Firiel - El Submundo
Firiel - El Submundo
Firiel - El Submundo
Creo que he dicho otras veces que esta es la parte que más adoro. Pero ahora diré que lo que más he amado en
esta historia es el hecho de haberla terminado.
Fue una maratón y por un momento creí que nunca la acabaría, pero he aquí la historia terminada, la primera de
muchas más, si la suerte y los musos me acompañan.
Besos a todas las niñas de Novelass que leyeron algo de esta creación y besos especiales a las que siguieron hasta
el final conmigo. Ustedes son mi mayor inspiración y mi mayor satisfacción el saber que me leen.
Gracias a todas y ahora me tomo unas merecidas vacaciones con esta saga para volver con las pilas puestas con la
segunda historia que es la del lindo lobito Randall: Sombras Nocturnas.
Gracias a todas…. Mil besos
Firiel
Nuevo proyecto: Saga El Ensueño. Libro 1: El Submundo
Prólogo:
La fresca brisa de la primavera la golpeó en el rostro. Llevaba oficialmente tres días enteros persiguiendo a un nuevo
traidor. No debería ser distinto al resto de los casos que había atendido en los últimos cien años, sin embargo, este
renegado parecía ser más escurridizo que los otros parecidos a él.
Nione Caspell, era una vampiresa de doscientos años de edad, creada directamente de uno de los más antiguos
inmortales de la raza, sin embargo, su constante ansias de independencia la llevaron a abandonar la protección de su
maestro a los pocos años de haber sido transformada. Fue así como recién transcurrido medio siglo, Nione rompió las
cadenas definitivas con su anciano mentor, abriéndose caminos por sí misma en el mundo de la inmortalidad.
Vagó por más de un siglo, aprendiendo a sobrevivir en precarias condiciones, hasta que encontró un lugar en el
círculo más elitista de la especie vampírica. Fue en medio de aquella sociedad que pulió sus innatas habilidades de
guerrera y cazadora, logrando rápidamente coronarse como una de las rastreadoras más eficaces del Delta, sociedad
encargada de cazar a todos aquellos individuos que de una y otra forma habían perdido el rumbo, transgrediendo las
reglas impuestas por el consejo vampírico y por el mismo príncipe de la raza.
El sol hace un rato había despuntado en la cordillera emitiendo sus rayos por sobre el antiguo bosque. Sus ojos ya
estaban cansados por los tres días que llevaba sin dormir y sin alimentarse, así que tuvo que llevarse las manos para
tapar su sensible vista aplacando así un poco el insoportable ardor que comenzaba a sentir.
Tal vez ya era hora de parar aquella cacería, estaba segura que estaba andando en círculo desde hace dos días.
Los rastros que había encontrado en las últimas cuarenta y ocho horas eran evidentemente falsos, un trampa para
despistarla y llevarla a la dirección contraria.
Sus sentidos estaban empañados por el ayuno obligado al que se había tenido que someter, así que ya no se
encontraba en condiciones de dilucidar el enigma, además el lugar en que se encontraba no era precisamente lo más
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familiar. Los Faes podían ser criaturas amigables la mayor parte del tiempo, sin embargo, odiaban cuando las visitas se
extendían por mucho tiempo. Así que lo mejor era desistir cuanto antes la búsqueda de aquel renegado y abandonar
aquellos bosques feéricos.
Suspiró antes de colocarse los lentes oscuros para protegerse sus, cada vez más, sensibles ojos color verde
avellana y se echó la capucha de su negro polerón sobre su cabeza. Era una de los pocos vampiros que podía tolerar el
sol en todo su esplendor, pero en su actual condición de desnutrición y cansancio el aguante estaba mermado, así que
su piel y su vista estaban comenzando a sucumbir ante la debilidad legendaria de la raza.
Echó a correr con sus últimas energías en dirección del majestuoso palacio de cristal del reino Fae que se escondía
entre las espesura de los árboles y unos cuantos encantamientos, para mantener a los curiosos e indeseados lejos de
sus paredes. Era un trámite que no quería realizar, pero era esencial hacerlo si quería seguir en los buenos términos con
aquella mágica e impredecible estirpe.
Se detuvo en seco cuando llegó ante la inmaculada y esplendorosa fortaleza. Los peculiares guardias al reconocerla
la dejaron pasar sin antes dedicarle una clara mirada de aburrimiento. Aquel gesto fue suficiente para reafirmar su
decisión de abandonar esas tierras lo antes posibles; sin embargo, debía dejar constancia que se retiraba de los
dominios del rey feérico, pero que mantendría la vigilancia por el renegado que se había escabullido en esas zonas.
Sabía que la realeza de las hadas estaría encantada de ayudar en la búsqueda de aquel inesperado visitante por el sólo
hecho de haber osado pasar los límites de sus propiedades sin una invitación ni un permiso claro.
Antes de que llegara al final del pasillo, las puertas que daban al gran hall se abrieron de par en par, dando a
entender que la estaban esperando. Aquella constatación logró ponerle los pelos de punta. Aquellas criaturas poseían
artes que se negaban a compartir con cualquier otra especie, guardando celosamente sus secretos.
Apenas cruzó el umbral hizo una formal reverencia al rey y a la reina que se encontraban sentado en sus tronos de
cristal custodiados por más de aquellos peculiares guardias. Nione levantó la vista y se fijó en su entorno. La corte de la
Casa Fiona estaba en toda su majestuosidad. Grandes estandartes con el escudo de la Casa decoraban las finas
paredes. El gran león hacía presencia en todas las decoraciones del palacio de los Sidhe de Fiona. Unas cuantas Pooka
revoloteaban por aquí y por allá en su forma animal, mientras que cientos de Sátiros agasajaban y entretenían a los
curiosos nobles de la corte.
—Nione, se me ha informado que ya te retiras de nuestros territorios —la voz de lady Fiona se abrió paso con su
usual tono etéreo hasta sus oídos.
Nione observó a sus anfitriones sopesando cuál era la mejor forma de responder sin ofenderlos ni alarmarlos.
—Sólo con la verdad, vampiresa. —Sentado a la derecha de su cónyuge se encontraba lord Rathsmere, actual rey
regente del feudo de esa zona. Le habló con la usual calma que caracterizaba a la nobleza de las hadas.
—Me temo que sí —contestó con firmeza—. Ya no veo el motivo de quedarme más por estas zonas, teniendo en
cuenta que estoy llegando a mis límites buscando un fantasma que de hace mucho se esfumó de estas tierras.
La risa de lady Fiona acarició sus oídos con una nota suave y relajante.
—Pues entonces me permitirá enviarla a su hogar sana y salva —le indicó la reina.
Nione se sorprendió ante el ofrecimiento, pero lo mejor era que lo declinara, no quería estar en deuda más de lo que
ya de por sí estaba con el hecho de que la hubiesen dejado cazar en esa zona.
—No se preocupe por debernos nada, Nione —habló el rey con una sonrisa demasiado enigmática en el rostro—.
Tómelo como una atención a un muy buen amigo. Además su portal ya está preparado —la tentó lord Rathsmere.
—Sí, querida. Se ve bastante cansada estoy segura que agradecerá que la enviemos inmediatamente a los refugios
de sus paredes lo antes posible —agregó la reina.
Nione procuró no suspirar de resignación, aquel pequeño gesto podía ser tomado rápidamente como una falta de
respeto.
—Será un placer —aceptó al cabo de unos segundos.
La corte en pleno estalló en aplausos por la decisión tomada, mientras que los reyes se reían de una forma
demasiado encantadora. Nione se puso en guardia.
—Oh, querida, no se ponga a la defensiva. Mi corte suele ser demasiado efusiva —aclaró la reina—. La Casa Fiona
se caracteriza por la demostración de afecto sin tapujos.
El rey movió los dedos indicando a uno de los nobles que guiara a Nione hacia la sala contigua en donde se
encontraba listo el portal que la llevaría directo a su hogar. Ella se encaminó sin protestar procurando hacer una
reverencia de despedida antes de retirarse.
—Querida —la llamó lady Fiona, ante lo cual Nione se detuvo.
—Sí, su majestad.
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—Nos gustaría estar seguros que cuando necesitemos de su ayuda usted nos las prestará —le dijo sin inmutarse.
Entonces Nione comprobó su conocimiento de que las hadas nada lo daban gratis.
—Claro, mi lady —le contestó antes de hacer una reverencia y abandonar el gran hall.
—Una chiquilla encantadora —acotó lord Rathsmere, mientras veía desaparecer a su invitada.
Su cónyuge lo miró con una expresión divertida antes de contestar.
—Sin duda, mi querido, sin embargo, es algo demasiado inocente para este mundo cada vez más oscuro y
traicionero —le contestó, antes de ordenar que la música y la fiesta continuara.
Capítulo 1:
Nione entró de golpe a su oscura habitación. Se sacó de un tirón su raído abrigo de cuero y de la misma
manera comenzó a quitarse las armas que llevaba encima: tres dagas cayeron en la cómoda; seguida de dos berettas,
una con balas de platas y la otra con balas especiales rellenas de luz; una espada siguió el mismo camino y finalmente
dos garras retractiles hechas de platas cayeron en la fría superficie.
Estaba de un muy mal humor. Después de haber pasado tres días en los dominios del rey Fae había tenido que
partir hacia los bosques de los lupinos en busca del mismo renegado, y a pesar de que había contado con la ayuda de
cazadores de Randall, el resultado había sido el mismo que había obtenido en los bosques de Fiona.
Apenas había podido alimentarse y apenas había podido dormir unas cuantas horas, cuando había tenido que
partir al tumulto de los cambia formas. Había pasado esta vez cuatro días sin pegar ojo y sin beber una gota de sangre.
Su cabeza le daba vuelta por la constante exposición a la luz solar y su cuerpo olía una extraña mezcla del olor dulzón
de las hadas y el olor a tierra de los lobos, porque ni siquiera había tenido tiempo de sacarse bien el aroma de los Fae,
que era totalmente insoportable para los vampiros, así que llevaba oficialmente siete días con el olor a caramelo sobre
su cuerpo.
Gruñó, antes de sacarse de las botas de cuero con hebillas de metal, dos dagas del mismo material que tanto
daño hacia a las criaturas mágicas. Las lanzó sobre la cómoda donde cayeron estrepitosamente.
Estaba quitándose los oscuros lentes cuando sintió por primera vez desde que había entrado a su habitación,
una presencia extraña. Inmediatamente se puso en guardia agarrando una de las dagas, pero se tranquilizó cuando se
encontró con unos familiares ojos dorados desde un rincón de su habitación.
—Pero qué carácter, florecita —habló el macho desde la oscuridad, sin embargo, ella era capaz de verlo
perfectamente a pesar de que sus ojos estuvieran cansados.
Ella sonrió a la gran figura, que iba vestido completamente de negro fundiéndose aún más con la carencia de
luz.
Era un espécimen magnífico. De casi dos metros de altura y tallado perfectamente. Sus músculos se notaban a
pesar de que iba cubierto por un gran abrigo muy parecido al de ella. Su cabello era algo ondulado y de una castaño
claro que en el sol destellaba reflejos dorados. Su boca era seductora y siempre iba curvada en una sonrisa de
depredador, y sus ojos siempre tenían un brillo de una oscura amenaza. Si cualquier persona se le cruzaba por delante,
inmediatamente se sentiría intimidada por la esencia depredadora de él, sin embargo, para Nione aquel individuo era la
imagen más cercana que tenía de un hermano o de un mentor.
—Agustín, mierda, me asustaste —le contestó sintiéndose relajada.
Él salió de la penumbra y la miró divertido, mientras caminaba lentamente hacia ella y la abrazaba
fraternalmente.
—Esa no era la bienvenida que me esperaba, florecita —le dijo, depositando dos besos, uno en cada mejilla.
Ella sonrió, olvidándose momentáneamente de su insoportable dolor de cabeza, y de su evidente frustración.
—Lo siento, Agus, pero no ha sido una buena semana —le contestó, mientras se sacaba el polerón negro con
capucha que siempre solía llevar cuando salía a una misión, quedando sólo con un top igualmente negro.
—Así veo —habló Agustín desde su espalda—. Apestas a campanita y a perro mojado —se burló de ella.
Nione se rió de pronto de muy buen humor.
—Ahora le haces asco a la esencia feérica, después de que es sumamente conocida tu afición sexual por aquellas
criaturas —le contestó con burla en la voz.
La aterciopelada risa de él flotó en el aire con magnánima gracia. Lo sintió moverse sigilosamente,
característica adquirida con los años, por la habitación. Sintió que se detuvo frente a la cómoda y que comenzó a trajinar
su arsenal de armas evaluándolas con ojos de experto.
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—Procuro aguantar la respiración cuando me revuelco con una campanita —se burló de ella, dejando de lado sus
dagas y admirando sus dos pistolas con sus respectivas cargas—. Sorprendente, cada vez el Delta se supera en cuanto
a armas —le dijo, observando con ojo crítico las balas de luz que resguardaba una de las berettas.
Ella lo observó mientras trajinaba en su armario en busca de ropa limpia y meditó sobre la presencia de él en
esas instalaciones.
—¿Qué haces por estos lados, Agustín? No es propio de ti dejarte caer por las instalaciones del Delta —le dijo,
mientras sacaba una fina camisa azul eléctrico, color característico de los cazadores de aquella sociedad elitista.
El macho siguió observando y revisando su arsenal con una calma que parecía natural, pero ella sabía que
estaba en guardia… sí, una guardia que nunca bajaba.
Agustín se giró un poco y la observó de pies a cabeza y no ocultó por ningún momento su característica sonrisa.
—Tal vez la falda de mezclilla combine a la perfección con aquella blusa y logre que el concejo se apiade de ti por no
traer al renegado contigo —le soltó de forma burlona—. Aps y las botas negras con tacón lo hará parecer un conjunto
bastante sexi —agregó, mientras soltaba una de sus dagas sobre el mueble.
Nione lo observó directamente a sus dorados ojos y le sostuvo la mirada. Por un instante la habitación se quedó
sumida en silencio, mientras ellos sostenían una callada lucha de poderes. Ella trataba de descifrar lo que él estaba
pensando, mientras Agustín trataba de resguardar sus secretos. El ganador de antemano estaba elegido, pero Nione
siempre tenía la esperanza de romper sus barreras.
—Ya, sólo dilo —soltó después de un rato, comenzando a exasperarse.
Agustín comenzó a reírse poco a poco hasta que el cuarto se vio inundado por su seductora carcajada.
—Sólo vine a visitarte —le dijo haciendo un puchero, lo que provocó un extraño efecto en él. Un dios del sexo
haciendo puchero era una extraña combinación.
—Y yo soy el príncipe Eric vestido de mujer —le contestó, tirando sobre la cama la falda que él le había dicho que se
colocara y la blusa que había elegido—. Si fuera ingenua te creería, pero te conozco demasiado bien para hacerlo. Sé
que odias todo lo relacionado con el Delta, Agustín, así que ni siquiera por mí entrarías a sus edificios corriendo el riesgo
a que te vieran —argumentó colocándose ante él y analizándolo nuevamente con la mirada aunque sabía que no
lograría penetrar en su mente. El macho tenía muchos años más de experiencia que ella y llevaba mucho tiempo más en
el negocio como para saber de sobra como ocultar sus pensamientos.
—Bien, lo intenté —reconoció y levantó las manos en señal de rendición—. Pero la verdad es que no mentí cuando
dije que quería verte —agregó, dejándose caer nuevamente en la silla en la que había estado sentado antes de que ella
apareciera.
—¿Y? —lo instó a continuar.
—Es de dominio común que intentaron matar a Eric, Nio —le dijo y comenzó a jugar con una moneda antigua,
moviéndola entre sus dedos. Era una manía que él tenía desde que lo había conocido hace más de cincuenta años
atrás, cuando ella había entrado por primera vez al Delta. En ese entonces Agustín ya pertenecía a la elite de cazadores
de la sociedad. Se habían hecho amigos rápidamente y después de unos cuantos años él había abandonado al Delta.
Aún era un misterio para todos, los motivos que lo habían movida a demitir, incluso para ella que nunca se lo había
preguntado esperando a que él confiara en su persona, pero nunca lo había hecho así que simplemente lo había
aceptado—. Pensé que el príncipe pagaría lo suficientemente bien si le llevaba al traidor a sus pies —terminó por decir
como si hablara del tiempo—. Sabes que soy un caza recompensa, Nione, no debería sorprenderte mis motivos
egoístas —agregó al ver su cara de estupor.
Sí, ella lo sabía. Después de que Agustín dejara el Delta se había dedicado a cazar fortuna, fuera de la ley.
—Y quieres mi ayuda para que te proporcione información sobre el caso, ¿verdad? —afirmó más que le preguntó
con cierto sentimiento de decepción.
—O no, pequeña, ya tengo aun excelente informante. No te mentí cuando dije que quería verte. Hace mucho que no
hablábamos, florcita —le contestó, mientras se levantaba y se acercaba a ella y acariciaba su mejilla con gesto paternal.
—Parecías muy ocupado, Agus, por eso no he ido a visitarte, además sabes que no sería bien visto. Ahora tú actúas
fueras de las leyes —le dijo.
—Y es entretenido, deberías unirte —le contestó volviendo a sonreír.
—Sabes que no puedo jugar a dos bandos, Agustín. Pertenezco al Delta, se supone que cazo a los que faltan a las
leyes…
Para su sorpresa Agustín chasqueó la lengua en señal de desaprobación y movió las manos en señal de
desacuerdo absoluto.
—Bobadas… deja el Delta, Nione. Tú sabes que en mi grupo hay un espacio para ti —agregó.
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—¿Grupo?
—¿Qué creías? ¿Qué trabajo solo? Es obvio que tengo un socio. En estos negocios siempre es bueno tener a uno
—le contó como si estuviesen hablando del tiempo—. Alejándonos de mí —se cortó en seco— supe que eres tú la
encargada de rastrear al renegado que atacó a Eric —le dijo y ella no se sorprendió que lo supiese.
Hace una semana el príncipe de la raza vampírica había sufrido un ataque armado que casi le había costado la
vida. El atacante no había sido lo suficientemente rápido ni eficaz para perpetuar la tarea. Eric había quedado vivo y lo
había reconocido entregando un retrato hablado bastante detallado. En tan sólo unas pocas horas ella había salido en
su búsqueda, pero habían pasado siete días y no había conseguido nada más que pistas falsas.
—Sí, ¿quieres que te dé información sobre eso?
—No es necesario, ya te dije que poseo la suficiente info. para empezar con mi propia búsqueda. Sólo quería saber
cómo estabas y quería volver a tentarte para que dejaras esta sucia organización —le dijo y aquello le irritó.
—Si sólo vas insinuar cosas, mejor cállate —le espetó de un muy mal humor.
Él la miró pensativo antes de reír nuevamente.
—Tienes razón, florcita, si no voy a decir nada, mejor me quedo callado —sentenció—. Y creo que es mejor que yo
ya me vaya. Tú debes presentarte a dar un informe detallado al comité y ellos no te esperarán si te retrasas —concluyó.
—Pareces saber mucho sobre mi itinerario —lo acusó sintiéndose molesta.
Él simplemente esbozo una sonrisa antes de besar cada una de sus mejillas en señal de despedida.
—Tengo un muy buen informante —le contestó antes de salir en un abrir y cerrar de ojos de la habitación, dejándola
completamente sola e irritada. Con mil preguntas en la cabeza que comenzaron a formarse sin pedirle permiso. Suspiró
frustrada y agarró su ropa antes de meterse en la baño sin antes pegar un fuerte portazo, descargando así parte de su
enojo.
Agustín salió de las instalaciones de la misma manera en que había entrado: en completo silencio y
anónimamente. Con unos cuantos pasos silenciosos se alejó lo suficiente para echar un último vistazo a los ostentosos
edificios que conformaban el recinto del Delta. Alguna vez él había caminado, dormido, alimentado, flirteado, bromeado
y cazado al interior de aquellas construcciones. Pero hace más de cincuenta años que lo había dejado. Para todos era
un misterio el por qué el mayor rastreador y cazador del Delta había dimitido, hasta para él a veces se tornaba un
misterio, sin embargo, no se arrepentía. La vida que llevaba ahora, era la vida que siempre había deseado, con sus
propias reglas.
Caminó furtivamente hasta que se alejó lo suficiente de la sombra de aquella institución.
El Delta había sido creada hace más de dos mil años por el príncipe regente de aquella generación. Edward
había gobernado durante quinientos años y había aprobado las mayorías de las leyes que hoy rigen a la raza vampírica.
Los libros y los registros lo han mostrado desde los comienzos como el monarca más influyente de la especie, y fue él el
que llevó a los vampiros a posicionarse como una estirpe influyente dentro del Submundo.
Suspiró y se internó en la espesura del bosque circundante, su coche lo esperaba entre las sombras de aquel
lúgubre lugar. Cuando él había entrado a las filas de los cazadores de elite, aquel bosque poseía una cara distinta. Todo
verde y tranquilo, era el refugio ideal para los novatos de esa época. Además servía, sin duda alguna, como un lugar
para entrenamiento, muy cotizado por lo más antiguo, sin embargo, ahora parecía un lugar embrujado, demasiado
abandonado y demasiado oscuro para ser un ambiente de tranquilidad y paz, nada quedaba del refugio que lo había
albergado cuando se cansaba de la disciplina del Delta.
Llegó hasta el oscuro automóvil de vidrios polarizados y un motor a toda prueba y se reclinó en el capó
mientras aparentaba relajo; sin embargo, sus sentidos estaban sumamente alertas, tan alertas que no pasó
desapercibido la oscura presencia que se extendía a unos pocos pasos de ahí.
Curvó su boca en una sonrisa de suficiencia y agudizó sus dorados ojos para así poder mirar mejor el oscuro
espécimen que se ocultaba entre las sombras del lugar.
—¿Desde hace cuánto que estás esperando? —le preguntó con voz amistosa a su no tan inesperado visitante.
La sombra se removió un poco y se ocultó mucho más en la oscuridad reinante, consiguiendo que se le hiciera
mucho más difícil seguirlo. Aquello le molestó, porque odiaba que aquel sujeto demostrara su superioridad en cuanto a
sigilo y en cuanto a camuflaje, ya sabía que era bueno sin necesidad de que se lo refregara en la cara.
—Deja eso para otro día y para otra persona, Ed —volvió a hablarle. Esta vez el individuo se acercó a un claro en
donde fue posible divisarlo en su magnitud—. ¿Vestuario nuevo? —le preguntó en son de burla. Su compañero rara vez
vestía distinto. Siempre andaba de negro entero y siempre llevaba aquellas oscuras gafas que ocultaban sus inusuales
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ojos. Su socio le sonrió con amenaza antes de colocarse a su lado y robarle el cigarro que estaba encendiendo en ese
momento.
—Claro, fui de compras ayer. ¿Te gusta mi nuevo abrigo? —le siguió la broma, pero para nada divertido. Y en
efecto, el abrigo era nuevo, sin embargo, no muy distinto al que tenía con anterioridad. Estaba seguro que si no hubiese
sucumbido a la misión anterior, lo seguiría usando.
—Cambiaste los botones —le contestó, mientras sacaba otro cigarro—. Creo que me gustaba más los de estilo
militar —acotó de forma seria.
Su amigo volvió a esbozar su oscura sonrisa antes de pegarle la primera calada al cigarrillo.
—Ya sabes, la moda… —le contestó no muy divertido—. ¿Qué averiguaste? —le preguntó cambiando
abruptamente de tema.
Agustín lo miró y lo examinó de pies a cabezas. Era sólo un poco más alto que él y sólo un poco más
musculoso que él. Llevaba el pelo largo, negro y bastante liso atado en una coleta. Sus facciones eran duras, pero
innegablemente atractivas, la mayoría de las chicas caían rendidas a sus pies cuando lo veían pasar. Era el típico chico
duro que expelía masculinidad, cosa que a él le molestaba porque le quitaba cierta cantidad de admiradoras, y mientras
que a él le gustaba tener a las mujeres tras de sí, a su compañero le molestaba de sobre manera.
—Lo mismo que ya sabíamos —le respondió mostrando su frustración.
Edgard lo miró y a pesar de que sus ojos estaban ocultos tras las gafas supo que lo estaba examinando para
saber si estaba diciendo la verdad.
—No te creo —le contestó después de un rato—. Dijiste que tu informante era lo suficientemente bueno en este
asunto —lo acusó, mientra volvía su atención a su cigarrillo.
—Setti, no creas todo lo que te digo —le respondió, llamándolo por su apellido. Edgard esbozó nuevamente aquella
sonrisa que nada tenía de amigable. Estaba seguro que en su mente se estaban creando un sinfín de formas para
matarlo, revivirlo y volverlo a matar.
—Te diré esto sólo una vez, Agustín —le llamó la atención de forma brusca. Nada nuevo en su persona—. Fue idea
tuya meterse en este caso, podríamos a ver seguido una misión que estuviese mucho más a manos y que no se
involucrase con el Delta, pero insististe y yo acepté, pero con la condición de que averiguaras el primer movimiento,
Recart —le espetó.
Agustín suspiró y aquello exasperó aun más a su compañero.
—Bien, bien. Lo importante aquí es que Eric vio cómo era su atacante. El Delta consta con una descripción y con un
retrato hablado bastante detallado —le contó, pero su socio no demostró expresión alguna.
—Supongo que lo conseguiste —le dijo con una nota en la voz que no aguantaba una negativa.
—Nop —le contestó simple y llanamente—. Nione lleva el caso, estoy seguro que podría conseguirlo, pero no quiero
involucrarla en esto.
—Si esa chiquilla lleva el caso, ya está involucrada, Recart —le contestó secamente su compañero.
—No la conoces, Setti, así que cuida la forma en que te expresas de ella —le respondió cambiando su tono de voz a
uno amenazante. Edgard pareció comprender porque se guardó todo comentario, sin embargo, pudo entrever un deje de
censura y de fastidio en su rostro—. Cómo sea, También me enteré de que Nione ha estado a la caza de aquel
renegado durante toda la semana, primero estuvo en lo bosque de Fiona, en donde el rastro era fuerte, pero después de
tres días el rastro se enredó y se perdió en la nada. Los cuatro días siguientes estuvo en el tumulto de Randall y junto a
sus mejores cazadores siguieron el rastro que parecía ligeramente distinto al que había seguido en los dominios Fae,
pero que poseía la misma esencia, después del tercer día el rastro volvió a perderse. Nione acaba de llegar, por lo cual
tendrá que presentarse ante el concilio a dar el informe sobre el caso —concluyó el reporte y miró a su acompañante
que había vuelto a adoptar aquella expresión cerrada en su rostro—. Supe que Eric llevará esta noche una fiesta en su
mansión para infundir a la población de la confianza que se ha perdido después del ataque—. Agregó y pudo ver un
pequeño cambio en la expresión de Edgard.
—¿Piensas que pueden volver a atacarlo? —le preguntó y el se dignó simplemente a asentir con un ligero
movimiento de cabeza.
—Supongo que irás tú a esa fiesta.
Agustín no pudo evitar largarse a reír frente la expresión de horror que se dibujó en el rostro de su compañero
cuando comprendió que cabía la posibilidad de tener que ser él el que se presentara en aquel evento, por lo cual decidió
ser algo cruel.
—Iremos los dos, Setti, así tendremos más posibilidades de cubrir el salón. Recuerda que estas fiestas no son para
nada pequeña, Ed —le contestó y disfrutó de sobre manera el ver desarmado al gran Edgard.
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—Bromeas, ¿verdad? —le preguntó volviendo a su estoicismo.
Agustín le sonrió con aquella burlona y característica sonrisa y le contestó negativamente.
—Así que anda pensando en encontrar un traje decente y costoso, además de unas lentillas que cubran tus ojos si
no quieres mostrar su color verdadero, porque está claro que no te dejaran entrar con gafas de sol a una fiesta de Eric,
Setti —agregó y se regocijó en la mueca de horror que se dibujó en su cara.
Agustín apagó el cigarrillo y rodeó el negro coche hasta subirse al asiento del piloto. Bajó la ventanilla que daba
al lado en que se encontraba Edgard aún apoyado.
—Nos reuniremos en la entrada de la mansión, Edgard, y quizás sea hora de que hagas galas de buenos modales,
Setti. Nos vemos, viejo amigo, y prepárate para una excitante cacería —le dijo y echó a andar el motor para perderse en
la espesura antes de salir hacia la carretera con un suave ronroneo del motor de su querido coche.
Capítulo 2:
Nione caminó por el largo pasillo que conectaba los dormitorios con el Gran Hall. Sus paso apenas se sentían
en cada pisada. Su andar era sigiloso y volátil. Agustín un par de veces le había dicho que cuando caminaba parecía
que no tocaba el suelo. Aquello le había dado muchas ventajas al momento de la cacería y la persecución.
Cruzó la gran sala e hizo oídos sordos a los comentarios y fingió no ver a nadie, se dirigió directamente a la
Habitación Azul en donde se llevaban a cabo los concilios. Llegó frente a la gran puerta de roble y respiró en forma
pausada para mantener el control sobre sus emociones, no podía permitirse dejar entrever ningún tipo de expresión
mientras estuviera con los ancianos.
Golpeó sutilmente y esperó a que las puertas se abrieran. No tuvo que esperar mucho cuando una voz
masculina le indicó que pasara. Con mucho cuidado ingresó al lugar y con una profunda reverencia se presentó ante el
concejo. Cuando levantó sus verdes ojos se encontró con que la cámara estaba ocupada sólo por los más ancianos, es
decir, con los tres de los cuatros cazadores fundadores del Delta que la miraban con magnificencia y superioridad, cosa
que la cabreó, pero no lo demostró, y antes de dejar salir cualquier comentario se mordió la lengua, procurando no
sangrar.
—Señores —saludó con su mejor voz de inferioridad.
Los tres ancianos la miraron y le indicaron con un gesto de cabeza que tomara asiento, mientras pasaba a
ocupar su escritorio un escribano profesional.
Nione observó la pequeña sala y vio que al parecer no se uniría nadie más a la reunión, cosa que le pareció
rara, después de todo cada vez que un rastreador daba cuenta de sus progresos y sus retrocesos, el concilio se reunía
en pleno.
Observó a los tres ancianos mientras se dirigía su puesto. El que parecía tener más edad de todos ellos estaba
sentado al centro, físicamente representaba unos cincuenta años, seguramente la edad que tenía cuando fue abrazado,
pero sus grises ojos representaban el milenio o acaso los dos milenios que poseía. El que le seguía también rondaba los
cincuenta, pero sus ojos eran sólo un poco más jóvenes que el primero. Asimismo el tercer anciano era físicamente algo
más joven alrededor de los cuarenta, pero sus oscuros ojos cafés delataban su edad original.
—Toma asiento, Nione —habló el segundo al mando.
Nione al fin se sentó en la costosa y antigua silla y tuvo que contenerse de preguntar el por qué de esa reunión
tan inusual. Era muy mal visto que los cazadores cuestionaran la forma en que la directiva de los ancianos más
influyente llevaba las cosas. Sin embargo, el más joven pareció entrever la duda en su rostro porque inmediatamente le
contestó.
—Vampiresa, el resto está arreglando unas cosas para esta noche, así que sólo nosotros tomaremos tu declaración,
espero que no te moleste —le habló con la usual fría calma que caracterizaba a Giovanni, hijo de Samuel el cuarto
hermano en línea directa con el primer príncipe de la raza vampírica.
Nione asintió en silencio y fijó su mirada en el escribano que no paraba de tomar nota. Por una extraña razón
se sintió incómoda e inquieta, algo ahí no iba bien, pero no sabía qué; sin embargo, su instinto gritaba para que le
hiciese caso.
—Nione Caspell —la llamó el primer anciano, con esa voz rasposa que infundía miedo y temor en sus iguales. Noctis
el más antiguo incluso de la raza vampírica, creado por el segundo en la línea de sucesión al trono, era por eso que no
reinaba. Eric había sido abrazado por el sucesor del primer príncipe y por eso tenía el derecho a reinar sobre el resto de
sus iguales, a pesar de sus casi quinientos años que lo hacían apenas un muchacho para los ojos de los tres ancianos
que tenía ante sí. Hizo una pequeña reverencia con su cabeza indicando respeto; el anciano continuó—. Los rumores se
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extienden rápido —le dijo por lo cual supo por donde iba el asunto—. Se dice que de progreso no has tenido nada,
vampiresa —la acusó muy suavemente, demasiado suavemente.
Estaba dispuesta a hablar, pero el segundo anciano la interrumpió. Cristopher, hijo de Anís la segunda hermana
en línea directa con el primero de todos ellos.
—Se dice que a pesar de que contaste con la ayuda de los cazadores de Randall aun así perdiste la pista del
renegado, del traidor que osó levantar la mano contra su príncipe.
Frente a eso sólo le quedó asentir con un débil movimiento de cabeza.
—Comenzaré con mi reporte, si ustedes lo permiten, claro —les dijo y los ancianos intercambiaron un par de miradas
entre sí, para luego dar su autorización—. Salí de aquí la misma noche en que el príncipe Eric fue atacado, siguiendo
una pista que me llevó hasta los dominios del rey Fae, después de tres días el rastro se ensució y se perdió dejándome
en nada. Volví hasta las instalaciones para descansar un poco y dar mi primer informe con el cual ustedes cuentan —les
dijo y los ancianos volvieron a asentir nuevamente—. Sólo estuve un par de horas los cuales ocupé para darme un baño
rápido, alimentarme y dormir algo, para luego salir tras una nueva pista que fue dada por uno de los rastreadores de
turno. Esta vez el rastro me llevó hacia el tumulto de los cambia formas. Su líder Randall, se mostró encantado en
colaborar por lo cual me facilitó a tres de sus mejores cazadores, sin embargo, al llegar el tercer día el rastro se vio
nuevamente ensuciado, al cuarto día ya era difícil poder dilucidar hacia donde seguía —concluyó.
Noctis fijó sus grises ojos en los de ella y la examinó como si quisiera penetrar sus pensamientos para saber si
estaba diciendo la verdad, después de un rato de silencio el segundo hermano alzó la voz en representación del
mermado concilio.
—Aquellas palabras nos dejan sorprendido, vampiresa. Es bien conocida tu reputación como una de las mejores
rastreadoras y cazadoras que tiene el Delta, como también lo es la reputación de la estirpe guerrera de Randall —le dijo
Cristopher.
—Vampiresa, el caso será entregado a tus manos —habló Giovanni—. Esta noche Eric celebrará una fiesta como
muestra de tranquilidad. Sin embargo, no podemos dejarlo sin protección. El concejo está de acuerdo en que seas tú la
que te hagas cargo de su resguardo. Se te entregará un atuendo adecuado para el evento de esta noche. Mientras tanto
descansa, vampiresa, se nota a lo lejos que tu cuerpo y tu mente están cansados —sentenció el más joven de los tres
ancianos presente.
—Ya puedes irte, vampiresa —le dijo Noctis, por lo cual no le dejó otra opción que levantarse, hacer una reverencia
y salir de la Sala Azul. Salió en dirección hacia el Gran Hall.
Con el mismo paso con el cual había llegado, salió hacia el pasillo que daba hacia los dormitorios. Caminó en
silencio, procesando la información y lo extraño del concilio de esa tarde. Entró a su cuarto y antes de poner el grito en
el cielo por tener que asistir a una fiesta, por mucho que fuera de guarda espalda, se desplomó en su mullida cama,
donde cerró los ojos aun antes de topar la cara con la almohada. Cuando despertarse se alimentaría algo, ahora sólo
quería dormir.
Agustín aparcó en el estacionamiento de su mansión a las afueras de la ciudad y se bajó sintiéndose al fin a
salvo. Aquella mansión le había pertenecido a su familia humana, y al ser él hijo único fue el único heredero de tal
magnificencia. Mientras estuvo en el Delta nunca la reclamó para sí, pero después de abandonar la corporación, decidió
adaptar su adorable y elegante casa para servir de centro de operaciones para su disparatado grupo.
La fachada era perfecta, de arquitectura antigua y elegante, nadie se imaginaría que por dentro se resguardaba
la mejor tecnología que el dinero pudiese comprar y que Dante pudiese manejar.
Se bajó de su automóvil y entró a su acogedor hogar. Apenas puso un pie dentro del rellano, un inmenso
doberman negro se le lanzó al ataque. Antes de que lo derribara para lamerlo de pies a cabeza, su dueño le gritó que se
detuviese.
—¡Basta, Mefistófeles! —gritó una voz masculina, desde el interior del salón.
El gran perro se detuvo y sólo se dignó a mover la cola frenéticamente. Agustín no pudo reprimir la carcajada al
ver a aquel amenazante animal comportándose como un cachorro.
—Definitivamente Dante eligió muy mal tu nombre, Mefis. De diablo no tienes nada —le contestó, mientras
acariciaba sus orejas. El perro se dejó caer de espalda, mostrando su panza para que lo acariciara.
—Esta bestia es una vergüenza —le dijo un gran macho que salía a su encuentro. Sus lentes ópticos de marco de
color le daban un aire intelectual. Su desordenado cabello castaño claro indicaba que apenas había dormido y su
enorme sonrisa hacía juego con sus risueños ojos café oscuro—. Realmente me equivoqué con su nombre. El
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verdadero Mefistófeles estaría indignado, menos mal que sólo es un personaje de libro —agregó, haciendo alusión al
personaje de Fausto.
Agustín hizo un movimiento con la mano, restándole importancia al asunto, porque la verdad era que se divertía
un montón observando al perro y los intentos desesperados de Dante por enseñarles trucos de ataque.
—Pues a mí me cae bien —sentenció, dejando al gran cachorro con la panza al aire—. ¿Qué tienes de nuevo? —le
preguntó a su amigo mientras estrechaba su mano en un fugaz saludo.
Dante le indicó a Mefistófeles que se reuniera con ellos, mientras los dos se abrían paso hacia la zona de
mando, el hogar de Dante. Un sinfín de aparatos electrónicos adornaban el lugar y una que otra máquina soltaba ciertos
pitidos indicando cosas que sólo Dante comprendía.
—Logré derribar las primeras contraseñas, pero falta la última, ¿tienes algo para mí? —le preguntó alzando su mano
hacia él, entonces Agustín comprendió.
—¿Cómo lo supiste? —le devolvió la pregunta antes de meter su mano al bolsillo del abrigo y sacar una pequeña
tarjeta.
Dante lo miró y le sonrió con aquel gesto que decía sin palabras “yo todo lo sé”.
—Por favor, no me insultes. “Me gustaban más tus botones estilo militar, amor” —se burló de él y entonces
comprendió. Le alcanzó la tarjeta y se revisó el interior del abrigo y extrajo un pequeño micrófono, ¿cómo no se había
dado cuenta antes?
—Bastardo, te encanta reírte a mi costa. Debería patearte hasta que aprendieras a respetar mi intimidad —le dijo y
lanzó el micrófono lejos.
Dante lo miró y se rió.
—Sólo quería saber quién era tu informante, no era mi intención espiar más allá, pero cuando te oí hablar con
Edgard no pude evitarlo. Me hubiese gustado verle la cara cuando le dijiste que se tendría que poner esmoquin. Tú sí
que sabes hacerlo sufrir.
—Eso es experiencia en tratar con chicos duros —le contestó y se sentó en el sillón adyacente, mientras Dante
hacía su trabajo.
Insertó la tarjeta en la CPU y dejó que sus dedos volaran en el teclado, después de un minuto gritó en señal de
triunfo. Agustín se levantó y observó lo que Dante había descubierto y se quedó boquiabierto, ante él estaba el retrato
hablado del atacante con la descripción detallada de su perfil psicológico.
—¿Se lo hago llegar a Setti? —le preguntó y él negó con la cabeza.
—No, aún no. Necesito otro trabajo de ti —le contestó.
—Mande…
Dante no acabó cuando se sintió un gruñido desde la puerta. Mefistófeles se había lanzado contra un
inesperado visitante.
—Pandales, quita a tu perro de encima mío —se oyó que un hombre llamaba.
Agustín y Dante se miraron para luego romper en una estruendosa carcajada, por lo cual les llegó una
reprimenda de parte del recién llegado.
—Llama a tu perro, Dante, o juro que me desquitaré contigo, y tú, Recart, mantén tu boca cerrada.
Agustín frunció el ceño y le hizo gestos a Dante para que ignorara la amenaza y le indicó para que siguiera con
su trabajo.
—Necesito dos invitaciones para la fiesta de esta noche y necesito que te metas al sistema y agregues nuestros
nombres en la lista… —no alcanzó a terminar cuando en el umbral apareció el recién llegado con una aura de amenaza
alrededor de él.
—Qué chiste ¿no? Burlémonos del idiota de Levi. Juro que odio a tu perro, Dante, realmente es un diablo —vociferó
el macho. Agustín enarcó una ceja y se fijó en la pinta que llevaba su amigo. Cualquiera se asustaría si viera a un gran
hombre vestido de motorista con cadenas colgando de sus pantalones y sus botas de cuero y hebillas, además aquellos
ojos azul hielo no ayudaban en nada para disminuir el impacto de verlo.
—Mefistófeles ni siquiera ataca a sus propias pulgas. Deja de llorar, Pasek —le contestó Dante, mientras volvía a
concentrarse en la pantalla y volvía a mover los dedos con rapidez sobre el teclado.
Levi iba a replicar, pero Agustín lo paró sacando algo de su abrigo, a Levi le brillaron sus fríos ojos y puso toda
su atención en el objeto.
—Menos mal que llegaste, Pasek, necesito que copies esta bala para hoy en la noche. Podrás, supongo —le dijo,
mientras le tendía la bala que le había robado a Nione. Levi era experto en armamento, era el encargado de crear
nuevas armas para el grupo, por lo cual sabía que copiar el pequeño invento del Delta no sería problema.
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Levi tomó el objeto en sus manos y lo observó y luego dio su visto bueno.
—Ingenioso —contestó y lo puso a contraluz—. No habrá problema, pero tendría que ponerme a trabajar
inmediatamente —agregó antes de girarse y fulminar con la mirada al gran perro negro que lo miraba de la misma
forma, definitivamente esos dos no se llevaban bien.
Antes de que saliera, Agustín lo detuvo.
—Te necesito esta noche como francotirador, Pasek —le dijo y a Levi le volvieron a brillar los ojos con una
satisfacción que no se podía traducir en palabras.
—Bien, luego me cuentas, Recart —le contestó antes de salir.
Dante lo miró y le tendió dos tarjetas impresas.
—Nadie se dará cuenta que son falsas. ¿Qué haré yo? ¿Me quedaré aquí? o ¿tendré que unirme a los alrededores?
—le preguntó, mientras se estiraba en el asiento.
—Te necesito a los alrededores. Tengo la leve impresión de que esta noche será movida, así que necesitaré apoyo
en los alrededores.
—¿Aquello es intuición o es parte de tu informante? —le preguntó girando su silla y quedando frente a él.
Agustín se estiró en el sillón y suspiró antes de contestar.
—Creí que estabas escuchando mi conversación —le contestó—. Algo de ambas, Dante. Hay algo que no me calza,
está claro que el Delta está involucrado en la organización de la fiesta. Tengo la impresión de que es todo un método
para atraer al renegado.
—Oh… entonces Eric será la carnada. Juegan sucio, ¿por qué no pueden perseguirlo a la manera tradicional? Han
perdido clase —le dijo.
—Ese es otro de los puntos que me preocupa. Nione es una de las mejores rastreadoras y cazadoras que van
quedando, después de todo la apadriné yo, y los cazadores de Randall no se quedan atrás, sin embargo, el rastro se les
escapó, de la nada se esfumó. Me preocupa, estoy seguro que no nos estamos enfrentando a un vampiro normal, y
estoy seguro que el concejo lo sabe, por eso toda este montaje —concluyó, mientras hacía ademán de levantarse.
Dante lo siguió con la mirada y suspiró en señal de entendimiento, mientras volvía su vista nuevamente a la
pantalla del PC.
—Bien… en este tiempo he aprendido a no ser caso omiso a tus intuiciones y a tus razonamientos. Me prepararé
para esta noche, disfrutaré de sobremanera ver a Edgar vestido de fiesta y su rostro de pavor frente a lo inevitable —le
contestó para volverse a sumergir en sus investigaciones.
Agustín lo observó y asintió con la cabeza.
—Iré a recostarme un rato. Aps, prepara comunicadores, lo necesitaremos —le ordenó antes de perderse en la
escalera. Mefistófeles lo siguió de cerca hasta que cerró las puertas de su habitación. Se sentía cansado y preocupado,
estaba seguro que esa noche sería larga.
Capítulo 3:
Nione despertó por instinto y además porque su garganta le dolía, señal de que debía alimentarse. Se levantó
con paso perezoso y se dirigió hacia el Frigo bar y extrajo una pequeña bolsa de sangre. No tenía tiempo para
calentarla, así que para su pesar se la bebió helada. No había nada como la sangre fresca de una presa recién cazada,
pero ya no le era posible emprender una cacería porque ya no poseía de mucho tiempo.
Se bebió una segunda bolsa y estuvo a punto de escupirla, era insípida y sin consistencia, pero era lo que
había.
Se dirigió hacia el baño y se metió bajo la ducha. Estaba claro que ya era de noche, así que debía prepararse
para le bendita fiesta. Se envolvió en la mullida toalla blanca y volvió a salir a su habitación en donde se encontró con
una muchacha nueva. Ella la miró y le sonrió con respeto y admiración, en sus manos tenía un colgador con un lindo
vestido verde avellana que combinaría con sus ojos, y en la otra mano tenía unos lindos zapatos con tacón. Bufó, odiaba
los tacones.
—Me enviaron a que le entregara el vestido —le dijo la muchacha con una voz bastante dulce—. ¿Desea que le
ayude a colocárselo? —le preguntó.
Nione observó el traje y vio que era ajustado en la parte del pecho y luego caía armoniosamente hasta un poco
antes de las rodillas.
—No será necesario —le contestó—. Ya me las arreglaré. Gracias de todas formas —agregó antes de despacharla.
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Cuando quedó sola volvió a ver el vestido, con esa cosita no podría ocultar muchas armas, tendría que
colocarse unas tiras de cuero alrededor de sus muslos, una para guardar una de sus berettas y otra para al menos dos
dagas. Se giró hacia el armario y comenzó a rebuscar en buscas de esas tiras hasta que las halló en el rincón más
oscuro, las sacó y las lanzó hacia la cama, luego sacó un bolso que cabría en su moto, lo lanzó a la cama y sacó su
típico atuendo y la lanzó también a la cama.
