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Selección Antigua. Platón

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LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA

CÁTEDRA PERSPECTIVAS ANTROPOLÓGICAS

1- PLATÓN

A. Alegoría del Carro Alado.1


Por lo pronto es preciso determinar exactamente la naturaleza del alma divina y
humana por medio de la observación de sus facultades y propiedades.
Partiremos de este principio: toda alma es inmortal, porque todo lo que se mueve en
movimiento continuo es inmortal. El ser que comunica el movimiento o el que le recibe, en el
momento en que cesa de ser movido, cesa de vivir; sólo el ser que se mueve por sí mismo, no
pudiendo dejar de ser el mismo, no cesa jamás de moverse; y aún más, para los otros seres
que participan del movimiento, es origen y principio del movimiento mismo. Un principio no
puede ser producido; porque todo lo que comienza a existir debe necesariamente ser
producido por un principio, y el principio mismo no ser producido por nada, porque si lo
fuera, dejaría de ser principio. Pero si nunca ha comenzado a existir, no puede tampoco ser
destruido. Porque si un principio pudiese ser destruido, no podría él mismo renacer de la
nada, ni nada tampoco podría renacer de él, si como hemos dicho, todo es producido
necesariamente por un principio. Así, el ser que se mueve por sí mismo es el principio del
movimiento, y no puede ni nacer, ni perecer, porque de otra manera el Uranos entero y todos
los seres que han recibido la existencia, se postrarían en una profunda inmovilidad, y no
existiría un principio que les volviera el movimiento, una vez destruido. Queda, pues,
demostrado, que lo que se mueve por sí mismo es inmortal, y nadie temerá afirmar, que el
poder de moverse por sí mismo es la esencia del alma. En efecto, todo cuerpo que es movido por un
impulso extraño es inanimado, todo cuerpo que recibe el movimiento de un principio interior es
animado; tal es la naturaleza del alma. Si es cierto que lo que se mueve por sí mismo no es otra
cosa que el alma, se sigue necesariamente que el alma no tiene ni principio ni fin. Pero basta
ya sobre su inmortalidad.

Ocupémonos ahora en el alma en sí misma. Para decir lo que ella es sería preciso una ciencia
divina y desenvolvimientos sin fin. Para hacer comprender su naturaleza por una
comparación, basta una ciencia humana y algunas palabras. Digamos, pues, que el alma se
parece a las fuerzas combinadas de un tronco de caballos y un cochero; los corceles y los
cocheros de las almas divinas son excelentes y de buena raza, pero, en los demás seres, su
naturaleza está mezclada de bien y mal. Por esta razón, en la especie humana el cochero dirige
dos corceles, el uno excelente y de buena raza, y el otro muy diferente del primero y de un
origen también muy diferente; y un tronco semejante no puede dejar de ser penoso y difícil
de guiar.

"¿Pero ¿cómo, entre los seres animados, unos son llamados mortales y otros
inmortales? Esto es lo que conviene esclarecer. El alma universal rige la materia inanimada y
hace su evolución en el universo, manifestándose bajo mil formas diversas. Cuando es

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Fedro, 245b- 250ª, Sarpe, España, 1985, pgs. 152-159.
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perfecta y alada, campea en lo más alto de los cielos, y gobierna el orden universal. Pero
cuando ha perdido sus alas, rueda en los espacios infinitos hasta que se adhiere a alguna cosa
sólida, y fija allí su estancia; y cuando ha revestido un cuerpo terrestre, que, desde aquel acto,
movido por la fuerza que le comunica, parece moverse por sí mismo, esta reunión de alma y
cuerpo se llama un ser vivo, con el aditamento de ser mortal.

B. El alma humana tripartita.2


“Como dividimos al Estado en tres cuerpos, dividimos al alma en tres partes, y creo, si no me
equivoco, que podemos deducir de ello una nueva demostración. — ¿Cuál?

— Ésta. Al existir tres partes, a mí me parece que también hay tres clases de placeres propios
a cada una de ellas y también tres órdenes de deseos y de mandatos.

—¿Cómo lo interpretas? — preguntó.


