Iydlmwbd Cms
Iydlmwbd Cms
Iydlmwbd Cms
¡Cuidémonos!
CRÉDITOS
Traducción
Mona
Corrección
NikkySteffa
Niki26
Karikai
Queen
Diseño
Bruja_Luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE ______________ 3 CAPÍTULO VEINTIUNO _______ 212
CRÉDITOS ________________ 4 CAPÍTULO VEINTIDÓS _______ 225
SINOPSIS _________________ 7 CAPÍTULO VEINTITRÉS ______ 245
Nota de la autora (contiene CAPÍTULO VEINTICUATRO ____ 251
pequeños spoilers): __________ 9 CAPÍTULO VEINTICINCO ______ 257
TÉ DE BURBUJAS - SUSTANTIVO 10 CAPÍTULO VEINTISÉIS _______ 263
REGLAS DE LA MALDICIÓN ____ 11 CAPÍTULO VEINTISIETE ______ 267
CAPÍTULO UNO ____________ 12 CAPÍTULO VEINTIOCHO ______ 280
CAPÍTULO DOS ____________ 22 CAPÍTULO VEINTINUEVE _____ 289
CAPÍTULO TRES ___________ 33 CAPÍTULO TREINTA _________ 294
CAPÍTULO CUATRO _________ 42 CAPÍTULO TREINTA Y UNO ____ 305
CAPÍTULO CINCO ___________ 48 CAPÍTULO TREINTA Y DOS ____ 314
CAPÍTULO SEIS ____________ 54 CAPÍTULO TREINTA Y TRES ___ 322
CAPÍTULO SIETE ___________ 63 CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO _ 328
CAPÍTULO OCHO ___________ 78 CAPÍTULO TREINTA Y CINCO ___ 335
CAPÍTULO NUEVE __________ 92 CAPÍTULO TREINTA Y SEIS ____ 354
CAPÍTULO DIEZ ____________ 100 CAPÍTULO TREINTA Y SIETE ___ 367
CAPÍTULO ONCE ___________ 108 CAPÍTULO TREINTA Y OCHO ___ 374
CAPÍTULO DOCE ___________ 124 CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE __ 378
CAPÍTULO TRECE __________ 131 CAPÍTULO CUARENTA _______ 390
CAPÍTULO CATORCE ________ 147 CAPÍTULO CUARENTA Y UNO __ 409
CAPÍTULO QUINCE __________ 155 CAPÍTULO CUARENTA Y DOS __ 416
CAPÍTULO DIECISÉIS ________ 166 CAPÍTULO CUARENTA Y TRES __ 422
CAPÍTULO DIECISIETE _______ 176 CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO 429
CAPÍTULO DIECIOCHO _______ 182 CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO _ 437
CAPÍTULO DIECINUEVE ______ 189 CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS __ 455
CAPÍTULO VEINTE __________ 195 CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE _ 468
CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO _ 475 CAPÍTULO SESENTA Y DOS ____ 597
CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE 485 CAPÍTULO SESENTA Y TRES ___ 606
CAPÍTULO CINCUENTA _______ 497 CAPÍTULO SESENTA Y CUATRO _ 611
CAPÍTULO CINCUENTA Y UNO __ 503 CAPÍTULO SESENTA Y CINCO __ 617
CAPÍTULO CINCUENTA Y DOS __ 521 CAPÍTULO SESENTA Y SEIS ___ 626
CAPÍTULO CINCUENTA Y TRES _ 529 CAPÍTULO SESENTA Y SIETE ___ 633
CAPÍTULO CINCUENTA Y CAPÍTULO SESENTA Y OCHO ___ 644
CUATRO_________________539 CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE __ 651
CAPÍTULO CINCUENTA Y CINCO _ 542 CAPÍTULO SETENTA ________ 670
CAPÍTULO CINCUENTA Y SEIS __ 556 CAPÍTULO SETENTA Y UNO ___ 680
CAPÍTULO CINCUENTA Y SIETE _ 562 CAPÍTULO SETENTA Y DOS ____ 681
CAPÍTULO CINCUENTA Y OCHO _ 571 CAPÍTULO SETENTA Y TRES ___ 684
CAPÍTULO CINCUENTA Y NUEVE 581 EPÍLOGO ________________ 686
CAPÍTULO SESENTA ________ 584 CAPÍTULO EXTRA __________ 689
CAPÍTULO SESENTA Y UNO ___ 591 ACERCA DE LA AUTORA ______ 691
SINOPSIS
La megaestrella Tam Eyre no sabe qué hacer con la nota arrugada que le
arrojan a la cabeza:
Lakelynn Frost, una universitaria obsesionada con las burbujas de té, tiene 365
días para enamorar a la estrella del pop más famosa del mundo.
Si ella no puede hacerlo, una vieja maldición familiar los matará a ambos.
Podría ser un problema ya que no puede conseguir entradas para ninguno de
sus conciertos con entradas agotadas.
¿Debería Lake perseguirlo con la única compañía de su malhumorado hermano
Joules?
¿Tachar cosas de su lista de cosas que hacer antes de morir, como el tío Jack?
¿Planificar su propio funeral como la tía Clara?
Pero Lake es una luchadora.
¿Y esta maldición? Viene con encuentros mágicos.
este libro está dedicado a todos mis compañeros lectores de humor.
a veces queremos leer sobre té de burbujas, maldiciones y un novio estrella del
pop
aunque también nos guste el romance oscuro y los extraterrestres y la fantasía
romántica
sé rara, que te guste todo, sigue adelante.
Nota de la autora (contiene
pequeños spoilers):
¡Hola!
Te escribo con un té de burbujas con azúcar moreno en la mano, uno con una
pajita rosa brillante y una alegre carita de emoji en la tapa. Me encantaría contarte
algunas cosas antes de que empieces a leer (si quieres). Esta nota puede contener
pequeños spoilers, así que adelante, sáltatela si quieres sorprenderte.
If You Don't Love Me We Both Die es una novela independiente, lo que significa
que es una historia completa en un solo libro. También es un romance
(hombre/mujer). Es un libro de lectura lenta, con escenas calientes. Tarda un poco
en llegar, pero una vez allí, la cosa se pone picante.
Los personajes son todos veinteañeros, y aunque este libro es sobre todo
romance contemporáneo, hay una pizca de magia. La maldición es real, y es
importante. Es una historia sobre las personas, el amor, el romance y sobre el sexo.
Para ver una lista de desencadenantes (no hay nada que yo clasificaría como
extremo en esta historia, pero por si acaso), puede visitar mi sitio web
@ cmstunich.com/webothdietw para spoilers.
Ugh. Me encanta cuando una lectura lenta se incendia.
Este libro está escrito 100% por humanos (todos mis libros lo están); no
contiene *NINGÚN* material escrito por IA, ideas o inspiración. En la creación de este
libro no se ha recurrido a la escritura fantasma.
TÉ DE BURBUJAS -
SUSTANTIVO
también conocido como boba
1. bebida taiwanesa a base de té, servida con leche o sirope de fruta y pequeñas
perlas de tapioca; los sabores son numerosos y variados, por ejemplo, fresa,
lavanda, melón dulce, rosa, azúcar moreno y taro; los ingredientes pueden ser
bolas de tapioca, boba, pudding, gelatina de cristal, nata o lo que a cada cual le
apetezca.
2. el té de burbujas se personaliza fácilmente para adaptarse al gusto de cualquier
aficionado; se pueden modificar los niveles de azúcar y hielo; se pueden añadir,
mezclar o descartar por completo los ingredientes para hacer té con leche
3. si eres una adicta al té de burbujas como Lakelynn Frost (la mujer aquejada por
una maldición familiar multigeneracional) entonces puede que sea... sol en una
taza
Espero que este libro sea para ti un sol en una taza. Que te haga entrar en calor.
Feliz lectura
REGLAS DE LA MALDICIÓN
Un compendio de conocimientos duramente adquiridos, transmitidos de
generación en generación por la familia Frost y reescritos por Lakelynn Frost
La primera vez que oigo cantar a Tam Eyre, estrello mi coche contra un
estanque.
Mi cabello verde mar atrapa la brisa mientras balanceo un brazo por la ventana
abierta, sintiendo pasar el aire, disfrutando del beso del sol. Fuera, los campos
esmeralda se pliegan suavemente en valles cubiertos de árboles. Hay granjas a
ambos lados de la carretera y una vieja gasolinera en un cruce vacío.
Me encanta Arkansas en verano.
Voy cantando a todo pulmón, con las gafas de sol medio bajadas para que el
mundo sea en parte luz y en parte sombra. No me preocupa la carretera por la que
conduzco; he tomado esta ruta cien veces en mi vida, por lo menos.
La última línea de la canción pasa a la deriva y suspiro feliz, dejándome caer
en el asiento y respirando con dificultad por la sesión de baile personal que estoy
llevando a cabo en mi coche. Mi teléfono está programado para reproducir música
nueva de forma intermitente, para animar un poco mi aburrida lista de reproducción
veraniega. La siguiente canción empieza mientras sigo marcando el ritmo con los
dedos contra el volante.
No espero oír su voz, la voz de mi Pareja.
Creo que por eso me estrello.
Definitivamente no me levanté esta mañana pensando que desencadenaría la
maldición.
Un jadeo ahogado me desgarra la garganta al chocar contra un bache de la
carretera y mis gafas de sol salen volando de mi cara. Me agarro con fuerza a ambos
lados del volante, pero me duele tanto la muñeca izquierda que siento que me voy a
morir.
Me fuerzo a soltar los dedos y giro la mano con la palma hacia arriba, para
poder ver lo que ocurre.
La marca de nacimiento de mi muñeca, con la que nací, está ardiendo. Se está
volviendo de un rojo brillante, como un tatuaje en lugar de la mancha de tejido
cicatricial blanco que ha sido hasta ahora.
—No —suspiro, mirando horrorizada la pantalla de mi teléfono. Veo el nombre
de una famosa estrella de pop debajo de la portada del álbum. Tam Eyre.
Mi visión se nubla con las estrellas. No como en un desmayo, sino como una
franja azul del cielo nocturno salpicada de diamantes plateados. Hay un cálido
resplandor rojo en el centro, una nebulosa con forma de corazón. No puedo ver nada
más que esas estrellas. No veo las manos delante de la cara. Desde luego, no puedo
ver la carretera.
He leído lo suficiente de los diarios de la familia Frost para saber que la
maldición está siendo activada, que estoy siendo emparejada con el hombre del que
seré forzada a enamorarme.
La magia se disipa... y entonces golpeo la valla.
Mientras surco la madera pintada de blanco, experimento la primera
verdadera puñalada de miedo. Acabo de descubrir a mi alma gemela a través de una
canción. Mi coche se detiene lentamente frente a un estanque, con el parachoques
bajo el agua y los neumáticos atascados en el barro.
Hay estiércol de vaca por todas partes. Una vaca blanca y negra rumia junto a
mi ventana y me mira con sus grandes ojos marrones bajo largas pestañas. Hasta lleva
un cencerro al cuello.
Me quedo sentada mirando el volante, dejando que la canción suene hasta el
final. Ni siquiera me muevo cuando el granjero cuyas tierras acabo de atravesar se
acerca a la ventanilla para llamar. Seguro que me pregunta si estoy bien.
No lo estoy.
Porque acabo de saber que voy a morir.
Mi familia ha sufrido una vergonzosa maldición desde la fundación de América.
El mismo día en que se firmó la Declaración de Independencia, mi antepasado debió
de enfadar a alguien o a algo. Se encontró maldito. Pasó la magia a través de cada
generación de nuestra familia desde entonces. No conozco la causa de la maldición,
pero sé esto: si a un miembro de la familia Frost se le da una Pareja, tiene un año para
hacer que esa persona se enamore de él.
Si no, ambos mueren.
Hah.
Esto es... una mierda.
Literalmente. Tengo estiércol de vaca pegado a mi coche.
—Dios mío —susurro, y entonces empiezo a reírme histéricamente.
Es como si el universo eligiera a la persona de la que quiere que me enamore.
Bueno, el universo acaba de elegir a Tam Eyre, la estrella de pop más famosa del
mundo.
Ahora tengo que hacer que se enamore de mí.
Seguro que irá de maravilla.
—¿Estoy maldita a morir por una estrella de pop? —susurro incrédula mientras
la canción de mi teléfono cambia a otro tema de Tam y pongo la cara entre las manos.
No miro la marca de la maldición que tengo grabada en la muñeca, una mancha roja
en forma de corazón. Me duele como una quemadura reciente, un recordatorio
inevitable de mi destino.
Si no consigo que Tam se enamore de mí, ambos caeremos muertos el mismo
día, a la misma hora, dentro de un año. Mi atención se posa en la pantalla del móvil,
en el video que está sonando en mi aplicación de música.
Ahí está Tam Eyre, superestrella internacional, haciendo un balanceo corporal
en un video musical con una iluminación sexy y atmosférica. Tam, con un primer plano
del exuberante color rosa de su boca lasciva. Tam, con tres mil millones de visitas solo
en este video.
—Sí, ambos estamos muertos —murmuro mientras el granjero intenta abrir la
puerta sin éxito. Acaba llamando al 911 cuando no me muevo de mi posición
desplomada.
Me llevan al hospital en la parte trasera de una ambulancia, pero al final no me
pasa nada. Me envían a casa con mi primo y una amable (pero firme) recomendación
de que me vea con un profesional de la salud mental. Probablemente no debería
haberles dicho que me estrellé por culpa de una antigua maldición.
Mantengo las mangas largas y rojas de mi sudadera bajadas para cubrir mi
tatuaje no deseado, para que María no lo note. Si ve la marca por accidente, se
asustará. Solo han pasado seis meses desde que la maldición mató a nuestro primo,
Joe, y la familia Frost sigue siendo frágil. El dolor aún está en carne viva.
Primero tengo que decírselo a mi hermano, Joules.
Sabrá exactamente qué hacer.
Solo que... la idea de decírselo me da mucho miedo.
1
Tambourine es una pandereta en español, pero aquí se utiliza como juego de palabras con el
nombre del cantante Tam.
madre lo llama “apasionado”. Mis primos y yo le decimos las cosas como son: Joules
es un imbécil. Pero no podría quererlo más de lo que lo quiero.
Me gruñe. Gruñe. No es solo una cosa de novio de libro: es una cosa de Joules.
—Lake —me advierte mientras doy un sorbo a mi bebida—. Voy de camino a
la grúa a recoger tu coche. No te atrevas a hablar como si ya hubiera terminado, o
haré que lo desguacen. —Joules está furioso conmigo ahora. Refunfuña en voz baja
antes de añadir (con una generosa cantidad de fanfarronería y descaro)—: Por cierto,
el coche está cubierto de mierda de vaca.
Golpe bajo.
—¿Quieres lavármelo? —le pregunto alegremente, porque aunque Joules sea
un imbécil, también es un hermano mayor y me mima muchísimo. Sé que haría
cualquier cosa por mí. Moriría por mí. Si pudiera, transferiría la maldición de mí a él.
Algún día, él también pasará por esto, y pensar que no estaré aquí para ayudarlo me
llena de dolor hasta los huesos.
—Sabes que lo haré, pero solo si pones manos a la obra. —Percibo sus dientes
apretados y su justa indignación. Hace un sonido de burla que me eriza el vello de la
nuca. Mi hermano no está contento conmigo.
—No estamos hablando del dueño de una tienda de bagels —le digo a Joules,
refiriéndome a la vez que mi prima segunda, Margaret, se encontró emparejada con
un tipo en Nueva York. Fue un asunto familiar. Todos volamos a la Gran Manzana para
ayudar. Nos llevó casi seis meses, pero lo logramos. Margaret está felizmente casada
y vive en Manhattan—. O la cajera de una tienda. —Esa pareja pertenece a mi tío
Rob—. O un amigo de la infancia. —Esa sería la pareja de mi madre, mi padre.
Sí, la emparejaron con su amigo de la infancia y su amor de toda la vida el
último día del último curso. Podría vomitar por la dulzura de esa historia si no me
pareciera tan bonita. Rompieron la maldición en un día. En un día. Solo me sorprende
que tardaran tanto.
Joules vuelve a gruñir y oigo el portazo de un coche.
—Este es Tam Eyre, el hombre que destroza récords cuando respira. ¿Viste lo
que pasó con su último álbum? Desbancó a Taylor Swift y a Elvis Presley del primer
puesto por mayor número de semanas en el número uno de las listas Billboard. ¿Qué se
supone que tenemos que hacer?
—Te diré lo que vamos a hacer —sisea Joules a través de mi teléfono. Enciende
la cámara para que pueda verle la cara, señalándome de esa manera suya. Yo no
enciendo mi propia cámara, me quedo solo con el audio—. Vamos a hacer que este
puto tipo se enamore de ti. No me importa lo que cueste.
Exhalo y cierro los ojos, apoyando la cabeza en el asiento mientras María
conduce quince kilómetros por debajo del límite de velocidad, como siempre.
Pasarán unos cuantos antes de que lleguemos a casa. Hoy estoy más que agradecida
por mi prima la lenta. Lo último que quiero hacer es contarle al resto de mi familia lo
que está pasando.
He visto a innumerables miembros de mi familia emparejarse, he visto las
marcas de nacimiento en forma de corazón de sus muñecas enrojecerse con la extraña
magia que impulsa tan insidiosa maldición. He visto cómo se enamoraban y cómo
desaparecían sus marcas de nacimiento.
También los he visto morir.
Mi bisabuela, Louise. Mi tía, Clara. Mi prima segunda, Angela. Mi otra prima
segunda, Nina. Mi tío abuelo, Jack.
Mi mejor amigo. El mejor amigo de Joules. Nuestro primo, Joseph.
El dolor me golpea como un tsunami frío, provocando escalofríos por mi piel y
haciéndome sentir enferma. Oh, Joe. Solo han pasado seis meses desde que él... y
todavía no puedo... Estaba sentada allí mismo cuando...
Por eso sé que la maldición es real; no me cabe la menor duda.
Pero ahora que me toca a mí pasar por todo esto... Me siento extrañamente mal
por Thomas 'Tam' Eyre, el icono pop al que se supone que debo seducir. O cortejar.
Engatusar. Como quieras decirle. Ahora tiene una acosadora cuya vida depende
literalmente de... ya sabes... acosarlo.
—Voy a ser una acosadora —susurro, abriendo los ojos para ver el cambio
fundido del sol cuando empieza a ocultarse tras los árboles besados por el otoño. Hay
todo este precioso oro líquido naranja, rosa e incluso un poco de morado, y no puedo
disfrutarlo. Es una pena. El verano se desliza bajo el hechizo del otoño, mi época
favorita del año. Podría ser la última vez que vea el cambio de estación.
—Vamos a salvarte la vida, Lake. —Hay una extraña pausa mientras Joules
aparta la vista de su teléfono y mira a lo lejos, como hace siempre que piensa en Joe—
. Pase lo que pase. —Una horrible sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios y
vuelve a dirigir sus oscuros ojos a la pantalla—. Secuestraré a ese hombre si es
necesario. —Su sonrisa se convierte en una mueca arrogante—. Lo mataré si tengo
que hacerlo.
—No lo harás —respondo entre burbujas de té, chupando las sabrosas perlitas
por la pajita y masticándolas distraídamente. Hoy me dieron burbujas de cristal y
burbujas pop. Me lo merezco—. No funciona, ¿recuerdas? Nos mata a los dos. Nuestro
tatara-tatara-tatara tío, Sam Frost, puso arsénico en el desayuno de su pareja. Ambos
cayeron muertos el mismo día a la misma hora, veinte días antes del fin de la
maldición.
Solo sé todo esto porque mi familia lleva un registro meticuloso de todo lo que
tiene que ver con la maldición. Eso, y que nunca cambiamos nuestros apellidos.
Siempre es un problema de la familia Frost.
—Bueno, aun así secuestraré al cabrón —protesta Joules, haciendo reír a María.
Casi se atraganta con la bebida—. La tortura no está descartada.
Suspiro.
—Joules.
—Lake.
Chupo más burbujas con la enorme pajita arco iris. Solo me quedan... bueno,
después de éste, me quedan trescientos sesenta y cuatro tés de burbujas hasta que
me muera. Cada uno debe ser saboreado, especialmente un té de frutas de sandía
como éste. El cielo.
—Te veré en casa, Lake —me dice Joules con su voz de macho alfa más molesta.
Funciona con las chicas, pero definitivamente no funciona con las hermanas—. Ahora.
—Tengo veintidós años, Joules; tomo mis propias decisiones. —Mordisqueo el
extremo de mi pajita, ignorando la mirada de Joules mientras penetra en la pantalla
de mi teléfono y me quema un agujero en el centro de la frente. Prácticamente puedo
oler el humo.
—Ven a casa o no lo hagas. Pero si no lo haces, se lo diré a la familia sin ti.
Esta vez me cuelga. Mi hermano y yo terminamos las llamadas como lo hace la
gente en las películas. Nunca decimos adiós ni aclaramos nada. Simplemente
colgamos.
Ese hijo de... No termino de pensar, mirando por la ventanilla la serpenteante
carretera suburbana que lleva a casa de mis padres. Toda la familia estará allí hoy.
Siempre nos reunimos los sábados para ver el fútbol universitario. Arkansas no tiene
su propio equipo de la NFL, así que animamos al equipo universitario de los
Razorbacks. Nunca me han gustado los deportes como al resto de mi familia, pero me
gusta que nos reunamos, llueva o haga sol. Siempre hay buena comida, aún mejor
conversación, un abrazo si quieres.
—Oye, Lake —susurra María a mi lado. Cuando miro, veo que tiene las manos
apretadas alrededor del volante, con los nudillos blancos—. Ahora que te han
emparejado... ¿tienes miedo?
No respondo por cuatro sorbos más de burbujas. Ya sabes, para fortalecerme.
Nada como explotar perlas llenas de zumo para darle fuerzas a una persona. Miro
hacia ella, con el cabello verde mar colgando hasta taparme la mitad de la cara. Mi
otra prima, Lynn, va a la escuela de belleza. Dejo que practique conmigo.
Chupo la pajita por quinta vez.
—Estoy cagada de miedo, María —admito, con un ligero temblor en la voz.
Desde que tengo uso de razón, conozco la maldición, pero nunca pensé que me
emparejaría con una triple amenaza con noventa y tres millones de suscriptores en
YouTube—. Estoy aterrorizada.
Porque si Tam no se enamora de mí en el próximo año, ambos moriremos.
Entonces tendré veintitrés años. Él tendrá... No tengo ni idea.
Será mejor que lo conozca. Y rápido.
Mi vida depende de ello.
CAPÍTULO DOS
LAKE
365 bobas restantes hasta que ambos muramos...
(el mismo día)
Cuando llegamos a la casa, nos espera un hueco libre en el camino de entrada.
La mayoría de la familia aparca sus coches a ambos lados de la tranquila calle
suburbana. Bueno, excepto mi tío Rob. Aparca en el jardín delantero, lo que vuelve
loco a mi padre.
María se acerca al todoterreno de mi madre, apaga el contacto y se sienta
conmigo en un silencio agradable mientras me armo de valor. Por muy duro que haya
sido para mí enterarme de que estoy destinada a morir, va a ser aún más duro para
mi familia.
—No sé si podré hacerlo —le digo a María, girándome para mirarla. Me mira
con simpatía y me aprieta suavemente el hombro, pero no dice nada. Porque sabe
que puedo hacerlo. Que lo haré.
Voy a hacer esto.
Salimos a una cálida tarde de finales de agosto, arrastro mis pies por el asfalto
mientras doy la vuelta al coche y subo por la acera. Lo único bueno de todo esto es
que Joules aún no ha llegado.
La puerta principal está abierta, como siempre. No recuerdo ninguna vez que
hayamos cerrado con llave. Incluso cuando no estamos en casa, la dejamos abierta.
Quizá no sea la práctica más segura del mundo, pero aquí nunca pasa nada.
María viene detrás de mí mientras entramos, nos detenemos en el vestíbulo y
nos giramos para estudiar la gran cantidad de tías, tíos y primos reunidos en el salón,
sentados alrededor de la mesa del comedor, cubriendo los restos de guisos en la
cocina.
Me siento como si hubiera aparecido en uno de los conciertos de estadio de
Tam, pero no como fan, sino como artista. Bailando en ropa interior delante de setenta
mil personas.
—¿Quieren un poco de esta cazuela de tortilla antes de que la guarde? —grita
mi madre cuando nos ve merodeando por allí. Supongo que Joules aún no le ha
contado lo de mi accidente. Y lo que es más importante, no ha llamado para avisarle
a nadie de que me han emparejado.
Aquí de pie, siento que deberían poder verlo. Lo harían si la manga de mi
sudadera no me cubriera la muñeca. Doy otro sorbo a mi té de burbujas, pero ya no
queda nada. Miro con tristeza el vaso vacío. Debería haber pedido dos.
—No tengo hambre —murmuro tardíamente, pero mi madre ya ha seguido
adelante, metiendo el plato de cristal en la nevera mientras mi tía la regaña y le
reclama que nunca le devolvió el plato de la semana pasada. Mi madre replica con su
argumento favorito sobre los cuencos mezcladores de mi bisabuela, y yo lo ignoro
todo.
Mi padre y mis tíos están sentados uno al lado del otro en el largo sofá justo
enfrente del televisor, encaramados al borde, esperando con la respiración contenida
a ver si el nuevo mariscal de campo de los Razorbacks es bueno.
—Eh... —Me aclaro la garganta y levanto la barbilla. María sigue encorvada a
mi lado, intentando parecer pequeña. Sabe lo mal que va a ir esto. Aquí nadie ha
superado la desaparición de Joe. Nadie aquí ha olvidado lo que pasa cuando la
maldición se sale con la suya con nuestra familia—. Tengo algo que...
Mi tío Rob grita con fuerza y salta del sofá levantando los brazos. Mi tío Peter se
une a él y los dos se abrazan por lo que haya pasado en el partido. No me están
escuchando ni de lejos.
Con un suspiro, levanto el teléfono y me desplazo hasta YouTube, eligiendo al
azar uno de los vídeos más populares de Tam. Lo reproduzco. Pulso transmitir. El
video aparece en el televisor, arrasando el partido en sus últimos momentos.
En menos de cinco segundos, los uniformes de fútbol rojos y blancos han sido
sustituidos por... Tam.
Trago saliva con un extraño crujido en la garganta, pero no me permito mirar
la pantalla. No quiero verlo ahora. De todas formas, ya sé cómo es. Tendrías que vivir
en Marte para no conocer a Tam Eyre.
Soy una mujer muerta. Ya estoy a dos metros bajo tierra. No hay vuelta atrás de
esto.
—¿Qué demonios...? —Mi padre está jugando con el mando a distancia, pero
le quedan pocas pilas y a veces tarda tres o cuatro intentos en registrar la pulsación
de un botón. Ya las habríamos cambiado, pero perdimos la parte de atrás del mando
hace mucho tiempo y está todo envuelto con cinta aislante negra.
Mi padre y mis tíos se vuelven para mirarme. Mi abuela deja su libro sobre la
superficie de la mesa. Mi madre y mis tías detienen sus discusiones un instante.
Todos me miran porque saben que controlo el partido.
—Tengo... —Me falla el valor. Cierro brevemente los ojos y pienso en Joules.
Si llega a casa antes de que haya dicho la verdad, lo hará de la forma más dura y
desgarradora posible. Vuelvo a abrir los ojos—. Hoy me han emparejado.
Se podía oír caer un alfiler en esa habitación.
Es tan tranquilo que el silencio es ruidoso.
—A... ¿alguien en Eureka Springs? —dice mi madre alegremente, con la
esperanza iluminando la suavidad redondeada de sus facciones. Parece un ángel; a
veces cuesta recordar que fue militar. He heredado de ella tanto mi aspecto como mi
personalidad: simpática en la cara, pero sin pelos en la lengua. Tenemos ojos
grandes, pestañas largas y lenguas de latigazo. Nadie se burla de mi madre—.
¿Conoces a alguien?
Casi me río, pero no quiero hacerle daño. No quiero hacerle daño a nadie de
mi familia. En vez de eso, miro la punta de mis zapatos. Unas zapatillas verdes con
corazones blancos que me puse para ir de excursión con mi amiga Ella al lago
Leatherwood. Ja. Vaya. Estaba tan feliz esta mañana. ¿Cómo se le permite a la vida
hacer eso? Voltear todo tu mundo al revés entre una respiración y la siguiente.
¿No habría estado bien que me hubieran emparejado con un tipo en Eureka
Springs? Un excursionista de paso, con una sonrisa y un bastón en la mano. Un cajero de
la tienda de arte del centro. Un camarero del restaurante que visité para comer.
Levanto la cabeza y miro la pantalla del televisor.
Sweet Honey es el nombre de la canción que está sonando. Nunca la había oído
hasta ahora, al menos no intencionadamente. La música de Tam suena todo el tiempo
en grandes almacenes, clubes y cafés, pero nunca le presto mucha atención. No es
que sea mala. Es solo que... ¿no es lo mío?
Vuelvo los ojos culpables hacia mi pobre madre.
No tengo que decir nada. Se desploma en los brazos de su hermana. En los
brazos de la madre de Joe. Mi tía me mira como si fuera un muerto viviente, con los
ojos marrones muy abiertos en un rostro sin sangre. Mi padre entra corriendo en la
cocina para ayudarlas a salir, con la boca fruncida y los ojos oscuros. Es el chico de
campo más rudo y salvaje que hay, pero también es un rollo de canela gigante.
—No con alguien de Eureka Springs —susurro, con la voz entrecortada. María
me rodea la cintura con los brazos, es mucho más baja que yo y le resulta fácil adoptar
esa postura. Cuando me ofrece su té con leche a medio terminar, lo tomo y bebo
hondo.
—¿Quién? —me pregunta mi tío Rob. Es el hermano de mi madre, emparejado
a los dieciséis años con una chica guapa en la tienda de la esquina cercana a su
trabajo. Rompieron la maldición en menos de tres meses.
Quiero llorar, pero no lo hago.
Miro fijamente a mi tío porque es más fácil mirarlo a él que ver cómo mis padres
se desmoronan y ver a mi tía apoyarse pesadamente contra la puerta de la nevera. La
foto de Joe está justo ahí, al lado de su cara, su recuerdo atrapado dentro de un imán.
No pienso en el día en que se hizo esa foto, cuando Joules, Joe y yo fuimos juntos a la
sala de escape.
Exhalo desordenadamente.
Utilizo mi vaso de té de burbujas vacío para señalar la pantalla en la que Tam
está bailando, vestido de pies a cabeza de blanco, con sus bailarines de apoyo
vestidos de azul para mimetizarse con el fondo.
—Él. —La palabra se me atraganta y mi prima pequeña, Lynn, jadea y se tapa
la boca con las dos manos. Nos miramos mientras ella se deja caer en una de las sillas
de roble del comedor.
—¿Él? —susurra su madre, mi otra tía, Mandy, mirando entre la pantalla y yo—
. ¿Tam Eyre? ¿Tam? ¿Tam Eyre? ¿Tam Eyre? —repite su nombre tantas veces que me
mareo—. No, Lake. Basta ya. Esto no tiene gracia.
—¡Sé que no tiene gracia! —grito, dejando caer mi vaso de té de burbujas vacío
al suelo. Lo recogeré más tarde. O quizá ni siquiera me importe. Vuelvo a poner el té
con leche en las manos de María y doy un paso adelante, subiéndome el jersey rojo
de Razorback por el brazo para mostrar la muñeca. Lo enseño a la multitud de
miembros de la familia Frost. Jadeo y tiemblo por todas partes—. Me emparejaron
con Tam, la estrella de pop. Tam, el niño mimado de la comunidad musical
internacional. Tam, el prometedor actor. Tam, el hombre con cuatrocientos millones
de seguidores en Instagram.
—No lo entiendo —dice mi madre, mirando a mi padre en busca de una
aclaración—. ¿Es... cantante?
—Es un Taylor Swift masculino —murmura mi prima Lynn—. Más grande que
Taylor Swift. Es más grande que BTS. Es más grande que... —Ante la mirada confusa
de mi madre, Lynn cambia de táctica—. Es más grande que Dolly Parton.
Mi madre hace un sonido, un horrible sonido de ahogo que nunca olvidaré. Es
parecido al sonido que hizo mi tía Lisa el último día de Joe, cuando corrió a casa de su
pareja e intentó rezar un Ave María. El sonido que volvió a hacer cuando él regresó a
casa con una sonrisa distante, los ojos vidriosos y una marca de maldición de color
rojo brillante. El sonido que hizo a las once y veintidós de la noche cuando...
Dejo caer el brazo a mi lado y vuelvo a robarle el té con leche a María.
Entendido. Le doy un sorbo y miro al suelo. Nadie habla. Ni mi tío Peter, que habla
demasiado. Ni la abuela Frost, cuyo linaje es el origen de esta estúpida maldición. Ni
siquiera mi prima Lynn, que quiere tanto a Tam que se tatuó la letra de su canción en
la muñeca derecha.
—Yo... —Me tiembla la voz y pienso en mi tía Clara, que pagó por adelantado
los gastos de su funeral dos semanas después de que la emparejaran. Sabía que era
improbable que un senador se fijara en ella. Y tenía razón. Pienso en mi tío Jack, que,
tras enterarse de que su pareja era una famosa presentadora de noticias, hizo una lista
de cosas que hacer antes de morir y se pasó el año viviendo su vida al máximo. ¿Es
ese el camino que quiero seguir? Joules nunca lo permitiría.
—Nosotros... vamos a tomarnos un tiempo para procesar esto —refunfuña mi
padre con aspereza, poniéndose la mano en la nuca—. Celebraremos una reunión
familiar y luego nos pondremos manos a la obra de inmediato. ¿Cómo podemos
conseguir entradas para el concierto de este tipo?
Mi padre se vuelve para mirar la pantalla cuando el primer video llega a su fin
y otro ocupa su lugar. Tam lleva una cazadora de cuero sin camiseta debajo. Mi padre
entrecierra los ojos y se pasa una mano por la barba incipiente.
—¿Más grande que... Dolly Parton? —repite mi madre, mirando fijamente la
superficie de la mesa antes de levantar los ojos heridos hacia los míos—. ¿Más grande
que Madonna? —Asiento con la cabeza—. ¿Que Beyoncé? —Vuelvo a asentir. Mi
madre se levanta de un empujón y rodea la mesa hacia mí, con la intención, creo, de
darme un abrazo.
La puerta principal se abre a mi izquierda justo cuando el té con leche resbala
de mis dedos temblorosos. Mi hermano Joules lo toma y bebe un sorbo antes de que
me dé cuenta de que está ahí. Cuando miro hacia él, su cara malhumorada está llena
de disgusto.
—¿Rosa? Qué asco. Esto no es lo que pides normalmente.
Se me llenan los ojos de lágrimas porque... es Joules. Es mi hermano mayor, los
dos nos sentamos allí la noche que Joe murió, la cara de nuestro primo se enfrió a los
veintitrés años igual que me pasará a mí, entonces Joules hizo la reanimación
cardiopulmonar, los paramédicos vinieron y…
Me arrojo a los brazos de Joules y él me recoge, con la frialdad de la taza de té
con leche presionándome la espalda mientras me abraza.
—A principios de noviembre, el tal Tam empezará a vender entradas para su
gira mundial. Tenemos que echar mano del fondo de emergencia familiar; no va a ser
barato. Y necesitamos a todos a la mano para comprar los boletos. Va a ser un baño
de sangre. —Joules se hace cargo de la situación enseguida, como siempre.
—Pondré a mis amigos en ello —dice Lynn, levantándose de la silla. Los demás
miembros de la familia Frost, como el tío Peter, la abuela Frost y la madre de María,
Daphne, se quedan distraídos detrás de ella, sin saber qué hacer. Seguro que todos
están pensando en Joe. Lo emparejaron con una camarera local y mira cómo acabó.
Ella no lo amaba, y ambos murieron. El mismo día. A la misma hora. Al
segundo, en el momento exacto en que se conocieron, trescientos sesenta y cinco
días y un cuarto después. Una sola rotación de la Tierra alrededor del sol.
—Todo mi círculo social está formado por fanáticos acérrimos de Tam —
continúa Lynn, haciendo un gesto alrededor de la habitación como si cualquiera,
excepto ella, yo y mi tía Mandy, supiera lo que eso significa. Lynn y sus amigas (y
probablemente mi tía) son miembros del club oficial de fanáticos de Tam. Hay una
cuota anual de socio y una obsesión salvaje por el hombre que... ¿es supuestamente
mi alma gemela?
Gimo y me hundo contra Joules. Me sujeta con bastante facilidad.
Mi madre nos abraza a Joules y a mí, y nos da un fuerte apretón que contradice
su apariencia amable. Devon Frost fue policía militar durante cuatro años antes de
que naciera Joules.
Durante varios minutos, nadie habla. Mi hermano, mi madre y yo nos quedamos
abrazados hasta que mi padre se acerca para ponerse a nuestro lado. Oigo a mi tía
Lisa sollozar de fondo y a mi abuela haciendo todo lo posible por calmar a su hija
mayor.
Nos separamos y me paso la manga de la sudadera por los ojos. Joules vuelve
a ofrecerme el té con leche de María y lo tomo. Nuestras miradas se cruzan. Él tiene
los ojos azules, el cabello oscuro y la piel pálida. Yo soy la hermana pequeña de ojos
marrones, cabello teñido y demasiadas pecas. No nos parecemos en nada, pero oye,
nuestras pruebas de 23andMe prometen que, de hecho, estamos emparentados. Fingí
estar decepcionada porque ni Joules ni yo éramos mutantes o algo así, pero en
realidad me alegré.
Mi hermano me apoya. De alguna manera, siento que con él aquí, podría ser
capaz de hacer esto.
Pero no se lo voy a decir.
—Creo que voy a subir un rato a mi habitación —digo, con palabras
entrecortadas y extrañas. Solo han pasado un par de horas desde que me enteré de
que estaba condenada a la muerte por la estrella de pop. Me estrellé contra un campo,
me encontré con una vaca, me disculpé con un granjero y ahora me gustaría estar
sola.
—Haz lo que tengas que hacer, cariño —me dice mi madre, intercambiando
una mirada con papá. Le doy un abrazo rápido y subo las escaleras.
Se supone que en mayo me graduaré en la Universidad de Arkansas. Se supone
que me mudaré y tendré mi propia casa con María y Lynn. Se supone que tengo una
vida.
En cambio... tengo una maldición.
Desaparezco en la habitación del ático del tercer piso y cierro la puerta tras de
mí.
Mi portátil me mira desde su lugar en el escritorio y exhalo.
Tengo que investigar sobre Tam Eyre.
Estoy sentada en el suelo delante de mi escritorio. Tuvimos que cortarle las
patas para que cupiera en la pared de mi dormitorio. El techo está muy inclinado a
ambos lados, lo que deja un espacio estrecho e inútil a lo largo de cada pared. Esta
fue mi solución: comprar un escritorio viejo, cortarle las patas de madera y pintarlo.
Estoy cómoda en mi cojín del suelo hasta que Joules irrumpe en mi dormitorio como
un rayo.
—De acuerdo —dice, ocupando toda la puerta—. Este es el plan.
—¿Beber todo el té de burbujas que pueda antes de morir? —bromeo, sin
molestarme en mirar hacia él. Ahora que he empezado a investigar a Tam, mi
confianza está... disminuyendo.
Thomas Lachlan Eyre. El mundo entero lo conoce simplemente como Tam.
Veintiséis años. Cumple veintisiete en julio. Metro ochenta. Cabello rubio fresa que a
mí me parece falso pero que él asegura que es real. Los ojos más verdes que he visto
nunca (probablemente lentillas). Nació en Los Ángeles, California, hijo de Elena Eyre,
su madre convertida en mánager.
Odia la sandía (¿cómo?). Le encanta patinar sobre hielo. Le gustan las chicas
guapas que saben ser fieles a sí mismas. Como si eso tuviera sentido.
¿Y lo peor de todo? Está en una relación a largo plazo. Sabía que lo estaba,
vagamente. He oído a la gente hablar de ello. Desde que Tam se enrolló con otra
megaestrella de pop llamada Kaycee Quinn, ha sido una gran noticia. Pero de alguna
manera, en mi aturdimiento, lo olvidé.
Ahora lo miro fijamente, ese pequeño espacio en mi pantalla junto a su nombre
que dice: ¿Estado de la relación? En una LTR. Emoji de corazón. Emoji de corazón.
Emoji de corazón. Carita sonriente.
Quiero gritar.
—Al menos un té de burbujas al día —continúo sin mirar a Joules—. Lo voy a
necesitar: esto no va a pasar nunca.
—¿Ya te rendiste? —me pregunta, su voz es como la puñalada de un cuchillo
en mi espalda. Me encojo, pero él no ha terminado. Joules entra en la habitación
dando un portazo. Se agacha sin esfuerzo a mi izquierda y dejo que mis ojos culpables
se deslicen hacia él. Me está mirando fijamente con esa mirada suya, la que deshace
el alma de una persona con una sola mirada—. Joe nunca se rindió. Nunca.
Mi hermano vuelve a gruñirme. Pongo la cara entre las manos, resistiendo el
impulso de decir algo mezquino como:
—Tienes razón. Joe nunca se rindió y mira lo que le pasó. —No menciono al tío
Jack ni a la tía Clara ni a ningún otro miembro desafortunado de la familia Frost.
Tenemos un cementerio familiar. ¿Lo mencioné? Enterramos a nuestros numerosos
familiares muertos por maldición en una propiedad privada, escondida en el bosque
junto al Área de Conservación del Parque Estatal Hobbs.
Solo... no Joe. Eso no es lo que quería. En su lugar, optó por un proceso llamado
reducción orgánica natural. El árbol redbud en el patio trasero es el lugar al que voy
cuando necesito hablar con él.
—Tam no solo es famoso; tiene una relación —hago una pausa dramática y dejo
caer las manos sobre el regazo para mirar a Joules con ojos llorosos. Se ablanda
inmediatamente y se sienta con las piernas cruzadas, esperando a que continúe—.
Con la maldita Kaycee Quinn. Es una de las únicas personas del planeta que tiene más
seguidores en Instagram que Tam.
—Yo me ocuparé de Kaycee Quinn —me dice Joules, y sus palabras proyectan
un hechizo oscuro sobre la habitación. Me estremezco ante la amenaza implícita y
niego con la cabeza, levantando las manos para apartarme el cabello verde pastel de
la cara.
—No vas a matar a nadie. —Puede que mis palabras no sean un hechizo, pero
son firmes. Absolutas.
Joules esboza una media sonrisa atrevida.
—Es lindo que pienses que no mataría a alguien por ti, pero no. Eso no es lo
que quise decir. Voy a conseguir que Kaycee se enamore de mí.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Te oyes a ti mismo cuando hablas? —le pregunto, lanzándole una mirada
escéptica. Joules me sonríe un poco más. Se inclina un poco más. Las chicas
revolotean a su alrededor, y él lo sabe. Es un rasgo insufrible, todo ese
conocimiento—. Tienen una relación.
—¿Y? ¿Y? —Joules extiende la mano y empuja la tapa de mi portátil para
cerrarla, su dedo está justo sobre la pegatina que dice La vida pasa, el té de burbujas
ayuda. Fue él quien la puso, no yo. A mí me da miedo poner pegatinas. Joules las pone
donde quiere—. ¿Cuándo ha detenido eso a alguien antes?
Le dirijo una mirada sombría mientras vuelve a sentarse, cruzando los brazos
sobre su sudadera negra con capucha.
—Por favor, dime que nunca has ido detrás de alguien en una relación.
Joules estira la mano y me da un golpe en la frente. Frunzo el ceño y me froto la
herida con la mano.
—Por supuesto que no. Pero la vida de mi hermana pequeña está en juego.
¿Qué estás tratando de decir? ¿Que debería dejarte morir por una aventura con un
famoso que probablemente sea más un truco publicitario y menos un romance de lo
que las redes sociales te quieren hacer creer? —se burla y gira la cabeza hacia un
lado, mirando por la ventana en dirección al árbol de nuestro vecino. Vuelvo a pensar
en Joe—. Francamente, me importa una mierda que estén locos el uno por el otro. Esta
es tu vida, Lakelynn. Solo tenemos una.
No sé cómo responder a eso. En lugar de eso, observo cómo el sol termina de
descender y las flores rosas del árbol desaparecen en las sombras de la noche. Las
luces de Navidad que mantengo encendidas todo el año llenan mi habitación de un
resplandor acogedor, envolviéndonos a Joules y a mí en la relajante esencia del
hogar.
Si... si muero a finales de año, al menos siempre me sentí cálida y segura,
siempre me sentí querida. No parece tan malo cuando lo pienso así.
Cuando recuerdo cómo el cuerpo de mi primo se quedó inerte en mis brazos,
es... sí, es malo. No puedo pensar en cómo salir de este lío.
—Oye, ¿qué pasa con Lucy? —pregunto. Estoy bastante segura de que ese es
el nombre de la última novia de Joules. No la conozco muy bien. No deja que sus
novias conozcan a la familia hasta que está seguro de ellas. Nunca ha estado seguro.
Así que, no, nunca hemos conocido a ninguna. Solo oigo hablar de ellas de pasada.
—Claro, Lucy —murmura distraídamente y se lleva una mano al bolsillo de la
sudadera para sacar el móvil. Cuando empieza a teclear un mensaje, me abalanzo
sobre él e intento robárselo. Lo levanta muy despreocupadamente en el aire y lo deja
fuera de mi alcance. Cuando me pongo en pie para intentar alcanzarlo, él me sigue y
lo levanta aún más.
—No puedes romper con una chica por mensaje —murmuro con los dientes
apretados, y Joules me lanza una mirada irónica.
—¿De verdad piensas tan bajo de mí? La estaba invitando a tomar un helado.
Le compraré dos bolas de chicle, le agradeceré su compañía y le haré saber que lo
nuestro nunca iba a funcionar.
Sigo de puntillas, intentando tomar el teléfono, pero Joules es el hermano
mayor. Yo soy la hermana pequeña. Nunca voy a conseguir tomar ese teléfono. Puede
que yo tenga veintidós años y él veintiséis, pero nada ha cambiado.
Con una mueca de burla, vuelvo a sentarme sobre los talones de mis calcetines
y me doy la vuelta, arrastrándome por la vieja alfombra del suelo y colocándome en
el borde de la cama. Joules me sigue, apoyando una mano en el estribo de hierro
forjado. También tiene luces de Navidad entretejidas.
—¿Cómo sabes que no funcionaría? —pregunto distraída, cuestionándome
cómo sabe el universo que Tam y yo funcionaremos. O, mejor dicho, que deberíamos
funcionar. Los miembros de mi familia que vencieron la maldición me dijeron que una
vez que conoces a tu pareja, lo sabes. Almas gemelas, dicen. La maldición puede ser
insidiosa, pero sabe, me dicen. Otros dicen que todo es una patraña: magia negra con
muchas probabilidades. No sé qué creer—. Joder.
Rara vez maldigo, pero ahí está. Joules levanta una ceja.
—Nunca funcionaría porque dice que paso demasiado tiempo con mi familia.
—Pasas demasiado tiempo con tu familia —refunfuño, pero Joules ignora la
afirmación.
—Vamos a resolver esto, Lake. Te lo prometo. —Como no lo miro, ni siquiera
gruño en señal de reconocimiento, aprieta los dientes y se pone delante de mí.
Debido a la forma de mi habitación, tiene que inclinarse para no golpearse la cabeza
con las vigas de madera—. Si mueres, Lake, se acabó para mí. No... no puedo seguir
sin ti. Apenas sobreviví a perder a Joe. No puedes hacerme esto.
Me da un suave beso en la cabeza, como solía hacer cuando yo tenía tres años
y él siete, y nuestros padres nos acurrucaban en el sofá bajo un montón de edredones.
—Duerme un poco —continúa cuando no respondo. Me quedo mirando una
bolsa de mano que me prestó Lynn. Tiene el logotipo del club de fanáticos de Tam en
un lateral. #Tambourines - Cute, Confident & True to Ourselves. Hago una mueca con
la boca. Qué cursi—. Y no te quedes hasta muy tarde investigando a ese tipo. Internet
nunca mejora las cosas. Cuanto más investigues sobre él, peor te parecerá.
Joules espera a que le responda. Cuando se da cuenta de que no voy a hacerlo,
vuelve a gruñirme y sale furioso de la habitación. Da un portazo tan fuerte que una
línea de luces se despliega desde una de las vigas y se desliza hasta el suelo en una
espiral verde y blanca.
Me dejo caer sobre las almohadas y levanto el teléfono, ignorando el consejo
de Joules.
Vuelvo a ver el video de Sweet Honey y el corazón me late de forma extraña
cuando aparece la cara de Tam en la pantalla. Lo primero que hace cuando la cámara
se acerca es guiñarme un ojo. Luego desliza la lengua por el labio inferior y baila una
danza que yo no sería capaz de aprender ni aunque tuviera diez años para practicar.
¿Por qué mueve tanto las caderas? Ah, y esos abdominales. Podría llorar por esos
abdominales, pero sobre todo porque es probable que me maten.
Tam tiene una boca hecha para sonreír, un perfecto mohín rosado que sabe
cómo separar para conseguir el máximo efecto. Sus ojos brillan bajo la pálida sombra
roja de sus párpados, con un ligero toque de delineador oscuro alrededor de los
lagrimales laterales. Perfectamente verdes, como las colinas que vi hoy de camino a
casa.
Su piel tiene el tono de crema fresca sobre unos músculos definidos y esbeltos,
y ese cabello de color fresa asoma bajo el gorrito blanco que lleva en el video. Sweet
Honey es cierto. Vaya nombre para una canción. Siento un calor suave en el vientre,
un extraño chisporroteo en el pecho que me dificulta tragar.
Con una voz como la de un ángel, los hombros de un guerrero y unas letras
ingeniosamente seductoras que me hacen moverme extrañamente en mi cama... me
siento como una muerta andante.
Se me escapa una carcajada de la garganta y no la detengo. Me tumbo de lado,
apretando el teléfono contra el pecho y deseando que me hubieran emparejado
literalmente con cualquier otra persona.
¿Hay algo peor que esto?
¿Qué demonios harías si te emparejaran con la estrella de pop más famosa del
mundo?
¿Prepararse para morir o luchar como un demonio?
Por mucho que intente ser práctica, sé quién soy por dentro y solo hay una
opción posible para mí.
Me levanto, tomo un nuevo paquete de tarjetas del cajón de mi escritorio y me
pongo a trabajar.
Si puedo obtener un título en negocios, puedo memorizar todo lo que hay que
saber sobre Tam Eyre.
CAPÍTULO TRES
LAKE
364 bobas restantes hasta que ambos muramos...
María cruje la puerta de mi habitación, masticando un trozo de apio con
mantequilla de cacahuate. Ella tiene su propio apartamento, pero nuestra casa es
como la Estación Central de la familia Frost.
—¿No tienes un examen hoy o algo así? —me pregunta, entrando en mi
habitación e intentando inmediatamente volver a colocar la línea de luces desplegada
en las vigas.
Me doy cuenta tarde de que me duele el cuello, de que tengo la cabeza caída
sobre el escritorio y de que estoy babeando sobre una tarjeta en la que puse Comida
favorita por un lado y Sushi por el otro. Me incorporo de un empujón, con el cabello
verde mar revuelto alrededor de la cara, y tomo el móvil.
—¡Oh mierda, oh mierda, oh mierda! —Me pongo en pie, casi resbalo y me
apoyo sobre el cojín de mi escritorio mientras abro las zapatillas con dos dedos y
salgo disparada hacia la puerta de mi habitación. No tengo tiempo ni de lavarme los
dientes y mucho menos el cabello. No hay tiempo para cambiarme. Si no salgo por
esta puerta en unos... diez malditos segundos, se acabó.
Tercera semana de la sesión de otoño, y lo estoy arruinando.
Bajo las escaleras a trompicones y encuentro a mi madre esperándome, con la
preocupación dibujada en su bonito rostro.
—Cariño, ¿tú...? —empieza suavemente, y olvido por un segundo que estoy
condenada a morir.
—Prueba. Tengo que irme. —Le doy un beso en la mejilla y salgo corriendo
por la puerta, con las zapatillas en una mano. Las dejo caer al suelo y meto los pies en
ellas, aplastando la parte trasera de las zapatillas bajo mis talones.
No me preocupa si mi coche me estará esperando. Por supuesto que lo estará.
Joules lo recuperó anoche, ¿no?
Veo mi pequeño LeSabre blanco detrás de la camioneta de mi padre y me dirijo
en esa dirección. Con un gruñido, acabo enganchándome la sudadera con capucha
al tirar de ella contra mi cuello. Mir a Joules por encima del hombro. Me sujeta la
capucha con una mano y me presenta las llaves en la palma de la otra.
—¿Segura que hoy te importa ir a clase? —me pregunta, pero yo tomo las llaves
sin responder y salgo por la escalera de entrada.
—¡Gracias por recuperar mi coche! —grito por encima del hombro—. ¡Y te
quiero!
Abro la puerta de un tirón y me detengo para ver a mi padre de pie junto a la
caja de su camioneta, frunciendo el ceño ante el... ¿es un pedazo de estiércol de vaca
pegado a mi capó? Hah. Joules no va a lavarme el coche hasta que me comprometa a
perseguir a Tam. Me comprometo, pero debería tranquilizarlo.
—¿Qué ha pasado aquí? —pregunta papá, pero yo me limito a sonreír.
—¡Te quiero! —Me subo al asiento del conductor y doy marcha atrás con
cuidado para salir de la calzada.
No empiezo a acelerar hasta que estoy fuera de la vista de la casa.
—Cuando tenía siete años, nos mudamos a Seúl, Corea, para que pudiera asistir
a una academia de artes escénicas —le dice Tam a la entrevistadora en el corto de
YouTube que estoy viendo. Sonríe y se acomoda en el asiento, como si estuviera
perfectamente cómodo en un salón mal ventilado donde estoy absolutamente segura
de que no vive nadie.
—¿Es allí donde empezaste a aprender el idioma? —le pregunta ella, y él
asiente, apartando el cabello de fresa de su atractivo rostro. Y esa sonrisa no se le
escapa ni una sola vez.
—Como artista, para mí es importante conectar lo más estrechamente posible con
el mayor número posible de fanáticos. Si eso significa aprender nuevos idiomas, me
apunto al reto.
La entrevistadora -una tipa influyente de la semana- suelta una risita y se inclina
coquetamente hacia Tam.
—¿Qué idiomas hablas ahora? ¿Francés? —Sus ojos brillan de lujuria, e intento
no sentirme mal ni hacia ella ni hacia Tam.
—Inglés, por supuesto. Coreano, japonés. Acabo de empezar con el español. —
Tam guiña un ojo a la cámara y el video termina. Le doy a me gusta y paso al siguiente.
Mi hermano alarga la mano y me cierra el teléfono, prácticamente
aplastándome los dedos.
—¿Qué he dicho? —me reprocha. Lleva una hora conduciendo y me ha
atrapado cuatro veces viendo vídeos de Tam.
—No me parece bien que me des órdenes —le advierto, moviéndome en mi
asiento con la misma torpeza con la que Tam se movía cómodamente en el suyo.
Piernas largas y despreocupadas, una cruzada sobre la otra. Con los tobillos
bloqueados, se ha echado hacia atrás en el asiento, con un codo apoyado en el
reposabrazos y la cabeza en la mano. La postura hacía que la camisa se le subiera un
poco por delante, mostrando el vientre de una bailarina, todo planos suaves y caídas
sensuales—. ¿A tus novias les gusta eso?
—Les encanta —me dice, y me inclino para pellizcarle la mejilla con fuerza. Da
un pequeño volantazo con el coche intentando golpearme el brazo, así que retrocedo.
—Pues yo no. Así que para. Y también, por favor, céntrate en la carretera. —
Me desplazo hasta las entradas del concierto en mi teléfono. El concierto es mañana
por la noche. Llegaremos con tiempo de sobra, pero no tan pronto como para
necesitar más de una habitación de hotel. Nueva York es caro, y aquí tenemos un
presupuesto muy estricto—. Si tenemos tiempo, ¿podemos tomar el ferry de Staten
Island -es gratis- y ver la Estatua de la Libertad?
—¿Por qué demonios no? —Joules me refunfuña, extendiendo la mano para
robarme el teléfono—. Te lo tomo prestado un rato. Duerme un poco.
—Creo que es importante investigar al tipo antes de intentar cortejarlo, ¿no
crees?
—Creo que alguien tan famoso no pone nada real online. Es mejor que vayas a
ciegas, Lakelynn.
Con un suspiro, me quito el cinturón de seguridad, subo a la parte de atrás y
me acurruco en los sacos de dormir y los edredones que mi madre nos ha preparado.
Kaycee Quinn está tan guapa como siempre, vestida con una falda corta rosa,
calcetines blancos por la rodilla y zapatillas de tenis. Lleva un top blanco de manga
larga con una profunda V en el escote y un grueso abrigo de lana (también rosa). Es
su estilo.
—Tam. —Respira cuando me ve acercarme en el vestíbulo del hotel. Sus ojos
se iluminan, sus mejillas se vuelven rosas y sonríe cuando me acerco a ella y me
inclino. Nos rodeamos con los brazos y nos abrazamos mientras la multitud nos
observa y mi cámara nos graba—. Te he echado de menos —me susurra al oído, y
luego me da un beso en la mejilla, dejando tras de sí una huella de carmín.
—¿Helado? —pregunto, y ella asiente, enganchando su brazo con el mío. Lleva
flores doradas entretejidas en sus trenzas negras, sombra roja en polvo alrededor de
los ojos y un bolso con el logotipo hacia fuera.
Qué pareja debemos hacer.
—¿Cómo va la nueva rutina? —Kaycee pregunta cuando salimos y siento que
todo su cuerpo se pone rígido, ya sea por el frío o por la multitud que nos espera.
Quizá ambas cosas. Me quito la bufanda del cuello y me vuelvo hacia ella, enrollando
con cuidado la tela escocesa roja y negra alrededor de su cuello. Sus mejillas se
sonrojan aún más y la multitud enloquece.
Mis manos se congelan donde están, sujetando el pañuelo por ambas palmas,
y Kaycee hace todo lo posible por anticiparse a mis necesidades del mismo modo que
yo me anticipé a las suyas.
—Sé que no lo hiciste solo porque tenemos público. —Me sonríe y yo hago lo
que puedo para devolverle la sonrisa. Parece forzada, pero sé que parece natural. Lo
sé porque he pasado incontables horas practicando en el espejo para asegurarme de
que lo parezca—. Harías esto por cualquier chica, Tam Eyre.
Algo de lo que acaba de decir Kaycee la hace fruncir el ceño, pero se da cuenta
rápidamente de su error y me dedica otra sonrisa cegadora mientras termino de
colocar la bufanda en su sitio.
—¿Quieres mi sombrero también? —le pregunto, pero ella niega con la
cabeza. Le ofrezco mi brazo y seguimos adelante, con Daniel abriéndonos paso. La
brillante salpicadura de los flashes de las cámaras nos cubre la cara, borrando el
mundo. Si pudiera ver a la gente que me rodea, buscaría cabello color menta y pecas.
Ya sea porque siento lástima por la chica de la maldición o porque me da escalofríos.
Ni siquiera yo tengo idea de cuál es o si son las dos cosas—. ¿Estás segura? Hoy hace
frío.
—Lo tendré en cuenta —bromea Kaycee, sacudiéndose las trenzas y
ofreciéndome una sonrisita reservada. Le devuelvo el favor, pero esta vez lo hago en
beneficio del público que nos rodea. Un enjambre nos sigue manzana abajo hasta la
heladería, que ha sido desalojada con antelación y preparada para nuestra llegada.
Una empleada con delantal rosa, camisa de rayas y gorrito blanco nos abre la puerta
y nos hace un gesto con la mano.
Mis bailarines están adentro, situados en varias mesas con conos de helado en
las manos.
Me vuelvo hacia Kaycee, tuerzo un poco la esquina derecha de mi sonrisa y me
inclino para susurrar cerca de su oído. Mi micrófono captará mis palabras de todos
modos, así que no importa lo alto que hable.
—Lo siento, nena, déjame ocuparme de esto muy rápido.
Me quito el abrigo y me dirijo al centro de la sala, mientras mis bailarines se
levantan de las mesas de los alrededores. En el espacio despejado del centro, en esta
heladería rosa y blanca con viejos mostradores de madera, empieza a sonar la música
y yo empiezo una rutina de baile cuidadosamente adaptada al pequeño espacio.
Mi equipo de producción se agolpa en las esquinas de la sala, filmando desde
distintos ángulos. Cuando acabemos con el video, lo cortaremos para que baile el
mismo baile en una docena de lugares diferentes. No lo necesitamos entero, pero lo
pasamos igualmente. Hay público afuera, una emisión en directo y Kaycee Quinn.
¿Se supone que esto es parte de nuestra cita? ¿Lo ha organizado la directora
general? Si invitara a salir a una chica y me dejara en la puerta para bailar con sus
amigas, me enfadaría bastante. Pero supongo que esa es la narrativa y eso es lo que
estamos haciendo.
Esta vez no canto, pero pronuncio las palabras y hago muecas. Cuando
terminamos el baile y me encuentro sentado en el borde de una mesa, con los codos
sobre las rodillas y la barbilla apoyada en la palma de la mano, ofrezco lo que se llama
un final de hada. Cuando terminas de actuar, en realidad no has terminado. Sonrío,
saco un poco la lengua y hago un corazón con los brazos por encima de la cabeza.
No lo cuestiono. Ni siquiera tiene por qué gustarme. Es lo que funciona, como
demuestran todos los discos que he conseguido destruir desde que debuté a los trece
años.
El público enloquece, la directora da por terminada la sesión y yo me bajo de
la mesa para acercarme de nuevo a Kaycee. Esta vez soy yo quien se sonroja, pero no
tengo ni puta idea de por qué. ¿Quizá porque ni en un millón de años saldría con un
tipo como yo? Pobre Kaycee.
¿Sabe que grabo esas adorables rutinas de baile en heladerías, coqueteo, me
burlo y muestro mis abdominales, y luego ni siquiera se me para? Si lo supiera,
¿seguiría aquí? Sí, porque firmamos con la misma discográfica y la directora decidió
que haríamos buena pareja. Bueno, después de que Kaycee confesara estar
enamorada de mí...
La tomo de la mano y la arrastro hasta la mesa más alejada de la puerta, una
pequeña mesa redonda de madera con una sombrilla de imitación. Estamos adentro,
así que no la necesita, pero incluso yo puedo admitir que es bonita. Sobre la mesa hay
un jarrón con flores frescas y una pequeña pila de juegos de cartas. Exploding Kittens,
Cards Against Humanity y Taco Cat Goat Cheese Pizza.
—Este sitio es increíblemente adorable —dice Kaycee, apoyando un codo en
la mesa y jugando con mi bufanda. No parece interesada en quitarse ni la bufanda ni
el abrigo. No puedo culparla. No solo hace frío aquí, sino que solo tenemos treinta
minutos para pasar el rato.
—Eres increíblemente adorable —le digo con una sonrisa arrogante de
imbécil. Si alguien me mirara como estoy mirando a Kaycee, probablemente saldría
corriendo. Ella... se sonroja. Me sonríe. Mueve las pestañas. No puedo evitar
preguntarme cuánto de esto es una actuación. ¿Quién es la verdadera Kaycee Quinn
y cómo es cuando nadie la ve?—. ¿Quieres que pida por nosotros? Te traeré lo que
quieras.
—Una bola de leche de avena tostada y galleta —dice Kaycee, leyendo uno de
los sabores en la enorme pizarra que hay detrás del mostrador. Todo parece escrito
a mano—. En un cono —añade cuando me levanto. Kaycee se echa hacia atrás e imita
un cono de helado.
Levanto las cejas y me inclino más hacia ella.
—Vuelvo enseguida.
Hay un empleado esperando detrás del mostrador para mí y el personal.
Algunos de mis bailarines están disfrutando de un helado en este momento. El resto
ha salido por el pasillo trasero con sus botellas de agua en la mano.
—Si pides algo, una sola bola, y no te comas el cono —me dice Jacob,
deslizándose en mi espacio personal. No respondo y me acerco al mostrador con una
sonrisa en la cara. La chica que está al otro lado parece a punto de caerse y
desmayarse.
Pido el helado de Kaycee y luego pienso en mi propia elección.
—Póngame un triple de champán de fresa y tarta de ángel —le digo a la chica,
y Jacob dice algo en voz baja que nunca se permitiría que viera la luz del día. Esa
frase por sí sola provocaría un escándalo mundial.
Dejo una propina en el tarro, tomo los conos de las manos de la chica y vuelvo
con Kaycee.
No está en el teléfono, que es lo que esperaba. En lugar de eso, se sienta de
lado en el banco, mirándome. Le doy el helado y lo toma, sin aliento cuando mis dedos
tocan los suyos.
—Entonces, Tam. —Se levanta para quitarse el micrófono y yo hago lo mismo.
Se los pasamos a un ayudante y luego se hace un poco de sitio alrededor de la mesa
para que podamos hablar. Yo no diría que hay intimidad ni mucho menos -mi
representante está aquí, mi guardaespaldas, algunos de sus chicos, mis bailarines
charlando en las otras mesas y miles de fanáticos al otro lado de la ventana-, pero me
siento mejor, como si pudiera respirar un poco.
—Entonces, Tam, ¿qué? —repito, dando un mordisco a mi helado solo para
enfadar a Jacob.
—Dios mío, ¿eres un mordedor de helados? —pregunta Kaycee emocionada,
señalándose con una larga uña—. Yo también.
—No, eso es solo para el beneficio de Jacob. Él lo odia, así que lo hago a
propósito. Normalmente prefiero lamer. —Mierda. No debería haber dicho eso.
Kaycee se atraganta con un suspiro, sonrojándose furiosamente ante mí. La he visto
en el escenario, y es segura de sí misma, coqueta, gregaria. ¿Es la tímida de verdad?
No consigo entenderlo.
—¿Te gusta lamer? —pregunta, y esta vez no hay ninguna timidez en sus
palabras. Parece que sabe exactamente lo que dice—. ¿Quieres enseñarme alguna
vez?
Me río, pero no la miro, sino que miro por la ventanilla a nuestros seguidores.
Veo a una mujer mayor con un cartel de Seniors for Tam y sonrío, saludándola con la
mano. Doy otro mordisco a mi helado. No me como el cono, pero me como las tres
bolas.
—¿Cuándo? —pregunto, volviéndome hacia Kaycee. Pretendía ser una broma,
pero ella no se lo toma así.
—En tu día libre en Seattle —me dice, y me pregunto si lo sabía antes que yo.
Ya lo sé. Mi único día libre: dentro de once semanas—. Tú. Yo. Champán.
—Tomamos champán en Nueva York —le recuerdo, encorvándome sobre la
mesa para apoyarme en el codo. Y así fue, en el ático del hotel. Pero mi madre estaba
allí, Jacob estaba allí, Daniel. No fue una gran cita.
—No me dejaste terminar. —Kaycee se inclina sobre la mesa, poniendo su
mano alrededor de mi oreja para susurrar, un verdadero susurro esta vez—. Tú, yo,
champán y una cama. Tam. —Se echa hacia atrás para mirarme—. Llevamos saliendo
casi un año.
Abro la boca, pero no sale ninguna palabra. Me obligo a morder el helado y
tamborileo con los dedos de la mano derecha sobre la mesa.
—Sal conmigo. Hagamos algo divertido. Una sala de escape o algo así.
—¿Con tus amigos? —me pregunta, frunciendo el ceño. Con mis amigos. Hah.
Se refiere a los artistas más cercanos a mí, los que me enviaban mensajes de texto
cuando los entrenamientos eran increíblemente difíciles. ¿Amigos? Tal vez.
—Sí, estarán allí —respondo con facilidad. No tengo que decirle quién va a
venir, ya lo sabe: Adam Stricken y Dylan Bonne. Ambos firmaron con Hype Records.
Actualmente están entre los veinte artistas más escuchados en Spotify. Kaycee y yo
estamos entre los cinco primeros. Je. Yo soy el número uno. Se me dibuja una sonrisa
en los labios, pero tengo que tener cuidado con eso. Si mis fanáticos descubren que
soy un gruñón y un imbécil, tendré que cambiar de marca. Eso no es divertido.
—Bien. Una sala de escape y almuerzo. —Hace una mueca con sus labios
almohadillados—. Champán y una cama para la cena.
—Mm. ¿Intentas decirme que quieres follarme? —pregunto, y no me sale
coqueto. No es mi intención. Sueno frío. Distante. Tal vez... ¿un poco mezquino? Ups.
Soy un poco reservado, ¿te das cuenta?
—Oh, ¿así que conoces esa palabra? —Kaycee se burla. Y los dos nos reímos.
Qué pregunta más tonta. Es lo que los dos le vendemos al público: follar. La
experiencia de novia o novio. Sexo, sexo, sexo—. Lo he consultado con Jacob, y no
volveré a verte así hasta Seattle. Tal vez Denver, si tenemos suerte. Diría que tenemos
agendas que chocan, pero no es cierto: simplemente tenemos agendas. Y punto.
—Voy a comer sopa de almejas en Pike Place Market. —Hago una pausa con el
helado a medio camino de la boca—. Ah, y quiero visitar el Muro de las Encías.
—Sopa de almejas significa no besos. —Kaycee me sonríe, se levanta y me
tiende la mano. La tomo, pero no me apoyo en ella cuando me pongo en pie, con una
pierna a cada lado del banco. Levanto la pierna derecha y nos dirigimos juntos hacia
la puerta. Recojo mi abrigo y salimos tomados de la mano—. Pero el muro de las
encías, ¿en serio? Puede que lo deje pasar.
Vamos en el mismo todoterreno al concierto de esta noche. Cantamos juntos.
Y no nos veremos en privado por un maldito largo tiempo.
Esa noche tenemos que hacer una sesión de fotos después del concierto, así
que no salimos del local hasta mucho más tarde de lo normal. Todavía hay una
pequeña multitud esperándome. Hace tanto frío que me aseguro de repartirles
bebidas calientes y camisetas firmadas a las chicas.
La presidenta de mi club de fanáticas, las Tambourines, está allí con una cesta
de regalo para mí. La saludo con un beso en cada mejilla y la promesa de esforzarme
más y hacerlo mejor. Es lo que siempre digo, pero no es verdad. Me esfuerzo todo lo
que puedo; lo hago lo mejor que puedo.
—¿Estás bien? —me pregunta mi madre cuando subo al todoterreno y me
desplomo hacia atrás con los ojos cerrados.
—Solo estoy cansado —le explico, pero llevo trece años cansado. Estoy
acostumbrado. Ahora me parece normal. Ni siquiera sabría qué hacer con una
semana libre y mucho tiempo para dormir—. ¿Podemos parar a comer algo? Quiero
una hamburguesa con patatas.
Mi madre hace una mueca de dolor, pero asiente y nos ponemos en la fila de la
hamburguesería In-N-Out.
Mientras esperamos en la larga fila del autoservicio, miro por la ventanilla un
todoterreno con la parte trasera abierta. Una chica duerme dentro de un saco de
dormir, con el cabello verde pastel desparramado sobre una almohada. La chica de
la maldición. Y está babeando. El chico moreno con el que siempre la veo la zarandea
por el tobillo para despertarla y pasarle una bolsa de comida.
Los miro fijamente a través de las oscuras ventanillas de mi propio coche, pero
no acabo de creerme lo que estoy viendo. ¿Es siquiera una coincidencia? Claro que
no es una coincidencia, te están siguiendo.
Estoy tan tentado de abrir esta puerta, pavonearme ante esa chica y
preguntarle: «¿Cómo que estás maldita?» ¿Está enferma? Si lo está... joder. Yo haría un
meet and greet para conocerla y saludarla con seguridad. ¿Está loca? Podría estarlo.
Me froto la frente y no salgo.
Pido una hamburguesa doble con queso, patatas grandes y un batido de
chocolate. Lo que me dan es una hamburguesa con una sola carne y sin queso, patatas
fritas medianas y un té helado sin azúcar. A la mierda mi vida.
—Te voy a dar una paliza más tarde —le digo a Jacob mientras desenvuelvo mi
hamburguesa, y él me gruñe desde el asiento del copiloto. Mi chofer, un increíble
anciano llamado Pat, se ríe entre dientes—. Hago ejercicio todo el día, todos los días.
Siete días a la semana. ¿Crees que no puedo patearte el culo?
—Tienes cuerpo de bailarina —responde Jacob, comiéndose la comida que
pedí para mí mientras yo me veo obligado a comerme la suya. Qué imbécil. Mi madre
sostiene una hamburguesa entre las manos, dándole pequeños mordiscos mientras
frunce el ceño ante su iPad—. No eres un luchador, Tam. No lo eres, ¿verdad, tía
Elena?
—Solía meterse en peleas en la escuela primaria —explica distraídamente, sin
molestarse siquiera en levantar la vista.
—Sí, ¿pero ganó? —Jacob continúa, y Daniel gruñe desde el asiento trasero.
—Es irrelevante. ¿Ganó? ¿A quién le importa? —Mi guardaespaldas se inclina
hacia delante, bañado en sombras como un demonio o algo así—. Me tiene a mí para
patear culos por él. Dale las patatas fritas, al menos.
Con un suspiro, Jacob intercambia nuestras cestas de patatas fritas y yo le
sonrío. Ojalá tuviera un batido de chocolate para mojarlas. No tiento a la suerte. Mi
madre también está aquí y siempre me está recordando mi dieta. Ya soy consciente
de ello, pero es un viejo hábito. Lleva haciéndolo desde que cumplí diez años y le dije
que quería ser famoso de mayor.
—Si eso es cierto —me preguntó, apartándome el cabello de la cara con una
sonrisa—, ¿estás preparado para crecer mañana? Porque eso es lo que va a hacer falta.
Y tenía razón. Hice caso a todas y cada una de las cosas que me dijo que hiciera,
y así es como acabé aquí. Pulso la pantalla de mi teléfono y me dirijo a Spotify para
elegir una canción. Si no estoy escuchando mi propia música para practicar, entonces
escucho la de mis compañeros para inspirarme y mantenerme en tendencia. Cuando
tengo un momento como ahora, un ratito para mí, escucho heavy metal. No porque
sea un malote ni nada de eso, sino porque es diferente.
—Gané —digo de repente, levantando la vista del móvil. Jacob se gira sobre
su hombro y me mira con extrañeza.
—¿Eh?
—Gané —le digo con una sonrisa, levantándome la manga de la camiseta para
mostrar un bíceps impresionante. Me reúno con un entrenador personal cinco días a
la semana. El tipo viaja conmigo. Claro que tengo músculos. Jacob está loco.
