Profetas Menores
Profetas Menores
Profetas Menores
El profeta era una persona que recibía una revelación de Dios y la transmitía a los
hombres. La condición de profeta era un llamamiento directo de Dios, no se
heredaba. No pertenecía, entonces, a ningún linaje especial. Podía ser un
sacerdote, como Jeremías, o un pastor, como Amós. El mensaje que Dios le
revelaba muchas veces no era del agrado del profeta mismo, pero tenía que
trasmitirlo de todas maneras. Tampoco agradaría a los oyentes, pero no podía
evitar pronunciarlo. Algunos profetas, mientras ejercían su ministerio, eran
considerados como asesores reales, como fue el caso de Natán e Isaías. Otros,
sin embargo, fueron rechazados y perseguidos.
En la Biblia hebrea, los libros “históricos” de Josué, Jueces, 1-2 Samuel y 1-2
Reyes, son llamados “profetas anteriores”. El conjunto de libros conocidos como
“profetas posteriores”, Isaías, Jeremías, Ezequiel, y los doce menores, contienen
los oráculos de los profetas que recibieron la llamada divina tras la división de
Reino. Fue con los Profetas Posteriores con quienes comenzó la profecía clásica
israelita.
En total, los escritos de los profetas posteriores abarcan unos 400 años, entre los
siglos VIII y V a.C., comenzando poco antes de la caída del reino del Norte en
manos de Asiria.
Profetas anteriores y posteriores
En el arreglo de los libros del AT hebreo hay tres partes: la Ley, los Profetas y los
Escritos. La división conocida como los Profetas, se subdivide en Profetas
Anteriores y Profetas Posteriores. En el primer grupo se incluye a Josué, Jueces, 1
y 2 Samuel, y 1 y 2 Reyes. Estos libros son anónimos; no se conoce a sus
autores. Están bien clasificados como “profetas anteriores”, ya que la historia que
contienen se conforma a la definición bíblica de la profecía como la declaración de
las maravillosas obras de Dios (Hechos 2:11, 18). Esto no significa que no sea
historia completamente cierta, sino que el proceso de selección de hechos que se
registran se realizó con el propósito de mostrar cómo Dios obraba en y a favor de
su pueblo y cómo funcionaron los principios morales de la providencia divina a
través de los siglos.
La función del profeta era doble: (1) Denunciar y (2) Predecir. Denunciar: es
pronunciarse en contra de los males de la época, es un acto que exige valor y
convicción. Y Predecir: Es anunciar por revelación algo que ha de acontecer; es
adelantar la mirada hacia al futuro. Los profetas del Antiguo Testamento
denunciaban y predecían.
Los profetas eran hombres y mujeres que hablaban a las personas de su tiempo,
mayormente sobre asuntos pertinentes para su tiempo pero que tenían y tienen
una proyección hacia el futuro. Esa proyección es una parte de la profecía, no su
totalidad. No se debe, entonces, entender que profetizar sólo significa predecir.
Sin embargo, la predicción es parte esencial y verificativa de la legitimidad del
profeta.
Dios declaraba su mensaje al profeta sobre temas muy vivos y candentes en los
momentos de sus vidas, así como les hablaba también sobre los eventos del
porvenir. Lo que constituye el ministerio profético es la proclamación de “la palabra
de Jehová”. Esa palabra era dada, no para satisfacer curiosidades “futurísticas”,
sino para buscar cambios en la conducta de los que oían o leían la profecía en el
momento de ser emitidas. Esos cambios podían significar arrepentimiento o,
cuando se hablaba de glorias futuras, buscaba como resultado inmediato la
consolación.
Prueba del verdadero profeta. Los israelitas podían saber si los profetas eran de
Dios o no, por medio de algunas recomendaciones dadas por él mismo, a través
de Moisés. (Dt.18: 18-22)
Obra del Espíritu. La profecía era una de las manifestaciones del Espíritu Santo.
