelta porque
no puedo, pero suelto:
—Baño. Vuelvo enseguida.
Me encierro en el baño y pongo las manos sobre la encimera, con la cabeza
gacha. Meses luchando con mi falta de erecciones, ¿y ahora las tengo en los
momentos y lugares más inoportunos? Acciono el interruptor del agua fría y me
salpico la cara, empapo una toalla de papel y me la pongo en la nuca, camino de un
lado a otro hasta que mi cuerpo se calma.
Cuando vuelvo, no solo ha pedido el aperitivo, sino que lo han servido. Lake
está cortando un pastel de cangrejo y no me mira cuando me siento en el reservado.
También ha llegado el vino. La botella que eligió está reposando en un cubo para
enfriarse, y mi copa está bien servida.
—¿Cometí un error, dejando a Kaycee sola con Joules? —pregunto. Quiero
decir, su guardaespaldas estaba allí con ella, pero todavía no pinta una imagen muy
bonita. Kaycee con otro tipo. Yo con otra chica.
Lake se lleva el bocado de cangrejo a la boca y me mira.
—Es un buen hombre, y es el mejor hermano. Nunca le haría daño. —A Lake
parece molestarle que se lo pregunte, así que dejo el tema. O no entiende lo que
quiero decir, o prefiere no reconocerlo.
Eso tendría sentido, ¿verdad? Usar a su hermano para alejar a Kaycee, para que
Lake y yo pudiéramos...
Tengo calor, pero no sé por qué. Solo quiero beberme este vino, comer y
volver al hotel.
—Control de bolsos —dice de repente, y deja el tenedor en el suelo—. ¿Eres
alérgico al cangrejo? —me pregunta, y estoy tan confundido que me limito a negar
con la cabeza. Lake pone uno de los pasteles de cangrejo en un pequeño plato de
aperitivo y me lo pasa—. Trabajaré en el área de control de bolsos de tu próximo
concierto. Seré feliz mientras no tenga que llevar un sombrero de espuma con forma
de bolso en la cabeza.
El borde de mi labio se tuerce hacia arriba mientras levanto mi vino y bebo un
sorbo.
—No sé. Me gustaba el traje de palomitas. —Una pausa. Deja de comer para
mirarme de nuevo—. Me gustó más el de perrito caliente.
La mesa se queda en silencio y el camarero vuelve por el resto de nuestro
pedido. Me bebo toda la copa de vino y me sirvo otra. Me la acabo. Sirvo una tercera.
Lake sigue con su primera copa.
Jacob está en una mesa cercana, mirándome con odio, pero como ya he dicho,
aquí mando yo. Lo escucho porque él sabe más, pero hoy, voy a hacer lo que quiero
hacer, que se joda el mundo.
—¿Cómo fue la visita con tu amigo de la universidad? —pregunto de repente,
y luego desearía no haberlo hecho.
Lake se ríe y me sacude la cabeza.
—No había ningún amigo de la universidad. Joules pensó que si inventaba un
chico con el que salía, te pondrías celoso.
Frunzo el ceño y miro el vino que tengo en la mano. No hago ningún comentario
al respecto. ¿Por qué iba a ponerme celoso? De repente siento que cometí un error al
traerla aquí.
Y entonces ella se remueve en su sitio y nuestras rodillas se rozan. Cierro los
ojos al oír ese ruido, las mallas de nailon contra la tela jean. Los abro para ver que
Lake no reacciona en absoluto.
Esto es un problema mío.
Mantenemos una conversación ligera hasta que llega el postre y tengo que ver
a Lake comerse ella sola una tarta de chocolate fundido. Una de verdad. Recién
horneada. Uf. Pero al menos no cedo en eso. Bien por mí.
—Si solo estás trabajando en estos conciertos para que podamos conseguir más
tiempo juntos, no te molestes. Ven a cenar conmigo y Kaycee. Yo invito otra vez. Se
suponía que íbamos a tener una cita doble con Adam y su novia, pero nos canceló. Sé
que Joules es tu hermano, pero...
—Una cita doble suena divertido. —Lake termina su copa de vino y sonríe
cuando le sirvo otra—. Estoy acostumbrada a salir con Joules. Fue mi cita para el baile
de graduación del último año de instituto porque le dio una paliza a mi cita de última
hora.
—¿Por qué razón? —pregunto, con curiosidad morbosa.
La expresión de Lake cambia un poco y parece incómoda.
—El tipo... no era apropiado. Se merecía lo que le pasó. —Lake se rasca
distraídamente el cuello, los ojos se desvían hacia los lados, pero sin mirar nada—.
Honestamente tiene suerte de que mi padre y mis tíos no llegaran a él primero.
Mis dedos aprietan ligeramente el tallo de mi vaso. Ves, lo de la secta es una
posibilidad.
—¿Por qué? —pregunto, y me sale como un desafío. Definitivamente he bebido
demasiado vino. Lake sostiene su copa con mano relajada y vuelve a centrar su
atención en mí.
—Lo habrían matado —dice, y luego se ríe. No sé si es una broma o no—. Pero
no te preocupes: si tú mueres, yo muero. Así que nunca intentarían hacerte lo mismo.
Daniel y Jacob se levantan, pero yo sacudo suavemente la cabeza y dejo la copa
en el suelo. La mirada que les dirijo dice claramente que se vayan a la mierda.
—Si yo muero, ¿tú mueres? —pregunto, y Lake asiente y luego se encoge de
hombros.
—Y viceversa. Digamos, por ejemplo, que cuando salté delante de tu
todoterreno como una loca, me hubieras atropellado. Los dos habríamos muerto
exactamente en el mismo segundo. Si no me crees, busca a cualquiera de mis
parientes muertos. Causa y hora de la muerte. Te diré quién era su pareja de
memoria, y puedes buscar a esa persona también. Misma causa de muerte:
insuficiencia cardíaca. La misma hora de la muerte. Bueno, o tan cerca como es
posible con la ciencia moderna y el error humano. Pero verás que siempre son el
mismo día.
—Has tenido mucho tiempo para pensar en esto, ¿verdad? —pregunto, y
vuelvo a sonreír. Una sonrisa de verdad, no una de mis sonrisas escénicas—. Bien. —
Saco mi teléfono y tecleo obituarios de la familia Frost de Fayetteville, Arkansas. Elijo
una al azar—. Clara Frost. —Levanto la vista y veo que Lake se ha puesto pálida.
Realmente está llena de mierda, ¿no?
—Oh, tía Clara —susurra, y miro la fecha de la muerte. Lake tendría... bueno,
no estoy segura de la edad que tiene ahora, pero entonces sería una niña. Deja de
mirar la mesa—. Recuerdo a la tía Clara. —Una pequeña sonrisa—. Murió en nuestra
sala de estar el veintitrés de diciembre, hace catorce años. Su pareja era un senador
de Nueva York llamado Kelvin Bates. Búscalo a continuación.
Lo hago, y ahí está, el hombre del que Lake me acaba de hablar. Falleció el
mismo día que su tía en su apartamento de Nueva York de un fallo cardíaco.
—Así que te metes en Internet y dedicas tiempo a buscar a cualquier persona
al azar que haya muerto el mismo día que tu pariente y voilà, la maldición es cierta.
—Ese es Jacob, no yo. Nunca diría algo así en voz alta, aunque siempre sea una
posibilidad en mi mente.
Lake se encoge de hombros y me mira.
—No tienes que creerme. Solo quería ser honesta. Todo lo que buscaba era
esto, solo algunas oportunidades orgánicas para que hablemos. —Estoy seguro de
que esta chica es un poco más joven que yo, pero habla como alguien que me dobla
la edad. Estoy impresionado. La forma en que se queda sentada, la espalda recta, la
compostura en cada línea de su cuerpo, no puede ser fácil.
—Jacob, déjanos en paz —le digo distraídamente, mirando en su dirección. Me
devuelve la mirada y rompe un millón de normas de la discográfica. Es decir, somos
amables con todos los fans, digan lo que digan o hagan lo que hagan.
—¿Vas a dejar que esta mujer lo arruine todo? ¿Eso es lo que quieres? —Jacob
se vuelve hacia Lake, y ella hace lo mismo. Se miran fijamente, pero ella no reacciona
en absoluto.
—No voy a hacerle daño. Todo lo que quiero es hablar. Eso es todo lo que
hacemos, hablar. Si no le gusta hablar conmigo, no puedo hacer que vuelva a verme.
Tam es el que nos invitó a mí y a Joules a cenar. ¿Por qué te enfadas por eso?
—Porque eres la peor clase de persona. Normal, al principio, pero lamentable.
Tam va a dejarse llevar por esa mierda porque es demasiado bueno, y entonces vas
a pisar su corazón y arruinar su vida. Vete antes de que dejes que esta fantasía de
estar con Tam Eyre destruya lo que queda de Thomas.
—Jacob... —empiezo, deslizándome fuera del asiento y poniéndome de pie. No
estoy muy seguro de lo que voy a decir o hacer, pero sacarlo de esa situación es mi
primera prioridad. Me mira como si también lo supiera, como si supiera que lo
echaría y me pondría del lado de Lake.
Pero... es una fan, ¿verdad? ¿Una amiga? Ni siquiera lo sé.
—No estoy aquí por Tam Eyre —dice Lake—. No me importa Tam Eyre. Ojalá
no fuera rico y famoso. Sería feliz mañana si renunciara y todos lo dejaran en paz. Tú
eres el que no entiende lo que es ver magia de verdad, y luego ser castigado
duramente por el privilegio.
Jacob emite un sonido de frustración y sale por la puerta trasera. Volverá
pronto, y Daniel siempre está ahí. Dejo que se vaya. Estoy... estoy completamente sin
palabras.
—Lake, yo... —Intento disculparme, pero ella se levanta de golpe y me tapa la
boca con la mano. Sigue sonriéndome.
—No te preocupes. Estoy acostumbrada. —Respira hondo y empieza a
enumerar los nombres de los miembros de su familia, los nombres de sus parejas y
las fechas de su muerte. Toda una retahíla, docenas y docenas. Y luego... por último...
Su expresión cambia extrañamente—. Joseph Frost. —Una inhalación áspera—. Marla
Castleberry. —Otra inhalación, y luego Lake se vuelve para recoger sus cosas. Sus
manos... oh. Le tiemblan las manos—. Febrero... ocho... una fría noche de invierno...
serán dos años el próximo febrero. —Lake intenta sonreírme de nuevo, pero no lo
consigue. Me duelen las manos de tocar sus hombros, de ofrecerle algún tipo de
consuelo, pero... no puedo hacerlo—. Creo que debería irme; muchas gracias por la
cena.
Lake se marcha sin siquiera un apretón de manos, y yo me giro para seguir su
rápida salida por la puerta principal.
¿Qué... qué acaba de pasar?
—Ella te dejó —dice Daniel, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su ronroneo
complacido—. Aparte de Kaycee, nunca he visto a nadie hacer eso. Te dije que me
gustaba.
Correcto. Aparte de Kaycee. Me paso una mano por el cabello y luego aprieto
los dientes en el único tic de estrés que tengo que no causa daños. No puedo
morderme las uñas. No puedo arrancarme el cabello. No puedo morderme el labio.
Exhalo y fuerzo la mandíbula para que se relaje. No puedo enfadarme. No puedo
enfadarme.
Pero si pudiera, entonces es con Jacob con quien estoy enfadado, ¿no?
No Lakelynn, la mujer que dice que estamos malditos. Me miro distraídamente
la muñeca izquierda y no pienso en que su marca de nacimiento parece un corazón.
Joseph Frost.
Joe.
Joe en la lápida, y Lakelynn en cuclillas junto a una tumba hecha de espuma de
poliestireno, llorando y sonriendo al mismo tiempo. Me froto el pecho con mi palma
e intento quitármelo de encima.
«Solo me torcí el tobillo.» El recuerdo de la cara llena de lágrimas de Lake llena
mi cerebro.
Maldita sea. Qué idiota soy. Me arrastro las palmas de las manos por la cara y
luego recojo la botella de vino de la mesa, me la llevo a los labios y bebo
directamente del pico.
—Cuidado con eso. —Daniel sonríe mientras dice eso (no se refiere al vino), y
luego se ríe de verdad. No le he visto reír más de dos veces en los cinco años que
lleva trabajando para mí—. Cuando miras así —continúa, al ver que mi atención ha
vuelto a centrarse en las puertas principales—, pareces un perro de pelea enjaulado.
Definitivamente no pareces el chico de oro americano que se supone que eres.
Vuelvo a mirar a Daniel y dejo el vino a un lado.
—¿Por qué no vamos a comprar un poco de bourbon que cuesta más que un
coche, y pasamos el rato en mi habitación de hotel? —Solo quiero un amigo y aquí
está Daniel, actuando como si pudiera serlo. Su sonrisa se desvanece y niega con la
cabeza.
—Tengo que mantener las distancias contigo para poder hacer mi trabajo. —
Se encoge de hombros, se levanta y da un paso atrás, como para mostrarme
físicamente lo que quiere decir emocionalmente.
Recojo la botella de vino y salgo hacia el todoterreno. En el coche, busco a Joe
y Marla y, efectivamente, ahí están. Murieron el mismo día. Ambos con poco más de
veinte años. Ambos de un fallo cardíaco repentino.
O... esto es un asesinato coordinado. O es una maldición. ¿Es raro que lo
primero sea una opción más probable? Solo estoy tratando de ser práctico.
¿Quién creería en la magia sin pruebas?
CAPÍTULO VEINTIUNO
LAKE
Quedan 90 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Estoy llorando sobre boba en una tienda llena de pufs y carteles que anuncian
los últimos dramas coreanos. Tengo un hotteok fresco y caliente en la mano: es como
un panqueque relleno de canela. Joules tiene uno con queso. Mis chicas se agrupan a
mi alrededor, cada una con su bebida.
—Voy a castrarlo —dice Joules con calma, sosteniendo una copa idéntica a la
mía. No ha bebido ni un sorbo porque espera que me acabe el mío y le robe el suyo.
Me acabo el panqueque y le robo su té antes de tiempo, con una bebida en cada
mano.
Ambos son de color rosa brillante —elegante té con leche rosa—, con boba de
cristal y un vaso cuya tapa tiene frases de colores escritas en alfabeto coreano.
Debajo, en diminutas letras inglesas, pone ¡Hwaiting! Y mis ojos vuelven a llenarse de
lágrimas.
¿No estaba ya luchando por esto? ¿Cómo puedo luchar más?
Joe. No quería hablar de Joe. Tampoco de la tía Clara. Me siento... sucia, como
si hubiera entregado una parte de mí a la maldición. Me enferma. Ya he amenazado
con quemar mi diario de la familia Frost. Nadie aquí tiene que saber que solo he
llenado una página. ¿Qué utilidad voy a tener para cualquiera de nuestros
antepasados? Y digo nuestros porque no parece que vaya a tener línea directa propia.
—Tam no hizo nada malo, Joules. Fue su representante quien me dijo esa
mierda. —He editado mi historia sobre mi cena con Tam para que nadie sepa que he
revelado la verdad sobre la maldición.
Sé que dije que iba a ser sincera, pero no estoy preparada para que Joules sepa
que se lo conté a Tam. Va a estar furioso, pero conmigo. Mira lo enojado que está ya.
—Te invitó a cenar —declara María, levantándose con su té con leche de
crisantemo en la mano. Es lo único que pide siempre, cosas con sabor a flores—. Eso
es muy importante, Lake. Le gustas, aunque no lo sepa.
—Su representante parece un imbécil, así que permíteme que prologue lo que
voy a decir con eso. —Lynn me pone la mano en el brazo, con los dedos fríos y
húmedos por la condensación de su taza—. Pero el tipo tiene parte de razón. Para que
Tam salga contigo, tiene que romper con Kaycee Quinn, que está básicamente
entretejida en su carrera. Sus tres mejores canciones se interpretan juntos. Sus citas
son los vídeos más vistos en todas las redes sociales. Es realmente peligroso para él
tenerte cerca. Tómate esta cita como una victoria.
Sí. Me la tomo como una victoria. No estoy tan molesta por lo que dijo Jacob.
Tiene razón en algunos aspectos, ¿no? Estoy molesta por Joe y Clara, pero no puedo
decir nada al respecto sin mostrar mi mano.
Acepto el consuelo y los cambios de tema de mis primas y amigas, y volvemos
al hotel. No es hasta que me dispongo a meterme en la cama cuando entra Joules y se
detiene a los pies de la misma.
—Quiero enseñarte algo. —Me hace un gesto con el teléfono y suspiro,
mirando la cama con indisimulado anhelo. Tenemos una de matrimonio con Ella,
Chloe, Luna, Lynn y María ya metidas en ella. Esta noche vamos a estar apretados.
Estoy de pie junto al borde, esperando a que Joules me muestre la pantalla de su
teléfono.
Tu hermana estuvo llorando hoy ante una lápida con el nombre de Joe. Dijo
que se había lastimado, pero no creo que fuera por eso. Quería avisarte. Que
duermas bien.
Es un mensaje a Joules de Tam.
Oh.
Se dio cuenta. Y no mencionó la maldición.
Joules me rodea con sus brazos y me abraza fuerte.
Me aferro a él y no pienso en lo duro que es sentarme frente a Tam y luchar por
mi vida con cada palabra que sale de mi boca. Lo mucho que me dolió usar la muerte
de mi primo como moneda de cambio por su afecto.
Si no hubiera tenido ya a Joe muerto en mi regazo, esto habría sido prueba más
que suficiente de que esto es, de hecho, una maldición. No es una bendición. Y la
odio. Odio la magia. Odio la maldición. Solo quiero terminar con todo esto, y más que
nada... tengo miedo de morir.
Tengo miedo.

Quedan 89 bobas hasta que muramos los dos...


Al día siguiente, Joules y yo nos despedimos de todos, los acompañamos al
aeropuerto y los dejamos en la acera. Casi lloro cuando se van, pero miro por la
ventana y le oculto la cara a mi hermano. No quiero que sepa que estoy contando las
semanas que faltan para que todo acabe.
Ya no veré a mis amigas ni a mis primas. No veré a mis padres. No veré a Joules.
Me cuesta respirar y me meto la mano en la camiseta.
Mi hermano se da cuenta, como siempre, y se detiene. Se baja. Viene a mi lado
del coche y abre la puerta.
—Joules —le susurro, y me tiende los brazos. Me quito el cinturón de seguridad
y salgo para que pueda abrazarme en el aparcamiento de un concurrido restaurante
de comida rápida. Huelo a patatas fritas y se me hace la boca agua tanto como los
ojos—. Siento haber sido tan quejona...
Iba a decir llorona, pero Joules me ha empujado hacia atrás y me ha tomado por
los hombros. Se inclina para mirarme a los ojos, y hay tanto dolor en los suyos que
casi me derrumbo allí mismo, en la acera.
Solo nos quedan tres meses.
¿Es suficiente?
—No te disculpes por estar asustada o molesta. Hemos visto de primera mano
lo que hace esta maldición. —Joules se humedece los labios y cierra los ojos. Por un
segundo, creo que está a punto de confesarme algo, pero entonces oigo sonar mi
teléfono.
El tono de llamada que le puse a Tam es la canción lenta sobre su padre.
Joules abre los ojos e intercambiamos una mirada.
Me zambullo en el todoterreno, revolviéndome en el asiento para agarrar el
teléfono. Contesto a la llamada, sin aliento.
—Hola, lo siento. Un poco ocupada. —No sé por qué contesto así. Tam vacila al
otro lado de la línea, pero puedo oírlo respirar.
—No, es... debería haber mandado un mensaje.
Ambos esperamos en silencio a que el otro hable, pero es él quien me ha
llamado. Quiero saber qué ha motivado semejante movimiento.
—¿Siguen interesados en ir a cenar conmigo y Kaycee?
Cree que puedo estar enfadada con él.
Interesante.
—¿No has visto el hashtag en tendencia de hoy en el sitio antes conocido como
Twitter? —No puedo contener una carcajada al pensarlo—. Tú, saliendo enfadado de
un restaurante con una botella de vino de quinientos dólares por el cuello. ¿Ya ni
siquiera te permiten salir a cenar?
Tam resopla suavemente al otro lado de la línea mientras señalo a Joules con la
mano. Intento imitarme a mí misma comiendo patatas fritas y luego señalo el
restaurante.
Joules refunfuña, pero creo que es más por Tam que por mí, así que lo ignoro.
Me cierra la puerta y desaparece en el restaurante para traerme unas patatas fritas.
—Acabo de enviarte la dirección. Mañana a las ocho. Puedes encontrarnos allí.
—Tam hace una pausa—. Ambos serán registrados por Daniel, y el guardaespaldas
de Kaycee, Wrenlee, antes de que se les permita entrar.
—Maldita sea, ahora no puedo traer mi katana. —Le cuelgo a Tam igual que le
colgaría a Joules, y entonces recuerdo con una aguda punzada de miedo que la gente
normal se despide por teléfono antes de colgar. Acabo de hacérselo a Tam, y ni
siquiera lo conozco.
Lo llamo inmediatamente.
—¿Se cayó la llamada? —pregunta sarcástico, como si no se lo creyera ni por
un segundo.
—En realidad, así es como mi familia termina las llamadas: con una ocurrencia.
—Mis labios se crispan porque me hago a la idea de que a Tam le gusta que se le
resista un poco. Todo el mundo lo adula todo el tiempo, así que creo que está
deseando algo real. Pues bien. No lo trataré de manera diferente a cualquier otra
persona que ame. Porque puede que aún no ame a Tam, pero si quiero vivir, tengo
que llegar ahí. Solo... actuaré como si lo amara, como si fuera tan importante para mí
como Joules o Joe o mis padres.
Le vuelvo a colgar y, cuando vuelve a llamar, sonrío, pero no contesto.
Me manda un mensaje con la dirección del restaurante justo cuando Joules
vuelve con una patata frita grande y un refresco grande para compartir.
—Esta noche igual nos dan boba —le advierto a Joules mientras sube al asiento
del conductor. Me lanza una mirada.
—Estoy tan lleno que no puedo comer ni un bocado más, ¿vamos por boba? —Me
está citando un meme, pero también es pura verdad, así que me encojo de hombros.
—Solo me quedan algunos antes de morir, Joules Frost.
—Yo elegiré tu atuendo para la cita doble —dice, y le tiro una patata frita
caliente a la cara. Le golpea el pómulo cincelado y rezo para que le salga un grano o
algo. ¿Qué pensaría Kaycee de eso?
—Entonces yo elijo tu atuendo —replico, pero no voy a hacerlo. Él elegirá los
dos atuendos y eso es lo que nos pondremos.
Pero no pasa nada: confío implícitamente en el criterio de mi hermano.

Quedan 88 bobas hasta que muramos los dos...


—Te odio —le digo a Joules, moviéndome incómoda en el sencillo vestido
amarillo que me ha elegido. Es un vestido camisero, de algodón, demasiado grande
y soso. Llevo mallas con él. Leotardos. La única parte del conjunto que me gusta son
los tacones rojos que Joules y yo compramos con la tarjeta de crédito familiar.
Otra compra que me hizo sentir sumamente incómoda. Pero mejor que la
lencería.
—Me lo agradecerás más tarde —murmura Joules, y entonces ambos
levantamos los brazos para que los guardaespaldas puedan cachearnos a fondo. Solo
entonces se abre la puerta de cristal del restaurante y nos introducen en un espacio
moderno de paredes blancas y suelo beige. El único punto de interés es un gran
cerezo de imitación en el centro de la sala. Sus ramas se extienden por encima de las
mesas minimalistas y cada rama brilla con pequeñas luces blancas. Es tan bonito que
compensa la falta de decoración en otros lugares.
Kaycee ya está sentada en un cuatro en la parte de atrás y levanta la mano para
saludarnos. Es lindo, pero no hay nadie más en el restaurante. No habrá nadie más en
el restaurante esta noche.
Siempre me ha gustado el bullicio de un restaurante concurrido, así que es un
poco desconcertante encontrar que falta esa energía.
Joules sale disparado, recorre las mesas y se sienta justo al lado de Kaycee. Me
quedo de pie junto a la puerta, boquiabierta ante su rápido juego. Ahora está
conversando tranquilamente con ella mientras yo me giro y veo a Tam entrando por
la puerta a mi lado.
Se detiene y nos miramos un momento. Parece como si estuviera juzgando mi
expresión para ver si estoy bien. Le sonrío.
—Gracias por invitarnos aquí. Pensé que el asador era elegante, pero esto es...
—Me río—. Mi familia hace muchas barbacoas en el patio trasero. —No le digo a Tam
que prefiero las barbacoas en el patio. Entrecierra un poco los ojos, pero esa
expresión no hace más que acentuar lo frustrantemente guapo que es.
¿La pareja de mi prima Isla? ¿El calvo del que se quejaba Chloe? Mi prima dijo
que era el hombre más guapo que había visto nunca. Era la única persona que
pensaba eso, así que les fue bien. Todo el mundo piensa eso de Tam, lo que hace
difícil determinar cuáles son mis verdaderos sentimientos, y también me convierte en
una entre millones. No son grandes probabilidades.
Pero estoy aquí.
Me invitó a cenar, de alguna manera. Me invitó a una sala de escape, de alguna
manera. No estoy segura de cómo sucedió todo esto. Solo puede ser la influencia de
la maldición, ¿verdad?
—De nada. —Tam mira hacia la mesa donde Joules y Kaycee ríen juntos. Me
toma de la mano y tira de mí por el restaurante, deteniéndose para apartarme la silla.
Su atención se desliza por mi cuerpo, pero no veo ninguna reacción en su rostro.
Podría estar observando una pared en blanco.
—Realmente eres un caballero a la antigua. —Me río mientras tomo asiento,
doblando mi vestido bajo mis muslos—. Puede que les gustes a mis tíos y a mi padre.
—¿Estás loca? Lo cortarían por debajo de la cintura con unas tijeras de
jardinería. —Joules suelta una risita y yo levanto la servilleta como si fuera a azotarle
con ella.
—¿Quieres morir? —susurro, y tanto Kaycee como Tam se giran para mirarme
como si mi cara estuviera hecha de piña. Las dos fruncen el ceño como si hubieran
comido algo agrio. No de mala manera, más bien como si las dos estuvieran
contemplando que Joules y yo somos muy, muy diferentes a ellos.
Al principio no me di cuenta de qué silla me había sacado Tam, pero ahora
estoy sentada frente a Kaycee y Tam está de pie junto a la silla que está frente a Joules.
—Oye, ¿nos cambiamos? —le pregunta Tam a mi hermano, haciendo un gesto
entre los dos sitios. Joules responde a esa afirmación con una mirada extraña, mirando
a Tam como si fuera la pregunta más tonta que hubiera oído en su vida.
—¿Por qué? —pregunta Joules, tratando de provocar una respuesta airada de
Tam. Veo cómo Tam cierra las manos en suaves puños y se clava la uña del pulgar en
la piel del dedo índice. Parece doloroso, así que alargo la mano y le toco la muñeca
con los dedos.
La atención de Tam se desplaza hacia mí, y pienso en las palabras de Lynn. Las
palabras de Jacob. Llegar a conocerme va en contra de todo lo que es bueno para la
carrera de Tam. Sin embargo, aquí está. Esto es bueno. Va a estar bien. Puedo vivir a
través de esto, ¿verdad?
—Deberían cambiar —le dice Kaycee a Joules, pero es demasiado tarde
porque Tam acaba de dar un paso atrás y se ha plegado con elegancia en la pequeña
silla. Patea una pierna hacia el pasillo porque son demasiado largas para quedarse
atrapadas bajo el tablero de la mesa. Como la otra noche, cuando puso su pierna entre
las mías por accidente—. ¿Por qué te sientas a mi lado mientras mi novio está allí?
—Podría cambiarme contigo —ofrezco, volviéndome hacia Tam. Joules me
mira desde el otro lado de la mesa. Su expresión me pregunta si de verdad soy tan
tonta. Pero me ofrezco por costumbre, porque no me parece razonable que Kaycee y
Tam no se sienten al menos una enfrente de la otra.
El camarero nos ahorra todas las molestias apareciendo al final de la mesa para
darnos los menús y explicarnos que los platos que aparecen en él son pequeños
platos que se pretende compartir.
Esto debería ser... divertido. ¿Por qué traje a Joules de nuevo? ¿Porque pensé
que podría cortejar a Kaycee por mí? Ni siquiera parece que lo esté intentando. ¿Qué
pasa con esa expresión en su cara? Es una gárgola.
—Empecemos con dos de estos —dice Joules, pidiendo dos wagyu de 85
dólares. Ahora me toca a mí fulminarle con la mirada. Me ignora para centrarse en
Tam—. Te parece bien, ¿verdad? Tú pagas la cena, ¿no?
—¿Ah sí? —Tam responde, cruzando las manos sobre el tablero de la mesa—.
No recuerdo haberlo aceptado nunca.
Joules suelta una carcajada cuando Kaycee mira entre los dos hombres del
mismo modo que yo. Intercambiamos una mirada y siento una punzada al darme
cuenta de que lleva un vestido precioso. Rosa y dorado, ceñido, como para los Oscar.
Desciende sobre un escote de porcelana, se ciñe a la esbelta figura de una bailarina.
¿Y ese cabello rubio brillante? Ahora está trenzado, cuelga grueso sobre el hombro
de Kaycee y se enrolla sobre la mesa.
Sí, estoy jodida. Hoy se me hizo tarde y olvidé maquillarme. Kaycee tampoco
parece que lleve maquillaje. Lo está, pero está tan bien hecho que presenta una
escultura impecable de una chica. También parece simpática. Esperaba que fuera
una imbécil, para no sentirme mal por esto. Tengo que llevármelo, Kaycee. Lo siento,
Kaycee. Moriré si no lo hago.
Si... ya sabes... Puedo conseguirlo en absoluto.
—De acuerdo, entonces. —Joules se vuelve hacia Kaycee y sonríe—. Lo siento,
pensaba que Tam pagaba y no tengo ningún problema en estafarle hasta el último
céntimo. Tú... no creo que te deje gastar un solo dólar en mí.
—No tengo ningún problema en pagar la cena —responde Kaycee con frialdad,
mirando a mi hermano de arriba abajo. En ese momento, estoy convencida de que
Joules me está fallando, de que lo está estropeando todo. Pero tengo tanta fe en el
amor que me profesa mi hermano que sé que está haciendo exactamente lo que hay
que hacer para ganar la partida a largo plazo.
Sabe leer a la gente mucho mejor que yo.
—Voy a pagar por ello, pero eres un imbécil aprovechado, ¿lo sabías? —Tam
suspira y se sienta, volviéndose para mirarme, casi a modo de disculpa. La forma en
que separa los labios cuando se avergüenza de algo es... agradable—. Lo siento,
Lake. No quería decir que no quisiera pagar por ti y por Kaycee. Es Joules el que no
me agrada.
—El sentimiento es mutuo —responde mi hermano con facilidad, y luego se
vuelve hacia Kaycee. Creo que están discutiendo por la suposición de Joules de que
ella no pagaría o no podría pagar. Espero que por fin haya encontrado a su pareja,
alguien a quien no pueda obligar a someterse tras un único encuentro. Joules Frost es
una bestia difícil.
—¿Por qué no dividimos la cuenta entre cuatro? Así será más fácil. —Tomo un
sorbo de agua y hago un esfuerzo para que no me tiemble la mano. Tam me mira
fijamente y me siento muy incómoda. Ni siquiera conozco a esta persona. La maldición
eligió a esta persona, y no conozco su carácter en absoluto, y... Me obligo a respirar
y luego me giro para mirarlo, levantando una ceja—. ¿Qué?
—No quiero que pagues tu cena —me dice Tam, y hay algo en su tono de voz
que hace que Joules se altere rápidamente. Pero entonces mi hermano murmura una
excusa sobre el baño y se va. Kaycee se queda muda, como si no tuviera ni idea de lo
que acaba de pasar.
Pero yo sí.
Joules puede ver algo en Tam que yo no veo. Quiere que esté con Tam, pero
también odia a Tam. Podría ser que él está enojado en nombre de Kaycee también.
Tam tamborilea sobre la mesa y yo me río, tapándome la boca con la mano.
—Sí, ahora definitivamente no voy a pagar nada. Me lo debes por hacer una
declaración tan estúpida. —Me vuelvo hacia Kaycee, ignorando a Tam. Bueno,
fingiendo ignorar a Tam. Es difícil ignorar a alguien a quien tienes que obligar a
mantener una maldita relación porque no quieres morir como murió tu primo,
jadeando y con un aspecto terriblemente triste.
Casi se me cae el vaso de agua. No lo estoy haciendo bien aquí, ¿verdad?
—Kaycee, esto puede sonar a simplón, pero no sé por dónde empezar. ¿Qué
tipo de cosas te gustan cuando no estás trabajando?
Me devuelve largas pestañas, su boca como algo prohibido y también brillante.
Tengo los labios agrietados, pero me he pintado las uñas. ¿Será por algo?
—No... no lo sé —admite Kaycee, y Tam exhala como si estuviera de acuerdo
con esa afirmación, como si no conociera su propia respuesta a esa pregunta—. Me
gusta escribir música.
Sonrío y asiento con la cabeza.
—Ni siquiera tengo afición, así que no juzgo. Si lo único que te gusta es la
música, entonces ve hasta el final. La vida es demasiado corta para desperdiciarla
en... —Mierda. ¿Por qué acabo de decir eso? Mi vida es corta para nada. ¿La estoy
desperdiciando en pos de Tam? ¿Estoy desperdiciando todo lo que me queda? Debe
haber algún tipo de equilibrio entre mirar hacia el futuro y disfrutar del presente que
no estoy consiguiendo.
—Me gusta leer —me dice Tam, pulsando la aplicación Kindle de su teléfono
para que pueda ver su biblioteca. La examino y veo de todo, desde libros de no
ficción hasta románticos o de suspenso. Me fijo en ese libro de hombres lobo que le
gusta a mi tía. Tiene un cartel en la esquina que pone Leer.
Eso me tranquiliza un poco. Paso de la parte de la vida es corta.
—Mi única afición es no tener ninguna afición a perpetuidad —le explico,
queriendo que Tam comprenda mi verdadero yo—. Supongo que salgo mucho con
mis amigas y mis primos. Leo, pero solo un poco. A veces me gustan los videojuegos.
Veo películas. —Me encojo de hombros y deseo tener algo más interesante que decir
sobre mí. Si Kaycee no estuviera aquí, le diría a Tam que estar maldita es
probablemente lo más raro de mí.
Soy dolorosamente normal, y no me avergüenzo de ello en absoluto.
Me gusta quien soy.
—Me estoy licenciando en Negocios, para poder ayudar a mi tío con la
constructora.
—Mm —dice Kaycee alrededor del borde de la flauta que tiene en la mano.
Está sorbiendo algo brillante y las luces se reflejan en los suaves planos de su cara.
Echo un vistazo para ver que Tam la observa, pero no puedo leer sus pensamientos
cuando mira a Kaycee, como tampoco puedo hacerlo cuando me mira a mí—. Hablé
con tu tío el otro día. —Kaycee me sonríe y Tam... parece confundido.
—¿Hablaste con su tío? —repite, y supongo que si lo dice así, es un poco raro—
. ¿Cómo? ¿Por qué?
—Voy a hacer un anuncio para él —afirma Kaycee, y se me cae la mandíbula.
El mero hecho de que ella lleve la sudadera de Frost Family Construction ha atraído
más atención al negocio en las últimas semanas que todo el presupuesto publicitario
de mi tío en los últimos años—. Solo un pequeño vídeo que puede colgar en las redes
sociales. —Se encoge de hombros mientras Joules vuelve a su silla.
Nos miramos fijamente y él me sonríe. Eso ayuda. Yo le devuelvo la sonrisa.
—Le pregunté por qué demonios querría hablar con Rob, pero ella preguntó
primero, así que le transmití la petición a él. —Ahora es Joules quien se encoge de
hombros.
Nos traen la comida y no es exactamente lo que esperaba.
Hay dos grandes cuencos con tapas sólidas que, según nos explica el
camarero, son piedras calientes. La carne de wagyu está cruda y cortada en lonchas
finas, y se supone que hay que pasarla por la piedra caliente unos segundos por cada
lado. Hay algunos extras como verduras en escabeche y furikake para acompañar.
Kaycee y yo tomamos una porción, y los chicos toman la otra. Ella se declara
lista con tres porciones, y yo tomo cuatro. Queda una de nuestro lado. La reparto entre
los chicos para que uno de ellos se la coma. Quiero probar más platos del menú, así
que no me atiborro todavía.
—Toma —digo distraídamente. Tam y Joules extienden los palillos al mismo
tiempo. El metal choca y ambos levantan la vista para mirarse. Ninguno de los dos se
mueve, y tardo un rato en darme cuenta de que tienen los brazos tensos y los dedos
apretados contra los palillos. Están enzarzados en una silenciosa batalla de
voluntades.
Bajo la mesa, pongo la mano en la rodilla de Tam y él deja caer los palillos. No
me mira, pero respira un poco más fuerte de lo que debería. Joules sonríe y arroja la
carne a la piedra, donde chisporrotea.
—Pediré otra ronda —susurra Tam, con voz áspera—. Me lo puedo permitir.
—Bien por ti —responde Joules distraídamente, y luego recoge el trozo de
wagyu cocido, se gira y lo coloca suavemente en el plato de Kaycee. Se inclina hacia
ella—. Te he visto mirando esto. Si quieres comértelo, Kaycee, entonces, joder,
cómetelo.
Kaycee mira la comida del plato como si fuera veneno, frunce los labios, levanta
los palillos y se la mete en la boca. Los labios de Joules se abren en una amplia sonrisa
mientras me siento con la mano en la rodilla de Tam. Su mano se acerca y sus dedos
se enroscan sobre los míos. Por un segundo, creo que va a tomarme la mano y se me
acelera el corazón. ¡Sí! Funciona.
Tam aparta mi mano de su rodilla, pero no dice nada. Ni siquiera me mira. Me
sonrojo mientras cruzo las manos sobre el regazo. Mierda. No tengo habilidades de
coqueteo.
Pedimos más alcohol, más comida. Pongo cosas en el plato de Joules. Él pone
algunas en el mío. Algunas en el de Kaycee. Tam escoge un poco de cada plato, pero
no se lo come. Lo cambia de sitio en su plato con los palillos y luego coge el rollo de
atún picante de su plato y me lo da a mí.
—Estoy agotado —admite, dejando los palillos en el suelo. Se queda mirando
la mesa, y parece bastante disgustado por ello. Su mirada se cruza con la de Kaycee
y luego con la mía—. Lo siento mucho, pero básicamente me estoy quedando dormido
en la mesa.
Se levanta y empuja su silla.
—Me encargaré de la cuenta al salir. Pidan lo que quieran. —Tam se da la
vuelta y se dirige de nuevo en dirección al puesto de los anfitriones.
—Te mereces que te traten mejor —suelta Joules, y cuando lo miro, no sé si se
dirige a mí o a Kaycee. Creo que nos habla a los dos.
—Necesito ir al baño. —Me levanto y doblo la esquina. Una vez fuera de la vista
de la mesa, sigo a Tam hasta la puerta principal y entro en una cálida tarde de
primavera. Me mira como si le sorprendiera verme aquí fuera, pero no le pide a su
guardaespaldas que intervenga ni nada por el estilo—. ¿Jacob no ha venido esta
noche?
Tam sonríe suavemente.
—Le dije que se tomara el día libre.
Asiento con la cabeza, y entonces todo se vuelve muy incómodo, muy rápido.
—¿Trabajas en el concierto de Portland? —me pregunta, porque es el que
viene a continuación. Asiento con la cabeza y Tam levanta una ceja. Se gira
completamente para mirarme, con el abrigo colgado de un brazo—. Eso era solo para
quedar, ¿no? A veces podemos pasar el rato juntos.
Se lo agradezco mucho, pero no sé cómo decírselo sin parecer demasiado
fuerte.
—Necesitamos el dinero. Es caro ser miembro de tu séquito, ¿lo sabías? —Me
burlo, pero Tam pone una cara rara y me pregunto qué es lo que estará pensando.
—¿Quieres trabajar en mi mesa de ventas? Entonces tendrías trabajo en todos
los conciertos. Los gastos de viaje también están cubiertos.
—¿En serio? —pregunto con los ojos muy abiertos. Siento que mis labios se
abren en una sonrisa. Es un poco irónico que la razón por la que me gasto todo este
dinero, la razón por la que viajo, sea el mismo tipo que me ofrece un trabajo, pero da
igual—. Sería increíble. Muchas gracias. ¿Debería enviarte mi currículum por email
o algo?
Tam se echa a reír y me pone la palma de la mano en la cabeza.
Eh.
¿Tacto fraternal? ¿Tacto romántico? De cualquier manera, me está tocando
voluntariamente.
—Te enviaré un mensaje cuando sepa qué hacer. Mi madre consiguió que
contrataran a la hija de su amiga, así que seguro que yo también puedo hacerlo. —
Tam se ríe y deja caer la mano a su lado. ¿Quién le pone la mano encima a alguien?
Debo gustarle, ¿no?—. Portland... —Tam bosteza y luego levanta una mano, poniendo
el talón de la misma contra su frente—. Lo siento. Iba a decir que pasáramos el rato
en Portland. —Me da un golpecito en el brazo como si fuéramos amigos—. Estaré en
contacto.
Tam se pone el abrigo y baja unos escalones de piedra hasta un todoterreno
que le espera. Lo veo irse y luego me siento en los escalones a ver pasar la ciudad.
Joules sale una vez para darme su abrigo y otra para traerme una bebida caliente.
Los dejo a él y a Kaycee solos en el restaurante durante más de una hora,
sentada fuera yo sola porque mi pareja es tan resbaladiza como una anguila.
Joe, necesito tanto tu ayuda. Si puedes oírme, hazme una señal.
Solo veo las luces brillantes de los coches y a los peatones paseando a sus
perros. Si Joe me vigila, no puedo verlo, oírlo ni sentirlo.
Eso me pone increíblemente triste, pero sonrío y cierro los ojos, saboreando la
brisa primaveral y cimentando este momento en la memoria.

Quedan 86 bobas hasta que muramos los dos...


Me llevo un granizado de té de uva con gelatina de cristal a mi nuevo trabajo.
Es tan agradable tener un trabajo en el que aprender y centrarse, y todas las mujeres
que trabajan allí son súper simpáticas. Por desgracia, también son todas superfans de
Tam, pero no pasa nada. Puedo lidiar con la venta de sudaderas con su cara en ellas.
Tarjetas de fotos con él sin camiseta. Escuchar a las mujeres fantasear con todo lo que
quieren hacerle.
Y lo entiendo. Está vendiendo un concepto, una persona. Pero también me hace
sentir mal por sentirme atraída por él. Intento llevarme a Tam a la cama como todo el
mundo aquí, y eso me entristece tanto por él como por mí.
Suspiro y me siento en un banco de la sala de descanso. La puerta se abre y
alguien entra, se detiene junto a la mesa y me pone una copa delante.
—Esperaba que no te hubieras comprado una boba hoy —dice Tam, y yo
sonrío, inclinando la cabeza hacia un lado para poder mirarlo. Lleva puesta la
mascarilla, la gorra de béisbol y las gafas de sol.
—Y te lo dije, sigue jodiendo el número de bobas que me quedan. Ese es tu
trabajo, como mi pareja de la maldición. —Giro la taza que me ha traído Tam para
poder leer de qué sabor es. Kiwi boom con boba de yogur pop. Oh. Sí, por favor... Te
has pedido algo, ¿verdad? —Continúo cuando no responde.
—Té verde sin azúcar. —Tam suena un poco molesto por eso—. Quería
desearte suerte en tu primer día de trabajo. —Levanta ambas manos hacia mí, con la
voz amortiguada por la máscara.
Una de mis compañeras de trabajo entra en la habitación arrastrando los pies
y se para en seco. Se le cae la taza y se hace añicos. Se lleva las manos a la boca y
Tam se pone rígido.
—Oh, Dios mío. Dios mío. Oh, Dios mío. —Y entonces empieza a llorar.
—Se me hace tarde, pero bajaré más tarde y firmaré algo de mercancía para
todas, ¿sí? —Tam se da la vuelta y se marcha sin mirar atrás. Mi compañera tropieza
con la silla de enfrente y se desploma en ella.
—¿Qué hacía aquí? —me susurra, y luego sus ojos se posan en la boba fresca
de la mesa. Tam... ha vuelto a firmar con un rotulador Sharpie. La mujer me mira a la
cara, se levanta despacio y se va. No me dice nada, pero siento que es
sustancialmente menos amable después de ese momento.
Tengo un mal presentimiento, como si su actitud hacia mí fuera un presagio de
catástrofe.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
LAKE
Quedan 85 bobas hasta que muramos los dos...

Joules está actuando raro. No sé muy bien por qué lo pienso, pero empieza a
molestarme. Siempre se levanta antes que yo y va al baño a arreglarse. Lo he estado
fastidiando, pero se ha reído y no ha dicho ni una palabra ni para admitirlo ni para
rebatirlo. Entonces, si no está pensando en Kaycee ahí dentro, ¿qué es lo que está
haciendo?
Además, cuando le pregunté si podía buscar algo del bolsillo de su bolso, me
dijo que no.
Eso no es propio de él. Nunca me ha negado el acceso a sus cosas. Me está
ocultando algo, y está empezando a ponerme nerviosa.
—Si me guardas secretos, no puedo ayudarte, Joules. ¿Esto es por Kaycee?
—No se trata de Kaycee —me gruñe, pero tiene las manos demasiado
apretadas sobre el volante. Se está enfadando demasiado, demasiado rápido. Eso
significa que me está mintiendo. Me giro completamente hacia él y me ajusto el
cinturón de seguridad para que me resulte más cómodo.
Joules estira distraídamente la mano y me sube el cinturón de la cintura al
hombro.
—No hagas eso —me advierte, pero no respondo. Me quedo inmóvil y lo miro
fijamente. Conozco a este hombre desde hace veintidós años y tres cuartos. Puedo
doblegarlo.
Así que me quedo donde estoy, en silencio e inmóvil, todo el camino desde
Seattle hasta Portland.
Cinco horas.
Cinco horas de silencio.
Sin música ni nada.
Cuando por fin entramos en el aparcamiento del hotel, me despierto
sobresaltada, con un poco de baba en la mejilla.
Mierda, realmente pensé que había estado mirando a Joules todo el tiempo.
—¿Cuánto duré antes de desmayarme? —pregunto, y él sonríe mientras aparca
el coche y se gira para mirarme.
—Siete minutos.
Me quedo con la boca abierta.
—¡Eso es mentira! Recuerdo haber escuchado al menos tres canciones.
—No sonaban canciones, y lo sabes —me dice Joules, y entonces abre la puerta
y se baja, y comprendo que la conversación que estábamos teniendo ha terminado
por un tiempo. Tendré que atacarlo más tarde, o desde otro ángulo. Mis ojos se clavan
en su muñeca, pero todo lo que veo es el mismo vago contorno de la marca antes de
que se active.
Mmm.
Nos registramos en el hotel y mi hermano se desploma boca abajo en la cama.
Nunca se tumba en la cama, haga lo que haga para convencerle de que se lo merece.
Siempre, siempre me la cede.
Finjo estar ocupada con mi teléfono y luego me arrastro hasta el borde de la
cama. Voy a echar un vistazo más de cerca a su muñeca, por si acaso. ¿Porque no sería
propio de Joules emparejarse y no decírmelo? Daría prioridad a mi vida sobre la suya,
y no voy a tolerar nada de eso.
Alargo la mano hacia su brazo con la intención de levantarle la manga de la
sudadera. Se despierta en un instante —o en realidad nunca estuvo dormido— y me
sujeta del brazo, tirándome a la cama mientras se incorpora.
Me mira fijamente y se aparta el cabello oscuro de la frente.
—No te atrevas a intentar saltar sobre mí, Canoa. Nunca sucederá.
Gimo y ruedo sobre mi espalda, con las piernas dobladas sobre el borde de la
cama y los pies en el suelo. Joules se queda donde está, sentado a mi lado. Alarga una
mano y me da una palmada en la cabeza.
Me pongo de lado y él retira la mano, mirándome con extrañeza.
—¿Qué?
—Tam me tocó la cabeza la otra noche —le digo, y Joules frunce el ceño.
—¿Cómo? —exige, así que alargo la mano y sujeto la de Joules, poniéndola de
nuevo sobre mi cabeza. Uso mi agarre en su muñeca derecha para darme dos
palmadas y luego lo alejo—. Así, ¿eh? —Joules se frota la barbilla y mira pensativo el
feo dibujo de la alfombra—. Tengo que decirlo: Tam Eyre es un hijo de puta
complicado.
—Creo que ustedes dos podrían ser buenos amigos algún día.
Joules me lanza una mirada sombría y yo me río, dejándome caer de nuevo
sobre la espalda.
—Creía que lo tenía claro, pero... no es nada parecido a lo que pensaba. —
Joules suspira molesto—. ¿Tal vez es virgen también? Está muy raro contigo, como si
nunca hubiera conocido a una chica que le gustara de verdad.
Ahora me estoy riendo tanto que se me saltan las lágrimas.
—¡Por favor! ¿Has visto sus videos con Kaycee? Tam tiene una habilidad seria.
—Tiene habilidad cuando actúa. Es lo único que sabe hacer: actuar. En la vida
real, está tan indefenso como tú. —Joules me lanza otra mirada—. Y gracias por
contarme lo de la palmada en la cabeza. Eso no es bueno. No te mira como una mujer.
Me incorporo un poco, frunciendo el ceño.
—¿Por qué me hiciste llevar ese vestido tan feo? ¿Viste a Kaycee? Ella estaba...
—No tengo que decirle a Joules cómo lucía porque él ya lo sabe. Lo veo en el
estiramiento de su boca. Sabe lo hermosa que es. Femenina. Sexy.
—Si eres demasiado lanzada, Tam va a huir. Al principio pensé que era un
jugador, por eso sugerí la lencería, pero sinceramente, puede que sea un virgen
ingenuo como tú. —Le doy un puñetazo a Joules en el brazo, pero me ignora. Se
levanta de la cama y se dirige al baño—. Voy a ducharme. Déjame en paz un rato,
¿quieres?
Se lleva la bolsa de viaje y cierra la puerta antes de que oiga el ruido de la
ducha.
Saco mi teléfono para comprobar si hay mensajes de Tam.
Hay uno, de hace un par de horas.
No puedo esperar a que llegues al trabajo mañana por la noche.
Y nada más.
No vuelve a enviarme mensajes durante el resto del día ni gran parte del
siguiente.

Quedan 84 bobas hasta que muramos los dos...


Llevo un disfraz gigante de pandereta de espuma.
—Te odio, Tam Eyre —gruño mientras recorro de arriba abajo la enorme cola
que vende palos de luz para el concierto. El último turno que trabajé no había disfraz,
pero ¿ahora? La subdirectora me dijo que “alguien de arriba” me había sugerido que
me pusiera esto, y luego me guiñó un ojo—. Debería dejar correr la maldición para
que te mueras.
Pero, por supuesto, no lo digo en serio. Me siento culpable en cuanto lo digo.
A la familia Frost le encanta un poco de humor negro, pero hoy no puedo.
Durante mi pausa para comer, unos treinta minutos antes de que empiece el
espectáculo, un ayudante viene a decirme que mi hermano me está esperando fuera.
Lo dudo, viendo que hoy vuelve a trabajar de seguridad dentro del estadio. Si
quisiera verme, habría venido a buscarme él mismo.
—Será mejor que tenga un té de burbujas en la mano, Sir Tom —digo mientras
empujo la pesada puerta de metal y entro en el callejón. Tam se da la vuelta para
sonreírme, y ahí está, en su mano. Camino despreocupadamente hacia él y le tiendo
la mano. Guía mis dedos para que rodeen el vaso de plástico antes de soltarme.
Miro la etiqueta y sonrío.
—¿Té con leche estilo Hong Kong? Sir Tom, estoy muy orgullosa de usted. Este
es uno de mis favoritos.
—Lo sé; se lo he preguntado a tu hermano —dice, y veo que tiene un oolong
helado sin azúcar en la otra mano. Pobre hombre. Va vestido con su gorra de béisbol
y su chaqueta, pero lleva la máscara bajada hasta la barbilla y las gafas de sol metidas
en el bolsillo. Miro a mi alrededor, pero no veo a Daniel por ninguna parte.
¿Estamos... estamos solos aquí atrás?
Pero entonces se oye el roce intencionado de un zapato en el pavimento, y veo
un pequeño destello de sonrisa en la oscuridad y me estremezco.
—Joder, es terrorífico —suspiro, y Tam mira a su alrededor como si no
estuviera seguro de a quién me refiero. El cabello se le enreda suavemente alrededor
de las orejas y asoma por debajo de la visera de la gorra de béisbol, formando una
bonita capa sobre la frente.
—Oh, sí. —Se ríe cuando se da cuenta de que estoy hablando de Daniel—. Me
he preguntado más de una vez si es realmente humano.
—¿Dónde está Jacob? —pregunto despreocupada, jugando con la pajita de mi
bebida. No lleva boba, pero así es como se sirve tradicionalmente, así que estoy
contenta. Para mí, el té con leche, el té de burbujas, el té boba y el té helado son lo
mismo.
Tam silba y echa la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.
—Lo convencí de que había un problema con mi vestuario. —Tam se encoge
de hombros, baja la barbilla y abre los ojos. Cuando me dedica esa sonrisa de
comemierda, sé por dónde va la conversación—. ¿Te gusta tu nuevo uniforme? —
Frunce el ceño de forma adorable y me hace un gesto performativo, como si no le
gustaran mis jeans y mi camiseta de la sala de escape—. Espera, ¿esta vez llevas ropa
debajo del disfraz? ¿Qué pasa?
Le doy un puñetazo en el brazo y se ríe. Me doy cuenta de que Daniel no
interfiere, ni siquiera se mueve. Tam debe haberle dicho algo.
—Esa no fue mi idea, ¿de acuerdo? Fue idea de Joules. —Tam me lanza una
mirada tan perturbada que me apresuro a explicarle—. Sé que es raro, pero él no
quiere que yo....
No termino la frase. Tam tiene una expresión extraña en la cara, así que me doy
la vuelta y le hago un gesto con la mano por encima del hombro.
—Me voy antes de que se ponga raro. Además, no volveré a ponerme el disfraz
de pandereta. Le diré a mi encargada que puede consultarlo con los de arriba si
necesita reconfirmarlo.
—Si te lo pones, te daré un bono —me grita Tam, pero lo ignoro y dejo que la
puerta de seguridad se cierre de golpe tras de mí.
Esa noche, me tomo mi segundo descanso del trabajo y me cuelo en una de las
entradas del estadio para echar un vistazo al concierto.
Tam está en el escenario, resplandeciente bajo las brillantes luces. No puedo
verlo bien desde aquí, pero las pantallas a ambos lados del escenario son lo bastante
grandes como para que se le vea desde la luna.
Sus mejillas tienen un beso de purpurina, sus ojos verdes un toque de
delineador. Lleva ese traje completamente blanco que se pone para Sweet Honey y
me encuentro respirando un poco más fuerte de lo que debería. No me había pasado
antes. ¿Es más guapo porque lo estoy conociendo?
Me doy la vuelta y huyo de vuelta a la mesa de ventas antes de que termine el
concierto, y nos acosen.
Al salir, me compro el último pantalón de chándal, así tengo un pijama nuevo
que ponerme.
Nunca le diré a Sir Tom que tengo unos pantalones en los que se lee Yo <3 Tam
en el culo.
Nunca.

Quedan 83 bobas hasta que muramos los dos...


Joules y yo hemos quedado con Tam y Kaycee en una tienda de té boba (lo sé,
lo siento, es mucha boba) en el distrito Pearl de Portland. Desde allí, iremos a los
jardines japoneses, visitaremos la mansión Pittock y cenaremos gimbap coreano en
un local pop-up muy de moda.
Planeé el itinerario a petición de Tam.
«Nunca llego a ver las ciudades que recorro» me dijo. «Ni siquiera sé
familiarizarme con un lugar.»
Me ofrecí a ayudar y aquí estamos.
Nuestro hotel no está lejos de la tienda de té, así que Joules me acompaña hasta
la puerta y luego maldice.
—Mierda, me olvidé la billetera —dice rebuscando en los bolsillos. Entrecierro
los ojos porque me parece una estupidez—. ¡Ya te alcanzo! No te molestes en esperar.
—Joules Frost, no te atrevas...
Pero me ignora, se da la vuelta y se va por la acera a una carrera que sabe que
no puedo seguir.
Suspiro.
—¿Adónde va con tanta prisa? —me pregunta Tam desde detrás de mí, y me
giro para ver que hoy va totalmente disfrazado. Veo cómo se quita las gafas de sol y
me encojo de hombros. Con dos dedos, Tam se pasa la máscara por la boca hasta la
barbilla.
—Dice que olvidó su billetera, pero solo Dios sabe. Ya volverá. —Me doy la
vuelta e intento abrirle la puerta a Tam, pero se me adelanta. Lo miro y se encoge de
hombros—. Qué anticuado —refunfuño, pero me gusta, y solo estoy bromeando.
Entramos y nos ponemos a la cola. Se supone que el espacio es minimalista
chic, creo, pero no me gusta. ¿Ya me quejé del sitio de cuento de hadas? Este es peor:
suelo de cemento pulido gris, mesitas y sillas que parecen de Ikea y una sola planta.
En toda la sala, esa salpicadura de verde es el único color aparte de las bebidas de la
gente.
—Hoy invito, para variar —me dice Tam mientras Daniel se sienta cerca de la
puerta y finge estar esperando a alguien. La gente nos mira de reojo. Si supieran que
Tam está en esta parte de la ciudad, lo reconocerían. La única razón por la que no
estamos siendo rodeados es porque la gente no espera que esté aquí. Imagina a Suga
de BTS entrando en una tienda de té mientras estás sentado allí. Eso no pasa. No ves
a Taylor Swift en un McDonald's, haciendo cola despreocupadamente.
Me acerco un poco más y tomo a Tam del brazo.
—Eres el peor hermano mayor de la historia —anuncio, y Tam se ríe. El sonido
es tan bonito que más gente se vuelve para mirarnos, y yo giro, poniendo la mano
sobre la boca de Tam—. Deja eso —le siseo, bajando la palma de la mano e intentando
fingir que no me afecta la sensación de sus labios contra mi piel—. No te rías. —Tam
vuelve a reír y le tapo la boca de nuevo. Eso solo hace que se ría más, y me doy por
vencida—. Bien, si quieres morir por enjambre de fangirls, es tu problema.
—¿Cómo podría pasar eso si te tengo a ti para protegerme? —bromea, sacando
el móvil del bolsillo de la chaqueta. Vibra con una llamada entrante y contesta—.
Hola, nena —dice, y resisto el impulso de moverme. Que sea una superestrella ya es
malo, pero ¿que tenga novia? Eso es... peor en cierto modo—. Oh. ¿En serio? ¿Quieres
que...? —Tam hace una pausa y avanzamos con la frase—. De acuerdo entonces.
¿Estás segura? Bebe mucha agua e intenta echarte una siesta cuando puedas. Luego
hablamos. —Cuelga y guarda el teléfono, mirándome con una pequeña arruga entre
las cejas. Me vuelven las ganas de estirar la mano y alisársela con el pulgar, y exhalo.
—¿Va todo bien? —pregunto, y Tam asiente.
—Kaycee necesita volver a filmar algunas escenas para su nuevo video. No
podrá venir hoy. —Tam suena... contemplativo. Pero entonces me sonríe, y siento una
ligereza en el pecho, una tensión que se disipa—. Supongo que hoy estamos solos tú
y yo.
—A menos que Joules vuelva a aparecer —le recuerdo, pero entonces suena
mi teléfono y lo saco.
Kaycee me dijo que no podía venir hoy. Me fui. Estás sola con él. Haz lo
necesario, Canoa.
Le devuelvo un emoji de caca a Joules, lo bloqueo, y luego me preocupo por
una posible emergencia y lo desbloqueo inmediatamente.
—¿Joules no viene? —pregunta Tam, con una alegría en la voz que antes no
tenía. Lo miro y sonríe—. ¿Qué? Estoy deseando ver cómo eres cuando él no está.
—Soy la misma esté él o no, te lo puedo prometer.
Esa afirmación parece confundir a Tam, pero no entiendo por qué. Es tan
confuso. Daría mi dedo meñique por echar un vistazo a sus pensamientos. Avanzamos
de nuevo y por fin nos toca nuestro turno en el mostrador.
—Boba de menta con mitad de azúcar y leche de almendras —afirmo, y luego
sonrío—. Y ya que paga mi hermano… —Señalo a Tam—, también quiero helado de
té tailandés sin azúcar. —Miro hacia Tam y veo que vuelve a tener los labios
entreabiertos por la sorpresa. Parece que hago eso a menudo, sorprenderlo. Eso es
bueno, ¿no?—. Espera. Añade también un boba de chai con cardamomo, por favor.
—Yo quiero lo mismo —susurra Tam, tocando el teléfono para pagar. La mujer
que está detrás del mostrador lo mira con los ojos entrecerrados, pero no dice nada.
—Rompiendo la dieta otra vez, ¿verdad? —me burlo. No me importa la dieta de
Tam. Tiene un peso saludable y hace ejercicio todos los días. Diablos, sus conciertos
son como un entrenamiento de intervalos de alta intensidad por sí solos. Si quiere
darse un capricho con un helado una vez a la semana, ¿qué más da? Dudo y me ajusto
la sudadera. Iba a arreglarme para hoy, pero Joules me dijo que no lo hiciera.
He venido como siempre: con una sudadera con capucha de los Razorbacks,
jeans y zapatillas. Lakelynn Frost a secas.
—Probablemente debería empezar a hacer ejercicio —murmuro
distraídamente, concentrada en la planta del otro lado de la habitación y no en Tam.
Si sobrevivo a este año, lo haré. Me aseguraré de mantenerme sana, pero nunca me
obsesionaré con el peso. Hago esa promesa y luego me pregunto si viviré para verla
hecha realidad.
Tam no responde a esa parte, pero sí al comentario sobre la dieta, así que sé
que está escuchando.
—Esta noche haré más ejercicio —me dice, y me pregunto qué significa eso.
Le enarco una ceja.
—¿No decías que pasabas una hora en el gimnasio todos los días?
—Seis días a la semana —me corrige, y niego con la cabeza.
—¿Pero no haces ejercicio también cuando actúas? ¿Y los ensayos de baile?
—Ejercicios extras —responde Tam con facilidad, y entonces se quita la gorra
y veo que una chica se inclina para susurrarle a su amiga.
Alargo la mano y le vuelvo a poner la gorra sobre el característico cabello rosa
fresa.
—Hoy debería haberme puesto un gorro de punto —refunfuña, ajustándose de
nuevo la gorra negra. Cuando se levanta para bajarse la cremallera de la chaqueta,
veo que lleva la misma camiseta de la sala de escape que yo.
—¿Tú...? —Ni siquiera termino la frase. Tam mira hacia abajo para ver lo que
estoy mirando, y entonces se le pone un poco de color en las mejillas. Se lleva la
lengua a la comisura de los labios y mira hacia el mostrador, no hacia mí.
—Hice que mi asistente me comprara una; estaba celoso.
No puedo contener la risa, tan fuerte que me doblo.
—Por favor, no. ¿Enviaste a tu asistente a comprarte una camiseta de una sala
de escape de 20 dólares? Sir Tom, eres muy extraño.
—¿Yo? —pregunta señalándose a sí mismo—. Yo no soy el que está maldito.
—No. —Cruzo las manos sobre la mesa y le dirijo una mirada muy severa—.
Estás malditos. Estamos malditos. —Me subo la manga de la sudadera para mostrarle
la muñeca, y Tam me sorprende extendiendo la mano para sujetarla. Sus dedos son
cálidos, lo bastante ásperos para rozar la suavidad de mi piel y dejar un cosquilleo a
su paso.
Mi pulso me traiciona, pero al menos mantengo la respiración uniforme.
—Realmente parece un corazón —dice Tam frotándome el dibujo rojo brillante
de la muñeca. Creo que intenta ver si se desprende al frotarlo, pero el vaivén de su
pulgar sobre la piel sensible de la parte interior de mi muñeca empieza a
incomodarme.
¿Cómo sería si me tocara así a propósito? No. Ni siquiera puedo empezar a
pensar en eso hasta que rompa con Kaycee. Parece que de verdad le gusta Joules (a
la mayoría de las chicas les gusta, supongo), así que espero que no sufra. Ella me
agrada, y es tan jodidamente amable.
—Por lo que podemos deducir de los registros familiares, la marca se basa en
la nebulosa del corazón. Es una nebulosa de emisión que está a setenta y quinientos
años luz de la Tierra. Forma parte de Casiopea. —Tam me suelta la muñeca y yo la
retiro suavemente, sacando mi teléfono. Busco la nebulosa del corazón y le doy la
vuelta para que pueda verla—. Bonita, ¿verdad?
—¿Eso es de verdad? —me pregunta, quitándome el móvil para entrecerrar los
ojos y ver las fotos—. Joder. —Me mira la muñeca y se la extiendo de nuevo para que
la compare. La marca está ardiendo ahora mismo, y duele, pero no se lo digo. Tam
estudia la pantalla y vuelve a tomarme la muñeca con la mano—. ¿Registros
familiares? —pregunta distraídamente, y yo suelto una risita. Vuelvo a agarrar el
teléfono y saco una foto de los archivos familiares.
—Desde 1776, nuestra línea familiar, que comienza con Samuel Frost, ha
llevado un registro meticuloso de la maldición. No solo eso, sino que mi familia ha
aprendido a aceptar el humor negro a lo largo de los años, por lo que algunas de las
entradas son bastante divertidas. Mi favorita es de 1904, cuando mi bisabuela subió a
un tren para asistir a la Feria Mundial de San Luis. Subió con su equipaje Louis Vuitton,
se dirigió a su habitación privada para tomar un té y acabó entrando un polizón. —Me
aclaro la garganta, pero dejo mi muñeca en la mano de Tam—. Ella escribe: el tipo
era bastante guapo para ser un vagabundo, pero supuse para mis adentros que si me
iban a obligar a casarme con un ladrón, él debía serlo. ¿No es mi derecho obtener de
esta maldición algo que merezca la pena? Le golpeé en la cabeza con mi bolsa de
alfombras y lo entregué a las autoridades para que no se escapara y pudiera visitarlo en
la cárcel. Ha demostrado ser una estrategia útil.
—¿Lo tienes todo memorizado? —Tam pregunta con una sonrisa que no es tan
perfecta, demasiado ladeada.
—Me sé de memoria la mayoría de los registros —admito con un suspiro
cansado. Algunas de las entradas son divertidas. Otras lo son... como las de Joe y
Marla. Tam es tan reservado como Marla, ¿no? Igual de reservado—. Los leí todos
cuando era joven, y luego otra vez cuando... el año pasado. Me emparejé contigo
mientras conducía. Tenía Spotify al azar encendido y apareció una de tus canciones.
Me estrellé en un campo con una vaca amistosa, y tuve que disculparme con el
granjero y pagar las reparaciones de su valla.
Tam se me queda mirando, como si no supiera si reírse o salir corriendo.
—¿Cómo sabes cuándo eres emparejado? —me pregunta, sorprendiéndome.
Tam me suelta el brazo y me tapo la mano con la manga de la sudadera, porque de
repente siento un poco de frío.
—La marca arde como si estuviera en llamas, y luego cambia de color. Detrás
de tus ojos, puedes como... ver estrellas o algo así. No sé. Es solo una de esas cosas.
—¿Cómo sabes con certeza que soy tu pareja? —pregunta suavemente, y yo
me río.
¿Cómo lo explico? Hay un conocimiento que viene con ser emparejado.
—Para empezar, la marca se calienta y duele cuando estás cerca. —Me la froto
a través de la tela de la sudadera—. En segundo lugar, es... parte de la maldición.
Simplemente lo eres. Créeme: si hubiera pensado que había alguna posibilidad de
que no fueras mi pareja, habría tomado decisiones diferentes a perseguir tu gira
durante meses.
Tam no dice nada, y entonces le llaman para entregar nuestro pedido, y él se
levanta rápidamente para buscarlo.
Nos sentamos en silencio, comiendo nuestros helados y sorbiendo nuestras
bebidas.
—¿Y ahora qué? —me pregunta despreocupadamente, y estoy tan contenta de
que se haya dejado de lado el tema de la maldición que suspiro aliviada. Tam se da
cuenta y suelta una risita en voz baja.
—Jardines japoneses —afirmo, asintiendo y terminando mi primer vaso con un
movimiento definitivo. Ya está. Hasta el último boba consumido, misión cumplida.
Hora del segundo—. Y luego la mansión Pittock. O viceversa.
—Tú eliges —me dice Tam, sorbiendo el resto de su helado. Tiene un gran
autocontrol y solo se ha comido la mitad.
—Ambos cierran sobre la misma hora, pero es temprano. No deberíamos tener
problemas para visitar ambos. —Me lo pienso un momento. Es primavera, así que los
jardines japoneses estarán en su mejor momento; además, la mansión tiene un
precioso parque público y unas vistas estelares. Bueno, según las críticas. Nunca he
estado en ninguno de los dos. Nunca he estado en Portland. Nunca he estado en
Oregón, punto—. Bueno, yo seré la mansión Pittock; tú, los jardines. —Extiendo el
puño y Tam lo mira como si no tuviera ni idea de lo que está pasando—. Piedra, papel
o tijera. El ganador es el lugar por el que empezamos. ¿Listo?
—Listo. —Extiende el puño, esa sonrisa desigual se agita de nuevo en sus
labios.
Los dos contamos piedra, papel o tijera mentalmente, y yo gano.
—Vamos a visitar la antigua casa de alguien —digo levantándome. Me
dispongo a recoger la basura, pero Tam lo hace por mí, la deposita en un cubo y luego
se apresura a abrirme la puerta. Me río un poco, me meto las manos en los bolsillos y
salgo.
—Esta vez invito yo —le digo a Tam, adelantándome para pagar la entrada
antes de que pueda impedírmelo. Lo hace de todos modos, con la mano en mi brazo.
Me detengo y él me alcanza, volviéndose para hablarme a través de su máscara.
—Demasiado tarde. Las compré por Internet. —Gira su teléfono para que
pueda ver la pantalla, y suspiro cuando pasamos junto al empleado de la recepción y
entramos en un enorme vestíbulo con una escalera de mármol. Qué bonito. Tam se
arrastra a mi lado con un folleto en las manos y lo abre mientras echo un vistazo.
Enseguida nos damos cuenta de que somos los más jóvenes... ¿cuatro décadas
o más?
—No he elegido un lugar muy emocionante, ¿verdad? —susurro, pero luego
miro a Tam, que se ha alejado en dirección a una sala de estar con un arpa. Me mira
por encima del hombro, sus ojos verdes son la única parte visible de su rostro. Me
alegro de que haya decidido no volver a ponerse las gafas de sol.
—¿Qué? —me pregunta, pero yo me limito a negar con la cabeza y le sigo. Tam
está mucho más interesado en la casa que yo, se detiene a leer todos los carteles e
incluso se descarga la audioguía en su teléfono. Se pone un auricular y me ofrece el
otro.
OPD, el auricular de Tam Eyre que ha estado en su oído real. Je. Eso es lo que
Lynn va a decir cuando le cuente sobre esto. ¿Tal vez podrías recoger un poco de su
cerumen? Puaj. Bien, dudo que llegue tan lejos, pero hay fangirls de Tambourine que
vienen a la mesa de mercancía cada turno que trabajo que dirían eso. O cosas peores.
He oído cosas jodidamente peores, cosas sobre pañuelos usados en el cubo de basura
de su hotel y como... Simplemente no puedo.
—Tus fans están locas. —Miro a Tam y veo que sus ojos se abren de par en par
en respuesta a mi afirmación—. Pero eso ya lo sabes, ¿verdad?
—La audioguía ha dado pie a esa afirmación... ¿cómo? —pregunta, haciendo
una pausa mientras un señor mayor se acerca a nosotros, con cara de disculpa. Tam
se pone rígido y se prepara para saludar a sus fans. Realmente tiene muchos fans así
de mayores. No creo que haya ningún grupo de edad que no esté fascinado por él.
—Siento molestarle, pero... —El hombre levanta la mano y golpea el aire cerca
de su cara, probablemente indicando la gorra de Tam—. Estamos dentro, muchacho.
Tam mira fijamente al hombre mientras yo lucho por no reírme, girando el
cuerpo hacia un lado para ocultar el temblor.
—Lo... lo siento —dice Tam cortésmente, y entonces se quita la gorra y miro
hacia atrás justo a tiempo para ver cómo se despeina sus alisadas ondas rubio-
rosadas.
—Se lo agradezco, gracias. —El hombre se da la vuelta y se dirige hacia donde
le espera su mujer.
Soy lo bastante educada como para contenerme hasta que han abandonado la
sala por completo. Me voy a un rincón, lejos de los demás visitantes, y me tapo la boca
con las dos manos mientras me río lo más bajo que puedo.
—No es tan gracioso, ¿verdad? —pregunta Tam, deteniéndose a mi lado y
tirando de su máscara hacia abajo. Al final, se la quita y se la mete en el bolsillo.
Incluso se quita la pesada chaqueta con un suspiro de alivio. La camiseta que lleva se
ajusta perfectamente a su cuerpo, y siento algo al respecto. Yo…
Estás excitada, Lake. Admítelo. Me siento tan culpable porque Tam sigue siendo
el novio de Kaycee. No es mío, y no me gusta la sensación que estoy teniendo con
esto. Es como si estuviéramos en una cita, ¿no? Esto es una cita. Puede que Tam no lo
vea así, pero yo sí.
—Ha sido bastante gracioso —admito, dejando caer una mano a un lado y la
otra sobre mi boca por si vuelvo a reírme. Este no es el lugar. Hay tanto silencio que
se podría oír caer un alfiler. Los clientes son todos septuagenarios o mayores, y tengo
el auricular de Tam apretado en la mano. Rápidamente me lo pongo, y ya está el audio
tour sonando suavemente de fondo.
—Tienes el cabello hecho un desastre —le digo, poniéndome de puntillas y
alargando los dedos para despeinarlo. Las manos de Tam salen automáticamente y
me toman por las caderas para sujetarme, como hizo cuando chocamos en el pasillo
con el disfraz de perrito caliente.
Mi aliento se libera de repente, agitando su cabello, y él se estremece.
Tam me empuja lejos de él. Lo hace con suavidad, pero es una clara falta de
consentimiento. Suelto las manos y caigo sobre los talones. Me sonríe, como si
intentara suavizar el golpe, y luego hace girar su gorra de béisbol en el dedo.
—Nadie me va a reconocer aquí, ¿verdad? —pregunta, y yo niego con la
cabeza—. Me encanta este sitio. —Tam sonríe, y siento una oleada de triunfo. ¿Lo ves?
Lo sabía. Realmente busca el rechazo. Le gusta.
—Los viejos son los mejores —admito encogiéndome de hombros. Mi abuela y
yo somos muy unidas. También era muy unida a mi bisabuela antes de que la
maldición la matara. Mis amigos siempre se preguntaban cómo podía tener hijos si
nunca había sido emparejada. Tuve que explicarles como cuatro veces que puedes
casarte, amar o acostarte con alguien que no sea tu Pareja. Ser compatible no es un
requisito para tener hijos.
—Me encanta que pienses así —me dice Tam, y entonces aparece un ayudante
de la nada para recoger su gorra y su chaqueta. De algún modo pensé que era Daniel
el único que estaba con nosotros, pero entonces miro por encima de la barandilla de
la escalera y veo a otras personas que no parecen de aquí.
De acuerdo.
Sigo siendo una extraña para Tam, y tenemos menos de tres meses para
cambiar eso y menguando rápidamente. Es una buena señal que siga pidiéndome
que salga con él, pero podríamos pasar fácilmente meses así, sin que rompiera con
Kaycee.
Hay una incómoda pausa en la que no sé qué responder, y Tam se da la vuelta
y se aleja sin mí.
Lo alcanzo al terminar el recorrido con el audiolibro ocupando la mayor parte
del tiempo de emisión.
En la tienda de regalos, Tam le compra a su madre un juego de té de trescientos
dólares y se encarga de que se lo envíen... a donde quiera que sea esa dirección de
Los Ángeles. ¿A su casa? ¿La casa de su madre? Sé que ella viaja con él la mayor parte
del tiempo, así que no estoy segura.
Tampoco pregunto.
Los jardines son lo siguiente, y como estamos fuera, Tam vuelve a usar
libremente su disfraz. Bueno, la parte de la gorra y la máscara. Se está poniendo un
poco demasiado caliente para un abrigo.
Tampoco hay mucho que hacer en este lugar, salvo caminar en círculo y leer
carteles, algo que a Tam le encanta. Parece —como dice Joules— ingenuo y adorable
cuando se baja la máscara para oler una flor y arruga la nariz.
Pero entonces me ve observándole y me lanza una mirada con el rabillo del ojo
que me recuerda que es un hombre con pensamientos quizá un poco menos mansos
que esta flor. Me mira como si estuviera realmente interesado, y no puedo entender
por qué. ¿La maldición obliga a las parejas a gustar de la familia Frost? Nadie ha
podido confirmar o negar eso. Yo diría que no porque muchos de nosotros seguimos
muriendo en el periodo de un año, pero entonces... ¿qué es esto? No lo entiendo.
—Tienen una casa de té al final. No hay boba, pero podríamos parar a tomar
algo. —Tam dice, ya a mitad de camino a través de la visita de audio para este lugar,
también. Puede que yo me aburra aquí, pero a él le encanta, y son sus reacciones ante
los peces koi, las pagodas, la exposición de esculturas netsuke, las que lo hacen por
mí. Me entretiene.
—Me gustaría —le digo, y me tiende la mano como si fuera a tomármela o algo
así. Pero no lo hace, sino que se mete la mano en el bolsillo. Tam me adelanta por el
camino de grava y se detiene para que pueda alcanzarle.
Nos tomamos nuestro tiempo, dejando pasar a los demás, y me sorprendo
doblemente cuando Tam se sienta en un banco del jardín zen y cierra los ojos. Me
siento frente a él y nos quedamos allí casi treinta minutos de silencio ininterrumpido.
Ni siquiera se mueve.
Su gorra de béisbol cae hacia atrás y su cabello atrapa el viento. Por la posición
del sol, es como si brillara. Me muevo para disipar la extraña imagen y me pregunto
si no estará durmiendo. La brisa le despeina la frente y sus pestañas se agitan.
Los ojos de Tam se entreabren ligeramente, pero permanece esa pesada
trascendencia de los párpados entornados. ¿Estaba meditando o algo así? Parece tan
tranquilo en este momento, y me siento culpable por no experimentar este lugar de
la misma manera que él. Tam está asimilando todo el día, pero yo solo estoy
asimilando a Tam.
Maldita maldición estúpida. Exhalo y me relajo a la fuerza.
—Ha sido demasiado largo, ¿verdad? —pregunta en voz baja, mirando a los
árboles y no a mí. Algunos están llenos de flores rosas. Se me ocurre que quizás Tam
no sale muy a menudo.
—No pasa nada —le digo con amabilidad, porque también imagino que tiene
muchos horarios y plazos—. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Eso hace que se siente recto y baje la barbilla para mirarme fijamente. Vuelve
a estar rígido, y no en el buen sentido. Solo tenso. Esperando.
—Claro. —La palabra es cortada, pero hay algo más en ella, un sentido de
esperanza con el que tengo que ser tierno. Puedo verlo. Tam Eyre está un poco
acostumbrado, un poco hastiado.
—¿Cuándo fue la última vez que te sentaste en un banco al aire libre y te
relajaste así?
Exhala y mira hacia delante, apoyando las manos en las rodillas. Oigo a sus
empleados moverse por la acera, al otro lado de los árboles que hay detrás de
nosotros, pero hago lo posible por ignorarlos. No sé si podré quedarme a solas con
Tam, ni cuándo. Ni siquiera Daniel está presente.
Teme que eso es lo que intento hacer, y eso es exactamente lo que intento
hacer. Qué desastre.
—¿Nunca? —pregunta Tam, frunciendo el ceño y haciéndose esa arruguita.
Alargo la mano para alisarla y me detengo. No quería que lo tocara en la mansión
Pittock, y estoy segura de que no quiere que lo toque ahora. Dejo caer la mano sobre
mi regazo y él la mira caer—. Nunca.
—Entonces sentémonos aquí un rato más. —Le doy la espalda y cierro los ojos.
Me duermo rápidamente y me despierto con el cuerpo desplomado en el suelo.
—Oh, mierda —exhala Tam, luchando por recogerme de la grava. Estoy tan
desorientada que ni siquiera sé qué ha pasado. Me levanta y me sienta en el banco,
me pone las manos en los brazos y se inclina para mirarme a la cara—. ¿Estás bien?
—Creo que... me he quedado dormida —susurro mientras Tam me aprieta los
brazos, desliza las palmas hasta los codos y vuelve a apretar. Miro hacia abajo y veo
que mi piel está manchada de sangre. Me ha tocado, pero también ha desprendido
trozos de grava y roca.
Daniel está de pie justo detrás de él, estudiándome.
—Lo siento. Tuve problemas para dormir anoche. —No digo que tuve
problemas para dormir debido a él y la maldición y lo que sea que Joules está
mintiendo. Tiene que ser algo relacionado con la maldición. Es la única cosa sobre la
que me mentiría.
—Vayamos directamente a la cafetería, así podremos ir al baño. —Tam me
ayuda a levantarme, soltándome mientras me rozo las palmas de las manos en los
jeans. Ay. Me duele un poco el costado derecho, maldiciendo mi suerte por no
haberme quedado dormida y haber caído sobre el hombro de Tam. Estoy tan
avergonzada que siento calor en la cara, y salgo rápidamente del jardín de arena y
bajo por el sendero, siguiendo las indicaciones hacia la cafetería.
Solo hay un baño disponible, y es el de minusválidos. Dudo ante la puerta, pero
Tam me agarra de la muñeca y me mete dentro. Toca la cerradura y mi respiración se
entrecorta.
Ahora estamos solos, solos.
Solo él y yo en este pequeño espacio.
—Ven aquí. —Tam frunce los labios mientras abre el grifo, y veo que realmente
tiene algunos rasgos en común con Joules. La prepotencia es uno de ellos. Moja el
pañuelo, este es de pata de gallo, con agua caliente y se vuelve hacia mí.
Tam pasa el pañuelo suavemente por toda la piel expuesta debajo de las
mangas de mi sudadera, que están subidas hasta el codo. Me limpia la sangre y todas
las piedrecitas incrustadas en la piel. Cuando se arrodilla delante de mí, se pone un
poco raro.
—Toma. —Introduce el paño por el agujero de la rodilla de mis jeans. ¿Acaba
de ocurrir? ¿Acabo de abrir un nuevo agujero en mis jeans? ¿Cómo? Siseo ante el
dolor punzante y me quedo paralizada cuando los dedos de Tam me agarran el
dobladillo de los jeans por el tobillo—. ¿Puedo enrollarlo? —pregunta, y yo me quedo
parada—. Okey, entonces. —Tam me sube el pantalón y, si no fuera por el dolor de
la rodilla, me habría desmayado un poco.
Limpia la herida —mucho más grande que las de mis brazos— y luego saca una
bandita de su billetera.
—Estás de broma, ¿verdad? ¿Llevas pañuelos y banditas?
—Es lo que mi padre me enseñó a hacer. No lo sé. ¿Pero no tienes suerte de
que lo haga? —Abre la bandita y la alisa sobre el agujero de buen tamaño que tengo
en la piel. Debo de haberme golpeado con algo al caer. ¿Quizá ese cartel metálico
cerca de las flores?
Tam se levanta de repente y nos miramos durante unos segundos.
—¿Me lavo las manos y nos vemos fuera? —Es una pregunta. Asiento con la
cabeza y él me devuelve el gesto. Me da el pañuelo y me empuja suavemente hacia
la puerta. La cierra y lo espero diez minutos en un banco cercano.
Daniel está de pie con la espalda apoyada en la pared de ladrillo de los baños
y me mira con los ojos grises entrecerrados. Está enfadado porque Tam entró en el
baño conmigo y sin él. Me doy cuenta. Me alegro de que Jacob no esté aquí.
—Lo siento —dice Tam, sonriéndome mientras cruje por la grava con el
sombrero de nuevo puesto y la máscara en la barbilla.
—No, tómate tu tiempo —le digo, aunque me pregunto qué hacía en ese baño.
Podría ser lo de siempre, pero ¿quizá también se sentía raro conmigo y quería un
minuto? ¿Podría ser eso o estoy interpretando algo que no existía? Me hizo lo mismo
en el asador el otro día.
Encontramos otra mesa en una esquina y Tam se coloca detrás de una estatua.
Hay ventanas en todas las paredes del café, pero nuestro rincón está escondido entre
un grupo de bambúes. Creo que aquí estamos bien.
Pedimos té matcha caliente y helado de mochi frío de tres sabores: sésamo
negro, té verde y mango.
Tam nunca había probado el mochi, así que es otra experiencia nueva, verle
morder la masa turbia del exterior del helado.
—Ja. —Tarda un minuto en hacerse a la idea, pero luego se lo traga todo y pide
otra ronda. No se lo digo, pero me gusta ver comer a los hombres. No sé por qué. Es
como, un detonador muy raro mío. Soy feliz viéndolo feliz.
—Entonces. —Golpeo la mesa con los dedos—. ¿Estás segura de que quieres
ir a cenar? Quiero decir, solo tú y yo.
¡Joder, Lake! ¡¿Por qué?! No puedo dejar de decir la mierda más tonta alrededor
de Tam. Tengo cero carisma, y estoy mandando esto a la mierda.
—¿Por qué no querría ir a cenar contigo? —me pregunta, mirándome de nuevo.
Empiezo a preguntarme si esas miradas que me lanza no forman parte de su rutina.
Deben de serlo. Le he visto trabajar y es increíble. Podría encandilar a una monja,
como dijo mi tío Rob sobre Tam después de ver sus vídeos musicales.
Bueno. ¿Cómo respondo a eso? Miro el móvil, fingiendo haber recibido una
notificación. ¿Qué significa “por qué no querría ir a cenar contigo”? Lo único que
hice fue preguntarle si estaba seguro de querer mantener nuestros planes, ya que
se suponía que Kaycee iba a estar aquí.
Joules responde con; No vuelvas a preguntar algo tan tonto. Le gustas, pero
está nervioso. No traicionará a Kaycee. Solo sigue adelante. Estoy trabajando mi
parte hoy. Ella me invitó al set *emoji con dos dedos* Maldición, Joules es bueno.
Levanto la vista y veo a Tam mirándome, con su bonita boca en una línea neutra
y los ojos entrecerrados por la concentración. Sus dedos se crispan, como si quisiera
alargar la mano y comprobar mi teléfono. Le doy la vuelta y tapo la mitad inferior con
la mano para bloquear las palabras.
—Solo mensaje de texto Joules, relájate. ¿Quién te hizo daño, Sir Tom?
Parpadea, se endereza, se encoge de hombros y niega con la cabeza.
—Es que estoy cansado —admite, y me siento inmediatamente culpable.
—¿Estás seguro de que tienes la energía para hacer tu propio gimbap por el
precio de ganga de sesenta y cinco dólares por persona? —Sí, este lugar pop-up al
que vamos es muy de la gran ciudad. Gimbap se supone que es barato, y ¿por qué
pagar para hacer el tuyo propio? ¿No es ese el punto de un restaurante? Pero está
bien, voy a ir con mucho gusto y dar lo mejor de mí—. ¿Podríamos comer algo más
rápido, como en un camión de comida?
—Quiero ir —me dice, encogiéndose de hombros de nuevo—. Te agradezco
que me cuides, pero siempre renuncio a mis días libres para dormir. Hoy no voy a
hacerlo.
—¿Por qué no? —desafío, como la idiota que soy. Me molesta que no duerma
lo suficiente. ¿Cómo puedo cortejarlo si está cansado y de mal humor todo el
tiempo?—. Nadie se salva sin dormir mucho tiempo, ni siquiera tú.
—No he dormido bien desde que tenía, no sé, ¿doce años? —La mirada de ojos
verdes de Tam es un desafío. Llega nuestro segundo pedido de mochi, y él da las
gracias a la camarera en japonés. Entablan conversación mientras yo escucho, con
una sonrisa en la cara. Parece que ella lo reconoce, pero también que no es de las
que salen corriendo a publicarlo en Internet. Tam le firma una servilleta y se saludan.
Okey, eso ha sido muy lindo.
Tam se vuelve hacia mí y finge estar distraído con su helado, pero a mí no me
engaña. Me remuevo en el asiento y hago una pequeña mueca de dolor cuando mi
costado derecho protesta con varias punzadas incómodas. ¿Cómo me he hecho tanto
daño cayéndome de un banco fijo?
—¿Quieres un analgésico? —pregunta Tam, sacando de nuevo su billetera.
Tiene dos ibuprofenos metidos en la sección del monedero con cremallera en el
centro. No sé qué decir, así que me limito a darle las gracias.
—Dormir es importante, Sir Tom.
—¿Intentas librarte de mí? —pregunta de repente, y luego se echa hacia atrás
con una carcajada—. ¿Creía que estábamos malditos para enamorarnos? ¿Qué haces?
¿No quieres ir a cenar conmigo? ¿No es ese tu objetivo final?
Me quedo con la boca abierta y aparto el té de mí. Estoy a punto de salir de allí
y dejarlo solo para que se haga su propio y caro gimbap.
—¿Perdona? Si no fueras mi pareja, me iría y no te volvería a ver. Esto es
exactamente por qué toda esta estupidez es una maldición. Algunos de mis
antepasados más chiflados pensaban que era una bendición, pero eso es de chiste,
¿no? —Me río entre dientes y me acerco a la mesa para robarle el mochi de mango.
Lo miro a los ojos en señal de desafío, pero no me detiene—. Está bien. No duermas.
Colapsa en el escenario. Ese es tu problema.
—Si yo muero, ¿no morirás tú también? —me pregunta, y sin duda me está
tomando el pelo. ¿Pero está siendo malo o juguetón? No lo sé—. Es tu problema tanto
como el mío. —Sonríe un poco. Puede que se esté burlando de mí suavemente, pero
no es del todo mezquino.
Suspiro.
—Volvamos y veamos las partes del jardín que nos perdimos.
Me levanto y dejo a Tam en el restaurante, esperando fuera a que se reúna
conmigo.
Sale con las manos en los bolsillos, mirando al suelo y no a mí.
—¿Por qué sigues invitándome a sitios? —le pregunto, con auténtica
curiosidad. Tam levanta la vista de repente y su boca se curva suavemente hacia
abajo.
—No lo sé —admite—. Simplemente me siento cómodo a tu lado.
Separo los labios, pero no respondo. De todos modos, Tam no me da la
oportunidad, se da la vuelta y se aleja por el sendero. Como la última vez, se detiene
un poco más adelante y espera a que lo alcance.
El viento se levanta un poco y me pica en las mejillas, aunque la luz del sol sea
relativamente cálida. Me vuelvo para mirar a Tam y veo que sus mejillas están de un
color rosado brillante debido a este pequeño atisbo de invierno en nuestro clima
primaveral. Alargo la mano y la pongo en cualquiera de las mejillas de Tam antes de
pensar lo suficiente como para detenerme.
Mierda.
Retiro las manos de repente, no sin antes darme cuenta de lo frío que está Tam.
—Lo siento, yo... —Mis palabras se cortan bruscamente cuando Tam pone sus
propias manos en mi nuca. Sus palmas están tan frías como sus mejillas, pero me hace
sentir bien porque tengo un poco de calor con la sudadera puesta. Él no lleva
chaqueta. Debe de haber un término medio para este tiempo que no tenemos.
—Tu piel está caliente —me dice, como sorprendido, y yo trago saliva, subo
las manos de nuevo y presiono las palmas contra sus mejillas. Sí. Frías. Justo como
pensaba.
—Tengo un poco de calor —le explico, y la mirada que me dirige es tan
devastadora que en mi pecho se desarrolla un dolor que antes no estaba ahí. Sé lo
que es ese dolor. Ya lo he sentido alguna vez. Es interés. Estoy realmente interesada
en él, quizá por primera vez desde que nos conocimos.
Incluso sin la maldición, seguiría aquí de pie. Así es como me siento en ese
momento.
—Tengo un poco de frío —explica Tam, y siento que le devuelvo la sonrisa.
—Mi abuela siempre decía manos frías, corazón caliente. ¿Tienes el corazón
caliente, Sir Thomas? —Bajo las manos, pero Tam tarda varios segundos más en hacer
lo mismo. Dejó que lo tocara. Me tocó. Pero también me rechazó en la mansión. Hemos
estado por todas partes hoy.
—Probablemente no —admite mientras doblamos la última curva del jardín y
nos dirigimos a la salida. Hay bonsáis, puentecitos y arroyos serpenteantes. Es un
lugar precioso. Si viviera aquí, volvería a menudo para sentarme en ese jardín zen—
. No creo que se pueda llegar a donde estoy sin ser egoísta. Siempre me pongo a mí
primero.
Guau.
Me sorprende que acabe de admitirlo. Tampoco estoy segura de que sea
cierto. Ya veremos.
—¿Cuánto costaban las entradas? —Tam pregunta, y yo lo miro con extrañeza.
Es un cambio de tema interesante.
—¿No lo sabes? —le pregunto, sorprendida. Si la gente paga dinero por su
tiempo, ¿no debería tener alguna idea?—. Diez de los grandes —admito, y luego me
estremezco. ¿Pagué todo eso por una recepción helada y una polla dibujada en mi
bolsa?—. Por cierto, me debes una bolsa nueva. ¿Puedo tomar una del trabajo?
Tam deja de caminar para poder reírse de mí y se frota la boca con la palma de
la mano.
—Sí, no debería haber dibujado una polla en él, pero tú dibujaste una y me la
tiraste a la cabeza. Me pareció un trato justo.
—No habría tenido que tirarte eso a la cabeza si el estúpido guardia de
seguridad no me hubiera desterrado al final de la cola por poner accidentalmente las
manos en la cuerda de terciopelo.
—¿Hacen eso? —Tam pregunta, aparentemente sorprendido por la idea.
—Solo en ciertos locales —digo con un suspiro cansado. No puedo creerme
que esté al lado del tipo y manteniendo una conversación en condiciones. Empezaba
a dudar de las estrategias de Joules. Pero sabiendo ahora que Tam percibía a sus
mariposas como asquerosas, yo... Vaya. Podría ser el primer miembro de la familia
Frost cuya pareja ha malinterpretado eso.
—Cobramos cuatrocientos —explica Tam, y vuelvo a suspirar, frotándome la
cara con ambas manos. Me doy la vuelta y me pongo delante de él en el camino,
dándole un puñetazo en el pecho. Daniel se queda donde está, rondando cerca de un
banco bajo unos árboles.
—Sí, pero los revendedores —explico, suspirando de frustración—. No estás
viendo nada de ese dinero extra. ¿No te molesta que alguien se lucre con las entradas
de tus conciertos? No solo eso, sino que están estafando a tus fans. Eso debería
cabrearte, Ta... Sir Tom. —Me inclino para susurrar—. Podrías hacer algo con la
industria de las entradas de segunda mano. Eres así de grande e importante.
—¿Lo soy? —repite con las cejas levantadas. Alarga la mano para empujarme
en el hombro y pasa de largo, dejándome atrás. Se detiene de nuevo y yo troto para
alcanzarlo, y veo en su cara que eso le gusta—. ¿Tantas ganas tenías de conocerme?
¿Diez mil?
—Había otras cuatro personas en esa habitación conmigo —le recuerdo
mientras espero a que Pat me ayude a subir al todoterreno. Tengo que decir que el
chófer de Tam es una de las personas más agradables que he conocido en mi vida.
Ya lo quiero.
Tam no responde, y me pregunto si he dicho algo equivocado.
—Ninguna me miró como tú —dice después de ponerse el cinturón. Yo también
me pongo el mío y espero a que me lo explique, con el corazón palpitante. No tengo
ni idea de lo que va a decir, de cómo va a explicarlo.
—¿Cómo? —pregunto, orgullosa de mantener la voz firme.
—Como a un extraño —me dice Tam con dulzura, y me doy cuenta de que,
aunque sea un pensamiento raro, es sincero. Conectó conmigo porque lo miré como
a un extraño, en lugar de como a alguien a quien ya creía conocer.
Exhalo y me vuelvo para mirar por la ventanilla el resto del trayecto.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
TAM
Quedan 83 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
El restaurante que elegí está oculto tras un bar de lujo y un mercado de
artículos de lujo, a través de una gruesa cortina y más allá de los bordes de plástico
de una gran carpa comedor. Está situado dentro de un antiguo almacén y decorado
como un restaurante de lujo.
Hay un menú fijo, pero Lake elige uno de los dos platos extra que se ofrecen —
cangrejos azules fritos— y nos sentamos juntos en silencio, cada uno tomando un poco
de soju.
Mi dieta está destrozada, pero parece que Lake siempre me hace eso. Me
sacude. Se mete con mi sentido de ser. Estoy tan confundido a su alrededor que no sé
lo que estoy haciendo. A la mayor parte de mí le gusta su compañía, pero hay un pozo
oscuro en la parte baja de mi estómago al que le gustan otras cosas. Siento que estoy
traicionando a Kaycee solo con mirar a Lake.
Lleva una sudadera arrugada con las mangas levantadas y los brazos llenos de
arañazos. Pero lo que más me distrae es la forma en que mi pañuelo ensangrentado
cuelga desordenadamente del bolsillo de sus jeans. Tiene el cabello revuelto, no
lleva maquillaje y no recuerdo haberme sentido atraído por ella la primera vez que
la vi.
¿Pero ahora?
¿Está cada vez más guapa o me lo estoy imaginando?
—Nunca he comido cangrejo azul —comenta Lake distraídamente, trazando
con un dedo un círculo alrededor de la parte superior de su vaso de soju—. Ni siquiera
sabía que existiera el cangrejo azul.
—Yo tampoco —admito, pero no me sorprende. Hoy me doy cuenta de que he
estado viviendo en una burbuja creada por mí. A estas alturas, esa burbuja tiene su
propia fuerza gravitatoria, y atraigo a la gente hacia ella en lugar de buscar nuevas
experiencias fuera de ella.
Yo creo cultura. Todo lo que me pongo. Todo lo que hago. Cada canción, cada
vídeo, cada concierto, imprime algo nuevo en la sociedad. Pero aun así, no tengo ni
idea de lo que pasa a mi alrededor. Nunca ha sido tan evidente como cuando estoy
con Lake.
Nunca me atiende ni complace mis gustos, aunque dice que debería hacerlo.
Se enfada conmigo y se va cuando ha terminado con mi mierda. Solo nos hemos visto
una docena de veces en total, un lapso de tiempo equivalente a un día y medio. Y sin
embargo, ella se siente como alguien que he conocido toda mi vida, como Jacob o
Daniel o algo así.
Estúpido imbécil, no es así en absoluto. Se me pone dura cuando Lake está cerca,
y es... inconveniente.
Me bebo el soju y me sirvo otro.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto al azar, y Lake se ríe.
—Veintidós. Y tú tienes veintiséis. Cumplirás veintisiete este año. Eso es muy
viejo. —Se ríe en su vaso y la miro—. ¿Tu carrera no tiene fecha de caducidad?
—¿Cuántos años tienen los Rolling Stones? —pregunto, y Lake vuelve a reírse.
—¿No están muertos? —responde, y yo me humedezco los labios, dejando el
vaso para mirarla.
—¿En serio? Bueno, entonces, ¿cuántos años tiene Beyoncé? —Lake me mira
como si yo no lo supiera—. ¿Taylor? ¿No? Lo que quiero decir es que voy a hacer este
trabajo hasta el día que me muera.
—Que será el veinticuatro de agosto de este año —dice con una risa autocrítica.
Lake apoya la frente en el brazo y yo me debato entre llamar a Daniel para que se
acerque y pueda salir rápidamente o... quedarme donde estoy.
—¿Se supone que tú también tienes que enamorarte de mí? —pregunto,
tomándome el chupito y sirviéndome otro—. ¿O es solo al revés?
Lake levanta la cabeza para mirarme fijamente.
—¿Supongo que debe ir en ambas direcciones? —Parece confundida sobre por
qué pregunto. Yo tampoco sé por qué se lo pregunto, y me alegro de que no me lo
pida—. Sin la maldición, creo que nos llevaríamos mejor. —Lo dice con firmeza e
intenta tomar la botella de soju. Le sirvo un trago antes de que pueda tomarlo y me
mira con una ceja oscura.
—¿Habrías seguido mi gira durante meses por si acaso nos conociéramos? —
replico, y Lake se ríe tan fuerte que la gente del restaurante se vuelve para mirarme.
—Diablos, no. Debería estar en casa terminando la carrera. Debería estar
pasando el rato con Joules y Joe... —Lake deja de hablar y vuelve a beber. Joe.
Últimamente pienso mucho en Joe. De todo, sus expresiones y los sonidos que hace
cuando habla de él, esas son las cosas que me están convenciendo de que dice la
verdad... hasta donde ella sabe. No digo que su familia sea totalmente inocente, pero
sea lo que sea lo que está pasando con este asunto de la maldición, Lakelynn lo cree—
. Debería estar en casa con mi familia. —Lake suspira, y sus ojos se ponen vidriosos
mientras se pierde en sus pensamientos—. Creo que iré a casa por mi cumpleaños.
—¿Cuándo es? —pregunto, y entonces llega nuestro pedido de cangrejo y la
camarera nos dice que podemos usar las tijeras que nos dan para cortarlo por la
mitad. De acuerdo. Lake se lanza como si ya lo hubiera hecho antes, sujeta el cangrejo
y lo corta en trozos lo suficientemente pequeños como para comérselo.
—Veinticuatro de junio —me dice sin inmutarse—. Cumpliré veintitrés años y
le he dicho a mi madre que quiero una cena fuera y una barbacoa. Por si acaso me
muero. —Me pone la mitad del cangrejo en el plato y se pone a comer—. Mierda, esto
es mejor de lo que pensaba.
Le doy un mordisco y compruebo que tiene razón. Está muy bueno. No sabe a
marisco. Hay algo en el rebozado que lo hace un poco picante, y me encuentro
imitando a Lake probando los acompañamientos entre bocado y bocado. El kimchi
está especialmente bueno.
Comemos en silencio durante un rato, pero ya no resulta incómodo. Se siente
bien, como si no hubiera razón para forzar la conversación entre nosotros.
Entonces las bebidas empiezan a asentarse y mi atención se dirige
repetidamente a la boca de Lake.
—Probablemente debería irme —le digo cuando nos estamos terminando el
postre. Es bingsu, básicamente hielo raspado con un poco de sirope por encima.
También es un plato para compartir, así que nos sentamos cerca y lo comemos con
cucharas que tintinean al tocarse.
—¿Puedes dejarme en mi hotel? —pregunta, metiéndose otro bocado en la
boca y dejando que se derrita. Sonrío mientras la veo comer, y entonces vuelvo a
mirarle la boca.
Es hora de irse.
Me prometo a mí mismo que si esto vuelve a ocurrir, Lake y yo solas, lo
cancelaré. No puedo seguir haciendo esto. No está bien. Si Kaycee no está cerca, no
hay trato. Hablando de Kaycee, hoy no me ha mandado ni un mensaje. No es gran cosa.
Está ocupada, y lo entiendo, pero me gustaría saber si encontró tiempo para enviarle
un mensaje a Joules.
—Por supuesto. —Pago la cuenta, nos levantamos y salimos para descubrir que
el tiempo ha refrescado mucho desde que entramos en la tienda. Lake tiembla e
intento darle mi chaqueta. Se niega levantando la mano, pero se la paso por la cabeza
de todos modos—. Póntela. Eres testaruda, ¿lo sabías?
—¿Yo? —respira, bajándose la chaqueta para que descanse sobre sus
hombros—. Eso es gracioso viniendo de ti, Sir Tom.
Golpeo mi hombro contra el suyo mientras caminamos, y ella hace lo mismo, y
entonces nos empujamos como si tuviéramos catorce años. Acabo riéndome más de
lo que debería, y Lake se ríe, y yo le miro la boca...
Tengo que irme. Estoy un poco achispado, pero si bebo un poco de agua y voy
al gimnasio, se me pasará.
No hablo con Lake hasta que llega el momento de darle las buenas noches, y
entonces me quedo mirándola hasta que desaparece en el vestíbulo del hotel. Veo la
vaga silueta de un hombre —Joules, probablemente— esperándola.
—Vamos —digo con un suspiro, sin ganas de que Jacob opine sobre el día. Ya
se enfadó bastante cuando pensó que íbamos a salir los cuatro juntos. ¿Qué va a hacer
cuando se entere de que he salido con una chica cualquiera?
Hoy fue divertido, pero habría sido mejor si hubieras estado allí. Lo escribo
para Kaycee, pero luego no me atrevo a enviarlo. Suspiro, apago el móvil, me lo meto
en el bolsillo y cierro los ojos hasta que volvemos al hotel.
Me cambio de ropa, bebo un montón de agua y empiezo a correr.
Me quedo en el gimnasio casi tres horas.

Quedan 82 bobas hasta que ambos mueran...


Kaycee y yo hemos quedado para desayunar por primera vez en meses. En
realidad, podría ser la primera vez en meses. Tampoco hay cámaras. Solo ella y yo,
sentados uno frente al otro en el restaurante del hotel. Tenemos una sala privada para
nosotros solos, pero es demasiado grande, pensada para ser alquilada por grandes
grupos.
Me siento raro sentado aquí con solo nosotros dos. Incluso Daniel está
esperando fuera de la puerta.
—¿Qué tal el rodaje? —inquiero, preguntándome por qué estamos en un
restaurante si ninguno de los dos puede comer. Tengo que ser especialmente
cuidadoso después de lo de anoche. Pedimos un plato de fruta, agua con gas y un
panqueque del menú infantil para compartir.
Cuando extiendo el tenedor, Kaycee vacila con el suyo, y entonces retiro el mío
para que ella tenga la oportunidad de dar un bocado primero. Pienso en Lake y en
cómo chocaron nuestras cucharas, y casi pienso en su boca. No tiene sentido cuando
Kaycee está sentada justo delante de mí, vestida en una blusa color crema con escote
en forma de ojo de cerradura, unos elegantes pantalones de pierna ancha y una boca
llena sobre la que la gente escribe canciones.
Literalmente.
Adam tiene una canción llamada Wet Gloss que trata específicamente de los
labios de Kaycee. Incluso aparece en el mismo álbum. Doy un mordisco al panqueque
y desearía tener una pila de ellas en lugar de una del tamaño de la palma de mi mano
cortada por la mitad. Sin mantequilla. Sin sirope. Probablemente no vuelva a comer
hasta tarde esta noche, e incluso entonces, será una ensalada del servicio de
habitaciones.
—Estuvo bien —dice Kaycee, pero su boca se tuerce un poco—. Joules
apareció.
La miro, y no puedo decidir si debería comerme este panqueque, o si debería
usar mi tenedor para apuñalar a Joules en la polla. Se lo merecería, ¿verdad?
—Está intentando salir contigo —le digo a Kaycee, y ella pone cara de
asombro, como si acabara de decir algo en voz alta que no debería haber dicho—.
Quiere que rompamos, para que Lake y yo podamos salir. ¿Te lo ha dicho?
—¿De qué estás hablando? —Kaycee pregunta, frunciendo el ceño y dejando
el tenedor en el suelo—. ¿Por qué coño lo haría...? Eso es una locura.
—¿No te han hablado de la maldición? —pregunto, y entonces siento como si
me hubieran dado una patada en el estómago. ¿Por qué estoy sacando el tema? ¿Por
qué le cuento esto a Kaycee? Porque es mi novia y a ella le debo lealtad—. Creen que
están malditos, Joules y Lake. Creen que si no me enamoro de Lake para fines de
agosto, ambos moriremos.
Los ojos de Kaycee, ya de por sí grandes, se abren lo suficiente como para
resultar cómicos, pero enseguida me doy cuenta de que nada de esto le hace gracia.
—¿Qué demonios? —respira, y yo me encojo de hombros. Cambio el tenedor
por una cuchara y le doy un mordisco al pomelo sin azúcar. Jacob está cabreado
conmigo y la forma más fácil de apaciguarlo es comportarme durante unos días.
Espero a que no esté mirando por una de las ventanas y me como la salchicha que
acompaña el panqueque—. ¿Cuándo te has enterado? ¿Ayer?
—No importa. Son inofensivos, y Lake fue respetuosa.
—Les pedí que se quedaran con nosotros en la villa —suelta Kaycee, y yo
levanto la vista, alarmado.
—¿Tú qué? —pregunto, completa y totalmente sorprendido—. ¿Invitaste a
Joules a quedarse con nosotros?
—Pensé que podría ser divertido, tener más gente en esa enorme casa. ¿No es
raro cuando solo estamos nosotros dos en estos espacios tan grandes? —Hace un
gesto alrededor de la habitación, haciéndose eco del pensamiento que yo estaba
teniendo acerca de que es un poco solitario aquí—. Pero ahora, no hay manera. Le
diré que busque otro sitio donde quedarse. Tam, ¿cuándo te enteraste de esto? Eso
es espeluznante como el infierno.
Mi teléfono vibra con un mensaje y lo levanto para ver que es una selfie de Lake
con el disfraz de pandereta de espuma. Me hace una seña con una mano y saca la foto
con la otra. Veo una bolsa nueva colgando de su brazo.
Le dije a mi gerente que otro empleado de Hype dibujó un pene en el mío, y
me dio esto gratis. Así que gracias por eso. Además, quiero mi bonificación.
Sonrío y vuelvo a fruncir el ceño. Miro a Kaycee, que me devuelve la mirada
con los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Ella está intentando salir contigo? —Kaycee suena tan frustrada como me
siento yo cuando pienso en Joules—. ¿Y él está intentando salir conmigo? —Se burla
y sacude la cabeza antes de estirar la mano para despeinar su cabello rubio recién
teñido. Sus ojos se clavan en los míos y veo una pizca de tristeza enterrada bajo toda
la ira—. Es repugnante. Esos asquerosos harán lo que sea para llegar hasta nosotros,
¿verdad? ¿Por qué coño no puedo...? Solo quería un amigo.
Kaycee se levanta de repente, empujando su silla. Cuando intento seguirla, se
arremolina contra mí.
—No quiero que vuelvas a ver a Lake; yo no volveré a ver a Joules. Bloquéalos
a los dos, ¿okey? —me pide, y luego espera a que acepte. Pasa un momento, y luego
otro—. ¿Sabes qué? De acuerdo. Pero no me quedaré en la villa si ellos están allí.
Bloquéala hoy, Tam, o bloquéame a mí.
Kaycee se da la vuelta y sale del comedor, dejando que la puerta batiente casi
me golpee en la cara.
—¿Qué te dije? —dice Jacob, apareciendo a mi lado derecho mientras dejo que
mi cabeza cuelgue hacia atrás. Kaycee no está siendo irrazonable en absoluto. Está
en su derecho de pedir lo que ha pedido y yo debería haber accedido.
—Déjame en paz, Jake —susurro, y entonces mi teléfono vuelve a zumbar y lo
compruebo para encontrar otro mensaje de Lakelynn.
Nunca me he alojado en una villa. ¿Hay piscina? Incluso si no la hay, ¿puedo
hacer la cena para ti y Kaycee mientras estamos allí? Debería contribuir con algo.
Además, ¿te gustan los tacos? *emoji de taco*
Exhalo y dejo caer el teléfono a mi lado.
Y entonces lo levanto, frunzo los labios y bloqueo el número de Lakelynn Frost.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
KAYCEE
Quedan 81 bobas hasta que mueran los dos...
Estoy tan enfadada que no puedo concentrarme. Se supone que hoy tengo que
aprender una nueva coreografía, y lo único que puedo hacer es quedarme aquí y
obsesionarme con lo que Tam me dijo.
¿Una maldición? ¿Una maldición? ¿Joules Frost y yo nos mandamos mensajes
más de cincuenta veces al día porque cree que su hermana está maldita?
Es tan estúpido y exasperante que se me mete en el cerebro y me hace tantos
agujeros que mi jefe pide que nos tomemos el resto del día libre. Tomo mi teléfono y
mi botella de agua y vuelvo al hotel.
Me ducho y me preparo para salir, elijo un bar al azar y me dirijo allí con
Wrenlee y nadie más. Tomo un taxi, para que Laura no pueda rastrear el todoterreno
de la empresa, y acabo en un taburete de cuero con otro chupito de tequila.
Me lamo la sal del dorso de la mano, hago la foto y suspiro, con el móvil
apoyado en la encimera junto al codo. He bloqueado a Joules, por supuesto. Nunca
tuve el número de su hermana, así que no hay problema. Pero también he bloqueado
a Tam por ahora.
Desde el principio me he preguntado si empezó a salir conmigo porque el
director general quería. No estoy segura de que Tam estuviera interesado en mí como
mujer. Me toca como si fuera su hermana y me besa como si fuera su madre. Suspiro
y apoyo la cabeza en la mano.
Durante un tiempo, recibo insinuaciones de tipos al azar, y bebo. Bebo un poco
más. Cuando estoy lo suficientemente borracha, desbloqueo a Joules y le escribo.
Bastardo.
Lo envío, y luego me siento, respirando hondo y con la sensación de que por
fin he hecho algo productivo hoy. La mayor parte del tiempo he estado metida en mi
cabeza, maldiciéndome por haber caído en otra estratagema de un fanático delirante.
Me encantaría saber qué es lo que he hecho que me convierte en un bastardo,
responde Joules, y luego me envía una foto suya con un solo auricular puesto, la
camiseta pegada al pecho por el sudor. Obviamente, está corriendo, silueteado
contra el exterior de un edificio de ladrillo y ofreciéndome el dedo corazón. Esa es su
respuesta. Estoy tan cabreada que no puedo pensar con claridad.
Vaya. De acuerdo. Déjame que te lo deletree: estás intentando que Tam y yo
rompamos. ¿Es eso suficiente para llamarte bastardo?
Suena mi teléfono y estoy lo suficientemente enfadada o borracha como para
contestar. Llevo semanas divirtiéndome con Joules. Me hace reír, y cuando tengo algo
serio de lo que necesito hablar, también podemos profundizar en ello. Nunca me hace
sentir tonta o estúpida, nunca me hace sentir como si fuera una marioneta con hilos o
una muñeca destinada a ser posada.
¿Por qué?
¿Por qué ha tenido que ocurrir esto?
Noto lágrimas en mis mejillas, pero no emito ningún sonido. Ni siquiera saludo.
—Escúchame —dice Joules, y jadea, un poco ronco, como si llevara un rato
haciendo ejercicio y empezara a cansarse. El sonido enciende algo primario en mi
interior, y me veo obligada a sofocarlo. Llevo saliendo con Tam Eyre más de un año y
nunca nos hemos acostado. Estoy acostumbrada—. Ni siquiera te gusta ese hijo de
puta. —Se ríe, una burla arrogante que me eriza la piel—. Lake es quien me da pena.
Tú eres la que está recibiendo la mejora aquí.
Le cuelgo, bloqueo su número y me enfado.
También olvido que le di la posibilidad de rastrear mi teléfono, por si volvía a
emborracharme y necesitaba su ayuda.
Joules aparece junto a mi codo de la misma forma que aquella noche en que le
pedí ayuda. Me giro para mirarlo con incredulidad antes de recordar cómo me
encontró.
Lo primero que hago es quitarle la capacidad de rastrearme, y él espera
pacientemente a mi lado mientras lo hago, con los brazos cruzados. Todavía está
sudado por el ejercicio y tiene el ceño fruncido.
—Tú y Tam tienen cero química. Deja ir a ese mocoso y sal conmigo.
Me doy la vuelta en el taburete y me retiro el cabello de la cara. Me he
despejado un poco y ahora es mi turno de soltar una carcajada arrogante y burlona.
—Que te jodan, Joules Frost.
—¿Por qué? Si estás aquí sentada —replica, y yo me río. Me río tanto que lloro,
recojo el agua con gas que he pedido y me la bebo de un trago para despejarme.
Dejo el vaso en la barra, me levanto y le doy un puñetazo a Joules en el hombro. Varias
veces. Puede que vuelva a tener lágrimas en la cara, pero él se queda parado y me
deja hacerlo. No podría hacerle daño aunque lo intentara.
—Me traicionaste —susurro, y me doy cuenta de que estoy mucho más
disgustada por Joules que por Tam. En todo caso, Tam es tan víctima como yo. Joules
y Lake son los antagonistas aquí. Siguieron la gira, se inmiscuyeron en nuestras vidas
privadas e intentaron desmantelarlas desde los cimientos.
Pues no va a funcionar.
—Sí, he venido a separarlos a Tam y a ti —admite Joules mientras lo empujo y
me dirijo al baño. La gente está relajada y perezosa, jugando al billar y fumando
cigarrillos. Esto no es un club nocturno, y yo no quería que lo fuera. Es mejor un bar—
. Al principio, quería salir contigo para que rompieras con él, pero ahora.... —Me paro
de repente y me doy la vuelta, y Joules da un paso enérgico hacia delante. Mi espalda
choca contra la pared y sacudo la cabeza cuando Wren se adelanta para ayudarme.
Miro a Joules mientras apoya las manos en la pared a ambos lados de mi
cabeza, inclinándose para mirarme. Es un imbécil, pero yo también. Empiezo a ver
que todas las partes oscuras de él coinciden con las partes oscuras de mi ser. Ojalá
me pusiera la mano en el cuello, se inclinara y me robara los labios, me obligara a elegir
entre él y Tam.
No hay elección aquí, ¿verdad? Tam Eyre es el chico de oro del mundo. Es
amado por la gente en casi todos los países del planeta. Él tiene la cara más
reconocible —y más atractiva— en el mundo del espectáculo. Bate records. No, los
rompe. Tiene talento, mucho talento. Es un compositor increíble, un bailarín fantástico
y su voz es inigualable.
Joules... me hace arder.
No me importa nada más que el fuego encendiéndose bajo en mi cuerpo.
Definitivamente, Joules me está escudriñando la boca. Sus dedos se arrastran
por la pared, el áspero rasguño del yeso contra su piel me hace retorcerme.
—¿Pero ahora? —exijo, mirándolo fijamente mientras sus dedos encuentran
mis muñecas y se enroscan alrededor de ellas. Me las levanta y me las pone por
encima de la cabeza. Respiro con tanta fuerza que mis pechos acortan la distancia que
nos separa y rozan la parte delantera de su camisa con cada inspiración.
Joules exhala y el calor de su aliento me eriza el vello. Huele tan bien que
bloquea los desagradables olores habituales de los bares, como el tabaco y el
alcohol. Oigo el tintineo de los tacos de billar contra las bolas en la habitación de al
lado.
Cuando me aprieta las muñecas con más fuerza contra la pared, el corto
dobladillo de mi vestido se sube y él desplaza todo su cuerpo hacia delante y contra
el mío.
—Ahora, solo quiero estar contigo.
—Cuidado —susurro, presionando sus manos para ver cuánto se esfuerza.
Nada. Y estoy atrapada así a menos que le haga una señal a Wrenlee para que me
ayude—. No eres más que un don nadie de Arkansas. Podría destruirte a ti y a tu
hermanita con una publicación en las redes sociales.
Joules suelta una de mis muñecas y golpea la pared con la palma de la mano,
enseñando los dientes.
—¿Ves? Y aquí es donde me confundo contigo. Me gustas cuando nos
mandamos mensajes, pero cuando te veo en persona, inevitablemente dices algo solo
para cabrearme. No hables mierda de mi hermana.
—¿Por qué no? —replico, queriendo que le duela tanto como me duele a mí. Le
he dado a Joules una rara visión de mi vida personal, de mi corazón, y me ha escupido
en la cara—. ¿Es ella la loca que se cree esa mierda de la maldición? ¿O le lavaste el
cerebro?
Me muevo para darle un rodillazo a Joules en las pelotas, pero me bloquea con
su propia rodilla, y luego utiliza esa misma rodilla para abrirme la pierna. Se inclina
aún más, usando el peso de su cuerpo para clavarme la rodilla en la pared, con la
pierna izquierda extendida al máximo.
No puedo respirar.
Quiero que me bese.
También quiero matarlo.
Me gusta cuando hablamos por teléfono o mensaje de texto, y lo odio en
persona. Quiero que me folle cuando lo vea en persona.
—Dime que no lo quieres, y pararé. Me iré, y nunca volveré a contactarte.
Kaycee, toma una decisión.
No digo nada, y la atención de Joules vuelve a centrarse en mi boca. Desliza la
palma caliente de la mano derecha por mi cuello y me acaricia el pulso con el pulgar.
Estoy segura de que ha hecho esto un millón de veces a un millón de mujeres distintas,
y no me importa. Solo quiero llevármelo al hotel y fingir que nunca he oído lo que Tam
me dijo ayer por la mañana en el desayuno.
Mis dedos escarban a ambos lados de la camisa de Joules, se introducen en la
cintura de sus pantalones y encuentran su piel resbaladiza y caliente esperándome.
Sus caderas se mueven un poco en respuesta, y él hace un ruido en voz baja que hace
que me pesen los párpados y se me tensen los músculos del bajo vientre. Mi muslo
derecho roza su pierna cuando Joules baja la cabeza de repente y se detiene con los
labios justo encima de los míos.
Contengo la respiración, esperando a que borre el espacio entre nuestras
bocas.
No lo hace.
Se queda donde está, con una de sus rodillas inmovilizándome la pierna, una
mano en mi muñeca y la otra en mi cuello. Se echa ligeramente hacia atrás y veo una
expresión en su cara que no había visto antes. Ni cuando terminamos de cenar solos
en el restaurante de los cerezos en flor, ni cuando le invité al plató para que me viera
el rodaje del video, ni cuando chateamos por vídeo la otra noche en pijama.
Devastación. Devastación total y absoluta. Joules parece alguien que se ha
comprometido a algo que va a terminar mal. Él retrocede, poniendo su pie en el suelo
y liberando mi pierna atrapada. Me suelta la muñeca.
Joules Frost no me besa.
—Estoy dispuesto a explicarlo todo —dice, con una voz áspera que hace que
me duela el corazón. Las maldiciones no existen, pero tiene que haber algo más.
Recuerdo que dijo que su hermana iba a morir dentro de un año, y siento que el calor
salvaje de mi estómago se agria al instante.
¿Está... está muriendo Lakelynn? Eso tendría sentido, ¿no? Joules es el tipo de
hombre que mataría al mundo para proteger a los que ama. ¿Es eso lo que está
haciendo, matando al mundo para hacer feliz a su hermana? ¿Y si su último deseo era
ser amiga de Tam o algo así?
Sí, Kaycee. Usa toda esa tensión sexual para crear una historia trágica y perdonar
al chico malo de Arkansas que no te merece.
—Por favor, no me bloquees. Solo... ponte en contacto conmigo cuando te
sientas preparada para hablar. Yo... —Joules se detiene y deja caer la cabeza hacia
atrás, pasándose ambas manos por la cara. Parece un hombre que se enfrenta a la
guillotina, literalmente. Parece alguien que ha conocido la muerte y está preparado
para enfrentarse a ella de nuevo en un futuro próximo. Yo ardo por él de una forma
totalmente distinta, y sé que estoy cometiendo un gran error.
Me alegro de que no me besara. Me alegro. Estoy enamorada de Tam, lo he
estado desde que tenía dieciséis años. Por fin es mío, y no voy a dejarlo ir. Pero estoy
jadeando con fuerza. Y mis dedos se cierran en puños contra la pared a ambos lados.
Y estoy mintiéndome a mí misma.
—Oh, Lake —susurra Joules, pero no a mí. Habla consigo mismo—. ¿Por qué se
lo dijiste, cariño? ¿Por qué, por qué, por qué?
—Le dije a Tam que la bloqueara —suelto, queriendo hacer más daño a Joules
y también lamer sus heridas. Estoy confundida. Estoy muy confundida, y no confío en
mí misma—. Es un ultimátum. Si no los bloquea a ti y a tu hermana, rompo con él.
Joules se da la vuelta de repente, se marcha y me deja allí de pie con el vestido
levantado por delante, con el cuerpo preparado para él en todos los peores sentidos.
Cuando Wrenlee se adelanta para ofrecerme su chaqueta, la acepto y me la pongo
sobre los hombros.
—Volvamos al hotel —dice con suavidad, pero con un toque de reprimenda en
sus palabras—. ¿Un hombre así? No te merece, Kaycee.
Puede que no.
Definitivamente no.
Pero lo quiero de todos modos.
¿Qué me pasa?
Esa noche bloqueo a Joules y me prometo a mí misma que no compraré ninguna
mierda tóxica que venda. No lo haré. No voy a comprarlo, y estoy enamorada de Tam.
Por favor, dime que estás en el hotel. Te necesito ahora mismo. Desbloqueo
a Tam y se lo envío. Al llegar, me subo a un taxi y voy directamente a la habitación de
Tam. No contesta cuando llamo, y cuando me encuentro con una de sus empleadas en
el pasillo, me dice que sigue en la sala de prácticas.
Bien.
Me voy a dormir pronto, pero cuando Tam no me ha contestado por la mañana,
también le bloqueo de nuevo.
CAPÍTULO VEINTICINCO
JOULES
Quedan 81 bobas hasta que muera mi hermanita...
(el mismo día)
Estoy tan enfadado con mi hermana que no la despierto para decirle que he
llegado bien al hotel. En lugar de eso, camino junto a su cuerpo dormido lo más
silenciosamente que puedo, con una mano pasándome los dedos temblorosos por el
cabello. No besé a Kaycee. No besé a Kaycee, y debería haber besado a Kaycee. Quería
hacerlo, créeme. Lo deseaba tanto que aún puedo olerla cuando cierro los ojos,
puedo saborear la esencia de sus labios crudos, puedo recordar el roce de mi ropa
de entrenamiento barata contra su vestido absurdamente caro.
Miro hacia abajo y encuentro una lentejuela suelta pegada a mi camisa.
Me acerqué a Kaycee, y entonces me di cuenta de lo mucho que quería que le
devolviera el beso. Recordé reírme con ella ante otro pedido de wagyu caro.
Recuerdo cómo me sonrió cuando le llevé un té sin azúcar al plató de teatro. A ella le
gusto, y no pude hacerlo.
No pude besarla en ese momento y saber que no tengo planes de salir con ella
una vez que rompamos la maldición de Lake. Se acabó. Eso sería el fin de nuestra
relación, y no le haré eso.
Pero ahora que estoy aquí, y contemplo el adorable rostro de mi hermana,
mientras recuerdo lo linda y pequeña que era y sigue siendo, me odio. ¿Prioricé a
Kaycee sobre Lake? No. Moriría por proteger a Lake. Besar a una chica,
especialmente a una chica que me gusta, debería ser fácil.
—¿Por qué me miras mientras duermo? —refunfuña Lake, con el cabello verde
pálido esparcido por las almohadas blancas. Me alegro de que Lynn le retocara las
raíces cuando estuvimos en casa; mi hermana odia cuando tiene las raíces oscuras.
—Estaba recordando cómo eras cuando estabas en el jardín de infancia, y yo
te peinaba por las mañanas. Estaba recordando cómo aquel chico te hizo llorar en
séptimo grado, y tiré su teléfono al estanque. Estaba recordando lo mucho que te
quiero, Lake.
No le digo que sé que le contó a Tam lo de la maldición. Esta noche no. Esta
noche, solo quiero odiar nuestra situación y amar a mi hermana. Eso es todo.
Podría morir. Por todo esto, ella podría morir. Si Kaycee le dio un ultimátum a
Tam, probablemente lo escuchó. Está tan desesperado por demostrar que no es un
imbécil gigante que trata de ser heroico y recto y comunicativo. Se inclinará ante
Kaycee y bloqueará a mi hermanita. No la volverá a ver.
La matará.
La mató al chismosear algo que ella le contó en confianza.
Lake sonríe mientras vuelve a dormirse, y yo me retiro al cuarto de baño para
sentarme en la tapa cerrada del inodoro con la cabeza entre las manos.
Tam no le ha mandado mensajes en todo el día. Seguro que la ha bloqueado. ¿Y
ahora qué?
Pienso en ello durante tanto tiempo que Lake llama a la puerta para ir al baño.
La dejo entrar, le alboroto el cabello al pasar y me siento en una silla junto a la
ventana. No viviré más de unos días sin mi hermana pequeña. Eso es mucha
motivación para que un hombre piense.
Lake vuelve a la cama con un gruñido de felicidad y se acurruca entre las
almohadas. Me muerdo la uña del pulgar y sigo maquinando durante más de una hora.
De acuerdo.
Yo me encargo.
Conozco la dirección de la villa.
Llevaré a mi hermana allí, la dejaré y me iré.
A Tam le gusta hacerse el héroe, ¿no? No hay forma de que la deje sola afuera
por mucho tiempo. Además, es tan inocente y dulce, que la mirará una vez y se
derrumbará.
Mejor que lo haga.
Porque si rechaza a mi hermana, entonces no tendré motivos para contenerme.
Lo secuestraré y lo atraparé en nuestro sótano.
Creo que una parte de Tam ya lo entiende.
Debe ser por eso que no le agrado.

Quedan 80 bobas hasta que muera mi hermanita...

—Hoy quiero ir a la tienda —anuncia Lake, de pie frente a mi culo vestido de


pijama mientras yo me acurruco como una gárgola cascarrabias en una de las sillas
baratas y feas del hotel. Tam aún no le ha enviado ningún mensaje hoy, pero no está
preocupada. Está ocupado, me dice. Se pondrá en contacto con ella, jura. Y en sus
ojos hay una fe ciega y una confianza que Tam Eyre no se merece.
—¿Por qué? ¿Para que puedas cocinar para ese cerdo como una linda y
pequeña ama de casa?
Lake pone los ojos en blanco y me da una palmada juguetona en el hombro.
—Vamos, imbécil. Hoy hemos quedado con Kaycee y Tam en su villa, y quiero
causar una buena impresión. Si los dos están pagando, o incluso si solo Tam está
pagando, necesitamos poner un poco de esfuerzo. Comprar comestibles, cocinar,
limpiar. Quiero hacer esas cosas.
Me burlo, pero sé que si dejo a Lake agarrada a unas bolsas de la compra, con
su equipaje a los pies, de pie en el húmedo clima del noroeste, Tam se derrumbará a
sus pies. Lo sé, lo sé. Lo sé, lo sé. Por favor, Joe, déjame tener razón. ¿Qué harías si
estuvieras aquí?
Pero no tengo que preguntar porque lo sé.
Joe fue tierno y cuidadoso con Marla desde el principio. Nunca la presionó.
Confió en ella, la amó y la cuidó, y mira lo que pasó. Respiré en su boca mientras
moría. Sentí su último aliento en mi cara, y oí a Lake gritar su nombre mientras sus
ojos...
—Bien. Me vestiré. —Exploto de la silla como un demonio, me dirijo al baño,
me pongo algo de ropa de un tirón.
Acabamos en un mercadillo hippy demasiado caro porque Lake quiere
comprar cosas bonitas para Tam y Kaycee. Siempre lo dice así, también. Tam y
Kaycee. Debería ser solo Tam, Tam, Tam. Kaycee no es importante, no importa que
clase de estupideces pasaron por mi cabeza anoche.
—¿Crees que Tam le gusten las tortillas de maíz o de harina? —reflexiona Lake,
mirando de un paquete a otro—. Le envié un mensaje para preguntarle, pero no ha
respondido.
—Creo que es más del tipo de hacer enrollados con lechuga —refunfuño,
mirando la leche en la nevera de la pared a mi izquierda. No puedo mirar a Lake. Si
la miro directamente, se dará cuenta de que algo va mal. Ya me está siguiendo y
rebuscando en mis maletas, buscando pruebas de que le estoy mintiendo. Como si
no conociera ya todos sus trucos—. Me sorprende que tenga músculos. Apenas come.
—Se comió dos cangrejos enteros él solo en el restaurante pop-up —explica
Lake, y luego suspira—. Da igual. Compraré los dos tipos de tortilla y lechuga extra.
¿Contento? —Me lanza una sonrisa descarada y yo me quiebro un poco.
Porque tengo miedo por ella.
—Oye. —Abandono el carrito y camino a su alrededor para ponerle las manos
sobre los hombros. Me mira con los labios entreabiertos y confusión en sus grandes
ojos marrones. Como los ojos de mamá. Se parece a nuestra madre y sonrío
apartándole el cabello de la cara—. Lakelynn, escúchame.
—Me estás asustando, Joules —suelta, apartando una de mis manos. Deja la otra
donde está porque puede oír lo serio que estoy ahora mismo.
—Sé que le contaste a Tam lo de la maldición —le digo, y veo cómo se le va la
sangre de la cara. Incluso se balancea sobre sus pies, y yo la mantengo quieta.
—Por favor, no te enfades —susurra, pero Dios mío, ¿cómo podría enfadarme?
¿Cómo podría castigarla por hacer lo mejor que puede en una situación de mierda?
Joe no le dijo a Marla sobre la maldición, y ambos están muertos. Joe es un montón de
tierra con un arbolito clavado en ella, y Marla es ceniza dentro de una caja de
cemento.
Trago saliva. No puedo soportar decirle a Lake que Tam la bloqueó. Está
enamorada de él, aunque no sea consciente de ello. Está enamorada de ese
inmerecido y engreído Pop-Tart, y no puedo romper la esperanza de sus ojos.
Suspiro y me inclino hacia ella, apoyando la frente en su hombro. Estoy muy
cansado. Desde que la emparejaron a Joe, estoy cansado. Intenté salvar a mi mejor
amigo en todo el mundo y fracasé. Ahora le estoy fallando a mi hermana. Me estoy
fallando a mí mismo.
«Podemos permanecer juntos» diría Joe si estuviera de pie junto a nosotros dos.
Juntaba las manos, se humedecía los labios y miraba a su alrededor con un brillo
socarrón en su mirada verde. «Lo tengo. Podemos salir de esta. Bueno, yo puedo salir
de esta. Ustedes dos pueden sentarse y mirar.»
Le haría a Tam un enorme pastel de varias capas con decoraciones de fondant,
como hizo para la pareja de nuestro primo Isla (al tipo le gustaban los pasteles). Como
hizo para Marla. Joe era un panadero increíble. Su sueño era tener una cafetería
donde los estudiantes pudieran sentarse con sus portátiles todo el día y nadie les
molestara. Quería servir sus propios postres caseros y un buen café expreso.
Ahora, Joe es basura, y si no trabajo un poco más duro, Lake también será
basura. Yo seré basura. Todos seremos basura. Y sé que ese es el destino de todos
eventualmente, pero no a los veintitantos. Necesito que mi hermana sea centenaria.
Este mundo la necesita. Yo la necesito. Mi familia la necesita.
—¿Por qué se lo has dicho, Lake? Hazme entender —murmuro, aún apoyado
contra ella. Me da un agradable masaje en la espalda, como cuando rompí con mi
primera novia.
—Porque quería ser honesta, Joules. Tan pronto como conocí a Tam, lo supe.
Es curioso, por encima de todas las cosas. Y odia que lo consientan o le mientan. —
Lake me empuja suavemente hacia atrás hasta que me quedo de pie, cruzado de
brazos y esperando a que continúe. Al principio duda un poco, pero a medida que
habla veo que cree en la decisión que ha tomado—. Está funcionando, ¿verdad?
Hemos llegado hasta aquí, y Tam lo ha sabido todo el tiempo. Desde el primer
momento.
—¿No estás enfadada porque corrió donde Kaycee y le contó todo? —pregunto
secamente. Lo estoy. Estoy cabreado. Quiero retorcerle el cuello a ese estúpido mono
bailarín. Eso es todo lo que es, como una mascota que hace trucos a cambio de
golosinas. Un perro de feria. No soporto a ese tipo.
Lake duda. No sabía que Tam se lo había dicho a Kaycee. No debería haberle
dado la noticia así, pero estoy tan enfadado que no pienso con claridad. Ella sacude
sus manos.
—Ah —respira, volviendo a levantar los ojos hacia los míos—. Por eso estás de
mal humor. ¿Kaycee no se lo tomó bien? —Sacudo la cabeza, y Lake asiente, como si
se lo imaginara—. Bueno, Tam lo ha sabido todo el tiempo, así que el que se lo dijera
a Kaycee no debería cambiar mucho las cosas. —Mi hermana me pone la mano en el
brazo—. La maldición nunca fue un secreto, Joules. Mis amigas lo saben. Tus amigos
lo saben. ¿Qué importa?
Resoplo y no respondo. Aún me siento como si Tam hubiera traicionado a mi
hermana por Kaycee Quinn.
—Kaycee es su novia, Joules. Si no se lo dijera, estaría más cabreado. Quiero
que la elija a ella antes que a mí hasta que rompan. Si no puede ser leal a ella, entonces
no será leal a mí.
—Lógica rara, pero está bien. —Sé que lo que dice Lake tiene sentido en una
relación normal. Esto no es eso. Le quedan meses para convencer al tipo de que se
enamore de ella o morirá. Se acabó. Fin del juego. No salimos y coqueteamos con
parejas de la misma forma que saldríamos y coquetearíamos con una persona
cualquiera que nos interesa.
Oh, no. Para nada.
Estoy preocupadísimo por mi hermana, pero tengo un plan.
Le doy otra palmadita en la cabeza, la ayudo a hacer la compra para las cenas
que quizá nunca llegue a hacer y luego la llevo directamente a la dirección que me
dio Kaycee.
La villa está muy lejos de la ciudad, como a una hora de la gasolinera más
cercana. Serpenteo entre espesos árboles y encuentro una mansión con paredes de
cristal escondida en los bosques de Oregón. Perfecto.
Aparcamos en la grava húmeda frente a la puerta principal —no veo ningún
otro coche— y saludo con la mano a los guardias de seguridad apostados frente a la
casa. Ninguno me devuelve el saludo.
Ayudo a Lake a descargar las bolsas de la compra y, cuando tiene las dos
últimas en las manos, saco su bolsa de viaje, la dejo en la entrada y vuelvo a subir al
todoterreno.
—¿Adónde vas? —grita Lake, pero el sonido de su voz me rompe el corazón.
Doy un portazo y me voy.
Levanto la vista una vez y veo a mi hermana, pequeña y vulnerable con un
vestido de patinadora y el cabello alborotado, sola en la entrada de una casa con la
compra agarrada entre las manos.
Piso el acelerador y salgo antes de que Tam o su chófer tengan alguna
esperanza de alcanzarme.
Dejar a mi hermana así me mata.
Nunca perdonaré a Tam por esto.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
TAM
Quedan 80 bobas hasta que ambos mueran...
—Esa chica está aquí.
Jacob me sobresalta, aparece en la puerta de mi habitación y me saca del libro
en el que estaba metido. Tuve que enterrarme en un libro porque me cuesta asimilar
el cambio de planes. Se suponía que Lake vendría hoy y pasaría tres noches aquí
conmigo, Joules y Kaycee.
Ahora solo estoy yo, y no tengo ni idea de si Kaycee vendrá. Le dijo a Joules
que no se molestara en aparecer, y ambos bloqueamos a los hermanos Frost.
Entonces... ¿cómo está Lake aquí?
Y entonces me doy cuenta de que hice una suposición horrible.
Kaycee envió un mensaje a Joules para cancelarlo, ¿pero yo envié un mensaje
a Lake para cancelarlo?
No. No lo hice. Y ella está aquí. Puede que Joules no se lo haya dicho, y...
—Mierda.
Me dirijo a las ventanas de la parte delantera de mi habitación y abro las
cortinas, asomándome para ver a Lakelynn en la entrada con varias bolsas de la
compra en el suelo a su alrededor, un par de ellas en las manos y una gran bolsa de
lona rosa a sus pies.
No se ve a Joules por ninguna parte. Solo está su hermana pequeña, el camino
de grava y el bosque.
Coloco la cortina en su sitio mientras el corazón me late con fuerza en el pecho.
Siento los pulmones contraídos y me cuesta respirar.
—Haré que Pat la lleve al pueblo —anuncia Jacob, pero le lanzo una mirada tan
desagradable que se detiene y espera a oír lo que tengo que decir. Levanta una ceja,
pero por la expresión de mi cara se da cuenta de que aún no estoy dispuesto a
hacerlo.
—Dame un minuto —le digo, y cuando curva la boca hacia mí, le hago un gesto
para que se aparte—. Se supone que hoy no tienes que trabajar. Vete a dormir la
siesta. Ve una película. Vuelve a la ciudad y usa Tinder para encontrar una cita.
Cualquier cosa menos preocuparte por Lakelynn, ¿de acuerdo? Me preocuparé por
Lakelynn.
—Te meterás en un escándalo del que no podrás salir. —Jacob se burla de mí,
levanta las manos, en una de ellas agarra con fuerza el iPad, y se marcha, y suspiro
aliviado cuando oigo sus pies en la escalera.
Vuelvo a acercarme a la cortina para observar a Lake un momento. Mira
confundida a su alrededor y hace todo lo posible por recoger todas las bolsas que
puede. Las lleva por el camino circular de grava, y me duele el corazón de salir y
quitarle las bolsas de las manos. Me parecen pesadas, el plástico le aprieta las
muñecas y le pesa los brazos.
Pero no lo hago porque tengo un conflicto.
Mi novia me dio un ultimátum. Tengo que aceptar ese ultimátum o... tengo que
romper con Kaycee. ¿Romper con Kaycee por Lake? Ni siquiera conozco a Lake, en
realidad. Ella dice estar maldita. ¿Quién tomaría una decisión así?
Toda mi vida he luchado por este sueño. Renuncié a todo. Renuncié a mi
infancia. Renuncié a mi juventud. Renuncié a los amigos, a las salidas, a las noches de
cine, a la comida, al tiempo libre, al espacio personal y a la intimidad. Renuncié a
todo. Luché, sangré y bailé hasta caer rendido de cansancio. Aprendí dos idiomas
nuevos y viajé adonde me dijeran que viajara, aprendí de quien pudiera aprender.
Entornos extraños, siempre. Gente oportunista, siempre.
Siempre he protegido mi sueño por encima de todo lo demás.
No dejaré que alguien como Lakelynn Frost me quite nada de eso.
Si rompo con Kaycee por su culpa, ambos estaremos en graves problemas,
Lake y yo. Mis fans nunca aceptarán que salga con ella. Se amotinarán. Solo el breve
destello de ella vistiendo mi abrigo fue casi catastrófico.
No puedo. No lo haré. Ni siquiera es posible.
Exhalo y empiezo a caminar.
Lake se ha acercado a la puerta y está llamando al timbre. Tocando la puerta.
Bajo las escaleras y me meto en otra habitación para poder ver lo que hace en
el porche. Espero que llame a su hermano, se suba al coche y se vaya.
Pero mira todos esos comestibles. Así es. Iba a cocinarme la cena.
Me duele como nunca me había dolido antes. Me duele Lake. Me enferma la
idea de que se quede fuera, confundida y sola y luchando con un millón de bolsas.
—¡Estoy aquí! —grita, golpeando de nuevo la puerta con el puño—. ¡Tam!
¿Estás dormido? —Una pausa—. ¿Sir Tom? —Un poco más vacilante esta vez. Y
entonces, tras varios minutos más de espera, de tocar el timbre intermitentemente,
me rompe el corazón en pedazos—. ¿Thomas?
Aun así, no abro la puerta.
No conozco a esta chica. No la conozco. Siempre me joden cuando dejo entrar
a la gente, cuando confío demasiado en ellos. Todo el mundo va siempre por mí,
siempre. Hace unos días tuve un encuentro en el que una chica me dijo en serio que
mataría por estar conmigo. Una mujer me acarició la entrepierna antes de que Daniel
interviniera y luchara contra ella. Miles y miles de personas me dicen cada día que
morirán si no les doy ni la hora.
Así que me doy la vuelta y apoyo la espalda en la pared, cierro los ojos e intento
bloquear el sonido de Lake maldiciendo fuera. Oigo crujir la grava, arrugarse las
bolsas, y vuelvo a asomarme tras la cortina para ver que se ha tropezado. Mierda. ¿Y
si se ha vuelto a hacer daño?
Jacob estaba convencido de que ella se había caído del banco a propósito para
llamar mi atención, pero lo que él no sabe es que yo estaba observando a Lake todo
ese tiempo. En cuanto cerró los ojos, abrí los míos. Vi cómo echaba la cabeza hacia
atrás, cómo separaba los labios, la oí roncar y refunfuñar en sueños. Fue una caída de
verdad, y no pude levantarme lo bastante rápido para sujetarla.
Me he estado reprendiendo por eso.
Lake recorre el exterior de la casa, comprobando las demás puertas y
golpeando las ventanas. La oigo intentar hablar con un miembro de mi equipo de
seguridad, pero Daniel es muy estricto. Nadie le dirá nada. No es su trabajo. Tampoco
me llamarán. Y no la dejarán entrar.
Es una cuestión personal y solo yo puedo ocuparme de ella.
—Llama a Joules, por favor —le susurro, pero cuando Lake vuelve a dar la
vuelta a la fachada de la casa y se queda mirándola confundida, lo hago por ella.
Desbloqueo al cabrón de su hermano y lo llamo inmediatamente.
—¿Qué? —responde con un violento chasquido.
—Ven aquí y recoge a tu hermana. Sabías que no habías sido invitado.
Joules aúlla de risa.
—Eres un cretino sin carácter. Si no fuera por la maldición, nunca te hubiera
dejado salir con Lakelynn. No tuviste la decencia común de reunirte con ella en
persona y explicarle. Ni siquiera yo rompería con una chica por un mensaje de texto,
y soy un cabrón. —Dice eso último con un siseo salado, y me pregunto quién se lo
habrá dicho. Kaycee, probablemente.
—No puedo romper con Lake porque nunca estuve saliendo con ella,
psicópata. Vuelve aquí y recoge a tu hermana. —Mis dientes están apretados, y me
estoy enfadando rápido.
—No. —Joules me cuelga y bloquea mi número.
Empiezo a pasear de una ventana a otra, observando a Lake a través del cristal.
Se queda un rato sentada en su maleta, mirando la carretera que conduce a la entrada
como si me estuviera esperando. Supongo que no sabe que mi todoterreno está a
buen recaudo en el garaje para cinco coches que hay detrás de la casa.
Cuando empieza a oscurecer, cuando empieza a llover... no puedo hacerlo.
Algo dentro de mí, algo a lo que me he aferrado desde el día en que le dije a
mi madre que ésta era la vida que quería, se rompe. Se rompe en tantos pedazos que
me entra el pánico.
Corro al cuarto de baño, me quito la ropa y meto la cabeza bajo el chorro de la
ducha. La toalla me rodea las caderas. Bajo corriendo y abro la puerta.
Lake está ahí de pie, preparándose para golpear de nuevo.
Sus ojos, llenos de dolor y confusión, se posan en los míos.
Esas partes rotas dentro de mí cambian y empiezan a fundirse. No estoy seguro
de que alguna vez fueran partes necesarias para empezar, pero supongo que solo el
tiempo lo dirá.
—Lo siento —jadeo, respirando demasiado fuerte, con las manos a ambos lados
del marco de la puerta. Sin camiseta. Con una toalla y nada más. Lo único que hice fue
sumergir la cabeza bajo el agua. Podría haberme dejado la ropa puesta y fingir que
me había vestido antes. Soy idiota—. Estaba en la ducha y no te oí.
Lakelynn... no parece que me crea.
No la culpo.
Nunca saldría con un imbécil como Tam Eyre, ni aunque fuera famoso.
Pero tal vez... lo haría si estuviera maldito.
CAPÍTULO VEINTISIETE
LAKE
Quedan 80 bobas hasta que muramos los dos...
—Estaba en la ducha y no te oí. —Tam tartamudea con una afirmación tan
simple, y luego me mira fijamente como si necesitara que me lo creyera.
Excepto que estás sin aliento, y tu cabello está mojado, pero tus cejas están secas.
No me lo creo, vacilo un poco, dando un paso atrás en el escalón delantero. Me siento
tan estúpida aquí de pie, con todos estos comestibles. Lo que parece es que Tam no
sabía que iba a venir o no me quiere aquí. Para ser justos, no ha respondido a ninguno
de mis mensajes en los últimos días.
Estaba tan emocionada por venir aquí a quedarme con él que ni siquiera me
permití pensar...
Dejo caer la bolsa de la compra al suelo y me tapo la boca con una mano.
—Me bloqueaste. —Las palabras son un susurro porque, por mi vida, no puedo
imaginar qué hice para que él hiciera eso. Pensé que estábamos llegando a alguna
parte con nuestra relación. Cierto, aún no ha roto con Kaycee, pero... iba a
preguntarle. Iba a pedirle que lo hiciera.
—No... no —dice Tam, pero luego baja la mirada y cierra los ojos, suspirando
mientras levanta la mano para despeinarse con los dedos—. Sí. No debería mentir
sobre esto. Deja que recoja tu maleta. —Sale descalzo y sujeta el equipaje por la
correa. Intento quitársela, pero tengo las manos ocupadas y, de todos modos, él la
sostiene fuera de mi alcance—. Hago ejercicio seis días a la semana, ¿recuerdas?
Puedo con esto.
—Más vale que tengas una buena razón para bloquearme sin decirme por qué.
—Vacilo justo delante de la puerta principal mientras Tam se echa mi bolso al hombro
derecho como si no pesara nada. No me fijo en los fuertes músculos de su espalda
desnuda ni en cómo se mueven cuando se gira para mirarme por encima del hombro
izquierdo.
—Te lo diré. Deja que me vista. —Se da la vuelta para subir las escaleras, y
entonces su toalla se cae, y yo jadeo. Jadeo de verdad, pero Tam lo atrapa en el último
segundo y no veo nada. Me doy la vuelta y empiezo a maldecirme mentalmente. Muy
sutil, Lake. Seguro que no ha oído la excitación en tu voz.
Pero solo oigo a Tam riéndose detrás de mí.
—Ahora vuelvo. —Desaparece en el segundo piso, y yo me quedo ahí de pie.
En un vestíbulo que es más grande que todo el primer piso de la casa de mis
padres.
Pf.
Miro hacia arriba y la lámpara de araña es lo suficientemente grande como para
ser una trampa mortal, así que la esquivo y me acerco al salón. Esta no es la casa de
Tam, es un Airbnb, pero sigue siendo extraño estar dentro de una casa privada con
él. Hay un equipo de seguridad fuera; vi a Daniel y a otro tipo cerca del borde de la
casa. ¿Pero nadie interfirió conmigo? ¿Por qué?
Porque no soy un fan al azar. Ahora soy conocida de Tam.
Maldita sea. ¿Descubrir que me ha bloqueado? Me froto el pecho con el puño
e intento sacudirme la decepción. ¿Cómo podía esperar otra cosa después de decirle
que sufro una maldición mágica? Probablemente Joules tenía razón: debería
habérmelo guardado para mí.
—Lo siento —dice Tam, pero no tengo ni idea de qué más viene después
porque reaparece con unos pantalones de chándal grises. Grises. ¡¿Como todos los
putos pantalones de chándal grises de los memes de internet?! Me atraganto, no puedo
recuperarme y toso mientras Tam baja los escalones descalzo y se coloca la camiseta
para cubrirse los abdominales.
—¿Estás bien? ¿Necesitas agua? —Me ofrece una botella de agua verde y
plateada de la que beber. Su botella de agua, la que lleva siempre encima. La botella
que es imposible comprar a menos que sea una imitación porque Tam hizo tan
popular esta marca (y sobre todo este patrón de colores) que todo el mundo la quiere.
La tomo, y engullo en consecuencia, hasta que por fin puedo bloquear los
espasmos de mi pecho.
Mierda.
—El agua está bien, pero ¿quieres que llame a Joules para que me recoja? —
Hablo en serio cuando me giro para mirar a Tam en un enorme vestíbulo de mármol
con cuadros más grandes que yo colgados en las paredes. Son todos de cascadas o
bosques densos y oscuros, y me encanta que la casa tenga tantas ventanas (incluso
aquí, en el vestíbulo) que muestran el follaje que la rodea. No estamos en la ciudad.
Esto es territorio del noroeste del Pacífico. He visto fuera un helecho tan grande como
yo.
—Lake, yo... —Tam se sobresalta y luego se ablanda bruscamente, volviendo
a adoptar una postura más cómoda y poniéndose la mano en la frente. Parece cansado
otra vez. Siempre parece cansado. Cocinaría para él, como ya había planeado hacer,
pero tal vez solo quiere que me vaya. No importa. No puedo... no puedo forzarlo a
que me quiera. O lo hace por su cuenta o ambos moriremos. Ya está—. Que te bloquee
no tiene nada que ver contigo.
Estoy muy confundida, pero también tengo en las manos carne y productos
lácteos que han estado fuera conmigo más de cuarenta minutos, y probablemente
debería meterlos en la nevera. Paso junto a Tam sin esperar a oír lo que va a decir y
me dirijo a la cocina mientras él me sigue.
Parece confundido, como si no supiera qué hacer conmigo. Me sorprende que
Daniel esté fuera y yo aquí con Tam... ¿Sola? ¿Estamos solos otra vez? Me detengo
junto a la mesa del comedor y miro a mi alrededor, pero no hay sombras profundas
en las que Daniel pueda esconderse. Podría equivocarme, pero no creo que esté aquí.
Sigo adelante y me dirijo a la nevera, que abro con el codo. Coloco las dos
bolsas en uno de los estantes vacíos y me digo que solo separaré los ingredientes
secos si Tam quiere que me quede. Me doy la vuelta y lo veo justo encima de mí. Se
me corta la respiración y se me olvida estirar la mano para quitarle las otras bolsas.
—Toma. —Transfiere ambas bolsas a una mano y luego se inclina contra mí,
colocándolas en otro estante. Nuestras frentes se tocan en muchos sitios. No me
muevo hasta que él da un paso atrás y se cruza de brazos. Se apoya en la encimera
para observarme mientras yo revoloteo torpemente en el espacio entre la nevera y la
larga isla de la cocina—. Kaycee me pidió que te bloqueara.
—¿Okey...? —Estoy haciendo una pregunta aquí. Todavía no lo entiendo.
—Le conté lo de la maldición y se asustó. Mis opciones eran bloquearte a ti o a
ella, pero ya me había bloqueado de todos modos, así que... punto discutible. —Tam
inhala, aguanta, exhala, aguanta. Está luchando aquí, tomando algún tipo de decisión
importante—. Me dijo que si te quedabas aquí en la villa conmigo, que ella no iba a
venir.
—Es tu novia, Tam —le digo, pero él se limita a sonreír con fuerza.
—He intentado llamarla. Le envié un correo electrónico. Hice que Jacob y
Daniel la llamaran. Si aparece, lo solucionaremos. ¿Era un secreto lo de la maldición?
—me pregunta, y parece realmente molesto por la idea de que pueda serlo, de que
haya hecho algo malo contándoselo a Kaycee.
Sacudo la cabeza.
—Todo el mundo lo sabe. Se lo digo a todo el mundo. Jacob y Daniel ya lo
saben. Todos mis amigos lo saben. Mi familia incluso tiene socios que lo saben. Nadie
lo cree, pero es lo suficientemente inofensivo como para que nos dejen en paz. No me
importa que se lo contaras a Kaycee. Me importa que me hayas bloqueado, aunque
no cambié quien era. Nunca te mentí. No hice nada para merecer eso.
Sus labios se entreabren y parece sorprendido por mi afirmación.
—Puedo poner fin a esto cuando quiera —me dice con los brazos cruzados
sobre el pecho. Me abalanzo sobre él y entro en el vestíbulo, recojo mi bolsa de viaje
y me voy. Abro la puerta principal y empiezo a andar. Tam corre para alcanzarme,
completamente descalzo y maldiciendo la grava húmeda bajo sus pies. Los árboles
que nos rodean están mojados, las grandes ramas de abeto gotean. Aquí huele bien,
húmedo y salvaje. Podría enterrarme en la tierra y vivir hasta el fin de mis días.
Prefiero ser un helecho que lidiar con este maldito Tam Eyre.
—Me gusta Thomas, pero no soporto a Tam —le digo con otra carcajada, y
entonces empiezo a trotar y él se ve obligado a hacer lo mismo para alcanzarme.
Descalzo. Sobre gravilla. Espero que esto sea castigo suficiente para este imbécil.
Dejo de correr, jadeando nubes blancas, y me giro para mirarle.
Vuelve a tender la mano para tirar de la bolsa de lona.
—Lo siento mucho, Lakelynn. Por favor, vuelve.
—No quiero ser grosera, pero nunca trataría a mis amigos como tú me tratas a
mí.
Tam exhala, abre la boca y vuelve a cerrarla. Espera. Empieza a llover de
nuevo, pequeñas gotas húmedas sobre su hermoso rostro.
—Si quieres acabar con esto, hazlo —le digo, con voz suave. Lloraría, pero
¿para qué? Después de perder a Joe, esto no es nada. Mentirosa. Me duele mucho. Me
duele mucho el pecho—. Tienes razón. No puedo hacer que te guste.
—Me gustas, Lake. —Tam suena bastante serio, bastante honesto. Si no
estuviéramos malditos, me iría. Pero no tengo esa opción. Este es mi límite. La próxima
vez, me iré, con o sin maldición. No merezco que me traten tan mal.
Le doy la bolsa a Tam y volvemos juntos.
Camino despacio por él, para que pueda retomar el camino con el menor
número posible de heridas en los pies.
—¿Crees que Kaycee vendrá? —pregunto, preocupada por cómo podría salir
esa confrontación. No puedo perder esto, aunque eso me convierta en la mala. No me
queda más remedio que interpretar el papel de “la otra”. Me froto la cara y doy un
suspiro cansado.
Tam ajusta mi bolsa para que cuelgue delante de su pecho. La rodea con los
brazos y mira hacia la arboleda, con los ojos brevemente vidriosos mientras asimila
todo con asombro. Está lleno de asombro. Lo irradia, y puedo entender fácilmente
por qué tiene tantos seguidores. Tam es fascinante, por no hablar de su aspecto físico.
Podría tener ese carisma y ese asombro y parecer una nuez, y todo el mundo lo
seguiría queriendo. Ser guapo es solo una ventaja añadida.
Pero ha pagado un alto precio por ello. Es reservado, solitario, defensivo,
cauteloso. Su núcleo es bueno, sin embargo, solo necesita ser llamado por su mierda.
Nadie más hace eso. Nadie. Está demasiado ocupado jugando a los caprichos de los
demás que no tienen necesidad de hacerlo.
—No tengo ni idea —admite Tam cuando volvemos a casa y me abre la puerta
principal. Se hace a un lado y deja la maleta en el suelo—. Pero si lo hace, podemos
hablar en persona los tres.
—Cuatro —corrijo, y saco el móvil para enviarle un mensaje a Joules. Vuelvo a
mirar a Tam cuando le digo esto, encontrándome con sus ojos—. Si Kaycee viene y
tenemos una charla, entonces Joules también estará aquí.
Tam tensa la mandíbula, pero lo ignoro, me doy la vuelta de nuevo y me dirijo
a la cocina para separar la comida. Se sienta en uno de los taburetes de la isla.
—Quería contribuir en algo a nuestra estancia aquí, así que compré comida y
pensé en cocinar para todos. —Me río mientras saco cosas de la nevera, como el
salero y el pimentero, los platos de papel que compré porque no quería usar y lavar
platos, la caja de arroz—. Tacos esta noche y Alfredo mañana. Debería haber de sobra
porque pensé que cocinaba para cuatro.
—¿Me das tus datos de Venmo para pagar la mitad de la compra? —Tam
pregunta, sin responder a lo que acabo de decir.
—No tengo problema en pagarlas —le aseguro, pero él frunce los labios y se
sienta derecho en el taburete, con esa expresión obstinada en la cara que tenía
cuando saltó entre Joules y yo, dos veces, para defender mi honor.
Y aun así me bloqueó. Me obligo a apartar la sensación de traición.
—No podré disfrutar de que cocines para mí si me siento en deuda. Por favor.
Solo la mitad.
Lo miro y me encojo de hombros. No es una colina en la que merezca la pena
morir. Le doy la información que me ha pedido y vuelvo mi atención a los comestibles.
Se queda en silencio tanto tiempo que me doy la vuelta y veo a Tam sirviéndose
dos vasos de vino. Me quedo mirándolo hasta que levanta la vista.
—Te he enviado dinero —me dice, y mi teléfono suena en el bolsillo. Debe de
haberlo hecho, ¿eh? Lo saco para comprobar mi saldo de Venmo.
$9,600.
Levanto la vista y ahora sí que lo estoy mirando.
—¿Qué estás haciendo?
—¿Además de romper mi dieta? —Tam sonríe—. Te estoy devolviendo el
dinero de la entrada que compraste. —Hace una pausa mientras recoge una de las
copas de vino—. Bueno, no todo. Me quedé con mis honorarios, pero te devolví el
extra de la reventa. —Tam alarga la mano y me acerca el vaso todo lo que puede a
través de la isla. Que, como es tan alto y tiene el brazo tan largo, es básicamente todo.
Lo acepto y bebo un trago largo. Luego lo dejo a un lado porque, aunque es
agradable beber, no voy a salir de esta situación incómoda bebiendo. Cualquier
progreso que se haga estando borracho se pierde inevitablemente en una relación
nueva como ésta. Esencialmente, ni siquiera cuenta.
—No lo entiendo. ¿Por qué me das dinero para eso? —le pregunto, pero él
tampoco sabe qué responder a eso—. Vaya, está claro que tu familia no era tan
insistente como la mía. Estoy celosa. Mi familia hace docenas de preguntas y no para
hasta que te rompes y respondes a todas. —Sonrío y me doy la vuelta para sacar un
par de aguas gaseosas de la nevera. Estoy dolida, pero no quiero que Tam lo sepa—
. ¿Dónde está la piscina? Me prometieron una piscina cubierta...
—Te la enseñaré. —Tam se levanta y me lleva por un largo pasillo hasta otra
puerta de cristal. Las paredes y el techo son de cristal para dejar ver la creciente
oscuridad del bosque. Los árboles besan el cristal por todos lados, haciendo que este
lugar parezca abierto y cerrado a la vez.
—Esto es increíble. —Destapo la lata, bebo un trago y la dejo a un lado. Cuando
empiezo a tirarme de la camiseta por la cabeza, Tam se estira y me sujeta las muñecas.
Las mías están entrecruzadas, agarrando la parte inferior de mi camiseta. Los dedos
de Tam se enroscan alrededor de ellas y me mantienen quieta.
—No hagas eso —me dice, con tanta amabilidad que me pregunto si lo dice en
serio.
—Llevo bañador, idiota. —Me alejo de él, me doy la vuelta y me quito la
camiseta. Me quito los zapatos y los pantalones antes de meterme. Llevo un bañador
de una pieza, no un bikini, porque no me siento cómoda con ellos. No es un bañador
sexy, pero es funcional.
Nado lejos de Tam, asumiendo que se irá. O se sentará en una silla con su
teléfono. Definitivamente no espero que se quite la camiseta, que se quite los
pantalones. No lleva bañador, pero se mete en calzoncillos, y no me quejo.
—¿Qué se puede hacer en una piscina aparte de hacer ejercicio? —me
pregunta, y lo juro. ¿Cómo eligió la maldición a este tipo? No es en absoluto lo que yo
habría elegido para mí. Cierro los ojos, contengo la respiración y me hundo bajo el
agua durante tanto tiempo que Tam se acerca a mí como si fuera a obligarme a salir.
Levanto la cabeza, me echo el cabello mojado hacia atrás y lo fulmino con la
mirada.
—Me das pena, ¿lo sabes? —le digo, y entonces me doy la vuelta y me agarro
al borde de la piscina, empujándome hacia fuera y acercándome a un conjunto de
anillas lastradas que hay en un estante. Cada una es más grande que la otra y está
marcada con un número determinado de puntos—. Muévete, así puedo lanzarlas.
Tam lo hace, y luego observa cómo tiro el puñado al agua y dejo que se hundan.
Me acerco al borde de la piscina donde me espera y, agachada con mi bañador
rojo brillante, extiendo el puño y le dirijo una mirada.
—Piedra, papel o tijera para ver quién va primero. La menor cantidad de
puntos lava los platos de la cena.
Tam extiende la mano lentamente, una sonrisa creciendo en su cara, y vamos
en uno-dos-tres hasta que le pateo el culo de piedra con papel.
—Muy bien, ahora muévete otra vez. —Le hago señas para que se aparte, doy
unos pasos y salto.

