Castro Riera, Carlos, Temas de Filosofía Del Derecho, Corporación de Estudios y Publicaciones 2017
Castro Riera, Carlos, Temas de Filosofía Del Derecho, Corporación de Estudios y Publicaciones 2017
Castro Riera, Carlos, Temas de Filosofía Del Derecho, Corporación de Estudios y Publicaciones 2017
Quito, 2017
CORPORACIÓN DE ESTUDIOS Y PUBLICACIONES
(CEP)
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Departamento Jurídico Editorial - CEP
Diagramación
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Corporación.
AGRADECIMIENTO
Agradezco a la Ing. Mónica Cabrera Proaño, por su colaboración en el levantamiento del texto final.
DEDICATORIA
.
PRÓLOGO
La presente obra tiene su origen en la cátedra de Filosofía del Derecho, que como
profesor titular principal la impartí durante algunos años en la carrera de Derecho de la
Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Cuenca,
de la cual fui honrosamente su Decano electo.
Hubiese sido una posición egoísta no compartir lo que había logrado producir y no poner
a la disposición de estudiantes y docentes estas reflexiones, investigaciones y
sistematizaciones sobre algunos de los temas de la Filosofía del Derecho.
Esta obra no es un tratado de Filosofía del Derecho, sino como su título lo expresa, son
apenas algunos temas clásicos y nuevos de la referida disciplina, que se ponen a
consideración de quienes estudian e investigan el Derecho desde la perspectiva
filosófica, de tal manera que, si por excepción se hacen referencias a normas de derecho
positivo, es tan solo para ejemplificar o reforzar la explicación.
Al tratar los temas de Filosofía del Derecho, muchos de ellos no culminan con
conclusiones lo cual se lo ha hecho a propósito porque el debate sigue abierto no solo en
relación a los temas nuevos, sino también a los temas clásicos, porque hoy en la llamada
postmodernidad se tienen diversas y nuevas interpretaciones de los problemas
investigados.
Espero que esta obra sea de alguna utilidad para los estudiantes de Filosofía del Derecho
y los docentes de esta asignatura, pero sobre todo que suscite la crítica y fecundos
debates en torno a algunos aspectos específicos analizados en esta obra, para de esta
manera seguir profundizando en los temas del problemático y apasionado universo de la
Filosofía del Derecho.
CAPÍTULO I
LA FILOSOFÍA Y LA FILOSOFÍA DEL DERECHO
Desde el punto de vista etimológico la palabra “filosofía” proviene de las raíces griegas
“filos” que significa “amor” y “sofía” que significa “saber”, razón por la cual filosofía
significa “amor a la sabiduría”, y a través del latín el término filosofía se hace conocer
como “philosophia”.
Pero este saber o conocimiento que busca la filosofía es un saber profundo, esencial, que
trata de pasar de la percepción de la apariencia al conocimiento de la esencia, de la
“intimidad” de las cosas, fenómenos o procesos, es decir transitar de una visión
unidimensional a una multidimensional.
Y el mismo autor enseña que, “para [Agnes] Heller por el contrario, la episteme no
constituye nunca un saber relativo a una sola cosa, sino que es un saber sobre una cosa en
relación con otras cosas (conjuntos). Conocer un fenómeno en el plano de la episteme
significa conocer la conexión que lo liga a otros fenómenos, captar el puesto que ocupa
en el sistema de fenómenos”.[2]
Desde un punto de vista conceptual es más complicado definir a la Filosofía ya que las
personas poseemos diferentes concepciones sobre la naturaleza, la conciencia, los seres
humanos, la sociedad, la historia y el conocimiento, en otras palabras, diversas formas de
ver el universo que nos rodea.
Desde este punto de vista, todos tenemos una visión, unas ideas, valores, percepciones,
una ideología, podríamos decir también una cierta filosofía más o menos propia de todo
el acontecer natural, social y cognitivo, por lo que es difícil ponernos de acuerdo sobre
lo que es la Filosofía, ya que existen diversas concepciones de la misma, determinadas
por la influencia de corrientes materialistas e idealistas.
Al respecto el Dr. Pedro Córdova Álvarez, enseña que: “Respecto de la Filosofía se han
dado innúmeras definiciones, a tenor de la forma de entenderla que tenga cada filósofo y
en consonancia con la época, doctrina o enfoque, de donde ella proceda. Resultaría
ocioso, aparte de inútil, el tratar de repetir aquí algunas de ellas y explicar su contenido.
Me contento con aludir a la más antigua y quizás, al mismo tiempo, la más elemental de
tales conceptuaciones, por tanto la más sencilla de comprender, y decir, repitiendo a los
primitivos filósofos, que: Filosofía es la disciplina que trata de llegar a establecer los
primeros principios y las últimas causas de las cosas”.[4]
Definición sencilla pero que puede lograr un mayor acuerdo, ya que situados en cualquier
perspectiva, sea idealista o materialista, o de cualquier otro matiz filosófico, siempre en
la actividad de filosofar trataremos de llegar a los primeros principios y las últimas
causas de las cosas.
Ahora bien, si la Filosofía es una concepción del mundo que trata de llegar a los
primeros principios y las últimas causas, la actividad filosófica como dice Jacques
Texier, se presenta como teórica, conceptual, intelectual y su objeto es la realidad, pero
tener una filosofía no es solamente concebir el mundo de una manera determinada, sino
también actuar de un modo que, en principio, corresponderá a nuestra concepción, de
manera que la Filosofía es tanto acción como concepción.[5]
Por lo tanto “Una concepción del mundo es inseparable de las normas de conducta que le
corresponden: a la vez conocimiento, es moral y política”.[6]
El término Derecho en cuanto a su etimología procede del latín directus que significa
derecho, directo, derivándose su entendimiento también a lo recto, correcto. A su vez el
término directus se deriva de dirigere que significa dirigir, conducir, enderezar, alinear.
[7]
Por lo tanto desde una noción etimológica el término Derecho significaría “lo que
conduce rectamente”,[8] pero también tiene la connotación de “lo que va de un lugar a
otro de la manera más segura y adecuada posible, lo que avanza sin torcer el rumbo; el
modo más rápido, elemental, pero al mismo tiempo, el más eficaz y provechoso, de ir de
un lado a otro… todo lo cual nos da a entender que tiene que ver con “poner orden” o
“encauzar”… el “camino recto”… “el mejor de los caminos”, aquel por el cual deberá
transitar la sociedad…”.[9]
En cuanto a la noción conceptual del Derecho, para respondernos a la pregunta ¿Qué es
el Derecho?, no es un tema sencillo como aparecería, sino más bien complejo. Para
demostrar aquello seguiremos el razonamiento que sobre este problema realiza el
maestro Manuel Atienza.[10]
Luego analiza las diferentes clases de definiciones, tales como las definiciones
legislativas que son las empleadas por el legislador para dar mayor claridad y precisión
a los textos, pero también operan como mecanismos de distribución de poder, ya que si
decide definir con mucha exactitud los términos de una ley, lo que está tratando es que el
poder de los aplicadores e intérpretes sea el menor posible.[12]
Finalmente, las definiciones reales tienen la función práctica que consiste en resolver un
problema normativo, en encontrar una solución que no estaba (o solo estaba de manera
implícita) en las normas del sistema; son operaciones que permiten conectar palabras con
realidades, con objetos.[15]
Es un buen punto de partida para ello distinguir entre las palabras, los conceptos y los
objetos: entre el término Derecho, el concepto “Derecho” y el objeto Derecho. Los
términos designan conceptos, los cuales pueden o no referir a la realidad. Así hay
términos sin designación como los artículos él o la que no designan por sí mismos ningún
concepto; hay términos que designan conceptos que no tienen referencia como “infinito”,
“unicornio”, o “utopía”; y términos que designan conceptos que tienen referencia
empírica u objetiva. La existencia tanto de designación y referencia es lo que ocurre con
el término Derecho y con la mayor parte de los términos de los que se ocupan los
juristas.[16]
Este tema tiene relación con el surgimiento de la Filosofía del Derecho en el contexto
filosófico y jurídico y por lo tanto la justificación de su presencia en el mundo del
conocimiento. Al respecto Luis Recaséns Siches[20] plantea la existencia de dos vías a
través de las cuales se constituye la Filosofía del Derecho, la vía de los filósofos y la vía
de los juristas.
Así empezaron a reflexionar sobre la justicia (Dike), las leyes reveladas por las
divinidades y las leyes humanas, las leyes injustas, la fuerza y la ley, la justicia como
igualdad, daño y retribución, la superioridad del Derecho Natural Divino, lo justo por
naturaleza y lo justo por ley y otras preocupaciones.
El pensamiento filosófico ya maduro, referente de inicios de la Filosofía, se encuentra en
Sócrates (469-399 a.C.) y en la evolución posterior de la Filosofía, se constituyen
algunas ramas de la misma: Metafísica, Gnoseología, Psicología y Ética.[23]
Con esto queda determinada la posición de nuestra disciplina, la cual, es, pues, una parte
de la Filosofía y precisamente de la Filosofía práctica o Ética”.[24]
Para completar este tema, demos una pequeña noción de cada una de las ramas de la
Filosofía que henos anotado:
La Ontología: proviene de las raíces, ontos que significa ser y logos que significa tratado,
de manera que es la rama de la Filosofía que se ocupa de la esencia del ser.
La Teoría del Conocimiento, Gnoseología o Epistemología: que tiene como objeto todo
lo relacionado con el conocer.
La Psicología: que tiene como objeto el estudio de la vida anímica, afectiva y volitiva.
La Lógica: que tiene como objeto el estudio del pensamiento, pero desvinculada de la
actividad del pensar del cual se origina.
La Estética: que es la rama de la Filosofía que tiene como objeto el estudio de la belleza,
en tanto que la Axiología tiene como objeto los valores.
La Filosofía Moral: que tiene por objeto el estudio la conducta humana desde el punto de
vista subjetivo, de la interioridad de la conciencia (sub iectum).
La Filosofía Jurídica: que tiene por objeto de estudio la conducta humana desde el punto
de vista externo, del comportamiento objetivo (ob iectum).
En este sentido los conceptos o categorías fundamentales del Derecho exigen una
reflexión, investigación y análisis que solo puede desarrollarse con una visión más
holística del Derecho, esto es tomándolo como una totalidad, lo cual rebasa la
perspectiva de la Jurisprudencia, siendo necesaria la construcción de una Teoría General
del Derecho o Teoría Fundamental del Derecho, que rebasando las limitaciones de la
Ciencia Jurídica, pueda proporcionarnos esa comprensión unitaria, esencial y universal
del fenómeno jurídico, derivando así hacia la Filosofía del Derecho, para encontrar
respuestas que surgen en la aplicación y práctica del Derecho.
Precisar el objeto de toda disciplina del conocimiento es una tarea compleja, no se diga
si se trata de una rama de la Filosofía Práctica, como es la Filosofía del Derecho, cuyos
dominios incluye el enfoque tanto filosófico como el jurídico.
Por otra parte el objeto de la Filosofía del Derecho varía de acuerdo a diversas
concepciones de la misma, así se la concibe en el caso de Giorgio del Vecchio como
parte de la Filosofía Práctica; Miguel Reale como investigación de los principios
lógicos, éticos e histórico-culturales del Derecho; Karl Larenz como uno de los modos de
contemplación del Derecho; V. Radbruch como teoría del Derecho justo; Kelsen como
rama de la Filosofía Moral; Alf Ross como problemas iusfilosóficos en vez de Filosofía
del Derecho; N. Bobbio como Teoría del Derecho, teoría de la Justicia y teoría de la
Ciencia Jurídica; y, Jorge Millas como contribución a la inteligencia jurídica.[25]
Giorgio del Vecchio, parte señalando que ninguna ciencia jurídica en sentido estricto
puede explicar que es el Derecho en el sentido universal, sino únicamente lo que es el
Derecho (o una parte del Derecho) en un cierto pueblo y en un determinado tiempo, y que
por lo mismo la definición del Derecho in genere, es una investigación que trasciende la
competencia de todas y cada una de las Ciencias Jurídicas particulares, correspondiendo
dicha tarea a la Filosofía del Derecho, para lo que propone tres investigaciones: la
investigación lógica, la investigación fenomenológica y la investigación deontológica.
[26]
La Teoría Fundamental por lo tanto tiene como objeto dilucidar acerca del concepto
universal o esencial del Derecho que constituye el supuesto básico de toda Ciencia
Jurídica, así como de otros supuestos que acompañan como un “séquito” a dicho
concepto, como son las categorías o nociones generales tales como Derecho subjetivo,
deber jurídico, persona, objeto, relación jurídica, supuesto jurídico, consecuencia
jurídica, nociones todas ellas que constituyen la estructura esencial de toda norma, de
toda figura y de toda situación jurídica y que no son exclusivas de determinados
ordenamiento jurídicos, sino comunes a todos ellos.[31]
La Estimativa o Axiología Jurídica, tiene como objeto lo que debería ser el Derecho, el
deber ser, lo cual es resultado de una operación de valoración y por lo tanto de
comparación de lo que es el Derecho, tal cual existe en la realidad, como norma positiva
aplicada a un caso, de lo que debe ser, del mejor Derecho posible con respecto a la
circunstancia concreta que se refiere, y por lo tanto, si cabría mejorarlo en alguna
manera.[32]
Estos problemas derivados de la crítica al Derecho como es, estos juicios estimativos,
justificativos o valorativos del Derecho, están más allá de las ciencias jurídicas
particulares.
Finalmente Luis Recaséns Siches, a los dos grandes campos de la Filosofía del Derecho
a los que hemos hecho referencia (Teoría General o Fundamental del Derecho y
Estimativa o Axiología Jurídica), añade un tercer campo, referido a la Política
Legislativa y Política Judicial, cuyas preocupaciones tienen que ver con aspectos tales
como: la norma válida aplicable al caso controvertido, convertir los términos generales
de la ley o del reglamento en una norma singular y concreta para el caso particular
debatido, la elección del método de interpretación para tratar el caso concreto, el
problema de cómo ha de actuar el juez cuando la aplicación de una norma, en apariencia
vigente, al problema singular sometido a su conocimiento, llevaría a un resultado
notoriamente injusto.[33]
A estos problemas, considero se podrían añadir otros de igual o mayor trascendencia
tales como hasta dónde debe alcanzar la competencia normativa del Estado, la
imposición de una moral y ética oficial en las normas y en su interpretación, cuáles son
las conductas sociales punibles, la independencia de los jueces, la subsunción de la
función judicial a la función ejecutiva, y el pluralismo jurídico y la unidad normativa y
judicial.
CAPÍTULO II
FILOSOFÍA DEL DERECHO Y CIENCIA DEL DERECHO
Los seres humanos por el solo hecho de vivir, y a través de sus sentidos y su conciencia
racional, entran en relaciones con la realidad social e histórica y con la naturaleza, ya
que para subsistir despliegan todas las actividades que les permiten obtener los bienes
para satisfacer sus necesidades.
La realidad social e histórica es construida por los seres humanos, mientras que la
realidad natural, nos viene dada, pero en uno y otro caso, los seres humanos para
subsistir se ven obligados a transformar esa realidad y en ese proceso de transformación
o praxis social obtienen el conocimiento de la realidad.
Este subtítulo puede sugerir que el sujeto y el objeto del conocimiento son dos entes
separados, pero en la realidad tienen una existencia inescindible, es decir conforman una
unidad en la que existe una interacción dialéctica, ya que el mismo sujeto del
conocimiento, el ser humano, es producto de la naturaleza y de la sociedad, y en su
misma constitución como ser vivo, expresa la unidad entre la conciencia y la materia.
Por lo tanto, el sujeto del conocimiento es el ser humano, pero no el ser biológico y
racional en abstracto, sino el ser humano, real y concreto, que vive y actúa en
determinado contexto natural, social, económico, político, en una palabra, contexto
cultural, un sujeto producto de la sociedad, que conoce en y a través de la sociedad, y por
lo tanto a través de la ideología de la sociedad y en general de los referentes culturales
de la sociedad.
El concepto “es la forma del pensamiento que refleja los indicios sustanciales de un
objeto o una clase de objetos homogéneos”: el juicio “es la forma del pensamiento por la
cual se afirma o se niega algo respecto de los objetos, sus indicios y relaciones”; y, el
razonamiento “es la forma del pensamiento mediante el cual, partiendo de uno o varios
juicios verdaderos, denominados premisas, llegamos a una conclusión conforme a ciertas
reglas de inferencia”.[35]
Por lo tanto, el conocimiento se eleva desde la praxis hacia la teoría, y desde lo sensorial
o sensible a lo racional o lógico a partir de lo cual se constituye el pensamiento abstracto
que se expresa en las teorías científicas y filosóficas conformadas por categorías, leyes y
principios, con sus correspondientes métodos de investigación generales y específicos.
Al respecto Henri Lefebvre manifiesta que las características más generales del
conocimiento tomado como un hecho son:
Al ser el conocimiento humano un reflejo del mundo objetivo en la conciencia del ser
humano, inmediatamente surge el problema de si ese reflejo tiene un contenido
objetivamente verdadero, pero qué es la verdad y cuál es el criterio de verdad.
Por lo tanto, se podría decir que la verdad resulta de la coincidencia entre el movimiento
de la realidad y el movimiento del pensamiento, lo cual implica que la verdad es un
producto al cual se llega a través de un proceso o método pertinente de conformidad con
la naturaleza del objeto.
Solo a partir de esta concepción se puede comprender que, para la ciencia y la Filosofía,
la teoría refleja la realidad de un modo aproximado y el papel que el error desempeña en
el proceso del conocimiento, ya que es imposible de excluir por completo los elementos
del error de los actos cognoscitivos, lo que lleva a la necesidad de tener conciencia de
los mismos, tenerlos presentes y superarlos. Por todo ello, el conocimiento a la vez que
es falible, es también perfectible, lo cual es contrario de todo enfoque anti o a-histórico y
de toda proclamación de verdades absolutas e inmutables.
Por ello la verdad absoluta y la verdad relativa son categorías “que caracterizan el
proceso de desarrollo del conocimiento y revelan la correlación existente entre: 1) lo ya
conocido y aquello que lo será en el ulterior avance de las ciencias; 2) lo que, conocido
ya, puede ser cambiado, puntualizado o refutado en el curso del ulterior progreso de las
ciencias y lo que permanece irrefutable”.[41]
Consecuentemente, si los fenómenos sociales están sometidos a las mismas leyes de los
fenómenos naturales, lo que equivale decir, que tanto la sociedad como la naturaleza, se
rigen por las mismas leyes naturales, esto significa que, lo que acontece en la sociedad,
está regido por leyes invariables, independientes de la voluntad y de la acción humana,
ante lo cual solo cabe observar, describir, aceptar los hechos, nada de interpretar, peor
transformar, porque llana y sencillamente, lo que acontece en la sociedad es natural.
Por lo tanto, las realidades presentes, se constituyeron en un proceso natural que tuvo su
curso inalterable, frente a lo cual, como dice Comte, no cabe ni admirar ni maldecir los
hechos políticos, pues los mismos coexisten y se concatenan en un orden que discurre
naturalmente, y ante lo cual hay que tener una resignación positiva, aceptar los hechos tal
cual aparecen en su realidad natural e inamovible. La historia fue y es como se presenta y
punto, debiendo desde una filosofía positiva, aceptarse con espíritu positivo, no negativo,
crítico.
Si Comte hace una analogía de la sociedad con la naturaleza, Emilio Durkheim hace una
analogía entre la sociedad y el organismo vivo, de manera que las mismas leyes que rigen
a los organismo vivos, rigen también a la sociedad, lo cual significa que para llegar a la
objetividad hay que considerar los hechos sociales como naturales, siendo su primera
regla tratarlos como si fuesen “cosas”, pues en la sociedad lo mismo que en el animal,
cada órgano cumple una función natural, especializada, dentro de la división de tareas,
que en conjunto constituyen un sistema que funciona armónicamente, lo cual nos llevaría a
considerar que en la sociedad reina una armonía natural en medio de la división social
del trabajo.
Si se parte de la premisa que las leyes que rigen al organismo biológico, rigen también
para la sociedad, entonces, tendríamos que admitir que cabe la aplicación de las leyes de
Darwin para interpretar la realidad social, con todas las consecuencias que ello
conlleva.
Por ello Marx, nunca ocultó el carácter de su teoría, que, al mismo tiempo de su
pretensión científica, tenía un propósito ideológico político (revolucionario), de tal
manera que su doctrina constituyó una verdadera ruptura en el ámbito de la ciencia
social, rompiendo con la llamada ciencia oficial y burguesa a partir de una crítica radical
de sus fundamentos filosóficos, sociales e históricos, evidenciando ante los trabajadores
los intereses que representa y su carácter alienante.
Sin embargo, si toda teoría social, de una forma u otra, está ligada a una ideología, y por
lo tanto expresa, el punto de vista de una clase social, entonces es necesario, encontrar el
criterio de verdad, de objetividad, pues caso contrario se caería en un relativismo
ideológico conceptual, donde no hay ninguna certidumbre respecto de la objetividad.
Es en este contexto que se debe comprender aquella famosa formulación de Marx, en las
Tesis sobre Feurbach en el sentido de que: “El problema de si al pensamiento humano se
le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema
práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la
realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento”.
Para el eclecticismo, cuya cabeza más visible es Karl Mannheim, se parte reconociendo,
que la posición social del sujeto cognoscente influye en la perspectiva de análisis de los
fenómenos socio históricos, siendo éste uno de los elementos componentes de las
determinaciones sociales del conocimiento, los mismos que fueron desarrollados por el
citado autor, siendo el precursor de la Sociología del Conocimiento.
Si se reconoce que la posición social del sujeto condiciona su punto de vista respecto de
la realidad social, entonces, se estaría ante la presencia, de diversas perspectivas de
análisis que corresponden a estas diferentes posiciones sociales, las mismas que por
dicha determinación social, serían en sí mismas unilaterales, interesadas, fragmentarias,
sin que lleguen a captar la esencia objetiva de los objetos, fenómenos y procesos, por lo
que para llegar a la verdad objetiva, es necesario realizar una síntesis de las diferentes
perspectivas unilaterales.
Dicha síntesis o mediación dinámica solo podrían hacer aquellos entes, que sin
representar ni intereses ni deseos específicos, de los grupos o clases sociales, solo estén
interesados en la verdad y nada más que la verdad, es decir solo por el conocimiento
objetivo, el reino de la sabiduría pura, y que se constituyen como depositarios de lo que
Mannheim llama la “inteligencia sin ligas”, es decir una inteligencia pura, no
comprometida, ni vinculada con un determinado sector social, lo cual solo puede
encontrarse en las universidades o instituciones de enseñanza superior.
El autor de esta tesis, no repara en el hecho de que las universidades y las instituciones
de enseñanza superior, forman parte de los aparatos ideológicos del Estado, que
contribuyen a la reproducción de la ideología de la sociedad, y bien sabemos que la
ideología de toda sociedad, lo es de su clase dominante, aparte del hecho de que las
universidades no son entes aislados del sistema social, están inmersos en el mismo, y
reproducen en su interior la estructura social de la sociedad, aunque en términos
generales su constitutivo lo sea la pequeña burguesía, sector social que también tiene sus
propios intereses. Por lo demás difícil tarea la de realizar una síntesis de perspectivas
contrarias, no se diga antagónicas y por lo tanto excluyentes.
Así por caso, si bien la visión formal, metafísica y dogmática considera la existencia de
verdades absolutas, eternas, definitivas, perfectas, trascendentales a las imperfecciones
del pensamiento humano, que nos lleva a la oposición entre lo absolutamente verdadero o
absolutamente falso, a la exclusión total entre la verdad y error, sin embargo el
pensamiento se desarrolla desde lo inferior a lo superior, por aproximaciones sucesivas
a verdades cada vez más profundas y maduras, por lo tanto también a través de errores
parciales, momentáneos, transitorios, en donde lo que aparece como verdadero se
transforma en falso y viceversa, lo cual no quiere decir que se pretenda desconocer la
existencia de la disyunción y el dilema en la lógica formal entre el error y la verdad,
como procedimientos racionales, rigurosos indiscutibles y útiles, pero cuando se
considera el contenido concreto, el dilema formal se relativiza, ya que lo real, el
contenido presenta matices, transiciones y no se deja encerrar siempre en un dilema. Lo
señalado implica que la oposición formal y estéril de lo verdadero y falso, debe ceder
paso a una concepción en la que la verdad y error están en una interacción dialéctica, que
permite superar verdades y errores parciales para ir acercándonos a una verdad más
objetiva.[44]
Más precisamente “El pensamiento tomado en sí mismo, puede ser considerado como
forma y conjunto de formas. Estas formas no se comprenden fuera del contenido
objetivo… (…) … En el límite fuera del contenido, estas formas se desvanecen; no hay
pensamiento “puro”, ni inteligencia “pura”, ni lógica “pura” o puramente forma. Las
formas del pensamiento no pueden, pues, ser aprehendidas aisladamente, como un “algo”,
y precisamente porque no pueden aislarse intervienen sin cesar y eficazmente en la
acción.[47]
Así se explica entonces el tránsito de lo desconocido a lo conocido y recíprocamente.
Queda claro entonces que la inteligencia o entendimiento, separa, aísla, analiza los
objetos de la realidad total, en cambio la razón restablece o reintegra la realidad como
una totalidad, con sus estructuras y nexos, de manera que estos dos procesos engendran el
conocimiento y no pueden ser tratados y reducidos a la simple oposición de un concepto
frente a otro, sino por el contrario considerarlos en su mutua interacción, pues mientras el
entendimiento disgrega y abstrae, la razón inteligente o entendimiento racional, como la
llama Hegel, critica el análisis, supera la abstracción y restituye la unidad, la totalidad,
alcanzando un conocimiento de otra cualidad.
Esto implica una relación íntima, donde el conocimiento mediato por la acumulación de
conocimientos puede transformarse en conocimiento inmediato que es una suerte de
nueva línea de base para avanzar a otro conocimiento más superior.
