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¿Qué es Socialismo?

Por Michael A. Lebowitz *


Muchas personas piensan que no hay una alternativa al capitalismo y que lo mejor que
podemos hacer es tratar de mejorarlo un poco aquí y un poco allá. Podemos extraer lecciones de
las experiencias del Siglo XX. Ahora sabemos que el deseo de desarrollar una sociedad que sea
buena para la gente no es suficiente. Para poder crear un mundo mejor, debemos estar
preparados para romper con la lógica del capital.
En el Siglo XIX, aunque no se habían desarrollados sus detalles, el principio básico del
socialismo estaba claro: el socialismo era una sociedad en la cual la naturaleza de las relaciones
sociales y de los derechos de propiedad permitirían el pleno desarrollo del potencial humano.
Después de los distintos ensayos acontecidos durante el Siglo XX, las cosas se tornaron, sin
embargo, más confusas. Por lo tanto, si vamos a construir el socialismo del siglo XXI, es esencial
aprender de las lecciones del siglo pasado para volver a tener claridad sobre el tema.

Lo que el socialismo no es
A menudo, la mejor forma de entender algo es entender lo que esto no es.
El socialismo no es una sociedad en la cual las personas venden su mano de obra y son
dirigidos desde arriba por otros cuyas metas son las ganancias más que la satisfacción de las
necesidades humanas. No es una sociedad en la cual los dueños de los medios de producción se
benefician dividiendo a los trabajadores y a las comunidades para bajar los salarios e intensificar
el trabajo -es decir, para ganar más incrementando la explotación-. No es un sistema donde no se
toma en cuenta a los campesinos, a los desempleados, y a los excluidos y dónde la única lógica
es la lógica del incremento del capital. En resumen, el socialismo no es el capitalismo.
Pero el socialismo tampoco es una sociedad estatista, donde las decisiones se imponen desde
arriba y donde toda iniciativa es potestad de los funcionarios del gobierno o de los cuadros de
vanguardias que se autoreproducen. Precisamente porque el socialismo se centra en el desarrollo
humano, enfatiza la necesidad de una sociedad democrática, participativa y protagónica. Una
sociedad dominada por un Estado todopoderoso no genera los seres humanos aptos para crear el
socialismo.
Por la misma razón, el socialismo no es populismo. Un Estado que provee los recursos y las
soluciones a todos los problemas de la gente no fomenta el desarrollo de las capacidades
humanas, al contrario, estimula en la gente una actitud de esperar del Estado y de líderes que
prometen dar respuesta a todos sus problemas.
Además, socialismo no es totalitarismo. Precisamente porque los seres humanos son diferentes
y tienen diferentes necesidades y habilidades, su desarrollo por definición requiere del
reconocimiento y respeto de las diferencias. Las presiones del Estado o las de la comunidad para
homogeneizar las actividades productivas, las alternativas de consumo o estilos de vida, no
pueden ser la base para que surja lo que Marx reconocía como la unidad basada en el
reconocimiento de las diferencias.
Finalmente, el socialismo no debe ser entendido como un sistema con características
específicas, leyes y límites. Más bien, el socialismo es un proceso.

¿Etapa o proceso?
¿De dónde salió la idea del socialismo como una etapa específica? Básicamente fue una
interpretación errónea de la distinción que hizo Marx entre la “fase inferior” de la sociedad
comunista y la “fase superior” del comunismo. Con el tiempo, esta diferenciación entre dos fases
de la misma sociedad (la sociedad cooperativa basada en la propiedad comunitaria de los medios
de producción a la cual Marx se refería como una sociedad de productores libres y asociados) se
consolidó como una diferencia entre dos sistemas: el socialismo y el comunismo.
¿Cuál era esa diferencia? En el socialismo (la “fase inferior”) la idea era que la distribución del
ingreso se haría de acuerdo a la contribución: cada persona recibiría de acuerdo a la contribución
que hiciera. En cambio, en una sociedad comunista, la distribución sería de acuerdo a las
necesidades. La sociedad comunista en este planteamiento era la utopía. Pero, ¿cómo podíamos
llegar a esa sociedad utópica del futuro donde podemos recibir lo que necesitamos y también
disfrutar de nuestro trabajo? La respuesta (por particulares razones históricas) era: mediante el
desarrollo de las fuerzas productivas. El aumento suficiente de la productividad permitiría la
transición a esta nueva fase. En este contexto, se dejó en segundo plano la cuestión acerca de
qu&eacu te; clase de persona sería formada en el intento por desarrollar las fuerzas productivas
tan rápido como fuese posible.