Tam gana el lanzamiento del anillo, lo cual está bien porque yo iba a lavar los
platos de todos modos. Esta villa cuesta fácilmente cuatro cifras o más por noche.
¿Cómo podía quedarme aquí sin hacer nada?
—¿Quieres que encienda un fuego? —Tam pregunta, y yo asumo que va a
haber una chimenea con un botón, una llama eléctrica con solo pulsar un interruptor.
En lugar de eso, hay una gran hoguera de piedra con una chimenea de ladrillo más
ancha que yo. Me da unas palmaditas en el brazo cuando no le contesto, sonriendo
como si estuviera emocionado—. Voy por la leña.
Tam se pone una chaqueta, ya que está oscuro, y se calza las botas sin medias.
La puerta se cierra tras él y se enciende la luz automática del porche. Veo cómo cruza
el camino circular de grava que hay delante de la casa, desaparece en un cobertizo y
sale con un cartucho. Es decir, un bloque redondo de madera de un árbol que aún
hay que partir.
Tam lo coloca en un tocón cerca de la puerta del cobertizo, empuña un hacha y
lo corta por la mitad. Luego corta cada trozo en cuartos y vuelve a hacerlo hasta
obtener un montón considerable.
Estoy estupefacta.
—¿Acabas de...? —Empiezo mientras le abro la puerta principal y aparece
cargado de leña.
—¿Qué? —pregunta, dejándolo sobre la chimenea de piedra y poniéndose en
cuclillas para encender el fuego. Utiliza uno de los iniciadores de fuego
proporcionados por el anfitrión, lo que al menos se parece un poco más a lo que
esperaba de él.
—¿Por qué un Airbnb te haría cortar tu propia leña?
Tam se ríe y se pasa el brazo por la parte inferior de la cara para quitarse
algunas gotas de agua del exterior. Creo que ahora mismo está nebulizando. Eso es
lo que parecía cuando se encendió la luz del porche.
—Hoy acaban de hacer una nueva entrega. El anfitrión dijo que enviaría a
alguien para que viniera a cortarla, pero me negué. No quería que nadie se enterara
de que estaba aquí.
Maldita sea. Yo no pienso así de la gente. Nunca he tenido que pensar así de la
gente. Pero Tam está considerando si el empleado que fue enviado a cortar la madera
podría filmarlo o publicar su ubicación en línea. Esa no es una vida que me gustaría
vivir, personalmente.
Estar con Tam va a requerir un sacrificio de algunas de las cosas que más me
gustan en la vida.
Intento hacerme a la idea. Si empezamos a salir, se sabrá. Todo el mundo lo
sabrá. Me fotografiarán, me seguirán y me filmarán. Seré amada por gente al azar,
pero probablemente seré odiada por más.
Cuanto más rápido pueda romper la maldición, mejor. Entonces podré decidir
a dónde vamos Tam y yo a partir de ahí.
—¿Dónde aprendiste a cortar leña? —le pregunto, lanzándole una mirada—.
No lo digo de mala manera, pero me pareces un chico de ciudad.
Tam sonríe y luego sacude la cabeza, poniéndose de pie y dejando que el fuego
de esta noche comience lentamente.
—Los pañuelos, las vendas, lo de abrir puertas. Todo era de mi padre. También
la leña. Vivíamos en el norte de Washington, cerca de la frontera. —Tam se encoge
de hombros, me rodea y entra en la cocina. Cuando abre la nevera y empieza a buscar
algo para comer, sé que es hora de cocinar.
—¿Listo para los tacos? —pregunto mientras roba la lechuga y la abre, sacando
unas cuantas hojas y metiéndoselas en la boca.
—Eso suena perfecto —dice en voz baja, con los ojos entrecerrados. Auch.
Cuando piensa en comida, tiene un aspecto de ensueño, contento y excitado al mismo
tiempo. Oh. Guapo.
—¿Vas a enrollarlos con lechuga? Es tan triste que no puedo decidir si es real
o si estás actuando para mí.
—Siempre me olvido de actuar contigo —admite, como si lo lamentara. ¿Tal
vez debería? Ciertamente es más amable con otras personas. Espero que eso cambie.
Si no fuera por la maldición, ya me habría ido. Debería decírselo, para que lo
entienda.
—Por favor, contesta a la pregunta sobre la lechuga —le digo mientras
cambiamos de sitio y ocupo el suyo frente a la nevera. Él se queda conmigo, sentado
en el mismo taburete de antes. Lleva esos malditos pantalones de chándal grises y
una camiseta blanca ajustada. Yo llevo una camiseta suelta y un pantalón de gimnasia
negro. Los dos estamos descalzos. Tenemos el cabello mojado.
La casa es muy silenciosa, sobre todo cuando empieza a llover. Parece como si
el agua creara una cortina entre nosotros y el mundo.
Apuesto a que Joules asumió que Tam me bloquearía, y me dejó a propósito.
—¿Simplemente te quedaste aquí mirándome por la ventana durante cuarenta
y cinco minutos? —pregunto despreocupada, sacando una tabla de cortar para picar
las verduras del pico de gallo.
—Eh... —Suspira y deja la lechuga a un lado—. Joder. —Levanto la cabeza y lo
veo pasarse los dedos por el cabello—. No, estaba dando vueltas. No sabía qué hacer.
Esperaba que te quedaras, pero me dije que debería querer que te fueras. Kaycee es
mi novia y apenas te conozco.
—Lo sé. —Trago saliva y clavo mi cuchillo en una cebolla. Pienso en lo que dijo
Joules, cómo Kaycee y Tam tienen un contrato que significa que tienen que salir
públicamente. Que nunca han tenido sexo. Que él no la besa fuera de cámara.
Quiero preguntarle si la quiere, pero ¿me estaría abocando al fracaso?
Me lavo y me seco las manos, y luego recojo el móvil para elegir una lista de
reproducción. Me aseguro de que no haya ninguna canción de Tam antes de
reproducirla.
Cuando suena una canción que Tam conoce, la canta. Ni siquiera estoy segura
de que sea consciente de que lo está haciendo, tomando prestada una de mis tablas
de cortar para rebanar un aguacate. Lo corta mientras yo corto los tomates. Mezcla el
pico de gallo mientras yo doro la carne. Ralla el queso mientras yo frío las tortillas.
Nos sentamos juntos en el gran sofá frente a la chimenea, uno en cada extremo
del largo sofá de cuero.
—¿Piedra, papel o tijera para elegir película? —pregunta Tam, volviéndose
hacia mí, y yo sonrío. Ponemos nuestros platos en el centro, levantamos las manos y
luchamos a muerte. Gano yo—. ¿Haces trampas? —pregunta, como si lo dijera medio
en serio, y yo me río.
—¿Qué tipo de películas te gustan? Si dices románticas, me muero.
Sacude la cabeza.
—Me gusta un poco de todo —dice, pero lo dice en un tono raro y bajo que
hace que se me contraiga el bajo vientre—. Aunque esta noche me vendría bien una
comedia.
—Hecho.
Echo un vistazo a las películas más recientes, elijo una con buenas críticas y le
doy play. Nos sentamos y comemos juntos. Me acabo tres tacos y Tam se come nueve
en total (todos envueltos en lechuga). Es capaz de devorarlos en dos bocados sin
intentarlo, y lo hace sentado con las piernas cruzadas en el sofá y sin dejar caer ni una
sola miga.
Impresionante.
¿Por qué me gusta tanto verlo comer? Me obligo a parar y saco de una bolsa
nuestros postres.
—Te dejaré elegir —le digo, tendiéndole una manzana en una mano y una
chocolatina en la otra.
—¿Es una broma? —pregunta, y no puedo contener una sonrisa y un
movimiento de cabeza.
—Me imagino que gano de cualquier manera. Uno, me quedo con el caramelo.
Dos, me ahorras las calorías del caramelo. ¿Ves lo que quiero decir?
Tam me roba la chocolatina y lo miro varias veces con el ceño fruncido mientras
me veo obligada a comerme la manzana.
—¿Quieres entrenar conmigo por la mañana? —pregunta distraídamente, y yo
me río de él.
—Describe la palabra mañana —ordeno, dando otro bocado crujiente. Tam
asiente y juro que chupa la chocolatina para burlarse de mí.
—¿Diez? —pregunta, y me hago a la idea de que esto es tarde para él, que me
está moviendo la hora. Asiento con la cabeza. Él sonríe. Mi corazón se vuelve
completamente loco. Estar sentada aquí sola en la oscuridad con él está cambiando
mi perspectiva. Definitivamente sería difícil seguir siendo solo amiga de Tam. No digo
que no lo haría en circunstancias normales (es decir, sin la maldición), pero me gusta
de verdad.
Estoy enamorada de él.
Estoy enamorada de él, y me bloqueó.
Estoy cayendo primero, como Joules me advirtió que no hiciera.
—Me iré a la cama después de esto —respiro, volviendo a la película. Me
obligo a concentrarme en ella hasta que me acabo la manzana. Tiro el corazón, toma
otra bebida e intento ponerme lo más cómoda posible en el sofá.
—Puedes estirar las piernas si quieres —me dice Tam, y así lo hago, invadiendo
el cojín central hasta que los dedos de mis pies quedan a un suspiro de su muslo.
Cinco minutos después, cuando se acomoda, nos estamos tocando.
Inconscientemente ha separado las piernas y ahora mis dedos están metidos debajo
de su muslo.
Tam debe notarlo, pero no reacciona y yo tampoco.
Soy la primera en dar por terminada la noche con la esperanza de que Tam
haga lo mismo.
—Duerme, por favor —le digo mientras me pongo en pie, pero él al menos
apaga la tele y se levanta a mi lado.
—Lo haré. —Tam suena sincero y agradecido al mismo tiempo, siguiéndome
en silencio por las escaleras hasta nuestras habitaciones. Me pone en la de enfrente.
Nos detenemos juntos en el largo pasillo y nos giramos torpemente hacia el otro al
mismo tiempo—. Me haces sentir como de dieciséis, en el buen sentido —me dice
Tam, y luego sonríe, entra en su habitación y cierra la puerta.
Permanezco de pie varios segundos, saco a tientas el teléfono del bolsillo y
envío un mensaje de texto frenético a Joules.
¿Qué quiere decir? Exijo cuando mi hermano tarda demasiado en responder a
mi primer mensaje explicándome la situación.
Significa que tú tenías razón y yo estaba equivocado. Lo estás haciendo bien,
Canoa. Solo muéstrale lo maravillosa que ya sé que eres.
Estoy... un poco confundida con esa respuesta. Aunque suena como Joules, no
es como suele ser. Así es como sé con certeza que lo que sea que me está mintiendo
es malo. Tengo que presionarlo más para que me lo diga. ¿Cómo puedo ayudar si no
lo hace?
Dejo a un lado el teléfono con alarma para las diez, me meto bajo las mantas y
apago la lámpara de la mesilla. Mi habitación es enorme, una suite gigantesca con
una cama con dosel de pino nudoso para crear ambiente y ropa de cama blanca y
sencilla que se puede blanquear entre huésped y huésped.
Cuando todo está en silencio, cierro los ojos y meto la mano entre las piernas.
Mi dedo se desliza por la costura de mis pantalones y me retuerzo. Me siento mejor
que de costumbre. Tam me atrae tanto que me cuesta pensar en otra cosa.
Con un suspiro frustrado, me doy la vuelta y agarro el móvil y la funda de los
auriculares. Me los pongo y me relajo en las almohadas.
Con el vídeo musical de Tam para Break Up With Me sonando en mi teléfono,
vuelvo a poner la mano donde estaba. Me acaricio ligeramente con un solo dedo,
observándolo bajar unas escaleras con una capa de plumas. Lleva una sudadera con
capucha y unos jeans con ella, su cabello capta la luz mientras se levanta la sudadera
para dejar al descubierto sus abdominales. El movimiento de baile que sigue es como
un giro del cuerpo que le hace caer de rodillas. Mete la mano en la sudadera mientras
canta la letra de la canción y echa la cabeza hacia atrás. La cámara se acerca a ese
rostro angelical con boca de diablo.
Tam es tan, tan bonito, pero se pone nervioso muy rápidamente. Con la
iluminación adecuada, el estilo adecuado, ya no parece tan guapo, y supongo que ese
es el atractivo.
Ahora me froto frenéticamente a través de la tela, resoplando y jadeando. Doy
patadas a las sábanas, pero mi mirada permanece fija en ese vídeo. Pienso en el calor
de su muslo a través del chándal. Pienso en el agua cayendo por sus fuertes hombros
y sus musculosos brazos cuando salió de la piscina.
Me digo que, para romper la maldición, tendré que averiguar qué sienten esas
manos ásperas en el resto de mi cuerpo.
Entretengo una fantasía sin culpa. Estoy sola en mi habitación. Tam no lo sabe.
Me bajo los pantalones y los tiro a una pierna, descubriendo el pozo de calor
húmedo en mi centro con un suave movimiento circular del dedo alrededor de mi
abertura. Tan resbaladiza. ¿Y todo porque mi pie estaba metido bajo el muslo de Tam?
La maldición me da la excusa que necesito para dejar a un lado mis ansiedades,
y exhalo para liberar la tensión.
Una vez que lo hago, siento que mi cuerpo redirige toda esa energía a las partes
de mí que más me duelen. Mis pechos quieren que los toque, así que dejo caer el
teléfono sobre la almohada que tengo al lado. Me doy un apretón con una mano y
pienso en las palmas de Tam rozando mis pechos en la oscuridad de la sala de escape.
Actué como si no fuera nada, pero definitivamente era algo. Quería sentir su
tacto. Ahora lo hago, arqueando la espalda y apretando el pecho contra mi propia
mano. Su música sigue calando en mi sangre a través de los auriculares, curvando
cálidos dedos de deseo en mi interior. Se extiende como miel caliente y pegajosa
sobre mi piel cuando rompo la barrera entre mis piernas. Empujo y me meto dos
dedos.
Oh. Tam. Thomas.
Me vienen a la mente imágenes de su bonita melena, que sobresale en ángulos
aleatorios por debajo de su gorro. Recuerdo cómo sus ojos se cruzaban con los míos
en la mesa mientras me tomaba la muñeca y frotaba el pulgar sobre la marca de la
maldición. Repito el escenario de la habitación de escape una docena de veces.
Mis dedos empujan los tensos músculos internos y me doy cuenta de que mi
cuerpo se contrae al pensar en Tam. Muevo las caderas y revoloteo alrededor de mis
dedos como si fuera él quien estuviera dentro de mí. Fantaseo con que abre la puerta
de la habitación y me encuentra así, subiendo a la cama a mi lado, poniendo su boca
en un lado de mi cuello.
Con un sonido de frustración —no tengo manos suficientes—, abandono los
pechos y dejo caer la otra mano hasta el capullo hinchado de mi clítoris. Apenas
soporto tocarlo, ni siquiera cuando tomo prestado mi propio lubricante para que
resbale un poco. Es demasiado intenso, pero no puedo esperar. Me vuelvo a subir las
bragas por la pierna, las tiro a un lado para poder penetrarme de nuevo y acaricio mi
clítoris a través de la tela.
Es justo este lado de demasiado. También está a este lado de no ser suficiente.
Uso mis manos lo mejor que puedo, pero no tengo mucha experiencia en esto,
y no me conozco muy bien. No conozco ningún truco para correrme, para aliviar la
tensión que siento dentro de mí. Con un gemido de frustración, me pongo de lado y
meto una almohada entre los muslos.
Me agarro a otra almohada e intento respirar.
No voy a conseguir liberarme esta noche. No voy a poder desterrar estos
pensamientos eróticos sobre Tam o Thomas o quienquiera que sea ese hombre que
está en la habitación de enfrente.
Una cosa que sí sé es esto: él necesita romper con Kaycee, para que podamos
seguir adelante.
No es justo ni para Kaycee ni para mí que sigamos así. Tam me gusta, sé que le
gusto. Me gusta. E incluso si... si me bloqueara... Entierro la cara en la almohada para
reprimir un grito de frustración, y luego exhalo para dejar escapar la tensión.
Mañana. Le preguntaré mañana.
Me duermo con la música de Tam como canción de cuna.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
TAM
Quedan 80 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)

Lake estaba claramente disgustada cuando se enteró de que la había


bloqueado.
En eso pienso mientras hago mil flexiones —ni una más, ni una menos— en el
suelo de mi habitación. Es eso o darme una ducha fría, que ya he probado y no me ha
hecho nada. Es eso o... o... Flexiones. Voy a seguir haciendo flexiones para poder
pensar.
Cuando pulsé el botón de bloqueo, supe que estaba haciendo algo mal. Cada
hora que miraba mi teléfono y sentía que echaba de menos a Lake, sabía que quería
tomar una decisión diferente. Lake lo hizo por los dos al aparecer aquí, y hace que me
guste aún más de lo que ya me gustaba.
Lo cual, supongo, es mucho. Demasiado, tal vez. No estaba borracho esta
noche, y me quedé mirando su boca. Cuando se reía. Cuando tomaba un sorbo de
una lata. Cuando comía tacos.
Creo que deberías romper con Kaycee. Debería hacerlo. Debería tener el coraje
de arriesgarme así por mí mismo. Lake es un riesgo. Kaycee es una seguridad. Pero
Thomas y Tam prefieren a Lakelynn Frost. No solo la prefieren, sino que realmente
les gusta. Nunca he querido pasar el rato con una persona durante horas y horas, a
solas. Quiero ir a cenar con Lake, y hablar con ella, y caminar descalzo por la grava
con ella a mi lado.
Ni siquiera sé lo que eso significa, pero se siente bien. Se siente tan bien que
le debo a Kaycee terminar las cosas ahora antes de que se ponga serio con ella o con
Lake.
Ahora entiendo por qué Kaycee quería que bloqueara a Lake. Ella lo sabía.
Igual que entiendo que Kaycee prefiera a Joules antes que a mí. No estoy ciego.
Con un gemido, ruedo sobre mi espalda y cierro los ojos, respirando con
dificultad por algo más que las flexiones. Mi mano golpea el suelo a mi lado hasta que
localizo mi teléfono. Abro un ojo para ver la hora.
Son las dos de la mañana.
Solo ocho horas hasta que me reúna con Lake en el gimnasio —hay uno de buen
tamaño abajo— para que podamos hacer ejercicio juntos. Dijo que quería empezar.
Haré que sea divertido para ella. Intento imaginarme cómo sería hacer ejercicio con
alguien que no fuera Daniel, que apenas me habla. O con mi entrenador personal,
que cobra por su tiempo.
Lake podía usar una cinta de correr y yo la otra. Podríamos correr y ver un
programa al mismo tiempo, y luego hablar de ello. Podría iniciarla en el
entrenamiento de fuerza y, si se anima, podríamos correr una maratón juntos. Siempre
he querido hacerlo.
No puedes correr una maratón, Tam. Te descubrirían y tus admiradores lo
inundarían todo y lo arruinarían todo. Me pongo de lado, pero aún no estoy derrotado.
Me incorporo y me quito el cabello sudoroso de la frente. Nadie en Internet
cree que tenga el cabello rubio como las fresas. Pero lo tengo. Simplemente le
añadimos rosa para que parezca un poco más. Me tiño las cejas. Mis pestañas están
teñidas.
Con un gemido, me meto el talón de la mano en los ojos.
Normalmente, en una noche como ésta, me levantaría y caminaría. Podría tratar
de trabajar en una canción. Podría seguir haciendo ejercicio. Podría leer un libro.
Pero Lake me dijo que me fuera a dormir, y quiero estar lo más descansado posible
mañana. Vamos a pasar todo el día juntos.
Todo el puto día.
¿Qué pasó con Kaycee? me pregunto, pensando que tal vez habría sido bueno
que apareciera para que pudiéramos solucionar esto. Me levanto, agarro el móvil,
apago la luz del techo y me doy una ducha rápida. Otra fría. Esta vez ayuda un poco.
Luego me meto en la cama y, por primera vez en meses, me permito dormir
ocho horas completas.
Si sueño, no es con Kaycee Quinn.

Quedan 79 bobas hasta que ambos mueran...


Suena el despertador unos minutos antes de las diez y me incorporo. No me
desorienta el entorno desconocido. Estoy acostumbrado. Lo raro sería reconocer
dónde estoy nada más despertarme. Hacía mucho tiempo que no me pasaba, desde
que murió mi padre.
Salto de la cama y me dirijo directamente a la habitación de Lake para ver si
está despierta. Cuando abro mi puerta, veo que la suya sigue cerrada, así que espero
hasta las diez en punto antes de levantar el puño para llamar.
Mi mente se remonta a ayer, a Lake gritando mi nombre, con su adorable rostro
retorcido por la confusión y la traición. Apenas puedo soportarlo. ¿En qué estaba
pensando? ¿Por qué la dejé fuera tanto tiempo?
«¿Quién te ha hecho daño, Sir Tom?» me preguntó el otro día. Estoy tan
acostumbrado a ver lo peor de la gente que siempre estoy a la ofensiva. Siempre
estoy atacando o evitando o defendiendo porque abrirme a la gente acaba conmigo
llevando un collar de perro y ladrando, o acaba con una mujer rociándome la cara
con spray de pimienta cuando rechazo su repentina proposición. Acaba con el tipo
del equipo de producción vendiendo a la prensa vídeos de nuestras interacciones
privadas, de nosotros jugando a las cartas y hablando sin rumbo sobre la vida. Acaba
con un ejecutivo de Hype besándome mientras duermo, y yo despertándome
sobresaltado al encontrar a esa persona de pie junto a mí, y...
Me paso las manos por el cabello y espero a que mi respiración se haya
calmado antes de golpear la puerta con los nudillos.
—¿Lake? —pregunto y vuelvo a llamar. Otra vez. Una tercera vez. Cuando no
contesta, vuelvo a mi habitación y me ducho de nuevo, me cambio de ropa. Son las
diez y media y estoy preocupado por ella. Intento llamar de nuevo, esta vez más
fuerte, un golpe de policía—. ¿Lakelynn? —Espero y pego la oreja a la puerta. Si se
estuviera duchando, ya habría salido, ¿no?—. ¿Canoa? —Así es como Joules la llama,
¿verdad?—. ¿Balsa de río? ¿Yate? ¿Bote de remos? ¿Kayak?
Ahora bromeo, pero también hablo un poco en serio.
Me pican los dedos por usar la llave maestra que venía con el alquiler. Podría
abrir esta puerta, solo para ver cómo está. ¿Pero sería una invasión de su privacidad?
Al diablo con esto, podría estar herida.
Abro la puerta y entro a trompicones para encontrar a Lake desmayada en la
cama. Lleva bragas, una camiseta sin sujetador y una almohada metida entre sus
pálidas piernas. Exhalo con fuerza. Anoche en la piscina le vi las pecas en la parte
superior del muslo, pero esto es... Estoy en trance.
Me siento pesado e inquieto a la vez. Tan suave. Era tan suave en la sala de
escape.
Parpadeo para mirarla a la cara y sonrío cuando veo que tiene la boca abierta,
que ronca suavemente y que uno de sus auriculares se ha caído y está sobre el
edredón blanco. El otro sigue en su oreja. Cuando me acerco un poco más, veo que
su teléfono está abierto y casi sin batería, que mi videoclip de Break Up With Me se
está repitiendo.
Me tapo la boca con una mano para reprimir una carcajada.
¿Qué... qué es esto?
Lake se muerde los labios, inhala suave y dulcemente y se acurruca más en las
almohadas.
Me muevo por el extremo de la cama —oh, ahí están sus pantalones— y luego
me arrastro hasta el lado opuesto. Alargo un dedo y le pincho en el hombro. Me da
un manotazo y refunfuña en voz baja.
Lo vuelvo a hacer.
—Joules, vete a la mierda —susurra, hundiéndose más profundamente en la
almohada. Le pincho por tercera vez y emite un sonido de dolor—. Joe, Maria, Lynn,
no me importa quién sea. Váyanse.
Joe.
Lo siento por ella en ese momento. Sé lo que es despertarse y olvidar por un
instante que la persona a la que amas ha muerto. Esta vez le doy una suave sacudida
en el hombro y ella se da la vuelta para abrir los ojos.
Cuando ve que soy yo la que está tumbada, se ríe y se pasa una mano por la
cara.
Hay muchas pistas de lo que pudo haber estado haciendo aquí anoche. Intento
no fijarme en ellas, pero la forma en que está tumbada frente a mí, con el cuerpo
curvado, me invita. Me acerco un poco, pero no demasiado. Mi pulso es tan rápido
que me siento mareado, igual que antes de un gran espectáculo. Solo que... esto es
más intenso que eso.
¿Te estabas tocando aquí? Eso es lo que preguntaría si no tuviera novia. Por
primera vez en mi vida, quiero ligar con alguien porque quiero ligar con alguien. No
porque sea mi trabajo. No porque el CEO me lo pidió. Solo porque sí.
Porque sí.
Giro sobre mi espalda y pongo un brazo detrás de mi cabeza, mirando
fijamente el dosel verde bosque sobre nosotros. Creo que es de tela escocesa, con
tonos marrones y blancos entrelazados.
—Hola —dice Lake tras unos minutos de crujir de mantas y un poco de
silencio—. Se suponía que íbamos a hacer ejercicio, ¿eh?
—Ajá. —Giro la cabeza para poder verla. Se ha metido aún más en la cama y
las mantas le cubren la mitad de la cara. Alargo la mano y tiro de la tela hacia abajo
para poder verle la boca—. Intenté llamarte, toqué la puerta. Empezaba a
preocuparme, así que entré. Espero... que esté bien.
Mi voz se vuelve grave y ronca, y sé inmediatamente que tengo que salir de
esa habitación.
¿Por qué vine aquí en primer lugar? Debería haberla sacudido suavemente
para despertarla y luego irme educadamente. Pero aquí estoy, tumbado en la misma
cama. Puede que Lake haya levantado las mantas, pero mi cuerpo es muy consciente
de que no lleva pantalones.
Que ella... se... se masturbó con mi video musical. Sé que no es la única persona
que hace eso. Podría haber... diablos, supongo que podría haber miles de personas
o más que lo hacen. La diferencia es que no creo que Lake fuera una de esas personas
hasta que empezó a conocerme.
—Sobre... lo que viste... —Se sienta, se aclara la garganta y se recoge el cabello
con las dos manos, como si fuera a hacerse una coleta y se diera cuenta de que no
lleva coletero. Sonrío cuando vuelve a soltárselo, con los mechones verde mar
cayendo a ambos lados de una cara preocupada y pecosa. La estreso. Me mira como
si fuera a salir corriendo en cualquier momento, y supongo que no se equivoca.
Siempre estoy nervioso con la gente nueva, y con razón—. Puedo explicarlo.
—¿Qué hay que explicar? Te quedaste dormida escuchando música. —Y no
llevabas pantalones. Hay otras señales que capto, señales que me hacen querer
acercarme un poco más a ella. Me pongo de lado otra vez, y estamos demasiado
cerca. Probablemente debería irme—. No te preocupes.
—No suelo... —Lake se aclara la garganta y yo lucho por contener una sonrisa.
Me acuerdo de los condones del todoterreno, los que se desparramaron por el suelo
mientras ella no llevaba más que lencería cara. ¿Lleva esa lencería encima? me
pregunto. ¿En su bolsa de viaje? ¿En esta habitación?—. De todos modos, déjame
vestirme y... ¿haré lo que me digas que haga?
Es una pregunta y una broma. Es sobre hacer ejercicio. Mi mente y mi cuerpo
toman las palabras de una manera totalmente diferente.
—Claro que sí. —Me alejo de ella y salgo de la cama, manteniéndome de
costado. Tengo una erección enorme y preferiría que no la viera. Me alejo de ella,
como si quisiera descorrer las cortinas para mirar los árboles por la ventana.
¿No suele hacer qué? Quiero saberlo. Quiero preguntar. Pero no puedo
preguntar ese tipo de cosas hasta que hable con Kaycee primero. Tengo que hablar
con Kaycee. ¿Quizás mañana cuando vaya a la ciudad para la reunión especial? Creo
que la gente que viene a esta fue elegida de un concurso nacional, pero es el trabajo
de Jacob hacer un seguimiento de esas cosas, así que no estoy seguro. Me presento
donde tengo que presentarme y cuando tengo que presentarme.
Aprieto la lengua contra la mejilla e intento averiguar la mejor manera de
escapar de esta habitación.
—Oye, Thomas.
Me giro por encima del hombro para mirar a Lake, y entonces recuerdo que no
lleva sujetador bajo la camiseta, y se me corta la respiración en el pecho.
—¿Sí?
Mira hacia las mantas, jugueteando con el borde de la sábana. Pero el coraje
huye de su rostro cuando la estudio. Me humedezco los labios. He bloqueado su
número. La he dejado fuera. No puede seguir siendo la valiente entre nosotros. Tengo
que hacer algo, o no valgo nada.
—¿Puedes irte, por favor? —Lake pregunta tan suavemente como puede,
sonriendo mientras me mira—. No puedo salir de la cama hasta que te vayas.
—Claro. —Me río y me alboroto el cabello, huyendo de allí y esperando que
sea demasiado tenue como para que ella vea que estoy a punto de correrme en los
pantalones. Cierro la puerta y me meto en mi habitación.
Me desnudo. Ducha fría. Quiero tocarme, pero no me atrevo a hacerlo ahora.
Quizá más tarde.
Volvemos a encontrarnos en el pasillo y veo que no lleva ropa adecuada para
hacer ejercicio, solo los mismos pantalones de anoche, una camiseta diferente con un
jabalí rojo y zapatillas de deporte. Quiero comprarle algo bonito para hacer ejercicio,
pero no... no sé cómo decirlo.
—Te enseñaré dónde está el gimnasio. —Me doy la vuelta y bajo las escaleras
en la misma dirección que la piscina. La abro y entro en un espacio fresco con
colchonetas, pesas y tantas máquinas como los bonitos hoteles en los que me alojo—
. ¿Cuál dirías que es tu nivel de forma física? —Me giro para estudiar a Lake mientras
se asoma a la habitación como si nunca hubiera visto un gimnasio.
—¿Cero? —sugiere, pero ayer la vi correr con esa pesada bolsa de lona en la
mano. Sonrío. Me duelen un poco los pies por la gravilla, y creo que de eso se trataba.
Me hizo trabajar para que siguiera aquí. Lo respeto.
Yo... mierda.
—¿Por qué no empezamos con un trote suave en la cinta? —Le hago señas para
que se acerque a la máquina, dejo que se suba y tecleo algunos ajustes que creo que
le irán bien. Empieza andando mientras yo me acerco a mi propia máquina, pero
entonces empieza la primera sesión de trote y ella jadea de dolor.
Estoy a su lado de una forma en la que nunca he querido estar al lado de nadie
en mi vida.
Me estoy enamorando de una fangirl. Una que cree que está maldita. Jacob
tenía razón: soy un idiota.
—Mis tetas —gime Lake, caminando mientras la cinta se ralentiza. Debe de
haber tocado fondo. Mis ojos se posan en sus manos mientras se agarra su amplio
pecho, aprieta, frota. No puedo respirar. También tengo otra erección y quiero salir
de esta habitación. Cruzo los brazos en el borde de la cinta y me inclino, con la
barbilla apoyada en los antebrazos.
—¿Perdona? —pregunto, tratando de entender lo que quiere decir. Lake hace
una pausa y me mira de reojo, con las manos aun frotándose el pecho. Me pregunto
si estará pensando en la habitación de escape, en mis palmas rozando su suavidad.
Últimamente me pregunto qué se sentiría al estrecharla contra mí y apoyarle la nariz
en el cuello, respirarla.
—Necesito un sujetador deportivo, Tam.
Necesito un sujetador deportivo, Tam.
Bien podría haberme pedido que me la follara. ¿Qué me está pasando? Estoy
rodeado de mujeres hermosas todo el tiempo. Tengo dos equipos de baile: uno de
hombres y otro de mujeres. Trabajo con las bailarinas el doble de a menudo, las
levanto en brazos, las sumerjo, meneo mi cuerpo contra sus formas firmes y esbeltas.
Las mujeres me profesan su amor con señas, con gritos, con cartas demasiado largas
para leerlas.
Pero... nada tan poderoso como eso.
Me enderezo, descuelgo los brazos del borde de la máquina y cierro los ojos
durante un minuto.
—Lo siento. Pero puedo hacer otras cosas. Levantar pesas. O... ¿eso es un
Stairmaster? Probablemente podría manejar eso.
Respiro y vuelvo a abrir los ojos.
—Sí, hagamos el Stairmaster.
Lake no deja de mirarme de reojo mientras la preparo, dejándola allí para que
pueda ponerme los auriculares y correr todo lo rápido que pueda en esa cinta para
despejarme. Corro, corro y corro. Solo hago pausas para que Lake pase de una
actividad a otra, para verla beber agua de mi botella. Se la di para que la usara
mientras estuviéramos aquí, y me gusta cómo queda la botella verde mar y plateada
con su cabello.
—Okey, estoy agotada —dice una hora más tarde, y yo hago una pausa en mi
carrera para sonreír. Incluso aplaudo. Estoy realmente encantado de que haya venido
hasta aquí para hacer esto conmigo—. Entonces, ¿haces esto todos los días?
—¿Quieres repetirlo conmigo mañana? —le pregunto, y su sonrisa como
respuesta es suficiente motivación para aguantar la reunión virtual de fans que tengo
esta noche. Es lo único que tengo programado para hoy, pero estoy resentido por no
poder pasar todo el día con Lake.
—Me encantaría —dice, y luego se echa una toalla de mano mojada al cuello y
me deja solo en el gimnasio.
—Prepararé el desayuno —le digo antes de que pueda alejarse demasiado—.
Ve a ducharte y reúnete conmigo en la cocina.
—¡Sí, señor! —me grita, y siento una extraña emoción. Me froto la mano por la
cara sudorosa y me río para mis adentros. Sí, estoy en un lío. Estoy en un buen lío.
Tengo novia. Esa novia es la maldita Kaycee Quinn. Tengo un contrato que dice
que estamos saliendo. Tengo que llevarla a una cita pasado mañana, una cita en
directo. ¿Qué puedo hacer aquí? Puedo romper con Kaycee en privado, hacerle saber
que seguiré con las apariciones públicas, pero que no puedo ser su novio de verdad.
Con otro suspiro, vuelvo arriba, me doy otra ducha fría y me visto para ver a
Lake. Parece que le gustan los pantalones de chándal grises. A las mujeres, en
general, parecen gustarles los pantalones de chándal grises, así que... eso funciona.
Me pongo una camiseta del concierto del año pasado y veo a Lake esperándome en
un taburete junto a la isla de la cocina.
—Lo que vayas a cocinar —dice sin levantar la vista del teléfono. Me pregunto
si estará hablando con Joules. Si es así, me pregunto si habrá hablado con Kaycee. Por
lo que veo, sigo bloqueado. Debería haberle dicho que no allí mismo, en el
restaurante, y entonces la vida sería un poco menos turbia ahora mismo—. ¿Te lo vas
a comer?
—No —admito, acercándome a la nevera y sacando la lechuga. Merendaré esto
mientras cocino para Lake, y luego me comeré un pomelo y una barrita de proteínas
por hoy—. Pero me gustaría verte comer.
—A mí también me gusta verte comer —admite levantando la vista de la
pantalla. No sé cómo responder a eso ni qué significa siquiera, pero se me queda
grabado en el cerebro junto a Necesito un sujetador deportivo, Tam. No pienses en
ello. No lo hagas. No, no, no—. Deberías comer más.
—Tengo un nutricionista —admito, casi con timidez—. Y un entrenador
personal. Estoy bien.
Suspira, pero me deja cocinar para ella.
Preparo una gran y esponjosa pila de panqueques con los ingredientes que le
pedí a mi ayudante que comprara anoche. Maggie tiene un trabajo de lo más extraño:
conducir hasta la ciudad para hacerme la compra en mitad de la noche. Se las
presento a Lake con una floritura, ofreciéndole una botella de sirope de arce y
mantequilla para acompañar.
—Estoy sorprendida —admite, y yo me río—. ¿Tienes tiempo para aprender
nuevos idiomas, nuevas rutinas de baile, nuevas canciones, hacer ejercicio, y además
cocinas?
—No. —Levanto un dedo—. Solo cocino una cosa, y es esto. Mi padre me
enseñó a hacer panqueques.
—Tu padre suena increíble —me dice Lake mientras corta los panqueques y se
lleva el tenedor a la boca. Observo ese tenedor con envidia. Miro la forma de su boca.
Me acerco y me inclino sin querer.
Todo lo que suelo hacer a propósito, lo estoy haciendo por accidente.
Para ella.
—¿Qué hace una persona con un día entero de nada? —le pregunto, y ella
levanta la vista de repente, con los ojos muy abiertos. Cuando alarga la mano y me
quita el móvil, la miro boquiabierto.
—Esto es lo que hacen. —Apaga mi teléfono y lo deja a un lado, se levanta y se
acerca a la chimenea. Se detiene en la estantería de al lado y agarra dos mandos de
videojuegos—. Jugamos a Just Dance juntos, jugamos al billar juntos, jugamos en la
piscina juntos, comemos. Paseamos por el bosque. Creamos recuerdos, Tam.
Recuerdos fundamentales.
No tengo ni idea de lo que es Just Dance, pero seguro que se me dará bien.
Bailar es lo que mejor se me da. Puede que incluso sea mejor bailarín que cantante.
Definitivamente soy mejor en esas dos cosas que en ser novio.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
LAKE
Quedan 79 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)

Le doy una paliza a Tam en Just Dance. Alega que es porque su mando está roto
o por dónde está parado. Mentira. El juego consiste en ver bailar a un personaje en
pantalla y usar el mando para imitar sus movimientos. Se me da tan bien que consigo
puntuaciones casi perfectas con la música de Tam. El juego tiene como seis de sus
canciones.
—Estás intentando bailar de verdad, Tam. El juego no consiste en eso. —Me
muevo detrás de él y me agarro a sus caderas. Las mueve demasiado y no presta
atención al mando del juego.
Se pone tan rígido en mi agarre que lo suelto como si le ardiera la piel, dando
tumbos hacia atrás y cayendo sobre el sofá. Se gira sobre su hombro para mirarme, y
su expresión es tan extraña como la de esta mañana. En el dormitorio. En la cinta de
correr.
—Está bien que puedas girar las caderas así, pero al juego solo le importa lo
que hagas con esto. —Le sacudo el mando a distancia, pero él se limita a tragar saliva,
y descubro que puedo apreciar la forma de su cuello. Su nuez de Adán es
especialmente bonita. Nunca me había fijado en la nuez de Adán de un hombre.
Hay tensión sexual entre Tam Eyre y yo.
Tenemos tensión sexual.
Sé que puede sentirlo. Puedo verlo. Huele como si me deseara. No sé cómo lo
sé. Simplemente lo sé. Cruzo las manos sobre el regazo y aprieto los labios mientras
él retrocede unos pasos y se deja caer en el sofá. No se da la vuelta. Simplemente se
deja caer.
Espero a que ponga una almohada sobre su regazo, y lo hace.
—Girar las caderas es la única razón por la que se agotan las entradas en los
estadios —dice distraídamente, dejando caer la cabeza hacia atrás en el sofá para
poder mirar las vigas del techo.
Me burlo y él gira la cabeza para mirarme.
—No digas esas cosas. —Trago saliva y me aclaro la garganta, obligándome a
mantener mi mirada en la suya—. Siento haber dicho esas groserías sobre tu música.
Me equivoqué. He leído la letra de I Want to See You (dad) unas cien veces. —Siento
que se me seca la garganta, así que me levanto y me dirijo a la cocina por agua.
Tam me sigue.
—¿Pensabas en Joe cuando las leíste? —me pregunta con suavidad, y me giro
para ver que está justo ahí, otra vez, joder. No es accidental que se acerque tanto a mí.
No sé si todo el mundo siente exactamente lo mismo por Tam. Guiña un ojo y se
humedece los labios, mueve las pestañas, moldea su cuerpo en formas estéticamente
agradables. Todo es parte del acto, y veo chicas abanicándose a su alrededor todo el
tiempo.
Entonces... si yo también necesito un admirador ahora mismo, ¿qué significa
eso? ¿Realmente tenemos tensión sexual o es fabricada?
Pero no. No. Me mira mucho la boca. Me mira a los ojos. Se acerca a mí incluso
cuando cree que no me daré cuenta de que lo hace. Especialmente si cree que no me
daré cuenta. Como anoche, cuando entró en la cocina para buscar el bloque de queso
y me rozó el brazo a propósito.
Me rasco la marca de la maldición en la muñeca; vuelve a arder.
—Sí, estaba pensando en Joe. —Bebo otro trago de agua para calmar el dolor—
. Siempre estoy pensando en Joe.
—Bueno, no ha pasado mucho tiempo. Estás bien. Aunque hubiera pasado
mucho tiempo, seguirías estando bien. Puedes pensar en alguien que ha muerto tanto
como quieras porque ese es el único tiempo que pasas con él. El pasado. —Tam se
humedece los labios y entonces me giro, y él baja la mirada. Se acerca un paso.
Quiero contarle todo sobre Joe, cómo Joules y yo crecimos junto a nuestro
primo como si también fuera nuestro hermano. Cómo hacía que cada día fuera
emocionante, cómo podía convertir lo mundano en extraordinario, cómo podía
detener una pelea entre Joules y yo con una sola palabra.
Entonces quiero besar a Tam Eyre. Quiero que me bese. Quiero saber qué se
sentiría si me rodeara con sus brazos, si me abrazara.
Por un momento pienso que podría hacerlo. Pero entonces se oyen pasos
desde el otro lado de la casa y aparece su representante, Jacob, con un iPad en la
mano.
—Esta noche tienes una llamada con una fan —dice Jacob sin preámbulos, y se
me hiela la piel. Agarro a Tam por los hombros y me mira sorprendido. Pero entonces
sus manos se flexionan y creo que desearía poder volver a agarrarme.
—Defiéndete esta noche. Estas llamadas de los fans son una locura. Nadie tiene
derecho a tratarte así. Ser famoso no es una excusa. —Le doy una palmadita en los
brazos y lo suelto. Mira el lugar donde lo toqué y luego vuelve a mirarme.
—No me está permitido enfadarme —susurra, y sus palabras suenan como un
grito de auxilio.
Ya no discuto, pero... tengo ideas.
—Por favor, no interfieras en la llamada de los fans —dice Jacob, sus palabras
dirigidas a mí, y Tam le lanza una mirada desagradable que en cierto modo
agradezco.
—Jake, no le digas lo que tiene que hacer. Ella no es tu cliente, ¿de acuerdo?
—No, pero está aquí contigo, lo que la convierte en mi problema. —Jacob se da
la vuelta y huye de la habitación, y Tam se mueve como si fuera a ir tras él. Le pongo
la mano en el brazo y lo vuelvo a detener, pero entonces recuerdo que me ha
bloqueado. No puedo superarlo. Pienso en cómo me apartó mi mano de su pierna
durante la cena. Pienso en cuando me apartó de él en los jardines japoneses.
También pienso en él tumbado en la cama conmigo esta mañana.
—¿Quieres dar un paseo? —pregunto, y él exhala, como si esperara que no me
enfadara. Jacob técnicamente tiene razón sobre mí. Estoy aquí para estropear las
cosas. Y probablemente se las estropee a Tam. Pero tampoco voy a dejar que
muramos los dos porque mi presencia pueda causar un bache en la carrera de Tam.
—Eso suena bien. ¿Nos vemos aquí en diez? Quiero cambiarme.
Asiento con la cabeza y se dirige arriba.
No necesito cambiarme, así que espero. Tarda unos treinta minutos en volver,
pero cuando lo hace, es... parece un anuncio de la costa oeste. Su chaqueta North Face
burdeos, pantalones Fjällräven, botas de montaña marrones que claramente nunca se
han usado. Lleva un gorro blanco en la cabeza, se acerca a mí y me pone uno verde
mar sobre el mío.
—Ponte un gorrito, al menos. —Tam me rodea y abre la puerta del patio,
extendiendo la mano para indicarme que pase yo primero. Al pasar, me da su
chaqueta de ayer, con la que cortaba leña. Es grande y cálida, y huele a él de una
forma que va más allá del champú o la colonia.
No hay palabras para este olor. Es solo que, cuando lo respiro, el olor me hace
pensar en él. Sé que es su chaqueta. Sé que la llevaba puesta hace poco.
—¿Qué hace una persona así en medio del bosque? —me pregunta, y empiezo
a darme cuenta de que me ha estado tomando el pelo todo el tiempo. Oh, Dios mío.
Miro hacia él, y tiene una sonrisa adorable en la cara que lo convierte en algo nervioso
y feérico.
Me había olvidado de mi propia observación inicial: Tam no es estúpido, sino
astuto. No es ingenuo, sino observador.
He dicho que este cabrón me iba a causar problemas.
Lo huelo en el aire, en un día en que las cosas parecen fáciles y perfectas.
Esto no va a durar.
—¿Qué pasó con Kaycee? —pregunto mientras caminamos, metiendo las
manos en los bolsillos. Esta vez no hay teléfono. Casi sonrío al recordarlo, pero estoy
demasiado nerviosa para oír la respuesta de Tam a mi pregunta. Pensé que sería más
fácil si me quitaba de encima lo más difícil.
—Nada más que lo que te he dicho —dice Tam, pero sus ojos vuelven a estar
vidriosos por el pensamiento. Parpadea como si estuviera vadeando la niebla, y
entonces se detiene. Se gira. Se inclina y se queda mirando una seta que crece en el
tronco de un árbol. Sus ojos se desvían hacia un lado, hacia una telaraña cubierta de
rocío en la que hay una arañita. Tam parece fascinado, como si nunca hubiera estado
fuera en toda su vida.
—Creía que te habías criado en Washington. —pregunto, y entonces una rama
cae desde lo alto y destruye la tela de araña. Tam maldice y retrocede, pero también
le veo sacar el dedo. Recoge un trozo de tela de araña, con la araña en ella, y lo
traslada a otro árbol.
Esto es como volver a cortar leña.
—No salgo mucho —dice con un suspiro que suena cansado. Las manos metidas
en los bolsillos. Me sonríe por encima del hombro. No puedo creer que esté a punto
de cumplir veintisiete años. Nadie se lo creería jamás—. Pero me encanta estar al aire
libre.
—¿Te gusta revolcarte en la tierra? —bromeo, pensando en mis primos y mi
hermano. Nos emborrachamos todos juntos, justo antes de que Joe muriera. Incluso
Marla estaba allí. Estábamos todos muy pasados de sobriedad, y empezó a llover de
repente, apagando nuestra hoguera. Tuvimos una pelea de barro. A los veinte años.
Nunca he amado más a mi familia.
—Lo haría si pudiera —responde Tam con suavidad, y entonces me doy la
vuelta y lo empujo para que se salga del camino y caiga en un charco, salpicando
barro por todas partes. Sobre sus pantalones nuevos. Su chaqueta nueva. Sus zapatos
impolutos. Se le abre la boca por la sorpresa, como a mí me gusta, y se vuelve para
mirarme—. Ya veo cómo es. La próxima vez que vea una araña, te la pondré en el
cabello.
—Si haces eso, te apuñalaré. Ni siquiera Daniel podrá detenerme. —Paso junto
a él, pero se ríe demasiado como para seguirme.
—Sabía que no eras tan genial como pretendías ser —dice desde detrás de mí,
y luego echa a correr cuesta arriba como si nada, deteniéndose para darse la vuelta
y esperarme. El color rosado de sus mejillas por el frío, las pequeñas salpicaduras de
barro en su barbilla, la forma completa de su labio inferior y ese espectacular arco
de cupido en el superior.
Me encuentro con los ojos de Tam.
—Llevo lencería debajo de mi disfraz de perrito caliente. Claro que soy genial,
Tam.
Paso junto a él tarareando, y se gira para unirse a mí, y entonces simplemente
caminamos.
No hablamos durante el resto de las dos horas de caminata.
CAPÍTULO TREINTA
TAM
Quedan 79 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
Dejar a Lake para atender la llamada de una fan no es lo más fácil que he hecho
en mi vida.
—Odio esto —le susurro a Jacob antes de salir de la habitación que hemos
requisado para peinarnos y maquillarnos. No hay nadie más o nunca me habría
atrevido a susurrar algo así. ¿Puedo decirles a mis fans que odio sus llamadas?
Ya no quiero llevar collar de perro. No quiero ladrar. No quiero representar
citas o matrimonios o cómo sería como padre de sus hijos. Es horrible. Me siento
humillado.
—Solo una más, y no haremos otra hasta el año que viene, ¿de acuerdo? —Jacob
me da unas palmaditas en el hombro y yo asiento con la cabeza, comprobando mi
maquillaje en el espejo del pasillo. No parece que lleve nada de maquillaje, pero es
mucho. Lake me ha visto sin él esta mañana. Ayer también, ahora que lo pienso.
No me miró de otra manera.
Tengo las cejas oscuras, un poco de sombra alrededor de los ojos para darles
más profundidad y una pizca de brillo en el labio inferior. Me alboroto el cabello,
aunque ya parece bien despeinado.
—Mañana empieza de nuevo nuestro horario. Preferiría que nos quedáramos
en un hotel de la ciudad a quedarnos aquí otra vez. Me dijiste que considerarías
saltarte la última noche aquí.
—He cambiado de opinión —le digo a Jacob, y me escapo a la sala donde
filmaremos. Todo el equipo está aquí, Daniel incluido. Tomo asiento en una silla
rodeada de pantallas blancas. Están a mi izquierda, delante y a mi derecha, para
reflejar la luz y que me vea lo mejor posible.
Detrás de mí, hay un cuidadoso telón de fondo de normalidad. Las ventanas,
con los árboles del exterior a la vista. Una mesita auxiliar con una lámpara. Muy
acogedor. Muy hogareño.
Bostezo y alguien —es Maggie, gracias Maggie— me da una bebida
energizante.
Anoche dormí bien gracias a Lake, pero sigo cansado. No se pueden
compensar años de noches de dos a tres horas y sentirse descansado después de una
buena.
—Este es el guión de hoy. No tiene que ser literal, solo para que te hagas una
idea. —Jacob me entrega su iPad y yo miro la pantalla.
El nombre de la fan es Jessica. Interpretarás el rol de su marido. Ella es tu mujer,
y acabas de llegar a casa del trabajo. Intenta que parezca una simulación de citas.
Mantén las cosas ligeras y PG-13, pero haz que parezca real.
Cierro los ojos.
—¿Lo tienes? —pregunta Jacob, quitándome el iPad. Llevo haciendo esto desde
que debuté a los trece años. Sé lo que hago, pero ahora lo odio aún más que antes.
Abro los ojos y asiento con la cabeza.
Nos dan una cuenta atrás y sonrío. Puedo verme en el monitor de mi derecha,
así que puedo comprobar mis propias expresiones faciales. Tengo el mismo aspecto
que tenía por la mañana, cuando me miré en el espejo y pensé en Lake. Este es
exactamente mi aspecto.
Se me escapa la sonrisa y entonces se ve un vídeo en otro monitor. La cara de
la aficionada está oculta, lo que ocurre a veces si solicitan el anonimato, pero... aquí
estoy, y todo el mundo puede verme y todo el mundo sabe quién soy.
—Hola Jessica —digo, como si la conociera, y entonces ella grita y empieza a
reír—. ¿He oído que tienes algunas preguntas para mí?
Tarda un minuto en soltar una risita y tropezar con sus propias palabras, pero
me río con ella y me pregunto qué pensaría Lake si pudiera verme ahora mismo.
Puede que esté abajo hablando por teléfono o algo así. Pero si estuviera aquí, ¿se
daría cuenta de que estoy incómodo?
Durante años, he tenido cero límites. Ninguno. Cualquiera podía mirar o tocar
o pensar o querer cualquier cosa de mí, y yo simplemente estaba ahí. Pertenezco a
todo el mundo, y es agotador.
Sin embargo, preferiría morir antes que renunciar a ella.
¿En qué me convierte eso?
—Si fueras mi marido, y al llegar a casa del trabajo me encontraras en bata de
seda, ¿qué harías primero? —me pregunta la chica, y yo me obligo a mantener la
respiración tranquila. Todos sabemos a dónde quiere llegar, pero tengo que hacerme
el tímido y fingir que no lo sé.
—Probablemente te serviría una copa de vino —digo, que es mi respuesta
genérica habitual a este tipo de cosas. Pero entonces pienso en Lake y en servirle
vino anoche. Mi expresión cambia un poco y Jessica vuelve a reírse. Si realmente la
estuviera mirando así, quizá sus risitas estarían justificadas. Pero no estoy pensando
en ella. Ni siquiera existe—. Solo te dejaría cocinar si te ganara en el juego de lanzar
aros que jugamos en la piscina. Te dejaría elegir la película. Te dejaría meter el pie
bajo mi muslo por si se te enfrían los dedos.
—Oh —respira Jessica, y Jacob sonríe, haciéndome un gesto de aprobación.
Daniel me mira con los ojos entrecerrados, como siempre. Maggie espera cerca con
una botella de agua en la mano—. Eso está... bien. —Jessica se moja los labios, y se
queda en silencio durante tanto tiempo que decide llenar el espacio para nosotros.
Jacob me hace señas con la mano, pero yo me quedo ahí sentado, pensando—. ¿Qué
más? ¿Me llevarías a la cama? —Exhalo para forzar a salir la incomodidad de esa
pregunta—. Tam, te quiero. Cada canción. Te amo desde que debutaste. Eres
increíble.
—Muchas gracias por acompañarme en este viaje. Sé que al principio no tenía
mucha experiencia, pero espero ir mejorando. Solo quiero que todos mis fans estén
orgullosos de mí. —Sonrío, agradecido de que casi hayamos terminado con esto. Al
menos estas llamadas de los fans solo duran unos minutos.
—¿Tendrías una cita conmigo, Tam Eyre? —pregunta Jessica, y veo que Jacob
asiente en señal de aprobación. No me está diciendo que diga que sí, pero sé que
está siguiendo los comentarios en directo y que le gusta lo que ve. Levanta la vista y
vuelve a asentir, esta vez afirmativamente.
Espera. ¿Quiere que diga que sí?
—Si no estuviera saliendo ya con Kaycee Quinn, sabes que lo haría —le digo
con un suave susurro que hace que su pecho y su cuello se sonrojen. Sigo sin poder
verle la cara—. Hablamos luego, Jessica, ¿sí?
Solo que nunca lo haré. Ni siquiera la recordaré después.
—Te quiero, Tam. Estás tan bueno que harías llorar a las estrellas —grita, y yo
le ruego al director que corte el vídeo y me dé el visto bueno—. Tendría tus bebés,
Tam Eyre. Te quiero tanto. Te deseo tanto.
La llamada termina y sonrío una vez más para la cámara.
—Aprecio y quiero a todas mis fans. Recuerden mantenerse guapas, seguras
de sí mismas y fieles a sí mismas. —Hago un corazón con el pulgar y el índice, soplo
un beso y me levanto y salgo.
—Buen trabajo hoy —dice Jacob cuando paso a su lado y vuelvo en dirección a
la casa principal. Ahora estamos en la casita aledaña. No estaba dispuesto a traer a
todo un equipo a Lake cuando la tengo aquí como invitada.
Me dirijo a la casa, con ganas de hablar con ella, curioso por ver cuál fue su
respuesta a ese vídeo.
Pero entonces la encuentro dormida en el sofá, con un brazo colgando y el
teléfono en el suelo junto a la mano. Lo recojo y veo mi vídeo abierto en su pantalla.
Veo un comentario que envió unos minutos antes del inicio oficial de la retransmisión
en directo.
No entiendo por qué se permite este tipo de falta de respeto. Salven a Tam
Eyre de este infierno. Su comentario tiene treinta mil likes, pero es el único que ha
publicado. Debe haberse dormido bastante rápido. Es tarde, casi las cuatro de la
mañana. La fan que llamó era del Reino Unido, así que tuvimos que trabajar en su
horario.
Me pongo en cuclillas junto a Lake y le aprieto suavemente el hombro.
Lake abre los párpados y veo la raíz de mi problema.
Tengo miedo de lo que siento.
No quiero echar a perder la carrera por la que lo he sacrificado todo. También
merezco tener una vida personal, ser feliz.
—Espera, ¿has terminado? —pregunta Lake, luchando por incorporarse y
limpiándose la boca con la manga de mi chaqueta. Debe de haberse enfriado y se la
ha vuelto a poner después de que me fuera. Me gusta su aspecto, la tela voluminosa
y arrugada a su alrededor.
—Todo terminado.
—Mierda, lo siento mucho. No sé cómo ha podido pasar. —Lake recoge su
teléfono y trata de pulsar empezar en el vídeo, pero alargo la mano y le sujeto la
muñeca—. ¿No quieres que lo vea? —pregunta, y niego con la cabeza. Lake se lo
piensa un momento, asiente, retira la mano y se mete el móvil en el bolsillo. Podría
estar grabándonos ahora mismo, podría estar esperando a que ocurriera algo
escandaloso entre nosotros para publicarlo.
Algo oscuro se agita en mí, y veo por qué me llamó mezquino antes. Deben
haber sido esos impulsos que ella sentía, los que me dicen que haga algo escandaloso
para ponerla a prueba. Quiero tanto que Lake pase mi prueba. Quiero llevarla al
límite, y verla aparecer como lo hizo ayer.
Soy horrible.
Hay una almohada en el suelo, así que me dejo caer de rodillas sobre ella,
exhalo y trato de dejar pasar la vergüenza y la humillación de la llamada del
ventilador. Nadie está nunca relajado conmigo, así que yo nunca puedo estar relajado
con ellos. Nadie es real. Siempre se comportan de la mejor manera posible para
conquistarme. Y la única vez que son honestos es cuando son groseros.
—Oye —dice Lake, inclinándose hacia delante y apoyando los codos en las
rodillas—. Pareces cansado, y yo definitivamente lo estoy. ¿Quieres una taza de té
antes de acostarte? Compré manzanilla.
¿Una taza de té? ¿Una taza de té normal y luego a dormir? ¿Eso es todo lo que
me pide?
—Me encantaría —le digo, y ella asiente, levantándose de los cojines y
dirigiéndose a la cocina. Me doy la vuelta y apoyo la espalda en el sofá, sentándome
en el cojín del suelo con las piernas estiradas. Lake zumba mientras pone en marcha
la tetera eléctrica y prepara dos tazas con bolsitas de té.
Estoy medio dormido cuando me trae una, pero la acepto y me relajo cuando
apaga todas las luces y se sienta a la izquierda del sofá. Yo estoy en el suelo, en el
centro, así que no está tan lejos de mí. Cuando acomoda las piernas, los dedos de sus
pies rozan mi espalda.
—Lo siento —dice, y me gusta que se disculpe por tocarme. Siempre. Si la
empujo, se aparta y me deja espacio. Pero también quiero que me toque. No sé cómo
conciliar esas dos cosas—. Si no quieres que vea el video, asumo que fue bastante
malo.
—He pasado por cosas peores —admito, y los recuerdos de aquel collar de
perro se abren paso en mi cerebro—. Una señora me preguntó si le enviaría parte de
mi esperma porque quería tener un bebé. Ni siquiera tendría que criarlo ni pasarle la
manutención. —Me río, y luego no puedo parar de reír. Casi derramo el té—. De todas
formas, ¿quién querría un bebé con un hombre así? —pregunto, mirando a Lake por
encima del hombro.
—Eso es... tal vez no debería decirte esto.
Me giro completamente hacia ella, con un brazo apoyado en el cojín del sofá
junto a su pierna y el otro sosteniendo mi taza.
—Dímelo. —Hablo en serio. Quiero oírlo. Lake se mueve incómoda, sus ojos se
apartan de mí.
—Cuando trabajaba en tu mesa de ventas, oí a un par de chicas que intentaban
averiguar si podían conseguir trabajo como camareras de hotel en los lugares donde
te alojas. Una de ellas dijo que quería robar tus pañuelos usados de la papelera, para
poder frotarlos en sus...
—No. —Sacudo la cabeza y bebo un sorbo de té—. Tienes razón. Era mejor no
saberlo nunca. —Hago una pausa e intento no agradecer que siempre los tiro por el
retrete. Un pañuelo empapado de semen en mi cubo de basura es noticia nacional.
Doy otro sorbo a mi té.
—Imaginemos que tu llamada era con mi hermano Joules. Estamos aquí solos.
Si quieres hablar mierda sobre Joules, hazlo. Dime qué hizo Joules que te hirió. —La
sugerencia de Lake es casual pero cargada. Este es tan buen momento como
cualquier otro para depositar algo de confianza en ella.
También es simpática, intentando ofrecerme una forma de soltar mis
verdaderos sentimientos sobre mis fans bajo el pretexto de cotillear sobre su
hermano.
Decido decirle la verdad a Lake.
—A veces, solo quiero gritar: ¿les gusta siquiera mi puta música? Parece como
si todo el mundo quisiera acostarse conmigo o salir conmigo, como si las canciones
les importaran una mierda. Otras veces, me paro en el escenario y dejo caer la cabeza
hacia atrás, y quiero absorber la energía del público. Me encanta. —Más té. Está
bueno. No sé cuándo fue la última vez que tomé una taza de manzanilla antes de
acostarme. ¿Y Lake la hizo para mí? Exhalo—. Sé que por cada fan loco, hay cien
buenos. Esa es la gente para la que canto, para la que bailo.
—Puedes decir que no a cualquiera, en cualquier momento —me dice Lake con
dulzura, pero ella no lo entiende. Por muy popular que sea, siempre hay gente por
encima de mí. El director general de Hype cobra cheques de docenas y docenas de
megaestrellas. ¿Sería capaz de arruinarme si lo desobedeciera? No lo sé. Pero podría
derribarme de la cima, y no estoy preparado para ello. Simplemente no lo estoy.
—No se me permite decir que no, y no se me permite enfadarme. —Pienso en
lo irritable que puedo ser con mi madre, con Jacob, incluso con Daniel. No es justo
para ellos que me sienta cómodo con tan poca gente y que descargue todas mis
emociones negativas con ellos. Lakelynn. También se lo hago a ella.
—Podrías empezar tu propio sello si quisieras. Thomas, tú eres Tam. Eres la
estrella. —Me golpea en mitad de la espalda con un dedo del pie, se levanta y me
arrebata la taza—. Dile a alguien que no pronto. Mañana. Hazlo mañana. Di algo
escandaloso y dile a alguien que no. Te reto. —Lake deja las tazas en el fregadero, se
despide por encima del hombro y desaparece escaleras arriba.
Podría casarme con alguien así, pienso, y fantaseo con tener a Lake a mi lado el
resto de mi vida. Tener una amiga cerca siempre. Poder... follarme a esa amiga.
Quiero follármela. Lo quiero.
Pero no puedo.
No puedo hacerlo.
Vuelvo a llamar a Kaycee, pero sigo bloqueado. Le envío un mensaje
diciéndole que tenemos que hablar. Si no tengo noticias suyas, estará en nuestra
“cita” dentro de unos días. Está obligada por contrato a estar allí, igual que yo.
Exhalo, subo las escaleras y hago mil y una flexiones antes de irme a dormir.

Quedan 78 bobas hasta que mueran los dos...


Mi día empieza una hora y cuarenta minutos después de dormirme. Jacob
aparece en mi habitación, sacudiéndome el hombro.
—Tam, tenemos un problema.
Ya estoy fuera de la cama, aún en pijama, tomando una taza de café cargado en
la cocina con Jacob, mi madre en el altavoz y el ayudante del director general, Kyle,
que nos sonríe desde la pantalla de un portátil.
El vídeo en cuestión es de mí, vomitando en una papelera en el ensayo de baile.
No había dormido la noche anterior, apenas había comido y me habían llevado de un
evento a otro. Básicamente me desmayé, vomité el agua que había bebido y luego
me desmayé.
Ahora tengo que volver a verlo, y está por todas partes. Está por todas partes.
Se ve sexy cuando vomita. Mira cómo se contraen los músculos del estómago.
Su cara es tan angelical cuando está tumbado en el suelo.
Pobre bebé *carita llorando* Mamá te lamerá las heridas.
El vídeo no está tan mal, comparado con lo que podría haber sido. Pero son los
comentarios los que me están descojonando.
—Haremos que tu médico diga que tuviste gripe —me dice mi madre, y me
cuesta procesar sus palabras. No tuve gripe; estuve trabajando hasta el punto de
colapsar. Pero tiene razón. No podemos dejar que nadie lo sepa.
—Me parece bien —digo mirando a Kyle. Él asiente y da su aprobación
inmediatamente.
—¿Estás emocionado por el encuentro de hoy? —me pregunta, pero luego no
me da la oportunidad de responder—. Esto debería ser bueno. Todas las chicas que
van a estar allí están en la cima de su juego en TikTok. Podría ser mucho peor. Muy
bien, buen trabajo a todos, y hablaremos más tarde. —Cuelga.
—¿TikTok? —repito. Tenía la impresión de que estas chicas eran las ganadoras
de nuestro gran sorteo en las redes sociales.
—Se trata de un encuentro con influencers —me explica mi madre por teléfono,
pero ya la oigo mover las cosas de un lado a otro, preparándose para el millón de
tareas que tengo que hacer en mi día y de las que ni siquiera soy consciente—. Será
algo informal, con toqueteos casuales, hacer conexiones. Tam, conexiones.
—Te escucho —respondo con facilidad, imaginando ya cómo me va a ir el resto
del día.
—Vamos a prepararte —dice Jacob, examinando mi cara con el ceño
fruncido—. Necesitaremos tiempo extra en maquillaje para ocultar estas ojeras.
Así que nos vamos. No pienso en la llamada de la fanática de anoche porque en
su lugar pienso en una taza de té de manzanilla.
A peinarme y maquillarme, a la puerta, a una reunión para desayunar de la que
no fui consciente hasta que llegué. Un panqueque vegetariano para desayunar. Me
como la mitad. Nos detenemos a la salida del restaurante, apoyo la espalda contra la
pared y levanto el pie. Hago un signo de la paz y Maggie escribe un pie de foto basado
vagamente en algunas preguntas que me hace sobre el restaurante mientras
caminamos.
Este lugar tiene los mejores panqueques. *Corazón, corazón, corazón* Eso
es lo que está publicado en mi cuenta de Instagram bajo mi nombre. Nos dirigimos a
una estación de noticias, y hago una actuación para un programa que nunca veré. Al
salir por las puertas traseras, nos acosan.
La cuerda de terciopelo se cae y hay gente a mi alrededor. Algunos gritan,
otros lloran. Tengo manos por todas partes. Por todas partes. En mi entrepierna.
Apretándome el culo. Frotando palmas sobre mi pecho y mi sección media,
envolviendo mis muslos.
Me dejo caer en el todoterreno y Daniel cierra la puerta. Alargo la mano para
ajustarme las gafas de sol y me doy cuenta de que ya no están. La mascarilla tampoco
está. No tengo gorra de béisbol. Permanezco en silencio mientras nos dirigimos al
siguiente lugar, un lujoso brunch en el que no comeré porque debo esperar hasta la
cena.
Hay ocho chicas en este almuerzo, y las saludo a todas, les doy la mano, dejo
que me besen las mejillas.
Me recuerdo a mí mismo que también tengo fans increíbles. Tengo gente que
me quiere en TikTok, que comparte mi música porque la disfruta de verdad, que se
preocupa por mí y que se enfadaría si supiera que trabajo demasiado, que estoy
cansado y que me violan en un millón de pequeñas cosas cada día.
Pero estoy aquí solo, yo solo.
La mayoría de las chicas son simpáticas, pero una de ellas me sigue hasta el
baño y espera fuera. Cuando salgo por la puerta, está allí.
—¿Quieres que salgamos más tarde? —me pregunta encogiéndose de
hombros—. ¿Quieres comer algo?
—Ojalá, pero no puedo —le digo tan amablemente como puedo,
devolviéndole la sonrisa.
Cuarenta minutos después, sube un vídeo de mí meando.
Mi polla está en ese vídeo.
Apoyo la cabeza en el asiento del todoterreno, con los ojos cerrados, e intento
no oír a Jacob diciéndome que eso es bueno porque mi polla se percibe bien en
Internet.
Vuelvo a la casa, salto del todoterreno y entro furioso.
Doy un portazo.
Subo las escaleras y estoy furioso. He tenido un día jodidamente horrible, y no
sé qué hacer conmigo mismo. Lo mejor es que esté solo, pero entonces recuerdo que
Lake está por aquí...
No puedo buscarla ahora y arriesgarme a ser un imbécil con ella, así que me
tumbo en la cama y cierro los ojos. Cuando cometo el error de mirar el móvil, veo que
un nuevo gif de mi videoclip Break Up With Me se ha hecho viral. Es una escena mía
lamiéndome los labios. Leo algunos comentarios.
Tengo tantas ganas de montar esa cara.
Si Tam Eyre me dijera que estamos rompiendo, probablemente nos mataría a los
dos. *emoji de cara sudorosa*
Apago el teléfono, lo meto en el cajón de la mesilla e intento dormir un poco.
Cuando abro los ojos, hay una taza de manzanilla en la mesilla y se me parte el
corazón.
Me pongo en pie y voy en busca de Lakelynn.
No tengo que ir muy lejos. Casi choco contra ella en el pasillo y se da la vuelta
sorprendida, dándose una palmada en el pecho.
—Dios mío, qué susto me has dado. —Ahora jadea y ríe a ratos. Siento que me
relajo un poco. Todos los demás son falsos, pero Lake es real. Por alguna razón, quiero
creer que es tan auténtica como dice ser. Si esta es ella, entonces me gusta. Mucho—
. ¿Estás bien? Parecías de mal humor cuando volviste, así que no quise molestarte.
No sé qué decir a eso, pero me siento mejor ahora, con ella aquí. Es como si el
día que acabo de sufrir no hubiera pasado, como si ni siquiera fuera real. Ni siquiera
estaba despierto hasta que volví aquí y la vi. Ahora son las diez de la noche, y he
estado fuera todo el día. Llevo levantado desde las cinco de la mañana. Pero me siento
bien aquí, con Lake.
—Estaba de mal humor, pero creo que ya estoy bien. —Levanto una mano y
presiono la palma contra la mejilla de Lake. Su piel se sonroja y me mira a través de
las pecas, sorprendida.
—Sé que estás cansado, así que no quiero entretenerte mucho. Pero también
sé que mañana te irás antes de la hora normal y que probablemente no te veré. Quizá
no sea el momento adecuado, pero tengo que decirlo.
Dejo mi mano en su mejilla, pero estoy nervioso. Tenso. Espero, con la
respiración un poco agitada.
—¿Estás enamorado de Kaycee Quinn? —Es una pregunta muy amable, muy
sincera. La escucho todo el tiempo, pero esto no es así. Esto es otra cosa.
Es una pregunta justa.
Es totalmente justo, pero me molesta de todos modos. Respondo lo más amable
y honestamente que puedo.
—No. No estoy enamorada de nadie.
Lake exhala y asiente, como si eso fuera algo bueno.
—Tal vez… —comienza suavemente, acercándose para poner su mano sobre
la mía—, ¿deberías romper con ella? No digo que tengas que salir conmigo, pero creo
que... podríamos explorar cosas, si lo hicieras.
Retiro lentamente la mano de la mejilla de Lake y salgo de debajo de su mano.
No tengo ni idea de cómo responder a eso. Lake tiene razón, por supuesto. Ya
lo sé. Iba a romper con Kaycee de todos modos, pero... la forma en que preguntó...
Oigo eso todo el tiempo. Todo el tiempo.
Lake es diferente, pero estoy enfadado. Me dijo que dijera algo escandaloso,
que le dijera a alguien que no.
Date un poco de espacio. Me doy la vuelta y vuelvo a la habitación, saco el móvil
del cajón, pero no porque lo quiera. Es solo una distracción. Algo que mis manos
puedan hacer mientras pienso. Lo enciendo.
—¿Y bien? ¿No tienes respuesta? —pregunta Lake, acercándose para colocarse
junto a la mesita de noche—. ¿Tam?
Miro hacia abajo y veo que he recibido un mensaje, no de Kaycee, sino de
Joules.
Es él con su brazo alrededor de Kaycee, y ambos están riendo.
Luego me envía un emoji del dedo corazón.
Exhalo suavemente, intentando sacudirme la irritación. Si Joules estuviera aquí,
probablemente le daría un puñetazo. Empezaría una pelea con él, y no me contendría.
Un movimiento que acabaría con mi carrera, si Joules resultara gravemente herido o
le diera mucha importancia.
Ya estoy cometiendo errores por culpa de Lakelynn.
Mi teléfono vibra y veo que es un mensaje de Jacob diciéndome que están
teniendo problemas para retirar el vídeo en el que aparezco meando. Hago clic en el
enlace que me acaba de enviar y miro el número de visitas. Me desplazo hasta los
comentarios.
La mitad son sobre chupármela.
Dejo el teléfono en su sitio, cierro el cajón y cruzo los brazos sobre el pecho.
Lake se queda ahí, esperando.
—¿Eso es lo que quieres? —pregunto, con voz suave. Lake se humedece los
labios y se mueve nerviosa, pero no retrocede. Se mantiene firme contra mí, y eso
también me gusta.
—Sabes que necesito tu ayuda para romper la maldición. Por supuesto, en
algún momento, tendrías que romper con Kaycee. Sí, eso es lo que quiero. Sal
conmigo en vez de con ella.
Es un movimiento audaz, que podría haberme funcionado ayer, pero que
definitivamente no me está funcionando hoy.
—Entonces, ¿quieres follarme? ¿Como todos los demás? —pregunto, lo cual no
es justo para ella. Pero levanto la vista y veo que Lake sigue manteniéndose firme.
—Eventualmente, sí. Con el tiempo, me gustaría. Pero no tenemos que
precipitarnos. Podemos ir despacio. Eso es todo lo que pido. Más días como ayer.
—Si tanto te gusto, puedes quedarte conmigo —le digo, y sus labios se
entreabren con sorpresa.
—¿Qué? —pregunta, como si no me hubiera oído bien.
Paso junto a ella, me acerco a la silla del rincón y me siento con las rodillas
abiertas.
—Si te gusto, puedes tenerme. Chúpame la polla. Aquí y ahora. —Bajo la mano
y me desabrocho los pantalones. Dije que quería hacer algo escandaloso, solo para
ver cómo respondería. Eso es. Este soy yo siendo escandaloso, pero también
diciendo que no. No a ella, sino a todos los demás.
—Tam... —empieza Lake, con la nariz arrugada por la confusión—. No
entiendo...
—¿Y bien? —pregunto humedeciéndome los labios. Veo cómo su atención se
dirige a mis manos, mientras me abro los jeans. Lake también podría verme. El resto
del mundo ya lo hizo—. ¿Vas a hacerlo o no?
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
LAKE
Quedan 78 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
¿Qué... qué está haciendo? ¿Por qué lo hace?
Debería haber sabido en cuanto lo vi entrar por esa puerta que hoy no era un
día para tentar a la suerte. Ayer, hubo momentos en los que sentí que si me hubiera
derretido en sus brazos, él me habría abrazado. Hoy no. Lo que haya pasado hoy lo
ha agriado.
Que publiquen su polla en Internet podría ser parte de ello, pero no entiendo
por qué aprovecha este momento para burlarse de mí.
¿Chuparle la polla?
Debería darle la espalda, marcharme y no volver a dirigirle la palabra. Su
estatus de superestrella es irrelevante. Su aspecto es irrelevante. Todas las cosas que
me gustan de él son irrelevantes. Está siendo grosero, irrespetuoso y malo. Si fuera
por mí, me iría.
Pero no soy solo yo.
Es la maldición.
El sexo con Tam cambia las reglas del juego.
Haciendo esto, podría salvarnos a los dos. ¿Pero a qué precio? pienso, y
entonces suelto una pequeña risa incrédula. Después de ver morir a Joe, no estoy
dispuesta a rendirme.
Tomo una almohada de la cama, me acerco a Tam y la tiro al suelo entre sus
piernas.
El tiempo se detiene mientras espero a ver si da marcha atrás, se disculpa, se
sube la cremallera.
Su mirada no es más que un desafío.
Me arrodillo y le pongo una mano en cada muslo, y se estremece. Lo miro a los
ojos.
—¿Te parece bien que te toque? —le pregunto, porque necesito saber que lo
dice en serio, que no va a entrar en pánico a los cinco minutos y largarse.
—¿Qué hombre no querría que le chuparan la polla, Lakelynn? Vamos.
Tam me recoge el cabello en un puño suelto y yo exhalo contra la tela vaquera
de su muslo. Todo el día de ayer sentí esa tensión, y ahora aquí está, llegando a un
punto crítico de esta manera porque él está demasiado dañado para invitarme a la
cama con una sonrisa.
Bien.
Odio esta maldita maldición.
Le meto las dos manos por debajo del dobladillo desabrochado de los jeans y
se los bajo de un tirón. Mueve las caderas para facilitarme la tarea, pero no hace
ningún otro movimiento para ayudarme. Le paso los jeans por encima de las piernas,
me inclino sobre él y le beso la parte interior de la rodilla.
Exhalo contra la piel de Tam y cierro los ojos.
Nunca he hecho esto antes, así que es mucho para mí. No tengo ni idea de la
experiencia de Tam, pero imagino que esto no es nada nuevo para él. Tiene acceso
prácticamente a quien quiera, cuando quiera. Esto podría no significar nada para él.
Eso no es verdad. No parece alguien que... Pero entonces todo su coqueteo, su
acercamiento a mí, metiendo los dedos de mis pies bajo su muslo, todo eso llena mi
mente, y ya no lo sé.
Le beso la pierna y se le escapa la respiración. Cuando abro los ojos y lo miro,
me observa con la boca entreabierta y las pupilas enormes. Tiene los dedos de la
mano izquierda apretados contra el reposabrazos de la silla y los nudillos le aprietan
la piel. Está estresado y delgado, y puedo verlo en la forma en que se deshace cuando
arrastro la punta de un dedo por el interior de su pierna.
Ni siquiera tengo que tocarle la polla para que se corra. Me inclino un poco más
hacia delante, mis pechos rozan el interior de sus piernas, y le doy un beso rápido en
el costado de la erección. Tam agita las caderas, pero mantiene una mano rígida en
el reposabrazos y la otra suave en mi cabello. Me levanta los mechones con los dedos,
deja que me rocen el cuello y vuelve a recogerlos.
Suspiro cuando me roza la nuca con las yemas de los dedos, en el punto
sensible de la base del cuero cabelludo. Podríamos estar tumbados en la cama
haciendo eso, y habría sido feliz.
Le froto las palmas de las manos por ambos muslos, rozando con mi pecho el
cojín de la silla que hay entre sus piernas. Cuando hago presión sobre sus piernas
para hacer palanca, se mueve y exhala, con el aliento revolviéndome el cabello. No
me molesto en levantar la vista, pero debe de estar mirándome ahora.
Espero que veas cuánto me esfuerzo, pienso, y entonces lo rodeo
experimentalmente con los dedos de la mano derecha. Vuelve a moverse y me
aprieta ligeramente el cabello con la mano. Le doy un golpecito con el pulgar en la
parte inferior del tronco y lo aprieto con fuerza, recorriéndolo hasta la coronilla. Le
rodeo la cabeza y vuelve a moverse. Pequeños movimientos aquí y allá, una ligera
tensión en el puño que me sujeta el cabello.
—Si te gusto, puedes tenerme. —No sé qué pensar de esa afirmación. ¿Debería
alegrarme? Me está diciendo lo que quiero oír, aunque haya lanzado las palabras
como lodo, las haya convertido en hirientes, baratas, en un insulto. No, no estoy
contenta. Me siento un poco vacía, pero tampoco voy a echarme atrás.
Las probabilidades de que le haga sexo oral, y ambos muramos por la
maldición... menos del ocho por ciento. Solo el ocho por ciento de mis parientes han
tenido relaciones sexuales con su pareja y aun así murieron. Mucho mejores
probabilidades que las que tenemos ahora.
Mi cuerpo no es tan infeliz como mi corazón. A ella no le importa cómo
tengamos a Tam, siempre y cuando lo tengamos a él. Pero no comparto su
sentimiento. Sin embargo, sí me gustan sus deseos, la forma en que ella puede sentir
los pequeños cambios en sus músculos, en su respiración, en su olor.
Dejo que mi pulgar se deslice suavemente sobre su cabeza, y Tam suelta el
aliento entre los dientes. Sus dedos suben hasta la parte superior de mi cuero
cabelludo y me acaricia la piel con tanta ternura que siento escalofríos.
Sé que está enfadado, pero que también quiere que lo toque. Está mezclando
todas sus emociones de la misma manera que me enviaba señales contradictorias.
—Eres tan malo —susurro suavemente.
Empieza a hablar, pero sea lo que sea lo que va a decir, no quiero oírlo. ¿Tan
malo como tengo que ser? ¿Tan malo como tú cuando me pediste amablemente que
rompiera con Kaycee? Uf. Me lo llevo a la boca para que se calle. Separo los labios y
me deslizo hasta la punta, manteniendo el agarre con la mano derecha. Tam respira
desde arriba y me estremezco cuando sus dedos siguen masajeándome la cabeza.
Me gusta ese suave contacto.
—¿Así que quieres follarme? ¿Como todos los demás?
Debería haber mantenido una amistad con Tam. Es posible romper la
maldición platónicamente, aunque sea raro. Pero es demasiado tarde, y ya estamos
aquí, y…. sinceramente, no pensé que me dejaría seguir adelante con esto. He estado
esperando a que me detuviera, pero no parece que vaya a hacerlo.
Me gustas, le digo mientras experimento con cosas diferentes, para ver qué le
gusta. Aunque a veces seas mezquino. Tam se esfuerza tanto por ser lo que los demás
quieren que sea que creo que ha olvidado quién es y qué es lo que quiere.
Por encima de todas las cosas, creo que Tam Eyre se siente solo.
Pero yo estoy aquí, y mi mano izquierda rodea este punto en el interior de su
rodilla que le pone la piel de gallina. Mi lengua rodea la cabeza de su polla y mi
pulgar recorre lenta y suavemente la parte inferior hasta llegar a sus bolas. Se las
acaricio brevemente y luego vuelvo a subir, apartando la boca para poder respirar
hondo. Al exhalar, soplo el aire caliente sobre la humedad que he dejado.
Los dedos de Tam se endurecen en mi cuero cabelludo, así que vuelvo a
metérmelo en la boca, todo lo que puedo. Mi mano izquierda recorre su muslo
desnudo y le levanta la camiseta. Extiendo los dedos sobre un cuerpo tan perfecto
como es humanamente posible. Tam tiene muy poca grasa corporal y sus músculos
son delgados y naturales, como los de un bailarín. Se tensan bajo mis dedos cuando
busco su ombligo con el pulgar y trazo un círculo a su alrededor mientras aplico una
suave presión con la boca, chupando la mitad superior de su polla mientras aprieto la
mitad inferior con un puño apretado.
Mis ojos se desvían hacia mi mano izquierda, con los dedos extendidos sobre
su vientre tenso. Tiene una pizca de pecas pálidas justo encima del ombligo. Retiro la
boca de su polla y me inclino hacia delante todo lo que puedo. El movimiento pone
mis pechos cubiertos de suéter contra su polla mientras beso esas pecas, ese punto
tan tierno justo debajo de su ombligo. Hay un suave mechón de vello que desciende
hasta su polla, rubio pálido y fresa, una versión menos rosada del cabello de su
cabeza.
—Lake —murmura con la voz entrecortada por el éxtasis y el asombro. Vuelvo
a besarle el vientre, le rozo el ombligo con la lengua y vuelvo a acercar la boca a su
polla. Desciendo todo lo que puedo y por fin subo los ojos hasta los suyos.
Me aprieta la nuca con la mano, pero no me empuja ni me sujeta. Se limita a
apoyarme los dedos tensos en el cabello, y me pregunto cuánto estará conteniendo
ahora mismo, qué significa este momento para él. Con esos ojos verdes clavados en
los míos, su rostro resplandeciente a la luz de la lámpara de la mesilla, subo y bajo la
boca.
No creo que se dé cuenta de que su clímax está llegando tan rápido, pero
entonces su mano me agarra de verdad la nuca. Sus caderas se levantan de la silla y
siento un calor en la boca, un sabor que nunca había experimentado. Me quedo donde
estoy, con el corazón latiéndome tan fuerte como el suyo. Siento su pulso en el interior
de su muslo, mi mano izquierda acaricia ese punto donde su muslo se une a su pelvis.
Cuando me alejo, lo hago despacio y le doy un último beso en la punta.
Desciendo las manos derecha e izquierda por sus piernas mientras me siento,
rozando su piel con las palmas. Está bien peinado, casi demasiado, supongo. No tiene
cabello, salvo esa pequeña mancha bajo el ombligo que, teniendo en cuenta cómo se
gana la vida, probablemente se lo dejó ahí a propósito.
—Lake —vuelve a decir Tam, y su voz es pesada, soñolienta y tierna. Su pulgar
me toca la barbilla e intenta acercarme la cara a la suya. Me doy la vuelta y trago
saliva. Y entonces me levanto e intento marcharme. Me agarra por la muñeca, pero
me alejo de él.
Bajo las escaleras lo más rápido que puedo, ignorando la preparación de la
cena que había empezado antes. No estaba segura de a qué hora volvería, así que
empecé temprano y luego preparé todo para poder hacer la salsa Alfredo
rápidamente y servirla bien caliente. Incluso compré este pequeño y barato
espiralizador para poder convertir algunos calabacines frescos en fideos. No sé
mucho acerca de su dieta, pero me imaginé que tenía que ser mejor que los fideos
reales.
Ahora... no sé lo que siento en este momento.
Me siento un poco mareada, me doy cuenta mientras subo las escaleras lo más
rápido que puedo. Me siento un poco usada.
Fue mi elección, obviamente. No tenía que hacerlo. Debería haberle escupido
en la cara y haber llamado a Joules para que me recogiera. Pero sé por qué lo hice.
No lo hice por mí. Ni siquiera lo hice por Tam. Lo hice por la maldición.
Tuve mi primera experiencia sexual por la maldición, no por mí. Le di todo a Tam,
no porque se lo mereciera, sino por la maldita maldición.
Voy corriendo a la cocina, abro la nevera de un tirón y tomo un agua con gas.
Rompo la tapa y me la bebo de un trago para quitarme el sabor a Tam de la boca.
Oigo sus pasos mientras avanza silenciosamente a mi lado, bloqueándome la salida.
Tendré que dar la vuelta a la isla para alejarme de él.
Acabo la primera lata, la tiro a la encimera y tomo otra.
—Lake. —Una pausa—. Kayak.
No sé qué me parece que Tam use un apodo cariñoso, pero yo le llamo Sir Tom,
así que... estoy irritada porque me da vergüenza y me siento como una imbécil. Le
hice una mamada cuando estaba de mal humor y siendo un imbécil, por la maldición.
La maldición que se robó a mi tía Clara. Que mató a mi bisabuela una semana antes
de mi cumpleaños. Encontré la manta que estaba haciendo para mí en su habitación.
Nunca fue terminada por sus manos.
Esta maldición nos destruyó a mí, a Joules y a la tía Lisa cuando se llevó a Joe.
Arruinó a la familia de Marla cuando se la llevó. Me está arruinando a mí ahora.
Giro la cabeza lentamente para mirar a Tam, con el Seltzer fresco aún aferrado
en la mano. Nos miramos y veo que tiene la cara caliente, sonrojada en las mejillas y
la frente. Sus pupilas siguen siendo demasiado grandes, y su boca parece un poco
hinchada, como si se hubiera raspado los dientes contra ella mientras se la chupaba.
—He reducido nuestras posibilidades de morir por la maldición al ocho por
ciento, según los registros familiares. —Sonrío con fuerza e intento huir de la cocina
dirigiéndome en dirección contraria.
Vuelve a alcanzarme y me toma de la mano, pero le arranco la mía y lo miro
por encima del hombro.
—Ser alguien con quien no tendría que estar maldita para querer estar. —
Resoplo un poco y me doy cuenta de que podría llorar. ¿Por eso? Soy patética. Pero
no lloro porque decidí aceptar la horrible oferta de Tam de chupársela. Estoy molesta
porque fue tan horrible conmigo cuando no lo es con nadie más. Es un ángel para
todos los demás, y entiendo que es porque está empezando a sentirse cómodo
conmigo, pero tampoco estoy aquí para ser un saco de boxeo emocional—. Por favor,
Tam. Por favor.
Le suelto la mano y subo las escaleras hasta mi habitación.
Meto todo lo que tengo en mi bolsa rosa y me escondo en el baño para llamar
a Joules.
—Ven a buscarme ahora mismo —susurro al teléfono, e inmediatamente noto
la rabia de mi hermano. No tiene que decirme nada. Está en su forma de respirar.
—Voy a matarlo, carajo —gruñe Joules, y luego me cuelga.
No tengo tiempo de preocuparme por eso. Me cuelgo la mochila al hombro y
abro la puerta de mi habitación. La puerta de la habitación de Tam también está
abierta y la luz de las lámparas se filtra en el oscuro pasillo. Salgo de puntillas y bajo
las escaleras, tan despacio que no hago ningún ruido.
Cuando llego al vestíbulo, me asomo al oscuro salón y encuentro a Tam sentado
en el sofá frente al fuego, con una copa de vino en la mano. Atrapa la luz y proyecta
sombras burdeos sobre mis manos y mi cara. Tam suspira pesadamente y deja caer
la cabeza sobre la mano.
Bien.
Espero que esté reflexionando sobre lo que acaba de pasar.
Salgo sigilosamente por la puerta principal, y ni siquiera la cierro del todo
detrás de mí porque no quiero hacer demasiado ruido. La empujo hasta que se resiste
un poco y la dejo como está.
Daniel está afuera cuando salgo y se vuelve para mirarme. Debería haberme
cepillado el cabello porque apuesto a que está revuelto por los dedos de Tam. ¿Puede
Daniel saber lo que ha pasado con solo mirarme?
—¿Te vas? —pregunta confundido, y asiento con la cabeza, subiendo un poco
más la mochila.
—Sí, lo hago. Si pudieras... por favor, no se lo digas a Tam. —Le doy a Daniel
una sonrisa de labios apretados, y él asiente, ojos grises estudiando mi cara. También
es sorprendentemente guapo. Casi tan guapo como Tam. Pero solo casi.
Cuando parpadeo, veo esa escena reproduciéndose en mi cabeza.
Voy a imaginarme chupando la polla de Tam Eyre cada vez que cierre los ojos
durante al menos un mes. Probablemente más bien un año. Exhalo profundamente.
—No te preocupes. No me meto en sus asuntos. Mientras no intentes matarlo,
no es mi trabajo.
Suelto una pequeña carcajada y sacudo la cabeza.
—¿En serio? Maldita sea. Supongo que no podré envenenar su salsa Alfredo
esta noche. Nos vemos, Daniel. —Empiezo a alejarme y luego me detengo. O.... no.
No estoy segura de cuándo o si voy a ver a Daniel. Porque me voy a casa. Esta noche.
Solo quiero irme a casa un tiempo y reagruparme.
Levanto el brazo y estudio la marca de la maldición en mi muñeca izquierda.
Por supuesto, la maldición no se ha roto todavía. Eso sería demasiado fácil.
Dejo caer el brazo a un lado y empiezo a caminar por el camino de grava,
sacando el teléfono para usarlo como linterna en la oscuridad del bosque. Giro a la
derecha en la carretera y me detengo. Puede que necesite algo de tiempo para
pensar, así que... bloqueo el número de Tam. No para siempre. Solo por ahora.
Sigo adelante, y camino durante toda la hora que Joules tarda en llegar hasta
mí. Solo paso junto a otras dos casas, con las luces encendidas. No sé si el bosque es
seguro, si hay animales, pero no me importa.
Las luces del todoterreno de nuestra madre pasan por encima de mí y levanto
un brazo agitando la linterna para que el maníaco de mi hermano no me atropelle.
Conduce a sesenta kilómetros por hora en esta carretera rural.
Corro hacia el lado del copiloto y subo al coche, dejo la bolsa de viaje en la
parte de atrás y me reclino en el asiento caliente con un profundo suspiro de alivio.
Puede que sea primavera, pero en Oregón sigue haciendo frío por la noche.
El coche no se mueve.
Abro los ojos y giro la cabeza para mirar a mi hermano.
Está ahí sentado, mirándome fijamente, y parece que realmente va a matar a
alguien.
Abro la boca, pero no salen palabras. Mi cara se ruboriza y Joules se abalanza
sobre mí, mientras intento esconder la muñeca izquierda.
—No te atrevas a protegerlo, Lakelynn Frost. —Joules me empuja la muñeca
hacia la luz de la pantalla del salpicadero y levanta unos ojos oscuros y furiosos para
mirarme fijamente—. ¿Te folló? —gruñe, y me gustaría no tener este tipo de
conversaciones con él.
Sacudo la cabeza.
—Yo... él... yo se la chupé... —Eso es suficiente. Joules puede averiguarlo a
partir de ahí. Suelta mi muñeca y trabaja su mandíbula.
—Le chupaste la polla ¿y aun así la maldición no se ha roto? Ese pedazo de
mierda. Voy a ponerle las manos en el cuello la próxima vez que lo vea. —Joules se
deja caer en el asiento del conductor y me mira de arriba abajo en la oscuridad—.
¿Por eso me llamaste? —pregunta suavizando la voz—. Sé que no te gusta hablar de
estas cosas conmigo, pero también sé que era tu primera vez y....
—Joules, para. —Suspiro y me froto la cara—. No es... No estoy disgustada por
lo que pasó. Estoy disgustada por cómo pasó y por qué pasó.
Probablemente no debería decírselo, pero estoy disgustada y él acabará
dándose cuenta de que algo va mal. Cuando mi hermano y yo no sabemos leernos,
cuando no somos sinceros el uno con el otro, siempre suponemos lo peor. Por eso
creo que me está mintiendo sobre algo importante. Como, ¿Kaycee y Tam se
enrollaron? ¿Está embarazada? ¿Joules encontró mensajes secretos entre ellos sobre
mí? No, es peor que todo eso. Dejo que mis ojos se desvíen hacia su muñeca, pero la
marca de la maldición sigue latente.
—Explícate. —Es más un gruñido que una palabra. Prefiero preguntarle por
Kaycee, ver si pasaron algún tiempo juntos en los últimos días. Parece que estaba muy
disgustada por la maldición -comprensible, por supuesto-, así que no me imagino
cómo conseguiría mi hermano que volviera a hablarle.
Debería saber que no debo subestimarlo, ¿no?
—Hice eso con él no porque yo quisiera ni siquiera porque él quisiera, sino
porque sabía que era lo mejor para la maldición. Dejé ir una experiencia personal
para salvar mi propio pellejo, y aunque sé que es la decisión correcta, simplemente...
apesta. Joe nunca habría hecho algo así, follarse a Marla solo para romper la
maldición.
—Pero tal vez debería haberlo hecho —espeta Joules, pero no creo que Joe
fuera Joe si no se aferrara tan firmemente a los principios que lo creían—. ¿Qué más?
—¿Eh? —Miro a Joules y estoy mortificada. Quiero volver al hotel, dormir y
luego…—. Joules, quiero irme a casa. —Resoplo un poco, y la piel de mi hermano se
sonroja con el rojo de la rabia. Necesito mantenerlo alejado de Tam. Es decir, si es
que Tam me importa algo—. Por favor. Podemos dormir en el hotel esta noche, pero
quiero volver a casa mañana y quedarme hasta mi cumpleaños. Necesito ver florecer
a Joe —susurro, porque nos acercamos al final de la temporada de floración del
redbud. Siempre es la primera planta de la zona que florece, un oasis para los
polinizadores cuando el resto del mundo está marrón, gris y dormido. He visto el
principio y también quiero ver el final.
—Me dijiste el porqué de tu ira, Lake. No me dijiste el cómo. Lo que pasó. —No
hay signo de interrogación al final de esa frase. Joules lo sabrá, ahora mismo, o habrá
un infierno que pagar. Suspiro y recorro la costura interior de mis leggins,
imaginando mis manos sobre las piernas desnudas de Tam.
El hecho de que me dejara tocarlo así ofrece una sensación de asombro que ni
siquiera mi vergüenza y frustración pueden borrar del todo. Le chupé la polla a Tam
Eyre. Eso es... sinceramente increíble. Lynn se va a morir cuando se lo cuente. Solo
que no quiero decírselo a nadie más. ¿Es asunto de ellos? Mi familia es genial, pero
hacen que todo sea asunto suyo. Resultado de la maldición, supongo. Que yo sé la
chupara a Tam no es solo lo que sentimos el uno por el otro, también es un indicador
de si viviremos o moriremos.
—Dijo algo así como, me quieres, puedes tenerme, ahora chúpame la polla. Tal
vez no textualmente, pero básicamente eso.
Joules se acerca y me obliga a abrocharme el cinturón. Él no se abrocha el suyo.
No da la vuelta al todoterreno. Acelera por la carretera de grava mientras me giro
para mirarlo, con los ojos desorbitados.
—No hagas esto. Tam ni siquiera sabe que me fui. Yo... no hablé con él después.
Tal vez ni siquiera sabe que estoy….
—¡Maldita sea, Lake! —me grita Joules, y ojalá pudiera decir que no sé por qué
está tan enfadado. Pero lo sé. Yo estaba allí cuando Marla rechazó las invitaciones de
Joe a tomar café, cuando bloqueó su número durante un mes entero, cuando le dijo
que prefería morir antes que amar a un hombre que no fuera su difunto novio.
Odiaba a Marla entonces.
La odiaba. Aunque no fuera culpa suya. Aunque no fuera culpa de nadie. Ni
siquiera sé si mi antepasado de hace mucho tiempo hizo algo mal. Tal vez estaba en
el lugar equivocado en el momento equivocado. No sé nada excepto que odiaba a
Marla, y Joules odia a Tam.
—Por favor, no hagas nada que resulte en mi muerte, Joules. Si le haces daño,
puede que nunca vuelva a hablarme.
Joules detiene el coche de repente y yo me tambaleo hacia delante. Alarga el
brazo para evitar que me golpee contra el salpicadero.
—Quédate aquí —me ordena, sale del coche de un salto y echa a correr. Se
lleva las llaves y me deja sola en un camino de grava rodeado de árboles. No puedo
correr lo bastante para alcanzar a Joules. No sé hasta dónde nos condujo antes de
detenerse, pero estamos lo bastante lejos de la casa de alquiler como para que solo
pueda ver las consecuencias de lo que ocurra.
Mis labios murmuran maldiciones salvajes, me arranco el cinturón de
seguridad y me bajo de un salto. Antes de echar a correr, desbloqueo a Tam y escribo
una advertencia.
Joules está en camino, y no está contento.
Entonces lo bloqueo de nuevo, y corro tan rápido como puedo por un camino
de grava en medio de la nada.
Le chupé la polla a Tam Eyre, y luego me escapé.
¿Qué mierda he hecho?
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
TAM
Quedan 78 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
—¿Qué mierda acabo de hacer? —murmuro, sentada en el sofá con una botella
de vino medio vacía en el regazo—. ¿Qué... maldita mierda?
Ni siquiera sé lo que acaba de pasar. Por qué dije lo que dije o hice lo que hice.
Ambas partes de mí —Thomas y Tam— están horrorizadas. Thomas se pregunta cómo
pude ser tan cruel con una mujer tan maravillosa. Tam está confundido sobre por qué,
después de todo este tiempo, finalmente dejé que una chica me tocara así.
Nunca he dejado que una chica me haga eso. ¿Por qué? ¿Porque qué pasa
después? ¿Venden las imágenes al mejor postor? Lo creas o no, quería que algunas
partes de mí permanecieran privadas.
Mi polla, siendo una de ellas.
La idea de que el mundo la haya visto me molesta de una manera que apenas
puedo explicar.
¿Pero Lake?
Suspiro cuando se abre la puerta principal y entra Daniel. Ni siquiera llama a la
puerta. Entra sin más. Sus botas chirrían cuando se detiene en el vestíbulo detrás de
mí. Ni siquiera le devuelvo la mirada.
—¿Qué? —Pregunto, cansado y confuso. Necesito hablar con Lake, pero no
abre la puerta. Lo he intentado. He llamado y llamado. He intentado llamarla. Le he
mandado mensajes. Pero si necesita un minuto a solas, no puedo quitarle ese
privilegio. Sé lo que se siente cuando intentas huir y no hay dónde esconderse. No
puedo esconder nada de mi vida. Ni siquiera mi polla. Ni siquiera la imagen de mí
vomitando. O desmayándome.
—Seguí a tu novia por la carretera para asegurarme de que no se la comieran
en su camino de vuelta a la ciudad. Por favor, haz algo al respecto, para que no tenga
que hacer cosas en el futuro que no están en la descripción de mi trabajo.
Me giro sobre Daniel, pero él ya se ha dado la vuelta y se aleja.
Mi primera pista debería ser que no lo cuestiono cuando dice novia. Ambos
sabemos exactamente de quién está hablando, y no es Kaycee. Soy un pedazo de
mierda. Acabo de engañar a Kaycee, ¿no? Aunque no era mi intención. He estado
tratando de romper con Kaycee durante días.
Y aun así, me culpo a mí mismo.
Cuando Lake dijo que estaba malhumorado, tiene razón. Carajo. ¿Por qué no
pude mostrarle quién soy realmente? Si lo hubiera hecho... las cosas serían
completamente diferentes ahora.
—¿Qué quieres decir? —exijo, persiguiendo a Daniel mientras se mueve de
ventana en ventana, comprobando cerraduras—. ¿Lakelynn se ha ido? ¿Se fue?
Estoy tan confundido. La vi entrar en su habitación, y nunca la oí bajar. ¿Por qué
crees que estaba sentada en el sofá, para oírla si intentaba irse? Y mi teléfono... ¿me
bloqueó?
—¿Dónde está? —le pregunto, poniéndole la mano en el hombro. La mira y
luego me fulmina con la mirada.
—Se ha ido. Su hermano la recogió. —Daniel vuelve a lo que estaba haciendo
y me paso los dedos de ambas manos por el cabello.
—Mierda —gruño, entrando en el salón para recoger el teléfono. Pero no estoy
enfadado con Lake, sino conmigo mismo. Pero necesito hablar con ella.
Desesperadamente. Miro mis mensajes y veo que me he perdido uno suyo mientras
perseguía a Daniel.
Joules está en camino, y no está contento.
Levanto la vista y pienso por qué puede ser.
Porque insulté a su hermana, me lancé sobre ella furioso y luego me corrí en su
boca.
Sí. Eso sería. Y me merezco lo que me venga.
Me muevo alrededor del sofá y me detengo junto a la isla de la cocina,
recogiendo mi sudadera de un taburete. Al hacerlo, me fijo en todos los cuencos
envueltos en papel de aluminio que hay en la encimera y me muevo para ver qué
contienen.
Hay un cuenco de queso parmesano rallado, otro de fideos de calabacín y una
barra de pan integral cortada en rodajas. La sangre se drena de mi cara.
Mi corazón me golpea en las costillas y hace crujir los huesos.
Lake fue a hacer la compra por mí, y la bloqueé. Vino a hacerme la cena, y la
dejé sola afuera. Subió a llevarme té y le dije que me la chupara. Iba a cocinarme
fideos de calabacín, y la dejé marchar pensando que no la quería.
Es el espiralizador de plástico el que realmente lo hace, me acuchilla justo en
el corazón y hace que me ahogue. Bajo la cabeza e intento respirar.
Cuando abro los ojos y giro la cabeza, oigo a Joules gritarme desde enfrente.
Estoy a punto de que me pateen el trasero, y me lo merezco.
Me dirijo a la puerta principal, me calzo las zapatillas y salgo por ella.
Joules está justo ahí, en el borde del cálido círculo de luz del porche. La parte
superior de su cabeza está recortada por la luz y bordeada de sombras. Es realmente
aterrador. Pero yo también soy un idiota impulsivo, así que probablemente no me lo
tome a mal. Debería, pero no lo haré. Voy a hacer que me parta la cara.
—¿Te ha parecido lindo? —me pregunta Joules, y me pregunto cómo sería sin
la maldición. Me doy cuenta de que intentar salir con Lakelynn Frost es tan difícil
como intentar salir conmigo. Para su familia, ella es Tam Eyre. La adoran y yo les
importo una mierda.
Ese pensamiento me hace sonreír, lo cual es un error teniendo en cuenta lo que
Joules acaba de preguntarme. Tuerce el borde del labio y cruza el camino de entrada,
deteniéndose a unos tres metros de mí. Ya tiene las manos cerradas en un puño.
—No, no creo que fuera lindo —le contesto suavemente—, pero esto es entre
Lake y yo. Si me dejas hablar con ella, creo que podremos resolverlo. —Miro a Joules
directamente a la cara—. En cuanto rompa con Kaycee, le pediré una cita a Lake.
—No harás esa puta cosa —susurra Joules, y luego se ríe de mí—. Lake no
perdona fácilmente. Si se fue de aquí, es porque tenía intención de irse. Puedes
invitarla a salir en una fría e impersonal cita de café todo lo que quieras, pero no
aparecerá. —Joules me señala y sé que va a sacar el tema de la maldición. No debería
creerlo, pero de alguna manera, creo que casi lo creo. Utilicé la maldición para
conseguir lo que quería. No creo que Lakelynn hubiera hecho algo así sin la maldición.
Puede que quisiera intimar conmigo, ¿pero exigirle que me la chupara? ¿Como si
nada?
Estúpido cómo la mierda.
»La estás matando —me dice Joules, todavía señalando—. Estás usando la
maldición para matar a mi hermana, y voy a hacerte sangrar. —Joules suelta el brazo,
aun jadeando—. Le contaste a Kaycee lo que mi hermana te había confiado, sabiendo
que Kaycee se asustaría. Bloqueaste a Lake cuando sabías que era a Kaycee a quien
debías bloquear. ¿Y luego le dices a mi hermana virgen que se arrodille y te sirva? —
Suena como si estuviera en total incredulidad en este momento.
Miiiiiiiiierda.
Probablemente no debería decir nada. En lugar de eso, esto es lo que sale.
—¿Virgen? —Lo pienso aún más y me doy cuenta de que era la primera vez de
Lake y también la mía. Tengo veintiséis años. Llevo toda la vida esperando a la chica
adecuada, y así es como he reaccionado. Porque en lugar de hacer lo que hace la
mayoría de la gente y buscar por todas partes a la mujer de mis sueños, todas esas
mujeres vinieron a mí y me dijeron que yo era el chico adecuado. Tuve que apartar a
la gente en lugar de buscarla para acercarla—. ¿Dónde está, Joules? Si estás aquí,
entonces ella debe estar cerca. Déjame hablar con ella. Le pediré disculpas. —Meto
las manos en los bolsillos de mi chaqueta North Face. Me la regalaron en un espacio
publicitario de uno de mis patrocinadores, una tienda de artículos para el aire libre
cuyo nombre no recuerdo. Me regalaron todo el conjunto.
Joules se me echa encima y levanto la cabeza.
Daniel se interpone entre nosotros, con una sola palma en el pecho de Joules.
Joules mira hacia abajo y no le hace ninguna gracia que lo detengan.
—Quítate de mi camino, para que pueda darle una lección a ese imbécil.
Daniel niega con la cabeza.
—Tengo un trabajo, y es mantener a Tam a salvo. No puedo dejar que lo toques
por ninguna razón.
Joules duda, como si fuera a dar un paso atrás. Y luego hace una finta a la
izquierda y se acerca a la derecha, gruñendo cuando Daniel lo rodea por el centro.
—¡Joules! —grita Lake antes incluso de que la vea aparecer trotando, con el
rostro pálido y enrojecido por el frío y el esfuerzo de correr, los brazos cubiertos de
piel de gallina. No me mira, solo a su hermano.
Quiero ir con ella, pero no puedo dejar que Daniel golpee a Joules por mí.
Me abalanzo hacia delante, pero ellos están muy metidos. Joules lanza
puñetazos, y Daniel los desvía antes de clavarle un fuerte derechazo en la cara. Se
tambalea hacia atrás, y hay sangre por todas partes, goteando de su nariz,
derramándose de su labio, de un corte en el lado de su cara. Levanta la mano para
limpiársela y se queda mirando el rojo de la palma.
—Daniel, para —gruño, deslizándome entre ellos. Lake llega a Joules casi al
mismo tiempo. La veo sujetándolo cuando miro por encima del hombro—. Esto es
personal, ¿okey? No tiene nada que ver con el trabajo. Solo... vete. Déjanos en paz.
Daniel vacila, pero luego asiente, se da la vuelta y desaparece en la casa como
le pedí.
Aunque estoy seguro de que está mirando.
Me doy la vuelta para mirar a Lake y Joules.
—No le pongas excusas —dice Joules, sujetando a Lake por los hombros. Me
escupe sangre a los pies y luego se limpia la boca con la manga de la sudadera blanca
manchada de rojo.
—No he venido por él; vine por ti —susurra Lake, dándose la vuelta y alzando
una mano para pasar los nudillos por la mejilla de su hermano, frunciendo el ceño
ante la sangre—. Vamos. Si te portas bien conmigo en el viaje de vuelta, te limpiaré y
te invitaré un boba.
—Ya te he comprado un boba de camino aquí —susurra Joules suavemente, y
luego mira a su hermana como si fuera la persona más preciada del universo. Quién
soy, Tam Eyre, no significa nada. Realmente no le importa, y sé una vez más que he
cometido tantos errores como los que voy a cometer con estos dos.
Si la maldición es real o no, eso no importa. Si no cambio mi comportamiento
ahora mismo, se alejarán de mí y desearé estar muerto por haber dejado ir a
Lacelynn.
—Por favor, no te vayas —le digo, pero ella no me mira—. Realmente necesito
hablar contigo.
—Tal vez más tarde, ¿de acuerdo? Te mandaré un mensaje. —Lake tira del
brazo de su hermano para que se mueva, y él solo duda un segundo antes de seguirla.
Ninguno de los dos me mira.
Para mí está claro que Lake ha sido bien tratada y querida toda su vida. No
aceptará nada menos que eso.
No está en una secta.
Eso es evidente.
«He reducido nuestras posibilidades de morir por la maldición al ocho por ciento,
según los registros familiares.»
—Sé que salió mal, yo queriéndote. Tuve un mal día, y me desquité contigo
porque me aterra que te vuelvas contra mí, y que no seas real. Quiero tanto que seas
real.
Lake deja de caminar, y entonces es Joules quien la agarra del brazo y la
arrastra.
—Te mostré quién soy, Tam. Muéstrame quién eres. —El suave sonido de su
voz me destroza.
Lake y Joules desaparecen entre los árboles a la derecha del camino de
entrada.
Corro para alcanzarlos, pero al doblar la esquina ya no los veo. Escudriño los
árboles y veo la luz de uno de sus teléfonos mientras hacen todo lo posible por
evitarme.
Lake está corriendo, y yo sé... lo que es correr sin tener adónde ir. Me froto la
cara con una mano cansada. Le daré un poco de espacio y luego... tengo que dejar de
huir de esta mujer y perseguirla en su lugar. Dejo caer la mano a mi lado, me doy la
vuelta y vuelvo a entrar sola en casa.
Busco cómo hacer salsa Alfredo, y me quedo ahí cocinándola, solo.
Estoy solo por elección, pero puedo cambiarlo, ¿no?
No tengo por qué estar tan solo si no quiero.
Es un lujo que algunos no se dan, y yo debería permitírmelo.
Quedan 77 bobas hasta que ambos mueran...
Lake me ha bloqueado, así que ahora veo cómo era cuando me quedaba mudo
en respuesta a sus mensajes. Cosas lindas como, ¿qué tipo de tortillas te gustan? Me
gustan las dos, pero Joules dice que quieres lechuga. Apuesto a que sí, ¿eh? Quiero
lechuga. Cuando no respondí, ella envió, Sir Tom, tú ganas. Lo compré todo. Sobre
todo lechuga.
Por supuesto, no puedo recibir los mensajes que llegaron mientras la tenía
bloqueada, pero Joules me envía una captura de pantalla de su teléfono más tarde por
la noche. Le sigue un emoji del dedo corazón. Y entonces me vuelve a bloquear. Me
aseguro de que tanto él como Lake puedan ponerse en contacto conmigo si lo
necesitan, y luego salgo por la puerta con mi maleta por la mañana y me voy para
encontrarme con Kaycee en un restaurante de la ciudad.
Estoy seguro de que no va a aparecer, pero me sorprende entrando en el
restaurante con una gran sonrisa. Pero entonces, las cámaras están rodando y hay
cientos, si no miles, de fans ansiosos afuera. Cuando nos inclinamos para abrazarnos,
me susurra al oído.
—Se acabó, Tam Eyre. Hemos terminado.
No respondo y nos separamos, aun sonriéndonos.
—¿He oído que tu madre ha demandado al influencer que te grabó la polla? —
dice Kaycee, con un ligero tono de broma mordaz en la voz. Entrecierro los ojos.
Entonces está enfadada. Me pregunto qué sabrá.
—Sí, bueno. Tenía una expectativa razonable de privacidad, en un baño solo.
Lo que hizo no solo fue ilegal, sino una grave invasión de mi vida personal.
—Tu vida personal, ¿eh? —pregunta Kaycee, y entonces Jacob aparece justo
fuera de cuadro y empieza a mostrarme mensajes en la pantalla de su iPad.
No entres en esto aquí. ¡Estamos en directo!
Cosas así.
Redirijo la conversación hacia la gira, hacia el drama romántico que Kaycee
está rodando, bromeando sobre mis propias perspectivas cinematográficas y
televisivas. Finjo que es un accidente y le cuento a Kaycee un secreto:
—Yo también he firmado para protagonizar un drama romántico.
El rodaje termina, el personal se retira y Kaycee y yo nos quedamos tan solos
como estábamos en la heladería. Sé que este no es el lugar para la conversación que
necesitamos tener, pero vamos a tenerla aquí de todos modos. No puedo esperar más.
Empiezo a sentir que cada día que pasa, es a Lake a quien traiciono y no a Kaycee.
—Sé que te gusto, y lo siento, pero no siento nada por ti —le digo a Kaycee con
toda la delicadeza que puedo—. Eres una mujer increíble, pero no hay chispa para
mí.
—Te acostaste con Lake, ¿eh? —Kaycee pregunta y luego exhala, agarrando
los brazos de su silla—. Sí, Joules me lo dijo.
—Hablando de eso, ¿tú también te acostaste con él? —Pregunto, básicamente
admitiendo lo que acaba de decir. No sé si Kaycee encontraría una mamada más o
menos ofensiva que otras cosas, pero no me apetece especificarlo. Me encanta que
Joules haya soltado nuestro secreto pero no se haya molestado en dar detalles.
Cualquier cosa para que parezca más sórdido de lo que es.
—No. —Kaycee mira lejos de mí, hacia la pared—. Pero probablemente lo
habría hecho si no se hubiera detenido justo antes de besarme.
Silencio.
Oigo risas en la mesa del personal al otro lado de la sala, pero nadie parece
mirarnos. El personal del restaurante incluso ha bajado las persianas para que no nos
vean desde la calle.
—Debería haberte dicho que no quería bloquear a Lake cuando estábamos
desayunando. Y nunca debí haber dicho nada sobre la maldición. Esos fueron mis
errores.
—Sabes que no se nos permite romper, ¿verdad? La discográfica nunca lo
permitirá. El director general... —Kaycee se detiene y luego se ríe, poniendo su mano
sobre su cara—. Estamos atrapados el uno con el otro, y yo pensé que eras mi amigo,
Tam. Has estado entreteniendo a Lake como una posible novia todo este tiempo. Eso
fue deshonesto, y me debes una disculpa.
—Lo siento —le digo simplemente, porque lo siento. También tengo un poco
de curiosidad por saber si algún día acabaremos siendo familia política. Tengo la
sensación de que quemar este puente con Kaycee no es una buena idea—. De verdad.
No me lo había admitido hasta hace unos días, si eso ayuda.
Los dos nos quedamos en silencio, y entonces llega la hora de irnos y los dos
nos levantamos torpemente.
—Hablaremos más tarde. No me mandes ningún mensaje. Vendré a verte más
tarde, para que podamos discutir los detalles. —Kaycee me da un abrazo rápido y
luego sale por la puerta, y Daniel me acompaña al Escalade.
Por favor, háblame. Ya te echo de menos.
Se lo envié a Lake, pero creo que sigo bloqueado. Llevo todo el día enviándole
mensajes. Fuera de las ventanillas del todoterreno, la gente grita mi nombre y golpea
los cristales con los puños, pero sigo sintiéndome solo.
Lake me hizo sentir como si tuviera una amiga.
Le daré dos semanas más.
Dos semanas.
Entonces voy a empezar a perseguirla.
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
LAKE
Quedan 74 bobas hasta que muramos los dos...
El viaje de Oregón a Arkansas es largo y nos lleva casi tres días. Cuando
entramos en casa, empiezo a llorar. Pongo la cara entre las manos y lloro. Joules me
abraza, pero tardo un rato en parar.
Me quedan dos meses y medio para no morir.
Diez semanas.
Puede que nunca vuelva a ver esta casa, puede que nunca vuelva a casa con mi
familia, puede que nunca salga del todoterreno y corra al patio trasero a ver a Joe. Si
estuviera vivo, sería la primera persona a la que querría ver al volver a casa.
Eso no es cierto.
Si estuviera vivo, es imposible que no hubiera venido con nosotros. Si hubiera
estado saliendo con Marla, ella también habría venido. Por mucho que la odiara por
razones que no podía evitar, me gustaba por todas las que podía. Había perdido al
amor de su vida, a su amigo de la infancia, en un horrible y sangriento accidente.
Tenía cicatrices en la cara y en las extremidades. Era reservada y triste, y necesitaba
una caricia larga, lenta y suave para curarse.
Joe nunca tuvo una oportunidad aunque lo intentó. La cortejaba como si tuviera
un millón de años para hacerlo y estaba feliz de esperar.
—Hola. —Me tumbo en la hierba junto al árbol de redbud y sonrío al ver que
hemos llegado justo a tiempo. Aunque algunas de las flores de color rosa brillante se
han convertido en hojas en forma de corazón, el resto son exuberantes y vivos, una
bienvenida de primavera tardía—. No he traído sushi, pero espero que sigas
alegrándote de que esté aquí.
—¿Has venido a casa? —pregunta mi madre, y me giro sobre mi hombro para
verla de pie junto al porche trasero. Lleva el bolso al hombro, como si estuviera a
punto de salir de casa y se sorprendiera al vernos. Imagino que sí, porque no le hemos
dicho que íbamos a volver.
Cuando un Frost vuelve a casa antes de tiempo en busca de su Match, nunca
sale bien.
—Los eché de menos —admito, y ella se acerca para sentarse a mi lado en la
hierba. Miramos los pétalos de Joe al viento mientras esperamos a que Joules se una
a nosotras. María y Lynn también salen. Nadie dice nada durante un rato.
—Si Tam no tuviera guardaespaldas, le habría dado una paliza —susurra Joules,
y apoyo la frente en las rodillas y envuelvo las piernas con los brazos.
Tam fue grosero, pero aun así hice lo que hice por voluntad propia. No puedo
culparlo exactamente por eso.
No puedo decir exactamente que no me haya gustado.
Vuelvo a tener problemas para dormir, pero esta vez no son pesadillas. Sueño
con Tam y con el tacto de su piel bajo mis manos. Su sabor... Me incorporo de repente
y suspiro, despeinando algunos de los pétalos de Joe.
—¿Debería preocuparme? —pregunta mi madre, con un deje de amenaza en
sus palabras. Sonrío mientras apoyo la mejilla en las rodillas.
—No, nada de eso.
—¿Te acostaste con Tam Eyre? —susurra Lynn, pero entonces Joules le da un
empujón en el hombro y ella lo fulmina con la mirada.
María se acerca a mí y me abraza por detrás.
—Bueno, por la razón que sea, me alegro de que hayas vuelto. —Mi prima me
da un beso en la mejilla y mi sonrisa se ensancha un poco más—. Tengo la cocina
preparada para hacer galletas de chocolate. ¿Quieres hornear un poco conmigo?
Usará la receta de Joe. Su receta y todas sus cosas. Tenemos sus sartenes y sus
guantes de cocina y diarios llenos de sus cuidadosos escritos describiendo sus
versiones de las mejores recetas. Cada pequeña salpicadura de sopa que dejó en una
página es un recuerdo, un tesoro.
—Me encantaría hornear —le digo y entonces ella y Lynn tiran de mí para
llevarme dentro. Joules y mamá no se mueven, así que sé que van a hablar de mí a
mis espaldas. Mi hermano se lo contará todo.
Solo de pensarlo me mareo.
Ojalá mi momento privado con Tam hubiera seguido siendo privado.
Gracias, Maldición. Muchas gracias.
—Esta es la última receta que añadió a ese libro, ¿no? —pregunto, y María sabe
al instante de qué estoy hablando.
—Es la última receta —dice, y me pregunto si será la última vez que la hornee.

Quedan 69 bobas hasta que muramos los dos...


Golpeo mi teléfono contra mis labios mientras me siento en el mostrador. Llevo
esperando y observando desde que llegué a casa. ¿Qué ha estado haciendo Tam?
Saliendo con Kaycee Quinn. Lanzando una nueva canción. El lanzamiento de un video
musical para ir con ella. Tomando un descanso de la gira para volar a Georgia para
comenzar a filmar su estúpido drama romántico.
¿Qué sabría Tam Eyre de romance de todos modos?
¿Debería mandarle un mensaje? Me lo pregunto, pero no puedo. No estoy
preparada. No sé qué es lo que siento, y eso es un problema. Necesito separar mis
sentimientos de la maldición. Quiero saber qué haría si fuera la versión de mí misma
a la que le quedan más de unos meses de vida.
Nunca le habría practicado sexo oral, eso seguro. ¿Pero qué más? Esperaría
hasta que mis sentimientos estuvieran completamente asentados, y entonces le
enviaría una rama de olivo por mensaje de texto. Le daría la oportunidad de
responder.
—Todavía no puedo creer que tuvieras la polla de Tam Eyre en la boca —dice
Lynn con un suspiro melancólico, y yo dirijo la mirada más mala de mi repertorio—.
Lo siento, es que... mierda.
—Fotos o no pasó —murmura Chloe, jugando con su teléfono. Luna la golpea
con una almohada mientras Ella se sienta a mi lado en la cama, mirando las estrellas
a través de la claraboya que hay sobre nosotras. Afuera hay píos primaverales, es
decir, ranas, que se están volviendo locas. Las oigo como si estuvieran a mi lado.
—Cuando Lake dijo que no quería hablar de ello, estoy segura de que quería
decir que no quería hablar de ello en absoluto. No cada cinco minutos. Chicas, basta
ya. —Esa es Ella, con los brazos cruzados, mirando a mi prima Lynn, haciéndole una
mueca a Chloe.
María se sienta tranquilamente en un puf, absorbiendo nuestra conversación
como chisme para poder contárselo a mi madre.
—¿Quieres quedar con algunos de nuestros amigos del campus el viernes?
Iremos al bar de deportes de la calle Dickson. —Luna me ha preguntado esto cuatro
veces, y he dicho que no cuatro veces.
La miro y sonrío.
¿Sabes qué? Salir sería mejor que sentarse aquí, fantaseando con Tam.
No puedo dejar de pensar en él. Lo echo de menos. Desearía estar de nuevo en
ese salón, jugando a un videojuego que él no puede ganar, ni siquiera cuando
aparece su propia música. Quiero verlo rescatar a otra araña. O cocinarme tortitas
otra vez.
Ojalá hubiera podido hacerle esa salsa Alfredo.
—Claro, ¿por qué demonios no? —Me encojo de hombros y Luna chilla como
si tuviera doce años en vez de veintidós.
—La cena está lista —dice Joules, chasqueando un chicle mientras entra en mi
habitación con un ojo morado, el labio partido y la mejilla hinchada. Cuando Daniel
le pegó, le pegó fuerte.
—Perfecto —respiro, levantándome de la cama. Haría cualquier cosa por una
barbacoa—. ¿Qué he hecho para que me mimen tanto? —le pregunto a Joules,
volviéndome hacia atrás por el pasillo—. Vamos a hacer una barbacoa la semana que
viene por mi cumpleaños, ¿no? Entonces, ¿qué celebramos esta noche?
—A ti —dice simplemente Joules, acercándose a un lado de mi cara. Dejo de
caminar y nos quedamos ahí de pie. Si Tam no vuelve, voy a morir.
Odio esta maldición.
Esta es mi vida.
Ya no tengo ganas de perseguir a Tam. Me cansa. Tiro de la manga de mi
sudadera sobre la marca de la maldición en mi muñeca, la vergüenza me inunda.
—Tú eres la celebración. —Joules suelta la mano y pasa a mi lado. Sale todos
los días desde que volvimos, desaparece durante horas y vuelve con una boba. Cree
que si me da una boba con sabor a sandía o té con leche de cacao y canela o algo con
queso brûlée, lo perdonaré por mentirme.
Casi funciona, también.
Todos nos dirigimos al exterior, donde nos espera el resto de la familia. Todas
mis tías están aquí, sus hombres, mis primos, mi abuela. Mamá, papá. Mis amigos.
Joe. Está justo ahí, en el borde del patio, todavía en flor y luciendo hermoso.
—¿Perrito caliente? —pregunta mi padre con unas pinzas para sacar de la
parrilla una salchicha de aspecto jugoso—. ¿O hamburguesa? ¿O las dos? ¿Quieres
dos de cada una?
—Entonces mi cara palidece y mi padre exhala como si estuviera pensando en
contratar a un asesino a sueldo para ir por Tam. No hemos hablado de lo que pasó,
pero sé que mi padre lo sabe. Tengo veintidós años, así que no es un escándalo,
pero... Joules lo expresó mejor cuando dijo: ¡¿Le pediste a mi hermana virgen que se
arrodillara y te sirviera?!
Eso es lo que opina mi familia.
A partir de ahora, si llevara a mi familia a visitar a Tam de gira, no le iría bien.
En su lugar, elijo una hamburguesa, dejando que Joules se encargue de
prepararla como a mí me gusta. Ni Joe ni yo preparamos nunca nuestros propios
platos en las barbacoas. Siempre era Joules quien lo hacía por nosotros.
Me siento en el suelo junto a Joe y mi hermano me trae el plato.
Toda la familia se reúne en un círculo alrededor de Joe. Hemos colocado mesas
de picnic para que todos puedan estar lo más cerca posible de él mientras comen.
—Me alegro de que esté aquí con nosotros —dice la tía Lisa, con los ojos
vidriosos mientras toma asiento en uno de los bancos con una hamburguesa de tofu
en la mano—. Si esta opción de entierro hubiera estado disponible para la abuela o
Clara, entonces...
—También están aquí con nosotros —le asegura mi madre, alargando la mano
para tomarla. Mi tío Rob es igual que Joules. No soporta ver a sus hermanas sufriendo,
así que mira hacia el bosque. El tío Peter le da palmaditas en la mano a la abuela
cuando se pone a oler, mientras la tía Daphne y la tía Mandy discuten en voz baja
sobre la elección de los panes de hamburguesa.
Doy un bocado a mi comida mientras Chloe, Luna y Ella se acomodan a mi
alrededor. María se sienta junto a mi madre, y Lynn se pasea con el plato en la mano,
pateando hierbas. Como siempre, Joules está a mi lado.
Hay tanta gente buena y maravillosa a mi alrededor, tanta gente que me quiere.
Pase lo que pase, sé que soy la afortunada en este escenario.
Tam... está solo.
Sabe que está solo.
Odia estar solo.
Me compadezco de él y cierro los ojos para recordar el suave barrido de pecas
sobre su ombligo, la sensación de mis labios rozando su piel. Me sentía bien estando
así con él.
¿Qué estás haciendo ahora, Tam Eyre?
Abro los ojos y veo que María está preparando una partida de croquet. El
favorito de Joe. Supongo que no soy la única persona que aún se está acostumbrando
a su ausencia en estas reuniones familiares. Es completamente diferente sin él, el eco
melancólico de su presencia en el viento como un fantasma.
—Me toca el verde —grito antes de que los imbécil de mis primos elijan mi
color favorito y me dejen con el amarillo. Me levanto, tiro el plato y me acomodo para
jugar por la tarde.
Esa noche, me conecto a Internet y averiguo dónde van a ser los próximos
conciertos de Tam.
San Francisco. Los Ángeles.
Técnicamente no he faltado al trabajo porque la gira está en un breve parón.
Respondo a un correo electrónico de la encargada de mercadotecnia de Tam
preguntándome si podré hacer esos turnos. Le digo que sí, me pongo los auriculares,
escucho Sweet Honey y me duermo con la voz de mi amante.
Mi amante.
Durante unos breves momentos, eso es lo que fue.
Me abrazo a una almohada contra el pecho y respiro entre el tumulto de
emociones.
Tam Eyre. Me dijo que si lo quería, podía tenerlo.
Y así es.
A pesar de su actitud gruñona, lo quiero.
Su olor, su tacto, su sabor ilícito.
En eso me duermo pensando.
CAPÍTULO TREINTA Y
CUATRO
TAM
Quedan 64 bobas hasta que mueran los dos...
Apoyé la cabeza en la mano, sonriendo y saludando al director de producción
del drama que acababa de empezar a rodar.
—¡Buen trabajo hoy, Tam! —grita.
—Te veo mañana —le respondo, y Daniel cierra la puerta del todoterreno justo
cuando mis párpados empiezan a pesar y a caer.
—¿Volvemos al hotel, Sr. Eyre? —pregunta Jacob desde el asiento delantero.
Esperé cuatro días para contarle lo que había pasado con Lake y hacerle saber que
no creía que lo hubiera publicado en Internet, pero que no podía estar seguro. Hizo
que nuestro equipo de prensa -incluida mi madre- se preparara para un escándalo.
Afortunadamente, no les dijo cuál podría ser ese escándalo, pero ahora parece que
todo el mundo me mira un poco diferente.
Además, Jacob estaba tan enojado que juró que solo iba a hablar conmigo en
el más estricto sentido profesional, como si no tuviéramos los mismos abuelos por
parte de madre.
—Sí, Jake, al hotel —murmuro con un suspiro.
Después de meses de ver a Lakelynn por ahí, de mandarle mensajes, de
encontrarla pateando disfraces de perritos calientes o pregonando palomitas, me
estoy dando cuenta de lo superficial que me parece mi vida sin ella. Ausencia. Ese es
el nombre de la nueva canción que acabo de lanzar, una que había pregrabado hace
un tiempo. Trata de cómo la ausencia hace que el corazón se vuelva más cariñoso.
Ya lo sabía por mi padre, pero vivirlo con Lake es algo totalmente nuevo.
Nunca me ha gustado una mujer como me gusta Lake. Pienso en ella
constantemente. Cada pensamiento que pasa por mi cabeza. No, más que eso.
Me estoy quedando dormido cuando suena la alarma de mi teléfono y me
despierto. Lo saco del bolsillo y miro el recordatorio que me puse hace dos semanas.
Encuéntrala, dice, y entonces sé que han pasado dos semanas desde la última
vez que la vi. Le di el espacio que necesitaba, pero no esperaré más.
Una vez solo en mi habitación, empiezo a hacer llamadas, a buscar un coche de
alquiler. Un vuelo es demasiado arriesgado. No puedo ir solo al aeropuerto. Es
básicamente una garantía de que me reconocerán, y entonces todo el mundo sabrá
que estoy volando a Fayetteville, Arkansas, aparentemente sin ninguna razón.
Voy a conducir las diez horas hasta donde está Lake. Tengo la dirección de
Frost Family Construction ya guardada en mi teléfono. Si voy allí, tal vez pueda hablar
con su familia y llegar a un acuerdo para verla en persona. Si no, al menos puedo
hacer que le avisen de que he venido.
En los tres primeros sitios a los que llamé no quedaban coches. Alguna
convención en la ciudad o algo así. Me planteo lanzarme, hacerles saber quién soy
para que alguien haga un cambio en las reservas que no debería.
Pero entonces encuentro un cuarto lugar que parece prometedor: un
concesionario de coches antiguos.
—Tengo un Pontiac Firebird de 1972 en rojo si sabes conducir con palanca —
me dice el tipo.
—Ah, sí. —Me humedezco los labios, ajustando el teléfono de una oreja a la otra
mientras hago la maleta y la dejo cerca de la puerta de mi habitación—. Sé conducir
con marchas cortas.
Mi madre me enseñó cuando me atrapó en plena crisis porque papá se había
ido, y nunca iba a aprender de él a conducir con palanca de cambios... Me enseñó
bien. No conduzco mucho, pero tampoco preveo tener problemas con el coche.
Le dejo mis datos de pago -no debe ser fan de Tam Eyre porque no reconoce
mi nombre ni hace ningún comentario al respecto- y voilà, me acabo de comprar un
coche de época.
Ahora, solo tengo que lidiar con Daniel.
Me ducho y me pongo la ropa de gimnasia. Daniel me acompaña como
siempre, despejando el gimnasio, comprobando los baños. Cierra la puerta y se
dirige directamente al banco de pesas.
Cuando se distrae, abro la puerta y salgo.
Entonces empiezo a correr.
Voy al ascensor, bajo a mi habitación por mi maleta y salgo al vestíbulo para
tomar un taxi.
El conductor me mira por el retrovisor tres o cuatro veces, pero no dice nada,
y me deja en el concesionario. Le doy al dueño mi carné de conducir, firmo unos
papeles y me acompaña hasta un Firebird del 72 muy bien restaurado, de color rojo
brillante e interior de cuero blanco.
Me encanta.
—Oye —dice el hombre mientras me pasa las llaves—. A mi hija y a mi mujer
les encanta tu música. —Señala su propia expresión de desconcierto—. Las veo todo
el tiempo mirando tu cara en sus teléfonos.
No estoy seguro de si me está condenando o dando las gracias, pero deslizo el
Sharpie de mi bolsillo y le dejo un par de firmas en dos hojas de papel en blanco.
Entonces pongo algo de música y salgo a la carretera en medio de una noche
de finales de primavera en Georgia.