Por lo tanto, penetrar en lo real es alcanzar por medio del pensamiento, un conjunto cada
vez más amplio de relaciones, detalles, elementos, particularidades, aprehendidas en un
todo, el mismo que no puede coincidir con la totalidad de lo real, ya que el acto del
pensamiento aísla pues de la totalidad de lo real eso que se llama justamente un “objeto
de pensamiento” y dicho producto “abstracto” del pensamiento no es más que un
producto de la acción práctica. Esto significa que un objeto de pensamiento puede ser, a
la vez y simultáneamente, más abstracto y más concreto que la experiencia sensible. Más
abstracto, puesto que ha perdido el carácter inmediato de lo sensible; más concreto,
puesto que penetra más a fondo en lo real.[51]
Este poder de separar del mundo ciertos objetos define a la inteligencia o entendimiento,
un poder de abstraer, de reducir a su simple expresión el contenido concreto, pero este
objeto aislado, solo puede permanecer en dicho estado momentáneamente, como un
medio o una etapa intermedia para penetrar en lo real, en la medida que la inteligencia se
completa con la razón. Por ello el conocimiento mediato es abstractivo, y es necesario
pasar por las etapas intermedias para ir de la ignorancia al conocimiento, y el
intermediario, el medio, no es sino nuestro poder de abstracción, pero el contenido
concreto de lo abstracto -su verdad relativa- solo aparece y se restablece a continuación
en el grado superior. La verdad de lo abstracto se encuentra, así en lo concreto, y para la
razón dialéctica, lo verdadero es lo concreto; y lo abstracto no puede ser más que un
grado en la penetración de ese concreto, un momento del movimiento, una etapa, un
medio para aprehender, analizar, determinar lo concreto. Así lo verdadero es racional, y
es lo real, lo concreto.[52]
En cambio, la síntesis es una operación experimental (real) o racional (ideal) por medio
de la cual se rehace, en sentido inverso, el camino recorrido por el análisis, razón por la
que la síntesis reconstruye la unidad, el todo y en tal virtud la síntesis está presente al
momento de hacer el análisis para orientar la misma y mantener el enlace de los
elementos y la perspectiva del todo. La síntesis es por lo tanto una operación racional
por excelencia, en tanto que el análisis es la operación de la inteligencia, y es así como
mientras el análisis desestructura y niega el todo, la síntesis niega esta negación, este
momento aislador, y culmina afirmando el todo.[54]
Cabe advertir que las premisas o principios generales de los cuales parte la operación
deductiva, al igual que ocurre con la segunda premisa, constituyen enunciados cuyo
contenido precisa haber sido comprobado o previsto por la inducción, con lo que se
evidencia, que estos dos procesos de inducción y deducción se complementan, para
posibilitar el avance del conocimiento.
Para desarrollar el tema de la relación de la Filosofía del Derecho con la Ciencia del
Derecho es necesario partir analizando la relación entre conocimiento filosófico y
conocimiento científico.
Eduardo García Máynez señala las siguientes diferencias entre estos dos tipos de
conocimiento:
a) La Filosofía pretende dar una explicación exhaustiva del mundo, del hombre y de
la actividad humana, la ciencia da una explicación parcial de lo existente;
Esto significa que la Filosofía se presenta como un conocimiento de carácter más general
y abstracto, mientras que el conocimiento científico se presenta como un conocimiento de
carácter más particular y concreto, lo que significa que la filosofía es mas de carácter
especulativo, mientras que la ciencia queda acotada (limitada) al ámbito de la realidad.
Por otra parte, la Filosofía para su labor utiliza el método filosófico, en cambio la
ciencia o quizás mejor, las ciencias, utilizan el método científico general y los métodos y
técnicas particulares de cada ciencia específica.
De lo que hemos analizado hasta el momento, se deduce que la Filosofía del Derecho es
una disciplina que trata de abarcar el Derecho en su aspecto universal, buscando
explicarlo desde su nacimiento y a través de su evolución histórica y determinar su deber
ser, esto es, investigar lo que hay de general y permanente en el Derecho con una visión
unitaria, coherente y completa del mismo.
La línea demarcatoria entre Filosofía del Derecho y Ciencia del Derecho, se remonta a la
filosofía de Kant, quien distinguió entre “quid jus” y “quid juris”. Refiriéndose a ello
Giorgio del Vecchio, manifiesta que: “La definición del Derecho in genere, es una
investigación que trasciende de la competencia de todas y cada uno de las Ciencias
Jurídicas particulares: y constituye precisamente el primer tema de la Filosofía del
Derecho. Como dijo con gran justeza Kant, las Ciencias jurídicas no responden a la
cuestión “quid jus”? (qué es lo que debe entenderse in genere por Derecho), sino
únicamente a la pregunta “quid juris”¨? (qué ha sido establecido como derecho por un
cierto sistema).[59]
Con estos antecedentes se considera a la Filosofía del Derecho, como: “la disciplina que
define al Derecho en su universalidad lógica. Investiga los orígenes y los caracteres
generales de su desarrollo histórico, y lo valora según el ideal de la justicia trazado por
la pura razón”.[60]
Refiriéndose a la labor de los juristas, Luis Recaséns Siches, expresa que: “El jurista
estudia los preceptos del Derecho Positivo. Como todo conocimiento científico, la
Ciencia del Derecho es un conocimiento de unos determinados objetos, seccionados por
abstracción del resto de las cosas; por tanto, constituye un conocimiento fragmentario y
también dependiente, un conocimiento apoyado en unos supuestos. Entre tales supuestos
figura, en primer lugar, el concepto universal del Derecho, es decir, la esencia de lo
jurídico, común a todas las manifestaciones reales o posibles del Derecho”.[61]
En igual sentido se pronuncia Icilio Vanni, al señalar que: “La Filosofía del Derecho es
la ciencia que, al tiempo que integra las ciencias jurídicas en la unidad de sus principios
más generales, enmarca el Derecho dentro del orden universal, y en relación a éste nos
ofrece una explicación de su formación histórica en el seno de la sociedad humana y
busca sus exigencias racionales desde el punto de vista ético”.[62]
En consecuencia, la Filosofía del Derecho se presenta por lo tanto como una disciplina
de naturaleza más teórica, especulativa, general y abstracta, en tanto que la
Jurisprudencia o Dogmática Jurídica o Ciencia de Derecho, se presenta como un campo
de conocimiento más práctico, realista, particular y concreto.
En nuestro estudio, nos hemos referido a la Jurisprudencia con otras dos denominaciones:
Dogmática Jurídica y Ciencia del Derecho, pero también existe todo un debate que
perdura hasta la actualidad sobre el carácter científico del Derecho. ¿Es por lo tanto el
Derecho una ciencia?
a) Que el objeto del Derecho (positivo) es efímero y cambiante según tiempo y lugar,
cuando el objeto de una auténtica ciencia se caracteriza por su inmutabilidad, por su
permanencia e inmovilidad temporal y espacial;
b) Que el Derecho no está regido, como las ciencias verdaderas, por leyes
determinadas de carácter general;
c) Que mientras que el objeto de las ciencias es ajeno a cualquier estado de ánimo,
el Derecho está impregnado de emotividad y sentimentalismo; y,
Dice textualmente Kirchmann “Los juristas se ocupan, sobre todo, de las lagunas, los
equívocos, las contradicciones de las leyes positivas; de lo que en ellas hay de falso, de
anticuado, de arbitrario. Su objeto es la ignorancia, la desidia, la pasión del legislador…
Por obra de la ley positiva, los juristas se han convertido en gusanos que solo viven de la
madera podrida; desviándose de la sana establecen su nido en la enferma. En cuanto la
ciencia hace de lo contingente su objeto, ella misma se hace contingente; tres palabras
rectificadoras del legislador convierten bibliotecas enteras en basura… Todas las
ciencias tienen leyes y las leyes son su finalidad suprema. Todas las ciencias en todos los
tiempos tienen, además de las leyes verdaderas, otras falsas. Pero la falsedad de éstas no
ejerce influencia alguna sobre su objeto… otra cosa ocurre con las leyes positivas del
Derecho. Respaldadas por la fuerza, se imponen verdaderas o falsas al objeto… Si en
todos los demás campos, el saber deja incólume el ser, retrocediendo con veneración
ante él, la ley positiva en el Derecho consigue todo lo contrario. El saber, aún el falso y
deficiente, se sobrepone al ser…”.[65]
En cuanto a que el Derecho no está regido como las otras ciencias por leyes generales,
aquello constituye una imprecisión, ya que las ciencias tienden a establecer principios y
leyes, -diferente a que las ciencias (como tales) estén regidas por leyes- respecto de sus
objetos, fenómenos y procesos, pero no solo las ciencias naturales, sino también las
sociales, incluyendo la Jurisprudencia, que tiende a establecer categorías, regularidades
y principios.
Verdad es, que el objeto del Derecho está impregnado de emotividad y sentimentalismo,
pues constituye un producto volitivo, psicológico, pero aquello se puede predicar
también para los objetos de las ciencias sociales ya que la sociedad es algo construido,
producto de la cultura. Todo objeto de la ciencia, aún de las ciencias físicas y naturales,
son objetos pensados, percibidos por la compleja subjetividad de los seres humanos.
Por otra parte, no hay que confundir “ley como principio científico” con “ley como
principio normativo”, es decir ley como norma de conducta social, con las leyes
científicas; una cosa es la ley de la gravedad y otra cosa es la ley laboral que obliga al
empleador pagar el salario al trabajador y puntualmente.
Para finalizar esta crítica de la crítica, no está por demás señalar y no hace falta
argumentar que, en las ciencias el qué, cómo, cuándo, cuánto, por qué y para qué se
investiga, lo define el poder político que está impregnado de voluntad, emotividad,
pasión, intereses, en forma similar a lo que ocurre con un legislador.
Si se aplican los rasgos contenidos en esta definición de ciencia, se puede concluir que
todos ellos son predicables a la Ciencia del Derecho. En efecto:
Por su parte Mario Bunge define a la ciencia como un conocimiento racional, sistemático,
exacto, verificable y por consiguiente falible.[67]
El referido maestro, simplifica aún más la definición de ciencia, al sostener que una
ciencia es una disciplina que utiliza el método científico con la finalidad de hallar
estructuras generales (leyes).[68]
Coherente con sus definiciones, sostiene que “la ciencia no pretende ser verdadera, ni,
por tanto, final e incorregible, cierta, como, en cambio, hace la Mitología. Lo que afirma
la ciencia es (i) que es más verdadera que cualquier modelo no-científico del mundo; (ii)
que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación empírica, esa pretensión de verdad;
(iii) que es capaz de descubrir sus propias deficiencias, y (iv) que es capaz de corregir
sus propias deficiencias, o sea, de construir representaciones parciales de las estructuras
del mundo que sean cada vez más adecuadas… Lo que permite a la ciencia alcanzar su
objetivo -la construcción de reconstrucciones parciales y cada vez más verdaderas de la
realidad- es su método”.[69]
Ahora veamos cuales son las características de la ciencia, para ver si ellas son
aplicables a la Jurisprudencia:
Para esta tarea seguiremos en lo esencial a Rosalío López Durán en su obra Filosofía del
Derecho:[72]
La Ciencia Formal tiene por objeto “la forma de las ideas”, se caracteriza por ser
“autosuficiente por lo que hace al contenido y al método de prueba”, “se refiere a las
fórmulas analíticas, esto es, a fórmulas que pueden convalidarse por medio del mero
análisis racional”.
La Ciencia Factual tiene por objeto los hechos por lo que hace al contenido y
significación, y dependen del hecho experimental para la convalidación, contiene
fórmulas sintéticas o sea “fórmulas que no pueden ser convalidadas solo por la nuda
razón”.[73]
Tomando esta clasificación, para unos el Derecho se encasilla dentro de las ciencias
formales, viéndolo desde su estructura lógica-lingüística; y para otros se ubica dentro de
las factuales-culturales. Para Ortega y Gasset el Derecho es parte de la cultura (vida
humana objetivada). En cualquier caso, el Derecho se encasilla dentro de la ciencia.
Mario Bunge también clasifica a la ciencia por sus objetivos o fines,[75] resultando de
ello:
a) La ciencia pura, (llamada también básica o fundamental), que tiene por objeto un
fin puramente cognitivo, el desarrollo teórico, “para incrementar nuestro
conocimiento” (objetivo intrínseco, o cognitivo); sirve de base para la investigación
práctica. Se afinan teorías, hipótesis, métodos y técnicas.
El Derecho participaría tanto del mundo de la ciencia pura como de la ciencia aplicada,
de manera que el Derecho estaría ubicado en los dos pisos: teórico - práctico.
Por su parte Kedrov y Spirkín clasifican a la ciencia, estableciendo por un lado los
objetos de estudio y colocando la ciencia que le corresponde:[76]
Otro “objeto” constituye las “leyes del desarrollo más generales”, cuyo estudio
corresponde a la “Dialéctica”.
Las ciencias técnicas se ubican entre las ciencias naturales y las ciencias sociales; las
matemáticas entre las ciencias naturales y las ciencias filosóficas; y las humanidades
entre las ciencias sociales y las ciencias filosóficas. La Psicología se ubica en la
intersección del mundo biológico, social y filosófico.
Externa:
Psicología de la ciencia
Sociología de la ciencia
Historia de la ciencia
Interna:
Lógica de la ciencia
Metodología de la ciencia
Filosofía de la ciencia
El Derecho participa en ambos niveles: por un lado, se encuentran la psicología jurídica,
sociología jurídica e historia del derecho; y, por otro lado, la lógica jurídica,
metodología jurídica y la filosofía del derecho.
De los antecedentes expuestos, que dan pistas para resolver el tema del carácter
científico del Derecho, se pueden establecer las siguientes tesis al respecto.[78]
La primera tesis niega el carácter científico del Derecho, ya que éste consistiría en una
mera técnica de control social, integrada por el conjunto de normas para mantener la
cohesión social y garantizar el orden social establecido, esto es, un sistema social.
La segunda tesis afirma el carácter científico del Derecho y para unos la Ciencia
Jurídica es de carácter formal o eidética, concepción que se remonta a la Teoría Pura del
Derecho de Hans Kelsen; mientras que para otros como Savigny, consideran a la Ciencia
del Derecho como una ciencia fáctica en tanto se piensa al Derecho como producto de la
realidad de los pueblos, de su espíritu, su cultura o idiosincrasia.
La tercera tesis afirma que existen varias Ciencias del Derecho, si le tomamos al
Derecho como objeto general de estudio. Al efecto, Luis Recaséns Siches establece que
se puede estudiar al Derecho como norma, como valor o como suceso, cada uno de los
cuales a su vez puede desplegarse en dos distintos planos, en el plano filosófico y en el
plano empírico o positivo.[79]
Como norma lo estudia la Ciencia Jurídica; como valor, la Filosofía del Derecho y como
suceso o hecho, la Sociología del Derecho. Esta tridimensionalidad del Derecho
considerado desde los niveles filosófico y empírico daría lugar a las siguientes
disciplinas jurídicas: si se lo estudia al Derecho desde la perspectiva del “valor” en el
nivel filosófico da lugar a la Axiología Jurídica y en el nivel empírico a la Política
Jurídica; si se lo estudia como “norma” en el nivel filosófico da lugar a la Teoría
General o Fundamental del Derecho y en el nivel empírico a la Ciencia Dogmática o
Técnica del Derecho Positivo; y, si se lo estudia como “hecho social” en el nivel
filosófico da lugar a la Culturología Jurídica y en el nivel empírico a la Historia del
Derecho y a la Sociología del Derecho.
CAPÍTULO III
CLASES DE DERECHO, DERECHO OBJETIVO Y DERECHO SUBJETIVO
13. Facultad natural del hombre para hacer legítimamente lo que conduce a los fines de
su vida.
14. Facultad de hacer o exigir todo aquello que la ley o la autoridad establece en nuestro
favor, o que el dueño de una cosa nos permite en ella.
15. Consecuencia natural del estado de una persona, o sus relaciones con respecto a
otras.
18. Conjunto de principios, preceptos y reglas a que están sometidas las relaciones
humanas en toda sociedad civil, y a cuya observación pueden ser compelidos los
individuos por la fuerza.
21. Facultad que abraza el estudio del derecho en sus diferentes órdenes.
31. Cantidades que se cobran en ciertas profesiones; como los del notario, del arquitecto
etc.”.[80]
Por lo tanto, el término “derecho” tiene diversas acepciones dependiendo si es enfocado
desde el punto de vista etimológico (directo, recto, correcto): derecho como lo justo;
derecho como facultad o atribución subjetiva; derecho como norma o regla de conducta;
derecho como Ciencia Jurídica, derecho como Facultad de una universidad; derecho
como acción que se tiene en una cosa; derecho como tasa, retribución, honorario o
retribución.
Los mitos primitivos constituyen las primeras formas de acercarse hacia un conocimiento
e interpretación de las cosas, fenómenos y procesos de la realidad natural y social, que a
su vez determinaron estilos de comportamiento (conductas) tanto individuales como
colectivas, que contribuyeron al ordenamiento de la sociedad primitiva.
Igual papel cumplió la religión primitiva con sus creencias y ritos, llegando a establecer
normas religiosas que eran verdaderas reglas de conducta general en los grupos sociales
primitivos, siendo sus sacerdotes y profetas, autoridades que, o guiaban directamente a
los pueblos o aconsejaban en la toma de decisiones trascendentales de la comunidad.
Inclusive normas de comportamiento social que nada tenían de religiosas o relacionadas
con la divinidad, pero una vez establecidas por las autoridades religiosas o guías
espirituales, automáticamente adquirían una connotación religiosa o divina y por lo tanto
eran acogidas y cumplidas por los grupos sociales de la comunidad primitiva.
Otro impulso para la aparición del Derecho lo dieron los reyes, autoridades y
funcionarios al expedir normas jurídicas cuyo contenido lo hacían conocer a través de
bandos y otras formas de publicidad, y posteriormente con el desarrollo del Estado
esclavista se dictaron normas jurídicas que regulaban el matrimonio, la propiedad, la
herencia, la compraventa, el arrendamiento, el préstamo, el crédito, el contrato de la
fuerza de un hombre libre, las servidumbres y otras relaciones, lográndose un gran
perfeccionamiento jurídico como en el caso del derecho romano.
La palabra “objetivo” proviene de “objeto” y ésta de las raíces latinas “ob” que significa
“fuera” y “iectum” que significa “lanzado”, de tal manera etimológicamente “objeto”
significa “lanzado fuera”. Por lo tanto el Derecho Objetivo, es aquel que tiene una
existencia fuera de la conciencia, por lo que existe en forma independiente a ella; su
existencia no depende de nuestra voluntad ya que existe antes, ante y con posterioridad a
nosotros, precisamente porque tiene una existencia objetiva distinta, independiente y
fuera de la conciencia de cada uno de nosotros, es una entidad con existencia propia, una
“cosa en sí” al que la conciencia, el sujeto puede dirigir su atención y conocerlo, como
objeto de la realidad externa a nosotros.
El derecho objetivo puede expresarse bajo las más diversas formas (costumbres,
precedentes, actos normativos, convenciones, doctrinas, principios) y manifestaciones
(verbales o escritas), pero en todo caso, es el establecido y reconocido (impera) dentro
de una sociedad sea que esté vigente o que haya estado vigente en una determinada
época. Por estas características, la categoría “Derecho Objetivo” es una de las categorías
jurídicas de las más abstractas y generales.
Esta categoría alcanza tanto al Derecho Natural y al Derecho Positivo, en virtud de que
tienen una existencia independiente del sujeto.
Así para unos el Derecho Natural tiene su fundamento en la voluntad divina como
Sófocles, el profeta Mahoma, la Patrística, San Agustín, Santo Tomás de Aquino; para
otros reside en la razón humana, como los Estoicos, Hugo Grocio y E. Kant y la
Ilustración; y para unos terceros, en la propia naturaleza humana, como Sócrates, Platón y
J.J. Rousseau.
Este mismo tratadista precisa que con frecuencia se utiliza las expresiones Derecho
Positivo y Derecho Vigente, como si fuesen sinónimos, lo cual es equivocado, porque no
todo Derecho Vigente es Positivo, ni todo Derecho Positivo es Vigente. La vigencia es
atributo puramente formal, pero la positividad es un hecho que estriba en la observancia
de cualquier precepto, vigente o no vigente, de tal manera que bien se podría llamar
derecho vigente al conjunto de normas imperativo-atributivas que en una cierta época y
un país determinado la autoridad política declara obligatorio.[84]
Al igual que el Derecho Natural, el Derecho Positivo, tiene una larga evolución histórica
y por lo mismo incluye varias tendencias o matices, sin embargo, de lo cual, se puede
señalar como la referencia más acabada en el pasado, a Dante Alighieri en su obra “De
Monarchia” en el siglo XII d.C., en la que sostuvo que el único Derecho valido es aquel
que proviene de autoridad competente.
La palabra “Subjetivo” proviene de “sujeto” y ésta de las raíces latinas “sub” que
significa “dentro” e “iectus” que significa “lanzado”, de tal manera etimológicamente
“subjetivo” significa “lanzado dentro”, de lo que se sigue que el Derecho Subjetivo o
mejor dicho los Derechos Subjetivos, están arrojados dentro, al interior de la conciencia,
formando parte de la persona misma, inseparables de ella, formando parte de su
dignidad.
En términos generales son facultades o atribuciones de las personas humanas para hacer
o no hacer algo, por lo que dependerá de su voluntad, de su interés, de su conveniencia,
ejercerlos o no, precisamente por ser facultades o atribuciones, cuyo dominio, está en la
persona.
CAPÍTULO IV
LA FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA DE LOS DERECHOS
Estos modelos son el resultado de síntesis teóricas de las grandes revoluciones del s.
XVIII, pero ninguno de ellos, precisamente por ser modelos, son químicamente puros y
tienden a combinarse con los otros, y de allí que el mismo autor sostenga que “…
tenemos una doctrina individualista y estatalista de las libertades, construida en clave
antihistoricista (en la revolución francesa); una doctrina individualista e historicista,
construida en clave antiestatalista (en la revolución americana); y, finalmente, una
doctrina historicista y estatalista, construida en clave antiindividualista (en los juristas
del Estado de Derecho del siglo XIX).[87]
4.1. El modelo historicista
La fundamentación historicista de las libertades, implica por una parte concebir a los
derechos sustrayéndoles lo más posible de las intromisiones arbitrarias de los poderes
constituidos, por lo que se privilegia entonces las libertades civiles, las “negativas”, las
que se traducen en la capacidad de obrar en ausencia de impedimentos estatales,
resultando entonces la piedra angular de la construcción ideológica y teórica, el binomio
libertad personal y propiedad privada;[88] y, por otra parte, implica concebir los
derechos como productos de una continuidad histórica entre libertades medievales y
modernas, pues la propia revolución inglesa de 1689, más que revolución se considera
como evolución y que desembocó en una transacción entre la nobleza y la alta burguesía.
Por lo tanto, los derechos son concebidos como atributos naturales del ser humano, pero
reconocidos, expresados y legitimados por la Constitución que son productos del pacto
social y por lo tanto de la voluntad soberana del pueblo que puede ejercitarse
directamente (en el caso de la formulación de Rousseau) o por delegación o
representación (en la formulación de Locke).
Para la fundamentación estatalista de las libertades, los derechos tienen como condición
necesaria y suficiente para su nacimiento y realización el Estado, de tal manera que
rebasa la concepción meramente tutelar del Estado.
Según Fioravanti el modelo estatalista, si bien admite y afirma que el Estado nace de la
voluntad de los individuos, “pero tal voluntad no puede ser representada con el esquema
negocial y de carácter privado del contrato (contract) entendido como composición de
intereses individuales distintos. Para hacer al Estado verdaderamente fuerte y dotado de
autoridad, su génesis debe depender de otra cosa, que es en síntesis el pacto (pact):
solamente con el pact se logra por fin liberar al ejercicio del poder constituyente de toda
influencia de carácter privado, situándolo completamente en el plano de la decisión
política”.[89]
Ésta sería entonces la matriz ideológica y teórica de lo que se conoce como el
decisionismo político, cuya consecuencia es la legitimación de todo cuanto hace el poder
aún a sacrificio del ordenamiento jurídico constitucional, pues a nombre de esta
reconstrucción estatalista, “… los individuos que deciden someterse a la autoridad del
Estado, dejan de ser, precisamente por esta decisión y sólo a partir de ese momento,
descompuesta multitud y se convierten en pueblo o nación. En la lógica estatalista,
semejante entidad colectiva -como el pueblo o nación- no es pensable antes y fuera del
Estado: existe porque una autoridad, una suprema potestad, lo representa, lo expresa
unitariamente”.[90]
Como dice Fioravanti “Toda la sociedad de los individuos políticamente activos -que
eligen y son elegidos, que participan de diferente manera en la formación de la ley- se
agota, por consiguiente, dentro de las estructuras del Estado soberano”.[91]
CAPÍTULO V
DERECHOS HUMANOS Y DERECHOS FUNDAMENTALES
Rafael de Asís Roig[92] sostiene que los problemas del concepto y el fundamento de los
derechos humanos, están en estrecha relación, ya que todo concepto de los derechos
presupone una toma de postura sobre su justificación, y a su vez toda justificación parte
de un concepto previo de los derechos.
Por otra parte, como precisa Martín Borowski[93] los conceptos de los derechos
humanos y derechos fundamentales, pueden ser utilizados en contextos jurídicos,
políticos y filosóficos, y su terminología no es clara ni unívoca.
c) Existen seres humanos, que, no siendo incapaces absolutos, y estando con todas
sus facultades, tienen sus derechos, pero simplemente los desconocen, sin que por lo
tanto puedan expresar su voluntad e interés;
d) Existen seres humanos, que, en determinadas situaciones, aún contra su voluntad e
interés, se les hace respetar sus derechos, como en el caso de los trabajadores, que
se resignan a laborar en condiciones de atropello de sus derechos: y,
Frente a estas críticas, se ha enarbolado una cuarta tesis en el sentido de que, los
derechos subjetivos son un patrimonio de la persona, y que por lo tanto puede disponer
u ejercitarlos según su conveniencia, tesis defendida por Ripert, Seleilles y Demogue.
a) La posición Lógica: que parte de que el silogismo lógico, está compuesto por tres
premisas. La primera premisa establece una regla, la segunda la condición que fija la
regla y por último tenemos la conclusión, es decir el derecho subjetivo que proviene,
se deduce de la norma.
Por lo tanto, hablar de los derechos humanos, significa hablar de los derechos de los
seres humanos, hombres y mujeres, o también derechos de la persona humana, o derechos
naturales de los seres humanos o derechos fundamentales de los seres humanos,
fundamentales en cuanto su carácter de primarios e indispensables, previos al Estado y al
Derecho, inalienables, imprescriptibles, inmanentes, consustanciales, inherentes,
connaturales a los seres humanos.
Cabe recordar que a los derechos humanos se han referido bajo otras denominaciones,
que es necesario ubicarlas en su contexto para tener mayor precisión terminológica:[98]
Concluimos esta parte del concepto de derechos humanos, con M. Borowski, señalando
que los derechos humanos son derechos morales, que tienen validez solamente en razón
de su corrección material, de modo que su institucionalización, positivación o
efectividad social, no desempeñan ningún rol como criterio de validez, siendo su
característica su fundamentalidad, propiedad que alude a la protección y satisfacción de
intereses y necesidades fundamentales y de allí que constituyen el núcleo de las teorías
de la justicia, tienen validez universal, se atribuyen a todos los hombres en el mundo,
tienen prioridad frente al Derecho Positivo, pues representan una medida de legitimidad
de este último, y finalmente tienen una índole abstracta.[99]
Ahora bien desde el punto de vista lingüístico -señala Borowski-, la palabra “subjetivo”
constituye una calificación de un “derecho”, debiéndose insistir que por razones
conceptuales los derechos subjetivos son exigibles ante los tribunales, mientras que los
derechos no subjetivos (o brevemente los derechos) esta propiedad es conceptualmente
contingente, de manera que si se aplica esta terminología, queda siempre abierta la
posibilidad de hacer enunciados sobre los derechos con independencia de su exigibilidad
judicial.[102]
El maestro Manuel Atienza explica que fue Ronald Dworkin quien al criticar la teoría
(positivista) de Kelsen y especialmente de Hart, en el sentido de que el Derecho no
puede verse simplemente como un conjunto de reglas, sostuvo que, además de las reglas
como pautas específicas de conducta, también contiene principios, que pueden ser de dos
tipos: las policies o directrices que son normas que fijan objetivos de carácter
económico, social o político, y los principios en sentido estricto, o sea, exigencias de
tipo moral (como la de que nadie puede beneficiarse de su propio comportamiento
ilícito), que establecen derechos.[103]
“Lo que caracteriza a los principios frente a las reglas -según este autor- es que, mientras
estas últimas pueden aplicarse en la forma todo-nada, los principios tienen una dimensión
de peso: cuando se aplican para resolver un caso, deben ser ponderados entre sí, y el
caso resuelto según el peso relativo atribuido a los diversos principios concurrentes”.
