Conocer A Dios - Día Dos
Conocer A Dios - Día Dos
Conocer A Dios - Día Dos
Era un anciano que tenía el cabello gris, las profundas arrugas y las manos temblorosas del que
ya había usado sus setenta años. Lo vi una vez y jamás lo olvidaré. Era en un campamento de los
de antes, en la carpa principal, inmediatamente después de haber terminado el sermón
devocional de la mañana. El encargado de la plataforma pidió a todos los pastores presentes
que se encargaran de distintas secciones de la congregación y dirigieran una reunión corta para
que todos los presentes tuvieran la oportunidad de hacer comentarios y preguntas. El anciano
estaba sentado en mi sección. Se puso de pie y con lágrimas en los ojos, dijo: “¡Por mucho
tiempo Dios ha estado tratando de alcanzarme, y por fin lo ha logrado!” Y se sentó.
No recuerdo lo que los demás dijeron en esa ocasión, pero lo que dijo este anciano jamás lo he
olvidado. ¡Qué maravilloso y qué trágico! ¡Maravilloso porque Dios ganó al final la batalla por su
vida, pero trágico porque tuvo que esperar tanto!
Hannah Whitall Smith cuenta la historia de un hombre que se acercó a Cristo y al contar su
experiencia, ella dice que después de eso, finalmente llegó a entender cuál era su parte y cuál
era la parte de Dios. Por supuesto, los cristianos muchas veces han discutido cuál es la parte del
hombre y cuál es la parte de Dios en lo que respecta a entregarse a él y vivir la vida cristiana. Así
que inmediatamente le preguntaron al hombre cuál fue exactamente su parte y cuál fue la de
Dios. El hombre contestó: “Mi parte fue huir, y la parte de Dios fue alcanzarme”.
Jesús dijo en Juan 6:44, “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. La
salvación es iniciativa de Dios, no del hombre. Jeremías 31:3, dice, “... con amor eterno te he
amado; por tanto, te prolongué mi misericordia”. Y la misericordia de Dios se extiende a cada
persona. No hay unos destinados a ser salvos y otros a ser combustible en los fuegos del
infierno. Todos son atraídos por Dios. Y sólo los que persistentemente resistan el poder de
atracción de su amor, no acudirán a él para salvación.
Pero en el proceso de ser atraídos a Cristo debemos dar ciertos pasos. ¿Cuáles son esos pasos?
Primero, tener deseo de algo mejor. Segundo, conocer lo que es mejor. Tercero, convencernos
de que somos pecadores. Cuarto, comprender que somos impotentes de hacer algo en cuanto a
nuestra condición. Y finalmente, darnos por vencidos, lo que en los círculos cristianos se llama
“rendirse”. Nos damos por vencidos de ser capaces de ser salvos por nosotros mismos, y
entonces podemos ir a Cristo tal como somos.
Vamos a estudiar estos cinco pasos en detalle, mientras tratamos de comprender el proceso por
el que pasan las personas hasta llegar a Cristo.
En Juan 4 se cuenta la historia de una mujer que fue a Jesús. Notemos el primer paso que ella
dio para ir a él.
Empezaremos con los versículos 5 y 6: “Vino pues a una ciudad de Samaria llamada Sicar, junto
a la heredad que Jacob dio a su hijo José. Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado
del camino, se sentó así junto al pozo. Era como la hora sexta” (o doce del mediodía).
Aquí se nos presenta un extraño enigma. Jesús es el Creador. Nuestro Dios. Él es el que hizo los
soles y las estrellas y los sistemas. Él creó todo lo que ha sido hecho (Juan 1:3), y aún así, había
aceptado la carga de la humanidad y aparentemente estaba más cansado que sus discípulos,
porque ellos fueron a Sicar a comprar alimentos. Estaba demasiado cansado para seguir
caminando, por lo tanto se sentó a la orilla del pozo a esperar que ellos regresaran. ¿Podemos
imaginarlo en ese lugar?
El relato sigue en el versículo 7 de Juan 4: “Vino una mujer de Samaria a sacar agua; y Jesús le
dijo: Dame de beber”.
Aquí vemos al Maestro haciendo su obra, atrayendo a un alma a él. No procuró imponerle sus
propios conceptos religiosos a la mujer, sino que le pidió un favor. La confianza engendra
confianza.
“La mujer le dijo: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?
Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí.
“Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.
“La mujer le dijo: Señor, no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes
el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual
bebieron él, sus hijos y sus ganados?
“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él
una fuente de agua que salte para vida eterna.
“La mujer le dijo: Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a buscarla.
“Respondió la mujer y dijo: No tengo marido. Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido;
porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con
verdad” (Versículos 9-18).
Evidentemente, esta mujer tenía el deseo de algo mejor. Ella había ido a buscar agua.
Aparentemente era una ramera del pueblo vecino, porque ella había ido a buscar agua a una
hora en que no iban las otras mujeres del pueblo. También había ido a un pozo fuera del
pueblo. Ella estaba cansada de las miradas de desprecio, y de las lenguas maliciosas. Había ido
sola al pozo para escapar de su condenación.
Sabemos que ella estaba buscando algo mejor que todavía no había encontrado. Ella había
estado casada, pero su primer marido no era lo que ella había esperado, así que buscó algo
mejor en el segundo marido. Y éste tampoco era suficientemente bueno, así que buscó algo
mejor en un tercer marido, y en un cuarto y en un quinto. Y finalmente renunció al matrimonio
y decidió seguir un sendero que muchos siguen hoy día: seguir adelante y vivir con alguien y no
hacer ningún compromiso que no pueda mantener. Y la vemos acercándose al pozo y
buscando todavía algo mejor.
Nunca satisfecho
Todos los habitantes del mundo buscan algo mejor. Más aceptación, mejores amigos, más
diversión. Los mayores buscan más éxito, más placeres o más posesiones materiales. Pero
hasta deseos que parecen legítimos pueden representar un clamor del corazón de una persona
que tiene en su vida un vacío contorneado por Dios, que sólo puede llenarse mediante Dios
mismo.
Hay escaladores de montañas que escalan montañas porque están ahí. Los que escalan rocas,
siguen buscando rocas más altas, con más riesgos. Las ambiciones en los deportes, los
negocios y hasta los placeres legítimos pueden ser el clamor del corazón por algo mejor, un
deseo irreconocible de Dios.