Quedan 63 bobas hasta que mueran los dos...


Me enfrento a un autoservicio para comprarme un té de burbujas. Ahora que
he dejado atrás las barreras que me impedían conectar con Lake, me obsesiono con
todas las cosas que me gustan de ella. La obsesión por las bobas es una de esas cosas,
la forma en que cuenta la maldición con las bobas como marcador.
De todos modos, la boba no hace nada por mantenerme despierto. Bostezo y
cabeceo al volante, así que me fuerzo a parar en un área de descanso que anuncia
café gratis.
Sale de un pequeño termo con una espita en el vestíbulo, servido en diminutos
vasos de espuma de poliestireno con paquetes de Sweet'N Low rosa esparcidos por
la mesa. Apoyo la espalda en una de las paredes beige y escucho al altavoz hablar de
todas las opciones turísticas de la zona.
Ahora son las dos de la mañana y me quedan ocho horas. Ocho horas hasta que
pueda volver a ver a Lake. Me hago un selfie con mi café, se lo envío y guardo mi
teléfono. Sé que sigo bloqueado, pero haré una captura de pantalla de todo lo que
quería que viera y se lo reenviaré más tarde.
Debe ser el peor café del mundo, pienso mientras frunzo el ceño ante el turbio
líquido marrón de mi vaso. Otras personas van y vienen, utilizan los baños, recogen
folletos, se sirven café. Nadie me molesta y disfruto del breve anonimato del área de
descanso.
Hoy me siento como una persona normal, solo un americano de viaje por
carretera.
Al salir, veo a una niña con una camiseta de Tam Eyre, pero no me ve, medio a
la sombra al otro lado del paseo. Doy un sorbo a mi café mientras ella pasa, y luego
sonrío al subirme de nuevo al Firebird, arrancar el motor y volver a la autopista.

Nunca había conducido así, toda la noche y lejos del amanecer. En el retrovisor
se ve un resplandor anaranjado, mientras que delante de mí todo es azul marino bajo
un cielo de estrellas fugaces. El paisaje cambia a medida que conduzco, pasando de
urbano a suburbano y a medio de la nada.
Veo campos con cultivos, grupos de casas, zonas protegidas con densos
bosques.
Cuando el día empieza a calentar un poco, encuentro otra parada de descanso,
compro una botella de agua en una máquina expendedora y me la echo en la cabeza
para despertarme. Cuando me sacudo el cabello y me paso los dedos por él, miro y
veo a una joven que me mira boquiabierta.
Nuestras miradas se cruzan y sé que sabe quién soy. Cuando saca el teléfono
para grabarme, me acerco a ella y lo deja caer a su lado.
—Si firmo tu teléfono, ¿esperarás a publicar ese vídeo? No tiene que ser mucho
tiempo, solo un día o dos.
—Yo... —Las mejillas de la mujer se tiñen de rosa y guarda el teléfono—. No
quería invadir tu intimidad. Me encanta tu música. No creo que hubiera sobrevivido
a la pérdida de mi padre sin Quiero verte.
Se me hace un nudo en la garganta, pero me obligo a sonreírle y vuelvo a sacar
el rotulador. Hoy es morado.
—¿Quieres una foto y una firma? Estaré encantado de hacerlo. —Hago una
pausa—. Y siento mucho lo de tu padre.
—Muchas gracias, Tam —me dice, dándome un abrazo justo antes de irme. Es
un abrazo amistoso, educado, que no traspasa mis límites. ¿Ves? No todos mis fans
están locos—. Vayas donde vayas, espero que llegues pronto.
—Quedan dos horas —le digo, me subo y emprendo el último tramo.
De camino a Frost Family Construction, compro varios tés boba -todos para
Lake, para fastidiarle los días como me pidió- y luego conduzco despacio para poder
contemplar la ciudad donde creció. En las afueras, es casi salvaje. Hay mucha
naturaleza por aquí. ¿Pero dentro de la ciudad? Es urbana y compacta, nada que ver
con lo que esperaba de Arkansas.
A pocas manzanas de mi destino, empiezo a sentir mariposas. Me siento
mareado, pero excitado. Siento un calor intenso en la sangre con el que no sé qué
hacer, excepto dirigir mis pensamientos hacia Lake. Quiero su mano en mi vientre,
con los dedos bien abiertos, recorriéndome el ombligo. Su boca en el interior de mi
rodilla. El olor a champú de su cabello y las pecas de su nariz.
Cuando por fin llego a la dirección que marca mi GPS, veo que no es un
negocio, sino una casa. Una casa de ladrillo de dos plantas con una puerta roja, un
árbol en el jardín y muchas macetas en el pasillo. Debería haberme dado cuenta hace
unas manzanas, cuando entré en un barrio con patios traseros y entradas de coches,
de que no estaba en ningún tipo de distrito comercial.
Estaciono en la entrada junto a un viejo Buick blanco con una pegatina en la
parte trasera.
Boba es mágica.
Eso es lo que dice.
Lakelynn.
Estoy mirando el coche de Lakelynn. Es el único que hay en la entrada, pero no
puedo ver el interior del garaje. Es posible que ella esté aquí. Que ella sea la única
aquí.
Apago el coche y me quedo allí sentado hasta que el pegajoso calor primaveral
empieza a ser empalagoso. Recojo las tres bobas en el brazo, salgo y me dirijo al
paseo delantero. Se respira paz. Hay pájaros, un aspersor corriendo al otro lado de la
calle y el sonido de unos niños jugando en el patio trasero de una de las casas.
Subo el escalón delantero y levanto el puño para llamar. Dudo. Exhalo. Toc, toc,
toc.
—¡Está abierto! —grita alguien desde dentro. Lakelynn. Mi cuerpo se enciende,
el sonido de su voz hace que mi corazón haga un movimiento frenético que me duele
en el pecho. Ajusto el agarre de los vasos de boba, todos mojados por la
condensación y goteando.
Está desbloqueado. ¿Significa eso que pase? Supongo que sí y abro la puerta.
Entro en una casa con un vestíbulo de tamaño decente, una escalera y un salón
a la izquierda. Es grande, pero está bien habitada. Veo el rastro desgastado de la
moqueta, los hundimientos de los sofás y las sillas desgastadas de la mesa del
comedor. Pero está limpio y es acogedor. Da la sensación de que hay gente, mucha
gente, que vive y se quiere aquí.
Pienso en las habitaciones de hotel en las que me he alojado, esas extensiones
frías pero palaciegas en las que me siento solo. Cada noche. Solo.
Aquí no. Creo que Lakelynn no pasa mucho tiempo sola aquí.
Esta... ¿podría ser la casa de sus padres? Desvío la mirada hacia la derecha y
veo una foto de familia en la que aparecen dos docenas de personas. ¿Vive aquí con
sus padres?
Una figura entra en el comedor y acerca una silla, con la mirada fija en su
teléfono y no en mí.
—Más te vale haberme traído un boba —murmura mientras se sienta, absorta
en algo que aparece en la pantalla. Es Lakelynn, por supuesto. Casi se me caen los
tés del brazo, me giro para mirarla y siento un deseo imposible que me consume por
completo—. Y será mejor que me expliques adónde has estado yendo... —Levanta la
vista y la última palabra se corta en una tos ahogada que despeja lo más rápido que
puede antes de ponerse en pie—. Tú no eres Joules.
—Afortunadamente no —respondo, y luego me humedezco los labios—. ¿Estás
sola? —Lake asiente, lentamente. Le devuelvo la sonrisa—. ¿Por un tiempo? —Vuelve
a asentir, aún más despacio. Me dirijo hacia ella, pero niega con la cabeza,
señalándome.
—Cierra con llave —ordena, con voz nerviosa—. Si Joules entra y te encuentra
aquí, no será bonito.
Me vuelvo hacia la puerta y cierro el pestillo y la cadena. Vuelvo a mirar a Lake
y avanzo despacio por el vestíbulo hasta el salón, donde me sitúo demasiado cerca
de ella para mantener una conversación normal.
—No soy Joules, pero te traje bobas. Jodiendo con tu número final de bobas
una vez más. ¿Cuántos hasta que ambos muramos ahora?
—No hagas eso —susurra suavemente, pero se aparta para que pueda dejar el
té sobre la mesa. Cree que me burlo de ella y puede que lo haga un poco, pero sobre
todo intento contenerme. ¿Tiene idea de cuánto deseo tocarla?
Probablemente no.
—¿Puedes sentarte por mí? —Le pregunto, y duda, pero luego se mueve para
sentarse en la silla del comedor de nuevo—. Espera. En esa no. —Le pongo las manos
en los hombros y la guío hasta una silla acolchada del salón. Esta tiene una altura
mucho mejor.
—Tam... —Lake empieza a mirar a un lado. Me arrodillo frente a ella y sus ojos
vuelven a posarse en los míos.
Nuestras miradas chocan. Caen la una en la otra, desordenadas pero también
pegajosas. Tan pesadas. Me inclino hacia ella y noto cómo sus dedos se enroscan en
el borde del cojín de la silla, con las yemas tensas haciendo surcos en la tela escocesa
azul y blanca.
—Te di dos semanas para ti, pero no quiero esperar más. —La miro fijamente
y ella me devuelve la mirada, sin miedo. No hace falta decir que nunca publicó nada
sobre mí. No nos filmó en privado. Que cuando vino a verme, lo hizo de verdad,
buscando un alma gemela, y que yo debería haberle respondido de la misma forma,
para ver si encajábamos—. Sé lo que se siente al desear privacidad y que te la
nieguen; no podría hacerte eso.
Lake duda, pero no aparta la mirada de mí.
—Mi familia nunca me da privacidad; ni siquiera sé lo que es eso —susurra, y
siento que se me tuercen los labios en una sonrisa. No puedo apartar los ojos de su
cara.
—Siento haberte gritado aquella noche, haberte acorralado para que hicieras
algo así conmigo antes de que ninguno de los dos estuviéramos preparados.
—Estaba preparada —dice, y su voz es ronca y cálida. Está enfadada conmigo,
eso se nota en la tensión de sus hombros, pero creo que también quiere tocarme.
Recuerdo cómo me pidió permiso y mi cuerpo se calienta y se tensa, como si debiera
levantar a Lake y buscar su habitación—. Solo quería que tú también estuvieras listo.
—Todavía lo siento, y quiero compensártelo.
Me pongo de rodillas y acerco las palmas a sus caderas. Se estremece, pero no
la toco. Todavía no.
—¿Puedo tocarte? —Le pregunto, y se le corta la respiración.
Todo lo que puede hacer es asentir. La sujeto. Le agarro las caderas con las dos
manos y arrastro su cuerpo caliente hasta el borde de la silla.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
LAKE
Quedan 63 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
No puedo creer que Tam Eyre esté en mi salón.
Aún más, no puedo creer que Tam Eyre esté bajando la cara hasta el espacio
caliente y vacío que hay entre mis piernas. Casi me atraganto cuando acerca su boca
a la entrepierna cubierta por jeans de mis pantalones cortos, desvía sus ojos verdes
hacia los míos y arrastra los dientes por la áspera costura.
El roce de sus dientes sobre la tela vaquera me rompe el cerebro y vuelvo a
desplomarme en el asiento. Mis manos permanecen como garras, las uñas clavándose
en la tela de la silla.
Tam tiene unas manos bonitas, suavemente usadas y lo bastante grandes como
para engullirme las caderas a ambos lados mientras se apodera posesivamente de mi
pelvis. Mi cuerpo se rinde a él cuando gira la cabeza y me recorre el muslo con la
lengua hasta llegar a la pernera de los pantalones cortos. Y luego pasa por debajo,
recorriéndome la pierna mientras gimo y dejo caer la cabeza hacia atrás.
Nunca nadie me había tocado así. Y no es cualquiera. Este es Tam.
El Tam que he estado persiguiendo durante meses está de rodillas literalmente
devolviendo el favor.
Me da un beso en la rodilla que me hace doler la boca. Tengo tantas ganas de
besarlo que me veo obligada a retraer los labios para no pedirle que pare. Tengo
miedo de que si le pido que pare y me bese, no podamos volver a donde estamos
ahora.
Me gusta mucho dónde estamos ahora.
Tam desliza las manos por debajo de mí y me sujeta el trasero como si le
perteneciera, acercándome aún más a él. Me anima a pasarle las piernas por encima
de los hombros y luego vuelve a arrastrar los dientes por la bragueta de mis
pantalones cortos. Es suficiente energía eléctrica para que me estremezca, para que
me agarre a su cabello con una mano y encuentre la otra deslizándose por mi propio
cuerpo hasta mi pecho.
Me doy un apretón mientras Tam me lame a través de los pantalones cortos, y
gimo cuando el calor de su saliva se hunde a través de la tela. Mi ropa está mojada,
quizá por él, quizá por mí, quizá por ambos.
En cualquier caso, son incómodos y quiero que se los quite.
Tam se echa hacia atrás y levanta la vista para verme tocándome el pecho. Me
rodea los muslos con los brazos y me observa, pero no puedo tocarme mientras me
mira. Me detengo y él sonríe.
—Desabróchatelo —susurra, con voz ronca y grave pero segura. Espera que lo
haga porque me lo ha pedido. Ni siquiera tengo que admitir que iba a hacerlo de
todos modos. No tiene por qué saberlo.
Levanto las manos temblorosas y me desabrocho la blusa hasta dejar al
descubierto el encaje azul verdoso del sujetador. Respiro hondo y arrastro con los
dedos la tela sobre el pezón, dejándome al descubierto.
Los ojos de Tam son tan oscuros que no puedo respirar. Sus pupilas están
dilatadas e hinchadas, borrando el verde brillante y dándole un aspecto más agresivo
a sus rasgos. Se inclina hacia mí y me besa el vientre, como yo hice con sus duros
músculos.
Cuando me aparta suavemente las piernas y se pone a desabrocharme los
jeans con dedos seguros, no lo detengo. Tampoco lo ayudo. Espero allí, jadeando,
con un pecho al aire, la luz del sol incidiendo sobre mi piel y su cabello rubio fresa.
Con esta luz, es básicamente rosa. Y su boca, hinchada y húmeda, es esencialmente
pornográfica.
No es apropiado para una tarde de primavera en casa de mis padres.
Mi mirada se desvía hacia mi muñeca izquierda, pero la marca sigue ahí.
—Tam —exhalo cuando me agarra los pantalones y las bragas al mismo tiempo.
Les da un tirón brusco y mi cuerpo se vuelve líquido en la silla. Estoy hirviendo a
fuego lento y sin huesos, con el rasguño ilícito del algodón y la tela vaquera bajando
por mis piernas desnudas, por encima de las zapatillas.
Tam las tira a un lado y luego enrosca sus dedos contra el interior de mis
rodillas.
Apenas puedo creerlo cuando las abre de un empujón para mirarme. No lo
detengo. No me tapo. Me siento allí, jadeando y preguntándome. Anticipándome.
¿Qué va a hacer? ¿Hasta dónde va a llegar?
Tam me mira al centro y luego deja que su mirada se desplace hacia arriba.
Volvemos a mirarnos fijamente y, sin mediar palabra, empieza a besarme desde la
rodilla hasta los pliegues expuestos. Besa una vez los suaves rizos, baja besando y
sube lamiendo.
Los músculos internos me aprietan tanto que me duelen, casi como calambres.
Me agarro a los reposabrazos de la silla mientras mis caderas se mueven solas,
buscando fricción y calor. Tam emite otro sonido suave e impotente, y luego susurra
algo parecido a una maldición o una promesa en voz baja. Su lengua baña mi clítoris,
caliente y húmeda, ofreciéndome placer y tomando nada más que el gusto.
Tam gime de todos modos, como si esto le excitara, como si necesitara tocarme
o no podría respirar. Ahora no soy solo un deseo, sino una necesidad básica. Aire,
agua o comida. Soy así de esencial para él en ese salón soleado con los visillos
echados, pero las cortinas abiertas.
Abro las piernas todo lo que puedo, y el cabello de Tam es como un glaseado
de seda entre mis muslos. Recuerdo lo bien que me sentí cuando me acarició el cuero
cabelludo con sus tiernos dedos, así que hago lo mismo, empezando con la palma de
la mano en su nuca y dejando que las yemas de los dedos se introduzcan suavemente
en su cabello.
Se estremece contra mí y baja la mano derecha hasta mi húmedo interior.
Levanta la cabeza, lo agarro del cabello y me mete un dedo.
Solo me lo he hecho a mí misma.
Me estremezco cuando se desliza hacia fuera con un sonido que nos hace
sonrojarnos a los dos. Vuelve a entrar. Sale.
Tam vuelve a inclinarse y me calienta el clítoris con la lengua, dando vueltas
perezosamente a su alrededor mientras yo me acaricio el pecho, apretándolo y
amasándolo. El pulgar me roza el pezón y mis caderas se agitan contra la cara de Tam.
Añade un segundo dedo, aumenta la velocidad, presiona más fuerte con la lengua...
—Espera, espera, para —gimo mientras mi cuerpo crece y luego decrece,
crece, decrece. No puedo más. No aguanto más—. Por favor, Tam. No aguanto más.
—¿Estás bien? —me pregunta, con los dedos aún dentro de mí, y asiento con la
cabeza.
—Yo solo... hasta aquí puedo llegar.
Parece un poco confuso, pero saca los dedos del todo y vuelve a sentarse sobre
las pantorrillas. Me deslizo de la silla, aún sin pantalones, con el top desabrochado, y
Tam me atrapa. Me deja en el suelo frente a él, con las piernas a ambos lados de su
cuerpo. Cuando deja caer su frente sobre la mía, me hago a la idea de que no se trata
de un simple favor que me está haciendo.
Podríamos... esto podría pasar.
Podríamos trabajar juntos para romper la maldición.
Tam respira tan fuerte como yo y me rodea la cintura con el brazo. Se echa
hacia atrás y luego se sienta con la espalda apoyada en el lateral del sofá. Ahora estoy
a horcajadas sobre su regazo, con la parte inferior de mi cuerpo desnuda sobre la
suya vestida. Noto su erección debajo de mí y mis caderas se balancean un poco sin
querer.
Gime, me apoya la nariz en el cuello y me rodea con los brazos. Es la vez que
más nos hemos tocado, la primera vez que me abraza así.
—Quiero quedarme, pero voy a tener que irme pronto. Si no empiezo a
conducir, no llegaré a tiempo para el rodaje. —Tam suena compungido, como si
realmente deseara poder quedarse. ¿Como si quisiera que me fuera con él? No estoy
segura. No pregunta.
—Espera —susurro, temiendo moverme demasiado y romper el hechizo. Ha
sido cauteloso y difícil de atrapar desde el primer momento. No puedo asustarlo y
hacerlo salir corriendo. Pero entonces sus brazos me rodean y siento una oleada de
calor en el bajo vientre.
Esto no parece el abrazo de un hombre que quiere huir.
De alguna manera, siento que me acaban de atrapar.
—Esperaré —murmura Tam contra mi piel, y mi cuerpo se estremece un poco
contra él. No me he corrido, pero nunca he tenido un orgasmo en mi vida, así que no
es para tanto. No sé si Tam nos está preparando para más, pero si es así, tendremos
que aprender a hacerlo juntos.
Me trago el pensamiento.
—Quise decir, espera, tú condujiste hasta aquí. —Sé que voló a Atlanta ayer.
Para que él esté aquí ahora, eso significa que hizo un día entero de rodaje para el
drama, se subió a un coche, y condujo directamente aquí sin dormir. Eso me asusta.
¿Y si hubiera tenido un accidente? — No voy a dejar que conduzcas de vuelta por ti
mismo. Ya te dije que necesitas dormir, Tam.
—Mm. —Echa la cabeza hacia atrás, sentándose para poder mirarme. Sigo
abrazada a él, a horcajadas sobre su erección, con la parte inferior del cuerpo
desnuda y el pecho al aire. Tam se fija en él y vuelve a lamerse los labios. Siento que
se mueve debajo de mí y yo hago lo mismo.
Creo que estamos a punto de tener sexo, tal vez, pero ambos deberíamos
aclarar nuestras intenciones primero.
—Te llevaré de vuelta —susurro cuando parece que se ha quedado sin
palabras. Cuando lo miro esta vez, me devuelve la mirada. No veo que intente
esconderse, desviarse, apartarme. Lo pongo a prueba tomándole la cara entre las
manos y deslizando los dedos por su cabello.
Sus párpados caen y respira hondo, como si estuviera liberando tensión.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto mientras sus manos bajan hasta la parte baja
de mi espalda y luego por mi trasero. Hago un sonido que lo hace sonreír de esa
manera suya, la sonrisa que aparece en todos los vídeos musicales, en su cara en
todos los conciertos. Parece que me desea, pero no sé si lo hace de verdad o si solo
es... Tam. Esto es lo que hace Tam.
—Persiguiéndote —responde, y me sobresalto un poco.
En el buen sentido.
La mano izquierda de Tam vuelve a subir, desliza la camisa desabrochada por
mi hombro y me toca el pecho. Me derrito sobre él, inclinándome hacia sus caricias.
—Necesito un sujetador deportivo, Tam —susurra, y yo me agarro a su cabeza
como si fuera a caerme para siempre si no lo hago. Así es como me siento ahora
mismo, como si me estuviera cayendo de un edificio sin nada más que cemento
debajo de mí. Tengo el estómago en la garganta—. Dilo por mí.
¿Es por eso por lo que estaba actuando tan extraño en el gimnasio? ¿Esa frase
hizo algo por él que yo no esperaba?
—Yo... necesito un sujetador deportivo, Tam —le digo, y él gime, llevándome
con él al suelo de modo que queda tumbado entre mis piernas, apoyado sobre mí
sobre los codos.
—¿Irás a Atlanta conmigo? —me pregunta, y asiento con la cabeza. No le digo
que pienso volver en autobús. Al menos por ahora. Tengo que estar aquí el martes;
es mi cumpleaños—. De acuerdo, entonces.
Las caderas de Tam se acunan en las mías, y ambos nos damos cuenta. No haría
falta mucho para... pero no lo hacemos. Se separa de mí con un gemido, y luego otro
mientras se pone en pie con los pantalones dolorosamente abultados. Me doy la
vuelta para recoger los pantalones cortos, me los pongo por encima de las zapatillas
y me los subo por las piernas. Levanto las caderas para colocármelos en su sitio, y
Tam me observa pasándose una mano temblorosa por el cabello.
Me ajusto el sujetador, me abrocho el top y acepto la mano que Tam me ofrece
para ponerme de pie.
La magia se desvanece un poco, y entonces ambos estamos allí de pie,
torpemente, con tres bobas derritiéndose y una casa que no estará vacía por mucho
tiempo.
—No había sabor a sandía en el sitio al que fui... —Tam se interrumpe y desvía
la mirada hacia las bebidas. Asiento en señal de comprensión, recojo dos pajitas y las
clavo en las bebidas. Le paso una a Tam y me guardo la otra—. Todo esto es para ti —
me recuerda, pero niego con la cabeza y le hago un gesto para que dé un sorbo a su
propia bebida.
Permanece en silencio durante varios minutos.
—¿Por qué estás aquí? —Le vuelvo a preguntar, y él asiente, como si esperara
que no fuera a ser tan fácil—. Ni siquiera es un día libre para ti. He visto en tu página
web que tienes programadas más escenas esta tarde.
—Lamentablemente, por eso tengo que irme.... —Comprueba su teléfono y
suspira, pero entonces levanta la vista hacia mí y parte de la fatiga de su rostro parece
desvanecerse—. En veinte minutos o menos. Solo quería tener la oportunidad de
hablar contigo.
Se pone a mi lado, de cara a la mesa, y yo de espaldas a ella, cadera con cadera.
Tam recoge mi teléfono, me lo tiende para que lo desbloquee y desbloquea su propio
número. Toma su propio teléfono y me envía un montón de capturas de pantalla y un
par de fotos de las últimas dos semanas. Todo su historial de chat conmigo del que no
sé nada.
—Léelos cuando tengas tiempo. Dime lo que quieras. Me lo merezco. —Se
aparta de la mesa para volver a ponerse delante de mí, vestido con una camiseta
blanca holgada y unos jeans. Lleva zapatillas de deporte azul claro con un toque de
calcetín rojo brillante visible en el tobillo. Tam se alborota el cabello con los dedos y
lanza una mirada en mi dirección—. Sobre todo, siento lo que pasó entre nosotros. No
quería que te sintieras utilizada. No te estaba utilizando, aunque lo pareciera.
—Dejaste que tu guardaespaldas golpeara a mi hermano... —Empiezo, pero
Tam ya está negando con la cabeza.
—Fue un error. No volverá a ocurrir. Yo... Voy a hablar con Joules. A solas. En
persona. —Tam toma otro trago de su boba -creo que es un té de frutas de melocotón
con boba pop- y abre la boca como si hubiera un millón de cosas más que quisiera
decirme—. ¿Puedo ver tu habitación mientras estoy aquí? —me pregunta, y me
sobresalto un poco con la pregunta.
¿Mi habitación?
—Vives aquí, ¿verdad? —me pregunta, y asiento con la cabeza. Sigue siendo
surrealista verlo de pie en el mismo salón donde anuncié a mi familia que era mi
Match y que iba a morir. Aquí mismo. Aquí es donde estaba mi madre cuando casi se
desmaya. El televisor detrás de Tam es el que tomé para poner sus vídeos musicales
para la familia.
Asiento con la cabeza y me giro hacia el vestíbulo.
—Por aquí.
Me tiemblan las piernas mientras subo los escalones hasta el segundo piso y
luego otro tramo hasta el tercero. Me sorprende poder caminar después de lo que
acaba de ocurrir. Me doy cuenta de que Tam se mueve detrás de mí como nunca me
había dado cuenta de nadie en toda mi vida.
Mi cuerpo responde a cada pequeño sonido que hace, y mi corazón late con
fuerza cuando pisa el suelo chirriante de la puerta de mi habitación.
—Aquí estamos. —Abro la puerta y descubro un dormitorio abuhardillado un
poco caluroso, pero que me encanta porque puedo abrir todas las ventanas y sentir
la brisa por la noche. La mitad de las luces de Navidad del techo se han apagado, pero
las que están entretejidas en el piecero de mi cama siguen brillando. Sobre mi cama
tengo esa manta que mi bisabuela nunca terminó, pero que mi abuela sí hizo. Hay un
altar dedicado a Joe en una estantería que cuelga de unas cadenas junto a las vigas,
un sofá abollado que perteneció a mis padres y un escritorio al que le han cortado las
patas para que pueda apoyarse en el suelo contra la pared inclinada del tejado.
Me hago a un lado para que Tam pueda observar mi hábitat natural.
Entra lentamente, con los ojos absortos. Sí. Inteligente y astuto y jodidamente
listo. Se hace el tonto, pero solo porque cree que eso es lo que la gente quiere de él.
Quiero saber lo que realmente está pensando.
Tam se detiene junto a la pizarra colgada en la pared. Debido a la forma del
techo, tiene que inclinarse para leer lo que hay escrito en ella. Algo así como Tam
Eyre es un imbécil gruñón. Creo que lo ha escrito Lynn. Tam se levanta y me mira por
encima del hombro, y me encojo de hombros.
—No tengo intimidad —vuelvo a admitir, y asiente, luego se acerca a mi cama
y se sienta en su superficie.
Tam Eyre.
En mi habitación.
En mi cama.
Tam Eyre, que tiene más de ciento setenta millones de seguidores en TikTok.
Lo siguen tantas personas como en todo Canadá, Corea del Sur y Australia juntos. Más
que eso. Y ahí está, sentado en mi cama con un té boba en la mano.
Cuando me acerco a él, lo deja en mi mesilla, recoge mi té y hace lo mismo.
Cuando me sujeta la mano, se la doy y me siento a su lado.
Nuestros muslos se tocan.
Exhalo.
—¿Qué significa esto? —le pregunto sin mirar hacia él. Permanezco de frente,
mirando las vigas vistas de la pared—. Que vengas aquí. Entiendo que lo sientas, pero
necesito saber si hay algo más. Quiero llevarte de vuelta a Atlanta porque estoy
realmente preocupado por ti, pero si eso es todo lo que necesitas de mí, tampoco
pasa nada.
Tam se vuelve para mirarme, aunque yo no le devuelvo la mirada.
—Quiero que te reúnas conmigo en San Francisco para el concierto. Quiero
que me acompañes en el jet a Los Ángeles y que también vayas al concierto. Si
quieres, incluso me gustaría que vinieras a visitar mi casa.
No puedo respirar.
—¿Qué pasó con si me quieres, puedes tenerme? —Pregunto suavemente.
—Quise decir lo que dije, pero no lo dije de la forma correcta ni en el momento
adecuado. —Alarga la mano y me sujeta la muñeca izquierda, tirando de ella sobre
mi regazo y en su dirección. Su pulgar acaricia la marca de la maldición, que arde
extrañamente en mi piel, con un borde dorado que brilla en su mancha roja. Tam se
da cuenta y parpadea sorprendido. Sí, sigue sin creerme, pero no importa—. Ahora
mismo me cuesta no tocarte —admite, y me estremezco violentamente. Me aprieta la
muñeca, pero luego me suelta bruscamente y se levanta.
Es tan alto que tiene que agacharse para salir del rincón donde está mi cama.
Tam se detiene junto a mi escritorio, entrecierra los ojos y se agacha para
recoger algunas de las tarjetas de Tam Eyre de la pequeña papelera metálica que hay
junto a él. Son las únicas cosas que hay en él, abandonadas allí todo este tiempo.
Toma una y sonríe al ver la letra desordenada, la forma en que taché lo que
escribí tres veces y finalmente me di por vencida. Solo hay unas pocas tarjetas, las
que estropeé. El resto, Joules las tiró a los pocos días de nuestro primer viaje por
carretera.
—¿Quieres ver los archivos? —suelto, porque eso siempre ayuda. Tam vacila,
pero luego mira por encima del hombro y me hace un gesto con la cabeza.
Es incómodo como el infierno entre nosotros, sobre todo porque ni siquiera se
ha lavado la mano...
—¿Quieres lavarte las manos primero? —le pregunto, sorprendiéndolo. Me
doy cuenta de que no toca nada con la mano derecha, solo con la izquierda. Su mano
derecha ha estado casi siempre metida en el bolsillo.
—¿Claro? —Suena como una pregunta. Lo agarro de la muñeca y lo arrastro
hasta un cuarto de baño de la segunda planta. Me da un poco de vergüenza, ya que
mi madre lo decoró con un tema parisino. Es muy... poco original o emocionante. Tam
no parece darse cuenta, más concentrado en el agua mientras le meto las manos
debajo y le coloco en las palmas una pastilla de jabón con la forma de la Torre Eiffel.
Se lava las manos mientras yo espero a su lado, con el trasero apoyado en el
borde del mostrador.
—Esperaba no lavarme la mano —murmura justo antes de cerrar el grifo, pero
hago como que no lo oigo.
A continuación nos dirigimos a la sala de archivos, con su estúpido cartel de
Prohibido comer y beber el que tiene el clipart malo que hizo mi madre. Abro la puerta
y sale el olor a papel y tinta, la chimenea eléctrica apagada y un
deshumidificador/acondicionador de aire portátil situado en el centro de la
habitación. Ha dejado de funcionar, así que quizá tenga que vaciar la bandeja de agua
de la parte inferior.
Tam pasa los dedos, ahora secos, por los bordes de los libros y luego desliza
uno al azar.
Sus labios se entreabren mientras sus ojos examinan las palabras. Avanzo
sigilosamente para ver qué tiene. Ah. Esta es de una de las hijas de Samuel Frost (el
Samuel Frost, creador de la maldición).
Tam. Alto, guapo, talentoso, nervioso, gruñón Tam. Aquí mismo. En mi casa.
Se aclara la garganta y lee una de las páginas en voz alta.
—Al principio no había creído las divagaciones de mi padre. Quién creería
semejante disparate, incluso de una figura tan recta y formidable como él. Pero entonces
la maldición vino a visitar a mi hermana mayor, y las marcas de nacimiento de nuestras
muñecas -extrañas, sin duda, pero no inexplicables para la ciencia moderna- dejaron
de ser congruentes. Las suyas ardían con el fuego y la mancha de tinta no deseada. Al
cabo de un año, había muerto, y el hombre al que había reclamado como cura de su
repentina dolencia también estaba muerto.
«Me tomo la molestia de escuchar los consejos de mi padre y escribirlo todo.
Tam hace una pausa y sé que está escudriñando las reglas de la maldición, las
que yo reescribí en mi propio diario de la familia Frost. Con cada generación, es
importante actualizar el lenguaje para que los encuentros fortuitos puedan
interpretarse como encuentros al azar. O que un conocido anterior no se elimine del
grupo de posibles pretendientes adyacentes a la maldición, sino que se incluya entre
ellos y se revele en el momento más inoportuno, como a través de una correspondencia
recién recibida. Lo he cambiado por: Puedes ser emparejado con alguien que hayas
conocido antes, aunque lo hayas visto muchas veces.
¿Ves cómo es mucho más sencillo?
Tam cierra el diario, lo vuelve a colocar en su sitio en la estantería y toma otro.
Me quedo de pie en la puerta, mirando las motas de polvo que flotan en la luz
alrededor de su cara como hadas perdidas. Mi respiración es entrecortada y extraña,
y no sé qué hacer con las manos. Me froto las palmas en los pantaloncillos, pero...
están mojados. Están mojados, y camino con una gran mancha de humedad en la
entrepierna.
—¡Ya vuelvo! —Me doy la vuelta y huyo de la habitación, subiendo a golpes las
escaleras.
Empujo mis pantaloncillos y bragas al suelo sin cerrar la puerta de mi
habitación porque... ¿por qué iba a seguirme Tam?
Y entonces me doy la vuelta, y él está ahí de pie, sosteniendo en sus manos uno
de los diarios de mi pariente. Tiene la boca entreabierta, y sus ojos... no son los ojos
de una estrella del pop. No son los ojos de un amigo. Son los ojos de un hombre, y los
siento como un rayo de sol caliente en todas mis partes desnudas.
—¡Cierra la puerta! —Le grito, y entra antes de cerrarla—. Tam, así no. —Tomo
una manta del extremo de la cama y me la envuelvo alrededor de las caderas. Parece
tan confuso, con el diario entre las palmas de las manos y la boca desencajada.
Y sus ojos...
«Date la vuelta, por favor, para que pueda cambiarme —le digo, y asiente antes
de hacer lo que le he pedido. Pero no abre el diario. Permanece de pie, con los
hombros tensos y un aura de deseo que impregna mi habitación como la niebla. No
puedo verme la mano delante de la cara porque el deseo ha oscurecido toda mi
realidad.
Me pongo ropa interior limpia y un pantalón de chándal que no es en absoluto
sexy ni atractivo.
—Okey, todo bien —le digo, y se da la vuelta. Sus ojos no han cambiado. La
forma en que me mira no ha cambiado.
—¿Toda tu familia lleva diarios? —pregunta con la voz entrecortada. Asiento
con la cabeza y me acomodo el cabello detrás de las orejas.
—Sí, si te emparejan, debes grabar todo tu viaje para que otros puedan
aprender de él.
Su sonrisa se tensa, y mi corazón se va con ella, subiendo a mi cabeza como un
globo de helio. Ya no tengo cerebro. Tomo todas mis decisiones con un brillante
globo rojo de mylar con forma de corazón. La cuerda se me enreda en la garganta y
no puedo pronunciar palabra.
—Entonces, ¿eso significa que has estado escribiendo sobre mí? —pregunta
Tam, abriendo una página cualquiera del diario. Este no es de cuero con páginas
arrugadas y amarillentas, así que debe ser más nuevo—. Solo voy a escribir una
entrada, y luego voy a dejarlo reposar. He vivido una buena vida con un buen hombre,
he criado hijos preciosos, he criado nietos aún más preciosos, he pasado más tiempo
con mis bisnietos del que jamás hubiera imaginado posible. Mi pareja es mi médico, un
hombre treinta años más joven que yo. No voy a malgastar el último año de mi vida
persiguiendo.... —Tam se interrumpe y me mira—. Persiguiendo una imposibilidad.
—Cierra la tapa de golpe y mi corazón late al mismo tiempo.
—Bisabuela Louise —susurro, deseando que estuviera aquí ahora mismo para
ayudarme con esto. No importaba lo mayor que se hiciera, nunca perdía de vista lo
que significaba tener cierta edad. Mi madre se olvidaba por completo de lo que era
tener diecisiete años y se enfrentaba a mis problemas como una madre. Louise -la
llamábamos GG- siempre sabía qué decir para que los niños nos sintiéramos mejor.
—¿Por qué elegiste perseguirme a mí en lugar de... una lista de cosas que
hacer? —pregunta Tam, dudando un poco en mitad de la frase. La forma en que
pronuncia la palabra perseguir me recuerda a sus palabras de abajo, cuando le
pregunté qué estaba haciendo y me dijo que me estaba persiguiendo.
Él. Persiguiéndome. No al revés.
—Lo consideré —admito, encogiéndome de hombros. Entonces sé que, pase
lo que pase con la maldición, he tomado la decisión correcta. Ser sincera con Tam
desde el principio era la única forma de que esto funcionara. No quiero pasarme el
resto de mi vida mintiéndole a mi compañero, como hacen mis otros parientes—. Pero
al final, me sentí como si me rindiera, y simplemente no pude hacerlo.
Me acerco al sofá, donde está mi bolso, y saco mi diario. Me acerco a Tam y se
lo tiendo, con las manos temblorosas. Se acerca y me rodea la muñeca izquierda con
los dedos, girándola para que pueda ver la marca de la maldición con sus propios
ojos.
—Lee esto —le digo, ahogándome un poco con las palabras, con el áspero roce
de los dedos sobre un pulso tierno—. No hay mucho porque soy muy mala para
acordarme de hacerlo, pero este no es solo mi viaje, es nuestro viaje. Tam, si no
rompemos la maldición juntos, ambos moriremos.
Me mira y me pregunto si no estará empezando a creer que digo la verdad. Es
demasiado esperar, así que no le insisto.
—Vamos a vivir más allá de agosto —me dice, y su voz es lo bastante fuerte y
firme como para que casi me lo crea—. No sé si la maldición es real, pero voy a
trabajar contigo para romperla de todos modos.
Me arrastra el pulgar por la vena hasta la palma de la mano, frotando un
pequeño círculo antes de soltarme. Cuando intenta quitarme el diario, doy una
palmada en la parte superior para cerrarlo.
—Puedes leerlo más tarde, cuando yo no esté.
Tam levanta la mirada hacia mi cara, y su sonrisa es afilada y privada.
—¿Qué has escrito aquí? —susurra, como si pensara que va a ser de contenido
sexual o algo así.
—Ya lo verás. —Le quito el otro diario y vuelvo a bajar las escaleras, lo vuelvo
a poner donde va y me pregunto si debería llevar a Tam afuera para que se reúna con
Joe. Pero no puedo. Aún no estoy preparada para eso—. Tenemos que sacarte de aquí
antes de que aparezca Joules.
Me giro y veo a Tam esperando en la puerta de los archivos, estudiándome.
—Dame las llaves y vámonos. —Me acerco a él, le tiendo la mano, me da las
llaves sin rechistar. Pero no se mueve. Se queda ahí, mirándome. Me muevo un poco,
esperando a que se mueva o diga algo.
Esperando.
Sube la mano y me roza la mejilla con los dedos hasta llegar a mi cabello. Me
lo recoge como hizo cuando estaba de rodillas delante de él y luego lo suelta, con los
mechones besándome el cuello. Me estremezco cuando deja caer la mano a su lado.
Y aun así... está aquí, y es encantador, pero fue un jodido imbécil conmigo. Un
imbécil horrible y desconsiderado.
—Si no fuera por la maldición, te habría hecho esperar otra semana. Tal vez
tres. No, un mes entero.
—Y habría esperado —dice simplemente Tam, y sinceramente me siento como
si me estuvieran dando un puñetazo. Qué le ha pasado en las dos últimas semanas?
—¿Estás poseído? —pregunto, y se ríe de mí, dejando caer la cabeza hacia
atrás. Tiene la decencia de sonrojarse y se aleja de mí, serpenteando por el pasillo
con las manos en los bolsillos.
—¿Demasiado? —pregunta, lanzando una mirada por encima del hombro que
creo que pocos en este mundo serían capaces de resistir. Me pongo a su lado y sus
ojos siguen cada uno de mis pasos. Me mira a la cara—. Porque puedo bajar el tono.
—Su sonrisa cambia un poco y vuelvo a estremecerme. Sabe que me gusta. Pero yo
también debería ser sincera.
—Me pregunto si me encandilas como encandilas a todos los demás.
—Te digo que esto es solo para ti —dice Tam, y luego se da la vuelta, abre la
puerta principal. Sale antes de que pueda detenerlo, pero me rodeo con los brazos y
le doy un breve apretón antes de perseguirlo.
No importa lo que diga o lo guapo que sea, tengo una marca mágica literal en
la muñeca que me dice todo lo que necesito saber sobre él.
Salgo sin prestar atención en absoluto, atrapada en los recuerdos de mi boca
sobre Tam o de su boca sobre mí. Y sin embargo, nunca nos hemos besado. Me
detengo de repente al borde del camino de entrada y levanto la cabeza, con los ojos
desorbitados.
—Perdona, ¿qué es esto? —susurro, boquiabierta ante el precioso coche rojo
de la entrada. ¿Un Pontiac? Un Pontiac Firebird—. ¿De los setenta? —pregunto,
señalándolo antes de que Tam pueda siquiera responder a mi pregunta anterior—.
¿Setenta... tres?
—Setenta y dos —responde Tam con recelo, apartándose de mí. Me mira de
arriba abajo antes de hacer esa pequeña arruga de confusión entre sus cejas—. Y aquí
estaba yo, a punto de preguntarte si sabías conducir con palanca.
—No pensaste que podía conducir un... guau. Dios mío, eres un chico de
ciudad. —Me río cuando se vuelve hacia mí con el borde de una burla salvaje trazando
sus labios.
—¿No crees que esto es una ciudad? —Señala el avión que pasa por encima, el
que hace demasiado ruido porque estamos cerca del aeropuerto. No tan cerca, pero
sí lo bastante cerca... Mis pensamientos giran en espiral por culpa de Tam. Hace
media hora, estaba en el sofá preguntándome si debería reservar una clase de
paracaidismo. Ya sabes, por todo eso de estar a punto de morir—. ¿Quién está
delirando ahora?
—¿Puedo tocarte sin pedir permiso cada vez? —le pregunto de repente, y
parpadea sorprendido, mirando al otro lado de la calle, donde están mis vecinos. Las
cuatro hijas de la familia Lane miran fijamente a Tam. La mayor me mira, pero yo niego
con la cabeza.
No, no pueden venir a verlo. Váyanse. La mayor, que se llama Deanna, me da la
espalda. Tam vuelve a mirarme, con un atisbo de terquedad brillando en sus ojos.
Está luchando contra algo, tal vez una reserva sobre mí.
—Sí.
Solo esa palabra.
—Bien. —Levanto la mano y le aliso el pliegue del entrecejo con el pulgar,
suspirando aliviada. Tam se me queda mirando—. Eso me ha estado volviendo loca
durante un tiempo.
—Lo mismo. —Tam extiende el pulgar y luego hace una pausa—. ¿Puedo
tocarte también sin permiso? —Le hago un gesto con la cabeza, y entonces frota con
el pulgar el hoyuelo que sé que tengo en la mejilla derecha. Solo en un lado—. Eso
también me estaba volviendo loco.
Se da la vuelta y me abre la puerta del conductor.
—Súbete. No quedaban coches de alquiler en Atlanta, así que compré este. —
Tam se encoge de hombros y cierra la puerta detrás de mí antes de que me dé cuenta
de lo que acaba de decir. Cuando se sube al asiento del copiloto, me giro para mirarlo
y me invade una oleada de alegría. Desde la cabeza hasta los dedos de los pies dentro
de mis zapatillas, este podría ser el momento más emocionante de toda mi vida.
Puede que viva.
Puede que sobreviva a esto.
Puede que le guste a Tam.
Estoy a punto de conducir un coche increíble antiguo con una estrella del pop
en el asiento del copiloto.
—Me gusta mucho Break Up With Me —le digo, y él desvía su atención hacia
mí. No tenía ni idea de lo que iba a ser estar en el punto de mira de Tam Eyre, pero
nunca imaginé algo así—. Tu canción, obviamente.
—¿Si te atreves? —pregunta, levantando una ceja, y me estremezco. Si te
atreves, es la segunda línea de la canción que acabo de mencionar. Así que dice algo
así: rompe conmigo, si te atreves. Pero sé que no lo harás, y no puedes resistirte. ¿Por
qué mentirme?
Carajo.
—Esto es sinceramente genial. Quería negarlo, pero lo es. Me estoy excitando
con lo de Tam Eyre.
—Bueno —dice, mirando por el parabrisas hacia el camino de entrada—. Antes
me dijiste que yo era Tam Eyre. Thomas es Tam, y viceversa. Así que me parece bien.
—Su boca se mueve de forma bonita y exhalo, arrancando el coche antes de que
pueda hacerme olvidar lo que estoy haciendo aquí.
No vamos a hacer un viaje por carretera juntos; voy a llevarlo al lugar de rodaje
de una puta serie de televisión. Una serie original de Netflix que ya ha batido récords
de visiones.
—Espera. ¿Y tú bolsa? —me pregunta Tam, porque aún no le he dicho que no
voy a ir. Temía que me lo impidiera, pero ya estamos en el coche, así que no debería
pasar nada.
—No puedo quedarme contigo. Voy a dejarte y vuelvo enseguida. No puedo
perderme mi cumpleaños aquí. —Podría ser mi último cumpleaños. Además, quiero
pasarlo lo más cerca posible de Joe. Me echo el cabello hacia atrás, con los nervios a
flor de piel.
Los ojos de Tam están en mi cuello. Los ojos de Tam están más abajo, en el
borde superior de mi camiseta. Están en mis ojos y no puedo respirar. Pongo la
marcha atrás y deslizo el hermoso coche fuera de la calzada.
—No pasa nada. El encargado de la tienda me dijo que habías pedido más
turnos, así que sabía que, pasara lo que pasara, te vería entonces. —Una pausa—. ¿Y
si en vez de eso te añado a mi equipo?
—¿Tu equipo? —Pregunto distraídamente, pero sé a lo que se refiere y mis
nervios se disparan por la expectación—. ¿Puedes conseguir direcciones a donde sea
que vamos? O a Atlanta en general. No sé qué autopista tomar.
Tam saca su teléfono, haciendo lo que le pedí con el pulgar, pero continuando
la conversación anterior.
—Mi equipo. Trabaja para mí. Sé una de mis ayudantes. Tuve ocho en un
momento dado. Solo quedan tres, así que nadie lo cuestionaría.
Huh. Así que... no ha mencionado a Kaycee. Se me revuelve el estómago. No.
No ha. Mencionado. A. Kaycee. ¿La engañó? Ay, Dios mío. Definitivamente la engañó
cuando me dejó… Cuando yo… Mierda. Quiero preguntar, pero no puedo tener esa
pregunta rondándonos en el auto por diez horas. Le enviaré un mensaje mañana.
—Jacob podría —ofrezco mientras Tam engancha su teléfono al clip del
salpicadero vintage. De acuerdo. Solo nueve horas y cincuenta y siete minutos hasta
nuestro destino. Puedo hacerlo. Puedo estar atrapada en un coche pequeño con este
tipo, y todo será relajado y fácil.
Relajado y fácil.
Respira.
—Jacob ya no me habla a título no profesional —afirma Tam, encorvándose
contra la puerta de una forma que me parece inherente y bien entrenada. Ni siquiera
sabe que está posando, pero lo hace de todos modos. Porque siempre lo están
grabando. En los restaurantes. En la calle. En el aeropuerto. Cada momento es una
actuación—. Solo me llama Sr. Eyre y dice las cosas como un duque del siglo XVI. ¿Su
señoría prefiere que le traiga el carruaje, Sr. Eyre? Cosas así.
Me río demasiado, me tapo la boca con la mano. Ahora puedo oírlo. Creo que
Jacob y yo nos llevaríamos bien si dejara de mirarme como una diablesa que viene
por el maldito corazón de su amo.
Solo que... lo hice. Vine buscando su corazón, y estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa para acceder a él. Tal vez no las mismas motivaciones que una típica
fanática, pero la misma intención, no obstante. Vuelvo a dejar caer la mano sobre el
volante.
Tam alarga la mano para ajustar el aire acondicionado, y entonces le revuelve
el bonito cabello alrededor de la cara. Desvía su mirada hacia la mía y yo vuelvo a
mirar a la carretera.
—Te voy a llevar a In-N-Out. Supongo que no has comido desde antes de llegar
a Atlanta ayer. —Ni siquiera sé por qué pregunto. Ambos sabemos que no lo ha hecho.
—Voy por un batido —murmura Tam, dejando caer la cabeza hacia atrás, con
una sonrisa en la cara—. No se lo digas a Jacob, ¿okey?
Y luego se duerme.
Está dormido.
Estoy aliviada y decepcionada al mismo tiempo, pero Dios. Parece tan agotado
que estoy preocupada por él. Se esfuerza demasiado, y yo soy un extra difícil de
añadir a su vida. En lugar de hacer ejercicio y dormir, vino a verme cuando terminó
de trabajar.
Lo dejo dormir y pido por él en el autoservicio. Solo lo despierto para que coma
y, cuando vuelve a dormirse, lo dejo en paz.
También apago la música y me limito a escuchar el sonido de las ruedas sobre
el asfalto, el movimiento de los jeans de Tam contra el asiento de cuero, la suave
exhalación de un suspiro cansado.
Debería mandar un mensaje a Joules, me doy cuenta poco después, pero no
quiero parar todavía. Lo haré más tarde.

Llego tres horas antes de necesitar el área de descanso, estaciono delante y


hago todo lo posible por no despertar a Tam. No lo consigo. Tam se despierta en
cuanto el coche se detiene, estira los brazos y los golpea contra el techo bajo. Bosteza
y cruza los brazos detrás de la cabeza, con el cabello rubio fresa ondulado alrededor
de la cara.
Tiembla.
—Solo necesito ir al baño. Vuelvo enseguida.
—Iré contigo —dice Tam, bajando conmigo. Me acompaña por el pasillo y
luego espera en el lugar donde el camino hacia el baño de mujeres se divide del
camino hacia el de hombres—. Te espero aquí después —me dice, y se marcha sin
disfraz alguno.
Supongo que sabe lo que hace.
Cuando salgo del baño, veo que Tam ya está esperando, y rodeado de gente.
Está firmando cosas con un Sharpie y dejando que los fans le hagan fotos.
Frunzo el ceño.
Marcho hasta el grupo y me abro paso entre ellos hasta ponerme delante de
Tam.
—Lo siento, pero ¿podrían dejarlo en paz? —Ni siquiera estoy siendo mala.
Simplemente no creo que sea justo para él estar rodeado y atrapado así. Debería
poder moverse por el mundo como una persona normal.
En unos minutos, volvemos a estar solos. Tam parece aturdido por la reacción
de la multitud o…. por mí. ¿Me extralimite?
—Buen trabajo. Mejor que Jacob incluso —dice Tam con una ceja levantada,
recogiendo las llaves del bolsillo de mi sudadera—. Yo conduciré un rato.
—Tienes que dormir —le advierto, pero ya se está alejando de mí,
balanceándolas en su dedo.
—Si conduzco, no me dormiré, y podremos hablar. Solo una o dos horas,
¿okey? —Me pregunta esto antes de subir, los dos preparados junto a las puertas a
ambos lados.
Asiento con la cabeza y Tam se hace cargo un rato.
—Mierda, me olvidé de mensaje Joules. Un segundo. —Vuelvo a poner mi
bebida en el portavasos y llamo a mi hermano. No quiero mirar los veinte mensajes
que ya me ha enviado.
—¿Qué mierda, Lake? —respira Joules, claramente furioso conmigo. No suele
pedirme detalles sobre lo que estoy haciendo cuando se registra, solo quiere que le
haga saber que estoy a salvo. Es una pregunta fácil y sencilla. Lo entiendo. Cuando
desaparece durante horas y no me dice adónde va ni qué hace, yo también me pongo
nerviosa.
—Estoy con Tam —suelto, porque si está relacionado con una maldición, mi
familia no me criticará tanto por desaparecer. Dejo el coche en la entrada e ignoro el
teléfono—. Pasó por aquí de camino a un trabajo y acabé conduciendo con él.
Silencio.
Silencio sepulcral.
Miro y veo que Tam tiene un codo apoyado en la puerta y la cabeza en la mano.
Me mira brevemente antes de volver la vista a la carretera.
—Tam. —Es Joules al otro lado de la línea. Lo puse en el altavoz—. Estás con
Tam.
—¿Por qué estás repitiendo lo que he dicho? Sí, estoy con Tam. Estoy a salvo.
Siento no haber...
—Dile que si quiere verte, tiene que venir a verme a mí primero.
Resoplo ante eso. Es demasiado estúpido para mí, así que hago como si no lo
hubiera dicho.
—Joules, pasado mañana cumplo veintitrés años. Soy mayor de edad. Déjanos
en paz.
—Esto ya no se trata de ti, Lake. Se quedó como un niño tembloroso detrás de
su guardaespaldas cuando supo que te había maltratado. Debería hacer esto bien.
—Eres un idiota. —Le cuelgo a Joules y pongo el teléfono en silencio,
guardándomelo en el bolsillo.
—Si quiero caerle bien, ¿voy a tener que dejar que me pegue en la cara? —
Tam pregunta distraídamente, y le dirijo una mirada cortante.
—¿A quién le importa si le gustas? Ya se le pasará. Además, sé que intentaba
salvarme la vida, pero fue por tu novia con todo su encanto. Yo no lo veo, pero las
chicas que no son parientes suyas dicen que es difícil resistirse a él. Sabía lo que
pasaría si perseguía a Kaycee.
Tu novia. Corrígeme, Tam. Quiero que me corrija, que diga que rompió con
ella.
—Si sirve de algo, dejaré que me pegue —dice Tam, y pongo los ojos en
blanco.
—Podrían acabar gustándose si los dos se relajaran. —Suspiro y cierro los ojos,
intentando no pensar en Tam frotándome el hoyuelo con el pulgar—. Eso también me
estaba volviendo loca.
—¿Qué vas a hacer después de dejarme? —Tam pregunta, y me hago a la idea
de que es una pregunta importante para él—. ¿Volver? ¿Quieres que te compre un
boleto de avión?
—Volveré por mi cuenta, no te preocupes —le digo. Olvidé la cartera en casa,
así que no puedo volver volando. No tengo Identificación. Lo que puedo hacer es
comprar un boleto de autobús en mi teléfono y escanearlo en la estación. Así que...
eso es lo que haré. Tengo la sensación de que si Tam sabe que voy en autobús,
intentará detenerme.
Tengo que estar en casa para mi cumpleaños.
Además, quiero un minuto para pensar. No puedo pensar con él mirándome
así. Una semana de diferencia entre ahora y San Francisco no me matará. Aunque de
alguna manera lo parece. Me pregunto por qué no llevo una maleta conmigo, por qué
no me quedo con él. Si lo hago, ¿podré romper la maldición y un solo cumpleaños
perdido no significará nada a largo plazo? O... Tam y yo podríamos intentarlo juntos
durante los próximos meses y seguir sin enamorarnos.
Ya lo he visto antes.
Joe y Marla. Se estaban enamorando cuando terminó la maldición. Estaban
jodidamente bien, pero no fue suficiente. Me froto la muñeca. No, iré a casa por mi
cumpleaños. Además... parece que Tam está algo caliente por mí... Como, realmente
caliente por mí. Jadeo un poco y puedo sentirlo en cada célula de mi cuerpo. No lo
entiendo porque él es objetivamente mucho más guapo que yo.
Pero... está ahí.
Era tensión sexual lo que sentía.
De todos modos, no lo vi durante dos semanas y pasó de apartar mi mano de
su pierna a ofrecerme sexo oral en mi salón. Esa es una buena mejora. Otra semana
estará bien.
—Sobre lo del trabajo, te pondré en la agenda y recibirás un email de Jacob
diciéndote a dónde ir y cuándo. Normalmente, eso significa reunirte con nosotros en
el aeropuerto y luego quedarte con el equipo hasta el siguiente descanso. —Tam
piensa un momento—. Si te reúnes con nosotros en San Francisco, puedes venir
conmigo en mi coche.
—¿Debería intentar reservar habitaciones en los mismos hoteles en los que se
alojan? —pregunto, pensando si podremos permitírnoslo. Sea como sea, lo haremos.
Tam dijo que los gastos de viaje estaban incluidos, pero no estoy segura de lo que
eso significa.
—Tendrás tu propia habitación cerca de la mía —me dice, y dudo mucho que
eso sea una ventaja para sus otros ayudantes. O... ¿quizá lo sea? No lo sé.
—Cuando estemos en San Francisco, vayamos a Japantown y comamos ramen
—digo, girándome para mirar por la ventana delantera—. Eso es lo que tenía en mi
lista de cosas por hacer cuando lo visitemos.
—Gracias por los zoodles. Lloré cuando me los comí, si te sirve de consuelo. —
Creo que Tam está bromeando, pero... solo a medias. Tal vez no lloró, pero le molestó
que me fuera.
—¿Te los comiste? —pregunto, sintiéndome complacida.
—Lo hice. Hice la salsa Alfredo, también. Y también me quedé con tu
espiralizador. Lo tengo en mi habitación del hotel.
Me río y sacudo la cabeza; la idea de Tam Eyre cargando con un espiralizador
de plástico barato es demasiado divertida.
—Bueno, puedes devolvérmelo si quieres —le digo, y se ríe, bajo y áspero.
¿Ves lo que quiero decir? No podemos decir dos frases sin volver a esto, a la tensión—
. Sobre el sexo...
—No puedes decirme eso en este pequeño espacio —se burla cuando dejo de
hablar bruscamente—. ¿Lo hablamos en San Francisco?
Asiento con la cabeza, acomodándome de nuevo en mi asiento y pulsando las
capturas de pantalla que Tam me envió, una conversación entera que mantuvo
conmigo mientras estaba bloqueado.
—No. —Alarga la mano y la pone sobre la pantalla—. Leeré tu diario más tarde,
y podrás leerlos.
Apago el teléfono y lo dejo en mi regazo.
—Me parece justo.
Silencio agradable pero incómodo.
Durante casi una hora.
Tam exhala y se pasa los dedos por el cabello.
—¿Qué quieres por tu cumpleaños? —me pregunta al final, y le dirijo una
mirada extraña.
—No tienes que regalarme nada por mi cumpleaños —le aseguro. No quiero
que se resienta porque sienta que intento acceder a su dinero. No estoy aquí por eso,
y para mí es importante que lo entienda—. Okey, en realidad, ¿puedes darme una
tarjeta regalo de cincuenta dólares para mi sitio favorito de bobas?
Tam se ríe, saca la cartera del bolsillo y saca una tarjeta regalo de la tienda de
té boba que hay en el campus. Vi que las bebidas que me había traído eran de allí,
pero...
—Iba a dejárselo a tu familia o en el buzón si no estabas, y las bobas ya no
servían para beberlas. Así que... aquí tienes. Aunque son cien billetes.
Abrazo la tarjeta contra mi pecho y suspiro feliz.
—Puedo comprar tanto sol líquido con esto —susurro, y Tam hace este sonido.
Es una risa, pero también una pequeña exhalación.
—Es muy divertido estar contigo —me dice, y casi se me cae la tarjeta regalo—
. Estaré deseando ir a San Francisco todos los días de esta semana.
—Yo también —admito, y la tensión en el coche se suaviza un poco, nos acerca
a donde estábamos en la casa de alquiler. Era genial cuando jugábamos juntos en la
piscina, divertido y servicial en la cocina, un muñeco en la excursión. Ahora veo todo
eso en él, pero no estamos en sus espacios habituales.
Si salgo con Tam Eyre, voy a tener que acostumbrarme a no verlo mucho o....
voy a tener que replanteármelo todo.
Viajes constantes, aglomeraciones, horarios apretados, días largos y noches
cortas.
Lo dejo conducir hasta que bosteza más de lo que habla y entonces paramos,
cambiamos de asiento y se duerme el resto del trayecto hasta el estacionamiento del
hotel de Atlanta.
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
TAM
Quedan 63 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
La alarma de mi teléfono me despierta y vuelvo en mí dentro del Firebird, con
el teléfono en el portavasos y sin rastro alguno de Lakelynn Frost.
Me incorporo rápidamente y recojo el teléfono, apago la alarma y compruebo
los mensajes. Hay un mensaje de texto de mi teléfono a Jacob que dice: estará en el
estacionamiento, última planta, plaza doce, en unos treinta minutos. Y luego una retahíla
de insultos y vitriolo de Jacob que ignoro.
Vuelvo a casa a salvo. Hablaremos pronto. De Lake.
Le respondo primero, adaptándome rápidamente al nuevo escenario. Es lo que
mejor se me da. Puedo dormir en cualquier sitio, durante cualquier cantidad de
tiempo, y despertarme en un instante.
¿Dónde estás? pregunto, pulsando enviar y luego mirando fijamente mi
teléfono en busca de una respuesta. Es rápida, al menos, y me envía una selfie en la
que aparece en un autobús con una anciana a su derecha. Las dos me saludan.
En el autobús. Aunque hice una amiga. Será rápido.
Dejo caer el teléfono sobre mi regazo.
Acabo de conducir diez horas para chupársela a una chica, y luego
básicamente me lancé sobre ella.
Dormir me ha despejado un poco el cerebro. Pero solo un poco.
Con un suspiro, abro la puerta y salgo, solo para toparme con Jacob y Daniel.
—Sr. Eyre —dice Jacob apretando los dientes—. La próxima vez que decida
irse sin avisar a nadie, no se moleste en volver.
Me río, pero a él no parece parecerle una broma.
—Cumplo veintisiete años el mes que viene, Jake. Si quiero desaparecer por
un día, debería poder hacerlo. No he faltado a ninguna cita, ¿verdad? Ya estoy de
vuelta, ¿no? Déjame ducharme rápido e iremos directamente al sitio.
Estamos filmando una escena nocturna en el bosque. Debería ser divertido. Es
juguetón y coqueto, y si necesito inspiración, canalizaré a Lake en mis pensamientos.
Ella no tuvo un orgasmo. Debería haber sido capaz de hacerla venir.
Exhalo y me dirijo al ascensor. Daniel no dice nada, pero cuanto más enfadado
está Jacob, más habla.
—¿Qué te dije de esa chica? ¿Has perdido la cabeza? Si ella se vuelve contra ti
después de lo que pasó, estás en un gran problema.
—Le hice un oral en cuanto llegué a su casa, no te preocupes. Estamos en paz.
—Sonrío mientras entro en el ascensor y Jacob no me sigue. Daniel sí. Extiendo la
mano para detener las puertas—. ¿Qué te pasa? ¿No te gusta venir con nosotros?
—Iré por las putas escaleras —sisea Jacob, y desaparece al doblar la esquina.
—Por una vez, tengo absolutamente una opinión sobre algo —murmura Daniel,
pero no me dice cuál es. Supongo que la aprueba porque tiene una extraña media
sonrisa en su rostro habitualmente estoico. De todos modos, ya me había dicho antes
que le gustaba Lakelynn.
Me apoyo contra la pared, con los brazos cruzados, y me doy cuenta de que fui
persiguiendo a Lake... pero que no la atrapé. Todavía no.
Mientras esa marca siga en su muñeca, nos queda camino por recorrer.

Quedan 62 bobas hasta que mueran los dos...


Estoy tumbado de espaldas en mi habitación de hotel, solo. Tengo una pelota
antiestrés en la que pone I Heart Tam. La lanzo al aire y la atrapo. Llaman a la puerta
y rápidamente se oye el sonido de una tarjeta introducida con éxito.
Es Jacob.
Se acerca para colocarse junto a la cama, con los brazos cruzados.
—El rodaje se cancela para los próximos dos días. Alerta de tormenta.
Dejo de lanzar la pelota. El cumpleaños de Lake es mañana. Debería ir.
—¿Qué hay en el programa entonces? —pregunto, y Jacob suspira.
—Nada más que tormentas, fuertes vientos y lluvias torrenciales. —Sigue
enfadado conmigo, así que no da más detalles—. La directora llamará antes de tiempo
si cambia de opinión y decide una lectura virtual del guión. Pero de momento es una
escena de acción y no cree que sea necesario.
Me meto la bola de estrés en el bolsillo, junto a las llaves del Thunderbird.
Esto se siente como el destino. ¿Un encuentro maldito, tal vez? Puedo conducir
de vuelta a Lake, y ni siquiera estaré rompiendo ninguna promesa previa.
He pasado mucho tiempo pensando en la maldición, y ésta es mi conclusión. O
es real, y los dos vamos a morir en unos meses si no hago todo lo posible por
conocerla. O, es falso, y llego a conocerla y ver si estamos destinados a estar juntos
de todos modos. Nunca he pasado por esto con otra mujer antes, así que esta es una
oportunidad tan buena como cualquier otra para ver si puedo ser novio de alguien.
Le fallé a Kaycee Quinn, pero eso es porque nunca debí aceptar salir con ella
en primer lugar.
Con Lake, más que un deseo, es una necesidad que cala hasta los huesos.
Soy Tam Eyre. Puedo hacer cualquier cosa. Puedo hacer que Lakelynn se enamore
de mí.
—Vuelvo a Arkansas —le digo a Jacob, y gime de agonía.
—Dios mío, ¿qué demonios te ha pasado? ¿No desconfiabas de esta chica hace
unas semanas? Te asustó tanto que me pediste que le reasignara su trabajo en el local.
Evitabas a tus fans porque intentabas mantenerte alejado de ella. ¿Qué es todo esto?
Me siento en la cama, balanceo las piernas y miro el reloj de la mesilla. Son las
tres de la madrugada. Si empiezo a conducir ahora, lo más realista es que pueda
llegar a casa de Lake a las dos, suponiendo que no haga pausas largas.
—Te estoy diciendo que me voy, Jake. No estoy huyendo. Eso es una mejora,
¿no crees? —Me pongo de pie y empiezo a meter cosas sueltas en mi bolso, lo justo
para una sola noche. Me buscaré un hotel para no molestar demasiado a la familia de
Lake.
Tomo el diario que me dio Lake y froto el pulgar sobre la tapa antes de meterlo
en la bolsa.
Jacob se está quejando de mí, pero yo solo le escucho a medias. Me importa lo
que tiene que decir, pero también se me permite tener una vida. Nunca me había
permitido tener una antes, así que mientras no interfiera con mi carrera, quiero una
ahora.
Si nuestro rodaje se cancela por unos días, entonces tengo unos días para mí.
¿Por qué no debería ir a ver a Lake?
En el diario, escribió las reglas de la maldición de su familia. Mi favorita era la
número diez: Si te emparejan con una superestrella internacional como Thomas —
Tam— Eyre, estás jodido. Mis labios se crispan.
Algunas de sus anotaciones eran perturbadoras, especialmente la que escribió
después de dejar la casa de alquiler.
—Mi pareja me hace sentir que no valgo nada. Me gusta, pero también me gusto
yo. No quiero aprender a aceptar el maltrato por culpa de la maldición. ¿Quizá debería
irme a casa?
Exhalo y cierro los ojos, con la mano apoyada en la cremallera de mi bolso.
—Daniel y yo vamos contigo —dice Jacob cuando vuelvo a abrir los ojos. Está
de pie en la puerta entre el dormitorio y la sala de estar/cocina—. No es negociable.
—Está bien. Necesito que alguien me acompañe con el coche de la empresa
para dejar allí el Firebird.
—¿Por qué dejarías el...? —empieza Jacob, y luego deja caer la cabeza sobre
su mano, masajeándose la frente—. No vas a darle a esa chica tu coche. No puedo
creer que hayas comprado la maldita cosa en primer lugar.
Desenvuelvo un chicle con cafeína, me lo meto en la boca y tomo una botella
de agua. Me cuelgo la bolsa al hombro y me calzo los zapatos.
—Vámonos por la mañana —suplica Jacob, cuando se da cuenta de que no voy
a cambiar de opinión al respecto—. ¿No has oído lo que acabo de decir? Tormentas.
Viento. Lluvia. Es peligroso.
—Me voy, Jacob. Ustedes pueden irse por la mañana. —Me pongo una máscara
negra y una gorra de béisbol antes de salir por la puerta en dirección al
estacionamiento.

Quedan 61 bobas hasta que mueran los dos...


Puede que haya tormenta en Georgia, pero hace sol en los Ozarks de Arkansas.
Abro la puerta del coche y veo una mariposa azul sobre unos susanos de ojos negros
en el jardín de un vecino. No hay sitio en el camino de entrada -incluso hay un camión
en el jardín delantero de los Frost-, así que estaciono en la acera, recojo el lazo que
compré de camino hacia aquí y lo pego al capó.
También tengo otra cosa: una pegatina que compré en una tienda de boba en
el camino. Dice: El boba es lo mío. La pego en el parachoques y empiezo a bajar por
la acera, quitándome la gorra y la máscara a medida que avanzo.
Joules me espera cerca de una puerta que debe llevar al patio trasero.
Tiene los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa ladina en la cara que
me pone de los nervios.
Eso es, Tam. Pon tu dinero donde está tu boca.
Salto por encima de un parterre y bailo un vals entre la hierba, paso junto al
camión y me detengo delante del hermano de Lake.
—Creo que no estabas invitado —dice Joules cuando me detengo a medio
metro delante de él. Es tan hermoso y normal aquí en el sol de principios de verano,
el gran árbol por encima de nosotros crujiendo suavemente en el viento, un vecino
lavando su coche en el otro lado de la valla corta que está a mi izquierda—. Si Lake te
quisiera aquí, ¿no crees que te habría dicho algo?
Me preparo para lo que viene.
—Tienes razón —le digo, y me lanza una mirada extraña—. Me lo merezco.
Pégame.
Hay una larga pausa y me doy cuenta de que las estridentes carcajadas que
oigo proceden del patio trasero, justo detrás de la verja de madera que hay detrás de
Joules. Ahora también oigo a Lakelynn.
Soy un puto adulto. Puedo manejar las consecuencias de mis acciones. Pero
realmente no creo que Joules vaya a hacerlo, especialmente después de que Lake le
pidiera que no….
Joules se balancea y me da en la mejilla derecha, lo bastante fuerte como para
romperme el cuello hacia un lado y hacerme tambalear.
Pongo la mano sobre la madera de la valla, jadeando y llevándome la palma a
la cara. Cuando la retiro, veo mucha sangre en mis dedos. Es un trato justo, teniendo
en cuenta lo que Daniel le hizo a Joules, pero... se supone que estoy rodando un
drama. Tengo un concierto la próxima semana con setenta mil ansiosos fans que
asistirán.
Pero... estoy bien. Me levanto y trabajo la mandíbula, lamiéndome la sangre
del borde de la boca. De un golpe, siento el dolor en los labios, la mejilla, la nariz y
el ojo. Ni siquiera sé cómo es posible. Joules sacude el puño con un suspiro y me mira
con los ojos entrecerrados.
—Le dijiste a mi hermana virgen que se pusiera de rodillas y te la chupara
porque estabas de mal humor. —Joules suelta una carcajada hueca y luego me frunce
el ceño—. La dejaste plantada bajo la lluvia durante una hora. Bloqueaste su número
sin motivo alguno. Tienes suerte de que no les cuente a mi padre y a mis tíos los
detalles de lo que hiciste, o no llegarías a ver el final de la maldición.
—Es la primera vez en toda mi vida que me meto en una pelea con otro hombre
—admito en voz alta, ignorando la mayor parte de lo que acaba de decir Joules. No se
equivoca. Pero también sé cómo hacer un gesto de humillación bastante
espectacular. Vivo y respiro romanticismo. Se supone que soy el novio de todas las
mujeres. Esto es lo que hago, y por primera vez, está saliendo de mí por accidente.
—Tomaste uno en la barbilla. Bien por ti. Ya eres mayor. —Joules resopla y se
gira para abrir la puerta. Entra y se lleva las manos a la boca para llamar a su familia—
. ¡Vamos a necesitar bolsas de hielo de la nevera!
Lo sigo y, al dar la vuelta a la casa, veo a unas dos docenas de personas
reunidas en el patio. Están esparcidas alrededor de unas mesas de picnic colocadas
en círculo alrededor de un árbol de flores rosas marchitas y hojas en forma de
corazón. Lake está sentada frente a ese árbol con un montón de regalos en la tierra
junto al tronco, quemando una varita de incienso y comiendo una hamburguesa.
Se vuelve para mirar distraídamente por encima del hombro y entonces me ve.
—¡¿Qué mierda?! —Deja caer la hamburguesa en el plato, se levanta y recoge
un paquete de toallitas húmedas de camino hacia mí. Me chorrea sangre por la
barbilla y por la camiseta color melocotón que llevo puesta.
Aun así, no puedo evitar sonreírle.
—Feliz cumpleaños —le digo, apreciando que los pantaloncillos que lleva son
los mismos en los que puse mi boca.
—Joules, ¿qué mierda acabas de hacer? —Lake golpea a su hermano en el
hombro lo bastante fuerte como para que gruña, y luego toma las toallitas húmedas y
me limpia con cuidado parte del rojo de la cara—. Es un actor, Joules. Es un famoso.
No puedes golpear a un famoso en la cara.
—Antes de ser todo eso, es un hombre. —Joules se encoge de hombros y
Lakelynn aprieta los dientes—. Pagó por lo que hizo, así que no hace falta que
hablemos más de ello. Haré borrón y cuenta nueva. —Me sonríe y pasa de largo
mientras una mujer con una bolsa de hielo en la mano sale por la puerta trasera de la
casa.
—Dios mío, pobrecito. ¿Qué te ha pasado? —La mujer le quita las toallitas
húmedas a Lake y le entrega la bolsa de hielo y un trapo. Lake lo envuelve con
cuidado en un pequeño paquete frío y lo presiona suavemente contra un lado de mi
cara.
Hago una mueca de dolor, pero no puedo apartar los ojos de los suyos. Parece
preocupada, molesta por mí.
—Tu hijo le dio un puñetazo en la cara a mi Match —acusa Lake, y entonces la
mujer deja de parecer tan preocupada por mí. Sus ojos se entrecierran y me doy
cuenta de que Lake decía la verdad. No tiene privacidad. Todo el mundo aquí sabe lo
que pasó entre nosotros.
Levanto la vista y miro más allá de la cara de Lake, hacia los miembros de su
familia, todos los cuales nos miran fijamente.
Ahora el patio está completamente en silencio.
—¿Qué haces aquí? —Lake susurra, inclinándose hacia mí.
—Hay una tormenta en Atlanta, así que no podemos rodar ninguna de nuestras
escenas en exteriores. El resto del drama se está rodando en Los Ángeles, así que no
hay nada más que hacer. Básicamente, tengo dos días libres por sorpresa.
Lake exhala y, tomándome de la mano, me arrastra junto a los miembros de su
familia, que se quedan boquiabiertos, hasta el interior de la casa. Me sienta en la
misma silla que usé para chuparla y empieza a hacer de enfermera de una forma que
me oprime el pecho.
—Ese estúpido. Luego le daré una paliza por esto —refunfuña, sacando un
botiquín de debajo del fregadero. Lake utiliza bastoncillos con alcohol para
limpiarme el corte del labio y la mejilla. Después me frota con el dedo gel
antibacteriano y se me corta la respiración—. Deja que te traiga analgésicos. Se te va
a hinchar la cara.
Lake desaparece en el baño y toma agua de la cocina antes de ofrecerme el
vaso y las pastillas. Tomo las dos pastillas y me las trago secas. Pero como Lake se ha
tomado la molestia de traer el agua, también me la bebo.
—¿Vas a pasar la noche en la ciudad? —me pregunta, y asiento con la cabeza.
—Voy a quedarme en un hotel con Daniel y Jacob. Deberían estar justo detrás
de mí.
Lake levanta la mano, como si fuera a echarse el cabello hacia atrás o algo así.
Pero tiene los dedos cubiertos de sangre, así que no se lo permito. Le agarro la
muñeca y me llevo las yemas de los dedos a la boca. Las chupo y ella retrocede como
si la hubiera abofeteado.
—Tam. Thomas. Sir Tom. ¿Qué estás haciendo?
—Es mi sangre —le recuerdo, pero no sirve de nada. Pone los ojos en blanco y
me pregunto qué es lo que no le gusta. Vuelvo a sentarme en la silla, me pongo el
hielo en la cara y cierro los ojos. Creo que mañana me va a doler más. Va a ser un
infierno cuando Jacob vea tu cara. No sé cómo va a afectar esto a mi agenda.
—Tam, yo... —Lake se interrumpe, poniendo las manos en las caderas mientras
me estudia—. ¿Por qué no te quedas aquí esta noche? —Parpadeo, y ella debe de
intuir la dirección de mis pensamientos, porque se apresura a añadir—: En una
habitación libre.
—Obviamente, una habitación libre —bromeo, reclinándome en la silla y
dejando que se me abran las rodillas. Es solo una cuestión de comodidad, un
accidente, pero hay tantas implicaciones entre la forma en que estoy sentado y la
rápida evolución de mi relación con la mujer que tengo delante—. ¿Dónde más podría
dormir? No en tu habitación, por supuesto.
Lake abre la boca para responder, pero unos golpes en la puerta principal nos
interrumpen.
—Pueden ser Jake y Daniel —le digo, y ella asiente, acercándose a mirar por
la mirilla. Abre la puerta de par en par y les hace un gesto para que entren.
—Bienvenidos, y por favor no se alarmen. Parece peor de lo que es. —Lake se
muerde el labio cuando Jacob me ve y casi le da un infarto.
—Sr. Eyre, ¿le importaría explicarme cómo se ha encontrado en tal estado?
—Deja de hablar así —gimo, incorporándome mientras Daniel se acerca
lentamente a mí. Se agacha y me sujeta la barbilla, examinando los daños de mi cara,
y luego asiente.
—Probablemente es lo que te merecías —comenta, y Lake suspira
dramáticamente.
—Nunca pedí esto; no quiero esto. Lo que sea que estés haciendo con Joules,
es cosa tuya.
—Quiero gustarle —admito, y Lake se ruboriza de lo lindo. Le sonrío, y se
queda hacia los bordes de la habitación como si no supiera qué hacer con tanta
atención.
—Tu madre se va a volver loca con esto —refunfuña Jacob, y tiene razón. Lo
hará. Nunca me habían golpeado en la cara. Muchos lo han intentado, pero Daniel
siempre ha estado ahí para ayudar. Hoy no. Esto fue cosa mía, y yo me encargué—.
¿Qué vamos a hacer?
—Bueno, hola. —Acaba de entrar un hombre vestido con una camiseta de Frost
Family Construction. Me mira con un brillo peligroso, pero sonríe tan ampliamente
que estoy seguro de que me lo he imaginado—. Soy Cooper Frost, el padre de
Lakelynn.
Oh.
Mierda.
Me levanto de la silla, con la bolsa de hielo aún en la cara.
—Tam Eyre —le digo, adelantándome para tenderle la mano. El hombre me
abraza y me da una palmadita en la espalda. Jacob está aterrorizado cuando me
suelta, pero Daniel está relajado. Ya sabe lo que quiero de esta gente, y no es un
guardaespaldas.
—Estás haciendo lo correcto, hijo —me dice, y me siento extrañamente
emocionado por sus elogios. Tal vez sea el resultado de no haber tenido un padre
propio, pero me siento inmediatamente cómodo con este tipo—. Creer en la
maldición es una de las cosas más difíciles que he hecho nunca, pero lo he visto con
mis propios ojos. Demasiadas veces. No veré cómo acaba con mi hija.
—No dejaré que muramos —le prometo. Vine aquí dispuesto a poner todo de
mí en Lakelynn. Eso no ha cambiado.
Su padre parece satisfecho, asiente y luego mira más allá de mí a los otros dos
hombres en su sala de estar. Se presentan y Cooper invita a Jacob y Daniel a comer
afuera.
Daniel hace que Jacob vaya con él, y Lake y yo volvemos a quedarnos solos.
—¿Tienes una bolsa? Te acompañaré a tu habitación para que puedas asearte.
—Me hace un gesto a la camisa y la acompaño hasta el estacionamiento. Lake tiene
mucha familia en su casa ahora mismo. Toda la calle está llena de coches de la familia
Frost.
Va descalza, cosa que me encanta, caminando por la hierba y el pavimento
calentado por el sol como si nada. Se detiene junto al Firebird y le lanza una mirada
escéptica.
—¿Qué es esto? —me pregunta cuando me acerco a su lado y abro las puertas,
abro el maletero y meto las llaves en el bolsillo de sus pantalones cortos. Sus ojos se
cruzan con los míos, que estoy encima de ella con los dedos metidos en el vaquero
de su cadera. Muevo los dedos y se estremece—. No dejaré que me des un coche.
—De todos modos, me resultará una mierda llevarlo de vuelta a California.
Incluso así, paso un mes al año en mi casa. Es mejor aquí. Aquí le daré más uso. —
Retiro mis dedos de sus calzoncillos mientras ella mira el coche y se humedece los
labios. Quiere decirme que no, pero también le gusta mucho este coche.
—Si voy a morir en agosto, al menos debería tener un buen coche, ¿no? —Lake
me sigue hasta el maletero para recoger mi bolsa, y luego es testigo de la pegatina
que pegué en el parachoques para ella—. ¿Qué me estás haciendo, Tam Eyre? No lo
entiendo.
—Le prometí a tu padre hace un momento que rompería la maldición. Y lo que
es más importante, te prometí que romperíamos la maldición. Así que vamos a
romperla. Dijiste que querías que te mostrara quién era, así que lo haré. Eso es lo que
estoy haciendo.
Me vuelvo hacia ella, con un balón de baloncesto botando por la acera a mi
lado. Al final de la calle alguien toca el claxon y oigo el ruido de una puerta que se
abre, el golpeteo de unas zapatillas sobre el cemento de la acera.
—Vamos. No puedes llevar sangre para conocer a Joe. —Lake me toma de la
mano y entrelazo mis dedos con los suyos. Me arrastra de vuelta a la casa, y luego a
una habitación en el segundo piso. Inmediatamente me arranco la camisa por la
cabeza y ella se da la vuelta, dándome la espalda.
Hmm.
Hago una bola con la camisa ensangrentada en la mano.
—Okey, todo vestido —le digo, y se vuelve para ver que sigo sin camiseta.
Sonrío.
—No es justo —se queja, pero no me quita los ojos de encima mientras meto la
camisa sucia en un bolsillo lateral del bolso y busco una limpia para ponérmela.
Me acerco a ella, que está de pie en la puerta, y hago un esfuerzo por no tocarla.
—¿Qué quieres decir con conocer a Joe? —Pregunto, y Lake exhala,
tomándome la mano de nuevo. Me guía hacia el exterior, pasando junto a otros
miembros de su familia, hasta el árbol de flores rosas. Lake lo señala—. Cuando murió
mi primo, lo hicimos pasar por un proceso llamado compostaje humano. En cuarenta
y cinco días, un cuerpo se convierte en tierra. En esa tierra está plantado este árbol.
Así que usamos este árbol como lápida para mi primo, Joe. Ya te dije que murió a
causa de la maldición. —Lake se vuelve hacia mí y me tiende la mano—. Joe, este es
Tam. Tam, este es Joe.
—A Joe tampoco le habría gustado —dice Joule, acercándose a mi lado. Se
vuelve para mirarme y se encoge de hombros—. Es verdad. Éramos muy protectores
con nuestra chica. Luego dejé morir a Joe, y toda esa concentración y amor que sentía
por él se acumuló en ella. Eso hace que todo esto sea muy duro para ti, lo entiendo.
—Joules vuelve a mirar a Joe y suspira.
Hay algo en sus ojos que no había notado antes. ¿Pena? Por eso está tan
enfadado, porque está muy triste. Ajusto la bolsa de hielo contra mi cara.
—Joe me habría dejado guiar. Si hubiera querido que golpeara a Tam, lo habría
hecho, pero si, como hice contigo, le hubiera pedido que no lo hiciera, lo habría
respetado. —Lake se acerca un poco más a mí y su hombro roza el mío—. ¿Quieres
una hamburguesa? ¿Un perrito caliente? No hay nada más elegante, a menos que
quieras una hamburguesa de tofu. La tía Lisa también envuelve las suyas con lechuga,
así que estarías en buena compañía.
—Yo... eso estaría bien en realidad. —Me doy la vuelta y veo que toda la familia
me está mirando. Son su madre y un tipo al que todos llaman tío Rob los que están más
disgustados conmigo. Todos los demás parecen agradables.
—Mi padre es un mentiroso —susurra Lake mientras se inclina hacia mí de
repente y me rodea la oreja con una mano. La sensación de su piel sobre la mía hace
que se me cierren los ojos solos. Se pone de puntillas a mi lado, se inclina hacia mí,
con los pechos suaves contra mi brazo.
El viento sopla, golpeando su cabello y algunos pétalos del árbol de redbud
contra mi cara.
—Te odia, pero quiere romper la maldición, así que se desvive por ser amable
contigo. Yo tendría cuidado con ese, Tam Eyre. —Lake vuelve a ponerse de pie y me
toma del brazo. Me gusta que solo me toque si es lo más inocentemente casual del
mundo o como si se estuviera ahogando bajo el peso de la tensión que hay entre
nosotros. Nada intermedio. Es vertiginoso y excitante, y entiendo por qué la gente es
tan adicta a la idea del romance.
Es un subidón. Es estar ante un estadio lleno de gente coreando tu nombre. Es
salir a la calle y ver que todo el mundo te mira. Es publicar un vídeo y ver cómo las
visitas se disparan a millones. Imagino que todo eso también es doloroso. Con una
recompensa tan alta, siempre hay un precio alto.
Lo sé mejor que nadie.
¿Así que eso es el amor? Mierda. ¿Lo he estado representando correctamente
todos estos años? En mis canciones, en los dramas románticos que protagonizo.
Quiero descubrirlo por mí mismo.
Lake me presenta al resto de su familia, y luego pasamos las siguientes cinco
horas pasando el rato en un patio trasero con un árbol llamado Joe.

Quedan 61 bobas hasta que mueran los dos... (el


mismo día)
La casa Frost está ocupada hasta bien entrada la noche, y luego todo el mundo
se va a casa y solo quedan Lake, Joules y sus padres. Se siente tan tranquilo después
de toda la gente que estaba fuera con nosotros antes.
Estoy sentado a la mesa del comedor con una taza de té delante y la madre de
Lacelynn en la silla de mi izquierda.
Está cosiendo un botón en una camisa.
—Mañana tengo que ir a la oficina —dice, y no estoy seguro de sí se dirige a
mí o a todos en general. Joules está en la cocina envolviendo las sobras, y Lake camina
detrás de él y lo desenvuelve todo en busca del pastel.
Joules le da una palmada en la mano.
—Solo queda una rebanada, y es mía. Yo soy la que recibió la maldición, no tú.
Joules, vete a la mierda.
—Solo estás enfadada porque le di un puñetazo en la cara a tu novio estrella del
pop que no es ni la mitad de lo que se merece.
—No es mi novio —dice Lake, como si quisiera asegurarse de que la oigo. No
hemos llegado tan lejos como para hablar de eso, pero lo haremos. Pero no delante
de sus padres. Su padre está en el sofá detrás de mí, viendo algo en la televisión del
salón.
Nunca he estado cerca de una familia como esta. Nunca. Nunca estuve cerca de
ninguna familia. Mi padre murió, y entonces mi madre y yo nos metimos en este sueño
con todo lo que teníamos. Eran fríos suelos de salas de audición en Acción de Gracias,
o rodajes de anuncios mal pagados los fines de semana.
Todos los demás eran competencia y no amigos.
Este es un universo diferente al de mi infancia.
—¿Tú también vives aquí, Joules? —pregunto, rezando como un demonio para
que esté a punto de marcharse e irse a casa.
—No lo hacía. —Se moja los labios y se ríe—. Y entonces emparejaron a mi
hermanita con un famoso imbécil, y tuve que dejar mi trabajo y mi apartamento para
poder perseguirlo en su gira mundial.
—Esto no es culpa de Tam —le recuerda Lake, encontrando por fin el pastel
prometido. Lo trae a la mesa y se sienta a mi lado—. Si es culpa de alguien, es nuestra.
Es un problema de la familia Frost. Somos los malditos. Tam es técnicamente una
víctima. —Me mira y luego levanta un bocado de pastel de chocolate en el extremo
de su tenedor—. Ni siquiera has probado un solo bocado. ¿Qué tal solo uno? ¿Para
probar?
Me acerca el tenedor a los labios y éstos se separan automáticamente. Tomo el
bocado que me ofrece e intento no darle demasiada importancia. Noto que su madre
nos mira fijamente.
—¿Vas a la oficina dijiste? —repite Lake, como si no acabara de darme de
comer pastel. Pienso en lo que dice Joules -y en que eso significa que el imbécil no
va a ir a ninguna parte- y me siento culpable por algo sobre lo que no tengo ningún
control.
Puedo sonar arrogante, pero puedo empatizar con el dolor que debió sentir
Lake cuando se dio cuenta de que era a mí a quien tenía que localizar. Debió ser
abrumador, sobre todo porque yo hacía todo lo posible por evitarla.
—Claro que sí —dice su madre, y entonces su mirada se desliza hacia mí. Lake
vuelve a inclinarse y su aliento susurrante me acaricia la oreja.
—No lo olvides: mi madre conoce todos los detalles escabrosos. —Se sienta de
nuevo en su silla y sigue comiendo su pastel mientras me siento con la certeza de que
su madre sabe que le dije a su maldita hija virgen que me la chupara.
Maravilloso.
—Desearía no tener que entrar mientras estás en casa. Supongo que no estarás
aquí mucho tiempo. —Su mirada pasa de Lake a mí.
—Trabajaré directamente con Tam, como una de sus ayudantes —dice Lake, y
Joules se echa a reír.
—¿Me estás tomando el pelo? Afuera, Tam Eyre. Te voy a pegar otra vez. ¿En
vez de pedirle a mi hermana que sea tu novia, le pides que sea tu asistente?
No se me ocurrió así.
No fue así.
Mierda.
—Solo la quería cerca de mí, una razón para que estuviera en todos los lugares
en los que estoy. Entre bastidores. En el coche de empresa. En una sesión de fotos.
Cuando estoy filmando. Cuando estoy grabando. Solo quería poder llevarme a Lake
conmigo.
Joules se relaja un poco, y la madre de Lake se relaja mucho.
Gracias a Dios. También quiero gustarle. Esta gente va a hacer que me
esfuerce. No estoy segura de haber estado nunca con alguien que no tenga en cuenta
mi popularidad, mi aspecto o mi riqueza. En todo caso, creo que es negativo para esta
familia.
—Me voy a la cama. Mi habitación está justo debajo de la de Lake. Para que lo
sepas. —Joules mete una cazuela en la nevera, y estoy tentado de preguntarle por qué
se molestaría en mencionarlo. Él es el que me envió a su hermanita en lencería, ¿no?
En algún momento me la follaré en lencería. La idea me asalta y me ruborizo, apoyando
las manos en el tablero de la mesa.
—¿Está bien si uso tu ducha? —Pregunto, y Lake asiente, apartando su plato de
pastel.
—Es mi cumpleaños, Joules. ¿Lo puedes lavar? —Le bate las pestañas y luego
me toma de la muñeca. Me gusta que me siga agarrando, guiándome por su vida con
facilidad. Estoy aprendiendo mucho sobre esta mujer, y lo estoy haciendo más rápido
de lo que esperaba.
Venir aquí fue la decisión correcta.
—Las toallas están aquí. —Lake se detiene fuera del cuarto de baño, señalando
un armario—. Solo tienes que girar el grifo a la derecha para caliente, y no dudes en
utilizar cualquiera de los jabones o champús allí.
Retrocede y espera, pero yo me doy la vuelta y apoyo la espalda contra el
marco de la puerta.
—Gracias por dejar que me quede aquí. —Quiero decir más, pero creo que ya
he hecho bastante por hoy. Espero, por si Lake tiene algo más que decirme. Parece
que se está conteniendo.
—De nada. Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Desaparece en el tercer piso y me deja duchándome en el baño de un
desconocido. Aunque no me molesta. Como he dicho, puedo adaptarme a cualquier
nuevo lugar o escenario en un instante.
Al salir de la ducha, me seco el cabello con una toalla y subo las escaleras hasta
el tercer piso.
Pero sé cuándo parar.
Vuelvo a mi habitación prestada y me duermo en menos de un minuto.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE
LAKE
Quedan 60 bobas hasta que muramos los dos...

Tam no vino a mi habitación anoche.


Quería que lo hiciera, pero supongo que no emití las señales adecuadas.
—Mierda. —Me siento en la cama, con la uña del pulgar en la boca. Llevo una
camiseta holgada que me cae hasta los muslos. El sol es generoso y abundante esta
mañana, derramándose en ondas doradas y blancas sobre mi cama. La claraboya y
todas las ventanas están abiertas, las cortinas blancas ondean con una suave brisa.
Hace un buen día.
¿Tam sigue aquí? ¿Se fue anoche? Si sigue aquí, ¿por cuánto tiempo?
Es uno de los hombres más ocupados del mundo, pero vino aquí a una
barbacoa.
Tam realmente me gusta, ¿verdad? No lo suficiente como para romper la
maldición, así que no es amor. Pero me gusta. También, ya sabes, me imaginé que
tendríamos sexo anoche. Esa no es la única razón por la que lo invité a quedarse aquí,
pero pensé que estábamos en la misma página.
Chupó su propia sangre de mis dedos.
Las escaleras crujen y me tenso, esperando ver a Tam, pero solo es Joules.
Suspiro y giro la cabeza para mirar por la ventana.
—Todavía está desmayado en la cama de abajo. Si lo quieres, deberías ir y
despertarlo. El maldito ronca.
—No lo hace —gruño, volviéndome para mirar a Joules—. Lo he visto dormir
muchas veces y estaba bien. Hace pequeños suspiros y murmullos. Es lindo.
—Das asco —dice Joules con un estremecimiento, levantando su taza de café
en mi dirección—. Como veo que tu no-novio/jefe quiere que me vaya, hoy saldré y
no volveré hasta medianoche o así. ¿Te parece bien?
—Haz lo que quieras —respondo con frialdad, pero espero a oír el coche de
Joules en la entrada antes de levantarme. Bajo las escaleras y me detengo en el rellano
del segundo piso, escuchando.
La casa es tranquila.
Estamos solos.
Voy directa a la puerta de Tam, la abro y me encuentro mirándolo.
Está sin camiseta, y lo único que yo llevo es una camiseta.
—Buenos días. —Tam levanta una mano, me acaricia la cara y me pasa el pulgar
por el pómulo. El contacto me estremece y separo los labios. Arrastra el pulgar hacia
abajo y también los recorre. No puedo ni moverme.
—Buenos días —le susurro, y entonces se ríe y se lleva la mano al costado—.
¿Dormiste bien?
—He dormido más desde que te conocí que en los últimos diez años juntos. Así
que, gracias por eso, Lake.
Me siento culpable por estar decepcionada de que no haya subido. Maldita sea.
No, me alegro de que haya podido dormir un poco.
—Ahora estamos solos —le digo, solo para ver cuál va a ser su reacción.
Es exactamente lo que esperaba.
Me rodea la cintura con las manos, empujándome unos pasos hacia atrás hasta
que choco contra la pared. Tam se inclina, apoya la frente en la mía y exhala contra
mis labios. Bésame, pienso, y él se mueve, poniendo una rodilla entre mis muslos.
Enrosco los dedos sobre sus hombros para mantenerme en pie, cerrando los
ojos contra la oleada de sensaciones.
Su parte superior desnuda se presiona contra mi parte superior vestida. Mi
mitad inferior desnuda está presionada contra su mitad inferior vestida. No es justo.
Estamos mal emparejados en este momento.
—¿Querías que subiera? No sabría decirlo. Soy muy malo leyendo señales
como esa. Tendrás que ser más descarada conmigo al principio. —Tam se inclina
hacia mí, usando la pared para acercarse lo más posible sin quitarse los pantalones—
. ¿Me dejarías follarte, Lakelynn? —susurra, y entonces se abre la puerta principal y
oigo a mis dos tíos y a mi padre.
Uhh.
Tam da un enorme paso atrás, soltándome por completo. Me quedo donde
estoy, de espaldas a la pared.
—Lake, ¿estás arriba? ¿Puedes mover tu nuevo coche a la entrada? Vendí el
LeSabre esta mañana. Te dejé el dinero en la mesa. —Mi padre me grita desde el
vestíbulo, pero no puede vernos a ninguno de los dos desde donde está.
Tam y yo nos miramos fijamente.
—¿Lake? —Oigo los pasos de mi padre en las escaleras y me muevo en esa
dirección.
—Sí, aquí estoy. Deja que me vista y yo me encargo. —Tam y yo volvemos a
mirarnos fijamente, y se frota la nuca, con una extraña sonrisa en la cara.
—Vete —susurra, levantando una mano en dirección a las escaleras del tercer
piso—. Retomaremos esto más tarde.
Dios mío.
Subo, me pongo unos pantalones y recojo mis llaves nuevas.
Tam me regaló un coche antiguo por mi cumpleaños.
¿Qué me parece?
Muevo el coche para que mi padre y mis tíos puedan adularlo (ese era su
principal objetivo) y vuelvo a entrar para encontrar a Tam sentado a la mesa del
comedor.
—¿Tienes hambre? —Le pregunto, y me mira como si estuviera loca. Finjo que
no recuerdo lo que me dijo arriba. Tengo la memoria de un pez dorado. No me
acuerdo. Si le digo mi respuesta ahora, podríamos acabar en esa mesa, y éste no es
un buen lugar para eso ahora mismo.
Quiero privacidad. Sé que Tam quiere privacidad.
Ambos lo estamos esperando.
—Me muero de hambre —admite, y me dedica una sonrisa infantil mientras se
levanta. Pero entonces ambos pensamos en el pasillo y su sonrisa se transforma en
algo salvaje—. Deja que te lleve a algún sitio.
—No, déjame prepararte algo de comida aquí. Todo lo que haces es viajar y
salir. Quédate en casa hoy, y podemos esperar por ramen en Japantown. —Me muevo
a su alrededor y entro en la cocina, luchando por respirar con normalidad.
Empiezo a rebuscar en los armarios, intentando averiguar qué prepararle.
Tam toma asiento en la isla de la cocina, como hacía en la casa de alquiler.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
«Sí.»
Me sonrojo mientras reúno los elementos para una quiche. Suena complicado,
pero en realidad no lo es. Tengo una de las recetas de Joe para esto, y la cocina
ridículamente bien surtida de mi madre. Es como vivir en un supermercado. Nunca
falta nada.
—Lo del abono humano —dice Tam, y me detengo a mirarlo—. Eso me gusta.
Nunca lo había oído.
—Es una opción de entierro relativamente nueva —le susurro, y no puedo
evitar pensar en Joe. El día después de mi cumpleaños siempre era nuestro día, solos
él y yo. Sin Joules. Íbamos a hacer cosas que Joules odia, como minigolf o bolos. Solo
Joe y yo. Durante toda mi vida. Toda mi vida.
Hasta ahora.
Este es el segundo cumpleaños que no saldremos juntos a divertirnos, y nunca
jamás podré volver a hacerlo.
Dejo los huevos sobre la encimera y me tapo la boca con una mano.
Me golpea en los momentos más aleatorios, todo lo que falta.
Tam se da cuenta, pero recuerdo que lleva notando esto en mí desde el día en
que nos conocimos en la tienda de boba de cuento de hadas.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunta suavemente, y niego con la cabeza.
—Vamos a comer quiche, y luego podemos jugar al croquet en el patio trasero.
Está desnivelado y la hierba es muy larga. Te encantará. —Empiezo a mezclar las
cosas mientras Tam mira en silencio, la interacción del piso de arriba se cierne sobre
nosotros como un fantasma.
Está en la sombra de cada mirada, en el movimiento de las pestañas con cada
parpadeo. El deseo está en cada respiración, en cada exhalación entrecortada
cuando nos miramos. Está en el suave roce de las yemas de los dedos de Tam contra
la encimera y en el dolor que siento en el bajo vientre.
Me pongo un delantal para no mancharme la ropa antes de empezar a batir, y
Tam emite un sonido de sobresalto cuando ve lo que llevo encima.
—Hijo puta —dice, y miro hacia abajo para ver que en el delantal dice Sra. Tam
Eyre.
—¡Maldita seas, Lynn! —Grito, justo cuando se abre la puerta principal y Lynn
entra a raudales con María y todos mis amigos—. Este delantal me está metiendo en
problemas.
—Vaya, hola, señora Tam Eyre —se burla Lynn al entrar en la cocina y ponerse
a mi lado. Las dos miramos fijamente a Tam, pero lo único que hace es devolverme la
sonrisa—. ¿Está linda con esto verdad?
—Está linda con todo —dice Tam, y casi se me cae el cuenco. Lynn lo atrapa
por mí—. Incluso cuando lleva una pandereta de espuma o un sombrero de palomitas.
—¿Te importa si nos quedamos aquí contigo hoy? —Lynn pregunta,
mirándome. Si quiero que se vaya, tomará a las chicas y se irá.
Pero sacudo la cabeza.
—Por favor, quédense con nosotros y juguemos al croquet de hierba desigual
y grumosa. Es mi segundo día sin Joe.
—Lo haré —responde Lynn en voz baja, y me doy cuenta de que Tam me está
observando. Quiere saberlo, pero aún no estoy preparada para ir allí con él. Sabe lo
suficiente.
Nuestros ojos vuelven a encontrarse.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
«Sí.»

Mis primas se fueron unas horas más tarde, llevándose a Chloe, Luna y Ella.
Todas se portaron muy bien con Tam, pero no esperaba menos. Confío en todas ellas
implícitamente, así que Tam también confía en ellas. No dice nada cuando Chloe saca
su teléfono, no reacciona cuando Lynn quiere hacer una foto de grupo al final de
nuestra partida de croquet.
Pero ahora ya no están, y Tam y yo subimos las escaleras codo con codo.
Dice que tiene que recoger sus cosas e irse, conducir de vuelta a Atlanta esta
noche.
Quiero tanto que se quede que no puedo respirar.
—¿Puedo preguntarte algo? —pregunta amablemente, girándose hacia mí en
el segundo piso.
—Adelante —respondo, tratando de mantener la informalidad. Mis padres
están abajo, en la cocina, y como ya he dicho, realmente quiero privacidad para esto.
No la tendremos aquí.
—¿Pediste a tus primas que se quedaran aquí para que me portara bien? —
Sonríe torcidamente al preguntar, se acerca y me pone una mano en la nuca. Dejo que
se me cierren los ojos e ignoro el sonido de Joules abriendo la puerta al pie de la
escalera.
—Sí —susurro, con los ojos aún cerrados. Pero no solo estoy respondiendo a la
pregunta que me ha hecho. También estoy respondiendo a la de antes, y él lo sabe—
. Estoy en una posición vulnerable debido a la maldición; quiero que te esfuerces un
poco más por mi afecto.
Tam avanza y yo retrocedo. Es una danza tenue, en la que ambos sabemos que
estamos participando.
Este es un acto de coqueteo duro, este cuidadoso ir y venir que estamos
cultivando. Tam va a despedirse de mí ahora mismo, y luego no nos veremos durante
días. Cuando nos veamos, será en un aeropuerto abarrotado y rodeado de gente.
No tendremos muchos momentos como este.
Abro los ojos y lo veo inclinado cerca de mí, como si fuera a besarme. Tam
desliza la mano por mi cuello y me recorre la garganta con el pulgar. Me estremezco
entre sus manos y me susurra las palabras en la boca.
—De acuerdo. —Una ronca carraspera sobre labios pálidos—. Okey, me
esforzaré más —me responde Tam, y luego me suelta.
—Tu transporte está aquí —llama Joules, probablemente tratando de romper la
tensión entre Tam y yo.
Apuesto a que la maldición se rompe cuando vamos más lejos juntos.
Estoy convencida de ello.
Doy un paso alrededor de Tam y él se retira a la habitación de invitados para
recoger su bolso. Al pasar, se detiene para devolverme mi diario.
—¿Leíste las capturas de pantalla que te envié? —me pregunta, y lo hice.
Me contó todo tipo de cosas sobre sí mismo, sobre su padre, los mejores
recuerdos que tiene con su madre. Me hizo un montón de preguntas que todavía estoy
tratando de responder. Y muchas fotos adorables. Tam Eyre sabe cómo hacerse una
buen selfie. Cada una es tan bonita como las tarjetas fotográficas que vende en sus
conciertos.
Y aquí lo tengo, acariciándome la garganta y diciéndome que se esforzará más.
Intento no pensar en lo afortunada que soy. No todo el mundo consigue un
Match que esté dispuesto a intentar enamorarse activamente. Ese es un nivel de
dedicación del que debería escribir en mi diario.
—Sí los leí —admito, y Tam asiente.
—Bien. —Me sonríe de nuevo y baja las escaleras hacia la puerta—. Te veré en
San Francisco, ¿okey? —grita, pero esa cuerda está en mi garganta, y mi cerebro es
ese brillante globo de mylar.
Le hago un gesto con la mano, y entonces se cierra la puerta principal y me
deslizo hasta sentarme en el último escalón con un gemido.
Joules se une a mí, pasándome una de las dos bobas que lleva en la mano.
La mía es de sandía.
Mis mejillas se sonrojan mientras desenvuelvo la pajita y la clavo en el diseño
de corazón roto que decora mi tapa. ¿Es una señal del futuro que nos espera? Frunzo
el ceño, quito la tapa antes de tiempo y me meto la basura en el bolsillo.
—No puedo creer que le dieras un puñetazo en la cara. Una boba no va a
compensar tu mierda, Joules Frost.
Se ríe suavemente a mi lado, sorbiendo su propia bebida. Cuando lo miro, veo
un destello de melancolía en sus facciones, normalmente tan atractivas. Es una
emoción que reconozco del año pasado, la misma cara que tenía las últimas semanas
antes de que Joe y Marla murieran.
—Todo irá bien —le digo, apoyando la mano en su rodilla—. Tam y yo estamos
vibrando. Creo que le gusto.
—Sí que le gustas —dice Joules, poniendo su mano sobre la mía—. Créeme: un
tipo así no se queda quieto y deja que otra persona le dé un puñetazo en la cara sin
tomar represalias, a menos que realmente quiera algo. En este caso, a mi hermana
pequeña.
—Tenemos dos meses —le recuerdo a Joules, y me aprieta un poco más la
mano—. ¿Crees que estaremos bien?
—Cuando Marla invitó a Joe a ese picnic, y se besaron por primera vez, estaba
seguro de que lo lograrían. No quiero que te relajes, ¿okey? —Joules se vuelve para
mirarme, y su rostro se suaviza—. Solo porque tú... hiciste lo que hiciste por él, eso
no significa que se vaya a enamorar. Algunas personas tienen sexo con gente que no
conocen muy bien o que no les gusta mucho.
—¿Puedes parar? He sido célibe por elección, no porque sea ingenua. Sé que
no me quiere, Joules. —Extiendo el brazo izquierdo y giro la muñeca hacia arriba para
que ambos podamos ver la marca. Brilla con un borde dorado durante brevísimos
segundos, y luego Tam vuelve a entrar por la puerta principal.
—Lo siento, se me olvidó el teléfono —susurra y entra en la cocina. Cuando se
detiene al pie de la escalera para mirarme, oigo el sonido de su voz ronca resonando
en mi cabeza. De acuerdo. Okey, me esforzaré más—. Nos vemos en San Francisco,
Canoa.
Tam desaparece fuera y me quedo helada. Joules gira lentamente la cabeza
para mirarme.
—¿Ahora dejas que te llame Canoa? Ese es mi apodo.
—Te das cuenta de que si esto funciona, probablemente acabaré pasando más
tiempo con Tam que contigo.
Joules emite un sonido de pura frustración y sacude la cabeza, se levanta y me
revuelve el cabello de un modo mezquino, como de hermano mayor. Tam me pasa los
dedos por el cabello como si fuera una experiencia. Suspiro feliz y le doy un sorbo a mi
bebida.
—Por mucho que te vaya a echar de menos, espero que tengas razón en eso.
—Joules se dirige al pasillo y desaparece en su antiguo dormitorio. Su dormitorio
actual.
Me levanto para dirigirme a mi habitación cuando mi mirada se fija en la pared
del pasillo. Aún siento las manos de Tam en mi cintura y su aliento en mi cabello.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
«Sí.»
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
JOULES
Quedan 55 bobas hasta que muera mi hermanita...

Lakelynn y yo llegamos juntos al aeropuerto de San Francisco en clase


preferente. Al bajar del avión, los de seguridad nos escoltan hasta una lanzadera que
nos lleva a la pista de aterrizaje privada donde está aparcado el avión de Tam.
Su jet.
Este cabrón viaja en un jet privado.
Mis labios se curvan en una sonrisa de satisfacción. Golpear en la cara a esa
perra estrella del pop ha sido lo mejor de mi año. Es un recuerdo que me llevaré a la
tumba y que abrazaré mientras duermo en la tierra.
¿Quizá Tam se lo piense dos veces antes de decirle algo irrespetuoso a mi
hermanita?
—Para ya. —Lake me da una palmada en la pierna y le tuerzo el labio—.
Estamos a punto de salir, y pareces un asesino en serie cuando sonríes así.
—¿Has pensado alguna vez que quizá esa era mi intención? —le susurro, justo
cuando se abre la puerta y aparece Daniel Kang. Respetuosamente, desconfío de él.
Me ha pateado el trasero de verdad, y no había mucho que pudiera hacer para
evitarlo. Es un tipo duro, y estaba haciendo su trabajo. No estoy enfadado con él, así
que lo saludo con la cabeza. Él me devuelve el gesto.
Lake y yo salimos, y nos cachean a cada uno en busca de armas. Insultante, si
me preguntas. Mi hermana debería estar del brazo de Tam, su novia en público y en
privado. Debería apreciarla y atesorarla, no tratarla como a una terrorista.
Veo a Tam al frente de una gran multitud, todos los cuales trabajan para él o
para el aeropuerto. Gente con teléfonos o tabletas. Gente con auriculares. Gente de
negro con expresiones severas y ceño neutro. Seguridad. Tam se gira a un lado y a
otro, respondiendo a las preguntas. Lleva esa chaqueta verde mar que hace juego
con el cabello de mi hermana y un gorro blanco en la cabeza. Su aliento se congela
en el aire de la mañana. Puede que estemos entrando en el verano, pero no estoy
seguro de que la costa oeste se haya enterado. Además, estamos cerca de la bahía.
Niebla por todas partes. Puedo saborear la sal cuando me mojo los labios.
—Buenos días. —Es el molesto representante de Tam, Jacob Algo. No puedo
soportar al tipo. La forma en que mira a Lake me pone de los nervios. Me gustaría
poder golpearlo, también. Je. Al menos Tam puede recibir un golpe y mantenerse en
pie. ¿Este tipo? Apuesto a que se derrumbaría si le diera una bofetada en la mejilla—
. Aquí están sus identificaciones. Pónganselas y no se las quiten. Si lo hacen, no seré
responsable de lo que les haga el equipo de seguridad.
Jacob le tiende una a Lake, pero cuando ella va a tomarla, él no la suelta. Ella
frunce los labios y frunce el ceño, tratando de arrancársela de la mano.
De ninguna manera voy a sentarme aquí y ver cómo pasa esta mierda.
Le doy una palmada en la muñeca a Jacob, que suelta la identificación como si
estuviera caliente y prácticamente me lanza la mía al pecho. La atrapo en el aire y me
la pongo, mientras busco a Tam entre la multitud.
Al menos cuando lo encuentro, veo que me devuelve la mirada. Seguro que
está muy maquillado. No veo ninguna señal del corte en el labio o en la mejilla, ningún
indicio de que tenga un ojo morado bajo toda esa base.
Tam se abre paso entre su enorme séquito y se detiene frente a mí y Lake.
Alarga dos dedos para tocar el cordón de su cuello, y veo que ella respira con
extrañeza. Esto es bueno. Esto está muy bien. Vuelvo a mirar a Tam, y lo único que veo
en sus ojos es interés. Excitación.
Me alegro de que se la chuparan el uno al otro, pero por el amor de Dios,
¿pueden llegar hasta el final para que pueda ver cómo se rompe esta maldición? No
nos queda mucho tiempo.
Meto la mano en el bolsillo de la chaqueta y busco el borde del teléfono. No he
oído nada de que Kaycee y Tam hayan roto, pero deben de haberlo hecho, ¿no?
Apuesto a que él rompió con ella en privado, pero no se le permite hacerlo en público.
Esa sería mi suposición.
Quiero llamarla. Quiero quedar con ella. Pero eso sería injusto para los dos. No
parece que mi interferencia sea necesaria aquí. Mi hermana tiene Tam Eyre manejado
todo por su cuenta.
Carajo, Kaycee, lo siento. Si no fuera por la maldición, yo... Por primera vez en
mi vida, estoy enamorado de una mujer que va más allá de una amistad casual con
sexo aparte. Realmente me gusta Kaycee. Me siento atraído por Kaycee de una
manera que hace que todas mis relaciones anteriores se sientan sin sentido.
—Pueden venir conmigo —nos saluda Tam, mientras el bullicio de la charla
crea un ambiente poco propicio para el romance.
—No sé si deberíamos mostrar favoritismo hacia un asistente en detrimento de
otro —sugiere Jacob con suavidad, pero Tam le lanza una mirada que, sinceramente,
se parece un poco a la que yo tengo ahora mismo en la cara.
Molestia y asco.
Vuelvo a sonreír. Sigo odiando al tipo por tratar a mi hermana como lo hizo,
pero parece que tiene cierto sentido de la caballerosidad.
—Dile a Lake lo que tiene que hacer y no seas imbécil. Si le faltas al respeto, te
despediré. Puedes ir a trabajar para mi madre en su lugar.
—¿Sinceramente? Me encantaría —rezonga Jacob, frunciendo el ceño hacia
Tam—. Mándame a trabajar para la tía Elena y puedes darle a la chica mi trabajo.
Tam se ríe, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Exhala
suavemente.
—Sí, tal vez eso es lo que haremos —respira, y Lake se estremece, agarrándose
a su cordón. No me gusta lo callada que está. No es propio de ella. Por otra parte,
nunca la había visto enamorada. Ha tenido algunos novios, pero no le gustaban.
Así no.
Esto es... casi doloroso de ver.
—He leído todo el material que me enviaste —le dice Lake a Jacob mientras
Tam baja la barbilla para estudiarla. No deja de mover las manos: se las mete en los
bolsillos, las saca, juguetea con su teléfono. Veo que quiere tocar a Lake, pero que no
va a hacerlo en público.
—Cobarde e imbécil, ese eres tú —le susurro, acercándome a su lado derecho.
Daniel ya debe saber que soy de fiar, no un fanático loco acosador. Me deja tocar el
hombro de Tam y apretar—. No hagas de mi hermana un secretito sucio.
Mientras Lakelynn y Jacob hablan entre ellos, Tam se inclina para susurrarme.
—Esto no es por mí; es por ella. Si le meto la lengua en la garganta ahora
mismo, tu hermana se convertirá en una celebridad reconocible de la noche a la
mañana. El circo mediático empezará y entonces ¿qué? No podremos pasar ni un puto
rato juntos. —Tam me aparta la mano y me burlo.
Bien.
Que me jodan entonces.
—Gracias a Dios, el coche está aquí —respira Jacob, y entonces Tam se abre
paso entre la multitud con Lake siguiéndolo.
—Joules se queda con nosotros, ¿verdad? —pregunta, y Tam mira por encima
de su hombro, levantando los ojos hacia los míos.
—Si se porta bien —dice con ese ronroneo agresivo en la voz que me hace
sentir homicida. Tam tiene suerte de que la maldición esté aquí para facilitar su
relación con Lakelynn. Si no, ni hablar. Lo enterraría.
Me siento en el asiento trasero, mientras Tam y Lake ocupan los asientos del
capitán en el centro. Jacob va adelante con un tipo mayor que sonríe como si de
verdad quisiera levantarse a las siete de la mañana para llevar por la ciudad a una
marioneta malcriada de las redes sociales.
—Primera orden del día —dice Jacob desde el frente—. Nos vamos al
dermatólogo. —Se gira completamente para mirarme mientras Daniel sube y ocupa
el asiento a mi derecha—. Hoy tenemos horas de trabajo extra porque hay gente que
aún vive en la Edad de Piedra y utiliza la violencia para resolver sus problemas.
—Si un hombre le hablara a tu hermana como este pedazo de basura le habló
a la mía, habrías hecho lo mismo. —Cruzo los brazos mientras Lake me lanza una
mirada que claramente dice cállate la boca.
—Joules Frost, este es nuestro primer día de trabajo. Deja de hacer eso.
—No es mi primer día de trabajo. —Recojo el cordón y lo agito para darle
énfasis mientras el conductor nos hace pasar junto al enorme jet que tenemos a la
izquierda. Creo que pertenece a la discográfica y no a Tam personalmente, pero
quién sabe. No voy a inscribirme como presidente en su club de fans—. Mi
identificación dice Invitado por una razón.
—¿Quieres trabajar en el equipo de seguridad? —me pregunta Daniel,
mirando al frente con ojos grises pétreos y una expresión facial cuidadosamente
inexpresiva y desinteresada—. Puede que sí, así te pagarán por estar aquí todo el día.
—Si te contrato —dice Tam, volviéndose para mirarme con una sonrisa de
mierda en la cara. Sus ojos brillan y aprieto los dientes. Seré tu jefe, es lo que me dice
su expresión. Recibirás un sueldo por protegerme. Ya no podrás pegarme—. Entonces
tendrás que portarte bien. Espero que hagas el trabajo.
—Lo hará —dice entusiasmada Lake, con las mejillas sonrojadas cuando Tam
dirige su atención hacia ella.
Se miran fijamente.
El todoterreno se pone un poco caluroso y pegajoso, y Jacob hace un sonido de
frustración, subiendo el aire acondicionado para que el sonido del aire ahogue los
silenciosos pantalones de los dos idiotas del medio.
—Busca en tu teléfono su horario —ordena Jacob, haciendo un gesto a mi
hermana—. Memorízalo. Trabajarás a las órdenes de Maggie -es decir, la encargada
de los asistentes de Tam- y si ella no te está indicando activamente que hagas algo,
empieza a abordar los elementos de la lista en el chat. Se actualiza cada pocos
minutos, así que informa a los demás de en qué estás trabajando antes de empezar.
No necesitamos a dos personas haciendo lo mismo al mismo tiempo. Ya hay
demasiadas tareas y pocas manos. Tam despide a sus ayudantes con frecuencia.
—Yo… —Tam hace una pausa y luego se ríe, un sonido de autodesprecio que
me molesta—. Cierto. Pero no despediré a Lake.
—Si no hace su trabajo, espero que la despidas —le recuerda Jacob, pero Tam
se limita a volverse para mirar por la ventana. Su mano, sin embargo, se enrosca tensa
y deseosa en su muslo.
Por favor, no dejes que mi hermana muera, pienso para él, y solo en mi cabeza
suplicaría a este hombre. Por favor, no dejes que todo lo que he sacrificado sea en vano.
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
LAKE
Quedan 55 bobas hasta que muramos los dos...

Sabía que Tam me estaba haciendo un hueco en su vida, pero no me daba


cuenta del esfuerzo que estaba haciendo. Cuando dice que no duerme nada, me lo
creo.
Empezamos con el dermatólogo (muchas gracias, Joules), y luego corremos al
estudio de grabación para reunirnos con un nuevo productor. Tam se pasa un rato
hablando con él y luego se sube al micro para grabar unas prácticas que me dejan
con la mandíbula desencajada. No puedo creer que haya insultado su música. Su voz
es como la de un ángel que hace el amor con su alma gemela.
No, no.... follando con su alma gemela.
No es... no es humano.
Me indican que desenvuelva una barrita de cereales y se la meta directamente
en la boca, lo cual es... raro. Sus ojos se deslizan hacia los míos mientras la muerde y
me estremezco. Sus dedos encuentran mi muñeca, se deslizan por mi mano para
quitarme la barrita y, a continuación, media docena de personas trajeadas lo llevan
por el pasillo.
Vamos a una reunión con su madre, y me quedo en un rincón sintiéndome
pequeña y lejana. Tam la envuelve en un abrazo que me hace desear lo mismo. Quiero
que me abrace así, como si fuera preciosa y amada. Guau. ¡¿Cuándo empezaron a
aparecer estos pensamientos?!
La reunión vuelve rápidamente a la máxima profesionalidad, a pesar del tema.
Estamos aquí para hablar del vídeo filtrado, el que muestra la polla de Tam. La polla
que yo tenía en la boca. Estoy sudando y tirando del escote de mi jersey rosa pálido
de punto. Me lo prestó Lynn porque me dijo que Tam le había comentado casualmente
que las chicas que llevan jerséis suaves le parecen lindas.
—Tenemos lo del vídeo casi todo bajo control, pero cuando se trata de acciones
legales, ¿hasta dónde queremos llevar esto? —La madre de Tam es absolutamente
hermosa, su expresión feroz, sus ojos afilados. No deja de mirarme y me pregunto
cuánto sabe de Tam y de mí.
—Llévale un vaso de agua, ponlo junto a su codo, pero no interrumpas la
reunión —me susurra Maggie al oído. Es muy simpática. Me encanta trabajar con ella.
Lleva un afro rubio fresa con un toque de rosa, pendientes que le llegan casi hasta los
hombros y pintalabios rosa brillante. Me empuja suavemente en dirección al puesto
de agua.
—Si vamos por esa chica influencer demasiado fuerte, ¿pensará la gente que la
estoy acosando? —pregunta Tam, que suspira frotándose la frente. Sirvo el agua,
tratando de no involucrarme demasiado en esta conversación, y fracasando
miserablemente. Me acerco a Tam, que se pone rígido porque sabe que soy yo. Su
mirada se desvía hacia la mía mientras coloco el vaso suavemente junto a su codo—.
¿Qué te parece? —pregunta, y toda la sala se vuelve para mirarme. Docenas de
ejecutivos y abogados trajeados, ¿y Tam me pregunta a mí?
—Um, uh. Ella... —Di la verdad, Lake. Si siempre dices la verdad, no tienes que
preguntarte cosas. No tienes que preocuparte tanto por si le gustas a alguien, porque
si no es así, entonces no es el amigo o mentor o amante adecuado para ti. Si no les
gusta quién eres, sigue adelante. Todos tenemos a nuestra gente ahí afuera. Lo difícil
es encontrarlas. Empiezo a pensar que la maldición ha acertado al menos en algo.
Tam se siente como mi persona—. Ella publicó un video íntimo en línea que filmó sin
permiso. No me importa quién es ella o quién eres tú, eso no está bien. Debería ser
castigada con todo el peso de la ley.
La sonrisa de Tam se tuerce en un gesto irregular en el lado derecho.
—Castígala entonces —le dice a su madre—. Llévalo hasta el final y clávala a la
pared. —Tam se levanta, me rodea la muñeca con los dedos y me lleva hasta el frente
de la habitación. Me suelta enseguida, pero me hormiguea la piel donde ha tocado
mi pulso acelerado.
Okey, me esforzaré más. Ugh. No me permito pensar en las otras cosas que dijo,
no con su madre de pie justo delante de nosotros.
—Esta es Lakelynn Frost, de la que te hablé —dice Tam, y mi corazón late tan
locamente rápido que me tiembla la mano cuando se la ofrezco. Elena Eyre la sujeta
con firmeza y me da un agradable apretón. Normalmente soy más de abrazar, pero
no me parece el momento ni el lugar adecuado.
—Encantada de conocerte, Lake —me dice, y luego me dedica una sonrisa
suave, casi triste. Su mirada se dirige a su hijo—. Compórtate, Tam.
—Nunca —responde fácilmente, sonriéndonos a las dos.
—Encantada de conocerte a ti también —digo a trompicones. La sonrisa de
Elena se suaviza un poco. Me pregunto cuánto sabe de Tam y de mí. Desde luego, no
tanto como mi familia. A mi madre le está costando superar algunas cosas...
—¿Cómo está Christian? —susurra Tam, y su madre se sonroja—. Así de bien,
¿eh?
—Me ha invitado a pasar las vacaciones con su familia, pero yo no... aún no
estamos en ese espacio.
Tam frunce el ceño y dirige su atención hacia mí. Veo que tiene algo que decir
sobre todo esto, pero no aquí.
—Ya llegas tarde a la sesión de fotos —dice Elena, consultando su teléfono con
la misma arruguita entre las cejas que se le pone a Tam. Qué lindo—. Deberías darte
prisa.
—Sí, sí, pero eres mi madre —le dice Tam, tomándola en brazos para darle otro
abrazo—. Significas más para mí que mi horario.
—Sí, pero tenemos patrocinadores a los que complacer y empleados a los que
tener en cuenta. Si llegas tarde, eso retrasa a docenas de personas. Cada movimiento
que haces mueve montañas, Tam. Haz lo posible por recordarlo.
La suelta y ella se despide cortésmente de mí antes de abandonar la sala. Los
ejecutivos salen detrás de ella, como si fuera la jefa mala. Estoy bastante segura de
que lo es.
—Tu madre da miedo —susurro, y Tam se ríe, mirándome con las manos
metidas en los bolsillos.
—Oh, por supuesto —responde, y entonces nos empujan por el pasillo. Afuera.
Al todoterreno. A un parque con vistas al puente Golden Gate.
Hay gente por todas partes, gritando y saltando, y oh, Dios mío, el equipo de
seguridad de Tam es mucho, mucho más grande que solo Daniel. Los vi afuera de la
casa de alquiler, pero eso fue tal vez una docena de chicos. Debe haber cuarenta o
más hombres aquí, y eso no incluye a los agentes de policía haciendo control de
multitudes.
—Tenemos que entrar y salir de aquí de la forma más eficiente posible —dice
Jacob, y miro hacia Tam, que tiene los ojos cerrados. Parece tan cansado. No puedo
creer que haga esto básicamente todos los días del año—. La peluquería y el
maquillaje están en la tienda, pero el rodaje es afuera. La ciudad quiere que nos
vayamos en media hora.
—Media hora —repite Tam, abriendo los ojos.
—¿Listo para tu primer día de trabajo? —Daniel le pregunta a Joules, y mi
hermano gruñe. Puede que no le guste Tam, pero lo pondrá todo de su parte. Mi
hermano es un gran trabajador. Honesto. Fiable. Puede que sea un imbécil, pero
también tiene muchas buenas cualidades.
—Hagámoslo. —Joules se mueve hacia el centro del todoterreno y abre la
puerta, vestido completamente de negro y con la palabra Seguridad garabateada en
la espalda de su chaqueta. Sigue las instrucciones de Daniel y ayuda a despejar un
estrecho túnel por el que Tam puede escapar. Me apresuro a seguirlo y Jacob se
queda detrás.
La gente se agolpa a ambos lados, gritando y agitando pancartas. Algunos
lloran abiertamente.
Cómo he conseguido llegar hasta donde estoy es realmente un milagro, una
astilla positiva producto de la maldición. Sin los encuentros predestinados, habría
acabado antes de empezar.
Escapamos del aplastamiento de la humanidad huyendo a una tienda llena de
empleados. Tam es recibido por el director del rodaje mientras se sienta en una silla
y tres personas diferentes se acercan a su cara y su cabello. Se disculpa una docena
de veces por estar herido y le aseguran que no hay ningún problema.
Me paro en un rincón con mi teléfono y abro el chat de grupo de los asistentes.
Tam necesita un par de zapatillas nuevas para el gimnasio. Que se las lleven
al hotel. Debajo encontrará las recomendaciones de talla y marca. Además,
siempre se olvida de pedir calcetines. Consíguele varios pares diferentes para que
elija. Solo mezcla de lana merina.
Estoy pensando cómo hacerlo cuando interviene otro de los asistentes.
Estoy en ello. De las zapatillas y los calcetines ya me encargo yo.
Levanto la vista cuando Tam pasa de la silla a un biombo, cambiándose de ropa
como un mago. Aparece detrás de ella y luego reaparece en el lapso de treinta
segundos.
Lleva un jersey de manga larga a rayas blancas y negras en el lado izquierdo,
pero gris brezo en el derecho con un hombro negro. Jeans ajustados. Zapatillas altas
de color rosa chillón. Masca un chicle con cafeína y está de pie con los brazos
extendidos a ambos lados para que la estilista pueda hurgar en su ropa. Le pone un
cinturón suelto alrededor de las caderas, un poco torcido.
—Listo —grita mientras los ojos de Tam buscan en la habitación y encuentran
los míos. Nos miramos el uno al otro durante unos... dos segundos, luego lo sacan y
me apresuro a seguirlo. Joules está justo al lado de la puerta, con los brazos cruzados
sobre el pecho y la mirada clavada en el parque.
Los aficionados rodean la zona acordonada, avanzando y gritando. Cuando ven
a Tam, se vuelven locos. Todos los miembros del equipo de seguridad y todos los
policías uniformados tienen que contenerlos.
Cada momento personal que Tam y yo hemos compartido parece ahora muy
surrealista. ¿Cómo pudimos visitar juntos una tienda de té boba? ¿Cómo fuimos a la
mansión Pittock y a los jardines japoneses?
Suerte. Casualidad.
Tam solo puede salir en público como una persona normal si lo hace en secreto.
Con el puente Golden Gate empapado de niebla sobre la bahía a sus espaldas,
Tam posa al borde de una roca, con un pie sobre la piedra, los brazos cruzados sobre
el muslo mientras se inclina. Vuelve a moverse rápidamente, adoptando una pose
sugerente tras otra. Sonriente. Neutral. Frunciendo el ceño. Guiña el ojo. Vuelve a
sonreír.
—Ve a secarle el sudor de la frente y dale esta botella de agua. Asegúrate
siempre de que la tapa está desenroscada antes de acercarte a él. —Maggie me pone
los objetos en las manos y luego me agarra de la muñeca—. Limpia. No frotes. Limpia.
Asiento con la cabeza y subo corriendo por la ladera cubierta de hierba hacia
Tam.
Su mirada se desvía hacia mí cuando me detengo a su lado y le ofrezco la
botella. ¡Mierda! El tapón. Cuando estira la mano para cogerla, se la devuelvo de un
tirón e intento frenéticamente quitarle el tapón. Está atascado.
—Lake.
—Lo siento, lo siento mucho. —Dejo caer la botella de agua en la hierba y,
como el suelo está mojado, se ensucia un poco. Me abalanzo sobre ella y me limpio
la suciedad en los pantalones. Tam me sujeta suavemente de la muñeca y me quita la
botella de agua.
La presión de la multitud me está poniendo nerviosa. Una cosa es cuando Tam
está actuando, y él está a salvo fuera del alcance en el escenario. ¿Pero ahora? Solo
hay cuerdas de terciopelo y unas cuantas docenas de guardias de seguridad que le
impiden ser acosado. Él mismo desenrosca la botella y echa la cabeza hacia atrás
para beber un trago, con los ojos cerrados.
Observo su cuello, la forma en que se contraen sus músculos al tragar. Miro sus
labios sobre la botella y pienso en él rozando con sus dientes mis pantalones jeans.
Deja de beber y vuelve a bajar la cabeza. Levanto el paño húmedo para frotarle la
frente.
Entonces pienso en sus pañuelos y en cómo utilizaba uno para limpiar la sangre
de mi piel. Se me resbala la mano y froto el paño sobre su mejilla, descubriendo un
poco del moratón que tiene bajo el ojo.
—Oh, mierda. ¡Froté! No limpié. —Gimo mientras retiro la mano.
—Lakelynn, relájate —me dice Tam con suavidad, y su voz es el pinchazo que
necesito para reventar la burbuja de ansiedad que me rodea.
—Lo sentimos mucho —dice Jacob, empujándome a un lado para que uno de
los peluqueros y maquilladores pueda llegar hasta Tam. Retrocedo unos pasos
mientras Jacob recoge la botella de agua y me la pone en los brazos. Tam lanza una
mirada fulminante a su representante antes de dirigirme una mirada de disculpa. Le
devuelvo la sonrisa para que sepa que estoy bien y hago lo que puedo para no
estorbar.
Tam se cambia de ropa tres veces más y, con su propio teléfono, se hace un
montón de selfies con la lengua fuera o haciendo un corazón con la mano en la mejilla.
También graba un momento hablando de la sesión de fotos.
Que alguien lo ponga en TT ahora. Quiere que escribamos algo en el pie de
foto sobre el tiempo. Consigue las fotos en Insta y no olvides publicarlas en X y
Facebook.
Empiezo a escribir un mensaje diciendo que me ocuparé de esas cosas, pero
entonces me doy cuenta de que aún no tengo acceso a sus redes sociales. Anoche
firmé un acuerdo de confidencialidad mucho peor y un contrato de trabajo que mi
madre revisó por mí. Pero todo esto parece que está por encima de mi nivel.
Una sensación de náuseas se apodera de mi estómago.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
«Sí.»
¿Ese momento y este? Mundos aparte. ¿Cómo los reconcilio? ¿Cómo me
acostumbro a todo esto? Porque si quiero estar con Tam, tendré que aprender.
Ahora mismo, solo quiero huir.
—Rápido, rápido, rápido —gime Jacob, haciendo gestos para que volvamos al
todoterreno—. Llegamos tarde.
A medida que avanza el día me doy cuenta de que siempre llegamos tarde.
Empezamos en el aeropuerto a las siete de la mañana y ahora son las dos de la
madrugada.
Tam bosteza en el vestíbulo del hotel, como un zombi.
Y esto fue solo un día.
El concierto no es hasta pasado mañana.
—Esta es tu habitación —me dice Maggie, poniéndome una tarjeta en la mano.
El número de habitación está escrito en el sobre de papel en el que está metida—.
Buen trabajo hoy. Duerme un poco. —Sonríe y me da una palmada en el hombro antes
de salir por el vestíbulo en dirección al salón. Está cerrado, pero quizá el equipo de
Tam tenga un trato con el personal del hotel o algo así.
Estamos en el Ritz, por cierto.
El Ritz.
En San Francisco.
La cabeza me da vueltas.
—Déjame ver —exige Tam, bostezando de nuevo mientras me quita la tarjeta
de la mano. Se queda tanto tiempo mirando el número de la habitación que supongo
que le pasa algo. Tam parpadea, levanta la vista y mira a Jacob con mala cara—. Está
en el piso de abajo.
—El ático es su propio piso, Sr. Eyre. —Casi siento pena por Jacob ahora,
también. Él también se balancea como si estuviera a punto de desmayarse—. No hay
nada que pueda hacer al respecto. Sé lo importante que es, pero no puedo hacer que
el hotel añada una nueva habitación en su planta para su asistente favorita.
—No pasa nada. Estoy bien. Estoy contenta con esto. —Intento tomar la tarjeta
del puño de Tam, pero no me deja. Sus ojos encuentran los míos, y deseo que me pida
que me quede en su habitación con él. O no. No lo sé—. Tam, dame eso. Tam. Sir Tom.
—Me suelta la tarjeta, y me pregunto si estará pensando en cómo le dije que se
esforzara más.
Quiero que me seduzcan. Quiero que se esfuerce.
Voy a hacer lo mismo, a devolverle su nivel de esfuerzo con el mío.
—Tú y yo despejaremos la sala y luego dormiremos por turnos —le dice Daniel
a Joules, y me pregunto si Joules habrá conseguido un ascenso enorme en su primer
día de trabajo porque es el único otro agente de seguridad que está en el vestíbulo
con nosotros.
Es bastante tranquilo. No parece haber nadie más por aquí. Me sorprende que
los fans de Tam no sepan que se queda aquí.
—Entonces subamos —dice Tam con un suspiro y los ojos se le cierran. Se frota
la cara y vuelve a bostezar, despeinándose cuando se pasa los dedos por el cabello.
Subimos juntos al ascensor, parando primero en mi planta.
Joules me acompaña al pasillo y me giro para observar a Tam mientras se
cierran las puertas del ascensor. Me está mirando fijamente. Nos quedamos
mirándonos fijamente hasta que las puertas se cierran por completo entre nosotros.
Gimo y casi me caigo al suelo.
—No sé si podré hacerlo —le digo a Joules, pero él me sujeta del brazo y me
lleva hacia mi habitación de todos modos.
—Puedes hacerlo, y lo harás. Sin embargo, una vez que la maldición se rompa,
te digo que rompas con él y vuelvas a casa.
Me río de eso, pero también realmente no sé si puedo vivir así. La vida de Tam
es una locura. Todo el mundo piensa que quiere popularidad, riqueza y atención.
¿Pero verlo de primera mano así? No me gusta. En absoluto. Me siento culpable por
decirle a Tam que me excitaba su estatus de celebridad.
Joules comprueba si hay acosadores en mi habitación, que lindo, ¿quién iba a
estar aquí por mí?
Me desplomo en el sofá del salón.
Hay una sala de estar. En una habitación de hotel. Hay dos baños. Dos baños. Y
tengo una enorme bañera y una cama tamaño King para mí sola. El sofá tiene una cama
extraíble que estoy segura de que Joules usará, incluso si lo invito a compartir
conmigo. Testarudo.
Ni siquiera enciendo las luces, tropiezo con la cama y me planto de cara sobre
las blancas sábanas.
Me duermo en segundos.

Me despierto con un calambre en el cuello, gimiendo mientras ruedo sobre mi


espalda y miro fijamente a un techo desconocido.
Desde que tengo memoria, me he despertado en la misma casa. Desde hace
diez años, me despierto exactamente con el mismo techo de madera, inclinado y
decorado con telarañas por mucho que lo limpie.
Suspiro y me incorporo. No hay rastro de Joules por ninguna parte.
Busco mi teléfono y al final descubro que sigue en mi bolsillo. Solo llevo
dormida una hora y media. Son las tres y veinticinco de la madrugada.
Tomando una copa con algunos de los chicos de seguridad. Habitación 215,
si me necesitas. Eso es lo que me mandó mi hermano hace treinta minutos. Le envié
un pulgar hacia arriba, y respondió casi de inmediato. Además, conseguí una tarjeta
para la habitación de Tam. Está en el escritorio. Úsala o no la uses a tu antojo.
Dejo caer el teléfono a mi lado y giro la cabeza para mirar el escritorio. Incluso
en las profundas sombras de la habitación, puedo ver el pequeño rectángulo blanco.
Mi corazón empieza a latir con fuerza y me humedezco los labios.
No.
No, aquí es donde se supone que él debe perseguirme. Hice la persecución,
ahora es su turno.
Pero entonces me encuentro sola en un espacio desconocido, con los sonidos
de la ciudad que no se oyen en casa. Me acerco a la tarjeta y la recojo, golpeándola
contra la palma de la mano.
Al diablo con esto.
Intento no correr mientras me dirijo al ascensor y uso la tarjeta para subir al
ático. El guardia de seguridad que espera dentro ni siquiera me mira. Por otra parte,
sigo llevando mi identificación. ¿Era esta la intención de Tam cuando me pidió que
trabajara para él? Parecía sorprendida de que Joules se enfadara con él por eso. ¿Tal
vez no estoy leyendo las señales que está poniendo a cabo?
Las puertas del ascensor se abren y me tomo mi tiempo para caminar por el
pasillo hasta unas puertas dobles.
Toco la cerradura con la tarjeta y entro para encontrar a...
…a Tam, poniéndose una camiseta nueva en la cabeza al salir del baño. A
Kaycee Quinn, sentada en el borde de su cama.
Suelto la puerta, doy un paso atrás y se cierra de golpe.
¿Acabo de...? Hace falta una explicación. Sé que no debo precipitarme, pero
se me revuelve el estómago y se me paraliza el corazón. Me doy la vuelta y pongo la
mano en la pared. Cuando la puerta vuelve a abrirse a mi espalda, huyo caminando
rápidamente por el pasillo.
Obligo a Tam a perseguirme como hizo en la grava, y supera el reto. Me alcanza
y pasa de largo, girándose y poniendo la palma de la mano en la pared delante de
mí. Intento agacharme, pero me agarra por el hombro y me empuja muy suavemente
contra la pared.
—No corras —susurra, observándome con una mirada entrecerrada que me
hace quedarme muy quieta—. No corras. No es así; nunca te haría eso. —Tam me da
un pequeño beso en la sien que hace que se me enrosquen los dedos de los pies en
los zapatos—. Kaycee está aquí con su representante y su guardaespaldas. También
están Jacob y Daniel. Escúchame, Kayak. —Pone la otra mano en la pared a mi
derecha, y luego se inclina hacia abajo y hacia adentro, y exhalo con anticipación—.
Estábamos tratando de averiguar cómo romper públicamente. Yo ya rompí con ella
en privado. Llevo intentando romper con ella desde que apareciste en la casa de
alquiler de Oregón.
—No esperaba menos —susurro, y entonces se abalanza sobre mí. Va a
besarme por fin, carajo, pero entonces se abren las puertas del final del pasillo y ahí
está Kaycee.
Giro la cabeza y los labios de Tam tocan mi mejilla. Se queda ahí suspirando,
con la nariz pegada a mi cara, y el calor de su cuerpo hace que el mío se vuelva
líquido.
Pero no puedo besarlo delante de su... ¿exnovia?
—Lo siento, pero no puedo quedarme más tiempo. Creo que ya lo hemos
resuelto. —Kaycee viene por el pasillo con su cabello rubio peinado y enrollado en
la parte superior de su cabeza. Sus ojos parecen el doble de grandes que de
costumbre, con un dramático ojo de gato y un poco de sombra rosa pálido. Tiene los
labios carnosos y entreabiertos y la piel sin poros.
Estoy... bajo las manos de Tam con el cabello alborotado por el sueño y sin idea
de lo que estoy haciendo.
Solo me mira, con la boca aún pegada a mi mejilla.
—Podría interesarme saber por qué no llevabas camisa. —pregunto.
—Se derramó café hirviendo por encima y tiene marcas en el pecho —añade
Kaycee, examinándose las uñas como si no fuera para tanto. Con un grito ahogado,
levanto la mano y tiro de la camiseta de Tam hacia abajo. Efectivamente, tiene marcas
rojas brillantes en su piel inmaculada.
—Ay —murmura Tam, y lo suelto de golpe al darme cuenta de que acabo de
arañarlo. En su herida de quemadura.
—Lo siento mucho —murmuro, deseando que se mueva de donde está,
inclinado sobre mí. Lo hace a regañadientes, pero frunce el ceño y me doy cuenta de
que se ha movido porque estoy incómoda. Estoy incómoda porque hay más gente aquí.
Quiero estar debajo de este hombre, desnuda.
Tam se gira para mirar a Kaycee como si acabara de darse cuenta de que está
aquí. La señala y luego vuelve a mirarme.
—Ella quiere ver a tu hermano, pero él se escapó. ¿Puedes hacer que se reúna
con Kaycee? ¿O engañarlo para que lo haga? —Ese es Tam, preguntándome todo eso.
Dejo que mi mirada se dirija a Kaycee y veo que tiene los labios fruncidos y los
ojos oscuros por el dolor. ¿A ella... realmente le gusta Joules? ¿De verdad?
—¿Te... gusta mi hermano? —Estoy muy confundida—. ¿Por qué?
—Arrincónalo en alguna parte. O llámame cuando esté dormido. —Kaycee le
pasa una tarjeta. Es negra con un número de teléfono plateado en un lado. Eso es todo.
Sin nombre ni nada. Es muy dramática—. Envíame un mensaje y vendré a buscarlo.
Pasa por delante de Tam y de mí, y veo que su representante y su
guardaespaldas bajan por el pasillo para acompañarla. Jacob y Daniel son los
siguientes, y aunque Jacob nos mira mal, también se va.
Solo somos Tam y yo.
Solos.
—¿Tu hermano te dio la tarjeta que le dieron para trabajar? Porque en mi
equipo, eso es causa inmediata de despido. —Tam sonríe mientras dice esto, así que
imagino que está bromeando—. Bien. Ya estás aquí. Quería hablar contigo, pero antes
tenía que ocuparme de lo de Kaycee.
—¿Romper públicamente? —repito, tan completamente sorprendida que no
tengo ni idea de qué decir. Supuse que tendría que ser el pequeño secreto de Tam,
como si la discográfica le pidiera que guardara las apariencias de cara al público.
Tam asiente, con los ojos recorriendo mi cuerpo.
—Vi tu cara, Lakelynn. No la estabas pasando bien trabajando como mi
ayudante. —Se ríe, se pasa la mano por el cabello y se vuelve para mirarme. Siento
que mi cuerpo se relaja a su alrededor, que se instala en mí una respiración profunda
y tranquila. Estoy tranquila con Tam. Me gusta estar cerca de Tam. Aunque tenga
razón y el día no haya sido nada divertido para mí, prefiero quedarme y hacer esto a
no verlo.
—No, pero tampoco quiero irme. Por favor, no me despidas.
Tam asiente, con expresión contemplativa.
—Ven. —Hace un gesto hacia las puertas abiertas del ático y acepto la
invitación en silencio.
Entra en la habitación detrás de mí y me giro para ver cómo cierra la puerta
con el pie.
Ahora estamos solos, solos.
—¿Crees que voy a despedirte? —me pregunta, y me encojo de hombros.
—Yo... tallé, Tam. No limpié.
Se ríe y se mete las manos en los bolsillos de sus joggers plateados.
—¿Quieres algo de beber? Aquí hay un minibar. —Camina descalzo por la
habitación y lo sigo. No hay muchas lámparas encendidas en la habitación, pero no
hace falta. Toda una pared, desde el suelo hasta el techo, es de cristal liso. La vista de
la ciudad es impresionante.
—No me estás despidiendo, pero necesitabas romper públicamente con
Kaycee. —Expongo los hechos y espero a que lo diga en voz alta, lo que sea que
necesite decirme.
—Desde el primer momento me di cuenta de que Joules tenía razón: cometí un
error. Debería haberte pedido que fueras mi novia. —Tam se da la vuelta y se apoya
en el mostrador, con una mano a cada lado. Tiene los párpados caídos, los labios
entreabiertos y la cabeza ladeada.
¿Por qué? ¿Cómo es que siempre posa así? Me retuerzo las manos delante de
mí.
—En el pasillo de casa, cuando me hiciste esa pregunta —empiezo, con los ojos
desviados hacia un lado. La cocina de aquí es enorme. No es solo un minibar, sino un
frigorífico de tamaño normal con puerta de cristal, repleto de bebidas. Todas las
bebidas posibles conocidas por la humanidad, desde kombucha hasta cerveza,
refrescos y jugos, bebidas con etiquetas escritas en coreano o japonés. Muchas,
muchas, muchas bebidas.
Tam es básicamente un dios humano con una ofrenda.
«Cuando me hiciste esa pregunta —repito, tragándome mi ansiedad. Me doy
cuenta de que he dejado ese fragmento de frase en el aire durante tres minutos
enteros y él no se ha movido. Se limita a mirarme y a respirar de una forma que me
dice que toda su quietud es forzada y bien practicada. Preferiría estar tocándome—.
La respuesta, debería dártela yo.
—Quizá deberías, pero solo si quieres —bromea, y yo le devuelvo la mirada.
Ojos fijos.
Me sonríe, despacio.
—Sí, Tam Eyre.
—Sí, ¿qué, Tam Eyre? —me repite, fingiendo desinterés.
—Sí... quiero que me folles.
—Buena chica —dice, y entonces me da una bebida no al azar, sino
cuidadosamente sacada del estante de la puerta de la nevera.
Es una boba.
—No estaba segura de sí habías tenido una hoy y no quería que te la perdieras.
Tomo la bebida y me doy la vuelta para que no me vea derramar unas lágrimas
mientras me la bebo.
CAPÍTULO CUARENTA
LAKE
Quedan 54 bobas hasta que muramos los dos...

