Añafrgreg 011212
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Para otros usos de este término, véanse España (desambiguación) y Estado español
(desambiguación).
Reino de España
Escudo
España
Resto de Europa
Capital
40°25′01″N 3°42′12″O
• Rey Felipe VI
Formación
• Reconquista
• Unión dinástica
• Monarquía compuesta
• Monarquía centralizada
• Monarquía constitucional
• Estado liberal
• Primera República
• Restauración
• Segunda República
• Dictadura franquista
• Democracia actual
711-1492
20 de enero de 1469
14 de marzo de 1516
29 de junio de 1707
19 de marzo de 1812
1833-1868
1873-1874
30 de junio de 1876
1931-1939
1939-1975
29 de diciembre de 1978
Membresía
Aunque la Real Academia Española da por superada la polémica acerca del glotónimo y da por
válidos tanto «español» como «castellano»,2 la Constitución usa de manera explícita
«castellano» para diferenciarlo del resto de lenguas españolas.3 Asimismo, son cooficiales el
catalán en Cataluña4 y las Islas Baleares;5 el valenciano en la Comunidad Valenciana; el gallego
en Galicia; el euskera en el País Vasco y la zona vascófona de Navarra; y el aranés, variedad de
la lengua occitana hablada en el Valle de Arán, en Cataluña.4 Además están reconocidos
legalmente la lengua de signos española,6 la lengua propia de las áreas pirenaica y
prepirenaica (aragonés) y la lengua propia del área oriental (catalán) en Aragón7 y el
asturleonés en Asturias, donde se denomina bable,8 y en Castilla y León, donde recibe el
nombre de leonés.910
Dato referido a las aguas continentales. Las aguas jurisdiccionales o marinas son un millón de
kilómetros cuadrados aproximadamente.12
De los cuales: 63 km con Andorra, 646 km con Francia, 1,2 km con Gibraltar, 1224 km con
Portugal, 18,5 con Marruecos (8 en Ceuta y 10,5 en Melilla). Asimismo, existe una frontera
adicional de 75 metros entre Marruecos y el Peñón de Vélez de la Gomera.
Para las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla: EA. Para Canarias: IC. Estos códigos no son
oficiales pero sí reservados.17
El artículo 3.1 de su Constitución establece que «el castellano es la lengua española oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla».3 En 2012, era
la lengua materna del 82 % de los españoles.33 Según el artículo 3.2, «las demás lenguas
españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con
sus Estatutos».3 El idioma español o castellano, segunda lengua materna más hablada del
mundo con 500 millones de hispanohablantes nativos, y hasta casi los 600 millones incluyendo
hablantes con competencia limitada,34 es uno de los más importantes legados del acervo
cultural e histórico de España en el mundo. Perteneciente culturalmente a la Europa Latina y
heredero de una vasta influencia grecorromana, España alberga también la cuarta colección
más numerosa del mundo de sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.35
Es un país desarrollado —goza de la cuarta esperanza de vida más elevada del mundo— y de
altos ingresos, cuyo producto interior bruto coloca a la economía española en la decimocuarta
posición mundial (2021).36 Gracias a sus características únicas, España es una gran potencia
turística y se erige como el segundo país más visitado del mundo —más de 83 millones de
turistas en 2019— y el segundo país del mundo en ingresos económicos provenientes del
turismo internacional.3738 Tiene un índice de desarrollo humano muy alto (0,904), según el
informe de 2020 del Programa de la ONU para el Desarrollo.39 España también tiene una
notable proyección internacional a través de su pertenencia a múltiples organizaciones
internacionales como Naciones Unidas, el Consejo de Europa, la Organización Mundial del
Comercio, la Organización de Estados Iberoamericanos, la OCDE, la OTAN y la Unión Europea
—incluidos dentro de esta al espacio Schengen y la eurozona—, además de ser miembro de
facto del G20.
La primera presencia constatada de homínidos del género Homo se remonta a 1,2 millones de
años antes del presente, como atestigua el descubrimiento de una mandíbula de un Homo aún
sin clasificar en el yacimiento de Atapuerca.40 En el siglo iii a. C., se produjo la intervención
romana en la Península, lo que conllevó a una posterior conquista de lo que, más tarde, se
convertiría en Hispania. En el Medievo, la zona fue conquistada por distintos pueblos
germánicos y por los musulmanes, llegando estos a tener presencia durante algo más de siete
centurias. Es en el siglo xv, con la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón y la
culminación de la Reconquista, junto con la posterior anexión navarra, cuando se puede hablar
de la cimentación de «España», como era denominada en el exterior.414243 Ya en la Edad
Moderna, los monarcas españoles gobernaron el primer imperio de ultramar global, que
abarcaba territorios en los cinco continentes,nota 3 dejando un vasto acervo cultural y
lingüístico por el globo. A principios del xix, tras sucesivas guerras en Hispanoamérica, pierde la
mayoría de sus territorios en América, acrecentándose esta situación con el desastre del 98.
Durante este siglo, se produciría también una guerra contra el invasor francés, una serie de
guerras civiles, una efímera república reemplazada nuevamente por una monarquía
constitucional y el proceso de modernización del país. En el primer tercio del siglo xx, se
proclamó una república constitucional. Un golpe de Estado militar fallido provocó el estallido
de una guerra civil, cuyo fin dio paso a la dictadura de Francisco Franco, finalizada con la
muerte de este en 1975, momento en que se inició una transición hacia la democracia. Su
clímax fue la redacción, ratificación en referéndum y promulgación de la Constitución de
1978.nota 4 Acrecentado significativamente durante el llamado «milagro económico español»,
el desarrollo económico y social del país ha continuado a lo largo del vigente periodo
democrático.
Toponimia
Castillo de Sancti Petri (San Fernando, Cádiz). En este lugar se hallaba el Templo de Hércules
Melkart
El nombre de «España» deriva fonéticamente de Hispania, nombre con el que los romanos
designaban geográficamente al conjunto de la península ibérica, término alternativo al nombre
Iberia, preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin embargo, el hecho
de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías
sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.
Hispania proviene del fenicio i-spn-ya, un término cuyo uso está documentado desde el
segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas. Los fenicios constituyeron la
primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó,
entre otras, Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental.4445
Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, interpretando el prefijo i
como «costa», «isla» o «tierra», con ya con el significado de «región». El lexema spn, que en
fenicio y también en hebreo se puede leer como saphan, se tradujo como «conejos» (en
realidad «damanes», unos animales del tamaño del conejo extendidos por África y el Creciente
Fértil). Los romanos, por tanto, le dieron a Hispania el significado de «tierra abundante en
conejos», un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular,
Catulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en
la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un
conejo a sus pies), en referencia al tiempo que vivió en Hispania.
Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso
en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en
el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan
en hebreo y arameo) significaría en fenicio «el norte», una denominación que habrían tomado
los fenicios al llegar a la península ibérica bordeando la costa africana, viéndola al norte de su
ruta, por lo que i-spn-ya sería la «tierra del norte». Por su parte, según Jesús Luis Cunchillos en
su Gramática fenicia elemental (2000), la raíz del término span es spy, que significa «forjar» o
«batir metales». Así, i-spn-ya sería «la tierra en la que se forjan metales».46
Aparte de la teoría de origen fenicio, que es la más aceptada a pesar de que el significado
preciso del término sigue siendo objeto de discusiones, a lo largo de la historia se propusieron
diversas hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos relacionados.
A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso
su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis, que significaría «la
ciudad de occidente»47 y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios y
luego los romanos dieron su nombre a todo su territorio.48 Posteriormente, Juan Antonio
Moguel propuso en el siglo xix que el término Hispania podría provenir de la palabra euskera
Izpania, que vendría a significar «que parte el mar» al estar compuesta por las voces iz y pania
o bania que significa «dividir» o «partir».49 A este respecto, Miguel de Unamuno declaró en
1902: «La única dificultad que encuentro […] es que, según algunos paisanos míos, el nombre
España deriva del vascuence ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península
en Europa».50 Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de
los nombres de dos reyes legendarios de España, Hispalo y su hijo Hispan o Hispano, hijo y
nieto, respectivamente, de Hércules.51
A partir del periodo visigodo, el término Hispania, hasta entonces usado geográficamente,
comenzó a emplearse también con una connotación política, como muestra el uso de la
expresión Laus Hispaniae para describir la historia de los pueblos de la península en las
crónicas de Isidoro de Sevilla.
Tú eres, oh Hispania, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa
de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres
ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso,
sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la
tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la
nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la
abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas
alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor
tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del
cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea
Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te
haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables
victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura
entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio.
Isidoro de Sevilla, Santo (siglo vi-vii). Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum
[Historia de los reyes de los godos, vándalos y suevos]. Trad. de Rodríguez Alonso (1975). León.
pp. 169 y 171.5253
La evolución de la palabra España es acorde con otros usos culturales. Hasta el Renacimiento,
los topónimos que hacían referencia a territorios nacionales y regionales eran relativamente
inestables, tanto desde el punto de vista semántico como del de su precisa delimitación
geográfica. Así, en tiempos de los romanos Hispania correspondía al territorio que ocupaban
en la península, Baleares y, en el siglo iii, parte del norte de África —la Mauritania Tingitana,
que se incluyó en el año 285 en la Diocesis Hispaniarum—.
En el dominio visigodo, el rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España
peninsular a fines del s. vi, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro de
Sevilla narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de
Suintila en la primera mitad del s. vii y se habla de la «madre España». En su obra Historia
Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de Totius Spaniae («toda España»). El prólogo
de la misma obra es el conocido De laude Spaniae («Acerca de la alabanza a España»).
En tiempos del rey Mauregato, fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al
apóstol como dorada cabeza refulgente de Ispaniae («Oh, vere digne sanctior apostole caput
refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus»).nota 5
Manuscrito de la Estoria de España de Alfonso X de Castilla, «el Sabio»
El gentilicio español ha evolucionado de forma distinta a la que cabría esperar (cabría esperar
algo similar a «hispánico»). Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio
español. Según una de ellas, el sufijo -ol es característico de las lenguas romances provenzales
y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que
considera que habría sido importado a partir del siglo ix, con el desarrollo del fenómeno de las
peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos
que recorrieron la península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del
nombre latino hispani a partir del espagnol, espanyol, espannol, espanhol, español, etc. (las
grafías gn, nh y ny, además de nn, y su abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con
que ellos designaban a los cristianos de la antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la
labor de divulgación de las élites formadas la que promocionó el uso de español y españoles: la
palabra españoles aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca,
manuscrito de 1139-1221,57 mientras que en la Estoria de España, redactada entre 1260 y
1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio españoles.58
Aunque el vocablo se estabiliza en grafía, su definición seguirá siendo variable, según se
pierden o anexionan territorios. El estado español se fundó como tal en 1812, con la
Constitución de Cádiz.
Historia
Véanse también: Formación territorial de España, Ser de España, Cronología de los reinos en la
península ibérica y Cronología de España.
Uno de los bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria), pintada durante el Paleolítico superior
El actual territorio español aloja dos de los lugares más importantes para la prehistoria
europea y mundial: la sierra de Atapuerca (donde se ha definido la especie Homo antecessor y
se ha hallado la serie más completa de huesos de Homo heidelbergensis) y la cueva de
Altamira (donde por primera vez en el mundo se identificó el arte paleolítico).
Las colonias fenicias pasaron a ser controladas por Cartago desde el siglo vi a. C., periodo en el
que también se produce la desaparición de Tartessos. Ya en el siglo iii a. C., la victoria de Roma
en la primera guerra púnica estimuló aún más el interés cartaginés por la península ibérica, por
lo que se produjo una verdadera colonización territorial, con centro en Qart Hadasht
(Cartagena), liderada por la familia Barca.
Teatro romano de Mérida, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1993. Más de dos
mil años después de su construcción sigue utilizándose como espacio escénico
La intervención romana se produjo en la segunda guerra púnica (218 a. C.), que inició una
paulatina conquista romana de Hispania, no completada hasta casi doscientos años más tarde.
La derrota cartaginesa permitió una relativamente rápida incorporación de las zonas este y sur,
que eran las más ricas y con un nivel de desarrollo económico, social y cultural más compatible
con la propia civilización romana. Mucho más dificultoso se demostró el sometimiento de los
pueblos de la Meseta, más pobres (guerras lusitanas y guerras celtíberas), que exigió
enfrentarse a planteamientos bélicos totalmente diferentes a la guerra clásica (la guerrilla
liderada por Viriato —asesinado el 139 a. C.—, resistencias extremas como la de Numancia —
vencida el 133 a. C.—). En el siglo siguiente, las provincias romanas de Hispania, convertidas en
fuente de enriquecimiento de funcionarios y comerciantes romanos y de materias primas y
mercenarios, estuvieron entre los principales escenarios de las guerras civiles romanas, con la
presencia de Sertorio, Pompeyo y Julio César. La pacificación (Pax Romana) fue el propósito
declarado de Augusto, que pretendió dejarla definitivamente asentada con el sometimiento de
cántabros y astures (29-19 a. C.), aunque no se produjo su efectiva romanización. En el resto
del territorio, la romanización de Hispania fue tan profunda como para que algunas familias
hispanorromanas alcanzaran la dignidad imperial (Trajano, Adriano y Teodosio) y hubiera
hispanos entre los más importantes intelectuales romanos (el filósofo Lucio Anneo Séneca, los
poetas Lucano, Quintiliano o Marcial, el geógrafo Pomponio Mela o el agrónomo Columela), si
bien, como escribió Tito Livio en tiempos de Augusto, «fue la primera provincia importante
invadida por los romanos fue la última en ser dominada completamente y ha resistido hasta
nuestra época», atribuyéndolo a la naturaleza del territorio y al carácter recalcitrante de sus
habitantes. La asimilación del modo de vida romano, larga y costosa, ofreció una gran
diversidad desde los grados avanzados en la Bética a la incompleta y superficial romanización
del norte peninsular.
Edad Media
Artículo principal: Historia medieval de España
Isidoro de Sevilla, en su Historia Gothorum, se congratula de que este rey fuera «el primero
que poseyó la monarquía del reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno
de sus antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía visigótica
determinó una gran inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y
magnicidios.61 La unidad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de
Recaredo (587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los
visigodos, impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de
Toledo se convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey, los principales
nobles y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de
naturaleza tanto política como religiosa. El Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (654)
como derecho común a hispanorromanos y visigodos tuvo una gran proyección posterior.
En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la
facción visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (denominación que
recuerda al general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en
la batalla de Guadalete. La evidencia de la superioridad llevó a convertir la intervención, de
carácter limitado en un principio, en una verdadera imposición como nuevo poder en Hispania,
que se terminó convirtiendo en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus
con capital en la ciudad de Córdoba. El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo,
la capital visigoda; el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo conquistadas hasta que
en el 716 el control musulmán abarcaba toda la península, aunque en el norte su dominio era
más bien nominal que efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un
núcleo de resistencia visigoda hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue
frenado por Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732).