Pero el deseo de algo mejor nunca quedará satisfecho separados de Dios. La persona que
busca la felicidad en el mundo encuentra que la diversión que el mundo tiene que ofrecer no
dura. Y siempre tiene que estar buscando algo nuevo que lo ayude a olvidar que lo último que
pensó que le satisfacería, no le duró.
Como dijo Jesús en el versículo 13 de este capítulo sobre la samaritana. “Cualquiera que bebiere
de esta agua, volverá a tener sed”. Y todos nuestros esfuerzos por encontrar algo mejor
separados de Dios, terminarán en la nada, porque nuestro deseo es por él, aunque no lo
reconozcamos.
Hay desvíos en cada paso del camino a Cristo, para impedir que lleguemos a él. Tratamos de
satisfacer nuestro deseo por algo mejor intentando o probando algo diferente. Lo vemos en la
historia de la samaritana. Ella había intentado satisfacer su deseo de algo mejor buscando
satisfacción en múltiples relaciones humanas. Pero a pesar de las muchas diferentes cosas que
había intentado, su deseo permanecía insatisfecho.
Jesús le dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed, pero el que bebiere del
agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”. La mayoría de nosotros acudimos a Dios por el
camino largo, el camino de las dificultades, los sufrimientos y los corazones heridos. Y cuando
todo lo que pensamos que queremos se daña, finalmente llegamos al fin de nuestros propios
recursos y entonces miramos y decimos: “Está bien, Señor. Después de todo, creo que te
necesito”.
Pero hay una ruta corta. Jesús se la brindó a la samaritana junto al pozo. Se encuentra en Juan
12:32: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. Cuando Jesús es
levantado, somos atraídos a él. La samaritana estaba en la presencia de Aquel que podía
satisfacer todos sus anhelos, pero ella no se daba cuenta. Por eso Jesús dio el segundo paso, un
conocimiento del cual resulta en lo mejor.
Notemos lo que dice Juan 4:10: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de
beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”.
La salvación es un don de Dios. Esta es probablemente una de las verdades más grandes que
podamos conocer en relación con el plan de salvación. “Porque de tal manera amó Dios al
mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3:16). “La paga del pecado es muerte; mas la dádiva
de Dios es vida eterna” (Rom. 6:23). No la podemos ganar, no la podemos comprar, nunca la
mereceremos. La salvación es un don. No tiene nada que ver con lo que merecemos nosotros.
Pensemos por unos instantes en los medios que usamos para obtener lo que queremos. Esta
mujer samaritana pudo haber sido una mujer de la calle, acostumbrada a venderse a sí misma
para ganarse la vida, para tratar de obtener algo mejor. Los que eran sus clientes también
querían algo mejor y estaban listos a pagar por un amor sintético, para tratar de satisfacer sus
deseos. Muchas personas actualmente tratan de comprar amor y aceptación usando métodos
similares, También hay muchos hoy que tratan de comprar el amor y la aceptación de Dios, y se
convierten nada menos que en fornicarios espirituales. Pero Jesús nos dice que el mayor placer
y la felicidad duradera, son gratis. Hoy nos dice lo que le dijo a la mujer junto al pozo; “si
conocieras el don de Dios”. ¡Si tan sólo lo supieras!
El desvío de este paso consiste en sustituir el conocimiento personal de las cosas espirituales y
el plan de salvación por el conocimiento de las cosas religiosas. Cuando Jesús llevó a la
samaritana el conocimiento del don gratuito de la salvación, cuando le hizo conocer que él
conocía su corazón, ella trató de cambiar el tema. Ella empezó a discutir en cuanto al mejor
lugar para adorar a Dios. ¿Sería Jerusalén o Samaria? Ella trató de esquivar el impulso de las
preguntas de Jesús. Pero él tuvo paciencia con ella y es paciente con nosotros. ¡Piense todas las
veces que hemos cambiado el curso de una conversación cuando la presión ha subido muy
alto! Pero el Espíritu Santo no nos abandona, y Jesús sigue allí, en las sombras, esperando que
dejemos de huir. Hoy todavía se nos sigue ofreciendo gratis el agua de la vida.
Pero podemos sentirnos agradecidos por cualquier cantidad de conocimiento que tengamos de
Dios. Conocer algo de él es mejor que nada. Gracias a Dios por lo que hayamos podido retener
de nuestra niñez acerca del amor divino. El Espíritu Santo puede usar cualquier conocimiento
que tengamos de Dios para guiarnos a una relación más profunda con Jesús.
La convicción
El tercer paso para acudir a Dios es admitir que somos pecadores. Llegamos a comprender que
somos pecadores, sea que hayamos hecho algo malo o no. ¿Habrá alguien que nunca haya
hecho nada malo? Si existiera una persona tal, de todos modos es pecadora porque uno no
tiene que pecar para ser pecador. Todo lo que se necesita hacer para ser pecador es haber
nacido. Como notamos en el Primer Día, hemos nacido pecadores y Jesús dijo que para poder
ver el reino de Dios, tenemos que nacer de nuevo. Por lo tanto, tiene que haber algo malo en
nuestro primer nacimiento. Hay personas que dudan en dar este tercer paso. Son los que dicen
"soy tan bueno como el mejor. Soy tan bueno como algunos que conozco que dicen que son
cristianos”. Ellos caen en la trampa de compararse entre sí. Este paso tiene muchos desvíos.
Uno es pensar que no somos realmente pecadores, que básicamente somos buenas personas.
Hay denominaciones religiosas enteras basadas en la premisa de que la gente es básicamente
buena y que todo lo que necesita hacer es desarrollar lo bueno que hay en ella.
Pero la Biblia dice en Romanos 3:10-12 que “no hay justo ni aun uno”. Uno de los pasos para
acudir a Cristo es llegar al punto donde uno esté listo a admitir que es pecador porque sólo los
pecadores necesitan un Salvador.
No hay nada que convenza tan efectivamente a una persona que es pecadora que mirar a Jesús
en la cruz. Cierta vez vi a un hombre de ocho pies de estatura. Tenía la configuración de un
jugador de fútbol y usaba una camiseta típica. Iba caminando por los terrenos de la feria del
distrito. Cuando lo vi a la distancia, no parecía tan alto, quizás de mi tamaño. Pero cuando
llegué cerca de él, me sentí como un enano.