Me despierto unas horas más tarde, de nuevo confundida por lo que me rodea.
Estoy tumbada en una cama matrimonial en una habitación de hotel que no
conozco, con un hueco caliente a mi lado donde hasta hace poco podría haber
dormido otra persona. Giro la cabeza y veo a Tam saliendo del baño con pantalones,
pero sin camiseta, con la toalla colgada sobre los anchos hombros. Se vuelve al ver
que estoy despierta y me sonríe.
Son las siete de la mañana.
—No intentaba despertarte, lo siento.
—Creo que llego tarde al trabajo. —Miro a mi alrededor, pero no tengo ni idea
de dónde está mi teléfono. ¿Qué pasó anoche?
Recuerdo sentarme en el sofá para hablar con Tam y beberme mi boba.
Oh.
Así es.
Mi cabeza no paraba de caer hacia atrás, hacia delante o hacia los lados, y Tam
me atrapaba todas las veces.
—¿Por qué no duermes aquí? —había susurrado, y luego esto.
No recuerdo mucho más. Rápidamente recojo el boba casi lleno de la mesilla
y me lo acabo mientras él me sonríe. Tengo que acabarme esto. Estoy contando los
días que faltan para mi muerte con estas bebidas.
—No vas a venir a trabajar. —Sonríe como el niño travieso que es—. Al final,
acabé despidiéndote. Hay una nueva identificación para ti sobre la mesa. Mándame
un mensaje o llámame cuando quieras mientras estoy fuera hoy, y te contestaré.
—¿Por qué? —pregunto mientras Tam se quita la toalla de los hombros y
recoge su camiseta.
Está tenso entre nosotros. Siento tirones en cada músculo. Quiero. Quiero
tocarlo, pero me quedo donde estoy. Parece que está a punto de irse por hoy.
—Si me quieres, seré tu novio —me dice, y casi me atraganto con la boba. Me
aclaro la garganta, pero él no ha terminado—. Por favor, sé mi novia, es lo que quería
decir.
Tardo un minuto en pensar qué responder, lo cual es una tontería porque sabía
exactamente cuál era mi respuesta a su otra pregunta.
—Me gustaría, Thomas. Gracias. —¿Podría ser literalmente más incómodo?
—Si empiezas a hablarme como un duque del siglo XVI, despediré a Jacob.
Solo puedo soportarlo de una persona.
Me río, pero es difícil prestar atención a lo que dice mientras se pone la
camiseta. Músculos bajo la piel calentada por la ducha, esa pizca de pecas sobre el
ombligo. Su gusto. Sobre todo, su sabor. Hundo los dedos en las sábanas y Tam lo
nota.
—Y no me lo agradezcas. ¿Por qué ibas a darme las gracias? —Me mira y
asiento con la cabeza, intentando contener una sonrisa—. Nos vemos aquí, y podemos
hacer algo para cenar. Hasta entonces... disfruta del día. —Vacila, y me cuesta un gran
esfuerzo recordar a este hombre encantador diciendo las palabras, buena chica—.
Por favor, ve a hacer algo divertido hoy. Me hará sentir mejor.
—Claro. Pero entonces quiero volver a trabajar. Me gustaba tener un trabajo.
Tam duda, pero luego asiente una vez, recoge una sudadera con capucha y sale
por la puerta.

—A Kaycee Quinn le gustas tanto que quiere que te sabotee. Me dijo que
esperara a que te durmieras y la llamara. Ella vendría enseguida. —Estoy de pie junto
al sitio de Joules, acurrucado en el sofá de la habitación de hotel que compartimos—.
¿Debería complacerla? ¿Por qué sí o por qué no?
—Kaycee es un hecho. Tú misma lo dijiste. Están rompiendo. —Joules se burla
y rueda lejos de mí, tirando de su manta sobre su hombro—. No necesito verla más.
Le doy una fuerte bofetada. Justo en el centro de su espalda, y me gruñe.
—Tengo la tarjeta de crédito de Tam, y voy a salir a hacer algo divertido hoy.
Pensé que podríamos ir juntos, pero si vas a seguir mintiéndome, entonces no quiero
ir contigo, Joules Frost. Contrólate.
Se da la vuelta de repente y se pone en pie. Pensé que estaría enfadado
conmigo, pero no lo está. Parece... triste.
—Kaycee y yo no vamos a funcionar, Lake. Ella está interesada en mí de una
manera que yo no estoy interesado en ella. Realmente no quiero verla.
Suspiro y sacudo la cabeza.
—Bien. ¿Quieres vestirte para que podamos ir a Alcatraz? Luego quiero sopa
de almejas.
—Bien —repite Joules, y luego pasa a mi lado caminando hacia el baño,
deteniéndose a medio camino entre la cama y la puerta—. ¿Han dormido juntos? —
pregunta, con la esperanza de que también se haya roto la maldición.
—No.
Porque me quedé dormida.
Maravilloso.
«Buena chica.» ¿En serio Tam me dijo eso?
Intento no pensar en ello, tomando un taxi con Joules para que podamos llegar
al Muelle 33 para la visita.
Tomamos un barco hasta una isla en medio de la bahía que solía ser una famosa
prisión. Pensando en Tam, me entrego a la audioguía, y Joules camina a mi lado,
bostezando, con las manos en los bolsillos.
Sopa de almejas y pan de masa madre para comer. A continuación, un laberinto
de espejos en el que Joules maldice tan fuerte que puedo oírlo al otro lado de la
habitación. En uno de los muchos reflejos, lo veo tirando de los guantes de plástico
que te dan para que no manches el cristal y arruines la ilusión del laberinto. Me ve y
me persigue.
Encuentro la salida tres veces antes de que el exaltado Joules pueda escapar.
Me echa un brazo al cuello cuando salimos y me acompaña por el muelle hacia
el océano. Su voz cuando habla después es extraña. Está apagada. Sea lo que sea lo
que esconde, es malo.
—Salgamos así más a menudo, ¿okey? Tam solo puede tener la mitad de ti. Joe
se ha ido, así que solo somos tú y yo.
Me separo bruscamente de Joules y me abalanzo sobre su muñeca.
—¡Basta, Canoa! —me grita, levantando el brazo por encima de la cabeza y
respirando aceleradamente.
Se me parte el corazón cuando sus ojos se cruzan con los míos y niego con la
cabeza.
—No, no, estás mintiendo. —Retrocedo por el muelle, pero él alarga la mano
para agarrarme la muñeca cuando casi choco contra la barandilla que tengo detrás.
Aun así, mantiene su muñeca izquierda lejos de mi alcance.
Levanto la vista y veo que la marca se ha difuminado, la mancha beige y rosa
que solo es una insinuación.
Dejo caer mi mirada hacia la de mi hermano.
—¿Lo estás cubriendo con maquillaje? —No puedo creer que esté haciendo una
pregunta tan estúpida. Pero es lo único que tiene sentido—. ¡Joules! —Le grito, y él
pone los ojos en blanco. Deja caer el brazo y luego lo levanta para que lo mire
fijamente.
—¿Por qué iba a hacer eso? Solo quiero que dejes de asustarte porque digo
algo agradable.
—Eso no estuvo bien, Joules. Eso fue raro. La gente solo dice cosas así si se está
muriendo. ¿Te estás muriendo, Joules Frost? ¿Te has emparejado y no me lo has
contado? Porque nunca te perdonaría que mintieras sobre algo así. Incluso muerto,
maldeciría tu nombre.
Joules me sonríe y me deja frotar su marca durante unos segundos. No parece
desprenderse nada, pero necesitaría un desmaquillante y una toallita para creérmelo
del todo. Me quita la muñeca de encima y pasa junto a mí para apoyar los brazos en
la barandilla y mirar a los leones marinos.
—Compremos un coche nuevo de vuelta al hotel, y luego demos las gracias a
Tam por prestarnos su cartera.
—Joules —le advierto, girándome e imitando su postura en la barandilla. Aún
no he terminado con esta conversación, pero tal y como está actuando Joules, necesito
dar un paso atrás. Está completamente seguro de que, sea lo que sea lo que le pasa,
no quiere que yo lo sepa. Ni siquiera si lloro, grito o lo amenazo.
Voy a tener que ser más sigilosa al respecto.
«Ya golpeaste a Tam en la cara. No tientes más nuestra suerte.
—Cuanto más rápido, mejor —respira Joules, girándose para mirarme. Se
burla—. Mi casero me dijo que podía recuperar mi apartamento siempre que firmara
un nuevo contrato de alquiler antes de que acabara el verano. Cuanto antes volvamos
a casa, mejor.
—Okey —le digo, segura de que sigue mintiendo. Puede conseguir otro
apartamento fácilmente. Incluso si no pudiera, no le importa una mierda ese tipo de
cosas. Joules necesita que rompa la maldición lo antes posible. Me abro a la idea de
amar a Tam Eyre. Si tuviera más tiempo, disfrutaría del viaje. Pero la maldición no me
va a dar ese lujo—. No me detendré.
—Buena chica —dice Joules distraídamente, porque sabe que lo odio. Le doy
un fuerte empujón en el hombro y se tambalea, dándome la espalda mientras lo dejo
allí plantado—. ¡Eres una mocosa! —me grita, pero lo ignoro.
Sigo enfadada, pero llevo a Joules al museo de ciencias que hay en la calle.
Todo es práctico, así que básicamente es un parque infantil gigante para adultos.
Disparamos rayos láser para estudiar la refracción del color, tocamos instrumentos
musicales de gran tamaño y jugueteamos con imanes gigantes. Creamos enormes
remolinos haciendo girar enormes ruedas de barco para aprender cómo se mueve el
agua.
Y entonces, recibo un mensaje de Tam que dice: de vuelta al hotel.
Mi corazón estalla y apresuro a Joules hacia la salida.

Espero a Tam en mi habitación, paseándome un poco frente al televisor. Subí a


su habitación cuando volvimos, pero había tanta gente reunida que salí corriendo en
cuanto abrí la puerta. Puedo esperar aquí.
El primer golpe me hace dar un respingo y me obligo a ir más despacio. Exhalo
y me sacudo las manos antes de dirigirme a la puerta para contestar.
Es Tam, por supuesto.
Sabía que lo sería, pero... aun así.
Mariposas.
—¿Puedo pasar? —pregunta amablemente, y le dirijo una mirada. Su sonrisa
de respuesta es suficiente para darme ganas de cerrarle la puerta en la cara. Sabía
que me daría problemas. Lo sabía, y tenía razón.
—Claro. —Me hago a un lado y lo hago pasar, dejándolo pasar para que pueda
cerrar la puerta y echar el cerrojo. La cadena es lo siguiente. Estoy segura de que
Tam debe tener más cuidado que cualquier otra persona. Sé que una vez alguien
intentó apuñalarlo en una reunión.
—Hola, Joules —dice Tam con indiferencia, deteniéndose en la puerta que
separa el vestíbulo de la sala de estar. Recuerdo que dijo que quería caerle bien a
Joules, pero también creo que tiene suficiente dignidad para no demostrarlo. Un
enfoque neutral es bueno. Joules debería responder a eso.
—¿Te vas a acostar con mi hermana o qué? —pregunta Joules con un suspiro,
frunciéndole el ceño al pasar—. Y no te preocupes, ya tengo la llave de tu suite de
arriba. Pueden quedarse con esta habitación.
Mi hermano sale de la habitación y deja que la puerta se cierre tras él. Tam lo
mira por encima del hombro antes de volverse hacia mí.
—Jacob está con mi madre y tal vez dos o tres asistentes allí. Si puede tratar con
ellos, él puede tener la habitación.
—Lo siento por él. Creo que de alguna manera olvidó que se supone que debe
animarte a que te guste, no ahuyentarte.
Tam se ríe suavemente cuando paso a su lado y me acerco al minibar de mi
habitación. Tomo algunas de las botellas de alcohol, buscando algo fácil y relajado.
¿Vino blanco, quizá? Encuentro una botella y me doy la vuelta para ver que Tam se
está acomodando en el sofá. La vista de la ciudad a su izquierda me hace recordar
nuestra promesa de comer ramen en Japantown.
—¿Quieres tomar una copa de vino y luego vamos por ese ramen? —pregunto,
y Tam asiente lentamente.
—Creo que podemos conseguirlo —dice, y recuerdo de repente que le resulta
difícil salir sin más. Que es arriesgado cada vez que ocurre.
—En realidad, ¿podríamos quedarnos aquí? —Levanto otra botella de vino
como prueba—. Pide. Beberemos un poco de más. Ver una película.
—Quiero salir contigo, Lake —me dice, y recuerdo que me dijo algo parecido
en casa de mis padres—. Salgamos.
—Esforzarte más no significa ser arriesgado con tu propia seguridad —le
advierto, y se ríe de mí.
—Te voy a sacar. Maldita sea. Casi me tienes ahí, y podríamos habernos
quedado y... Pero ahora vamos a salir seguro. —Tam se levanta y se mueve hacia
donde estoy congelada en el mostrador. Deja el vino en el mostrador, lo descorcha
en un instante y sirve una copa grande. Vacila. Se compromete a dejar de lado su
dieta en favor de una agradable velada. Sirve una segunda copa.
Las chocamos y luego bebemos.
Tam llama a Pat y al Escalade, y salimos por la puerta trasera.
En el fondo, arde la tensión.

—Sabes, nunca le pedí salir a Kaycee —dice Tam, mirando por la ventana.
Tiene el codo apoyado en la puerta y la barbilla en la mano. Parece despreocupado,
relajado. Pero su mirada se desvía hacia la mía y veo que no es cierto. Los dos somos
conscientes de los sentimientos del otro.
Él me desea y yo lo deseo.
—¿Qué quieres decir? —Le susurro. Pat tiene música clásica a bajo volumen,
pero estoy segura de que aún puede oírnos. A Tam no parece importarle.
—No la invité a salir. El director general de nuestro sello discográfico nos llevó
a los dos a su despacho, me dijo que estaba enamorada de mí y me preguntó si me
plantearía salir con ella. Le dije que sí. Quiero decir, intentaba ser un buen novio,
pero no sentía ninguno de los impulsos que siento hacia ti.
—Tam... —No tengo ni idea de qué más decir. Se ha girado completamente en
su asiento para mirarme ahora, lleva un jersey de manga larga con nubes, unos jeans
en los que dice CRUSH en una pierna y unas botas de cuero marrón. Quienquiera que
lo haya peinado hoy tenía una estética, y me gusta. Decido preguntar. La conversación
se intensifica rápidamente—. ¿Quién eligió este conjunto? Te queda muy bien.
—Esta es mi ropa —me dice Tam con una sonrisa—. Mi propia ropa. Me vestí
para ti.
—Bueno, yo... Parece sacado de una campaña publicitaria en las redes
sociales.
Se ríe de mí, tan fuerte que casi se atraganta.
—Aquí está bien —dice Tam cuando llegamos a la acera junto a una plaza
abierta con una pequeña pagoda y algunos cerezos en flor.
Japantown, San Francisco.
Tam se pone su gorra de béisbol negra, se enfunda esa pesada chaqueta, se
pone una máscara facial, añade unas gafas de sol.
Él sale primero y me tiende la mano. La tomo y bajo de un salto para colocarme
frente a él. Hay mucha gente, pero nadie nos mira todavía.
Pat se aleja mientras Tam me lleva al centro de la plaza. La clave es asegurarse
de que nadie reconozca a Tam. Si no lo reconocen, ni siquiera imaginarán la
posibilidad de que esté aquí.
Miro mi teléfono y veo que hay fácilmente una docena de lugares de ramen a
poca distancia. Elijo dos buenos y le ofrezco a Tam mi puño.
—Yo soy el primer restaurante, tú eres el segundo. Vamos. —Jugamos piedra,
papel o tijera, y eso es todo. Segundo restaurante—. Te dije que no hacía trampas —
le digo con altivez mientras esperamos al paso de peatones.
—No me habría importado que lo hicieras —me responde, tomándome de la
mano cuando cambia la señal del paso de peatones. Cruzamos la calle juntos y sigue
sin soltarme. No hasta que llegamos al restaurante.
Tam nos registra y encuentra una mesa al fondo. Está de espaldas al comedor
principal y hacia una pared. Solo le verán los que vuelvan de los baños. Se quita toda
la ropa de disfraz y deja el montón en el banco acolchado que tiene al lado.
Señalo el cartel que hay al final de la mesa. Es uno de esos restaurantes en los
que escaneas un código QR, pides y pagas por Internet, y luego te traen la comida.
No es como un restaurante tradicional de servicio completo.
—Pide en mi teléfono, y yo pagaré la comida. Después del dinero que nos
hemos gastado Joules y yo hoy, al menos debería hacer esto por ti.
—De acuerdo —dice tras unos minutos de vacilación. Quizá porque recordó
que me devolvió casi diez mil dólares de aquel billete. Creo que se quedó con los
otros cuatrocientos, para que pareciera que no estaba siendo demasiado coqueto
conmigo. Como si me estuviera haciendo un pequeño favor.
Pedimos gyoza (albóndigas de cerdo), botellas de té verde helado y cuencos
de ramen.
—El comunicado de prensa de mi ruptura con Kaycee está previsto para el mes
que viene. —Tam se sienta frente a mí con media sonrisa en su apuesto rostro, esa
pequeña arruga reapareciendo entre sus cejas.
Me humedezco los labios, y entonces voy por ello. Me pidió que fuera su novia,
¿verdad? Me inclino sobre la mesa y sus ojos siguen el movimiento como si estuviera
semidesnuda bailando burlesque. Mi pulgar recorre su piel y Tam cierra los ojos.
—No está permitido que te salgan arrugas. Eso es lo que he visto en Internet —
bromeo, dejándome caer en el asiento. Debería haberme arreglado para esto, pienso,
pero no lo he hecho. Estoy aquí sentada en jeans y una sudadera con capucha porque
no me había dado cuenta de que íbamos a tener una cita como Dios manda.
—No te preocupes —dice Tam, estirando sus largas piernas. Una de ellas acaba
entre las mías, y vuelvo a acordarme del asador—. Me pongo bótox. Es hora de un
repaso. —Levanta el pulgar y se frota el entrecejo.
Me quedo con la boca abierta. Hace una pausa para mirarme, como si no
estuviera seguro de qué podría haber dicho que fuera tan escandaloso.
—Tienes veinte años. —Mi voz es un susurro horrorizado.
—¿Sí? —Tam responde, y entonces vuelve a dedicarme esa sonrisa ladeada, y
enrosco los dedos en el cojín que tengo a cada lado—. Pero es como dijiste: No se me
permite tener arrugas.
—Te imagino como un anciano con un profundo surco entre las cejas. —Mi boca
se transforma en una sonrisa—. Creo que te verías bien así. Digno.
—¿Me imaginas como un anciano? —pregunta Tam, y sus palabras me dejan
sin aliento, cosa que no sé interpretar.
—He visto morir joven a la persona que más quiero en el mundo. Envejecer es
un lujo y un privilegio. —Le devuelvo la mirada y él hace lo mismo. Los dos
respiramos un poco más fuerte de lo habitual.
—¿Joe? —Tam pregunta, y yo asiento—. No Joules, la persona que más quieres
en el mundo.
—Me gustan por igual —admito, bajando la vista hacia la superficie
suavemente arañada de la mesa. Hay un timbre cerca de la puerta principal que dice:
¡Toca si te ha encantado tu ramen de hoy! Y cada pocos minutos suena y me hace
sonreír a pesar del dolor—. Incluso ahora. Siempre.
—¿Tienes sitio para uno más? —me pregunta Tam, y levanto la mirada de la
mesa. Está muy serio, sentado ahí y preguntándome si podría quererlo tanto como a
mi hermano y a mi primo—. Todavía no, pero... pronto. —Me mira la muñeca y
asiento.
Me gusta Tam. No quiero morir. Estoy preocupada por Joules.
Estoy tan abierta a la idea de enamorarme de Tam Eyre como nunca lo he
estado.
—¿Lo has hecho a propósito? —Pregunto, señalando con el dedo el tablero de
la mesa—. Tu pierna entre las mías.
—¿Esta noche? —aclara, inclinándose y cruzando los brazos sobre la superficie
de madera—. Sí. En el asador, no. Eso fue accidental.
—Y luego te escapaste al baño —le recuerdo, y su sonrisa se transforma en algo
privado y afilado.
—Bueno, ya sabes, tienes un efecto loco en mí. —Tam exhala y estira la mano
para acomodarme el cabello detrás de la oreja. La forma en que me mira, como si
fuera a morir si no puede tenerme, yo...
—No lo entiendo —le digo en voz alta, amando su atención pero queriendo
llegar a la raíz del asunto. La razón de su repentino cambio de opinión—. Me
bloqueaste. Me dejaste sola afuera. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Tam echa el brazo hacia atrás y se mira los dedos, sus preciosas y ásperas y
bien empleadas yemas.
—Cuando Joules vino por mí, pude ver en sus ojos que el que yo fuera Tam
Eyre no significaba absolutamente nada para él. Eres la persona más increíble del
mundo para él. Para toda tu familia. La forma en que se miran todos... Podría decir
que nunca les ha faltado amor y afecto. —Tam levanta de nuevo su mirada hacia la
mía, provocando un vuelco en mi corazón—. Sabía que tenía que conocerte a ese
nivel, que sin la amenaza de la maldición ya habrías renunciado a mí. No quería que
te rindieras conmigo.
Volvemos a sentarnos juntos en silencio.
—Sigo sin creerme que hayas conducido diez horas para arrodillarte por mí. —
Siento el rubor en mis mejillas incluso cuando intento bromear. Tam suelta una
carcajada grave y áspera que me hace cuestionarme mis decisiones vitales.
Empujar y tirar. Me encanta el intercambio entre nosotros, el juego verbal
previo. Aun así, me pregunto cómo demonios lo dejé salir de aquella habitación de
hotel sin quitarse antes la ropa.
—Cuando me subí al coche, esa no era mi intención. Solo quería disculparme
contigo, desbloquearme y tal vez besarte. Lo que pasó fue... tan diferente. —Levanta
la vista de entre sus largas y oscuras pestañas y el camarero nos trae nuestras botellas
de té helado. Por suerte, el tipo está ocupado, así que ni siquiera mira en dirección a
Tam.
Busco mi bebida, pero Tam la toma primero. Desenrosca la tapa y me la
presenta, y sé que los dos recordamos lo mal que tiré ayer la botella de agua a la
hierba.
—Gracias —susurro, mi propia voz tan ronca como la de Tam. Empuja-tira.
Tirón-tirón. Un calor que se extiende lentamente en lugares bajos. Me obligo a seguir
mirándolo, directamente a la cara. No aparto la mirada.
—¿Por la bebida o por el oral? —me pregunta, y entonces estoy gimiendo y
apoyando la frente en el brazo, desparramada sobre la mesa con incredulidad.
—¿Por qué me haces esto? —Murmuro, pero no me disgusta. Claro que no.
Levanto la cabeza y veo que está jugueteando con su botella de té verde y
sonriéndome. Sabe el efecto que causa en la gente y le encanta—. Nadie podría
resistirse a este nivel de encanto.
—Ya te lo he dicho —dice, y su voz se vuelve un poco áspera, un poco seria—.
Esto es solo para ti. —Tam se inclina hacia delante, y siento la agitación de un secreto
entre nosotros—. Nunca me he relajado lo suficiente como para irme a la cama con
alguien, nunca he estado dispuesto a correr el riesgo. —Duda—. Ya sabes, como si lo
fueran a filmar o si estuvieran conmigo por las razones equivocadas.
Me siento erguida, mirándolo fijamente.
—Espera, espera, espera. —Doy un sorbo de emergencia a mi té y luego le
señalo con la botella—. ¿Qué estás tratando de decirme ahora?
—Soy... soy... era... virgen. —Tam se frota la nuca con la mano—. No sé si lo
que hicimos anula esa palabra o no. Realmente no me importa. Lo que quiero decir es
que Nunca he hecho esas cosas con nadie más. Contigo es lo más lejos que he llegado.
—Tam despeina su cabello rosa hasta dejarlo realmente desordenado y salvaje—. Ni
siquiera he besado a una chica fuera de cámara.
Estoy muerta. Me han atravesado el corazón. Imagino una bola de demolición
gigante cayendo del techo y destruyéndome. ¿Cómo... qué?
—A.... espera. —Ahora soy yo la que se frota la cara—. Eras un... eres... —Y
entonces empiezo a reírme. Empiezo a reírme porque tengo burbujas en el estómago
y en el pecho. Oh. No soy la única inexperta aquí. No soy la única persona que no
tiene ni idea de lo que está haciendo—. Podemos aprender juntos. —Me atraganto y
Tam se sonroja.
Es un tipo que se sube al escenario ante decenas de miles de personas y baila
con hermosas mujeres pegadas a él. Que besa a Kaycee Quinn en directo. Que se
enamora y se casa en un drama romántico protagonizado por él.
—No puedes sonrojarte —suelto, y Tam me sonríe, entrecerrando esos bonitos
ojos verdes en mi cara.
—¿Pero no puedo? Soy mucho mayor que tú. He esperado mucho tiempo para
llegar aquí. Esto también es muy importante para mí.
—Oh. —Ahora yo también me estoy sonrojando. Era una broma. Claro que
puede sonrojarse. Pero... pero—. No puedo creer que tú... conmigo... No intento
menospreciarme, pero Tam, estás a otro nivel.
—Tú tienes una familia que te ama, un hermano que moriría por ti. Yo solo tengo
a Jacob, que me habla como un duque, a Daniel, que nunca me habla, y a mi madre,
que solo me habla de negocios. —Tam pone los ojos en blanco, y se le ve tan bien
que tengo que dar otro sorbo de emergencia a mi té—. Ah, y Adam y Dylan, que son
mis amigos porque la discográfica sugirió que haríamos un grupo guapo.
—Querrás decir Stricken —digo, porque el amigo de Tam que conocí en la sala
de escape, Adam Stricken, actúa con su apellido—. Y Dylan Bonne. Sé que fui mala
contigo por lo de tu propia música, pero no era mi intención. He excluido a Stricken
y Dylan de mi perfil de gustos de Spotify. No quiero que su música aparezca nunca en
Smart Shuffle.
Tam se ríe tanto que me parece ver lágrimas. Se desploma adorablemente
sobre el tablero de la mesa con su precioso jersey azul pálido con las nubes, la frente
apoyada en el brazo.
—No merece la pena seguir a ninguno de los dos —murmura, girando la cabeza
hacia un lado y mirándome. Mierda. ¿Se supone que su boca tiene que ser tan rosada
y suave? ¿Se supone que su piel es tan perfecta? ¿A Tam Eyre le salen granos alguna
vez? Debería preguntarle. Eso acabaría con el humor—. No escriben nada de su
propia música. Suerte que yo sí. Debería escribir una canción sobre nuestra tensión.
Tam tararea en voz baja, como si estuviera componiendo una canción en el
acto. Desliza la mano izquierda por la mesa, con la cabeza apoyada en el brazo. Su
pulgar me pasa suavemente por los nudillos, pero cuando aparto la mano, me agarra
la muñeca.
Tam sigue intentando acercarnos al sexo, y yo sigo haciéndonos retroceder.
Empuja.
Tira.
«Buena chica.»
—Mm. —Tam se sienta, pero no suelta mi mano—. Me has distraído. ¿Intentabas
sentarte ahí y decirme que no estabas a mi nivel? Lakelynn, vamos.
—Eres rico, famoso, tienes una hermosa voz, cuerpo de bailarín, seguidores en
todo el mundo. Eso es todo lo que digo. —Le retiro la mano, pero a él no le gusta. Veo
que su mandíbula se tensa y su sonrisa se vuelve un poco más malvada. El jersey de
nubes es lindo, pero muy engañoso.
—Olvidaste gruñón y mezquino.
—Tam.
—Lake.
Suspiro.
—Has estado rodeado de los especímenes humanos más hermosos que han
pisado la faz de la tierra. Diablos, tú eres uno de ellos, y yo solo soy... normal. Me
estoy sacando la carrera en la universidad de mi pueblo, para poder trabajar en la
constructora de mi tío. Tengo pecas y no sé lo que significa hacer ejercicio. Estaba tan
adolorida después de aquel día en el gimnasio contigo, que casi me muero.
Tam vuelve a reírse de mí, pero entonces se presiona la frente con el talón de
la mano y se aparta lujosamente el cabello de la cara. Labios entreabiertos. Ojos
entrecerrados.
Lo fulmino con la mirada, pero no estoy segura de que sepa siquiera que lo está
haciendo.
—Sé cómo eres y quién eres, Lake Frost. No es que hayas intentado ocultarlo
ni un minuto. Nos conocimos oficialmente mientras llevabas lencería y pateabas un
perrito caliente gigante.
—Nunca vas a olvidar eso, ¿verdad? —Refunfuño, pero Tam no ha terminado
de avergonzarme. Ahora que he superado todas sus barreras -y hay muchas-, es
jodidamente adorable. Es tan lindo. No puedo respirar.
Y no me refiero solo al físico, aunque, por supuesto, soy consciente de que es
espectacular. Es su personalidad lo que realmente brilla, y es la motivación principal
de su popularidad. La gente no puede evitar sentirse atraída por él de la misma
manera que (en una escala mucho menor) se sintieron atraídos por Joe.
Tam es su propia persona, pero hay un poco de mis otras dos personas favoritas
allí. Un poco de Joules. Un poco de Joe.
—No sé cómo explicarlo —dice Tam, dejando caer la mano sobre su regazo—
. La atracción tiene capas y matices. Tienes razón: veo a las mujeres más hermosas
del planeta. A veces bailo o canto con ellas. A veces incluso las beso en el escenario
o en la pantalla. Reconozco que son hermosas, pero eso no es lo mismo que atracción.
—Parece un poco nervioso, como si no supiera cómo explicarlo—. No puedo dejar de
mirarte. —Empuja—. No puedo dejar de pensar en ti.
Me muerdo el labio y miro a la pared. Mis dedos están tan tensos en el cojín
que tengo debajo que temo estar agujereando la tela.
—Es todo. —Tam se inclina de nuevo hacia mí—. Tus pecas. Tu oscuro sentido
del humor. Diablos, es la forma en que hueles, y la forma en que... —¡No lo digas aquí!
pienso en él, pero lo hace de todos modos—. Que sabes.
Sabes.
Exhalo y vuelvo a mirarlo.
—A mí también me gusta tu sabor —le digo, intentando ser lo más sincera
posible. Me ha dado la oportunidad, así que la acepto. Me está dando toda la
experiencia de novio, así que voy a darle la experiencia de novia.
Novio y novia.
Me gusta la forma en que esas palabras se asientan en mi lengua como nunca
antes lo habían hecho.
Esto me parece bien.
—¿En serio? —Tam parece sorprendido, con la lengua en el borde del labio—
. Te bebiste dos Seltzer después.
—Solo estaba sorprendida, eso es todo —admito, y él me parpadea antes de
darse la vuelta, como si también estuviera sorprendido. Sorprendido de que me
echara algo así a la cara y de que yo lo aceptara.
—El punto aquí es: Quiero todo contigo. Voy a confiar en ti, Lake. Pero necesito
que entiendas que no tengo ni idea de cómo voy a ser en la cama. Todo es nuevo para
mí, pero me vuelves loco. Quiero cosas contigo que no he querido antes.
Me devuelve la mirada justo a tiempo para que traigan la comida. La camarera,
esta vez una mujer, pone dos enormes cuencos delante de nosotros y el camarero le
sigue con el plato de gyoza. La mujer dice algo en japonés que creo que significa
disfruten. Tam responde, pero mira a la pared y no a la mujer.
Vacila y me quedo preocupada unos segundos, pero luego se encoge de
hombros y se va. El otro camarero ya se ha ido.
Tam la mira como preguntándose si lo ha reconocido o no.
—Okey, estamos bien —dice finalmente, volviéndose de nuevo hacia mí.
Sonríe al ver mi confusión—. Está hablando mal de mí a los otros miembros del
personal.
—¿Ah, sí? —pregunto, parpadeando sorprendida—. ¿Cómo es eso? —Oigo
risas procedentes de la cocina abierta, donde están reunidos todos los camareros,
hablando en japonés.
—Dice que hay un tipo raro en la esquina del fondo que solo mira a la pared.
Dice que menos mal que he pagado antes o no me serviría. Así que ahí estamos. —Tam
y yo nos estamos riendo ahora, pero ninguno de los dos ha olvidado dónde dejamos
nuestra conversación personal.
—Todavía no puedo creer que seas virgen. Ni en un millón de años me lo habría
esperado. —Hago una pausa con los palillos en la mano—. ¿O sí? Supongo que sabía
que no eras un jugador como Joules. De eso estaba segura. ¿Pero Kaycee y tú? Eran
tan lindos juntos online; no tenía ni idea de que fuera algo contractual.
—Hice lo que pude con ella, pero no había chispa. Ninguna atracción. —Tam
me mira abrir el envoltorio de papel de mis palillos, desencajar la madera de la base.
Vierto un poco de salsa de soja, mojo una gyoza en ella y pongo un antebrazo sobre
la mesa para apoyarme.
Me inclino hacia delante con una sonrisa, tendiéndole el dumpling a Tam. Con
la mano izquierda, hago una taza debajo del dumpling, para no manchar de salsa su
preciosa sudadera.
Tam separa los labios y se lleva la bola de masa a la boca como no se llevó la
barrita de cereales que le di el otro día. Mastica despacio y traga mientras yo vuelvo
a sentarme, esperando a saber si le gusta o no.
—Me gusta tu jersey —es lo que dice en su lugar, y entonces estira los palillos
y recoge primero las algas del borde de su cuenco. Después se come el naruto (un
pastelito de pescado blanco en forma de flor con un remolino rosa en el centro)—. El
color, y también la textura. —Se ríe un poco entre bocado y bocado de judía verde.
Están muy bien colocadas sobre la sopa—. Sobre todo, la forma sobre los pechos.
Tam se desliza por el banco de su lado, se acerca al mío y se coloca tan cerca
de mí que acabo atrapada entre él y la pared.
Jadeando con fuerza.
Palillos temblando.
Aparta el plato de gyoza y su cuenco de ramen, y veo que tiene intención de
comer aquí a mi lado después de decir algo así.
—Cuando te pedí que te esforzaras más, me escuchaste, ¿verdad?
—Quería hacer todas estas cosas de todas formas, pero intentaba respetar tu
espacio.
—No respetes mi espacio —ahogo, temblando y deseando—. Te necesito
adentro conmigo. —Empuja y tira. Tira y afloja. Siento un tirón en el bajo vientre, una
necesidad que exige ser satisfecha.
Nunca había sentido esto en toda mi vida.
Quiero que Tam me toque y me abrace. Quiero que me bese y me haga el amor.
Lo quiero a él. Y punto.
—Okey —susurra, con la voz tan áspera y desesperada como en el pasillo antes
de salir de casa de mis padres—. Okey, me quedaré cerca.
Comemos en silencio, solo tocándonos. Es suficiente, la presión de su muslo
contra el mío, el sonido de su suspiro cuando levanta el cuenco de caldo para
bebérselo. Empiezo a pensar que no va a tocar los fideos. Cierto. Su dieta.
Un numeroso grupo de chicas entra en el restaurante charlando animadamente.
—¡Dios mío, lo has conseguido! —le grita una a otra.
—No me perdería esto por nada. ¿Tam Eyre? ¿Estás bromeando?
Las chicas se ríen juntas mientras me vuelvo hacia Tam, para ver qué piensa de
esto. Debe ser raro, ¿eh? Oír a la gente hablar de ti allá donde vas. Yo lo odiaría.
—Cuando anunciemos nuestra relación, todo el mundo va a saber quién eres
tú también —me dice Tam, como si me estuviera confesando un secreto sucio—. No
será así. Nos seguirán, acosarán y hostigarán. No podremos salir durante un tiempo.
—Tam me sorprende dando un solo bocado a los fideos y luego los aparta, con cara
de pena por tener que despedirse de ellos—. ¿Segura que quieres hacer esto?
Una de las chicas que hablaban de él se dirige en dirección al baño, y Tam se
vuelve de repente, rodeándome con sus brazos y apoyando su barbilla en mi cabeza.
Me sujeta por detrás, con los brazos apretados, la mejilla tocándome
suavemente el cabello.
—Esperemos a que se vaya —sugiere mientras pongo mis manos sobre las
suyas y cierro los ojos.
La chica no tarda mucho, sus pasos retroceden por donde ha venido.
Tam me suelta, apoyando el codo en el tablero de la mesa para poder
observarme. Cuando vuelve a recoger los palillos, creo que va a comer un poco más,
y me alegro. En lugar de eso, recoge otra de las gyozas y me la tiende.
—Abre —me ordena, mirándome directamente a los ojos.
Lo hago, tomo el dumpling y él vuelve a dejar los palillos.
Nos quedamos callados el resto de la comida.

—Mañana volveré a ser tu asistente, ¿verdad? —Aclaro, porque realmente


quiero ir al concierto con Tam. Quiero ver cómo es entre bastidores cuando me presta
algo de atención. La última vez me dio pases para el backstage, pero no estoy segura
de que yo existiera para él.
Ahora... ahora... definitivamente existo.
Más que eso, quiero decir algo.
No miro la marca de la maldición en mi muñeca. Aún es demasiado pronto. Sé
que no tenemos mucho tiempo, pero esto va tan bien como nunca hubiera soñado. Me
siento afortunado de haber llegado hasta aquí. Tam se está dejando ir tanto como yo.
Si alguna vez fuera a amarme, probablemente pasaría rápido de todos modos.
Romperemos esta estúpida maldición.
Pero no puedo deshacerme de ese temblor interior que me recuerda cómo Joe
y Marla llegaron a esta situación. Tenían sexo, se besaban en público, hablaban de
comprar un apartamento juntos.
Ambos murieron.
—No —dice Tam tardíamente, como si estuviera considerando su respuesta.
Volvemos a pasear hacia la pagoda de enfrente. A ambos lados de la plaza hay dos
centros comerciales con tiendas de temática japonesa. Comida, ropa, anime—. No
quiero que andes a tientas con la botella de agua o que —y aquí me señala a mí— me
limpies en vez de frotar. Podría haber despedido a otro asistente por eso.
—Digo tonterías. Te he visto, y Jacob tiene razón: eres demasiado amable. Solo
eres malo con la gente cercana, pero trabajaremos en eso juntos.
Tam se ríe y sacude la cabeza.
Los cerezos en flor flamean con la brisa. No puedo creer que todavía estén en
flor (es un poco tarde en la temporada), y que yo esté en este lugar con Tam en este
momento exacto. Parece un cuento de hadas. Sería un cuento de hadas si no hubiera
una maldición de por medio.
Está arruinando mi viaje romántico, y lo odio.
—Quiero llevarte conmigo a todas partes, pero no quiero que seas mi asistente.
Eres mi novia.
—Sin embargo, estoy feliz de ayudar. Lo que necesites de mí. —También lo
digo en serio—. Prefiero pasar tiempo contigo independientemente de lo que estés
haciendo que estar separados.
—¿Por la maldición? —pregunta con curiosidad, y me encojo de hombros.
—Está esa parte, pero también está... Ya sabes, esto. —Hago un gesto al azar
entre nosotros y Tam deja de caminar. Tiene una expresión en la cara que me dice
que estamos a punto de dar otro gran paso en nuestra relación. Me alejo de él y abro
de un tirón la puerta del edificio—. Vamos por una dona mochi. Solo una. Cada uno
solo le dará un mordisco para probarlo.
—¿Te has tomado una boba hoy? —pregunta Tam, siguiéndome y metiéndose
las manos en los bolsillos. Evitamos lo que estaba a punto de ocurrir, pero no por
mucho tiempo. Un tira y afloja. Un vals. Juegos preliminares prolongados—. Además de
la que te tomaste en mi cama.
—Lo siento, por cierto —añado en un susurro—. Por quedarme dormida.
—No lo sientas —dice Tam alegremente, deteniéndose en el vestíbulo para
estudiar el mapa. Busca una tienda de té boba con la punta del dedo y luego me toma
la mano—. De todas formas, no iba a follar contigo. Dijiste que me esforzara más, y
aún no me he esforzado lo suficiente.
Me lleva a la tienda de té con la cara sonrojada y ambos nos decidimos por un
oolong helado sin azúcar. Técnicamente no es un boba, pero eso es Tam para ti,
agitando mi todo.
Después recogemos una dona de mochi -con sabor a Nutella- y nos comemos
un bocado cada uno. Es masticable e increíble, y ojalá pudiera comerme una docena
ahora mismo. Para mí sola.
Pero si Tam solo puede probar un bocado, entonces solo probaré uno.
—Vamos a compartirla —me dice suavemente, y finjo que no me hace mucha
gracia. Caminamos juntos, terminamos el postre y entramos en una tienda llena de
bonitos objetos de coleccionista en cajas ciegas. Es decir, tienes que comprar un
montón para completar el conjunto porque no sabes cuál estás comprando,
básicamente una caja misteriosa.
En una de las estanterías hay un juego de cajas ciegas con el tema de Tam, y
me paro a reír. Lleva un gorro verde mar y la máscara debajo de la barbilla. Aquí hay
un montón de tipos imitando el icónico estilo y color de cabello de Tam, así que,
sinceramente, parece uno más del montón.
—Por favor, dime que no has aprobado esto personalmente —susurro,
señalando las diminutas figuras de Tam en diferentes atuendos y poses—. Esto es lo
menos sexy que he visto en mi vida.
Se echa hacia atrás para mirarme como si lo hubieran abofeteado, pero
entonces se le dibuja una enorme sonrisa en la cara, una sonrisa que llama la atención
de una chica que está al otro lado de la tienda. Sus ojos se desvían hacia las estatuillas
de Tam que tenemos al lado. Se levanta y se coloca la máscara en su sitio antes de
inclinarse para susurrar.
—No, mi madre toma todas las decisiones de mercancía.
—Así que, acabo de insultar a tu madre. Entendido. —Entorno los labios y lo
tomo de la mano para que podamos salir de allí antes de que lo descubran. Tam me
sigue por los escalones hasta la parte principal del pasillo, con una fuente rota frente
a nosotros. Esto es bonito, pero solo es Japantown. Quiero ir al Japón de verdad.
Pienso en la parte internacional de la gira de Tam que se avecina. Si
sobrevivimos a la maldición, habrá un después en mi vida. No se trata solo de llegar
a agosto, sino de lo que ocurra después.
—Si nosotros... somos algo, ¿me llevarás a Europa contigo? —Le pregunto
mientras se acerca a mí.
—Te llevaré conmigo a todos los sitios que quieras ir. Preferiblemente sola, a
todas partes en general.
Sonrío y me doy la vuelta, pero tengo que levantar la barbilla más de lo normal
porque estamos muy cerca. No somos tan diferentes en altura, ¿verdad? O es que
nunca me había dado cuenta.
—¿Demasiado? —pregunta, de nuevo con esa arruga en el entrecejo. Tam
inclina ligeramente la cabeza hacia un lado, esperando.
—No pares a menos que yo te lo diga —susurro, y me lanza una mirada que es
una promesa.
La canción de Tam, Break Up With Me empieza a sonar en el altavoz de la
esquina, sustituyendo al tema de J-pop que acababa de sonar.
—Yo... ¿sabías lo que estaba haciendo con este vídeo? —Pregunto, porque sé
que vio mi teléfono esa mañana—. Me estaba tocando con él.
—Lo sé; me di cuenta. —Tam sigue sonriendo, con las manos quietas y en los
bolsillos. Me rodea y sigue caminando—. Ven conmigo... —grita, y luego canta su
propia canción. La gente se vuelve para mirar, pero nadie nos detiene.... si te atreves.

Tam se detiene junto a la Pagoda de la Paz, una estructura de hormigón de cinco


niveles que, según la placa, se supone que es una estupa budista. Cinco círculos de
hormigón atraviesan el centro con una torre decorativa. Es bonita, y las flores de
cerezo son un bonito detalle, manchas de suave rosa que suavizan los bordes ásperos
del hormigón.
Ha oscurecido y se han tendido hileras de luces blancas sobre la concurrida
plaza.
Tam se vuelve hacia mí, pero yo estoy ocupada leyendo la placa porque supuse
que él estaría ocupado leyendo la placa. Le gustan todas las partes informativas de
los lugares turísticos que visitamos. Los folletos, las audioguías y las placas.
Pero... no esta placa.
Me levanto y me acomodo el cabello suelto detrás de la oreja. Hace un poco de
viento aquí fuera, pero no importa, porque me gusta cómo juega tanto con el cabello
de Tam como con los pétalos rosas sueltos de los árboles.
—Lakelynn. —Se quita la mascarilla y se la mete en el bolsillo de los jeans. Pero
se deja puesto la gorro, y quiero tocarlo. Parece suave. Me pregunto si sentirá lo
mismo por mi jersey.
Tam entra en mi espacio y me pone las manos en la cintura, como hizo cuando
me tropecé con él en el pasillo. Pero esta vez, su contacto no es breve y superficial,
sino lento y prolongado. Me toca con las yemas de los dedos y luego con las palmas
de las manos, las desliza a mi alrededor y a lo largo de mi espalda. Tam me abraza y
me aprieta contra él.
Cuando me levanta la barbilla y me encuentro con que me está mirando, no
hago ni un solo movimiento.
Espero.
El tira y afloja llega a un final lento y profundo. A su paso, queda un persistente
aire de desesperación.
No dice ni una palabra mientras me pone una mano en el lateral del cuello,
deslizando los dedos por mi cabello. La boca de Tam acorta la distancia sin esfuerzo,
los labios se deslizan sobre los míos con un suspiro de alivio. Me rodea la cintura con
el brazo derecho para que arquee la espalda. Mis manos encuentran sus hombros, y
mis ojos se cierran contra el vello rosa dorado de su frente.
Mis labios se abren a su lengua y Tam gime cuando la suya encuentra la mía.
Mueve los labios, las manos y la lengua, y es el beso más completo que he recibido
nunca. Tam está en todas partes, todo a la vez, y no tengo ningún otro pensamiento
en la cabeza que no sea él.
Tam me besa con una claridad tan perfecta, tan seguro de sí mismo, y deja que
nos quedemos ahí. Durante minutos, quizá más. Quizá media hora. Solo nos besamos
y suspiramos, y él disfruta del suave tejido de mi jersey, y a mí me encanta el hecho
de que podría desplomarme ahora mismo y no tocar nunca el suelo. Me tiene. Me
tiene, y se siente tan bien.
Tam retrocede, dejando su nariz cerca de la mía. Y entonces me pellizca el
labio inferior una vez. Dos veces. Tres veces. Me estremezco y aprieto la frente contra
su pecho.
—Volvamos al hotel —sugiere, sin el menor intento de fingir que está pidiendo
otra cosa que no sea sexo.
—Por favor —le digo, y entonces me suelta lo justo para llamar a Pat y que
traiga el coche.
Mientras Tam hace eso, saco a escondidas mi propio teléfono y le escribo un
mensaje a Kaycee. Le dije a Joules que no iba a hacerlo, pero mentí. Esto es por su
propio bien. Está mintiendo sobre algo, y si yo no puedo sacárselo, ¿quizás Kaycee
pueda?
A pesar de lo que dice, creo que sí le gusta.
Joules está en la habitación de Tam en el hotel. Se queda allí esta noche. Ve
a buscarlo ahora. Esta es tu oportunidad.
Envío el mensaje y acepto la mano de Tam para que me lleve al todoterreno y,
desde allí, a la habitación del hotel.
CAPÍTULO CUARENTA Y
UNO
KAYCEE
Quedan 54 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)

Este estúpido hijo de puta. Estoy furiosa y llevo puestas mis botas favoritas de
tacón alto, una combinación tóxica que me hace sentir como una superheroína. La
única persona que me acompaña en el ascensor es Wrenlee, que me mira como algo
de lo que compadecerse.
—¿Qué? —le pregunto mientras me apoyo en la pared del ascensor del Ritz-
Carlton. Ya voy, Joules Frost. Espero que estés preparado para la ira que acabas de
desatar. Porque, ¿cómo mierda se atreve a entrar aquí con su hermana y robarme a
mi novio?
No puedo dejar de pensar en la foto que Joules envió a Tam, la de nosotros
riéndonos juntos. ¿Qué era lo que Joules había enviado justo después? Un mensaje
que decía algo así como: ¿Estás seguro de que es tu novia?
Tan pronto como llegue a Joules, voy a destrozarlo verbalmente. Lo abofetearía
si no estuviera preocupada por mi carrera.
—¿Me estás escuchando? —me pregunta Wren, pero no la he oído hasta ahora.
Me vuelvo hacia ella, habiendo olvidado que le había hecho una pregunta—. He
dicho: ¿estás segura de que es una buena idea? Sé que no estoy aquí para darte
consejos, pero no puedo evitarlo. No creo que debas entrar ahí. Lo único que te va a
quedar al final de esto es dolor.
Me quedo mirándola.
Nadie más a mi alrededor está dispuesto a decir lo que piensa libremente, así
que supongo que agradezco el consejo.
Pero no voy a hacerle caso.
—Gracias —le digo a Wren con sinceridad, y entonces se abren las puertas del
ascensor y salgo medio corriendo por el pasillo. No he podido localizar a Joules desde
que lo vi el fin de semana que debíamos ir a la villa. En lugar de ir a ver a Tam, llamé
a Joules.
Salí con Joules Frost.
Tam estaba saliendo con Lakelynn Frost.
Todo esto es una locura.
Me contengo, me detengo ante las puertas dobles del ático y respiro hondo.
Paso las manos por la parte delantera del vestido. Es plateado, llamativo y divertido.
Ya estará en todas las redes sociales. Probablemente ya era tendencia antes de que
terminara de caminar desde la habitación del hotel hasta el coche.
Llamo con la suficiente suavidad como para esperar que Joules responda sin
molestarse en comprobar la puerta. Es así de arrogante, y también un poco
descuidado. ¿De qué me sirve un don nadie de Arkansas?
Y tengo razón: Joules es así de arrogante o así de confiado. Abre la puerta sin
mirar y se queda ahí de pie, sudoroso y sin camiseta y quieto.
Creo que deja de respirar.
Lo empujo antes de que pueda detenerme y retrocede, sorprendido. Entro en
la habitación y cierro la puerta con llave antes de girarme sobre el hombro para
mirarlo fijamente.
—¿Qué carajo pasa, Joules? —pregunto antes de perder los nervios. Debe de
haber estado haciendo ejercicio porque está empapado en sudor y sus músculos
están tensos bajo la piel húmeda. Por la forma en que me mira, bajo unos párpados
pesados y caídos, me hago a la idea de que podríamos estar teniendo sexo ya.
Me doy la vuelta y le doy la espalda a la puerta. Joules se burla, me da la
espalda y se dirige a la cocina como si fuera su ático y no el de Tam. Como si Tam no
estuviera en alguna parte con su hermana pequeña. Bueno, mejor suerte para ella que
para mí. Salí con él durante un año y solo me besaba si estaba decidido de antemano
en un comunicado de prensa.
—¿Quieres algo de beber? Aquí hay un whisky que vale más que la casa de mis
padres, un regalo de uno de los mayores fans de Tam. ¿Quiero saber quién es? ¿El
hijo de un multimillonario que va a heredar el mundo?
Ignoro la pregunta y la broma.
—Básicamente le diste a entender a Tam que estábamos juntos.
—¿Y bien? —Joules saca una botella de agua de la nevera, la desenrosca con
facilidad y se la lleva a los labios. Suspira y se pasa la mano por la boca antes de
continuar. No importa. No podía apartar la vista de su garganta mientras tragaba para
darme cuenta de que la habitación estaba en absoluto silencio—. Juego sucio, Kaycee.
Juego duro por lo que quiero, y nunca he tenido problemas para conseguirlo. Un
ejemplo. Mi hermana está en nuestra habitación de hotel con Tam ahora mismo, y tú
estás aquí conmigo. —Sonríe mientras yo me quedo ahí, furiosa, con las manos
aferradas a los costados.
—Le diste a Tam la impresión de que tú y yo ya estábamos juntos, y luego me
bloqueaste. Me estás evitando. No me verás en absoluto. ¿Qué sentido tiene eso? Me
quieres, así que ¿por qué mentir al respecto? —Soy descarada con mis deseos, como
siempre lo he sido. Así es como llegué aquí. No se llega a la cima del mundo siendo
amable, tímida o educada.
Tam solo juega con eso. Tampoco es ingenuo ni tiene buen corazón.
Joules se toma su tiempo para terminar su botella de agua. Toma otra. Sí,
definitivamente estaba haciendo ejercicio aquí. Miro a mi alrededor y veo que la
habitación ha sido destrozada. Todos los cajones y armarios revueltos, objetos por
todas partes. Joules ha asaltado descaradamente la habitación de Tam, y no le importa
una mierda.
Esa es la energía que me gusta.
Cruzo los brazos y espero a que Joules vuelva a salir de la cocina. Lo hace y
camina hasta colocarse frente a mí. Levanta las manos como si fuera a recogerme por
los brazos, pero no lo hace. Deja caer una a su lado y utiliza la otra mano para pasarse
los dedos tensos por el cabello.
—Vamos a Chinatown a comer dumplings. Es fácil caminar desde aquí. Hay
seguridad por todas partes, controles de carretera fuera.
Estoy un poco aturdida por la oferta. ¿No puede sentir esta tensión entre
nosotros? Estoy muy enfadada con él, pero también lo deseo, y él lo sabe.
Entonces, ¿qué es esto?
¿Quiere sacarme?
—Joules, no voy a mentirte. Esperaba que me tiraras en la cama y me follaras.
Se ríe, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.
—En cualquier noche normal, eso es exactamente lo que habría hecho. Pero no
esta noche. Tengo algo que decirte antes de hacerlo. —Vuelve a bajar la barbilla,
abre los ojos y entra en el baño. Oigo el fregadero en marcha, el ruido de los
estropajos, y entonces Joules vuelve a salir, blandiendo la muñeca—. Aún no le he
dicho la verdad a nadie, pero supongo... supongo que voy a morir pronto de todos
modos, así que a la mierda. Quiero mostrarte quién soy realmente, Kaycee. Voy a
soltarme del todo. —Joules estira el brazo, de modo que puedo ver la marca roja
brillante de su muñeca, la que tiene forma de corazón emborronado. Coincide
exactamente con la que vi en la muñeca de Lake cuando pasé por el pasillo.
He oído la historia de Joules y Tam a estas alturas: una marca de maldición. Se
supone que es una marca de maldición. Lo más tonto que he oído en toda mi vida,
pero Joules es un tirador recto, y estoy confundida por qué mentiría sobre algo así.
Es mi mayor motivación para intentar siquiera creer algo tan estúpido o
descabellado.
—¿Qué se supone que significa esto? —le pregunto, porque de repente siento
un nudo en el estómago, un malestar que me habla de un futuro desengaño si sigo por
este camino.
Wrenlee tenía razón.
He cambiado todo mi destino al entrar en esta habitación, y lo acepto.
Porque me gusta mucho, mucho Joules Frost.
—Me quedan menos de dos meses de vida, y tú eres la única persona en el
mundo que lo sabe. —Joules deja caer el brazo a su lado—. Dame un minuto para
ducharme y vestirme. —Se dirige al cuarto de baño, cierra la puerta tras de sí y echa
el pestillo.
Lo dice en serio.
¿Ahora Joules también cree que está maldito?
Pienso mucho si me importa si está loco o no. De alguna manera, caigo del lado
de que no me importa una mierda. Hay algo enigmático y atractivo en él. Conozco
gente nueva todo el tiempo, constantemente. Lo mejor de lo mejor, en realidad. Los
más ricos, los más populares, los más queridos, los más hermosos.
Sin embargo, ninguno de ellos puede compararse con el carisma y la energía
de Joules Frost.
Bien.
Joules cree que está maldito a morir.
Resolvamos esta mierda juntos.

Joules sale del cuarto de baño con el cabello oscuro y húmedo enredado en la
frente. Ojos azules ensombrecidos por una necesidad contenida. Las manos
apretadas a los lados. Se flexiona como si quisiera tocarme pero no se atreviera.
Todavía no.
Salimos de la habitación, llevándonos a Wrenlee con nosotros, llegamos al
vestíbulo y salimos por una de las salidas privadas del hotel. Joules abre la puerta a
una húmeda calle de San Francisco con una acera tan empinada que me mareo un
poco al mirar a lo largo de ella.
—Aquí. —Joules me sujeta del brazo y caminamos juntos despacio colina abajo.
Maldigo mis botas a cada paso—. Por favor, no se lo digas a mi hermana —dice, y es
la frase más amable y sincera que he oído salir de su boca. Mira hacia la acera en vez
de mirarme a mí, como avergonzado por la situación.
—No se lo diré, pero si de verdad te crees esa mierda de la maldición, ¿es
correcto que le mientas al respecto?
—Si se entera de que yo también he sido emparejado, entonces querrá luchar
por mi vida en vez de por la suya. Tam y ella están así de unidos, puedo sentirlo. No
quiero hacer nada que altere ese equilibrio. Y si ella puede romper su maldición más
temprano que tarde, entonces bien. Quizá tenga tiempo para.... —Joules se
interrumpe con un atribulado suspiro, y de pronto veo qué es lo que realmente oculta.
Agotamiento y miedo.
Que crea o no en esta maldición no importa. Joules realmente cree que va a
morir, y su único deseo en este momento es salvar la vida de su hermana. Me pongo
emocionalmente en su lugar y me arden los ojos. No se lo hago saber, parpadeando
mientras bajamos la colina.
Cuando llegamos abajo, Joules elige un restaurante al azar, se baja la
cremallera de la sudadera y me la echa por la cabeza. Me sube la cremallera hasta la
barbilla, de modo que apenas puedo ver nada bajo la tela flexible de la capucha de
su sudadera. Lo siguiente que recuerdo es que estamos sentados en la esquina trasera
de un bullicioso restaurante con papel pintado rojo y dorado.
Dejo que Joules nos pida un par de cervezas y algo de dim sum, y nos sentamos
juntos en silencio, con las bebidas en la mano.
—No digo que me crea esto de la maldición —empiezo, pero Joules ya está
negando con la cabeza.
—Y por eso no me acostaré contigo. —Levanta su mirada hasta la mía, y sé a
ciencia cierta que lo dice en serio—. No voy a estar por aquí mucho más tiempo, y me
gustas demasiado como para fastidiarte, Kaycee. Si eso es todo lo que puedo hacer
por ti antes de irme, que así sea.
—¿No quieres salir conmigo porque crees que vas a morir? —aclaro, con la
respiración entrecortada por la última palabra.
—No saldré contigo por dos razones. Una, porque, sí, podría morir. Dos,
porque si quiero vivir, tendré que conseguir que mi pareja se enamore de mí. No
puedo seducir a otra mujer si salgo contigo, así que... en eso estamos. —Me mira
directamente—. Y sí, quería que Tam rompiera contigo. Ese era mi objetivo cuando
vine aquí. Solo que no esperaba que me gustaras. —Joules se echa hacia atrás en la
cabina, con los brazos cruzados sobre su camiseta negra ajustada.
Tiene el mismo logo de Frost Family Construction que la sudadera que le robé.
Puede que también le robe la que lleva puesta. Es negra con un esqueleto en la
espalda, justo lo contrario del estilo brillante y burbujeante (pero subversivamente
sexy) de Kaycee Quinn.
—Sinceramente eres un cabrón maleducado, y probablemente también un
follador, pero también me gustas. —Cruzo mis propios brazos, y la sonrisa de Joules
se desliza hacia algo pecaminoso y decadente. No debería probar bocado de eso.
Sabe que no debe perseguir a alguien como yo. Soy el tipo de chica sobre la que los
amigos de un chico le advierten. Una rompecorazones.
Intenté ser buena con Tam, ir despacio con él, darle espacio. No funcionó. Voy
a hacer lo que quiero hacer ahora mismo. No me voy a contener.
—¿Suficiente para verme morir? —pregunta Joules con curiosidad, mirándome
a la cara. Pone las palmas de las manos sobre la mesa y se inclina hacia mí, con la
boca torcida en una sonrisa torcida—. ¿O tanto como para verme marchar a seducir a
una mujer que ni siquiera me gusta? —Se ríe y luego niega con la cabeza—. No, no lo
creo.
—¿Quién es ella? —Pregunto, con ese horrible monstruo verde enroscándose
en mi interior. ¿No soy la pareja de Joules? Si lo fuera, no habría huido de mí de esa
manera. Pero la idea de que este hombre tenga mejor química con otra mujer que
conmigo es una locura. Lo odio.
—Una mujer casada de veinticinco años con tres hijos pequeños —dice Joules
como si quisiera vomitar. Mis ojos se abren de par en par y dejo caer los brazos a los
lados, clavándome las uñas en las mallas. Me hago un agujero en un lado, pero no me
importa.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunto, y niega con la cabeza. Joules apoya
la cara en la palma de la mano, apoyado en un solo codo sobre el tablero de la mesa.
—Religiosa, también. La vi saliendo de la iglesia. Ahí fue cuando nos
emparejamos, cuando pasé y miré por la ventanilla de mi camioneta. Jodidamente
fantástico.
Lo pienso largo y tendido. Supongamos que Joules y Lake dijeran la verdad...
qué hay una maldición. ¿Conectar a un hermano con el artista más popular del
mundo? ¿Conectar con una religiosa, casada y madre de tres hijos? Auch.
—He visto la maldición destruir relaciones perfectamente legítimas. Buenas.
Verdaderas. Sé que mi tía Lisa aún extraña a su exesposo. No sé cómo la maldición
determina el Match de una persona, pero esa mujer no es mi alma gemela o futuro
destinado o como quieras llamarlo. ¿Cuáles eran mis opciones, Kaycee? ¿Romper un
matrimonio o salvar la vida de mi hermana pequeña? Fácil elección.
—Me gustaría ser tu Match —admito, y Joules asiente, frotándose la cara.
—A mí también, Srta. KQ.
Sonrío ante el estúpido apodo.
Joules juguetea con su cerveza, hace una pausa mientras nos traen la comida y
levanta la botella en mi dirección.
—Preferiría ser tu novio que tu amigo, pero ¿qué dices, Kaycee? ¿Amigos de
nuevo? Es lo mejor que puedo hacer por ahora.
Exhalo. Ni siquiera debería plantearme ser amiga de este loco. Recojo mi
propia copa, pero no brindo por él todavía.
—Tú eres el que ha decidido no ser mi novio. ¿Y si te digo que quiero intentarlo
de todas formas? ¿Qué lidiemos con la mierda de la maldición juntos?
Joules ya sacude la cabeza. Retira su botella de cerveza.
—No hay trato, porque no lo crees, y si no lo crees, no te haré eso.
—Joules —digo, porque me estoy frustrando—. Te creo.
—Crees que yo lo creo —replica Joules, apartándose de mí para inspeccionar
el restaurante y devolverle la cerveza al mismo tiempo—. No es lo mismo.
—De acuerdo. Bien. Consideraré la idea, pero si vives más allá del final de la
maldición, podré reírme de ti siempre que quiera.
Joules se vuelve para mirarme, pero no estoy segura de que esté convencido.
Parece como si quisiera que lo convencieran, pero en el fondo parece asustado
y como si deseara que hubiera al menos una persona cerca en la que pudiera confiar.
Quiero ser esa persona para él; quiero que él sea esa persona para mí.
—Salgamos, Joules. Ya pensaremos qué hacer juntos, ¿okey? Por ahora, ¿no es
mejor tener a alguien a tu lado que sepa, que ir solo?
Joules gime y se termina el resto de su bebida.
—He sido demasiado sincero contigo, ¿verdad? —pregunta secamente,
dirigiendo hacia mí su mirada de hielo y fuego. Tomo una bola de masa y me la acerco
a los labios, observando la expresión de Joules mientras asimila el espectáculo. Se
moja los labios y sonrío con los míos cerrados mientras mastico—. Muy bien. Eres una
adulta. Si escuchas lo que digo y aceptas que te he advertido, vamos a.... salir. —Hace
una pausa y me mira—. Mejor aún: follemos.
Joules me toma de la muñeca y me levanta de la mesa antes de que hayamos
podido comer. Al pasar, arroja algo de dinero sobre el mostrador y salimos por la
puerta.
Me levanta en brazos y emito un sonido de sorpresa mientras me lleva de vuelta
a la colina.
Me río todo el camino.
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
JOULES
Quedan 54 bobas para que muera mi hermanita...
(el mismo día)
Se siente muy bien decirle a alguien la verdad.
Se siente aún mejor decirle a Kaycee la verdad.
Solo se ríe lo que tardo en llevarla al dormitorio. La coloco frente a mí y cierro
la puerta de una patada, dejando a su guardaespaldas en el pasillo.
—¿Desde cuándo confías tanto en mí? —bromeo, apoyándome contra la puerta
y disfrutando de cómo se dilata su pecho con cada inhalación dificultosa. Cierro los
ojos e inspiro, y juro que hay feromonas en el viento porque mi ritmo cardíaco se
duplica.
Cruzo la mirada y veo que Kaycee me estudia, escarbando bajo todas las duras
capas hasta llegar a la verdad que hay debajo.
Llevo mucho tiempo mintiéndole a mi hermana y pienso seguir mintiéndole. No
me importa lo que tenga que hacer para evitar que se entere de la verdad, lo haré. La
miraré a los ojos como hice el otro día en el muelle, y le mentiré hasta la saciedad.
Joe, ¿qué harías ahora mismo? le pregunté, en una de esas raras noches en las
que estábamos solos. Lakelynn odiaba que saliéramos sin ella y, sinceramente, a Joe
y a mí nos gustaba que estuviera con nosotros tanto que nunca necesitábamos estar
solos. Pero cuando sucedía, le hacía a Joe las preguntas que no podía hacerle a Lake.
Cosas sobre nuestros padres. Sobre chicas. Cualquier cosa.
—La maldición es nuestra. Nuestra. Puede que no la queramos, pero nos
pertenece de todos modos. Nosotros decidimos lo que vamos a hacer con ella. Si quieres
huir y aprender a bucear como el hombre Jack o pasar tu último año mirando por la
ventana como GG Louise, es tu decisión. Si te gusta Kaycee, y le has dicho a Kaycee la
verdad, déjate caer por ella. Aprende a caer, Joules.
Vuelvo a humedecerme los labios y me alejo de la puerta, me acerco a Kaycee
y entierro los dedos en su cabello. Me gustaba cuando era negro. Me gusta ahora que
es rubio. Podría ser morado y me gustaría igual. Largo y espeso, el tipo de cabello
que puedo enrollar en un puño, en el que puedo apretar los dedos.
Kaycee suelta el aliento precipitadamente y hago una pausa, esperando a ver
su reacción.
Labios hinchados y entreabiertos, pupilas enormes, dedos aferrando mi
camisa.
—Bésame, maldita sea —gruñe, la voz de un demonio en un cuerpo ágil y sexy
con una voz a juego. Necesitada, áspera, furiosa, deseosa. No me extraña que Kaycee
Quinn sea famosa. Cómo acabó emparejada con Tam Eyre es otra historia.
De todos modos, no haré que Kaycee pregunte de nuevo.
Atrapo su boca con un golpe de lengua, atrayendo hacia mí el gemido que sale
de su garganta. Con la otra mano le subo el vestido, deslizo los dedos bajo las medias
y las bragas y la encuentro desnuda, suave y húmeda.
—Vaya, vaya, Kaycee. Dime que te gusto sin decir una maldita palabra. —Le
muerdo el labio inferior y luego la beso mientras la acaricio. Siento cómo su cuerpo
tiembla entre mis brazos, cómo se agarra con fuerza a mi camisa. A cada caricia abajo
le sigue un mordisco, un lametón o un beso arriba. En el cuello, en el hombro, en el
lateral de la mandíbula, en su boca regordeta.
Me limito a esa única mano y a mis labios. El resto de mí está quieto, esperando.
Enroscándose cada vez más fuerte.
Hago resbalar a la pobre Kaycee y luego la guío hacia atrás hasta que sus
muslos tocan la cama. Retiro la mano y emite un sonido de pura frustración.
—Siéntate —le digo, y me llevo los dedos a los labios mientras se reclina en la
montaña de almohadas.
—Joules Frost —susurra, escandalizada—. No te atrevas.
Me meto uno y luego otro en la boca, chupándolos hasta dejarlos limpios. Me
quito los zapatos de una patada y me dirijo a mi bolso para sacar una caja de
condones. Nuevos. No he estado con nadie desde que conocí a Kaycee.
—No he estado con nadie en más de un año —me dice Kaycee, pero eso ya lo
sabía. Apago las luces y me acerco a ella en la cama. Sujeto suavemente el paquete
cuadrado entre los dientes, y luego bajo la mano hasta el botón de mis jeans.
No digo ni una palabra.
Observo la sombra de Kaycee en la oscuridad mientras desliza un solo dedo
entre sus piernas abiertas, la uña rozando la tela de sus medias negras. Es una mujer
que sabe lo que quiere, lo que le gusta. Estoy obsesionado, sobre todo cuando se da
la vuelta y se estira como una gatita en celo.
—Fóllame, Joules —susurra, y el sonido de su voz es tan potente que tengo que
apretarme la polla con el puño y apretar la base, un improvisado anillo de polla para
mantenerlo todo dentro. No me extraña que su música sea tan popular. Tendré que
intentar escucharla uno de estos días.
—El placer es mío. —Suelto una risita áspera, abro el paquete de condones y
deslizo el látex lubricado sobre la adolorida cabeza de mi polla hasta las bolas. Me
subo a la cama detrás de ella y veo que ha echado una mano hacia atrás, con la uña
abriendo un agujero en sus medias. Kaycee engancha dos dedos en sus bragas y las
aparta para mí, dejando su coño regordete y desnudo, tan jugoso y reluciente como
una pieza de fruta fresca.
Tomo sus caderas con las manos y la agarro con fuerza y posesividad,
arrancando de su dulce garganta de estrella del pop un sonido de tierno dolor.
—Qué linda, cariño, pero quiero más que eso. —Aprovecho el agujero de sus
medias para rasgar la tela, desgarrándola por la mitad hasta que cuelga hecha jirones
de sus muslos. Las bragas, ese pedazo de seda rosa, endeble y húmeda, las rasgo
directamente. No me cuesta mucho romper los hilos para poder apartarla de mi
camino. Cuando me agacho y le sujeto un puñado de cabello en un puño apretado,
hace un ruido que se me graba en el cerebro—. Última oportunidad: Voy a morir en
dos meses.
—Come mierda, Joules. Vas a luchar para vivir —suelta Kaycee, y hay algo en
su descarado desafío mezclado con su necesidad gratuita que me pone al cien. Vuelve
a empujar su trasero contra mí, apretando la longitud de mi polla contra sus
resbaladizos pliegues, contoneándose para colocarlo en el lugar adecuado.
—Bueno, no puedo decir que no te lo advertí. —Guío la punta de mi polla hasta
el pozo de deseo entre sus muslos. Provocando, frotando, tanteando. Tiro un poco
más del cabello de Kaycee hasta que arquea la espalda y otro de esos gloriosos y
necesitados sonidos sale de sus labios carnosos. Exhalo y tiro de sus caderas hacia
atrás, deslizando su cuerpo alrededor del mío—. Mierda. —La palabra sale de mí, una
tierna revelación que no quería soltar. Pero, por Dios, Kaycee Quinn está tan tensa,
sus músculos internos son tan inflexibles incluso cuando gime mi nombre y se
balancea contra mí.
La agarro bien por la pelvis y el cabello, pero no me muevo. Ella lo hace por
mí, empujando su cuerpo hacia atrás hasta que su trasero tenso choca contra mis
caderas. Estoy sorprendido, en el buen sentido. Esta chica es salvaje y me encanta.
Quiero más, más de ella.
Con un gruñido, le tiro del cabello, haciendo que su espalda se arquee de
forma espectacular, como un cuadro, incluso mejor que uno de esos estúpidos posters
que vende en sus conciertos. Piernas abiertas, respiración agitada y entrecortada.
Kaycee acaba de rodillas, relajándose con la espalda apoyada en mi frente.
—Estás llena de sorpresas, ¿verdad? —le susurro, mordiéndole la oreja. Se
muerde el labio inferior y se baja la camiseta, dejando al descubierto sus pechos
pequeños y firmes. Deslizo la palma de la mano por su pecho, por encima de su
vientre plano, hasta el abultamiento de su clítoris. Mis dedos frotan el punto justo por
encima de nuestras formas unidas, y Kaycee responde a su vez, apretando contra mí.
Se toca los pechos con sus propias manos, frotando sus pequeños pezones rosados
con las palmas, gimiendo sin pudor.
—No tienes ni idea —dice entre esos jadeos ásperos y roncos. Cuando le toco
el clítoris como a ella le gusta, su cuerpo me lo hace saber. Tensas bandas de
músculos se aprietan a mi alrededor, ordeñándome, engatusándome y suplicándome
que me mueva, que le dé fricción, que me corra.
Si tengo un último deseo, es correrme dentro de esta chica, ver mi semilla gotear
por esos bonitos muslos.
Acerco la boca a la pálida garganta de Kaycee, recorro con la lengua su
palpitante pulso y lamo el suave beso salado de su sudor fresco. Le suelto el cabello
para rodearla con un brazo y apretarla tanto como ella me aprieta a mí.
—Joules —gime Kaycee, frotándose, meciéndose y retorciéndose—. Fóllame.
—¿Qué crees que estoy haciendo, eh? —pregunto con un poco de burla,
mordiéndole la oreja y el cuello. Aparto la mano de su clítoris y ella grita de
frustración. Con los dedos húmedos, le hago apartar la barbilla para poder llegar a
su boca por detrás y le muerdo el labio inferior antes de besarla. Nuestras lenguas se
entrelazan mientras ella mueve las caderas en pequeños círculos frenéticos que me
ponen las bolas tensas y adoloridas—. Follar es algo más que meterte la polla en el
coño, aunque lo conseguiremos, señorita KQ. Créeme, lo conseguiremos.
Pongo la palma de la mano en el centro de sus omóplatos y la empujo hacia el
colchón. Está claro que sabe lo que le gusta, pero tampoco puedo evitar preguntarme
si los hombres con los que ha estado antes eran un poco deficientes. Cualquier
hombre puede meter la polla en un coño, pero ¿puede hacer que la mujer con la que
está grite su nombre? ¿Puede hacer que se venga? ¿Puede hacer que se dé cuenta de
que cada centímetro cuadrado de su cuerpo es placer sin explotar a la espera del
toque adecuado?
Dudoso.
Deslizo mi polla fuera del calor de Kaycee, y ella clava furiosa las uñas en las
mantas que tenemos debajo. Le doy una pequeña palmada en el trasero para ver si le
gusta, y se queda muy, muy quieta.
—¿Qué fue eso, Joules Frost? —gruñe, untando el edredón blanco con
pintalabios rosa—. ¿Un golpecito de muñeca débil?
Le doy otro azote y Kaycee gime, apretando los dientes manchados de carmín
sobre un pliegue de las mantas. Lo muerde como quiero que me muerda, y vuelvo a
azotarla. Mi polla trabaja en sus pliegues, rozando el exterior, chocando con su
clítoris. Mucha fricción y un calor húmedo y pegajoso. La palma de la mano le acaricia
las marcas rojas del trasero, se desliza por encima y por debajo de la camisa -ahora
inservible y enredada en la parte más estrecha de la cintura- y luego vuelve a
deslizarse. Golpe. Acariciar. Abofetear. Calmar. Suavizar.
El vaivén la hace gemir contra el colchón y su cuerpo se debilita bajo mis
caricias.
Sonrío.
Allá vamos.
Le doy la vuelta a esa gata salvaje y me subo encima de ella, tomando de nuevo
su boca, lamiendo, chupando y saboreando. Me agarra el cabello con la mano para
acercarme, me empuja el pecho con la palma para mostrarme cómo le gusta. La beso
hasta que se le saltan las lágrimas, hasta que tiembla, con los muslos temblorosos
alrededor de mis caderas.
Entonces me siento, su boca hinchada por mis dientes, su cuerpo húmedo de
sudor. Le agarro las caderas con las dos manos y se la meto con fuerza, hasta el fondo,
con las bolas golpeando su dulce carne. Me inclino sobre Kaycee con una mano en el
cabecero y le doy exactamente lo que me ha pedido: una buena follada, dura y
salvaje.
Utilizo su cuerpo apretado y sus fuertes músculos para excitarme, empujando
profunda y rápidamente, gimiendo tan fuerte y desvergonzadamente como Kaycee.
Ella juguetea con sus pechos, con la cabeza echada hacia atrás y las lágrimas cayendo
por sus mejillas, pero sin correrse el rímel ni el delineador de ojos.
—Qué princesita tan sexy eres, KQ. —Redoblo mis esfuerzos y me abalanzo
sobre ella hasta que me aprieta tan fuerte que apenas puedo moverme. Un grito
ahogado se escapa de sus labios mientras sujeta mi camiseta, agarra la tela, tira de
ella y me suplica que me acerque a ella.
Me quedo donde estoy, respirando agitadamente, absorbiendo la visión de
esta mujer deshaciéndose a mi alrededor. Y entonces, cuando su cuerpo finalmente
se relaja sobre el mío, se ablanda, se abre y se licua, siento mi propio placer. La follo
hasta alcanzar el clímax, dejando que el calor atrapado en mis bolas se extienda por
el condón, llenándolo de semen cuando debería estar llenando a Kaycee.
—Mierda —gimo de nuevo, rodando sobre mi espalda. Otra confesión, aunque
ella no lo sepa. Mierda, mierda, mierda. Me presiono los ojos con los talones de ambas
manos y me los froto. Esta chica me gusta de verdad, carajo. Por primera vez en mi vida,
estoy enamorado de alguien, y esa vida está a punto de acabar.
Kaycee se pone de lado y la acojo entre mis brazos, animándola a que apoye la
cabeza en mi pecho.
Traza un dibujo a través de mi camiseta, justo sobre mi pezón, y suelto un
pequeño silbido involuntario.
—No pareces de los que se rinden —me dice, agachándose para quitarme el
condón. La miro porque me encanta verla limpiándome. Ella ata el condón y lo tira a
la basura, pero también juega un poco conmigo, haciendo que me suelte en las
palmas de sus manos y recordándome lo fácil que es que se me vuelva a parar.
—¿Parece que me estoy rindiendo? —pregunto con una risita áspera y sexy. A
Kaycee se le pone la carne de gallina, con las tetas aún al aire, la camisa bajada, la
falda arremangada y las medias hechas jirones. Se sienta con las piernas abiertas a
ambos lados, las rodillas juntas, el labio entre los dientes, pensativa.
—Sabes lo que quiero decir, maldito pervertido. —Se arrastra hacia arriba y
sobre mí, recostando su cuerpo sobre el mío de una forma que se siente posesiva,
como un reclamo.
—¿Por qué? ¿Tanto quieres que viva, KQ? —La rodeo con mis brazos y me gusta
cómo se siente. Encaja conmigo de una forma que nunca había experimentado con
mis anteriores novias. ¿Quién lo hubiera imaginado? Y ni siquiera me gusta su música.
Kaycee acurruca la cabeza en ese punto entre mi cuello y mi hombro, y mis
brazos se aprietan aún más en torno a ella.
—Mierda. —Lo digo otra vez. No puedo evitarlo. Me gusta esta mujer. Estoy
enamorado de ella. Me siento culpable por dejarla antes de que podamos empezar.
¿Qué tan justo es eso, que nos tome el pelo a ambos con la promesa de algo que no
va a suceder?
—Si te gusto, Joules —Kaycee comienza, su voz se vuelve jadeante, se vuelve
suave—. Lucha por mí. No te acuestes y mueras. Levántate de una puta vez.
Le doy la vuelta de repente y chilla sorprendida.
Tengo sus hombros inmovilizados, mi respiración agitada, la suya
acelerándose al mismo ritmo.
«No mueras por tu hermana: vive por ti. —Frunce los labios en señal de desafío
y me meto una mano en el bolsillo de los pantalones (que aún tengo bajados por las
caderas). Me pongo un látex nuevo y vuelvo a follármela.
Y otra vez.
Otra vez.
Por el resto de la maldita noche.
No creo en el destino, a pesar de la maldición. No, creo en la elección.
Así que, esto es lo que voy a hacer. Voy a elegir a Kaycee, y dejar que las piezas
caigan como puedan.
CAPÍTULO CUARENTA Y
TRES
TAM
Quedan 54 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
Le pedí a Maggie que llevara mi maleta a la habitación de Lake para pasar la
noche aquí. Es mucho menos probable que nos molesten en una habitación donde
solo Maggie, Daniel y Jacob saben que estoy. Me pongo una sudadera blanca
holgada. Es de color crema y las mangas son un poco largas. Mucha, mucha gente me
ha dicho que si Tam Eyre los abrazara con esta sudadera, se morirían literalmente.
Así que vamos a poner a prueba esa teoría.
Vuelvo a ponerme pantalones de chándal porque la última vez Lake parecía
enloquecer con ellos. Estos son de color crema, no grises. Además, me he duchado
rápidamente y me he lavado los dientes, porque por fin voy a follármela esta noche y
quiero que sea bueno.
Lake no me oye llegar, juguetea con el mando de la tele y maldice. Me acerco
sigilosamente por detrás y me arrastro hasta el sofá, rodeando su cintura con un
brazo, apoyando la barbilla en su hombro y robándole el mando a distancia con la
otra mano.
Pulso el botón de Netflix y accedo a mi propia cuenta.
Netflix y relajarse, ¿verdad?
—Veamos una película de terror esta noche —sugiero, y ella se estremece.
Ninguno de los dos está tan loco como para pensar que vamos a ver mucho de la
película. Es solo un ritual. Un juego. Estamos jugando juntos, Lake y yo, y me encanta
que ella se excite con las mismas cosas que yo.
Pasó meses persiguiendo a un gruñón solitario y huraño, así que voy a
compensarla. Es mi turno de perseguir, y ella es la que rehúye. Solo un poco.
—¿Tomamos algo? —Lake sugiere alegremente, pero cuando intenta
levantarse, la mantengo donde está.
—No. Nada de alcohol. No quiero difuminar los bordes de la realidad. Nos
quiero a los dos aquí, juntos. Con los pies en la tierra. —Le pellizco la oreja y se mueve
un poco.
Empiezo la película y nos acomodamos juntos en el extremo opuesto del sofá.
Ella está en mi regazo, entre mis piernas. La envuelvo con las mangas largas de mi
sudadera y escucho el suspiro de satisfacción que se escurre entre sus labios.
Usé todo lo que tenía para ese beso y, de alguna manera, aún siento que fue de
aficionado. Pensaba en cómo complacer a Lake como me habían enseñado en la
pantalla, pero luego me di cuenta de que tenía que averiguar qué le gustaba. Al final,
me quedé en blanco y dejé que mi cuerpo besara por mí.
Tendré que trabajar en ello.
Vemos exactamente cuarenta y dos minutos de la película cuando suelto una
pequeña carcajada, el aliento alborotando el cabello junto a la oreja de Lake. Ni
siquiera me ha mirado. No ha dicho ni una palabra. Está rígida entre mis brazos y voy
a burlarme de ella por eso.
—Debería hacer que me suplicaras que te follara —susurro, y ella se vuelve de
repente para mirarme.
—Bueno, no te lo rogaré, pero te lo pediré amablemente. —Lake se aclara la
garganta—. Tam Eyre, ¿me follarías por favor?
Me río y reajusto a Lake para que esté frente a mí. A mi izquierda, hay una
bonita vista de la ciudad. Quizá deberíamos cerrar las cortinas, pero ¿qué importa
eso ahora? Tomé una decisión cuando besé a Lake en público. Ahora estoy en mi
habitación de hotel y haré lo que me dé la puta gana.
—No —le digo, sujetándole la barbilla con los dedos. Se estremece y me roza
el pecho con las yemas de los dedos, humedeciéndose los labios al sentirlo. Sí. Creo
que le gusta mi sudadera tanto como a mí su suéter. Cuando fue a cambiarse al baño,
le pedí que volviera a ponérselo por encima de la camiseta de tirantes. Solo que
ahora... no lleva sujetador debajo—. No es suficiente. Pedirlo amablemente no va a
funcionar conmigo esta noche.
Me levanto y la llevo conmigo. Hace un sonido y sus piernas me rodean
automáticamente; la expresión de su cara es la cosa más dulce y delicada que he visto
en mi vida. Sus pechos están ahora apretados contra mí, y son tan jodidamente suaves.
Muy suaves. Ella es muy suave.
—Me gusta más tu figura sin sujetador —admito, y Lake emite un sonido
estrangulado que me hace sonreír. Nos traslado al dormitorio, cerrando de una
patada las dos puertas francesas que separan este espacio de la zona del salón. Desde
el principio quise meter a Lake en mi habitación de hotel, pero quería darle espacio.
Acaba de recordarme que no quiere.
—No pares hasta que te lo diga.
La tomo en serio y me subo a la cama con ella aún pegada a mí. La tumbo y le
acaricio el cuello con la boca.
—Dios mío —susurra mientras yo me río y me levanto para apagar la lámpara
de la mesilla. La habitación se queda a oscuras, con los débiles ecos de nuestra
película abandonada procedentes de la otra habitación. Me alegro. Ayudará a ahogar
los sonidos.
Me apoyo en las rodillas y los antebrazos, inclinado sobre ella, con la nariz aun
rozando su cuello. Cuando exhalo, el cuerpo de Lake vibra. Pruebo mi lengua como
experimento, no solo para ver qué hace, sino también para averiguar si su cuello es
tan dulce como el resto de su cuerpo. Mi primer contacto con esta chica fue explícito.
La besé entre las piernas antes de besar su boca. La idea me está excitando, así que
busco la mano de Lake y le muestro exactamente dónde la quiero.
Aprieto sus dedos contra la dureza de mi pantalón de chándal y la mantengo
ahí mientras balanceo las caderas. Lake emite otro dulce sonido, como si le excitara
tocarme ahí.
—¿Qué querías que hiciera? —Le pregunto de nuevo, porque me encanta
cuando dice esa palabra. Mi palabra favorita. Quiero oírla otra vez.
—Fóllame —me susurra Lake, y entonces le muerdo suavemente el cuello, y
reacciona con tanta fuerza que me sorprende. Sus manos arañan mi espalda y sus
caderas se levantan del colchón. Ah. ¿Aquí es donde le gusta? Beso, lamo y chupo su
cuello hasta que se retuerce, tirando de mí, con los talones desordenando las mantas
bajo nosotros—. Tam, por favor. —Lake suplica ahora, y me enamora el sonido de su
respiración. Esos pequeños y agudos hipos puntuados por fuertes tragos y
temblorosas exhalaciones—. Tam, bien. Te lo suplico.
—¿Oh? —Me sorprende que haya cedido tan fácilmente. Me alejo de ella y
emite un sonido de frustración, pero solo me incorporo para quitarme la sudadera—.
¿Estás segura? Incluso después de todo lo que dije sobre los paparazzi y…
—Me importan una mierda los paparazzi y todo lo demás. —Lake se sienta
sobre los codos y ojalá hubiera luz suficiente para verla bien. ¿Tal vez debería volver
a encender la lámpara? Pero entonces sus manos buscan mi pecho desnudo y hace
otro adorable sonido de excitación—. Solo importamos tú y yo. Lo nuestro. Lo que
estamos haciendo. El centro de atención no me importa de ninguna manera, siempre
y cuando lo sea todo para ti. Casi me sentí así cuando estábamos en el parque para la
sesión de fotos.
—Lo eras todo para mí —le digo, y es verdad. No miraba a ninguno de los
empleados ni al equipo de peluquería y maquillaje, ni a los guardias de seguridad ni
a los fans. Solo miraba a Lake. De pie, tímidamente, a un lado. Lake, poniendo un vaso
de agua junto a mi codo. Lake, sonriendo al oírme cantar.
—No huyas de mí después de esto, ¿okey? —me dice mientras me agacho y
aprieto sus manos contra mi piel.
—¿Me estás diciendo eso? Lake, tú tampoco huyas de mí. —Empujo sus manos
por mi pecho y estómago, y ella se estremece e intenta apartarse. La mantengo donde
está, deslizando sus manos por debajo de la cintura de mis pantalones de chándal.
—Tam, mierda —me susurra, y entonces la suelto para poder bajarme los
pantalones de chándal por las caderas. Lake vuelve a sorprenderme sujetando mí
polla con las manos, acariciándola y jugando conmigo antes de que tenga otra
oportunidad de guiarla.
Gimo y vuelvo a apoyarme en las pantorrillas, con la cabeza echada hacia atrás
y los dedos enroscados en la cintura de mis propios pantalones. No puedo moverme.
Me ha paralizado, igual que cuando estaba sentado en la silla y me puso la boca
encima.
La agarro de las muñecas para detenerla y la empujo para quitarme el chándal
de una patada. No me he molestado en ponerme calzoncillos, así que ya estoy
desnudo. Yo también quiero a Lake desnuda, pero primero voy a tocarla con este
suéter. La empujo con dos dedos hacia las almohadas y jadea cuando cubro su cuerpo
con el mío.
Mi boca gravita hacia la suya, saboreando toda esa suave dulzura de sus labios.
Su suavidad, la pequeña rugosidad de sus dientes en la parte inferior central. La
humedad de su lengua. El fuerte deseo de sus suspiros.
Respiramos el mismo aire mientras mis manos buscan su cintura, recorriendo
ese jersey sedoso hasta encontrar uno de sus pechos. Las yemas de mis dedos hacen
muescas en la suave carne que hacen que Lake empuje todo su cuerpo hacia arriba y
hacia el mío.
Y oh, Dios.
Se siente mejor de lo que pensaba, incluso cuando me masturbaba en la ducha
pensando en ella. Las fantasías no se comparan con la realidad, aunque las fantasías
fueran un poco más explícitas. Llegaremos a ese punto en mis sueños en el que
simplemente le digo a Lake que la necesito, y luego la inclino sobre un sofá y la tomo.
Lo haremos.
Todavía no.
La acaricio y la beso al mismo tiempo. Aunque me cuestiono a mí mismo, ella
parece encantada con la forma en que la beso. Se relaja y me deja guiar nuestros
movimientos, suspirando y moviéndose debajo de mí. Mis manos no se cansan de
acariciar su silueta, la plenitud de su pecho, el pequeño pliegue de su cintura.
Llevo una palma a la parte baja de su vientre, y ella se agarra a mis hombros
con impaciencia. Espero a que se relaje un poco más, deslizo la palma hacia arriba y
sujeto su pecho desnudo con la mano. Mi pulgar recorre perezosamente su pezón
mientras beso los gemidos de sus labios.
Cada una es un poco más dulce que la anterior, hasta que parece a punto de
llorar de deseo. Solo entonces me siento y le quito la camiseta, dejándole la parte
superior desnuda. Mis ojos se han adaptado a la escasa luz, así que no veo mucho,
pero sí algo.
Pesos redondos y suaves con puntas rosadas enrolladas.
Exhalo para calmarme y tomo sus pantalones de chándal con las manos. Doy
un tirón brusco y se los arrastro por los pies, tirando la tela inservible al suelo.
—Ahora estamos los dos desnudos —le susurro, poniéndome a horcajadas
sobre el cuerpo de Lake. Pongo una de mis rodillas entre sus muslos y los separo,
escuchando los sonidos que hace para juzgar cómo es la experiencia por su parte. Y
entonces dejo caer una mano hasta ese pozo resbaladizo, subiendo un dedo desde su
húmeda abertura hasta encontrar su clítoris. Esto parecía gustarle en su casa, cuando
usaba la lengua.
—Thomas —respira, y sonrío, bajando la cabeza para acariciarle el cuello.
—Llámame Tam —le susurro, porque quiero oírla usar los dos nombres. Quiero
que le gusten mis dos caras.
—Tam. —La palabra es como una plegaria, así que la tomo como una súplica,
deslizando mi dedo en su cálido calor. Solo uno. Ella gime y levanta las manos para
hurgar en su propio cabello. El cuerpo de Lake se envuelve en el mío, contrayéndose
maravillosamente sobre ese único dedo.
Suelto un suspiro agudo y mi polla se agita. Noto que también estoy mojado,
justo en la punta. Estoy pre eyaculando para facilitarle las cosas a Lakelynn. Le meto
un segundo dedo, y el sonido que hace contra mi oído me hace apretar los dientes.
Carajo. Mierda. No voy a durar ni diez malditos minutos.
Vuelvo a sacar los dedos y uso el lubricante del propio cuerpo de Lake para
frotarme la polla. Solo un poco, un puño apretado y unas cuantas sacudidas. Nada
como la suave caricia de sus entrañas. Pongo la otra rodilla entre sus muslos, para que
se abra bien.
Cuando pongo la palma de la mano sobre la suave sedosidad de la cara interna
de su muslo, tiembla tanto debajo de mí que casi me preocupo por ella. Podría estarlo
si no lo sintiera yo también. Sigue con las manos en el cabello, jadeando, con los ojos
cerrados. Le acaricio la pierna y me detengo en la parte interior de la rodilla.
—Tam, carajo. —Lake me agarra la mano y la empuja de nuevo entre sus
piernas. Con otra carcajada, le acaricio el cuello.
—Solo por eso, voy a alargar esto un poco más. —Bajo mi cuerpo sobre el suyo,
tomo su boca y empujo mis caderas al mismo tiempo que muevo mi lengua. No
empujo dentro de ella, ni siquiera la toco. Rechino contra las sábanas revueltas, con
el cuerpo de Lake pegado al mío. Ella también mueve las caderas, hacia arriba y hacia
mi estómago.
Me está mojando y me encanta. Le aprieto el trasero con una mano y la animo
a que trabaje sus resbaladizos pliegues contra mis abdominales. Cuanto más le
aprieto las nalgas, más adentro meto la lengua, más fuerte se restriega contra mí. Lake
jadea en mi boca, y solo hago una pausa en mis besos para que pueda respirar de vez
en cuando.
Retiro la mano de su trasero, la deslizo entre nosotros y le meto los dedos hasta
el fondo. Jadea en mi boca, con las caderas agitándose fuerte y rápido contra mí. Mi
polla rechina contra las sábanas y la punta choca contra el trasero de Lake cuando nos
movemos correctamente.
Revolotea a mi alrededor, y hay un temblor en su interior, una electricidad
vertiginosa.
—No, no, espera —jadea, agarrándome por los hombros y empujando—.
Espera, espera, espera. Para.
«No pares a menos que yo te diga que pares.»
Ni siquiera me muevo. Me quedo exactamente dónde estoy, pero también
estoy sudando y jadeando. Tengo un nudo dentro de mí que está a punto de
deshacerse.
—¿Estás bien? —susurro, y Lake me hace un gesto frenético con la cabeza. Veo
un leve brillo de lágrimas en el borde de sus ojos.
—Nunca había tenido un orgasmo. Ni una sola vez en toda mi vida. Ni siquiera...
No puedo pasar de este punto, Tam. No sé cómo.
Oh.
Mierda.
Okey, eso explica algunas cosas. Tenía curiosidad por saber por qué me
detuvo en la casa. Supuse que era solo que su mente se había puesto al día con lo que
su cuerpo estaba haciendo, y necesitaba un minuto. Esto es mejor. Estaba a punto de
hacerla venir, pero ella nunca ha hecho ese viaje y no sabe qué hacer.
—Bueno, no soy una mujer, pero creo que tienes que dejarte llevar y relajarte.
Tienes que dejarte caer por esa cornisa.
—Todavía no —jadea, y cuando me tira de la muñeca, saco los dedos de su
interior—. Todavía no, pero quiero que tú te corras. —Me tira del cabello, me atrae
hacia ella y me besa el cuello. Cierro los ojos mientras sus manos recorren mi cuerpo,
usando mis dedos húmedos para agarrar su cadera con fuerza—. Quiero que te corras
—repite, y veo mi sudadera en la mesilla.
Me abalanzo sobre ella, metiendo la tela entre nuestras pelvis.
Luego sujeto las muñecas de Lake a la cama y la monto sin nada más que una
sudadera entre nosotros. Follo dentro de la sudadera mientras la miro, sintiéndola a
mi alrededor, oliéndola. Debería haber tomado un condón antes de todo esto.
Solo que los dejé en el salón, metidos en mi maleta.
Qué maldito idiota.
CAPÍTULO CUARENTA Y
CUATRO
LAKE
Quedan 54 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)

Tam me sujeta a la cama, sudoroso y desesperado encima de mí. Es la forma


más exquisita de tortura, sentirlo empujar contra mí, empujar mis caderas contra el
colchón, hacer que mis pechos se balanceen con el movimiento, y aun así no está
dentro de mí.
Estoy muy enfadada conmigo misma por haberlo hecho parar, pero esto
también es agradable. Hay un poco de luz procedente del salón que se cuela por la
cortina de cristal de las puertas francesas del dormitorio. Tam se recorta en ella,
resaltando la musculatura de sus hombros, la curva de su espalda. Noto el sudor en
su piel cuando paso las palmas de las manos por sus músculos.
Es duro en todos los sitios en los que yo soy blanda, y los ruidos que hace son
íntimos, tiernos, pero también posesivos. Ojalá tuviéramos un par de semanas para
nosotros solos, encerrados en una cabaña en el bosque. Quiero pasarme toda la vida
conociéndolo, aprendiendo exactamente lo que le gusta y cómo complacerlo. Veo
que él está igual de interesado en aprender a complacerme a mí, y me encanta.
Estamos juntos en esto.
Estamos juntos en la maldición.
Tam gime y todo su cuerpo se tensa. Me muerde suavemente el hombro cuando
se corre, empujando dentro de esa estúpida sudadera cuando debería estar
empujando dentro de mí. Deja caer su cuerpo sobre el mío, apoyado en los
antebrazos, respirando agitadamente. Permanecemos así varios minutos antes de que
Tam se incorpore y juguetee con la tela, intentando mantener el desorden en un
mismo sitio.
—No quería mancharte por si... —empieza, dejando la sudadera estropeada en
la mesilla. Me pregunto qué va a hacer con ella. ¿Acaso esa sudadera no vale por sí
sola un titular en los tabloides?—. ¿Qué pasa si quedas embarazada? —pregunta con
curiosidad, y me incorporo de golpe sobre el codo.
Mi cuerpo amenaza con amotinarse. ¿Cómo pude detenerlo así? Porque todo
se siente bien hasta que es demasiado y no puedo más. ¿Cómo puedo superar ese
obstáculo? Quiero y necesito superar ese bloqueo. Con Tam. Tam puede ayudarme.
—¿Te refieres a la maldición? —susurro, porque parece un momento para
susurrar. Básicamente me está preguntando si deberíamos quedar embarazados para
romper la maldición. Apenas recuerdo hablar—. No, no, quedar embarazada no la
rompe.
—Okey —dice, y puedo oír la sonrisa en esa única palabra. Supongo que es un
poco mayor que yo, casi veintisiete. ¿Y si quiere tener hijos pronto? Aún no estoy
preparada para eso. Probablemente deberíamos hablar de eso—. Entonces me
alegro de no haber acabado sobre o dentro de ti.
Gimo y dejo que mi cuerpo se desplome sobre las almohadas.
Nosotros... ¿eso fue sexo? Supongo que sí, pero quiero más.
—Debería haberte dicho que empecé a tomar anticonceptivos en cuanto supe
que era compatible. —Trago saliva—. Y sabes, si ambos somos vírgenes entonces...
Tam guarda silencio durante unos largos instantes, reflexionando.
—Es bueno saberlo.
Tam se inclina y recoge la sudadera, juguetea con ella, y luego se mueve para
tumbarse a mi lado. Apoya la cabeza en la almohada, me pasa un brazo por debajo
de la cintura y me toca con la otra mano. Mis piernas se abren de par en par cuando
me frota los dedos resbaladizos y me doy cuenta de que está utilizando parte de su
propia semilla como lubricante para tocarme.
Desliza dos dedos dentro de mí y me besa hasta que me agarro a su muñeca y
le obligo a parar por segunda vez.
Mientras descansamos allí juntos, ambos acabamos quedándonos dormidos.