De hecho, el desarrollo de las fuerzas productivas se convirtió en la respuesta a todas las
preguntas -no sólo al cómo se hace la transición de una fase a otra, sino también a cómo avanzar
dentro de una fase-. Lo que apareció en primer plano fueron cosas como el grado de producción
de acero, el porcentaje de actividad económica controlada por el Estado, nociones cuantitativas
que pueden ser usadas para medir el progreso. Esta perspectiva era tan esquemática -al girar
alrededor de la concepción de fases marcadas por distintos niveles de desarrollo de las fuerzas
productivas-, que la gran reflexión que provocaba era la de saber si un país con un bajo nivel de
desarrollo económico podría convertirse en socialista o si tendría que esperar... y esperar.
Todo esto derivó de la errada y desafortunada lectura que se hizo sobre lo que Marx había
dicho. Su argumento era realmente muy sencillo: una nueva sociedad nace necesariamente de
forma defectuosa. Inicialmente se estructura a base de elementos de la antigua sociedad, es decir,
nace marcada económica, social e intelectualmente por la sociedad de cuyas entrañas surgió.
Entonces, es sólo en el momento en que la nueva sociedad logra reposar sobre sus propias
bases, cuando se construye a partir de premisas, que construye ella misma, que podemos
apreciar el potencial que estaba presente en ella desde el principio. Todo esto es bastante obvio.
Más que una idea de dos fases, de dos sistemas, la idea de Marx era la de un proceso en el cual
luchamos para liberarnos a nosotros mismos de la carga de la antigua sociedad. Cuando
consideramos al socialismo como un proceso, reconocemos sus insuficiencias iniciales y también
enfocamos nuestra atención en el camino por recorrer.
En resumen, la nueva sociedad poscapitalista no puede escapar de sus inicios defectuosos.
Pero, ¿cuál fue exactamente el defecto que identificó Marx? No era que las fuerzas productivas
estuviesen poco desarrolladas. De hecho, el defecto particular del cual habló fue el de la
naturaleza de los seres humanos originada en la antigua sociedad con las antiguas ideas: una
sociedad en la cual todos se consideran con derecho a recuperar aquello con lo cual contribuyen,
y que está marcada por una multitud de transacciones de intercambio; una sociedad en la cual
todos calculan en función de su propio interés y se sienten engañados si no reciben su
equivalente. Esto, Marx fue claro, es una herencia de la vieja sociedad, una que demuestra
claramente que todavía no estamos concibiendo la sociedad como una familia humana, en la cual
la liberaci&oa cute;n de todos es la condición para la liberación de cada uno.
Sin embargo, éste no sería el único defecto presente al surgir la nueva sociedad. Ésta está
intelectual, económica y socialmente infectada: las tradiciones históricas del patriarcado, el
racismo, la discriminación y las significativas desigualdades en la educación, la salud y la calidad
de vida están entre los elementos que la nueva sociedad podría heredar. En vez de aceptar estas
barreras al desarrollo humano, estos defectos deberían ser confrontados a través de un proceso
que los reconozca como defectos.
Cuando miramos al socialismo como una etapa en vez de como un proceso, hay una tendencia
a la construcción de instituciones que se perciben como adecuadas a esa etapa. Entonces, si en
esa fase la gente es considerada intrínsecamente egocéntrica lo más importante es darles los
necesarios incentivos económicos para estimularla a trabajar. Es así como se hacen claves los
esquemas de bonos, repartición de ganancias, variadas formas de incentivos económicos; la
lógica básica es que el desarrollo de fuerzas productivas tendrá un efecto de “goteo”:
gradualmente surgirá el nuevo pueblo.
Sin embargo, el impacto es el opuesto. Cuando intentas crear la nueva sociedad
construyéndola a partir de los defectos heredados de la vieja sociedad, estás reforzando los
elementos de la vieja sociedad los cuales son inherentes a la nueva sociedad en su versión inicial.