Se levantó y comenzó a vestirse con sus típicos pantalones negros y el top del mismo color, digamos que su
guardarropa no era muy colorido. Estaba más que claro que no podría irse con el vestido y con tacones en su moto, se
cambiaría allá y si no pues… se guardaría los comentarios. Terminó de vestirse, por lo cual guardó con sumo cuidado el
vestido y los zapatos, guardó otro juego de dagas y sus garras retractiles en caso de, y también un par de cargas de
balas de plata y de luz, y luego se enfundó las berettas, tomó su abrigo y salió.
Caminó en dirección hacia el estacionamiento del complejo y guardó el bolso en el compartimiento de su moto.
La observó y sonrió satisfecha, su lindo juguete era un capricho, completamente negra y echa para la velocidad, se
adaptaba perfectamente a su cuerpo. Tomó el casco y se lo colocó, era en esos momentos en que se sentía en paz con
el mundo. Se subió y echó a andar el motor que rugió inundando el silencioso lugar. Pasó los cambios y se internó en la
oscura noche.
La carretera le dio el frío y acostumbrado recibimiento, pero a ella no le importó. De buena ganas se hubiese
sacado el casco para disfrutar de la brisa nocturna, pero se contuvo. Se maldijo al acordarse de que no había cogido su
reproductor de música. Lo mejor de conducir era olvidarse de todo y de todos, ¿y qué mejor que una melodía a acorde
con la situación?
Aceleró las últimas cuadras, disfrutando de sobremanera la velocidad y la intensidad del sonido del motor,
antes de detenerse con un limpio movimiento antes las exquisita y opulenta mansión del príncipe regente. Se bajó de la
moto y se sacó el casco, dejándolo sobre el asiento, luego tomó el bolso y se adentró en el camino de piedra.
Cuando llegó a la puerta un guardia la detuvo y le pidió su nombre, sin antes darle un vistazo a su vestimenta.
—Señorita, aún es muy temprano. La fiesta no empieza hasta dentro de una hora y además ¿piensa ingresar así al
lugar? —le preguntó con cierta burla en la voz, además de la mirada que le dio, como si fuese un bicho raro que no
encajara para nada con la riqueza del lugar. Ella bufó, antes de perforarlo con su verde mirada, el guardia se quedó
inmediatamente callado.
—Señor, soy Nione Caspell, cazadora y rastreadora del Delta con derecho a ejecución si la situación la amerita.
Estoy aquí no para disfrutar de la fiesta, sino para cuidar el trasero de tu jefe, así que hazte a un lado y déjame pasar —
le contestó coronando sus palabras con una magnífica sonrisa y mostrándole con sutil prepotencia su identificación.
El gran hombre pareció sorprendido y algo cohibido al ver su credencial. Pestañó y se disculpó con torpes
palabras. Comenzó a hacerse a un lado cuando una voz masculina lo detuvo, por lo cual Nione no pudo evitar sonreír.
—Tariq, debería despedirte inmediatamente. ¿Cómo es posible que seas tan negligente en tu trabajo? —le preguntó
un macho que salía en ese mismo instante de la gran mansión. Nione lo reconoció aun antes de verlo. Su voz era
especial y tan familiar como respirar.
—Lo… lo siento, señor —tartamudeó el pobre guardia, por lo cual Nio decidió intervenir.
—Déjalo, Ossian —le dijo al hombre que para ese entonces ya estaba en el umbral. Su sonrisa iluminaba su rostro y
sus ojos pardos apenas escondían la edad que realmente poseía, sin embargo, todo en él era refrescantemente joven,
desde su hermoso rostro hasta su bien formado cuerpo, además de su inusual estilo. Parecía un chico sacado de una de
las playas de veraneo. Nada en él, a excepción de sus ojos delataba que era el cuarto anciano fundador del Delta y el
primer hijo de Angelo, el quinto hermano en línea directa con el primero de todos—. Te eché de menos hoy en el
concejo —agregó y la risa de él se intensificó.
—Bien, Tariq, la señorita te ha salvado; pero procura hacer mejor tu trabajo —se dirigió al gran hombre mientras le
pasaba uno de sus brazos por el hombro y la dirigía al interior—. Deberías haberme seguido el juego, es lo más
entretenido ponerlo nervioso —le contó, mientras la guiaba hacia al interior de la mansión.
Nione frunció el ceño en señal de desaprobación, definitivamente este anciano no tenía nada de viejo, se
comportaba como un chiquillo recién convertido.
—Deberías comportarte, Ossian. ¿Cómo se te ocurre poner nerviosos a uno de los guardias? —lo reprendió
gentilmente y él colocó cara de inocente mientras se pasaba la mano por su oscuro cabello.
—Tienes razón, no es conveniente ponerlo nervioso, después puede que haga mal su trabajo, ¿verdad? —le
preguntó con falsa preocupación y ella suspiró resignada—. Estaba algo aburrido la verdad, estoy aquí desde la
mañana, los tres ancianito me encargaron la seguridad del lugar y bueno… ya me comenzaba a aburrir.
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—Tú también eres un anciano —le contestó ella y tuvo que reprimir la risa al ver la cara de horror que colocaba
Ossian.
—Muérdete la lengua, hereje —le espetó—. No vuelvas a llamarme viejo nunca más —le dijo apuntándola con el
dedo—, campana —concluyó y a ella se le borró la sonrisa siendo reemplazada por un suspiro de resignación.
—Otro más —dejó escapar aun antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo.
—¿Quién más te dijo campana? —le preguntó él fijando sus pardos ojos en los de ella.
Nione se mordió la lengua antes de contestar, no podía decirle que había hablado con Agustín, en teoría nadie
del Delta podía hablar con él.
—Ya sabes, Agustín solía decírmelo cuando tenía impregnado el olor dulzón de los Fae —le contestó lo más natural
que pudo y él pareció tragarse el cuento, porque volvió a recuperar la risueña sonrisa.
—Pues aprendió del mejor —le dijo, dándose aires de superioridad.
Y ella comprendió, ¿cómo no se le había ocurrido antes?
—Oh… creo que estoy perdiendo facultades. Era tan obvio, el estilo es demasiado similar, si hasta parecen
hermanos. Ya decía yo que debía tener un maestro, pero Agustín nunca lo asumió.
Ossian le sonrió con esa risa que decía Sí-pero-yo-soy-mucho-mejor.
—Claro, pero yo soy el más guapo de los dos, el más inteligente, el más carismático y definitivamente el más
poderoso y el que tiene más admiradoras o al menos así era hasta que el muchachín desapareció —concluyó con tono
tristón.
Ella lo abrazó de la cintura y siguieron caminando hasta que ingresaron al salón de baile. El lugar estaba
decorado con los colores de la casa regente y con el escudo de armas de Eric. Los tonos dorados y azules se
combinaban armoniosamente para no recargar las decoraciones. Había un gran ajetreo, retocando los últimos detalles.
Nione miró a Ossian y vio que suspiraba de aburrimiento.
—No se te ve para nada contento. —Él volvió su mirada hacia ella y le guiñó un ojo, haciéndolo ver aun más
encantador.
—La verdad es que odio tener que hacer de organizador, pero los ancianitos se pusieron algo pesados, así que tuve
que venir a hacer de guardián —le contó, mientras le mostraba el gran salón.
Nione se grabó cada uno de los rincones en su mente y cada una de las salidas, revisó la cocina y revisó las
distintas habitaciones que conformaban la gran mansión, cuando acabó Ossian la esperaba en el rellano, quedaban al
menos diez minutos antes de que los invitados comenzaran a llegar y ella todavía iba vestida con su ropa normal, debía
cambiarse más que rápido, Eric estaba a punto de bajar y se suponía que ella era su guardaespaldas.
Ossian le sonrió y ella lo observó de pies a cabeza, iba impecablemente vestido con el traje de gala y los
colores que representaban a su casa, además con la insignia que indicaba su estatus como fundador del Delta.
—Amor, si no te apuras se te hará tarde —le dijo y estuvo segura que disfrutó con su evidente frustración frente a lo
inevitable—. Una de las doncellas te ayudará a cambiarte. ¿Cómo se te ocurrió meter un costoso vestido a un pequeño
bolso? —le preguntó haciéndose el indignado.
Ella bufó ante el comentario, pero no dijo nada, lo siguió en silencio. Llegaron antes una de las tantas habitaciones
que ella había revisado con anterioridad y la hizo entrar, antes de dejarla con una menuda empleada, le guiñó un ojo,
mientras se arreglaba una de las tantas condecoraciones que indicaban sus logros al servicio de la raza.
—Florcita, tienes cinco minutos para estar lista. Debes estar abajo cuando Eric haga su entrada y eso será en diez
minutos —le dijo y le lanzó un beso mientras cerraba la puerta y la dejaba a merced de aquella muchacha que ya tenía
el vestido en la mano y la miraba con cara de policía. Tragó saliva y se entregó a lo inevitable. Definitivamente odiaba
los tacones.
En menos de cinco minutos estaba lista, maquillada y peinada, además de pulcramente vestida. Dios, era una
tortura sentirse con ese vestido que era demasiado incómodo. Tan vaporoso y delgado que dudaba que cubriera algo.
Despachó a la doncella y se dispuso a esconder las armas que llevaría. Sacó las tiras y las amarró una en cada muslo y
las fijó lo suficiente para que no molestaran y para que no se soltaran. Luego colocó la pistola en un lado con un juego
de balas de luz, y en la otra tira colocó dos dagas de plata, si llegase a suceder algo demasiado grande, sólo contaría
con sus habilidades vampíricas, el vestido no le permitía llevar ningún arma más.
Se calzó las incómodas sandalias plateadas, que hacían juego con los adornos plateados del vestido, y se
lanzó corriendo por el corredor, llevaba dos minutos de retraso. Estaba a punto de llegar a la escalera cuando al doblar
chocó con un fuerte cuerpo masculino, estuvo a punto de caerse si no hubiese sido por los reflejos del macho que la
sostuvieron firmemente. Ella alzó los ojos y se encontró con una mirada plateada y un rostro que se le hacía familiar.
Tardó un segundo en reconocer a quién pertenecían aquellos rasgos aristocráticos y aquella cabellera rubia platinada.
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—Lo… lo siento, príncipe —logró articular antes de descender su mirada y comprobar que era él al ver su atuendo
que indicaba su casta real. El escudo de armas estaba bordado en oro y azul, sobre su brazo izquierdo—. Soy Nione
Caspell, su guardaespaldas —le dijo haciendo una reverencia.
Eric la observó y se detuvo en cada detalle de su ropa antes de dejar escapar una encantadora carcajada que
llamó la atención de su séquito.
—Un gusto, Nione, pero no deberías correr así por los pasillos, ¿qué pasaría si te lastimas? Serías incapaz de
protegerme y eso a mí no me gustaría —le contestó mientras la obligaba a enderezarse y la tomaba del brazo para
guiarla hacia el salón.
Estaba metida en una grande, se suponía que debía cuidarlo, pero eso no incluía tener que bajar con él. Odió el
hecho de haberse atrasado, la suerte estaba lanzada.
Edgard aparcó su moto al llegar a la ostentosa mansión y maldijo cuando vio apoyado en su coche a Agustín
que lo esperaba con esa sonrisita suya de que se lo estaba pasando en grande.
Se quitó el casco y se bajó sin antes maldecir quizás por centésima vez a su sonriente compañero. Se
encaminó en dirección hacia él procurando fulminarlo con la mirada, pero Agustín no quitó su sonrisa del rostro, luego
comprobaría por qué. Al llegar a su lado este le tendió un pequeño aparatito que reconoció como un comunicador.
Genial, Dante y Levi estaban por ahí.
—Al menos deberías haber comprado una camisa de un color distinto, Setti, y también deberías haberte comprado
una corbata —le dijo Agustín mientras se metía la mano en uno de sus costosos bolsillos y sacaba una tira de seda. El
maldito le había llevado una corbata de color verde musgo. Dios, bastante había hecho colocándose zapatos de gala y
un esmoquin para la ocasión, además de una camisa, aquello no le permitiría mucha movilidad.
—Que te jodan —le contestó antes de quitarle la bendita corbata y comenzar a lidiar con ella. Luego que se la colocó
fulminó con la mirada a Agustín quien le indicó que se pusiera el comunicador, en silencio se lo colocó y apenas lo hizo,
oyó las risas de Dante y de Levi. Volvió a maldecir, cada vez estaba de más mal humor—. Levi, mejor borra esa sonrisa
de tu rostro, podrías haber sido tú el que se hubiese tenido que vestir de gala —le dijo e inmediatamente la risa de
Pasek se esfumó, sin embargo, la de Dante se intensificó—. Y tú, Dante, mejor cállate si no quieres que rompas tu
nuevo juguete.
—No te atreverías, Setti —le contestó más bien en tono de pregunta que de afirmación y el sonrió maléficamente.
—Ponme a prueba, Pandales, y verás —lo amenazó sutilmente mientras veía a Agustín arreglarse su corbata
burdeo.
—¿Por qué no elegiste lentillas de algún otro color, Ed? Mucho negro tiende a ser aburrido —le dijo Agustín mientras
se ponía en marcha hacia la entrada de la mansión, donde ya un pequeño grupo de aristócratas estaba reunido.
—Mejor tú también cierras tu boca, ya bastante hice teniendo que meterme en un traje de gala para asistir a esta
tonta fiesta. Además hasta donde yo sé, no venimos a divertirnos, sino que vinimos a trabajar y mientras menos
levantemos las miradas hacia nosotros, mejor —concluyó en un susurro mientras avanzaban los últimos metros hasta la
entrada.
—Yo creo que eso de por sí es difícil, Setti —le contestó su amigo indicando a su alrededor. Mucha de las mujeres
no despegaban sus ojos sobre ellos, bufó fastidiado, era por eso que odiaba las multitudes—. Edgard, por favor, te haría
bien mostrarte un poco más dócil, pareciera que fueras a morder en cualquier momento —le dijo su compañero.
—Tú sabes por qué no me gusta que se fijen mucho en mí, Recart —le contestó cortando todo tipo de represalia.
Agustín entregó las invitaciones al guardia de turno, las cuales estaba seguro las había falsificado Dante, así
que era sólo cosa de esperar que confirmara los datos en la lista electrónica que tenía. El Delta estaba perdiendo
facultades, era verdad que Pandales era experto en franquear sistemas sumamente protegidos, pero eso no quitaba que
otro también lo pudiera hacer y colarse en la fiesta como ellos lo estaban haciendo.
El guardia confirmó sus identificaciones igualmente falsas y los dejó pasar. Entraron justo cuando estaba a
punto de bajar Eric y su séquito, inmediatamente se separaron ambos, con una rapidez que no permitió que nadie se
diera cuenta de lo que habían hecho. Él se escondió cerca de unas cortinas con los colores de la casa real y fijó su vista
al otro extremo en donde estaba Agustín con la vista fija en la escalera. Su expresión cambió a la de sorpresa y luego a
una de diversión claramente marcada. Edgard llevó su mirada hacia la dirección en que su amigo observaba y por un
momento se quedó sin respiración. Eric bajaba acompañado de una beldad, nunca en su vida había visto una mujer
igual. No era muy alta, pero era hermosa, con un largo cabello negro azabache que llevaba en un simple peinado, pero
que resaltaba el verde de sus ojos, y vestida con un hermoso y sensual vestido del mismo color que el de su mirada. Ella
pareció notar su escrutinio, porque inconcientemente llevó su mirada hacia el rincón en donde se encontraba escondido,
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pero él estaba seguro que no podría verlo, su camuflaje y su sigilo eran excelentes; sin embargo, se llevó la segunda
sorpresa de la noche: ella no despegó la mirada en su dirección y por su rostro cruzó una señal de sorpresa que fue
rápidamente oculta tras una máscara de estoicismo. Mierda, si ella lo había visto, entonces significaba que no era una
simple acompañante. Entonces una idea cruzó por su cabeza al volver a fijar sus ojos en donde se encontraba su amigo,
quien se había unido a la fiesta y observaba a la muchacha con demasiada familiaridad.
¿Sería posible que ella fuera la famosa chiquilla de la cual tanto hablaba Agustín?
Sus sospechas se confirmaron cuando la voz de su compañero llegó hasta él por medio del comunicador.
—No sabía que Nione estaría aquí esta noche. Vaya qué cambio ha tenido —le dijo Agustín y él sólo atinó a soltar el
aire que había contenido desde que la había visto aparecer.
Nione sintió sobre sí las miradas de todos los presentes. La nobleza estaba en pleno y la miraban tratando de
dilucidar quién era la extraña que acompañaba a su príncipe. Dejó vagar la mirada por el salón y sintió un extraño nudo
en el estómago. Se estaba poniendo nerviosa así que si no bajaban pronto y se unían a la muchedumbre no podría
evitar salir corriendo, bueno, quizás estuviese exagerando un poco, porque ella nunca se escabullía ni se aminoraba
ante nada, pero de verdad que ahora se sentía algo cohibida.
Comenzaron a bajar muy lentamente, demasiado y odiosamente lento. Eric posó una de sus manos sobre la de
ella y se la apretó ligeramente para infundirle valor o tranquilidad, no estaba segura y digamos que no le importaba gran
cosa, así que simplemente le sonrió algo tímidamente, sonrisa que él le devolvió tan impecablemente como todo en él.
Al segundo escalón sintió una mirada penetrante sobre ella, cosa que le pareció inverosímil porque todas las
miradas del salón estaban fija sobre su persona, sin embargo, era real, así que disimuladamente dejó vagar su vista por
sobre la multitud a medida que esperaba que Eric volviese a bajar otro escalón, hasta que halló de donde provenía el
incesante escrutinio.
Fijó sus ojos en un rincón que estaba demasiado oscuro por las sombras que proyectaban las cortinas azules y
doradas y sintió su presencia, no podía ver quien era el dueño de esa mirada tan penetrante, pero sabía que estaba ahí.
Se sintió algo nerviosa y sintió que el pulso se le aceleraba un tanto, pero logró controlarlo justo a tiempo de bajar
definitivamente.
Inmediatamente se vieron envueltos por grupos elitista que querían a hablar con Eric. Intentó desprenderse y
alejarse un poco, con tanta gente no podía hacer su trabajo. La estancia era grande, así que para vigilarla debía
encontrar un punto alejado de la muchedumbre; sin duda que estar demasiado cerca de Eric le significaba una
desventaja frente a cualquier posible atacante.
Comenzó a alejarse, pero las manos de Eric la detuvieron, ella lo miró, pero él no la observaba, lo que se hizo
preguntarse qué era lo que pretendía. Su pregunta fue inmediatamente respondida cuando él con gesto elegante
despidió a sus interlocutores y se acercó para susurrarle al oído. Aquel fue el detonante que necesitaba para querer salir
huyendo de ahí, se sentía demasiado intimidada y cohibida.
—¿Me darás el honor de bailar conmigo la primera pieza de la noche, Nione? —le preguntó y aun antes de que ella
pudiera contestarle que no había ido ahí para bailar, Eric la había llevado hacia el centro de la habitación justo en el
momento que comenzaba a sonar la dulce melodía, en un abrir y cerrar de ojos se vio dando vuelta por la pista de
bailes, sin saber cómo detener aquello.
—Príncipe, yo no vine a bailar, vine a trabajar. Se supone que debería estar vigilando la sala mientras usted se
divierte —replicó y él soltó una suave carcajada, mientras la giraba al ritmo de la música.
—Me estás vigilando mientras me divierto —le contestó—. Creo que es mucho mejor que te mantengas cerca de mí
así puedes hacer mejor tu trabajo —agregó.
Nione quiso replicar, pero cualquier palabra que soltó se perdió cuando la multitud comenzó a unirse a la
danza. Todo se había complicado. Quiso gritar, cosa excepcional porque rara vez perdía la paciencia, pero eso se
estaba yendo de las manos.
—Relájese, señorita Caspell, y disfrute —le murmuró Eric.
Decidió terminar ese baile, pero cuando acabara le dejaría claro que volvería a su trabajo y que se buscara una
nueva pareja de baile. Estaba segura que habrían muchas damas que se pelearían por estar en su lugar, y ella lo
hubiese disfrutado si hubiese sido otra la situación. Sin embargo, la oportunidad de volver a la rutina se le presentó
mucho antes de que la música acabara: a su auxilio llegó Ossian que le pidió a Eric un cambio de pareja. El príncipe
frunció el ceño, pero luego aceptó de buenas ganas, tomando a su nueva pareja se alejó de ellos.
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—Vaya, florcita, sí que has robado muchas miradas estas noche incluyendo a Eric —le dijo, mientras sutilmente la
sacaba de la pista de baile—. La verdad es que yo también estoy sorprendido, nunca te había visto con vestido y debo
decir que te favorece —agregó al llegar a la periferia del salón.
—Gracias —logró decirle mientras recuperaba la compostura.
—Te veías cohibida, otra sorpresa para mí, además creo que lo mejor es que te mantengas lejos de Eric, así harás
un mejor trabajo —le contestó y le dio un beso fraternal en la frente, un gesto que le recordó a Agustín—. ¿Quizás
quieras una copa? —le preguntó mientras le quitaba una copa de sangre a un camarero y se la tendía— bebe —le
ordenó antes de desaparecer entre la multitud.
Nione observó la copa que tenía entre las manos y decidió que no se le antojaba, así que la dejó sobre una
bandeja vacía de otro garzón que cruzó ante sí. Suspiró y volvió a su careta estoica y dejó vagar su vista por el atestado
salón, extendió sus sentidos para alcanzar la sala completa. Estaba concentradísima cuando sintió nuevamente la
presencia de su observador muy cerca de ella, justo atrás. Estaba a punto de girarse cuando su alerta se disparó. Todo
sucedió en par de segundos, se olvidó de la presencia que se encontraba a su espalda y sin pensárselo se lanzó hacia
el centro de la pista en donde se encontraba Eric bailando con una hermosa mujer. No tuvo tiempo de lanzar a la dama
al suelo, por lo cual sólo cayó encima de Eric, mientras la bala colisionaba con una sorprendida noble y la multitud
explotaba en gritos y murmullos de sorpresa. La condenada explotó en cenizas cuando la bala, que ella conocía tan
bien, explotó en su interior, un resplandor de luz azulada salió de sus ojos y boca antes de incinerarse por completo. Ella
simplemente atinó a ocultar la vista ante el resplandor.
En cámara lenta observó el rostro de Eric y en cámara lenta sintió el tumulto sobre ellos, vio acercarse a Ossian
y a un grupo de cazadores del Delta, por lo cual ella se levantó con la misma rapidez con la que se había lanzado y sin
prestar atención alguna a las advertencias de Ossi se lanzó en persecución al renegado.
Su pista era fresca y sabía que si se apuraba lo alcanzaría. El individuo estaba en el jardín, así que abriéndose paso
entre la multitud salió en dirección hacia el estacionamiento. Apenas puso un pie en el rellano se sacó los tacones de
una patada, le molestaban de sobremanera y no le permitían moverse con mayor rapidez. Obviando el dolor que le
laceró al entrar en contacto sus pies desnudos con las piedrecillas, prácticamente saltó a su moto y la puso en marcha,
siguiendo el negro auto que salió de la nada y recogió al atacante.
Estaba tan concentrada en alcanzarlo que no se percató inmediatamente que una moto muy parecida la de ella con
un conductor fantasma la seguía. Se colocó el negro casco y trató de alcanzar con sus sentidos todo la que la rodeaba.
Su sorpresa fue mayor cuando se dio cuenta que el que la seguía era el mismo que la había estado observando.
—Mierda —murmuró cuando la moto se colocó a la par con ella. Su presencia era tan arrolladora que por un
momento se sintió sumamente perdida.
El tiempo pareció detenerse. Su inesperado acosador la miraba fijamente, lo sabía a pesar de que su rostro
estaba oculto por un casco completamente negro que no dejaba ver ni siquiera sus ojos, muy similar al de ella. El aire
pareció abandonarla mientras trataba de dilucidar quién podría ser. Iba vestido de gala, aunque todo en él era
monótonamente negro, hasta la camisa. Exudaba sensualidad, peligro y masculinidad. Por un momento deseó
fervientemente poseer el don de la telequinesis para abrirse paso en la mente de aquel extraño, pero lamentablemente
no lo poseía.
Una explosión a su costado la hizo regresar abruptamente a la realidad. Por suerte poseía unos reflejos
excelentes por lo cual pudo controlar su moto con maestría y no volcarse en la vacía carretera. Volvió a fijar la mirada en
el coche negro y vio que de la ventana del copiloto, en donde se había subido el renegado, asomaba un arma, que
estaba a punto de ser disparada nuevamente. Decidió olvidarse momentáneamente de su perseguidor y concentrarse
en su presa, después de todo esa era su prioridad.
Aceleró todo lo que su vehículo le permitía y dejó rápidamente atrás al inesperado compañero y centró toda su
atención en el oscuro coche que cada vez se acercaba más a ella.
Edgard maldijo quizás por décima vez cuando la vio alejarse. Era temeraria, valiente o estúpida. Aunque se
inclinaba más por lo último. ¿Cómo se le ocurría cruzarse ante una bala? Podría haberle llegado a ella y ahora no la
estaría contando.
La observó adelantarse con imperiosa necesidad, mientras el viento jugaba demasiado eróticamente con su
pequeño vestido, levantándolo y dejando a la vista aquellas perfectas piernas. Tuvo que morderse la boca para no dejar
escapar un gemido de aprobación. La belleza no le quitaba lo insensata, ahora era cuando se preguntaba si realmente
esa chiquilla era tan excelente cazadora y rastreadora como para que Agustín la alabara constantemente.
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Decidió mantenerse a un margen prudente de su moto, debía reconocer que tenía agallas. Lanzarse así como
así en una persecución como esa, necesitaba cierta valentía, sin embargo, eso no le quitaba lo estúpida. Aunque
maneja aquella monstruosidad de moto con una facilidad tal que le ganó otro punto.
Estaba tan concentrado en la pequeña figura de ella, que estuvo a punto de ser alcanzado por una segunda
explosión. Ya se estaba comenzando a hastiar de aquello, iba a cortar eso de raíz; sin embargo, cuando estaba a punto
de acelerar a muerte el comunicador se activó, haciéndolo disminuir un poco la velocidad. Maldijo nuevamente cuando la
vio a ella acelerar otro poco, cada vez estaba más cerca del coche y demasiado lejos de él. Se sorprendió al darse
cuenta que estaba algo preocupado, desechó la idea inmediatamente y se concentró en el comunicador.
—Ed… Edgard —le llegó la voz de Dante de forma entrecortada—. Ojo, puede ser una trampa. —Esta vez la
comunicación se estableció correctamente.
—Sé específico —poco menos le ladró, mientras no le quitaba los ojos de encima a aquella imprudente muchachita.
—Levi y yo nos dirigimos en dirección contraria, Setti. Al mismo momento en que saliste tú y aquella beldad tras la
siga del atacante un auto de las mismas características se puso en movimiento en dirección contraria. Supongo que fue
para despistar, Ed, de igual forma si logramos capturarlos talvez podamos sacarles información —lo puso al idea y su
mente comenzó a funcionar a mil por horas. Aquella era una conspiración. No se trataba de un simple atentado.
—Estamos frente a un grupo de terroristas entonces —masculló.
—Así parece… —la comunicación se cortó por momentos para volverse a restablecer—. Agustín se quedó en la
mansión, pero cortó el comunicador. Lo mismo haremos nosotros. Es hora de que comience la fiesta, hermano. Si logras
pillarlos, hazlos cantar —le dijo Dante.
—Bien… Si esta cacería sigue, pronto me veré en territorio Lycan —le comunicó.
—Algo tiene que ver eso, Setti. Nosotros nos dirigimos directo a territorio Fae —le contestó y la comunicación se
volvió a perder, pero esta vez fue definitiva.
Edgard volvió a maldecir y lo hizo por segunda vez cuando vio que la insensata comenzaba a sacar algo de la
moto.
—Mierda —exclamó cuando la vio lanzarse en una carrera desesperada hasta darle alcance definitivo al coche
negro.
Nione se olvidó completamente de quien la seguía y se centró en el automóvil que cada vez estaba más cerca.
Por segunda vez en la noche tuvo que esquivar una nueva detonación.
No fue indiferente que con cada segundo se acercaban cada vez más a los límites de los cambia formas, si
seguían así muy pronto se hallarían en los territorios de Randall y a pesar de que la carretera fuera un punto neutro, de
igual forma no era conveniente dejarse caer en los bosques de los hombre lobos sin un permiso ni una invitación previa.
Los Lycan eran sumamente territoriales, incluso más que los Fae.
Sentía el viento en su cuerpo y veía pasar los valles y las colinas a una velocidad abismal, estaba casi al borde
de la capacidad de su moto, por lo cual tenía sólo una oportunidad más para darle caza al renegado. Pues bien era hora
de que ella contraatacara, así que soltando una de sus manos presionó el teclado que programaba las funciones de su
juguete.
Movió sus dedos rápidamente por sobre la pequeña consola y con un suave sonido un compartimiento secreto se
abrió en el costado derecho, muy cerca de donde reposaba su pierna. Haciendo acopio de todo su equilibrio, se inclinó
un poco hacia adelante, mientras soltaba su otra mano.
Comenzó a trabajar para sacar el arma que llevaba guardada en aquel espacio. Con la mano derecha la extrajo,
mientras que con la otra mano sacaba las municiones. Con su pierna derecho le dio un pequeño toque al
compartimiento que se cerró con el mismo suave sonido. No pudo evitar sonreír frente a la adrenalina que comenzaba a
recorrer su cuerpo.
Procurando mantenerse en la posición correcta para no caerse y provocar un accidente de proporciones mayores,
cargó la liviana, pero letal arma con las balas de luz ultravioleta, cuando hubo terminado volvió a agarrar el manubrio con
su mano izquierda, mientras sostenía con la otra su nueva y última adquisición. Jamás hubiese pensado que la ocuparía
en tal situación.
Aceleró por última vez y en menos de lo que pensaba se halló a la par con el coche. Movió su cabeza y la fijó en la
ventana en la que iba el conductor. No podía ver muy bien ya que los vidrios eran polarizados así que tuvo que recurrir a
una de sus habilidades para poder enfocar su objetivo y lo logró a pesar de que la imagen no era lo suficientemente
nítida. Estaba segura que después de eso terminaría agotada, pero si era certera, aquellos sujetos no vivirían para
contarlo.
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Levantó el brazo derecho y fijo la puntería en donde estaba la cabeza del conductor, debía ser rápida para que este
no alcanzara a esquivarla. Así que apenas lo tuvo en la mira disparó al mismo tiempo que reducía la velocidad. Estuvo a
punto de perder el equilibrio y salirse de la carretera, pero logró mantenerlo, mientras veía y escuchaba cómo explotaba
su carga al interior del coche que rápidamente se precipitó hacia la orilla.
El choque fue sumamente fuerte. El vehículo se fue contra la hilera de árboles que cercaban el lado izquierdo de la
carretera. Pedazos de metal volaron cerca de su cabeza, que alcanzó a esquivar a duras penas. Para poder lograr un
mejor manejo tuvo que soltar el arma y agarrarse del manubrio con las dos manos, mientras reducía la velocidad.
El coche detuvo su avance después de unos minutos y quedó completamente quieto y silencioso. Antes que Nione
llegara hacia el lugar en donde había quedado, una de las puertas se abrió y pudo divisar que una sombra se movía
internándose en el bosque que se extendía a varios metros del costado derecho de la carretera.
No pudo evitar maldecir cuando a su nariz llegó la esencia del renegado. El maldito bastardo nuevamente se le
escapaba, pero no llegaría muy lejos. Con un derrape detuvo la moto al llegar al lado del destrozado vehículo y
comprobó con satisfacción que del conductor no quedaba nada.
Observó hacia la dirección en que se iba alejando el traidor para luego ascenderla hasta el cielo, la luna llena
iluminaba el pequeño valle que se perdía entre los árboles. Toda esa extensión pertenecía al tumulto de los cambia
formas. Tenía dos opciones y cada una era igualmente terrible. Si se quedaba ahí, perdería una vez más al renegado,
pero si se internaba, correría el riesgo de que los Lycan lo tomaran como una feroz falta de respeto. Se mordió el labio
inferior mientras se debatía qué hacer, hasta que se decidió por lo último, prefería arriesgarse.
Antes de bajarse de la moto volvió a deslizar sus dedos por la pequeña consola, hasta que estableció comunicación
con el Delta, el que le contestó fue Ossian.
—¿Dónde estás? —le ladró.
—Ya casi lo tengo. Te llamo para comunicarte que en las próximas horas nada sabrás de mí. Me internaré en los
dominios de Randall, nuevamente escapó hacia allá —le dijo.
—Ni se te ocurra, Nione. Es una orden directa así que mejor te das media vuelta y regresas —la amenazó Ossian.
Ella suspiró antes de volver a contestar.
—Volveré, pero con el renegado, ya sea vivo o muerto. Nos vemos, anciano —le contestó y cerró la comunicación.
Luego se sacó el casco y lo dejó caer a un costado. Iba a tener que dejar su querida moto ahí. Volvió a teclear sobre
la consola y esta vez se abrió el compartimiento del lado izquierdo. Con un rápido movimiento extrajo una de las dos
garras retractiles. Se la puso en su muñeca izquierda y se bajó de un salto.
No avanzó inmediatamente, se detuvo a mirar a quien la seguía. Ahí estaba aquel macho sobre su propia moto aún
con el casco puesto, observándola. Mierda, quiso gritarle y pedirle que se explicara, pero no tenía tiempo. Si hubiese
querido atacarla, lo hubiese hecho cuando ella estuvo demasiado concentrada en derribar el coche como para fijarse en
cualquier otro peligro.
Se observaron por un buen rato antes de que volviera a fijar su verde mirada en la dirección en que había escapado
el sujeto. Respiró hondo y obviando que no llevaba zapatos y que sólo iba vestida con un vestido y dependiendo de la
buena voluntad de Randall, se internó en la oscura noche en dirección al bosque que se alzaba a unos metros de ahí.
Olvidándose definitivamente de aquel sujeto que la había seguido y del dolor que le provocaba el pisar con sus pies
desnudo sobre la inhóspita tierra, en un abrir y cerrar de ojos se halló siguiendo nuevamente el rastro que ya se le hacía
sumamente conocido.
Capítulo 4:
Edgard la vio desaparecer en dirección al territorio lupino con una determinación que lo sorprendió y lo irritó a la
misma vez. Se quitó el casco y se colocó las oscuras gafas, mientras se arreglaba el largo cabello. Lo trenzó y lo amarró
firmemente antes de bajarse de su moto. Observó la de ella y sintió curiosidad por la máquina, nunca en su vida había
visto algo igual. El Delta sí que sabía cómo producir maquinarias y armas.
Observó el camino que ella había tomado y aspiró el olor en el aire. Realmente era estúpida y descuidada.
Estaba sangrando. Su olor era penetrante e insoportablemente exquisito, así no tardaría en despertar la alarma en los
cambia formas, si es que ya no lo había hecho ya. Era un peligro para ella misma y para quienes la rodeaban y no sabía
por qué le preocupaba.
Se bajó de su moto y la dejó parada, odiaba el hecho de tener que desprenderse de ella, pero no podría
meterse en ese lugar con aquella máquina.
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Extendió sus sentidos hasta que la halló a unos metros al interior del frondoso y antiguo bosque. Estaba seguro que
más tarde lamentaría el hecho de haberla seguido, pero era mucho más probable que sus capacidades los ayudaran a
salir vivos de ese lugar. Respiró profundo y captó su fragancia, se deleitó un poco antes de lanzarse en la misma
dirección que ella.
Diablos, no sabía por qué se preocupaba tanto ni por qué le importaba lo que le pudiera pasar. Eso sólo provocaba
una estúpida debilidad en él que no debería tener. Se paró en seco cuando llegó hacia el linde del bosque y volvió a
captar la femenina y seductora fragancia de su sangre, haciendo que sus colmillos se alargaran y que su garganta le
doliera por una inesperada sed, además de que su miembro palpitara con dolorosa necesidad.
Mierda, se había excitado sólo con la fragancia de su sangre.
Se internó en el bosque y pudo sentir la presencia del renegado muy cerca de donde se encontraba la muchacha.
La pregunta era: ¿quién estaba cazando a quién?
Sintió la imperiosa necesidad de llegar a su lado lo antes posible. Era obvio que estaba en peligro y estaba
seguro que no se había dado cuenta. Aunque había que reconocer que poseía unos reflejos espectaculares y unos
sentidos agudos, pero la impulsividad que le había visto hasta ahora le jugaba en contra.
Se adentró sigilosamente sólo como él sabía hacerlo hasta que la divisó cerca de un árbol al otro extremo de un
claro. Sintió la presencia del renegado atrás de ella y pudo apostar que ambos eran conciente de la presencia del otro,
aquello lo relajó un poco, pero no del todo. Además su alarma se disparó cuando sintió cerca, muy cerca la esencia de
un grupo de hombre lobos que venían a la carrera hacia donde ellos se encontraban.
Lo que pasó a continuación fue rápido y lo único a que atinó fue a lanzarse sobre ella, antes de que la bala la
alcanzara, la munición quedó incrustada en el árbol y luego explotó. La luz ultravioleta se apagó de la misma forma en
que iluminó el pequeño claro.
Su mente comenzó a funcionar nuevamente a una velocidad abismal. Alguien dentro del Delta estaba sirviendo
de informante a este grupo, sino ¿cómo se explicaba que tuvieran en sus manos las mismas balas que supuestamente
sólo la organización poseía? Bueno, vale ellos también la habían copiado, lo que demostraba aun más la inestabilidad
de la institución.
Unos golpes en el pecho hicieron que bajara la vista y apenas lo hizo se encontró con los ojos verdes avellana
de ella que lo miraban con irritación, asombro y algo de admiración.
—Eres una imprudente —le dijo casi gritándole y todo deje de admiración que pudiese haber guardado sus ojos se
esfumó, siendo reemplazado por una dosis nueva de irritación.
Ella lo empujó, pero no logró moverlo, fue entonces que le habló.
—Se escapa, bastardo. Sal de encima mío —exclamó mientras hacía acopio para moverlo. Aquella muchacha
tendría que aprender a hablarle mejor.
No supo que lo impulsó a ser desagradable, pero para no darle en el gusto se quedó sobre ella, negándole el
movimiento. Fue entonces que pudo sentir las curvas de su cuerpo pegado al suyo y tuvo que reprimir un gemido. Si no
hubiesen estado en una situación tan peligrosa, le hubiese arrebatado aquel pedazo de tela y la hubiese poseído ahí
mismo, pero podía sentir cerca de ellos al grupo de cambia formas, así que la levantó y la sujetó muy cerca de él, sin
poder evitar recibir por el camino un golpe en su pecho.
—Quédate quieta —le ordenó, mientras la giraba dejando su espalda pegada a su pecho y no pasó por alto el
gemido que dejaba escapar ella. Sonrió mentalmente, mientras se preparaba para comenzar a torturarla.
—Que te jodan —le espetó ella.
—Tendrás que cuidar esa boca, niñita —le dijo y comenzó a quitarle la garra retráctil que tenía en su muñeca
izquierda sin que ella no opusiera resistencia.
Nione no supo en qué momento se halló bajo aquel gran cuerpo masculino viendo el rostro más arrollador que nunca
antes había visto. Se quedó por un largo momento sin palabras y sumamente quieta observando la bala que podría
haber colisionado con su cabeza, hasta que recobró la compostura y lo increpó, pero él se demostró sumamente
desagradable.
Llevaba gafas oscuras ocultando su mirada, poseía un largo cabello negro que llevaba trenzado y olía exóticamente
masculino. Aquello la desesperó junto con el rastro que se alejaba, así que lo increpó, pero lo único que consiguió fue
que él la levantara y la girara para comenzar a quitarle las armas.
—¿Qué haces? —se oyó preguntar con voz temblorosa cuando el levantó su falda y agarró las dagas que llevaba
oculta bajo el vestido—. Deja de tocarme, idiota —exclamó cuando él sacó la segunda daga y la lanzó junto a la primera
y a su garra de plata.
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Él aumentó el agarre alrededor de su cuello y se demoró en su pierna antes de tomar la beretta y sacarla de un
tirón.
—Shh…, niñita, no te estoy tocando como piensas. No me interesan las adolescentes —se burló de ella, por lo cual
sintió la cólera arder en su interior, comenzó a removerse y se detuvo cuando sintió la presión de su entrepierna en su
espalda.
—Estás enfermo, bastardo —le espetó y él pareció quedarse quieto y mudo por un momento, pero volvió a levantar
la falda para extraer las municiones y las lanzó con más fuerza hacia el mismo destino de su armamento.
Sin quitar el agarre sobre ella comenzó a quitarse sus propias armas. No entendía por qué lo estaba haciendo.
Sacó del interior de su chaqueta un par de pistolas que no pudo reconocer y carga similares a la que llevaba ella.
—¿Por qué tienes esas balas? Y ¿por qué nos estás desarmando? —le preguntó con exasperación.
Él extrajo del interior de sus pantalones alrededor de sus piernas tres dagas con incrustaciones de piedras
preciosas y las lanzó en la misma dirección.
—Si no te has dado cuenta estamos siendo rodeados por los cambia formas, princesita. Lo mejor en estos
momentos es mostrarnos amigables, niñita —le contestó de mal humor, entonces ella se dio cuenta que la presencia de
los lupinos estaba muy cerca.
No tuvieron que esperar mucho más hasta que los ojos de ellos comenzaron a brillar entre los árboles y un
aullido rompió la noche, cosa que la hizo temblar. Él se acercó hasta su oído y le susurró algo que a duras penas logró
comprender, pero su cuerpo entero reaccionó ante aquel gesto.
—Quédate quieta, princesita —le dijo—. Tu sangre los ha atraído como moscas a la miel y ya sabes lo territoriales
que son. Está claro que no están nada de contentos con tener visitantes inesperados —agregó y se acordó de las
heridas de sus pies desnudos y maldijo su descuido. Había estado demasiado preocupada por dar caza al renegado que
se había olvidado de aquel gran detalle. —Vaya, al fin te diste cuenta de tu estupidez —le murmuró él haciendo que la
ira volviera a apoderarse de ella.
Estaba a punto de replicarle cuando fue cortada de lleno por una voz en su mente, una voz que reconoció de
Damian, el cazador que la había acompañado en su cacería hace un día atrás.
—Vampiresa, creí que tenías más respeto por nuestras costumbres —escupió.
Quiso responder, pero el agarre en su hombro se intensificó lo que le dio la idea de que a él también le estaban
hablando y lo confirmó con creces cuando respondió por ella.
—Lo sentimos, Damian hijo de Dánsalo. Nuestra intención nunca fue invadir su territorio —le contestó el odioso y ella
no pudo evitar sorprenderse de que conociera al hombre lobo. —Pero un asunto importante nos impulsó a internarnos
en el tumulto, corriendo el riesgo de molestarlos —agregó con una voz sumamente calmada.
—Eso deberán hablarlo con Randall, Setti —le contestó Damian. Al fin supo cómo se llamaba aquel imbécil.
—Nos harías un favor si lo llamaras —se aventuró ella. Randall había demostrado simpatía cuando había hablado
con él hace cinco días—. El renegado nuevamente se ha internado en estas tierras. Estoy de caza —agregó.
—Lo sabemos. Un grupo de nosotros ya ha ido por él, esta vez no saldrá de estas tierras, vampiresa, y ustedes
tampoco lo harían si no fuera por Randall que viene en camino —le contestó el lobo.
Fue entonces que se relajó algo. Randall la escucharía antes de atacar. Sintió nuevamente el agarre de Setti
sobre sus hombros y su boca peligrosamente cerca de su oído.
—Pareces tenerle confianza a Randall —le murmuró con fastidio en la voz.
—No es de tu incumbencia, Setti —le contestó con frialdad, pero consiguió que él soltara una suave carcajada que la
irritó aun más.
—Tienes agallas, rastreadora —le dijo antes de fijar su vista entre los árboles, ella hizo lo mismo porque sintió la
presencia del lobo.
Sólo pasaron unos segundos antes de que apareciera ante ellos, los ojos verdes grisáceos de Randall, para
luego aparecer su gran cuerpo de lobo y quedar frente a ellos. Su pelaje dorado brillaba con la luz de la luna, y sus ojos
los examinaba divertidamente. En un pestañear cambió de forma hasta quedar frente a ellos como un humano de
alrededor de 2 metros. Su cabellera dorada y larga le caía sobre su masculino rostro y sus ojos verdes grisáceos se
iluminaron con un brillo al reconocerla, le sonrió y extendió sus brazos en señal de bienvenida.
—Nione, estás herida —le dijo y sintió la tensión que se apoderó de su improvisado protector, levantó la mirada, pero
no fue capaz de dilucidar lo que su estoico rostro escondía—. Mis chicos están vueltos locos con el olor de tu sangre y
yo me uno a ellos. Debemos hacer algo al respecto, ¿me dejarás curarte? —le preguntó y el agarre alrededor de su
hombro se intensificó y su boca volvió a descender hacia su oído.
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—Ni se te ocurra aceptar —le susurró con la voz inesperadamente tensa. Estaba segura que si no tuviera las gafas
puesta sería posible ver como fulminaba con la mirada a Randall. La pregunta era el por qué.
Capítulo 5:
Edgard se tuvo que morder la lengua para no gruñir y mostrarle los colmillos al líder de los lupinos. Odió cómo
la miraba y cómo le sonreía, tanto que no se dio cuenta que se había tensado y que el agarre sobre ella lo había
intensificado.
Ella lo miró extrañada y estudió sus reacciones, antes de contestar afirmativamente, por lo cual él sintió una
oleada de odio hacia ella por haberlo traicionado… Paró ahí, ¿qué diablos estaba pensando?... ¿cómo podía sentirse
traicionado si ni siquiera la conocía?
—Bien, Randall, será un placer. Lo cierto es que me había olvidado por completo de que iba descalza —le habló ella,
obviando su presencia.
Lo cual significó una bofetada directa. Bien, quería guerra pues se la daría.
—Te llevaré, ángel —le propuso el lobo y él sintió nuevamente que era invadido por una oleada de rabia como nunca
antes la había sentido. Apretó aun más el agarre alrededor de ella—. Te debe de doler mucho. Además si sigues
caminando, conseguirás que la herida se abra más y no sane —agregó Randall coronando sus palabras con una sonrisa
estúpida en la boca, sonrisa que quiso borrarle con un puñetazo en su perfecto rostro y así enseñarle con quién se
estaba metiendo…
Mierda, algo iba mal con él. Estaba pensando y a punto de actuar como un maldito idiota celoso y sin razón
alguna. Debía controlarse y centrarse en lo verdaderamente importante, y eso era la misión que tenía por delante.