Dos horas después, abro los ojos de golpe y veo el cuerpo desnudo de Tam
enroscado en el mío por detrás. Desde aquí veo el reloj de la mesilla. Las once. Ah.
Qué bien. No es tan tarde.
Me giro en el círculo de los brazos de Tam, tan lenta y silenciosamente como
puedo, pero entonces ahí está, mirándome fijamente.
—¿Tienes hambre? —susurra, y asiento despacio con la cabeza, con el cabello
haciendo un ruido sordo en la funda de la almohada. La sonrisa de Tam apenas es
visible en la penumbra, pero es contagiosa. Puedo sentir su alegría en los huesos, en
la forma en que me estrecha más contra su cuerpo, como si no quisiera dejarme
marchar—. ¿Pedimos servicio de habitaciones?
Vuelvo a asentir y se separa de mí a regañadientes. Tam recoge su sudadera
para ponérsela y luego duda con los dedos sobre la tela.
—Oh. Supongo que no usaré eso. —Suelta la mano y se levanta, encontrando
sus pantalones de chándal en el suelo tanteando en la oscuridad. Veo el vago rastro
de su sombra mientras se levanta y se lo pone en su sitio.
—Voy a encender la luz —murmuro, acercándome al borde de la cama y
buscando la lámpara. Tengo mucho cuidado de no tocar la sudadera. La cálida luz de
la lámpara inunda la habitación, parpadeo para quitarme las manchas de los ojos y
miro a Tam, sin camiseta y esperando.
Sus ojos se encuentran con los míos.
Pienso en lo descaradamente que restregué mi cuerpo contra su estómago,
contra su mano. También pienso en que no puedo venirme y en que él no tiene ningún
problema con ello. Exhalo y me pongo las sábanas sobre las piernas y el vientre,
sujetando un puñado de tela blanca arrugada sobre los pechos.
Tam busca entre las mesas auxiliares hasta que encuentra un cartel que anuncia
el servicio de habitaciones. Toma su teléfono, escanea el código QR y mira el menú.
Cuando me lo pasa, para que yo también pueda verlo, me fijo en los precios. Los
precios son muy, muy caros.
—¿Ocho dólares por un té helado?
—Lakelynn, tengo mucho dinero —me dice Tam en voz baja, y me sonrojo—.
Pide lo que quieras.
—Entonces tomaré un té helado —le digo, y me lanza una mirada, le devuelve
el teléfono y se agacha junto a la cama, a mi lado. Con los ojos clavados en los míos,
Tam toma el teléfono del hotel y llama al servicio de habitaciones.
—Así es —dice en respuesta a lo que pregunte la persona al otro lado. Mi
estómago gruñe por sí solo, y mi rubor se hace más profundo y oscuro. Maldita sea—
. Tomaremos uno de todo lo que hay en el menú. De todo.
Y entonces Tam cuelga, todavía agachado a mi lado con los codos apoyados en
las rodillas.
Hay un largo silencio y luego arruga esa cara tan hermosa que tiene, una
pequeña arruga entre las cejas.
—Okey, maldita sea, es demasiada comida. No queremos desperdiciar todo
eso. ¿Dos hamburguesas con queso? —pregunta, aparentemente olvidándose de su
dieta. Asiento con entusiasmo, aún sin saber qué decir. Tam vuelve a llamar al servicio
de habitaciones y se disculpa profusamente antes de hacer esa pequeña corrección
en nuestro pedido. Añade dos tés helados y un té verde caliente con miel de postre.
Se sienta en el borde de la cama, a mi lado.
Ambos podemos ver la sudadera desde donde estamos.
Sus ojos vuelven a posarse en los míos.
Tam Eyre me besó en Japantown con los cerezos en flor. Tam Eyre se folló mi
cuerpo en el colchón sin realmente follarme en absoluto. Ahora tengo una relación
con Tam Eyre.
Dejo caer la mirada sobre mi brazo izquierdo y lo giro para ver la marca de mi
muñeca.
Sigue ahí.
Vuelvo a girar el brazo, esperando que Tam no se haya dado cuenta de que
estoy mirando.
Demasiado tarde.
—No te estreses por eso. Ni siquiera pienses en ello. Lake, ¿acabas de estar
aquí conmigo? —Asiento con la cabeza, pero no lo miro. No puedo. Todavía no—.
Estabas aquí conmigo —repite, bajo y suave. Cuando se vuelve y tira de mí hacia él,
lo dejo. Tam me mete en su regazo y me acurruca contra él, pecho desnudo contra
pecho desnudo.
Nos sentamos así en silencio hasta que llaman a la puerta.
—Yo voy —le ofrezco, salgo de su regazo y recojo mi jersey y mis pantalones.
Me los pongo de un tirón y cierro las puertas del dormitorio. Aquí no se puede ver a
Tam.
Abro la puerta, firmo el recibo y dejo que el empleado lleve el carrito a la
habitación. El tipo se va tan rápido como ha venido, y me aseguro de cerrar la puerta
con pestillo y cadena.
Cuando me doy la vuelta, Tam está de pie, sin camiseta, junto al carrito,
levantando las tapas metálicas de los platos. Encuentra su hamburguesa con patatas
fritas debajo de uno, las verduras debajo de otro. Hay lechuga, tomate, pepinillos y
aguacate. Tam retira con cuidado los pepinillos y se hace un wrap de lechuga.
Descarta por completo el bollo, y el único condimento que utiliza es mostaza.
—Habría estado bien saber que no querías que usara condón antes de follarme
a mi sudadera en vez de a ti.
Me río de él, me acerco al carrito descalza y levanto la tapa de mi propia
hamburguesa. Si dejo que esto se ponga incómodo, se pondrá incómodo. Los dos
seguimos deseándonos. Puedo sentirlo en cada pisada, en cada respiración. Me
cosquillean los labios cuando pienso en la forma en que besa, y mis ojos no dejan de
posarse en los abdominales de Tam. No se ha duchado desde entonces, así que...
Probablemente lleva mi olor y mi tacto escritos por todo el cuerpo.
—Tienes un chupetón —le digo, preguntándome si eso va a ser un problema.
Tam levanta una mano y se lleva la palma al cuello. Sonríe mientras se lleva el
tentempié al sofá.
Yo hago lo mismo, pero conservo todo lo que traía la hamburguesa. Pan,
pepinillos, verduras, todo. Uso mostaza y kétchup, incluso un poco de mayonesa.
—Mañana tengo que madrugar. Ensayo de baile. Encuentro y saludo en el
estadio. —El borde de su labio se frunce—. El concierto. Casi lo había olvidado.
—Por favor, para —me burlo, pero entonces levanta la cabeza y recuerdo lo en
serio que se lo tomaba en el dormitorio—. Lo siento, no diré eso a menos que lo diga
en serio.
Tam sonríe un poco más y se come la mitad de la hamburguesa antes de dejarla
a un lado. Se come el resto de la lechuga y el tomate, moja exactamente dos patatas
fritas en su mostaza y luego deja el resto.
Esta vez no lo copio. Me muero de hambre. Se limita a mirarme, con un brazo
colgando del respaldo del sofá y un té helado en la mano derecha.
Habría estado bien saber que no querías que usara condón antes de follarme a
mi sudadera en vez de a ti.
¿Por qué tuvo que decir eso? Finjo que no me doy cuenta de que me está
mirando, pasando lentamente mis patatas fritas por mi salsa hecha a medida. Partes
iguales de mostaza, kétchup y mayonesa. Ahí es donde está.
—¿Qué vas a hacer con esa sudadera? —Soy yo quien saca el tema, cuando no
puedo soportar ni un segundo más el pesado silencio que hay entre nosotros.
—Llévatela a casa y quémala —dice, y no puedo contener la risa. Casi me
atraganto con la patata frita, y me encanta la cara de preocupación que pone Tam. Sin
duda me haría la maniobra de Heimlich si fuera necesario. Eso me tranquiliza—.
Después de que me dijeras que algunos de mis fans quieren mis pañuelos usados, he
estado un poco paranoico. No es que yo... —Tam se detiene y da un sorbo a su
bebida—. Bueno, siempre tiro de la cadena.
—Muchas gracias por compartir eso conmigo.
—Oye, tú fuiste quien me dijo que moriríamos si no nos enamorábamos. Fuiste
honesto desde el principio. Eso es todo lo que estoy haciendo ahora.
Sonrío, pero mantengo la atención en mi plato. Así es más fácil. Cuando
termino, vuelvo a dejar los platos en el carrito de metal y me dirijo al cuarto de baño.
Tam alarga la mano y me agarra de la muñeca, tirando de mí hacia atrás para que
caiga salvajemente sobre su regazo con un gruñido.
—Quiero lavarme las manos y cepillarme los dientes —le digo, pero él no me
suelta todavía. Acerca la cara a mi cabello y exhala suavemente, apretando los brazos
a mi alrededor. Relájate, Lake me ordeno. Relájate en el cálido abrazo de la
superestrella internacional Tam Eyre.
Eso me hace reír un poco, pero le devuelvo el abrazo. Le rodeo el cuello con
los brazos y me aferro a él como él se aferra a mí. ¿Por qué tiene que oler tan bien? Y
no a colonia ni a fragancia manufacturada, sino a mí, a él, a nosotros y a lo que hemos
hecho juntos. Me acurruco en su garganta y él suspira como si estuviera contento.
—No puedo creer que me haya follado una sudadera cuando debería haber
estado follando contigo.
—No puedo creer que te haya hecho un chupetón cuando tienes un show
mañana.
—No te preocupes: Maggie es muy buena maquilladora y puede encargarse
de que nadie más lo sepa.
Eso me da que pensar.
—¿Maggie te ha tapado los chupetones antes? —Pregunto, y Tam se ríe,
aflojando un poco el agarre de sus brazos.
—No, lo que quise decir es que ella cubrió el daño que Joules dejó en mi cara.
Nadie lo sabe excepto tu familia, Jacob, Daniel y Maggie. Ni siquiera mi madre lo
sabe. —Tam me ayuda a ponerme en pie y me sigue hasta el baño.
Se lleva el kit dental gratuito que le proporciona el hotel y utiliza ese cepillo de
dientes y la mini pasta dentífrica que lo acompaña. Yo uso mi propio cepillo, negro
con flores rosas, que me recuerda al árbol de Joe.
Tam utiliza el lavabo de mi izquierda mientras yo tomo el de la derecha. Los
dos miramos hacia arriba y hacia el espejo, contemplando el reflejo del otro mientras
nos cepillamos. Me siento extrañamente atraída por la forma en que Tam se cepilla
los dientes, como si fuera algo más que simple higiene, como si tuviera una misión
contra la placa.
Disimulo una sonrisa girando la cabeza, pero entonces le oigo escupir en el
fregadero y vuelvo la mirada.
Tam Eyre, ¿escupe? Inaudito. Esto es probablemente un secreto de estado,
también.
Intenta taparse la boca con la mano y me doy cuenta de que no soy la única a la
que le da vergüenza lavarse los dientes delante de alguien que me gusta. Él siente lo
mismo.
—¿Hilo dental? —pregunta Tam, pasándome uno de los palillos que venían con
el kit dental.
—Soy muy mala con el hilo dental —admito, y sonríe. De todos modos, le quito
el palillo de la mano. Dudo que me acuerde de usar el hilo dental más de una o dos
veces por semana, pero no pienso volver a meterme en la cama con Tam si tengo
lechuga entre los dientes.
Nos pasamos el hilo dental juntos, aun estudiando el reflejo del otro en el
espejo.
Su cabello parece más rosado con esta luz, y su pecho es una obra de arte.
Suave y pálido, salvo por las ronchas de su café derramado. La fuerte columna de su
cuello atrae mi atención, y la mancha brillante de un chupetón es la única
imperfección.
—¿Te salen granos? —le pregunto de repente, y me dirige una mirada lenta y
horrorizada.
—No me está permitido que me salgan granos —me susurra, y luego se ríe—.
Si aparece uno, vamos directamente al dermatólogo para que nos inyecte cortisona
diluida. Pero no demasiado fuerte, o romperá el colágeno. No puedo perder
colágeno. —Tam se enjuaga la boca ahuecando agua en la palma de la mano y me
quedo hipnotizada. Absolutamente hipnotizada. Agua fría en sus labios carnosos,
goteando por su barbilla.
Me vuelvo hacia mi propia expresión en el espejo y me pregunto quién
demonios me está mirando. No parezco Lakelynn Frost, la estudiante universitaria
obsesionada con la boba. Parezco una mujer que ha conseguido exactamente lo que
quería y no está segura de cómo sentirse al respecto.
Llevo meses persiguiendo a Tam y aquí estamos, cepillándonos los dientes y
pasándonos el hilo dental juntos. Aquí estamos, besándonos en Japantown y
desnudándonos en la cama y comiendo hamburguesas con queso en una suite del
Ritz-Carlton.
Pero la marca de la maldición sigue en mi muñeca.
Sigue ahí, y no nos queda mucho tiempo.
—¿Quieres que te espere? —pregunta Tam, deslizando un brazo alrededor de
mi cintura por detrás. Me estremezco, mi cuerpo florece como uno de esos preciosos
cerezos rosas en flor. Eso es lo que Tam me hace, me hace sentir como una flor
brotando en primavera.
—Puedes... puedes meterte en la cama —le susurro, y se ríe entre dientes. Me
da un beso prolongado en el cuello que me infunde un calor insidioso en la sangre,
líquido, perezoso y exigente—. Enseguida voy.
Tam me suelta y vuelve al dormitorio, dejándome que cierre con cuidado la
puerta del baño para que pueda recomponerme. Me enjuago la boca, hago gárgaras
y me miro los dientes en el espejo. Voy al baño y me meto en la ducha para
enjuagarme el cuerpo. Salgo y me peino.
—Okey, lista —murmuro, pero supongo que no me di cuenta de cuánto tiempo
he estado ahí dentro, porque cuando vuelvo, Tam está dormido en la cama, con los
labios suavemente separados, una almohada entre las piernas y otra entre los brazos.
Está abrazando esas almohadas de la misma forma que antes me abrazaba a mí.
Se me escapa un bostezo al mirar el reloj y darme cuenta de que no nos queda
mucho tiempo para dormir.
De acuerdo.
Bien.
Estoy deseando sentirlo dentro de mí.
Puedo esperar.
Empuja y tira. Tira y afloja.
Exhalo y me subo a la cama junto a él. Parece tan dulce cuando duerme, no
como alguien que me dijo buena chica y lo dijo en serio. Sabía que me iba a dar
problemas, ¿no? Tortuoso, astuto, pequeña mierda.
Le pongo un brazo a cada lado y le beso la frente. Beso sus mejillas. Le beso la
sien. Apoyo la cara en su cuello. Tam se remueve, pero no se despierta, y sé que
necesita dormir. Si voy a ser su novia, voy a ser estricta al respecto. Pasar mucho
tiempo sin dormir es la definición de la miseria. Diablos, hay una razón por la que la
privación del sueño se utiliza para torturar a la gente.
Me acerco y apago la lámpara de la mesilla, sin esperar que Tam tire la
almohada a un lado y me sujete a mí en su lugar.
—Te dije que me quedaría cerca —me susurra al oído, envolviéndome entre
sus brazos.
CAPÍTULO CUARENTA Y
CINCO
LAKE
Quedan 53 bobas hasta que muramos los dos...
—Lake —susurra una voz, una mano suave en mi hombro. La aparto de un
manotazo, demasiado acostumbrada a que me molesten en casa como para
preocuparme de que alguien intente despertarme. La familia Frost puede dormir de
un tirón. Demonios, nos enorgullecemos de ello.
Unos labios cálidos me rozan la comisura de los labios y mi cuerpo se despierta
como una flor en plena floración. Una vez más, ahí está Tam, extendiendo la primavera
y el sol a través de mí con un solo toque. Me acurruco en posición fetal y él se inclina
sobre mí, con una palma de la mano apoyada en la cama.
—Hora de levantarse, Kayak. —Tam duda un minuto—. A menos que quieras
quedarte en el hotel. Lo entendería.
—No, no, ya voy —refunfuño, incorporándome mientras Tam retrocede. Me
doy cuenta de las palabras que acaban de salir de mi boca e intento pasar de ellas lo
más rápido que puedo. No me he venido, aunque lo hemos intentado dos veces. No
pasa nada. Volveremos a intentarlo. Lo volveremos a intentar. Tam me pidió que fuera
su novia antes de llevarme a la cama, así que supongo que nos esperan muchas
sesiones más.
—He empezado la ducha por ti —dice Tam, acariciando con sus dedos mi
cabello enmarañado. Es suave y no tira de nada.
Al menos ahora no.
Tengo la idea de que quizás aún no ha llegado a tirarme del cabello.
Mierda.
Tiro los pies por encima del borde de la cama y me dirijo al baño. Me desnudo
y me ducho rápidamente, aunque anoche me duché justo antes de acostarme. Me
parece más fácil levantarme con una ducha caliente esperándome que ponerme
directamente la ropa.
Cuando salgo, rebusco en la maleta que he dejado en el suelo e intento elegir
algo informal pero a la moda, como la ropa que lleva Maggie. Me decido por unos
pantalones cortos grises y una camiseta blanca con flores de cerezo. Seguro que es
una de las camisetas de María.
—Lista —le digo a Tam unos minutos después, cuando salgo con un jersey rosa
pálido en los brazos, zapatillas de tenis a juego y el cabello recogido en una coleta
suelta.
Tam está de pie en la puerta entre el dormitorio y el salón. Se vuelve para
mirarme, con el teléfono pegado a la oreja. Me ve y separa los labios. Sus pupilas se
dilatan. Me quedo ahí de pie, con las manos cerradas en un puño, y no respondo a
ninguna de sus señales silenciosas.
—Sí, Jake, estamos listos —dice Tam al teléfono con una pequeña carcajada,
revisándome mientras yo hago lo mismo con él. Lleva unos pantalones negros
ajustados, un jersey de cuadros blancos y negros sobre una camiseta blanca y unas
zapatillas moradas en los pies. Lleva un gorro a juego en la cabeza, y con la mano
libre tira de él hacia abajo por delante, dejando mechones de cabello rosa por todas
partes.
El corazón me da un vuelco y mi mirada se desvía hacia la mesilla de noche,
donde estaba la sudadera la última vez que la vi.
—¿Adónde ha ido? —pregunto cuando Tam cuelga y se mete el teléfono en el
bolsillo. También mira en esa dirección y se ríe.
—La tengo envuelto en plástico y metida en el fondo de mi equipaje. Me
ocuparé de ello cuando volvamos a mi casa. —Tam espera a que me ponga a su lado,
un amanecer naranja y amarillo asoma la cabeza por la ventana. Los colores hacen
mucho por su tez, su cabello, su bonita sonrisa—. Solo unas cuantas funciones más, y
luego tengo un descanso de cuatro semanas. —Hace una pausa, frunce un poco el
ceño—. De los conciertos. No de todo lo demás. Pero nos quedaremos juntos en mi
casa.
Asiento con la cabeza, con el corazón palpitante.
Tres semanas.
Es tiempo de sobra para romper la maldición.
—Estoy emocionada —admito, y lo estoy. De verdad. Como dije, si no fuera
por la maldición, estaría viviendo una fantasía convertida en realidad. El cumpleaños
de Tam es dentro de cinco días y supongo que lo pasaremos juntos.
—¿Lo estás? —replica, como si no me creyera—. Parece que estás mirando a la
Parca. —Me sujeta por la muñeca y me besa la marca de la muñeca izquierda. Cuando
sus labios la tocan, la maldita cosa arde.
La puerta de la habitación del hotel se abre y ahí está Joules, pavoneándose
como un pavo real con su uniforme negro de seguridad.
—Tu hombre Jacob dice que llegas tarde y que deberías darte prisa. Está
esperando en el vestíbulo. —Joules hace una pausa para observarme, con mirada
aguda y evaluadora. Apuesto a que tiene curiosidad por saber si Tam y yo nos
enrollamos. No hace falta que le pregunte si se enrolló con Kaycee anoche; lo lleva
escrito en su estúpida cara de suficiencia.
Tam se da cuenta y emite un sonido de frustración, me toma de la mano
izquierda y tira de mí para sacarme de la habitación y llevarme al pasillo.
—Ya no tienes que preocuparte por la maldición —le dice Tam a mi hermano
cuando se une a nosotros, caminando detrás de nuestro grupo mientras Daniel nos
espera a las puertas del ascensor—. Mi destino está ligado al de Lake. Yo me ocuparé
de ello. Es mi problema preocuparme.
—Hasta que se rompa la maldición, sigue siendo mi problema —corrige
Joules—. Si la maldición falla, los dos estarán muertos. Si Lake muere, tengo que verla
partir. No voy a hacerlo, así que ponte las pilas, Tam. —Mi hermano pasa junto a
nosotros de forma muy poco profesional y se acerca a Daniel para llamar al ascensor.
—Lo siento —le digo a Tam, pero no parece disgustado. Desvía sus ojos verdes
hacia los míos y luego enrosca con más fuerza sus dedos alrededor de mi mano.
¿Quizá me equivoco y Joules no se acostó con Kaycee anoche? Creo que estaría de
mejor humor si lo hubiera hecho. Pero entonces mi hermano entra en el ascensor y se
da la vuelta, de espaldas a la pared, con una sonrisa de satisfacción en la cara.
—No te disculpes por él. Espera a que todo esto termine y entonces podrá
disculparse personalmente. Ahora mismo, lo entiendo. Tiene las emociones a flor de
piel y le cuesta controlarse. —Tam sonríe al entrar en el ascensor junto a Joules y le
da a mi hermano una palmada en el hombro.
—¿Problemas para controlarme? —Joules reflexiona mientras Tam se apoya en
la esquina, con los brazos cruzados mientras observa a Joules. Están muy guapos
juntos. Presiento un posible bromance en el futuro—. ¿Le pedí a una chica virgen que
se arrodillara y me la chupara porque estaba de mal humor? No lo creo.
A Tam se le arruga el entrecejo y sus labios se tensan en una línea plana.
Intento ignorarlos acercándome a Daniel.
—Espero no haberte causado problemas anoche cuando salimos —le digo,
pero ni siquiera me mira.
—No es mi trabajo controlar a Tam; mi único trabajo es asegurarme de que no
muera. —Daniel avanza rápidamente cuando se abren las puertas, despejando el
pasillo mientras Joules se adelanta para ocupar su lugar—. Despejado.
Tam y yo avanzamos juntos por el tenue pasillo. Él bosteza y a mí me dan ganas
de hacer lo mismo. Es temprano, y tranquilo; somos los únicos aquí abajo.
Pero entonces se abren las puertas y hay gente por todas partes. Llevo mi
identificación con las palabras Special Guest (invitado especial), pero en cuanto
salimos a la vista del público, es como si Tam volviera a ser arrancado de mi lado.
La gente grita su nombre, agita pancartas, las cámaras parpadean.
Lo sobrelleva todo con una media sonrisa adorable y una especie de
aceptación hastiada en la mirada, saludando a todo el mundo y deteniéndose un par
de veces para posar en el espacio entre dos cuerdas de terciopelo. Joules me toma
del brazo y me mete primero en el todoterreno. Acabo en la silla habitual de Tam, el
asiento del capitán en el lado opuesto a la puerta.
Pero cuando Tam sube, va directamente a la parte de atrás.
—Ven —me dice simplemente, palmeando el cojín del asiento junto a él. No lo
dudo. Me meto en la parte de atrás para que Joules y Daniel puedan ocupar los
asientos centrales. La puerta se cierra y nos ponemos en marcha. Respiro aliviada
cuando nos alejamos de la multitud y Tam me pone las manos encima—. Haré que el
sufrimiento merezca la pena —susurra contra mi cabello, y luego me atrae hacia su
pecho y se gira al mismo tiempo. Tiene los pies apoyados en el asiento, las rodillas
dobladas, y yo estoy básicamente tumbada encima de él—. Tenemos una hora de
tráfico. Aprende a dormir cuando puedas.
Tam toma una chaqueta de la parte de atrás, se la pone detrás de la cabeza y la
utiliza como almohada para reclinarse. Me rodea la cintura con los brazos y me apoya
la barbilla en el cabello.
—Dios, ayúdame —oigo refunfuñar a Jacob desde el asiento delantero, pero
Tam solo se ríe y me pasa una mano por la espalda.
—No te tenía por un hombre tan pegajoso —comenta Joules, en plan imbécil—
. No ahuyentes a mi hermana con esa mierda. —De nuevo, Tam se ríe. Porque sabe
que hice algo más que darle permiso; esto es lo que le pedí que hiciera.
Tam se duerme en cuestión de minutos, y veo que es una habilidad adquirida.
Estoy un poco aplastada ahí detrás, pero también estoy tumbada sobre el pecho de
Tam, y no tengo intención de moverme. Cierro los ojos, con la esperanza de
descansar al menos un poco. ¿No dije que la familia Frost podía dormir de un tirón?
Si consigo dormirme...
Cuando me doy cuenta, Tam me está acomodando suavemente la cabeza en el
asiento, con su chaqueta debajo de mí como si fuera una almohada.
—Volveré en treinta minutos. Tú duerme. —Me besa en la frente y se va. Quiero
irme con él, pero entonces se me cierran los ojos y ahí está Tam, de nuevo a mi lado.
Me despierta y volvemos a la posición de antes.
Yo, sobre su pecho. Él, con la cabeza echada hacia atrás y los labios
entreabiertos por el sueño.
Después, una reunión con el director general a la que no asisto porque Tam me
lo pide expresamente. Me limito a esperar en la parte trasera del todoterreno,
enviando mensajes a mi familia en casa, asegurándoles a todos que esto va bien, que
no debería pasar mucho tiempo antes de que Tam y yo rompamos la maldición.
Pero decidir enamorarse, y enamorarse de verdad...
Bueno, son cosas diferentes.
Cuando Tam sale del enorme rascacielos de cristal y acero, está un poco de
mal humor. Hace todo lo posible por no desquitarse con nadie, sentado en el lado
opuesto al mío, con el codo apoyado en la puerta y la cabeza en la mano.
—¿La reunión no fue bien? —pregunto mientras nos dirigimos al lugar del
concierto de esta noche. Tam tiene un meet and greet (ah, buenos recuerdos de pollas
dibujadas con Sharpie en bolsas de tela) y luego el resto del día es de preparación
para el show de esta noche.
Tam desplaza lentamente su atención hacia mí.
—¿Creías que estaba dormido cuando me besaste anoche? —susurra,
redirigiendo la conversación. Estoy tan sorprendida por su pregunta que olvido mi
propia pregunta sobre la reunión.
—Yo... no estaba segura —admito, y Tam se limita a sonreírme.
Llegamos al recinto y nos acompañan hasta la salida, pasando junto a otra horda
de fans enloquecidos. Entramos en otro pasillo largo y oscuro. A peluquería y
maquillaje. Esta vez, me limito a seguir a Tam dondequiera que vaya, y nadie me
pregunta nada. Maggie me mira con curiosidad y me pregunto si no estará pensando
que el chupetón que le está tapando a Tam se lo hice yo.
Me sonrojo y miro hacia otro lado.
A Tam le dan un traje nuevo y se cambia detrás de un biombo en una esquina
mientras los empleados se arremolinan en la sala esperándolo. Cuando reaparece,
tiene un look punk de los noventa que me mata. Pantalones de cuadros negros y rojos
metidos por dentro de botines negros. Camiseta blanca con el logotipo azul y tirantes
negros. Una gorra a juego con los pantalones.
Me acaricia los dedos con los suyos al pasar, y me doy la vuelta para seguir a
su séquito. Nos dirigimos a una pequeña sala que Daniel despeja, y luego me dejan
apretujarme junto a la pared del fondo con Jacob mientras Tam hace lo suyo.
Saluda con ambas manos y sonríe, con la lengua pegada a la comisura de los
labios. Guiña un ojo a los cinco presentes.
—La próxima vez que le dejes un chupetón, ponlo en un sitio que nadie más lo
vea. —Jacob resopla y me lanza una mirada que ignoro. Joules se queda a mi lado
mientras vemos cómo Tam encandila a los presentes tan a fondo que salen de esa
habitación pensando que son mejores amigos.
Ya estamos de nuevo en movimiento, una nube de gente hablando entre sí,
mirando atentamente sus teléfonos, separándose por pasillos aleatorios.
Tam se dirige directamente al escenario y veo cómo lo recorre con Jacob y su
coreógrafo. Ensaya uno de los bailes con un equipo femenino mientras los empleados
limpian el estadio vacío que hay más allá del escenario. La gente también se
arremolina aquí detrás, un flujo constante del que siento que debería formar parte
pero del que no sé nada.
Sigo esperando que Joules me pregunte si Tam y yo nos acostamos, pero no lo
hace.
—Mataría por un boba —admito, y mi hermano se ríe entre dientes.
—Te traeré una en mi descanso —promete, pero entonces aparece Maggie con
un porta bebidas entero lleno de diferentes sabores de boba para mí.
—No puedo aceptarlo —le digo, pero ella me empuja las bebidas en la mano y
me dedica una mirada y una sonrisa.
—Este es mi trabajo, hacer recados para Tam. Son un regalo de él, no de mí.
Acepto las bebidas y Maggie se aleja arrastrando los pies. Mi mirada se desvía
hacia Tam, que vuelve de bailar, ve las bebidas en mi mano y me guiña un ojo.
Diría que alguien podría darse cuenta, que nos van a atrapar, pero Tam Eyre
guiña el ojo a mucha gente.
Lo admito: estoy un poco celosa. Sé que no debería estarlo, pero lo estoy.
Esto... va a costar mucho acostumbrarse.
Deambulo por ahí e intento ser útil, ofreciéndome voluntaria para ayudar al
equipo de Maggie. Al principio me mira con escepticismo, y sus ojos se desvían hacia
Tam. Pero él está ocupado hablando con todo un grupo de gente que nunca había
visto antes. Tengo tiempo.
—Bueno, de acuerdo, entonces. —Maggie me pone a trabajar con uno de los
ayudantes de Tam que no conocía, un chico de mi edad llamado Leo.
—Estas son las bolsas de regalo para la junta directiva de Hype —me dice Leo,
señalando las distintas cajas—. O.... lo serán, una vez que tú y yo las armemos.
Tenemos que perseguir a Tam para que firme las tarjetas fotográficas. La última vez
no conseguí que se calmara lo suficiente para hacerlo, y recibí un larguísimo correo
electrónico del director general dirigido a mí personalmente. Tenemos que hacerlo
bien hoy o perderé mi trabajo.
Aprieto los labios, tomo la pila de tarjetas fotográficas y me acerco a Tam.
Tengo que empujar a una docena de personas que me miran mal cuando paso a su
lado. Al otro lado de la pequeña multitud, salgo despedida como una bola de pinball
dentro de una máquina, tropezando hacia delante y directa a los brazos de Tam.
Me sujeta por los bíceps y me mira mientras yo lo miro.
Pienso en él corriéndose sobre su propia sudadera, sus caderas clavando las
mías en la cama, sus manos en mis muñecas. Me aclaro la garganta y me alejo un paso
de él, sosteniendo las tarjetas fotográficas con una mano y un rotulador Sharpie con
la otra.
—Por favor, firma aquí —le digo, y la multitud detrás de mí gime de frustración.
—Tenemos cosas más importantes que hacer ahora —se queja Jacob, pero Tam
se limita a sonreír y a recogerme los objetos. Garabatea su bonita firma en las doce
tarjetas y me las devuelve. Es entonces cuando me doy cuenta de lo terriblemente
sugerentes que son estas tarjetas.
Ahí está Tam, en calzoncillos de cuadros rosas y blancos y calcetines rosa
pálido con una raya blanca en la puntera. Está de pie junto a una estantería, hojeando
una colección de discos de colores vivos. El apartamento del fondo es fresco y
moderno, rosa y blanco a juego con su ropa, con una sola planta verde y un gato
atigrado naranja. Tiene el cabello despeinado, los párpados encapuchados y una
sonrisa suave e inquisitiva.
—¿Necesitas algo más? —Tam pregunta, y parpadeo para salir de la imagen
que tengo en la mano y volver a la realidad. Mi mirada se desliza alrededor y veo que
todo el mundo me mira fijamente, esperando. Solo Tam parece relajado. Se inclina
hacia mí para susurrarme—. Además, ¿qué demonios estás haciendo? ¿No es el
trabajo de otra persona?
Lo ignoro, giro sobre mis talones y dejo que la multitud me siga.
Devuelvo las fotos firmadas a un atónito Leo.
—¿Cómo...? —Me mira con total incredulidad.
No fue ningún problema. Tam y yo nos besamos anoche. Casi, casi tuvimos sexo,
también. Probablemente por eso.
—Tienes que ser firme con este tipo de cosas, Leo —le digo, golpeando el
dorso de una mano contra la palma de la otra. Me aseguro de que mi cara sea feroz
cuando le doy este importante consejo—. Si tu trabajo está en juego -y supongo que
quieres conservarlo-, tienes que luchar por él. ¿Qué culpa tienes tú de que Tam sea
difícil de localizar? —A continuación señalo las cajas—. Dime qué tengo que hacer,
Leo. Hoy te cubro las espaldas.
Se pone de pie con las mejillas sonrosadas. Leo es guapo, con el cabello
castaño despeinado y un aspecto de chico de al lado por el que la mayoría de mis
amigas y primas se volverían locas. Luna, en particular. Espera, ¿hay algún chico que
no le guste a Luna? Está loca por los chicos.
Leo me enseña a montar las bolsas de regalo. Y cuando dijo al principio bolsa
de regalo, mi tonto cerebro había conjurado algo parecido a lo que recibí en el
encuentro. No es así en absoluto. Las bolsas son de diseñador, probablemente de
cientos o miles de dólares. Las rellenamos con mercancía de Tam, incluidas las
exclusivas tarjetas fotográficas firmadas.
Leo me explica:
—Esta foto solo la van a ver los ejecutivos —y espero a que me dé la espalda
para tirar las tarjetas a la basura. Me escabullo hasta la mesa donde solía trabajar y
compro las foto tarjetas de repuesto a uno de mis excompañeros.
—¿Te han ascendido a ayudante? —chilla cuando le explico la situación—.
¡Pato afortunado!
Un pato afortunado, pienso mientras me escabullo entre la creciente multitud
en los pasillos y uso mi tarjeta de identificación para colarme por una puerta de
acceso para empleados.
Una vez más, busco a Tam.
—Está en el camerino —me dice Jacob cuando me acerco a preguntar, sin
apenas levantar la vista de su iPad.
Me acerco a la puerta con el nombre de Tam. Daniel y Joules esperan a ambos
lados y me miran fijamente cuando me acerco. No pido permiso. ¿Lo necesito? ¿Llamo
a la puerta? Me humedezco los labios y tiro de la puerta, deslizándome dentro antes
de que nadie me vea. Ojalá. Tal vez.
Tam está de pie, sin camiseta, con la mano en la nuca, mirando el teléfono. Echa
un vistazo por encima del hombro, ve que soy yo y se moja el labio inferior como si
estuviera enfadado.
—No deberías desaparecer así —me dice dándose la vuelta. No puedo evitar
que mi mirada descienda por su cuerpo hasta los ajustados pantalones blancos que
lleva. Ah. Preparándose para el concierto. Es el primer conjunto que lleva Tam, el que
solo he visto de lejos. Incluso cuando tenía un pase entre bastidores, Tam entró
corriendo en su vestuario sin reconocerme—. Te vi con Leo, y luego te habías ido.
—Firma esto. —Le tiendo las nuevas tarjetas y el bolígrafo, y Tam me lanza otra
mirada penetrante. Se me calientan las mejillas—. Esa otra foto me incomodó mucho,
Tam. Qué asco. ¿Una foto tuya especial sin camiseta para los ejecutivos? Tiré las
tarjetas, pero Leo necesita mercancía firmada o lo despedirán....
Tam se me acerca, me sujeta por los hombros y me besa.
Las tarjetas fotográficas caen al suelo junto con el bolígrafo.
Sus dedos me masajean los hombros mientras me relajo en la presión de su
lengua, la fuerza de sus manos, su olor fresco y jabonoso.
—Se supone que hoy no debes trabajar. ¿No leíste la identificación que te di?
Invitada especial. —Tam se aparta lo justo para hablar, pero apenas lo suficiente para
respirar. Cuando inhalo, mi pecho se expande hasta rozarlo. Apenas, pero es
tortuoso.
—No puedo abandonar a Leo ahora. —Me echo hacia atrás y me agacho, y Tam
hace lo mismo. Recogemos las tarjetas y él destapa el rotulador. Esta vez parece
frustrado cuando las firma, me devuelve la pila y me lanza una mirada recelosa que
ignoro.
Estoy a punto de salir por la puerta cuando me agarra de los brazos por detrás,
con los labios cerca de la oreja.
—Encuéntrame aquí entre los sets de hoy. —Tam me suelta y abre la puerta.
Salgo corriendo y llama a Jacob, como si yo tuviera algo que hacer en su camerino
mientras él está sin camiseta.
—Tienes la boca hinchada —comenta Joules con voz molesta desde mi lado—.
Este es el secreto peor guardado del mundo. Dios mío.
Lo ignoro y devuelvo las nuevas tarjetas fotográficas a las bolsas de regalo
antes de que Leo se dé cuenta de que las he cambiado. Me da las gracias por mi
ayuda, le doy un abrazo y le deseo suerte mientras recoge las bolsas en un carro. Las
entregará personalmente en el balcón VIP.
Le hago señas para que se vaya y me giro para ver a Kaycee que viene por el
pasillo. Ya está vestida y pintada para el escenario. Viene con un séquito al menos tan
grande como el de Tam, quizá más. Sus ojos se cruzan con los míos y respiro
entrecortadamente. No tengo ni idea de en qué punto se encuentra nuestra relación,
pero he venido con la intención expresa de robarle el novio.
Eso me convierte en la mala, ¿no?
—Hola —dice Kaycee, deteniéndose torpemente a mi lado. Se levanta para
acomodarse el cabello detrás de la oreja y me dice algo que ya he oído demasiadas
veces para contarlas—. ¿Está tu hermano por aquí?
—Vigilando el camerino de Tam —respondo, sorprendida de que esté tan
tranquila como está. Así que, Kaycee y Joules... ves, sabía que ella le gustaba. ¿A qué
juego está jugando?
—Gracias. —Kaycee exhala, levanta la mano para tocarse el cabello rubio
peinado, y luego continúa hacia donde Joules está esperando. No hacen nada más que
hablar, pero puedo verlo. Hay hilos invisibles de intimidad entre ellos.
Me uno a ellos mientras el séquito de Kaycee se separa para prepararse para
el espectáculo, y Tam sale del camerino con su chaqueta con las piedras plateadas
por todas partes. La multitud es tan ruidosa ahora que es difícil mantener una
conversación normal aquí atrás. Las cortinas están cerradas, pero hay una sensación
de tensa expectación que se me mete en la sangre y me pone nerviosa.
Tam parece tranquilo, los ojos decorados con purpurina y sombra, las mejillas
espolvoreadas con un poco de rosa, la boca brillante. Lleva el cabello perfecto, con
mechones y plumas alrededor de las orejas y la frente. Se levanta para ajustar los
auriculares que lleva puestos y sus ojos verdes encuentran los míos.
Los cuatro de pie en un círculo: Kaycee, Joules, Tam y yo.
Es... una dinámica interesante.
—Ah, sí —dice Joules, como si acabara de recordar algo que tiene que decirle
a Tam. Mi hermano dirige una mirada sombría a mi nuevo novio—. Olvidé
mencionártelo antes, pero.... —Joules suelta una risita baja y malvada que hace que
los brazos desnudos de Kaycee se pongan de gallina—. Anoche me follé a tu exnovia
en tu cama.
—¡Joules! —le siseo, pero Tam se limita a sonreír y Kaycee esconde una
carcajada detrás de la mano. Me alegro de que le haga tanta gracia mi hermano, o me
las pagaría muy caras. Por ahora, solo hay una pequeña incomodidad entre nosotros.
—No pasa nada —responde Tam, con los ojos entrecerrados, su sonrisa
malévola apoderándose de su boca. Levanta la mano y se tapa el micro cerca de la
boca—. Porque me follé a tu hermanita en la tuya. —Tam pasa rápidamente junto a
Joules y se dirige directamente hacia la cortina. Suelta los auriculares mientras sale—
. ¡Hola, San Francisco! —Lo oigo gritar, y entonces empieza la música.
He visto el espectáculo suficientes veces que sé exactamente cómo va a ir.
Se abre el telón y veo desde atrás cómo Tam se coloca al frente de su equipo
de baile. Todos se mueven a la vez, balanceándose a un lado y a otro. Tam ya está
cantando, entonando la letra él solo. Me encanta que cante en directo. Nunca se lo
había reconocido.
—Oye —dice Kaycee, atrayendo mi atención hacia ella. No es fácil apartar la
mirada de Tam, pero tenemos que hablar—. Hay muchas cosas raras entre nosotras,
pero... creo que deberíamos dejarlo atrás. Si salgo con tu hermano entonces... —
Asiento con la cabeza porque ella no tiene que decir nada más.
Le sonrío.
—Si ayuda, nunca habría hecho nada de esto sin la maldición.
Kaycee se ríe suavemente y sacude la cabeza, volviéndose hacia el escenario.
Tam solo canta una canción, y luego se sienta al piano antes de que Kaycee se una a
él. Cantan dos duetos juntos. Bailan. Se miran a los ojos. Voy a tener que
acostumbrarme a ver todo eso desde mi nueva y reluciente posición de novia de Tam.
Señor, ayuda a mi celoso corazón. Me doy palmaditas en el pecho y bebo mi té
de burbujas, atraigo ese sol en una taza a lo más profundo de mi cuerpo. Frunzo el
ceño cuando se vacía y tiro a la papelera. ¡Sí! Lo tengo.
Kaycee se retira entre bastidores justo a tiempo para escuchar a su nuevo novio
siendo un imbécil (como siempre).
—Un día de estos le voy a romper el cuello —refunfuña Joules, pero ni Kaycee
ni yo hacemos caso de sus amenazas.
—Estás mejor con el frígido Tam que conmigo —dice Kaycee con sorna,
dándome un repaso que me hace sonrojar—. Buen trabajo, amiga mío. —Se mete en
el vestuario, se cambia de ropa en un abrir y cerrar de ojos y reaparece con algo
ceñido, color crema y sexy. Joules se da cuenta y se frota la barbilla, murmurando en
voz baja.
La música cambia y Tam vuelve a sentarse al piano, con los dedos bailando
sobre las teclas. Su voz me derrite el corazón.
—Sin tu calor a mi lado, no duermo. Doy vueltas en la cama, me enredo en
sábanas empapadas de sudor. Cuando te vas, llegan las pesadillas y solo queda tu
recuerdo. —Tam alcanza una nota alta que puedo sentir en mis huesos, apretando mis
manos sobre mi pecho.
Kaycee avanza para unirse a él, desapareciendo entre las brillantes luces del
escenario. Solo puedo ver lo que ocurre si observo las pantallas situadas a ambos
lados de la sala. El decorado bloquea por completo mi visión de Tam y Kaycee.
—Ahora eres una fanática —se burla Joules, permaneciendo a mi lado con las
manos metidas en los bolsillos—. Pero ¿de verdad se acostaron Tam y tú? —Alarga la
mano para comprobar mi muñeca y se burla—. Como si fuera mucho pedir, que ame
a la chica con la que se acuesta.
—Joules Frost —susurro, lanzándole una mirada horrorizada mientras me
aseguro de que no hay nadie cerca que pueda oírnos. Dudo que sean capaces de
hacerlo, entre la música y la multitud, pero es posible. Supongo que Tam quiere
mantenernos en secreto hasta el comunicado de prensa sobre su ruptura con Kaycee,
quizá más que eso—. ¿Has amado a todas las chicas con las que te has acostado? Dios,
déjalo en paz.
—¿Lo estás defendiendo contra mí? —Joules vuelve en estado de shock, pero
acabo de hacerlo. Lo estoy haciendo. Asiento, y mi hermano sacude la cabeza—.
Bueno, supongo que me alegro de que realmente te guste el tipo. Pero no esperes
que yo lo haga.
Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla a mi hermano. Se cruza de
brazos y se pone malhumorado, pero sé que le gusta.
—Entonces... —empiezo a decir, sintiéndome descarada y esperanzada. Muy
esperanzada. ¿Podría pedirle a Tam algo más de lo que ya me está dando? Todo lo
que necesitamos es tiempo. No pienses en Joe y Marla. No pienses en ellos cazando
juntos. No pienses en la suavidad de sus ojos cuando se miraban. Ambos murieron, y
Tam podría ser la siguiente—. Kaycee —susurro, dándole un codazo a mi hermano
con el hombro—. Creí que me habías dicho que no te gustaba.
—Bueno, te he estado mintiendo mucho. ¿Qué era una cosa más? —Joules
reflexiona, y le doy un puñetazo en el brazo. No se inmuta. Es tan duro e inflexible
como Tam. Tam. Respiro y Joules desvía su mirada hacia la mía.
—Jodidamente asqueroso. Estás tan colada por él que apenas soporto estar
cerca de ti. ¿Qué pasó con mi linda y divertida hermanita? Antes eras genial.
—Sigo siendo genial —murmuro, pero mi orgullo está herido—. ¿Quieres
decirme en qué más mientes?
—Cómo la mierda —jadea Joules cuando intento echar otro vistazo a su
muñeca. Se da cuenta de que lo hago y pone los ojos en blanco, se levanta la manga
de la sudadera y me muestra la marca de la maldición. Parece aburrida, una cicatriz
descolorida que no llama la atención hasta que te das cuenta de que todos los
miembros de la familia Frost nacen exactamente con la misma.
Tomo su muñeca entre mis manos y entrecierro los ojos. Hay algo que no está
bien, ¿verdad? Me chupo el dedo y le froto la marca con el pulgar. Me aparta el brazo
y me mira mal.
—Puedo arreglármelas solo, ¿okey? ¿Por qué no te preocupas por esto? —
Joules me sujeta la muñeca y me la sacude, con mi propia marca de maldición roja y
ardiente. Brilla y arde en los bordes cuando Tam sale corriendo del escenario para
ponerse su próximo traje—. Vete.
Joules me empuja en dirección a Tam, pero dudo.
Los ojos de Tam se cruzan con los míos mientras se desliza hacia su camerino.
Justo antes de que se cierre la puerta, veo que se pregunta. Miro a mi alrededor para
ver si alguien está mirando, pero la única persona que vigila la puerta de Tam es
Daniel. Todos los demás están tan ocupados que parecen frenéticos.
Levanto la barbilla, avanzo con paso seguro y me cuelo en el vestuario.
Tam está allí mismo, ya sin camiseta y mojado en sudor por su actuación. Me
empuja la puerta con la palma de la mano y me sujeta las muñecas, clavándomelas en
la pared por encima de la cabeza.
Dejo de respirar.
Su pecho sudoroso está justo en mi cara, y está esculpido. Es inhumano.
Siento que necesita mi boca.
Al diablo.
Me inclino hacia delante y lamo a Tam Eyre.
—Te he lamido, eres mío —susurro, y entonces su boca está sobre mí y me
besa como si se acabara el mundo. Me sujeta las muñecas con una mano y con la otra
me palpa, me toca por todas partes como si estuviera de acuerdo con lo que acabo
de decir. Sobre el oleaje de mi cadera, el pellizco de mi cintura, la suavidad redonda
de mi pecho.
Tam también jadea un poco por su actuación. Respira con fuerza contra mi
boca, como hizo anoche, cuando sus caderas se agitaban contra el estúpido jersey.
Tam me pasa los labios por la mandíbula y luego por el cuello, pasándome la lengua
por el pulso palpitante.
—Te he lamido, eres mía —repite, me suelta y empieza a quitarse los zapatos.
En la pared hay un cronómetro con una cuenta atrás de tres minutos y veintidós
segundos. ¿Es ése el tiempo que le queda para cambiarse? Tam se baja los pantalones
y, con ellos, los calzoncillos.
Está duro.
Por mí.
Le echa un vistazo y sonríe, pero no hay tiempo. Recoge un par de jeans, se
pone una sudadera con capucha y se sienta en el único sofá de la habitación para
arreglarse los zapatos. Corro hacia él y me agacho para ayudarle, lo que lo
sorprende.
La puerta se abre y ahí está Jacob, comprobando si Tam está decente. Cuando
me ve, enarca una ceja, pero llama al estilista mientras Tam y yo ponemos los zapatos
en orden. Se levanta del sofá y aparecen varias personas para ponerle la capa de
plumas sobre los hombros.
Oh.
Es hora de esa canción.
—Rompe conmigo si te atreves —me susurra Tam al oído al pasar. Me agarro a
su brazo y me pongo de puntillas para susurrarle.
—Tam, necesito un sujetador deportivo —gimo, y él se estremece antes de
separarse de mí y salir rápidamente por la puerta. Lo sigo hasta el borde del
escenario y veo cómo sube unos escalones y espera en una tarima a que empiece la
siguiente canción. El equipo de montaje tira de las cuerdas y levanta el decorado,
dejando al descubierto la espectacular escalera en la que se encuentra Tam.
Me aprieto las manos delante del pecho. Aparte de I Miss You (Dad) esta es mi
canción favorita de Tam Eyre. Vaya. ¿Desde cuándo me he convertido en una
fanática? Lynn se va a burlar de mí el resto de mi vida. Ya sabes, suponiendo que Tam
y yo no muramos juntos.
Al menos... al final... podríamos estar en los brazos del otro. Joe lo intentó, pero
Marla entró en pánico cuando le contó lo de la maldición. Ella le pidió un descanso, y
no lo vería ese último día. Otra razón por la que solía odiarla. Tal vez por qué, en la
parte más oscura de mi corazón, todavía la odio. Un odio injusto, pero un odio al fin y
al cabo.
Me fijo en uno de los monitores y veo cómo Tam se sube la sudadera para
mostrar sus abdominales, su pecho, su pezón. La deja caer en su sitio y mueve el
cuerpo al ritmo de la música. Cuando sus bailarines se acercan a ambos lados y le
quitan la capa de plumas, Tam se levanta para ajustarse los auriculares y se acerca el
micrófono a la boca. Echa la cabeza hacia atrás y entona los siguientes versos de la
canción.
—Rompe conmigo si tienes miedo; te reto a que sueltes lo que tenemos. Bésame,
mentirosa.
Me doy cuenta de que Kaycee me observa, con una botella de agua en la mano.
Joules la mira desde atrás y ella actúa como si no existiera. No me creo nada de eso.
Solo están haciendo lo mismo que Tam y yo. Empujar-tirar. Tirón-tirón. Alejarse-
perseguir. Un juego de coqueteo.
—Te gusta Tam, ¿verdad? —me pregunta, y asiento con la cabeza. Parece que
no puedo abrir la boca para hablar con propiedad. Tampoco me permito mirar la
marca de mi muñeca. Lo sabré cuando se rompa la maldición. Es una sensación tan
poderosa que la mayoría de mis antepasados escribieron muy poco sobre ella, cosas
misteriosas como: cuando la inevitable oleada de amor golpea el espíritu, uno apenas
puede mantenerse en pie. Eso es todo lo que escribirá esta mujer maldita.
Interpreté todas sus palabras como algo parecido a esto: IYKYK. Si lo sabes, lo
sabes.
—Pensé que estaba enamorada de Tam —admite Kaycee, acercándose un poco
más a mí y mirando a su alrededor para ver si nos oyen. Ninguno de nosotros está
siendo muy cuidadoso, lo cual es definitivamente algo que podría volverse contra
nosotros en nuestros traseros colectivos, pero... el mundo se siente tan emocionante
en este momento—. Lo que realmente me gustaba era él como artista, y no como
hombre. —Sus bonitos labios se mueven y sus ojos vuelven a mirar a mi hermano.
Espero que las cosas funcionen de verdad entre ellos. Joules es un follador en
serie, y nunca ha ido en serio con nadie. ¿Pero ahora? ¿Todas sus rarezas con Kaycee?
Sé que ella es diferente.
—Conozco al tipo de toda la vida, y tengo que decir que nunca se ha
comportado con una mujer como lo está haciendo contigo, así que.... —Busco algo
positivo que decir, pero entonces me doy cuenta de que Tam se acerca de nuevo.
Kaycee parece enamorada de lo que acabo de decir, pero está haciendo un
admirable trabajo intentando ocultarlo—. Bueno, deberíamos reunirnos más tarde y
hablar —le digo, y salgo corriendo por la enorme zona de montaje.
En el vestuario, me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con Tam. El
cronómetro de la esquina marca una cuenta atrás de dos minutos y treinta y un
segundos.
Me sonríe, me sujeta la cara entre las manos y me besa tan a fondo que me
olvido de que tenemos un horario.
—Un día de estos, follaremos entre canción y canción en vez de besarnos.
—¡Sir Tom! —Susurro, completamente escandalizada pero también excitada
por la idea—. ¿En dos minutos?
—Ya nos las arreglaremos —jadea, me pellizca la oreja y pasa a mi lado. Vuelve
a desnudarse, se pone unos pantalones negros y una camisa de manga larga, y
entonces la puerta vuelve a abrirse y entra todo un equipo. Me hago a un lado y dejo
que hagan lo suyo: le cambian las joyas, le ponen un cinturón, le alisan el cabello, le
retocan el delineador de ojos.
Sale para hacer otras tres canciones antes del siguiente cambio de vestuario.
Me entretengo con todas las bobas que me ha comprado, me siento al lado de
Joules para ver el monitor y bebo a sorbos un té con leche y melón con cobertura de
bizcocho cremoso. Estoy enamorada.
De la boba, obviamente.
No de Tam, todavía.
—Este trabajo es aburridísimo. ¿Cuándo voy a darle una paliza a un fan
enloquecido? —Joules murmura, pero sus ojos son todos para Kaycee Quinn.
—Cásate con ella, yo me casaré con Tam, y podremos volver a salir a cenar
como hicimos en Portland. —Mi boca se tuerce—. Solo que, esta vez, las parejas
tendrán realmente sentido.
Levanto la vista, esperando que Joules sonría con satisfacción o se burle, pero
en su lugar, hay una mirada lejana en sus ojos que no me gusta. He visto esa mirada
antes. En Joe. En mí misma, en el espejo. En el tío Jack, la abuela Louise y la tía Clara.
—Joules. —Me levanto y él gira la cabeza lentamente para mirarme—. No
puedo ayudarte si no sé la verdad. Por favor. Si me quieres, por favor, dime qué está
pasando.
—Lake, lo único que pasa es que Tam y tú llevan siete semanas y la maldición
aún no se ha roto. Deja de intentar conjurar fantasmas cuando hay problemas del
mundo real que resolver. —Joules frunce el labio y me deja allí sentada. Me siento un
poco aliviada cuando veo que se dirige directamente a Kaycee, pero...
Me tapo la boca con la mano.
¿Y si Joules y Kaycee se emparejaran? ¿No sería la cosa más loca?
Desvío mi atención hacia ellos y me pregunto...
Tam vuelve corriendo y me asusto, casi derramando el resto de mis bebidas.
Se mete en su camerino, pero no soy lo bastante rápida. Jacob espera a que se cambie
y abre la puerta al resto del personal. Cuando sale, Tam me mira desde el otro lado
de la habitación.
—Es increíble, ¿verdad? —me pregunta una voz a mi lado, y alzo la vista para
ver a Leo de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa de orgullo en
la cara—. Dios, ¿qué hemos hecho para conseguir estos trabajos? Mega buen karma
en nuestras vidas pasadas o algo así.
Suelto una risita nerviosa cuando los ojos de Leo se posan en el porta bebidas
lleno de bobas.
—¿Quieres uno? —pregunto, ofreciendo un té con leche de taro porque no es
mi sabor favorito en el mundo y Joules no lo quiso.
—Oh, claro —dice Leo, sonando complacido. Lo toma, pero solo está allí unos
segundos más porque Maggie lo llama para que se ocupe de otra tarea.
La próxima vez que Tam vuelva, estaré preparada. Ya lo estoy esperando en su
camerino, de pie en el centro de la habitación con las manos a la espalda.
—¿Quién es el moreno? —pregunta secamente, acercándose a mí y
quedándose de pie con la camisa empapada de sudor pegada a su precioso cuerpo—
. ¿Alguien a quien debería despedir? ¿Por qué se está bebiendo tu boba?
—Porque no me gusta mucho el taro —admito, y luego enrosco mis brazos
alrededor de su cuello.
Esta vez, lo beso con un cronómetro de cuarenta y tres segundos en la pared,
y Jacob abre la puerta para encontrarnos así.
—Me van a dar un infarto —gruñe mientras Tam se aparta suavemente de mí
riendo, se desnuda y se cambia en un tiempo récord.
No es fácil jugar a este juego durante las cuatro horas que dura el concierto,
pero lo hacemos.
Besos robados y manos errantes, el calor vibrante del cuerpo bien trabajado
de Tam apretado contra el mío. Joules tiene razón: es mucho más pegajoso de lo que
esperaba. Me gusta. Me gusta mucho. Quiero hacer lo mismo con él.
Durante el bis sorpresa de todos los conciertos, en el que suena Let's Just Have
Coffee, My Love vuelvo a pasar el rato con Leo. Parece muy simpático. Lleva unos seis
meses trabajando para Tam y aún no ha tenido una conversación real con él.
—La forma en que te acercaste a él y le exigiste que firmara esas tarjetas
fotográficas me dejó alucinado.
Me río de eso, preguntándome si habría hecho lo mismo de haber sido una
ayudante de verdad y no, ya sabes, la nueva novia de Tam.
Sí, bueno, definitivamente lo habría hecho de todos modos.
—Oye, um. —Leo se frota la nuca, deslizando una mirada nerviosa hacia mí—.
Sería negligente si te dejara ir sin preguntar. —Se obliga a enderezarse y a respirar
hondo—. Hoy te has desvivido por ayudarme. Te lo agradezco. —Leo me ofrece una
sonrisa amable, y me doy cuenta con un sobresalto de que está a punto de invitarme
a salir—. Después del trabajo, ¿te apetece salir a tomar algo? O incluso a cenar. Me
encantaría invitarte...
Leo deja de hablar de repente, con los ojos puestos en alguien que no soy yo.
Me giro y veo a Tam de pie, vestido con un mono de cuello alto dorado y
blanco. Parece algo que te pondrías para hacer paracaidismo. Tiene los brazos
cruzados, los auriculares puestos, el cabello rosa y rubio mojado de sudor y pegado
a la frente. Tiene los labios ligeramente entreabiertos y los párpados pesados sobre
unos penetrantes ojos verdes.
—Um. —Esa soy yo.
—¿Y bien? —Tam pregunta, y luego sonríe, su atención se mueve de mí a Leo—
. ¿Vas a aceptar su oferta o no?
—Señor —suelta Leo, buscando algo que decir—. Señor Eyre. Yo... usted no
tiene idea de cuánto... su música es increíble, y estoy asombrado de todo lo que hace.
Muchas gracias por dejarme trabajar para usted. —Leo... ¿se inclina en la cintura? De
acuerdo entonces.
Tam parece un poco apaciguado, y suelta una suave carcajada en respuesta.
—Lo siento, Leo —le digo cuando vuelve a ponerse de pie y por fin vuelve a
centrar su atención en mí—. Estoy viendo a alguien ahora mismo.
A Leo se le cae la cara de vergüenza, pero asiente en señal de comprensión.
—Bueno, si algo de tu situación cambia, la oferta sigue en pie. —Leo vuelve a
inclinar la cabeza hacia Tam, me sonríe y se va tras Maggie.
Muy lentamente, vuelvo a centrar mi atención en Tam.
—Parece simpático —comenta suavemente y se lleva la mano a la nuca. Tam
parece darse cuenta por fin de que aún lleva puestos los auriculares y se los quita. Se
lo pasa distraídamente a Maggie sin mirarla siquiera.
Qué diva.
Cruzo los brazos y le devuelvo la mirada.
—¿Estás... celoso? —Le pregunto, pero lo único que hace es responderme con
una sonrisita estúpida.
—Pobre Leo —susurra Tam, y luego se da la vuelta y vuelve en dirección a su
camerino. Me mira por encima del hombro, así que supongo que quiere que lo siga.
Pero no lo hago. Dejo que se quede allí solo.
Cuando vuelve a salir, vestido con un jersey azul y blanco con cuello de pico,
una camiseta roja debajo y unos jeans, me desmayo de pie. Tam se me acerca, con
una mano en el bolsillo delantero y una expresión de desconcierto en la cara.
—Yo también estaba celosa —susurro llevándome una mano a la boca—. Tú y
Kaycee, esa fue su actuación más caliente. Hoy, más que cualquier otro día, los dos
parecían a punto de arrancarse la ropa.
Tam tuerce los labios y estira la mano para acomodarme el cabello detrás de
la oreja.
—¿Por qué crees que fue? —me pregunta, dejando caer la mano a su lado con
un estremecimiento. Tam suspira y cierra los ojos como si le doliera—. No puedo
esperar a que nuestra relación se haga pública. Odio contenerme a tu lado.
Me estremezco, pero no respondo a eso.
Tam se inclina, con la boca cerca de mi oreja.
—Kaycee y Joules, claramente son algo. ¿Y tú y yo? —Tam se ríe suavemente—
. ¿Por qué crees que hoy he bailado como si quisiera follar? ¿Hmm?
Se levanta de nuevo y echa un vistazo para ver a Jacob mirándonos fijamente.
—¿Querías adelantar el comunicado de prensa a, oh, este mismo segundo?
Porque eres tan sutil como un tanque del ejército en una fábrica de dinamita. ¿Quieres
que te tachen de infiel? Peor, ¿quieres que Lakelynn sea tachada como la otra mujer?
Aléjate de ella cinco segundos. —Jacob se mete entre nosotros y se va por el pasillo.
Tam solo deja que sus labios descansen en esa sonrisa plana suya, la
malhumorada y mezquina.
—¿Y ahora qué? —le pregunto, intentando no sonar demasiado ansiosa.
Pero cuando me devuelve la mirada, sé que no soy la única que espera tensa.
—Ya sabes lo que va a pasar después —dice sin molestarse en bajar la voz—.
Lo mismo que anoche, pero con menos ropa de por medio. —Tam se ríe y sigue a
Jacob por el pasillo. Se detiene a esperarme, Daniel y Joules van detrás.
Kaycee se ha ido por esta noche, pero estoy segura de que Joules ya tiene un
plan en mente para reunirse con ella en Los Ángeles.
—Nos vamos al aeropuerto —me dice Tam, justo antes de que Daniel se mueva
a nuestro alrededor para abrir las puertas. La multitud de esta noche es
ensordecedora, pero me limito a concentrarme en la espalda de Tam mientras avanza
delante de mí, saludando y posando.
Subimos al todoterreno y él se sienta inmediatamente en el asiento trasero,
acercándose a mí.
Vuelvo a su regazo, a horcajadas sobre él.
Menos mal que los cristales son tintados.
Nos vamos al aeropuerto.
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
LAKE
Quedan 53 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—Lo has hecho bien esta noche —dice Jacob desde el asiento delantero. No
estoy segura de que Tam le esté escuchando. Me abraza y nos miramos—. Incluso tus
peores críticos dicen que estuviste en la cima de tu juego.
—Siempre es bueno saberlo —responde Tam con sencillez, y entonces
bosteza. Tiene los ojos entrecerrados y somnolientos, y solo quiero besarlo y seguir
besándolo.
—Gracias por bajar la guardia conmigo —le digo en voz baja, a un volumen
que espero que solo Tam pueda oír—. Me he divertido contigo, incluso hoy.
—Mm, tenerte esperándome entre bastidores es... agradable. —Tam apoya la
frente en mi hombro y yo me relajo—. Tenerte desnuda en mi cama será aún mejor
—murmura, pero yo me limito a sonreír contra su cuello—. Además, perdona si huelo
mal. Siempre lo hago después de una actuación, por mucho desodorante que lleve.
—Me hueles bien —admito, y los brazos de Tam se tensan un poco más.
—Lo ideal sería un cinturón de seguridad —se queja Joules, y yo suspiro y me
bajo de Tam para sentarme a su lado. Tam murmura entre dientes y se frota la frente.
—Deja que lo ponga yo —me dice cuando se da cuenta de que me cuesta
encontrar la hebilla. Está atascada entre los dos asientos, y Tam la saca
obedientemente, enganchando primero mi cinturón y luego el suyo. Cuando apoya
la cabeza contra el cristal, le dejo tranquilo.
En el lapso de unos treinta segundos, está dormido.
No le molesto de camino al aeropuerto, pero estoy demasiado ansiosa para
dormir. Puede que Tam esté acostumbrado a este estilo de vida, pero todo es nuevo
para mí. Me rasco la marca de la maldición en la muñeca mientras veo pasar las luces
de San Francisco por la ventanilla.
Cuando llegamos al aeropuerto, vamos directamente a una terminal privada y
tengo el privilegio de despertar a Tam. Es agradable cuando vuelve en sí, aunque un
poco atontado.
Juntos, bajamos del todoterreno y embarcamos en un avión chárter con destino
a Los Ángeles.
Es muy elegante, con un sofá a lo largo de una pared, una mesa en el centro con
cuatro cómodas sillas alrededor y una azafata cuyo único trabajo es cuidar de mí, Tam,
Joules, Daniel, Jacob, Pat y Maggie. Eso es todo.
Tam se estira en el sofá y me anima a sentarme con él mientras apoya la cabeza
en mi regazo para esperar el despegue. Le retiro el cabello de la frente con dedos
suaves, y mis mejillas se calientan al recordar, incluso cuando se portaba como un
capullo con lo de la mamada, lo bien que me acariciaba y masajeaba el cuero
cabelludo.
—Estoy muy cansado, Lake —murmura, y yo asiento.
—Me imagino que sí. ¿Quién no lo estaría después de bailar y cantar en directo
durante cuatro horas seguidas? Llevas levantado desde las seis de la mañana y ahora
te subes a un avión. Es mucho.
Tam atrapa mi mano entre las suyas y le da un pequeño apretón, pero luego el
pobre se queda dormido y me toca despertarlo de nuevo para el despegue.
Una vez en el aire, retoma su posición en el sofá mientras yo me siento a la mesa
con Joules, Daniel y Jacob. Maggie está ocupada trabajando en su portátil y Pat ronca
sentado.
Tam no es la única persona que está cansada. Incluso Joules parece distraído,
así que me entretengo mandando mensajes a las chicas de casa, enviando un selfie a
mis padres, respondiendo a algunos mensajes de mis amigos de la universidad.
Cuando llega la hora de aterrizar, ¿adivina quién despierta a Tam?
—Lo siento, Lakelynn —me dice, sentándose a mi derecha y bostezando
durante el aterrizaje. El vuelo fue rápido, una hora y media como mucho. Y joder,
¿cómo voy a volver a volar en clase turista después de esto?
Le sonrío y niego.
—No lo hagas. Yo también estoy agotada. Solo tengo problemas para dormir.
Tam entrelaza sus dedos con los míos y los dos nos quedamos mirando la forma
que toman nuestras manos cuando se entrelazan. Es fascinante.
—Mañana estarás entrando y saliendo de reuniones durante la primera mitad
del día, pero puedes tomarte la tarde libre —le dice Jacob a Tam mientras nos
desabrochamos los cinturones y salimos hacia otro todoterreno que nos espera.
—Ya casi estamos en casa —susurra Tam, bostezando de nuevo. Se pone un
gorro rojo en la cabeza y se acurruca a mi lado para el trayecto. Solo tardamos unos
veinte minutos en llegar y, tras pasar por una caseta de seguridad y una verja,
subimos por un sinuoso camino hasta una casa iluminada.
La mayoría de las paredes son de cristal, pero está situada en medio de un gran
terreno, sola.
—¿Dónde estamos? —pregunto, mirando por las ventanas. ¿No estamos en Los
Ángeles? No, esto es Beverly Hills, me doy cuenta cuando Tam estira los brazos por
encima de la cabeza con un gemido.
—En mi casa —dice, y cuando miro hacia él, me devuelve una sonrisa lobuna—
. Diez acres para mí solo. Supuse que te quedarías aquí. Espero que te parezca bien.
Si prefieres... puedo conseguirte un hotel. —Tam frunce el ceño, como si se le acabara
de ocurrir que yo podría querer algo de espacio.
Niego.
No se puede romper la maldición desde una habitación de hotel.
Además, ¿quién rechazaría una estancia en una casa como ésta?
—Sin espacio, ¿recuerdas? —susurro, y la sonrisa en sus elegantes labios...
santo cielo.
—Nos vemos por la mañana —dice Jacob cuando salimos del todoterreno, y
Tam le saluda con la mano por encima del hombro. Daniel y Joules se quedan con
nosotros y todos los demás se marchan por el largo camino que acabamos de
recorrer.
Miro a mi alrededor, el follaje iluminado, la piscina que hay justo al subir las
escaleras, las oscuras colinas que hay detrás de la casa y la luminosa ciudad que hay
en el cañón.
—¿Dónde quieres que duerma? —pregunta Daniel, señalando a Joules. Mi
hermano se cruza de brazos y frunce el ceño, esperando a que Tam le eche un vistazo
por encima del hombro. Tam agita la mano perezosamente.
—La casa de invitados está por allí. —Tam mira a Joules de arriba abajo, e
incluso con los ojos medio dormidos y la boca siempre a punto de bostezar, se pone
un poco altivo—. Si vienes a la casa principal, mantente alejado de mi dormitorio, ¿de
acuerdo?
Tam me agarra de la muñeca y me lleva por un camino de piedra curvado hacia
la piscina. El aire cálido del atardecer humea suavemente, hay luces en el suelo por
los cuatro costados y también en el agua. Pasamos de largo y llegamos a unas puertas
de cristal en una pared totalmente acristalada.
Tam espera a que Daniel entre primero y despeje el espacio mientras Joules se
dirige por un segundo camino, hacia otra casa construida en el mismo estilo que la de
enfrente, como una versión en miniatura (relativamente en miniatura) de la casa
principal.
—Ya hice que llevaran su equipaje a la casa de huéspedes —dice Tam, con los
brazos cruzados frente a él y los ojos verdes fijos en mí—. Y he hecho que trajeran
aquí nuestras cosas. —Se da la vuelta antes de que pueda responder y abre la puerta,
dejándome entrar antes que él.
Daniel ha desaparecido en algún lugar del interior, pero imagino que si la casa
está bien iluminada y climatizada y limpia, entonces ha habido gente aquí.
Probablemente un equipo de seguridad esté fuera. Diez acres en Beverly Hills, mierda.
¿Quiero saber cuánto pagó Tam por este lugar? Sí, sí, quiero. Soy muy entrometida.
Me guardo la pregunta para mí de momento, observando a Tam mientras se
quita los zapatos. Sigue bostezando cuando entra en la cocina, un elegante banco de
armarios grises con encimeras de piedra blanca y muchas luces adicionales. La parte
inferior de los armarios superiores está iluminada. El interior de los armarios con
puertas de cristal está iluminado. Hay un montón de extras aquí.
Tam abre la nevera, rebusca, saca una botella de agua y me mira.
—¿Qué quieres tomar, Kayak? —pregunta, y yo sonrío, con esa tenue sensación
de espera deslizándose sobre mis hombros.
Tam y yo nos estamos preparando para follar, ¿verdad?
Solo que Daniel está aquí en alguna parte, y no podré relajarme del todo hasta
que sepa que estamos solos... solos.
—¿Por casualidad no tendrás boba ahí? —bromeo, y desde luego no espero
que Tam me traiga uno.
Se acerca con un bonito vasito rojo con una colorida etiqueta en la parte
delantera que anuncia boba de fresa con chispas. La pajita está envuelta en plástico y
pegada a un lado. ¿Té boba listo para beber? Nunca lo había visto.
—Aquí tiene, señorita Frost —dice, y luego toma asiento en el anguloso sofá de
la zona de estar, y yo me uno a él, sentándome a un cuidadoso metro de distancia—.
Daniel no tardará —me asegura Tam, con los ojos brillantes y una sonrisa nerviosa.
Me muevo un poco en el asiento y separo la pajita de la bebida. Le quito el
plástico y vacilo, insegura de dónde está la papelera en este moderno palacio que
Tam Eyre llama... ¿hogar? No, no lo creo. Creo que por muy bonito que sea este lugar,
sigue siendo solo una casa.
—Dame. —Tam me tiende la mano y yo le paso el envoltorio, rozando con mis
dedos su palma.
—Todo despejado, jefe —dice Daniel, reapareciendo con otros dos guardias
de seguridad que nunca había visto antes.
—Gracias, Daniel —dice Tam, pero sigue mirándome. Se mete el envoltorio en
el bolsillo y saluda por encima del hombro mientras Daniel y sus hombres salen de la
residencia.
La puerta se cierra. Oigo cómo se bloquea.
—¿Estamos solos? —pregunto a Tam, sosteniendo la pajita sobre mi bebida.
Aún no he penetrado la tapa con ella. Todavía tengo que penetrar. Vale. Vale.
Se inclina hacia mí, sosteniendo en la mano esa botella de agua plateada y
verde mar, de la que me dejó beber en la casa de alquiler.
—Estamos solos —me asegura, se levanta y me tiende la mano. Introduzco la
pajita en la bebida, bebo un sorbo y extiendo la mano para que Tam me ponga en
pie. Se da la vuelta sin decir palabra y me conduce a través de una serie de pasadizos
laberínticos y luego sube unas escaleras hasta su habitación—. Enciende las luces del
dormitorio —me ordena mientras entra en la habitación, y voilà.
—Muy elegante —le aseguro, chupando la pajita de la bebida.
Tam me mira por encima del hombro. Estamos al final de una cama enorme con
sábanas grises sedosas y una montaña de almohadas doradas y plateadas. Unas
mesillas de noche blancas sin patas están sujetas a la pared y equipadas con feas
lámparas plateadas. Un par de cómodas. Una estantería cubierta de lo que sospecho
que son preciados trofeos y premios (¿alguien quiere varios Grammy?). Aparte de
esos premios, esto es muy frío e impersonal.
—¿Cuántos días al año te quedas aquí? —pregunto cuando Tam me suelta la
mano y se gira, poniendo las manos en las caderas. Vuelvo a chupar la pajita, como si
estuviera tranquila, sin que me afecte en absoluto estar de pie en el dormitorio de
Tam Eyre. Mejor que eso, estar en el dormitorio de un hombre que me hace sentir
que mi ropa es una imposición ofensiva.
Tengo la sensación de que yo también soy buena en eso, en obligarme a
mantener la calma cuando los latidos de mi corazón son un colibrí y mi cuerpo se
siente dulce pero vacío. Miel caliente y muslos que se extienden. Cierro los ojos al
exhalar, con la pajita aún pegada entre los labios.
Oigo a Tam dar un paso hacia mí, así que retrocedo uno por reflejo, abriendo
un solo ojo para mirarle.
Parece desconcertado, quizá un poco frustrado. Mucho de anticipación.
—Apaga las luces de la habitación —ordena, bajando la voz a un áspero
susurro. Me sorprende que le quede voz, después de cantar con todas sus fuerzas
durante el último año—. ¿Por qué tengo la sensación de que nada de esto te
impresiona? La casa, el dinero, la fama, el concierto.
—Mal. Me impresionó mucho el concierto. Está claro que te has dejado la piel
para estar donde estás ahora. —Chupo la pajita, recompensándome con varios boba
reventones. Los mastico mientras miro a Tam, saboreando la fresa—. Pero por lo
demás, tienes razón. No me importa ninguna de esas cosas.
Tam se acomoda, con un puño apoyado en la cadera y el otro brazo colgando
del costado.
—Tu equipaje está allí. —Tam señala con la mano derecha, y yo miro por
encima del hombro para ver que mi maleta y mi bolsa están bien pegadas a la
ventana, justo al lado de la bolsa de Tam, la que lleva el jersey estropeado. Creo que
me gustaba mucho cómo le quedaba ese jersey. ¿De verdad no se puede salvar?
Me alejo otro paso de él y me giro, y Tam me agarra por la cintura desde atrás.
—Probablemente debería ducharme primero, pero ahora mismo me importa
una mierda —susurra, apoyando el rostro en mi cuello. Jadeo, cierro los ojos y aprieto
demasiado la copa que tengo en la mano.
Todo el día, todos los besos.
Anoche, la follada que no lo fue del todo.
Empuja.
Tira.
Voltea.
Agarra.
Tam me quita la bebida de la mano y la ignora cuando cae al suelo, salpicando
líquido de fresa por todas partes. Me besa el pulso, lo prueba, saborea el tacto salvaje
y frenético contra su lengua.
Exhalo para liberar la tensión de mi cuerpo, volviendo a fundirme con él y
agradeciendo su contacto.
—Buena chica —susurra, y se me pone la piel de gallina. Me agarra de la
sudadera y me la saca por los hombros y los brazos. Cae al suelo entre nuestros
cuerpos mientras Tam enreda sus dedos en los míos, acunando mi espalda contra la
suya.
Sus dientes rozan mi piel mientras miro fijamente la estantería de premios,
prueba de que el mundo ama a Tam Eyre.
Debería ser fácil para mí amarlo también.
¿Pero puedo conseguir que me ame?
El sexo con Tam no es solo algo que quiero hacer -y créeme, lo quiero mucho-
, sino que también es algo que tengo que hacer. El sexo con Tam es sexo con mi
Pareja. El sexo con Tam está maldito. O, tal vez, romperá la maldición.
Intento darme la vuelta, pero no me deja y me agarra con fuerza por la cadera.
Desliza un solo dedo por debajo de mi mono y de mi camiseta, acariciándome el
hueso de la cadera con lentas y necesitadas caricias.
Su otra mano suelta la mía, la palma se desliza por delante de mí, sobre mi
vientre, hasta mis pechos. Quita la hebilla metálica del botón y una de las tiras cae
peligrosamente de mi hombro.
—Dímelo otra vez —murmura contra la tierna piel de mi garganta; su lengua es
un abrasador golpe de calor a lo largo de mi cuello. Inclino la cabeza para facilitarle
el acceso, y él emite un sonido de aprobación que siento en los huesos—. Dime qué
quieres que te haga.
—Que me folles, Tam Eyre —gimo, y me tira del otro lado del mono con tanta
fuerza que algo se desprende. La tela gris cae en un charco alrededor de mis
zapatillas. Sus dedos encuentran el suave algodón de mis bragas, acariciando una vez
el punto ya húmedo del centro.
Está muy, muy quieto detrás de mí.
—Besarme toda la noche, eso te mojó, ¿verdad, Lake? —Asiento porque no
encuentro las palabras adecuadas—. Mm. Qué bien. Porque me volvió jodidamente
loco.
Tam me da la vuelta y me vuelve a acercar a la pared, con una palma junto a mi
cabeza y la otra en mi cintura. Me besa como si fuera a morirse si no mantiene algún
tipo de contacto entre nosotros, y yo le devuelvo el favor. Le rodeo el cuello con los
brazos y lo atraigo hacia mí todo lo que puedo. Mis dedos se clavan en su suave
cabello, retorciéndoselo y tirando de él para ver cuál es su reacción.
Tam retira la mano de la pared para hundir fuertes dedos en mi propio cabello,
recogiéndolo con esa misma reverencia que antes empleaba conmigo. Pero ese
suave roce solo dura unos segundos. Los dedos de Tam se tensan, lentamente,
formando un agarre imposiblemente fuerte. Me da un pequeño tirón que me anima a
arquear el cuello para él.
Dientes por toda mi piel, solo un roce de marfil seguido de la lengua más dulce,
caliente y húmeda.
Siento que mi mente se está fracturando; no puedo esperar más.
Tam mete la mano entre nosotros, como si percibiera mi frustración, y se abre
los pantalones, bajándose el vaquero por las caderas. Hago un ruido cuando me rodea
la cintura con un brazo y me levanta como si no le costara ningún esfuerzo. Siempre
levanta a las mujeres en el escenario, pero son cuerpos de bailarina, ágiles y fuertes.
No importa.
Le rodeo con las piernas, aún con los zapatos y los calcetines puestos, y los
muslos desnudos. Noto la erección de Tam rechinando contra mis bragas, y desearía
que desaparecieran también. Supero las barreras de tela que nos separan. Como ese
maldito jersey.
Tam me mantiene en pie con un solo brazo alrededor de la cintura, y yo solo
tengo que ayudar un poco, agarrándome a su cuello con manos temblorosas. Me
aparta las bragas con dos dedos y siento su punta caliente. Un empujón, una sonda
contra el calor resbaladizo y deseoso.
Inclino la cabeza hacia atrás y veo a Tam mirándome, casi como si estuviera
esperando. Acerca su boca a la mía, una ofrenda, una plegaria. Puedo saborear el
ferviente asombro de su atención en cada caricia de su lengua, puedo sentir cómo mi
cuerpo cae en una súplica hirviente entre sus manos.
Sus caderas se impulsan hacia delante y el jadeo que se escapa de mi garganta
queda atrapado contra la suya. Los dos nos quedamos quietos durante un minuto, mis
brazos tirando de su cuello, su cuerpo temblando mientras lucha contra el impulso de
moverse. Tam ajusta su mano libre a mi trasero, apoyándome para que pueda
quedarme como estoy, con las piernas abiertas a su alrededor y el cuerpo pegado a
la pared.
Nos estudiamos brevemente, mi cuerpo se dilata para hacerle sitio, el suyo se
adapta al apretado agarre de mis músculos internos. Me doy cuenta con un sobresalto
de la confianza que está depositando en mí en este momento. Le dije que tomaba
anticonceptivos, que estaba limpia, y lo estoy, pero no lo cuestionó. Ni una sola vez.
—Lake —murmura, con voz entrecortada de adoración y asombro—. Mm. —
Hace otro sonido de placer y luego hace exactamente lo que le pedí. Me folla contra
la pared mientras me aferro a él con todas mis fuerzas, arrastrada por la sensación de
su cuerpo dentro del mío.
La única persona en el mundo que tiene Tam Eyre de esta manera, para escuchar
sus sonidos privados, para ver el abandono descuidado en su rostro. Lo deja todo para
estar conmigo, y yo hago lo mismo. Mi boca está en su cuello, los dientes rozan
suavemente su nuez de Adán. Se estremece y me agarra con más fuerza, moviendo
sus caderas contra las mías. Yo también ondulo, buscando fricción y calor. Ni siquiera
es una elección consciente, simplemente mi cuerpo busca el placer en el de Tam.
—¿No te duele? —susurra, quedándose quieto de repente, como si se acabara
de dar cuenta de que debería controlarse.
—En absoluto —respiro, con el corazón agitándose cuando inclina la cabeza
hacia abajo, haciendo un esfuerzo por besarme con nuestra diferencia de altura en
juego. Se lo toma con calma, absorbiendo cada aliento salvaje y frenético que sale de
mis labios. Los siento tiernos y doloridos, suavemente usados, picados y carnosos.
—Gracias, joder —gruñe Tam, con la boca dura y dominante. Me encanta. Me
relajo y dejo que tome las riendas, que nos guíe a los dos en esta frenética unión con
una mano amasándome las nalgas y el otro brazo rodeándome la cintura.
Se enrolla en mí con gracia, su cuerpo afinado se encuentra con los impulsivos
empujones de mis caderas como si hubiera nacido para hacer esto conmigo, como si
esto fuera lo nuestro. ¿Quizás la maldición no es tan mala después de todo? Nunca
habría encontrado a Tam sin ella. Ese pensamiento parpadea en mi mente, algo
blasfemo y horrible, y luego desaparece, y lo único que puedo hacer es caer aún más
profundamente en el hechizo de Tam.
Teje magia para mí con su cuerpo, frotando su pelvis contra la mía y tomando
nota cuando sus movimientos me hacen jadear. Replica esa misma presión donde más
la necesito, frotando más de lo que empuja. Hay tanta humedad entre nuestros
cuerpos, este deslizamiento resbaladizo de él y yo.
La presión se acumula con cada movimiento, con cada mordisco de sus dientes
en mi labio inferior, con el mando absoluto de su mirada. Esto es lo que pedí, y él me
lo está dando. Fóllame, Tam. Sí, así. Quédate cerca.
Una opresión, un calor que se extiende, esta necesidad de algo más. El clímax
está ahí, pero no puedo soportarlo. Mi cuerpo es increíblemente sensible y sé que si
lucho un poco más, si dejo que la presión aumente hasta la explosión, seré
recompensada.
Pero yo... me muevo contra Tam, respirando con dificultad, frotándome contra
él mientras trabaja con su cuerpo en mi núcleo liso y húmedo. Siento que lo envuelvo
con fuerza, que me ciño a él, que lo follo como él me folla a mí. Él empuja y yo tiro. Él
tira y yo empujo. Me persigue y dejo de correr.
—Tam, es... No creo que pueda seguir... Yo...
—Solo un poco más —me susurra, con una voz áspera y carnal que me desgarra
con sus siguientes palabras. Hay tanto calor en ellas que queman—. Quiero correrme
dentro de ti.
Mis uñas se clavan en los hombros de Tam, probablemente dejando marcas
que cabrearán a Jacob más tarde.
No me importa.
La maldición lo eligió para mí, y es mío.
—Mierda. —Tam suelta su agarre en mi trasero, golpeando su palma contra la
pared de nuevo. Apoya su frente contra la mía mientras mi cuerpo se aprieta contra
él, más fuerte, más fuerte, más fuerte. Tam empuja hasta el fondo y lo siento por todas
partes a mi alrededor, todo a la vez. Y entonces mi cuerpo se suelta de repente, y él
hace este... este sonido. Es un sonido que, si fuera posible empaquetarlo y venderlo
a sus fans, sería mortalmente caro. Es la nota más profunda y deliciosa que jamás haya
cantado, y es una canción solo para mí.
Suelto un suspiro tembloroso, con las piernas aún abiertas en torno a él y
zapatillas deportivas en los pies.
Tam se mueve un par de veces más, casi contra su voluntad al parecer, y
entonces todo su cuerpo se ablanda contra el mío, apoyándose en la pared para hacer
palanca.
Tiene los ojos cerrados y respira entrecortadamente.
Todo mi cuerpo está al límite, desesperado por más pero también
desesperadamente necesitado de un descanso.
Tam reajusta su agarre, ambas manos en mi trasero, y luego se echa hacia atrás
para que podamos volver a mirarnos. Es él quien empieza a reírse primero, y luego
yo también, y él gime como si le doliera.
—Todavía no —exhala, con voz áspera—. Quiero hacerlo otra vez, pero todavía
no.
Me rio más fuerte y mi cuerpo se aprieta alrededor del suyo sin que yo haga
nada.
Tam se levanta, tropieza un poco, se apoya en la pared con la palma de la mano.
Sacude la cabeza, se da la vuelta y me lleva a la cama.
Estaba justo ahí, y no lo conseguimos.
Ni siquiera llegamos a la maldita cama.
Me ayuda a bajar y el deslizamiento de su cuerpo me hace gemir mientras me
desplomo sobre el borde del colchón. Tam no pierde el tiempo y se quita los
pantalones. Se arranca el jersey y la camisa por la cabeza como si le hubieran
ofendido personalmente.
—Tam —susurro, aunque somos los únicos aquí. Solo dos personas en una casa
que tiene tantos metros cuadrados, estoy segura de que está en el rango de cinco
dígitos. ¿Diez mil pies cuadrados? ¿Más?—. Te estoy ensuciando la cama.
—No me importa —me dice, de pie y desnudo en las tenues sombras de la
habitación. Las únicas luces proceden del resplandor atmosférico de la parte inferior
de las mesillas de noche flotantes. Una luz nocturna que brilla en un enchufe de la
pared del fondo. Un débil hilillo de luz procedente de la puerta agrietada del cuarto
de baño. Solo retazos y fragmentos de luz—. En realidad, sí me importa —se corrige,
arrodillándose frente a mí—. Solo que no de la forma que podrías pensar.
Sus dedos trabajan hábilmente en los cordones de mis zapatos, tirando de uno
y luego del otro. Me echa un vistazo a los calcetines, tienen té de boba cosido en los
tobillos, y los deja puestos. Tam me mira desde debajo de una mata de cabello
empapado en sudor, sus ojos son sombras oscuras en el dormitorio palaciego.
Su dormitorio.
El dormitorio de Tam Eyre.
Vuelvo a mirarle, temblorosa, con su clímax marcando mis bragas húmedas.
Tam enrosca los dedos alrededor de la cintura y me estremezco cuando su piel roza
la mía, bañada en sudor. Me las baja por las piernas y las tira a un lado antes de
ayudarme a quitarme la camiseta.
—¿Y de qué manera podría ser? —pregunto tardíamente, observando con
asombro cómo desliza una rodilla entre mis piernas y me rodea para desabrocharme
el sujetador. Tam me lo desliza por los brazos, concentrando su atención en mis
pechos, con la lengua jugueteando con su labio inferior hinchado.
—Me gusta —me dice sin pudor, con el filo de la necesidad en su voz que no
ha disminuido por nuestro rápido y frenético acoplamiento contra la pared. Vuelve a
pasarme los dedos por el cabello y me pone los labios en la frente—. Me gusta saber
que soy yo quien gotea de ti. Que siempre he sido yo. Que si me porto bien, solo seré
yo en el futuro. —Tam vuelve a bajar la mano y me acuna el rostro entre las palmas.
Me besa, pero no tan profundamente como yo quisiera, y se aparta cuando le insisto.
¿Siente cómo tiemblo? ¿Tiene idea del efecto que está teniendo en mí?
—Me gusta saber que soy la única mujer que te ha sentido así —admito, e
incluso en la oscuridad puedo ver su sonrisa. Puedo sentirla. Su calor me calienta el
rostro—. Me alegro de haber esperado esto, por ti.
Dudo, como si hubiera dicho demasiado. Al principio, Tam se mostraba
asustadizo y distante, y un comentario así podría haberle hecho salir corriendo en
dirección contraria.
Ya no.
—Lake —me dice seriamente, echándose hacia atrás para acomodarse en el
suelo frente a mí. Me agarra la pierna y la abre suavemente, dándome un beso en la
rodilla que me hace apretar los dedos en sus mantas—. Cumpliré veintisiete dentro
de cinco días. Veintisiete. —Se ríe, un ronroneo privado que solo es para mí. Me
humedezco los labios y me muevo, arqueándome hacia él inconscientemente. Tam
me da otro beso en el muslo y dejo caer la cabeza hacia atrás, con el cabello
haciéndome cosquillas en los hombros—. La única persona que me ha tentado a
desnudarme has sido tú.
Se levanta y me agarra por la cintura, arrastrándome a la cama con él. Me rio
mientras juguetea con las mantas, intentando ponerlas encima de nosotros en vez de
debajo. Se enredan un poco, pero lo consigue, me arropa contra él y se inclina para
besarme.
Mis dedos vuelven a encontrar su cabello, y los suyos hacen lo mismo con los
míos. Se toma su tiempo conmigo, abrazándome como si se sintiera algo más que
atraído por mí. A Tam le importa de verdad si me lo estoy pasando bien o no.
—Solo porque yo no... —Mis palabras son tan crudas y vulnerables en la
oscuridad—. Sigo pasándolo bien, aunque no haya venido.
Tam emite un dulce sonido de afirmación y me roza la sien con los labios.
—Lo sé. —Su sonrisa contra mi cabello es suficiente para que vuelva a
retorcerme—. Podía sentirte. Contracciones fuertes y apretadas, y luego una
liberación, como si me dieras la bienvenida. Como una invitación. Sentí que querías
que me corriera dentro de ti.
—Sí que lo quería —le digo, y él emite otro sonido, uno mucho menos
agradable. Es masculino y primitivo, y coincide con la forma en que me besa la
garganta con un poco de dientes y mucha lengua. La mano de Tam me cubre el pecho
izquierdo, amasando la carne regordeta bajo las fuertes y ásperas yemas de los
dedos. Cuando su pulgar baila sobre mi pezón, mi pelvis se levanta de la cama y él
responde colocándose entre mis muslos separados.
—Una chica tan buena para mí —murmura, y vuelve a deslizarse dentro de mí.
Todo el espacio vacío de mi interior es absorbido, una deliciosa y pesada plenitud en
mi pelvis que él acaricia hasta convertir en una llama brillante y ardiente en mi centro.
En lugar de sacudirse y rechinar como antes, Tam tira hasta el fondo y luego me
penetra con fuerza.
Mi espalda se arquea y mis uñas dibujan las fuertes líneas de su espalda. Me
tiemblan los músculos de los muslos por el esfuerzo de abrirme tanto, pero necesito
a Tam lo más cerca que pueda, con la pelvis bien metida en mis caderas.
Sale del todo antes de volver a entrar, provocando esa fricción que tanto deseo.
Me aferro a él, deseándolo pero temiendo ese borde del que no me dejaré caer. Tam
es tan paciente, me lleva hasta allí y luego espera a que me relaje. Otra vez, otra vez,
otra vez.
Estoy jadeando mucho, sudando encima de él, estropeándole la espalda con
las uñas a pesar de que Jacob me pidió que no lo hiciera. Un año entero (casi)
persiguiendo a Tam, y aquí estamos. Siento la marca de la maldición quemándome en
la muñeca cuando se incorpora y me separa los brazos de su cuello.
Me sujeta las piernas y luego me folla con fuerza. Mis pechos rebotan y mis
manos suben para apoyarse en el cabecero. Cuando la oleada de energía es
excesiva, aprieto las rodillas contra el pecho de Tam.
—Espera, espera —ahogo un único y retorcido aliento atascado en mi pecho,
una bobina imposible de energía en mi núcleo. Tam me deja cerrar las piernas, pero
no deja de penetrarme. Me agarra los hombros con las manos y me sujeta con
suavidad mientras lucho contra algo que realmente deseo. No puedo explicarlo.
Siempre ha sido así cuando me he ocupado de mis propias necesidades. Simplemente
no lo consigo.
Tam se hace llegar hasta el fondo, sujetándome con manos pacientes, su polla
avivando y avivando y avivando. Estoy temblando violentamente, jadeando, mis
propias manos como garras en sus bíceps. Le empujo, pero no me sirve de nada. Si
quiero que pare, tendré que decirle que pare.
Pero no puedo hablar, y me siento tan bien, y me estoy deshaciendo
completamente.
Con un grito que sé que me avergonzará a la luz del día, me despliego debajo
de Tam. Puede que grite. Definitivamente le hago un poco de daño con las uñas,
insegura de si lo estoy acercando o alejando. Tiemblo tan violentamente bajo esa
embestida, una oleada de placer que golpea en la columna vertebral y me desgarra.
En el pecho, en los dedos de las manos y de los pies, en la risa que brota de mi
garganta.
Y entonces, medio llorando y medio riendo, Tam me besa la comisura de los
labios y se separa de mí para caer de espaldas. Se pasa un brazo por el rostro y
también se ríe.
—Joder, ¿te acabas de correr? —pregunta, acomodándose el brazo para poder
mirarme. Es difícil ver mucho en la oscuridad, pero me acerco a él de todos modos y
se pone de lado para mirarme.
—Mm-hmm —murmuro, sintiéndome somnolienta pero satisfecha.
—¿Primera vez? —aclara, y yo asiento contra la almohada—. Bien. —Tam me
pone la mano en la nuca y me besa el sudor del rostro—. Entonces yo también me
quedo con eso. Y soy codicioso, Lake. Tengo hambre. No sé qué te parezco, pero no
he llegado donde estoy sin aprender a tomar lo que quiero, cuando lo quiero.
Me estremezco y deslizo la palma de la mano por los músculos tensos de su
vientre. No sé si llegaré a comprender lo hermoso que es, fuerte, flexible y delgado.
Mis dedos encuentran su dureza bajo las mantas, húmeda por mi cuerpo y por su
propia liberación anterior.
—Justo ahí —gime, deslizando un brazo por debajo de mí y arrastrándome un
poco más cerca. Me resulta más difícil masturbarle, pero me gusta la proximidad,
sentir su aliento en mi cabello, el sonido de los latidos de su corazón. Mi pulgar rodea
la cabeza de la polla de Tam, se desliza por la sensible hendidura de la parte inferior,
le hace estremecerse hasta el clímax, su derrame atrapado entre nuestros cuerpos.
Permanecemos en silencio durante un minuto, escuchando el sonido
combinado de respiraciones jadeantes.
—Quédate aquí —dice en voz baja, levantándose de la cama y dirigiéndose al
baño. Vuelve con un paño fresco y húmedo, me limpia la suciedad que me ha dejado
en la piel, baja la tela por el vientre hasta los muslos y me limpia con suaves
movimientos que me hacen temblar de nuevo.
—Creo que acabo de tener un despertar sexual —susurro asombrada,
esperando a que Tam termine su limpieza superficial de la cama. Tira la toalla al suelo
para ocuparse de ella más tarde, y me pregunto si tiene un equipo de limpieza o...
claro que tiene un equipo de limpieza.
—¿Sí? —pregunta, volviendo a la cama y atrayéndome hacia él. Parece
ridículamente satisfecho de sí mismo—. Yo también. —Se ríe entre dientes mientras
me envuelve bien, con la cabeza debajo de su barbilla. Me acurruco contra él con un
suspiro, feliz y contenta.
Este momento sería perfecto si... Ignoro la quemadura de la marca de la
maldición en mi muñeca.
Así que, ahí lo tienes.
Tam y yo llegamos hasta el final, y la marca sigue grabada en mi carne.
Ignoro el escozor de esa realidad y me centro en el presente. Tam me acuna
como si fuera algo precioso, algo que merece la pena conservar.
El cansancio y la satisfacción me invaden, y caigo en el olvido con la
megaestrella internacional Tam Eyre respirando dulce y suavemente a mi lado.
CAPÍTULO CUARENTA Y
SIETE
LAKE
Quedan 52 bobas hasta que muramos los dos...

Me despierto con la resaca postcoital más deliciosa, un poco aturdida, un poco


dolorida, pero muy feliz. Me acurruco en una de las mullidas almohadas de Tam y, al
abrir los párpados, veo una habitación vacía y un pequeño hueco donde antes estaba
Tam. Me incorporo rápidamente, bostezo y estiro los brazos por encima de la cabeza.
Mi mirada se desvía hacia el cuarto de baño, preguntándome si estará allí. Pero
entonces recuerdo lo que dijo Jacob anoche, sobre unas reuniones a primera hora de
la mañana. Me retiro del borde de la cama y enciendo la lámpara hasta que tengo
fuerzas para levantarme y abrir las cortinas.
Hay una nota esperándome, escondida debajo de mi teléfono. Ni siquiera
recuerdo dónde estaba mi teléfono anoche. Probablemente en el bolsillo de mi mono.
Miro a mi alrededor y veo que alguien, tenía que ser Tam, ¿no?, ya ha limpiado la
boba derramada, ha recogido nuestra ropa y la toalla desechada.
Hmm.
Tal vez... ¿no tiene un equipo de limpieza?
Recojo la nota y me froto los ojos para poder leerla de nuevo.
Forzado a punta de pistola por Jacob. Por favor, ayúdame. Mis labios se
tuercen al recordar la nota que le lancé a la cabeza: Si no me amas, moriremos los
dos, ayúdame, por favor. Continúo leyendo. Volveré a media tarde. Descansa un
poco porque luego no lo harás. xoxo Tam
Sacudo la cabeza y me pongo las manos -y la nota- contra el rostro, ocultando
una estúpida sonrisa.
Acabo de... Sí, acabo de hacerlo.
Me acosté con Tam. Joder, por fin.
Dejo caer las manos sobre el regazo y me deslizo fuera de la cama. Hay más...
limpieza de la noche anterior de la que ocuparse. Entro bostezando en el baño
demasiado blanco y abro el grifo.
Lo primero que hago es empezar a revisar champús y acondicionadores,
mascarillas capilares y faciales y limpiadores y jabones corporales y... Aquí hay un
Sephora entero. No, hay un Sephora entero y dos Ultas. Es mucho.
Entrecierro los ojos y elijo uno que parece hecho para cabellos teñidos. Me
tomo mi tiempo para lavarme, disfrutando de una mañana tranquila en la preciosa
casa de Tam. En el cuarto de baño hay una gran ventana esmerilada por la que se
cuela un sol amarillo anaranjado en forma de prismas sobre las baldosas.
Estoy en estado de incredulidad mientras me ducho, mi mente en la noche
anterior y todo lo que pasó. La noche fue maravillosa, y el momento ha quedado
grabado para siempre en lo más profundo de mi alma. ¿Pero esta mañana? Levanto la
muñeca izquierda y miro fijamente la marca de la maldición.
Tenemos siete semanas. Eso es todo.
Y solo hay un ocho por ciento de posibilidades de que durmamos juntos y
sigamos fallando. Ocho por ciento. Aprieto los labios con frustración y dejo caer el
brazo a un lado. Si me concentro en la maldición y en el poco tiempo que nos queda,
me entra el pánico. No puedo conseguir que Tam se enamore de mí si estoy en un
estado de ansiedad.
Salgo, me seco, me visto con unos pantalones de chándal blancos holgados y
una sudadera sin sujetador.
Salgo del dormitorio y me apoyo en la puerta para cerrarla, con los ojos
desviados hacia un lado. El pasillo termina en una pared totalmente de cristal. Fuera,
veo colinas cubiertas de arbustos y sol y no mucho más. Al girarme a la izquierda, veo
un largo pasillo que al final gira bruscamente a la derecha. Delante de mí están las
escaleras.
De acuerdo.
Empujo la puerta y me dirijo directamente a las escaleras, con la esperanza de
encontrar la cocina. Intentar evocar los recuerdos de anoche no funciona. Dejé que
Tam me tomase de la mano y me guiase, y no tengo ni idea de dónde demonios estoy.
Me detengo en otro pasillo gigantesco, coronado por otra pared de cristal que
se eleva unos seis metros en el aire. La luz del sol se derrama por el suelo mientras
me detengo con un pie medio levantado, las manos en los bolsillos y los ojos
entrecerrados.
Dudo que Tam necesite una casa tan grande, pero también me doy cuenta de
que, con lo que le preocupa su seguridad, solo le valdría algo así. Es demasiado
popular para vivir en un sitio normal. Moriría aplastado por las fangirls el día que se
mudara. Sonrío un poco al pensar en Tam saliendo de un camión de mudanzas con
cajas apiladas en los brazos, huyendo a toda velocidad de una horda de mujeres con
carteles escritos con purpurina.
No es que les culpe.
Tam es jodidamente impresionante.
No esperaba que se me pusiera así de novio, y estoy obsesionada. Se me
calientan las mejillas y pienso en el terrible hecho de que me gusta de verdad, de
verdad, de verdad. Nunca había sentido nada tan intenso en toda mi vida. Es difícil
pensar en otra cosa que no sea Tam. Ni siquiera la maldición puede atraer mi atención
durante mucho tiempo, y es la única razón por la que estoy aquí.
Elijo una dirección al azar y voy abriendo puertas. La primera revela una
enorme sala con espejos en todas las paredes, un techo oscuro con almohadillas
insonorizantes y suelos de madera brillante. Me invade una sensación de déjà vu, y
tardo unos minutos en darme cuenta de que es la sala donde Tam graba sus vídeos
de práctica de baile.
Oh. Vaya.
Entro en la habitación y mis pies descalzos susurran en el suelo. Una de las
cosas que me llamó la atención cuando vi sus vídeos de ensayo fue cómo sus
zapatillas, y las de los demás bailarines, chirriaban sobre el suelo. Me llamó mucho
la atención ese chirrido rítmico de la goma sobre la madera.
Me detengo en seco para mirarme, reflejado en las cuatro paredes.
—Rompe conmigo —canto desafinada, confiada en el hecho de que estoy
completamente sola aquí dentro—. Si te atreves. Pero sé que no lo harás, y no puedes
resistirte. ¿Por qué mentirme? —Intento uno de los característicos movimientos de
baile de Tam, y acabo haciendo tanto el ridículo en el espejo que me parto de risa. Se
me llenan los ojos de lágrimas cuando vuelvo a intentarlo, y algo me tira un poco entre
las piernas.
Me tapo la boca y la vagina dolorida con una mano. He usado mis dedos
conmigo misma muchas veces en el pasado, pero nunca había probado un juguete.
Así que... Tam era un poco diferente. Mi boca se tuerce y salgo de la habitación,
buscando la cocina.
Juro que en un momento siento una brisa. Me hace cosquillas en el cabello
contra la nuca y me imagino hojas secas o plantas rodadoras soplando por el suelo de
forma espectacular. Estoy oficialmente perdida. La búsqueda del origen de la brisa
no hace más que empeorar las cosas, y de algún modo acabo en una lavandería.
Cuando salgo del lavadero, me doy cuenta de que estoy otra vez en la escalera.
La misma escalera por la que empecé a bajar.
Vuelvo al dormitorio por mi teléfono para contarle a Tam lo perdida que estoy
en su gigantesca casa. En lugar de eso, cuando entro en la habitación, mi mirada se
fija en la bolsa de viaje de Tam, la que tiene el jersey dentro. Me gustaba mucho cómo
le quedaba ese jersey. Cuando me abrazó con él puesto, con las mangas largas
cayendo hasta cubrirle las manos hasta la punta de los dedos, me desmayé un poco.
¿Quizá podría salvarse?
Me acerco a la bolsa de Tam, curiosa por los límites y todo eso. ¿Debería abrir
la cremallera de su bolso, aunque solo fuera para agarrar la sudadera? Lo considero
durante un rato, pero al final, le pido a Tam que invada mi espacio. Eso he dicho.
Parece dispuesto a obedecer, así que... abro la cremallera de la bolsa, rebusco hasta
que mis dedos tocan el plástico y saco la sudadera.
Me levanto y lo vuelvo a dejar sobre la cama para tomar una cinta y recogerme
el cabello. Me estoy haciendo una coleta cuando vuelvo a pensar en Tam. La forma en
que se acerca a Leo y a mí, la expresión de su rostro, el brillo agudo de sus ojos
verdes.
Levanto la vista y me encuentro con mi reflejo en el gran espejo apoyado en la
pared.
—¿Vas a aceptar su oferta o no? —me burlo, fingiendo ser Tam. Me señalo a mí
misma y levanto la barbilla—. No, patata celosa, no lo voy a hacer. ¿Sabes por qué?
—Hago otro de sus movimientos de baile -mal- y luego me sonrío a mí misma—. Por
qué, te lo diré. Porque estoy saliendo con la superestrella internacional Tam Eyre.
Me reajusto el cabello, me aseguro de que la coleta quede medianamente
decente y llevo el jersey a la lavandería. Una rápida búsqueda en Google me da lo
que necesito y me pongo a quitar la mancha seca con un cepillo antes de sumergirlo
en agua fría y lavarlo como de costumbre.
Mientras tanto, sigo buscando la cocina y me trago un grito de triunfo cuando
veo el sofá anguloso de anoche. Joules está sentado de espaldas a mí, pelando una
naranja.
—Buenos días, hermano —le digo, acercándome a su lado. Pongo las manos en
las caderas y Joules se detiene y me mira. Debe de ser capaz de darse cuenta de que
anoche pasó algo por la forma en que estoy de pie o sonriendo o siendo más amable
con él de lo que debería. Me está mintiendo. Me está mintiendo y debería cabrearme.
Joules suelta la naranja y sale disparado del sofá, agarrándome de la muñeca
antes de que pueda huir de él. Gruño y dejo que la mire. De todos modos, ¿de qué
me va a servir esconderla?
—Mierda, joder —gruñe, frunciendo el ceño en dirección a la pared de cristal
que tengo detrás. La ciudad resplandece bajo el sol en la distancia, la piscina es una
bonita mancha azul en el paisaje urbano—. Se acostó contigo, y no... lo mataré.
—Joules —le advierto cuando me suelta la muñeca y se da la vuelta, llevándose
las manos al cabello. La forma en que habla, la forma en que actúa... no me gusta—.
No entiendo por qué no me dices qué te pasa, pero no creo que debas preocuparte
por Tam y por mí.
—Por supuesto que voy a preocuparme por ti y Tam. Hasta que se rompa la
maldición, voy a preocuparme por ustedes todos los putos días. —Se vuelve hacia mí,
con los dedos aún hundidos en su cabello, y me mira de arriba abajo con ojos oscuros
y preocupados. Joules deja caer los brazos a los lados—. Me volví complaciente con
Joe y Marla. Estaba seguro de que estaban enamorados. Se habían acostado juntos, y
está la regla del ocho por ciento y todo eso. Lake, si le hubiera presionado un poco
más, podría estar aquí con nosotros.
Me trago el duro nudo de dolor que tengo en la garganta.
—Por fin voy a contarle a Tam lo de Joe —admito, como si le estuviera contando
a Joules el peor secreto posible. Hablar de ese último día es... tan difícil. Joules
gritando, y la reanimación cardiopulmonar, y la mirada suplicante en los ojos de Joe
mientras se escabullía—. Quiero decir, él sabe lo de Joe, pero voy a hablar de lo que
pasó aquel día.
Joules suspira.
—Ya se lo he dicho a Kaycee —admite, y mis ojos se abren de par en par
mientras le miro fijamente. Me devuelve la mirada. Si está emparejado con Kaycee,
como sospecho, es algo bueno. Es genial—. Cuando dormimos juntos, anteanoche.
—Eso está bien —le digo, y sus hombros se relajan un poco—. Si ya lo has
hecho, entonces te debe gustar mucho Kaycee. —Me llevo la mano al pecho—. Eso
es lo que siento por Tam, así que no te estreses.
—Me alegro de que te sientas así, pero ¿y él? —replica Joules, con el borde del
labio curvado por el disgusto. No es solo por Tam por lo que está disgustado, es por
cualquier otra cosa que esté pasando y de la que no quiere hablarme—. Tiene que
amarte, Lake.
—¿Le has visto? —Respondo, juntando las manos—. Joules, lo está dando todo.
Por favor. Considéranos un trato hecho, ¿de acuerdo?
Mi hermano se muestra escéptico, me echa otro vistazo y niega.
—Dios, estás tan borracho ahora, que ni siquiera puedo hablar contigo.
Pongo los ojos en blanco y le robo la naranja pelada de la mesa. La parto por
la mitad y le ofrezco un lado. La toma y vuelve a sentarse en el sofá con un suspiro.
—Tam se ofreció a pagarme por ser tu guardaespaldas —dice Joules, y yo me
detengo con una rodaja de naranja a medio camino de la boca.
—Espera, ¿qué? —Aclaro, tratando de descifrarlo en mi cabeza—. ¿Tam cree
que necesitaré un guardaespaldas?
—Seguro que necesitáis un guardaespaldas cuando lo hagáis público. Me
sorprende que no os hayan descubierto ya, con la forma en que se comportaron en el
concierto.
Frunzo el ceño.
Oh.
Sí, sabía que mi vida cambiaría en cuanto empezara a salir con Tam, pero no
he tenido mucho tiempo para pensar en otra cosa que no fuera la maldición. Y aun así,
ya que no está rota, esa es mi prioridad. Tiene que serlo, o solo nos quedan cincuenta
y pico días de vida. Un guardaespaldas, ¿eh? ¿Y Joules? ¿Tam pagaría a mi hermano
para estar con nosotros durante el día?
—Parece que todos salimos ganando, ¿no? —pregunto, porque ya sé que el
nuevo sueldo de Joules es unas cuatro veces superior al que ganaba en casa—. Solo
que... no parece que estés de acuerdo.
Joules me mira, masticando pensativo su propio bocado de naranja.
—Kaycee también me ha ofrecido un trabajo como su guardaespaldas —
admite, y mis mejillas se sonrojan.
Mi hermano y yo somos... Bueno, los dos tenemos veintitantos, así que no es
que sea inesperado que encontremos gente con la que sentar la cabeza. Solo que
pensé que Joe estaría aquí con nosotros, y... solo quiero romper la maldición. Me froto
la muñeca y Joules lo nota.
—Deberías aceptar ese trabajo —le digo antes de que se le ocurra hacer otra
cosa—. Acepta el trabajo con Kaycee. Ve tras ella. Dale a una relación con ella una
oportunidad real de luchar.
—Nunca haría nada que pudiera hacerte daño —susurra, con voz áspera y ojos
oscuros desviados hacia un lado. Se echa hacia delante en el sofá y me agarra las
manos. La naranja cae en mi regazo. Joules me devuelve la mirada y veo que esta va
a ser una de las consultas más difíciles que hayamos tenido nunca.
Porque me está mintiendo. Porque está nervioso por algo. Porque me quiere
más de lo que se quiere a sí mismo.
Pero mira, yo siento lo mismo por él.
—Tam y yo estamos así de cerca de romper la maldición —le digo a Joules,
aunque tenga miedo. Aunque no sepa si es verdad o no. Aunque no quiera morir.
Obligo a mis dedos a permanecer relajados en sus manos, fuerzo una suave sonrisa
en mi rostro—. No puedes hacer nada más por mí. Estamos saliendo. Nos acostamos.
Estamos pasando tiempo juntos. Joules, esto es entre Tam y yo ahora. Se trata de
nosotros. Te amo mucho, pero no te necesito aquí y ahora. Lo que sea que necesites
hacer, quiero que vayas a hacerlo. Trabaja para Kaycee Quinn.
Rompe la maldición, pienso, porque si lo digo en voz alta, Joules se enfadará
conmigo. Pero creo que está maldito. No sé cuándo sucedió, pero si está actuando
raro con Kaycee, entonces debe ser Kaycee, ¿no? Pero si no dejo ir a Joules, entonces
no podrá hacer lo que necesita. Si tan solo me dejara ayudarlo, imbécil. Pero no lo hará
porque temería que mi maldición no se rompiera.
—Lakelynn, no soy tan fuerte como crees. Joe se ha ido. No puedes dejarme.
¿Lo entiendes?
Le hago un gesto frenético con la cabeza y le aprieto las manos cuando él
aprieta las mías.
—Lo mismo digo, Joules. No me dejes sola.
—No estarás sola —responde Joules con una sonrisa triste—. Estarás con Tam.
—Escupe su nombre y luego sacude la cabeza con un suspiro—. Tiene mucha suerte
de ser tu pareja. Si no lo fuera te juro que....
—Lo creo —le digo, y luego tiro de Joules de la mano hacia la cocina. Le suelto
para que se siente en un taburete y me pongo a rebuscar entre la comida de Tam—.
Deja que te prepare el desayuno, ¿de acuerdo? —Me detengo con una mano en la
puerta de un armario y miro a Joules por encima del hombro—. Supongo que no te
veré hasta dentro de un rato.
—Te daré hasta fin de mes para romper la maldición, y entonces espero que
vengas a casa y traigas a tu follador estrella del pop contigo. Si no se rompe para
entonces, vamos a... Quiero que estemos juntos.
—Bien. —Se me hace un nudo en la garganta cuando vuelvo a rebuscar en los
armarios, pero me digo que todo va a salir bien. Todo va a salir bien.
¿Pero esos pensamientos? Cada uno tiene el sabor agudo y metálico de una
mentira.
CAPÍTULO CUARENTA Y
OCHO
TAM
Quedan 52 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)

—Por favor, preste atención durante otros veinte minutos —dice Jacob, de pie
junto a mi silla. Estoy en el borde de la mesa de conferencias, con la cabeza apoyada
en la mano y los ojos cerrados. Nos tomamos un descanso de veinte minutos antes de
volver a reunirnos, y lo único que quiero es irme a casa.
La directora general ni siquiera está aquí, su sede está en San Francisco, pero
estamos ultimando el concepto del nuevo álbum con el equipo creativo y, si no estoy
aquí, no podré aportar mucho. Tengo que abogar por mí mismo.
Pero maldita sea, Jacob me obligó a salir de esa habitación con culpa y
amenazas. Dejar a una Lakelynn calentita y dormida en mi cama no me sentó nada
bien.
—Estaba prestando atención, Jake —le digo, abriendo los ojos cuando oigo un
ping de mi teléfono.
Lo deslizo por la mesa y le doy la vuelta, echando un vistazo a mis
notificaciones. Las cámaras de seguridad de mi casa han estado sonando con
notificaciones de rostros desconocidos, pero solo se trata de Lakelynn, así que he
dejado de mirarlas. Ella tiene a Joules allí, junto con un gran equipo de seguridad, así
que no me preocupa.
—Pero este es mi descanso. ¿Puedo tomarme un descanso?
Levanto la vista y veo que Jacob no está contento. Lástima. Tengo a mi novia en
casa y estoy distraído. No quiero estar aquí. Quiero estar con ella.
—Bien. Haz lo que quieras. —Jacob se levanta, se alisa la chaqueta con
movimientos nerviosos y se dirige hacia mí. Sus siguientes palabras llegan en forma
de susurro enfadado—. Ven a trabajar con arañazos en los brazos y la espalda como
si te hubieras peleado con un tigre. Muy profesional.
Sale de la habitación con un resoplido mientras mis labios se tuercen en una
sonrisa.
¿Una pelea con un tigre? Bueno, bueno, Lakelynn.
Toco la notificación de las cámaras para ver su rostro. El primer suceso grabado
por las cámaras de seguridad es Lake, que se incorpora para buscar mi nota. Sonrío
cuando se pasa las manos por el rostro. Me humedezco los labios cuando entra
desnuda en el baño. Recorro las imágenes hasta que veo que empieza a deambular
por la casa. Primero encuentra mi sala de baile y tengo que taparme la boca con una
mano para contener la risa cuando la veo imitar la coreografía de Break Up With Me.
Me pongo un auricular y subo el volumen para ver lo que dice.
Está cantando. Y es terriblemente horrible, y de alguna manera increíblemente
entrañable.
Siento una opresión en el pecho y mi mente cambia de velocidad. Anoche fue...
Me cuesta controlarme con Lake. Ahora que me he relajado con ella, estoy cayendo
duro y rápido. Solo mirarla me excita. Mi mente vuelve a ella cada treinta segundos.
Me estoy volviendo loco, y ni siquiera me importa.
Lake hace un círculo accidental, encuentra el lavadero y vuelve arriba. La
observo en las cámaras del dormitorio mientras se queda mirando mi bolsa durante
dos o tres minutos seguidos. Acaba arrodillándose junto a ella y sacando el jersey de
la bolsa de plástico.
Una vieja punzada de miedo se apodera de mí, pero lo reprimo y me deshago
de él para siempre. Sea lo que sea lo que Lake está haciendo con ese jersey, confío
en ella.
Sigo mirando, recompensado de inmediato por poner mi fe en ella.
Lake está... raspando la sudadera. Empapándola. Lavándola.
Estoy a punto de levantarme, decir que al diablo con la reunión e irme
directamente a casa con ella. Pero entonces veo que ha encontrado a Joules y que
están manteniendo una conversación. Parece intensa, así que rebobino un poco para
ver qué pasa.
Están discutiendo la maldición.
Lo escucho entero, y solo paro cuando Lake empieza a cocinar para Joules, y su
conversación cambia a miembros de la familia de los que no sé nada.
Me levanto y me meto el teléfono en el bolsillo.
—Me voy a casa —le digo a Daniel al pasar, y él asiente y toma el teléfono para
llamar a Pat. Jacob me mira boquiabierto mientras paso por el pasillo—. Ya sabes lo
que quiero de este disco. Diles que todo es un no-no a menos que lo hagan realidad.
Uso las escaleras porque estoy demasiado impaciente para el ascensor, y luego
me dirijo directamente a casa.
Joules sigue en la cocina con Lake cuando entro por la puerta. Él está inclinado
sobre la encimera mientras come, y ella lo observa con satisfacción desde el otro
lado. Los dos se ríen de algo.
Me detengo justo delante de la puerta cuando Lake levanta la vista para verme,
con las mejillas sonrosadas y las pupilas dilatadas. Mi cuerpo reconoce enseguida el
cambio instantáneo en su actitud. De reír y sonreír a esperar. A anticiparse.
Aprieto la mano derecha en un puño antes de relajarla a la fuerza. En la otra
mano tengo un boba que me he traído a casa.
—Oh, hola —dice Lake, y su voz dulce y suave lo hace todo por mí.
Tan pronto como pueda deshacerme de Joules, voy a follármela otra vez.
—Hola —respondo, y la palabra sale con un deje. Lake se estremece cuando
traigo su té y lo dejo sobre la encimera. Pero no demasiado cerca de ella. Por ahora
mantengo una distancia prudencial. Miro a Joules y veo que se está tomando su tiempo
con el beicon, los huevos y los gofres que ella le ha preparado.
Esta mujer ha encontrado mi gofrera que ni siquiera yo he usado nunca y ha
hecho el desayuno en su primera mañana aquí.
Quiero que se quede conmigo así para siempre, pero aún no puedo decirlo en
voz alta.
Exhalo y Lake hace lo mismo, nuestros ojos el uno en el otro.
—¿Tienes hambre? —me pregunta, y le digo que no porque esta mañana me
he tomado un batido verde y eso es todo lo que puedo permitirme en cuanto a calorías
hasta la cena.
Asiento y me siento a dos taburetes de su hermano.
—Voy a empezar a trabajar para Kaycee, así que no estaré mucho por aquí —
empieza Joules, todavía con la mirada fija en su plato. He oído todo esto y más por las
cámaras de seguridad, pero no ofrezco esa información todavía. Se lo diré a Lake
cuando Joules se haya ido.
—De acuerdo —le digo, apoyando un codo en la encimera y apoyando la
mejilla en la mano. Menos mal. Lake y yo podemos estar solos.
—Pero no importa cómo te sientas ahora, cómo se sienta ella ahora, la
maldición no se ha roto. —Joules por fin se vuelve para mirarme, y hay una súplica
sincera en su rostro que me hace tomarme esto aún más en serio de lo que ya estoy.
He decidido que creer en la maldición no cambiará nada. Seguiré adelante—. Por
favor, cuida de mi hermana pequeña, conócela. Permítete creer que pueden estar
juntos el resto de sus vidas. Sé que es mucho pedir, pero te lo suplico. —Joules me
mira fijamente y mis labios se entreabren. Me enderezo en el taburete para volver a
mirarle—. Te confío a la persona que más amo, Tam.
—Joules —dice Lake en voz baja, y mi corazón late dolorosamente.
—Cuidaré de ella —le prometo, porque si esta maldición no se rompe
entonces... no será por mi parte.
Joules me mira fijamente como si estuviera poniendo a prueba mi temple. No
me inmuto. Le devuelvo la mirada. Quizá no sepa que he esperado veintisiete años
para enamorarme. Esto es muy importante para mí, con o sin maldición.
Lakelynn y Joules son las únicas personas que he conocido en años que me
tratan como a una persona normal, que me han juzgado únicamente por mi carácter.
Lo encontraron deficiente. Pude verlo aquella noche, el rostro de Joules cubierto de
sangre y Lakelynn mirándome como si yo fuera un error.
—No vine aquí por él —le había dicho a su hermano—. Vine aquí por ti.
No dejaré que vuelva a ocurrir.
—¿No le pedirás que se ponga de rodillas y te la chupe? —Joules responde
secamente, y yo enarco una ceja.
—No puedo prometer que no lo haré —admito, y Lakelynn hace ruido,
derramando parte de la masa al intentar verterla en la gofrera—. Pero seré más
amable. —Una pausa—. O me aseguraré de que los dos estamos de acuerdo con lo
que queremos.
—Encantador. Un viejo dom virgen. Justo el tipo de hombre con el que quería
dejar a mi hermana. —Joules se baja del taburete y agarra su chaqueta. Se mueve
alrededor del mostrador para darle a su hermana un beso en la frente, con los ojos
por encima de su cabeza y fijos en mí. Si le haces daño, te mataré. Y yo también lo
creo.
—Espera, ¿has dicho virgen? —digo al cabo de un minuto, cuando me doy
cuenta de todo el impacto del insulto de Joules.
—Sabía que eras virgen desde el primer momento —explica Lake con
suavidad, y yo enarco ambas cejas.
Bueno, mierda.
—Mándame un mensaje dos veces al día o le perseguiré —grita Joules,
pasando a mi lado y saliendo por la puerta. Envío un mensaje a Pat y le digo que lleve
a Joules donde quiera que vaya. Si es a casa de Kaycee, está a cinco minutos calle
abajo.
Miro por encima del hombro y por la pared de cristal hasta que Joules
desaparece por el camino en dirección al garaje.
Solo entonces me vuelvo hacia Lake.
Ya se está sonrojando.
—Siento como si estuvieras anticipando algo —le digo, lo cual es mezquino.
Porque ambos sabemos exactamente lo que estamos anticipando. Demonios, se lo
advertí en la nota que le dejé. Me gusta mucho su reacción cuando le digo cosas así.
Se retuerce y luego se reafirma, intentando actuar con frialdad mientras se acomoda
el cabello verde mar detrás de las dos orejas—. ¿Quieres decirme qué podría ser ese
algo?
—¿Cómo te ha ido el día hoy? —pregunta Lake, levantando la vista y
negándose a morder el anzuelo. Mis dedos se enroscan en la encimera mientras
busco una respuesta apropiada. No, a la mierda.
Me levanto y camino alrededor de la isla de la cocina, agarro el cable de la
gofrera y lo desenchufo.
Lake me mira, separa los labios y tomo su barbilla entre mis dedos y la beso.
Deja que la lleve hacia atrás y al sofá; mi mano se desliza por debajo de su
sudadera y descubre sus pechos desnudos esperándome. Gimo contra sus labios
mientras le acaricio el pezón y beso los pequeños jadeos de su boca hinchada.
—Nunca debí haberme ido esta mañana. Fue un error. —Se lo digo con las
bocas separadas por un centímetro—. No después de anoche.
Bajo a Lake al sofá y le bajo el chándal para poder acariciarla entre las piernas.
Ya está mojada, como si hubiera estado pensando en mí desde que se despertó esta
mañana. Sonrío mientras le muerdo el labio inferior, le acaricio el centro con un dedo
y me deleito con el suave y feliz estremecimiento de su cuerpo debajo de mí.
No, no puedo esperar.
Retiro la mano y Lake gime de frustración. Le bajo los pantalones de un tirón,
los tiro a un lado y me bajo los míos hasta medio muslo. Abre las piernas a mi
alrededor, una sobre el respaldo del sofá y la otra sobre el suelo. Mi propio pie se
apoya en el suyo para hacer palanca mientras la empujo, encantado de verla bajo el
sol de primera hora de la tarde.
La luz dorada se derrama sobre el hermoso cabello de Lake, convierte su piel
en crema, pinta sus labios de un rosa vibrante. Enrosco mis dedos en los suyos, tomo
su boca con los míos. Lake se muestra tan dulcemente entusiasmada cuando la toco
que quiero hacerlo más, besarla con cada empujón, tocarla, acariciarla y adorarla con
mis manos.
La inmovilizo de nuevo cuando empieza a correrse, y ella me devuelve el
empujón. Pero la miro a los ojos cuando lo hago, puedo ver cómo lucha por no
interrumpirlo. Con un gemido, empuja sus caderas con fuerza contra las mías,
apretándose tan firmemente a mi alrededor que no puedo moverme. Ella palpita
mientras grita, empujando contra mí. Y entonces todo su cuerpo se ablanda, se funde,
se amolda a mí.
—Sigue —susurra, rodeándome el cuello con los brazos.
No hace falta mucho, solo nosotros dos, perezosos, descuidados y preciosos
bajo el sol. Llego al clímax enterrado profundamente dentro de Lake, abrazándola
contra mí, escuchando el frenético latido de su corazón.
—Lo está dando todo. Por favor. Considéralo un trato hecho, ¿de acuerdo? —Sus
palabras a Joules vuelven a mí, y suspiro, aferrándome a ella un poco más fuerte.
Siento un placer perverso al oírla decir eso.
—Tengo que decirte algo —le susurro, levantándome para ponerme a cuatro
patas y apenas tocarla. Lake se sonroja mientras se acomoda sobre los codos. Es un
poco diferente, sin duda, hacer el amor a pleno sol. Puedo verlo todo: la tensión de
su rostro, de su cuello, sus ojos en blanco. Es mucho. Me pregunto qué le parezco a
ella.
—¿Vas a correrte y luego soltar esa horrible declaración mientras aún estamos
medio desnudos? —susurra, y yo me rio, bajando un poco la cabeza.
—No es tan malo, pero siento que empeora cuanto más tiempo paso sin decirlo.
Lake se zafa de mí y se cae al suelo. Sonrío mientras me incorporo y veo cómo
se levanta. Me encanta cómo se sube los pantalones de chándal, como si yo no le
estuviera chorreando por los muslos.
Mierda, me encanta.
Miro su expresión severa y me tomo mi tiempo para subirme los pantalones.
Dejo que la cintura se ajuste a mis caderas mientras me siento con las manos en los
muslos.
—Olvidé advertirte de que aquí hay cámaras de seguridad —le explico, pero
no lo entiende. Se limita a parpadear y luego se encoge de hombros.
—¿De acuerdo? —Ladea ligeramente la cabeza, con el cabello verde mar
despeinado de estar debajo de mí. Me estremezco y cierro los ojos brevemente. Todo
esto es nuevo para mí y, francamente, me cuesta no volver al sexo ahora mismo.
Me obligo a abrir los ojos, fuerzo a mi cuerpo a retroceder un minuto.
—Así que, recibí una alerta en mi teléfono de que había alguien aquí. Hice clic
porque, por qué no, y resulta que, eh... —Me paso la mano por la nuca, los labios
torcidos—. Bueno, vi algunas cosas.
Como tú, bailando y luego agarrándote el coño porque te lo he puesto dolorido
con la polla.
Miro a Lake a los ojos y veo con satisfacción que ahora se sonroja.
—¿Qué cosas? —susurra, acomodándose el cabello detrás de las orejas.
—Bueno. —Me pongo de pie frente a ella y cruzo los brazos—. ¿Vas a aceptar
su oferta o no? —Repito mis palabras de anoche y Lake gime. Pero aún no he
terminado—. No, patata celosa, no lo voy a hacer. ¿Sabes por qué? —Le doy una
palmadita en la cabeza y ella gime de agonía, poniéndose las manos sobre el rostro—
. Por qué, te lo diré. Porque estoy saliendo con la superestrella internacional Tam Eyre.
—Podrías haber parado en la primera línea y habría recibido tu mensaje alto y
claro.
—Lo sé —le digo, acariciándole el cabello hacia atrás e ignorando las señales
de mi cuerpo. Se me ha vuelto a poner dura. Ya la tengo—. Pero es más divertido si
lo cuento todo.
Me aparta la mano de un manotazo y duda.
—Oye, ¿puedo enseñarte algo?
Asiento y Lake me agarra de la muñeca, utilizando un extraño camino indirecto
para llegar a la lavandería. Su camino consiste en salir y atravesar uno de los porches
para llegar hasta allí. No sé exactamente por qué lo hacemos, pero me rio y disfruto
del largo trayecto.
—La mayoría de la gente no tiene cámaras de seguridad en su casa, Tam —me
informa mientras entra en la lavandería. Veo que ha terminado de secar y doblar las
prendas que metí en la lavadora antes de irme. Es adorable. Me encanta.
Me humedezco los labios y la miro. Haré todas las tareas si ella quiere. Me gusta
limpiar lo que ensucio porque así puedo estar solo cuando estoy aquí. Tengo muy
pocas semanas así al año, y las aprecio mucho. ¿Pero dividir las tareas así? Sienta bien
compartir algo tan mundano pero necesario.
—Lo sé, y lo siento. Lo bueno es que verte así me hizo desearte aún más.
Lake suelta mi muñeca y se da la vuelta, retrocediendo unos pasos.
—Bueno... eso está bien porque no tenía intención de actuar de forma diferente
a esa. Ver morir a Joe me hizo darme cuenta de que no tiene sentido perder el tiempo
fingiendo sobre quién eres. En fin. —Lake se da la vuelta como si no fuera a compartir
estas pequeñas partes profundas y personales sobre sí—. Mira esto. —Me entrega el
jersey color crema que he mancillado. Pero está limpio, bien doblado y calentito de
estar encima de la secadora.
Me lo pongo directamente por encima de la camiseta y envuelvo a Lake en los
brazos demasiado largos.
—Oh, qué bien —respira, enroscando los dedos contra la suave tela y cerrando
los ojos.
Nos quedamos allí unos minutos antes de que la suelte.
Supongo que todos tenían razón sobre el jersey, ¿eh?
—Muchos fans me han dicho que se morirían si les abrazara con esto puesto.
¿Es tan bonito como imaginan? —Me burlo de ella, pero su expresión es pensativa, y
veo ese pequeño hoyuelo en su mejilla derecha cuando sonríe. Me cruzo de brazos
mientras espero su respuesta.
—Me gusta el jersey, pero prefiero el jersey quitado.
—Mm. —Doy otro paso hacia ella, de modo que estamos codo con codo—.
¿Supongo que lo pasaste bien anoche?
—Uno supondría, teniendo en cuenta el sofá hace un momento... —Se
interrumpe, girando la cabeza ligeramente hacia un lado.
—No estoy aquí para suposiciones, Lakelynn Frost. —Le doy un golpecito en la
barbilla con un solo dedo, y ella se vuelve de nuevo hacia mí—. Dime.
—Tam Eyre... —Su voz se quiebra y la atraigo hacia mí para volver a besarla.
Jadea contra mi boca cuando me alejo para respirar—. ¿Estás libre esta noche?
—Por supuesto —le aseguro, porque le he dicho a Jacob que si me molesta en
las próximas setenta y dos horas, esta vez lo despediré de verdad. Mi lengua recorre
el labio inferior de Lake y ella me aprieta, buscando más. Retrocedo y se pone de
puntillas, tratando de alcanzarme. Exhalo y le aprieto el cabello, metiéndole la lengua
en la boca mientras se agarra a la parte delantera de mi jersey. Su mano se desliza
entre nosotros y me abraza a través de los joggers rosa pálido que llevo puestos.
He tenido en cuenta todo... excepto a mi madre.
—¡Thomas! —La oigo llamarme y me quedo helado. Lake se sobresalta y le
suelto el cabello justo a tiempo para evitar que se lo arranque.
—Es mi madre —le explico, pero creo que Lake ya lo sabía y quizá su reacción
sea consecuencia de ese conocimiento. Mi madre no se mostró precisamente cariñosa
con ella en aquella reunión. Probablemente porque sabía dónde estaba mi corazón
antes que yo.
Ella no sabe que he roto con Kaycee todavía. Va a odiar eso.
Lake se sonroja y se lleva una mano al bajo vientre.
—¿Puedo cambiarme aquí rápidamente? —susurra, señalando la ropa doblada
detrás de ella. Ahí está el mono que me quité. Las bragas mojadas con mi semen. Los
tontos calcetines de boba que le quité de los pies por la mañana, apenas resistiendo
el impulso de besarla en la parte superior del pie.
—Hay un baño justo ahí. —Señalo la esquina y Lake me mira.
—Pensé que era un armario de almacenamiento. ¿Cómo es que hay un baño en
tu lavadero? ¿Tiene sentido?
Intento amortiguar la risa con mi jersey, para que mi madre no nos encuentre
aquí dentro antes de que Lake esté lista, pero me hace demasiada gracia.
—Tam, ¿en serio? He contado once baños en lo que va de día.
—Hay veinte baños —le digo, todavía riendo, y ella se me queda mirando.
—Sir Tom, ¿por qué diablos necesitaría veinte baños?
Le doy una palmada en la cabeza y vuelvo a señalar con el dedo. Me gusta la
forma en que la larga manga color crema del jersey cae dramáticamente sobre mi
mano y mis dedos. Lo recordaré para un futuro vídeo musical. Lake parece cautivada.
Muevo los dedos hacia la puerta del baño.
—¿Tal vez hay veinte baños exactamente para situaciones como esta? Será
mejor que te des prisa, o voy a presentar a mi nueva novia a mi madre con... —No
tengo que decirlo. Ambos lo sabemos.
Lake recoge su ropa y se va mientras la sigo. Me mira, pero solo he venido a
lavarme las manos rápidamente. Le guiño un ojo mientras me las seco en una toalla y
salgo del cuarto de baño y de la lavandería.
Justo a tiempo, además.
Mi madre frunce el ceño y camina hacia mí con decisión. Se ha quitado los
zapatos, pero eso no disminuye la poderosa figura que luce con pantalones azul
marino, una chaqueta holgada y una blusa crema.
—Hola, mamá. —La rodeo con los brazos, pero no demasiado, no tanto como
suelo hacerlo. Ella se da cuenta y sospecha de inmediato.
—¿Lo has visto entonces? —me pregunta amablemente, pero yo me limito a
ladear la cabeza. No tengo ni idea de lo que está hablando—. Mierda, Tam. Cariño,
no es bueno.
Cruzo los brazos y espero.
Lake sale de la lavandería muy guapa con su mono y una camiseta que me
recuerda a nuestro primer beso. Ya está sonriendo, pero hay en ella una tensión
nerviosa que no estoy seguro de haber visto nunca. Levanto las comisuras de los
labios. Quiere causar una buena impresión a Elena.
—Mamá —empiezo, sin saber por qué tiene esa expresión. ¿He visto qué? Pero
presentar a Lake es más importante que indagar en cualquier estúpido vídeo que se
haya hecho viral. Yo, meando. Yo, vomitando y desmayándome. ¿Qué podría ser
ahora? Ni siquiera sé si me importa—. Elena. Esta es Lakelynn Frost, mi nueva novia.
Mi madre guarda un extraño silencio y luego me pasa su teléfono con un vídeo
de TikTok en cola y esperando. Lake se inclina hacia mí para verlo también.
El pie de foto dice: Tam Eyre actúa para su amante en una tienda de té. Ajá.
Ahí estoy, bailando en una rayuela para la prima de Lake. Mi novia se tapa la boca
con ambas manos, retrocede y se da la vuelta. Parece que va a vomitar.
—Se pone peor. —La mirada de mi madre se desliza de mí a Lake, y puedo ver
ese brillo calculador en sus ojos que conozco tan bien. Despiadada. Cruel. Elena me
quita el teléfono y busca otro vídeo—. Interesante coincidencia, tu nueva novia y este
vídeo.
Miro a mi madre, pero ella niega y me devuelve el teléfono.
Lo tomo. Pulso el play. Lake se da la vuelta justo a tiempo para ver lo que
aparece en la pantalla.
Aquí estamos. Ella, con una camiseta demasiado grande. Yo, sin camiseta. Mis
manos están en su cintura, nuestras frentes están juntas. Puedo ver en mis ojos la
expresión que Lake debe haber experimentado. Ahí parezco un hombre
desesperado.
—¿Me dejarías follarte, Lakelynn? —Me oigo preguntar, voz profunda y ronca y
cálida.
Treinta y dos millones de visitas.
CAPÍTULO CUARENTA Y
NUEVE
LAKE
Quedan 52 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—Mis disculpas, pero voy a robar a Tam por un tiempo. —Elena me mira con
dureza, como si sospechara que tengo algo que ver con los vídeos filtrados. Puede
que yo no haya hecho nada, pero alguien de mi familia sí. Tengo náuseas, me mareo
por la traición y el miedo.
Porque Tam no es feliz.
Su mano se aferra al teléfono como una garra. Tiene el borde del labio fruncido
en una mueca de disgusto. Es furia helada y mezquindad de estrella del pop, y no es
una combinación segura para mí. Si Tam me echa de su casa, de su vida, se acabó.
Cincuenta y dos tés de burbujas y una tumba fría.
Tam aparta su atención del teléfono y se acerca a mí. Nuestras miradas se
cruzan y veo que se debate entre una mezcla de emociones. ¿Qué puedo hacer aquí
sino disculparme? Le aseguré que estaría seguro conmigo y con mi familia. Le animé
a ser vulnerable conmigo. Alguien en quien confiaba nos traicionó a ambos e hizo
realidad sus peores temores.
—Lo siento... —empiezo, pero Tam aprieta los dientes y me interrumpe.
—Dame tu teléfono, Lake. —Me tiende la mano y dudo. ¿Mi teléfono? ¿Para qué
necesita mi teléfono? Pienso en todas las formas en que Tam me ha puesto a prueba
en el pasado y me doy cuenta de que esta es otra. Quiere ver si tengo los vídeos en
el teléfono, si hay alguna prueba de que los haya subido.
Me duele. Duele tanto que ya no confía en mí. ¿Pero por qué demonios debería?
Confiaba en mi juicio, y mi juicio era malo. Cuando me tiende la mano, le doy el
teléfono sin rechistar.
—El director general me llamó personalmente —continúa Elena, cruzándose de
brazos. Qué manera de conocer a la madre de mi novio. Toda la tarde bañada por el
sol está arruinada. Y ahí está Tam, con el jersey que con tanto cuidado traté y lavé
para él. Aún puedo saborearlo en mis labios, puedo sentirlo entre mis muslos. ¿Ver
su expresión tan fría como está? Qué golpe—. Internet te llama tramposo, y a ella la
llaman....
—Basta —gruñe Tam, deslizando mi teléfono y el de su madre en su bolsillo—.
No te atrevas a decir una palabra.
—Tam, yo... —Alargo una mano hacia la manga de su jersey.
—Si necesitas un teléfono... —empieza, con voz mesurada. Acabo dejando caer
la mano a mi lado. No me parece la mejor idea tocarlo mientras está de ese humor.
Recuerdo claramente el incidente de la mamada—. Hay uno en mi despacho. El
portátil también.
—Thomas —empieza Elena, pero él pasa a su lado y se aleja por el pasillo a una
velocidad que yo no podría seguir a menos que corriera tras él. ¿Debería? ¿Debo
perseguirlo ahora mismo, haciendo todo lo posible por explicarle las cosas? Elena y
yo intercambiamos una larga mirada, pero no tengo ni idea de qué decirle para
ayudar.
—Lo siento —repito, pero ella se da la vuelta y sigue a su hijo por el pasillo.

—¡Tenía que ser Chloe! —Lynn habla por teléfono en voz baja, como si quisiera
tener una conversación conmigo en la que nadie más pudiera oírla. Tal vez porque
estamos teniendo una terrible, horrible discusión que ninguna de los dos quiere
tener.
Alguien de mi familia filtró vídeos privados míos y de Tam.
La primera fue filmada en el pasillo del segundo piso. Hago lo posible por
recordar quién podría haber estado allí en ese momento, pero no lo consigo.
Obviamente, tuvo que ser alguien que estaba en la tetería con nosotros, para que
subieran los dos vídeos.
Eso deja a Lynn, María, Luna, Ella... y Chloe.
Chloe, a quien conozco desde preescolar. Chloe, que se sentó conmigo cada
noche durante dos semanas después de la muerte de Joe. Chloe, a quien confié algo
que podía poner en peligro mi vida.
Porque si Tam se lo toma a mal, estoy jodida.
En todo momento, su mayor temor era ser utilizado, ser exhibido, manipulado
y engañado.
¿Y esto? Es exactamente por lo que estaba tan nervioso. Se dejó llevar y se
entregó completamente a mí, ¿y así es como se lo pago?
Por la forma en que su madre me miraba, me di cuenta de que quería un minuto
a solas con él. Por la forma en que Tam miraba a todos y a todo, pensé que tal vez
necesitaba un siglo para calmarse. Subí las escaleras y esperé en su dormitorio
durante una o dos horas.
Cuando bajé a ver cómo estaban, ya no estaban.
La casa está vacía.
Así que aquí estoy, sentada en el borde de la mesa de Tam, sin saber si seguiré
siendo bienvenida aquí, haciendo llamadas a casa. Afortunadamente, soy de una
época pasada. Memorizo los números de teléfono importantes en mi vida.
—Chloe —empiezo, pero no me atrevo a decirlo. Si ella realmente hizo esto,
entonces puso mi vida en riesgo. Esta podría ser la razón por la que Tam y yo no
podemos romper la maldición. ¿Y para qué? ¿Qué sacó ella publicando esos
videos?—. Oh, joder, Lynn. Oh, joder.
—Lake, no quiero asustarte, pero se está volviendo mega-viral.
—¿Qué dice la gente? —pregunto, pero luego desearía no haberlo hecho
porque puedo adivinarlo.
—Que Tam está engañando a Kaycee, que eres una... —Ella no puede decirlo,
pero ambas lo sabemos. Nada bueno—. ¿Has intentado llamar a Chloe? Lo hice, pero
no contesta. Si piensas en cómo se grabó el vídeo del baile, solo pudo ser ella o María.
Y, vamos. —Lynn se burla—. No fue María.
Mi prima me ama, pero quiere más a mi madre. Nunca haría algo así y se
arriesgaría a arruinar la relación con su tía.
Así que Lynn tiene razón.
Tuvo que ser Chloe.
—La llamaré —digo, y puedo oír el roce del rostro de Lynn contra el teléfono
mientras asiente. Sonrío—. Te amo, Lynn. Luego hablamos.
—Te amo, Lake. Mantenme informada.
Cuelgo primero, marco el número de Chloe y espero. Espero. Espero. La llamo
por segunda vez y me salta el buzón de voz. Con un suspiro, intento enviarle un
mensaje desde el portátil de Tam. Copio y pego el mismo mensaje en todas las redes
sociales que frecuenta Chloe.
Necesito hablar contigo. Por favor, ponte en contacto conmigo lo antes posible.
El hecho de que no atienda, de que no responda cuando ambas sabemos que
es adicta a su teléfono, es preocupante. Eso es lo que me hace sentir culpable.
Me retiro al dormitorio de Tam, me tumbo en el colchón y me arrimo a las
almohadas.
Tam en el sofá, fuerte y seguro sobre mí. Haciendo que me corra. Dejándome
arrastrarle por la muñeca. Llevando el suéter que se metió en mis caderas.
Me pongo de lado y cierro los ojos.
Si estoy en su cama, entonces no puede evitarme para siempre.

Quedan 51 bobas hasta que muramos los dos...


Cuando me despierto por la mañana, Tam no está conmigo en la cama.
Estoy sola, pero sigo en su casa. Es una buena señal, ¿no? No puede estar tan
enfadado conmigo. Me apresuro a volver a la oficina, usando el portátil para
comprobar mis mensajes. Nada de Tam ni de Chloe, pero sí muchos del resto de mi
familia.
A saber, de...
—Ahí estás, joder. —Es Joules, abriendo las puertas con el ceño fruncido—.
Lakelynn, ¿qué demonios? Te pido que me mandes mensajes dos veces al día, y luego
pasa algo como esto, y no me llamas ni una vez.
—Tam me quitó el móvil —murmuro a la defensiva, girándome en la silla para
mirar a mi hermano. Tiene un hombro apoyado en la jamba de la puerta, los brazos
cruzados y el ceño fruncido—. Siento haberte dicho que no te preocuparas por nada.
Sin embargo, aquí estás otra vez, por mi culpa.
Mi hermano se ablanda un poco. Pero solo un poco.
—¿Dónde está? —exige Joules, pero yo me limito a sacudir la cabeza. Tenía el
número de Tam guardado en la nube, así que pude recuperarlo de su portátil. No
puedo ponerme en contacto con él. Mis llamadas van directamente al buzón de voz.
—No tengo ni idea. No contesta a mis mensajes. —Golpeo con los dedos el
borde del escritorio—. Joules, esto es realmente malo. Tam es una persona súper
reservada, y ahora esa imagen de él y yo ha salido a la luz y... ¿Qué pasa con Kaycee?
¿Está bien? —Me siento fatal porque acabo de pensar en las implicaciones para ella.
¿No va a parecer que Tam Eyre la engañó con una don nadie de Arkansas?
—Kaycee está bien. ¿No viste que ella y Tam sacaron un comunicado de prensa
conjunto? —Joules levanta una ceja mientras se acerca para colocarse frente a mí,
mostrando la pantalla de su teléfono.
Tam y Kaycee: Ambos encontramos el amor pero teníamos un contrato.
Oh.
Santo cielo.
¿Amor?
Le arrebato el teléfono a Joules y me desplazo rápidamente por el artículo. Hay
un vídeo que lo acompaña, pero Joules me lo roba antes de que pueda hacer clic en
él.
—¿Has visto todo esto? —me pregunta, y entonces me enseña todos los vídeos
que han ido apareciendo desde ayer. Vídeos de Tam besándome en Japantown,
vídeos de nosotros tomando boba de menta y helado de té tailandés en Portland, un
rápido fragmento de metraje antes de que se cierre la puerta del todoterreno y Tam
me tenga en su regazo—. ¿Crees que ese bastardo hizo alguna de estas cosas por
accidente? Sabía que la gente le vería.
Entrecierro los ojos ante el teléfono mientras pienso en ello.
Joules tiene razón.
En cuanto el público se enteró de que Tam estaba con la chica pecosa de
cabello verde, estas cosas empezaron a subirse a la red y a prestarse atención. Tam
anticiparía eso, ¿no? Apuesto a que lo hizo.
Sigo atascada en lo primero que me enseñó Joules.
Uso el portátil para buscar el artículo original y pulso play en el vídeo. Ahí está
Tam, sonriendo de esa manera beatífica suya, todavía con el jersey que me dejó y que
yo lavé. Me muevo un poco en la silla cuando se inclina hacia delante para hablar por
el micrófono. Kaycee está sentada a su lado, con los brazos cruzados sobre el pecho
y un aspecto no tan agradable como de costumbre. Sus ojos se entrecierran hasta
convertirse en rendijas y mira al público con una irritación que no disimula.
—Teníamos planeado un comunicado de prensa, pero... la vida pasa. —Tam se
ríe entre dientes y se aparta el cabello de color fresa de la frente. Los flashes
plateados le salpican mientras la gente le hace fotos—. Kaycee y yo estamos
manteniendo relaciones diferentes, pero podemos asegurar a nuestros fans que esto
no afectará a nuestras actuaciones juntos. Pedimos disculpas por no poner nuestra
música y nuestros fans en primer lugar...
Joules espera pacientemente, pero es un montón de ensalada de palabras y
poco valor. No importa. La prensa se traga las palabras que salen de la boca de Tam.
Kaycee añade sus pensamientos en tonos cortos y recortados, frunciendo sus labios
pintados de fucsia de una forma que sé que le gusta a Joules. Suspira extrañado desde
su lugar en la puerta.
—Nosotros también somos humanos —dice Kaycee, mirando fijamente a los
periodistas e influencers y superfans como si la estuvieran defraudando al darle tanta
importancia—. Por favor, respeten nuestra privacidad hasta que estemos preparados
para revelar más. Tam, en particular, ha visto violada su privacidad más de una vez.
Haz tu parte denunciando el vídeo cuando lo veas, y no participando en una guerra
sobre una chica inocente de la que no sabes nada.
—Las fuentes dicen que la chica se llama Lakelynn Frost, una estudiante
universitaria de Alabama —dice alguien, y Tam tuerce la boca. Sus manos se cierran
en puños sobre la mesa. Está enfadado, pero hace todo lo posible por ocultar sus
emociones. Dios, no le culpo.
Chloe, ¿cómo has podido hacerme esto? pienso, segura de que ha sido ella. Si
no lo hubiera sido, me habría devuelto la llamada o al menos me habría enviado un
mensaje. Este silencio de radio es... muy revelador. Mi corazón se agita un poco, se
rompe en pedazos que chirrían entre sí cuando me muevo. Ser traicionado por
alguien en quien confías es la peor sensación del mundo. Es casi peor que verlos
morir, porque significa que la persona que creías que eran nunca existió en realidad.
Ojalá Joe estuviera aquí.
—Es de Arkansas —corrige Tam, y luego se levanta con una sonrisa forzada—.
Muchas gracias por acompañarnos. Hablaremos pronto, ¿de acuerdo? —Hace un
corazoncito con los dedos contra la mejilla, guiña un ojo de forma sugerente y sale
del escenario. Kaycee no le va muy a la zaga.
Se publicó ayer por la tarde. ¿Dónde está? Me gustaría que me dejara hablar
con él, pero puedo entender por qué podría necesitar un minuto para sí mismo.
¿Quizás se quedó en un hotel para tener algo de espacio? ¿Quizás Tam está aquí en la
casa y yo no lo sé porque es tan cavernosa?
—Mamá y papá han dicho que hay periodistas fuera, pero el tío Rob les ha
rociado con la manguera y han retrocedido un poco. —Joules se encoge de hombros,
como si no fuera gran cosa—. Así que fue uno de tus amigos de mierda, ¿no? Te dije
que no los trajeras con nosotros.
—Chloe —susurro, cerrando los ojos contra el cuchillo en mi espalda—. Fue
Chloe.
Joules se burla, pero oigo pasos mientras se acerca a la cama y me envuelve en
sus fuertes brazos.
—Lo siento, Canoa —me dice, interviniendo una vez más para arreglar una
situación de mierda. Le dije que Tam y yo podíamos hacer esto juntos, de la mejor
manera posible, y que ahora mismo no le necesitaba. Mira dónde estamos—. ¿Tam se
largó y no lo has visto desde ayer? —Asiento, con la mejilla aplastada contra el torso
de Joules—. Vamos entonces. Me toca cocinar para ti.
Joules me tira de la cama y me suelta la mano. A diferencia de mí, no parece
tener problemas para llegar directamente a la cocina, y no tiene que atravesar patios
al azar para llegar hasta allí. Exhalo un pequeño suspiro cuando veo el feo sofá
modular donde Tam me tenía inmovilizada y deseosa ayer mismo. ¿Cómo ha podido
pasar algo así? Fui tan cuidadosa. Lo perseguí con tanto puto cuidado.
Me froto el rostro, me invade una sensación de miedo que sé que tengo que
aceptar.
Tam y yo tenemos menos de dos meses para romper la maldición. Eso es todo.
Y ahora, tenemos un obstáculo más allá de la simple y básica matemática de dos
personas conociéndose. Chloe me ha puesto una piedra en el camino y no sé cómo
sortearla.
—Podríamos morir, Joules —susurro, quedándome ahí parada mientras él
empieza a rebuscar en la nevera. Se queda muy quieto y me mira por la puerta. Es un
gran frigorífico comercial con capacidad para más comida de la que podría necesitar
una persona. Está bien surtido de cosas que sé que Tam no puede comer
habitualmente. ¿Hizo que uno de sus asistentes comprara toda esta comida para mí?—
. Tam y yo, podríamos morir de verdad.
Joules cierra la nevera, y se me pasa por la cabeza lo raro que es que la cocina
esté limpia. Ayer la dejé hecha un desastre, con la intención de volver y limpiar
después de que Tam y yo hubiéramos... Entonces, ¿sí al equipo de limpieza? Ni
siquiera me importa en este momento. Irrelevante.
Me froto las sienes y cierro los ojos.
—Lake... —Es mi hermano, con la voz quebrada y llena de miedo. Pero
entonces deja de hablar y oigo otro ruido. Abro los ojos y veo a Tam, que usa la manga
larga de su sudadera para abrir la puerta de cristal que da a la cocina.
Se quita los zapatos de una patada y se queda mirando entre los dos.
No puedo moverme. No puedo respirar. No sé qué decirle excepto...
—Tam, lo siento mucho —susurro, y sus ojos verdes se abren ligeramente.
Camino un poco demasiado deprisa y luego corro, rodeándole la cintura con los
brazos y apretándole con toda mi sinceridad. Tal vez, si soy lo más sincera posible
con él, no se enfade demasiado conmigo.
—Lakelynn —empieza, agachándose para cogerme los brazos.
—Estaré fuera —gruñe Joules, y puedo oírle pisar fuerte a su manera—. Justo
fuera. Si la cagas, acabaré antes con la maldición solo por el placer de verte
retorcerte.
La puerta de cristal se cierra de golpe al salir, y Tam por fin me agarra bien de
los brazos.
—Lake, para, para, para —dice, y cuando me empuja, me suelto. Me sujeta por
los antebrazos, todavía con ese estúpido jersey, el cabello rosa en un caótico remolino
alrededor de su atractivo rostro. Tiene los labios entreabiertos y los ojos muy
abiertos—. ¿Qué haces?
Tam se inclina para mirarme, y todo me sale a borbotones.
—Lo siento mucho —le digo, pensando en ese momento íntimo en el pasillo, el
que ahora ya no nos pertenece solo a nosotros dos. El mundo se ha apoderado de eso
y lo odio. Quizá sea una suerte que Chloe no esté por aquí, porque no sé si sería capaz
de contenerme. ¿Cómo podría hacerme algo así, con o sin la maldición? Miro a Tam
a los ojos y le digo la verdad—. No lo sabía... No puedo creer que Chloe lo hiciera...
Nos conocemos desde preescolar.
—Lakelynn. —Tam me agarra fuerte de los antebrazos, con voz firme—. Lo que
quería decir era: ¿por qué te disculpas conmigo por algo que no has hecho?
Me quedo mirándole, total y absolutamente confusa.
—Espera, ¿no estás enfadado? —pregunto, y Tam esboza una sonrisa ladeada.
Levanta una mano y me pasa el pulgar por debajo del ojo. Puede que se me haya
escapado una lágrima, pero no lo admito.
—¿Enfadado? Oh, sí que estoy enfadado. Lo que pasó entre nosotros en el
pasillo aquel día era cosa tuya y mía. —Aprieta la mandíbula, pero se obliga a
relajarse y me aparta el cabello del rostro—. Además, no es así como quería que se
supiera la noticia de nuestra relación. Lo que no entiendo es por qué crees que estoy
enfadado contigo.
—Yo... —Las palabras me fallan por un momento. Me alejo un poco de Tam,
solo para tener el espacio que necesito para pensar. Cuando él está en mi espacio,
me olvido de todo menos de él—. Creía que estabas... Bueno, supongo que estaba
aquí sentada esperando a que me echaras de tu casa. —Suelto una pequeña
carcajada, frotándome la nuca como hace Tam a veces.
—Echarte... —Tam se calla y alzo la vista para ver el horror que se dibuja en su
rostro—. ¿Has estado aquí pensando que te iba a echar? —Parpadea rápidamente,
como si estuviera tan confundido como yo—. ¿No recibiste mis notas? ¿O el teléfono
nuevo que te dejé?
—No recibí ninguna nota —admito, preguntándome por qué no llamó al
teléfono fijo para hablar conmigo. O... ¿quizá lo hizo y yo no lo oí sonar mientras
dormía? Solo hay un teléfono en la oficina, que yo sepa.
—Lake, nuestros números de teléfono se filtraron junto con los vídeos. Te dejé
un teléfono nuevo en el mostrador con una nota. Yo... Mierda. —Ahora es Tam el que
se frota la nuca, y casi sonrío al verlo—. ¿Llevas aquí sentada desde, qué, ayer,
pensando que te iba a echar de mi vida? No me jodas. —Tam escupe esas dos últimas
palabras, pero ya no me mira. Creo que por fin se ha dado cuenta de que Joules está
apoyado contra una de las paredes de cristal del exterior, esperando—. ¿Dejé a mi
novia sola, asustada y preocupada durante dos días? —Parece sorprendido de que
esto esté ocurriendo, lo que considero positivo.
—Confiaste en mí, Tam. Viniste a conocer a mis amigos aunque sabías que
probablemente era una mala idea. Bailaste para ellos. Viniste a mi casa y me
desnudaste tu corazón, y ahora... —Hago un gesto con una de mis manos—. ¿Y tu
número de teléfono? ¿Cómo consiguió Chloe tu...? —Chloe tuvo muchas
oportunidades de hacerlo. Dejo que mis amigos y familiares toquen y usen mi teléfono
según sea necesario, sin hacer preguntas de ningún tipo—. De todos modos, eso es
lo que era. Mi amiga, Chloe. —Se me corta un poco la respiración, pero tengo que
ocuparme de Tam antes de ocuparme de Chloe.
—Lakelynn, Canoa, Kayak, Paddle Boat... escúchame. Tenemos un montón de
malentendidos sucediendo en este momento, pero necesito que entiendas una cosa
primero. Voy a dejarlo perfectamente claro, ¿de acuerdo? —Tam frota ahora sus
pulgares sobre mis dos mejillas—. Ya hemos pasado el punto de que haga algo tan
estúpido como echarte por capricho. —Exhala, casi como si le doliera—. Sé cómo te
traté en la casa de alquiler. Sé que estuvo mal. Lo sé. Pero tú y yo...
Pongo mis manos sobre las suyas, presionándolas a los lados de mi rostro. Mi
corazón salta y tartamudea como un disco rayado. No interrumpo a Tam. Espero
pacientemente su confesión.
—Tú y yo somos algo ahora, Lake. Estamos... juntos. —Tam suena sin aliento,
un poco excitado, un poco frustrado también—. No esperé veintisiete años para
acostarme con una chica y luego echarla porque su amiga le rompió el corazón. Puedo
verlo en tu rostro, así que no me mientas. Estás disgustada. Por eso te he preguntado:
¿por qué me pides perdón? Cariño, tienes el corazón roto.
Cariño. ¿Acaba de llamarme cariño? ¿Me gustó? Ah, sí.
—Confiaste en mí, y yo... —Parece que no puedo ordenar mis pensamientos.
Están por todas partes—. Chloe sabe sobre la maldición. Podría habernos matado a
los dos.
—Tal vez, si esto hubiera ocurrido al principio. —Tam saca suavemente sus
manos de debajo de las mías y saca el móvil del bolsillo. Toca un mensaje y oigo otro
teléfono que zumba en la encimera. Tam lo toma y me lo entrega.
Lo levanto para ver que me he perdido un montón de mensajes de un contacto
llamado Mean Spirit.
Ahora me gusta aún más este jersey.
Me lo pondré en el comunicado de prensa y solo tú y yo sabremos que casi
le prendo fuego.
Corrección: solo tú y yo sabremos que hicimos un trío con él.
A continuación, Tam se hace un adorable selfie y yo aprieto mi nuevo teléfono
contra el pecho.
Uy.
—¿Notas? —exclamo, y él me responde con una sonrisa tan bonita y descarada
que me tiemblan las piernas.
—Pegué una en la puerta de la habitación antes de salir de casa. Pensé que
estabas alterada y necesitabas un minuto, y sabía que mi madre te estaba poniendo
nerviosa. —Chasquea los dedos—. Ah, y también dejé otra en la mesita de noche esta
mañana.
—¿Qué te dije de darme espacio? —susurro, y Tam se humedece los labios,
inclinando su cuerpo hacia mí de tal manera que no puedo evitar captar el mensaje.
Le gusto. Mucho—. Además, ¿esta mañana?
Tam agarra su teléfono, navega hasta lo que está buscando y me lo tiende. Lo
tomo con cautela, pero no necesito ninguna prueba. Me bastan sus palabras. Si dice
que estuvo aquí, le creo. Aun así, miro el vídeo. Veo a Tam entrar en su habitación y
hacer una pausa. Le veo acercarse a mí y mirar fijamente mi rostro dormido con una
expresión amable. Se mete en la cama a mi lado, me pasa un brazo por la cintura y se
queda dormido.
Arrastro la barra de la parte inferior del vídeo hasta que veo entrar a Jacob para
despertar a Tam. Me besa en la frente, escribe otra nota y vuelve a marcharse.
Ah.
Así que... levanto la vista de repente.
—¿Has limpiado la cocina? —pregunto, y asiente, metiéndose las manos en los
bolsillos.
—Prefiero estar solo y limpiar mis propios desastres que tener a alguien en mi
casa en mis días libres. —Me sonríe, y el efecto es instantáneo e irreversible. Estoy
tan metida en Tam Eyre ahora mismo. Casi compruebo la marca de la maldición en
mi muñeca para ver si sigue ahí, pero no tengo que mirar para saber que sí. Pero
estamos cerca. Estamos muy cerca.
—Lo siento, yo... pensaba limpiar la cocina yo mismo.
—Lake, para. Sé que te hice trabajar por mi atención al principio, pero ahora
estamos en un lugar diferente. —Tam acepta el teléfono cuando se lo doy y se lo mete
en el bolsillo trasero. Dirige una mirada en dirección a Joules, pero mi hermano ya se
ha ido—. Dime la verdad: no estás bien, ¿verdad?
—Confié en ella —susurro, tan aliviada de que Tam no solo no esté enfadado
conmigo, sino que además esté aquí conmigo como confidente, alguien con quien
hablar, en quien apoyarme, en quien confiar—. Tam, ni en un millón de años habría
creído que sería capaz de algo así.
Me estudia con una resignación tan triste que me duele tanto por él como por
mí.
—¿Quién le hizo daño, Sir Tom? —había preguntado, pero ahora veo que no se
trata de una persona, sino de muchas. Las reacciones de Tam a mis insinuaciones no
se debían simplemente a que fuera un gruñón, sino a que cuando tocas la estufa con
la mano, te quemas. Y si sigues tocando, y sigues quemándote, por supuesto que no
vas a creer cuando alguien te diga que es seguro.
—Odio que te esté pasando esto —dice suavemente, presionando la lengua
contra el interior de la mejilla, pensativo—. Odio que estés viendo el mundo a través
de mis ojos. Me gustaba mucho más verlo a través de los tuyos. —Tam da un paso
hacia mí y vuelvo a rodearle la cintura con los brazos, con la mejilla apoyada en la
suavidad de su jersey. Me acaricia la espalda y me siento tan aliviada, tan completa.
Ayuda a enfriar el dolor venenoso que Chloe dejó en mi corazón—. Piénsalo así: me
has presentado a veintisiete de tus amigos más íntimos y a tu familia. —Tam se ríe
entre dientes, para que no le corrija y le diga que había treinta y una personas en la
barbacoa, sin incluirnos a él y a mí—. Y solo una manzana estaba mala. Son grandes
probabilidades. Mejores que las de la mayoría. Lo admito: llevaba todo el tiempo
esperando que pasara algo así.
Me acurruco en su pecho y él suelta un suspiro profundo y deseoso que me
hace pensar en otras cosas. Ahora que hemos introducido el sexo en nuestro acuerdo,
siempre parece ocupar el primer lugar en mi lista de prioridades.
—¿Por eso no te daba miedo besarme en público? —pregunto, hipnotizada por
la sensación de su mano recorriendo mi espalda—. ¿Sabías que al final todo saldría a
la luz?
—Esperaba que esos vídeos no se hicieran virales hasta después del
comunicado de prensa previsto, pero sí, lo sabía. Sabía que tan pronto como se
corriera la voz de que había estado pasando tiempo con una monada pecosa con el
cabello del color del cristal del mar, la gente se daría cuenta de que todos esos
avistamientos de quizás sea Tam-Eyre eran, de hecho, definitivamente avistamientos
de Tam-Eyre.
—No puedo creer que me hiciera eso. ¿Qué ganaba publicando esos vídeos en
primer lugar?
Tam suspira y se echa un poco hacia atrás para poder mirarme. Veo un porta
bebidas en la mesita que hay detrás de la ventana. Hay cuatro bobas dentro, y se me
tuerce la boca.
—A veces, la gente hace cosas de mierda sin razón. O diablos, tal vez tenía una
razón que tenía sentido para ella en ese momento. No lo sé. Todo lo que sé es esto: tú
no eres el malo por confiar en ella. Ella es la mala por abusar de tu confianza. Y
Lakelynn, tu confianza es valiosa. Veo que no la das fácilmente. —Tam se inclina y
esta vez me besa la inconfundible lágrima de la mejilla.
—Al parecer, se lo di a las treinta y una personas de la barbacoa familiar. —Me
hago sonreír, pero cae otra lágrima. Y luego otra. Chloe me ha hecho mucho daño,
aunque intente ser fuerte.
—Sí, y solo a una de esas personas se le ocurrió subir vídeos de nosotros juntos.
Solo una. Deberías estar orgullosa de tu círculo social, Lake. Es algo de ti que envidio,
algo que me gustaría tener. —Tam vuelve a besarme las mejillas, pero a estas alturas
solo roza con sus labios la sal porque hay demasiada.
—Suerte tuviste entonces de que nos emparejaran, ¿eh? —le digo, burlándome
de él. Tam no se lo toma así. Aprieta un poco los labios y asiente, como si estuviera
de acuerdo con esa afirmación.
—Tengo suerte. Tan jodidamente afortunado. —Duda un segundo—. Lake,
nunca terminaremos así como así, ¿de acuerdo? Si vamos por caminos separados,
espero una larga conversación y algo de pensamiento crítico.
Lo aprieto un poco más y él me da un beso en la cabeza.
He cambiado a Joules... por Tam.
Es un poco triste, pero se siente bien. Se siente genial.
—No puedo creer que Chloe me haya traicionado así —vuelvo a susurrar, y
Tam deja escapar un suave y triste suspiro.
—Maldición, Kayak, no puedes hacerme eso. Me estás rompiendo el corazón.
—Me hace retroceder un paso para poder mirarme a los ojos. ¿Y Kayak? Quiero que
me siga llamando así. O Jet Ski. O Yate. O cualquier chiste relacionado con el agua
que quiera hacer—. Tomemos algo de boba y hablemos de ello, ¿bien?
Asiento y Tam se inclina para darme un beso fuerte y caliente en la boca.
Gracias, Tam Eyre, por ser increíble.
Porque a nadie le gusta una ruptura en el tercer acto.
Saco el dedo corazón a la maldición y sigo a Tam fuera para sentarnos con los
pies en la piscina, tés de burbujas en las manos.
No nos movemos de ese sitio en horas.
CAPÍTULO CINCUENTA
JOULES
Quedan 52 bobas para que muera mi hermanita...
(el mismo día)

