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CAP-II La-Fuerza-De-Sheccid-16-24

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CARLOS

- 16 - CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

2
PRIMER ENCUENTRO

Al llegar a la casa, me encierro en la habitación ofuscado,


desorientado. La noche me sorprende antes de sacar alguna
conclusión clara. Cuando calculo que todos se han dormido ya, salgo
de mi cuarto y voy al pasillo de los libros. Enciendo la luz y trato de
encontrar algo que me ayude a razonar mejor. Alcanzo varios
volúmenes, sin saber exactamente lo que busco, y me pongo a
hojearlos en el suelo. Hay obras de sexología, medicina, psicología.
Trato de leer, pero no me concentro. Después de un rato me levanto
y deambulo por la casa; al fin me detengo en la ventana de la sala.
No puedo apartar de mi mente las imágenes impresas que vi.
Regresan una y otra vez. Pero van más allá de un recuerdo grato.
Son más que un estímulo. Me excitaría la belleza de un cuerpo
femenino, pero eso fue un nauseabundo sobreestímulo.
Con la vista perdida a través del cristal abandono la ingenuidad
de una niñez que me impulsaba a confiar en todos.
De pronto me embarga la intensa sensación de estar siendo
observado. Me giro para mirar sobre los hombros y doy un violento
salto al descubrir a mi madre sentada en el sillón de la sala.
—¿Pero qué haces aquí? —Pregunto enfadado por el susto.
—Oí ruidos. Salí y te encontré meditando. No quise molestarte.
Agacho la cara sin acabar de comprender. ¿Qué significaba eso?
¿Ha escuchado mis murmullos? ¿Ha detectado mi desesperación y
tristeza? ¿Por qué penetró furtivamente, sin anunciarse, en mi
espacio de intimidad?
CARLOS
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—¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—Como media hora.
—¿Sin hacer ruido? ¿Sin decir nada?
—Quise acompañarte... eso es todo.
No comprendo. Incluso me siento molesto. Más tarde entenderé
que eso es una muestra del verdadero amor: Estar ahí, sin
importunar, apoyar sin forzar, ofrecer energía espiritual sin obligar,
interesarse en el sufrimiento del ser querido pero no intervenir en sus
conclusiones de aprendizaje... (una muestra, por cierto, de cómo
seguramente Dios mismo manifiesta su amor a los hombres).
—Vi que sacaste varios libros. ¿Buscabas algo en especial?
—No, mamá. Mejor dicho si... No sé si contarte...
—Me interesa todo lo que te pasa. Estás viviendo una etapa
difícil.
—¿Por qué supones eso?
—En la adolescencia se descubren muchas cosas. Se aprende a
vivir. Los sentimientos son muy intensos.
Me animo a mirarla. La molestia de haber sido importunado en
mis elucubraciones se va tornando poco a poco gratitud. Realmente
me agrada sentirme amado, ser importante para alguien que está
dispuesto a desvelarse únicamente por hacerme compañía.
—No todas las personas de buen aspecto son decente, ¿verdad?
Ella guarda silencio. Es una mujer preparada. Tiene estudios de
pedagogía y psicología. Tal vez desea escuchar más para darme
después una opinión.
—Fui convencido muy fácilmente por un farsante que se hizo
pasar por profesor de biología.
—¿Convencido de qué?
—Soy un estúpido.
—¿Qué fue lo qué pasó?
—Un hombre... me invitó a subir a su coche. No te enojes, por
favor, sé que hice mal, pero parecía una persona decente... Es
imposible confiar en la palabra de otros, ¿verdad?
Permanece callada esperando que aclare las cosas.
CARLOS
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—Ninguna editorial, marca o compañía distribuidora avalaba la