—La verdad es que no me duele nada o al menos no tanto como me está doliendo el agarre de este idiota sobre mi
hombro —oyó que ella le decía a Randall y cayó en la cuenta de que tenía su mano apretando con mucha fuerza el frágil
hombro de ella, por lo cual la soltó como si lo quemase—. Pero acepto —agregó ella sin antes fulminarlo con la mirada
—. Así podré mantenerme lejos de este aparecido —concluyó y se encaminó en dirección hacia Randall quien la tomó
en brazo dedicándole una mirada cargada de admiración y sensualidad que lo puso nuevamente en alerta.
Se maldijo mentalmente por estar dejándose llevar por volubles emociones y contó hasta que se calmó y
recobró la compostura y el control sobre sí mismo.
—¿Puedo tomar las armas, Randall? —se oyó preguntar con increíble serenidad a pesar de que en su interior se
libraba una batalla entre mil demonios.
Randall pareció volver a la realidad y reparar nuevamente en él. Despegó la vista de Nione y le sonrió a él de
forma amistosa.
—Hace mucho que no te veíamos, vampiro —le dijo—. Y mucho menos te habíamos visto en compañía tan linda y
agradable —agregó y tuvo que apretar los puños para no lanzarse sobre el lobo y golpearlo hasta morir. Randall pareció
notarlo porque su mirada se iluminó con malicia y entendimiento—. Fingord se hará cargo de las armas, ya sabes,
prefiero no arriesgarme. Tú sólo síguenos —concluyó y se giró lanzándose en la espesura del bosque.
Edgard respiró profundo y también se unió a la carrera, cosa estúpida porque perfectamente podría haberse
alejado de la manada y haber vuelto a la búsqueda del renegado o haber vuelto a la mansión de Agustín para saber los
últimos detalles. Pero no, ahí estaba él, siguiendo al líder de los cambia formas, porque simplemente no quería dejarlo a
solas con la rastreadora.
Trató de convencerse de que lo hacía porque quería cuidar a la muchacha porque se significaba mucho para
Agustín, pero muy dentro de él sabía que se estaba mintiendo, aunque en ese momento no lo quiso reconocer ni mucho
menos aceptar.
Después de unos minutos sorteando el antiguo y místico bosque, llegaron a una zona rodeada por montañas y
milenarias ruinas.
Randall ingresó en una de las cuevas que se abrían hacia el interior de las montañas. Él lo siguió y pronto se
halló dentro de la red de cavernas de los bosques de Randall. Aquella zona era protagonista de un sinfín de leyendas
entre el mundo de las distintas especies mágicas, y tenía porqué serlo. Las paredes estaban trabajadas y esculpidas de
tal manera que parecía todo un palacio subterráneo con la magnificencia que caracterizaba a la realeza de las hadas:
todo ahí era igual de místico, desde los nudos tallados en cada entrada hasta las estatuas de antiguos líderes regentes
que sobresalían como silenciosos guardianes desde las paredes, con la vista fija en cada visitante que osaba cruzar los
portales a aquel mundo paralelo, lleno de magia y tradiciones.
20
El lobo se abrió paso con suma facilidad e ingresó a una de las primeras entradas que daba a una gran
recamara que sin duda debía ser la de él. Depositó con suma delicadeza a Nione sobre una rústica, pero espectacular,
elegante y hermosa cama, construidas con madera, con las más finas pieles y adornada con incrustaciones de
esmeraldas simulando el verde de los dominios de donde era el absoluto rey.
Dios, debía reconocer que aquel lobo pulguiento sabía vivir con estilo.
Tras ellos apareció quien debía ser Fingord porque llevaba en sus manos y en sus brazos las armas de Nione y las
suyas. El cambia formas hizo una reverencia antes de entrar y depositarla en una cómoda que hacia juego con la cama.
Luego de eso salió en absoluto silencio, pero Randall lo detuvo para ordenarles un par de cosas antes de volver cerca
de la cama donde Nione observaba todo con especial interés en los ojos.
Edgard se ocultó en el rincón más oscuro y decidió quedarse ahí. Él se caracterizaba por ser un experto en el arte
del camuflaje y el espionaje, aunque no estaba seguro qué era lo que quería descubrir estando entre las sombras en ese
gran espacio que compartía con el líder de los lupinos y una rastreadora que no sobresalía en nada más que en su
estupidez y en su insensatez. Si no fuera la favorita de Agustín, la hubiera dejado a su merced, que era lo que debería
haber hecho desde el primer momento. Maldijo mentalmente por haberlos seguido, mientras se dejaba caer en el rincón
sin apartar vista alguna de Randall y Nione que le sonreía con una familiaridad y una coquetería que volvió a cabrearlo.
Estaba a punto de salir de su escondite para recordarle a ese par de que no estaban solos, cuando una
hermosa mujer entró por la puerta, cargando con una bandeja de oro llena de hierbas e inciensos. Randall se levantó y
tomó en sus manos los objetos, mientras le dedicaba una cálida sonrisa. La hembra de espesa cabellera roja se sonrojo,
haciendo juego con sus oscuros y hechiceros ojos.
—Gracias, Dafne —oyó que Randall le decía a la hermosa mujer.
—Mila trae el agua, Randall —le contestó ella con una voz musical, una voz que provocaba suplicarle que siguiera
hablando.
Edgard vio que el lobo simplemente asentía, obviando la presencia de Dafne quien salió en completo silencio,
mientras dejaba paso a otra mujer que traía una gran palangana de oro llena de exquisita agua. Randall repitió el
proceso, pero esta vez su voz no sonó tan cortante ni tan tensa como cuando habló con la pelirroja, aquello le dio una
vaga teoría y sin querer se sintió mucho más relajado de que Nione estuviera en manos de aquel patán.
Se sentó y estiró las piernas, mientras el lobo lavaba y curaba las heridas de la rastreadora. Todo el relajo
inconciente que había adquirido se había vuelto a ir al carajo cuando el olor a la sangre de ella volvió a flotar en el
ambiente. Su olor era condenadamente tentador, así que para evitarse un sufrimiento innecesario, considerando que no
bebía una gota de el elixir desde la fiesta de Eric, salió de la habitación, dejándolos solos.
Se quedó en el corredor de piedra observando todo. Cada pared, cada decoración y cada esculpido hecho con la
mayor precisión. Estuvo un buen rato caminando y observando hasta que se aburrió y se sentó afuera de la recámara de
Randall, apoyó la cabeza y la espalda en la fría roca y cerró los ojos, haciendo el intento por olvidarse del lugar en que
se encontraba y centrarse en los hechos vividos en la última hora.
Habían muchas cosas que no le cuadraban y unas tantas que le molestaban profundamente. Sabía y tenía
prácticamente la certeza de que se estaba cocinando una grande, el problema era que no tenía pruebas suficientes para
probarlas, pero su instinto y el de Agustín rara vez se equivocaban, por algo eran los mejores en el trabajo que hacían.
Aún tenía resonando en su mente las últimas palabras que había compartido con Dante. Él le había asegurado de
que había otros involucrados, y que el coche que ellos perseguían se dirigía en sentido opuesto al del renegado. Al
territorio Fae, a los bosques de Fiona, la gran reina de las hadas, famosa por su valor y también por la leyenda de haber
abandonado a su primer cónyuge por el amor de un mortal, un hombre que logró vencer las barreras de la señora de las
hadas y que murió en batalla, dejándola sola y sumida en una gran tristeza o al menos esa era una de las tantas
versiones que los trovadores de los Sidhe esparcieron en las otras ocho casas nobles para entretener y divulgar la gran
tragedia de su reina.
Suspiró y trató de quitar de su cabeza la historia de aquella dama. Hace mucho que él no pisaba territorio feérico y
mientras viviese no lo volvería a pisar. Odiaba todo lo relacionado con las hadas y todas las castas que adornaban
aquella mística y singular especie, desde los nobles Sidhe hasta la más simpática y tierna Pooka.
—¿Durmiendo, vampiro? —oyó la ronca voz de Randall, pero no se sobresaltó ya que lo había oído moverse y había
sentido su escrutinio.
—Jamás duermo en territorio ajeno y desconocido —le contestó con la calma y la frialdad que lo caracterizaban.
Poco a poco abrió los ojos y se encontró con los verdes grisáceos del líder de los cambia formas que lo
observaba con el ceño fruncido, pero con un brillo de diversión en la mirada.
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—Pensé que te habías quedado dormido tras agotar tus pobres energías en la carrera hacia mis aposentos —le
contestó burlonamente.
Edgard lo observó por un largo momento y trató de pasar por alto la enorme sonrisa que lucía en su rostro y
también trató de obviar el olor de Nione que llevaba encima.
—No podría cansarme con tal estúpido ejercicio —le contestó tajantemente.
Randall dejó escapar una carcajada carente de humor.
—Sigues tan espinoso como siempre, Setti, y yo que creí que te habías suavizado, porque esa sería la única
explicación que podría encontrar para que estuvieras con Nione —le dijo el macho que lo miraba nuevamente con esa
expresión de burla.
Edgard se limitó a levantarse y a sacudirse los pantalones, antes de levantar su vista y mirar fijamente a
Randall.
—¿Qué sabes tú de esa chiquilla, lobo? —le preguntó fastidiado—. Es el incordio más grande con el que me he
topado en mi perra existencia, estoy deseoso de deshacerme de ella —agregó total y sumamente convencido de lo que
estaba diciendo.
Randall enarcó una ceja y de su rostro se borró la sonrisa siendo reemplazada por una mueca de incredulidad.
—Ya… —le contestó, haciéndole un examen completo para ver si estaba mintiendo—. Es una de las mejores
rastreadoras y cazadoras con la que me he topado, de hecho supera con creces a unos cuantos de mis propios
cazadores; además de que es sumamente bonita… no, mejor dicho es hermosa. Una joya única para estos tiempos —le
respondió y se tensó completamente al oír en los labios de él, las aparentes cualidades de Nione. Tragó saliva y apretó
la mandíbula antes de pensar en contestar.
—Tan buena rastreadora que casi le vuelan la cabeza por estar pendiente de cualquier otra cosa, menos de su
pellejo —ironizó—. Créeme, en lo único en que se supera es en su insensatez y en su imprudencia —agregó
comenzando a sentirse exasperado y encerrado en aquel mundo de piedra.
—Sí, y eso la hace mucho más atractiva, al menos a mis ojos… tiene agallas y las habilidades necesarias para
sobrevivir cuatro días sin alimentarse correctamente y bajo la luz del sol, que es tan venenoso para los de tu especie.
Además de que no se la piensa dos veces antes de lanzarse contra una renegado que en teoría atacó no una, sino dos
veces a tu príncipe, vampiro… Vaya, realmente creo que me estoy enamorando de esa vampiresa —concluyó,
dejándolo con la palabra en la boca al girarse y marcharse en dirección quién sabe a dónde.
Edgard se quedó un buen rato pasmado en la misma posición a las afueras de la recámara, hasta que volvió a
la realidad y entró a pasos agigantados en la estancia para quedarse nuevamente pasmado al ver la pequeña y delicada
imagen de ella en la gran cama de Randall. Parecía un pequeño ángel caído que dormía plácidamente ajeno a todos los
horrores del mundo.
—Insensata —murmuró al darse cuenta que se había quedado dormida como si nada en un lugar que poco conocía.
Se acercó decidido a despertarla y a tomarla por la fuerza si era necesario para sacarla de ahí y volver a los
dominios de Eric, cuando paró en seco a la orilla del gran lecho… ahí iba de nuevo, comportándose irracionalmente.
Quizás no era tan malo que durmiera un poco, después de todo, en el sueño las heridas sanaban más rápido.
La contempló un largo rato, antes de dejarse caer al lado de la cama y depositar su cabeza en aquel colchón de
plumas. Cerró los ojos tratando de controlarse y relajarse. Era bien conocida la hospitalidad de Randall cuando estaba
dispuesto a dártela, él mismo había disfrutado de aquel beneficio unos años atrás cuando había ido a parar por esos
lados tras una misión, así que relajó los músculos y vació la mente, aunque esto último se le hizo sumamente difícil, su
cabeza era experta en trabajar sin parar cuando había un problema sin solución aparente.
Respiró profundo y le llegó a su nariz un suave y delicado olor a flores, mezclada con la esencia que le
adjudicaba a la insensata que descansaba plácidamente a centímetros de él. Se sorprendió sonriendo al recordar cómo
se había movido en aquella moto y cómo había acabado con el coche. Debía reconocer que tenía estilo, mucho estilo.
Sintió una mano muy cerca de su rostro. Giró la cara y vio los finos dedos de ella asomando por el colchón, sin
pensarlo mucho estiró su propia mano y cogió la de ella, la cual inconcientemente aceptó aquella tregua. Edgard,
jugueteó con sus dedos, formando suave caricias, y así, sin querer y sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se
relajó por completo y se quedó dormido.
Capítulo 6:
Nione despertó lentamente con la cabeza aún en el reino de los sueños. Lo primero que divisó cuando tuvo los
ojos abiertos fue la alta bóveda del lugar en que se encontraba y por un momento se sintió desorientada hasta que su
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cerebro comenzó a funcionar de nuevo. Miró a su lado y vio y sintió que su mano estaba siendo sostenida por alguien
más, se acercó a la orilla de la cama y para su sorpresa encontró al mismo sujeto que la había seguido y que la había
manoseado e insultado el día anterior, sentado en el suelo con una de sus manos sosteniendo la suya.
Llevaba puesta las mismas gafas oscuras y estaba sumamente quieto. Nione debería haberse enojado, pero lo
cierto fue que se quedó perdida observándolo, mientras comenzaba a acercarse poco a poco a su lado.
Se soltó del agarre y se bajó de la cama hasta quedar al frente de él y comenzó a examinarlo como un gatito
curioso. Dormido se veía mucho más hermoso. Las líneas duras de su cara parecían suavizarse hasta adquirir la
expresión de un niño inocente cuya única preocupación es la diversión del día a día. Estuvo tentada de pegarse a su
cara para observar y examinar a precisión aquel tentador y bello rostro, pero se contuvo, al menos un poco, ya que sólo
se conformó con estirar sus manos y sacarle lentamente las gafas. No podía entender cómo no podía despegarse de
ellas aun cuando se quedaba dormido.
Hubiese sido perfecto si hubiese podido regocijarse al verlo sin los lentes, pero lo cierto fue que no tuvo ni
siquiera tiempo de respirar cuando él abrió los ojos y con un rápido movimiento la lanzó al suelo y cayó sobre ella con
una daga en su cuello.
Sintió terror, admiración y excitación, una mezcla de emociones que no le servirían para sobrevivir si él decidía
rebanarle el cuello.
Fijó su verde mirada en la de él y se perdió en el oscuro pozo que eran sus ojos. Él la observaba
completamente ido y con rabia. Estaba segura que no la reconocía y que lo único que la separaba entre la vida y la
muerte era aquel pequeño deje de cordura que podía vislumbrar en su negra mirada.
Trató de tranquilizarse y obviar el hecho de que tenía una daga pegada al cuello y lo observó detenidamente.
Casi se quedó sin respiración nuevamente cuando vislumbró parte de su torso. Su negra camisa estaba abierta hasta el
tercer botón dejando ver sutilmente la dorada piel de su atacante. Se maldijo por dejarse llevar por la lujuria y no por la
cordura en ese momento en que su vida corría peligro, pero era sumamente difícil concentrarse cuando tenías un cuerpo
como el de él sobre el tuyo. Dios, estuvo tentada en recorrerlo con las manos y después dejar que su boca hiciera lo
mismo…
—Mierda —masculló.
¿En qué diablos estaba pensando? era una tonta. Aquel sujeto no había dejado de insultarla desde que se
conocieron y ella sólo atinaba a comérselo con el pensamiento; además de que no se encontraba en la mejor de las
situaciones. Él tenía contra ella una daga que en cualquier momento se hundiría en su vena enviándola derechito a un
viaje al infierno y a ella sólo se le ocurría examinarlo de pies a cabeza.
—Muchacho… —habló en un susurro. Él pareció comenzar a volver a la realidad, pero no estaba muy segura—.
¿Podrías salir de encima mío? —le preguntó muy bajito.
Edgard volvió a la realidad. Se sentía agitado y desorientado. Lo primero con que se encontró fue con un par de
ojos verde avellana que lo miraban precavidamente. Bajó la mirada y vio que sostenía una de sus dagas, una de las
cuales no se había quitado, en el cuello de Nione. Bajó aun más la vista y vio el pequeño, pero sexy cuerpo de ella
enredado con el suyo y tuvo que reprimir un gemido al sentir sus curvas pegándose a su duro cuerpo. Levantó la mirada
bruscamente y comprendió todo al darse cuenta que no tenía sus gafas puestas, agradeció no haberse quitado las
lentillas aunque ahora sentía los ojos irritados.
—¿Qué diablos? —preguntó, pero no esperó a que le contestara: ya lo había comprendido todo—. Idiota —le gritó
antes de quitar la daga y enterrarla en el suelo, al lado de su cabeza para infundirle cierto miedo. Realmente debía ser
estúpida. ¿Cómo se le ocurría acercarse a él cuando estaba dormido? ¿Acaso no tenía instinto de conservación? —Eres
completamente estúpida —volvió a agregar mientras no hacía intento alguno por levantarse y alejarse de ella.
—Para un poco, sabelotodo —lo increpó ella sin hacer el intento de desprenderse de él.
—¿Cómo quieres que te trate mejor si lo único que has hecho desde que nos conocimos es ser una idiota
imprudente, princesita? —la increpó él pegándose aún más a ella.
Vio que ella abría la boca y la volvía a cerrar, en cambio lo fulminó con su verde mirada hasta asegurarse de
que había comprendido el mensaje. Edgard sonrió un poco al verla bajo él, sentirla muy cerca suyo… vaya, podía
acostumbrarse a esa sensación.
—Sal de encima mío, pervertido —ella le volvió a gritar y él supo por qué. Estaban bastante cerca, demasiado para
la paz mental de ambos y él estaba sufriendo una excitación matutina.
—¿Pervertido yo? —le preguntó burlonamente al oír que ella dejaba escapar un gemido, tras lo cual se ruborizó
considerablemente—. Discúlpame, princesita, pero no fui yo él que se acercó a ti mientras dormías y te atacó —agregó
mientras le dedicaba una sonrisa irónica y divertida.
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Nione quiso que la tierra se la tragara. Estaba sintiendo en su estómago la dura excitación de él y lo peor era
que no le disgustaba demasiado, cosa que logró que se sonrojara en extremo. Además el bastardo se estaba burlando
de ella sin pudor alguno por su pequeño problemita, mejor dicho “gran problemita”.
—Sólo quería ayudar, por eso te quité las gafas. ¿Acaso no te las quitas ni para bañarte? —le preguntó, pero luego
se arrepintió. Un brillo demasiado lobuno cruzó sus negros ojos que estaban algo irritados, pero que no le hacían perder
el indudable atractivo, todo lo contario, se lo acentuaba.
—No, princesa, ni siquiera para follar —le contestó secamente y pareció regocijarse cuando ella se sintió aun más
avergonzada.
—Eres un maldito… —pero no terminó la frase, él la miró mortalmente serio.
—Deja de removerte si no quieres comprobar lo que te he dicho —le dijo, volviendo a su tono gélido.
Nione se quedó quieta, muy quieta al ver la expresión del rostro de él, pero el bastardo no hacía nada por
quitarse de encima.
—Entonces sal de encima —le dijo y él la penetró con su mirada hasta hacerse a un lado.
Se sintió un poco defraudada y un poco aliviada de que la dejara marchar. Se sentó al lado de él y lo observó
de reojo hasta que vio que él tendía su manos hacia ella como pidiéndole algo.
—Los lentes —le ordenó sin siquiera mirarla.
—Sí que eres un idiota —le contestó, mientras le entregaba las oscuras gafas. Él las recibió y se las colocó antes de
volverla a mirar y sonreírle con aquella sonrisa de suficiencia y burla que parecía ser su especialidad.
—Lo mismo digo, princesita, lo mismo digo —le respondió él y estuvo a punto de contestarle pesadamente lo que los
hubiera llevado a una nueva disputa, cuando fue interrumpida por la presencia de Randall quien se apoyó en el umbral
de la entrada y los observó silenciosamente antes de darle los buenos días.
—¿Durmiendo, vampiro? —oyó que le preguntaba Randall con una sonrisita de suficiencia en su rostro.
Edgard no le contestó, ya no le quedaban ganas de responder a ninguna pulla, así que simplemente se levantó
del suelo y sin mirar a aquella cosita que estaba al lado suyo, llegó hasta la puerta en donde se encontraba el líder de
los cambia formas, quien había cambiado su expresión de burla por una más seria al darse cuenta de que él no estaba
para bromas.
Sin embargo, cambió de idea, dio media vuelta y cogió sus armas. Se las guardó lentamente y con una calma
fríamente calculada salió de la habitación sin hacer el menor comentario.
Sentía el pulso acelerado, demasiado acelerado para su tranquilidad. Dios, nunca se había excitado así por una
mujer. Sólo con un toque, con un roce, con un suspiro lo ponía a mil. Aquella muchachita era un peligro para él, así que
lo mejor era desprenderse de ella lo antes posible.
Caminó por los silenciosos corredores hasta que alcanzó el exterior. Era una mañana despejada, demasiado
despejada. El sol se abría paso entre los árboles e iluminaba con intensidad el verde de sus hojas. Corría una suave
brisa que acarreaba los olores del antiguo bosque y el sonido que hacían los pequeños animales que vivían en ese
lugar.
Debía serenarse y volver al férreo control que lo caracterizaba. Aún tenía que aguantarla a su lado hasta que
salieran de los territorios de Randall, después de eso se aseguraría de no volver a topársela.
Se apoyó en la fría roca y extrajo de un bolsillo interno una cajetilla nueva de cigarros, sacó uno y lo encendió.
El tabaco siempre lo calmaba, le ayudaba cuando estaba al límite de perder la razón y le ayudaba cuando tenía que
pensar. Dio la primera calada y disfrutó el sabor que se instaló en su boca, soltó el humo y se entretuvo formando anillos
con él hasta que el cigarro se consumió por completo.
—Más te vale que guardes esa colilla si no quieres que ninguno de los cambia formas te separe esa linda cabecita
tuya del resto de tu cuerpo —se burló ella. Maldita sea, no había tenido ni diez minutos para él sólo—. Y después me
dices que yo soy la insensata y la estúpida —agregó.
Edgard no la miró, no bajó la vista ni le contestó. Si lo hacía estaba seguro que volvería a caer en la tentación.
Toda su respuesta fue sacar nuevamente la cajetilla y echar ahí la colilla apagada para sacar nuevamente otro cigarrillo
y volverlo a encender.
—No digas que no te lo advertí —le dijo con un tono de voz cantarín que lo enfureció un poco más, sin embargo, se
lo tomó con suma calma.
Con lentitud apagó el cigarro en la fría piedra y con los mismos movimientos volvió a meterlo en la cajetilla que
guardó nuevamente en el bolsillo interno. Luego giró su rostro con la misma tranquilidad con la que había hecho todo lo
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anterior y la observó. Ella sonreía, tenía una sonrisa dulce y fresca como la mañana. Esta vez ya no iba descalza, sin
duda que Randall le había proporcionado aquellas trabajadas sandalias.
—¿Ya estás lista? —le preguntó con un tono de voz que marcó una importante distancia. Ella lo advirtió
inmediatamente porque la sonrisa de su rostro cambió y la expresión de confianza que brillaba en sus ojos se apagó,
siendo reemplazada por un sentimiento de precaución. Eso era lo mejor, que le tuviera miedo y recelo.
—Sí…
—¿Dónde está Randall? —La cortó en seco. Sabía que quería preguntarle qué era lo que le pasaba y él no tenía
gana alguna de responderle.
—Venía tras… —se detuvo y se giró para mirar detrás de la caverna—. Aquí viene…
—Bien —la volvió a interrumpir.
Pudo ver que ella se volvía y lo fulminaba con la mirada, pero a él no le importó. Se paró frente a la entrada y le
tendió la mano al macho que salía en ese momento de la caverna.
—Ya veo que tienes prisa, vampiro —le contestó Randall mientras estrechaba la mano de él.
—Tengo trabajo, lobo, trabajo que hace rato se fue de estas tierras —le respondió haciendo alusión al renegado y
sin importarle que Nione estaba ahí y que lo más seguro era que se pusiera hacer preguntas.
—Es un gusano escurridizo, se volvió a escapar aun bajo las narices de mis chicos —agregó él mientras observaba
a Nione quien tenía una cara de pregunta que no se la sacaba nadie.
—Sí, pero no es rival para mí —sentenció antes de girarse y quedar frente a ella—. Bien, nos vamos —le dijo y se
sorprendió al ver la cara de pocos amigos que ésta le dedicaba, entonces supo lo que vendría a continuación.
—¿Quién te crees que eres para venir a darme órdenes? —le preguntó sumamente indignada, pero él no estaba
para aguantar ni pataletas ni berrinches, así que le contestó seca y fríamente, cosa que la dejó descolocada.
—Pues si no quieres venir conmigo, por mí bien. Hasta nunca —se despidió y se giró para internarse en el bosque,
dejándola definitivamente y para siempre. Mientras se alejaba pudo sentir la carcajada característica de Randall por lo
que supo que Nione se había lanzado tras suyo, pero él no hizo nada por esperarla, siguió con su mismo paso
obligándola así a que se esforzara por llegar a su lado.
—Eres un insufrible, eso es lo que eres —le espetó a unos pasos de él.
—Lo que digas —le respondió sin un atisbo de simpatía en la voz.
Eso le enseñaría a mantener la distancia con él.
Nione lo odió hasta lo más profundo de su alma. Nunca en sus doscientos años de no muerta había conocido a
alguien tan insufrible como él, con sus aires de súper estrellas y de macho alfa que la cabreaba hasta querer ser ella
quien le desprendiera ese lindo rostro de esos fantásticos hombros. No podía entender cómo se había excitado y cómo
había pensado por un momento en coquetear con ese bloque de hielo.
Se puso a su lado, después de tener que correr un poco para alcanzarlo y no porque quisiera estar en
compañía de él, sino porque aún tenía la palabra en la boca y necesitaba dejarle en claro lo que pensaba sobre su
persona.
Nunca en su vida se había sentido tan enojada ni tan descontrolada. Era cierto de que era un poco impulsiva
cuando estaba en una misión, sin embargo, también era sumamente controlada con sus emociones. Su impulsividad
estaba ligada al ataque y a las decisiones que tomaba con respecto a sus misiones, pero no tenían nada que ver con
sus sentimientos, los cuales, siempre mantenía a raya, pero ahora se sentía sumamente furiosa e insatisfecha.
Él parecía dispuesto a ignorarla hasta que salieran de esas tierras, cosa que la cabreaba aún más. Lo detuvo,
pero él no se inmutó, siguió caminando. Mierda, si al menos se sacara esas estúpidas gafas al menos tendría la
posibilidad de sondearlo, pero no, siempre con sus queridos lentes, lo que la hacía preguntarse qué era lo que ocultaba.
No sabía nada de él, a duras penas sabía que se llamaba Setti, pero no tenía idea de ningún otro dato.
Tampoco sabía el por qué de su presencia en esos lugares, aunque tenía la leve sospecha de que iba detrás del mismo
objetivo que ella.
—¿Quién eres? —se oyó que le preguntaba. Él no hizo ni el mínimo gesto de responderle—. ¿Por qué vas tras el
renegado? ¿Por qué tienes las mismas balas que en teoría son propiedades del Delta? ¿Por qué estabas en la fiesta de
Eric y por qué me observabas? ¿Por qué me salvaste la vida? ¿Por qué te quedaste y no te marchaste cuando tuviste la
oportunidad? ¿Desde cuándo conoces a Randall? ¿Quién es tu maestro y…
—Mierda, cállate. Tu voz me saca de quicio —la cortó en seco al mismo tiempo que se detenía y la enfrentaba.
Su rostro estaba sereno a excepción de su boca que estaba tensa por el férreo control al que se estaba
sometiendo.
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—Interesante… —murmuró al ver que luchaba por mantenerse controlado, así que resolvió empujarlo para que
perdiera el control y le contestara unas cuantas preguntas—. Contéstame y me quedaré callada el resto del camino.
¿Cuántos años tienes y por qué esa obsesión con las gafas? Qué ocultas, Setti —le dijo y divisó el primer atisbo de
descontrol por lo cual no pudo evitar sonreír.
—Me llamo Edgard y tendrás que conformarte con eso —concluyó y volvió a cerrarse como una inmensa pared.
Trató de volverlo a descontrolar para conseguir más respuestas, pero el sujeto pareció abstraerse de ella
completamente, así que no le quedó otra que cerrar su boca y dedicarse a observarlo.
Se quedó unos pasos tras de él deliberadamente. Vio cómo su cuerpo se movía como una seductora pantera y
cómo su pelo brillaba con la luz matutina. Era un espécimen único y exótico, pero peligroso, sumamente peligroso. Eso
lo sabía sin necesidad de comprobarlo, se veía y se notaba en sus andares felinos y amenazantes, como si estuviera
esperando el momento oportuno para atacar y cazar, aquello la hizo temblar, ahora se lo pensaría mejor antes de
provocarlo nuevamente,
Suspiró cuando comenzó a sentir la irritación de sus ojos y el cansancio irremediable por la exposición al sol.
Era verdad que ella podía aguantar los rayos solares, pero su alimentación había sido pobre. Las dos bolsitas que se
había bebido sólo la habían alimentado lo suficiente como para aguantar un par de horas y lo cierto era que con la
persecución, cualquier energía que podría haber absorbido ya se había agotado. Necesitaba urgentemente sangre
fresca o al menos lo más fresca que pudiera conseguir, porque estaba segura que por mucho que llegara a las
instalaciones del Delta, no tendría tiempo para la caza, lo seguro era que pasaría en reuniones dando cuenta de la
última persecución.
Se restregó los ojos y procuró fijar la vista en el suelo, así evitaría un poco los rayos ultravioletas. Iba tan
concentrada, que no se percató que Edgard había parado por lo cual chocó de lleno contra su dura espalda.
—Por qué te detienes… —comenzó a hablar, pero se detuvo cuando levantó la vista y lo encontró observándola por
sobre el hombro sin sus gafas puestas. Iba a preguntarle qué le había pasado, cuando se percató que él le tendía sus
lentes como si nada.
—Póntelos —le dijo y ella sintió que su boca se abría por la sorpresa. Casi la había matado en la mañana porque se
los había quitado y ahora se los ofrecía como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó incrédula, observando esos negros ojos— Seguro estás enfermo…
—Sólo póntelos —la cortó. Estaba comenzando a odiar que la interrumpiera, se le había hecho una mala costumbre
—. Estoy cansado de ir tan lento. Te ves cansada y está claro que es porque no te has alimentado bien, si lo lentes te
ayudan para proteger tus ojos y así avanzar como corresponde, pues no me importa. Sólo quiero desprenderme de ti lo
antes posible —agregó secamente, por lo cual se sintió ofendida, demasiado ofendida.
—Eres insufri…
—Insufrible. Sí, ya lo sé. ¿Te los pondrás o tendré que llevarte en brazos para que así podamos salir rápido de aquí?
—le preguntó con un tono de voz aburrido.
—Puedo ir rápido. Voy lento porque tú también vas igual, pero aún tengo energía para ocupar la celeridad —mintió,
porque la verdad era otra. Se sentía muy cansada, sus extremidades le pesaban el doble y ya comenzaba a sentir los
indudables síntomas del letargo, pero no le daría en el gusto.
Vio que él la observaba y que levantaba una ceja en señal de duda, luego vio que se colocaba nuevamente las
gafas, pero en vez de volver a caminar se giró y pasó uno de sus brazos por debajo de sus rodillas y con el otro rodeó
sus hombros al tiempo que la levantaba del suelo tan rápidamente que no tuvo tiempo de protestar.
—Entonces te cargaré, pero saldremos de aquí lo antes posibles. Tanto bosque y tanta de tu presencia ya me tiene
enfermo —le contestó él antes de que se lanzara en una carrera por entre los árboles, dejando atrás toda figura bien
definida y dando paso a los borrones en que se convirtieron todos los elementos que adornaban el lugar.
El tipo era rápido y fuerte y olía maravillosamente bien. Quiso plantarle pelea, pero no pudo. Poco a poco se fue
quedando dormida, fue vencida por el hambre y por el letargo. De todas formas, entre la neblina en que se envolvió su
mente, prefirió eso a caer en el frenesí por la sed de sangre.
—Eres un idiota machista —fue lo último que se oyó decir mientras acomodaba su cabeza contra el firme pecho de
él.
—Lo que tú digas —fue lo último que le oyó decir a él antes de que sus párpados se cerraran y sus latidos se
volvieran más lentos en una forma por conservar las pocas energías que le quedaban.
Sin duda que odiaba el letargo, pero era mucho mejor que sucumbir a la locura. Pensó antes de quedarse
nuevamente dormida.
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Capítulo 7:
Agustín se dejó caer en el elegante sofá Luis XIV y clavó su dorada mirada en el techo del salón de su
mansión. A unos pasos de donde se encontraba, sonaban los incansables pitidos del sistema computacional de Dante.
Suspiró y observó la sala vacía mientras extraía del bolsillo de su chaqueta un cigarrillo. Lo encendió con la mayor
tranquilidad que lo caracterizaba a pesar de que su corazón aún no se serenaba del todo. Mierda, había jugado
demasiado cerca del fuego y casi lo habían pillado y lo peor era que no había sacado nada en limpio quedándose en la
mansión de Eric.
Expulsó el humo con la misma lenta sensualidad con la que había extraído el cigarrillo y ordenó los últimos
acontecimientos. Todo había sido condenadamente rápido. De pronto estaba ahí viendo cómo Eric bailaba con Nione y
luego cómo el anciano de su maestro la sacaba de la pista de baile y el príncipe cambiaba de pareja, luego había venido
el ataque que había sido tan rápido como sospechoso.
Había un buen grupo de guardias que pertenecían al Delta, sin embargo, la única que se había lanzado sobre el
atacante en una loca persecución había sido Nione seguida de Edgard. Sólo esperaba que estuvieran bien.
Él se había quedado y había hablado con Dante y Levi que habían salido en una persecución de otro coche
sospechoso, exactamente igual al del renegado y aún no volvían. Algo no le cuadraba, y eso era la pasividad por parte
de los cazadores de elite ante el ataque. El único que se había mostrado perplejo había sido Ossian, pero el resto era
como si estuvieran esperando el atentado y fueran una simple pantalla para ocultar la inmovilidad por parte de la
organización.
¿Qué era lo que se estaba conspirando? ¿El Delta tenía algo que ver con los sucesivos ataques? ¿Pero con qué
razón? Mierda, no debería sorprenderse. Uno de los motivos por lo cual había dimitido había sido la forma en que se
llevaban las cosas: todo demasiado turbio. Tal vez su maestro había tenido razón al plantearle ese trabajo, aunque no
podía dejarse de sorprender que Ossian dudara de sus congéneres… sin embargo, eso lo llevaba a otra cosa: si el
cuarto anciano estaba dudando de los otros tres, era por algo.
Después de todo el viejo dicho parecía ser cierto: “cuando el río suena es porque piedras trae”
Sonrió en forma de entendimiento. ¿A quién quería engañar? Siempre lo había sabido o al menos lo había intuido.
Estaban a punto de entrar en una guerra de poder y una vez que lo hicieran no habría forma de volver atrás. Soltó una
pequeña carcajada al comprender otra cosa: Edgard no iba a estar nada, pero nada de contento. Quizás había llegado
la hora de que dejara su estúpido anonimato atrás e hiciera frente lo que por derecho le correspondía.
Apagó el cigarrillo en un costoso cenicero de oro y esperó a que el sonido de motores se acercara aún más. Sólo
esperaba que ese par hubiesen tenido éxito y les trajera información que le fuera útil, para comenzar a dejar atrás las
suposiciones y poder establecer pruebas concretas.
—No te vas a creer lo que hemos encontrado —le llegó la voz entusiasmada de Dante desde el umbral de la
entrada, mientras sentía bajar por las escaleras al contento y emocionado perro.
—Ándale avanza —oyó que gruñía Levi al mismo tiempo que lo hacía Mefistófeles.
—A esta altura me creo cualquier cosa, Dante. ¿Qué tienes para mí? —se oyó preguntar mientras giraba su rostro y
observaba las dos figuras que entraban en ese preciso momento en la sala.
—Eran dos, Recart, y se suicidaron los cobardes —escupió Pasek, mientras dejaba atrás al malhumorado doberman
—. Y creemos saber con qué. Pandales sólo tiene que hacer unas pruebas y sabremos o mejor dicho confirmaremos
nuestras sospechas —concluyó mientras comenzaba a desarmarse.
Agustín observó a Dante que apenas había entrado se había sumergido en sus electrónicos amigos.
—Edgard no va a estar contento, pero creo que disfrutaré cuando llegue ese momento —sentenció sintiendo las
miradas de sus dos compañeros clavados en él—. Ya saben siempre es entretenido verlo furioso —agregó al tiempo
que sacaba otro cigarro del interior de su chaqueta.
Edgard se terminó de duchar y se vistió sólo con sus pantalones negros y una camisa del mismo color que dejó
abierta. Debería haberse sacado los lentes de contacto apenas se había metido en el baño, ya que la irritación por haber
dormido con ellos se le había vuelto insoportable, pero no se había querido arriesgar, no con ella en la otra habitación.
Mierda, o se había vuelto demasiado blando de la noche a la mañana o se había caído de un rascacielos y no
se había dado cuenta, pero no sabía por qué se la había llevado a su casa y la había acostado en su cama. No se
caracterizaba por ser para nada caritativo, debería haberla dejado en las puertas del Delta y haberse desentendido de
ella para siempre. Pero no, ahí estaba él, renegado al cuarto de baño, mientras ella seguía durmiendo enredada en sus
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sábanas, y quizás hasta cuando, era obvio que había caído en letargo por la falta de alimentación. Cuando despertara la
obligaría a tomarse un barril de sangre si con eso conseguía mantenerla alejada para siempre.
Suspiró mientras veía su reflejo borroso en el empañado espejo. Agachó la cabeza mientras se quitaba las
estúpidas lentillas, luego volvió a levantar la vista y divisó entre el nublado objeto destellos de sus odiosos ojos.
Trecientos años. Trecientos años viviendo como vampiro, pero más de cien caminado sobre la tierra antes de
ser convertido. ¿Cuánto tiempo más hubiese vivido si su creador no hubiese decidido abrazarlo? ¿Otro cien años más?
Quizás doscientos o trecientos. Su sangre mestiza era fuerte, podría haber alcanzado los cuatrocientos años sin siquiera
inmutarse, pero lo cierto era que la otra mitad de sus genes jamás hubiese aceptado la inmortalidad en su persona. Pero
aquello se arregló rápido, había aparecido él y le había dado la posibilidad de dejar esa tierra salvaje en donde no era
bienvenido e internarse en otro en donde nadie lo conocía ni lo conocería jamás.
Sólo unos pocos conocían sus secretos, incluido su maestro y había tenido suerte de que eran buenos confidentes.
Agustín desde el primer momento en que se había dado cuenta de sus orígenes y de quién era su Sire, se había
demostrado como si nada supiese, sólo que una otra vez se lo tomaba a broma, pero eso era normal en su persona: la
mayoría de las cosas eran bromas para él.
Observó su borroso y empañado reflejo y se fijó en la iridiscencia de su mirada, heredada de su madre y tan
particular en su raza. Los destellos azulinos y verdes le daban matices hermosos, pero él lo odiaba. Eran el constante
recordatorio del rechazo del mundo. Nadie quería a los mestizos mucho menos si eran mitad humanos. Para las razas
mágicas la humanidad era el último escalafón en la jerarquía y en la cadena alimenticia, sobre todo para la especie de
su madre que a pesar de tener cierta fascinación a modo de curiosidad por los mortales, odiaban que se les comparara y
se les mezclara con ellos: eran bastante elitistas y orgullosos de sus propias tradiciones que no aguantaban cualquier
indicio de mancha en su nombre.
Sus ojos resplandecieron con amenaza cuando se acordó de su madre. Era una dama hermosa y poderosa, pero
jamás tuvo las agallas para proteger a su hijo de las constantes burlas y del constante desaire por parte de sus
congéneres. Se hizo la ciega, la sorda y la muda, después de todo hacía lo suficiente manteniéndolo en su mundo en
donde sin duda sería menos rechazado que en el universo humano en donde sería visto como una anormalidad por sus
ojos sobrenaturales.
Dejó caer la mano sobre el espejo y lo limpió bruscamente revelando su rostro. Ahí estaba, mirando aquellos
inusuales y celestiales ojos, mirando con odio su propio reflejo, porque no había nada en él que no le recordara
constantemente que su vida había sido maldita en el mismo momento en que había nacido, y que no pasaría aun
cuando alguien decidiera segarla.
Se había acostumbra a estar solo, y maldita sea que era cierto. No necesitaba a muchas personas a su alrededor, se
bastaba con las que tenía, pero había aparecido ella y de la nada había comenzado a metérsele bajo la piel. Mierda, era
un incordio, una odiosa vampiresa, estúpida y malditamente hermosa, valiente e inocente y todavía no había podido
desprenderse de ella y ahora la tenía sólo a unos pasos, impregnando sus cosas con su sutil perfume, invadiendo su
sagrado espacio sin siquiera saber lo que estaba haciendo.
Resopló y trató de controlarse. Toda su vida había estado aprendiendo un férreo control y una figura femenina no se
lo quitaría. Entraría en ese cuarto y la despertaría, la obligaría tomarse un vaso de sangre lo más fresca posible y la
despacharía y procuraría mantenerla alejada de él: no necesitaba ninguna complicación más, suficiente tenía con las
que ya poseía.
Se colocó las gafas oscuras y abrió la puerta del baño y salió a su habitación. Quería no mirarla, quería pasar de
largo e ir a buscar el estúpido líquido, pero no pudo. Como le había pasado la noche anterior en los dominios de Randall,
se quedó mirando su sensual y tierna figura sobre su gran cama: cielos, estaba jodido si no la extirpaba inmediatamente
de su desastrosa y oscura vida.
Maldiciéndose por dentro abandonó la habitación, dejando una estela de melancolía y confusión tras sus pasos: el
gran Edgard estaba a punto de caer.
Nione se despertó gradualmente pasando por todas las etapas del sueño hasta que se sintió lo suficientemente
fuerte para abrir definitivamente los ojos.
El dolor de cabeza la asaltó en el mismo momento en que ingresó a la conciencia; esa era una de las cosas que
odiaba del letargo. Se oyó gemir cuando intentó incorporarse. Maldita sea, todo su cuerpo pesaba el triple, era obvio que
sus extremidades seguían dormidas y eso la enfurecía, porque la hacían sentir débil y vulnerable, dos cosas que ni de
lejos era.
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Estaba desorientada. La última vez que había estado conciente, había estado en un bosque… no, mejor dicho había
estado en los brazos de ese idiota corriendo por un bosque. Se estremeció y no por la ira que debería haber sentido por
aquel desagradable ser, sino por el sentimiento de placidez y bienestar que sintió al encontrarse en los fuertes y
protectores brazos de Edgard.
¿A dónde diablos estaba? Porque sin duda que esa gran cama con sábanas de satín negro, no era lo roñosa cama
de su habitación en el Delta, y ese olor arrollador y exótico tampoco era el de ella. Maldijo, ese olor ya se le hacía
sumamente conocido y aunque odiara admitirlo le encantaba, se le hacía agua la boca.
—Estoy a la deriva. No, creo que he muerto y estoy en el cielo —murmuró sin percatarse que había otra presencia
en la habitación.
—No, estás en mi cama y ya es hora de que vayas saliendo de ella —oyó aquella voz que parecía más un gruñido
de un perro rabioso que cualquier otra cosa.
Bufó al darse cuenta que la había oído y de que en pocas palabras, la estaba echando. Mierda, si al menos se
pudiera mover con normalidad, hace rato que le hubiese saltado encima y le hubiese golpeado hasta dejarle claro con
quién estaba tratando. Su mal humor comenzaba a molestarle de mala manera y si no la quería en su cama, porque
diablos la había llevado ahí, en primer lugar. Reparando en esa verdad se levantó bruscamente obviando el esfuerzo
que le provocaba moverse aún y se sentó fijando su mirada en aquel desgraciado.
Debió haberse quedado tendida y no haberse precipitado cuando ante sus ojos se reveló la imagen más
hermosa, sensual y masculina que pudiese existir. No tenía palabras para describir lo que estaba viendo y su cuerpo
parecía haber reaccionado ante su presencia.
Nione sabía y estaba más que conciente que ese macho era extremadamente bello, sexy, un dios del sexo, para ser
más exacto, pero verlo salido recién de la ducha, con su largo cabello negro cayendo sobre sus hombros aun húmedo
por el baño y ver su torso desnudo y toda aquella dorada piel perdiéndose en la negra camisa, que había dejado abierta,
lograron que la boca se le secara y que el pulso se le disparara peligrosamente. Tuvo que morderse la lengua para no
dejar ver debilidad y perturbación alguna, sin embargo, el calor que sintió en su cara le indicó que todo esfuerzo por
ocultarlo era inútil. Dios, por primera vez en su existencia se estaba sonrojando ante la desequilibrada respuesta de su
propio cuerpo.
—Esto… yo —tartamudeó, tratando de quitar su vista sobre él. Recorrió su rostro y se dio cuenta de que seguía
llevando esas estúpidas gafas lo que provocó, sin lugar a dudas, que quisiera arrebatárselas para descubrir esa parte
que él se esforzaba por mantener oculta.
—Toma, bebe y luego lárgate —le ordenó él, mientras le tendía un vaso grande con un espeso líquido rojo.
Su primera reacción fue rechazarlo. No quería beber algo insípido e inconsistente, pero apenas le puso el vaso
ante sus narices, todo lo anterior se desvaneció. El olor de aquella sangre era extremadamente apetitosa como si fuese
realmente fresca. Sintió que sus colmillos se alargaban y sin prestar atención a nada más y sin cuestionar nada, se la
quitó de las manos y se concentró en beber aquel líquido escarlata.
El primer sorbo fue una inyección de vida a su cansado cuerpo; con el segundo, sintió que sus sentidos se
activaban, y con el tercero, ya nada pareció existir, sólo esa exquisita sangre y su sed que se iba aplacando poco a
poco. Cerró los ojos y disfrutó de esa pequeña tregua. Cuando acabó alzó la vista y se encontró con que él no
despegaba su escrutinio de sobre ella lo que la llevó a preguntarse si tal vez la había envenenado.
—No la habrás envenenado, ¿verdad? —le preguntó sintiéndose de pronto demasiado vulnerable ante aquel sujeto,
casi como una niña que está frente a una gran bestia e intenta domesticarla.