La sublevación inicial de Don Pelayo fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 consiguió
imponerse a una expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que
la historiografía denominó «batalla de Covadonga». La determinación de las características de
ese episodio sigue siendo un asunto no resuelto, puesto que más que una reivindicación de
legitimismo visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le acompañaban lo eran) se
manifestó como una continuidad de la resistencia al poder central de los cántabros locales (a
pesar del nombre que terminó adoptando el reino de Asturias, la zona no era de ninguno de
los pueblos astures, sino la de los cántabros vadinienses).62 El «goticismo» de las crónicas
posteriores asentó su interpretación como el inicio de la «Reconquista», la recuperación de
todo el territorio peninsular, al que los cristianos del norte entendían tener derecho por
considerarse legítimos continuadores de la monarquía visigoda.
Los núcleos cristianos orientales tuvieron un desarrollo inicial claramente diferenciado del de
los occidentales. La continuidad de los godos de la Septimania, incorporados al reino franco,
fue base de las campañas de Carlomagno contra el Emirato de Córdoba, con la intención de
establecer una Marca Hispánica al norte del Ebro, de forma similar a como hizo con otras
marcas fronterizas en los límites de su imperio. Demostrada imposible la conquista de las
zonas del valle del Ebro, la Marca se limitó a la zona pirenaica, que se organizó en diversos
condados en constantes cambios, enfrentamientos y alianzas tanto entre sí como con los
árabes y muladíes del sur. Los condes, de origen franco, godo o local (vascones en el caso del
condado de Pamplona) ejercían un poder de hecho independiente, aunque mantuvieran la
subordinación vasallática con el Emperador o, posteriormente, el rey de Francia Occidentalis.
El proceso de feudalización, que llevó a la descomposición de la dinastía carolingia, evidente
en el siglo ix, fue estableciendo paulatinamente la transmisión hereditaria de los condados y su
completa emancipación de la vinculación con los reyes francos. En todo caso, el vínculo
nominal se mantuvo mucho tiempo: hasta el año 988 los condes de Barcelona fueron
renovando su contrato de vasallaje.
En 756, Abderramán I (un Omeya superviviente del exterminio de la familia califal destronada
por los abbasíes) fue acogido por sus partidarios en al-Ándalus y se impuso como emir. A partir
de entonces, el Emirato de Córdoba fue políticamente independiente del Califato abasí (que
trasladó su capital a Bagdad). La obediencia al poder central de Córdoba fue desafiada en
ocasiones con revueltas o episodios de disidencia protagonizados por distintos grupos
etnorreligiosos, como los bereberes de la Meseta del Duero, los muladíes del valle del Ebro o
los mozárabes de Toledo, Mérida o Córdoba (jornada del foso de Toledo y Elipando, mártires
de Córdoba y San Eulogio) y se llegó a producir una grave sublevación encabezada por un
musulmán convertido al cristianismo (Omar ibn Hafsún, en Bobastro). Los núcleos de
resistencia cristiana en el norte se consolidaron, aunque su independencia efectiva dependía
de la fortaleza o debilidad que fuera capaz de demostrar el Emirato cordobés.
Castillo de Gormaz
En 929, Abderramán III se proclamó califa, manifestando su pretensión de dominio sobre todos
los musulmanes. El Califato de Córdoba solo consiguió imponerse, más allá de la península
ibérica, sobre un difuso territorio norteafricano; pero sí logró un notable crecimiento
económico y social, con un gran desarrollo urbano y una pujanza cultural en todo tipo de
ciencias, artes y letras, que le hizo destacar tanto en el mundo islámico como en la entonces
atrasada Europa cristiana (sumida en la «Edad Oscura» que siguió al renacimiento carolingio).
Ciudades como Valencia, Zaragoza, Toledo o Sevilla se convirtieron en núcleos urbanos
importantes, pero Córdoba llegó a ser, durante el califato de al-Hakam II, la mayor ciudad de
Europa Occidental; quizá alcanzó el medio millón de habitantes, y sin duda fue el mayor centro
cultural de la época, como muestran la construcción de Medina Azahara o el traslado de la
Casa de la Moneda a la ciudad en 947.63A la muerte de Almanzor en 1002, tras su derrota
ante una coalición cristiana en la batalla de Calatañazor, comenzaron una serie de
enfrentamientos entre familias dirigentes musulmanas, que llevaron a la desaparición del
califato y la formación de un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas.
El reino de Asturias, con su capital fijada en Oviedo desde el reinado de Alfonso II el Casto, se
había transformado en reino de León en 910 con García I al repartir Alfonso III el Magno sus
territorios entre sus hijos. En 914, muerto García, subió al trono Ordoño II, que reunificó
Galicia, Asturias y León y fijó definitivamente en esta última ciudad su capital. Su territorio, que
llegaba hasta el Duero, se fue paulatinamente repoblando mediante el sistema de presura
(concesión de la tierra al primero que la roturase, para atraer a población en las peligrosas
zonas fronterizas), mientras que los señoríos laicos o eclesiásticos (de nobles o monasterios) se
fueron implantando posteriormente. En las zonas en que la frontera fue una condición más
permanente y la defensa recaía en la figura social del caballero-villano, lo que ocurrió
particularmente en la zona oriental del reino, se conformó un territorio de personalidad
marcadamente diferenciada: el condado de Castilla (Fernán González). Un proceso hasta cierto
punto similar (aprisio) se produjo en los condados catalanes de Cataluña la Vieja (hasta el
Llobregat, por oposición a la Cataluña la Nueva conquistada a partir del siglo xii).
Alfonso X de Castilla tuvo una gran labor jurídica, cultural y de historiografía, acercando Castilla
y León a las corrientes europeas
El siglo xi comenzó con el predominio entre los reinos cristianos del reino de Navarra. Sancho
III el Mayor incorporó los condados pirenaicos centrales (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza) y el
condado leonés de Castilla, estableciendo un protectorado de hecho sobre el propio reino de
León. Los enfrentamientos entre las taifas musulmanas, que recurrían a los cristianos como
tropas mercenarias para imponerse unas sobre otras, aumentaron notablemente su poder,
que llegó a ser suficiente como para someterlas al pago de parias.
Los territorios de Sancho el Mayor fueron distribuidos entre sus hijos tras su muerte. Fernando
obtuvo Castilla. Su matrimonio con la hermana del rey leonés y el apoyo navarro le
permitieron imponerse como rey de León tras la muerte de su cuñado en la batalla de
Tamarón (1037). A la muerte de Fernando se volvió a realizar un reparto territorial que
multiplicó el número de territorios que adquirieron el rango regio: reino de León, reino de
Galicia, reino de Castilla, así como la ciudad de Zamora. Sucesivamente se produjeron
reunificaciones y divisiones, siempre revertidas, excepto en el caso del condado de Portugal,
convertido en reino. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085) permitió la repoblación de la
amplia región entre los ríos Duero y Tajo mediante la concesión de fueros y cartas pueblas a
concejos con jurisdicción sobre amplias zonas (comunidad de villa y tierra) sobre los que
ejercían una especie de «señorío colectivo». Un proceso similar se produjo en el valle del Ebro,
repoblado (en parte con mozárabes emigrados del sur peninsular) a partir de la conquista de
Zaragoza (1118) por Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, que incluso llegó a ser rey
consorte de Castilla y León (en un accidentado matrimonio con Urraca I de Castilla, que
terminó anulándose). A su muerte sin herederos directos se separaron definitivamente sus
reinos: mientras que Navarra quedó marginada en la Reconquista, sin crecimiento hacia el sur,
Aragón se vinculó con Cataluña en 1137 por el matrimonio de la reina Petronila I de Aragón
con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, quienes formaron la Corona de Aragón.
Catedral de Burgos, gótica, como muchas otras catedrales de España. Burgos fue sede del
Consulado del Mar de la Corona de Castilla en sus relaciones comerciales con Europa, heredera
de la Hermandad de las Marismas de Vitoria
Por su parte, la conformación de la Corona de Castilla como conjunto de reinos, con un único
rey y unas únicas Cortes, no se consolidó hasta el siglo xiii. Los distintos territorios conservaban
diversas particularidades jurídicas, así como su condición de reino, perpetuada en la
intitulación regia: «rey de Castilla, de León, de Galicia, de Nájera, de Toledo,... señor de Vizcaya
y de Molina», añadiendo sucesivamente los títulos de soberanía de los nuevos reinos que se
fueran conquistando o adquiriendo. Alfonso VII adoptó el título de Imperator totius Hispaniae.
La repoblación de la amplia zona entre el Tajo y Sierra Morena, relativamente despoblada, se
confió a las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa).
Los avances cristianos hacia el sur fueron confrontados sucesivamente por dos intervenciones
norteafricanas: la de los almorávides (batallas de Zalaca, 1086, y Uclés, 1108) y la de los
almohades (batalla de Alarcos, 1195), que unificaron bajo una concepción más rigorista del
islam a las taifas, cuyos gobernantes eran acusados de corruptos y contemporizadores con los
cristianos. Sin embargo, la batalla de las Navas de Tolosa (1212) significó una decisiva
imposición del predominio cristiano y a los pocos años quedó un único reducto musulmán en
la península, el reino nazarí de Granada. La decadencia política y militar de al-Ándalus fue
simultánea a su mayor esplendor en los campos artístico y cultural (palacio de la Aljafería,
Alhambra de Granada, Averroes, Ibn Hazm).
La Corona de Castilla, con Fernando III el Santo, conquistó en los años centrales del siglo xiii la
totalidad del valle del Guadalquivir (reinos de Jaén, de Córdoba y de Sevilla) y el reino de
Murcia; mientras la Corona de Aragón, tras frustrarse su expansión al norte de los Pirineos
(cruzada albigense), conquistaba los reinos de Valencia y de Mallorca (Jaime I el Conquistador).
El acuerdo entre ambas coronas definió las respectivas zonas de influencia, e incluso enlaces
matrimoniales (de Alfonso X el Sabio con Violante de Aragón). La repoblación por los cristianos
de estas zonas, densamente habitadas por musulmanes, muchos de los cuales permanecieron
tras la conquista (mudéjares), se realizó mediante el repartimiento de lotes de fincas rurales y
urbanas de distinta importancia según la categoría social de los que habían intervenido en la
toma de cada una de las ciudades. La convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos
produjo un intercambio cultural de altísimo nivel (escuela de traductores de Toledo, tablas
alfonsíes, obras de Raimundo Lulio) al tiempo que se abrían varios studium arabicum et
hebraicum (Toledo, Murcia, Sevilla, Valencia, Barcelona) y los studia generalia, que se
convirtieron en las primeras universidades (Palencia, Salamanca, Valladolid, Alcalá, Lérida,
Perpiñán).
A partir de las vísperas sicilianas (1282), la Corona de Aragón inició una expansión por el
Mediterráneo en la que incorporó Cerdeña, Sicilia e incluso, brevemente, los ducados de
Atenas y Neopatria. En competencia con Portugal, la Corona de Castilla optó por una
expansión atlántica, basada en su control del Estrecho. En 1402 comenzó la conquista de las
islas Canarias, hasta entonces habitadas exclusivamente por los guanches. La ocupación inicial
fue llevada a cabo por señores normandos (Jean IV de Béthencourt) que rendían vasallaje al
rey Enrique III de Castilla. El proceso de conquista no concluyó hasta 1496, culminado por la
propia acción de la Corona. El deslindamiento de las zonas de influencia portuguesa y
castellana se acordó en el tratado de Alcaçovas (1479), que reservaba a los portugueses las
rutas del Atlántico Sur y por tanto la circunnavegación de África que permitiera una ruta
marítima hasta la India.
La gran mortandad provocada por la Gran Peste de 1348, particularmente grave en la corona
de Aragón, precedida de las malas cosechas del ciclo de 1333 (lo mal any primer), provocaron
una gran inestabilidad tanto económica y social como política e ideológica. En Castilla se
desató la primera guerra civil castellana (1351-1369) entre los partidarios de Pedro I el Cruel y
su hermanastro Enrique de Trastámara. En Aragón, a la muerte de Martín I el Humano,
representantes de los tres Estados de la Corona eligieron como sucesor, en el Compromiso de
Caspe (1412), a Fernando de Antequera, de la castellana Casa de Trastámara. La expansión
mediterránea aragonesa continuó con la conquista del Reino de Nápoles durante el reinado de
Alfonso V el Magnánimo.
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos. Su matrimonio en 1469 selló la
unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón.
La crisis fue particularmente intensa en Cataluña, cuya expresión política fueron las disputas
entre Juan II de Aragón y su hijo, Carlos de Viana, aprovechadas por las instituciones
representativas del poder local (la Generalidad o comisión permanente de las Cortes y el
Consejo de Ciento o regimiento de la ciudad de Barcelona) para manifestar el escaso poder
efectivo que la monarquía aragonesa tenía sobre el particularismo (pactismo, foralismo) de
cada uno de sus territorios, donde prevalecían las constituciones, usos y costumbres
tradicionales (usatges, observancias) sobre la voluntad real. Simultáneamente estallaron las
tensiones sociales entre la Biga y la Busca (alta y baja burguesía de la ciudad de Barcelona) y
las revueltas de los payeses de remença (campesinos sometidos a un régimen de sujeción
personal particularmente duro), todo lo cual hizo estallar la guerra civil catalana (1462-1472).
El debilitamiento de Barcelona y Cataluña benefició a Valencia, que se convirtió en el puerto
marítimo que centralizó la expansión comercial de la Corona de Aragón y alcanzó los 75 000
habitantes a mediados de siglo xv, con un auge cultural que permite definirlo como Siglo de
Oro valenciano. El reino de Aragón, sin salida al mar y centrado en actividades
fundamentalmente agropecuarias, limitó su desarrollo económico y social. Los privilegios de
ricoshombres y nobleza laica y eclesiástica impidieron el desarrollo de una burguesía pujante, y
su peso relativo en el equilibrio entre los Estados de la Corona aragonesa disminuyó.
En 1479, con la subida al trono de Fernando el Católico, segundo hijo y heredero de Juan II, y
rey consorte de Castilla por su matrimonio con Isabel la Católica, las tensiones sociales se
redujeron, incluida la conflictividad campesina —Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486—.
El creciente antisemitismo, estimulado por predicadores católicos como San Vicente Ferrer o el
Arcediano de Écija, había explotado en la revuelta antijudía de 1391, que al provocar
conversiones masivas originó el problema del converso: la discriminación de los cristianos
nuevos por los cristianos viejos, que llegó incluso a la persecución violenta (revuelta
anticonversa de Pedro Sarmiento en Toledo, 1449) y suscitó la creación de la Inquisición
española (1478).
Edad Moderna
El matrimonio de Isabel y Fernando (1469), y la victoria del bando que les apoyaba en la guerra
de sucesión castellana, determinaron la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón. La
unificación territorial peninsular se incrementó con la guerra de Granada (1482-1492) y la
anexión de Navarra (1512), y se prosiguió la expansión territorial por el norte de África e Italia.
