Eliseo Hace Flotar El Hacha
Eliseo Hace Flotar El Hacha
Eliseo Hace Flotar El Hacha
(2 R 6:1-7) “Los hijos de los profetas dijeron a Eliseo: He aquí, el lugar en que
moramos contigo nos es estrecho. Vamos ahora al Jordán, y tomemos de allí cada
uno una viga, y hagamos allí lugar en que habitemos. Y él dijo: Andad. Y dijo uno: Te
rogamos que vengas con tus siervos. Y él respondió: Yo iré. Se fue, pues, con ellos;
y cuando llegaron al Jordán, cortaron la madera. Y aconteció que mientras uno
derribaba un árbol, se le cayó el hacha en el agua; y gritó diciendo: ¡Ah, señor mío,
era prestada! El varón de Dios preguntó: ¿Dónde cayó? Y él le mostró el lugar.
Entonces cortó él un palo, y lo echó allí; e hizo flotar el hierro. Y dijo: Tómalo. Y él
extendió la mano, y lo tomó.”
En la vida de Eliseo nos encontramos a menudo con episodios notablemente raros.
Recordemos el problema del agua mortífera que originaba abortos e infecundidad. El
remedio de Eliseo fue entonces la sal. Echó sal al agua del manantial y el agua “sanó” (2
R 2:19-22).
En Gilgal, durante la hambruna se encontró que había “muerte en la olla” por causa de
una hortaliza salvaje no comestible. En esa situación Eliseo echó harina en la “gran olla” y
“no hubo más mal en la olla” (2 R 4:38-41).
En la historia que consideraremos ahora uno de los “hijos de los profetas” perdió su
herramienta de hierro durante el trabajo. Se le cayó al río Jordán y se hundió. En esta
ocasión Eliseo echó nada menos que un trozo de madera al agua, el cual normalmente
debería flotar sobre el agua, pero leamos bien lo que ocurrió a continuación y
maravillémonos: parece que la madera se hundió, mientras que el hierro, venciendo la
fuerza de la gravedad, flotó sobre el agua, de tal manera que el hombre la pudo tomar y
continuar nuevamente con su trabajo.
Son historias maravillosas con lecciones espirituales de gran valor para todos aquellos
que siguen al Señor y aman su Palabra.
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En los versículos que ahora vamos a considerar encontramos multitud de escenas y
temas que nos transmitirán importantes lecciones. Por una parte veremos en Eliseo un
espejo de nuestro Señor Jesús, pero también un ejemplo de un padre espiritual en su
trato con la generación más joven.
Falta de espacio
A pesar de la decadencia e idolatría en el pueblo de Israel, en un tiempo donde hacía
pocos años Elías se había quejado diciendo: “Yo solo he quedado” (1 R 19:10), nos
encontramos aquí con tantos hombres jóvenes temerosos de Dios reunidos que hubo
problemas de espacio. Hoy dirían que era un enorme “iglecrecimiento”.
Si hubieran hecho una entrevista a estos jóvenes preguntándoles por el secreto de este
feliz desarrollo, probablemente la respuesta hubiese sido muy breve y clara: “El varón de
Dios, Eliseo, está aquí!”. Él era el imán que los atraía y al rededor del cual todos estos
hombres se reunían de forma que el lugar se les hacía estrecho.
Hoy se cree que el crecimiento en las iglesias se puede lograr mediante diversas
atracciones: música adecuada, show, teatro y a veces incluso cerveza y salchichas para
atraer a la gente y llenar las salas. Se esmeran mucho en entretener a la gente de forma
excelente y ofrecer un ambiente agradable, gastándose grandes cantidades para
conseguir una buena ventilación y comodidades de toda clase. Pero tarde o temprano
estos edificios se ponen en venta o en subasta porque el éxito (si es que lo hay) es de
poca duración.
A. W. Tozer escribió con sarcasmo: “Enseñadme una iglesia cuyo único atractivo sea
Cristo”. Y en otro lugar: “Cuando creyentes de verdad se reúnen alrededor del Cristo que
está presente, allí es casi imposible vivir una reunión mezquina y deplorable”.
Cuando leemos que hace más de 60 años en el centro de Alemania, en Essen, se reunían
cada domingo 700 jóvenes entre 13 y 18 años, sólo para escuchar las historias de la
Biblia, nos asombramos. Pero si preguntásemos al pastor Wilhelm Busch, que dirigía esas
reuniones, él nos contestaría, si aún viviera: “Pues lo hacen, porque se habla de
Jesucristo y porque cada domingo por la mañana después del culto 120 jóvenes
colaboradores se ponen a orar sobre sus rodillas para que Dios dé su bendición”.