Se nos dice de Saúl que “El Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó”
(1 S. 10:10). David llegó a decir: “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su
palabra ha estado en mi lengua” (2 S. 23:2). Ezequiel testifica: “Y luego que me
habló, entró El Espíritu en mí y me afirmó sobre mis pies.... Y me dijo: Hijo de
hombre, yo te envío a los hijos de Israel...” (Ez. 2:2–3).
Sin embargo, el mismo Espíritu dotaba a otras personas para diferentes funciones,
como en el caso de Bezaleel, que fue “llenado del Espíritu de Dios” para la obra
del tabernáculo (Éx. 31:1–3). Lo que hace al profeta, entonces, es la revelación del
mensaje divino, que le permitía decir: “Palabra de Jehová” (2 Sam 12:7; Is. 28:14;
38:4; Jer 42:17).
siervos lo que va a hacer (“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele
su secreto a sus siervos los profetas” (Am. 3:7).
Los hebreos consideran a Moisés el profeta por antonomasia (Sinécdoque que
consiste en poner el nombre apelativo por el propio, o el propio por el apelativo; p.
ej., el Apóstol, por San Pablo; un Nerón, por un hombre cruel), porque Dios le
hablaba “cara a cara” (“Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le
apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés.... Cara
a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras” (Num. 12:6–8). De manera
que la comunicación de la palabra de Dios se realizaba por medio de visiones y
sueños.
Por eso Eliseo pidió en una ocasión que le trajeran un tañedor. “Y mientras el
tañedor tocaba, la mano de Jehová vino sobre Eliseo” (2 R. 3:15). Este mismo
profeta tenía una enorme capacidad de telepatía. A un rey sirio se le dijo que
había en Israel un varón que “declara al rey de Israel las palabras que tú hablas en
tu cámara más secreta” (2 R. 6:12).
Ezequiel usa muchos de ellos, como es el caso de “las dos águilas”, que se
plantea en Ez. 17:1–24. En algunas ocasiones no es fácil advertir el sentido en
otro idioma que no sea el hebreo, porque se trata de juegos de palabras que
guardan semejanzas entre sí pero que no se parecen cuando son traducidas. Por
ejemplo, en el libro de Amós, Dios le pregunta al profeta: “¿Qué ves, Amós? Y
respondí: Un canastillo de fruta de verano. Y me dijo Jehová: Ha venido el fin
sobre mi pueblo Israel; no lo toleraré más” (Am. 8:2). “Fruta de verano”, en hebreo,
es kitz. Y la palabra “fin” es keetz.
Luego, lo que se quiso expresar era que así como el verano es el tiempo de la
madurez de las frutas, Israel estaba maduro ya para recibir su castigo. En otras
circunstancias el profeta mismo se veía convertido en figura (“... porque por señal
te he dado a la casa de Israel” (Ez. 12:6). Dios ordenó a Isaías que anduviera
“desnudo y descalzo” en cierto momento (Is. 20:1–2). Ezequiel recibió instrucción
de Dios de acostarse sobre su “lado izquierdo” y luego sobre el derecho durante
cierto tiempo, como una señal para los israelitas en el exilio (Ez. 4:1–7).
Para tener un panorama acertado del duro trabajo que realizaban los profetas de
Dios, es necesario comprender cuál era la conducta del pueblo de Israel durante la
etapa final del reino unificado.
En el primer libro de los Reyes, capítulo 11 encontramos varias razones por las
cuales el reino de Israel se dividió, ya que éste capítulo presenta el lado negativo
del brillante reinado de Salomón. La conducta de este rey se contrapone a la
conducta de David, su padre (v. 6), el cual se mantuvo fiel a los principios
establecidos en Deuteronomio: un solo Dios, una sola ley, un solo templo, un solo
pueblo y una sola tierra. Con el pecado de Salomón se quebrantaron todos estos
principios: Salomón fue en pos de otros dioses (v. 4-5), desobedeció la Ley (v. 11),
adoró en varios santuarios (v. 7) y, como resultado de todo esto, el reino se dividió
y la tierra de Israel ya nunca más fue una sola (v. 29-39). En este capítulo se
destaca el aspecto religioso; y en 1 R 12.4 se pone de manifiesto la injusticia
social que también influyó para que el reino se dividiese.