[104]
Borowski, señala que la distinción entre reglas y principios acuñada primero por
Dworkin y desarrollada luego por Alexy, es clave para resolver problemas de la
dogmática de los derechos fundamentales, ya que algunos autores interpretan a los
derechos fundamentales como principios.
Partiendo de que una norma es o bien una regla o un principio, en el análisis de las
diferencias lógicas, señala que:
Los principios contienen un deber prima facie, las reglas un deber definitivo;
Los conflictos entre principios se deciden en la dimensión del peso, los
conflictos entre reglas en la dimensión de la validez;
Las reglas son determinaciones en el campo de lo fáctico y jurídicamente
posible, los principios pueden ser realizados en un grado máximo, según las
posibilidades fácticas y jurídicas y por ello son gradualmente realizables;
Los conflictos entre reglas tienen lugar en la dimensión de la validez: o bien una
de las dos reglas se declara inválida según las reglas de la precedencia, o alguna
de las dos se considera como una excepción; mientras que los conflictos entre
principios se resuelven mediante la ponderación: cuál de los dos principios
posee un mayor peso de conformidad con las circunstancias concretas de la
colisión.[105]
A su vez Riccardo Guastini, señala las siguientes diferencias, entre (normas que son)
“reglas” y (normas que son) “principios”:
(i) Los principios son normas con antecedente abierto: el antecedente (el supuesto de
hecho) de una norma es “cerrado”, cuando la norma enumera exhaustivamente los
hechos que determinan la consecuencia jurídica que ella dispone. El antecedente es
“abierto” cuando la norma no enumera exhaustivamente los hechos.
(ii) Los principios son normas derrotables: una norma no es derrotable cuando: o no
admite excepciones, o admite las expresamente establecidas por la propia norma o
por otras normas del ordenamiento.
(iii) Los principios son normas genéricas, esto es, (a) exige la promulgación de otras
normas para la realización; (b) puede ser realizada de muchas maneras distintas y
alternativas.
El tema adquiere una mayor trascendencia, en virtud de que la inmensa mayoría de las
normas que reconocen derechos son principios, y una de las características de las normas
constitucionales que como principios establecen derechos es su indeterminación, por lo
que aquello nos conduce a la vez al tema de la validez de dichas normas (principios),
tema que se analizará más adelante.
CAPÍTULO VI
EL PROCESO DE CONSTITUCIONALIZACIÓN DEL DERECHO Y EL
NEOCONSTITUCIONALISMO
Se sostiene con razón que en las tres últimas décadas se han producido dos importantes
cambios en el ámbito jurídico: la constitucionalización del derecho y la afirmación de la
doctrina del neoconstitucionalismo.[108]
El neoconstitucionalismo teórico tiene entre sus objetos de estudio: i) los logros del
proceso de constitucionalización, ii) su repercusión en los sistemas jurídicos
contemporáneos y el sistema emergente resultado del mismo proceso, iii) la estructura y
el papel de la Constitución en los sistemas jurídicos contemporá-neos, iv) el “modelo
descriptivo de la Constitución como norma” y a veces el “modelo axiológico de la
Constitución como norma”; y, v) las peculiaridades de la interpretación constitucional
como consecuencia del proceso de constitucionalización. Como se puede deducir su
objeto es distinto del Positivismo que se centraba en el estatalismo, el legiscentrismo y el
formalismo interpretativo.
Dentro del neoconstitucionalismo se advierten dos tendencias: una que considera a esta
corriente como una continuación del Positivismo, pero con un objeto parcialmente
modificado, otra que sostiene una diferencia metodológica radical con el Positivismo y
por lo tanto como posición alternativa a éste.
6.2.4. Neoconstitucionalismo ideológico
Para finalizar este capítulo bien vale citar la apreciación de Ma. Ángeles Ahumada
respecto del neoconsticionalismo al señalar que: “El neoconstitucionalismo parece servir
como término genérico para referirse a todas aquellas teorías explicativas y justificativas
de ciertas prácticas constitucionales que, en conjunto (y para abreviar), alientan un tipo
de constitucionalismo fuertemente judicialista y judicializado, fundamentalista en materia
de definiciones y derechos, y más o menos abiertamente desconfiado del principio de la
mayoría. Si se ve así, el neoconstitucionalismo como tal no es “un tipo” de
constitucionalismo, ni tampoco, propiamente un modelo de Estado constitucional”.[114]
Luigi Ferrajoli sostiene que estamos asistiendo, incluso en los países de democracia más
avanzada, a una crisis profunda y creciente del Derecho, que se manifiesta en tres
aspectos fundamentales:
1.- Al primero lo llama crisis de la legalidad, es decir, del valor vinculante asociado a
las reglas por los titulares de los poderes públicos y que se expresa en la ausencia o en la
ineficacia de los controles, y, por tanto, en la variada y llamativa fenomenología de la
ilegalidad del poder, llegándose a una degradación del valor de las reglas del juego
institucional y del conjunto de límites y vínculos que las mismas imponen al ejercicio de
los poderes públicos.
2.- La segunda manifestación de la crisis, tiene que ver con la inadecuación estructural de
las formas de Estado de Derecho a las funciones del Welfare State, agravada por su
carácter selectivo y desigual que deriva de la crisis del Estado social, dándose una
contradicción entre el paradigma clásico del Estado de Derecho, que consiste en un
conjunto de límites y prohibiciones impuestos a los poderes públicos de forma cierta,
general y abstracta, para la tutela de los derechos de libertad de los ciudadanos, y el
Estado Social, que, por el contrario, demanda a los propios poderes la satisfacción de
derechos sociales, asociado a la falta de garantías efectivas de la misma eficacia de las
que protegen la propiedad y la libertad.
3.- El tercer aspecto está ligado a la crisis del Estado nacional y que se manifiesta en el
cambio de los lugares de la soberanía, en la alteración del sistema de fuentes y, por
consiguiente, en un debilitamiento del constitucionalismo.
El autor señala que esta triple crisis del Derecho, “corre el riesgo de traducirse en una
crisis de la democracia. Porque, en efecto, en todos los aspectos señalados, equivale a
una crisis del principio de legalidad, es decir, de la sujeción de los poderes públicos a la
ley, en la que se fundan tanto la soberanía popular como el paradigma del Estado de
Derecho. Y se resuelve en la reproducción de formas neo absolutistas del poder público,
carentes de límites y de controles y gobernadas por intereses fuertes y ocultos, dentro de
nuestros ordenamientos”.[115]
Ahora bien, para Ferrajoli, la dimensión sustancial del Estado Constitucional de Derecho
se traduce en la dimensión sustancial de la propia democracia, en virtud de que los
derechos fundamentales constituyen la base de la moderna igualdad, que es precisamente
una igualdad en droits, en cuanto hacen visibles dos características estructurales que los
diferencian de todos los demás derechos, a empezar por el de propiedad: sobre todo su
universalidad, es decir, el hecho de que corresponden a todos y en la misma medida, al
contrario de lo que sucede con los derechos patrimoniales, que son derechos excludendi
alios, de los que un sujeto puede ser o no titular y de los que cada uno es titular con
exclusión de los demás; en segundo lugar, su naturaleza de indisponibles e inalienables,
tanto activa como pasiva, que los sustrae al mercado y a la decisión política, limitando la
esfera de lo decidible de uno y otra y vinculándola a su tutela y satisfacción.
Así, los derechos fundamentales se configuran como otros tantos vínculos sustanciales
impuestos a la democracia política: vínculos negativos, generados por los derechos de
libertad que ninguna mayoría puede violar; vínculos positivos, generados por los
derechos sociales que ninguna mayoría puede dejar de satisfacer, ni siquiera por
unanimidad.[119]
Para llegar al establecimiento de los derechos de la naturaleza, se ha pasado por toda una
evolución de las concepciones sobre los seres humanos y su entorno, desde el punto de
vista antropológico, filosófico, ético y jurídico.
En cambio, los filósofos de la escuela Estoica, en el ámbito de la ética, al igual que los
cínicos, consideran que la virtud del bien consiste en vivir conforme la naturaleza, pero
la naturaleza de los estoicos, no es la naturaleza animal de los cínicos, sino naturaleza
como logos, propio de los seres humanos, esto es, conforme con la recta razón, principio
que somete a los sentidos y las pasiones.
Entre los juristas romanos, Cicerón fundamentó el Derecho en la misma naturaleza del
hombre, que se distingue de los demás seres por su facultad de razonar, la misma que la
tiene en común con los dioses, de donde existe una comunidad entre éstos y aquel,
derivada de su participación en la recta razón.
Con el advenimiento del cristianismo, se impuso la concepción del ser humano creado a
imagen y semejanza de Dios, por lo tanto, partícipe de la naturaleza divina, con lo que se
diferenció aún más a la criatura humana de los animales, presentando todo lo creado al
servicio del hombre. Así la Patrística sostuvo que Dios es el único dueño absoluto de
todas las cosas y ha destinado todos los bienes de la tierra para todos y cada uno de los
hombres.
En la edad media a pesar de que la Escolástica aclaró, que el justo natural del que había
hablado Aristóteles debe ser entendido en cuanto naturaleza racional del hombre, y que
por lo mismo excluye a la forma como entendió Ulpiano el Derecho Natural como
instinto de la naturaleza común a todos los animales, sin embargo, se siguió atribuyendo
virtudes y defectos humanos a los animales y hasta se instauraron juicios a los animales.
El ser humano redimido y reivindicado por el Renacimiento, armado con los nuevos
descubrimientos y avances científicos de la época moderna, con el mandato divino de
someter la tierra y dominar “sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra”,[121] y,
del trabajo y creación de riqueza como la mejor alabanza a Dios de la ética protestante,
se lanzó a la conquista de la naturaleza-mundo, en todos los sentidos, universalizándose
la producción mercantil capitalista.
El inmenso desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo, la visión del desarrollo
como crecimiento incesante de la economía y la agresiva transformación de la naturaleza
en función del mercado, trajo consigo la contaminación ambiental, el calentamiento
global y el agotamiento de la naturaleza que pone en riesgo la continuidad de la vida en
el planeta, lo que ha conducido, en la época de la globalización, a la conciencia de la
necesidad de un cambio cultural y civilizatorio a nivel planetario.
En este sentido se han venido perfeccionando las concepciones sobre las relaciones de
los seres humanos, con los demás seres vivientes y en general con la naturaleza y el
medio ambiente, lo cual ha sido posible por los aportes de las cosmovisiones de las
sociedades y comunidades ancestrales, así como por los desarrollos científicos que han
proporcionado nuevos elementos para las reflexiones filosóficas.
El Estado incentivará a las personas naturales y jurídicas, y a los colectivos, para que
protejan la naturaleza, y promoverá el respeto a todos los elementos que forman un
ecosistema”.
Finalmente cabe señalar que esta concepción biocéntrica, en la que se enmarcan los
derechos de la naturaleza presentes en la Constitución ecuatoriana del 2008, conlleva
repercusiones y consecuencias teórico prácticas en el derecho civil, económico, social,
penal, ambiental y administrativo cuyos desarrollos se tendrán que incorporar en el
ordenamiento jurídico positivo ecuatoriano.
CAPÍTULO VII
UBICACIÓN ONTOLÓGICA Y SOCIAL DEL DERECHO
Se recordará que una de las investigaciones más importantes de la Filosofía del Derecho,
según Giorgio del Vecchio, es la Investigación Lógica que tiene por objeto responder a la
pregunta ¿qué es el Derecho?, es decir llegar a un concepto universal del Derecho o
como diría Luis Recaséns Siches “obtener un conocimiento esencial del Derecho: hallar
la verdad primaria y fundamental sobre lo jurídico”, la “noción esencial del Derecho”.
[124]
El maestro Luis Recaséns Siches en su obra clásica Tratado General de Filosofía del
Derecho, en el capítulo dos, nos introduce a una reflexión filosófica sobre el Universo, la
Vida Humana, la Sociedad y el Derecho, con la finalidad de ubicar el fenómeno jurídico
dentro de la variedad de seres que existen en el Universo y a la clase de seres al que se
pertenece.
Dicho autor considera que “Suele llamarse Universo al conjunto de todo cuanto hay, al
conjunto de todas las cosas: las reales externas (como una montaña); las que se dan en mi
intimidad (como un amor); las fantásticas (como el centauro); las ideales (como el
triángulo); las transreales (si las hay); cuantos otros tipos de cosas pueda haber; y, desde
luego, también nosotros mismos, que, en alguna manera, componemos el Universo”.[125]
En esta universalidad de entes hay que ubicar al Derecho a partir de sus particularidades,
para lo cual es necesario hacer una operación analítica consistente en clasificar a los
seres, reconocer sus conjuntos y determinar a cuál de ellos pertenece el Derecho, pues el
Universo existe como unidad y como diversidad.
Al hacer el análisis de los seres del Universo, se encuentran en él, cosas, fenómenos y
procesos de la realidad física o natural o llamados también seres reales; cosas,
fenómenos y procesos ideales o llamados también irreales; cosas, fenómenos y procesos
psíquicos o del mundo interno de los seres humanos; cosas, fenómenos y procesos de las
relaciones entre los seres humanos (realidad social) y de éstos con la naturaleza.
Por lo tanto, existen seres que tienen una existencia objetiva, externa e independiente de
los seres humanos y que pertenecen al mundo objetivo, a esa materia universal que existe
antes, ante y después de nosotros.
Otros entes existen asociados a nuestro mundo interior o subjetivo, no son independientes
de los seres humanos, más bien son parte integrante de su constitutivo individual
(biopsíquico, social e histórico) y que expresan la vida anímica afectiva, volitiva e
intelectiva.
Existen otras realidades que son resultantes de las relaciones entre los seres humanos
(relaciones sociales) y de éstos con la naturaleza, de tal manera que más bien son
elaboraciones o productos resultantes de esas relaciones, y que se expresan o se
objetivaban en variadísimas producciones físicas o materiales, producciones ideales,
teóricas o intelectuales, científicas, filosóficas, artísticas, normativas y demás
manifestaciones espirituales y culturales.
Del análisis somero que hemos efectuado, se puede concluir que es una tarea muy difícil
clasificar a los seres del Universo dada su variedad infinita, tarea mucho más
complicada en la actualidad por los nuevos descubrimientos y aportes de la ciencia
cuando por ejemplo se hace referencia a las diversas formas de energía y a la
antimateria, o cuando se hace referencia al “principio de indeterminación” en relación a
las dimensiones del tiempo y espacio como elementos vinculados a los entes físicos.
Por ello solo podemos acudir a clasificaciones más bien convencionales un tanto clásicas
para fines pedagógicos, para establecer las grandes zonas ontológicas del Universo, ya
que en la realidad el Universo existe como una totalidad.
No hay que hacer mayor esfuerzo para percatarnos que el Derecho no pertenece al mundo
de la naturaleza física, pues en dicha zona ontológica los seres tienen una consistencia
material, tienen volumen, ocupan un espacio y una duración en el tiempo, y se rigen por la
ley de la causalidad, atributos que no son predicables para el Derecho a excepción de la
dimensión temporal.
En el caso de la zona ontológica de los seres ideales, éstos no están afectados por el
espacio y el tiempo, por lo que el Derecho no participa de las características de éstos
seres ideales o irreales, pues como afirma Luis Recaséns Siches “Al ser ideal se le ha
llamado también irreal: se trata de algo que es, pero que es de una manera diferente a
como es el Ser real. Mientras que lo real es aquello que se da encuadrado en el espacio y
en el tiempo-materia, o bien en el tiempo-psiquismo, lo ideal no ocupa lugar ni se
produce en la serie cronológica, pero mi mente tropieza con ello como con un ser
objetivo”.[127]
Descartada la pertenencia del Derecho a las zonas ontológicas antes referidas, resta por
analizar el mudo de la vida humana objetivada o cultura. Siguiendo a Ortega y Gasset, el
maestro Luis Recaséns Siches, considera a la vida humana no solamente como un ser
distinto a todos los demás del Universo, sino que es la “realidad primaria y básica,
condicionante de todos los demás seres”[129] que no se reduce al hecho biológico, sino
“como aquello que hacemos y nos ocurre”,[130] tal y como se reflexiona en el
humanismo trascendental de Ortega y Gasset y Martín Heidegger, de manera que la vida
humana es la “realidad radical, primaria, básica y que además, es el fundamento y la
explicación de todo lo demás, pues todo lo demás es en la vida humana”.[131]
En la vida humana, los seres humanos, como seres físicos, biológicos, están
determinados por la ley de la causalidad, pero en cuanto a seres dotados de razón,
intelecto, tienen la capacidad de decidir por su propia cuenta, es decir por su “libre
albedrío”, lo cual ha llevado a la vieja polémica entre deterministas e indeterministas,
discusión que es superada por Luis Recaséns Siches, precisando que el error de los unos
y los otros, es haber partido de la pregunta de si el ser humano tiene o no albedrío como
si aquello fuera tener o no una cosa, cuando el ser humano es albedrío.[132]
Ahora bien, a la vida humana así considerada, debe sumarse la consideración precisada
por el mismo Luis Recaséns Siches, en el sentido de que en el desarrollo de ésta, los
seres humanos utilizamos un variado instrumental de realidades psíquicas y corporales,
pero que la vida humana no se reduce a dichas realidades, sino que el ser de sus actos
“consiste en su sentido, en su intencionalidad, en su motivo y en su propósito con la
estructura estimativa que esto entraña”,[133] de tal manera que muchos de los actos de la
vida humana, después de realizados, dejan su huella, su rastro, y se presentan como actos
objetivados, fosilizados, como vida humana objetivada o cristalizada[134] o también lo
que se llama cultura, como producto de la hechura humana, y que externalizados se
colocan al servicio de la sociedad, siendo estas también las características esenciales
del Derecho, por lo que se debe concluir que éste pertenece al mundo de la vida humana
objetivada o cultura.
La sociedad humana constituye una totalidad social, en la que todos sus miembros y
áreas que la integran, están en una permanente interacción dialéctica, de tal manera que
los aspectos económicos, jurídicos, políticos, religiosos, morales, éticos, estéticos,
ideológicos, artísticos, científicos, filosóficos, están estrechamente vinculados entre sí.
Sin embargo, para el análisis de los componentes orgánicos más generales de la sociedad
humana, y desde una perspectiva más espacial, podemos distinguir en ella dos grandes
campos o niveles: la infraestructura social o base económica y la superestructura o
sobre estructura social.
A su vez las fuerzas productivas comprenden a los seres humanos reales y concretos,
históricamente determinados, con sus experiencias laborales y conocimientos, y
poseedores de la fuerza de trabajo; así como a los medios de producción con su
correspondiente desarrollo tecnológico.
Por su parte, las relaciones de producción se constituyen por los nexos o vínculos que
establecen los seres humanos entre si y de éstos con los medios de producción, dando
lugar a las relaciones técnicas y a las relaciones sociales de producción. Las relaciones
técnicas son las formas como los seres humanos se vinculan operativamente con los
medios de producción, por lo que varían en la artesanía, la manufactura y la industria;
mientras que las relaciones sociales tienen que ver con las modalidades de propiedad
sobre los medios de producción, las cuales difieren dependiendo si éstas se dan sobre la
base de la propiedad privada, estatal, mixta, comunitaria, pública o colectiva de los
medios de producción social.
Ambos elementos Estado y Derecho, expresan y afianzan de modo directo las relaciones
de producción (de propiedad) que se dan en la infraestructura, pero mientras en ésta,
dichas relaciones se expresan en su contenido económico, en la superestructura, se
expresan en su forma jurídico-política.
Por último, debemos señalar que, si bien el contenido y la estructura de las relaciones
económicas determinan el contenido y la estructura de la superestructura, existe también
una influencia inversa de la superestructura social sobre la base económica que la ha
engendrado, fijándola política y espiritualmente, frenando su desarrollo o por el
contrario impulsándola, debiendo aclararse que la superestructura tiene una autonomía
relativa de desarrollo respecto de la infraestructura económica.
Una vez que se ha ubicado al Derecho en la zona de la vida humana objetivada o cultura,
así como en la superestructura de la sociedad, es necesario para efecto de nuestro
estudio, diferenciarlo de los demás elementos constitutivos de la vida humana objetivada,
que son los más similares, tales como por ejemplo las normas religiosas, morales y de
trato social. Para este propósito se debe establecer en primer lugar cuáles son los rasgos
esenciales que cualifican al Derecho.
Desde los estudios clásicos de la Filosofía del Derecho, se ha convenido que las
categorías más primarias que afectan al Derecho son el elemento relacionado con lo
social o colectivo (socialidad) y el elemento relacionado con la normatividad.
El Derecho es un fenómeno que solo se da en las relaciones sociales, pues una relación
jurídica implica una relación de dos o más personas, no es algo que se pueda dar en el
mundo utópico de las individualidades aisladas entre sí, y por ello se expresa el Derecho
como una norma de carácter social.
Tampoco socialidad, puede confundirse con “socializar”, que dicho sea de paso tampoco
tiene el sentido que hoy se le da a este término que ha llegado a desacreditarse por su
manipulación politiquera de tratar de hacer creer que, porque algo se ha puesto en
conocimiento de tal o cual grupo o colectivo social, o a una comunidad o a la sociedad,
aquello ya legitima su expedición y se supone que tiene aceptación y consenso.
Cuando se habla de la socialidad del derecho, entonces se está haciendo referencia a esa
condición necesaria de existencia del derecho que presupone una sociedad, puesto de que
el Derecho implica la existencia de relaciones intersubjetivas de carácter externas
modificadoras de las conductas de los sujetos vinculados, de tal manera que el Derecho
norma relaciones sociales preexistentes que brotan de la actividad humana en las
diversas sociedades, establece derechos y deberes y a su vez impone conductas y
procedimientos para proteger o alcanzar ciertos fines o valores queridos por tal o cual
sociedad.
8.2.2. La normatividad
Por lo tanto, es ese mundo de normas de conducta social, el que posibilita que el torrente
de intereses, deseos, pasiones, y todas las expresiones del subjetivismo humano, se
canalicen o discurran por un cauce que evita que se desborden y se generen atropellos a
los derechos de cada persona, y, que, en caso de sobrevenir conflictos, éstos se resuelvan
a través de los debidos procesos establecidos con antelación por el ordenamiento
jurídico.
En efecto, el tratadista Norberto Bobbio, señala que, si bien comúnmente se afirma que la
primera y principal experiencia jurídica del Derecho es como norma, sin embargo,
existen por lo menos dos corrientes que sostienen como elementos característicos de la
experiencia jurídica, hechos diferentes de las reglas de conducta: la Teoría del Derecho
como institución y la Teoría del Derecho como relación intersubjetiva.[138]
Para Hauriou citado por Guido Fassó, la Institución “…es una organización social
objetiva que ha realizado dentro de sí la situación del Derecho más elevada, es decir, que
posee al mismo tiempo la soberanía del poder, la organización constitucional del poder
con estatuto, y la autonomía jurídica”, entendiéndose por organización social “Todo
arreglo permanente del que, desde el interior de un determinado grupo social, órganos
dotados de un poder dominante están puestos al servicio de fines que interesan al grupo
por medio de una actividad coordinada a la del conjunto del grupo”.[139]
De las citas anteriores se deduce que, si una Institución implica una organización que
tiene la soberanía del poder constituido estatutariamente y tiene autonomía jurídica,
entonces no solamente el Estado puede producir el Derecho, sino, todas las instituciones,
de tal manera que existirían centros múltiples de producción jurídica.
Por su parte, N. Bobbio, sostiene que, para Santi Romano, el Derecho antes que ser
norma es institución, la misma que contiene tres elementos:
b) La idea de un orden social: que excluye todo elemento que implique el arbitrio puro y
simple y la fuerza material.
“De lo anterior se infiere que para Romano los elementos constitutivos del concepto de
Derecho son tres: la sociedad, como base de hecho de donde deriva su existencia el
Derecho; el orden como fin al cual apunta el Derecho y la organización, como medio
para realizar el orden”.[141]
En síntesis, existe Derecho cuando hay una sociedad ordenada por medio de una
organización o un orden social organizado. Esta sociedad organizada y ordenada es una
institución. Esto significa que el derecho nace en el momento en que un grupo social pasa
de una fase inorgánica a una fase orgánica, lo cual se llama institucionalización, de
manera que un grupo humano se institucionaliza cuando crea su propia organización y por
medio de la cual llega a ser un ordenamiento jurídico.[142]
Esta teoría está ligada a la doctrina del individualismo y el contractualismo de los siglos
XVII y XVIII y por lo tanto al Iusnaturalismo, que hacía del contrato la base para
entender todas las instituciones sociales, pues hasta la misma sociedad, el Estado y el
Derecho son productos del contrato social, que implica relaciones entre individuos libres
e iguales, portadores de unos derechos naturales, que para precautelar los mismos pactan
para vivir en una sociedad regulada por la ley, donde todo lo que no esté expresamente
prohibido está permitido y los individuos en consecuencia pueden a través de sus
relaciones y negocios dar lugar a unos contratos que son leyes para las partes.
Por lo tanto, para Kant el elemento constitutivo del Derecho viene dada por la presencia
de una relación externa entre dos sujetos libres que generan modificaciones en sus
conductas al dar lugar a derechos y deberes, en condiciones de libertad, la misma que es
garantizada por la coacción, es decir por una sanción a quien precisamente a infringido la
libertad (derecho) del otro. Por ello la libertad de uno termina donde comienza la
libertad del otro.
El tratadista N. Bobbio enseña, que “Para Kant hay cuatro tipos posibles de relaciones de
un sujeto con otros: 1) La relación de un sujeto que tiene derechos y deberes con un
sujeto que tiene solo derechos y ningún deber (Dios); 2), La relación de un sujeto que
tiene derechos y deberes con un sujeto que tiene solo deberes y ningún derecho (el
esclavo); 3) La relación de un sujeto que tiene derechos y deberes con un sujeto que no
tiene ni derechos ni deberes (el animal, las cosas inanimadas); 4) La relación de un
sujeto que tiene derechos y deberes con un sujeto que también tiene derechos y deberes
(el hombre). De estas cuatro relaciones solo la última es una relación jurídica”.[144]
Partiendo de estos antecedentes se puede concluir que para Kant el Derecho presupone:
Al respecto N. Bobbio, precisa que una relación jurídica se establece entre dos sujetos,
uno activo y otro pasivo, uno titular de derechos y el otro titular de deberes, por lo que
tener derecho es tener poder de cumplir una determinada acción y ese poder es resultado
de una norma que lo atribuye y al mismo tiempo establece un deber jurídico de no
impedir la acción.