La política matrimonial de los Reyes Católicos, que casaron a sus hijos con herederos de todas
las casas reales de Europa occidental excepto con la francesa (Portugal, Inglaterra y los Estados
Habsburgo), provocó una azarosa concentración de reinos en su nieto Carlos de Habsburgo
(Carlos I como rey de España -1516-, Carlos V como emperador -1521-), que junto con la
enorme dimensión territorial de la recientemente descubierta América gracias al navegante
Cristóbal Colón (1492), convertida en un verdadero imperio colonial, hizo de la Monarquía
Hispánica la más poderosa del mundo. En el mismo annus mirabilis de 1492 se decretó la
expulsión de los judíos y apareció la Gramática castellana de Antonio de Nebrija.
El poder de los «imperiales» no se afianzó en Castilla sin vencer una fuerte oposición en la
guerra de las Comunidades de Castilla, que evidenció la centralidad de los reinos españoles en
el Imperio de Carlos. A pesar de su triunfo en las guerras de Italia frente a Francia, el fracaso de
la idea imperial de Carlos V (en gran medida causado por la oposición de los príncipes
protestantes alemanes) llevó al emperador a planificar la división de sus Estados entre su
hermano Fernando I (Archiducado de Austria e Imperio germánico) y su hijo Felipe II (Flandes,
Italia y España, junto con el imperio ultramarino). La alianza entre los Austrias de Viena y los
Austrias de Madrid se mantuvo entre 1559 y 1700. La hegemonía española se vio incluso
incrementada con la unión ibérica con Portugal, mantenida entre 1580 y 1640; y fue capaz de
enfrentarse a conflictos abiertos por toda Europa: las guerras de religión de Francia, la revuelta
de Flandes (1568-1648, que terminó con la división del territorio en un norte protestante —
Países Bajos— y un sur católico —los Países Bajos Españoles—) y el creciente poder turco en el
Mediterráneo, frenado en la batalla de Lepanto de 1571. El dominio de los mares fue
desafiado por holandeses e ingleses, que consiguieron resistir a la llamada Armada Invencible
de 1588. Dentro de España se sofocaron con dureza las alteraciones de Aragón (1590) y la
rebelión de las Alpujarras (1568). Esta fue una manifestación de la no integración de los
moriscos, que no encontró solución hasta su radical expulsión de 1609, ya en el siguiente
reinado, que en zonas como Valencia causó una grave despoblación y la decadencia de la
productiva agricultura característica de este grupo social.
La revolución de los precios del siglo xvi fue provocada por la masiva llegada de plata a Castilla,
que monopolizaba el comercio americano, y causó el hundimiento de las actividades
productivas locales, mientras se realizaban importaciones de productos manufacturados
europeos. La crisis del siglo xvii afectó especialmente a España, que bajo los llamados Austrias
menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) entró en una evidente decadencia. Simultáneamente,
el arte y la cultura española vivía los momentos más brillantes del Siglo de Oro. Superada la
coyuntura crítica de la crisis de 1640, en que estuvo a punto de disolverse (revuelta de los
catalanes, revuelta de Masaniello en Nápoles, alteraciones andaluzas, independencia de
Portugal), la Monarquía Hispánica se redefinió, ya sin Portugal y con la frontera francesa fijada
en el tratado de los Pirineos (1659).
Edad Contemporánea
Siglo xix
El dos de mayo de 1808 en Madrid, de Goya, muestra el levantamiento del 2 de mayo del
pueblo de Madrid contra el ejército invasor francés y que desencadenó la Guerra de la
Independencia Española
La Edad Contemporánea no empezó muy bien para España. En 1805, en la batalla de Trafalgar,
una escuadra hispano-francesa fue derrotada por el Reino Unido, lo que significó el fin de la
supremacía española en los mares en favor del Reino Unido, mientras Napoleón Bonaparte,
emperador de Francia que había tomado el poder en el país galo en el complejo escenario
político planteado tras el triunfo de la Revolución Francesa, aprovechó las disputas entre
Carlos IV y su hijo Fernando y ordenó el envío de su poderoso ejército a España en 1808. Su
pretexto era invadir Portugal, para lo que contaba con la complicidad del primer ministro del
rey español, Manuel Godoy, a quien había prometido el trono de una de las partes en las que
pensaba dividir el país luso. El emperador francés impuso a su hermano José I en el trono, lo
que desató la Guerra de la Independencia Española, que duraría cinco años. En ese tiempo se
elaboró la primera Constitución española, de marcado carácter liberal, en las denominadas
Cortes de Cádiz. Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, por lo que
popularmente se la conoció como «la Pepa». Tras la derrota de las tropas de Napoleón, que
culminó en la batalla de Vitoria en 1813, Fernando VII volvió al trono de España.
Durante el reinado de Fernando VII la Monarquía Española experimentó el paso del Antiguo
Régimen al Estado Liberal. Tras su llegada a España, Fernando VII derogó la Constitución de
1812 y persiguió a los liberales constitucionalistas, dando comienzo a un rígido absolutismo.
Mientras tanto, la Guerra de Independencia Hispanoamericana continuó su curso, y a pesar del
esfuerzo bélico de los realistas, al concluir el conflicto únicamente las islas de Cuba y Puerto
Rico, en América, seguían bajo gobierno español. Terminada la Década Ominosa y con el apoyo
de los políticos liberales a la Pragmática Sanción de 1830, España se organizó nuevamente en
monarquía parlamentaria. De esta forma ambos procesos revolucionarios dieron origen a los
nuevos Estados nacionales existentes en la actualidad. El final del reinado de Fernando VII
señaló también la extinción del absolutismo en todo el mundo hispánico. La muerte de
Fernando VII en 1833 abrió un nuevo período de fuerte inestabilidad política y económica. Su
hermano Carlos María Isidro, apoyado en los partidarios absolutistas, se rebeló contra la
designación de Isabel II, hija de Fernando VII, como heredera y reina constitucional, y contra la
derogación del Reglamento de sucesión de 1713, que impedía la sucesión de mujeres en la
Corona. Estalló así la Primera Guerra Carlista.
Entrada del USS Maine en el puerto de La Habana, semanas antes de su explosión, casus belli
que dio lugar a la guerra hispano-estadounidense de 1898
La Restauración borbónica proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II. España experimentó
una gran estabilidad política gracias al sistema de gobierno preconizado por el político
conservador Antonio Cánovas del Castillo, que se basaba en el turno pacífico de los partidos
Conservador (Cánovas del Castillo) y Liberal (Práxedes Mateo Sagasta) en el gobierno. En 1885
murió Alfonso XII y se encargó la regencia a su viuda María Cristina, hasta la mayoría de edad
de su hijo Alfonso XIII, nacido tras la muerte de su padre. La rebelión independentista de Cuba
en 1895 indujo a los Estados Unidos a intervenir en la zona. Tras el confuso incidente de la
explosión del acorazado USS Maine el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, los
Estados Unidos declararon la guerra a España. Derrotada por la nación norteamericana,
España perdió sus últimas colonias: Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico, un episodio que
resultó en un trauma permanente para la clase dirigente española, conocida como «Desastre
del 98».
Siglo xx
El siglo xx comenzó con una gran crisis económica y la subsiguiente inestabilidad política. Hubo
un paréntesis de prosperidad comercial propiciado por la neutralidad española en la Primera
Guerra Mundial, pero la sucesión de crisis gubernamentales, la marcha desfavorable de la
guerra del Rif, que se agudizó como consecuencia de la oposición tribal autóctona al
Protectorado español de Marruecos, la agitación social y el descontento de parte del ejército,
desembocaron en el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre
de 1923. Estableció una dictadura militar que fue aceptada por gran parte de las fuerzas
sociales y por el propio rey Alfonso XIII. Durante la dictadura se suprimieron libertades y
derechos, lo que sumado a la difícil coyuntura económica y el crecimiento de los partidos
republicanos, hicieron la situación cada vez más insostenible. En 1930, Primo de Rivera
presentó su dimisión al rey y se marchó a París, donde murió al poco tiempo. Le sucedió en la
jefatura del Directorio el general Dámaso Berenguer y después, por breve tiempo, el almirante
Aznar. Este período es conocido como «dictablanda».
Clara Campoamor una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, que se
incluyó en la Constitución de 1931 y fue ejercido por primera vez en las elecciones de 1933
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Para otros usos de este término, véanse España (desambiguación) y Estado español
(desambiguación).
Reino de España
Bandera
Escudo
España
Resto de la Unión Europea
Resto de Europa
Capital
40°25′01″N 3°42′12″O
• Rey Felipe VI
Formación
• Reconquista
• Unión dinástica
• Monarquía compuesta
• Monarquía centralizada
• Monarquía constitucional
• Estado liberal
• Primera República
• Restauración
• Segunda República
• Dictadura franquista
• Democracia actual
711-1492
20 de enero de 1469
14 de marzo de 1516
29 de junio de 1707
19 de marzo de 1812
1833-1868
1873-1874
30 de junio de 1876
1931-1939
1939-1975
29 de diciembre de 1978
Aunque la Real Academia Española da por superada la polémica acerca del glotónimo y da por
válidos tanto «español» como «castellano»,2 la Constitución usa de manera explícita
«castellano» para diferenciarlo del resto de lenguas españolas.3 Asimismo, son cooficiales el
catalán en Cataluña4 y las Islas Baleares;5 el valenciano en la Comunidad Valenciana; el gallego
en Galicia; el euskera en el País Vasco y la zona vascófona de Navarra; y el aranés, variedad de
la lengua occitana hablada en el Valle de Arán, en Cataluña.4 Además están reconocidos
legalmente la lengua de signos española,6 la lengua propia de las áreas pirenaica y
prepirenaica (aragonés) y la lengua propia del área oriental (catalán) en Aragón7 y el
asturleonés en Asturias, donde se denomina bable,8 y en Castilla y León, donde recibe el
nombre de leonés.910
Dato referido a las aguas continentales. Las aguas jurisdiccionales o marinas son un millón de
kilómetros cuadrados aproximadamente.12
De los cuales: 63 km con Andorra, 646 km con Francia, 1,2 km con Gibraltar, 1224 km con
Portugal, 18,5 con Marruecos (8 en Ceuta y 10,5 en Melilla). Asimismo, existe una frontera
adicional de 75 metros entre Marruecos y el Peñón de Vélez de la Gomera.
Para las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla: EA. Para Canarias: IC. Estos códigos no son
oficiales pero sí reservados.17
El artículo 3.1 de su Constitución establece que «el castellano es la lengua española oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla».3 En 2012, era
la lengua materna del 82 % de los españoles.33 Según el artículo 3.2, «las demás lenguas
españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con
sus Estatutos».3 El idioma español o castellano, segunda lengua materna más hablada del
mundo con 500 millones de hispanohablantes nativos, y hasta casi los 600 millones incluyendo
hablantes con competencia limitada,34 es uno de los más importantes legados del acervo
cultural e histórico de España en el mundo. Perteneciente culturalmente a la Europa Latina y
heredero de una vasta influencia grecorromana, España alberga también la cuarta colección
más numerosa del mundo de sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.35
Es un país desarrollado —goza de la cuarta esperanza de vida más elevada del mundo— y de
altos ingresos, cuyo producto interior bruto coloca a la economía española en la decimocuarta
posición mundial (2021).36 Gracias a sus características únicas, España es una gran potencia
turística y se erige como el segundo país más visitado del mundo —más de 83 millones de
turistas en 2019— y el segundo país del mundo en ingresos económicos provenientes del
turismo internacional.3738 Tiene un índice de desarrollo humano muy alto (0,904), según el
informe de 2020 del Programa de la ONU para el Desarrollo.39 España también tiene una
notable proyección internacional a través de su pertenencia a múltiples organizaciones
internacionales como Naciones Unidas, el Consejo de Europa, la Organización Mundial del
Comercio, la Organización de Estados Iberoamericanos, la OCDE, la OTAN y la Unión Europea
—incluidos dentro de esta al espacio Schengen y la eurozona—, además de ser miembro de
facto del G20.
La primera presencia constatada de homínidos del género Homo se remonta a 1,2 millones de
años antes del presente, como atestigua el descubrimiento de una mandíbula de un Homo aún
sin clasificar en el yacimiento de Atapuerca.40 En el siglo iii a. C., se produjo la intervención
romana en la Península, lo que conllevó a una posterior conquista de lo que, más tarde, se
convertiría en Hispania. En el Medievo, la zona fue conquistada por distintos pueblos
germánicos y por los musulmanes, llegando estos a tener presencia durante algo más de siete
centurias. Es en el siglo xv, con la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón y la
culminación de la Reconquista, junto con la posterior anexión navarra, cuando se puede hablar
de la cimentación de «España», como era denominada en el exterior.414243 Ya en la Edad
Moderna, los monarcas españoles gobernaron el primer imperio de ultramar global, que
abarcaba territorios en los cinco continentes,nota 3 dejando un vasto acervo cultural y
lingüístico por el globo. A principios del xix, tras sucesivas guerras en Hispanoamérica, pierde la
mayoría de sus territorios en América, acrecentándose esta situación con el desastre del 98.
Durante este siglo, se produciría también una guerra contra el invasor francés, una serie de
guerras civiles, una efímera república reemplazada nuevamente por una monarquía
constitucional y el proceso de modernización del país. En el primer tercio del siglo xx, se
proclamó una república constitucional. Un golpe de Estado militar fallido provocó el estallido
de una guerra civil, cuyo fin dio paso a la dictadura de Francisco Franco, finalizada con la
muerte de este en 1975, momento en que se inició una transición hacia la democracia. Su
clímax fue la redacción, ratificación en referéndum y promulgación de la Constitución de
1978.nota 4 Acrecentado significativamente durante el llamado «milagro económico español»,
el desarrollo económico y social del país ha continuado a lo largo del vigente periodo
democrático.
Toponimia
Castillo de Sancti Petri (San Fernando, Cádiz). En este lugar se hallaba el Templo de Hércules
Melkart
El nombre de «España» deriva fonéticamente de Hispania, nombre con el que los romanos
designaban geográficamente al conjunto de la península ibérica, término alternativo al nombre
Iberia, preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin embargo, el hecho
de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías
sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.
Hispania proviene del fenicio i-spn-ya, un término cuyo uso está documentado desde el
segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas. Los fenicios constituyeron la
primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó,
entre otras, Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental.4445
Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, interpretando el prefijo i
como «costa», «isla» o «tierra», con ya con el significado de «región». El lexema spn, que en
fenicio y también en hebreo se puede leer como saphan, se tradujo como «conejos» (en
realidad «damanes», unos animales del tamaño del conejo extendidos por África y el Creciente
Fértil). Los romanos, por tanto, le dieron a Hispania el significado de «tierra abundante en
conejos», un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular,
Catulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en
la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un
conejo a sus pies), en referencia al tiempo que vivió en Hispania.
Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso
en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en
el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan
en hebreo y arameo) significaría en fenicio «el norte», una denominación que habrían tomado
los fenicios al llegar a la península ibérica bordeando la costa africana, viéndola al norte de su
ruta, por lo que i-spn-ya sería la «tierra del norte». Por su parte, según Jesús Luis Cunchillos en
su Gramática fenicia elemental (2000), la raíz del término span es spy, que significa «forjar» o
«batir metales». Así, i-spn-ya sería «la tierra en la que se forjan metales».46
Aparte de la teoría de origen fenicio, que es la más aceptada a pesar de que el significado
preciso del término sigue siendo objeto de discusiones, a lo largo de la historia se propusieron
diversas hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos relacionados.
A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso
su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis, que significaría «la
ciudad de occidente»47 y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios y
luego los romanos dieron su nombre a todo su territorio.48 Posteriormente, Juan Antonio
Moguel propuso en el siglo xix que el término Hispania podría provenir de la palabra euskera
Izpania, que vendría a significar «que parte el mar» al estar compuesta por las voces iz y pania
o bania que significa «dividir» o «partir».49 A este respecto, Miguel de Unamuno declaró en
1902: «La única dificultad que encuentro […] es que, según algunos paisanos míos, el nombre
España deriva del vascuence ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península
en Europa».50 Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de
los nombres de dos reyes legendarios de España, Hispalo y su hijo Hispan o Hispano, hijo y
nieto, respectivamente, de Hércules.51
A partir del periodo visigodo, el término Hispania, hasta entonces usado geográficamente,
comenzó a emplearse también con una connotación política, como muestra el uso de la
expresión Laus Hispaniae para describir la historia de los pueblos de la península en las
crónicas de Isidoro de Sevilla.
Tú eres, oh Hispania, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa
de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres
ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso,
sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la
tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la
nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la
abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas
alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor
tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del
cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea
Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te
haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables
victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura
entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio.
Isidoro de Sevilla, Santo (siglo vi-vii). Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum
[Historia de los reyes de los godos, vándalos y suevos]. Trad. de Rodríguez Alonso (1975). León.
pp. 169 y 171.5253
La evolución de la palabra España es acorde con otros usos culturales. Hasta el Renacimiento,
los topónimos que hacían referencia a territorios nacionales y regionales eran relativamente
inestables, tanto desde el punto de vista semántico como del de su precisa delimitación
geográfica. Así, en tiempos de los romanos Hispania correspondía al territorio que ocupaban
en la península, Baleares y, en el siglo iii, parte del norte de África —la Mauritania Tingitana,
que se incluyó en el año 285 en la Diocesis Hispaniarum—.
En el dominio visigodo, el rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España
peninsular a fines del s. vi, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro de
Sevilla narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de
Suintila en la primera mitad del s. vii y se habla de la «madre España». En su obra Historia
Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de Totius Spaniae («toda España»). El prólogo
de la misma obra es el conocido De laude Spaniae («Acerca de la alabanza a España»).
En tiempos del rey Mauregato, fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al
apóstol como dorada cabeza refulgente de Ispaniae («Oh, vere digne sanctior apostole caput
refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus»).nota 5
El gentilicio español ha evolucionado de forma distinta a la que cabría esperar (cabría esperar
algo similar a «hispánico»). Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio
español. Según una de ellas, el sufijo -ol es característico de las lenguas romances provenzales
y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que
considera que habría sido importado a partir del siglo ix, con el desarrollo del fenómeno de las
peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos
que recorrieron la península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del
nombre latino hispani a partir del espagnol, espanyol, espannol, espanhol, español, etc. (las
grafías gn, nh y ny, además de nn, y su abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con
que ellos designaban a los cristianos de la antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la
labor de divulgación de las élites formadas la que promocionó el uso de español y españoles: la
palabra españoles aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca,
manuscrito de 1139-1221,57 mientras que en la Estoria de España, redactada entre 1260 y
1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio españoles.58
Historia
Uno de los bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria), pintada durante el Paleolítico superior
El actual territorio español aloja dos de los lugares más importantes para la prehistoria
europea y mundial: la sierra de Atapuerca (donde se ha definido la especie Homo antecessor y
se ha hallado la serie más completa de huesos de Homo heidelbergensis) y la cueva de
Altamira (donde por primera vez en el mundo se identificó el arte paleolítico).
Las colonias fenicias pasaron a ser controladas por Cartago desde el siglo vi a. C., periodo en el
que también se produce la desaparición de Tartessos. Ya en el siglo iii a. C., la victoria de Roma
en la primera guerra púnica estimuló aún más el interés cartaginés por la península ibérica, por
lo que se produjo una verdadera colonización territorial, con centro en Qart Hadasht
(Cartagena), liderada por la familia Barca.
Teatro romano de Mérida, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1993. Más de dos
mil años después de su construcción sigue utilizándose como espacio escénico
La intervención romana se produjo en la segunda guerra púnica (218 a. C.), que inició una
paulatina conquista romana de Hispania, no completada hasta casi doscientos años más tarde.
La derrota cartaginesa permitió una relativamente rápida incorporación de las zonas este y sur,
que eran las más ricas y con un nivel de desarrollo económico, social y cultural más compatible
con la propia civilización romana. Mucho más dificultoso se demostró el sometimiento de los
pueblos de la Meseta, más pobres (guerras lusitanas y guerras celtíberas), que exigió
enfrentarse a planteamientos bélicos totalmente diferentes a la guerra clásica (la guerrilla
liderada por Viriato —asesinado el 139 a. C.—, resistencias extremas como la de Numancia —
vencida el 133 a. C.—). En el siglo siguiente, las provincias romanas de Hispania, convertidas en
fuente de enriquecimiento de funcionarios y comerciantes romanos y de materias primas y
mercenarios, estuvieron entre los principales escenarios de las guerras civiles romanas, con la
presencia de Sertorio, Pompeyo y Julio César. La pacificación (Pax Romana) fue el propósito
declarado de Augusto, que pretendió dejarla definitivamente asentada con el sometimiento de
cántabros y astures (29-19 a. C.), aunque no se produjo su efectiva romanización. En el resto
del territorio, la romanización de Hispania fue tan profunda como para que algunas familias
hispanorromanas alcanzaran la dignidad imperial (Trajano, Adriano y Teodosio) y hubiera
hispanos entre los más importantes intelectuales romanos (el filósofo Lucio Anneo Séneca, los
poetas Lucano, Quintiliano o Marcial, el geógrafo Pomponio Mela o el agrónomo Columela), si
bien, como escribió Tito Livio en tiempos de Augusto, «fue la primera provincia importante
invadida por los romanos fue la última en ser dominada completamente y ha resistido hasta
nuestra época», atribuyéndolo a la naturaleza del territorio y al carácter recalcitrante de sus
habitantes. La asimilación del modo de vida romano, larga y costosa, ofreció una gran
diversidad desde los grados avanzados en la Bética a la incompleta y superficial romanización
del norte peninsular.
Edad Media
Isidoro de Sevilla, en su Historia Gothorum, se congratula de que este rey fuera «el primero
que poseyó la monarquía del reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno
de sus antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía visigótica
determinó una gran inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y
magnicidios.61 La unidad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de
Recaredo (587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los
visigodos, impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de
Toledo se convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey, los principales
nobles y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de
naturaleza tanto política como religiosa. El Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (654)
como derecho común a hispanorromanos y visigodos tuvo una gran proyección posterior.
En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la
facción visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (denominación que
recuerda al general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en
la batalla de Guadalete. La evidencia de la superioridad llevó a convertir la intervención, de
carácter limitado en un principio, en una verdadera imposición como nuevo poder en Hispania,
que se terminó convirtiendo en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus
con capital en la ciudad de Córdoba. El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo,
la capital visigoda; el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo conquistadas hasta que
en el 716 el control musulmán abarcaba toda la península, aunque en el norte su dominio era
más bien nominal que efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un
núcleo de resistencia visigoda hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue
frenado por Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732).
La sublevación inicial de Don Pelayo fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 consiguió
imponerse a una expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que
la historiografía denominó «batalla de Covadonga». La determinación de las características de
ese episodio sigue siendo un asunto no resuelto, puesto que más que una reivindicación de
legitimismo visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le acompañaban lo eran) se
manifestó como una continuidad de la resistencia al poder central de los cántabros locales (a
pesar del nombre que terminó adoptando el reino de Asturias, la zona no era de ninguno de
los pueblos astures, sino la de los cántabros vadinienses).62 El «goticismo» de las crónicas
posteriores asentó su interpretación como el inicio de la «Reconquista», la recuperación de
todo el territorio peninsular, al que los cristianos del norte entendían tener derecho por
considerarse legítimos continuadores de la monarquía visigoda.
Los núcleos cristianos orientales tuvieron un desarrollo inicial claramente diferenciado del de
los occidentales. La continuidad de los godos de la Septimania, incorporados al reino franco,
fue base de las campañas de Carlomagno contra el Emirato de Córdoba, con la intención de
establecer una Marca Hispánica al norte del Ebro, de forma similar a como hizo con otras
marcas fronterizas en los límites de su imperio. Demostrada imposible la conquista de las
zonas del valle del Ebro, la Marca se limitó a la zona pirenaica, que se organizó en diversos
condados en constantes cambios, enfrentamientos y alianzas tanto entre sí como con los
árabes y muladíes del sur. Los condes, de origen franco, godo o local (vascones en el caso del
condado de Pamplona) ejercían un poder de hecho independiente, aunque mantuvieran la
subordinación vasallática con el Emperador o, posteriormente, el rey de Francia Occidentalis.
El proceso de feudalización, que llevó a la descomposición de la dinastía carolingia, evidente
en el siglo ix, fue estableciendo paulatinamente la transmisión hereditaria de los condados y su
completa emancipación de la vinculación con los reyes francos. En todo caso, el vínculo
nominal se mantuvo mucho tiempo: hasta el año 988 los condes de Barcelona fueron
renovando su contrato de vasallaje.
En 756, Abderramán I (un Omeya superviviente del exterminio de la familia califal destronada
por los abbasíes) fue acogido por sus partidarios en al-Ándalus y se impuso como emir. A partir
de entonces, el Emirato de Córdoba fue políticamente independiente del Califato abasí (que
trasladó su capital a Bagdad). La obediencia al poder central de Córdoba fue desafiada en
ocasiones con revueltas o episodios de disidencia protagonizados por distintos grupos
etnorreligiosos, como los bereberes de la Meseta del Duero, los muladíes del valle del Ebro o
los mozárabes de Toledo, Mérida o Córdoba (jornada del foso de Toledo y Elipando, mártires
de Córdoba y San Eulogio) y se llegó a producir una grave sublevación encabezada por un
musulmán convertido al cristianismo (Omar ibn Hafsún, en Bobastro). Los núcleos de
resistencia cristiana en el norte se consolidaron, aunque su independencia efectiva dependía
de la fortaleza o debilidad que fuera capaz de demostrar el Emirato cordobés.
Castillo de Gormaz
En 929, Abderramán III se proclamó califa, manifestando su pretensión de dominio sobre todos
los musulmanes. El Califato de Córdoba solo consiguió imponerse, más allá de la península
ibérica, sobre un difuso territorio norteafricano; pero sí logró un notable crecimiento
económico y social, con un gran desarrollo urbano y una pujanza cultural en todo tipo de
ciencias, artes y letras, que le hizo destacar tanto en el mundo islámico como en la entonces
atrasada Europa cristiana (sumida en la «Edad Oscura» que siguió al renacimiento carolingio).
Ciudades como Valencia, Zaragoza, Toledo o Sevilla se convirtieron en núcleos urbanos
importantes, pero Córdoba llegó a ser, durante el califato de al-Hakam II, la mayor ciudad de
Europa Occidental; quizá alcanzó el medio millón de habitantes, y sin duda fue el mayor centro
cultural de la época, como muestran la construcción de Medina Azahara o el traslado de la
Casa de la Moneda a la ciudad en 947.63A la muerte de Almanzor en 1002, tras su derrota
ante una coalición cristiana en la batalla de Calatañazor, comenzaron una serie de
enfrentamientos entre familias dirigentes musulmanas, que llevaron a la desaparición del
califato y la formación de un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas.
El reino de Asturias, con su capital fijada en Oviedo desde el reinado de Alfonso II el Casto, se
había transformado en reino de León en 910 con García I al repartir Alfonso III el Magno sus
territorios entre sus hijos. En 914, muerto García, subió al trono Ordoño II, que reunificó
Galicia, Asturias y León y fijó definitivamente en esta última ciudad su capital. Su territorio, que
llegaba hasta el Duero, se fue paulatinamente repoblando mediante el sistema de presura
(concesión de la tierra al primero que la roturase, para atraer a población en las peligrosas
zonas fronterizas), mientras que los señoríos laicos o eclesiásticos (de nobles o monasterios) se
fueron implantando posteriormente. En las zonas en que la frontera fue una condición más
permanente y la defensa recaía en la figura social del caballero-villano, lo que ocurrió
particularmente en la zona oriental del reino, se conformó un territorio de personalidad
marcadamente diferenciada: el condado de Castilla (Fernán González). Un proceso hasta cierto
punto similar (aprisio) se produjo en los condados catalanes de Cataluña la Vieja (hasta el
Llobregat, por oposición a la Cataluña la Nueva conquistada a partir del siglo xii).
El siglo xi comenzó con el predominio entre los reinos cristianos del reino de Navarra. Sancho
III el Mayor incorporó los condados pirenaicos centrales (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza) y el
condado leonés de Castilla, estableciendo un protectorado de hecho sobre el propio reino de
León. Los enfrentamientos entre las taifas musulmanas, que recurrían a los cristianos como
tropas mercenarias para imponerse unas sobre otras, aumentaron notablemente su poder,
que llegó a ser suficiente como para someterlas al pago de parias.
Los territorios de Sancho el Mayor fueron distribuidos entre sus hijos tras su muerte. Fernando
obtuvo Castilla. Su matrimonio con la hermana del rey leonés y el apoyo navarro le
permitieron imponerse como rey de León tras la muerte de su cuñado en la batalla de
Tamarón (1037). A la muerte de Fernando se volvió a realizar un reparto territorial que
multiplicó el número de territorios que adquirieron el rango regio: reino de León, reino de
Galicia, reino de Castilla, así como la ciudad de Zamora. Sucesivamente se produjeron
reunificaciones y divisiones, siempre revertidas, excepto en el caso del condado de Portugal,
convertido en reino. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085) permitió la repoblación de la
amplia región entre los ríos Duero y Tajo mediante la concesión de fueros y cartas pueblas a
concejos con jurisdicción sobre amplias zonas (comunidad de villa y tierra) sobre los que
ejercían una especie de «señorío colectivo». Un proceso similar se produjo en el valle del Ebro,
repoblado (en parte con mozárabes emigrados del sur peninsular) a partir de la conquista de
Zaragoza (1118) por Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, que incluso llegó a ser rey
consorte de Castilla y León (en un accidentado matrimonio con Urraca I de Castilla, que
terminó anulándose). A su muerte sin herederos directos se separaron definitivamente sus
reinos: mientras que Navarra quedó marginada en la Reconquista, sin crecimiento hacia el sur,
Aragón se vinculó con Cataluña en 1137 por el matrimonio de la reina Petronila I de Aragón
con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, quienes formaron la Corona de Aragón.