Él alzó una ceja y dibujó una pequeña sonrisa en el rostro, pero lejos de ser intimidante o amenazante, fue
totalmente de diversión, lo que la dejó sin respiración, porque aquel pequeño gesto logró que su rostro se viese mucho
más hermoso, si acaso eso era posible.
—No ocupo métodos tan viles, además tampoco gastaría mi tiempo ni mi dinero buscando algún veneno que mate a
vampiros. Prefiero los métodos directos, además si quisiera matarte lo hubiese hecho hace rato y no me hubiese
molestado en soportar tu cháchara y tu molesta presencia —le contestó volviendo a su usual malhumor, era mucho
pedir.
—Entonces, ¿por qué me miras tanto? —le preguntó cautelosamente, tenía miedo que al tender la mano la bestia la
mordiera.
Él pareció reaccionar y volvió a refugiarse tras esa gran pared que parecía tener siempre levantada. Volvió a su
expresión estoica y el aura de malhumor y de hostilidad se alzó alrededor de él.
—Me estoy preguntando qué necesitaré darte para que te marches de una vez por todas —le espetó fríamente y
aquello consiguió sacarla de sus casillas.
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Sin meditar mucho, se levantó de la cama y se plantó frente a él, quien por un momento lució ligeramente
confuso, pero luego todo rastro de asombro se borró por completo, volviendo a mostrar esa fría máscara.
—Eres insoportable, ¿lo sabías? —le preguntó encarándolo y obviando la amenaza que desprendía aquel macho.
Que se jodiera si creía que la iba a intimidar.
—En las últimas horas me lo has recordado mucho —le contestó secamente, pero sin retroceder.
—Entonces deberías preguntarte por qué te lo recuerdo tanto —le dijo.
—No es como si me importara lo que pienses de mí, muchacha —le respondió dejando entrever el fastidio que
sentía. Eso era mucho mejor que su fría postura.
—Claro, el Gran Edgard, puede cuidar de sí mismo y no necesita a nadie más. Es feliz con su vida solitaria y trágica
—se burló y movió las manos en señal de desprecio a su fachada de chico malo y sufrido—. ¿Sabes una cosa, macho
alfa? Esa fachada hace rato que pasó de moda. Harías bien en suavizar un poco tus palabras, tal vez te hicieras con un
amigo —agregó sintiéndose demasiado furiosa como para darse cuenta que había tocado fibra, para cuando se percató
ya era demasiado tarde para remediarlo.
Edgard sintió que le pegaban una bofetada por lo cual se quedó en una primera instancia demasiado sorprendido
para reaccionar, pero cuando se dio cuanta de lo que la chiquilla le había dicho una furia ciega se apoderó de él.
¿Qué se creía esa niñita? ¿Acaso pensaba que conocía la vida como para dar esos juicios de valor sin conocer a la
persona?
—Eso tú no lo sabes. Seguramente siempre has estado sumamente protegida tras las paredes del Delta,
persiguiendo y cazando a los que se salían de la ley, pero sin cuestionar un minuto por qué lo han hecho. Tengo noticias
para ti, princesita, el mundo es mucho más cruel y trágico a como te lo has pintado en tu hueca cabecita. A sus
habitantes rara vez les importa lo que el otro piensa. Allí afuera, princesa, reina la ley de la selva: el más fuerte
sobrevive, harías bien con recordarlo antes de hablar, muñeca —le gritó sintiéndose totalmente descontrolado y furioso.
Esa mujer lo estaba llevando a sus límites.
La vio respirar aceleradamente, pero en ningún momento retrocedió o agachó la vista. Todo lo contrario,
mantuvo su mirada alzada, dejando ver el brillo de desafío y de furia que corría en su interior. Aquello logró que se
olvidara de todo, su boca se secó y su pulso se aceleró.
—Mierda —maldijo al darse cuenta que la deseaba, la deseaba mucho. La furia y la necesidad reprimida lo estaban
agotando a una velocidad alarmante—. Lo mejor será que te vayas —le dijo entrecortadamente, luchando por no
lanzarse sobre ella. Quería ahogarla a la misma vez que quería besarla… no, la verdad era que quería poseerle primitiva
y salvajemente hasta domarla, hasta demostrarle quién era su dueño. Dios, ¿cuándo había sentido aquel sentimiento de
posesión y deseo?
Ella pareció notar su turbación, pero no se movió un ápice. Siguió desafiándolo sin darse cuenta que con eso lo
empujaba cada vez al descontrol.
—Y si no me voy, ¿qué me vas hacer? —le preguntó altaneramente sin reparar en el error que había cometido.
Antes de que toda cordura volviera a su cabeza, la tomó por la cintura y la atrajo hacia su cuerpo al tiempo que
con la otra mano inmovilizaba las suyas y con su boca capturaba sus labios. Con aquel acto perdió totalmente la cabeza.
Todo se desvaneció a excepción de ellos dos y la pasión desenfrenada que había surgido apenas él había capturado
esa boca en un salvaje y demandante beso.
Su sabor era exquisito, dulzón y sensual. Un afrodisíaco que hacía mucho más voluble su situación. Sus labios
eran suaves y cálidos y respondían a su demanda con la misma necesidad y deseo. Ella dejó escapar un gemido que
fue ahogado por su boca. Sintió que las manos femeninas se soltaban de su agarre y se abrían paso por entre su
camisa, disparando aún más su descontrol y su excitación. Dios, era perfecta y se acoplaba con delirante precisión a su
fornido cuerpo. Era como si hubiese sido hecha para él. Aquello lo asustó a la misma vez que lo complació.
Se separó un poco de aquel refugio y la observó a los ojos, lucía pecaminosamente hermosa con los labios
hinchados y rojos por su beso y los ojos nublados por el deseo y la lujuria.
—Si no te vas, voy a follarte, princesa —sentenció volviendo a capturar esa boca con sus labios.
Su entrega fue completa, se rindió completamente a él por lo cual no perdió tiempo en nada más. La recostó en
la cama y se colocó sobre ella sin dejar de besarla en ningún momento. Colocó su mano en uno de sus muslos y
acarició la tersa piel, deleitándose con la suavidad y la sensación que le provocaba. Ella tembló y jadeo en su boca,
mientras acariciaba sus pectorales y su estómago, aquellas caricias lo estaban volviendo loco. La quería desnuda y
jadeante por sus arremetidas. Mierda, quería hundirse en ella sin ningún preámbulo, la quería ya.
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Comenzó a levantar su vestido mientras que con la otra mano acunaba y masajeaba su pecho que se ajustaba
con perfección a sus dedos. Ella se arqueó por el placer que la invadió, rozando su erección que dolió por la espera y el
retraso.
—Mierda —murmuró volviéndose a perder en sus labios, pero ella rompió el contacto al poco tiempo. Él la observó y
se congeló cuando se dio cuenta lo que pretendía hacer. Las manos de Nione abandonaron su reconocimiento y se
alzaron hacia su rostro, hasta agarrar las gafas, pero él no le dio tiempo a quitárselas. Se levantó dejándola jadeante y
expectante.
—¿Qué… q —oyó que ella intentaba hablar. Toda la cordura volvió a su cabeza y se maldijo por ser tan débil.
—Será mejor que te vayas —le dijo, comenzando a cerrar su camisa.
—¿Edgard? —lo llamó y trató de cogerlo, pero él se levantó esquivándola. Ella dejó caer la mano y sus ojos se
nublaron por la decepción y el miedo.
Bien, ella ahora le temía y lo repudiaba. Debería sentirse alegre, pero la verdad era otra, se sentía
malditamente confuso y perdido.
—Ándate, Nione, y no vuelvas —le contestó saliendo de la habitación pegando un portazo.
Una vez fuera se apoyó de la puerta y llevó su mano hacia el rostro cubriéndolo por completo. Jamás pensó que
volvería sentir miedo y confusión en los niveles en que lo estaba sintiendo ahora. De pronto, nuevamente se sentía
como cuando era niño: la soledad le pesaba ahora más que nunca.
Bajó las escaleras, cogió las llaves de su auto y se marchó arrancando de la criatura que le hacía perder el control
de aquella forma.
Capítulo 8:
Nione ingresó en su propia habitación sintiéndose sumamente furiosa. Se quito el estúpido vestido y las armas
que llevaba y se encerró en el cuarto de baño. Dio la ducha y se metió bajo el agua caliente y se controló por no golpear
la muralla, después de todo su pared no tenía la culpa de lo que le había pasado.
Aún podía sentir en su piel el desesperado, exquisito y caliente toque de las fuertes manos de Edgard. Bufó al
acordarse de cómo había perdido el control con una sola caricia. Dios, ese hombre sí que sabía cómo besar. Movió la
cabeza negativamente y se reprendió mentalmente por estar alabándolo, después de todo, al final se había comportado
como un verdadero cretino. Si tan sólo acordarse, le daba ganas de estrangularlo y despellejarlo vivo. Y lo haría, se dijo,
lo tendría a su merced y lo haría sufrir por todos los insultos que le había dado desde que se habían conocido, y para el
final le cobraría la humillación por la que la había hecho pasar al dejarla tirada en esa cama como si fuese un viejo
juguete.
Al final, terminó golpeando la muralla con más fuerza de la que quería, por lo cual trizó la blanca cerámica.
—Idiota —maldijo, antes de cerrar la llave y envolverse con una bata y salir del baño hacia su habitación.
Se paró en seco cuando vio que su pequeño cuarto estaba ocupado por otra persona. Frunció el ceño al darse
cuenta de quién era, pasó por su lado y abrió su closet para sacar ropa. Sin dirigirle la palabra al recién llegado se volvió
a encerrar en el baño para terminar de vestirse. Cuando estuvo lista volvió a salir y volvió a fijar su vista en su
inesperado visitante, antes de que pudiera hablar, él se le adelantó.
—¿Mal día? —le preguntó el anciano enarcando sus perfectas cejas en señal de entendimiento.
Ella bufó antes de dejarse caer en su cama y reparar en que Ossian le había traído su bolso y las llaves de su
moto. Por lo menos había recuperado sus cosas.
—Pésimo. Dispara —contestó sintiéndose completamente frustrada.
Ossian volvió a levantar una ceja, pero no habló de inmediato. Se paró a los pies de la cama y se cruzó de
brazos mientras la observaba y la examinaba silenciosamente. Aquello comenzó a exasperarla, por una extraña razón
se sintió como si estuviera frente a su padre y éste supiera que había estado a punto de darse un revolcón con un
muchacho. Sin poder aguantarlo más, se levantó bruscamente y comenzó a pasearse por el diminuto cuarto.
—Necesito hablar contigo, pero prefiero que no sea aquí —le dijo pasando por alto su evidente nerviosismo.
—Es por la persecución de anoche, ¿verdad? Daré mi reporte al concilio como suelo hacerlo siempre. No veo de qué
deberíamos hablar —le contestó tratando de desviar la atención de sobre ella.
—En parte sí y en parte no —contraatacó Ossian clavándola con la mirada. Se veía algo molesto, aquello le dio una
idea de sobre qué iba el asunto.
—Comprendo. ¿Es porque te desobedecí? —preguntó parando de pasearse y enfrentándolo cara a cara.
El anciano la observó largamente antes de contestar con suma calma y frialdad.
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—En parte sí, Caspell. Desobedeciste una orden directa. Mi orden directa —recalcó—. Te dije que te quedaras ahí,
pero no me hiciste caso.
—Pero, Ossian; lo tenía, no podía dejar pasar esa oportunidad…
—¿Y de qué te sirvió si lo perdiste igual, Nione? —la interrumpió y aquello le hizo recordar a un desagradable macho
con complejo de héroe trágico. Se mordió la lengua para no dejar transparentar su malhumor—. Además te expusiste.
Sabes perfectamente bien que los cambia formas son sumamente territoriales, por lo cual se necesita un permiso para
cazar en su zona, pero no, vas y te internas en una carrera desenfrenada en los bosques de Randall, y ¿para qué? Me
pregunto yo…
—Ossian, en ese momento no tenía cómo saber que todo se iba a ir a la mierda, además no todo está perdido.
Sabes ese condenado casi me vuela la cabeza y ¿sabes con qué? —le preguntó comenzando nuevamente a moverse
por la habitación en un intento de canalizar energías—. Con balas de luz, con balas que supuestamente son propiedad
exclusiva del Delta lo que me lleva a preguntarme a mí cómo rayos se infiltraron —concluyó, fulminándolo con la mirada.
Toda la frustración de las últimas horas comenzó a correr en sus palabras.
Ossian la miró y chasqueó la lengua al tiempo que se llevaba una mano a su cabello y lo desordenaba
frenéticamente. Al parecer ella no era la única frustrada.
—Eso ya lo hablaremos. Lo primero que intento tratar contigo es sobre el asunto de tu desfachatez y tu impulsividad
que casi te cuesta la vida. No vuelvas a meterte en territorio ajeno sin los permisos adecuados, Nione. Estoy hablando
en serio —sentenció, apuntándola con el dedo.
—No es necesario que me lo digas. Además Randall me tiene estima…
No logró terminar porque Ossian dejó escapar una carcajada irónica, carente de todo humor.
—Por favor, Nione, no seas ingenua. Eres una novedad para él, por eso se ha mostrado tan gentil, no esperes el
mismo trato cuando el interés se le pase —argumentó el anciano.
—Eres injusto. Lo sigues viendo como enemigos cuando la guerra contra su estirpe se acabó hace mas de un
milenio —contraatacó dándole la cara y haciendo alusión a la antigua batalla contra los cambia formas.
—La guerra puede haber llegado a su fin, pero las manías perduran, Nione. Ahora estamos en paz con todas las
criaturas mágicas, pero eso no quiere decir que las costumbres hayan cambiado mucho. Por eso se han establecido
límites, Nio, límites que hay que respetar —le dijo.
Nione no pudo evitar poner los ojos en blanco. Habían pasado cosas en las últimas horas que eran de suma
importancia, pero Ossian se esmeraba por sacar a relucir su desobediencia.
—Creo que exageras —respondió con un suspiro, demostrando el cansancio que sentía frente al tema.
Ossian la fulminó con la mirada y todo deje de simpatía se esfumó de su rostro mostrando los años que tenía.
—¿Cuánto años tienes, chiquilla? ¿Doscientos? Pues déjame decirte que yo tengo alrededor de tres mil años, lo que
significa que he vivido dos mil ochocientos años más que tú, así que no me vengas a decir que exagero. Es la última vez
que te lo repito, Nione. No vuelvas a internarte en territorio ajeno si no cuentas con la autorización adecuada y no
vuelvas a desobedecerme —sentenció. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta en donde se detuvo antes de
girar levemente la cabeza, mostrando su perfil—. Termina de vestirte, Nione. Te espero en mi oficina. No tardes porque
necesito hablar contigo antes de que el concilio comience, lo que es exactamente en una hora —agregó antes de salir
dejándola con otro motivo más para sentirse furiosa y frustrada.
¿Es qué acaso tenía que estar rodeada de imbéciles e insufribles machista? Bufó descontenta antes de patear
la pata de su cama, rompiéndola de paso. Genial, ahora tendría que dormir en el suelo.
Agustín sintió el rugiente y rabioso motor del coche de Edgard entrando en su propiedad y sintió el posterior
frenazo al llegar a su estacionamiento. Escuchó el fuerte portazo de la puerta de entrada por lo que supo que algo le
había sucedido, lo cual se vio confirmado cuando vio a Mefistófeles desaparecer escalera arriba con la cola entre las
piernas. Dante, Levi y él se miraron sorprendidos, después de todo Mefis jamás salía huyendo de Edgard, ya que este
era el único que lograba que el doberman obedeciera a sus órdenes, así que el macho realmente debía venir cabreado,
cosa que se vio confirmada cuando apareció en el umbral con un aura de hostilidad y frustración rodeándolo,
definitivamente algo le había sucedido.
Edgard se dejó caer pesadamente en el sillón disponible sin decir una palabra. Agustín desvió su mirada hacia
él y vio que iba nuevamente con sus gafas, cosa que no lo sorprendió para nada. Desde que lo había conocido hace
unos cien años atrás, sólo una vez lo había visto sin ellas puestas y había sido cuando había decidido confiar en él,
luego de eso jamás había visto a ver sus ojos sin lentillas o sin los lentes de sol. Sin embargo, a pesar de que conocía
cosas de él que nadie más sabía, estaba conciente de que jamás llegaría a saber con certeza cada secreto que
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ocultaba, después de todo, él lo sabía mejor que nadie, habían cosas que no se decían, cada uno tenía sus propios
fantasmas que guardaban con recelo .
—¿Problemas? —le preguntó tratando de sonar despreocupado. Edgard levantó su rostro hacia él, pero no
respondió nada.
—Tal vez es el síndrome premenstrual —bromeó Levi, pero la hostilidad que surgió de Edgard dejó claro que no
estaba para bromas.
Agustín volvió su mirada a sus dos compañeros y con una señal silenciosa les indicó que mantuvieran sus
pullas guardadas. Dante regresó a su investigación y Levi se concentró en observar a Ed en silencio, examinándolo
quedamente.
—Pensé que no regresarías nunca —le dijo— ¿Alguna novedad? —le preguntó centrando su atención en los gestos
de él, pero no logró mucho, su socio tenía puesta su máscara de frialdad.
—Hay alguien infiltrado en el Delta. A tu querida Nione casi le vuelan la cabeza con una de sus propias balas —le
contestó y a pesar de que se veía sereno y despreocupado a él no le pasó por alto la crispación de su voz al pronunciar
el nombre de Nione. Algo había pasado ahí, la pregunta era qué.
—Ya lo había considerado —le respondió pasando por alto la leve tensión que se había apoderado de Ed al
mencionar a su florcita. Interesante, pensó—. Sin embargo, surgió un nuevo dato que me ha dejado estancado —le
contó.
Agustín desvió la mirada hacia Dante que había dejado de tipear y se había recostado en su silla y los miraba
con una sonrisa de suficiencia en su cara.
Edgard levantó su rostro y lo giró hacia él por lo cual pudo leer la silenciosa interrogación a pesar de que llevara
sus ojos cubiertos por las gafas de sol. Levi se levantó y tomó un papel recién impreso y se lo acercó junto con una
pequeña cápsula casi disuelta, sin embargo, con la información necesaria. Su socio levantó la mirada hacia Levi y tomó
con mano segura lo que le tendía, una vez echo con la misma rapidez con que había cogido la cápsula la dejó caer con
un siseó de rabia.
—Sangre feérica —escupió y pudo entrever el desconcierto que tiñó su rostro.
Agustín dejó escapar una sutil risa al tiempo que se levantaba y recogía la pequeña cápsula.
—Sí, Setti, sangre feérica que están ocupando como veneno para inmolarse —le respondió mientras se sentaba
nuevamente en su sofá regalón.
—Bastardos inteligentes —volvió a escupir Edgard mientras miraba a Levi y luego a Dante.
Agustín suspiró un poco antes de poner la semi disuelta cápsula a contraluz. El resto de sangre que quedaba
tomó matices azulinos que brillaron espectralmente hasta cambiar de color y luego volver al rojo común.
—Es bien conocido de que la sangre Fae es sumamente tóxica para nuestros organismos así que quién quiera que
haya creado esta maravilla es un bastardo inteligente —concluyó.
Levi dejó escapar una oscura carcajada al tiempo que se cruzaba de brazos y fijaba su fría mirada en Ed.
Agustín aprovechó el interludio para dejar la cápsula nuevamente sobre el escritorio de Dante.
—Los seguimos por unos cuantos buenos minutos hasta llegar a territorio Fae, sin embargo, en ningún momento
sobrepasaron los límites establecidos, se mantuvieron en territorio neutro hasta el mismo momento en que tomaron un
desvío en dirección hacia la quebrada del Fauno. Eran tres y jamás en mi existencia los había visto, es más, ni siquiera
figuraban en los registros de Dante. No tuvimos tiempo de ponerle las manos encima, apenas salieron del coche
cayeron al suelo al tiempo que comenzaron a convulsionarse, para cuando llegamos a su lado ya estaban muertos.
Pandales sacó esa cápsula debajo de la lengua de uno de ellos, y aunque todavía no teníamos un análisis que
confirmaran qué sustancia era, ya sabíamos de qué iba, después de todo, no es que haya muchas posibilidades de
veneno para eliminar a un vampiro —concluyó Pasek magistralmente.
Edgard no dijo nada y se mantuvo con su expresión estoica.
—Interesante —murmuró Ed al tiempo que devolvía su mirada al blanco papel.
—Sí y desconcertante —agregó él—. Lo que nos lleva o mejor dicho me lleva a nuevas preguntas que no había
considerado antes de que Dante y Levi aparecieran. ¿Cómo diablos han conseguido atrapar a un Fae? ¿Es un rehén a
quién le están extrayendo la sangre o es un cómplice? Y si es esto último, ¿Qué llevaría a un Fae a prestarse para un
asunto así? Es bien conocido sus inmensos egos así que ¿cuál puede ser su móvil para internarse en un asunto de otra
raza? —Soltó todas las preguntas que lo habían estado carcomiendo desde que sus dos compañeros aparecieron con
esa nueva pista—. Mierda, todo esto ha mandado mi primera teoría al carajo —agregó mirando a Edgard.
Ed lo observó perspicazmente, su socio sabía que no se podía subestimar sus conclusiones y sus análisis
como tampoco sus intuiciones.
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—¿Cuál es tu teoría, Recart? —le preguntó directamente y con voz sumamente calmada.
—No te va a gustar, Setti —le contestó con la misma voz calmada.
—Déjame decidir eso a mí, Agustín —le respondió perforándolo con su intensa mirada.
—Bien, pero después no digas que no te lo advertí —concluyó al tiempo que se volvía recostar en su asiento.
Nione cruzó el pasillo de los dormitorios del Delta y salió hacia el patio de las instalaciones. Observó el cielo
enrojecido por lo cual supo que era el atardecer, muy pronto la noche caería impecablemente.
Sin mirar a ningún lado atravesó el solitario jardín hasta llegar a la inmaculada construcción de estilo clásico que
servía de refugio para los cuatro ancianos fundadores. Se detuvo en la entrada obviando la enredadera de un verde
intenso que comenzaba a ganarle al blanco de las paredes. Sin golpear ni llamar ingresó en el lugar y con la misma
rapidez subió la escalera de mármol con decoraciones de oro hasta llegar al segundo piso. Dobló a la derecha y tomó el
pasillo que resguardaba las oficinas de los cuatro ancianos, con el mayor silencio se paró en la puerta que se
encontraba al final y que era de roble negro. Antes de que llamara una voz le contestó que pasara. Delicadamente
ingresó para encontrarse con Ossian sentado tras su escritorio de madera de ébano.
—Quita esa cara de niña malcriada. Sabes que el hecho de que te llamara la atención fue por que me preocupo por
ti —le dijo volviendo en parte a su tono de voz usual, peor a ella no le fue indiferente la preocupación que brillaba en sus
ojos, estaba segura que cualquier cosa que le quisiera decir, no le iba a gustar.
—Lo sé, pero debes reconocer que mi impulsividad no fue en vano.
Él la miró con una ceja alzada y una expresión burlona en su cara.
—Ya, déjame que lo ponga en duda, porque hasta donde yo sé no conseguiste atraparlo y tampoco conseguiste
respuesta alguna —le respondió quedamente al tiempo que se levantaba.
Bien, en eso tenía un condenado punto. No podía rebatírselo porque la verdad era que se había lanzado en una
carrera que no la había llevado a nada, bueno a conocer a un imbécil que estaba malditamente bueno, pero que la había
humillado desde el primer momento. Chasqueó la lengua y se dejó caer en la silla.
—Tú ganas —reconoció muy a su pesar—. Aunque si no hubiese sido por esa loca persecución jamás me hubiese
enterado que el renegado tiene en sus manos las nuevas balas del Delta, Ossian. A ver ¿cómo lo explicas? —le
preguntó lo que llevaba hora carcomiéndola.
El anciano se paró y la observó. Pudo leer en sus ojos la incertidumbre entre continuar y decir lo que creía o
descartarse.
—Quiero la verdad, Ossi, aquí hay algo que huele mal —agregó mirándolo directamente a aquellos cálidos ojos.
Ossian suspiró y volvió a sentarse.
Cruzó sus largos dedos y apoyó la barbilla en sus manos entrelazadas y exhaló una cantidad de aire antes de
volver a levantar sus pardos ojos.
—Es por lo que te llamé, Nio —le contestó—. Es difícil para mí decirte esto, pero me veo impulsado a hacerlo.
—Al grano —lo apuró comenzando a inquietarse, no le gustaba nada lo que leía en esos ancianos ojos.
—Te quiero fuera del caso. —Aquellas palabras la dejaron sin aire, fue como si le hubiesen lanzado un cubo de agua
helada sin aviso alguno.
¿Qué rayos? Eso no respondía ni de lejos lo que había preguntado. Pestañó incrédula.
—Estás bromeando —logró decirle al tiempo que tragaba saliva.
Ossian bajó el rostro y movió la cabeza negativamente de forma cansina.
—No, Nione, no estoy bromeando. Te quiero fuera del caso y quería comunicártelo para que no te tomara por
sorpresa cuando lo expusiera en el concilio de esta tarde —le contestó mirándola con condescendencia aquello terminó
por enfurecerla. Desde hace una semana las cosas habían ido de mala a peor.
—No puedes hacer eso, Ossian. Soy la mejor rastreadora que tienes en este momento si yo no me hago cargo,
entonces quién —le preguntó parándose con tanta fuerza que derribó la silla en que había estado sentada. El anciano la
imitó, pero con una suavidad y una paciencia única.
Intentó cogerla de un brazo para calmarla, pero ella lo esquivó. Se sentía furiosa y traicionada.
—Me niego. No dejaré el caso, he pasado más de una semana persiguiéndolo, esto ya es algo personal —agregó
fuera de control, lo cual le valió que Ossian ocupara su control mental sobre ella para obligarla sentarla en un sillón
cercano, lo que lejos de calmarla la enfureció aun más rompiendo, para sorpresa de ambos, el control que estaba
ejerciendo sobre ella.
—Cálmate, Nione —le ordenó el anciano recurriendo a su superioridad física para sentarla.
Ella lo fulminó con la mirada demostrando lo herida que se sentía.
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—¿Cómo quieres que me calme? Ossian más te vale una buena explicación para esto, además… Dios, esto me
ofende rotundamente… ¿a quién vas a colocar en el caso si me sacas? —le preguntó con rabia.
Él la miró y suspiró antes de contestarle. En su mirada había pesar y preocupación.
—Yo voy a tomar el caso, Nione, por eso te quiero fuera. No te quiero ver involucrada en un fuego cruzado —le
contestó tan tiernamente que se quedó muda.
Desvió la vista y pestañó varias veces tratando de comprender. Observó el despacho que tantas veces había
visitado y recorrió cada cuadro que adornaba la sala. Se sentía perdida, herida, traicionada y conmovida. Respiró hondo
y se mordió la lengua antes de volver a hablar.
—¿Por qué? —le preguntó con una calma que la sorprendió—. Para que el cuarto anciano decida dejar su lindo
despacho e internarse en una persecución, significa que hay una razón de peso tras todo y quiero saber cuál es. Es lo
mínimo que me merezco —agregó plantándole cara.
Ossian la observó largo tiempo antes de dejarse caer al lado de ella.
—Prométeme que todo lo que te diga lo mantendrás en secreto. Es un asunto sumamente delicado —le pidió y ella
sólo pudo asentir en silencio—. Tengo razones para creer que en este asunto hay ciertas personalidades involucradas
—agregó y la dejó peor que antes.
—Explícate y sin rodeos, por favor —le pidió y pudo sentir la tensión que emanaba de él.
—Es cosa de política, Nio. Sabes que Eric es el príncipe de la raza ¿cierto? —le preguntó.
—Todo el mundo lo sabe, Ossian —le contestó.
Él dejó vagar la mirada por la estancia antes de levantarse y comenzar a pasearse.
—Ese es el punto, Nione. Eric subió al trono por herencia. Su maestro fue el anterior regente, y el maestro del
maestro de Eric fue el anterior príncipe —comenzó a explicarle y ella comenzó a entender poco a poco—. Eric subió al
trono porque pertenece a la línea directa con el primero, con el anciano fundador de la estirpe. Esa es la línea real, por lo
cual es de esperar cuando llegue el momento de descanso de Eric quien asuma el poder sea su primer discípulo —
agregó y en vista que ella no contestó continuó—. El punto es que nuestro príncipe es conocido por no haber creado a
ningún neófito, por lo cual no hay un candidato para el trono. ¿Sabes qué pasaría entonces si Eric entra al letargo de los
cien años sin haber creado a nadie para que lo sustituya? —le preguntó y las piezas comenzaron a encajar en su mente.
—Se despertará al primero para que reine quinientos años, luego volverá al letargo y se despertará a su sucesor, así
definitivamente hasta volver al último creado, quien tendrá quinientos años para crear a un nuevo vástago para que lo
suceda, sino crea a alguien se volverá a despertar al primero. Es lo que se conoce como el círculo de los quinientos
años —contestó tratando de recordar la edad de Eric.
—Correcto. A nuestro príncipe sólo le quedan cinco años antes de que su reinado llegué a su fin, y hasta donde se
sabe no hay disposición por su parte por crear a un neófito que lo reemplace —le contó—. ¿Qué pasaría entonces si
Eric muere antes de entrar al letargo? —le preguntó nuevamente y ella no pudo evitar abrir los ojos al comprender
finalmente hasta donde quería llegar.
—El trono pasará al segundo hermano y si este está muerto entonces pasará a su heredero —respondió sin poder
creer sus propias palabras—. No creerás que Noctis es quien está detrás de todo esto —afirmó más que preguntó.
—Me temo que sí, Nione, él y los otros dos. Por eso te quiero afuera y por eso me haré cargo yo —le respondió
quedamente.
—No voy a abandonar, Ossian. Ahora menos que nunca —sentenció mirándolo directamente a los ojos.
Capítulo 9:
Edgard sintió que su cuerpo comenzaba tensarse más de lo que ya de por sí lo tenía a medida que Agustín
soltaba las últimas frases de su teoría, y eso ya era decir mucho porque no creía estar sometido a más tensión, pero ahí
estaba completamente estresado, podía oler lo que venía a continuación.
—Noctis es el segundo al trono, Edgard. Si Eric muere antes de que la ceremonia para despertar al primero se lleve
a cabo entonces tendrá el camino libre para subir al trono y reinar —concluyó al tiempo que su cabeza comenzaba a
girar por la información que se negaba a aceptar. Sabía lo que había detrás de esas palabras.
—Fascinante —murmuró—. Pero ¿qué tiene que ver Cristopher y Giovanni en todo esto? El único que podría reinar
sería Noctis y ellos qué —le pregunto tratando de alargar el momento que no quería que llegara, pero no tuvo suerte,
Agustín lo perforó con su dorada mirada y pudo sentir sobre él el escrutinio de Levi y Dante.
—Pues, debe haber un trato entre ellos —contestó secamente—. Es algo que no podría explicar, pero mi instinto me
dice que están metidos en todo esto —agregó al tiempo que se reclinaba y lo examinaba quedamente. Su corazón dio
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un vuelco frente a lo que sabía que venía—. Ahora el cuento no son los otros dos ancianos, sino qué hace un Fae
involucrado en problemas de una estirpe ajena —le preguntó en una forma que parecía casual, pero él sabía que no era
así.
—¿Qué quieres que te diga? —fue lo único que se le ocurrió preguntar. Mierda, se sentía inseguro. Esa niñita lo
había dejado malditamente confuso y vulnerable, pero no podía odiarla, sólo se odiaba a sí mismo por ser tan débil.
Agustín se levantó de su sofá y se paró frente a él mirándolo ceñudo y de forma acusatoria.
—¿Hasta cuándo más piensas seguir fingiendo inocencia? ¿Hasta cuándo más piensas seguir ocultándote? —le
preguntó dejando atrás cualquier deje de amabilidad y compañerismo.
Sintió cómo los otros dos se miraban nerviosamente, sabiendo lo que aquellas preguntas podían gatillar en él,
sin embargo, no se movieron ni hablaron, simplemente intercambiaron miradas cómplices.
Él también se levantó y se paró frente a Agustín y lo miró directamente a los ojos, observando lo que la dorada
mirada de su socio le decía.
—No es tu problema —le contestó defensivamente, sabiendo lo pobre de su respuesta, pero era lo único que podía
contestar.
Agustín bufó burlonamente enviando una ola de renovada rabia a su interior. Maldita sea, odiaba que se
burlaran de él y eso su amigo lo sabía, aun así se atrevía a molestarlo.
—Por favor, Setti, te conozco desde hace cien años, confiaste en mí con respecto a dos de tus grandes secretos y
me dices que no es mi problema —le contestó riéndose con una risa carente de todo humor—. Quizás sea hora de que
le hagas una visita a tu madre y averigües en qué condiciones políticas están y quizás se paso le avises que uno de los
suyo se está metiendo en una consigna política que nada tiene que ver con él…
—Jamás, Recart. Prometí hace trecientos años que jamás volvería a pisar la tierra que me despreció, no volveré
ahora por una mera intuición —le respondió. Dios, el sólo hecho de pensar en volver a pisar la corte de su madre lo
hacía sentirse mal. Había vivido entre los Fae durante cien años, pero jamás logró ser parte de ellos, cuando fue
convertido vio su oportunidad para empezar una nueva vida, no tiraría por la borda su promesa.
—No es una mera intuición y lo sabes. El hecho de que aquellos que van detrás de Eric estén ocupando sangre Fae
para inmolarse no es una mera intuición. Sabes mejor que nadie que a un hada jamás se podrá apresar contra su
voluntad, ahora hay que saber cuál es la motivación de ese sujeto para eliminar a Eric. Qué conseguiría con que el
príncipe de la raza vampírica abandonara este mundo sin dejar descendencia ni a nadie que ocupe el trono —concluyó
bofeteándolo con cada palabra.
Edgard agachó la cabeza y luchó por mantener a raya su malestar y su rabia, luchó por mantenerse calmado e
indiferente a cada una de las frases que Agustín estaba lanzando en contra de él.
—No iré —sentenció—. No volveré a presentarme ante Fiona aún cuando el infierno se congele. Ella dejó de ser mi
madre en el mismo momento en que me dio la espalda dejándome a merced de los malos tratos, la humillación y la
tortura de sus queridas hadas —respondió en un susurro, tratando de mantener controlado el bombardeo de malos
recuerdos que comenzaba a llenar su cabeza, amenazando con hacerlo perder el poco control que tenía.
—Dejarás entonces que los asesinos lleguen a Eric y lo maten, dejarás que Noctis suba al poder y lleve a cabo
quizás qué retorcidos planes —volvió a arremeter Agustín.
—Sabes que aquello no tiene por qué estar relacionado con el Fae traidor. Es más ni siquiera podemos estar seguro
que tu teoría sea cierta, Agustín —comenzó a exasperarse así que esas palabras salieron mucho más crudas y fieras de
lo que realmente pretendía.
Agustín chasqueó la lengua y movió la cabeza en forma negativa.
—Me das pena, Setti, y tu autocompasión está comenzando a cabrearme —sentenció y aquello fue suficiente para
que su rabia y su frustración contenida en las últimas horas saltara, antes de que pudiera hacer daño a cualquiera de lo
que estaban ahí se dio media vuelta y salió de la casa, sin embargo, supo que Agustín lo seguía de cerca.
Cruzó la puerta de la mansión y se encaminó hacia donde tenía estacionado su coche, pero antes de llegar ahí
se paró en seco al oír las crudas palabras que le lanzó Agustín y que terminaron por romper su última gota de cordura.
—Eso es, Edgard Setti, huye y sigue huyendo que es parece lo mejor que sabes hacer desde que naciste, bastardo
cobarde —le gritó su ex socio con un sonrisa de burla en su boca—. Anda, Edgard, o mejor dicho debo decir, Liam hijo
de Fiona el mestizo cobarde y heredero al trono de la raza vampírica —volvió a espolearlo—. ¿Vas a darle la espalda a
tu viejo maestro? ¿Al que te sacó de tu miserable vida de mestizo y al que no le importó aceptar tu petición aun cuando
arriesgaba romper siglos de tradiciones? Bien, Setti, vete de aquí y anda a esconderte para lamerte tus heridas. Sólo
espero que cuando esos bastardos acaben con Eric, la culpa te carcoma…
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Fue lo último que dejó decirle, preso de un odio devastador y de una tristeza sin límite, llegó ante Agustín con
una rapidez que los sorprendió a ambos. Lo levantó del suelo y con un grito de desesperación lo lanzó sobre el capó de
su coche que se hundió con el impacto del cuerpo de su amigo. Con la misma rapidez que le permitía su perturbado
estado saltó sobre el destrozado coche y se colocó a horcajadas sobre Agustín que seguía riéndose, recordándole las
eternas burlas de la corte de su madre. Sintió que todo se volvía rojo y lo único que quería hacer era destrozar el burlón
rostro que tenía ante él, pero muy dentro de sí sabía que no podría, porque a pesar de todo, el bastardo que estaba bajo
suyo tenía razón en todo lo que había dicho. Antes de que pudiera bajarse por sí sólo sintió unos fuertes brazos
quitándolo y separándolo de Agustín. Poco a poco comenzó a volver a la realidad y las palabras de sus otros dos
compañeros comenzaron a penetrar en la niebla que oscurecía a su mente. Resopló y se quitó las manos de Levi y se
giró, mientras Dante ayudaba a Agustín a levantarse.
—Llévate mi moto, Ed —oyó que Agus le decía al tiempo que depositaba unas frías llaves en su mano—. Y déjatela,
ya sabes que yo no ocupo ese aparato del demonio.
Edgard sintió que la rabia lo abandonaba y que era reemplazada por un sentimiento de culpabilidad y
vergüenza.
—Lo siento —susurró y sintió la risa de Agustín, pero lejos de ser burlona volvía a ser cálida y amable.
—No te preocupes, lo hice deliberadamente para que entraras en razón —le confesó y por una extraña razón aquello
no lo sorprendió—. Ahora ve y averigua quién y por qué está haciendo todo esto. Descubre el modo operandi. Hazlo por
tu maestro, Setti. Se lo debes, te lo debes —concluyó.
Edgard se giró y observó a los tres machos que se habían convertido en su familia.
—Gracias —murmuró y los tres le dieron unos golpecitos en el hombro antes de encaminarse hacia la mansión,
dejándolo solo ante su destrozado coche. En las últimas horas había perdido sus dos medios de transporte, pero había
ganado mucho más de lo que creía.
Avanzó hacía el final del estacionamiento y montó la plateada moto de Agustín e insertó la llave,
inmediatamente sintió el rugir del motor, lo que dio paso a una oleada de vida. Se colocó el casco a juego y se internó en
la carretera camino a la tierra que lo vio nacer, pero que jamás lo vería morir.
Nione observó la sala del concilio. Esta vez estaba en pleno. Los cuatro ancianos fundadores en el centro y el
resto de los más antiguos y de más grado alrededor. Clavó su mirada en Ossian y le hizo entender que dijera lo que
dijera no la sacarían del caso, así que era mucho mejor que fuera reconsiderando la posibilidad de hacerla su
compañera, porque no abandonaría, menos aun cuando se sentía tan comprometida con la causa, había estado a punto
de morir varias veces, si no hubiese sido por sus reflejos y por la oportuna aparición de aquel vampiro machista, no
estaría parada ahí. Así que no sería fácil marginarla.
Sintió, pero no escuchó ni procesó las palabras de Noctis, ni la del resto del concejo. La verdad era que una
hostilidad bastante fuerte por los tres ancianos se había anidado en su mente y en su corazón. Dios, y pensar que había
servido a esa institución por alrededor de cien años y algo. Le costaba creer, pero no se le hacía raro que aquellos tres
estuvieran conspirando. Suspiró y trató de poner oído a lo que Giovanni estaba hablando. Palabras sobre el atentado en
la fiesta llegaron a sus oídos y le molestaron profundamente, sobre todo, por la nota de pesar y condescendencia que
percibió en su raspada voz. “Trío de hipócritas”, pensó.
Volvió a observar a Ossian y se sorprendió al verlo tan compenetrado con sus tres congéneres, sino lo
conociera mejor le compraría su postura de anciano frío y calculador.
Maldición, quería que esa reunión acabara pronto y así poder volver a salir en busca de nuevas pistas.
—Por cierto, vampiresa, fue bastante imprudente de tu parte lanzarte en una persecución. Además las órdenes eran
que cuidaras de Eric, no de que capturaras al responsable —la voz de Cristopher voló hasta sus oídos y una oleada de
repulsión casi le gana, pero logró mantenerla a raya el tiempo suficiente para contestarle.
—Sí, señor, pero debo recordarles que mi prioridad desde el primer momento ha sido atrapar al renegado, para
cuidar de Eric había un operativo bastante grande de miembros del Delta además de la presencia de uno de ustedes. No
creo que mi acción hiciera diferencia, además fui yo la que le salvó la vida en esa fiesta, luego lo dejé a cargo de los
competentes guardaespaldas asignados por este mismo concejo —contestó con un sutil deje de ironía en la voz que no
pasó de ser desapercibido al menos para Ossian que la miró advirtiéndole que mantuviera su temperamento a raya.
Se mordió la lengua para no replicar nada más, después de todo, la conversación que había tenido con Ossian
era sólo suposiciones, cualquier cosa que agregara podía levantar las sospechas de los tres sospechosos. Esperó en
silencio la contestación del concilio, pero esperó en vano, el tema fue cambiado abruptamente.
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—Un miembro de este concejo a solicitado esta mañana de forma formal un recambio en la titularidad del caso —
habló Noctis y sintió que se quedaba nuevamente sin aire, así que Ossian lo tenía pensado de mucho antes.—. Ossian
hijo de Ángelo el quinto hermano ha solicitado que Nione Caspell abandoné al misión para él ser colocado como titular a
cargo de la investigación. —Apenas terminó de hablar un murmullo general se extendió en la sala y era obvio un anciano
jamás se involucraba en las misiones, para eso estaban los rastreadores y los ejecutores. Aquello significaba que la
encargada no estaba haciendo bien su trabajo, sintió rabia, pero quiso confiar en que Ossian recapacitaría y diría que se
retractaba—. ¿Tienes algo que agregar, Ossian? —le preguntó Noctis.
El cuarto anciano observó al resto de los presente antes de observar a Nione, aquel gesto le dijo que no había
forma de que se retractara por lo cual desvió su mirada para decirle sin palabras que si seguía adelante con la petición,
se olvidara de ella.
—Es verdad, esta mañana pedí el cambio, pero no porque la rastreadora asignada sea incompetente, todo lo
contrario. Esto a pasado a niveles mayores, señores. Estamos hablando de una banda terrorista que va detrás de
nuestro príncipe y frente a eso soy de los que cree que debe estar en manos con experiencias. Yo tengo alrededor de
tres mil años, dos mil al servicio del Delta, soy el cuarto fundador de la entidad y estuve al servicio de Edward, el
segundo príncipe de la raza, tengo el conocimiento necesario para hacer frente a una situación de este calibre —habló
quitándole de encima el hecho de ser responsable de que el renegado siguiera suelto después de tanto tiempo—. Tengo
la información de que la noche de la fiesta un segundo automóvil con la misma características que recogió al renegado
se puso en marcha en dirección contraria, llegando a los lindes de los bosques Fae, sin embargo, antes de que se
pudieran atrapar se suicidaron, lo que me lleva a pensar que aquel segundo coche fue un mero despiste, pero no deja
de ser importante —informó sorprendiéndola incluso a ella, aquello no lo sabía. Así que habían más involucrados, lo
que hacía que todo el asunto tomara un nuevo matiz—. Es cierto que en una primera instancia pensé en que Nione
Caspell me dejara la misión en mis manos, pero luego de hablar con ella he llegado a la resolución de que la tomaré
como mi segundo al mando. La investigación será llevada por mí con la colaboración de la rastreadora —concluyó y a
pesar de que todos se miraron sorprendidos nadie se opuso.
Nione procesó y se repitió mentalmente la bomba de información que Ossian había dejado caer. Así que ahora
estaría bajo su tutela eso era mejor que ser marginada, pero igual se sentía pasada a llevar.
La reunión se sucedió tratando puntos sobre la nueva asignación de guardaespaldas para Eric y sobre otras
cosas de menor importancia hasta que finalizó. Todos comenzaron a levantarse y a salir comentando sus propios
asuntos. Ella se quedó hasta que todos abandonaron la sala y se acercó a Ossian que terminaba de hablar con los otros
tres ancianos, sin embargo, apenas la vio acercarse se despidió y la abrazó por los hombros y la sacó del salón. Una
vez afuera miró a todos lados antes de meterla a una nueva sala, cerró y la miró fijamente.
—Es lo mejor que pude hacer, seguirás en el caso, pero bajo mis órdenes así que hazme caso —le dijo y ella asintió
en silencio—. Necesito que vayas a donde Fiona nuevamente, Nio. Tengo información de que hay un Fae traidor
involucrándose en nuestros asuntos.
—¿Qué? —le preguntó tratando de procesar lo que le estaba diciendo—. ¿Quién te lo dijo?
—Eso no es importante. Fueron tres individuos los que escaparon hacia esa zona, se suicidaron con cápsulas que
contenían sangre Fae. Pues ya sabes lo que eso significa, Nione —le contó y antes de que pudiera responder agregó—.
Trata de sonsacar la mayor cantidad de información y la mayor colaboración posible por parte de Fiona, parece tenerte
estima. Yo mantendré a los ancianos vigilados, algo sacaré. No comentes esto con nadie, nos juntamos más tarde, iré a
tu habitación —concluyó e igual como había entrado, salió de la sala dejándola sola.
Nione se quedó un rato más tratando de ordenar las ideas, luego observó la pequeña habitación y salió, no
esperaría mucho, corrió a su cuarto, tomó sus armas, las llaves de su moto y su abrigo y se precipitó hacia el
estacionamiento en busca de su moto. Cinco minutos después salía velozmente camino nuevamente hacia los bosques
feéricos.
Capítulo 10:
Edgard estacionó la plateada moto al llegar al final del camino de la quebrada del Fauno. Era una gran
explanada de tierra rojiza que desembocaba en una gran quebrada que daba a uno de los ríos más importantes de la
zona y que conformaba uno de los límites finales con las tierras de Fiona y las tierras neutras, además de ser uno de los
puntos que resguardaba uno de los pasos para entrar al reino sin levantar las alarmas y la hostilidad de sus habitantes.
Se bajó aún con el casco puesto y observó el bosque que terminaba abruptamente dando paso a la planicie de
tierra suelta. Quitó las llaves y se encaminó hacia el viejo y tétrico bosque y se internó en la espesura de la vegetación
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que a diferencia de los dominios de los cambia formas, era mucho más oscura y tenebrosa, sin duda que aquellos
parajes debían alimentar el argumento de un sinfín de historias de terror entre los mortales.