Cuando fomentas el egoísmo, refuerzas la tendencia de las personas a comportarse de acuerdo
con sus intereses personales sin considerar los intereses de los demás, refuerzas y profundizas la
división entre los individuos, grupos, regiones y naciones, y haces ver la desigualdad como algo
normal. Cuando legitimas la idea de que obtener más para ti mismo es del interés de todos, creas
las condiciones para el retorno a la vieja sociedad.
¿Cómo es posible construir una nueva sociedad basada en el principio del interés personal?
¿Cómo producir sobre esta basepersonas para las cuales la unidad basada en el reconocimiento
de sus diferencias sea su segunda naturaleza? Obviamente no podemos ignorar la naturaleza de
las personas que surgen de la vieja sociedad. Precisamente porque Marx entendía que los sujetos
de cada proceso son seres humanos específicos, reconoció que no se puede crear de inmediato
una sociedad basada en el principio de distribución de “cada uno de acuerdo a sus necesidades”.
Colocar a los viejos sujetos en esa nueva estructura causaría inevitablemente un desastre. Él
entendió que no podemos ir directamente al sistema de justicia e igualdad apropiado a una
sociedad verdaderamente humana, a la familia humana. Sin embargo, Marx definiti vamente no
argumentaba que el camino para la creación de la nueva sociedad era construir desde los
defectos que necesariamente contiene cuando surge inicialmente.
Más aún, el proceso socialista es un proceso tanto de destrucción como de construcción: un
proceso de destrucción de los elementos de la vieja sociedad que todavía permanecen
(incluyendo el soporte para la lógica del capital) y un proceso de creación de los nuevos seres
humanos socialistas.

Un mundo mejor
Si no sabes adónde quieres ir, entonces ningún camino te llevará allí. El mundo que los
socialistas siempre han querido construir es aquél en el cual cada persona se relacione con las
demás como partes de una gran familia; una sociedad en la cual seamos capaces de reconocer
que el bienestar de los demás nos beneficia a todos: un mundo de amor y solidaridad humana
donde, en vez de clases y antagonismos clasistas, tengamos “una asociación, en la cual el libre
desarrollo de cada uno sea la condición para el libre desarrollo de todos”.
El mundo que queremos construir es una sociedad de productores asociados en donde cada
individuo pueda desarrollar plenamente sus potencialidades: un mundo que desde el punto de
vista de Marx, permita “el desarrollo absoluto de su potencial creativo” el “total desarrollo del
contenido humano” el “desarrollo de todos los poderes humanos como un fin en sí mismo”. Los
seres humanos fragmentados y parcelados que el capitalismo produce serían reemplazados por
seres humanos completamente desarrollados, “el individuo completamente desarrollado para el
cual las distintas funciones sociales no son sino diferentes modos de actividad de las que se
ocupará sucesivamente.”
Pero, esas personas no caen del cielo; hay un solo camino para engendrarlas -a través de su
propia actividad-. Sólo ejercitando sus capacidades mentales y físicas en todos los aspectos de su
vida, los seres humanos desarrollan dichas capacidades; producen dentro de ellos mismos
capacidades específicas que les permiten llevar a cabo nuevas actividades. El cambio simultáneo
de las circunstancias y de sí mismo (o lo que Marx llamó “la práctica revolucionaria”) es cómo
construimos la nueva sociedad y los nuevos seres humanos.
Obviamente, la naturaleza de nuestras instituciones y relaciones debe suministrarnos el espacio
para dicho auto-desarrollo. Sin democracia en la producción, por ejemplo, no podemos construir ni
una nueva sociedad ni personas nuevas. Cuando los trabajadores se comprometen con la
autogestión, combinan la concepción del trabajo con su ejecución. Entonces, no sólo se pueden
desarrollar las potencialidades intelectuales de todos los productores asociados sino que la
“sabiduría tácita” que tienen los trabajadores sobre mejores formas de trabajar y producir, también
puede convertir eso en sabiduría social de la cual todos podemos beneficiarnos. La producción
democrática, participativa y protagónica permite ambas cosas: aprovechar nuestros recursos
humanos ocultos y desarrollar nuestras capacidades. Pero, sin esa combina ción de cabeza y
mano, las personas permanecen como aquellos seres humanos fragmentados y parcelados que
produce el capitalismo: la división entre los que piensan y los que hacen se mantiene como el
modelo que Marx describió en el cual “el desarrollo de las capacidades humanas de unos, está
basada en la restricción del desarrollo de las capacidades de otros”. La democracia en la
producción es una condición necesaria para el libre desarrollo de todos.
