Homilía, Padre Gustavo Lombardo
Homilía, Padre Gustavo Lombardo
Homilía, Padre Gustavo Lombardo
La verdad y el infierno
Queridos hermanos,
Los Apóstoles le dicen al Señor que ya habla claro. Siempre habló claro Jesús pero, por
supuesto que los Apóstoles le fueron entendiendo cada vez más y el Señor se fue adaptando
también a ese entendimiento y cada vez más fue mostrando su luz, fue mostrando la Verdad. La
Verdad que, como el mismo Señor dirá, debemos ser llevados a ella, a la Verdad total, por el
Espíritu Santo. Pues bien, la Verdad es algo importantísimo.
Vivimos en un mundo que es absolutamente relativista, que cada uno tiene “su” verdad,
y si cada uno tiene “su” verdad, la verdad no existe. Y nosotros debemos luchar contra esos
falsos principios porque de a poquito pueden ir minando nuestra vida interior. La Verdad es una
sola, y esa es Dios, esa es Jesús. No seamos como Pilato, cuando Jesús le dijo a Pilato que (Jn
18, 37-38): «Él era la Verdad. Que había nacido para dar testimonio de ella» , Pilato le dice: «¿Y
qué es la verdad?» Pero es de alguna manera, una pregunta de un relativista, de un supersticioso
porque, justamente le pregunta eso y se va. No le importa a Pilato «qué es la verdad», porque no
cree que la pueda alcanzar.
Pues bien, para saber nosotros si amamos la Verdad, va a decir Ernest Hello -un autor
que no era sacerdote, pero leyendo los textos de él Garrigou-Lagrange dijo que: «encontró su
vocación al estudio», se inspiró en él. Y también el gran Cardenal Mercier decía que: «tenía dotes
de genio»-. Bueno, este autor dice: «Para que uno pueda hacer como un test personal de amor a
la verdad, tiene que ver cuánto odia el error». Si a mí el error “me da un poco lo mismo” quiere
decir que también la verdad “me da un poco lo mismo”. Si realmente odio el error, si me molesta
el error, si lo combato en cuanto puedo, entonces quiere decir que la verdad me importa. Porque,
justamente por los contrarios, muchas veces se conocen las cosas.
Totus Tuus!
La verdad ¡cuán importante es! Solzhenitsyn cuando recibió el premio Nobel -creo que
era el de la Paz- dijo así: «Una palabra de verdad vale más que el mundo entero». Debemos amar
la verdad, debemos buscar la verdad. Y la verdad, puede ser que, en alguna circunstancia de
nuestra vida, en alguna cosa, no la alcancemos plenamente. Nosotros la tenemos en Jesús. Pero
bueno, puede ser que en alguna cosita no la tengamos tan clara de Jesús, o puede ser que alguien
no conozca a Jesús, pero si ama a la verdad, ese amor a la verdad lo salva.
En la segunda carta a los Tesalonicenses, San Pablo (2Ts, 2), cuando habla del anticristo,
del impío, dice que: «por esa fuerza que le va a dar el demonio con milagros y prodigios, todos
falsos, va a engañar a muchos». Dice que «serán condenados por no haber tenido amor a la
verdad. Que ese amor a la verdad los hubiera salvad». No dice: «por no haber alcanzado la
verdad», sino «por amor a la verdad». Ya con el amor a la verdad se hubieran salvado, aunque no
la hayan alcanzado del todo. ¡Cuán importante es la verdad! Y toda verdad es importante, pero
sobretodo, especialmente, la verdad que tiene que ver con Dios, la verdad que tiene que ver con
nuestra fe, la verdad que tiene que ver con lo revelado. Por eso ahí es, sobretodo, que tenemos
que lograr ese odio al error, que nos moleste el error, que ¡no nos dé lo mismo! Porque estamos
hablando de cosas trascendentales, estamos hablando de Jesús, estamos hablando de la Virgen,
estamos hablando de nuestra propia salvación.
Y en este sentido toda verdad es importante. No solamente la verdad que me suena bien
a los oídos, sino, ¡toda verdad! Por eso va a decir nuestro fundador -el padre Buela, hablando del
infierno- que: «Tal vez, en ningún otro punto de doctrina se ve tanto la asimetría entre la fe
católica y la fe progresista, como en este del infierno». O sea, la existencia del infierno es una
verdad, me guste o no me guste ¡es una verdad! Y en realidad, tendría que gustarme ¿por qué?