Cuando uno mira a Jesús a la distancia y (espiritualmente) no está muy cerca de él, puede ser
que no parezca tan alto, quizás a la altura de uno. Pero cuando nos acercamos a Jesús, vemos
que reluce como el pico de una montaña coronada de nieve penetrando el azul del cielo, y nos
sentimos como enanos en la base. Esto fue lo que le sucedió al apóstol Pablo. El creía que en
bastante bueno hasta que tuvo una vislumbre de Jesús. Lo pueden leer en Filipenses 3. Una vez
que vio a Jesús, y fue atraído a él, entonces todo lo que había considerado de valor, le parecía
que era basura. De manera que es mirando a Jesús que llegamos a comprender nuestra
condición como pecadores.
Sentirse desvalidos
El cuarto paso es el más difícil, porque hay algo en el corazón humano que resiste el
pensamiento de que somos desvalidos. De vez en cuando he pedido a mis alumnos, que llenen
un cuestionario sin poner sus firmas, cuando estamos estudiando estos pasos a Cristo,
indicando dónde creen que se encuentran en ese momento. La mayoría se coloca en esta
categoría. Comprenden que son pecadores, pero todavía no admiten sentirse desvalidos o
impotentes para hacer algo a favor de ellos mismos. El desvío que muchos toman en este punto
es pensar que mientras más esfuerzos hagan durante más tiempo, llegarán a ser mejores. Pero
Jesús dijo en Juan 15:5: “Sin mí, nada podéis hacer”. Jeremías hace la pregunta: “¿Mudará el
etíope su piel, y el leopardo sus manchas? Así también podréis vosotros hacer bien, estando
habituados a hacer mal” (Jeremías 13:23).
Después de una reunión en cierta ciudad sobre el tema de nuestra invalidez, se me acercó un
médico que me dijo: “¡Nadie va a aceptar su mensaje! Yo estuve en el cuadro de honor durante
mis estudios superiores. Ocupé el tercer lugar en mi clase de graduandos de medicina. Tengo
una linda familia. Tengo una casa en la ciudad y otra en el campo. Tengo un yate en la bahía y
dos Cadillacs en el garaje. ¡No me diga que soy un desvalido!”
Él había olvidado quién es el que mantiene su corazón latiendo ¿no es cierto? Pero este no es el
punto. Hay muchos, que, como este médico, pueden experimentar éxito en el mundo
apartados de Dios, mientras Dios mantenga su corazón latiendo. Pero el punto es que somos
impotentes para producir verdadera virtud o justicia apartados de Dios. Hasta que la persona
llegue a comprender que no puede hacer nada que lo libre de sus pecados, errores y fracasos,
no estará listo a dar el siguiente paso en su camino a Cristo. Nadie ha podido jamás acudir a
Cristo hasta que ha admitido su fracaso y aceptado su incapacidad para salvarse a sí mismo.
La entrega
Entregarse o rendirse quiere decir “darse por vencido”. ¿Qué es lo que entregamos? Nos
entregamos a nosotros mismos. Abandonamos la idea de que en nuestra condición, podemos
hacer algo de alguna manera, excepto una cosa: ir a Cristo tal como somos. Cristo quiere que
vayamos a él tal como somos. De hecho, es la única forma de hacerlo. Jamás podremos llegar a
ser mejores por nuestros propios esfuerzos. Debemos acudir a él tal como somos.
La desviación de este punto consiste en tratar de entregar cosas, en lugar de darnos a nosotros
mismos. Tratamos de dejar de fumar y de tomar bebidas alcohólicas y de participar en juegos
de azar. Nos hacemos la idea de que la vida cristiana se basa en la cantidad de cosas que
podemos dejar de hacer. Si rendirse significa renunciar a la idea de que podemos hacer algo
apartados de Cristo, entonces esto se puede convertir en un desvío para la persona de voluntad
más fuerte.
Cierta vez a un hombre se le rompió la bocina de su automóvil. Así que llevó el carro al taller
para que lo repararan. Estaba lloviendo y cuando llegó a la puerta del taller, la encontró
cerrada. En la puerta había un aviso que decía “toque la bocina si necesita nuestros servicios”.
Muchas veces al tratar de rendirnos a Dios, nos encontramos ante el mismo dilema. Una verdad
importante en cuanto a la entrega a Dios es que es algo que no podemos hacer por nosotros
mismos. Esto puede representar una brecha importante para la persona que ha estado tratado
de rendirse en vano. El verbo rendirse significa darse por vencido. Y para poder allegarnos a
Cristo, tenemos que llegar al fin de nuestros propios recursos, y esa impotencia tendrá que
incluir también la imposibilidad de rendirse. Si yo tuviera la fortaleza o habilidad dentro de mi
mismo para rendirme, no tendría que darme por vencido, habría algo que yo podría hacer.
Pero rendirnos no es algo que hacemos, ¡aunque lo hacemos! ¿En qué consiste el asunto? En
que solamente Dios puede conducirnos a la entrega. No podremos llegar allí por nosotros
mismos. Pero nadie puede vaciarse de sí mismo. Sólo Cristo puede realizar esta obra. Nuestra
parte es consentir, y más adelante estudiaremos más acerca de ese consentimiento.
Si alguien se quiere suicidar, puede hacerlo de varías maneras. Puede tomar un arma y volarse
los sesos. Puede saltar de algún edificio o puente alto. Puede tomar un veneno o droga mortal.
Pero hay un método que nadie puede usar para suicidarse y es crucificarse. No hay forma que
una persona pueda crucificarse a sí misma. Si alguien ha de ser crucificado, otra persona tiene
que hacer el trabajo en su lugar.
La cruz se usa en las Escrituras como símbolo de rendición, muerte, entrega de sí mismo. Jesús
habló de nuestra cruz. El nos invita a tomar nuestra cruz y seguirlo (Mat. 16:24). Él usa la cruz, la
crucifixión, como símbolo para enseñarnos que no podemos rendirnos por nosotros mismos.
Debemos permitir que Dios haga esta obra por nosotros. Y él está listo y es capaz de llevarnos
al punto de rendición si se lo permitimos.