—Estoy seguro de que las peleas tampoco son buenas para tu marca —se burla
Jacob, pero mi madre está en el coche y es mi jefa de marca, así que... levanta la
cabeza al oír la palabra y mira de mí a Jacob.
—No puede meterse en una pelea; es malo para su marca. No lo provoques,
cariño.
Mi primo entrecierra los ojos, pero no dice nada. Es bueno en su trabajo, sin
duda, pero también tiene ese trabajo porque es pariente de mi madre, y ella
prácticamente lo crió.
—Considérate afortunado —susurra Jacob mientras me mira desde el borde de
su asiento. Levanto un brazo en señal de amenaza y él hace lo mismo conmigo. Nos
miramos el uno al otro y, cuando creo que Jacob está lo bastante distraído, le robo el
batido y bebo un sorbo antes de que pueda detenerme.
—Puedes hacer quince minutos extra en la caminadora esta noche. Tenemos
tiempo. —Jacob me devuelve la bebida y se gira para mirar al frente mientras yo
sacudo la cabeza y me reclino en el asiento. Cuando volvemos a pasar junto a la chica
de la maldición y el chico moreno, veo que su todoterreno está oscuro y silencioso.
No están durmiendo ahí, ¿verdad? Pero puede que sí. No sería la primera vez
que una fanática sigue la gira y duerme en su coche.
Por la mañana, de camino al entrenamiento -esta vez la sala de prácticas está
en el lugar de celebración y no en el hotel-, pasamos por el aparcamiento donde vi el
todoterreno la noche anterior. Todavía está allí, y son las siete de la mañana. La niebla
ha llegado desde el lago cercano, y es una fría mañana de primavera. Demasiado frío
para dormir en un coche.
Oh.
¿Y si está enferma? vuelvo a preguntarme, pero luego sacudo la cabeza y me
froto las sienes. Si lo está, hay un enlace en la portada de mi sitio web. Hacemos
docenas de encuentros especiales cada mes. Si tiene tantas ganas de verme, puede
rellenarlo.
Estás loco, Tam, me digo, pero no puedo dedicar más energía a esto. Tengo
ensayo toda la mañana, otro rodaje para el nuevo video y luego una reunión. Mi
tiempo ya está ocupado.
Ya está pagado.
CAPÍTULO NUEVE
LAKE
165 bobas restantes hasta que ambos muramos...
Esta entrada de meet and greet le costó a la familia diez de los grandes. Por una
entrada. Una. El fondo de emergencia no va a durar mucho más, aunque Joules no
haya conseguido una entrada para él. Estoy chupando todo el dinero de mi familia
como uno de los vampiros sensuales de las novelas favoritas de mi tía Lisa.
Tengo una de esas novelas guardada en el bolso, solo por diversión.
Me confiscan el bolso en seguridad al entrar. Espero que el guardia de
seguridad no lo revise. A menos que le gusten los romances oscuros y las
advertencias, se va a llevar un buen susto. El sensual vestido blanco que Joules me
dijo que tenía que llevar es revisado, con todos los bolsillos abiertos. Tengo que pasar
por un detector de metales solo para entrar en el pasillo.
—Muy bien... ¿Lake Frost? —me grita una mujer, y yo levanto la mano como si
tuviera doce años o algo así. Los otros cuatro miembros del grupo de esta mañana me
miran como si me hubieran salido rábanos de los ojos. Seguro que son todos
Tambourines y se saben de memoria todas y cada una de las canciones de Tam. Suelto
un poco la mano y saludo con la mano.
—Sí, esa soy yo. Lake.
—Maravilloso. —La mujer ni siquiera me mira, ojeando una lista de cosas que
tiene delante—. Vamos a repasar las normas juntos, para que todos podamos pasarlo
bien hoy. La primera regla es, por supuesto, nada de fotos ni grabaciones de ningún
tipo. A todos se les han confiscado los teléfonos, pero si llevan una cámara oculta o un
micrófono, les sugiero que también se deshagan de ellos, o se les prohibirá de por
vida cualquier acto en persona con Tam. En segundo lugar, por favor, esperen su
turno para hablar. Saludará personalmente a todos los presentes y cada uno
dispondrá del mismo tiempo. —La mujer levanta por fin la vista y esboza una sonrisa.
Parece cansada. Lleva la coleta desordenada y tiene ojeras. Me siento mal por ella.
Trabajar en esta gira debe de ser muy duro—. ¿Alguna pregunta?
Nadie parece tener ninguna, y la mujer asiente, se da la vuelta y teclea un
código en la cerradura de la puerta. Se abre y nos conducen a un pequeño espacio
dividido por una cuerda de terciopelo que no me atrevo a tocar por miedo a lo que
pasó la última vez.
Mis nervios son una soga enredada, que me rodea el cuello y aprieta. No puedo
respirar. Esto no es un encuentro: es un encuentro fabricado. Porque no importa qué
táctica intente, no consigo que Tam se fije en mí. Por favor, que no recuerde el pedazo
de papel que le tiré a la cabeza. Mierda, eso fue increíblemente estúpido, ¿no? Tengo
suerte de que la seguridad de Tam no pueda distinguir a una chica de cabello verde
de otra, o estaría jodida.
Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que tal vez se trata de una habitación
construida específicamente para este tipo de cosas. Tiene paredes de terciopelo y
paneles de madera oscura, una lámpara de araña verde lima que cuelga del techo
negro y estrellas en el suelo. Hay tumbonas a ambos lados, pero parecen demasiado
elegantes para usarlas. Una tiene tela verde con estampado de leopardo y la otra,
rosa con estampado de guepardo. Parece un salón de tatuajes.
Mientras esperamos, sin rumbo y sin nuestros teléfonos, los demás VIP y yo nos
estudiamos con miradas de reojo no muy sutiles. Al fondo hay una chica que parece
un personaje de anime, con el cabello rubio recogido en coletas y un conjunto de
colegiala con una falda de cuadros ridículamente corta. Hay una mujer con los labios
pintados de dorado y un vestido de diseño sobre los hombros estrechos, peinada
como Marilyn Monroe. Un adolescente con granos y una camiseta que dice Not Fat,
Just Fluffy habla animadamente con una chica que podría haber salido de un grupo de
pop. Se parece extrañamente a Kaycee Quinn, como si tal vez ese fuera el objetivo.
Mierda.
Estoy ahí de pie, con marcas de bronceado por haber pasado demasiado
tiempo en el lago Leatherwood en verano, un vestido de verano de algodón blanco
sobre los hombros que es ridículamente inapropiado para el tiempo que hace, y este
estúpido cinturón con forma de rodaja de sandía que no pude resistirme a traer y
ponerme. Me hace gracia. Sigo sin entender cómo alguien puede odiar la sandía. Es
absurdo.
¿Sabes qué más es absurdo? Las chicas de esta habitación. Me siento como una
niña pequeña poniéndose los tacones de su madre y pintándose los labios. Estas
chicas, estas mujeres, están fuera de mi alcance, pulidas, experimentadas y
arregladas. Yo soy... una persona normal. Un poco desordenada, con algunos rasgos
buenos, otros geniales y otros terribles. Pongo la cara entre las manos y respiro.
¿Qué hay de interesante en ti que podrías contarle a Tam para llamar su atención?
¿Que estás extrañamente obsesionada con el té de burbujas? ¿Que sueñas con pudding
de tofu y gelatina de cristal? ¿Que prefieres los raviolis de calabaza al queso?
Dejo caer las manos e inclino la cabeza hacia atrás, mirando el techo y la
lámpara de araña verde lima.
¿Quizá debería decirle que le tiré la página a la cabeza? Eso podría funcionar.
Dibujé un pene con pelos de bola para su placer visual.
La puerta del otro lado de la sala se abre y los otros cuatro VIP se quedan en
silencio, con la respiración contenida. Bostezo -simplemente cansada- justo en el
momento en que Tam entra en la sala siguiendo a un hombre con un iPad.
Nuestras miradas se cruzan.
Arquea una ceja mientras cierro los labios. Uy. Mierda.
Tam entra en la habitación como un modelo, apartando el cabello fresa de su
cara angelical. Su bonita sonrisa está firmemente fija, pero sus ojos verdes están en
otra parte. Creo que me está mirando a hurtadillas, pero es difícil saberlo. Luce unos
pantalones cargo negros nada casuales, con unos tajos de garras rojas cosidos en las
perneras. Parece como si lo hubiera atacado un hombre lobo, una referencia a uno
de sus álbumes más antiguos, en el que cada canción giraba en torno a Tam como
novio de un monstruo de algún tipo. Un vampiro, un hombre lobo, un fae, un dragón.
No he escuchado muchas canciones de esa época, pero creó tantos memes que
todavía veo a gente usándolos diez años después.
Lleva una sudadera roja con capucha por encima y zapatos a juego. El conjunto
parece con el que se podría comprar un pequeño país con lo recaudado en una
reventa.
—Hola a todos —dice, y me doy cuenta de que no me está mirando a
hurtadillas. No me está mirando en absoluto. No me está mirando a mí tanto como a
los demás. Tam nos saluda con ambas manos antes de acercarse a la primera persona
de la fila: la chica anime—. Creo que sabes quién soy, pero no he oído tu nombre.
Resoplo una carcajada y todos se vuelven para mirarme, excepto la chica y
Tam. Maldita sea. Ya lo estoy arruinando. ¿Pero en serio? Qué frase tan artificiosa.
También podría empezar a decirle que le gustan las chicas guapas que saben ser fieles
a sí mismas.
—Amy —responde ella, agarrándose a su mano con las dos suyas. Se aferra a
él como si fuera su única esperanza de salvación—. Llevo escuchando tu música desde
que tenía quince años. Hubo un tiempo en que... intenté hacerme daño, pero entonces
pensé en ti. Tam, no tienes idea de lo importante que es tu trabajo. Me salvaste.
Oh. Me siento mal por burlarme de ella ahora. También estoy jodida. Intento
ser más audaz, pero no lo suficiente como para fingir algo como un suicidio para
llamar la atención de Tam. Ni siquiera se va a acordar de mí cuando salga por la puerta
al final de esto.
Tam parece estupefacto, como si no supiera qué decir. Pero entonces su
expresión cambia y le sonríe como si quisiera invitarla a salir. Levanta una mano para
colocarle el cabello detrás de la oreja y ella suspira cariñosamente. Es como ver a
Joules en acción. De verdad, no hay ninguna diferencia. Cruzo los brazos y vuelvo a
bostezar. Sigue sin ser a propósito. Sigo estando cansada.
—Si alguna vez vuelves a sentirte así, mándame un mensaje, ¿vale? Te daré mi
número. —Tam se vuelve hacia su ayudante para pedirle un bolígrafo y se lo escribe
a la chica en la mano. Dudo que sea su verdadero número. Es decir, estoy segura de
que es un número real con un equipo de asociados que responden a todos sus
mensajes de texto y correos electrónicos, pero no creo que sea el número personal
de Tam.
De ninguna manera.
Pasa a la siguiente persona de la fila y empiezo a ponerme nerviosa. A veces
me cuesta recordar que mi vida depende de gustarle a este chico. Cierro los ojos y
evoco recuerdos de la última noche de Joe, la forma en que llegó a casa de Marla con
una sonrisa triste en la cara y se limitó a negar con la cabeza.
—Yo... estoy asustando a Marla ahora. Me pidió que me fuera varias veces. La
estaba asustando. Yo... no podía quedarme afuera y asustarla, ¿verdad?
—Joe, ésta es tu vida —gritó mi tía Lisa, con lágrimas en los ojos, mientras
tomaba a su hijo por los hombros—. Haz lo que haga falta. Lo que haga falta. No me
importa cómo se sienta esa zorra.
—No la llames así —dijo, con voz sorprendentemente fuerte—. Solo ha pasado
un año desde que el hombre al que amaba murió delante de ella. Lo está haciendo lo
mejor que puede. Yo hago lo que puedo. Solo... lo hacemos lo mejor que podemos con
una maldición de la que no sabemos nada.
Tía Lisa trató de ir por sus llaves cerca de la puerta principal, quizá para
marcharse y traer a Marla de vuelta, no lo sé.
Joe fue quien la detuvo mientras Joules y yo permanecíamos en silencio cerca.
—Mira, probablemente sea un montón de mierda, ¿verdad? —La voz de Joe, su
cálida confianza, oh hombre. La gente se emocionaba cuando Joe entraba en una
habitación. Tenía ese tipo de energía. Empezabas a sentarte más derecho en tu silla.
Sonreías más. Te encontrabas participando en juegos que nunca antes te habían
interesado. Bochas. Cornhole. Croquet. Mi primo fundó un club de croquet en la
universidad—. Estoy seguro de que estaré bien.
Pero Joe no quería decir eso.
Conocía la horrible verdad. El miedo se reflejaba en sus ojos aquella noche,
cuando sacamos un colchón al salón para poder acurrucarnos todos juntos frente a la
chimenea. Estaba en sus ojos cuando abrimos la caja de pizza y nos turnamos para
devorar porciones sin platos y solo con un puñado de servilletas.
Estaba allí a las once y veintidós de la noche, cuando empezó a jadear, cuando
Joules lo trasladó al suelo para practicarle la reanimación cardiopulmonar. Estaba allí
mientras sostenía su cabeza en mi regazo, mientras mi tía llamaba al 911, mientras
luchábamos por salvar a un hombre que sabíamos que no podía salvarse.
2006. Una de mis parientes más lejanas -pero lo bastante cercana como para
estar maldita- se internó en el hospital para prepararse para fracasar en la maldición.
—Es solo el corazón, ¿verdad? Si pueden reavivar el corazón, estaremos bien. —Ella
estaba allí cuando sucedió, y ni siquiera los desfibriladores pudieron salvarla.
Tampoco pudieron salvar a Joe.
—Odio las maldiciones —susurro, y entonces abro los ojos y Tam está de pie
con los brazos cruzados, esperando. No sé cuánto tiempo lleva ahí de pie.
Sinceramente, no quiero saberlo—. Mierda.
—¿Mierda? —Extiende la mano y, cuando estiro la mía para tomarla, veo que
se echa un poco hacia atrás. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo y se le pone la
piel de gallina en lo poco que puedo ver de sus brazos alrededor de las mangas
remangadas de la sudadera.
Se supone que debe emocionarse cuando me ve, pero Tam Eyre no está
emocionado. Está perturbado. Dios mío, tenía razón. O sus mariposas están rotas, o ni
siquiera sabe lo que son las mariposas.
—Tienes miedo de tocarme. —Respiro, con los ojos desviados hacia un lado.
¿Cómo demonios voy a hacer que me quiera si ni siquiera puede darme la mano? Retiro
el apretón de manos. Si no quiere tocarme, no haré que me toque.
Tam se abalanza sobre mí y me agarra por la muñeca; sus dedos arden como
hierro candente cuando me inmoviliza con un solo toque. La marca de la pareja en mi
muñeca izquierda chisporrotea y me hace apretar los dientes. Mis ojos encuentran los
suyos.
—Soy Tam, ¿verdad? —dice, casi perplejo, con una adorable arruguita entre
los ojos. Me dan ganas de estirar el pulgar y suavizarla, pero probablemente haría
que su guardia de seguridad me atacara. Entonces... ¿me hace una pregunta retórica
sobre su propio nombre? —. ¿Y eso te convierte en...?
—Lakelynn. Firmé con mi nombre en la nota que te tiré a la cabeza anoche. —
Eso es lo que digo. Tampoco es accidental. Estoy buscando algo aquí, una pista, una
pequeña pepita de esperanza.
—No, no lo hiciste —responde, todavía agarrado a mi muñeca. No nos damos
cuenta. Su representante se mueve incómodo detrás de él y se aclara la garganta.
Tam lo ignora—. Dibujaste un pene y me dijiste que estabas maldita. Dijiste que
querías cinco minutos, así que aquí los tienes. —Me sonríe como el auténtico imbécil
que apuesto a que es. ¡Lo sabía! Nadie es tan simpático en la vida real.
—Cada uno tiene tres minutos, Tam —lo corrige su representante, pero nos
quedamos como estamos, con los brazos entrelazados en una especie de extraño
apretón de manos medieval. Me siento como camaradas entrelazando los antebrazos,
preparándose para un torneo de justas o algo así.
—Me refería a cinco minutos en privado. —Respiro hondo, sosteniéndole la
mirada y observando cómo le recorren escalofríos por la espalda seguidos de un
rubor que le hace sudar un poco la palma de la mano. Intenta retirarse y yo le agarro
suavemente los dedos para mantenerlo en su sitio. Espero a que vengan los de
seguridad, pero Tam no los llama.
—Sí, eso no va a pasar —me dice, casi disculpándose. Su cabello es tan
brillante que distrae, como las partes rosadas de una concha de abulón. Nacarado.
Parpadeo y dejo de prestarle atención mientras mi mente se agita con algo que decir.
Esto ya es más oportunidad de la que creía que tendría hoy. ¿Lo ven? Estaba
pescando para ver si había leído mi nota, y lo hizo. La leyó. ¿Quizá eso cuenta como un
verdadero encuentro?
—Estaré muerta en un año —hago una pausa y me lo replanteo. Quedan ciento
sesenta y cinco tés de burbujas—. Tacha eso: Estaré muerta a finales de agosto.
—De acuerdo, creo que hemos terminado —dice el encargado, pero Tam lo
ignora y se inclina hacia mí. Su boca casi me roza la oreja y creo que, por alguna
razón, me tiemblan las rodillas.
—¿Por qué? ¿Por la maldición?
Me giro de repente y nuestras narices chocan.
Tam es arrastrado hacia atrás de repente, y ese tipo de seguridad de ojos grises
se interpone entre nosotros.
—No la eches; ha sido culpa mía —explica Tam, pero parece nervioso cuando
se vuelve hacia los demás VIP y se esfuerza por encontrar algo que decir. Su sonrisa
se desliza en su sitio tan fácilmente como el flequillo de clip que llevo hoy. Tan real
como ese flequillo—. Casi lo olvido: tengo algo de mercancía para ustedes.
Toma cinco bolsas de lona de un asistente y las reparte. Esta vez no me mira al
pasar, pero le digo con la boca:
—Sí, la puta maldición. —No creo que se dé cuenta.
Tam saca un rotulador rojo del bolsillo de atrás y se pone a firmar cada una de
nuestras bolsas, personalizándolas con nombres, letras de canciones o corazones. Los
demás hablan con él mientras lo hace, así que supongo que yo también puedo hablar
con él.
—Ni siquiera me gusta tu música —dice la chica que está a mi lado, parecida a
Kaycee Queen. Finge un ceño apático que queda desmentido por el temblor de sus
manos—. Solo estoy aquí porque mi hermana tenía una entrada y al final no pudo ir.
—¿Qué música te gusta entonces? —Tam pregunta con facilidad, como si ya
hubiera oído esta historia un millón de veces. Es una estrategia segura, fingir ser
diferente a los millones de otros fanáticos devotos. Ver si Tam se emociona ante un
reto, ante lo inusual, lo único.
No se lo cree. La chica murmura algo sobre una rapera con la que estoy
vagamente familiarizada, y luego Tam está de pie delante de mí otra vez.
No me pregunta qué quiero firmado como hizo con los otros.
Se inclina y garabatea... ¡¿Es eso una polla en mi bolso?!
Buena suerte, xoxo Tam.
Tam se da la vuelta y destapa el rotulador mientras yo lo miro a la espalda,
atónita y sin habla. Le lanza el bolígrafo a su ayudante y sale de la habitación sin mirar
atrás.
Fue divertido ayer, pasar el rato con Lake y sus amigas en la tienda de té boba.
Ni siquiera recuerdo haber hecho algo así alguna vez. Incluso hoy, reuniéndome con
los únicos dos chicos en el mundo además de Daniel y Jacob que podría considerar
amigos, no estoy ni la mitad de emocionado.
Estoy de espaldas a una pared, con el pie levantado y la planta apoyada en ella,
mientras espero a que aparezcan Kaycee, Lake y Joules. Se me tuerce la boca. Anoche,
cuando le vi amenazar así a su hermana menor, casi me vuelvo loco. Quería agarrarlo
por la camisa y lanzarlo contra una pared.
Me paso una mano por la cara y me hago una sonrisa más amplia, agradable y
bonita por si alguien está mirando.
—¿Quiénes son estas personas? —pregunta Dylan mientras mira su teléfono. Si
no está haciendo ejercicio, bailando o actuando, está mirando las redes sociales. Está
más obsesionado con su imagen que yo. Y luego está... Bueno, está Adam, que canta
como su apellido, Stricken 2. Está dormido en un banco, lo que es bastante normal ya
que trabaja tan duro como yo. Yo también estoy medio dormido.
Se me escapa un bostezo y tengo que frotarme la sien durante un minuto antes
de poder responder. ¿Por qué estoy aquí otra vez? ¿Por qué estoy en una sala de
escape cuando debería estar durmiendo?
Ah, es verdad. Porque de repente decidí a los veintiséis años que iba a tener
una vida. Ya no puedo escribir canciones porque no tengo nada más sobre lo que
escribir, y me está cabreando. Además, supongo que quiero salvar a esa chica de una
secta.
Siempre que no me empuje a hacer algo que no quiero.
A nadie le ha importado que esté saliendo con Kaycee. Mis fans me envían
mensajes todo el tiempo, pidiéndome que los quiera, que les dé una oportunidad,
diciéndome que estamos destinados a estar juntos. Lo dicen en persona. Lo ponen en
carteles. Me molesta. Mucho. Es como si lo que yo quiero no importara.
Así que necesito que Lake respete a Kaycee. Eso es importante.
—Amigos míos. —Bueno, la chica lo es. Kaycee es amiga del chico.
2
Stricken: afligido.
Sé lo raro que suena eso, así que no me sorprende cuando Dylan deja de
desplazarse por su teléfono para mirarme, con su cabello rubio salpicado de azul
brillante y afeitado por un lado. Apaga el móvil, lo guarda y se cruza de brazos para
mirarme.
—Estoy... confundido. Tú y Kaycee tienen una relación... ¿abierta?
¿Poliamorosa? No lo entiendo. —Dylan mira a Adam, que ahora está brillante y
aterradoramente despierto mientras me mira.
—¿Ya no son exclusivos?
Suspiro.
—¿Dije algo sobre eso? Solo finge que estas personas son nuestros amigos, ¿de
acuerdo? Los dos, Kaycee y yo. —Suspiro y apoyo la cabeza contra la pared, cerrando
los ojos. Cuando Adam y Dylan se dan cuenta de que no estamos teniendo ningún tipo
de discusión interesante, vuelven a lo que estaban haciendo.
Creo que me quedo dormido porque cuando abro los ojos, parpadeando en la
cegadora luz de primera hora de la tarde, ahí está Lake. Está de pie frente a mí y me
espera con una leve sonrisa en la cara. Lleva un vestido blanco y negro con el cuello
almidonado, el cabello verde mar recogido en trenzas y cintas negras. Sus botas son
del mismo rosa que los cordones de mis zapatos, pero hago como si no me diera
cuenta.
—¿Estaba durmiendo? —le pregunto, y ella se ríe, aplaudiendo delante de su
cara.
—Te llamé por tu nombre. Te golpeé en el brazo. Nada.
—¿Cómo me has despertado entonces? —pregunto, y entonces se me escapa
otro bostezo y me tapo la boca con una mano y cierro los ojos. A veces odio mi horario.
Quiero dormir. Y luego salir con los amigos. Y luego volver a dormir. Por una vez en
mi vida, quiero un fin de semana de dos días. Abro los ojos y veo que Lake sonríe.
—Te susurré un secreto al oído. —Se encoge de hombros y siento que me
ofusco. Se me traba la lengua en la comisura de los labios mientras me apoyo contra
la pared, con los brazos cruzados y un tobillo sobre el otro.
—¿Y cuál era el secreto? —pregunto, pero ella se limita a sacudirme la cabeza.
—Si no lo has oído antes, ahora no es mi problema. —Pasa junto a mí y se dirige
en dirección a la casa embrujada, dando la vuelta cerca de la entrada y agitando los
flecos de su sombrero de bruja—. Me he disfrazado un poco para hoy. Nunca he hecho
una sala de escape en una casa encantada. He hecho templos; he robado bancos; he
estado en un bar de los años 20 durante la prohibición. ¿Pero esto? Esto me
entusiasma.
—¿Puedo esperar fuera? —pregunta estúpidamente Joules, y yo resoplo una
risa irritada.
—Joules, Lake —empiezo mientras me pongo a su lado—. Este es Dylan y ese
es Adam. Chicos, ella es Lake, y el tipo es Joules.
—Qué divertido —dice Dylan, ya aburrido. Ahora me estoy cuestionando
seriamente por qué he montado esto. ¿Qué me pasa? Podría estar ensayando ahora
mismo. Voy a sacar un nuevo disco al final de esta gira, y hay un montón de otras
mierdas que debería estar haciendo hoy.
—No tienes por qué venir —le digo, y entonces miro a Adam, que vuelve a
mirarme—. Quédate aquí y duerme si quieres. Joules, seguro que puedes esperar
fuera. —Me doy la vuelta y agarro a Lake del brazo, tirando de ella hacia el vestíbulo
iluminado. La suelto en cuanto llegamos al mostrador, pero siento un extraño
cosquilleo en el cuerpo. Antes creía que eran escalofríos, de verdad. Como una
reacción terrible a una persona muy mala.
No estoy seguro de lo que creo que es hoy.
Nos registramos, y es sorprendentemente eficiente. El empleado sabía que iba
a venir —hoy hemos reservado todas las habitaciones y todas las franjas horarias—,
pero no parece reconocerme, o bien no le importa quién es Tam Eyre. A algunas
personas no les importa, y está bien.
Mentiroso, susurra mi ego.
—Vamos a esperar a Kaycee aquí —le digo a Lake, deteniéndome junto a la
puerta que conduce a nuestra sala de juegos. Cuando estemos listos, la empleada nos
pondrá un breve vídeo que explica las reglas del juego y nos cuenta una historia cursi
que acompaña a los acertijos que tendremos que resolver.
Nunca había estado en una sala de escape, pero me apetece. A Lake parece
gustarle, lo cual se agradece.
—Tú y Joules son como el agua y el aceite, ¿verdad? —pregunta, y luego
suspira.
—No debo ser tu pareja entonces, ¿eh? —bromeo, y luego me pregunto si no
ha sido un poco mezquino. La expresión de Lake cambia de inmediato y veo que no
le hace ninguna gracia. Está triste por algo. Reconozco la expresión de antes. Ahora
se la he visto varias veces.
—Te eligió la maldición, Tam —dice, y luego rueda la cabeza sobre los
hombros y exhala con fuerza, cambiando de humor en un instante—. Nunca he jugado
a una sala de escape tan lujosa como ésta. Este lugar ha ganado todo tipo de premios.
Hay como cinco o seis habitaciones y atracciones muy elaboradas. He oído que
incluso hay una habitación con niebla de hielo seco.
—Uh. Okey. —Ni siquiera sé qué decir a eso. Me meto las manos en los bolsillos
mientras me invade la incomodidad de estar a solas con una completa desconocida.
Daniel está al otro lado de la habitación, escabulléndose entre las sombras como un
mercenario. Se enfada cuando le saludo en público, así que intento no hacerlo. Jacob
está de pie justo delante de las puertas, como si no se atreviera a entrar aquí conmigo
ahora mismo. Está cabreado, lo cual es bastante normal.
Finalmente, Adam y Dylan entran, y Kaycee les sigue poco después.
Camina junto a Joules, y siento que mi temperamento se enciende de nuevo.
—Ya podemos empezar —le digo a la empleada, y entonces me acerco a
Kaycee y me quedo de pie, rígido. Debería agarrarla y besarla, pero está demasiado
cerca de Joules. Para tocarla, tendría que rozar mi brazo con el suyo, y eso no va a
pasar—. Hola, me alegro de que hayas venido.
—Yo también —respira y se pasa una mano por el cabello. Kaycee se queda de
pie como si estuviera esperando algo.
Le sonrío suavemente.
—Me gustas rubia. Te queda bien.
—Gracias —responde con un bonito rubor. Engancho mi brazo con el suyo en
el lado opuesto al de Joules, y todos nos dirigimos a la habitación contigua, vemos el
vídeo, supongo que estamos cazando el fantasma de una mujer pionera que se dice
que habita esta casa, y luego nos envían dentro.
Está oscuro y es difícil ver, sobre todo cuando el empleado cierra la puerta
detrás de nosotros.
—Okey —dice Lake, con un tono competitivo en la voz que me gusta—.
Tenemos una hora. Vamos a ver si podemos encontrar una manera de conseguir un
poco de luz en esta habitación en primer lugar.
Oigo sus pasos, pero no veo nada. A mi lado, oigo bostezar a Kaycee.
—¿Estás cansada? —le pregunta Joules—. ¿Tienes hambre? Porque parece que
nunca comes.
—No necesito tu opinión sobre mi cuerpo, amigo —responde Kaycee, con una
mordacidad en la voz que nunca había oído antes.
Ja.
Me suelto de su brazo y empiezo a moverme por el borde de la habitación,
pasando por delante de una estantería, un escritorio con una lámpara encolada y un
libro de páginas ásperas. Sigo avanzando, esperando que mis ojos se adapten a la
falta de luz.
Y entonces rozo algo suave, y hay una suave exhalación de aliento delante de
mí.
—Esas son mis tetas, Tam —dice Lake secamente, y oigo a Joules hacer un
sonido de molestia desde detrás de mí.
—Lo siento —le digo con sinceridad, bajando los brazos. Tengo los labios
fruncidos y estoy irracionalmente enfadado conmigo mismo. Ha sido un desastre.
También me he sentido muy bien. Cierro las manos en puños. Mi puta novia está aquí,
no puedo tocar a otras mujeres.
Me preocupa tanto que Lake se me eche encima cuando soy yo el que tiene el
problema.
Sacudo la cabeza y sigo, pero Lake se me adelanta hasta el interruptor de la
luz.
—¡Lo tengo! —Tira de una palanca y se encienden las luces. Son fluorescentes
tenues y parpadeantes, pero al menos ahora puedo ver—. Hay tres pasadizos en esta
sala que están abiertos. Separémonos y evaluemos terreno. —Lake estira la mano y
me agarra de la muñeca, arrastrándome con ella por un estrecho pasillo que está tan
oscuro como estaba la habitación antes de que encendiéramos las luces, y luego a un
gran espacio con la prometida niebla de hielo seco.
Hay lápidas en el suelo, iluminadas frontalmente con pequeños focos para que
podamos leer los epitafios.
Lake me suelta la mano y nos separamos, cada uno en una dirección mientras
buscamos pistas. ¿De verdad le agarré los pechos por accidente en la oscuridad? No
puedo evitar pensar en ello.
Con la mente tan distraída como la tengo, no encuentro ni una sola pista hasta
que vuelvo a encontrarme con Lakelynn.
Está en cuclillas frente a una de las lápidas falsas, con la mano sobre un libro
morado que está apoyado en ella. Pero hasta ahí llega. Espero que levante el libro,
que se vuelva hacia mí, que me lea la siguiente pista o al menos que me muestre lo
que hay entre sus páginas.
En lugar de eso, se queda donde está, agazapada.
Cuando me acerco a ella y me agacho para mirarle a la cara, veo que tiene
marcas de lágrimas en las mejillas. Captan el débil resplandor de la luz de la lápida,
y su cabeza es el único punto brillante entre las sombras.
Miro de ella a la lápida, leyendo la inscripción en mi cabeza.
Querido Joe, vales más muerto que vivo, se busca QDEP. Se supone que es una
broma tonta, pero por la razón que sea, ha desencadenado algo en Lake que no puedo
deshacer. Así que no digo nada. Me quedo donde estoy y espero.
Cuando vuelve a caer sobre su culo y apoya la cabeza en la mano, sigo
esperando.
Me meto la mano en el bolsillo, saco un pañuelo y se lo doy.
Me lanza una mirada de incredulidad llena de lágrimas.
—¿Llevas un pañuelo en el bolsillo? —pregunta asombrada. La miro fijamente,
con la mano extendida y un pañuelo a cuadros doblado en la palma.
—Mi abuelo me dijo que todos los caballeros llevan pañuelos.
Lo digo en serio. Tampoco estoy seguro de por qué le dije eso. ¿Tam Eyre
llevaría pañuelos? ¿O es solo cosa de Thomas? El hecho de que ni siquiera lo sepa es
un problema. Cuando Lake no acepta el pañuelo, alargo la mano y enrosco
suavemente los dedos alrededor de su muñeca. Tiro de su mano hacia delante y le
pongo el pañuelo en la palma. Lo envuelvo con los dedos.
La miro a los ojos. Están hinchados de llorar, pero todo tiene el mismo color
extraño en este cementerio a media luz hecho de espuma de poliestireno y hielo seco.
Aprieto ligeramente los labios y sigo agarrado a su muñeca.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunto, pero ella niega con la cabeza y luego
me sonríe.
—Me torcí el tobillo cuando venía por la pista. —Una completa patraña, pienso
mientras Lake levanta la cabeza hacia el cronómetro de la pared. Hay un reloj con
grandes números rojos contando el tiempo que nos queda para terminar el juego.
Cuarenta y dos minutos.
—Tenemos que darnos prisa —exhala Lake, recogiendo el libro y abriéndolo
con una sola mano. Dentro hay dibujado un número de cuatro dígitos que brilla en la
oscuridad. Su sonrisa capta la luz de la lápida cuando gira la cabeza para mirarme—.
¿Quieres apostar a que es el código de una de esas cajas cerradas de la primera
habitación?
Noto el pulso salvaje de Lake en su muñeca, y recorro su longitud con el pulgar
antes de soltarlo. ¿Se ha acelerado? Nos miramos fijamente, pero ella no me da
ninguna indicación de que yo sea la razón de su pulso frenético.
—Si vas a seguir ahí sentado mirándome fijamente, nunca llegaremos a la
escapar. Toma mi mano y ayúdame a levantarme. Dije que me torcí el tobillo, ¿no?
Levanto las cejas, me pongo en pie y le tiendo la mano. Mierda, ¿quizá no soy
tan caballero después de todo?
—Dime que estás aquí o llamo a la policía. —La voz monótona de Joules es
precedida apenas por la aparición de Kaycee entre la niebla. Tiro a Lake de la muñeca
y la pongo en pie. Kaycee nos mira extrañada, pero entonces suelto la muñeca de
Lake y me doy la vuelta, metiéndome las manos en los bolsillos.
—Cuatro-ocho-cuatro-ocho, es uno de los códigos de la cerradura —murmura
Lake, y luego se marcha sin cojear en absoluto. Entrecierro los ojos al verla alejarse
antes de darme cuenta de que Kaycee me ofrece su brazo.
Lo sujeto y vuelvo a la primera habitación, la que está decorada como una
mansión victoriana en ruinas. Papel de pared morado oscuro descascarillado con un
dibujo de rosas espinosas, una lámpara de araña que cuelga torcida y cubierta de
telarañas de imitación, cuadros en la pared que se convierten en esqueletos cuando
los miras desde el ángulo adecuado.
Lake ataca los rompecabezas de la sala de escape como si hubiera apostado
dinero a que lo resolveríamos en el tiempo límite de una hora. Joules la sigue, y de
vez en cuando veo un brillo de emoción en sus ojos. Solo finge apatía; lo que no le
gusta soy yo, no la sala de escape.
Dylan y Adam también se meten en el asunto, pero Kaycee parece distraída.
No resuelve una sola cosa, y la mitad del tiempo no estoy seguro de que ella sabe lo
que está pasando. Probablemente solo está cansada. Entiendo la sensación por
completo.
—¡Lo hemos conseguido! —Lake recupera alguna baratija que solía pertenecer
al fantasma pionero, la arroja a un pozo falso y la puerta de salida se abre. El
temporizador se detiene—. ¡Escapamos! —Choca los cinco con todos, incluida
Kaycee, antes de mirar en mi dirección.
Casi vacilante, levanta la mano, y yo le dirijo una sonrisa de lado y un choca
esos cinco.
Al parecer, conseguir el tercer puesto en la clasificación de hoy nos ha hecho
ganar una camiseta gratis. Todo el mundo está de acuerdo en que Lake debe elegir
el estilo y la talla, y sale de allí con una camiseta negra de cuello redondo con una
imagen del fantasma pionero en la espalda.
—¿Entonces te gustaba ese sitio? —le pregunta Joules, en voz tan baja que sé
que no debía oírlo. Casi parece humano cuando habla con su hermana. Es chocante.
—Mm. —Lake asiente y se detiene junto a un camión de comida, estudiando el
menú.
—¿Tienes hambre? —le pregunto, acercándome a su lado. Me mira y se encoge
de hombros.
—Podría comer.
—Yo pago, ¿se apuntan? —pregunto mirando a Adam y Dylan. Pero Adam ya
está subiendo a la parte trasera de un Escalade negro, y Dylan está en el lado opuesto
del aparcamiento hablando por teléfono. Sí, claro. Mis “mejores amigos”.
—Ojalá pudiera, pero ya llego tarde —gime Kaycee, levantando la mano para
frotarse la cara—. Me muero de hambre.
—No te irás de aquí sin comer —ordena Joules, y me quedo con la boca abierta.
¿Quién demonios se cree que es para hablarle así a Kaycee? Ni siquiera la conoce.
—Puedo... hacer lo que me dé la puta gana, Joules Frost —le dice, pero cuando
él se burla y se acerca a la ventanilla del camión de comida para pedir, ella se sienta
en una mesa—. Pero supongo que tengo cinco minutos para comer antes de irme.
—Podemos comer aquí... —Lake empieza, y entonces Joules me mira por
encima del hombro, con una ceja levantada en señal de desafío. Es tranquilamente
calculador, y me preparo para el siguiente ataque verbal.
—Te ofreciste a invitar a mi hermana a comer. Somos jodidamente pobres. No
te atrevas a faltar a tu palabra.
Se me escapa una carcajada mientras niego con la cabeza, manteniendo las
manos quietas metiendo los dedos en los bolsillos. ¿Quiénes son estos hermanos
Frost? Los dos son raros, pero me gusta la energía que desprenden. Aunque Joules
podría perder la actitud.
—Podría comprarle a tu hermana un restaurante entero y no me inmutaría. —
Me giro y veo que me mira fijamente, con los labios entreabiertos—. ¿Qué te parece?
Toda una tienda de boba.
—Eh... me conformaría con una sola comida en un asador o algo así… —Lake
se encoge de hombros, y yo vacilo ligeramente, seguro de que puedo oír las palabras
de Jacob resonando en mi cabeza.
Oh.
No, no en mi cabeza. Está de pie junto a mí y susurrando.
—No puedes ser visto en un asador, de todos los lugares, con una chica
cualquiera.
—Okey, hagámoslo. Conozco el sitio perfecto. Tampoco hay código de
vestimenta, así que no tendremos que cambiarnos. —Me alejo de Jacob, pero no me
pierdo su maldición detrás de mí—. ¿Te parece bien, Kaycee? —le pregunto,
poniéndome a su lado. Puede que no haya sido yo quien la haya invitado a salir, el
director general nos emparejó, pero que me aspen si no doy lo mejor de mí. Kaycee
es mi primera novia de verdad, así que... debería intentar no meter la pata.
—Me parece bien —dice Kaycee, pero hay un tono extraño en su voz. Abro la
boca para preguntarle si está segura cuando Joules le pone una bandeja de comida
delante.
—Salteado de verduras con un poco de arroz integral. No hay forma de que no
puedas comer esto, incluso si estás a dieta. Come. —Joules toma asiento frente a
Kaycee, y luego nos mira a Lake y a mí con extrañeza—. ¿No se iban? Adelante.
Quiero a Lake de vuelta en el hotel antes de las diez.
—Voy a asfixiarte mientras duermes esta noche —le dice, y yo enarco las cejas.
¿Eh? Entonces, ¿no es solo él quien la amenaza...? Empiezo a preguntarme si esta
teoría de la secta es jodidamente estúpida. Pero si Lake y Joules no están en una secta,
entonces ¿qué pasa con este asunto de la maldición? Por lo demás parece tan
normales—. ¿Tomo un taxi y nos vemos allí, Tam?
—Sería estupendo —empieza Jacob, pero le interrumpo con la mirada. Puede
que sea mi jefe, pero no te equivoques: yo soy el jefe.
—Puedes ir en el todoterreno —le digo a Lake, y ella asiente, siguiéndome
mientras me dirijo en esa dirección. Me detengo en medio del camino de ladrillos e
inclino la cabeza hacia atrás. Hoy hace sol, el calor de la primavera se manifiesta en
los brotes verdes de los árboles. Tengo tantas ganas de preguntarle a Lakelynn por
qué lloraba en el cementerio, pero es como si nunca hubiera ocurrido. Está de pie
unos metros delante de mí, con la cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados.
—Gracias por recordarme que me tome un minuto para apreciar este tiempo
—murmura, y entonces ambos bajamos la cabeza y ella abre los ojos. El conjunto que
lleva hoy es... me gusta cómo le queda. Le queda bien.
Sonrío pero no digo nada, dirigiéndome al todoterreno mientras Pat aparece
para abrir la puerta trasera.
—Gracias —le digo mientras ayuda primero a Lake y luego a mí. Daniel sube
atrás, como siempre. Nunca se sube al coche antes que yo, por si acaso, aunque eso
signifique pasar por delante de los dos asientos. Jacob vuelve a quejarse desde el
asiento del copiloto.
—Deberíamos llamar antes para que nos den el restaurante. Supongo que
comerás en el lugar que recomendó tu mamá.
—¿O podríamos conseguir una cabina sombría en la esquina? Y sí. —Estoy
desplomado en el asiento, intentando no mirar fijamente a Lake. ¿Qué piensa ella de
estar en el todoterreno conmigo? ¿Está emocionada? ¿O realmente no es fan mía? No
puedo decidir si quiero que lo sea o no. Si no lo es, supongo que mi orgullo se
resentirá. Si lo es, entonces es como todo el mundo. No lo sé. Me froto la cara y me
pregunto por qué me importa. Porque es tu amiga, idiota—. Quiero algo bueno, como
un filet mignon.
—El filet mignon no está en tu dieta. —Jacob se burla y sacude la cabeza. Si
suena mezquino, no es que lo intente. Si no mantengo un nivel casi perfecto de forma
física, alguien más lo hará. Su estrella subirá y la mía se hundirá, y eso es... el mundo
del espectáculo. Suspiro y me siento, apoyando la mano en el borde de la silla de
Jacob para poder inclinarme hacia delante y mirarlo. Siento que Lake me observa.
—Es mi día de trampa, Jake.
—Ya has tenido un día de trampa esta semana, Tam —responde suavemente, y
yo muevo la mandíbula.
—Esta semana he pasado dos horas extra que no tenía en el gimnasio. No lo
olvides.
—Esas dos horas extra podrían cubrir una de esas bebidas asquerosas que has
estado tomando.
Lake jadea y luego lanza su camiseta fantasma al hombro de Jacob. Daniel ni
siquiera se mueve. No es su trabajo proteger a Jacob, así que... Daniel es bastante
literal cuando se trata de la descripción de su trabajo. Ahogo una carcajada cuando
Jacob se vuelve para mirar a Lakelynn por encima del hombro.
—No insultes al Boba. Es la bebida de los dioses. —Se vuelve a sentar, cruzada
de brazos, y sus ojos se entrecierran y oscurecen. He pasado mucho tiempo en
BookTok tratando de entender cómo son exactamente los ojos oscurecidos, pero Lake
es un buen ejemplo. Parece que podría matar fácilmente a Jacob y no perdería el
sueño por ello—. El cuerpo de Tam es una roca. Tiene, qué, ¿un diez por ciento de
grasa corporal? Deja que el hombre coma un filete. Dios mío. La gente de Los Ángeles
es muy rara.
—¿En contraposición a la gente del Medio de la Nada, Arkansas, que come
suficiente carne roja como para provocar cardiopatías a dos corazones? —Jacob
resopla y Lake se ríe.
—Muerte por un filete o una larga vida bebiendo batidos fríos de col rizada. Es
una elección de vida. —Me mira y se encoge de hombros—. Es tu vida, Tam. Haz lo
que quieras. Todo lo que digo es que estás sano y comes bien la mayor parte del
tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que comiste filet mignon?
Le devuelvo la mirada y frunzo el ceño.
—El año pasado, en mi cumpleaños. —Mi cumpleaños es dentro de unos
meses, así que casi se cumple un año de aquel último filete—. Tienes razón, Lake.
Creo que hoy pediré un filete.
—Bien por ti, Thomas. Defiéndete. —Lake levanta un puño y se inclina al mismo
tiempo que yo para recoger la camiseta caída. Juntamos nuestras cabezas y nos
giramos, haciendo contacto visual. Me sonríe de nuevo y yo le devuelvo la sonrisa—.
Sé que es bonita, pero no creo que te quede bien. —Lake sujeta la camiseta y se
vuelve a sentar, metiéndola en su pequeño bolso.
Pero tiene razón. Estoy celoso. Quiero una camiseta.
Le mando un mensaje a mi ayudante para que se pase por la sala de escape y
compre una —solo costaban 20 dólares— y me acomodo para el viaje.
Si mis ojos se desvían para mirar a Lake la mayoría de las veces, ¿quién tiene
que saberlo?
Fue un accidente, pero era tan blanda. Tan jodidamente suave.
Lake y yo nos sentamos uno frente al otro en un reservado con respaldo alto,
en un rincón del restaurante. Nadie podrá verme aquí a menos que sea un miembro
del personal, y Jacob ya se ha encargado de eso. Lake es la primera persona a la que
veo resistirse a sus primeros intentos de hacer firmar un acuerdo de confidencialidad.
Hablando de...
—Jacob realmente quiere que firmes ese acuerdo de confidencialidad. —Ni
siquiera sé por qué saqué ese tema. No quiero hablar de acuerdos de
confidencialidad con Lakelynn. Me inclino y pongo un codo sobre la mesa, apoyando
la barbilla en la mano.
Cuando levanta la vista de su pan, la miro. Es una mirada que, si fuera una
persona normal y corriente, solo usaría con una novia seria o una esposa. Debido a
mi trabajo, es una mirada que uso con todo el mundo.
Lake no es totalmente inmune a ello. No espero eso. Solo quiero que respete el
hecho de que no estoy soltero.
—Por favor, firma ese fírmalo, para que deje de quejarse de mí. Entonces podré
enviarte mis mejores selfies después del concierto. A partir de ahora, no puedo hacer
eso. ¿No crees que esto sería bueno para la maldición, a largo plazo?
Movimiento barato, lanzarle esa cosa de la maldición, pero quiero ver qué hará.
No para de untar el pan recién hecho que nos ha dejado el camarero. Finjo que
no quiero, pero de verdad que quiero. Casi se me cae la baba de tanto desearlo. Pero
si apenas puedo incluir un filete en mi dieta, definitivamente no puedo...
Lake tira la rebanada en mi plato y sonríe.
—Come. Te he visto desmayarte en un video antes. Eso no puede ser bueno
para ti.
La sangre se escurre de mi cara y me echo hacia atrás. Oh. Me he desmayado
varias veces en el escenario o durante la grabación de un vídeo musical.
Inevitablemente, siempre se convierte en viral y luego en tendencia durante unas
semanas. Pero eso no es del todo infrecuente en mi industria. A Kaycee también le
pasa.
Miro el pan y me vuelvo hacia Lake. Está untando su propio trozo con
mantequilla, mirándolo en vez de a mí.
—Si firmas el acuerdo de confidencialidad, me como el pan —le digo, y ella
suspira, mirándome mal.
—Jugada barata, Thomas. —Lake saca su teléfono, lo pulsa durante unos
segundos y luego lo gira para que pueda ver la pantalla—. ¿Ya está? ¿Estás contentos?
Mi madre dice que ustedes saben lo que hacen. Fue justo, pero también ridículamente
vinculante. Apreció el esfuerzo que supuso.
—Me pregunto si apreciará las facturas que me envía el bufete —bromeo,
recogiendo el menú. Apenas puedo creer lo que estoy viendo. Nada de este menú
está en mi dieta. Ni los aperitivos, ni las sopas, ni siquiera las ensaladas. Los platos
fuertes, por supuesto, son muy calóricos, y la parte de postres del menú no existe para
mí.
—¿Seguro que te parece bien pagar esta comida? No quiero que te sientas
obligado. Puedo pagar mi propia comida —me asegura Lake, y dejo caer el menú
sobre la mesa. Hacía años que no cenaba así. Y más aún desde que cené con alguien
que no fuera Daniel, Jacob, mi madre o Kaycee. Esto es esencialmente territorio nuevo
para mí.
—Puede que no tenga tiempo, pero seguro que tengo dinero. —Me encojo de
hombros—. Pide lo que quieras, tanto como quieras. Te debo una por haber resuelto
la sala de escape de hoy. Si no hubieras estado allí, ni siquiera habríamos terminado
antes de tiempo, y mucho menos habríamos llegado a la clasificación.
Ella asiente, como si mi explicación tuviera todo el sentido del mundo.
—Entonces, ¿qué tal pasteles de cangrejo para el aperitivo, cebolla a la
francesa para la sopa y filet mignon como plato principal? —Aparta el menú y se
muerde el labio un segundo. Me quedo donde estoy, con la mano en el borde de la
carta, curioso por saber qué es lo que la pone tan nerviosa—. ¿Puedo pedir vino
también? Incluso puedo pagarlo yo o podrías darme un precio aproximado....
—Lakelynn. —Agarro la carta de vinos y la abro, ojeando los precios hasta que
encuentro la botella más cara—. Vamos por esta.
—Dios mío, pero ¿por qué? —se ríe, y entonces me roba la lista de las manos—
. ¿Qué tal este pinot noir? Sigue siendo de buena calidad, pero a un precio razonable.
—Lake sonríe—. Mi tía Daphne trabajó como sumiller durante un tiempo, así que sé
lo que hago.
—¿Quizá nos tomemos las dos botellas? —replico, echándome hacia atrás en la
cabina y estirando una pierna. Choco con los pies de Lake cuando lo hago, totalmente
por accidente. Pero entonces mi pierna queda encajada entre las suyas. Es un poco
raro, pero ninguno de los dos se mueve. De todos modos, no es para tanto.
—¿De verdad más de una botella de vino está a tu dieta? —responde, pero
sonríe—. Está bien. Hagámoslo.
—Oye —digo, antes de que pueda perder los nervios—. Siento haberte tocado
cuando estábamos en la sala de escape.
Lake se me queda mirando, con la boca ligeramente entreabierta y las pecas
bailándole en la nariz.
—¿Por qué sacar ese tema? —susurra, apoyando las palmas de las manos en la
mesa. Sus ojos marrones están muy abiertos y suplicantes, y sus piernas se mueven
ligeramente a ambos lados de las mías. El ruido que hacen sus medias contra mis
jeans me hace preguntarme si debería moverme. Ya no sé si esto es apropiado. Pero
es peor reconocerlo, así que no lo hago—. Tam.
—¿Mm? —pregunto, exhalando y sabiendo que estoy actuando raro. Mierda,
esto no es bueno. Necesito levantarme un minuto, pero tampoco puedo hacer que mi
cuerpo se mueva.
—No vuelvas a poner las manos en mis tetas, ¿de acuerdo? —me dice, y cada
palabra que sale de su boca me hace sentir aún más extraño. Echo la pierna hacia
atrás y salgo de repente de la cabina.
—¿Adónde te...? —Lake empieza, y puedo oír el pánico en su voz de la misma
manera que lo oí en el sitio de boba de cuento de hadas. No me doy la vuelta porque
no puedo, pero suelto:
—Baño. Vuelvo enseguida.
Me encierro en el baño y pongo las manos sobre la encimera, con la cabeza
gacha. Meses luchando con mi falta de erecciones, ¿y ahora las tengo en los
momentos y lugares más inoportunos? Acciono el interruptor del agua fría y me
salpico la cara, empapo una toalla de papel y me la pongo en la nuca, camino de un
lado a otro hasta que mi cuerpo se calma.
Cuando vuelvo, no solo ha pedido el aperitivo, sino que lo han servido. Lake
está cortando un pastel de cangrejo y no me mira cuando me siento en el reservado.
También ha llegado el vino. La botella que eligió está reposando en un cubo para
enfriarse, y mi copa está bien servida.
—¿Cometí un error, dejando a Kaycee sola con Joules? —pregunto. Quiero
decir, su guardaespaldas estaba allí con ella, pero todavía no pinta una imagen muy
bonita. Kaycee con otro tipo. Yo con otra chica.
Lake se lleva el bocado de cangrejo a la boca y me mira.
—Es un buen hombre, y es el mejor hermano. Nunca le haría daño. —A Lake
parece molestarle que se lo pregunte, así que dejo el tema. O no entiende lo que
quiero decir, o prefiere no reconocerlo.
Eso tendría sentido, ¿verdad? Usar a su hermano para alejar a Kaycee, para que
Lake y yo pudiéramos...
Tengo calor, pero no sé por qué. Solo quiero beberme este vino, comer y
volver al hotel.
—Control de bolsos —dice de repente, y deja el tenedor en el suelo—. ¿Eres
alérgico al cangrejo? —me pregunta, y estoy tan confundido que me limito a negar
con la cabeza. Lake pone uno de los pasteles de cangrejo en un pequeño plato de
aperitivo y me lo pasa—. Trabajaré en el área de control de bolsos de tu próximo
concierto. Seré feliz mientras no tenga que llevar un sombrero de espuma con forma
de bolso en la cabeza.
El borde de mi labio se tuerce hacia arriba mientras levanto mi vino y bebo un
sorbo.
—No sé. Me gustaba el traje de palomitas. —Una pausa. Deja de comer para
mirarme de nuevo—. Me gustó más el de perrito caliente.
La mesa se queda en silencio y el camarero vuelve por el resto de nuestro
pedido. Me bebo toda la copa de vino y me sirvo otra. Me la acabo. Sirvo una tercera.
Lake sigue con su primera copa.
Jacob está en una mesa cercana, mirándome con odio, pero como ya he dicho,
aquí mando yo. Lo escucho porque él sabe más, pero hoy, voy a hacer lo que quiero
hacer, que se joda el mundo.
—¿Cómo fue la visita con tu amigo de la universidad? —pregunto de repente,
y luego desearía no haberlo hecho.
Lake se ríe y me sacude la cabeza.
—No había ningún amigo de la universidad. Joules pensó que si inventaba un
chico con el que salía, te pondrías celoso.
Frunzo el ceño y miro el vino que tengo en la mano. No hago ningún comentario
al respecto. ¿Por qué iba a ponerme celoso? De repente siento que cometí un error al
traerla aquí.
Y entonces ella se remueve en su sitio y nuestras rodillas se rozan. Cierro los
ojos al oír ese ruido, las mallas de nailon contra la tela jean. Los abro para ver que
Lake no reacciona en absoluto.
Esto es un problema mío.
Mantenemos una conversación ligera hasta que llega el postre y tengo que ver
a Lake comerse ella sola una tarta de chocolate fundido. Una de verdad. Recién
horneada. Uf. Pero al menos no cedo en eso. Bien por mí.
—Si solo estás trabajando en estos conciertos para que podamos conseguir más
tiempo juntos, no te molestes. Ven a cenar conmigo y Kaycee. Yo invito otra vez. Se
suponía que íbamos a tener una cita doble con Adam y su novia, pero nos canceló. Sé
que Joules es tu hermano, pero...
—Una cita doble suena divertido. —Lake termina su copa de vino y sonríe
cuando le sirvo otra—. Estoy acostumbrada a salir con Joules. Fue mi cita para el baile
de graduación del último año de instituto porque le dio una paliza a mi cita de última
hora.
—¿Por qué razón? —pregunto, con curiosidad morbosa.
La expresión de Lake cambia un poco y parece incómoda.
—El tipo... no era apropiado. Se merecía lo que le pasó. —Lake se rasca
distraídamente el cuello, los ojos se desvían hacia los lados, pero sin mirar nada—.
Honestamente tiene suerte de que mi padre y mis tíos no llegaran a él primero.
Mis dedos aprietan ligeramente el tallo de mi vaso. Ves, lo de la secta es una
posibilidad.
—¿Por qué? —pregunto, y me sale como un desafío. Definitivamente he bebido
demasiado vino. Lake sostiene su copa con mano relajada y vuelve a centrar su
atención en mí.
—Lo habrían matado —dice, y luego se ríe. No sé si es una broma o no—. Pero
no te preocupes: si tú mueres, yo muero. Así que nunca intentarían hacerte lo mismo.
Daniel y Jacob se levantan, pero yo sacudo suavemente la cabeza y dejo la copa
en el suelo. La mirada que les dirijo dice claramente que se vayan a la mierda.
—Si yo muero, ¿tú mueres? —pregunto, y Lake asiente y luego se encoge de
hombros.
—Y viceversa. Digamos, por ejemplo, que cuando salté delante de tu
todoterreno como una loca, me hubieras atropellado. Los dos habríamos muerto
exactamente en el mismo segundo. Si no me crees, busca a cualquiera de mis
parientes muertos. Causa y hora de la muerte. Te diré quién era su pareja de
memoria, y puedes buscar a esa persona también. Misma causa de muerte:
insuficiencia cardíaca. La misma hora de la muerte. Bueno, o tan cerca como es
posible con la ciencia moderna y el error humano. Pero verás que siempre son el
mismo día.
—Has tenido mucho tiempo para pensar en esto, ¿verdad? —pregunto, y
vuelvo a sonreír. Una sonrisa de verdad, no una de mis sonrisas escénicas—. Bien. —
Saco mi teléfono y tecleo obituarios de la familia Frost de Fayetteville, Arkansas. Elijo
una al azar—. Clara Frost. —Levanto la vista y veo que Lake se ha puesto pálida.
Realmente está llena de mierda, ¿no?
—Oh, tía Clara —susurra, y miro la fecha de la muerte. Lake tendría... bueno,
no estoy segura de la edad que tiene ahora, pero entonces sería una niña. Deja de
mirar la mesa—. Recuerdo a la tía Clara. —Una pequeña sonrisa—. Murió en nuestra
sala de estar el veintitrés de diciembre, hace catorce años. Su pareja era un senador
de Nueva York llamado Kelvin Bates. Búscalo a continuación.
Lo hago, y ahí está, el hombre del que Lake me acaba de hablar. Falleció el
mismo día que su tía en su apartamento de Nueva York de un fallo cardíaco.
—Así que te metes en Internet y dedicas tiempo a buscar a cualquier persona
al azar que haya muerto el mismo día que tu pariente y voilà, la maldición es cierta.
—Ese es Jacob, no yo. Nunca diría algo así en voz alta, aunque siempre sea una
posibilidad en mi mente.
Lake se encoge de hombros y me mira.
—No tienes que creerme. Solo quería ser honesta. Todo lo que buscaba era
esto, solo algunas oportunidades orgánicas para que hablemos. —Estoy seguro de
que esta chica es un poco más joven que yo, pero habla como alguien que me dobla
la edad. Estoy impresionado. La forma en que se queda sentada, la espalda recta, la
compostura en cada línea de su cuerpo, no puede ser fácil.
—Jacob, déjanos en paz —le digo distraídamente, mirando en su dirección. Me
devuelve la mirada y rompe un millón de normas de la discográfica. Es decir, somos
amables con todos los fans, digan lo que digan o hagan lo que hagan.
—¿Vas a dejar que esta mujer lo arruine todo? ¿Eso es lo que quieres? —Jacob
se vuelve hacia Lake, y ella hace lo mismo. Se miran fijamente, pero ella no reacciona
en absoluto.
—No voy a hacerle daño. Todo lo que quiero es hablar. Eso es todo lo que
hacemos, hablar. Si no le gusta hablar conmigo, no puedo hacer que vuelva a verme.
Tam es el que nos invitó a mí y a Joules a cenar. ¿Por qué te enfadas por eso?
—Porque eres la peor clase de persona. Normal, al principio, pero lamentable.
Tam va a dejarse llevar por esa mierda porque es demasiado bueno, y entonces vas
a pisar su corazón y arruinar su vida. Vete antes de que dejes que esta fantasía de
estar con Tam Eyre destruya lo que queda de Thomas.
—Jacob... —empiezo, deslizándome fuera del asiento y poniéndome de pie. No
estoy muy seguro de lo que voy a decir o hacer, pero sacarlo de esa situación es mi
primera prioridad. Me mira como si también lo supiera, como si supiera que lo
echaría y me pondría del lado de Lake.
Pero... es una fan, ¿verdad? ¿Una amiga? Ni siquiera lo sé.
—No estoy aquí por Tam Eyre —dice Lake—. No me importa Tam Eyre. Ojalá
no fuera rico y famoso. Sería feliz mañana si renunciara y todos lo dejaran en paz. Tú
eres el que no entiende lo que es ver magia de verdad, y luego ser castigado
duramente por el privilegio.
Jacob emite un sonido de frustración y sale por la puerta trasera. Volverá
pronto, y Daniel siempre está ahí. Dejo que se vaya. Estoy... estoy completamente sin
palabras.
—Lake, yo... —Intento disculparme, pero ella se levanta de golpe y me tapa la
boca con la mano. Sigue sonriéndome.
—No te preocupes. Estoy acostumbrada. —Respira hondo y empieza a
enumerar los nombres de los miembros de su familia, los nombres de sus parejas y
las fechas de su muerte. Toda una retahíla, docenas y docenas. Y luego... por último...
Su expresión cambia extrañamente—. Joseph Frost. —Una inhalación áspera—. Marla
Castleberry. —Otra inhalación, y luego Lake se vuelve para recoger sus cosas. Sus
manos... oh. Le tiemblan las manos—. Febrero... ocho... una fría noche de invierno...
serán dos años el próximo febrero. —Lake intenta sonreírme de nuevo, pero no lo
consigue. Me duelen las manos de tocar sus hombros, de ofrecerle algún tipo de
consuelo, pero... no puedo hacerlo—. Creo que debería irme; muchas gracias por la
cena.
Lake se marcha sin siquiera un apretón de manos, y yo me giro para seguir su
rápida salida por la puerta principal.
¿Qué... qué acaba de pasar?
—Ella te dejó —dice Daniel, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su ronroneo
complacido—. Aparte de Kaycee, nunca he visto a nadie hacer eso. Te dije que me
gustaba.
Correcto. Aparte de Kaycee. Me paso una mano por el cabello y luego aprieto
los dientes en el único tic de estrés que tengo que no causa daños. No puedo
morderme las uñas. No puedo arrancarme el cabello. No puedo morderme el labio.
Exhalo y fuerzo la mandíbula para que se relaje. No puedo enfadarme. No puedo
enfadarme.
Pero si pudiera, entonces es con Jacob con quien estoy enfadado, ¿no?
No Lakelynn, la mujer que dice que estamos malditos. Me miro distraídamente
la muñeca izquierda y no pienso en que su marca de nacimiento parece un corazón.
Joseph Frost.
Joe.
Joe en la lápida, y Lakelynn en cuclillas junto a una tumba hecha de espuma de
poliestireno, llorando y sonriendo al mismo tiempo. Me froto el pecho con mi palma
e intento quitármelo de encima.
«Solo me torcí el tobillo.» El recuerdo de la cara llena de lágrimas de Lake llena
mi cerebro.
Maldita sea. Qué idiota soy. Me arrastro las palmas de las manos por la cara y
luego recojo la botella de vino de la mesa, me la llevo a los labios y bebo
directamente del pico.
—Cuidado con eso. —Daniel sonríe mientras dice eso (no se refiere al vino), y
luego se ríe de verdad. No le he visto reír más de dos veces en los cinco años que
lleva trabajando para mí—. Cuando miras así —continúa, al ver que mi atención ha
vuelto a centrarse en las puertas principales—, pareces un perro de pelea enjaulado.
Definitivamente no pareces el chico de oro americano que se supone que eres.
Vuelvo a mirar a Daniel y dejo el vino a un lado.
—¿Por qué no vamos a comprar un poco de bourbon que cuesta más que un
coche, y pasamos el rato en mi habitación de hotel? —Solo quiero un amigo y aquí
está Daniel, actuando como si pudiera serlo. Su sonrisa se desvanece y niega con la
cabeza.
—Tengo que mantener las distancias contigo para poder hacer mi trabajo. —
Se encoge de hombros, se levanta y da un paso atrás, como para mostrarme
físicamente lo que quiere decir emocionalmente.
Recojo la botella de vino y salgo hacia el todoterreno. En el coche, busco a Joe
y Marla y, efectivamente, ahí están. Murieron el mismo día. Ambos con poco más de
veinte años. Ambos de un fallo cardíaco repentino.
O... esto es un asesinato coordinado. O es una maldición. ¿Es raro que lo
primero sea una opción más probable? Solo estoy tratando de ser práctico.
¿Quién creería en la magia sin pruebas?
CAPÍTULO VEINTIUNO
LAKE
Quedan 90 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Estoy llorando sobre boba en una tienda llena de pufs y carteles que anuncian
los últimos dramas coreanos. Tengo un hotteok fresco y caliente en la mano: es como
un panqueque relleno de canela. Joules tiene uno con queso. Mis chicas se agrupan a
mi alrededor, cada una con su bebida.
—Voy a castrarlo —dice Joules con calma, sosteniendo una copa idéntica a la
mía. No ha bebido ni un sorbo porque espera que me acabe el mío y le robe el suyo.
Me acabo el panqueque y le robo su té antes de tiempo, con una bebida en cada
mano.
Ambos son de color rosa brillante —elegante té con leche rosa—, con boba de
cristal y un vaso cuya tapa tiene frases de colores escritas en alfabeto coreano.
Debajo, en diminutas letras inglesas, pone ¡Hwaiting! Y mis ojos vuelven a llenarse de
lágrimas.
¿No estaba ya luchando por esto? ¿Cómo puedo luchar más?
Joe. No quería hablar de Joe. Tampoco de la tía Clara. Me siento... sucia, como
si hubiera entregado una parte de mí a la maldición. Me enferma. Ya he amenazado
con quemar mi diario de la familia Frost. Nadie aquí tiene que saber que solo he
llenado una página. ¿Qué utilidad voy a tener para cualquiera de nuestros
antepasados? Y digo nuestros porque no parece que vaya a tener línea directa propia.
—Tam no hizo nada malo, Joules. Fue su representante quien me dijo esa
mierda. —He editado mi historia sobre mi cena con Tam para que nadie sepa que he
revelado la verdad sobre la maldición.
Sé que dije que iba a ser sincera, pero no estoy preparada para que Joules sepa
que se lo conté a Tam. Va a estar furioso, pero conmigo. Mira lo enojado que está ya.
—Te invitó a cenar —declara María, levantándose con su té con leche de
crisantemo en la mano. Es lo único que pide siempre, cosas con sabor a flores—. Eso
es muy importante, Lake. Le gustas, aunque no lo sepa.
—Su representante parece un imbécil, así que permíteme que prologue lo que
voy a decir con eso. —Lynn me pone la mano en el brazo, con los dedos fríos y
húmedos por la condensación de su taza—. Pero el tipo tiene parte de razón. Para que
Tam salga contigo, tiene que romper con Kaycee Quinn, que está básicamente
entretejida en su carrera. Sus tres mejores canciones se interpretan juntos. Sus citas
son los vídeos más vistos en todas las redes sociales. Es realmente peligroso para él
tenerte cerca. Tómate esta cita como una victoria.
Sí. Me la tomo como una victoria. No estoy tan molesta por lo que dijo Jacob.
Tiene razón en algunos aspectos, ¿no? Estoy molesta por Joe y Clara, pero no puedo
decir nada al respecto sin mostrar mi mano.
Acepto el consuelo y los cambios de tema de mis primas y amigas, y volvemos
al hotel. No es hasta que me dispongo a meterme en la cama cuando entra Joules y se
detiene a los pies de la misma.
—Quiero enseñarte algo. —Me hace un gesto con el teléfono y suspiro,
mirando la cama con indisimulado anhelo. Tenemos una de matrimonio con Ella,
Chloe, Luna, Lynn y María ya metidas en ella. Esta noche vamos a estar apretados.
Estoy de pie junto al borde, esperando a que Joules me muestre la pantalla de su
teléfono.
Tu hermana estuvo llorando hoy ante una lápida con el nombre de Joe. Dijo
que se había lastimado, pero no creo que fuera por eso. Quería avisarte. Que
duermas bien.
Es un mensaje a Joules de Tam.
Oh.
Se dio cuenta. Y no mencionó la maldición.
Joules me rodea con sus brazos y me abraza fuerte.
Me aferro a él y no pienso en lo duro que es sentarme frente a Tam y luchar por
mi vida con cada palabra que sale de mi boca. Lo mucho que me dolió usar la muerte
de mi primo como moneda de cambio por su afecto.
Si no hubiera tenido ya a Joe muerto en mi regazo, esto habría sido prueba más
que suficiente de que esto es, de hecho, una maldición. No es una bendición. Y la
odio. Odio la magia. Odio la maldición. Solo quiero terminar con todo esto, y más que
nada... tengo miedo de morir.
Tengo miedo.
Joules está actuando raro. No sé muy bien por qué lo pienso, pero empieza a
molestarme. Siempre se levanta antes que yo y va al baño a arreglarse. Lo he estado
fastidiando, pero se ha reído y no ha dicho ni una palabra ni para admitirlo ni para
rebatirlo. Entonces, si no está pensando en Kaycee ahí dentro, ¿qué es lo que está
haciendo?
Además, cuando le pregunté si podía buscar algo del bolsillo de su bolso, me
dijo que no.
Eso no es propio de él. Nunca me ha negado el acceso a sus cosas. Me está
ocultando algo, y está empezando a ponerme nerviosa.
—Si me guardas secretos, no puedo ayudarte, Joules. ¿Esto es por Kaycee?
—No se trata de Kaycee —me gruñe, pero tiene las manos demasiado
apretadas sobre el volante. Se está enfadando demasiado, demasiado rápido. Eso
significa que me está mintiendo. Me giro completamente hacia él y me ajusto el
cinturón de seguridad para que me resulte más cómodo.
Joules estira distraídamente la mano y me sube el cinturón de la cintura al
hombro.
—No hagas eso —me advierte, pero no respondo. Me quedo inmóvil y lo miro
fijamente. Conozco a este hombre desde hace veintidós años y tres cuartos. Puedo
doblegarlo.
Así que me quedo donde estoy, en silencio e inmóvil, todo el camino desde
Seattle hasta Portland.
Cinco horas.
Cinco horas de silencio.
Sin música ni nada.
Cuando por fin entramos en el aparcamiento del hotel, me despierto
sobresaltada, con un poco de baba en la mejilla.
Mierda, realmente pensé que había estado mirando a Joules todo el tiempo.
—¿Cuánto duré antes de desmayarme? —pregunto, y él sonríe mientras aparca
el coche y se gira para mirarme.
—Siete minutos.
Me quedo con la boca abierta.
—¡Eso es mentira! Recuerdo haber escuchado al menos tres canciones.
—No sonaban canciones, y lo sabes —me dice Joules, y entonces abre la puerta
y se baja, y comprendo que la conversación que estábamos teniendo ha terminado
por un tiempo. Tendré que atacarlo más tarde, o desde otro ángulo. Mis ojos se clavan
en su muñeca, pero todo lo que veo es el mismo vago contorno de la marca antes de
que se active.
Mmm.
Nos registramos en el hotel y mi hermano se desploma boca abajo en la cama.
Nunca se tumba en la cama, haga lo que haga para convencerle de que se lo merece.
Siempre, siempre me la cede.
Finjo estar ocupada con mi teléfono y luego me arrastro hasta el borde de la
cama. Voy a echar un vistazo más de cerca a su muñeca, por si acaso. ¿Porque no sería
propio de Joules emparejarse y no decírmelo? Daría prioridad a mi vida sobre la suya,
y no voy a tolerar nada de eso.
Alargo la mano hacia su brazo con la intención de levantarle la manga de la
sudadera. Se despierta en un instante —o en realidad nunca estuvo dormido— y me
sujeta del brazo, tirándome a la cama mientras se incorpora.
Me mira fijamente y se aparta el cabello oscuro de la frente.
—No te atrevas a intentar saltar sobre mí, Canoa. Nunca sucederá.
Gimo y ruedo sobre mi espalda, con las piernas dobladas sobre el borde de la
cama y los pies en el suelo. Joules se queda donde está, sentado a mi lado. Alarga una
mano y me da una palmada en la cabeza.
Me pongo de lado y él retira la mano, mirándome con extrañeza.
—¿Qué?
—Tam me tocó la cabeza la otra noche —le digo, y Joules frunce el ceño.
—¿Cómo? —exige, así que alargo la mano y sujeto la de Joules, poniéndola de
nuevo sobre mi cabeza. Uso mi agarre en su muñeca derecha para darme dos
palmadas y luego lo alejo—. Así, ¿eh? —Joules se frota la barbilla y mira pensativo el
feo dibujo de la alfombra—. Tengo que decirlo: Tam Eyre es un hijo de puta
complicado.
—Creo que ustedes dos podrían ser buenos amigos algún día.
Joules me lanza una mirada sombría y yo me río, dejándome caer de nuevo
sobre la espalda.
—Creía que lo tenía claro, pero... no es nada parecido a lo que pensaba. —
Joules suspira molesto—. ¿Tal vez es virgen también? Está muy raro contigo, como si
nunca hubiera conocido a una chica que le gustara de verdad.
Ahora me estoy riendo tanto que se me saltan las lágrimas.
—¡Por favor! ¿Has visto sus videos con Kaycee? Tam tiene una habilidad seria.
—Tiene habilidad cuando actúa. Es lo único que sabe hacer: actuar. En la vida
real, está tan indefenso como tú. —Joules me lanza otra mirada—. Y gracias por
contarme lo de la palmada en la cabeza. Eso no es bueno. No te mira como una mujer.
Me incorporo un poco, frunciendo el ceño.
—¿Por qué me hiciste llevar ese vestido tan feo? ¿Viste a Kaycee? Ella estaba...
—No tengo que decirle a Joules cómo lucía porque él ya lo sabe. Lo veo en el
estiramiento de su boca. Sabe lo hermosa que es. Femenina. Sexy.
—Si eres demasiado lanzada, Tam va a huir. Al principio pensé que era un
jugador, por eso sugerí la lencería, pero sinceramente, puede que sea un virgen
ingenuo como tú. —Le doy un puñetazo a Joules en el brazo, pero me ignora. Se
levanta de la cama y se dirige al baño—. Voy a ducharme. Déjame en paz un rato,
¿quieres?
Se lleva la bolsa de viaje y cierra la puerta antes de que oiga el ruido de la
ducha.
Saco mi teléfono para comprobar si hay mensajes de Tam.
Hay uno, de hace un par de horas.
No puedo esperar a que llegues al trabajo mañana por la noche.
Y nada más.
No vuelve a enviarme mensajes durante el resto del día ni gran parte del
siguiente.
Tam gana el lanzamiento del anillo, lo cual está bien porque yo iba a lavar los
platos de todos modos. Esta villa cuesta fácilmente cuatro cifras o más por noche.
