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El Imperio de Los Incas 1

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

El imperio de los incas


Una canción que retumba entre
las altas montañas

CARACAS, 2008
Referirse a la Historia en singular y con mayúscula implica creer en el
carácter absoluto de un único discurso. La historia no es una sola, es más
bien un tejido profuso de múltiples historias, diversas miradas acerca del
mundo y la cultura que constituyen el patrimonio más rico de la humani-
dad: sus memorias, en plural y sin mayúsculas.

La Colección historias invita a leer la diversidad, la compleja polifonía de lugares,


tiempos y experiencias que nos conforman, a partir de textos clásicos,
contemporáneos e inéditos, de autores venezolanos y extranjeros.

Las historias universal, latinoamericana, venezolana, regional y local


se enlazan en esta Colección construyendo un panorama dinámico y alter-
nativo que nos presenta las variadas maneras de entendernos en conjunto.
Invitamos a todos los lectores a buscar en estas páginas tanto la rigurosidad
crítica de textos especializados como la transparencia de voces vívidas y
cálidas.
© Fundación Editorial El perro y la rana, 2017 (digital)
© Jenny González Muñoz

Centro Simón Bolívar, Torre Norte, piso 21, El Silencio,


Caracas - Venezuela, 1010.
Teléfonos: (0212) 7688300 / 7688399.

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Diagramación:
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Corrección:
Erika Palomino y Carlos Zambrano

Fotografía de portada:
Fundación Editorial el perro y la rana

Hecho el Depósito de Ley


Depósito legal DC2017001579
ISBN 978-980-14-3827-4
INTRODUCCIÓN

Con este libro se pretende dar a conocer los diferentes aspectos de la cultura
incaica, paseándose a través de la historia que conlleva la creación del Imperio más
vasto de la América Latina. Regodeándonos en su esplendor a manos de sus trece
gobernantes magnánimos por su grandeza e importancia; sumergiéndonos en sus
avances científicos nacientes del conocimiento de los estudiosos; adentrándonos en
las expresiones culturales más profundas y hermosas que nos legaron.
En primer lugar se ha elaborado una visión de los antecedentes históricos donde
se estudia el origen y creación del Imperio de los Incas, pasando por lo relacionado
con los mitos y las realidades de este nacimiento, que nos permitirá ubicarnos en
el entorno geográfico en el que se desarrolló el imperio creciente. Posteriormente,
se lleva a cabo la introducción en el mundo incaico. Allí conoceremos la política,
sociología y economía, así como el trabajo de cada uno de sus gobernantes, a
grandes rasgos por supuesto, y por último, sus conocimientos científicos.
Finalmente, en el tercer capítulo, se encuentra el estudio de las expresiones de la
teatralidad, donde se tocan tópicos como las ceremonias, las fiestas, y otros aspectos
que tienen de una u otra manera relación con lo teatral; las danzas y la poesía. Tres
expresiones culturales muy ligadas a lo escénico, y que engloban las características
fundamentales del pueblo inca, no sólo desde el punto de vista artístico, sino
también desde el absoluto de su vasta historia.

La autora
El ascenso
de los incas

CAPÍTULO I
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Tras los pasos de Viracocha o de cómo los Incas cuentan su origen

Para hablar de la creación de lo que posteriormente será el imperio más grande


de nuestro continente, es necesario remontarnos a las fábulas y leyendas que
cuentan el origen de los Incas.
El dios Viracocha, viendo cómo vivían los pobladores de aquellas tierras, se
apiadó de ellos y decidió mandar a ocho de sus hijos para que les instruyeran y les
salvaran de la barbarie. Cuatro mujeres y cuatro hombres saldrían vestidos con finas
lanas y adornados con prendas hechas con los rayos del sol, emergiendo de la espesa
niebla de las aguas heladas de aquel lago de rocío, cercano al sol, a través de una
ranura hecha en una colina. Los cuatro hombres serían Ayar Manco, Ayar Cachi,
Ayar Uchu y Ayar Auca con sus respectivas mujeres Mamma Ocllo, Mamma
Huaco, Mamma Cora y Mamma Raua. De las aberturas laterales a la ranura de
donde salieron los ayares, llamada Tampu-Tocco (posada con nicho), saldrían diez
ayllus incas, quienes los acompañarían en la futura peregrinación.
Las cuatro parejas comenzarían su camino a la enseñanza de las tribus en
lentos pasos a través de las colinas que iban más allá de Pakari-Tampu (posada
del amanecer). Pronto las diferencias entre dos de los hermanos se harían más y
más crecientes. “Ucho, el mayor de ellos niega autoridad a sus hermanos, y para
atemorizarlos trepa a lo largo de la colina de Huanacuari y con su honda de oro
lanza piedras con tal fuerza que derrumba cerros y abre quebradas” (Cossio del
Pomar, 1969: 17).
Los hermanos, entonces, envidiosos y temerosos a la vez, se valieron de un ardid
y, atrayéndolo a una cueva de Tampu-Tocco, tapiaron la abertura con un peñasco,
pero en ese mismo instante una violenta sacudida estremeció la tierra y comenzaron
a desplomarse los cerros. Asustados, los hermanos traidores, corrieron hacia un
lugar llamado Tampuyuiso, pero vieron venir por los aires a Ayar Uchu volando
majestuosamente, vestido de plumaje colorido y alas de cristal, que mirándolos
fijamente les ordenó construir en el valle de Huanacuari, la ciudad del Ccossco; les
dijo que deberían en lo sucesivo cubrir sus frentes con la mascapaicha (borla), la
cual los distinguiría de los hombres y los haría emperadores de ese nuevo imperio
que ellos fundarían. Una vez establecida la ciudad “ombligo del mundo”, los otros
dos hermanos, Ayar Cachi y Ayar Auca, quedarían convertidos en huacas(1), que
serían adornadas y adoradas con oro y piedras preciosas para rendirles culto eter-
namente.
La leyenda dice que estos tres hermanos, con sus muertes, también contri-
buyeron a dar un toque de vida a ese valle mal habitado. Como la palabra cachi
1 Así se denominaba entre los pueblos indígenas de Centroamérica al sepulcro en el que podían encontrarse
objetos de valor (N. del E.).

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quiere decir sal, ucho es el condimento que usan estos indígenas para cocinar, y
sauca significa regocijo,

apretando a los indios sobre qué se hicieron aquellos tres hermanos y hermanas de
sus primeros Reyes (...) alegorizan la fábula, diciendo que por la sal, que es uno de los
nombres, entienden la enseñanza que el Inca les hizo de la vida natural; el pimiento, el
gusto que de ella recibieron; y por el nombre regocijo entienden el contento y alegría
con que después vivieron (Inca Garcilaso de la Vega, 1985: 43).

De la misma historia vinculada con la aparición de las cuatro parejas se desprende


otra fábula que nos cuenta que el jefe de la expedición fue Ayar Manco, quien como
símbolo de su nobleza llevaría un halcón dorado encerrado en una jaula. Las ocho
personas reales vestirían lujosas ropas y lucirían ricas joyas de oro.

En su camino desde Pakaritambo se les fue incorporando gente que pronto constituyó
una multitud de adeptos entre los que figuraban tribus indígenas de la región, como
los maras, los sanocs, los sutics, tarpantays, huaicaitaquis, mascas, cuicusas, y sobre
todo, los guerreros de una tribu que llevaba un nombre glorioso en el Perú preincaico:
los chavín (Stingl, 1982: 82).

Se cuenta que Ayar Cachi fue mandado por Ayar Manco a buscar las semillas
que habían ocultado en una cueva para ser sembradas por mandato del Padre Sol.
Ayar Cachi sería acompañado por un fiel del séquito de Manco, quien al descender
a la cueva lo dejó encerrado poniendo en la boca de ésta un enorme peñasco. Así
moriría el primero de los Ayares. Luego llegó el fin de Ayar Uchu, quien también
por mandato de Ayar Manco se dirigió volando con sus alas de colores, a ver de
cerca un buitre andino tallado en roca que adornaba una de las laderas del Huana-
cuari, pero al tocar la imagen sagrada quedó convertido en piedra. Sobrevivieron
dos hermanos varones. Pasó el tiempo, y al parecer un día Ayar Auca se convirtió
también en piedra, teniendo entonces soberanía absoluta el mayor de los hijos del
Sol, Manco Cápac.
Las leyendas sobre el origen y aparición de los Incas sufren muchas variables,
sobre todo en su desarrollo, como lo plantean el Inca Garcilaso de la Vega y Cossio
del Pomar o Valcárcel, aunque concuerdan de una u otra forma, bien sea a través
de la figura de Manco Cápac y su pareja real, Mamma Ocllo, y la implantación de
la ciudad sagrada del Ccossco.
Desde el punto de vista científico, el origen y la creación de los Incas se ve clara-
mente apoyado en las tesis planteadas por teóricos como Valcárcel, quien sostiene
que la aparición de los Ayares no es otra cosa que la simbolización de un grupo de
personas conquistadas por los huayllas, que se asentaron en los valles del Cuzco
buscando una mejor calidad de vida. Canals Frau, por su parte, apoya lo planteado

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

por Valcárcel, y dice textualmente: “Ayar Manco representó a los Mascas, Ayar
Auca a los Chillques, Ayar Uchu a los Tambus y Ayar Cachi a los Maras.”
Esto tiene más sentido cuando se analiza desde el punto de vista lingüístico,
pues nos encontramos con que estas tribus deben haber hablado la lengua aymara,
ya que la mayoría de los nombres deriva etimológicamente de la raíz aymara.

Uhle, por ejemplo, basándose sobre todo en la equivalencia del término aymara mallco
con el quichualizado manco, opinaba que Manco Cápac había sido jefe colla. Latcham,
por su parte, agregaba a la equivalencia anterior la de sinchi, título que lleva el Inca
segundo, y que sería también aymara. Mientras que Polansky suma a ambas equiva-
lencias una tercera, al expresar que el término inca no era sino el aymara huillca, con
el significado de ‘el caudillo’ (Canals Frau, 1973: 313).

Sin embargo, los investigadores llegan a acuerdos comunes en sus tesis: el hecho
de que Manco Cápac y su esposa y hermana, Mamma Ocllo, emergieron de una
ranura ubicada en un lugar llamado Tampu-Tocco, en las inmediaciones del lago
Titicaca, que ambos fueron los fundadores del imperio de los incas, y que la ciudad
que construyeron para establecerse se ubicó en el valle de Huanacuari llevando por
nombre Ccossco, que quiere decir el “ombligo del mundo”.

Un imperio de muchas leguas o de cómo los Incas se asentaron en vastas tierras

Sobre las altas montañas andinas el paisaje se erguiría majestuoso entre la


neblina brillante del valle verde y serpentino. Al paso de las crisálidas que se despe-
garían del capullo con una furia taciturna, casi inquieta, caminarían los rebaños de
llamas y vicuñas, en su lento vagar por los pastizales de frescas yerbas, de oliente
aroma. Desde el hondo más oscuro de las piedras las huacas se harían, entonces,
adorar ataviadas de los colores dorados del sol y de las joyas preciosas que salían de
la tierra. A través de los valles tupidos con olor a humo, porque la neblina huele a
humo, pasarían los pastores taciturnos, arropados hasta las orejas, y en su parsimo-
nioso caminar irían bajando a su paso la “gran soledad que reina en las alturas”.
El aire “fino” de la sierra traería consigo el lejano trinar de los pájaros, y el
crujido de uno que otro árbol inexistente que se partiría en dos y caería al suelo. Y
“en ese paisaje desprovisto de árboles, en la infinita extensión del altiplano, sólo se
oye el distante sonido de la flauta de algún pastor indígena” (Stingl), que dejaría
su melancolía traducida en el sonar de la quena, y el rumiar de la coca.
Las siembras sentirían el quemante rocío y sus hojas afiladas se abrirían compla-
cidas para recibir el nuevo amanecer que llegaría, como siempre, mojando los
corazones de la quinua, cepillando los dientes parejos del maíz, puliendo el brillo
terroso de las papas escondidas.
En aquella inquebrantable quietud de la sierra, junto al sagrado lago Titicaca,
fluiría la leyenda de los “hijos del Sol”, enviados a socorrer a los ignorantes en

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

ese entonces pobladores de aquellas tierras. El peregrinaje comenzaría, y al paso


el camino de los Incas se perdería de vista, haciéndose vasto el imperio del Inti
supremo y la killa hermosa. A cada centímetro iba naciendo el Tawantinsuyu, «la
tierra de los Cuatro Cuartos» (suyu). Millares de kilómetros de extensión supera-
rían en grandeza la maravilla contraída de los enormes contrastes.
El drama de la zona que dominaron los “hijos del Sol” jugaría a la re-presenta-
ción dibujando fantásticas alegorías, que se desplegaron subiendo a lo más alto de
las montañas nevadas, a 4.000 y 5.000 metros de altura, para desplomarse en un
mar de serpentinas, clavadas en las agudas arenas de las cálidas playas desoladas.

Regiones inhóspitas y rincones paradisíacos en condominio que desafía todo lo inespe-


rado. Cordilleras blancas hasta cegar, entazan aguas negras como azabaches en cráteres
apocalípticos; precipicios oscuros bajan hasta perderse en oscuros acantilados y hende-
duras titánicas. Y vuelve a chispear la luz radiante en el torrente de los ríos, camino
de las cuencas rodeadas de altas montañas, fértiles valles (...) donde verdea eterna la
primavera: los molles, los pisonais, y los capulíes sombrean la tibia brisa, y el guindo
garrafal cimbra en sus ramas pequeñas hojas cargadas que jamás se secan (Cossio del
Pomar, 1969:7).

El imperio de los incas se extendió hasta los confines menos imaginados, el


afán de sus emperadores por expandir el reino y avivar las fuerzas de su poder, sólo
podría ser detenido por dos factores fundamentales: uno, al norte, donde la espesa
bravura de la selva amazónica los pararía con terribles enfermedades e incluso la
muerte. Y el segundo factor, al sur, donde los valientes araucanos se vestirían de
demonios para acallar la furia incaica. Sin embargo, el imperio del Tawantinsuyu se
prolongaría en su limitación geográfica a cuatro cuartos, a saber: el cuarto noroeste,
llamado Chinchaysuyu, que incluiría el Ecuador con el Perú septentrional y del
centro, lugares donde se encuentran los altos volcanes del Cotopaxi, el Pichincha y
el Chimborazo. El cuarto sudoeste, llamado Contisuyu, que correspondería al Perú
meridional, al noroeste argentino y el norte de Chile, donde hay regiones tropicales
y densa vegetación. El cuarto noreste, llamado Antisuyu, que estaría constituido
por colinas, bosques y selvas impenetrables. El último cuarto, al sudeste, llamado
Collasuyu, donde se encontrarían las altas tierras de los aymaraes, la cuenca del
lago Titicaca, casi toda Bolivia, la parte noreste de Argentina, y terminaría en el
río Maule al norte de Chile.

En el siglo XIV el Gran Imperio de los Incas conocido en la historia con el nombre de
Tawantinsuyu (...), tiene aproximadamente la superficie de Europa, con un litoral de
más de 5.000 kilómetros sobre el Océano Pacífico, y un territorio de enormes varie-
dades climáticas: montañas, desiertos, nieve, calor tórrido, frío glacial (Ídem).

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Estas “variedades climáticas” influyeron indudablemente en la forma de ser


del hombre del altiplano; sus facciones físicas se irían acoplando a la perfección al
clima en el que vivirían. Su ritmo de vida se vio dirigido por los paisajes y el medio
ambiente, y por consiguiente, sus manifestaciones desde el punto de vista artístico
serían altamente influenciadas por la altura rocosa y la pasividad de su alrededor.
Nada de la vida de los pobladores de estas zonas fue ajeno al ambiente, “pocas
cosas aclaran más útilmente la condición de un pueblo como su paisaje” (Ortega
y Gasset). Y sería precisamente este paisaje lo que determinaría las acciones y reac-
ciones del hombre y su medio, marcando también su aspecto físico. Y porque todo
lo devolvían siempre a su naturaleza, a la enorme altura de 3.500 metros sobre el
nivel del mar, “los hijos del Sol”, por mandato de su padre divino levantaron la
ciudad capital del Imperio: el Ccossco.

