Práctica Morfo-Sintaxis. 2º Bach.
Práctica Morfo-Sintaxis. 2º Bach.
Práctica Morfo-Sintaxis. 2º Bach.
’, dijo Einstein
Cuenta la leyenda que cuando a Albert Einstein le informaron de que Estados Unidos acababa de
lanzar (perífrasis verbal. Fin de acción)la bomba atómica sobre Hiroshima exclamó Oh, weh!,
que viene a querer decir (perífrasis verbal. Aproximación. Posibilidad.) algo así como ¡Qué
horror! Puede que si le hubiera tocado enterarse del premio Oscar para la película Oppenheimer
hubiera exclamado algo parecido.
Se sabe que Einstein, que aparece en la película en una secuencia tan enigmática, para bien,
como poco esclarecedora, para mal, no estaba al corriente del programa nuclear estadounidense.
Quien pasa por ser una de las mentes más brillantes de la historia de la humanidad sostenía con
ahínco que la única solución para la política internacional era la unidad mundial. Qué poco caso
hacemos a las personas inteligentes, la unidad mundial nunca ha estado más lejos del programa,
si tan siquiera logramos unidad dentro de los países. Se sabe que en un programa de televisión
de 1950 sí expresó una advertencia clara: “Desarrollar la bomba de hidrógeno como hace Estados
Unidos, cuyo presidente persigue ese fin, obliga a avisar (Perífrasis verbal. Obligación. )de que
el envenenamiento radiactivo de la atmósfera causaría la aniquilación de la vida humana sobre la
tierra. Bajo el carácter aparentemente inexorable se nos hace creer que cada paso aparece como
la inevitable consecuencia del que se ha dado antes. Pues el final, cada vez más claro, será la
aniquilación general”.
Es obvio que este discurso fue ignorado, la guerra ha vuelto a ser un recurso. Y los países
poderosos siguen presentando como inevitable no solo el uso y fabricación de la bomba, sino la
amenaza persistente y el efecto disuasorio. Tenemos actualmente al mando de naciones fuertes a
hombres que pasarán a la historia como asesinos y eso es permitido y aplaudido por una gran
parte de sus ciudadanías, que tienden a confundir el patriotismo con la tolerancia al crimen. En
este sentido, a uno le gustaría percibir que la historia de la bomba atómica lanzada sobre Japón
en dos ocasiones sucesivas no fuera contada como fruto de lo inevitable. Carecería de sentido
desvincularla del ascenso del ultranacionalismo y del racismo que encumbraron a Hitler y a los
líderes que se asociaron con él tanto en Europa como en Asia. Pero la bomba también estableció
las relaciones políticas futuras.
En la segunda parte de la película de Nolan, donde quizá no es tan acelerado ni tan abrumador el
avance de la anécdota, se repasa el modo en que el Gobierno de Estados Unidos persiguió hasta
la humillación pública al científico Oppenheimer. Sus evidentes llamamientos al desarme y a la
pacificación no se correspondían ya con los intereses de unos líderes y una industria
armamentística que harían del miedo y la amenaza su gran negocio. Asusta que caiga en la
superficialidad la lectura de la película Oppenheimer, que se disfrute solo como la audacia de un
hombre por superar a los rivales bélicos, como un reto heroico triunfante, otro más. La
precipitación en las descripciones de su vida personal impiden ahondar en la espiritualidad que lo
acosaba enfrentándole a su propia actividad profesional. Es ahí, en esa contradicción, donde la
expresión de Einstein cobra toda su magnitud.
En un mundo en el que se adora sin reparos cada avance tecnológico, ajenos todos a las
consecuencias, convendría no olvidar la medida humana. Nos hemos alejado de nosotros
mismos. Y en las películas también.