¿Cómo podía quedarme aquí sin hacer nada?
—¿Quieres que encienda un fuego? —Tam pregunta, y yo asumo que va a
haber una chimenea con un botón, una llama eléctrica con solo pulsar un interruptor.
En lugar de eso, hay una gran hoguera de piedra con una chimenea de ladrillo más
ancha que yo. Me da unas palmaditas en el brazo cuando no le contesto, sonriendo
como si estuviera emocionado—. Voy por la leña.
Tam se pone una chaqueta, ya que está oscuro, y se calza las botas sin medias.
La puerta se cierra tras él y se enciende la luz automática del porche. Veo cómo cruza
el camino circular de grava que hay delante de la casa, desaparece en un cobertizo y
sale con un cartucho. Es decir, un bloque redondo de madera de un árbol que aún
hay que partir.
Tam lo coloca en un tocón cerca de la puerta del cobertizo, empuña un hacha y
lo corta por la mitad. Luego corta cada trozo en cuartos y vuelve a hacerlo hasta
obtener un montón considerable.
Estoy estupefacta.
—¿Acabas de...? —Empiezo mientras le abro la puerta principal y aparece
cargado de leña.
—¿Qué? —pregunta, dejándolo sobre la chimenea de piedra y poniéndose en
cuclillas para encender el fuego. Utiliza uno de los iniciadores de fuego
proporcionados por el anfitrión, lo que al menos se parece un poco más a lo que
esperaba de él.
—¿Por qué un Airbnb te haría cortar tu propia leña?
Tam se ríe y se pasa el brazo por la parte inferior de la cara para quitarse
algunas gotas de agua del exterior. Creo que ahora mismo está nebulizando. Eso es
lo que parecía cuando se encendió la luz del porche.
—Hoy acaban de hacer una nueva entrega. El anfitrión dijo que enviaría a
alguien para que viniera a cortarla, pero me negué. No quería que nadie se enterara
de que estaba aquí.
Maldita sea. Yo no pienso así de la gente. Nunca he tenido que pensar así de la
gente. Pero Tam está considerando si el empleado que fue enviado a cortar la madera
podría filmarlo o publicar su ubicación en línea. Esa no es una vida que me gustaría
vivir, personalmente.
Estar con Tam va a requerir un sacrificio de algunas de las cosas que más me
gustan en la vida.
Intento hacerme a la idea. Si empezamos a salir, se sabrá. Todo el mundo lo
sabrá. Me fotografiarán, me seguirán y me filmarán. Seré amada por gente al azar,
pero probablemente seré odiada por más.
Cuanto más rápido pueda romper la maldición, mejor. Entonces podré decidir
a dónde vamos Tam y yo a partir de ahí.
—¿Dónde aprendiste a cortar leña? —le pregunto, lanzándole una mirada—.
No lo digo de mala manera, pero me pareces un chico de ciudad.
Tam sonríe y luego sacude la cabeza, poniéndose de pie y dejando que el fuego
de esta noche comience lentamente.
—Los pañuelos, las vendas, lo de abrir puertas. Todo era de mi padre. También
la leña. Vivíamos en el norte de Washington, cerca de la frontera. —Tam se encoge
de hombros, me rodea y entra en la cocina. Cuando abre la nevera y empieza a buscar
algo para comer, sé que es hora de cocinar.
—¿Listo para los tacos? —pregunto mientras roba la lechuga y la abre, sacando
unas cuantas hojas y metiéndoselas en la boca.
—Eso suena perfecto —dice en voz baja, con los ojos entrecerrados. Auch.
Cuando piensa en comida, tiene un aspecto de ensueño, contento y excitado al mismo
tiempo. Oh. Guapo.
—¿Vas a enrollarlos con lechuga? Es tan triste que no puedo decidir si es real
o si estás actuando para mí.
—Siempre me olvido de actuar contigo —admite, como si lo lamentara. ¿Tal
vez debería? Ciertamente es más amable con otras personas. Espero que eso cambie.
Si no fuera por la maldición, ya me habría ido. Debería decírselo, para que lo
entienda.
—Por favor, contesta a la pregunta sobre la lechuga —le digo mientras
cambiamos de sitio y ocupo el suyo frente a la nevera. Él se queda conmigo, sentado
en el mismo taburete de antes. Lleva esos malditos pantalones de chándal grises y
una camiseta blanca ajustada. Yo llevo una camiseta suelta y un pantalón de gimnasia
negro. Los dos estamos descalzos. Tenemos el cabello mojado.
La casa es muy silenciosa, sobre todo cuando empieza a llover. Parece como si
el agua creara una cortina entre nosotros y el mundo.
Apuesto a que Joules asumió que Tam me bloquearía, y me dejó a propósito.
—¿Simplemente te quedaste aquí mirándome por la ventana durante cuarenta
y cinco minutos? —pregunto despreocupada, sacando una tabla de cortar para picar
las verduras del pico de gallo.
—Eh... —Suspira y deja la lechuga a un lado—. Joder. —Levanto la cabeza y lo
veo pasarse los dedos por el cabello—. No, estaba dando vueltas. No sabía qué hacer.
Esperaba que te quedaras, pero me dije que debería querer que te fueras. Kaycee es
mi novia y apenas te conozco.
—Lo sé. —Trago saliva y clavo mi cuchillo en una cebolla. Pienso en lo que dijo
Joules, cómo Kaycee y Tam tienen un contrato que significa que tienen que salir
públicamente. Que nunca han tenido sexo. Que él no la besa fuera de cámara.
Quiero preguntarle si la quiere, pero ¿me estaría abocando al fracaso?
Me lavo y me seco las manos, y luego recojo el móvil para elegir una lista de
reproducción. Me aseguro de que no haya ninguna canción de Tam antes de
reproducirla.
Cuando suena una canción que Tam conoce, la canta. Ni siquiera estoy segura
de que sea consciente de que lo está haciendo, tomando prestada una de mis tablas
de cortar para rebanar un aguacate. Lo corta mientras yo corto los tomates. Mezcla el
pico de gallo mientras yo doro la carne. Ralla el queso mientras yo frío las tortillas.
Nos sentamos juntos en el gran sofá frente a la chimenea, uno en cada extremo
del largo sofá de cuero.
—¿Piedra, papel o tijera para elegir película? —pregunta Tam, volviéndose
hacia mí, y yo sonrío. Ponemos nuestros platos en el centro, levantamos las manos y
luchamos a muerte. Gano yo—. ¿Haces trampas? —pregunta, como si lo dijera medio
en serio, y yo me río.
—¿Qué tipo de películas te gustan? Si dices románticas, me muero.
Sacude la cabeza.
—Me gusta un poco de todo —dice, pero lo dice en un tono raro y bajo que
hace que se me contraiga el bajo vientre—. Aunque esta noche me vendría bien una
comedia.
—Hecho.
Echo un vistazo a las películas más recientes, elijo una con buenas críticas y le
doy play. Nos sentamos y comemos juntos. Me acabo tres tacos y Tam se come nueve
en total (todos envueltos en lechuga). Es capaz de devorarlos en dos bocados sin
intentarlo, y lo hace sentado con las piernas cruzadas en el sofá y sin dejar caer ni una
sola miga.
Impresionante.
¿Por qué me gusta tanto verlo comer? Me obligo a parar y saco de una bolsa
nuestros postres.
—Te dejaré elegir —le digo, tendiéndole una manzana en una mano y una
chocolatina en la otra.
—¿Es una broma? —pregunta, y no puedo contener una sonrisa y un
movimiento de cabeza.
—Me imagino que gano de cualquier manera. Uno, me quedo con el caramelo.
Dos, me ahorras las calorías del caramelo. ¿Ves lo que quiero decir?
Tam me roba la chocolatina y lo miro varias veces con el ceño fruncido mientras
me veo obligada a comerme la manzana.
—¿Quieres entrenar conmigo por la mañana? —pregunta distraídamente, y yo
me río de él.
—Describe la palabra mañana —ordeno, dando otro bocado crujiente. Tam
asiente y juro que chupa la chocolatina para burlarse de mí.
—¿Diez? —pregunta, y me hago a la idea de que esto es tarde para él, que me
está moviendo la hora. Asiento con la cabeza. Él sonríe. Mi corazón se vuelve
completamente loco. Estar sentada aquí sola en la oscuridad con él está cambiando
mi perspectiva. Definitivamente sería difícil seguir siendo solo amiga de Tam. No digo
que no lo haría en circunstancias normales (es decir, sin la maldición), pero me gusta
de verdad.
Estoy enamorada de él.
Estoy enamorada de él, y me bloqueó.
Estoy cayendo primero, como Joules me advirtió que no hiciera.
—Me iré a la cama después de esto —respiro, volviendo a la película. Me
obligo a concentrarme en ella hasta que me acabo la manzana. Tiro el corazón, toma
otra bebida e intento ponerme lo más cómoda posible en el sofá.
—Puedes estirar las piernas si quieres —me dice Tam, y así lo hago, invadiendo
el cojín central hasta que los dedos de mis pies quedan a un suspiro de su muslo.
Cinco minutos después, cuando se acomoda, nos estamos tocando.
Inconscientemente ha separado las piernas y ahora mis dedos están metidos debajo
de su muslo.
Tam debe notarlo, pero no reacciona y yo tampoco.
Soy la primera en dar por terminada la noche con la esperanza de que Tam
haga lo mismo.
—Duerme, por favor —le digo mientras me pongo en pie, pero él al menos
apaga la tele y se levanta a mi lado.
—Lo haré. —Tam suena sincero y agradecido al mismo tiempo, siguiéndome
en silencio por las escaleras hasta nuestras habitaciones. Me pone en la de enfrente.
Nos detenemos juntos en el largo pasillo y nos giramos torpemente hacia el otro al
mismo tiempo—. Me haces sentir como de dieciséis, en el buen sentido —me dice
Tam, y luego sonríe, entra en su habitación y cierra la puerta.
Permanezco de pie varios segundos, saco a tientas el teléfono del bolsillo y
envío un mensaje de texto frenético a Joules.
¿Qué quiere decir? Exijo cuando mi hermano tarda demasiado en responder a
mi primer mensaje explicándome la situación.
Significa que tú tenías razón y yo estaba equivocado. Lo estás haciendo bien,
Canoa. Solo muéstrale lo maravillosa que ya sé que eres.
Estoy... un poco confundida con esa respuesta. Aunque suena como Joules, no
es como suele ser. Así es como sé con certeza que lo que sea que me está mintiendo
es malo. Tengo que presionarlo más para que me lo diga. ¿Cómo puedo ayudar si no
lo hace?
Dejo a un lado el teléfono con alarma para las diez, me meto bajo las mantas y
apago la lámpara de la mesilla. Mi habitación es enorme, una suite gigantesca con
una cama con dosel de pino nudoso para crear ambiente y ropa de cama blanca y
sencilla que se puede blanquear entre huésped y huésped.
Cuando todo está en silencio, cierro los ojos y meto la mano entre las piernas.
Mi dedo se desliza por la costura de mis pantalones y me retuerzo. Me siento mejor
que de costumbre. Tam me atrae tanto que me cuesta pensar en otra cosa.
Con un suspiro frustrado, me doy la vuelta y agarro el móvil y la funda de los
auriculares. Me los pongo y me relajo en las almohadas.
Con el vídeo musical de Tam para Break Up With Me sonando en mi teléfono,
vuelvo a poner la mano donde estaba. Me acaricio ligeramente con un solo dedo,
observándolo bajar unas escaleras con una capa de plumas. Lleva una sudadera con
capucha y unos jeans con ella, su cabello capta la luz mientras se levanta la sudadera
para dejar al descubierto sus abdominales. El movimiento de baile que sigue es como
un giro del cuerpo que le hace caer de rodillas. Mete la mano en la sudadera mientras
canta la letra de la canción y echa la cabeza hacia atrás. La cámara se acerca a ese
rostro angelical con boca de diablo.
Tam es tan, tan bonito, pero se pone nervioso muy rápidamente. Con la
iluminación adecuada, el estilo adecuado, ya no parece tan guapo, y supongo que ese
es el atractivo.
Ahora me froto frenéticamente a través de la tela, resoplando y jadeando. Doy
patadas a las sábanas, pero mi mirada permanece fija en ese vídeo. Pienso en el calor
de su muslo a través del chándal. Pienso en el agua cayendo por sus fuertes hombros
y sus musculosos brazos cuando salió de la piscina.
Me digo que, para romper la maldición, tendré que averiguar qué sienten esas
manos ásperas en el resto de mi cuerpo.
Entretengo una fantasía sin culpa. Estoy sola en mi habitación. Tam no lo sabe.
Me bajo los pantalones y los tiro a una pierna, descubriendo el pozo de calor
húmedo en mi centro con un suave movimiento circular del dedo alrededor de mi
abertura. Tan resbaladiza. ¿Y todo porque mi pie estaba metido bajo el muslo de Tam?
La maldición me da la excusa que necesito para dejar a un lado mis ansiedades,
y exhalo para liberar la tensión.
Una vez que lo hago, siento que mi cuerpo redirige toda esa energía a las partes
de mí que más me duelen. Mis pechos quieren que los toque, así que dejo caer el
teléfono sobre la almohada que tengo al lado. Me doy un apretón con una mano y
pienso en las palmas de Tam rozando mis pechos en la oscuridad de la sala de escape.
Actué como si no fuera nada, pero definitivamente era algo. Quería sentir su
tacto. Ahora lo hago, arqueando la espalda y apretando el pecho contra mi propia
mano. Su música sigue calando en mi sangre a través de los auriculares, curvando
cálidos dedos de deseo en mi interior. Se extiende como miel caliente y pegajosa
sobre mi piel cuando rompo la barrera entre mis piernas. Empujo y me meto dos
dedos.
Oh. Tam. Thomas.
Me vienen a la mente imágenes de su bonita melena, que sobresale en ángulos
aleatorios por debajo de su gorro. Recuerdo cómo sus ojos se cruzaban con los míos
en la mesa mientras me tomaba la muñeca y frotaba el pulgar sobre la marca de la
maldición. Repito el escenario de la habitación de escape una docena de veces.
Mis dedos empujan los tensos músculos internos y me doy cuenta de que mi
cuerpo se contrae al pensar en Tam. Muevo las caderas y revoloteo alrededor de mis
dedos como si fuera él quien estuviera dentro de mí. Fantaseo con que abre la puerta
de la habitación y me encuentra así, subiendo a la cama a mi lado, poniendo su boca
en un lado de mi cuello.
Con un sonido de frustración —no tengo manos suficientes—, abandono los
pechos y dejo caer la otra mano hasta el capullo hinchado de mi clítoris. Apenas
soporto tocarlo, ni siquiera cuando tomo prestado mi propio lubricante para que
resbale un poco. Es demasiado intenso, pero no puedo esperar. Me vuelvo a subir las
bragas por la pierna, las tiro a un lado para poder penetrarme de nuevo y acaricio mi
clítoris a través de la tela.
Es justo este lado de demasiado. También está a este lado de no ser suficiente.
Uso mis manos lo mejor que puedo, pero no tengo mucha experiencia en esto,
y no me conozco muy bien. No conozco ningún truco para correrme, para aliviar la
tensión que siento dentro de mí. Con un gemido de frustración, me pongo de lado y
meto una almohada entre los muslos.
Me agarro a otra almohada e intento respirar.
No voy a conseguir liberarme esta noche. No voy a poder desterrar estos
pensamientos eróticos sobre Tam o Thomas o quienquiera que sea ese hombre que
está en la habitación de enfrente.
Una cosa que sí sé es esto: él necesita romper con Kaycee, para que podamos
seguir adelante.
No es justo ni para Kaycee ni para mí que sigamos así. Tam me gusta, sé que le
gusto. Me gusta. E incluso si... si me bloqueara... Entierro la cara en la almohada para
reprimir un grito de frustración, y luego exhalo para dejar escapar la tensión.
Mañana. Le preguntaré mañana.
Me duermo con la música de Tam como canción de cuna.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
TAM
Quedan 80 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
Le doy una paliza a Tam en Just Dance. Alega que es porque su mando está roto
o por dónde está parado. Mentira. El juego consiste en ver bailar a un personaje en
pantalla y usar el mando para imitar sus movimientos. Se me da tan bien que consigo
puntuaciones casi perfectas con la música de Tam. El juego tiene como seis de sus
canciones.
—Estás intentando bailar de verdad, Tam. El juego no consiste en eso. —Me
muevo detrás de él y me agarro a sus caderas. Las mueve demasiado y no presta
atención al mando del juego.
Se pone tan rígido en mi agarre que lo suelto como si le ardiera la piel, dando
tumbos hacia atrás y cayendo sobre el sofá. Se gira sobre su hombro para mirarme, y
su expresión es tan extraña como la de esta mañana. En el dormitorio. En la cinta de
correr.
—Está bien que puedas girar las caderas así, pero al juego solo le importa lo
que hagas con esto. —Le sacudo el mando a distancia, pero él se limita a tragar saliva,
y descubro que puedo apreciar la forma de su cuello. Su nuez de Adán es
especialmente bonita. Nunca me había fijado en la nuez de Adán de un hombre.
Hay tensión sexual entre Tam Eyre y yo.
Tenemos tensión sexual.
Sé que puede sentirlo. Puedo verlo. Huele como si me deseara. No sé cómo lo
sé. Simplemente lo sé. Cruzo las manos sobre el regazo y aprieto los labios mientras
él retrocede unos pasos y se deja caer en el sofá. No se da la vuelta. Simplemente se
deja caer.
Espero a que ponga una almohada sobre su regazo, y lo hace.
—Girar las caderas es la única razón por la que se agotan las entradas en los
estadios —dice distraídamente, dejando caer la cabeza hacia atrás en el sofá para
poder mirar las vigas del techo.
Me burlo y él gira la cabeza para mirarme.
—No digas esas cosas. —Trago saliva y me aclaro la garganta, obligándome a
mantener mi mirada en la suya—. Siento haber dicho esas groserías sobre tu música.
Me equivoqué. He leído la letra de I Want to See You (dad) unas cien veces. —Siento
que se me seca la garganta, así que me levanto y me dirijo a la cocina por agua.
Tam me sigue.
—¿Pensabas en Joe cuando las leíste? —me pregunta con suavidad, y me giro
para ver que está justo ahí, otra vez, joder. No es accidental que se acerque tanto a mí.
No sé si todo el mundo siente exactamente lo mismo por Tam. Guiña un ojo y se
humedece los labios, mueve las pestañas, moldea su cuerpo en formas estéticamente
agradables. Todo es parte del acto, y veo chicas abanicándose a su alrededor todo el
tiempo.
Entonces... si yo también necesito un admirador ahora mismo, ¿qué significa
eso? ¿Realmente tenemos tensión sexual o es fabricada?
Pero no. No. Me mira mucho la boca. Me mira a los ojos. Se acerca a mí incluso
cuando cree que no me daré cuenta de que lo hace. Especialmente si cree que no me
daré cuenta. Como anoche, cuando entró en la cocina para buscar el bloque de queso
y me rozó el brazo a propósito.
Me rasco la marca de la maldición en la muñeca; vuelve a arder.
—Sí, estaba pensando en Joe. —Bebo otro trago de agua para calmar el dolor—
. Siempre estoy pensando en Joe.
—Bueno, no ha pasado mucho tiempo. Estás bien. Aunque hubiera pasado
mucho tiempo, seguirías estando bien. Puedes pensar en alguien que ha muerto tanto
como quieras porque ese es el único tiempo que pasas con él. El pasado. —Tam se
humedece los labios y entonces me giro, y él baja la mirada. Se acerca un paso.
Quiero contarle todo sobre Joe, cómo Joules y yo crecimos junto a nuestro
primo como si también fuera nuestro hermano. Cómo hacía que cada día fuera
emocionante, cómo podía convertir lo mundano en extraordinario, cómo podía
detener una pelea entre Joules y yo con una sola palabra.
Entonces quiero besar a Tam Eyre. Quiero que me bese. Quiero saber qué se
sentiría si me rodeara con sus brazos, si me abrazara.
Por un momento pienso que podría hacerlo. Pero entonces se oyen pasos
desde el otro lado de la casa y aparece su representante, Jacob, con un iPad en la
mano.
—Esta noche tienes una llamada con una fan —dice Jacob sin preámbulos, y se
me hiela la piel. Agarro a Tam por los hombros y me mira sorprendido. Pero entonces
sus manos se flexionan y creo que desearía poder volver a agarrarme.
—Defiéndete esta noche. Estas llamadas de los fans son una locura. Nadie tiene
derecho a tratarte así. Ser famoso no es una excusa. —Le doy una palmadita en los
brazos y lo suelto. Mira el lugar donde lo toqué y luego vuelve a mirarme.
—No me está permitido enfadarme —susurra, y sus palabras suenan como un
grito de auxilio.
Ya no discuto, pero... tengo ideas.
—Por favor, no interfieras en la llamada de los fans —dice Jacob, sus palabras
dirigidas a mí, y Tam le lanza una mirada desagradable que en cierto modo
agradezco.
—Jake, no le digas lo que tiene que hacer. Ella no es tu cliente, ¿de acuerdo?
—No, pero está aquí contigo, lo que la convierte en mi problema. —Jacob se da
la vuelta y huye de la habitación, y Tam se mueve como si fuera a ir tras él. Le pongo
la mano en el brazo y lo vuelvo a detener, pero entonces recuerdo que me ha
bloqueado. No puedo superarlo. Pienso en cómo me apartó mi mano de su pierna
durante la cena. Pienso en cuando me apartó de él en los jardines japoneses.
También pienso en él tumbado en la cama conmigo esta mañana.
—¿Quieres dar un paseo? —pregunto, y él exhala, como si esperara que no me
enfadara. Jacob técnicamente tiene razón sobre mí. Estoy aquí para estropear las
cosas. Y probablemente se las estropee a Tam. Pero tampoco voy a dejar que
muramos los dos porque mi presencia pueda causar un bache en la carrera de Tam.
—Eso suena bien. ¿Nos vemos aquí en diez? Quiero cambiarme.
Asiento con la cabeza y se dirige arriba.
No necesito cambiarme, así que espero. Tarda unos treinta minutos en volver,
pero cuando lo hace, es... parece un anuncio de la costa oeste. Su chaqueta North Face
burdeos, pantalones Fjällräven, botas de montaña marrones que claramente nunca se
han usado. Lleva un gorro blanco en la cabeza, se acerca a mí y me pone uno verde
mar sobre el mío.
—Ponte un gorrito, al menos. —Tam me rodea y abre la puerta del patio,
extendiendo la mano para indicarme que pase yo primero. Al pasar, me da su
chaqueta de ayer, con la que cortaba leña. Es grande y cálida, y huele a él de una
forma que va más allá del champú o la colonia.
No hay palabras para este olor. Es solo que, cuando lo respiro, el olor me hace
pensar en él. Sé que es su chaqueta. Sé que la llevaba puesta hace poco.
—¿Qué hace una persona así en medio del bosque? —me pregunta, y empiezo
a darme cuenta de que me ha estado tomando el pelo todo el tiempo. Oh, Dios mío.
Miro hacia él, y tiene una sonrisa adorable en la cara que lo convierte en algo nervioso
y feérico.
Me había olvidado de mi propia observación inicial: Tam no es estúpido, sino
astuto. No es ingenuo, sino observador.
He dicho que este cabrón me iba a causar problemas.
Lo huelo en el aire, en un día en que las cosas parecen fáciles y perfectas.
Esto no va a durar.
—¿Qué pasó con Kaycee? —pregunto mientras caminamos, metiendo las
manos en los bolsillos. Esta vez no hay teléfono. Casi sonrío al recordarlo, pero estoy
demasiado nerviosa para oír la respuesta de Tam a mi pregunta. Pensé que sería más
fácil si me quitaba de encima lo más difícil.
—Nada más que lo que te he dicho —dice Tam, pero sus ojos vuelven a estar
vidriosos por el pensamiento. Parpadea como si estuviera vadeando la niebla, y
entonces se detiene. Se gira. Se inclina y se queda mirando una seta que crece en el
tronco de un árbol. Sus ojos se desvían hacia un lado, hacia una telaraña cubierta de
rocío en la que hay una arañita. Tam parece fascinado, como si nunca hubiera estado
fuera en toda su vida.
—Creía que te habías criado en Washington. —pregunto, y entonces una rama
cae desde lo alto y destruye la tela de araña. Tam maldice y retrocede, pero también
le veo sacar el dedo. Recoge un trozo de tela de araña, con la araña en ella, y lo
traslada a otro árbol.
Esto es como volver a cortar leña.
—No salgo mucho —dice con un suspiro que suena cansado. Las manos metidas
en los bolsillos. Me sonríe por encima del hombro. No puedo creer que esté a punto
de cumplir veintisiete años. Nadie se lo creería jamás—. Pero me encanta estar al aire
libre.
—¿Te gusta revolcarte en la tierra? —bromeo, pensando en mis primos y mi
hermano. Nos emborrachamos todos juntos, justo antes de que Joe muriera. Incluso
Marla estaba allí. Estábamos todos muy pasados de sobriedad, y empezó a llover de
repente, apagando nuestra hoguera. Tuvimos una pelea de barro. A los veinte años.
Nunca he amado más a mi familia.
—Lo haría si pudiera —responde Tam con suavidad, y entonces me doy la
vuelta y lo empujo para que se salga del camino y caiga en un charco, salpicando
barro por todas partes. Sobre sus pantalones nuevos. Su chaqueta nueva. Sus zapatos
impolutos. Se le abre la boca por la sorpresa, como a mí me gusta, y se vuelve para
mirarme—. Ya veo cómo es. La próxima vez que vea una araña, te la pondré en el
cabello.
—Si haces eso, te apuñalaré. Ni siquiera Daniel podrá detenerme. —Paso junto
a él, pero se ríe demasiado como para seguirme.
—Sabía que no eras tan genial como pretendías ser —dice desde detrás de mí,
y luego echa a correr cuesta arriba como si nada, deteniéndose para darse la vuelta
y esperarme. El color rosado de sus mejillas por el frío, las pequeñas salpicaduras de
barro en su barbilla, la forma completa de su labio inferior y ese espectacular arco
de cupido en el superior.
Me encuentro con los ojos de Tam.
—Llevo lencería debajo de mi disfraz de perrito caliente. Claro que soy genial,
Tam.
Paso junto a él tarareando, y se gira para unirse a mí, y entonces simplemente
caminamos.
No hablamos durante el resto de las dos horas de caminata.
CAPÍTULO TREINTA
TAM
Quedan 79 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
Dejar a Lake para atender la llamada de una fan no es lo más fácil que he hecho
en mi vida.
—Odio esto —le susurro a Jacob antes de salir de la habitación que hemos
requisado para peinarnos y maquillarnos. No hay nadie más o nunca me habría
atrevido a susurrar algo así. ¿Puedo decirles a mis fans que odio sus llamadas?
Ya no quiero llevar collar de perro. No quiero ladrar. No quiero representar
citas o matrimonios o cómo sería como padre de sus hijos. Es horrible. Me siento
humillado.
—Solo una más, y no haremos otra hasta el año que viene, ¿de acuerdo? —Jacob
me da unas palmaditas en el hombro y yo asiento con la cabeza, comprobando mi
maquillaje en el espejo del pasillo. No parece que lleve nada de maquillaje, pero es
mucho. Lake me ha visto sin él esta mañana. Ayer también, ahora que lo pienso.
No me miró de otra manera.
Tengo las cejas oscuras, un poco de sombra alrededor de los ojos para darles
más profundidad y una pizca de brillo en el labio inferior. Me alboroto el cabello,
aunque ya parece bien despeinado.
—Mañana empieza de nuevo nuestro horario. Preferiría que nos quedáramos
en un hotel de la ciudad a quedarnos aquí otra vez. Me dijiste que considerarías
saltarte la última noche aquí.
—He cambiado de opinión —le digo a Jacob, y me escapo a la sala donde
filmaremos. Todo el equipo está aquí, Daniel incluido. Tomo asiento en una silla
rodeada de pantallas blancas. Están a mi izquierda, delante y a mi derecha, para
reflejar la luz y que me vea lo mejor posible.
Detrás de mí, hay un cuidadoso telón de fondo de normalidad. Las ventanas,
con los árboles del exterior a la vista. Una mesita auxiliar con una lámpara. Muy
acogedor. Muy hogareño.
Bostezo y alguien —es Maggie, gracias Maggie— me da una bebida
energizante.
Anoche dormí bien gracias a Lake, pero sigo cansado. No se pueden
compensar años de noches de dos a tres horas y sentirse descansado después de una
buena.
—Este es el guión de hoy. No tiene que ser literal, solo para que te hagas una
idea. —Jacob me entrega su iPad y yo miro la pantalla.
El nombre de la fan es Jessica. Interpretarás el rol de su marido. Ella es tu mujer,
y acabas de llegar a casa del trabajo. Intenta que parezca una simulación de citas.
Mantén las cosas ligeras y PG-13, pero haz que parezca real.
Cierro los ojos.
—¿Lo tienes? —pregunta Jacob, quitándome el iPad. Llevo haciendo esto desde
que debuté a los trece años. Sé lo que hago, pero ahora lo odio aún más que antes.
Abro los ojos y asiento con la cabeza.
Nos dan una cuenta atrás y sonrío. Puedo verme en el monitor de mi derecha,
así que puedo comprobar mis propias expresiones faciales. Tengo el mismo aspecto
que tenía por la mañana, cuando me miré en el espejo y pensé en Lake. Este es
exactamente mi aspecto.
Se me escapa la sonrisa y entonces se ve un vídeo en otro monitor. La cara de
la aficionada está oculta, lo que ocurre a veces si solicitan el anonimato, pero... aquí
estoy, y todo el mundo puede verme y todo el mundo sabe quién soy.
—Hola Jessica —digo, como si la conociera, y entonces ella grita y empieza a
reír—. ¿He oído que tienes algunas preguntas para mí?
Tarda un minuto en soltar una risita y tropezar con sus propias palabras, pero
me río con ella y me pregunto qué pensaría Lake si pudiera verme ahora mismo.
Puede que esté abajo hablando por teléfono o algo así. Pero si estuviera aquí, ¿se
daría cuenta de que estoy incómodo?
Durante años, he tenido cero límites. Ninguno. Cualquiera podía mirar o tocar
o pensar o querer cualquier cosa de mí, y yo simplemente estaba ahí. Pertenezco a
todo el mundo, y es agotador.
Sin embargo, preferiría morir antes que renunciar a ella.
¿En qué me convierte eso?
—Si fueras mi marido, y al llegar a casa del trabajo me encontraras en bata de
seda, ¿qué harías primero? —me pregunta la chica, y yo me obligo a mantener la
respiración tranquila. Todos sabemos a dónde quiere llegar, pero tengo que hacerme
el tímido y fingir que no lo sé.
—Probablemente te serviría una copa de vino —digo, que es mi respuesta
genérica habitual a este tipo de cosas. Pero entonces pienso en Lake y en servirle
vino anoche. Mi expresión cambia un poco y Jessica vuelve a reírse. Si realmente la
estuviera mirando así, quizá sus risitas estarían justificadas. Pero no estoy pensando
en ella. Ni siquiera existe—. Solo te dejaría cocinar si te ganara en el juego de lanzar
aros que jugamos en la piscina. Te dejaría elegir la película. Te dejaría meter el pie
bajo mi muslo por si se te enfrían los dedos.
—Oh —respira Jessica, y Jacob sonríe, haciéndome un gesto de aprobación.
Daniel me mira con los ojos entrecerrados, como siempre. Maggie espera cerca con
una botella de agua en la mano—. Eso está... bien. —Jessica se moja los labios, y se
queda en silencio durante tanto tiempo que decide llenar el espacio para nosotros.
Jacob me hace señas con la mano, pero yo me quedo ahí sentado, pensando—. ¿Qué
más? ¿Me llevarías a la cama? —Exhalo para forzar a salir la incomodidad de esa
pregunta—. Tam, te quiero. Cada canción. Te amo desde que debutaste. Eres
increíble.
—Muchas gracias por acompañarme en este viaje. Sé que al principio no tenía
mucha experiencia, pero espero ir mejorando. Solo quiero que todos mis fans estén
orgullosos de mí. —Sonrío, agradecido de que casi hayamos terminado con esto. Al
menos estas llamadas de los fans solo duran unos minutos.
—¿Tendrías una cita conmigo, Tam Eyre? —pregunta Jessica, y veo que Jacob
asiente en señal de aprobación. No me está diciendo que diga que sí, pero sé que
está siguiendo los comentarios en directo y que le gusta lo que ve. Levanta la vista y
vuelve a asentir, esta vez afirmativamente.
Espera. ¿Quiere que diga que sí?
—Si no estuviera saliendo ya con Kaycee Quinn, sabes que lo haría —le digo
con un suave susurro que hace que su pecho y su cuello se sonrojen. Sigo sin poder
verle la cara—. Hablamos luego, Jessica, ¿sí?
Solo que nunca lo haré. Ni siquiera la recordaré después.
—Te quiero, Tam. Estás tan bueno que harías llorar a las estrellas —grita, y yo
le ruego al director que corte el vídeo y me dé el visto bueno—. Tendría tus bebés,
Tam Eyre. Te quiero tanto. Te deseo tanto.
La llamada termina y sonrío una vez más para la cámara.
—Aprecio y quiero a todas mis fans. Recuerden mantenerse guapas, seguras
de sí mismas y fieles a sí mismas. —Hago un corazón con el pulgar y el índice, soplo
un beso y me levanto y salgo.
—Buen trabajo hoy —dice Jacob cuando paso a su lado y vuelvo en dirección a
la casa principal. Ahora estamos en la casita aledaña. No estaba dispuesto a traer a
todo un equipo a Lake cuando la tengo aquí como invitada.
Me dirijo a la casa, con ganas de hablar con ella, curioso por ver cuál fue su
respuesta a ese vídeo.
Pero entonces la encuentro dormida en el sofá, con un brazo colgando y el
teléfono en el suelo junto a la mano. Lo recojo y veo mi vídeo abierto en su pantalla.
Veo un comentario que envió unos minutos antes del inicio oficial de la retransmisión
en directo.
No entiendo por qué se permite este tipo de falta de respeto. Salven a Tam
Eyre de este infierno. Su comentario tiene treinta mil likes, pero es el único que ha
publicado. Debe haberse dormido bastante rápido. Es tarde, casi las cuatro de la
mañana. La fan que llamó era del Reino Unido, así que tuvimos que trabajar en su
horario.
Me pongo en cuclillas junto a Lake y le aprieto suavemente el hombro.
Lake abre los párpados y veo la raíz de mi problema.
Tengo miedo de lo que siento.
No quiero echar a perder la carrera por la que lo he sacrificado todo. También
merezco tener una vida personal, ser feliz.
—Espera, ¿has terminado? —pregunta Lake, luchando por incorporarse y
limpiándose la boca con la manga de mi chaqueta. Debe de haberse enfriado y se la
ha vuelto a poner después de que me fuera. Me gusta su aspecto, la tela voluminosa
y arrugada a su alrededor.
—Todo terminado.
—Mierda, lo siento mucho. No sé cómo ha podido pasar. —Lake recoge su
teléfono y trata de pulsar empezar en el vídeo, pero alargo la mano y le sujeto la
muñeca—. ¿No quieres que lo vea? —pregunta, y niego con la cabeza. Lake se lo
piensa un momento, asiente, retira la mano y se mete el móvil en el bolsillo. Podría
estar grabándonos ahora mismo, podría estar esperando a que ocurriera algo
escandaloso entre nosotros para publicarlo.
Algo oscuro se agita en mí, y veo por qué me llamó mezquino antes. Deben
haber sido esos impulsos que ella sentía, los que me dicen que haga algo escandaloso
para ponerla a prueba. Quiero tanto que Lake pase mi prueba. Quiero llevarla al
límite, y verla aparecer como lo hizo ayer.
Soy horrible.
Hay una almohada en el suelo, así que me dejo caer de rodillas sobre ella,
exhalo y trato de dejar pasar la vergüenza y la humillación de la llamada del
ventilador. Nadie está nunca relajado conmigo, así que yo nunca puedo estar relajado
con ellos. Nadie es real. Siempre se comportan de la mejor manera posible para
conquistarme. Y la única vez que son honestos es cuando son groseros.
—Oye —dice Lake, inclinándose hacia delante y apoyando los codos en las
rodillas—. Pareces cansado, y yo definitivamente lo estoy. ¿Quieres una taza de té
antes de acostarte? Compré manzanilla.
¿Una taza de té? ¿Una taza de té normal y luego a dormir? ¿Eso es todo lo que
me pide?
—Me encantaría —le digo, y ella asiente, levantándose de los cojines y
dirigiéndose a la cocina. Me doy la vuelta y apoyo la espalda en el sofá, sentándome
en el cojín del suelo con las piernas estiradas. Lake zumba mientras pone en marcha
la tetera eléctrica y prepara dos tazas con bolsitas de té.
Estoy medio dormido cuando me trae una, pero la acepto y me relajo cuando
apaga todas las luces y se sienta a la izquierda del sofá. Yo estoy en el suelo, en el
centro, así que no está tan lejos de mí. Cuando acomoda las piernas, los dedos de sus
pies rozan mi espalda.
—Lo siento —dice, y me gusta que se disculpe por tocarme. Siempre. Si la
empujo, se aparta y me deja espacio. Pero también quiero que me toque. No sé cómo
conciliar esas dos cosas—. Si no quieres que vea el video, asumo que fue bastante
malo.
—He pasado por cosas peores —admito, y los recuerdos de aquel collar de
perro se abren paso en mi cerebro—. Una señora me preguntó si le enviaría parte de
mi esperma porque quería tener un bebé. Ni siquiera tendría que criarlo ni pasarle la
manutención. —Me río, y luego no puedo parar de reír. Casi derramo el té—. De todas
formas, ¿quién querría un bebé con un hombre así? —pregunto, mirando a Lake por
encima del hombro.
—Eso es... tal vez no debería decirte esto.
Me giro completamente hacia ella, con un brazo apoyado en el cojín del sofá
junto a su pierna y el otro sosteniendo mi taza.
—Dímelo. —Hablo en serio. Quiero oírlo. Lake se mueve incómoda, sus ojos se
apartan de mí.
—Cuando trabajaba en tu mesa de ventas, oí a un par de chicas que intentaban
averiguar si podían conseguir trabajo como camareras de hotel en los lugares donde
te alojas. Una de ellas dijo que quería robar tus pañuelos usados de la papelera, para
poder frotarlos en sus...
—No. —Sacudo la cabeza y bebo un sorbo de té—. Tienes razón. Era mejor no
saberlo nunca. —Hago una pausa e intento no agradecer que siempre los tiro por el
retrete. Un pañuelo empapado de semen en mi cubo de basura es noticia nacional.
Doy otro sorbo a mi té.
—Imaginemos que tu llamada era con mi hermano Joules. Estamos aquí solos.
Si quieres hablar mierda sobre Joules, hazlo. Dime qué hizo Joules que te hirió. —La
sugerencia de Lake es casual pero cargada. Este es tan buen momento como
cualquier otro para depositar algo de confianza en ella.
También es simpática, intentando ofrecerme una forma de soltar mis
verdaderos sentimientos sobre mis fans bajo el pretexto de cotillear sobre su
hermano.
Decido decirle la verdad a Lake.
—A veces, solo quiero gritar: ¿les gusta siquiera mi puta música? Parece como
si todo el mundo quisiera acostarse conmigo o salir conmigo, como si las canciones
les importaran una mierda. Otras veces, me paro en el escenario y dejo caer la cabeza
hacia atrás, y quiero absorber la energía del público. Me encanta. —Más té. Está
bueno. No sé cuándo fue la última vez que tomé una taza de manzanilla antes de
acostarme. ¿Y Lake la hizo para mí? Exhalo—. Sé que por cada fan loco, hay cien
buenos. Esa es la gente para la que canto, para la que bailo.
—Puedes decir que no a cualquiera, en cualquier momento —me dice Lake con
dulzura, pero ella no lo entiende. Por muy popular que sea, siempre hay gente por
encima de mí. El director general de Hype cobra cheques de docenas y docenas de
megaestrellas. ¿Sería capaz de arruinarme si lo desobedeciera? No lo sé. Pero podría
derribarme de la cima, y no estoy preparado para ello. Simplemente no lo estoy.
—No se me permite decir que no, y no se me permite enfadarme. —Pienso en
lo irritable que puedo ser con mi madre, con Jacob, incluso con Daniel. No es justo
para ellos que me sienta cómodo con tan poca gente y que descargue todas mis
emociones negativas con ellos. Lakelynn. También se lo hago a ella.
—Podrías empezar tu propio sello si quisieras. Thomas, tú eres Tam. Eres la
estrella. —Me golpea en mitad de la espalda con un dedo del pie, se levanta y me
arrebata la taza—. Dile a alguien que no pronto. Mañana. Hazlo mañana. Di algo
escandaloso y dile a alguien que no. Te reto. —Lake deja las tazas en el fregadero, se
despide por encima del hombro y desaparece escaleras arriba.
Podría casarme con alguien así, pienso, y fantaseo con tener a Lake a mi lado el
resto de mi vida. Tener una amiga cerca siempre. Poder... follarme a esa amiga.
Quiero follármela. Lo quiero.
Pero no puedo.
No puedo hacerlo.
Vuelvo a llamar a Kaycee, pero sigo bloqueado. Le envío un mensaje
diciéndole que tenemos que hablar. Si no tengo noticias suyas, estará en nuestra
“cita” dentro de unos días. Está obligada por contrato a estar allí, igual que yo.
Exhalo, subo las escaleras y hago mil y una flexiones antes de irme a dormir.
Nunca había conducido así, toda la noche y lejos del amanecer. En el retrovisor
se ve un resplandor anaranjado, mientras que delante de mí todo es azul marino bajo
un cielo de estrellas fugaces. El paisaje cambia a medida que conduzco, pasando de
urbano a suburbano y a medio de la nada.
Veo campos con cultivos, grupos de casas, zonas protegidas con densos
bosques.
Cuando el día empieza a calentar un poco, encuentro otra parada de descanso,
compro una botella de agua en una máquina expendedora y me la echo en la cabeza
para despertarme. Cuando me sacudo el cabello y me paso los dedos por él, miro y
veo a una joven que me mira boquiabierta.
Nuestras miradas se cruzan y sé que sabe quién soy. Cuando saca el teléfono
para grabarme, me acerco a ella y lo deja caer a su lado.
—Si firmo tu teléfono, ¿esperarás a publicar ese vídeo? No tiene que ser mucho
tiempo, solo un día o dos.
—Yo... —Las mejillas de la mujer se tiñen de rosa y guarda el teléfono—. No
quería invadir tu intimidad. Me encanta tu música. No creo que hubiera sobrevivido
a la pérdida de mi padre sin Quiero verte.
Se me hace un nudo en la garganta, pero me obligo a sonreírle y vuelvo a sacar
el rotulador. Hoy es morado.
—¿Quieres una foto y una firma? Estaré encantado de hacerlo. —Hago una
pausa—. Y siento mucho lo de tu padre.
—Muchas gracias, Tam —me dice, dándome un abrazo justo antes de irme. Es
un abrazo amistoso, educado, que no traspasa mis límites. ¿Ves? No todos mis fans
están locos—. Vayas donde vayas, espero que llegues pronto.
—Quedan dos horas —le digo, me subo y emprendo el último tramo.
De camino a Frost Family Construction, compro varios tés boba -todos para
Lake, para fastidiarle los días como me pidió- y luego conduzco despacio para poder
contemplar la ciudad donde creció. En las afueras, es casi salvaje. Hay mucha
naturaleza por aquí. ¿Pero dentro de la ciudad? Es urbana y compacta, nada que ver
con lo que esperaba de Arkansas.
A pocas manzanas de mi destino, empiezo a sentir mariposas. Me siento
mareado, pero excitado. Siento un calor intenso en la sangre con el que no sé qué
hacer, excepto dirigir mis pensamientos hacia Lake. Quiero su mano en mi vientre,
con los dedos bien abiertos, recorriéndome el ombligo. Su boca en el interior de mi
rodilla. El olor a champú de su cabello y las pecas de su nariz.
Cuando por fin llego a la dirección que marca mi GPS, veo que no es un
negocio, sino una casa. Una casa de ladrillo de dos plantas con una puerta roja, un
árbol en el jardín y muchas macetas en el pasillo. Debería haberme dado cuenta hace
unas manzanas, cuando entré en un barrio con patios traseros y entradas de coches,
de que no estaba en ningún tipo de distrito comercial.
Estaciono en la entrada junto a un viejo Buick blanco con una pegatina en la
parte trasera.
Boba es mágica.
Eso es lo que dice.
Lakelynn.
Estoy mirando el coche de Lakelynn. Es el único que hay en la entrada, pero no
puedo ver el interior del garaje. Es posible que ella esté aquí. Que ella sea la única
aquí.
Apago el coche y me quedo allí sentado hasta que el pegajoso calor primaveral
empieza a ser empalagoso. Recojo las tres bobas en el brazo, salgo y me dirijo al
paseo delantero. Se respira paz. Hay pájaros, un aspersor corriendo al otro lado de la
calle y el sonido de unos niños jugando en el patio trasero de una de las casas.
Subo el escalón delantero y levanto el puño para llamar. Dudo. Exhalo. Toc, toc,
toc.
—¡Está abierto! —grita alguien desde dentro. Lakelynn. Mi cuerpo se enciende,
el sonido de su voz hace que mi corazón haga un movimiento frenético que me duele
en el pecho. Ajusto el agarre de los vasos de boba, todos mojados por la
condensación y goteando.
Está desbloqueado. ¿Significa eso que pase? Supongo que sí y abro la puerta.
Entro en una casa con un vestíbulo de tamaño decente, una escalera y un salón
a la izquierda. Es grande, pero está bien habitada. Veo el rastro desgastado de la
moqueta, los hundimientos de los sofás y las sillas desgastadas de la mesa del
comedor. Pero está limpio y es acogedor. Da la sensación de que hay gente, mucha
gente, que vive y se quiere aquí.
Pienso en las habitaciones de hotel en las que me he alojado, esas extensiones
frías pero palaciegas en las que me siento solo. Cada noche. Solo.
Aquí no. Creo que Lakelynn no pasa mucho tiempo sola aquí.
Esta... ¿podría ser la casa de sus padres? Desvío la mirada hacia la derecha y
veo una foto de familia en la que aparecen dos docenas de personas. ¿Vive aquí con
sus padres?
Una figura entra en el comedor y acerca una silla, con la mirada fija en su
teléfono y no en mí.
—Más te vale haberme traído un boba —murmura mientras se sienta, absorta
en algo que aparece en la pantalla. Es Lakelynn, por supuesto. Casi se me caen los
tés del brazo, me giro para mirarla y siento un deseo imposible que me consume por
completo—. Y será mejor que me expliques adónde has estado yendo... —Levanta la
vista y la última palabra se corta en una tos ahogada que despeja lo más rápido que
puede antes de ponerse en pie—. Tú no eres Joules.
—Afortunadamente no —respondo, y luego me humedezco los labios—. ¿Estás
sola? —Lake asiente, lentamente. Le devuelvo la sonrisa—. ¿Por un tiempo? —Vuelve
a asentir, aún más despacio. Me dirijo hacia ella, pero niega con la cabeza,
señalándome.
—Cierra con llave —ordena, con voz nerviosa—. Si Joules entra y te encuentra
aquí, no será bonito.
Me vuelvo hacia la puerta y cierro el pestillo y la cadena. Vuelvo a mirar a Lake
y avanzo despacio por el vestíbulo hasta el salón, donde me sitúo demasiado cerca
de ella para mantener una conversación normal.
—No soy Joules, pero te traje bobas. Jodiendo con tu número final de bobas
una vez más. ¿Cuántos hasta que ambos muramos ahora?
—No hagas eso —susurra suavemente, pero se aparta para que pueda dejar el
té sobre la mesa. Cree que me burlo de ella y puede que lo haga un poco, pero sobre
todo intento contenerme. ¿Tiene idea de cuánto deseo tocarla?
Probablemente no.
—¿Puedes sentarte por mí? —Le pregunto, y duda, pero luego se mueve para
sentarse en la silla del comedor de nuevo—. Espera. En esa no. —Le pongo las manos
en los hombros y la guío hasta una silla acolchada del salón. Esta tiene una altura
mucho mejor.
—Tam... —Lake empieza a mirar a un lado. Me arrodillo frente a ella y sus ojos
vuelven a posarse en los míos.
Nuestras miradas chocan. Caen la una en la otra, desordenadas pero también
pegajosas. Tan pesadas. Me inclino hacia ella y noto cómo sus dedos se enroscan en
el borde del cojín de la silla, con las yemas tensas haciendo surcos en la tela escocesa
azul y blanca.
—Te di dos semanas para ti, pero no quiero esperar más. —La miro fijamente
y ella me devuelve la mirada, sin miedo. No hace falta decir que nunca publicó nada
sobre mí. No nos filmó en privado. Que cuando vino a verme, lo hizo de verdad,
buscando un alma gemela, y que yo debería haberle respondido de la misma forma,
para ver si encajábamos—. Sé lo que se siente al desear privacidad y que te la
nieguen; no podría hacerte eso.
Lake duda, pero no aparta la mirada de mí.
—Mi familia nunca me da privacidad; ni siquiera sé lo que es eso —susurra, y
siento que se me tuercen los labios en una sonrisa. No puedo apartar los ojos de su
cara.
—Siento haberte gritado aquella noche, haberte acorralado para que hicieras
algo así conmigo antes de que ninguno de los dos estuviéramos preparados.
—Estaba preparada —dice, y su voz es ronca y cálida. Está enfadada conmigo,
eso se nota en la tensión de sus hombros, pero creo que también quiere tocarme.
Recuerdo cómo me pidió permiso y mi cuerpo se calienta y se tensa, como si debiera
levantar a Lake y buscar su habitación—. Solo quería que tú también estuvieras listo.
—Todavía lo siento, y quiero compensártelo.
Me pongo de rodillas y acerco las palmas a sus caderas. Se estremece, pero no
la toco. Todavía no.
—¿Puedo tocarte? —Le pregunto, y se le corta la respiración.
Todo lo que puede hacer es asentir. La sujeto. Le agarro las caderas con las dos
manos y arrastro su cuerpo caliente hasta el borde de la silla.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
LAKE
Quedan 63 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
No puedo creer que Tam Eyre esté en mi salón.
Aún más, no puedo creer que Tam Eyre esté bajando la cara hasta el espacio
caliente y vacío que hay entre mis piernas. Casi me atraganto cuando acerca su boca
a la entrepierna cubierta por jeans de mis pantalones cortos, desvía sus ojos verdes
hacia los míos y arrastra los dientes por la áspera costura.
El roce de sus dientes sobre la tela vaquera me rompe el cerebro y vuelvo a
desplomarme en el asiento. Mis manos permanecen como garras, las uñas clavándose
en la tela de la silla.
Tam tiene unas manos bonitas, suavemente usadas y lo bastante grandes como
para engullirme las caderas a ambos lados mientras se apodera posesivamente de mi
pelvis. Mi cuerpo se rinde a él cuando gira la cabeza y me recorre el muslo con la
lengua hasta llegar a la pernera de los pantalones cortos. Y luego pasa por debajo,
recorriéndome la pierna mientras gimo y dejo caer la cabeza hacia atrás.
Nunca nadie me había tocado así. Y no es cualquiera. Este es Tam.
El Tam que he estado persiguiendo durante meses está de rodillas literalmente
devolviendo el favor.
Me da un beso en la rodilla que me hace doler la boca. Tengo tantas ganas de
besarlo que me veo obligada a retraer los labios para no pedirle que pare. Tengo
miedo de que si le pido que pare y me bese, no podamos volver a donde estamos
ahora.
Me gusta mucho dónde estamos ahora.
Tam desliza las manos por debajo de mí y me sujeta el trasero como si le
perteneciera, acercándome aún más a él. Me anima a pasarle las piernas por encima
de los hombros y luego vuelve a arrastrar los dientes por la bragueta de mis
pantalones cortos. Es suficiente energía eléctrica para que me estremezca, para que
me agarre a su cabello con una mano y encuentre la otra deslizándose por mi propio
cuerpo hasta mi pecho.
Me doy un apretón mientras Tam me lame a través de los pantalones cortos, y
gimo cuando el calor de su saliva se hunde a través de la tela. Mi ropa está mojada,
quizá por él, quizá por mí, quizá por ambos.
En cualquier caso, son incómodos y quiero que se los quite.
Tam se echa hacia atrás y levanta la vista para verme tocándome el pecho. Me
rodea los muslos con los brazos y me observa, pero no puedo tocarme mientras me
mira. Me detengo y él sonríe.
—Desabróchatelo —susurra, con voz ronca y grave pero segura. Espera que lo
haga porque me lo ha pedido. Ni siquiera tengo que admitir que iba a hacerlo de
todos modos. No tiene por qué saberlo.
Levanto las manos temblorosas y me desabrocho la blusa hasta dejar al
descubierto el encaje azul verdoso del sujetador. Respiro hondo y arrastro con los
dedos la tela sobre el pezón, dejándome al descubierto.
Los ojos de Tam son tan oscuros que no puedo respirar. Sus pupilas están
dilatadas e hinchadas, borrando el verde brillante y dándole un aspecto más agresivo
a sus rasgos. Se inclina hacia mí y me besa el vientre, como yo hice con sus duros
músculos.
Cuando me aparta suavemente las piernas y se pone a desabrocharme los
jeans con dedos seguros, no lo detengo. Tampoco lo ayudo. Espero allí, jadeando,
con un pecho al aire, la luz del sol incidiendo sobre mi piel y su cabello rubio fresa.
Con esta luz, es básicamente rosa. Y su boca, hinchada y húmeda, es esencialmente
pornográfica.
No es apropiado para una tarde de primavera en casa de mis padres.
Mi mirada se desvía hacia mi muñeca izquierda, pero la marca sigue ahí.
—Tam —exhalo cuando me agarra los pantalones y las bragas al mismo tiempo.
Les da un tirón brusco y mi cuerpo se vuelve líquido en la silla. Estoy hirviendo a
fuego lento y sin huesos, con el rasguño ilícito del algodón y la tela vaquera bajando
por mis piernas desnudas, por encima de las zapatillas.
Tam las tira a un lado y luego enrosca sus dedos contra el interior de mis
rodillas.
Apenas puedo creerlo cuando las abre de un empujón para mirarme. No lo
detengo. No me tapo. Me siento allí, jadeando y preguntándome. Anticipándome.
¿Qué va a hacer? ¿Hasta dónde va a llegar?
Tam me mira al centro y luego deja que su mirada se desplace hacia arriba.
Volvemos a mirarnos fijamente y, sin mediar palabra, empieza a besarme desde la
rodilla hasta los pliegues expuestos. Besa una vez los suaves rizos, baja besando y
sube lamiendo.
Los músculos internos me aprietan tanto que me duelen, casi como calambres.
Me agarro a los reposabrazos de la silla mientras mis caderas se mueven solas,
buscando fricción y calor. Tam emite otro sonido suave e impotente, y luego susurra
algo parecido a una maldición o una promesa en voz baja. Su lengua baña mi clítoris,
caliente y húmeda, ofreciéndome placer y tomando nada más que el gusto.
Tam gime de todos modos, como si esto le excitara, como si necesitara tocarme
o no podría respirar. Ahora no soy solo un deseo, sino una necesidad básica. Aire,
agua o comida. Soy así de esencial para él en ese salón soleado con los visillos
echados, pero las cortinas abiertas.
Abro las piernas todo lo que puedo, y el cabello de Tam es como un glaseado
de seda entre mis muslos. Recuerdo lo bien que me sentí cuando me acarició el cuero
cabelludo con sus tiernos dedos, así que hago lo mismo, empezando con la palma de
la mano en su nuca y dejando que las yemas de los dedos se introduzcan suavemente
en su cabello.
Se estremece contra mí y baja la mano derecha hasta mi húmedo interior.
Levanta la cabeza, lo agarro del cabello y me mete un dedo.
Solo me lo he hecho a mí misma.
Me estremezco cuando se desliza hacia fuera con un sonido que nos hace
sonrojarnos a los dos. Vuelve a entrar. Sale.
Tam vuelve a inclinarse y me calienta el clítoris con la lengua, dando vueltas
perezosamente a su alrededor mientras yo me acaricio el pecho, apretándolo y
amasándolo. El pulgar me roza el pezón y mis caderas se agitan contra la cara de Tam.
Añade un segundo dedo, aumenta la velocidad, presiona más fuerte con la lengua...
—Espera, espera, para —gimo mientras mi cuerpo crece y luego decrece,
crece, decrece. No puedo más. No aguanto más—. Por favor, Tam. No aguanto más.
—¿Estás bien? —me pregunta, con los dedos aún dentro de mí, y asiento con la
cabeza.
—Yo solo... hasta aquí puedo llegar.
Parece un poco confuso, pero saca los dedos del todo y vuelve a sentarse sobre
las pantorrillas. Me deslizo de la silla, aún sin pantalones, con el top desabrochado, y
Tam me atrapa. Me deja en el suelo frente a él, con las piernas a ambos lados de su
cuerpo. Cuando deja caer su frente sobre la mía, me hago a la idea de que no se trata
de un simple favor que me está haciendo.
Podríamos... esto podría pasar.
Podríamos trabajar juntos para romper la maldición.
Tam respira tan fuerte como yo y me rodea la cintura con el brazo. Se echa
hacia atrás y luego se sienta con la espalda apoyada en el lateral del sofá. Ahora estoy
a horcajadas sobre su regazo, con la parte inferior de mi cuerpo desnuda sobre la
suya vestida. Noto su erección debajo de mí y mis caderas se balancean un poco sin
querer.
Gime, me apoya la nariz en el cuello y me rodea con los brazos. Es la vez que
más nos hemos tocado, la primera vez que me abraza así.
—Quiero quedarme, pero voy a tener que irme pronto. Si no empiezo a
conducir, no llegaré a tiempo para el rodaje. —Tam suena compungido, como si
realmente deseara poder quedarse. ¿Como si quisiera que me fuera con él? No estoy
segura. No pregunta.
—Espera —susurro, temiendo moverme demasiado y romper el hechizo. Ha
sido cauteloso y difícil de atrapar desde el primer momento. No puedo asustarlo y
hacerlo salir corriendo. Pero entonces sus brazos me rodean y siento una oleada de
calor en el bajo vientre.
Esto no parece el abrazo de un hombre que quiere huir.
De alguna manera, siento que me acaban de atrapar.
—Esperaré —murmura Tam contra mi piel, y mi cuerpo se estremece un poco
contra él. No me he corrido, pero nunca he tenido un orgasmo en mi vida, así que no
es para tanto. No sé si Tam nos está preparando para más, pero si es así, tendremos
que aprender a hacerlo juntos.
Me trago el pensamiento.
—Quise decir, espera, tú condujiste hasta aquí. —Sé que voló a Atlanta ayer.
Para que él esté aquí ahora, eso significa que hizo un día entero de rodaje para el
drama, se subió a un coche, y condujo directamente aquí sin dormir. Eso me asusta.
¿Y si hubiera tenido un accidente? — No voy a dejar que conduzcas de vuelta por ti
mismo. Ya te dije que necesitas dormir, Tam.
—Mm. —Echa la cabeza hacia atrás, sentándose para poder mirarme. Sigo
abrazada a él, a horcajadas sobre su erección, con la parte inferior del cuerpo
desnuda y el pecho al aire. Tam se fija en él y vuelve a lamerse los labios. Siento que
se mueve debajo de mí y yo hago lo mismo.
Creo que estamos a punto de tener sexo, tal vez, pero ambos deberíamos
aclarar nuestras intenciones primero.
—Te llevaré de vuelta —susurro cuando parece que se ha quedado sin
palabras. Cuando lo miro esta vez, me devuelve la mirada. No veo que intente
esconderse, desviarse, apartarme. Lo pongo a prueba tomándole la cara entre las
manos y deslizando los dedos por su cabello.
Sus párpados caen y respira hondo, como si estuviera liberando tensión.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto mientras sus manos bajan hasta la parte baja
de mi espalda y luego por mi trasero. Hago un sonido que lo hace sonreír de esa
manera suya, la sonrisa que aparece en todos los vídeos musicales, en su cara en
todos los conciertos. Parece que me desea, pero no sé si lo hace de verdad o si solo
es... Tam. Esto es lo que hace Tam.
—Persiguiéndote —responde, y me sobresalto un poco.
En el buen sentido.
La mano izquierda de Tam vuelve a subir, desliza la camisa desabrochada por
mi hombro y me toca el pecho. Me derrito sobre él, inclinándome hacia sus caricias.
—Necesito un sujetador deportivo, Tam —susurra, y yo me agarro a su cabeza
como si fuera a caerme para siempre si no lo hago. Así es como me siento ahora
mismo, como si me estuviera cayendo de un edificio sin nada más que cemento
debajo de mí. Tengo el estómago en la garganta—. Dilo por mí.
¿Es por eso por lo que estaba actuando tan extraño en el gimnasio? ¿Esa frase
hizo algo por él que yo no esperaba?
—Yo... necesito un sujetador deportivo, Tam —le digo, y él gime, llevándome
con él al suelo de modo que queda tumbado entre mis piernas, apoyado sobre mí
sobre los codos.
—¿Irás a Atlanta conmigo? —me pregunta, y asiento con la cabeza. No le digo
que pienso volver en autobús. Al menos por ahora. Tengo que estar aquí el martes;
es mi cumpleaños—. De acuerdo, entonces.
Las caderas de Tam se acunan en las mías, y ambos nos damos cuenta. No haría
falta mucho para... pero no lo hacemos. Se separa de mí con un gemido, y luego otro
mientras se pone en pie con los pantalones dolorosamente abultados. Me doy la
vuelta para recoger los pantalones cortos, me los pongo por encima de las zapatillas
y me los subo por las piernas. Levanto las caderas para colocármelos en su sitio, y
Tam me observa pasándose una mano temblorosa por el cabello.
Me ajusto el sujetador, me abrocho el top y acepto la mano que Tam me ofrece
para ponerme de pie.
La magia se desvanece un poco, y entonces ambos estamos allí de pie,
torpemente, con tres bobas derritiéndose y una casa que no estará vacía por mucho
tiempo.
—No había sabor a sandía en el sitio al que fui... —Tam se interrumpe y desvía
la mirada hacia las bebidas. Asiento en señal de comprensión, recojo dos pajitas y las
clavo en las bebidas. Le paso una a Tam y me guardo la otra—. Todo esto es para ti —
me recuerda, pero niego con la cabeza y le hago un gesto para que dé un sorbo a su
propia bebida.
Permanece en silencio durante varios minutos.
—¿Por qué estás aquí? —Le vuelvo a preguntar, y él asiente, como si esperara
que no fuera a ser tan fácil—. Ni siquiera es un día libre para ti. He visto en tu página
web que tienes programadas más escenas esta tarde.
—Lamentablemente, por eso tengo que irme.... —Comprueba su teléfono y
suspira, pero entonces levanta la vista hacia mí y parte de la fatiga de su rostro parece
desvanecerse—. En veinte minutos o menos. Solo quería tener la oportunidad de
hablar contigo.
Se pone a mi lado, de cara a la mesa, y yo de espaldas a ella, cadera con cadera.
Tam recoge mi teléfono, me lo tiende para que lo desbloquee y desbloquea su propio
número. Toma su propio teléfono y me envía un montón de capturas de pantalla y un
par de fotos de las últimas dos semanas. Todo su historial de chat conmigo del que no
sé nada.
—Léelos cuando tengas tiempo. Dime lo que quieras. Me lo merezco. —Se
aparta de la mesa para volver a ponerse delante de mí, vestido con una camiseta
blanca holgada y unos jeans. Lleva zapatillas de deporte azul claro con un toque de
calcetín rojo brillante visible en el tobillo. Tam se alborota el cabello con los dedos y
lanza una mirada en mi dirección—. Sobre todo, siento lo que pasó entre nosotros. No
quería que te sintieras utilizada. No te estaba utilizando, aunque lo pareciera.
—Dejaste que tu guardaespaldas golpeara a mi hermano... —Empiezo, pero
Tam ya está negando con la cabeza.
—Fue un error. No volverá a ocurrir. Yo... Voy a hablar con Joules. A solas. En
persona. —Tam toma otro trago de su boba -creo que es un té de frutas de melocotón
con boba pop- y abre la boca como si hubiera un millón de cosas más que quisiera
decirme—. ¿Puedo ver tu habitación mientras estoy aquí? —me pregunta, y me
sobresalto un poco con la pregunta.
¿Mi habitación?
—Vives aquí, ¿verdad? —me pregunta, y asiento con la cabeza. Sigue siendo
surrealista verlo de pie en el mismo salón donde anuncié a mi familia que era mi
Match y que iba a morir. Aquí mismo. Aquí es donde estaba mi madre cuando casi se
desmaya. El televisor detrás de Tam es el que tomé para poner sus vídeos musicales
para la familia.
Asiento con la cabeza y me giro hacia el vestíbulo.
—Por aquí.
Me tiemblan las piernas mientras subo los escalones hasta el segundo piso y
luego otro tramo hasta el tercero. Me sorprende poder caminar después de lo que
acaba de ocurrir. Me doy cuenta de que Tam se mueve detrás de mí como nunca me
había dado cuenta de nadie en toda mi vida.
Mi cuerpo responde a cada pequeño sonido que hace, y mi corazón late con
fuerza cuando pisa el suelo chirriante de la puerta de mi habitación.
—Aquí estamos. —Abro la puerta y descubro un dormitorio abuhardillado un
poco caluroso, pero que me encanta porque puedo abrir todas las ventanas y sentir
la brisa por la noche. La mitad de las luces de Navidad del techo se han apagado, pero
las que están entretejidas en el piecero de mi cama siguen brillando. Sobre mi cama
tengo esa manta que mi bisabuela nunca terminó, pero que mi abuela sí hizo. Hay un
altar dedicado a Joe en una estantería que cuelga de unas cadenas junto a las vigas,
un sofá abollado que perteneció a mis padres y un escritorio al que le han cortado las
patas para que pueda apoyarse en el suelo contra la pared inclinada del tejado.
Me hago a un lado para que Tam pueda observar mi hábitat natural.
Entra lentamente, con los ojos absortos. Sí. Inteligente y astuto y jodidamente
listo. Se hace el tonto, pero solo porque cree que eso es lo que la gente quiere de él.
Quiero saber lo que realmente está pensando.
Tam se detiene junto a la pizarra colgada en la pared. Debido a la forma del
techo, tiene que inclinarse para leer lo que hay escrito en ella. Algo así como Tam
Eyre es un imbécil gruñón. Creo que lo ha escrito Lynn. Tam se levanta y me mira por
encima del hombro, y me encojo de hombros.
—No tengo intimidad —vuelvo a admitir, y asiente, luego se acerca a mi cama
y se sienta en su superficie.
Tam Eyre.
En mi habitación.
En mi cama.
Tam Eyre, que tiene más de ciento setenta millones de seguidores en TikTok.
Lo siguen tantas personas como en todo Canadá, Corea del Sur y Australia juntos. Más
que eso. Y ahí está, sentado en mi cama con un té boba en la mano.
Cuando me acerco a él, lo deja en mi mesilla, recoge mi té y hace lo mismo.
Cuando me sujeta la mano, se la doy y me siento a su lado.
Nuestros muslos se tocan.
Exhalo.
—¿Qué significa esto? —le pregunto sin mirar hacia él. Permanezco de frente,
mirando las vigas vistas de la pared—. Que vengas aquí. Entiendo que lo sientas, pero
necesito saber si hay algo más. Quiero llevarte de vuelta a Atlanta porque estoy
realmente preocupado por ti, pero si eso es todo lo que necesitas de mí, tampoco
pasa nada.
Tam se vuelve para mirarme, aunque yo no le devuelvo la mirada.
—Quiero que te reúnas conmigo en San Francisco para el concierto. Quiero
que me acompañes en el jet a Los Ángeles y que también vayas al concierto. Si
quieres, incluso me gustaría que vinieras a visitar mi casa.
No puedo respirar.
—¿Qué pasó con si me quieres, puedes tenerme? —Pregunto suavemente.
—Quise decir lo que dije, pero no lo dije de la forma correcta ni en el momento
adecuado. —Alarga la mano y me sujeta la muñeca izquierda, tirando de ella sobre
mi regazo y en su dirección. Su pulgar acaricia la marca de la maldición, que arde
extrañamente en mi piel, con un borde dorado que brilla en su mancha roja. Tam se
da cuenta y parpadea sorprendido. Sí, sigue sin creerme, pero no importa—. Ahora
mismo me cuesta no tocarte —admite, y me estremezco violentamente. Me aprieta la
muñeca, pero luego me suelta bruscamente y se levanta.
Es tan alto que tiene que agacharse para salir del rincón donde está mi cama.
Tam se detiene junto a mi escritorio, entrecierra los ojos y se agacha para
recoger algunas de las tarjetas de Tam Eyre de la pequeña papelera metálica que hay
junto a él. Son las únicas cosas que hay en él, abandonadas allí todo este tiempo.
Toma una y sonríe al ver la letra desordenada, la forma en que taché lo que
escribí tres veces y finalmente me di por vencida. Solo hay unas pocas tarjetas, las
que estropeé. El resto, Joules las tiró a los pocos días de nuestro primer viaje por
carretera.
—¿Quieres ver los archivos? —suelto, porque eso siempre ayuda. Tam vacila,
pero luego mira por encima del hombro y me hace un gesto con la cabeza.
Es incómodo como el infierno entre nosotros, sobre todo porque ni siquiera se
ha lavado la mano...
—¿Quieres lavarte las manos primero? —le pregunto, sorprendiéndolo. Me
doy cuenta de que no toca nada con la mano derecha, solo con la izquierda. Su mano
derecha ha estado casi siempre metida en el bolsillo.
—¿Claro? —Suena como una pregunta. Lo agarro de la muñeca y lo arrastro
hasta un cuarto de baño de la segunda planta. Me da un poco de vergüenza, ya que
mi madre lo decoró con un tema parisino. Es muy... poco original o emocionante. Tam
no parece darse cuenta, más concentrado en el agua mientras le meto las manos
debajo y le coloco en las palmas una pastilla de jabón con la forma de la Torre Eiffel.
Se lava las manos mientras yo espero a su lado, con el trasero apoyado en el
borde del mostrador.
—Esperaba no lavarme la mano —murmura justo antes de cerrar el grifo, pero
hago como que no lo oigo.
A continuación nos dirigimos a la sala de archivos, con su estúpido cartel de
Prohibido comer y beber el que tiene el clipart malo que hizo mi madre. Abro la puerta
y sale el olor a papel y tinta, la chimenea eléctrica apagada y un
deshumidificador/acondicionador de aire portátil situado en el centro de la
habitación. Ha dejado de funcionar, así que quizá tenga que vaciar la bandeja de agua
de la parte inferior.
Tam pasa los dedos, ahora secos, por los bordes de los libros y luego desliza
uno al azar.
Sus labios se entreabren mientras sus ojos examinan las palabras. Avanzo
sigilosamente para ver qué tiene. Ah. Esta es de una de las hijas de Samuel Frost (el
Samuel Frost, creador de la maldición).
Tam. Alto, guapo, talentoso, nervioso, gruñón Tam. Aquí mismo. En mi casa.
Se aclara la garganta y lee una de las páginas en voz alta.
—Al principio no había creído las divagaciones de mi padre. Quién creería
semejante disparate, incluso de una figura tan recta y formidable como él. Pero entonces
la maldición vino a visitar a mi hermana mayor, y las marcas de nacimiento de nuestras
muñecas -extrañas, sin duda, pero no inexplicables para la ciencia moderna- dejaron
de ser congruentes. Las suyas ardían con el fuego y la mancha de tinta no deseada. Al
cabo de un año, había muerto, y el hombre al que había reclamado como cura de su
repentina dolencia también estaba muerto.
«Me tomo la molestia de escuchar los consejos de mi padre y escribirlo todo.
Tam hace una pausa y sé que está escudriñando las reglas de la maldición, las
que yo reescribí en mi propio diario de la familia Frost. Con cada generación, es
importante actualizar el lenguaje para que los encuentros fortuitos puedan
interpretarse como encuentros al azar. O que un conocido anterior no se elimine del
grupo de posibles pretendientes adyacentes a la maldición, sino que se incluya entre
ellos y se revele en el momento más inoportuno, como a través de una correspondencia
recién recibida. Lo he cambiado por: Puedes ser emparejado con alguien que hayas
conocido antes, aunque lo hayas visto muchas veces.
¿Ves cómo es mucho más sencillo?
Tam cierra el diario, lo vuelve a colocar en su sitio en la estantería y toma otro.
Me quedo de pie en la puerta, mirando las motas de polvo que flotan en la luz
alrededor de su cara como hadas perdidas. Mi respiración es entrecortada y extraña,
y no sé qué hacer con las manos. Me froto las palmas en los pantaloncillos, pero...
están mojados. Están mojados, y camino con una gran mancha de humedad en la
entrepierna.
—¡Ya vuelvo! —Me doy la vuelta y huyo de la habitación, subiendo a golpes las
escaleras.
Empujo mis pantaloncillos y bragas al suelo sin cerrar la puerta de mi
habitación porque... ¿por qué iba a seguirme Tam?
Y entonces me doy la vuelta, y él está ahí de pie, sosteniendo en sus manos uno
de los diarios de mi pariente. Tiene la boca entreabierta, y sus ojos... no son los ojos
de una estrella del pop. No son los ojos de un amigo. Son los ojos de un hombre, y los
siento como un rayo de sol caliente en todas mis partes desnudas.
—¡Cierra la puerta! —Le grito, y entra antes de cerrarla—. Tam, así no. —Tomo
una manta del extremo de la cama y me la envuelvo alrededor de las caderas. Parece
tan confuso, con el diario entre las palmas de las manos y la boca desencajada.
Y sus ojos...
«Date la vuelta, por favor, para que pueda cambiarme —le digo, y asiente antes
de hacer lo que le he pedido. Pero no abre el diario. Permanece de pie, con los
hombros tensos y un aura de deseo que impregna mi habitación como la niebla. No
puedo verme la mano delante de la cara porque el deseo ha oscurecido toda mi
realidad.
Me pongo ropa interior limpia y un pantalón de chándal que no es en absoluto
sexy ni atractivo.
—Okey, todo bien —le digo, y se da la vuelta. Sus ojos no han cambiado. La
forma en que me mira no ha cambiado.
—¿Toda tu familia lleva diarios? —pregunta con la voz entrecortada. Asiento
con la cabeza y me acomodo el cabello detrás de las orejas.
—Sí, si te emparejan, debes grabar todo tu viaje para que otros puedan
aprender de él.