— Había, dijimos, una por la que el hombre conoce, otra por la que se irrita y una tercera que,
por la diversidad de formas, no pudimos encontrarle un nombre único y apropiado; pero
nosotros la designaremos con el nombre de lo que en ella tiene de más importante y de
predominante; la hemos denominado apetitiva, a causa de la violencia de los deseos
referentes a la comida, bebida, al amor y a otros apetitos del mismo género; también la hemos
llamado amiga del dinero, porque principalmente con la ayuda del dinero satisface esa clase
de deseos.

—Y con razón — afirmó.


—¿Verdad que, si consentimos en que su placer y su amor se relacionan con el lucro,
apoyaríamos nuestro modo de designarla sobre un punto especialmente importante y
tendríamos una idea clara cuantas veces nos refiriéramos a esa facultad del alma y, al llamarla
amiga del dinero y del lucro, le daríamos un nombre con razón apropiado? —Yo lo creo, en
efecto — contestó.
—¿Y qué?; y en lo tocante a la parte irascible, ¿no diremos que ella no cesa de aspirar
con todas sus fuerzas a la dominación, a la victoria y a la reputación? — Si.
—Pues si la llamáramos amiga de la victoria y de los honores, ¿acaso no sería de modo
justo?
—Muy justo — contestó.
—Pero [por la parte] por la que conocemos, es de todos evidente que ella tiende sin cesar y
toda ella a aprehender la verdad tal cual es y que, de tres partes, es la que se interesa menos
por el dinero y la gloria.

—Ciertamente.

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La República.
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—Y al llamarla amiga de la ciencia y de la filosofía, ¿no la llamaremos según su


naturaleza?
—¿Pues cómo no?
—¿Verdad —dije yo— que manda en las almas, en unos la parte que conoce y en otros
cualquiera de las otras dos partes que el azar hace predominar? —Así [es] — contestó.
—Por eso, también decimos que las principales clases de hombres son tres: el filósofo,
el ambicioso y el interesado —Exactamente.
—¿Y que también hay tres clases de placeres, análogos a cada uno de esos tres
caracteres?
—Sí.
—¿Tú sabes —continué yo—, en efecto, que, si quieres preguntar a cada uno de esos
tres hombres en particular cuál es la vida más agradable de esas tres, cada uno encomiará
sobre todo la suya?; el interesado dirá que, en comparación con el lucro, el placer de los
honores y de la ciencia, no es nada si con ellos no puede ganar dinero. —Es verdad — afirmó.
—¿Y qué el ambicioso? —pregunté yo —; ¿no considera el placer de amontonar dinero
como grosero y a su vez el de la ciencia, si no le reporta honor, como humo y frivolidad?
—Es así —contestó.
—En lo referente al filósofo, ¿qué nos parece que piensa de los demás placeres en
comparación del placer de conocer la verdad tal cual es y de gozar continuamente
aprendiendo?, ¿no que están muy lejos del [verdadero] placer?, y si llama necesarios a esos
otros placeres, ¿no es en el verdadero sentido de la palabra, ya que se pasaría sin ellos, si no
hay una [imperiosa] necesidad?

—Seguramente es así —contestó.

C. Características de los caballos.3


Hemos distinguido en cada alma tres partes diferentes por medio de la alegoría de los
corceles y del cochero. Sigamos, pues, con la misma figura. Uno de los dos corceles,
decíamos, es de buena raza; el otro es vicioso. Pero ¿de dónde nacen la excelencia del uno y
el vicio del otro? Esto es lo que no hemos dicho y lo que vamos a explicar ahora. El primero
tiene soberbia planta, formas regulares y bien desenvueltas, cabeza erguida y acarnerada; es
blanco con ojos negros; ama la gloria con sabio comedimiento; tiene pasión por el verdadero
honor; obedece, sin que se le castigue, a las exhortaciones y a la voz del cochero.
El segundo tiene los miembros contrahechos, toscos, desaplomados, la cabeza gruesa y

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Fedro, 253c-254b.
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aplastada, el cuello corto; es negro, y sus ojos verdes y ensangrentados; no respira sino furor
y vanidad; sus oídos velludos están sordos a los gritos del cochero, y con dificultad obedece
a la espuela y al látigo.

