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Armonía Somers

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Nacida en 1914 en la villa de Pando, en la provincia uruguaya, bajo el poético nombre de Armonía Liropeya

Etchepare Locino, fue una de las narradoras más destacadas de una generación de escritoras latinoamericanas que
descolló durante la primera mitad del siglo pasado. Cursó estudios de maestra normalista y se desempeñó como
docente y pedagoga, materias en las que publicó algunos títulos sobre educación, adolescencia y criminalidad
juvenil. En 1950 decide adoptar su nom de plume para publicar la novela erótica La mujer desnuda, un debut
literario no exento de polémica. En 1953, obtiene un premio local de narrativa con el volumen de cuentos El
derrumbamiento, que le granjea comentarios adversos de críticos locales como Emir Rodríguez Monegal y Mario
Benedetti (quien varios años después cambió de opinión al respecto). Tras La mujer desnuda, publicó las
novelas De miedo en miedo (1965), Un retrato para Dickens (1969), Viaje al corazón del día. Elegía por un
secreto amor y Sólo los elefantes encuentran mandrágora (1986). Ese mismo año recibió el Premio anual de
Literatura otorgado por el Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay. Además de El derrumbamiento, fue
autora de los libros: La calle del viento Norte y otros cuentos (1963), Todos los cuentos 1953-1967 (1967), Muerte
por alacrán (1978), Tríptico darwiniano (1982), La rebelión de la flor (1988), El hacedor de girasoles (1994).
Murió en Montevideo en 1994.

Armonía Somers (1914-1994) era hija de una mujer católica y de un anarquista. La poeta uruguaya Marosa di
Giorgio la describe así:

En la vida cotidiana, aparente, y también importante, fue Armonía Etchepare de Henestrosa, educacionista y
autora de libros de pedagogía. En 1950 salta a la notoriedad y al desconcierto público con su relato «La
mujer desnuda». Luego comienzan a aparecer otros cuentos y novelas, que la colocan en un sillón alto y
seguro, dentro de nuestras letras y las del mundo. Muchas veces ha sido estudiada, investigada en países
extranjeros, sobre todo, en Francia, en La Sorbona y otras universidades. En 1996, Ángel Rama, su fervoroso
admirador, la ubica en Cien años de raros, con un cuento, «El desvío», y dice de ella entre otras cosas:
sorprende por la audacia de sus temas, el extraño lirismo de su ambiente y la riqueza de la escritura (…) Se
abre a nuestro conocimiento una planicie insólita y erizada, donde todo crepita, provoca, es cruel, sexual,
doloroso y desconocido. Hay un correrse de velos que dejan a la luz desvíos y torturas, contracciones y
abismo insondables del cielo y de la tierra (…) Rara vez aparece en público. La oímos decir que cree que un
escritor debe guardar su enigma, vivir en los libros, solo en los libros, para sus lectores».

Pablo Silva Olazábal


Escritor y periodista uruguayo

Pienso en la autora, y pienso también que el crítico Ángel Rama la integró en la lista de los «raros». Giro sobre
el concepto. ¿Qué significa ser raro? ¿Es una crítica o un elogio? En todo caso, la rareza no puede entenderse
si no es confrontada con algo que llamaremos «normalidad». ¿Y qué es esto, en literatura? ¿El canon? El
canon normaliza, es verdad, y actúa, en general, como un sistema regulador, un filtro. Al fin y al cabo resulta,
pienso, una cartografía dibujada estratégicamente a partir de pautas económicas, raciales, históricas, políticas,
de género. Es cierto que el canon facilita la difusión de una obra. La comercializa. Prestigia y desprestigia con
un mismo trazo. Quedar en la ambigua zona de «los raros» me recuerda a un comentario de un amigo escritor
que una vez me dijo: «yo quería ser un escritor famoso pero, lamentablemente, me he convertido en un escritor
de culto». Condenado al margen. El comentario es pertinente, porque bajo la apariencia del prestigio subyace,
muchas veces, el veneno de la exclusión. El canon, y el boom que, ocupando el primer plano absoluto, no solo
ocultó a grandes escritores sino que también arrasó con la escritura de las mujeres.