Su sonrisa se tensa, y mi corazón se va con ella, subiendo a mi cabeza como un
globo de helio. Ya no tengo cerebro. Tomo todas mis decisiones con un brillante
globo rojo de mylar con forma de corazón. La cuerda se me enreda en la garganta y
no puedo pronunciar palabra.
—Entonces, ¿eso significa que has estado escribiendo sobre mí? —pregunta
Tam, abriendo una página cualquiera del diario. Este no es de cuero con páginas
arrugadas y amarillentas, así que debe ser más nuevo—. Solo voy a escribir una
entrada, y luego voy a dejarlo reposar. He vivido una buena vida con un buen hombre,
he criado hijos preciosos, he criado nietos aún más preciosos, he pasado más tiempo
con mis bisnietos del que jamás hubiera imaginado posible. Mi pareja es mi médico, un
hombre treinta años más joven que yo. No voy a malgastar el último año de mi vida
persiguiendo.... —Tam se interrumpe y me mira—. Persiguiendo una imposibilidad.
—Cierra la tapa de golpe y mi corazón late al mismo tiempo.
—Bisabuela Louise —susurro, deseando que estuviera aquí ahora mismo para
ayudarme con esto. No importaba lo mayor que se hiciera, nunca perdía de vista lo
que significaba tener cierta edad. Mi madre se olvidaba por completo de lo que era
tener diecisiete años y se enfrentaba a mis problemas como una madre. Louise -la
llamábamos GG- siempre sabía qué decir para que los niños nos sintiéramos mejor.
—¿Por qué elegiste perseguirme a mí en lugar de... una lista de cosas que
hacer? —pregunta Tam, dudando un poco en mitad de la frase. La forma en que
pronuncia la palabra perseguir me recuerda a sus palabras de abajo, cuando le
pregunté qué estaba haciendo y me dijo que me estaba persiguiendo.
Él. Persiguiéndome. No al revés.
—Lo consideré —admito, encogiéndome de hombros. Entonces sé que, pase
lo que pase con la maldición, he tomado la decisión correcta. Ser sincera con Tam
desde el principio era la única forma de que esto funcionara. No quiero pasarme el
resto de mi vida mintiéndole a mi compañero, como hacen mis otros parientes—. Pero
al final, me sentí como si me rindiera, y simplemente no pude hacerlo.
Me acerco al sofá, donde está mi bolso, y saco mi diario. Me acerco a Tam y se
lo tiendo, con las manos temblorosas. Se acerca y me rodea la muñeca izquierda con
los dedos, girándola para que pueda ver la marca de la maldición con sus propios
ojos.
—Lee esto —le digo, ahogándome un poco con las palabras, con el áspero roce
de los dedos sobre un pulso tierno—. No hay mucho porque soy muy mala para
acordarme de hacerlo, pero este no es solo mi viaje, es nuestro viaje. Tam, si no
rompemos la maldición juntos, ambos moriremos.
Me mira y me pregunto si no estará empezando a creer que digo la verdad. Es
demasiado esperar, así que no le insisto.
—Vamos a vivir más allá de agosto —me dice, y su voz es lo bastante fuerte y
firme como para que casi me lo crea—. No sé si la maldición es real, pero voy a
trabajar contigo para romperla de todos modos.
Me arrastra el pulgar por la vena hasta la palma de la mano, frotando un
pequeño círculo antes de soltarme. Cuando intenta quitarme el diario, doy una
palmada en la parte superior para cerrarlo.
—Puedes leerlo más tarde, cuando yo no esté.
Tam levanta la mirada hacia mi cara, y su sonrisa es afilada y privada.
—¿Qué has escrito aquí? —susurra, como si pensara que va a ser de contenido
sexual o algo así.
—Ya lo verás. —Le quito el otro diario y vuelvo a bajar las escaleras, lo vuelvo
a poner donde va y me pregunto si debería llevar a Tam afuera para que se reúna con
Joe. Pero no puedo. Aún no estoy preparada para eso—. Tenemos que sacarte de aquí
antes de que aparezca Joules.
Me giro y veo a Tam esperando en la puerta de los archivos, estudiándome.
—Dame las llaves y vámonos. —Me acerco a él, le tiendo la mano, me da las
llaves sin rechistar. Pero no se mueve. Se queda ahí, mirándome. Me muevo un poco,
esperando a que se mueva o diga algo.
Esperando.
Sube la mano y me roza la mejilla con los dedos hasta llegar a mi cabello. Me
lo recoge como hizo cuando estaba de rodillas delante de él y luego lo suelta, con los
mechones besándome el cuello. Me estremezco cuando deja caer la mano a su lado.
Y aun así... está aquí, y es encantador, pero fue un jodido imbécil conmigo. Un
imbécil horrible y desconsiderado.
—Si no fuera por la maldición, te habría hecho esperar otra semana. Tal vez
tres. No, un mes entero.
—Y habría esperado —dice simplemente Tam, y sinceramente me siento como
si me estuvieran dando un puñetazo. Qué le ha pasado en las dos últimas semanas?
—¿Estás poseído? —pregunto, y se ríe de mí, dejando caer la cabeza hacia
atrás. Tiene la decencia de sonrojarse y se aleja de mí, serpenteando por el pasillo
con las manos en los bolsillos.
—¿Demasiado? —pregunta, lanzando una mirada por encima del hombro que
creo que pocos en este mundo serían capaces de resistir. Me pongo a su lado y sus
ojos siguen cada uno de mis pasos. Me mira a la cara—. Porque puedo bajar el tono.
—Su sonrisa cambia un poco y vuelvo a estremecerme. Sabe que me gusta. Pero yo
también debería ser sincera.
—Me pregunto si me encandilas como encandilas a todos los demás.
—Te digo que esto es solo para ti —dice Tam, y luego se da la vuelta, abre la
puerta principal. Sale antes de que pueda detenerlo, pero me rodeo con los brazos y
le doy un breve apretón antes de perseguirlo.
No importa lo que diga o lo guapo que sea, tengo una marca mágica literal en
la muñeca que me dice todo lo que necesito saber sobre él.
Salgo sin prestar atención en absoluto, atrapada en los recuerdos de mi boca
sobre Tam o de su boca sobre mí. Y sin embargo, nunca nos hemos besado. Me
detengo de repente al borde del camino de entrada y levanto la cabeza, con los ojos
desorbitados.
—Perdona, ¿qué es esto? —susurro, boquiabierta ante el precioso coche rojo
de la entrada. ¿Un Pontiac? Un Pontiac Firebird—. ¿De los setenta? —pregunto,
señalándolo antes de que Tam pueda siquiera responder a mi pregunta anterior—.
¿Setenta... tres?
—Setenta y dos —responde Tam con recelo, apartándose de mí. Me mira de
arriba abajo antes de hacer esa pequeña arruga de confusión entre sus cejas—. Y aquí
estaba yo, a punto de preguntarte si sabías conducir con palanca.
—No pensaste que podía conducir un... guau. Dios mío, eres un chico de
ciudad. —Me río cuando se vuelve hacia mí con el borde de una burla salvaje trazando
sus labios.
—¿No crees que esto es una ciudad? —Señala el avión que pasa por encima, el
que hace demasiado ruido porque estamos cerca del aeropuerto. No tan cerca, pero
sí lo bastante cerca... Mis pensamientos giran en espiral por culpa de Tam. Hace
media hora, estaba en el sofá preguntándome si debería reservar una clase de
paracaidismo. Ya sabes, por todo eso de estar a punto de morir—. ¿Quién está
delirando ahora?
—¿Puedo tocarte sin pedir permiso cada vez? —le pregunto de repente, y
parpadea sorprendido, mirando al otro lado de la calle, donde están mis vecinos. Las
cuatro hijas de la familia Lane miran fijamente a Tam. La mayor me mira, pero yo niego
con la cabeza.
No, no pueden venir a verlo. Váyanse. La mayor, que se llama Deanna, me da la
espalda. Tam vuelve a mirarme, con un atisbo de terquedad brillando en sus ojos.
Está luchando contra algo, tal vez una reserva sobre mí.
—Sí.
Solo esa palabra.
—Bien. —Levanto la mano y le aliso el pliegue del entrecejo con el pulgar,
suspirando aliviada. Tam se me queda mirando—. Eso me ha estado volviendo loca
durante un tiempo.
—Lo mismo. —Tam extiende el pulgar y luego hace una pausa—. ¿Puedo
tocarte también sin permiso? —Le hago un gesto con la cabeza, y entonces frota con
el pulgar el hoyuelo que sé que tengo en la mejilla derecha. Solo en un lado—. Eso
también me estaba volviendo loco.
Se da la vuelta y me abre la puerta del conductor.
—Súbete. No quedaban coches de alquiler en Atlanta, así que compré este. —
Tam se encoge de hombros y cierra la puerta detrás de mí antes de que me dé cuenta
de lo que acaba de decir. Cuando se sube al asiento del copiloto, me giro para mirarlo
y me invade una oleada de alegría. Desde la cabeza hasta los dedos de los pies dentro
de mis zapatillas, este podría ser el momento más emocionante de toda mi vida.
Puede que viva.
Puede que sobreviva a esto.
Puede que le guste a Tam.
Estoy a punto de conducir un coche increíble antiguo con una estrella del pop
en el asiento del copiloto.
—Me gusta mucho Break Up With Me —le digo, y él desvía su atención hacia
mí. No tenía ni idea de lo que iba a ser estar en el punto de mira de Tam Eyre, pero
nunca imaginé algo así—. Tu canción, obviamente.
—¿Si te atreves? —pregunta, levantando una ceja, y me estremezco. Si te
atreves, es la segunda línea de la canción que acabo de mencionar. Así que dice algo
así: rompe conmigo, si te atreves. Pero sé que no lo harás, y no puedes resistirte. ¿Por
qué mentirme?
Carajo.
—Esto es sinceramente genial. Quería negarlo, pero lo es. Me estoy excitando
con lo de Tam Eyre.
—Bueno —dice, mirando por el parabrisas hacia el camino de entrada—. Antes
me dijiste que yo era Tam Eyre. Thomas es Tam, y viceversa. Así que me parece bien.
—Su boca se mueve de forma bonita y exhalo, arrancando el coche antes de que
pueda hacerme olvidar lo que estoy haciendo aquí.
No vamos a hacer un viaje por carretera juntos; voy a llevarlo al lugar de rodaje
de una puta serie de televisión. Una serie original de Netflix que ya ha batido récords
de visiones.
—Espera. ¿Y tú bolsa? —me pregunta Tam, porque aún no le he dicho que no
voy a ir. Temía que me lo impidiera, pero ya estamos en el coche, así que no debería
pasar nada.
—No puedo quedarme contigo. Voy a dejarte y vuelvo enseguida. No puedo
perderme mi cumpleaños aquí. —Podría ser mi último cumpleaños. Además, quiero
pasarlo lo más cerca posible de Joe. Me echo el cabello hacia atrás, con los nervios a
flor de piel.
Los ojos de Tam están en mi cuello. Los ojos de Tam están más abajo, en el
borde superior de mi camiseta. Están en mis ojos y no puedo respirar. Pongo la
marcha atrás y deslizo el hermoso coche fuera de la calzada.
—No pasa nada. El encargado de la tienda me dijo que habías pedido más
turnos, así que sabía que, pasara lo que pasara, te vería entonces. —Una pausa—. ¿Y
si en vez de eso te añado a mi equipo?
—¿Tu equipo? —Pregunto distraídamente, pero sé a lo que se refiere y mis
nervios se disparan por la expectación—. ¿Puedes conseguir direcciones a donde sea
que vamos? O a Atlanta en general. No sé qué autopista tomar.
Tam saca su teléfono, haciendo lo que le pedí con el pulgar, pero continuando
la conversación anterior.
—Mi equipo. Trabaja para mí. Sé una de mis ayudantes. Tuve ocho en un
momento dado. Solo quedan tres, así que nadie lo cuestionaría.
Huh. Así que... no ha mencionado a Kaycee. Se me revuelve el estómago. No.
No ha. Mencionado. A. Kaycee. ¿La engañó? Ay, Dios mío. Definitivamente la engañó
cuando me dejó… Cuando yo… Mierda. Quiero preguntar, pero no puedo tener esa
pregunta rondándonos en el auto por diez horas. Le enviaré un mensaje mañana.
—Jacob podría —ofrezco mientras Tam engancha su teléfono al clip del
salpicadero vintage. De acuerdo. Solo nueve horas y cincuenta y siete minutos hasta
nuestro destino. Puedo hacerlo. Puedo estar atrapada en un coche pequeño con este
tipo, y todo será relajado y fácil.
Relajado y fácil.
Respira.
—Jacob ya no me habla a título no profesional —afirma Tam, encorvándose
contra la puerta de una forma que me parece inherente y bien entrenada. Ni siquiera
sabe que está posando, pero lo hace de todos modos. Porque siempre lo están
grabando. En los restaurantes. En la calle. En el aeropuerto. Cada momento es una
actuación—. Solo me llama Sr. Eyre y dice las cosas como un duque del siglo XVI. ¿Su
señoría prefiere que le traiga el carruaje, Sr. Eyre? Cosas así.
Me río demasiado, me tapo la boca con la mano. Ahora puedo oírlo. Creo que
Jacob y yo nos llevaríamos bien si dejara de mirarme como una diablesa que viene
por el maldito corazón de su amo.
Solo que... lo hice. Vine buscando su corazón, y estaba dispuesta a hacer
cualquier cosa para acceder a él. Tal vez no las mismas motivaciones que una típica
fanática, pero la misma intención, no obstante. Vuelvo a dejar caer la mano sobre el
volante.
Tam alarga la mano para ajustar el aire acondicionado, y entonces le revuelve
el bonito cabello alrededor de la cara. Desvía su mirada hacia la mía y yo vuelvo a
mirar a la carretera.
—Te voy a llevar a In-N-Out. Supongo que no has comido desde antes de llegar
a Atlanta ayer. —Ni siquiera sé por qué pregunto. Ambos sabemos que no lo ha hecho.
—Voy por un batido —murmura Tam, dejando caer la cabeza hacia atrás, con
una sonrisa en la cara—. No se lo digas a Jacob, ¿okey?
Y luego se duerme.
Está dormido.
Estoy aliviada y decepcionada al mismo tiempo, pero Dios. Parece tan agotado
que estoy preocupada por él. Se esfuerza demasiado, y yo soy un extra difícil de
añadir a su vida. En lugar de hacer ejercicio y dormir, vino a verme cuando terminó
de trabajar.
Lo dejo dormir y pido por él en el autoservicio. Solo lo despierto para que coma
y, cuando vuelve a dormirse, lo dejo en paz.
También apago la música y me limito a escuchar el sonido de las ruedas sobre
el asfalto, el movimiento de los jeans de Tam contra el asiento de cuero, la suave
exhalación de un suspiro cansado.
Debería mandar un mensaje a Joules, me doy cuenta poco después, pero no
quiero parar todavía. Lo haré más tarde.
Mis primas se fueron unas horas más tarde, llevándose a Chloe, Luna y Ella.
Todas se portaron muy bien con Tam, pero no esperaba menos. Confío en todas ellas
implícitamente, así que Tam también confía en ellas. No dice nada cuando Chloe saca
su teléfono, no reacciona cuando Lynn quiere hacer una foto de grupo al final de
nuestra partida de croquet.
Pero ahora ya no están, y Tam y yo subimos las escaleras codo con codo.
Dice que tiene que recoger sus cosas e irse, conducir de vuelta a Atlanta esta
noche.
Quiero tanto que se quede que no puedo respirar.
—¿Puedo preguntarte algo? —pregunta amablemente, girándose hacia mí en
el segundo piso.
—Adelante —respondo, tratando de mantener la informalidad. Mis padres
están abajo, en la cocina, y como ya he dicho, realmente quiero privacidad para esto.
No la tendremos aquí.
—¿Pediste a tus primas que se quedaran aquí para que me portara bien? —
Sonríe torcidamente al preguntar, se acerca y me pone una mano en la nuca. Dejo que
se me cierren los ojos e ignoro el sonido de Joules abriendo la puerta al pie de la
escalera.
—Sí —susurro, con los ojos aún cerrados. Pero no solo estoy respondiendo a la
pregunta que me ha hecho. También estoy respondiendo a la de antes, y él lo sabe—
. Estoy en una posición vulnerable debido a la maldición; quiero que te esfuerces un
poco más por mi afecto.
Tam avanza y yo retrocedo. Es una danza tenue, en la que ambos sabemos que
estamos participando.
Este es un acto de coqueteo duro, este cuidadoso ir y venir que estamos
cultivando. Tam va a despedirse de mí ahora mismo, y luego no nos veremos durante
días. Cuando nos veamos, será en un aeropuerto abarrotado y rodeado de gente.
No tendremos muchos momentos como este.
Abro los ojos y lo veo inclinado cerca de mí, como si fuera a besarme. Tam
desliza la mano por mi cuello y me recorre la garganta con el pulgar. Me estremezco
entre sus manos y me susurra las palabras en la boca.
—De acuerdo. —Una ronca carraspera sobre labios pálidos—. Okey, me
esforzaré más —me responde Tam, y luego me suelta.
—Tu transporte está aquí —llama Joules, probablemente tratando de romper la
tensión entre Tam y yo.
Apuesto a que la maldición se rompe cuando vamos más lejos juntos.
Estoy convencida de ello.
Doy un paso alrededor de Tam y él se retira a la habitación de invitados para
recoger su bolso. Al pasar, se detiene para devolverme mi diario.
—¿Leíste las capturas de pantalla que te envié? —me pregunta, y lo hice.
Me contó todo tipo de cosas sobre sí mismo, sobre su padre, los mejores
recuerdos que tiene con su madre. Me hizo un montón de preguntas que todavía estoy
tratando de responder. Y muchas fotos adorables. Tam Eyre sabe cómo hacerse una
buen selfie. Cada una es tan bonita como las tarjetas fotográficas que vende en sus
conciertos.
Y aquí lo tengo, acariciándome la garganta y diciéndome que se esforzará más.
Intento no pensar en lo afortunada que soy. No todo el mundo consigue un
Match que esté dispuesto a intentar enamorarse activamente. Ese es un nivel de
dedicación del que debería escribir en mi diario.
—Sí los leí —admito, y Tam asiente.
—Bien. —Me sonríe de nuevo y baja las escaleras hacia la puerta—. Te veré en
San Francisco, ¿okey? —grita, pero esa cuerda está en mi garganta, y mi cerebro es
ese brillante globo de mylar.
Le hago un gesto con la mano, y entonces se cierra la puerta principal y me
deslizo hasta sentarme en el último escalón con un gemido.
Joules se une a mí, pasándome una de las dos bobas que lleva en la mano.
La mía es de sandía.
Mis mejillas se sonrojan mientras desenvuelvo la pajita y la clavo en el diseño
de corazón roto que decora mi tapa. ¿Es una señal del futuro que nos espera? Frunzo
el ceño, quito la tapa antes de tiempo y me meto la basura en el bolsillo.
—No puedo creer que le dieras un puñetazo en la cara. Una boba no va a
compensar tu mierda, Joules Frost.
Se ríe suavemente a mi lado, sorbiendo su propia bebida. Cuando lo miro, veo
un destello de melancolía en sus facciones, normalmente tan atractivas. Es una
emoción que reconozco del año pasado, la misma cara que tenía las últimas semanas
antes de que Joe y Marla murieran.
—Todo irá bien —le digo, apoyando la mano en su rodilla—. Tam y yo estamos
vibrando. Creo que le gusto.
—Sí que le gustas —dice Joules, poniendo su mano sobre la mía—. Créeme: un
tipo así no se queda quieto y deja que otra persona le dé un puñetazo en la cara sin
tomar represalias, a menos que realmente quiera algo. En este caso, a mi hermana
pequeña.
—Tenemos dos meses —le recuerdo a Joules, y me aprieta un poco más la
mano—. ¿Crees que estaremos bien?
—Cuando Marla invitó a Joe a ese picnic, y se besaron por primera vez, estaba
seguro de que lo lograrían. No quiero que te relajes, ¿okey? —Joules se vuelve para
mirarme, y su rostro se suaviza—. Solo porque tú... hiciste lo que hiciste por él, eso
no significa que se vaya a enamorar. Algunas personas tienen sexo con gente que no
conocen muy bien o que no les gusta mucho.
—¿Puedes parar? He sido célibe por elección, no porque sea ingenua. Sé que
no me quiere, Joules. —Extiendo el brazo izquierdo y giro la muñeca hacia arriba para
que ambos podamos ver la marca. Brilla con un borde dorado durante brevísimos
segundos, y luego Tam vuelve a entrar por la puerta principal.
—Lo siento, se me olvidó el teléfono —susurra y entra en la cocina. Cuando se
detiene al pie de la escalera para mirarme, oigo el sonido de su voz ronca resonando
en mi cabeza. De acuerdo. Okey, me esforzaré más—. Nos vemos en San Francisco,
Canoa.
Tam desaparece fuera y me quedo helada. Joules gira lentamente la cabeza
para mirarme.
—¿Ahora dejas que te llame Canoa? Ese es mi apodo.
—Te das cuenta de que si esto funciona, probablemente acabaré pasando más
tiempo con Tam que contigo.
Joules emite un sonido de pura frustración y sacude la cabeza, se levanta y me
revuelve el cabello de un modo mezquino, como de hermano mayor. Tam me pasa los
dedos por el cabello como si fuera una experiencia. Suspiro feliz y le doy un sorbo a mi
bebida.
—Por mucho que te vaya a echar de menos, espero que tengas razón en eso.
—Joules se dirige al pasillo y desaparece en su antiguo dormitorio. Su dormitorio
actual.
Me levanto para dirigirme a mi habitación cuando mi mirada se fija en la pared
del pasillo. Aún siento las manos de Tam en mi cintura y su aliento en mi cabello.
«¿Me dejarías follarte, Lakelynn?»
«Sí.»
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
JOULES
Quedan 55 bobas hasta que muera mi hermanita...
Me despierto unas horas más tarde, de nuevo confundida por lo que me rodea.
Estoy tumbada en una cama matrimonial en una habitación de hotel que no
conozco, con un hueco caliente a mi lado donde hasta hace poco podría haber
dormido otra persona. Giro la cabeza y veo a Tam saliendo del baño con pantalones,
pero sin camiseta, con la toalla colgada sobre los anchos hombros. Se vuelve al ver
que estoy despierta y me sonríe.
Son las siete de la mañana.
—No intentaba despertarte, lo siento.
—Creo que llego tarde al trabajo. —Miro a mi alrededor, pero no tengo ni idea
de dónde está mi teléfono. ¿Qué pasó anoche?
Recuerdo sentarme en el sofá para hablar con Tam y beberme mi boba.
Oh.
Así es.
Mi cabeza no paraba de caer hacia atrás, hacia delante o hacia los lados, y Tam
me atrapaba todas las veces.
—¿Por qué no duermes aquí? —había susurrado, y luego esto.
No recuerdo mucho más. Rápidamente recojo el boba casi lleno de la mesilla
y me lo acabo mientras él me sonríe. Tengo que acabarme esto. Estoy contando los
días que faltan para mi muerte con estas bebidas.
—No vas a venir a trabajar. —Sonríe como el niño travieso que es—. Al final,
acabé despidiéndote. Hay una nueva identificación para ti sobre la mesa. Mándame
un mensaje o llámame cuando quieras mientras estoy fuera hoy, y te contestaré.
—¿Por qué? —pregunto mientras Tam se quita la toalla de los hombros y
recoge su camiseta.
Está tenso entre nosotros. Siento tirones en cada músculo. Quiero. Quiero
tocarlo, pero me quedo donde estoy. Parece que está a punto de irse por hoy.
—Si me quieres, seré tu novio —me dice, y casi me atraganto con la boba. Me
aclaro la garganta, pero él no ha terminado—. Por favor, sé mi novia, es lo que quería
decir.
Tardo un minuto en pensar qué responder, lo cual es una tontería porque sabía
exactamente cuál era mi respuesta a su otra pregunta.
—Me gustaría, Thomas. Gracias. —¿Podría ser literalmente más incómodo?
—Si empiezas a hablarme como un duque del siglo XVI, despediré a Jacob.
Solo puedo soportarlo de una persona.
Me río, pero es difícil prestar atención a lo que dice mientras se pone la
camiseta. Músculos bajo la piel calentada por la ducha, esa pizca de pecas sobre el
ombligo. Su gusto. Sobre todo, su sabor. Hundo los dedos en las sábanas y Tam lo
nota.
—Y no me lo agradezcas. ¿Por qué ibas a darme las gracias? —Me mira y
asiento con la cabeza, intentando contener una sonrisa—. Nos vemos aquí, y podemos
hacer algo para cenar. Hasta entonces... disfruta del día. —Vacila, y me cuesta un gran
esfuerzo recordar a este hombre encantador diciendo las palabras, buena chica—.
Por favor, ve a hacer algo divertido hoy. Me hará sentir mejor.
—Claro. Pero entonces quiero volver a trabajar. Me gustaba tener un trabajo.
Tam duda, pero luego asiente una vez, recoge una sudadera con capucha y sale
por la puerta.
—A Kaycee Quinn le gustas tanto que quiere que te sabotee. Me dijo que
esperara a que te durmieras y la llamara. Ella vendría enseguida. —Estoy de pie junto
al sitio de Joules, acurrucado en el sofá de la habitación de hotel que compartimos—.
¿Debería complacerla? ¿Por qué sí o por qué no?
—Kaycee es un hecho. Tú misma lo dijiste. Están rompiendo. —Joules se burla
y rueda lejos de mí, tirando de su manta sobre su hombro—. No necesito verla más.
Le doy una fuerte bofetada. Justo en el centro de su espalda, y me gruñe.
—Tengo la tarjeta de crédito de Tam, y voy a salir a hacer algo divertido hoy.
Pensé que podríamos ir juntos, pero si vas a seguir mintiéndome, entonces no quiero
ir contigo, Joules Frost. Contrólate.
Se da la vuelta de repente y se pone en pie. Pensé que estaría enfadado
conmigo, pero no lo está. Parece... triste.
—Kaycee y yo no vamos a funcionar, Lake. Ella está interesada en mí de una
manera que yo no estoy interesado en ella. Realmente no quiero verla.
Suspiro y sacudo la cabeza.
—Bien. ¿Quieres vestirte para que podamos ir a Alcatraz? Luego quiero sopa
de almejas.
—Bien —repite Joules, y luego pasa a mi lado caminando hacia el baño,
deteniéndose a medio camino entre la cama y la puerta—. ¿Han dormido juntos? —
pregunta, con la esperanza de que también se haya roto la maldición.
—No.
Porque me quedé dormida.
Maravilloso.
«Buena chica.» ¿En serio Tam me dijo eso?
Intento no pensar en ello, tomando un taxi con Joules para que podamos llegar
al Muelle 33 para la visita.
Tomamos un barco hasta una isla en medio de la bahía que solía ser una famosa
prisión. Pensando en Tam, me entrego a la audioguía, y Joules camina a mi lado,
bostezando, con las manos en los bolsillos.
Sopa de almejas y pan de masa madre para comer. A continuación, un laberinto
de espejos en el que Joules maldice tan fuerte que puedo oírlo al otro lado de la
habitación. En uno de los muchos reflejos, lo veo tirando de los guantes de plástico
que te dan para que no manches el cristal y arruines la ilusión del laberinto. Me ve y
me persigue.
Encuentro la salida tres veces antes de que el exaltado Joules pueda escapar.
Me echa un brazo al cuello cuando salimos y me acompaña por el muelle hacia
el océano. Su voz cuando habla después es extraña. Está apagada. Sea lo que sea lo
que esconde, es malo.
—Salgamos así más a menudo, ¿okey? Tam solo puede tener la mitad de ti. Joe
se ha ido, así que solo somos tú y yo.
Me separo bruscamente de Joules y me abalanzo sobre su muñeca.
—¡Basta, Canoa! —me grita, levantando el brazo por encima de la cabeza y
respirando aceleradamente.
Se me parte el corazón cuando sus ojos se cruzan con los míos y niego con la
cabeza.
—No, no, estás mintiendo. —Retrocedo por el muelle, pero él alarga la mano
para agarrarme la muñeca cuando casi choco contra la barandilla que tengo detrás.
Aun así, mantiene su muñeca izquierda lejos de mi alcance.
Levanto la vista y veo que la marca se ha difuminado, la mancha beige y rosa
que solo es una insinuación.
Dejo caer mi mirada hacia la de mi hermano.
—¿Lo estás cubriendo con maquillaje? —No puedo creer que esté haciendo una
pregunta tan estúpida. Pero es lo único que tiene sentido—. ¡Joules! —Le grito, y él
pone los ojos en blanco. Deja caer el brazo y luego lo levanta para que lo mire
fijamente.
—¿Por qué iba a hacer eso? Solo quiero que dejes de asustarte porque digo
algo agradable.
—Eso no estuvo bien, Joules. Eso fue raro. La gente solo dice cosas así si se está
muriendo. ¿Te estás muriendo, Joules Frost? ¿Te has emparejado y no me lo has
contado? Porque nunca te perdonaría que mintieras sobre algo así. Incluso muerto,
maldeciría tu nombre.
Joules me sonríe y me deja frotar su marca durante unos segundos. No parece
desprenderse nada, pero necesitaría un desmaquillante y una toallita para creérmelo
del todo. Me quita la muñeca de encima y pasa junto a mí para apoyar los brazos en
la barandilla y mirar a los leones marinos.
—Compremos un coche nuevo de vuelta al hotel, y luego demos las gracias a
Tam por prestarnos su cartera.
—Joules —le advierto, girándome e imitando su postura en la barandilla. Aún
no he terminado con esta conversación, pero tal y como está actuando Joules, necesito
dar un paso atrás. Está completamente seguro de que, sea lo que sea lo que le pasa,
no quiere que yo lo sepa. Ni siquiera si lloro, grito o lo amenazo.
Voy a tener que ser más sigilosa al respecto.
«Ya golpeaste a Tam en la cara. No tientes más nuestra suerte.
—Cuanto más rápido, mejor —respira Joules, girándose para mirarme. Se
burla—. Mi casero me dijo que podía recuperar mi apartamento siempre que firmara
un nuevo contrato de alquiler antes de que acabara el verano. Cuanto antes volvamos
a casa, mejor.
—Okey —le digo, segura de que sigue mintiendo. Puede conseguir otro
apartamento fácilmente. Incluso si no pudiera, no le importa una mierda ese tipo de
cosas. Joules necesita que rompa la maldición lo antes posible. Me abro a la idea de
amar a Tam Eyre. Si tuviera más tiempo, disfrutaría del viaje. Pero la maldición no me
va a dar ese lujo—. No me detendré.
—Buena chica —dice Joules distraídamente, porque sabe que lo odio. Le doy
un fuerte empujón en el hombro y se tambalea, dándome la espalda mientras lo dejo
allí plantado—. ¡Eres una mocosa! —me grita, pero lo ignoro.
Sigo enfadada, pero llevo a Joules al museo de ciencias que hay en la calle.
Todo es práctico, así que básicamente es un parque infantil gigante para adultos.
Disparamos rayos láser para estudiar la refracción del color, tocamos instrumentos
musicales de gran tamaño y jugueteamos con imanes gigantes. Creamos enormes
remolinos haciendo girar enormes ruedas de barco para aprender cómo se mueve el
agua.
Y entonces, recibo un mensaje de Tam que dice: de vuelta al hotel.
Mi corazón estalla y apresuro a Joules hacia la salida.
—Sabes, nunca le pedí salir a Kaycee —dice Tam, mirando por la ventana.
Tiene el codo apoyado en la puerta y la barbilla en la mano. Parece despreocupado,
relajado. Pero su mirada se desvía hacia la mía y veo que no es cierto. Los dos somos
conscientes de los sentimientos del otro.
Él me desea y yo lo deseo.
—¿Qué quieres decir? —Le susurro. Pat tiene música clásica a bajo volumen,
pero estoy segura de que aún puede oírnos. A Tam no parece importarle.
—No la invité a salir. El director general de nuestro sello discográfico nos llevó
a los dos a su despacho, me dijo que estaba enamorada de mí y me preguntó si me
plantearía salir con ella. Le dije que sí. Quiero decir, intentaba ser un buen novio,
pero no sentía ninguno de los impulsos que siento hacia ti.
—Tam... —No tengo ni idea de qué más decir. Se ha girado completamente en
su asiento para mirarme ahora, lleva un jersey de manga larga con nubes, unos jeans
en los que dice CRUSH en una pierna y unas botas de cuero marrón. Quienquiera que
lo haya peinado hoy tenía una estética, y me gusta. Decido preguntar. La conversación
se intensifica rápidamente—. ¿Quién eligió este conjunto? Te queda muy bien.
—Esta es mi ropa —me dice Tam con una sonrisa—. Mi propia ropa. Me vestí
para ti.
—Bueno, yo... Parece sacado de una campaña publicitaria en las redes
sociales.
Se ríe de mí, tan fuerte que casi se atraganta.
—Aquí está bien —dice Tam cuando llegamos a la acera junto a una plaza
abierta con una pequeña pagoda y algunos cerezos en flor.
Japantown, San Francisco.
Tam se pone su gorra de béisbol negra, se enfunda esa pesada chaqueta, se
pone una máscara facial, añade unas gafas de sol.
Él sale primero y me tiende la mano. La tomo y bajo de un salto para colocarme
frente a él. Hay mucha gente, pero nadie nos mira todavía.
Pat se aleja mientras Tam me lleva al centro de la plaza. La clave es asegurarse
de que nadie reconozca a Tam. Si no lo reconocen, ni siquiera imaginarán la
posibilidad de que esté aquí.
Miro mi teléfono y veo que hay fácilmente una docena de lugares de ramen a
poca distancia. Elijo dos buenos y le ofrezco a Tam mi puño.
—Yo soy el primer restaurante, tú eres el segundo. Vamos. —Jugamos piedra,
papel o tijera, y eso es todo. Segundo restaurante—. Te dije que no hacía trampas —
le digo con altivez mientras esperamos al paso de peatones.
—No me habría importado que lo hicieras —me responde, tomándome de la
mano cuando cambia la señal del paso de peatones. Cruzamos la calle juntos y sigue
sin soltarme. No hasta que llegamos al restaurante.
Tam nos registra y encuentra una mesa al fondo. Está de espaldas al comedor
principal y hacia una pared. Solo le verán los que vuelvan de los baños. Se quita toda
la ropa de disfraz y deja el montón en el banco acolchado que tiene al lado.
Señalo el cartel que hay al final de la mesa. Es uno de esos restaurantes en los
que escaneas un código QR, pides y pagas por Internet, y luego te traen la comida.
No es como un restaurante tradicional de servicio completo.
—Pide en mi teléfono, y yo pagaré la comida. Después del dinero que nos
hemos gastado Joules y yo hoy, al menos debería hacer esto por ti.
—De acuerdo —dice tras unos minutos de vacilación. Quizá porque recordó
que me devolvió casi diez mil dólares de aquel billete. Creo que se quedó con los
otros cuatrocientos, para que pareciera que no estaba siendo demasiado coqueto
conmigo. Como si me estuviera haciendo un pequeño favor.
Pedimos gyoza (albóndigas de cerdo), botellas de té verde helado y cuencos
de ramen.
—El comunicado de prensa de mi ruptura con Kaycee está previsto para el mes
que viene. —Tam se sienta frente a mí con media sonrisa en su apuesto rostro, esa
pequeña arruga reapareciendo entre sus cejas.
Me humedezco los labios, y entonces voy por ello. Me pidió que fuera su novia,
¿verdad? Me inclino sobre la mesa y sus ojos siguen el movimiento como si estuviera
semidesnuda bailando burlesque. Mi pulgar recorre su piel y Tam cierra los ojos.
—No está permitido que te salgan arrugas. Eso es lo que he visto en Internet —
bromeo, dejándome caer en el asiento. Debería haberme arreglado para esto, pienso,
pero no lo he hecho. Estoy aquí sentada en jeans y una sudadera con capucha porque
no me había dado cuenta de que íbamos a tener una cita como Dios manda.
—No te preocupes —dice Tam, estirando sus largas piernas. Una de ellas acaba
entre las mías, y vuelvo a acordarme del asador—. Me pongo bótox. Es hora de un
repaso. —Levanta el pulgar y se frota el entrecejo.
Me quedo con la boca abierta. Hace una pausa para mirarme, como si no
estuviera seguro de qué podría haber dicho que fuera tan escandaloso.
—Tienes veinte años. —Mi voz es un susurro horrorizado.
—¿Sí? —Tam responde, y entonces vuelve a dedicarme esa sonrisa ladeada, y
enrosco los dedos en el cojín que tengo a cada lado—. Pero es como dijiste: No se me
permite tener arrugas.
—Te imagino como un anciano con un profundo surco entre las cejas. —Mi boca
se transforma en una sonrisa—. Creo que te verías bien así. Digno.
—¿Me imaginas como un anciano? —pregunta Tam, y sus palabras me dejan
sin aliento, cosa que no sé interpretar.
—He visto morir joven a la persona que más quiero en el mundo. Envejecer es
un lujo y un privilegio. —Le devuelvo la mirada y él hace lo mismo. Los dos
respiramos un poco más fuerte de lo habitual.
—¿Joe? —Tam pregunta, y yo asiento—. No Joules, la persona que más quieres
en el mundo.
—Me gustan por igual —admito, bajando la vista hacia la superficie
suavemente arañada de la mesa. Hay un timbre cerca de la puerta principal que dice:
¡Toca si te ha encantado tu ramen de hoy! Y cada pocos minutos suena y me hace
sonreír a pesar del dolor—. Incluso ahora. Siempre.
—¿Tienes sitio para uno más? —me pregunta Tam, y levanto la mirada de la
mesa. Está muy serio, sentado ahí y preguntándome si podría quererlo tanto como a
mi hermano y a mi primo—. Todavía no, pero... pronto. —Me mira la muñeca y
asiento.
Me gusta Tam. No quiero morir. Estoy preocupada por Joules.
Estoy tan abierta a la idea de enamorarme de Tam Eyre como nunca lo he
estado.
—¿Lo has hecho a propósito? —Pregunto, señalando con el dedo el tablero de
la mesa—. Tu pierna entre las mías.
—¿Esta noche? —aclara, inclinándose y cruzando los brazos sobre la superficie
de madera—. Sí. En el asador, no. Eso fue accidental.
—Y luego te escapaste al baño —le recuerdo, y su sonrisa se transforma en algo
privado y afilado.
—Bueno, ya sabes, tienes un efecto loco en mí. —Tam exhala y estira la mano
para acomodarme el cabello detrás de la oreja. La forma en que me mira, como si
fuera a morir si no puede tenerme, yo...
—No lo entiendo —le digo en voz alta, amando su atención pero queriendo
llegar a la raíz del asunto. La razón de su repentino cambio de opinión—. Me
bloqueaste. Me dejaste sola afuera. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Tam echa el brazo hacia atrás y se mira los dedos, sus preciosas y ásperas y
bien empleadas yemas.
—Cuando Joules vino por mí, pude ver en sus ojos que el que yo fuera Tam
Eyre no significaba absolutamente nada para él. Eres la persona más increíble del
mundo para él. Para toda tu familia. La forma en que se miran todos... Podría decir
que nunca les ha faltado amor y afecto. —Tam levanta de nuevo su mirada hacia la
mía, provocando un vuelco en mi corazón—. Sabía que tenía que conocerte a ese
nivel, que sin la amenaza de la maldición ya habrías renunciado a mí. No quería que
te rindieras conmigo.
Volvemos a sentarnos juntos en silencio.
—Sigo sin creerme que hayas conducido diez horas para arrodillarte por mí. —
Siento el rubor en mis mejillas incluso cuando intento bromear. Tam suelta una
carcajada grave y áspera que me hace cuestionarme mis decisiones vitales.
Empujar y tirar. Me encanta el intercambio entre nosotros, el juego verbal
previo. Aun así, me pregunto cómo demonios lo dejé salir de aquella habitación de
hotel sin quitarse antes la ropa.
—Cuando me subí al coche, esa no era mi intención. Solo quería disculparme
contigo, desbloquearme y tal vez besarte. Lo que pasó fue... tan diferente. —Levanta
la vista de entre sus largas y oscuras pestañas y el camarero nos trae nuestras botellas
de té helado. Por suerte, el tipo está ocupado, así que ni siquiera mira en dirección a
Tam.
Busco mi bebida, pero Tam la toma primero. Desenrosca la tapa y me la
presenta, y sé que los dos recordamos lo mal que tiré ayer la botella de agua a la
hierba.
—Gracias —susurro, mi propia voz tan ronca como la de Tam. Empuja-tira.
Tirón-tirón. Un calor que se extiende lentamente en lugares bajos. Me obligo a seguir
mirándolo, directamente a la cara. No aparto la mirada.
—¿Por la bebida o por el oral? —me pregunta, y entonces estoy gimiendo y
apoyando la frente en el brazo, desparramada sobre la mesa con incredulidad.
—¿Por qué me haces esto? —Murmuro, pero no me disgusta. Claro que no.
Levanto la cabeza y veo que está jugueteando con su botella de té verde y
sonriéndome. Sabe el efecto que causa en la gente y le encanta—. Nadie podría
resistirse a este nivel de encanto.
—Ya te lo he dicho —dice, y su voz se vuelve un poco áspera, un poco seria—.
Esto es solo para ti. —Tam se inclina hacia delante, y siento la agitación de un secreto
entre nosotros—. Nunca me he relajado lo suficiente como para irme a la cama con
alguien, nunca he estado dispuesto a correr el riesgo. —Duda—. Ya sabes, como si lo
fueran a filmar o si estuvieran conmigo por las razones equivocadas.
Me siento erguida, mirándolo fijamente.
—Espera, espera, espera. —Doy un sorbo de emergencia a mi té y luego le
señalo con la botella—. ¿Qué estás tratando de decirme ahora?
—Soy... soy... era... virgen. —Tam se frota la nuca con la mano—. No sé si lo
que hicimos anula esa palabra o no. Realmente no me importa. Lo que quiero decir es
que Nunca he hecho esas cosas con nadie más. Contigo es lo más lejos que he llegado.
—Tam despeina su cabello rosa hasta dejarlo realmente desordenado y salvaje—. Ni
siquiera he besado a una chica fuera de cámara.
Estoy muerta. Me han atravesado el corazón. Imagino una bola de demolición
gigante cayendo del techo y destruyéndome. ¿Cómo... qué?
—A.... espera. —Ahora soy yo la que se frota la cara—. Eras un... eres... —Y
entonces empiezo a reírme. Empiezo a reírme porque tengo burbujas en el estómago
y en el pecho. Oh. No soy la única inexperta aquí. No soy la única persona que no
tiene ni idea de lo que está haciendo—. Podemos aprender juntos. —Me atraganto y
Tam se sonroja.
Es un tipo que se sube al escenario ante decenas de miles de personas y baila
con hermosas mujeres pegadas a él. Que besa a Kaycee Quinn en directo. Que se
enamora y se casa en un drama romántico protagonizado por él.
—No puedes sonrojarte —suelto, y Tam me sonríe, entrecerrando esos bonitos
ojos verdes en mi cara.
—¿Pero no puedo? Soy mucho mayor que tú. He esperado mucho tiempo para
llegar aquí. Esto también es muy importante para mí.
—Oh. —Ahora yo también me estoy sonrojando. Era una broma. Claro que
puede sonrojarse. Pero... pero—. No puedo creer que tú... conmigo... No intento
menospreciarme, pero Tam, estás a otro nivel.
—Tú tienes una familia que te ama, un hermano que moriría por ti. Yo solo tengo
a Jacob, que me habla como un duque, a Daniel, que nunca me habla, y a mi madre,
que solo me habla de negocios. —Tam pone los ojos en blanco, y se le ve tan bien
que tengo que dar otro sorbo de emergencia a mi té—. Ah, y Adam y Dylan, que son
mis amigos porque la discográfica sugirió que haríamos un grupo guapo.
—Querrás decir Stricken —digo, porque el amigo de Tam que conocí en la sala
de escape, Adam Stricken, actúa con su apellido—. Y Dylan Bonne. Sé que fui mala
contigo por lo de tu propia música, pero no era mi intención. He excluido a Stricken
y Dylan de mi perfil de gustos de Spotify. No quiero que su música aparezca nunca en
Smart Shuffle.
Tam se ríe tanto que me parece ver lágrimas. Se desploma adorablemente
sobre el tablero de la mesa con su precioso jersey azul pálido con las nubes, la frente
apoyada en el brazo.
—No merece la pena seguir a ninguno de los dos —murmura, girando la cabeza
hacia un lado y mirándome. Mierda. ¿Se supone que su boca tiene que ser tan rosada
y suave? ¿Se supone que su piel es tan perfecta? ¿A Tam Eyre le salen granos alguna
vez? Debería preguntarle. Eso acabaría con el humor—. No escriben nada de su
propia música. Suerte que yo sí. Debería escribir una canción sobre nuestra tensión.
Tam tararea en voz baja, como si estuviera componiendo una canción en el
acto. Desliza la mano izquierda por la mesa, con la cabeza apoyada en el brazo. Su
pulgar me pasa suavemente por los nudillos, pero cuando aparto la mano, me agarra
la muñeca.
Tam sigue intentando acercarnos al sexo, y yo sigo haciéndonos retroceder.
Empuja.
Tira.
«Buena chica.»
—Mm. —Tam se sienta, pero no suelta mi mano—. Me has distraído. ¿Intentabas
sentarte ahí y decirme que no estabas a mi nivel? Lakelynn, vamos.
—Eres rico, famoso, tienes una hermosa voz, cuerpo de bailarín, seguidores en
todo el mundo. Eso es todo lo que digo. —Le retiro la mano, pero a él no le gusta. Veo
que su mandíbula se tensa y su sonrisa se vuelve un poco más malvada. El jersey de
nubes es lindo, pero muy engañoso.
—Olvidaste gruñón y mezquino.
—Tam.
—Lake.
Suspiro.
—Has estado rodeado de los especímenes humanos más hermosos que han
pisado la faz de la tierra. Diablos, tú eres uno de ellos, y yo solo soy... normal. Me
estoy sacando la carrera en la universidad de mi pueblo, para poder trabajar en la
constructora de mi tío. Tengo pecas y no sé lo que significa hacer ejercicio. Estaba tan
adolorida después de aquel día en el gimnasio contigo, que casi me muero.
Tam vuelve a reírse de mí, pero entonces se presiona la frente con el talón de
la mano y se aparta lujosamente el cabello de la cara. Labios entreabiertos. Ojos
entrecerrados.
Lo fulmino con la mirada, pero no estoy segura de que sepa siquiera que lo está
haciendo.
—Sé cómo eres y quién eres, Lake Frost. No es que hayas intentado ocultarlo
ni un minuto. Nos conocimos oficialmente mientras llevabas lencería y pateabas un
perrito caliente gigante.
—Nunca vas a olvidar eso, ¿verdad? —Refunfuño, pero Tam no ha terminado
de avergonzarme. Ahora que he superado todas sus barreras -y hay muchas-, es
jodidamente adorable. Es tan lindo. No puedo respirar.
Y no me refiero solo al físico, aunque, por supuesto, soy consciente de que es
espectacular. Es su personalidad lo que realmente brilla, y es la motivación principal
de su popularidad. La gente no puede evitar sentirse atraída por él de la misma
manera que (en una escala mucho menor) se sintieron atraídos por Joe.
Tam es su propia persona, pero hay un poco de mis otras dos personas favoritas
allí. Un poco de Joules. Un poco de Joe.
—No sé cómo explicarlo —dice Tam, dejando caer la mano sobre su regazo—
. La atracción tiene capas y matices. Tienes razón: veo a las mujeres más hermosas
del planeta. A veces bailo o canto con ellas. A veces incluso las beso en el escenario
o en la pantalla. Reconozco que son hermosas, pero eso no es lo mismo que atracción.
—Parece un poco nervioso, como si no supiera cómo explicarlo—. No puedo dejar de
mirarte. —Empuja—. No puedo dejar de pensar en ti.
Me muerdo el labio y miro a la pared. Mis dedos están tan tensos en el cojín
que tengo debajo que temo estar agujereando la tela.
—Es todo. —Tam se inclina de nuevo hacia mí—. Tus pecas. Tu oscuro sentido
del humor. Diablos, es la forma en que hueles, y la forma en que... —¡No lo digas aquí!
pienso en él, pero lo hace de todos modos—. Que sabes.
Sabes.
Exhalo y vuelvo a mirarlo.
—A mí también me gusta tu sabor —le digo, intentando ser lo más sincera
posible. Me ha dado la oportunidad, así que la acepto. Me está dando toda la
experiencia de novio, así que voy a darle la experiencia de novia.
Novio y novia.
Me gusta la forma en que esas palabras se asientan en mi lengua como nunca
antes lo habían hecho.
Esto me parece bien.
—¿En serio? —Tam parece sorprendido, con la lengua en el borde del labio—
. Te bebiste dos Seltzer después.
—Solo estaba sorprendida, eso es todo —admito, y él me parpadea antes de
darse la vuelta, como si también estuviera sorprendido. Sorprendido de que me
echara algo así a la cara y de que yo lo aceptara.
—El punto aquí es: Quiero todo contigo. Voy a confiar en ti, Lake. Pero necesito
que entiendas que no tengo ni idea de cómo voy a ser en la cama. Todo es nuevo para
mí, pero me vuelves loco. Quiero cosas contigo que no he querido antes.
Me devuelve la mirada justo a tiempo para que traigan la comida. La camarera,
esta vez una mujer, pone dos enormes cuencos delante de nosotros y el camarero le
sigue con el plato de gyoza. La mujer dice algo en japonés que creo que significa
disfruten. Tam responde, pero mira a la pared y no a la mujer.
Vacila y me quedo preocupada unos segundos, pero luego se encoge de
hombros y se va. El otro camarero ya se ha ido.
Tam la mira como preguntándose si lo ha reconocido o no.
—Okey, estamos bien —dice finalmente, volviéndose de nuevo hacia mí.
Sonríe al ver mi confusión—. Está hablando mal de mí a los otros miembros del
personal.
—¿Ah, sí? —pregunto, parpadeando sorprendida—. ¿Cómo es eso? —Oigo
risas procedentes de la cocina abierta, donde están reunidos todos los camareros,
hablando en japonés.
—Dice que hay un tipo raro en la esquina del fondo que solo mira a la pared.
Dice que menos mal que he pagado antes o no me serviría. Así que ahí estamos. —Tam
y yo nos estamos riendo ahora, pero ninguno de los dos ha olvidado dónde dejamos
nuestra conversación personal.
—Todavía no puedo creer que seas virgen. Ni en un millón de años me lo habría
esperado. —Hago una pausa con los palillos en la mano—. ¿O sí? Supongo que sabía
que no eras un jugador como Joules. De eso estaba segura. ¿Pero Kaycee y tú? Eran
tan lindos juntos online; no tenía ni idea de que fuera algo contractual.
—Hice lo que pude con ella, pero no había chispa. Ninguna atracción. —Tam
me mira abrir el envoltorio de papel de mis palillos, desencajar la madera de la base.
Vierto un poco de salsa de soja, mojo una gyoza en ella y pongo un antebrazo sobre
la mesa para apoyarme.
Me inclino hacia delante con una sonrisa, tendiéndole el dumpling a Tam. Con
la mano izquierda, hago una taza debajo del dumpling, para no manchar de salsa su
preciosa sudadera.
Tam separa los labios y se lleva la bola de masa a la boca como no se llevó la
barrita de cereales que le di el otro día. Mastica despacio y traga mientras yo vuelvo
a sentarme, esperando a saber si le gusta o no.
—Me gusta tu jersey —es lo que dice en su lugar, y entonces estira los palillos
y recoge primero las algas del borde de su cuenco. Después se come el naruto (un
pastelito de pescado blanco en forma de flor con un remolino rosa en el centro)—. El
color, y también la textura. —Se ríe un poco entre bocado y bocado de judía verde.
Están muy bien colocadas sobre la sopa—. Sobre todo, la forma sobre los pechos.
Tam se desliza por el banco de su lado, se acerca al mío y se coloca tan cerca
de mí que acabo atrapada entre él y la pared.
Jadeando con fuerza.
Palillos temblando.
Aparta el plato de gyoza y su cuenco de ramen, y veo que tiene intención de
comer aquí a mi lado después de decir algo así.
—Cuando te pedí que te esforzaras más, me escuchaste, ¿verdad?
—Quería hacer todas estas cosas de todas formas, pero intentaba respetar tu
espacio.
—No respetes mi espacio —ahogo, temblando y deseando—. Te necesito
adentro conmigo. —Empuja y tira. Tira y afloja. Siento un tirón en el bajo vientre, una
necesidad que exige ser satisfecha.
Nunca había sentido esto en toda mi vida.
Quiero que Tam me toque y me abrace. Quiero que me bese y me haga el amor.
Lo quiero a él. Y punto.
—Okey —susurra, con la voz tan áspera y desesperada como en el pasillo antes
de salir de casa de mis padres—. Okey, me quedaré cerca.
Comemos en silencio, solo tocándonos. Es suficiente, la presión de su muslo
contra el mío, el sonido de su suspiro cuando levanta el cuenco de caldo para
bebérselo. Empiezo a pensar que no va a tocar los fideos. Cierto. Su dieta.
Un numeroso grupo de chicas entra en el restaurante charlando animadamente.
—¡Dios mío, lo has conseguido! —le grita una a otra.
—No me perdería esto por nada. ¿Tam Eyre? ¿Estás bromeando?
Las chicas se ríen juntas mientras me vuelvo hacia Tam, para ver qué piensa de
esto. Debe ser raro, ¿eh? Oír a la gente hablar de ti allá donde vas. Yo lo odiaría.
—Cuando anunciemos nuestra relación, todo el mundo va a saber quién eres
tú también —me dice Tam, como si me estuviera confesando un secreto sucio—. No
será así. Nos seguirán, acosarán y hostigarán. No podremos salir durante un tiempo.
—Tam me sorprende dando un solo bocado a los fideos y luego los aparta, con cara
de pena por tener que despedirse de ellos—. ¿Segura que quieres hacer esto?
Una de las chicas que hablaban de él se dirige en dirección al baño, y Tam se
vuelve de repente, rodeándome con sus brazos y apoyando su barbilla en mi cabeza.
Me sujeta por detrás, con los brazos apretados, la mejilla tocándome
suavemente el cabello.
—Esperemos a que se vaya —sugiere mientras pongo mis manos sobre las
suyas y cierro los ojos.
La chica no tarda mucho, sus pasos retroceden por donde ha venido.
Tam me suelta, apoyando el codo en el tablero de la mesa para poder
observarme. Cuando vuelve a recoger los palillos, creo que va a comer un poco más,
y me alegro. En lugar de eso, recoge otra de las gyozas y me la tiende.
—Abre —me ordena, mirándome directamente a los ojos.
Lo hago, tomo el dumpling y él vuelve a dejar los palillos.
Nos quedamos callados el resto de la comida.
Este estúpido hijo de puta. Estoy furiosa y llevo puestas mis botas favoritas de
tacón alto, una combinación tóxica que me hace sentir como una superheroína. La
única persona que me acompaña en el ascensor es Wrenlee, que me mira como algo
de lo que compadecerse.
—¿Qué? —le pregunto mientras me apoyo en la pared del ascensor del Ritz-
Carlton. Ya voy, Joules Frost. Espero que estés preparado para la ira que acabas de
desatar. Porque, ¿cómo mierda se atreve a entrar aquí con su hermana y robarme a
mi novio?
No puedo dejar de pensar en la foto que Joules envió a Tam, la de nosotros
riéndonos juntos. ¿Qué era lo que Joules había enviado justo después? Un mensaje
que decía algo así como: ¿Estás seguro de que es tu novia?
Tan pronto como llegue a Joules, voy a destrozarlo verbalmente. Lo abofetearía
si no estuviera preocupada por mi carrera.
—¿Me estás escuchando? —me pregunta Wren, pero no la he oído hasta ahora.
Me vuelvo hacia ella, habiendo olvidado que le había hecho una pregunta—. He
dicho: ¿estás segura de que es una buena idea? Sé que no estoy aquí para darte
consejos, pero no puedo evitarlo. No creo que debas entrar ahí. Lo único que te va a
quedar al final de esto es dolor.
Me quedo mirándola.
Nadie más a mi alrededor está dispuesto a decir lo que piensa libremente, así
que supongo que agradezco el consejo.
Pero no voy a hacerle caso.
—Gracias —le digo a Wren con sinceridad, y entonces se abren las puertas del
ascensor y salgo medio corriendo por el pasillo. No he podido localizar a Joules desde
que lo vi el fin de semana que debíamos ir a la villa. En lugar de ir a ver a Tam, llamé
a Joules.
Salí con Joules Frost.
Tam estaba saliendo con Lakelynn Frost.
Todo esto es una locura.
Me contengo, me detengo ante las puertas dobles del ático y respiro hondo.
Paso las manos por la parte delantera del vestido. Es plateado, llamativo y divertido.
Ya estará en todas las redes sociales. Probablemente ya era tendencia antes de que
terminara de caminar desde la habitación del hotel hasta el coche.
Llamo con la suficiente suavidad como para esperar que Joules responda sin
molestarse en comprobar la puerta. Es así de arrogante, y también un poco
descuidado. ¿De qué me sirve un don nadie de Arkansas?
Y tengo razón: Joules es así de arrogante o así de confiado. Abre la puerta sin
mirar y se queda ahí de pie, sudoroso y sin camiseta y quieto.
Creo que deja de respirar.
Lo empujo antes de que pueda detenerme y retrocede, sorprendido. Entro en
la habitación y cierro la puerta con llave antes de girarme sobre el hombro para
mirarlo fijamente.
—¿Qué carajo pasa, Joules? —pregunto antes de perder los nervios. Debe de
haber estado haciendo ejercicio porque está empapado en sudor y sus músculos
están tensos bajo la piel húmeda. Por la forma en que me mira, bajo unos párpados
pesados y caídos, me hago a la idea de que podríamos estar teniendo sexo ya.
Me doy la vuelta y le doy la espalda a la puerta. Joules se burla, me da la
espalda y se dirige a la cocina como si fuera su ático y no el de Tam. Como si Tam no
estuviera en alguna parte con su hermana pequeña. Bueno, mejor suerte para ella que
para mí. Salí con él durante un año y solo me besaba si estaba decidido de antemano
en un comunicado de prensa.
—¿Quieres algo de beber? Aquí hay un whisky que vale más que la casa de mis
padres, un regalo de uno de los mayores fans de Tam. ¿Quiero saber quién es? ¿El
hijo de un multimillonario que va a heredar el mundo?
Ignoro la pregunta y la broma.
—Básicamente le diste a entender a Tam que estábamos juntos.
—¿Y bien? —Joules saca una botella de agua de la nevera, la desenrosca con
facilidad y se la lleva a los labios. Suspira y se pasa la mano por la boca antes de
continuar. No importa. No podía apartar la vista de su garganta mientras tragaba para
darme cuenta de que la habitación estaba en absoluto silencio—. Juego sucio, Kaycee.
Juego duro por lo que quiero, y nunca he tenido problemas para conseguirlo. Un
ejemplo. Mi hermana está en nuestra habitación de hotel con Tam ahora mismo, y tú
estás aquí conmigo. —Sonríe mientras yo me quedo ahí, furiosa, con las manos
aferradas a los costados.
—Le diste a Tam la impresión de que tú y yo ya estábamos juntos, y luego me
bloqueaste. Me estás evitando. No me verás en absoluto. ¿Qué sentido tiene eso? Me
quieres, así que ¿por qué mentir al respecto? —Soy descarada con mis deseos, como
siempre lo he sido. Así es como llegué aquí. No se llega a la cima del mundo siendo
amable, tímida o educada.
Tam solo juega con eso. Tampoco es ingenuo ni tiene buen corazón.
Joules se toma su tiempo para terminar su botella de agua. Toma otra. Sí,
definitivamente estaba haciendo ejercicio aquí. Miro a mi alrededor y veo que la
habitación ha sido destrozada. Todos los cajones y armarios revueltos, objetos por
todas partes. Joules ha asaltado descaradamente la habitación de Tam, y no le importa
una mierda.
Esa es la energía que me gusta.
Cruzo los brazos y espero a que Joules vuelva a salir de la cocina. Lo hace y
camina hasta colocarse frente a mí. Levanta las manos como si fuera a recogerme por
los brazos, pero no lo hace. Deja caer una a su lado y utiliza la otra mano para pasarse
los dedos tensos por el cabello.
—Vamos a Chinatown a comer dumplings. Es fácil caminar desde aquí. Hay
seguridad por todas partes, controles de carretera fuera.
Estoy un poco aturdida por la oferta. ¿No puede sentir esta tensión entre
nosotros? Estoy muy enfadada con él, pero también lo deseo, y él lo sabe.
Entonces, ¿qué es esto?
¿Quiere sacarme?
—Joules, no voy a mentirte. Esperaba que me tiraras en la cama y me follaras.
Se ríe, echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos.
—En cualquier noche normal, eso es exactamente lo que habría hecho. Pero no
esta noche. Tengo algo que decirte antes de hacerlo. —Vuelve a bajar la barbilla,
abre los ojos y entra en el baño. Oigo el fregadero en marcha, el ruido de los
estropajos, y entonces Joules vuelve a salir, blandiendo la muñeca—. Aún no le he
dicho la verdad a nadie, pero supongo... supongo que voy a morir pronto de todos
modos, así que a la mierda. Quiero mostrarte quién soy realmente, Kaycee. Voy a
soltarme del todo. —Joules estira el brazo, de modo que puedo ver la marca roja
brillante de su muñeca, la que tiene forma de corazón emborronado. Coincide
exactamente con la que vi en la muñeca de Lake cuando pasé por el pasillo.
He oído la historia de Joules y Tam a estas alturas: una marca de maldición. Se
supone que es una marca de maldición. Lo más tonto que he oído en toda mi vida,
pero Joules es un tirador recto, y estoy confundida por qué mentiría sobre algo así.
Es mi mayor motivación para intentar siquiera creer algo tan estúpido o
descabellado.
—¿Qué se supone que significa esto? —le pregunto, porque de repente siento
un nudo en el estómago, un malestar que me habla de un futuro desengaño si sigo por
este camino.
Wrenlee tenía razón.
He cambiado todo mi destino al entrar en esta habitación, y lo acepto.
Porque me gusta mucho, mucho Joules Frost.
—Me quedan menos de dos meses de vida, y tú eres la única persona en el
mundo que lo sabe. —Joules deja caer el brazo a su lado—. Dame un minuto para
ducharme y vestirme. —Se dirige al cuarto de baño, cierra la puerta tras de sí y echa
el pestillo.
Lo dice en serio.
¿Ahora Joules también cree que está maldito?
Pienso mucho si me importa si está loco o no. De alguna manera, caigo del lado
de que no me importa una mierda. Hay algo enigmático y atractivo en él. Conozco
gente nueva todo el tiempo, constantemente. Lo mejor de lo mejor, en realidad. Los
más ricos, los más populares, los más queridos, los más hermosos.
Sin embargo, ninguno de ellos puede compararse con el carisma y la energía
de Joules Frost.
Bien.
Joules cree que está maldito a morir.
Resolvamos esta mierda juntos.
Joules sale del cuarto de baño con el cabello oscuro y húmedo enredado en la
frente. Ojos azules ensombrecidos por una necesidad contenida. Las manos
apretadas a los lados. Se flexiona como si quisiera tocarme pero no se atreviera.
Todavía no.
Salimos de la habitación, llevándonos a Wrenlee con nosotros, llegamos al
vestíbulo y salimos por una de las salidas privadas del hotel. Joules abre la puerta a
una húmeda calle de San Francisco con una acera tan empinada que me mareo un
poco al mirar a lo largo de ella.
—Aquí. —Joules me sujeta del brazo y caminamos juntos despacio colina abajo.
Maldigo mis botas a cada paso—. Por favor, no se lo digas a mi hermana —dice, y es
la frase más amable y sincera que he oído salir de su boca. Mira hacia la acera en vez
de mirarme a mí, como avergonzado por la situación.
—No se lo diré, pero si de verdad te crees esa mierda de la maldición, ¿es
correcto que le mientas al respecto?
—Si se entera de que yo también he sido emparejado, entonces querrá luchar
por mi vida en vez de por la suya. Tam y ella están así de unidos, puedo sentirlo. No
quiero hacer nada que altere ese equilibrio. Y si ella puede romper su maldición más
temprano que tarde, entonces bien. Quizá tenga tiempo para.... —Joules se
interrumpe con un atribulado suspiro, y de pronto veo qué es lo que realmente oculta.
Agotamiento y miedo.
Que crea o no en esta maldición no importa. Joules realmente cree que va a
morir, y su único deseo en este momento es salvar la vida de su hermana. Me pongo
emocionalmente en su lugar y me arden los ojos. No se lo hago saber, parpadeando
mientras bajamos la colina.
Cuando llegamos abajo, Joules elige un restaurante al azar, se baja la
cremallera de la sudadera y me la echa por la cabeza. Me sube la cremallera hasta la
barbilla, de modo que apenas puedo ver nada bajo la tela flexible de la capucha de
su sudadera. Lo siguiente que recuerdo es que estamos sentados en la esquina trasera
de un bullicioso restaurante con papel pintado rojo y dorado.
Dejo que Joules nos pida un par de cervezas y algo de dim sum, y nos sentamos
juntos en silencio, con las bebidas en la mano.
—No digo que me crea esto de la maldición —empiezo, pero Joules ya está
negando con la cabeza.
—Y por eso no me acostaré contigo. —Levanta su mirada hasta la mía, y sé a
ciencia cierta que lo dice en serio—. No voy a estar por aquí mucho más tiempo, y me
gustas demasiado como para fastidiarte, Kaycee. Si eso es todo lo que puedo hacer
por ti antes de irme, que así sea.
—¿No quieres salir conmigo porque crees que vas a morir? —aclaro, con la
respiración entrecortada por la última palabra.
—No saldré contigo por dos razones. Una, porque, sí, podría morir. Dos,
porque si quiero vivir, tendré que conseguir que mi pareja se enamore de mí. No
puedo seducir a otra mujer si salgo contigo, así que... en eso estamos. —Me mira
directamente—. Y sí, quería que Tam rompiera contigo. Ese era mi objetivo cuando
vine aquí. Solo que no esperaba que me gustaras. —Joules se echa hacia atrás en la
cabina, con los brazos cruzados sobre su camiseta negra ajustada.
Tiene el mismo logo de Frost Family Construction que la sudadera que le robé.
Puede que también le robe la que lleva puesta. Es negra con un esqueleto en la
espalda, justo lo contrario del estilo brillante y burbujeante (pero subversivamente
sexy) de Kaycee Quinn.
—Sinceramente eres un cabrón maleducado, y probablemente también un
follador, pero también me gustas. —Cruzo mis propios brazos, y la sonrisa de Joules
se desliza hacia algo pecaminoso y decadente. No debería probar bocado de eso.
Sabe que no debe perseguir a alguien como yo. Soy el tipo de chica sobre la que los
amigos de un chico le advierten. Una rompecorazones.
Intenté ser buena con Tam, ir despacio con él, darle espacio. No funcionó. Voy
a hacer lo que quiero hacer ahora mismo. No me voy a contener.
—¿Suficiente para verme morir? —pregunta Joules con curiosidad, mirándome
a la cara. Pone las palmas de las manos sobre la mesa y se inclina hacia mí, con la
boca torcida en una sonrisa torcida—. ¿O tanto como para verme marchar a seducir a
una mujer que ni siquiera me gusta? —Se ríe y luego niega con la cabeza—. No, no lo
creo.
—¿Quién es ella? —Pregunto, con ese horrible monstruo verde enroscándose
en mi interior. ¿No soy la pareja de Joules? Si lo fuera, no habría huido de mí de esa
manera. Pero la idea de que este hombre tenga mejor química con otra mujer que
conmigo es una locura. Lo odio.
—Una mujer casada de veinticinco años con tres hijos pequeños —dice Joules
como si quisiera vomitar. Mis ojos se abren de par en par y dejo caer los brazos a los
lados, clavándome las uñas en las mallas. Me hago un agujero en un lado, pero no me
importa.
—¿Me estás tomando el pelo? —pregunto, y niega con la cabeza. Joules apoya
la cara en la palma de la mano, apoyado en un solo codo sobre el tablero de la mesa.
—Religiosa, también. La vi saliendo de la iglesia. Ahí fue cuando nos
emparejamos, cuando pasé y miré por la ventanilla de mi camioneta. Jodidamente
fantástico.
Lo pienso largo y tendido. Supongamos que Joules y Lake dijeran la verdad...
qué hay una maldición. ¿Conectar a un hermano con el artista más popular del
mundo? ¿Conectar con una religiosa, casada y madre de tres hijos? Auch.
—He visto la maldición destruir relaciones perfectamente legítimas. Buenas.
Verdaderas. Sé que mi tía Lisa aún extraña a su exesposo. No sé cómo la maldición
determina el Match de una persona, pero esa mujer no es mi alma gemela o futuro
destinado o como quieras llamarlo. ¿Cuáles eran mis opciones, Kaycee? ¿Romper un
matrimonio o salvar la vida de mi hermana pequeña? Fácil elección.
—Me gustaría ser tu Match —admito, y Joules asiente, frotándose la cara.
—A mí también, Srta. KQ.
Sonrío ante el estúpido apodo.
Joules juguetea con su cerveza, hace una pausa mientras nos traen la comida y
levanta la botella en mi dirección.
—Preferiría ser tu novio que tu amigo, pero ¿qué dices, Kaycee? ¿Amigos de
nuevo? Es lo mejor que puedo hacer por ahora.
Exhalo. Ni siquiera debería plantearme ser amiga de este loco. Recojo mi
propia copa, pero no brindo por él todavía.
—Tú eres el que ha decidido no ser mi novio. ¿Y si te digo que quiero intentarlo
de todas formas? ¿Qué lidiemos con la mierda de la maldición juntos?
Joules ya sacude la cabeza. Retira su botella de cerveza.
—No hay trato, porque no lo crees, y si no lo crees, no te haré eso.
—Joules —digo, porque me estoy frustrando—. Te creo.
—Crees que yo lo creo —replica Joules, apartándose de mí para inspeccionar
el restaurante y devolverle la cerveza al mismo tiempo—. No es lo mismo.
—De acuerdo. Bien. Consideraré la idea, pero si vives más allá del final de la
maldición, podré reírme de ti siempre que quiera.
Joules se vuelve para mirarme, pero no estoy segura de que esté convencido.
Parece como si quisiera que lo convencieran, pero en el fondo parece asustado
y como si deseara que hubiera al menos una persona cerca en la que pudiera confiar.
Quiero ser esa persona para él; quiero que él sea esa persona para mí.
—Salgamos, Joules. Ya pensaremos qué hacer juntos, ¿okey? Por ahora, ¿no es
mejor tener a alguien a tu lado que sepa, que ir solo?
Joules gime y se termina el resto de su bebida.
—He sido demasiado sincero contigo, ¿verdad? —pregunta secamente,
dirigiendo hacia mí su mirada de hielo y fuego. Tomo una bola de masa y me la acerco
a los labios, observando la expresión de Joules mientras asimila el espectáculo. Se
moja los labios y sonrío con los míos cerrados mientras mastico—. Muy bien. Eres una
adulta. Si escuchas lo que digo y aceptas que te he advertido, vamos a.... salir. —Hace
una pausa y me mira—. Mejor aún: follemos.
Joules me toma de la muñeca y me levanta de la mesa antes de que hayamos
podido comer. Al pasar, arroja algo de dinero sobre el mostrador y salimos por la
puerta.
Me levanta en brazos y emito un sonido de sorpresa mientras me lleva de vuelta
a la colina.
Me río todo el camino.
CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
JOULES
Quedan 54 bobas para que muera mi hermanita...
(el mismo día)
Se siente muy bien decirle a alguien la verdad.
Se siente aún mejor decirle a Kaycee la verdad.
Solo se ríe lo que tardo en llevarla al dormitorio. La coloco frente a mí y cierro
la puerta de una patada, dejando a su guardaespaldas en el pasillo.
—¿Desde cuándo confías tanto en mí? —bromeo, apoyándome contra la puerta
y disfrutando de cómo se dilata su pecho con cada inhalación dificultosa. Cierro los
ojos e inspiro, y juro que hay feromonas en el viento porque mi ritmo cardíaco se
duplica.
Cruzo la mirada y veo que Kaycee me estudia, escarbando bajo todas las duras
capas hasta llegar a la verdad que hay debajo.
Llevo mucho tiempo mintiéndole a mi hermana y pienso seguir mintiéndole. No
me importa lo que tenga que hacer para evitar que se entere de la verdad, lo haré. La
miraré a los ojos como hice el otro día en el muelle, y le mentiré hasta la saciedad.
Joe, ¿qué harías ahora mismo? le pregunté, en una de esas raras noches en las
que estábamos solos. Lakelynn odiaba que saliéramos sin ella y, sinceramente, a Joe
y a mí nos gustaba que estuviera con nosotros tanto que nunca necesitábamos estar
solos. Pero cuando sucedía, le hacía a Joe las preguntas que no podía hacerle a Lake.
Cosas sobre nuestros padres. Sobre chicas. Cualquier cosa.
—La maldición es nuestra. Nuestra. Puede que no la queramos, pero nos
pertenece de todos modos. Nosotros decidimos lo que vamos a hacer con ella. Si quieres
huir y aprender a bucear como el hombre Jack o pasar tu último año mirando por la
ventana como GG Louise, es tu decisión. Si te gusta Kaycee, y le has dicho a Kaycee la
verdad, déjate caer por ella. Aprende a caer, Joules.
Vuelvo a humedecerme los labios y me alejo de la puerta, me acerco a Kaycee
y entierro los dedos en su cabello. Me gustaba cuando era negro. Me gusta ahora que
es rubio. Podría ser morado y me gustaría igual. Largo y espeso, el tipo de cabello
que puedo enrollar en un puño, en el que puedo apretar los dedos.
Kaycee suelta el aliento precipitadamente y hago una pausa, esperando a ver
su reacción.
Labios hinchados y entreabiertos, pupilas enormes, dedos aferrando mi
camisa.
—Bésame, maldita sea —gruñe, la voz de un demonio en un cuerpo ágil y sexy
con una voz a juego. Necesitada, áspera, furiosa, deseosa. No me extraña que Kaycee
Quinn sea famosa. Cómo acabó emparejada con Tam Eyre es otra historia.
De todos modos, no haré que Kaycee pregunte de nuevo.
Atrapo su boca con un golpe de lengua, atrayendo hacia mí el gemido que sale
de su garganta. Con la otra mano le subo el vestido, deslizo los dedos bajo las medias
y las bragas y la encuentro desnuda, suave y húmeda.