impresión de esas revistas.
—¿Qué revistas?
Me da vergüenza describirle a mi madre lo que vi. Mujeres
mostrando groseramente las partes más íntimas de su anatomía,
aparatos extraños usados por ellas para profanarse, cópulas
simultáneas de dos hombres con la misma mujer, de dos mujeres con el
mismo hombre, coito de animales con seres humanos, de niñas con niños.
—¿El hombre que te invitó a su coche era promotor de material
obsceno?
—Sí...
—¿Te hizo algo malo?
—No. Escapé. Pero Mario, un compañero de mi salón, se fue con
él. Se veía muy entusiasmado con el trabajo que le proponía.
—¿Qué trabajo?
—El de actor...
Mi madre tenía la boca abierta. Me observa asustada. Finalmente
respira hondo y asienta muy despacio.
—Es un hecho que existe la pornografía infantil, adolescentes
secuestrados para ser objeto de fornicación, jóvenes atrapados por
bandas de drogadictos y degenerados. También hay falsas agencias
de empleos que solicitan modelos jóvenes para embaucar a las
muchachas y muchachos que acuden y abusar sexualmente de
ellos... Todo eso existe.
—Lo he comprobado.
—Me preocupas, hijo... ¿Qué pasó en el coche de ese hombre?
—Nada. Sólo me mostró algunas cosas. No puedo apartarlas de
mi mente... Sé que son sucias pero me atraen. Me dan asco pero me
gustaría ver más. No entiendo lo que me pasa.
Se pone de pie y camina hacia mí. Al verla acercarse agacho la cara.
—En un naufragio, los sobrevivientes se enfrentan con una
gran tentación —comenta con voz mesurada—: Beber el agua de
mar. Quienes la toman, lejos de mitigar su sed, la acrecientan
terriblemente y mueren mucho más rápido. Lo que ese hombre
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te ofreció es agua de mar... Y el adolescente es como un náufrago


con sed. En tiendo que algunos descubrimientos llamen
enormemente tu atención, pero debes resistir al llamado insano.
Amárrate al mástil de tu embarcación si es necesario, como lo
describe Homero en la Odisea cuando habla de las letales sirenas
que cantaban atrayendo a los marinos a una muerte segura.
—A Mario le pasó eso. Tomó agua de mar. Se arrojó a los brazos
de las sirenas.
—Sí, pero eso no significa que tú estés a salvo. Volverás a recibir
ofertas.
—Y cuando ocurra no voy a correr; no debo asustarme de todo lo
que veo. Si existe una realidad que yo ignoraba quisiera enfrentarme
a ella y familiarizarme.
Regresa sobre sus pasos y vuelve a tomar asiento en el sillón de
la sala. Me invita con un ademán a que me siente frente a ella.
Obedezco de inmediato.
—Tú sabes que existen serpientes —comenta—. Eso no
significa que debes convivir con ellas. Son traicioneras. Un
domador de circo pasó trece años entrenando a una anaconda.
Parecía tener el control del animal. Se ufanaba de ello. Preparó un
acto que funciono bien, pero una noche, frente al público, en pleno
espectáculo, la serpiente se enredó en el hombre y le hizo crujir
todos los huesos hasta matarlo. Miles de muchachos mueren
asfixiados por una anaconda que creyeron domesticar.
Hay un largo silencio. Recuerdo nuevamente las publicaciones.
—Ahora entiendo por qué ese material no tenía el sello de ningún
productor. Es un delito y los creadores se esconden en el anonimato.
—Si, hijo, pero poco a poco los comerciantes están siendo cada
vez más descarados. El negocio de la pornografía y de los
“juguetes para adultos” reporta utilidades multimillonarias en
todo el mundo. Es como la droga. Los empresarios que están
detrás de esto son capaces de comprar a funcionarios y
conseguir permisos para difundir sus productos. ¿Quién
autorizó que hasta en los puestos de periódicos se venda parte de
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ese material? ¿Cuál es el límite de lo que pueden vender? Los


promotores de promiscuidad se enriquecen chillando que tienen
derecho a la libertad de expresión y que nadie puede probar que
sus productos sean dañinos, pero es un hecho que millones de
personas son afectadas directa o indirectamente por esa basura.
Cuando la policía registra las pertenencias de los criminales,
siempre se encuentran con que son aficionados a la más baja
pornografía y a todo tipo de perversiones sexuales.
—¿Todos los delincuentes son sexualmente promiscuos?
—Por lo general, sí.
—Mamá... No sé por qué siento tanto temor.
Me incorporo y camino hacia ella para abrazarla. Por un largo rato
no hablamos. Es innecesario. Mi madre no es sólo una proveedora de
alimentos o una supervisora de tareas, es una compañera de vida.
—En la maestría de pedagogía debes de haber leído muy buenos
libros de superación. ¿Podrías recomendarme algunos?
—Claro. Vamos.
Tomo como tesoro en mis manos los cuatro volúmenes que me
sugiere cuando llegamos al pasillo del librero. Regreso a mi cama y
los hojeo. No puedo leer. El alud de ideas contradictorias me impide
concentrarme lo suficiente. A las tres de la mañana apago la luz y
me quedo dormido sin desvestirme sobre la colcha de la cama.

