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El Tren de Las 4

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El tren de las 4,50.

1957

El argumento de esta novela es un poco enrevesado y largo de resumir.

Transcurre en la finca Rutherford Hall, propiedad del barón Crackenthorpe dueño, cómo no, de
la fortuna que esperan heredar sus vástagos.

En esta ocasión la investigadora de los crímenes (hay dos) es la Señorita Marple. Y la autora de
la novela utiliza como veneno la aconitina.

El modus operandi del crimen es bien claro. El barón recibe una caja de comprimidos para
dormir que habían sido recetados por su médico, el Dr. Quimper. Lo toma desde hace un
tiempo, dos comprimidos antes de acostarse, pero cree que el doctor le había dicho que ya no
lo necesitaba. Al recibir una nueva caja piensa que ha entendido mal a su doctor y como buen
paciente, se toma los dos comprimidos que han sido sustituidos por comprimidos de aconitina
y muere.

La aconitina procede de la planta Aconitum napellus, de la familia de las Ranuncúlaceas. Todas


las plantas del género Aconitum contienen alcaloides, principalmente la aconitina (más de un
30%) de muy elevada toxicidad.

Bastan 2mg de sustancia para provocar la muerte de un adulto.

Durante siglos los preparados de aconitina, junto con la atropina, se usaron en brujería como
ingredientes de los conjuros voladores de las brujas. Los alcaloides presentes en las raíces
poseen una acción anestésica local.

La aconitina no se disuelve bien en agua pero sí en grasas y aceites, lo que permite que se
utilice en cremas y pomadas de uso tópico aumentando la capacidad de la piel para
absorberla.

Cuando la aconitina se absorbe en sangre se distribuye por todo el organismo uniéndose sobre
todo en aquellos lugares que forman parte de canales iónicos de sodio, en las membranas
celulares de los nervios y en células cardíacas.

La aconitina es un agonista. Tiene un sitio de unión en el canal iónico del sodio y lo activa
causando que el nervio se dispare y que la célula cardíaca se contraiga. La aconitina provoca
que la célula permanezca despolarizada, no pudiendo volver a su posición original.

Los efectos que provoca en el individuo son sensación de quemazón en la lengua, boca y
garganta pierden sensibilidad, se inflaman. Puede experimentar vértigos y pérdida de potencia
muscular. Al final, el entumecimiento y la parálisis se generalizan hasta que mueren por parada
cardiorrespiratoria.

En la novela no explica la procedencia de la aconitina porque ya en 1957 para comprar


aconitina en una farmacia se necesitaría receta médica, cosa poco frecuente de recetar y se
debía firmar en un registro como estipulaba la ley.

Tampoco aclara cómo se llega a saber que el tóxico causante de la muerte era aconitina.

Finalizo.

Me hubiera gustado hablar de todo el arsenal “terapéutico” (entre comillas) de la autora,


Agatha Christie, pero no puedo abusar de su paciencia. No obstante, pongo a disposición de
todos ustedes la bibliografía utilizada. Muchas gracias
Es indiscutible el papel del farmacéutico como agente de Salud por su preparación científica en
múltiples campos, pero sobre todo en Farmacología. La palabra Farmacología, cuya definición
más simple sería “la ciencia que estudia la composición, propiedades y la acción terapéutica de
los medicamentos “proviene del griego PHARMAKON (fármaco) y LOGOS (ciencia).

Fármaco, sustancia que sirve para prevenir, curar o aliviar una enfermedad, sus síntomas y sus
secuelas, a su vez, puede significar remedio, antídoto, cura e incluso veneno.

Gracias a la Farmacología es posible conocer en profundidad los fármacos y saber cómo


desarrollan sus interacciones en el organismo. De esta manera se pueden determinar sus
efectos sobre los seres vivos, que pueden ser positivos o resultar tóxicos.

El farmacéutico, aparte de científico, debe estar puesto en todo tipo de disciplinas. Debe ser
un polímata y abarcar conocimientos sobre otros campos diversos, arte, literatura, música,
cultura...

Y después de este preámbulo comienzo a enlazar el arte de la literatura (en este caso la
literatura negra y no por ello género menor) y su relación con los fármacos (en este caso en su
acepción como veneno).

Los clásicos de la novela negra se equivocaron poco en cuestión de venenos y fueron en


general, muy escrupulosos en el relato de los efectos que causaban en sus víctimas.