—Vaya, vaya, Kaycee. Dime que te gusto sin decir una maldita palabra. —Le
muerdo el labio inferior y luego la beso mientras la acaricio. Siento cómo su cuerpo
tiembla entre mis brazos, cómo se agarra con fuerza a mi camisa. A cada caricia abajo
le sigue un mordisco, un lametón o un beso arriba. En el cuello, en el hombro, en el
lateral de la mandíbula, en su boca regordeta.
Me limito a esa única mano y a mis labios. El resto de mí está quieto, esperando.
Enroscándose cada vez más fuerte.
Hago resbalar a la pobre Kaycee y luego la guío hacia atrás hasta que sus
muslos tocan la cama. Retiro la mano y emite un sonido de pura frustración.
—Siéntate —le digo, y me llevo los dedos a los labios mientras se reclina en la
montaña de almohadas.
—Joules Frost —susurra, escandalizada—. No te atrevas.
Me meto uno y luego otro en la boca, chupándolos hasta dejarlos limpios. Me
quito los zapatos de una patada y me dirijo a mi bolso para sacar una caja de
condones. Nuevos. No he estado con nadie desde que conocí a Kaycee.
—No he estado con nadie en más de un año —me dice Kaycee, pero eso ya lo
sabía. Apago las luces y me acerco a ella en la cama. Sujeto suavemente el paquete
cuadrado entre los dientes, y luego bajo la mano hasta el botón de mis jeans.
No digo ni una palabra.
Observo la sombra de Kaycee en la oscuridad mientras desliza un solo dedo
entre sus piernas abiertas, la uña rozando la tela de sus medias negras. Es una mujer
que sabe lo que quiere, lo que le gusta. Estoy obsesionado, sobre todo cuando se da
la vuelta y se estira como una gatita en celo.
—Fóllame, Joules —susurra, y el sonido de su voz es tan potente que tengo que
apretarme la polla con el puño y apretar la base, un improvisado anillo de polla para
mantenerlo todo dentro. No me extraña que su música sea tan popular. Tendré que
intentar escucharla uno de estos días.
—El placer es mío. —Suelto una risita áspera, abro el paquete de condones y
deslizo el látex lubricado sobre la adolorida cabeza de mi polla hasta las bolas. Me
subo a la cama detrás de ella y veo que ha echado una mano hacia atrás, con la uña
abriendo un agujero en sus medias. Kaycee engancha dos dedos en sus bragas y las
aparta para mí, dejando su coño regordete y desnudo, tan jugoso y reluciente como
una pieza de fruta fresca.
Tomo sus caderas con las manos y la agarro con fuerza y posesividad,
arrancando de su dulce garganta de estrella del pop un sonido de tierno dolor.
—Qué linda, cariño, pero quiero más que eso. —Aprovecho el agujero de sus
medias para rasgar la tela, desgarrándola por la mitad hasta que cuelga hecha jirones
de sus muslos. Las bragas, ese pedazo de seda rosa, endeble y húmeda, las rasgo
directamente. No me cuesta mucho romper los hilos para poder apartarla de mi
camino. Cuando me agacho y le sujeto un puñado de cabello en un puño apretado,
hace un ruido que se me graba en el cerebro—. Última oportunidad: Voy a morir en
dos meses.
—Come mierda, Joules. Vas a luchar para vivir —suelta Kaycee, y hay algo en
su descarado desafío mezclado con su necesidad gratuita que me pone al cien. Vuelve
a empujar su trasero contra mí, apretando la longitud de mi polla contra sus
resbaladizos pliegues, contoneándose para colocarlo en el lugar adecuado.
—Bueno, no puedo decir que no te lo advertí. —Guío la punta de mi polla hasta
el pozo de deseo entre sus muslos. Provocando, frotando, tanteando. Tiro un poco
más del cabello de Kaycee hasta que arquea la espalda y otro de esos gloriosos y
necesitados sonidos sale de sus labios carnosos. Exhalo y tiro de sus caderas hacia
atrás, deslizando su cuerpo alrededor del mío—. Mierda. —La palabra sale de mí, una
tierna revelación que no quería soltar. Pero, por Dios, Kaycee Quinn está tan tensa,
sus músculos internos son tan inflexibles incluso cuando gime mi nombre y se
balancea contra mí.
La agarro bien por la pelvis y el cabello, pero no me muevo. Ella lo hace por
mí, empujando su cuerpo hacia atrás hasta que su trasero tenso choca contra mis
caderas. Estoy sorprendido, en el buen sentido. Esta chica es salvaje y me encanta.
Quiero más, más de ella.
Con un gruñido, le tiro del cabello, haciendo que su espalda se arquee de
forma espectacular, como un cuadro, incluso mejor que uno de esos estúpidos posters
que vende en sus conciertos. Piernas abiertas, respiración agitada y entrecortada.
Kaycee acaba de rodillas, relajándose con la espalda apoyada en mi frente.
—Estás llena de sorpresas, ¿verdad? —le susurro, mordiéndole la oreja. Se
muerde el labio inferior y se baja la camiseta, dejando al descubierto sus pechos
pequeños y firmes. Deslizo la palma de la mano por su pecho, por encima de su
vientre plano, hasta el abultamiento de su clítoris. Mis dedos frotan el punto justo por
encima de nuestras formas unidas, y Kaycee responde a su vez, apretando contra mí.
Se toca los pechos con sus propias manos, frotando sus pequeños pezones rosados
con las palmas, gimiendo sin pudor.
—No tienes ni idea —dice entre esos jadeos ásperos y roncos. Cuando le toco
el clítoris como a ella le gusta, su cuerpo me lo hace saber. Tensas bandas de
músculos se aprietan a mi alrededor, ordeñándome, engatusándome y suplicándome
que me mueva, que le dé fricción, que me corra.
Si tengo un último deseo, es correrme dentro de esta chica, ver mi semilla gotear
por esos bonitos muslos.
Acerco la boca a la pálida garganta de Kaycee, recorro con la lengua su
palpitante pulso y lamo el suave beso salado de su sudor fresco. Le suelto el cabello
para rodearla con un brazo y apretarla tanto como ella me aprieta a mí.
—Joules —gime Kaycee, frotándose, meciéndose y retorciéndose—. Fóllame.
—¿Qué crees que estoy haciendo, eh? —pregunto con un poco de burla,
mordiéndole la oreja y el cuello. Aparto la mano de su clítoris y ella grita de
frustración. Con los dedos húmedos, le hago apartar la barbilla para poder llegar a
su boca por detrás y le muerdo el labio inferior antes de besarla. Nuestras lenguas se
entrelazan mientras ella mueve las caderas en pequeños círculos frenéticos que me
ponen las bolas tensas y adoloridas—. Follar es algo más que meterte la polla en el
coño, aunque lo conseguiremos, señorita KQ. Créeme, lo conseguiremos.
Pongo la palma de la mano en el centro de sus omóplatos y la empujo hacia el
colchón. Está claro que sabe lo que le gusta, pero tampoco puedo evitar preguntarme
si los hombres con los que ha estado antes eran un poco deficientes. Cualquier
hombre puede meter la polla en un coño, pero ¿puede hacer que la mujer con la que
está grite su nombre? ¿Puede hacer que se venga? ¿Puede hacer que se dé cuenta de
que cada centímetro cuadrado de su cuerpo es placer sin explotar a la espera del
toque adecuado?
Dudoso.
Deslizo mi polla fuera del calor de Kaycee, y ella clava furiosa las uñas en las
mantas que tenemos debajo. Le doy una pequeña palmada en el trasero para ver si le
gusta, y se queda muy, muy quieta.
—¿Qué fue eso, Joules Frost? —gruñe, untando el edredón blanco con
pintalabios rosa—. ¿Un golpecito de muñeca débil?
Le doy otro azote y Kaycee gime, apretando los dientes manchados de carmín
sobre un pliegue de las mantas. Lo muerde como quiero que me muerda, y vuelvo a
azotarla. Mi polla trabaja en sus pliegues, rozando el exterior, chocando con su
clítoris. Mucha fricción y un calor húmedo y pegajoso. La palma de la mano le acaricia
las marcas rojas del trasero, se desliza por encima y por debajo de la camisa -ahora
inservible y enredada en la parte más estrecha de la cintura- y luego vuelve a
deslizarse. Golpe. Acariciar. Abofetear. Calmar. Suavizar.
El vaivén la hace gemir contra el colchón y su cuerpo se debilita bajo mis
caricias.
Sonrío.
Allá vamos.
Le doy la vuelta a esa gata salvaje y me subo encima de ella, tomando de nuevo
su boca, lamiendo, chupando y saboreando. Me agarra el cabello con la mano para
acercarme, me empuja el pecho con la palma para mostrarme cómo le gusta. La beso
hasta que se le saltan las lágrimas, hasta que tiembla, con los muslos temblorosos
alrededor de mis caderas.
Entonces me siento, su boca hinchada por mis dientes, su cuerpo húmedo de
sudor. Le agarro las caderas con las dos manos y se la meto con fuerza, hasta el fondo,
con las bolas golpeando su dulce carne. Me inclino sobre Kaycee con una mano en el
cabecero y le doy exactamente lo que me ha pedido: una buena follada, dura y
salvaje.
Utilizo su cuerpo apretado y sus fuertes músculos para excitarme, empujando
profunda y rápidamente, gimiendo tan fuerte y desvergonzadamente como Kaycee.
Ella juguetea con sus pechos, con la cabeza echada hacia atrás y las lágrimas cayendo
por sus mejillas, pero sin correrse el rímel ni el delineador de ojos.
—Qué princesita tan sexy eres, KQ. —Redoblo mis esfuerzos y me abalanzo
sobre ella hasta que me aprieta tan fuerte que apenas puedo moverme. Un grito
ahogado se escapa de sus labios mientras sujeta mi camiseta, agarra la tela, tira de
ella y me suplica que me acerque a ella.
Me quedo donde estoy, respirando agitadamente, absorbiendo la visión de
esta mujer deshaciéndose a mi alrededor. Y entonces, cuando su cuerpo finalmente
se relaja sobre el mío, se ablanda, se abre y se licua, siento mi propio placer. La follo
hasta alcanzar el clímax, dejando que el calor atrapado en mis bolas se extienda por
el condón, llenándolo de semen cuando debería estar llenando a Kaycee.
—Mierda —gimo de nuevo, rodando sobre mi espalda. Otra confesión, aunque
ella no lo sepa. Mierda, mierda, mierda. Me presiono los ojos con los talones de ambas
manos y me los froto. Esta chica me gusta de verdad, carajo. Por primera vez en mi vida,
estoy enamorado de alguien, y esa vida está a punto de acabar.
Kaycee se pone de lado y la acojo entre mis brazos, animándola a que apoye la
cabeza en mi pecho.
Traza un dibujo a través de mi camiseta, justo sobre mi pezón, y suelto un
pequeño silbido involuntario.
—No pareces de los que se rinden —me dice, agachándose para quitarme el
condón. La miro porque me encanta verla limpiándome. Ella ata el condón y lo tira a
la basura, pero también juega un poco conmigo, haciendo que me suelte en las
palmas de sus manos y recordándome lo fácil que es que se me vuelva a parar.
—¿Parece que me estoy rindiendo? —pregunto con una risita áspera y sexy. A
Kaycee se le pone la carne de gallina, con las tetas aún al aire, la camisa bajada, la
falda arremangada y las medias hechas jirones. Se sienta con las piernas abiertas a
ambos lados, las rodillas juntas, el labio entre los dientes, pensativa.
—Sabes lo que quiero decir, maldito pervertido. —Se arrastra hacia arriba y
sobre mí, recostando su cuerpo sobre el mío de una forma que se siente posesiva,
como un reclamo.
—¿Por qué? ¿Tanto quieres que viva, KQ? —La rodeo con mis brazos y me gusta
cómo se siente. Encaja conmigo de una forma que nunca había experimentado con
mis anteriores novias. ¿Quién lo hubiera imaginado? Y ni siquiera me gusta su música.
Kaycee acurruca la cabeza en ese punto entre mi cuello y mi hombro, y mis
brazos se aprietan aún más en torno a ella.
—Mierda. —Lo digo otra vez. No puedo evitarlo. Me gusta esta mujer. Estoy
enamorado de ella. Me siento culpable por dejarla antes de que podamos empezar.
¿Qué tan justo es eso, que nos tome el pelo a ambos con la promesa de algo que no
va a suceder?
—Si te gusto, Joules —Kaycee comienza, su voz se vuelve jadeante, se vuelve
suave—. Lucha por mí. No te acuestes y mueras. Levántate de una puta vez.
Le doy la vuelta de repente y chilla sorprendida.
Tengo sus hombros inmovilizados, mi respiración agitada, la suya
acelerándose al mismo ritmo.
«No mueras por tu hermana: vive por ti. —Frunce los labios en señal de desafío
y me meto una mano en el bolsillo de los pantalones (que aún tengo bajados por las
caderas). Me pongo un látex nuevo y vuelvo a follármela.
Y otra vez.
Otra vez.
Por el resto de la maldita noche.
No creo en el destino, a pesar de la maldición. No, creo en la elección.
Así que, esto es lo que voy a hacer. Voy a elegir a Kaycee, y dejar que las piezas
caigan como puedan.
CAPÍTULO CUARENTA Y
TRES
TAM
Quedan 54 bobas hasta que mueran los dos... (el
mismo día)
Le pedí a Maggie que llevara mi maleta a la habitación de Lake para pasar la
noche aquí. Es mucho menos probable que nos molesten en una habitación donde
solo Maggie, Daniel y Jacob saben que estoy. Me pongo una sudadera blanca
holgada. Es de color crema y las mangas son un poco largas. Mucha, mucha gente me
ha dicho que si Tam Eyre los abrazara con esta sudadera, se morirían literalmente.
Así que vamos a poner a prueba esa teoría.
Vuelvo a ponerme pantalones de chándal porque la última vez Lake parecía
enloquecer con ellos. Estos son de color crema, no grises. Además, me he duchado
rápidamente y me he lavado los dientes, porque por fin voy a follármela esta noche y
quiero que sea bueno.
Lake no me oye llegar, juguetea con el mando de la tele y maldice. Me acerco
sigilosamente por detrás y me arrastro hasta el sofá, rodeando su cintura con un
brazo, apoyando la barbilla en su hombro y robándole el mando a distancia con la
otra mano.
Pulso el botón de Netflix y accedo a mi propia cuenta.
Netflix y relajarse, ¿verdad?
—Veamos una película de terror esta noche —sugiero, y ella se estremece.
Ninguno de los dos está tan loco como para pensar que vamos a ver mucho de la
película. Es solo un ritual. Un juego. Estamos jugando juntos, Lake y yo, y me encanta
que ella se excite con las mismas cosas que yo.
Pasó meses persiguiendo a un gruñón solitario y huraño, así que voy a
compensarla. Es mi turno de perseguir, y ella es la que rehúye. Solo un poco.
—¿Tomamos algo? —Lake sugiere alegremente, pero cuando intenta
levantarse, la mantengo donde está.
—No. Nada de alcohol. No quiero difuminar los bordes de la realidad. Nos
quiero a los dos aquí, juntos. Con los pies en la tierra. —Le pellizco la oreja y se mueve
un poco.
Empiezo la película y nos acomodamos juntos en el extremo opuesto del sofá.
Ella está en mi regazo, entre mis piernas. La envuelvo con las mangas largas de mi
sudadera y escucho el suspiro de satisfacción que se escurre entre sus labios.
Usé todo lo que tenía para ese beso y, de alguna manera, aún siento que fue de
aficionado. Pensaba en cómo complacer a Lake como me habían enseñado en la
pantalla, pero luego me di cuenta de que tenía que averiguar qué le gustaba. Al final,
me quedé en blanco y dejé que mi cuerpo besara por mí.
Tendré que trabajar en ello.
Vemos exactamente cuarenta y dos minutos de la película cuando suelto una
pequeña carcajada, el aliento alborotando el cabello junto a la oreja de Lake. Ni
siquiera me ha mirado. No ha dicho ni una palabra. Está rígida entre mis brazos y voy
a burlarme de ella por eso.
—Debería hacer que me suplicaras que te follara —susurro, y ella se vuelve de
repente para mirarme.
—Bueno, no te lo rogaré, pero te lo pediré amablemente. —Lake se aclara la
garganta—. Tam Eyre, ¿me follarías por favor?
Me río y reajusto a Lake para que esté frente a mí. A mi izquierda, hay una
bonita vista de la ciudad. Quizá deberíamos cerrar las cortinas, pero ¿qué importa
eso ahora? Tomé una decisión cuando besé a Lake en público. Ahora estoy en mi
habitación de hotel y haré lo que me dé la puta gana.
—No —le digo, sujetándole la barbilla con los dedos. Se estremece y me roza
el pecho con las yemas de los dedos, humedeciéndose los labios al sentirlo. Sí. Creo
que le gusta mi sudadera tanto como a mí su suéter. Cuando fue a cambiarse al baño,
le pedí que volviera a ponérselo por encima de la camiseta de tirantes. Solo que
ahora... no lleva sujetador debajo—. No es suficiente. Pedirlo amablemente no va a
funcionar conmigo esta noche.
Me levanto y la llevo conmigo. Hace un sonido y sus piernas me rodean
automáticamente; la expresión de su cara es la cosa más dulce y delicada que he visto
en mi vida. Sus pechos están ahora apretados contra mí, y son tan jodidamente suaves.
Muy suaves. Ella es muy suave.
—Me gusta más tu figura sin sujetador —admito, y Lake emite un sonido
estrangulado que me hace sonreír. Nos traslado al dormitorio, cerrando de una
patada las dos puertas francesas que separan este espacio de la zona del salón. Desde
el principio quise meter a Lake en mi habitación de hotel, pero quería darle espacio.
Acaba de recordarme que no quiere.
—No pares hasta que te lo diga.
La tomo en serio y me subo a la cama con ella aún pegada a mí. La tumbo y le
acaricio el cuello con la boca.
—Dios mío —susurra mientras yo me río y me levanto para apagar la lámpara
de la mesilla. La habitación se queda a oscuras, con los débiles ecos de nuestra
película abandonada procedentes de la otra habitación. Me alegro. Ayudará a ahogar
los sonidos.
Me apoyo en las rodillas y los antebrazos, inclinado sobre ella, con la nariz aun
rozando su cuello. Cuando exhalo, el cuerpo de Lake vibra. Pruebo mi lengua como
experimento, no solo para ver qué hace, sino también para averiguar si su cuello es
tan dulce como el resto de su cuerpo. Mi primer contacto con esta chica fue explícito.
La besé entre las piernas antes de besar su boca. La idea me está excitando, así que
busco la mano de Lake y le muestro exactamente dónde la quiero.
Aprieto sus dedos contra la dureza de mi pantalón de chándal y la mantengo
ahí mientras balanceo las caderas. Lake emite otro dulce sonido, como si le excitara
tocarme ahí.
—¿Qué querías que hiciera? —Le pregunto de nuevo, porque me encanta
cuando dice esa palabra. Mi palabra favorita. Quiero oírla otra vez.
—Fóllame —me susurra Lake, y entonces le muerdo suavemente el cuello, y
reacciona con tanta fuerza que me sorprende. Sus manos arañan mi espalda y sus
caderas se levantan del colchón. Ah. ¿Aquí es donde le gusta? Beso, lamo y chupo su
cuello hasta que se retuerce, tirando de mí, con los talones desordenando las mantas
bajo nosotros—. Tam, por favor. —Lake suplica ahora, y me enamora el sonido de su
respiración. Esos pequeños y agudos hipos puntuados por fuertes tragos y
temblorosas exhalaciones—. Tam, bien. Te lo suplico.
—¿Oh? —Me sorprende que haya cedido tan fácilmente. Me alejo de ella y
emite un sonido de frustración, pero solo me incorporo para quitarme la sudadera—.
¿Estás segura? Incluso después de todo lo que dije sobre los paparazzi y…
—Me importan una mierda los paparazzi y todo lo demás. —Lake se sienta
sobre los codos y ojalá hubiera luz suficiente para verla bien. ¿Tal vez debería volver
a encender la lámpara? Pero entonces sus manos buscan mi pecho desnudo y hace
otro adorable sonido de excitación—. Solo importamos tú y yo. Lo nuestro. Lo que
estamos haciendo. El centro de atención no me importa de ninguna manera, siempre
y cuando lo sea todo para ti. Casi me sentí así cuando estábamos en el parque para la
sesión de fotos.
—Lo eras todo para mí —le digo, y es verdad. No miraba a ninguno de los
empleados ni al equipo de peluquería y maquillaje, ni a los guardias de seguridad ni
a los fans. Solo miraba a Lake. De pie, tímidamente, a un lado. Lake, poniendo un vaso
de agua junto a mi codo. Lake, sonriendo al oírme cantar.
—No huyas de mí después de esto, ¿okey? —me dice mientras me agacho y
aprieto sus manos contra mi piel.
—¿Me estás diciendo eso? Lake, tú tampoco huyas de mí. —Empujo sus manos
por mi pecho y estómago, y ella se estremece e intenta apartarse. La mantengo donde
está, deslizando sus manos por debajo de la cintura de mis pantalones de chándal.
—Tam, mierda —me susurra, y entonces la suelto para poder bajarme los
pantalones de chándal por las caderas. Lake vuelve a sorprenderme sujetando mí
polla con las manos, acariciándola y jugando conmigo antes de que tenga otra
oportunidad de guiarla.
Gimo y vuelvo a apoyarme en las pantorrillas, con la cabeza echada hacia atrás
y los dedos enroscados en la cintura de mis propios pantalones. No puedo moverme.
Me ha paralizado, igual que cuando estaba sentado en la silla y me puso la boca
encima.
La agarro de las muñecas para detenerla y la empujo para quitarme el chándal
de una patada. No me he molestado en ponerme calzoncillos, así que ya estoy
desnudo. Yo también quiero a Lake desnuda, pero primero voy a tocarla con este
suéter. La empujo con dos dedos hacia las almohadas y jadea cuando cubro su cuerpo
con el mío.
Mi boca gravita hacia la suya, saboreando toda esa suave dulzura de sus labios.
Su suavidad, la pequeña rugosidad de sus dientes en la parte inferior central. La
humedad de su lengua. El fuerte deseo de sus suspiros.
Respiramos el mismo aire mientras mis manos buscan su cintura, recorriendo
ese jersey sedoso hasta encontrar uno de sus pechos. Las yemas de mis dedos hacen
muescas en la suave carne que hacen que Lake empuje todo su cuerpo hacia arriba y
hacia el mío.
Y oh, Dios.
Se siente mejor de lo que pensaba, incluso cuando me masturbaba en la ducha
pensando en ella. Las fantasías no se comparan con la realidad, aunque las fantasías
fueran un poco más explícitas. Llegaremos a ese punto en mis sueños en el que
simplemente le digo a Lake que la necesito, y luego la inclino sobre un sofá y la tomo.
Lo haremos.
Todavía no.
La acaricio y la beso al mismo tiempo. Aunque me cuestiono a mí mismo, ella
parece encantada con la forma en que la beso. Se relaja y me deja guiar nuestros
movimientos, suspirando y moviéndose debajo de mí. Mis manos no se cansan de
acariciar su silueta, la plenitud de su pecho, el pequeño pliegue de su cintura.
Llevo una palma a la parte baja de su vientre, y ella se agarra a mis hombros
con impaciencia. Espero a que se relaje un poco más, deslizo la palma hacia arriba y
sujeto su pecho desnudo con la mano. Mi pulgar recorre perezosamente su pezón
mientras beso los gemidos de sus labios.
Cada una es un poco más dulce que la anterior, hasta que parece a punto de
llorar de deseo. Solo entonces me siento y le quito la camiseta, dejándole la parte
superior desnuda. Mis ojos se han adaptado a la escasa luz, así que no veo mucho,
pero sí algo.
Pesos redondos y suaves con puntas rosadas enrolladas.
Exhalo para calmarme y tomo sus pantalones de chándal con las manos. Doy
un tirón brusco y se los arrastro por los pies, tirando la tela inservible al suelo.
—Ahora estamos los dos desnudos —le susurro, poniéndome a horcajadas
sobre el cuerpo de Lake. Pongo una de mis rodillas entre sus muslos y los separo,
escuchando los sonidos que hace para juzgar cómo es la experiencia por su parte. Y
entonces dejo caer una mano hasta ese pozo resbaladizo, subiendo un dedo desde su
húmeda abertura hasta encontrar su clítoris. Esto parecía gustarle en su casa, cuando
usaba la lengua.
—Thomas —respira, y sonrío, bajando la cabeza para acariciarle el cuello.
—Llámame Tam —le susurro, porque quiero oírla usar los dos nombres. Quiero
que le gusten mis dos caras.
—Tam. —La palabra es como una plegaria, así que la tomo como una súplica,
deslizando mi dedo en su cálido calor. Solo uno. Ella gime y levanta las manos para
hurgar en su propio cabello. El cuerpo de Lake se envuelve en el mío, contrayéndose
maravillosamente sobre ese único dedo.
Suelto un suspiro agudo y mi polla se agita. Noto que también estoy mojado,
justo en la punta. Estoy pre eyaculando para facilitarle las cosas a Lakelynn. Le meto
un segundo dedo, y el sonido que hace contra mi oído me hace apretar los dientes.
Carajo. Mierda. No voy a durar ni diez malditos minutos.
Vuelvo a sacar los dedos y uso el lubricante del propio cuerpo de Lake para
frotarme la polla. Solo un poco, un puño apretado y unas cuantas sacudidas. Nada
como la suave caricia de sus entrañas. Pongo la otra rodilla entre sus muslos, para que
se abra bien.
Cuando pongo la palma de la mano sobre la suave sedosidad de la cara interna
de su muslo, tiembla tanto debajo de mí que casi me preocupo por ella. Podría estarlo
si no lo sintiera yo también. Sigue con las manos en el cabello, jadeando, con los ojos
cerrados. Le acaricio la pierna y me detengo en la parte interior de la rodilla.
—Tam, carajo. —Lake me agarra la mano y la empuja de nuevo entre sus
piernas. Con otra carcajada, le acaricio el cuello.
—Solo por eso, voy a alargar esto un poco más. —Bajo mi cuerpo sobre el suyo,
tomo su boca y empujo mis caderas al mismo tiempo que muevo mi lengua. No
empujo dentro de ella, ni siquiera la toco. Rechino contra las sábanas revueltas, con
el cuerpo de Lake pegado al mío. Ella también mueve las caderas, hacia arriba y hacia
mi estómago.
Me está mojando y me encanta. Le aprieto el trasero con una mano y la animo
a que trabaje sus resbaladizos pliegues contra mis abdominales. Cuanto más le
aprieto las nalgas, más adentro meto la lengua, más fuerte se restriega contra mí. Lake
jadea en mi boca, y solo hago una pausa en mis besos para que pueda respirar de vez
en cuando.
Retiro la mano de su trasero, la deslizo entre nosotros y le meto los dedos hasta
el fondo. Jadea en mi boca, con las caderas agitándose fuerte y rápido contra mí. Mi
polla rechina contra las sábanas y la punta choca contra el trasero de Lake cuando nos
movemos correctamente.
Revolotea a mi alrededor, y hay un temblor en su interior, una electricidad
vertiginosa.
—No, no, espera —jadea, agarrándome por los hombros y empujando—.
Espera, espera, espera. Para.
«No pares a menos que yo te diga que pares.»
Ni siquiera me muevo. Me quedo exactamente dónde estoy, pero también
estoy sudando y jadeando. Tengo un nudo dentro de mí que está a punto de
deshacerse.
—¿Estás bien? —susurro, y Lake me hace un gesto frenético con la cabeza. Veo
un leve brillo de lágrimas en el borde de sus ojos.
—Nunca había tenido un orgasmo. Ni una sola vez en toda mi vida. Ni siquiera...
No puedo pasar de este punto, Tam. No sé cómo.
Oh.
Mierda.
Okey, eso explica algunas cosas. Tenía curiosidad por saber por qué me
detuvo en la casa. Supuse que era solo que su mente se había puesto al día con lo que
su cuerpo estaba haciendo, y necesitaba un minuto. Esto es mejor. Estaba a punto de
hacerla venir, pero ella nunca ha hecho ese viaje y no sabe qué hacer.
—Bueno, no soy una mujer, pero creo que tienes que dejarte llevar y relajarte.
Tienes que dejarte caer por esa cornisa.
—Todavía no —jadea, y cuando me tira de la muñeca, saco los dedos de su
interior—. Todavía no, pero quiero que tú te corras. —Me tira del cabello, me atrae
hacia ella y me besa el cuello. Cierro los ojos mientras sus manos recorren mi cuerpo,
usando mis dedos húmedos para agarrar su cadera con fuerza—. Quiero que te corras
—repite, y veo mi sudadera en la mesilla.
Me abalanzo sobre ella, metiendo la tela entre nuestras pelvis.
Luego sujeto las muñecas de Lake a la cama y la monto sin nada más que una
sudadera entre nosotros. Follo dentro de la sudadera mientras la miro, sintiéndola a
mi alrededor, oliéndola. Debería haber tomado un condón antes de todo esto.
Solo que los dejé en el salón, metidos en mi maleta.
Qué maldito idiota.
CAPÍTULO CUARENTA Y
CUATRO
LAKE
Quedan 54 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Dos horas después, abro los ojos de golpe y veo el cuerpo desnudo de Tam
enroscado en el mío por detrás. Desde aquí veo el reloj de la mesilla. Las once. Ah.
Qué bien. No es tan tarde.
Me giro en el círculo de los brazos de Tam, tan lenta y silenciosamente como
puedo, pero entonces ahí está, mirándome fijamente.
—¿Tienes hambre? —susurra, y asiento despacio con la cabeza, con el cabello
haciendo un ruido sordo en la funda de la almohada. La sonrisa de Tam apenas es
visible en la penumbra, pero es contagiosa. Puedo sentir su alegría en los huesos, en
la forma en que me estrecha más contra su cuerpo, como si no quisiera dejarme
marchar—. ¿Pedimos servicio de habitaciones?
Vuelvo a asentir y se separa de mí a regañadientes. Tam recoge su sudadera
para ponérsela y luego duda con los dedos sobre la tela.
—Oh. Supongo que no usaré eso. —Suelta la mano y se levanta, encontrando
sus pantalones de chándal en el suelo tanteando en la oscuridad. Veo el vago rastro
de su sombra mientras se levanta y se lo pone en su sitio.
—Voy a encender la luz —murmuro, acercándome al borde de la cama y
buscando la lámpara. Tengo mucho cuidado de no tocar la sudadera. La cálida luz de
la lámpara inunda la habitación, parpadeo para quitarme las manchas de los ojos y
miro a Tam, sin camiseta y esperando.
Sus ojos se encuentran con los míos.
Pienso en lo descaradamente que restregué mi cuerpo contra su estómago,
contra su mano. También pienso en que no puedo venirme y en que él no tiene ningún
problema con ello. Exhalo y me pongo las sábanas sobre las piernas y el vientre,
sujetando un puñado de tela blanca arrugada sobre los pechos.
Tam busca entre las mesas auxiliares hasta que encuentra un cartel que anuncia
el servicio de habitaciones. Toma su teléfono, escanea el código QR y mira el menú.
Cuando me lo pasa, para que yo también pueda verlo, me fijo en los precios. Los
precios son muy, muy caros.
—¿Ocho dólares por un té helado?
—Lakelynn, tengo mucho dinero —me dice Tam en voz baja, y me sonrojo—.
Pide lo que quieras.
—Entonces tomaré un té helado —le digo, y me lanza una mirada, le devuelve
el teléfono y se agacha junto a la cama, a mi lado. Con los ojos clavados en los míos,
Tam toma el teléfono del hotel y llama al servicio de habitaciones.
—Así es —dice en respuesta a lo que pregunte la persona al otro lado. Mi
estómago gruñe por sí solo, y mi rubor se hace más profundo y oscuro. Maldita sea—
. Tomaremos uno de todo lo que hay en el menú. De todo.
Y entonces Tam cuelga, todavía agachado a mi lado con los codos apoyados en
las rodillas.
Hay un largo silencio y luego arruga esa cara tan hermosa que tiene, una
pequeña arruga entre las cejas.
—Okey, maldita sea, es demasiada comida. No queremos desperdiciar todo
eso. ¿Dos hamburguesas con queso? —pregunta, aparentemente olvidándose de su
dieta. Asiento con entusiasmo, aún sin saber qué decir. Tam vuelve a llamar al servicio
de habitaciones y se disculpa profusamente antes de hacer esa pequeña corrección
en nuestro pedido. Añade dos tés helados y un té verde caliente con miel de postre.
Se sienta en el borde de la cama, a mi lado.
Ambos podemos ver la sudadera desde donde estamos.
Sus ojos vuelven a posarse en los míos.
Tam Eyre me besó en Japantown con los cerezos en flor. Tam Eyre se folló mi
cuerpo en el colchón sin realmente follarme en absoluto. Ahora tengo una relación
con Tam Eyre.
Dejo caer la mirada sobre mi brazo izquierdo y lo giro para ver la marca de mi
muñeca.
Sigue ahí.
Vuelvo a girar el brazo, esperando que Tam no se haya dado cuenta de que
estoy mirando.
Demasiado tarde.
—No te estreses por eso. Ni siquiera pienses en ello. Lake, ¿acabas de estar
aquí conmigo? —Asiento con la cabeza, pero no lo miro. No puedo. Todavía no—.
Estabas aquí conmigo —repite, bajo y suave. Cuando se vuelve y tira de mí hacia él,
lo dejo. Tam me mete en su regazo y me acurruca contra él, pecho desnudo contra
pecho desnudo.
Nos sentamos así en silencio hasta que llaman a la puerta.
—Yo voy —le ofrezco, salgo de su regazo y recojo mi jersey y mis pantalones.
Me los pongo de un tirón y cierro las puertas del dormitorio. Aquí no se puede ver a
Tam.
Abro la puerta, firmo el recibo y dejo que el empleado lleve el carrito a la
habitación. El tipo se va tan rápido como ha venido, y me aseguro de cerrar la puerta
con pestillo y cadena.
Cuando me doy la vuelta, Tam está de pie, sin camiseta, junto al carrito,
levantando las tapas metálicas de los platos. Encuentra su hamburguesa con patatas
fritas debajo de uno, las verduras debajo de otro. Hay lechuga, tomate, pepinillos y
aguacate. Tam retira con cuidado los pepinillos y se hace un wrap de lechuga.
Descarta por completo el bollo, y el único condimento que utiliza es mostaza.
—Habría estado bien saber que no querías que usara condón antes de follarme
a mi sudadera en vez de a ti.
Me río de él, me acerco al carrito descalza y levanto la tapa de mi propia
hamburguesa. Si dejo que esto se ponga incómodo, se pondrá incómodo. Los dos
seguimos deseándonos. Puedo sentirlo en cada pisada, en cada respiración. Me
cosquillean los labios cuando pienso en la forma en que besa, y mis ojos no dejan de
posarse en los abdominales de Tam. No se ha duchado desde entonces, así que...
Probablemente lleva mi olor y mi tacto escritos por todo el cuerpo.
—Tienes un chupetón —le digo, preguntándome si eso va a ser un problema.
Tam levanta una mano y se lleva la palma al cuello. Sonríe mientras se lleva el
tentempié al sofá.
Yo hago lo mismo, pero conservo todo lo que traía la hamburguesa. Pan,
pepinillos, verduras, todo. Uso mostaza y kétchup, incluso un poco de mayonesa.
—Mañana tengo que madrugar. Ensayo de baile. Encuentro y saludo en el
estadio. —El borde de su labio se frunce—. El concierto. Casi lo había olvidado.
—Por favor, para —me burlo, pero entonces levanta la cabeza y recuerdo lo en
serio que se lo tomaba en el dormitorio—. Lo siento, no diré eso a menos que lo diga
en serio.
Tam sonríe un poco más y se come la mitad de la hamburguesa antes de dejarla
a un lado. Se come el resto de la lechuga y el tomate, moja exactamente dos patatas
fritas en su mostaza y luego deja el resto.
Esta vez no lo copio. Me muero de hambre. Se limita a mirarme, con un brazo
colgando del respaldo del sofá y un té helado en la mano derecha.
Habría estado bien saber que no querías que usara condón antes de follarme a
mi sudadera en vez de a ti.
¿Por qué tuvo que decir eso? Finjo que no me doy cuenta de que me está
mirando, pasando lentamente mis patatas fritas por mi salsa hecha a medida. Partes
iguales de mostaza, kétchup y mayonesa. Ahí es donde está.
—¿Qué vas a hacer con esa sudadera? —Soy yo quien saca el tema, cuando no
puedo soportar ni un segundo más el pesado silencio que hay entre nosotros.
—Llévatela a casa y quémala —dice, y no puedo contener la risa. Casi me
atraganto con la patata frita, y me encanta la cara de preocupación que pone Tam. Sin
duda me haría la maniobra de Heimlich si fuera necesario. Eso me tranquiliza—.
Después de que me dijeras que algunos de mis fans quieren mis pañuelos usados, he
estado un poco paranoico. No es que yo... —Tam se detiene y da un sorbo a su
bebida—. Bueno, siempre tiro de la cadena.
—Muchas gracias por compartir eso conmigo.
—Oye, tú fuiste quien me dijo que moriríamos si no nos enamorábamos. Fuiste
honesto desde el principio. Eso es todo lo que estoy haciendo ahora.
Sonrío, pero mantengo la atención en mi plato. Así es más fácil. Cuando
termino, vuelvo a dejar los platos en el carrito de metal y me dirijo al cuarto de baño.
Tam alarga la mano y me agarra de la muñeca, tirando de mí hacia atrás para que
caiga salvajemente sobre su regazo con un gruñido.
—Quiero lavarme las manos y cepillarme los dientes —le digo, pero él no me
suelta todavía. Acerca la cara a mi cabello y exhala suavemente, apretando los brazos
a mi alrededor. Relájate, Lake me ordeno. Relájate en el cálido abrazo de la
superestrella internacional Tam Eyre.
Eso me hace reír un poco, pero le devuelvo el abrazo. Le rodeo el cuello con
los brazos y me aferro a él como él se aferra a mí. ¿Por qué tiene que oler tan bien? Y
no a colonia ni a fragancia manufacturada, sino a mí, a él, a nosotros y a lo que hemos
hecho juntos. Me acurruco en su garganta y él suspira como si estuviera contento.
—No puedo creer que me haya follado una sudadera cuando debería haber
estado follando contigo.
—No puedo creer que te haya hecho un chupetón cuando tienes un show
mañana.
—No te preocupes: Maggie es muy buena maquilladora y puede encargarse
de que nadie más lo sepa.
Eso me da que pensar.
—¿Maggie te ha tapado los chupetones antes? —Pregunto, y Tam se ríe,
aflojando un poco el agarre de sus brazos.
—No, lo que quise decir es que ella cubrió el daño que Joules dejó en mi cara.
Nadie lo sabe excepto tu familia, Jacob, Daniel y Maggie. Ni siquiera mi madre lo
sabe. —Tam me ayuda a ponerme en pie y me sigue hasta el baño.
Se lleva el kit dental gratuito que le proporciona el hotel y utiliza ese cepillo de
dientes y la mini pasta dentífrica que lo acompaña. Yo uso mi propio cepillo, negro
con flores rosas, que me recuerda al árbol de Joe.
Tam utiliza el lavabo de mi izquierda mientras yo tomo el de la derecha. Los
dos miramos hacia arriba y hacia el espejo, contemplando el reflejo del otro mientras
nos cepillamos. Me siento extrañamente atraída por la forma en que Tam se cepilla
los dientes, como si fuera algo más que simple higiene, como si tuviera una misión
contra la placa.
Disimulo una sonrisa girando la cabeza, pero entonces le oigo escupir en el
fregadero y vuelvo la mirada.
Tam Eyre, ¿escupe? Inaudito. Esto es probablemente un secreto de estado,
también.
Intenta taparse la boca con la mano y me doy cuenta de que no soy la única a la
que le da vergüenza lavarse los dientes delante de alguien que me gusta. Él siente lo
mismo.
—¿Hilo dental? —pregunta Tam, pasándome uno de los palillos que venían con
el kit dental.
—Soy muy mala con el hilo dental —admito, y sonríe. De todos modos, le quito
el palillo de la mano. Dudo que me acuerde de usar el hilo dental más de una o dos
veces por semana, pero no pienso volver a meterme en la cama con Tam si tengo
lechuga entre los dientes.
Nos pasamos el hilo dental juntos, aun estudiando el reflejo del otro en el
espejo.
Su cabello parece más rosado con esta luz, y su pecho es una obra de arte.
Suave y pálido, salvo por las ronchas de su café derramado. La fuerte columna de su
cuello atrae mi atención, y la mancha brillante de un chupetón es la única
imperfección.
—¿Te salen granos? —le pregunto de repente, y me dirige una mirada lenta y
horrorizada.
—No me está permitido que me salgan granos —me susurra, y luego se ríe—.
Si aparece uno, vamos directamente al dermatólogo para que nos inyecte cortisona
diluida. Pero no demasiado fuerte, o romperá el colágeno. No puedo perder
colágeno. —Tam se enjuaga la boca ahuecando agua en la palma de la mano y me
quedo hipnotizada. Absolutamente hipnotizada. Agua fría en sus labios carnosos,
goteando por su barbilla.
Me vuelvo hacia mi propia expresión en el espejo y me pregunto quién
demonios me está mirando. No parezco Lakelynn Frost, la estudiante universitaria
obsesionada con la boba. Parezco una mujer que ha conseguido exactamente lo que
quería y no está segura de cómo sentirse al respecto.
Llevo meses persiguiendo a Tam y aquí estamos, cepillándonos los dientes y
pasándonos el hilo dental juntos. Aquí estamos, besándonos en Japantown y
desnudándonos en la cama y comiendo hamburguesas con queso en una suite del
Ritz-Carlton.
Pero la marca de la maldición sigue en mi muñeca.
Sigue ahí, y no nos queda mucho tiempo.
—¿Quieres que te espere? —pregunta Tam, deslizando un brazo alrededor de
mi cintura por detrás. Me estremezco, mi cuerpo florece como uno de esos preciosos
cerezos rosas en flor. Eso es lo que Tam me hace, me hace sentir como una flor
brotando en primavera.
—Puedes... puedes meterte en la cama —le susurro, y se ríe entre dientes. Me
da un beso prolongado en el cuello que me infunde un calor insidioso en la sangre,
líquido, perezoso y exigente—. Enseguida voy.
Tam me suelta y vuelve al dormitorio, dejándome que cierre con cuidado la
puerta del baño para que pueda recomponerme. Me enjuago la boca, hago gárgaras
y me miro los dientes en el espejo. Voy al baño y me meto en la ducha para
enjuagarme el cuerpo. Salgo y me peino.
—Okey, lista —murmuro, pero supongo que no me di cuenta de cuánto tiempo
he estado ahí dentro, porque cuando vuelvo, Tam está dormido en la cama, con los
labios suavemente separados, una almohada entre las piernas y otra entre los brazos.
Está abrazando esas almohadas de la misma forma que antes me abrazaba a mí.
Se me escapa un bostezo al mirar el reloj y darme cuenta de que no nos queda
mucho tiempo para dormir.
De acuerdo.
Bien.
Estoy deseando sentirlo dentro de mí.
Puedo esperar.
Empuja y tira. Tira y afloja.
Exhalo y me subo a la cama junto a él. Parece tan dulce cuando duerme, no
como alguien que me dijo buena chica y lo dijo en serio. Sabía que me iba a dar
problemas, ¿no? Tortuoso, astuto, pequeña mierda.
Le pongo un brazo a cada lado y le beso la frente. Beso sus mejillas. Le beso la
sien. Apoyo la cara en su cuello. Tam se remueve, pero no se despierta, y sé que
necesita dormir. Si voy a ser su novia, voy a ser estricta al respecto. Pasar mucho
tiempo sin dormir es la definición de la miseria. Diablos, hay una razón por la que la
privación del sueño se utiliza para torturar a la gente.
Me acerco y apago la lámpara de la mesilla, sin esperar que Tam tire la
almohada a un lado y me sujete a mí en su lugar.
—Te dije que me quedaría cerca —me susurra al oído, envolviéndome entre
sus brazos.
CAPÍTULO CUARENTA Y
CINCO
LAKE
Quedan 53 bobas hasta que muramos los dos...
—Lake —susurra una voz, una mano suave en mi hombro. La aparto de un
manotazo, demasiado acostumbrada a que me molesten en casa como para
preocuparme de que alguien intente despertarme. La familia Frost puede dormir de
un tirón. Demonios, nos enorgullecemos de ello.
Unos labios cálidos me rozan la comisura de los labios y mi cuerpo se despierta
como una flor en plena floración. Una vez más, ahí está Tam, extendiendo la primavera
y el sol a través de mí con un solo toque. Me acurruco en posición fetal y él se inclina
sobre mí, con una palma de la mano apoyada en la cama.
—Hora de levantarse, Kayak. —Tam duda un minuto—. A menos que quieras
quedarte en el hotel. Lo entendería.
—No, no, ya voy —refunfuño, incorporándome mientras Tam retrocede. Me
doy cuenta de las palabras que acaban de salir de mi boca e intento pasar de ellas lo
más rápido que puedo. No me he venido, aunque lo hemos intentado dos veces. No
pasa nada. Volveremos a intentarlo. Lo volveremos a intentar. Tam me pidió que fuera
su novia antes de llevarme a la cama, así que supongo que nos esperan muchas
sesiones más.
—He empezado la ducha por ti —dice Tam, acariciando con sus dedos mi
cabello enmarañado. Es suave y no tira de nada.
Al menos ahora no.
Tengo la idea de que quizás aún no ha llegado a tirarme del cabello.
Mierda.
Tiro los pies por encima del borde de la cama y me dirijo al baño. Me desnudo
y me ducho rápidamente, aunque anoche me duché justo antes de acostarme. Me
parece más fácil levantarme con una ducha caliente esperándome que ponerme
directamente la ropa.
Cuando salgo, rebusco en la maleta que he dejado en el suelo e intento elegir
algo informal pero a la moda, como la ropa que lleva Maggie. Me decido por unos
pantalones cortos grises y una camiseta blanca con flores de cerezo. Seguro que es
una de las camisetas de María.
—Lista —le digo a Tam unos minutos después, cuando salgo con un jersey rosa
pálido en los brazos, zapatillas de tenis a juego y el cabello recogido en una coleta
suelta.
Tam está de pie en la puerta entre el dormitorio y el salón. Se vuelve para
mirarme, con el teléfono pegado a la oreja. Me ve y separa los labios. Sus pupilas se
dilatan. Me quedo ahí de pie, con las manos cerradas en un puño, y no respondo a
ninguna de sus señales silenciosas.
—Sí, Jake, estamos listos —dice Tam al teléfono con una pequeña carcajada,
revisándome mientras yo hago lo mismo con él. Lleva unos pantalones negros
ajustados, un jersey de cuadros blancos y negros sobre una camiseta blanca y unas
zapatillas moradas en los pies. Lleva un gorro a juego en la cabeza, y con la mano
libre tira de él hacia abajo por delante, dejando mechones de cabello rosa por todas
partes.
El corazón me da un vuelco y mi mirada se desvía hacia la mesilla de noche,
donde estaba la sudadera la última vez que la vi.
—¿Adónde ha ido? —pregunto cuando Tam cuelga y se mete el teléfono en el
bolsillo. También mira en esa dirección y se ríe.
—La tengo envuelto en plástico y metida en el fondo de mi equipaje. Me
ocuparé de ello cuando volvamos a mi casa. —Tam espera a que me ponga a su lado,
un amanecer naranja y amarillo asoma la cabeza por la ventana. Los colores hacen
mucho por su tez, su cabello, su bonita sonrisa—. Solo unas cuantas funciones más, y
luego tengo un descanso de cuatro semanas. —Hace una pausa, frunce un poco el
ceño—. De los conciertos. No de todo lo demás. Pero nos quedaremos juntos en mi
casa.
Asiento con la cabeza, con el corazón palpitante.
Tres semanas.
Es tiempo de sobra para romper la maldición.
—Estoy emocionada —admito, y lo estoy. De verdad. Como dije, si no fuera
por la maldición, estaría viviendo una fantasía convertida en realidad. El cumpleaños
de Tam es dentro de cinco días y supongo que lo pasaremos juntos.
—¿Lo estás? —replica, como si no me creyera—. Parece que estás mirando a la
Parca. —Me sujeta por la muñeca y me besa la marca de la muñeca izquierda. Cuando
sus labios la tocan, la maldita cosa arde.
La puerta de la habitación del hotel se abre y ahí está Joules, pavoneándose
como un pavo real con su uniforme negro de seguridad.
—Tu hombre Jacob dice que llegas tarde y que deberías darte prisa. Está
esperando en el vestíbulo. —Joules hace una pausa para observarme, con mirada
aguda y evaluadora. Apuesto a que tiene curiosidad por saber si Tam y yo nos
enrollamos. No hace falta que le pregunte si se enrolló con Kaycee anoche; lo lleva
escrito en su estúpida cara de suficiencia.
Tam se da cuenta y emite un sonido de frustración, me toma de la mano
izquierda y tira de mí para sacarme de la habitación y llevarme al pasillo.
—Ya no tienes que preocuparte por la maldición —le dice Tam a mi hermano
cuando se une a nosotros, caminando detrás de nuestro grupo mientras Daniel nos
espera a las puertas del ascensor—. Mi destino está ligado al de Lake. Yo me ocuparé
de ello. Es mi problema preocuparme.
—Hasta que se rompa la maldición, sigue siendo mi problema —corrige
Joules—. Si la maldición falla, los dos estarán muertos. Si Lake muere, tengo que verla
partir. No voy a hacerlo, así que ponte las pilas, Tam. —Mi hermano pasa junto a
nosotros de forma muy poco profesional y se acerca a Daniel para llamar al ascensor.
—Lo siento —le digo a Tam, pero no parece disgustado. Desvía sus ojos verdes
hacia los míos y luego enrosca con más fuerza sus dedos alrededor de mi mano.
¿Quizá me equivoco y Joules no se acostó con Kaycee anoche? Creo que estaría de
mejor humor si lo hubiera hecho. Pero entonces mi hermano entra en el ascensor y se
da la vuelta, de espaldas a la pared, con una sonrisa de satisfacción en la cara.
—No te disculpes por él. Espera a que todo esto termine y entonces podrá
disculparse personalmente. Ahora mismo, lo entiendo. Tiene las emociones a flor de
piel y le cuesta controlarse. —Tam sonríe al entrar en el ascensor junto a Joules y le
da a mi hermano una palmada en el hombro.
—¿Problemas para controlarme? —Joules reflexiona mientras Tam se apoya en
la esquina, con los brazos cruzados mientras observa a Joules. Están muy guapos
juntos. Presiento un posible bromance en el futuro—. ¿Le pedí a una chica virgen que
se arrodillara y me la chupara porque estaba de mal humor? No lo creo.
A Tam se le arruga el entrecejo y sus labios se tensan en una línea plana.
Intento ignorarlos acercándome a Daniel.
—Espero no haberte causado problemas anoche cuando salimos —le digo,
pero ni siquiera me mira.
—No es mi trabajo controlar a Tam; mi único trabajo es asegurarme de que no
muera. —Daniel avanza rápidamente cuando se abren las puertas, despejando el
pasillo mientras Joules se adelanta para ocupar su lugar—. Despejado.
Tam y yo avanzamos juntos por el tenue pasillo. Él bosteza y a mí me dan ganas
de hacer lo mismo. Es temprano, y tranquilo; somos los únicos aquí abajo.
Pero entonces se abren las puertas y hay gente por todas partes. Llevo mi
identificación con las palabras Special Guest (invitado especial), pero en cuanto
salimos a la vista del público, es como si Tam volviera a ser arrancado de mi lado.
La gente grita su nombre, agita pancartas, las cámaras parpadean.
Lo sobrelleva todo con una media sonrisa adorable y una especie de
aceptación hastiada en la mirada, saludando a todo el mundo y deteniéndose un par
de veces para posar en el espacio entre dos cuerdas de terciopelo. Joules me toma
del brazo y me mete primero en el todoterreno. Acabo en la silla habitual de Tam, el
asiento del capitán en el lado opuesto a la puerta.
Pero cuando Tam sube, va directamente a la parte de atrás.
—Ven —me dice simplemente, palmeando el cojín del asiento junto a él. No lo
dudo. Me meto en la parte de atrás para que Joules y Daniel puedan ocupar los
asientos centrales. La puerta se cierra y nos ponemos en marcha. Respiro aliviada
cuando nos alejamos de la multitud y Tam me pone las manos encima—. Haré que el
sufrimiento merezca la pena —susurra contra mi cabello, y luego me atrae hacia su
pecho y se gira al mismo tiempo. Tiene los pies apoyados en el asiento, las rodillas
dobladas, y yo estoy básicamente tumbada encima de él—. Tenemos una hora de
tráfico. Aprende a dormir cuando puedas.
Tam toma una chaqueta de la parte de atrás, se la pone detrás de la cabeza y la
utiliza como almohada para reclinarse. Me rodea la cintura con los brazos y me apoya
la barbilla en el cabello.
—Dios, ayúdame —oigo refunfuñar a Jacob desde el asiento delantero, pero
Tam solo se ríe y me pasa una mano por la espalda.
—No te tenía por un hombre tan pegajoso —comenta Joules, en plan imbécil—
. No ahuyentes a mi hermana con esa mierda. —De nuevo, Tam se ríe. Porque sabe
que hice algo más que darle permiso; esto es lo que le pedí que hiciera.
Tam se duerme en cuestión de minutos, y veo que es una habilidad adquirida.
Estoy un poco aplastada ahí detrás, pero también estoy tumbada sobre el pecho de
Tam, y no tengo intención de moverme. Cierro los ojos, con la esperanza de
descansar al menos un poco. ¿No dije que la familia Frost podía dormir de un tirón?
Si consigo dormirme...
Cuando me doy cuenta, Tam me está acomodando suavemente la cabeza en el
asiento, con su chaqueta debajo de mí como si fuera una almohada.
—Volveré en treinta minutos. Tú duerme. —Me besa en la frente y se va. Quiero
irme con él, pero entonces se me cierran los ojos y ahí está Tam, de nuevo a mi lado.
Me despierta y volvemos a la posición de antes.
Yo, sobre su pecho. Él, con la cabeza echada hacia atrás y los labios
entreabiertos por el sueño.
Después, una reunión con el director general a la que no asisto porque Tam me
lo pide expresamente. Me limito a esperar en la parte trasera del todoterreno,
enviando mensajes a mi familia en casa, asegurándoles a todos que esto va bien, que
no debería pasar mucho tiempo antes de que Tam y yo rompamos la maldición.
Pero decidir enamorarse, y enamorarse de verdad...
Bueno, son cosas diferentes.
Cuando Tam sale del enorme rascacielos de cristal y acero, está un poco de
mal humor. Hace todo lo posible por no desquitarse con nadie, sentado en el lado
opuesto al mío, con el codo apoyado en la puerta y la cabeza en la mano.
—¿La reunión no fue bien? —pregunto mientras nos dirigimos al lugar del
concierto de esta noche. Tam tiene un meet and greet (ah, buenos recuerdos de pollas
dibujadas con Sharpie en bolsas de tela) y luego el resto del día es de preparación
para el show de esta noche.
Tam desplaza lentamente su atención hacia mí.
—¿Creías que estaba dormido cuando me besaste anoche? —susurra,
redirigiendo la conversación. Estoy tan sorprendida por su pregunta que olvido mi
propia pregunta sobre la reunión.
—Yo... no estaba segura —admito, y Tam se limita a sonreírme.
Llegamos al recinto y nos acompañan hasta la salida, pasando junto a otra horda
de fans enloquecidos. Entramos en otro pasillo largo y oscuro. A peluquería y
maquillaje. Esta vez, me limito a seguir a Tam dondequiera que vaya, y nadie me
pregunta nada. Maggie me mira con curiosidad y me pregunto si no estará pensando
que el chupetón que le está tapando a Tam se lo hice yo.
Me sonrojo y miro hacia otro lado.
A Tam le dan un traje nuevo y se cambia detrás de un biombo en una esquina
mientras los empleados se arremolinan en la sala esperándolo. Cuando reaparece,
tiene un look punk de los noventa que me mata. Pantalones de cuadros negros y rojos
metidos por dentro de botines negros. Camiseta blanca con el logotipo azul y tirantes
negros. Una gorra a juego con los pantalones.
Me acaricia los dedos con los suyos al pasar, y me doy la vuelta para seguir a
su séquito. Nos dirigimos a una pequeña sala que Daniel despeja, y luego me dejan
apretujarme junto a la pared del fondo con Jacob mientras Tam hace lo suyo.
Saluda con ambas manos y sonríe, con la lengua pegada a la comisura de los
labios. Guiña un ojo a los cinco presentes.
—La próxima vez que le dejes un chupetón, ponlo en un sitio que nadie más lo
vea. —Jacob resopla y me lanza una mirada que ignoro. Joules se queda a mi lado
mientras vemos cómo Tam encandila a los presentes tan a fondo que salen de esa
habitación pensando que son mejores amigos.
Ya estamos de nuevo en movimiento, una nube de gente hablando entre sí,
mirando atentamente sus teléfonos, separándose por pasillos aleatorios.
Tam se dirige directamente al escenario y veo cómo lo recorre con Jacob y su
coreógrafo. Ensaya uno de los bailes con un equipo femenino mientras los empleados
limpian el estadio vacío que hay más allá del escenario. La gente también se
arremolina aquí detrás, un flujo constante del que siento que debería formar parte
pero del que no sé nada.
Sigo esperando que Joules me pregunte si Tam y yo nos acostamos, pero no lo
hace.
—Mataría por un boba —admito, y mi hermano se ríe entre dientes.
—Te traeré una en mi descanso —promete, pero entonces aparece Maggie con
un porta bebidas entero lleno de diferentes sabores de boba para mí.
—No puedo aceptarlo —le digo, pero ella me empuja las bebidas en la mano y
me dedica una mirada y una sonrisa.
—Este es mi trabajo, hacer recados para Tam. Son un regalo de él, no de mí.
Acepto las bebidas y Maggie se aleja arrastrando los pies. Mi mirada se desvía
hacia Tam, que vuelve de bailar, ve las bebidas en mi mano y me guiña un ojo.
Diría que alguien podría darse cuenta, que nos van a atrapar, pero Tam Eyre
guiña el ojo a mucha gente.
Lo admito: estoy un poco celosa. Sé que no debería estarlo, pero lo estoy.
Esto... va a costar mucho acostumbrarse.
Deambulo por ahí e intento ser útil, ofreciéndome voluntaria para ayudar al
equipo de Maggie. Al principio me mira con escepticismo, y sus ojos se desvían hacia
Tam. Pero él está ocupado hablando con todo un grupo de gente que nunca había
visto antes. Tengo tiempo.
—Bueno, de acuerdo, entonces. —Maggie me pone a trabajar con uno de los
ayudantes de Tam que no conocía, un chico de mi edad llamado Leo.
—Estas son las bolsas de regalo para la junta directiva de Hype —me dice Leo,
señalando las distintas cajas—. O.... lo serán, una vez que tú y yo las armemos.
Tenemos que perseguir a Tam para que firme las tarjetas fotográficas. La última vez
no conseguí que se calmara lo suficiente para hacerlo, y recibí un larguísimo correo
electrónico del director general dirigido a mí personalmente. Tenemos que hacerlo
bien hoy o perderé mi trabajo.
Aprieto los labios, tomo la pila de tarjetas fotográficas y me acerco a Tam.
Tengo que empujar a una docena de personas que me miran mal cuando paso a su
lado. Al otro lado de la pequeña multitud, salgo despedida como una bola de pinball
dentro de una máquina, tropezando hacia delante y directa a los brazos de Tam.
Me sujeta por los bíceps y me mira mientras yo lo miro.
Pienso en él corriéndose sobre su propia sudadera, sus caderas clavando las
mías en la cama, sus manos en mis muñecas. Me aclaro la garganta y me alejo un paso
de él, sosteniendo las tarjetas fotográficas con una mano y un rotulador Sharpie con
la otra.
—Por favor, firma aquí —le digo, y la multitud detrás de mí gime de frustración.
—Tenemos cosas más importantes que hacer ahora —se queja Jacob, pero Tam
se limita a sonreír y a recogerme los objetos. Garabatea su bonita firma en las doce
tarjetas y me las devuelve. Es entonces cuando me doy cuenta de lo terriblemente
sugerentes que son estas tarjetas.
Ahí está Tam, en calzoncillos de cuadros rosas y blancos y calcetines rosa
pálido con una raya blanca en la puntera. Está de pie junto a una estantería, hojeando
una colección de discos de colores vivos. El apartamento del fondo es fresco y
moderno, rosa y blanco a juego con su ropa, con una sola planta verde y un gato
atigrado naranja. Tiene el cabello despeinado, los párpados encapuchados y una
sonrisa suave e inquisitiva.
—¿Necesitas algo más? —Tam pregunta, y parpadeo para salir de la imagen
que tengo en la mano y volver a la realidad. Mi mirada se desliza alrededor y veo que
todo el mundo me mira fijamente, esperando. Solo Tam parece relajado. Se inclina
hacia mí para susurrarme—. Además, ¿qué demonios estás haciendo? ¿No es el
trabajo de otra persona?
Lo ignoro, giro sobre mis talones y dejo que la multitud me siga.
Devuelvo las fotos firmadas a un atónito Leo.
—¿Cómo...? —Me mira con total incredulidad.
No fue ningún problema. Tam y yo nos besamos anoche. Casi, casi tuvimos sexo,
también. Probablemente por eso.
—Tienes que ser firme con este tipo de cosas, Leo —le digo, golpeando el
dorso de una mano contra la palma de la otra. Me aseguro de que mi cara sea feroz
cuando le doy este importante consejo—. Si tu trabajo está en juego -y supongo que
quieres conservarlo-, tienes que luchar por él. ¿Qué culpa tienes tú de que Tam sea
difícil de localizar? —A continuación señalo las cajas—. Dime qué tengo que hacer,
Leo. Hoy te cubro las espaldas.
Se pone de pie con las mejillas sonrosadas. Leo es guapo, con el cabello
castaño despeinado y un aspecto de chico de al lado por el que la mayoría de mis
amigas y primas se volverían locas. Luna, en particular. Espera, ¿hay algún chico que
no le guste a Luna? Está loca por los chicos.
Leo me enseña a montar las bolsas de regalo. Y cuando dijo al principio bolsa
de regalo, mi tonto cerebro había conjurado algo parecido a lo que recibí en el
encuentro. No es así en absoluto. Las bolsas son de diseñador, probablemente de
cientos o miles de dólares. Las rellenamos con mercancía de Tam, incluidas las
exclusivas tarjetas fotográficas firmadas.
Leo me explica:
—Esta foto solo la van a ver los ejecutivos —y espero a que me dé la espalda
para tirar las tarjetas a la basura. Me escabullo hasta la mesa donde solía trabajar y
compro las foto tarjetas de repuesto a uno de mis excompañeros.
—¿Te han ascendido a ayudante? —chilla cuando le explico la situación—.
¡Pato afortunado!
Un pato afortunado, pienso mientras me escabullo entre la creciente multitud
en los pasillos y uso mi tarjeta de identificación para colarme por una puerta de
acceso para empleados.
Una vez más, busco a Tam.
—Está en el camerino —me dice Jacob cuando me acerco a preguntar, sin
apenas levantar la vista de su iPad.
Me acerco a la puerta con el nombre de Tam. Daniel y Joules esperan a ambos
lados y me miran fijamente cuando me acerco. No pido permiso. ¿Lo necesito? ¿Llamo
a la puerta? Me humedezco los labios y tiro de la puerta, deslizándome dentro antes
de que nadie me vea. Ojalá. Tal vez.
Tam está de pie, sin camiseta, con la mano en la nuca, mirando el teléfono. Echa
un vistazo por encima del hombro, ve que soy yo y se moja el labio inferior como si
estuviera enfadado.
—No deberías desaparecer así —me dice dándose la vuelta. No puedo evitar
que mi mirada descienda por su cuerpo hasta los ajustados pantalones blancos que
lleva. Ah. Preparándose para el concierto. Es el primer conjunto que lleva Tam, el que
solo he visto de lejos. Incluso cuando tenía un pase entre bastidores, Tam entró
corriendo en su vestuario sin reconocerme—. Te vi con Leo, y luego te habías ido.
—Firma esto. —Le tiendo las nuevas tarjetas y el bolígrafo, y Tam me lanza otra
mirada penetrante. Se me calientan las mejillas—. Esa otra foto me incomodó mucho,
Tam. Qué asco. ¿Una foto tuya especial sin camiseta para los ejecutivos? Tiré las
tarjetas, pero Leo necesita mercancía firmada o lo despedirán....
Tam se me acerca, me sujeta por los hombros y me besa.
Las tarjetas fotográficas caen al suelo junto con el bolígrafo.
Sus dedos me masajean los hombros mientras me relajo en la presión de su
lengua, la fuerza de sus manos, su olor fresco y jabonoso.
—Se supone que hoy no debes trabajar. ¿No leíste la identificación que te di?
Invitada especial. —Tam se aparta lo justo para hablar, pero apenas lo suficiente para
respirar. Cuando inhalo, mi pecho se expande hasta rozarlo. Apenas, pero es
tortuoso.
—No puedo abandonar a Leo ahora. —Me echo hacia atrás y me agacho, y Tam
hace lo mismo. Recogemos las tarjetas y él destapa el rotulador. Esta vez parece
frustrado cuando las firma, me devuelve la pila y me lanza una mirada recelosa que
ignoro.
Estoy a punto de salir por la puerta cuando me agarra de los brazos por detrás,
con los labios cerca de la oreja.
—Encuéntrame aquí entre los sets de hoy. —Tam me suelta y abre la puerta.
Salgo corriendo y llama a Jacob, como si yo tuviera algo que hacer en su camerino
mientras él está sin camiseta.
—Tienes la boca hinchada —comenta Joules con voz molesta desde mi lado—.
Este es el secreto peor guardado del mundo. Dios mío.
Lo ignoro y devuelvo las nuevas tarjetas fotográficas a las bolsas de regalo
antes de que Leo se dé cuenta de que las he cambiado. Me da las gracias por mi
ayuda, le doy un abrazo y le deseo suerte mientras recoge las bolsas en un carro. Las
entregará personalmente en el balcón VIP.
Le hago señas para que se vaya y me giro para ver a Kaycee que viene por el
pasillo. Ya está vestida y pintada para el escenario. Viene con un séquito al menos tan
grande como el de Tam, quizá más. Sus ojos se cruzan con los míos y respiro
entrecortadamente. No tengo ni idea de en qué punto se encuentra nuestra relación,
pero he venido con la intención expresa de robarle el novio.
Eso me convierte en la mala, ¿no?
—Hola —dice Kaycee, deteniéndose torpemente a mi lado. Se levanta para
acomodarse el cabello detrás de la oreja y me dice algo que ya he oído demasiadas
veces para contarlas—. ¿Está tu hermano por aquí?
—Vigilando el camerino de Tam —respondo, sorprendida de que esté tan
tranquila como está. Así que, Kaycee y Joules... ves, sabía que ella le gustaba. ¿A qué
juego está jugando?
—Gracias. —Kaycee exhala, levanta la mano para tocarse el cabello rubio
peinado, y luego continúa hacia donde Joules está esperando. No hacen nada más que
hablar, pero puedo verlo. Hay hilos invisibles de intimidad entre ellos.
Me uno a ellos mientras el séquito de Kaycee se separa para prepararse para
el espectáculo, y Tam sale del camerino con su chaqueta con las piedras plateadas
por todas partes. La multitud es tan ruidosa ahora que es difícil mantener una
conversación normal aquí atrás. Las cortinas están cerradas, pero hay una sensación
de tensa expectación que se me mete en la sangre y me pone nerviosa.
Tam parece tranquilo, los ojos decorados con purpurina y sombra, las mejillas
espolvoreadas con un poco de rosa, la boca brillante. Lleva el cabello perfecto, con
mechones y plumas alrededor de las orejas y la frente. Se levanta para ajustar los
auriculares que lleva puestos y sus ojos verdes encuentran los míos.
Los cuatro de pie en un círculo: Kaycee, Joules, Tam y yo.
Es... una dinámica interesante.
—Ah, sí —dice Joules, como si acabara de recordar algo que tiene que decirle
a Tam. Mi hermano dirige una mirada sombría a mi nuevo novio—. Olvidé
mencionártelo antes, pero.... —Joules suelta una risita baja y malvada que hace que
los brazos desnudos de Kaycee se pongan de gallina—. Anoche me follé a tu exnovia
en tu cama.
—¡Joules! —le siseo, pero Tam se limita a sonreír y Kaycee esconde una
carcajada detrás de la mano. Me alegro de que le haga tanta gracia mi hermano, o me
las pagaría muy caras. Por ahora, solo hay una pequeña incomodidad entre nosotros.
—No pasa nada —responde Tam, con los ojos entrecerrados, su sonrisa
malévola apoderándose de su boca. Levanta la mano y se tapa el micro cerca de la
boca—. Porque me follé a tu hermanita en la tuya. —Tam pasa rápidamente junto a
Joules y se dirige directamente hacia la cortina. Suelta los auriculares mientras sale—
. ¡Hola, San Francisco! —Lo oigo gritar, y entonces empieza la música.
He visto el espectáculo suficientes veces que sé exactamente cómo va a ir.
Se abre el telón y veo desde atrás cómo Tam se coloca al frente de su equipo
de baile. Todos se mueven a la vez, balanceándose a un lado y a otro. Tam ya está
cantando, entonando la letra él solo. Me encanta que cante en directo. Nunca se lo
había reconocido.
—Oye —dice Kaycee, atrayendo mi atención hacia ella. No es fácil apartar la
mirada de Tam, pero tenemos que hablar—. Hay muchas cosas raras entre nosotras,
pero... creo que deberíamos dejarlo atrás. Si salgo con tu hermano entonces... —
Asiento con la cabeza porque ella no tiene que decir nada más.
Le sonrío.
—Si ayuda, nunca habría hecho nada de esto sin la maldición.
Kaycee se ríe suavemente y sacude la cabeza, volviéndose hacia el escenario.
Tam solo canta una canción, y luego se sienta al piano antes de que Kaycee se una a
él. Cantan dos duetos juntos. Bailan. Se miran a los ojos. Voy a tener que
acostumbrarme a ver todo eso desde mi nueva y reluciente posición de novia de Tam.
Señor, ayuda a mi celoso corazón. Me doy palmaditas en el pecho y bebo mi té
de burbujas, atraigo ese sol en una taza a lo más profundo de mi cuerpo. Frunzo el
ceño cuando se vacía y tiro a la papelera. ¡Sí! Lo tengo.
Kaycee se retira entre bastidores justo a tiempo para escuchar a su nuevo novio
siendo un imbécil (como siempre).
—Un día de estos le voy a romper el cuello —refunfuña Joules, pero ni Kaycee
ni yo hacemos caso de sus amenazas.
—Estás mejor con el frígido Tam que conmigo —dice Kaycee con sorna,
dándome un repaso que me hace sonrojar—. Buen trabajo, amiga mío. —Se mete en
el vestuario, se cambia de ropa en un abrir y cerrar de ojos y reaparece con algo
ceñido, color crema y sexy. Joules se da cuenta y se frota la barbilla, murmurando en
voz baja.
La música cambia y Tam vuelve a sentarse al piano, con los dedos bailando
sobre las teclas. Su voz me derrite el corazón.
—Sin tu calor a mi lado, no duermo. Doy vueltas en la cama, me enredo en
sábanas empapadas de sudor. Cuando te vas, llegan las pesadillas y solo queda tu
recuerdo. —Tam alcanza una nota alta que puedo sentir en mis huesos, apretando mis
manos sobre mi pecho.
Kaycee avanza para unirse a él, desapareciendo entre las brillantes luces del
escenario. Solo puedo ver lo que ocurre si observo las pantallas situadas a ambos
lados de la sala. El decorado bloquea por completo mi visión de Tam y Kaycee.
—Ahora eres una fanática —se burla Joules, permaneciendo a mi lado con las
manos metidas en los bolsillos—. Pero ¿de verdad se acostaron Tam y tú? —Alarga la
mano para comprobar mi muñeca y se burla—. Como si fuera mucho pedir, que ame
a la chica con la que se acuesta.
—Joules Frost —susurro, lanzándole una mirada horrorizada mientras me
aseguro de que no hay nadie cerca que pueda oírnos. Dudo que sean capaces de
hacerlo, entre la música y la multitud, pero es posible. Supongo que Tam quiere
mantenernos en secreto hasta el comunicado de prensa sobre su ruptura con Kaycee,
quizá más que eso—. ¿Has amado a todas las chicas con las que te has acostado? Dios,
déjalo en paz.
—¿Lo estás defendiendo contra mí? —Joules vuelve en estado de shock, pero
acabo de hacerlo. Lo estoy haciendo. Asiento, y mi hermano sacude la cabeza—.
Bueno, supongo que me alegro de que realmente te guste el tipo. Pero no esperes
que yo lo haga.
Me pongo de puntillas y le doy un beso en la mejilla a mi hermano. Se cruza de
brazos y se pone malhumorado, pero sé que le gusta.
—Entonces... —empiezo a decir, sintiéndome descarada y esperanzada. Muy
esperanzada. ¿Podría pedirle a Tam algo más de lo que ya me está dando? Todo lo
que necesitamos es tiempo. No pienses en Joe y Marla. No pienses en ellos cazando
juntos. No pienses en la suavidad de sus ojos cuando se miraban. Ambos murieron, y
Tam podría ser la siguiente—. Kaycee —susurro, dándole un codazo a mi hermano
con el hombro—. Creí que me habías dicho que no te gustaba.
—Bueno, te he estado mintiendo mucho. ¿Qué era una cosa más? —Joules
reflexiona, y le doy un puñetazo en el brazo. No se inmuta. Es tan duro e inflexible
como Tam. Tam. Respiro y Joules desvía su mirada hacia la mía.
—Jodidamente asqueroso. Estás tan colada por él que apenas soporto estar
cerca de ti. ¿Qué pasó con mi linda y divertida hermanita? Antes eras genial.
—Sigo siendo genial —murmuro, pero mi orgullo está herido—. ¿Quieres
decirme en qué más mientes?
—Cómo la mierda —jadea Joules cuando intento echar otro vistazo a su
muñeca. Se da cuenta de que lo hago y pone los ojos en blanco, se levanta la manga
de la sudadera y me muestra la marca de la maldición. Parece aburrida, una cicatriz
descolorida que no llama la atención hasta que te das cuenta de que todos los
miembros de la familia Frost nacen exactamente con la misma.
Tomo su muñeca entre mis manos y entrecierro los ojos. Hay algo que no está
bien, ¿verdad? Me chupo el dedo y le froto la marca con el pulgar. Me aparta el brazo
y me mira mal.