Se abrió paso entre las grandes y viejas raíces hasta que halló el sendero que conducía en dirección al castillo
de cristal en donde se alojaba la corte de su madre y en donde había vivido por cien años.
Tratando de obviar la molestia y la desagradable sensación que lo embargaba comenzó a caminar con paso
seguro, mientras se quitaba el plateado casco. Lo primero que divisó cuando se halló en lo profundo del área fueron los
inmensos árboles que se retorcían formando macabras figuras, era obvio que el bosque era milenariamente antiguo y
encerraba en cada uno de sus habitantes un trozo de las leyendas que corrían de boca en boca y que formaban parte
del repertorio de los trovadores que entretenían a los miembros de las nueve casas nobles, sobre todo la de Fiona.
Apuró el paso hasta el punto de ocupar la celeridad, no importaba ser discreto, porque en el mismo momento
en que había puesto un pie en el sendero, sabía que su madre ya estaba al tanto de que él estaba ahí.
En un par de minutos se halló a las afueras del gran y legendario castillo de cristal y reconfirmó su teoría: jamás
pertenecería a ese mundo. Llegó a la entrada y recibió la fría y hostil mirada de los Golem que custodiaban el paso, los
fieles perros del Rey y la Reina. No fue necesario decir nada, las enormes moles se hicieron a un lado, dejándolo pasar
de muy malas ganas.
Ingresó y con paso presuroso entró al salón real, la sala se quedó en silencio cuando lo vieron aparecer con su
majestuosa oscuridad, haciendo contraste con las claras paredes y con el verde y dorado de las decoraciones, y sin
duda, con todo el colorido de las vestimentas de las pequeñas Pookas, con la dorada piel de los sátiros y la blanquecina
piel de los Sidhes.
—Hijo —oyó la etérea y sorprendida voz de Fiona. Una oleada de ira lo recorrió, ¿Cómo se atrevía a llamarlo hijo,
después de que le había dado la espalda cuando apenas era un niño?
—Me trae aquí un asunto de suma importancia y tiene que ver directamente con tu gente, lady Fiona —le contestó
con fría indiferencia e inyectó a las últimas palabras un tono ácido.
Todos los miembros del gran hall murmuraron y lo observaron de pies a cabeza, para luego dirigir sus miradas
a su reina y a su rey que observaban a su vez al recién llegado.
Lord Rathsmere no podía ocultar el malestar que se había apoderado de él cuando lo había visto aparecer y no lo
culpaba, porque su sola presencia significaba que su reina había sido infiel hace cuatrocientos años atrás y nada menos
que con un mortal. Edgard era la representación y la encarnación de la feroz mancha que significaba que Fiona hubiese
compartido lecho con un vulgar y miserable humano.
—Liam, pensé que habías muerto. ¿Por qué huiste? —le preguntó y su tono de falsa preocupación le molestó de
sobremanera.
—Lady Fiona, mi nombre es Edgard y la verdad es que no sé de qué me habla —le contestó dispuesto a hacerse el
desentendido—. Lo que me trae por estos lados es un asunto político de mi raza y que los involucra a ustedes, aunque
supongo que usted, lady Fiona, tal vez sepa algo —agregó mirando directamente a sus azules e iridiscentes ojos tan
parecido a los de él. El desconcierto que halló en ellos por un momento lo desequilibró, pero pudo recuperarse a tiempo
para mantener su fachada de indiferencia.
—¿Edgard? —preguntó y supo que aquello la desconcertó aun más, aquel era el nombre de su padre, por lo cual
sabía que le traía bastante recuerdos a su querida madre.
—Sí, señora, Edgard Setti caza recompensas profesional. Estoy aquí por asuntos de negocios —se presentó
inclinándose con desprecio ante las dos figuras sentadas en lo alto del salón.
—¿Qué ultraje es este? —oyó que exclamaba indignado Rathsmere—. ¿Cómo osas presentarte después de tres
siglos, malagradecido? —le preguntó levantándose en toda su magnánima e imponente altura, pero lejos de sentirse
intimidado, Edgard le sonrió de forma irónica y burlona.
—Creo, lord Rathsmere, que me confunde, pero no me preocuparé por hacerlo salir de su error. Iré directamente a lo
que nos concierne. Desde hace una semana que nuestro príncipe ha sido atacado, atentado que se repitió en la noche
de ayer, pero esta vez mi equipo encontró algo interesante y quizás ustedes puedan ayudarnos —los puso al día,
desviando su mirada de Rathsmere y clavándola en la de su madre que seguía con una expresión de desconcierto y
sorpresa.
Ella se levantó y bajó obviando la silenciosa advertencia de su cónyuge y llegando a frente de él.
—Estoy al tanto, Edgard —le contestó volviendo a la pasividad y a la cálida calma característica en ella—. Hace
unos días tuvimos en nuestras tierras a una encantadora muchacha, nos dijo que pertenecía al Delta y que era una
rastreadora especializada. Nos puso al tanto del desafortunado acontecimiento y nos pidió un permiso especial para
cazar en la zona. Se lo concedí de buenas ganas, no nos gustan los visitantes indeseados y por lo que nos dijo aquel
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renegado había entrado en mis bosques, aunque debo confesar que aquellos nos tomó por sorpresa a todos. Las
alarmas jamás se dispararon, pero en fin, deposité un voto de confianza en la vampiresa y le permití pasearse por mis
dominios —concluyó.
Edgard estaba al tanto de que Nione había estado en la corte de su madre, pero no estaba al tanto de que
ninguno de los Fae había advertido la presencia del renegado. Aquello lo desconcertó, pero no lo demostró.
—Mi equipo y yo creemos que hay un traidor entre ustedes —sentenció y el revuelo fue general. Sintió la hostilidad
comenzando a crecer alrededor de él y sintió la fría mirada de Rathsmere sobre su persona, pero antes de que el señor
de las hadas pudiera decir algo, Fiona se adelantó.
—¿En qué te basas para decirnos eso, forastero? —le preguntó, pero lejos de ser hostil fue de curiosidad por saber
qué era lo que pensaba.
—En unas cápsulas que están ocupando los miembros del grupo de terrorista para inmolarse, lady. Son cápsulas
con sangre Fae, ustedes ya sabrán lo que eso significa —explicó sin apartar la mirada de su madre que lo observaba
con aprensión y con un anhelo que lo desconcertaba. Era como si estuviese feliz de volverlo a ver, cosa que no podía
ser, ella lo había despreciado igual que el resto de los presentes.
—Liam, ¿por qué hay tanto odio y temor en tu corazón? ¿Por qué finges no conocernos? Y por sobre todo ¿por qué
me reniegas? —lo bombardeó a preguntas y pudo sentir la duda y la sorpresa que la albergaba. Él se había preparado
para todo tipo de reacción, desde la más leve indiferencia hasta la mayor demostración de desprecio, pero jamás para lo
que estaba presenciando ahora—. Soy tu madre, hijo. ¿Cómo es posible que me trates así? —le preguntó haciéndolo
retroceder y agradecer que llevaba sus gafas puestas para no demostrar lo mucho que le habían afectado esas
preguntas.
—Usted no es mi madre, lady Fiona, la mía me abandonó cuando apenas era un recién nacido, dejándome solo ante
la hostilidad y el desprecio de sus pares, pero eso no es de su incumbencia, su majestad. Sólo conteste a mi pregunta
¿cree que pueda ver alguien lo suficientemente resentido contra mi raza como para participar en atentados contra
nuestro príncipe? —le contestó, manteniendo el nudo que se le había formado muy dentro de él.
Fiona lo observó largo rato antes de suspirar en señal de resignación. Las puertas del salón se volvieron abrir
haciendo que todos se giraran, incluyéndolo, en la entrada había un mensajero que se inclinó ante la reina antes de
hablar.
—Mi señora, la rastreadora del otro día pide una audiencia con usted. Dice que es de carácter urgente —sentenció el
Eshú.
Edgard sintió que su férreo control lo abandonaba, Nione estaba ahí sólo a unos pasos de él y por una extraña
razón no quería que lo viera ante su antigua familia. Se giró imperiosamente ante su madre que lo miraba con atención.
—Espera a que yo salga de este cuarto y hazla pasar y por sobre todo, no le menciones que yo estuve aquí —le
habló y ella lo miró aun más extrañada, pero asintió silenciosamente.
Edgard se giró para encaminarse hacia una salida que él conocía desde pequeño y la cual usaba cuando se
escapaba al bosque, pero no dio un paso más cuando los finos dedos de su madre lo detuvieron. Él la miró por sobre el
hombro y ella le habló:
—Liam, no sé que habrá pasado, pero me alegro enormemente de saberte vivo. Creí que te había perdido, sólo te
pido una oportunidad más para hablar contigo, en otro lugar a solas —le pidió en un murmullo sólo para que él lo oyera.
No supo qué hacer frente a esa situación, de pronto se había visto desarmado y todo era culpa de Nione que
había mandado su coraza al carajo.
—Ya lo veremos, lady Fiona. Si tiene alguna información que pueda darme sobre lo que hablamos, se lo agradecería
—le contestó antes de soltarse de su agarre y con la celeridad esfumarse de la sala, dejando a la reina de las hadas con
las manos en el pecho y la mirada perdida.
Nione ingresó por segunda vez en la semana a aquel celestial e intemporal espacio, y por segunda vez en la
semana se sintió sumamente fuera de lugar, siendo observada fijamente y examinada sin tapujo alguno; sin embargo, a
diferencia a la primera vez que había estado en ese lugar, la reina le pareció sumamente distraída y con un brillo de
melancolía y vulnerabilidad en su irreal e iridiscente mirada, pero optó pasarlo por alto.
—Lady Fiona, me apena tener que volver a molestarlos, trayéndoles los problemas de mi gente, pero me es
indispensable comunicarle los últimos acontecimientos que me empujan hacer esta visita —le habló y por un momento
creyó estarle hablando a una vacía y perfecta muñeca de porcelana.
Fiona alzó su mirada a ella y le sonrió, pero su risa no llegó a sus ojos lo que consiguió que se sintiera fuera de
lugar. Algo había pasado minutos antes de que llegara.
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—Los rumores ya nos han llegado, vampiresa —oyó que lord Rathsmere le respondía con un tono demasiado seco y
hostil, para nada parecido a como le había hablado hace una semana atrás. Aquello la sorprendió tanto como el estado
perturbado de la reina. Ambos no se parecían para nada a la majestuosa imagen de los reyes de los Fae, todo lo
contrario, parecían mucho más humano que los mismos mortales.
—Vaya, ¿y se puede saber cómo se enteraron? —preguntó sin poder evitar mirar con extrañeza a las dos
disminuidas figuras.
El silencio tenso de la sala tampoco ayudaba en nada, estaba segura que de pronto todo estallaría renegándola
al rincón más apartado por el susto que aquello significaría.
Lady Fiona alzó su opacada mirada y le sonrió condescendientemente, a pesar de que quería ocultar su
perturbación, no podía. Era evidente en todos sus actos y en su aura opacada.
—Ya sabes, querida, el mundo es un pañuelo. Y antes de que preguntes te contestaré, me ha tomado de sorpresa y
ya ves, a todos en mi casa también. No sé ni sabemos absolutamente nada, pero tenga fe de que cualquier cosa que
sepamos, se lo haremos saber —le contestó tomándola por lo hombros y mirándola directamente a los ojos—. Si hay un
traidor en mi casta, tenga por seguro que será atrapado y sentenciado según mis leyes —aquellas palabras fueron
glacialmente calmadas.
Nione procesó la información que le estaban dando y se sorprendió cuando Fiona se giró para observar a su
cónyuge con una mirada fría y asesina, lo que la hizo sentirse en medio de una pelea doméstica, lo mejor que podía
hacer era abandonar ese lugar antes de que los ánimos se caldearan aun más; pero si lo hacía se perdería las
siguientes reacciones. Algo había pasado antes de que ella llegara y estaba segura que tenía que ver con la noticia del
renegado, aquellos rumores habían dado un quiebre en la relación. ¿Sería posible que lady Fiona sospechara de
alguien?, se preguntó mientras intentaba descifrar la mirada que le daba al señor de las hadas. ¿Sería de complicidad
en una forma de traspasarle sus sospechas? 0 ¿sería que Fiona desconfiaba de Rathsmere?
—Bien, confiaré en eso entonces. Me gustaría, si fuera posible, que me diera paso libre para rastrear en su zona, mi
renegado puede estar trabajando con el de ustedes, pero sólo el suyo se puede juzgar bajo sus leyes —agregó
volviendo a capturar la mirada de lady Fiona.
Ella le volvió a sonreír de forma cortés, antes de volver a hablar.
—Claro, querida, claro que sí —le respondió dando por terminado cualquier conversación.
Nione hizo una reverencia a Fiona y cuando se dio vuelta para despedirse de lord Rathsmere se dio cuenta que
éste había desaparecido de la sala. Fiona también lo notó, pero lo disculpó, diciéndolo indirectamente de que saliera del
salón.
Nio salió con paso presuroso y con el corazón latiendo a mil. La hostilidad del lugar era tan fuerte que se podía
tocar con los dedos, pero lo más extraño había sido la reacción de Fiona, jamás se hubiese imaginado que pudiese lucir
tan vulnerable y triste, toda su majestuosidad y sus aires celestiales que la asemejaban a los mismo dioses, se habían
esfumado dejando una figura bastante terrenal y palpable.
Su concentración era tal que no se fijó que la seguían ni mucho menos que el peligro estaba sólo a unos pasos.
Recorrió el sendero que la llevaba directamente hacia la carretera y hacia donde había dejado estacionada su moto
sin prestar atención a su entorno. Los pensamientos se sucedían uno tras otros haciéndola gastar todas sus energías en
las distintas conclusiones a las que llegaban, cada una sin un nexo que le permitiera conectarlo con los atentados a Eric.
Si había un Fae involucrado ¿cuál podía ser su motivo para atacar al príncipe de otra raza? No pudo terminar sus
pensamientos cuando se halló cayendo al suelo con un fuerte cuerpo masculino presionándola y con una lluvia de luces
explotando sobre sus cabezas. Sin darse cuenta y sin tener el tiempo para reaccionar se halló siendo arrastrada lejos de
la zona de tiroteo y siendo lanzada tras unos árboles que sirvieron para contener en parte las explosiones.
—¿Estás bien? —una voz demasiado conocida le llegó a los oídos penetrando en su mente que se había quedado
bloqueada por un momento.
Abruptamente volvió a la realidad siendo conciente de la presencia enemiga a unos pasos de donde se
encontraban y, por sobre todo, siendo dolorosamente conciente de la presencia del bastardo machista, pero estaba feliz
de verlo, con sus estúpidas gafas puestas y con sus aires de peligro y amenaza que lo rodeaba. Por tercera vez en
menos de dos días le volvía a salvar la vida, sintió el impulso de lanzarse a sus brazos y besarlo en agradecimiento,
pero se contuvo, ante toda reacción le sonrió por primera vez inconciente de lo que aquel gesto provocó en él.
—Edgard —fue lo único que logró decir antes de que él volviese a hablar.
—¿Dónde está tu moto? Necesitamos salir de aquí, no podremos contra la cantidad que son —le contestó, volviendo
su mirada hacia la espesura del bosque—. Ocuparía la mía, pero lamentablemente la dejé al otro extremo de estos
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parajes, así que supongo que tendremos que salir en la tuya. ¿Dónde está? —volvió a preguntar, sacando de su abrigo
una pistola y observando fijamente en la oscuridad del lugar.
—Al final del camino. ¿Cuántos son? —Necesitaba saberlo.
—Puedo captar a unos diez, todos vampiros, lo que me extraña —le respondió al tiempo que volvía a fijar su mirada
en ella—. Las alarmas no se dispararon, Nione —agregó.
Ella supo lo que aquello significaba. Diez vampiros internados en los bosques de Fiona sin que ninguna alarma
delatara a los forasteros, sólo se podía significar una cosa: contaban con la autorización de uno de los reyes.
—No puede ser…
—Yo creo que sí. Estamos en territorio enemigo desde este momento, cuando te diga ya, corres. Yo te cubriré las
espaldas —le informó y ella sólo tuvo tiempo de asentir antes de verse corriendo entre la espesa vegetación del
frondoso y antiguo lugar, con la adrenalina a mil y los sentidos sumamente consiente de lo que la rodeaba.
En menos de dos minutos de halló frente a su moto y rebuscando en su raído abrigo las malditas y escurridizas
llaves que no aparecían por ningún lado.
—Súbete, yo las tengo —oyó que le ladraba Edgard que salía en ese momento del maldito bosque. No se detuvo a
increparlo por haberle robado las llaves, simplemente le obedeció y en un par de segundos más tarde sintió que el se
subía atrás y hacía arrancar el motor internándolos a una velocidad abismal en la oscura y vacía carretera.
—Creo que no nos siguen, pero por si acaso daré un rodeo antes de entrar en mi propiedad —fue lo último que
escuchó antes de que su cerebro comenzara a funcionar a mil por hora con los últimos acontecimientos.
—Bien —fue lo único que pudo contestar antes que comenzara a formular mil teorías distintas.
Capítulo 11:
Con un fuerte estruendo se detuvo la moto ante la fachada de la casa de Edgard. La tierra suelta formó un
densa nube de polvo alrededor de ellos, envolviéndolos hasta dejarlos ocultos y empolvados.
Nione intentó bajarse antes de que el humo terminara asfixiándola, pero lo cierto fue que no tuvo tiempo para hacerlo
sola. Con la misma velocidad y con el mismo sigilo con que había aparecido para salvarla de la explosión de balas,
Edgard la bajó del asiento con una delicadeza que la sorprendió. Luego echó a andar sin soltarle la mano y con paso
presuroso en dirección a su casa. Cruzaron el pequeño patio rápidamente hasta encontrarse seguros al interior de las
paredes de la construcción.
Edgard en silencio la condujo hasta la sala de estar y la sentó en unos de los sillones de cuero rojo que contrastaban
con las paredes blancas, cosa que la sorprendió bastante ya que todo lo que tenía que ver con en ese vampiro parecía
ser monótonamente negro, así que ver una inyección de color en su sala de estar era algo raro.
Él no se detuvo a hablar y en el mismo silencio en que se había envuelto desde que habían salido huyendo se perdió
en la misma dirección por donde habían entrado, volviendo unos minutos más tarde con dos bolsas de sangre en la
mano. Llegó a su lado y se arrodilló frente a ella tendiéndole una de las bolsitas al tiempo que la examinaba con ojo
crítico. No pudo evitar sonrojarse y apartar la mirada de él, su escrutinio la ponía nerviosa.
—¿No estás herida? —oyó que le preguntaba con la voz algo ronca. Ella se limitó a negar con la cabeza, lo oyó
suspirar al mismo tiempo que se levantaba—. Bebe. Iré a asegurar el perímetro. No creo que nos hayan seguido, pero lo
mejor es no arriesgarse —le informó antes de desaparecer nuevamente de su presencia.
Nione observó la habitación en la que estaba y reparó en lo moderna y clara que era, contrastando con el rojo
de los sillones y con los enormes ventanales que daban hacia el patio delantero. Para ser un vampiro sumamente
paranoico con la seguridad y el sigilo, aquella sala parecía una invitación clara a entrar a la propiedad o de tumbar los
vidrios con miles de disparos.
—Son antibalas —su voz le llegó sorpresivamente haciéndola sobresaltar.
—Debí imaginármelo. No pareces ser alguien que se arriesgaría a estar desprotegido —le contestó, observando las
hermosas pinturas de estilo contemporáneo que adornaban las paredes.
Edgard la contempló mientras ella absorbía todo lo que veía. Jamás pensó que volvería a tenerla en su casa,
pero en vista de lo que había sucedido sólo hace una hora estar ahí era la mejor opción. A pesar de que no le gustara
admitirlo, había heredado poderes de su madre, poderes que le eran útiles cuando necesitaba protegerse, así que nadie
que no fuese invitado por él podría entrar en sus dominios, además cada pared y cada ventana estaba reforzada con
material antibalas. Así que ahí estarían suficientemente protegidos.
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Además debía reconocer que le gustaba verla sentada entre sus cosas como si perteneciera a ese lugar, debía
reconocerlo: la había extrañado, y había sido por esa razón que la había seguido cuando había abandonado el palacio
de cristal, cosa que agradecía haber hecho o si no ahora estaría muerta. Su corazón dio un brinco tan solo en pensar en
lo que podía haber sucedido, se negó a aceptarlo.
—Un amigo decoró esta habitación alegando que se sentía demasiado deprimido por todas las cosas negras que
poseía —le contó sabiendo que se estaba preguntando silenciosamente por qué la sala era tan distinta a su persona, lo
podía leer en su cara y en sus verdes ojos. A pesar de que estaba sumida en un mundo y en un trabajo bastante cruel y
traicionero, ella era sumamente transparente y fácil de leer, y aquello le gustaba mucho.
La vio asentir con la cabeza antes de abrir la pequeña bolsa de sangre y comenzar a beberla. Se fijo en sus
rojos labios y deseó remplazar la molesta bolsa por su propia boca. Tuvo que reprimir un gemido al recordar lo suaves y
cálidos que eran, no se podía permitir perder el control nuevamente. Lo primero que debía hacer era comunicarse con
Agustín y darle los últimos detalles.
—Debo hacer una llamada. No te muevas de aquí —le dijo antes de desaparecer escalera arriba en dirección a su
habitación.
Entró en su dormitorio y se sacó el pesado abrigo de cuero. Cogió el diminuto móvil, creación de Dante y marcó
la tecla que lo conectaba directamente con la mansión. Tras tres tonos, la suave voz de Pandales le respondió.
—¿Setti? —oyó que le preguntaba, aunque sabía de sobra que era él.
—Sí —le respondió—. Todo se ha ido al carajo, Dante. ¿Está Agustín por ahí? Necesito hablar con él —le preguntó
y sintió gritar el nombre de su amigo.
—Ahí viene, jefe —le contestó—. ¿Estás bien? —le preguntó y a pesar de que parecía casual pudo entrever la nota
de preocupación que subyacía en su relajada voz.
—Por poco —le respondió.
—Bien. Aquí está el otro gran jefe. Cuídate —oyó que le decía antes de que el teléfono cambiara de mano y se oyera
la característica voz de Agustín.
—¿Qué pasó? —le preguntó y pudo notar la impaciencia que poseía esa simple pregunta.
—Atacaron a Nione y Fiona estuvo sorprendida de verme vivo, pero lejos de demostrarse repulsiva y hostil, se
mostró extrañamente complacida y asombrada —le respondió tratando de parecer lo más casual, pero lo cierto era que
todo lo sorprendía en sobremanera, sobre todo lo primero. Aún podía ver como las balas explotaban sobre sus cabezas.
Nuevamente el nudo de temor que se había formado en su garganta cuando se había dado cuenta que Nione había
estado en peligro se le volvió a presentar, haciendo que no agregara nada más a la conversación.
—¿Atacaron a Nione? —oyó claramente la alarma en la voz de Agustín.
—Sí, Agustín. Tu querida Nione estuvo a punto de morir esta tarde en manos de diez vampiros que merodeaban los
bosques de Fiona —le respondió.
—¿Está contigo y está bien?
—Sí, en mi casa. Es la mejor fortaleza.
—Entonces voy para allá —le contestó. Era obvio que se alteraría tal vez debería haber esperado un poco antes de
llamarlo.
—No creo que sea lo mejor, Agustín. No sé si nos habrán seguido. En estos momentos es peligroso que alguien se
acerque. Estaremos bien, tú sabes que cuento con métodos efectivos. Al menos espera hasta mañana, durante el día y
te acercas. Hay cosas de la que debemos conversar, pero no pueden ser dichas por teléfonos —le dijo antes de que
sintiera el suave clic de la puerta al cerrarse. Se giró para encontrarse con la ceñuda mirada de Nione. ¿Cuánto habría
escuchado?
Sin despegarle la mirada, se despidió de Agustín asegurándole que luego hablarían. Por la cara de Nione era
obvio que se había dado cuenta de con quién estaba hablando. Colgó el teléfono y la miró quedándose en silencio,
esperando que ella lo enfrentara o hiciera la primera pregunta, pero ella no se movió ni dijo nada, simplemente se quedó
ahí observándolo y estudiándolo.
Por lo que parecieron horas se mantuvieron parado en el mismo lugar mirándose, hasta que ella al fin rompió el
silencio y el tenso ambiente.
—¿Por qué no me lo imaginé? Dios, era obvio, después de todo parecías conocer demasiado sobre mí —le habló,
pero lejos de parecer enfadada con él, parecía enfada con ella misma por no haberse dado cuenta de la relación entre él
y Recart.
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Aquello lo relajó de sobremanera. Vaya, de hecho el alivio fue completo, tan así que no se dio cuenta cuando
cruzó la distancia que lo separaban y la estrechó contra su pecho. Dejó caer el celular y posó su mano sobre su espesa
y sedosa cabellera negra. Ella se removió y lo observó sorprendida, pero no se deshizo de su abrazo.
Se quedaron mirando nuevamente y poco a poco se perdieron en el instante. Edgard no sabía lo que estaba
pasando, pero lo único que quería hacer era quedarse ahí, abrazándola, observándola y besarla.
—Quiero besarte —le murmuró y vio la sorpresa y el deseo que cruzó sus hermosos ojos. Hasta él se sorprendió de
lo que había dicho.
Ella le sonrió dulce y atrevidamente mandando su autocontrol al carajo. ¿Es que acaso no se daba cuenta del
devastador efecto que tenía sobre él, esa exquisita sonrisa?
—Yo también quiero hacerlo, pero no quiero arriesgarme a que me deseches de la misma manera que lo hiciste el
otro día —le respondió, tensando sus músculos.
Respiró profundo inhalando el seductor olor femenino de ella. Sus palabras eran ciertas, si la besaba, no podría
parar hasta que la tuviera bajo él, retorciéndose de placer. Pero si se permitía hacer el amor con ella, significaría que
tendría que arriesgarse a mostrar esa parte de él que deseaba mantener oculta y, por sobre todo, arriesgarse al posible
desprecio por su condición de mestizo. La soltó del abrazo, pero no retrocedió. No quería hacerlo, quería dejar de correr
y permitirse el placer de mostrarse tal cual era. Al diablo, si ella lo rechazaba al menos sabría a qué atenerse.
Vio que comenzaba a retroceder y antes de que escapara de su alcance, la tomó de los hombros y capturó su
boca con los de él, perdiéndose definitivamente en la explosiva pasión que estalló entre ellos.
Ella gimió en su boca, enviando una oleada de calor y excitándolo como nunca antes lo había estado. La
estrechó aun más fuerte entre sus brazos al tiempo que le quitaba su raído abrigo dejándola con su apretada ropa
negra. Se separó un poco y la observó, sabía que era muy sensual y que poseía las curvas necesarias, pero la ropa
que llevaba no dejaba nada para la imaginación, cosa que lo molestó un poco, no quería que nadie más viera lo
hermosa que era, sólo quería ser él quien lo supiera.
Nione se pegó nuevamente a él suplicándole que no la apartara, cosa que no pensaba hacer por nada en el
mundo. La tomó en brazos y se encaminó a la cama tendiéndola suavemente sobre las negras sábanas y colocándose
sobre ella procurando no aplastarla con su peso. Era tan pequeña que le daba miedo hacerle daño.
Ella lo miraba fijamente y cálidamente. Sabía lo que estaba pensando y estaba dispuesto a dejar que hiciera lo
que decidiera hacer. La volvió a besar, suave y lentamente, recorriendo y reconociendo con su lengua cada parte de su
dulce boca. Nione puso sus manos sobre su pecho, pero no lo apartó, en cambio comenzó a acariciarlo con tanta
ternura y delicadeza que le dolió. Su corazón se apretó con aprensión, nadie nunca antes lo había tocado así. Se separó
a regañadientes de su boca y la observó, esperando lo que vendría después. Ella levantó sus manos y las posó en sus
gafas, pero no las sacó, se quedó quieta, esperando que él se apartara.
—Si lo vas hacer, hazlo antes de que me arrepienta —le dijo y la sonrisa que ella le dedicó logró vencer sus últimas
barreras.
Nione se sintió extrañamente feliz cuando esas palabras salieron de su masculina boca. Estaba claro que el
sólo hecho de quitarle aquellos oscuros lentes, significaba quitarle una de sus corazas. No sabía qué quería ocultar,
pero sabía que era algo que no se podía tomar a la ligera, y quería hacerlo, quería descubrir cada secreto de él, cada
herida, cada miedo, para poder curarlo y arroparlo. Quería ser la luz de esa oscuridad y para eso debía ganarse su
confianza, así que el sólo hecho de que él estuviera dispuesto a dejar que sus manos quitaran el oscuro cristal sin
apartarse, significaba que le daba un voto de confianza… y eso significaba más de lo que quería darse cuenta.
Con movimiento lento los comenzó a quitar hasta que los tuvo en sus manos. Edgard tenía los ojos cerrados,
cosa que le causó una gran ternura, así que impulsada por ese sentimiento besó cada uno de sus párpados, haciendo
que los abriera poco a poco.
La primera impresión que tuvo fue retener el aire, la segunda fue expulsarlo. Su boca se le secó y lo único que
quiso hacer fue tocarlo para saber si era real o una ilusión celestial. Sus ojos eran inhumanamente bellos y la
observaban con cautela y terror esperando su propia reacción. Lo único que pudo hacer fue llevar su mano derecha y
posarla en su mejilla y observarlo con detenimiento. Su mirada evocaba al tempestuoso océano, con matices del azul y
el verde entremezclándose, dando así la sensación de intemporalidad, de omnisciencia y de omnipotencia. El brillo
iridiscente sólo acentuaba lo ya dicho: la verdad era de que las palabras no podían describir ni contener lo que esos ojos
provocaban ni lo tan hermosos que eran. Parecían que contenían todos los secretos del mundo, sobre todo, el dolor que
parecía ser tan familiar para él.
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No quiso preguntar ni comentar nada, sólo quiso que sus acciones hablaran de lo que pensaba sobre aquello.
Tomó su rostro entre sus manos y lo besó vorazmente, con pasión y deseo, y él respondió de la misma forma. Pronto el
beso subió de intensidad, si acaso eso era posible, y el control del mismo lo tomó él con una maestría que la dejó
completamente desarmada y vulnerable ante su persona. Jamás había reaccionado así con ningún otro, era la primera
vez que deseba a alguien de esa dolorosa, pero placentera forma. Pronto se halló arqueándose y respondiendo sus
demandantes caricias, no se había dado cuenta cómo, pero ya no tenía su suéter y sólo estaba con su top y con la
masculina mano de él bajo la pequeña prenda amoldando y masajeando sus sensibles pechos. Se oyó gemir y jadear en
respuesta y en vez de sentirse avergonzada sólo se sintió más deseosa.
Edgard había perdido todo control que poseía y se había entregado al fulgor del momento. El beso de ella fue
todo lo que necesitó para seguir adelante y tomarla entre sus brazos, lo cual era algo que venía queriendo hacer desde
el primer momento en que la vio, bajando por las opulentas escaleras y del brazo de Eric, pero ahora era más real que
nunca y, por sobre todo, ahora estaba ante ella como realmente era él, sin obstáculos y sin corazas, simplemente él.
Tomó uno de sus pechos en su mano y se deleitó con su forma y su firmeza y, por sobre todo, por la reacción
ante su contacto. Ella era fuego, pero a la vez líquido entre sus manos. Era dulce y exótica. Tierna y sensual por partes
iguales, y la deseaba, la deseba como nunca antes había deseado a una mujer, y no era sólo lo físico… no, era a un
nivel más elevado, mucho más elevado. Una vez que la tuviera estaba dispuesto a conservarla, jamás la dejaría
abandonar su lecho. Era de él y con él se quedaría… Aquel pensamiento posesivo lo sorprendió, pero en el fondo sabía
que desde el primer momento lo había sentido.
Las manos de ella se abrieron paso entre su camisa, y con movimientos desesperados comenzó a
desabotonarla. Quiso reír por su insistencia, pero decidió ocupar su boca para otra cosa. Con movimiento maestro le
quitó la diminuta prenda negra, y de la misma forma arranco el sostén que cubría aquellos montículos de piel suave y
cremosa. La observó fascinado antes de bajar su rostro y capturar uno de sus pezones con sus labios, ella jadeó y se
arqueó para acercarlo más y sus delicadas manos se tensaron en su camisa cuando las oleadas de placer comenzaron
a bombardearla. Él sonrió sobre su bocado sabiendo que eso enviaría una onda de electricidad adherida a las otras.
Con su mano libre comenzó a luchar con la cremallera de sus apretados pantalones hasta poder meter la mano hasta su
centro. Estaba húmeda y deliciosamente caliente, lista para él. Podía arrancarle la odiosa prenda y tomarla
inmediatamente, pero lo que quería era probar cada uno de sus rincones, reconocerla y marcarla hasta que no cupiera
duda de a quién pertenecía. Así que se decidió a besar su cuello y bajar suavemente, repartiendo lamidas y suaves
mordiscos por toda su blanca piel, provocándola. Dándole y quitándole. Disfrutando de cada gemido y jadeo robado.
Venciéndola y domándola.
—¿Sabes qué eres mía? —le preguntó volviendo a su dulce boca, pero sin besarla, sólo rozando sus labios con los
de ella. Bebiendo sus jadeos—. Lo sabes, ¿cierto? —volvió a preguntarle antes de bajar regando húmedos besos por su
cuello y su hombro, hasta llegar a su terso vientre.
—Lo… lo sé —fue lo que ella logró murmurar, antes de que él se dedicara a terminar de desnudarla, para terminar
de probar cada parte de su sensual y sensible cuerpo. Terminando por dejar su marca.
—Sí, eso es princesa. Nadie más podrá tocarte ni mirarte sin tener que pasar por mí primero. Esa es la única verdad
—le respondió, colocándose sobre ella y entre sus piernas y volviendo a torturarla con su hábil boca.
—Edgard, por favor —gimoteó—. Ya no puedo más —se confesó entre jadeos.
Él paró y se quedó quieto observando su rostro. Sus verdes ojos estaban nublados por la pasión y el deseo, su
boca estaba roja e hinchada por sus demandantes besos, y su negro cabello se esparcía sobre la negra sábana,
haciendo contraste con su pálida piel. Era una aparición, un ángel caído, su ángel, su luz.
Él le sonrió deleitándose con lo que le provocaba. La besó suavemente, sólo una vez antes de apoyarse con el
codo en el blando colchón y mirarla.
—¿Qué es exactamente lo que quieres, Nione? —le preguntó, torturando su pezón con su mano libre.
Ella cerró los ojos por un momento y movió sus caderas rozándola con su entre pierna y su miembro excitado.
—A ti —contestó en un susurro—. Sólo a ti —recalcó volviendo a abrir su limpia mirada. Él sonrió.
—Entonces tómame, Nione. Soy todo tuyo —le respondió, dejando de torturarla y sonriéndole maligna y
seductoramente.
Nione se quedó sin aliento, era la primera vez que veía que una de sus sonrisas alcanzaba sus ojos, lo que le
daba un aire mucho más relajado. La sonrisa iluminaba su rostro.
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—Eres demasiado irreal para ser cierto. ¿De qué cuento te escapaste? —le preguntó provocando que él dejara
escapar una ronca y sensual carcajada.
Dios, la iba a terminar matando antes de que el grupo terrorista la alcanzara, pero feliz moriría en sus manos.
Era mucho mejor y más placentero.
Echó sus brazos alrededor de su cuello y lo acercó para besarlo, él respondió, pero no hizo ningún movimiento,
la dejó a ella. Así que estaba hablando en serio. Estaba a su merced para que ella lo tomara. No lo dejó esperando.
Desabotonó la negra camisa y reveló su perfecto torso, la boca se le hizo agua impulsándola a pasar su lengua por su
suave piel en contraste con sus duros músculos. Sabía a pecado y a hombre, era un festín para sus sentidos.
Giró y lo dejó a él abajo y se puso a horcajadas sobre sus caderas y comenzó a recorrerlo con sus dedos y su
boca. Él puso sus manos alrededor de su cintura, pero ese fue el mayor movimiento que realizó, estaba claro el
mensaje, lo que la hizo a sonreír.
Comenzó a tortura sus pezones mientras que con sus manos luchaba por bajar la cremallera y dejar libre su
excitación, luchó un poco hasta que lo consiguió. Sintiéndose más atrevida que nunca tomó su miembro entre su mano,
pero estaba lejos de poder cubrirlo completamente. Ante su reacción el se rió, haciendo que se ruborizara.
—Me vas a terminar matando, princesa, si no te apuras —le dijo entrecortadamente—. Y el hecho que te sonrojes no
me ayuda en nada. Sólo hay una cosa que me puede ayudar —agregó, levantándose de sopetón y capturando su boca
con avidez y provocando que ella soltara su fugaz presa. Intentó protestar, pero el acalló cualquier intento de palabra
con su hambrienta boca. Venciéndola nuevamente. Ella se afirmó de sus anchos hombros y se rindió sin deseos de
pelear y él tomó nuevamente el control girándola y dejándola bajo él. Se terminó de quitar sus pantalones y botas y se
posesionó entre sus piernas, mirándola con un deseo abrazador y un sentimiento de posesión que incendió su corazón,
volviéndose a sonrojar.
Él la besó suavemente y le murmuró lindas palabras en el oído antes de capturar su lóbulo y antes de
penetrarla sin previo aviso, enviándola directamente al cielo. Se quedó quieto volviéndola torturar por su demora, ella
protestó consiguiendo que él se moviera lentamente, demasiado lentamente, provocándola, insinuando, pero no
entregando.
—Edgard —lo llamó y se separó de su cuello y posesionó su rostro a la misma altura del de ella, sonriéndole con
malicia.
—¿Qué, princesa? —le preguntó, provocándola.
Ella le golpeó el pecho consiguiendo que se riera, antes de besarla suavemente y comenzar a moverse con
embiste suaves y tiernos. Tuvo que cerrar los ojos disfrutando de todas las sensaciones nuevas que estaba
experimentando. Sintió sus propios gemidos, y la acelerada respiración de él y, por sobre todo, fue sumamente
conciente de su unión. Estaba en el paraíso, porque esa era la única explicación que encontraba para tanta felicidad y
placer.
La besó y la amó, llevándola al umbral del placer y dejándola caer para recogerla antes de que tocara el suelo y
volviéndola a levantar. Ella simplemente respondía a todo estímulo, sin quejarse, desprovista de voluntad, pero no le
molestaba, todo lo contrario, le gustaba sentirse vulnerable entre sus brazos, pequeña y querida.
Él apuró sus embistes empujándola hasta sus límites. Sus gemidos se intensificaron y la explosión fue
devastadora y abrumadora. Se sintió caer en un abismo sin fin y de lo único de lo que fue conciente, fue de que gritaba
su nombre, mientras sentía que él seguía bombardeándola, sosteniéndola en la caída, pero lejos de aminorar la
sensación la estaba aumentando. Sintió que su cuerpo temblaba y no estaba segura de poder aguantar un segundo
orgasmo, pero él lo hizo posible. Antes de que las sensaciones del primero acabara estaba sufriendo los efectos del
segundo, pero está vez no llegó sola, llegó junto con él que se derramó dentro de ella, sellando un silencioso pacto.
Se quedaron quietos, bebiendo las emociones y las sensaciones tan explosivas que habían experimentado. Él
se movió un poco para no aplastarla con su peso y la estrechó entre sus brazos, sin hacer el mayor esfuerzo por romper
la conexión. Sus respiraciones era entrecortadas y el sueño comenzaba a vencerlos.
—¿No te hice daño? —oyó que le preguntaba y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas ante el tono de ternura y
preocupación que llenó su voz.
Ella negó con la cabeza y se acurrucó entre los brazos de él. Edgard se movió un poco para tomar la sábana y
echarla sobre ellos. La suavidad de la tela obró un estremecimiento sobre su sensible piel. Él la sintió y se acomodó
mejor para entregarle un mejor refugio entre sus brazos, ella terminó de acurrucarse y suspirar satisfechamente antes de
que sus ojos se cerraran, sintiéndose sumamente bien, feliz y protegida. No quería salir más de ese cálido refugio.
—No me sueltes, ¿si? —le dijo entre dormida.
Él posó sus labios sobre su coronilla y depositó un beso, mientras la estrechaba aún más.
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—Nunca —le contestó con voz somnolienta—. Ahora duerme, pequeña, porque luego no te dejaré hacerlo —le
prometió.
Y cómo si hubiese estado esperando su consentimiento se durmió entre sus brazos.
Capítulo: 12
Nione despertó lentamente sintiéndose mejor que nunca. No le costó orientarse. Inmediatamente sintió el fuerte
cuerpo de Edgard abrazándola y acunándola, sus brazos envolviéndola posesivamente y sus piernas enrolladas con las
de ella. Se giró lentamente y lo observó, él todavía dormía plácidamente, se veía tan calmado y relajado que la hizo
sonreír.
Se acurrucó entre sus brazos absorbiendo el exquisito calor de su cuerpo. Pasó su mano por su firme pecho y
se regodeó con el temblor que lo recorrió y la inmediata respuesta que se reflejó en su miembro excitado. Él abrió los
ojos lentamente y la iridiscencia de ellos la capturaron por completo. Era realmente hermoso por lo cual la tenía
sumamente hechizada.
—Buenos días —le murmuró ella.
Él cerró los ojos perezosamente y esbozó una sonrisa relajada. Tensó sus brazos alrededor de su cintura,
atrayéndola más hacia él, haciéndola sentir su evidente estado. Él bajó su rostro y capturó su boca con una necesidad
que la abrumó. Su beso fue exigente y demandante, pero deliciosamente excitante. Edgard se separó unos
centímetros, abandonando sus labios y dejándola con un sentimiento de vacío e insatisfacción, por lo cual se pegó a su
cuerpo exigiéndole silenciosamente que la volviera a besar, pero él no la complació.
—Buenos días, princesa —le contestó perezosamente, acariciando su espalda con lentas y decadentes caricias.
Ella suspiró de placer y se arrimó más a él al tiempo que levantaba las manos para depositarlas en sus fuertes
mejillas. Se quedaron mirando, conectados por un silencioso enlace, por un entendimiento mutuo y un sentimiento que
superaba toda barrera. Era como si hubiesen nacido para estar juntos. Él bajó su rostro y acortó toda distancia,
capturando sus labios con su hambrienta boca.
Nione se entregó al abrasador beso como si fuera la última vez. Se pegó a su cuerpo y pidió silenciosamente
que apagara el fuego que comenzaba a consumirla. Él no se hizo esperar y con rapidez y ardor la dejó bajo su cuerpo
para posicionarse entre sus muslos. La besó con desesperación y la acarició con una necesidad imperiosa. Ella
respondió arqueándose y ofreciéndose, se sentía sensual y deseada y se sentía deliciosamente ardiente.
—Por favor —murmuró entre los embistes de su lengua.
Él no contestó ni dejó de besarla. Sin palabras la penetró sin previo aviso y con una dulce fuerza. Comenzó a
moverse dentro de ella, llenándola y amándola de una forma bestial, pero celestial. La embistió una y otra vez como si
fuera la última, como si no existiera el mañana. A diferencia de la primera vez, que había sido sumamente delicado,
ahora le mostraba una nueva faceta. Se alimentaba de ella, de su cuerpo como alguien que había estado mucho tiempo
sin probar comida; bebía de su boca, como si estuviese muriéndose de sed.
Su cuerpo se tensó preparándose para la culminación que se acercaba a pasos agigantados. Su grito fue
callado por la dulce y firme boca de Edgard, y sus espasmos fueron recibidos por el fuerte cuerpo de él que la sostuvo
hasta que los residuos de su orgasmo comenzaron a apagarse, siendo reemplazados por una nueva oleada de placer,
intensificada por la constante demanda de los embistes de él, que se aceleraron cuando se halló cerca del final. En
completo silencio y abrasados de la pasión, acabaron juntos, ella por segunda vez y él por primera, derramándose
dentro de su femenino cuerpo.
Se quedaron quietos, controlando sus aceleradas respiraciones, calmando sus desbocados corazones,
consumiéndose lentamente.
Él se movió en un intento de salirse de ella, pero Nione lo retuvo.
—No lo hagas. No quiero sentirme vacía —le susurró.
Él la observó con anhelo y un destello que no pudo descifrar.
—Si me quedo aquí, caeré rendido de un momento a otro. No quiero hacerte daño —le contestó, besándola
dulcemente en la frente, mientras no hacía intento por moverse.
—No me importa —contraatacó, abrazándolo para mantenerlo cerca de ella.
—Espera —le respondió Edgard, girándola hasta dejarla sobre él, utilizándola como una pequeña manta, pero
cumpliendo su capricho—. ¿Así está bien? —le preguntó, mientras acariciaba lentamente su espalda y su cabeza.
Ella levantó su rostro y lo observó, regodeándose con su presencia y su atención. La hacia sentirse querida y
protegida. ¿Hace cuánto tiempo que no se entregaba de esa forma? No lo recordaba, si acaso alguna vez había estado
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con alguien por más de una noche. El tiempo carecía de importancia cuando eras un inmortal. Pero ahora le importaba
más de lo que quería aceptar, quería estar con él por la eternidad, no moverse de esa cama ni dejar el refugio de sus
brazos por el resto de su vida.
—Perfectamente. Gracias —le respondió y fue acallada nuevamente por la dulce boca de él.
Edgard la abrazó aun más fuerte mientras la acariciaba con infinita paciencia. Ella se recostó sobre su pecho y
con su negro cabello esparcido y cayendo sobre la sábana. Se quedaron en silencio disfrutando de las suaves caricias y
del sublime y mágico instante. Por primera vez en cuatrocientos años se sentía en paz y en casa, Nione en tan sólo
unos días se había en su vida y bajo su piel. El hecho de que hubiese pensado en mantenerla alejada ahora le parecía
ridículo, estuvo perdido en el mismo momento en que la vio descendiendo junto al viejo de Eric. Ahora que lo pensaba
aquel momento y aquella escena le había molestado, pero no había reparado en ello, pensando en que la molestia
provenía de otra fuente.
—Fresas —oyó que le decía. Su aterciopelada voz penetró la niebla de comodidad y bienestar en que se había
sumido.
—¿Qué? —se oyó preguntar con voz queda.
Ella se removió, obligándolo a él a levantar el rostro. Sus verdes ojos le dieron la bienvenida, y su limpia sonrisa
le hinchó el corazón.
—Quiero comer fresas —le contestó, comenzando a trazar círculos sobre su duro pecho.