Entro en el dormitorio y me encuentro a Kaycee sentada en el borde de la cama,


con el cuerpo esbelto apoyado en las palmas de las manos. Me estaba esperando.
Sonrío al entrar y cierro la puerta tras de mí.
Algo en el día de hoy me hacía sentir cómodo, como si llegar para salvarle el
día a Lake fuera lo que se supone que debo hacer. Pero entonces Tam volvió, y no era
tan horrible como yo esperaba que fuera.
Me froto la barbilla, las imágenes de ella rodeándole con sus brazos inundan
mi cerebro.
Mi hermanita ya no me necesita, ¿verdad?
De verdad, en este punto, no hay nada que pueda hacer para romper la
maldición.
—¿Estás bien? —pregunta Kaycee, su voz se suaviza un poco mientras se sienta
y planta la barbilla en un puño, esa boca pornográfica suya fruncida. Tengo que
apartar la mirada, pasándome una mano por el cabello. Ya le he contado mi mayor
secreto, ¿qué más da?
—La verdad es que no —admito, una confesión totalmente atípica. No cuento
mis problemas a la gente. Arreglo los problemas de los demás. Yo... Mierda—. Creo
que Lake ya no me necesita. —Sueno tan perdido cuando digo eso, pero Kaycee
cambia su expresión en una sonrisa gentil y comprensiva—. Sé que tiene veintitrés
años y que esto es normal. Debería estar en transición hacia su propio espacio,
conociendo gente nueva, creciendo.
Dejo caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos contra el dolor.
Crecer es triste y alegre a la vez. Lo peor es que ese viaje se interrumpa.
Mientras Lake sea feliz con Tam... yo también soy feliz. Estoy jodidamente feliz por
ella. Estoy tan malditamente feliz. Todo lo que quiero es que mi hermanita viva.
Joe, por favor. Si puedes oírme, pon todo tu amor y tu energía en Lake y Tam.
Ayúdales a romper la maldición, para que yo pueda morir en paz.
—Joules.
Abro los ojos y bajo la barbilla para encontrarme a Kaycee de pie frente a mí.
Me pone las palmas de las manos en el pecho, y parte de la tensión me abandona.
Desliza esa misma palma hacia arriba hasta apoyarla en un lado de mi cuello, y me
vengo abajo.
La rodeo con mis brazos y ella me devuelve el abrazo con un suave sonido de
felicidad. Desde aquella noche en Chinatown, no hemos parado de follar. ¿Pero
abrazarnos? Esto es un poco nuevo para nosotros. Bueno, es mucho nuevo para mí.
No he estado con muchas chicas a las que me apetezca abrazar.
—Fui corriendo a jugar al caballero blanco y ella no me necesitó. —Suelto una
carcajada suave y me acurruco contra el cabello perfumado de Kaycee. Siempre
huele bien, a melocotón y vainilla. Mejor es cuando me la follo y huele a nuestro sudor
combinado, a su excitación y a mi liberación. Uf.
—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? —susurra Kaycee, para nada molesta
por la tormenta de mierda mediática causada por ese vídeo. Cuando llegue a casa,
voy a pagar a mis primas para que le den una paliza a Chloe por mí. Qué hija de puta.
¿Cómo se atreve a traicionar así a mi hermana? Podría haberla matado. Si Tam se
comportaba tan irrazonablemente como al principio, lo habría hecho.
—Dímelo tú —murmuro, acompañando a Kaycee de nuevo hacia la cama.
Quiero sentir su piel desnuda contra la mía, recordar que no estoy solo en esto, que
tengo a alguien que sabe que la maldición también me ha golpeado a mí—. Eres más
lista que yo.
—¿Ah, sí? —bromea, pero vuelve a relajarse en la cama cuando la empujo
sobre ella, separando esos muslos tan sexys mientras me mira. Sus pestañas son
largas y oscuras, y sabe cómo manejarlas como un arma. Me agacho y abro el botón
de mis pantalones. Hoy necesito esto, perderme en el abrazo de Kaycee para
sentirme vivo. Primitivo. Humano—. Joules, espera —dice cuando alargo la mano para
ponerla en el interior de su rodilla.
Pero, oh. ¿Dice que espere? Los músculos de sus muslos tiemblan cuando
arrastro mis dedos hacia su coño.
Kaycee extiende su mano sobre la mía.
Nuestras miradas chocan y me humedezco los labios, sacándome la polla y
apretándola con la mano.
—¿Sí? —Arqueo una ceja, pero ambos sabemos que tenemos que hablar de
cosas serias.
—La de San Francisco fue mi última actuación con Tam. Tengo unos días en el
set para el drama de la próxima semana, y luego estoy fuera por el resto del mes. Más
tiempo, si lo pido. —Kaycee aprieta las rodillas y se inclina hacia mí. Casi no puedo
mirarla porque sé a dónde vamos con esto, y preferiría hablar de cualquier otra
cosa—. Joules, vayamos juntos a Arkansas. Encontremos a tu Pareja. Salvemos tu vida.
Ahora, ni siquiera sé si Kaycee realmente cree en la maldición. Le he dicho
todo lo que sé sobre ella. He compartido mi diario de la familia Frost con ella. He
compartido la unidad Cloud con los archivos cargados. Yo... le conté sobre Joe y
Marla. Pero me crea o no, actúa como si lo hiciera, y no puedo pedir nada más que
eso.
Dejo de frotarme la polla. De hecho, casi me ablando. Kaycee se da cuenta y se
acerca al borde de la cama, apartándome suavemente las manos para tomar el relevo.
Resoplo y cierro los ojos.
—Joules, vayamos juntos a Fayetteville. Tenemos tiempo.
Tenemos menos de ocho semanas. No es suficiente.
Pero... pero podría serlo.
Odio esta sensación de esperanza en mi pecho, como si pudiera vivir para ver
a Tam y Lake casarse y hacer bebés estrella del pop. Como si pudiera vivir para ver
si Kaycee es realmente la mujer que he estado esperando toda mi vida conocer. Como
si no fuera a morir en el suelo, jadeando, como Joe.
—Llévame a casa a conocer a tu familia —insiste Kaycee, y maldita sea, lo dice
mientras me agarra la polla con las manos. Me aprieta con fuerza, me da un tirón
posesivo que hace que se me encojan los labios y se me escape un gruñido. Pero
¿sabes lo que hace esta mujer? Desliza las puntas de sus afiladas uñas por mi polla y
me vuelvo loco.
Abro los ojos y la veo mirándome desafiante.
—Chúpamela y lo tendré en cuenta —me burlo. Ambos sabemos que voy a
ceder. Porque por mucho que finja que no me importa morir, sí me importa. Yo
también tengo miedo. Quiero quedarme con Lake, Kaycee y mis padres. Dios, mis
malditos padres. Tía Lisa y María y Lynn y tío Rob y mi abuela.
—Será mejor que no reniegues de este trato, Joules Frost —me advierte
Kaycee, soltándome la polla para agarrar una almohada. Doy un paso atrás, y ella la
tira al suelo delante de mí, poniéndose de rodillas con el cabello rubio cayéndole en
ondas sueltas alrededor de los hombros.
—Siento haberte engañado —me burlo, pero Kaycee no muerde el anzuelo.
Habla muy en serio.
Siento que se me pasa la borrachera, pero entonces ella vuelve a rodear mi
base con su bonita mano y me atraviesa el corazón. Perdido ante ella. Odio perder,
pero cuando se trata de KQ... Es un privilegio.
—No, Joules. No es una broma. Llévame a casa. Rompamos la maldición juntos.
—Olvidas que romper la maldición podría implicar que me folle a una madre
casada de tres hijos. —Definitivamente me estoy ablandando, pero Kaycee se ocupa
de eso moviendo su mano en sacacorchos a lo largo de mí. Se me escapa la
respiración y muevo las caderas en su agarre.
—Hay una posibilidad de romperlo platónicamente, ¿verdad? —Kaycee me
bombea una, dos veces. No estoy pensando en nada platónico en este momento. No
estoy pensando, punto. Probablemente por eso estoy de acuerdo con esta mierda—.
No puedes rendirte conmigo, Joules. No lo hagas.
Se inclina hacia delante y extiende sus labios rosa brillante sobre la cabeza de
mi polla. Kaycee me toma hasta que mi cresta golpea el fondo de su garganta.
—Mierda, sí —murmuro, dejando caer la cabeza hacia atrás y hundiendo los
dedos en su cabello. Kaycee es la versión femenina de mí, un personaje con el que
nunca esperé vibrar y mucho menos enamorarme. Ella toma lo que quiere cuando lo
quiere, y no es tímida al respecto.
Ataca mi polla con el mismo vigor, me rodea con sus labios rosados, tiene una
envidiable succión en la garganta que hace que mi pelvis gire contra su rostro. Le
follo la boca como si fuera su coño, y ella responde como si le excitara tanto como a
mí. Kaycee chupa con fuerza, sus labios me manchan de carmín fucsia, su lengua está
húmeda, caliente y deseosa. No es tímida en sus movimientos ni en sus ruidos, y me
lleva al borde del clímax antes de retirarse.
Jadeo por encima de ella mientras se pasa un brazo por la boca, manchándose
el carmín. Me mira desde unos grandes ojos castaños enmarcados en oscuras
pestañas rizadas.
—No voy a dejar que te sabotees a ti mismo, Joules. —Kaycee utiliza la cama
para ponerse en pie y, levantando ambas manos, me quita la camisa y me la pasa por
encima de la cabeza. Me envuelvo el puño en la polla, húmeda por su saliva, y me
pongo frenético mientras la veo desnudarse. Kaycee se pasa el jersey rosa por los
hombros y se quita la ajustada falda lápiz negra—. He apostado por ti y me niego a
enviudar tan joven.
—¿Viuda? —Me burlo, con voz áspera, ronca, desesperada. Podría pedirme
cualquier cosa ahora mismo y le concedería su deseo, incluso si su deseo es que vaya
detrás de una madre casada con tres hijos. Creía que la pareja de Lake era terrible,
pero la mío es peor. La mía es mucho peor—. Te estás adelantando un poco, ¿eh,
Kaycee Quinn?
—Podría tener al hombre que quisiera, y el hombre que quiero eres tú, Joules.
¿Vas a escupir sobre esa realidad o vas a abrazarla? —Kaycee levanta una ceja y se
baja los tirantes del sujetador, mostrando sus pechos pequeños y tensos, sus pezones
rosados y su respiración agitada. Cuando se quita las bragas, me pierdo.
—Lo estoy abrazando, KQ —le digo, jadeando entre caricias de mi puño por mi
polla lubricada—. Si sobrevivo a esto, te pondré un anillo en el dedo.
Me sonríe.
—Como si ese fuera el objetivo final. No te engañes, Joules. Todo lo que quiero
de esto es un trozo de felicidad, ¿de acuerdo? No tenemos que casarnos. —Kaycee,
completamente desnuda, se arrastra hasta su cama de Beverly Hills, se deja caer
sobre las almohadas y abre sus pálidos muslos para mí. Me dice algo en coreano que
no entiendo, pero que me vuelve loco.
Todo eso es genial. Todo eso es caliente como el infierno. Pero lo que es aún
más intenso es cuando me abre los brazos en un abrazo.
Antes de Kaycee, pero después de Joe, no tenía a nadie delante de quien
pudiera derrumbarme. Alguien con quien pudiera ser vulnerable. Ahora tengo eso,
y se siente tan temporal que simplemente me congelo donde estoy. Por una vez, no
soy un follador de sangre caliente con una sonrisa fácil y manos rápidas.
Solo soy... Joules.
—Dios, no me mires así, Joules, o yo... —Kaycee me hace un gesto y yo respiro
hondo. Me quito las botas, me bajo los pantalones y me meto en la cama con una
estrella del pop.
Sus largas uñas se deslizan por mi cabello, acariciándome el cuero cabelludo
y arrancándome sonidos que me dejan sin aliento y que no estoy seguro de haber
emitido nunca en mi vida.
—¿Cómo me haces esto? —susurro, besando su hombro, los finos huesos de
ave de sus clavículas, entre sus pechos turgentes—. Me dejas follarte la boca como
una niña mala, y luego me acurrucas en tu cama como un niño perdido.
Kaycee me acaricia el cabello mientras le beso el vientre, recorriendo los
músculos de su estómago con la lengua. Cuando llego a un punto que le gusta, se
contraen, con esa forma cóncava que memorizo en sus agudas inhalaciones. Mis
dientes agarran el anillo de su ombligo y le dan un tirón. Ella exhala, agitándome el
cabello mientras el sol de California baña la habitación con un halo dorado surrealista.
Es una tarde como cualquier otra, cincuenta y cuatro días antes de mi muerte.
—Yo no soy una chica y tú no eres un chico —murmura Kaycee sin dejar de
acariciarme. La miro y veo en su rostro una expresión de pura confianza, la misma
actitud de no te metas en líos que utilizó para abrirse camino hasta la cima de una
industria despiadada, llena de lobos y rodeada de curiosos que la juzgan.
Es una reina, una diosa, ¿y esa expresión? Me hace sentir que quizá tenga razón,
que podríamos romper esta maldición juntos si lo intentáramos. Es una falsa
esperanza, pero me aferro a ella porque quiero vivir desesperadamente. Por ella. Con
ella. Por ella.
—Podrías haberme engañado —me burlo, apretando los labios contra la suave
seda que hay sobre su clítoris. Kaycee no tiene vello del cuello para abajo. Tiene las
cejas afiladas y arqueadas sobre esos grandes ojos, las pestañas curvadas y espesas.
¿Pero ese halo de cabello ondulado alrededor de su rostro pálido y dicotómico? Eso
me mata.
Mitad ángel, mitad demonio.
Sonrío mientras me sonríe, me empuja por el cabello y trata de llevarme hacia
donde quiere que vaya.
—Soy una mujer, tu mujer. Tú eres un hombre, mi hombre. Y vamos a hacer de
esta maldición nuestra perra. ¿Me oyes?
—Sí, señora —respondo con una sonrisita, pero cuando intenta empujarme de
nuevo, me abalanzo sobre ella y la tomo en mis brazos. Los dos nos reímos mientras
me pongo un condón, la arrojo sobre una pequeña montaña de almohadas y le doy
un tirón a esa cabellera dorada para darle una buena y dura embestida.
Después, nos ponemos batas de seda, la mía es demasiado corta, rosa y
ridícula, y bajamos a la bañera de hidromasaje. KQ tiene champán, un televisor de
pared y un gusto exquisito en películas de terror.
Una estrella del pop y su guardaespaldas.
Qué cliché.
Semejante promesa de un felices para siempre.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
UNO
LAKE
Quedan 48 bobas hasta que muramos los dos...
—Espera, ¿te vas? —le pregunto a Joules por teléfono, de pie en la cocina de
Tam, mientras pienso qué tipo de tarta quiero hacer para su cumpleaños. Está fuera
de casa otra vez, haciendo solo Dios sabe qué. ¿Una entrevista, creo? Pero no estoy
segura.
Todo lo que sé es lo siguiente: me tiró un paquete al salir por la puerta y me
dijo que lo único que quería por su cumpleaños era a mí. Al abrir el paquete, encontré
el mismo delantal que llevaba en casa, el que me prestó Lynn. Es rosa y con volantes,
y pone Sra. Tam Eyre en la parte delantera.
Con las mejillas sonrojadas, me lo puse por la cabeza y aún lo llevo puesto.
Oye, Tam no me reprochó lo de Chloe. Y nos dejó sentarnos en su tejado para
ver los fuegos artificiales del 4 de julio hace unos días. Mi primer 4 de Julio fuera de
casa. El segundo sin Joe. Tam ha sido genial, así que si quiere que lleve un delantal
por su cumpleaños...
—Kaycee quiere conocer a mamá. ¿Qué otra cosa voy a hacer? —pregunta
Joules, y su voz suena ronca y complacida al mismo tiempo. O tengo razón y Kaycee
es su pareja o simplemente se ha enamorado de ella. Espero que sean las dos cosas,
y que no haya algo más sobre lo que me esté mintiendo—. Además, te vi con Tam el
otro día. ¿Estás segura de que la maldición no se ha roto todavía?
Levanto la muñeca izquierda para inspeccionarla, pero ahí está, en todo su
esplendor manchado de rojo. La marca de la maldición me mira fijamente, con un
brillo dorado en el borde que desafía mi relación con Tam.
A pesar de sus reservas y sus temores, no vino por mí cuando se filtró el vídeo.
No me culpó por ello. En lugar de eso, me abrazó y me consoló, me dejó dormir en
sus brazos en su cama sin esperar nada a cambio. Ni siquiera tuvimos sexo esa noche,
aunque el sexo es prácticamente todo en lo que puedo pensar ahora mismo.
Tam. Solo quiero que Tam venga a casa para enseñarle este delantal y la tarta
que estoy a punto de hacer. Es decir, tan pronto como me comprometa con el proceso
de cocción real. Je.
—Estupendo, Joules —le digo, aunque la idea de que se vaya a casa, a
Arkansas, me hace sentir un poco sola. Mi primer pensamiento es: No puedo
quedarme sola en Los Ángeles. Pero entonces, mi cerebro se redirige inmediatamente
a Tam, y ya no me siento así. Las cosas están cambiando en mi vida, y no sé cómo
procesarlas todas—. ¿Cuándo te vas?
—Último día del rodaje del drama de Kaycee —confirma Joules—. Bueno, el día
después. Vamos a subirnos al todoterreno y empezar a conducir.
Dudo antes de responder, porque quiero a mi hermano más que a nadie en el
mundo. También me alegro por él. También estoy preocupada por él. Si Kaycee es su
Pareja, no quiero hacer nada que se interponga en su camino. Si sobreviviera a la
maldición y descubriera que Joules iba a morir poco después, nunca me lo
perdonaría.
Tomo un sorbo de la boba que Tam me ha dejado esta mañana, para reponer
fuerzas.
—Oye, Canoa... —dice Joules suavemente, antes de que encuentre las palabras
adecuadas para responder. Me quedo muy quieta, con los dedos apretados alrededor
de mi taza de boba hasta que se abolla bajo ellos. Parece que está a punto de decirme
la verdad sobre lo que está pasando. Me preparo para el impacto—. Cuando llegue a
casa, voy a pagar a nuestras parientas para que le den una paliza a Chloe Lindt, ¿de
acuerdo?
—¡Joules Frost! —le advierto, pero me cuelga—. Este idiota —gruño, haciendo
el gesto de tirar el teléfono. Por supuesto, no lo hago porque, bueno, necesito un
medio con el que comunicarme con mi familia. Ejem. Tomo otro sorbo de boba, con
las mejillas sonrojadas cuando mi boca se inunda de pequeñas perlas de tapioca
masticables. Ahhh. Sol en una taza.
Chloe.
Suspiro.
No ha hablado ni conmigo, ni con Ella, ni con Luna, ni con María, ni con Lynn.
Hemos podido confirmar que está bien llamando a su madre, pero la señora Lindt no
parecía tener ni idea de que había pasado algo entre nosotras. Aprieto los ojos contra
la traición. Podría haber sido malo, sí, pero Tam manejó la situación como un
verdadero caballero. Por desgracia, por muy dulce que sea conmigo en privado, no
me atrevo a mirar en Internet por miedo a lo que la gente dice de mí. Sé que es malo,
por lo que me cuenta mi familia.
También... también... mis padres... Abro los ojos y lucho contra las arcadas.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
Es precioso. Exactamente el tipo de viñeta emocional que quería que mi abuela
viera online junto a millones de personas. Simplemente genial.
Tal vez debería dejar que Joules contrate a nuestras primas para...
—No, mierda. —Niego, dejo la boba en el suelo y me subo las mangas del
jersey. Parece que a Tam y a mí nos gustan los jerséis suaves y peludos. La forma en
que me pone las manos en la cintura, roza mis pechos con la palma, yo…—. No,
mierda. Concéntrate Lake. —Doy un doble puñetazo. La cabeza en el juego.
Voy a hacerle una tarta de cumpleaños a Tam Eyre.
Cuando le he mandado un mensaje esta mañana para preguntarle qué tipo de
tarta le gusta, me ha respondido: sin azúcar y baja en calorías. Jaja. *emoji de calavera
Pensaba más bien en fresa, chocolate, terciopelo rojo, ese tipo de cosas.
Ah, bueno.
Maggie salió a hacer la compra por mí, ya que hay demasiados paparazzi a las
puertas para entrar y salir de la finca con facilidad. No estoy preparada para
enfrentarme a ellos. Mi pobre familia, sin embargo... Tam pidió a Daniel que reuniera
un equipo de seguridad para ellos. ¿Qué le pasa a la gente? Aparecieron multitudes
para tomar fotos, y grupos de adolescentes vinieron a pintar cosas horribles sobre mí
en el garaje. Pero no pasa nada, porque el tío Rob los persiguió con un bate de béisbol
y les pegó en el trasero mientras sus amigos grababan. Todo se publicó en Internet
(por supuesto) y fue bonito ver cómo esos estúpidos gamberros recibían su merecido.
En fin, aquí estoy con el mostrador lleno de ingredientes que apenas
reconozco, intentando prepararme para hacer un pastel sin azúcar y bajo en calorías
con forma de rodaja de sandía. También tengo sandía de verdad, y ya me he tomado
la molestia de cortarla en aros. Voy a usar cortadores de galletas en forma de estrella
en la pulpa dulce y roja, y luego les clavaré pajitas para que sean como polos o algo
así. Tengo un tarro lleno de una colorida mezcla de judías, solo por el aspecto. Pondré
las paletas de sandía dentro, un estético ramillete de fruta que no se supone que le
guste a Tam Eyre.
Maldita sea, ¿tenía razón Joules sobre no buscarlo en Internet o qué? No se
parece en nada a su imagen pública. Demasiado gruñón. Demasiado enamorado de
la sandía. Un poco mandón en el dormitorio.
Me muerdo el labio.
—No, mierda. —A la tercera va la vencida. Me concentro en mi tarea y consigo
batir la masa. Estoy usando leche de soja, vinagre de sidra de manzana, yogur griego,
puré de manzana, vainilla, harina de trigo integral, azúcar de frutas monje, un poco
de sal, un poco de bicarbonato de sodio. Nunca he hecho un pastel como este en toda
mi vida. Sé lo que dirían mi madre y mi abuela, lo que GG Louise habría dicho si aún
viviera—. ¿Eso es un pastel o un estante de la tienda de alimentos saludables? —Me rio
entre dientes mientras la cito, contoneando las caderas al ritmo de la música de Tam
en el impresionante equipo de sonido que cubre cada centímetro cuadrado de la
casa.
Una vez horneado el pastel, me pongo con el glaseado. Voy a hacer un
glaseado de queso crema normal, pero voy a reducir a la mitad el azúcar en polvo, y
solo voy a escarchar en una capa muy fina. Tengo remolacha en polvo para hacer el
glaseado rojo sin usar colorantes artificiales. Para la corteza verde de la sandía, usaré
matcha en polvo. ¿Y para hacer las semillas negras? Bueno, bien, tuve que enviar a
Maggie agarrar un poco de chocolate negro.
Suena un mensaje en mi teléfono y me chupo un poco de crema de queso de
un dedo antes de agarrarlo para comprobarlo.
Es mi madre.
El tío Rob usó su escopeta contra un dron que volaba por el patio trasero.
Dios todopoderoso, ¿qué les pasa a estos Tambourines? Me rio de su texto mientras
me doy cuenta de que nunca había pensado en los drones. Madre mía.
Me acerco a una de las paredes de cristal y me inclino hacia ella, mirando al
cielo. Con lo popular que es Tam, me sorprende no haber visto aún ningún dron. Me
doy la vuelta y apoyo la espalda en la pared para responder.
Oh, tío Rob. Oye, ¿Joules te dijo que iría a casa temprano? Dejo el mensaje
intencionadamente vago, buscando información. Pero si mamá sabe que su único hijo
está maldito, no lo dice.
Estoy deseando conocer a su nueva novia, tu tía Lisa es una gran admiradora
de Kaycee Quinn, pero sigo preocupada por ti. Lake, no queda mucho tiempo.
No lo hay. Eso ya lo sé. ¿Pero qué más podríamos hacer Tam y yo para romper
la maldición? Él es tan dulce conmigo. Él es... tenemos una química brillante cuando
estamos desnudos. Me deja vivir en su casa.
Apago la pantalla de mi teléfono y lo dejo a un lado para ver cómo está el pastel.
¡Ah, ya está!
Lo saco para dejarlo enfriar y como uno de los polos de sandía mientras me
balanceo al ritmo de la música de Tam. Admito que al principio no me gustaba, pero
cada vez me gusta más. Mi nueva favorita es una canción horriblemente embarazosa
llamada Our First Night que trata de la primera vez que una pareja se acuesta. La
escribió cuando aún era virgen y, sin embargo, nadie lo sabría al escucharla.
Saco el pastel del molde y lo corto en tercios, apilándolos con un poco del
glaseado rojo. Pongo verde en la corteza, rojo en la punta, derrito el chocolate y lo
goteo sobre papel encerado en forma de semillas.
Cuando termino, tengo una tarta de aspecto agradable con forma de rodaja de
sandía.
Hago unas cuantas fotos para enviárselas a mi familia y se me llena el rostro de
vergüenza cuando recuerdo que he echado a Chloe del chat de grupo. Dios mío. Qué
desastre.
Me llega otro mensaje y veo que Tam me ha enviado un selfie con el rostro
tapado, las gafas de sol bajas sobre la nariz y una gorra de béisbol en la cabeza.
Ya voy. Eso es todo lo que dice.
Subo las escaleras a toda velocidad, bueno, voy andando, porque llegar hasta
allí es básicamente una caminata, y me doy un pequeño repaso en el espejo. Tengo
un plan para afrontar este cumpleaños y no voy a dejar que mi inexperiencia o mi
tendencia a ser torpe me frenen.
—Puedes hacerlo, Lake. —Me señalo, y no pienso en mi total y absoluta falta
de juego. ¿Recuerdas el restaurante en Portland cuando Tam empujó mi mano de su
rodilla? Eso fue... ugh. Pero esto va a ser diferente. Mis labios se curvan al recordar
las palabras que Tam me dijo el otro día—. Lake, lo nuestro nunca acabará, ¿de
acuerdo?
Puedo hacerlo.
Me quito el delantal junto con toda la ropa y luego me vuelvo a poner el
delantal. Solo el delantal. Tam me aseguró que, a pesar de las paredes de cristal, aquí
estoy a salvo. Tenemos nuestra intimidad. Cuando le pregunté por qué tenía paredes
de cristal, se limitó a mirarme y a levantar una ceja, todo chulería.
—¿Porque la vista es bonita?
Qué arrogante.
Me calzo unas zapatillas rosas peludas que quedan bien con el delantal, y me
obligo a salir por la puerta del dormitorio y bajar las escaleras antes de perder los
nervios. Si dejo que mi mirada se desvíe hacia los lados, capto imágenes de mi trasero
desnudo en las paredes de cristal.
Encantador.
Sigo adelante hasta que vuelvo a encontrar la cocina. Esta mañana, cuando me
desperté, cálida y acogedora en la cama de Tam Eyre, encontré un mapa dibujado a
mano esperándome junto a la lámpara.
Esta es una forma más rápida, pero mucho menos divertida, de encontrar la
cocina. xoxo Tam
Dios, me gusta. Mucho. Disfruto sinceramente de su compañía lo cual, si soy
sincera conmigo misma, no es algo que esperara. Cuando me enteré de que estaba
emparejada con él, en realidad solo intentaba evitar la realidad de que podría morir.
Cuando bajo las escaleras, Tam ya está allí, con la máscara calada hasta la
barbilla y las gafas de sol a punto de caérsele de la nariz. Se ha quitado la gorra de
béisbol, dejando que el caos de su cabello atrape los rayos del sol. Está mirando mi
tarta con ese bonito entrecejo y una suave sonrisa en los labios.
—Has vuelto —suelto, dando un pequeño respingo. No esperaba que llegara
tan rápido. Iba a fortificarme con otro refresco de sandía.
—¿Qué...? —dice Tam, girándose para mirarme. Y entonces deja de hablar.
Toda la sangre abandona su rostro y su cuerpo adquiere una extraña quietud
sobrenatural.
—¿Qué... coño? —Termino por él con una pequeña carcajada—. Si eso es lo
que ibas a decir, responderé por ti. —Levanto los brazos—. ¡Feliz cumpleaños!
Sé lo que parezco, desnuda y con un delantal rosa con volantes que dice Sra.
Tam Eyre. ¿Lo ven? ¿Tal vez tengo algo de juego? Parece que prefiere comerme a mí
que a ese pastel. Lo que es... probablemente bueno ya que no lo probé. No quería
cortar el pastel y arruinar la perfección potencial del diseño de la rebanada de sandía.
Podría muy bien saber a serrín.
—Feliz... —Tam no parece saber lo que dice ni cuál era su pregunta original.
Ahora tiene las pupilas dilatadas y me gusta cómo se quita las gafas de sol y se frota
el puente de la nariz—. Lakelynn Frost —dice con una risita, arroja las gafas sobre la
encimera y se dirige hacia mí con una zancada que es pura intención carnal.
Hago un ruido cuando me rodea la cintura con un brazo y me levanta sin
esfuerzo. Ahora solo me tocan los dedos de los pies, pero no hay ninguna presión
sobre ellos. Tam me mira con expresión de famoso. Es realmente guapo, no se puede
negar.
La expresión no hace daño, ese miasma de deseo y descarada expectación.
Solo hay una razón por la que tu novia te recibe desnuda en la puerta.
Tam me besa, como si fuera mi cumpleaños y no el suyo, caminando los dos
hacia atrás hasta que mis hombros chocan con una de las paredes de cristal
calentadas por el sol. Con la mano que tiene libre, enreda los dedos en mi cabello
con esa reverencia suave y orante que tiene. Me encanta cómo puede adorarme con
una mano y darme órdenes con la otra.
—¿Me has hecho una tarta, Kayak? —murmura contra mi boca, rozándome el
labio inferior con los dientes. Le rodeo el cuello con los brazos y jugueteo con los
suaves mechones de cabello color fresa de su nuca.
—Baja en calorías y sin azúcar —le aseguro con seriedad, solo deseando volver
a los besos y, con suerte, si las cosas van bien, a la follada salvaje que viene después.
Pero Tam parece confuso. Suelta una carcajada sorprendida y se frota con la mano la
expresión de su rostro, adorablemente desconcertada.
—Era una broma, Sra. Tam Eyre.
—¿Señora Tam Eyre? —Enarco una ceja cuando Tam empuja una rodilla entre
mis muslos, separándolos y, al mismo tiempo, clavando la parte inferior del delantal
en el cristal. Entre su brazo y esa rodilla, estoy completamente atrapada.
—Lo dice aquí mismo. —Traza el escote de encaje rosa del delantal, largos
trazos de esa áspera yema del dedo sobre mi clavícula. Hago un pequeño sonido
cuando levanta un poco la rodilla, rozando mi sexo ya húmedo con la tela del
delantal—. De todos modos, estás desnuda en mi casa. Me has hecho una tarta. Has
cortado sandías en forma de estrellas.
—Son palitos de sandía —le digo, y él me interrumpe con un beso,
levantándome con el brazo alrededor de la cintura. Se desabrocha los pantalones con
rapidez y destreza, y luego sube el delantal y empuja su cuerpo caliente y duro contra
el mío.
Su boca está en mi cuello mientras empuja mi trasero contra la ventana,
golpeando el cristal con la palma de su mano para hacer palanca. De fondo, sigue
sonando su música, y me encuentro muy fijada en la superposición de gemidos
ásperos y empapados de sexo con cantos melódicos y resbaladizos.
Y entonces... oh.
Empieza a sonar Break Up With Me.
Lo mejor es que Tam ni siquiera se da cuenta, no le importa, porque está
volcado en mí, y yo solo puedo oírlo porque estoy jodidamente volcada en él. Me
retuerzo contra él, agarrándome a su cabeza, apretando su boca contra mi cuello.
Apenas tengo los párpados entreabiertos, encapuchados por el deseo y azotados por
el negro que se agita bajo el peso del placer.
Veo la marca de la maldición en mi muñeca.
Aún no estás enamorado o la maldición se rompería.
Es una píldora difícil de tragar, pero también... es pronto en nuestra relación.
No pasa nada. Todo irá bien.
Destierro cualquier otro pensamiento sobre la marca de la maldición.
Clavo las yemas de los dedos en el cabello de Tam mientras mueve su boca de
mi garganta a mis labios, saboreando el persistente dulzor del azúcar glas del
glaseado.
—Mi cumpleaños, ¿verdad? —murmura, como si quisiera preguntarme algo.
Estoy segura de que tarareo una respuesta afirmativa, y entonces me deja en el suelo
y me hace girar. Me tira de las caderas y yo apoyo las palmas de las manos en el
cristal para sujetarme. Incluso me pongo de puntillas para que le resulte más fácil,
pero si el pobre Tam quiere esto, va a tener que igualar la diferencia de altura...
Oh.
Tam se introduce en mí y sus caderas golpean mi trasero. Enrosco los dedos
contra el cristal y levanto la cabeza. Lo primero que veo es su embelesada atención,
fija en mi rostro. Nuestros reflejos se miran fijamente y entonces empieza a moverse.
Hay tanta luz fuera, que es fácil verlo todo.
Las hendiduras de los dedos de Tam en la suave piel pálida de mis caderas, la
forma en que mis pechos se balancean con cada avance y retroceso, avance y
retroceso. El cabello verde mar cae suavemente sobre mi rostro, y exhalo, agitándolo
con mi aliento.
Los ojos de Tam y los míos nunca se separan, y tengo el privilegio de ver su
expresión de orgasmo en tiempo real. Tan hermoso. No sé cómo lo hace, cómo
convierte algo tan vergonzoso en arte escénico. Su mirada está entrecerrada, pero
aún puedo ver el desplazamiento de sus iris verdes cuando sus ojos se ponen en
blanco. La boca de estrella del porno entreabierta, haciendo rodar el labio inferior
bajo los dientes, la tensión de sus fuertes brazos.
Tam sale de mí y se arrodilla detrás de mí. Sigue jadeando cuando me agarra
la cadera con una mano y me mete dos dedos con la otra. Empujando su liberación
de nuevo dentro de mí.
Cierro los ojos con fuerza y dejo caer la cabeza. Acabo deslizándome por la
pared hasta quedar sobre las manos y las rodillas, con los dedos de Tam aún
enterrados dentro de mí. Llevo mi propia mano a mi clítoris y alivio la presión
mientras él sonríe a mi reflejo.
Cuando estoy a punto de llegar al clímax, me resulta imposible mantener los
dedos en movimiento. Tam toma el relevo, me rodea la cintura con un brazo y se
acerca a mi clítoris, mientras el otro sigue firmemente enterrado en mí. Me lleva de
nuevo al límite y, cuando empiezo a resistirme, utiliza su fuerza bruta para
mantenerme quieta hasta que rompe la ola.
Tiemblo y luego me desplomo, sostenida por la cintura con el brazo de Tam y
arrastrada hacia su regazo.
Todavía podemos vernos en el cristal. Él, sentado con las piernas estiradas y
abiertas. Yo, pegada a su cuerpo desnudo. Sus pantalones siguen subidos hasta el
centro de los muslos.
Tam me rodea con el brazo y luego apoya la barbilla en mi hombro,
observándome con perezoso y saciado placer en el cristal reflejado.
—El cumpleaños favorito de todos los tiempos. Sin lugar a duda.
Giro la muñeca para que no se vea la marca de la maldición y giro la cabeza
para mirar a Tam.
—¿Es esto lo que esperabas cuando me diste el delantal?
—En realidad, no. Supuse que lo llevarías sobre la ropa. Pero tú no te ponías
ropa encima de la lencería, así que supongo que es tu estilo.
—¡Supuse que el disfraz de perrito caliente estaría bueno! —Protesto,
alejándome de él. Me pongo de pie, y... hay un lío. Un desastre de Tam Eyre—.
Déjame ir a limpiarme. Tómate un refresco de sandía mientras esperas. —Me alejo
de él mientras sigue caído y sexy en el suelo, mirándome. Siento sus ojos clavados en
mí hasta que doblo la esquina, y solo entonces me permito sonreír todo lo que quiero.
También podría soltar una risita, pero le hice prometer a Tam que no miraría las
cámaras de seguridad a menos que hubiera algún tipo de amenaza. No se enterará
de esto.
Me doy una ducha fría y examino el delantal. Parece salvable, así que vuelvo a
ponérmelo y bajo las escaleras para encontrar a Tam sentado en uno de los taburetes
de la isla de la cocina, con el ceño fruncido.
Hago una pausa para estudiar su expresión, y me dirige una mirada que me
dice que estoy en un lío.
—¿Qué demonios es esto? —pregunta señalando el techo.
Oh.
Mi lista de reproducción ha cambiado y ahora estamos escuchando NIGHT
DANCER de Imase, una estrella del pop japonesa de la que estoy enamoradísima.
—¿No le amas? —pregunto distraídamente, sacando unos platos para poder
cortar la tarta.
Tam se inclina sobre el mostrador, con una camiseta de cachemira de algodón
de gran tamaño en la que ha admitido haberse gastado cuatro cifras. Es de un color
coral pálido que hace que sus ojos parezcan de un tono esmeralda sobrenatural. Aun
así, sus pupilas son demasiado grandes. Aun así, mi cuerpo se pone raro cuando me
mira de esa manera.
—¿Amarle? No. Mi novia prefiere la música de otro a la mía. Mi ego está herido.
—Baja la cabeza en señal de derrota y luego la levanta con un brillo de depredador
en la mirada que me hace moverme. Tócame otra vez, pienso, y entonces se levanta y
rodea el mostrador.
Me mete la mano por detrás del cuello y me desata el delantal. Hace lo mismo
con la cintura. Estoy desnuda ante él, sosteniendo el cuchillo con el que pretendía
cortar la tarta.
—En serio, no puedo funcionar contigo así. Lo siento, pero... —Tam se arranca
su elegante camisa por la cabeza y luego me la pone a mí. Deja que la tela caiga en
su sitio y me queda justo debajo del trasero. Me vuelve a poner el delantal, y los dos
respiramos con dificultad y actuamos de forma muy rara—. ¿Soy yo o piensas en
follarme todo el rato? —me pregunta, y me sorprende su atrevimiento.
—Um, todo el tiempo —admito, y Tam se retira de nuevo a su taburete como si
necesitara el espacio para sobrevivir.
—Bien. Entonces no soy solo yo. —Me sonríe mientras se despeina, con la otra
mano en el taburete entre las piernas. La luz del sol incide en los bien trabajados
planos de la parte superior de su cuerpo, y vuelvo a olvidarme por completo de la
tarta. Tam agarra una de mis paletas de sandía, y verle morder la dulce pulpa de la
fruta es básicamente pornografía.
—Hay algo que quiero preguntarte. —Sacudo la cabeza y entonces me doy
cuenta de que no tengo ni idea de cómo cortar una tarta que ya tiene forma de, bueno,
básicamente ya es un trozo de tarta gigante. Hmm. Corto la punta del triángulo, lo
pongo en un plato y se lo paso a Tam.
—Pídelo —dice, aceptando el plato de mi mano y aspirando profundamente el
olor de la tarta—. Que le den a mi dieta. Me voy a comer todo esto.
—Bajo en calorías, sin azúcar —le recuerdo, cortando mi propia rebanada—.
De todas formas, quería preguntarte por los drones.
—¿Drones? —pregunta, deslizando por el mostrador uno de los dos tenedores
que he sacado—. ¿Qué pasa con los drones?
—¿La gente intenta espiarte con ellos? —Pongo mi propio trozo de tarta en el
plato.
—Todos los malditos días —dice Tam con una risa que me dice claramente que
no le hace gracia. Es su risa gruñona—. Tenemos águilas entrenadas para derribar
los drones. —Tam corta un bocado del extremo de su tarta mientras le miro fijamente.
Me está engañando, ¿verdad? ¿Águilas? ¿Acaba de decir águilas?
—¿Águilas? ¿Aves rapaces? ¿Lo he entendido bien? —Sigo sosteniendo el
cuchillo con el que corté la tarta. Lo tiro al fregadero mientras Tam levanta la vista
para mirarme a los ojos.
—Sí, pájaros. Pájaros vivos. Tengo un tipo de seguridad que vive en la
propiedad; los pájaros son suyos.
—Eso es... De acuerdo, entonces. —Me froto la frente—. ¿Tienes a un hombre
al que pagas para que viva en tu mansión de Los Ángeles y tiene pájaros entrenados
para atacar drones? ¿Es... es eso lo que intentas decirme?
Tam sonríe, lamiéndose un poco de zumo de sandía de la comisura del labio.
Oh. Los latidos de mi corazón parpadean extrañamente.
—Kayak, recibimos docenas de drones aquí cada semana. Docenas de ellos. Si
no pagara a alguien para que me ayudara con eso, nunca tendría un minuto que no
fuera grabado y compartido en línea. —La sonrisa de Tam vacila un poco, y puedo
ver que, por mucho que le guste su trabajo, también desearía tener intimidad.
Enamorarme de él significa renunciar a eso para mí. Nunca volveré a ser simplemente
Lakelynn Frost, siempre estaré vinculada a este hombre.
Eso duele un poco, lo admito.
—¿No hay leyes contra espiar a alguien con una cámara voladora? Parece que
debería haberlas.
—Ehh, California tiene algunas leyes anti-paparazzi, pero todo lo que
realmente dice es que los vídeos no pueden ser utilizados con fines comerciales. La
mayoría de la gente solo quiere un vídeo viral. —Tam se encoge de hombros, como
si no fuera para tanto. Y lo es. Lo noto en la tensión de sus hombros. ¿Quizá no debería
haber sacado el tema el día de su cumpleaños?—. De todos modos, recogemos los
drones derribados y los guardamos en la garita. Normalmente, el propietario tarda
dos o tres días en hacer los trámites necesarios y luego puede venir a recogerlos. Mi
equipo legal les reembolsa los daños.
—¡¿Reembolsas a estos bastardos por espiarte?! —suelto, y Tam se encoge un
poco. Pero luego vuelve a reírse, despeinándose.
—Por eso llevamos un registro tan bueno de la gente que lo hace. Demasiadas
veces, y podemos llevarlos a los tribunales por acoso. Mi madre se encarga de todas
esas cosas por mí. —Tam mira fijamente su tarta, una tierna dulzura asoma a sus labios
mientras la mira. Por mí. Esa tierna dulzura es por mí. Levanta la vista y no hace ningún
esfuerzo por ocultármelo—. No tengo estómago para eso. Para lo que sí tengo
estómago es para tu tarta. —Tam me guiña un ojo—. ¿Alguna razón especial por la
que preguntaste por los zánganos? —Se detiene con el bocado de tarta a medio
camino de la boca—. Hoy no has visto ninguno por aquí, ¿verdad?
—No, no, nada de eso —le aseguro, y por fin termina de llevarse la tarta a la
boca. Se queda un poco callado mientras mastica, así que intento distraerme de mis
temores por el sabor—. Mi tío Rob ha disparado hoy a un dron con su escopeta.
—¿Un dron en casa de tus padres? —pregunta, maldice y deja el tenedor. Se
queda mirando la encimera y hace una mueca—. ¿Qué demonios, Tambourines? —
Antes de que pueda detenerlo, Tam agarra su teléfono y lo levanta para grabarse.
Sin camiseta. Con mi pastel delante de él.
—Hey, ¿Tambourines? ¿Pueden dejar en paz a la familia de Lakelynn? Sé que
tienen curiosidad, pero pronto los contaremos más, ¿de acuerdo? —Termina, y
entonces recibo una notificación de TikTok de que Tam Eyre ha publicado. Ah. Ya
veo. Yo y ciento setenta millones de sus amigos más cercanos.
—¿Eso va a estar bien? ¿No te meterás en problemas por ello? —pregunto,
porque sé que esta es una de las cosas que al principio ponía más nervioso a Tam por
salir conmigo.
—Tengo fans que me respetan, que se preocupan de verdad por mi música.
Dejarán de hacerlo si saben que me hacen daño. En cuanto al puñado de locos... el
equipo de seguridad que ha montado Daniel debería poder encargarse. —Tam
vuelve a tomar el tenedor y le da otro mordisco a su tarta.
Sonrío.
Debe ser buena, ¿verdad?
Corté un trozo de mi propia tarta y me la llevé a la boca, esperando, si no una
explosión de sabor, al menos una pizca de sabor. En cambio... es... guau. No hay
sabor del polvo de remolacha en el glaseado rojo, pero la parte verde sabe a, bueno,
té verde. Como matcha. Ah. Um. El pastel en sí es masticable y gomoso y horrible.
Levanto la vista hacia Tam y veo que está masticando pensativo, con los ojos
desviados hacia un lado, y que está haciendo un gran esfuerzo por no reírse.
—Es horrible. Es espantoso. —Dejo mi propio tenedor—. Deja de comerlo,
Tam. Es asqueroso. —Estoy tan avergonzada ahora mismo, con las mejillas
encendidas.
—No —dice después de tragar, con la mano temblorosa sobre el tenedor, sin
mirarme todavía—. Cuando eres como yo, te acostumbras a la comida dietética
después de un tiempo. Sé a qué debe saber un pastel bajo en calorías y sin azúcar. —
Una pequeña carcajada se escapa de sus labios. Se lleva un puño a la boca para
ahogarla—. Está delicioso.
—Maldito mentiroso —susurro, abriendo el compactador de basura con el pie
y tirando mi trozo de tarta dentro—. Sé honesto conmigo ahora mismo.
Tam me devuelve la mirada y agarra el resto del pastel con los dedos,
llevándoselo entero a la boca mientras me guiña un ojo. Lo mastica despacio,
pensativo, y luego se lame los dedos en un espectáculo dramático. También tiene los
pezones duros. No podía perdérmelo. Ni por un segundo.
—Tienes lágrimas en las comisuras de los ojos. Fue tan asqueroso que estás
llorando.
—Me ha encantado cada bocado —me dice, y sus palabras apestan a
honestidad de una forma que hace que me enamore un poco más de él. Lo dice en
serio. Solo porque hice el pastel para él, lo dice en serio—. Tomaste exactamente lo
que te dije y me hiciste un pastel bajo en calorías y sin azúcar en cueros. Hiciste
paletas de sandía porque sabes lo mentiroso que es Tam Eyre. En el lapso de una
hora, me has hecho correrme, me has hecho pastel y me has hecho reír. Lake,
escribiré muchas canciones sobre ti.
—Oh, por favor. No puedes sacarme esa mierda de estrella del pop y esperar
que me desmaye. —Me estoy desmayando.
Tam se levanta y se dirige a la nevera, abre las puertas y luego inclina a
propósito su mirada hacia la mía. Abre una lata de agua con gas y se la bebe de un
modo tan pornográfico como cuando come sandía. Se acaba la lata. Abre otra. Se la
bebe de un trago.
Igual que hice yo después de chupársela.
Entrecierro los ojos, pero entonces aplasta la segunda lata y la tira a un lado.
Cierra las puertas de la nevera.
Viene por mí.
Me toma de nuevo en la cocina, aún con la camisa puesta.
Me mintió acerca de amar ese horrible pastel.
Porque a veces la gente miente para proteger a los que ama.
Gente como... Joules.
Como Joe.
—Dime algo que no sepa de ti —dice Tam, acariciándome el cabello mientras
me tumbo sobre su pecho en la oscuridad. Aún llevo su camiseta, pero hemos perdido
el delantal en algún sitio. Siento el impulso de disculparme otra vez por lo de la tarta,
pero me lo trago.
Porque sé lo que tengo que hacer.
Tam no puede enamorarse de mí si no le doy cada parte tranquila y privada de
mí. Y quiero que lo haga. Quiero que Tam se enamore de mí. Quiero romper esta
horrible maldición.
Exhalo y él se pone un poco rígido debajo de mí.
—¿Estás bien? —pregunta, con la voz teñida de preocupación.
—Estoy bien. —Enrosco una de mis piernas sobre Tam, y él se estremece como
si acabara de frotar una mano a lo largo de su erección. ¿Soy tan excitante para él?
Sonrío—. Solo pensé que si queremos romper la maldición... debería contarte más
sobre Joe.
—Tu primo —dice, y yo asiento. Puede sentir mi cabello moviéndose contra su
pecho y se le pone la piel de gallina en los brazos. Sonrío un poco más, a pesar del
tema—. ¿Falleció el año pasado?
—Lo hizo. Hace más bien un año y medio.
—Con su pareja, Marla.
—¿Así que estabas escuchando en el asador? Estaba seguro de que te estaba
alejando más y más con cada palabra que salía de mi boca.
Tam se mueve, me rodea la cintura con el brazo y me anima a tumbarme más
sobre él.
—Bueno, estuvo cerca. No te voy a mentir. Pero Lake, cuando te pillé llorando
sobre esa lápida, se me rompió un poco el corazón. No sé. Me di cuenta de que no
inventarías cosas sobre Joe.
Resoplo y cierro los ojos.
Odio contar esta historia.
Solo he contado esta historia al terapeuta de duelo al que fui después. No sirvió
de nada. Salí de aquella cita y vomité en la papelera que había al final de la acera.
Nunca volví a hablar de ello. De todos modos, toda mi familia estaba allí, así que no
necesito hacerlo.
Lo saben.
Todos lo sabemos.

Hace 497 bobas - también conocido como hace


catorce meses
Estoy de pie en la entrada, con el corazón en la garganta.
No puedo respirar.
La tía Lisa se pasea delante de mí. Joules está apoyado contra la pared a mi
derecha, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mi mirada se desvía hacia la suya y
nuestros ojos se encuentran. Joe salió para encontrarse con Marla hace más de tres
horas. Son casi las cinco y media, y Joe tiene hasta las once y veintidós, hora central, para
enamorarla.
Si no lo hace, entonces... No puedo. No dejaré que mi mente vaya allí. Todo saldrá
bien. Joe puede hacer un Ave María. Ha sucedido antes, con muchos de nuestros
antepasados. Diablos, sucedió treinta y dos veces en un año, allá por 1823. Me retuerzo
las manos frente a mí, esperando. Esperando.
Mi madre y mi abuela juguetean en la cocina. Mi padre y mis tíos están sentados
en el sofá, con un programa que no están viendo. Está en silencio y no sé si alguien se
ha dado cuenta. María y Lynn se sientan a la mesa del comedor.
Tick. Tick. Tick.
La puerta principal se abre, y ahí está Joe con su cabello rubio y sus ojos verdes.
Sonriendo. Feliz.
Paso corriendo junto a la tía Lisa y le echo los brazos al cuello, segura de que lo
ha descubierto. Ha roto la maldición.
—Eh, eh, Canoa —susurra riendo un poco, y me da un beso en la mejilla. Fue mi
antepenúltimo beso con Joe, así que lo recuerdo bien.
—Por favor, dinos que lo has hecho —suelto, separándome de él y agarrándole
la muñeca izquierda. Me deja, casi como si le diera vergüenza decir las palabras en voz
alta. Le empujo la manga de la chaqueta hacia arriba mientras la tía Lisa se acerca a
nosotros a trompicones y Joules camina cautelosamente detrás.
La marca sigue ahí.
Levanto la mirada para encontrarme con la de Joe.
No me mira. No mira a su madre. No mira a mi hermano, su mejor amigo en todo
el mundo (aparte de mí, por supuesto).
La bilis se me agolpa en la garganta, pero la reprimo.
—Yo... estaba asustando a Marla. Me pidió que me fuera varias veces. La estaba
preocupando. Yo... no podía quedarme fuera y asustarla, ¿verdad?
—¡Joe, esta es tu vida! —grita la tía Lisa, con la voz enronquecida por el pánico—
. Haz lo que haga falta. Lo que haga falta. No me importa cómo se sienta esa zorra. —Ella
tiene lágrimas corriendo por su rostro, pero Joe está enojado ahora.
—No la llames así —dice, con voz áspera pero decidida—. Solo ha pasado un año
desde que el hombre al que amaba murió delante de ella. Lo está haciendo lo mejor que
puede. Yo hago lo que puedo. Solo... lo hacemos lo mejor que podemos con una
maldición de la que no sabemos nada.
La tía Lisa se desmaya, pero Joe la sostiene y luego mis tíos y papá la ayudan a
sentarse en el sofá. La madre de Joe pone el rostro entre las manos y llora.
Me quedo clavada en el sitio, con los pies congelados en el suelo, luchando contra
el agudo y ácido ardor en el estómago y la garganta. Miedo. Ese sonido metálico es el
miedo.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunta suavemente Joules, de pie justo delante de
Joe. No se ha movido de la puerta principal. Lleva una bufanda. Recordaré para siempre
la expresión de su rostro. Distante. Como si ya estuviera muerto. Él lo sabía. Sabía desde
el momento en que entró por la puerta principal que iba a ser la última vez que volviera
a casa.
Joe se gira de repente y me besa en la frente. Una vez. Dos veces. Su respiración
se entrecorta mientras me abraza con fuerza, y entonces Joules está allí. Es cuando mi
hermano rodea a nuestro primo con los brazos y lo aprieta cuando sé con certeza que
esto no va a salir bien.
No van a ocurrir milagros.
Mi primo va a morir.
A las once y veintidós, hora del centro.
Y Marla, su pareja, morirá con él. No importa dónde esté. No importa lo que esté
haciendo. No importa lo injusto que sea todo esto. Por eso es una maldición, ¿verdad?
Nadie dijo que una maldición sería justa.
—Mira, probablemente sea un montón de mierda, ¿verdad? —bromea Joe,
forzando una sonrisa cuando Joules y yo le damos un poco de espacio para respirar.
Huele a esa colonia especial que Marla le hizo, a madera de fresno y canela o algo así.
Le gusta mezclar aromas. Es su hobby, vender perfumes en tiendas locales de la
ciudad—. Estoy seguro de que estaré bien.
Joe sabe que no va a estar bien, pero se quita la bufanda con normalidad. Cuelga
la chaqueta con normalidad. Entra en el comedor con normalidad.
Todas sus comidas favoritas están dispuestas sobre la superficie de la mesa.
Macarrones con queso caseros. Una pizza suprema de su sitio favorito. La tarta que Marla
horneó para él hace unos días, cuando todos aún teníamos esperanzas de que rompieran
la maldición. Las patatas fritas de boniato rizadas de la abuela. Una cazuela que hizo la
tía Lisa y que probablemente se quemó, pero que Joe fingirá que le gusta.
—¿Todo esto por mí? —se burla, y mi tía se levanta a empujones del sofá. Tropieza
en su prisa por llegar hasta su hijo, y luego lo abraza y le frota la espalda. Durante diez
minutos. Diez minutos seguidos. Nadie más se mueve hasta que acaban, y entonces todos
besan y abrazan a Joe. Todos lloran y ríen, y la gente intercambia anécdotas como si este
no fuera el peor día de nuestras vidas.
Me alejo del grupo con Joules a mi lado. Nos damos la mano. Nos apretamos.
—No puedo vivir sin él —susurro, con los ojos muy abiertos. Estoy en estado de
shock. Estoy absolutamente paralizada.
Aun así, una parte de mí no puede renunciar a esta fantasía de que la maldición
es, de hecho, un montón de mierda. No es real. ¿Cómo podría ser real? No hay magia
en ninguna parte del mundo, ¿pero mi familia está maldita? Eso es una tontería. No tiene
sentido. Joe va a estar bien. Vivirá hasta pasadas las once y veintidós, hora del centro.
Marla vivirá pasadas las once y veintidós, hora del centro. Todo estará bien. Todo estará
bien.
Nos reunimos con la familia para comer en la mesa, Joules y yo a cada lado de
Joe. Hacemos muchas fotos. Demasiadas. Todavía no puedo mirar ninguna de ellas.
Joe pregunta si podemos bajar unos colchones, ponerlos delante de la tele, hacer
una fiesta de pijamas y una noche de cine.
Lo hacemos.
Arrastramos mi colchón tres pisos, arrastramos el colchón de Joules, el colchón
de mis padres. Hacemos un nido con mantas y almohadas y nos acurrucamos todos
juntos. La tía Lisa está detrás de Joe en el sofá, pasándole de vez en cuando los dedos
por el cabello. Yo estoy a la derecha. Joules está a su izquierda.
Ponemos una película.
Nadie la está viendo.
El reloj marca las once y once, y pido un deseo. Cierro los ojos y deseo con todo
mi corazón que Joe esté bien. Renuncio a mi propia vida. Le ruego al universo. Suplico.
Hago tratos. Seguramente, si la maldición es real, entonces debo ser capaz de cambiar
mi vida por la de Joe.
Son las once y diecinueve, y hay varias personas que están llorando. Yo soy una
de ellas.
—Estoy jodidamente asustado —dice Joe, ¿y su respiración ya se está
ralentizando?—. Tengo mucho miedo —susurra, y tiene lágrimas en los ojos. Se las quito
con los pulgares y me acurruco bien cerca de él. Le abrazo. Le hago saber que no está
solo.
—Estamos aquí, Joe —le digo, y luego le beso la mejilla. Es la última vez que lo
beso. Moriré aferrada a ese recuerdo.
Son las once y veinte. La tía Lisa ha llamado a una ambulancia, pero no importa.
No cambiará nada.
—Te amo, más que a nada —le dice Joules a Joe, y se miran el uno al otro. Es
entonces cuando Joe empieza a respirar un poco raro. Sigue mirando a Joules, y Joules
le mira a él, y ambos han leído todos los libros de los archivos docenas de veces. Todos
lo hemos hecho.
Las normas son claras.
Que te emparejen. Trescientos sesenta y cinco y un cuarto días. Muerte.
Convertirse en tierra. Hacer crecer un árbol. Un árbol. Un árbol.
Joe jadea y se agarra a la parte delantera de la camiseta de Joules.
—¡No! —Esa soy yo. Joe está tosiendo. Joe está jadeando. Está tirando de Joules,
y mi hermano está tomando medidas porque eso es lo que hace.
—¡Ayúdame, Lake! —grita Joules, y mis tíos y primos están allí. La tía Lisa grita.
Bajamos a Joe de espaldas, su cabeza entre mis piernas, mis dedos acariciándole la
frente. Joules inicia la reanimación cardiopulmonar mientras Joe jadea y sus ojos me
miran suplicantes.
—Marla —susurra, y la odio. Odio la maldición. Odio esta maldita maldición.
Esa es la última palabra que Joe dice.
Joules sigue practicando la reanimación cardiopulmonar, respirando en la boca
de Joe por él, bombeando su pecho. Le sostengo la cabeza, miro sus preciosos ojos y
veo cómo se nublan. La puerta principal se abre. Paramédicos. Se llevan a Joe lejos de
mí.
La tía Lisa está gritando en los brazos de mi madre.
Joules se tira del cabello, con el rostro lleno de lágrimas y los labios entreabiertos
por la sorpresa.
Levanta los ojos hacia los míos.
Nos miramos fijamente.
Joe Frost es declarado muerto en la ambulancia, y en cuarenta y cinco días es
tierra y hay un árbol creciendo en lo que una vez fue mi primo.
Así que la maldición es real.
La maldición es muy jodidamente real.
Quedan 48 bobas hasta que muramos los dos -
también conocido como el día de hoy

Me ahogo con las lágrimas y me incorporo de golpe, luchando por respirar.


Tam se da la vuelta y agarra otro pañuelo, esta vez azul y blanco, y me lo pasa. Me
sueno la nariz, intentando recuperar la compostura.
—Lake... —La voz de Tam es tan suave, tan privada, tan hermosa. No le miro.
No puedo. Porque estoy preocupada por Joules. Porque estoy preocupada por
nosotros.
Cuarenta y ocho días no es mucho tiempo. Se acabará en un abrir y cerrar de
ojos, y no hay tratos especiales que hacer, ni falsedades que demostrar.
—No importa lo mucho que creo que me gustas Tam Eyre, no importa lo mucho
que crees que te gusto. Esto... —Le tiendo la muñeca. Está oscuro aquí, así que es
difícil ver, pero sé que es consciente de lo que intento mostrarle—. Esta marca nos
matará a los dos el veinticuatro de agosto a las once y veintitrés de la noche, hora
central.
Tam me agarra la muñeca y frota el pulgar sobre la marca. Se ilumina en
dorado, una rareza muy evidente en el oscuro dormitorio. Tam exhala sorprendido.
—Si la maldición no se rompe, Lakelynn, entonces... —Tam se toma un minuto
para serenarse y enciende la lámpara de la mesilla. Cuando se vuelve hacia mí, me
toma suavemente el rostro entre las manos y se inclina como si fuera a besarme—. Si
la maldición aún no se ha roto, entonces no es por mi parte.
Dejo escapar un suspiro tartamudo, y entonces me besa las lágrimas de las
mejillas, me besa los labios.
—¿Oyes lo que intento decirte? —susurra, y yo asiento. Le devuelvo el beso,
pero aún no le dejo decir las palabras.
Porque por muy profundo que sea su enamoramiento por mí, no está
enamorado de mí.
Si lo estuviera entonces... Empujo la maldición al fondo de mi mente, me dejo
caer en las almohadas y me llevo a Tam Eyre conmigo.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
DOS
TAM
Quedan 47 bobas hasta que muramos los dos...
El día que dejé a Lakelynn encerrada fuera de la casa de alquiler fue el día en
que empecé a sospechar que, a pesar de la maldición, yo sería el primero en caer.
Dejarla así no fue por Kaycee, como me dije entonces. No fue porque siguiera
pensando de verdad que Lake era una fanática enloquecida con una profunda y hábil
agenda.
Fue porque era egoísta. Y temeroso. Me sentí atraído hacia ella de una manera
que nunca me había sentido atraído por nadie. Quería tanto que fuera real, y lo es.
Ella es real.
Me restriego una mano por el rostro, bostezando dramáticamente mientras le
doy al botón de la batidora. El batido verde de hoy consiste en espinacas, manzana
verde, anacardos, un chorrito muy pequeño de sirope de arce, un poco de zumo de
limón, agua y hielo. Sí. Y ya está. Delicioso.
Desvío la mirada hacia la tapa de cristal que hay sobre el horrible pastel de
Lakelynn. Siento una extraña opresión en el pecho, una oleada de calor. Le dije en
broma que quería un pastel saludable, ¿y me hizo uno? ¿En forma de rebanada de
sandía? No puedo con esta chica.
Juega a lanzar anillas en la piscina como si aún fuera una niña. Cubre su portátil
de pegatinas de boba. Me recibe desnuda en la puerta el día de mi maldito
cumpleaños.
Sonrío y me tapo la boca con una mano.
—¿Me preparas algo? —dice una voz justo detrás de mí, y ni siquiera me
sorprende. Estoy acostumbrado a estar solo en mis habitaciones de hotel, en mi casa.
Así es como me siento a veces, como si estuviera solo entre una multitud o solo, solo.
Lake alivia ese dolor dentro de mi pecho, me hace sentir que tengo a alguien en esta
tierra que está genuinamente interesado en lo más profundo de mí. Ni el baile, ni el
canto, ni la ropa. Solo en mí.
Me doy la vuelta y apoyo los codos en la encimera, como si mi corazón no
estuviera acelerado. Probablemente parezco mucho más frío de lo que me siento.
Siempre es así, pero llevo toda la vida entrenándome para hacer cosas así. Para ligar.
Para parecer guapo. Para parecer relajado.
—Si creyera que te va a gustar, lo haría —le digo a Lakelynn. Está de pie frente
a mí, somnolienta y adorable, bostezando y mirando alrededor de la habitación como
si acabara de darse cuenta de que el sol está a punto de despertar—. Tal y como están
las cosas, romperás conmigo si te obligo a tomar esto. ¿Quieres algo con chocolate?
—Dije que haría ejercicio contigo. ¿Por qué no me despertaste? —Vuelve a
bostezar y no puedo evitarlo. Me separo de la encimera, la rodeo con el brazo y apoyo
la barbilla cerca de su cabeza. Me gusta cómo sus dedos se enroscan
automáticamente en la parte delantera de mi camisa.
—Este es solo uno de los dos entrenamientos que tengo que hacer hoy. Ven
conmigo en el siguiente. Ahora quiero que vuelvas a dormir. Madrugar así es un
infierno. —Susurro todo esto contra su cabello, cerrando los ojos mientras su suave
figura se funde con la mía. Siento todo tipo de impulsos de los que he cantado, pero
que nunca había experimentado.
A los veintisiete, me siento como si estuviera atravesando una segunda
pubertad o algo así.
¿O tal vez mi cuerpo y mi corazón estaban dormidos y Lake acaba de
despertarlos?
Estoy enamorado de ella, y ella no está enamorada de mí.
Abro los ojos y los labios se curvan en una sonrisa que sé que ella puede sentir.
Inclino la barbilla, le doy un beso en la cabeza y retrocedo. Tarda un minuto en
desenredar los dedos de mi camisa, la tela tira.
Necesito sacarla de su propia cabeza. Necesito despertarla a continuación.
—¿En qué piensas tan serio? —me pregunta, inclinando ligeramente la cabeza
para estudiarme. Es increíblemente perspicaz, esta chica que me persiguió y me
atrapó a conciencia. Me ha atrapado Lakelynn Frost.
SI NO ME AMAS, AMBOS MORIMOS... POR FAVOR, AYÚDAME, la tonta carta que
me tiró a la cabeza. Ni siquiera me importa si la maldición es real o no. Lo que me
contó de Joe es pura verdad sin diluir. Una de las historias más crudas que me han
contado, la profundidad y la fuerza de ese dolor duradero. Se refleja en su mirada
incluso ahora, cuando me mira como si todo estuviera bien en el mundo.
Sol en una taza, ¿eh?
La mujer de la que me he enamorado tiene esperanza, es hermosa y está
destruida, y ni siquiera lo sabe. Desearía tanto haber podido conocer a Joe. Debía de
ser una persona increíble para arruinar con su ausencia a alguien tan maravilloso
como Lake. Se me vuelve a contraer el pecho y me cruzo rápidamente de brazos para
ocultar los puños.
Sea real o no la maldición, Joe murió horriblemente. Lakelynn sufrió por ello.
Lakelynn está convencida de que ambos moriremos en unas semanas.
—¿Tam? —pregunta Lake, y me doy cuenta de que llevo al menos dos minutos
en silencio. Quizá más. Lo bonito de Lake es que me deja todo ese tiempo para pensar.
—Pienso en lo maravilloso que es que mi tarta de cumpleaños sea baja en
calorías y sin azúcar, para poder comerme otro trozo enorme después de salir a
correr.
—Realmente quiero aceptar tu oferta de volver a la cama mientras vas a correr
solo. Pero… —Lake mueve los hombros, como si tratara de despertarse—. No voy a
quedarme aquí y que me mientas sobre ese pastel.
Ahora sonrío de forma agradable y torcida, y veo que los ojos de Lake se
dirigen directamente a mi boca. Me ha hechizado. Ha hecho que me guste. Haré lo
que sea para gustarle más, solo para que me devuelva la sonrisa.
—Bien. Es realmente un pastel horrible, pero intentaste darme lo que te pedí.
Es la intención lo que cuenta, ¿verdad?
—Ayer te habrán hecho un millón de pasteles en tu honor —reflexiona, y yo me
encojo de hombros.
—En mi honor, tal vez. Pero no por mí. No de la forma en que lo hiciste.
La cocina se queda en silencio y me giro para darnos un minuto a los dos,
agarrando dos vasos con pajitas.
Vierto la mitad de mi batido en la taza de Lake, sabiendo que de todas formas
no le va a gustar.
—Gracias. —Me quita el vaso y ambos bebemos un sorbo.
Se queda muy, muy quieta, y yo sonrío.
—¿Ves? ¿Tu tarta? ¿Mi batido? Comida sana. Te dije que estaba acostumbrado.
—Tam, esto es asqueroso. —Lake empuja el vaso sobre la encimera como si
fuera un insulto. Me mira—. Voy a correr contigo.
—Insistes, ¿eh? Pues entonces... —Me giro y agarro una pequeña pila de ropa
del mostrador, presentándosela a Lake con una sonrisa burlona—. Dilo, y puedes
quedártelas.
Alarga la mano para inspeccionar los objetos y tarda unos treinta segundos en
darse cuenta de lo que sostengo: un montón de sujetadores deportivos. Sus ojos se
posan en los míos.
—Tam, necesito un sujetador deportivo —susurra, y me humedezco los labios.
Dios mío. La tensión entre nosotros—. ¿Cómo sabías mi talla? —pregunta, y yo suelto
una risita suave.
—Los medí... con mis manos.
Lake me da un puñetazo en el hombro justo cuando se abre la puerta y entran
Jacob y Daniel.
Oh. Maldita sea. Olvidé que venían conmigo. Ambos están vestidos con ropa
de correr, listos para golpear los senderos de mi propiedad. Diez acres para mí solo,
sin paparazzi, sin fangirls. Eso nunca pasa. Me paso todo el tiempo corriendo en cubos
de cristal en cintas, mirando ciudades desconocidas con la mente atrapada en un
lugar lejano.
—He comprobado las etiquetas de tus sujetadores —le susurro a Lake al oído,
y le tiro la pila de sujetadores a los brazos. Me levanto y sonrío a los chicos—.
¿Quieren un batido?
—Preferiría que no. No me gusta vomitar tan temprano en la mañana, Sir Eyre.
—Al menos te diriges a mí con la debida deferencia, Jake —le digo, guiñándole
un ojo. Jacob se estremece. Si hay alguien en este mundo que es realmente inmune a
mis encantos, es Jacob. Nunca consigo engatusar del todo a mi primo. Pobre Lake.
Pobre Joe. Pobre... Joules—. Veo que seguimos hablando como si fuéramos de
Bridgerton.
Jake me ignora, pero Daniel sonríe a Lake. Le sonríe, y no estoy seguro de
haberle visto sonreír antes.
—Hoy vamos a correr con él, así que no te sientas presionada a venir si no
quieres. —Los ojos grises de Daniel se iluminan con un atisbo de burla cuando mira
hacia mí. También es la primera vez que lo veo.
Lake vacila y una extraña nube se dibuja en su mirada. Está ahí y desaparece
tan rápido que cuestiono mis instintos, pero... ¿debería quedarme con ella en vez de
hacer ejercicio? ¿O tal vez solo esté cansada?
—Bueno, está bien entonces. Pero haré ejercicio contigo más tarde. —Se
vuelve hacia el dormitorio—. Despiértame cuando vuelvas. —Asiento y Lake sonríe—
. Buenos días, buenas noches —les dice a Jacob y Daniel, y luego dobla la esquina y
se pierde de vista.
Todos esperamos hasta oír el sonido lejano de una puerta que se abre y se
cierra.
Dirijo mi mirada a Jacob, listo para que venga por mí.
—Un te lo dije sería bienvenido, en cualquier momento —dice, haciendo un
gesto en dirección a Lake—. ¿Te dije que esta chica te iba a causar problemas?
—¿Es culpa suya que su amiga se volviera contra ella y no se lo esperara
porque es una persona jodidamente increíble? Lake es uno de esos raros seres
humanos que pueden emocionarse genuinamente por el éxito de otra persona con
cero resentimiento. Ella no hace cosas de mierda, así que se sorprende cuando otros
hacen cosas de mierda. —Suspiro. Más vale acabar con esto de una vez, porque tarde
o temprano va a salir a la luz—. Estoy enamorado de ella.
Jacob gime y se da la vuelta mientras termino mi batido y lo cambio por el
abandonado de Lake. Je. ¿Tenía razón o qué?
—Sabes que odio involucrarme, pero gracias a Dios. —Daniel me pone la mano
en el hombro y siento una pequeña emoción, como si realmente fuera mi amigo. Me
alegro de que lo apruebe porque, de todos modos, estoy comprometido con Lake. No
hay nada que nadie pueda decir para hacerme cambiar de opinión. Solo Lake tiene
el poder de hacerlo—. Ella es una mujer maravillosa, y eres un idiota si pierdes esta
oportunidad.
Daniel me da una palmada, se da la vuelta y sale como si esa muestra de
emoción fuera demasiado para él. Le veo ponerse las manos en las caderas y mirar al
cielo, como si tal vez quisiera experimentar lo mismo que yo estoy sintiendo ahora.
Es embriagador. Adictivo. Enamorarse es como una droga. Solo puedo pensar en
Lakelynn. Incluso mi carrera parece una estrella tenue y distante.
—A tus fans no les gusta, Tam. Esto no se refleja bien en ti.
—¿Entonces tal vez no son mis fans en absoluto? Porque si lo fueran, estarían
jodidamente felices por mí. Lo celebraríamos juntos. —Dejo mi vaso de batido sobre
la encimera y me acerco a Jacob con una sonrisa tensa en la cara—. Prepara una rueda
de prensa. Me llevaré a Lake conmigo.
—Tam, espera un minuto. —Jake sale corriendo por la puerta detrás de mí.
—Oh, ¿así que ahora es Tam? —pregunto, y es solo parcialmente una broma.
Miro a Jake con dureza—. Hablo en serio. Ya te lo he explicado. Hacer campaña contra
Lake no va a funcionar. Por favor, para.
Jake suspira y levanta las manos en señal de derrota.
Pero es Daniel, incapaz de contener otra sonrisa, quien hace que mi decisión
brille bajo el sol de primera hora de la mañana.
—Vamos a correr, ¿de acuerdo, chicos? —Arranco y hago una carrera.
No se llega a ser la estrella del pop más querida del mundo sin una ventaja
competitiva.

Cuando los chicos y yo hacemos un descanso para beber agua y refrescarnos


a la sombra, compruebo las cámaras de seguridad de la casa. No para espiar a Lake,
le dije que no lo haría, sino para asegurarme de que está en la cama, dormida, y de
que todo va bien.
En vez de eso, la veo llorando, aferrándose a una almohada cuando debería
estar aferrándose a mí.
—¿Dónde coño...? —grita Jacob, pero ya estoy huyendo demasiado rápido
para oírle.
Esprinto colina abajo, esparciendo polvo y piedras, cubriéndome de polvo y
piedras. Me da igual. Tropiezo con el porche y luego entro, subo corriendo la escalera
y me obligo a reducir la velocidad.
No quiero asustar a Lake.
Abro la puerta con cuidado y me asomo.
—Soy yo —digo, y el ruido de la cama se interrumpe bruscamente. Entro,
cierro la puerta y me quito la camisa y los zapatos. Yo también estoy jadeando y muy
sudado, pero no me molesto en ducharme hasta que la haya visto—. Oye, tengo que
decirte que he echado un vistazo a las cámaras de seguridad. —Me siento en el borde
de la cama, con los ojos aun adaptándose a la oscuridad. Ahora mismo no veo a Lake,
solo la vaga silueta de su cuerpo bajo las sábanas.
—Uh-uh. ¿Te has fijado? —susurra, pero su voz se quiebra y mi corazón se
rompe con ella.
Contarme lo de Joe anoche, era ella exponiéndose por mí. Me estaba
mostrando su debilidad para ver cómo reaccionaba. No puedo joder esto. Me niego a
cagarla. Me quito los pantalones polvorientos de una patada y me meto con ella bajo
las sábanas. Incluso las vuelvo a poner sobre la cabeza porque así es como ella las
tenía.
Veo que tiene su teléfono. Cuando alargo la mano para tomarlo, miro la
pantalla.
Ahí está Lake con un chico a cada lado. Ella tiene sus brazos alrededor de sus
cuellos, vistiendo el mismo traje de baño de una pieza que se puso en la casa de
alquiler. A su derecha, está Joules, el mismo cabello oscuro, la misma sonrisa
arrogante. Esta foto no puede ser tan antigua. Al otro lado, hay un tipo rubio de ojos
verdes que debe de ser Joe.
Ojeo el teléfono para encontrar la siguiente foto.
Está tomada en el mismo formato: Joe a la izquierda, Lake en el medio, Joules a
la derecha.
Solo que ninguno sonríe. Es decir, intentan sonreír, de pie frente a la mesa de
comedor que reconozco de la casa de los padres de Lake. La superficie está cubierta
de comida. Una cazuela con el fondo quemado, una tarta a medio comer, una caja de
pizza.
Ah.
Mierda.
Estas son las fotos del día en que Joe murió.
—¿Puedo seguir mirando? —pregunto, y Lake asiente, con el cabello esparcido
sobre la almohada. Me desplazo hasta la siguiente imagen.
Es un vídeo.
Miro a Lake para asegurarme de que le parece bien que vea esto, pero
extiende la mano y pulsa el play antes de que pueda preguntarle.
—¿Has tomado el sol en una taza hoy? —le pregunta Joe a Lake, rodeándola con
el brazo y abrazándola fuerte. Los dos parecen tristes, como si se estuvieran
despidiendo—. Debería haberte comprado un boba de camino a casa.
—No sabrá igual sin ti —respira Lake, pero Joe no responde. Le alborota el
cabello como hace Joules. Mierda. Sabiendo que Joe está a punto de morir, esto es
muy, muy difícil de ver. Pienso en el árbol de redbud del patio trasero de sus padres.
Tal vez... después del último concierto... Sí, tengo que llevar a Lakelynn a casa.
Ella no se relajará lo suficiente como para enamorarse de mí si Joules no está cerca. Si
ella no puede ver a Joe. Ella necesita ir a casa.
No digo nada todavía. No creo que me creyera cuando le dije que si la
maldición no se rompía, no era por mi parte. Debería juntar las palabras adecuadas
y hacerlo evidente.
Paro el vídeo.
Anoche me dijo que nunca había visto esas fotos.
—Te amo —le digo, y ella deja de respirar. Giro la cabeza y empujo las mantas
hacia abajo para que la escasa luz ambiental de las cortinas ayude a iluminar su rostro.
Dejo su teléfono a un lado y giro todo mi cuerpo, poniendo una mano polvorienta en
su mejilla—. Eres tú quien no está enamorada de mí, y lo siento. Es culpa mía.
—Basta —dice Lake, pero cuando me aparta la mano, la agarro de la muñeca y
le doy un beso en la palma.
Sonrío. Le aprieto la muñeca. Me giro y se pone boca arriba para que me incline
sobre ella. Mis labios rozan los suyos y emite un sonido áspero, pero muy, muy triste.
Quiere que me acueste con ella para olvidar, pero aún no lo hemos hecho.
—El sueño por el que luché toda mi vida, por el que renuncié a mi juventud,
por el que sacrifiqué una vida normal, por el que puse mi intimidad en un altar de
sangre para que no me la robaran y se burlaran de mí. Todo eso, lo daría por ti, Lake.
Por eso lo sé. Prefiero jugar a lanzar anillas en la piscina contigo que actuar en un
escenario.
—Tam —me advierte, pero no voy a dejar que se salga con la suya porque es
verdad.
—Estoy enamorado de ti, y tú no estás enamorada de mí. Tenemos cuarenta y
siete días para romper esta maldición. No voy a quedarme aquí perdiendo el tiempo
engañándote. Sé que echas de menos a Joe, pero no puedes rendirte. Todavía no.
—No voy a rendirme... —dice Lake, pero ni siquiera ella parece convencida—
. Tengo miedo, Tam.
Aprieto mi boca contra la suya, dejo que se agarre a mi cabello y me acerque.
Pero luego me alejo cuando nuestros cuerpos empiezan a moverse como si
estuviéramos a punto de follar. Todavía no. Todavía no.
—Vamos a pasar las próximas seis semanas o así conociéndonos. —Hago una
pausa, pensativo—. ¿Quizá debería cancelar todo hasta septiembre?
—No, no, no —dice, poniéndome las manos en los hombros. Me clava los dedos
en los músculos y exhalo mientras la tensión se escapa de mí—. No quiero eso. Te
queda, qué, ¿un concierto?
—Un concierto, y luego un evento livestream en el día literal que termina la
maldición. También, una conferencia de prensa para la que de alguna manera nos
ofrecí a los dos. Un puñado de sesiones de publicidad. Tiempo de estudio. Un nuevo
baile que aprender. Un nuevo álbum que conceptualizar. Un drama que empezar a
rodar. —Suelto una pequeña carcajada—. ¿Ves lo que quiero decir?
Lake lo piensa un momento. Creo que se siente mal por interrumpir mi vida,
como si intentara encajar en mi mundo sin pedirme que encaje en el suyo. Ese podría
ser nuestro primer problema.
Puedo hacerlo. Puedo desenredar a Lakelynn. Puedo perseguir. Puedo atrapar.
Le chupo un lado del cuello y ella golpea las sábanas con los talones.
Aprovecho para poner una rodilla entre sus piernas, y ella, sin darse cuenta, frota su
sexo húmedo contra mi muslo. Mierda. No puedo aguantar mucho más.
—Lo cancelo todo —le digo. Ni siquiera le pregunto. Simplemente voy a
hacerlo.
—Todo menos los conciertos. El primero y... y el último. O la maldición ya se
habrá roto para entonces o si no... estaría bien que te despidieras. —Lake vuelve a
mover las caderas, por accidente o instinto, creo. Me roza el muslo, y a los dos nos
cuesta un poco la segunda vez—. Sí, cancela todo lo demás.
—Buena chica —le susurro, y no lo digo con condescendencia. Lake es buena.
Es jodidamente buena. Todo lo que quiero hacer es recompensarla por eso—. Buena
chica.
La segunda vez que se lo susurro, se relaja considerablemente, lo suficiente
para que me deslice dentro de ella y entrelace nuestros dedos. La follo contra el
colchón hasta que las lágrimas de sus mejillas son de placer y no de dolor.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
TRES
KAYCEE
Quedan 40 bobas hasta que ambos mueran...
—Oye. —Joules me sacude para despertarme. Vuelvo en mí, con los brazos
cruzados sobre el pecho y la cabeza apoyada en una almohada que robé de nuestro
último motel. Espero ver otra gasolinera o un área de descanso en medio de
Dondequiera del Infierno, EE.UU. En lugar de eso, hay una casa. De dos pisos. Azul
oscuro. Ribete negro. Puerta roja—. Estamos aquí.
Lo hemos conseguido. Después de tres días de conducción infernal, moteles
baratos (elegidos para mantener el anonimato) y polvos calientes en camas
incómodas, hemos llegado.
La morada de la familia Frost.
Bajo la visera para comprobar mi maquillaje. Afortunadamente, solo uso
productos de calidad, así que no se me ha corrido ni emborronado nada. El otro día
me quedé bastante impresionada cuando Joules me agarró el rostro mientras
follábamos y consiguió mancharme el delineador con el pulgar.
Cuando me miré después en el espejo, también tenía pintalabios en la mejilla.
Parecía una mujer que se lo había pasado muy, muy bien.
No podíamos volar de Los Ángeles a Arkansas. Demasiado arriesgado. Si
voláramos en un avión comercial, tendría que escanear mi DNI en el aeropuerto, ni
siquiera los famosos son inmunes a los controles de seguridad. Utilizar el avión de la
empresa Hype no es una opción para asuntos personales. Pensamos en alquilar un
avión, pero al final, Joules y yo nos montamos en el auto y condujimos hasta casa.
Casa.
Me gusta la idea de tener un lugar que sientas como el centro de tu vida, un
sitio cómodo al que puedas volver una y otra vez.
—Última oportunidad para echarse atrás —dice Joules, moviendo la
mandíbula, como si estuviera enfadado por algo. Creo que está enfadado consigo
mismo por mentir a su familia. Solo tiene dos días más que su hermana. A finales del
mes que viene, ambos podrían estar muertos.
—¿Última oportunidad? —pregunto en un tono tan seco que Joules se vuelve
para mirarme. Aprieta la lengua contra el interior de la mejilla y yo desvío la mirada.
Nunca había estado con alguien así, alguien que me hace desear estar desnuda casi
cada minuto del día—. Acabamos de conducir durante tres días seguidos, ¿y me
preguntas si quiero echarme atrás ahora? Madura, Joules. —Salgo del todoterreno
con una sonrisa en los labios y me dirijo a grandes zancadas a la puerta principal.
Solo llamo una vez, y luego abro.
Porque Joules me dijo que su familia nunca cierra la puerta con llave, y tenía
razón. La puerta se abre enseguida, una gran sorpresa para alguien que se ha criado
en Los Ángeles, y entro en un pequeño vestíbulo embaldosado con una escalera
delante y un salón a mi izquierda.
La casa huele a ropa recién salida de la secadora, a cerezas y a algo en polvo,
como bicarbonato. Cierro los ojos y respiro.
—¿Joules? —pregunta una voz de mujer, y entonces oigo un sonido extraño.
Abro los ojos y me encuentro a la misma mujer boquiabierta, con la mano sobre la
boca y los ojos muy abiertos—. Kaycee Quinn. Kaycee Quinn. ¡Devon, ven aquí! Es la
maldita Kaycee Quinn.
—¿Quieres dejar de hacer eso? Mamá está en el patio y tú estás maldiciendo...
—La segunda mujer, Devon, supongo, que sería la madre de Joules, se queda ahí de
pie y me mira fijamente, con los ojos tan abiertos como los de la otra mujer—. Que
me condenen. Es la jodida Kaycee Quinn.
—Sí, sí, es la jodida Kaycee Quinn —dice Joules, entrando a zancadas a mi lado.
Todavía me sorprende lo grande que es, lo fuerte que es, lo seguro que está de sí
mismo. Esa confianza es adictiva. Quiero chupársela. Gravito hacia él. Tal y como está
ahora, chulesco y relajado, parece imposible que alguien como Joules Frost muera—
. Más importante, tía Lisa, mamá, esta es mi novia, KQ.
—Prometí que no me volvería loca, y lo siento —dice su tía Lisa, tapándose la
boca con ambas manos—. Por supuesto. Estás aquí como novia de Joules. Encantada
de conocerte. —Se acerca a mí y me abraza.
Ni siquiera lo dudo; simplemente le devuelvo el abrazo. Y cuando la madre de
Joules se me acerca, también la abrazo.
—La abuela está detrás —le dice su madre, y Joules asiente, lanzándome una
mirada de reojo que no sé interpretar. Supongo que es porque allí está la tumba de
su primo. Joules me toma de la mano y me lleva fuera.
El patio trasero es enorme, vallado, y lleno de un bosque más allá de la línea
de propiedad trasera. Es precioso. Oigo a los pájaros, huelo las flores del jardín y
oigo a alguien cortando la hierba.
La abuela de Joules está en el jardín, sobre una rodillera rosa y con una
pequeña pala. Ella le saluda y él le devuelve el saludo. Y entonces sus tíos entran por
la puerta de atrás junto con su padre, y de repente estoy conociendo a todo el mundo.
Hay gente por todas partes. Muchos Frost.
Y de repente, el patio se vacía y volvemos a estar solos Joules y yo.
Se burla y echa una mirada extraña a la casa por encima de su hombro
izquierdo.
—¿Cuántos de esos idiotas creen que estoy maldito? ¿Lo han visto? Sospechan.
—Diles la verdad —suplico, pero Joules me ignora. Se vuelve hacia el árbol del
fondo del patio. Sus ramas están cubiertas de hojas verdes en forma de corazón,
algunas de color amarillo canario aquí y allá.
—Este es un árbol redbud. Se ve mucho más bonito a principios de primavera.
Además, este es Joe. —Joules se sienta en la hierba frente al árbol, con el codo
apoyado en la rodilla y los dedos metidos en el cabello. Me pongo en cuclillas a su
lado y extiendo una mano, rozando con los nudillos la barba incipiente de su rostro.
Esta mañana me ha dicho que solo se olvida de afeitarse cuando está estresado. Pobre
Joules—. Ya hemos llegado. ¿Y ahora qué? —pregunta, como si me lo estuviera
preguntando a mí.
Creo que Joules está acostumbrado a mandar en todo momento. Aunque está
más que feliz de hacerlo en el dormitorio, ¿quizás está cansado de tener que ser esa
persona en la vida diaria? Parece que lleva años haciéndolo, asumiendo todo lo que
puede para no herir los sentimientos de los demás. Joules, maldita sea. Deja de hacer
que me gustes tanto.
—Creo que haremos lo que hablamos: encontremos tu pareja. Rompamos esta
maldición, Joules. No importa lo que cueste. Quiero hacer eso por ti. —Ahora, todavía
no estoy segura de creer en la maldición, pero Joules sí. Voy a trabajar con él para
romperla hasta que termine. Es todo lo que puedo hacer—. ¿Sabes dónde encontrarla
o cómo contactarla?
—Si voy a su iglesia, la maldición me hará un meet-cute —susurra Joules,
todavía con la mirada fija en la corteza del árbol—. Si muero, que mi familia añada mi
tierra a la de Joe. Podemos hacer crecer este árbol juntos. —Resopla y se frota el
rostro. ¿Puede sentir cómo lo miro ahora? No puede rendirse—. Está bien, está bien.
Podemos relajarnos hasta el domingo y luego lo haremos. Te presentaré a mi pareja.
Joules se levanta de repente y me tiende la mano. Cuando la agarro y él rodea
la mía con sus dedos, estoy perdida. Me empuja hacia él y me rodea con sus brazos.
—¿Quieres ver el dormitorio de mi infancia? —Joules arquea una ceja oscura y
se inclina para susurrarme—. Dejaré que me profanes en ella.
—Espera, ¿soy yo la que tiene que profanar? —me burlo, y él emite un sonido
grave y hambriento que probablemente no sea apropiado en el patio de sus padres.
Puede que tenga veintiséis años, pero una madre es una madre.
—Trae a Kaycee aquí y prepárale un plato a tu novia. La cena está lista. —Su
madre asoma la cabeza para gritar y desaparece.
—Viven en una familia de película de televisión o algo así —me burlo,
arrugando la nariz. Joules suelta una carcajada y se pasa un dedo por la muñeca
izquierda.
—Una familia maldita hecha para una película de televisión —corrige,
señalando con la cabeza en dirección a la casa—. Ven. Come algo. Te haré trabajar
más tarde. Si me montas en vaquera invertida... hmm... ¿qué te parece, quema
doscientas o trescientas calorías por hora?
—Hermoso —le contesto, pasando a su lado. Pero creo que es mono, y él lo
sabe. Ése es el problema.
Cuando entro, la madre de Joules me ha preparado un plato con más calorías
de las que he comido en... toda mi vida. Pero me siento obedientemente junto a Joules
y su plato el doble de lleno. Me como la mitad y le doy el resto. Es grande y está en
forma, y no tiene problema en acabárselo por mí.
Nos sentamos allí con su brazo echado sobre el respaldo de mi silla, y creo que
hay casi, casi, casi un momento en el que le dice a su madre que podría morir. Pero
entonces su tía Lisa suspira extrañada, mirando la foto que cuelga de la pared. La que
tiene a su hijo muerto.
—A Joe le habrías gustado, Kaycee —me dice Lisa, pero yo ya lo sabía porque
Joules me lo ha dicho varias veces. Creo que es importante para él, sopesar la opinión
de su primo sobre las cosas.
—Gracias —le digo, y entonces Joules pierde ese brillo en los ojos que insinúa
la verdad.
En cambio, me dirige una mirada ahumada y enarca una ceja.
—Última oportunidad para un hotel —dice con la boca, y su madre le lanza un
paño de cocina.
—Hasta que se rompa la maldición, quédate aquí. —Su madre vacila, y Joules
se pone blanco de pánico, como si pensara que se ha dado cuenta sola—. Estoy tan
preocupada por Lake que me cuesta dormir.
—Sí —dice Joules de repente, demasiado rápido. Vuelve a pasarse una mano
por el rostro—. Yo también estoy preocupado por Lake.
Nos levantamos unos minutos después, y Joules me lleva de la mano. Subimos
las escaleras. A su habitación. Cierra la puerta de un empujón y me sujeta a ella.
Si va a seguir con su búsqueda... puede que no tengamos muchas noches más
de esto.
Ya siento que estoy de luto por Joules.
Ya sé que mi guardaespaldas, Wrenlee, tenía razón.
Elegir Joules era elegir perseguir el dolor.
No tengo que decir ni una palabra, y Joules sabe exactamente lo que quiero.
Enciende la tele con un mando a distancia que saca a tientas de la cómoda, sin
dejar de besarme. Sube el volumen. Me tumba en la cama y me cubre con su cuerpo.
Me folla como un espectro, como algo salvaje y de otro mundo.
Como alguien sin nada que perder.

Quedan 35 bobas para que mueran los dos... y solo


37 bobas para que muera Joules...
—¿Es aquí? —pregunto, aparcado en una tranquila calle lateral frente a una
iglesia blanca con flores amarillas en las jardineras.
—Este es el lugar —respira Joules, sentado en el asiento del copiloto totalmente
en contra de su voluntad. Insistí en conducir, incluso tuve que morderle una vez en el
cuello para que aceptara—. Está aquí tres o cuatro días a la semana. Va a la iglesia los
domingos y los miércoles. Dirige un club de lectura los jueves. Es voluntaria en la
guardería los sábados mientras su marido está en casa con sus tres hijos.
Vaya. Esta mujer no suena para nada como el tipo de Joules. Tal vez soy parcial
porque me gusta mucho, y quiero que sea mío, pero... ¿cómo es esto siquiera justo?
Claro, Tam Eyre fue difícil de vender para Lakelynn, pero al menos son personas
compatibles. El pareja de Joules es exactamente lo contrario de un hombre que folla
como un espíritu enojado. Me muevo en mi asiento y Joules se da cuenta, mojándose
los labios y maldiciéndome en voz baja.
Esto no es lo que se supone que debemos hacer.
Se supone que estamos comprobando su maldición. Para que pueda
enamorarse de ella. Para que pueda romperla.
No sé qué va a pasar entre nosotros, si eso significa que hemos terminado para
siempre. Si... podría volver a mí después de que la maldición desaparezca. No
importa. Mientras viva. Salvar a Joules es mi única prioridad ahora. Sigo rechazando
ofertas de mi publicista porque prefería estar aquí.
Pequeña calle lateral. Iglesia blanca. Una mujer de cabello lino con un abrigo
blanco y jeans, un gorrito blanco en la cabeza, agarrando de la mano a dos niños
pequeños y riendo. Se ríe. Es preciosa.
—Fóllame —gime Joules, pasándose los dedos por el cabello.
—Felizmente. Más tarde. Sal del auto. —Le aticé con el dedo desnudo del pie.
Me quité los tacones para conducir el todoterreno de su madre hasta aquí. Ni siquiera
me molesté en disfrazarme. Nadie sabe dónde estoy ahora mismo, así que nadie
esperará verme aquí. Dudo que tenga problemas. Siento que Tam lo tiene peor que
yo.
Joules abre la puerta y sale, cerrando de un empujón con la mirada clavada en
la mujer rubia.
Parece que quiere huir de ella en vez de acercarse, pero la alcanza a tiempo
para abrirle la puerta de la iglesia. Parece que su marido y su otro hijo están en otra
parte.
¿Es este el encuentro?
Dios, esta maldición es asquerosa. Es tan horrible. Qué cosa tan terrible hacerle
a una familia tan agradable. Mataría por saber qué pasó con su pariente para que el
dolor se extendiera tanto más allá de su público original. O diablos, ¿no es posible
que su antepasado no hiciera nada en absoluto, y aun así estuviera maldito? ¿Quién
sabe?
Joules desaparece dentro de la iglesia.
Permanezco allí sentada tres minutos hasta que me pongo los tacones, camino
a toda velocidad por la acera y me cuelo dentro. La sala se llena de conversaciones
en voz baja, algunas cabezas se giran para mirarme. Los que miran parecen un poco
confusos por mi presencia, quizá sea mi atuendo, pero se vuelven hacia delante y no
me molestan.
Veo a Joules sentado a tres filas de distancia, a la izquierda, en el último lugar
del banco. Su pareja está a su izquierda con sus hijos al otro lado.
Huh.
¿Se sentó con él de buenas a primeras?
Antes de que empiece el servicio, entra un hombre con un niño en pañales. Se
acerca a la fila donde está sentado Joules. Mantienen una leve conversación y el
hombre acaba pasando junto a Joules para sentarse al otro lado de su mujer y sus
hijos.
Sí.
Porque ese es el marido.
Los observo durante todo el servicio y luego me reúno con Joules a la salida.
Probablemente no debería ser visto conmigo, pero puede fingir que soy su hermana
o algo así.
—¿Qué tal ha ido? —pregunto una vez que hemos subido al todoterreno y
cerrado las puertas.
Joules se queda mirando por el parabrisas.
—Me invitaron a un potluck 3. Un puto potluck. Mi pareja, se llama Allison, me
invitó a una comida. Lo siento, Allison y su marido me invitaron a una comida. —Joules
se desploma en su asiento, el codo en la puerta, el rostro en la mano—. Esto es una
locura. ¿Y yo que pensaba que Marla era mala? ¿Que me quejaba de Marla?
Póstumamente, lo siento mucho, Marla.
—Vas a ir a la comida, ¿verdad? —pregunto, pero Joules se limita a asentir, con
el rostro aún en la mano.
—Iré a ver si es posible romper la maldición platónica.
—Es una posibilidad del dos por ciento —le digo, con la voz entrecortada. Fue
él quien me lo dijo. De todos sus parientes, miles de registros confirmados, solo el
dos por ciento de la familia Frost fue capaz de romper la maldición sin romance ni
sexo. El dos por ciento.
—Así es. —Joules no dice otra palabra.
Cuando volvemos a casa de sus padres, invento la excusa de que estoy cansada
y quiero echarme una siesta. Luego me escabullo por la puerta principal y robo el
todoterreno. Dudo que Joules se dé cuenta. Estaba en el patio ayudando a su madre y
a su abuela a quitar las malas hierbas del jardín.
En toda la investigación que Joules tiene sobre su pareja, hay una dirección.
Saco algo de dinero por el camino y aparco al otro lado de la calle. Ni siquiera
voy a esperar a que salga el marido. Me acerco a la puerta y llamo. Pediré hablar con
él fuera. Las posibilidades de que no sepa quién soy son escasas. Estoy segura de que
vendrá.
Entonces le ofreceré cinco millones de dólares para que se divorcie de su
mujer. Puedo permitirme gastar tanto dinero. Así de bien va mi carrera. ¿Dónde está
el daño? Si él se niega, entonces él realmente ama a su esposa. Si acepta, entonces
ella está mejor sin él.
No quiero que Joules muera.
No estoy orgulloso de por qué estoy aquí ni de lo que voy a hacer, pero tengo
que hacerlo. Cuando alguien te importa, harás cosas indecibles bajo la bandera del
amor. Lo que sea necesario, de verdad. Cualquier cosa. Incluso esto. No me importa
hacer el papel de villana si eso significa que Joules puede vivir.
Salgo del auto y cruzo la calle con el dinero guardado en la chaqueta. Suenan
pasos detrás de mí y me giro bruscamente. Debería haber traído a Wrenlee conmigo,
me doy cuenta con un sobresalto. Pero quería estar a solas con Joules, así que le dije

3
Un potluck es un evento en el que cada participante trae un plato de comida. Todos aquellos
que traen un plato pueden probar los otros platos.
que se quedara en Los Ángeles. Me pareció que con Joules cerca no necesitaría otro
guardaespaldas.
Mi novio es mi guardaespaldas. ¿Es un cliché de estrella del pop o qué?
—Solo soy yo —dice Joules cuando cunde el pánico, y luego se corta
bruscamente cuando me doy cuenta de que es él quien está detrás de mí. Sus dedos
me rodean la muñeca y me doy cuenta de que he levantado el brazo para darle un
puñetazo. Joules frunce el ceño—. Si fuera un atacante, ¿qué pensabas hacerme? —
Me suelta el brazo con un resoplido—. ¿Qué haces aquí?
—¿Me seguiste hasta el cajero y luego hasta aquí antes de enfrentarte a mí? —
pregunto. Maldita sea. ¿Y si hubiera sido un admirador, un acosador o algo así? Confío
demasiado en la suerte, ¿no?—. Joules, yo... —Me obligo a respirar.
Joules extiende dos dedos y me abre la chaqueta de cuero.
Se me corta la respiración cuando me pasa los dedos desde la clavícula hasta
el bolsillo, bajando por el costado. Saca el sobre y me lo enseña para que lo mire. Su
expresión es irónica, diabólica, pero no desagradable.
—¿Intentabas sobornar al marido de Allison? ¿Con esto?
—Iba a ofrecerle un contrato por cinco millones... solo para divorciarse de ella.
Eso es. —Cruzo los brazos y me encojo de hombros, pero puede que también me
sonroje un poco. Probablemente él no pueda verlo a través de mi maquillaje, así que
no pasa nada. Es mi propia marca. Persephone's Court de Kaycee Quinn, un homenaje
a mi club de fans. Estás en espiral chica, relájate.
—No. —Me vuelve a meter el dinero en el bolsillo—. Ese no es el tipo de
hombre que mi familia me educó para ser. —Se frota la mandíbula, recién afeitada.
Es una buena señal. Así que debió hacerlo antes de ir al patio a ayudar a su madre.
O... no estaba ayudando a su madre ¿verdad? Me estaba espiando porque pensaba
que podría hacer algo así—. Pero me gusta que estés dispuesta a jugar sucio por mí.
—Haré lo que sea para mantenerte con vida, Joules. —Suspiro, aún de pie en
medio de una calle tan tranquila que ni una sola persona ha circulado por ella mientras
hemos estado aquí parados.
—¿Crees que estoy preocupado porque no estoy seguro de poder conseguir
que Allison se enamore de mí? —Joules se ríe de mí, despeinándose—. Kaycee, es
porque sé con certeza que no puedo enamorarme de ella.
—No quiero perderte, Joules —susurro, y me doy cuenta de que me gusta tanto
que he empezado a asumir que tiene razón. Va a morir el veintiséis de agosto, es
decir, dentro de poco más de un mes.
—Es de ti de quien estoy enamorado. No puedo enamorarme de Allison. —
Joules da un paso adelante y pone sus manos a cada lado de mi rostro, mirándome
con una pequeña y triste sonrisa. No es que se haya rendido, es que lo sabe. Joules es
inteligente, astuto y arrogante, pero incluso él puede ver que esto no está
sucediendo—. Entonces, ¿perdemos el tiempo intentando romper la maldición
platónicamente? ¿Dos por ciento de posibilidades? ¿Con solo cinco semanas? —
Joules presiona su boca contra la mía, caliente y dura. Un movimiento de lengua.
Luego susurra contra mis labios—. Quédate conmigo, Kaycee. Solo estate conmigo.
Le rodeo con los brazos y él me abraza en medio de la calle hasta que Allison
sale a ver cómo estamos.
Se acerca corriendo, con su bonito cabello rubio ondeando bajo el sol de la
tarde. Me pone la mano en el hombro y se inclina para mirarme, realmente
preocupada por mi bienestar. Me siento fatal. Me siento como una mierda. Pero aun así
te jodería si fuera posible salvarlo.
—¿Estás bien? —me pregunta amablemente, como si pensara que quizá he
venido porque la vi en la iglesia—. ¿Necesitas que haga una llamada por ti, Kaycee
Quinn?
—Kaycee... —Oh. Mierda. Ella sabe quién soy. Claro que lo sabe.
—Soy el jefe del equipo de seguridad personal de la señorita Quinn —dice
Joules, y luego sonríe con satisfacción y se cruza de brazos—. También soy su novio.
—¿Estás segura de que no necesitas ayuda? —pregunta Allison, mirando por
encima del hombro a su marido. Él asiente, como si la apoyara, y me pregunto si
Joules nunca tuvo una oportunidad en primer lugar. Yo le gusto, pero quizá a Allison
le guste su marido de la misma manera.
—Estoy bien. Yo solo... qué extraña coincidencia. La familia de Joules vive a la
vuelta de la esquina. —Sonrío a Allison y luego me alejo de ella antes de que sigamos
con la conversación. Agarro a Joules del brazo y lo arrastro lejos, y él me deja.
Solo que, cuando le abro la puerta del pasajero, me agarra por las caderas y
me mete dentro.
—Siéntate —me dice con una ceja levantada. Joules cierra la puerta, sube al
lado del conductor y nos vamos. Ni siquiera mira a Allison por el retrovisor.
Entonces se desata una especie de pánico enfermizo.
Porque Joules ha terminado con Allison. Ha terminado porque hoy ha visto algo
en sí mismo que lo hace imposible. A mí. Debería haber confiado en mis instintos
iniciales y alejarme de Joules Frost al principio. Solo que... ahora es demasiado tarde.
—Vamos por un poco de boba —dice, exhalando, y yo le dirijo una mirada.
—Te gusta tanto como a tu hermana, ¿verdad? —Me burlo, con la voz
entrecortada por la sensación de pérdida inminente. Pronto, muy pronto, Joules va a
morir. Tengo que aceptarlo. Mientras siga aquí conmigo cinco semanas más, tengo
que hacerme a la idea.
—Era más cosa de Joe. Una vez, Lake soltó que el té de burbujas era la felicidad
en una taza, y Joe le siguió la corriente. Cuando ella lloraba, él le compraba un boba.
Si se lastimaba, le compraba un boba. Siempre. Así que, es una cosa de Joe y yo y
Lakelynn, supongo. Porque lo que hiciera uno de nosotros, lo hacíamos todos.
—Lakelynn romperá la maldición —le digo, pero Joules sigue tenso, con los
ojos en la carretera pero la mente en otro lugar completamente distinto.
—Quizá —responde, y la realidad de la verdadera pena en su voz, ese
recuerdo, me va a romper en pedazos cuando se haya ido. Por ahora, consigo
mantener la compostura.
Por mucho tiempo que pase, vamos a hacer que cada segundo merezca la pena.
Le tiendo la mano y él rodea la mía con sus dedos, apretándola.
No derramo una sola lágrima hasta que estoy sola en la ducha.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
CUATRO
TAM
Quedan 32 bobas hasta que muramos los dos...

La rueda de prensa es hoy.


No lo estaría haciendo si no fuera por Lake. Si anunciamos nuestra relación, es
menos tabú. Menos periodistas. Menos acoso para su familia. También creo que Lake
quiere hacerlo porque cree que si lo anunciamos antes de morir, su familia no sufrirá
cuando ya no esté.
Tengo que cambiar esa mentalidad.
—¿Estás emocionada por la rueda de prensa? —le pregunto, tumbado de lado,
completamente desnudo. Quería ver si me miraba descaradamente, si apartaba la
mirada, si se ruborizaba. En lugar de eso, se gira hacia mí, me pone la mano en el...
Mierda.
Lakelynn me trabaja con las manos y luego utiliza una camiseta ya sucia para
limpiar.
—No te preocupes; ahora sé cómo lavarlas —dice, y yo me rio, pasándome las
manos por el rostro.
—Pensé que te estaba jodiendo al estar desnudo. No me lo esperaba.
—Bueno, un individuo maldito tiene que esforzarse más que el resto. ¿Quién
quiere un alma gemela cuya extraña conexión espiritual le mate?
Dejo caer las manos a los lados y me tapo con un poco de sábana. Es temprano.
Desperté a Lake a las nueve de la mañana para que pudiéramos perder el tiempo y
relajarnos antes de salir a las dos.
—¿Crees entonces que somos almas gemelas? —pregunto, intrigado por la
idea. No sé si alguna vez me lo había planteado de verdad hasta este mismo instante.
Ahora Lakelynn se sonroja.
—Supongo que... es una teoría. —Se encoge de hombros—. ¿O tal vez es al
azar? ¿O tal vez la maldición escoge a las peores parejas posibles a propósito?
—¿Soy la peor pareja posible? —pregunto girando la cabeza para mirarla. Me
devuelve la mirada a la luz de la lámpara de la mesilla.
—¿Por qué me preguntaste si estaba emocionada por una conferencia de
prensa? Tam, estoy aterrorizada. Apenas sé lo que es una rueda de prensa. ¿Nos
sentamos ahí, y tú respondes preguntas?
Evitó mi pregunta sobre ser la peor pareja. Ya veo cómo es.
—También podrían hacerte preguntas. —Le sonrío y vuelvo a ponerme de
lado, pero me aseguro de mantener la sábana sobre mis caderas—. Te he preguntado
si estabas emocionada porque... no sé, te voy a reclamar públicamente como mi
novia.
—Um. —Lake se rasca un lado de la cabeza como si estuviera pensando mucho
en lo que acabo de decir—. Yo... ¿supongo que está bien? Quiero decir, no. No, me
alegro. Gracias, Tam. —Me mira, como si estuviera decidida a hacer lo correcto.
Porque cree que aún me persigue, que si dice la palabra equivocada, se acabó.
—Estoy enamorado de ti —le recuerdo, y ella se aparta de mí—. Tú fuiste quien
me dijo que borrara tu espacio. ¿Has cambiado de opinión?
—No. Solo creo que debería pasarnos de la cama a la ducha. Tenemos que irnos
en, ¿cuánto, cuatro horas? ¿Cómo vamos a salir de aquí a tiempo si seguimos teniendo
sexo?
—Entonces, ¿ese es el problema? —pregunto con una sonrisa, y entonces
ambos nos tensamos. Como si tal vez deberíamos estar teniendo sexo el uno con el
otro. Ahora mismo.
Suena el teléfono de Lake, gimo, me tumbo boca arriba y extiendo la mano para
agarrarlo.
—Buenos días, Joules —le digo, y hay una larga pausa antes de que suspire.
—Dale el teléfono a mi hermana, ahora. No te lo pediré dos veces.
—¿Qué pasa si no lo hago? —Me burlo de él—. ¿Volarás a California solo para
que te pateen el trasero?
—Así que, ¿eres tan cobarde como para esconderte detrás de tu
guardaespaldas otra vez? ¿Por qué te molestaste en recibir ese puñetazo?
Me incorporo cuando Lake me hace un gesto para que le entregue el teléfono.
Me lo quedo.
—La última vez, recibí un puñetazo porque me lo merecía. No habrá otra
oportunidad para eso. Si hay una próxima vez, me defenderé. Lo que quise decir fue:
Estoy más que feliz de patearte el trasero. —Miro a Lake y le guiño un ojo. Ya está.
Seré amable—. ¿Puedo hablar contigo un minuto? ¿En privado?
Miro a Lake y ella se queda boquiabierta.
Me levanto y me llevo la sábana conmigo, sentándome en el borde de la
bañera.
—¿No me has oído decir que no? —pregunta secamente Joules. Vuelve a
suspirar—. ¿Qué quieres? ¿Qué es lo que quieres? He llamado para hablar con mi
hermana.
—Estoy enamorado de Lake. Ella es la que no me ama, así que no podemos
romper la maldición. Podría necesitar tu ayuda.
Hay una larga pausa.
—No estás enamorado de mi hermana —responde, como si le diera asco.
—No me digas a quién amo —le respondo un poco borde—. Perderás esa
discusión. De todos modos, si tienes indicaciones, las aceptaré.
Hay un largo silencio y luego maldice.
—No me sorprende. Debería estarlo, pero no lo estoy. Debería haberlo visto
venir. Debería haberme preparado para esto desde el principio. —Está maldiciendo
de nuevo, y entiendo que realmente se siente parcialmente responsable de esto. Yo
también—. ¿Estás enamorado de ella? —pregunta.
—Estoy enamorado de ella —le prometo, y Joules exhala un poco—. Pensé que
si la llevaba a casa, se relajaría lo suficiente como para dejar que ocurriera. Estoy
bastante seguro de que yo también le gusto.
—Dale el maldito teléfono entonces, y lo averiguaremos, ¿no?
CAPÍTULO CINCUENTA Y
CINCO
LAKE
Quedan 32 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—¿Hola? —Estoy bostezando. También miro a la pared en dirección a Tam
porque me ha robado el móvil y luego ha mantenido una conversación privada en el
baño con mi hermano. Tuve la tentación de acercarme sigilosamente y poner la oreja
en la puerta, para espiarlos. Pero no lo hice. Dijera lo que dijera Tam, Joules me lo
contaría.
—¿Aún no estás enamorada de él? —me pregunta, todo suspicaz.
Abro la boca para decirle que es una pregunta estúpida.
Tam es dulce. Tam es divertido. Me gusta pasar tiempo con Tam.
Es alto, guapo, rico y con talento. ¿Quién no amaría a Tam Eyre?
Excepto yo.
¿Qué demonios me pasa?
—Me gusta mucho, mucho —le digo a Joules, sintiendo cómo se me sonrojan
las mejillas—. Pienso en él constantemente...
—¿En qué términos? —exige Joules, y yo pongo los ojos en blanco, aunque él
no pueda verme.
—¿En qué términos? —repito, confusa—. ¿Qué significa eso? Me gusta pasar
tiempo con él, lo cual es bueno porque tenemos que pasar tiempo juntos debido a la
maldición.
—Ahí está tu problema —me asegura Joules, como si él fuera el experto en mi
vida amorosa y yo no supiera nada de nada—. Solo piensas en él por la maldición.
Intenta verlo como un hombre. Imagina que sales con él porque te gusta, y no por la
maldición.
—¿Recuerdas tu consejo sobre la lencería? —le recuerdo, sacando a colación
su idea inicial de que me lanzara sobre Tam. Luego llegamos a conocer al tipo, y
Joules se dio cuenta de que ese era exactamente el método equivocado para usar con
Tam Eyre—. Estoy empezando a conocerle. Pero estas cosas llevan su tiempo.
—Si estás maldito, no —me advierte Joules, y alzo la mano, frustrada. Sigue sin
verme, pero ¿y qué? Quiero tirar el teléfono.
—Eso es exactamente lo que acabo de decir, ¿no? —Le siseo—. Me estás
diciendo que me olvide de la maldición... por culpa de la maldición.
—Cierto. Eso es exactamente lo que digo. Tienes que tomar el riesgo y dejarte
ser vulnerable. No es justo, pero por eso es una maldición. Es una maldición, Lake.
Una maldita maldición.
—Te escucho —le susurro, con esa gélida aguja del miedo en mi corazón
retorciéndose en un lento círculo—. Estás emparejado con Kaycee, ¿verdad?
¿Cuándo ocurrió? Joules, dímelo.
—Estoy enamorado de Kaycee —admite, y su voz se suaviza un poco al decirlo.
Me sorprende la cruda honestidad de sus palabras. Nunca... Mi hermano me ha
dejado de piedra con esa afirmación—. Así que no te preocupes por mí. Ocúpate de
tus cosas. —Una larga pausa—. Y vuelve a casa. Ahora mismo. LO ANTES POSIBLE.
Joules cuelga y yo me quedo sentada con el teléfono en el regazo.
Yo invito.
Yo soy la razón de que la maldición no se rompa.
No Tam.
Yo.
Dios mío.
¿Me estoy matando literalmente porque no me enamoro de una superestrella
guapísima, rica y adorable que toma el control en la cama? No. Esto es absurdo. Esto
es ridículo.
Ahora llamo a Lynn.
—Aún no me he enamorado de Tam, Lynn. No es él; soy yo.
Mi prima no dice nada durante un rato, pero la oigo sentarse en... espera, ¿es
el sonido elástico de mi colchón?
—Te has quedado en mi habitación ¿verdad? —pregunto, pero no me
sorprende. Recuerdo haber dormido en la habitación de Joe con Joules unas cuantas
veces, esperando a ver si se quedaba fuera con Marla o volvía a casa. Siempre nos
emocionábamos mucho cuando no volvía a casa porque pensábamos que lo iba a
conseguir. Estábamos seguros de ello.
Necesito ir a casa. Por si acaso.
—Quizá una noche o dos, aquí y allá. —Me la imagino trazando los dibujos
florales de mi manta con un solo dedo. No puedo permitirme olvidar que Lynn
también perdió a Joe. Lynn también estaba allí, llorando en el cojín del sofá junto a la
tía Lisa. ¿Y ahora corre el riesgo de perderme a mí también?—. Pero... ¿Tam está
enamorada de ti? Eso es genial, ¿verdad?
—Yo soy el problema —le digo, porque sé que Joules tiene razón. Ni siquiera
tengo que creer en la palabra de Tam de que me ama. Sé que tampoco me he dejado
enamorar totalmente de él. No quiero que muramos. ¿Por qué estoy haciendo esto tan
innecesariamente difícil para mí?—. ¿Qué demonios me pasa? ¿No estás ya enamorada
de él? —Es una broma, pero solo más o menos. Lynn lleva años diciéndome que
desairaría a su propia pareja solo por una cita con Tam Eyre.
—No te pasa nada, Lake —me dice mi prima con suavidad, y el sonido de su
voz me rompe el corazón. Porque suena como yo cuando hablaba con Joe, intentando
consolarle, intentando ayudarle a superar la maldición—. Acabáis de empezar a salir;
el amor tarda en encenderse.
Giro la cabeza hacia la puerta del baño.
Si tuviera tiempo, si Tam fuera solo un hombre, y yo fuera solo una mujer, y no
hubiera maldición... sería fácil.
Tiempo es todo lo que necesitamos, pero tiempo es lo que no tenemos en
absoluto. El miedo se agita en mi interior, pero lo aplasto.
Puedo hacerlo.
Tam es una persona fácil de querer.
Solo que no me he permitido amarle, ¿verdad? Estaba tan concentrada en hacer
que se fijara en mí, en simplemente existir para él. Y luego estaba tan preocupada
por ahuyentarlo. Le hice una mamada no porque quisiera, sino por la maldición. Si
soy sincera conmigo misma, me acosté con él mucho antes de lo que lo habría hecho
de otra forma. Debido a la maldición. Todo lo que he hecho hasta ahora es por la
maldición.
Lakelynn y la maldición.
Lakelynn y la estrella del pop.
Lakelynn y su pareja.
Pero no solo... Lake y Tam.
Lo tengo. Lo tengo.
—¿Está teniendo un largo monólogo interno consigo misma, señorita Lakelynn
Frost? —me pregunta Lynn, y las dos nos reímos. Los Frost somos famosos por ese
tipo de cosas. Tam también lo hace, y esa es probablemente una de las razones por
las que me cae tan bien. Me encanta observar la expresión de una persona mientras
mantiene una conversación consigo misma en su propia cabeza. Se puede aprender
mucho de la forma de su boca, del movimiento de sus cejas, del entrecerrar de sus
ojos.
—Sí, señora, lo estaba, y ni siquiera me disculparé por ello.
—Bien. No lo hagas. —Una pausa incómoda, y Lynn nunca es incómoda.
Burbujeante y efervescente y ferviente, rabiosamente, siempre una Tambourine. Pero
nunca torpe—. ¿Vas... vas a venir pronto a casa? —pregunta, y mi corazón da un
vuelco.
—Volveré a casa y romperé la maldición delante de ti —declaro, levantándome
de mi asiento sobre la tapa cerrada del retrete. Tam me dio el teléfono cuando aún
estaba en la cama, pero luego dejó caer la sábana, así que... tenía que salir de allí—.
Entonces te voy a describir exactamente lo que se siente al romperlo. Ya que, ya
sabes, ninguno de nuestros parientes podría ser molestado.
—Mi entrada favorita es de 1967, nuestra tía abuela Marina. —Lynn se aclara la
garganta y me la imagino sentada, con la barbilla levantada—. Hoy se ha roto la
maldición. Solo quedaban once días y casi me había dado por vencida. Todo lo que
puedo decir es esto: fue genial. Tan genial. Había estrellas y... había estrellas.
Los dos nos reímos.
—Aquí está el mío. 1822. Nuestra pariente materna directa, Cassandra Frost.
Aunque la pareja que me proporcionó la maldición era de una posición social
sustancialmente inferior a la de un hombre que podría haber elegido mi padre o mi
querido hermano, estoy encantada. Es un galán, y la fuente de mucha atención
escandalosa de nuestras vecinas femeninas. En solo cincuenta y un días, hemos roto la
maldición. La sensación de romperla fue muy parecida a mi primera vez en la cama con
él. No puedo decírselo a nadie más que a ti, querido diario, ya que no debíamos
acostarnos juntos hasta después de la boda.
Ahora Lynn y yo nos estamos riendo.
—Bien. Tú ganas. El tuyo es mejor. —Lynn hace una pausa y sé que va a
preguntarme por mi diario—. ¿Has escrito sobre...?
—Lynn, voy a colgar.
—¡Solo quiero saber si es tan bueno en la cama como todo el mundo cree! —
me grita, pero ya me estoy riendo demasiado como para responder.
—¡Cuelgo y te amo! —le grito, apago el teléfono y apoyo la cabeza en la mano.
Sí. Debería ir a casa. Quiero ver a mi familia.
Tam debería conocer a mi familia.
¿Quizás ese sea el problema? ¿Quizás no puedo enamorarme de alguien que
no forma parte del grupo social de la familia Frost? Eso podría muy bien ser.
Me levanto y vuelvo orgullosa al dormitorio, dispuesta a luchar por esto. Por
Tam. Por mí. Por Joules. Por Joe. Porque sé que a mi primo se le rompería el corazón
si me uniera a él en la otra vida tan pronto.
—Hola —digo, entrando en el dormitorio y encontrándome a Tam a medio
camino de ponerse una camiseta blanca.
—Hola —responde, con el cabello despeinado mientras la camiseta se desliza
por su cabeza, la tela estirándose sobre unos músculos fuertes y suaves. Músculos que
he sentido contraerse cuando se mueve hacia mí. Detrás de mí. Me pone contra la
pared. Me inclina.
Me olvido de lo que pensaba decir. Su ombligo es la última parte de él que
queda cubierta, y mi mirada se fija en esas pecas. Esas pecas. Esas pecas. Exhalo y
levanto los ojos hacia los suyos, solo para encontrarme con que me mira como si
nunca fuéramos a salir de este dormitorio.
—Quiero enamorarme de ti —le digo a Tam, que se ríe y se frota la frente.
—Me alivia oír eso. —Vacila ligeramente, desviando la mirada hacia un lado—
. Le debo mucho a la maldición, ¿no? Te habría echado hace tiempo sin ella.
—Tienes a millones de personas enamoradas de ti —admito encogiéndome de
hombros—. Sin la maldición, yo no existiría para ti en absoluto. —Eso es un hecho.
Me parece bien. Me habría parecido bien. ¿Pero ahora que lo conozco? Trato de
imaginar un futuro sin Tam en él, y todo se siente sombrío. Me toca dudar. Tam se da
cuenta y camina hasta ponerse delante de mí. Eso no hace que sea más fácil formular
la pregunta que tengo en la boca—. ¿Por qué le pediste consejo a Joules?
—Quería demostrarte que podemos llevarnos bien. Te preocupa lo que piense
tu hermano, y pensé...
Levanto la mano y la pongo sobre la preciosa boca de Tam. Me distrae.
Además, venga ya.
—Amenazaste con darle una paliza. —Dejo caer la mano a mi lado, y los dulces
labios de Tam se entreabren sorprendidos. Incluso peor que antes. No puedo
concentrarme.
—Bueno, eso fue... tenemos una cierta química. —Tam se encoge de
hombros—. Pero sé que le amas, y voy a hacer un esfuerzo. Nadie te conoce tan bien
como él.
Nadie excepto Joe. Creo que Joe nos conocía a Joules y a mí mejor de lo que nos
conocemos entre nosotros y, desde luego, mejor de lo que nos conocemos a nosotros
mismos. Ugh. Mierda.
—¿Te dio buenos consejos? —No puedo evitar preguntar. Quiero saberlo—. Mi
hermano cree que es un maldito gurú del amor. Oigámoslo.
—Dijo que averiguaría si te gustaba. —Tam se pone las manos en las caderas y
levanta una ceja. Las cortinas están abiertas ahora, proyectando un hermoso
resplandor dorado en la habitación, iluminando a Tam con la luz del sol—. Pero no
necesitaba que te lo preguntara. Ya sé la respuesta.
—¿Ah, sí? —me burlo de él, lo rodeo y me dirijo a su armario. Si Tam va a ser
mi novio, quiero vivir la experiencia completa. Quiero robarle la ropa a menudo.
Quiero ponerme sus pantalones de chándal grises después de que los haya usado y
huelan a él. Sobre todo, quiero sus camisetas.
Abro la puerta del armario, sin esperar... Um.
Es una habitación de tamaño completo. Con luces de lujo y cajones y armarios.
Con suficientes estantes para llenar una tienda de ropa. Tres tiendas de ropa.
Me doy la vuelta y Tam está justo ahí, con los codos apoyados en la jamba de
la puerta a ambos lados, inclinándose hacia mí. Retrocedo unos pasos, me doy la
vuelta y agarro la primera camiseta que encuentro.
Es de la gira mundial del año pasado.
Qué mono.
Tam sonríe torcidamente al ver cómo la pego contra el pecho.
—Llevo esto puesto —le digo, tanteando los límites. Se encoge de hombros sin
dejar de sonreírme.
—No iba a impedírtelo —me dice, haciéndose a un lado y tendiéndome una
mano para que pueda escapar del armario. Espera, ¿quiero escapar del armario? Sí.
Joder. Sí, quiero. Hoy tenemos una rueda de prensa. Una conferencia de prensa.
Luego, tenemos el último show de Tam en Los Ángeles.
Después de eso... ¿viaje por carretera? No creo que podamos volar a casa. No
puede ser fácil para Tam navegar por un aeropuerto con su nivel de popularidad, no
sin un séquito completo. Y su jet es rastreado en este sitio web que también sigue a
Elon Musk y Taylor Swift y cualquier otro. No, si queremos volver a Arkansas,
necesitaremos un plan para escapar de los paparazzi.
Me alejo de Tam todo lo que puedo y me quito rápidamente la camiseta del
pijama. Me pongo el sujetador en un tiempo récord, y Tam hace un suave ruido desde
el otro lado.
—Ese encaje rosa, tu pecho... Dios mío, Lakelynn.
Me sonrojo mientras me pongo la camiseta. La ropa interior... Me aseguraré de
no agacharme con el trasero en su dirección. Si ve todo eso, estamos acabados. Hoy
no llegaremos a la rueda de prensa.
—¿Te gustan mis tetas? —le pregunto, lo que quizá sea una pregunta tonta.
Son... grandes, suaves y llenas, tan diferentes de las de las chicas con las que suele
estar. Me encanta mi cuerpo tal y como es, sin necesidad de cambios. Pero tengo
curiosidad.
—¿Me gustan? —Tam se ríe de eso, poniendo las manos en las caderas—. Lake,
vamos.
Empujo las bragas y los pantalones cortos del pijama hasta el suelo y me pongo
ropa interior nueva mientras Tam se queda mirándome. Pantalones cortos jeans para
poder meter un poco la camiseta suelta. Los pantalones jeans.
—Esto estará bien para la rueda de prensa, ¿verdad? —pregunto,
preguntándome si tal vez no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. ¿Necesito
vestirme elegante? ¿Es algo para lo que debería ir elegante?
—¿La rueda de prensa? —Tam tarda unos segundos en recordar lo que está
pasando—. Oh, Lake. —Se lleva las manos a la boca, sonriéndome—. Nos llevarán a
los dos a peluquería y maquillaje, vestidos por una estilista. Seguro que será muy
divertido.
—Ya veo. —Agarro un par de zapatillas para ponérmelas en la puerta,
renunciando a los calcetines. Joules odia que no lleve calcetines. Dice que es
asqueroso. Joe solía jugar con nosotros dos, condenar los calcetines conmigo, alabar
los calcetines con Joules. Él usaba sandalias a menos que estuviera nevando afuera.
Incluso entonces, a veces... Mi corazón se contrae. Contengo el dolor por ahora.
—No intentes distraerme hablando de la rueda de prensa. ¿De verdad me
acabas de preguntar si me gustan tus tetas? Eso es una locura. Estoy escribiendo una
canción sobre suéteres suaves y peludos. Ni siquiera estoy bromeando. Tu forma,
Lake... Me encanta tu forma. Me encanta cómo te sientes bajo mis manos. Me encanta
cómo te sientes cuando estoy dentro de ti.
—¿Puedes parar? —le susurro, intentando escabullirme por la puerta del
dormitorio sin que me agarre. Lo hace de todos modos y me agarra por la cintura
mientras me rio. Tam me aprieta el cuello con la boca y me hace gemir, las rodillas
me flaquean—. ¡Espera, para! Nada de chupetones.
—Todos los putos chupetones. —Tam resopla y me suelta, pasando a grandes
zancadas y entrando en el gigantesco pasillo con los pies descalzos—. Dentro de unas
horas, todo el mundo verá lo en serio que voy contigo. Si te dejo mi marca en el cuello,
mejor aún.
Sonrío a su espalda. Dudo que Jacob esté de acuerdo, pero me gusta.
Su confianza es más que sexy para mí.
Mi mirada se desplaza hacia la marca de la maldición en mi muñeca. No dejo
de sorprenderme cuando la veo. De algún modo, siento que amo a Tam. Solo que...
quizá no lo suficiente.
Todavía no.
Pero pronto.
Pronto.
En treinta y dos bobas o menos.

Tam tiene un trato con sus vecinos, un truco para usar la puerta trasera de su
propiedad y así poder colarse por su jardín y escapar por la puerta delantera. De
camino por el sinuoso camino de entrada, nos encontramos con Tyler, el chico águila.
Lleva un pájaro en el brazo y estoy absolutamente cautivada. Quiero pasar un día
entero con este hombre, viendo a los pájaros matar drones. ¿No es genial?
Tam baja la ventanilla, mantiene una breve conversación con el tipo, veintidós
drones derribados solo esta semana, y nos vamos.
También hay paparazzi pululando por la puerta del vecino, pero no tantos como
en la fachada de la casa de Tam.
Cuando me siento en el asiento de atrás junto a Tam, noto cómo se agolpan en
torno al auto.
Sé que parece una locura, pero cuando estamos solos, para mí no es más que
un hombre. A veces olvido que es una de las personas más famosas del planeta, si no
la más famosa. Me acerco un poco más a él y me rodea la cintura con un brazo y me
acaricia la cadera de una forma que debería ser ilegal.
—¿Qué pasa si una de estas personas intenta dispararte? —le pregunto, pero
es Daniel quien responde.
—Soy un socorrista entrenado, y llevo suministros médicos en caso de
accidente. —Ni siquiera nos mira cuando responde, sentado estoicamente en la silla
central del capitán con los brazos cruzados sobre el pecho—. Pero no los
necesitaremos si te acuerdas de llevarme contigo cuando salgas.
Y ahora Daniel gira la cabeza para mirar a Tam. Esos ojos grises, Dios mío. Es
un rompecorazones y un rompehuesos. Apuesto a que a Ella le gustaría. ¿Quizás
debería tenderles una trampa?
—¿Buscas el amor por casualidad? —pregunto, intentando sonreír. Jacob hace
un ruido raro desde delante y Pat, el conductor, se ríe.
—¿Perdón? —pregunta Tam, con expresión de escándalo—. ¿No somos una
cosa?
Le echo una mirada, pero él se limita a sonreírme y guiñarme un ojo.
—Para Ella. Mi amiga de las gafas. —Me señalo el rostro—. ¿Por casualidad la
viste cuando estábamos en el boba...
—Ni siquiera me fijo en las mujeres —responde Daniel, inexpresivo—. Mi
trabajo es demasiado estresante como para pensar en romances.
—Podrías tenderle una trampa a Jacob —ofrece Tam, señalando a su
representante—. Le vendría muy bien una novia. Ha estado soltero desde que nació.
—Yo salgo —declara Jacob, pero lo hace sonar como una tarea necesaria, algo
así como barrer el suelo o limpiar las manchas de las ventanas. Tam lo hace a menudo,
limpia las manchas de los cristales de su gigantesca casa de cristal—. De hecho,
anoche tuve una cita a ciegas.
—¿Y cómo te fue con eso? —responde Tam, con un poco de actitud, como si se
estuviera metiendo.
—No me dirijo a usted, señor Eyre. Me dirigía a la señorita Frost. —Jacob se da
la vuelta para mirarme, con las cejas castaño oscuro juntas—. La chica era
encantadora. Pasa la mayor parte de su tiempo libre haciendo scrapbooking para
TikTok. Tiene casi tres millones de seguidores, por si quieres saberlo.
Todas las miradas se dirigen a Tam. Me imagino una flecha sobre su cabeza,
apuntándole con luces intermitentes. Tiene ciento setenta millones de seguidores en
TikTok. La persona más seguida de todo el mundo. Popular y sexy y todo mío. Sonrío
para mis adentros.
—Bueno, yo solo tengo veintiséis seguidores, así que está bastante bien —
respondo, echándome hacia atrás en mi asiento. Me siento un poco aliviada de que
Jake no esté buscando ayuda con el romance. En realidad, no estoy segura de que
ninguna de mis amigas o primas sea la persona adecuada para él.
—Ya no —susurra Tam, inclinándose hacia mí. Le echo una mirada.
—Solo mi familia me sigue. —Es verdad. Y mi madre se niega a tener un TikTok.
Mi abuela tiene trescientos mil seguidores y hace vídeos sobre tareas domésticas y
repostería. Tiene un rollo cottage core que es bastante dope.
—Estás saliendo con Tam Eyre —dice Tam Eyre, sonriéndome por lo bajo—.
Ahora tienes más de veintiséis seguidores.
—¿Has mirado? —replico, y él se inclina, apretando su nariz contra la mía.
—No tengo por qué —gruñe, y luego me besa. Sigue besándome. Soy yo la que
se aparta, para mantener la profesionalidad en el todoterreno—. Pero bien por Jacob,
y su famosa futura esposa scrapbooking.
—Encontré sus vídeos tediosos. Aún no estoy fuera del mercado. —Jacob se da
la vuelta y Tam reprime una carcajada detrás de la mano.
—Jake es muy exigente —me dice, y su jefe vuelve a resoplar de frustración.
—Creo que lo que el señor Eyre intenta decir es que la mayoría de mis citas
solo se han interesado en mí como medio para llegar a él. —Jacob resopla y se coloca
un auricular sobre el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás. Es un final muy
intencionado para nuestra conversación.
—Deberíamos hablar del guardaespaldas de la señorita Frost —dice Daniel,
mirando por los cristales tintados como si buscara amenazas—. No puedo estar en dos
sitios a la vez. Además, a la hora de la verdad, tendré que proteger primero a Tam.
No me gustan esas probabilidades.
—No, primero protegerás a Lake —dice Tam, con voz dura. Se me pone la piel
de gallina, pero en el buen sentido—. Pero sí, tendremos que estudiarlo. Creo que
una guardaespaldas femenina estaría bien.
—¿Por qué necesito un guardaespaldas? —pregunto, completamente
desconcertada. Joules ha intentado explicármelo, pero sigo sin entenderlo.
Tam me dirige una mirada comprensiva y me echa el cabello hacia atrás, pero
no responde a la pregunta.
—Ojalá hubiéramos podido usar a Joules —reflexiona Daniel—. Tu hermano es
realmente un individuo fuerte, dotado y capaz.
Sonrío.
—Bueno, no le diré que lo dijiste o su cabeza se expandirá y luego explotará.
Ya está demasiado orgulloso de sí mismo. Prácticamente un pavo real en celo.
¿No puedes verlo en tu cabeza? Joules, con un enorme penacho de plumas
brillantes saliendo de su trasero. La imagen se me queda grabada para el resto del
viaje.
Treinta minutos más tarde, llegamos a nuestro destino, y veo por qué Tam no
respondió a mi pregunta sobre tener un guardaespaldas. No le hacía falta. Puedo
verlo todo por mí misma.
—Despejado —murmura Daniel en sus auriculares, y entonces está abriendo la
puerta y hay un torrente de calor, sonido y energía. Cámaras parpadeantes. Gritos.
Una masa agitada a ambos lados de las cuerdas de terciopelo y los guardias con sus
intimidantes uniformes negros.
Tam me lleva de la mano, pero en cuanto pongo un pie fuera del todoterreno,
todas las miradas se posan en mí.
Cuando antes seguía detrás de Tam, un asistente sin nombre que a nadie le
importaba, estaba mal pero no era así. ¿Ahora? Soy la otra mujer. Soy la chica que lo
alejó de Kaycee Quinn. Soy una don nadie de Arkansas que, según un gran porcentaje
de su fandom, no se merece al rey del pop actual.
Tam no posa en absoluto, no saluda, solo retrocede para colocarse a mi lado.
Se quita la sudadera mientras me giro hacia su lado, intentando ocultar mi rostro, y
luego me cubre con ella.
—Imagina que son el océano, y esto es un embarcadero. El objetivo es caminar
por el embarcadero lo más rápido posible, antes de que nos sorprenda una ola. —Me
da un suave beso en la mejilla al abrigo de la tela y me guía hasta el interior del
pasillo, relativamente tranquilo.
Las puertas se cierran detrás de nosotros, cortando gran parte del sonido.
Casi me desplomo contra la pared.
¿Es este... el obstáculo que se interpone entre Tam y yo? Me pregunto. Me gusta
casi todo de él. Incluso su mal humor me ha caído bien. Es amable, divertido, gentil,
pero también parece tener un sexto sentido para saber lo que me gusta en la cama.
¿Pero esto? ¿La fama y la popularidad?
No me gusta.
Pero él lo vale, lo sé. Puedo verlo.
—¿Sabes esa camiseta que llevas? —me dice Jacob, volviéndose sobre su
hombro con un resoplido—. Eso era un recuerdo, y no algo para ser usado.
—Déjala en paz, Jake —advierte Tam, y me gusta cómo su voz se vuelve pétrea
cuando me defiende. Me recuerda a la mirada que está permanentemente en los ojos
de Daniel—. Vamos, Kayak. Vamos a hacerte tu primera experiencia de peluquería y
maquillaje.
Tam enrosca su mano en torno a la mía, se lleva los nudillos a los labios para
darme un beso y me lleva por el pasillo.