Pero, ¿qué es la producción? No es algo que ocurre sólo en la fábrica o en lo que
tradicionalmente identificamos como el lugar de trabajo. Cada actividad que tiene por objetivo
proporcionar aportes para el desarrollo de los seres humanos (especialmente aquella que nutre
directamente el desarrollo humano) tiene que ser reconocida como producción. Más aún, las
concepciones que guían la producción deben ser en sí mismas producidas. Las metas que guían
la producción son características distintivas de las diferentes sociedades. La meta que guía el
capitalismo es la ganancia individual de los capitalistas. En una sociedad de productores
asociados, las metas específicas están relacionadas con el auto-desarrollo de las personas en
dicha sociedad. Sólo a través de un proces o en el que las personas están involucradas en todos
los niveles en la toma de las decisiones que las afectan (es decir, su vecindario, comunidad y la
sociedad como un todo), las metas que guían la producción pueden ser las mismas metas del
pueblo. A través de su participación en esta toma de decisiones democrática, la gente transforma
tanto sus circunstancias como se transforma a sí misma: se auto-produce como sujeto en la nueva
sociedad.
Dicha combinación de desarrollo democrático de las metas y de ejecución democrática de las
mismas es esencial porque, a través de ella, los individuos pueden entender las conexiones entre
sus actividades y entre ellos mismos. La transparencia es la regla en la sociedad de productores
asociados: siempre queda claro quién decidió lo que había que hacer y cómo debe hacerse. Si las
personas de un vecindario, por ejemplo, deciden unirse para llevar a cabo un proyecto local, la
conexión entre su decisión y la participación de la comunidad en el proyecto es obvia. De la
misma manera, a nivel de la sociedad como un todo: invertimos en el futuro decidiendo
conscientemente dedicar una parte del tiempo y de la energía de nuestra comunidad (es decir, de
nuestra mano de obra) a las actividades que harán que el f uturo sea como lo deseamos.
Entonces, un proceso que en cualquier otra parte tomaría la forma de inversión monetaria (y de
este modo evidencia una dependencia entre el dinero y su poseedor), en la nueva sociedad se
transforma en un ejercicio transparente que encauza la mano de obra actual para cubrir las
necesidades futuras de la sociedad.
Con la transparencia se fortalece la base de la solidaridad. La comprensión de nuestra
interdependencia facilita la visualización de los intereses comunes, una unidad basada en el
reconocimiento de nuestras diferentes necesidades y capacidades. Vemos que nuestra
productividad es el resultado de la combinación de nuestras distintas capacidades y que nuestra
unión, y el control comunitario de los medios de producción nos convierten a todos en
beneficiarios de nuestros esfuerzos comunes. Esas son las condiciones en las cuales todos los
frutos de la cooperación se dan de forma abundante y podemos centrarnos en lo que es realmente
importante: la creación de las condiciones en las cuales el desarrollo de todos los poderes
humanos sea un fin en sí mismo.
En el mundo que queremos construir todas estas características y relaciones coexisten
simultáneamente y se apoyan entre sí. La toma de decisiones democráticas en el lugar de trabajo
(en vez de la dirección y la supervisión capitalista); la dirección democrática de las metas de la
actividad por parte de la comunidad (en lugar de la dirección capitalista); la producción con el
propósito de satisfacer las necesidades (en lugar del propósito de la ganancia privada); la
propiedad común de los medios deproducción (en lugar de la propiedad privada o de un grupo);
una forma de gobierno democrática, participativa y protagónica (en vez de un Estado
todopoderoso y por encima de la sociedad); la solidaridad basada en el reconocimiento de nuestra
común humanidad (en vez de la orientaci&oacut e;n hacia el interés personal); el enfoque hacia el
desarrollo del potencial humano (en vez de hacia la producción de bienes). Todos estos rasgos
son parte de un nuevo sistema orgánico: la verdadera sociedad humana.