Él alzó una ceja en señal de pregunta. La verdad es que desde que había sido convertido que no oía a nadie
pedir comida, porque ningún vampiro la necesitaba; la sangre era su alimento y de ahí obtenían los nutrientes para
sobrevivir, por lo tanto, la comida mortal era innecesaria, por eso ninguno se tomaba la molestia siquiera de nombrarla.
—¿Quieres comer fresas? —volvió a preguntarle algo divertido, Nione se veía realmente encantadora con sus labios
en un mohín caprichoso.
—Sí. Fresas con crema —repitió, trepando por su pecho y provocándole inconscientemente una nueva excitación—.
¿Es que a ti no se te antoja a veces comida humana? —le preguntó colocándose muy cerca de su rostro, tentándolo a
capturar sus labios. Suspiró hipnotizado por su cercanía.
—La verdad no. Con suerte mantengo una reserva de sangre en mi despensa —le contestó, acomodándola bien
sobre su miembro. Ella se estremeció y se mordió el labio inferior en un gesto inconciente de provocación—. Aunque
ahora que lo pienso, quizás extrañe el sabor dulce de una manzana roja —agregó, moviendo un poco las caderas para
incitarla a hacer lo mismo. Ella gimió y cerró los ojos disfrutando del suave vaivén de sus embistes.
—Eso no es justo, Ed. —Dios, como amaba su nombre en su boca, la besó tiernamente—. He olvidado las fresas —
respondió entre jadeos.
Edgard la observó mientras la penetraba lenta y quedamente. Sus mejillas estaban sonrojadas y su vista estaba
nublada por el placer y el deseo. Era realmente hermosa y la quería sólo para él. Quería beber de su sangre y que ella
bebiera de la de él para así cerrar el antiguo pacto que los uniría como pareja. Pero para eso aún faltaba mucho si es
que algún día llegaba a suceder.
—Me parece bien, porque lo que quiero es que sólo pienses en mí. Creo que olvidé mencionar que soy egoísta y
acaparador —agregó apurando la penetración hasta que la oyó gritar y la sintió estremecerse derrumbándose sobre él.
Con cuidado la giró hasta dejarla bajo su cuerpo y apuró sus embistes hasta alcanzar su propio clímax.
No se podía aburrir de ella, y a pesar de que recién la había tomado, quería volverlo a hacer, pero se contuvo.
Besó sus párpados cerrados y besó su frente, antes de salir definitivamente de ella. Nione ahogó un grito de protesta
cuando se halló vacía, cosa que lo hizo sonreír.
—Quizás un baño nos vendría bien, princesa —le susurró y ella ante toda respuesta se hizo un ovillo, un encantador
ovillo.
—No quiero salir de aquí. Acuéstate a mi lado y abrázame —le ordenó entre bostezos.
Él soltó una carcajada ante su orden sin convicción. Era una pequeña bruja, pero le encantaba. Posó sus
brazos alrededor de su cabeza y le susurró en el oído.
—Mmm… tengo planes para esa ducha —le murmuró rozándole el lóbulo, haciéndola gemir.
Ella se giró quedando frente a él con los ojos abiertos.
—Pervertido —le respondió sin hacer intento alguno por resistirse.
—Okay, entonces puedes quedarte ahí mientras yo me baño —le dijo haciéndose el indiferente y levantándose de la
desordenada cama.
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Se giró poniendo los pies en el suelo, cuando sintió el femenino cuerpo de Nione presionándose sobre su
espalda.
—Bien, cambié de opinión —le dijo mientras depositaba ligeros besos en su hombro.
Edgard se sintió demasiado relajado y cómodo con aquella intimidad. Era la primera vez que bromeaba tanto.
Sus encuentros sexuales sólo se remitían a un polvo rápido, pero con Nione era diferente. Se giró y la besó fugazmente
antes de levantarse y tomarla en brazos y encaminarse hacia la puerta del baño.
Estaba a punto de llegar cuando la alarma se disparó en su cerebro. Alguien había ingresado en su territorio.
Se quedó quieto encendiendo la preocupación de Nione que se soltó de su agarre y aterrizó sobre el alfombrado piso.
—¿Qué sucede Ed? —le preguntó con alarma.
Él la observó, mientras intentaba sondear quién era su inesperado visitante, hasta que reconoció aquella
energía. Suspiró aliviado, pero luego se sintió enojado.
Tomó a Nione de la cara y la besó apasionadamente para luego soltarla.
—Creo que nuestro baño tendrá que esperar, princesa —le dijo, cambiando de dirección y comenzando a recoger
sus ropas—. Agustín está estacionando en este momento y la verdad es que no esperará afuera para que le abra la
puerta. No tengo intención de que te vea desnuda— agregó pasándole su ropa interior y comenzando a vestirse.
Ella bufó y lo imitó.
—Recuérdame golpearlo —le dijo con fastidio—. Odio que me interrumpan —agregó totalmente enfurruñada, cosa
que lo hizo reír.
—Bien, lo golpeáremos entre los dos, princesa —le contestó, terminando de vestirse y comenzando a ayudarla.
—Luego lo echaremos a patadas —continuó diciendo alzando, los brazos para que él le pusiera el top negro.
—Sí, lo echaremos a patadas —afirmó.
Ella se puso los pantalones y sus botas.
—Y luego te arrastraré a ti y me darás esa ducha —concluyó sonriéndole radiantemente.
Edgard le devolvió la sonrisa con ternura. Se acercó a ella y le besó la frente, antes de tomarle la mano y
conducirla hacia la salida, mientras sentía la emoción fluir por su cuerpo.
—Te daré todo lo que quieras, princesa —le contestó y la sonrisa de ella se hizo aun más grande.
—Sólo te quiero a ti —le dijo simple y llanamente, pero aquellas palabras fueron suficiente para sellar sus destinos.
—Y yo te quiero a ti, ángel.
En ese momento las puertas de abajo se abrieron rompiendo el fugaz y especial momento que se había
entretejido entre ellos. Ambos bufaron y se dijeron sólo con los ojos que Agustín era vampiro muerto.
Capítulo 13:
Agustín ingresó en el rellano de la silenciosa casa de Edgard e inmediatamente supo que algo no estaba como
debía estar. La energía que rodeaba la casa era muy diferente a la habitual en su socio, el aura de hostilidad había
desaparecido siendo reemplazada por una que no le inspiraba confianza.
Seguro Nione lo había sacado de sus casillas, aunque la energía no tenía nada de asesina, pero el silencio era
abrumador.
Dio unos pasos cuando oyó sonido en el segundo piso, entonces supo que la había jodido. Intentó devolverse por el
mismo camino en que había venido antes de que Edgard le pusiera las manos encima, pero fue demasiado tarde.
Minutos después apareció el imponente cuerpo de su amigo bajando por la escalera, sin sus gafas y sin lentes de
contacto y, lo más sorprendente, sin el ceño fruncido. Se veía relajado y… ¿feliz?
Sintió que la mandíbula se le desencajaba cuando vio aparecer a su pequeña Nione y abrazar al normalmente serio
Edgard por la espalda, pero lo que más le sorprendió es que éste no le gruñera. Seguro había muerto y había ido a
parar al infierno, porque esa sería la única explicación para la docilidad de Setti. Quién iba a decir que la pequeña flor
iba domar a la bestia.
—No se preocupen, puedo volver por donde vine —fue lo único que se le ocurrió decir mientras apuntaba en
dirección a la puerta.
El rostro de Ed lo dijo todo, estaba claro que prefería que se diera media vuelta y se marchara. Esto cada vez
se tornaba más espeluznante. ¿En qué momento había sucedido todo eso? El racional Agustín estaba frente a uno de
los grandes misterios del mundo, lo que le causaba incertidumbre. A él nunca le había gustado aquel sentimiento,
odiaba cualquier cosa que se escapara a su raciocinio.
—No seas idiota, Agus, ya interrumpiste, no lo puedes remediar —contestó una descarada Nione.
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Bien, con aquello su mandíbula terminó de caer pesadamente en un gesto que demostraba su sorpresa y
desconcierto. De pronto el motivo que lo había llevado ahí se había esfumado de su mente, quedando sólo un
sentimiento de incomodidad por haberlos interrumpido. ¿Quién diría que Agustín Recart también se sonrojaba?
—Oh, Recart, ¿desde cuándo te sonrojas? —la burlona voz de Edgard viajó a su oído. Aquello fue el detonante a su
incredulidad.
—¿Y tú desde cuándo bromeas? —se oyó preguntar a su vez—. ¿Saben lo preocupado que estaba? Pensé que
podían estar en peligro, pero me equivoqué, el único peligro son ustedes mismos. ¿Cómo no incendiaron la casa? —le
replicó entrando definitivamente a la sal de estar y dejándose caer en uno de los sillones que él había comprado para
adornar la fría casa de Setti.
La extraña pareja bajó los últimos escalones y lo imitaron, sentándose juntos y abrazados. ¿Sería posible que
se hubiesen vinculado? No, no era posible. No tenían sus energías entremezcladas, aunque faltaba poco y Edgard aún
no la marcaba como suya. Bueno era obvio, sólo se conocían hace dos días, aunque aquello era una pobre excusa, si
esos dos estaban destinados a estar juntos, el tiempo era lo de menos.
—Te dije que no te aparecieras por aquí hasta que fuera seguro —le contestó Edgard cuyos ojos destellaban más
humanamente que nunca, eso lo alegró, desde que lo había conocido jamás había visto aquella expresión en su rostro y
ni hablar de sus ojos que parecían contener el más profundo dolor.
—Esto se consigue cuando sé es tan buen amigo —les respondió haciéndose la víctima.
Vio a Nione sonreír y mirar a Ed de forma ilusionada y admirada, lo que le hizo preguntarse hasta qué punto
Edgard se había abierto a ella. ¿Le había contado sobre su familia? ¿Sobre su herencia Fae y su herencia humana?
¿Sobre quién era su creador? Y ¿sobre cómo había sido convertido y bajo qué circunstancias?
Edgard pareció notar el rumbo de sus pensamientos porque con sólo una mirada le advirtió que se mantuviera
callado, lo que le respondió a todas sus interrogantes: aún no le contaba nada a Nione.
—Se agradece tu preocupación, Agus —la suave voz de Nio lo devolvió al presente.
Se veía feliz y más viva que nunca. A pesar de que siempre había sido muy vivaz, siempre había habido en sus
verdes y hermosos ojos marcas del maltrato que había recibido de aquel viejo maestro. A Nione nunca le había gustado
hablar de ello, por lo cual se había convencido con el paso del tiempo de que aquel sujeto jamás había existido y que su
único maestro siempre había sido Ossian, quien la había tomado bajo su alero cuando la había encontrado en las calles
aprendiendo a sobrevivir por sí sola.
—Deberías llamar a Ossi. Hasta anoche estaba desesperado buscándote. Si no es porque Setti se comunica
conmigo, el viejo hubiese desmantelado la ciudad hasta encontrarte —dijo y no se percató del desliz que había
cometido cuando los dos pares de ojos se fijaron en él.
—¿Ossian? —la voz de Nione sonó alarmada, lo cual lo hizo maldecir, se suponía que nunca nadie se enteraría
quién era su informante.
—Dios, se suponía que no debía decir eso. ¿Podríamos hacer como si nunca lo hubiesen oído?
Bastó la fría mirada de Setti y la obstinada de Nione para saber que de dar explicaciones no se salvaría. Estaba
condenado, tendría que responder algunas preguntas para poder salir de esa. Suspiró profundo y se recostó en el rojo
sillón entrelazando sus masculinas manos detrás de su cabeza.
—Bien, pregunten —fue lo que agregó antes de que la avalancha se cerniera sobre él, dejándolo sin salida.
Nione se quedó quieta analizando lo que Agustín había dejado caer. Ossian ¿cómo no lo había relacionado?
Parecía que últimamente dejaba pasar por alto demasiadas cosas.
Se soltó del abrazo de Edgard y avanzó hacia Agus y se plantó frente a él. A pesar de los casi cien años que se
conocían, su amigo, su casi hermano, su casi maestro, seguía constituyendo el misterio más grande para ella. Nada
sabía de su vida humana, nada sabía cómo se había convertido y sólo hace unos días atrás que se había enterado que
el quinto hermano de los vástagos originales, era su maestro.
¿Cuántos años tenía en realidad? ¿Cómo y bajo qué circunstancias había sido convertido? ¿Y por qué había
abandonado el Delta tan de pronto, después de haber entregado casi toda su existencia al cumplimiento de la ley?
Sintió las manos de Edgard sobre su cintura, aquel toque envió oleadas de calor a su cuerpo que la
tranquilizaron. Era tan extraño, pero condenadamente placentero saber que él estaba ahí. Se giró y le sonrió
automáticamente, él tenía ese efecto en ella y a pesar que sólo hace unos días que lo conocía se sentía sumamente
segura a su lado. Los iridiscentes ojos de Ed le dijeron en silencio que confiara en él, y ella así lo hizo.
—Pensé que los lazos con tu viejo maestro se habían roto. Esto sí que es una sorpresa —oyó que Edgard hablaba.
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El sonido del cuero logró que se girara hasta fijar la vista nuevamente en los ojos dorados de Agustín. Él la
miraba con intensidad y con incertidumbre, estaba claro que Agustín no tenía ninguna gana de hablar y de explicar
cosas, lo podía entender, pero le dolía. Le dolía que él no confiara en ella, que Ossian jamás le hubiese contado que
seguía en contacto con Agustín. ¿Cuántas veces se había sentido mal por tener que mentirle y negarle que seguía en
contacto con Agus?
—Jamás se rompieron. Él es quien me mantiene informado —contestó levantándose de pronto—. Esto es
complicado, no puedo llegar y decirle todo —trató de evadirse. Comenzó a caminar frente al ventanal, la luz del sol
entraba en la instancia, pero no le hacía daño a ninguno de los presentes, lo que confirmaba su condición de poder.
Nione se soltó del abrazo de Edgard y avanzó hacia Agustín y lo detuvo. Él la miró y le suplicó en silencio que
no lo hiciera hablar.
—¿Por qué Agustín? ¿No confías en mí? —le preguntó tristemente.
Él agachó la vista y apoyó su frente en la de ella y la abrazó. Con ese contacto sintió que Edgard se movía y la
apartaba de los brazos de su amigo para retenerla en los suyos. Al principio la confusión la dejó paralizada, luego
comprendió que Ed la había apartado como si de un juguete de su propiedad se tratara. Se soltó bruscamente y lo
enfrentó y se quedó muda cuando notó la frialdad y la amenaza que brillaba en sus inhumanos ojos, siguió la dirección
de su mirada y la vio clavada en Agustín. De pronto la habitación se había hecho demasiado pequeña para los dos
enormes egos que la llenaban.
Bufó y se cruzó de brazos, lo único que le faltaba era tener que lidiar de nuevo con el idiota machista que había
conocido al principio.
—Ya basta, macho —se dirigió a Ed que no salió de su ensimismamiento—. ¡Edgard! —le gritó y lo golpeó
suavemente en el pecho hasta que consiguió su atención—. Es agustín, por Dios, baja de tu nube de macho dominante
—le dijo, pero luego se arrepintió, la expresión herida de su mirada la dejó por segunda vez muda.
Edgard observó a agustín antes de girarse y dejarlo solos. Ella avanzó unos pasos y lo llamó, pero él no
regresó, luego se sintió la puerta abrirse y cerrarse de un portazo. ¿Qué rayos había sido todo eso? No tuvo necesidad
de preguntarlo en voz alta, ya que Agustín se adelantó y respondió a su silenciosa pregunta.
—Sí que eres pequeña, florcita —le dijo al tiempo que colocaba una de sus manos sobre su hombro—. Cuando un
vampiro está enamorado, cosa que sucede muy rara vez, es sumamente protector y posesivo. Es la naturaleza, por
ende, su pareja jamás debe tratarlo como tú lo trataste a él. Pero qué poco tacto tienes, Nio —agregó
Nione sintió el peso de la verdad. Lo había ofendido… Se giró bruscamente hasta quedar frente a Agustín que
la miraba divertido, aquello la enfureció.
—Esto es tu culpa, Agustín. Primero deberías habernos contestado la primera pregunta; segundo, tú lo provocaste
acercándote a mí; y tercero, lo traté así para defenderte… Estoy sumida en un mundo de machista extremos. ¡Qué
rayos! ¿Acaso sólo ustedes son los que existen? —le gritó, vaciando su frustración sobre él. Desde que se había visto
envuelta en aquella misión, nada le salía bien.
Dio media vuelta y salió de la casa en busca de Edgard, pero se detuvo cuando dos palabras que había dicho
Agustín retumbaron tardamente en su distraída mente. ¿Acaso su amigo había dicho que Ed estaba enamorado de ella?
Su corazón dio un brinco cuando el peso de todo lo que había sucedido entre ellos y la extraña atracción cayó sobre
ella.
¿Acaso también estaba enamorada? ¿Cómo se suponía que debía enfrentar aquella situación? Seguro Edgard
tampoco lo asimilaba. Dios, todo era demasiado confuso.
Bajó las escaleras y se dirigió hacia donde sentía que Ed había desaparecido. Todo había sido tan rápido que
ya no estaba segura de nada. Hasta se había olvidado de todo lo que concernía a la misión. Su mundo había dado un
giro demasiado brusco, dejándola en un punto en que nada parecía sostenerla.
Su teléfono celular, que rara vez ocupaba, sonó con estrépito haciéndola detener. Lo sacó y contestó
mascullando y maldiciendo su mala suerte.
—Diga —masticó las palabras.
—Menos mal que contestas de una buena vez por todas. ¿Me puedes decir dónde diablos estás, rastreadora? —la
voz de Ossian retumbó desde el otro lado de la línea telefónica haciendo que se detuviera completamente.
Edgard respiró profundamente mientras se apoyaba en un viejo árbol. Sentía una ira sin precedentes por la
situación, pero por sobre todo por su reacción exagerada, sin embargo, no había podido evitarlo. Todo había ocurrido
demasiado rápido y se había cegado por los celos.
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Apoyó la cabeza en el tronco y cerró los ojos. Todas las tempestuosas emociones eran demasiado nuevas para
digerirlas y asimilarlas en tan poco tiempo. El sentimiento de posesión, de vulnerabilidad y de inestabilidad calaban
demasiado hondo, tanto que asustaban, ¿cómo se suponía que debía enfrentarse a aquellas situaciones?
Observó el azul cielo y soltó el aire que inconcientemente había estado reteniendo y se llevó una de sus
masculinas manos al rostro. Una irónica sonrisa se le dibujó en el rostro. ¿Quién iba a imaginar que el huraño, tozudo y
tosco Edgard, iba a estar tan complicado por una mujer? Si se lo hubiesen contado tiempo atrás, se hubiese burlado del
tema y no lo hubiese creído.
Recordó el desenfreno con que la había tomado esa misma mañana, pero no se había podido aguantar y no
había podido ser suave. Había respondido a una primitiva necesidad que jamás creyó sentir, había estado muy cerca de
morderla y marcarla, pero se había resistido y aún no sabía cómo había encontrado la fuerza de voluntad para no
reclamarla. Dios, lo iba a volver loco y sólo con una mirada y una genuina sonrisa…
¿Podía ser que la amara? Se detuvo antes ese pensamiento, le gustaba, pero ahí a amarla había demasiada
distancia… pero ¿cómo se explicaba sus ganas asesinas de romperle el cuello a Agustín por haberla abrazado con
aquella familiaridad?
El animal celoso rugió dentro de él cuando recordó la escena. Apretó los puños en un intento por no salir corriendo
de vuelta a la casa y borrarle la linda sonrisita del rostro de Agus. Dios, si era como su hermano, ¿cómo era posible que
guardara tales sentimientos hacía él? La respuesta era simple y él la sabía, aunque intentara negarlo: por Nione, por la
bella vampiresa que lo había embrujado desde el primer momento.
Respiró profundo y volvió a hacer acopio de todo su autocontrol por no devolverse. Debía aprender a controlar
aquellas volubles emociones que lo atacaban sin descanso. Cuando se calmara regresaría y pondría todo en
perspectiva. Además en la situación en la que se encontraba no podía centrarse en nada que lo distrajera de lo más
inmediato e importante, y eso era capturar al traidor fuese quien fuese, lo que lo llevaba devuelta al encuentro del día
anterior.
Se maldijo, no debería haber salido corriendo de la casa como un niño malcriado, sobre todo, porque hace rato que
había dejado de ser uno. Era obvio que Agustín había ido a verlos para saber qué era lo que había pasado la anoche
anterior.
Despeinó su largo cabello y abrió los ojos recibiendo los cálidos rayos de sol que comenzaban a despuntar. Ya se
había calmado y procuraría mantener el control, hasta que tuviera tiempo para analizar todos los detalles de sus nuevos
sentimientos. Estaba a punto de dar un paso de vuelta a la gran casa, cuando un sutil galope rompió el silencio calmo
del bosque que rodeaba a su guarida, inmediatamente se puso en alerta ante la presencia desconocida.
—No temas, Liam hijo de Fiona. Vengo en son de paz —una dulce y armoniosa voz de mujer atravesó el viento
dejándolo momentáneamente paralizado. Era la voz más embriagadora que había escuchado nunca, pero que por
motivos desconocidos le molestaba un poco—. Seguro que aquella rabia se debe a mi estrecha relación con tu madre.
¿Será que nos parecemos un poco? —le preguntó una figura que cada vez se iba haciendo más notoria, hasta quedar
frente a él, dejándolo más estupefacto que antes. La ira lo dominó al reconocer el bello y etáreo rostro que lo miraba con
una dulce y condescendiente sonrisa.
—Si la perra de mi madre te ha enviado, lo mejor será que te des media vuelta, Lissë. La presencia de cualquier Fae
en esta zona es realmente mal recibida —le contestó, enterrándose las uñas en la palma de su mano, en un intento por
no lanzarse sobre la recién llegada.
Los ojos azul grisáceo de Lissë se clavaron en los de él, penetrándolo y sondeando la profundidad de su mente.
De pronto se sintió desnudo ante el escrutinio de la Sidhe y pudo sentir cómo se abría paso en sus más profundos
secretos.
—Basta —le ordenó retrocediendo inconcientemente.
Lissë espoleó a su caballo y apareció en todo su esplendor ante él. Era la primera vez que la veía después de
trecientos cincuenta años y debía reconocer que había cambiado bastante. Había dejado atrás los largos y vaporosos
vestidos de doncella para reemplazarlo por la vestimenta de guerreo que caracterizaba a la casa de Gwydion. Su largo y
ondulado cabello rubio lo llevaba trenzado y caía sobre su hombro derecho para terminar de ser contenido por un anillo
de oro e incrustaciones de zafiros que relucían espectralmente. Llevaba una fina diadema igualmente de oro blanco y
piedras azules que indicaba su condición de hija menor de Lord Gwydion, por ende, su posición privilegiada dentro de la
nobleza Fae. Sus muñecas iban cubiertas por brazaletes de oro que cumplían una doble función: de armadura y de
indicador de su estatus de guerrea, a lo que se le sumaba el arco corto que llevaba colgando en su espalda y el carcaj
de flechas, sin duda de la mejor madera, que colgaba a un costado del impresionante semental blanco que cabalgaba.
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Lissë no era una princesa Fae por ser hija de Gwydion el hermano menor de Fiona, pero sin duda que jamás de
podría negar la sangre real que corría por sus venas y que se hacía patente en sus rasgos aristócratas y en sus ojos
heredados de la familia de regente a pesar de que no poseyeran la iridiscencia antinatural que caracterizaba a la familia
de Fiona.
—Mucho tiempo ha pasado, primo —la suave voz de Lissë rompió su reconocimiento capturando completamente su
atención—. Me alegro saber que estás bien y que no estás muerto —agregó logrando que todas las alarmas se
dispararan en él y que la sorpresa con algo de rabia se hicieran presente.
Retrocedió unos cuantos pasos sin quitarle la vista a la inesperada visitante, pero ella con un ágil movimiento
se bajó de su caballo y caminó hasta quedar frente a él.
—Ni se te ocurra tocarme, no lo hiciste hace tres siglos atrás y no lo harás ahora —le dijo sabiendo lo injusto que
era, porque de todos, ella había sido la única que lo había tratado como un igual.
Lissë se detuvo y lo observó con una sonrisa en sus labios para luego mover la cabeza negativamente.
—Te vi anoche, Liam, y al igual que tu madre me sorprendió saberte con vida —le respondió al tiempo que se
cruzaba de brazos y adoptaba una posición aparentemente relajada—. Hay noticias para ti, Edgard Setti. Tu madre
jamás supo de los malos tratos a los que fuiste sometido —sentenció clavando sus ojos que adoptaron un espectral
brillo asemejándolos a los de él—. Tanto odio y tanto dolor causado por la confusión y la falta de comunicación. Fiona
jamás debió haber entregado tu crianza a otros.
Aquellas palabras lo golpearon dejándolo confundido. La frase se sucedía en su cabeza una y otra vez sin
descanso y aun así no lograba comprender qué era lo que subyacía en aquella oración. Ese era el problema con los
Fae, rara vez hablaban claro, sobre todos, los que poseían el don de la clarividencia, como era el caso de Lissë que
había heredado de su madre el arte de la adivinación.
—Será mejor que te expliques porque no te estoy entendiendo, Lissë. ¿A qué te refieres? ¿Acaso estás insinuando
que mi madre nunca supo de los maltratos a los que fui sometido? —le preguntó sintiendo que cada vez se sentía más
inseguro y confuso.
Los ojos de la Sidhe volvieron a su tono grisáceo y su sonrisa desapareció por completo de su rostro, velándolo
de una expresión grave.
—Pensé que eras más inteligente, Liam. No sé quién fue tu ejecutor, mis poderes no están tan pulidos y aunque lo
estuvieran jamás podría ver algo más allá de lo que la niebla de los destinos me quiere mostrar. Así como nunca supe
que estabas vivo, jamás supe lo que pasó la noche de Samhain, hace trecientos años atrás. Para todos nosotros tú
desapareciste sin dejar rastro ni energía alguna —le contestó, aprovechando su estupefacción para acercársele y posar
un beso en su frente que le otorgó una leve visión de lo que sucedió con su madre cuando Lord Rathsmere le dio la
noticia de su muerte.
El rostro de Fiona dejó su suficiencia y su seguridad para derrumbarse en llantos y sumirse en un aterrador
silencio.
—Edgard, ustedes dos son víctimas de las circunstancias. Ella jamás supo por lo que tú estabas pasando y tú jamás
recurriste a ella —le volvió a hablar separándose y sonriéndole—. Vine aquí sin el consentimiento de mi tía, y vine para
implorarte que converses con ella. Sólo así el fantasma del pasado terminará por ser exorcizado y ambos podrán seguir
adelante, así también puedas entender ciertas cosas que te ayudaran en tu presente, y tal vez sólo tal vez, te sirva para
enfrentar tu futuro —agregó, haciendo que girara para mirar hacia el mismo lugar adonde estaba mirando ella. Su
corazón se paralizó cuando se encontró los verdes ojos de Nione que lo miraban con pena, incertidumbre y una sarta de
sentimientos que no logró comprender. Ella se giró y salió corriendo en dirección contraria al tiempo que empujaba a un
Agustín que había quedado estupefacto con la situación.
—Nione —la llamó sin antes dirigirle una mirada asesina a su prima que lo observaba con aquella molesta
suficiencia.
Se movió para salir a la siga de Nio, pero Agustín lo paró para enfrentarlo.
—¿Qué rayos ocurre Setti? ¿Y tú quién diablos eres? —le preguntó a Lissë que ya se había subido a su caballo y
estaba haciendo el acopio por irse del lugar. Ella le sonrió con ironía para luego contestarle.
—“Ni shlonnaim mé feîn d’aonlaoch amhain ar druimthalmhan” —le respondió ella simple y llanamente, dejando a
Agustín aun más confundido.
Lissë desapareció sin antes dirigirle una mirada a él con un silencioso recordatorio. La Sidhe espoleó a su
caballo que en un abrir y cerrar de ojos y con el suave trote del semental, desapareció entre la espesura del bosque.
Agustín lo soltó y lo miró con un signo de interrogación marcada en su cara.
—¿Qué mierda fue todo eso? —le preguntó completamente confundido.
53
Edgard prácticamente le gruñó. Sentía que debía empujarlo y quitarlo de su camino para correr tras Nione, pero
aun así se dio el tiempo de explicarle lo que su prima le había dicho.
—Te dijo que no le decía su nombre a ningún guerrero sobre la tierra. En pocas y lindas palabras te dijo que no era
asunto tuyo. Ahora si me disculpas y si no quieres perder tu linda cara me dejarás pasar —le gruñó para apartarlo de
ante sí y salir corriendo tras Nione cuya esencia cada vez se alejaba más de su territorio. Había estado todo el tiempo
escuchando entre los árboles, ahora debía estar pensando lo peor.
Un lancerazo cruzó su corazón cuando vio la posibilidad de que ella no le perdonara tan fácilmente. Mierda,
nuevamente todo se le complicaba.
Capítulo 14
54
en un tono tan sensual y tierno que sintió que las lágrimas comenzaban a caer sin permiso alguno por su rostro. Él con
infinita paciencia comenzó a secarlas y con suaves besos y dulces palabras la consoló.
Ella se arrimó a él sintiéndose vulnerable y pequeña. Jamás en su existencia como inmortal había necesitado
tan desesperadamente de otro ni de alguien que la sostuviera, pero ahora sí que lo necesitaba. No, aun más que eso, lo
deseaba y lo anhelaba. Se puso en puntilla y lo besó dulcemente, él le devolvió el gesto adueñándose de su boca con
suavidad, pero con un deseo que estaba lejos de remitir. Con pesar se separó del cálido refugio para enfrentarlo.
—Yo también creo que te amo y me asusta… demasiado, pero tampoco me arrepiento —le contestó en un susurro.
Él sonrió sinceramente y con alivio.
—Me alegra escucharlo. Estamos en la misma, Nione, por lo tanto, descubriremos juntos estas nuevas emociones —
le contestó acercando su boca a su oído—. Siempre he estado solo, Nio, así que verme necesitando a otra persona me
es igualmente desconcertante. Pero si esa persona eres tú, estoy dispuesto a arriesgarme —agregó y cuando se separó
pudo ver en sus ojos la melancolía que ya le había visto otras veces junto con soledad, pero con algo más que la dejó
muda: Edgard le estaba entregando su confianza y su amor y ella no lo rechazaría, no lo abandonaría.
—Quizás sea hora que me aclares bien de lo que hablabas con tu prima. No quiero deducir cosas, ni tampoco quiero
juzgar sin saber la verdad y quiero saberla de tu boca —le susurró, besándolo fugazmente.
Él la estrechó y así se mantuvieron por un buen rato hasta que se separaron en un acuerdo tácito. Él tomó su
mano y echaron a andar en silencio en dirección a la casa de Edgard. En la entrada, esperándolos, estaba un
asombrado, pero sonriente Agustín, que les abrió la puerta y los esperó al interior.
—Lo dejaremos, luego lo mataremos y podremos tomarnos nuestro baño que fue interrumpido esta mañana —le
prometió él, mientras le daba la pasada y la seguía a la sala de estar después de cerrar la puerta.
Agustín los observó llegar y sonrió al verlos juntos. Aquello era amor aunque todavía no se dieran cuenta, lo
cual no dejaba de ser extraño. Era muy raro que dos vampiros se unieran. Ellos eran criaturas de naturaleza solitaria y
era mucho mejor así. Se hacía difícil conciliar el deseo de independencia innato de cualquiera de ellos, con el
sentimiento de protección que surgía al emparejarse. Lo sabía bien y de primera mano, para Nione y Edgard sería difícil
vivir esa nueva etapa, pero estaba seguro que ambos lograrían superarla.
Ed necesitaba de alguien que lo comprendiera y lo complementara, le entregara aquel afecto que se le fue
negado cuando era sólo un niño, y Nione necesitaba de alguien que cuidara y velara por ella. Su pequeña Nio era una
creatura que a pesar de vivir en un mundo totalmente hostil y oscuro, y trabajar en una asociación en donde todos los
días se veían los peores casos que el mundo pudiese albergar, se seguí manteniendo pura y luminosa. Era una luz en el
camino que sería fundamental para aclarar la vida de su amigo. Sí, era una buena pareja.
Ingresó nuevamente en la sala y los esperó. Ese día estaba cargado de sorpresa y tenía el presentimiento que
durante la tarde no cambiaría en nada.
Sonrió al recordar a la orgullosa criatura que le había dirigida aquellas frías palabras. Aquella Fae tenía algo
que le recordaba a una reina de algún país lejano y exótico. Era pura fuerza y determinación, además de
extremadamente bella. Lo que le había sorprendido más, había sido el hecho de que era prima de Edgard, aquello no lo
sabía, bueno, tampoco era como si él hubiese preguntado si tenía más familia.
Sintió ambas presencias por lo cual levantó su vista para observar a los dos recién llegados que estaban
tomados de la mano. Estaba seguro que había llegado la hora de dar respuesta y de intercambiar información.
—¿Qué día más movido, no? —le preguntó mientras ambos se dejaban caer en uno de los sillones desocupados.
Nione lo miró y lo examinó con aquella verde mirada y supo que su mente estaba trabajando a mil por hora.
Observó a Edgard que jugaba con un oscuro mechón de cabello de Nio y supo que ya no había vuelto atrás.
—Los felicito —soltó de golpe, acaparando la atención de ambos.
Se observaron por largo momento sin decir palabras hasta que Nio creyó que era oportuno comenzar a tocar
los temas que se paseaban ante ellos con tensa presencia.
—¿Cuándo se conocieron ustedes dos? —preguntó con la voz calmada, pero él que la conocía bastante bien, sabía
que la curiosidad la carcomía.
—Desde hace unos cien años —le contestó Edgard con una ternura que jamás había demostrado a nadie.
—Desde que te fuiste del Delta —le dijo a él.
Agustín le sonrió antes de reclinarse hacia atrás.
—Algo así —le contestó—. Por ese entonces aun era un perro incivilizado —soltó recordando la pelea que ambos
habían tenido cuando se habían visto por primera vez. Se habían golpeado presos de una ira que respondía a motivos
distintos, pero que convergían en un mismo punto: la falta de amor.
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—Fue cerca del año en que Agustín decidió dejar a los cazadores —agregó Setti con un brillo de recordatorio en sus
iridiscentes ojos—. Fue una pelea como nunca más la volví a tener.
—¿Pelea? —preguntó Nione derepente muy alarmada.
—Sí, ya sabes toda buena asociación comienza con ciertas disputas. Como ninguno de los dos perdió, decidimos
que los dos seríamos los machos alfas de nuestro nuevo grupo —se burló él, y era toda la verdad. Después de haberse
golpeado hasta morir se habían puesto a conversar hasta que se habían dado cuenta que ambos estaban en la misma
línea de pensamiento: ambos veían con malos ojos las autoridades y sobre todo al Delta.
—¿Y cuándo te enteraste de que Edgard era hijo de Fiona? —preguntó nuevamente Nione entrando de lleno en el
tema, vio que Ed se tensaba un poco, pero no hizo intento de hacerlo callar.
—No lo recuerdo, florcita. Pero se lo tuve que sacar con un fórceps. Es el bastardo más reservado y quisquilloso que
he conocido —le contestó tratando de parecer gracioso, pero no lo consiguió.
Vio que Nione se volvía a sumir en el silencio y que Setti no hacia intento alguno por agregar nada más.
—¿No deberían estar discutiendo esto a solas? —les preguntó viendo lo incómoda que se había vuelto la situación.
—Y lo estaríamos si no te hubieses aparecido por estos lados, Recart —le espetó ácidamente su amigo. Ese era el
Edgard que él conocía.
—¿Eso significa que me debo ir a dar una vuelta? —preguntó, sabiendo de antemano la respuesta, por lo cual se
levantó dispuesto a salir de ahí—. Sí, lo mejor es que me vaya. Sería bueno que después ambos se reunieran conmigo
en mi mansión. Así podrían ponerme al día de lo que pasó en la corte de Fiona —agregó.
Edgard y Nione asintieron en silencio, si hubiese caído un meteoro ninguno de los dos se hubiese dado cuenta
de ello. Así que poco importaba si se escabullía de ahí, dejándolos sólo. Al fin y en cuenta fue eso lo que hizo. Salió al
patio y se subió a su coche. Tras mirar un buen rato la nada, sacó su pequeño y portátil móvil y marcó el número de su
maestro. La voz de Ossian sonó desde el otro lado de la línea telefónica.
—Seguir fingiendo que no nos conocemos o que tú me odias ya no viene al caso. Nione ya sabe que seguimos en
contacto y me temo que mi socio también lo descubrió. Además creo que seguir manteniendo las apariencias en este
caso, no nos servirá de nada. Te espero en mi mansión, creo que Ed y Nio han encontrado información importante para
resolver de una vez por toda este misterio. Y Quizás quieras alentar a aquellos que te son fiel, tengo el leve
presentimiento que de aquí a la noche el trío de anciano estará en manos de la justicia suprema —le soltó de golpe. El
silencio se hizo patente.
—¿Otra de tus premoniciones, querido discípulo? —le preguntó Ossian con una voz extrañamente monótona.
—No, lógica. ¿Y a ti qué te pasa?
—Es lo mismo que me pregunto yo, pero con respecto a Nione. ¿En donde rayos está? ¿Y qué es lo que la mantiene
tan ocupada que no es capaz de darme una buena explicación? Me suplicó que la dejara en el caso, pero a la primera
desaparece…
—Está trabajando en la misión, viejo. Pero yo que tú iría pensando en alguien que la reemplazara, no creo que
después de esto ella vuelva a trabajar en el Delta —le contestó para luego colgar.
No, definitivamente después de que todo se aclarara, estaba seguro que la línea dentro de la raza estaba a
punto de cambiar. Si era verdad que el trío de anciano estaba involucrado, la repercusión sería tan grande, que sería
como volver a empezar de nuevo. Definitivamente la forma de llevar las cosas y dirigir a la estirpe estaba a punto de dar
un giro radical, que no iba a perdonar a ninguno que decidiera quedarse estancado en las viejas tradiciones.
Echó a andar el motor y se perdió rápidamente en la carretera sin ser conciente que un par de ojos seguía de
cerca cómo desaparecía de la vista.
Edgard acarició el hombro de Nione y besó su cabellera. Ella se estremeció, pero no habló. Se habían sumido
en un silencio desde que Agustín se levantara y se marchara. Las preguntas flotaban en el aire, pero ninguno daba el
primer paso. Al final él suspiró y decidió comenzar.
—Soy mestizo. Mi padre era un mortal, un guerrero que conquistó a la reina de las hadas. Es una historia bastante
famosa dentro de la estirpe. No hay bardo y no hay casa en donde no sea contada la famosa historia de amor de lady
Fiona y su amor humano —comenzó a contarle despacio. Ella lo escuchaba en silencio.
La escena era bastante hogareña, ambos sentados en el mismo sillón acurrucados. ¿Quién hubiese imaginado que
él llegaría a compartir tan intimidad con alguien? No, si alguien le hubiese dicho tiempo atrás que llegaría a estar así con
una mujer, se hubiese reído en su cara.
—Pensé que sólo era una leyenda —le contestó en un susurro.
56
—Sí, lo es. La mayoría de las leyendas tiene base en un hecho real. La verdad es que con el correr de los años, la
historia ha sido adornada, ya sabes que a los trovadores les gusta embellecer sus cuentos.
—Así que tú eres producto de aquella relación. ¿Qué pasó con tu padre? ¿Qué pasó para que decidieras ser
convertido? —le preguntó acomodándose más entre sus brazos.
Edgard meditó un rato. Agustín sabía bastante sobre él, pero no todo. Jamás le había contado a alguien, ni
siquiera a Eric que era su maestro, todo lo referente a su vida. Sólo lo necesario y nada más.
—Mi padre murió en batalla hace cuatrocientos años atrás, incondiciones poco claras. La verdad es que yo no
alcancé a conocerlo, pero al igual que la historia de que lo unía a mi madre. La leyenda de su muerte, es uno de los
cuentos favoritos en las casas Sidhes —le contestó rememorando las veces que había oído cantar la famosa caída de
su padre—. Edgard, así se llamaba, era hijo de un rey en los tiempos en que la humanidad era gobernada por la
monarquía.
—Edgard igual que tú —acotó Nione con una voz cada vez más baja. Estaba seguro que sus caricias la habían
relajado.
—La verdad es que estoy lejos de llamarme Edgard, princesa. Mi verdadero nombre es Liam. Me lo cambié cuando
escapé de la corte en una forma de desligarme de todo lo que tuviera que ver con mi madre y su raza.
Nione se removió de su abrazo y se levantó hasta quedar frente a él. Sus verdes ojos eran escrutadores y lo
observaban con curiosidad y dese de entendimiento.
—¿Por qué un príncipe heredero abandonaría todos sus beneficios de pertenecer a la nobleza y sumergirse en un
mundo en donde todo es distinto y desconocido? —le preguntó sorprendida—. Por lo que escuche de tu prima, lady
Fiona no sabía que seguías viva, ¿Qué fue lo que pasó Edgard? ¿Por qué huiste de tu corte? ¿Por qué creías que tu
madre no te quería?...
Él la calló con un dedo en la boca. Eso mismo se estaba preguntando él, con las nuevas noticias que le había
llevado Lissë ya no sabía qué pensar. Había vivido cuatrocientos años creyendo que era despreciado por su madre y de
repente le dice que ella nunca supo que él sufría. Por favor, ¿qué clase de madre no sabe lo que le pasa a su hijo?
—Mi infancia fue difícil. Los Sidhe y los Fae en general son bastante puristas. Para ellos, a pesar de que yo hubiese
sido en su momento una curiosidad interesante que los removía de su usual aburrimiento, significaba que era una
mancha indiscutible. Muchos Faes encuentran en los humanos una entretención que su vida inmortal y omnisciente no
les puede entregar, sin embargo, de ahí a pensar en mezclar ambas razas no es una opción permitida. Para las hadas,
los mortales no son otras cosas que lindas y chistosas mascotas que están en un escalafón por debajo a ellos que son
casi dioses. Comprenderás que yo no tenía lugar alguno entre ellos y mucho menos dentro de la nobleza que es mucho
más selectiva —le contestó ahuecando su rostro entre sus manos. Ella lo miraba con un cariño tan grande que le
embargó el corazón—. Fui marginado y maltratado. Siempre creí que mi madre lo permitía, después de todo era su
deber protegerme, pero ella nunca acudió a mi rescate. Jamás la vi acunándome y consolándome cuando era golpeado
por alguno de esos Golem. ¿Qué puede creer uno cuando te ves en un lugar que es completamente hostil? —le
preguntó y ella ante toda respuesta giró su rostro y besó la palma de su mano—. Huí para una noche de Samhain hace
cien años atrás, porque me perseguían para matarme. Los cazadores, Los Gorros Rojos, y lo hubiesen conseguido si no
hubiese sido por mi actual maestro. Él me encontró en un estado deplorable y sin pensárselo dos veces me convirtió…
—¿Y quién es tu maestro, Ed? —le preguntó ella tan ajena de lo que aquella pregunta significaba.
Egard suspiró y meditó bastante bien antes de contestar. Estaba seguro que después que lanzara la respuesta,
todo terminaría de cambiar.
—¿Está muerto acaso?...
—No, princesa, no está muerto. Está más vivo que nunca, aunque lo han intentado matar varias veces durante la
semana, pero dudo que alguien pueda eliminar a Eric —le contestó y vio en los ojos de ella todas las emociones que la
embargaron cuando entendió a quién se refería—. ¿Quién diría que el príncipe sí tenía a alguien a quién heredarle el
trono? —tartó de bromear, pero ya era demasiado tarde.
Nione se levantó y comenzó a pasearse por la habitación, presa de mil especulaciones distintas. Se detuvo
abruptamente y lo enfrentó.
—¿Por qué nadie sabía de tu existencia? Eso lo cambia todo —le respondió.
Nione lo miraba casi sin pestañar y con un gran signo de interrogación en la cara. Se veía que toda la información
que le había soltado, la había contrariado y sorprendido enormemente. “¿Y qué esperabas?”, se preguntó al tiempo que
sentía que comenzaba a tamborilear los dedos sobre su rodilla derecha.
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El silencio se extendió en la sala mientras ambos se observaban manteniendo una silenciosa conversación. Ella
le exigía que le contestara, y él le decía que no era fácil hacerlo. Al final Nione ganó la muda batalla.
Edgard resopló mientras dejaba caer la cabeza en el respaldo del sofá y tomaba aire preparándose
mentalmente para el segundo asalto.
—No es fácil, princesa —le dijo en un intento para ganar tiempo, y no era mentira.
Recordó aquel día de Samhain hace trecientos años atrás que había sido el más nefasto de toda su existencia.
Había empezado mal y hubiese terminado mucho peor sino hubiese sido por Eric que lo salvó de una muerte segura. El
viejo Eric, que la verdad sólo era noventa y cinco años mayor que él, lo había encontrado agonizando y prácticamente
con un pie y medio en el más allá, pero aun así le había preguntado si quería abrazar la inmortalidad definitiva. En ese
momento, Edgard no se lo había pensado dos veces y con un débil sí había aceptado. Luego de eso había venido la
conversión, placentera al principio y dolorosa después cuando su cuerpo había comenzado a cambiar.
—Yo se lo pedí —contestó a la pregunta que había quedado en el aire y antes de que Nione se lanzara a preguntar
el por qué, se adelantó—. Digamos que los cien años que viví entre los Fae no fueron mis más felices años. Era un
extraño para ellos y, como te lo dije anteriormente, el constante recordatorio de lo que su reina había hecho.
Debería haber muerto, pero Eric me salvó convirtiéndome y no me quejo, yo lo acepté. Pero en ese momento no
sabía quién era el vampiro que me estaba dando una segunda oportunidad, y si lo hubiese sabido, no me hubiese
importado.
He tenido mi cuota suficiente de no ser aceptado, Nione. Vi en mi nueva vida la oportunidad de desaparecer
definitivamente, pero para eso no podía aceptar ser el sucesor de Eric, aquello me hubiese puesto en la mira no sólo de
la raza vampírica, sino también de las otras razas mágicas —le contó sin despegar la mirada de ella que se había
sentado en el suelo y había cruzado sus piernas como una niña pequeña que escucha algún cuento de hada.
—¿Por qué te querían matar? —le preguntó y vio en sus verdes ojos el brillo que ya estaba comenzando a relacionar
con sus ansias inacabables de comprender y saberlo todo.
—Ya te lo dije, Nione. Yo no era…
—Aceptado —lo cortó—. Sí, ya lo sé. Lo que quiero saber quién fue exactamente el que dio la orden. ¿Y cómo es
que Fiona no sabía nada? Discúlpame, Ed, pero me cuesta creer que una madre no sepa lo que le sucede a su hijo —
terminó de decirle.
