Wolf Christa - Medea
Wolf Christa - Medea
Wolf Christa - Medea
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De todas las mujeres siniestras,
seductoras y transgresoras, que
alimentan el imaginario occidental ,
ninguna goza de una reputación más
espeluznante que Medea.
Judith, Salomé. Jczabel, Dalila, Lady
Macbeth, asesinaron o traicionaron a
hombres adultos, pero los crímenes de
Medea son más escalofriantes, ya que
además de atribuírsele haber matado
a su hermano menor, se dice que
sacrificó a sus hijos para vengarse de
Jasón, su marido. (...) La historia ha
sido contada una y otra vez a lo largo
de los últimos dos mil quinientos
años. Se la ha utilizado como fuente
de poemas, obras de teatro, pinturas,
novelas y óperas, de las cuales hay
por lo menos veinticuatro versiones.
Cada artista se ha inspirado en las
diversas tradiciones, y ha hecho sus
propios cambios y agregados.
Pero Medea no es una alegoría
simplista. Como un túnel poblado de
espejos, refleja y genera ecos. La
pregunta que le hace al lector, a través
de diversas voces y de diferentes
maneras, es: ¿Que estarías dispuesto a
creer, a aceptar, a ocultar, a hacer para
salvar el pellejo, o sencillamente para
permanecer cerca del poder? ¿A quién
estarías dispuesto a sacrificar? Duras
preguntas, y formularlas es la tarea
compleja pero esencial de este libro
implacable, ingenioso, brillante y
necesario.
an der
Berlín,
Alemania, 2011). Su extensa obra
narrativa y cnsayística fue traducida a
las principales lenguas y galardonada
con importantes premios como el
Georg Büchner (1980), el Schiller
Memorial (1983), el Premio Nacional
de Vicna para la literatura europea
(1985) y el Dcutscher Bücherpreis
(2002) por su trayectoria como
escritora.
Medea
el cuenco de plata
extraterritorial
Wolf, Christa
Medea - 1* cd. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Cuenco de Plata, 2014.
200 pgs.; 21x13 cni. ■ (extraterritorial)
1SBN: 978-987-1772-99-5
Prohibida la reproducción parcial o rota) de cric libro iin la autorización previa del editor.
Medea
La acronía no consiste en la yuxtaposición indife
rente sino más bien en entrelazar las épocas, siguien
do el modelo de un trípode, en una serie de estructuras
que se rejuvenecen. Se puede desplegarlas como un
acordeón, y entonces hay mucha distancia entre los
extremos, pero también se pueden encajar unas en
otras como muñecas rusas, y entonces las paredes que
separan las épocas quedan muy próximas. Las gentes
de otros siglos oyen gimotear nuestros gramófonos y,
a través de las paredes del tiempo, las vemos alargar
la mano hacia mesas apetitosamente dispuestas.
Eusabeth Lenk
Las voces
Otros personajes
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Pronunciamos un nombre y, como las paredes son
permeables, penetramos en su época, encuentro deseado,
desde el fondo del tiempo responde a nuestra mirada. ¿In
fanticida? Por primera vez, esta duda. Un burlón encogerse
de hombros, un volverse, no necesita ya nuestra duda ni nues
tros esfuerzos por hacerle justicia, se va. ¿Precediéndonos?
¿Dejándonos? Entretanto, las preguntas han perdido su sen
tido. Nosotros la hemos puesto en camino, ella viene hacia
nosotros desde las profundidades del tiempo, nos dejamos
ver hacia atrás, pasando junto a las épocas que, parece, no
nos hablan tan claramente como la suya. En algún momento
tendremos que encontrarnos.
Descendamos hacia los ancianos, ¿nos alcanzan? Da
igual. Basta con alargar las manos. Ligeramente se ponen a
nuestro lado, huéspedes extranjeros, semejantes a nosotros.
Poseemos la llave que abre todas las épocas, a veces la utili
zamos sin vergüenza, echamos una ojeada rápida por la puer
ta entreabierta, ávidos de juicios apresurados, pero debiera
ser igualmente posible acercarse paso a paso, con temor ante
el tabú, decididos a no arrancar sin necesidad su secreto a
los muertos. Confesando nuestra necesidad, así tendríamos
que empezar.
Los milenios se funden bajo una fuerte presión. Por con
siguiente, que la presión siga. Preguntas ociosas. Falsas
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allá del cual los propios dioses toman el asunto en sus ma
nos. No se debe ofender a los dioses con un duelo exagerado
por los muertos, como, para extrañeza nuestra, hacen los
corintios; verdad es que les falta la certeza de que las almas
de los muertos, tras un período de reposo, resuciten en otros
cuerpos.
Sea como fuere, Medea me acogió en su grupo de alum-
nas, como había prometido a mi madre, y me enseñó lo que
sabía, pero, con gran decepción por mi parte, me mantuvo a
distancia, rehusando a aquella niña el afecto que ardientemente
deseaba, y sólo mucho más tarde, cuando había pasado a la
primera fila de sus alumnas, me dijo una vez, de pasada, que
sin duda yo habría comprendido que ella tenía que tratarme
más severamente que a cualquier otra, para que no se pudiera
decir que prefería a la hija de su amiga. Entonces comencé a
odiarla.