—Puedo arreglármelas solo, ¿okey? ¿Por qué no te preocupas por esto? —
Joules me sujeta la muñeca y me la sacude, con mi propia marca de maldición roja y
ardiente. Brilla y arde en los bordes cuando Tam sale corriendo del escenario para
ponerse su próximo traje—. Vete.
Joules me empuja en dirección a Tam, pero dudo.
Los ojos de Tam se cruzan con los míos mientras se desliza hacia su camerino.
Justo antes de que se cierre la puerta, veo que se pregunta. Miro a mi alrededor para
ver si alguien está mirando, pero la única persona que vigila la puerta de Tam es
Daniel. Todos los demás están tan ocupados que parecen frenéticos.
Levanto la barbilla, avanzo con paso seguro y me cuelo en el vestuario.
Tam está allí mismo, ya sin camiseta y mojado en sudor por su actuación. Me
empuja la puerta con la palma de la mano y me sujeta las muñecas, clavándomelas en
la pared por encima de la cabeza.
Dejo de respirar.
Su pecho sudoroso está justo en mi cara, y está esculpido. Es inhumano.
Siento que necesita mi boca.
Al diablo.
Me inclino hacia delante y lamo a Tam Eyre.
—Te he lamido, eres mío —susurro, y entonces su boca está sobre mí y me
besa como si se acabara el mundo. Me sujeta las muñecas con una mano y con la otra
me palpa, me toca por todas partes como si estuviera de acuerdo con lo que acabo
de decir. Sobre el oleaje de mi cadera, el pellizco de mi cintura, la suavidad redonda
de mi pecho.
Tam también jadea un poco por su actuación. Respira con fuerza contra mi
boca, como hizo anoche, cuando sus caderas se agitaban contra el estúpido jersey.
Tam me pasa los labios por la mandíbula y luego por el cuello, pasándome la lengua
por el pulso palpitante.
—Te he lamido, eres mía —repite, me suelta y empieza a quitarse los zapatos.
En la pared hay un cronómetro con una cuenta atrás de tres minutos y veintidós
segundos. ¿Es ése el tiempo que le queda para cambiarse? Tam se baja los pantalones
y, con ellos, los calzoncillos.
Está duro.
Por mí.
Le echa un vistazo y sonríe, pero no hay tiempo. Recoge un par de jeans, se
pone una sudadera con capucha y se sienta en el único sofá de la habitación para
arreglarse los zapatos. Corro hacia él y me agacho para ayudarle, lo que lo
sorprende.
La puerta se abre y ahí está Jacob, comprobando si Tam está decente. Cuando
me ve, enarca una ceja, pero llama al estilista mientras Tam y yo ponemos los zapatos
en orden. Se levanta del sofá y aparecen varias personas para ponerle la capa de
plumas sobre los hombros.
Oh.
Es hora de esa canción.
—Rompe conmigo si te atreves —me susurra Tam al oído al pasar. Me agarro a
su brazo y me pongo de puntillas para susurrarle.
—Tam, necesito un sujetador deportivo —gimo, y él se estremece antes de
separarse de mí y salir rápidamente por la puerta. Lo sigo hasta el borde del
escenario y veo cómo sube unos escalones y espera en una tarima a que empiece la
siguiente canción. El equipo de montaje tira de las cuerdas y levanta el decorado,
dejando al descubierto la espectacular escalera en la que se encuentra Tam.
Me aprieto las manos delante del pecho. Aparte de I Miss You (Dad) esta es mi
canción favorita de Tam Eyre. Vaya. ¿Desde cuándo me he convertido en una
fanática? Lynn se va a burlar de mí el resto de mi vida. Ya sabes, suponiendo que Tam
y yo no muramos juntos.
Al menos... al final... podríamos estar en los brazos del otro. Joe lo intentó, pero
Marla entró en pánico cuando le contó lo de la maldición. Ella le pidió un descanso, y
no lo vería ese último día. Otra razón por la que solía odiarla. Tal vez por qué, en la
parte más oscura de mi corazón, todavía la odio. Un odio injusto, pero un odio al fin y
al cabo.
Me fijo en uno de los monitores y veo cómo Tam se sube la sudadera para
mostrar sus abdominales, su pecho, su pezón. La deja caer en su sitio y mueve el
cuerpo al ritmo de la música. Cuando sus bailarines se acercan a ambos lados y le
quitan la capa de plumas, Tam se levanta para ajustarse los auriculares y se acerca el
micrófono a la boca. Echa la cabeza hacia atrás y entona los siguientes versos de la
canción.
—Rompe conmigo si tienes miedo; te reto a que sueltes lo que tenemos. Bésame,
mentirosa.
Me doy cuenta de que Kaycee me observa, con una botella de agua en la mano.
Joules la mira desde atrás y ella actúa como si no existiera. No me creo nada de eso.
Solo están haciendo lo mismo que Tam y yo. Empujar-tirar. Tirón-tirón. Alejarse-
perseguir. Un juego de coqueteo.
—Te gusta Tam, ¿verdad? —me pregunta, y asiento con la cabeza. Parece que
no puedo abrir la boca para hablar con propiedad. Tampoco me permito mirar la
marca de mi muñeca. Lo sabré cuando se rompa la maldición. Es una sensación tan
poderosa que la mayoría de mis antepasados escribieron muy poco sobre ella, cosas
misteriosas como: cuando la inevitable oleada de amor golpea el espíritu, uno apenas
puede mantenerse en pie. Eso es todo lo que escribirá esta mujer maldita.
Interpreté todas sus palabras como algo parecido a esto: IYKYK. Si lo sabes, lo
sabes.
—Pensé que estaba enamorada de Tam —admite Kaycee, acercándose un poco
más a mí y mirando a su alrededor para ver si nos oyen. Ninguno de nosotros está
siendo muy cuidadoso, lo cual es definitivamente algo que podría volverse contra
nosotros en nuestros traseros colectivos, pero... el mundo se siente tan emocionante
en este momento—. Lo que realmente me gustaba era él como artista, y no como
hombre. —Sus bonitos labios se mueven y sus ojos vuelven a mirar a mi hermano.
Espero que las cosas funcionen de verdad entre ellos. Joules es un follador en
serie, y nunca ha ido en serio con nadie. ¿Pero ahora? ¿Todas sus rarezas con Kaycee?
Sé que ella es diferente.
—Conozco al tipo de toda la vida, y tengo que decir que nunca se ha
comportado con una mujer como lo está haciendo contigo, así que.... —Busco algo
positivo que decir, pero entonces me doy cuenta de que Tam se acerca de nuevo.
Kaycee parece enamorada de lo que acabo de decir, pero está haciendo un
admirable trabajo intentando ocultarlo—. Bueno, deberíamos reunirnos más tarde y
hablar —le digo, y salgo corriendo por la enorme zona de montaje.
En el vestuario, me doy la vuelta y me encuentro cara a cara con Tam. El
cronómetro de la esquina marca una cuenta atrás de dos minutos y treinta y un
segundos.
Me sonríe, me sujeta la cara entre las manos y me besa tan a fondo que me
olvido de que tenemos un horario.
—Un día de estos, follaremos entre canción y canción en vez de besarnos.
—¡Sir Tom! —Susurro, completamente escandalizada pero también excitada
por la idea—. ¿En dos minutos?
—Ya nos las arreglaremos —jadea, me pellizca la oreja y pasa a mi lado. Vuelve
a desnudarse, se pone unos pantalones negros y una camisa de manga larga, y
entonces la puerta vuelve a abrirse y entra todo un equipo. Me hago a un lado y dejo
que hagan lo suyo: le cambian las joyas, le ponen un cinturón, le alisan el cabello, le
retocan el delineador de ojos.
Sale para hacer otras tres canciones antes del siguiente cambio de vestuario.
Me entretengo con todas las bobas que me ha comprado, me siento al lado de
Joules para ver el monitor y bebo a sorbos un té con leche y melón con cobertura de
bizcocho cremoso. Estoy enamorada.
De la boba, obviamente.
No de Tam, todavía.
—Este trabajo es aburridísimo. ¿Cuándo voy a darle una paliza a un fan
enloquecido? —Joules murmura, pero sus ojos son todos para Kaycee Quinn.
—Cásate con ella, yo me casaré con Tam, y podremos volver a salir a cenar
como hicimos en Portland. —Mi boca se tuerce—. Solo que, esta vez, las parejas
tendrán realmente sentido.
Levanto la vista, esperando que Joules sonría con satisfacción o se burle, pero
en su lugar, hay una mirada lejana en sus ojos que no me gusta. He visto esa mirada
antes. En Joe. En mí misma, en el espejo. En el tío Jack, la abuela Louise y la tía Clara.
—Joules. —Me levanto y él gira la cabeza lentamente para mirarme—. No
puedo ayudarte si no sé la verdad. Por favor. Si me quieres, por favor, dime qué está
pasando.
—Lake, lo único que pasa es que Tam y tú llevan siete semanas y la maldición
aún no se ha roto. Deja de intentar conjurar fantasmas cuando hay problemas del
mundo real que resolver. —Joules frunce el labio y me deja allí sentada. Me siento un
poco aliviada cuando veo que se dirige directamente a Kaycee, pero...
Me tapo la boca con la mano.
¿Y si Joules y Kaycee se emparejaran? ¿No sería la cosa más loca?
Desvío mi atención hacia ellos y me pregunto...
Tam vuelve corriendo y me asusto, casi derramando el resto de mis bebidas.
Se mete en su camerino, pero no soy lo bastante rápida. Jacob espera a que se cambie
y abre la puerta al resto del personal. Cuando sale, Tam me mira desde el otro lado
de la habitación.
—Es increíble, ¿verdad? —me pregunta una voz a mi lado, y alzo la vista para
ver a Leo de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho y una sonrisa de orgullo en
la cara—. Dios, ¿qué hemos hecho para conseguir estos trabajos? Mega buen karma
en nuestras vidas pasadas o algo así.
Suelto una risita nerviosa cuando los ojos de Leo se posan en el porta bebidas
lleno de bobas.
—¿Quieres uno? —pregunto, ofreciendo un té con leche de taro porque no es
mi sabor favorito en el mundo y Joules no lo quiso.
—Oh, claro —dice Leo, sonando complacido. Lo toma, pero solo está allí unos
segundos más porque Maggie lo llama para que se ocupe de otra tarea.
La próxima vez que Tam vuelva, estaré preparada. Ya lo estoy esperando en su
camerino, de pie en el centro de la habitación con las manos a la espalda.
—¿Quién es el moreno? —pregunta secamente, acercándose a mí y
quedándose de pie con la camisa empapada de sudor pegada a su precioso cuerpo—
. ¿Alguien a quien debería despedir? ¿Por qué se está bebiendo tu boba?
—Porque no me gusta mucho el taro —admito, y luego enrosco mis brazos
alrededor de su cuello.
Esta vez, lo beso con un cronómetro de cuarenta y tres segundos en la pared,
y Jacob abre la puerta para encontrarnos así.
—Me van a dar un infarto —gruñe mientras Tam se aparta suavemente de mí
riendo, se desnuda y se cambia en un tiempo récord.
No es fácil jugar a este juego durante las cuatro horas que dura el concierto,
pero lo hacemos.
Besos robados y manos errantes, el calor vibrante del cuerpo bien trabajado
de Tam apretado contra el mío. Joules tiene razón: es mucho más pegajoso de lo que
esperaba. Me gusta. Me gusta mucho. Quiero hacer lo mismo con él.
Durante el bis sorpresa de todos los conciertos, en el que suena Let's Just Have
Coffee, My Love vuelvo a pasar el rato con Leo. Parece muy simpático. Lleva unos seis
meses trabajando para Tam y aún no ha tenido una conversación real con él.
—La forma en que te acercaste a él y le exigiste que firmara esas tarjetas
fotográficas me dejó alucinado.
Me río de eso, preguntándome si habría hecho lo mismo de haber sido una
ayudante de verdad y no, ya sabes, la nueva novia de Tam.
Sí, bueno, definitivamente lo habría hecho de todos modos.
—Oye, um. —Leo se frota la nuca, deslizando una mirada nerviosa hacia mí—.
Sería negligente si te dejara ir sin preguntar. —Se obliga a enderezarse y a respirar
hondo—. Hoy te has desvivido por ayudarme. Te lo agradezco. —Leo me ofrece una
sonrisa amable, y me doy cuenta con un sobresalto de que está a punto de invitarme
a salir—. Después del trabajo, ¿te apetece salir a tomar algo? O incluso a cenar. Me
encantaría invitarte...
Leo deja de hablar de repente, con los ojos puestos en alguien que no soy yo.
Me giro y veo a Tam de pie, vestido con un mono de cuello alto dorado y
blanco. Parece algo que te pondrías para hacer paracaidismo. Tiene los brazos
cruzados, los auriculares puestos, el cabello rosa y rubio mojado de sudor y pegado
a la frente. Tiene los labios ligeramente entreabiertos y los párpados pesados sobre
unos penetrantes ojos verdes.
—Um. —Esa soy yo.
—¿Y bien? —Tam pregunta, y luego sonríe, su atención se mueve de mí a Leo—
. ¿Vas a aceptar su oferta o no?
—Señor —suelta Leo, buscando algo que decir—. Señor Eyre. Yo... usted no
tiene idea de cuánto... su música es increíble, y estoy asombrado de todo lo que hace.
Muchas gracias por dejarme trabajar para usted. —Leo... ¿se inclina en la cintura? De
acuerdo entonces.
Tam parece un poco apaciguado, y suelta una suave carcajada en respuesta.
—Lo siento, Leo —le digo cuando vuelve a ponerse de pie y por fin vuelve a
centrar su atención en mí—. Estoy viendo a alguien ahora mismo.
A Leo se le cae la cara de vergüenza, pero asiente en señal de comprensión.
—Bueno, si algo de tu situación cambia, la oferta sigue en pie. —Leo vuelve a
inclinar la cabeza hacia Tam, me sonríe y se va tras Maggie.
Muy lentamente, vuelvo a centrar mi atención en Tam.
—Parece simpático —comenta suavemente y se lleva la mano a la nuca. Tam
parece darse cuenta por fin de que aún lleva puestos los auriculares y se los quita. Se
lo pasa distraídamente a Maggie sin mirarla siquiera.
Qué diva.
Cruzo los brazos y le devuelvo la mirada.
—¿Estás... celoso? —Le pregunto, pero lo único que hace es responderme con
una sonrisita estúpida.
—Pobre Leo —susurra Tam, y luego se da la vuelta y vuelve en dirección a su
camerino. Me mira por encima del hombro, así que supongo que quiere que lo siga.
Pero no lo hago. Dejo que se quede allí solo.
Cuando vuelve a salir, vestido con un jersey azul y blanco con cuello de pico,
una camiseta roja debajo y unos jeans, me desmayo de pie. Tam se me acerca, con
una mano en el bolsillo delantero y una expresión de desconcierto en la cara.
—Yo también estaba celosa —susurro llevándome una mano a la boca—. Tú y
Kaycee, esa fue su actuación más caliente. Hoy, más que cualquier otro día, los dos
parecían a punto de arrancarse la ropa.
Tam tuerce los labios y estira la mano para acomodarme el cabello detrás de
la oreja.
—¿Por qué crees que fue? —me pregunta, dejando caer la mano a su lado con
un estremecimiento. Tam suspira y cierra los ojos como si le doliera—. No puedo
esperar a que nuestra relación se haga pública. Odio contenerme a tu lado.
Me estremezco, pero no respondo a eso.
Tam se inclina, con la boca cerca de mi oreja.
—Kaycee y Joules, claramente son algo. ¿Y tú y yo? —Tam se ríe suavemente—
. ¿Por qué crees que hoy he bailado como si quisiera follar? ¿Hmm?
Se levanta de nuevo y echa un vistazo para ver a Jacob mirándonos fijamente.
—¿Querías adelantar el comunicado de prensa a, oh, este mismo segundo?
Porque eres tan sutil como un tanque del ejército en una fábrica de dinamita. ¿Quieres
que te tachen de infiel? Peor, ¿quieres que Lakelynn sea tachada como la otra mujer?
Aléjate de ella cinco segundos. —Jacob se mete entre nosotros y se va por el pasillo.
Tam solo deja que sus labios descansen en esa sonrisa plana suya, la
malhumorada y mezquina.
—¿Y ahora qué? —le pregunto, intentando no sonar demasiado ansiosa.
Pero cuando me devuelve la mirada, sé que no soy la única que espera tensa.
—Ya sabes lo que va a pasar después —dice sin molestarse en bajar la voz—.
Lo mismo que anoche, pero con menos ropa de por medio. —Tam se ríe y sigue a
Jacob por el pasillo. Se detiene a esperarme, Daniel y Joules van detrás.
Kaycee se ha ido por esta noche, pero estoy segura de que Joules ya tiene un
plan en mente para reunirse con ella en Los Ángeles.
—Nos vamos al aeropuerto —me dice Tam, justo antes de que Daniel se mueva
a nuestro alrededor para abrir las puertas. La multitud de esta noche es
ensordecedora, pero me limito a concentrarme en la espalda de Tam mientras avanza
delante de mí, saludando y posando.
Subimos al todoterreno y él se sienta inmediatamente en el asiento trasero,
acercándose a mí.
Vuelvo a su regazo, a horcajadas sobre él.
Menos mal que los cristales son tintados.
Nos vamos al aeropuerto.
CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS
LAKE
Quedan 53 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—Lo has hecho bien esta noche —dice Jacob desde el asiento delantero. No
estoy segura de que Tam le esté escuchando. Me abraza y nos miramos—. Incluso tus
peores críticos dicen que estuviste en la cima de tu juego.
—Siempre es bueno saberlo —responde Tam con sencillez, y entonces
bosteza. Tiene los ojos entrecerrados y somnolientos, y solo quiero besarlo y seguir
besándolo.
—Gracias por bajar la guardia conmigo —le digo en voz baja, a un volumen
que espero que solo Tam pueda oír—. Me he divertido contigo, incluso hoy.
—Mm, tenerte esperándome entre bastidores es... agradable. —Tam apoya la
frente en mi hombro y yo me relajo—. Tenerte desnuda en mi cama será aún mejor
—murmura, pero yo me limito a sonreír contra su cuello—. Además, perdona si huelo
mal. Siempre lo hago después de una actuación, por mucho desodorante que lleve.
—Me hueles bien —admito, y los brazos de Tam se tensan un poco más.
—Lo ideal sería un cinturón de seguridad —se queja Joules, y yo suspiro y me
bajo de Tam para sentarme a su lado. Tam murmura entre dientes y se frota la frente.
—Deja que lo ponga yo —me dice cuando se da cuenta de que me cuesta
encontrar la hebilla. Está atascada entre los dos asientos, y Tam la saca
obedientemente, enganchando primero mi cinturón y luego el suyo. Cuando apoya
la cabeza contra el cristal, le dejo tranquilo.
En el lapso de unos treinta segundos, está dormido.
No le molesto de camino al aeropuerto, pero estoy demasiado ansiosa para
dormir. Puede que Tam esté acostumbrado a este estilo de vida, pero todo es nuevo
para mí. Me rasco la marca de la maldición en la muñeca mientras veo pasar las luces
de San Francisco por la ventanilla.
Cuando llegamos al aeropuerto, vamos directamente a una terminal privada y
tengo el privilegio de despertar a Tam. Es agradable cuando vuelve en sí, aunque un
poco atontado.
Juntos, bajamos del todoterreno y embarcamos en un avión chárter con destino
a Los Ángeles.
Es muy elegante, con un sofá a lo largo de una pared, una mesa en el centro con
cuatro cómodas sillas alrededor y una azafata cuyo único trabajo es cuidar de mí, Tam,
Joules, Daniel, Jacob, Pat y Maggie. Eso es todo.
Tam se estira en el sofá y me anima a sentarme con él mientras apoya la cabeza
en mi regazo para esperar el despegue. Le retiro el cabello de la frente con dedos
suaves, y mis mejillas se calientan al recordar, incluso cuando se portaba como un
capullo con lo de la mamada, lo bien que me acariciaba y masajeaba el cuero
cabelludo.
—Estoy muy cansado, Lake —murmura, y yo asiento.
—Me imagino que sí. ¿Quién no lo estaría después de bailar y cantar en directo
durante cuatro horas seguidas? Llevas levantado desde las seis de la mañana y ahora
te subes a un avión. Es mucho.
Tam atrapa mi mano entre las suyas y le da un pequeño apretón, pero luego el
pobre se queda dormido y me toca despertarlo de nuevo para el despegue.
Una vez en el aire, retoma su posición en el sofá mientras yo me siento a la mesa
con Joules, Daniel y Jacob. Maggie está ocupada trabajando en su portátil y Pat ronca
sentado.
Tam no es la única persona que está cansada. Incluso Joules parece distraído,
así que me entretengo mandando mensajes a las chicas de casa, enviando un selfie a
mis padres, respondiendo a algunos mensajes de mis amigos de la universidad.
Cuando llega la hora de aterrizar, ¿adivina quién despierta a Tam?
—Lo siento, Lakelynn —me dice, sentándose a mi derecha y bostezando
durante el aterrizaje. El vuelo fue rápido, una hora y media como mucho. Y joder,
¿cómo voy a volver a volar en clase turista después de esto?
Le sonrío y niego.
—No lo hagas. Yo también estoy agotada. Solo tengo problemas para dormir.
Tam entrelaza sus dedos con los míos y los dos nos quedamos mirando la forma
que toman nuestras manos cuando se entrelazan. Es fascinante.
—Mañana estarás entrando y saliendo de reuniones durante la primera mitad
del día, pero puedes tomarte la tarde libre —le dice Jacob a Tam mientras nos
desabrochamos los cinturones y salimos hacia otro todoterreno que nos espera.
—Ya casi estamos en casa —susurra Tam, bostezando de nuevo. Se pone un
gorro rojo en la cabeza y se acurruca a mi lado para el trayecto. Solo tardamos unos
veinte minutos en llegar y, tras pasar por una caseta de seguridad y una verja,
subimos por un sinuoso camino hasta una casa iluminada.
La mayoría de las paredes son de cristal, pero está situada en medio de un gran
terreno, sola.
—¿Dónde estamos? —pregunto, mirando por las ventanas. ¿No estamos en Los
Ángeles? No, esto es Beverly Hills, me doy cuenta cuando Tam estira los brazos por
encima de la cabeza con un gemido.
—En mi casa —dice, y cuando miro hacia él, me devuelve una sonrisa lobuna—
. Diez acres para mí solo. Supuse que te quedarías aquí. Espero que te parezca bien.
Si prefieres... puedo conseguirte un hotel. —Tam frunce el ceño, como si se le acabara
de ocurrir que yo podría querer algo de espacio.
Niego.
No se puede romper la maldición desde una habitación de hotel.
Además, ¿quién rechazaría una estancia en una casa como ésta?
—Sin espacio, ¿recuerdas? —susurro, y la sonrisa en sus elegantes labios...
santo cielo.
—Nos vemos por la mañana —dice Jacob cuando salimos del todoterreno, y
Tam le saluda con la mano por encima del hombro. Daniel y Joules se quedan con
nosotros y todos los demás se marchan por el largo camino que acabamos de
recorrer.
Miro a mi alrededor, el follaje iluminado, la piscina que hay justo al subir las
escaleras, las oscuras colinas que hay detrás de la casa y la luminosa ciudad que hay
en el cañón.
—¿Dónde quieres que duerma? —pregunta Daniel, señalando a Joules. Mi
hermano se cruza de brazos y frunce el ceño, esperando a que Tam le eche un vistazo
por encima del hombro. Tam agita la mano perezosamente.
—La casa de invitados está por allí. —Tam mira a Joules de arriba abajo, e
incluso con los ojos medio dormidos y la boca siempre a punto de bostezar, se pone
un poco altivo—. Si vienes a la casa principal, mantente alejado de mi dormitorio, ¿de
acuerdo?
Tam me agarra de la muñeca y me lleva por un camino de piedra curvado hacia
la piscina. El aire cálido del atardecer humea suavemente, hay luces en el suelo por
los cuatro costados y también en el agua. Pasamos de largo y llegamos a unas puertas
de cristal en una pared totalmente acristalada.
Tam espera a que Daniel entre primero y despeje el espacio mientras Joules se
dirige por un segundo camino, hacia otra casa construida en el mismo estilo que la de
enfrente, como una versión en miniatura (relativamente en miniatura) de la casa
principal.
—Ya hice que llevaran su equipaje a la casa de huéspedes —dice Tam, con los
brazos cruzados frente a él y los ojos verdes fijos en mí—. Y he hecho que trajeran
aquí nuestras cosas. —Se da la vuelta antes de que pueda responder y abre la puerta,
dejándome entrar antes que él.
Daniel ha desaparecido en algún lugar del interior, pero imagino que si la casa
está bien iluminada y climatizada y limpia, entonces ha habido gente aquí.
Probablemente un equipo de seguridad esté fuera. Diez acres en Beverly Hills, mierda.
¿Quiero saber cuánto pagó Tam por este lugar? Sí, sí, quiero. Soy muy entrometida.
Me guardo la pregunta para mí de momento, observando a Tam mientras se
quita los zapatos. Sigue bostezando cuando entra en la cocina, un elegante banco de
armarios grises con encimeras de piedra blanca y muchas luces adicionales. La parte
inferior de los armarios superiores está iluminada. El interior de los armarios con
puertas de cristal está iluminado. Hay un montón de extras aquí.
Tam abre la nevera, rebusca, saca una botella de agua y me mira.
—¿Qué quieres tomar, Kayak? —pregunta, y yo sonrío, con esa tenue sensación
de espera deslizándose sobre mis hombros.
Tam y yo nos estamos preparando para follar, ¿verdad?
Solo que Daniel está aquí en alguna parte, y no podré relajarme del todo hasta
que sepa que estamos solos... solos.
—¿Por casualidad no tendrás boba ahí? —bromeo, y desde luego no espero
que Tam me traiga uno.
Se acerca con un bonito vasito rojo con una colorida etiqueta en la parte
delantera que anuncia boba de fresa con chispas. La pajita está envuelta en plástico y
pegada a un lado. ¿Té boba listo para beber? Nunca lo había visto.
—Aquí tiene, señorita Frost —dice, y luego toma asiento en el anguloso sofá de
la zona de estar, y yo me uno a él, sentándome a un cuidadoso metro de distancia—.
Daniel no tardará —me asegura Tam, con los ojos brillantes y una sonrisa nerviosa.
Me muevo un poco en el asiento y separo la pajita de la bebida. Le quito el
plástico y vacilo, insegura de dónde está la papelera en este moderno palacio que
Tam Eyre llama... ¿hogar? No, no lo creo. Creo que por muy bonito que sea este lugar,
sigue siendo solo una casa.
—Dame. —Tam me tiende la mano y yo le paso el envoltorio, rozando con mis
dedos su palma.
—Todo despejado, jefe —dice Daniel, reapareciendo con otros dos guardias
de seguridad que nunca había visto antes.
—Gracias, Daniel —dice Tam, pero sigue mirándome. Se mete el envoltorio en
el bolsillo y saluda por encima del hombro mientras Daniel y sus hombres salen de la
residencia.
La puerta se cierra. Oigo cómo se bloquea.
—¿Estamos solos? —pregunto a Tam, sosteniendo la pajita sobre mi bebida.
Aún no he penetrado la tapa con ella. Todavía tengo que penetrar. Vale. Vale.
Se inclina hacia mí, sosteniendo en la mano esa botella de agua plateada y
verde mar, de la que me dejó beber en la casa de alquiler.
—Estamos solos —me asegura, se levanta y me tiende la mano. Introduzco la
pajita en la bebida, bebo un sorbo y extiendo la mano para que Tam me ponga en
pie. Se da la vuelta sin decir palabra y me conduce a través de una serie de pasadizos
laberínticos y luego sube unas escaleras hasta su habitación—. Enciende las luces del
dormitorio —me ordena mientras entra en la habitación, y voilà.
—Muy elegante —le aseguro, chupando la pajita de la bebida.
Tam me mira por encima del hombro. Estamos al final de una cama enorme con
sábanas grises sedosas y una montaña de almohadas doradas y plateadas. Unas
mesillas de noche blancas sin patas están sujetas a la pared y equipadas con feas
lámparas plateadas. Un par de cómodas. Una estantería cubierta de lo que sospecho
que son preciados trofeos y premios (¿alguien quiere varios Grammy?). Aparte de
esos premios, esto es muy frío e impersonal.
—¿Cuántos días al año te quedas aquí? —pregunto cuando Tam me suelta la
mano y se gira, poniendo las manos en las caderas. Vuelvo a chupar la pajita, como si
estuviera tranquila, sin que me afecte en absoluto estar de pie en el dormitorio de
Tam Eyre. Mejor que eso, estar en el dormitorio de un hombre que me hace sentir
que mi ropa es una imposición ofensiva.
Tengo la sensación de que yo también soy buena en eso, en obligarme a
mantener la calma cuando los latidos de mi corazón son un colibrí y mi cuerpo se
siente dulce pero vacío. Miel caliente y muslos que se extienden. Cierro los ojos al
exhalar, con la pajita aún pegada entre los labios.
Oigo a Tam dar un paso hacia mí, así que retrocedo uno por reflejo, abriendo
un solo ojo para mirarle.
Parece desconcertado, quizá un poco frustrado. Mucho de anticipación.
—Apaga las luces de la habitación —ordena, bajando la voz a un áspero
susurro. Me sorprende que le quede voz, después de cantar con todas sus fuerzas
durante el último año—. ¿Por qué tengo la sensación de que nada de esto te
impresiona? La casa, el dinero, la fama, el concierto.
—Mal. Me impresionó mucho el concierto. Está claro que te has dejado la piel
para estar donde estás ahora. —Chupo la pajita, recompensándome con varios boba
reventones. Los mastico mientras miro a Tam, saboreando la fresa—. Pero por lo
demás, tienes razón. No me importa ninguna de esas cosas.
Tam se acomoda, con un puño apoyado en la cadera y el otro brazo colgando
del costado.
—Tu equipaje está allí. —Tam señala con la mano derecha, y yo miro por
encima del hombro para ver que mi maleta y mi bolsa están bien pegadas a la
ventana, justo al lado de la bolsa de Tam, la que lleva el jersey estropeado. Creo que
me gustaba mucho cómo le quedaba ese jersey. ¿De verdad no se puede salvar?
Me alejo otro paso de él y me giro, y Tam me agarra por la cintura desde atrás.
—Probablemente debería ducharme primero, pero ahora mismo me importa
una mierda —susurra, apoyando el rostro en mi cuello. Jadeo, cierro los ojos y aprieto
demasiado la copa que tengo en la mano.
Todo el día, todos los besos.
Anoche, la follada que no lo fue del todo.
Empuja.
Tira.
Voltea.
Agarra.
Tam me quita la bebida de la mano y la ignora cuando cae al suelo, salpicando
líquido de fresa por todas partes. Me besa el pulso, lo prueba, saborea el tacto salvaje
y frenético contra su lengua.
Exhalo para liberar la tensión de mi cuerpo, volviendo a fundirme con él y
agradeciendo su contacto.
—Buena chica —susurra, y se me pone la piel de gallina. Me agarra de la
sudadera y me la saca por los hombros y los brazos. Cae al suelo entre nuestros
cuerpos mientras Tam enreda sus dedos en los míos, acunando mi espalda contra la
suya.
Sus dientes rozan mi piel mientras miro fijamente la estantería de premios,
prueba de que el mundo ama a Tam Eyre.
Debería ser fácil para mí amarlo también.
¿Pero puedo conseguir que me ame?
El sexo con Tam no es solo algo que quiero hacer -y créeme, lo quiero mucho-
, sino que también es algo que tengo que hacer. El sexo con Tam es sexo con mi
Pareja. El sexo con Tam está maldito. O, tal vez, romperá la maldición.
Intento darme la vuelta, pero no me deja y me agarra con fuerza por la cadera.
Desliza un solo dedo por debajo de mi mono y de mi camiseta, acariciándome el
hueso de la cadera con lentas y necesitadas caricias.
Su otra mano suelta la mía, la palma se desliza por delante de mí, sobre mi
vientre, hasta mis pechos. Quita la hebilla metálica del botón y una de las tiras cae
peligrosamente de mi hombro.
—Dímelo otra vez —murmura contra la tierna piel de mi garganta; su lengua es
un abrasador golpe de calor a lo largo de mi cuello. Inclino la cabeza para facilitarle
el acceso, y él emite un sonido de aprobación que siento en los huesos—. Dime qué
quieres que te haga.
—Que me folles, Tam Eyre —gimo, y me tira del otro lado del mono con tanta
fuerza que algo se desprende. La tela gris cae en un charco alrededor de mis
zapatillas. Sus dedos encuentran el suave algodón de mis bragas, acariciando una vez
el punto ya húmedo del centro.
Está muy, muy quieto detrás de mí.
—Besarme toda la noche, eso te mojó, ¿verdad, Lake? —Asiento porque no
encuentro las palabras adecuadas—. Mm. Qué bien. Porque me volvió jodidamente
loco.
Tam me da la vuelta y me vuelve a acercar a la pared, con una palma junto a mi
cabeza y la otra en mi cintura. Me besa como si fuera a morirse si no mantiene algún
tipo de contacto entre nosotros, y yo le devuelvo el favor. Le rodeo el cuello con los
brazos y lo atraigo hacia mí todo lo que puedo. Mis dedos se clavan en su suave
cabello, retorciéndoselo y tirando de él para ver cuál es su reacción.
Tam retira la mano de la pared para hundir fuertes dedos en mi propio cabello,
recogiéndolo con esa misma reverencia que antes empleaba conmigo. Pero ese
suave roce solo dura unos segundos. Los dedos de Tam se tensan, lentamente,
formando un agarre imposiblemente fuerte. Me da un pequeño tirón que me anima a
arquear el cuello para él.
Dientes por toda mi piel, solo un roce de marfil seguido de la lengua más dulce,
caliente y húmeda.
Siento que mi mente se está fracturando; no puedo esperar más.
Tam mete la mano entre nosotros, como si percibiera mi frustración, y se abre
los pantalones, bajándose el vaquero por las caderas. Hago un ruido cuando me rodea
la cintura con un brazo y me levanta como si no le costara ningún esfuerzo. Siempre
levanta a las mujeres en el escenario, pero son cuerpos de bailarina, ágiles y fuertes.
No importa.
Le rodeo con las piernas, aún con los zapatos y los calcetines puestos, y los
muslos desnudos. Noto la erección de Tam rechinando contra mis bragas, y desearía
que desaparecieran también. Supero las barreras de tela que nos separan. Como ese
maldito jersey.
Tam me mantiene en pie con un solo brazo alrededor de la cintura, y yo solo
tengo que ayudar un poco, agarrándome a su cuello con manos temblorosas. Me
aparta las bragas con dos dedos y siento su punta caliente. Un empujón, una sonda
contra el calor resbaladizo y deseoso.
Inclino la cabeza hacia atrás y veo a Tam mirándome, casi como si estuviera
esperando. Acerca su boca a la mía, una ofrenda, una plegaria. Puedo saborear el
ferviente asombro de su atención en cada caricia de su lengua, puedo sentir cómo mi
cuerpo cae en una súplica hirviente entre sus manos.
Sus caderas se impulsan hacia delante y el jadeo que se escapa de mi garganta
queda atrapado contra la suya. Los dos nos quedamos quietos durante un minuto, mis
brazos tirando de su cuello, su cuerpo temblando mientras lucha contra el impulso de
moverse. Tam ajusta su mano libre a mi trasero, apoyándome para que pueda
quedarme como estoy, con las piernas abiertas a su alrededor y el cuerpo pegado a
la pared.
Nos estudiamos brevemente, mi cuerpo se dilata para hacerle sitio, el suyo se
adapta al apretado agarre de mis músculos internos. Me doy cuenta con un sobresalto
de la confianza que está depositando en mí en este momento. Le dije que tomaba
anticonceptivos, que estaba limpia, y lo estoy, pero no lo cuestionó. Ni una sola vez.
—Lake —murmura, con voz entrecortada de adoración y asombro—. Mm. —
Hace otro sonido de placer y luego hace exactamente lo que le pedí. Me folla contra
la pared mientras me aferro a él con todas mis fuerzas, arrastrada por la sensación de
su cuerpo dentro del mío.
La única persona en el mundo que tiene Tam Eyre de esta manera, para escuchar
sus sonidos privados, para ver el abandono descuidado en su rostro. Lo deja todo para
estar conmigo, y yo hago lo mismo. Mi boca está en su cuello, los dientes rozan
suavemente su nuez de Adán. Se estremece y me agarra con más fuerza, moviendo
sus caderas contra las mías. Yo también ondulo, buscando fricción y calor. Ni siquiera
es una elección consciente, simplemente mi cuerpo busca el placer en el de Tam.
—¿No te duele? —susurra, quedándose quieto de repente, como si se acabara
de dar cuenta de que debería controlarse.
—En absoluto —respiro, con el corazón agitándose cuando inclina la cabeza
hacia abajo, haciendo un esfuerzo por besarme con nuestra diferencia de altura en
juego. Se lo toma con calma, absorbiendo cada aliento salvaje y frenético que sale de
mis labios. Los siento tiernos y doloridos, suavemente usados, picados y carnosos.
—Gracias, joder —gruñe Tam, con la boca dura y dominante. Me encanta. Me
relajo y dejo que tome las riendas, que nos guíe a los dos en esta frenética unión con
una mano amasándome las nalgas y el otro brazo rodeándome la cintura.
Se enrolla en mí con gracia, su cuerpo afinado se encuentra con los impulsivos
empujones de mis caderas como si hubiera nacido para hacer esto conmigo, como si
esto fuera lo nuestro. ¿Quizás la maldición no es tan mala después de todo? Nunca
habría encontrado a Tam sin ella. Ese pensamiento parpadea en mi mente, algo
blasfemo y horrible, y luego desaparece, y lo único que puedo hacer es caer aún más
profundamente en el hechizo de Tam.
Teje magia para mí con su cuerpo, frotando su pelvis contra la mía y tomando
nota cuando sus movimientos me hacen jadear. Replica esa misma presión donde más
la necesito, frotando más de lo que empuja. Hay tanta humedad entre nuestros
cuerpos, este deslizamiento resbaladizo de él y yo.
La presión se acumula con cada movimiento, con cada mordisco de sus dientes
en mi labio inferior, con el mando absoluto de su mirada. Esto es lo que pedí, y él me
lo está dando. Fóllame, Tam. Sí, así. Quédate cerca.
Una opresión, un calor que se extiende, esta necesidad de algo más. El clímax
está ahí, pero no puedo soportarlo. Mi cuerpo es increíblemente sensible y sé que si
lucho un poco más, si dejo que la presión aumente hasta la explosión, seré
recompensada.
Pero yo... me muevo contra Tam, respirando con dificultad, frotándome contra
él mientras trabaja con su cuerpo en mi núcleo liso y húmedo. Siento que lo envuelvo
con fuerza, que me ciño a él, que lo follo como él me folla a mí. Él empuja y yo tiro. Él
tira y yo empujo. Me persigue y dejo de correr.
—Tam, es... No creo que pueda seguir... Yo...
—Solo un poco más —me susurra, con una voz áspera y carnal que me desgarra
con sus siguientes palabras. Hay tanto calor en ellas que queman—. Quiero correrme
dentro de ti.
Mis uñas se clavan en los hombros de Tam, probablemente dejando marcas
que cabrearán a Jacob más tarde.
No me importa.
La maldición lo eligió para mí, y es mío.
—Mierda. —Tam suelta su agarre en mi trasero, golpeando su palma contra la
pared de nuevo. Apoya su frente contra la mía mientras mi cuerpo se aprieta contra
él, más fuerte, más fuerte, más fuerte. Tam empuja hasta el fondo y lo siento por todas
partes a mi alrededor, todo a la vez. Y entonces mi cuerpo se suelta de repente, y él
hace este... este sonido. Es un sonido que, si fuera posible empaquetarlo y venderlo
a sus fans, sería mortalmente caro. Es la nota más profunda y deliciosa que jamás haya
cantado, y es una canción solo para mí.
Suelto un suspiro tembloroso, con las piernas aún abiertas en torno a él y
zapatillas deportivas en los pies.
Tam se mueve un par de veces más, casi contra su voluntad al parecer, y
entonces todo su cuerpo se ablanda contra el mío, apoyándose en la pared para hacer
palanca.
Tiene los ojos cerrados y respira entrecortadamente.
Todo mi cuerpo está al límite, desesperado por más pero también
desesperadamente necesitado de un descanso.
Tam reajusta su agarre, ambas manos en mi trasero, y luego se echa hacia atrás
para que podamos volver a mirarnos. Es él quien empieza a reírse primero, y luego
yo también, y él gime como si le doliera.
—Todavía no —exhala, con voz áspera—. Quiero hacerlo otra vez, pero todavía
no.
Me rio más fuerte y mi cuerpo se aprieta alrededor del suyo sin que yo haga
nada.
Tam se levanta, tropieza un poco, se apoya en la pared con la palma de la mano.
Sacude la cabeza, se da la vuelta y me lleva a la cama.
Estaba justo ahí, y no lo conseguimos.
Ni siquiera llegamos a la maldita cama.
Me ayuda a bajar y el deslizamiento de su cuerpo me hace gemir mientras me
desplomo sobre el borde del colchón. Tam no pierde el tiempo y se quita los
pantalones. Se arranca el jersey y la camisa por la cabeza como si le hubieran
ofendido personalmente.
—Tam —susurro, aunque somos los únicos aquí. Solo dos personas en una casa
que tiene tantos metros cuadrados, estoy segura de que está en el rango de cinco
dígitos. ¿Diez mil pies cuadrados? ¿Más?—. Te estoy ensuciando la cama.
—No me importa —me dice, de pie y desnudo en las tenues sombras de la
habitación. Las únicas luces proceden del resplandor atmosférico de la parte inferior
de las mesillas de noche flotantes. Una luz nocturna que brilla en un enchufe de la
pared del fondo. Un débil hilillo de luz procedente de la puerta agrietada del cuarto
de baño. Solo retazos y fragmentos de luz—. En realidad, sí me importa —se corrige,
arrodillándose frente a mí—. Solo que no de la forma que podrías pensar.
Sus dedos trabajan hábilmente en los cordones de mis zapatos, tirando de uno
y luego del otro. Me echa un vistazo a los calcetines, tienen té de boba cosido en los
tobillos, y los deja puestos. Tam me mira desde debajo de una mata de cabello
empapado en sudor, sus ojos son sombras oscuras en el dormitorio palaciego.
Su dormitorio.
El dormitorio de Tam Eyre.
Vuelvo a mirarle, temblorosa, con su clímax marcando mis bragas húmedas.
Tam enrosca los dedos alrededor de la cintura y me estremezco cuando su piel roza
la mía, bañada en sudor. Me las baja por las piernas y las tira a un lado antes de
ayudarme a quitarme la camiseta.
—¿Y de qué manera podría ser? —pregunto tardíamente, observando con
asombro cómo desliza una rodilla entre mis piernas y me rodea para desabrocharme
el sujetador. Tam me lo desliza por los brazos, concentrando su atención en mis
pechos, con la lengua jugueteando con su labio inferior hinchado.
—Me gusta —me dice sin pudor, con el filo de la necesidad en su voz que no
ha disminuido por nuestro rápido y frenético acoplamiento contra la pared. Vuelve a
pasarme los dedos por el cabello y me pone los labios en la frente—. Me gusta saber
que soy yo quien gotea de ti. Que siempre he sido yo. Que si me porto bien, solo seré
yo en el futuro. —Tam vuelve a bajar la mano y me acuna el rostro entre las palmas.
Me besa, pero no tan profundamente como yo quisiera, y se aparta cuando le insisto.
¿Siente cómo tiemblo? ¿Tiene idea del efecto que está teniendo en mí?
—Me gusta saber que soy la única mujer que te ha sentido así —admito, e
incluso en la oscuridad puedo ver su sonrisa. Puedo sentirla. Su calor me calienta el
rostro—. Me alegro de haber esperado esto, por ti.
Dudo, como si hubiera dicho demasiado. Al principio, Tam se mostraba
asustadizo y distante, y un comentario así podría haberle hecho salir corriendo en
dirección contraria.
Ya no.
—Lake —me dice seriamente, echándose hacia atrás para acomodarse en el
suelo frente a mí. Me agarra la pierna y la abre suavemente, dándome un beso en la
rodilla que me hace apretar los dedos en sus mantas—. Cumpliré veintisiete dentro
de cinco días. Veintisiete. —Se ríe, un ronroneo privado que solo es para mí. Me
humedezco los labios y me muevo, arqueándome hacia él inconscientemente. Tam
me da otro beso en el muslo y dejo caer la cabeza hacia atrás, con el cabello
haciéndome cosquillas en los hombros—. La única persona que me ha tentado a
desnudarme has sido tú.
Se levanta y me agarra por la cintura, arrastrándome a la cama con él. Me rio
mientras juguetea con las mantas, intentando ponerlas encima de nosotros en vez de
debajo. Se enredan un poco, pero lo consigue, me arropa contra él y se inclina para
besarme.
Mis dedos vuelven a encontrar su cabello, y los suyos hacen lo mismo con los
míos. Se toma su tiempo conmigo, abrazándome como si se sintiera algo más que
atraído por mí. A Tam le importa de verdad si me lo estoy pasando bien o no.
—Solo porque yo no... —Mis palabras son tan crudas y vulnerables en la
oscuridad—. Sigo pasándolo bien, aunque no haya venido.
Tam emite un dulce sonido de afirmación y me roza la sien con los labios.
—Lo sé. —Su sonrisa contra mi cabello es suficiente para que vuelva a
retorcerme—. Podía sentirte. Contracciones fuertes y apretadas, y luego una
liberación, como si me dieras la bienvenida. Como una invitación. Sentí que querías
que me corriera dentro de ti.
—Sí que lo quería —le digo, y él emite otro sonido, uno mucho menos
agradable. Es masculino y primitivo, y coincide con la forma en que me besa la
garganta con un poco de dientes y mucha lengua. La mano de Tam me cubre el pecho
izquierdo, amasando la carne regordeta bajo las fuertes y ásperas yemas de los
dedos. Cuando su pulgar baila sobre mi pezón, mi pelvis se levanta de la cama y él
responde colocándose entre mis muslos separados.
—Una chica tan buena para mí —murmura, y vuelve a deslizarse dentro de mí.
Todo el espacio vacío de mi interior es absorbido, una deliciosa y pesada plenitud en
mi pelvis que él acaricia hasta convertir en una llama brillante y ardiente en mi centro.
En lugar de sacudirse y rechinar como antes, Tam tira hasta el fondo y luego me
penetra con fuerza.
Mi espalda se arquea y mis uñas dibujan las fuertes líneas de su espalda. Me
tiemblan los músculos de los muslos por el esfuerzo de abrirme tanto, pero necesito
a Tam lo más cerca que pueda, con la pelvis bien metida en mis caderas.
Sale del todo antes de volver a entrar, provocando esa fricción que tanto deseo.
Me aferro a él, deseándolo pero temiendo ese borde del que no me dejaré caer. Tam
es tan paciente, me lleva hasta allí y luego espera a que me relaje. Otra vez, otra vez,
otra vez.
Estoy jadeando mucho, sudando encima de él, estropeándole la espalda con
las uñas a pesar de que Jacob me pidió que no lo hiciera. Un año entero (casi)
persiguiendo a Tam, y aquí estamos. Siento la marca de la maldición quemándome en
la muñeca cuando se incorpora y me separa los brazos de su cuello.
Me sujeta las piernas y luego me folla con fuerza. Mis pechos rebotan y mis
manos suben para apoyarse en el cabecero. Cuando la oleada de energía es
excesiva, aprieto las rodillas contra el pecho de Tam.
—Espera, espera —ahogo un único y retorcido aliento atascado en mi pecho,
una bobina imposible de energía en mi núcleo. Tam me deja cerrar las piernas, pero
no deja de penetrarme. Me agarra los hombros con las manos y me sujeta con
suavidad mientras lucho contra algo que realmente deseo. No puedo explicarlo.
Siempre ha sido así cuando me he ocupado de mis propias necesidades. Simplemente
no lo consigo.
Tam se hace llegar hasta el fondo, sujetándome con manos pacientes, su polla
avivando y avivando y avivando. Estoy temblando violentamente, jadeando, mis
propias manos como garras en sus bíceps. Le empujo, pero no me sirve de nada. Si
quiero que pare, tendré que decirle que pare.
Pero no puedo hablar, y me siento tan bien, y me estoy deshaciendo
completamente.
Con un grito que sé que me avergonzará a la luz del día, me despliego debajo
de Tam. Puede que grite. Definitivamente le hago un poco de daño con las uñas,
insegura de si lo estoy acercando o alejando. Tiemblo tan violentamente bajo esa
embestida, una oleada de placer que golpea en la columna vertebral y me desgarra.
En el pecho, en los dedos de las manos y de los pies, en la risa que brota de mi
garganta.
Y entonces, medio llorando y medio riendo, Tam me besa la comisura de los
labios y se separa de mí para caer de espaldas. Se pasa un brazo por el rostro y
también se ríe.
—Joder, ¿te acabas de correr? —pregunta, acomodándose el brazo para poder
mirarme. Es difícil ver mucho en la oscuridad, pero me acerco a él de todos modos y
se pone de lado para mirarme.
—Mm-hmm —murmuro, sintiéndome somnolienta pero satisfecha.
—¿Primera vez? —aclara, y yo asiento contra la almohada—. Bien. —Tam me
pone la mano en la nuca y me besa el sudor del rostro—. Entonces yo también me
quedo con eso. Y soy codicioso, Lake. Tengo hambre. No sé qué te parezco, pero no
he llegado donde estoy sin aprender a tomar lo que quiero, cuando lo quiero.
Me estremezco y deslizo la palma de la mano por los músculos tensos de su
vientre. No sé si llegaré a comprender lo hermoso que es, fuerte, flexible y delgado.
Mis dedos encuentran su dureza bajo las mantas, húmeda por mi cuerpo y por su
propia liberación anterior.
—Justo ahí —gime, deslizando un brazo por debajo de mí y arrastrándome un
poco más cerca. Me resulta más difícil masturbarle, pero me gusta la proximidad,
sentir su aliento en mi cabello, el sonido de los latidos de su corazón. Mi pulgar rodea
la cabeza de la polla de Tam, se desliza por la sensible hendidura de la parte inferior,
le hace estremecerse hasta el clímax, su derrame atrapado entre nuestros cuerpos.
Permanecemos en silencio durante un minuto, escuchando el sonido
combinado de respiraciones jadeantes.
—Quédate aquí —dice en voz baja, levantándose de la cama y dirigiéndose al
baño. Vuelve con un paño fresco y húmedo, me limpia la suciedad que me ha dejado
en la piel, baja la tela por el vientre hasta los muslos y me limpia con suaves
movimientos que me hacen temblar de nuevo.
—Creo que acabo de tener un despertar sexual —susurro asombrada,
esperando a que Tam termine su limpieza superficial de la cama. Tira la toalla al suelo
para ocuparse de ella más tarde, y me pregunto si tiene un equipo de limpieza o...
claro que tiene un equipo de limpieza.
—¿Sí? —pregunta, volviendo a la cama y atrayéndome hacia él. Parece
ridículamente satisfecho de sí mismo—. Yo también. —Se ríe entre dientes mientras
me envuelve bien, con la cabeza debajo de su barbilla. Me acurruco contra él con un
suspiro, feliz y contenta.
Este momento sería perfecto si... Ignoro la quemadura de la marca de la
maldición en mi muñeca.
Así que, ahí lo tienes.
Tam y yo llegamos hasta el final, y la marca sigue grabada en mi carne.
Ignoro el escozor de esa realidad y me centro en el presente. Tam me acuna
como si fuera algo precioso, algo que merece la pena conservar.
El cansancio y la satisfacción me invaden, y caigo en el olvido con la
megaestrella internacional Tam Eyre respirando dulce y suavemente a mi lado.
CAPÍTULO CUARENTA Y
SIETE
LAKE
Quedan 52 bobas hasta que muramos los dos...
—Por favor, preste atención durante otros veinte minutos —dice Jacob, de pie
junto a mi silla. Estoy en el borde de la mesa de conferencias, con la cabeza apoyada
en la mano y los ojos cerrados. Nos tomamos un descanso de veinte minutos antes de
volver a reunirnos, y lo único que quiero es irme a casa.
La directora general ni siquiera está aquí, su sede está en San Francisco, pero
estamos ultimando el concepto del nuevo álbum con el equipo creativo y, si no estoy
aquí, no podré aportar mucho. Tengo que abogar por mí mismo.
Pero maldita sea, Jacob me obligó a salir de esa habitación con culpa y
amenazas. Dejar a una Lakelynn calentita y dormida en mi cama no me sentó nada
bien.
—Estaba prestando atención, Jake —le digo, abriendo los ojos cuando oigo un
ping de mi teléfono.
Lo deslizo por la mesa y le doy la vuelta, echando un vistazo a mis
notificaciones. Las cámaras de seguridad de mi casa han estado sonando con
notificaciones de rostros desconocidos, pero solo se trata de Lakelynn, así que he
dejado de mirarlas. Ella tiene a Joules allí, junto con un gran equipo de seguridad, así
que no me preocupa.
—Pero este es mi descanso. ¿Puedo tomarme un descanso?
Levanto la vista y veo que Jacob no está contento. Lástima. Tengo a mi novia en
casa y estoy distraído. No quiero estar aquí. Quiero estar con ella.
—Bien. Haz lo que quieras. —Jacob se levanta, se alisa la chaqueta con
movimientos nerviosos y se dirige hacia mí. Sus siguientes palabras llegan en forma
de susurro enfadado—. Ven a trabajar con arañazos en los brazos y la espalda como
si te hubieras peleado con un tigre. Muy profesional.
Sale de la habitación con un resoplido mientras mis labios se tuercen en una
sonrisa.
¿Una pelea con un tigre? Bueno, bueno, Lakelynn.
Toco la notificación de las cámaras para ver su rostro. El primer suceso grabado
por las cámaras de seguridad es Lake, que se incorpora para buscar mi nota. Sonrío
cuando se pasa las manos por el rostro. Me humedezco los labios cuando entra
desnuda en el baño. Recorro las imágenes hasta que veo que empieza a deambular
por la casa. Primero encuentra mi sala de baile y tengo que taparme la boca con una
mano para contener la risa cuando la veo imitar la coreografía de Break Up With Me.
Me pongo un auricular y subo el volumen para ver lo que dice.
Está cantando. Y es terriblemente horrible, y de alguna manera increíblemente
entrañable.
Siento una opresión en el pecho y mi mente cambia de velocidad. Anoche fue...
Me cuesta controlarme con Lake. Ahora que me he relajado con ella, estoy cayendo
duro y rápido. Solo mirarla me excita. Mi mente vuelve a ella cada treinta segundos.
Me estoy volviendo loco, y ni siquiera me importa.
Lake hace un círculo accidental, encuentra el lavadero y vuelve arriba. La
observo en las cámaras del dormitorio mientras se queda mirando mi bolsa durante
dos o tres minutos seguidos. Acaba arrodillándose junto a ella y sacando el jersey de
la bolsa de plástico.
Una vieja punzada de miedo se apodera de mí, pero lo reprimo y me deshago
de él para siempre. Sea lo que sea lo que Lake está haciendo con ese jersey, confío
en ella.
Sigo mirando, recompensado de inmediato por poner mi fe en ella.
Lake está... raspando la sudadera. Empapándola. Lavándola.
Estoy a punto de levantarme, decir que al diablo con la reunión e irme
directamente a casa con ella. Pero entonces veo que ha encontrado a Joules y que
están manteniendo una conversación. Parece intensa, así que rebobino un poco para
ver qué pasa.
Están discutiendo la maldición.
Lo escucho entero, y solo paro cuando Lake empieza a cocinar para Joules, y su
conversación cambia a miembros de la familia de los que no sé nada.
Me levanto y me meto el teléfono en el bolsillo.
—Me voy a casa —le digo a Daniel al pasar, y él asiente y toma el teléfono para
llamar a Pat. Jacob me mira boquiabierto mientras paso por el pasillo—. Ya sabes lo
que quiero de este disco. Diles que todo es un no-no a menos que lo hagan realidad.
Uso las escaleras porque estoy demasiado impaciente para el ascensor, y luego
me dirijo directamente a casa.
Joules sigue en la cocina con Lake cuando entro por la puerta. Él está inclinado
sobre la encimera mientras come, y ella lo observa con satisfacción desde el otro
lado. Los dos se ríen de algo.
Me detengo justo delante de la puerta cuando Lake levanta la vista para verme,
con las mejillas sonrosadas y las pupilas dilatadas. Mi cuerpo reconoce enseguida el
cambio instantáneo en su actitud. De reír y sonreír a esperar. A anticiparse.
Aprieto la mano derecha en un puño antes de relajarla a la fuerza. En la otra
mano tengo un boba que me he traído a casa.
—Oh, hola —dice Lake, y su voz dulce y suave lo hace todo por mí.
Tan pronto como pueda deshacerme de Joules, voy a follármela otra vez.
—Hola —respondo, y la palabra sale con un deje. Lake se estremece cuando
traigo su té y lo dejo sobre la encimera. Pero no demasiado cerca de ella. Por ahora
mantengo una distancia prudencial. Miro a Joules y veo que se está tomando su tiempo
con el beicon, los huevos y los gofres que ella le ha preparado.
Esta mujer ha encontrado mi gofrera que ni siquiera yo he usado nunca y ha
hecho el desayuno en su primera mañana aquí.
Quiero que se quede conmigo así para siempre, pero aún no puedo decirlo en
voz alta.
Exhalo y Lake hace lo mismo, nuestros ojos el uno en el otro.
—¿Tienes hambre? —me pregunta, y le digo que no porque esta mañana me
he tomado un batido verde y eso es todo lo que puedo permitirme en cuanto a calorías
hasta la cena.
Asiento y me siento a dos taburetes de su hermano.
—Voy a empezar a trabajar para Kaycee, así que no estaré mucho por aquí —
empieza Joules, todavía con la mirada fija en su plato. He oído todo esto y más por las
cámaras de seguridad, pero no ofrezco esa información todavía. Se lo diré a Lake
cuando Joules se haya ido.
—De acuerdo —le digo, apoyando un codo en la encimera y apoyando la
mejilla en la mano. Menos mal. Lake y yo podemos estar solos.
—Pero no importa cómo te sientas ahora, cómo se sienta ella ahora, la
maldición no se ha roto. —Joules por fin se vuelve para mirarme, y hay una súplica
sincera en su rostro que me hace tomarme esto aún más en serio de lo que ya estoy.
He decidido que creer en la maldición no cambiará nada. Seguiré adelante—. Por
favor, cuida de mi hermana pequeña, conócela. Permítete creer que pueden estar
juntos el resto de sus vidas. Sé que es mucho pedir, pero te lo suplico. —Joules me
mira fijamente y mis labios se entreabren. Me enderezo en el taburete para volver a
mirarle—. Te confío a la persona que más amo, Tam.
—Joules —dice Lake en voz baja, y mi corazón late dolorosamente.
—Cuidaré de ella —le prometo, porque si esta maldición no se rompe
entonces... no será por mi parte.
Joules me mira fijamente como si estuviera poniendo a prueba mi temple. No
me inmuto. Le devuelvo la mirada. Quizá no sepa que he esperado veintisiete años
para enamorarme. Esto es muy importante para mí, con o sin maldición.
Lakelynn y Joules son las únicas personas que he conocido en años que me
tratan como a una persona normal, que me han juzgado únicamente por mi carácter.
Lo encontraron deficiente. Pude verlo aquella noche, el rostro de Joules cubierto de
sangre y Lakelynn mirándome como si yo fuera un error.
—No vine aquí por él —le había dicho a su hermano—. Vine aquí por ti.
No dejaré que vuelva a ocurrir.
—¿No le pedirás que se ponga de rodillas y te la chupe? —Joules responde
secamente, y yo enarco una ceja.
—No puedo prometer que no lo haré —admito, y Lakelynn hace ruido,
derramando parte de la masa al intentar verterla en la gofrera—. Pero seré más
amable. —Una pausa—. O me aseguraré de que los dos estamos de acuerdo con lo
que queremos.
—Encantador. Un viejo dom virgen. Justo el tipo de hombre con el que quería
dejar a mi hermana. —Joules se baja del taburete y agarra su chaqueta. Se mueve
alrededor del mostrador para darle a su hermana un beso en la frente, con los ojos
por encima de su cabeza y fijos en mí. Si le haces daño, te mataré. Y yo también lo
creo.
—Espera, ¿has dicho virgen? —digo al cabo de un minuto, cuando me doy
cuenta de todo el impacto del insulto de Joules.
—Sabía que eras virgen desde el primer momento —explica Lake con
suavidad, y yo enarco ambas cejas.
Bueno, mierda.
—Mándame un mensaje dos veces al día o le perseguiré —grita Joules,
pasando a mi lado y saliendo por la puerta. Envío un mensaje a Pat y le digo que lleve
a Joules donde quiera que vaya. Si es a casa de Kaycee, está a cinco minutos calle
abajo.
Miro por encima del hombro y por la pared de cristal hasta que Joules
desaparece por el camino en dirección al garaje.
Solo entonces me vuelvo hacia Lake.
Ya se está sonrojando.
—Siento como si estuvieras anticipando algo —le digo, lo cual es mezquino.
Porque ambos sabemos exactamente lo que estamos anticipando. Demonios, se lo
advertí en la nota que le dejé. Me gusta mucho su reacción cuando le digo cosas así.
Se retuerce y luego se reafirma, intentando actuar con frialdad mientras se acomoda
el cabello verde mar detrás de las dos orejas—. ¿Quieres decirme qué podría ser ese
algo?
—¿Cómo te ha ido el día hoy? —pregunta Lake, levantando la vista y
negándose a morder el anzuelo. Mis dedos se enroscan en la encimera mientras
busco una respuesta apropiada. No, a la mierda.
Me levanto y camino alrededor de la isla de la cocina, agarro el cable de la
gofrera y lo desenchufo.
Lake me mira, separa los labios y tomo su barbilla entre mis dedos y la beso.
Deja que la lleve hacia atrás y al sofá; mi mano se desliza por debajo de su
sudadera y descubre sus pechos desnudos esperándome. Gimo contra sus labios
mientras le acaricio el pezón y beso los pequeños jadeos de su boca hinchada.
—Nunca debí haberme ido esta mañana. Fue un error. —Se lo digo con las
bocas separadas por un centímetro—. No después de anoche.
Bajo a Lake al sofá y le bajo el chándal para poder acariciarla entre las piernas.
Ya está mojada, como si hubiera estado pensando en mí desde que se despertó esta
mañana. Sonrío mientras le muerdo el labio inferior, le acaricio el centro con un dedo
y me deleito con el suave y feliz estremecimiento de su cuerpo debajo de mí.
No, no puedo esperar.
Retiro la mano y Lake gime de frustración. Le bajo los pantalones de un tirón,
los tiro a un lado y me bajo los míos hasta medio muslo. Abre las piernas a mi
alrededor, una sobre el respaldo del sofá y la otra sobre el suelo. Mi propio pie se
apoya en el suyo para hacer palanca mientras la empujo, encantado de verla bajo el
sol de primera hora de la tarde.
La luz dorada se derrama sobre el hermoso cabello de Lake, convierte su piel
en crema, pinta sus labios de un rosa vibrante. Enrosco mis dedos en los suyos, tomo
su boca con los míos. Lake se muestra tan dulcemente entusiasmada cuando la toco
que quiero hacerlo más, besarla con cada empujón, tocarla, acariciarla y adorarla con
mis manos.
La inmovilizo de nuevo cuando empieza a correrse, y ella me devuelve el
empujón. Pero la miro a los ojos cuando lo hago, puedo ver cómo lucha por no
interrumpirlo. Con un gemido, empuja sus caderas con fuerza contra las mías,
apretándose tan firmemente a mi alrededor que no puedo moverme. Ella palpita
mientras grita, empujando contra mí. Y entonces todo su cuerpo se ablanda, se funde,
se amolda a mí.
—Sigue —susurra, rodeándome el cuello con los brazos.
No hace falta mucho, solo nosotros dos, perezosos, descuidados y preciosos
bajo el sol. Llego al clímax enterrado profundamente dentro de Lake, abrazándola
contra mí, escuchando el frenético latido de su corazón.
—Lo está dando todo. Por favor. Considéralo un trato hecho, ¿de acuerdo? —Sus
palabras a Joules vuelven a mí, y suspiro, aferrándome a ella un poco más fuerte.
Siento un placer perverso al oírla decir eso.
—Tengo que decirte algo —le susurro, levantándome para ponerme a cuatro
patas y apenas tocarla. Lake se sonroja mientras se acomoda sobre los codos. Es un
poco diferente, sin duda, hacer el amor a pleno sol. Puedo verlo todo: la tensión de
su rostro, de su cuello, sus ojos en blanco. Es mucho. Me pregunto qué le parezco a
ella.
—¿Vas a correrte y luego soltar esa horrible declaración mientras aún estamos
medio desnudos? —susurra, y yo me rio, bajando un poco la cabeza.
—No es tan malo, pero siento que empeora cuanto más tiempo paso sin decirlo.
Lake se zafa de mí y se cae al suelo. Sonrío mientras me incorporo y veo cómo
se levanta. Me encanta cómo se sube los pantalones de chándal, como si yo no le
estuviera chorreando por los muslos.
Mierda, me encanta.
Miro su expresión severa y me tomo mi tiempo para subirme los pantalones.
Dejo que la cintura se ajuste a mis caderas mientras me siento con las manos en los
muslos.
—Olvidé advertirte de que aquí hay cámaras de seguridad —le explico, pero
no lo entiende. Se limita a parpadear y luego se encoge de hombros.
—¿De acuerdo? —Ladea ligeramente la cabeza, con el cabello verde mar
despeinado de estar debajo de mí. Me estremezco y cierro los ojos brevemente. Todo
esto es nuevo para mí y, francamente, me cuesta no volver al sexo ahora mismo.
Me obligo a abrir los ojos, fuerzo a mi cuerpo a retroceder un minuto.
—Así que, recibí una alerta en mi teléfono de que había alguien aquí. Hice clic
porque, por qué no, y resulta que, eh... —Me paso la mano por la nuca, los labios
torcidos—. Bueno, vi algunas cosas.
Como tú, bailando y luego agarrándote el coño porque te lo he puesto dolorido
con la polla.
Miro a Lake a los ojos y veo con satisfacción que ahora se sonroja.
—¿Qué cosas? —susurra, acomodándose el cabello detrás de las orejas.
—Bueno. —Me pongo de pie frente a ella y cruzo los brazos—. ¿Vas a aceptar
su oferta o no? —Repito mis palabras de anoche y Lake gime. Pero aún no he
terminado—. No, patata celosa, no lo voy a hacer. ¿Sabes por qué? —Le doy una
palmadita en la cabeza y ella gime de agonía, poniéndose las manos sobre el rostro—
. Por qué, te lo diré. Porque estoy saliendo con la superestrella internacional Tam Eyre.
—Podrías haber parado en la primera línea y habría recibido tu mensaje alto y
claro.
—Lo sé —le digo, acariciándole el cabello hacia atrás e ignorando las señales
de mi cuerpo. Se me ha vuelto a poner dura. Ya la tengo—. Pero es más divertido si
lo cuento todo.
Me aparta la mano de un manotazo y duda.
—Oye, ¿puedo enseñarte algo?
Asiento y Lake me agarra de la muñeca, utilizando un extraño camino indirecto
para llegar a la lavandería. Su camino consiste en salir y atravesar uno de los porches
para llegar hasta allí. No sé exactamente por qué lo hacemos, pero me rio y disfruto
del largo trayecto.
—La mayoría de la gente no tiene cámaras de seguridad en su casa, Tam —me
informa mientras entra en la lavandería. Veo que ha terminado de secar y doblar las
prendas que metí en la lavadora antes de irme. Es adorable. Me encanta.
Me humedezco los labios y la miro. Haré todas las tareas si ella quiere. Me gusta
limpiar lo que ensucio porque así puedo estar solo cuando estoy aquí. Tengo muy
pocas semanas así al año, y las aprecio mucho. ¿Pero dividir las tareas así? Sienta bien
compartir algo tan mundano pero necesario.
—Lo sé, y lo siento. Lo bueno es que verte así me hizo desearte aún más.
Lake suelta mi muñeca y se da la vuelta, retrocediendo unos pasos.
—Bueno... eso está bien porque no tenía intención de actuar de forma diferente
a esa. Ver morir a Joe me hizo darme cuenta de que no tiene sentido perder el tiempo
fingiendo sobre quién eres. En fin. —Lake se da la vuelta como si no fuera a compartir
estas pequeñas partes profundas y personales sobre sí—. Mira esto. —Me entrega el
jersey color crema que he mancillado. Pero está limpio, bien doblado y calentito de
estar encima de la secadora.
Me lo pongo directamente por encima de la camiseta y envuelvo a Lake en los
brazos demasiado largos.
—Oh, qué bien —respira, enroscando los dedos contra la suave tela y cerrando
los ojos.
Nos quedamos allí unos minutos antes de que la suelte.
Supongo que todos tenían razón sobre el jersey, ¿eh?
—Muchos fans me han dicho que se morirían si les abrazara con esto puesto.
¿Es tan bonito como imaginan? —Me burlo de ella, pero su expresión es pensativa, y
veo ese pequeño hoyuelo en su mejilla derecha cuando sonríe. Me cruzo de brazos
mientras espero su respuesta.
—Me gusta el jersey, pero prefiero el jersey quitado.
—Mm. —Doy otro paso hacia ella, de modo que estamos codo con codo—.
¿Supongo que lo pasaste bien anoche?
—Uno supondría, teniendo en cuenta el sofá hace un momento... —Se
interrumpe, girando la cabeza ligeramente hacia un lado.
—No estoy aquí para suposiciones, Lakelynn Frost. —Le doy un golpecito en la
barbilla con un solo dedo, y ella se vuelve de nuevo hacia mí—. Dime.
—Tam Eyre... —Su voz se quiebra y la atraigo hacia mí para volver a besarla.
Jadea contra mi boca cuando me alejo para respirar—. ¿Estás libre esta noche?
—Por supuesto —le aseguro, porque le he dicho a Jacob que si me molesta en
las próximas setenta y dos horas, esta vez lo despediré de verdad. Mi lengua recorre
el labio inferior de Lake y ella me aprieta, buscando más. Retrocedo y se pone de
puntillas, tratando de alcanzarme. Exhalo y le aprieto el cabello, metiéndole la lengua
en la boca mientras se agarra a la parte delantera de mi jersey. Su mano se desliza
entre nosotros y me abraza a través de los joggers rosa pálido que llevo puestos.
He tenido en cuenta todo... excepto a mi madre.
—¡Thomas! —La oigo llamarme y me quedo helado. Lake se sobresalta y le
suelto el cabello justo a tiempo para evitar que se lo arranque.
—Es mi madre —le explico, pero creo que Lake ya lo sabía y quizá su reacción
sea consecuencia de ese conocimiento. Mi madre no se mostró precisamente cariñosa
con ella en aquella reunión. Probablemente porque sabía dónde estaba mi corazón
antes que yo.
Ella no sabe que he roto con Kaycee todavía. Va a odiar eso.
Lake se sonroja y se lleva una mano al bajo vientre.
—¿Puedo cambiarme aquí rápidamente? —susurra, señalando la ropa doblada
detrás de ella. Ahí está el mono que me quité. Las bragas mojadas con mi semen. Los
tontos calcetines de boba que le quité de los pies por la mañana, apenas resistiendo
el impulso de besarla en la parte superior del pie.
—Hay un baño justo ahí. —Señalo la esquina y Lake me mira.
—Pensé que era un armario de almacenamiento. ¿Cómo es que hay un baño en
tu lavadero? ¿Tiene sentido?
Intento amortiguar la risa con mi jersey, para que mi madre no nos encuentre
aquí dentro antes de que Lake esté lista, pero me hace demasiada gracia.
—Tam, ¿en serio? He contado once baños en lo que va de día.
—Hay veinte baños —le digo, todavía riendo, y ella se me queda mirando.
—Sir Tom, ¿por qué diablos necesitaría veinte baños?
Le doy una palmada en la cabeza y vuelvo a señalar con el dedo. Me gusta la
forma en que la larga manga color crema del jersey cae dramáticamente sobre mi
mano y mis dedos. Lo recordaré para un futuro vídeo musical. Lake parece cautivada.
Muevo los dedos hacia la puerta del baño.
—¿Tal vez hay veinte baños exactamente para situaciones como esta? Será
mejor que te des prisa, o voy a presentar a mi nueva novia a mi madre con... —No
tengo que decirlo. Ambos lo sabemos.
Lake recoge su ropa y se va mientras la sigo. Me mira, pero solo he venido a
lavarme las manos rápidamente. Le guiño un ojo mientras me las seco en una toalla y
salgo del cuarto de baño y de la lavandería.
Justo a tiempo, además.
Mi madre frunce el ceño y camina hacia mí con decisión. Se ha quitado los
zapatos, pero eso no disminuye la poderosa figura que luce con pantalones azul
marino, una chaqueta holgada y una blusa crema.
—Hola, mamá. —La rodeo con los brazos, pero no demasiado, no tanto como
suelo hacerlo. Ella se da cuenta y sospecha de inmediato.
—¿Lo has visto entonces? —me pregunta amablemente, pero yo me limito a
ladear la cabeza. No tengo ni idea de lo que está hablando—. Mierda, Tam. Cariño,
no es bueno.
Cruzo los brazos y espero.
Lake sale de la lavandería muy guapa con su mono y una camiseta que me
recuerda a nuestro primer beso. Ya está sonriendo, pero hay en ella una tensión
nerviosa que no estoy seguro de haber visto nunca. Levanto las comisuras de los
labios. Quiere causar una buena impresión a Elena.
—Mamá —empiezo, sin saber por qué tiene esa expresión. ¿He visto qué? Pero
presentar a Lake es más importante que indagar en cualquier estúpido vídeo que se
haya hecho viral. Yo, meando. Yo, vomitando y desmayándome. ¿Qué podría ser
ahora? Ni siquiera sé si me importa—. Elena. Esta es Lakelynn Frost, mi nueva novia.
Mi madre guarda un extraño silencio y luego me pasa su teléfono con un vídeo
de TikTok en cola y esperando. Lake se inclina hacia mí para verlo también.
El pie de foto dice: Tam Eyre actúa para su amante en una tienda de té. Ajá.
Ahí estoy, bailando en una rayuela para la prima de Lake. Mi novia se tapa la boca
con ambas manos, retrocede y se da la vuelta. Parece que va a vomitar.