La ciudad del Cuzco o de cómo esta capital era sagrada y hermosa

En la primera parada que Manco Cápac y Mamma Ocllo hicieron justo en el


cerro Huanacuari, hundirían la barra de oro para dar paso a la construcción de
la ciudad sagrada, Ccossco, nombre que posteriormente por el pasar de los años
en diferentes lenguas e idiomas que se entrecruzarían en sus pronunciaciones, iría
declinando hasta llamarse Cuzco, topónimo con el cual se conserva actualmente.
A gran altura, entre las montañas silenciosas, la ciudad “ombligo del mundo” se
levantaría majestuosa siendo la verdadera capital de un Imperio que regiría su
fortuna y su razón desde las manos del único soberano, el Zapa Inca.
Desde el Cuzco se dirigirían los destinos del Imperio y sus personas. En lo
económico, sería allí donde confluirían los impuestos, y desde donde se distribui-
rían los medios. En cuanto al aspecto militar sería el Cuzco el punto de partida de
los ejércitos a sus campañas y también allí regresarían llenos de gloria a celebrar
las fiestas de ocasión. En lo concerniente a los rituales religiosos, sería en esta
ciudad donde se realizarían las principales y toda clase de celebraciones públicas
importantes.
Al igual que el imperio del Tawantinsuyu, la ciudad del Cuzco estaría dividida
en sectores que delimitarían la organización tanto desde el punto de vista político
como desde el punto de vista social: el Hanan Cuzco y el Hurin Cuzco, Cuzco el
Alto y Cuzco el Bajo, respectivamente.

En su vida de mayor esplendor durante el reinado del Inca Pachacútec, cuenta con
cerca de 300.000 habitantes. El río Watanai divide la ciudad en dos grandes barrios
llenos de templos, santuarios y palacios. En el barrio alto llamado Hanan-Ccossco
vive la nobleza, y en el barrio bajo, Urin-Ccossco, los indios comunes y forasteros
(Ibídem: 31).

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La ciudad del Cuzco albergaría parte de la gran sociedad incaica. Dentro de


ella se llevarían a cabo las cuestiones relacionadas con la política, el gobierno y
sus dictámenes. Sería el centro de los grandes templos y mejores construcciones,
majestuosas por su belleza y enormes por su tamaño.

En el centro de la ciudad estaba la Plaza del Regocijo. Aquí tenían lugar los grandes
mercados, las danzas, y la coronación del nuevo Inca. En uno de los extremos estaba la
Piedra de la Guerra donde todos los guerreros tomaban juramento al Inca. Alrededor
de la Gran Plaza había palacios de piedra, donde habitaban las clases gobernantes. Cada
vez que moría un Inca su momia era colocada dentro de un palacio, y el nuevo Inca
construía otro para él. Las calles eran estrechas; los edificios por lo regular eran de un
piso, pero no era raro que tuvieran dos (...) Los orfebres hacían unas tiras largas de oro
que tenían aspecto precisamente de paja, y las colocaban en el techo de las casas a fin
de que en las puestas del Sol todo pareciera arder en un resplandor de oro.

(...) Lo más grande que había en el Cuzco, que maravillaba a todos, era la fortaleza
Sacsahuaman. Se erguiría en una colina a 180 metros por encima del Cuzco, domi-
nando la ciudad (Von Hagen, 1976: 35).

Así, en las grandes alturas, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, la ciudad
capital del Imperio, resguardada por el “Halcón Ahíto” construido en piedras,
sería testigo silencioso y apacible del nacimiento, de la grandeza, y de la muerte
del imperio de las «cuatro partes del mundo».

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Al alcance de la
gloria

CAPÍTULO II
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Los ejes centrales de grandes gobiernos o de cómo la organización socialista del


imperio incaico fue su mayor fortaleza

La organización geográfica del Imperio estaba completamente relacionada con


lo social, lo político y lo económico. La sociedad descansa en una célula llamada
ayllu. Dicha sociedad estaría formada por centenares de ayllus, algunos grandes,
otros pequeños. Cada uno, a su vez, tendría un jefe llamado mallcu, que estaba
auxiliado por un consejo de ancianos.
La estructura social era piramidal. En su base estaría el puric, diez de ellos
eran mandados por un capataz llamado chuaca; de cien purics se compondría el
auca-puric, que sería dirigido por un supervisor llamado Pachaca-camayoc. Una
huaranca tendría diez mil purics. Diez mil purics constituían el unu. Luego estaban
las agrupaciones mayores que formarían las provincias y los suyus o cuatro partes
del Imperio. Y finalmente en la parte más alta de la pirámide se ubicaba el Zapa
Inca. Respecto al ayllu, se dividiría en mitades, llamadas saya.

El Imperio de los Incas tuvo como base el ayllu agrícola y cooperativo de origen
aymara; pero esta célula del vasto organismo de la nación constituyó una de las divi-
siones políticas del Imperio, organizado en decurias (diez familias), cuyo jefe era un
camayoc; en centurias (cien familias), cuyo jefe era un pachacuraca; que dependía de
un camachique. Cada ayllu ocupaba una llacta o runa, nación o tribu. El territorio
correspondiente a cada aldea se llama marca y se hallaba bajo el mando de un curaca,
funcionario subordinado a otro titulado Unno, que a su vez dependía de un Tukyrikuc,
jefe de las grandes divisiones territoriales del Imperio y directamente a los órdenes del
Inca (Sola, 1936: 172-173).

En fin, la sociedad incaica tenía su base fundamental en la figura del ayllu,


núcleo bajo el cual el indígena obedecía a un sinchi o curaca. Cada ayllu poseía
tierras propias de cultivo, pastoreo y bosques comunales. En cuanto a las rela-
ciones sociales éstas eran parecidas a las de una sociedad sin clases y sin propiedad
privada. La única nobleza dentro del ayllu la establecían el curaca y su familia. Los
demás componentes de la sociedad gozaban de las mismas probabilidades de surgi-
miento desde cualquier punto de vista; esto llegaba hasta tal límite que las personas
del pueblo se vestían igual. Sin embargo, los ayllus “trasplantados, conquistados
o anexados voluntariamente, conservaban con celo su potente individualidad”
(Cossio del Pomar, 1969: 29).
La organización política del Imperio estaba estrechamente ligada a la figura del
ayllu y, por consiguiente, a lo social. Las cosechas, las riquezas, y los trabajos en
sí, se dividían equitativamente en tres: 1) La llamada del Sol, que era destinada al

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

mantenimiento de los sacerdotes y la gente del culto; 2) La llamada del Inca, que
representaba el presupuesto del Estado; 3) La parte del ayllu, donde cada familia
obtenía “su asignación según sus necesidades.” Era ésta la más importante, puesto
que, en la repartición de bienes era la que primero se atendía, conformándose las
otras dos con lo que sobraba.

Pero gracias a la división tripartita la economía toma unidad: los bosques y pastizales
son explotados en común; las casas y sus pertenencias, entre la familia. Se afirman las
comunidades agrarias, instituciones que en el transcurso de la historia prueban ser los
más sólidos y perdurables sostenes de la idiosincrasia americana (Ídem).

Para hacer más fácil toda esta suerte de organización social, política y econó-
mica, el inca Pachacútec creía en la institución de los mitmacuna o mitimaes. Se
trasladaba a un pueblo sometido o parte de una población con alta densidad demo-
gráfica; a otro lugar donde hiciera falta la fundación de una comunidad. Esto con
el fin de incorporar definitivamente a la sociedad incaica los pueblos subyugados,
pues se iban uniendo con los Incas hasta formar parte de su cultura en general,
compartiendo religión, creencias, política, y demás, llegando así el Imperio a una
unificación esplendorosa.
Como ya hemos dicho reiteradas veces, la organización tan maravillosa del
imperio incaico se debió fundamentalmente al acoplamiento de lo que básicamente
constituye la vida del ser humano, esto es, la parte política, que es la que lideriza
al grupo; la parte económica, que es la que maneja la estabilidad alimentaria; la
parte social, que es la que mueve el comportamiento de las personas; y finalmente,
la parte religiosa, que es la que unifica los pueblos bajo un solo sentir.
En la sociedad inca la agricultura incidía en los puntos antes señalados, ya que lo
social, lo político y lo económico se regía por la base del desarrollo agrario, medio
de subsistencia fundamental del Imperio. Y en lo que respecta a lo religioso, se
manifestaba en los rituales dedicados a las diferentes cosechas.
Puesto que las tierras eran insuficientes para la población, los incas se veían en
la necesidad de aprovechar el terreno, utilizando terraplenes, terrazas y andanerías;
para solucionar el problema del agua construyeron grandes obras de ingeniería,
acueductos para la conexión del agua. Todo esto aunado a la ley del trabajo obli-
gatorio, donde la pereza se castigaba como un crimen. Esta forma de organización
llevaba a esta sociedad a la consolidación de un sistema económico “perfecto”,
donde si bien, nadie podía volverse rico, tampoco nadie podía empobrecer. Por
ejemplo, cuando un hombre o un pueblo entero sufría de “mala suerte” (invalidez,
pestes, terremotos, plagas) el Estado le daba ayuda inmediata.

Además de los intercambios corrientes en la agricultura y la construcción de casas, las


fuentes indican que la sociedad étnica se hacía responsable de los ancianos, las viudas
y los huérfanos, los enfermos y los inválidos. Su condición no les impedía recibir la

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

correspondiente dote de tierra, pero, puesto que no podían cultivarla, la comunidad,


lo hacía por ellos. Se nos dice que un funcionario local, un llacta camayoc, supervisaba
la labor de esas tierras... (Murra, 1980: 137).

Así el imperio incaico constituyó una sociedad donde no se admitía la presencia


de ladrones, flojos ni criminales, pues el Estado se encargaba de dar al pueblo todo
lo necesario para su subsistencia y mantenimiento hasta el último de sus días.

Los reales incas gobernantes o de cómo ascendieron al poder los “Hijos del
Sol”

La dinastía incaica estaba conformada por trece emperadores sucedidos en un


único linaje. Estos reyes son expuestos por el teórico Sola en orden de aparición,
con fecha aproximada de sus fallecimientos, tomando en cuenta que el primero fue
Manco Cápac, de quien es imposible saber este último dato. De esta manera los
emperadores serían: Sinchi Roca (1136); Lloque Yupanqui (1171); Maita Cápac
(1211); Cápac Yupanqui (1252); Inca Roca (1303); Yahuar Huácac (1323); Vira-
cocha (1373); Pachacútec o Titu-Manco-Capac (1423); Túpac Yupanqui (1483);
Huaina Cápac (1528); Huáscar (1533); y Atahualpa (1533).

El título del Inca gobernante era Sapan-Inca que quiere decir Gran Inca, Emperador.
Otros títulos eran Auki, dado a los nobles solteros y equivalente a príncipe; el de Ñusta,
mujer noble o princesa; y el de Apu, señor, que se anteponía al nombre de los nobles
(Sola, 1936: 170).

Todos los del pueblo:

usaban llauto, cinta tejida que envolvía la cabeza sobre la frente; y que según su color
servía de distintivo para tribus y regiones. En las grandes fiestas los nobles reempla-
zaban el llauto con la vincha de oro, que sostenía sobre la frente dos largas plumas,
cuyo color dependía del rango de quien las llevaba. Además del llauto, el Inca llevaba
la mascapaicha que podían también usar el heredero al trono y el Uillac-Umo o Gran
Sacerdote, que generalmente era tío o hermano del Inca. La mascapaicha era la corona
imperial; consistía en un fleco sujeto al llauto y que caía sobre los ojos, cubriendo toda
la frente, sobre la cual pendía una borla. La mascapaicha imperial era roja y la de los
otros dos amarilla. Los Incas y la nobleza usaban grandes orejeras, llamadas paku, que
tenían forma de un disco (Ibídem: 172).

El calzado del Inca consistía en sandalias de cuero entrecruzadas en la pierna.


Es importante destacar que el apelativo “inca” se comenzaría a usar como nombre
nobiliario a partir de Inca Roca. El primer inca sería Manco Cápac, quien reinaría
junto a su hermana y esposa Mamma Ocllo, cada cual en sus labores, instruyendo

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al pueblo en lo que antes desconocía. A Manco Cápac lo sucedería, entonces, su


hijo Sinchi Roca; a partir del cual comenzaremos nuestra cronología.

2do rey inca: Sinchi Roca o el más valiente

El nombre Sinchi quiere decir “valiente”,

porque dicen que fue de valeroso ánimo y muchas fuerzas, aunque no las ejercitó en
la guerra, que no la tuvo con nadie. Más que luchar, correr y saltar, tirar una piedra o
una lanza, y en cualquier otro ejercicio de fuerzas, hacía ventaja hacia todos los de su
tiempo (Inca Garcilaso de la Vega, 1985: 95).

La esposa de este rey era Mamma Cora, quien pertenecía a su mismo ayllu y
por ello los llamaban “hermanos”.
Sinchi Roca sería el conductor del pequeño Estado que constituía para entonces
el reino de los Incas. Con el halcón dibujado en un escudo, Sinchi Roca logró
estabilizar el dominio de su raza sobre el valle del Cuzco. Llegó a convertir este
territorio en un pequeño país que albergaba ya nuevas tribus vecinas como los
sausarays, los antasayas y los alcahuizas. Comenzó la organización de la ciudad
capital del Imperio, legalizándola como tal. También realizó el primer censo de
población e instituyó la organización geográfica de los Cuatro Cuartos.
En realidad tanto la expansión del Imperio como las luchas guerreras y la
subyugación de los pueblos durante el gobierno de este segundo rey inca, no
tendrían mucha importancia; pero tenemos que recordar la época que se vivía en
ese entonces y la inexistencia de avances, que limitaba la calidad de la lucha. De
tal manera que pasados 19 años de reinado, según el inca Garcilaso de la Vega,
“habiendo vivido el inca Sinchi Roca muchos años en la quietud y bonanza, (...)
falleció diciendo que se iba a descansar con su padre el Sol, de los trabajos que
había pasado en reducir los hombres a su conocimiento. Dejó por sucesor a Lloque
Yupanqui, su hijo legítimo...” (G. de la Vega, 19-85:95), y descansaría por siempre
en los brazos del Inti cuidador.

3er rey inca: Lloque Yupanqui o las hazañas del zurdo memorable

El nombre de este tercer monarca dio pie a varias aseveraciones, entre las que
podemos contar la que destaca el teórico Stingl, en su libro El Imperio de los Incas,
donde cuenta que “significa algo así como alguien que tiene dos manos izquierdas;
un inútil, alguien que no sirve para nada.” Sin embargo, otros como el inca Garci-
laso de la Vega, nos dan otra versión sobre el nombre de este emperador:

Su nombre propio fue Lloque; quiere decir izquierdo; la falta que sus ayos tuvieron
de criarle, por do salió zurdo, le dieron por nombre propio. El nombre Yupanqui que

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

fue impuesto por sus virtudes y hazañas (...) Yupanqui es verbo y habla de la segunda
persona del futuro imperfecto del modo indicativo, número singular, y quiere decir
contarás, y con sólo el verbo, dicho así absolutamente, encierran y cifran todo lo
que de un príncipe se puede contar en buena parte, como decir contarás sus grandes
hazañas, sus excelentes virtudes, su elocuencia, piedad y mansedumbre, etc., y es frasis
y elegancia de la lengua decirlo así (Ídem).

Dicho esto, hablaremos de las conquistas que Lloque Yupanqui, el “Zurdo


Memorable”, llevaría a cabo durante sus años de mandato. Según algunos cronistas
el tercer Inca no realizó ninguna conquista, sino que se dedicó a las tareas de su
palacio de gobierno, y que a pesar de haber durado muchos años (cien, según
Sarmiento) no tuvo hijos sino al final de su vida, prácticamente cuando su nueva
coya, Mamma Caua (mujer prudente) lograba despertar el fruto del nacimiento,
dando a luz al próximo heredero al trono incaico, Maita Cápac.
Sin embargo, otros investigadores de la materia atribuyen grandes conquistas a
Lloque Yupanqui. Garcilaso de la Vega asegura que conquistó a los canas, hillaui,
chulli, pumata, cipita y otros pueblos de menor importancia.
Por otra parte, Cossio del Pomar habla de las hazañas del valiente Lloque
Yupanqui, atribuyéndole la conquista, tras una gran lucha, de los pueblos Ayauiri
y Pucara, quienes sostenían una guerra a muerte contra los incas, llegando a perder,
en manos de éstos, la vida todos los miembros útiles de la población de estas
tribus, quedando sólo ancianos, mujeres y niños pequeños, de tal forma que el
Imperio colonizador recurriría por primera vez a la implantación de los mitimáes
o mitayos. Por supuesto, esta implantación se haría sin definir muy bien esta figura,
pues la verdadera institucionalización de los mitimáes se haría en los tiempos de
Pachacútec.
También se le atribuye a Lloque Yupanqui la conquista de los Urus, un pueblo
que habitaba en la inhóspita región de los bordes del desaguadero del lago Titi-
caca. A avanzada edad murió Lloque Yupanqui dejando como heredero al cuarto
emperador.

