P.U.sola Morales
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P.U.sola Morales
Críticos como Bernard Huet o Leon Krier, concentraron en la Carta de Atenas y sus epígonos las más graves acusa-
ciones a la urbanidad. Antes, Gordon Cullen y el townscape en los años sesenta, y la academia morfotipológica en
los setenta, acentuaron el aprecio por la ciudad compacta y heterogénea, y por la trabazón entre calles y edificios.
Muchos otros comentaristas se han sumado luego al carro de los detractores, a veces con más oportunismo que
razón; y así se han generalizado banalmente los azotes a la zonificación, a las normativas urbanas y a los planes
de ordenamiento, hasta pretender tachar de erróneo o negativo cualquier elemento de la razón en la disposición de
las ciudades.
No es el objeto de este análisis hacer la defensa del urbanismo funcional: más bien al contrario. Pero seguir inten-
tando hacer de él la cabeza de turco que justifique otras veleidades, no tiene, creo, ningún interés, y no quisiera ser
confundido entre los explotadores de tal maniqueísmo. Tampoco el bizantino enfrentamiento entre “generalistas” y
“puntuales”, ni en la discusión político-económica entre “reguladores” y “desreguladores”. Me interesa revisar los
orígenes del vacío teórico actual, precisamente para fundamentar las nuevas prácticas. Mirar la ruptura conceptual
que el funcionalismo supuso para el urbanismo, con ojos más actuales y más prácticos que los de quienes sólo lo
han tomado como excusa.
Los principios de la ciudad funcional, iniciados en la Alemania de los años 20, se basaban en la voluntad de ordenar
las ciudades sobre los criterios de la especialización de funciones, la importancia del tráfico rodado, y la apertura
higienista de los espacios cerrados, tanto en edificios como en vías publicas. Vista hoy, entre los muchos juicios que
pueda sugerirnos, lo más sorprendente de aquella doctrina era su ilusión en la erradicación total de las ciudades
anteriores y la construcción de un marco urbano ex-novo para toda la civilización. En las propuestas que mayor
repercusión tendrían, la radicalidad denegatoria de todo valor a la ciudad histórica era pareja a la ingenuidad con
que se confiaba en los propios slogans para edificar las ciudades “del futuro”.
Pero afortunadamente, no era éste el único camino por el que la arquitectura moderna estaba cambiando las ciuda-
des. Desde hacia unos años, una nueva figuración había ya entrado en el panorama urbano por obra de los renova-
dores del Expresionismo y de las “Sezzession”. Las propuestas de arquitectura moderna —enlazadas con proyectos
sociales avanzados en los municipios socialistas holandeses o con nuevos usos colectivos en Centroeuropa o en
Escandinavia— habían ya señalado en los tejidos urbanos transformaciones, algunas de ellas potentísimas, según
los principios de una nueva cultura.
1 Articulo publicado en la Revista UR 5, 1987.
Publicado bajo la autorización del autor.
Objeto de Proyecto Urbano para la gran ciudad son, ya en los años 20, tres o
cuatro cuestiones principales. Una de ellas, quizá la mas importante, fue el
proyecto de barrios residenciales. Tomando la vivienda como material
urbano por excelencia, el barrio se convirtió en protagonista del crecimiento
en la nueva escala, tanto en Italia con los grupos de la INA casa y otras
experiencias populistas como en la Europa del Norte y del Centro, aunque
con características bien distintas. Los proyectos de barrios eran un banco de
prueba contínuo, en el que las ideas de ciudad que se quería llevar a la
práctica se medían de forma latente y más sutil que con la discusión teórica
directa.
Otro origen de proyectos urbanos, partía de la formulación en forma actualizada de los clásicos temas de la ar-
quitectura civil, planteados ahora como arquitectura del centro-urbano. Fueron los países escandinavos los que
ensayaron, —antes que otros—, la tentativa de proyectar un centro urbano moderno para algunas de sus ciudades.
Los trabajos de Pedersen y Berner en Noruega, o los de Fisher, Petersen y Bentsen en Dinamarca, son ejemplares
en este sentido. Con la arquitectura civil y los monumentos, el centro urbano se configuró como proyecto específico
sobresaliente.
