Nadamenosquetodo 00 Unamuoft
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DE
I N A M I X O
TODO UN HOMBRE
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1900Z
c. 1
ROBARTS
A NOVELA LITERARIA
BUENOS AIRES
JOHN SIME
^
^
Nada menos que
todo un hombre
MIGUEL DE ÚNAMUNO
Nad a menosque
todo un hombre
NOVELA
EINTOftlAL
CU5IDAD
LA .NOVELA LITERARIA
BUENOS AIRES
Del grande y queirido don Migiuel, niaesitro de juventiuld, ea
es'ta novelita tan llena de calor y originalidad. TJna:niuno es n\n<\
de las más altas y g'enerosas mentalidades de la España mic
va, esa Esipaña sin frailes «i toros que presentimos 'palpitanl'
y latente por surgir sobre las iniinas que hoy la ahogan.
Digno del fuerte Unamuno es el personaje protagonista de
esita obra; hermoso perfil ide plebeyo, formado en la lucha por
la vida y que constrasta con el del nobl-^. prototipo de noble:
simple y ñoño.
Tan veihemenle y co'nibativo como en sus años mozos, est(>
Unamuno, recio como una ©ncina de su tierra vasca, es calu-
rosamente discnti'do; pero bien puede estar seguro que las
nuevas generaciones de América se le dan con aanor. Sus
arrestos briosos, sai perpetuo renovarse, las entusiiasma.
Y no sólo abflite Unamiuno, crea también. Si en una mano
empuña el garrote, lleva la olra abarro'tada de ideas que lanza
a la vemtiur;!, prtiidigamente. Es un pensante creaidor de be-
lleza: "Amor y Pedagogía", "La Vida de Don QuTjote y San-
cho", "Ensayos", "Paz en la Guerra", "Niebla..." y tantos
otros libros (Mijinidiosos, ;isí lo atestiguan.
Nada menos que todo un hombre
La fama de la hermosura de Julia estaba esparcida
por toda la comarca que ceñía a la vieja ciudad de Re-
nada ;era Julia algo así como su belleza oficial, o como
uu monumento más, pero viviente y fresco, entre los te-
soros arquitectónicos de la capital. "Voy a Renada, —
decían algunos, — a ver la catedral y a ver a Julia Yá-
ñez". Había en los ojos de la hermosa como un agüero
de tragedia. Su porte inquietaba a cuantos la miraban.
Los viejos se entristecían al verla pasar, arrastrando tras
de sí las miradas de todos, y los mozos se dormían aquella
noche má.s tarde. Y ella, consciente de su poder, sentía
sobre sí la pesadumbre de un porvenir fatal. Una voz
muy recóndita, escapada de lo más profundo de su con-
ciencia, parecía decirle: "¡Tu hermosura te perderá!".
Y se distraía para no oiría.
El padre de la hermosura regional, don Victorino Yá-
ñez, sujeto de muy brumosos antecedentes morales, te-
nía puestas en la hija todas sus últimas y definitivas es-
peranzas de redención económica. Era agente de nego-
cios, yéstos; le iban de mal en peor. :Su último y supremo
negocio, la última carta que le quedaba por jugar era
la hija. Tenía también un hijo, pero era cosa perdida, y
bacía tiempo que ignoraba su paradero.
— Ya no no.s queda más que Julia, — solía decirle a su
mujer : — Todo depende de cómo se nos case o de cómo
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M t G Ü É L DÉ tJ 1^ A M Ü N O
— ¡Qué generoso!
— ; Julia !
— Sí, sí, lo he comprendido todo. Dile que. por mí,
puede venir cuando quiera.
Y tembló despuéis de decirlo. ¿Quién liabía dicho es-
to? ¿,Era ella? No; era más bien otra que llevaba den-
tro y la tiranizaba.
—El ¡Gracias,
padre se hija mía, para
levantó gracias! ''>^
íf a besar a su liija ; pero
•'sta, rechazándole, exclamó:
— ¡No, no me manches! ■
— 'Pero hija.
— 5 Vete a besar tus papeles! O mejor las cenizas de
aquellos que te hubiesen echado a presidio.
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X ADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE
— ¿Y lo creíste?
— No, no lo creí. No pude creer que inatíi.ses a tu mu-
jer.
— Veo que tieues aúu mejor juicio que yo ci'eía,. ,' Có-
mo iba a matar a mi mujer, a una cosa mía "'
¿Qué es lo que hizo temblar a la pobre julia al oir
esto? Ella no se dio cuenta del origen de su temblor,
pero fué la palabra cosa aplicada por su marido a su
primera mujer.
— ^^Habría sido una absoluta necedad, — prosipfuió
Alejandro. — ¿Para qué? ¿Para heredarla? ¡Pero si yo
disfrutaba de su fortuna, lo mismo qi\e disfruto hoy de
ella! ¡Matar a la propia mujer! ¡No hay razón nino;u-
na para matar a la propia mujer !