4to rey inca: Maita Cápac o el admirado inca ingeniero

Este emperador era mucho más activo que su padre. Su carácter, duro y auto-
ritario, “también [era] capaz de seducir con su encanto personal y su aspecto
elegante.” Según la leyenda (cosa muy común entre los indígenas), Maita Cápac
nació con la dentadura completa, su desarrollo fue tal que al año de nacido parecía
tener ocho y que a los dos o tres años peleaba cuerpo a cuerpo con muchachos de
diez años de edad o mayores.
Gracias a Maita Cápac se puede hablar de un “verdadero” pueblo incaico.
Sería él quien haría entender a su gente que por su calidad de “hijos del Sol” eran

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

seres privilegiados que debían ser blanco de la pleitesía de los demás pueblos, pues
aquéllos eran sus inferiores.
Según los historiadores, Maita Cápac fue el primer rey que organizaría real-
mente un ejército incaico, usando sus armas de guerra para propósitos de conquista
y expansión hacia los extremos más lejanos del valle del Cuzco, sometiendo entre
otras poblaciones a los alcahuizas y a otras tribus que se encontraban más allá del
agua, por ello se le atribuyó a Maita Cápac la construcción del primer puente de
mimbre, el cual también serviría para fines expansionistas, e igualmente la fabrica-
ción de balsas en las que pasaría el ejército. Tal era el afán de lucha de Maita Cápac
que se dice que montó en el sótano de su palacio una cámara real de torturas que
llamaría sancahuasi.
Maita Cápac redujo la provincia de Hatunpacasa y el pueblo de Cacyauiri; y tras
sangrientas guerras y el posterior perdón del inca supremo cayeron de igual manera
en su poder tres guerreros: Cauquicura, Mallama y Huarina, entre otros.
Para resumir quién fue Maita Cápac diremos que se le considera como el primer
gran conquistador, pues sometió al territorio alrededor del lago Titicaca, aplacó la
sublevación de los Collas y sería el primer inca que trasladaría a su ejército desde las
alturas de los helados Andes hasta las calurosas costas sureñas del Tawantinsuyu.
Por otra parte, se le considera el “inca ingeniero” por la cantidad de trabajos
comunitarios que se realizaron durante su reinado, como los edificios y las mura-
llas, y la construcción del ya citado puente de mimbre sobre el río Apurímac.
Tras muchas batallas ganadas, Maita Cápac “falleció lleno de trofeos y hazañas
que en paz y en guerra hizo, fue llorado y lamentado un año, según la costumbre
de los Incas; fue muy querido por sus vasallos. Dejó por su universal heredero a
Cápac Yupanqui” (Ibídem: 139).

5to rey inca: Cápac Yupanqui o el emperador de las conquistas y expansiones

En este reinado se planteó el primer problema sucesoral, pues el heredero era


el primogénito Maita, quien no fue cubierto con la borla real porque al parecer
tenía labio leporino, razón por la cual su padre prefirió nombrar como su sucesor
a Cápac Yupanqui, quien sería contado en los anales de la historia como el quinto
rey inca.
Con el ascenso al poder de Cápac Yupanqui, el Imperio se haría más grande. En
su afán expansionista anexaría varios territorios llegando hasta el Contisuyu. Apro-
vecharía los “inventos” de su padre y pondría en uso toda una “técnica guerrera”,
que le facilitó el trabajo de conquista.
Entre las poblaciones que se anexaron a la expansión incaica estaban las que
pertenecían al valle de Yucay, Cuyumarca, Ancasmarca, la provincia de Yanahuara,
y Mucansa. Por otra parte, conquistaría a los ayamarcas y perdonaría a sus curacas.
Y quizás lo más relevante que realizó sería la conquista de los quechuas, pueblo que
se rindió fácilmente a la magnificencia de los “hijos del Sol”.

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Según algunos historiadores, el emperador Cápac Yupanqui y su corte hablaban


la lengua aymara, pero sería sólo a partir del sometimiento de los quechuas, que
tomarían para sí este idioma. En su registro se cuentan otras conquistas como las
de las provincias cercanas al río Amancay, que tenían mucho oro y plata. También
bajaron a la tierra caliente de la costa reduciendo algunos valles.
La gloria de este quinto rey inca dependería en gran parte de las batallas que
libraría y ganaría su hijo Inca Roca.
La muerte de Cápac Yupanqui, según Cossio del Pomar, llegó cuando éste se
encontraba en una expedición guerrera: “Créese que murió en una expedición a la
región selvática, sin duda envenenado por las flechas de los salvajes”.
Sin embargo, Garcilaso de la Vega asegura que murió en la quietud de su palacio
donde se encontraba descansando desde hacía algún tiempo, pues Inca Roca, su
hijo, ya se encargaba plenamente de las cuestiones relacionadas con la guerra. Para
concluir dice lo siguiente:

En esta quietud y descanso falleció el Inca Cápac Yupanqui; fue valeroso príncipe, digno
del nombre Cápac que los indios en tanto estimaron. Fue llorado en la Corte y en todo
su reino con gran sentimiento; fue embalsamado y puesto en el lugar de sus pasados.
Dejó por sucesor a Inca Roca, su hijo primogénito y de la Coya Mamma Curillpay, su
mujer y hermana... (Ibídem: 161).

6to rey inca: Inca Roca o el gobierno que comenzó los cambios

El nombre de este emperador se puede traducir como “príncipe prudente


y maduro”. Tomó la borla encarnada tras las solemnidades del entierro de su
padre. Comenzó a reinar partiendo de las enseñanzas del emperador anterior. Hizo
algunas reformas importantes, fundó varias escuelas y decretó algunas leyes antes
desconocidas.
Así como Maita Cápac, fue el primer rey inca que instauró un “verdadero”
estado incaico, diferenciando a los “hijos del Sol” de los otros individuos del
pueblo. Inca Roca sería el que pensaría hacer lo mismo con la figura del monarca.
Así, Inca Roca exigía homenajes no vistos antes en la corte incaica, tales como
la posición sumisa de los ciudadanos ante el emperador cuando los recibiese,
agachados o arrodillados y descalzos, empleando un tono de voz bajo y humilde.
También se sabe que a partir de su reinado se comenzaría a aplicar el título de
“inca”, que significaba “soberano”.
Fue Inca Roca el creador de la “panaca”, una línea de parientes consanguíneos
a éste, que debería ocuparse para siempre de las momias de sus antepasados. De tal
manera que la “panaca” debía “alimentarla”, vestirla, organizar fiestas en su honor
y contratar a la servidumbre del palacio del inca fallecido.
Sus campañas expansionistas llevaron a los incas más allá de los límites del Tawan-
tinsuyu, sin sufrir ningún tipo de interrupción. Sus fuerzas guerreras tomarían el

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

camino de la Sierra Nevada subyugando naciones como la Tacmara y Quinicalla.


De allí pasarían a Cochacasa, conquistarían Curampa, y quizá su mejor opción
fue doblegar el imperio de los Chancas, gente belicosa que se jactaba de decir que
descendían del león, al cual adoraban como un dios. Inca Roca también conquistó las
provincias de Urumarca, Hancohuallu, Uillca, Sullca y Utunsulla, y también sometió
a las ciudades de Muyna y Pinahua.
Durante la ausencia del Inca Roca, los generales Vicaquirao y Apu Maita, diri-
gían las guerras y eran de mucha utilidad para aplacar la rebelión de los mascas,
comandada por el curaca Huasi Huaca.
En relación a las leyes que Inca Roca estableció podemos comentar:

Que convenía que los hijos de la gente común no aprendiesen las ciencias, las cuales
pertenecían solamente a los nobles, porque no ensoberbeciesen y amenguasen la repú-
blica. Que les enseñasen los oficios de sus padres, que les bastaban. Que al ladrón y al
homicida, el adúltero y al incendiario, ahorcasen sin remisión alguna. Que los hijos
sirviesen a sus padres hasta los 25 años, y de allí adelante se ocupasen en el servicio de
la república (Ibídem: 203).

También se dice que fue el primer monarca que construyó escuelas en el Cuzco,
para que los amautas enseñaran las ciencias a los príncipes incas y a los nobles en
sí, para que éstos conocieran los ritos, preceptos y ceremonias religiosas, las artes
militares, el uso de los quipus; y de igual manera se les enseñara poesía, filosofía y
astrología. Estas escuelas encontraron su máximo apogeo en los tiempos del gran
Pachacútec.
En el reinado de Roca continuó la prosperidad del Imperio; se construyeron
escuelas para los nobles, se subió la autoestima de los incas como supremos seres
sobre la tierra, y se ganó la veneración del pueblo complacido.
En su ocaso Inca Roca, poco antes de morir, dijo “De todo lo de aquí abajo
prefiero al hombre sabio y discreto, porque aventaja a las demás cosas de la
tierra.”

7mo rey inca: Yahuar Huácac o el que por huir todavía llora lágrimas de sangre

El nombre real de este monarca sería Titu Cusi Huallpa y se desempeñaría


en tiempos de su padre como uno de los generales, quien junto a Vicaquirao, su
hermano, contribuyó en buena parte al engrandecimiento del Imperio en la época
de Inca Roca.
El apodo de Yahuar Huácac o Yahuar Waca, que significa “El que llora sangre”,
origina dos historias, cuya veracidad no ha podido comprobarse. La primera cuenta
que la madre de Titu Cusi Huallpa, Mamma Micay, habría sido entregada en
promesa de matrimonio a un príncipe de los ayamarcas, pero esta palabra se vería
rota luego por el padre de la doncella, quien quiso entregarla a Inca Roca, de tal

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

manera que el príncipe ofendido esperó vengarse, y cuando el niño de Mamma


Micay e Inca Roca cumplió ocho años, fue raptado. Se dice que lloró “lágrimas de
sangre” tras verse imposibilitado para defenderse. Lo mantuvieron cautivo varios
años, se cree que doce, y entonces una concubina del príncipe se compadeció del
muchacho y lo ayudó a volver con sus padres.
La otra historia dice que lo llamaban así porque tenía los ojos “ribeteados de
rojo”. Acota Cossio del Pomar dice que era “probablemente a causa de una enfer-
medad de la vista, o a la hemofilia.”
Desde el punto de vista político, lo más sobresaliente que hizo este inca fue bajo
el reinado de su padre, paradójicamente no en el propio, pues se le acusó de carácter
débil, sin embargo, esto pudo haber sido tal vez por sobreprotección.

Yawar Waca es inteligente, pero débil de carácter, pusilánime, cobarde y sensual. Si la


coca logra calmar, o quizá fomente, periódicamente alucinaciones, delirios de persecu-
ción y profundas depresiones que lo hacen ver peligros en todas partes. Vive aterrado
por vaticinios fatídicos, incapaz de reaccionar ante la fatalidad que lo acecha. Su refugio
preferido es el amor desenfrenado; prefiere las extenuantes caricias de sus concubinas a
la exaltación de las batallas. Raras veces acompaña al ejército en expediciones de guerra;
y cuando lo hace, apenas se le ve fuera de la litera, al brazo el escudo adornado con
figuras geométricas y el casco protector, símbolos del ‘Sapai Inca en campaña’ (Cossio
del Pomar, 1969: 61).

Se dice que también Yahuar Huácac iría fomentando dentro de su corazón
sentimientos de envidia, miedo y egoísmo hacia su hijo Hatum Túpac, quien sería
un guerrero en ascenso y probablemente llegó a ser un sucesor digno de las insig-
nias de un rey. El monarca y padre se decidiría por dar rienda suelta a sus bajos
sentimientos y “receloso (...) de la popularidad de su valioso hijo”, lo alejaría de
la Corte mandándolo a los distantes pastizales de Chitapampa, donde el frío, la
soledad, las innumerables privaciones y la dura vida de la montaña bravía, lejos de
apaciguar el carácter osado del príncipe desterrado, lo llevaría a ser cada día más
fuerte, templado y agudo.
El príncipe Hatum Túpac, recostado en las praderas silenciosas de los pastizales
dedicados a los rebaños del Sol, sería presa de una visión onírica que lo previno
de una rebelión en contra del reino que presidía su padre. En el delirio, aparecía
un hombre viejo, de barba larga, vestido con un hábito blanco como la nieve, que
mirándolo fijamente le daría a conocer la profecía que regiría su vida para siempre.
Llegó, entonces, ante su padre y le contó su premonición, explicando exactamente
los propósitos de los insurrectos, el número de los mismos, y detalles que nadie se
podía explicar, ¿cómo se había enterado tan minuciosamente del levantamiento
que se fraguaba en contra de la ciudad de Cuzco? Yahuar Huácac huyó dejando la
ciudad sagrada a la intemperie, desprovista de toda ayuda, a merced de los chancas,

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

quienes comandados por el jefe de la tribu huamanga, Anco Waillo, irían ya sobre
los asideros incaicos, destruyendo todo a su paso.
Cuando los chancas llegaron a las puertas de la ciudad real, se encontraron con
un maravilloso ejército improvisado rápidamente por el príncipe, quien estaba a
la cabeza, dispuesto a todo por defender y salvar la base del Imperio. La sangrienta
batalla duraría varios días, irguiéndose victorioso el ejército Inca, que estuvo refor-
zado por varios soldados quechuas y organizado por canas, y cuzqueños. Esta
batalla fue tan violenta que el campo se tiñó de sangre, por ello esta zona pasó a la
historia como Yahuar Pampa: “Llanura de Sangre”.
En el Cuzco, ahogando los sollozos de los prisioneros de guerra, se escucharían
estruendosos los gritos de júbilo por la victoria obtenida, por la salvación llegada,
por la ciudad salvada. Mientras que en la litera real entraba triunfante el nuevo rey
inca, el octavo; el príncipe que una vez fue desterrado y humillado y que a partir
de ese momento respondería al sagrado nombre de Inca Viracocha, en honor al
dios que le habló desde sus sueños premonitorios.

8vo rey inca: Inca Viracocha o el precursor

“Convéncete de que eres de esencia divina y te parecerás a Dios. La inte-


ligencia despista. Sólo la gracia lleva a la iluminación, a Dios.”
Filosofía Zen

Amparado por la profecía de Viracocha, Hatun Túpac Inca tomó la borla encar-
nada y ascendió al trono dejando en el olvido al viejo inca depuesto, por quien
el pueblo ya ni su muerte lloraba. Viracocha, llevado por la mano de la impetuo-
sidad de la juventud, llevó a cabo una importante labor expansionista bajo la cual
conquistaría las ciudades de Calca y Muyna, extendería sus campañas hacia el sur
y sureste, e incorporaría a las grandes tribus de los chavín, los chancas y los canas.
Bajo una alianza militar con Cari, el jefe de los lupacas, logró llegar a la tierra de los
aymaraes, con lo cual finaliza la labor expansionista de Viracocha, extendiéndose
así el Imperio a lo que hoy conocemos como la República de Bolivia.
Fue muy importante la incorporación de los chancas al dominio incaico, ya que
ellos albergaban bajo su mandato la confederación que agrupaba a los habitantes
de Ayacucho, Vilcas, Huaca, Huamanga y Huancavelica.
Al momento de decidir sobre la sucesión al trono, el ya envejecido rey —como
su padre— se dejó llevar por la preferencia y el amor, despojando de la herencia
legítima a su hijo mayor, Titu Cusi Yupanqui, quien estaba pleno de valentía y
arrojo, decidiendo a favor de Urcón, quien según se dice, tenía todos los defectos
y ninguna de las virtudes de su padre. Sin embargo, como una vez sucedió con
el mismo Viracocha, las amenazas de una inminente rebelión de las tribus de
Huamanga, demostrarían el aplomo y valentía del príncipe Titu Cusi Yupanqui,

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

quien asesorado por los veteranos generales Vicaquirao y Apu Maita detuvo a los
invasores Caquia-Xaquisawana, derrotándolos tras una sangrienta batalla.
De este modo quedó eliminado casi hasta de la historia Urcón. El valeroso Titu
Cusi Yupanqui subiría al trono con el nombre de Pachacútec: “El que da nuevo
ser al mundo”.