Paralelo a estos temas novedosos, también los trazados de calles, como forma de ordenar sectores urbanos de
tamaño medio, continuaban como un procedimiento establecido para afrontar la forma urbana desde escalas con-
fortables, con una temática ya dominada perfectamente por el conocimiento interdisciplinario. Su mayor desarrollo
se producía en Inglaterra, Bélgica, Francia, y en general en toda el área del garden city mouvement.
Reconocer estos temas como temas de diseño implicaba atender las partes de la metrópoli como proyectos en sí
mismos: y también, por no confundir la gran escala con la cantidad o repetición. Se buscó moderar las exigencias
técnicas de las grandes infraestructuras con la atención al valor monumental y paisajístico de las obras públicas; se
trabajó, en fin, por una idea de intervención que no es arquitectura ni plan, sino Proyecto Urbano.
Proyecto Urbano es partir de la geografía de la ciudad dada, de sus solicitudes y sugerencias, e introducir con la
arquitectura elementos de lenguaje que den forma al lugar. Proyecto Urbano es confiar más en la complejidad de
la obra a hacer, que en la simplificación racional de la estructura urbana. Es también trabajar en forma inductiva,
generalizando lo particular, lo estratégico, lo local, lo generativo y el modelo.
A veces estos proyectos resultaban uniéndose lateralmente con una lógica del plan global, como en los trabajos de
Berlage o de Unwin; pero en la mayoría de los casos, más que la coherencia horizontal en un programa conjunto es
la intensidad con que los episodios viarios o arquitectónicos expresan su condición urbana aquello que les confiere
un papel maestro en la gran ciudad.
Está ya ahí pues, desde principios de siglo y hasta los años treinta, una vasta cultura del Proyecto Urbano que tiene
muchos puntos en común con las ideas que hoy orientan el urbanismo más comprometido. Algo tienen esos esfuer-
zos de semejante a los actuales para superar el bache de casi cincuenta años en que un progresivo alejamiento de
la condición del proyecto de lo urbano, ha acabado a veces en paranoia profesional y en incompetencia pública.
Parece, pues, de interés, escrutar en esa tradición la historia aprovechable de personajes y momentos, quizá menos
divulgados, que han aportado contribuciones sustantivas o una idea moderna aunque heterodoxa del Proyecto
Urbano. Heterodoxa, al menos, respecto a la historiografía que, tomando la historia del CIAM como historia de la
Arquitectura Moderna, rompe a partir del año 30 toda referencia al Proyecto Urbano. Y al hacerlo así, ha confundido
algunos de los pasajes más significativos en la construcción de la ciudad contemporánea y oscurecido las contra-
dicciones que el progreso cultural implica.
El título del congreso era sobre “formas construidas-formas del suelo”, tema cuya actualidad (que no hemos dejado
de reclamar desde hace tiempo y que, afortunadamente, empieza a encontrar algunos ecos) sería hoy tan intere-
sante como entonces. El congreso desarrollaba la forma de la ciudad a escala de sus barrios y distritos. Seguía al
Congreso de Frankfurt de 1929 sobre el existenzminimun, que se había centrado en la escala de la vivienda. Con
El proyecto de la ciudad se sublimaba así en la discusión de grandes principios, casi filosóficos, políticos y socio-
lógicos, que la carta de Atenas resume. Y las propuestas de forma urbana resultantes adoptarían como método la
superposición a cualquier especificidad urbana de un proceso deductivo desde las reglas generales (el esquema
funcional de Chandigarh, los órdenes repetitivos de Hilbersheimer), o la directa ampliación macroscópica del edi-
ficio moderno (Proyecto Obus).
Fue entonces cuando cuajó la grave dicotomía por la que, mientras se colocaba la discusión de la ciudad al nivel
de los principios generales, la arquitectura se desentendía de la ciudad, refugiándose siempre en la excusa del no
cumplimiento de aquellos principios generales. El gran alibí estaba inventado y se abría la brecha entre urbanismo
y arquitectura que todavía hoy sigue pendiente de sellado.