El Derecho, por lo mismo, es un reflejo subjetivo de una norma que autoriza, un reflejo
subjetivo de una norma imperativa positiva o negativa, lo que significa que derecho y
deber son figuras subjetivas, resultado de la presencia de normas. En consecuencia una
relación jurídica se distingue de otra relación por estar regulada por una norma jurídica,
de manera que una relación jurídica no se distingue por los intereses o por su contenido
sino por su forma, esto es, por estar regulada por una norma, lo que implica que no
existen relaciones humanas que sean por si mismas relaciones jurídicas, o lo que es lo
mismo, ninguna relación humana es naturalmente (en sí mismo) jurídica;
consiguientemente la norma jurídica al calificar la relación, la transforma en jurídica y de
allí la necesidad de distinguir una relación de hecho y una de derecho.[145]
De la confrontación de las tres concepciones del Derecho, ya sea como norma, institución
o relación intersubjetiva, se pueden extraer las siguientes conclusiones:
CAPÍTULO IX
JUSTICIA, VALIDEZ Y EFICACIA
Según N.Bobbio[147] una norma jurídica puede ser sujeta a tres distintas valoraciones:
1) si es justa o injusta; 2) si es válida o inválida; y 3) si es eficaz o ineficaz.
El problema de la justicia, tiene que ver con la correspondencia o no de la norma con los
valores superiores o finales que inspiran a un determinado ordenamiento jurídico, es
decir, si es apta o no para realizar esos valores, o si se considera que no existen valores
absolutos, si es apta o no para realizar los valores históricos que inspiran ese
ordenamiento jurídico concreta e históricamente determinado.
Si una norma es o no justa implica una confrontación entre el mundo ideal y el mundo
real, entre lo que debe ser y lo que es: norma justa es lo que debe ser, norma injusta es lo
que no debería ser.
Para determinar si una norma es válida o no (esto es, si pertenece a determinado sistema)
es necesario realizar tres operaciones:
2. Comprobar si no ha sido derogada, como quiera que una norma puede haber sido
válida.
3. Comprobar que no sea incompatible con otras normas del sistema (lo que también se
llama derogación implícita) particularmente con una norma jerárquicamente
superior o con una norma posterior.
Para Norberto Bobbio[148] los tres criterios de valoración son independientes entre sí,
en el sentido de que la justicia no depende ni de la validez ni de la eficacia; la validez no
depende ni de eficacia ni de la justicia; y la eficacia no depende de la justicia ni de la
validez, por lo que, para explicar estas diversas relaciones, acude a las siguientes
proposiciones:
Así, para Ferrajoli, los derechos fundamentales se configuran como otros vínculos
sustanciales impuestos a la democracia política: vínculos negativos, generados por los
derechos de libertad que ninguna mayoría puede violar; vínculos positivos, generados
por los derechos sociales que ninguna mayoría puede dejar de satisfacer, ni siquiera por
unanimidad.
Los tres criterios de valoración referidos a la justicia, la validez y la eficacia, han dado
lugar, a lo que se podría denominar las tres grandes partes, objetos o problemas clásicos
tratados por la Filosofía del Derecho: la teoría de la justicia, la teoría general del
Derecho y la Sociología Jurídica, que ya fueron recogidas como las tres grandes
investigaciones planteadas por Giorgio Del Vecchio para la Filosofía del Derecho: la
Investigación Deontológica, Lógica y Fenomenológica.
Como un aperitivo a este tema bien vale citar lo que señala Eduardo García Máynez, a
propósito de estas dos perspectivas encontradas, el Iusnaturalismo y el Positivismo: “Si
el Derecho vale porque ha sido creado de acuerdo con ciertos requisitos de orden
formal, la circunstancia de que el contenido de sus preceptos no concuerde con
determinados anhelos de justicia jamás podrá invocarse, según los positivistas, para
negar su fuerza obligatoria. Y a la inversa: si solo es jurídica la norma justa, los
preceptos que valgan formalmente, pero exijan una conducta contraria a determinados
valores, serán inválidos siempre, aunque los órganos del poder público estén en
condiciones de imponerlos por la fuerza”.[150] Analicemos un poco más estas
posiciones.
9.3.1. El Iusnaturalismo
Para el iusnaturalismo, la norma es válida solo en tanto y en cuanto esta sea justa, de lo
que se sigue que una ley que no es justa no es válida, en estricto sentido no es norma
jurídica, por lo que el Derecho para ser tal debe ser justo, lo que conduce al problema de
dilucidar qué es lo justo, cual es el patrón para comparar lo justo y quién determina lo
qué es justo o injusto.
Se atribuye a los griegos las ideas originarias del Derecho Natural, aunque más bien
referidas a la justicia desde un punto de vista moral, e insertándola en su concepción de
la existencia de un orden (cosmos) natural cuyo principio rector es el logos, que rige a la
naturaleza y a la sociedad.
Pitágoras de Samos s.VI. a.C, sostenía que “…la armonía del cosmos descansa sobre
relaciones matemáticas, siendo los principios de los números, los principios de las
cosas, incluyendo la virtud, por lo que la justicia es una igualdad que relaciona el
comportamiento del hombre y la retribución”.[151]
Los estoicos con Zenón de Citio (336-264 a.C) a la cabeza, tienen similar concepción del
orden natural, solo que “La ley de los estoicos es la necesidad universal de la naturaleza,
incluido el hombre, norma intrínseca de la misma, que expresa al mismo tiempo el deber
ser y el ser, que por lo tanto coinciden, de tal manera que la ley que regula este
comportamiento (ley en sentido prescriptivo, del deber ser) coincide con la descripción
del acontecimiento efectivo (ley en sentido físico, del ser)”.[152]
Entre los romanos Cicerón (106-43 a.C.) sostenía que, para distinguir una ley buena de
otra mala, no hay otra regla que la naturaleza que separa no solo el jus y la injuria, lo
cual implica que vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir según su ley, lo cual nos hace
recordar el Estoicismo, y define al Derecho Natural, como un conjunto de normas de
origen divino, conformes con la recta razón, que regulan las relaciones de los hombres
entre sí y de éstos con la divinidad con un sentido de justicia, procurando la virtud y el
bien.[153]
Por lo tanto, para el Iusnaturalismo la noción de justicia estaba ligada a un orden natural,
a la justicia conforme la naturaleza, pero se divergía en torno al fundamento de dicho
orden y lo que se considera como natural, por ello la diferente concepción de la libertad
para los antiguos y para los modernos, pues mientras para Aristóteles la esclavitud es
natural, para Locke y Kant la libertad es lo natural.
La diversidad de percepciones sobre lo que debe ser considerado como natural y aún de
lo que debe ser considerado racional, tiene que ver, por una parte, con el hecho de que el
término “naturaleza” siendo genérico puede tener varios significados según como se lo
use; y, por otra parte, aún teniendo o dándole un significado único, de la existencia de
tendencias naturales (juicio de hecho) no se puede deducir que esas tendencias sean
buenas o malas (juicio de valor).[154]
Al respecto Eduardo García Máynez, señala cinco perspectivas conceptuales del término
“naturaleza”:
“1) La “naturaleza”, como fundamento del Derecho, es lo que existe por sí,
independientemente de nuestra obra y nuestro querer. Puede tratarse, por ejemplo, del
orden físico o biológico, creador de las desigualdades que permiten a los fuertes
imponerse a los más débiles, como pensaba el sofista Calicles, o, por otra parte, de
ciertos rasgos o características comunes, biológicas, psicológicas, sociales etcétera,
del ser humano, en donde deben buscarse el origen y raíz del Derecho Natural. Como
ejemplos, tomados de diversos autores del siglo XVII, cabría citar: el appetitus sociales
(Grocio); “el deseo de no dañar ni ser dañado” (Hobbes); “el amor a la libertad y el goce
tranquilo de todos los derechos” (Locke); “la tendencia a la conservación del propio ser”
(Spinoza); “el anhelo de la independencia frente a cualquiera que no sea Dios”
(Pufendorf); “el propósito de buscar lo que prolonga la vida humana y le hace feliz”
(Thomasius)…
Claramente se podrá advertir que es todo un problema ponerse de acuerdo sobre lo que
es la conducta o el Derecho conforme con la naturaleza y conforme la razón. Por ello si
se afirma que todo lo natural es racional, y todo o racional es natural y que constituye
Derecho lo que es conforme con ello, se desemboca en un océano de subjetividad y
relativismo.
Por lo tanto, si se sostiene que el único Derecho válido es el conforme con la justicia, y
si la naturaleza (y aun la razón), no es suficiente para determinar lo que es justo e injusto,
entonces se hace presente la incertidumbre jurídica.
9.3.2. El Iuspositivismo
Esta percepción de que lo que dispone la ley es lo justo y que la justicia es el acto de
ejecutar lo prescrito en la norma jurídica pertinente, como es, la aplicación simple, llana
y formal de la ley al caso sin consideración al contenido mismo de lo que es justo, es de
larga data en el pensamiento jurídico y constituye la matriz del formalismo ético en
general y del positivismo radical en específico.
En efecto, las teorías formalistas de la ética afirman “…que el juicio ético consiste en un
juicio de conformidad de un acto con la norma, de donde bueno es el acto realizado para
cumplir con la ley, y malo aquel que se realiza para transgredirla”.[156]
En efecto para Tomás Hobbes la condición egoísta e insociable del hombre motivó a que
en el estado de naturaleza se viva en forma individual e aislada, cada quien, en una
situación de libertad natural sin limitaciones de ninguna especie, donde todos tienen
derecho natural a todo y por lo mismo nada es de nadie.
En ese estado de caos y violencia, lo primero que aspira en forma natural y racional el
ser humano es la búsqueda de la paz (considerada como orden), por lo que acuerdan
vivir primero asociadamente lo que les llevó a realizar un pacto de sociedad (pactum
societatis).[159]
Constituida la sociedad, y en base a la renuncia de todos sus derechos naturales y que los
depositan en manos de una sola autoridad omnímoda -que con todo el poder absoluto
cuide a la sociedad- avanzaron hacia un pacto de subordinación o sujeción (pactum
subiectionis)[160] que les permitió a los hombres transitar del estado de naturaleza al
estado civil (o político), donde se instituye una autoridad absoluta (un solo poder que
concentra la fuerza) y que desde esa condición genera temor en los súbditos lo que les
lleva a la obediencia, a un estado de paz y armonía, el estado político.
De esto se sigue que, para Hobbes, la condición política por excelencia es la condición
de armonía, no la de conflicto, debiendo hacerse hincapié que para Hobbes al tiempo que
nace el poder, la autoridad, nace el Derecho (la ley) y por ende la justicia, siendo así que
lo justo es lo determinado por el poder político, con lo que se reduciría la justicia a la
fuerza.
9.3.3. El Iusrealismo
Para ello es necesario partir del pensamiento del inglés Edmundo Burke expuesto en su
obra “Reflexiones sobre la revolución de Francia” que data de 1790 y que constituye un
verdadero manifiesto reaccionario en contra de la Revolución Francesa, y en particular
del Iusnaturalismo racionalista.
Por ello va en contra de los conceptos abstractos de naturaleza, razón, libertad, derechos
del hombre, las instituciones despersonalizadas ideadas por el simplismo de la
especulación racionalista y se esfuerza por dar un nuevo contenido a lo que debe
entenderse por naturaleza, no ya naturaleza racional, sino naturaleza como lo cuajado por
la historia, de manera que lo natural es lo producido por el largo desarrollo histórico, lo
engendrado por la tradición, en definitiva, naturaleza es historia.
Savigny en cambio era contrario no solo a toda codificación sino en gran parte a la
legislación en general, porque estas son fosilizaciones del Derecho, constituyen algo
muerto que detiene la evolución jurídica posterior, pues el Derecho vive sobre todo en la
práctica judicial y en la costumbre que es la expresión inmediata de la “conciencia
jurídica popular”, categoría clásica del historicismo que nos recuerda las formulaciones
filosóficas de Schelling y Hegel.
Conforme explica Giorgio del Vecchio para el historicismo, todo pueblo tiene un espíritu,
un alma propia que se refleja en una serie de manifestaciones: la moral, el arte, el
derecho, el lenguaje. Los cuales son productos espontáneos e inmediatos del espíritu
popular (el Volksgeist).
Para Eugen Ehrlich (1862-1922) “…la clave de la evolución del Derecho tanto en
nuestro tiempo como en todas las épocas, no está en la legislación, ni en la
jurisprudencia, ni en las decisiones judiciales, sino en la sociedad misma. Es posible que
en esta frase se encuentre el sentido de toda la fundamentación de una sociología del
Derecho”.[164]
De esto se sigue que “La tarea de la teoría de las fuentes del Derecho es, en este sentido,
estudiar las fuerzas motoras fácticas que generan el desarrollo efectivo de las
instituciones jurídicas. Los hechos jurídicos que hay que investigar son: el uso (que no
hay que confundir con lo que la doctrina tradicional llama Derecho Consuetudinario), la
dominación o poder, la posesión y la declaración de voluntad. Todos ellos se
caracterizan por ser hechos sociales generadores de reglas de actuar humano y de
instituciones del Derecho”.[165]
Por lo señalado se entiende que la concepción sociológica del Derecho pone énfasis en
el Derecho elaborado por los jueces que con su labor adaptan la ley a la realidad, la
libre investigación científica del Derecho por los jueces y los juristas, la jurisprudencia
de los intereses y no ya la jurisprudencia de los conceptos. No por casualidad Ehrlich y
Kantorowicz se constituyeron en las cabezas de lo que se denominó el movimiento del
derecho libre.
En conclusión, para la concepción sociológica del Derecho las normas jurídicas serán
eficaces y por lo tanto observadas por su destinatario en la medida que expresen la
realidad social viva, dinámica, esto es, que sus contenidos como reglas de conducta sean
la expresión de los verdaderos intereses que se gestan en la realidad social.
El enraizamiento de esta corriente en los EEUU tiene relación con la influencia del
Derecho Consuetudinario (common law) en esta sociedad, así como por su espíritu más
práctico y utilitario, que privilegia la eficacia del ordenamiento jurídico.
Se podría decir que en gran parte el realismo jurídico es una concepción instrumental del
Derecho, asumido como un medio para la realización de fines sociales, lo que implica
una visión más pragmática y dinámica de la sociedad y las instituciones, así como una
visión pluralista del Derecho, donde las normas se valoran por sus efectos y el Derecho
se desarrolla desde la perspectiva de los casos y de los problemas reales que se
presentan ante el juez, quien por lo mismo adquiere un papel relevante.
En consecuencia, esta corriente pone énfasis en la creación permanente del Derecho por
parte del juez al momento de dictar sus fallos en las diversas controversias, lo que
implica que el juez se convierte en un productor del Derecho en cada caso concreto, por
lo que sus resoluciones deben ajustarse a los hechos en relación con la conciencia social
de la época sobre los mismos.
CAPÍTULO X
PROPOSICIONES PRESCRIPTIVAS
Como se sabe la Lógica tiene por objeto de estudio el pensamiento a partir de las leyes
del razonamiento correcto, o en forma más precisa como dice Irving M. Copi “El estudio
de la lógica es el estudio de los métodos y los principios usados para distinguir el
razonamiento correcto del incorrecto”.[166]
Las formas esenciales del pensamiento abstracto son los conceptos o ideas, los juicios y
los raciocinios o razonamientos, los cuales tienen como instrumentos o fórmulas de
expresión a través de un lenguaje al término, la proposición y razonamiento o discurso,
respectivamente.
El concepto “es la forma del pensamiento que refleja los indicios sustanciales de un
objeto o una clase de objetos homogéneos”: el juicio “es la forma del pensamiento por la
cual se afirma o se niega algo respecto de los objetos, sus indicios y relaciones”; y, el
razonamiento “es la forma del pensamiento mediante el cual, partiendo de uno o varios
juicios verdaderos, denominados premisas, llegamos a una conclusión conforme a ciertas
reglas de inferencia”.[167]
Por lo tanto, los conceptos, los juicios y raciocinios, tienen relación con procesos o
productos mentales no expresados en un lenguaje, mientras que los términos, las
proposiciones y los discursos son productos mentales ya expresados (comunicados) en un
leguaje.
Por su parte los términos simplemente significan objetos, sin afirmar o negar nada de
ellos, de tal manera que pueden ser sujeto o predicado de una proposición, pero, que, en
sí mismos, no afirman ni niegan nada, y, por lo tanto, carecen de verdad o falsedad.[168]
Las proposiciones son un producto lógico del pensamiento humano que pueden
expresarse en un lenguaje natural o en un lenguaje formal. Las proposiciones expresadas
en lenguaje natural son oraciones gramaticales informativas que necesariamente han de
ser o verdaderas o falsas por expresar un conocimiento. Aquello de lo que afirma o niega
se denomina sujeto; aquello que se afirma o niega predicado. En forma simple, las
proposiciones son juicios expresados.
Ahora bien, hay que precisar que, el mensaje comunicado, por caso un conocimiento, se
denomina significado, de tal manera que, si bien la Lógica estudia razonamientos que han
sido expresados en un lenguaje, el significante oral o escrito, le interesa solo
indirectamente, como medio para conocer el significado del razonamiento. Un
razonamiento es exactamente el mismo razonamiento, aunque se le exprese en diferentes
idiomas.[169]
Una norma jurídica como “El Ecuador es un territorio de paz”, puede ser analizada desde
diversos puntos de vista. Uno de ellos es el punto de vista formal que consiste en analizar
una norma jurídica desde su estructura lógica o estructura lógico lingüística y por lo tanto
con prescindencia de su contenido, ya que toda norma como toda proposición, tiene una
forma que puede ser llenada de diversos contenidos, como es el caso de la estructura del
juicio “S es P”, o como en el caso de la estructura de la norma “Si es A debe ser B”.
[170]
Ahora bien, una norma jurídica es una proposición, pero ¿a qué clase proposiciones
pertenece, y si acaso pertenece a las proposiciones prescriptivas, una norma jurídica
puede distinguirse de otras normas o proposiciones prescriptivas solo por su forma?
A esta lista se pueden sumar otras clases de juicios y por lo tanto proposiciones muy
importantes:
N. Bobbio señala que una norma es una proposición, por lo que un código es un conjunto
de proposiciones. Una proposición es un conjunto de palabras que tienen un significado
entre sí, es decir, en su conjunto. Las normas jurídicas son proposiciones prescriptivas, y
la forma más común de una proposición es el juicio, el mismo que tiene un sujeto y un
predicado unidos por una cópula (S es P), pero no toda proposición es un juicio. (Por
ejemplo “¡cuidado!, o, ¿cómo te llamas?).
Por otra parte, hay que distinguir una proposición de su enunciado, entendiéndose por tal
la forma gramatical y lingüística con la cual se expresa un significado, por lo que la
misma proposición puede tener diversos enunciados, y el mismo enunciado puede
expresar diferentes proposiciones. Una misma proposición puede ser expresada con
diversos enunciados cuando cambia la forma gramatical, por ejemplo: “Mario ama a
María” y “María es amada por Mario” donde el significado es idéntico y lo que cambia
es solo la expresión.
Cuando se sostiene que una proposición es una reunión de palabras que tienen un
significado en su conjunto, se excluye del término “proposición” conjuntos de palabras
sin significado, por ejemplo: “El triángulo es democrático”, de lo que se sigue que, un
conjunto de palabras sin significado no es igual a una proposición falsa, ya que la misma,
a pesar de ser falsa, tiene significado, por ejemplo, “el triángulo tiene cuatro lados”.
Entonces, cuando se dice que una norma jurídica es una proposición, se quiere decir que
es un conjunto de palabras que tiene significado, y por lo visto, la misma proposición
normativa se puede formular con diferentes enunciados y así como una proposición en
general puede tener un significado, pero ser falsa, así también una proposición normativa
puede tener un significado y ser -no digamos falsa- sino inválida o injusta.[172]
De entre las clases de proposiciones, al Derecho le interesa los mandatos, que son
proposiciones cuya función es influir en el comportamiento de los demás.
De igual manera una proposición puede expresarse en forma exclamativa, pero su función
es influir en el comportamiento de los demás, como la leyenda de aquel letrero que dice
“¡Cuidado cerca eléctrica!”. En general se puede decir que una proposición que tiene
como función pretender influir en la conducta de los demás puede expresarse en diversas
formas gramaticales.[173]
La función descriptiva del lenguaje científico sirve para dar informaciones, la función
expresiva del lenguaje poético sirve para evidenciar sentimientos; y, la función
prescriptiva del lenguaje normativo sirve para dar órdenes que tienden a modificar la
conducta ajena. Sin embargo, el lenguaje prescriptivo puede utilizar los otros dos tipos
de lenguaje para su propio fin.[174]
Por la función: las proposiciones descriptivas, tienen como objeto dar información; las
prescriptivas tienen como función modificar el comportamiento.
Por el criterio de valoración: de las proposiciones descriptivas se puede decir que son
verdaderas o falsas; de las prescriptivas se puede decir sin son justas o injustas (según la
validez o invalidez), oportunas e inoportunas, convenientes o inconvenientes. Por lo
tanto, el criterio de valoración de las proposiciones descriptivas es la correspondencia
con los hechos (verificación empírica) o con los postulados autoevidentes (verificación
racional), según se trate de proposiciones sintéticas o analíticas; en cambio el criterio de
valoración de las proposiciones prescriptivas es el de la correspondencia con los
valores supremos (criterio de justificación material) o el de la derivación de las fuentes
primarias de producción normativa (criterio de justificación formal). Se llaman justas (o
convenientes) las primeras, válidas las segundas.
Para cerrar este tema es conveniente hacer la siguiente precisión tal y como la efectúa
Ricardo V. Guarinoni: “Si se distingue entre lenguaje descriptivo y prescriptivo, la
empresa científica debe ser vista como descriptiva. Esto no significa que todos los
enunciados de la ciencia tengan una referencia semántica directa, sino que el discurso
científico no se desarrolla con el propósito de modificar el mundo, sino de describirlo.
La ciencia desarrolla teorías que pueden tener una relación más o menos cercana con los
fenómenos que trata de explicar. Una visión de la ciencia como constituida por
enunciados que cuentan con una referencia empírica directa es ingenua, y ha sido dejada
de lado por la epistemología moderna, cualquiera sea la variante que ella adopte”.[178]
Los imperativos autónomos son aquellos en los cuales, la misma persona que establece
la norma de conducta, es la misma persona que la cumple; mientras que los imperativos
heterónomos son aquellos en los cuales quien dicta la norma de conducta es una persona
y quien la ejecuta es otra.
Para Kant, la legislación “que eleve una acción a deber, y este deber al mismo tiempo a
impulso” es legislación moral, en tanto que una legislación que ordena una acción que no
tiene en cuenta el motivo que determina la voluntad del sujeto, sino solamente la
conformidad exterior de la acción con la ley, es legislación jurídica, de manera que “el
puro acuerdo o desacuerdo de una acción con la ley, sin tener en cuenta su impulso se
llama legalidad, conformidad con la ley; en cambio, cuando la idea del deber derivado
de la ley es al mismo tiempo impulso de la acción, estamos ante la moralidad”.[180]
Entonces la distinción fundamental entre Moral y Derecho radica en el motivo por el cual
es obedecida una legislación, a lo cual se añade el criterio de la exterioridad o
interioridad de la acción, ya establecida por Tomasio.[181]
Por lo tanto, para Kant los imperativos morales y solo estos, son autónomos porque la
moral consiste en mandatos que el hombre, en cuanto ser racional se da a sí mismo, y sin
recibirlos de ninguna otra autoridad que no sea la propia razón. Dice él “la autonomía de
la voluntad es la cualidad que tiene la voluntad de ser ley por sí misma”.[182]
Esta distinción establecida por Kant contribuye a diferenciar los imperativos morales
respecto de otros imperativos, especialmente los jurídicos, en el sentido de que la Moral
se expresa en imperativos autónomos y el Derecho en imperativos heterónomos, “el
legislador moral es interno y el legislador jurídico es externo”.[183]
Sin embargo, se puede advertir que en el ámbito de la moral religiosa los preceptos
provienen de un ser supremo, externo y, por lo tanto, se podría hablar de una moral
heterónoma sin que por esto pueda confundirse con normas jurídicas. También una moral
fundada en la filosofía positivista se rige por normas sociales y tampoco puede
confundirse con el Derecho.
Por otra parte, también en el ámbito del Derecho algunas normas se basan en la
autonomía de la voluntad individual y aquellas no pueden confundirse con la Moral o
como en el caso de la legislación en un sistema democrático que se basa en la autonomía,
donde el pueblo en uso de su soberanía se da sus propias leyes, mientras que en un
régimen autocrático la legislación se basa en la heteronomía, pues el dictador en uso de
su autoridad despótica impone las leyes al pueblo, y sin embargo este origen de las
normas nada tiene que ver con la distinción entre Moral y Derecho.
Para Kant, lo que puede ser considerado bueno es únicamente la voluntad buena, aquella
que no se encuentra determinada por los impulsos de los sentidos o por el cálculo de las
consecuencias de la acción, sino únicamente por la necesidad de obedecer al deber. La
acción puede ser la misma, pero es buena y, por lo tanto, tiene valor moral, si fue
realizada solo en obediencia al deber; y no es buena, en el sentido de no tener valor
moral, si la voluntad fue motivada por cualquier otro impulso.[184]
Esto significa que la distinción kantiana esencial del Derecho y Moral, radica en el
motivo por el cual el sujeto obedece: en el caso de la Moral el motivo es absoluto el
deber por el deber, (la acción por el deber) y es de naturaleza interna y se expresa como
imperativos categóricos, en tanto que en el Derecho el motivo es empírico, (la acción
conforme al deber) y es de naturaleza externa y se expresa en imperativos hipotéticos, de
manera que la voluntad jurídica es heterónoma ya que se motiva en una ley externa al
sujeto, mientras que la voluntad moral es autónoma ya que se motiva en una ley interna
del propio sujeto.
En consecuencia “imperativos categóricos son aquellos que prescriben una acción buena
en sí misma, o sea una acción buena en sentido absoluto, que debe ser cumplida sin
condiciones… Imperativos hipotéticos son aquellos que prescriben una acción buena
para lograr un fin, o sea, una acción que no es buena en sentido absoluto, sino que es
buena solamente si se desea, o si se debe obtener un cierto fin”.[185]
Los imperativos categóricos, según Kant, serían propios de la Moral, y se pueden llamar
normas éticas; en cambio los imperativos hipotéticos pueden dividirse considerando si el
fin que la norma persigue es un fin posible, esto es, que los hombres pueden perseguirlo,
entonces estamos en el caso de las reglas de habilidad o técnicas; o si el fin que la
norma persigue es un fin real, estamos en el caso de las reglas de prudencia o
pragmáticas.
Pero no todos los imperativos hipotéticos son del tipo de las normas técnicas; existen
imperativos hipotéticos en Derecho, e inclusive para algunos autores todos los
imperativos jurídicos son hipotéticos, por ejemplo “si arrojas basura a la calle debes ser
sancionado”; aquí la consecuencia o fin no es efecto de una causa natural, sino que se
imputa una sanción establecida por la propia norma jurídica; en otras palabras tanto el
hecho (condición), como la sanción (consecuencia) vienen determinados por el propio
ordenamiento jurídico; entonces en el caso de las normas técnicas opera el principio de
causalidad, mientras que en el hipotético jurídico opera el principio de imputación.