CCS: Miércoles, 20 de marzo.1


Quisiera ser escritor. Como mi abuelo. Escribir es una forma de
desahogarse sanamente cuando la sed nos invita a beber agua de mar.
Uno de los autores que estoy leyendo tiene una empresa que
se llama Conferencistas y Consultores en Superación, y
recomienda, como terapia esencial para el éxito, escribir un diario
que plasme emociones y aprendizaje en orden temporal. Hoy he
comenzado, titulando esta libreta Control Cronológico de
Sentimientos, de manera que coincidiera con las siglas de la
empresa del autor.
1
CCS. La redacción del diario (Control Cronológico de Sentimientos) ha sido modificado por el
autor después de muchos años, pero las ideas y reflexiones son idénticas a las expresadas en los
escritos originales.
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Tengo mucho que escribir.


En esta etapa tan difícil he recordado una historia que me
contó mi abuelo:
Un hombre cayó prisionero del ejército enemigo. Lo
metieron a una cárcel subterránea en la que descubrió un mundo
oscuro, sucio, lleno de personas enfermas y desalentadas. Poco a
poco se fue dejando vencer por el maltrato hasta que, por azares
del destino, la hija del rey visitó la prisión. Fue tal el desencanto
de la princesa, que suplicó a su padre sacara a esos hombres de
ahí y les diera una vida más digna. El prisionero se enamoró de
ella y, motivado por el sueño de conquistarla, escapó de la cárcel
y desplegó una compleja estrategia para superarse y acercarse a ella.
Quiero pensar que este diario lo escribo para alguien muy
especial.
Mi princesa:
He pensado tanto en ti durante estos días. He vuelto a soñar
contigo de forma insistente y clara. Tengo miedo de que tu amiga
Ariadne se me anticipe y lo eche todo a perder antes de que me
conozcas. Por eso la próxima vez que te vea me acercaré a decirte
que, sin darte cuenta, me has motivado a escapar de mi prisión y
superarme.

Me encuentro sentado en una banca del patio transcribiendo en


mi libreta un poema, cuando la veo a lo lejos.
Algunas veces su rostro se oculta detrás de los transeúntes, otras
se descubre en medio del círculo de amigas, con todo su fulminante
parecido al rostro que me atormenta en sueños. Las manos me suda,
los dedos me tiemblan. La boca se me ha secado casi por completo.
Tengo que acercarme. Lo he prometido. Echo un último vistazo al
poema que copié antes de cerrar mi libreta.

Yo no sé quién eres humana y piadosa,


ni como te llamas; o eres como todas,
no sé si eres buena, como tantas otras,
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Insensible y falsa. la suerte de verte


Te conozco apenas, de cerca a la cara.
a través del velo Sé que puedo amarte,
de mis esperanzas. porque me haces falta
Ignoro tu vida, y estar a tu lado
tus glorias pasadas cuando tú lo quieras,
y las ilusiones y para tu historia
que para mañana ¡ser todo o ser nada!
hilvana tu mente. no obstante que ignoro
Y hasta tu mirada quién eres,
me es desconocida, cómo eres...
porque no he tenido y cómo te llamas.
Martín Galas Jr.
Veo a la chica fijamente. Pienso que mientras esté rodeada de
tantas personas me será imposible abordarla, pero de pronto el grupo
de muchachas comienza a despedirse y en unos segundos la dejan
totalmente so... ¿la? El corazón comienza a tratar de salírseme del
pecho. Me pongo de pie. Camino unos pasos dudando. No dispongo
de mucho tiempo, pronto terminará el descanso y ella se esfumará
nuevamente. Avanzo sin pensarlo más.
Me mira y al hacerlo percibo una mueca de desagrado como
mostrando absoluta indisposición para atender a ningún
conquistador. Me detengo a medio metro de la banca. Frente a ella
compruebo que de cerca es más hermosa aún. Al ver que no digo
nada, enfrenta mi mirada con intensidad en pleno gesto interrogativo.
—Hola —la voz sale de mi garganta insegura pero cargada de
suplicante honestidad—. ¿Puedes ayudarme?
Ella frunce ligeramente las cejas, como si hubiese esperado otras
palabras y otro tono de voz..
—Sí. ¿De qué se trata?
—Se trata de... bueno, hace tiempo que deseaba hablarte... En realidad
hace mucho tiempo —su postura trasluce el visaje de su primera buena
impresión, pero, ¿cuánto tiempo durará si no encuentro algo cuerdo que
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argumentar? Debo pensar bien y rápido. Comienzo a construir y descartar


