TEMA 7. Epígrafes 1 y 2
TEMA 7. Epígrafes 1 y 2
TEMA 7. Epígrafes 1 y 2
Durante las primeras décadas del siglo XX, predomina en los escenarios un teatro comercial y de diversión, del agrado
del público, que llena las salas de gente de la clase media o burguesa —poco exigente respecto al arte escénico. En
este sentido, la escena goza de buena salud. Es, sin embargo, un teatro inmovilista, decadente, poco creativo y poco
renovador. Su calidad dramática es más bien pobre y escasa, en relación, sobre todo, con el esplendor literario y los
aires de renovación que se producen en la lírica y en la narrativa del primer tercio de siglo.
Dentro del teatro comercial que llenaba las salas cabe distinguir tres tendencias:
LA COMEDIA BURGUESA
El máximo representante de esta tendencia fue Jacinto Benavente (1866-1954), premio Nobel en 1922 y autor
hegemónico durante casi medio siglo. Benavente moderniza la escena española reaccionando contra el drama
grandilocuente de Echegaray (premio Nobel en 1904), y acercando el teatro a la mentalidad de la época. Sus obras,
que comenzaron con mayor carga de crítica social, se convierten en unas piezas llenas de finura, bien construidas, de
cuidados diálogos, de personajes y ambientes preferentemente burgueses. Recibieron el favor y el aplauso de un
público también burgués, poco dispuesto a recibir en escena más allá de alguna palabra mordaz, leves e inteligentes
ironías o críticas llevaderas.
Sus dos mejores obras son Los intereses creados y La malquerida. Fundiendo rasgos y elementos del teatro clásico
español y de la comedia del arte italiana, el autor logra con Los intereses creados una obra de gran vigor escénico en la
que censura amablemente el materialismo y la hipocresía de la sociedad. La malquerida es un drama de ambiente rural
con una cierta tensión dramática al hilo de una pasión incestuosa que lleva al crimen.
EL TEATRO CÓMICO
El género que más complacía al público de principios de siglo era el teatro cómico, que perseguía, sin excesivas
pretensiones literarias, la carcajada del espectador.
Los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero cultivaron la comedia de costumbres andaluza, construida sobre una
imagen estereotipada de Andalucía con diálogos intrascendentes y graciosos. Destacan El genio alegre y La malvaloca.
Carlos Arniches fue el más famoso autor de sainetes de su tiempo. Estas piezas están ambientadas en un Madrid
castizo, lleno de personajes desvergonzados, ingeniosos y vulgares que emplean un lenguaje en el que se mezclan
madrileñismos, juegos de palabras, dobles sentidos y toda suerte de recursos humorísticos. A partir de La señorita de
Trévelez, “farsa cómica”, evolucionó hacia una “tragedia grotesca” (así subtituló algunas obras) en la que lo cómico se
mezcla con lo trágico para cristalizar en una caricatura de la hipocresía social.
En un nivel estético inferior se sitúa la obra de Pedro Muñoz Seca, creador del astracán, género que sólo pretende
provocar la risotada mediante situaciones disparatadas. Su mejor “astracanada” fue La venganza de don Mendo, burla
de las convenciones del teatro histórico.
EL TEATRO POÉTICO
El que entonces se llamó teatro poético consistió en un drama basado en la historia nacional, impregnado de fuerte
ideología tradicionalista y empeñado en recuperar el verso del teatro clásico español. Cultivaron esta tendencia los
modernistas Francisco Villaespesa (Doña María de Padilla) y Eduardo Marquina, conocido sobre todo por ser el
iniciador y el autor más relevante de este teatro poético, en el que se aprecia la influencia de los valores estéticos del
Modernismo. Buena muestra de ello son, por ejemplo, títulos como Las hijas del Cid, Doña María la Brava o En Flandes
se ha puesto el sol. Aunque no están exentas de cuidado y de aciertos dramáticos, estas obras de Marquina, de tono
heroico y excesivamente idealizado, han perdido interés en nuestros días.