Dato significativo de aquellos episodios: el que la secretaría general del CIAM fuera a parar a Giedion y que el frente
Giedion – Le Corbusier, hiciera con el poder arrasando a holandeses y periféricos y dejando a Van Esteren como
presidente del compromiso.
El Proyecto Urbano, como campo de trabajo intermedio donde las escalas se entrelazan y donde el arquitecto es
autoridad razonable en la forma de la ciudad precisamente porque hace arrancar de la edificación arquitectónica,
quedó entonces desbordado por la vanguardia oficial y distraído del comentario habitual de las propagandas. Pero
encontraría localmente su desarrollo en el acertado trabajo de muchos proyectistas independientes en diversas
ciudades europeas y norteamericanas.
Tampoco los mejores urbanistas de hoy (y uso la palabra urbanista a plena conciencia) son ya, afortunadamen-
te, los planificadores descendientes de la Carta de Atenas, ni los arquitectos que en su contra quisieron parecer
polémicos. El proyecto urbano hoy mantiene en buena parte aquel gusto por la ciudad como geografía variada y
aquel amor por sus partes que desde principios de siglo han sobrevivido a las roturas. Mantiene también temas
y materiales, métodos e instrumentos, rejuvenecidos. La atención a los trazados viarios como instrumento de for-
malización, la propuesta de nuevos tejidos de edificios y la reinterpretación de los lugares urbanos son quizá tres
de los grandes temas en que, con soluciones y enfoques innovadores, coinciden muchos de los proyectos urbanos
más interesantes.
Trazados
Cuando Roberto Collová plantea su propuesta para la variante de la tangencial sur en Palermo, está haciendo un
ejercicio de alto urbanismo, por la gran dimensión de sus efectos y por su significado general. Y lo hace desde un
proyecto muy concreto a la escala de la precisa alineación de unos edificios, pensados, eso sí, para transmitir a la
calle el carácter público de un equipamiento ciudadano, con una visión territorial de la actuación que va mucho más
allá del lugar donde propone formas construidas.
Su proyecto afronta precisamente uno de los temas clásicos de la proyección urbana, el proyecto viario. Pero lo
hace utilizando el instrumental arquitectónico para una idea de ciudad nada convencional. Por de pronto, plantea
como variante de lo que podría ser una vía mecánica rápida, una calle territorial, con todas las implicaciones que
supone de atención simultánea tanto a gran escala como a los pequeños detalles.
¿Cómo define la calle? No con una alineación de casas. Tampoco con la formación de un tejido urbano, recurriendo
al macizo. Sin recurrir al macizo, ve la calle como forma mental de la ciudad marcada por ciertos puntos de referen-
cia, visual y de uso. Unas pocas arquitecturas hábilmente colocadas en el itinerario marcarán el carácter y la ima-
gen de esa vía. El sanatorio, la escuela, los muros del teatro, la palmera del patio, serán los elementos de definición
de una calle que desde la arquitectura entiende el plano entero de la ciudad y territorio.
Nos interesa mucho este proyecto precisamente por su modernidad como trazado viario, superador de las rigideces
de los trazados de alineaciones desde una posición perfectamente consciente de los valores. La alineación como
defensa de la relación trazado-edificación no es aquí en absoluto negada, sino actualizada ampliamente por una
propuesta útil, rigurosa y realista.