SOBRE EL CUENTOMUERTE POR ALACRÁN


El alacrán de Armonía Somers es un asesino caprichoso que se esconde tras un relato. Fue publicado en 1963
en «La calle del viento norte, y otros cuentos» y republicado en la colección «Muerte por alacrán», en 1978.
Podría leerse en clave policíaca; hay un asesino potencial y un detective, el mayordomo. Hay varias víctimas
posibles. Hay culpables. Una torsión del género, que normalmente exhibe al muerto y esconde al asesino.
Arrastrado por las páginas de un relato envolvente, quien lee espera que el veneno del bicho imparta justicia
y ponga en orden el universo. Que, como tiene que ser, muera el malo. Porque de orden y caos también se
trata. De descifrar un enigma.

Los personajes son pocos: dos camioneros que llevan leña a casa de unos burgueses ricos, y en la carga de
leña va escondido un alacrán. Luego se suman las piezas del juego: una familia burguesa, la cocinera, el
mayordomo. Algunas pinceladas develan estamentos sociales. El mayordomo, por supuesto, es el mediador
y actúa como detective.

Dice la autora: Yo pienso que detrás de cada cosa, de cada acto, de cada intención hay un símbolo oculto.

Los camioneros con toda la inteligencia de sus kilómetros de vida, conocen su carga siniestra y saben que
podrían morir y si el bicho nos encaja con su podrido veneno, paciencia. Se revienta de eso, y no de otra
peste cualquiera. Costumbre zonza la de andar eligiendo la forma de estirar la pata. Así y todo, se liberan
de la madera ponzoñosa sin que eso altere su conciencia.

Hay algo de cuento tradicional en esta llegada de los emisarios de la muerte, sin duda Vladimir Propp lo
hubiera anotado: …desde que se pronuncia su nombre es un conjunto de pinzas, patas, cola, estilete
ponzoñoso, era lo que habían arrojado cobardemente las malas bestias, como el vaticinio de una
bruja. Antes de partir, han alertado al mayordomo sobre la existencia del alacrán. El alacrán que habían
traído con los leños estaba allí de visita, en una palabra. Un embajador de alta potencia sin haber
presentado sus credenciales. Solo el nombre y la hora. Y el desafío de todos lados, y de ninguno.

El mayordomo, desesperado, revuelve las habitaciones, pierde la compostura, con el pretexto de la búsqueda
del escorpión inicia un movimiento violatorio de la intimidad de la familia y descubre, mientras revuelve
sábanas buscando al asesino, la sensualidad de la madre, el cuarto de la gran Teresa…con aquél despliegue
de perfumes infernales que le salían del escote…En realidad eso de deshacer y no volver nada a su antiguo
estado era mantener las cosas en su verdadero estado, murmuró olfateando como un perro de caza el dulce
ambiente de la cama… La mujer lo llevaba encima, era una portadora de alcoba deshecha como otros lo son
de la tifoidea. Desentraña, también, los deseos sexuales de la niña, a la que vio nacer, y de pronto, desde la
gaveta abierta de la cómoda, una prenda rosada más parecida a una nube. Así comprende los tejemanejes
de la familia, pero también se descubre a sí mismo, su deseo, sus pasiones, el mundo de las mujeres entretejido
con la ropa íntima, …debajo de otras nubes, de otras medusas, de otras tantas especies infernales de lo
femenino, las agendas que parecen escorpiones, y también los papeles del dueño de la casa, contaminados por
el delito. A partir de estratos superpuestos y fulgurantes, el texto se convierte en un retrato social y el cosmos
estático y perfecto de la casa burguesa cobra dinamismo para convertirse en un caos. Solo se salva del siniestro
repaso de personalidades la cocinera, la mujer vacuna, último baluarte de humanidad que quedaba en la casa.
No he podido evitar las citas de este cuento impresionante. El alacrán que me picó en la noche mientras escribía
estaba escondido bajo la mesa, como si la realidad tuviera dos estratos, uno evidente, luminoso y frontal, y un
submundo que se arrastra a nuestros pies; así también fluye el texto, bajo la mesa el mayordomo del cuento
descubre que las piernas de la señora de la casa se frotan contra los muslos de un invitado. El invitado morirá,
y hay un culpable. Pero eso es ya prehistoria. ¿Qué pasará ahora? ¿Será el dueño de la casa, el gran culpable,
la víctima del aguijón? ¿A quién le tocará morir? ¿Sobre quién recaerá el castigo de esa fuerza natural que
flota sobre los humanos?

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