El deseo de algo mejor proviene de Dios. Es su poder de atracción lo que despierta nuestro
deseo de algo que poseemos. La convicción de que somos pecadores es la obra del Espíritu
Santo. El “convencerá al mundo de pecado” (Juan 16:8). La comprensión de nuestra impotencia
es su obra, porque Jesús dijo “separados de mi nada podéis hacer” (Juan 13:5). Conducirnos al
punto de rendición es su obra, aunque nosotros seamos los que nos rendimos. Hay sólo uno de
estos cinco pasos en el cual podemos participar deliberadamente y es en lo que respecta a
obtener conocimiento del plan de salvación. Aunque Jesús toma la iniciativa también en esto,
nosotros podemos responder a su iniciativa eligiendo acudir a él, buscar el conocimiento de él.
Es así como consentimos, colocándonos en la atmósfera donde Jesús obra. Ya sea en la iglesia,
en reuniones para el público, o en privado ante la Palabra abierta de Dios, o quizás leyendo
este libro, si usted hace un único intento de responder a la atracción de Jesús y su Espíritu para
obtener un mejor conocimiento del plan de salvación, él hará el resto.
Jesús todavía hace el ofrecimiento de aceptar a todo aquel que acuda a él. La invitación sigue
siendo “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat.
11:28).
No importa dónde usted esté, o quién sea usted, o cuál haya sido su pasado, Jesús le ofrece
paz. Si usted nunca ha acudido a Jesús, puede hacerlo en este momento.
El camino a Cristo
A continuación veremos un sencillo diagrama que revela cinco pasos o peldaños progresivos
que nos permiten llegar a los pies de Jesús. Estúdielos con detenimiento, y medite en ellos con
sinceridad y oración. Son los siguientes:
La escalera de la salvación
ENTREGA
SENTIRSE DESVALIDOS
CONVICCIÓN
CONOCIMIENTO
DESEO
Quizás usted se da cuenta en cuál de estos pasos se encuentra. ¿Siente el anhelo de algo mejor?
¿Comprende que Dios es amor y que Jesús murió por usted? ¿Se da cuenta que usted es
pecador? ¿Entiende que es impotente para hacer algo al respecto? y, ¿ha llegado usted al punto
de darse por vencido de poder hacer algo al respecto? Entonces puede ir a Jesús tal como está,
porque esos son los pasos que conducen a él. Dios está atrayéndolo a él y usted puede
responder y seguir acudiendo a él mañana y pasado mañana, hasta que Jesús mismo regrese.
Una vez que la persona ha dado estos pasos a Cristo, incluyendo la entrega a él, ha nacido de
nuevo o está convertida. ¿Qué es la conversión? Debe ser un paso importe porque Jesús dijo
que ni siquiera podremos ver el reino de Dios a menos que nazcamos de nuevo (Juan 3.5). Otra
manera de decirlo sería que, a menos que usted nazca de nuevo, ni siquiera podría entender la
gracia de Dios en toda su plenitud, o comprender realmente lo que significan la cruz y la
salvación. El nuevo nacimiento es esencial antes de que la persona pueda encontrar significado
en esa relación de conocer a Dios. Porque conocer a Dios es absolutamente básico para vivir la
vida cristiana, y si la persona no ha nacido de nuevo, ¡le va a ser muy difícil vivirla!
La conversión es la obra supernatural del Espíritu Santo en el corazón humano. Puede leerlo en
Juan 3. Esta experiencia produce un cambio de actitud hacia Dios. En lugar de huir de Dios,
ahora me acerco a él. Eso crea una nueva capacidad de conocer a Dios que antes ni siquiera
existía. Esto es lo que le da sentido por primera vez al estudio de la Biblia y la oración. Creo que
nadie empieza a tener una relación significativa con Dios hasta que llega al punto de la
conversión; el que trate de tener una relación significativa con él antes de ese punto,
encontrará dos alternativas: O bien será conducido a la conversión, o se sentirá frustrado y se
olvidará de todo. Una de las dos. Y lo que hace la diferencia es el sentido de necesidad.
Solamente el que comprende su profunda necesidad estará listo a ir a Cristo y entregarse a sí
mismo y a sus propios esfuerzos para obtenerla salvación.
1. Para la persona que ha nacido de nuevo, Jesús es el centro y el foco de su vida. “El que tiene
al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida” (Juan 5:12). ¿Qué significa
tener al Hijo? Bueno, ¿qué significa tener un amigo, o tener un esposo o tenar una esposa?
Significa simplemente tener una relación con esa persona. Los miembros de la iglesia cristiana
primitiva que hablan tenido una relación personal con el HIJO de Dios, no podían permanecer
estáticos. A ellos les gustaba pensar acerca de Jesús y hablar de él. Y finalmente la gente dijo:
“Vamos a llamarlos cristianos, porque todo lo que hacen es hablar de Cristo”.
3. El que ha nacido de nuevo encuentra significado en toda su vida de oración. Puede ser que
crea que no ora adecuadamente o en forma efectiva, pero seguirá buscando significado en
hablar con Dios como parte vital de la relación de conocerlo. (Véase Juan 17:3).
4. La persona que ha nacido de nuevo procura tener diariamente una experiencia con Cristo.
Lucas 9:23: “Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y
sígame”.
5. La persona que ha nacido de nuevo admitirá que es pecadora. No andará por allí haciendo
alarde de que ya no es pecadora. Pablo, uno de los cristianos de más relevancia que haya vivido
jamás, dijo “de los cuales (de los pecadores) yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). ¿Quiere esto
decir que Pablo estaba pecando todo el tiempo? No, porque él habló varias veces de ser más
que vencedor mediante Cristo (Rom. 8:37). El se refería al hecho de que apartados de Dios,
somos pecadores por naturaleza y que solamente por la gracia de Dios podemos experimentar
otra cosa. Estoy muy agradecido de que es posible ser un pecador salvado. Pero es importante
que entendamos que seguiremos siendo pecadores por naturaleza hasta que Jesús venga otra
vez (véase 1 Juan 1:8).
6. Uno de los primeros síntomas del nuevo nacimiento es la paz interior. Romanos 5:1:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Es posible experimentar toda clase de dificultades externas y sentirnos en paz en nuestro
interior. ¿No lo ha descubierto usted todavía? Esta paz interior es uno de los primeros frutos del
Espíritu —amor, gozo, paz.