Está claro que el tema del trazado es uno de los que con más fuerza se presentan en la discusión contemporánea
y que provoca muchas de las respuestas más avanzadas de la actual proyectación urbana. Porque las relaciones
de la vialidad con la forma urbana son hoy por lo menos tan fuertes como siempre, y seguramente mucho más que
nunca. El minimalismo de Collová reconoce este hecho de un modo alternativo, muy complementario, al que sigue
Guillermo Vázquez en su proyecto para el tratamiento de la autopista en Monterusciello, el nuevo barrio surgido tras
las destrucciones del terremoto en Pozzuoli, Nápoles, y que tiene difícil unión en la arquitectura de los nudos viales,
buscando convertir la propia estructura de la autopista en una construcción arquitectónica: en una construcción
que por su magnitud y su complejidad es susceptible de una composición formal según reglas estéticas y expre-
sivas que la justifican por sí mismas. Ello parte, pues, de superar la visión topográfica pura y monofuncional de la
carretera, su simple lógica ingenieril y circulatoria, y entender su presencia entre los edificios como un hecho edi-
ficatorio más, con su gran importancia como elemento visual de referencia y observación constante. La valoración
tridimensional de la vialidad (muros, terraplenes, pasos a distinto nivel, pórticos y rampas) adquiere así un interés
prioritario. Vázquez Consuegra se propone —de un modo a mi juicio clarividente— la variedad de situaciones sin-
tácticas que se establecen en el contacto de un amplio plano vial (autopista) con la tierra, y con los pasos a través.
Su proyecto es paradigmático en el reconocimiento de su temática y creo que puede ejemplificar un enunciado mo-
derno de las equivalentes soluciones de la manualística viaria tradicional. Su respuesta al problema de Monterus-
ciello, no es otra que hacer de la autopista un artefacto perfectamente formalizado. No puede dejar de reconocerse
que en este objetivo pincha en uno de los más duros huesos de la proyectación urbana que hoy se necesita.
Le Corbusier, los Smithson, Tange, intentaron hacer arquitectura con las calzadas. Nos fiamos más del enfoque de
Vázquez, no solo porque es 50 años posterior y, por tanto, incorpora las lecciones y los fracasos de los maestros, sino
porque también traslada el problema a una escala intermedia, más útil, para modificar las prácticas viciadas en la
mala construcción de carreteras, más segura en los efectos y posibilidades del proyecto, menos teórico que la gran
dimensión en la que sus maestros se movieron.
El urbanismo es el diseño de calles y edificios es una afirmación obvia si se piensa a la antigua, y en cambio parece
problemático en el tiempo presente. Sin embargo, la pura naturaleza de que el hecho urbano es como hecho físico,
hoy tanto o más que antes, hace de la simple interdependencia edificio-calle, la base de la riqueza, variedad y difi-
cultad del proyecto urbano.
En el de Joan Busquets para la misma zona de Monterusciello (siempre entre las propuestas para “La cittá imma-
ginate” encargadas para la Triennale de Milano, 1987), la importancia dada a las secciones viales como unidades
calle-casa, pudiera indicarnos una voluntad neoclásica de orden repetitivo. La fuerza de este rigor trata el proyecto
de calle, para las grandes avenidas, como verdadero eje tipológico, organizando todo el sector en unidades de edi-
ficación precisamente mediante las calles. Lo notable de este proyecto es la gran autonomía que entre sí guardan
esos distintos ejes viario-tipológicos dispuestos como un desorden voluntario ¿Es eso posible? ¿Es éste un orden
de la fragmentación?
No olvidemos que la consulta se refería a la recomposición de un gran polígono, en construcción todavía, pero ya
invertebrado, y que las respuestas a la misma implicaban ineludiblemente un diagnóstico intencionado sobre lo
Los tejidos
El anatema corbuseriano contra la calle-corredor no ha muerto. Cincuenta años después de aquel exabrupto, los
arquitectos seguimos buscando cuál será la buena relación entre calles y casas, desamparados de la identidad
alineada que desde el renacimiento nos había servido cómodamente.