Catedral de Burgos, gótica, como muchas otras catedrales de España. Burgos fue sede del
Consulado del Mar de la Corona de Castilla en sus relaciones comerciales con Europa, heredera
de la Hermandad de las Marismas de Vitoria
Por su parte, la conformación de la Corona de Castilla como conjunto de reinos, con un único
rey y unas únicas Cortes, no se consolidó hasta el siglo xiii. Los distintos territorios conservaban
diversas particularidades jurídicas, así como su condición de reino, perpetuada en la
intitulación regia: «rey de Castilla, de León, de Galicia, de Nájera, de Toledo,... señor de Vizcaya
y de Molina», añadiendo sucesivamente los títulos de soberanía de los nuevos reinos que se
fueran conquistando o adquiriendo. Alfonso VII adoptó el título de Imperator totius Hispaniae.
La repoblación de la amplia zona entre el Tajo y Sierra Morena, relativamente despoblada, se
confió a las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa).
Universidad de Salamanca, fundada como universidad plena en 1252
Los avances cristianos hacia el sur fueron confrontados sucesivamente por dos intervenciones
norteafricanas: la de los almorávides (batallas de Zalaca, 1086, y Uclés, 1108) y la de los
almohades (batalla de Alarcos, 1195), que unificaron bajo una concepción más rigorista del
islam a las taifas, cuyos gobernantes eran acusados de corruptos y contemporizadores con los
cristianos. Sin embargo, la batalla de las Navas de Tolosa (1212) significó una decisiva
imposición del predominio cristiano y a los pocos años quedó un único reducto musulmán en
la península, el reino nazarí de Granada. La decadencia política y militar de al-Ándalus fue
simultánea a su mayor esplendor en los campos artístico y cultural (palacio de la Aljafería,
Alhambra de Granada, Averroes, Ibn Hazm).
La Corona de Castilla, con Fernando III el Santo, conquistó en los años centrales del siglo xiii la
totalidad del valle del Guadalquivir (reinos de Jaén, de Córdoba y de Sevilla) y el reino de
Murcia; mientras la Corona de Aragón, tras frustrarse su expansión al norte de los Pirineos
(cruzada albigense), conquistaba los reinos de Valencia y de Mallorca (Jaime I el Conquistador).
El acuerdo entre ambas coronas definió las respectivas zonas de influencia, e incluso enlaces
matrimoniales (de Alfonso X el Sabio con Violante de Aragón). La repoblación por los cristianos
de estas zonas, densamente habitadas por musulmanes, muchos de los cuales permanecieron
tras la conquista (mudéjares), se realizó mediante el repartimiento de lotes de fincas rurales y
urbanas de distinta importancia según la categoría social de los que habían intervenido en la
toma de cada una de las ciudades. La convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos
produjo un intercambio cultural de altísimo nivel (escuela de traductores de Toledo, tablas
alfonsíes, obras de Raimundo Lulio) al tiempo que se abrían varios studium arabicum et
hebraicum (Toledo, Murcia, Sevilla, Valencia, Barcelona) y los studia generalia, que se
convirtieron en las primeras universidades (Palencia, Salamanca, Valladolid, Alcalá, Lérida,
Perpiñán).
Mapa del mundo mediterráneo contenido en el Atlas Catalán, libro del siglo xiv considerado
una de las obras cartográficas más destacadas de la Edad Media
A partir de las vísperas sicilianas (1282), la Corona de Aragón inició una expansión por el
Mediterráneo en la que incorporó Cerdeña, Sicilia e incluso, brevemente, los ducados de
Atenas y Neopatria. En competencia con Portugal, la Corona de Castilla optó por una
expansión atlántica, basada en su control del Estrecho. En 1402 comenzó la conquista de las
islas Canarias, hasta entonces habitadas exclusivamente por los guanches. La ocupación inicial
fue llevada a cabo por señores normandos (Jean IV de Béthencourt) que rendían vasallaje al
rey Enrique III de Castilla. El proceso de conquista no concluyó hasta 1496, culminado por la
propia acción de la Corona. El deslindamiento de las zonas de influencia portuguesa y
castellana se acordó en el tratado de Alcaçovas (1479), que reservaba a los portugueses las
rutas del Atlántico Sur y por tanto la circunnavegación de África que permitiera una ruta
marítima hasta la India.
La gran mortandad provocada por la Gran Peste de 1348, particularmente grave en la corona
de Aragón, precedida de las malas cosechas del ciclo de 1333 (lo mal any primer), provocaron
una gran inestabilidad tanto económica y social como política e ideológica. En Castilla se
desató la primera guerra civil castellana (1351-1369) entre los partidarios de Pedro I el Cruel y
su hermanastro Enrique de Trastámara. En Aragón, a la muerte de Martín I el Humano,
representantes de los tres Estados de la Corona eligieron como sucesor, en el Compromiso de
Caspe (1412), a Fernando de Antequera, de la castellana Casa de Trastámara. La expansión
mediterránea aragonesa continuó con la conquista del Reino de Nápoles durante el reinado de
Alfonso V el Magnánimo.
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos. Su matrimonio en 1469 selló la
unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón.
La crisis fue particularmente intensa en Cataluña, cuya expresión política fueron las disputas
entre Juan II de Aragón y su hijo, Carlos de Viana, aprovechadas por las instituciones
representativas del poder local (la Generalidad o comisión permanente de las Cortes y el
Consejo de Ciento o regimiento de la ciudad de Barcelona) para manifestar el escaso poder
efectivo que la monarquía aragonesa tenía sobre el particularismo (pactismo, foralismo) de
cada uno de sus territorios, donde prevalecían las constituciones, usos y costumbres
tradicionales (usatges, observancias) sobre la voluntad real. Simultáneamente estallaron las
tensiones sociales entre la Biga y la Busca (alta y baja burguesía de la ciudad de Barcelona) y
las revueltas de los payeses de remença (campesinos sometidos a un régimen de sujeción
personal particularmente duro), todo lo cual hizo estallar la guerra civil catalana (1462-1472).
El debilitamiento de Barcelona y Cataluña benefició a Valencia, que se convirtió en el puerto
marítimo que centralizó la expansión comercial de la Corona de Aragón y alcanzó los 75 000
habitantes a mediados de siglo xv, con un auge cultural que permite definirlo como Siglo de
Oro valenciano. El reino de Aragón, sin salida al mar y centrado en actividades
fundamentalmente agropecuarias, limitó su desarrollo económico y social. Los privilegios de
ricoshombres y nobleza laica y eclesiástica impidieron el desarrollo de una burguesía pujante, y
su peso relativo en el equilibrio entre los Estados de la Corona aragonesa disminuyó.
En 1479, con la subida al trono de Fernando el Católico, segundo hijo y heredero de Juan II, y
rey consorte de Castilla por su matrimonio con Isabel la Católica, las tensiones sociales se
redujeron, incluida la conflictividad campesina —Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486—.
El creciente antisemitismo, estimulado por predicadores católicos como San Vicente Ferrer o el
Arcediano de Écija, había explotado en la revuelta antijudía de 1391, que al provocar
conversiones masivas originó el problema del converso: la discriminación de los cristianos
nuevos por los cristianos viejos, que llegó incluso a la persecución violenta (revuelta
anticonversa de Pedro Sarmiento en Toledo, 1449) y suscitó la creación de la Inquisición
española (1478).
Edad Moderna
Artículos principales: Historia moderna de España e Imperio español.
El matrimonio de Isabel y Fernando (1469), y la victoria del bando que les apoyaba en la guerra
de sucesión castellana, determinaron la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón. La
unificación territorial peninsular se incrementó con la guerra de Granada (1482-1492) y la
anexión de Navarra (1512), y se prosiguió la expansión territorial por el norte de África e Italia.
La política matrimonial de los Reyes Católicos, que casaron a sus hijos con herederos de todas
las casas reales de Europa occidental excepto con la francesa (Portugal, Inglaterra y los Estados
Habsburgo), provocó una azarosa concentración de reinos en su nieto Carlos de Habsburgo
(Carlos I como rey de España -1516-, Carlos V como emperador -1521-), que junto con la
enorme dimensión territorial de la recientemente descubierta América gracias al navegante
Cristóbal Colón (1492), convertida en un verdadero imperio colonial, hizo de la Monarquía
Hispánica la más poderosa del mundo. En el mismo annus mirabilis de 1492 se decretó la
expulsión de los judíos y apareció la Gramática castellana de Antonio de Nebrija.
El poder de los «imperiales» no se afianzó en Castilla sin vencer una fuerte oposición en la
guerra de las Comunidades de Castilla, que evidenció la centralidad de los reinos españoles en
el Imperio de Carlos. A pesar de su triunfo en las guerras de Italia frente a Francia, el fracaso de
la idea imperial de Carlos V (en gran medida causado por la oposición de los príncipes
protestantes alemanes) llevó al emperador a planificar la división de sus Estados entre su
hermano Fernando I (Archiducado de Austria e Imperio germánico) y su hijo Felipe II (Flandes,
Italia y España, junto con el imperio ultramarino). La alianza entre los Austrias de Viena y los
Austrias de Madrid se mantuvo entre 1559 y 1700. La hegemonía española se vio incluso
incrementada con la unión ibérica con Portugal, mantenida entre 1580 y 1640; y fue capaz de
enfrentarse a conflictos abiertos por toda Europa: las guerras de religión de Francia, la revuelta
de Flandes (1568-1648, que terminó con la división del territorio en un norte protestante —
Países Bajos— y un sur católico —los Países Bajos Españoles—) y el creciente poder turco en el
Mediterráneo, frenado en la batalla de Lepanto de 1571. El dominio de los mares fue
desafiado por holandeses e ingleses, que consiguieron resistir a la llamada Armada Invencible
de 1588. Dentro de España se sofocaron con dureza las alteraciones de Aragón (1590) y la
rebelión de las Alpujarras (1568). Esta fue una manifestación de la no integración de los
moriscos, que no encontró solución hasta su radical expulsión de 1609, ya en el siguiente
reinado, que en zonas como Valencia causó una grave despoblación y la decadencia de la
productiva agricultura característica de este grupo social.
Imperios español y portugués en 1790
La revolución de los precios del siglo xvi fue provocada por la masiva llegada de plata a Castilla,
que monopolizaba el comercio americano, y causó el hundimiento de las actividades
productivas locales, mientras se realizaban importaciones de productos manufacturados
europeos. La crisis del siglo xvii afectó especialmente a España, que bajo los llamados Austrias
menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) entró en una evidente decadencia. Simultáneamente,
el arte y la cultura española vivía los momentos más brillantes del Siglo de Oro. Superada la
coyuntura crítica de la crisis de 1640, en que estuvo a punto de disolverse (revuelta de los
catalanes, revuelta de Masaniello en Nápoles, alteraciones andaluzas, independencia de
Portugal), la Monarquía Hispánica se redefinió, ya sin Portugal y con la frontera francesa fijada
en el tratado de los Pirineos (1659).
Edad Contemporánea
Siglo xix
La Edad Contemporánea no empezó muy bien para España. En 1805, en la batalla de Trafalgar,
una escuadra hispano-francesa fue derrotada por el Reino Unido, lo que significó el fin de la
supremacía española en los mares en favor del Reino Unido, mientras Napoleón Bonaparte,
emperador de Francia que había tomado el poder en el país galo en el complejo escenario
político planteado tras el triunfo de la Revolución Francesa, aprovechó las disputas entre
Carlos IV y su hijo Fernando y ordenó el envío de su poderoso ejército a España en 1808. Su
pretexto era invadir Portugal, para lo que contaba con la complicidad del primer ministro del
rey español, Manuel Godoy, a quien había prometido el trono de una de las partes en las que
pensaba dividir el país luso. El emperador francés impuso a su hermano José I en el trono, lo
que desató la Guerra de la Independencia Española, que duraría cinco años. En ese tiempo se
elaboró la primera Constitución española, de marcado carácter liberal, en las denominadas
Cortes de Cádiz. Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, por lo que
popularmente se la conoció como «la Pepa». Tras la derrota de las tropas de Napoleón, que
culminó en la batalla de Vitoria en 1813, Fernando VII volvió al trono de España.
Durante el reinado de Fernando VII la Monarquía Española experimentó el paso del Antiguo
Régimen al Estado Liberal. Tras su llegada a España, Fernando VII derogó la Constitución de
1812 y persiguió a los liberales constitucionalistas, dando comienzo a un rígido absolutismo.
Mientras tanto, la Guerra de Independencia Hispanoamericana continuó su curso, y a pesar del
esfuerzo bélico de los realistas, al concluir el conflicto únicamente las islas de Cuba y Puerto
Rico, en América, seguían bajo gobierno español. Terminada la Década Ominosa y con el apoyo
de los políticos liberales a la Pragmática Sanción de 1830, España se organizó nuevamente en
monarquía parlamentaria. De esta forma ambos procesos revolucionarios dieron origen a los
nuevos Estados nacionales existentes en la actualidad. El final del reinado de Fernando VII
señaló también la extinción del absolutismo en todo el mundo hispánico. La muerte de
Fernando VII en 1833 abrió un nuevo período de fuerte inestabilidad política y económica. Su
hermano Carlos María Isidro, apoyado en los partidarios absolutistas, se rebeló contra la
designación de Isabel II, hija de Fernando VII, como heredera y reina constitucional, y contra la
derogación del Reglamento de sucesión de 1713, que impedía la sucesión de mujeres en la
Corona. Estalló así la Primera Guerra Carlista.
Entrada del USS Maine en el puerto de La Habana, semanas antes de su explosión, casus belli
que dio lugar a la guerra hispano-estadounidense de 1898
La Restauración borbónica proclamó rey a Alfonso XII, hijo de Isabel II. España experimentó
una gran estabilidad política gracias al sistema de gobierno preconizado por el político
conservador Antonio Cánovas del Castillo, que se basaba en el turno pacífico de los partidos
Conservador (Cánovas del Castillo) y Liberal (Práxedes Mateo Sagasta) en el gobierno. En 1885
murió Alfonso XII y se encargó la regencia a su viuda María Cristina, hasta la mayoría de edad
de su hijo Alfonso XIII, nacido tras la muerte de su padre. La rebelión independentista de Cuba
en 1895 indujo a los Estados Unidos a intervenir en la zona. Tras el confuso incidente de la
explosión del acorazado USS Maine el 15 de febrero de 1898 en el puerto de La Habana, los
Estados Unidos declararon la guerra a España. Derrotada por la nación norteamericana,
España perdió sus últimas colonias: Cuba, Filipinas, Guam y Puerto Rico, un episodio que
resultó en un trauma permanente para la clase dirigente española, conocida como «Desastre
del 98».