—Lo mismo pienso, amor. Siempre creí que mi madre estaba al tanto y en el caso de que no estuviese de acuerdo
con el maltrato, se hacía la desentendida. Las noticias que me trajo Lissë me sorprendieron bastante. No, mejor dicho
me dejaron atónito. Llevo cuatrocientos años creyendo que Fiona jamás me quiso —le contestó para luego quedarse
callado. Todo era demasiado confuso. Jamás su madre lo acunó por las noches, jamás lo alimentó cuando era un bebé,
nunca jugó con él, jamás vio su rostro no oyó su consuelo cuando la necesitó.
Sintió a Nione sentarse en su regazo y abrazarlo, él envolvió sus brazos alrededor de su cintura y apoyó su
cabeza en el pecho de ella.
—Ahora entiendo porqué eres tan hostil —le dijo y él no pudo evitar sonreír.
—Supongo que Agustín siempre ha tenido razón. Soy un amargado y un cobarde que no ha hecho otra cosa que
esconderse —le contestó recordando su reciente enfrentamiento.
Llevaba trecientos años como vampiro ocultándose y esa era la única razón por lo cual no había aceptado que
Eric lo presentara oficialmente como su sucesor.
—¿Agustín te dijo eso? —Nione lo observaba con el ceño fruncido—. Agus está acumulando puntos en contra —
agregó sonriendo.
Edgard soltó una gran carcajada mientras la abrazaba. Si uno la viera por la calle y no la conociera, jamás
pensaría que esa muchachita tan pequeñita pudiese dominar a dos vampiros como él y Agustín. ¡Qué ironía!
—Nione, esto cada vez está más confuso. Puedo entender las razones de Noctis y los otros dos para asesinar a
Eric, cosa que no creo posible. El viejo a pesar de tener cuatrocientos noventa y cinco años de edad, es bastante fuerte
—le dijo y vio que Nio alzaba una ceja.
—¿A qué te refieres? —le preguntó confusa y comenzando a jugar con su cabello, pero luego se paró en seco y lo
observó con comprensión para llevarse una mano a la frente—. Últimamente estoy pasando por alto muchas cosas.
Claro que debe ser poderoso. ¿Tú sangre sigue siendo fatal para nosotros o no lo es tanto? —le preguntó con bastante
interés.
Él sonrió y comenzó a dibujar sus labios con uno de sus dedos y se deleitó con la sombra de deseo que nubló
sus verdes ojos.
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—No es tan tóxica como la de un Fae puro, pero sigue siendo peligrosa para alguien que no es tan poderoso. Eric
sólo tenía ciento noventa y cinco años cuando me convirtió. Te harás una idea al respecto. Bebió de mi sangre y no se
inmutó —agregó ya no sonriendo—. Agustín por casualidad bebió un poco de la mía y casi no lo soportó. No estuvo al
borde de la muerte, pero juró que nunca mas intentaría cerrarme una herida, que mi sangre era lo suficientemente tóxica
para dejarlo agotado y con la respiración más que acelerada.
Nione lo observó con tristeza, sabía hacia donde se estaban dirigiendo sus pensamientos, pensamientos que él
ya había acunado. La observó detenidamente y tomó su rostro y la besó suavemente.
—Sí, pequeña, quizás nunca puedas beber de mí sin correr un gran riesgo —le dijo muy a pesar suyo y era la pura
verdad. Para unirse como compañeros, cada uno debería beber del otro, pero él jamás la arriesgaría. Había grandes
probabilidades de que soportara su sangre, pero igualmente habían posibilidades de que ocurriera lo contrario y el sólo
pensarlo prácticamente le paraba el corazón.
Ella colocó sus manos en su pecho y suspiró.
—Pero tú sí puedes beber de mí —le dijo tan inocentemente y entregada que le calentó el alma.
—Si hago eso, tú quedarás atada a mí, pero no al revés y…
No lo dejó terminar, colocó un dedo en su boca para callarlo.
—No me importa, Ed. Quiero que bebas de mí, porque te pertenezco —le contestó en un susurro—. Prométeme que
cuando todo esto pase, lo harás —le pidió dejándolo estupefacto. Aquello era mucho más de lo que podía esperar.
—Princesa, cada vez me sorprendes más.
—Lo sé. Soy una cajita de sorpresa. ¿Lo harás o no lo harás, Ed? ¿Beberás de mí, amor? —le volvió a preguntar.
Edgard cerró los ojos y sonrió. Sabía que sentirse feliz era un poco egoísta sabiendo que no le podría entregar
lo mismo, pero lo hacía sentir sumamente feliz.
—Lo haré, Nione. Si tú me lo permites, claro —le contestó.
Ella lo abrazó y sin palabras le dijo que era eso lo que quería y que no se echaría para atrás.
—Edgard, tal vez deberíamos ir con Agustín. Quiero que esto acabe lo antes posible, para salirme del Delta y
quedarme contigo —le dijo, dejándolo aun más asombrado.
Ella lo miró y vio la resolución en sus ojos. Aquello fue lo que menos se hubiese esperado. Sabía que Nione era
una de las mejores y que vivía por aquella organización. El hecho de que estuviera pensando en dejarlo, era una gran
prueba y un gran sacrificio.
—No intentes hacerme cambiar de opinión que no lo haré. ¿Nos vamos a bañar? —le preguntó levantándose y
guiñándole un ojos. Le tendió la mano y cuando él la aceptó tiró de él para que se uniera. Antes de que se pusieran a
caminar en dirección a la escalera la atrajo a sus brazos y la besó procurando que aquel beso le dijera todo lo que por
medio de las palabras no le podía decir.
Ossian se pasó por quinta vez consecutiva la mano por su cabello, desordenándolo mucho más de lo que ya lo
tenía. Sus ojos ardían como el demonio y ya podía sentir que su garganta comenzaba a secarse, provocándole un gran
dolor.
Sed, eso era lo que sentía. Ya llevaba bastante tiempo sin beber una gota de sangre y en su actual estado de
estrés, aquello le estaba comenzando a pasar la cuenta.
Estaba preocupado, muy preocupado y sumamente inseguro, sensaciones que no iban con él bajo ninguna
circunstancia. Observó el teléfono celular para luego reclinarse en su asiento. Su despacho estaba inquietantemente
silencioso, signo inequívoco de mal augurio. Esbozó una pequeña sonrisa ante el rumbo de sus pensamientos. ¿Desde
cuándo era tan supersticioso? Llevaba existiendo aproximadamente alrededor de tres milenios y jamás había prestado
atención alguna a señales ni signos de mala suerte. Se detuvo ahí. No, aquello no era mala suerte, sino un mal
presentimiento. Algo así como la calma antes de la tormenta.
Todo en los alrededores estaba inusualmente calmo, pero se podía sentir en el aire un algo que mantenía la tensión
en el cuerpo. Como si todo y todos estuviesen pendientes, esperando algo que pronto iba a suceder, algo realmente
malo y nefasto.
Se levantó y comenzó a pasearse por la habitación y se detuvo nuevamente frente al escritorio y observó el móvil.
¿Hace cuánto había hablado con Agustín? Observó el reloj de pulsera y vio que tan sólo habían transcurrido quince
miserables minutos. Aquella conversación lo había dejado más inquieto de lo que había estado antes de llamarlo.
La noche había sido especialmente larga, sobre todo por el hecho de no haber sabido nada de Nione. Y luego
cuando Agustín le había dicho que había sido atacada en los bosques feéricos, había sentido que todo el aire lo había
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abandonado de golpe, para luego recuperarlo al enterarse que se encontraba bien en casa del socio de su discípulo. La
preocupación había sido reemplazada por la ira por no haber recibido ninguna llamada por parte de ella.
Y seguía sin obtener respuestas de Nione, porque cuando la había llamado esa mañana, ella se había mostrado
distante y lo había despachado rápidamente. Y luego, cuando había vuelto a hablar con Agustín, había quedado más
confuso.
Se llevó una mano a la frente y suspiró fuertemente. Era en esos momentos en que sentía el peso de todos sus años
de existencia. No estaba más cerca de la verdad que al principio. Tenía la seguridad que los tres ancianos estaban
metidos hasta el cuello, pero no tenía las pruebas que lo confirmaran. Agustín tenía el mismo presentimiento, pero como
él tenía en el aire muchas cosas.
Se dejó caer en uno de los sofás que adornaban el lugar y cerró los ojos que tenía ultrasensibles. ¿Qué había
pasado en los dominios de Fiona? Por lo que le había contado Agustín, Nione y Edgard habían sido atacados por
vampiros y las alarmas no se habían disparados, lo que lo llevaba a establecer, por lógica, que uno de los reyes o quizás
los dos estaban metido en aquel asunto, ahora la pregunta era por qué. Aquello era lo que más le complicaba porque no
podía hallar de ninguna forma, mirase como mirase, alguna conexión entre los Fae y la raza vampírica. Hace mucho
tiempo que las batallas entre las especies mágicas habían quedado atrás, y por lo que él recordaba no debería por qué
haber algún asunto pendiente con las hadas. Además si así fuese, aquellos seres feéricos eran más de enfrentar
directamente los problemas que solucionarlo de aquella forma tan vil y rastrera.
Quizá Eric tenía algo que decir, pero el príncipe de la raza había dicho en el interrogatorio que no podía imaginar
quién quería matarlo.
—Y seguro yo nací ayer —soltó en voz alta.
Él había estado presente en la toma de declaraciones y había notado en el rubio vampiro que algo ocultaba.
Por dios, podía haber afirmado de la forma más convincente que no sabía nada, pero él tenía alrededor de dos mil
quinientos años más que el príncipe y sabía leer a los demás con una precisión que ni siquiera Noctis, que era el más
viejo de todos, podía.
Sí, ahí había algo que Eric sabía y se negaba a compartir, pero ¿por qué? ¿Acaso el príncipe de la raza tenía
algo que ocultar, algo que lo incriminara en algún asunto turbio? Le costaba creer lo último, Eric era sumamente correcto
y directo, era quizás el que más se preocupaba por hacer las cosas de la forma más transparentemente posible, sin
embargo, no había duda que algo se estaba guardando, y él iba a sonsacarle lo que era. Estaba más que seguro que
aquella era la pieza que faltaba para poder solucionar de una vez por toda todo ese asunto.
Volvió a mirar su reloj de pulsera y vio que eran las once de la mañana. Agustín le había dicho que se reuniera
con él y su equipo en su mansión, sin embargo, primero haría un viaje al palacio real y se aseguraría que Eric confesara
y si era necesario lo arrastraría con él para que hablara.
Sonrió alegremente, al fin comenzaba a ver algo de luz al final del túnel. Caminó hacia el Frigo bar que tenía en
un rincón y extrajo una bolsa de sangre que bebió helada, a pesar de que de esa forma era más mala aún. Luego tomó
su negra chaqueta y se dirigió hacia uno de los cuadros que adornaban aquel despacho, lo descolgó y marcó el número
de la caja fuerte que estaba oculta tras él y que se abrió con un suave chasquido, revelando su preciado contenido.
Extrajo la fina arma, una antigua espada que lo había acompañado en sus más importantes batallas y la observó con
deleite.
Grabó en su retina cada grabado y cada rubí que adornaban la negra plata. Extrajo una correa de cuero que
tenía unida la funda de su pequeña Mell y se la colgó a la espalda.
Después de unos mil años, Ossian el primer vástago del quinto hermano volvía al campo de batalla y no
necesitaba nada más que su fiel espada.
Capítulo 15:
El frío la golpeó de lleno cuando puso un pie fuera de la casa. El cielo que durante el día había estado
hermosamente despejado se había nublado con grises nubarrones que preveían una evidente y feroz tormenta, como si
fuera el presagio de algo realmente malo que estaba a punto de suceder. Aquella idea la hizo temblar, cosa que Edgard
creyó que se trataba del frío que se había apoderado del lugar, por lo cual la arropó con su propio abrigo que le
proporcionó inmediatamente el calor que irradiaba y su masculino y exótico aroma con el cual ya estaba bastante
familiarizada.
El sol hace rato que se había ocultado y la luna estaba completamente llena apareciendo de vez en cuando
entre las inmensas nubes que adornaban el cielo.
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Los árboles de la propiedad y de los alrededores se mecían al compás del suave, pero frío viento que
amenazaba con adquirir feroces velocidades a medida que el tiempo avanzara.
Algo no iba bien y era palpable en la atmósfera, era un día que los mortales catalogaban como funesto. Si
hubiese sido humana y hubiese estado aún con su abuela, ésta le hubiese dicho que la muerte andaba cazando, al
acecho de las almas que osaran salir a su campo de juego. Aquello logró que se le pusiera la piel de gallina.
—¿Qué sucede? ¿Tienes frío aún? —la voz de Edgard la reconfortó en parte, ya que inmediatamente fue inundada
por una oleada de desosiego y temor que la dejó aun más congelada—. ¿Cariño?
Se giró y lo observó. Ed la miraba con aquellos ojos que la hechizaban, veía la preocupación en él y veía el
cariño y el amor que sentía por ella. Le sonrió intentando calmarlo y calmarse a sí misma, diciéndose que el hecho de
que el clima hubiese cambiado, no tenía nada que ver con que fuese a ocurrir algo malo.
—No, todo… —se cortó, quería decir que todo iba bien, pero no pudo. Nunca había sido supersticiosa a pesar de
que provenía de una familia que tenía muy en cuenta las viejas tradiciones, pero podía sentir en el aire que algo no
estaba como debía estar.
—¿Qué pasa, Nio? —Edgard le volvió a preguntar mientras desviaba la mirada de ella y la clavaba en el largo y
oscuro camino.
—Tengo miedo —Soltó de golpe observando el perfil de aquel hombre a quien tanto se había aferrado en las
últimas horas.
Sí, sentía miedo, miedo de no volverlo a ver. Tenía en la boca del estómago el presentimiento de que pronto
todo se iba a complicar y que aquello desembocaría en una inevitable separación. Sintió su garganta secarse cuando
una imagen del cuerpo ensangrentado de Edgard la golpeó de lleno como si fuese real. Pudo ver claramente sus
hermosos ojos apagados y sin vida.
Retrocedió ante la macabra imagen y se llevó una mano a la boca intentando no gritar.
—¡Nione! —su nombre se estrelló en sus oídos devolviéndola a la realidad. se encontró con su iridiscente mirada
que era el fiel reflejo de los ojos de Fiona, y lo único que pudo hacer fue lanzarse a sus brazos y estrecharlo
fuertemente, queriendo protegerlo—. Nione, ¿qué sucede? ¿Qué has visto? —le preguntó acariciándole el cabello.
—Nada… es sólo… Dios, Edgard, prométeme que no harás nada estúpido —le pidió sintiendo que los latidos de su
corazón punzaban fuertemente contra su pecho.
—¿Por qué debería hacer algo estúpido?
—No lo sé, sólo prométemelo —le volvió a pedir.
Sintió que los fuertes brazos de él se tensaban alrededor de ella y la apartaban un poco para obligarla a
mirarlo.
Sus ojos eran escrutadores e imponentes, sabía que no podía ocultarle nada, mucho menos su
preocupación. Suspiró resignada.
—Ed, ¿no sientes que algo no va bien? —le preguntó conteniendo el llanto. Ella nunca había llorado, ni siquiera
cuando su antiguo maestro la había dejado sola enfrentando a su peor pesadilla—. Tengo miedo que te suceda algo —
le dijo luchando con el dolor desgarrador que se apoderó de su garganta.
Edgard le sonrió, pero aquella sonrisa no alcanzó sus ojos lo que le dijo sin palabras que él se sentía igual,
aun así intentó tranquilizarla con un fugaz beso en la frente y un suscito “estaré bien”.
Se separó de ella y desapareció en dirección hacia su cochera. Nione lo siguió de cerca y vio con asombro el
interior de aquel lugar. Con un movimiento de la mano le indicó que entrara y ella no se hizo esperar. En un costado
estaba su moto y al rincón envuelto con una lona blanca había un bulto que no era más grande que su propio vehículo.
Vio a Edgard avanzar hacia él y destapar el contenido.
Reconoció aquella moto. Era un antiguo modelo que se usaba en el delta y si no se equivocaba aquel juguete
era el que había usado Agustín cuando había pertenecido a la organización.
—Es lo único que me queda. Sólo la he ocupado una vez y fue cuando Recart me la regaló hace más de cincuenta
años— le dijo mientras quitaba por completo la lona—. Mi moto la perdí el día en que decidí seguirte a los bosques de
Randall. Mi auto lo destrocé ayer en la tarde cuando lancé a Agustín sobre el capó. Y la moto plateada que me prestó
Recart la dejé anoche en la Quebrada del Fausto —le contó al tiempo que pasaba una de sus piernas hasta quedar
sentado—. Es un gran modelo. La he estado interviniendo, pero estoy seguro que no podría alcanzar el nivel de la tuya
—le dijo.
Nione miró su propia moto y sonrió.
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—Nop, porque no me tienes a mí —le contestó sintiéndose muy orgullosa del trabajo que había hecho. Aquella
máquina la había diseñado con mucha dedicación y con ayuda de uno de los mejores ingenieros y además uno de sus
mejores y pocos amigos del Delta. Había logrado llevar lo que tenía en su mente a la realidad.
—¿La hiciste tú? —le preguntó él bastante sorprendido—. Pensé que era el último modelo de la organización.
Nione sonrió sintiéndose alagada. Le encantaba saber que lo había sorprendido.
—Yo la diseñé, siempre me han gustado las tuercas, pero el que hizo la mayor parte del trabajo armándola y
consiguiéndome las piezas, fue Cristián, el mejor ingeniero de la institución —le contestó.
Edgard le sonrió y le indicó con la mano hacia una repisa que tenía un casco negro con el símbolo de los
cazadores. Ella alzó una ceja.
—Sí, Agustín me regaló el equipo completo. También me gustan las tuercas —agregó guiñándole un ojos—.
Alcánzame el casco —le pidió mientras metía la llave en el contacto. El antiguo modelo rugió bajo él con un furioso
ronroneo que le puso la piel de gallina, pero por la excitación. Adoraba aquellos juguetes, adoraba la velocidad y el
viento golpeándole el rostro y el cuerpo.
Le entregó el casco y cuando lo hizo supo que aquel era el último momento en que se verían y vio en sus
ojos que él también lo sabía. Tragó saliva intentando no caer en una crisis de pánico.
—Todo saldrá bien, Nione. Iremos con Agustín, te presentaré al resto del equipo y solucionaremos este caso. Luego
te arrastraré hasta mi cama y no te dejaré salir de ahí nunca más —le dijo—. Ven aquí y bésame —le exigió y cuando lo
hizo comprendió todo.
Comprendió como si le hubiesen quitado una venda de los ojos que el verdadero blanco del Fae traidor había
sido Edgard y ninguno más que él. Ed era el único motivo por el cual un hada se involucraría en un conflicto ajeno. El
hombre que tenía ante sus ojos y que la miraba con interrogación era el blanco principal, y todo el resto era una
tapadera para aquel individuo que quería al príncipe Fae fuera de circulación.
—Lord Rathsmere —le dijo en un susurro—. Todo este tiempo al único que quiso fue a ti, Ed. Ese es el verdadero
motivo de que un Fae decidiría involucrarse en un problema que no tiene nada que ver con su raza. Siempre supo que
estabas vivo, por lo cual quería acabar contigo y se le presentó la oportunidad con este trabajo. Los ancianos le pidieron
colaboración y él no dudó en prestársela, así aprovecharía en medio de la confusión de eliminarte y así acabar de una
vez por toda con la afrenta que tanto daño le hizo…
Edgard puso uno de sus dedos sobre sus labios para callarla. Sus iridiscentes ojos se habían oscurecido por
la rabia y la ira. El entendimiento de todo estaba fluyendo por su mente lo que la hizo ser conciente de que aquellas
palabras habían dado la partida a una batalla que podía acabar de la peor forma.
—No, Ed —gimió al comprender lo que él quería hacer—. Déjale esto al Delta, a nosotros nos corresponde capturar
a todos que han estado atentando contra Eric…
Edgard la miró con una mirada grácil y fría, demasiado fría que ya no tenía nada que ver con el hombre que
había conocido. La comprensión de lo que ella había dicho, había desatado en él siglos de amargura, soledad y rabia.
No tenía nada que hacer, lo sabía, pero aun así no quería dejarlo ir… la imagen de él ensangrentado y muerto era
demasiado real para obviarlo. Quiso decir algo para convencerlo, pero Ed se adelantó.
—Ni se te ocurra interferir, Nione. Esta es mi batalla. Ustedes encárguense de mantener a Eric con vida, que yo me
encargo de saldar mis deudas —le dijo con palabras afiladas, para colocarse el casco y observarla en silencio.
Nione comprendió que no podría hacer nada para evitar que fuera en busca del rey Fae, pero sí podía hacer
todo lo posible por mantenerlo con vida. Antes de que Ed pudiese protestar corrió hacia su moto y la hizo andar. Aquello
no lo transaría y Edgard lo supo porque sin ninguna palabra de protesta se puso en marcha hacia su último destino. Los
bosques de Fiona esa noche serían testigo de una de las batallas que más adelante se cantarían en las cortes de las
nueves casas nobles de los Fae y sería conocida como el regreso del hijo mestizo de la reina, del príncipe más
poderoso que jamás antes se había visto en aquella purista raza.
Capítulo 16:
Las instalaciones estaban vacías y demasiado silenciosas para ser más exactos. Ningún ruido proveniente
del exterior, ni siquiera la del fuerte viento que se había desatado y movía los árboles y todo lo que se opusiera a su
camino. Nada se escuchaba, parecía que los edificios hubiesen sido aislados e insonorizados.
Ossian entrecerró sus ojos pardos y, a pesar de que todo estaba oscuro, vio a la perfección en las vacías
salas. Ni un alma aunque podía sentir la presencia de los cazadores en el ala de las habitaciones.
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Se llevó una de sus manos a la barbilla y suspiró sonoramente para dar algo de vida al muerto lugar.
Comenzó a caminar por el largo pasillo tamborileando los dedos en una de las paredes. El eco provocaba que el
ambiente pareciera mucho más lúgubre y tenebroso.
Había llegado la hora de hacer algo, sabía que tenía que hablar con Eric, pero primero se aseguraría las
espaldas.
—Noctis, Noctis, Noctis —susurró tres veces antes de pararse en seco.
¿Qué sería lo que haría él si fuese aquel ancianito? Le costaba ponerse en su lugar y pensar como él, ya que
jamás se le hubiese pasado por la cabeza hacer de su blanco al príncipe de la raza.
—A Dios, Noctis. Apenas tenga las pruebas desearás no haber despertado esta mañana —murmuró antes de girar y
tomar otra dirección.
Ya sabía a quién reclutaría para que lo acompañara a la casa de Eric y quien sería el encargado de obligar a
confesar a los ancianos.
Caminó en silencio hasta que llegó al sector en donde se encontraba el hangar. Dobló a la derecha y se paró
ante una puerta cerrada, la abrió y se encontró ante un agujero negro.
Bajó por las escaleras que se perdían en un negro abismo ocultando lo que se encontraba bajo aquella
construcción. Si fuese la primera vez que estuviera ahí, hubiese creído que aquellos escalones no conducían a ningún
sitio; sin embargo, él conocía aquellas instalaciones de memoria, después de todo, él era el que había supervisado la
construcción de aquella área.
Llegó al final y se encontró de lleno con otra puerta, pero esta estaba cerrada con un intrincado sistema de
alarma, marcó la clave y la puerta se abrió revelando la sala de investigaciones e ingeniería.
La gran construcción era una enorme resistencia bajo tierra en donde se creaban la mayoría de las armas y
otros implementos que eran propios y exclusivos del Delta.
La sala se quedó en silencio cuando lo vieron aparecer, después de todo, era bastante raro que uno de los
fundadores bajaran ahí, cuando se creaba algo nuevo era el encargado de aquel sector el que lo presentaba ante el
concejo.
Vio reverencias por montón a medida que se ponía en marcha. Sentía su espada en su espalda y sentía la
mirada sorprendida de los técnicos e investigadores, pero las obvió y sonrió cuando divisó a quién quería encontrar.
—Cristian, aun estás vivo, pensé que te habías secado tanto tiempo bajo tierra —lo saludó sabiendo que no le haría
ninguna gracia.
Cristian lo miraba con las cejas alzadas y con austeridad. Cualquiera que no lo conociera podría sentirse
intimidado, pero él hace rato que había vencido todas sus corazas y, de cierta forma, eso se debía, en parte, al hecho de
que Cristian era el vástago de uno de sus discípulos muerto; en otras palabras, Ossian se consideraba el mentor de ese
muchacho.
—¿Qué haces por estos lados, anciano. ¿Es que acaso el mundo ya se cayó a pedazos? —le preguntó acercándose
hasta encontrarse a mitad de camino.
Ossian sonrió, estaba acostumbrado a su humor ácido, lo que le hacía preguntarse cómo Nione lo soportaba.
Esa chiquilla tenía un don para domar las almas más salvajes y solitarias.
—No sólo se me antojó ver tu dulce cara, cariño —le contestó.
Supo que con aquellas palabras, Cristian se había dado cuenta que necesitaba algo de él.
Sus azules ojos tan eléctricos que demostraban su inhumanidad, lo miraron con incertidumbre, Cristian era un
vampiro de alrededor de uno seiscientos años de edad, por lo cual su experiencia y su sabiduría no se podían pasar por
alto.
Ahí parado con sus fuertes brazos cruzados por sobre su musculoso pecho, vestido con la ropa de batalla del
Delta que resaltaba aún más su figura de guerrero, y su desordenado cabello negro, lo interrogaba sin abrir la boca.
Cristian antes de recluirse y dedicarse a la investigación y a la ingeniería, había sido el mejor –y no tenía
duda alguna que lo seguía siendo, a pesar de estar lejos de escena- al momento de lograr confesiones. Cristian era un
torturador tanto físico como psicológico nato y despiadado y su cara de ángel no podía ocultar que su cordura y su
locura tendían a confundirse.
—Llegó la hora que enorgullezcas mi línea de creación —le dijo cambiando su chispeante tono de voz a uno mucho
más serio, y por el brillo que asomó en aquellos azules ojos, le indicó que Cristian se sentía mucho mejor en la guerra
que encerrado creando cosas.
—¿Contra quién vamos a luchar, Ossian? —le preguntó dando con eso su respuesta definitiva.
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—Ya lo verás, Atormentador, pero sólo te puedo asegurar que necesitaremos más gente para esto. No todos los días
vas en contra de un vejestorio —le respondió y vio la emoción creciendo muy dentro de aquel vampiro.
Sin duda que el mayor castigo que le podrían haber dado, era haberlo encerrado bajo tierra encargándose de
la sección más aburridas de toda, por mucho que fueras bueno haciéndolo.
—Déjamelo a mí, tengo a los mejores y lo mejor en armas —le contestó dándose la vuelta sin cuestionar sus motivos
y comenzando a gritar órdenes como loco.
Sí, él era el mejor para guardarle las espaldas cuando todo se viniera abajo.
En menos de media hora Ossian estaba dentro de su Hummer plateado conduciendo a toda velocidad por la
oscura autopista en dirección a la mansión de Eric.
El interior del coche estaba completamente adaptado por el Delta y poseía cosas que un automóvil normal
jamás podría poseer. El complejo sistema se encendió cuando el intercomunicador comenzó a conectarse con el resto
de los coches que lo seguían de cerca. El Camaro amarillo de Cristian se puso a la par con él, antes que la dura voz del
macho sonara con una emoción que reconoció como de júbilo por al fin, después de cien largos años, salir de caza.
—¿Quieres que le sonsaque información a Eric? —le preguntó Cristian con una risa que no pudo ocultar.
—De Eric me encargo yo. Podrás sonsacar confesiones luego, primero debo averiguar un par de cosas. Como te dije
anteriormente estoy bastante convencido que el príncipe no ha declarado todo y eso es lo que voy conseguir ahora —le
respondió y oyó la carcajada que tanto tiempo había estado apagada en aquel macho.
—Adoro esto, hermano. Hace mucho que no sentía la adrenalina correr por mis venas. Dios, cien años inventando
cosas por obligación matan a cualquiera, no sé cómo sobreviví tanto sin secarme —agregó sin dejar de reírse.
Cristian había pagado por un crimen que no había cometido y a pesar de que las pruebas para acusarlo eran
insuficientes, sólo él había salido en su defensa. Debería haber sido sacrificado, pero como contaba con la total
confianza de uno de los ancianos fundadores, habían tenido que encontrarle un nuevo castigo, y así había sido como
había ido a parar a la sección de ingeniería, primero como uno más de los empleados y luego, tras su incansable trabajo
para salir luego de ese agujero, se había ganado un puesto algo más respetable, pero que seguían alejándolo de lo que
realmente le gustaba hacer.
—Sólo te pido una cosa, Ossian. Si de verdad están esos tres metido en todo esto, déjame a Giovanni. Me debe
unas cuantas, pero una en especial que llevó cien años imaginando mil formas para que me las pague —sentenció el
vampiro antes de que el comunicador se cerrara de golpe.
Ossian quedó mirando la lucecita parpadeante largo rato, mientras el Camaro amarillo retrocedía hacia la
retaguardia. Giovanni había sido el que había culpado a Cristian de haber matado a uno de los oficiales constituyentes
de la camarilla, sin embargo, Cristian había jurado hasta el final que el único culpable había sido el vástago de Samuel,
pero el anciano se había negado. Era la palabra de Giovanni contra la del Torturador más famoso del Delta. Sin
embargo, Ossian nunca había confiado en aquella triada, Noctis, Cristopher y Giovanni siempre habían sido turbios y él
jamás había entrado en sus conspiraciones, porque ellos sabía que el cuarto anciano era incorruptibles; por lo cual lo
habían intentado eliminar usando a Agustín, pero este había renunciado cuando el reloj se había puerto en marcha,
llevándose toda la culpa de traición a la organización.
Definitivamente esos tres estaban metido en todo este enredo y él conseguiría las pruebas así tuviera que
arrancárselas con los peores métodos.
El intercomunicador volvió a encenderse, pero esta vez fue la voz de uno de los reclutas de Cristian que sonó
alarmada en el pequeño espacio del Hummer.
—Nos siguen de cerca. Cinco autos negros ganándonos terreno, están armados, ¿qué debemos hacer?... Mierda…
—La comunicación se cortó de golpe cuando el infierno se desató.
Uno de sus autos fue derribado en una gran explosión de luz y las balas y el sonido de ametralladoras rasgó
el aire.
—Mierda, Ossian. ¿Cuáles son las órdenes? Querías pruebas, captura a uno de estos idiotas y yo lo hago cantar —
la voz de Cristian fue interrumpida por el cristal rompiéndose y con él perdiendo el control momentáneo del volante.
—Por lo menos quiero a uno vivo, pero tendrán que actuar antes que se inmole… Si son los que van detrás de Eric,
entonces probablemente tendrán sangre Fae para eliminarse y no ser capturados —rugió mientras ponía el piloto
automático y abría la puerta y salía velozmente hacia la oscuridad de la noche.
Desvainó su espada y haciendo acopio de todo su poder se concentró en volverse en una sombra que se
movía entre los autos y la batalla con una facilidad y un disimulo que envidiaría cualquiera de los que estaban ahí.
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En menos de dos minutos logró dejar fuera de combate a dos de los autos, mientras que los otros tres y la
mayoría de su propio escuadrón ya no estaban en condiciones de seguir, sin embargo, el campo de batalla se había
vuelto de cuerpo a cuerpo.
Sintió un frío aire pasar por su lado cuando un enorme Dogo blanco y de penetrantes ojos amarillos cruzó en
dirección hacia uno de los vampiros renegados y lo derribó con una facilidad y una precisión casi perfecta. Oyó una risa
de victoria y de éxtasis y supo sin mirar que era la de Cristian.
—Eso es Cerveros, quítale la piel y que sufra el bastardo… Te debo una, Ossian… Cómo extrañaba esto…
jajajajajajajajaja…. Vengan bastardos, vengan con el diablo en persona —La voz desquiciada de Cristian se perdió
cuando se halló frente a frente a Noctis que lo apuntaba con una ametralladora directamente en la sien, y lo único que
logró hacer fue sonreír, sintiéndose extrañamente en paz.
—Ya sabía que estabas metido en esto, pero jamás pensé que serías tan orgulloso como para involucrarte en
persona en esta cacería.
—Todos los días uno se sorprende — le habló el anciano con su gélida voz—. Mientras yo estoy aquí contigo,
entreteniéndote, tu cazadora estrella va directo a su propia tumba y tu querido Agustín estás siendo entretenido por
alguien más, mientras mis otros dos socios están al fin acabando con algo que debería haber sido concluido en el primer
intento. Ossian, Ossian, de esta noche el querido Eric no pasa…
Agustín observó el reloj de pulsera y vio que ya era bastante tarde. Comenzó a pasearse en su solitario
despacho intentando calmarse. Los ventanales de su oficina se movían golpeados por el frío viento que se había
desatado en un abrir y cerrar de ojos y los árboles de la propiedad se mecían tétricamente al compás de la ventisca.
Oyó que la puerta se abría y que alguien entraba con paso silencioso, prácticamente imperceptibles al oído
humano, sin embargo, supo de quién eran sin girarse a mirar al recién llegado.
—Se retrasan —murmuró sabiendo que su compañero sabía a quién se estaba refiriendo.
—¿Crees que les pudo haber pasado algo? Edgard jamás llega tarde a una reunión y bueno, tu amiga no lo sé, pero
si está con Ed… —Levi se cayó al tiempo que caminaba y se colocaba al lado de él y fijaba su mirada en el paisaje
exterior—. La noche tiene olor a muerte, Recart, estoy intranquilo y el endiablado perro de Dante no para de llorar y
gimotear —agregó pasándose la mano por su barba de varios días.
Se quedaron en silencio mientras él intentaba descifrar su mal presentimiento. De seguro que algo pasaría…
—Yo también estoy intranquilo. Dile a Pandales que se comunique con Edgard y que averigüe qué es lo que los está
retrasando —le ordenó—. Luego reúnes las armas, Pasek. Creo que esta noche nos tocará bailar —le dijo intentando
obviar el malestar que comenzaba a ganarle.
Levi lo observó largo rato antes de asentir levemente con la cabeza y salir de la habitación. Él se quedó en el
despacho observando la oscura noche y mirando el solitario camino que conectaba la carretera cuando la luna llena
alumbró tímidamente entre las grises nubes destacando unas figuras entre el bosque circundante a su propiedad. Un
aullido desgarrador rompió el silencio indicándole quiénes eran los inesperados visitantes.
Sin esperar un segundo salió de la habitación. Mientras bajaba las escaleras oyó los ladridos furiosos de
Mefistófeles y la agitación general de sus dos compañeros. Estaba llegando al rellano cuando la puerta de entrada se
abrió de par en par revelando la enorme figura de un hombre de pelo largo y castaño claro.
Se paró en seco cuando la sonrisa del macho apareció en aquel rostro extremadamente varonil y severo. El
hombre que estaba en su entrada era intenso en toda la extensión de la palabra. De músculos fuertes y rasgos duros, su
sonrisa no alcanzaba sus ojos grisáceos, uno de los cuales llevaba cubierto por un parche de cuero que tenía grabado
un intrincado dibujo que logró que lo reconociera a pesar de que sólo lo había visto una vez.
—Vampiro, encontramos a esta sabandija rondando por nuestros bosques. ¿A quién deberíamos entregársela? ¿A
la cazadora del Delta o a ustedes, caza recompensas? —le preguntó el cambia formas lanzándole a los pies una
diminuida y temblorosa figura masculina—. Al parecer el gusano este tiene un par de cosas que contarles— agregó al
tiempo que pateaba el bulto del hombre que soltó un gemido de dolor al recibir la descarga de aquella masa de
músculos y fuerza—. Dile lo mismo que nos dijiste a nosotros, sabandija traidora— rugió el lobo asimilándose bastante
al animal que era.
Agustín levantó las manos y las movió indicándole al recién llegado que se calmara un poco. El macho lo miró
e hizo una mueca con la boca y gruñó por lo bajo.
—Serás mejor que lo hagas hablar pronto si no quieres que tus amiguitos terminen cien metros bajo tierra —le soltó
de golpe logrando que su atención fuera capturada completamente por el prisionero que volvió a gemir miserablemente.
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—Pasek, toma a este bulto y procura que no se escape —le ordenó a Levi que no se hizo esperar y arrastró a la
figura al interior de la casa.
—No se escapará. Mis chicos y yo somos bastante buenos reduciendo a escoria como esta, vampiro —le dijo el lobo
indicando con la cabeza a los ojos centellantes de la manada que lo esperaba afuera.
Agustín observó nuevamente al recién llegado y asintió con la cabeza. Pudo sentir desde atrás que Dante se
tensaba al ver quienes eran sus visitantes.
—Tranquilo, Pandales. Creo que tienen información para nosotros —le dijo buscando calmarlo. No era secreto para
nadie la hostilidad que sentía Dante por los hombres lobos, aunque ninguno sabía el motivo exacto de su rivalidad. Lo
sintió alejarse seguido de Mefistófeles que gruñía rabiosamente.
Fijó sus ojos en los grises del recién llegado e intentó descifrarlo, cosa que le fue imposible.
—No sabía que andabas por estos lados, Roderick. La última vez que hablé con tu hermano me dijo que estabas de
viaje o algo por el estilo.
—He vuelto, vampiro, y mira lo que me he encontrado. ¿Sabes lo qué es? ¿O sigues pensando que es un vampiro?
Yo que tú me doy prisa para que hable, ya que la fiesta está por comenzar, Recart —le contestó con su usual tono de
voz afilado—. Randall dice que nos tienes a tu disposición, como aliados ya que al parecer esto también nos compete a
nosotros, chupasangre —sentenció en el mismo momento en que una explosión lejana rasgó aquella macabra noche.
Un coro de aullido se unió al inesperado réquiem que se desató.
—La guerra ya empezó, vampiro. Hay que actuar rápido así que sácale a la campanita que está allá adentro la
información necesaria lo más rápido posible para comenzar a mover nuestras piezas —le dijo, dejándolo de una piedra
con aquella confesión.
—¿Fae? Su esencia es la de un vampiro…
—Y también la de un lobo. Dónde está tu conocimiento del mundo mágico, Agustín. ¿Nunca oíste hablar de la
estirpe de los cambiantes? Bueno, yo creo que hasta los propios Fae ya los dan por extintos —le dijo y entonces las
piezas del rompecabezas comenzaron a encajar.
Dándose media vuelta y con grandes zancadas llegó hasta el gran salón. Levi tenía amarrada a la pequeña
figura que se retorcía de dolor, mientras Dante le hacía preguntas.
—¿Quién te contrató?
—Nadie me contrata, yo soy fiel a mi rey —respondió el duendecillo que no era más grande que el metro treinta.
—¿Lord Rathsmere? —volvió a preguntar Pandales obligando a la enjuta criatura a mirarlo. Sus negros ojos brillaron
de malicia y su afilada sonrisa demostró su fila de dientes puntiagudos.
—Sí, el único que debe reinar entre nosotros. Siempre estuvieron persiguiéndome pensando que era un vampiro,
pero ya ven… no lo soy —el cambiante se calló disfrutando en su locura y deleitándose con su estupefacción—. Jejejeje,
ni siquiera la Reina se dio cuenta que aún quedan otros como yo. Puedo adoptar la esencia de cualquier criatura
viviente, hacerla mía y confundir hasta al más experimentado cazador…
—¿Por qué tu Rey se metió en un asunto ajeno? —volvió a preguntar Dante sin despegar la mirada del intruso—.
¿Por qué? — volvió a insistir al ver que la criatura no contestaba. Sus ojos brillaron peligrosamente lo que le dijo a
Agustín que Pandales estaba ocupando su mente y su capacidad psicológica para hacer confesar al Fae.
—Porque los ancianos decrépitos de tu clan son débiles y necesitaban la ayuda de mi rey para poder triunfar y lograr
sus objetivos —contestó el cambiante riéndose a medida que soltaba las palabras—. Mi rey es tan fuerte que ni siquiera
la triada puede superarlo…
Agustín estaba comenzando a entender. Con paso firme se acercó a la figura y poniendo uno de sus dedos
bajo la barbilla del duendecillo lo obligó a mirarlo. No se sentía para nada contento ni mucho menos diplomático. Su
vena asesina había comenzado a pulsar por lo cual se descargaría con el primero que tuviese a mano.
—Contéstame sólo una cosa, cambiante. ¿Tu señor qué es lo que quiere? ¿Gloria personal? ¿O a quién
verdaderamente le toca gobernar entre los tuyos? —le preguntó y el escupitajo que lanzó el Fae le contestó todo. Sin
poder contenerse le pegó un gran puñetazo borrándole su estúpida sonrisa del rostro y dejándolo inconciente.
—Levi, procura encarcelarlo en una jaula de hierro, aquí tenemos la prueba que estábamos buscando. Luego tomen
sus mejores armas. Ha llegado la hora —sentenció al tiempo que salía en dirección al patio para reunirse con los lobos
que esperaban. Estaba poniendo un pie afuera cuando una lluvia de balas hizo que tuviese que buscar refugio.
El aullido de un lobo y el posterior silencio de fauces cerrándose le indicó que la manada estaba dándose un
festín.
Rebuscó en su abrigo hasta que encontró una beretta, no alcanzó a usarla cuando una voz que conocía
bastante bien lo paralizó momentáneamente.
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—No, Recart, ese juguetito no te servirá para salvarte de nosotros —le habló Cristopher el anciano que le había
quitado todo en la vida.
Con un rugido de rabia se lanzó en contra del tercer fundador del Delta comenzando así la batalla.
Capítulo 17:
Tan sólo había pasado una noche desde que había estado en aquellos bosques, sin embargo, a diferencia
del día anterior hoy aquellos parajes parecían mucho más oscuros y maléficos. Los dominios feéricos siempre habían
sido protagonista de un sinfín de cuentos que entretenían a los mortales y a cualquier otra criatura sobre la tierra, por su
antigüedad y su evidente magia que desbordaba en cada rama y en cada hoja. Pero ahora en esos mismos instantes el
bosque había adquirido matices mucho más oscuros. Ya no era una tentación a entrar y perderse en sus laberínticos
recovecos, sino de salir corriendo en dirección contraria para nunca más volver.
Se quitó el negro casco y observó cómo Edgard hacía exactamente lo mismo. Se bajó de su enorme máquina
y caminó hasta llegar al lado de su compañero y amante, pero éste ni siquiera se dignó a mirarla, pasando
completamente de su presencia, aquello la enfureció.
—Edgard —lo llamó y lo sujetó de uno de sus fuertes brazos, sin embargo, él no se inmutó ni se dio por enterado—-
Ed, no puedes ignorarme…
Edgard se desenredó de su agarre y comenzó a caminar en dirección a una de las tantas entradas que daban
la bienvenida al viajero, pero ella lo volvió a detener antes que terminara por cometer una estúpida imprudencia.
—Edgard, no puedes entrar así sin más. Además déjate de comportar como el macho alfa que tanto odio —lo
reprendió, pero él no sonrió ni le contestó, sin embargo, logró que se detuviera.
Se sintió sobrecogida cuando su inhumana mirada se clavó en ella. Estaba serio y completamente hermético.
Atrás había quedado el amoroso amante que le había hecho el amor con tanta ternura, dedicación y entrega. Ante sus
ojos estaba nuevamente aquella figura, aquel vampiro que había conocido hace unas noches atrás y que la había
seguido al interior de los bosques de Randall. Sus rasgos duros se complementaban a la perfección con la mirada
asesina que tenía en ese mismo instante.
—Nione —la llamó colocando sus manos sobre sus hombros—. ¿Me quieres? —le preguntó dejándola estupefacta.
Se lo había dicho hace menos de una hora, le había confesado que lo amaba y que estaba asustada por la proporción
de aquellos nuevos sentimientos, ¿es qué acaso él no le había respondido lo mismo? No pudo evitar fruncir el ceño.
—Creo haber sido clara… —él la interrumpió colocando uno de sus largos y fuertes dedos sobre su boca. Quiso
retomar su respuesta, pero Edgard no la dejó.
—Sólo respóndeme con un sí o con un no, Nione —insistió con énfasis mientras la rodeaba en un fuerte abrazo.
Ella lo miró directamente a los ojos buscando algo que le indicara lo que tenía planeado, pero lo único que
encontró fue sólo un poco de la ternura que le había demostrado en la mañana, y no estuvo seguro si aquello la
tranquilizó o la alarmó aun más.
—Claro que te quiero, Edgard. Yo…
—¿Sabes que te amo? —le preguntó él y su hermosa mirada se oscureció con algo que no pudo determinar y eso
fue suficiente para que se diera cuenta que algo se estaba tejiendo en aquella complicada mente, algo que no le iba a
gustar nada de nada.
—Sí, lo sé —le contestó algo insegura.
—Bien… por que te amo, más que mi propia vida —le contestó en un susurro antes de besarla lentamente,
demorándose en sus labios. Disfrutando y saboreando de su boca.
Nione sintió que las energías la abandonaban y que las piernas se le debilitaban, por lo cual se afirmó en los
anchos hombros de él. Edgard la estrechó fuertemente y la acercó a su cuerpo haciéndola notar su evidente estado de
excitación, cosa que contribuyó a que ella también se sintiera de la misma manera. Sintió como su centro comenzaba a
palpitar de necesidad y sintió como sus pechos comenzaban a cosquillear. Se apegó a él en una silenciosa petición,
pero Edgard se apartó un poco mientras bajaba sus manos hasta capturar sus muñecas.
Ella lo miró desconcertada, intentando preguntarle sin palabras qué era lo que había pasado, pero él la evitó
magistralmente mientras llevaba sus muñecas cerca de su motocicleta.
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Cuando sintió el click de unas esposas cerrándose supo de forma tardía lo que él tenía planeado. Movió sus
brazos intentando soltarse del firme agarre de las ataduras, pero lo único que consiguió fue mover débilmente el
vehículo negro.
—Edgard… —lo llamó escandalizada, intentando buscar su mirada que él negó entregarle.
La había atado, la había apartado de su camino y de su vida. Con eso estaba dejando más que claro que no
la quería al medio. Dios, eso era el puñal más mortal que podría haberla atravesado. Él no confiaba en ella por eso
mismo la estaba haciendo a un lado sin ni siquiera mostrarle un pequeño deje de sentimientos.
—Edgard… ¿Qué…? ¿Por qué? —logró preguntar mientras luchaba por mantener a raya el nudo que se le había
formado en la garganta.