9no rey inca: Pachacútec o el reformador

“Nací como el lirio y así me cultivaron. Pero al llegar los


días de mi ancianidad, cuando me sentí débil y se aproximó la
hora de la muerte, me entregué y partí de este mundo.”
Pachacútec

El noveno monarca se podría considerar como un hito dentro de la historia


aborigen, no solamente en el reino de los incas, sino de todo nuestro continente,
pues no en vano el teórico Markhan lo llamó en una ocasión: “el más grande
hombre que ha producido la raza aborigen de América”. Sus continuas reformas,
sus grandes hazañas militares, sus reglas morales y hasta sus incursiones en el campo
de lo político y teatral, lo llevarían a ser ciertamente el “Reformador” del mundo
de los Incas.
Entre las numerosas conquistas que se sumarían a la gloria de Pachacútec,
estaban aquellas que por mandato de él mismo comandarían tanto su hijo Cápac
Yupanqui, como las que posteriormente guiaría su hijo predilecto Túpac Yupanqui.
Las provincias de Jauja, Marcauillca, Llacsapallanca, Tarma, Pumpu, Cajamarca,
Yampu, los valles de Ica, y Chinca, entre otras; igualmente, a las numerosas provin-
cias y tribus que de una u otra manera se sumarían a la confederación del imperio
Inca, se contó la famosa cultura chimú, donde su capital Chan-Chan y sus innu-
merables y maravillosos pescadores pasaron a constituir un verdadero patrimonio
para los incas.
Por lo tanto, se dice que Pachacútec aumentó el Imperio en más de 130 leguas
de largo, y de ancho todo lo que se encuentra desde la Sierra Nevada hasta el mar.
Sería el primer monarca inca que llegó a las orillas del mar; toda esta distancia
abarca aproximadamente 60 leguas este-oeste.
Por algo se le llamaría “El Reformador” a este noveno inca. Él constituyó un
verdadero cambio para el todo el Imperio. Fundaría muchos edificios destinados
al Sol, casa de las vírgenes, posadas, escuelas tanto para los soldados como para
los nobles, pueblos de advenedizos en tierras que antes habían sido estériles e
“incultas”, y que luego se convertirían en fértiles y abundantes mediante la cons-
trucción de sistemas de riego. Decoraría bellamente la ciudad del Cuzco. También
dictaría muchas leyes entre las cuales se pueden citar las más importantes:

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

El que mata a su semejante, necesario es que muera; por lo cual los Reyes antiguos,
progenitores nuestros, instituyeron que cualquier homicida fuese castigado con muerte
violenta, y nos lo confirmaron de nuevo.

En ninguna manera se pueden permitir ladrones; los cuales, pudiendo ganar haciendo
con honesto trabajo y poseerla con buen derecho, quieren más haberla o robando, por
lo cual es muy justo que sea ahorcado el que fuese ladrón.

Los adúlteros que afean la fama y la calidad ajena y quitan la paz y la quietud de otros
deben ser declarados por ladrones, y por ende condenados a muerte sin remisión
alguna.

Los jueces que reciban a escondidillas dádivas de los negociantes y pleiteantes deben
ser tenidos por ladrones y castigados con muerte, como tales.

Los gobernantes deben advertir y mirar dos cosas con mucha atención. La primera, que
ellos y sus súbditos guarden y cumplan perfectamente las leyes de sus reyes. La segunda,
que se aconsejen con mucha vigilancia y cuidado para las comodidades comunes y
particulares de su provincia. El indio que no sabe gobernar su casa y su familia, menos
sabrá gobernar la república; este tal no debe ser preferible a otros (Ibídem: 98).

Además de estas leyes, Pachacútec también dictaría reglas morales, entre las
cuales se pueden citar:

La envidia es un gusano que roe y consume las entrañas de los envidiosos. El alcoho-
lismo, la cólera y la locura, son compañeros de ruta, pero las dos primeras son volunta-
rias y modificables, mientras que la tercera es permanente. El hombre noble y valeroso
se le reconoce por su paciencia en la adversidad (Ídem).

Otro de sus logros fue la fundación de una universidad para la nobleza, con
una academia de ciencias llamada Yachgayhuasi, y un observatorio solar llamado
Intihuatana, entre otros. También lograría el perfeccionamiento de los quipus a
través de una mejor enseñanza y especialización a los quipucamayoc(1). Por otra
parte, se puso en práctica la institución del mitimáe o mita. Aumentaría el número
de almacenes de aprovisionamiento para el ejército en caso de guerra o cualquier
otro imprevisto de carácter natural. Aceleró la distribución de ayudas al pueblo en
general, dando mayor importancia a los ancianos, viudas y huérfanos.

1 En la organización socio-económica incaica, el quipucamayoc era el equivalente a un funcionario público


actual, una suerte de contador enviado directamente por el dios del Sol, Inti, para que se encargara de eva-
luar y cuantificar las riquezas, a través de un complejo sistema numérico basado en anudar en largas tiras
de cuero diferenciadas por colores, y en el que también se registraba la tasa demográfica y de producción
(N. del E.)

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Pachacútec también reformaría la religión. En un concilio de sacerdotes señaló


tres fallas fundamentales de la omnipotencia de Inti. Primero señalaría que “el Sol
no es un dios omnipotente, pues sus rayos calientan sólo a algunos, mientras que
los demás sufren de frío”. En segundo lugar que “el Sol no debe ser perfecto, pues
jamás debe descansar; siempre debe seguir su recorrido en el cielo.” Y por último
que “el Sol no puede ser omnipotente si la más pequeña de las nubes oculta su
faz.” De suerte que, bajo otro concilio en el Coricancha, el Inca propondría la
renovación al culto de Kon Ticsi Viracocha quien ya era exaltado en varias regiones
del Perú como creador, haciéndolo exaltar también entre el tratamiento de los
nobles.
Después de tantas reformas, tantas conquistas, tantos logros del Imperio bajo
los treinta años del reinado de Pachacútec, el inca lega el trono a su hijo Túpac
Yupanqui como nuevo soberano del Tawantinsuyu, retirándose a descansar en la
tranquilidad de su palacio.

10mo rey inca: Túpac Yupanqui o los primeros síntomas de una mirada al
pasado

Heredaría Túpac Yupanqui las grandes dotes guerreras de su padre y de igual


manera su sabiduría, por esta razón pasaría a la historia con el nombre de Túpac
Yaga: “Padre Resplandeciente”.
Entre las conquistas territoriales de Túpac Yupanqui estaría, por ejemplo, el
territorio de los cañaris, que acercaría el Imperio a los límites de los quitus, y poste-
riormente llevaría al reino a la posesión de la ciudad de Quito. Construyó con la
ayuda de los chimú, balsas de madera liviana que llevaron a la conquista de la isla
de Puná, zona cercana a Guayaquil (Ecuador). De igual manera, esta expedición lo
haría descubrir las islas Hahuachumbi y Nina Chumbi, donde encontró personas
de piel negra. Conquistó la zona de los límites del Paraguay, en la región de los
Charcas. Los habitantes de Tucumán se sometieron a las órdenes del inca, así se
extendería el reino a los límites de Argentina. En dicho encuentro aumentarían las
ansias de poder del rey inca al oír de la tierra prometida que estaba en manos de los
bravos araucanos; mandaría entonces a un ejército encabezado por su hijo Sinchi
Roca II a esa región de Chile; pero en su campaña a ese territorio se encontró a su
paso, junto a orillas del río Maule, a los fortísimos araucanos quienes le cerrarían
el paso a las ambiciones del imperialismo inca. También bajo el reinado de Túpac
Yupanqui comenzaría la lucha contra los caras, con el enfrentamiento del 14to de
los scires: Hualcopo Duchisela.
En cuanto a los logros desde el punto de vista económico, social, político y
educativo, seguirían en ascenso aunque no tan exorbitantemente como en los
tiempos del anterior emperador. Era de suponerse que dichos logros no seguirían
de igual manera ya que el modo de pensar de Túpac Yupanqui no les permitió un
desarrollo masivo, pues él era de esas personas que pensaban que la mejor manera

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

de mantener la paz de un gobierno era someter el pueblo a los designios del jefe. Por
ejemplo, decía en una ley que dictó: “Al pueblo no es lícito darle educación, porque
como gente baja no se llene y ensoberbezca y apoque la república”. Así establecería
la institución del Yanacona, ley que lejos de darle al pueblo una mejoría, lo sometía
a la esclavitud y lo privaba completamente de la libertad. La clase yanacona sería:

Algo semejante a la distribución del trabajo y el servicio militar llevados al ámbito de la


política nacional. Bajo la aparente necesidad de intercambios culturales para fomentar
la unidad de la conciencia nacional, esta ley viene a interferir con lo más íntimo de la
libertad individual. El pueblo deja de ser fuente original de la política como síntesis de
voluntad y obediencia, lo que es un indudable síntoma de decadencia (Ibídem: 112).

El Yanacona, entonces, había sometido al pueblo y sus descendientes a una


servidumbre perpetua, apartándolos de la sociedad y de la ley, ignorados de las
estadísticas y hasta del mundo mismo.
Túpac Yupanqui, enfermo, pasó los dos últimos años de su vida en los jardines
de Chita. Después de un reinado de 22 años dejaría a uno de sus hijos como sucesor
en el imperio del Tawantinsuyu.

11mo rey inca: Huaina Cápac o el debatir entre la inteligencia y el amor

Huaina Cápac ascendió al poder siendo aún muy joven. Según Stingl, el verda-
dero sucesor al trono era el primogénito Amaru, pero con intrigas palaciegas la
decisión sería otra. Según Cossio del Pomar, el ascenso de Huaina Cápac al poder
sería perfectamente legal; señala inclusive que al que se le había prometido el trono
era a Amaru, quien ni siquiera era hijo de la Coya. Por ello, este príncipe se reve-
laría contra Huaina Cápac, lo que constituyó el primer levantamiento en contra
de un rey en la historia del Tawantinsuyu. Luego de este obstáculo, el nuevo inca
sufrió otra rebelión, pues un grupo de curacas, en desacuerdo por su corta edad,
decidieron nombrar a un regente para que lo sustituyera en el cargo mientras él
tuviera edad suficiente. Este intento fracasó.
Huaina Cápac llevaría a cabo muchas conquistas que agrandaron el Imperio
desde muchos puntos de vista. Por primera vez en la historia, la capital del Imperio,
Cuzco, se vería prácticamente relegada a un segundo plano, pues el inca, llevado por
sus ímpetus amorosos, cambiaría su residencia a la ciudad de Quito, convirtiéndola
en una segunda capital. Por primera vez en la historia del Tawantinsuyu el Imperio
se debía mirar a través de dos ojos, y eso, indudablemente, no era bueno.
Entre las conquistas que podemos señalar se encuentran la de los valles de
Pacasmayu, Túmpiz, Collque, Cintu, Tucmi, Sayanca, Mutupi, Puchiu y Sullana
y las naciones de la provincia de Manata. Entraría en batalla contra los chachapo-
llas, pero sus tropas regresarían derrotadas y con la extraña noticia de haber visto

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

unos “hombres blancos y barbudos”, fenómeno del que por primera vez se tenía
conocimiento.
Huaina Cápac en sus deseos expansionistas decretó una movilización general
para tomar el antiguo reino de los caras, regresando triunfador a los pocos días a
la ciudad de Quito. Pero, quizás la más importante de las batallas que libró este
inca fue la que se desató cuando los pueblos de Cayambo, Cochasqui y Pifo del
territorio de Coranque, se revelaron contra los incas:

Y tanta fue la sangre de los muertos que cayeron, que, como en la Ilíada, en arroyos
corrió la sangre en la negra tierra. Y tan enojado estaba dellos el rey tirano porque se
pusieron en armas porque querían defender en tierra sin reconocer subjección [que]
mandó todos suyos que buscasen todos los más que pudieron ser habidos; y con gran
diligencia los buscaron y prendieron a todos, que pocos se pudieron dellos escabullir; y
junto a una laguna, que allí estaba, en su presencia mandó que los degollasen y echasen
dentro y tanta fue la sangre de los muchos que mataron que el agua perdió su color, y
no se veía otra cosa que espesura de sangre. Hecha esta crueldad y gran maldad, hizo
Huaina Cápac comparecer a los hijos de sus víctimas y mirándoles les dijo: Campa
mana, pucula huambrona, que quiere decir, ‘vuestra nación ya no es fuerte, todos sois
muchachos’. Hasta hoy a esta gente se les llama guambraconas. Fueron muy valientes; y
a la laguna la quedaría el nombre de Yahuarcocha (Lago de Sangre) (Cossio del Pomar,
1969: 141-142).

Luego conquistaron el golfo de Guayaquil, aumentando el territorio del Tawan-


tinsuyu en un millón de kilómetros cuadrados (1.000.000 km2). Para que nos
hagamos una idea de estas dimensiones, estaríamos hablando de los actuales terri-
torios de Francia, Holanda, Bélgica, Italia y España juntos, con un litoral de más
de siete mil kilómetros de extensión (7.000 km).
En otro orden de ideas, quizás el error más grave de Huaina Cápac fue dejarse
llevar por sus sentimientos. El rey se dejó envolver por las suaves manos de la joven
princesa Paccha Duchisela, hija del rey de Quito, quien fue asesinado por orden
del mismo Huaina Cápac en el sitio de Otavalo.
Pasados años de luchas y conquistas, Huaina Cápac se dedicó a la tranquilidad
que le brindaba su palacio, y sólo pensaría en seguir la administración del Imperio
con el mejoramiento de los mitimáes y con la construcción de nuevos palacios y
templos dedicados al Sol. Daría una última revisión al Imperio, recibiendo durante
todo el viaje, miles de ovaciones y manifestaciones de alegría y respeto. Quiso, en
su recorrido, llegar a la ciudad del Cuzco, pero no fue posible: una extraña enfer-
medad acompañada de continuas fiebres lo aquejaban, y sería su gravedad la que
lo haría regresar a su hogar en Quito para tratar de curarse. Sin embargo, el mal ya
no tendría cura, y viéndose el inca cercano a la muerte, sabía que debía nombrar
un sucesor para su trono.

35
JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

Y allí fue, cuando precisamente flaqueando en un mar de sentimientos y


pasiones, el rey más honrado, festejado y querido que haya podido tener el Tawan-
tinsuyu, daría el paso decisivo, sin saberlo, al cataclismo que trajo consigo la caída
total del Imperio. Huaina Cápac decidiría en su lecho de muerte, dividir al reino en
dos partes, cada una regida por un soberano diferente. Era imposible que brillaran
dos soles en un mismo cielo.
Huaina Cápac quiso devolver el reino que les había quitado a los caras, otor-
gándole a su hijo predilecto, Atahuallpa, la parte norte del reino con Quito como
la capital; y la otra parte, hacia el sur, con Cuzco como capital, a su hijo mayor y
a quien tenía años sin ver, el heredero Huáscar.

Haciendo un esfuerzo supremo ordenó que su cuerpo fuera llevado al Cuzco, para
ocupar en Coricancha el sitio que le correspondía junto a sus antepasados; pero su
corazón debía quedar en Quito, junto a todo lo que amaba, en el santuario del Sol
edificado por él mismo en la cima del Yavirac, y en donde luego debería descansar el
cuerpo de su amada Paccha (Carrión, 1966: 67).

12mo y 13ero reyes incas: Huáscar y Atahuallpa o de cómo anocheció en la


mitad del día

La historia de Huáscar y Atahuallpa es muy compleja porque en ella se han visto


indudablemente involucradas muchas hipótesis, algunas de ellas bastante dudosas,
ya que aquí entran a escena dos factores muy importantes que logran envolver la
historia en un matiz que a veces se torna confuso; nos referimos a la “guerra civil”
que se desarrollaría en el Imperio unos años después de la muerte de Huaina Cápac
y las consecuencias que trajo todo esto; la otra es la presencia de los españoles que
llevarían en sus manos la misión conquistadora. Ambos factores los explicaremos
detalladamente.
Aproximadamente unos cinco años después de la muerte de Huaina Cápac, la
supuesta paz que reinaba en el Imperio se vería cortada por una serie de incidentes
que protagonizaron indistintamente tanto Huáscar como Atahuallpa. Las hipótesis
antes señaladas suponen, por una parte, que a Huáscar le tocaba por herencia la
sucesión al trono, pues era hijo de la coya legítima. Sin embargo, es bueno recordar
que esto no tenía efecto ya que existía un testamento dictado por el rey en su lecho
de muerte, y bien se sabe que el único que podía nombrar sucesor al trono era
precisamente el propio rey. Por lo tanto, la legitimidad de cuna de Huáscar y su
filiación directa al trono quedaría sin efecto.
La guerra civil comenzó en el momento en que ambos dirigentes del Tawan-
tinsuyu no frenaron sus ímpetus políticos, de suerte que, decidieron cada uno por
su lado, comenzar lo que sería posteriormente una guerra fratricida.
Huáscar, ya tenía sobre sí la mancha oscura de los malos augurios, pues en el
Inti Raimi que se realizó para celebrar su coronación, sucedieron, como veremos

36
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

más adelante, cosas funestas. Tenía, no obstante, a su favor muchos de los curacas
del reino del Cuzco, pues ellos lo habían visto nacer y crecer.
Por su parte, Atahuallpa tenía el apoyo de todos los capitanes y generales que
habían servido al rey Huaina Cápac, entre los que se contaban Calcuchima, “el
primer capitán de los indios”, Rumiñahui, Sotauno y Quizquiz.