Probablemente cerca de los años 950 – 935 a.C. Jeroboam fue colocado por
Salomón como superintendente de las obras de ingeniería proyectadas en los
alrededores de Jerusalén, además estuvo al frente de la casa de José (Tribus de
Manasés y Efraín. Josué 16:4). Jeroboam era muy inteligente y había llamado la
atención pública; pero en medio de ello se había convertido en un enemigo interno
de carácter temible. Era hombre joven de talento y energía, que habiendo sido
informado mediante un acto muy significativo del profeta Ahías, acerca del destino
real que a él le esperaba por decreto divino, cambió sus propósitos.
Los profetas que estaban en función en tiempos de los primeros reyes del reino
dividido (Jeroboam y Roboam) eran Ahías quién a menudo le profetizó a
Jeroboam (1 Reyes 14:7) y Semaías que le profetizaba a Roboam (2 Cónicas
11:2).
Vale la pena revisar la historia de Elías en contra de Baal (1 Reyes 18:20 y lo que
Eliseo tuvo que observar en 2 Reyes 17:16).
IDOLOS ADOPTADOS POR ISRAEL
I) El
No hay discusión del papel que desempeña El con relación a otros dioses o
incluso con Baal. El es el creador y padre de los dioses. Este dios se le representa
con un toro, puesto que simboliza la virilidad y poder.
II) Athirat/Aserá
Era el nombre de la esposa de “El”, el principal dios de los cananeos. Los postes
de madera quizá con la imagen de Asera eran erigidos en su honor y se colocaban
junto a otros objetos paganos de adoración. Ejemplo: Jueces 6:25. Aconteció que
la misma noche le dijo Jehová: Toma un toro del hato de tu padre, el segundo toro
de siete años, y derriba el altar de Baal que tu padre tiene, y corta también la
imagen de Asera que está junto a él;
Esta diosa no solo fungía como la esposa de El, sino también como consorte del
mismo, y se le llama “señora Aserá del Mar” y “Progenitora de los Dioses”.
También desempeñaba el papel de protectora de los dioses. Se le conocía como
la diosa de la fertilidad.
El pueblo de Israel conocía hasta el cansancio cual era la voluntad de Jehová con
respecto a las imágenes de estos dioses paganos (Jueces 2:2; Éxodo 34:13; y
Deuteronomio 7:5)
III) Astarot o Anath: Era la hermana y consorte de Baal. (Consorte. (Del lat.
consors, -ortis, participante). Personas que litigan unidas, formando una sola parte
en el pleito)
Era adorada como Ishtar en Babilonia y como Athtart en Aram. Para los griegos
era Astarté o Afrodita y para los romanos era Venus. El culto a Astarot involucraba
prácticas extremadamente lascivas. (1 Reyes 14:24; 2 Reyes 23:7).
IV) Baal
Significa: dueño o señor. Baal era el dios adorado por los cananeos y los fenicios,
era conocido como el hijo de Dagón (dios filisteo) y también como el hijo de “El”.
En Aram (Siria) se llamaba “Hadad”, y en Babilonia Adad. A Baal se le atribuía la
fertilidad del vientre, así como la lluvia que regenera la vida de la tierra; se le
representaba de pie sobre un toro, símbolo popular de fertilidad y fuerza (1 Reyes
12:28). Se creía que la nube de tormenta era su carruaje, el trueno era su voz, y el
relámpago su lanza y sus arcos. El culto a Baal involucraba la prostitución sagrada
y en ocasiones el sacrificio de un infante (1 Reyes 23:7, Jeremías 19:5) (cuando
los adoradores de Baal consideraban que éste se encontraba molesto por el mal
accionar de ellos, ofrecían sus propios hijos para reconciliarse con él.