Todavía Siola y Siza, en sus propuestas para Nápoles, no dudan de la eficacia de la alineación viaria como traza edi-
ficatoria: con intenciones muy distintas, ciertamente, pero con la misma naturalidad en conseguirla por medio de
casas formando calles. El proyecto de Siola se interesa sobretodo por el desarrollo de órdenes tipológicos variados
con que urbanizar la amplia zona a levante del centro histórico, que quedaría disponible tras el desplazamiento de
la línea férrea y la estación central. Junto al centro direccional proyectado pro Tange, y con ánimo directamente
polémico y alternativo, la nueva trama se compone de manzanas, rectangulares y cuadradas, de dimensiones me-
dias, con una confianza quizá excesiva en la repetición como virtud de las formas urbanas continuas. La fuerza del
eje verde central no es sólo retórica en una ciudad como Nápoles, donde la magnitud de la aglomeración urbana
carece tan evidentemente de órdenes de composición a su escala. Quizá desde el siglo XVII y el virreinato, ninguna
operación urbanística ha pretendido, hasta la dramática tangenziale de la pasada década, establecer formas de
referencia para un orden urbano general. En este sentido, el formalismo Beaux-arts resulta aquí por suerte fuera de
moda, eficaz y económico, aunque sin el estímulo de aquellos granos de ironía que añadirían a la mezcla preparada
un aderezo apetitoso.
Esto se le ocurrirá a Alvaro Siza, porque él arranca, precisamente en esta escala, de dar un orden urbano a los tra-
zados del lugar. También Siza proyecta al fin y al cabo, sólo manzanas y calles. Pero a Siza poco le preocupa el rigor
de las manzanas, nada le importa la tipología —¡bendito sea!—, sino dar forma al espacio exterior —concretamente
formar su pequeño puerto urbano— con el trazado de una urbanización simple y segura. Crea un puerto como
un espacio habitual: 350 metros de frente es una escala de confianza para ese espacio. El contraste con el mar se
acentúa no por una visión panorámica, sino por la fuerza vertical de las fachadas sobre el agua, por el contacto de
lo sólido y lo líquido. Las piezas son de dimension convencional —50 metros— y la articulación con la ciudad es la
histórica secuencia que arranca de Piazza Mercato.
Con extraña simplicidad, Siza construye sobre todo a base de soluciones aparentes triviales, pero malignamente
intencionadas. Al final, todos los elementos urbanos aparecen resumidos en el proyecto sin drama, con total facili-
dad: el puerto, el eje de la plaza, la circulación perimetral atravesando los bloques, el parque que hace frontera…
Más difícil sería crear con esta simplicidad espacios urbanos completamente nuevos, lejos de la ciudad existente,
donde sólo la geografía, acaso, pero no la historia, dieran andares a nuestra cojera proyectual. Es bonita, en este
sentido, la propuesta de Giurgola y Cicognani para la zona de los Campi Flegrei. Esta sí que es una propuesta de te-
jido urbano nuevo, directamente sugerente de las formas y expresiones de la trama edificada, de la variedad formal
y funcional de los tipos, de su distinta posición en las manzanas y en las parcelas. El grano de sensibilidad es muy
menudo, aún tratándose de un diseño de extensión amplia. Pero se siente que cada edificio es distinto, que el orden
manzana-ciudad no basta, y que para la forma moderna de vivir y construir la ciudad cuenta, tanto como la relación
anterior, el margen de juego formal desde la manzana a la parcela y, aún, entre la parcela y el edificio. De la manzana
a la parcela y de esta al edificio no van ya órdenes rígidos establecidos o repetitivos, sino que por su flexibilidad
pasa quizá la mejor garantía de si hubiera hoy todavía el mismo ideal de ciudad.
A modo de homenaje al plan de Lamont Young de principios de siglo, —la interpretación geomorfológico de la
zona—, despliega sus tres dedos radiales en un trazado obvio como soporte infraestructural del tejido. Está muy
bien la relación entre la gran escala del proyecto y la atención a las distintas formas de ocupación: el eje de agrupa-
ción bajo el Monte Santa Teresa, las unidades residenciales como radburns acuáticos en el fondo de saco, el grano
menudo, anecdótico y pintoresco de la edificación, más importante que las geometrías de la planta.
En la propuesta Giurgola reconocemos la vivienda suburbana confortable como forma de crecimiento urbano. Algo
de las imágenes calificadoras de ese piece meal urbano encuadrado en la malla viaria geográfica puede bien con-
verstirse en tema de investigación para un área residencial moderna, —tema tan abandonado como necesario— en
los últimos años. Este proyecto lo hace por un camino muy distinto, por ejemplo, a las supermanzanas unifamiliares
de Milton Keynes o al superblock compacto de Gregotti en Palermo. El reconocimiento del carácter individual y
privado de la vivienda, la flexibilidad de promoción y proyecto, y la mezcla de usos y tipos me parecen aportes de
gran interés experimental y teórico.
