Pigmentos Preciosos Abril 2020
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Oremos:
Oh Dios, que llenaste los corazones de tus
fieles con la luz del Espíritu
Santo; concédenos que,
guiados por el mismo Espíritu,
sintamos con rectitud y
gocemos siempre de tu consuelo.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
“Cuando Mardoqueo tuvo noticia de lo que pasaba, rasgó sus vestiduras, se vistió
de saco, se cubrió de ceniza y recorrió la ciudad gimiendo amargamente y clamaba a
voz en cuello: <<Quieren eliminar a un pueblo que no ha faltado en nada>>. Se detuvo
ante la puerta del palacio real, pues nadie podía cruzarla vestido de saco.
En todas las provincias, cuando fue conocido el decreto real, hubo gran duelo entre los
judíos, con ayuno, llanto y lamentos. Muchos de ellos se acostaron sobre saco y ceniza.
Las esclavas y los eunucos de Ester fueron a decírselo. Ella quedó consternada y envió
ropa a Mardoqueo para que abandonara el saco y se vistiera; pero él no quiso.
Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos reales que estaban a su
servicio, y le ordenó que preguntase a Mardoqueo cuál era la razón de semejante
proceder. Hatac encontró a Mardoqueo en la plaza situada frente a la puerta de
palacio y Mardoqueo le contó lo que le había sucedido y cómo Amán había prometido
entregar al tesoro real una suma de dinero por la destrucción de los judíos. Le dio una
copia del decreto de exterminio promulgado en Susa, para que se lo mostrara a Ester y
le pusiera al tanto de la situación, con el ruego de que ella se presentara ante el rey
para pedir clemencia en favor de su pueblo y le dijera: <<Recuerda cuando eras
pequeña: cómo te alimentaba con mi mano. Ya que Amán, el segundo en el reino, ha
pedido nuestra muerte, invoca tú al Señor, habla al rey en favor nuestro y líbranos de la
muerte>>.
Hatac comunicó a Ester la respuesta de Mardoqueo, y ella lo envió de nuevo con
este mensaje: <<Todos los cortesanos del rey y la gente de las provincias saben que,
por decreto real, cualquier persona, hombre o mujer, que se presente ante el rey en el
patio interior sin haber sido llamada merece la muerte, a menos que el rey,
extendiendo su cetro de oro hacia ella, le perdone la vida. Y hace ya treinta días que el
rey no me llama a su presencia>>.
Cuando Mardoqueo recibió el mensaje de Ester, pidió que le dijeran: <<No
pienses que, por estar en el palacio real, vas a ser la única que se salve entre todos los
judíos. Si ahora te obstinas en callar, el auxilio y la liberación vendrán a los judíos de
otra parte, mientras tú y tu familia pereceréis. Incluso es muy posible que hayas
llegado a ser reina para una ocasión como esta>>.
Ester mandó que respondieran a Mardoqueo: <<Reúne a todos los judíos que
habitan en Susa y ayunad por mí. No comáis ni bebáis durante tres días y tres noches.
También yo y mis doncellas ayunaremos. Después, aunque la ley lo prohíbe, me
presentaré ante el rey. Y, si he de morir, moriré>>.
Mardoqueo se fue y cumplió lo que Ester le había indicado.
Mardoqueo, recordando las maravillas del Señor, oró así:
<<¡Señor, Señor, rey omnipotente! El mundo entero está sometido a tu poder. Cuando
te propones salvar a Israel, no hay quien pueda volverse contra ti. Porque tú creaste el
cielo y la tierra y la maravillas que existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie
puede oponerse a ti, Señor. Tú conoces todas las cosas. Tú sabes, Señor, que, si me
niego a postrarme ante el insolente Amán, no lo hago por arrogancia, orgullo o
soberbia, pues llegaría a besarle las plantas de los pies por la salvación de Israel: lo
hago porque para mí ningún hombre es equiparable a Dios. No me postraré más que
ante ti, Señor. Mi conducta, pues, no obedece al orgullo. Y ahora, Señor, Dios y Rey,
Dios de Abrahán, perdona a tu pueblo, porque nuestros enemigos traman nuestra
ruina. Desean destruir la heredad que es tuya desde siempre. No desprecies al pueblo
que rescataste para ti de la tierra de Egipto. Escucha mi oración y ten misericordia de
tu heredad; convierte nuestro duelo en alegría, para que, conservando la vida,
alabemos tu nombre, Señor. No cierres los labios de los que te alaban>>.
Y todo Israel clamó con todas sus fuerzas porque su muerte era inminente.
Y la reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. Despojándose
de sus vestiduras lujosas, se puso ropas de angustia y aflicción; y, en lugar de sus
refinados perfumes, cubrió su cabeza de polvo y basura. Humilló extremadamente su
cuerpo con ayunos, cubrió totalmente su aspecto alegre con sus cabellos desordenados
y suplicó al Señor, Dios de Israel, diciendo:
<<Señor mío, rey nuestro, tú eres el único. Defiéndeme que estoy sola y no
tengo más defensor que tú, porque yo misma me he puesto en peligro. Desde mi
nacimiento yo oí en mi tribu y en mi familia que tú, Señor, escogiste a Israel entre todas
las naciones y a nuestros padres entre todos sus antepasados para que fueran por
siempre tu heredad. Realizaste en favor suyo todo lo que prometiste. En cambio
nosotros hemos pecado ante ti y nos has entregado en manos de nuestros enemigos
por haber adorado a sus dioses. Eres justo, Señor, pero ahora no se contentan con la
amargura de nuestra esclavitud, sino que han pactado con sus ídolos para derogar tu
decreto, hacer desaparecer tu heredad, cerrar la boca de los que te alaban y apagar la
gloria de tu casa y de tu altar; para abrir la boca de los gentiles al elogio de sus dioses
vacíos y para que admiren por siempre a un rey de carne.
No entregues, Señor, tu cetro a los que no son nada, que no se rían de nuestra
caída. Al contrario, vuelve sus planes contra ellos y escarmienta al que empezó a
atacarnos. Acuérdate, Señor; manifiéstate en el tiempo de nuestra tribulación y dame
valor, rey de los dioses y dueño de todo poder. Pon en mi boca la palabra oportuna
cuando esté ante el león y cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca y
termine con él y con los que piensan como él. Pero a nosotros sálvanos con tu mano y
defiéndeme a mí, que estoy sola, y no tengo a nadie fuera de ti, Señor. Tú conoces todo
y sabes que he aborrecido la gloria de los impíos y detesto el lecho de los incircuncisos y
de cualquier extranjero.
Tú sabes mi pena, porque detesto el signo de mi dignidad que llevo sobre mi
cabeza cuando aparezco en público; lo detesto como trapo de menstruación y no lo
llevo en privado. Tu sierva no ha comida en la mesa de Amán y no ha apreciado el
banquete del rey, ni ha bebido vino de libaciones; y, desde el día de mi coronación
hasta hoy, tu sierva no ha encontrado gozo sino en ti, Señor, Dios de Abrahán. ¡Oh
Dios, que todo lo dominas!, atiende a la voz de lo que pierden la esperanza y líbranos
de la mano de los malvados. Y líbrame de mi temor>>.