Por la fuerza obligante los imperativos pueden expresarse en prescripciones con mayor o
menor fuerza vinculante u obligatoriedad, de tal manera que se podría hablar de
prescripciones más duras y tajantes que contienen una orden para actuar de tal o cual
manera, y otras más suaves como los consejos, con los cuales también se trata de influir
en el comportamiento de los demás; y, unas terceras formas o modos, aún más delicadas,
prudentes o tinosas, pero que a la final tratan de lograr el mismo objetivo: modificar la
conducta del otro, alcanzar algo de los demás.
La distinción entre mandatos y consejos puede servir para distinguir Derecho y Moral, en
el sentido de que, el Derecho obliga mientras que la Moral se limita a aconsejar dejando
a la persona libre, en seguir o no el consejo.
Thomas Hobbes en el Leviatán distingue entre los consejos y los mandatos así:
1º) Respecto del sujeto pasivo: quien ordena tiene autoridad que le da el Derecho para
mandar; quién aconseja no puede arrogarse el derecho para hacerlo;
2º) Respecto del contenido: los mandatos se imponen por la voluntad de quien los da, los
consejos logran su objetivo en razón de su contenido;
Por otra parte, hay que diferenciar entre los consejos y recomendaciones de las
exhortaciones; el mismo Hobbes dice que éstas son consejos distorsionados porque se
expresa el interés del exhortante, en tanto que el consejo se expresa en interés del
aconsejado. En realidad, el consejo modifica el comportamiento de la persona
exponiendo hechos y razones (va dirigido al intelecto), en tanto que la exhortación tiende
a modificar el comportamiento suscitando sentimientos (va dirigida al corazón).[187]
Por último, existen peticiones que se fundamentan en informaciones, y otras que se basan
en emociones, siendo las de este tipo las invocaciones y súplicas.[188]
CAPÍTULO XI
PROPOSICIONES PRESCRIPTIVAS Y DERECHO
En la historia de la Filosofía del Derecho, la idea matriz que subyace sobre la esencia o
naturaleza del Derecho es su carácter imperativo, expresado en los mandatos que
contienen las normas jurídicas, de tal manera que los ordenamientos jurídicos se
inscriben en el universo del lenguaje prescriptivo.
El carácter imperativista del Derecho es una doctrina defendida por la mayor parte de los
juristas, sin embargo, existen también aquellos que defienden una posición mixta en el
sentido de que solo una parte de las proposiciones jurídicas son imperativas y otros que
defienden la tesis de que el ordenamiento jurídico no está constituido por imperativos.
Por otra parte, la teoría imperativista del Derecho tiene un paralelismo histórico con la
teoría estatalista según la cual las únicas normas jurídicas son las dictadas por el Estado
y con la teoría coactivista que sostiene como cualidad esencial de las normas jurídicas su
coercibilidad.
Tomando como punto de partida la teoría imperativista del Derecho, se pretende dentro
del género de imperativos, distinguir a los imperativos jurídicos, en base a:
Sin embargo, para Christianus Thomasius, el Derecho se distingue de la Moral, por estar
constituido por imperativos negativos, de tal manera que mientras la Moral manda, el
Derecho prohíbe, por lo que el Derecho respecto de la Moral es menos exigente, ya que
mientras la moral nos obliga a hacer algo por los demás, el Derecho nos obliga
simplemente, a abstenernos de hacer el mal. En definitiva, la Moral consistiría en
preceptos de hacer el bien y el Derecho en preceptos de abstenerse de hacer el mal.[189]
En la realidad es muy difícil demostrar que todos los imperativos jurídicos son
impersonales, pues en el Derecho hay imperativos particulares y concretos y por lo
mismo personales, como es el caso de una sentencia; pero por otra parte en el supuesto
no consentido de que todos los imperativos jurídicos sean impersonales, no se puede
excluir que existan imperativos impersonales en otros sistemas normativos, por lo que
esta teoría no sirva para distinguir el Derecho de otras prescripciones apelando
únicamente a un elemento formal.[190]
1. Que las normas jurídicas prescriben no solo obligaciones sino también derechos
subjetivos, lo cual difiere de un imperativo categórico (ético), que establece solo
obligaciones, pero no facultades.
3. En todos los ordenamientos jurídicos hay muchas normas, como las que establecen
términos, que ordenan manifiestamente para alcanzar un fin, y no acciones buenas en
sí mismas.
Concluye Rava, que las normas jurídicas no imponen acciones buenas en sí mismas y por
lo tanto categóricas, sino acciones buenas para alcanzar ciertos fines y por consiguiente
hipotéticas, y ese fin que tienden las normas jurídicas es la conservación de la sociedad.
Para Rudolf von Ihering (1818-1892), los destinatarios de la norma jurídica no son los
ciudadanos, sino los órganos judiciales encargados del poder coactivo, lo que permite
distinguir a un ordenamiento jurídico y un ordenamiento no jurídico, tesis vinculada a la
doctrina estatalista y coaccionista del Derecho, pues para Ihering el Derecho se define
como “el conjunto de normas coactivas válidas en un Estado”, de forma que lo que
caracteriza a una norma jurídica no es su eficacia externa por parte del pueblo, sino su
eficacia interna por parte del Estado, por lo que, una proposición normativa se torna en
jurídica por el hecho de que los jueces tienen el deber y el poder de hacerla respetar.
Desde otra perspectiva para Kelsen y contrariando una posición clásica, norma primaria
no es la que está dirigida a los ciudadanos, sino a las autoridades y jueces, y norma
secundaria es la dirigida a los ciudadanos.
Finalmente para Enrico Allorio (1914-1994), los destinatarios de las normas jurídicas
son solo los órganos del Estado, y de allí hace la diferencia entre ordenamientos
paritarios y autoritarios, de manera que, considerando el ordenamiento jurídico como
ordenamiento coactivo, este consiste solamente en normas dirigidas a los órganos del
Estado, pues un ordenamiento constituido solo por normas primarias (dirigidas a los
ciudadanos) no podría ser considerado como ordenamiento jurídico, si por ordenamiento
jurídico, se entiende un ordenamiento con eficacia reforzada por medio de sanciones que
implican el cumplimiento de las normas dirigidas a los jueces.
Como objeción a esta doctrina baste señalar que en la realidad social e histórica un
ordenamiento jurídico, está constituido tanto por normas dirigidas a los ciudadanos como
al Estado.[192]
Frente a la teoría exclusivista que sostiene que el Derecho, solo está constituido por
imperativos, existen teorías mixtas, que consideran que el Derecho está constituido no
solo por imperativos (normas que imponen deberes) sino por normas permisivas
(normas que atribuyen facultades).
Sin embargo, en este contexto, hay quienes consideran, como Johann Gottlieb Fichte
(1762-1814), que la esencia del Derecho es permitir y no ya mandar, siendo ésta la
diferencia entre el Derecho y la Moral, en el sentido de que la ley moral ordena
categóricamente aquello que se debe hacer, mientras que la ley jurídica permite lo que se
puede hacer, por lo que la ley moral no se limita a permitir que se cumpla lo que ella
manda, sino que lo impone, en tanto que la ley jurídica no ordena de ninguna manera que
se ejerza un derecho. Esta teoría sería exclusivista en sentido opuesto a la teoría
imperativista, pues mientras ésta afirma que todas las normas jurídicas son imperativas,
aquella sostiene que ninguna norma jurídica es un imperativo.[193]
Ahora bien, las relaciones entre imperativos y permisos, se dan en función de una
negación recíproca, pues las normas permisivas positivas son aquellas que niegan un
imperativo negativo es decir una prohibición, y las acciones que se derivan se denominan
permisivas; mientras que, las normas permisivas negativas son aquellas que niegan un
imperativo positivo, esto es, un mandato, y las acciones que se derivan se denominan
facultativas.
Segunda hipótesis.- Esta hipótesis se configura con el paso al estado civil (o político) a
través de la limitación de la esfera de la licitud natural, por creación del sumo poder,
primero con normas imperativas negativas (prohibiciones) y luego con normas
imperativas positivas (mandatos, órdenes), con lo que se configura una esfera de lo
prohibido, otra de lo permitido y una tercera de lo ordenado, condición que corresponde
al Estado liberal, en el que la esfera de lo lícito tiene una máxima extensión en relación
con la esfera de los imperativos (prohibiciones u órdenes).
Brunetti sostiene que junto a las normas imperativas existen normas no imperativas que él
las llama “reglas finalistas” y que se asimilarían a los imperativos hipotéticos o normas
técnicas de Kant, reglas que no expresan una necesidad absoluta, sino solamente final o
sea reglas que imponen una acción como medio para alcanzar un fin.
Según Brunetti, las reglas finalistas no se deben confundir con los imperativos, porque no
limitan la libertad de obrar, ya que se es libre de elegir el fin que me propongo, una
especie de deber libre, pues frente a un mandato, ser libre significa tener la posibilidad
de violarlo; frente a una regla finalista, ser libre, significa la posibilidad de no hacer lo
que prescribe, sin violarla, como por ejemplo la regla que prescribe la modalidad del
testamento solemne y abierto, ya que no me impone hacer dicho testamento, sino me deja
en libertad de hacerlo o no hacerlo.
Esta teoría tampoco logra afectar la teoría de la imperatividad del Derecho, pues basta
decir que, si las reglas finalistas tienen también como fin dirigir las acciones de los
demás, no hay duda que son imperativas, porque si quiero hacer testamento abierto y
solemne, tengo que hacerlo conforme manda el Código Civil.[196]
Ernst Zitelmann (1852-1923) en cambio niega que las normas jurídicas sean imperativas,
pues según él, toda proposición jurídica se puede resolver en la fórmula “Si…tu debes”,
proposición que tiene el carácter de una afirmación, esto es, de un juicio hipotético, “una
afirmación sobre una relación ya existente”. Según la lógica clásica es un juicio y no un
mandato.
Según N. Bobbio,[197] la tesis de la norma jurídica como juicio hipotético con otros
argumentos ya fue acogida por Kelsen, quien partió de una definición restringida de
mandato, en el sentido de que mandato es la “manifestación inmediata de una voluntad
dirigida a la modificación de otra voluntad”. Pero el mandato no incluye una garantía de
que el comportamiento ajeno fuera efectivamente modificado, y de ello deduce que solo
los imperativos morales son mandatos, porque siendo autónomos no hay garantía de que
el comportamiento se modifique, por ejemplo, no mentir.
En cambio, las normas jurídicas siendo heterónomas, tienen necesidad de una garantía
que es la sanción. Por lo tanto, la norma jurídica es un juicio hipotético dirigido a
establecer un nexo entre una condición (el ilícito) y una consecuencia (la sanción), que se
expresa en la fórmula, “Si es A debe ser B”, de manera que la norma moral es un
mandato, la norma jurídica un juicio hipotético.
Kelsen por lo tanto distingue las normas jurídicas, las normas morales y las leyes
científicas. Las leyes científicas se pueden convertir en juicios hipotéticos al establecer
una relación constante entre una condición (la causa) y una consecuencia (el efecto), pero
aquí la copula que une es el verbo “ser” mientras en la norma jurídica, la cópula es
“debe ser”. La ley científica expresa “Si es A es también B”, la ley jurídica “Si es A
debe ser B”, la primera establece un nexo de causalidad, que es descriptivo, la segunda
establece un nexo de imputación, que es prescriptivo; la primera no es voluntaria, no
depende de una autoridad que la haya impuesto, la segunda la establece una norma.[198]
Hay quienes sostienen que las normas jurídicas son juicios de valor. Así para Perassi, las
normas jurídicas son “cánones que valoran una conducta del individuo en la vida social”,
y para Giuliano son “juicio de valor, juicios sobre el comportamiento (y sobre la
conducta) de determinados coasociados frente a (o dependiendo de la) la realización de
determinadas situaciones, de determinados eventos, más genéricamente, de determinados
hechos”.[200]
Esta definición no alcanza tampoco a desvirtuar el carácter imperativo del Derecho, pues
cuando se dice que un hecho es valorado por una norma, no se dice nada distinto de que
el hecho es la condición para que surja una obligación, pero una obligación remite a una
prescripción.
Además, es necesario aclarar que el Derecho por sí mismo no es un valor, sino que se
inspira en valores y aspira a la realización de valores y bienes jurídicos que forman parte
de la conciencia social de una época y sociedad determinada, por lo que el ordenamiento
jurídico es portador de valores que por lo general y esencialmente se expresan como
principios y de allí que la Deontología Jurídica sea una parte importantísima que integra
la Filosofía del Derecho.
CAPÍTULO XII
CLASIFICACIÓN DE LAS NORMAS JURÍDICAS
Los criterios a partir de los cuales se pueden clasificar las normas son de lo más
variados al igual que sus contenidos y definiciones, razón por la que, en lo que sigue, se
intentará dejar establecidos algunas de las más importantes clasificaciones sin que
aquello signifique agotar esta temática:
a) Por el espacio:
b) Por el tiempo:
Eficaces e ineficaces.
Adecuadas e inadecuadas.
Oportunas e inoportunas.
d) Por lo valores:
Justas e injustas.
Útiles e inútiles.
Equitativas e inequitativas.
e) Por su expresión:
f) Por el castigo:
Benignas y severas.
Humanas e inhumanas.
Tolerables e intolerables.
g) Por el mandato:
Primarias y secundarias.
i) Por el sujeto de donde provienen:
Autónomas y heterónomas.
Categóricas e hipotéticas.
Mandatos y consejos.
l) Por la fuente:
n) Por el contenido:
Según Henri Lefebvre “Las proposiciones son universales cuando el atributo se afirma o
se niega en toda la extensión del sujeto; particulares, cuando el sujeto solo se toma en
una parte de su extensión”.[202]
Esta clasificación aplicada al plano de las normas jurídicas, permite distinguir entre
normas universales y normas particulares. En virtud de que en toda proposición
prescriptiva existe el sujeto a quien se dirige la norma y el objeto de la prescripción, o
sea la acción prescrita, habrá que distinguir en una norma jurídica, a quien se dirige y
cuál es el comportamiento que establece, debiendo considerarse, que tanto el
destinatario-sujeto, como el destinatario-objeto pueden presentarse en una norma jurídica
en forma universal y en forma individual.
Ahora bien, si se combinan las cuatro normas antes referidas, se tendría finalmente:
Henri Lefebvre, precisa que “Las proposiciones son afirmativas cuando el atributo entra
en la comprehensión del sujeto; negativas, cuando es excluido de ella”. Igualmente
distingue entre:
Enseña también que “las proposiciones universales y las particulares difieren por la
cantidad.
3.- Si se niega la universalidad, tenemos la proposición: “No todos los hombres son
mortales” o sea “Algunos hombres no son mortales”.
4.- Si se niega el conjunto universalmente y se niega la universalidad, tenemos la
proposición: “No todos los hombres no son mortales” o sea “Algunos hombres son
mortales”.
Para seguir en el análisis, estas proposiciones se pueden sustituir en su orden, por los
siguientes términos: X, Xno, noX, noXno, dando como resultado las siguientes relaciones:
La primera es X
Se puede observar entonces, que toda proposición tiene su contraria (que es una
oposición débil) y su contradictoria (que es una oposición fuerte).
Contrarias: cuando no pueden ser ambas verdaderas, pero pueden ser ambas falsas.
Subcontrarias: cuando pueden ser ambas verdaderas, pero no pueden ser ambas
falsas.
Se concluye que los mandatos y las prohibiciones son contrarios; los permisos positivos
y permisos negativos son subcontrarios; mandatos y permisos negativos, y permisos
positivos y prohibiciones, son contradictorios.
Normas categóricas son aquellas que establecen que una determinada acción debe ser
cumplida; mientras que las normas hipotéticas son aquellas que establecen que una
determinada acción debe ser cumplida si se verifica una determinada condición.
En rigor todas las normas reforzadas con sanciones pueden ser formuladas con
proposiciones hipotéticas, bien entendido que también puede haber normas jurídicas
categóricas, o sea formuladas en forma apodíctica, sin condiciones.
Por su parte las normas jurídicas hipotéticas pueden ser de dos tipos:
Normas instrumentales, que son aquellas en las que la acción prescrita por éstas se toma
como medio, y normas finalistas, que son aquellas, que prescriben acciones que tienen
valor de fin.
12.3. Ley científica y norma jurídica
Cuando Montesquieu en su obra cumbre El espíritu de las leyes definió a las leyes como
“las relaciones necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas”, podría
interpretarse que solo se refería a las leyes del ser en el sentido empleado por las
ciencias físicas o de la naturaleza, pero sin embargo al referirse a que las leyes se
derivan de la “naturaleza de las cosas” pretendía abarcar también al mundo del deber ser,
esto es, del Derecho.
La verdad es que si bien esta definición de las leyes dada por Montesquieu, puede
abarcar, tanto a las leyes de la naturaleza, como a las leyes jurídicas, sin embargo, se
debe precisar que mientras las primeras derivan ciertamente de la naturaleza de las
cosas, en sus relaciones espontáneas sin intervención humana, en cambio las segundas
derivan de las relaciones sociales, en las que intervienen los seres humanos dotados de
conciencia, voluntad y libertad, en estructuras de los sistemas sociales imperantes, de tal
manera que por caso, las leyes laborales que rigen las relaciones entre empleadores y
trabajadores en el sistema capitalista, son efectivamente relaciones derivadas de la
naturaleza de las cosas, de dicho modo de producción, cuya vigencia se impone por
encima de la voluntad de los seres humanos.
Sin embargo, en puridad epistemológica, existen diferencias entre las leyes científicas y
las normas jurídicas entre las cuales la ley es la norma más elaborada, la que expresa de
mejor manera la imperatividad del Derecho, a tal punto que es una de sus fuentes, y en
nuestro sistema jurídico, la más privilegiada.
b) La ley científica rige a los fenómenos del “ser” los describe y proporciona
información; la norma jurídica rige el “deber ser” y prescribe la conducta humana.
CAPÍTULO XIII
EL DERECHO Y OTROS TIPOS DE NORMAS
En la sociedad humana, la conducta de sus integrantes, está regida por una multiplicidad
de normas, que provienen de las más diversas instituciones como las organizaciones
internacionales, el Estado y la Iglesia, pero también brotan de la interioridad de la
sociedad civil como las relaciones de producción, las costumbres, los contratos
privados, o se originan en la diversidad de sus organizaciones ciudadanas, como también
emergen de la propia conciencia de los individuos.
Incluso criterios muy respetables de filósofos clásicos como Giorgio del Vecchio que
sostenía que “Los caracteres propios del Derecho, en sentido objetivo, o sea de la norma
jurídica, son la bilateralidad, la generalidad, la imperatividad y la coercibilidad”,
[205] han sido sometidos a crítica en virtud de que esos caracteres también son
predicables de otros tipos de normas.
Por lo tanto, de lo que hasta aquí se ha analizado, los criterios para diferenciar a las
normas jurídicas de otros tipos de normas, como la bilateralidad, la finalidad, el sujeto
del que emana la norma, los valores o el destinatario, son insuficientes o no han servido
plenamente para alcanzar tal objetivo, por lo que se impone la búsqueda de otro criterio
diferenciador, con una perspectiva más bien integradora antes que excluyente.
En el caso del criterio de la finalidad que señala que las normas jurídicas tienen como
finalidad la conservación de la sociedad, mientras que otras normas no son esenciales
para dicho fin, no resiste la objeción de la relatividad en la consideración de lo que es
esencial en una y otra sociedad, pues por caso las normas religiosas son esenciales en
algunas sociedades islámicas.
Si se considera el criterio del sujeto que dicta la norma, en el sentido de que las normas
jurídicas son las expedidas por el poder soberano, esta tesis queda acotada a la más pura
concepción positivista, que reduce la ley a la voluntad de quien tiene la fuerza.
Finalmente, si se considera el criterio del modo en que es acogida la norma por parte del
destinatario (o la naturaleza de las obligaciones), en el sentido de que la norma jurídica
es acogida con una mera adhesión exterior, es decir, conforme al deber (Kant) o por
convencimiento de su obligatoriedad (Haesaert), se debe considerar que en el primer
caso (acogida con mera adhesión exterior) serviría para distinguir la norma jurídica de la
norma moral, pero no con la norma de trato social; y en el segundo caso (convencimiento
de la obligatoriedad), serviría para distinguir las normas jurídicas de las del trato social,
pero no con las normas morales.[206]
Las normas del trato social parten del agrado o desagrado que la conducta individual
despierta en los demás del grupo social por lo que lo importante es la manifestación
externa, su ámbito de aplicación son las relaciones sociales sin límites territoriales, su
finalidad es la corrección formal de los individuos para satisfacer a los demás, tienen
como fuente los convencionalismos sociales y su sanción es la reprobación, el
aislamiento, la expulsión y hasta el linchamiento. Son normas heterónomas porque son
impuestas por la sociedad, exteriores porque exigen una conducta externa correcta y
formal, unilaterales pues solo imponen deberes, e incoercibles porque no pueden
cumplirse por una coacción institucionalizada de la sociedad.
13.3. La respuesta a la violación como criterio para diferenciar las normas jurídicas
de otro tipo de normas
La violación a lo que prescribe una norma jurídica, constituye un ilícito, lo que conlleva
la reacción del ordenamiento jurídico, imponiendo una sanción, ya por la inobservancia
de una prohibición, o el incumplimiento de un mandato, por lo que la sanción jurídica
tiende a anular o por lo menos eliminar las consecuencias dañosas de la conducta ilícita,
siendo necesario aclarar que una sanción no se limita a anular, resarcir, remediar los
efectos de un ilícito sino también a prevenir, desalentar, disuadir que se vuelvan a repetir
tales conductas sociales dañosas, lo que incluye en materia penal la reeducación y el
empleo de políticas públicas para prevenir acciones u omisiones ilegítimas.
Ahora bien, en términos generales la violación a una norma y la sanción como reacción,
constituye un denominador común en todos los sistemas normativos, así se observa a
diario en la actividad deportiva y en los juegos recreacionales, en las actividades
educativas y en todas las obligaciones que se derivan de las relaciones sociales. En estas
circunstancias se trata de encontrar elementos que permitan diferenciar a las normas
jurídicas de otros conjuntos de normas, en relación con la sanción que es el momento
culmen de última instancia donde se manifiesta el carácter de la normatividad jurídica.
La moral tiene tal exigencia que el cumplimiento del deber solo por temor o por quedar
bien, no sería una conducta moral y por el contrario si se cumple el deber sin ninguna
otra razón o motivación que no sea la satisfacción del deber cumplido, por la convicción
de que es bueno por sí mismo, entonces la conducta es moral.
Por lo anotado, la sanción moral es por lo general muy poco eficaz, aunque hay que
reconocer que, para determinadas personas con una alta conciencia moral, la sanción
puede ser muy eficaz, entendiendo que el fin de la sanción es la eficacia de la norma, de
tal manera que la norma no sea violada o que los efectos de su violación sean menos
gravosos.
En el caso de la sanción a las normas del trato social, a diferencia de la sanción moral,
es de carácter externa, pues proviene de otro individuo o del grupo social, que puede ir
desde el trato con indiferencia o menosprecio, el etiquetamiento negativo social, el
aislamiento, la reprobación, la exclusión del grupo y hasta el linchamiento, de tal manera
que la reacción del grupo social a la violación de las normas que garantiza su cohesión,
es uno de los medios más eficaces de control social, por lo que la sanción social tiene
mucho efecto en el infractor y en el colectivo social del que se trate.
Por lo tanto “lo que caracteriza a la norma jurídica respecto de las morales y sociales, es
el de ser una norma con eficacia reforzada”, lo cual implica “…la garantía de que las
normas impuestas se hagan valer, pero sobre todo, la igualdad en el tratamiento, que se
asegura solo cuando la sanción se atribuye a un órgano superpartes”.[209]
Ahora bien, el hecho de que la sanción exterior sea institucionalizada, como criterio que
permite de mejor manera distinguir la norma jurídica de otras normas de conducta social,
aquello no significa negar que la sociedad pueda aceptar el Derecho por consenso sin
necesidad de coerción, lo cual depende en gran parte de la legitimidad de las normas
jurídicas que implica entre otras cosas su grado de justeza, pertinencia con la
idiosincrasia, la realidad social y otros elementos relacionados con la cultura jurídica,
pero en la realidad sociológica e histórica de los pueblos, el consenso/legitimación y la
fuerza, se hacen presentes en una dialéctica que depende de las circunstancias concretas
por la que atraviesa una sociedad.
CAPÍTULO XIV
MANDATOS JURÍDICOS Y MANDATOS ARBITRARIOS
A las consideraciones que hemos realizado para distinguir al Derecho de otro tipo de
normas, conviene añadir una más que tiene que ver con la necesidad de diferenciar los
mandatos jurídicos de los mandatos arbitrarios.
En la diversidad de las relaciones sociales, las personas pueden verse avocadas a tener
que cumplir mandatos que si bien provienen de una autoridad competente y son de
inexorable cumplimiento por la amenaza de la utilización de la fuerza que avala su
obediencia y ejecución, sin embargo, no son mandatos jurídicos, porque están en contra
del Derecho vigente, razón por la que merecen llamarlos mandatos arbitrarios.
Estos mandatos arbitrarios pueden inspirarse en las más diversas motivaciones (amistad,
enemistad, intereses políticos, ideológicos, económicos, parentesco, etc.) e inclusive,
supuestamente, en la justicia, y sin embargo no dejan de ser antijurídicos.
Para Luis Recaséns Siches la calificación de arbitrario no se aplica a todos los actos que
son contrarios al Derecho, sino a los actos antijurídicos dictados por los poderes
públicos con carácter inapelable, de tal manera que, los actos antijurídicos de los
particulares y también los de los órganos subalternos del poder público y también todos
aquellos susceptibles de apelación, son calificados -según los casos- de ilegalidad civil,
de falta, de delito, de contravención administrativa, o de sentencia o resolución
incorrecta- pero de ninguna manera de arbitrariedad en el sentido rigoroso de esta
palabra y son sancionables y rectificables por instancias superiores. Por lo tanto, la
calificación de arbitrarios se restringe para los actos antijurídicos e inapelables,
dictados por órganos del poder público; mientras que los actos antijurídicos de los
poderes públicos que son rectificables y sancionables por otra instancia superior, se
califican de ilegales o erróneos.[210]
Igualmente es necesario aclarar que la calificación de mandato arbitrario nada tiene que
ver con la valoración del contenido del mandato en relación a si es justo o injusto o en
referencia a cualquier otro valor, sino a su carácter antijurídico, esto es contrario al
Derecho, o dicho de otra manera un mandato formalmente negador de lo jurídico. El
mandato arbitrario está por lo tanto genéricamente fuera del universo del Derecho, del
mundo de lo jurídico, y específicamente, está fuera y es contrario a las normas jurídicas
vigentes, al ordenamiento jurídico. Por ello el mandato arbitrario es la “negación de la
esencia formal de lo jurídico”.[211]
Por lo tanto, el mandato arbitrario se motiva en un acto de voluntad que violenta la norma
jurídica vigente, se basa llana y sencillamente en el poder, la autoridad, la fuerza que por
lo mismo no se supedita al orden jurídico imperante, sino a las determinaciones de su
voluntad, su subjetividad, su antojo, en una palabra, su capricho, siendo por lo tanto
carente de racionalidad jurídica.