Edgard se giró y clavó sus iridiscentes ojos en ella y le sonrió tristemente. Con uno de sus dedos dibujó el
contorno de sus labios para luego besarla fugazmente, pero aquel acto le supo amargo y vacío. Él ya no la necesitaba.
Sin decirle una palabra se giró y lo último que ella vio antes de que Edgard desapareciera en aquella
espesura de bosque fue su negro abrigo ondeando para luego ya no ver nada más.
—¡Edgard! —gritó en un último intento por hacerlo recapacitar y por convencerse a sí misma que aquello no estaba
sucediendo, pero lo único que le contestó fue el eco de su vano grito.
Sintió una lágrima caer de sus ojos, a la cual se le unieron muchas más que empaparon sus mejillas. No
quería llorar, pero le fue inevitable, porque a pesar de todo, sabía que lo que había hecho Edgard lo había hecho para
mantenerla viva y lejos de la batalla, y saber aquella verdad era mucho más dolorosa que creer que lo había hecho
porque no la quería.
—Idiota —murmuró ahogándose en su propio llanto—. Me prometiste que no harías nada estúpido—. Susurró,
ignorando la vocecita que le decía que desde el principio supo que él no cumpliría su palabra.
Edgard tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para dejar atrás a Nione y aún mucho más para
esposarla dejándola momentáneamente indefensa, sin embargo, era cuestión de minutos que ella se diera cuenta que el
amarre se soltaría sólo con algo de técnica, pero contaba con que aquello le diera algo de tiempo para poder finiquitar
aquel asunto antes de que Nione se viera involucrada y pudiese salir herida.
Con celeridad acortó gran parte del camino. Sentía la tensión y la inestabilidad en el aire y aquello le recordó
la noche de Samahain hace cuatrocientos años atrás por lo cual tuvo que luchar contra el miedo que intentaba ganar
terreno.
Estaba lejos de sentirse tranquilo y mucho más lejos de poder calmarse. Sentía la adrenalina a mil y el pulso
de su corazón bombardeando molestamente en sus oídos, aun así siguió su camino obviando todas sus alarmas que le
decían que lo mejor era devolverse.
Sabía que estaba actuando imprudentemente, pero si no lo hacía ahora, luego sería demasiado tarde. Paró
en seco cuando llegó a una zona que la noche anterior no había estado. El camino estaba cerrado por dos enormes
árboles tan viejos que las raíces sobresalían de la tierra con monstruosa magnanimidad, amenazando a quien osara
internarse en aquello parajes con una muerte tortuosa y nada placentera.
Todo había cambiado en una noche, eso demostraba que el culpable ya sabía que era cuestión de tiempo
que él diera con la respuesta. Todo el bosque de Fiona estaba cargado de muerte y traición, aquello lo enfureció, porque
después de todo, esas eran sus tierras, tierras que jamás debió haber abandonado y que ahora recuperaría, ya era hora
de que enfrentara todos sus fantasmas y los enterrara al fin.
Respiró hondo y clavó su azul mirada penetrando la espesa niebla que se había apoderado de aquellos
parajes y divisó por donde seguía el camino. Obviando el zumbido del silencio que erizaba la piel, volvió aponerse en
marcha.
Llevaba años perfeccionando sus técnicas de camuflaje hasta alcanzar los niveles más altos. Podía ocultar su
esencia hasta no dejar rastro alguno de su presencia y podía lograr confundir a cualquiera con su mitad Fae que todavía
seguía luchando por hacerse con el poder.
Su cuerpo entero se puso en alerta cuando sintió una brisa helada que traía consigo un espeluznante susurro.
Se quedó muy quieto intentando percibir cualquier variación en el entorno. Aquel lugar se había convertido en una zona
de guerra y todo y todos eran enemigos. Estaba solo adentrándose en la boca del lobo y sólo contaba con sus
habilidades y sus dones.
A lo lejos sintió el estallido de una batalla que lo dejó momentáneamente parado e indeciso de continuar.
Pensó en Nione y en lo sola que la había dejado y sólo pidió que ya se hubiese soltado y que estuviese planeando la
mejor forma de matarlo cuando volviesen a estar juntos.
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Retomó su camino y fundiéndose con la oscuridad logró abrirse paso hasta llegar al centro del bosque en
donde se encontraba el majestuoso castillo de cristal de los reyes Fae. Todo alrededor estaba sumamente calmo y
solitario, señal inequívoca que lord Rathsmere estaba al tanto de que su farsa había caído después de cuatro o quizás
más siglos.
Rodeó la imponente construcción procurando no acercarse demasiado y así poder hacerse una idea bastante
detallada del lugar y buscar la mejor forma de entrar. Pensó en su madre y sintió un vertigo al imaginar que ella también
podía ser cómplice de todo aquello. Durante las últimas horas venía tejiendo la esperanza de volver a hacer las pases
con ella y así poder tener de una buena vez la madre que nunca tuvo. Quería darle o, mejor dicho, quería darse una
nueva oportunidad.
Respiró profundo y expulsó el aire lentamente. Tras largos minutos de dar vueltas alrededor del castillo, al fin
halló la salida que hace cuatrocientos años le había salvado la vida. Seguía intacta, sólo un poco más oculta por la
hierba, pero intacta al fin y al cabo. Estaba a punto de colarse por aquel pequeño pasadizo cuando unas manos
evidentemente femeninas lo detuvieron y lo jalaron hacia atrás.
—¿Eres idiota o qué, Liam? Pensé que habías madurado con el tiempo —le susurró su inesperada salvadora al
oído.
Edgard reconoció aquella suave voz por lo cual no se giró a ver de quién se trataba. Algo molesto y
contrariado se soltó del firme agarre de su prima y gruñó por lo bajo.
—Suéltame, Lissë —bufó y miró nuevamente en dirección al pasadizo, había estado a punto de caer en una estúpida
trampa.
Dios, estaba perdiendo facultades a una velocidad alarmante.
—Él sabe que estás aquí, te sintió apenas entraste en la zona. Tiene a Fiona, Liam… tiene a tu madre —sollozó su
prima y la vio con lágrimas en los ojos por primera vez en toda su existencia.
Desvió la mirada e intentó obviar el nudo que se le formó en la garganta.
—Me quiere a mí —afirmó sin esperar la respuesta de Lissë. Era obvio que lo quería a él, quizás llevaba años
deseando deshacerse al fin del incordio mestizo y ahora tenía la posibilidad—. Ha pactado con la raza vampírica para
eliminar a su príncipe. ¿Sabes lo que eso significa Lissë Laurë? Ha roto un pacto que se firmó hace más de quinientos
años, cuando se establecieron los límites. Es un traidor y ha pasado por encima de las leyes que nos mantienen en paz
y armonía. ¿Qué pasaría si ahora el Delta se presenta aquí y declara la guerra? No quedaría otra cosa que alistarse
para la batalla, los vampiros estarían en todo su derecho a reclamar a aquel que ha atentado contra la vida de su
realeza.
Su prima abrió los ojos sorprendida para luego fijarlos en la oscura y altísima construcción.
—No debería por qué haber una batalla, si entregamos al traidor. Mi pregunta es ¿quién será el encargado de juzgar
en casos cómo este? No es sólo Rathsmere el que está involucrado, Liam, también los ancianos —sentenció la Fae con
tanta naturalidad como sillevara años sabiendo la respuesta a todo ese enredo.
—¿Cómo sabes que los ancianos están involucrados, Lissë? Hasta donde sé, ni siquiera yo lo tengo confirmado —le
dijo intentando descifrar la estoica expresión del hada que no se inmutó ni se contrarió.
—Yo sé cosas que te pondrían los pelos de punta, Liam. Te vi venir y te vi luchar. “El regreso del mestizo heredero al
trono está a punto de ocurrir” vaticiné, pero nadie me creyó —le dijo adoptando una expresión ida, como si estuviese
viendo más allá de lo inmediato—. Sabes que el don que se llevó a mi madre, Liam. Es una historia bastante contada en
las casas nobles, no debería sorprenderte que yo lo haya heredado —agregó y él empezó a comprender poco a poco.
—¿Eres vidente? —le preguntó temiendo la respuesta. Aquel don era heredado por la línea sucesora de la madre de
Lissë y más que un don era una maldición que terminaba por llevarse a quien lo poseía. Así su tía había sucumbido a
sus visiones bastantes siglos atrás.
—Sí, Liam. A menudo son visiones borrosas e inexactas, pero a veces logro ver con claridad rostros y lugares —le
confesó bajando la voz—. Yo lamento no haberlo visto antes, sólo la tuve hace unos minutos y luego todo el salón se
tensó y los guardias entraron y redujeron a la corte. Rathsmere tomó a Fiona y la metió en una jaula de hierro para que
no pudiera hacer nada y la amenazó con matarte si no cooperaba —agregó Lissë hablando bajito como si los pudieran
oír de un momento a otro—. Todo se torció y en un descuido pude escapar, el problema es que ahora no puedo entrar,
Liam y tú tampoco o serás reducido en lo que lleva parpadear. Es aquí en donde todo nuestro poder se ve reducido a la
nada. Lord Rathsmere es sumamente poderoso y está tan loco como para amenazar públicamente a toda una estirpe
mágica y echarse encima a una ajena…
Edgard desvió la mirada y centró su atención en la entrada. Aquello no se lo esperaba, en realidad no estaba
seguro qué era lo que había pensado qué iba a suceder. Tan sólo haber escuchado aquel nefasto nombre de la boca de
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Nione se había cegado por una imperiosa necesidad de venganza, de una necesidad abrumadora de desquitarse por los
cuatrocientos años que había pasado en la más profunda soledad, pero no había pensado que aquel bastardo contaba
con que él hiciera justamente eso.
—Si me quiere a mí, me tendrá, Lissë —le dijo a su prima que lo miró horrorizada entendiendo inmediatamente lo
qué él quería decir.
—Ni se te ocurra, Liam. No puedes entrar ahí sin más, eso sería estúpido e innecesario. Lo que necesitamos es
hallar la forma de traer refuerzos y…
—¿A quién traerás, Lissë? ¿A tus hermanos? ¿A tu casa? Eso estaría muy bien, pero ¿sabes cuál es el problema?
El problema es que no tenemos tiempo para movilizar tropas, lo que necesitamos es inmovilizar a Rathsmere lo antes
posible —la interrumpió levantándose—. Si puedes conseguir refuerzos mientras tengo una charla con aquel traidor eso
estaría muy, pero que muy bien— le dijo antes de retomar la marcha con paso seguro e indolente en dirección al oscuro
castillo.
Sintió a Lissë levantarse también, pero no lo siguió, simplemente se quedó mirándolo y supo que le estaba
rogando silenciosamente que no cometiera aquella imprudencia, pero él ya lo había decidido y no había marcha atrás.
En menos de dos segundos ya estaba cruzando el umbral y firmando su sentencia. Las puertas del salón del
trono se abrieron de par en par cuando llegó a su altura revelando el majestuoso espacio. Caminó con todos sus
sentidos alertas hasta que llegó al frente de los tronos, el de su madre estaba vació y a su lado estaba lord Rathsmere
que lo miraba con una estúpida sonrisa de suficiencia en el rostro.
—Bienvenido, mestizo. Al fin podré acabar con tu estúpida existencia y cobrar estos dominios para mí, como siempre
debió haber sido —le dijo el Fae traidor con tanto melodrama que lo hizo bufar de exasperación.
Rodó los ojos y se mordió la lengua para no reírse y cabrear más a ese símil de villano.
—Por favor, si sabías que estaba vivo ¿por qué no fuiste en mi caza hace bastante tiempo atrás? —le preguntó
sintiéndose repentinamente seguro—. ¿Haz esperado trecientos años a que yo me puliera y fuera un digno adversario
tuyo? O ¿es que tenías miedo a que todo te saliera mal y tuvieras que firmar tu sentencia? O ya sé, pensabas que yo
jamás volvería a escena —le dijo, provocándolo deliberadamente. Empujándolo cada vez más al descontrol.
Era bien sabido que un guerrero descontrolado, era un guerrero muerto y él iba a lograr que aquel lord de
pacotilla llegara a su límite.
Rathsmere se levantó y en un suspiro llegó a su lado. Lo tomó de las solapas de su abrigo y lo alzó un poco.
—Una gran demostración de poder, Fae traidor. Y ahora qué, me lanzaras a aquella columna, déjame decirte que
aquello no será suficiente —lo provocó aun más, disfrutando con la ira que se iba encendiendo en los ojos intemporales
del rey feérico. Esbozo una burlesca sonrisa en su rostro y decidió empujarlo un poco más—. Vamos, Rathsmere,
golpéame y acabemos de una vez por toda con este estúpido juego, pero debo advertirte, imbécil que tendrás no sólo a
los Fae detrás de tu cabeza, sino también a la estirpe vampírica por atentar contra la vida de su príncipe y de su
heredero —le gritó y supo cuando chocó su espalda derribando una de las blancas y pulcras columnas que había dado
el primer jaque.
No le dio tiempo de respirar cuando sintió el próximo golpe asestar en su estómago dejándolo sin respiración,
pero con la misma rapidez que había caído se levantó y esquivó el próximo ataque, pero no fue lo suficientemente
rápido para sacar ventaja y devolverle el golpe al Fae traidor.
—¿Eso es todo lo qué puedes dar, Rathsmere? —le preguntó sacándolo más de quicio—. ¿Con eso quieres
gobernar a mi raza, estúpida hada? —lo tentó y cuando vio el brillo de locura y ganas asesinas iluminar sus ojos, supo
que ya había llegado al límite.
Lo vio venir, por lo cual ya estaba preparado para recibirlo. Detuvo su golpe y lo mandó al otro extremo de la
sala, y con la rapidez digna de cualquier vampiro guerrero le dio alcance antes de que el hada golpeara su cuerpo contra
la muralla. Le enterró uno de sus puños en su bonita cara y lo oyó con satisfacción gemir de dolor. Estaba a punto de
volver a golpearlo cuando sintió que la sala se llenaba de presencias que anteriormente no habían estado ahí y no tuvo
tiempo ni de respirar cuando se halló nuevamente derribado entre escombros y polvo.
Intentó levantarse, pero fue levantado por otra figura y cuando abrió los ojos se encontró de lleno con una
mirada que lo había perseguido en sus constantes pesadillas. Gorros rojos, con sus ojos tan negros como la noche, pero
con un brillo asesino que rayaba en la locura. Los cazadores de la corona, los asesinos reales. La habitación estaba
llena de ellos y el temor le inundó la piel. Una hilera de dientes puntiagudos apareció en aquella boca y el rostro filoso y
amarillento dibujó una mueca macabra que no presagiaba nada bueno.
“Mucho tiempo ha pasado, mestizo. Ahora al fin terminaremos lo que empezó hace cuatro siglos” La voz rasposa de
aquella bestia le inundó el cerebro, y el coro de risa que inundó el lugar no ayudó en nada.
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Voló nuevamente hasta quedar en el centro de la habitación y supo que lo único que le quedaba por hacer
era morir dignamente.
Se levantó y no bajó la guardia. Enfrentándose a los peores miedos que aquellas criaturas podían infundir se
mantuvo recto y firme. Esperó y vio cómo el círculo se iba cerrando y vio la estúpida risa de suficiencia de Rathsmere
sobresalir de aquella oscura masa de Gorros Rojos.
—Ves, Fiona, que aquel bastardo que engendrarte de aquel mortal es una basura —gritó el Fae en dirección a la
plataforma que tenía los tronos y él pudo ver la enorme jaula de hierro que tenía cautiva a su madre que lo miraba con
lágrimas en los ojos.
—Discúlpame, hijo. Nuevamente te fallé… Si tan sólo me hubiese dado cuenta de con quién estaba casada…
Edgard desvió la mirada de Fiona y tragó saliva mientras veía acercarse más a aquellas abominables
criaturas y negó con la cabeza.
—Todo olvidado, Fiona, pero si logramos salir de aquí me deberás una larga charla —le dijo dispuesto a no darse
por vencido.
—No saldrás de esta, Bastardo —le gritó Rathsmere, pero no pudo agregar nada más porque el sonido de patas
corriendo llenó la sala y un aullido lobuno rompió el solemne instante.
Vio la fina figura de Lissë arremeter contra un Gorro rojo cercano y vio al enorme lobo de Randall abalanzarse
sobre otro Fae. Prontamente la sala entera se convirtió en un campo de batalla. La oscura sangre de las hadas
manchaba el blanco piso y el sonido de la guerra ensordecía los oídos.
Sin pararse a entender lo que estaba pasando, corrió en dirección a donde Rathsmere estaba escapando y
pronto se halló persiguiéndolo al exterior en donde le dio alcance. Lo derribó y con toda sus fuerzas lo inmovilizó en el
suelo mientras ponía en su garganta una fina espada de hierro, que sabía era mortal para los Fae, incluso a él mismo a
pesar de ya no poseer las mismas debilidades, le molestaba en las manos. El rey gimoteó y luchó por desasirse del
agarre, pero con eso sólo logró enterrarse un poco más la mortal arma que lo hizo gritar de dolor.
—Al fin te tengo donde te quería, traidor —escupió Edgard y apretó aun más su agarre—. Ahora me contarás la
historia completa, Rathsmere, o tendré que torturarte hasta que me supliques clemencia —lo amenazó con un tono de
voz fiero—. ¿Qué se traen entre manos los ancianos? —le preguntó y apretó aún más la espada en su cuello haciéndolo
gritar.
—No sé, yo sólo te quería a ti. Sabía que estabas vivo, por lo cual me pareció un trato justo, sabía que saldrías en
defensa de tu maestro —le contestó entrecortadamente dejándolo momentáneamente estupefacto.
—¿Cómo sabías lo de Eric? —le preguntó intentando controlar su sorpresa—. ¿Me haz estado vigilando todo este
tiempo? —le volvió a preguntar al ver que él no respondía.
El Fae tosió entrecortadamente y con un gimoteo luchó por hacerse de aire.
—Contesta, sabandija —le ordenó clavando un poco más la fría hoja de hierro.
—No, no lo sabía hasta que llegó Noctis con su proposición. Yo envié a averiguar a un fiel lacayo si había algo que
podría interesarme para meterme en esta empresa, y él llegó con las noticias de que tú estabas vivo y que habías sido
convertido nada menos que por el príncipe de la raza vampírica. Mi sorpresa fue fuerte y por eso me decidí a
involucrarme en un asunto que nada tenía que ver con mi especie. Te quería muerto así que por eso acepté el trato de
Noctis —le dijo temblando de miedo.
Edgard se tomó su tiempo para procesar aquella nueva información y ordenar sus ideas.
—¿Quién es ese lacayo, Rathsmere? —le preguntó con ímpetu logrando que el hada se encogiera del miedo—. ¿Y
Noctis sabe que yo soy el heredero de Eric?
—No, no lo sabe. Es mi secreto y mi as bajo la manga —le contestó intentando recuperar algo de aire.
—¿Quién es ese lacayo? — volvió a preguntarle viendo que él no contestaba.
Lord Rathsmere luchó nuevamente por soltarse, pero sus energías iban flaqueando.
—Un cambiante y es él el que los ha mantenido en vilo todos estos días. Es de una antigua estirpe Fae que logra
copiar la esencia de cualquier criatura viviente y hacerse pasar por ella, por eso jamás lo podrán atrapar —le contestó
con una enorme sonrisa en su rostro, la cual él borró con un fuerte puñetazo que logró sacarle sangre.
Estaba a punto de eliminar a aquel bastardo cuando su nombre lo paralizó y lo hizo darse cuenta que había
alguien más presenciando aquella escena y no era justamente de su bando.
Lo que ocurrió a continuación fue tan rápido que no logró a reaccionar hasta que fue demasiado tarde. Uno
de lo Gorros rojos alzó una enorme espada de hierro que dirigió a su pecho, pero antes de que pudiera siquiera darse
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cuenta de lo que estaba pasando, una menuda figura femenina que él conocía bastante bien se interpuso entre ambos,
recibiendo todo el impacto.
Edgard se quedó estupefacto mientras veía caer la figura de Nione ante sus ojos y veía nuevamente
descender la fría hoja en su pecho. Fue ahí cuando perdió todo control y toda cordura que había estado luchando por
mantener. Con un grito desgarrador de dolor, sintió cómo su cuerpo se movía solo.
Quizás si hubiese estado viendo su sangrienta matanza hubiese podido entender la horrorizada mirada de
Lissë, quizás si hubiese sido un espectador más, hubiese podido entender por qué Randall corrió a detenerlo para que
no continuara con la masacre, pero en ese momento lo único que quería hacer y lo único que entendía era matar y moler
aquellas criaturas que le había arrebatado lo que más quería. Se desquitó una y otra vez con la inerte figura del ex rey
feérico y desmembró hasta el cansancio el desfigurado cuerpo del Gorro rojo que había matado a Nione.
Luchó por quitarse de encima las fuertes manos de Randall que lo apartaban de la carnicería y que le daban
un golpe para que reaccionara. Estaba fuera de sí y en su estado completamente animal. Veía una y otra vez la figura
de Nione siendo atravesada por la espada de aquel asesino real y sentía la furia nuevamente arder. Veía todo rojo y
sentía la oscura sangre bañándolo, pero no le importaba, lo único que quería era matar a todas aquellas criatura y luego
ir con su preciada compañera, cuyo cuerpo descansaba inerte en aquel mar de sangre.
—Basta, Liam. Ya todo pasó —sintió la voz de su prima abrirse paso entre la niebla roja que velaba sus ojos.
Soltó la ensangrentada espada y corrió hasta el cuerpo de Nione y lo cogió en brazos mientras dejaba que el
llanto ganara la partida.
Lo que estaban presente ese día, comentarían más tarde la desgarradora que fue aquella escena.
El silencio fue sepulcral por parte del resto de la manada de Randall y por los Fae que habían llegado a
respaldar y a salvar a su reina. Sin embargo, el grito de dolor de Edgard rompía la noche sumiéndolos a todo en su
dolor. Fue Lissë la que reaccionó y la que tomó el control. Con paso algo inseguro llegó al lado de su primo y lo tomó del
hombro.
—Déjame verla, Liam. Tal vez todavía haya posibilidades de salvarla. Ella es un ser inmortal e inmune al hierro por
ser vampiro —le susurro y por primera vez Edgard la dejó ayudarlo.
Su primo se levantó con el cuerpo de la mujer que amaba en sus brazos y caminó en dirección al palacio en
donde lo esperaba una estupefacta Fiona que había sido liberada por uno de los lobos de Randall.
—Llévala a mis aposentos, hijo— le dijo y Edgard se dejó guiar como un niño perdido.
Ella se giró hacia Randall y este le devolvió la misma mirada sorprendida que el resto de los lobos de su
manada.
—Al parecer no llegamos a tiempo —le dijo el cambia formas—. Si hubiésemos capturado a aquel cambiante mucho
antes, tal vez hubiésemos podido prever toda esta batalla— le dijo y agachó la cabeza—. ¿Crees que la rastreadora
pueda salvarse? —le preguntó con bastante preocupación en la voz.
—Por el bien de todos nosotros espero que sí—. Fue lo único que ella se atrevió a contestar.
Jamás en toda su existencia había sido observadora de un poder tan abrumador como el de Edgard fuera de
sí. Toda la tierra había temblado y él se había convertido en una maquina asesina y vengativa.
—Se salvará, Lobo, así tenga que recurrir a magia antigua para lograrlo —le susurró y por Dios que lo haría si con
eso lograba salvar a la mujer de su nuevo Rey.
Capítulo 18:
Su conciencia ondulaba entre dos lados que le costaba reconocer. De pronto estaba todo blanco y ella sola
en aquella inmensa y sofocante planicie, y al otro podía ver algunos borrosos rostros y oír una que otra voz poco
reconocible.
Tenía miedo ante lo desconocido. No recordaba cómo había llegado ahí ni mucho menos recordaba quién
era. Se sentía perdida e indefensa y lo único que deseaba era correr y esconderse, pero ni siquiera eso podía hacer eso.
Cuando estaba en el escenario blanco no había nada que la pudiese ocultar y por más que corriese no
avanzaba ni un ápice. Al final terminaba cayendo de rodilla y escondiendo la cabeza entre sus manos y sus rodillas.
Estaba desesperada y terriblemente asustada y a pesar de que no podía recordar nada, había algo dentro de ella que le
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decía que ya había vivido algo parecido con anterioridad y que lo había superado. El miedo a estar sola en un lugar
intemporal como ese, parecía ser su constante y era su única certeza en ese mar de incertidumbre.
—¡Qué alguien me ayude! —gritó desesperada y su propia voz le pareció desconocida—. Sáquenme de aquí, por
favor —sollozó y gimoteó entre jadeos y pequeños temblores que comenzaban a ganar la partida.
“No llores. Si quieres ser digan de mi línea de creación, debes vencer todos tus miedos”
Aquella voz dura y autoritaria rompió en el blanco espacio, retumbando en sus oídos e impregnándose en su
cabeza. Ella conocía esa voz, pero sabía que hace bastante tiempo que había dejado de escucharla. Comenzó a
caminar, intentando encontrar el lugar de donde provenía, pero sólo se encontraba con más y más blanco.
“Rompe tus miedo, Nione Caspell, te cree para ser preservar mi línea sanguínea, no puedo tener a cobardes”
Cayó al suelo y se apretó la cabeza intentando desviar la imagen que se le dibujó. Ya había estado en ese
limbo hace mucho tiempo atrás cuando su creador había intentado endurecerla contra sus peores miedos, y había salido
ilesa, por lo cual ahora también lo haría. Sólo debía dejar de llorar y encontrar el camino a casa. Todo era una ilusión o
al menos en ese entonces sí lo era.
Caminó largos minutos, pero nada sucedió, fue entonces que comenzó a perder la cabeza y la cordura.
Un grito profundo y de terror puro le desgarró la garganta y sus piernas dejaron de sostenerla, fue entonces
que una suave voz la sostuvo antes de que cayera en un abismo peor.
—Quédate con nosotros, Nione.
La brisa al fin golpeó su rostro, pero el escenario no cambió.
—No debes irte, vampiresa. Perteneces a este lado del mundo —volvió a hablarle la femenina voz, lo que la calmó
tanto que entró en un extraño sopor.
Cerró los ojos y se recostó en el intemporal suelo e imaginó una noche de verano y gracias a eso comenzó a
recuperar sus recuerdos.
Una figura masculina se alzó sobre ella y sus cálidos labios se posaron en su frente, reconfortándola. Ella
conocía a aquel hombre, conocía aquel olor y conocía aquellas caricias, pero no lograba enfocar ni su rostro ni recordar
su nombre. Comenzó a desesperarse nuevamente, pero él la tranquilizó con un fugaz beso en los labios, luego llevó su
muñeca a su boca y la abrió. De su vena comenzó a salir un líquido escarlata que ella ansió probar y se removió por
alcanzar aquella fuente de vida que se le escapaba.
—Tranquila —le murmuró el hombre y al fin le alcanzó su ansiado tesoro.
Ella bebió ávida y sedienta. Se deleitó con el sabroso sabor de aquel líquido y se regocijó con la energía que
la iba llenando. Se creyó en el cielo y se olvidó que anteriormente había estado más que asustada. Simplemente se
entregó a aquella sensación de placidez y tranquilidad, hasta que todo volvió a cambiar, pero esta vez de forma
definitiva.
Sintió un tirón que la alejó de su fuente de vida, luego sintió que la garganta se le cerraba y comenzó a sentir
que el aire comenzaba a faltarle. Su salvador desapareció y se halló nuevamente sola, pero esta vez nadie vendría en
su ayuda.
Intentó gritar, pero no pudo. Comenzó a ver todo negro y a sentir cómo la vida se le escapaba sin que ella
pudiese hacer nada más.
Una vorágine explotó en su cabeza y la perdida de conciencia la llevó a un espiral eterno que no la dejaba
salir.
Desesperación y la certeza segura que jamás volvería abrir los ojos, fueron sus últimos pensamientos antes
de que aquel espiral eterno la terminara de succionar.
Ni siquiera alcanzó oír el grito desesperado del hombre que sabía que amaba, pidiéndole que se quedara.
Sus energías se habían desvanecidos, dejándola a la deriva.
Edgard sintió el momento exacto en que comenzó a perderla y sintió como su corazón se paraba al verla
desvanecerse definitivamente.
Sintió que gritaba su nombre y la tomaba para mantenerla consigo y obligarla a abrir los ojos, aunque sabía
que todo eso sería en vano.
Las manos de Lissë lo apartaron y él sintió una oleada de odio hacia su prima que había sido la que le había
aconsejado darle de beber de su sangre, y había obviado su protesta de que podía sentarle fatal.
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—Te dije —se oyó gritar desenfrenado—. Te lo dije, Lissë, estaba demasiado débil como para soportar mi sangre.
Ella se muere y si lo hace yo la seguiré—. Arremetió verbalmente contra su prima que lo miraba e intentaba calmarlo,
pero él estaba lejos de tranquilizarse, sentía que se le escapaba el aire y se le iba la vida.
—Cálmate, Liam. Ella no morirá —le aseguró la Fae que se acercó a la cama y se inclinó sobre la pálida figura de
Nione que respiraba imperceptiblemente— Tía, ayúdame —le pidió a Fiona que se veía nuevamente en todo su
esplendor, pero que no podía esconder su preocupación.
Su madre caminó hasta llegar al lado de Lissë y la miró fijamente.
—Es magia antigua y peligrosa, hija. Ni siquiera tu madre era capaz de llevar a cabo este tipo de artes. Puedes
morir, Laurë —le dijo Fiona a su prima que sólo asintió con la cabeza y no pronunció palabra alguna.
Edgard se quedó parado sin saber qué hacer. Lissë estaba dispuesta a sacrificarse para salvar a Nione, sin ni
siquiera conocerla. Fue entonces que se sintió entre la espada y la pared. Era la mujer que él amaba por su prima que
muy poco conocía. ¿Podía ser tan egoísta? Caminó un poco, pero no pudo decir palabra alguna. Se sentía nuevamente
inseguro, luchando contra lo qué debía y contra lo qué quería hacer. Unas fuertes manos lo sujetaron por los hombros y
lo empujaron hacia un asiento cercano.
—Confía en ella —le habló la tranquilizadora y siempre razonable voz de Agustín.
Edgard levantó la mirada y se encontró de lleno con los dorados ojos de su socio y amigo. Una fea herida se
extendía en su brazo derecho, pero fuera de eso estaba en perfectas condiciones. Había llegado tan sólo hace media
hora dando la noticia de las batallas que se habían desatado. Tenían en custodia al cambiante que había participado en
el complot contra Eric y tenían ya las pruebas necesarias de que los ancianos eran las cabezas que habían ideado todo,
lamentablemente habían escapado. Ossian había luchado a muerte contra Noctis, pero cuando vio que sus fuerzas
comenzaba a disminuir había huido; Cristian había luchado contra Giovanni que se había colado en el palacio de Eric el
cual no había interferido en la batalla personal del vampiro contra el anciano, y no le extrañaba que su maestro hubiese
disfrutado viendo la lucha; por otra parte, agustín había estado a punto de eliminar a Cristopher, pero una conveniente
explosión le había dado el tiempo necesario para retirarse del campo de batalla dejando a Recart con las ganas de
ajustar cuentas. Levi y Dante habían logrado reducir la fuerza atacante y lograr más confesiones para abrir un
expediente y una orden general y oficial, mientras que Roderick, el hermano de Randall se había dado un festín como
hace mucho no se lo daba. Había sido una victoria, pero él no se sentía para nada alegre.
—Ella es fuerte, no se rendirá tan pronto —le murmuró Agustín refiriéndose a Nione, pero no pudo ocultar su
preocupación y su tensión—. Además sabe que Ossian no le perdonaría que se rindiera tan pronto —agregó intentando
convencerse de que ella se recuperaría.
—Si ella muere, Recart, yo no sé qué haré —se confesó y fijó los ojos en la cama en donde Lissë dibujaba unas
antiguas runas en el viejo idioma y Fiona comenzaba un cántico de protección.
—Sobrevivirá —reiteró Agustín también fijando su mirada en el extraño ritual que había comenzado.
Lo que sucedió a continuación fue extraño y rápido. La sala se inundó de una luz cálida y blanca que cubrió
cada rincón. Los ojos de Lissë se iluminaron y por un momento pareció fuera de sí. Alargó su mano en dirección a él y
Fiona le indicó que la tomara, fue entonces cuando comprendió que su prima estaba actuando de puente entre él y
Nione.
Apenas tomó la mano de la Fae fue transportado al mismo lugar en que se encontraba ella y pudo divisarla
acurrucada en un rincón y totalmente perdida. Todo el lugar era enfermantemente blanco y vacío y entregaba una
sensación desquiciante y de ahogo. Caminó con paso presuroso hasta que llegó al lado de Nione que no levantó el
rostro, pero aun así supo que estaba llorando. Se agachó y la tocó temeroso a que desapareciera al hacerlo, pero para
su alivio Nione no se esfumó, pero no levantó la mirada.
La sintió temblar y acurrucarse aun más y sintió cómo gimoteaba.
—Cariño, mírame —le susurró y ella pareció reconocerlo, pero siguió sin mirarlo.
—No me dejes sola —le respondió ella en un hilo de voz. Parecía una niña pequeña y abandonada.
Sabía que debía ir despacio para no asustarla, pero verla en aquellas condiciones era demasiado para él, así
que se agachó y rodeó su pequeño cuerpo con el suyo. Ella levantó el rostro y lo miró con sus verdes ojos empañados
por las lágrimas y el terror.
—¿Eres tú? Viniste, amor —le susurró.
Edgard no hizo otra cosa que besarla y sostenerla más cerca de su cuerpo para no volverla a perder.
—Jamás te dejaría, mi amor, y si así fuera te seguiría hasta el mismísimo infierno y te traería de vuelta —le contestó
y volvió a besarla.
74
Ella se sujetó de él y le devolvió el beso con avidez. La sala entera se ilumino y todo comenzó a cambiar.
Edgard sintió la fuerza abrumadora que luchaba por expulsarlo de aquel intemporal espacio, sin embargo, en ningún
momento soltó a Nione que se aferraba a él y lloraba en silencio. Cuando creyó que nunca se acabaría nuevamente
estuvo de vuelta en la habitación de su madre.
Sintió pasos a su alrededor y cuando miró para ver de donde provenía vio que Lissë se había desvanecido y
que Agustín la había sostenido antes que cayera al suelo. Su amigo la levantó y con una delicadeza y una ternura que
nunca le había visto la tomó en brazos y salió con ella del lugar.
Su conciencia luchó por salir y asegurarse que su prima estaba bien o quedarse junto a la mujer que amaba y
que aun no abría los ojos, sin embargo, fue su madre la que le resolvió el problema con un pequeño y casi imperceptible
asentimiento de cabeza. Sin palabras le dijo que Lissë se pondría bien y sin palabra se despidió y salió del lugar
dejándolo con Nione en la gran habitación.
La observó y vio con alivio que había recuperado el color y que su respiración se había regulado, pero lo que
más lo calmó fue el sentir su energía nuevamente crepitando. Se acostó a su lado y la abrazó fuertemente y luchó por
no quedarse dormido. Comenzó a acariciarla y a tararear una antigua canción que había aprendido cuando niño y que la
usaban los bardos para rememorar una de las historias Fae mas linda de toda la existencia de la raza más antigua: la de
la princesa que regresó de la muerte.
Observó a Nione y la besó tiernamente en la frente, esperando a que ella despertara. La miró fijamente y
recorrió y memorizó cada una de sus facciones. Había estado tan cerca de perderla que le parecía irreal.
Las largas pestañas de ella comenzaron a revolotear sobre su blanca piel hasta que sus ojos se revelaron
completamente. Ella lo miró algo desconcertada al principio para luego sonreírle tímidamente. Levantó su femenina
mano y se la posó sobre su mejilla, él cerró los ojos y disfrutó con su caricia.
—Gracias —ella le susurró muy cerca del oído. Él ante toda respuesta la estrechó fuertemente a su cuerpo,
procurando así no volverla a perder—. Gracias por venir por mí.
—No vuelvas a darme un susto así, Nione —le contestó, regañándola sin convicción, se sentía tan aliviado que lo
único que quería hacer era hacerle el amor hasta asegurarse que la tenía consigo y que nunca más se iría.
—Y tú no vuelvas nunca más a apartarme, vampiro testarudo —le respondió con una gran sonrisa en el rostro.
Edgard suspiró y ante toda respuesta la besó fuertemente. La marcó y la devoró con necesidad y anhelo,
demostrándole así cuánto la amaba y cuánto había sufrido temiendo lo peor.
—Creo que todo este tiempo estuve equivocado. Recuérdame levantarle un altar a Lissë —le dijo antes de volverla a
besar. Ella se rió entre sus besos enviando oleadas de placer por todo su cuerpo.
—Mejor le levantaremos un templo. ¿Dónde está? —le preguntó.
—Descansando. Hizo algo que prácticamente ningún Fae ha logrado hacer en siglos. La magia antigua en ella es
fuerte —le respondió comenzando a regar besos por el delicioso cuello de ella que gimió ante sus caricias.
—¿Qué hizo?... Ed, así no puedo pensar… —lo reprendió cuando el capturó su lóbulo de su oído entre sus dientes.
—En este momento no quiero que pienses, quiero que sientas todo el amor que tengo por entregarte —le respondió.
Ella no contestó, pero el sólo hecho que lo abrazara y lo atrajera a su femenino cuerpo reconfirmó que lo
estaba aceptando. Sin más palabras ambos se fundieron en un cálido abrazo y se entregaron a las caricias del otro. Con
besos borraron las horas de miedo que habían pasado y con palabras y gemidos entrecortados se dijeron cuánto se
amaban.
Hicieron el amor una y otra vez y bebieron del otro hasta que no hubo duda a quién se pertenecían.
La guerra no había terminado, sino que había recién empezado, pero en ese momento, esa noche lo único
que importaba era estar en los brazos del otro y borrar así siglos de soledad y dolor. Al fin se habían encontrado.
Fin
Epílogo
Ossian cruzó la entrada de la mansión de Eric y subió las escaleras de marfil puro y oro. Demasiado
ostentoso para su gusto, pero hablaba de la riqueza sin limite que se movía en la raza.
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Con paso seguro e indolente tomó la dirección izquierda y sin ceremonia entró en el despacho del príncipe
que justo en ese momento fumaba una pipa de opio y observaba con aquella mirada omnisciente que lo caracterizaba
por el gran ventanal con miras al gran valle que sólo hace unas horas había presenciado una de las más grandes batalla
como hace mucho no se producía. Aquella escena le dijo sin explicación adherida, que Eric había disfrutado como un
niño en navidad. Jamás podría comprender a aquel vampiro, se notaba de lejos que poseía un gran poder, pero él lo
ocultaba a la perfección y jamás lo había visto meterse en una batalla.
—¿Qué te trae por estos lados, Ossian? —le preguntó Eric sin voltearse a mirarlo.
—Hay que hablar de lo qué sucedió hace un rato —le contestó intentando comprenderlo, pero no lo consiguió. Su
expresión seguía siendo la misma.
—Mmm… Supongo que serás tú el que tomará las riendas del Delta. Hay que redactar una orden oficial en contra de
los traidores, de todos hasta el menos importante. ¿Están las pruebas? —le preguntó dejando la pipa de opio sobre el
escritorio y girándose al fin y clavando sus plateados ojos sobre él.
Por primera vez que tenía una audiencia con el príncipe lo veía con una expresión pétrea e indescifrable en el
rostro.
—Sí las hay y las órdenes ya están siendo despachadas.
—Me parece —le respondió sucintamente—. Mientras veía cómo mi casa se convertía en un campo de batalla,
pensé en qué era lo que había gatillado todo esto. Está más que claro que esos ancianos creían que eliminándome
antes que se llevara a cabo la ceremonia de despertar al primero, podrían hacerse con el poder, pero… —tomó tiempo
para volver a dar una calada a la pipa y saborear el humo antes de volver a continuar—. Son unos idiotas —sentenció
como si fuese lo más obvio.
Ossian llevó una de sus manos a su cabello para desordenarlo al tiempo que suspiraba largamente. Se sentía
cansado y viejo.
—Quiero la verdad, Eric y quiero escucharla de tu boca.
—No hay mucho que decir. Tengo un sucesor hace más de trecientos años, pero yo respeto su decisión. Ahora si
quiere tomar sus responsabilidades, por mí está bien —le respondió como si fuera lo más normal.
—Son tradiciones, Eric. No comprendo nada…
—No hay nada que comprender, Ossian. Nunca me he caracterizado por cumplir con lo establecido —le respondió
interrumpiéndolo—. Lo que hay que tener en cuenta ahora, Ossi, es el hecho de que estos ancianos no se quedaran así
sin más… nadie me saca de la cabeza que lo que buscaban abarcaban mucho más que la estirpe vampírica. Seríamos
unos ilusos si lo creyéramos. Creo que llegó la hora de que se comience una política globalizada.
—Lo sé, Eric, y eso ya se está tramitando. Sólo quería sabe qué va a pasar con tu heredero lo vas a…
—Se vienen tiempos oscuros, Ossian, esa es la única verdad que necesitamos saber —lo interrumpió nuevamente y
luego de eso volvió a centrar su atención en su pipa de opio. Giró su asiento y volvió a fijar su plateada mirada en el
paisaje ahora calmo.
Ossian observó la oscura figura del príncipe y supo que por esa noche no le sacaría más palabras. En el
mismo silencio con el cual había llegado, se retiró y abandonó aquella mansión. En algo se había equivocado Eric, los
tiempos oscuros no estaban por venir, sino que ya habían llegado.
Adelanto
Randall cruzó el bosque en su forma de lobo adelantándose al resto de su manada. Estaba harto y cansado
de todo y de todos. ¿Cuánto años tenía? Ya ni se acordaba, pero parecía que tuviese más de dos mil años, cosa que no
era cierta, con suerte llegaba a los nueve siglos.
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Sin detenerse y más rápido que nunca acortó el poco espacio que le quedaba para llegar al fin a las antiguas
piedras, que eran el hogar de la manada de cambia formas y que eran tan célebres entre las estirpes mágicas y
protagonistas de leyendas mortales.
Se internó en la caverna y comenzó a recorrer la red de pasadizos subterráneos hasta que al fin llegó a su
cámara privada. De un salto cambió de su forma lobuna a su forma humana y sin pararse a mirar a su alrededor pateó lo
primero que encontró a su paso, cosa que resonó en toda la habitación y se extendió por el pasillo.
Maldiciendo una y otra vez, comenzó a desvestirse y a lanzar la poca ropa que llevaba por donde cayera. Su
aleonada piel fue revelada y sus músculos se contrajeron cuando entró en contacto con el agua fría que poseía la
pequeña laguna que tenía en una cámara escondida y que sólo él y alguno más cercanos conocían.
Pegó la mirada en la alta cúpula de roca negra y suspiró exasperado. Desde que había llegado Roderick la
paz mental y física se habían ido de paseo para no regresar en un buen tiempo más.
Gimió cuando se removió en el agua y pasó a llevar el mordisco que tenía en una de sus piernas. Lo miró con
ojo crítico y chasqueó la lengua en señal de reprobación a él mismo. Estaba más que claro que estaba perdiendo
facultades a una velocidad alarmante, tal vez se estaba volviendo viejo y lento. Si aun conservara sus habilidades de
joven, Roderick jamás lo hubiese alcanzado por mucho que se hubiese estado entrenando, por algo él era el líder de la
manada y no su terco hermano pequeño.
Bufó al recordar la pelea que se había llevado a cabo tan sólo hace unos minutos. Así habían estado desde
hace uno ochocientos años, cuando su padre había fallecido y su hermano había perdido uno de sus ojos. Roderick
había decidido que la culpa había sido de él por no haber llegado nunca con los refuerzos y desde entonces su relación
de hermandad se había roto y por más que se había esforzado por recuperarla, nada parecía ser suficiente para su
hermano.
—¿Randall? —Una femenina y sensual voz que él conocía bastante bien se coló por entre el pasadizo que llevaba a
su cuarto de baño privado, y todos sus músculos se tensaron al ver aparecer en el umbral de la pequeña y escondida
entrada la figura femenina de la mujer que él tanto deseaba, pero que jamás podría pertenecerle—. Te oí llegar solo.
¿Dónde está la manada? —le preguntó inocentemente sin reparar en su evidente estado de excitación y desnudez en el
que se encontraba.
Sin moverse un ápice se acomodó de tal forma que toda su parte inferior no se viera entre el agua, pero no
fue suficiente. Cada vez que veía a Dafne o la escuchaba hablar su cuerpo reaccionaba por sí solo.
—Sí, andan de caza todavía… —carraspeó intentando que ella se diera cuenta que aquel lugar no era el más idóneo
para ponerse a conversar, mucho menos ahora que su hermano había vuelto y si lo pillaba desnudo con su prometida
en el baño, terminaría por firmar su sentencia de muerte.
—Oh… —le respondió ella comenzando a acercarse peligrosamente hasta la orilla de la pequeña laguna. Fue
entonces cuando ella se dio cuenta de lo incómoda de la situación.
Sus hechiceros ojos negros se abrieron de par en par al verlo completamente desnudo y en vez de apartar la
mirada lo recorrió con perezosa calma, fijándose en cada detalle de su cuerpo hasta que llegó a su pierna herida y la
alarma se dibujó en su hermoso rostro de niña.
—Randall, estás herido. Déjame ver —le dijo olvidándose de su desnudez y de lo comprometido de la situación y
metiéndose dentro del agua.
Así era Dafne, inocente y preocupada de todos menos de ella; pero hace bastante tiempo que ambos habían
dejado de ser niño y él cada vez era más consciente de lo hermosa que se había vuelto.
Ella llegó hasta él y cuando se fijó en su evidente estado de excitación sus negros ojos se dilataron y su
respiración se aceleró, ayudándolo a él a mandar su cordura al carajo. Podía oler su aroma a mujer y a madre selva.
Podía ver cada peca sobre su blanca piel y podía observar el rojo y espeso cabello que siempre se moría por tocar,
pero, por sobre todo, podía ver sus deliciosas y deseables curvas por culpa de su vestido mojado que se adhería a ella
como una segunda piel.
—Dafne… —la llamó con una voz tan ronca que dudó al creer que era suya—. Será mejor que salgas de aquí o sino
yo no responderé —le advirtió, pero ella lejos de salir de aquel lugar, lo miró directamente a los ojos y pasó su lengua
por su delicioso labio inferior, firmando así su sentencia.
Antes de que ninguno de los dos pudiera pensar en posibles consecuencias, él la besó con tanta hambre y
necesidad, como llevaba siglos querer hacerlo. Olvidándose que la mujer que tenía entre sus brazos y que devoraba
como un muerto de hambre, era la prometida de su hermano, la estrechó contra su duro cuerpo y se perdió en aquel
sublime instante.
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