No se puede tener todo, me dijo una vez. Bueno, también
ella tenía que aprender que no se puede tener todo, un pues
to seguro en el templo y, al mismo tiempo, el amor de todos.
No se dio cuenta en absoluto. Sólo aquí en Corinto volvió a
fijarse en mí, cuando me separé rápidamente de los buenos y
aburridos colquidenses para mezclarme con los jóvenes de
Corinto. Una vez trató de entablar conversación conmigo,
fingiendo interesarse por mí y preguntándome si era desgra
ciada. Me limité a reírme. Era demasiado tarde.
Desgraciada. Han pasado los tiempos en que ella podía
hacerme desgraciada. Como si importase ser feliz. Turón y
yo nos llevamos maravillosamente porque no nos enga
ñamos mutuamente. Una alianza de circunstancias, dice
Prcsbón, él lo comprende, y sin duda no excluye otros víncu
los. De repente, todos me quieren. Presbón me repele más
bien como hombre, su rebelde cabello rojo y su cuerpo fofo.
Necesita alguien que lo escuche, sus eyaculaciones verbales
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ciertas fuerzas que nos unían a los hombres con todos los
seres vivos y que debían poder moverse libremente para que
la vida no se detuviera. Comprendí. También en Corinto había
un grupito de ilusos que hablaban así, le repuse, pero preten
der eso seriamente haría imposible que el hombre, tal como
era, tuviera cualquier vida en comunidad. Ella reflexionó.
Depende, dijo. De qué, Medea. Déjame, dijo ella, empiezo a
darme cuenta, todavía no puedo expresarlo.
Es siempre estimulante hablar con ella. Sin embargo, yo
comprendía también que pudiera atacar los nervios a mu
cha gente. En el caso de Creonte lo celebro; no es una gran
cabeza, se siente enseguida acosado y entonces exige de mí
que lo saque del apuro, en aquella época me permití el placer
de no ver ni oír sus signos y hacerme el tonto. Aquella mujer
era demasiado astuta, encontraba él, y demasiado petulan
te. Sobre todo, le resultaba siniestra. Era, cómo expresarlo,
demasiado mujer, y eso coloreaba también sus pensamien
tos. Ella pensaba, pero por qué hablo de ella en pasado, ella
cree que los pensamientos se han desarrollado a partir de los
sentimientos, y no deben perder la conexión con ellos. Anti
cuado, naturalmente, superado. Imprecisión intelectual de
la criatura, dije yo. Fuente creadora, ella. Pasaba noches
enteras junto a mí en la terraza de mi observatorio, expli
cándome la astronomía de los colquidenses, de la que se ocu
pan las mujeres y que se basa en las fases de la luna, y ha
ciendo que le dijera nuestros nombres de las constelaciones,
le describiera su recorrido y le dijera las conclusiones que yo
deducía, para nuestro propio destino, del curso de los astros
y de sus posiciones. Escuchábamos la música de las esferas,
un sonido cristalino con el que no sintonizan nuestros oídos
pero que, sin embargo, pueden percibir en raros momentos
de la máxima concentración. Medea fue la primera mujer en
percibir ese sonido en el mismo instante que yo. Como si un
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como si tuviera que recuperar ese estado para que todo fue
ra como debía ser, pero ella me dijo que no era ya necesario,
me hizo poner la cabeza en su regazo, me acarició la frente y
me habló en voz baja de la niña que yo había sido en otro
tiempo, diciéndome que algún recuerdo insoportable me unía
a aquel lugar del patio, que había tenido que olvidar para
poder seguir viviendo, lo que hubiera estado bien si en mi
cabeza de niña, mientras crecía, no hubiera crecido también
lo olvidado, una mancha oscura cada vez mayor, ¿me com
prendes, Glauce?, hasta apoderarse de esa niña, de esa mu
chacha, ay, la comprendía, demasiado bien la comprendía,
me lanzaba la soga, tenía que deslizarme por sus preguntas,
quería conducirme por los lugares peligrosos que yo no po
día atravesar sola, quería resultar irreemplazable, eso tuve
que comprenderlo.
Hubo de pasar mucho tiempo para que tuviera que reco
nocer que también en eso me había equivocado, pero ¿qué
hay que sea verdadero?, ¿puedo confiar aún en mis ojos?,
¿puedo fiarme todavía de alguien?
No sé, realmente no sé cómo logró que yo hablara, quie
ro decir; que hablara de lo que había olvidado, de lo que sólo
recordaba en el momento de contarlo. Quizá me lo imagino
ahora, dije, no importa, dijo ella, yo tenía la cabeza en su
regazo, nunca había puesto antes mi cabeza en el regazo de
nadie, tal vez sí, dijo ella, tal vez estuviste así con tu madre y
no lo recuerdas ya. ¿Por qué dices eso?, exclamé yo, ella no
respondió, nunca respondía a determinadas preguntas, en
eso se ve lo calculadora que era, contaba con que yo no so
portaría el silencio y tendría que seguir hablando, tendría
que hablar superando mi confusión, y yo hablaba sin parar,
hasta que pronunciaba una frase que le venía bien, algo ca
sual, sin importancia, pero que ella escogía para enredarme.