El mandato jurídico en las mismas hipótesis fácticas, es decir en las mismas condiciones
o presupuestos fácticos, se presenta con la misma regularidad, no varía o se altera,
porque se basa en un principio general, de tal manera que la consecuencia jurídica de una
misma conducta es previsible de antemano, lo que implica que la respuesta a un tipo de
violación del ordenamiento jurídico no cambia y es la prevista de antemano, lo que
irradia certeza y seguridad jurídica.
De lo que se ha analizado brota sin mayor dificultad la percepción de que moverse en las
relaciones sociales en el mundo de lo jurídico, es una condición esencial para que las
mismas no queden libradas a la mera voluntad, interés e imposición de una persona sobre
otra o de la autoridad sobre las personas, sino que por el contrario dichas relaciones
sociales estén supeditas al ordenamiento jurídico, para que de esta manera la
convivencia social se desarrolle sobre la base del respeto de los derechos de los
asociados.
Queda claro entonces que por más contenido justo o quizás “justiciero” del mandato
arbitrario, la aceptación del mismo en nombre de dicha estimación de un valor, a lo único
que conduciría en medio de la diversidad de las contingencias de la vida social, es que
se termine por relativizar tanto la justicia o mejor dicho lo que es justo, que no se
tardaría en caer en la más grande injusticia, o que simplemente ya no se sepa o nos
perdamos en lo que es justo o injusto, si se empieza a comparar lo que se ha considerado
como lo justo en cada una de las resoluciones asumidas en cada caso.
CAPÍTULO XV
TEMAS CLÁSICOS SOBRE EL ORDENAMIENTO JURÍDICO
Respecto del concepto de ordenamiento o sistema jurídico, se puede señalar que existen
dos formas distintas de concebirlo: como conjunto de normas o como conjunto de
instituciones,[214] habiendo llegado a prevalecer la concepción del ordenamiento como
conjunto de normas jurídicas, debiéndose recordar en este punto, la crítica a la Teoría
del Derecho como Institución de Santi Romano, en el sentido de que si una institución
implica la determinación de fines, medios y funciones, ello no puede realizarse sino a
través de normas jurídicas[215] por lo que una institución puede ser reducible a un
conjunto de normas.[216]
Entre los diferentes problemas que presenta un ordenamiento jurídico, aquellos pueden
ser agrupados en tres principales:
1.- Si las normas jurídicas constituyen una unidad y la forma como se establece la
misma, que da lugar al problema de la jerarquía de las normas.
2.- Si el ordenamiento jurídico constituye un sistema más que una unidad, que da lugar al
problema de las antinomias jurídicas.
Por otra parte, los ordenamientos jurídicos no nacen en un vacío jurídico ya que existen
normas u ordenamientos prexistentes, de manera que bien puede decirse que se derivan
unos de otros y aún en los casos de rupturas radicales como las revoluciones, se
reconocen y receptan normas anteriores y se producen otras nuevas, y así, normas que
constituyen rezagos del sistema anterior, viejas y nuevas se entrelazan en la realidad.
Por ello se habla de la existencia de fuentes reconocidas y fuentes delegadas que dan
lugar a los fenómenos de la recepción de normas prexistentes y de la delegación del
poder supremo a otros poderes para que produzcan nuevas normas, a lo que se suman las
normas establecidas por los contratos o convenios de los particulares en ejercicio de la
autonomía de la voluntad individual.
Esto lleva a considerar la existencia de un poder originario constituyente que viene a ser
fuente de fuentes que una vez establecido como poder originario constituido, delega a
otros poderes derivados, la potestad de expedir nuevas normas, de forma que al delegar
parte del poder se auto limita a sí mismo (internamente), debiendo considerarse que
también el poder originario constituyente nace en un determinado contexto o universo
social, cultural e histórico que incluye costumbres, normas y valores que hacen de marco
o límite (externo), por lo que se habla de la existencia de límites internos y externos en
la formación gradual, paulatina e histórica de los ordenamientos jurídicos. En otras
palabras, los ordenamientos jurídicos se conforman con un Derecho preexistente (viejo)
y con un Derecho producido (nuevo).
Por lo tanto, cuando una norma atribuye a una persona o a un órgano, el poder de dictar
normas jurídicas, impone al mismo tiempo a los demás el deber de obedecerlas, a la vez
que determina los límites materiales y formales, dentro de los cuales debe ejercer dicho
poder, esto es, determina los límites de contenido y los límites de procedimiento.
A su vez este poder constituyente presupone una norma que le atribuye al poder
constituyente la facultad de producir normas jurídicas, siendo ésta la norma
fundamental, que atribuye al ordenamiento constitucional, el poder de producir normas
válidas e impone a las personas el deber de obedecerlas.
Pero la lógica del razonamiento, lleva a la pregunta ¿y, en qué se fundamenta la norma
fundamental? Explica N. Bobbio que la norma fundamental es un presupuesto del
ordenamiento, pues ella cumple, en un sistema normativo, la misma función que cumplen
los postulados en un sistema científico, siendo éstos proposiciones primarias de las
cuales se deducen otras, de tal manera que los postulados se establecen, o por
convención o por una supuesta evidencia suya.[218]
Por todo lo anotado se puede concluir que es la norma fundamental y el orden jerárquico
normativo que de ella se deriva, lo que determina y garantiza la unidad del ordenamiento
jurídico.
Concluyamos con Kelsen para quien “Una pluralidad de normas constituye una unidad, un
sistema o un orden cuando su validez reposa, en último análisis, sobre una norma única.
Esta norma fundamental es la fuente común de validez de todas las normas pertenecientes
a un mismo orden y constituye su unidad. Una norma pertenece, pues, a un orden
determinado únicamente cuando existe la posibilidad de hacer depender su validez de la
norma fundamental que se encuentra en la base de este orden”.[219]
Según el Diccionario de la Lengua Española, coherencia tiene entre otros significados los
de: 1. “Conexión, relación o unión de unas cosas con otras” // 2. “Cohesión, unión íntima
de moléculas” // 3. “Estado de un sistema lingüístico cuando sus componentes aparecen
en conjuntos solidarios”.[220]
Por su parte la palabra sistema tiene entre otros significados: 1. “conjunto de reglas o
principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí” // 2. “Conjunto de cosas
que ordenadamente relacionadas entre sí contribuyen a determinado objeto”.[221]
Entonces, la coherencia implica la unión de los elementos, de tal forma que la coherencia
de un ordenamiento jurídico viene dada por la armonía estructural y funcional de las
normas entre sí y de estas con el todo, de manera que no exista contradicción, y de
presentarse la misma, exista una solución para restablecer la unidad del sistema.
Por lo tanto, para que el Derecho sea considerado como sistema debe tener una “unidad
lógicamente consistente y axiológicamente coherente”,[222] debiendo entenderse la
coherencia axiológica como la exigencia “que todas las normas pertenecientes al sistema
puedan reconducirse, desde el punto de vista valorativo, a un único principio o a una
única constelación de principios consistentes entre sí”.[223]
En el sistema dinámico las normas se derivan unas de otras a través de una delegación
sucesiva de poder, o sea, no por medio de su contenido sino de la autoridad que las ha
creado: una autoridad inferior se deriva de una autoridad superior hasta llegar a la
autoridad suprema que no tiene ninguna otra autoridad sobre sí. En este sistema la
vinculación de las normas es formal.[224] “Su validez no resulta de su contenido”.[225]
Para Kelsen los ordenamientos morales son sistemas estáticos, mientras que los
ordenamientos jurídicos son sistemas dinámicos,[226] de manera que, si la pertenencia
de las normas jurídicas a este sistema dinámico es formal, cabe la posibilidad que
pertenezcan al mismo dos normas que si bien pueden ser contrarias por su contenido, sin
embargo, son válidas, legítimas.
1.- Como “sistema deductivo”: en cuanto todas las normas jurídicas del ordenamiento se
derivan de algunos principios generales, considerados del mismo modo que los
postulados de un sistema científico. Caso del ordenamiento del Iusnaturalismo
racionalista.
2.- Como “sistema inductivo”: en cuanto se parte del contenido de normas particulares,
se reúnen datos de la experiencia con base a su semejanza y se construyen conceptos cada
vez más generales y clasificaciones o divisiones de toda la materia. Caso de la ciencia
moderna del Derecho (con la jurisprudencia sistemática) que se remonta a Savigny,
siendo ejemplo de dicha construcción empírica inductiva, la teoría del negocio jurídico.
Ahora bien, el tratadista Riccardo Guastini, precisa que “…la coherencia: consiste
simplemente en la carencia de antinomias, conflictos lógicos, incompatibilidades entre
normas. No obstante:
(a) Primero, las normas existentes en un ordenamiento han sido dictadas en tiempos
distintos, en circunstancias distintas, por las más diversas autoridades normativas,
siguiendo cada una de ellas la política jurídica propia (eventualmente en conflicto
con la de otras autoridades). Tales normas no son consistentes, ni podrían serlo. Por
lo tanto, en todo ordenamiento hay antinomias.
(b) Segundo, estas antinomias deben, ciertamente, ser resueltas, (lo exigen el ideal
de igualdad y de certeza del Derecho). Y es por esto que todo ordenamiento incluye
criterios de solución de antinomias tales como lex posterior y lex superior. Pero la
existencia de tales criterios no implica que el ordenamiento sea consistente: implica
que puede hacerse consistente, ser “sistematizado”. Ausencia de antinomias y
posibilidad de resolverlas son cosas completamente distintas: el “sistema”, en
efecto, aparece no como un dato de hecho, preconstituido a la dogmática (a la
interpretación), sino como el resultado del trabajo dogmático (interpretación).
(c) Tercero, los criterios de solución de las antinomias no son susceptibles de una
aplicación “mecánica”.[228]
El mismo tratadista especifica que solo la interpretación puede identificar las antinomias,
de manera que no hay antinomias antes de la interpretación, y que ésta mismo puede
evitar antinomias como es el caso de la interpretación adecuadora conformen la
Constitución. Pero, así como la interpretación puede evitar las antinomias, así mismo
puede crearlas. Concluye el tratadista que “el “sistema” jurídico, en consecuencia, no es
otra cosa que el fruto de la actividad sistematizadora de los juristas”.[229]
a) Entre una norma que manda hacer alguna cosa y una norma que la prohíbe
(contrariedad);
b) Entre una norma que manda hacer y otra que permite no hacer
(contradictoriedad); y,
c) Entre una norma que prohíbe hacer y una que permite hacer (contradictoriedad).
[230]
Se recordará que frente a las antinomias existen tres reglas fundamentales para resolver
las antinomias: a) el criterio cronológico; b) el criterio jerárquico; y c) el criterio de la
especialidad.
Por el criterio jerárquico, entre dos normas incompatibles, la norma superior prevalece
sobre la inferior ya que ésta no puede establecer una reglamentación contraria a la de
mayor poder normativo.
La plenitud del ordenamiento jurídico implica que el sistema tiene suficientes normas
para solucionar todos los conflictos que se presenten, por lo que, teóricamente se tiene
una norma para regular cada caso, bien entendido que el Derecho regula los casos y
relaciones trascendentes de una sociedad.
Mientras la coherencia del ordenamiento excluye toda situación en que dos normas se
contradigan; la plenitud excluye toda situación en la que no pertenezcan al sistema
ninguna de las dos normas antinómicas. Por ello se dice que un sistema es incoherente
cuando existen normas que no permiten una conducta y otras que lo permiten, mientras
que incompleto es el sistema en que no existe ni la norma que prohíbe, ni la norma que
permite. En la coherencia la exclusión de la antinomia no es condición necesaria para la
existencia de un sistema jurídico, mientras que la plenitud es condición necesaria para el
funcionamiento del ordenamiento.
En estricto sentido no puede encontrarse un sistema jurídico donde exista una norma
jurídica para cada caso, de tal manera que el dogma de la plenitud fue resultado de la
teoría estatalista del Derecho y del triunfo del movimiento de la codificación en la
historia, por lo que para el Positivismo Jurídico la plenitud es una exigencia de la
justicia para que exista certeza y por ello las reacciones frente a la tendencia de la libre
investigación del Derecho, llegándose inclusive a sostener que no pueden existir lagunas,
y lo que así se llama, no es sino el espacio jurídico vacío que el propio Derecho ha
omitido normar por ser un espacio reservado a la libertad humana, con lo que el espacio
jurídico pleno existe porque se norma casos relevantes, mientras que el espacio jurídico
vacío existe por la irrelevancia de los casos que no han sido normados.[231]
Por el contrario, si no existe espacio jurídico vacío, solo existe espacio jurídico pleno en
el sentido de que el derecho nunca falta, partiendo del hecho de que una norma que regula
un comportamiento no solo limita la reglamentación y, por lo tanto, las consecuencias
jurídicas que se derivan de dicha reglamentación para aquel comportamiento, sino que al
mismo tiempo excluye de aquella reglamentación a todos los otros comportamientos, de
forma que, todos los comportamientos no comprendidos en la norma particular están
regulados por una norma general exclusiva, o sea por la regla que excluye todos los
comportamientos que no entran en lo previsto por las normas particulares.[232]
Se podría decir entonces que toda norma particular que se puede llamar inclusiva, está
acompañada por una norma general exclusiva, de tal manera que lo que no queda
regulado por una norma particular inclusiva, queda reglada por las normas generales
exclusivas. Pero en un ordenamiento jurídico no solo existen normas particulares
inclusivas y una norma general exclusiva que las acompaña, sino también un tercer tipo
de norma que se podría llamar norma general inclusiva.
1.- Considerando el caso no regulado como diferente del caso regulado, con la
consiguiente aplicación de la norma general exclusiva (argumentum a contrario); y,
2.- Considerando el caso no regulado como similar al caso regulado, con la consiguiente
aplicación de la norma general inclusiva (argumentum a simili).
Se sigue entonces que una laguna no se da ya por la ausencia de una norma expresa para
regular un caso determinado, sino por la ausencia de un criterio para elegir cuál de las
dos reglas, la exclusiva o inclusiva debe ser aplicada.[233]
Para aclarar más el tema conviene señalar que hay que distinguir entre los siguientes
tipos de lagunas:
Lagunas reales o propias, son las que existen dentro del sistema jurídico y
efectivamente implican la ausencia de norma, de tal forma que existen
objetivamente junto a la norma general exclusiva y la norma general inclusiva,
por lo que el caso no regulado se hace presente en una y otra.
Lagunas ideológicas o impropias, son las que no implican ausencia de norma
positiva en el sistema, sino ausencia de una “norma justa”, razón por la que se
derivan de comparar el ordenamiento jurídico existente (ser-real) con el
ordenamiento jurídico que debería ser (deber ser-ideal).
“Las lagunas impropias solo pueden ser completadas por el legislador, y las
propias por obra del intérprete. Pero cuando se dice que un sistema es
incompleto, se hace referencia a las lagunas propias y no a las impropias. El
problema de la plenitud del ordenamiento jurídico es el problema de si hay y
como deben eliminarse las lagunas propias”.[234]
Respecto del motivo que origina las lagunas, estas pueden ser:
Lagunas praeter legem, resultan del hecho de que, las reglas son demasiado
particulares o específicas y por lo tanto no comprenden todos los casos.
Lagunas intra legem, resultan del hecho de que, las reglas son muy generales que
dejan vacíos que luego deben ser llenados por los intérpretes.[236]
B1) Costumbre
a) La analogía; y
I. La heterointegración
Por ello en las codificaciones del s. XIX, se señalaba en los Códigos Civiles, que en
caso de dudas que no puedan solucionarse con normas del Derecho Positivo, el juez debe
acudir a los principios del Derecho Natural. Luego en las codificaciones contemporáneas
la expresión “principios del Derecho Natural” fue sustituida por “principios generales
del Derecho” que se interpretó como “principios generales del Derecho Positivo” con lo
que se cayó en la autointegración, pero Giorgio del Vecchio siguiendo la tradición
Iusnaturalista sostuvo que debía interpretarse como “principios del Derecho Natural”.
[237]
B2) Recurre al Derecho Judicial, esto es, al poder creativo del juez, como ocurre en el
caso de los sistemas jurídicos anglosajones, o cuando la ley permite a los jueces fallar en
equidad.
B3) Recurre a las opiniones de los juristas, esto es, a la doctrina o en palabras de
Savigny el Derecho científico.[238]
II. La autointegración
Para que se pueda atribuir a un caso no regulado las mismas consecuencias jurídicas
atribuidas a un caso regulado similarmente, es necesario que, entre los dos casos, exista
una semejanza relevante, es decir una cualidad común que sea al mismo tiempo razón
suficiente para llevar a cabo la operación lógica, entendiéndose por razón suficiente lo
que se conoce como la ratio legis.
b) Los principios generales del Derecho, constituyen otro método para llevar a cabo la
autointegración, y consisten en las normas fundamentales o generalísimas del
ordenamiento jurídico que constan en los códigos o en las constituciones y pueden ser
expresos o deducirse por comparación de diferentes normas del sistema, viniendo a
constituir lo que se llama el espíritu del sistema, pero si existen principios generales del
Derecho expresos a la luz de los cuales se puede resolver un caso concreto, ya no se
podría hablar de la existencia de laguna propiamente dicha.[240]
CAPÍTULO XVI
JUSTICIA, DERECHO Y LEY
Por ello se entiende que para algunos la justicia es lo determinado por la ley, de tal forma
que la ley por ser ley, es en sí misma la justicia; otros confunden el Derecho con una de
sus fuentes: la ley; y, finalmente unos terceros confunden el ideal del Derecho como es la
justicia con el Derecho declarado por las autoridades y jueces.
Por otra parte, a lo largo de la historia de las ideas jurídicas se puede advertir que en
términos generales existe como un consenso de la humanidad en cuanto al concepto
formal de justicia, pero desacuerdo en cuanto a la valoración del contenido de la justicia,
esto es en el patrón de su medida, siendo este último el verdadero problema concreto y
práctico de la justicia.
Hagamos pues un barrido histórico para constatar las aseveraciones planteadas en esta
introducción al problema de la justicia y sus relaciones con el Derecho y la ley.
Es criterio generalizado atribuir a los griegos las ideas originarias del Derecho Natural,
aunque en realidad se refirieron más bien a la justicia, enfocándola desde una
perspectiva moral, e insertándola dentro del tratamiento de otros temas.
Por su parte Hesiodo (s. VIII o VII a.C), en su poema Las obras y los días, deja entrever
la idea de justicia como Diké, cuando contrapone a la prepotencia de quienes quieren
imponer su voluntad por la fuerza, el imperio de la ley.[243]
Heráclito de Efeso (s. VI-V a.C.), bosquejó la idea de que todas las leyes humanas
provienen de una única ley divina, que no puede ser otra que el logos o razón universal,
de tal manera que se perfila originalmente los cimientos del fundamento de las leyes
positivas y la idea del Derecho Natural.
Sófocles (s. V a.C.), en la obra Antígona, presenta el conflicto entre el acatamiento a las
leyes positivas impuestas por los humanos o las leyes de la conciencia impuestas por los
dioses, cuando la protagonista Antígona, al ser juzgada por el rey de Tebas, Creonte, por
violar la prohibición real de dar sepultura al cadáver de su hermano Polinice por haber
enfilado las armas contra la ciudad, argumenta, que ella no cree que los decretos del rey
tengan tanta fuerza como para que pueda vencer las leyes no escritas e inquebrantables de
los dioses; que ella ha obedecido las leyes de éstos, que están por encima de cualquier
edicto humano y que no son de hoy, ni de ayer, sino de siempre. Allí se sentó en forma
definitiva las bases del Derecho Natural, como eterno e inmutable, válido para todos los
tiempos, lugares y personas.
Los Sofistas (s. V a.C.), partieron de la relatividad tanto de la verdad como de la moral y
sostuvieron que cada uno tiene su propia percepción y valoración de las cosas, lo que le
llevó a Protágoras a sostener que el hombre es la medida de todas las cosas. Su actitud
de poner en tela de juicio la tradición, les llevó a una posición un tanto irreverente frente
a las leyes dictadas por las autoridades, pues partían de la distinción entre lo justo por
naturaleza que corresponde a lo divino, a lo natural, y lo justo por ley que corresponde a
la voluntad, a la autoridad, al Estado.
En cuanto a la relación entre ley y justicia, y, Derecho y moral, sostiene que lo que es
conforme con la ley es lo justo, quién obedece a las leyes del Estado obra justamente, y
quién las desobedece, injustamente, y de allí aconseja que el buen ciudadano debe
obedecer aún las leyes malas, para no estimular al mal ciudadano a violar las buenas, y
también no devolver la injusticia con la injusticia, pues es preferible padecer injusticia
que cometerla con lo que se evidencia el respeto absoluto a la ley, y no solo a la ley
escrita del Estado, sino también a las no escritas (naturales o divinas), pues las coloca en
el mismo plano a todas.
Para Aristipo de Cirene (435 a. C-350 a. C), de la Escuela Cirenaica, no existe una regla
de conducta absoluta, a excepción del placer y lo útil, lo cual deduce de la distinción
entre physis (naturaleza) y nómos (ley humana), y concluye que no existe justicia, bien o
mal por naturaleza, sino solo por costumbre o ley.
Los Cínicos, (s. IV. a. C), como Antístenes, al contrario de los cirenaicos que negaban lo
justo por naturaleza y seguían las leyes solo por temor a la sanción de la ley positiva,
tuvieron como ideal la conducta según la naturaleza (phýsis), lo que les llevó a extremar
dicho ideal llegando a pregonar y practicar una vida con simplicidad y rudeza extrema
similar a la de los animales, lo cual a su vez chocaba con las conductas establecidas por
las costumbres y las leyes (“civilizadas”) de la ciudad (Estado) jactándose de
comportamientos según naturaleza.
Aristóteles (384-322 a. C.), considera a la justicia como la virtud ética por excelencia,
virtud de virtudes, pero la justicia puede tener dos connotaciones: justicia como lo
legítimo, es decir por estar conforme a las leyes, y justicia como igualdad.
El contenido de las leyes tiene por objeto la justicia y concebida ésta como igualdad
puede ser justicia distributiva y justicia rectificadora (igualitaria o sinalagmática).
La justicia distributiva, consiste en el reparto de los honores o bienes en proporción a su
mérito, pues no sería justo dar cosas iguales a méritos desiguales, si las personas no son
iguales, tampoco deben tener cosas iguales. Esta justicia se expresa en forma de
proporción geométrica.
Aristóteles admite dificultades a la hora de aplicar las leyes que son generales y
abstractas a los casos concretos, viniendo la justicia a cumplir el rol de un medio
correctivo a la rigidez de la ley, por lo que, la justicia en estos casos, actúa en función de
la equidad y de allí que le compara como una regla lesbia, que se acopla a las
sinuosidades de la realidad para captarla y medirla de mejor manera.
Para los estoicos como Zenón de Citio (336-264 a. C), el universo está regido por el
logos y esta razón universal que mueve la materia se identifica con ella misma, siendo la
divinidad inmanente al mundo. Por lo mismo Dios es el principio esencial del universo,
del que es su causa intrínseca, su ley, y esa ley es razón, la misma razón que es esencia
del alma humana.
Por lo tanto, para la escuela Estoica, la ley como expresión divina, natural y racional,
constituye una unidad y de donde brota la exigencia deontológica de una vida con rectitud
conforme al Derecho que no puede ser sino razón natural.
En el ámbito de la ética los estoicos al igual que los cínicos, consideran que la virtud del
bien consiste en vivir conforme la naturaleza, pero la naturaleza de los estoicos no es la
naturaleza animal de los cínicos, sino naturaleza como logos, propio de los seres
humanos, esto es, conforme con la recta razón, principio que somete a los sentidos y las
pasiones.
16.2.2. Los romanos
El jus en el vocabulario romano ocupaba una posición intermedia entre las normas
(mores, leges) y la justicia. El jus significaba lo bueno, lo equitativo, una noción objetiva
que proviene de las leyes, las costumbres, los edictos que son sus fuentes, pero no se
confunde con ellas.
A su vez la justicia era concebida como el hábito o virtud de dar a cada uno su derecho,
una voluntad constante y perpetua de alcanzar ese resultado, una aspiración, un ideal que
no se identifica con su objeto. Consecuentemente el Derecho se distingue tanto de las
normas que lo recogen como de la justicia que lo inspira.[244]
Para Ulpiano, la justicia fue definida como ius suum cuique tribuere con lo que
introduce como medida formal la de dar a cada quien lo suyo, a la vez que introduce
como contenido de dicha medida su Derecho, sin que quede claro si ese “su Derecho” es
lo que resulta de las normas jurídico-positivas, o de los principios iusnaturalistas.[245]
Para Cicerón (106-43 a. C), el Derecho no se limitaba a los textos legales manipulados
artificiosamente por juristas a quienes llamaba leguleius sino en el buen sentido y
equidad que debían dominar las interpretaciones y sentencias, de manera que el Derecho
no se fundamenta en opiniones arbitrarias, sino en la misma naturaleza del hombre, pues
el ser humano se distingue de los demás seres por su facultad de razonar, la misma que la
tiene en común con los dioses, de donde existe una comunidad entre éstos y aquel,
derivada de su participación en la recta razón.
Entonces para Cicerón, los dioses han compartido con los seres humanos una ley que es
la razón y el pensamiento de la sabiduría, una ley que está inscrita en la naturaleza, que
nos ordena lo que debemos hacer y nos prohíbe lo contrario, porque existe una razón que
dimana del orden natural de las cosas, que impulsa a los hombres a obrar rectamente y a
eludir los actos delictuosos, pues el Derecho, está impreso en la naturaleza.
Esta concepción del jus naturae tenía un profundo contenido político y moral, ya que
Cicerón quería establecer una base permanente y ética al Derecho.
Por lo tanto, para distinguir una ley buena de otra mala, no hay otra regla que la
naturaleza que separa no solo el jus y la injuria, sino de un modo general todos los actos
nobles y viles, lo cual implica que vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir según su
ley, lo cual nos recuerda al Estoicismo.
Cicerón coincide en que la justicia es atribuir a cada quien lo suyo aplicándose también a
la distribución, para que cada quien reciba lo que le corresponde según su mérito, lo cual
coincide con os principios de la equidad.[247]
16.2.3. La escolástica
Santo Tomás de Aquino (1225-1274), consideró que el Derecho puede ser natural, de
gentes o positivo, este último puede ser de origen divino o humano y el humano puede ser
civil o canónico.
Santo Tomás identificó el Derecho con lo justo, lo cual significa que la norma injusta no
es Derecho, porque se aparta de la esencia de lo justo y deja de cumplir su objetivo.