¿en qué sentido gustarme? Es que, si no me gusta porque yo puedo terminar ahí, está bien, pero
me tiene que gustar porque al infierno lo creo Dios, es un acto de Justicia y de Misericordia
también. Sino es como, de algún modo, negar a Dios. Porque recordemos, «el infierno es tan
infierno porque el cielo es tan cielo».
¿Por qué es tan terrible el infierno? Porque ahí no está Dios. Si no, no sería infierno.
Entonces es como que Dios no tendría que ser Dios para que el infierno no sea infierno. Porque
dado que Dios es tan hermoso, tan bello, infinitamente nos supera, es que, la ausencia de Dios
es tan terrible. ¿Qué culpa tiene Dios de ser tan perfecto? Y ¿qué culpa tiene Dios de que uno,
libremente, no quiera estar con Él? Que eso es el infierno, eso es el pecado.
Y decimos esto, por supuesto, porque estamos en 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima.
Y porque esta verdad del infierno está siendo negada, hace tiempo ya -pero cada vez un poco
peor, si se quiere- dentro de la Iglesia. La pastoral progresista niega la verdad del infierno: “que
no existe, que está vacío o que no es para siempre, etc.”.
Por eso, es que la Virgen ha tenido esa delicadeza de Madre, y hace poco más de cien
años, como nunca antes en la historia -es cierto, Santa Faustina Kowalska tuvo una visión del
infierno, San Juan Bosco también. Santa Teresa de Ávila estuvo en el infierno, estuvo metida
Totus Tuus!
ahí, sintió lo que se siente allí, en el lugar que Dios le tenía preparado si ella no se convertía y
dice que: «fue una de las grandes mercedes que Dios le hizo». Porque claro, le dio una fuerza
muy grande para buscar la santidad y después para buscar la salvación de los otros-. Bueno, pero
que la Virgen Santísima le muestre el infierno así, de esa manera como fue en el caso de los
pastorcitos, que yo sepa -una manera tan conocida por todos, que se hizo una fiesta litúrgica que
estamos celebrando hoy. No la celebramos directamente, también porque estamos ahora en
Pascua- eso no se ha dado antes. ¿Por qué la Virgen tiene que mostrar? Porque estamos en un
tiempo, ya en ese tiempo (1917), ya había modernismo, que después se hizo progresismo, y ahora
si se quiere, es la Nueva Era dentro de la fe católica, entre comillas “fe” y entre comillas
“católica”. Pero la Virgen tuvo esa deferencia y ese recordarnos a todos, la gran verdad de la
existencia del infierno.
San Juan Pablo II decía: «El hombre, en una cierta medida, está perdido. Se han perdido
también los predicadores, los catequistas y educadores porque se ha perdido el coraje de
amenazar con el infierno» .
«La Santísima Virgen abrió de nuevo sus manos. El haz de luz, que de
ellas salía, parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego; y
mezclados en el fuego, los demonios y las almas, como si fueran brasas
trasparentes, negras o bronceadas, con forma humana, que se movían
en el fuego llevadas por las llamas, que de ellas mismas salían,
juntamente con nubes de humo cayendo hacia todos lados. Así como
caen las chispas en los incendios, sin peso ni equilibrio, entre gemidos
de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de
pavor. Aterrados, levantamos la mirada hacia nuestra Señora, quien nos
dijo, con bondad y tristeza: “Han visto el infierno, a donde van a parar
las almas de los pobres pecadores. Cuando recen el Rosarios digan,
después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados…”»
Pidámosle a nuestra Madre, amar la verdad, amar sobretodo la Verdad que tiene que ver
con Dios: la Verdad revelada. Amarla toda, completamente, no las partes que me suenan
mejores, más fáciles. Amarlas y también hacerlas amar, trasmitirlas a los demás. Y en este sentido,
que la existencia del infierno y la posibilidad de estar ahí nosotros, nuestros seres queridos y
demás, nos den un gran celo apostólico, un buscar de verdad que todas las almas se salven.