Atahuallpa posee la majestad y la bravura de los auténticos soberanos. De mediana


estatura, algo grueso, su porte es digno y su rostro taciturno, tan grave como los de los
ancianos que lo rodean, increíblemente arrugados, inclinados en actitud de momias.
Atahuallpa casi siempre con la mirada baja, parece absorto en contemplar los tapices
donde un mundo sideral se transforma en geometría de colores sombríos enredada en
símbolos y tótem (Cossio del Pomar, 1969: 150).

Teniendo cada uno de los adversarios buenos ejércitos y las mismas ansias de
poder, declararon una batalla que acabó no sólo con la muerte de uno de ellos, sino
con el Imperio en sí. Sería la guerra y no otro factor, la que le daría importancia
suprema, y por lo tanto, fuerza suficiente, a la expedición de los españoles.

La tormenta va a desatar sobre el Imperio del Tawantinsuyu la guerra civil que consu-
mará su destrucción, y preparará su entrega a los hombres blancos que traen armas
de fuego, dogos y caballos, animales desconocidos, y corazones duros como rocas
(Ídem).

La batalla se desataría paralelamente al fuego de los españoles y ambas partes


tendrían continuas noticias tanto de uno como de otro lado de la historia. Las
tropas de Atahuallpa comenzarían la victoria desde el principio. Tuvieron la gran
ventaja de contar con un dirigente hábil que poseía mucha experiencia en las cues-
tiones de la guerra, pues Atahuallpa había acompañado a su padre a lo largo de toda
su campaña, mientras que para Huáscar eran sus primeras ocasiones.
Poco a poco Atahuallpa se fue adueñando del sitio de Cuzco, mientras que sus
generales exterminaban a los cañaris, en franca venganza a sus muertes en Tumi-
bamba. Tras la derrota que sufrieron las fuerzas aliadas a Huáscar en Cotabamba
junto al río Apurímac, decidieron estos últimos dar la última batalla en el Cuzco.
Así que al día siguiente, jugarían el todo por el todo, pero una estrategia militar
comandada por Calcuchima y Quizquiz donde simulaban una retirada, haría caer
en el engaño al bando contrario, logrando hacer prisionero al mismo Huáscar,
arrancándolo de su litera. En este sitio fue

la nobleza masacrada sin piedad, cinco jefes principales de Huáscar, tres generales y dos
sacerdotes son ejecutados, otros son obligados a arrancarse las pestañas y las cejas en
señal de acatamiento al nuevo emperador, y Huáscar salva la vida gracias a su origen
divino (Ibídem: 153).

37
JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

A partir de este momento, el rey Atahuallpa sólo se llenaría de glorias y virtudes,


y lograría, aunque por muy poco tiempo, el dominio completo de las “cuatro partes
del mundo”. Lo que sucedió después sería el resultado de una serie de factores: la
ignorancia, la supuesta superioridad de los españoles por su carácter de “emisa-
rios de un mundo civilizado”, el fanatismo religioso en manos del cura Valverde,
la mezquindad, el vasallaje, la lujuria, y en fin, todo aquello que encierra una
conquista, más allá del asesinato y la burla.
Atahuallpa desde su prisión en Cajamarca mandaría a dar muerte a su hermano
Huáscar, porque constituía un verdadero peligro para sus logros políticos. Mien-
tras, los españoles planeaban, por su parte, su muerte, y él mismo, sin saberlo, se
hundía cada vez más en las sombras. El oro (cori) que una vez fuera rayo del Sol
y alegría de un pueblo, en ese día fue triste leyenda que masacraría la cultura, la
religión y la vida de ese mismo pueblo que una vez lo amó.
Lo que sigue es la vergonzosa historia del asesinato del último verdadero y digno
“hijo del Sol”, el 29 de agosto de 1533, siendo tan grande la tristeza que “anocheció
en la mitad del día”.

38
Las artes del saber
o de cómo los incas desarrollaron
muchos conocimientos

CAPÍTULO III
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Los incas alcanzaron algunos adelantos para su época en distintas ramas del
conocimiento, entre ellas, la astronomía, la medicina, la geometría, la aritmética
y las artes.

Aritmética

En la aritmética estaba presente la existencia de los quipus, que constituían el


único medio de conocer los hechos históricos del Imperio.

Con nudos y piedras en cordeles de diversos colores y tamaños, marcan aconteci-


mientos, datos estadísticos, batallas, cosechas y expediciones. Cada cosa indica su
lugar en las cuerdas. Las unidades están colocadas en la extremidad inferior del hilo,
las decenas algo más arriba y así sucesivamente... Cada cordón tiene significado que
corresponde a un determinado color: el amarillo representa el oro; el blanco la plata;
el rojo la guerra y todo lo que a ella se refiera; el verde las sementeras y otras múltiples
combinaciones que expresan objetos o sucesos. Una cuerda roja sobre un kipo relativo
a una conquista, indica el ejército imperial, y una cuerda verde el ejército enemigo; los
nudos en la primera unidad representan el número de soldados del Inca, en la segunda
el número de adversarios (Cossio del Pomar, 1969: 23).

Los quipus servían para un sinfin de cosas. Como medio de comunicación


a larga distancia, como instrumento estadístico del reino, llevando censos de la
población: nacimientos, muertes, enfermedades, trabajos. Además, servía como
registro histórico de los acontecimientos ocurridos en el Imperio; no en vano ha
sido catalogado como una forma de literatura y escritura muy especial.

Astronomía

Los incas construyeron observatorios para trabajar en lo relativo al curso del


Sol. Los astrónomos incas observaron el recorrido solar por el universo, puesto
que pensaban que era el Sol el que se movía y no la tierra. También contemplaban
el movimiento planetario de Venus, Mercurio y Saturno; y las constelaciones de
Libra, Virgo, Géminis y la Cruz del Sur, entre otras. Entre los observatorios donde
estudiaban el movimiento de los diferentes cuerpos celestes estaban, por ejemplo, el
dedicado a killa, investigando la traslación mediante un killarmi o “roca de la luna”,
ubicado en una de las colinas próximas al Cuzco. Otros de estos observatorios
fueron los famosos Intihuatanas o “lugares donde el Sol queda detenido”, que

41
JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

siempre estaban labrados en roca y en el centro [tenían] un pequeño pilón de piedras,


un gnomón, que por su sombra señalaba ‘la hora’. Al mediodía (exacto) el gnomón no
arrojaba sombra, se iba acortando en la mañana y en la tarde se iba alargando. Estos
observatorios astronómicos —mejor dicho, solares— estaban difundidos por todo el
Perú (Stingl, 1982: 300).

Dividían el año en doce meses, los cuales revestían gran importancia, pues eran
los que marcaban cada una de las fechas en las que se debían celebrar las diferentes
ceremonias relacionadas con la siembra y las diversas consagraciones del raimi
(mes de la cosecha del maíz). Así se tendrían por ejemplo, durante el primer mes
del año, el llamado Cápac Raimi (fiesta grande), en el que se plantaban la papa
y la quinua, y se daba lugar a la “fiesta de la madurez” de los jóvenes. El segundo
sería el “mes de la madurez”, en el cual se celebraban los sacrificios de llamas ofre-
cidos al dios solar Inti. El tercero, llamado “de la madurez”, era ofrecido también
al Sol con sacrificios de marsopas. Con la llegada de la primavera, se celebraba el
cuarto mes “de la madurez de las flores”. El quinto era el de la “cosecha principal”.
Luego iría el mes en el que se celebraría la fiesta más importante entre los incas, el
Inti Raimi. Después le seguía el mes del “tiempo de descanso”. El noveno estaba
destinado al “tiempo de la gran limpieza”. El décimo mes dedicado al “tiempo del
agua”, por aquello del invierno que venía. Y el último, se llamaba Aya narca raimi,
que correspondería más o menos a “fiesta de los muertos”.
Los incas contaban los meses de una luna nueva a otra, y como vimos, cada
uno tenía un nombre (lo cual no pasaría con los días de la semana), es por ello que
llamarían killa a los meses, mientras que al año lo llamarían huata.

Medicina

En lo que a medicina se refiere, practicaban diferentes tipos de curación como el


drenaje de heridas para aliviar un dolor muy intenso, y empleaban la leche del árbol
llamado mulli para sanar heridas recientes. La purga sería muy generalizada y la
usarían para librarse de males estomacales. Utilizarían en las operaciones diferentes
tipos de instrumentos “clínicos”; de hecho, practicaban peligrosas operaciones de
cráneo con gran éxito, empleando diversos narcóticos como sedantes.
La yerba o mata que llamaban chillca, calentada en una cazuela de barro hace
maravillosos efectos en las coyunturas donde ha entrado frío... De la yerba o planta
que los españoles llaman tabaco y los indios sairi, usaron mucho para hacer cosas.
De las virtudes de esta planta han experimentado muchas en España, y así le llaman
por renombre a la yerba santa. Otra yerba que alcanzaron admirabilísima para los
ojos llámanla matecllu (Inca Garcilaso de la Vega, 1985: 111).
La geometría era de gran utilidad para la medición de tierras, lo cual se haría
por medio de piedras pequeñas y cordeles. En lo referente a la geografía dibujaban

42
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

con buena exactitud cada nación, pueblo y provincia perteneciente al Imperio. De


igual manera esbozaban los cerros, las quebradas, ríos, acequias, arroyos, y en fin,
todo aquello que fuera parte de su territorio.

43
Una cultura
ceremonial

CAPÍTULO IV
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Un teatro sin texto o de cómo los incas dominaron las artes escénicas por medio
de una teatralidad llena de esplendor estético

En todas las prácticas seudo-teatrales que los incas representaban, encontramos


varios aspectos implícitos relacionados con el placer, la estética y el poema dramá-
tico, en una suerte de juego entre lo ceremonial, lo festivo y lo religioso, donde
el placer estaba vinculado a la ilusión entremezclada con la transformación de la
realidad que exige el teatro mismo. Así, éste y la realidad se unen para dar como
resultado la satisfacción del espectador en una suerte de “catarsis” íntimamente
ligada al placer de la fe y lo estético, unido todo a la naturaleza como escenario, a
lo estético como representación, y a lo religioso-ceremonial como tema.
Los incas poseían una cultura caracterizada por la realización de celebraciones
ceremoniales y fiestas, en las cuales tal vez sin saberlo, se estarían dando expresiones
culturales muy arraigadas a la teatralidad. Los incas elaboraron la escenificación
de la historia que querían dar a conocer, pero no a partir de un texto escrito. No
tenían diálogos preestablecidos, aunque sí contaban con una situación ya planteada
que partiría de un punto y pasaría por diferentes etapas hasta su culminación,
respetando un orden predeterminado. Sin embargo, la teatralidad inca estaba
más vinculada a lo visual con grandes escenarios preparados para las ceremonias o
fiestas, en un despliegue estético verdaderamente fantástico.
Para el investigador Pavis la teatralidad, es

el teatro menos el texto, es un esplendor de signos y de sensaciones que se construye


en la escena a partir del argumento escrito, es esa especie de percepción ecuménica de
artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, sustancias, luces, que sumerge al texto en
la plenitud de su lenguaje anterior.

Este concepto de teatralidad encajó perfectamente con lo que realizaban los


incas precolombinos en sus ceremonias y fiestas religiosas o en otro tipo de mani-
festaciones como la transportación del rey Inca, la cacería real, algunas danzas
y ciertos poemas susceptibles de ser dramatizados. Esa especie de juego entre lo
real y lo ficticio, entre el mundo que existe y el que no existe, todo unido en una
sola escena, en un solo sentir, representa la unificación de los elementos teatrales
de una expresión cultural, llevados a su máximum como enriquecimiento visual
al receptor, dejando aflorar los tonos, las sensaciones, las distancias, el lenguaje
actoral.

47
JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

Teniendo en cuenta que el teatro es

el lugar donde el público observa una acción que se le presenta en otro lugar, el teatro,
en efecto, es sin duda un punto de vista respecto de un acontecimiento: una mirada,
un ángulo de visión y de rasgos ópticos, lo constituyen. Sólo por el despliegue de la
relación entre la mirada y objeto observado se transforma en el lugar donde tiene la
representación (Pavis, 1983: 469).

La teatralidad es, entonces, un elemento que se constituye dentro del theatron.


Con su juego de gestos, luces, escenografías, tonos, colores y estados, se va trans-
formando en una iconografía que está evocando al texto y a la escena, traslada de
época y lugar al público que embebido se deja zambullir en las aguas de lo irreal.
El personaje y el actor se convierten en uno solo y lo artificial de lo representado
se adhiere a la realidad en lo tangible.
La teatralidad en las ceremonias y fiestas incaicas permite considerar como real
al mundo creado por la escena, donde los “actores” junto con los escenarios, insta-
larían la situación introduciendo el elemento visual de la escena, en concordancia
con las acciones que se desarrollen dentro del drama.
En conclusión, podemos decir que la cultura precolombina incaica permitía
la creación de expresiones de la teatralidad, que aun cuando no era teatro propia-
mente dicho, sí serían representaciones conectadas a lo visual donde se entrecruza-
rían elementos de escenografía, iluminación (natural en este caso), gestual, etc.
En cuanto a la expresión teatral, ésta se da desde lo profundo del alma, es
decir, de adentro hacia afuera, del que la concibe o la hace sentir. En tal caso el
más cercano a este rol es el actor pues él va a “interpretar al poeta a través de su
actuación, revelarnos sus intenciones más secretas, hacer emerger a la superficie las
perlas que se esconden en la profundidad” (Ibídem: 207).
En el caso de las fiestas y ceremonias incaicas, los amautas, el Inca rey, el prín-
cipe, y los sacerdotes como actores principales eran representados a través de la
expresión gestual y corporal. La forma de moverse desde lo alto de las inclinadas
escaleras de los templos, la expresión de sus rostros y sus cuerpos cuando hundían
el cuchillo de pedernal en la llama machorra, todo esto en conjunción con el efecto
visual de la sangre, la chicha corriendo de mano en mano, y la ostenticidad aurífera,
daría definitivamente un espectáculo a la vista muy ligado a la teatralidad.

Entre ceremonias, leyendas y cantos o de cómo los incas celebraban sus rituales

Los incas, como todas las culturas que ha desarrollado el ser humano, realizarían
diversos tipos de ceremonias y fiestas para llenar de encanto cada una de las etapas
más importantes de sus vidas. Así podemos encontrar una docena de ejemplos de
ceremonias que revestirían, cada una, un motivo diferente. Por ejemplo, las cere-
monias rituales relacionadas con el aspecto religioso en cuanto a la creación del

48
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

hombre y concretamente de los incas. Entonces podemos citar aquella leyenda en


la que se vería envuelto posteriormente el octavo gobernante inca, Viracocha:

después de ahuyentar las tinieblas de la tierra se compadece de la barbarie en la que


vivían los peruanos y ordena al Sol que envíe a dos de sus hijos, los llamados Manco
Cápac y Mamma Ocllo, esposos y hermanos, para redimir de la ignorancia a los pueblos
de América (Cossio del Pomar, 1969: 15).

Así comenzaría a poblar una vez más, el Dios Supremo, aquella tierra que antes
había llenado de gigantes “brutos e inservibles”. Ahora sólo habría de dejar el
modelo de varias personas y algunos animales esculpidos en barro para comenzar
de nuevo el mundo que antes había creado. “Entonces creó una raza nueva del
tamaño de él mismo, para reemplazar a los gigantes que había destruido. Primero
dio al mundo haciendo que el Sol y la Luna surgieran de la isla de Titicaca” (Von
Hagen, 1970: 30). De esa manera modeló los nuevos seres vivientes que poco a
poco irían extendiendo su aprendizaje por todos los corredores del planeta entero
del Tawantinsuyu. “Entonces les dio a los hombres sus ropas, lengua y cantos, y
les ordenó que descendieran a poblar la tierra” (Ídem).

Luego el mismo Viracocha bajaría a la tierra para ver el avance que había hecho
su obra. Pero sería castigado y vapuleado por los mismos a los que les había dado
la vida, de tal manera que el Dios Kon Ticsi Viracocha, lleno de ira y decepción,
acometió en contra de los pobladores de aquellos sitios mandándoles un gran
incendio y luego una gran tempestad para acabar con lo que aún no servía. Pero
las súplicas profundas y dolorosas de aquellas personas le llegarían al corazón
logrando su perdón y salvando sus vidas. A cambio de lo cual los fieles comenza-
rían, entonces, a adorarlo con waka, templos y lugares diversos de reflexión.

Cuando las aguas se hubieron retirado y el suelo se volvió a secar, Viracocha continuó
su obra creadora. Descendió a un lugar a orillas del lago Titicaca llamado Thiahuanaco
y vivió, según la leyenda, en la isla de Titicaca, en medio del lago del mismo nombre.
Luego el creador produjo el Sol y, después de él, otros cuerpos celestes: la Luna, el
planeta Venus y todos los astros, estrellas y constelaciones. Finalmente intentó nueva-
mente la creación de la raza humana (Stingl, 1982: 269).