Allí donde Cristo está verdaderamente en el centro, siendo "el único atractivo", allí habrá
problemas de espacio, incluso en estos últimos tiempos donde hay tanta decadencia. Allí
donde hay vida, hay crecimiento. No solo en China, donde desde nuestro punto de vista
observamos ahora el mayor avivamiento mundial, sino también aquí en nuestras latitudes.
No esperamos un avivamiento global, pero allí donde haya localmente corazones
ardiendo para nuestro Señor, donde se practique la oración y donde la Palabra de Dios
sea la norma y autoridad, allí se abrirán puertas y corazones, y también se llenarán los
salones de reunión.
Por supuesto que hay excepciones. El apóstol Pablo al final de su vida se encontró
bastante solo. Pero ese dicho, que “lo pequeño es hermoso”, ¡que no sea como un
calmante para nuestra poca fe, pereza e indiferencia!
El plano de construcción
En el relato vemos que los “hijos de los profetas” estaban activos y motivados. No se
conformaban con el encanto de las salas repletas. No buscaban conservar lo que tenían o
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fomentar sus queridas tradiciones, sino que miraban hacia adelante y se atrevían a dar
nuevos pasos.
Ese es precisamente el punto fuerte de la generación joven: tienen valentía, energía y no
temen arriesgarse. Notemos también que aquellos hijos de los profetas no actuaban en
contraposición a lo que hicieron los que les habían precedido, sino que buscaban su
consejo y experiencia, por lo que fueron a Eliseo.
Del hijo de Salomón, el joven rey Roboam, leemos que en una situación de crisis nacional
dejó a un lado el consejo de los ancianos, causando con ello la separación y división del
reino en el pueblo de Dios. Este ejemplo lamentablemente encuentra hoy muchos
imitadores.
El permiso de construcción
La reacción de Eliseo a las propuestas de estos hombres activos es notable: “Andad”. No
frenó su celo, no menguó su valor, ni les avisó de los posibles peligros, sino que parece
que se alegró de su celo y confianza.
Si nosotros como iglesia en el pasado y en el presente hubiéramos tomado en serio el
mandato del Señor a sus discípulos: “Pedid al Señor de la mies que envíe obreros a su
mies” (Mt 9:38), no se hubiera impedido ni frenado a tantos y tantos jóvenes dispuestos y
talentosos que tenían la intención de servir a Dios como misioneros.
La historia de la iglesia de Herrnhut del Siglo XVIII, por el contrario, nos da un ejemplo
muy alentador, porque en una sola generación salieron 300 hermanos (casi todos
jóvenes) a todo el mundo, con las oraciones y el cuidado de la iglesia, sembrando una
simiente que ha dado muchísimo fruto.
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Un trágico accidente de trabajo
Pero el trabajo unido y feliz quedó interrumpido por un grito. Uno de los hijos de los
profetas había perdido su herramienta. Mientras trabajaba diligente talando un árbol, el
hierro de repente se soltó del mango y cayó al Jordán con gran chapoteo. ¿Cómo pudo
ocurrir tal cosa? ¿Fue casualidad? ¿Había dado demasiado fuerte con el hacha por
jactarse y hacer exhibición de su fuerza? ¿O había sido imprudente al no preocuparse del
mantenimiento y cuido de la herramienta? No lo sabemos. Pero lo que está claro es que
había perdido la capacidad de seguir con su trabajo. En este punto la historia es de gran
actualidad para nosotros: es cierto que se puede descuidar el don y la capacidad para el
servicio. Con solo el mango hubiera podido seguir haciendo algo de ruido y mostrar o
aparentar cierta actividad, pero no tendría contundencia y fuerza de combate. La lección
se entiende fácilmente: Cada hermano y hermana han recibido de Dios por lo menos un
don del Espíritu comparable con el hacha prestada. Y allí hay al menos tres grandes
peligros:
1. Un “hacha” puede oxidarse
Eso ocurre cuando uno deja de trabajar con ella. Algunos entierran el “talento" que les ha
sido encomendado. Por eso Pablo exhorta al joven Timoteo: “No descuides el don que
hay en ti” (1 Ti 4:14). Aquel que no entrena y utiliza sus músculos en la vida normal, poco
a poco perderá su vigor y su efectividad. Esto mismo puede ocurrir en la vida espiritual.