Es una de las deidades principales del panteón fenicio y se le designó como el
dios de la tormenta y de la fertilidad. Sin embargo, dentro de los textos
arqueológicos tiene diversas facetas o denominaciones:
a) Baal: Se refería más que nada a la deidad o divinidad cuyo aspecto tenía que
ver con la naturaleza, la fecundidad y la meteorología. Sin embargo, en las
localidades distinguían añadiendo al nombre correspondiente de Baal el topónimo
correspondiente (Baal-Sidón, Baal-Líbano, etc.). Este dios tiene como padre a
Dagón; sin embargo, en las genealogías y en los registros de Ras Shamra en que
aparece como su padre es el dios El. En su compleja personalidad también se le
relaciona con el dios del tiempo Hadad (Baal-Hadad) y, finalmente, como el
Tammuz de la antigua Mesopotamia (Damuzi), ya que representa rasgos de un
dios que muere y resucita. En los textos épicos se encuentran registros
relacionados con su reinado, sus cacerías, su lucha contra el dios del mar Yam y
el de la muerte Mot, así como su bajada al mundo de los muertos y su vuelta. En
distintas ocasiones se le representa con un mazo y con el símbolo del relámpago
en las manos, y un casco con los cuernos en la cabeza.
d) Aliyu Baal: Esta es también una designación común de Baal, y significa ‘Baal
Todo Poderoso’ o ‘el Victorioso Baal’.
e) Señor y Dios de Safón: El monte Safón era una montaña de 3000 metros de
altitud que se encontraba a 50 kilómetros al norte de Ugarit. Los fenicios indicaban
que ese era el lugar de habitación de Baal. Era como el monte Olimpo de los
griegos. No solo era el lugar de habitación de Baal, sino también el lugar donde se
reunían los dioses. Esta explicación tiene sus orígenes relativos a que en esta
montaña era donde se ‘posaban las nubes’ antes de que cayera alguna tormenta o
lluvia.
Esto denota que Baal no fuera una única divinidad que se le adorara en sólo una
faceta, sino que también algunos pueblos circundantes a los fenicios adoraban a
Baal a su modo y le atribuían otras facetas ajenas a las originales.
Yam: A este dios se le presenta como el dios del mar y archi enemigo de Baal.
Mot: Significa ‘muerte’, haciendo alusión a que este dios simboliza la sequía, lo
inanimado, lo oscuro. Es quien mata a Baal, pero gracias a Anat, vuelve a la vida.
“En el día del plenilunio (Luna llena) se abaten dos reses vacunas de un mes en
ofrenda convival a Baal de Safón, más dos ovejas y una paloma doméstica, un
hígado de toro y un carnero; y en sacrificio de comunión otro tanto. Y en el templo
de Baal de Ugarit: dos hígados, una asadura y un carnero; al Baal de Halab, un
carnero…”.
POEMA
Este poema describe las relaciones amorosas de los dioses y constituye un mito
de la fecundidad o la celebración de Baal como dios promotor de la fecundidad.
Anat aparece como diosa del amor y de esta fecundidad, en tanto que el toro
macho salvaje es la encarnación de la fuerza sexual de Baal en la tierra.
Probablemente este amorío entre Baal y Anat se reflejara en el culto de Fenicia.
Este interés por el sexo que manifestaba la religión cananea llegaba a verdaderos
extremos y en el peor de los casos despertaba los instintos más bajos del ser
humano. El arqueólogo W. F. Albright hace la siguiente observación sobre la
adoración al sexo en Fenicia: “En su peor momento, el aspecto erótico de su culto
debe haberse sumido en profundidades extremadamente sórdidas de degradación
social”. La religión debió de ser algo sórdido y degradante, juzgado desde el punto
de vista personal o de otras culturas. Por ejemplo, la prostitución sagrada, que se
ejercía entre hombres y mujeres, era una cosa muy común y que se practicaba en
nombre de la religión en los diversos centros de culto de Baal. La fecundidad
personificada como diosa se convertía realmente en una prostituta que incluso se
le consideraba como ‘santa’. En la Biblia encontramos una prohibición expresa de
esta práctica, y precisamente en el nombre de la religión:
“No habrá prostitutas sagradas entre las hijas de Israel, ni entre los hijos de Israel
habrá prostitutos sagrados. Tú no llevaras el salario de una ramera ni la paga de
un perro a la casa del Señor tu Dios por un voto (es decir, como complemento de
un voto ofrecido a Dios), pues ambas cosas son abominación para el Señor tu
Dios” (Deuteronomio 23:17, 18).