¿Fue la primera vez que disputaron tus padres? ¿Cómo?,
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nuevo adoptado por el rey. No puedo librarme de la sospe
cha de que fue él también quien, para apartar la atención de
sí mismo, dio a las gentes la idea de que el temblor de tierra
podía haber sido atraído sobre Corinto por las malas artes
de Medea. Le pregunté a Medea si lo sabía. Ella asintió.
Una vez tuve ocasión de hablar con ella de Lisa, fue la
noche del terremoto, que sorprendió a Medea en casa de
Oistros, la encontré allí, cuando, después de andar entre los
escombros, llegué para ver a Aretusa. El miedo le había he
cho perder el conocimiento, el temblor de tierra había hecho
revivir en ella la desgracia que provocó el hundimiento de
Creta, Medea la hizo volver en sí, le frotó la frente con un
líquido vivificador y la dejó luego conmigo, se fue con sus
gentes, a los barrios destruidos de la ciudad, y me pidió que
cuidara de Lisa y de sus hijos. La pequeña casita seguía
adosada a los muros del palacio, y yo salí de una ciudad
herida y gimiente para entrar en un lugar de calma. Lisa dio
a los niños una cena sencilla, a la que me invitó, noté lo ham
briento que yo estaba y cómo me hacía bien la tranquilidad
que se desprendía de ella. Era una de esas mujeres que vol
verían a poner la Tierra en movimiento si alguna vez se pa
rase, sostiene firmemente en sus manos la vida de las perso
nas que le están confiadas y hay que envidiar a cualquiera
que pueda criarse bajo su protección.
Lisa había ocultado a los dos muchachos su preocupa
ción por Medea, y estaban despreocupados, llenos de vida,
uno de ellos, el que se parece a Jasón, es mejor parecido que
el moreno, de pelo rizado, que es en cambio más turbulento
y rebelde que su hermano. Competían describiendo el terre
no, que habían vivido como una aventura. Súbitamente se
sintieron cansados y se fueron a dormir. De repente se pro
dujo un silencio profundo. Estábamos sentados en la dimi-
ñuta cocina, todavía había brasas en el hogar, la serpiente
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la hija del rey. Pero te voy a decir una cosa: no le hagas eso
a Glauce. Ella te ama, y es sensible, muy sensible. Sin embar
go, no es una reina, y tú, mi querido Jasón, no eres un rey
para Corinto, y eso es lo mejor que puedo decir aún de ti. No
te dará ninguna alegría. En general, no tendrás ya muchas
alegrías. Las cosas son de tal modo que no sólo los que pade
cen la injusticia sino también los que la causan son incapa
ces de encontrar placer en la vida. Me pregunto incluso si el
deseo de destruir otras vidas no proviene de la falta de deseo
y de alegría en la vida propia.
Así habló, enfureciéndose cada vez más. Uno desafía las
prohibiciones, y tiene que dejarse poner al mismo nivel que
los siniestros personajes que rodean a Acamante, que ese
Presbón de fatuidad desenfrenada, citado como testigo en el
consejo y que no podía dejar de darse importancia. Hacía
tiempo que no lo había visto y me repelieron los rasgos sin
personalidad de su rostro. Estaba dispuesto a declarar cual
quier cosa contra Medea. Los miembros del consejo, con un
placer despreciable, pudieron escuchar a uno de sus compa
triotas injuriar a la acusada con expresiones soeces. Ese len
guaje es insólito en el palacio, y ese necio creía poder permi
tírselo todo; lo dejaron pavonearse a placer y sólo cuando
pretendió indignarse por el hecho de que Medea impidiera a
los corintios matar a todos los prisioneros en el templo,
Acamante le cortó la palabra: ¡Basta!, y Presbón cerró la
necia bocaza. Había hecho lo que se esperaba de él. Su tiem
po se acerca a su fin, pero él no lo sabe aún. Yo, sin embargo,
he aprendido cerca del rey a interpretar los signos.
No ocurre lo mismo con Agameda. Es más inteligente
que Presbón. La casa real no hubiera podido desear una
acusadora más convincente contra Medea, precisamente
porque Agameda se guardó de dejar escapar una sola pala
bra de sospecha o incluso de acusación contra su enemiga
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ÍNDICE
1. Mcdca....................................................................................13
2. Jasón...................................................................................... 37
3. Agamcda.............................................................................. 61
4. Mcdca....................................................................................81
5. Acamante............................................................................. 97
6. Glaucc.................................................................................. 115
7. Lcucón................................................................................ 135
8. Mcdca.................................................................................. 153
9. Jasón.................................................................................... 175
10. Lcucón..................................................................................185