Pero, ¿qué es lo primero? El proceso de construcción socialista
Si sabes adónde quieres ir, hay más de un camino que te permite llegar allí. Para empezar, no
todos al comenzar estamos situados en el mismo lugar. Cada sociedad tiene características
únicas: su propia historia, sus tradiciones (incluyendo las religiosas e indígenas), sus mitos, sus
héroes, aquellos que han luchado por un mundo mejor, y las capacidades individuales que las
personas han desarrollado en el proceso de lucha. Ya que estamos hablando de un proceso de
desarrollo humano y no de recetas abstractas, entendemos que actuamos de forma más segura
cuando elegimos nuestro propio camino, aquél que el pueblo reconoce como el suyo (en vez de la
débil imitación de un camino seguido por otro).
Asimismo, todos empezamos el proceso de construcción socialista desde distintos lugares con
respecto al nivel de desarrollo económico -y eso claramente determina qué cantidad de nuestra
actividad inicial (si dependemos de nuestros propios recursos) deberá ser consagrada al futuro-.
Asimismo, cuán diferentes son las sociedades dependiendo de la fuerza de sus clases capitalistas
y oligárquicas domésticas, el grado de dominación por parte de las fuerzas del capitalismo global,
y la magnitud de su capacidad de aprovechar el apoyo de otras sociedades que ya se encuentran
en la senda del socialismo.
Además, los personajes históricos que nos inician en el camino pueden ser muy diferentes en
cada caso. Por aquí una clase obrera en su mayoría altamente organizada (como la de los libros
de recetas de los siglos anteriores); por allá un ejército campesino; un partido de vanguardia, un
bloque de liberación nacional (electoral o armado), rebeldes del ejército, una alianza en contra de
la pobreza. Existen infinitamente variadas realidades y que pueden surgir. Seríamos unos
pedantes poco inteligentes si insistiéramos en que hay sólo un camino para iniciar la revolución
social.
Lo que importa, por supuesto, es el camino elegido. Y hay que tener en cuenta que es sólo un
camino. Consideremos el nuevo sistema orgánico, esa sociedad realmente humana que estamos
intentando construir. Sabemos que no cae del cielo de forma completamente desarrollada. Debido
a que estamos hablando de un proceso en el cual el desarrollo de las capacidades humanas y de
las relaciones sociales es lo central, también sabemos que un gran salto hacia el futuro no es
posible. La confiscación de la propiedad de los capitalistas puede hacerse en segundos, por
ejemplo, pero la confiscación por sí misma no produce la sociedad cooperativa basada en la
propiedad común de los medios de producción. El desarrollo de nuevas relaciones productivas
basadas en los productores asociados es esencial. Si eso no se produce, la propiedad confiscada
cae en otras m anos (con o sin título legal).
Es necesario, entonces, juntar los elementos de la nueva sociedad; y tomando en cuenta
nuestros diferentes puntos de inicio, diferentes actores, diferentes correlaciones de fuerza,
etcétera, existen muchas variantes respecto a las prioridades de cada proceso. Obviamente,
algunas sociedades van a tener que centrarse más que otras en satisfacer las necesidades
básicas (salud, educación, etcétera) y en proveer trabajo significativo para los excluidos. Sin
embargo, hay principios comunes a esta lucha por crear nuestro propio camino. Las luchas por
obtener la democracia en el lugar de trabajo, en la toma de decisiones comunitarias, la
organización de la producción para satisfacer las necesidades y el desarrollo de las relaciones de
solidaridad, son elementos centrales comunes a cualquier camino, porque nos transforman y
desarrollan nuestras capacidades . Precisamente, porque el desarrollo de la confianza en ellas
mismas de las comunidades es tan importante en este proceso, las pequeñas victorias en el
camino construyen una nueva percepción sobre nosotros mismos y nos preparan para los
siguientes pasos.