Luego, Viracocha, conforme ya con el esplendor de la naturaleza que lo rodeaba,


junto a la fe y la sabiduría de sus hombres, se sumergió en las aguas del lago que
le vio brotar, feliz de todo lo que había construido. Antes de desaparecer dijo a los
pobladores que volvería en algún momento. Esta leyenda, los incas la representa-
rían a lo largo de toda su historia con los cambios de acuerdo a la época, pero en
sí la trama siempre sería la misma.

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

Otra leyenda mitológica que envolvería la religiosidad del mundo incaico sería
la relacionada con otra entidad suprema, Pachacámac. En los incas, y esto se vio
en innumerables obras de arquitectura, orfebrería y cerámica incaica, se mantuvo
siempre presente el mito de esta deidad.
Pachacámac aparece luego de que la única mujer que poblaba el mundo, fuese
embarazada por el Sol, que la vio sola, desamparada en un lugar donde no había
nada de comer. Entonces, el dios, también hijo del Sol, Pachacámac, sentiría celos
de aquel hermano que había nacido siendo humano, y sin atender las súplicas
desesperadas de la madre, lo despedazó, pero para que no pasara algo similar nueva-
mente por causa del hambre y la escasez de alimentos, Pachacámac

sembró los dientes del difunto y nació el maíz, semilla que se asemeja a los dientes;
sembró las costillas y los huesos, nacieron las yucas, raíz que tiene proporción a lo largo
y blanco como los huesos, y las demás frutas de esta tierra que son raíces.

De la carne procedieron los pepinos, pacayas, y lo restante de los frutos y árboles, y


desde entonces ni conocieron el hambre ni lloraron necesidad debiéndosele al dios
Pachacámac el sustento y la abundancia; continuando de suerte su fertilidad de las
tierras, que jamás ha tenido con extremo hambre la posteridad de las yungas... (Cossio
del Pomar, 1969: 15).

Al citar ambos mitos lo hacemos con la finalidad de ubicarnos en la “raíz” de


casi todas las ceremonias que los incas realizaban a lo largo del año, la mayoría
revestidas de un carácter absolutamente religioso, como la fiesta dedicada al Sol,
el Inti Raimi, quizás la más importante. A partir de la presencia mitológica de
Viracocha y Pachacámac nació, por así decirlo, la necesidad de “orar” y rendir
culto a todo aquello que significase deidad, religión, creencia, fe. Y sería entonces
cuando nacería la canción y el poema.
Para entender con mayor profundidad la relación entre las fiestas celebradas
por los incas y la expresión de la teatralidad, sería conveniente analizar algunos
conceptos y su incidencia en las representaciones que se harían de la leyenda de
Viracocha, Pachacámac y de los poemas dramáticos.
En las fiestas ceremoniales incaicas, este aspecto teatral se presenta como una
constante dentro de su significación social. Muchas ceremonias representan situa-
ciones dramáticas donde no se consideran detalles como la escenografía, una
iluminación determinada, vestuarios diseñados solamente para ese momento o la
disposición de las personas dentro del escenario, características propias del teatro;
pero sí toman en cuenta la estética, la gestualidad, el desempeño de los “actores”
dentro de sus roles, las situaciones, y en fin, todo aquello que tendría que ver con
la teatralidad.
De esta manera podemos citar a Pavis (1963: 468) cuando dice que la teatra-
lidad “se construye en la escena a partir del argumento escrito, es una especie de

50
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

percepción ecuménica de artificios sensuales, gestos, tonos, distancias, luces, que


sumergen al teatro en la plenitud de su lenguaje exterior.” De cualquier manera, y
partiendo de esto, podemos observar cómo encajan perfectamente bien las formas
representativas de las fiestas y ceremonias incaicas, dentro de los conceptos de
teatralidad.
Además de las leyendas ya citadas, los incas practicarían rituales nacidos o
entrelazados con lo mítico —como las fiestas dedicadas a la naturaleza—, y que
constituirían las expresiones de la teatralidad más usadas y representativas de la
cultura incaica. En cada una de estas fiestas se realizaba una serie de sacrificios de
llamas, y otros tipos de animales, se bebía la famosa chicha fermentada, y con una
gran cantidad de comida se bailaba al ritmo de la ceremonia ritual mientras las
quenas, con su quejumbroso sonido, recitaban poemas loables.

El Citua Raimi

También llamado Síthuay Raimi, se celebraba durante el equinoccio de marzo.


Al principio sería realizada en la Corte, a diferencia de las otras que se hacían a la luz
pública. “Era de mucho regocijo para todos, porque la hacían cuando desterraban
de la ciudad y sus comarcas las enfermedades y cualesquiera otras penas y trabajos
que los hombres pueden padecer...” (Inca Garcilaso de la Vega, 1983: 106).
Para dicha fiesta los incas se preparaban a través de la abstinencia sexual y ayuno
de dos días: el “primer día de luna del mes de septiembre, después del equinoccio”,
y el otro ayuno luego, pero con mayor rigurosidad.
Según Garcilaso de la Vega, los incas tenían dos tipos diferentes de ayuno: uno
fuerte, llamado hatun-cac, en el que comían únicamente maíz crudo y agua, que
era el usado en el Huarachicuy. Y otro más suave, el caci, donde se podía comer
el maíz tostado, en mayor cantidad que el otro ayuno y algunas hortalizas crudas,
como la lechuga, cierto condimento como la sal (uchu) y algún bebedizo.
Cuando todos los habitantes se habían preparado con el ayuno más riguroso,
incluyendo mujeres y niños, amasaban una especie de pan llamado zancu, que
—como no tenían horno— era cocido en ollas puestas al fogón de leña. Esa
misma madrugada, un poco antes del amanecer, todos lavarían sus cuerpos y se
untarían un poco de masa mezclada con sangre por la cabeza, el rostro, el pecho,
la espalda, los brazos, y las piernas; esto con el fin de limpiar sus cuerpos de todas
las enfermedades. Con el alba, todos rogarían al Inti supremo que desterrase
todos los males internos y externos de sus cuerpos, y entonces se desayunaban
con el pan que habían preparado. Luego de la adoración y el desayuno, el rey inca
ataviado con sus más preciosas galas, bajaría corriendo por el cerro Sacsahuaman
con una lanza en la mano, justo hasta la plaza mayor donde lo esperarían otros
cuatro incas y les daría el mensaje del Sol, para desterrar las enfermedades de la
ciudad. Entonces los cuatro incas saldrían corriendo cada uno en dirección de cada
punto cardinal, es decir, cada uno a las cuatro orientaciones del Tawantinsuyu. A

51
JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

medida que llegaban al lugar, los pobladores sacaban a las puertas de las casas sus
ropas sacudiéndolas mientras gritaban con regocijo y alegría. La noche siguiente
saldrían todos los jachos que pondrían a las puertas de sus casas y así despachaban
finalmente los males y enfermedades de toda la comarca.

El Inti Raimi

Se celebraba en el solsticio de junio, y era dedicada al Sol. El inca Garcilaso de


la Vega se refiere a ella como la fiesta más importante para los incas. Dice que el
apelativo “Raimi” se refería a todo lo relacionado con la Pascua o algo solemne. La
tierra mojada por el Sol, hirviente y cálida en medio de las heladas montañas del
Perú, albergaba la litera de oro sólido donde se trasladaría el Inca Supremo; a su
lado el Vilac Umu llevaría en sus manos el presente de la profecía. Del otro lado,
su hijo predilecto.
La fiesta del Inti Raimi estaba envuelta en una atmósfera completamente llena
de teatralidad, los curacas llegaban con sus mayores galas, ataviados de oro y plata,
guirnaldas en la cabeza, grandes tocados. Otros se vestían con la piel del león. Los
demás se pondrían las grandes alas del cóndor blanco y negro. Otros se colocaban
máscaras de diferentes figuras. Algunos se vestían de guerreros llevando sus armas
a cuestas como para la más sangrienta batalla.
El cortejo ceremonial recorrería el largo camino que conduciría a la numa del
templo del sol, Cori Cancha. La larga hilera de indios precedía a las tres literas. Al
fondo se oía la música de las quenas y el ruido estrepitoso del chocar de las pulseras,
aretes y discos de oro. Todo se cumplía en el camino desplegado por una danza
suave de saltos pequeños al son de aquella música monocorde. La fila de indios
danzantes iría y vendría, separándose y acercándose, en una suerte ceremonial ante
la litera imperial del inca supremo.
El ayuno implacable comenzaría a despertar a la espera del padre Sol en el medio
del cielo. El inca se levantaría de su carruaje, los fieles caerían “como espigas de
maíz batidas por el viento”. La ceremonia comenzaba con el levantar de la primera
copa ofreciéndole su chicha divina al dios solar, éste bebería a través de su imagen
que se alzaba majestuosa desde la puerta interior del Cori Cancha. El Inca también
bebería de otro vaso de oro que pasaba luego a las manos de los sacerdotes más
próximos a él en rango. El pueblo tomaba en vasos de plata rebosantes de chicha.
Los curacas saboreaban el gusto divino del Poder Real.
En medio de toda ceremonia religiosa cada ayllu ofrecía sus regalos al dios
Sol, objetos que eran transportados al interior del templo por el súbdito del Inca
junto con los vasos contentivos de la chicha. El inca supremo saldría del templo,
se colocaría en el centro de la plaza acompañado de los sacerdotes, los amautas, su
hijo y el Uillac Umu, para oír las profecías de su padre.

52
El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Una oveja machorra(1) era el objeto del sacrificio. Sus entrañas serían desga-
rradas para leer en ellas lo que diría el dios Sol. Dos sacerdotes sostenían las patas
del inocente animal, el Uillac Umu introducía fuertemente el cuchillo de pedernal
en el vientre del animal. Los sacerdotes, el rey Inca, y su hijo entraban en el Cori
Cancha para descifrar con exactitud la profecía rezada en las entrañas de la oveja
sacrificada. Luego le informarían al pueblo si la profecía era favorable o no, de
cualquier manera continuaban por varios días.
Para todo este esplendor desarrollado en el Inti Raimi el escenario estaba
preparado especialmente para la ceremonia de acuerdo a la tradición. El vestuario
tanto del pueblo como de los personajes principales era igualmente escogido para
ello. Y finalmente la naturaleza pondría la iluminación adecuada para que la repre-
sentación se llevara a cabo exactamente como había sido concebida. Por su parte,
los “actores” sabrían cómo cumplir su papel, cómo ser parte decisiva del “drama”
ceremonial.
El Nosos Nina se llevaba a cabo en el equinoccio de septiembre, y era dedicado
a la Luna, aprovechando la coincidencia del eclipse lunar.
El Cápac Raimi se realizaba durante el solsticio de diciembre, se dedicaba
siempre al Sol y se realizaba la abertura de las orejas de los caballeros, y esta acción
se dedicaba siempre al Sol.

Huarachicuy

Se consideraba la segunda celebración más importante. Durante varios días


los jóvenes se preparaban para iniciarse como guerreros. Primero, pasaban por un
noviciado rigurosísimo. Estos jóvenes debían ser incas reales, pues sólo a esta clase
social estaba reservado el derecho a participar en la ceremonia. Ellos serían intro-
ducidos en una casa situada en el barrio Collcampata, destinada a la realización de
los ejercicios. En la casa, los incas viejos, experimentados en el arte de la guerra y
la paz, eran como los jueces de los novicios, pues los examinaban en cada uno de
los pasos que debían seguir a lo largo de la fiesta.
En primer lugar, se les hacía ayunar rigurosamente durante seis días; sólo podían
comer algunos puñados de una especie de trigo —siempre crudo— llamado zara,
y agua, todo con el propósito de probar la resistencia al hambre en una posible
guerra. Quien no pasara esta prueba sería rechazado de inmediato.
Posteriormente, ya pasado el ayuno, los novicios junto con los examinadores y
familiares acompañantes, pasaban a la segunda prueba que consistía en correr desde
1 Así solía llamarse a la oveja estéril. Este animal y únicamente con estas características era sacrificado por los
amautas para leer en sus entrañas las profecías. Cuando las ovejas ya habían parido o estaban preñadas no
eran consideradas para ser sacrificadas. También los incas utilizaban para sus ceremonias “corderos peque-
ños”. Algunos investigadores aseguran que en quechua “corderito” se dice igual que “niñito”, causa por la
cual ciertos cronistas de indias, al escuchar los relatos orales de los indígenas que habían sido “convertidos”
al cristianismo, confundieron “niño pequeño” con “cordero pequeño”, por lo que aseguraban, entonces,
que en las ceremonias rituales de los incas se sacrificaban “niños pequeños”, cuando en realidad eran “cor-
deros pequeños” (N. de la A.).

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

el cerro Huanacuari hasta la fortaleza de la misma ciudad (aproximadamente una


distancia de legua y media, según el inca Garcilaso de la Vega), donde encontrarían
una bandera a modo de meta, y los diez primeros en llegar serían aceptados como
ganadores. La siguiente prueba era simular —aunque en ocasiones dicho simulacro
se tornaba sangriento y peligroso— una pelea en la que unos defendían un fuerte
y otros lo atacaban. Al día siguiente se hacía el ejercicio en sentido contrario, los
que antes defendían ahora atacaban y viceversa. Todo esto se hacía para probar la
“agilidad y la habilidad que en ofender y defender las plazas fuertes les convenía
tener” (Inca Garcilaso de la Vega).
Después de las anteriores pruebas, cada uno de los novicios debía probar sus
habilidades haciendo trabajos como la confección de sus propias armas y el calzado
para la guerra, siempre supervisados por los jueces.
Recibidas las insignias después de varios días de pruebas, los nobles eran sacados
a la plaza principal de la ciudad. Junto a aquellos que los esperaban, celebraban con
cantos y bailes por varios días, festejando su nueva condición de “hombres”, cada
quien con sus padres, quienes habían sido sus propios maestros. Para concluir la
larga ceremonia, se les “imponía el nombre que llevarían por el resto de su vida”,
dándoles el que se habían ganado tomando en cuenta sus batallas y la forma de
sobrellevar las duras pruebas. Se les perforaban las orejas a los que tuvieran lugar
para ello, celebrando estos nuevos “orejones” con gran pompa.

Cusquieraimi

Según el inca Garcilaso de la Vega, esta festividad se realizaba “cuando la


sementera estaba hecha y nacido el maíz”. Brindaban ofrendas dedicadas al dios
Sol, entre las que se cuentan corderos, ovejas machorras, carneros, llamas y otros
animales. Durante varios días los indios suplicaban al Sol por la no aparición de
nevadas, pues el hielo quemaba el maíz, principal sustento del pueblo incaico. Así,
entre sacrificios, fiestas, bailes y mucha bebida, despedirían al hielo para que no
les hiciera daño.
Por otro lado, en el libro de Bendezú Aybar, se nombran cuatro fiestas que se
realizaban en diferentes meses del año. Se harían en edificios construidos en el
Coricancha:

Había, además de esta casa, a la redonda del pueblo, algunas huacas, que era la de
Huanacuari y otra llamada Anahuarqui y otra llamada Yahuaira y otra dicha Cinga y
otra Picol y otra que se llamaba Pachatopan, en muchas de las cuales se hacían sacrificios
que ellos llamaban cápac cocha, que es enterrar vivos unos niños de cinco o seis años
ofrecidos a huacas, con mucho servicio de vasijas de oro y plata.

Y dicen que sobre todo hizo (Yahuar Huácac) una gruesa maroma de lana y muchos
colores y chapeada de oro, con dos borlas coloradas al cabo. Tenía de largo, según dicen,

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

cinco y cincuenta brazas poco más o menos. Ésta servía para sus fiestas públicas, que
eran cuatro al año principales, llamada la una raimi o cápac raimi (fiestas solemnes del
mes de diciembre), que era de los caballeros, cuando hacían abrir las orejas, a quien
llaman Huarachucuy (rito de pubertad que consistía en proporcionarles pantalones a
los adolescentes); la otra se llamaba Síthuay, que era la manera de nuestros regocijos de
San Juan que se levantaban todos a media noche con lumbre y se iban a bañar y decían
que con aquello quedaban limpios de toda enfermedad (fiestas de la luna); la tercera
se decía inti raimi, que era la fiesta del Sol; la cuarta era aimóray (fiesta de la cosecha).
En estas fiestas sacaban la maroma de la casa o despensa del Sol, y todos los principales
indios, muy lucidamente vestidos, se asían a ella en orden; y así, desde la Casa del Sol,
venían cantando hasta la Plaza, la cual cercaban toda la maroma que se llamaba moro
urco (1980: 73-74).

