El Párrafo - LEO 2
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¿QUÉ ES UN PÁRRAFO? ¿POR QUÉ LOS TEXTOS ESTÁN ESTRUCTURADOS POR PÁRRAFOS? ESTRUCTURA INTERNA DE LOS PÁRRAFOS
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El párrafo
Recurso elaborado por Tatiana Bedoya
Este recurso le proporciona herramientas para el análisis, la planeación y la escritura de los párrafos en un texto
académico. Usted encontrará preguntas y actividades que lo guiarán, desde el reconocimiento visual de un párrafo en un
texto ajeno, hasta la escritura de sus propios párrafos. En la primera parte del recurso presentamos las herramientas
para reconocer un párrafo (en su estructura externa e interna) y su importancia dentro de los textos académicos; luego,
los tipos de párrafo según la estructura general de cualquier texto académico (introducción, desarrollo y conclusión); en
una tercera parte, la estructura interna de un párrafo según su función dentro del texto; posteriormente, una sección
sobre algunas características de los párrafos (unidad, coherencia y cohesión); y, por último, encontrará una guía para
construir sus propios párrafos, basada en lo que tratamos a lo largo del recurso.
*Tenga en cuenta que este recurso se encuentra asociado a un conjunto de ejercicios personalizados que le
permitirán poner en práctica los contenidos de esta guía. Para acceder a estos ejercicios, por favor haga clic aquí.
¿Qué es un párrafo?
Observe atentamente el siguiente texto y responda las siguientes preguntas:
Introducción
Quienes nos dedicamos al estudio de la religión y la teología en Latinoamérica nos vemos enfrentados al
reto de aproximarnos a unos fenómenos que, en muchos espacios académicos, suelen identificarse como
"conservadores" y "retardatarios". Según el "sentido común académico" aún dominante, estos fenómenos
poco pueden aportar a la profundización de una democracia real más amplia.
Ahora bien, justamente cuando nos adentramos abiertamente en el estudio de los fenómenos religioso-
teológicos, nos damos cuenta de su complejidad, riqueza y multidimensionalidad. Estas características, no
obstante, solo se revelan si, como investigadores, asumimos una perspectiva teórica o metodológica
apropiada o si la praxis misma nos fuerza a ver la multiplicidad de colores que posee aquello que
anteriormente solo se nos presentaba en una tonalidad de grises.
En este sentido, por ejemplo, la historia latinoamericana de las religiones nos muestra que, en conjunto con
el catolicismo, en Latinoamérica siempre ha existido una gran cantidad de manifestaciones religiosas
sumamente plurales que no suelen ser tenidas en cuenta por algunas de las miradas académicas, lo que
contribuye a disminuir aún más su relevancia social (Córdova 2014). De forma similar, la sociología
latinoamericana de las religiones ha mostrado que incluso la idea de una Latinoamérica católica debe ser
matizada a partir de la naturaleza ecléctica y diversa del llamado catolicismo popular (Parker 1993).
Externamente, el texto está dividido en tres párrafos. Sabemos que son párrafos porque inician con mayúscula y
terminan en un punto aparte.
Internamente, en un párrafo, la relación de las oraciones no es aleatoria. Si nos fijamos en el texto, todas las
oraciones que componen los párrafos giran alrededor de un solo tema: el estudio de la religión y la teología.
Podemos decir, entonces, que dentro de un texto académico los párrafos desarrollan un tema específico. Al mismo
tiempo, cada párrafo desarrolla una idea central.
Y si es una solo una idea central, ¿por qué tenemos tantas oraciones?
Bueno, generalmente los párrafos se componen de una idea central, resumida en una oración. Las demás
oraciones corresponden a ideas secundarias que desarrollan esa idea principal.
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿podría identificar la oración que resume la idea central del siguiente párrafo?
Con las glosas, los comentarios críticos y los ensayos de Hernando Téllez publicados en periódicos y en
sus libros, jóvenes que hacia 1945 rondaban los veinte años aprendieron en Colombia a leer literatura. Hoy
se sabe que entonces, cuando la República liberal tocaba a su fin, uno de esos jóvenes se llamaba Gabriel
García Márquez, y algún otro Álvaro Mutis. Lo mismo vale para quienes hacia 1957, con una edad parecida,
realizaron un aprendizaje paralelo. Libros de Téllez como Luces en el bosque (1946) y Literatura (1952), sus
artículos, reseñas y notas aparecidos en diarios y revistas como Mito, estuvieron entre aquellos escritos
que los llevaron a criticar y oponerse activamente a los personeros del poder institucionalizado.
En efecto, la idea principal de este párrafo se resume en su primera oración: con Hernando Téllez se aprendió a leer
literatura en Colombia. Las demás oraciones son algunos ejemplos de aquellos jóvenes que aprendieron a leer junto
con el crítico literario y los libros más significativos que permitieron este aprendizaje. Así, las demás oraciones se
encargan de ampliar la información contenida en la primera.
Recordemos que cualquier texto académico requiere de unidad temática, es decir, que todos sus componentes giren
en torno a un solo tema principal. Cada párrafo del texto debe contribuir al desarrollo de este tema.
Además de la unidad temática, los textos académicos requieren de una estructura, un orden claro, que posibilite la
comprensión por parte del lector. El reto de poner por escrito las ideas que están en nuestra mente consiste,
precisamente, en que debemos ordenarlas de manera lógica. Para esto, los párrafos son una excelente herramienta.
Se podría hacer, pero obtendríamos un texto bastante desordenado y el lector, posiblemente, perdería interés
en leerlo.