Aún así, necesitamos entender que estamos desafiando un sistema coherente que tiene una
lógica consistente, la lógica del capital, que penetra cada aspecto de la sociedad existente. Como
resultado de sí mismos, los elementos la nueva sociedad serán necesariamente inadecuados y
deformados porque están rodeados por la vieja sociedad. Vincular estos nuevos elementos y
mostrar su lugar dentro de una nueva lógica alternativa es clave en la batalla de ideas en contra
de la vieja lógica. Tanto en la teoría como en la práctica, es la combinación de los elementos de la
nueva sociedad lo realmente importante -y no una combinación abstracta, sino la forma en que
todos ellos sirven para construir las capacidades, la auto-confianza y solidaridad del pueblo-.
Para reunir realmente todos los elementos de la nueva sociedad, se requiere dar un paso
esencial, que es común cualquiera sea el camino particular elegido y este paso es el control y
transformación del Estado. Sin la eliminación del control capitalista del poder del Estado, toda
amenaza real al capital puede ser neutralizada. El Estado capitalista es un soporte esencial para
la reproducción de las relaciones sociales capitalistas; y el ejército, la policía, el sistema jurídico y
los recursos económicos del Estado pueden ser movilizados para sofocar cualquier incursión que
amenace su reproducción. El capital siempre utiliza el poder del Estado cuando enfrenta una
amenaza.
Por el contrario, un Estado que pretende servir de comadrona de la nueva sociedad, puede
tanto restringir las condiciones para la reproducción de capital como abrir las puertas a los
elementos de la nueva sociedad. La democracia en el lugar de trabajo, el poder local para tomar
decisiones, la organización de la producción para satisfacer las necesidades, el desarrollo de
relaciones de solidaridad, todos estos son aspectos que pueden ser promovidos por un Estado
orientado hacia la construcción de una sociedad realmente humana.
Sin embargo, como Marx bien sabía, este proceso requiere una clase especial de Estado y no
la forma heredada de Estado, aquel Estado todopoderoso y por encima de la sociedad que no es
sino la “fuerza pública organizada para la esclavitud social”. El Estado mismo tiene que ser
transformado en un instrumento que esté subordinado a la sociedad, en el “auto-gobierno de los
productores”. Si no se crea un poder desde abajo, más que el auto-desarrollo -que es la esencia
de la sociedad de los productores asociados-, la tendencia será a que surja una clase por arriba y
por encima de nosotros: una clase que identifique el progreso con la capacidad de controlar y
dirigir desde arriba. Reconocer este problema no significa concluir que el Estado y el problema del
poder tienen que ser ignorados (y elevar la impotencia a un grado de realidad fundamental). Más
bien, ind ica la importancia de la batalla continua para destruir lo viejo y construir lo nuevo.
Pero no se trata únicamente del Estado, cada elemento de la nueva sociedad es un terreno
para la lucha. Hasta que el nuevo sistema coherente de productores asociados haya nacido, los
elementos incompatibles con la lógica del capital podrán ser o absorbidos y desfigurados, o
formarán parte de una nueva combinación que pueda sobrepasar al capital. El mercado, los
intereses personales, la alienación en el lugar del trabajo, todas estas cosas contienen las
semillas que pueden reforzar las relaciones capitalistas. Mientras no se haya logrado
transcenderlas, el desarrollo de la nueva sociedad requiere el desarrollo de instituciones que
nutran otras semillas y prevengan la reproducción del capitalismo a expensas de una sociedad
realmente humana.
Es aquí donde el Estado juega un papel clave. No podemos hablar del auto-desarrollo de las
personas en una estructura en donde los seres humanos son el medio para el crecimiento del
capital, donde las personas son explotadas y excluidas porque lo único que importa es la
ganancia, donde el poder del capital para invertir o no invertir sea su forma de chantajear a
cualquier sociedad que desafíe la lógica del capital. Ganar “la batalla de la democracia” y usar “la
supremacía política para arrebatar, gradualmente, todo el capital a la burguesía” sigue siendo tan
fundamental ahora como lo era cuando Marx y Engels escribieron El Manifiesto Comunista. El
Estado de los trabajadores representa un arma esencial en la lucha contra el capital tanto para
garantizar que los medios de producción estén bajo el control de los productores asociados y sean
gobernados cada vez más según su lógica, como para utilizar los mecanismos estatales para
encauzar los recursos lejos del alcance de lo viejo y hacia lo nuevo.