—Se pone peor. —La mirada de mi madre se desliza de mí a Lake, y puedo ver
ese brillo calculador en sus ojos que conozco tan bien. Despiadada. Cruel. Elena me
quita el teléfono y busca otro vídeo—. Interesante coincidencia, tu nueva novia y este
vídeo.
Miro a mi madre, pero ella niega y me devuelve el teléfono.
Lo tomo. Pulso el play. Lake se da la vuelta justo a tiempo para ver lo que
aparece en la pantalla.
Aquí estamos. Ella, con una camiseta demasiado grande. Yo, sin camiseta. Mis
manos están en su cintura, nuestras frentes están juntas. Puedo ver en mis ojos la
expresión que Lake debe haber experimentado. Ahí parezco un hombre
desesperado.
—¿Me dejarías follarte, Lakelynn? —Me oigo preguntar, voz profunda y ronca y
cálida.
Treinta y dos millones de visitas.
CAPÍTULO CUARENTA Y
NUEVE
LAKE
Quedan 52 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
—Mis disculpas, pero voy a robar a Tam por un tiempo. —Elena me mira con
dureza, como si sospechara que tengo algo que ver con los vídeos filtrados. Puede
que yo no haya hecho nada, pero alguien de mi familia sí. Tengo náuseas, me mareo
por la traición y el miedo.
Porque Tam no es feliz.
Su mano se aferra al teléfono como una garra. Tiene el borde del labio fruncido
en una mueca de disgusto. Es furia helada y mezquindad de estrella del pop, y no es
una combinación segura para mí. Si Tam me echa de su casa, de su vida, se acabó.
Cincuenta y dos tés de burbujas y una tumba fría.
Tam aparta su atención del teléfono y se acerca a mí. Nuestras miradas se
cruzan y veo que se debate entre una mezcla de emociones. ¿Qué puedo hacer aquí
sino disculparme? Le aseguré que estaría seguro conmigo y con mi familia. Le animé
a ser vulnerable conmigo. Alguien en quien confiaba nos traicionó a ambos e hizo
realidad sus peores temores.
—Lo siento... —empiezo, pero Tam aprieta los dientes y me interrumpe.
—Dame tu teléfono, Lake. —Me tiende la mano y dudo. ¿Mi teléfono? ¿Para qué
necesita mi teléfono? Pienso en todas las formas en que Tam me ha puesto a prueba
en el pasado y me doy cuenta de que esta es otra. Quiere ver si tengo los vídeos en
el teléfono, si hay alguna prueba de que los haya subido.
Me duele. Duele tanto que ya no confía en mí. ¿Pero por qué demonios debería?
Confiaba en mi juicio, y mi juicio era malo. Cuando me tiende la mano, le doy el
teléfono sin rechistar.
—El director general me llamó personalmente —continúa Elena, cruzándose de
brazos. Qué manera de conocer a la madre de mi novio. Toda la tarde bañada por el
sol está arruinada. Y ahí está Tam, con el jersey que con tanto cuidado traté y lavé
para él. Aún puedo saborearlo en mis labios, puedo sentirlo entre mis muslos. ¿Ver
su expresión tan fría como está? Qué golpe—. Internet te llama tramposo, y a ella la
llaman....
—Basta —gruñe Tam, deslizando mi teléfono y el de su madre en su bolsillo—.
No te atrevas a decir una palabra.
—Tam, yo... —Alargo una mano hacia la manga de su jersey.
—Si necesitas un teléfono... —empieza, con voz mesurada. Acabo dejando caer
la mano a mi lado. No me parece la mejor idea tocarlo mientras está de ese humor.
Recuerdo claramente el incidente de la mamada—. Hay uno en mi despacho. El
portátil también.
—Thomas —empieza Elena, pero él pasa a su lado y se aleja por el pasillo a una
velocidad que yo no podría seguir a menos que corriera tras él. ¿Debería? ¿Debo
perseguirlo ahora mismo, haciendo todo lo posible por explicarle las cosas? Elena y
yo intercambiamos una larga mirada, pero no tengo ni idea de qué decirle para
ayudar.
—Lo siento —repito, pero ella se da la vuelta y sigue a su hijo por el pasillo.
—¡Tenía que ser Chloe! —Lynn habla por teléfono en voz baja, como si quisiera
tener una conversación conmigo en la que nadie más pudiera oírla. Tal vez porque
estamos teniendo una terrible, horrible discusión que ninguna de los dos quiere
tener.
Alguien de mi familia filtró vídeos privados míos y de Tam.
La primera fue filmada en el pasillo del segundo piso. Hago lo posible por
recordar quién podría haber estado allí en ese momento, pero no lo consigo.
Obviamente, tuvo que ser alguien que estaba en la tetería con nosotros, para que
subieran los dos vídeos.
Eso deja a Lynn, María, Luna, Ella... y Chloe.
Chloe, a quien conozco desde preescolar. Chloe, que se sentó conmigo cada
noche durante dos semanas después de la muerte de Joe. Chloe, a quien confié algo
que podía poner en peligro mi vida.
Porque si Tam se lo toma a mal, estoy jodida.
En todo momento, su mayor temor era ser utilizado, ser exhibido, manipulado
y engañado.
¿Y esto? Es exactamente por lo que estaba tan nervioso. Se dejó llevar y se
entregó completamente a mí, ¿y así es como se lo pago?
Por la forma en que su madre me miraba, me di cuenta de que quería un minuto
a solas con él. Por la forma en que Tam miraba a todos y a todo, pensé que tal vez
necesitaba un siglo para calmarse. Subí las escaleras y esperé en su dormitorio
durante una o dos horas.
Cuando bajé a ver cómo estaban, ya no estaban.
La casa está vacía.
Así que aquí estoy, sentada en el borde de la mesa de Tam, sin saber si seguiré
siendo bienvenida aquí, haciendo llamadas a casa. Afortunadamente, soy de una
época pasada. Memorizo los números de teléfono importantes en mi vida.
—Chloe —empiezo, pero no me atrevo a decirlo. Si ella realmente hizo esto,
entonces puso mi vida en riesgo. Esta podría ser la razón por la que Tam y yo no
podemos romper la maldición. ¿Y para qué? ¿Qué sacó ella publicando esos
videos?—. Oh, joder, Lynn. Oh, joder.
—Lake, no quiero asustarte, pero se está volviendo mega-viral.
—¿Qué dice la gente? —pregunto, pero luego desearía no haberlo hecho
porque puedo adivinarlo.
—Que Tam está engañando a Kaycee, que eres una... —Ella no puede decirlo,
pero ambas lo sabemos. Nada bueno—. ¿Has intentado llamar a Chloe? Lo hice, pero
no contesta. Si piensas en cómo se grabó el vídeo del baile, solo pudo ser ella o María.
Y, vamos. —Lynn se burla—. No fue María.
Mi prima me ama, pero quiere más a mi madre. Nunca haría algo así y se
arriesgaría a arruinar la relación con su tía.
Así que Lynn tiene razón.
Tuvo que ser Chloe.
—La llamaré —digo, y puedo oír el roce del rostro de Lynn contra el teléfono
mientras asiente. Sonrío—. Te amo, Lynn. Luego hablamos.
—Te amo, Lake. Mantenme informada.
Cuelgo primero, marco el número de Chloe y espero. Espero. Espero. La llamo
por segunda vez y me salta el buzón de voz. Con un suspiro, intento enviarle un
mensaje desde el portátil de Tam. Copio y pego el mismo mensaje en todas las redes
sociales que frecuenta Chloe.
Necesito hablar contigo. Por favor, ponte en contacto conmigo lo antes posible.
El hecho de que no atienda, de que no responda cuando ambas sabemos que
es adicta a su teléfono, es preocupante. Eso es lo que me hace sentir culpable.
Me retiro al dormitorio de Tam, me tumbo en el colchón y me arrimo a las
almohadas.
Tam en el sofá, fuerte y seguro sobre mí. Haciendo que me corra. Dejándome
arrastrarle por la muñeca. Llevando el suéter que se metió en mis caderas.
Me pongo de lado y cierro los ojos.
Si estoy en su cama, entonces no puede evitarme para siempre.
3
Un potluck es un evento en el que cada participante trae un plato de comida. Todos aquellos
que traen un plato pueden probar los otros platos.
que se quedara en Los Ángeles. Me pareció que con Joules cerca no necesitaría otro
guardaespaldas.
Mi novio es mi guardaespaldas. ¿Es un cliché de estrella del pop o qué?
—Solo soy yo —dice Joules cuando cunde el pánico, y luego se corta
bruscamente cuando me doy cuenta de que es él quien está detrás de mí. Sus dedos
me rodean la muñeca y me doy cuenta de que he levantado el brazo para darle un
puñetazo. Joules frunce el ceño—. Si fuera un atacante, ¿qué pensabas hacerme? —
Me suelta el brazo con un resoplido—. ¿Qué haces aquí?
—¿Me seguiste hasta el cajero y luego hasta aquí antes de enfrentarte a mí? —
pregunto. Maldita sea. ¿Y si hubiera sido un admirador, un acosador o algo así? Confío
demasiado en la suerte, ¿no?—. Joules, yo... —Me obligo a respirar.
Joules extiende dos dedos y me abre la chaqueta de cuero.
Se me corta la respiración cuando me pasa los dedos desde la clavícula hasta
el bolsillo, bajando por el costado. Saca el sobre y me lo enseña para que lo mire. Su
expresión es irónica, diabólica, pero no desagradable.
—¿Intentabas sobornar al marido de Allison? ¿Con esto?
—Iba a ofrecerle un contrato por cinco millones... solo para divorciarse de ella.
Eso es. —Cruzo los brazos y me encojo de hombros, pero puede que también me
sonroje un poco. Probablemente él no pueda verlo a través de mi maquillaje, así que
no pasa nada. Es mi propia marca. Persephone's Court de Kaycee Quinn, un homenaje
a mi club de fans. Estás en espiral chica, relájate.
—No. —Me vuelve a meter el dinero en el bolsillo—. Ese no es el tipo de
hombre que mi familia me educó para ser. —Se frota la mandíbula, recién afeitada.
Es una buena señal. Así que debió hacerlo antes de ir al patio a ayudar a su madre.
O... no estaba ayudando a su madre ¿verdad? Me estaba espiando porque pensaba
que podría hacer algo así—. Pero me gusta que estés dispuesta a jugar sucio por mí.
—Haré lo que sea para mantenerte con vida, Joules. —Suspiro, aún de pie en
medio de una calle tan tranquila que ni una sola persona ha circulado por ella mientras
hemos estado aquí parados.
—¿Crees que estoy preocupado porque no estoy seguro de poder conseguir
que Allison se enamore de mí? —Joules se ríe de mí, despeinándose—. Kaycee, es
porque sé con certeza que no puedo enamorarme de ella.
—No quiero perderte, Joules —susurro, y me doy cuenta de que me gusta tanto
que he empezado a asumir que tiene razón. Va a morir el veintiséis de agosto, es
decir, dentro de poco más de un mes.
—Es de ti de quien estoy enamorado. No puedo enamorarme de Allison. —
Joules da un paso adelante y pone sus manos a cada lado de mi rostro, mirándome
con una pequeña y triste sonrisa. No es que se haya rendido, es que lo sabe. Joules es
inteligente, astuto y arrogante, pero incluso él puede ver que esto no está
sucediendo—. Entonces, ¿perdemos el tiempo intentando romper la maldición
platónicamente? ¿Dos por ciento de posibilidades? ¿Con solo cinco semanas? —
Joules presiona su boca contra la mía, caliente y dura. Un movimiento de lengua.
Luego susurra contra mis labios—. Quédate conmigo, Kaycee. Solo estate conmigo.
Le rodeo con los brazos y él me abraza en medio de la calle hasta que Allison
sale a ver cómo estamos.
Se acerca corriendo, con su bonito cabello rubio ondeando bajo el sol de la
tarde. Me pone la mano en el hombro y se inclina para mirarme, realmente
preocupada por mi bienestar. Me siento fatal. Me siento como una mierda. Pero aun así
te jodería si fuera posible salvarlo.
—¿Estás bien? —me pregunta amablemente, como si pensara que quizá he
venido porque la vi en la iglesia—. ¿Necesitas que haga una llamada por ti, Kaycee
Quinn?
—Kaycee... —Oh. Mierda. Ella sabe quién soy. Claro que lo sabe.
—Soy el jefe del equipo de seguridad personal de la señorita Quinn —dice
Joules, y luego sonríe con satisfacción y se cruza de brazos—. También soy su novio.
—¿Estás segura de que no necesitas ayuda? —pregunta Allison, mirando por
encima del hombro a su marido. Él asiente, como si la apoyara, y me pregunto si
Joules nunca tuvo una oportunidad en primer lugar. Yo le gusto, pero quizá a Allison
le guste su marido de la misma manera.
—Estoy bien. Yo solo... qué extraña coincidencia. La familia de Joules vive a la
vuelta de la esquina. —Sonrío a Allison y luego me alejo de ella antes de que sigamos
con la conversación. Agarro a Joules del brazo y lo arrastro lejos, y él me deja.
Solo que, cuando le abro la puerta del pasajero, me agarra por las caderas y
me mete dentro.
—Siéntate —me dice con una ceja levantada. Joules cierra la puerta, sube al
lado del conductor y nos vamos. Ni siquiera mira a Allison por el retrovisor.
Entonces se desata una especie de pánico enfermizo.
Porque Joules ha terminado con Allison. Ha terminado porque hoy ha visto algo
en sí mismo que lo hace imposible. A mí. Debería haber confiado en mis instintos
iniciales y alejarme de Joules Frost al principio. Solo que... ahora es demasiado tarde.
—Vamos por un poco de boba —dice, exhalando, y yo le dirijo una mirada.
—Te gusta tanto como a tu hermana, ¿verdad? —Me burlo, con la voz
entrecortada por la sensación de pérdida inminente. Pronto, muy pronto, Joules va a
morir. Tengo que aceptarlo. Mientras siga aquí conmigo cinco semanas más, tengo
que hacerme a la idea.
—Era más cosa de Joe. Una vez, Lake soltó que el té de burbujas era la felicidad
en una taza, y Joe le siguió la corriente. Cuando ella lloraba, él le compraba un boba.
Si se lastimaba, le compraba un boba. Siempre. Así que, es una cosa de Joe y yo y
Lakelynn, supongo. Porque lo que hiciera uno de nosotros, lo hacíamos todos.
—Lakelynn romperá la maldición —le digo, pero Joules sigue tenso, con los
ojos en la carretera pero la mente en otro lugar completamente distinto.
—Quizá —responde, y la realidad de la verdadera pena en su voz, ese
recuerdo, me va a romper en pedazos cuando se haya ido. Por ahora, consigo
mantener la compostura.
Por mucho tiempo que pase, vamos a hacer que cada segundo merezca la pena.
Le tiendo la mano y él rodea la mía con sus dedos, apretándola.
No derramo una sola lágrima hasta que estoy sola en la ducha.
CAPÍTULO CINCUENTA Y
CUATRO
TAM
Quedan 32 bobas hasta que muramos los dos...
Tam tiene un trato con sus vecinos, un truco para usar la puerta trasera de su
propiedad y así poder colarse por su jardín y escapar por la puerta delantera. De
camino por el sinuoso camino de entrada, nos encontramos con Tyler, el chico águila.
Lleva un pájaro en el brazo y estoy absolutamente cautivada. Quiero pasar un día
entero con este hombre, viendo a los pájaros matar drones. ¿No es genial?
Tam baja la ventanilla, mantiene una breve conversación con el tipo, veintidós
drones derribados solo esta semana, y nos vamos.
También hay paparazzi pululando por la puerta del vecino, pero no tantos como
en la fachada de la casa de Tam.
Cuando me siento en el asiento de atrás junto a Tam, noto cómo se agolpan en
torno al auto.
Sé que parece una locura, pero cuando estamos solos, para mí no es más que
un hombre. A veces olvido que es una de las personas más famosas del planeta, si no
la más famosa. Me acerco un poco más a él y me rodea la cintura con un brazo y me
acaricia la cadera de una forma que debería ser ilegal.
—¿Qué pasa si una de estas personas intenta dispararte? —le pregunto, pero
es Daniel quien responde.
—Soy un socorrista entrenado, y llevo suministros médicos en caso de
accidente. —Ni siquiera nos mira cuando responde, sentado estoicamente en la silla
central del capitán con los brazos cruzados sobre el pecho—. Pero no los
necesitaremos si te acuerdas de llevarme contigo cuando salgas.
Y ahora Daniel gira la cabeza para mirar a Tam. Esos ojos grises, Dios mío. Es
un rompecorazones y un rompehuesos. Apuesto a que a Ella le gustaría. ¿Quizás
debería tenderles una trampa?
—¿Buscas el amor por casualidad? —pregunto, intentando sonreír. Jacob hace
un ruido raro desde delante y Pat, el conductor, se ríe.
—¿Perdón? —pregunta Tam, con expresión de escándalo—. ¿No somos una
cosa?
Le echo una mirada, pero él se limita a sonreírme y guiñarme un ojo.
—Para Ella. Mi amiga de las gafas. —Me señalo el rostro—. ¿Por casualidad la
viste cuando estábamos en el boba...
—Ni siquiera me fijo en las mujeres —responde Daniel, inexpresivo—. Mi
trabajo es demasiado estresante como para pensar en romances.
—Podrías tenderle una trampa a Jacob —ofrece Tam, señalando a su
representante—. Le vendría muy bien una novia. Ha estado soltero desde que nació.
—Yo salgo —declara Jacob, pero lo hace sonar como una tarea necesaria, algo
así como barrer el suelo o limpiar las manchas de las ventanas. Tam lo hace a menudo,
limpia las manchas de los cristales de su gigantesca casa de cristal—. De hecho,
anoche tuve una cita a ciegas.
—¿Y cómo te fue con eso? —responde Tam, con un poco de actitud, como si se
estuviera metiendo.
—No me dirijo a usted, señor Eyre. Me dirigía a la señorita Frost. —Jacob se da
la vuelta para mirarme, con las cejas castaño oscuro juntas—. La chica era
encantadora. Pasa la mayor parte de su tiempo libre haciendo scrapbooking para
TikTok. Tiene casi tres millones de seguidores, por si quieres saberlo.
Todas las miradas se dirigen a Tam. Me imagino una flecha sobre su cabeza,
apuntándole con luces intermitentes. Tiene ciento setenta millones de seguidores en
TikTok. La persona más seguida de todo el mundo. Popular y sexy y todo mío. Sonrío
para mis adentros.
—Bueno, yo solo tengo veintiséis seguidores, así que está bastante bien —
respondo, echándome hacia atrás en mi asiento. Me siento un poco aliviada de que
Jake no esté buscando ayuda con el romance. En realidad, no estoy segura de que
ninguna de mis amigas o primas sea la persona adecuada para él.
—Ya no —susurra Tam, inclinándose hacia mí. Le echo una mirada.
—Solo mi familia me sigue. —Es verdad. Y mi madre se niega a tener un TikTok.
Mi abuela tiene trescientos mil seguidores y hace vídeos sobre tareas domésticas y
repostería. Tiene un rollo cottage core que es bastante dope.
—Estás saliendo con Tam Eyre —dice Tam Eyre, sonriéndome por lo bajo—.
Ahora tienes más de veintiséis seguidores.
—¿Has mirado? —replico, y él se inclina, apretando su nariz contra la mía.
—No tengo por qué —gruñe, y luego me besa. Sigue besándome. Soy yo la que
se aparta, para mantener la profesionalidad en el todoterreno—. Pero bien por Jacob,
y su famosa futura esposa scrapbooking.
—Encontré sus vídeos tediosos. Aún no estoy fuera del mercado. —Jacob se da
la vuelta y Tam reprime una carcajada detrás de la mano.
—Jake es muy exigente —me dice, y su jefe vuelve a resoplar de frustración.
—Creo que lo que el señor Eyre intenta decir es que la mayoría de mis citas
solo se han interesado en mí como medio para llegar a él. —Jacob resopla y se coloca
un auricular sobre el cabello cuidadosamente peinado hacia atrás. Es un final muy
intencionado para nuestra conversación.
—Deberíamos hablar del guardaespaldas de la señorita Frost —dice Daniel,
mirando por los cristales tintados como si buscara amenazas—. No puedo estar en dos
sitios a la vez. Además, a la hora de la verdad, tendré que proteger primero a Tam.
No me gustan esas probabilidades.
—No, primero protegerás a Lake —dice Tam, con voz dura. Se me pone la piel
de gallina, pero en el buen sentido—. Pero sí, tendremos que estudiarlo. Creo que
una guardaespaldas femenina estaría bien.
—¿Por qué necesito un guardaespaldas? —pregunto, completamente
desconcertada. Joules ha intentado explicármelo, pero sigo sin entenderlo.
Tam me dirige una mirada comprensiva y me echa el cabello hacia atrás, pero
no responde a la pregunta.
—Ojalá hubiéramos podido usar a Joules —reflexiona Daniel—. Tu hermano es
realmente un individuo fuerte, dotado y capaz.
Sonrío.
—Bueno, no le diré que lo dijiste o su cabeza se expandirá y luego explotará.
Ya está demasiado orgulloso de sí mismo. Prácticamente un pavo real en celo.
¿No puedes verlo en tu cabeza? Joules, con un enorme penacho de plumas
brillantes saliendo de su trasero. La imagen se me queda grabada para el resto del
viaje.
Treinta minutos más tarde, llegamos a nuestro destino, y veo por qué Tam no
respondió a mi pregunta sobre tener un guardaespaldas. No le hacía falta. Puedo
verlo todo por mí misma.
—Despejado —murmura Daniel en sus auriculares, y entonces está abriendo la
puerta y hay un torrente de calor, sonido y energía. Cámaras parpadeantes. Gritos.
Una masa agitada a ambos lados de las cuerdas de terciopelo y los guardias con sus
intimidantes uniformes negros.
Tam me lleva de la mano, pero en cuanto pongo un pie fuera del todoterreno,
todas las miradas se posan en mí.
Cuando antes seguía detrás de Tam, un asistente sin nombre que a nadie le
importaba, estaba mal pero no era así. ¿Ahora? Soy la otra mujer. Soy la chica que lo
alejó de Kaycee Quinn. Soy una don nadie de Arkansas que, según un gran porcentaje
de su fandom, no se merece al rey del pop actual.
Tam no posa en absoluto, no saluda, solo retrocede para colocarse a mi lado.
Se quita la sudadera mientras me giro hacia su lado, intentando ocultar mi rostro, y
luego me cubre con ella.
—Imagina que son el océano, y esto es un embarcadero. El objetivo es caminar
por el embarcadero lo más rápido posible, antes de que nos sorprenda una ola. —Me
da un suave beso en la mejilla al abrigo de la tela y me guía hasta el interior del
pasillo, relativamente tranquilo.
Las puertas se cierran detrás de nosotros, cortando gran parte del sonido.
Casi me desplomo contra la pared.
¿Es este... el obstáculo que se interpone entre Tam y yo? Me pregunto. Me gusta
casi todo de él. Incluso su mal humor me ha caído bien. Es amable, divertido, gentil,
pero también parece tener un sexto sentido para saber lo que me gusta en la cama.
¿Pero esto? ¿La fama y la popularidad?
No me gusta.
Pero él lo vale, lo sé. Puedo verlo.
—¿Sabes esa camiseta que llevas? —me dice Jacob, volviéndose sobre su
hombro con un resoplido—. Eso era un recuerdo, y no algo para ser usado.
—Déjala en paz, Jake —advierte Tam, y me gusta cómo su voz se vuelve pétrea
cuando me defiende. Me recuerda a la mirada que está permanentemente en los ojos
de Daniel—. Vamos, Kayak. Vamos a hacerte tu primera experiencia de peluquería y
maquillaje.
Tam enrosca su mano en torno a la mía, se lleva los nudillos a los labios para
darme un beso y me lleva por el pasillo.
Tam pide una ronda de bobas para todos y nos instalamos en el salón con la
vieja máquina de karaoke. Es tan antiguo que no tiene ninguna canción más reciente
que 2008, y no tiene capacidad para descargar canciones nuevas. Sí, es así.
Me quedo junto a Tam mientras utiliza la diminuta pantalla para desplazarse
por las carátulas pixeladas de los álbumes. Cuando no encuentra nada que le llame
la atención, utiliza su teléfono para conseguir lo que quiere. El micrófono de la
máquina funciona con o sin canción.
Tam elige Set Fire to the Rain de Adele y sonríe.
—Oh, sí —susurra Tam, y luego apaga las luces, total y absolutamente cómodo
con la actuación delante de mi muy crítica familia, todos los cuales saben que me pidió
que se la chupara... Sí. Todos ellos todavía están atascados en eso, muy bien pueden
estar atascado en eso durante treinta o más años.
El sofá se ha arrimado a la mesa del comedor para hacer sitio. Ahora tenemos
un escenario, el suelo de madera desnudo y mostrando un rectángulo con la forma de
la vieja alfombra de mamá. El sol ha blanqueado el suelo por los bordes, dejando dos
tonos distintos. Tam se coloca justo en el centro, con la gorra a un lado y el cabello
despeinado. Ya se ha quitado los zapatos.
Voy a ver a Tam Eyre actuar para mí en calcetines.
Se me dibuja una sonrisa en la cara y saco el móvil. Tengo que grabar esto.
—No se permiten teléfonos —declara Jacob, pero Tam le lanza una mirada
malévola.
—Jake, ¿qué dije de mi novia? Déjala en paz. No tienes nada que manejar
cuando se trata de mis relaciones personales.
—Ahí es donde estamos ahora, ¿no? —pregunta Jacob con un suspiro, y luego
hace ademán de apagar el teléfono y tirarlo sobre una mesa auxiliar. Dirige una
mirada oscura a Tam que hace que Lynn haga una doble toma, como si no esperara
que el gerente de Tam fuera tan... descarado—. Muy bien, Tom. Haz lo que quieras.
Haz lo que quieras. Cómete tres trozos de tarta por lo que me importa. Te reto: intenta
estar a la altura de la hermosa voz de Adele.
Tam sonríe, lanza el micrófono al aire y lo atrapa.
—Oh, ¿es un reto? —pregunta, y entonces le da al play en su teléfono,
desatando una hermosa versión instrumental de la canción.
Nuestras miradas se cruzan.
Tam cierra los ojos, inspira durante unos diez segundos y luego vuelve a
abrirlos.
Su voz es... Casi se me cae el teléfono, pero Lynn lo agarra y sigue filmando.
Me tapo la boca con las manos. He visto cantar a Tam muchas veces. Docenas y
docenas de veces. Pero no así, de cerca y en intimidad.
La voz de Tam recorre el salón como una ola. Lo noto. Los miembros de mi
familia se ponen en pie, exhalan, murmuran maldiciones en voz baja (en el caso del
tío Rob y Joules).
—Será un cabrón, pero sabe cantar —le susurra mi tío a mi hermano. Éste se
burla, pero tiene una mirada de aprobación a regañadientes inscrita en sus rasgos
hostiles. Oooh. Tam toca una nota alta y me entran escalofríos. Cuando vuelvo a
centrar mi atención en su cara, me está mirando fijamente.
Cierro las manos en puños, con una respiración errática y extraña. La marca de
la maldición quema tanto que duele, pero la ignoro. No voy a dejar que la maldición
me robe este momento. Mantengo la mirada en Tam aunque me cuesta. Esto se está
volviendo algo emotivo.
Joe está enterrado afuera.
Joules y yo pronto podríamos ser enterrados fuera, también.
Se me corta la respiración y hago fuerza con la mandíbula para mantenerme
quieta. Mis dedos rozan la áspera tela jean de mis shorts, un roce que me ayuda a
liberar la tensión que se agolpa en mi interior.
Cuando Tam cierra los ojos, yo hago lo mismo, y es justo la liberación que
necesitaba. Como cuando estamos juntos en la cama, y se vuelve demasiado intenso,
cuando ya no puedo más. Él ya sabe parar, ir despacio. Es como cuando vamos
andando y él se adelanta justo antes de frenar. Tam siempre espera a que lo alcance,
y después, caminamos uno al lado del otro.
Me gusta el andar de su afecto, lento y firme, pero forjador. Avanza incluso
cuando yo me quedo atrás. Es una dinámica que funcionará de maravilla a medida
que nos conozcamos mejor. Él avanza y yo me siento a observar. Me daré cuenta de
lo que se le escapa, y él descubrirá nuevos caminos que yo nunca habría visto por mí
misma.
Termina la canción y la sala queda en completo silencio.
Abro los ojos, con los dedos apretados contra la tela de mis shorts.
—Sé que esto va contra las normas —murmura Tam en el micrófono,
sosteniéndolo con ambas manos, con los ojos bajos—. ¿Pero podría cantar una vez
más?
—Por favor, Dios mío, canta una docena más —murmura la tía Mandy. Y no solo
porque la familia nos esté mimando, no lo admiten, pero lo hacen, como hicieron con
Joe, sino porque ella es una gran Tambourine.
Tam se aclara la garganta, me mira a los ojos por segunda vez y empieza a
cantar a capella. Sin instrumentos. Solo su voz.
Es Sweet Honey.
Dios mío. Estoy muerta. Estoy oficialmente muerta.
—Apoya tu cabeza en mi hombro, y yo te tumbaré en mi cama. Mi mano enredada
en tu cabello, la tarde melosa extendida contra el cielo. El torrente de azúcar de tus
labios. Nubes de crema, bordes bañados en oro líquido. Calor agitado y ficción. Es solo
un sueño, toda esa dulce miel.
—En cuanto se rompa la maldición —murmura Joules, pasándose un pulgar por
la garganta.
Lo ignoro, clavándome los dedos en los muslos con tanta fuerza que me duelen
tanto las yemas de los dedos como las piernas. Puede que incluso me salgan
moratones.
Tam se despide con una sola nota afilada que suena como una invitación.
Todos los demás aplauden, pero yo me quedo ahí de pie.
—Listo, vídeo colgado —dice Lynn alegremente, avanzando para entregarle mi
teléfono a Tam. Jacob se queda tieso y Daniel se aparta de la pared como si fuera a
placar a Lynn como hizo con Ella.
Ella salta delante de él, con los ojos entrecerrados.
—Ni se te ocurra —sisea mientras Tam se apodera del teléfono. Sonríe mientras
hace clic en el vídeo y lo ojea hasta el final.
—Estuvo demasiado increíble para no publicarlo —dice Lynn, y Jacob emite un
sonido de pura frustración.
—Esperen a que aparezcan los paparazzi —nos advierte, pero Tam no borra el
vídeo y se mete mi teléfono en el bolsillo trasero de sus jeans para poder pasarle el
micro a Kaycee.
—Odio admitirlo, pero eres bueno —dice Kaycee con un suspiro. Hace una
pose de espaldas al público y pulsa el play de su teléfono. Suena un instrumental de
su canción más popular. Seguro que se llama Not Your Wife. Algo así.
Empieza a cantar, pero sigo tan impresionada por la actuación de Tam que no
puedo moverme.
Me tira del brazo y me arrastra hasta la esquina, más allá de las escaleras, hasta
el pasillo que conduce al estudio. Tam me pone suavemente las manos en los hombros
y me empuja contra la pared.
—Respira para mí, cariño —me dice, y yo exhalo temblorosamente.
—Nunca he visto nada como lo que acabo de ver. Eres... jodidamente increíble,
Tam. —Por primera vez, realmente entiendo su nivel de popularidad. De verdad. No
puedo imaginar no estar cerca de él y pasar tiempo con él. Si tuviera que pagar para
hacerlo, compraría de buena gana ese billete de diez mil dólares para conocerlo.
—¿Te ha gustado? —Suena complacido, acariciándome la garganta. Cierro los
ojos y exhalo en su cabello—. Fue todo por ti.
—Se nota. —Pongo mis brazos alrededor del cuello de Tam, y él desliza los
suyos alrededor de mi cintura—. Gracias.
—No, gracias. No he tenido ni un minuto para disfrutar de verdad de mi propio
éxito. No hasta ti. —Tam respira lenta y profundamente y luego lo deja salir como un
suspiro.
Kaycee ha retomado Easy On Me de Adele: está claro que a ella tampoco le
gusta perder.
Me río, y Tam hace lo mismo, meciéndome de un lado a otro mientras
escuchamos la música.
Esa es la noche en la que me suelto del todo, en la que me abro al amor que
está ahí delante de mí.
Tam me toma de la mano, me arrastra de vuelta a la sala de estar, y se porta
como un maldito buen deportista mientras mi familia le dice que Kaycee ganó el
karaoke. Ella... bailó, después de todo.
Le doy un abrazo a Joules mientras todos los demás miran las hojas de
puntuación del karaoke que Lynn ha elaborado. Tío Rob le dio a Tam un tres, pero eso
podría ser porque todavía está enojado con él. Probablemente tiró la puntuación un
poco.
—Feliz cumpleaños —le susurro a Joules, dejando que mi amor por él fluya
libremente en mis palabras. Mi hermano me frota la espalda y memorizo el tacto de
su mano. Por si acaso.
—Te quiero, Canoa —me dice, y yo suspiro, soltándole y lanzándole una
mirada irónica.
—Yo también te quiero, aunque seas un mentiroso.
—Querrás decir sobre todo sí. —Joules me guiña un ojo y luego se ríe,
avanzando hasta que estamos hombro con hombro pero mirando en direcciones
opuestas. Me pone una mano en el hombro y se inclina hacia mí—. Además, mi novia
le pateó el culo a tu novio.
—Estoy de acuerdo en que no estamos de acuerdo —respondo, y entonces
Joules agarra a Kaycee por la cintura y la besa. Yo recojo mi kit de merchandising
oficial de Tambourine, y luego tomo a Tam de la mano y me llevo arriba el mejor puto
botín del mundo.
Sí, mi kit de Tambourine viene con desnudos.
Qué suerte la mía.
La puerta de mi habitación se cierra.
El tiempo pasa, una boba tras otra hasta que... solo quedan dos bobas.
CAPÍTULO SESENTA Y SEIS
LAKE
Quedan 2 bobas hasta que muramos los dos...
Los paparazzi están por todas partes, un miasma maligno y omnipotente que se
ha colado en nuestro barrio. Obstruyen la calle. Volando tantos drones que hemos
tenido que cerrar todas las persianas y cortinas. Trepando por la valla trasera y
rompiendo una de las putas ramas de Joe.
Extiendo la mano y los demás me miran fijamente.
—¿Qué...? —Joules ni siquiera termina la frase, pero esboza una sonrisa
irónica—. ¿Le diste un puñetazo en la cara a un periodista?
—A una influencer. —Vuelvo a sacudir el puño. Le di un puñetazo a la chica
justo en la cara. La vi romper una de las ramas de Joe desde la seguridad de la ventana
de la cocina, y no pude contenerme. Daniel la acompañó fuera de la propiedad con
sangre goteando de su nariz.
—¿Le diste un puñetazo en la cara a una influencer? Qué increíble. —Lynn
suena emocionada, pero es la única persona que está emocionada—. ¿Qué?
—Tú publicaste el vídeo; esto es culpa tuya. —Jacob resopla con altanería, y
Daniel se queda... bueno, se queda mirando al suelo con los ojos del color gris y los
músculos de los brazos más grandes que los de Tam.
—Eso no lo sabemos —dice Kaycee mientras Tam me agarra de la mano y me
lleva al lavabo para que pueda lavarse la sangre. Tiene los labios apretados y sé que
está preocupado. No solo por los paparazzi, sino también por la cronología. Solo nos
quedan dos días para romper la maldición. Dos días—. Podría haber sido un vecino.
Un fan que vino a ver a la familia. Un informante de uno de nuestros equipos. Esa chica
Chloe. Tam, parado en la entrada trabajando en un auto antiguo.
No se equivoca.
Joules está pálido, pasándose la mano por la cara. Solo estamos él y Kaycee,
Tam y yo, Jacob, Daniel y Lynn. Todos los demás quedaron atrapados fuera de la casa,
y es casi imposible entrar o salir en este momento. La policía está haciendo todo lo
posible para despejar la multitud, pero se corrió la voz por la mañana temprano, y
todos se presentaron aquí como una horda de zombies.
Hoy estoy de los nervios, obsesionada con la maldición, aunque sé que
obsesionarme con ella es mi problema en primer lugar. Lo dejé pasar unas semanas.
Lo dejé. Pero entonces llegamos a una cuenta regresiva de seis días, y realmente me
golpeó. No quedaba ni una semana. Solo días. Dos días.
Tam y yo nos despertamos, enredados en los brazos del otro, escuchando a los
pájaros piar fuera. Solo teníamos la claraboya agrietada, pero un hombre se subió y
nos hizo una foto a través del cristal. Esa foto está ahora mismo en todas las redes
sociales. Es tendencia, y la madre de Tam está atacando con todo su equipo legal y el
equipo de publicidad de Tam.
A él no le importa nada de eso ahora mismo, y a mí tampoco.
Nos quedan dos días de vida y lo amo. Juro que lo amo. Sé que lo amo. Es
increíble, y si tuviera que elegir a alguien entre los más de ocho mil millones de
personas de este planeta para que fuera mío, elegiría a Tam siempre.
Tenemos que seguir adelante, sabiendo que todo irá bien. No vamos a morir en
dos días. No lo haremos.
—Tenemos que volver a Los Ángeles de todas formas, ¿no? —pregunto,
mirando a Tam mientras se fija en la herida superficial que adornan mis nudillos. Me
echa más jabón para asegurarse de que esté limpia, agua fría y espuma y las yemas
de los dedos ásperas patinando sobre mi piel. Me quedo sin aliento cuando me mira.
—¿Los Ángeles? —pregunta, y luego se lo piensa un momento—. ¿Para el
concierto de la docuserie?
Asiento con la cabeza. Realmente creo que se había olvidado de ello. Tam se
adaptó muy bien a su vida aquí, y era excepcional tumbándose a la luz del sol con
pantalones de chándal grises, leyendo libros románticos y luego llevándose las ideas
que sacaba de ellos al dormitorio conmigo. Nunca me habían tratado con tanta ternura
y a la vez con tanta avidez en toda mi vida.
—Supongo que nos sacaría de aquí. No podemos relajarnos así. Necesitamos
mi finca, con un equipo de seguridad completo y muros de piedra.
—Y también águilas teledirigidas —le recuerdo, y Tam se ríe entre dientes.
—Permanecemos juntos. —Joules no hace ninguna pregunta ni sugerencia.
Está de pie, con las piernas separadas a la altura de los hombros, los brazos cruzados,
la expresión adusta y fija en mí—. Kaycee, tú y yo.
—Te escucho —le digo, mirando a Kaycee. Ella no discute.
—Es una buena idea. Y ya que vamos a volar los dos y se acerca el concierto...
¿el jet de la compañía? —Kaycee se encoge de hombros con su vibra de lo-siento-no-
lo siento.
—Sí, usemos el jet —dice Tam distraídamente, como si un vuelo privado en un
jet de lujo no fuera gran cosa—. Haré que mi madre prepare un vuelo lo antes posible.
Cierra el grifo, me seca suavemente la mano con una toalla de papel y saca el
botiquín de debajo del lavabo. Recuerdo haberle curado la cara aquí antes, después
de que Joules le diera un puñetazo. Debe de haber recordado dónde encontrarlo.
Tam me envuelve los nudillos con una gasa blanca mientras me lo pienso.
—Partamos lo antes posible. Los demás pueden reunirse con nosotros en el
aeropuerto. —Le dirijo a Tam una mirada de disculpa—. ¿Podemos llevar a todos en
el jet? ¿A toda mi familia?
Asiente sin levantar la vista.
—Es lo bastante grande para todo el consejo de administración, no es que cada
uno no tenga su propio jet. Pero aun así. Mucho espacio. —Pone la gasa en su sitio y
me suelta—. Iremos a Los Ángeles, aunque decida no dar el concierto.
El concierto, que es exactamente el último día de la maldición.
De hecho, no estoy segura de que Tam pudiera terminar todo su setlist antes
de que la maldición nos mate.
—Quiero que hagas el concierto —le digo, atrapando de nuevo sus manos
entre las mías. Nos miramos, y veo que esto es lo más crudo y real que podemos llegar
a ser. Tam y yo nos estamos viviendo como si lleváramos décadas de relación. No hay
nada que hacer, solo dejarnos llevar, caer, enroscarnos el uno en el otro. Es
demasiado tarde para tonterías—. Si realmente morimos, ¿qué querrías hacer con tus
últimos días? Hicimos lo que yo quería hacer estas últimas semanas. Es tu turno, Tam.
Vacila, pero entonces sus dedos rodean los míos y me atrae hacia sí para
besarme.
—Haré el concierto. ¿Y sabes por qué? Porque no vamos a morir. —Me besa en
ambas mejillas—. Quiero seguir adelante con mi carrera, Lake. Podrás hacer lo que
quieras con tu propia vida. Me aseguraré de que así sea.
—Oh, ¿podrías también transferir a mis padres algo de dinero? ¿Pagarnos por
tener que perseguir tu culo por todo el país? —Joules se burla y pone las manos en
las caderas—. Eso ni siquiera es una broma. Lo digo en serio.
—Transferiré el dinero —dice Tam, pero ni siquiera mira a mi hermano.
—Hablaré con Elena y veré si podemos conseguir un vuelo para salir de aquí
esta noche. —Jacob se estremece, y no lo culpo. Parece que hay un desfile en la calle
y un club de senderismo detrás. Justo después de nuestra valla está el Parque Estatal
Hobbs. La gente se adentra en el bosque para llegar al límite de nuestra propiedad y
acampar en la valla. Los guardabosques ya los han echado dos veces, pero han vuelto.
Pero no podemos aceptar tantos huéspedes extra. Ya lo saben
—Aceptaremos a todos los invitados extra, o no actuaré en el concierto. Que
quede claro si el director general tiene preguntas. —Tam cruza los brazos sobre el
pecho y lanza una mirada fría a su mánager—. ¿Me oyes, Jake?
—Oh, sí, milord. —Jacob frunce el ceño, y Tam sonríe—. Cualquier cosa que su
grandeza desee sin duda debe llegar a buen término.
—A mí me gusta —susurra Lynn, y yo resoplo. ¿No sería genial emparejar a
Lynn con Jacob, a Ella con Daniel y a Joules con... Allison? ¿Ese era el nombre de su
pareja? Vuelvo a desviar la mirada hacia él y Kaycee, pero me la quito de encima.
A Tam y a mí nos quedan dos días.
Es un problema nuestro.
—Bueno, también te vienes a Los Ángeles conmigo. —Me agarro al brazo de
Lynn y me trago el miedo.
Toda mi familia, mis amigos, en un jet privado para quedarse en la finca de Tam
Eyre. Eso es tan increíble como la parte de la maldición. Tal vez es incluso menos
creíble que la parte de la maldición.
—¿Hora de empacar?
—Solo si el jet no está listo antes de que terminemos —ofrece Tam con un
pequeño guiño, y luego asiente con la cabeza en dirección a las escaleras—. Vamos.
Te guardaré el chándal de I Heart Tam.
—Qué lindo. —Pongo los ojos en blanco, pero lo sigo alegremente escaleras
arriba hasta mi dormitorio, quizá por última vez en mi vida.
No pasa nada. Todo irá bien. Tam y yo estaremos bien.
Porque lo amo.
Lo hago.
Lo amo, joder.
Tam y yo estamos de pie fuera junto al árbol de Joe. Joules está con nosotros.
Kaycee, también. Lynn y Jacob se quedaron adentro para darnos un poco de
privacidad, pero Daniel está acechando el perímetro como un depredador agitado.
Él no tiene miedo de ser rudo con fangirls y fanboys. Saltó la valla y despejó a la gente
del bosque antes de considerarlo seguro.
Pero solo por un momento.
Incluso ahora oigo a la multitud, un poco más reducida que esta mañana, pero
todavía ruidosa. Zumbando. Hambrientos. Desean a Tam tanto como yo, y nunca han
visto su cara de orgasmo. Suelto una carcajada al pensarlo.
—Deja de pensar mierdas pervertidas y dile a tu primo que lo quieres antes de
que nos vayamos —dice Joules, y su voz solo empieza en un gruñido molesto. Termina
con una insistencia que me incomoda. La gente no se demora así en sus palabras a
menos que se esté muriendo.
Lo sé porque yo mismo lo he hecho.
—Dile a Joe que vas a cuidar de mí. —Señalo a Tam y le guiño un ojo—. Era
chapado a la antigua; querrá oírlo.
—Me gustaría oírlo —murmura Joules, frunciendo el ceño hasta que Kaycee se
pone de puntillas y le susurra al oído. Ese ceño se transforma rápidamente en algo
hambriento y salvaje que preferiría no ver. Asqueroso. Espero que mi cara no se vea
así cuando pienso en Tam.
—Hola Joe. —Tam se agacha y hunde un dedo en la tierra de la base del árbol—
. Me llevo a Lake a casa. No sé con qué frecuencia podremos volver aquí ya que estoy
de gira, y quiero traer a tu prima conmigo. Le pagaré un sueldo ridículamente alto
por ser mi mánager, si quiere. —Mira en mi dirección, se levanta y se vuelve hacia
mí.
Tam me toma la mano y luego aprieta en ella algo redondo y caliente como la
piel. Sus ojos, cuando los miro, son del tono más oscuro de la seriedad, llenos de amor
pero también de una comprensión que no me permito aceptar. Ahora estoy
convencida de que lo conseguiremos. Tam me ama. Yo lo amo. Será en cualquier
momento. En cualquier momento.
—¿Qué es esto? —pregunto, y entonces despliego los dedos para encontrar
una piedra sucia que él desenterró de la tierra. Un pequeño recuerdo de Joe para
llevarme conmigo. No es una parte de él, pero ha estado viviendo aquí, cubierta de
esta misma suciedad. Tal vez, si hay fantasmas, el espíritu de Joe podría cabalgar en
esto, y yo podría llevarlo conmigo a todas partes. Tal vez es exactamente por eso que
Tam me dio esto.
—No tengo anillo, y lo haré como es debido más tarde, pero quiero que sepas
que me encantaría casarme contigo. Podría ser mañana en el concierto. Podría ser
dentro de diez años o veinte. No importa. Puedes quedarte con esta piedra hasta que
estés lista. Solo... ponla en mi bolsillo en algún momento. Estaré atento.
—¿Quieres que te meta una piedra sucia en el bolsillo como proposición? —
Joules pregunta, pero su voz es demasiado suave al final allí. Como dije antes, una
insinuación. Kaycee se aparta de él y se inclina, con las palmas en el tronco del árbol
antes de besarlo. Susurra algo contra la corteza y lanza una mirada pícara por encima
del hombro.
Con la falda lápiz rosa, los tacones y la blusa que lleva, bien podríamos estar
en una sesión de fotos. Otra vez. Con Tam y Kaycee cerca, la estética es constante y
nunca decepciona.
—Le dije mis intenciones, pero no eran ni de lejos tan bonitas como las de Tam
—ronronea—. Prometí follarte el resto de nuestras vidas, y ponerte un anillo.
Joules resopla, y me pregunto qué clase de acuerdo habrán alcanzado. Kaycee
sabe que la tal Allison es la pareja de Joules. Incluso me llevó a su casa el otro día,
cuando fuimos a recoger un pedido de boba. Aparcamos al otro lado de la calle,
esperamos a que Allison saliera y la estudiamos durante un minuto.
Ninguno de los dos habló, y luego nos fuimos juntos y no se lo dijimos a Joules.
—¿Te das cuenta de que alguien podría estar grabando esto? —sugiere Tam,
mirando hacia las ramas del árbol. Quedan aproximadamente dos hojas amarillas, y
es espeluznante de alguna manera, como si la maldición supiera cuántas bobas hay
en nuestra cuenta atrás.
—Espero que sí —dice Kaycee, jugueteando con la manga de su top. Lleva las
trenzas negras enrolladas en la nuca y los labios pintados del rosa más escandaloso,
a juego con la falda—. Me ahorraría la molestia de una rueda de prensa.
Kaycee se aparta del árbol para agarrar el brazo de Joules; Tam me rodea con
sus brazos por detrás.
Los cuatro nos quedamos en silencio hasta que un dron se acerca zumbando
por encima de los árboles.
Esta vez, es Joules quien agarra la escopeta del tío Rob de la despensa cerrada
de la cocina. Sale a la terraza, apunta y hace volar la máquina por los aires. Cae en
nuestro jardín y, según la ley de Arkansas, ni siquiera tenemos que devolverla.
Eso parece una señal.
—Hora de irse —digo, y así es.
Ya es hora.
Me despido de la casa de mi infancia, recojo mi bolsa de lona —se la doy a
Tam— y sigo a Daniel hasta el exterior y bajo por el sendero acordonado que
atraviesa mi jardín. El aspersor se activa en cuanto salimos, y recuerdo que mi padre
dijo que el temporizador estaba estropeado y que se activaba a horas extrañas.
Los cuatro corremos y reímos, y nuestras ropas están empapadas cuando nos
deslizamos en la parte trasera del todoterreno. La puerta se cierra, cortando los
flashes de las cámaras y los gritos de los fans. Había una chica con un cartel en el que
se leía «¡Sudame, Tam!» No bromeo. Je. Por asqueroso que sea ese cartel, tengo que
admitir que ser sudada por Tam Eyre es...
—No lo hagas —me advierte Joules mientras Tam me arropa en el asiento
trasero. Se gira y me acerca la boca a la oreja.
—Cada vez que piensas en tener sexo conmigo, toda tu expresión cambia. No
soy la única persona que lo nota.
Me río porque no me importa, y él lo sabe. Dejé que le dijera a todo el mundo
que estábamos juntos, ¿no? En una conferencia de prensa.
Llevo bragas de marca Tambourine; y a él, una marca de mordisco en la cara
interna del muslo.
Yo y Tam Eyre, somos absolutamente una cosa.
Me inclino sobre él, bajo la ventanilla y tiro la tarjeta firmada que llevaba en el
bolsillo. Una chica la atrapa y sus ojos se abren de golpe. Jacob y Daniel me dicen
que cierre la ventanilla. Lynn se ríe desde su sitio en el suelo, entre las dos sillas del
capitán.
—Deja que Lake haga lo que quiera —dice Tam, pero la subo de todos modos,
me pongo a su lado y disfruto de la gloria de este momento único y perfecto.
Perfecto.
Esto es perfecto.
Todo va a salir bien.
CAPÍTULO SESENTA Y SIETE
TAM
Quedan 2 bobas hasta que muramos los dos... (el
mismo día)
Abro la puerta principal de mi casa y retrocedo, dejando que la familia de Lake
se derrame dentro. El cristal se cierra detrás de nosotros y todos los demás se
dispersan. No preguntan; solo empiezan a mirar a su alrededor.
—Lo siento, son así —explica Lake con una mueca, y yo le devuelvo la sonrisa.
—No me importa en absoluto. —Y no me importa. Cuando se trata de Lake y su
familia, no siento que estoy en exhibición. Soy una persona a la que juzgan por mi
comportamiento y poco más. Mi música es solo un extra para esta gente, y estoy aquí
por ello. Aprovecharon la comida y las comodidades del jet mientras Lake se
tumbaba con la cabeza en mi regazo y yo le acariciaba el cabello con los dedos.
Pasamos la mayor parte del vuelo mirándonos fijamente.
Cuanto más nos acercamos, más difícil se hace. Hago lo que puedo para
ignorarlo. Mis sentimientos por Lake no hacen más que crecer. Pero... ella no puede
obligarse a corresponderlos. No pasa nada. Estoy un poco asustado, pero está bien.
¿Vamos a morir mañana por la noche? Ni siquiera sé cómo procesar esa
información. Mañana a las once y veintitrés, y hemos terminado. Ya está. Menos de
veinticuatro horas a partir de ahora.
Son las once y cuarenta y dos de la noche.
—¿Segura que quieres que actúe mañana? —le vuelvo a preguntar a Lake, y
ella me lanza una mirada. Apenas puedo soportar la forma de esa camiseta de
Tambourines sobre sus pechos. El eslogan del club de fans, Cute, Confident & True to
Ourselves (Guapas, seguras de sí mismas y fieles a nosotras mismas), está impreso en
ella, y Lake no tarda en señalar lo cursi que es esa frase.
«Ya veo de dónde lo has sacado ahora, eso de “me gustan las chicas guapas que
saben ser fieles a sí mismas”. Muy buena, Sir Tom.»
Sonrío.
—Eres especial, Tam. El mundo te necesita. ¿Recuerdas a esa chica en tu
reunión? ¿La que dijo que tu música le salvó la vida? Mucha gente se siente sola y
busca un amigo. Tus canciones son como si les hablaras, y cuando vienen a tus
conciertos, te contestan. Si no apareces... —Lake inhala y se sacude las manos
(probablemente porque tiene los nudillos bastante magullados por haber noqueado
a esa influencer). No sabía que lo llevaba dentro. Mi pequeña Kayak es feroz como el
infierno—. Simplemente no puedes no aparecer.
—En eso tienes razón. —Extiendo mis manos—. Voy a aparecer porque va a
ser la mejor noche de nuestras vidas. El comienzo de la eternidad. —Subo las palmas
de mis manos por sus brazos, apretando sus codos, la parte superior de sus brazos.
Me inclino para besarla y me tomo mi tiempo. Hundo los dedos en las suaves ondas
verdes de su cabello (realmente es mi color favorito).
Esta vez saboreo azúcar moreno en sus labios y no puedo contener una risita.
—Mi novia sabe a té de burbujas. ¿Sabes cuánto me gusta eso? —susurro contra
su boca, acariciando su garganta con el pulgar, acariciando su lengua con la mía.
—Esta noche me quedo aquí —dice Daniel desde algún lugar de la zona del
salón, pero yo me limito a hacerle un gesto rápido con el pulgar hacia arriba, para
poder seguir besando a Lake. Jacob se burla en algún lugar a mi derecha, intentando
ser paciente porque al menos comprende que aquí todo el mundo cree en la
maldición excepto él y Daniel. Este breve silencio es su intento más desesperado de
ser sensible.
—Odio interrumpir una muestra tan conmovedora —empieza Jacob, y suspiro
mientras Lake sonríe. Me levanto y lo miro, pero no le suelto el cuello. No dejo de
acariciarle el pulso. Ella deja de sonreír y sus labios se entreabren en un suspiro
ahogado—. Pero hablemos de los plazos para mañana. El helicóptero vendrá a
recogerlos sobre las diez. La familia Frost será escoltada en vehículos separados
hasta el estadio, y todos recibirán un pase entre bastidores.
—Me parece estupendo —murmuro, pero ya he vuelto a mirar a Lake. Los dos
sabemos que probablemente deberíamos tomarnos el tiempo necesario para
asegurarnos de que cada miembro de su familia tiene una habitación elegida para
esta noche, pero es muy posible que subamos directamente.
Ninguno de los dos va a dormir, no creo.
—¿Todo el mundo tiene un pase entre bastidores? —reitera Jacob, pero lo
ignoro. No necesito repetirlo. Me alejo de Lake y entro en la cocina, acuclillándome
frente a la nevera de vinos. Escojo la cosecha más cara que tengo, y Jacob se atraganta
al oír el coste de seis cifras desde detrás de mí. Pero no dice nada. Sabe que esta
noche no estoy de humor—. ¿Todo el mundo?
Aprieto los dientes.
—Todos —repito en voz alta, girándome para ver a Lake revoloteando detrás
de Jake, con las manos en las caderas. Le está dirigiendo una mirada que él finge no
notar—. Ah, ¿y ya despediste a ese tipo, Leo?
—Tam Eyre, deja eso —me advierte Lake, y yo sonrío, sacando el corcho del
vino.
—Jake, todo está bien. Daré un gran espectáculo mañana por la noche. Ni
siquiera recordarás mis dos últimos conciertos. Yo me encargo. —Recojo una de las
bolsas de comida del mostrador, aún caliente, gracias a Maggie—. ¿Quieres buscar
unas copas para nosotros, cariño?
—Lo haré. —Lake recoge un par mientras Jacob suspira y murmura detrás de
nosotros. Lo dejamos abajo y huimos a mi dormitorio. Me gustaría que también fuera
el dormitorio de Lake. Si pudiera conseguir que lo pensara así.
Nos acomodamos en las almohadas con un suspiro, los dos apoyados en el
cabecero.
Sirvo el vino mientras ella sostiene las copas, y luego ambos nos relajamos en
silencio durante un rato, comiendo las hamburguesas y las patatas fritas que ha traído
Maggie.
—Si mañana te mudaras a esta habitación, ¿qué cambiarías? —Bebo un sorbo y
enarco una ceja. ¿Cuánto he pagado por este vino? Debe de haber sido una subasta
benéfica. Espero que así fuera. Esto sabe a dos cifras, no a seis.
—¿Asumiendo tu presupuesto? —pregunta Lake, pero yo me limito a sonreír.
Sabe que me muero por gastar dinero en ella. A Lake no le gusta, y lo entiendo. Si lo
compro todo, lo hago todo, también puedo llevármelo todo. Por eso quiero...
Lake se inclina y desliza la piedra en el bolsillo de mi sudadera. Me quedo
sentado con el vino en la mano, parpadeando sorprendido, y entonces giro la cabeza
de repente para mirarla. Tiene una sonrisita sexy en la cara, con la mirada fija en las
rodillas rotas de mis jeans en lugar de en mi cara.
—No me gustan las grandes bodas, pero podemos hacer algo pequeño en el
patio trasero. —Sus ojos marrones se levantan hacia los míos, sus largas pestañas se
extienden hacia sus cejas oscuras—. Lo que sí me gusta es el papeleo. Ya sabes... —
Lake se recuesta en las almohadas y bebe un trago de su propio vino.
Me pregunto qué dirá. ¿Sabe que perdimos la virginidad el uno con el otro, en
esta misma habitación, contra esa misma pared? O tal vez soy el único que piensa en
eso.
—¿Sabes...? —pregunto, porque no lo sé. Realmente quiero saberlo.
—Nunca he sabido lo que quería hacer como trabajo. Trabajar con mi familia
en la construcción. Conseguir un trabajo como esclavo de la inteligencia artificial en
alguna empresa tecnológica. Huir a los bosques y vivir como un ermitaño. Pero si de
verdad quieres que trabaje como tu mánager, me encantaría intentarlo.
Se me calientan las mejillas y vuelvo a dar un sorbo al vino. Uy. Se ha acabado.
Me sirvo un poco más, con el corazón palpitante.
Lake rebusca en la mesilla y saca otra cosa, metiéndosela en el bolsillo. No le
pregunto. Ya me lo dirá.
Vamos a morir mañana. Ni siquiera me importa porque estoy viviendo esta
fantasía con Lake, y voy a seguir viviéndola. Esto es el paraíso para mí. Un día con su
familia. Una noche solo con ella. Un concierto con el mundo, todos mis amigos
terrenales. Oh, y Dylan y Adam, también. Qué pena. Olvidé que eran estrellas
invitadas.
—Te daré un salario exagerado. Ya lo hago por mi madre y Jacob. Daniel
también. —Mis labios se mueven en los bordes—. Aunque te pagaría más a ti.
—Págate lo que más quieras, Tam. —Lake termina su vino y pide más en
silencio, tendiéndome su vaso. La lleno hasta el borde, y ella me ofrece una sonrisa
de invitación como agradecimiento—. Mañana por la noche, cuando volvamos aquí
después del concierto, empezaré mi lista. Pintura, nuevas lámparas, nuevas cortinas.
Tengo la sensación de que no has elegido ni una sola cosa aquí... Lo haremos juntos.
—En eso tienes razón. —Brindamos—. ¿Y... tienes algo que decir sobre mis
canciones? —Me rasco la sien, intentando ocultar la sonrisa—. Si alguna vez tienes
alguna aportación, entonces....
—Tam, llevo bragas de fanática que firmaste con un Sharpie. Creo que tu
música está muy bien. —Lake resopla en su vino, y entonces me río, y no puedo parar.
Eso es lo que me hace, esta chica.
—Espera, espera, espera. Cuando necesitabas seducirme, cuando tu vida
dependía literalmente de ello, ¿me dijiste que mi música era una mierda? Y ahora, ¿te
gusta?
—¡Mi vida aún depende de ello! —me grita, golpeándome con una almohada.
Lake derrama vino por todas las sábanas—. Mierda. Ah, bueno. Puede que mañana
estemos muertos, así que no tendré que lavarlas.
Ahí está, el humor negro. Lo tomo como una buena señal. Sin dejar de reír, le
robo a Lake la copa de la mano y la dejo en la mesilla junto al mío.
Vuelvo a besar su boca, lamiendo el borde solo para verla retorcerse.
—No te preocupes: me gusta lavar las sábanas. A veces incluso las cuelgo fuera
para que se sequen. Nunca meto los pañuelos de mi papá en la secadora.
—Eres muy raro —susurra, me pone la mano en la nuca y me besa. Así está
mejor. Nos deslizamos sobre las almohadas, mi cuerpo presiona el de Lake contra el
colchón, nuestras bocas trabajan lenta pero decididamente. Esta podría ser la última
sesión de besos que tengamos, y tiene que ser buena—. Vamos a la piscina,
desnudos. Tus águilas no tripuladas nos mantendrán a salvo, ¿verdad?
—Eres una mierdecilla sarcástica —le gruño, mordiéndole el labio inferior—.
Pero está bien: al final de la noche, haré que te comportes.
—Me encantaría ver cómo lo consigues, Sir Tom. —La recojo en mis brazos y
hace un sonido de sorpresa. Pero no es nada. No pesa tanto como cree, y yo soy
mucho más fuerte de lo que ella cree. Funciona.
Llevo a Lakelynn fuera y la dejo en el suelo. Me acerco al panel de la pared y
apago todas las luces exteriores. Menos luces significa menos posibilidades de que
nos graben. Pero aunque nos filmaran, ¿y qué? Esta es mi vida. Soy un adulto. Nadie
debería ser capaz de verme desde aquí a menos que se esté arrastrando.
Haré lo que me dé la gana, especialmente esta noche.
Incluso con la contaminación lumínica de la ciudad, hay estrellas visibles,
puntos de plata que guiñan el ojo.
Lake retrocede hacia la piscina y se quita los zapatos, los calcetines y los
pantalones cortos. Incluso se mete la mano bajo la camiseta, se desabrocha el
sujetador y hace una maniobra mágica que termina con el sujetador fuera, pero la
camiseta todavía puesta.
Cruzo los brazos y enarco una ceja ante su sonrisita traviesa.
Nunca sabrías que los dos estamos condenados a morir mañana.
Se me ocurre una idea: ¿y si la maldición no es real en absoluto? No importa. Eso
es mejor, en realidad. Entonces estaremos bien. Entonces seguiremos así durante
décadas. Quiero toda una vida pintada con los colores de Lakelynn Frost.
—Seguramente te estarás preguntando qué estoy haciendo —dice, desviando
la mirada hacia las luces de la ciudad. Contempla la expansión urbana durante un
momento antes de volverse hacia mí—. Todo tendrá sentido en un minuto.
—¿Lo hará ahora? —pregunto, bajando los brazos a los lados y empezando a
acercarme a ella. Retrocede y me preocupa que se caiga a la piscina por accidente.
Lake me sonríe, se da la vuelta y salta al agua mientras yo corro hacia el borde, listo
para saltar y salvarla si es necesario. Se levanta y se echa el cabello hacia atrás. No
es fácil ver aquí fuera, pero me hago a la idea de que una camiseta ajustada y mojada
me espera dentro de las cálidas aguas de la piscina—. Joder, Lake. Siempre consigues
sorprenderme.
Me arranco la ropa como si tuviera una bomba de relojería atada a ella y salto
al agua. Lake no puede contener un gritito cuando chapoteo a su lado, pero no
importa. Somos adultos. Esta es mi casa. Podría ser... me devolvió la roca, así que
pronto será nuestra casa.
Si alguien tiene un problema con esto, bueno. Ellos pueden lidiar con ello.
Salgo del agua y me retiro el cabello de la cara. Lake ya se ha acercado a los
bajíos, así que la sigo, consciente de que a medida que se acorta la distancia entre
nosotros, la tensión se retuerce y se tensa. Siento el corazón en la garganta cuando
mis pies tocan por fin el fondo de cemento.
Lake se ha arrinconado a propósito y yo voy hacia ella, poniendo las manos a
ambos lados. Mis dedos están tensos en el borde de azulejos a su derecha, el agua
corre por encima de los dedos de mi izquierda. Es una piscina infinita, por lo que el
agua corre por un lado y desemboca en un estanque decorativo que hay abajo.
—Estás... guapo —insinúa Lake, y yo alzo ambas cejas en respuesta—. Con la
luz de las estrellas y el cloro en el cabello.
Oh. Maldita sea.
—Me lo voy a robar para una de mis canciones. —Mi labio se tuerce y me
inclino para besarla. Lake se agacha bajo uno de mis brazos y se escapa nadando en
dirección a la orilla.
Hmm.
No pude disfrutar de esa camiseta, y la quiero.
Lo deseo tanto.
—¿Adónde crees que vas? —le pregunto.
Lake me ignora, nadando perezosamente en círculos sobre su espalda,
esperando. La persigo lentamente, moviéndome de una parte a otra de la piscina. Me
mantiene alerta, me obliga a esforzarme un poco más, a nadar un poco más rápido.
Incluso la sorprendo sacando algo del bolsillo de sus shorts desechados y metiéndolo
en el agua con nosotros.
Veinte minutos más o menos de juego y decido que quiero ganarlo.
Doy un fuerte braceo y atrapo a Lake contra el borde “perdido” del lado infinito
de la piscina. Ella está frente a mí, y yo tengo un brazo a cada lado, las manos
enroscadas sobre la pared de cristal que marca el borde de la ladera y la cascada
artificial que cae por debajo.
—Podría ser nuestra última noche en la Tierra, ¿y huyes de mí? —bromeo, pero
hay un gruñido en mis palabras. Agradezco que a Lake se le ponga la piel de gallina.
—No, definitivamente tendremos más noches en la Tierra. La única pregunta es
si nos convertiremos en tierra y viviremos nuestras próximas vidas como un arbusto
o pino o cualquier otra cosa que nuestra tierra sirva para alimentar. —Se encoge de
hombros, usando ese humor negro como escudo contra la maldición y todas las
preguntas profundas y aterradoras que ambos tenemos sobre el diseño del corazón
rojo manchado en su muñeca.
Miro hacia arriba, deseando tener un telescopio para poder ver la nebulosa del
corazón. Había uno en casa de sus padres, pero no se me ocurrió usarlo mientras
estuve allí. Y ahora...
—Oye. —Mi voz es baja, un susurro tierno que hace temblar a Lake. Se echa los
brazos sobre el pecho, ocultando la seducción que es una camiseta blanca de
Tambourine mojada y sin sujetador. Me agacho con mucho cuidado y la desenredo
de sí misma, deseando haber dejado las luces de la piscina encendidas para poder
ver mejor. Aun así, aunque no puedo ver la forma de sus pezones rosados bajo la tela,
puedo ver sus puntas, la dureza que es también una petición silenciosa. Le rozo uno
con el pulgar y jadea—. Háblame.
—Tam, tengo un secreto —dice Lake en voz tan baja que casi se pierde en el
ruido del agua a sus espaldas. Me mira, el paisaje urbano centellea aún más que la
tenue capa de estrellas que hay sobre ella—. ¿Puedo contártelo?
—Puedes contarme cualquier cosa, en cualquier momento y en cualquier lugar.
Te prometo que siempre te escucharé, que si me siento enfadado, molesto o herido,
siempre tendré la cortesía de escucharte. Que si necesito un minuto, me lo tomaré
antes de responder. Así, solo oirás mis palabras y no solo mis reacciones o mis
emociones.
Lake me mira como si no se lo esperara. Quizá yo tampoco, pero si te queda
menos de un día de vida y no puedes ser honesto, ¿cuándo vas a serlo? Mi carrera es
una bendición, de verdad. Es literalmente un milagro, ¿no? Pero viene con un montón
de mentirosos, y una montaña de mierda, y demasiados problemas de confianza.
No tendré eso con Lake. Una cosa preciosa que es mía, esta honestidad entre
nosotros.
—Suenan como votos matrimoniales, Tam. Quizá deberías escribirlos. —Lake
se apoya en la pared a la altura de la cintura mientras yo me inclino hacia ella—. O
escribir una canción con...
—No. —Pongo mi mano a un lado de su cara, acaricio su labio inferior besado
por el agua con el pulgar. Cada gota es como una bendición, algo que limpiar y luego
saborear. Me llevo el pulgar directamente a la boca y lamo el cloro y un poco de boba
de azúcar moreno de mi piel—. Esas palabras eran solo para ti. Ahora, cuéntame tu
secreto.
Tomo su pecho derecho con la mano, amasando la tela de la camiseta y frotando
suavemente sobre su pezón.
—Yo... mierda, deja eso. —Me detengo, y ella hace un sonido de frustración—
. No importa. No pares. Solo quería decirte esto: Ya no tengo miedo, Tam. No tengo
miedo. Solo estoy aquí contigo esta noche. Eso es todo. Tú y yo. No me importa la
maldición o lo que hará o no hará.
Exhalo y la beso.
Sostengo su cara y la beso con todo el sentimiento que esta noche merece. Un
principio y un final, todo en uno.
—Dios, te amo —le digo contra su boca, luchando por encontrar algún
equilibrio entre hablar y besar. La mayoría de las veces, son palabras confusas, y hay
lengua, y sus suaves suspiros que acentúan los sonidos nocturnos propios de vivir en
diez acres en medio de la ciudad. El susurro de las hojas, el chapoteo del agua, el
zumbido lejano del tráfico—. Te quiero en esta piscina, en esta camiseta, en mi casa,
en mi vida.
Levanto a Lake para que se siente en el borde de la gruesa pared de cristal.
Tiene unos diez centímetros de ancho, lo suficiente para que se pose, pero también
lo bastante para que se aferre a mí. Sus manos están sobre mis hombros, y no soy el
único aquí fuera con cloro y polvo de estrellas en el cabello.
—Quiero quedarme despierta toda la noche, y comer mucho helado, y ver salir
el sol por las colinas —me dice, y yo asiento con la cabeza porque es lo único que
puedo hacer. Me he quedado sin voz. Recojo su cabello mojado en un puño y la beso
con sonidos ásperos y hambrientos, con el brazo izquierdo rodeando su cintura.
Me encanta sentir sus pezones duros contra mi pecho, la camiseta de algodón
húmedo como una barrera entre nosotros que exige ser rota. No voy a dejar de
besarla para quitarle la camiseta, así que le suelto el cabello el tiempo suficiente para
empujarla hacia arriba y sobre la generosa protuberancia de su pecho. Grande,
suave, lleno. Podría decir algo lascivo como: joder, tienes unas tetas preciosas. Podría
decir algo suave como ¿tienes idea de lo hermosa que eres? Por fuera. Adentro. Lake
es bonita por todas partes.
No digo nada con mis palabras y todo con mi boca y mis manos.
Lake entabla conversación silenciosa a su vez, con los muslos pálidos abiertos
a mi alrededor, sus bragas de algodón rozándome el bajo vientre. Me la voy a follar
aquí mismo, en el derrame de agua, con la arenosa Los Ángeles como lejano telón de
fondo y la obscena riqueza de Beverly Hills envolviéndonos. Voy a follármela tal y
como me pidió, y luego comeremos helado, y luego haremos el amor en nuestra
cama.
Mi mano se sumerge entre nosotros, un solo nudillo roza ese coño hinchado a
través del algodón húmedo de las bragas que firmé con un Sharpie, que Lake encargó
en un kit de merchandising porque se ha enamorado de cada parte de mí. Thomas.
Tam. De mí. El artista. El gruñón. El cantante. Todo ello.
Eso creo.
Creo que está enamorada de mí, y sé que yo estoy enamorado de ella.
Si la maldición no se ha roto, entonces el problema es la magia. Está atascada,
atrapada o retrasada.
Hacemos nuestra propia magia en la piscina con la única compañía de la cálida
brisa.
Engancho el dedo en el borde de las bragas de Lake y acaricio su cuerpo
desnudo por debajo. Mueve las caderas contra mi mano, con el clítoris hinchado y un
brillo en los pliegues que no es del agua. Si vamos a hacerlo aquí, primero necesito
que esté bien resbaladiza.
—Eh —susurra, y me pone en la mano una botellita de cristal. Debe de ser lo
que recogió antes de sus shorts, lo que sacó del cajón de la mesilla. Lo miro, pero está
demasiado oscuro para leerlo—. Lubricante a base de aceite con un poco de CBD.
Oh, mierda. Estoy estupefacto, lunático, enamorado. Todo tipo de emociones.
Mantengo la botella apretada en la palma de la mano y vuelvo a rodearla con
el brazo.
Lake me toca por todas partes, saboreando la anchura de mis hombros, la curva
de mis bíceps, la definición de mi pecho y mi vientre. Hacer ejercicio forma parte de
mi trabajo. Siempre lo será. Me alegro de que a ella le guste. ¿Y a mí? Me gusta su
suavidad, su forma femenina, el volumen y la pesadez de sus pechos. Cuando esos
pensamientos llegan a mi cerebro, mi cuerpo reacciona y mi brazo se tensa
posesivamente alrededor de su cintura.
—Ven aquí. —Arrastro a Lake hasta el borde del muro, la giro y la inclino sobre
él. Sus pies no tocan el suelo, pero el agua lo compensa. Ella tiene la pared como
apoyo, mi brazo alrededor de su cintura, y el otro tirando de sus bragas por el culo.
Las bajo hasta la mitad del muslo y las dejo ahí. Lake no podrá abrir los muslos,
pero no importa. Me subo a horcajadas sobre sus piernas cerradas y tuerzo con los
dientes la tapa del frasco de lubricante. Ni siquiera me importa cuánto usemos o si
entra en el agua. Nada importa. Vuelco torpemente el frasco en la misma palma que
lo sujeta y dejo que se derrame sobre mí.
Tiro la botella a un lado.
Podría ser un escándalo, si el chico de la piscina encuentra nuestra botella de
lubricante flotando aquí.
No me importa.
Me froto los dedos, untándolos con el aceite de olor dulce, y luego los sumerjo
en el agua y, lo que es más importante, en Lakelynn. Se produce un agradable y
resbaladizo movimiento lateral seguido de su jadeo de necesidad. Cierro los ojos y
saboreo el apretón y el tirón de sus músculos internos, extendiendo el lubricante con
cada embestida. Puede que no dure mucho, pero será suficiente.
Primero un polvo. Luego helado. Hacer el amor.
Esos son mis únicos planes para la noche.
Abro los ojos para contemplar el movimiento y el contoneo de su cuerpo,
retirando los dedos de su núcleo ávido. Cuando me introduzco en su calor expectante,
está húmeda, preparada y gimiendo, con las manos aferradas a la pared de cristal
como apoyo. El agua se precipita sobre sus dedos y ella se agarra con fuerza en
respuesta a mi primera embestida. Mis caderas aprisionan las suyas contra la misma
pared, con las piernas atrapadas por sus propias bragas.