Consecuentemente, el Derecho no se confunde ni con la ley que lo impone ni con la
relación jurídica que es su modo de actuación, pues la ley puede ser contraria al
Derecho, la relación jurídica pueda dar lugar a una sentencia injusta; en ambos casos el
Derecho -lo justo- permanece incólume. La ley y la sentencia pueden equivocarse, el
Derecho no.[248]
Queda claro entonces que para el pensamiento de Santo Tomás “el jus era el acto que
realiza la equidad, la justicia. Y si las leyes y las sentencias no se ajustaban a esas
finalidades, ello significaba simplemente que la solución así impuesta no coincidía con el
sentido de lo justo y por lo tanto no eran Derecho”.[249]
En consecuencia, para Santo Tomás lo justo consiste en una noción racional que para
Cicerón era innata (ínsita en la naturaleza), por lo tanto, una noción “preexistente en la
inteligencia, la cual es casi como una regla de la prudencia. Si está redactada por escrito,
se llama ley…Y es por ello que la ley no es, propiamente hablando, el Derecho mismo,
sino una cierta razón del Derecho”.[250]
Para cerrar esta época conviene tener presente que para la concepción tanto de Cicerón,
los romanos y de Santo Tomás, el Derecho no es un conjunto de normas ni de sentencias
que resuelven casos, no se confunde con el concepto contemporáneo de un régimen
legalmente impuesto o de una serie de resoluciones jurisprudenciales, que suelen
llamarse el sistema continental y el del common law. El Ius tomista, como el de Cicerón y
los romanos, es siempre equitativo y justo, y regula las relaciones humanas cumpliendo el
suum quique que exige la justicia.[251]
“En el paso del estado de naturaleza al estado civil, los individuos transmiten todos sus
derechos naturales al soberano, inclusive el derecho de decidir lo que es justo o injusto
y, por lo tanto, desde el momento en que se constituye el estado civil, el único criterio de
lo justo y de lo injusto es la voluntad del soberano. Esta doctrina hobbesiana está ligada
a la concepción de la pura convencionalidad de los valores morales y por lo tanto de la
justicia, según la cual no existe lo justo por naturaleza, sino únicamente lo justo de
manera convencional… Por lo tanto, para Hobbes la validez de la norma jurídica y de su
justicia no se diferencian, porque la justicia y la injusticia nacen junto con el Derecho
Positivo, es decir al tiempo con la validez. Mientras que se permanece en estado de
naturaleza no hay Derecho válido, como tampoco hay justicia; cuando surge el Estado
nace la justicia, pero nace a un mismo tiempo con el Derecho Positivo, así que donde no
hay Derecho tampoco hay justicia y donde hay justicia quiere decir que hay un sistema
constituido de Derecho Positivo”.[253]
En este punto cabe hacer una digresión, para dejar sentado que históricamente la
fundamentación constitucional de los derechos y su autonomía frente a la ley parte de la
distinción Hobbesiana entre “lex” y “ius”. “Lex” como mandato autoritario al que se
someten todos los súbditos, “Ius” como la libertad reconocida por la ley a favor de los
particulares, distinción solo conceptual, porque en la realidad, en el Estado absoluto tal y
como él concebía, los iura no tenían una entidad autónoma, sino que solo eran un aspecto
residual de la ley.
Con las constituciones contemporáneas, la distinción hobbsiana entre lex y ius, deja de
ser exclusivamente una precisión conceptual o una aspiración moral. La ley se considera
expresión de intereses, intenciones, programas, mientras los derechos “patrimonio
jurídico”, inviolables, atribuido directamente por la Constitución, independientemente de
la ley y del gobierno.[254]
Por lo tanto, las cartas constitucionales son el acto mediante el cual el pueblo soberano
delega libremente en los gobernantes, lo cual descansa en la teoría de los derechos
naturales de los ciudadanos, la soberanía popular y la delegación en los gobernantes del
poder necesario para la protección de los derechos, poder que debía permanecer dentro
de los límites marcados por ella, más allá de los cuales se produce la absoluta nulidad
jurídica de sus actos.
Los derechos son por lo tanto patrimonio subjetivo independiente, constituyen a los
individuos en sujetos activos originarios y soberanos y de este modo hacen posible el
acto de delegación constitucional.
En las concepciones europeas, el poder legislativo siempre es visto como una fuerza
originaria que emana directamente del soberano (indiferente que sea el monarca o una
asamblea nacional), en cambio para la concepción americana la legislación no es
animada por una fuerza originaria, sino como poder derivado, esto es, delegado, de
manera que en ese carácter derivado de la ley estaba implícito su límite porque en el acto
de delegación no se contiene ninguna autorización para actuar contra los derechos de los
delegantes, es decir para contradecir las bases mismas del acto de delegación; como si
alguien nombrase un custodio de sus derechos e implícitamente le permitiera destruirlos.
[255]
Sabemos que con el renacimiento se abren las puertas hacia la modernidad. Se debe
señalar que en términos generales en la época moderna y contemporánea la doctrina
aristotélica sobre la justicia siguió siendo la base para la reflexión sobre la justicia.
Para Cesar Beccaria (1738-1794) si bien la justicia sigue siendo concebida alrededor de
la idea central de igualdad, sin embargo, pone énfasis en la igual dignidad de todos los
seres humanos, y la define como voluntad de convivir con los prójimos de modo que
todos tengamos dignidad de hombres y como voluntad constructora de una ciudad de los
pares de una coexistencia equitativa con la felicidad terrena.[256]
Por su parte David Hume (1711-1776) considera que la justicia se funda en una especie
de convención que consiste en que “cada acto singular es realizado con la expectativa de
que los otros realizarán lo mismo”.[257]
Según Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) “el primer sentimiento de justicia no nos viene
de la que nosotros debemos, sino de la que nos es debida”. Consiste en que “yo obre
como si fuese otro”.[258]
Para Roscoe Pound (1870-1964) la justicia exige la satisfacción armónica del mayor
número de intereses de los hombres con la menor fricción y la menor pérdida; mientras
que, para Giorgio del Vecchio (1878-1970) la justicia exige que “todo sujeto sea
reconocido (por los otros) en aquello que vale y que a cada uno le sea atribuido (por los
otros) aquello que le corresponde”.[260]
Para Emil Brunner (1889-1966), la idea de la justicia implica dos conceptos: el de ley
(racional), la cual determina lo que corresponde a cada cual; y el de la igualdad, el cual
exige que todos sean tratados parejamente, esto es, proporcionalmente, de modo que a
cada uno se le dé lo que le corresponde según aquella ley; y finalmente para Eduardo
García Máynez (1908-1993), considera a la justicia como el valor objetivo de una
ordenación jurídica, consistente negativamente en no atentar contra el derecho ajeno, no
invadir la esfera de libertad de los demás, no causar daño a terceros, etc., en suma, se
relaciona con los mandamientos contenidos en la segunda tabla del Decálogo -no matar,
no robar, no cometer adulterio, no rendir falso testimonio…-; y consiste, además, desde
el punto de vista positivo, en las ideas de libertad de la persona y de la igualdad”.[261]
Señalan que estos modos de entender la justicia, que han producido ideologías,
movimientos y luchas políticas, manifiestan una tensión hacia cierta forma de realización
de la justicia social, diferenciándose así de la justicia retributiva.
b) “Según la justicia retributiva, el mal reclama el mal, el bien, el bien; el delito pide una
pena equivalente, la buena acción, el premio correspondiente. Es una proyección de la
idea de contrapeso o del trueque: la justicia como venganza o reconocimiento. La función
de la justicia es distribuir sanciones y recompensas. No se ofrece, sin embargo, una
definición de qué es el bien y qué es el mal, qué es una pena y qué es un premio. Por este
motivo estamos de nuevo frente a una fórmula, pero no hay duda de que indica una
concepción ética de las relaciones interpersonales: la justicia no impone nada, hasta el
momento en que uno haya sido afectado por alguna cosa”.
Señalan que esta fórmula no tiene nada que ver con la construcción de una sociedad justa,
sino solamente con el restablecimiento de un equilibrio particular entre dos sujetos, de
tal forma que no es una virtud activa que lleva a hacer el bien, a actuar espontáneamente
según la justicia, es más bien una justicia reactiva que tiene como finalidad la
satisfacción del daño sufrido o la recompensa del bien recibido, para que todo vuelva a
estar como antes. Por lo tanto, reestablecidas las cosas como estaban y satisfecha la sed
de venganza o pagada la deuda de reconocimiento, cada uno puede seguir su camino e,
incluso, no volver a encontrarse nunca más.
c1) “En el antiguo derecho judío existían dos procedimientos para reparar las ofensas. La
primera el mispat o juicio, era un procedimiento entre tres, análogo al proceso que
conocemos: el ofendido conduce al ofensor, para obtener la condena, ante un tercero
imparcial, el juez. Este tipo de justicia era válido cuando los dos litigantes eran enemigos
o, al menos, extraños. Pero cuando los contendientes habían sido amigos o estaban
ligados por un vínculo vital…solo se ofrecía la posibilidad de una disputa ente dos, el
rib, el litigio.
Precisan que tanto el rib como la justicia cristiana, buscan recuperar la relación fraterna.
Pero mientras que en la justicia cristiana se busca la unión del ofensor y el ofendido,
basada en la idea de que si existe la injusticia es porque el justo -aparentemente justo-
tiene también su corresponsabilidad aunque sea solo por el hecho de no haber sido capaz
de evitar el mal, por lo que se tiene que compartir la culpa, en cambio en el rib la
conciliación se produce partiendo del reconocimiento de ofensor y ofendido y en su
superación a través de la admisión de la culpa y el otorgamiento del perdón.
Sostienen que, a diferencia de otros intentos fallidos para superar las fracturas sociales a
través de instrumentos análogos, en Sudáfrica, verdad, justicia y paz, las tres cosas que
rigen el mundo, han sido posibles gracias al espíritu de perdón y en una medida que ha
evitado ulteriores y más graves violencias e injusticias, por lo que esta forma de arreglo
ha llamado la atención del mundo entero.
Se podría decir entonces que a lo largo de muchos siglos existe una impresionante
coincidencia sobre la idea jurídica que constituye el núcleo de la justicia: la igualdad,
pero no se puede afirmar lo mismo sobre los criterios o medida de valor que debería
utilizarse para determinar si se verifica, se realiza o no la igualdad, terreno en el cual
sobrevienen los debates más enconados y apasionantes, donde concurren diferentes
ideales jurídico-políticos, diferentes concepciones filosófico jurídicas y filosófico
políticas, debate que se vuelve aún más complejo cuando se pretende conciliar la
igualdad con la libertad no en la abstracción teórica sino frente a modelos concretos de
relaciones sociales, de sociedad humana real y concreta, aquí y ahora, en las realidades
mundanas del ser de las diferentes sociedades coexistentes en la historia en las que
estamos inmersos.
Carlos Marx y Federico Engels plantearon en El Manifiesto Comunista que “La historia
de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas
de clases”,[264] pero se podría también afirmar que es la historia de las luchas por la
justicia (igualdad), la libertad y las libertades (derechos) que se han manifestado con los
más diversos contenidos y formas y en resistencia a la explotación, dominio y opresión
de unos grupos humanos por otros, que ha generado desigualdad y exclusión.
Sin embargo, como señala Boaventura de Souza Santos “la desigualdad y la exclusión
tienen en la modernidad un significado totalmente distinto del que tuvieron en las
sociedades del antiguo régimen. Por primera vez en la historia, la igualdad, la libertad y
la ciudadanía son reconocidas como principios emancipatorios de la vida social. La
desigualdad y la exclusión tienen entonces que ser justificadas como excepciones o
incidentes de un proceso social que en principio no les reconoce legitimidad alguna. Y
frente a ellas, la única política social legítima es aquella que define los medios para
minimizar una y otra”.[265]
Por ello fueron precisamente Carlos Marx y Federico Engels quienes desarrollaron toda
una concepción sociológica de la desigualdad resultado de una estructura económica,
cuyos cimientos constituyen el derecho a la propiedad privada, la plusvalía, la
acumulación y concentración de la riqueza, a la que se corresponde una superestructura
de dominación ideológica, cultural, jurídica y política, donde el Derecho basado en los
principios de la libertad y la igualdad jurídica formal, legítima y encubre relaciones
productivas (de hecho) entre sujetos desiguales que concurren a la relación
capital/trabajo.
Para Boaventura de Souza Santos, tanto la desigualdad como la exclusión son dos
sistemas de pertenencia jerarquizada, pero la desigualdad implica un sistema jerárquico
de integración social, quien se encuentra abajo está adentro, y su presencia es
indispensable; en tanto que la exclusión presupone un sistema igualmente jerárquico, pero
se pertenece por la forma como se es excluido, quien está abajo, está afuera.[267]
Por ello sostiene que “Si Marx es el gran teorizador de la desigualdad, Foucault es el
gran teorizador de la exclusión. Si la desigualdad es un fenómeno socioeconómico, la
exclusión es sobre todo un fenómeno cultural y social, un fenómeno de civilización. Se
trata de un proceso histórico mediante el cual una cultura, por medio de un discurso de
verdad, crea una prohibición y la rechaza. La misma cultura establece un límite más allá
del cual sólo hay transgresión, un lugar que atrae hacia otro lugar —la heterotopía—
todos los grupos sociales que la prohibición social alcanza, sean éstos la locura, el
crimen, la delincuencia o la orientación sexual. Por medio de las ciencias humanas,
transformadas en disciplinas, se crea un enorme dispositivo de normalización que, como
tal, es al mismo tiempo calificador y descalificador. La descalificación como loco o
como criminal consolida la exclusión, y es la peligrosidad personal la que justifica la
exclusión. La exclusión de la normalidad se traduce en reglas jurídicas que marcan ellas
mismas la exclusión. En la base de la exclusión se encuentra una pertenencia que se
afirma por la no pertenencia, un modo específico de dominar la disidencia. Ésta reposa
en un discurso de fronteras y de límites que justifican grandes fracturas, grandes
rechazos. Siendo culturales y civilizacionales, tales fracturas tienen también
consecuencias sociales y económicas, aunque no se definan primordialmente con relación
a ellas. Aquí la integración no va más allá del control de peligrosidad”.[268]
En este contexto las prácticas sociales, las ideologías y las actitudes combinan la
desigualdad y la exclusión, la pertenencia subordinada, el rechazo y la prohibición, bien
entendido que tanto la desigualdad como la exclusión aceptan diferentes grados. El grado
extremo de exclusión es el exterminio: el exterminio de los judíos y de los gitanos bajo el
nazismo y la limpieza étnica en la época reciente, mientras que el grado extremo de
desigualdad es la esclavitud.[270]
En cambio, la exclusión con el significado lingüístico que ya hemos dado del Diccionario
y del análisis realizado, es un proceso, que descarta, rechaza, niega, margina o no
permite la participación de los sujetos en el sistema de pertenencia jerarquizado, siendo
así que es resultado de la propia dinámica estructural y funcional del sistema, como una
suerte de uno de los productos destilados del sistema social.
Finalmente cabe señalar que el Estado nacional de la modernidad capitalista (en Europa)
se abrió paso suprimiendo tanto los poderes supraestatales como la iglesia y el imperio,
y los poderes infraestatales de la familia, los feudos, las ciudades, gremios y
corporaciones, liberando a los individuos de las ataduras corporativistas del antiguo
régimen, surgiendo una sociedad compuesta por ciudadanos individuales libres e iguales,
portadores de derechos civiles y políticos, que rigen sus relaciones sociales en base a
contratos que expresan la autonomía de la voluntad individual de las partes. En cambio,
en indoamérica los Estados nacionales si bien rompieron las relaciones coloniales con
las metrópolis europeas, reprodujeron la colonialidad al interior de los Estados
emergentes, por más que sus flamantes Constituciones, declaraban la igualdad de los
ciudadanos, cuyo estatus para ser alcanzado exigía tener propiedad y cultura.
Por lo tanto, la identidad de los colectivos sociales implica que tienen igualdad y
comunidad de rasgos socio culturales, que les dota de una determinada personalidad, que
les diferencia del conjunto social. Por ello en el caso de Latinoamérica estos colectivos
sociales con sus rasgos específicos no tardaron en llegar a tener conciencia de su
identidad sobre todo étnico nacional y de la existencia de una multiculturalidad que
exigía a su vez una convivencia en interculturalidad, por lo que demandaron la
institucionalización de Estados plurinacionales e interculturales. Así por ejemplo en el
caso de la Constitución ecuatoriana del 2008, en su Art.1 declara al Estado como “…un
Estado constitucional de derechos y justicia, social, democrático, soberano,
independiente, unitario, intercultural, plurinacional y laico”. En general en todos los
continentes las identidades étnico nacionales terminaron por reconfigurar el mapa
político de los Estados.
Esto significa que hay que considerar, como señala L. Ferrajoli, la asimetría de estatuto
entre igualdad como norma y diferencias como hechos, de manera que el principio de
igualdad adquiere sentido como criterio de valoración que permite reconocer y contestar,
junto a la divergencia que siempre puede existir entre normas y hechos, la inefectividad
de la primera respecto del tratamiento de hecho de las segundas.
Con los antecedentes anotados, ya es posible analizar la relación entre igualdad como
norma y diferencia(s) como hechos, a partir de los argumentos jurídico-normativos, que
no pueden ser otros que los derechos. En este sentido la igualdad jurídica no puede ser
sino igualdad en derechos, como una relación que unifica a una clase de sujetos en la
titularidad de aquellos derechos que, reconocidos y garantizados a todos y en igual
medida, son denominados “universales” o “fundamentales”, pero también la desigualdad
jurídica es desigualdad en derechos, precisando que ésta hace referencia a la titularidad
de aquellos derechos subjetivos, como los derechos patrimoniales de propiedad y de
crédito, que son derechos excludendi alios, que pertenecen a cada uno en diversa medida
y con exclusión de los demás.[275]
Al señalar que un derecho es fundamental quiere decir que “todos” son igualmente
titulares del mismo, de lo cual se derivan dos consecuencias: una relativa a las
dimensiones de la igualdad jurídica, la otra a la distinción entre diferencias,
desigualdades y discriminaciones. Las dimensiones de la igualdad jurídica, dependen, de
un lado, de la extensión de la clase de sujetos (“todos”) a que se refiere la igualdad; del
otro, de la cantidad de los derechos que les son reconocidos y garantizados de forma
universal, de lo que resulta que universalidad de los derechos fundamentales e igualdad
jurídica son exactamente la misma cosa.[276]
De cualquier modo, la igualdad jurídica no será nunca otra cosa que la idéntica
titularidad y garantía de los derechos fundamentales, independientemente del hecho, e
incluso precisamente por el hecho, de que los titulares son entre si diferentes, lo cual
implica que, aparte de la igualdad de derecho en la titularidad de los derechos
fundamentales, todas las personas son de hecho diversas unas de otras por diferencias de
sexo, raza, lengua, religión, etc. Pero son diversas de derecho y de hecho, en la
titularidad de los derechos no fundamentales, por lo que la desigualdad jurídica depende
en su definición de la esfera de los derechos patrimoniales de los que cada uno es titular
con exclusión de los demás, así como de los múltiples roles de poder personificados o
sufridos por cada uno; y son diversas de hecho, pero no de derecho, por las
desigualdades -estas últimas antijurídicas- producidas, en violación del principio de
igualdad, por las discriminaciones de sus diferencias.[277]
Con lo dicho se puede comprender el nexo que, por la vía de los derechos, liga las
diferencias a la igualdad y las opone a las de-sigualdades y discriminaciones. Las
diferencias -sean naturales o culturales- no son otra cosa que los rasgos específicos, que
diferencian y al mismo tiempo individualizan a las personas y que, en cuanto tales, son
tutelados por los derechos fundamentales. En cambio, las desigualdades -sean
económicas o sociales- son disparidades producidas por la diversidad de sus derechos
patrimoniales, así como por sus posiciones de poder y sujeción. Las primeras concurren,
en su conjunto, a formar las diversas y concretas identidades de cada persona; las
segundas, a formar las diversas esferas jurídicas. Unas son tuteladas y valorizadas,
frente a discriminaciones o privilegios, por el principio de igualdad formal en los
derechos fundamentales de libertad; las otras son, si no removidas, al menos reducidas o
compensadas por aquellos niveles mínimos de igualdad sustancial que están asegurados
por la satisfacción de los derechos fundamentales sociales.[278]
Como se puede advertir de lo que hasta aquí hemos analizado, se presentan problemas
profundos al momento de conceptualizar la justicia y mucho más al tratar de definir la
medida o referente de valor de la igualdad. Se ha tratado de dilucidar qué es la justicia y
cuál es el patrón de su medida, ahora conviene reflexionar sobre cómo acceder, cuál es el
camino, método o procedimiento para llegar o aproximarnos al máximo a la
determinación de la verdad o de la justicia. Más concretamente para llegar a la justicia
hay que llegar a la verdad, pero la consideración de la verdad ¿es un asunto de validez
universal o justificación?
Que la justicia sea un caso especial de corrección tiene profundas implicaciones para la
teoría de la justicia. Quien afirma que algo es justo, afirma siempre, al mismo tiempo,
que es correcto. Quien afirma que algo es correcto, da a entender que es fundamentable.
De este modo la tesis de la justicia como corrección, conduce, directamente, a la justicia
como fundamentabilidad. Establece una intrínseca relación entre el concepto de justicia y
el de fundamentabilidad”.[279]
Por todas las consideraciones que se han efectuado a lo largo de este estudio, el
verdadero problema de la Filosofía del Derecho, es el derecho justo, que en el fondo es
el problema de la veracidad de las proposiciones normativas o bien de su exactitud, pues
como se sabe lo verdadero-falso corresponde a la esfera de los enunciados empíricos (en
discursos teóricos), mientras que lo justo-injusto, corresponde a las declaraciones
normativas (en discursos prácticos), sin embargo, de lo cual esta diferencia no puede ser
sobrevalorada.[280]
Ahora bien, Arthur Kaufmann señala magistralmente que desde hace siglos se ha
considerado al derecho justo, la justicia, como algo objetivo, esto es, como un objeto
externo, frente al cual, separado, se encuentra el sujeto cognoscente, siendo esta
percepción producto del esquema sujeto-objeto[282]. Se podría decir una concepción
que disloca esta relación, en el sentido de que en el conocimiento está el objeto
mecánicamente separado del sujeto, como que nada subjetivo se introduce en el
conocimiento, sin reparar que el conocimiento es sobre todo actividad cognoscitiva,
actividad del sujeto.
Así influenciados por este esquematismo tanto el Iusnaturalismo como el Positivismo han
buscado el Derecho en la naturaleza (objetiva e invariable) o en la ley abstracta (objetiva
e intocable). Naturaleza y norma deben ser considerados como materia prima de un acto
de formación procesal, resultado de lo cual surge el Derecho concreto, razón por la que,
el Derecho no puede ser objeto independiente del conocimiento de un sujeto, sino
producto de un proceso de creación jurídica.[283] Se podría decir que el Derecho no
existe como objeto separado del sujeto que lo conoce, sino como acto, o derecho
(concreto) pensado, procesado en la búsqueda de la verdad o la justicia.
Los dos modelos más importantes constituyen el modelo del contrato de John Rawls y el
modelo discursivo de Jürgen Habermas, cuyo común denominador es el consenso como
criterio decisivo de verdad y exactitud.[285]
Las teorías del contrato.- Este modelo plantea un cierto renacimiento del contrato social.
Rawls quiere obtener con él normas universales, que coloquen a los enjuiciados
moralmente en un estadio primitivo ficticio (original position) que excluye la
diferenciación del poder, y otorga iguales libertades para todos, al paso que, deja a cada
uno ignorante de la posición que vaya ocupar en un orden futuro (velo de la ignorancia).
Rawls opina que, en ese estado primitivo ficticio, las partes contratantes se pondrán de
acuerdo sobre los siguientes puntos: 1) en dos principios básicos, a saber, igual derecho
a idénticas libertades fundamentales, lo mismo que igualdad de posibilidades; y 2) en dos
reglas de prelación, a saber, prelación de la libertad frente a otros valores y prelación de
la justicia frente a la capacidad de acción y nivel de vida.[286]
Como se puede apreciar Rawls coloca estos principios y reglas de las partes contratantes
ficticias desde el contexto de la sociedad liberal norteamericana del s. XX, por lo que
expresa la comprensión moral y jurídica del ser humano occidental actual, por lo que
serían otros los principios y reglas si partiría de otra concepción y contexto social.
Al respecto, también la teoría del discurso o del consenso muestra, que en todo caso los
contenidos vienen de la experiencia en lo fundamental, de manera que quien crea que los
ha inferido solo de la forma, del procedimiento, sucumbe a un autoengaño. Los
contenidos provienen -cuando menos- de la experiencia, pero no tienen valor absoluto.
Tampoco el principio de consenso garantiza ninguna verdad (exactitud) en última
instancia, sino nada más que plausibilidad, como probabilidad, como decisión riesgosa.
[287]
Robert Alexy refiriéndose a la teoría del discurso, señala que las cuestiones de la justicia
son cuestiones normativas, por lo que la justicia se ocupa de la fundamentabilidad de
normas sobre la distribución y la compensación, existiendo varias teorías sobre la
fundamentación de normas: de un lado las emotivistas, subjetivistas, relativistas y
decisionistas; y, por otro, las racionalistas, objetivistas, absolutistas y cognitivistas. Las
primeras que hasta ignoran que los juicios de justicia sean auténticos juicios, sino más
bien expresión de una opinión o decisión meramente subjetiva o relativa; las segundas
que asimilan a los juicios de justicia a juicios de hecho corrientes.
Señala el mismo autor que frente a estas dos corrientes, se abre paso la teoría del
discurso que por una parte sostiene que es posible argumentar en forma racional sobre la
justicia, más allá de los subjetivismos; y, por otra, no pasa por alto que una teoría de la
justicia solo resulta aceptable cuando tiene suficientemente en cuenta, los intereses,
necesidades, la tradición y cultura de todos los implicados, por lo que esta teoría del
discurso se convierte en una base adecuada para la teoría de la justicia, siendo una teoría
procedimental de la corrección de las normas, en tanto y en cuanto considera que una
norma es correcta si, y solo sí, es el resultado de un determinado procedimiento, que es
el de un discurso práctico racional.[288]
El discurso práctico racional debe cumplir las condiciones de la argumentación práctica
racional, que son de dos clases: las unas son válidas, independientes de la teoría del
discurso, como son la no contradicción, la universalizabilidad, en el sentido de un uso
coherente de los predicados empleados, la claridad lingüístico-conceptual, la verdad
empírica, la consideración de las consecuencias y la ponderación; y las otras que son
reglas específicas del discurso, entre las que se destacan:
Alexy valora que las reglas mencionadas no establecen directamente ninguna exigencia
material o de contenido para la argumentación (lo que llama procedimentalización); y,
por otra que las reglas mencionadas establezcan exigencias para un diálogo
argumentativo ideal, que permita llegar a la claridad lingüístico-conceptual, completa
información, capacidad y disposición completa para el cambio de roles y ausencia total
de prejuicios (lo que llama idealización).[290]
Ahora bien, para Alexy muchos conflictos sociales no pueden permanecer sin solución
hasta que se alcance un consenso en una discusión ilimitada, por lo que se hacen
necesarios procedimientos jurídicos como el de la legislación y el jurisdiccional siendo
la base de ellos la Constitución, que por lo mismo se convierte en el primer objeto de la
teoría discursiva de la justicia y que lo lleva a su vez a su institucionalización.