7. Y finalmente, una persona que ha nacido de nuevo tendrá el deseo de contar a otros qué
Amigo tan maravilloso ha encontrado en Jesús. Jesús dijo al endemoniado que había sanado
que fuera a su casa y contara a sus amigos las grandes cosas que el Señor había hecho con él
(Marcos 5:19). El deseo de contara otros las buenas nuevas está allí, aunque es posible que un
cristiano convertido rehúse compartir el amor de Cristo con otros (lo que daría como resultado
la pérdida del deseo de compartir). Hablaremos más de esto en el Tercer Día.
La seguridad de la salvación
¿Cuál es la base de la salvación? Veamos de nuevo Efesios 2:8, 9: “Porque por gracia sois salvos
por medio de la fe: y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se
gloríe”. Quisiera recordarles que en ninguna parte de las Escrituras dice que la salvación se
obtiene sólo por gracia. Siempre dice por gracia mediante la fe. Si eso no fuera verdad,
entonces todos los habitantes del mundo serian salvados y sabemos que esto no ocurrirá. Jesús
dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a
la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el
camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan” (Mat. 7:13, 14). Por eso, aunque la
gracia de Dios es suficiente para todos, no tiene valor hasta que la persona la acepta. Y la
acepta por fe.
Cuando usamos la palabra fe, estamos introduciendo un elemento que implica relación.
Aunque la gracia es un don de Dios, debe ser recibida por nosotros, y nadie podrá ser salvo
hasta que acepte el don que Dios le ha provisto. La fe demanda relación: una parte confiando
en la otra. Es posible estar casado hoy y no estarlo dentro de diez años. De la misma manera es
posible aceptar la gracia de Dios en un punto y rechazarla en otro. Con el fin de tener la
seguridad continua de la salvación, debemos aceptar la gracia de Dios sobre una base continua
(Mat. 23:13).
Esto nos lleva a uno de los principales textos que nos dice cómo podemos estar seguros de la
vida eterna. Juan 17:3: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y
a Jesucristo, a quien has enviado”. Hay algo más en la salvación que aceptar una vez a Dios. Y es
aceptarlo continuamente, hoy, mañana, y cada día hasta que él regrese de nuevo. De manera
que la vida eterna, incluyendo nuestra esperanza de vida eterna, se basa completamente en la
gracia de Dios, pero su gracia debe ser aceptada sobre una base de continuidad. Y en esto
consiste conocer a Dios.
Así que cuando hemos dado los pasos necesarios para acudir a Cristo, hemos llegado al final de
nuestros propios recursos y hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador personal, hemos
nacido de nuevo. Si sigo manteniendo la misma relación que empezó cuando acudí a Cristo, mi
destino eterno está asegurado Pero si no conozco a Dios como mi Salvador personal cada día, y
no acepto su gracia diariamente, entonces mi relación con él peligra, de la misma forma en que
se rómpe la relación con un amigo o cónyuge si no hay comunicación. ¿Desea tener la
seguridad de su salvación hoy? Se ofrece a todo el que acude a Cristo. La única pregunta que
necesita hacerse es ésta: ¿Conozco a Dios? ¿Paso tiempo en comunión con él día tras día por
medio de su Palabra y de la oración? ¿Me mantengo en términos de comunicación con Dios? La
vida eterna se asegura a todos los que sigan buscando esa relación de fe con él.
Hasta que no se pasa un tiempo con Dios, no existe eso de tener una relación con él o de
conocerlo. Así es de sencillo. Mi padre contaba la historia del hombre que adiestró a su caballo
a no comer. Eso resultaba económico. Pero tan pronto como el caballo se acostumbró a no
comer, se murió. Por supuesto, este fue un resultado lógico. Puede ser que me acostumbre a
vivir como el camello de su joroba, y lo logre por cierto tiempo, pero si no como físicamente,
tarde o temprano terminaré convertido en un montoncito junto a la vereda, y ahí se acabaría
todo. Y la persona que ha experimentado el gozo de ir a Cristo y ha llegado a ser cristiano,
puede ser capaz de seguir viviendo por un poquito de tiempo sin alimentar su alma, pero tarde
o temprano su vida espiritual terminará en un montoncito digno de lástima junto a la vereda.
Cuando usted estudia la vida de Jesús, verá que muchas veces el estaba en comunión con su
Padre. El dedicaba las horas tempranas de la mañana o de la noche en oración para tener
poder para realizar su obra. Y si Cristo lo necesitaba, ¡cuánto más necesitaremos nosotros pasar
un tiempo cada día con Dios!
Cuando Dios creó este mundo, aun antes de la entrada del pecado, estableció un día de los
siete como tiempo especial de comunicación con su pueblo. Hay una rica bendición espiritual
para los que ponen a un lado todas sus actividades y dedican tiempo a relacionarse con su
Amigo y Creador. Pero en Juan 6 Jesús hace la analogía entre la vida física y la espiritual.
Así como no es suficiente comer una sola vez a la semana, no importa lo alimenticia que sea esa
única comida, tampoco podemos esperar ser espiritualmente saludables ingiriendo alimento
espiritual sólo una vez a la semana.
Quisiera darles una receta espiritual, una receta para disfrutar una vida espiritual llena
de vitalidad: Es esta: “Dedique tiempo usted solo, al principio de cada día, para buscar a
Jesús mediante el estudio de la Biblia y la oración”. Consideremos cada uno de estos puntos
separadamente.
Dedique tiempo...
Hemos aprendido que la salvación viene por gracia mediante la fe. ¿Qué es fe? Fe es confiar en
Dios. Fe es confiar en alguien. Piense por un momento cómo se aprende a confiar en alguien en
este mundo. Para confiar en alguien, tiene que haber dos cosas: Primero, debe ser alguien
digno de su confianza. Y segundo, usted tiene que relacionarse con esa persona. Y entonces
usted confiará espontáneamente en esa persona. Por otra parte, si hay alguien que no es digno
de confianza y usted lo llega a saber, inmediatamente desconfiará de esa persona.