7.2. El teatro renovador: tendencias. Federico García Lorca.
EL TEATRO RENOVADOR
Junto al teatro comercial, existió un teatro inspirado por las corrientes innovadoras europeas, que no solía llegar
siquiera a la representación. Entre los escritores que experimentaron con el lenguaje dramático sobresalen Ramón
María del Valle-Inclán y Federico García Lorca, aunque hubo otros autores que formularon también propuestas
arriesgadas.
EL TEATRO DE IDEAS
Entre los autores que utilizaron el teatro como vehículo de exposición y difusión de ideas destacan Miguel de Unamuno
y Jacinto Grau.
Unamuno (1864-1936) escribió un teatro desnudo, sin concesiones escenográficas, con una honda significación moral.
La acción es esquemática y los personajes suelen encarnar ideas o valores. En sus obras, los conflictos se plantean
con gran intensidad, pero la densidad conceptual de los diálogos dificulta la representación. Son piezas destacadas El
otro, El hermano Juan y sobre todo Fedra, que trata el tema del incesto a través del mito griego de Hipólito.
Jacinto Grau fue un dramaturgo de carácter intelectual, que aspiró a restaurar la tragedia como género teatral y cosechó
más éxito en el extranjero que en España. Revisó algunos temas nacionales en la tragedia El conde Alarcos y en Don
Juan de Carillana, actualización del mito de don Juan. Su mejor obra es El señor de Pigmalión, una “farsa tragicómica”
en torno al poder y los peligros de la creación: Pigmalión da vida a unos muñecos dotados de inteligencia que acabarán
por asesinar a su creador.
EL TEATRO VANGUARDISTA
Hubo también un teatro experimental que sirvió para ensayar nuevas herramientas de representación escénica, pero
que constituyó un rotundo fracaso las pocas veces que llegó a las tablas.
Son exponentes de esta tendencia Ramón Gómez de la Serna (Los medios seres), Azorín (Angelita) o Rafael Alberti (El
hombre deshabitado).
Consideración aparte merece el teatro de Alejandro Casona, que se dio a conocer con La sirena varada y que tuvo un
enorme éxito con Nuestra Natacha, donde denunciaba la represión en los reformatorios de la época. La obra más
celebrada de su exilio –abandonó España en 1937- es el drama simbólico La dama del alba.
En su producción, además del lenguaje, cargado de connotaciones, cobran importancia otros componentes como la
música, la danza y la escenografía. Recibe influencias muy variadas, desde el teatro clásico español, pasando por el
modernista y Valle-Inclán, hasta Shakespeare o el teatro de títeres.
Sus primeros dramas, El maleficio de la mariposa y Mariana Pineda, están emparentadas con el lirismo del teatro
modernista. Es autor, además, de farsas para guiñol, como el Retablillo de don Cristóbal; farsas para personas, como
La zapatera prodigiosa, que representa la ilusión insatisfecha, y El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín.
Bajo la denominación de comedias imposibles se reúnen tres obras en las que se aprecia la influencia del surrealismo:
El público, Así que pasen cinco años y Comedia sin título; en ellas anticipa posteriores hallazgos del teatro europeo.
Son piezas de complejo simbolismo que no pudieron ser representadas hasta mucho después.
Pero la plenitud de su quehacer dramático se halla en sus tragedias: Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda
Alba, que se desarrollan en un ambiente rural y representan el destino trágico y la frustración del deseo. También Doña
Rosita la soltera tiene como protagonista a una mujer frustrada, aunque en este caso se trata de un drama sobre la
espera inútil del amor.
Los conflictos y los ambientes más enraizados en la realidad española y andaluza, se conjugan con su dimensión
universal en las obras de Lorca. Al fin, tras fracasos iniciales y éxitos posteriores, el lugar de este autor es ya el de un
clásico.