Siglo xx
El siglo xx comenzó con una gran crisis económica y la subsiguiente inestabilidad política. Hubo
un paréntesis de prosperidad comercial propiciado por la neutralidad española en la Primera
Guerra Mundial, pero la sucesión de crisis gubernamentales, la marcha desfavorable de la
guerra del Rif, que se agudizó como consecuencia de la oposición tribal autóctona al
Protectorado español de Marruecos, la agitación social y el descontento de parte del ejército,
desembocaron en el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre
de 1923. Estableció una dictadura militar que fue aceptada por gran parte de las fuerzas
sociales y por el propio rey Alfonso XIII. Durante la dictadura se suprimieron libertades y
derechos, lo que sumado a la difícil coyuntura económica y el crecimiento de los partidos
republicanos, hicieron la situación cada vez más insostenible. En 1930, Primo de Rivera
presentó su dimisión al rey y se marchó a París, donde murió al poco tiempo. Le sucedió en la
jefatura del Directorio el general Dámaso Berenguer y después, por breve tiempo, el almirante
Aznar. Este período es conocido como «dictablanda».
Clara Campoamor una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, que se
incluyó en la Constitución de 1931 y fue ejercido por primera vez en las elecciones de 1933
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Para otros usos de este término, véanse España (desambiguación) y Estado español
(desambiguación).
Reino de España
Bandera
Escudo
España
Resto de Europa
Capital
40°25′01″N 3°42′12″O
• Rey Felipe VI
• Presidente del Gobierno Pedro Sánchez
Formación
• Reconquista
• Unión dinástica
• Monarquía compuesta
• Monarquía centralizada
• Monarquía constitucional
• Estado liberal
• Primera República
• Restauración
• Segunda República
• Dictadura franquista
• Democracia actual
711-1492
20 de enero de 1469
14 de marzo de 1516
29 de junio de 1707
19 de marzo de 1812
1833-1868
1873-1874
30 de junio de 1876
1931-1939
1939-1975
29 de diciembre de 1978
Membresía
Aunque la Real Academia Española da por superada la polémica acerca del glotónimo y da por
válidos tanto «español» como «castellano»,2 la Constitución usa de manera explícita
«castellano» para diferenciarlo del resto de lenguas españolas.3 Asimismo, son cooficiales el
catalán en Cataluña4 y las Islas Baleares;5 el valenciano en la Comunidad Valenciana; el gallego
en Galicia; el euskera en el País Vasco y la zona vascófona de Navarra; y el aranés, variedad de
la lengua occitana hablada en el Valle de Arán, en Cataluña.4 Además están reconocidos
legalmente la lengua de signos española,6 la lengua propia de las áreas pirenaica y
prepirenaica (aragonés) y la lengua propia del área oriental (catalán) en Aragón7 y el
asturleonés en Asturias, donde se denomina bable,8 y en Castilla y León, donde recibe el
nombre de leonés.910
Dato referido a la superficie española.11
Dato referido a las aguas continentales. Las aguas jurisdiccionales o marinas son un millón de
kilómetros cuadrados aproximadamente.12
De los cuales: 63 km con Andorra, 646 km con Francia, 1,2 km con Gibraltar, 1224 km con
Portugal, 18,5 con Marruecos (8 en Ceuta y 10,5 en Melilla). Asimismo, existe una frontera
adicional de 75 metros entre Marruecos y el Peñón de Vélez de la Gomera.
Para las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla: EA. Para Canarias: IC. Estos códigos no son
oficiales pero sí reservados.17
El artículo 3.1 de su Constitución establece que «el castellano es la lengua española oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla».3 En 2012, era
la lengua materna del 82 % de los españoles.33 Según el artículo 3.2, «las demás lenguas
españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con
sus Estatutos».3 El idioma español o castellano, segunda lengua materna más hablada del
mundo con 500 millones de hispanohablantes nativos, y hasta casi los 600 millones incluyendo
hablantes con competencia limitada,34 es uno de los más importantes legados del acervo
cultural e histórico de España en el mundo. Perteneciente culturalmente a la Europa Latina y
heredero de una vasta influencia grecorromana, España alberga también la cuarta colección
más numerosa del mundo de sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.35
Es un país desarrollado —goza de la cuarta esperanza de vida más elevada del mundo— y de
altos ingresos, cuyo producto interior bruto coloca a la economía española en la decimocuarta
posición mundial (2021).36 Gracias a sus características únicas, España es una gran potencia
turística y se erige como el segundo país más visitado del mundo —más de 83 millones de
turistas en 2019— y el segundo país del mundo en ingresos económicos provenientes del
turismo internacional.3738 Tiene un índice de desarrollo humano muy alto (0,904), según el
informe de 2020 del Programa de la ONU para el Desarrollo.39 España también tiene una
notable proyección internacional a través de su pertenencia a múltiples organizaciones
internacionales como Naciones Unidas, el Consejo de Europa, la Organización Mundial del
Comercio, la Organización de Estados Iberoamericanos, la OCDE, la OTAN y la Unión Europea
—incluidos dentro de esta al espacio Schengen y la eurozona—, además de ser miembro de
facto del G20.
La primera presencia constatada de homínidos del género Homo se remonta a 1,2 millones de
años antes del presente, como atestigua el descubrimiento de una mandíbula de un Homo aún
sin clasificar en el yacimiento de Atapuerca.40 En el siglo iii a. C., se produjo la intervención
romana en la Península, lo que conllevó a una posterior conquista de lo que, más tarde, se
convertiría en Hispania. En el Medievo, la zona fue conquistada por distintos pueblos
germánicos y por los musulmanes, llegando estos a tener presencia durante algo más de siete
centurias. Es en el siglo xv, con la unión dinástica de las Coronas de Castilla y Aragón y la
culminación de la Reconquista, junto con la posterior anexión navarra, cuando se puede hablar
de la cimentación de «España», como era denominada en el exterior.414243 Ya en la Edad
Moderna, los monarcas españoles gobernaron el primer imperio de ultramar global, que
abarcaba territorios en los cinco continentes,nota 3 dejando un vasto acervo cultural y
lingüístico por el globo. A principios del xix, tras sucesivas guerras en Hispanoamérica, pierde la
mayoría de sus territorios en América, acrecentándose esta situación con el desastre del 98.
Durante este siglo, se produciría también una guerra contra el invasor francés, una serie de
guerras civiles, una efímera república reemplazada nuevamente por una monarquía
constitucional y el proceso de modernización del país. En el primer tercio del siglo xx, se
proclamó una república constitucional. Un golpe de Estado militar fallido provocó el estallido
de una guerra civil, cuyo fin dio paso a la dictadura de Francisco Franco, finalizada con la
muerte de este en 1975, momento en que se inició una transición hacia la democracia. Su
clímax fue la redacción, ratificación en referéndum y promulgación de la Constitución de
1978.nota 4 Acrecentado significativamente durante el llamado «milagro económico español»,
el desarrollo económico y social del país ha continuado a lo largo del vigente periodo
democrático.
Toponimia
Castillo de Sancti Petri (San Fernando, Cádiz). En este lugar se hallaba el Templo de Hércules
Melkart
El nombre de «España» deriva fonéticamente de Hispania, nombre con el que los romanos
designaban geográficamente al conjunto de la península ibérica, término alternativo al nombre
Iberia, preferido por los autores griegos para referirse al mismo espacio. Sin embargo, el hecho
de que el término Hispania no es de raíz latina ha llevado a la formulación de varias teorías
sobre su origen, algunas de ellas controvertidas.
Hispania proviene del fenicio i-spn-ya, un término cuyo uso está documentado desde el
segundo milenio antes de Cristo, en inscripciones ugaríticas. Los fenicios constituyeron la
primera civilización no ibérica que llegó a la península para expandir su comercio y que fundó,
entre otras, Gadir, la actual Cádiz, la ciudad habitada más antigua de Europa Occidental.4445
Los romanos tomaron la denominación de los vencidos cartagineses, interpretando el prefijo i
como «costa», «isla» o «tierra», con ya con el significado de «región». El lexema spn, que en
fenicio y también en hebreo se puede leer como saphan, se tradujo como «conejos» (en
realidad «damanes», unos animales del tamaño del conejo extendidos por África y el Creciente
Fértil). Los romanos, por tanto, le dieron a Hispania el significado de «tierra abundante en
conejos», un uso recogido por Cicerón, César, Plinio el Viejo, Catón, Tito Livio y, en particular,
Catulo, que se refiere a Hispania como península cuniculosa (en algunas monedas acuñadas en
la época de Adriano figuraban personificaciones de Hispania como una dama sentada y con un
conejo a sus pies), en referencia al tiempo que vivió en Hispania.
Sobre el origen fenicio del término, el historiador y hebraísta Cándido María Trigueros propuso
en la Real Academia de las Buenas Letras de Barcelona en 1767 una teoría diferente, basada en
el hecho de que el alfabeto fenicio (al igual que el hebreo) carecía de vocales. Así spn (sphan
en hebreo y arameo) significaría en fenicio «el norte», una denominación que habrían tomado
los fenicios al llegar a la península ibérica bordeando la costa africana, viéndola al norte de su
ruta, por lo que i-spn-ya sería la «tierra del norte». Por su parte, según Jesús Luis Cunchillos en
su Gramática fenicia elemental (2000), la raíz del término span es spy, que significa «forjar» o
«batir metales». Así, i-spn-ya sería «la tierra en la que se forjan metales».46
Aparte de la teoría de origen fenicio, que es la más aceptada a pesar de que el significado
preciso del término sigue siendo objeto de discusiones, a lo largo de la historia se propusieron
diversas hipótesis, basadas en similitudes aparentes y significados más o menos relacionados.
A principios de la Edad Moderna, Antonio de Nebrija, en la línea de Isidoro de Sevilla, propuso
su origen autóctono como deformación de la palabra ibérica Hispalis, que significaría «la
ciudad de occidente»47 y que, al ser Hispalis la ciudad principal de la península, los fenicios y
luego los romanos dieron su nombre a todo su territorio.48 Posteriormente, Juan Antonio
Moguel propuso en el siglo xix que el término Hispania podría provenir de la palabra euskera
Izpania, que vendría a significar «que parte el mar» al estar compuesta por las voces iz y pania
o bania que significa «dividir» o «partir».49 A este respecto, Miguel de Unamuno declaró en
1902: «La única dificultad que encuentro […] es que, según algunos paisanos míos, el nombre
España deriva del vascuence ezpaña, labio, aludiendo a la posición que tiene nuestra península
en Europa».50 Otras hipótesis suponían que tanto Hispalis como Hispania eran derivaciones de
los nombres de dos reyes legendarios de España, Hispalo y su hijo Hispan o Hispano, hijo y
nieto, respectivamente, de Hércules.51
A partir del periodo visigodo, el término Hispania, hasta entonces usado geográficamente,
comenzó a emplearse también con una connotación política, como muestra el uso de la
expresión Laus Hispaniae para describir la historia de los pueblos de la península en las
crónicas de Isidoro de Sevilla.
Tú eres, oh Hispania, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa
de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India. Tú, por derecho, eres
ahora la reina de todas las provincias, de quien reciben prestadas sus luces no sólo el ocaso,
sino también el Oriente. Tú eres el honor y el ornamento del orbe y la más ilustre porción de la
tierra, en la cual grandemente se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la
nación goda. Con justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la naturaleza con la
abundancia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas
alegre... Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor
tropical del sol, ni te entumecen rigores glaciares, sino que, ceñida por templada zona del
cielo, te nutres de felices y blandos céfiros... Y por ello, con razón, hace tiempo que la áurea
Roma, cabeza de las gentes, te deseó y, aunque el mismo poder romano, primero vencedor, te
haya poseído, sin embargo, al fin, la floreciente nación de los godos, después de innumerables
victorias en todo el orbe, con empeño te conquistó y te amó y hasta ahora te goza segura
entre ínfulas regias y copiosísimos tesoros en seguridad y felicidad de imperio.
Isidoro de Sevilla, Santo (siglo vi-vii). Historia de regibus Gothorum, Vandalorum et Suevorum
[Historia de los reyes de los godos, vándalos y suevos]. Trad. de Rodríguez Alonso (1975). León.
pp. 169 y 171.5253
La evolución de la palabra España es acorde con otros usos culturales. Hasta el Renacimiento,
los topónimos que hacían referencia a territorios nacionales y regionales eran relativamente
inestables, tanto desde el punto de vista semántico como del de su precisa delimitación
geográfica. Así, en tiempos de los romanos Hispania correspondía al territorio que ocupaban
en la península, Baleares y, en el siglo iii, parte del norte de África —la Mauritania Tingitana,
que se incluyó en el año 285 en la Diocesis Hispaniarum—.
En el dominio visigodo, el rey Leovigildo, tras unificar la mayor parte del territorio de la España
peninsular a fines del s. vi, se titula rey de Gallaecia, Hispania y Narbonensis. San Isidoro de
Sevilla narra la búsqueda de la unidad peninsular, finalmente culminada en el reinado de
Suintila en la primera mitad del s. vii y se habla de la «madre España». En su obra Historia
Gothorum, Suintila aparece como el primer rey de Totius Spaniae («toda España»). El prólogo
de la misma obra es el conocido De laude Spaniae («Acerca de la alabanza a España»).
En tiempos del rey Mauregato, fue compuesto el himno O Dei Verbum en el que se califica al
apóstol como dorada cabeza refulgente de Ispaniae («Oh, vere digne sanctior apostole caput
refulgens aureum Ispaniae, tutorque nobis et patronus vernulus»).nota 5
El gentilicio español ha evolucionado de forma distinta a la que cabría esperar (cabría esperar
algo similar a «hispánico»). Existen varias teorías sobre cómo surgió el propio gentilicio
español. Según una de ellas, el sufijo -ol es característico de las lenguas romances provenzales
y poco frecuente en las lenguas romances habladas entonces en la península, por lo que
considera que habría sido importado a partir del siglo ix, con el desarrollo del fenómeno de las
peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela, por los numerosos visitantes francos
que recorrieron la península, favoreciendo que con el tiempo se divulgara la adaptación del
nombre latino hispani a partir del espagnol, espanyol, espannol, espanhol, español, etc. (las
grafías gn, nh y ny, además de nn, y su abreviatura ñ, representaban el mismo fonema) con
que ellos designaban a los cristianos de la antigua Hispania. Posteriormente, habría sido la
labor de divulgación de las élites formadas la que promocionó el uso de español y españoles: la
palabra españoles aparece veinticuatro veces en el cartulario de la catedral de Huesca,
manuscrito de 1139-1221,57 mientras que en la Estoria de España, redactada entre 1260 y
1274 por iniciativa de Alfonso X el Sabio, se empleó exclusivamente el gentilicio españoles.58
Historia
Véanse también: Formación territorial de España, Ser de España, Cronología de los reinos en la
península ibérica y Cronología de España.
Uno de los bisontes de la cueva de Altamira (Cantabria), pintada durante el Paleolítico superior
El actual territorio español aloja dos de los lugares más importantes para la prehistoria
europea y mundial: la sierra de Atapuerca (donde se ha definido la especie Homo antecessor y
se ha hallado la serie más completa de huesos de Homo heidelbergensis) y la cueva de
Altamira (donde por primera vez en el mundo se identificó el arte paleolítico).