Giurgola, es un hombre que ha demostrado dominar la gran y la mediana escala en múltiples trabajos urbanísticos.
Quizá no tan difundidos como corresponde, el aprecio de la ciudad histórica se refleja en la fuerza de sus directrices
formales, con la atención directa a la ciudad norteamericana y las formas contemporáneas del consumo residen-
cial. Alerta, pues.
La sugestión del lugar es, seguramente, lo que conduce a la propuesta de Toni Díaz para el parque de Buenos Ai-
res. Elaborada como idea polémica para un debate público ciudadano, expresa, aún en su grafismo, algo arcaico,
la ilusión de aquella ciudad racional, hecha por la sobreposición de superficies verdes y rectas infraestructurales
elevadas con que el omnipresente Le Corbusier interpretó un futuro progresivo para Buenos Aires.
En Salzburgo un ambicioso programa de reforma urbana pilotado por el asesor “verde”, lanza una serie de concur-
sos sobre áreas críticas en la ciudad. Entre ellas, la adecuación de la Plaza de la Estación, espacio especialmente
activo en aquella ciudad y que se presenta con la confusión de formas características de las modernas trans-
formaciones urbanas. La plaza, presidida por un noble edificio ferroviario de principios de siglo, fue ampliada y
remodelada en la posguerra. En parte para alojar los finales de trayectos urbanos (autobuses, metro, tranvía, etc.),
vaciando vastos espacios para paradas y estacionamientos, y parte sustituyendo la edificación residencial suburba-
na contigua por bloques longitudinales y torres de apartamentos, almacenes comerciales de grandes superficies, y
la pantalla vertical del hotel panorámico. Todo ello en normal funcionamiento. Y sin embargo, la ciudad se plantea
hoy la importancia de involucrar, derribar, sustituir, cambiar tráficos, construir nuevas terminales, etc. Suma de
interrogantes que implican a toda la ciudad y que se resumen en un área muy concreta. Proyecto de obra inmediata
que resulta ser, a la vez, una hipótesis conceptual sobre toda la estructura urbana, y que requiere la interpretación
del lugar urbano como punto de partida.
Cuando Pierluigi Nicolin ataca la sustitución del ferrocarril en Porta Genova, está implícita una estrategia sobre
todo el sector meridional de Milán y, al mismo tiempo, un cúmulo de hipótesis proyectuales sobre la ocupación
de grandes vacíos intersticiales en las actuales ciudades, sobre las viejas y nuevas infraestructuras de la ciudad y
sobre la escala contemporánea de la forma urbana. Se trata, efectivamente, de un proyecto que saca su sentido de
la interpretación directa del lugar en que se pone y, que pretende encontrar su lógica interna precisamente en la ri-
queza de referencias y solicitudes. El lugar urbano se impone como contenido proyectual en sí mismo, sin necesidad
de referencia a modelos arquitectónicos, tipológicos o monumentales. La figuración del lugar urbano arranca de
la posición estratégica en la ciudad, del conflicto y la heterogeneidad funcional del sentido simbólico y referencial
de su experiencia colectiva, de la topografía y de las infraestructuras como soportes de las formas. El lenguaje y el
estilo son propios, distintos, independientes de las estéticas arquitectónicas puras, de la pintura o del design.
En el proyecto de Nicolin el reconocimiento de las tramas ferroviarias apenas es un hecho de mimética histórica:
es sobre todo la oportunidad de recoger para la nueva implantación, toda la fuerza que la forma urbana ya había
conseguido allí.
Los husos sorprendentemente afilados que en el proyecto se producen para el cuerpo bajo del centro terciario o
para el mercado artesanal y comercial sobre el Naviglio Grande tendrían en si dificultad, una enorme impronta
imaginativa en la percepción de toda la periferia oriental de la ciudad. La redundancia entre las trazas viarias, las
del canal, las largas alineaciones de los edificios que se dibujan y los sentidos generales del movimiento de circun-
valación en una ciudad tan radial y concéntrica como Milán, convierten este proyecto en una propuesta de método
para la transformación de las fracturas urbanas.