Pero la premisa del Evangelio cristiano es que Dios es absolutamente confiable. Por lo tanto
todo lo que usted tiene que hacer para aprender a confiar en él es relacionarse con él. ¿Cómo
puede llegar a conocerlo?
Bueno, ¿qué hace usted para conocer a alguien? Lo primero es comunicarse con esa persona. Y
para comunicarse con esa persona, tiene que dedicarle tiempo. Es dedicando tiempo a
comunicarse con esa persona lo que le produce confianza. De manera que si hemos de pelear
“la buena batalla de la fe” (1 Tim. 6:12), debemos hacer un esfuerzo para relacionarnos
personalmente con Aquel que es digno de toda nuestra confianza. Es imposible ampliar la
relación con otra persona a menos que dediquemos tiempo a comunicarnos con ella.
¿Cuánto tiempo? Bueno, leer un texto de la Biblia al día con las manos en el llavín de la puerta
no es suficiente. De la analogía de Jesús entre nuestra alimentación física y espiritual,
aprendemos que debemos dedicar tanto tiempo a alimentar nuestras vidas espirituales como
dedicamos a alimentar nuestra vida física. Y esa cuidadosa hora o media hora dedicada a Dios
es el momento más importante del día.
Quizás usted diga: “No tengo tiempo”. Pero si no tenemos tiempo para dedicarlo a Dios,
entonces tampoco tendremos tiempo para vivir. ¿No le parece? Usted sabe que la televisión ha
demostrado al público que mi tiempo no es problema. En nuestra vida moderna se ha
comprobado una vez más el antiguo adagio de que se tiene tiempo para lo que en realidad
consideramos importante. Así es que dedique tiempo a conocer a Dios.
Usted solo...
Quizás haya escuchado la historia del hombre que estaba constantemente preocupado. Sus
amigos empezaron a temer que pronto iría a la tumba debido a esta actitud. ¡Empezaron a
preocuparse por su preocupación!
Pero un día, uno de esos amigos solo encontró en la calle y notó que tenía una expresión
completamente distinta en el rostro. Su expresión era calmada y apacible. Y su amigo le
preguntó:
—No tengo con qué pagarle. Eso es lo primero por lo que tiene que preocuparse.
Sería ridículo suponer que uno pueda emplear a alguien que se preocupe por uno. También
sería ridículo suponer que uno puede emplear a alguien que coma en nuestro lugar. Pero en el
reino espiritual, muchas veces es práctica aceptada que las personas dependan de otros para
su estudio, sus oraciones y su búsqueda de Dios.
La Biblia nos enseña que cada persona debe buscar a Dios por sí misma. Veamos primero lo
que dice en Juan 1:43-45: “El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo:
Sígueme. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo.
Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo
de José de Nazaret”. Pero allí mismo Felipe estaba mostrando un poquito de inmadurez o falta
de percepción, ¿no es cierto? El debía haber dicho: “Jesús del cielo, el Hijo de Dios”. Pero
“Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve” (Ver. 46), de
allí la frase “Ven y ve”. Cualquier error que Felipe hubiera hecho anteriormente, lo compensó
con esto. El que va y mira por sí mismo, nunca fracasará.
Natanael fue y vio por sí mismo, y llegó a ser un leal seguidor del Señor Jesús.
Al principio de este capítulo estudiamos la historia de la samaritana que se encontró con Jesús
en el pozo. Juan 4:38-30: “Entonces la mujer dejó su cántaro, y rué a la ciudad, y dijo a los
hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el
Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él”. Sigamos hasta el versículo 39: “Y muchos
de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba
testimonio diciendo: Me dijo todo lo que he hecho”. Muchas veces las personas se impresionan
por lo sensacional y espectacular. Así, muchos de ellos creyeron por lo que ella decía. Y por lo
que sabemos de esta mujer, probablemente no era la persona más digna de confianza del
pueblo. Pero algunas personas creyeron por un motivo superior. Notemos el resto de la
historia: “Entonces vinieron los samaritanos a él y le rogaron que se quedase con ellos; y se
quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no
creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que
verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Vers. 40-42).
En Hechos 17:11 se registra que los habitantes de Berea eran más nobles que los de Tesalónica
porque habían estudiado la Palabra para conocer por sí mismos “sí estas cosas eran así”. Y
Pablo la dijo e Timoteo en 2 Timoteo 2:15: “Procura con toda urgencia presentarte a Dios
aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad”.
Un tiempo a solas. Debemos estudiar la Palabra de Dios y orar nosotros solos. Sólo así se
convertirá el culto familiar y público en algo de valor. Fuera de la vida devocional privada de
cada individuo, el culto público es sencillamente una forma de rutina. Es cuando nos
relacionamos con Dios personalmente que llegamos a conocerle por nosotros mismos.
Al principio...
En Salmos 5:1-3, leemos, “Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Está a tentó a
la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío porque a ti osaré. Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz,
de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”.
Otro texto clásico se encuentra en Isaías 50:4: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios para
saber hablar palabras al cansado; despenará mañana tras mañana, despertará mi oído para
que oiga como los sabios”. Varios pasajes del libro de Isaías, incluyendo este versículo, tienen
que ver con Jesús. Y el ejemplo de cuando Jesús oraba se registra vez tras vez, como en Marcos
1:35: “Levantándose de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba”. Daniel oraba tres veces al día, por la mañana, por el mediodía y por la noche (Dan. 6:10).
Se nos invita a seguir los ejemplos registrados para nuestro beneficio (véase 2 Tim. 3:16).
Los que hayan tenido dificultades con su vida devocional y hayan estado apoyándose en los
últimos momentos antes de acostarse, descubrirán que una de las ayudas más grandes que
puedan recibir la obtendrán cambiando esos momentos para las primeras horas de la mañana.
Si hemos de tomar diariamente nuestra cruz, tiene más sentido hacerlo cuando empieza el día.
Una de las principales razones para empezar con Dios el día es el asunto de la consistencia. El
testimonio general que he recibido vez tras vez es que cuando el tiempo a solas con Dios se
deja para lo último antes de acostarse a dormir, se convierte en algo espasmódico —unas veces
sí y otras no.