La particular posición de la península ibérica como «Extremo Occidente» del mundo
mediterráneo determinó la llegada de sucesivas influencias culturales del Mediterráneo
oriental, particularmente las vinculadas al Neolítico y la Edad de los Metales (agricultura,
cerámica, megalitismo), proceso que culminó en las denominadas colonizaciones históricas del
I milenio a. C. Tanto por su localización favorable para las comunicaciones como por sus
posibilidades agrícolas y su riqueza minera, las zonas este y sur fueron las que alcanzaron un
mayor desarrollo (cultura de los Millares, cultura argárica, Tartessos, pueblos iberos). También
hubo continuos contactos con Europa Central (cultura de los campos de urnas, celtización).
Las colonias fenicias pasaron a ser controladas por Cartago desde el siglo vi a. C., periodo en el
que también se produce la desaparición de Tartessos. Ya en el siglo iii a. C., la victoria de Roma
en la primera guerra púnica estimuló aún más el interés cartaginés por la península ibérica, por
lo que se produjo una verdadera colonización territorial, con centro en Qart Hadasht
(Cartagena), liderada por la familia Barca.
Teatro romano de Mérida, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1993. Más de dos
mil años después de su construcción sigue utilizándose como espacio escénico
La intervención romana se produjo en la segunda guerra púnica (218 a. C.), que inició una
paulatina conquista romana de Hispania, no completada hasta casi doscientos años más tarde.
La derrota cartaginesa permitió una relativamente rápida incorporación de las zonas este y sur,
que eran las más ricas y con un nivel de desarrollo económico, social y cultural más compatible
con la propia civilización romana. Mucho más dificultoso se demostró el sometimiento de los
pueblos de la Meseta, más pobres (guerras lusitanas y guerras celtíberas), que exigió
enfrentarse a planteamientos bélicos totalmente diferentes a la guerra clásica (la guerrilla
liderada por Viriato —asesinado el 139 a. C.—, resistencias extremas como la de Numancia —
vencida el 133 a. C.—). En el siglo siguiente, las provincias romanas de Hispania, convertidas en
fuente de enriquecimiento de funcionarios y comerciantes romanos y de materias primas y
mercenarios, estuvieron entre los principales escenarios de las guerras civiles romanas, con la
presencia de Sertorio, Pompeyo y Julio César. La pacificación (Pax Romana) fue el propósito
declarado de Augusto, que pretendió dejarla definitivamente asentada con el sometimiento de
cántabros y astures (29-19 a. C.), aunque no se produjo su efectiva romanización. En el resto
del territorio, la romanización de Hispania fue tan profunda como para que algunas familias
hispanorromanas alcanzaran la dignidad imperial (Trajano, Adriano y Teodosio) y hubiera
hispanos entre los más importantes intelectuales romanos (el filósofo Lucio Anneo Séneca, los
poetas Lucano, Quintiliano o Marcial, el geógrafo Pomponio Mela o el agrónomo Columela), si
bien, como escribió Tito Livio en tiempos de Augusto, «fue la primera provincia importante
invadida por los romanos fue la última en ser dominada completamente y ha resistido hasta
nuestra época», atribuyéndolo a la naturaleza del territorio y al carácter recalcitrante de sus
habitantes. La asimilación del modo de vida romano, larga y costosa, ofreció una gran
diversidad desde los grados avanzados en la Bética a la incompleta y superficial romanización
del norte peninsular.
Edad Media
Isidoro de Sevilla, en su Historia Gothorum, se congratula de que este rey fuera «el primero
que poseyó la monarquía del reino de toda España que rodea el océano, cosa que a ninguno
de sus antecesores le fue concedida...» El carácter electivo de la monarquía visigótica
determinó una gran inestabilidad política caracterizada por continuas rebeliones y
magnicidios.61 La unidad religiosa se había producido con la conversión al catolicismo de
Recaredo (587), proscribiendo el arrianismo que hasta entonces había diferenciado a los
visigodos, impidiendo su fusión con las clases dirigentes hispanorromanas. Los Concilios de
Toledo se convirtieron en un órgano en el que, reunidos en asamblea, el rey, los principales
nobles y los obispos de todas las diócesis del reino sometían a consideración asuntos de
naturaleza tanto política como religiosa. El Liber Iudiciorum promulgado por Recesvinto (654)
como derecho común a hispanorromanos y visigodos tuvo una gran proyección posterior.
En el año 689 los árabes llegaron al África noroccidental y en el año 711, llamados por la
facción visigoda enemiga del rey Rodrigo, cruzaron el Estrecho de Gibraltar (denominación que
recuerda al general bereber Tarik, que lideró la expedición) y lograron una decisiva victoria en
la batalla de Guadalete. La evidencia de la superioridad llevó a convertir la intervención, de
carácter limitado en un principio, en una verdadera imposición como nuevo poder en Hispania,
que se terminó convirtiendo en un emirato o provincia del imperio árabe llamada al-Ándalus
con capital en la ciudad de Córdoba. El avance musulmán fue veloz: en el 712 tomaron Toledo,
la capital visigoda; el resto de las ciudades fueron capitulando o siendo conquistadas hasta que
en el 716 el control musulmán abarcaba toda la península, aunque en el norte su dominio era
más bien nominal que efectivo. En la Septimania, al noreste de los Pirineos, se mantuvo un
núcleo de resistencia visigoda hasta el 719. El avance musulmán contra el reino franco fue
frenado por Carlos Martel en la batalla de Poitiers (732).
La sublevación inicial de Don Pelayo fracasó, pero en un nuevo intento del año 722 consiguió
imponerse a una expedición de castigo musulmana en un pequeño reducto montañoso, lo que
la historiografía denominó «batalla de Covadonga». La determinación de las características de
ese episodio sigue siendo un asunto no resuelto, puesto que más que una reivindicación de
legitimismo visigodo (si es que el propio Pelayo o los nobles que le acompañaban lo eran) se
manifestó como una continuidad de la resistencia al poder central de los cántabros locales (a
pesar del nombre que terminó adoptando el reino de Asturias, la zona no era de ninguno de
los pueblos astures, sino la de los cántabros vadinienses).62 El «goticismo» de las crónicas
posteriores asentó su interpretación como el inicio de la «Reconquista», la recuperación de
todo el territorio peninsular, al que los cristianos del norte entendían tener derecho por
considerarse legítimos continuadores de la monarquía visigoda.
Los núcleos cristianos orientales tuvieron un desarrollo inicial claramente diferenciado del de
los occidentales. La continuidad de los godos de la Septimania, incorporados al reino franco,
fue base de las campañas de Carlomagno contra el Emirato de Córdoba, con la intención de
establecer una Marca Hispánica al norte del Ebro, de forma similar a como hizo con otras
marcas fronterizas en los límites de su imperio. Demostrada imposible la conquista de las
zonas del valle del Ebro, la Marca se limitó a la zona pirenaica, que se organizó en diversos
condados en constantes cambios, enfrentamientos y alianzas tanto entre sí como con los
árabes y muladíes del sur. Los condes, de origen franco, godo o local (vascones en el caso del
condado de Pamplona) ejercían un poder de hecho independiente, aunque mantuvieran la
subordinación vasallática con el Emperador o, posteriormente, el rey de Francia Occidentalis.
El proceso de feudalización, que llevó a la descomposición de la dinastía carolingia, evidente
en el siglo ix, fue estableciendo paulatinamente la transmisión hereditaria de los condados y su
completa emancipación de la vinculación con los reyes francos. En todo caso, el vínculo
nominal se mantuvo mucho tiempo: hasta el año 988 los condes de Barcelona fueron
renovando su contrato de vasallaje.
En 756, Abderramán I (un Omeya superviviente del exterminio de la familia califal destronada
por los abbasíes) fue acogido por sus partidarios en al-Ándalus y se impuso como emir. A partir
de entonces, el Emirato de Córdoba fue políticamente independiente del Califato abasí (que
trasladó su capital a Bagdad). La obediencia al poder central de Córdoba fue desafiada en
ocasiones con revueltas o episodios de disidencia protagonizados por distintos grupos
etnorreligiosos, como los bereberes de la Meseta del Duero, los muladíes del valle del Ebro o
los mozárabes de Toledo, Mérida o Córdoba (jornada del foso de Toledo y Elipando, mártires
de Córdoba y San Eulogio) y se llegó a producir una grave sublevación encabezada por un
musulmán convertido al cristianismo (Omar ibn Hafsún, en Bobastro). Los núcleos de
resistencia cristiana en el norte se consolidaron, aunque su independencia efectiva dependía
de la fortaleza o debilidad que fuera capaz de demostrar el Emirato cordobés.
Castillo de Gormaz
En 929, Abderramán III se proclamó califa, manifestando su pretensión de dominio sobre todos
los musulmanes. El Califato de Córdoba solo consiguió imponerse, más allá de la península
ibérica, sobre un difuso territorio norteafricano; pero sí logró un notable crecimiento
económico y social, con un gran desarrollo urbano y una pujanza cultural en todo tipo de
ciencias, artes y letras, que le hizo destacar tanto en el mundo islámico como en la entonces
atrasada Europa cristiana (sumida en la «Edad Oscura» que siguió al renacimiento carolingio).
Ciudades como Valencia, Zaragoza, Toledo o Sevilla se convirtieron en núcleos urbanos
importantes, pero Córdoba llegó a ser, durante el califato de al-Hakam II, la mayor ciudad de
Europa Occidental; quizá alcanzó el medio millón de habitantes, y sin duda fue el mayor centro
cultural de la época, como muestran la construcción de Medina Azahara o el traslado de la
Casa de la Moneda a la ciudad en 947.63A la muerte de Almanzor en 1002, tras su derrota
ante una coalición cristiana en la batalla de Calatañazor, comenzaron una serie de
enfrentamientos entre familias dirigentes musulmanas, que llevaron a la desaparición del
califato y la formación de un mosaico de pequeños reinos, llamados de taifas.
El reino de Asturias, con su capital fijada en Oviedo desde el reinado de Alfonso II el Casto, se
había transformado en reino de León en 910 con García I al repartir Alfonso III el Magno sus
territorios entre sus hijos. En 914, muerto García, subió al trono Ordoño II, que reunificó
Galicia, Asturias y León y fijó definitivamente en esta última ciudad su capital. Su territorio, que
llegaba hasta el Duero, se fue paulatinamente repoblando mediante el sistema de presura
(concesión de la tierra al primero que la roturase, para atraer a población en las peligrosas
zonas fronterizas), mientras que los señoríos laicos o eclesiásticos (de nobles o monasterios) se
fueron implantando posteriormente. En las zonas en que la frontera fue una condición más
permanente y la defensa recaía en la figura social del caballero-villano, lo que ocurrió
particularmente en la zona oriental del reino, se conformó un territorio de personalidad
marcadamente diferenciada: el condado de Castilla (Fernán González). Un proceso hasta cierto
punto similar (aprisio) se produjo en los condados catalanes de Cataluña la Vieja (hasta el
Llobregat, por oposición a la Cataluña la Nueva conquistada a partir del siglo xii).
Alfonso X de Castilla tuvo una gran labor jurídica, cultural y de historiografía, acercando Castilla
y León a las corrientes europeas
El siglo xi comenzó con el predominio entre los reinos cristianos del reino de Navarra. Sancho
III el Mayor incorporó los condados pirenaicos centrales (Aragón, Sobrarbe y Ribagorza) y el
condado leonés de Castilla, estableciendo un protectorado de hecho sobre el propio reino de
León. Los enfrentamientos entre las taifas musulmanas, que recurrían a los cristianos como
tropas mercenarias para imponerse unas sobre otras, aumentaron notablemente su poder,
que llegó a ser suficiente como para someterlas al pago de parias.
Los territorios de Sancho el Mayor fueron distribuidos entre sus hijos tras su muerte. Fernando
obtuvo Castilla. Su matrimonio con la hermana del rey leonés y el apoyo navarro le
permitieron imponerse como rey de León tras la muerte de su cuñado en la batalla de
Tamarón (1037). A la muerte de Fernando se volvió a realizar un reparto territorial que
multiplicó el número de territorios que adquirieron el rango regio: reino de León, reino de
Galicia, reino de Castilla, así como la ciudad de Zamora. Sucesivamente se produjeron
reunificaciones y divisiones, siempre revertidas, excepto en el caso del condado de Portugal,
convertido en reino. La conquista de Toledo por Alfonso VI (1085) permitió la repoblación de la
amplia región entre los ríos Duero y Tajo mediante la concesión de fueros y cartas pueblas a
concejos con jurisdicción sobre amplias zonas (comunidad de villa y tierra) sobre los que
ejercían una especie de «señorío colectivo». Un proceso similar se produjo en el valle del Ebro,
repoblado (en parte con mozárabes emigrados del sur peninsular) a partir de la conquista de
Zaragoza (1118) por Alfonso I el Batallador, rey de Navarra y Aragón, que incluso llegó a ser rey
consorte de Castilla y León (en un accidentado matrimonio con Urraca I de Castilla, que
terminó anulándose). A su muerte sin herederos directos se separaron definitivamente sus
reinos: mientras que Navarra quedó marginada en la Reconquista, sin crecimiento hacia el sur,
Aragón se vinculó con Cataluña en 1137 por el matrimonio de la reina Petronila I de Aragón
con el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, quienes formaron la Corona de Aragón.
Catedral de Burgos, gótica, como muchas otras catedrales de España. Burgos fue sede del
Consulado del Mar de la Corona de Castilla en sus relaciones comerciales con Europa, heredera
de la Hermandad de las Marismas de Vitoria
Por su parte, la conformación de la Corona de Castilla como conjunto de reinos, con un único
rey y unas únicas Cortes, no se consolidó hasta el siglo xiii. Los distintos territorios conservaban
diversas particularidades jurídicas, así como su condición de reino, perpetuada en la
intitulación regia: «rey de Castilla, de León, de Galicia, de Nájera, de Toledo,... señor de Vizcaya
y de Molina», añadiendo sucesivamente los títulos de soberanía de los nuevos reinos que se
fueran conquistando o adquiriendo. Alfonso VII adoptó el título de Imperator totius Hispaniae.
La repoblación de la amplia zona entre el Tajo y Sierra Morena, relativamente despoblada, se
confió a las órdenes militares (Santiago, Alcántara, Calatrava, Montesa).
Los avances cristianos hacia el sur fueron confrontados sucesivamente por dos intervenciones
norteafricanas: la de los almorávides (batallas de Zalaca, 1086, y Uclés, 1108) y la de los
almohades (batalla de Alarcos, 1195), que unificaron bajo una concepción más rigorista del
islam a las taifas, cuyos gobernantes eran acusados de corruptos y contemporizadores con los
cristianos. Sin embargo, la batalla de las Navas de Tolosa (1212) significó una decisiva
imposición del predominio cristiano y a los pocos años quedó un único reducto musulmán en
la península, el reino nazarí de Granada. La decadencia política y militar de al-Ándalus fue
simultánea a su mayor esplendor en los campos artístico y cultural (palacio de la Aljafería,
Alhambra de Granada, Averroes, Ibn Hazm).