Lo que podemos hacer, por el contrario, es escribir un párrafo por cada punto: un párrafo para la introducción,
otro para la conclusión y varios párrafos para el desarrollo —porque debemos hablar de varias ideas en esta
sección, por lo que seguramente necesitaremos más de un párrafo—.
Veamos un ejemplo:
1. Lea el siguiente texto, teniendo en cuenta la estructura que mencionamos anteriormente: introducción, desarrollo y
conclusión.
2. Cada vez que lea un párrafo, intente definir si se trata de un párrafo de introducción, de desarrollo o de conclusión y
pregúntese por qué, qué lo hace pensar en la opción escogida. Para esto, puede ayudarse con las ideas subrayadas
en cada párrafo.
3. Por último, haga clic en cada párrafo para ampliar la información de cada tipo de párrafo y confirmar si la opción
que escogió es correcta.
A pesar de todo, a pesar de la habilidad con que el escritor introduzca en su texto una cita famosa, si ella
no viene espontánea y naturalmente como derivación de su sentimiento, el artificio se adivina. Basta, para
descubrir la superchería, un poco de experiencia intelectual. No se requiere mucha, sino más bien una
cierta predisposición, un cierto olfato para percibir la falacia de que el escritor quiere servirse para
sobrevalorar su propia creación, darle lustre y buen parentesco. A leguas, como se dice ordinariamente, se
advierte el trabajo de embutido y de incrustación llevado a cabo por una necesidad externa de adorno y
decoración y, desde luego, por la urgencia de aparentar una sabiduría o una erudición o un conocimiento o
una información más honda o más extensa de la que se posee.
En todas las literaturas ocurre algo semejante. Pero es más común y corriente el procedimiento señalado
en las de escaso desarrollo y corta tradición, como son, por ejemplo, las literaturas hispanoamericanas. Es
obvio que en este tipo de literaturas —por razones de diverso orden implícitas en el conjunto de
circunstancias históricas que inciden en el hecho y lo condicionan y modelan— el fenómeno de la
inautenticidad y la simulación de cultura sea mucho más frecuente que en las literaturas europeas. La
inautenticidad del conocimiento se disimula, o trata de disimularse, con el artificio de las citas. De ahí que
no resulte difícil adivinar por dónde y en qué momento está pasando por un texto el engañoso gato literario
en cambio de la verídica liebre.
Se pueden ofrecer unas pocas pistas. Cuando un escritor colombiano cita a Montaigne para repetir que el
hombre es materia mutable, etc., se puede garantizar que no ha leído a Montaigne sino a Barba-Jacob, uno
de cuyos poemas lleva como epígrafe, en español, la resabida frase; otra garantía igual del
desconocimiento del autor si la cita de Goethe se refiere a la preferencia de la injusticia al desorden, y
exactamente la misma ignorancia se puede avalar si de Ortega y Gasset se menciona, sin ningún rubor, su
definición del yo y su circunstancia. Y de Pascal no habrá mejor indicio de que se lo desconoce si la cita es
la de la caña pensante o la de los caminos que andan. Todas estas y muchas otras existen, convertidas en
moneda de cobre, en calderilla verbal, en lugar común, desprendidas del respectivo contexto, caídas en la
circulación vulgar y en el uso público, transformadas en bien mostrenco, famosas y desacreditadas como
algunas mujeres.
Pero hay más indicios. La Biblia es otro expediente para disimular miserias y poquedades intelectuales. Sin
embargo, a primera vista se descubre al contrabandista del salmo, de la sentencia, del proverbio, de la
profecía; a primera vista se transparenta el truco de quien, sin ninguna familiaridad con el libro sagrado, se
sirve de él como de un diccionario de citas para buscar la que le conviene y colocarla en el pórtico de un
libro o deslizarla en un artículo con la finalidad de que se crea que su trabajo es el fruto de una larga y
profunda comunicación con la palabra de los profetas y los evangelistas. El ser o no ser de Shakespeare, el
pienso, luego existo de Descartes, la pérdida de las cadenas para el proletariado de Marx y Engels, el opio
de los pueblos de Lenin, el to the happy few de Stendhal, la mortalidad de las civilizaciones de Valéry, los
buenos sentimientos y la mala literatura de Gide, la náusea de Sartre y el humanismo-rebeldía de Camus
son otros terribles lugares comunes de que se valen el neófito, el iniciado y el simulador para dar el
esquinazo literario, para tratar de no dejarse sorprender en flagrante delito de artimaña.
El pudor literario, la sana vergüenza intelectual que se requieren para no incurrir en la cita vulgarizada
parece que es consecuencia de una honesta cultura. Una honesta cultura no agota, como a veces se
supone, la totalidad del conocimiento, sino que deja libres e inexploradas muchas zonas. Pero el saber que
ellas existen impide a quien tiene esa certidumbre escribir o hablar sobre lo que ignora. En estos países
jóvenes, desordenados y vanidosos, lo que se acostumbra, literariamente hablando, es andar siempre a
caza de citas para ahorrarse el trabajo de leer, completos, a los autores. Pura actitud de inmadurez.
Literariamente, Hispanoamérica da, a veces, la impresión de una gran casa de citas en la que, desde hace
un poco más de veinticinco años, los nombres de Joyce, Proust y Kafka sirven como grandes coartadas,
como grandes máscaras para disimular —echando mano de los consabidos y ya impúdicos lugares
comunes acuñados sobre la significación de sus obras— todo cuanto sobre esas mismas obras se ignora.
La cita literaria, en estas latitudes del trópico, no puede aceptarse sino con beneficio de inventario.
Conclusión
Referencias
Bibliografía