Le pongo una mano en el hombro, la otra le sujeta la cintura, y me la cojo contra
esa gruesa pared de cristal. Una parte de mí desearía estar en el suelo, abajo, junto
al estanque, y mirar hacia arriba. ¿Qué vería desde allí abajo? Su cara, los ojos
cerrados y los labios entreabiertos, el cuello pálido y curvado en la oscuridad.
¿Podría ver a través del cristal la ropa interior que mantiene sus muslos cerrados?
¿Sus pies que no llegan a tocar el suelo?
La vista desde aquí también es perfecta. La forma de su espalda. La humedad
de su cabello. La camiseta arrugada sobre sus tetas. Son regordetas y cuelgan sobre
el borde, rebotando con cada empujón. Oh, apuesto a que sería una buena vista desde
abajo, también. La mejor.
—Una chica tan buena para mí, Lake. Siempre. ¿No te dije que haría que te
portaras bien? —Mis palabras son susurros ásperos y cachondos, nada que quisiera
que nadie más oyera. Esto es entre nosotros. Me alegro de que Joules pagara a sus
primas para golpear a esa chica Chloe. Ella trató de robar esta energía y dársela al
mundo. Es solo para mí y Lake. Solo Lake y yo.
Ni siquiera puede responderme. Todo lo que puede hacer es jadear y aferrarse
a esa pared, arañar el cristal mojado y la cascada que no se puede agarrar. Fuerte,
rápido, profundo. Puedo meter todo mi cuerpo dentro del suyo, sentir sus crestas y
su deslizamiento, la fuerza de su cuerpo femenino, la bendición que supone que lo
comparta conmigo.
—Tam. —Es solo mi nombre, que se desliza casi accidentalmente de sus labios.
Pero bien podría ser la primera palabra del hechizo que estamos tejiendo juntos.
—Kayak —le digo, y ella casi se ríe, pero entonces su cuerpo se tensa, aprieto
los dientes y me pongo más duro. Más fuerte. La follo hasta que me suplica que pare,
y me quedo totalmente quieto, dejándola que recupere el aliento, que se relaje.
—Fuerte, rápido, profundo. —Las palabras de Lake me llevan al límite, y
movimientos rápidos y salvajes de mis caderas me llevan el resto del camino. Cuando
gira la cabeza para mirar por encima del hombro y veo su perfil contra las luces de la
ciudad, es cuando me corro. Me pierdo en su cuerpo, en su presencia y en su olor. El
clímax llega con una opresión en mis pelotas, en el bombeo inconsciente de mi pene.
Me derramo, me libero.
Me inclino sobre ella, apoyando una mano en la pared junto a la suya. Respirar.
Desenrollarme. Hay una claridad brillante que capto y a la que me aferro. Aprieto los
labios contra su mejilla y salgo de ella con cuidado, la ayudo a llegar al borde de la
piscina y la levanto para que se siente en el borde. Aún tiene las bragas enredadas
en las piernas y la camiseta solo le cubre uno de los pechos.
Le muerdo la mandíbula mientras pienso en todos los trucos que voy a utilizar
para conseguir que suba a buscarme. Nos iremos conociendo y cada vez será más
fácil, pienso.
—¿De dónde has sacado ese lubricante? —le pregunto, y ella emite un
pequeño sonido, levantando la mano para bajarse la camiseta. Al ver esa tela pesada
y húmeda que se amolda a su suave cuerpo, me pregunto si no deberíamos hacer el
segundo asalto aquí mismo, en el patio.
—Le envié un mensaje a Maggie y le pregunté si... Bueno, hice que entregaran
la caja aquí y lo único que hice fue preguntarle si podía ponerla en la mesita de noche.
No pensé que ella la abriría y sacaría la botella del paquete.
La miro bien, y aunque está oscuro, creo que Lake se está sonrojando. Pecas y
rubor. Soy rehén de esas cosas. Soy prisionero de la forma de esa boca. Soy cautivo
de la forma en que su cabello se pega a su frente.
—También le he mandado un mensaje a Maggie —añado, una sonrisa se
apodera de mis labios—. ¿Quieres ver lo que he pedido?
CAPÍTULO SESENTA Y OCHO
LAKE
Queda 1 solo boba hasta que muramos los dos...
(porque ya es más de medianoche)
Tam me lleva de la mano a la cocina y abre un extraño cajón que hay en la isla.
Dentro hay seis pintas de helado de colores brillantes. Cada una tiene un diseño
adorable, fresas sonrientes y tabletas de chocolate con grandes ojos y largas
pestañas. Muy lindos.
—Helado de boba —me dice Tam, sonando demasiado satisfecho de sí mismo.
Siempre suena así, y acostarse conmigo en su piscina no ha hecho nada por disminuir
su descarada confianza.
Escojo una de las pintas y la estudio.
—Técnicamente, no se puede poner boba en el helado porque las bolas de
tapioca se endurecen como piedras. Esto se hace con bolas de harina de arroz
glutinoso, que son básicamente mochi... —Tam me interrumpe con un beso, y yo
sonrío contra su boca—. Pero me encanta, joder. Solo quería ponerme técnica contigo
un momento.
—Ponte técnica conmigo con un helado y un paseo —dice, y nos trae ropa a los
dos para que demos un paseo por su propiedad con cucharas y helado y silencio de
compañía—. Ahí es donde vive Tyler, el tipo del águila. —Tam señala la casita y la
dependencia que hay junto a ella—. El cuidador vive por allí. —Mueve el brazo en
otra dirección, más allá de un grupo de palmeras.
Percibo ojos sobre nosotros, e intento no pensar que quizá Daniel nos esté
siguiendo y también que nos vio juntos en la piscina. Por favor, dime que no. Pero la
realidad es que cuando estoy con Tam, siempre puede haber alguien o varios en los
límites de nuestra intimidad, espiando más allá de la burbuja íntima de la que nos
rodeamos.
Tomo otro bocado de helado, y es increíblemente masticable y chocolatoso, y
estoy enamorada de él.
—Puede que no sea boba de verdad, pero es básicamente boba, y estoy
obsesionada. —Se me calientan las mejillas al darle otro mordisco, y entonces le lanzo
a Tam una mirada entrecerrada que él me devuelve con una sonrisita alegre.
—No te preocupes: no contaremos esto como nuestra boba del día. Haremos
que Maggie traiga suficiente para todo el personal, y para toda tu familia, y todos
beberemos boba entre bastidores. —Tam da un mordisco a su propio helado, la dieta
dejada de lado en favor del carpe diem.
Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, la brisa le despeina el cabello ya
despeinado. Lleva una sudadera con capucha de Tambourines y pantalones de
chándal. Yo llevo casi lo mismo, con I Heart Tam estampado en el culo. Me quedo de
pie, comiendo helado mientras lo estudio. Él tiene su propio helado en la mano y
disfruta de la cálida noche con una sonrisa en la cara.
Cuando baja la barbilla y se gira para mirarme, suspiro. Suspiro mucho con
Tam, y él ya no tiene que hacer mucho para que suspire. Lo sabe. Levanta el borde
del labio y se pasa la lengua por el interior de la mejilla.
—Compremos un perro —dice al azar, y yo inclino la cabeza hacia un lado,
confundida, chupando chocolate del extremo de mi cuchara—. Siempre he querido
tener un perro, pero viajo demasiado. Solo que... si estuvieras conmigo, tal vez
podríamos arreglárnoslas.
—¿Un perro pequeño? —le pregunto, poniéndolo a prueba. Nunca habíamos
tenido esta discusión sobre razas de perros. Esto podría hacer o deshacer nuestra
floreciente relación—. Nada de pomeranias.
Tam parece ofendido, me mira de arriba abajo y luego pasa su propia lengua
por el borde de la cuchara. Lame la fresa del metal como si estuviera dándole oral a
los cubiertos. Dios mío. Me mantengo fuerte, raspando los dientes sobre el siguiente
bocado de helado. Tam contraataca sacando una porción extragrande de fresa para
poder besuquearse con ella. Al menos, eso es lo que parece. Nunca antes había
sentido celos de un helado. Esto es algo nuevo para mí.
—¿Qué tienen de malo los pomeranias? —pregunta desconfiado, y yo me
encojo de hombros.
—Me gustan los perros de trabajo. Border collies, Aussies, heelers. Dame un
perro con trabajo.
—Los pomeranias tienen trabajo: ser lindos. —Tam me mira a los ojos mientras
se pasa la lengua por el helado—. Pero podemos tener el perro que quieras, siempre
que creas que puedes manejarlo mientras trabajo.
—Oh. —Hago un gesto con la cuchara, como si fuera una exclamación, y tiro
accidentalmente una cucharada de helado de chocolate sobre la sudadera blanca de
Tam. Él se limita a mirarla, viendo cómo resbala y cae al suelo a sus pies. Uy. Vuelve
a comerse el helado, con una sonrisita en la cara que me dice que a lo mejor le
parezco guapa. Me sonrojo, pero sigo hablando—. Podríamos comprar un border
collie y que corriera con nosotros por las mañanas.
Tam me mira.
—Solo podemos correr al aire libre cuando estamos aquí. La mayoría de las
veces, en las cintas de correr de los gimnasios de los hoteles. —Debe de notar la
expresión cabizbaja de mi cara porque hace una rápida corrección de rumbo—.
Podríamos llevarlo juntos a clases de pastoreo.
—¿Clases de pastoreo? —Hago ademán de mirar a mi alrededor. Estamos en...
Los Ángeles—. ¿Eso existe? Y si lo es, ciertamente no tienen ninguna aquí.
—Eso es lo bonito de viajar por el país. —Tam me da golpecitos en la frente
con su cuchara caliente y lamida—. En Oregón. O Arkansas. O donde sea.
—¿Y cuando viajemos al extranjero? —replico, y juro por el espíritu de Joe que
mi marca de maldición está ardiendo. De repente, las estrellas parecen más brillantes
y me emociono demasiado. Ya está, ¿verdad? La maldición se está rompiendo. Doy
un paso adelante y agarro la sudadera de Tam con un solo puño. La otra mano está un
poco ocupada con el envase del helado—. No podemos llevarnos al perro, ¿verdad?
—Depende del país. Si tenemos los papeles en regla y quizá una cuarentena,
entonces sí. Si no... contrataremos a una niñera para perros. Puedo permitirme ese
tipo de cosas, ya sabes.
Me pongo de puntillas y beso a Tam lo bastante fuerte como para magullar
nuestras bocas.
Nos besamos y volvemos dando tumbos hacia la casa, manchándonos de
helado. Tiramos las pintas en el fregadero y subimos juntos, nos despojamos de la
ropa y nos metemos en la cama con nada más que nuestra propia piel entre un par de
corazones que laten salvajemente.
La marca sigue ardiendo contra mi piel, tan caliente que Tam sisea de dolor
cuando mi muñeca toca su piel.
—¿Qué demonios? —susurra, tomándome la mano y frotando con el pulgar el
diseño—. Está ardiendo.
—Está ardiendo —le digo con una sonrisa, y me pregunto si este es el comienzo
del proceso sobre el que mis estúpidos parientes se niegan a escribir. Ya estoy
escribiendo las palabras en mi mente. Cuando la maldición está a punto de romperse,
puede que estén hablando de perros, pero lo que realmente están haciendo es planear
una vida juntos. La marca arderá tanto que fantasearás con cortártela. No te preocupes.
Es normal. Además, puede que veas estrellas. Muchas estrellas.
Puedo verlas ahora mismo, esparcidas por la habitación, puntos plateados que
parpadean y centellean.
Tam deja caer su boca sobre la mía, y yo me agarro a él, ambos maldiciendo
entre beso y beso por el calor de la marca. Puedo sentir los latidos de su corazón, tan
frenéticos y excitados como los míos, mientras nos deslizamos el uno en el otro como
piezas de un rompecabezas. De bordes afilados. Bordes extraños. Formas extrañas.
Cómo encajamos, no tiene mucho sentido. El universo es tan vasto que parece
imposible que hayamos encontrado nuestro camino hasta este momento, esta noche,
este espacio en las oscuras y frescas sombras de una habitación con aire
acondicionado.
Sus manos recorren mi piel enfebrecida, las palmas me suben por la cintura,
los dedos son suaves y luego posesivos y luego hambrientos sobre mis pechos. Su
mano derecha vuelve a bajar, rozando mi cadera. Hay una luz nocturna en la pared, a
nuestro lado, que apenas ilumina. Así no puedo ver el verde de los ojos de Tam, solo
sombras de una expresión y un sentido de lo correcto.
Me mire como me mire, me siento bien. Me muevo por esa mirada, levantando
las caderas para animar a las suyas a empujar hacia delante. Me cree. Ha creído en mí
durante mucho tiempo. Aprieto contra él hasta que Tam se ríe y baja la cabeza,
enterrando la cara en mi cuello. Como ha creído en mí, no me importa hacer todo el
trabajo esta noche.
—Eres tan ansiosa, Kayak —susurra Tam, y yo me río entre dientes. Él gruñe.
Eso me hace reír más, y entonces se levanta y pone la mano en el cabecero. Lo agarra.
Me mira fijamente a través de la penumbra—. ¿Tanto te gusta estar conmigo?
—Sí. —No estoy avergonzada. No me avergüenzo. Estoy disfrutando de este
momento. Soy feliz aquí con Tam. Siempre soy más feliz con Tam. Es alguien que no
sabía que necesitaba, pero ahora no puedo imaginar vivir sin él—. Lo hago.
No puedo ver su cara a través de las estrellas que llenan mi visión, pero no me
preocupa.
¿Qué escribió mi prima segunda en su diario?
Romper la maldición es como escuchar tu canción favorita por primera vez. Es
como leer tu libro favorito por primera vez. Esto es lo que añadiré a mi diario: es como
envolverte en el alma de alguien con quien quieres crecer, con quien quieres
experimentar la vida, que te hace tener menos miedo al cambio o a las arrugas o a morir.
Tam nos da la vuelta y yo suelto una carcajada salvaje que le hace gemir debajo
de mí.
—Deja de hacer eso —bromea con sus grandes manos sobre mis caderas
desnudas. Mientras parpadeo en medio de una alucinación de constelación inducida
por una maldición, lo veo tumbado debajo de mí en la oscuridad. Su cabello rubio
fresa está ribeteado con un poco del resplandor de la luz nocturna, su expresión es
curiosa y esperanzada, pero intensa.
Recorro su pecho desnudo con las palmas de las manos, y el foco de sus rasgos
ensombrecidos se tensa, se retuerce, encuentra el centro de mi alma y también de mi
cuerpo.
—Muéstrame, Lake. Demuéstrame que te gusta eso. —Las palabras de Tam
están empañadas de deseo, de una sed de conexión que todos sentimos. Incluso un
ídolo. Incluso una superestrella. Incluso alguien con cientos de millones de
seguidores y ningún amigo de verdad.
Me inclino y le susurro en la oscuridad.
—Te demostraré con mi cuerpo que me gustas como hombre, y te demostraré
con mi corazón que te quiero como amigo. —Vuelvo a sentarme, recogiéndome el
cabello y pasándomelo por encima del hombro. Algo en ese movimiento, o tal vez las
palabras desnudas que acaban de salir de mi boca, hace que Tam gima. Empuja hacia
arriba y yo suelto un mini grito sorprendida, clavando los dedos en su piel ardiente.
Tam está enterrado tan profundo dentro de mí como puede llegar, y es lo
suficientemente fuerte como para que si quiere apoderarse y controlar nuestra
fricción compartida, sin duda puede hacerlo.
—Shh. —Pongo la palma de la mano sobre su pecho, cerrando los ojos para
sentir los latidos de su corazón contra mi piel—. Yo me encargo.
Giro las caderas sobre él y emite un sonido que me indica que le gusta el
movimiento.
—Sí, así —exclama, apretándome las caderas con las manos y apretándome
contra él. Me balanceo hacia delante, frotando la perla hinchada de mi clítoris contra
su cuerpo. El placer me recorre y me estremezco. Es la primera vez que lo hacemos
así, porque Tam es un poco salvaje, un poco sucio. Me agarra siempre que puede, me
lleva donde quiere, y sabe que me encanta porque yo se lo digo.
Abro los ojos y veo que los suyos están entrecerrados, con los párpados caídos
por el placer. Una sonrisa traviesa tiñe mis labios, y entonces giro mis caderas en un
pequeño círculo, frotando su cuerpo contra el interior del mío.
Tam maldice maravillosamente, una retahíla de epítetos coloridos que me
hacen reír incluso mientras me elevo sobre las rodillas y luego vuelvo a deslizarme
hacia abajo. Es lo suficientemente lento como para que incluso yo sude un poco.
Vuelvo a hacerlo. Vuelvo a hacerlo. Esta vez Tam me agarra de la pelvis y me atrae
hacia él, y los dos gruñimos.
Las estrellas siguen ahí, titilando a mi alrededor, y la marca de la maldición es
tan brillante que proyecta un resplandor rojo sobre nuestros cuerpos desnudos. La
piel pálida se vuelve carmesí, mi muñeca ribeteada de oro venenoso. Oh. Es bonito.
Sigo odiándolo, pero es etéreo.
Magia.
Estamos experimentando magia.
Y es algo más que la maldición. Somos Tam y yo. Es encontrar a alguien que te
hace reír, que te hace gemir, que te hace sonreír, que te da un pañuelo cuando lloras,
que te cree cuando el resto del mundo está en tu contra.
Me inclino para besarlo, y estamos tan mojados juntos que se desliza fuera de
mí. Sus manos se deslizan por mi espina dorsal y me devuelve el beso como si nos
quedaran un millón de bobas. Como si nuestra vida fuera una tienda de boba, y no se
redujera a una sola perla de tapioca.
Me río un poco cuando Tam me pasa una mano por la mejilla y me retuerce el
cabello.
Bajo la mano entre los dos y lo coloco fuera de mí. La cabeza de su polla rozando
mi clítoris, mis pliegues masajeando su eje. Esta vez, es mi turno. Agarro a Tam por
las muñecas y lo inmovilizo contra la cama.
Al principio se ríe, pero esos sonidos se convierten rápidamente en gemidos
cuando froto, froto y froto. Estamos calientes y resbaladizos, y la fricción es buena. Es
muy buena. Es bueno. Es... es... es...
Me muevo salvajemente, por instinto, casi contra mi propia voluntad. Me
muerdo el labio, cierro los ojos y me meto los dedos con fuerza.
—Puta madre —respira Tam, y entonces desliza uno de sus grandes dedos
junto a dos de los míos.
Llego al clímax con tanta fuerza que me ahogo en mi propia respiración, en las
estrellas, en el calor de la marca de la maldición que me abrasa la muñeca. Mi cabeza
cae sobre el hombro de Tam y ambos retiramos las manos. Me acaricia la espalda y
me susurra al oído cosas tranquilizadoras que apenas puedo oír por encima de mis
propios jadeos.
—Ha sido lo más excitante que he visto en mi vida —me dice, y sus palabras
resuenan con toda su crudeza. Levanto la cara para mirarlo fijamente y luego aprieto
la mandíbula con determinación. Vuelvo a colocar a Tam justo donde estaba, fuera de
mí, y aprieto contra él hasta que se agarra a las sábanas en un esfuerzo por no darme
la vuelta y follarme.
—Quédate ahí y veré lo más caliente que he visto en mi vida. —Me muevo
sobre Tam y, cuando creo que está a punto, me siento para ver cómo se corre sobre
su estómago y su pecho. Los sonidos que emite son ininteligibles pero hermosos, una
canción que canta solo para mí.
Me vuelvo a colocar sobre sus muslos para poder estudiarlo: su pene se agita
un poco, un brazo le cubre la cara y sus abdominales tensos son la prueba de su
placer. Sonrío de nuevo, me bajo de él y le tiendo la mano.
—Vamos. Me toca limpiarte.
—Ni de broma. Yo soy el gruñón mandón, y tú eres el sol que acojo en mis
manos. —Se quita el brazo de la cara y se sienta. Nunca he visto un espectáculo más
hermoso que Tam Eyre, recién follado y húmedo por el esfuerzo, sonriéndome en la
oscuridad del dormitorio que vamos a compartir.
Ignoro el calor de la marca de la maldición mientras mantengo la mano
extendida, y él suspira con resignación juguetona al tomarla. Entramos tomados de la
mano en el cuarto de baño, y yo me apoyo en la pared mientras él abre la ducha y se
mete cuando el agua aún está fría.
Cuando se calienta, me uno a él y me sujeta en brazos.
—Más vino y más helado —insisto, y él asiente contra mi cabello.
Aun así, veo estrellas. A nuestro alrededor. Un marco de ellas.
Vete a la mierda, estúpida maldición. No puedes quitarnos nada de esto.
Cuando salimos de la ducha, dejo que Tam me seque, y su mano me alborota
el cabello mojado mientras me seca con la toalla. Nos ponemos camisetas y bóxers
(todas las prendas son suyas) y bajamos a tomar un vino más caro y un helado de boba
que en realidad es helado de mochi.
Juntos, nos sentamos en el borde de la piscina hasta que el calor y la energía
entre nosotros toman el control. Volvemos al dormitorio. Desnudez y fricción. Y luego,
accidentalmente, el sueño.
Se supone que tenemos que ver el amanecer, pero nos quedamos dormidos.
Nos lo perdemos.
Nos perdemos ese último amanecer, pero no importa porque estoy convencida
de que cuando despierte, la maldición se habrá roto.
¿Cómo no, después de una noche así?
CAPÍTULO SESENTA Y NUEVE
LAKE
Quedan 0 bobas hasta que muramos los dos...
puede que me beba uno hoy, pero esto es todo... el
último día...
Soy la primera en despertarme, estirándome y sonriendo al volver en mí. Suena
la alarma de mi teléfono, una de las canciones de Tam que me devuelve al mundo de
los vivos. La apago, bostezo de nuevo y me miro la muñeca.
La marca de la maldición sigue ahí.
Sigue ahí.
—¿Es hora de levantarse? —Tam murmura en su almohada, pero no puedo
responderle. Porque anoche mentí. Okey, de acuerdo, no mentí cuando dije que ya
no tenía miedo. En ese espacio, en la oscuridad y en mi propia alegría egoísta, no
sentí miedo en absoluto.
¿Pero ahora?
Me tiembla todo el cuerpo y se me corta la respiración, y es entonces cuando
Tam se da la vuelta para ver cómo estoy.
—Lakelynn Frost, no vayas por ahí —gruñe, envolviéndome en sus brazos y
atrayéndome contra él. Me mete la cabeza bajo la barbilla mientras yo me agarro a él
y me dejo llevar.
Lloro sobre el pecho desnudo de Tam y pienso en su muerte, pero no puedo. Si
fuera solo a mí a quien se llevara la maldición, podría soportarlo. Estaría asustada,
pero no así. No así. Entiendo a Joe de repente, la forma en que el nombre de Marla
fue la última palabra que pronunció. Estaré llamando a Tam si sucede. Estaré
preocupada por Tam.
—¡Nos perdimos el amanecer! —le digo, empujando un poco hacia atrás.
Tengo pánico. ¿No tiene miedo? Busco miedo en su cara, pero lo único que veo en la
expresión de Tam Eyre es preocupación por mí—. Tam, nos lo hemos perdido.
—Lo veremos juntos mañana. —Está muy serio. Inquebrantable. Le agarro la
cara y aprieto mi frente contra la suya. Al hacerlo, le toco el pecho con la palma de la
mano y noto la verdad: él también tiene miedo. Está fingiendo para mí, pero está tan
aterrorizado como yo.
¿Cómo está pasando esto? Nos amamos, y la estúpida maldición no está
recibiendo el memo. Está rota. La magia que ha torcido el destino de mi familia
durante siglos está torcida y atascada. Seremos la primera pareja en ir a la tumba
estando enamorados el uno del otro.
Una llamada a la puerta es un extraño y prosaico recordatorio de que, aunque
Tam y yo estemos en plena crisis, el mundo sigue girando. Espero que sea Jacob.
—Pónganse decentes porque voy a entrar ahí. —Es Joules.
Es Joules. Oh, Joules.
Respiro contra el pecho de Tam y controlo mis emociones. Mi familia también
está sufriendo hoy. Peor que yo. Lo sé porque yo estaba allí cuando Joe murió. Habría
ocupado su lugar sin pensarlo. Habría sido más feliz sabiendo que estaba con la
familia, aunque yo no estuviera.
Joules es el que se romperá si yo muero. Tam se irá junto a mí, a donde quiera
que vaya la gente cuando muere. ¿Pero Joules? Él se quedará aquí. Se quedará aquí
solo, y eso es mucho más difícil de comprender para mí.
Tam me besa en la frente, nos levantamos y nos ponemos la ropa que tenemos
más a mano. Llevo los calzoncillos de Tam y un pijama de franela que me traje de
casa. Él lleva... jeans. Ya está. Además, lleva el botón desabrochado y, cuando abro
las cortinas, miro hacia atrás y veo que tiene la cabeza echada hacia atrás y los dedos
en el cabello, como si estuviera posando.
Solo que no lo está.
Está molesto.
Está enfadado, pero intenta no estarlo.
—Pasa —llama Tam, pero cuando baja la barbilla y abre los ojos, es a mí a quien
mira fijamente. Joules entra con Kaycee pisándole los talones. Es un poco raro,
tenerlos en la habitación donde Tam y yo... Pero no puedo disfrutar de este momento
de vergüenza porque la maldición también está metiendo sus dedos en eso.
Sacudo las manos y deseo que la maldición sea otro influencer al que pueda
golpear.
—¿Y bien? —pregunta Joules, sonando a la vez molesto y desesperado. Cuando
lo miro, nos comunicamos en perfecto silencio.
Su inhalación áspera. Por favor, Lake. Necesito esta victoria.
Yo, girando la muñeca. Él, cerrando los ojos. Apretando los puños. Luchando y
respirando con dificultad.
Joules vuelve a abrir los ojos para mirarme mientras Tam y Kaycee esperan en
paciente silencio a ambos lados de mi hermano.
—Todavía vamos a ir al concierto, ¿verdad? —Joules pregunta
despreocupadamente, como si no pasara nada. También hicimos esto con Joe,
actuamos como si no fuera gran cosa por la mañana. A medida que pasaban las horas,
nos íbamos asustando cada vez más. Pequeñas perlas de boba en un reloj de arena,
goteando, goteando, goteando. Es una imagen bonita, pero no lo suficiente para
borrar el horror de mi pecho.
—Lo que Lake quiera —dice Tam, con un aire despreocupado que no lo es en
absoluto. Tiene una rodilla doblada y la otra recta. Los rayos de sol le dan en los dedos
de los pies. Se frota la nuca con la mano izquierda y se vuelve para mirarme con una
expresión que me recuerda a la que tenía cuando rompíamos nuestras barreras en la
casa de alquiler.
Me golpea de nuevo, la intensidad de esa mirada.
—Claro que iremos al concierto —me burlo con cero sinceridad—. Ya le caigo
mal a Jacob. ¿Quieres que me mate?
—No le caes mal —dice Tam con una suave sonrisa, acercándose a mí—. Si lo
hicieras, se dirigiría a ti como Milady.
—Buenos días, Sir Eyre, Srta. Frost. —Jacob se gira para mirar con extrañeza a
Joules y Kaycee—. No quiero saber nada de esto. No me lo expliquen. Tu ex-novia en
tu habitación junto a tu novia actual, que solo lleva calzoncillos. Bien.
—Jake, ¿en serio? No te pongas de malas conmigo hoy. —Tam resopla y suelta
el brazo, intercambiando una mirada con Joules. No sé lo que están diciendo, pero
también hay una conversación silenciosa.
—No voy a cantar esta noche, así que... hwaiting. —Kaycee da un pequeño
puñetazo, usando el coreano para ¡luchar! como en hagámoslo de una puta vez. Pero
el gesto es solo eso, un gesto vacío y superficial. Se da la vuelta y sale de la habitación,
y no me gusta la mirada húmeda de sus ojos.
Estoy segura de que Kaycee está preocupada por mí porque está preocupada
por Joules. Pero... su expresión era peor que eso. Corro y agarro a Joules de la
muñeca antes de que se vaya a despertar a la familia.
—¿No te emparejaron el mismo día que a mí? —pregunto, y Joules se pone
rígido antes de relajarse.
—¿En serio? Es tu último día, ¿y ahora quieres inventarte una historia en la que
también es la mía? No te hagas eso. —Joules va a quitarme el brazo de encima, pero
se detiene. Se vuelve y me recoge, aplastándome contra él y apretando demasiado
fuerte—. No me hagas esto, Lake. Joe se ha ido. Estaré solo. No puedo hacerlo si estoy
solo.
Quiero volver a llorar, pero no lo hago. Le devuelvo el abrazo a Joules,
sorbiendo un poco cuando me separo de él.
Sonrío mientras Jacob espera no tan pacientemente a que termine esta
exhibición.
—Asegúrate de que todos sepan que se van a ir a la misma hora que nosotros;
solo que les va a llevar mucho más tiempo llegar al estadio en coche. —Mis palabras
son borrosas en los bordes, estiradas al final. Retrasadas. Atrapadas entre este mundo
y el otro.
—Lo haré, Canoa. —Joules me alborota el cabello con la mano e incluso esboza
una sonrisa demasiado amable para mi gusto. Nunca me sonríe así, una tierna mezcla
de amor y aceptación. Me mata. Se aparta de mí para seguir a Kaycee.
—Señor Eyre, esta noche abrirá con Sweet Honey. Sé que es raro, pero
necesitamos algo corto, dulce y directo. —Jacob resopla mientras teclea en su iPad—
. Algo sin puente.
Tam me mira con las manos en los bolsillos. Creo que ni siquiera se da cuenta
de que Jacob está allí.
—La siguiente es la primera de dos canciones con Stricken y Dylan...
—Mierda. Sigo olvidándome de ellos. —Tam me lanza una mirada de
disculpa—. ¿Quieres que los eche del programa? No te pondrán de los nervios,
¿verdad?
Me encojo de hombros mientras Jacob chisporrotea.
—Fueron bastante amables en la sala de escape. Haz lo que tengas que hacer
—le digo a Tam, y Jacob se burla.
—Tampoco voy a hacer comentarios al respecto. —Jake devuelve su atención
a la pantalla—. La tercera canción de la noche es...
—¿A qué hora acaba el concierto? —pregunto, intentando no calcular
mentalmente en qué canción vamos a morir. ¿Se desplomará Tam en el escenario con
un estadio lleno de fans mirando? No, no. Si llega el caso, iré con él y nos refugiaremos
juntos en el camerino. Pero eso no sucederá. No llegaremos a eso.
—Justo después de medianoche —responde Jacob, entrecerrando los ojos
sobre mí—. ¿Por qué?
—Por nada en especial. —Recojo mi bolsa de viaje, me echo la correa al
hombro y me dirijo al baño para ducharme.
Tam no me deja en paz, me sigue y cierra la puerta tras nosotros.
Me mantiene bajo el chorro caliente de la ducha veinte minutos más de lo que
tiene tiempo.
Llegamos tan tarde al estadio que Jacob empieza la mañana pidiendo disculpas
a todo el que se cruza con él. Peluquería y maquillaje. Vestuario. Ejecutivos. El equipo
de filmación. Los bailarines de apoyo.
Me sorprende cuánta gente confía en Tam para hacer su trabajo. Me alegro de
poder estar aquí para él. Es un montón de estrés, y si soy capaz de quitarle algo de
encima, me alegro.
—Hola, Leo —dice Tam, vestido con su primer atuendo del día, los auriculares
sobre su brillante cabello rosa. Utiliza su botella de agua para lanzar a su ayudante,
uno entre docenas, una mirada aguda y aterradora. El pobre Leo se queda paralizado
y yo le doy una palmada en el hombro.
Esto es tan normal. No debería serlo. Estoy temblando. Tengo mucho miedo.
—Deja en paz a ese pobre hombre. —Me cruzo de brazos y finjo estar
enfadada, y veo a Joules y Kaycee con sendos porta bebidas en las manos. Se acercan
a nosotros y Joules empuja uno de los porta bebidas a los brazos de Tam.
Los empleados cercanos jadean, y siento la onda expansiva de la verdadera
conmoción.
Afortunadamente, todos han firmado el acuerdo de confidencialidad más
estricto del sector. Ni siquiera pueden hablar entre ellos al respecto.
—Familia entrante. Tu ayudante me ha dado esto. —Joules suelta el porta
bebidas y retrocede a tiempo para recibir a la horda de Frosts, Luna, Ella y Greg, el
marido de tía Lisa. Se reparten las bebidas y me besan, me abrazan y me adulan
demasiadas veces.
Todo el mundo sonríe y ríe, contando historias que ya he oído millones de
veces.
Como con Joe. Exactamente como fue con Joe.
—¿Viene tu madre? —le pregunto a Tam, sorbiendo mi Yakult de melocotón
con boba de centro líquido y pensando que, si me muero, esta no es una mala última
bebida que tomar.
—No —dice Tam, metiendo una mano en el bolsillo de sus pantalones rojos.
Tienen rayas marineras a los lados y mucha purpurina. Diría que son ridículos, pero
con la camiseta a medio ajustar, el gorro rojo y las botas, quedan bien. Los pantalones
de un artista, algo para captar la luz. Ah, ¿y su maquillaje? Base de maquillaje ligera,
mejillas sonrosadas, un poco de sombra roja en el borde de los ojos y un delineador
negro muy marcado—. Está negociando algunos contratos en el extranjero, así que...
tuvimos una buena charla la última vez que la vi.
—Bien. —Me vuelvo hacia mi hermano, con la mano alrededor de la de Kaycee,
los labios fruncidos y la mirada fija en el telón del escenario. Cuando se da cuenta de
que lo estoy mirando, se gira lentamente para mirarme. Kaycee se acerca un poco
más a él, pero nadie dice nada.
Porque está bien. Todo está bien. Todo está bien.
Hoy me he puesto manga larga a propósito, un top blanco con lunares negros
que es agradable y lo bastante suave como para gustarle a Tam. No se ve la marca en
este top, y así es como me gusta. No me importa. Ni siquiera me preocupa.
—¿No te habías vestido de blanco para Sweet Honey antes? —pregunto, y Tam
sonríe.
—Los cambios de vestuario siempre son un éxito. El director de la docuserie
pensó que el rojo sería un color con más garra y rabia. Ya sabes, para crear ambiente.
—Esta docuserie, es básicamente porno light, ¿no? —pregunto, tratando de no
pensar en esas estúpidas tarjetas fotográficas. Estaba prácticamente desnudo en
ellas. Nunca había sido una mojigata. Puede que lo sea ahora, cuando se trata de Tam.
Y estoy a punto de verlo seducir a noventa mil personas, sin contar al personal.
O los futuros espectadores del programa que están haciendo sobre él. Si muere, será
aún más popular. Aplasto ese pensamiento sorbiendo un enorme bocado de boba. Si
estoy masticando melocotón, entonces no puedo tener pensamientos malhumorados.
Si Tam y yo no estuviéramos a punto de caer muertos, mi familia
probablemente se lo estaría pasando bastante bien. Tal y como están las cosas, sigo
pensando que se lo están pasando bien. Tía Mandy y Lynn, en particular.
—Cuando empiece el espectáculo, iremos a ponernos delante del escenario —
les explico a mis padres, intentando no mirarlos a los ojos. Por alguna razón, me siento
avergonzada, como si los hubiera defraudado. Porque debe de ser culpa mía. Tam
dice que está enamorado de mí, y yo le creo. Siento que estoy enamorada de Tam,
pero... Mierda.
Mi respiración se acelera, un poco rápida, un poco rara.
Joe, antes de salir de casa para visitar a Marla, con la mano en el pomo de la
puerta. Yo, preguntándome si Joules y yo no le hubiéramos invitado al café esa noche, si
seguiría vivo. Era noche de trivia. Joe no quería ir. Marla estaba trabajando. Así es como
se conocieron, cómo... se emparejaron.
Inútiles y giratorias ansiedades atormentan mi pobre cerebro y mi cansado
corazón.
—Lake. —Es mi padre, que me pone una mano en el hombro para que lo mire.
Joules ha desaparecido con Kaycee, y Tam se ha hecho a un lado para discutir algo
con Daniel. Es mi momento para... estar a solas con mis padres. Tan a solas como se
puede estar entre bastidores. Hay tanta gente.
—Estoy bien —le digo, lo cual es mentira.
—No tienes que estar bien. —Mi madre está inquietantemente tranquila, tan
tranquila que sé que se está volviendo loca. Mi padre es menos sutil, se pasa la mano
por la boca y la barba, suda, maldice en voz baja cuando cree que no le oigo.
—Lo sé, pero es así. —Levanto ambas cejas y le doy a mi padre una palmada
en su enorme bíceps—. Yo me encargo. Relájate e intenta disfrutar del espectáculo
de tu futuro yerno.
—Preferiría romperle el cuello —murmura mi padre, y suena exactamente
igual que Joules cuando lo dice.
Vuelvo al lado de Tam y me quedo allí hasta que empieza el espectáculo.
Estamos de pie, frente al gran telón, mirándonos fijamente. Tam respira con
dificultad, con el micrófono delante de los labios entreabiertos.
—Si en algún momento me necesitas, sal al escenario y agárrame. Me iré
contigo. Haremos lo que quieras, iremos donde quieras.
Le hago un gesto con la cabeza y pongo las manos en la parte delantera de su
camiseta. Su piel es agradable y cálida. Sonrío a Tam con la mayor sinceridad de la
que soy capaz.
—No es necesario. Veremos el final de este concierto.
Él me devuelve la sonrisa.
—Joder, sí, lo haremos. —Tam me besa por última vez y luego se aleja para
ocupar su lugar en una X pegada con cinta adhesiva en el centro de la cortina.
Corro hacia la escalinata y luego bajo, hacia el murmullo de la multitud. Las
varas de luz de las Tambourines emiten destellos etéreos de color crema, pero las
luces de arriba están apagadas. Enseguida encuentro a mi familia, agrupada en el
pequeño espacio entre el escenario y la valla metálica que impide el paso a la
multitud. Los guardias de seguridad nos dan la espalda, vigilan a los fans y se
aseguran de que la valla permanezca en su sitio.
—Por fin —me gruñe Joules, tirando de mí para que me ponga a su lado. Sujeta
a Kaycee con un brazo, ni siquiera se molesta en disfrazarse, y a mí con el otro.
Las enormes pantallas a ambos lados del escenario cobran vida, con un
impresionante nivel de definición, color y sonido. Es Tam, la cámara se acerca a esa
mirada entrecerrada, como una seducción perezosa. Gira la cabeza hacia la pantalla
y la sala se estremece con un grito colectivo.
Probablemente piensen que se trata de un vídeo pregrabado, como muchos
conciertos. Un trozo de un vídeo musical inédito. O tal vez algo que fue filmado
específicamente para burlarse de la audiencia esta noche. Pero no lo es. Es Tam. En
realidad, es Tam entre bastidores.
Se abre el telón y se encienden las luces a ambos lados del escenario. Blancas
y rojas, bañan la figura solitaria del centro. Se oyen jadeos, chillidos, gritos.
La cámara mantiene el zoom cuando empieza la música, un bajo sensual que
llama a las bailarinas de Tam al escenario. Todas llevan jeans y una combinación de
rojo y blanco en la parte superior, con un poco de azul marino en los accesorios.
El baile de Tam empieza incluso antes de que se dé la vuelta, girando la cabeza
sobre su cuello. Aprieta los dedos en el micro y empieza con:
—Hola LA. —Bonito y tranquilo. Todo el mundo lo oye, y todas las luces se
encienden, un foco sigue a Tam mientras se gira y camina hacia la parte delantera del
escenario.
—He-ey —canta, moviendo los hombros, balanceándose de un pie a otro con
el ritmo—. Hagamos un poco de ficción, contemos una historia, escribamos una canción.
Miel pegajosa en tus labios cada vez que me mientas. No me importa. Solo bésame,
mancha mi piel de oro húmedo.
Tam y los bailarines de apoyo se mueven al unísono en una ola casi peculiar.
Resulta extraño lo puntuales que son todos. Ni un paso fuera de lugar, ni un
movimiento retrasado de una mano o un pie. La parte de Tam difiere en el medio,
pero cuando empieza a cantar de nuevo, se pone al mismo nivel que los demás
bailarines.
—Apoya tu cabeza en mi hombro, y yo te tumbaré en mi cama. Mi mano enredada
en tu cabello, la tarde melosa extendida contra el cielo. El torrente de azúcar de tus
labios. Nubes de crema, bordes bañados en oro líquido. Calor agitado y ficción. Es solo
un sueño, toda esa dulce miel.
Cuando Tam llega a esa parte, sus caderas se balancean mientras ronronea
esas últimas frases, como si estuviera a punto de correrse. No es involuntario, aunque
a mí me resulte un poco raro.
—¿Quieres dejar de sonrojarte? —grita Joules por encima de la música, pero
no puedo evitarlo. Puede que me esté sonrojando, pero ahora también sonrío.
Esta fue la elección correcta, venir aquí. Ver a Tam. Si tengo que morir, sí, esta
es una buena manera de hacerlo.
Subo corriendo los escalones cuando la canción llega a su fin, y estoy en el
camerino para saludar a Tam cuando irrumpe. Sudoroso. Jadeante. Sonriéndome.
Solo tenemos tiempo para besarnos, pero le lamo la última canción de los
labios, le ayudo a ponerse la siguiente ropa y lo envío de vuelta. Más trote para volver
a la multitud, mezclándome con mi familia. Esta vez me empujo hacia el centro de
ellos, lista para lanzar mi puño al aire cuando Tam aparece de nuevo en el escenario.
Esta vez lleva un atuendo que me recuerda vagamente a un pirata: pantalones
negros ajustados, botas, un sombrero de tricornio. La canción no tiene nada que ver
con eso. Creo que trata de su carrera. Referencias al sacrificio y a las grandes
recompensas, a la soledad y a la música.
Alguien —creo que es Lynn— me aprieta un palo luminoso en la mano y el color
cambia al ritmo de la canción. Empiezo a saltar con el resto del público, levantando
el palo como una auténtica fangirl.
Tam hace que valga la pena y se acerca al borde del escenario para poder
mirarme. Sé que me ve cuando me guiña un ojo, y su expresión se capta en la cámara
en directo, que se proyecta por todas las pantallas gigantes.
Grito cuando todos lo hacen, solo una voz entre muchas. Hay una sinergia en
este estadio que va mucho más allá de Tam y su música, golpea un poco la soledad y
la refracta de nuevo en conexión.
Todos en esta sala estamos conectados por algo, aquí de pie ahora mismo y
viendo el mismo espectáculo, experimentando muchos de los mismos sentimientos.
Es poderoso, conmovedor y me electriza.
Hay mucho en juego allí, pasando el palo de luz a Lynn. Encontrarse con Tam
para un beso caliente y frenético. Corriendo hacia atrás. Mirándolo. Enamorándome
aún más de él. Feliz de compartirlo con el mundo esta noche.
La quinta canción está protagonizada por Adam Stricken y Dylan Bonne, amigos
de Tam que conocí en la sala de escape.
Es un tema animado que comienza con los chicos en formación triangular, todos
ellos vestidos con jeans y chaquetas. Stricken es el primero en cantar, un rap fresco
con tintes pop que suelta mientras baila con Tam y Dylan.
Se parecen un poco a un grupo de K-pop en este momento, tomando turnos con
sus propias partes de la canción, y cantando en armonía para el resto. Dylan canta
después de Stricken, y Tam es el último. Hay un cambio notable en el público cuando
él toma el centro del escenario para el estribillo.
Hay muchos movimientos de cadera en este baile, y Tam sabe exactamente qué
expresión descarada y comemierda poner en cada uno de ellos. En algún momento
se pone de rodillas con los otros chicos, haciendo una flexión de espalda que
probablemente me partiría la columna vertebral. Tam se levanta cantando y se pone
en pie como si estuviera poseído. No le supone ningún esfuerzo.
La mano de mi padre está en mi hombro y María me agarra los dedos con
fuerza.
Durante la siguiente canción —también con Stricken y Dylan— Tam empieza al
piano, tocando para los otros dos hombres. Es una canción sexy y sensual con un ritmo
brillante que hace que el público (yo incluida) se mueva.
Tam se planta en el centro del escenario con una camisa de cuadros blancos y
negros atada a la cintura y un aire desenfadado de chico de al lado que no está a la
altura de la perfección sobrenatural de su rostro.
No me extraña que me resistiera tanto al principio.
Él es... sí, es jodidamente encantador.
Estoy disfrutando tanto del espectáculo que no me fijo en la rotación de los
miembros de mi familia. Mamá abrazándome. Tía Lisa besándome la frente. Tomando
la mano de María, luego la de Lynn, luego la de Ella, luego la de Luna. Siempre junto
a Joules. Siempre queriendo estar junto a Joules.
Están haciendo sus rondas, abrazándome y besándome como hicieron con Joe.
Ignoro ese pensamiento hasta que se acaban las bolas de boba, hasta que ya
no puedo negar la realidad de esta noche. Estamos justo al final, y son las diez y
veintinueve de la noche.
A las diez y media, he dejado de levantar la vara de la luz, de saltar, de cantar.
Me quedo allí de pie con el palo a un lado, mirando a Tam con la boca
entreabierta y los ojos húmedos.
Estamos programados para morir a las once y veintitrés.
Menos de una hora.
Tam canta esta increíble balada llamada In the Gloriousness of Us.
Dejo caer el ligero palo al suelo, empujo suavemente a mis primas y salgo
corriendo.
Subo las escaleras.
Paso seguridad y directo al escenario.
La multitud se pone rara cuando me ve, y la gente deja de agitar sus varas
luminosas, deja de moverse en una ola centelleante. Desde aquí arriba, parecen
estrellas. Tantas estrellas. Mi marca arde, el fuego me lame las venas. Puedo decir
que quiere herirme, que todo el propósito de esta magia es manchar y castigar. Me
llevó a Tam, sí. Me hizo amar a Tam, sí. Pero solo para poder arrancarlo todo.
No entiendo cómo sobrevivieron tantos de mis antepasados. Realmente no lo
entiendo.
Tropiezo con Tam, lo sujeto del brazo y su canto vacila, se detiene. La música
sigue sonando, pero no hay palabras porque mi novio canta en directo. Canta en
directo porque le importa su oficio, porque quiere que el público esté contento,
porque es realmente uno entre mil millones.
—No puedo esperar más —susurro, y Tam asiente y se quita los auriculares. Lo
tira al suelo y me agarra de la mano.
Salimos del escenario ante el lejano estruendo de la confusión, los susurros de
la decepción.
Tam no deja que nadie nos detenga y se abre paso entre el personal hasta los
vestuarios. Cuando va a cerrar la puerta, niego con la cabeza.
—Mi familia...
Joules irrumpe en la puerta, jadeante, afectado. Kaycee está allí con él, y Lynn
está justo detrás. Todos nos apretujamos en esa habitación, y luego la puerta se cierra.
Tam y yo nos sentamos en el centro de todos, con las piernas una alrededor de la otra,
las manos tomadas entre los dos.
Es diez cincuenta y nueve.
Miro sus ojos verdes, las gotas de sudor de su frente, su cabello alborotado por
el baile.
—Has estado increíble esta noche —le digo en un susurro, sin importarme que
todos puedan oírme—. El mejor espectáculo que has hecho nunca. El mejor de todos.
—Porque era para ti —me dice con voz áspera, apretándome las manos—. Eso
fue todo por ti, Lake. Habría hecho lo mismo en tu sala de estar si eso es lo que
hubieras querido. En calcetines. Sin camiseta.
Me río, pero también estoy llorando, así que cuando me llevo el dorso de la
mano a los ojos, se me humedecen. Le devuelvo la mano a Tam y seguimos sentados
juntos. Esperando. Esperando. Me inclino y él hace lo mismo, y nos besamos, larga y
lentamente.
Ahora son las once y cuarto.
Joules se desploma de rodillas a mi lado, con lágrimas rodando libremente por
su rostro.
—No puedo hacer esto sin ti, Canoa —exclama con los dientes apretados y la
cara tensa. Joules extiende una mano y me sujeta la cara, apoyando la frente en la mía.
Ahora estoy llorando, abiertamente y sin vergüenza.
Yo... no sé qué pasó.
Amo a Tam. Tam me ama.
Voy a echar mucho de menos a Tam. Si no lo vuelvo a ver después de esto, voy
a...
Mi hermano y yo nos abrazamos hasta las once y veintidós. Es entonces cuando
se retira, con los ojos húmedos, y me deja espacio para volverme hacia Tam.
—No me arrepiento de nada —me dice Tam, y entonces ambos jadeamos al
unísono. Se lleva la mano al pecho y vuelve a respirar violentamente, como un
espasmo. Como... Joe. Yo hago lo mismo. Mi madre grita esta vez, y Joules le sujeta un
puñado de cabello con la mano. Kaycee lo sujeta por detrás, apretándolo con los ojos
cerrados.
Tam y yo jadeamos de nuevo y me mareo un poco. No puedo respirar. Esas
contracciones forzadas en mi pecho no parecen extraer nada de aire.
—Yo tampoco —suelto ahogadamente, y eso es todo. No habrá más palabras.
Los dos jadeamos, nos ahogamos y parpadeamos furiosamente. Tam me tira
con fuerza contra su pecho, me rodea con sus brazos, me estrecha contra él mientras
morimos.
Morimos juntos, tan sincronizados con nuestros últimos alientos como él lo
estaba con sus bailarines.
Joules está a mi lado, con la mano en mi brazo.
Siento una opresión en el pecho cuando me echo hacia atrás para mirar a Tam,
la visión nadando, la última persona que veré en mi vida. Debería haber hecho que
Tam fuera al hospital, pienso, pero no funciona. He hecho que cuarenta parientes
diferentes se internen en urgencias con antelación, y ninguno de ellos ha podido
salvarse. Nunca ha pasado, ni una sola vez en nuestra historia familiar.
Levanto la mano hasta la mejilla de Tam, y él me devuelve la mirada mientras
arrastro las yemas de mis dedos por su rostro. Mi mano cae; los párpados se me caen.
Nos desplomamos juntos, bajados al suelo por mi familia. Tam y yo seguimos
mirándonos, tumbados de lado en el suelo del vestuario.
Es Joules quien mete la mano y se asegura de que nuestros dedos estén
entrelazados.
Mis ojos se cierran y... veo estrellas.
Veo estrellas por todas partes, a mi alrededor.
No hay nada más que estrellas.
La marca de la maldición me ha vuelto febril, y puedo sentir ese fuego
lamiéndome, intentando convertirme en cenizas antes incluso de estar muerta.
Tengo una mano en la nuca, los labios contra la sien, y por un momento pienso
que es Joe. Podría ser, ¿verdad? Porque me estoy muriendo, y no puedo ver nada más
que estrellas. No hay vestuario. No hay estadio. No hay familiares preocupados. No
hay Tam sin aliento.
Las estrellas y yo, y la sensación de haber estado aquí —dondequiera que
esté— antes.
Alguien me besa la frente suavemente, con cariño. Oigo un latido salvaje. Pero
solo veo estrellas. Solo estrellas.
—Es precioso, ¿no crees? —Joe, de pie bajo un cielo nocturno con un telescopio,
mirando todas las cosas del espacio que no puede ver pero que sabe que están ahí.
Casiopea. La nebulosa del Corazón, que ha visto un millón de veces. El misterio. Lo
desconocido. Todo eso. Joe se vuelve hacia mí, el viento despeinando su cabello
rubio—. Pero creo que debería seguir siendo salvaje un poco más, esa última frontera.
—Joe, ¿puedes salvar a Tam? Incluso si no tienes el poder para salvarme, por
favor, sálvalo. Corta nuestra conexión. —Odio estar pidiendo eso, pero hay que
hacerlo. Sea lo que sea en la maldición que une a dos personas, quiero cortar ese
cordón. Quiero que Tam viva.
Pero Joe no me mira porque está muerto, y esto no es más que el último y
frenético aferramiento de mi mente a una vida que se escapa lentamente.
¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué no pude haber muerto en el lugar de Joe?
¿Por qué no puedo morir en el de Tam?
Intento caminar hacia Joe, pero cuantos más pasos doy, más se aleja.
Me mira por encima del hombro y dejo de moverme. Sus ojos verdes
encuentran los míos. La marca de la maldición hace estragos en mi piel, una cosa
furiosa y retorcida, un vestigio del pasado que sigue castigándonos sin otra razón que
la de poder hacerlo. En otra vida, tal vez habría intentado encontrar su origen.
Pero los orígenes no importan.
Lo que cuenta es el presente, y el presente se me escurre entre los dedos como
la arena.
—Tú y yo, Canoa. Siempre hemos sido los más parecidos. —Una sonrisa de Joe
que parte mi corazón por la mitad. Mi cerebro hambriento de oxígeno se burla de mí
con un último adiós de la persona que más quería. Una persona que ahora se ha ido.
Seguimos de pie bajo un manto de estrellas, en un campo de flores que se parecen
sospechosamente a los capullos del arbolito de casa. Nada de esto es real, lo sé. Eso
no significa que no esté llorando, deseando poder correr hacia Joe, poder abrazarlo—
. Los dos somos tan testarudos. —Mi primo se da la vuelta para mirarme, el viento
enredándose en su cabello—. No era Marla la que no me quería, Lake. Era yo el que no
estaba enamorado de ella. Era yo. —Una de esas sonrisas descaradas que tanto echo
de menos—. Yo tenía miedo, y tú también. Amar a otra persona requiere valor porque
te abre al dolor.
—Joe, se está muriendo —susurro, porque por mucho que quiera quedarme
aquí, no puedo. Me estoy muriendo, y Tam también. Me estoy muriendo y nada de
esto es real, aunque lo desee tanto—. Sálvalo por mí. Por favor.
—Sálvalo tú —responde Joe, metiéndose las manos en los bolsillos. Vuelve a
mirar al cielo, la mancha roja y brillante de la Nebulosa del Corazón brillando sobre
nosotros entre un manto de estrellas plateadas—. Permítete amar, Lake.
Hay un tirón, una atracción, una llamada. Estoy siendo desgarrada en dos
direcciones, y estoy luchando contra ello con todo lo que tengo. Voy a extrañar a Tam.
Todo lo que quiero es estar con Tam. Pero si solo uno de nosotros puede vivir, tiene que
ser él.
Incluso mi yo onírico cierra los ojos y la oscuridad se instala a mi alrededor.
Siento un dolor agónico en el pecho, un pánico que no puedo controlar. Amar a Joe y
luego perderlo, ese ha sido el peor dolor que he sentido nunca. Atenúa la sensación
en mi pecho, lo pone en perspectiva. Amar a Joules, preocuparme por Joules. Amar a
Tam, incluso si Tam no me ama. Eso estaría bien si fuera verdad.
No lo es.
Sé que me ama, y joder, sé que yo también lo amo.
Lo sé porque, como con Joe, me entregaría de verdad para salvarlo.
La naturaleza es supervivencia. La mayoría de los seres vivos harán lo que sea
para sobrevivir, incluso a costa de la vida de otro. Incluso a costa de una vida que
pretenden amar.
Aquí no. No así.
Tam.
Oh, Tam.
Me giro, y entonces lo veo. Veo a Tam, esperando al borde de la colina, con las
manos en los bolsillos. Me observa y arquea una ceja cuando nuestras miradas se
cruzan.
—Hola, Kayak.
Una sensación me atraviesa, el amor más puro, destilado y fuerte y tan parecido
a Joe.
Me despierto con un grito ahogado, aspirando aire y chocando mi frente contra
la de Tam. No se aparta, ni siquiera cuando un poco de sangre gotea de un corte en
su piel. Me mira fijamente, me toma de la mano y tiembla. También tiene lágrimas en
las mejillas y una mirada de salvaje perplejidad en sus ojos verdes.
Parpadeo, con una extraña sensación en el cuerpo, como si me cayera. Como
aterrizar. Un aterrizaje.
—¿Qué...? —me tiembla la voz. Intento levantar la mano para tocar la cara de
Tam, pero no consigo moverme. Respiro entrecortadamente, esas inhalaciones
profundas y violentas que convierten mi cerebro en fuegos artificiales. Cierro los ojos
porque el mundo da vueltas, se difumina, se escarcha en los bordes.
—Lake. —Es Tam, su propia voz líquida y extraña—. Mira... —Jadea.... yo.
Sus dedos tiemblan al rozarme la mejilla, y abro los pesados párpados para
encontrarlo con huellas de lágrimas en sus propias mejillas manchadas de purpurina.
No compruebo la marca de maldición. Solo miro a Tam. Ahora mismo solo me
importa Tam.
—¿Estamos... vivos? —pregunto, y puedo oír a mi madre sollozar y chillar
desde algún lugar detrás de mí. Me cuesta un gran esfuerzo, pero giro la cabeza para
ver a Joules con lágrimas corriendo por sus mejillas, los dientes apretados y las manos
enredadas en mi camisa. Es el primero que se acerca a mí y me agarra la muñeca,
levantando la piel desnuda hacia la luz para que todos la miren.
—Vivimos —murmura Tam, con las palabras aún borrosas. Se mete una mano
temblorosa en el bolsillo y saca un pañuelo blanco con estrellas doradas. Se seca la
sangre que ha goteado de su cara a la mía y me seca el sudor con delicadeza.
La habitación es ruidosa y silenciosa al mismo tiempo. Mi familia está en estado
de shock. Yo también.
¿Qué acaba de pasar? ¿No nos estábamos muriendo? ¿No estábamos jadeando?
Finalmente convenzo a Tam de que mueva la mano y le robo el pañuelo para
frotarle la cara y quitarle la sangre de la frente. Estamos perdidos el uno en el otro,
absolutamente perdidos.
—Vamos a darles un minuto —murmura Joules, besándome en la sien. Se
levanta, un poco inestable. Kaycee lo sujeta y lo ayuda a salir por la puerta. Mi familia
le sigue a regañadientes, y varias personas, sobre todo mi madre, me dan besos por
toda la cabeza mientras se marchan.
Oigo a Jacob dando órdenes al otro lado de la puerta, a la tripulación
apresurándose para disimular la ausencia de Tam. Estoy segura de que oigo a
Stricken, a Dylan o a ambos dando una actuación improvisada. La puerta del camerino
se cierra de golpe y nos quedamos solos Tam y yo, un poco de sangre y un montón
de ¿qué demonios pasa?
Tam me agarra del brazo y frota con el pulgar el pulso acelerado de mi muñeca.
—Me alegro mucho de que estés bien —le digo con un resoplido, y él levanta
la vista hacia mí. Le rodeo el cuello con los brazos y él me agarra por la cintura. Me
arrastra hasta su regazo y nos echamos a reír. Nos reímos y él me besa por todas las
mejillas, los labios y la frente.
—¿Qué demonios, Lake? ¿Qué demonios? —Tam sonríe mientras se deja caer
contra el borde del sofá y me tira hacia delante para que me siente a horcajadas sobre
él. Sus manos recorren mi cuerpo con asombro, como si le costara tanto entender lo
que acaba de ocurrir como a mí.
—¿Tú también has visto estrellas? —pregunto, y Tam asiente. Me chupo el labio
inferior, pensativa, mientras nuestros ojos siguen totalmente fijos en los del otro—.
¿Viste... algo más?
—A ti —dice Tam, y mis ojos se abren de sorpresa.
—¿A mí? —Pero vi a Joe. ¿Qué significa eso si vi a Joe primero?—. ¿Solo a mí?
Tam me aparta el cabello de la cara y sonríe.
—De pie en un campo, mirando a un tipo rubio con un telescopio. Tú, y Joe, y
las estrellas. Eso es lo que vi. Lo que oí fue que suplicabas por mi vida en lugar de la
tuya. —Tam me agarra la barbilla con los dedos y me mira con una expresión que no
he vuelto a ver desde nuestra noche en la casa de alquiler. Parece malhumorado y
demasiado serio—. No vuelvas a hacer eso.
Me río. Me sale un sonido agudo y me tapo los labios con las dos manos. Tam
me tira de las muñecas —mis muñecas perfectamente desnudas y libres de
maldiciones— y me aparta las manos de la cara. Ladea ligeramente la cabeza y me
sonríe.
—Lo digo en serio. Y no vuelvas a avergonzarte de reírte. No después de esto.
¿Qué podríamos hacer después de esto sino celebrar que estamos vivos juntos?
La puerta del vestuario se abre y Jacob se acerca a nosotros como si nada
pasara. Como si algo milagroso, terrorífico y espectacular no hubiera ocurrido hace
cinco minutos. Los dos nos quedamos mirándolo como si no tuviéramos ni idea de
quién es o qué está pasando.
—Perdone, mi Gran y Terrible Señor, pero ¿se le ha olvidado que hay noventa
mil personas esperándolo? Sin incluir al personal. Sin incluir al equipo de filmación.
¿Sabe que este incidente se incluirá en el documental?
—No si mi abogado tiene algo que decir al respecto —murmura Tam
distraídamente, como si dijera las palabras por reflejo, como si ni siquiera registrara
que salen de su boca. Seguimos mirándonos fijamente.
—Encantador. Supongo que han roto la maldición mágica y vivirán felices para
siempre. —Jacob se pone las manos en la cadera y resopla, con el borde del labio
torcido en un leve ceño fruncido—. Hmm. Interesante cómo llegó hasta el último
segundo y se resolvió espontáneamente. Supongo que volverá al escenario, Alteza.
—¿Al escenario? —pregunta Tam, recorriendo mi labio inferior. No sé cómo
explicar lo que acaba de pasar, pero soy feliz. Estoy jodidamente feliz. Ahora
entiendo por qué mis parientes nunca escribieron lo que se siente cuando se rompe
la maldición. No hay palabras para algo así. Simplemente... es.
—Va a volver al escenario —digo cuando Tam parece no encontrar las
palabras. Me parpadea como si despertara de un trance.
—Digámosle a todo el mundo que tuve una reacción alérgica y que te diste
cuenta pronto. Me salvaste la vida. —Los labios de Tam se abrieron en una sonrisa
lenta y taimada. Como dije, astuto. El tipo de hombre que te da el mejor tipo de
problemas y el más profundo tipo de amor: embriagador, adictivo, que todo lo
consume—. Tu mala reputación por separarnos a Kaycee y a mí... considérala
borrada. Casi morir nos ha hecho algunos favores.
—Dios, ayúdame, por favor —murmura Jacob, pellizcándose la nariz cuando
Daniel entra en la habitación, con pesadas pisadas de sus botas. Se detiene justo
detrás de mí y miro por encima del hombro para verle esperando con las manos en
la cadera.
—Me alegro de que estés bien —dice, y no es ni un reconocimiento ni una
condena de la realidad de la maldición. Sonrío suavemente para mis adentros, con las
manos sobre los hombros de Tam. Cuando me pongo en pie, él me sigue y ambos nos
balanceamos un poco. Tam y yo nos agarramos el uno al otro para calmarnos.
—¿Y bien? ¿Qué le digo al público? A este paso, bien podría ser un concierto
de Adam Stricken. —Jacob resopla y Tam mira distraídamente en dirección a su
mánager.
—¿Quién es Adam Stricken? —Tam se burla, y la cara de Jacob se vuelve rojo
neón—. Ya, calma, Jake, lo entiendo. Ya voy.
—Siento haber estado a punto de matarnos —susurro, pero Tam se limita a
negar con la cabeza y se inclina para besarme las dos mejillas. Jacob se acerca
corriendo y se coloca los auriculares en el cabello rosa, empujando el micrófono
entre nuestras bocas para evitar una sesión espontánea de besos.
Todo lo que quiero hacer es besar a Tam ahora mismo.
Pero... tenemos tiempo. Tenemos un montón de bobas en nuestro futuro.
—Cuando dijiste que no sabía cuántas bobas me quedaban, tenías razón —
admito, y Tam sonríe mientras se endereza. Tiene un poco de sangre en el traje, pero
no importa. Dará credibilidad a nuestra historia.
—Te dije que sobreviviríamos —me dice guiñándome un ojo. Aunque su
expresión podría ser una burla superficial, su mirada encierra una dulzura pesada
que quiero estrechar contra mi pecho. Mi corazón está ligero de una manera que no
había sentido desde que nos despedimos de Joe—. Soy un ídolo; lo sé todo.
—Fuera, fuera, ahora. —Jacob golpea a Tam con su iPad, y Tam le da una
mirada de puro dolor en respuesta.
—Casi muero, ¿y me pegas?
Jacob le da otro golpe y Tam se lame el borde del labio, me toma de la mano y
me saca del camerino. Entre bastidores, todo el mundo nos mira.
—Estaba teniendo una reacción alérgica; Lake me ha salvado la vida esta
noche. —Como solo la mitad de esa afirmación es mentira, suena a verdad, y las
expresiones a nuestro alrededor cambian de confusión y disgusto a conmoción. Tam
se dirige al jefe de producción—. Que todo el mundo sepa que vamos a saltar justo
donde lo dejamos. Reinicien Glory —ordena, utilizando el apodo de esa canción
final—. Se lo explicaré todo al público.
Tam me pone la mano en la nuca y me besa la frente.
—Buena suerte ahí fuera —le susurro, y él sonríe.
—Buena suerte aquí. —Hace un gesto a los miembros de mi familia que no
esperan tan pacientemente y vuelve a guiñarme un ojo.
Tam sale al escenario y le oigo saludar al público a través de los altavoces. Su
cara aparece en todos los monitores, sonriendo. Sangrando un poco. Con purpurina
en las mejillas.
—Hubo un evento médico y mi novia, Lakelynn Frost, se dio cuenta antes que
nadie. Ella me salvó la vida. —Tam levanta dos dedos y le acerca un poco más el
micrófono a la cara—. Sin ella, habría muerto esta noche.
Exhalo mientras dirijo mi atención a mi familia. Mis primas son las primeras en
llegar, preocupándose por mí y haciéndome preguntas rápidas que no sé cómo
responder. A la tía Lisa se le saltan las lágrimas cuando me abraza, y mis padres
parecen tan afligidos como aliviados.
Pero es Joules el que capta y mantiene mi atención.
Le sonrío.
Mis primeros amores, Joe y Joules. Un amor diferente al que siento por Tam,
pero igual de poderoso.
—Lo he conseguido —le digo, y sus ojos se humedecen. Intenta no llorar,
haciendo todo lo posible por parecer un idiota de novio de libro. No funciona. Porque
lo conozco demasiado bien para eso—. Llora de una vez. Ambos sabemos que quieres
hacerlo.
—Canoa… —Joules se adelanta mientras Kaycee espera de espaldas a la
pared, cruzada de brazos, con una sonrisa distante en la cara mientras nos observa.
No me gusta eso, la forma de su sonrisa. Mi hermano me pone las manos a ambos
lados de la cara y me mira—. Me has asustado mucho esta noche, hermanita.
—Lo sé y lo siento —le susurro, y cierro los ojos mientras Joules me abraza.
Oigo cantar a Tam desde el escenario, y su voz es preciosa. Me transporta a un lugar
feliz y me separo de mi hermano con una enorme sonrisa en la cara.
Eso es... hasta que veo su mirada.
Joules ya no llora, pero su cara sigue húmeda. Su boca es plana y resignada.
—Sabes —dice, con una voz tan áspera y dolida que todos los demás, incluso
el tío Rob, dejan de hablar para prestar atención a lo que nos pasa—. Estaba
destrozado por esto.
—¿Destrozado por qué? —pregunto, y mi alegría se va por el desagüe,
sustituida por una aguda, fea y metálica punzada de miedo. Doy un pequeño y
cauteloso paso atrás con respecto a mi hermano—. Joules, no.
—Quería darte todo el tiempo posible para que fueras feliz, pero... te lo
prometí. Te prometí que cuando se rompiera tu maldición, te hablaría de la mía.
—No. —Quiero gritar, pero la palabra se me atasca en la garganta—. Joules,
cállate.
No sacaría a relucir su maldición esta noche a menos que estuviera casi sin
tiempo.
Casi no le queda tiempo.
—¿Qué pasa? —pregunta mi madre, que se interpone entre nosotros. Respira
con dificultad porque lo sabe al igual que yo. En el corazón. En los huesos. En el alma.
—Está maldito —suelto, porque quiero que Joules me diga cuánto le queda, y
no lo hará hasta que todos lo sepan. Ahora ya lo saben—. ¿Cuánto tiempo, Joules?
—¿Te emparejaron? —pregunta Lynn, con voz aguda y frenética. Intercambia
una mirada con María.
—Me emparejaron —admite Joules, dejando colgar la cabeza, cerrando los
ojos—. Dos días después que Lake.
CAPÍTULO SETENTA
LAKE
Quedan 2 bobas hasta que muera mi hermano
mayor...
No sé cómo aguanté el resto del concierto, pero me recompuse. Sonrío a Tam
cuando sale del escenario. Lo beso. Nos abrazamos. Él sigue deleitándose con la
belleza de nuestra supervivencia, y yo ya estoy llorando de nuevo.
Joules va a morir.
Joules no conoce a Allison en absoluto.
Allison está casada, es madre, alguien con un sistema de valores totalmente
diferente al de Joules.
Joules y Allison no van a romper la maldición.
—¿Qué está pasando? —pregunta Tam mientras caminamos del helicóptero a
la casa. Joules y Kaycee están con nosotros, pero no han dicho ni una palabra. El pobre
Tam parece aterrorizado, así que lo detengo justo delante de la puerta, dejando que
Joules y Kaycee entren.
En cuanto llegue mi familia, tenemos que tomar una decisión sobre lo que
vamos a hacer.
—Mi hermano... la maldición... su Pareja... —Paro de hablar, fuerzo una
inspiración, fuerzo una exhalación—. Joules solo tiene hasta las cuatro y cuarenta y
dos de la tarde de pasado mañana. —Dejo que lo asimile y Tam abre los ojos. Sus
labios se entreabren. No sabe qué decir, como tampoco lo sabía nadie de la familia.
Creo que a mis padres les duele que Joules les haya ocultado este secreto.
Sobre todo, tienen miedo.
Todos tenemos miedo.
Esta noche se ha producido un milagro, y los milagros no suelen ocurrir uno
detrás de otro.
—Él... —Tam se interrumpe y luego me envuelve en sus brazos y me abraza
con fuerza. Estoy tan agradecida de que haya águilas teledirigidas viviendo aquí.
Águilas teledirigidas. Malditas águilas teledirigidas. Estoy llorando un poco, pero no
quiero que Joules lo vea. No puedo dejar que Joules vea.
—Yo lo maté —le digo a Tam entre jadeos—. Maté a mi propio hermano. No
pudo romper su propia maldición porque estaba muy preocupado por la mía. —Me
alejo de Tam, pero mis manos permanecen aferradas a su camiseta rosa pálido. Él
envuelve sus manos sobre las mías, apretándolas con fuerza.
—Tú no lo mataste, Lake. Él eligió. Yo también te elegiría siempre. No hay nada
de loco en eso.
—Por una vez, dice algo que vale la pena escuchar. —Joules se acerca a
grandes zancadas hasta colocarse a nuestro lado, con las manos en la cadera y una
mirada sombría. Tiene la audacia de mirarme con el ceño fruncido—. ¿Qué habrías
hecho tú, Lake? ¿Salvarme la vida o romper el matrimonio de otro?
Quiero gritarle como la tía Lisa le gritó a Joe. «¡Es tu vida! ¡Es tu puta vida!»
—Haría lo que fuera por salvarte —le gruño, y lo digo en serio. Él lo sabe.
—Lo intenté —dice Kaycee levantando la mano. Lleva puesta la sudadera con
capucha de Frost Family Construction, y vuelvo a preguntarme cómo se metió en el
asunto de las maldiciones—. Quería pagarle al marido de Allison para que la dejara,
pero no me dejó. También dijo que no a la idea de un asesino a sueldo.
Mi mirada vuelve a Joules y él se da la vuelta.
—No habría importado. Estoy enamorado de Kaycee. Nunca me iba a enamorar
de Allison.
Se hace muy silencioso, muy rápido. De repente echo de menos la noche
anterior, cuando Tam y yo estábamos comiendo helado de boba-no-boba y teniendo
demasiado sexo. Esto se siente peor de alguna manera. ¿Vivo solo a expensas de mi
hermano? ¿Cómo es eso justo? ¿Por qué esta estúpida maldición es tan horrible?
—Entonces... ¿tenemos que quedarnos aquí y dejarte morir? —Me ahogo con
las palabras, el escalofrío en mi corazón solo ligeramente calentado por el brazo de
Tam alrededor de mi cintura.
—Podríamos usar el avión de la empresa para volver a Arkansas —sugiere
Tam, y Jacob, que ha estado de pie a un lado con Daniel, hace un ruido de disgusto.
Todos lo ignoramos. No quiero ser grosera, pero no tengo nada que decirle a Jacob—
. Avísame ahora y haré que lleven a tu familia directamente al aeropuerto. Podríamos
estar allí en veinte minutos.
Kaycee y Joules se miran. Tam y yo hacemos lo mismo. Él no sonríe, pero hay
una dulzura en los ojos de Tam que me recuerda que no estoy sola. Pase lo que pase
con Joules, tengo a alguien que lo está pasando conmigo.
—Quiero ver a Joe —admite Joules, encogiéndose de hombros—. Yo... sería
más fácil pasar por eso en casa.
—Nos llevaremos el jet, y si hay que culpar a alguien por usarlo cuando no
debemos, yo asumiré la culpa —dice Kaycee en voz alta, frunciendo el ceño en
dirección a Jacob. Incluso se burla de él y lo llama por su nombre en voz baja, algo
que no entiendo. Creo que está hablando en coreano.
—¿Canoa? —pregunta Joules suavemente, y yo asiento con la cabeza.
—Vámonos a casa, Joules —le susurro, y así... lo hacemos.
C.M. Stunich es una bibliófila confesa, amante de los tés exóticos y de toda una
serie de personajes que viven a tiempo completo dentro del extraño y arremolinado
vórtice de sus pensamientos. Algunos dirán que es una locura, pero a Caitlin Morgan no
le importa, sobre todo teniendo en cuenta que tiene que escribir biografías en tercera
persona. Ah, y la mitad de los personajes que tiene en la cabeza son chicos malos y
calientes, con bocas sucias y manos hábiles (entre otras cosas). Si estar loca significa
salir con ellos todos los días, C.M. ha decidido internarse.
Odia el pudin de tapioca, le encantan las películas de terror y es esclava de
muchos gatos. Cuando no está aspirando pelos del sofá, a C.M. se la puede encontrar
con la nariz metida en un libro o los ojos pegados a la pantalla del ordenador. Es autora
de más de cien novelas: románticas, para adultos, fantásticas y juveniles. Acompáñela
en su locura. Hay mucho que hacer allí.
Ah, y a Caitlin le encanta charlar (incesantemente), así que no dudes en enviarle
un correo electrónico, un mensaje de Facebook o hacer señales de humo. Ella ya lo está
deseando.