Otro aspecto interesante sobre la relación entre el sexo y el culto a Baal era la
práctica de bestialismo o zoofilia por parte de sus feligreses. Como habíamos
comentado anteriormente, uno de los escritos de Ras Shamra contenía un poema
en el cual Baal tuvo un amorío con Anat y fecundó algunas novillas dando como
resultado un becerro o novillo semental. Lo más probable es que también en los
cultos de fecundidad de este dios se intentara imitar este mito con la creencia de
que se aseguraría la prole del ganado y fuera fructífero. Por eso, es de notar otra
prohibición que se le dio al pueblo de Israel cuando iba a tomar posesión de los
territorios de Canaán o Fenicia:
“Y no debes dar tu emisión a ninguna bestia para hacerte inmundo por ello, y la
mujer no debe ponerse delante de una bestia para tener cópula con ella. Es una
violación de lo que es natural” (Levítico 18:23).
Los cultos a Baal se llevaban a cabo siempre en los “lugares altos”, obviamente
en altares erigidos en emplazamientos elevados. La gente, al parecer, tenía la
concepción de que resultaba más fácil atraer la atención de los dioses desde los
montes que desde los valles. Esto nos recuerda que las montañas se les dan una
connotación mística dentro de la religión, en todo caso, tomemos en cuenta que el
lugar de residencia de Baal era el monte Safón. Referente a esto la Biblia
corrobora en qué lugares se le rendía culto a Baal:
“Y han construido los lugares altos de Baal para quemar a sus hijos en el fuego,
en holocausto a Baal, lo que no les mandé ni les dije ni me pasó por la mente”
(Jeremías 19:5) (Biblia Jerusalén).
En estos “lugares altos”, poseían otros objetos sagrados además del altar. Estos
objetos eran “postes sagrados”, como lo explica el registro bíblico:
“Y durante aquella noche aconteció que Jehová pasó a decirle: “Toma el toro
joven, el toro que pertenece a tu padre, es decir, el segundo toro joven de siete
años, y tienes que demoler el altar de Baal que es de tu padre, y el poste sagrado
que está junto a él lo debes cortar. Y tienes que edificar un altar a Jehová tu Dios
en la cima de esta fortaleza, con la fila de piedras, y tienes que tomar el segundo
toro joven y ofrecerlo como ofrenda quemada sobre los pedazos de madera del
poste sagrado que cortarás” (Jueces 6:25, 26) (NVI).
La palabra hebrea que se utiliza para referirse a “poste sagrado” es ‘asche-ráh
(plural ‘asche-rím) y se refería principalmente a una asta o mástil que representa a
la diosa Aserá. Y el hecho de que estuviera junto a los lugares altos en donde se
rendía culto a Baal, probablemente también tuviera esto una connotación erótica o
lasciva entre la unión de Baal con su madre Aserá. Otro aspecto que se deduce de
su adoración incluye la laceración o mutilación corporal, comparando esto con lo
que dice el Primero de Reyes 18:28, 29, que hace referencia a que “los sacerdotes
de Baal se cortaron con dagas y lancetas hasta que hicieron chorrear la sangre
entre sí”.
Conclusión
Esta revisión de los dioses adoptados por Israel se ha hecho con el propósito de
contextualizar los problemas que vivían todos los profetas menores y hombres de
Dios en esa época, y de señalar los pecados con los cuales los reyes de Israel y
Judá ofendieron a Jehová; provocando así la disciplina de Dios, basada en el
cumplimiento de la promesa que se les había entregado en el monte Ebal (Dt
27:13-26; 28:15-68)