— Ha habido maridos, sin embargo, que lian matado
a sus mujeres — se atrevió a decir Julia.
— ¿Por qué?
— Por celos, o porque les faltaron ellas...
— ¡Bah, bah, bah! Los celos son cosa de estúpidos.
Sólo los estúpidos pueden ser celosos, porque sólo a
ellos les puede faltar su mujer. ¿Pero a mí? ¿A mí?
A mí no me puede faltar mi mujer. ¡ No pudo faltarme
aquélla, no me puedes faltar tú!
— No digas esas cosas. Hablemos de otras.
— ;, Por qué?
— 'Me duele oírte hablar así. ¡iComo si me hubiese pa-
sado por la imaginación, ni en sueños, faltarte!...
^ — Lotarássé,
nunca.lo sé sin que me lo digas; sé que no me fal-
— i Claro !
— Que no puedes faltarme. ¿A mí? ¿Mi mujer? ¡Im-
posible! Y en cuanto a la otra, a la primera, se murió
ella sin que yo la matara.
— aa —
A' .1 ¡) A M ]■: y (> s o u F T o 1) o r y rom b r e
a —¿Y
usted? usted sabe que me li abría entonces entregan'')
—¡Olí, sin duda, sin duda!. . .
— ¡Qué petulantes son ustecb'N los |i()ml)refs!
— ¿ J'.eíulantes?
— Sí, i)etu]antes. Ya se supone usted in-esistible.
— i Yo ... no !
— ¿Pues quién?
— ¿]\íe ])ermite (jue se \n diga. Julia?
— ^;Diga lo que quiera!
— ¡Pues l)ien, se lo diré! Lo irresislibl(> Iiabría s¡(|<».
no yo. sino mi amor. ¡i.Sí, mi amor!
— ¿Pero es una declaración en regla, «efior conde.'
^' no olvidií
morada de suque soy una mujer casada, honrada, ena-
marido...
—Eso . . .
- — ¿Y se permite usted dudarlo.' J^]namoi-ada, sí, (;omo
njí' lo oye. enamorada, sinceramente enamorada de mi
marido.
■ — Pues lo que es él...
— ¿Es.' ¿Qué es eso? ¿Quién le ha dicho a usted (jue
él no me quiere?
— ¡Usted misma!
— ¿Y? ¿Cuándo le he dicho yo a usled que Alejandro
no me quiere? ¿'Cuándo?
— Me lo ha dicho con los ojos, eon el gesto, con el
porte. . .
— ¡Ahora me va a .salir con que he sido yo quien le
he estado provocando a que me hagar el amor. . . ! ¡ Mi-
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MIGUEL DE ü N A M U N O
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NADA MENOS QUE TODO UN HOMBRE
— ¡Perdóname !
— ¿Perdonarte? ¿Pero de qué"? Si rae habían dicho
que estabas ya cura..., que se te habían quitado las
alucinaciones. . .
Julia miró a la mirada fría y penetrante de su ma-
rido con terror. Con terror y con un loco cariño. Era
un amor ciego, fundido con un terror no menos ciego.
— ^Sí, tienes razón, Alejandro, tienes razón; he esta-
do loca, loca de remate. Y por darte celos, nada más
que por darte celos, inventé aquellas cosas. Todo fué
mentira. ¿Cómo iba a faltarte yo? ¿Yo? ¿A ti? ¿A ti?
¿Me erees ahora t
— ^Una vez, Julia — le dijo con voz de hielo su mari-
do— , me preguntaste si era o no verdad que yo maté
a mi primera mujer, y, por contestación, te pregunté
yo a mi vez que si podías creerlo. ¿Y qué me dijiste?
— ¡ Que no, que no lo creía, que no podía creerlo !
— Pues ahora yo te digo que no creí nunca, que no
pude creer que tú te hubieses entregado al michino ese.
¿Te basta?
Julia temblaba, sintiéndose al borde de la locura;
de la locura de terror y de amor fundidos.
— ¿Y ahora — añadió la pobre mujer abrazando a
su marido y habiéndole al oído — , ahora, Alejandro,
dime ¿me quieres?
Y entonces vio en Alejandro, su pobre mujer, por
vez primera, algo que nunca antes en él viera; le des-
cubrió un fondo del alma terrible y hermética que el
hombre de la fortuna guardaba celosamente sellado.
Fué como si un relámpago de luz tempestuosa alum-
brase por un momento el lago negro, tenebroso de aque-
lla alma, haciendo relucir su sobrehaz. Y fué que vio
asomar dos lágrimas en los ojos fríos y cortantes como
navajas de aquel hobre. Y estalló:
~ ií —
U I G V B L DE V N ,Á M U N O
Alejandro Gómez".
El conde de Bordaviella llegó a la cita pálido, tem-
blorso y desencajado. La comida transcurrió en la más
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M I G V E L BE U N A M U N O
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