D. El origen del hombre.4


El dios en persona se convierte en artífice de los seres divinos y manda a sus criaturas llevar
a cabo el nacimiento de los mortales. Cuando éstos recibieron un principio inmortal de alma,
le tornearon un cuerpo mortal alrededor, a imitación de lo que él había hecho. Como vehículo
le dieron el tronco y las extremidades en los que anidaron otra especie de alma, la mortal,
que tiene en sí procesos terribles y necesarios: en primer lugar, el placer, la incitación mayor
al mal, después, los dolores, fugas de las buenas acciones, además, la osadía y el temor, dos
consejeros insensatos, el apetito, difícil de consolar, y la esperanza, buena seductora. Por
medio de la mezcla de todos estos elementos con la sensibilidad irracional y el deseo que
todo lo intenta compusieron con necesidad el alma mortal. Por esto, como los dioses menores
se cuidaban de no mancillar el género divino del alma, a menos que fuera totalmente
necesario, implantaron la parte mortal en otra parte del cuerpo separada de aquélla y
construyeron un istmo y límite entre la cabeza y el tronco, el cuello, colocado entremedio
para que estén separadas. Ligaron el género mortal del alma al tronco y al así llamado tórax.
Puesto que una parte del alma mortal es por naturaleza mejor y otra peor, volvieron a dividir
la cavidad del tórax y la separaron con el diafragma colocado en el medio, tal como se hace
con las habitaciones de las mujeres y los hombres. Implantaron la parte belicosa del alma que
participa de la valentía y el coraje más cerca de la cabeza, entre el diafragma y el cuello, para
que escuche a la razón y junto con ella coaccione violentamente la parte apetitiva, cuando
ésta no se encuentre en absoluto dispuesta a cumplir voluntariamente la orden y la palabra
proveniente de la acrópolis. Hicieron al corazón, nudo de las venas y fuente de la sangre que
es distribuida impetuosamente por todos los miembros, la habitación de la guardia, para que,
cuando bulle la furia de la parte volitiva porque la razón le comunica que desde el exterior
los afecta alguna acción injusta o, también, alguna proveniente de los deseos internos, todo
lo que es sensible en el cuerpo perciba rápidamente a través de los estrechos las
recomendaciones y amenazas, las obedezca y cumpla totalmente y permita así que la parte
más excelsa del alma los domine. Como previeron que, en la palpitación del corazón ante la
expectativa de peligros y cuando se despierta el coraje, el fuego era el origen de una
fermentación tal de los encolerizados, idearon una forma de ayuda e implantaron el pulmón,
débil y sin sangre, pero con cuevas interiores, agujereadas como esponjas para que, al recibir
el aire y la bebida, lo enfríe y otorgue aliento y tranquilidad en el incendio. Por ello, cortaron

PLATÓN, Timeo, 69a-71a, traducción de Mª. Ángeles Durán y Francisco Lisi, Diálogos, Vol. VI, Gredos, Madrid 1992,
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pp.229-231.
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canales de la arteria en dirección al pulmón y a éste lo colocaron alrededor del corazón, como
una almohadilla, para que el corazón lata sobre algo que cede, cuando el coraje se excita en
su interior, y se enfríe, de modo que sufra menos y pueda servir más a la razón con coraje.

Entre el diafragma y el límite hacia el ombligo, hicieron habitar a la parte del alma que
siente apetito de comidas y bebidas y de todo lo que necesita la naturaleza corporal, para lo
cual construyeron en todo este lugar como una especie de pesebre para la alimentación del
cuerpo. Allí la ataron, por cierto, como a una fiera salvaje: era necesario criarla atada, si un
género mortal iba a existir realmente alguna vez. La colocaron en ese lugar para que se
apaciente siempre junto al pesebre y habite lo más lejos posible de la parte deliberativa, de
modo que cause el menor ruido y alboroto y permita reflexionar al elemento superior con
tranquilidad acerca de lo que conviene a todas las partes, tanto desde la perspectiva común
como de la particular.

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