parlamentos en la mente a toda velocidad: “Es difícil abordar a una joven
como tú...” No muevo la cabeza. Eso es vulgar; entonces: “Si supieras de
las horas en que he planeado cómo hablarte me creerías un tonto por estar
haciéndolo tan torpemente...” Sonrío y ella me devuelve la sonrisa. No
puedo decir eso, sonaría teatral, preparado, pero tengo que decir algo ya.
—Te he visto declamar dos veces y me gustó mucho.
—¿Dos veces? Yo únicamente he declamado una vez aquí.
—La segunda lo hiciste para toda la escuela en medio de una tormenta.
—¿Cómo? ¿La segunda?
—La primera lo hiciste sólo para mí... en sueños... —la frase no
tiene intención de conquista, es verdad; tal vez nota mi seriedad y
por eso permanece a la expectativa—. Declamas increíblemente —
completo—. Estoy escribiendo un diario para ti. Quiero ser tu amigo.
—¿Por qué no te sientas?
Lo hago y las palabras siguientes salen de mi boca sin haber
pasado el registro de razonamiento habitual.
—Eres una muchacha muy especial y me gustaría conocerte.
—Vaya que bienes agresivamente decidido.
Muevo la cabeza avergonzado. Eso fue un error. Tengo que ser más
sutil y seguir un riguroso orden antes de exteriorizar mis pensamientos.
—¿Por qué no empezamos por presentarnos? —sugiere—. Mi nombre es...
—Sheccid —la interrumpo.
—Che... ¿qué?
—Mi abuelo es escritor. Lo admiro mucho. Cuando yo era niño
me sentaba en sus piernas y me contaba cuentos. Él me platicó la
historia de una princesa árabe extremadamente hermosa llamada
Sheccid. Un prisionero se enamoró de ella y, motivado por la fuerza
de ese amor, escapó de la cárcel y comenzó a superarse hasta que
logró trabajar en el palacio como consejero del rey; pero nunca le
declaró su amor y ella se casó con otro de sus pretendientes.
Me mira unos segundos con sus penetrantes ojos azules.
—Y esa princesa se llama... She... ¿cómo?
—Sheccid.
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—¿Así que vas a cambiarme de nombre?


—Sí. Pero no quiero que te cases con otro sin saber que yo existo.
Ríe francamente y mueve la cabeza.
—¿Siempre eres tan imaginativo?
—Sólo cuando me enamoro.
Me doy cuenta de que he pasado nuevamente por alto el control de
calidad de mis palabras y me reprocho entre dientes “Qué sea la última vez
que dices una tontería”, pero ella no le ha parecido tal, porque sigue riendo.
De pronto se pone de pie con el brazo en alto para llamar a una
chica que camina lentamente cuidando de no derramar el contenido
de dos vasos de refresco que lleva en las manos.
—¡Ariadne, aquí estoy...! —baja la voz para dirigirse a mí—: Te
presentaré a una amiga, que fue a la cooperativa a traer algo de comer.
Al instante siento un agresivo choque de angustia y miedo. La
pecosa llega hasta nosotros. Bajo la cabeza pero me reconoce.
—¡Hey! —grita histérica—. ¿Pero qué haces con este sujeto...?
Mi princesa se pone de pie asustada.
—¿Qué te pasa, Ariadne? ¡Estás temblando! Vas a tirar los refrescos.
—¡Es que no comprendes! —me observa con los ojos desorbitados—.
¡Dios mío! ¡No sabes quién es él!
—Acabo de conocerlo, ¿Pero por qué...?
—¡Es el joven del automóvil rojo de quien te hablé!
—¿El de...?
—¡Por favor! ¿Ya se te olvido? ¡El de las revistas pornográficas!
A él y a otro de esta escuela les abrí la puerta creyendo que el tipo
que manejaba los tenía atrapados, pero me equivoqué. Corrieron
detrás de mí para obligarme a subir con ellos.
—¿A... él...?
—Sí.
—¡Increíble...! —murmura evidentemente decepcionada—. ¿Con que
me viste declamar en sueños y vas a ponerme el nombre de una princesa
que inventó tu abuelo? —da dos pasos hacia atrás y se dirige a su amiga
para concluir—: ¡Pero qué te parece el cinismo de este idiota!
No puedo hablar. Las miro estupefacto. No vuelven la cabeza. Simplemente se alejan.

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