Como se observa en este relato, existe una discrepancia en el nombre de las


fiestas, fenómeno muy común ya que el quechua, lengua desconocida por los
colonizadores, misioneros y cronistas que intentaron relatar la historia de la cultura
incaica, era tergiversado en la pronunciación de algunas palabras y en ocasiones,
la terminología. Por tanto, no es raro encontrar un objeto llamado con diferentes
nombres. Por ejemplo, Von Hagen, se refiere al uma raimi como la fiesta de la
cosecha que Bendezu en su recopilación denomina Aimóray.
Además de las fiestas antes mencionadas, los incas también realizaban fiestas
“menores” relacionadas con los casamientos entre personas de sangre real o del
resto del pueblo incaico.

Matrimonios en la cultura incaica

El casamiento entre personas de linaje se realizaba cada dos años. El Inca


rey ordenaba que todas las doncellas entre 18 y 20 años de edad y los hombres
mayores de 24 fueran reunidos en la ciudad del Cuzco. El Inca personalmente
los casaba ubicándose en medio de ambos contrayentes y juntando sus manos en
señal de matrimonio. Luego, los padres del novio invitarían a una celebración entre
cuatro a seis días. Al día siguiente del casamiento, los curacas casaban al resto de las
personas del pueblo, guardando las distancias entre las personas del Hurin Cuzco
y las del Hanan Cuzco, pues los incas tenían muy en cuenta la diferencia entre
las clases sociales. Suponemos que no era posible el casamiento entre personas de
diferentes castas ni pueblos, para evitar la confusión de nacionalidades y linajes.
También se celebraba el matrimonio real. Para que éste se pudiera efectuar, los
incas tendrían ciertas leyes que cumplir.

Para lo cual [sic] de saber que los reyes Incas, desde el primero de ellos, tuvieron por
ley y costumbre muy guardada por el heredero del reino casarse con su hermana mayor,
legítima de padre y madre, y ésta era su legítima mujer, llamábanla Coya, que es tanto

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

como Reina o Emperatriz. El primogénito de estos dos hermanos era el legítimo here-
dero del reino (Inca Garcilaso de la Vega, 1983: 186).

El matrimonio real consistía en que el monarca pedía personalmente, en nombre


de un joven, la mano de la doncella, quien generalmente era hermana de éste, y
luego de aceptada se dirigía al templo del Sol para orar y pedir la bendición de su
padre Inti. Allí, los sacerdotes entregaban al rey Inca el vestido nupcial de la novia
para que lo llevase a la casa de ella en unión de sus parientes y servidores. Junto
con el vestido también se entregaban joyas de oro y plata que habría de llevar en el
matrimonio. Por último, el novio la invitaría a seguirlo y ella lo haría hasta la litera
real donde se montaría con él para pasear por las calles del Cuzco, cuyas casas se
adornaban para la ocasión. Las ceremonias se extendían durante 30 días.
La preparación del traje de la novia, desde que se concibe como tal hasta que lo
lleva en la boda ha sido siempre una cuestión absolutamente ritualista. La entrega
de la novia al novio, como protector eterno de aquella mujer, es el símbolo del
poder y la fuerza del hombre como ente poderoso sobre la mujer casta que se le
entrega sin reservas, para ser bendecidos ambos por una persona que se ha conver-
tido en un ente ligado directamente a dios.

Otras festividades incaicas: El Rutichicuy, Quicuchicuy y la “Sucesión al trono”

Existían otras ceremonias como la del “corte de cabello” llamada Rutichicuy,


que se llevaba a cabo aproximadamente cuando los niños tenían dos años, justo
al momento de ser destetados. “Hasta entonces el niño había estado atado a su
cuna o gateando, con algo todavía impersonal y dependiente por completo de la
madre que lo cuidaba y nutria” (Canals Frau, 1973: 371). Era el momento en
que los niños comenzaban a ser considerados como “personas”. Se hacían grandes
fiestas con mucha comida y bebida y en medio de esta celebración el tío más
importante del niño le cortaba las uñas y el cabello por primera vez, al tiempo
que le daba un nombre e imploraba al Sol junto a los parientes del niño pidiendo
por su bienestar.
La ceremonia del “Peine” o Quicuchicuy, era exclusiva para las muchachas. Se
efectuaba cuando aparecía la primera menstruación y debían ayunar por tres días,
permaneciendo en sus casas, para luego ser bañadas, peinadas y vestidas con “ropa
de mujer” por sus madres. De esa manera serían presentadas ante la sociedad.
Los presentes les darían regalos e igualmente el tío les impondría el nombre que
llevarían toda su vida.
Por último, la ceremonia de “Sucesión al trono”, más importante que las dos
anteriores, se realizaba cuando el Inca escogía a su sucesor, decisión aprobada
previamente por sus consejeros. El Inca ordenaba que se le pusiera en la mano la
estatua del dios Sol, una borla de oro puro y se le cubriera la cabeza con un llauto
o cordón morado y negro tejido en zigzag, llamado Pillaca llautu. Luego el sucesor

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

oraba frente al ídolo ofreciendo sacrificios, a la vez que pedía por su bienestar y
el de su pueblo. Los sacerdotes y principales orejones llevaban al sucesor hasta el
altar mayor y tomando de la mano del Sol la mascapaicha, se la pondrían en la
cabeza al futuro Inca como símbolo de su nombramiento. El sucesor se sentaba a
la diestra de su Inti padre, en una silla baja hecha de oro y piedras preciosas, y allí
lo vestían con el cápac uncu o camiseta real; dándole el sunturpáucar o lanza de
madera adornada con plumas de colores, cetro del futuro Inca.
Los incas re-presentarían sus situaciones desde que eran introducidos a la
sociedad: cuando cumplían los dos años, cuando se convertían en hombres y
mujeres en la adolescencia, cuando se casaban, cuando llegaba el tiempo de orar
y rendir culto a lo Divino, y también al final cuando morían para ser recogidos
por su padre Inti. Llenando de esa manera todas las acciones sus vidas de una gran
teatralidad.

Rituales funerarios

Cuando un inca moría, su cuerpo se embalsamaba y según el grado de nobleza


era enterrado en Coricancha, junto con algunos bienes personales; era frecuente
que algunas mujeres y servidores quisieran ser enterrados con él. Los funerales se
llevaban a cabo durante varios días. En el primero de ellos se lloraba, en el caso
del rey, con gran sentimiento y alaridos en la ciudad entera; en estos llantos “a
grandes voces” se contarían las hazañas del difunto, se recitarían sus dotes, y hasta
se representarían obras de su voluntad y gallardía. Este luto duraba aproximada-
mente un mes.
En el funeral de “cuerpo presente” de un difunto plebeyo, los parientes y amigos
podrían comer y beber a voluntad. Mientras, la viuda debería cortarse el cabello y
cubrirse la cabeza con una pañoleta. Si el caso era de un viudo, no podría volver a
casarse antes de un año.
El alma del difunto, fuese plebeyo o noble, debía retornar al Sol, y esto sería
posible siempre y cuando en vida no fuera consumido por las llamas. Los incas
creían en la vida más allá de la vida, y en un mundo superior, un hanacpacha,
donde se premiaba a los buenos. También creían en un infierno, un occopacha,
donde iban a parar los pecadores para ser castigados por todo lo malo que habían
hecho. “Los Incas y curacas se hacían enterrar en lugares escondidos, con parte de
sus riquezas, creyendo que habían de resucitar en cuerpo y alma, porque había de
venir un Viracocha que revolviese la tierra” (Levillier, 1956: 242).
Los incas también tenían la Panaca que consistía en cuidar a los muertos como
si estuvieran vivos, dándoles comida, mujeres, y los colocaban en un cetro de
honor de acuerdo a su alto cargo o linaje, ante el cual representarían obras teatrales,
recitarían poemas dramáticos, danzarían, etc. “Los cuerpos de los Incas muertos
tenían servicio situado de indios, chacras y ganados para su comida y en ciertas

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

oportunidades los sacaban en ceremonias y les daban de comer como si fuesen


vivos” (Ídem).
Los tiac-huañucs (muertos sentados), los ayas (muertos), los huañucs (momias
tutelares), se unirían con los camacs (creadores y fundadores de estirpes) para
encontrar en el más allá la presencia de sus achachis (antepasados), sus achachilas
(progenitores) y sus tatas (padres), en el mundo eterno, onírico, silencioso. En
contraposición, se “profanaría” el sueño de las chullpas al sacarlas de su casa-
morada para hacerlas formar parte de ese espectáculo real-maravilloso, donde la
danza, la música y el poema dramático se convertían en lo incesante bajo la Sierra
Nevada.
Los sacrificios de animales como las llamas machorras, ciertos tipos de aves y
algunos corderos, sería prácticamente una constante dentro de las fiestas y ceremo-
nias de los incas, sobre todo cuando éstas revestían un carácter ritual o religioso.
Algunos sacrificios se realizaban con el fin de encontrar la manera de leer el futuro
dentro de los órganos del animal, bien fueran los intestinos o las vísceras, el futuro.
Esto se realizaba generalmente en las fiestas del Inti Raimi, donde los amautas
solían leer presagios concernientes al reino y al mismo rey Inca, viéndolos a través
de la sangre del sacrificado. Así tenemos, por ejemplo, el caso que refiere Benjamín
Carrión en su libro Atahuallpa, cuando relata aquella fiesta del Inti Raimi, en el
momento que Huáscar presidía la ceremonia ante la ausencia de su padre en el
Cuzco.

Iba a realizarse la salutación y el ofertorio al Sol, rito indispensable para ganar la gracia,
para purificarse, para merecer que la iluminación solar ayude al Villac-Umu y a los
amautas a decir el augurio. Rito que, ordinariamente, se celebraba en el equinoccio de
verano en Quito y que esta vez coincidió con uno de los anuncios de la aparición de los
hombres blancos y barbudos por el río de las Piedras Verdes (Carrión, 1966: 25).

Carrión narra los malos augurios que se descubrieron a raíz del sacrificio de
una vicuña machorra en la ceremonia que celebraba Huáscar en la Pascua del Sol,
frente al templo del Coricancha.

Se produjo la primera señal desconcertante: una estrella muy grande, tanto como la que
se ve en las tardes, pero de luz rara siniestra, asomó en el horizonte; esta estrella traía
pegada una gran cola de luz que se extendía, debilitándose por todo el horizonte.

Después (...) cuando comenzó a clarear la mañana y se esperaba ansiosamente la apari-


ción del Sol para hacer el ofertorio, una niebla espesa cubrió todo el cielo, impidiendo
ver distintamente el sitio preciso donde se hallaba el Sol. De manera que la ofrenda de
la chicha —que debía hacer Huáscar en ausencia del Inca— tuvo que realizarse frente
a una vislumbre del Sol, pálido, como si estuviese enfermo.

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

... primero se habían sacrificado aves y (...) al momento de cortarles el cuello, llevados
desde el lago habíanse sacudido tan fuertemente que todas las plumas habían volado
fuera de la piedra ritual y (...) su sangre había salpicado la cara y los ponchos blancos
de los sacrificadores; (...) luego condujeron a la piedra una vicuña estéril, pero (...) al
momento de hincar, el sacrificador, el cuchillo de pedernal en el vientre de la dulce
bestia pavorida, ésta consiguió en un supremo esfuerzo, deshacerse de sus victimarios
y libertar las patas que los sacerdotes jóvenes tenían fuertemente sujetas. Augurios
funestísimos los dos.

A la hora mayor del Raymi, cuando el Sol, cada vez más oculto, debía encontrarse
exactamente en la mitad del cielo, la inmensa multitud, presa de un horror delirante,
fue testigo de un espectáculo más misterioso aún que los anteriores; por sobre el templo
de Coricancha asomó un gran cóndor perseguido por una enorme bandada de cuervos.
Los cuervos rapaces no se fatigaban de atacarle hasta que cuando estuvo en el centro de
la gran Plaza del Sol, sobre la piedra de los sacrificios, el cóndor dobló sus alas batido,
y se dejó caer ensangrentado, medio desplumado, moribundo, a los pies de Huáscar, y
de los sacerdotes (Ibídem: 29-30).

La cacería real

Comenzaría al pasar la temporada de cría. Durante la cacería real, caku según


Von Hagen, y chaku según el inca Garcilaso de la Vega, vendrían personas de todas
las regiones vecinas al Cuzco con los escudos y símbolos que los diferenciaban. El
Inca salía con miles de indios que se dividían en dos grupos: uno que se dirigiría
a la derecha y otro a la izquierda. Aunque la caza estaba completamente prohi-
bida —para evitar la holgazanería y la irresponsabilidad hacia el trabajo que la
cacería legal podía provocar— durante la ocasión se permitía la cacería de perdices,
palomas, tórtolas, y aves menores para la comida de los gobernantes incas y los
curacas. Aparte de los animales ya citados, también se cazaban leones, osos, zorros,
tigres y animales peligrosos para la vida y las siembras; a éstos los mataban para
evitar que causaran daño. Otros eran atrapados para engrosar la ganadería, como
por ejemplo, las vicuñas, llamas, venados, etc.

Visita del Inca

Cuando el Inca visitaba los diferentes pueblos del Imperio, los habitantes
debían recibirlo con una gran fiesta. Solían hacer arcos triunfales de madera ador-
nados con flores, y también cubrían de flores el camino por donde habría de pasar
el rey para que su litera no pisara la tierra. Cuando éste llegaba al pueblo se le
rendían grandes homenajes con danzas, música y poesía, además de la celebración
de ciertas ceremonias, y algún tipo de Raimi que generalmente coincidía con la
presencia del Inca en alguna ciudad importante.

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

Para el transporte del Inca, en primer lugar, marchaban los “barredores” del
camino, quienes tenían por misión limpiar el suelo por donde pasaría la comitiva
real: las literas del Vilac-Umu, el sumo sacerdote, el hijo posible sucesor del Inca,
y al Inca en sí. Estos “barredores” debían quitar del suelo piedras, ramas, hojas y
otros sucios, para cubrirlo enteramente de pétalos de flores, construyendo así una
especie de alfombra. Luego los “danzarines”, grupo constituido por jóvenes adoles-
centes vestidos con discos de oro y plata, tocados hechos de plumas multicolores, y
rodeles metálicos en los tobillos, bailarían al son de la siempre desoladora música,
donde los pasos irían tornándose más y más rápidos acompañando al gran cortejo,
formando una “gran serpiente humana, de cabeza cascabeleante”, que bailaría
frente al horizonte del oro y de la plata. Terminaría la danza con las rodillas en la
tierra de los danzarines cansados y emocionados frente al rey.

Las danzas de los incas o de cómo la música y el cuerpo se unían en una sola
expresión

Generalmente los incas danzaban disfrazados dependiendo de la festividad


que se estuviera realizando. Existían, por ejemplo, ciertas procesiones en las que
se vestían de aves utilizando su plumaje; también la procesión de los monos y la
de los osos. En cada una de ellas los danzarines tratarían de imitar, lo más cerca
posible, el movimiento de los animales que representaban.

Si la gente vivía en los altos Andes, donde habitaba el cóndor, representaba este tipo de
danza. Si provenía de la tierra caliente, como las yungas, hacía danzas de aves, zorros o
venados. En todas las danzas iban disfrazados quienes las ejecutaban. Porque no bailaban
sólo por diversión y alegría, sino que danzaban para los dioses. La gente de Cajas repre-
sentaba la danza del agricultor cuando llegó al apo. Los hombres que danzaban estaban
disfrazados para asemejarse a la gente que vivía en Cajas. Una máscara representaba a
un hombre con la nariz rota. Otro tenía dos cabellos auténticos, largos, en la barbilla
de la máscara. Todos sabían que este danzante representaba a Yayo, el anciano que se
sentaba al sol, demasiado viejo para trabajar, y que se pasaba el día estirándose los dos
pelos largos que tenía en la barba. Las mujeres iban disfrazadas. Los hombres utilizaban
en la danza el arado de pie; las mujeres avanzaban y sus movimientos denotaban que
estaban quebrando los terrones que quedaban, desmenuzándolos con sus bastones (Von
Hagen, 1976: 80-81).

También existía la “Danza de los Pastores”, donde los bailarines arreaban a las
llamas adornadas con flores, cintas y cascabeles. Por otra parte, en la danza del
“Puli Puli”, los bailarines escenificaban la cacería y captura de dicho pájaro. Luego
encontramos el “Chaco”, en el cual parejas de ambos sexos bailaban con un poco
más de violencia. En la danza de “Las Papas” las mujeres, a un ritmo suave y deli-
cado, semejaban la caída de las semillas bajo el sol. “La Cachampa”, era una danza

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

guerrera de briosos y sincopados saltos. “El Huayno”, la típica danza campesina,


que aplanaba la tierra y taqueaba el polvo.