El enemigo usará cualquier maniobra que pueda para separarnos de Jesús y mantenernos
distantes de él. Estudiaremos algunos de sus métodos en el Tercer Día. Pero cuando
descuidamos la comunión personal con Díos, Satanás hará todo lo posible por mantener a toda
costa esa separación. Nuestra única seguridad descansa en nuestra determinación de
dedicar a Dios la primera parte de cada día, no importa lo que suceda. Y si lo buscamos
día tras día, nuestra amistad y compañerismo con él se profundizarán.
No somos salvados por nuestra vida devocional. Somos salvados por nuestra aceptación del
sacrificio de Cristo por nosotros en la cruz y por la constante aceptación de él diariamente. Pero
debido a que tantos cristianos permiten que desaparezca su relación con Cristo, también
desaparece su seguridad. Muchas veces Jesús es poco conocido aún entre los que profesan
seguirle. No es de extrañar, por lo tanto, que ellos encuentren difícil confiaren él para su
salvación. Pero cuando dedicamos un tiempo cada día a considerar y meditar en su amor, será
mucho más fácil mantener ese amor fresco en nuestras mentes y creer en su amorosa
aceptación.
Buscar a Jesús
Juan el amado, anduvo con Jesús durante tres años. El sabía cómo era comer con él, viajar con
él, entrar en contacto con la multitud junto a él, ayudarlo en sus necesidades diarias. Y por tres
años Juan altercó y discutió con los demás discípulos en cuanto a cuál sería el mayor en el reino
de los cielos. Por tres años, siguió siendo el “hijo del trueno”. Los que suponen que la
conversión y el andar con Jesús lo cambian a uno completamente de la noche a la mañana (y si
no sucede, entonces no tenemos una experiencia verdadera), mejor estudien de nuevo las
vidas de Juan y Pedro y de los otros discípulos. Hasta en el aposento alto la noche de la
crucifixión estaban todavía discutiendo en cuanto a quién sería el mayor. Ellos sabían que no
era correcto, pero seguían haciéndolo, aunque se sintieran avergonzados. Pero Jesús los siguió
tratando con bondad y paciencia y hasta después de haber ascendido al cielo, Juan y los demás
siguieron andando con él.
Años más tarde Juan escribió en su primera epístola general: “Lo que era desde el principio, lo
que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon
nuestras manos tocante al verbo de vida... lo que hemos oído, eso os anunciamos, para que
también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con
el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (Cap. 1: l -3). Juan dijo, años después que Jesús había
regresado al cielo, “tenemos comunión con Jesucristo”. Usted también puede tener comunión
con Jesús. El propósito de la vida devocional es entrar en compañerismo con Jesucristo. El
propósito de andar, hablar y comunicarnos con él es con fines de compañerismo.
Hace poco estaba leyendo el libro de Jueces. Me gusta leer un poco del Antiguo Testamento,
junto con el Nuevo. En la primera parte de Jueces leemos en cuanto a muchas batallas y
victorias y la conquista de los pueblos de Canaán. En la última parte de Jueces 1 leemos en
cuanto a fronteras meticulosas. Allí se describen los territorios de cada tribu, cómo las fronteras
de la tribu de Benjamín iban de aquí allá, alrededor de esto hasta allá, e incluían esto y aquello.
Después de haber leído un par de capítulos, encontré que era bastante difícil ver a Jesús allí.
Hay un tiempo y propósito para estudiar cada libro de la Biblia, pero si el propósito principal de
la vida devocional es buscar a Jesús, ¿qué es lo que más deberíamos leer?
¿La última parte del capítulo 1 de Jueces, o el Sermón del Monte? Es posible que los Diez
Mandamientos no lleguen a ser más que armas letales en las manos de los que no saben cómo
sentarse a los pies de Jesús y con María, aprender de su amor y bondad. La Ley y el Evangelio
deben ir juntos. Mientras más busquemos a Jesús donde él esté más claramente revelado, más
compañerismo encontraremos con él y más creceremos a su semejanza. El propósito de la vida
devocional es aprender a conocer a Jesús y a confiar más completamente en él.
¿Cómo estudia usted la Biblia para gozar de una vida devocional significativa? Insistamos de
nuevo en que usted está buscando principalmente a Jesús. La vida eterna no es algo que se
obtiene con sólo estudiar las Escrituras. Leámoslo en Juan 5:39, 40. Los líderes religiosos del
tiempo de Cristo estudiaban bastante las Escrituras. Pero seguían rechazando a Jesús y
rehusaban acudir a él Es acudiendo a Jesús como obtenemos vida; las Escrituras son
principalmente un medio que nos permite acudir a él.
Entre los fariseos, había uno que se llamaba Nicodemo. Nicodemo acudió una noche a Jesús.
Cuando se encontró con él, le dijo esencialmente: “Tú eres un gran maestro y yo no soy tan
malo. Yo pertenezco al Sanedrín ¿te das cuenta? Vamos a conversar un poco”.
Jesús le dijo, “lo que tú necesitas es nacer de nuevo”. Lo podemos leer en el tercer capítulo de
Juan. Nicodemo no podía entender las cosas del reino de Dios, porque todavía no estaba
convertido. En 1 Corintios 2:14, dice:”... el hombre natural no percibe las cosas que son del
Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente”.
La Biblia no fue escrita principalmente para que fuera una lección de historia. Cuando la lea,
colóquese usted mismo en el marco. Si está leyendo de la mujer junto al pozo, usted es la mujer
junto al pozo. Usted es el que ha estado tratando de satisfacer los anhelos de su corazón con
las cosas del mundo. Usted es el que está buscando algo mejor. Y usted es el que finalmente se
enfrenta cara a cara con el mismo Cristo. Si está leyendo la parábola de la oveja perdida, usted
es la oveja perdida. Usted es el que oye que el Pastor lo está buscando. Usted es el que es
llevado en hombros con seguridad al rebaño. Cuando lea del ladrón en la cruz, usted es el
ladrón en la cruz. Usted es el que dice, “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lucas
23:42). Y usted es el que recibe la respuesta “estarás conmigo en el paraíso” (Ver. 43).
A veces la gente pregunta: “¿Qué puedo hacer si mi mente divaga?” Bueno, permítame hacerle
otra pregunta. Cuando usted estaba en la escuela y estudiaba para la clase más aburridora que
tenia, ¿qué hacía cuando su mente divagaba? ¿Tomaba el libro y lo echaba en la basura y se iba
de la escuela? ¿O seguía leyendo y volviendo a leer hasta que entendía todo lo que necesitaba
entender?