La Corona de Castilla, con Fernando III el Santo, conquistó en los años centrales del siglo xiii la
totalidad del valle del Guadalquivir (reinos de Jaén, de Córdoba y de Sevilla) y el reino de
Murcia; mientras la Corona de Aragón, tras frustrarse su expansión al norte de los Pirineos
(cruzada albigense), conquistaba los reinos de Valencia y de Mallorca (Jaime I el Conquistador).
El acuerdo entre ambas coronas definió las respectivas zonas de influencia, e incluso enlaces
matrimoniales (de Alfonso X el Sabio con Violante de Aragón). La repoblación por los cristianos
de estas zonas, densamente habitadas por musulmanes, muchos de los cuales permanecieron
tras la conquista (mudéjares), se realizó mediante el repartimiento de lotes de fincas rurales y
urbanas de distinta importancia según la categoría social de los que habían intervenido en la
toma de cada una de las ciudades. La convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos
produjo un intercambio cultural de altísimo nivel (escuela de traductores de Toledo, tablas
alfonsíes, obras de Raimundo Lulio) al tiempo que se abrían varios studium arabicum et
hebraicum (Toledo, Murcia, Sevilla, Valencia, Barcelona) y los studia generalia, que se
convirtieron en las primeras universidades (Palencia, Salamanca, Valladolid, Alcalá, Lérida,
Perpiñán).
Mapa del mundo mediterráneo contenido en el Atlas Catalán, libro del siglo xiv considerado
una de las obras cartográficas más destacadas de la Edad Media
A partir de las vísperas sicilianas (1282), la Corona de Aragón inició una expansión por el
Mediterráneo en la que incorporó Cerdeña, Sicilia e incluso, brevemente, los ducados de
Atenas y Neopatria. En competencia con Portugal, la Corona de Castilla optó por una
expansión atlántica, basada en su control del Estrecho. En 1402 comenzó la conquista de las
islas Canarias, hasta entonces habitadas exclusivamente por los guanches. La ocupación inicial
fue llevada a cabo por señores normandos (Jean IV de Béthencourt) que rendían vasallaje al
rey Enrique III de Castilla. El proceso de conquista no concluyó hasta 1496, culminado por la
propia acción de la Corona. El deslindamiento de las zonas de influencia portuguesa y
castellana se acordó en el tratado de Alcaçovas (1479), que reservaba a los portugueses las
rutas del Atlántico Sur y por tanto la circunnavegación de África que permitiera una ruta
marítima hasta la India.
La gran mortandad provocada por la Gran Peste de 1348, particularmente grave en la corona
de Aragón, precedida de las malas cosechas del ciclo de 1333 (lo mal any primer), provocaron
una gran inestabilidad tanto económica y social como política e ideológica. En Castilla se
desató la primera guerra civil castellana (1351-1369) entre los partidarios de Pedro I el Cruel y
su hermanastro Enrique de Trastámara. En Aragón, a la muerte de Martín I el Humano,
representantes de los tres Estados de la Corona eligieron como sucesor, en el Compromiso de
Caspe (1412), a Fernando de Antequera, de la castellana Casa de Trastámara. La expansión
mediterránea aragonesa continuó con la conquista del Reino de Nápoles durante el reinado de
Alfonso V el Magnánimo.
Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos. Su matrimonio en 1469 selló la
unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón.
La crisis fue particularmente intensa en Cataluña, cuya expresión política fueron las disputas
entre Juan II de Aragón y su hijo, Carlos de Viana, aprovechadas por las instituciones
representativas del poder local (la Generalidad o comisión permanente de las Cortes y el
Consejo de Ciento o regimiento de la ciudad de Barcelona) para manifestar el escaso poder
efectivo que la monarquía aragonesa tenía sobre el particularismo (pactismo, foralismo) de
cada uno de sus territorios, donde prevalecían las constituciones, usos y costumbres
tradicionales (usatges, observancias) sobre la voluntad real. Simultáneamente estallaron las
tensiones sociales entre la Biga y la Busca (alta y baja burguesía de la ciudad de Barcelona) y
las revueltas de los payeses de remença (campesinos sometidos a un régimen de sujeción
personal particularmente duro), todo lo cual hizo estallar la guerra civil catalana (1462-1472).
El debilitamiento de Barcelona y Cataluña benefició a Valencia, que se convirtió en el puerto
marítimo que centralizó la expansión comercial de la Corona de Aragón y alcanzó los 75 000
habitantes a mediados de siglo xv, con un auge cultural que permite definirlo como Siglo de
Oro valenciano. El reino de Aragón, sin salida al mar y centrado en actividades
fundamentalmente agropecuarias, limitó su desarrollo económico y social. Los privilegios de
ricoshombres y nobleza laica y eclesiástica impidieron el desarrollo de una burguesía pujante, y
su peso relativo en el equilibrio entre los Estados de la Corona aragonesa disminuyó.
En 1479, con la subida al trono de Fernando el Católico, segundo hijo y heredero de Juan II, y
rey consorte de Castilla por su matrimonio con Isabel la Católica, las tensiones sociales se
redujeron, incluida la conflictividad campesina —Sentencia Arbitral de Guadalupe de 1486—.
El creciente antisemitismo, estimulado por predicadores católicos como San Vicente Ferrer o el
Arcediano de Écija, había explotado en la revuelta antijudía de 1391, que al provocar
conversiones masivas originó el problema del converso: la discriminación de los cristianos
nuevos por los cristianos viejos, que llegó incluso a la persecución violenta (revuelta
anticonversa de Pedro Sarmiento en Toledo, 1449) y suscitó la creación de la Inquisición
española (1478).
Edad Moderna
El matrimonio de Isabel y Fernando (1469), y la victoria del bando que les apoyaba en la guerra
de sucesión castellana, determinaron la unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón. La
unificación territorial peninsular se incrementó con la guerra de Granada (1482-1492) y la
anexión de Navarra (1512), y se prosiguió la expansión territorial por el norte de África e Italia.
La política matrimonial de los Reyes Católicos, que casaron a sus hijos con herederos de todas
las casas reales de Europa occidental excepto con la francesa (Portugal, Inglaterra y los Estados
Habsburgo), provocó una azarosa concentración de reinos en su nieto Carlos de Habsburgo
(Carlos I como rey de España -1516-, Carlos V como emperador -1521-), que junto con la
enorme dimensión territorial de la recientemente descubierta América gracias al navegante
Cristóbal Colón (1492), convertida en un verdadero imperio colonial, hizo de la Monarquía
Hispánica la más poderosa del mundo. En el mismo annus mirabilis de 1492 se decretó la
expulsión de los judíos y apareció la Gramática castellana de Antonio de Nebrija.
El poder de los «imperiales» no se afianzó en Castilla sin vencer una fuerte oposición en la
guerra de las Comunidades de Castilla, que evidenció la centralidad de los reinos españoles en
el Imperio de Carlos. A pesar de su triunfo en las guerras de Italia frente a Francia, el fracaso de
la idea imperial de Carlos V (en gran medida causado por la oposición de los príncipes
protestantes alemanes) llevó al emperador a planificar la división de sus Estados entre su
hermano Fernando I (Archiducado de Austria e Imperio germánico) y su hijo Felipe II (Flandes,
Italia y España, junto con el imperio ultramarino). La alianza entre los Austrias de Viena y los
Austrias de Madrid se mantuvo entre 1559 y 1700. La hegemonía española se vio incluso
incrementada con la unión ibérica con Portugal, mantenida entre 1580 y 1640; y fue capaz de
enfrentarse a conflictos abiertos por toda Europa: las guerras de religión de Francia, la revuelta
de Flandes (1568-1648, que terminó con la división del territorio en un norte protestante —
Países Bajos— y un sur católico —los Países Bajos Españoles—) y el creciente poder turco en el
Mediterráneo, frenado en la batalla de Lepanto de 1571. El dominio de los mares fue
desafiado por holandeses e ingleses, que consiguieron resistir a la llamada Armada Invencible
de 1588. Dentro de España se sofocaron con dureza las alteraciones de Aragón (1590) y la
rebelión de las Alpujarras (1568). Esta fue una manifestación de la no integración de los
moriscos, que no encontró solución hasta su radical expulsión de 1609, ya en el siguiente
reinado, que en zonas como Valencia causó una grave despoblación y la decadencia de la
productiva agricultura característica de este grupo social.
La revolución de los precios del siglo xvi fue provocada por la masiva llegada de plata a Castilla,
que monopolizaba el comercio americano, y causó el hundimiento de las actividades
productivas locales, mientras se realizaban importaciones de productos manufacturados
europeos. La crisis del siglo xvii afectó especialmente a España, que bajo los llamados Austrias
menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II) entró en una evidente decadencia. Simultáneamente,
el arte y la cultura española vivía los momentos más brillantes del Siglo de Oro. Superada la
coyuntura crítica de la crisis de 1640, en que estuvo a punto de disolverse (revuelta de los
catalanes, revuelta de Masaniello en Nápoles, alteraciones andaluzas, independencia de
Portugal), la Monarquía Hispánica se redefinió, ya sin Portugal y con la frontera francesa fijada
en el tratado de los Pirineos (1659).
La guerra de sucesión española (1700-1715) y los Tratados de Utrecht y Rastadt determinaron
el cambio de dinastía, imponiéndose en el trono la Casa de Borbón (con la que se mantuvieron
los Pactos de Familia durante casi todo el siglo xviii), aunque significara la pérdida de los
territorios de Flandes e Italia en beneficio de Austria y onerosas concesiones en el comercio
americano en beneficio de Inglaterra, que también retuvo Gibraltar y Menorca. Dentro de
España se impuso un modelo político que adaptaba el absolutismo y centralismo francés a las
instituciones de la Corona de Castilla, que se impusieron en la Corona de Aragón (Decretos de
Nueva Planta). Únicamente las provincias vascas y Navarra mantuvieron su régimen foral. En el
contexto de una nueva coyuntura de crecimiento, se procuró la reactivación económica y la
recuperación colonial en América, con medidas mercantilistas en la primera mitad del siglo,
que dieron paso al nuevo paradigma de la libertad de comercio, ya en el reinado de Carlos III.
El motín de Esquilache (1766) permite comparar el diferente grado de desarrollo sociopolítico
con Francia, que en una coyuntura hasta cierto punto similar desembocó en la Revolución,
mientras que en España la crisis se cerró con la sustitución del equipo de ministros ilustrados y
el freno de su programa reformista, la expulsión de los jesuitas y un reequilibrio de posiciones
en la corte entre las facciones de golillas y manteístas.
Edad Contemporánea
Siglo xix
El dos de mayo de 1808 en Madrid, de Goya, muestra el levantamiento del 2 de mayo del
pueblo de Madrid contra el ejército invasor francés y que desencadenó la Guerra de la
Independencia Española
La Edad Contemporánea no empezó muy bien para España. En 1805, en la batalla de Trafalgar,
una escuadra hispano-francesa fue derrotada por el Reino Unido, lo que significó el fin de la
supremacía española en los mares en favor del Reino Unido, mientras Napoleón Bonaparte,
emperador de Francia que había tomado el poder en el país galo en el complejo escenario
político planteado tras el triunfo de la Revolución Francesa, aprovechó las disputas entre
Carlos IV y su hijo Fernando y ordenó el envío de su poderoso ejército a España en 1808. Su
pretexto era invadir Portugal, para lo que contaba con la complicidad del primer ministro del
rey español, Manuel Godoy, a quien había prometido el trono de una de las partes en las que
pensaba dividir el país luso. El emperador francés impuso a su hermano José I en el trono, lo
que desató la Guerra de la Independencia Española, que duraría cinco años. En ese tiempo se
elaboró la primera Constitución española, de marcado carácter liberal, en las denominadas
Cortes de Cádiz. Fue promulgada el 19 de marzo de 1812, festividad de San José, por lo que
popularmente se la conoció como «la Pepa». Tras la derrota de las tropas de Napoleón, que
culminó en la batalla de Vitoria en 1813, Fernando VII volvió al trono de España.
Durante el reinado de Fernando VII la Monarquía Española experimentó el paso del Antiguo
Régimen al Estado Liberal. Tras su llegada a España, Fernando VII derogó la Constitución de
1812 y persiguió a los liberales constitucionalistas, dando comienzo a un rígido absolutismo.
Mientras tanto, la Guerra de Independencia Hispanoamericana continuó su curso, y a pesar del
esfuerzo bélico de los realistas, al concluir el conflicto únicamente las islas de Cuba y Puerto
Rico, en América, seguían bajo gobierno español. Terminada la Década Ominosa y con el apoyo
de los políticos liberales a la Pragmática Sanción de 1830, España se organizó nuevamente en
monarquía parlamentaria. De esta forma ambos procesos revolucionarios dieron origen a los
nuevos Estados nacionales existentes en la actualidad. El final del reinado de Fernando VII
señaló también la extinción del absolutismo en todo el mundo hispánico. La muerte de
Fernando VII en 1833 abrió un nuevo período de fuerte inestabilidad política y económica. Su
hermano Carlos María Isidro, apoyado en los partidarios absolutistas, se rebeló contra la
designación de Isabel II, hija de Fernando VII, como heredera y reina constitucional, y contra la
derogación del Reglamento de sucesión de 1713, que impedía la sucesión de mujeres en la
Corona. Estalló así la Primera Guerra Carlista.
Entrada del USS Maine en el puerto de La Habana, semanas antes de su explosión, casus belli
que dio lugar a la guerra hispano-estadounidense de 1898
Siglo xx
El siglo xx comenzó con una gran crisis económica y la subsiguiente inestabilidad política. Hubo
un paréntesis de prosperidad comercial propiciado por la neutralidad española en la Primera
Guerra Mundial, pero la sucesión de crisis gubernamentales, la marcha desfavorable de la
guerra del Rif, que se agudizó como consecuencia de la oposición tribal autóctona al
Protectorado español de Marruecos, la agitación social y el descontento de parte del ejército,
desembocaron en el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera el 13 de septiembre
de 1923. Estableció una dictadura militar que fue aceptada por gran parte de las fuerzas
sociales y por el propio rey Alfonso XIII. Durante la dictadura se suprimieron libertades y
derechos, lo que sumado a la difícil coyuntura económica y el crecimiento de los partidos
republicanos, hicieron la situación cada vez más insostenible. En 1930, Primo de Rivera
presentó su dimisión al rey y se marchó a París, donde murió al poco tiempo. Le sucedió en la
jefatura del Directorio el general Dámaso Berenguer y después, por breve tiempo, el almirante
Aznar. Este período es conocido como «dictablanda».
Clara Campoamor una de las principales impulsoras del sufragio femenino en España, que se
incluyó en la Constitución de 1931 y fue ejercido por primera vez en las elecciones de 1933
Bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor durante la guerra civil española (26 de
abril de 1937)
Entre los episodios relevantes de este corto periodo destacan la sublevación monár
Bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor durante la guerra civil española (26 de
abril de 1937)
Entre los episodios relevantes de este corto periodo destacan la sublevación monár
Bombardeo de Guernica por parte de la Legión Cóndor durante la guerra civil española (26 de
abril de 1937)
Entre los episodios relevantes de este corto periodo destacan la sublevación monár