La mímica de estas danzas es lo más importante; los gestos evocan hechos históricos,
imitan situaciones, tristezas y sobre todo dan oportunidad a la sátira que se agazapa en
el fondo de todo indio. Hasta hoy se bailan en Perú y Bolivia pantomimas donde los
danzantes, disfrazados de conquistadores y de incas, representan ceremonias en que
los españoles hacen papel de vencidos, y rinden pleitesía a los indios, como queriendo
rectificar la historia (Cossio del Pomar, 1969: 104).

Existía también una danza muy particular llamada llallama, llallagua o tarasca,
que se desarrollaba concretamente en Nasca, la cual sería definida como “el número
de un regocijo popular, desprovisto de mayor simbolismo, que es como decir que
no fue, ni con mucho, el personaje de una mitología determinada” (Cúneo-Vidal,
1913: 359). Dicha danza se escenificaba en la plaza principal del pueblo, donde los
bailarines y bailarinas se disfrazarían de monstruos y sacerdotisas, respectivamente.
Los “monstruos” bajarían por una cabuya o cuerda hasta posarse en un determi-
nado sitio donde comenzaría la danza del perseguido y el perseguidor, en una suerte
de “teatro” que hablaría de los espíritus “malos” en cacería de los culpables.
Los “monstruos” perseguían a los culpables y el que fuese agarrado sería hombre
muerto. Esta muerte no sería simbólica. La “obra de teatro” aquí dejaría de ser
ficticia para convertirse en algo absolutamente real donde se jugaría con la sangre y
la muerte como tributo a lo victorioso. La cabeza cercenada colgante era el premio
fugaz del ganador. La muerte dada al pecador por los espíritus diabólicos sería la
más grande teatralización de lo que pasaría en el occopacha.
El clima y el paisaje, influyen siempre sobre la manera de ser y actuar de las
personas que viven en él. Es así que ese frío inquebrantable de La Sierra, en conjun-
ción con aquel paisaje majestuoso y penetrante de las altas montañas del altiplano,
exigían a los incas un baile movido “ideal para avivar la circulación de la sangre
y aumentar el calor vital” (Ibídem: 349). Cosa que sucede a lo contrario en los
valles, donde el calor y el paisaje apacible, exigirían un baile menos violento, más
lento, “pero en cambio más rítmico, más ondulado, más reposado, acompañado de
cantares”, donde bien se sabe que las danzas que se realizaban en la parte alta, fría,
en el páramo andino, no era con cantares sino que solamente tenían música.
A partir de lo anterior, Cúneo-Vidal dice que el baile peruano estaba dividido
en los bailes serranos, vallunos y costeños. Cada cual con características altamente
influenciadas por el paisaje y el clima. Existían también, danzas no religiosas,
ligadas a lo campestre. Pero sin duda, las más representativas serían las religiosas,
entre las que se pueden citar aquellas que se realizaban ante la presencia de la
momia.
Se habla de un baile llamado huayñu (el muerto) al compás de una melodía.
Era una suerte de baile piadoso y elegíaco, por aquello del ensalzamiento de la

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

grandeza, desde el punto de vista de las hazañas del difunto allí presente. Como
su nombre lo da a entender, se bailaba ante la presencia de las momias. Toda la
comunidad danzaría al final de los ágapes sagrados practicados en su recuerdo. Se
supone que el muerto habría de bailar también, cargado por los bailarines.

De allí cierta tiesura del busto del danzante, el cual trató de copiar la rigidez de la
momia, y cierto leve acurrucarse de su pareja, con el objeto de ocultar bajo la saya, a
raíz del suelo, sus pies movidos al compás del ritmo de la danza (Ibídem: 350).

De estos bailes ante la momia sentada, saldría el uso del pañuelo, a lo que
Cúneo-Vidal dice:

El uso del pañuelo en los mencionados bailes, exclusivo de la gente americana de filia-
ción andina, tuvo una explicación, allegada de igual manera a las usanzas fúnebres de
los antiguos peruanos (...) tuvo el origen de espantar las moscas que es de suponer que
abundarían en los lugares en que vieron reunidas las dichosas momias, teniendo a sus
pies las comidas destinadas a los ágapes funerarios (Ibídem: 358).

La poesía en los Andes o una canción que retumba entre las altas montañas

A todas las Huacas

¡Oh Huiracocha del cabo del mundo!


¡Oh Ticsi Huiracocha de Amaybamba!
Cazo supremo, Huiracocha diligente.
¡Oh Huiracocha Cahnca de Chuquisaca!
Al Huiracocha del principio del
mundo, vosotros insistid, invocad,
conceda capacidad para que todas las
gentes proliferen, sean que estén
caminando en las afueras o en el interior.

Así cantaban sus poemas religiosos los indios del altiplano. Desde la sobria
nobleza hasta las más pobres de las multitudes. Viracocha, Pachacámac, Ataganu,
creador de Huamanchuri, pasando por las tradiciones orales del pueblo plebeyo
hasta transformarse luego en canción, danza y obra de teatro.
Según algunos historiadores como Stingl, el Inca Pachacútec debió de haber
sido el autor del poema que a continuación transcribimos:

Oh Viracocha, señor del Mundo,


seas hombre
o mujer.

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

Oh Viracocha, gracias a quien la


humanidad se multiplica.
Seas quien seas.
Oh, Rey
¿Dónde estás?
¿Sobre mí, quizá?
¿Bajo mí, quizá?
¿O es que tu trono me rodea?

La poesía incaica era concebida por poetas solamente dedicados a este arte,
llamados arahuitsas, algo así como “quien pone algo en verso”. En la Corte, los
poemas serían escritos por los amautas y los haravicus quienes compondrían desde
himnos solemnes hasta huancas, hayllis y picarescos waynos. Como los drama-
turgos de la antigua Europa, estos señores vivían en palacio y con sus trabajos
enriquecerían la vida de la Corte.
Estas poesías fueron concebidas para ser acompañadas por la suave música de las
flautas de pan (antaras) y las quenas, primeramente a una sola voz, y con el pasar
del tiempo comenzó a recitarse a dos voces y más, planteando así una especie de
diálogos entre los que recitaban, como una suerte de copla u obra teatral.
Con este crecimiento de la expresión poética en la Corte, sus efectos se irían
extendiendo popularmente, de manera que los “creadores del pueblo” comenzarían
a “cantar” loas dedicadas a su monarca, y posteriormente a todo aquello que los
rodeaba, como el trabajo del campo, la artesanía, los animales, el paisaje, los dioses,
hasta llegar a plasmar en representaciones callejeras sus sentimientos y estados de
ánimo. Todo esto acompañado naturalmente, por la música de fondo y pequeñas
danzas que enriquecían todo aquel espectáculo.

Hombres: El Sol llora lágrimas de


oro. La Luna llora lágrimas
de plata.
Mujeres: ¡Eh, ya hemos triunfado!
Hombres: Por la frente del Inca, nuestro Señor,
por el noble corazón de nuestro Inca.
Mujeres: ¡Eh, ya hemos ganado!

Como apoyo a esto, Arias Larreta acota que

el autocratismo político —de apariencia paternalista, origen divino y fin social— dio
paso a la literatura cortesana, oficial, ‘dirigida’, que tuvo a su cargo los cantares de gesta,
las crónicas imperiales, los himnarios del culto, los dramas y comedias, los poemas
sociales, el teatro docente, los cuentos moralizantes, las consejas filosóficas. El socialismo

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

agrario inspiró una literatura espontánea, popular lírica, entrañablemente ligada a la


naturaleza (1968: 170).

De tal manera entendemos nosotros como “literatura” incaica aquella expresión


artística oral y no escrita, donde se plasmarían diferentes temas: románticos, épicos,
históricos, religiosos, campestres, etc. Según Arias Larreta, también surgiría en el
Imperio incaico un tipo de literatura relacionada a la protesta. Sentir nacido en
la cuna de los mitimáes, llamada Urpi, “cantos de añoranza, dolido desencanto,
nostalgia penetrante (...) forma alusiva a la rebeldía y la venganza”. De todo esto
se desprendería la creación de los cánticos, dedicados a las ceremonias fúnebres,
a los trabajos populares, a las fiestas oficiales, todo estrechamente ligado a las
costumbres, lo religioso, lo político, lo social y lo cultural, entre otras cosas. De
manera tal que las expresiones de la teatralidad y el teatro en sí constituirían una
clave fundamental para el conocimiento y la interpretación de la vida del Imperio
del Tawantinsuyu.
De estas creaciones poéticas existían diferentes concepciones. Por un lado
estaban aquellos tipos de poesía que no tendrían que ver con lo teatral o con la
teatralidad, éste sería el caso del haylli, la canción de los trabajadores rurales.

Conductor del hombre

Amanece la tierra
y se cubre de luces
a fin de venerar
al criador del hombre.
Y al alto cielo
barre sus nubes
para humillarse
ante el creador del mundo.

El urpi, el cántico de la “lírica amatoria”

Urpillay (mi palomita)

Se me ha escapado,
se me ha perdido
mi palomita.
¿Dónde se ha ido,
quién se ha llevado
a mi adorada?
Era aún muy tierna
cuando en mi pecho

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

nido le di;
mas no pensé
que al tener alas
me iba a dejar.

El harawi, la canción triste del amor ausente. Y el cashua, parecido al haylli,


pero de origen plebeyo:

Arawi

Morena mía,
morena,
tierno manjar,
sonrisa del agua,
tu corazón no sabe
de penas
y no saben de lágrimas
tus ojos.

Y finalmente, estaría el huanca, la poesía de las elegías por la muerte:

Elegía al poderoso Inca Atahuallpa

¿Qué arco iris es este negro arco iris


que se alza?
Para el enemigo del Cuzco horrible flecha
que amanece.
Por doquier granizada siniestra golpea.
Mi corazón presentía
a cada instante,
aún en mis sueños, asaltándome,
en el letargo,
a la mosca azul anunciadora de la muerte,
dolor inacabable.

Y por otra parte, estaban aquéllos que tendrían filiación directa con lo teatral
o con expresiones de la teatralidad. Éste sería el caso del wawaki, una forma dialo-
gada de poesía lírica cantada por coros juveniles de ambos sexos, que intervenía
en fiestas ceremoniales:

Hombres: Porque eres estrella


fulguras de noche, ¡Sí!

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JENNY GONZÁLEZ MUÑOZ

Mujeres: Si soy estrella


abre el corazón;
entorna los ojos
bajo la luz del Sol”

Y el aymórai, que sería una poesía ágil, popular, también dialogada, con cantos
a la naturaleza y la agricultura:

Yarkapac (A una acequia de riego)

Bella y larga acequia


cuyo terso pecho
llevará las aguas
a nuestros sembrados.
—¡Danzad!
Dancemos con fuerza
—¡Danzad!
Repisad con fuerza
—¡Danzad!
Por ti han de tener
las plantas su flor
—¡Danzad!
Los hermosos frutos
su propagación
—¡Danzad!
—Dancemos con fuerza
—¡Danzad!
Repisad con fuerza
—¡Danzad!

Bendezú Aybar habla de las diversas manifestaciones literarias precolombinas,


como es el caso del “arte narrativo” lleno de fábulas y leyendas ligadas a los cuentos
fantásticos que “en las noches de luna en los campos o alrededor del fuego del
hogar, se contaban a los niños”. Habla también del “arte lírico” traducido en
breves canciones que “todo el mundo y en todas partes cantaba para expresar lo
más íntimo de la alegría y la tristeza”. Luego estaría el “arte verbal” plasmado en
las representaciones teatrales que “tenían lugar en un escenario público, hecho de
enramada o mallquis”. Sin embargo, todo este arte constituía dentro de sí un “arte
verbal” que plasmaría la vida toda de la sociedad incaica.
Aparte de todas estas expresiones de la poesía lírica, hubo otro tipo de creación
más ligada a lo ritual dentro de la cual se plasmaban admiraciones y ensalzamientos

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El imperio de los incas. Una canción que retumba entre las altas montañas

a las cuestiones religiosas como por ejemplo, la diosa killa, al todopoderoso Inti, o
los componentes del Illapa; todo entremezclado glamorosamente con lo erótico.
Ya para la época más cercana a la colonización española se vería la aparición de
creaciones más arraigadas a lo que podría denominarse “expresiones de la teatra-
lidad”, y teatro en sí, lo cual ya se había manifestado, de una u otra forma en épocas
remotas. Según Arias Larreta y el inca Garcilaso de la Vega, eran composiciones
trágicas y cómicas en las que se contaban cosas históricas, hazañas de los Incas y
cuestiones importantes de la Corte. En relación a las comedias, éstas serían de
carácter agrícola, donde se ridiculizaba, si se quiere, a las personas del vulgo, a los
plebeyos.
En cuanto a los actores, “los comediantes”, eran personas de la Corte que
representarían obras que los amautas creaban como una manera de contar la
historia a través del arte en los días y fiestas solemnes. También podemos contar
como expresiones de la teatralidad las danzas llamadas taqui, que se hacían en las
plazas públicas.
Por otra parte, encontramos lo que se podría llamar “teatro religioso y cívico”,
que sería ya una expresión artística nacida en las sementeras de la colonización
española, aunque siempre revestida del alma indígena. Sin embargo, el teatro
religioso tendría para la época de la introducción de esta definición, la presencia
de un cura que, si bien no daba “homilías”, sí plasmaba dentro de la expresión un
carácter de sincretización cultural.

Indudablemente el epos tenía una finalidad política y una difusión oficial, el mito
respondería a los grandes interrogantes cosmológicos y a los que se hacían sobre el linaje
divino de los señores de la tierra; el drama y el relato eran expresiones del natural talento
mímico y narrativo del pueblo quechua; la lírica en el taqui o canto era una segunda
naturaleza del hombre andino que cantaba en vez de llorar o reír; y el poema religioso
era plegaria dirigida hacia las supremas fuerzas de la naturaleza, pidiendo protección y
abundancia en un medio difícil de dominar, y reclamando el secreto equilibrio de esas
fuerzas en favor de la felicidad material del hombre” (Bendezú Ayabar, 1980: XXIV).

Lo que frenaría de golpe el desarrollo cultural del gran Imperio de los Incas, se
escribiría en la posterior parte de la historia, si se quiere la más triste: la destrucción
de los quipus, la prohibición de la tradición oral, la condena a lo “pagano”, y en
fin, la represión de todo aquello que fuera de origen indígena.

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Índice

Introducción

CAPÍTULO I: EL ASCENSO DE LOS INCAS 11

Tras los pasos de Viracocha o de cómo los Incas cuentan su origen 13

Un imperio de muchas leguas o de cómo los Incas se asentaron


en vastas tierras 15

La ciudad del Cuzco o de cómo esta capital era sagrada y hermosa 17

CAPÍTULO II: AL ALCANCE DE LA GLORIA 19

Los ejes centrales de grandes gobiernos o de cómo la organización


socialista del imperio incaico fue su mayor fortaleza 21

Los reales incas gobernantes o de cómo ascendieron al poder


los “Hijos del Sol” 23

2do rey inca: Sinchi Roca o el más valiente 24

3er rey inca: Lloque Yupanqui o las hazañas del zurdo memorable 24

4to rey inca: Maita Cápac o el admirado inca ingeniero 25

5to rey inca: Cápac Yupanqui o el emperador de las conquistas


y expansiones 26

6to rey inca: Inca Roca o el gobierno que comenzó los cambios 27

7mo rey inca: Yahuar Huácac o el que por huir todavía llora
lágrimas de sangre 28

8vo rey inca: Inca Viracocha o el precursor 30

9no rey inca: Pachacútec o el reformador 31


10mo rey inca: Túpac Yupanqui o los primeros síntomas
de una mirada al pasado 33

11mo rey inca: Huaina Cápac o el debatir entre la inteligencia


y el amor 34

12mo y13ero reyes incas: Huáscar y Atahuallpa o de cómo


anocheció en la mitad del día 36

CAPÍTULO III: Las artes del saber o de cómo los


incas desarrollaron muchos conocimientos 39

Aritmética 41

Astronomía 41

Medicina 42

CAPÍTULO IV: UNA CULTURA CEREMONIAL 45

Un teatro sin texto o de cómo los incas dominaron las artes escénicas
por medio de una teatralidad llena de esplendor estético 47

Entre ceremonias, leyendas y cantos o de cómo los incas celebraban


sus rituales 48

El Citua Raimi 51

El Inti Raimi 52

Huarachicuy 53

Cusquieraimi 54

Matrimonios en la cultura incaica 55

Otras festividades incaicas: El Rutichicuy, Quicuchicuy


y la “Sucesión al trono” 56

Rituales funerarios 57

La cacería real 59
Visita del Inca 59

Las danzas de los incas o de cómo la música y el cuerpo


se unían en una sola expresión 60

La poesía en Los Andes o una canción que retumba


entre las altas montañas 62

BIBLIOGRAFÍA 69
Edición digital
Octubre de 2017
Caracas - Venezuela

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