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a Masaru Emoto
Podemos beber el agua, higienizarnos con ella y regar nuestras
plantas, evidente. El agua colma los mares, los subsuelos, las
cumbres y los valles. Nuestro planeta azul es azul porque está
embebido de agua aunque actualmente ese agua diste de ser pura
y cristalina. La contaminación de los mares, ríos y del agua
del subsuelo es un hecho, y esa agua es la que está en las
verduras que tomamos y en el agua que bebemos. No sólo lo
dicen los científicos y los ecologistas, es el mismo agua que
parece decírnoslo, en su lenguaje de cristales acuosos nos
indica que ella es sensible y que recoge toda la información
del ambiente. Un investigador japonés nos lo presenta
microscópicamente con maravillosas fotografías de cristales de
agua de todo tipo.
Un espejo de la consciencia
En realidad Emoto parece ponerle un sello de autenticidad a
una intuición que teníamos todos, los que se presignaban con
el agua bendita, los que bendecían la mesa, los que ponían sus
manos sobres los enfermos, los que cantaban delante de
alimentos para después comerlos ritualmente. Intuiamos que la
consciencia lo impregna todo y que hay sustancias, como el
agua, extremadamente sensible a las vibraciones, los
sentimientos y los pensamientos que almacenan esa información.
La vía terapéutica
Nos hacemos una pregunta, ¿se puede utilizar esta cualidad del
agua para utilizarla como elemento sanador? ¿Qué pasaría si
tomáramos agua viva, regenerada, imantada o dinamizada
diariamente?.
Entrevista
Un día lluvioso esta primavera pasada de 2004, en Barcelona,
hotel Colón, nos juntábamos un grupo de interesados y
periodistas para hablar con Emoto de su libro gracias a los
editores de Liebre de Marzo. Algunas de las preguntas las
reflejo aquí.
——–
Julián Peragón
Camino de sanación
Cuando estamos enfermos se nos abre un abismo bajo los pies,
se nos encoge el alma y hasta se nos vela la mirada. Un frío o
calor extraño se mete dentro, en la misma médula. Cuando es
una enfermedad de aquellas que alerta buscamos rápidamente al
especialista de uno u otro signo para que nos calme. A menudo,
más que las medicinas, lo que necesitamos es un diagnóstico
tranquilizador, unas palabras científicas inmutables, alguien
que nos diga que no pasa nada, que todo está en orden, que hay
algunos desarreglos pero que ya podemos irnos a casa.
Julián Peragón