Tam le dice al maquillador y al peluquero cosas que apenas entiendo,


haciéndome gestos mientras habla. Rechaza los dos primeros trajes que me dan, y
menos mal. El primero parecía un saco de arpillera y el segundo parecía de barrio
rojo.
El tercero es bonito, un minivestido de punto rosa pálido de manga larga con
un slip debajo. Me queda bien con mi cabello, con el de Tam, con el look desenfadado
de All-American con el que se ha vestido: sudadera gris extragrande, un puñado de
collares finos plateados, camiseta rosa metida por dentro a juego con mi vestido,
jeans holgados deshilachados, zapatillas a juego con la camiseta.
—Me voy a desmayar —susurro, de pie a su lado con unos tacones con los que
apenas puedo andar. Tam se da cuenta y frunce ligeramente el ceño.
—Un segundo. —Corre por el pasillo y vuelve con unas zapatillas. Son unas
zapatillas negras de caña alta que parece que tardarían una eternidad en atarse. Solo
que tienen una cremallera en el lateral. Tam se pone en cuclillas delante de mí y mira
hacia arriba, con una bonita media sonrisa—. Agárrate a mi hombro —me dice, y lo
hago. Me encanta sentir su calor y su dureza bajo la palma de mi mano. Me ayuda a
quitarme los tacones y a ponerme las zapatillas de suela blanca.
Cuando se levanta, me besa en la mejilla y Jacob nos conduce a un escenario
frente a un vasto auditorio lleno de miembros de la prensa, de influyentes populares,
de la junta directiva de Hype Records, de la junta directiva del club de fans de
Tambourine.
Camino como si tuviera confianza, como si estuviera segura de mí misma.
No lo estoy.
Quiero huir.
En lugar de eso, Tam me saca la silla y la gente se queda boquiabierta.
Suficiente gente para que suene como otra ola rebelde en el proverbial muelle. Pero
él es un caballero a la antigua. ¿No lo saben? ¿No saben que lleva vendas y analgésicos
en la cartera, pañuelos en los bolsillos? Siempre me limpia después de hacer el amor, o
de follar, y come un pastel horrible que ningún otro ser humano en la Tierra probaría un
segundo bocado.
Así es como me preparo para lo que viene, concentrando mi energía en todas
las partes buenas de Tam.
—Buenos días —dice al micrófono que está colocado en la mesa frente a él. Yo
también tengo uno, pero permanezco inclinada hacia atrás, lo más lejos posible. Miro
a la multitud y sonrío porque no sé qué más hacer. La gente me está haciendo fotos
como locos, y es difícil ver. Acabo entrecerrando los ojos. Tam se mete la mano en el
bolsillo, saca sus gafas de sol y me las pasa.
Ambos nos giramos en nuestros asientos para mirarnos.
—Si los flashes te hacen daño en los ojos, puedes ponerte estos —me dice, y su
voz es captada por el micrófono y amplificada. La gente deja de hacer fotos durante
un minuto; al menos, dejan de usar el flash. Dejo las gafas de sol sobre la mesa, por si
acaso. Tam se vuelve lentamente hacia el micrófono—. Buenos días —repite,
poniendo una sonrisa en su rostro. No le llega a los ojos. Permanecen duros,
inflexibles—. Quería presentar oficialmente a todos a mi novia, Lakelynn Frost.
La multitud enloquece de nuevo, la gente grita para hacerse oír por encima de
los demás.
Tam no se mueve. Se limita a esperar, deslizando la mano sobre mi muslo, justo
por debajo de la tela del vestido. Su pulgar acaricia el interior de mi pierna, y yo, por
reflejo, agarro mis dedos alrededor de su muñeca. Demasiado sensible. No puedo
soportarlo. Tam esboza una sonrisa burlona y el griterío se apaga.
—Vamos —susurra, inclinándose hacia mí—. Preséntate.
Alargo la mano hacia el micrófono y lo arrastro un poco más cerca.
—Hey, um… —Eso es todo lo que sale. La multitud me mira fijamente. La líder
del club de fans de Tam frunce el ceño como si hubiera pateado a su cachorro—.
Pueden... llamarme Lake si quieren.
Tam se hace cargo antes de que se ponga más incómodo.
—Como saben, Kaycee Quinn y yo decidimos mutuamente ver a otras
personas. Estamos mejor como amigos. Valoro su aportación creativa y creo que es
una artista con un talento increíble, pero no había chispa entre nosotros. Los dos nos
merecemos algo mejor, y los dos encontramos el amor de forma independiente. En
aquel momento, ambos teníamos la obligación contractual de permanecer juntos ante
la opinión pública. Afortunadamente, en Hype Records somos una familia, y tanto
Kaycee como yo pudimos modificar nuestros contratos. —Tam se echa hacia atrás en
su asiento, se cruza de brazos, y el público vuelve a arremeter, sacando fotos y
grabando vídeos, gritando preguntas que quedan sin respuesta.
No tenía ni idea de que Tam estaba haciendo todas esas cosas entre bastidores
por mí, como conseguir que modificaran su contrato. No puede haber sido fácil. Mis
mejillas se calientan un poco y me muevo en mi asiento. Oh, Tam. Lo siento mucho.
Resisto el impulso de rascarme el maquillaje que cubre la marca de maldición de mi
muñeca.
Entonces pienso en Joules, y en todos los arañazos. ¡Sabía que ese hijo de puta
estaba maldito! Cómo se atreve a mentirme. Me cuesta un esfuerzo gigantesco no
apretar los dientes.
Dejaré eso para más tarde, cuando lleguemos a Arkansas. Voy a abordar a
Joules y revelar la marca en su muñeca. Por favor, sálvalo, Kaycee. No dejes que mi
hermano muera.
—Nos gustaría que todo el mundo respetara nuestra intimidad mientras nos
conocemos. Compartiré muchos vídeos e historias sobre Lake y yo en las redes
sociales a partir de septiembre. Por ahora, solo queremos estar juntos. —Tam asiente
a Jacob—. Ahora aceptaremos preguntas.
Jacob toma el control de la multitud, eligiendo a la gente para que se ponga en
pie y haga preguntas. La primera docena es bastante habitual: ¿afectará esto a tus
colaboraciones con Kaycee? (no), ¿afectará esta relación al nuevo álbum? (sí, en el
buen sentido), ¿qué te parece el concierto de mañana? (no hay cambios). Y así
sucesivamente. Casi me aburro cuando nos sueltan la primera tontería.
—Esta es para Lakelynn —dice la chica, una mujer guapísima con un
pintalabios morado brillante que reconozco de TikTok—. ¿Qué se siente al ser la puta
que rompió la pareja más sexy de la música?
Tam se levanta de repente y la habitación se queda en silencio. Sonríe, y no es
agradable. Es su sonrisa gruñona, y ya te dije que había mucho que adorar de su
malhumor.
—O te vas tú, o me voy yo —dice mirando fijamente a la chica—. Lárgate.
Tam me agarra la mano y la sala se enfada muchísimo con la chica. La animan
a marcharse y finalmente lo hace. Ojalá pudiera decir que está arrepentida de lo que
ha hecho, pero sonríe al salir por la puerta. Estoy segura de que el vídeo se hará viral,
y eso es todo lo que necesita y le importa.
Tam vuelve a sentarse.
—No hay excusa para comportarse así; no lo toleraré. —Vuelve a sonreír, y yo
caigo un poco más fuerte, un poco más hondo. Un iceberg dentro de mi corazón se
mueve, haciendo sitio para el agua caliente. Puedo hacerlo. Sé que puedo. Tam y yo
vamos a estar bien—. Siguiente pregunta.
Y así durante cuatro horas más.
Cuando nos vamos, estoy medio dormida y bostezando. Además, me quedo
con el vestido y los zapatos, lo cual es genial.
—Muy bien, Kayak —dice Tam en cuanto volvemos a estar sentados en la parte
trasera del todoterreno. Apoyo la cabeza en su hombro y cierro los ojos. Había mucha
gente. Demasiada. Ya veo por qué Tam está siempre cansado. Mi novio me susurra
con los labios pegados a la oreja. Puedo oír en sus palabras que me follaría ahora
mismo si pudiera, y me encanta—. Fuiste una buena chica para mí. Vamos a tomar un
boba.
—Tres bobas —digo, y Tam entierra su rostro en mi cabello.
—Tres bobas —está de acuerdo, siempre agitando las cosas.
Porque tenía razón la primera vez: nadie sabe cuántas bobas le quedan hasta
que se muere.
Ni siquiera yo.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
SEIS
TAM
Quedan 31 bobas hasta que muramos los dos...
Mi madre me está esperando en la cocina. Me he levantado temprano para salir
a correr y aquí está ella, con mi batido ya hecho y sobre la mesa. Le doy las gracias
con una sonrisa juvenil. Tengo veintisiete años. Estoy ocupado. Mi madre está
ocupada. Cuando tenemos tiempo de vernos, hablamos casi exclusivamente de
negocios.
¿Esto? ¿Haciendo algo como mamá por mí? Me encanta.
—Gracias, mamá —le digo, dándole un beso en la mejilla mientras recojo el
vaso. Hoy no hay pajita. Dejo el vaso sobre la mesa, me acuerdo tarde de que no llevo
puesta la camisa y me la engancho al cuello. Me la paso por la cabeza lo más rápido
que puedo y me aliso la cabeza con los dedos. Rara es la mañana que paso sin que un
estilista me arregle el cabello. Apuesto a que un par de pasadas con el cepillo es lo
máximo que hago en mi tiempo libre.
—De nada. —Me mira de mala gana—. Siento haber estado tan encima de ti
con lo de tu dieta. ¿Cómo fue tu examen físico el otro día?
Iba a saltármelo, pero el médico ya estaba esperando en la cocina con Jacob
cuando nos despertamos. No tardó mucho, media hora.
—He ganado medio kilo —le digo, apoyándome en la mesa y cruzándome de
brazos—. De músculo.
—¿Oh? —Está sorprendida, pero no debería. No he dejado de hacer ejercicio,
pero he estado comiendo un poco más. Ejercicio y calorías extra más proteínas es
igual a músculos—. Eso está bien.
Se vuelve un poco incómodo, como si hubiéramos olvidado cómo hablarnos.
—¿Cómo está Christian? —pregunto, deseando que se case con su novio. Sé
que quiere hacerlo. Veo todas sus publicaciones en las redes sociales y le gusta
mucho mi madre. La mira como sé que yo miro a Lakelynn—. ¿Aceptaste su invitación
para pasar las vacaciones con su familia?
Mi madre frunce los labios y mira hacia otro lado, por la ventana, hacia el sol
que se perfila sobre las montañas. Se queda pensativa un momento y se vuelve hacia
mí.
—¿Quieres pasar las vacaciones con la familia de tu nueva novia?
Asiento. Se lo ha imaginado. Si seguimos vivos para entonces. Estoy un poco
asustado. Ahora que creo en la maldición, el peligro se ha vuelto real. Si llegamos al
veinticuatro de agosto y Lakelynn no me ama, moriremos los dos. Y mientras tanto,
voy a pasar mis posibles últimos días con su familia. No con mi madre. Tengo que
abordar lo que sea necesario abordar entre nosotros ahora mismo. Debo decirle que
la amo.
—Ah, y quiero que añadas algo a mi testamento. —Tal vez sea una petición
extraña para hacer una mañana temprano durante una visita rara e inesperada como
esta. Sé por qué está aquí: para hablar de Lake. No está contenta por lo que le hice
pasar. Ella es la que maneja mis contratos, y tuvo que enfrentarse al director general
por mí. Pero Lake tenía razón: soy Tam Eyre. Puedo seguir haciendo música, maldita
sea la discográfica. Mi destino está fuera de sus manos. Ellos cedieron y me dieron lo
que quiero, y lo único que realmente quiero ahora es... Lakelynn—. Solo en caso de
que un acosador me atrape o algo así.
—¿Lo dices porque la gente está enfadada por tu relación con Lakelynn? —
pregunta mamá, pero yo me encojo de hombros. La gente no está tan enfadada y ya
se les pasará. No he perdido muchos seguidores en ninguna red social.
—Quiero asegurarme de que si me pasa algo, su familia reciba dinero de mi
herencia.
Elena no sabe qué hacer con esa información, se lleva una mano al pecho y
juguetea con los bordes de su blusa azul marino. Es un look elegante, con los
pantalones blancos y los tacones plateados.
—¿Acabas de empezar a salir con ella y ahora... quiere que le des dinero a su
familia en tu testamento? Tam, cariño. Thomas. Escúchame. —Mi madre se acerca a
mí, tomando mis manos entre las suyas—. No confío en ella. No tengo un buen
presentimiento. Algo me grita que debo alejarte de ella.
—Por favor, haz los cambios en mi testamento —le digo con una sonrisa,
acomodando nuestras manos para que las mías queden encima. Aprecio lo que dice,
pero esto no fue idea de Lake. Es solo mía. Ni siquiera voy a contárselo. A pesar de
las precauciones que estoy tomando, creo en mí y en Lake. Creo que romperemos la
maldición y nos casaremos algún día. Francamente, si no pareciera que estoy loco,
ya le habría pedido que se casara conmigo.
—Lo pensaré —dice Elena con el ceño fruncido, alejándose de mí y dejando
caer las manos a los lados.
—No, mamá. Te digo: haz el cambio, por favor. Mándamelo para que lo firme.
Nos quedamos mirándonos.
—¿Vas en serio con esta chica? —me pregunta, y yo asiento.
—Voy en serio.
Vuelve a fruncir los labios.
—Ella no está en la marca.
—No todo tiene que ser negocios.
Elena suspira y se levanta para juguetear con su pendiente.
—Lo sé. Eres un adulto. Confío en ti. Es solo que... no me gusta.
—Dale tiempo. —Hasta después del veinticuatro de agosto—. Y lo harás.
Siento que hay una parte de mi madre que reconoce lo peligrosa que es mi
conexión con Lake. ¿O tal vez puede sentir que su hijo está enamorado de una chica
que no está enamorada de él?
Treinta y una bobas hasta que muramos los dos. Maldita sea.
—Haré los cambios y lo tendré listo para el final del día, señor Eyre —bromea,
y entonces sé con certeza que estamos bien. Le dedico una sonrisa irónica.
—No empieces a hablarme también como si fuera un duque. Podría empezar a
creérmelo.
—Hoy es el primer día que me hablas como... si fuera tu empleado. —Mamá se
ríe, como si eso tuviera algo de gracioso. Entonces debe saber cuánto la amo, ¿eh?
Sabe que ser mi madre es más importante que mi carrera.
Por eso sé que también amo a Lakelynn, porque sacrificaría el mundo por ella.
El mundo entero. El puto mundo entero.
—Oh, cielos. —Mi madre niega—. Esa mirada en tu rostro. Hijo, lo tienes mal.
Esto del testamento fue idea tuya, ¿no?
—Lake es práctica. Me diría que era una buena idea, que estaba pensando en
el futuro. Pero no se deleitaría con ello ni lo codiciaría. Ella no es así. Nunca he
conocido a alguien que viva feliz en los pequeños momentos cotidianos como ella.
Mi madre me sonríe y se acerca para darme un beso en la mejilla.
—Te amo, Thomas —me dice, y esta vez es ella quien me abraza. Eso también
me gusta.
—Yo también te amo —le respondo, y me agarro fuerte.
Por si acaso.
Lake es tan dormilona y mona. Podría quedarme mirándola durante horas,
pero... probablemente sería espeluznante. Sonrío y alargo la mano para pasarle un
dedo por la nariz. Me da una palmada y se da la vuelta, refunfuñando y acurrucándose
en una almohada.
También me encanta.
Me gusta observarla, jugar con ella. Hace las cosas más divertidas, como
retarme al azar a piedra, papel o tijera para tomar alguna decisión aleatoria y
arbitraria, como qué sabor de LaCroix beber. Baja el volumen de su teléfono para
poder escuchar esa canción, NIGHT DANCER mientras se ducha. Cree que no sé que
lo está haciendo.
—Hora de levantarse. Día de concierto —le susurro al oído, y siento una maldita
emoción al tener a mi novia aquí conmigo. Puedo decirle a Lake la verdad sobre todo;
ella guarda secretos. Guarda mejores secretos que yo. Es tan tiernamente respetuosa
con nuestra intimidad, igual que yo. ¿Y el sexo? Me alegro de haber esperado a que
llegara a mi vida. Nos follamos como si hubiéramos nacido para ello—. Nuestro último
concierto.
Lake se da la vuelta y me mira, parpadeando para salir del sueño.
—¿Cuántos conciertos hubo en total? ¿Diez mil? —murmura, y yo sonrío.
—Cincuenta millones, pero te faltaron algunos.
—Hmm. —Lake se da la vuelta, pero yo me meto bajo la manta y aprieto mi
cuerpo contra el suyo. Se estremece—. Eso es muy injusto, Tam Eyre.
—No juego limpio. ¿Cómo crees que me hice famoso? —Le muerdo la oreja y
ella se estremece, arqueándose hacia mí por instinto. ¿Ves lo que quiero decir?
Nacida para esto.
—Hola —dice Lake, jadeando un poco. Su voz es lo suficientemente firme como
para que sepa que quiere hablar de algo importante. Me quedo quieto, con el cuerpo
envuelto en el suyo—. Gracias por luchar para modificar tu contrato. Nunca esperé
ser tu novia públicamente. Supuse que sería... bueno, un secreto o algo así.
Me duele el corazón y sé que voy a escribir canciones increíbles gracias a esta
mujer.
—¿Querrías alguna vez estar con un hombre que mantuviera en secreto a
alguien tan increíble como tú? Oh, Lake. Esa no era una opción. Ni por un solo
segundo. Planeé encontrar la forma de salirme del contrato en el momento en que te
eché corriendo de aquella casa de Oregón.
Se gira en mis brazos, con la cabeza bajo mi barbilla. También me gusta así.
Me gusta de todas las formas posibles. Apenas puedo contener las manos. Me quedo
mirándola un montón de veces, pensando en lo guapa que es, preguntándome qué va
a decir a continuación.
Sí. Estoy completamente cautivado. ¿Quizá sabía que me haría esto desde el
principio y por eso tenía miedo?
—Yo... vaya. Bien. —Lake se echa hacia atrás para poder rozarme la mejilla con
las suaves yemas de los dedos, mirarme a los ojos—. Aun así, gracias. Solo di que de
nada.
—De nada —le digo sinceramente—. Y gracias a ti. Tú fuiste quien me dio la
confianza para hacerlo. ¿Te acuerdas? Soy el maldito Tam Eyre. Podría empezar mi
propio sello discográfico. Podría... ¿qué era? ¿Cambiar la industria de la reventa de
entradas? ¿Patearle el trasero a algunos revendedores?
—Claro que sí —dice Lake asintiendo y sonriéndome. Por la forma en que me
devuelve la mirada, parece que me ama. ¿Es posible que la maldición funcione mal?
¿Que tenga hipo? ¿Que se detenga? ¿Tenemos que buscar otra forma de romperla?
¿O son solo ilusiones mías, la repentina desesperación que siento porque me
corresponda?
Nunca había experimentado una fuerza de anhelo tan intensa en toda mi vida.
Algunas de mis canciones, hasta ahora solo palabras, tienen mucho más
sentido. Por eso la gente escucha mi música.
—Cuando caí de rodillas por ti, y me diste la espalda, yo era menos que polvo.
No era nada.
De una de mis caras B, pero sigue siendo muy popular. Noventa y siete millones
de streams y subiendo, o algo así. Ahora lo entiendo. Lo entiendo. El amor es
dramático.
—Entonces, ¿cuál es el programa para hoy? —me pregunta Lake, y noto que se
me ensombrece un poco la expresión. Ella lo nota y se humedece los labios en
respuesta. Parpadeamos. Estamos así de cerca del sexo.
—¿Estás despierto? —Es Jacob, abriendo la puerta de mi habitación.
Esta vez voy a matarlo de verdad.
—Sal de mi habitación y no vuelvas a entrar sin llamar.
Jake se retira y cierra la puerta, pero le oigo gritarme en el pasillo.
—¡Bien! Quédate en la cama con tu nueva novia todo el día y piérdete el concierto.
Trata a tus fans como si no significaran nada para ti. Adelante, no te detendré, Su
Majestad.
—Por fin ha acertado con mi título —suspiro, y Lake se echa a reír.
—Das mucho miedo cuando estás de mal humor —dice, pero sigue riendo.
Le sonrío y me inclino hacia ella, lamiendo la curva de su labio inferior.
Deja de reír.
—Si no puedo tenerte ahora, entonces te tendré en mi camerino. Prepárate: Te
voy a follar entre Green Apple y The Guilt Between Us.
—Aléjate de mí. —Lake se desliza fuera de la cama y se encierra en el baño.
Pero lo sabe.
Los dos lo hacemos.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
SIETE
LAKE
Quedan 31 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Mi novio estrella del pop va a matarme antes de que lo haga la maldición.
¿Cómo lo hizo? ¿Cómo ha aprendido este baile? me pregunto mientras Tam
mueve las caderas y respira agitadamente por encima del micrófono que tiene cerca
de los labios. Estoy lo bastante cerca como para verle el sudor en el rostro, arropado
por un grupo de guardias de seguridad entre la valla metálica que hay detrás de mí
y el foso que hay más allá. La gente grita por Tam, llora, canta a pleno pulmón.
Desde donde estoy, puedo llegar entre bastidores en menos de un minuto.
Nadie me detendrá si subo esos escalones negros y me escabullo detrás de la cortina.
Tengo una placa. Además, yo también soy una celebridad menor. La gente me graba,
me hace fotos, grita para llamar mi atención.
Soy literalmente famosa por tener sexo con Tam Eyre.
—¿Cómo es en la cama? —grita una chica desde demasiado cerca de mi oído.
Me alejo de ella y veo cómo Tam se pavonea hacia el final del escenario como si
buscara a alguien.
Será mejor que no lo hagas. Pienso en él, y aquí viene, acercándose mucho más
al borde del escenario de lo que se supone que debe hacer esta rutina. Créeme, lo
sé. He visto esta misma rutina docenas de veces. Y eso es solo en vivo. Lo he visto
incluso más veces online. ¿Sabes por qué? Porque es Break Up With ME.
Tam no deja de bailar ni de cantar; solo acorta la distancia entre nosotros, se
quita la pulsera de la muñeca. Me la lanza. Atrapo su pulsera sudorosa entre las
palmas de mis manos, y la gente a mi alrededor se vuelve loca. Algunos me piden la
pulsera.
¿Saben una cosa?
Pueden quedárselo.
La lanzo a la multitud y los fans se lanzan a recogerlo. Una chica lo levanta
triunfante y otros gimen.
Me tapo la boca con una mano y me apresuro entre bastidores, para poder ver
a Tam entre un set y otro.
Sale del escenario y se detiene delante de mí. Con los auriculares puestos.
Cabello brillante bajo las luces brillantes. Camisa negra ajustada. Una extraña media
falda sobre los pantalones que se supone que es un guiño a su herencia escocesa.
Grandes botas negras.
—Le regalé tu pulsera a una fangirl —le digo, y se ríe.
—¿Le diste mi brazalete a una fangirl cuando yo te lo lancé? Aw, Lake. Me
duele. —Tam me pasa los dedos por el cabello y aparta el micrófono para poder
besarme. Inclino la cabeza hacia atrás para facilitarle el acceso, pero es un beso que
no dura lo suficiente.
Se marcha al camerino y, en cuestión de minutos, está de nuevo en el escenario.
Green apple está empezando.
Me niego a recordar las palabras exactas que Tam me dijo esta mañana.
No lo haré.
Que me jodan, eso es lo que dijo, ¿no?
En seguida entro en el vestuario, para asegurarme de que no llegaré tarde.
Me muerdo el labio y miro a mi alrededor, pero es un espacio pequeño, mucho
más que el de San Francisco.
Hmm.
Cierro la puerta y me desnudo hasta quedar en ropa interior.
Es la misma lencería que llevaba bajo el disfraz de perrito caliente, sí.
En una esquina de la sala, veo un pequeño monitor que muestra el escenario y
la canción que está cantando Tam.
Green Apple es una burla descarada al estilo K-pop. No sé cómo se me pasó la
primera vez, solía saltarme esta canción cuando la ponían, pero ahora la escucho tal
y como es. Habla de gente que no le gusta. No sé quién, pero es una sutil burla.
Es tan inteligente, maldita sea. Sabía que lo sería. Todavía me sorprendo. Se
las arregla para engañarme con esa bonita sonrisa cada vez.
Tam hace un movimiento en esta rutina en particular que consiste en mantener
los brazos por encima de la cabeza, con los codos extendidos en forma de diamante.
Junta las manos, mueve las caderas a ambos lados y baja hasta que acaba cayendo de
rodillas. Una palma hacia abajo en el escenario, luego la otra. Esencialmente a cuatro
patas.
Maldita sea.
Pone esa expresión de dormitorio que me hace preguntarme cómo sobrevivo
a esa mirada cuando se centra únicamente en mí. Tam se arrastra unos segundos y
luego se pone en pie con pericia.
—Solo un bocado agrio, pero te gustará. La fruta que quieres, esas manzanas
verdes. Las conseguí baratas, pero puedes tenerlas gratis.
Mm. Mm-hmm. Bueno, tal vez no una indirecta sutil después de todo. Es algo
obvio, ¿no? Verde, como la envidia. Manzanas ácidas. Se está burlando, y yo no me
di cuenta. Puedo ser tan densa a veces.
Tam termina la canción con esta nota a capella que simplemente destroza al
público.
Le están echando espuma por la boca cuando guiña un ojo y se da la vuelta,
saliendo a grandes zancadas del escenario.
Hoy hay un intermedio especial, con algunos artistas invitados de la zona. Y
cuando digo locales me refiero a Beverly Hills, probablemente vecinos de Tam. Es
algo importante. Kaycee Quinn no estaba programada para cantar esta noche porque
se suponía que estaba trabajando en su drama.
En cambio... ¿se fue a Arkansas con mi hermano? Por supuesto que están
emparejados. Me siento estúpida por no darme cuenta hasta ahora. Es una trama tan
obvia como las letras ocurrentes de Tam.
Ya viene.
En cualquier momento... el pomo de la puerta se sacude y me apresuro a
abrirlo.
Tam irrumpe en la habitación como una tormenta, cierra la puerta de golpe y
me agarra. Se desprende de la ropa entre besos agudos y calientes, y sus manos
vagabundean. Tiene la piel húmeda y caliente por el baile, y respira con dificultad
por el esfuerzo físico. Su voz, un poco áspera por cantar en directo, es ronca,
cachonda y tierna a la vez.
—¿Qué coño es esto? —me pregunta con los dedos recorriendo el borde del
sujetador balconette. Traza una línea sobre los dos pálidos montículos de mis pechos,
sus ojos verdes destruidos por el deseo en sus pupilas. Tam está excitado por el
espectáculo y el público. La energía aquí esta noche es ardiente. Puedo sentirla. Sé
que el público puede sentirla.
Están aún más locos de lo normal, haciendo que el estadio parezca el estrecho
confín de un dormitorio.
—Me lo puse para ti la primera vez; me lo pongo otra vez para ver cómo es
cuando realmente quieres estar dentro de mí. —Sonrío al decirlo, es una broma, pero
Tam se lo toma como un reto.
—¿Oh? —Se ríe de mí, me pone la mano en el cabello y me agarra con dedos
firmes. Me inclina la cabeza y pellizca el salto endiabladamente rápido de mi pulso
salvaje—. ¿Crees que antes no quería estar dentro de ti? Hacía meses que no se me
ponía dura, Lake. Meses. No se me paraba ni para salvarme la vida. Incluso fui al
médico y me dijo que estaba agotado, eso es todo. Pero entonces llegaste tú y ¿qué
crees que pasó?
Tam me muerde, chupa la piel sensible y expuesta de mi cuello. Me muerde
otra vez.
Gimo y deslizo las manos por sus fuertes hombros. De alguna manera, ya no
lleva camisa. Solo los pantalones del vídeo, esos de cuero con los que siempre me he
preguntado cómo era capaz de bailar. Cuando le meto la mano en la bragueta, veo lo
calientes que están sus caderas debajo, con la piel húmeda y tentadora. Quiero besar
cada centímetro cuadrado del cuerpo de Tam Eyre.
Mis ojos se deslizan hacia la marca de la maldición en mi muñeca.
No. Sigue ahí.
Ah, bueno. Ni siquiera me importa en ese momento. Si voy a morir, esto es lo
que quiero estar haciendo en mis últimos días. Tam me agarra la mano y me la pone
justo encima de los ajustados calzoncillos negros que ha tenido que ponerse para
meterse en estos pantalones. Créeme: su polla sería una línea obscena bajo el cuero
si no lo hiciera, y no creo que quiera que su concierto sea X.
Lo rozo a través de la tela mientras me guía hasta el sofá, animándome a
sentarme en uno de los brazos cuadrados. En el monitor de la esquina se oye una
ovación y uno de los artistas invitados de Tam sube al escenario. El cronómetro de la
pared de al lado marca quince minutos y veintidós segundos.
No tenemos mucho tiempo para juegos preliminares, ¿verdad?
Empujo los calzoncillos de Tam hacia abajo, liberándolo y agarrando su
caliente y dura longitud entre mis manos. Nuestras bocas se magnetizan, atraídas la
una por la otra como luciérnagas bajo una lluvia de verano. Relámpagos en el cielo.
Relámpagos en nuestras señales. Relámpagos cuando chocamos, agarrándonos el
uno al otro.
Mi mano está en el cabello de Tam; la suya está enterrada en la mía.
Sin duda, es él quien aprieta con más fuerza, juntando nuestras bocas mientras
yo trabajo su cuerpo con los dedos. Sus caderas se agitan contra mi puño, su mano
libre me agarra el hombro mientras la otra permanece enredada en mi cabello.
Tam jadea ahora con fuerza, incluso más que cuando entró en la habitación,
sudoroso y enloquecido por su tiempo en el escenario. Me mira, me mira de verdad,
y el iceberg se derrite un poco más. Agua tibia, chapoteando en mi corazón. Necesito
que se caliente. Necesito que hierva.
El público grita enloquecido fuera de esta pequeña sala. Casi tengo miedo de
ver qué pasa cuando Tam vuelva a subir al escenario. Los artistas invitados son
agradables, pero ya sabemos por quién ha venido todo el mundo.
Mi novio.
Todo el estadio está aquí por mi hombre.
Eso me hace sonreír, y Tam me besa la dulzura de ese pensamiento en la boca.
Lamidas fuertes y lascivas. Me derrite los huesos, hace que me cueste mover la mano
sobre su polla. Estoy líquida bajo esa mirada, bajo esa boca perversa.
—No puedo moverme. Lo siento —le contesto, con un sonido tartamudo y
extraño.
Tam atrapa mi rostro entre sus dos manos, apoyando su frente contra la mía.
—Tuvimos todo un año para los preliminares —murmura Tam—. Podemos
saltárnoslo por ahora.
Lleva los auriculares puestos, pero retorcidos, silenciados y el micrófono
apartado. Lleva el cabello revuelto y el traje de escenario le rodea los muslos. Es lo
más sexy que he visto en mi vida, ver a Tam Eyre tan despeinado, salvaje y masculino.
Se moja los labios ya hinchados, mis dedos casi flojos alrededor de su erección
imposiblemente rígida.
—Dilo otra vez —me ordena, y mi piel se tensa, como si fuera un traje del que
quisiera desprenderme. Quiero fundirme con Tam, retorcerme en él hasta que no
haya líneas perceptibles entre nosotros. No entre nuestros corazones. Ni entre
nuestros cuerpos. No entre... No pienso en la maldición.
—Fóllame —susurro, con los ojos clavados en los suyos, el pulso tan rápido y
agitado que me estoy mareando.
—Así me gusta —dice Tam con una sonrisa tan dulce como picante. Vuelve a
tomarme la boca, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo.
Según el reloj, llevamos cinco minutos besándonos.
Solo quedan diez.
Tictac.
Una cuenta atrás diferente y mejor que la maldición.
Tam desliza las manos a ambos lados de mi cuello, por encima de los hombros,
y con los pulgares baja la seda azul del sujetador balconette. Mis pechos se derraman
sobre sus cálidas y ásperas palmas, y me estremezco ante una oleada de calor fresco
cuando me roza los pezones con las yemas de los dedos.
—Preciosa. —Tam sigue explorando mi cuerpo, bajando las manos por
delante, apretándome la cintura y las caderas. Después me agarra las bragas y se
detiene, con los músculos tensos—. ¿Qué demonios es esto?
—Si no te pones las bragas sobre las ligas entonces...
Tam exhala, y entonces se desboca al arrancarme la ropa interior. Mis muslos
y mi liguero siguen en su sitio, un marco obsceno para el calor húmedo y los delicados
rizos sobre él, recortados y arreglados para este preciso momento. Estoy preparada
para esto.
—No tenía ni idea... —respira, estudiándome con una ferviente obsesión que
puedo sentir reflejada en mi propio corazón—. Eres tan traviesa, Kayak.
—Virgen por elección. Pero no ingenua. No sin deseos, Tam.
Aparta su mirada de mi cuerpo, con gran esfuerzo, eso sí, y vuelve a mirarme
fijamente.
Sus labios se curvan.
—No sin deseos, Tam. Necesito un sujetador deportivo, Tam. Fóllame, Tam.
¿Intentas matarme?
Me agarra del trasero y me arrastra hasta el borde del brazo del sofá.
Pero es demasiado corto. Es demasiado alto.
Hace una mueca y luego me inclina hacia atrás, y yo suelto un pequeño grito
ahogado. Caigo en el sofá y Tam se sube conmigo, me rodea la cintura con el brazo y
me empuja hacia abajo para que tenga espacio suficiente.
Pongo las manos sobre sus hombros desnudos, luchando por recuperar el
aliento. No, no creo que tenga que seguir luchando. No voy a recuperarlo del todo
porque Tam me ha atrapado a conciencia.
—¿Has crecido desde que nos conocimos? —susurro, y él suelta una risita baja
y privada, acurrucando su rostro contra mi cuello.
—Me haces comer más. Hago más ejercicio para compensarlo. Estoy un poco
más...
—¿Abultado? —Suministro como Tam se levanta, usando una mano en el brazo
del sofá detrás de mi cabeza para darse palanca.
—Jodidamente abultado. —Tam se mete entre nosotros, alinea nuestros
cuerpos, y luego es solo un suave deslizamiento de su fuerte cuerpo en el mío. Es tan
atlético, es como si pudiera hacer que cualquier cosa funcione para el sexo. Cualquier
posición, en cualquier momento, en cualquier lugar. Contra la pared, en el suelo, en
un sofá demasiado estrecho y bajo.
Arqueo la espalda mientras Tam me llena, nuestras pelvis chocan con un siseo
suyo y un gemido mío.
Llaman a la puerta y Tam hace caso omiso. Bastante seguro de que es Jacob.
Lo ignoramos, mis brazos se deslizan alrededor del cuello de Tam, su cuerpo
mece el mío con cada embestida. Mis pezones son puntos de fuego, que se encienden
y arden cuando rozan la parte superior desnuda de Tam. Noto sus pantalones de cuero
cuando le rozo la pantorrilla con el pie, y mi mente evoca imágenes de su vídeo
musical, aquel con el que me masturbé hace tiempo.
Tam parece tener debilidad por mi cuello, usa su mano libre para inclinar mi
cabeza hacia atrás, sus labios en mi garganta. Besando, chupando, dejando más
chupetones de los que puedo contar. Ni siquiera me importa. Cada centímetro de mi
piel se ha convertido en una zona erógena que necesita, suplica, ruega que la toquen.
Me retuerzo contra él, empujando mis caderas hacia arriba para recibir sus
embestidas. O al menos lo intento. Tam es salvaje, un deslizamiento resbaladizo y
duro de su cuerpo que me clava la pelvis en los cojines del sofá. Dejo que sea él quien
se encargue de la interacción, meto los dedos en su cabello, echo la cabeza hacia
atrás y expongo la garganta. También se adueña de eso, magullándome con besos y
pellizcos y una succión dulce y caliente.
—Más, más, más —murmuro sin pensar, tirando de él contra mí. Ha movido la
mano del brazo del sofá al respaldo, con la columna curvada para poder alcanzarme
el cuello con la boca mientras folla. Tam me besa la mandíbula, me chupa el labio
inferior.
Mis manos se deslizan desde su cabello hasta su cuello, rozando su piel cálida
y húmeda, recorriendo todos esos maravillosos músculos. Me muerde el labio y yo
hago un ruido que le gusta. Me besa por encima y yo hago otro ruido. Me empuja
profundamente y emito otro gemido diferente.
—Puedo hacer música con tu cuerpo, ¿no? —susurra, y entonces se prepara y
viene hacia mí con una energía tan hermosamente explosiva que no registro el
cronómetro llegando a cero en la pared. No presto atención al sonido de la puerta
abriéndose, de Jacob maldiciendo.
Tam no mira nada más que a mí, sonríe cuando me tenso de repente y le empujo
el pecho.
Nos miramos, pero no es un no por mi parte, solo una reacción involuntaria.
Parece que no puedo llegar al clímax sin luchar un poco antes.
Tam sigue, y yo le empujo aún más fuerte, más fuerte, le clavo las uñas en el
pecho. Maldice en voz baja, pero no se detiene. Ahora lo estoy envolviendo muy
fuerte, encerrándolo, proponiéndole algo con mi cuerpo. Me pone una mano en el
hombro cuando me agito un poco, y entonces la ola sube, sube, se rompe.
Con un gemido, me dejo ir por completo, mi cuerpo rindiéndose al suyo.
Tam no aguanta mucho más y termina moviendo rítmicamente las caderas, con
la mano aún en mi hombro, sujetándome mientras yo jadeo bajo él. Cuando se
desploma, lo sostengo, le rodeo el cuerpo con los brazos y respiro a su lado, con los
corazones latiendo a mil por hora y los músculos agitados por las réplicas del placer.
En el monitor, veo que la multitud está coreando el nombre de Tam.
—Creo que llegas tarde —le digo, y él se ríe, empujando hacia arriba y
saliendo de mí mientras gimo y me pongo de lado. Aprieto los muslos. Creo que hay
un baño adjunto. Más vale que lo haya.
—Nunca llego tarde. Sobrevivirán esta vez —dice, quitándose los zapatos y los
pantalones de una patada. Tam agarra los pantalones azul marino que lleva para su
próxima serie y se los pone antes de acercarse a mí y ofrecerme la mano—. Ven aquí,
Kayak.
Le agarro la mano y me encanta cómo me envuelve la muñeca con sus dedos.
Me levanta y me equilibra cuando tropiezo un poco. Me lleva al cuarto de baño. Hay
un váter y un lavabo, pero no hay ducha. ¿Por qué iba a haberla? Estamos entre
bastidores de un concierto.
—No te limpies muy bien. Quiero saber que una parte de mí sigue dentro de ti.
—Me guiña un ojo, con la lengua pegada a la comisura del labio en esa mirada
descarada que no es en absoluto casual—. Toma. Vi estos colgando de tu bolsa y los
traje para que te los pusieras después.
Tam me lanza los pantalones de chándal que compré en su puesto de
merchandising, en los que se leía I Heart Tam en el trasero. Los agarro y me ruborizo.
Se dispone a salir del baño y yo le llamo.
—¿Y tú? ¿No necesitas limpiarte?
—¿Yo? —Tam mira hacia atrás con la mano en el pomo de la puerta—. Claro
que no. Voy a actuar contigo encima de mí. —Hace un gesto en dirección a su polla y
se va. Cierra la puerta tras de sí y oigo a Jacob insultarle.
Oh.
De acuerdo entonces.
Me gustas, Tam Eyre.
Me estremezco, me aseo y me visto.
Cuando salgo del baño, Jacob está esperando, mirando el monitor de la
esquina. Levanto la vista y veo que Tam está bailando su siguiente baile, vestido con
un abrigo azul marino con botones dorados y sin camisa, con botas de cuero en los
pies. Lleva el cabello igual que cuando salió de aquí y el maquillaje está corrido.
Al público le encanta, sobre todo cuando mueve los hombros y se quita la
chaqueta.
—Puede que seas venenosa, pero yo soy el que tiene el veneno. Solo duele
cuando te muerdo. Mis dientes en tu cuello, tu veneno en mis venas, mi veneno en las
tuyas.
Me detengo donde estoy y alzo una mano para tocar con cautela el dolor de mi
cuello. Jacob mira hacia atrás y se atraganta, se sonroja y se da la vuelta. ¿Estoy tan
marcada? Me precipito hacia uno de los espejos, nunca me he molestado en mirar mi
reflejo en el baño, y descubro que estoy llena de chupetones. Cubierta de ellos.
Tengo el cuello enrojecido y la cosa no hace más que empeorar.
Le robo la sudadera a Tam y me la pongo de un tirón mientras Jacob mantiene
la mirada fija en la pared.
Él no me dice nada, y yo no le digo nada a él.
Lo reservo de nuevo en ese dulce lugar frente al escenario. El mejor asiento de
la casa.
En cuanto la gente me ve, me pregunto si no me habré equivocado.
He vuelto. Llevando un conjunto diferente. Llevando estos pantalones de
chándal.
¿Y la sudadera con capucha?
—¿Es esa la sudadera de Kiss This Rizz? —dice una mujer, lo suficientemente
alto como para que pueda oírla por encima de la multitud. Miro hacia abajo y veo que
he tomado uno de los trajes de Tam. Llevo la sudadera con la que actuó.
Bien.
Salir con una estrella del pop es raro.
Huyo entre bastidores y me escondo en un taburete de la esquina.
Dos canciones más tarde, Maggie me trae un porta bebidas con cuatro bobas
dentro, y Leo, el chico que me invitó a salir, me ve allí y mantiene una distancia muy
saludable entre nosotros.
Con las mejillas teñidas de rosa y una sonrisita privada en los labios, chupo un
té con leche de lava de azúcar moreno con gelatina de azúcar moreno y boba de
tapioca.
Y entonces espero ese momento crítico de la noche en el que Tam Eyre vuelve
a ser todo mío.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
OCHO
TAM
Quedan 31 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Es la primera vez que siento el impulso de arriesgarlo todo. Tú vales eso para mí.
Eso es lo que pienso cuando salgo del camerino en ropa de calle y me encuentro a
Lake esperándome en... oh, joder. No me extraña que se haya escondido de mí
durante el resto del concierto.
Lleva una sudadera icónica mía, azul real y negra con estampado de cuadros,
pero la parte de atrás es de tela negra transparente y totalmente transparente, y unos
pantalones que dicen lo mucho que me quiere justo encima de su trasero blando y
regordete.
Muevo los labios hacia dentro y exhalo. Aprieto las manos en puños a ambos
lados de mí. Bien. Autocontrol. Solía tenerlo. Ya no estoy seguro de tenerlo. Me inclino
y le paso el cabello por detrás de la oreja antes de susurrarle:
—Sabes que la espalda de ese suéter es transparente, ¿verdad?
Tomo un sorbo de su té de burbujas, esta noche es bueno, y me pongo de pie,
cruzando los brazos sobre el pecho.
—Todo tu equipo ya me ha visto el sujetador —admite con un flojo
encogimiento de hombros—. ¿Qué importa ahora?
Camino en medio círculo a su alrededor, deteniéndome a mirar el tirante de la
espalda visible a través de la tela. Entonces recuerdo cómo esta chica se acercó a la
ventanilla cuando yo estaba sentado en el todoterreno, llevando solo lencería, una
chaqueta y zapatillas de deporte. Ni siquiera le importó.
Me encanta eso de ella.
Pero me importa.
—Hmm. —Me quito la chaqueta de los hombros y se la tiro por encima.
Curiosamente, es la misma chaqueta que le ofrecí cuando estaba pateando el disfraz
de perrito caliente. La misma lencería. La misma chaqueta. El mismo lago.
Tam completamente diferente.
Me he abierto por dentro, todos estos nuevos sentimientos y deseos, ansias y
esperanzas, miedos y anhelos, se están convirtiendo en canciones, letras, ritmos y
coreografías. Quiero crear en nombre de todos estos sentimientos, para poder
compartir lo maravillosos que son con el mundo entero.
—¿Celoso? —responde Lake, pero no me devuelve la chaqueta. Veo a ese tipo,
Leo, merodeando por los bordes de la habitación, haciendo todo lo posible por
evitarme. Sonrío y suelto una pequeña carcajada, y entonces Lake me da una palmada
en el pecho—. Presta atención. ¿Cuál es nuestro plan ahora?
—¿Plan? —Me encojo de hombros. Tengo un plan, pero no voy a decir nada
aquí, no con Jacob cerca—. No hay plan. ¿Volvemos a casa? —Levanto una ceja. Hoy
hemos tenido que ir en helicóptero porque el tráfico era muy malo y los paparazzi aún
peor.
Lake se quedó atónita al enterarse de que no solo tenía una pista de aterrizaje
en mi propiedad, sino que utilizaríamos un helicóptero para trasladarme de casa al
estadio. No es inusual. Sucede todo el tiempo.
—Tienes suerte: llegaste tarde y fuiste inapropiado, pero a tus fans les encantó.
—Jacob me pone el iPad en las manos y miro hacia abajo para ver que el programa
de esta noche es tendencia. Hago clic en una de las entradas y me desplazo hasta los
comentarios.
Amigo, ¿Tam se puso más sexy? ¡¿Es eso posible?!
¿Soy yo o parece que le acaban de dar algo entre bastidores? Mmmm. Tan
sexy.
¿Vieron a su novia? Mirada de ciervo en los faros. Nuevo atuendo. Su
sudadera con capucha. ¡¡¡¡¡Y su cuello!!!!!
Le devuelvo el iPad a Jacob y alargo la mano para agarrarle el borde de la
sudadera. Lake me da un manotazo, pero está sujetando su preciada boba y no puede
detenerme cuando uso las dos mías para bajarle la sudadera.
Su cuello.
—Mierda. —Siento la sangre drenar de mi rostro. Claro, quería dejar mi marca,
pero no así—. ¿Estás bien, Kayak? —pregunto, y luego saco un pañuelo del bolsillo,
le robo una botella de agua a Maggie y le echo agua fría. Presiono el paño contra el
cuello de Lake y todo su rostro se pone rojo.
—Muy bien, Sir Tam. —Pasa la mano por el pañuelo y se aleja un paso de mí.
Me paso la mano por el cabello. Si no le he hecho daño, me alegro de verla. Si lo he
hecho, me merezco una patada en los huevos.
—¿Segura? —pregunto mientras la gente corre a nuestro alrededor, haciendo
el millón de tareas que hay que hacer antes, durante y después de cada espectáculo.
A veces siento que lo tengo fácil. Simplemente aparezco. Lake asiente a mi pregunta
y yo me acerco al taburete donde estaba sentada para recogerle las otras bebidas.
Creo que podría robarle la de fresa—. Porque si estás bien, entonces... me encanta
que todo el mundo sepa que eres mía esta noche.
Me aseguro de susurrarlo. No necesito que cada cosa que le digo a Lakelynn
se convierta en un meme.
—A mí también me encanta —admite, y no puedo contener la sonrisa.
Caminamos juntos por el pasillo, Daniel y Jacob detrás.
Antes de salir, le pongo la capucha a Lake, cierro la cremallera de la chaqueta
por delante y echamos a correr. Corremos por el camino despejado entre dos oleadas
de fangirls gritonas (y algunos fanboys) y entramos en el todoterreno.
Lake y yo nos sentamos atrás, con los dedos entrelazados, cada uno sorbiendo
un boba.
Todo es normal y bueno hasta que volvemos a la casa. Daniel nos la despeja.
Jacob va al baño como siempre después de un espectáculo (se niega a usar los baños
públicos la mayoría de las veces).
—Hola —le digo a Lake, relamiéndome los labios y asegurándome de que
Daniel ha vuelto a salir. Miro a mi novia, toda mona y abrigada con mi ropa, tomando
su último té de burbujas. Hoy llevaba una camiseta que decía: You Are the Boba to my
Tea! con un par de personajes de anime besándose. Estuve a punto de arrancársela y
ponerla contra el lateral del helicóptero. Espera, ¿qué iba a decirle otra vez? Sacudo
la cabeza y le pongo las manos en los hombros—. Necesito que vengas conmigo.
Parece confusa, pero me sigue cuando tomo las llaves de Jake del mostrador.
Le pedí a Maggie que hiciera las maletas y las metiera en el auto de Jacob. Pero él
aún no lo sabe. Nadie lo sabe, que es de lo que se trata.
¿Cómo si no vamos a salir de aquí e ir a Arkansas? La única posibilidad que
tenemos de poder pasar un tiempo en casa de la familia de Lake es que todo el mundo
se convenza de que estamos encerrados aquí.
—Sube —le digo a Lake, abriéndole la puerta del pasajero. Me mira, mira el
auto y sonríe. Se sube y se abrocha el cinturón antes de que yo pueda cerrar la puerta.
Corro hacia el otro lado, aunque sé que los descansos de Jake para ir al baño
después del concierto siempre duran más de lo debido, y salimos de allí antes de que
nadie se dé cuenta de que nos hemos marchado. Me detengo a mitad del camino y
rebusco en la bolsa que también le pedí a Maggie que me preparara.
Gorras de béisbol.
Gafas de sol.
Mascarillas.
Bufandas.
Gafas.
No necesitamos cada cosa en este momento, pero tal vez más tarde. Estoy tan
enamorado de esta chica que creo lo que me dice sobre la maldición. Creo que si no
consigo que se enamore de mí, ambos moriremos. Usaré cualquier truco necesario
para salvar su vida. Ya le he pedido a mi madre que cancele todo de aquí a ese
concierto final, el que se está filmando para la docuserie.
Seremos Lake, la carretera y yo.
Si... podemos pasar los paparazzi.
—Oye —le digo, girándome en mi asiento. Lake se vuelve para mirarme. Le
brillan los ojos. Creo que he encontrado a mi compañera de crimen, y nunca he sentido
una emoción mejor en toda mi vida. Nunca. Ahora entiendo por qué la música, el arte
y los libros están dedicados al amor. Es embriagador—. ¿Puedo pedirte que hagas
algo muy raro, algo que solo Tam Eyre o un asesino en serie te pedirían?
—Puedes —dice, luchando por mantener el rostro neutro. Quiere sonreír o reír,
pero está intentando tomarse esto en serio—. ¿De qué se trata?
—¿Puedes apretarte en el suelo delante de tu asiento para que nadie sepa que
estás aquí conmigo? Reconocen el auto de Jacob y no le acosan tanto. Si podemos salir
de aquí, no nos seguirán.
Lake arquea una ceja.
—Eso no me suena mucho a asesino en serie —dice, fingiendo estar
decepcionada.
—Esa no es la parte del asesino en serie. —Meto la mano en la puerta y saco
una bolsa de basura negra—. ¿Puedes cubrirte con esto? Quería pedirle una manta a
Maggie, pero se me olvidó. Esto estaba aquí.
Lake me mira fijamente.
—¿Jacob tenía un rollo de bolsas de basura negras al azar en su puerta? Eso sí
que es material de asesino en serie. —Agarra la bolsa, la abre y se hace un ovillo en
el suelo, arrastrando el plástico sobre sí.
Este es el plan más estúpido de la historia.
Me pongo una gorra y unas gafas falsas, me bajo la visera y aprieto el
acelerador.
Usamos la puerta delantera porque sería más sospechoso si Jacob saliera de la
propiedad por atrás.
Eso significa que hay mucha gente. Y voy a salir sin Daniel. Podrían matarme.
Aprieto un poco más el acelerador, pero no puedo ir demasiado rápido o
atropellaré a alguien.
Nadie intenta detenerme y suspiro aliviado al final de la manzana.
—Dale dos minutos, y puedes volver a tu asiento. De todas formas, me estresa
que estés sentada en el suelo. —Golpeo el volante con la mano durante un minuto—.
Espera. No se lo cuentes a tu hermano. Podría intentar pegarme.
—¿Podría? —murmura Lake desde debajo del plástico—. Oh, definitivamente
te dará un puñetazo.
—Puede intentarlo —repito, comprobando por el retrovisor que nadie nos
sigue—. Bien, despejado.
Lake emerge con un gemido y un pequeño estiramiento. Cuando se vuelve a
poner el cinturón y apoya las manos en el regazo, me relajo un poco.
—Ha sido divertido —admite, sonriendo para sí misma.
Pero sus ojos están puestos en la marca de su muñeca izquierda, la constelación
en forma de corazón grabada en su piel al nacer. No puedo decidir si tengo suerte
porque he aprendido que la magia es real siendo un adulto o... si me están castigando
por algo.
No. Si me estuvieran castigando, no habría conocido a Lakelynn.
Conocerla durante cualquier periodo de tiempo es mejor que no haberla
conocido nunca.
Tengo suerte.
Es mágico.
—Uf, mi cuello —se queja Lake distraídamente, frotándoselo.
Los dos nos quedamos extrañamente callados.
—Sí, tengo analgésicos en la cartera —le digo, sentándome para que me los
saque del bolsillo trasero. Seguro que me mete mano, pero eso es lo que esperaba,
así que no me molesta. Vuelvo a sentarme, con una sonrisita en los labios que coincide
con la suya.
Lástima que estemos huyendo o me la follaría cada hora o así durante el viaje.
—Ni se te ocurra —me advierte, como si pudiera leerme el pensamiento.
Levanto una ceja en señal de pregunta—. Ya sabes lo que quiero decir. No vamos a
tener sexo en un área de descanso. Entre las familias normales que pasan por allí y
los trepas totales que se esconden en los arbustos, no se me ocurre un lugar peor.
—No estaba pensando en follarte en un área de descanso —le digo, echando
un vistazo—. Estaba pensando en follarte en una suite de hotel.
Llegamos cuatro horas y media antes de la primera parada.
Quedan 30 bobas hasta que muramos los dos...
—Joules y yo tuvimos problemas con esto la última vez —me explica Lake, de
pie a un lado de la carretera en este lugar desierto en medio de la nada.
Sinceramente, este viaje me inquieta. He viajado por todo el mundo, pero nunca había
conducido así. Excepto, ya sabes, por esas diez horas que fui a darle a Lake Head.
Esta vez, tardaremos más de veintidós horas, y esto es tan remoto, desolado y
silencioso que tengo escalofríos.
—¿Problemas con qué? —pregunto, consiguiendo por fin que la lenta máquina
expendedora me dé agua. Hace un calor de mil demonios aquí en... ¿Arizona? ¿Esto
es Arizona? Frunzo el ceño y miro a mi alrededor, como si pudiera averiguar qué
desierto es éste mirando los arbustos desgreñados.
—Encontrar sitios de boba durante el viaje que estén abiertos cuando pasemos
por la ciudad. Quizá tenga que comprarme una Coca-Cola de cereza y fingir que es
un boba. —Eso es exactamente lo que hace, marchando hacia mí y luego palmeando
sus bolsillos en busca de su cartera.
—No estoy segura de tener monedas... —empieza, como si realmente hubiera
crecido no solo en un mundo diferente al mío, sino también en una época
completamente distinta.
Paso la tarjeta de crédito por la máquina para añadir un crédito y luego hago
un gesto con la barbilla.
—Trae Coca-Cola de cereza y regaliz. Tu hombre pagará.
Lake se ríe.
—Dios, ¿te acuerdas de lo tonto que fuiste en el restaurante de Portland? —
pregunta, doblando la risa mientras intenta sacar el recuerdo. La palma de la mano
golpea el botón desvaído y turbio, y la máquina escupe una lata fría y cubierta de
rocío. Mis ojos se posan en el cuello magullado de Lake. ¿Todo eso solo por besarla?
Quiero aliviarlo todo con mi lengua.
—¿Fui tonto? ¿Porque Joules intentaba demostrarme quién mandaba y yo no se
lo permití?
—Son asquerosos juntos —me dice, y luego me roba la tarjeta de crédito de los
dedos, la vuelve a pasar y compra su regaliz. El paquete se atasca y ella le da una
patada para que salga. Habría vuelto a pagar y pulsado el botón para comprar otro—
. Tú y Joules son como... —Lake se vuelve hacia mí, con gotas de sudor en su garganta
besada por Tam. Hace un calor de cojones aquí fuera—. Perros machos sin castrar.
—¿Ahora soy un perro sin castrar? —Me escandalizo mientras la miro de arriba
abajo, pero ella vuelve a reírse de mí—. Lo juro por Dios, Lake. No tienes ni idea de
lo fuerte que te voy a azotar esta noche.
La sigo hasta el coche, el único que hay en el aparcamiento, y subimos los dos,
maldiciendo el calor del cuero bajo nuestros traseros. Se ha estado cociendo aquí
dentro mientras disfrutábamos del aire fresco.
Después de parar en el hotel y desnudarnos juntos, nos echamos una siestecita
y volvimos a conducir. Desde entonces conducimos sin parar, turnándonos para
dormir. Cuanto más conducimos, más veo en sus ojos lo decidida que está Lake a
volver con su familia.
Vuelve a ser su turno, así que a regañadientes me pongo del lado del pasajero.
Conduciría todo el camino si ella me dejara.
Lo primero que hago es hacerme un ovillo con el jersey y fingir que me voy a
echar una siesta.
Lo he hecho un par de veces. Cuando cree que estoy dormido, abro un ojo para
ver lo que está haciendo cuando nadie está mirando. Normalmente, Lake parece...
triste. No parece triste ahora, pero sé que tiene problemas para no pensar en Joe. De
nuestra propia maldición. De la posible situación Joules-Kaycee de la que me habló
mientras conducíamos esta mañana.
Esta vez no es diferente. Tras unos quince minutos conduciendo, ocurre. Lake
me mira y golpea el volante con los dedos. Me aseguro de mantener los ojos cerrados.
—¿Tam? —pregunta, pero no respondo.
La próxima vez que abra los párpados, lo veré, esa melancolía y ese miedo
grabados en su boca, en la tirantez de sus ojos. Cuando levanta la mano y se seca el
principio de una lágrima, casi me vuelvo loco. Debería darle espacio, dejar que se
tome este tiempo para sí misma.
Espera.
Frunzo el ceño y me siento, y Lake se contonea en su asiento como si la
hubieran pillado haciendo algo malo.
—Me dijiste que borrara tu espacio, ¿verdad? Pareces disgustada. ¿Quieres
hablar de ello?
—Yo... me siento como una idiota. —Se sonroja—. ¿Quién no se enamoraría de
ti de la noche a la mañana, Tam Eyre? Eres muy especial.
—¿Muy especial? —repito, con un poco de acento. No lo ha dicho así, pero casi.
Cuando dice ciertas cosas tiene un vago acento sureño. No estoy seguro de si
Arkansas forma parte del Medio Oeste o del Sur o... ¿está en el callejón de los
tornados? Tampoco lo sé—. ¿Por qué eres tan linda?
—¿Es eso lo que soy? —me pregunta, con un tono de voz burlón que le permite
alejarnos de temas más delicados sin que me dé cuenta. Yo también casi lo echo de
menos—. ¿Una chica guapa que sabe ser fiel a sí misma?
—¿Yo dije eso? —Estoy confuso. Lake suspira dramáticamente. Es casi el
eslogan oficial de Tambourine: guapas, seguras y fieles a nosotras mismas, pero no
creo que se refiera a eso.
—Lo hiciste. En un vídeo viral. Le dijiste al entrevistador que te gustaban las
chicas guapas que saben ser fieles a sí mismas. O algo así. Fue una tontería. —Lake se
ríe y yo entrecierro los ojos.
—Buen intento. —Me cruzo de brazos y vuelvo a mirar por la ventana—. Dijiste
que te sentías como una idiota porque no estás enamorada de mí. No pasa nada. El
amor sucede en diferentes momentos para diferentes personas.
—Se suponía que no tenías que caer primero —murmura, y yo le lanzo una
mirada incrédula como respuesta.
—Entonces, ¿no quieres que me enamore de ti? Pensé que ese era el objetivo
final de cada movimiento que hacías.
—¡Lo era! —dice Lake, golpeando el volante con una mano y mordiéndose el
labio. Alargo los dedos para detenerla y me muerde. Suavemente. Con un movimiento
de ojos que hace que me aprieten los pantalones por delante. Retiro la mano y aprieto
un beso en mis propios dedos, justo sobre ese mordisco. Lake se estremece—. Lo era,
pero ahora me preocupa que... quizá estemos teniendo demasiado sexo y aún no nos
conozcamos lo suficiente.
Lake mete la mano en uno de los portavasos y saca una caja que le vi sacar de
su bolso en la última parada. La tomo cuando me la entrega y leo el texto del exterior.
Es una baraja de conversación, de esas que tienen preguntas en cada carta. Ah.
Demasiado sexo. Es hora de conocernos.
Levanto la tapa de la baraja y saco una carta.
—Así que, además de sexo, hablaremos, ¿eh? —bromeo, leyendo la pregunta
en mi propia tarjeta y luego enarcando una ceja. De acuerdo. Quizá Lake no sabía que
había un paquete adicional de preguntas íntimas en esta caja—. ¿Te gusta que te
toquen el trasero?
—¡¿Qué?! —Lakelynn no se desvía, pero sus ojos están un poco abiertos—.
Vale, estaba en la caja. Es justo. Vi que había un añadido de Preguntas íntimas.
—Lo sabías, ¿eh? —Me giro hacia ella, abanicándome el rostro con la tarjeta—
. Contesta entonces. Quiero saberlo. No hemos... ido en esa dirección antes.
De acuerdo, ambos éramos vírgenes hace un mes.
—¿Mi... trasero? —Lake entrecierra los ojos pensativa, se frota la barbilla—.
Mis nalgas, sí. La otra parte no.
Asiento. Puedo empatizar con eso.
—Lo mismo. —Archivo la tarjeta y elijo otra. Esta es sobre deportes. Seré el
primero en admitir que no sé casi nada de deportes—. ¿Tienes un equipo de fútbol
favorito?
—Razorbacks —dice Lake con una risita, y yo me quedo mirándola—. La
Universidad de Arkansas. —Me mira como si fuéramos extraños. Supongo que
seguimos siéndolo, pero eso no cambia lo que siento por ella. Incluso ahora, a punto
de morir por la maldición, es lo más feliz que he sido en años—. ¿Qué? Arkansas no
tiene un equipo de la NFL, así que... fútbol universitario.
—Fútbol universitario. —Vaya. Esta cosa fue una gran idea—. Ni siquiera sé el
nombre de un equipo de fútbol. Lo siento.
—¿Ni siquiera uno? —replica Lake, y yo me encojo de hombros, rebuscando
en la baraja otra carta—. Tiene sentido. Has estado ocupado con tu carrera.
—No tengo mucho de qué hablar, ¿verdad? Además de mi trabajo. O de leer.
Me paso todo el tiempo haciendo ejercicio, aprendiendo bailes, escribiendo música.
Eres más interesante que yo. Ah. ¿Qué tal si elijo una carta al azar? —La leo en voz
alta antes de que Lake pueda responder—. Si fueras a...
Dejo de leer.
Si murieras mañana, ¿cómo te gustaría que te enterraran?
Vuelvo a mirar el lateral de la caja. Afirma incluir dos docenas de categorías
diferentes, entre ellas Consultas íntimas, Cultura pop e incluso un tipo de tarjeta
conocida como Curiosidad mórbida. De acuerdo.
—Léelo —me dice Lake cuando intento cambiar la tarjeta por otra—. No
importa lo que sea, no me molestará.
—Esto podría —le advierto, pero niega. Me humedezco los labios. De
acuerdo—. Si murieras mañana, ¿cómo te gustaría que te enterraran?
Lake sonríe, me mira y levanta las cejas.
—Fácil. Quiero que me conviertan en abono, igual que a Joe. El humor negro
es una tradición de la familia Frost. Nunca temas sacar el tema de la muerte o hacer
un chiste horrible sobre ella. —Lake vuelve a mirar la carretera. No puedo evitar notar
que ya no está tensa en absoluto, como si tal vez hablar conmigo, incluso sobre la
muerte, estuviera mejorando las cosas—. ¿Y tú?
—Enterrado en el mismo cementerio que mi padre —digo automáticamente,
pero ahora que sé lo del compostaje humano, ahora que he visto el árbol... Mierda.
Tengo que mandarle un email a mi madre la próxima vez que pueda y hacer que
cambien mi testamento. Por si acaso—. O como lo que dijiste.
—Hay incluso un proceso por el que pueden convertir tu cuerpo en agua. Se
llama hidrólisis alcalina o cremación en agua. Bastante genial, ¿eh? —Lake busca su
regaliz en la consola central. Lo alcanzo, abro la tapa y se lo devuelvo.
Me vuelvo hacia la carretera y guardo silencio un rato.
Una de las cosas que más me gustan de Lake es que me deja estar tranquilo,
me da el tiempo que necesito para pensar. Ella también lo hace, se desconecta como
yo, con la mente agitada y el corazón atronando. Nos parecemos en lo mejor.
—Eso está muy bien —respondo finalmente, dándome cuenta de que, pase lo
que pase, siento que estaría bien que estuviéramos juntos—. Si la maldición nos lleva,
¿puedo ser tierra también? Me gustaría unirme al árbol de Joe.
Lake no dice nada durante un rato, comiendo su regaliz. Cuando la miro, veo
que sonríe, pero también que tiene lágrimas en las mejillas.
—Me gustaría mucho —susurra, tendiendo la mano hacia la mía. Lake moquea
un poco—. Oye, ¿sabías que la palabra boba significa pechos en argot? Por la forma
de las bolas de tapioca. —Sonríe aún más entre lágrimas.
Me aflojo el cinturón, me inclino y beso suavemente el líquido de su suave
mejilla.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
NUEVE
DANIEL (GUARDAESPALDAS DE TAM-ESTÁ EN EL
CONTRATO)
No sé nada de bobas y maldiciones... pero también
29 bobas izquierda...
Estos dos idiotas de verdad creen que salieron de la casa sin mí. De verdad
piensan que escaparon de los paparazzi. Sinceramente, no tienen idea de que están
siendo vigilados por mí y algunos otros. No puedo enfrentarme a todos los fans, pero
puedo asegurarme de que mantengan las distancias.
También puedo intimidarles legalmente.
—Disculpe, ¿podría firmar este acuerdo de confidencialidad? —Empujo el iPad
que Jacob me dio a los brazos de una joven. Lleva el logotipo de Tam en una sudadera
con capucha y les está grabando a él y a Lake haciendo una especie de extraño
kabedon contra la pared exterior del área de descanso.
Kabedon, por supuesto, significa cuando un hombre golpea con la palma de la
mano en la pared junto a la cabeza de una mujer y esencialmente la aprisiona contra
ella. Lakelynn también se lo hace a Tam, invirtiendo un poco los papeles. No tengo ni
idea de por qué siguen haciéndolo, pero me está volviendo loco.
—Yo... ¿tengo que hacerlo? —pregunta la mujer, y Jacob hace un ruido de
olfateo desde detrás de mí.
—Mil dólares si lo haces, ahora mismo. —Una larga pausa en la que la mujer se
le queda mirando. Jacob frunce los labios—. Y una tarjeta fotográfica exclusiva
firmada.
Jacob saca una pila de tarjetas fotográficas que encontró en la basura de uno
de los conciertos. Son subidas de tono, con Tam en calzoncillos y nada más. Iban a ir
en las bolsas de regalo que se entregaron a los ejecutivos de Hype Record, pero
nunca llegaron.
Por suerte, ahora los tenemos.
—Puedo quedarme con la grabación, ¿verdad? —pregunta la chica, firmando
el documento con el dedo.
—Siempre y cuando no lo publiques en Internet —responde Jacob,
entregándole la tarjeta y el dinero. La mujer se marcha, dejando a Tam y Lake
tranquilos un día más—. Estamos aquí y no se han dado cuenta de nuestra presencia.
¿Cómo es posible?
Jacob lleva quejándose y lloriqueando desde que salimos de Los Ángeles. Me
niego a seguir haciéndole caso, le doy una palmada en el pecho con el iPad y me
dirijo al baño. Utilizo el baño familiar de gran tamaño con la puerta con cerradura. No
puedo permitirme encontrarme con Tam en el urinario.
Entro y salgo, bien y rápido.
¿Tal vez debería decirle a Jacob que Tam es ajeno a su propia fama? En
Japantown, cuando estaba besando a Lakelynn, un hombre trató de asaltarlo.
—¡Mierda, tenemos un fugitivo! —gritó uno de mis chicos por radio, y entonces
vi al asqueroso, vestido con una gabardina y avanzando rápidamente por el patio. Lo
perseguí y le di un placaje tan fuerte que, cuando intentó gritar su amor por Tam, solo
pudo resollar.
Los tortolitos no dejaban de besarse, mientras las flores de cerezo de finales
de temporada florecían al viento.
Me tiemblan los ojos cuando voy a la máquina expendedora por una bebida
energética.
Este hijo de puta va a ser mi muerte; ni siquiera puedo creer que acepté este
trabajo.
Solo que me pagan bien y es relativamente fácil en comparación con los
trabajos que podría tener.
Además... me gusta Tam. Me gusta mucho con Lake. Él la necesita.
—¿Por qué hace tanto calor aquí fuera? —Jacob se queja, como si no viviera en
Los Ángeles—. ¿Dónde estamos ahora?
—Oklahoma —le explico, vuelvo al auto y espero a que se reúna conmigo. Si
esta vez tarda tanto en ir al baño como la última, puede que volvamos a perderlos.
Durante un par de horas cerca de Amarillo, Texas, no estuve seguro.
Afortunadamente, usé el rastreador del teléfono de Tam para encontrarlos en una
tienda de té de burbujas. Crisis evitada.
Jacob es rápido esta vez. Vuelve al auto antes de que Lake o Tam reaparezcan,
afortunadamente saltándose su extraña rutina de kabedon. Exhalo un suspiro de alivio
cuando están a salvo en el vehículo de Jacob.
—Dios mío, son estúpidos —murmura Jacob en voz baja—. ¿Cómo podrían
sobrevivir sin nosotros?
—¿Sin nosotros? —Hago eco, y luego suspiro. Sin ti, por fin tendrían algo de paz.
Sin mí, estarían muertos.
No digo nada, arranco el todoterreno y les sigo de vuelta a la autopista 412.
Casi hemos llegado a nuestro destino final.
Tengo curiosidad por ver qué ocurre a continuación.
También tengo curiosidad por volver a ver a la amiga de Lakelynn, la de las
gafas. ¿Ella?
Pero no tan curioso.
Por supuesto que no.
Soy un maldito estoico.
CAPÍTULO SESENTA
JOULES
Quedan 28 bobas para que muera mi hermanita... y
la sigo a la tumba 2 bobas después...
—Hola, Joe. —Me siento con las piernas cruzadas delante del árbol. Las hojas
son todas amarillas en este momento, inclinándose al toque del otoño antes que
cualquiera de los árboles en el bosque detrás de la casa—. Te he traído sushi de ese
sitio que te gusta.
Acabo de dejar a Kaycee recién follada y roncando suavemente arriba, así que
debería estar solo un rato. Tampoco debería tener que preocuparme de que se
escape. Hicimos toda esa mierda de adultos responsables juntos en LA, para poder
follarnos a pelo. Acabo de recibir los resultados en línea. Hoy fue nuestra primera vez
sin un pedazo de látex entre nosotros, el primer día que me vacié dentro de ella en
vez de en un condón.
Una sonrisa de satisfacción mancha mis labios mientras abro la tapa del
recipiente de plástico y dejo la comida junto a la lápida de Joe. El viento sopla y me
despeina. Ha salido el sol y, aunque no hace mucho calor, siento la espalda caliente
bajo sus rayos. Tomo el calor de mi piel como una respuesta de Joe.
—Este no es el sushi del sitio que me gusta. Este es el sitio al que entras sin hacer
cola.
—Bien, tienes razón. Es de tu segundo lugar favorito. —Empujo el recipiente
un poco más cerca—. Esperaría en la cola si eso te trajera de vuelta, pero fui a ese
restaurante doce veces en el mes después de que plantáramos este árbol, y ni una
sola vez me hablaste. Con esto basta. —Miro fijamente la comida y veo cómo una
hormiga trepa por el lateral del recipiente. A veces, eso me molesta, ver a los bichos
comerse la comida que traje para Joe—. Oye, hombre, no te importará que coma un
poco, ¿verdad?
Tomo dos rollos y se los entierro a Joe, y luego me cepillo la suciedad de los
pantalones y rebusco el resto. Puede que aún tenga un poco de tierra bajo las uñas,
pero ¿qué más da? De todos modos, dentro de treinta días seré tierra.
Añado un poco de wasabi y jengibre a un rollito de atún picante, masticando
pensativamente.
—Haz lo tuyo de ángel —le digo entre bocado y bocado—. Salva a Lakelynn de
su propia estupidez, ¿de acuerdo? Sabes que yo sería inútil sin ella, pero ella será...
—No puedo respirar—. Ella será solo... —No puedo respirar—. Estará bien sin mí.
El crujido de la verja trasera llama mi atención, y me vuelvo sobre mi hombro
para ver...
Es Lake.
Me pongo en pie de un empujón, derramando sushi por todas partes y
maldiciendo. No compruebo el maquillaje de mi muñeca. Estoy seguro de que sigue
intacto, pero si miro, se dará cuenta de que estoy mirando.
—¿Me has echado de menos? —grita dando zancadas por la hierba y abriendo
los brazos como si fuera a abrazarme. La mierdecilla se lanza primero por mi muñeca,
y yo apenas consigo zafarme de su alcance. Entonces me doy cuenta de que tiene algo
en la mano.
—¿Qué demonios es eso? —pregunto, levantando el brazo en el aire—. ¿Qué
estás tratando de hacerme?
—Dame esa muñeca, Joules Frost. —Los ojos de Lakelynn brillan, fervientes—.
Voy a usar esta toallita desmaquillante contigo, y vas a aceptarlo. —Se abalanza sobre
mí y yo la agarro por la cintura con un brazo, forcejeando contra ella mientras
mantengo el brazo izquierdo en el aire.
—¡Este no es el abrazo que merezco! —le grito, pero Joe y yo la entrenamos
bien. Es salvaje y luchadora, y sabe cómo jugar sucio.
Tam aparece detrás de mí, me agarra la muñeca con la mano y tira de ella hacia
abajo. El idiota de la estrella del pop es más fuerte de lo que parece, y aprieto los
dientes cuando me pasa otra toallita por la piel, limpiando lo suficiente la base de
maquillaje como para dejar al descubierto el verdadero color de la marca.
Un rojo brillante y sangriento. Brilla con un poco de oro en el borde, y Lakelynn
grita aterrorizada de triunfo.
—Lo sabía, pero no quería saberlo —grita, y la suelto, abrazándome el brazo
contra el pecho y frunciendo el ceño mientras me alejo un paso de los dos. Mi
hermana tiene lágrimas en los ojos y el corazón se me parte por la mitad, sobre todo
porque estoy a punto de mentir descaradamente.
—No te atrevas a decírselo a mamá —le digo, acercándome un paso. Tam se
interpone entre nosotros y me entran unas ganas tremendas de pegarle. Pero no lo
hago. Porque está enamorado de Lake e intenta protegerla. Lo respeto. Miro a su
alrededor y señalo—. No se lo digas a nadie de la familia, ¿me entiendes?
—¿Estás loco? ¿Cuánto tiempo te queda? —Lake se acerca al lado izquierdo de
Tam y se agarra a su brazo. La reacción instantánea de su cuerpo me da esperanzas.
Sus músculos tensos se relajan un poco y se ablanda hacia ella, pero cuando su mirada
vuelve a posarse en mí... Feroz y protectora. Sonrío. Cuando me haya ido, Lake tendrá
a Tam. Eso me reconforta (aunque nunca me oirás admitirlo en voz alta).
—Mucho más tiempo que tú —replico, lo cual es una completa gilipollez. Tengo
dos días más que mi hermana. Dos días—. Somos Kaycee y yo, ¿de acuerdo? Y no es
para tanto porque estoy enamorado de ella.
—Eres un mentiroso —sisea Lake, entrecerrando los ojos. Me conoce
demasiado bien para eso. Pero no me importa. Puede saber que estoy mintiendo y
seguir sin saber la verdad. Me parece bien.
—No miente —dice Kaycee, caminando por la hierba con pantalones cortos
jeans, un jersey negro demasiado ajustado y sin zapatos. Es lo más bonito que he visto
en mi vida. Me humedezco los labios cuando se acerca, con el cabello rubio teñido
de negro otra vez. Encargó algún tinte de lujo a la casa, y me hizo sentar en el inodoro
junto a ella mientras se inclinaba sobre el lavabo y se lo teñía.
Eso fue jodidamente bonito. Ojalá pudiera envejecer con ella y verla teñirse el
cabello un millón de veces. Una vez tendrá que ser suficiente.
—Hola, Kaycee —dice Lake con cautela, un poco rara con la chica a la que le
ha robado el novio. Eso no le impide pedir más información—. Y... ¿no está
mintiendo?
Kaycee se acerca a mí y me agarra del brazo de forma similar a Lake. El borde
de mi labio se tuerce mientras miro fijamente a Tam.
—Gracias por perder a tu exnovia por mí —le digo, y Kaycee me da un codazo.
—Joules Frost —me advierte, pero Tam se limita a sonreírme y a meterse la
mano en el bolsillo de los jeans.
—Sigo follándome a tu hermana —responde, y Lake le da un puñetazo en el
bíceps.
Vaya par de parejas que debemos hacer.
—Voy a matarlo cuando se rompa la maldición —le digo a Lake
despreocupadamente, y ella pone los ojos en blanco.
—Dime cuánto tiempo tienes, Joules. De verdad. —Lake mira a Kaycee—. ¿Y
de verdad eres su pareja, o los dos me estáis tomando el pelo?
—¿Estaría aquí si él no me hubiera convencido de que existe una maldición
mágica? Claro que no. —Kaycee sonríe y hace un gesto con la cabeza en dirección a
la casa. Su larga melena me roza el brazo cuando se levanta la brisa, y ese roce se
convierte en un eco de, oh, hace unas dos horas, cuando barría con su cabello mi
cuerpo desnudo—. Tam, creo que eres un pésimo amigo y fuiste un novio de mierda
conmigo, pero tienes que echar un vistazo a sus archivos familiares. Los diarios son...
bueno, ya verás.
—1822. Cassanda Frost —dice Tam, y entrecierro los ojos cuando me doy
cuenta de que está a punto de recitar la entrada favorita del diario de Lake sobre la
ruptura de la maldición—. Aunque el Pareja que me proporcionó la maldición era de
una posición social sustancialmente inferior a la de un hombre que podría haber elegido
Padre o mi querido hermano, estoy encantada. Es un galán...
Lake pone la mano sobre los labios de Tam y se queda mirándole atónita.
—¿Me estabas espiando cuando hablaba con Lynn?
Tam asiente y Lake suspira, soltando la mano.
Sé que puede oír a papá y a los tíos venir por el lado de la casa hacia la puerta.
Se nos acaba el tiempo y sé que guardará mi secreto el tiempo que tarde en
romper su propia maldición. Luego lo contará, lo quiera yo o no.
Nuestras miradas se cruzan.
Puedo sentir el espíritu de Joe apoyado en el árbol, con los tobillos y los brazos
cruzados, mirándonos con el ceño fruncido.
—¿Quieren parar? No voy a dejar que ninguno de los dos muera, ¿de acuerdo?
Podemos resolver esto juntos. ¿No lo hacemos siempre?
Solo que Lake y yo no pudimos ayudar a Joe. ¿Cómo podemos esperar
ayudarnos mutuamente? Pero Lake lo intentará. Yo lo intentaré. Así es como somos.
Alargo la mano y le alboroto el cabello, agachándome para que podamos estar de
frente.
—Si quieres ayudarme, rompe tu maldita maldición, así dejaré de
preocuparme por ti y podré preocuparme por mí en su lugar. Eso es lo que puedes
hacer, Canoa. —Me pongo de pie de repente, tirando de la manga de mi sudadera
sobre mi muñeca a tiempo para que el tío Rob aparezca a mi derecha. Papá está a la
izquierda. El tío Peter se detiene junto a Tam.
Ambos notan la marca en la muñeca de Lake de inmediato. Nadie se da cuenta
de los moratones hasta después de que ella los haya abrazado a todos y se esté
quejando del calor.
Entonces, Lake se quita el jersey y todos nos quedamos mirándole el cuello.
—Hijo de puta —gruño a Tam, y entonces Lake lo rodea con sus brazos para
protegerlo de los cuatro.
—¿Qué demonios es esto, hijo? —El tío Rob pregunta, pero mi padre... la
muerte en sus ojos es mucho peor. Bueno, mejor que lleguen a este bastardo antes
que yo. El tío Peter puede sujetar a Tam mientras los otros dos...
—Son solo chupetones. Déjale en paz. —Lake se ríe, pero Tam está con el rostro
pálido y quieto. Probablemente porque sabe que todos sabemos que le dijo a mi
hermana virgen que le chupara la polla mientras estaba de mal humor. Nunca le
perdonaré eso—. Además, sabes que no puedes matarlo hasta que rompamos la
maldición.
—¿Te acuestas con mi hija y no has roto la maldición? —gruñe mi padre, y Tam
se vuelve para mirarle como si fuera a defenderse.
Lake no le da la oportunidad.
—Soy yo —dice, soltando a Tam y levantando la muñeca. Sus ojos se deslizan
hacia los míos, pero yo sigo preparado y listo para darle una paliza a Tam. ¿Marcas?
¿Solo son chupetones? ¿Cómo coño? Sabes, no quiero saberlo. Mi hermana nunca se
callaría que un hombre le ha hecho daño. Relajo los puños—. Soy yo la que no está
enamorada de él. No al revés.
—Oh, cielos —dice papá, levantando la mano para despeinar su cabello
oscuro. Se pasa una mano por la barba—. Oh, mierda.
—Oh, cielos, oh, mierda —repite Lake, y suspiro, bajando la mirada para
encontrar a Kaycee observándome.
Oh, querida, oh, mierda. Si mi padre supiera que le estoy mintiendo, él... va a
caer de rodillas cuando me haya ido. Ya lo sé. Mi muerte va a destruir a mi familia,
otro golpe tan duro como la pérdida de Joe. No estoy seguro de que mi madre haya
superado la muerte de la tía Clara o del tío Jack o de GG Louise.
Me paso la mano por el rostro.
—¿Puedes ayudarme con algo muy rápido? —pregunta Kaycee, apartándome
del grupo. María y Lynn están saliendo, Ella y Luna van detrás. Y ahí están mi madre,
mi tía Lisa y mi tía Daphne. Nadie se dará cuenta si me escabullo un rato.
Kaycee me arrastra al interior y sube las escaleras hasta mi dormitorio,
cerrando la puerta tras nosotros.
Me desplomo en la cama, frotándome el rostro con ambas manos.
—A Lake solo le quedan cuatro semanas de vida —susurro, preguntándome si
voy a tener que ver morir a mi hermana pequeña antes que yo. Igual que fallé a Joe.
Mantengo el rostro entre las manos porque no estoy bien.
Estoy a punto de cumplir veintisiete años. Acabo de enamorarme por primera
vez. Lake tiene un hombre que se preocupa de verdad por ella (aunque aún le odie
un poco). Esto es... acabamos de perder a Joe... Mi vida hasta ese momento era
bastante encantadora. ¿Después de eso? ¿Esto es lo que viene después?
—Oye. —Kaycee me agarra las manos y me las aparta suavemente del rostro.
Me mantengo fuerte delante de todos los demás, de toda mi familia. Intenté que ni
Lake ni Joe supieran lo asustado que estaba. Ahora intento hacer lo mismo. Pero
también soy humano. Tengo miedo.
Voy a morir, muy pronto. Y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Al menos cuando se trata de Kaycee, puedo ser un poco débil. Le arrebato la
muñeca y pongo su palma en mi mejilla, cerrando los ojos.
—Oye, ¿qué? —pregunto, manteniéndolos cerrados. Mi ventana está
entreabierta, así que oigo los pájaros, el soplador de hojas de dos casas más allá, un
auto que pasa despacio. Siento la luz del sol en la piel y la absorbo. No sé qué pasa
cuando morimos, pero si no hay sol en la piel, no estoy bien.
No estoy bien.
Las lágrimas ruedan por mis mejillas, incluso con los ojos cerrados. No he
llorado desde el día en que Joe murió. Ni antes, ni después. Desde que tenía unos
dieciséis años.
—Oye, estoy aquí y te tengo —susurra Kaycee, besándome suavemente en la
frente, en la mejilla. La envuelvo en mis brazos y la atraigo hacia mí, para que pueda
sentarse a horcajadas sobre mi regazo y besarme mientras la abrazo. Abro los ojos y
veo que también está llorando—. Te voy a echar de menos.
—Estoy seguro de que te echaré más de menos —le digo, y entonces tumbo a
Kaycee en la cama, entrelazo nuestras manos y vuelvo a besarla. Sabe a bálsamo
labial y a sal, a alguien a quien apenas conozco pero de quien desearía saberlo todo.
Nuestras bocas van a la deriva, agradable y lentamente, y luego la sal comienza
a desvanecerse, y Kaycee sabe a sol. Eso está mejor. Sol y fresa. Eso me gusta.
Ajusta la pierna, empujando su rodilla contra mi entrepierna para que pueda
frotarla. Lo hago, balanceando las caderas mientras me separo para mirarla fijamente.
Quizá mentí sobre su cabello. El negro es lo mejor. Además, es su color natural. Eso
me hace sonreír.
Volvemos a besarnos y ella arquea la pelvis hacia arriba como si me deseara.
Es una pena porque vamos a tomarnos nuestro tiempo aquí.
—¿Piensas mal de mí por llorar? —le pregunto en voz baja, porque quizá yo
también tenga problemas que resolver.
—Pienso más de ti por ser perfectamente sincero conmigo. —La voz de Kaycee
es grave, atrayente y absolutamente deseosa. Me siento sobre las pantorrillas y
Kaycee me sigue. Desliza las palmas de las manos por debajo de mi camiseta antes
de quitármela. Incluso se detiene con la tela estirada sobre mi boca y me besa a través
del algodón.
Me gusta eso, la barrera temporal entre nuestras bocas hambrientas.
La camisa cae al suelo y pongo las manos en su cintura, agarrándola por el
cuello mientras ella gime y me clava las uñas en los brazos desnudos. Mataría a Tam
Eyre por lo que le hizo a mi hermana, pero quiero hacerle lo mismo a Kaycee. Soy un
maldito hipócrita.
Deslizo la mano por el lateral de su cuello, sujetándola para poder desgarrar
toda esa suave y hermosa piel con la boca.
—Joules —gruñe Kaycee, apretando tan fuerte que le duelen las uñas. Me
encanta. La muerdo y ella se agarra a mí con tanta fuerza que la noto en la ingle—.
Quítate los pantalones.
—No. Vamos a hacerlo a mi ritmo. —Lamo su garganta, beso sobre su pulso, y
luego meto los dedos en su cabello. Me repito—. A mi ritmo.
—¿A tu ritmo? —me contesta, siempre desafiante pero encantada de jugar
conmigo. Es una combinación brillante. Nunca me habían desafiado así, y me
encanta—. ¿Lo que significaría wham, bam, gracias, señora?
—Aw, no soy tan malo como todo eso, ¿verdad? —Le doy un tirón del cabello y
suelta un pequeño suspiro de excitación. Me humedezco los labios. Odio ser
vulnerable, y ya he llorado hoy, joder, así que... Pero no me quedan muchas bobas.
Ni muchos besos. No mucho sexo. Ni muchos amaneceres ni atardeceres.
Me quedan treinta días de vida y voy a hacer el amor como si tuviera un millón.
Se me corta la respiración y Kaycee lo nota. Es buena en eso, me pilla
desprevenido. Todas las pequeñas cosas que otros pasan por alto, KQ nunca lo hace.
Me rodea el cuello con los brazos y me arrastra hasta la cama.
Mierda, la voy a echar de menos tanto como a Joe.
Apago mis pensamientos y dejo que mi cuerpo guíe mi corazón.
CAPÍTULO SESENTA Y UNO
KAYCEE
Quedan 28 bobas para que mueran los dos... y solo
30 bobas para que muera Joules... (el mismo día)
Si me permito pensar demasiado en ello, entraré en pánico. No quiero entrar
en pánico ahora mismo. Quiero sentir los labios de mi hombre en mi frente, en mis
párpados cerrados, en mis mejillas, en mi boca. Quiero clavarle las uñas en el cabello
mientras me besa por el cuello, entre los pechos, mientras deja que su lengua caliente
recorra mis pezones perlados.
La barrera de encaje de mi sujetador no basta para ocultar el calor de la boca
hambrienta de Joules, de su lengua perversa. Una de sus manos está apoyada en la
cama, junto a mi caja torácica, mientras la otra recorre mi cuerpo como si lo estuviera
adorando. Nunca he estado con un tipo que pueda follar duro y caliente, pero que
también pueda tomarme tierna y suavemente. Joules es todo lo que he escrito en mis
letras, todo lo que he cantado en el escenario con la emoción burbujeando en mi
garganta.
Él es... es todo.
Arqueo la espalda, presionando mi pecho contra su boca, pero él se aparta. Me
besa las líneas planas y tensas del vientre y se detiene en el borde de mis jeans. Un
solo dedo recorre el borde de la cinturilla antes de abrir el botón. Joules, que es todo
un personaje, tira de la cremallera con los dientes.
Levanto la cabeza y lo veo mirándome fijamente, con la cremallera en la boca
y el borde del labio esbozando una pequeña sonrisa. Es arrogante y engreído, pero
con razón. Es lo bastante guapo para estar en una banda de chicos con Tam. Lo
suficientemente guapo como para protagonizar un drama. Y es amable. Por dentro,
debajo de toda la obscenidad y la mierda, es amable.
Joules me baja los jeans, pero solo un poco. Presiona sus labios contra el encaje
de mis bragas, besándome a través de la fina tela. Echo la cabeza hacia atrás,
clavando las uñas en las sábanas de su cama de adolescente. Es de dos plazas, un
poco estrecha para dos personas, pero nos acurrucamos tanto por la noche que
podríamos estar cómodos en una de plaza y media.
Esa boca suya tan linda y descarada trabaja sobre mis bragas, mojándolas por
ambos lados. ¿Puede saborearme a través del encaje? me pregunto, pero estoy
demasiado embelesada para preguntar. Mi mirada está entrecerrada y fija en el
techo, con la idílica vida suburbana como telón de fondo al otro lado de la ventana.
Oigo a alguien que sale de casa, a otra persona que lo llama, un coche que arranca.
Para mí, esto es extraño, una experiencia totalmente nueva. Me gusta la
normalidad, la vida fácil, la comodidad y el amor de esta casa. Estoy tan enamorada
de la familia de Joules como de él. Aunque... oh.
Muerde suavemente el calor que hay entre mis piernas, me suelta bruscamente
y me quita los jeans. Acaban en el suelo, junto a sus pantalones, de los que se deshizo
rápidamente. Nos hemos quedado en ropa interior y me muero de ganas de
arrancármela. Quiero piel sobre piel.
—Llegaremos allí, nena —me dice Joules, leyéndome la mente. Sus labios se
detienen en mi ombligo, suben por mi cuerpo hasta la clavícula y me rozan
suavemente con los dientes. Me agarro a él, pero me sujeta los brazos para
mantenerme quieta, y eso también me gusta—. Ya llegaremos.
Su voz es áspera, un roce que se hunde en mi piel. Puedo sentir cada palabra,
agradable y caliente contra mi carne desnuda. Joules lame un camino justo por
encima del dobladillo blanco con volantes de mi sujetador. Me pellizca el lazo rojo,
tira de él y capta el tirante con los dientes.
Oigo a la gente en el pasillo, pero él los ignora. Tam y Lake están aquí, y todo
el mundo se centra en ellos cuando deberían estar preocupados por Joules. Pobre
Joules. Mi Joules. Su amor por mí va a matarlo.
—¿Seguro que no quieres que contrate a un sicario para el marido de Allison?
—pregunto sin aliento, y es una especie de broma. Más que nada una broma. En
realidad, solo una broma.
Joules se ríe contra mi piel y luego me roza el cabello con la nariz, empuja su
rodilla contra mi núcleo dolorido y me anima a frotarme contra él.
—Me encanta lo traviesa que estás dispuesta a ser por mí, lo lejos que sé que
realmente llegarías. Eres de las que entierran cuerpos por la persona que aman,
¿verdad, Kaycee?
—Soy la mujer que convierte a la gente en cuerpos para el hombre que amo.
—Le tiro del cabello y me deja arrastrar su boca hasta la mía. Puede saborear la
realidad de esa afirmación en mi boca, y puedo saborear la Coca-Cola de cereza y el
deseo en él. También un poco de tristeza. Si hubiera alguna forma de salvar a Joules,
lo haría. Pero ya he leído la mitad de los libros de los archivos y no veo ninguna salida.
Maldición, en efecto.
Mi mano se aferra a su muñeca izquierda y me llevo a la boca ese extraño
diseño de corazón manchado. Muerdo su muñeca, chupo fuerte, chupo más fuerte.
Joules gime y sacude la cabeza; su cabello de ébano me hace cosquillas en la mejilla.
Lamo y beso el dibujo, y los recuerdos de la noche anterior inundan mi cerebro.
Joules me cubrió los hombros con una manta, me tomó de la mano y me llevó
fuera.
Había un telescopio esperando. Nunca había usado un telescopio en toda mi
vida. Juntos, miramos las estrellas. Joules sabía exactamente dónde apuntar con el
telescopio para encontrar la nebulosa del corazón, esa tenue mancha entre las
estrellas que encaja a la perfección con el diseño de su muñeca.
Se arranca el brazo de mi agarre, apretándolo contra su pecho, respirando con
dificultad.
Joules levanta la vista y nuestros ojos se encuentran.
Cuando desliza una mano por debajo de mí y me ayuda a incorporarme, lo
acompaño. Es como un baile, nuestras miradas fijas, los cuerpos temblorosos. Hay
una dulce y suave capa de sudor fresco sobre él, sobre mí. Es una tarde cálida, y la
brisa del exterior huele a hierba cortada y a la tierra que su tío trajo para el jardín.
Inhalo, y entonces lo hace Joules, como si quisiera robarme algo de aliento para
sí mismo.
Con dedos cuidadosos e inteligentes, me desabrocha el sujetador, sin dejar de
mirarme. Me baja los tirantes por los brazos, sin dejar de mirarme. Me besa con los
ojos abiertos.
Su palma se desliza sobre mi pecho, ahuecando la tierna carne y amasándola
con los dedos. No tengo mucho escote, pero Joules me toca con reverencia, prestando
especial atención a la areola que rodea la punta afilada y casi dolorosa de mi pezón.
Ahora estoy temblando. No estoy segura de haber dejado nunca que alguien
me desnudara tanto, que me hiciera sentir tan cruda. Y no es solo la sensación de su
mano o el roce de su rodilla contra el calor húmedo entre mis muslos. Ni siquiera es
la mirada de sus brillantes ojos azules, una imploración, una promesa de conexión,
un acuerdo silencioso.
Llevaremos nuestro amor tan rápido y tan lejos como podamos.
¿Pero sabes lo que realmente me hace temblar?
Es el recuerdo de Joules salvando mi culo borracho del bar. Dándome su
sudadera con capucha. Llamándome la atención sobre mi mierda. Siendo mi amigo.
Conduciendo conmigo a través del campo. Mirando las estrellas a través de un
telescopio mientras su pulgar trazaba una tierna línea en mi nuca.
—¿Sabes qué canción tuya me gusta más? —susurra Joules, mordiéndome un
pezón y dándole un suave tirón. Me arqueo hacia él, y él ronronea de satisfacción,
pasando un brazo por debajo de mi curvada columna vertebral para sujetarme. Se
toma su tiempo para conocer mis pechos con la boca, alargando el suspense de su
pregunta hasta que olvido que ha dicho algo—. Beauty in a Temporary Space —
responde.
La letra me golpeó como un ladrillo.
«Si no puede perderse, es que nunca pudo encontrarse. Está bien amar algo y
luego dejarlo ir. Está bien decir adiós porque decir adiós deja espacio para decir hola.»
—Te quiero dentro de mí —le digo, con mi propia voz como el suave roce del
viento en el exterior, que agita dulces campanillas de viento y hace repiquetear las
casitas de pájaros de madera del árbol—. Ahora, Joules. Podemos ir despacio, pero
te quiero ahora.
—A mi ritmo —me gruñe, besándome el vientre y tirando de mis bragas con
los dientes. Agarro dos puñados de sus sábanas de franela mientras arrastra ese
encaje por mis muslos, sobre mis pantorrillas tonificadas y terminan pasando por los
dedos de mis pies. El roce del encaje sobre la piel bañada en ardor es mucho.
Demasiado. No puedo soportarlo.
Mis muslos se separan automáticamente y Joules emite otro sonido áspero y
hambriento, pasándose la mano por la cara. Me gustaba cuando tenía barba
incipiente, esa ralladura áspera contra la piel suave. También me gusta cuando frota
su mejilla desnuda contra el interior de mi pierna.
Joules cartografía mi carne con su boca y su lengua, desde los dedos de mis
pies hasta mi rodilla, hasta el pliegue entre mi muslo y mi pelvis. Me absorbe con
largos lametones, me acaricia con la nariz, me pellizca. Cuando por fin su boca se
posa en mi caliente centro, esa perezosa exploración se transforma en algo más
desesperado, algo hambriento que necesita ser saciado.
Me tapo los labios con el brazo y muerdo con fuerza, intentando ahogar los
sonidos. Si suelto un grito, todo el vecindario será testigo. Y no quiero eso. Estamos
Joules y yo, solos. Rara y preciosa intimidad para él y para mí.
Gracias a Dios que el tío Rob tiene una escopeta para drones.
Joules es el novio que siempre quise, un hombre capaz de arrancarme lágrimas
con su lengua. Un hombre capaz de arrancarme un grito con sus dientes rozando el
interior de mi muslo. Ahora le araño el cabello, tirando y exigiendo.
Se libera de mi coño y me besa, con la suave dulzura de mi cuerpo en sus
labios.
—Maldita sea, Kaycee —dice Joules mientras me agarra por el cuello y me toma
el pulso con el pulgar. Con la otra mano se baja los calzoncillos, emite un sonido de
frustración y se los quita y los tira al suelo.
No hay resistencia cuando su cuerpo se desliza hacia el mío, solo una plenitud
satisfactoria que me corta la respiración, que hace que mis caderas suban para
encontrarse con las suyas. Está duro, caliente y jadeante, me envuelve en sus brazos
y me abraza.
No nos movemos. Suena el aspersor en el patio delantero y alguien maldice.
—Kaycee —murmura Joules contra mi cabello, y luego me besa en la coronilla,
apoyándose en los antebrazos. Me sonríe, con una sonrisa arrogante en los labios,
tierna y altanera a la vez. Sabe lo que me está haciendo, pero yo también sé lo que le
estoy haciendo.
Muevo las caderas hacia arriba y dentro de Joules. Exhala con dureza, pero no
cede, no se mueve.
Seguimos mirándonos.
—Deja de estar deprimido y fóllame —le digo, lanzándole mi mejor mirada de
alcoba, la que hace que se agoten las entradas en los estadios y se batan récords
virales. Puede que se me rompa el corazón, pero Joules ya está aquí. Cálido, fuerte y
exasperantemente quieto. No voy a desperdiciar esto—. Joules, envenenaré tu avena.
—Menos mal que vas camino de ser mi futura esposa. Podrías usar el apellido
Frost con esa actitud.
Me río de él y eso hace que sus músculos se tensen por la tensión. Aprieto un
poco más y Joules me agarra del cabello, echándome la cabeza hacia atrás.
—Eso no va a pasar —le susurro roncamente—. El apellido Quinn vale cientos
de millones. Sabemos quién será el padre que se quede en casa.
Joules se ríe entre dientes, pone sus manos firmemente a ambos lados de mi
cabeza y empieza a moverse.
Con gusto le pagaría el resto de su vida, le dejaría vivir en el lujo y no trabajaría
nunca, con tal de que estuviera a mi lado. Cada día por el resto de nuestras vidas. Sí,
eso es lo que haré. Me casaré con él. Le pondré un anillo en el dedo y lo haré mío.
Que te jodan, Allison. Que te jodan. Ni siquiera te conozco, pero... jódete.
Me agarro al cuello de Joules y arqueo el mío para poder besarnos. Con menos
práctica de la que solemos tener. Joules y yo somos conscientes de nuestras
apariencias, nuestras expresiones, nuestros sonidos. A los dos nos gusta algo extra
en nuestro sexo, este dorado suave y de bordes afilados. Pero ese brillo dorado ha
desaparecido hoy, y solo somos dos personas que están muy, muy interesadas la una
en la otra.
—Joules —murmuro, y él me responde. Quizá cien veces. Tal vez mil. Me
abraza y me cuida, y yo hago todo lo que puedo para devolverle el favor.
Nos encontramos el uno al otro con su polla golpeando profundamente, con su
mano acunando el lateral de mi cuello, con su boca en la mía. Nuestros ojos se abren
y yo soy la primera en sentirlo. Tirones largos y fuertes de mis músculos internos que
lo acarician, lo atraen. Pero Joules es bueno, así que me lo hace tomarlo todo antes de
que él se corra.
Es la sensación más poderosa que he experimentado nunca, mirarlo mientras
me corro, mientras él se corre, cuando sé que va a morir. No puede ser mío para
siempre, pero es mío por ahora. Este momento lo vale todo, joder.
Todo.
Jadeamos, nos estremecemos, aspiramos grandes cantidades de oxígeno. Al
otro lado de la ventana, alguien vuelve a maldecir y el aspersor se apaga.
—Te amo, Joules —le digo, con los dedos entrelazados en su nuca. Asiente con
los labios apretados, como si lo supiera. Lo sabe.
—Yo también te amo, Kaycee Quinn. —Me besa y sella el trato.
Él es mío y yo soy suya.
Por ahora.
Solo por ahora.
CAPÍTULO SESENTA Y DOS
LAKE
Quedan 28 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—Esto es... una locura —le digo a Tam cuando deja las maletas en el suelo de
mi habitación y se levanta, con las manos en la cadera mientras vuelve a mirar a su
alrededor. Solo ha estado aquí un total de dos minutos antes, así que es básicamente
nuevo para él—. Tú, de pie en mi habitación.
—¿La fantasía cobra vida? —pregunta esperanzado, cerrando la puerta de
golpe. Se abre casi de inmediato y entran mis primas y amigas.
Menos Chloe, por supuesto.
—¿Cuál es el porcentaje de miembros de la familia Frost que no amaban a su
Pareja? —exige Ella, y Tam se encoge un poco, pasándose la lengua por el labio
inferior—. He intentado hacer una encuesta rápida en los diarios, pero no he
conseguido respuestas claras.
—Nunca hemos llevado la cuenta de esas cosas —explico encogiéndome de
hombros mientras María se roba un puf, Luna se posa en el sofá (mientras le hace
ojitos a Tam) y Lynn se une a mí en la cama. Ella se queda cerca de Tam, cruzada de
brazos, mirándolo de reojo—. Ella —le advierto, y dirige su mirada a la mía como si
se sintiera culpable.
—Lo siento, estoy condicionada a desconfiar de las parejas.
—Yo soy de los buenos —le dice Tam, metiéndose las manos en los bolsillos y
emitiendo esa dulce y sexy vibración sin proponérselo—. Quiero asegurarme de que
Lake sobreviva, ese es mi único propósito ahora mismo.
—He visto que has cancelado un montón de eventos —le dice Lynn,
ofreciéndome una piruleta. Ella también está chupando una. Tanto la suya como la
mía tienen sabor a cerveza de raíz. Qué bien. Joules piensa que es el sabor más
asqueroso conocido por el hombre. Joe lo apoya en esto. Arranco el papel y me la
meto en la boca. Tam observa ese movimiento como si me acabara de quitar el
sujetador—. Pero todo el mundo en Internet dice que te dejen en paz, que nunca te
tomas tiempo libre, que te lo mereces. ¿Ves? Tus verdaderos fans te cubren las
espaldas.
—Te lo agradezco mucho, fan de verdad —dice Tam con un pequeño guiño.
Toma asiento en el sofá junto a Luna, en el lugar donde normalmente se sentaría
Chloe. Luna se muerde el labio al verlo, pero él le lanza una mirada que es claramente
una advertencia. No lo dice en serio, lo sé. Es que ella es así.
—Luna, déjalo en paz. —La reprendo, y ella se ríe, dándole un puñetazo en el
hombro a Tam. Tam la mira sorprendido.
—Lo siento, tengo mucha sed. Me excitan los chicos atractivos. Pero si me
coquetearas siendo la pareja de mi amiga, te patearía las bolas.
—Eso está... bien —dice Tam, pero luego se ríe y niega con la cabeza.
—Hey, entonces… —Lynn comienza entre lamidas del caramelo en su mano—
. Joules quiere pagarnos a las chicas cien dólares a cada una por darle una paliza a
Chloe. ¿Qué les parece? Yo estoy de acuerdo.
—¡Solo me ofreció setenta y cinco! —grita Luna, golpeando con la mano el
brazo del sofá.
—Me ofreció cincuenta —murmura María, sin levantar la vista de su libro.
—Vaya, aprendan a negociar. —Lynn sacude la cabeza y yo exhalo, situado en
mi cama cerca de la montaña de almohadas que compartiré con Tam esta noche.
Hemos estado durmiendo en la misma cama todas las noches. Teniendo sexo.
Abrazados. Otra vez sexo. Más mimos.
Me entusiasma hacerlo aquí, en el lugar donde me siento más a gusto.
—Yo digo que lo hagan —acepta Tam, y yo lo miro. Se encoge de hombros—.
Solo estoy siendo sincero.
—Me ha estado mandando mensajes —insinúa Luna, hurgando en un hilo suelto
del brazo del sofá—. Echa de menos... esto. —Luna hace un gesto alrededor de la
habitación—. Formar parte de esto.
Hago todo lo posible por sonreír amablemente.
—No tienen por qué dejar de pasar el rato con ella, ¿saben? —digo, y Luna se
sonroja.
—Si traiciona a uno de nosotros, nos traicionará a todos. —Ella recoge el último
cojín del sofá—. Gracias, pero no gracias.
—Estoy de acuerdo. —Lynn parece disculparse, como si pensara que yo quería
que se reconciliaran con Chloe. Es cosa de cada uno, pero no se lo reprocharé a Luna
si es lo que quiere.
—Siempre fue más amiga tuya que mía. —María sigue sin levantar la vista de
su libro.
—Cuando una persona te dice quién es, créele. —Tam junta los dedos detrás
de la cabeza—. Pero si te hace sentir mejor, habla con ella. Pero prepárate para que
no te guste lo que oigas.
Nadie dice nada durante un rato, y entonces María empieza a quejarse de su
libro y tanto Ella como Tam intervienen porque han leído la misma serie. Me relajo
boca arriba con Lynn a mi lado, cierro los ojos y disfruto del sonido de las
conversaciones a mi alrededor.
Más tarde, cuando Ella, Lynn y María se han ido, Luna se me acerca con un
mensaje en el móvil. Es de Chloe.
Si me llama, hablaré con ella, dice Chloe, pero no sé. Puede que sí. Puede
que no.
—Gracias, Luna. —Le doy un abrazo, le doy las buenas noches y... nos
quedamos solos Tam y yo. Solos en mi habitación—. Los paparazzi aún no nos han
encontrado. Eso es impresionante, ¿no crees?
Tam hace una mueca, se levanta del sofá y se acerca a mí.
—Probablemente porque Daniel y Jacob nos han estado siguiendo. —Tam hace
un gesto con la barbilla en dirección a la puerta de mi habitación, con las manos
metidas en los bolsillos. Me gusta la sonrisa de su cara, descarada y apenada a la
vez—. Vamos. Están abajo esperando para hablar con nosotros.
Levanto una ceja, pero me pongo de pie y sigo a Tam escaleras abajo. Nos
detenemos en el segundo piso, mirando en silencio el lugar donde me rodeó la
cintura con las manos y me hizo esa pregunta.
—Hola. —Tam se gira y toma mi barbilla suavemente entre sus dedos—. No
estarás pensando cosas raras, ¿verdad? ¿No estábamos de acuerdo en que estábamos
teniendo demasiado sexo?
—Puede que me haya precipitado al hacer esa declaración —admito, y él se
ríe de mí, me besa en la boca antes de tomarme de la mano y caminar conmigo codo
con codo hasta el primer piso.
Daniel está en uno de los sillones reclinables con una taza de café en las manos;
Jacob está en el sofá, con los brazos cruzados sobre el pecho. Mi madre intenta darles
de comer.
—¿Seguro que no quieres algo de comer? Tenemos opciones vegetarianas si
estás tan loco como para rechazar la barbacoa de mi hermano.
—Me muero de hambre, gracias —dice Daniel, dando un sorbo a su café—. Me
encantaría comer lo que esté dispuesta a darme.
A mi madre le encanta, sonríe mientras prepara un plato.
—¿Jacob? —Tam insiste, deteniéndose en el borde de la sala de estar con las
manos en las caderas—. Estamos hablando de mi futura suegra. ¿Puedes mostrar tus
mejores modales?
—Mis disculpas, Su Grande y Real Alteza, pero si no se hubiera metido en la
conversación, estaba a punto de agradecer a la señora de la casa su hospitalidad y
lamentar declinar la comida. —Jacob frunce el labio ante Tam, como si el hombre de
veintisiete años no pudiera viajar sin su permiso expreso.
Estoy enfrascada en algo totalmente distinto.
—¿Futura suegra? —pregunto, y Tam se sonroja un poco. Se levanta para
ajustarse el gorro blanco que lleva en la cabeza.
—Um, bueno. Este es un tipo de relación a muy largo plazo, ¿no? No estaba
tratando de adelantarme, solo quería ser realista acerca de nuestras perspectivas.
—El niño sabe lo que pasa —dice mi madre, y luego me señala a mí... con un
cuchillo. Como hice cuando intentaba cortar la tarta en la cocina de Tam. Debe de ser
cosa de la familia Frost, amenazar a la gente con cuchillos durante una conversación
casual—. Eres tú la que está metida en esa cabeza tuya. No me hagas lo que hizo tu tía
Clara.
—¿La tía Clara no quería a su Pareja? —pregunto, desconcertada. Nunca había
oído esta historia. Incluso he leído su diario siete veces enteras, de principio a fin.
Tam se estremece al oír mis palabras, y yo me siento inmediatamente mal por haber
preguntado eso.
—Nunca tuvo la oportunidad de escribir sobre ello, si eso es lo que te estás
preguntando. No se dio cuenta hasta el final. Fue todo un lío. Él era senador, ya sabes.
Asumió que él nunca la amaría, pero lo hacía. Dios mío, realmente lo hacía. —Mi
madre finalmente empieza a usar el cuchillo para cortar rebanadas de pan fresco.
Probablemente le ponga mantequilla de ajo y lo tueste para Daniel—. A tu tía le
costaba entender cómo alguien como él podía amar a alguien como ella.
—No es así —susurro, pero los ojos de Tam se han deslizado hacia mí y Jacob
carraspea de forma extraña.
—No quiero interrumpir, pero esto parece una discusión muy personal. Si nos
pudiera dar la comida para llevar, me gustaría llevar a Tam al hotel y… —Jacob no
llega a terminar la frase porque Tam le interrumpe, agitando la mano y entrando a
grandes zancadas en el salón.
—No. No voy a quedarme en un hotel. Quiero quedarme aquí.
—¿Y si la prensa se entera de que estás aquí? —Jacob suelta una carcajada y
luego se frota la frente—. Realmente voy a renunciar e ir a trabajar para la tía Elena.
De verdad, este estrés me va a matar. —Jacob deja caer la mano en su regazo—. Tam
Eyre, todo el mundo sabe que estás saliendo con esta chica. Si alguien te ve aquí,
¿quién crees que sufrirá? Esta familia sufrirá, ellos. No tú. Sino esta familia.
Los labios de Tam se separan.
—No —dice mi madre, bajando el cuchillo con fuerza sobre la encimera—. Los
dos se quedan aquí. Nadie va a sufrir nada. Quiero a mi hija en casa, y ella necesita a
su Pareja con ella. Fin de la discusión. ¿Quieren ustedes dos quedarse aquí también?
—Me temo que debo insistir —dice Daniel con un suspiro—. Necesito poder
protegerlos a ambos, y no puedo hacerlo desde una habitación de hotel.
—Está decidido entonces. —Aplaudo—. Tam y yo prepararemos las camas en
el estudio. No tenemos una, sino dos camas plegables. —Agarro a Tam de la mano
para apartarlo antes de que Jacob pueda terminar de balbucear con evidente
angustia. ¿Puede soportar sábanas con bajo número de hilos?
Estamos a punto de averiguarlo.
—¿No crees que eres lo bastante buena para mí? —Tam pregunta suavemente,
pero yo lo ignoro, abriendo la puerta del estudio que no hemos usado mucho desde
que Joe murió. Esta habitación lo lleva escrito por todas partes, como un santuario
polvoriento. Empiezo a tirar cojines del primer sofá. Tam se adelanta para ayudarme
a agarrar la barra de metal y sacar la cama.
—No es eso en absoluto —respondo, pero supongo que podría serlo... ¿Es eso
lo que estoy haciendo? ¿El hecho de que Tam me haya rechazado durante tanto
tiempo ha hecho que empiece a sentirme pequeña de alguna manera? No. No siento
eso en absoluto. Si no me gustara tanto como me gusta, lo habría dejado hace mucho
tiempo.
Ahora que estamos aquí, codo con codo, preparando un sofá cama para su
mánager, siento la verdad en ello.
Perseguí a Tam porque me gustaba mucho.
Abro un armario del rincón y empiezo a sacar sábanas y mantas, que apilo en
el brazo del sofá. Juntos hacemos la cama.
—Tengo un sentido del yo bastante sólido. —Me golpeo el pecho con la palma
de la mano y aliso una arruga de las sábanas.
—¿Quizá... no me he arrastrado lo suficiente? —Tam pregunta, levantando una
ceja—. Puedo arrastrarme más si es necesario.
—¿Arrastrarse por qué? No fuiste tan malo. Considerando todas las cosas por
las que has pasado, creo que me diste la mejor oportunidad posible para conocerte.
—Empezamos a quitar cojines del segundo sofá. Tiro del colchón para liberarlo—. Si
pensara que no mereces mi atención, habría renunciado a ti para centrarme en mi
lista de cosas pendientes.
Tam hace una pausa durante un minuto, como si estuviera prestando mucha
atención a un problema difícil.
Cada uno sujeta una esquina de la sábana bajera y me río un poco al pensar en
Jacob durmiendo aquí.
—Si sentí que me hechizabas, pero solo estabas siendo sincera... ¿qué significa
eso? —Tam me mira, con los párpados pesados y entrecerrados, los labios
entreabiertos.
Oh.
¿Él...?
Me tiemblan las manos mientras engancho la sábana en la esquina del colchón
antes de devolverle el calor brumoso de su mirada.
—¿Puedo decirte lo que creo que significa? —Tam pregunta suavemente, y yo
asiento con la cabeza porque quiero oír su opinión sobre una frase tan hermosa. Ése
es el tipo de palabras que se graban en el corazón, el tipo de palabras que te llevas a
las estrellas en la próxima vida. No puedo respirar. Parpadeo varias veces y juro que
puedo ver un cielo nocturno detrás de mis ojos, un estallido de color donde la
constelación de la nebulosa del corazón descansa en todo ese espacio de ébano.
Me froto la marca de la muñeca mientras Tam se acerca para colocarse frente
a mí.
Se me corta la respiración cuando me pone las palmas de las manos a ambos
lados de la cara, deslizando las ásperas yemas de los dedos por mis mejillas.
—¿Qué significa? —pregunto, pero lo sé. Sé exactamente lo que significa. Si no
hubiera seguido mi instinto y no hubiera sido sincera con Tam desde el principio,
nunca habríamos llegado a este punto. Le di a Tam mi verdadero yo, y él sintió que
era yo esforzándome al máximo para caerle bien.
—Significa que estoy enamorado de ti. —Tam junta los labios, los aprieta,
exhala—. Significa que eres... una chica hermosa que sabe ser fiel a sí misma.
Le doy un puñetazo en el hombro por reflejo, pero no se mueve. En lugar de
eso, me mete los dedos en el cabello y me besa hasta que estoy segura de que veo
las estrellas. Ya está. Estamos rompiendo la maldición. Puedo sentirlo.
Pero luego me da un poco de espacio para respirar, y todo vuelve a ser como
antes.
«Si sentí que me hechizabas, pero solo estabas siendo sincera... ¿qué significa
eso?»
Significa que Tam Eyre es un romántico empedernido, y que su
comportamiento y sus palabras, me están hechizando.
—Siento haberte tratado tan mal —vuelve a decir, pero hago un gesto con la
mano para disipar la preocupación.
—Si hubiera pensado que eras realmente horrible, que me ibas a tratar mal...
No intento ser mala, pero no te habría perseguido porque no habría sido capaz de
quererte. No habría querido perder el tiempo. Nunca podría amar a un hombre que
me tratara como menos.
Tam me sonríe, echándome el cabello hacia atrás y dejándome la piel de
gallina.
—Eres tan honesta, Lake. Tan refrescantemente honesta. —Tam se aparta de
mí, cruzando los brazos sobre el pecho. Nos estudiamos e intento ponerme en su
lugar. Está enamorado de mí y yo no estoy enamorada de él. En el peor de los casos.
Ya he visto esto antes, con Joe y Marla. A ella le gustaba mucho, pero no lo amaba.
Todavía no.
Desde que Joe murió, tengo miedo de convertirme en él, de amar a alguien
ciegamente, de llamar su nombre en mis últimos momentos... pero no está ahí. No les
importa. Marla no lo amaba. Ella lo mató.
Me da un vuelco el corazón y me doy la vuelta, saliendo a toda velocidad al
pasillo y volviendo al salón.
¿Tengo miedo de enamorarme de Tam? Porque si me dejo enamorar de él, y la
maldición se rompe, entonces tendré que saberlo. Quiero que sea real tanto como él
quería que yo fuera real. Me estoy castigando. Me estoy castigando, y tengo miedo.
Las escaleras crujen y miro para ver a Joules y Kaycee bajando de la mano. Mi
madre también los oye y aparece por la esquina, sonriendo para sí misma.
—¿Dónde han estado las dos últimas horas? —pregunta, pero Joules se limita a
reír y Kaycee se sonroja. Está adorable con este pijama blanco y rosa que creo
reconocer de uno de sus vídeos musicales.
—Mamá, soy un hombre adulto. ¿Segura que quieres hacer esa pregunta? —
Joules y Kaycee llegan al vestíbulo, y mi madre se chasquea la lengua y sacude la
cabeza. Es partidaria de esperar a que aparezca la pareja antes de involucrarse, pero
quizá debería preguntarle a su pobre tía abuela Marjorie, que fue soltera y virgen
toda su vida. Murió a los sesenta y ocho años en un terrible accidente de coche,
dejando tras de sí un diario de la familia Frost lleno de nostalgia.
Además... ¿no se supone que Kaycee es la pareja de Joules?
Tam sale por fin del estudio, despeinándose. Me sigue mientras yo sigo a
Joules, Kaycee y mamá hasta el comedor.
—Se acerca tu cumpleaños, Joules —empieza mi madre, que empieza a
preparar dos platos de comida sin que se lo pidan siquiera. Kaycee traga saliva como
si lo estuviera deseando, e imagino que sigue una dieta tan estricta como Tam. La
comida aquí probablemente sea un poco chocante. Comemos demasiada carne y
mantequilla, no voy a mentir—. ¿Qué quieres hacer para eso?
—Quiero que todos los miembros de la familia se tiren al suelo y me adoren
como a un dios —dice Joules, y puede que esté bromeando, pero también habla un
poco en serio. Mi madre le lanza un panecillo, pero Kaycee lo atrapa y le da un
mordisco. Joules sonríe mientras la mira, y ella le devuelve la mirada.
Se miran fijamente y siento que se me va toda la sangre de la cara. Me mareo y
me tambaleo, pero Tam me agarra por el codo. Todos se vuelven para mirarme, y un
pequeño hoyuelo aparece en la mejilla de mi madre. A mi madre se le ve un hoyuelo
en la mejilla. Debe de haberlo heredado de ella.
—¿Estás bien, Canoa? —pregunta Joules, estudiándome con un manto de
sospecha sobre él.
Le devuelvo la mirada y su mandíbula se aprieta.
Sabe que lo sé; sabe que puedo verlo.
Joules y Kaycee, se miran como si estuvieran enamorados. Ambos. Y si están
enamorados el uno del otro entonces... ella no es su Pareja. Kaycee Quinn no es la
pareja de Joules.
—Yo... sí, estoy... —La puerta se abre detrás de mí y Daniel vuelve con dos
bolsas colgadas del hombro. Jacob suspira dramáticamente mientras le sigue, y veo
que no lleva ninguna bolsa—. Estoy cansada. Vamos arriba.
Sujeto a Tam de la mano y tiro de él, lo arrastro hasta la habitación y cierro la
puerta tras nosotros. Apoyo la espalda contra ella, respirando con dificultad.
—No hay forma de que salgas de esta sin decirme qué te pasa —dice, de pie
frente a mí, con las manos en la cadera. La expresión severa de Tam se suaviza al
mirarme, y sus labios se entreabren, como si fuera a mencionar algo sobre estar
enamorado de mí o... Le interrumpo.
—Joules miente; Kaycee no es su pareja. —Doy un paso adelante y pongo
ambas palmas sobre el pecho de Tam. Esta vez, es a él a quien se le pone la piel de
gallina—. Están enamorados. Si ella fuera su pareja, la maldición se rompería. Tam,
me está mintiendo.
—¿Por qué mentiría sobre eso? —pregunta Tam, con ese adorable surco entre
las cejas. Levanto el pulgar y se lo froto para darle buena suerte. Tam me devuelve el
favor, machacándome el hoyuelo de la mejilla mientras fruncimos el ceño, pensativos.
—Porque no quiere decírmelo hasta que haya roto mi propia maldición. Uf. —
Suelto la mano y paso junto a Tam, haciendo un surco en la vieja alfombra sobre el
suelo de madera aún más viejo que hay debajo—. Ese hijo de puta. Ese pedazo de
mierda. Esa escoria mentirosa.
Tam se ríe entre dientes, pero yo lo miro y él me devuelve una mirada tímida.
—Eres linda cuando maldices —me dice, y yo gimo, me tumbo en la cama y me
tapo los ojos con las manos—. Oye, no te estreses. Seguro que Joules sabe lo que
hace, ¿no?
—¿Te refieres a mentirnos a mí y al resto de la familia para que no nos
preocupemos por él? Ah, sí. Él sabe exactamente lo que está haciendo. Solo que no
puedo decidir si está esperando a que yo rompa mi maldición primero o si está
demasiado enamorado de Kaycee como para intentar romper la suya. Quizá las dos
cosas. —Me incorporo mientras Tam se acerca para ponerse a mi lado—. Tengo que
averiguar cuánto tiempo le queda.
—Lake. —Tam se sienta a mi lado, se quita el gorro y deja que su cabello
despeinado me atraiga. Me pican los dedos al peinárselo para apartarlo de su
atractivo rostro. Hay poca luz aquí, todas las luces están apagadas excepto los hilos
de luces blancas de Navidad entretejidos en el estribo y que cuelgan de las vigas. El
suave resplandor no hace sino realzar los extraordinarios rasgos de Tam—. Esto es
probablemente lo que le preocupaba a Joules. —Toma mi mano entre las suyas y
entrelaza nuestros dedos—. Por mucho tiempo que le quede a su maldición, es más
del que tú tienes, ¿no?
Asiento con la cabeza.
Seguro que Joules no se emparejó antes que yo o me lo habría dicho. ¿Pero en
cualquier momento después?
—No puedo perder a mi hermano —susurro, y entonces noto humedad en las
mejillas y me doy cuenta de que estoy llorando. Otra vez. A medida que el reloj de
bobas avanza hacia el final de mi maldición, más y más emociones salen de la jaula
en la que las he mantenido atrapadas. Emociones sobre Joe. Emociones sobre mí.
Sobre Tam. Sobre Joules.
—Rompamos nuestra maldición, y luego le ayudaremos con la suya, ¿de
acuerdo? Lo prometo. Me tomaré todo el año libre para asegurarme de que Joules
sobreviva.
—Empiezo, pero Tam me quita las palabras de la boca con un beso. Me
presiona, y yo caigo de espaldas con naturalidad, la cabeza chocando con las
almohadas y los brazos deslizándose alrededor de su cuello.
Hacemos el amor en mi habitación, con el resplandor de las luces de Navidad
a nuestro alrededor y la claraboya abierta sobre nosotros mostrando las hermosas
estrellas.
Mientras tengamos tiempo, hay esperanza.
Hay esperanza.
CAPÍTULO SESENTA Y TRES
LAKE
Quedan 27 bobas hasta que muramos los dos...
El sol de la mañana me calienta la cara y refunfuño mientras intento enterrarme
en las almohadas. Tengo un método especial para bloquear la claraboya que hay
encima de mi cama. Dos anillas metálicas a cada lado de la ventana y una cortina que
puedo enganchar a ambos lados con una barra metálica. Joe lo diseñó todo.
Pero lo olvidé.
Lo olvidé porque... La mano de Tam se enroscaba alrededor del cabecero, su
cuerpo desnudo se mecía contra el mío, las caderas ondulantes, los labios entreabiertos.
Ah, sí. Tener sexo con Tam aquí ha cambiado las cosas para mí. ¿Verlo con mi familia,
en esta casa, en mi cama? Cambia el juego.
Abro los párpados pesados por el sueño y levanto la muñeca izquierda para
inspeccionarla.
Maldita sea.
Realmente pensé... y anoche, cuando hacíamos el amor, estaba convencida de
que por fin iba a despeñarme por ese precipicio. Pero, al igual que con mis orgasmos,
estoy teniendo problemas para soltarme lo suficiente como para inclinarme sobre ese
borde. El iceberg de mi corazón se está derritiendo, y soy feliz, y creo que Tam es...
bueno, es simplemente maravilloso.
Es maravilloso.
También me besa la nuca y me hace estremecer.
—Buenos días, Kayak —dice, y yo resoplo—. Me encanta lo enredado que se
te queda el cabello por la noche, después de que hayamos follado y te hayas pasado
horas revolcándote mientras dormías.
Siento un poco de calor en las mejillas cuando me doy la vuelta para mirarle.
Santo cielo.
Tam está apoyado en un codo, con la cabeza apoyada en la mano. Su cabello
de fresa está alborotado, y tiene tantos chupetones en el cuello como yo en el mío.
También... también... una marca de mordisco en el pecho, justo al lado del pezón. Mis
mantas —incluida la colcha que hizo GG Louise— le rodean la cintura. Una pierna
fuerte se ha escapado y ahora está encima de la mía.
La forma en que el sol golpea la cara de Tam es milagrosa, pintando sus ojos
de verde esmeralda con motas de primavera y toques de otoño, bruñendo de oro esa
boca de estrella del pop, enfatizando la pequeña línea roja de su mejilla por dormir
sobre el pliegue de una almohada. Su piel es como la leche, y su atención está
embelesada por la fricción. Puedo sentir su mirada sobre mí como un foco, como si
fuera yo quien actuara en el escenario para millones de fans que me adoran.
Solo... puedo obtener todo lo que Tam obtiene de su fama solo de él.
—Hola. —Levanto una mano y la apoyo en su mejilla, y él cierra los ojos, como
si estuviera más que feliz de que lo toque—. Son las dos de la tarde. ¿Alguna vez has
dormido hasta tan tarde?
—Solo después de acostarme a las nueve o diez de la mañana —admite, con los
ojos aún cerrados. Hoy hace buen día. Noto la brisa a través de la claraboya abierta y
los mechones de cabello se deslizan por mi frente y la suya. Me incorporo y lo beso,
apartándome antes de que nos perdamos el uno en el cuerpo del otro.
Hemos tenido mucho sexo, pero eso no rompe la maldición. Tal vez tenga que
sacar el mazo de cartas de conversación del coche y volver a hacerlo.
Bostezo y estiro los brazos por encima de la cabeza, y Tam me agarra por
detrás. Me sorprende arrastrándome de nuevo a la cama y subiéndose encima de mí.
Una hora más tarde, finalmente arrastramos nuestros culos vestidos de pijama
fuera de la habitación.
Si la muerte es inminente, así es como quiero pasar mis últimos días. Dormir
hasta tarde. Tener sexo. Comer tostadas. Hacer preguntas incómodas de la baraja de
conversación que... ¿mi madre tiene en las manos?
—Perdona —murmuro cuando Tam y yo bajamos las escaleras y nos
encontramos a mi madre, mi abuela y mis tías en la cocina, riéndose a carcajadas—.
¿Qué hacen con eso?
—¿Prefieres que tu pareja te la chupe? ¿O quieres chupársela a tu pareja? —lee
mi madre, con un poco de acento sureño en sus palabras—. Diablos, Lake. Así no se
rompe la maldición. —Tira la tarjeta a un lado y recoge otra—. Di tres animales que no
te gusten, sin ton ni son. —Mamá levanta la vista y arquea una ceja.
—¡Hipopótamos, cigüeñas y arañas campana! —No sé por qué grito. Tengo
sueño y estoy excitada, y... ¿por qué mis parientes femeninas están leyendo sobre
sexo oral en la cocina? Qué raro. Tam se me queda mirando, y cuando miro hacia él,
se frota la nuca.
—Mambas negras, arañas de embudo y gallinas. —Me río y él me devuelve la
sonrisa—. También... ¿qué demonios es una araña campana?
—Cosas horribles y asquerosas —dice mi abuela con un suspiro, colocando
flores frescas en un jarrón—. Hacen telarañas bajo el agua. —Esponja las flores
mientras conduzco a Tam hasta los taburetes de la isla de la cocina—. Si alguno de
ustedes piensa leer esas cartas en voz alta, me voy.
—Oh, mamá. Es moderno —grita mi madre, pero la abuela ya está huyendo
fuera para regar a Joe y ponerle abono alrededor del tronco. Es muy exigente con su
cuidado. La oigo refunfuñar antes de que la puerta de mosquitera se cierre de golpe
y corte parte del sonido—. ¿Desayuno? —pregunta mamá, mirándonos mientras mis
tías se colocan detrás de ella y sorben café. Bueno, la tía Lisa probablemente toma
café. La tía Daphne (la madre de María) está a favor de la salud y solo bebe agua. La
tía Mandy prefiere el té de manzanilla a cualquier hora del día, y está mirando a Tam
con energía de #TambourineFangirl.
La tía Lisa se da cuenta y me lanza una mirada de disculpa.
—Lo siento, mi hermanita está un poco asombrada. —Tía Lisa agarra a Mandy
de la oreja y la obliga a salir por la puerta trasera con Daphne pisándole los talones,
dejándonos a Tam y a mí solas con mamá.
—Me encantaría desayunar —responde Tam educadamente, como si mi tía
(dieciséis años mayor que él) no lo estuviera mirando como si fuera su pareja. Me río
mientras mi madre se fija en mi nuevo novio.
Tener a Tam en casa de mis padres es un sueño. Encaja bien aquí, aunque mi
madre no le haya perdonado el incidente de la mamada. Lo mira fijamente por encima
de una tostada que no le deja untar con mantequilla porque ella quiere hacerlo.
Le pone la tostada en el plato y Tam le ofrece su sonrisa más bonita y juvenil. Y
funciona, porque mi madre es una tonta y está acostumbrada a ceder ante Joules.
—Oh, menos mal que no tuvimos más chicos en esta familia. Soy tan tonta. Me
habrían matado.
—¿Dice entonces que Lake es una bendición? —Tam pregunta
descaradamente, y la boca de mi madre se tuerce como si quisiera sonreír. Joules se
acerca, haciendo la mímica de una mamada con la lengua presionándole el interior
de la mejilla.
—¡Hijo de puta! —Le tiro mi propia tostada y la mantequilla se le pega al brazo.
—¿Cuántos putos años tienes? Prácticamente tengo treinta, y soy demasiado
mayor para esta mierda. —Y entonces Joules me devuelve la tostada y se me pega al
muslo. Sonríe, y yo le entrecierro los ojos—. Mamá, ¿podemos Kaycee y yo tomar una
tostada? Solo media rebanada para ella, y tiene que ser esa mierda de trigo y nueces.
—Por supuesto, cariño —dice mi madre, y yo le lanzo a Joules una mirada
horrorizada.
—Como dijiste, tienes casi treinta años. Ya estamos en casa. Me dijiste que ibas
a recuperar tu apartamento, ¿verdad? —Hago un mohín. No soporto que me mientan.
Lo de la tostada podría perdonarlo, pero no las mentiras.
—¿Vas a recuperar tu apartamento? —pregunta emocionada mi madre, pero
Joules se limita a reír.
—Yo, eh, eso no funcionó como yo pensaba. —Joules se dirige rápidamente
hacia la puerta trasera, dejando que la mosquitera se cierre tras él. ¿Así que eso
también fue una mentira? Una mentira para que volviera a casa. Porque Kaycee no es
su pareja. Si Kaycee fuera su pareja, no habría necesitado estar en el área de
Fayetteville.
Su... su pareja es alguien local.
Si su pareja es alguien local, entonces...
Tiro la tostada al suelo y corro hacia la puerta trasera. Kaycee bosteza como si
fuera a seguirme, pero yo cierro la puerta con fuerza y espero que nadie me siga. Con
los pies descalzos, me acerco a mi hermano que está delante del árbol de Joe, y
tiemblo tanto que apenas me salen las palabras. Por suerte, la abuela está en el
cobertizo con los auriculares puestos. No podrá oírnos.
—Cuánto. Tiempo. —Esto no es una pregunta. Si no me lo dice aquí y ahora, le
diré a toda la familia que está emparejado—. Joules Frost...
—Diez meses —dice en voz baja, cerrando los ojos.
Me quedo ahí de pie.
¿Diez meses? ¿Eso también es mentira?
—¿Cuándo la conociste? —pregunto cruzándome de brazos y moviendo los
dedos de los pies. El suelo está un poco mojado por la manguera, pero se siente bien,
toda esa tierra húmeda bajo mis pies. La tierra de Joe. Joe. Sigo moviendo los dedos
de los pies.
—Cuando estabas enferma y volvimos a casa —dice Joules, mirándome, con
cara triste y seria a la vez—. Eres demasiado lista para tu propio bien, ¿lo sabías?
—No eres lo suficientemente inteligente. Deja de mentirme. Si hay algo más
que necesites decirme, quiero oírlo ahora. Cualquier otra cosa que me estés
ocultando, nunca te lo perdonaré.
Joules me hace un gesto con la cabeza y se vuelve de nuevo hacia el árbol.
—Se llama Allison y está casada, es madre de tres hijos y pasa la mitad de la
semana en la iglesia.
Hay un silencio sepulcral entre nosotros, el sonido de los insectos va in
crescendo. Aquí seguirá haciendo calor hasta que el calendario cambie a octubre. Un
día seguirá pareciendo verano. ¿Y al día siguiente? Frío y silencio.
—Joules, ¿tienes un plan? ¿Cómo diablos haces algo así? —Me entra un poco
de pánico. Él puede decir por el sonido de mi voz, estoy seguro.
—¿Por qué te preocupas por mí cuando te queda menos de un mes?
Explícamelo, Canoa. Porque esta es la jodida razón por la que no te lo dije en primer
lugar. —Joules me frunce el ceño, lo cual entiendo. Tiene razón. Si no rompo mi propia
maldición, no podré ayudarle con la suya—. Por eso Kaycee está aquí. Me está
ayudando a romper la maldición. —Joules se encoge de hombros, como si no fuera
gran cosa que su nueva novia, una estrella del pop, venga a casa para facilitar su
romance con una mujer casada, nada menos que en contra de su voluntad—. Si tú
también quieres ayudarme, entonces rompe tu propia maldita maldición.
Cuando va a darme un golpe en la frente, lo esquivo. Todavía hay algo que no
encaja. Sea lo que sea, sé que mi hermano tiene razón.
—Lo siento —digo finalmente, suspirando tan fuerte que parece que toda la
tensión abandona mi cuerpo. Acabo tirándome al suelo y ensuciándome el pijama.
Joules se sienta a mi lado y los dos nos quedamos mirando a Joe—. Creo que... me
estoy dejando obsesionar por tu maldición porque no sé cómo romper la mía. Busco
todas estas soluciones y razones, pero en realidad, todo se reduce a lo que siento por
Tam.
La puerta mosquitera se abre con un chirrido y, al mirar hacia atrás, veo a Tam
con el hombro apoyado en el marco de la puerta. Me saluda con un trozo de pan
tostado y yo suelto una carcajada. Probablemente también se ruboriza.
—Entonces, por el momento, quédate con Tam y no te preocupes por mí.
Cuando vuelvo a mirar a Joules, me pone las manos a ambos lados de la cara,
me da un beso en la frente y se levanta. Cambia el sitio con Tam, que se sienta en la
hierba y me ofrece la tostada. La rechazo y se la come él.
Yo diría que es raro verlo sentado en la hierba mojada como si nada, pero
rescató a una araña, así que... nunca hay que hacer juicios precipitados. Puede que
Tam tenga una presencia brillante sobre el escenario, pero hay algo en él de
desenfadado, confiado y natural que me gusta.
—Joules me ha dicho que le quedan nueve meses, pero miente. —Suspiro y me
acerco un poco más a Tam. Me rodea la cintura con un brazo y me atrae hacia su
regazo, con su aliento alborotándome el cabello. Cuando me acerca la tostada a la
boca, le doy un pequeño mordisco—. Pero le dije que lo dejaría pasar hasta que
rompiéramos nuestra propia maldición.
—Inteligente. —Tam espera a que termine el bocado de tostada y me lo ofrece
de nuevo. La tomo en mis manos, y pasamos el día relajándonos fuera, junto al árbol.
Al sol. Las flores. El viento. Tierra. Besos. Limonada.
A veces, para avanzar, hay que aprender a quedarse quieto.
CAPÍTULO SESENTA Y
CUATRO
TAM
Quedan 24 bobas hasta que muramos los dos...
Lake tiene una media sonrisa en la cara que puedo interpretar con una sola
mirada. Está divertida, agradablemente sorprendida por algo. Me agacho al otro lado
de la sala de archivos de su familia, admirando la franja de luz solar que incide sobre
el cabello verde mar de Lake. Delante de mí hay una pila de diarios bien leídos y
varias docenas de voces de la familia Frost resonando en mi cabeza.
1912. Mi madre fue testigo del ascenso de su pareja a bordo del RMS Titanic. Basta
decir que no vivió lo suficiente para completar su diario.
1999. Ojalá me hubiera tocado uno de los Backstreet Boys. En vez de eso, me tocó
nuestro vecino. Estoy muy enojada por eso. El último año va a ser una mierda. *dibujo
de una polla con pelotas peludas que se parece extrañamente a los dibujos de polla de
Lake*
Sonrío.
—¿Qué estás leyendo ahí que sea interesante? —le pregunto, y ella me mira
con una sonrisa que se ensancha.
—Me había olvidado de ésta. —Lake se humedece los labios y mira la página.
Incluso se aclara la garganta antes de leer el pasaje—. 2004. Rompí la maldición, y
entiendo por qué ninguno de nuestros antepasados pudo explicarlo. Imagina escuchar
tu canción favorita por primera vez. Imagina leer tu libro favorito por primera vez. Solo...
imagina. Así es. —Cierra el diario y suelta una pequeña carcajada—. Me muero de
ganas de ver qué pasa cuando se rompa la maldición; voy a escribirlo todo en mi
diario. —Lake estampa un puño en la palma de la otra mano—. Puede que no haya
llevado un buen diario hasta ahora, pero que me aspen si mis antepasados no saben
la verdad.
—Nuestros hijos estarán malditos, ¿verdad? —Y ahora estoy sonriendo por
varias razones. Lake es adorable. Sobre todo, esa es la parte importante. También
actúa como si creyera que romperemos la maldición. Podría ser en cualquier
momento. Me mira con tanto amor que me sorprende que aún no se haya roto. Por
eso estamos aquí de todos modos, leyendo los libros y buscando situaciones similares
a la nuestra. ¿Quizá haya consejos y trucos?
—¿Hijos? —Lake responde distraídamente, como si no hubiera pensado en
ello. Esa es la otra razón por la que sonrío—. Nunca lo pensé mucho, la verdad.
Estarían malditos, lo cual es aterrador. No puedo imaginar por lo que pasó mi tía Lisa.
—Los ánimos se calman, pero a Lake se le da bien recuperarse. Me sonríe y sacude
la cabeza—. Y ahí estabas tú, ofreciéndote a dejarme embarazada en una habitación
de hotel de San Francisco. Sir Tom, Dios mío.
Me froto la nuca, pero no me disculpo. Sé lo que ofrecía. Tengo veintisiete años.
No me importaría... En fin, podemos esperar. Lake solo tiene veintitrés.
—Si correrme dentro de ti esa noche hubiera roto la maldición, lo habría hecho.
En cambio, el suéter obtuvo lo que estaba destinado para ti.
Lake gime justo cuando se abre la puerta, y ambos nos giramos para encontrar
a Jacob allí de pie con los auriculares puestos.
—Deberíamos estar haciendo ejercicio. Deberíamos estar aprendiendo nuevas
coreografías. Deberíamos tener llamadas de fans con...
—Dijiste que no habría más llamadas de fans en lo que queda de año —anuncia
Lake, poniéndose en pie de un empujón. La sigo y veo con perplejidad cómo baja a
Jacob con una sonrisa—. No va a hacer nada más, ni siquiera si sobrevivimos a la
maldición. Pasaremos la Navidad aquí. —Mi novia señala al suelo con una sonrisa de
triunfo en la cara.
Claro que sí. Me encanta. Quiero esa sonrisa.
Sonrío pícaramente a Jacob y me encojo de hombros.
—Lo siento, Jake. Estamos malditos. Tenemos que tomarnos un tiempo libre. —
Hago una pausa—. Además, olvidaste llamarme Su Majestad.
—Daniel encontró hoy a una chica trepando por la valla trasera. ¿Te lo
mencioné? Llevaba un tutú. —Jacob se da la vuelta y sale corriendo por el pasillo,
dejando la puerta abierta. Nuestro pequeño hechizo secreto en la habitación se ha
roto, así que tomo la mano de Lake y la guío fuera de allí.
—¿Un tutú? —le pregunto a Daniel cuando entro en el salón y lo encuentro
apoyado en una pared, con los brazos cruzados. Está mirando algo tan fijamente con
esos espeluznantes ojos grises suyos que me preocupan los acosadores o, como
mínimo, los paparazzi. Me giro para ver qué está mirando y me sorprendo al ver que
Ella, la amiga de Lake, le devuelve la mirada.
También tiene los brazos cruzados y las gafas ligeramente torcidas.
—No era un tutú, y no estaba trepando por la valla —gruñe Ella, dirigiendo una
mirada a Jacob. Él finge no darse cuenta—. Estaba entrando por la puerta trasera.
—¿Por qué no entraste por la puerta principal? —Daniel replica, y veo una
mancha de sangre en su cara. Su sangre. Procede de un corte en el borde del labio.
Se da cuenta de que le miro y suspira—. Me dio un codazo en la cara cuando la agarré.
—¡Le he traído sushi a Joe! —ella grita, sacudiendo la bolsa—. Y me has
estropeado la falda. Quiero una compensación.
Miro junto a ella la tela embarrada que yace en la alfombra cerca de la puerta
principal. La verdad es que parece un tutú.
—Ella, eso es un tutú —dice Lake, pero su amiga resopla y se marcha. Mira a
Daniel—. ¿Te gusta? Está soltera.
—No tengo citas. Tengo que lidiar con Tam.
—Tam es mi problema ahora —dice Lake con facilidad, y yo me estremezco.
Jacob realmente quiere trabajar para mi madre. Podría hacerlo, y si Lake quisiera...
Dios, ¿sería descortés pedirle eso? Podría viajar conmigo como mi mánager. O
incluso solo como mi esposa. Lo que ella quiera. Es mejor si me caso con ella, así no
tendrá que preocuparse por su futuro. Mi dinero sería su dinero.
Se abre la puerta principal y todos nos giramos para ver... a una chica entrando.
No sé quién es, pero por los sonidos que hacen Lake y Ella, que aún no ha llegado al
patio trasero, debe de ser mala. Jadeos agudos y sorprendidos.
—Chloe. —Lake traga saliva y se pone delante de mí, como si me protegiera
de algo. Eso enfurece a Daniel, pero ella lo aparta—. Para, para, para. Ella no es ese
tipo de amenaza.
Jacob se desliza entre Chloe y la puerta con un iPad en la mano. Se lo pone en
el pecho, con los dientes apretados.
—Fírmalo ahora. —Jacob la mira fijamente y los labios de Chloe se entreabren
como si fuera a discutir. Pero entonces su mirada se posa de nuevo en Lake, y
finalmente lo hace, agarra el bolígrafo imantado del lateral y firma la pantalla—.
Gracias. —Mi primo se dirige de nuevo a la cocina, desinteresado por cualquier otra
cosa que ocurra aquí.
—¿Acabas de entrar aquí así nada más? —exige Ella, reapareciendo con la
bolsa de sushi aún apretada en el puño—. Ya no puedes hacer eso, Chloe. Renunciaste
a todo eso cuando pusiste la vida de Lake en peligro por un poco de atención barata
en las redes sociales.
—Yo… —Chloe me está mirando ahora, y casi me sorprende el brillo de sus
ojos. Me mira como Tam Eyre, la megaestrella. No es así como me mira la familia de
Lake (incluso la tía Mandy ha dejado de hacerlo). Solo soy... el novio de Lake. Una
extensión de ella. Un nuevo miembro de la familia. Su futuro marido. Eso es todo.
Chloe trata de parpadear el polvo de estrellas, pero es difícil de ocultar.
Camino hasta situarme junto a Lake, con los brazos cruzados.
—Me debes una puta disculpa —le digo a Chloe, y Lake se vuelve para
mirarme, como si no estuviera segura de adónde quiero llegar—. En serio. Tu mejor
amiga está en su propia casa, teniendo un momento privado con su novio, ¿y tú
pensaste que era bonito grabarlo y colgarlo en Internet? ¿Por qué?
Todos se vuelven para mirar a Chloe, que lleva un suéter de punto rosa con
botones de perlas.
—Yo... —Respira hondo—. Le dije a algunas personas que conocía a Tam Eyre,
y no me creyeron. —Vacila, como si supiera lo que tiene que hacer, pero no quisiera
hacerlo—. Lamento de verdad que pasara eso. No era mi intención. Solo me cabreé
porque la gente me llamaba mentirosa.
—¿Gente? —Ella se ríe—. Nadie debería saber nada de Tam. Es la pareja de
Lake, Chloe. ¿Y si hubiera roto con ella y ambos hubieran muerto? ¿Estás loca? —Ella
frunce el ceño y sacude la cabeza—. No quiero verte ni hablar contigo. Escríbeme
una carta si quieres intentar disculparte como es debido. —Ella sale y yo me inclino
y acerco los labios a la oreja de Lake.
—Puedes perdonarla o echarla. Lo que más te convenga. Solo recuérdale que
si publica algo más sobre nosotros, será el material de la demanda.
Lake se ríe entre dientes y yo sonrío y me dirijo al estudio con Daniel para
darles un poco de intimidad.
—Lynn y María trataron de golpearme... —Es lo último que oigo antes de que
la puerta se cierre tras nosotros.

Lakelynn no tarda en encontrarme sentado frente a Daniel, con un tablero de


damas entre nosotros. Es extrañamente bueno en este juego, y me está cabreando.
No sé si te has dado cuenta, pero no me gusta perder. Artista número uno en Spotify.
Canción más escuchada del año. Terrible en las damas.
Finjo estar distraído con Lake, para no tener que seguir jugando y perder
horriblemente contra mi guardaespaldas. Sale para darnos un minuto.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, poniéndome de pie y acercándome demasiado
a Lake. A ella le encanta eso, cuando los dedos de nuestros pies se tocan y tiene que
inclinar la barbilla hacia atrás para mirarme.
—Le dije que no sabía si volveríamos a ser amigas, que había perdido el
privilegio de ser el tipo de persona que puede entrar en mi casa sin más. Pero no le
dije que nunca. Le dije que tal vez, y luego le dije que la quería, y le di un abrazo.
Lake me mira y ambos sabemos por qué lo hizo.
—Todo irá bien —le prometo de nuevo, besándola y saboreando... ¿rosa...? en
sus labios—. ¿De dónde has sacado un té de burbujas? —Acabo de darme cuenta de
que lleva uno en la mano derecha.
—De Joules. —Lo levanta con un suspiro y chupa la pajita. Veo bolas negras de
boba subir por la pajita. Lake suspira feliz. Un rayo de sol en una taza—. Me la dio y
luego le pidió a Kaycee que arrastrara a Chloe fuera.
—¿Lo hizo? —Estoy emocionado por saber si esto realmente sucedió.
Esperemos que nadie lo grabó en video... Bueno, tal vez sería bueno para la carrera
de Kaycee. Ella tiene esta vibra de buena chica a punto de volverse mala que es
realmente popular en este momento.
—Lo hizo. —Lake da otro sorbo a su bebida y se ríe, sacudiendo la cabeza—.
Joules dijo una vez que Kaycee y tú tenían la peor química sexual que había visto en
su vida.
—Eso es verdad. —Odio admitir que algo de lo que dice Joules es cierto, pero
le concederé esto—. Kaycee se siente como una amiga. Tú te sientes como una
amante. —Lake sonríe dulcemente dentro de su pajita—. Sin la amenaza de la
maldición, ¿le habrías dicho a Chloe que se fuera a la mierda? —Vuelvo a pensar en
el incidente de la chupada de polla. Sé por el color subido de sus mejillas que Lake
está pensando lo mismo.
—Sí. Bueno. Supongo que no estoy actuando como yo misma debido a la...
maldición. —Se detiene, inhala bruscamente, los ojos se abren de par en par—. Creo
que ahora lo entiendo. Sé por qué no he roto la maldita maldición.
Levanto una ceja, resistiendo el impulso de besar más ese dulce sabor a rosa
de sus labios.
—¿Sí? —Inclino la cabeza y levanto la mano para ajustarme el gorro porque sé
que a Lake le gusta que haga eso.
—Todavía estoy reaccionando a la maldición. En cuanto me olvide de ella,
caeré. —Parece aliviada, como si no fuera obvio desde el principio. Le sonrío
irónicamente, preguntándome distraídamente si habrá un boba para mí también.
Ahora soy adicto a esas malditas cosas.
—Una vez que la maldición se rompa, se va a poner muy serio, muy rápido
entre nosotros. Espero que estés de acuerdo con eso. Te amo, Lake, y no de una
manera casual. De una manera para siempre.
—Solo piensas eso por la maldición... —murmura, pero es una tontería y los
dos lo sabemos. Le sujeto la barbilla con los dedos y le devuelvo la mirada. Ella chupa
su pajita, mastica su boba. Yo chupo su pajita. Hago lo mismo.
—Te amo porque te deseo. Me gusta hablar contigo. Creo que eres íntegra.
Eres honesta. Eres divertida. Eres un polvo caliente. Disfrutemos de mi tiempo libre
porque esto no pasa muy a menudo. —Le sonrío—. Haré lo que quieras. Cualquier
cosa.
—Pie... —se atraganta, y yo inclino la cabeza hacia un lado. ¿Y?
—¿Cosas de pies? —pregunto, sorprendido de que lleguemos a lo pervertido
tan rápido. Pero supongo que en lo que a perversiones se refiere, esta no es...
—El partido de fútbol de mañana —termina por fin, y entonces se ríe tan fuerte
que casi se atraganta con el té con leche de rosas—. Sir Tom, ¿qué demonios pasa?
¿Te gustan los pies?
—Creía que te gustaban los pies, y yo intentaba ser genial al respecto. —Me
paso la lengua por el borde del labio—. Eres una mocosa.
—¿Entonces solo te gustan las chicas buenas? —se burla, y luego huye de la
habitación porque sabe lo que le haré si no lo hace.
CAPÍTULO SESENTA Y CINCO
LAKE
Quedan 22 bobas hasta que muramos los dos...
El vigésimo séptimo cumpleaños de Joules coincide con el día del partido.
Todo el mundo —incluido Tam— está ataviado con el equipamiento de los
Razorbacks. Una de las primas —probablemente María— también colgó una gorra de
los Razorbacks en la esquina de la foto enmarcada en la que aparecemos Joe, Joules
y yo.
Tío Rob está tratando de enseñar a Tam sobre el fútbol, pero el pobre Tam no
está interesado. Lo está intentando. Simplemente no hay chispa allí. A Jacob le
encanta, y Daniel es... bueno, es estoico.
A Ella le cuesta dejar atrás su enamoramiento de Joe, pero se nota que está
interesada en el guardaespaldas de Tam.
—Alguien me ha dicho que hay... ¿karaoke después del partido de fútbol? —
pregunta Tam mientras vuelve a la isla de la cocina. Mis chicas y yo, menos Chloe,
estamos comiendo bocadillos y charlando. Luna tiene novio nuevo (Luna siempre
tiene novio nuevo) y una de nuestras amigas del instituto acaba de casarse con un
dentista.
—Oh, sí. —Me atraganto con un Dorito Cool Ranch y finjo que la idea de Tam
Eyre cantando en la vieja máquina de karaoke de mierda de nuestra familia no es...
muy, muy rara—. Si nuestro equipo gana, cantamos karaoke. Pero solo si ganan.
—¿Están ganando? —Tam pregunta, pero está siendo un idiota. No van
ganando. E incluso alguien que no sabe nada de fútbol puede leer los números junto
a los logotipos de los equipos en la esquina de la pantalla—. Eso espero. Creo que
puedo ganar en el karaoke.
Lynn resopla y sacude la cabeza, probando uno de los perritos de tofu en una
manta de la tía Lisa. Su expresión lo dice todo mientras vuelve a colocar con cuidado
la mitad que no se ha comido en su plato de papel.
—El karaoke no es un juego que se gana o se pierde, Tam Eyre. —Le echo una
mirada. Va vestido con su camiseta roja de los Razorbacks, un par de jeans azul oscuro
y unas zapatillas negras de cuero. Parece listo para subir al escenario. Posar para un
anuncio de Instagram. Hacer un TikTok viral. Uf. Estar cerca de Tam regularmente no
es bueno para mi salud mental. Me estoy obsesionando.
Esta mañana, entré en el baño, cerré la puerta e hice algo de lo que no estoy
orgullosa.
Pagué por una membresía de las Tambourine. Y no solo la cuota anual, que son
como veinte dólares. Obtuve el kit de membresía que viene con baúl y una tarjeta
fotográfica exclusiva que hace que me tiemblen los ojos. No es tan mala como la de
los ejecutivos de Hype Record, pero Tam lleva jeans y no lleva camisa. Lleva una
gorra de béisbol y está apoyado en un coche antiguo con una llave inglesa en la mano
y una mancha de grasa falsa en su preciosa mandíbula.
Por extraño que parezca, Tam sabe cómo trabajar en los coches. Hizo algunos
retoques al Firebird con la ayuda de mi padre, descalzo y con un suéter de mujer
manchado de grasa en nuestra entrada. Gorra de béisbol, máscara y gafas de sol en
su lugar. Tal vez tomé diez o cien fotos para mí. Jacob puede haber tenido un pequeño
ataque al corazón.
En fin, mercancía de Tambourine.
Me apunté a eso de buena gana. Pagué el envío urgente porque... Bueno,
quiero mi mercancía por si la maldición me mata. Me iré a la tumba llevando ropa
interior del club de fans de la marca Tambourine. No sabía que eso existía hasta hoy.
Me entristece informar de que efectivamente lo es (y que la gente le pide a Tam que
se la firme en los eventos, mientras la llevan puesta).
—Pero si el karaoke fuera un juego que alguien pudiera ganar, entonces yo lo
ganaría. —Sonríe tímidamente, con la lengua posada en el borde del labio en una
descarada cara de ven a buscarme.
—Yo no apostaría dinero por eso —declara Kaycee, apareciendo por la puerta
trasera con Joules detrás de ella. Mi hermano pasa a su lado y agita la mano delante
de la cara de Luna cuando ella no empieza a coquetear con él inmediatamente. Hoy
tampoco ha coqueteado con Tam.
—¿Está enferma o algo así? —pregunta Joules, y Ella resopla. Sigue mirando a
Daniel, pero él finge no darse cuenta. Puedo oler su química en el viento, así que
nadie se engaña.
—Nuevo novio —declara Ella mientras Kaycee rodea el borde del mostrador
para encararse con Tam.
—Si todo se reduce a un karaoke, que la familia vote por un ganador. Joules y
Lake no pueden votar, pero todos los demás sí. —Kaycee extiende la mano, y Tam
sonríe, dándole un fuerte apretón.
—Trato hecho.
—En el karaoke no hay ganadores ni perdedores —repito, porque si los hay,
yo pierdo seguro. Tengo la peor voz de toda la familia. Puedo seguir el ritmo y no soy
sorda, pero mis cuerdas vocales y mi garganta se niegan a seguir el programa.
—¿Te da miedo cantar delante de mí? —murmura Tam, apoyando la cadera en
la isla de la cocina, con los brazos cruzados y una expresión de un millón de dólares
en la cara. Espera, ¿es la misma expresión que aparece en la tarjeta exclusiva para fans
que pedí?
Mi padre y mis tíos gimen dolorosamente desde el sofá, así que supongo que
el juego no va bien. Poco después llaman a la puerta, pero también hago caso omiso.
Hoy solo tengo ojos para Tam Eyre. María deja su libro para ver quién es.
—No tengo miedo en sí, pero yo... Tam, no me mirarás igual si oyes mi versión
de cantar.
—Pero lo he oído. —Levanta un dedo mientras Joules sigue a Kaycee por la
cocina, besándole el lateral del cuello mientras intenta cortarle un trozo de su propia
tarta de cumpleaños. Tam mira hacia ellos y luego vuelve a mirarme a mí, y
probablemente los dos estemos pensando en la tarta baja en calorías y sin azúcar que
le preparé—. En la ducha, cuando crees que no estoy cerca, escuchas NIGHT DANCER
y cantas en un japonés horriblemente acentuado.
Me quedo con la boca abierta y Lynn me da un golpecito en la barbilla para
que la cierre.
—Ni siquiera hablo japonés; ¡hago lo que puedo! —susurro, y Tam se ríe, me
abraza y me arrastra cerca de él.
—Cantas más de lo que crees. Todo el tiempo. Seguro que la mayoría de las
veces no eres consciente de ello. —Me besa en la sien y yo me ablando en sus brazos.
Lynn hace un ruido a nuestro lado, como si prefiriera no ver un espectáculo tan cursi.
No la culpo. Las parejas de enamorados dan náuseas.
—Eh, llegó un paquete para ti. —María me tiende una caja mientras Tam se
aleja de mí, y mis ojos se abren de par en par. He pedido el merchandising para fans
esta mañana. ¿Cómo...? Dios mío.
—Oh, genial. —Me muestro indiferente, recojo el refresco de la encimera y le
doy un sorbo, como si no me importara—. Dejarlo tirarlo en la escalera de abajo y yo
lo subiré más tarde.
—Esto es un Kit de Mercancía de Tambourine —dice Tam, recogiendo la caja
de manos de María mientras mis primas ríen entre dientes.
—Pillada in fraganti —respira Lynn, y yo le tiro un Dorito.
—No lo es —le digo a Tam, pero entonces me fijo en la cinta de la caja. Es
blanca con panderetas naranjas impresas. Mmm. Okey. Ya veo cómo va a ir esto. Me
rasco la nuca mientras me sube un sofoco, caliente y picante, por el pecho, el cuello
y las mejillas—. Esto es... Lo he pedido esta mañana. No sé cómo ha llegado tan
rápido.
—Hay un centro de abastecimiento cerca del aeropuerto —explica Lynn, poco
servicial. Tam juguetea con la caja, ofreciéndome una mirada por encima que
promete desnudez cuando subamos.
Toso y me meto más refresco plano y almibarado por la garganta.
—¿Tanto deseabas unas bragas con mi nombre? —Tam me sonríe—. Podría
firmarte algunas. Diablos, firmaré todas tus bragas.
—Muy bien, basta de esa mierda. Hoy es mi maldito cumpleaños. —Joules está
mirando a Tam a través de la isla de la cocina, pero luego se da la vuelta para dar un
bocado de pastel a Kaycee. Tam intentó comer tarta antes, y Jacob le dio dos
mordiscos antes de arrancársela. Suspiro.
Tam deja la caja sobre el mostrador y utiliza un cuchillo cercano para cortar la
cinta. Empieza a sacar objetos: hay un CD firmado en un elegante envoltorio dorado
con una pandereta negra en la parte delantera, una botella de agua que pone Lonely
Boy Looking for a Girlfriend, las bragas prometidas, la tarjeta fotográfica y un cordón
con una insignia que proclama mi condición oficial de Tambourine.
—¿Cuánto costó esto? —Tam pregunta distraídamente, como si no hubiera
visto este “kit de merchandising oficial” en toda su vida. Frunce el ceño ante la tarjeta
fotográfica y se encoge de hombros, dejándola a un lado. Y entonces... saca un
rotulador del bolsillo trasero y empieza a garabatear.
—No te atrevas a dibujar un pene en mi mercancía. ¿Recuerdas el incidente de
la bolsa? —Cruzo los brazos, emocionada y avergonzada a la vez. ¿Esto es real? ¿El
artista más popular del mundo está en mi casa firmando su propia mercancía?
¿Llevando mis chupetones en el cuello? ¿Dejando orgullosamente chupetones en el
mío?
—¿Has pedido mi kit de merchandising? —Kaycee le pregunta a Joules, y él se
queda muy quieto, girando la cabeza para mirarla. Ahora tiene su propio trozo de
tarta en un plato, pero es un trozo diminuto, del grosor de tres hojas de papel.
Además, le ha quitado todo el glaseado.
—¿Por qué necesitaría un kit de merchandising? Te estoy follando.
Mi madre aparece desde el patio trasero, golpeando a su hijo en la nuca con
un par de guantes de jardinería.
—Te crie mejor que eso —le gruñe ella, y él al menos finge estar avergonzado
durante cinco segundos.
—Oye, yo no soy el que exigió que una chica virgen le diera...
Mi madre vuelve a golpear a Joules. Cuatro veces, en realidad. Deja pasar el
tema con el labio curvado, los ojos entrecerrados en Tam. Mi novio lo ignora,
escribiendo todo tipo de mensajes en mis cosas que probablemente multiplican por
diez su valor. Tal vez más.
—¿Segura que aún te importa esa tonta bolsa de mano? —Tam pregunta
suavemente, los labios en una sonrisa suave y privada, los párpados caídos mientras
cambia su mirada a la mía—. ¿Qué tal una casa? Te compraré una casa cerca, para
que podamos pasar a visitar a tu familia con regularidad.
Um.
—Qué joven tan encantador —dice mi madre con un suspiro, alborotando el
cabello de Tam—. Cometiste un error antes y no volverás a cometerlo, ¿verdad?
Tam despega los labios y me preocupa que pueda decir algo incriminatorio.
Joules ya lo mira con el ceño fruncido y la mano apretada alrededor del tenedor.
Pero entonces mi padre y mis tíos se ponen a animar, y todos nos giramos para
ver que los Razorbacks han protagonizado una impresionante remontada.
Pues bien.
¿Hora del karaoke?

Tam pide una ronda de bobas para todos y nos instalamos en el salón con la
vieja máquina de karaoke. Es tan antiguo que no tiene ninguna canción más reciente
que 2008, y no tiene capacidad para descargar canciones nuevas. Sí, es así.
Me quedo junto a Tam mientras utiliza la diminuta pantalla para desplazarse
por las carátulas pixeladas de los álbumes. Cuando no encuentra nada que le llame
la atención, utiliza su teléfono para conseguir lo que quiere. El micrófono de la
máquina funciona con o sin canción.
Tam elige Set Fire to the Rain de Adele y sonríe.
—Oh, sí —susurra Tam, y luego apaga las luces, total y absolutamente cómodo
con la actuación delante de mi muy crítica familia, todos los cuales saben que me pidió
que se la chupara... Sí. Todos ellos todavía están atascados en eso, muy bien pueden
estar atascado en eso durante treinta o más años.
El sofá se ha arrimado a la mesa del comedor para hacer sitio. Ahora tenemos
un escenario, el suelo de madera desnudo y mostrando un rectángulo con la forma de
la vieja alfombra de mamá. El sol ha blanqueado el suelo por los bordes, dejando dos
tonos distintos. Tam se coloca justo en el centro, con la gorra a un lado y el cabello
despeinado. Ya se ha quitado los zapatos.
Voy a ver a Tam Eyre actuar para mí en calcetines.
Se me dibuja una sonrisa en la cara y saco el móvil. Tengo que grabar esto.
—No se permiten teléfonos —declara Jacob, pero Tam le lanza una mirada
malévola.
—Jake, ¿qué dije de mi novia? Déjala en paz. No tienes nada que manejar
cuando se trata de mis relaciones personales.
—Ahí es donde estamos ahora, ¿no? —pregunta Jacob con un suspiro, y luego
hace ademán de apagar el teléfono y tirarlo sobre una mesa auxiliar. Dirige una
mirada oscura a Tam que hace que Lynn haga una doble toma, como si no esperara
que el gerente de Tam fuera tan... descarado—. Muy bien, Tom. Haz lo que quieras.
Haz lo que quieras. Cómete tres trozos de tarta por lo que me importa. Te reto: intenta
estar a la altura de la hermosa voz de Adele.
Tam sonríe, lanza el micrófono al aire y lo atrapa.
—Oh, ¿es un reto? —pregunta, y entonces le da al play en su teléfono,
desatando una hermosa versión instrumental de la canción.
Nuestras miradas se cruzan.
Tam cierra los ojos, inspira durante unos diez segundos y luego vuelve a
abrirlos.
Su voz es... Casi se me cae el teléfono, pero Lynn lo agarra y sigue filmando.
Me tapo la boca con las manos. He visto cantar a Tam muchas veces. Docenas y
docenas de veces. Pero no así, de cerca y en intimidad.
La voz de Tam recorre el salón como una ola. Lo noto. Los miembros de mi
familia se ponen en pie, exhalan, murmuran maldiciones en voz baja (en el caso del
tío Rob y Joules).
—Será un cabrón, pero sabe cantar —le susurra mi tío a mi hermano. Éste se
burla, pero tiene una mirada de aprobación a regañadientes inscrita en sus rasgos
hostiles. Oooh. Tam toca una nota alta y me entran escalofríos. Cuando vuelvo a
centrar mi atención en su cara, me está mirando fijamente.
Cierro las manos en puños, con una respiración errática y extraña. La marca de
la maldición quema tanto que duele, pero la ignoro. No voy a dejar que la maldición
me robe este momento. Mantengo la mirada en Tam aunque me cuesta. Esto se está
volviendo algo emotivo.
Joe está enterrado afuera.
Joules y yo pronto podríamos ser enterrados fuera, también.
Se me corta la respiración y hago fuerza con la mandíbula para mantenerme
quieta. Mis dedos rozan la áspera tela jean de mis shorts, un roce que me ayuda a
liberar la tensión que se agolpa en mi interior.
Cuando Tam cierra los ojos, yo hago lo mismo, y es justo la liberación que
necesitaba. Como cuando estamos juntos en la cama, y se vuelve demasiado intenso,
cuando ya no puedo más. Él ya sabe parar, ir despacio. Es como cuando vamos
andando y él se adelanta justo antes de frenar. Tam siempre espera a que lo alcance,
y después, caminamos uno al lado del otro.
Me gusta el andar de su afecto, lento y firme, pero forjador. Avanza incluso
cuando yo me quedo atrás. Es una dinámica que funcionará de maravilla a medida
que nos conozcamos mejor. Él avanza y yo me siento a observar. Me daré cuenta de
lo que se le escapa, y él descubrirá nuevos caminos que yo nunca habría visto por mí
misma.
Termina la canción y la sala queda en completo silencio.
Abro los ojos, con los dedos apretados contra la tela de mis shorts.
—Sé que esto va contra las normas —murmura Tam en el micrófono,
sosteniéndolo con ambas manos, con los ojos bajos—. ¿Pero podría cantar una vez
más?
—Por favor, Dios mío, canta una docena más —murmura la tía Mandy. Y no solo
porque la familia nos esté mimando, no lo admiten, pero lo hacen, como hicieron con
Joe, sino porque ella es una gran Tambourine.
Tam se aclara la garganta, me mira a los ojos por segunda vez y empieza a
cantar a capella. Sin instrumentos. Solo su voz.
Es Sweet Honey.
Dios mío. Estoy muerta. Estoy oficialmente muerta.
—Apoya tu cabeza en mi hombro, y yo te tumbaré en mi cama. Mi mano enredada
en tu cabello, la tarde melosa extendida contra el cielo. El torrente de azúcar de tus
labios. Nubes de crema, bordes bañados en oro líquido. Calor agitado y ficción. Es solo
un sueño, toda esa dulce miel.
—En cuanto se rompa la maldición —murmura Joules, pasándose un pulgar por
la garganta.
Lo ignoro, clavándome los dedos en los muslos con tanta fuerza que me duelen
tanto las yemas de los dedos como las piernas. Puede que incluso me salgan
moratones.
Tam se despide con una sola nota afilada que suena como una invitación.
Todos los demás aplauden, pero yo me quedo ahí de pie.
—Listo, vídeo colgado —dice Lynn alegremente, avanzando para entregarle mi
teléfono a Tam. Jacob se queda tieso y Daniel se aparta de la pared como si fuera a
placar a Lynn como hizo con Ella.
Ella salta delante de él, con los ojos entrecerrados.
—Ni se te ocurra —sisea mientras Tam se apodera del teléfono. Sonríe mientras
hace clic en el vídeo y lo ojea hasta el final.
—Estuvo demasiado increíble para no publicarlo —dice Lynn, y Jacob emite un
sonido de pura frustración.
—Esperen a que aparezcan los paparazzi —nos advierte, pero Tam no borra el
vídeo y se mete mi teléfono en el bolsillo trasero de sus jeans para poder pasarle el
micro a Kaycee.
—Odio admitirlo, pero eres bueno —dice Kaycee con un suspiro. Hace una
pose de espaldas al público y pulsa el play de su teléfono. Suena un instrumental de
su canción más popular. Seguro que se llama Not Your Wife. Algo así.
Empieza a cantar, pero sigo tan impresionada por la actuación de Tam que no
puedo moverme.
Me tira del brazo y me arrastra hasta la esquina, más allá de las escaleras, hasta
el pasillo que conduce al estudio. Tam me pone suavemente las manos en los hombros
y me empuja contra la pared.
—Respira para mí, cariño —me dice, y yo exhalo temblorosamente.
—Nunca he visto nada como lo que acabo de ver. Eres... jodidamente increíble,
Tam. —Por primera vez, realmente entiendo su nivel de popularidad. De verdad. No
puedo imaginar no estar cerca de él y pasar tiempo con él. Si tuviera que pagar para
hacerlo, compraría de buena gana ese billete de diez mil dólares para conocerlo.
—¿Te ha gustado? —Suena complacido, acariciándome la garganta. Cierro los
ojos y exhalo en su cabello—. Fue todo por ti.
—Se nota. —Pongo mis brazos alrededor del cuello de Tam, y él desliza los
suyos alrededor de mi cintura—. Gracias.
—No, gracias. No he tenido ni un minuto para disfrutar de verdad de mi propio
éxito. No hasta ti. —Tam respira lenta y profundamente y luego lo deja salir como un
suspiro.
Kaycee ha retomado Easy On Me de Adele: está claro que a ella tampoco le
gusta perder.
Me río, y Tam hace lo mismo, meciéndome de un lado a otro mientras
escuchamos la música.
Esa es la noche en la que me suelto del todo, en la que me abro al amor que
está ahí delante de mí.
Tam me toma de la mano, me arrastra de vuelta a la sala de estar, y se porta
como un maldito buen deportista mientras mi familia le dice que Kaycee ganó el
karaoke. Ella... bailó, después de todo.
Le doy un abrazo a Joules mientras todos los demás miran las hojas de
puntuación del karaoke que Lynn ha elaborado. Tío Rob le dio a Tam un tres, pero eso
podría ser porque todavía está enojado con él. Probablemente tiró la puntuación un
poco.
—Feliz cumpleaños —le susurro a Joules, dejando que mi amor por él fluya
libremente en mis palabras. Mi hermano me frota la espalda y memorizo el tacto de
su mano. Por si acaso.
—Te quiero, Canoa —me dice, y yo suspiro, soltándole y lanzándole una
mirada irónica.
—Yo también te quiero, aunque seas un mentiroso.
—Querrás decir sobre todo sí. —Joules me guiña un ojo y luego se ríe,
avanzando hasta que estamos hombro con hombro pero mirando en direcciones
opuestas. Me pone una mano en el hombro y se inclina hacia mí—. Además, mi novia
le pateó el culo a tu novio.
—Estoy de acuerdo en que no estamos de acuerdo —respondo, y entonces
Joules agarra a Kaycee por la cintura y la besa. Yo recojo mi kit de merchandising
oficial de Tambourine, y luego tomo a Tam de la mano y me llevo arriba el mejor puto
botín del mundo.
Sí, mi kit de Tambourine viene con desnudos.
Qué suerte la mía.
La puerta de mi habitación se cierra.
El tiempo pasa, una boba tras otra hasta que... solo quedan dos bobas.
CAPÍTULO SESENTA Y SEIS
LAKE
Quedan 2 bobas hasta que muramos los dos...
Los paparazzi están por todas partes, un miasma maligno y omnipotente que se
ha colado en nuestro barrio. Obstruyen la calle. Volando tantos drones que hemos
tenido que cerrar todas las persianas y cortinas. Trepando por la valla trasera y
rompiendo una de las putas ramas de Joe.
Extiendo la mano y los demás me miran fijamente.
—¿Qué...? —Joules ni siquiera termina la frase, pero esboza una sonrisa
irónica—. ¿Le diste un puñetazo en la cara a un periodista?
—A una influencer. —Vuelvo a sacudir el puño. Le di un puñetazo a la chica
justo en la cara. La vi romper una de las ramas de Joe desde la seguridad de la ventana
de la cocina, y no pude contenerme. Daniel la acompañó fuera de la propiedad con
sangre goteando de su nariz.
—¿Le diste un puñetazo en la cara a una influencer? Qué increíble. —Lynn
suena emocionada, pero es la única persona que está emocionada—. ¿Qué?
—Tú publicaste el vídeo; esto es culpa tuya. —Jacob resopla con altanería, y
Daniel se queda... bueno, se queda mirando al suelo con los ojos del color gris y los
músculos de los brazos más grandes que los de Tam.
—Eso no lo sabemos —dice Kaycee mientras Tam me agarra de la mano y me
lleva al lavabo para que pueda lavarse la sangre. Tiene los labios apretados y sé que
está preocupado. No solo por los paparazzi, sino también por la cronología. Solo nos
quedan dos días para romper la maldición. Dos días—. Podría haber sido un vecino.
Un fan que vino a ver a la familia. Un informante de uno de nuestros equipos. Esa chica
Chloe. Tam, parado en la entrada trabajando en un auto antiguo.
No se equivoca.
Joules está pálido, pasándose la mano por la cara. Solo estamos él y Kaycee,
Tam y yo, Jacob, Daniel y Lynn. Todos los demás quedaron atrapados fuera de la casa,
y es casi imposible entrar o salir en este momento. La policía está haciendo todo lo
posible para despejar la multitud, pero se corrió la voz por la mañana temprano, y
todos se presentaron aquí como una horda de zombies.
Hoy estoy de los nervios, obsesionada con la maldición, aunque sé que
obsesionarme con ella es mi problema en primer lugar. Lo dejé pasar unas semanas.
Lo dejé. Pero entonces llegamos a una cuenta regresiva de seis días, y realmente me
golpeó. No quedaba ni una semana. Solo días. Dos días.
Tam y yo nos despertamos, enredados en los brazos del otro, escuchando a los
pájaros piar fuera. Solo teníamos la claraboya agrietada, pero un hombre se subió y
nos hizo una foto a través del cristal. Esa foto está ahora mismo en todas las redes
sociales. Es tendencia, y la madre de Tam está atacando con todo su equipo legal y el
equipo de publicidad de Tam.
A él no le importa nada de eso ahora mismo, y a mí tampoco.
Nos quedan dos días de vida y lo amo. Juro que lo amo. Sé que lo amo. Es
increíble, y si tuviera que elegir a alguien entre los más de ocho mil millones de
personas de este planeta para que fuera mío, elegiría a Tam siempre.
Tenemos que seguir adelante, sabiendo que todo irá bien. No vamos a morir en
dos días. No lo haremos.
—Tenemos que volver a Los Ángeles de todas formas, ¿no? —pregunto,
mirando a Tam mientras se fija en la herida superficial que adornan mis nudillos. Me
echa más jabón para asegurarse de que esté limpia, agua fría y espuma y las yemas
de los dedos ásperas patinando sobre mi piel. Me quedo sin aliento cuando me mira.
—¿Los Ángeles? —pregunta, y luego se lo piensa un momento—. ¿Para el
concierto de la docuserie?
Asiento con la cabeza. Realmente creo que se había olvidado de ello. Tam se
adaptó muy bien a su vida aquí, y era excepcional tumbándose a la luz del sol con
pantalones de chándal grises, leyendo libros románticos y luego llevándose las ideas
que sacaba de ellos al dormitorio conmigo. Nunca me habían tratado con tanta ternura
y a la vez con tanta avidez en toda mi vida.
—Supongo que nos sacaría de aquí. No podemos relajarnos así. Necesitamos
mi finca, con un equipo de seguridad completo y muros de piedra.
—Y también águilas teledirigidas —le recuerdo, y Tam se ríe entre dientes.
—Permanecemos juntos. —Joules no hace ninguna pregunta ni sugerencia.
Está de pie, con las piernas separadas a la altura de los hombros, los brazos cruzados,
la expresión adusta y fija en mí—. Kaycee, tú y yo.
—Te escucho —le digo, mirando a Kaycee. Ella no discute.
—Es una buena idea. Y ya que vamos a volar los dos y se acerca el concierto...
¿el jet de la compañía? —Kaycee se encoge de hombros con su vibra de lo-siento-no-
lo siento.
—Sí, usemos el jet —dice Tam distraídamente, como si un vuelo privado en un
jet de lujo no fuera gran cosa—. Haré que mi madre prepare un vuelo lo antes posible.
Cierra el grifo, me seca suavemente la mano con una toalla de papel y saca el
botiquín de debajo del lavabo. Recuerdo haberle curado la cara aquí antes, después
de que Joules le diera un puñetazo. Debe de haber recordado dónde encontrarlo.
Tam me envuelve los nudillos con una gasa blanca mientras me lo pienso.
—Partamos lo antes posible. Los demás pueden reunirse con nosotros en el
aeropuerto. —Le dirijo a Tam una mirada de disculpa—. ¿Podemos llevar a todos en
el jet? ¿A toda mi familia?
Asiente sin levantar la vista.
—Es lo bastante grande para todo el consejo de administración, no es que cada
uno no tenga su propio jet. Pero aun así. Mucho espacio. —Pone la gasa en su sitio y
me suelta—. Iremos a Los Ángeles, aunque decida no dar el concierto.
El concierto, que es exactamente el último día de la maldición.
De hecho, no estoy segura de que Tam pudiera terminar todo su setlist antes
de que la maldición nos mate.
—Quiero que hagas el concierto —le digo, atrapando de nuevo sus manos
entre las mías. Nos miramos, y veo que esto es lo más crudo y real que podemos llegar
a ser. Tam y yo nos estamos viviendo como si lleváramos décadas de relación. No hay
nada que hacer, solo dejarnos llevar, caer, enroscarnos el uno en el otro. Es
demasiado tarde para tonterías—. Si realmente morimos, ¿qué querrías hacer con tus
últimos días? Hicimos lo que yo quería hacer estas últimas semanas. Es tu turno, Tam.
Vacila, pero entonces sus dedos rodean los míos y me atrae hacia sí para
besarme.
—Haré el concierto. ¿Y sabes por qué? Porque no vamos a morir. —Me besa en
ambas mejillas—. Quiero seguir adelante con mi carrera, Lake. Podrás hacer lo que
quieras con tu propia vida. Me aseguraré de que así sea.
—Oh, ¿podrías también transferir a mis padres algo de dinero? ¿Pagarnos por
tener que perseguir tu culo por todo el país? —Joules se burla y pone las manos en
las caderas—. Eso ni siquiera es una broma. Lo digo en serio.
—Transferiré el dinero —dice Tam, pero ni siquiera mira a mi hermano.
—Hablaré con Elena y veré si podemos conseguir un vuelo para salir de aquí
esta noche. —Jacob se estremece, y no lo culpo. Parece que hay un desfile en la calle
y un club de senderismo detrás. Justo después de nuestra valla está el Parque Estatal
Hobbs. La gente se adentra en el bosque para llegar al límite de nuestra propiedad y
acampar en la valla. Los guardabosques ya los han echado dos veces, pero han vuelto.
Pero no podemos aceptar tantos huéspedes extra. Ya lo saben
—Aceptaremos a todos los invitados extra, o no actuaré en el concierto. Que
quede claro si el director general tiene preguntas. —Tam cruza los brazos sobre el
pecho y lanza una mirada fría a su mánager—. ¿Me oyes, Jake?
—Oh, sí, milord. —Jacob frunce el ceño, y Tam sonríe—. Cualquier cosa que su
grandeza desee sin duda debe llegar a buen término.
—A mí me gusta —susurra Lynn, y yo resoplo. ¿No sería genial emparejar a
Lynn con Jacob, a Ella con Daniel y a Joules con... Allison? ¿Ese era el nombre de su
pareja? Vuelvo a desviar la mirada hacia él y Kaycee, pero me la quito de encima.
A Tam y a mí nos quedan dos días.
Es un problema nuestro.
—Bueno, también te vienes a Los Ángeles conmigo. —Me agarro al brazo de
Lynn y me trago el miedo.
Toda mi familia, mis amigos, en un jet privado para quedarse en la finca de Tam
Eyre. Eso es tan increíble como la parte de la maldición. Tal vez es incluso menos
creíble que la parte de la maldición.
—¿Hora de empacar?
—Solo si el jet no está listo antes de que terminemos —ofrece Tam con un
pequeño guiño, y luego asiente con la cabeza en dirección a las escaleras—. Vamos.
Te guardaré el chándal de I Heart Tam.
—Qué lindo. —Pongo los ojos en blanco, pero lo sigo alegremente escaleras
arriba hasta mi dormitorio, quizá por última vez en mi vida.
No pasa nada. Todo irá bien. Tam y yo estaremos bien.
Porque lo amo.
Lo hago.
Lo amo, joder.