Como en las sociedades modernas el pluralismo conlleva a que sobre las cuestiones
normativas fundamentales existan concepciones muy diferentes, en el discurso sobre la
Constitución y partiendo de la regla de la inserción cualquiera puede introducir sus
concepciones de justicia en el discurso bajo el presupuesto de que ninguna tradición,
comprensión del mundo o autocomprensión está protegida, pues todo queda expuesto a la
luz de los argumentos, esto es, en la confianza de la razón en sí misma, que es la base
esencial de la autonomía individual, que a su vez tiene un entorno normativo como los
derechos fundamentales y la estructura básica del proceso democrático.
Continua Alexy indicando que estas normas pueden ser tratadas como reglas o como
principios, si se opta por lo primero se tendría la difícil tarea de establecer órdenes
jerárquicos fijos, si se opta por lo segundo, se desemboca en lo que Nowell-Smith
denominó la teoría de la justicia de la ponderación, ya que la forma de aplicación de los
principios es la ponderación, lo cual permite la consideración adecuada de todos los
puntos de vista, que es uno de los postulados fundamentales de la racionalidad, debiendo
tenerse presente que existen núcleos de estabilidad normativa frente a los que ya no
caben buenos argumentos.[291]
Estas teorías si bien tienen un valor heurístico, sin embargo, la debilidad de las teorías
procesales puras consiste en creer que se puede renunciar al contenido y a la experiencia,
por lo que necesitan complementación.
“a) El método de las ciencias sociales, al igual que el de las ciencias de la naturaleza,
radica en ensayar posibles soluciones para sus problemas -es decir, para esos problemas
en los que hunden sus raíces-.
Ahora bien, se había manifestado al inicio del análisis de este tema, que la debilidad de
las teorías procesales puras consiste en creer que se puede renunciar al contenido y a la
experiencia. Esto se deriva de su concepción de la verdad, en virtud de que estas teorías
rechazan la llamada teoría de la correspondencia de la verdad, según la cual entre las
proposiciones y un mundo siempre asequible de la realidad existe una correspondencia.
Al respecto Habermas sostiene que aquello implica una autocontradicción puesto que al
término realidad no podemos imputarle otro sentido distinto de aquel que vinculamos con
enunciados sobre hechos, siendo la relación de correspondencia entre enunciados y la
realidad de nuevo solo determinable mediante enunciados, de manera que la teoría de la
correspondencia de la verdad solo buscaría inútilmente escapar de la esfera de la lógica
del lenguaje, solo dentro de la cual las pretensiones de validez de actos del lenguaje
pueden explicarse.[297] En otras palabras, toda realidad no está al margen de una
realidad pensada, captada, expresada por los nuestros enunciados mismos.
Visto así carecería de importancia que la verdad se apoye en cualquier relación con algo
(no hay, según esta comprensión, ningún algo en el discurso), del que pudiera decirse que
sería verdadero. Solo interesa la relación de enunciados: teoría consensual de la
verdad, en cuyo caso el esclarecimiento de la verdad llegaría a ser así un negocio
concluido consigo mismo que sirve para legitimar como verdad aún las mentiras
consentidas formalmente correctas, y por otro lado la falta de un consenso, no prueba, ni
siquiera es un indicio, de que todos o alguno estén en el error.[298]
Frente a esta situación se sostiene que “el verdadero criterio para la verdad o corrección
de un enunciado no es, pues, la existencia de un consenso, sino la circunstancia de que
muchos sujetos independientes entre sí alcanzan con relación al mismo “asunto”
conocimientos convergentes objetivos. El fundamento de ésta que yo llamo teoría
convergente de la verdad (la antigua idea de la teoría de la coherencia se acepta de
nuevo), se encuentra en la consideración de que el momento subjetivo en cada
conocimiento procede de una fuente distinta, mientras el momento objetivo, por el
contrario, procede del mismo ente (…) convergencia no es, por lo tanto, como la simple
acumulación de opiniones subjetivas, una especie de opinión dominante, sino la
ordenación de diversos conocimientos, procedentes de distintos sujetos e independientes
entre sí, del mismo ente. En este sentido puede decirse que la convergencia es no solo un
medio para conocimiento de lo concreto, sino también criterio de verdad”.[299]
Finalmente por todo lo analizado se debe admitir que los conocimientos de lo normativo
son producto del sujeto cognoscente, pero no se puede admitir el punto de vista de la
teoría pura del consenso, según la cual, los conocimientos de lo normativo no tienen nada
objetivo de contenido, pues todo jurista sabe que no hay un proceso sin objeto procesal
que le confiera identidad y que las diferentes reglas de los diversos procesos legales se
basan en diferencias del objeto procesal, pero también sabe que una parte de ese objeto
procesal no se da ya terminado como objeto procesal antes del proceso, sino que solo en
el proceso adquiere sus contornos precisos, pero que precede, de otra parte, al proceso
como un suceso histórico con carácter de relación jurídica.[300]
[1]ANDER-EGG, E. (1983). Técnicas de Investigación Social. Alicante: Hvmanitas, p. 29.
[2]Ídem.
[3]Real Academia Española. (1992). Diccionario de la Lengua Española. Vigésima Primera Edición. Madrid: Editorial
Espasa-Calpe S.A., p. 684.
[4]CÓRDOVA ÁLVAREZ, P. (1998). Apuntes de Filosofía del Derecho. Cuenca: Universidad de Cuenca, p. 16.
[5]TEXIER, Jacques. (1976). Gramsci. Barcelona: Editorial Grijalbo S.A., p. 12.
[6]Ídem, p. 13.
[7]CÓRDOVA ÁLVAREZ, P. Op. Cit., p. 17.
[8]GONZÁLEZ RAMÍREZ, A. (1983). Introducción al Derecho. Bogotá: Editorial Beres, p. 13.
[9]CÓRDOVA ÁLVAREZ, A. Op. Cit., p. 17.
[10] ATIENZA, M. (2012). El sentido del Derecho. Barcelona: Ariel.
[11] Op. Cit., p. 50.
[12] Ídem.
[13] Ídem.
[14] Op. Cit., pp. 52, 53.
[15] Ídem, p. 54.
[16] Ídem, p. 56.
[17] Ídem, p. 61.
[18]CÓRDOVA ÁLVAREZ, P. Op. Cit., p. 18.
[19]Ídem, p. 20.
[20]RECASÉNS SICHES, L. (1999). Tratado General de Filosofía del Derecho. México, DF: Editorial Porrúa, p. 10.
[21]RUÍZ MIGUEL, A. (2009). Una Filosofía del Derecho en modelos históricos. Madrid: Trotta, pp. 18 y 19.
[22]Ídem, p. 20.
[23]CÓRDOVA ÁLVAREZ, P. Op. Cit., p. 23.
[24]DEL VECCHIO, G. (1980). Filosofía del Derecho. Barcelona: BOSCH, pp. 275, 276.
[25]SQUELLA NARDUCCI, A. (2001). Filosofía del Derecho. Santiago: Editorial Jurídica de Chile, p. 139.
[26]DEL VECCHIO, G. (1980). Filosofía del Derecho. Barcelona: BOSCH, Casa Editorial, S.A., pp. 276-278.
[27]Ídem, p. 277.
[28]Ídem, p. 278.
[29]RECASÉNS SICHES, L. (2010). Filosofía del Derecho. México D.F.: Editorial Porrúa.
[30]Op. Cit., p. 11.
[31] Ídem, p. 12.
[32]Ídem, p. 14.
[33] Ídem, p. 15.
[34]GUAETMANOVA, A. (1989). Lógica. Moscú: Editorial Progreso, pp. 11, 12.
[35]GUAETMANOVA, A, Op. Cit., p. 13.
[36]LEFEBVRE, H. (1981). Lógica formal lógica dialéctica. México D.F.: Siglo Veintiuno Editores S.A., 10ª. Edición, pp. 55,
56.
[37]ROSENTAL, M.M. (2007). Diccionario Filosófico. Lima: Ediciones San Santiago S.R.I., p. 486.
[38]BURLATSKY, F. (1981). Materialismo Dialéctico. Moscú: Editorial Progreso, p. 143.
[39]ROSENTAL, M. M. Op. Cit., p. 487.
[40]BURLATSKY, F. Op. Cit., p. 143.
[41]ROSENTAL. M. M. Op. Cit., p. 486.
[42]LOWY, M. (1974). Objetividad y punto de vista de clase en las ciencias sociales. En Lowy, M.; Colliot-Thélene, C.;
AVENAS, D.; BROSSAT, A.; NAIR, K.; RICCI, A.G. y LAGRANGE, H. Sobre el Método Marxista. México D.F.: Editorial
Grijalbo, S.A., pp. 9-44.
[43]LEFEBVRE, H. (1981). Lógica formal lógica dialéctica. México D.F.: Siglo Veintiuno Editores S.A., 10ª. Edición, p. 102.
[44]Ídem, p. 105.
[45]Ídem, p. 114.
[46]Ídem, p.115.
[47] Ídem, p.116.
[48]KAUFMANN, A. (2007). La Filosofía del Derecho en la posmodernidad. Bogotá: Editorial Temis S.A., p. 23.
[49]LEFEBVRE, H. Op. Cit., p. 127.
[50]Ídem, p. 128.
[51]Ídem.
[52] Ídem, pp. 128 y 129.
[53]Ídem, p. 135.
[54] Ídem, p. 136-137.
[55] Ídem, p. 137.
[56]Ídem, pp.138, 139.
[57]Citado por GÓMEZ GALLARDO, P. (2004). Filosofía del Derecho. México D.F.: IURE editores, p. 11.
[58]DE GORTARI, E. (1980). La metodología: una discusión y otros ensayos sobre el método. México D.F.: Editorial
Grijalbo S.A., pp. 37-40.
[59]DEL VECCHIO, G. Op. Cit., p. 277.
[60]Ídem, p. 279.
[61] Op. Cit., p. 11.
[62]Citado por CERRONI, U. (1978). Introducción a la Ciencia de la Sociedad. Barcelona: Editorial Crítica, p. 125.
[63]CERRONI, U. (1978). Introducción a la Ciencia de la Sociedad. Barcelona: Editorial Crítica, p. 91.
[64]Citado por GONZÁLEZ RAMÍREZ, A. (1983). Introducción al Derecho. Bogotá: Editorial Beres, p. 18.
[65]Citado por GONZÁLEZ RAMÍREZ, A. (1983). Introducción al Derecho. Bogotá: Editorial Beres, p. 18.
[66]ANDER-EGG, E. (1983). Técnicas de investigación social. Alicante: Hvmanitas, p. 33.
[67]Citado por LÓPEZ DURÁN, R. (2004). Metodología jurídica. México D.F.: IURE Editores, p. 29.
[68]BUNGE, M. (1981). La investigación científica. Barcelona: Editorial Ariel, p. 32.
[69]Ídem, p. 46.
[70]LÓPEZ DURÁN, R. Op. Cit., p. 30.
[71]Consultar LÓPEZ DURÁN, R. Op.Cit., pp. 30-33.
[72]Op. Cit., pp. 20-26.
[73]Op. Cit., p. 39.
[74]Op. Cit., p. 40.
[75]Op. Cit., p. 43.
[76]KEDROV, M. B. y SPIRKIN, A. (1968). La ciencia. México D.F.: Editorial Grijalbo S.A., p. 118.
[77]Op. Cit., p. 50.
[78]Ver al respecto LÓPEZ DURÁN, R. Op. Cit., p. 37.
[79] Op. Cit., p. 160.
[80]Real Academia de la Lengua. (1992). Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa-Calpe S.A., p. 483.
[81] Real Academia de la Lengua. (1992). Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa-Calpe S.A., p. 1034.
[82]FASSÓ, G. (1982). Historia de la Filosofía del Derecho. Madrid: Ediciones Pirámide S.A., p. 26.
[83]Citado por Carrión González, P. (2010). Introducción al Derecho. Loja: UTPL, p. 53.
[84] Ídem, 53.
[85]Real Academia de la Lengua. (1992). Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Espasa-Calpe S.A., p. 1355.
[86]FIORAVANTI, M. (2003). Los derechos Fundamentales. Apuntes de Historia de las Constituciones. Madrid: Trotta, p.
25.
[87]Ídem, p. 25.
[88]Ídem, p. 26.
[89] Ídem, p. 50.
[90]Ídem, p. 50.
[91] Ídem, p. 51.
[92]ASIS ROIG, R. (2005). Notas y Fundamentos de los Derechos Humanos. En Escritos sobre derechos humanos. Lima:
ARA Editores, p. 19.
[93]BOROWSKI, M. La estructura de los derechos fundamentales. Colombia: Universidad Externado de Colombia, p. 30.
[94]Ver al respecto: CÓRDOVA P. Op. Cit., pp. 93 y 94.
[95]CÓRDOVA P. Op. Cit., pp. 98-100.
[96] Citado por REY CANTOR, E. y RODRÍGUEZ RU'IZ, C. (2003). Las Generaciones de los Derechos Humanos.
Bogotá: Página Maestra Editores, p. 16.
[97]Op. Cit., p. 28.29.
[98]REY CANTOR, E. y RODRÍGUEZ RUÍZ, C. Op. Cit., p. 32-38.
[99]BOROWSKI, M. Op. Cit., pp. 30, 31.
[100] Op. Cit., pp. 31-42.
[101]FERRAJOLI, L. (2004). Derechos y garantías. Madrid: Editorial Trotta, p. 37.
[102]BOROWSKI, M. Op. Cit., p. 45.
[103]ATIENZA, M. (2012). El sentido del Derecho. Barcelona: Editorial Ariel, p. 84.
[104]Ídem, p. 84.
[105] Op. Cit., pp. 48-53.
[106]GUASTINI, R. (2010). Interpretación, Estado y Constitución. Lima: ARA Editores, pp. 58-60.
[107]ASÍS ROIG, R. Op. Cit., p. 159.
[108]COMANDUCCI, P. Op. Cit., p. 85.
[109]COMANDUCCI, P. Op. Cit., p. 86.
[110]Ídem, pp. 86, 87.
[111]Ídem.
[112]Op. Cit., pp. 89 y 90.
[113]COMANDUCCI, P. Op. Cit., p. 99.
[114]Ahumada, M. A. (2009). Neoconstitucionalismo y Constitucionalismo. En COMANDUCCI, P.AHUMADA, Ma. Ángeles,
y GONZÁLEZ LAGIER, D. Positivismo Jurídico y neoconstitucionalismo. Madrid: Fundación Coloquio Jurídico Europeo, p.
85.
[115]FERRAJOLI, L. (2004). Derechos y Garantías. La ley del más débil. Madrid: Trotta, pp. 15-17.
[116]Ídem, pp. 20, 21.
[117]Ídem, pp. 21, 22.
[118]Ídem, p. 22.
[119]Ídem, pp. 23, 24.
[120]CASTRO, C. (2013). Temas de Historia del derecho y del Estado. Cuenca: Universidad de Cuenca, p. 55.
[121]COLUNGA, A y GARCÍA CORDERO, M. Biblia Comentada (1962). Madrid: La Editorial Católica S.A. Libro del
Génesis, versículo 28, p. 57.
[122]ZAFFARONI, R. (2010). La naturaleza como persona: Pachamama y Gaia. Conferencia dictada en la Universidad
Andina, septiembre, Quito-Ecuador.
[123]Preámbulo de la Constitución de la República del Ecuador del 2008.
[124]RECASÉNS SICHES, L. (2010). Tratado General de Filosofía del Derecho. México D.F.: Editorial Porrúa, pp. 50, 51.
[125]RECASÉNS SICHES, L. (2010). Tratado General de Filosofía del Derecho. México D.F.: Editorial Porrúa, p. 47.
[126]RECASÉNS SICHES, L. (2010). Tratado General de Filosofía del Derecho. México D.F.: Editorial Porrúa, pp. 53-108.
[127]Op. Cit., p. 57.
[128]Op. Cit., p. 58.
[129]Op. Cit., p. 72.
[130] Ídem.
[131]Ídem.
[132]Op. Cit., p. 85.
[133] Op. Cit., p. 97.
[134]Op. Cit., p. 98.
[135]BOBBIO, N. (1977). Gramsci y la concepción de la sociedad civil. En FERNÁNDEZ BUEY, F. (ed.). Actualidad del
pensamiento político de Gramsci. Barcelona- Buenos Aires-México D.F.: Ediciones Grijalbo S.A., p. 162.
[136]Real Academia Española. (1992). Diccionario de la Lengua Española. Madrid: Editorial Espasa-Calpe S.A., p. 1343.
[137]Ídem.
[138]BOBBIO, N. (2002). Teoría General del Derecho. Bogotá: Editorial Temis S.A., p. 7.
[139]FASSO, G. (1981). Historia de la Filosofía del Derecho. T. 3. Madrid: Ediciones Pirámide S.A., p. 178.
[140] Op. Cit., p. 8.
[141] Ídem.
[142]Ídem.
[143]Citado por BOBBIO, N. Op. Cit., p. 14.
[144] Ídem, p. 15.
[145]Ídem, p. 17.
[146]Ídem, p. 19.
[147] Ídem, pp. 20-22.
[148] Ídem, pp. 22-24.
[149]FERRAJOLI, L. (2004). Derechos y Garantías. La ley del más débil. Madrid: Trotta, pp. 20-23.
[150]GARCÍA MÁYNEZ, E. (2013). Positivismo jurídico, realismo sociológico y iusnaturalismo. México D.F.: Editorial
Fontamara, p. 112.
[151]CASTRO, C. (2013). Temas de Historia del Derecho y del Estado. Cuenca: Universidad de Cuenca, p. 42.
[152] Ídem, p. 49.
[153]ZORRAQUÍN BECÚ, R. (1990). Estudios de Historia del Derecho. Buenos Aires: Abeledo – Perrot, p. 23.
[154]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 29.
[155]GARCÍA MÁYNEZ, E. Op. Cit., pp. 114-119.
[156]BOBBIO, N. (2009). El problema del positivismo jurídico. México D.F.: Fontamara S.A., p. 16.
[157]Ídem.
[158]Ídem.
[159]BOBBIO, N. y BOVERO, M. (1985). Origen y Fundamentos del Poder Político. México D.F: Editorial Grijalbo, S.A.,
p. 69.
[160]Ídem.
[161] BOBBIO, N. (2002). Teoría General del Derecho. Bogotá: TEMIS S.A., pp. 32 y 33.
[162]GARCÍA MÁYNEZ. E. Op. Cit., p. 14.
[163]DEL VECCHIO, G. Op. Cit., pp. 120 y 121.
[164]Citado por ROBLES, G. (1997). Sociología del Derecho. Madrid: Editorial Civitas S.A., p. 31.
[165]ROBLES, G. (1997). Sociología del Derecho. Madrid: Editorial Civitas S.A., p. 32.
[166]COPI, I. (1971). Introducción a la Lógica. Buenos Aires: EUDEBA Editorial Universitaria de Buenos Aires, p. 17.
[167]GUÉTMANOVA, A. (1989). Lógica. Moscú: Editorial Progreso, p. 13.
[168]CHACÓN TORAL, O. (1991). Introducción a la Lógica. Cuenca; Universidad de Cuenca, pp. 9, 11.
[169] Ídem, p. 4.
[170] BOBBIO, N. Op. Cit., p. 39.
[171] Citados por LÓPEZ DURÁN, R, (2004). Metodología Jurídica. México, D.F.: IURE Editores, pp. 71, 72.
[172]BOBBIO, N. Op. Cit., pp. 41-43.
[173]Ídem, pp. 43, 44.
[174]Ídem, pp. 45, 47.
[175]RECASENS SICHES, L. (2010). Tratado General de Filosofía del Derecho. México D.F.: Editorial Porrúa, pp. 116,
117.
[176]BOBBIO, N. Op. Cit., pp. 47, 49.
[177]Ídem.
[178]GUARINONI, R. (2006). Derecho, Lenguaje y Lógica. Buenos Aires: Lexis Nexis, p. 23.
[179]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 55.
[180]FASSÓ, G. (1982). Historia de la Filosofía del Derecho. Bolonia: Ediciones Pirámide S.A., pp. 267-268.
[181]Ídem, p. 268.
[182]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 55.
[183]Ídem, p. 54.
[184]FASSÓ, G. Op. Cit., p. 267.
[185]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 57.
[186] Ídem, p. 58.
[187]BOBBIO, N. Op. Cit., pp. 61-65.
[188] Ídem, pp. 65, 66.
[189]Ídem, p. 70.
[190]Ídem, pp. 72-74.
[191]Ídem, pp. 74-78.
[192] Ídem, pp. 78-82.
[193] Ídem, p. 83.
[194]Ídem, p. 83.
[195]Ídem, pp. 85-89.
[196]Ídem, p. 89.
[197]Ídem, p. 92.
[198] Ídem, pp. 91-95.
[199] Ídem, pp. 91-95.
[200] Ídem, p. 95.
[201]BOBBIO, N. Op Cit., pp. 130-137.
[202]LEFEBVRE, H. (1981). Lógica formal lógica dialéctica. México D.F: Siglo Veintiuno Editores, S.A., 10ª. Edición, p.
170.
[203]LEFEBVRE H. Op. Cit., p. 171.
[204]FASSÓ, G. (1982). Historia de la Filosofía del Derecho. Madrid: Ediciones Pirámide, S.A., T. 2, p. 198.
[205]DEL VECCHIO, G. (1980). Filosofía del Derecho. Barcelona: BOSCH, Casa Editorial, S.A., p. 339.
[206]BOBBIO, N. Op. Cit., pp. 99-104.
[207]Ídem, p. 110.
[208]Ídem, p. 112.
[209]Ídem, pp. 112-113.
[210]RECASÉNS SICHES, L. Op. Cit., p. 213.
[211] Ídem, p. 214.
[212]Ídem, p. 215.
[213]GARCÍA DE ENTERRÍA, E. (2005). Democracia, Jueces, Control de la Administración. Madrid: Civitas Ediciones,
S.L., p. 31.
[214]GUASTINI, R. (2010). Interpretación, Estado y Constitución. Lima: Ara Editores, p. 49.
[215]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 12.
[216]GUASRINI, R. Op. Cit., p. 51.
[217]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 152.
[218]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 171.
[219]KELSEN, H. (2010). Teoría Pura del Derecho. Bogotá: Libro Hidalgo, p. 109.
[220] Op. Cit., p. 354.
[221]Op. Cit., p. 1338.
[222]GUASTINI, R. Op. Cit., p. 75.
[223] Ídem.
[224]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 177.
[225]KELSEN, H. Op. Cit., p. 110.
[226]Ídem, p. 110.
[227]BOBBIO, N. Op. Cit., pp. 181-183.
[228]GUASTINI, R. Op. Cit., p. 76.
[229]Ídem, pp. 76-77.
[230] Ídem, p. 191.
[231] Ídem, p. 218.
[232]Ídem, p. 221.
[233]Ídem, pp. 223-224.
[234]BOBBIO, N. Op. Cit., p. 229.
[235]Ídem, p. 229.
[236]Ídem, p. 230.
[237] Ídem, pp. 230, 231.
[238]Ídem, pp. 232, 233.
[239] Ídem, p. 237.
[240]Ídem, pp. 239-241.
[241]Op. Cit., p. 859.
[242]FASSÓ, G. (1982). Historia de la Filosofía del Derecho. Madrid: Ediciones Pirámide S.A., p. 20.
[243]Ídem.
[244]ZORRAQUÍN BECÚ, R. (1990). Estudios de Historia del Derecho. Buenos Aires: Abeledo Perrot, p. 12.
[245]RECASÉNS SICHES, L. Op. Cit., p. 483.
[246] Ídem, pp. 20-26.
[247] Ídem.
[248] Ídem, p. 52.
[249]Ídem.
[250] Citado por ZORRAQUÍN BECÚ, R. Op. Cit., pp. 52-53.
[251]Ídem.
[252]RECASÉNS SICHES, L. Op. Cit., p. 485.
[253]BOBBIO, N. (2002). Teoría General del Derecho. Bogotá: TEMIS S.A., pp. 32-33.
[254]ZAGREBELSKY, G. (2005). El derecho dúctil. Ley, derechos, justicia. Madrid: Editorial Trotta, pp. 50-51.
[255]Ídem, pp. 54-56.
[256]RECASÉNS SICHES, L. Op. Cit., p. 486.
[257] Ídem.
[258]Ídem.
[259] Ídem
[260]Ídem.
[261] Ídem, pp. 487 y 488.
[262]ZAGREBELSKY, G. y MARTINI, C.M. (2006). La exigencia de la justicia. Madrid: Editorial Trotta S.A., pp. 35-43.
[263]ARISTÓTELES, Ética a Nicómano. 5, 4.1131B.
[264]MARX, C. y ENGELS., F. (1975). El Manifiesto Comunista. Habana: Editorial de Ciencias Sociales, Instituto Cubano del
Libro, p. 19.
[265]BOAVENTURA DE SOUZA, S. (2010). Desigualdad, exclusión y globalización: hacia la construcción multicultural de la
igualdad y la diferencia. En Danilo Caicedo Tapia y Angélica Porras Velasco Editores. Igualdad y no discriminación. El reto
de la diversidad. Quito: Ministerio de Justicia, Derechos Humanos y Cultos, p. 4.
[266]Op. Cit., p. 657.
[267]BOAVENTURA DE SOUZA, S. Op. Cit., p. 4.
[268]Ídem, p. 5.
[269]Ídem, p. 6.
[270] Ídem.
[271] Op. Cit., p. 529.
[272]Op. Cit., p. 536.
[273]Op. Cit.
[274]FERRAJOLI, L. (2004). Derechos y Garantías. La ley del más débil. Madrid: Trotta, pp. 73-76.
[275]FERRAJOLI, L. Op. Cit., pp. 80-81.
[276] Ídem.
[277]Ídem, p. 82.
[278]Ídem, pp. 82-83.
[279]ALEXY, R. (2005). La institucionalización de la justicia. Granada: Editorial Comares, pp. 57-58.
[280]KAUFMANN, A. (2007). La Filosofía del Derecho en la posmodernidad. Bogotá: Editorial Temis S.A., p. 39.
[281]Ídem, p. 40.
[282]Ídem, p. 41.
[283]Ídem, p. 43.
[284]Ídem, pp. 44 y 45.
[285]Ídem, p. 466.
[286] Ídem, pp. 47-48.
[287]Ídem, pp. 49-51.
[288]ALEXY, R. Op. Cit., pp. 58-60.
[289]Ídem, p. 61.
[290] Ídem, pp. 61-62.
[291]Ídem, pp. 63-67.
[292]KAUFMANN, A. Op. Cit., p. 54.
[293] Ídem, pp. 54-56.
[294]POPPER, K. (1978). La lógica de las Ciencias Sociales. En Popper, Adorno, Dahrendorf, Habermas. La lógica de las
Ciencias Sociales. México D.F.: Editorial Grijalbo S.A., pp. 11-12.
[295]KAUFMANN, A. Op. Cit., p. 57.
[296]Ídem, pp. 58-59.
[297]Ídem, pp. 59-60.
[298]Ídem.
[299] Ídem, pp. 61-62.
[300] Ídem, pp. 64-65.
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