Si el socialismo es un proceso, ¿en qué punto de este proceso podemos entonces decir que ya
no domina el capitalismo? El capitalismo será finalmente vencido sólo cuando el nuevo sistema
esté completamente establecido, pero podemos considerar que deja de dominar cuando el
presente y el futuro ya no son rehenes del capital, cuando la reproducción del capital no determina
el empleo y la satisfacción de las necesidades. Podemos decir que el proceso de construcción
socialista ha pasado una importante prueba en su camino hacia la nueva sociedad cuando ya no
es la ambición capitalista por la ganancia la fuerza motriz dominante de la sociedad, sino el
desarrollo de todo el potencial humano.
Reconocer que la construcción socialista es un proceso en vez de un gran salto no implica
transigir. Al contrario, indica la necesidad de tener coraje revolucionario: un coraje que entiende la
naturaleza del capital pero que también parte del entendimiento de la capacidad de las personas y
el reconocimiento de lo que son capaces de lograr en un momento determinado. Afirmar esto es
señalar la importancia del liderazgo en el proceso de construcción de una nueva sociedad.
Tomando en cuenta los diferentes puntos de partida, la dialéctica entre liderazgo y masas
tomará diferentes formas. Aquí, la iniciativa del Estado; allá, un partido político; más allá los
movimientos sociales organizados. Pero, de nuevo, aquí también encontramos un elemento en
común. Un liderazgo demuestra que está realmente ejerciendo su papel al promover el auto-
desarrollo del pueblo en todas las esferas de la vida y al asegurar las condiciones para el
crecimiento de sus capacidades. Juzgamos el progreso en el camino de la construcción socialista
por el crecimiento en la capacidad de auto-gestión de los trabajadores, de la capacidad de las
personas para auto-gobernarse en forma democrática, participativa y protagónica en sus
comunidades y en la sociedad en su totalidad, por el desarrollo de la solidaridad real entre las
personas.
Cuando entendemos que la meta de este proceso es una sociedadque permita el
desarrollototaldel potencial humano, hay una simple pregunta que puede ser planteada ante
cualquier esfuerzo (sin importar sus diferentes historias y situaciones). ¿Están siendo creadas las
nuevas relaciones productivas? La mejor medida para indicarnos si vamos hacia donde queremos
ir es si los pasos que estamos dando refuerzan o debilitan la nueva relación de productores
asociados. La única base verdadera para la nueva sociedad es el desarrollo de la auto-confianza y
de la unidad de la clase obrera, su auto-desarrollo. Sin eso, estaremos construyendo castillos en
el aire.

Sí existe una alternativa


Muchas personas piensan que no hay una alternativa al capitalismo y que lo mejor que
podemos hacer es tratar de mejorarlo un poco aquí y un poco allá. Esta creencia de que la única
alternativa a la barbarie es la barbarie con rostro humano tiene su base tanto en lo que lo que
ocurrió en los países subdesarrollados que se esforzaban por industrializarse rápidamente a
través de un sistema jerárquico que se auto-proclamaba socialista, como en el fracaso de los
gobiernos social-demócratas (algunos de los cuales también se autodenominaban socialistas) en
el mundo desarrollado que solo lograron poner parches al capitalismo como sistema económico.
Podemos extraer lecciones de las experiencias del Siglo XX. Ahora sabemos que el deseo de
desarrollar una sociedad que sea buena para la gente no es suficiente. Para poder crear un
mundo mejor, debemos estar preparados para romper con la lógica del capital. Sabemos, por otra
parte, que el socialismo no puede ser logrado por decreto desde arriba, a través de los esfuerzos
y el tutelaje de una vanguardia que toma todas las iniciativas y desconfía del auto-desarrollo de
las masas. “La clase obrera -enfatizó sabiamente Rosa Luxemburgo- exige el derecho de cometer
sus propios errores y aprender de la dialéctica de la historia”. Sólo si tenemos como punto de
partida la meta de una sociedad que puede liberar todo el potencial de los seres humanos y
reconocemos que el camino a esa meta es inseparable del auto-desarrollo de las personas,
podremos construir una sociedad verdaderamente humana.

* Michael A. Lebowitz ha sido profesor de Economia marxista y Sistemas Económicos


Comparados en la Simon Fraser University de la columbia Británica (Canadá.

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