Tam y yo estamos de pie fuera junto al árbol de Joe. Joules está con nosotros.
Kaycee, también. Lynn y Jacob se quedaron adentro para darnos un poco de
privacidad, pero Daniel está acechando el perímetro como un depredador agitado.
Él no tiene miedo de ser rudo con fangirls y fanboys. Saltó la valla y despejó a la gente
del bosque antes de considerarlo seguro.
Pero solo por un momento.
Incluso ahora oigo a la multitud, un poco más reducida que esta mañana, pero
todavía ruidosa. Zumbando. Hambrientos. Desean a Tam tanto como yo, y nunca han
visto su cara de orgasmo. Suelto una carcajada al pensarlo.
—Deja de pensar mierdas pervertidas y dile a tu primo que lo quieres antes de
que nos vayamos —dice Joules, y su voz solo empieza en un gruñido molesto. Termina
con una insistencia que me incomoda. La gente no se demora así en sus palabras a
menos que se esté muriendo.
Lo sé porque yo mismo lo he hecho.
—Dile a Joe que vas a cuidar de mí. —Señalo a Tam y le guiño un ojo—. Era
chapado a la antigua; querrá oírlo.
—Me gustaría oírlo —murmura Joules, frunciendo el ceño hasta que Kaycee se
pone de puntillas y le susurra al oído. Ese ceño se transforma rápidamente en algo
hambriento y salvaje que preferiría no ver. Asqueroso. Espero que mi cara no se vea
así cuando pienso en Tam.
—Hola Joe. —Tam se agacha y hunde un dedo en la tierra de la base del árbol—
. Me llevo a Lake a casa. No sé con qué frecuencia podremos volver aquí ya que estoy
de gira, y quiero traer a tu prima conmigo. Le pagaré un sueldo ridículamente alto
por ser mi mánager, si quiere. —Mira en mi dirección, se levanta y se vuelve hacia
mí.
Tam me toma la mano y luego aprieta en ella algo redondo y caliente como la
piel. Sus ojos, cuando los miro, son del tono más oscuro de la seriedad, llenos de amor
pero también de una comprensión que no me permito aceptar. Ahora estoy
convencida de que lo conseguiremos. Tam me ama. Yo lo amo. Será en cualquier
momento. En cualquier momento.
—¿Qué es esto? —pregunto, y entonces despliego los dedos para encontrar
una piedra sucia que él desenterró de la tierra. Un pequeño recuerdo de Joe para
llevarme conmigo. No es una parte de él, pero ha estado viviendo aquí, cubierta de
esta misma suciedad. Tal vez, si hay fantasmas, el espíritu de Joe podría cabalgar en
esto, y yo podría llevarlo conmigo a todas partes. Tal vez es exactamente por eso que
Tam me dio esto.
—No tengo anillo, y lo haré como es debido más tarde, pero quiero que sepas
que me encantaría casarme contigo. Podría ser mañana en el concierto. Podría ser
dentro de diez años o veinte. No importa. Puedes quedarte con esta piedra hasta que
estés lista. Solo... ponla en mi bolsillo en algún momento. Estaré atento.
—¿Quieres que te meta una piedra sucia en el bolsillo como proposición? —
Joules pregunta, pero su voz es demasiado suave al final allí. Como dije antes, una
insinuación. Kaycee se aparta de él y se inclina, con las palmas en el tronco del árbol
antes de besarlo. Susurra algo contra la corteza y lanza una mirada pícara por encima
del hombro.
Con la falda lápiz rosa, los tacones y la blusa que lleva, bien podríamos estar
en una sesión de fotos. Otra vez. Con Tam y Kaycee cerca, la estética es constante y
nunca decepciona.
—Le dije mis intenciones, pero no eran ni de lejos tan bonitas como las de Tam
—ronronea—. Prometí follarte el resto de nuestras vidas, y ponerte un anillo.
Joules resopla, y me pregunto qué clase de acuerdo habrán alcanzado. Kaycee
sabe que la tal Allison es la pareja de Joules. Incluso me llevó a su casa el otro día,
cuando fuimos a recoger un pedido de boba. Aparcamos al otro lado de la calle,
esperamos a que Allison saliera y la estudiamos durante un minuto.
Ninguno de los dos habló, y luego nos fuimos juntos y no se lo dijimos a Joules.
—¿Te das cuenta de que alguien podría estar grabando esto? —sugiere Tam,
mirando hacia las ramas del árbol. Quedan aproximadamente dos hojas amarillas, y
es espeluznante de alguna manera, como si la maldición supiera cuántas bobas hay
en nuestra cuenta atrás.
—Espero que sí —dice Kaycee, jugueteando con la manga de su top. Lleva las
trenzas negras enrolladas en la nuca y los labios pintados del rosa más escandaloso,
a juego con la falda—. Me ahorraría la molestia de una rueda de prensa.
Kaycee se aparta del árbol para agarrar el brazo de Joules; Tam me rodea con
sus brazos por detrás.
Los cuatro nos quedamos en silencio hasta que un dron se acerca zumbando
por encima de los árboles.
Esta vez, es Joules quien agarra la escopeta del tío Rob de la despensa cerrada
de la cocina. Sale a la terraza, apunta y hace volar la máquina por los aires. Cae en
nuestro jardín y, según la ley de Arkansas, ni siquiera tenemos que devolverla.
Eso parece una señal.
—Hora de irse —digo, y así es.
Ya es hora.
Me despido de la casa de mi infancia, recojo mi bolsa de lona —se la doy a
Tam— y sigo a Daniel hasta el exterior y bajo por el sendero acordonado que
atraviesa mi jardín. El aspersor se activa en cuanto salimos, y recuerdo que mi padre
dijo que el temporizador estaba estropeado y que se activaba a horas extrañas.
Los cuatro corremos y reímos, y nuestras ropas están empapadas cuando nos
deslizamos en la parte trasera del todoterreno. La puerta se cierra, cortando los
flashes de las cámaras y los gritos de los fans. Había una chica con un cartel en el que
se leía «¡Sudame, Tam!» No bromeo. Je. Por asqueroso que sea ese cartel, tengo que
admitir que ser sudada por Tam Eyre es...
—No lo hagas —me advierte Joules mientras Tam me arropa en el asiento
trasero. Se gira y me acerca la boca a la oreja.
—Cada vez que piensas en tener sexo conmigo, toda tu expresión cambia. No
soy la única persona que lo nota.
Me río porque no me importa, y él lo sabe. Dejé que le dijera a todo el mundo
que estábamos juntos, ¿no? En una conferencia de prensa.
Llevo bragas de marca Tambourine; y a él, una marca de mordisco en la cara
interna del muslo.
Yo y Tam Eyre, somos absolutamente una cosa.
Me inclino sobre él, bajo la ventanilla y tiro la tarjeta firmada que llevaba en el
bolsillo. Una chica la atrapa y sus ojos se abren de golpe. Jacob y Daniel me dicen
que cierre la ventanilla. Lynn se ríe desde su sitio en el suelo, entre las dos sillas del
capitán.
—Deja que Lake haga lo que quiera —dice Tam, pero la subo de todos modos,
me pongo a su lado y disfruto de la gloria de este momento único y perfecto.
Perfecto.
Esto es perfecto.
Todo va a salir bien.
CAPÍTULO SESENTA Y SIETE
TAM
Quedan 2 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Abro la puerta principal de mi casa y retrocedo, dejando que la familia de Lake
se derrame dentro. El cristal se cierra detrás de nosotros y todos los demás se
dispersan. No preguntan; solo empiezan a mirar a su alrededor.
—Lo siento, son así —explica Lake con una mueca, y yo le devuelvo la sonrisa.
—No me importa en absoluto. —Y no me importa. Cuando se trata de Lake y su
familia, no siento que estoy en exhibición. Soy una persona a la que juzgan por mi
comportamiento y poco más. Mi música es solo un extra para esta gente, y estoy aquí
por ello. Aprovecharon la comida y las comodidades del jet mientras Lake se
tumbaba con la cabeza en mi regazo y yo le acariciaba el cabello con los dedos.
Pasamos la mayor parte del vuelo mirándonos fijamente.
Cuanto más nos acercamos, más difícil se hace. Hago lo que puedo para
ignorarlo. Mis sentimientos por Lake no hacen más que crecer. Pero... ella no puede
obligarse a corresponderlos. No pasa nada. Estoy un poco asustado, pero está bien.
¿Vamos a morir mañana por la noche? Ni siquiera sé cómo procesar esa
información. Mañana a las once y veintitrés, y hemos terminado. Ya está. Menos de
veinticuatro horas a partir de ahora.
Son las once y cuarenta y dos de la noche.
—¿Segura que quieres que actúe mañana? —le vuelvo a preguntar a Lake, y
ella me lanza una mirada. Apenas puedo soportar la forma de esa camiseta de
Tambourines sobre sus pechos. El eslogan del club de fans, Cute, Confident & True to
Ourselves (Guapas, seguras de sí mismas y fieles a nosotras mismas), está impreso en
ella, y Lake no tarda en señalar lo cursi que es esa frase.
«Ya veo de dónde lo has sacado ahora, eso de “me gustan las chicas guapas que
saben ser fieles a sí mismas”. Muy buena, Sir Tom.»
Sonrío.
—Eres especial, Tam. El mundo te necesita. ¿Recuerdas a esa chica en tu
reunión? ¿La que dijo que tu música le salvó la vida? Mucha gente se siente sola y
busca un amigo. Tus canciones son como si les hablaras, y cuando vienen a tus
conciertos, te contestan. Si no apareces... —Lake inhala y se sacude las manos
(probablemente porque tiene los nudillos bastante magullados por haber noqueado
a esa influencer). No sabía que lo llevaba dentro. Mi pequeña Kayak es feroz como el
infierno—. Simplemente no puedes no aparecer.
—En eso tienes razón. —Extiendo mis manos—. Voy a aparecer porque va a
ser la mejor noche de nuestras vidas. El comienzo de la eternidad. —Subo las palmas
de mis manos por sus brazos, apretando sus codos, la parte superior de sus brazos.
Me inclino para besarla y me tomo mi tiempo. Hundo los dedos en las suaves ondas
verdes de su cabello (realmente es mi color favorito).
Esta vez saboreo azúcar moreno en sus labios y no puedo contener una risita.
—Mi novia sabe a té de burbujas. ¿Sabes cuánto me gusta eso? —susurro contra
su boca, acariciando su garganta con el pulgar, acariciando su lengua con la mía.
—Esta noche me quedo aquí —dice Daniel desde algún lugar de la zona del
salón, pero yo me limito a hacerle un gesto rápido con el pulgar hacia arriba, para
poder seguir besando a Lake. Jacob se burla en algún lugar a mi derecha, intentando
ser paciente porque al menos comprende que aquí todo el mundo cree en la
maldición excepto él y Daniel. Este breve silencio es su intento más desesperado de
ser sensible.
—Odio interrumpir una muestra tan conmovedora —empieza Jacob, y suspiro
mientras Lake sonríe. Me levanto y lo miro, pero no le suelto el cuello. No dejo de
acariciarle el pulso. Ella deja de sonreír y sus labios se entreabren en un suspiro
ahogado—. Pero hablemos de los plazos para mañana. El helicóptero vendrá a
recogerlos sobre las diez. La familia Frost será escoltada en vehículos separados
hasta el estadio, y todos recibirán un pase entre bastidores.
—Me parece estupendo —murmuro, pero ya he vuelto a mirar a Lake. Los dos
sabemos que probablemente deberíamos tomarnos el tiempo necesario para
asegurarnos de que cada miembro de su familia tiene una habitación elegida para
esta noche, pero es muy posible que subamos directamente.
Ninguno de los dos va a dormir, no creo.
—¿Todo el mundo tiene un pase entre bastidores? —reitera Jacob, pero lo
ignoro. No necesito repetirlo. Me alejo de Lake y entro en la cocina, acuclillándome
frente a la nevera de vinos. Escojo la cosecha más cara que tengo, y Jacob se atraganta
al oír el coste de seis cifras desde detrás de mí. Pero no dice nada. Sabe que esta
noche no estoy de humor—. ¿Todo el mundo?
Aprieto los dientes.
—Todos —repito en voz alta, girándome para ver a Lake revoloteando detrás
de Jake, con las manos en las caderas. Le está dirigiendo una mirada que él finge no
notar—. Ah, ¿y ya despediste a ese tipo, Leo?
—Tam Eyre, deja eso —me advierte Lake, y yo sonrío, sacando el corcho del
vino.
—Jake, todo está bien. Daré un gran espectáculo mañana por la noche. Ni
siquiera recordarás mis dos últimos conciertos. Yo me encargo. —Recojo una de las
bolsas de comida del mostrador, aún caliente, gracias a Maggie—. ¿Quieres buscar
unas copas para nosotros, cariño?
—Lo haré. —Lake recoge un par mientras Jacob suspira y murmura detrás de
nosotros. Lo dejamos abajo y huimos a mi dormitorio. Me gustaría que también fuera
el dormitorio de Lake. Si pudiera conseguir que lo pensara así.
Nos acomodamos en las almohadas con un suspiro, los dos apoyados en el
cabecero.
Sirvo el vino mientras ella sostiene las copas, y luego ambos nos relajamos en
silencio durante un rato, comiendo las hamburguesas y las patatas fritas que ha traído
Maggie.
—Si mañana te mudaras a esta habitación, ¿qué cambiarías? —Bebo un sorbo y
enarco una ceja. ¿Cuánto he pagado por este vino? Debe de haber sido una subasta
benéfica. Espero que así fuera. Esto sabe a dos cifras, no a seis.
—¿Asumiendo tu presupuesto? —pregunta Lake, pero yo me limito a sonreír.
Sabe que me muero por gastar dinero en ella. A Lake no le gusta, y lo entiendo. Si lo
compro todo, lo hago todo, también puedo llevármelo todo. Por eso quiero...
Lake se inclina y desliza la piedra en el bolsillo de mi sudadera. Me quedo
sentado con el vino en la mano, parpadeando sorprendido, y entonces giro la cabeza
de repente para mirarla. Tiene una sonrisita sexy en la cara, con la mirada fija en las
rodillas rotas de mis jeans en lugar de en mi cara.
—No me gustan las grandes bodas, pero podemos hacer algo pequeño en el
patio trasero. —Sus ojos marrones se levantan hacia los míos, sus largas pestañas se
extienden hacia sus cejas oscuras—. Lo que sí me gusta es el papeleo. Ya sabes... —
Lake se recuesta en las almohadas y bebe un trago de su propio vino.
Me pregunto qué dirá. ¿Sabe que perdimos la virginidad el uno con el otro, en
esta misma habitación, contra esa misma pared? O tal vez soy el único que piensa en
eso.
—¿Sabes...? —pregunto, porque no lo sé. Realmente quiero saberlo.
—Nunca he sabido lo que quería hacer como trabajo. Trabajar con mi familia
en la construcción. Conseguir un trabajo como esclavo de la inteligencia artificial en
alguna empresa tecnológica. Huir a los bosques y vivir como un ermitaño. Pero si de
verdad quieres que trabaje como tu mánager, me encantaría intentarlo.
Se me calientan las mejillas y vuelvo a dar un sorbo al vino. Uy. Se ha acabado.
Me sirvo un poco más, con el corazón palpitante.
Lake rebusca en la mesilla y saca otra cosa, metiéndosela en el bolsillo. No le
pregunto. Ya me lo dirá.
Vamos a morir mañana. Ni siquiera me importa porque estoy viviendo esta
fantasía con Lake, y voy a seguir viviéndola. Esto es el paraíso para mí. Un día con su
familia. Una noche solo con ella. Un concierto con el mundo, todos mis amigos
terrenales. Oh, y Dylan y Adam, también. Qué pena. Olvidé que eran estrellas
invitadas.
—Te daré un salario exagerado. Ya lo hago por mi madre y Jacob. Daniel
también. —Mis labios se mueven en los bordes—. Aunque te pagaría más a ti.
—Págate lo que más quieras, Tam. —Lake termina su vino y pide más en
silencio, tendiéndome su vaso. La lleno hasta el borde, y ella me ofrece una sonrisa
de invitación como agradecimiento—. Mañana por la noche, cuando volvamos aquí
después del concierto, empezaré mi lista. Pintura, nuevas lámparas, nuevas cortinas.
Tengo la sensación de que no has elegido ni una sola cosa aquí... Lo haremos juntos.
—En eso tienes razón. —Brindamos—. ¿Y... tienes algo que decir sobre mis
canciones? —Me rasco la sien, intentando ocultar la sonrisa—. Si alguna vez tienes
alguna aportación, entonces....
—Tam, llevo bragas de fanática que firmaste con un Sharpie. Creo que tu
música está muy bien. —Lake resopla en su vino, y entonces me río, y no puedo parar.
Eso es lo que me hace, esta chica.
—Espera, espera, espera. Cuando necesitabas seducirme, cuando tu vida
dependía literalmente de ello, ¿me dijiste que mi música era una mierda? Y ahora, ¿te
gusta?
—¡Mi vida aún depende de ello! —me grita, golpeándome con una almohada.
Lake derrama vino por todas las sábanas—. Mierda. Ah, bueno. Puede que mañana
estemos muertos, así que no tendré que lavarlas.
Ahí está, el humor negro. Lo tomo como una buena señal. Sin dejar de reír, le
robo a Lake la copa de la mano y la dejo en la mesilla junto al mío.
Vuelvo a besar su boca, lamiendo el borde solo para verla retorcerse.
—No te preocupes: me gusta lavar las sábanas. A veces incluso las cuelgo fuera
para que se sequen. Nunca meto los pañuelos de mi papá en la secadora.
—Eres muy raro —susurra, me pone la mano en la nuca y me besa. Así está
mejor. Nos deslizamos sobre las almohadas, mi cuerpo presiona el de Lake contra el
colchón, nuestras bocas trabajan lenta pero decididamente. Esta podría ser la última
sesión de besos que tengamos, y tiene que ser buena—. Vamos a la piscina,
desnudos. Tus águilas no tripuladas nos mantendrán a salvo, ¿verdad?
—Eres una mierdecilla sarcástica —le gruño, mordiéndole el labio inferior—.
Pero está bien: al final de la noche, haré que te comportes.
—Me encantaría ver cómo lo consigues, Sir Tom. —La recojo en mis brazos y
hace un sonido de sorpresa. Pero no es nada. No pesa tanto como cree, y yo soy
mucho más fuerte de lo que ella cree. Funciona.
Llevo a Lakelynn fuera y la dejo en el suelo. Me acerco al panel de la pared y
apago todas las luces exteriores. Menos luces significa menos posibilidades de que
nos graben. Pero aunque nos filmaran, ¿y qué? Esta es mi vida. Soy un adulto. Nadie
debería ser capaz de verme desde aquí a menos que se esté arrastrando.
Haré lo que me dé la gana, especialmente esta noche.
Incluso con la contaminación lumínica de la ciudad, hay estrellas visibles,
puntos de plata que guiñan el ojo.
Lake retrocede hacia la piscina y se quita los zapatos, los calcetines y los
pantalones cortos. Incluso se mete la mano bajo la camiseta, se desabrocha el
sujetador y hace una maniobra mágica que termina con el sujetador fuera, pero la
camiseta todavía puesta.
Cruzo los brazos y enarco una ceja ante su sonrisita traviesa.
Nunca sabrías que los dos estamos condenados a morir mañana.
Se me ocurre una idea: ¿y si la maldición no es real en absoluto? No importa. Eso
es mejor, en realidad. Entonces estaremos bien. Entonces seguiremos así durante
décadas. Quiero toda una vida pintada con los colores de Lakelynn Frost.
—Seguramente te estarás preguntando qué estoy haciendo —dice, desviando
la mirada hacia las luces de la ciudad. Contempla la expansión urbana durante un
momento antes de volverse hacia mí—. Todo tendrá sentido en un minuto.
—¿Lo hará ahora? —pregunto, bajando los brazos a los lados y empezando a
acercarme a ella. Retrocede y me preocupa que se caiga a la piscina por accidente.
Lake me sonríe, se da la vuelta y salta al agua mientras yo corro hacia el borde, listo
para saltar y salvarla si es necesario. Se levanta y se echa el cabello hacia atrás. No
es fácil ver aquí fuera, pero me hago a la idea de que una camiseta ajustada y mojada
me espera dentro de las cálidas aguas de la piscina—. Joder, Lake. Siempre consigues
sorprenderme.
Me arranco la ropa como si tuviera una bomba de relojería atada a ella y salto
al agua. Lake no puede contener un gritito cuando chapoteo a su lado, pero no
importa. Somos adultos. Esta es mi casa. Podría ser... me devolvió la roca, así que
pronto será nuestra casa.
Si alguien tiene un problema con esto, bueno. Ellos pueden lidiar con ello.
Salgo del agua y me retiro el cabello de la cara. Lake ya se ha acercado a los
bajíos, así que la sigo, consciente de que a medida que se acorta la distancia entre
nosotros, la tensión se retuerce y se tensa. Siento el corazón en la garganta cuando
mis pies tocan por fin el fondo de cemento.
Lake se ha arrinconado a propósito y yo voy hacia ella, poniendo las manos a
ambos lados. Mis dedos están tensos en el borde de azulejos a su derecha, el agua
corre por encima de los dedos de mi izquierda. Es una piscina infinita, por lo que el
agua corre por un lado y desemboca en un estanque decorativo que hay abajo.
—Estás... guapo —insinúa Lake, y yo alzo ambas cejas en respuesta—. Con la
luz de las estrellas y el cloro en el cabello.
Oh. Maldita sea.
—Me lo voy a robar para una de mis canciones. —Mi labio se tuerce y me
inclino para besarla. Lake se agacha bajo uno de mis brazos y se escapa nadando en
dirección a la orilla.
Hmm.
No pude disfrutar de esa camiseta, y la quiero.
Lo deseo tanto.
—¿Adónde crees que vas? —le pregunto.
Lake me ignora, nadando perezosamente en círculos sobre su espalda,
esperando. La persigo lentamente, moviéndome de una parte a otra de la piscina. Me
mantiene alerta, me obliga a esforzarme un poco más, a nadar un poco más rápido.
Incluso la sorprendo sacando algo del bolsillo de sus shorts desechados y metiéndolo
en el agua con nosotros.
Veinte minutos más o menos de juego y decido que quiero ganarlo.
Doy un fuerte braceo y atrapo a Lake contra el borde “perdido” del lado infinito
de la piscina. Ella está frente a mí, y yo tengo un brazo a cada lado, las manos
enroscadas sobre la pared de cristal que marca el borde de la ladera y la cascada
artificial que cae por debajo.
—Podría ser nuestra última noche en la Tierra, ¿y huyes de mí? —bromeo, pero
hay un gruñido en mis palabras. Agradezco que a Lake se le ponga la piel de gallina.
—No, definitivamente tendremos más noches en la Tierra. La única pregunta es
si nos convertiremos en tierra y viviremos nuestras próximas vidas como un arbusto
o pino o cualquier otra cosa que nuestra tierra sirva para alimentar. —Se encoge de
hombros, usando ese humor negro como escudo contra la maldición y todas las
preguntas profundas y aterradoras que ambos tenemos sobre el diseño del corazón
rojo manchado en su muñeca.
Miro hacia arriba, deseando tener un telescopio para poder ver la nebulosa del
corazón. Había uno en casa de sus padres, pero no se me ocurrió usarlo mientras
estuve allí. Y ahora...
—Oye. —Mi voz es baja, un susurro tierno que hace temblar a Lake. Se echa los
brazos sobre el pecho, ocultando la seducción que es una camiseta blanca de
Tambourine mojada y sin sujetador. Me agacho con mucho cuidado y la desenredo
de sí misma, deseando haber dejado las luces de la piscina encendidas para poder
ver mejor. Aun así, aunque no puedo ver la forma de sus pezones rosados bajo la tela,
puedo ver sus puntas, la dureza que es también una petición silenciosa. Le rozo uno
con el pulgar y jadea—. Háblame.
—Tam, tengo un secreto —dice Lake en voz tan baja que casi se pierde en el
ruido del agua a sus espaldas. Me mira, el paisaje urbano centellea aún más que la
tenue capa de estrellas que hay sobre ella—. ¿Puedo contártelo?
—Puedes contarme cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Te prometo que siempre te escucharé, que si me siento enfadado, molesto o herido,
siempre tendré la cortesía de escucharte. Que si necesito un minuto, me lo tomaré
antes de responder. Así, solo oirás mis palabras y no solo mis reacciones o mis
emociones.
Lake me mira como si no se lo esperara. Quizá yo tampoco, pero si te queda
menos de un día de vida y no puedes ser honesto, ¿cuándo vas a serlo? Mi carrera es
una bendición, de verdad. Es literalmente un milagro, ¿no? Pero viene con un montón
de mentirosos, y una montaña de mierda, y demasiados problemas de confianza.
No tendré eso con Lake. Una cosa preciosa que es mía, esta honestidad entre
nosotros.
—Suenan como votos matrimoniales, Tam. Quizá deberías escribirlos. —Lake
se apoya en la pared a la altura de la cintura mientras yo me inclino hacia ella—. O
escribir una canción con...
—No. —Pongo mi mano a un lado de su cara, acaricio su labio inferior besado
por el agua con el pulgar. Cada gota es como una bendición, algo que limpiar y luego
saborear. Me llevo el pulgar directamente a la boca y lamo el cloro y un poco de boba
de azúcar moreno de mi piel—. Esas palabras eran solo para ti. Ahora, cuéntame tu
secreto.
Tomo su pecho derecho con la mano, amasando la tela de la camiseta y frotando
suavemente sobre su pezón.
—Yo... mierda, deja eso. —Me detengo, y ella hace un sonido de frustración—
. No importa. No pares. Solo quería decirte esto: Ya no tengo miedo, Tam. No tengo
miedo. Solo estoy aquí contigo esta noche. Eso es todo. Tú y yo. No me importa la
maldición o lo que hará o no hará.
Exhalo y la beso.
Sostengo su cara y la beso con todo el sentimiento que esta noche merece. Un
principio y un final, todo en uno.
—Dios, te amo —le digo contra su boca, luchando por encontrar algún
equilibrio entre hablar y besar. La mayoría de las veces, son palabras confusas, y hay
lengua, y sus suaves suspiros que acentúan los sonidos nocturnos propios de vivir en
diez acres en medio de la ciudad. El susurro de las hojas, el chapoteo del agua, el
zumbido lejano del tráfico—. Te quiero en esta piscina, en esta camiseta, en mi casa,
en mi vida.
Levanto a Lake para que se siente en el borde de la gruesa pared de cristal.
Tiene unos diez centímetros de ancho, lo suficiente para que se pose, pero también
lo bastante para que se aferre a mí. Sus manos están sobre mis hombros, y no soy el
único aquí fuera con cloro y polvo de estrellas en el cabello.
—Quiero quedarme despierta toda la noche, y comer mucho helado, y ver salir
el sol por las colinas —me dice, y yo asiento con la cabeza porque es lo único que
puedo hacer. Me he quedado sin voz. Recojo su cabello mojado en un puño y la beso
con sonidos ásperos y hambrientos, con el brazo izquierdo rodeando su cintura.
Me encanta sentir sus pezones duros contra mi pecho, la camiseta de algodón
húmedo como una barrera entre nosotros que exige ser rota. No voy a dejar de
besarla para quitarle la camiseta, así que le suelto el cabello el tiempo suficiente para
empujarla hacia arriba y sobre la generosa protuberancia de su pecho. Grande,
suave, lleno. Podría decir algo lascivo como: joder, tienes unas tetas preciosas. Podría
decir algo suave como ¿tienes idea de lo hermosa que eres? Por fuera. Adentro. Lake
es bonita por todas partes.
No digo nada con mis palabras y todo con mi boca y mis manos.
Lake entabla conversación silenciosa a su vez, con los muslos pálidos abiertos
a mi alrededor, sus bragas de algodón rozándome el bajo vientre. Me la voy a follar
aquí mismo, en el derrame de agua, con la arenosa Los Ángeles como lejano telón de
fondo y la obscena riqueza de Beverly Hills envolviéndonos. Voy a follármela tal y
como me pidió, y luego comeremos helado, y luego haremos el amor en nuestra
cama.
Mi mano se sumerge entre nosotros, un solo nudillo roza ese coño hinchado a
través del algodón húmedo de las bragas que firmé con un Sharpie, que Lake encargó
en un kit de merchandising porque se ha enamorado de cada parte de mí. Thomas.
Tam. De mí. El artista. El gruñón. El cantante. Todo ello.
Eso creo.
Creo que está enamorada de mí, y sé que yo estoy enamorado de ella.
Si la maldición no se ha roto, entonces el problema es la magia. Está atascada,
atrapada o retrasada.
Hacemos nuestra propia magia en la piscina con la única compañía de la cálida
brisa.
Engancho el dedo en el borde de las bragas de Lake y acaricio su cuerpo
desnudo por debajo. Mueve las caderas contra mi mano, con el clítoris hinchado y un
brillo en los pliegues que no es del agua. Si vamos a hacerlo aquí, primero necesito
que esté bien resbaladiza.
—Eh —susurra, y me pone en la mano una botellita de cristal. Debe de ser lo
que recogió antes de sus shorts, lo que sacó del cajón de la mesilla. Lo miro, pero está
demasiado oscuro para leerlo—. Lubricante a base de aceite con un poco de CBD.
Oh, mierda. Estoy estupefacto, lunático, enamorado. Todo tipo de emociones.
Mantengo la botella apretada en la palma de la mano y vuelvo a rodearla con
el brazo.
Lake me toca por todas partes, saboreando la anchura de mis hombros, la curva
de mis bíceps, la definición de mi pecho y mi vientre. Hacer ejercicio forma parte de
mi trabajo. Siempre lo será. Me alegro de que a ella le guste. ¿Y a mí? Me gusta su
suavidad, su forma femenina, el volumen y la pesadez de sus pechos. Cuando esos
pensamientos llegan a mi cerebro, mi cuerpo reacciona y mi brazo se tensa
posesivamente alrededor de su cintura.
—Ven aquí. —Arrastro a Lake hasta el borde del muro, la giro y la inclino sobre
él. Sus pies no tocan el suelo, pero el agua lo compensa. Ella tiene la pared como
apoyo, mi brazo alrededor de su cintura, y el otro tirando de sus bragas por el culo.
Las bajo hasta la mitad del muslo y las dejo ahí. Lake no podrá abrir los muslos,
pero no importa. Me subo a horcajadas sobre sus piernas cerradas y tuerzo con los
dientes la tapa del frasco de lubricante. Ni siquiera me importa cuánto usemos o si
entra en el agua. Nada importa. Vuelco torpemente el frasco en la misma palma que
lo sujeta y dejo que se derrame sobre mí.
Tiro la botella a un lado.
Podría ser un escándalo, si el chico de la piscina encuentra nuestra botella de
lubricante flotando aquí.
No me importa.
Me froto los dedos, untándolos con el aceite de olor dulce, y luego los sumerjo
en el agua y, lo que es más importante, en Lakelynn. Se produce un agradable y
resbaladizo movimiento lateral seguido de su jadeo de necesidad. Cierro los ojos y
saboreo el apretón y el tirón de sus músculos internos, extendiendo el lubricante con
cada embestida. Puede que no dure mucho, pero será suficiente.
Primero un polvo. Luego helado. Hacer el amor.
Esos son mis únicos planes para la noche.
Abro los ojos para contemplar el movimiento y el contoneo de su cuerpo,
retirando los dedos de su núcleo ávido. Cuando me introduzco en su calor expectante,
está húmeda, preparada y gimiendo, con las manos aferradas a la pared de cristal
como apoyo. El agua se precipita sobre sus dedos y ella se agarra con fuerza en
respuesta a mi primera embestida. Mis caderas aprisionan las suyas contra la misma
pared, con las piernas atrapadas por sus propias bragas.
Le pongo una mano en el hombro, la otra le sujeta la cintura, y me la cojo contra
esa gruesa pared de cristal. Una parte de mí desearía estar en el suelo, abajo, junto
al estanque, y mirar hacia arriba. ¿Qué vería desde allí abajo? Su cara, los ojos
cerrados y los labios entreabiertos, el cuello pálido y curvado en la oscuridad.
¿Podría ver a través del cristal la ropa interior que mantiene sus muslos cerrados?
¿Sus pies que no llegan a tocar el suelo?
La vista desde aquí también es perfecta. La forma de su espalda. La humedad
de su cabello. La camiseta arrugada sobre sus tetas. Son regordetas y cuelgan sobre
el borde, rebotando con cada empujón. Oh, apuesto a que sería una buena vista desde
abajo, también. La mejor.
—Una chica tan buena para mí, Lake. Siempre. ¿No te dije que haría que te
portaras bien? —Mis palabras son susurros ásperos y cachondos, nada que quisiera
que nadie más oyera. Esto es entre nosotros. Me alegro de que Joules pagara a sus
primas para golpear a esa chica Chloe. Ella trató de robar esta energía y dársela al
mundo. Es solo para mí y Lake. Solo Lake y yo.
Ni siquiera puede responderme. Todo lo que puede hacer es jadear y aferrarse
a esa pared, arañar el cristal mojado y la cascada que no se puede agarrar. Fuerte,
rápido, profundo. Puedo meter todo mi cuerpo dentro del suyo, sentir sus crestas y
su deslizamiento, la fuerza de su cuerpo femenino, la bendición que supone que lo
comparta conmigo.
—Tam. —Es solo mi nombre, que se desliza casi accidentalmente de sus labios.
Pero bien podría ser la primera palabra del hechizo que estamos tejiendo juntos.
—Kayak —le digo, y ella casi se ríe, pero entonces su cuerpo se tensa, aprieto
los dientes y me pongo más duro. Más fuerte. La follo hasta que me suplica que pare,
y me quedo totalmente quieto, dejándola que recupere el aliento, que se relaje.
—Fuerte, rápido, profundo. —Las palabras de Lake me llevan al límite, y
movimientos rápidos y salvajes de mis caderas me llevan el resto del camino. Cuando
gira la cabeza para mirar por encima del hombro y veo su perfil contra las luces de la
ciudad, es cuando me corro. Me pierdo en su cuerpo, en su presencia y en su olor. El
clímax llega con una opresión en mis pelotas, en el bombeo inconsciente de mi pene.
Me derramo, me libero.
Me inclino sobre ella, apoyando una mano en la pared junto a la suya. Respirar.
Desenrollarme. Hay una claridad brillante que capto y a la que me aferro. Aprieto los
labios contra su mejilla y salgo de ella con cuidado, la ayudo a llegar al borde de la
piscina y la levanto para que se siente en el borde. Aún tiene las bragas enredadas
en las piernas y la camiseta solo le cubre uno de los pechos.
Le muerdo la mandíbula mientras pienso en todos los trucos que voy a utilizar
para conseguir que suba a buscarme. Nos iremos conociendo y cada vez será más
fácil, pienso.
—¿De dónde has sacado ese lubricante? —le pregunto, y ella emite un
pequeño sonido, levantando la mano para bajarse la camiseta. Al ver esa tela pesada
y húmeda que se amolda a su suave cuerpo, me pregunto si no deberíamos hacer el
segundo asalto aquí mismo, en el patio.
—Le envié un mensaje a Maggie y le pregunté si... Bueno, hice que entregaran
la caja aquí y lo único que hice fue preguntarle si podía ponerla en la mesita de noche.
No pensé que ella la abriría y sacaría la botella del paquete.
La miro bien, y aunque está oscuro, creo que Lake se está sonrojando. Pecas y
rubor. Soy rehén de esas cosas. Soy prisionero de la forma de esa boca. Soy cautivo
de la forma en que su cabello se pega a su frente.
—También le he mandado un mensaje a Maggie —añado, una sonrisa se
apodera de mis labios—. ¿Quieres ver lo que he pedido?
CAPÍTULO SESENTA Y OCHO
LAKE
Queda 1 solo boba hasta que muramos los dos...
(porque ya es más de medianoche)
Tam me lleva de la mano a la cocina y abre un extraño cajón que hay en la isla.
Dentro hay seis pintas de helado de colores brillantes. Cada una tiene un diseño
adorable, fresas sonrientes y tabletas de chocolate con grandes ojos y largas
pestañas. Muy lindos.
—Helado de boba —me dice Tam, sonando demasiado satisfecho de sí mismo.
Siempre suena así, y acostarse conmigo en su piscina no ha hecho nada por disminuir
su descarada confianza.
Escojo una de las pintas y la estudio.
—Técnicamente, no se puede poner boba en el helado porque las bolas de
tapioca se endurecen como piedras. Esto se hace con bolas de harina de arroz
glutinoso, que son básicamente mochi... —Tam me interrumpe con un beso, y yo
sonrío contra su boca—. Pero me encanta, joder. Solo quería ponerme técnica contigo
un momento.
—Ponte técnica conmigo con un helado y un paseo —dice, y nos trae ropa a los
dos para que demos un paseo por su propiedad con cucharas y helado y silencio de
compañía—. Ahí es donde vive Tyler, el tipo del águila. —Tam señala la casita y la
dependencia que hay junto a ella—. El cuidador vive por allí. —Mueve el brazo en
otra dirección, más allá de un grupo de palmeras.
Percibo ojos sobre nosotros, e intento no pensar que quizá Daniel nos esté
siguiendo y también que nos vio juntos en la piscina. Por favor, dime que no. Pero la
realidad es que cuando estoy con Tam, siempre puede haber alguien o varios en los
límites de nuestra intimidad, espiando más allá de la burbuja íntima de la que nos
rodeamos.
Tomo otro bocado de helado, y es increíblemente masticable y chocolatoso, y
estoy enamorada de él.
—Puede que no sea boba de verdad, pero es básicamente boba, y estoy
obsesionada. —Se me calientan las mejillas al darle otro mordisco, y entonces le lanzo
a Tam una mirada entrecerrada que él me devuelve con una sonrisita alegre.
—No te preocupes: no contaremos esto como nuestra boba del día. Haremos
que Maggie traiga suficiente para todo el personal, y para toda tu familia, y todos
beberemos boba entre bastidores. —Tam da un mordisco a su propio helado, la dieta
dejada de lado en favor del carpe diem.
Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, la brisa le despeina el cabello ya
despeinado. Lleva una sudadera con capucha de Tambourines y pantalones de
chándal. Yo llevo casi lo mismo, con I Heart Tam estampado en el culo. Me quedo de
pie, comiendo helado mientras lo estudio. Él tiene su propio helado en la mano y
disfruta de la cálida noche con una sonrisa en la cara.
Cuando baja la barbilla y se gira para mirarme, suspiro. Suspiro mucho con
Tam, y él ya no tiene que hacer mucho para que suspire. Lo sabe. Levanta el borde
del labio y se pasa la lengua por el interior de la mejilla.
—Compremos un perro —dice al azar, y yo inclino la cabeza hacia un lado,
confundida, chupando chocolate del extremo de mi cuchara—. Siempre he querido
tener un perro, pero viajo demasiado. Solo que... si estuvieras conmigo, tal vez
podríamos arreglárnoslas.
—¿Un perro pequeño? —le pregunto, poniéndolo a prueba. Nunca habíamos
tenido esta discusión sobre razas de perros. Esto podría hacer o deshacer nuestra
floreciente relación—. Nada de pomeranias.
Tam parece ofendido, me mira de arriba abajo y luego pasa su propia lengua
por el borde de la cuchara. Lame la fresa del metal como si estuviera dándole oral a
los cubiertos. Dios mío. Me mantengo fuerte, raspando los dientes sobre el siguiente
bocado de helado. Tam contraataca sacando una porción extragrande de fresa para
poder besuquearse con ella. Al menos, eso es lo que parece. Nunca antes había
sentido celos de un helado. Esto es algo nuevo para mí.
—¿Qué tienen de malo los pomeranias? —pregunta desconfiado, y yo me
encojo de hombros.
—Me gustan los perros de trabajo. Border collies, Aussies, heelers. Dame un
perro con trabajo.
—Los pomeranias tienen trabajo: ser lindos. —Tam me mira a los ojos mientras
se pasa la lengua por el helado—. Pero podemos tener el perro que quieras, siempre
que creas que puedes manejarlo mientras trabajo.
—Oh. —Hago un gesto con la cuchara, como si fuera una exclamación, y tiro
accidentalmente una cucharada de helado de chocolate sobre la sudadera blanca de
Tam. Él se limita a mirarla, viendo cómo resbala y cae al suelo a sus pies. Uy. Vuelve
a comerse el helado, con una sonrisita en la cara que me dice que a lo mejor le
parezco guapa. Me sonrojo, pero sigo hablando—. Podríamos comprar un border
collie y que corriera con nosotros por las mañanas.
Tam me mira.
—Solo podemos correr al aire libre cuando estamos aquí. La mayoría de las
veces, en las cintas de correr de los gimnasios de los hoteles. —Debe de notar la
expresión cabizbaja de mi cara porque hace una rápida corrección de rumbo—.
Podríamos llevarlo juntos a clases de pastoreo.
—¿Clases de pastoreo? —Hago ademán de mirar a mi alrededor. Estamos en...
Los Ángeles—. ¿Eso existe? Y si lo es, ciertamente no tienen ninguna aquí.
—Eso es lo bonito de viajar por el país. —Tam me da golpecitos en la frente
con su cuchara caliente y lamida—. En Oregón. O Arkansas. O donde sea.
—¿Y cuando viajemos al extranjero? —replico, y juro por el espíritu de Joe que
mi marca de maldición está ardiendo. De repente, las estrellas parecen más brillantes
y me emociono demasiado. Ya está, ¿verdad? La maldición se está rompiendo. Doy
un paso adelante y agarro la sudadera de Tam con un solo puño. La otra mano está un
poco ocupada con el envase del helado—. No podemos llevarnos al perro, ¿verdad?
—Depende del país. Si tenemos los papeles en regla y quizá una cuarentena,
entonces sí. Si no... contrataremos a una niñera para perros. Puedo permitirme ese
tipo de cosas, ya sabes.
Me pongo de puntillas y beso a Tam lo bastante fuerte como para magullar
nuestras bocas.
Nos besamos y volvemos dando tumbos hacia la casa, manchándonos de
helado. Tiramos las pintas en el fregadero y subimos juntos, nos despojamos de la
ropa y nos metemos en la cama con nada más que nuestra propia piel entre un par de
corazones que laten salvajemente.
La marca sigue ardiendo contra mi piel, tan caliente que Tam sisea de dolor
cuando mi muñeca toca su piel.
—¿Qué demonios? —susurra, tomándome la mano y frotando con el pulgar el
diseño—. Está ardiendo.
—Está ardiendo —le digo con una sonrisa, y me pregunto si este es el comienzo
del proceso sobre el que mis estúpidos parientes se niegan a escribir. Ya estoy
escribiendo las palabras en mi mente. Cuando la maldición está a punto de romperse,
puede que estén hablando de perros, pero lo que realmente están haciendo es planear
una vida juntos. La marca arderá tanto que fantasearás con cortártela. No te preocupes.
Es normal. Además, puede que veas estrellas. Muchas estrellas.
Puedo verlas ahora mismo, esparcidas por la habitación, puntos plateados que
parpadean y centellean.
Tam deja caer su boca sobre la mía, y yo me agarro a él, ambos maldiciendo
entre beso y beso por el calor de la marca. Puedo sentir los latidos de su corazón, tan
frenéticos y excitados como los míos, mientras nos deslizamos el uno en el otro como
piezas de un rompecabezas. De bordes afilados. Bordes extraños. Formas extrañas.
Cómo encajamos, no tiene mucho sentido. El universo es tan vasto que parece
imposible que hayamos encontrado nuestro camino hasta este momento, esta noche,
este espacio en las oscuras y frescas sombras de una habitación con aire
acondicionado.
Sus manos recorren mi piel enfebrecida, las palmas me suben por la cintura,
los dedos son suaves y luego posesivos y luego hambrientos sobre mis pechos. Su
mano derecha vuelve a bajar, rozando mi cadera. Hay una luz nocturna en la pared, a
nuestro lado, que apenas ilumina. Así no puedo ver el verde de los ojos de Tam, solo
sombras de una expresión y un sentido de lo correcto.
Me mire como me mire, me siento bien. Me muevo por esa mirada, levantando
las caderas para animar a las suyas a empujar hacia delante. Me cree. Ha creído en mí
durante mucho tiempo. Aprieto contra él hasta que Tam se ríe y baja la cabeza,
enterrando la cara en mi cuello. Como ha creído en mí, no me importa hacer todo el
trabajo esta noche.
—Eres tan ansiosa, Kayak —susurra Tam, y yo me río entre dientes. Él gruñe.
Eso me hace reír más, y entonces se levanta y pone la mano en el cabecero. Lo agarra.
Me mira fijamente a través de la penumbra—. ¿Tanto te gusta estar conmigo?
—Sí. —No estoy avergonzada. No me avergüenzo. Estoy disfrutando de este
momento. Soy feliz aquí con Tam. Siempre soy más feliz con Tam. Es alguien que no
sabía que necesitaba, pero ahora no puedo imaginar vivir sin él—. Lo hago.
No puedo ver su cara a través de las estrellas que llenan mi visión, pero no me
preocupa.
¿Qué escribió mi prima segunda en su diario?
Romper la maldición es como escuchar tu canción favorita por primera vez. Es
como leer tu libro favorito por primera vez. Esto es lo que añadiré a mi diario: es como
envolverte en el alma de alguien con quien quieres crecer, con quien quieres
experimentar la vida, que te hace tener menos miedo al cambio o a las arrugas o a morir.
Tam nos da la vuelta y yo suelto una carcajada salvaje que le hace gemir debajo
de mí.
—Deja de hacer eso —bromea con sus grandes manos sobre mis caderas
desnudas. Mientras parpadeo en medio de una alucinación de constelación inducida
por una maldición, lo veo tumbado debajo de mí en la oscuridad. Su cabello rubio
fresa está ribeteado con un poco del resplandor de la luz nocturna, su expresión es
curiosa y esperanzada, pero intensa.
Recorro su pecho desnudo con las palmas de las manos, y el foco de sus rasgos
ensombrecidos se tensa, se retuerce, encuentra el centro de mi alma y también de mi
cuerpo.
—Muéstrame, Lake. Demuéstrame que te gusta eso. —Las palabras de Tam
están empañadas de deseo, de una sed de conexión que todos sentimos. Incluso un
ídolo. Incluso una superestrella. Incluso alguien con cientos de millones de
seguidores y ningún amigo de verdad.
Me inclino y le susurro en la oscuridad.
—Te demostraré con mi cuerpo que me gustas como hombre, y te demostraré
con mi corazón que te quiero como amigo. —Vuelvo a sentarme, recogiéndome el
cabello y pasándomelo por encima del hombro. Algo en ese movimiento, o tal vez las
palabras desnudas que acaban de salir de mi boca, hace que Tam gima. Empuja hacia
arriba y yo suelto un mini grito sorprendida, clavando los dedos en su piel ardiente.
Tam está enterrado tan profundo dentro de mí como puede llegar, y es lo
suficientemente fuerte como para que si quiere apoderarse y controlar nuestra
fricción compartida, sin duda puede hacerlo.
—Shh. —Pongo la palma de la mano sobre su pecho, cerrando los ojos para
sentir los latidos de su corazón contra mi piel—. Yo me encargo.
Giro las caderas sobre él y emite un sonido que me indica que le gusta el
movimiento.
—Sí, así —exclama, apretándome las caderas con las manos y apretándome
contra él. Me balanceo hacia delante, frotando la perla hinchada de mi clítoris contra
su cuerpo. El placer me recorre y me estremezco. Es la primera vez que lo hacemos
así, porque Tam es un poco salvaje, un poco sucio. Me agarra siempre que puede, me
lleva donde quiere, y sabe que me encanta porque yo se lo digo.
Abro los ojos y veo que los suyos están entrecerrados, con los párpados caídos
por el placer. Una sonrisa traviesa tiñe mis labios, y entonces giro mis caderas en un
pequeño círculo, frotando su cuerpo contra el interior del mío.
Tam maldice maravillosamente, una retahíla de epítetos coloridos que me
hacen reír incluso mientras me elevo sobre las rodillas y luego vuelvo a deslizarme
hacia abajo. Es lo suficientemente lento como para que incluso yo sude un poco.
Vuelvo a hacerlo. Vuelvo a hacerlo. Esta vez Tam me agarra de la pelvis y me atrae
hacia él, y los dos gruñimos.
Las estrellas siguen ahí, titilando a mi alrededor, y la marca de la maldición es
tan brillante que proyecta un resplandor rojo sobre nuestros cuerpos desnudos. La
piel pálida se vuelve carmesí, mi muñeca ribeteada de oro venenoso. Oh. Es bonito.
Sigo odiándolo, pero es etéreo.
Magia.
Estamos experimentando magia.
Y es algo más que la maldición. Somos Tam y yo. Es encontrar a alguien que te
hace reír, que te hace gemir, que te hace sonreír, que te da un pañuelo cuando lloras,
que te cree cuando el resto del mundo está en tu contra.
Me inclino para besarlo, y estamos tan mojados juntos que se desliza fuera de
mí. Sus manos se deslizan por mi espina dorsal y me devuelve el beso como si nos
quedaran un millón de bobas. Como si nuestra vida fuera una tienda de boba, y no se
redujera a una sola perla de tapioca.
Me río un poco cuando Tam me pasa una mano por la mejilla y me retuerce el
cabello.
Bajo la mano entre los dos y lo coloco fuera de mí. La cabeza de su polla rozando
mi clítoris, mis pliegues masajeando su eje. Esta vez, es mi turno. Agarro a Tam por
las muñecas y lo inmovilizo contra la cama.
Al principio se ríe, pero esos sonidos se convierten rápidamente en gemidos
cuando froto, froto y froto. Estamos calientes y resbaladizos, y la fricción es buena. Es
muy buena. Es bueno. Es... es... es...
Me muevo salvajemente, por instinto, casi contra mi propia voluntad. Me
muerdo el labio, cierro los ojos y me meto los dedos con fuerza.
—Puta madre —respira Tam, y entonces desliza uno de sus grandes dedos
junto a dos de los míos.
Llego al clímax con tanta fuerza que me ahogo en mi propia respiración, en las
estrellas, en el calor de la marca de la maldición que me abrasa la muñeca. Mi cabeza
cae sobre el hombro de Tam y ambos retiramos las manos. Me acaricia la espalda y
me susurra al oído cosas tranquilizadoras que apenas puedo oír por encima de mis
propios jadeos.
—Ha sido lo más excitante que he visto en mi vida —me dice, y sus palabras
resuenan con toda su crudeza. Levanto la cara para mirarlo fijamente y luego aprieto
la mandíbula con determinación. Vuelvo a colocar a Tam justo donde estaba, fuera de
mí, y aprieto contra él hasta que se agarra a las sábanas en un esfuerzo por no darme
la vuelta y follarme.
—Quédate ahí y veré lo más caliente que he visto en mi vida. —Me muevo
sobre Tam y, cuando creo que está a punto, me siento para ver cómo se corre sobre
su estómago y su pecho. Los sonidos que emite son ininteligibles pero hermosos, una
canción que canta solo para mí.
Me vuelvo a colocar sobre sus muslos para poder estudiarlo: su pene se agita
un poco, un brazo le cubre la cara y sus abdominales tensos son la prueba de su
placer. Sonrío de nuevo, me bajo de él y le tiendo la mano.
—Vamos. Me toca limpiarte.
—Ni de broma. Yo soy el gruñón mandón, y tú eres el sol que acojo en mis
manos. —Se quita el brazo de la cara y se sienta. Nunca he visto un espectáculo más
hermoso que Tam Eyre, recién follado y húmedo por el esfuerzo, sonriéndome en la
oscuridad del dormitorio que vamos a compartir.
Ignoro el calor de la marca de la maldición mientras mantengo la mano
extendida, y él suspira con resignación juguetona al tomarla. Entramos tomados de la
mano en el cuarto de baño, y yo me apoyo en la pared mientras él abre la ducha y se
mete cuando el agua aún está fría.
Cuando se calienta, me uno a él y me sujeta en brazos.
—Más vino y más helado —insisto, y él asiente contra mi cabello.
Aun así, veo estrellas. A nuestro alrededor. Un marco de ellas.
Vete a la mierda, estúpida maldición. No puedes quitarnos nada de esto.
Cuando salimos de la ducha, dejo que Tam me seque, y su mano me alborota
el cabello mojado mientras me seca con la toalla. Nos ponemos camisetas y bóxers
(todas las prendas son suyas) y bajamos a tomar un vino más caro y un helado de boba
que en realidad es helado de mochi.
Juntos, nos sentamos en el borde de la piscina hasta que el calor y la energía
entre nosotros toman el control. Volvemos al dormitorio. Desnudez y fricción. Y luego,
accidentalmente, el sueño.
Se supone que tenemos que ver el amanecer, pero nos quedamos dormidos.
Nos lo perdemos.
Nos perdemos ese último amanecer, pero no importa porque estoy convencida
de que cuando despierte, la maldición se habrá roto.
¿Cómo no, después de una noche así?
CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE
LAKE
Quedan 0 bobas hasta que muramos los dos...
puede que me beba uno hoy, pero esto es todo... el
último día...
Soy la primera en despertarme, estirándome y sonriendo al volver en mí. Suena
la alarma de mi teléfono, una de las canciones de Tam que me devuelve al mundo de
los vivos. La apago, bostezo de nuevo y me miro la muñeca.
La marca de la maldición sigue ahí.
Sigue ahí.
—¿Es hora de levantarse? —Tam murmura en su almohada, pero no puedo
responderle. Porque anoche mentí. Okey, de acuerdo, no mentí cuando dije que ya
no tenía miedo. En ese espacio, en la oscuridad y en mi propia alegría egoísta, no
sentí miedo en absoluto.
¿Pero ahora?
Me tiembla todo el cuerpo y se me corta la respiración, y es entonces cuando
Tam se da la vuelta para ver cómo estoy.
—Lakelynn Frost, no vayas por ahí —gruñe, envolviéndome en sus brazos y
atrayéndome contra él. Me mete la cabeza bajo la barbilla mientras yo me agarro a él
y me dejo llevar.
Lloro sobre el pecho desnudo de Tam y pienso en su muerte, pero no puedo. Si
fuera solo a mí a quien se llevara la maldición, podría soportarlo. Estaría asustada,
pero no así. No así. Entiendo a Joe de repente, la forma en que el nombre de Marla
fue la última palabra que pronunció. Estaré llamando a Tam si sucede. Estaré
preocupada por Tam.
—¡Nos perdimos el amanecer! —le digo, empujando un poco hacia atrás.
Tengo pánico. ¿No tiene miedo? Busco miedo en su cara, pero lo único que veo en la
expresión de Tam Eyre es preocupación por mí—. Tam, nos lo hemos perdido.
—Lo veremos juntos mañana. —Está muy serio. Inquebrantable. Le agarro la
cara y aprieto mi frente contra la suya. Al hacerlo, le toco el pecho con la palma de la
mano y noto la verdad: él también tiene miedo. Está fingiendo para mí, pero está tan
aterrorizado como yo.
¿Cómo está pasando esto? Nos amamos, y la estúpida maldición no está
recibiendo el memo. Está rota. La magia que ha torcido el destino de mi familia
durante siglos está torcida y atascada. Seremos la primera pareja en ir a la tumba
estando enamorados el uno del otro.
Una llamada a la puerta es un extraño y prosaico recordatorio de que, aunque
Tam y yo estemos en plena crisis, el mundo sigue girando. Espero que sea Jacob.
—Pónganse decentes porque voy a entrar ahí. —Es Joules.
Es Joules. Oh, Joules.
Respiro contra el pecho de Tam y controlo mis emociones. Mi familia también
está sufriendo hoy. Peor que yo. Lo sé porque yo estaba allí cuando Joe murió. Habría
ocupado su lugar sin pensarlo. Habría sido más feliz sabiendo que estaba con la
familia, aunque yo no estuviera.
Joules es el que se romperá si yo muero. Tam se irá junto a mí, a donde quiera
que vaya la gente cuando muere. ¿Pero Joules? Él se quedará aquí. Se quedará aquí
solo, y eso es mucho más difícil de comprender para mí.
Tam me besa en la frente, nos levantamos y nos ponemos la ropa que tenemos
más a mano. Llevo los calzoncillos de Tam y un pijama de franela que me traje de
casa. Él lleva... jeans. Ya está. Además, lleva el botón desabrochado y, cuando abro
las cortinas, miro hacia atrás y veo que tiene la cabeza echada hacia atrás y los dedos
en el cabello, como si estuviera posando.
Solo que no lo está.
Está molesto.
Está enfadado, pero intenta no estarlo.
—Pasa —llama Tam, pero cuando baja la barbilla y abre los ojos, es a mí a quien
mira fijamente. Joules entra con Kaycee pisándole los talones. Es un poco raro,
tenerlos en la habitación donde Tam y yo... Pero no puedo disfrutar de este momento
de vergüenza porque la maldición también está metiendo sus dedos en eso.
Sacudo las manos y deseo que la maldición sea otro influencer al que pueda
golpear.
—¿Y bien? —pregunta Joules, sonando a la vez molesto y desesperado. Cuando
lo miro, nos comunicamos en perfecto silencio.
Su inhalación áspera. Por favor, Lake. Necesito esta victoria.
Yo, girando la muñeca. Él, cerrando los ojos. Apretando los puños. Luchando y
respirando con dificultad.
Joules vuelve a abrir los ojos para mirarme mientras Tam y Kaycee esperan en
paciente silencio a ambos lados de mi hermano.
—Todavía vamos a ir al concierto, ¿verdad? —Joules pregunta
despreocupadamente, como si no pasara nada. También hicimos esto con Joe,
actuamos como si no fuera gran cosa por la mañana. A medida que pasaban las horas,
nos íbamos asustando cada vez más. Pequeñas perlas de boba en un reloj de arena,
goteando, goteando, goteando. Es una imagen bonita, pero no lo suficiente para
borrar el horror de mi pecho.
—Lo que Lake quiera —dice Tam, con un aire despreocupado que no lo es en
absoluto. Tiene una rodilla doblada y la otra recta. Los rayos de sol le dan en los dedos
de los pies. Se frota la nuca con la mano izquierda y se vuelve para mirarme con una
expresión que me recuerda a la que tenía cuando rompíamos nuestras barreras en la
casa de alquiler.
Me golpea de nuevo, la intensidad de esa mirada.
—Claro que iremos al concierto —me burlo con cero sinceridad—. Ya le caigo
mal a Jacob. ¿Quieres que me mate?
—No le caes mal —dice Tam con una suave sonrisa, acercándose a mí—. Si lo
hicieras, se dirigiría a ti como Milady.
—Buenos días, Sir Eyre, Srta. Frost. —Jacob se gira para mirar con extrañeza a
Joules y Kaycee—. No quiero saber nada de esto. No me lo expliquen. Tu ex-novia en
tu habitación junto a tu novia actual, que solo lleva calzoncillos. Bien.
—Jake, ¿en serio? No te pongas de malas conmigo hoy. —Tam resopla y suelta
el brazo, intercambiando una mirada con Joules. No sé lo que están diciendo, pero
también hay una conversación silenciosa.
—No voy a cantar esta noche, así que... hwaiting. —Kaycee da un pequeño
puñetazo, usando el coreano para ¡luchar! como en hagámoslo de una puta vez. Pero
el gesto es solo eso, un gesto vacío y superficial. Se da la vuelta y sale de la habitación,
y no me gusta la mirada húmeda de sus ojos.
Estoy segura de que Kaycee está preocupada por mí porque está preocupada
por Joules. Pero... su expresión era peor que eso. Corro y agarro a Joules de la
muñeca antes de que se vaya a despertar a la familia.
—¿No te emparejaron el mismo día que a mí? —pregunto, y Joules se pone
rígido antes de relajarse.
—¿En serio? Es tu último día, ¿y ahora quieres inventarte una historia en la que
también es la mía? No te hagas eso. —Joules va a quitarme el brazo de encima, pero
se detiene. Se vuelve y me recoge, aplastándome contra él y apretando demasiado
fuerte—. No me hagas esto, Lake. Joe se ha ido. Estaré solo. No puedo hacerlo si estoy
solo.
Quiero volver a llorar, pero no lo hago. Le devuelvo el abrazo a Joules,
sorbiendo un poco cuando me separo de él.
Sonrío mientras Jacob espera no tan pacientemente a que termine esta
exhibición.
—Asegúrate de que todos sepan que se van a ir a la misma hora que nosotros;
solo que les va a llevar mucho más tiempo llegar al estadio en coche. —Mis palabras
son borrosas en los bordes, estiradas al final. Retrasadas. Atrapadas entre este mundo
y el otro.
—Lo haré, Canoa. —Joules me alborota el cabello con la mano e incluso esboza
una sonrisa demasiado amable para mi gusto. Nunca me sonríe así, una tierna mezcla
de amor y aceptación. Me mata. Se aparta de mí para seguir a Kaycee.
—Señor Eyre, esta noche abrirá con Sweet Honey. Sé que es raro, pero
necesitamos algo corto, dulce y directo. —Jacob resopla mientras teclea en su iPad—
. Algo sin puente.
Tam me mira con las manos en los bolsillos. Creo que ni siquiera se da cuenta
de que Jacob está allí.
—La siguiente es la primera de dos canciones con Stricken y Dylan...
—Mierda. Sigo olvidándome de ellos. —Tam me lanza una mirada de
disculpa—. ¿Quieres que los eche del programa? No te pondrán de los nervios,
¿verdad?
Me encojo de hombros mientras Jacob chisporrotea.
—Fueron bastante amables en la sala de escape. Haz lo que tengas que hacer
—le digo a Tam, y Jacob se burla.
—Tampoco voy a hacer comentarios al respecto. —Jake devuelve su atención
a la pantalla—. La tercera canción de la noche es...
—¿A qué hora acaba el concierto? —pregunto, intentando no calcular
mentalmente en qué canción vamos a morir. ¿Se desplomará Tam en el escenario con
un estadio lleno de fans mirando? No, no. Si llega el caso, iré con él y nos refugiaremos
juntos en el camerino. Pero eso no sucederá. No llegaremos a eso.
—Justo después de medianoche —responde Jacob, entrecerrando los ojos
sobre mí—. ¿Por qué?
—Por nada en especial. —Recojo mi bolsa de viaje, me echo la correa al
hombro y me dirijo al baño para ducharme.
Tam no me deja en paz, me sigue y cierra la puerta tras nosotros.
Me mantiene bajo el chorro caliente de la ducha veinte minutos más de lo que
tiene tiempo.
Llegamos tan tarde al estadio que Jacob empieza la mañana pidiendo disculpas
a todo el que se cruza con él. Peluquería y maquillaje. Vestuario. Ejecutivos. El equipo
de filmación. Los bailarines de apoyo.
Me sorprende cuánta gente confía en Tam para hacer su trabajo. Me alegro de
poder estar aquí para él. Es un montón de estrés, y si soy capaz de quitarle algo de
encima, me alegro.
—Hola, Leo —dice Tam, vestido con su primer atuendo del día, los auriculares
sobre su brillante cabello rosa. Utiliza su botella de agua para lanzar a su ayudante,
uno entre docenas, una mirada aguda y aterradora. El pobre Leo se queda paralizado
y yo le doy una palmada en el hombro.
Esto es tan normal. No debería serlo. Estoy temblando. Tengo mucho miedo.
—Deja en paz a ese pobre hombre. —Me cruzo de brazos y finjo estar
enfadada, y veo a Joules y Kaycee con sendos porta bebidas en las manos. Se acercan
a nosotros y Joules empuja uno de los porta bebidas a los brazos de Tam.
Los empleados cercanos jadean, y siento la onda expansiva de la verdadera
conmoción.
Afortunadamente, todos han firmado el acuerdo de confidencialidad más
estricto del sector. Ni siquiera pueden hablar entre ellos al respecto.
—Familia entrante. Tu ayudante me ha dado esto. —Joules suelta el porta
bebidas y retrocede a tiempo para recibir a la horda de Frosts, Luna, Ella y Greg, el
marido de tía Lisa. Se reparten las bebidas y me besan, me abrazan y me adulan
demasiadas veces.
Todo el mundo sonríe y ríe, contando historias que ya he oído millones de
veces.
Como con Joe. Exactamente como fue con Joe.
—¿Viene tu madre? —le pregunto a Tam, sorbiendo mi Yakult de melocotón
con boba de centro líquido y pensando que, si me muero, esta no es una mala última
bebida que tomar.
—No —dice Tam, metiendo una mano en el bolsillo de sus pantalones rojos.
Tienen rayas marineras a los lados y mucha purpurina. Diría que son ridículos, pero
con la camiseta a medio ajustar, el gorro rojo y las botas, quedan bien. Los pantalones
de un artista, algo para captar la luz. Ah, ¿y su maquillaje? Base de maquillaje ligera,
mejillas sonrosadas, un poco de sombra roja en el borde de los ojos y un delineador
negro muy marcado—. Está negociando algunos contratos en el extranjero, así que...
tuvimos una buena charla la última vez que la vi.
—Bien. —Me vuelvo hacia mi hermano, con la mano alrededor de la de Kaycee,
los labios fruncidos y la mirada fija en el telón del escenario. Cuando se da cuenta de
que lo estoy mirando, se gira lentamente para mirarme. Kaycee se acerca un poco
más a él, pero nadie dice nada.
Porque está bien. Todo está bien. Todo está bien.
Hoy me he puesto manga larga a propósito, un top blanco con lunares negros
que es agradable y lo bastante suave como para gustarle a Tam. No se ve la marca en
este top, y así es como me gusta. No me importa. Ni siquiera me preocupa.
—¿No te habías vestido de blanco para Sweet Honey antes? —pregunto, y Tam
sonríe.
—Los cambios de vestuario siempre son un éxito. El director de la docuserie
pensó que el rojo sería un color con más garra y rabia. Ya sabes, para crear ambiente.
—Esta docuserie, es básicamente porno light, ¿no? —pregunto, tratando de no
pensar en esas estúpidas tarjetas fotográficas. Estaba prácticamente desnudo en
ellas. Nunca había sido una mojigata. Puede que lo sea ahora, cuando se trata de Tam.
Y estoy a punto de verlo seducir a noventa mil personas, sin contar al personal.
O los futuros espectadores del programa que están haciendo sobre él. Si muere, será
aún más popular. Aplasto ese pensamiento sorbiendo un enorme bocado de boba. Si
estoy masticando melocotón, entonces no puedo tener pensamientos malhumorados.
Si Tam y yo no estuviéramos a punto de caer muertos, mi familia
probablemente se lo estaría pasando bastante bien. Tal y como están las cosas, sigo
pensando que se lo están pasando bien. Tía Mandy y Lynn, en particular.
—Cuando empiece el espectáculo, iremos a ponernos delante del escenario —
les explico a mis padres, intentando no mirarlos a los ojos. Por alguna razón, me siento
avergonzada, como si los hubiera defraudado. Porque debe de ser culpa mía. Tam
dice que está enamorado de mí, y yo le creo. Siento que estoy enamorada de Tam,
pero... Mierda.
Mi respiración se acelera, un poco rápida, un poco rara.
Joe, antes de salir de casa para visitar a Marla, con la mano en el pomo de la
puerta. Yo, preguntándome si Joules y yo no le hubiéramos invitado al café esa noche, si
seguiría vivo. Era noche de trivia. Joe no quería ir. Marla estaba trabajando. Así es como
se conocieron, cómo... se emparejaron.
Inútiles y giratorias ansiedades atormentan mi pobre cerebro y mi cansado
corazón.
—Lake. —Es mi padre, que me pone una mano en el hombro para que lo mire.
Joules ha desaparecido con Kaycee, y Tam se ha hecho a un lado para discutir algo
con Daniel. Es mi momento para... estar a solas con mis padres. Tan a solas como se
puede estar entre bastidores. Hay tanta gente.
—Estoy bien —le digo, lo cual es mentira.
—No tienes que estar bien. —Mi madre está inquietantemente tranquila, tan
tranquila que sé que se está volviendo loca. Mi padre es menos sutil, se pasa la mano
por la boca y la barba, suda, maldice en voz baja cuando cree que no le oigo.
—Lo sé, pero es así. —Levanto ambas cejas y le doy a mi padre una palmada
en su enorme bíceps—. Yo me encargo. Relájate e intenta disfrutar del espectáculo
de tu futuro yerno.
—Preferiría romperle el cuello —murmura mi padre, y suena exactamente
igual que Joules cuando lo dice.
Vuelvo al lado de Tam y me quedo allí hasta que empieza el espectáculo.
Estamos de pie, frente al gran telón, mirándonos fijamente. Tam respira con
dificultad, con el micrófono delante de los labios entreabiertos.
—Si en algún momento me necesitas, sal al escenario y agárrame. Me iré
contigo. Haremos lo que quieras, iremos donde quieras.
Le hago un gesto con la cabeza y pongo las manos en la parte delantera de su
camiseta. Su piel es agradable y cálida. Sonrío a Tam con la mayor sinceridad de la
que soy capaz.
—No es necesario. Veremos el final de este concierto.
Él me devuelve la sonrisa.
—Joder, sí, lo haremos. —Tam me besa por última vez y luego se aleja para
ocupar su lugar en una X pegada con cinta adhesiva en el centro de la cortina.
Corro hacia la escalinata y luego bajo, hacia el murmullo de la multitud. Las
varas de luz de las Tambourines emiten destellos etéreos de color crema, pero las
luces de arriba están apagadas. Enseguida encuentro a mi familia, agrupada en el
pequeño espacio entre el escenario y la valla metálica que impide el paso a la
multitud. Los guardias de seguridad nos dan la espalda, vigilan a los fans y se
aseguran de que la valla permanezca en su sitio.
—Por fin —me gruñe Joules, tirando de mí para que me ponga a su lado. Sujeta
a Kaycee con un brazo, ni siquiera se molesta en disfrazarse, y a mí con el otro.
Las enormes pantallas a ambos lados del escenario cobran vida, con un
impresionante nivel de definición, color y sonido. Es Tam, la cámara se acerca a esa
mirada entrecerrada, como una seducción perezosa. Gira la cabeza hacia la pantalla
y la sala se estremece con un grito colectivo.
Probablemente piensen que se trata de un vídeo pregrabado, como muchos
conciertos. Un trozo de un vídeo musical inédito. O tal vez algo que fue filmado
específicamente para burlarse de la audiencia esta noche. Pero no lo es. Es Tam. En
realidad, es Tam entre bastidores.
Se abre el telón y se encienden las luces a ambos lados del escenario. Blancas
y rojas, bañan la figura solitaria del centro. Se oyen jadeos, chillidos, gritos.
La cámara mantiene el zoom cuando empieza la música, un bajo sensual que
llama a las bailarinas de Tam al escenario. Todas llevan jeans y una combinación de
rojo y blanco en la parte superior, con un poco de azul marino en los accesorios.
El baile de Tam empieza incluso antes de que se dé la vuelta, girando la cabeza
sobre su cuello. Aprieta los dedos en el micro y empieza con:
—Hola LA. —Bonito y tranquilo. Todo el mundo lo oye, y todas las luces se
encienden, un foco sigue a Tam mientras se gira y camina hacia la parte delantera del
escenario.
—He-ey —canta, moviendo los hombros, balanceándose de un pie a otro con
el ritmo—. Hagamos un poco de ficción, contemos una historia, escribamos una canción.
Miel pegajosa en tus labios cada vez que me mientas. No me importa. Solo bésame,
mancha mi piel de oro húmedo.
Tam y los bailarines de apoyo se mueven al unísono en una ola casi peculiar.
Resulta extraño lo puntuales que son todos. Ni un paso fuera de lugar, ni un
movimiento retrasado de una mano o un pie. La parte de Tam difiere en el medio,
pero cuando empieza a cantar de nuevo, se pone al mismo nivel que los demás
bailarines.
—Apoya tu cabeza en mi hombro, y yo te tumbaré en mi cama. Mi mano enredada
en tu cabello, la tarde melosa extendida contra el cielo. El torrente de azúcar de tus
labios. Nubes de crema, bordes bañados en oro líquido. Calor agitado y ficción. Es solo
un sueño, toda esa dulce miel.
Cuando Tam llega a esa parte, sus caderas se balancean mientras ronronea
esas últimas frases, como si estuviera a punto de correrse. No es involuntario, aunque
a mí me resulte un poco raro.
—¿Quieres dejar de sonrojarte? —grita Joules por encima de la música, pero
no puedo evitarlo. Puede que me esté sonrojando, pero ahora también sonrío.
Esta fue la elección correcta, venir aquí. Ver a Tam. Si tengo que morir, sí, esta
es una buena manera de hacerlo.
Subo corriendo los escalones cuando la canción llega a su fin, y estoy en el
camerino para saludar a Tam cuando irrumpe. Sudoroso. Jadeante. Sonriéndome.
Solo tenemos tiempo para besarnos, pero le lamo la última canción de los
labios, le ayudo a ponerse la siguiente ropa y lo envío de vuelta. Más trote para volver
a la multitud, mezclándome con mi familia. Esta vez me empujo hacia el centro de
ellos, lista para lanzar mi puño al aire cuando Tam aparece de nuevo en el escenario.
Esta vez lleva un atuendo que me recuerda vagamente a un pirata: pantalones
negros ajustados, botas, un sombrero de tricornio. La canción no tiene nada que ver
con eso. Creo que trata de su carrera. Referencias al sacrificio y a las grandes
recompensas, a la soledad y a la música.
Alguien —creo que es Lynn— me aprieta un palo luminoso en la mano y el color
cambia al ritmo de la canción. Empiezo a saltar con el resto del público, levantando
el palo como una auténtica fangirl.
Tam hace que valga la pena y se acerca al borde del escenario para poder
mirarme. Sé que me ve cuando me guiña un ojo, y su expresión se capta en la cámara
en directo, que se proyecta por todas las pantallas gigantes.
Grito cuando todos lo hacen, solo una voz entre muchas. Hay una sinergia en
este estadio que va mucho más allá de Tam y su música, golpea un poco la soledad y
la refracta de nuevo en conexión.
Todos en esta sala estamos conectados por algo, aquí de pie ahora mismo y
viendo el mismo espectáculo, experimentando muchos de los mismos sentimientos.
Es poderoso, conmovedor y me electriza.
Hay mucho en juego allí, pasando el palo de luz a Lynn. Encontrarse con Tam
para un beso caliente y frenético. Corriendo hacia atrás. Mirándolo. Enamorándome
aún más de él. Feliz de compartirlo con el mundo esta noche.
La quinta canción está protagonizada por Adam Stricken y Dylan Bonne, amigos
de Tam que conocí en la sala de escape.
Es un tema animado que comienza con los chicos en formación triangular, todos
ellos vestidos con jeans y chaquetas. Stricken es el primero en cantar, un rap fresco
con tintes pop que suelta mientras baila con Tam y Dylan.
Se parecen un poco a un grupo de K-pop en este momento, tomando turnos con
sus propias partes de la canción, y cantando en armonía para el resto. Dylan canta
después de Stricken, y Tam es el último. Hay un cambio notable en el público cuando
él toma el centro del escenario para el estribillo.
Hay muchos movimientos de cadera en este baile, y Tam sabe exactamente qué
expresión descarada y comemierda poner en cada uno de ellos. En algún momento
se pone de rodillas con los otros chicos, haciendo una flexión de espalda que
probablemente me partiría la columna vertebral. Tam se levanta cantando y se pone
en pie como si estuviera poseído. No le supone ningún esfuerzo.
La mano de mi padre está en mi hombro y María me agarra los dedos con
fuerza.
Durante la siguiente canción —también con Stricken y Dylan— Tam empieza al
piano, tocando para los otros dos hombres. Es una canción sexy y sensual con un ritmo
brillante que hace que el público (yo incluida) se mueva.
Tam se planta en el centro del escenario con una camisa de cuadros blancos y
negros atada a la cintura y un aire desenfadado de chico de al lado que no está a la
altura de la perfección sobrenatural de su rostro.
No me extraña que me resistiera tanto al principio.
Él es... sí, es jodidamente encantador.
Estoy disfrutando tanto del espectáculo que no me fijo en la rotación de los
miembros de mi familia. Mamá abrazándome. Tía Lisa besándome la frente. Tomando
la mano de María, luego la de Lynn, luego la de Ella, luego la de Luna. Siempre junto
a Joules. Siempre queriendo estar junto a Joules.
Están haciendo sus rondas, abrazándome y besándome como hicieron con Joe.
Ignoro ese pensamiento hasta que se acaban las bolas de boba, hasta que ya
no puedo negar la realidad de esta noche. Estamos justo al final, y son las diez y
veintinueve de la noche.
A las diez y media, he dejado de levantar la vara de la luz, de saltar, de cantar.
Me quedo allí de pie con el palo a un lado, mirando a Tam con la boca
entreabierta y los ojos húmedos.
Estamos programados para morir a las once y veintitrés.
Menos de una hora.
Tam canta esta increíble balada llamada In the Gloriousness of Us.
Dejo caer el ligero palo al suelo, empujo suavemente a mis primas y salgo
corriendo.
Subo las escaleras.
Paso seguridad y directo al escenario.
La multitud se pone rara cuando me ve, y la gente deja de agitar sus varas
luminosas, deja de moverse en una ola centelleante. Desde aquí arriba, parecen
estrellas. Tantas estrellas. Mi marca arde, el fuego me lame las venas. Puedo decir
que quiere herirme, que todo el propósito de esta magia es manchar y castigar. Me
llevó a Tam, sí. Me hizo amar a Tam, sí. Pero solo para poder arrancarlo todo.
No entiendo cómo sobrevivieron tantos de mis antepasados. Realmente no lo
entiendo.
Tropiezo con Tam, lo sujeto del brazo y su canto vacila, se detiene. La música
sigue sonando, pero no hay palabras porque mi novio canta en directo. Canta en
directo porque le importa su oficio, porque quiere que el público esté contento,
porque es realmente uno entre mil millones.
—No puedo esperar más —susurro, y Tam asiente y se quita los auriculares. Lo
tira al suelo y me agarra de la mano.
Salimos del escenario ante el lejano estruendo de la confusión, los susurros de
la decepción.
Tam no deja que nadie nos detenga y se abre paso entre el personal hasta los
vestuarios. Cuando va a cerrar la puerta, niego con la cabeza.
—Mi familia...
Joules irrumpe en la puerta, jadeante, afectado. Kaycee está allí con él, y Lynn
está justo detrás. Todos nos apretujamos en esa habitación, y luego la puerta se cierra.
Tam y yo nos sentamos en el centro de todos, con las piernas una alrededor de la otra,
las manos tomadas entre los dos.
Es diez cincuenta y nueve.
Miro sus ojos verdes, las gotas de sudor de su frente, su cabello alborotado por
el baile.
—Has estado increíble esta noche —le digo en un susurro, sin importarme que
todos puedan oírme—. El mejor espectáculo que has hecho nunca. El mejor de todos.
—Porque era para ti —me dice con voz áspera, apretándome las manos—. Eso
fue todo por ti, Lake. Habría hecho lo mismo en tu sala de estar si eso es lo que
hubieras querido. En calcetines. Sin camiseta.
Me río, pero también estoy llorando, así que cuando me llevo el dorso de la
mano a los ojos, se me humedecen. Le devuelvo la mano a Tam y seguimos sentados
juntos. Esperando. Esperando. Me inclino y él hace lo mismo, y nos besamos, larga y
lentamente.
Ahora son las once y cuarto.
Joules se desploma de rodillas a mi lado, con lágrimas rodando libremente por
su rostro.
—No puedo hacer esto sin ti, Canoa —exclama con los dientes apretados y la
cara tensa. Joules extiende una mano y me sujeta la cara, apoyando la frente en la mía.
Ahora estoy llorando, abiertamente y sin vergüenza.
Yo... no sé qué pasó.
Amo a Tam. Tam me ama.
Voy a echar mucho de menos a Tam. Si no lo vuelvo a ver después de esto, voy
a...
Mi hermano y yo nos abrazamos hasta las once y veintidós. Es entonces cuando
se retira, con los ojos húmedos, y me deja espacio para volverme hacia Tam.
—No me arrepiento de nada —me dice Tam, y entonces ambos jadeamos al
unísono. Se lleva la mano al pecho y vuelve a respirar violentamente, como un
espasmo. Como... Joe. Yo hago lo mismo. Mi madre grita esta vez, y Joules le sujeta un
puñado de cabello con la mano. Kaycee lo sujeta por detrás, apretándolo con los ojos
cerrados.
Tam y yo jadeamos de nuevo y me mareo un poco. No puedo respirar. Esas
contracciones forzadas en mi pecho no parecen extraer nada de aire.
—Yo tampoco —suelto ahogadamente, y eso es todo. No habrá más palabras.
Los dos jadeamos, nos ahogamos y parpadeamos furiosamente. Tam me tira
con fuerza contra su pecho, me rodea con sus brazos, me estrecha contra él mientras
morimos.
Morimos juntos, tan sincronizados con nuestros últimos alientos como él lo
estaba con sus bailarines.
Joules está a mi lado, con la mano en mi brazo.
Siento una opresión en el pecho cuando me echo hacia atrás para mirar a Tam,
la visión nadando, la última persona que veré en mi vida. Debería haber hecho que
Tam fuera al hospital, pienso, pero no funciona. He hecho que cuarenta parientes
diferentes se internen en urgencias con antelación, y ninguno de ellos ha podido
salvarse. Nunca ha pasado, ni una sola vez en nuestra historia familiar.
Levanto la mano hasta la mejilla de Tam, y él me devuelve la mirada mientras
arrastro las yemas de mis dedos por su rostro. Mi mano cae; los párpados se me caen.
Nos desplomamos juntos, bajados al suelo por mi familia. Tam y yo seguimos
mirándonos, tumbados de lado en el suelo del vestuario.
Es Joules quien mete la mano y se asegura de que nuestros dedos estén
entrelazados.
Mis ojos se cierran y... veo estrellas.
Veo estrellas por todas partes, a mi alrededor.
No hay nada más que estrellas.
La marca de la maldición me ha vuelto febril, y puedo sentir ese fuego
lamiéndome, intentando convertirme en cenizas antes incluso de estar muerta.
Tengo una mano en la nuca, los labios contra la sien, y por un momento pienso
que es Joe. Podría ser, ¿verdad? Porque me estoy muriendo, y no puedo ver nada más
que estrellas. No hay vestuario. No hay estadio. No hay familiares preocupados. No
hay Tam sin aliento.
Las estrellas y yo, y la sensación de haber estado aquí —dondequiera que
esté— antes.
Alguien me besa la frente suavemente, con cariño. Oigo un latido salvaje. Pero
solo veo estrellas. Solo estrellas.
—Es precioso, ¿no crees? —Joe, de pie bajo un cielo nocturno con un telescopio,
mirando todas las cosas del espacio que no puede ver pero que sabe que están ahí.
Casiopea. La nebulosa del Corazón, que ha visto un millón de veces. El misterio. Lo
desconocido. Todo eso. Joe se vuelve hacia mí, el viento despeinando su cabello
rubio—. Pero creo que debería seguir siendo salvaje un poco más, esa última frontera.
—Joe, ¿puedes salvar a Tam? Incluso si no tienes el poder para salvarme, por
favor, sálvalo. Corta nuestra conexión. —Odio estar pidiendo eso, pero hay que
hacerlo. Sea lo que sea en la maldición que une a dos personas, quiero cortar ese
cordón. Quiero que Tam viva.
Pero Joe no me mira porque está muerto, y esto no es más que el último y
frenético aferramiento de mi mente a una vida que se escapa lentamente.
¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no pude haber muerto en el lugar de Joe?
¿Por qué no puedo morir en el de Tam?
Intento caminar hacia Joe, pero cuantos más pasos doy, más se aleja.
Me mira por encima del hombro y dejo de moverme. Sus ojos verdes
encuentran los míos. La marca de la maldición hace estragos en mi piel, una cosa
furiosa y retorcida, un vestigio del pasado que sigue castigándonos sin otra razón que
la de poder hacerlo. En otra vida, tal vez habría intentado encontrar su origen.
Pero los orígenes no importan.
Lo que cuenta es el presente, y el presente se me escurre entre los dedos como
la arena.
—Tú y yo, Canoa. Siempre hemos sido los más parecidos. —Una sonrisa de Joe
que parte mi corazón por la mitad. Mi cerebro hambriento de oxígeno se burla de mí
con un último adiós de la persona que más quería. Una persona que ahora se ha ido.
Seguimos de pie bajo un manto de estrellas, en un campo de flores que se parecen
sospechosamente a los capullos del arbolito de casa. Nada de esto es real, lo sé. Eso
no significa que no esté llorando, deseando poder correr hacia Joe, poder abrazarlo—
. Los dos somos tan testarudos. —Mi primo se da la vuelta para mirarme, el viento
enredándose en su cabello—. No era Marla la que no me quería, Lake. Era yo el que no
estaba enamorado de ella. Era yo. —Una de esas sonrisas descaradas que tanto echo
de menos—. Yo tenía miedo, y tú también. Amar a otra persona requiere valor porque
te abre al dolor.
—Joe, se está muriendo —susurro, porque por mucho que quiera quedarme
aquí, no puedo. Me estoy muriendo, y Tam también. Me estoy muriendo y nada de
esto es real, aunque lo desee tanto—. Sálvalo por mí. Por favor.
—Sálvalo tú —responde Joe, metiéndose las manos en los bolsillos. Vuelve a
mirar al cielo, la mancha roja y brillante de la Nebulosa del Corazón brillando sobre
nosotros entre un manto de estrellas plateadas—. Permítete amar, Lake.
Hay un tirón, una atracción, una llamada. Estoy siendo desgarrada en dos
direcciones, y estoy luchando contra ello con todo lo que tengo. Voy a extrañar a Tam.
Todo lo que quiero es estar con Tam. Pero si solo uno de nosotros puede vivir, tiene que
ser él.
Incluso mi yo onírico cierra los ojos y la oscuridad se instala a mi alrededor.
Siento un dolor agónico en el pecho, un pánico que no puedo controlar. Amar a Joe y
luego perderlo, ese ha sido el peor dolor que he sentido nunca. Atenúa la sensación
en mi pecho, lo pone en perspectiva. Amar a Joules, preocuparme por Joules. Amar a
Tam, incluso si Tam no me ama. Eso estaría bien si fuera verdad.
No lo es.
Sé que me ama, y joder, sé que yo también lo amo.
Lo sé porque, como con Joe, me entregaría de verdad para salvarlo.
La naturaleza es supervivencia. La mayoría de los seres vivos harán lo que sea
para sobrevivir, incluso a costa de la vida de otro. Incluso a costa de una vida que
pretenden amar.
Aquí no. No así.
Tam.
Oh, Tam.
Me giro, y entonces lo veo. Veo a Tam, esperando al borde de la colina, con las
manos en los bolsillos. Me observa y arquea una ceja cuando nuestras miradas se
cruzan.
—Hola, Kayak.
Una sensación me atraviesa, el amor más puro, destilado y fuerte y tan parecido
a Joe.
Me despierto con un grito ahogado, aspirando aire y chocando mi frente contra
la de Tam. No se aparta, ni siquiera cuando un poco de sangre gotea de un corte en
su piel. Me mira fijamente, me toma de la mano y tiembla. También tiene lágrimas en
las mejillas y una mirada de salvaje perplejidad en sus ojos verdes.
Parpadeo, con una extraña sensación en el cuerpo, como si me cayera. Como
aterrizar. Un aterrizaje.
—¿Qué...? —me tiembla la voz. Intento levantar la mano para tocar la cara de
Tam, pero no consigo moverme. Respiro entrecortadamente, esas inhalaciones
profundas y violentas que convierten mi cerebro en fuegos artificiales. Cierro los ojos
porque el mundo da vueltas, se difumina, se escarcha en los bordes.
—Lake. —Es Tam, su propia voz líquida y extraña—. Mira... —Jadea.... yo.
Sus dedos tiemblan al rozarme la mejilla, y abro los pesados párpados para
encontrarlo con huellas de lágrimas en sus propias mejillas manchadas de purpurina.
No compruebo la marca de maldición. Solo miro a Tam. Ahora mismo solo me
importa Tam.
—¿Estamos... vivos? —pregunto, y puedo oír a mi madre sollozar y chillar
desde algún lugar detrás de mí. Me cuesta un gran esfuerzo, pero giro la cabeza para
ver a Joules con lágrimas corriendo por sus mejillas, los dientes apretados y las manos
enredadas en mi camisa. Es el primero que se acerca a mí y me agarra la muñeca,
levantando la piel desnuda hacia la luz para que todos la miren.
—Vivimos —murmura Tam, con las palabras aún borrosas. Se mete una mano
temblorosa en el bolsillo y saca un pañuelo blanco con estrellas doradas. Se seca la
sangre que ha goteado de su cara a la mía y me seca el sudor con delicadeza.
La habitación es ruidosa y silenciosa al mismo tiempo. Mi familia está en estado
de shock. Yo también.
¿Qué acaba de pasar? ¿No nos estábamos muriendo? ¿No estábamos jadeando?
Finalmente convenzo a Tam de que mueva la mano y le robo el pañuelo para
frotarle la cara y quitarle la sangre de la frente. Estamos perdidos el uno en el otro,
absolutamente perdidos.
—Vamos a darles un minuto —murmura Joules, besándome en la sien. Se
levanta, un poco inestable. Kaycee lo sujeta y lo ayuda a salir por la puerta. Mi familia
le sigue a regañadientes, y varias personas, sobre todo mi madre, me dan besos por
toda la cabeza mientras se marchan.
Oigo a Jacob dando órdenes al otro lado de la puerta, a la tripulación
apresurándose para disimular la ausencia de Tam. Estoy segura de que oigo a
Stricken, a Dylan o a ambos dando una actuación improvisada. La puerta del camerino
se cierra de golpe y nos quedamos solos Tam y yo, un poco de sangre y un montón
de ¿qué demonios pasa?
Tam me agarra del brazo y frota con el pulgar el pulso acelerado de mi muñeca.
—Me alegro mucho de que estés bien —le digo con un resoplido, y él levanta
la vista hacia mí. Le rodeo el cuello con los brazos y él me agarra por la cintura. Me
arrastra hasta su regazo y nos echamos a reír. Nos reímos y él me besa por todas las
mejillas, los labios y la frente.
—¿Qué demonios, Lake? ¿Qué demonios? —Tam sonríe mientras se deja caer
contra el borde del sofá y me tira hacia delante para que me siente a horcajadas sobre
él. Sus manos recorren mi cuerpo con asombro, como si le costara tanto entender lo
que acaba de ocurrir como a mí.
—¿Tú también has visto estrellas? —pregunto, y Tam asiente. Me chupo el labio
inferior, pensativa, mientras nuestros ojos siguen totalmente fijos en los del otro—.
¿Viste... algo más?
—A ti —dice Tam, y mis ojos se abren de sorpresa.
—¿A mí? —Pero vi a Joe. ¿Qué significa eso si vi a Joe primero?—. ¿Solo a mí?
Tam me aparta el cabello de la cara y sonríe.
—De pie en un campo, mirando a un tipo rubio con un telescopio. Tú, y Joe, y
las estrellas. Eso es lo que vi. Lo que oí fue que suplicabas por mi vida en lugar de la
tuya. —Tam me agarra la barbilla con los dedos y me mira con una expresión que no
he vuelto a ver desde nuestra noche en la casa de alquiler. Parece malhumorado y
demasiado serio—. No vuelvas a hacer eso.
Me río. Me sale un sonido agudo y me tapo los labios con las dos manos. Tam
me tira de las muñecas —mis muñecas perfectamente desnudas y libres de
maldiciones— y me aparta las manos de la cara. Ladea ligeramente la cabeza y me
sonríe.
—Lo digo en serio. Y no vuelvas a avergonzarte de reírte. No después de esto.
¿Qué podríamos hacer después de esto sino celebrar que estamos vivos juntos?
La puerta del vestuario se abre y Jacob se acerca a nosotros como si nada
pasara. Como si algo milagroso, terrorífico y espectacular no hubiera ocurrido hace
cinco minutos. Los dos nos quedamos mirándolo como si no tuviéramos ni idea de
quién es o qué está pasando.
—Perdone, mi Gran y Terrible Señor, pero ¿se le ha olvidado que hay noventa
mil personas esperándolo? Sin incluir al personal. Sin incluir al equipo de filmación.
¿Sabe que este incidente se incluirá en el documental?
—No si mi abogado tiene algo que decir al respecto —murmura Tam
distraídamente, como si dijera las palabras por reflejo, como si ni siquiera registrara
que salen de su boca. Seguimos mirándonos fijamente.
—Encantador. Supongo que han roto la maldición mágica y vivirán felices para
siempre. —Jacob se pone las manos en la cadera y resopla, con el borde del labio
torcido en un leve ceño fruncido—. Hmm. Interesante cómo llegó hasta el último
segundo y se resolvió espontáneamente. Supongo que volverá al escenario, Alteza.
—¿Al escenario? —pregunta Tam, recorriendo mi labio inferior. No sé cómo
explicar lo que acaba de pasar, pero soy feliz. Estoy jodidamente feliz. Ahora
entiendo por qué mis parientes nunca escribieron lo que se siente cuando se rompe
la maldición. No hay palabras para algo así. Simplemente... es.
—Va a volver al escenario —digo cuando Tam parece no encontrar las
palabras. Me parpadea como si despertara de un trance.
—Digámosle a todo el mundo que tuve una reacción alérgica y que te diste
cuenta pronto. Me salvaste la vida. —Los labios de Tam se abrieron en una sonrisa
lenta y taimada. Como dije, astuto. El tipo de hombre que te da el mejor tipo de
problemas y el más profundo tipo de amor: embriagador, adictivo, que todo lo
consume—. Tu mala reputación por separarnos a Kaycee y a mí... considérala
borrada. Casi morir nos ha hecho algunos favores.
—Dios, ayúdame, por favor —murmura Jacob, pellizcándose la nariz cuando
Daniel entra en la habitación, con pesadas pisadas de sus botas. Se detiene justo
detrás de mí y miro por encima del hombro para verle esperando con las manos en
la cadera.
—Me alegro de que estés bien —dice, y no es ni un reconocimiento ni una
condena de la realidad de la maldición. Sonrío suavemente para mis adentros, con las
manos sobre los hombros de Tam. Cuando me pongo en pie, él me sigue y ambos nos
balanceamos un poco. Tam y yo nos agarramos el uno al otro para calmarnos.
—¿Y bien? ¿Qué le digo al público? A este paso, bien podría ser un concierto
de Adam Stricken. —Jacob resopla y Tam mira distraídamente en dirección a su
mánager.
—¿Quién es Adam Stricken? —Tam se burla, y la cara de Jacob se vuelve rojo
neón—. Ya, calma, Jake, lo entiendo. Ya voy.
—Siento haber estado a punto de matarnos —susurro, pero Tam se limita a
negar con la cabeza y se inclina para besarme las dos mejillas. Jacob se acerca
corriendo y se coloca los auriculares en el cabello rosa, empujando el micrófono
entre nuestras bocas para evitar una sesión espontánea de besos.
Todo lo que quiero hacer es besar a Tam ahora mismo.
Pero... tenemos tiempo. Tenemos un montón de bobas en nuestro futuro.
—Cuando dijiste que no sabía cuántas bobas me quedaban, tenías razón —
admito, y Tam sonríe mientras se endereza. Tiene un poco de sangre en el traje, pero
no importa. Dará credibilidad a nuestra historia.
—Te dije que sobreviviríamos —me dice guiñándome un ojo. Aunque su
expresión podría ser una burla superficial, su mirada encierra una dulzura pesada
que quiero estrechar contra mi pecho. Mi corazón está ligero de una manera que no
había sentido desde que nos despedimos de Joe—. Soy un ídolo; lo sé todo.
—Fuera, fuera, ahora. —Jacob golpea a Tam con su iPad, y Tam le da una
mirada de puro dolor en respuesta.
—Casi muero, ¿y me pegas?
Jacob le da otro golpe y Tam se lame el borde del labio, me toma de la mano y
me saca del camerino. Entre bastidores, todo el mundo nos mira.
—Estaba teniendo una reacción alérgica; Lake me ha salvado la vida esta
noche. —Como solo la mitad de esa afirmación es mentira, suena a verdad, y las
expresiones a nuestro alrededor cambian de confusión y disgusto a conmoción. Tam
se dirige al jefe de producción—. Que todo el mundo sepa que vamos a saltar justo
donde lo dejamos. Reinicien Glory —ordena, utilizando el apodo de esa canción
final—. Se lo explicaré todo al público.
Tam me pone la mano en la nuca y me besa la frente.
—Buena suerte ahí fuera —le susurro, y él sonríe.
—Buena suerte aquí. —Hace un gesto a los miembros de mi familia que no
esperan tan pacientemente y vuelve a guiñarme un ojo.
Tam sale al escenario y le oigo saludar al público a través de los altavoces. Su
cara aparece en todos los monitores, sonriendo. Sangrando un poco. Con purpurina
en las mejillas.
—Hubo un evento médico y mi novia, Lakelynn Frost, se dio cuenta antes que
nadie. Ella me salvó la vida. —Tam levanta dos dedos y le acerca un poco más el
micrófono a la cara—. Sin ella, habría muerto esta noche.
Exhalo mientras dirijo mi atención a mi familia. Mis primas son las primeras en
llegar, preocupándose por mí y haciéndome preguntas rápidas que no sé cómo
responder. A la tía Lisa se le saltan las lágrimas cuando me abraza, y mis padres
parecen tan afligidos como aliviados.
Pero es Joules el que capta y mantiene mi atención.
Le sonrío.
Mis primeros amores, Joe y Joules. Un amor diferente al que siento por Tam,
pero igual de poderoso.
—Lo he conseguido —le digo, y sus ojos se humedecen. Intenta no llorar,
haciendo todo lo posible por parecer un idiota de novio de libro. No funciona. Porque
lo conozco demasiado bien para eso—. Llora de una vez. Ambos sabemos que quieres
hacerlo.
—Canoa… —Joules se adelanta mientras Kaycee espera de espaldas a la
pared, cruzada de brazos, con una sonrisa distante en la cara mientras nos observa.
No me gusta eso, la forma de su sonrisa. Mi hermano me pone las manos a ambos
lados de la cara y me mira—. Me has asustado mucho esta noche, hermanita.
—Lo sé y lo siento —le susurro, y cierro los ojos mientras Joules me abraza.
Oigo cantar a Tam desde el escenario, y su voz es preciosa. Me transporta a un lugar
feliz y me separo de mi hermano con una enorme sonrisa en la cara.
Eso es... hasta que veo su mirada.
Joules ya no llora, pero su cara sigue húmeda. Su boca es plana y resignada.
—Sabes —dice, con una voz tan áspera y dolida que todos los demás, incluso
el tío Rob, dejan de hablar para prestar atención a lo que nos pasa—. Estaba
destrozado por esto.
—¿Destrozado por qué? —pregunto, y mi alegría se va por el desagüe,
sustituida por una aguda, fea y metálica punzada de miedo. Doy un pequeño y
cauteloso paso atrás con respecto a mi hermano—. Joules, no.
—Quería darte todo el tiempo posible para que fueras feliz, pero... te lo
prometí. Te prometí que cuando se rompiera tu maldición, te hablaría de la mía.
—No. —Quiero gritar, pero la palabra se me atasca en la garganta—. Joules,
cállate.
No sacaría a relucir su maldición esta noche a menos que estuviera casi sin
tiempo.
Casi no le queda tiempo.
—¿Qué pasa? —pregunta mi madre, que se interpone entre nosotros. Respira
con dificultad porque lo sabe al igual que yo. En el corazón. En los huesos. En el alma.
—Está maldito —suelto, porque quiero que Joules me diga cuánto le queda, y
no lo hará hasta que todos lo sepan. Ahora ya lo saben—. ¿Cuánto tiempo, Joules?
—¿Te emparejaron? —pregunta Lynn, con voz aguda y frenética. Intercambia
una mirada con María.
—Me emparejaron —admite Joules, dejando colgar la cabeza, cerrando los
ojos—. Dos días después que Lake.
CAPÍTULO SETENTA
LAKE
Quedan 2 bobas hasta que muera mi hermano
mayor...
No sé cómo aguanté el resto del concierto, pero me recompuse. Sonrío a Tam
cuando sale del escenario. Lo beso. Nos abrazamos. Él sigue deleitándose con la
belleza de nuestra supervivencia, y yo ya estoy llorando de nuevo.
Joules va a morir.
Joules no conoce a Allison en absoluto.
Allison está casada, es madre, alguien con un sistema de valores totalmente
diferente al de Joules.
Joules y Allison no van a romper la maldición.
—¿Qué está pasando? —pregunta Tam mientras caminamos del helicóptero a
la casa. Joules y Kaycee están con nosotros, pero no han dicho ni una palabra. El pobre
Tam parece aterrorizado, así que lo detengo justo delante de la puerta, dejando que
Joules y Kaycee entren.
En cuanto llegue mi familia, tenemos que tomar una decisión sobre lo que
vamos a hacer.
—Mi hermano... la maldición... su Pareja... —Paro de hablar, fuerzo una
inspiración, fuerzo una exhalación—. Joules solo tiene hasta las cuatro y cuarenta y
dos de la tarde de pasado mañana. —Dejo que lo asimile y Tam abre los ojos. Sus
labios se entreabren. No sabe qué decir, como tampoco lo sabía nadie de la familia.
Creo que a mis padres les duele que Joules les haya ocultado este secreto.
Sobre todo, tienen miedo.
Todos tenemos miedo.
Esta noche se ha producido un milagro, y los milagros no suelen ocurrir uno
detrás de otro.
—Él... —Tam se interrumpe y luego me envuelve en sus brazos y me abraza
con fuerza. Estoy tan agradecida de que haya águilas teledirigidas viviendo aquí.
Águilas teledirigidas. Malditas águilas teledirigidas. Estoy llorando un poco, pero no
quiero que Joules lo vea. No puedo dejar que Joules vea.
—Yo lo maté —le digo a Tam entre jadeos—. Maté a mi propio hermano. No
pudo romper su propia maldición porque estaba muy preocupado por la mía. —Me
alejo de Tam, pero mis manos permanecen aferradas a su camiseta rosa pálido. Él
envuelve sus manos sobre las mías, apretándolas con fuerza.
—Tú no lo mataste, Lake. Él eligió. Yo también te elegiría siempre. No hay nada
de loco en eso.
—Por una vez, dice algo que vale la pena escuchar. —Joules se acerca a
grandes zancadas hasta colocarse a nuestro lado, con las manos en la cadera y una
mirada sombría. Tiene la audacia de mirarme con el ceño fruncido—. ¿Qué habrías
hecho tú, Lake? ¿Salvarme la vida o romper el matrimonio de otro?
Quiero gritarle como la tía Lisa le gritó a Joe. «¡Es tu vida! ¡Es tu puta vida!»
—Haría lo que fuera por salvarte —le gruño, y lo digo en serio. Él lo sabe.
—Lo intenté —dice Kaycee levantando la mano. Lleva puesta la sudadera con
capucha de Frost Family Construction, y vuelvo a preguntarme cómo se metió en el
asunto de las maldiciones—. Quería pagarle al marido de Allison para que la dejara,
pero no me dejó. También dijo que no a la idea de un asesino a sueldo.
Mi mirada vuelve a Joules y él se da la vuelta.
—No habría importado. Estoy enamorado de Kaycee. Nunca me iba a enamorar
de Allison.
Se hace muy silencioso, muy rápido. De repente echo de menos la noche
anterior, cuando Tam y yo estábamos comiendo helado de boba-no-boba y teniendo
demasiado sexo. Esto se siente peor de alguna manera. ¿Vivo solo a expensas de mi
hermano? ¿Cómo es eso justo? ¿Por qué esta estúpida maldición es tan horrible?
—Entonces... ¿tenemos que quedarnos aquí y dejarte morir? —Me ahogo con
las palabras, el escalofrío en mi corazón solo ligeramente calentado por el brazo de
Tam alrededor de mi cintura.
—Podríamos usar el avión de la empresa para volver a Arkansas —sugiere
Tam, y Jacob, que ha estado de pie a un lado con Daniel, hace un ruido de disgusto.
Todos lo ignoramos. No quiero ser grosera, pero no tengo nada que decirle a Jacob—
. Avísame ahora y haré que lleven a tu familia directamente al aeropuerto. Podríamos
estar allí en veinte minutos.
Kaycee y Joules se miran. Tam y yo hacemos lo mismo. Él no sonríe, pero hay
una dulzura en los ojos de Tam que me recuerda que no estoy sola. Pase lo que pase
con Joules, tengo a alguien que lo está pasando conmigo.
—Quiero ver a Joe —admite Joules, encogiéndose de hombros—. Yo... sería
más fácil pasar por eso en casa.
—Nos llevaremos el jet, y si hay que culpar a alguien por usarlo cuando no
debemos, yo asumiré la culpa —dice Kaycee en voz alta, frunciendo el ceño en
dirección a Jacob. Incluso se burla de él y lo llama por su nombre en voz baja, algo
que no entiendo. Creo que está hablando en coreano.
—¿Canoa? —pregunta Joules suavemente, y yo asiento con la cabeza.
—Vámonos a casa, Joules —le susurro, y así... lo hacemos.

1 solo boba hasta que mi hermano mayor muera...


(la madrugada)
El vuelo de Los Ángeles a Fayetteville solo dura tres horas.
Mi familia hace lo que mejor sabe hacer, reír y bromear, contar historias. Es mi
maldición de nuevo. Es la maldición de Joe. Es la maldición de GG Louise. Es la
maldición de la tía Clara.
Aterrizamos y otro séquito de todoterrenos nos recoge y nos lleva de vuelta a
la casa. Todavía hay paparazzi y fans acampados fuera, pero esto es más grande que
eso. Ahora mismo no me importa esa gente. Solo quiero privacidad para estar con mi
hermano.
Tam le pide a Daniel más seguridad y, para cuando sale el sol, hay un equipo
completo situado en los límites de la propiedad. Nos compra el espacio y el tiempo
que necesitamos para... procesar.
Y no hay mucho tiempo para procesar.
Joules se retira a su dormitorio con Kaycee y cierra la puerta; yo llevo a Tam
arriba.
Tumbada en la cama, siento nostalgia de la semana pasada, cuando estábamos
aquí y no sabía que Joules iba a morir. Alargo la mano y rozo con el pulgar el surco
de la frente de Tam. Él me devuelve el favor frotando mi hoyuelo.
—Menos mal que ya aprendimos la lección sobre la claraboya —susurro, con
una vieja manta clavada en el techo sobre mi cama. Tam y yo no volveremos a ser
fotografiados en ropa interior.
—Qué suerte —responde con una sonrisita—. Por la mañana, ¿quieres comer
cereales Trix conmigo? Tu madre me compró una caja antes de irnos a Los Ángeles y
me dijo que la guardaría en el armario para mi próxima visita. Pues ya es mi próxima
visita y los quiero.
—Nunca pudiste comer cereales de niño, ¿verdad? —pregunto, y Tam niega
con la cabeza.
—Solo ensalada —susurra, y eso me hace reír. Pero es solo una especie de
broma. Mi hermano va a morir mañana a las cuatro menos cuarenta y dos de la tarde.
Ay—. Rara vez tomaba cereales de niño. Ahora nunca tomo cereales. Si Jacob me ve
comiéndolos, podría darme un puñetazo.
—Como si tú se lo permitieras —me burlo, y Tam levanta una ceja. Los dos nos
reímos al ver que Tam dejó que Joules le diera un puñetazo.
Joules.
Mierda.
Ruedo sobre mi espalda, las luces navideñas doran el espacio familiar.
—Mi hermano va a morir —digo en voz alta, y luego cierro los ojos, sabiendo
que tengo que aceptarlo. Sabiendo que mi vida con Tam va a empezar desde la
semilla de la tragedia. Puedo hacerlo. Puedo sobrevivir a esto, pero Dios mío, va a
ser duro. Va a ser muy duro, pero lo superaré. Lo superaré simplemente respirando
cada día, haciendo cosas cotidianas como besar a Tam o dormirme—. Voy a dormir
esta noche. Hoy. Lo que sea.
—Descansa, y te avisaré cuando Joules salga de su habitación, ¿sí? —Tam me
empuja el hombro, de modo que me tumbo de lado, y luego me acurruca. Me rodea
con el brazo y dejo que el cansancio del día diezme cualquier recuerdo de mis
preocupaciones.

1 solo boba hasta que mi hermano mayor muera...


(más tarde ese mismo día)
Tam me despierta a última hora de la mañana para que pueda reunirme con
Joules en el patio trasero. Nos sentamos con las piernas cruzadas delante de Joe,
mojándonos los pijamas con el rocío. Vamos Tam, yo, Joules, Kaycee. Todos llevamos
tazones de cereales en el regazo y consumimos mucho más azúcar del que
probablemente deberíamos.
—Siempre te gustaron más las Cheerios, lo cual es sinceramente extraño, Joe.
—Joules se ríe mientras vierte una cucharada de cereales y leche al pie del árbol—.
Cuando me muera, quiero Reese's Puffs.
—Vas a tomar algo integral con leche de avena —me burlo, y entonces se me
sube todo el cereal a la garganta y tengo que beberme la leche de mi cuenco para
volver a bajarlo. Joules va a morir. Joules se irá. Joules me abandonará como lo hizo Joe.
Tam me sujeta de la muñeca y me aparta suavemente el cuenco de la boca. Mi
siguiente bocado de cereales sabe a azúcar y sal, pero no digo nada en voz alta. Joules
no quiere eso. Quiere pasar el día vagando, fingiendo que tenemos diecisiete años y
que estamos tumbados en la hierba sin ninguna preocupación en el mundo.
Exhalo temblorosamente y doy otro bocado a los cereales.
—Cuando me haya ido, Lake, quiero que seas feliz con Tam. Concéntrate en
Tam. Obtén tu título. Cásate. Compra una casa. Adopta un perro. —Joules se traga sus
emociones mientras mira fijamente la tierra que tiene delante—. Ten hijos, algún día.
No te atrevas a vagar por aquí pensando que me has matado o cualquier estupidez
que se te ocurra.
—Que te jodan —susurro, pero no hay maldad en ello.
Joules suspira mientras mira a Tam.
—Odio tener que confiarte a mi hermana, pero es lo que hay.
—Vaya, qué amable —responde Tam con una media reverencia. Resopla y
agarra la cuchara de los cereales, pero no creo que sea tan despreocupado como
finge. Le preocupa lo que esto pueda hacerme.
—Y tú. —Joules se vuelve de reojo para mirar a Kaycee, pero ella solo le ofrece
una mirada poco impresionada—. Vuelve a tu carrera. Búscate un marido guapo.
Sigue adelante, joder.
—Me das asco, ¿lo sabes? —dice Kaycee, y luego le echa cereales encima.
Joules la mira con el ceño fruncido y la tira a la hierba.
Sí. Hora de irse.
Tam y yo nos apresuramos a entrar, cerramos la puerta trasera y nos reímos. El
aspersor del patio trasero, que funciona mal con el mismo temporizador que el del
frente, se activa y oigo los gritos de Kaycee.
—Acabo de hacer brownies de tortuga. —Mi madre los pone en la encimera,
como si no pasara nada. Lo mismo que hizo durante las tres semanas que Tam y yo
nos quedamos aquí. Todo sigue igual. Es un día normal y nadie va a morir.
Supongo que es un testimonio de cómo vivimos nuestras vidas. ¿Qué pasaría si
solo te quedara un año de vida? ¿Seguirías haciendo lo de siempre o cambiarías las
cosas? Me gusta mi vida. A mi familia le gusta su vida. Seguiríamos con todo esto.
Joules y Kaycee entran por la puerta de atrás, empapados. Cada una toma un
enorme y pegajoso brownie de la bandeja, se sirven un poco de leche y se dirigen
juntos a la sala.
—Toma. —Tam también me sirve un brownie y me siento con mi hermano a un
lado y mi novio al otro. Es un poco apretado con cuatro adultos en un sofá, pero nos
arreglamos. Comemos brownies. Bebemos leche. Vemos una película.
Cuando se hace tarde y Joules se lleva a Kaycee arriba, lo entiendo.
Quieren su propio tiempo para despedirse, como solo lo hacen los amantes.
—Vamos a usar el telescopio —me dice Tam, así que nos abrigamos y salimos
fuera. De pie sobre la hierba y mirando hacia arriba, utilizamos una aplicación de mi
teléfono para colocar el telescopio de forma que podamos verla.
La Nebulosa del Corazón.
Esa estúpida constelación de mierda.
Lo apago y me inclino hacia el telescopio para gritar al cielo nocturno.
—¡Te odio Casiopea! —grito, y Tam se ríe. Parece que no puede parar de reír,
doblado por la cintura con la manta prestada colgando a ambos lados.
—Dile a esa nebulosa de emisiones quién manda —murmura Tam, girando la
cabeza para mirarme—. Sé que debería odiarla por lo que te ha hecho, por lo que aún
planea hacerte. —Tam hace una pausa y se endereza, quitándose la manta de los
hombros y añadiéndola a los míos. Esbozo una pequeña sonrisa y me la arropo—. Lo
que nos hizo. Aunque es difícil enfadarse cuando te trajo a mí.
—¿Puedes parar, por favor? Hoy no estás de servicio, Tam Eyre. —Le golpeo
con el hombro, pero él se limita a sonreír un poco más. Entramos por más brownies y
nos encontramos a mi madre llorando en la mesa del comedor.
Es ese tipo de noche.
Hay dos caras: una feliz y otra jodidamente triste.

Nos bebimos el último boba, el último boba... el


vaso está... vacío...
Tenemos una gran barbacoa en el patio trasero con todas las comidas favoritas
de Joules.
La vista de la mesa de picnic cubierta de cuencos de patatas fritas, un soufflé
de huevo que la tía Lisa estropeó tres veces antes de acertar, un enorme cuenco de
manzanas verdes porque mi hermano es un bicho raro y las Granny Smith son sus
favoritas.
Joules está tumbado en la hierba frente al árbol, con la cabeza echada hacia
atrás y los ojos cerrados. El sol le baña la cara, convierte su sonrisa en oro. Parece
que ya se ha ido, y no puedo soportarlo. Miro a Tam y él estira la mano para echarme
el cabello hacia atrás.
—Ve —me dice, y lo hago. Corro hacia Joules y me tiro al suelo a su lado.
Llevamos aquí desde que salió el sol, y cada vez es peor.
Porque son las dos y cuarto y no queda mucho tiempo.
—Contar los segundos mágicos hasta que una fuerza desconocida acabe con
tus parientes, eso es bastante duro, ¿no crees? —pregunto, tratando de hacer un poco
de humor negro. A Joules le funciona y sonríe un poco más. Baja la barbilla y me mira.
Veo a Kaycee paseando por la hierba a unos metros de nosotros, mordiéndose
la uña del pulgar, pensativa.
—Al menos me enamoré primero —comenta Joules, volviéndose hacia el árbol.
Estaría bien que tuviera flores. Hojas, por lo menos. Aún hace calor, y es agosto, pero
no es más que un montón de palos estériles. Muchas gracias, Joe. Será mejor que cuides
de Joules.
Se me sube la bilis a la garganta, me vuelvo hacia Joules y me agarro a la parte
delantera de su camiseta. Aprieto los dientes. Quiero gritar y llorar al mismo tiempo.
Quiero golpear a otra influencer. Quiero beberme otro boba. Quiero desplomarme y
morir, pero también quiero ser fuerte por él.
—¿Por qué? ¿Por qué pasaste todo ese tiempo conmigo cuando deberías haber
estado tratando de romper tu propia maldición? No lo entiendo, Joules. No lo
entiendo.
Tiene los ojos húmedos mientras se burla y se pasa la mano por la mitad inferior
de la cara.
—No pude salvar a Joe, pero pude salvarte a ti. Lake, sabes que daría mi vida
por ti. Lo he hecho. Lo hice.
Le empujo, pero me agarra para poder abrazarme, y es el peor momento de
mi vida.
Decir adiós a Joules es... una tortura.
Nos abrazamos y ya son las tres.
Tam trae algunos platos de comida, y todos comemos perritos calientes y Joules
saca las peores fotos mías con el disfraz de perrito caliente para poder burlarse de
ellas. Kaycee se sienta en su regazo. Kaycee llora en su hombro. Joules desaparece
brevemente en el patio delantero para hablar con mi padre y mis tíos. Se hace fotos
con Lynn, María, Luna y Ella.
Sostiene a mi madre mientras llora.
Son las cuatro.
Quedan 42 minutos.
Todos se sientan lo más cerca posible del árbol, charlando, relajándose. Estoy
en el regazo de Tam, pero mis ojos están en Joules. Todos nuestros ojos están en
Joules.
Son las cuatro y cuarenta, y empiezo a sentir el comienzo de un ataque de
pánico.
Entonces el reloj vuelve a sonar y Joules inhala violentamente por primera vez.
Salgo del regazo de Tam y me agarro a los hombros de mi hermano.
—Mírame —le susurro, conteniéndome solo por este último momento. Me
necesita ahora. Me necesita aquí. Kaycee está arrodillada a su otro lado, frotándole la
espalda, con lágrimas cayendo por su cara—. Estás bien. Estamos aquí juntos.
Estamos aquí.
—Te amo, Joules Frost —le dice Kaycee, besándole la mejilla.
A la manera típica de Joules, se ríe entre jadeos.
—Creo que podemos tener más de un alma gemela —dice Joules,
estremeciéndose con su siguiente y traqueteante inhalación—. Y no tienen por qué
ser románticas. —Se vuelve hacia mí, y sé que será la última vez que lo haga—. Joe y
tú son mis almas gemelas. Deberían haber sido mis parejas. Habría dado cualquier
cosa por él, pero al menos pude salvarte. —Y entonces se vuelve hacia Kaycee y le
toca con la mano un lado de la cara—. Eres la primera y única mujer a la que amaré.
Sonríe, y ni siquiera es una frase porque Joules está a punto de morir. Kaycee
es realmente la única mujer a la que amará. Me agarro a él, le rodeo el cuello con los
brazos y se me saltan las lágrimas.
—¡No quiero vivir sin ti! —le grito, pero ya respira demasiado fuerte para
responder. Jadea y se ahoga, y me abandona igual que Joe. No puedo detenerlo. No
puedo salvarlo.
Kaycee y yo lloramos mientras mis tíos y mi padre nos ayudan a tumbar a Joules
en la hierba, con sus ojos azules fijos en las ramas desnudas de Joe. Inhala y hay una
larga pausa. Exhala y hay otra larga pausa. Le echo el cabello hacia atrás; mi madre
se aferra a su camiseta; Tam me abraza; Kaycee le acaricia la cara.
Otra inhalación. Una pausa. Una exhalación.
Nada.
Silencio.
El único sonido es el de mi tía Lisa, llamando a otra ambulancia.

Hay un minuto entero en el que nadie se mueve. Joules no respira. La marca en


su muñeca no desaparece como lo hizo la mía. No hay última oportunidad salvo para
mi hermano mayor.
Me desplomo sobre mi trasero y Tam me abraza por detrás. Alguien empieza
a gemir y Ella corre al patio delantero a recibir a los paramédicos.
—Se ha ido —susurro, mirando el cuerpo inmóvil de Joules en la hierba—. Lo
perdí. Me salvé y lo perdí.
—Se entregó a ti. Eso es completamente diferente. —Tam apoya su cabeza
contra la mía, meciéndome suavemente. No puedo calmarme porque ni siquiera
puedo sentir. Aún no hay tristeza porque no hay nada. Soy una cáscara vacía, una
persona sin alma, una hermana sin corazón—. Él te amaba tanto, Lake. Tanto, tanto.
Ahora lloro suavemente, y Kaycee también, tumbada en el pecho de Joules.
Lleva muerto varios minutos. Creo que oigo las sirenas calle abajo.
El viento sopla y noto algo extraño.
Un único y sedoso pétalo rosa flota desde lo alto y miro hacia arriba.
El árbol está floreciendo.
El árbol está floreciendo, sus ramas estallan de un rosa salvaje y exuberante. Es
descarado contra el cielo azul y las nubes blancas. Absolutamente desvergonzado.
Joules. Este es Joules. ¡Puedo sentirlo!
Me levanto del regazo de Tam y corro hacia el árbol, apoyando las manos en el
tronco. Hay energía en este árbol, una sensación en mí de que estoy bien aquí. Estoy
a salvo. Que me quieren. Es Joules.
Me doy la vuelta y tropiezo con él, cayendo de rodillas junto a su cuerpo. Tiene
los ojos abiertos pero no ve nada, los labios entreabiertos y el pecho inmóvil. Le
pongo la mano en la cara y Kaycee levanta la vista para ver lo que yo he visto. Mi
madre da un grito ahogado y mi padre maldice. El tío Rob se acerca trotando para
mirar las ramas.
Sobre nosotros, el hermoso cielo de finales de verano se transforma en un mar
azul marino y negro y plateado, una noche llena de estrellas en pleno día. En el centro
de todo, está la Nebulosa del Corazón, palpitando con una brillante luz roja. Nos baña
a todos con su resplandor del mismo modo que lo hizo mi marca de maldición la noche
anterior a que Tam y yo rompiéramos la maldición.
—¿Qué demonios? —susurra Tam, agarrándose a mi brazo. No puedo apartar
los ojos del cielo, y entonces siento un horrible ardor en la muñeca, en el vientre, en
el pecho. Respiro entrecortadamente, al unísono con el resto de mi familia.
Mi madre y mi tía Lisa y mi abuela y mi tía Mandy y María y mi tío Rob y mi tía
Daphne y mi tío Peter y Lynn.
Cualquiera con el nombre Frost; todos con la sangre Frost.
Mi madre cae de rodillas. La tía Lisa tropieza con la pared. Lynn se cae mientras
abre la puerta trasera para Ella y Daniel, Jacob y los paramédicos. Respiro otra vez,
pero no lo consigo. Me ahogo. Otra vez.
Tam me sujeta cuando caigo de espaldas en sus brazos, me baja a la hierba, se
sube encima de mí. Me toca la cara, mueve los labios sin que salgan palabras. Ya no
oigo nada. No puedo verlo. No puedo respirar.
No veo más que estrellas.
CAPÍTULO SETENTA Y UNO
TAM
Pongo mis manos sobre el pecho de mi novia, respirando en sus labios
entreabiertos. Los paramédicos lo intentan con otros familiares de Lake, pero todos
están quietos y callados y...
—Despierta, Lake —exhalo, con lágrimas corriéndome por la cara. ¿Qué
demonios está pasando? Esto no puede estar pasando. Todavía estoy aquí, así que
ella no puede irse. No puede.
El padre de Lakelynn llama a gritos a su mujer y a sus hijos, y Luna llora por
Lynn. Greg, el marido de Lisa, la toma en brazos y la saca por la verja al patio
delantero. Tal vez esté pensando en agarrar el coche e ir al hospital, pero no me
atrevo a detener mis esfuerzos de reanimación cardiopulmonar para intentarlo.
Necesito oxigenar a Lake. Tengo que hacerlo. Se despertará. Se va a despertar.
El árbol está floreciendo; el cielo se llena de estrellas durante el día; la Nebulosa
del Corazón está tan cerca de nosotros que ocupa la mayor parte del cielo. Esto es
magia. Estoy viendo magia.
He confiado en Lake durante un tiempo, he creído en lo imposible simplemente
porque ella me lo pidió. Aquí estoy, recibiendo todas las pruebas que nunca necesité.
Jacob grita algo que no puedo oír mientras Daniel ayuda a los paramédicos,
ofreciendo reanimación cardiopulmonar a María.
—¿Qué demonios está pasando? —susurra Kaycee, mirando las ramas del
árbol y el cielo más allá—. ¿Qué demonios?
Los pétalos marrones empiezan a caer, cubriendo el cuerpo de Lake. Levanto
la mirada y veo que ese árbol, el que está plantado en el suelo de Joe, el que floreció
espontáneamente sin motivo alguno, se está muriendo. Se está muriendo ante mis ojos
en tiempo real.
Vuelvo a concentrarme en Lake, respirando por ella, llorando por ella,
suplicándole.
No se mueve.
Durante once minutos, Lakelynn Frost está legalmente muerta.
El amor de mi vida ha muerto.
El amor de mi vida.
Mi corazón.
CAPÍTULO SETENTA Y DOS
LAKE
Veo estrellas. Soy trascendente y puedo ir a cualquier parte, ser o hacer
cualquier cosa. Morir es como nacer. Estás aquí y luego estás en otra parte. Eso es
todo: movimiento. Creo que estoy muerta. No, estoy segura.
Mi mano busca a Joules, a Joe. Están en algún lugar a mi alrededor; puedo
sentirlos. Pero no puedo hablar con ellos. Aquí no es así, sea donde sea. Puedo sentir
algo que se desenrolla dentro de mí, una energía que impregna todo mi corazón y
toda mi alma.
—Esta es mi última oportunidad de decir adiós. —Es Joe, susurrándome—. No
quiero dejarlos chicos, pero tengo que hacerlo. Estarás bien ahora, Joules. Estarás bien,
Canoa. Te quiero mucho. Mucho, mucho. Bebe un poco de sol en una taza por mí, ¿de
acuerdo?
Hay una fuerte sensación de ser amado, y luego hay una caída.
Veo el cielo y me veo a mí misma, con la mano tendida hacia las estrellas, hacia
Joe.
Caigo hacia abajo hasta que golpeo algo que me duele.
Me despierto arrastrando un suspiro al mismo tiempo que todos los demás
miembros de mi familia. Vuelvo a la vida. Ahogándome y arañando los brazos de Tam,
sintiendo sus lágrimas calientes en mi cara.
—Dios mío, joder —repite Tam una y otra vez, abrazándome, arrastrándome
hacia su pecho, apretándome demasiado fuerte. Parece darse cuenta, así que me
suelta, ayudándome a recuperar el aliento. Me frota los hombros, me susurra ánimos
al oído.
Mis dedos se enroscan en un manto de pétalos marrones, y alzo la vista con ojos
sombríos para ver que el árbol que florecía tan hermosamente hace un segundo está
ahora muerto.
—Está muerto —susurro, horrorizada.
—Estuviste muerta. Durante once minutos —susurra Tam, como si no se
atreviera a hablar más alto—. Estuviste muerta, Lake. —Me agarra, se aferra a mí, me
ama a través del caos.
«Estarás bien ahora, Joules». Eso es lo que dijo Joe. Joe. No un producto de un
cerebro moribundo, sino Joe.
No quiero dejar la seguridad y el calor de los brazos de Tam, pero tengo que
ver. Tengo que saberlo. Me giro y entonces lo encuentro allí, devolviéndome la
mirada.
Es Joules.
Joules está sentado y Kaycee le abraza con los brazos alrededor del cuello.
Respira con dificultad y me mira fijamente. Yo respiro con dificultad y le devuelvo la
mirada.
No puedo evitarlo. Mis ojos vuelven a desbordarse y saboreo la sal y la hierba
y la esencia de Tam cuando me chupo los labios.
Mi pareja me ayuda a acercarme a mi hermano y nos ponemos las manos en la
cara.
—Joe —susurro, y Joules asiente porque no puede hablar. Porque está vivo
cuando no tiene derecho a estarlo. Extiende la muñeca y ambos vemos que la marca
ha desaparecido.
—La maldición se ha roto —grita María con un rasguño áspero—. No tengo mi
marca.
—Yo tampoco tengo mi marca —respira Lynn, y hay paramédicos que parecen
realmente confundidos, sinceramente asustados hasta el final. Daniel está... estoico.
Jacob está ceniciento y se balancea sobre sus pies.
Me vuelvo de nuevo hacia Joules mientras mi padre sostiene a mi madre en
brazos y el tío Rob se sienta en la hierba, mirando el árbol de Joe.
—Acabo de presenciar magia en la vida real —susurra Kaycee, pero más como
si hablara consigo misma que con nadie más. Agarra la cara de mi hermano con sus
manos temblorosas y él la mira con los ojos azules muy abiertos. Parpadea. Inhala—.
Acabo de ver magia. Joules, te amo. Dios mío, te amo.
Y vimos magia. Pudimos experimentarla antes de que desapareciera. Como si
tal vez la maldición no fuera una maldición después de todo, sino una bendición. Joe
cambió la bendición de la familia por la vida de Joules. Lo sentí allí en ese espacio, un
accidente en el universo que tal vez nunca estuvimos destinados a conocer.
Emparejado con alguien a quien podíamos amar, pero quemando una mecha rápida
y caliente.
Rodeo a Joules con los brazos y él me devuelve el abrazo, meciéndome. Esta
vez ni siquiera intenta fingir que no llora. Tam me frota la espalda y estoy segura de
que él también está llorando.
—No lo entiendo, pero se lo debo todo a Joe, joder. —Joules suena a la vez
asombrado y molesto, como si no pudiéramos salvar a Joe, pero Joe pudiera salvarnos
a nosotros. Se ríe, pero también llora.
Así es la vida, reír llorando. Llorar riendo.
Diría que fue el amor lo que rompió la maldición, pero eso no es justo. Joe fue
amado. No podríamos haberlo amado más. Mi tía Clara fue amada. La bisabuela
Louise era amada. La gente no muere porque no la amas lo suficiente. A veces,
simplemente mueren.
Pero hoy no.
Así que, tal vez fue amor en cierto modo porque creo que fue Joe. Joe salvó a
Joules y Joules me salvó a mí.
—Fue Joe —repite Joules cuando la familia Frost desciende sobre él, la gente
llora y habla por encima de los demás—. Fue Joe, Lisa. Vi a Joe.
Joules besa a todo el mundo, y luego besa dos veces a su hermana.
—Mereces todos los sacrificios. —Mi hermano se levanta y se acerca a donde
está Kaycee, que hace todo lo posible por no molestar. La toma en brazos y la besa
de una forma totalmente distinta a como me besó a mí.
—Sé mi novia, Kaycee Quinn —murmura él, y ella le niega con la cabeza.
—Preferiría ser tu esposa —susurra, y Joules se ríe. Él se ríe, le mete una mano
en el cabello y vuelve a besarla.
—Esposa entonces —gruñe, y entonces no puedo soportarlo.
Me doy la vuelta y me encuentro con Tam, de pie y mirándome con tal
reverencia que podría sobrevivir el resto de una vida muy larga solo con esa mirada.
—Te amo, Tam Eyre —le digo, pero él se ríe y acorta la corta distancia que nos
separa, sujetándome la cara entre sus manos grandes y cálidas.
—Te amo muchísimo, Lakelynn Frost. —Tam vuelve a besarme, oigo a Joules
reír y... en algún lugar, Joe me dice adiós con la mano.
CAPÍTULO SETENTA Y TRES
JOULES
1 boba más tarde... (esa misma noche)
Kaycee y yo estamos sentados en el borde de mi cama.
Me resultó casi imposible dejar a mi familia para venir aquí, reconciliarme con
el hecho de estar vivo después de haber estado realmente muerto. Estaba muerto, y
Joe estaba allí. Ya no estoy seguro de que esté, tal vez se fue para empezar una nueva
vida en otro lugar, pero no lo sé.
—¿Cómo fue? —susurra mi futura esposa, con sus dedos enredados en los míos.
Me vuelvo hacia ella, pero no puedo obligarme a decirlo. Porque no hay
palabras. Fue movimiento y amor, y eso es todo lo que sé. Joder, bueno, supongo que
les debo algunas disculpas a mis antepasados. Siempre pensé que eran unos idiotas
por negarse a escribir sobre esto.
Hago fuerza con los labios para sonreír y hundo los dedos en el cabello oscuro
de Kaycee. Sus grandes ojos marrones se llenan de lágrimas, pero se las quito de un
beso. Mi muñeca está desnuda. Estoy vivo. Mi hermana está viva. Joe está muerto,
pero la vida nunca es perfecta. Es solo... vida. Imperfecta y hermosa.
—Nunca volveré a dar por sentados ni a ti ni a mi familia ni a nada. —Apoyo la
mano en la cara de Kaycee y ella se inclina hacia mí. Llaman a la puerta, pero se abre
antes de que pueda decir nada más.
Lake y Tam, van tomados de la mano mientras entran juntos en mi habitación.
Entonces solo quedamos nosotros cuatro, la idea de la magia y la sensación de
que tenemos un largo futuro por delante.
—Hemos roto la maldición —dice Lake, y Tam se lleva la mano a los labios para
besarle los nudillos. Desde que morí y volví a la vida hoy, le doy un poco de gracia al
tipo. No es tan malo. Podría haberlo hecho mucho peor—. Joe rompió la maldición de
todos.
—Eso significa que nuestros futuros hijos tampoco estarán malditos, ¿verdad?
—pregunta Tam, con un asombro en la voz que se refleja en la cara de Kaycee, en la
sonrisa de mi hermana.
—¿Por qué no empezamos con eso, KQ, para que podamos averiguarlo? —
gruño, y Kaycee resopla. Sus mejillas se sonrojan y sonrío mientras me inclino para
morderle el labio inferior.
—Quizá dentro de diez años, Joules Frost. —Se levanta y extiende la mano,
levantando una ceja en señal de invitación—. ¿Telescopio? —susurra. Tomo su mano
entre las mías, agarro la de mi hermana con la otra y los cuatro formamos una cadena
que baja las escaleras hasta el patio.
El resto de la familia se une a nosotros, un grupo de corazones cálidos y ojos
maravillados que miran hacia el cielo.
Colocamos el telescopio y miramos a través de él, y ahí está la Nebulosa del
Corazón mirándonos desde el otro lado de la galaxia. Estrellas y un césped cubierto
de pétalos marrones. Un árbol muerto.
Esperanza.
Suelto una pequeña carcajada y me froto la boca con la mano.
Tam abraza a Lake y la mece de un lado a otro. Mis padres se miran como si
hoy se hubieran vuelto a enamorar. La tía Lisa está sentada en una silla con la foto de
Joe en el regazo, sonriendo.
El estúpido representante de Tam se pasea y maldice mientras su
guardaespaldas se apoya en la pared y habla con Ella en voz baja y reverente. Porque
lo vio. Todos lo vimos.
Magia.
—Lo hicimos —dice Lake, acercándose a mí—. Lo hicimos, Joules.
—Lo hicimos —respondo, envolviéndola con mis brazos y mirando al cielo.
Tam y Kaycee permanecen cerca, e imagino que los cuatro pasaremos mucho tiempo
juntos. Porque si tienes tiempo, utilízalo sabiamente—. ¡Gracias, Joe! —exclamo, y
Lake se ríe.
Otro dron vuela hacia el patio y el tío Rob toma la escopeta.
Gracias a Dios.
Quién sabe qué historias contarán los paramédicos sobre lo que vieron.
¿A quién le importa?
El dron arruinado cae en la nube de pétalos marrones sobre el césped mientras
abrazo a mi hermana y a mi novia.
Y esa es la historia de cómo la Familia Frost rompió la maldición.
Paz y amor y toda esa mierda.
Adiós y buenas noches.
EPÍLOGO
LAKE
Setecientos dos bobas después... (jaja, okey, te lo
haré fácil: eso son unos dos años en tiempo de
boba).
El vestido de novia de Kaycee es precioso, este vestido de verano corto y de
encaje con un corte hasta el muslo. Añadió una gorra y zapatillas blancas con lazos de
encaje y un toque de purpurina. Parece una estrella del pop, lo cual es aceptable.
Tenemos muchas estrellas del pop famosas en la familia Frost, estrellas del pop
que creen en la magia de verdad.
Estoy de pie junto a la futura esposa de mi hermano mientras revisa su aspecto
en el espejo de pie de mi dormitorio. La boda de hoy se celebra en el patio trasero,
bajo el árbol que solo florece si es una noche especialmente clara con muchas
estrellas. De lo contrario, es estéril pero hermoso el resto del año.
—No puedo creer que hayamos tardado tanto en llegar al altar —murmura
Kaycee, mirándome con una ceja levantada. Levanto mi propia mano, adornada con
un anillo de boda, y al menos tengo la decencia de parecer culpable.
—Lo siento, pero Tam es persistente.
—¿Y Joules no? —Kaycee pregunta, pero lo hace con una sonrisa—. Esto es
mejor. Nos hemos tomado nuestro tiempo y no nos hemos precipitado. Tú y Tam
murieron juntos, así que tiene sentido que aten el nudo primero.
—Me encanta que sepas lo de la maldición —le digo, y ella se ríe, dejando que
le dé un beso en la mejilla. Nunca te imaginarías que hace poco estaba intentando
robarle el novio a esta mujer. En lugar de eso, hicimos un intercambio y ella se quedó
con mi hermano gruñón y renegón en lugar de Tam—. ¿Nos vemos abajo?
—Diablos, no. Ya estoy lista. —Kaycee se ajusta la gorra y bajamos las
escaleras para encontrarnos con Tam y Joules esperándonos—. Tienes suerte de que
me haya arreglado así —le dice a Joules, y él se burla. ¿Pero sus ojos? Está
enamorado.
Sinceramente, es asqueroso.
—¿Puedes follarte con los ojos a tu nueva novia después de la ceremonia? —
pregunto, asintiendo con la barbilla en dirección a la puerta mosquitera. Después de
esto, Tam y yo iremos con Joules y Kaycee a un lugar no revelado para tomarnos un
tiempo libre. Tam no ha pasado más de un puñado de días fuera del trabajo desde
que nos casamos el año después de que se rompiera la maldición.
Ah, y también tenemos un perro.
Me agacho y le rasco su sedosa oreja. Le puse Jet porque en nuestra familia hay
muchos nombres con J. Parece que encaja. Es blanco y negro y precioso.
—Me follaré con los ojos a tu hermana —bromea Tam, y Joules aprieta los
dientes.
—No estás invitado a mi boda —gruñe, pero luego se da la vuelta y tiende el
brazo para que Kaycee lo enlace. Joules se ablanda hacia ella, se pone cariñoso. Finjo
suspirar irritada, pero me ignora.
Mientras Joules y Kaycee tienen su momento, me dirijo a Tam.
Me mira con párpados un poco caídos, las manos metidas en los bolsillos de
sus pantalones negros. Su camisa de vestir es rosa pálido y lleva tirantes grises y botas
a juego. Está así de cerca de aparecer en un vídeo musical. De hecho, es posible que
los tirantes sean del último que hizo.
—No puedo creer que estemos aquí juntos, ahora mismo —le digo a Tam, y el
borde de su labio se tuerce en una sonrisa—. Que hayamos sobrevivido. Joules
sobrevivió. Incluso Allison.
Pero Joe no, y todavía tengo que lidiar con eso cada día. Hay una paz que crece
con cada bocanada de aire que respiro, con cada boba que sorbo, con cada concierto
de Tam Eyre al que asisto.
Ahora soy una gran Tambourine. Incluso puedo repetir el eslogan —guapas,
seguras y fieles a nosotras mismas— sin echarme a reír. Puede que la música de Tam
no sea más que pop y puede que no signifique nada en comparación con las estrellas,
los árboles y las nebulosas del corazón, pero hace feliz a la gente. Les une. Es una luz
en un mundo a veces oscuro.
Quizá no haya mucha magia en este lugar, pero hay un poco, y si aprendemos
a escuchar y a buscarla, podemos encontrarla. En el dibujo de un copo de nieve. En
una puesta de sol. En las estrellas de una noche clara. En los ojos de Tam cuando me
mira.
—En contra de mi buen juicio, creí que lo que me contabas sobre la maldición
era real. Vi un árbol florecer a punto de caer y luego morir con la misma rapidez. Vi
un cielo diurno convertirse en estrellas y vi morir en mis brazos a la mujer que amo.
—Tam respira hondo, pero no se mueve. Todavía no—. Vi a tu familia caer al unísono,
y despertar al unísono. Lake, no hay nada en nosotros que sea creíble. Somos
increíbles juntos.
Se me corta la respiración y me acerco un poco más a él, entrelazando los
dedos en su cabello de fresa.
—Gracias por amarme, para que no muriéramos —digo, con toda seriedad.
—De nada —bromea Tam, envolviéndome y besándome de nuevo. Tenemos
una casa aquí, pero no la visitamos tan a menudo como nos gustaría. La carrera de
Tam nos mantiene en vilo, y la de Kaycee la tiene atrapada a ella y a Joules. Así que,
cada vez que volvemos a casa así, juro que Tam debe saborear todo ese agridulce en
mis labios.
—¿Puedo casarme, por favor, o van a follar aquí mismo, en la sala de mamá? —
Joules resopla y Kaycee se ríe. Tam y yo nos miramos porque anoche ya hicimos lo
que Joules sugiere.
Nos dirigimos al exterior para una boda sencilla y fácil en un día de verano en
el noroeste de Arkansas.
El aire huele a flores y todas están en flor, excepto el impredecible árbol.
Joules se casa con Kaycee, y yo llevo en el dedo un anillo que conseguí en una
tienda de té boba. Tam y yo nos sentamos con nuestro perro en una silla plegable y
nos tomamos de la mano mientras miramos al cielo.
Nos tomamos las vacaciones con mi hermano y su nueva esposa, y luego nos
metemos de lleno en una nueva gira mundial.
Tam Eyre es jodidamente increíble, y no descansaré hasta que todo el mundo
lo sepa.
CAPÍTULO EXTRA
DANIEL KANG (SÍ, EL GUARDAESPALDAS)
30 bobas después de la boda... (porque todo
personaje se merece su boba, ¿no?)
Me acerco a esa chica, Ella, la de las gafas a la que he echado el ojo desde hace
unos años. Nos vemos de vez en cuando y siempre nos mandamos mensajes.
Hablamos todas las noches durante horas, pero no ha pasado nada más.
Debería meterle la lengua hasta la garganta, pienso, y entonces resoplo, y Ella
me lanza una mirada extraña. Me gusta la forma en que me mira como si estuviera
lleno de mierda. Me gusta cómo me dio un codazo en la cara y me hizo sangrar una
vez. Me gusta que lleve tutús pero que no sepa que son tutús.
Ahora lleva uno, fucsia, sobre unos leggings negros. Tiene veinticinco años y
no le importa una mierda que la gente la mire. Es posible que lleve tiempo
enamorándome.
—Sigo esperando que me invites a salir, pero no lo haces. Me molesta, si te soy
sincera. —Ella se vuelve hacia mí, con la boca fruncida adorablemente. Su cabello
castaño enmarca su bonita cara y me marea un poco.
Le devuelvo el parpadeo, estoico. Siempre soy estoico.
Excepto ahora mismo, entre bastidores en un concierto en... ¿dónde estamos?
Me acerco a Ella, que casualmente está junto a Jacob, Lakelynn y Elena, la madre de
Tam. Mientras Tam canta Sweet Honey en el escenario ante miles de personas, beso a
mi chica delante de todo el equipo de bastidores y me siento el hombre más
afortunado del mundo.
—Oh —susurra Ella mientras yo retrocedo y mi mirada se desvía hacia un
lado—. Daniel...
Ahora no, maldita sea.
Una chica corre por el escenario en zapatillas de deporte, con una camiseta de
Tambourine y un palo luminoso en la mano.
—¿Tomas algo conmigo esta noche, después del espectáculo? —pregunto sin
aliento, mirando a Ella. Se sube las gafas por la nariz y asiente—. Maravilloso.
Salgo corriendo y consigo atrapar a la fanática justo antes de que aparezca en
el escenario con Tam.
Es una noche larga, pero al menos ahora tengo algo que esperar.
—¿Cómo está tu prima Lynn? —le pregunta Jacob a Lake distraídamente, y yo
me río mientras arrastro a la fan llorosa por la habitación y salgo por la entrada
trasera.
Le hago firmar un acuerdo de confidencialidad, le doy una tarjeta exclusiva con
Tam semidesnudo y cierro la puerta.

FIN: ¡FELIZ CONSUMO DE BOBA!


ACERCA DE LA AUTORA

C.M. Stunich es una bibliófila confesa, amante de los tés exóticos y de toda una
serie de personajes que viven a tiempo completo dentro del extraño y arremolinado
vórtice de sus pensamientos. Algunos dirán que es una locura, pero a Caitlin Morgan no
le importa, sobre todo teniendo en cuenta que tiene que escribir biografías en tercera
persona. Ah, y la mitad de los personajes que tiene en la cabeza son chicos malos y
calientes, con bocas sucias y manos hábiles (entre otras cosas). Si estar loca significa
salir con ellos todos los días, C.M. ha decidido internarse.
Odia el pudin de tapioca, le encantan las películas de terror y es esclava de
muchos gatos. Cuando no está aspirando pelos del sofá, a C.M. se la puede encontrar
con la nariz metida en un libro o los ojos pegados a la pantalla del ordenador. Es autora
de más de cien novelas: románticas, para adultos, fantásticas y juveniles. Acompáñela
en su locura. Hay mucho que hacer allí.
Ah, y a Caitlin le encanta charlar (incesantemente), así que no dudes en enviarle
un correo electrónico, un mensaje de Facebook o hacer señales de humo. Ella ya lo está
deseando.

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