2. Un “hacha” puede embotarse
Este sería el problema contrario, pues ocurre cuando se trabaja con la herramienta, pero
sin cuidarla y sin afilarla con regularidad. Entonces el trabajo se hace pesado e inefectivo.
Trabajar con hachas, hoces o machetes embotados cansa más y significa más esfuerzo.
Si descuidamos el tiempo devocional personal con la oración y estudio de la Palabra, por
estar involucrados en infinidad de ministerios para el Señor, entonces perderemos la
fuerza y la autoridad para el servicio. Así como el arco de un violín o de cualquier otro
instrumento de cuerdas tiene que ser aflojado después de su uso, para que después
vuelva a adquirir una buena tensión, así nosotros también necesitamos este tiempo de
relajamiento.
La grandeza y urgencia del cometido no debe causar que el tiempo de la comunión con el
Señor sea acortado. Si en los evangelios leemos muchas veces que el Señor iba a
lugares desiertos para estar solo, ¡cuánto más necesitaremos nosotros esos momentos
para recibir la fuerza necesaria para nuestro servicio!
3. Un “hacha” puede perderse
Eso justamente es lo que ocurrió. La Biblia y la historia de la iglesia están llenas de
ejemplos de hermanos y hermanas dotados que se hicieron inútiles para el servicio en la
obra del Señor por culpa de imprudencia, altivez, orgullo, confianza en sí mismos y otros
pecados morales.
“Los siervos de Dios tienen que caminar y vivir cuidadosamente delante del Señor,
haciendo regularmente el inventario de sus herramientas para no perder nada de lo que
tanta falta les hace” (Warren W. Wiersbe en su libro “Sei anders”, “Sé diferente”).
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Un grito de angustia
Ya vimos en los relatos anteriores que Eliseo era un hombre con el cual uno podía
derramar su corazón sinceramente, sin tener que fingir nada ni esconderse.
Cuántas penas y males psicosomáticos nos evitaríamos en nuestras iglesias si reinara en
nuestras reuniones semejante ambiente de honestidad. Entonces no habría esas
reuniones de oración tan pesadas y agotadoras.
Este joven no sólo llama la atención sobre sí mismo dando voces, sino que sin rodeos
explica cuál era su problema y lo que le había pasado: “¡Ah, señor mío, era prestada!”. El
hacha no era suya, sino prestada. Tenía que dar cuentas al dador. Nosotros tampoco
somos los propietarios de los dones espirituales recibidos, sino sólo administradores, y
también tendremos que dar cuenta ante el Tribunal de Cristo de lo que hemos hecho con
los talentos que nos han sido encomendados (1 Co 5:10). “Cada uno según el don que ha
recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de
Dios” (1 P 4:10).
Se lo gritó a Eliseo, y qué bien que el varón de Dios estaba allí presente y tenía
sensibilidad. Probablemente no estaría muy ejercitado como para talar árboles, eso dejó
que lo hicieran los más jóvenes, pero Eliseo estaba dotado y tenía experiencia en cuanto
a encontrar lo que estaba perdido. Y esta es una tarea especialmente importante y
urgente de los pastores.
La solución
Después de haber puesto en claro la cuestión de la responsabilidad, Eliseo pudo echar
mano del “remedio” y usarlo: un palo o un trozo de madera que echó al agua.
Moisés en su día echó también un trozo de madera en las aguas amargas de Mara. El
agua se hizo dulce y el pueblo pudo beber (Ex 15:25).
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Aquí, sin embargo, se echó un trozo madera en el Jordán para volver a traer algo perdido.
Y en el Monte Calvario, en una vieja cruz, fue donde el crucificado tomó sobre sí la
amargura de la muerte, para volver a traer al Padre lo perdido. Pero también para volver a
dar nuevas fuerzas, gozo, pureza y autoridad para el servicio que se había perdido por el
pecado.
Estímulo
“Tómalo”. Seguro que el joven sacaría el hacha del agua con un corazón avergonzado y
lleno de gratitud. Pero seguramente también con una nueva conciencia de
responsabilidad por esta valiosa herramienta. Muy probablemente jurando no tratarla
nunca más a la ligera.
William MacDonald dijo una vez que “nuestro Dios es un Dios que da una segunda
oportunidad” recordando a David, Elías, Pedro y Juan Marcos.
Si esto no fuera así, ninguno de nosotros estaría entre los que siguen al Señor. Esta
gracia de Dios debería hacernos agradecidos, humildes y modestos, para servirle con
nueva alegría.
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