Hay una cuestión de escala grande y ambiciosa. Hay también una conciencia clara de actuar con efectos más allá
de la propia dimensión del proyecto. No me importa repetir que la dimensión no es la escala. Lo mismo enseña Juan
Navarro en su proyecto de Turín, a diferencia, de los tristones concursos para la Bicoca o para la Giudecca, donde
ningún proyectista ha querido reconocer el significado de una pieza para toda la ciudad. No hablo sólo de reconocer
la trabazón con los tejidos o el paisaje circundante, ni tampoco de conectar a los sistemas generales de infraestruc-
tura y movimientos, ni siquiera de atender a cierta pretensión simbólica, sino sobre todo de entender y buscar los
efectos innovadores sobre la concepción de la ciudad en su conjunto.
Las trazas del ferrocarril dan pie, con la serie de sus tres puentes, a un elegantísimo diseño de las rasantes, mode-
lando el terreno como un serpentín excavado entre partes distintas de la ciudad. El meandro del río, induce a la for-
mación de una pista acuática artificial, pensando en la autoridad urbana de Corso Umbría: las secuencias de torres
de oficinas industriales a un lado y de pabellones deportivos al otro buscando la escala paisajística del eje fluvial
como orden de composición urbana. Es notable siempre en Navarro Beldeweg, el juego sutilísimo entre la evidente
autonomía con la que plantea rotundamente cada uno de los principales edificios de sus proyectos, y el movimiento
del terreno como instrumento fundamental de su sintaxis. Sus dibujos siempre suelen expresar, para quien guste de
fijarse en ellos, esas largas secciones en que tanto se confía a muy leves inflexiones del perfil. Inflexiones leves solo
en el gráfico, porque se sabe de su enorme efecto real y porque se convierten en la verdadera materia del proyecto,
entendido siempre, como juego conceptual de distintas variaciones del plano referencial del territorio. Geografía
abstracta, si se quiere. Proyecto Urbano, siempre, por esa condición extensible de sus ideas.
Los grandes sistemas de la ingeniería urbana (ferrocarriles, canales, puentes, torres, avenidas) han interesado a
Nicolin y a Navarro para hacer con ellos arquitectura de la ciudad. Arquitectura de la ciudad que es todo lo contrario
de una arquitectura urbana de edificios en sí mismos y sí, en cambio, orden arquitectónico del cuerpo físico (espa-
cios, tejidos y lugares) de la ciudad. Una notable carga de creación tipológica toma en estos proyectos la expresión
de los usos específicos. El de Navarro Baldeweg, presenta la reducción de pistas y pabellones deportivos a bellas
unidades geométricas estrictamente moduladas. Nicolin desarrolla, de forma muy original, variantes de la manzana
cuadrada escalonadas desde las formas intensivas en altura hasta casi la casa individual en línea, siempre para una
idea de vivienda urbana que busca la comodidad y la flexibilidad del uso tanto como la contribución del edificio a
la forma urbana exterior.
Proyectar el lugar es, así, el método principal de lo que llamamos Proyectos Urbanos. Unos proyectos, que no son
los del urban design harvardiano de los 60 (Sert, Soltan, Makki), ni los del townscape de Cullen, ni el estructuralis-
mo de los Smithson, De Carlo, Bakkema, Tange y el Team 10. No son tampoco el gran design que buscaban Bacon
el Filadelfia o Hugo Wilson en Cumbernauld. No creen tampoco en Krier ni en Glossling, en Alexander ni el Colin
Rowe. Aunque algo haya, por supuesto, de todos ellos, tienen una voluntad operativa y pragmática, y una ética más
profesional que ideológica, porque tienen también una gran desconfianza en los principios y demasiado aprecio por
los finales. Como si no fuera una simpleza confiar en el talento a la hora de construir nuestras ciudades…
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