En el libro del catedrático de Farmacología de la Universidad de Valladolid D. Alfonso Velasco


Martin, titulado los venenos en la literatura policíaca, del Servicio de Publicaciones de la
Universidad de Valladolid, se demuestra que los autores contemplaron hasta los detalles más
nimios para no cometer ningún error a la hora de describir un envenenamiento o sus síntomas.

En su libro estudia diferentes autores de novela negra, Sir Arthur Conan Doyle, Edgar Wallace,
Raymond Chandler, Dashiell Hammet, John Dickson Carr, Georges Simenon y autoras como
Dorothy Sayers (con un ensayo publicado por el Dr Velasco titulado “El veneno en la novelística
de Dorothy Sayers”), Anne Hocking (con otro ensayo del mismo título: “El veneno en la
novelística de Anne Hocking) y Agatha Christie, de la cual, curiosamente, no he encontrado
ningún ensayo similar del autor. Esta es una pequeña muestra de autores reconocidos dentro
de este género.

El veneno en la novela negra ha originado una gran cantidad de argumentos y sobre todo un
derroche de fantasía e imaginación en el modus operandi del asesino: ¿cómo administrarlo?

Un ejemplo de imaginación en un autor que no entra en el género negro, es Umberto Eco con
su novela “El nombre De la Rosa”, escrita en 1980, novela de características propias de la
novela gótica con un componente importante de novela de intriga. Como todos saben, esta
novela ofrece una trama apasionante que narra las actividades detectivescas de

Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes acaecidos en una abadía benedictina.
Umberto Eco solicitó información a un amigo biólogo sobre venenos que se absorbieran a
través de la piel al manipular algún objeto. Este amigo no le dio ninguna respuesta (tendría
que haber preguntado a un farmacéutico) y al final se decidió por utilizar arsénico ideando una
forma de penetración por vía oral impregnando las páginas de un libro, el Segundo Libro de la
Poética de Aristóteles, con el veneno, de forma que al pasar la página, después de humedecer
el dedo con saliva, el arsénico ejerciera su acción.
Pero, aunque han sido y son numerosos los autores de literatura negra (buenos y menos
buenos), podemos decir que la reina del veneno ha sido la escritora Agatha Christie.

El catedrático de Farmacología Alfonso Velasco en su libro antes mencionado, los venenos en


la literatura policíaca, afirma que “ no existe un solo error” en las obras de Agatha Christie.

Agatha Mary Clarissa Christie (1890-1976) fue denominada la “dama del crimen”. No voy a
contar aquí una biografía de la escritora, que no viene al caso, si algunas pinceladas sobre sus
conocimientos en farmacología y de qué forma los adquirió.

Durante la Primera Guerra Mundial, Christie fue enfermera voluntaria en el Hospital de


Torquay. Pero cuando se abrió una farmacia en el hospital y le propusieron trabajar allí,
cambió la enfermería por la farmacia. Para ello tuvo que pasar unos exámenes para
capacitarse como ayudante de farmacia. Cuando se preparaba oposiciones para el Apothecaris
Hall recibió ayuda de sus compañeros farmacéuticos de dispensario, tanto para cuestiones
técnicas como prácticas de farmacia. Incluso llegó a contratar a un farmacéutico de Torquay
como tutor personal para ampliar sus conocimientos.

Durante la Segunda Guerra Mundial se presentó de nuevo como Farmacéutica voluntaria en el


University College Hospital de Londres donde completó su formación poniéndose al día de
todas las novedades farmacológicas de la época. Y mientras ejercía su trabajo comenzó su
carrera literaria. A lo largo de los años acumuló una gran cantidad de libros médico legales. La
Martindale Extra Pharmacopeia fue su libro de cabecera.

Estos conocimientos le permitieron utilizar para sus asesinatos sustancias fácilmente


rastreables describiendo los síntomas con exactitud, con dosis y formas de administración
razonables. Sus asesinos obtenían los venenos de manera lógica...

Así pues, utilizó venenos, digamos “normales“, como el arsénico y el cianuro, otros como el
talio y el fósforo, menos normales, barbitúricos y sobre todo, alcaloides vegetales como la
estricnina, la cicutina, la morfina, la eserina, los digitálicos, la atropina, la aconitina, la nicotina,
la ricina…

Citaré cronológicamente algunas de las novelas en las que utilizó estos alcaloides
mencionados, con una breve sinopsis del argumento, sin desvelar por supuesto quién es el
asesino

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