Si las lecciones en la escuela sólo tienen que ver con nuestros 70 años de vida, y si las
Escrituras tienen que ver con las cosas de la eternidad, ¿no deberíamos dar a la Biblia por
lo menos el mismo tratamiento que a los textos escolares?
El propósito principal para estudiar la Biblia es entrar en comunión y compañerismo con Jesús.
Cuando usted invite su presencia, cuando abra su Palabra y trate de colocarse usted mismo en
el cuadro, y comprenda lo que él le dice día tras día, llegará a conocerlo mejor y a confiar más
en él.
... y la oración
La oración es lo que hace que la iglesia cristiana sea diferente al club o fraternidad de
organizaciones seculares. La oración es la diferencia entre eI cristianismo verdadero y las obras
del mundo. Sin oración no tenemos más que un Libro de información, un credo para tratar de
vivir. Pero el hecho de que podemos realmente hablar con Dios, comunicarnos con Jesús, hace
de la oración lo principal de la vida cristiana.
Veamos lo que se nos dice en Lucas 18:10-14 para tener un cuadro sobre el tema de la oración
y su importancia. “Dos hombres subieron al templo a orar; ano era fariseo y el otro publica no,
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no
soy como los otros nombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano, ayuno
dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no
quería ni aún alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a
mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque
cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido”.
Uno de los requisitos previos para una vida de oración significativa es la humildad. Sólo la
persona que ha dado los pasos necesarios hacia Cristo, que se ha convencido de su
pecaminosidad e impotencia de salvarse por sí misma, es humilde y está entregada a Cristo.
¿Será posible que haya quien no comprenda nunca el significado de la oración, porque nunca
haya acudido a Cristo? Es posible.
Pero una vez que entendamos que la base de la vida cristiana se encuentra en Cristo, y
acudamos a él para nuestra salvación, estaremos preparados para orar acertadamente. Fue
cuando el publicano admitió su condición pecaminosa y acudió a Dios pidiendo misericordia
que fue justificado.
Una de las ideas más generalizadas sobre la oración es que su principal propósito es obtener
respuesta. Siento decir que si creemos que el principal propósito de la oración es obtener
respuestas, no la practicaremos por mucho tiempo. Tener vida eterna es participar en el
conocimiento de Dios. Y el propósito principal de la oración es conocer a Dios. El fin que debe
perseguir la oración es la relación, la comunicación, no la búsqueda de respuestas.
¿Cuánto durarían sus relaciones humanas si el único propósito que usted tuviera para
comunicarse con los demás fuera obtener respuestas, lograr que hicieran cosas a su favor?
Porque hablamos con nuestros amigos sólo con el fin de mantener su amistad. Lo mismo
sucede con la oración. Jesús dijo en Mateo6:33, “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Y no se trata sólo de hablar en cuanto a las
necesidades de la vida. Dios conoce nuestras necesidades. La oración no es esencialmente un
medio de comunicar nuestras necesidades. Es un medio de desarrollar y mantener una amistad
con él.
El tema de la oración es inagotable. Libros enteros se han escrito sobre este tema y lo único que
han hecho es arañar la superficie. Pero hay otro punto que me gustaría mencionar brevemente
y es el hecho de que debemos ir más despacio. Hay muchos que en sus momentos de
devoción, no reciben las bendiciones de la verdadera comunión con Dios. Tienen mucha prisa.
Con pasos rápidos penetran en el círculo de la amante presencia de Jesús, haciendo quizás una
pausa dentro de esos recintos sagrados, pero sin esperar consejos. No tienen tiempo de
permanecer con el Divino Maestro. Regresan a su trabajo con sus cargas. Así nunca podrán
lograr grandes éxitos, sino hasta que aprendan el secreto de la fortaleza. Ellos deben dedicar
tiempo a pensar, a orar, a esperar, hasta que Dios les renueve las fuerzas físicas, mentales y
espirituales. Nuestra necesidad no consiste en hacer una pausa por un instante en su
presencia, sino entrar en contacto personal con él.
Tener calma en nuestra vida de oración es uno de los grandes secretos de encontrar la
comunión personal con Cristo.
La vida devocional
Quisiera terminar con un breve repaso de la vida devocional típica, como está delineada en esta
receta de carácter espiritual.
Al principio del día, cualquiera que sea la hora de acuerdo con su ocupación, busque un lugar
donde pueda estar solo. Primero que nada, haga una corta oración para que el Espíritu Santo lo
dirija en su relación con Dios. Luego estudie algo en cuanto a la vida de Cristo, enfocándose en
él, y trate de colocarse usted mismo en el cuadro. Se encontrará de nuevo ese día dando los
pasos necesarios hacia él, convencido de que usted es pecador, y comprendiendo su
incapacidad de salvarse por sí mismo y entregándose a su control.
Después que haya considerado el pasaje bíblico de ese día, tenga una oración un poco más
larga, cuéntele a Dios acerca de lo que leyó. Esto dará frescura a su oración diaria y evitará la
repetición de las mismas frases que a veces son rutinarias.
Después de hablar con Dios sobre lo que haya leído, añada las peticiones que se sienta
inclinado a presentar, tanto a su favor, como a favor de otros.
¿Y si no da resultado?
A veces hay personas que dicen: “¡He probado con la vida devocional, pero no funciona!”
Pero no esperamos que nuestras relaciones o amistades humanas se profundicen tan rápido.
¿Cómo podemos esperar que nuestra amistad con Dios madure en tan corto tiempo? De
manera que la única conclusión a la cual puede llegar es que si usted determina que de ahora
en adelante dedicará un tiempo tranquilo a solas con Dios día tras día, y si lo sigue haciendo
hasta que Jesús regrese, establecerá un compañerismo y una comunión con él, y usted llegará
realmente a conocerlo y esto significa la vida eterna.
¿Desea conocer a Dios? Dedique tiempo usted solo, al comienzo de cada día, para buscar
a Jesús mediante su Palabra y mediante la oración. Y así llegará a relacionarse
estrechamente con el mejor Amigo de su vida.
(Extracto adaptado del libro Cómo conocer a Dios (Un plan de 5 días), del Pr Morris Venden)