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Rebelde

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Rhys Ford Rebelde

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Serie 415 ink 1
Rhys Ford Rebelde

Rhys Ford

Rebelde

Serie 415 Ink

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Serie 415 ink 1
Rhys Ford Rebelde

Nota a los lectores


Nuestras traducciones están hechas para quienes
disfrutan del placer de la lectura. Adoramos muchos
autores pero lamentablemente no podemos acceder a
ellos porque no son traducidos en nuestro idioma.
No pretendemos ser o sustituir el original, ni
desvalorizar el trabajo de los autores, ni el de ninguna
editorial. Apreciamos la creatividad y el tiempo que
les llevó desarrollar una historia para fascinarnos y
por eso queremos que más personas las conozcan y
disfruten de ellas.
Ningún colaborador del foro recibe una retribución
por este libro más que un Gracias y se prohíbe a
todos los miembros el uso de este con fines
lucrativos.
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seguir comprando a esos autores que tanto amamos.
¡A disfrutar de la lectura!
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podremos hacerte llegar muchos más.

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Serie 415 ink 1
Rhys Ford Rebelde

Sinopsis
Lo más difícil que un rebelde puede hacer no es defender algo... es
defenderse a sí mismo.

La vida se deleita en apuñalar a Gus Scott por la espalda cuando

menos lo espera. Después que pasa años huyendo de su pasado, su


presente y el funesto futuro que cada trabajador social le predijo, el
karma le entrega lo único que nunca podría, a lo que nunca le daría la
espalda: un hijo de una aventura de una noche que tuvo después de una
ruptura devastadora hace unos años.

Al regresar a San Francisco y a 415 Ink, la tienda de tatuajes de su

familia, encontró el refugio perfecto para luchar contra sus demonios


personales y recomponerse... hasta que el bombero que le había roto
volvió de nuevo a su vida.

Para Rey Montenegro, el artista de tatuajes Gus Scott era una

esquiva sortija de latón1, un premio brillante que no tenía ni la fuerza ni


la agilidad para sostener. Romper su relación con el temperamental
artista de tatuajes dolió, pero Gus no había querido el tipo de vida
doméstica que Rey anhelaba, dejándolo con un doloroso abismo en su
alma.

1 La sortija es un instrumento metálico insertado dentro de una pieza de madera con


forma de calabaza. Es agitada por el calesitero, que se posiciona de pie abajo de la
calesita (carrusel, tiovivo) en un lugar fijo; mientras los niños intentan agarrarla ya que
quien consigue hacerlo, obtiene el derecho a dar una vuelta adicional en calesita de
manera gratuita.

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Cuando la vida y el mundo de Gus empieza a desbaratarse, Rey le


ayuda a recoger los pedazos, y entonces Gus se pregunta si ese para
siempre que Rey quiere es más que un simple sueño.

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Dedicatoria
Este libro está dedicado a Rob Benavides y a Micah Caudle de
Flying Panther Tattoos en San Diego. Ustedes son dos de los más lindos
y malditos talentosos tatuadores que conozco, y siempre es un placer ir
bajo esa aguja.

También quiero recordar a la más feroz de las divas, Halle, un Cairn


entre majadas y un déspota exigente pero cariñoso que mantuvo un firme
control sobre los Five y Steve. Nunca conoció un rincón de tostadas o un
trozo de tocino que no le gustara y probablemente hubiera tolerado una
tiara si no le hiciera ruido en las orejas.

Y por último, por Tamlyn, alias Tam el Gato. Usted, señor, fue el
mejor de los caballeros y el felino más gentil de todos los tiempos. No
querías mucho, ni querías poco. Los dieciocho años que pasaste a mi lado
fueron un consuelo y, a veces, una delicia. Siento que los ratones no
vinieran con rayos láser para seducirte, pero en realidad, ¿podrías al
menos haber levantado la cabeza cuando la rata canguro literalmente
corrió sobre tu cuerpo desparramado? Que tu cielo se llene de copas de
yogur griego y cerdo kalua. Besa a tu hermana, Neko, por nosotros, y
saluda a Opala, Motlow y Aramis. Se los extraña mucho a todos.

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Agradecimientos
A mis queridos Five: Penn, Tamm, Lea y Jenn. En las buenas y en
las malas y en los peligros que no se han contado, son mis verdaderas y
constantes estrellas. Algo así como una constelación... pero con más
discusiones sobre el té y alguien perdiendo sus bragas.

Y tanto amor a mis otras hermanas que me traen tanta alegría:


Ren, Ree, Mary y Lisa.

Las gracias siempre serán para Dreamspinner-Elizabeth, Lynn,


Grace y su equipo, Naomi (a quien vuelvo loca), y todos los demás que
me hacen quedar bien. Gracias. Gracias. Les debo a todas galletas.

Por último, un aplauso para cualquiera que consiga tinta. Es una


forma de expresión, una forma de libre expresión, una forma de conectar
una parte de lo que eres dentro de tu piel, o en algunos casos, un error
cometido durante un momento de pensamiento borroso, whisky, y una
idea no tan buena. Que todo el arte que llevas en tu cuerpo sea
significativo, y que el entintador que lo puso allí lo haga con suavidad.

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Capítulo 1
Los gritos astillaron la noche, sacando a Rey de su sueño.

Estaba somnoliento, y lo último que quería era lidiar con su padre,


especialmente porque había que ir a la escuela por la mañana, una
pesadilla de números y palabras mezcladas en un lío que le costaba
entender. Pero los gritos, eran... inquietantes... diferentes... un quejido
agudo, y luego un crudo y malévolo crujido.

Tan diferente de como sonaba normalmente su madre.

Entonces empezó a toser.

No podía parar, no lo suficiente para respirar completamente.


Entonces Rey percibió el olor de algo carbonizado en sus pulmones y
trabajó para limpiar lo que se sentía como papel de lija en su garganta y
nariz. Hubo más chillidos, fuertes y horribles gritos que venían de alguna
parte, y el ruido le hizo temblar bajo sus mantas. Le dolía el pecho donde
su padre lo golpeó esa noche, un azote de ira que no vio venir, pero era
un día como cualquier otro, una caminata por la cuerda floja entre el
tiempo goteando lentamente en anticipación del temperamento de su
padre y el tic-tac-tac de los segundos cayendo apresuradamente del reloj
hacia su hora de dormir.

Esta noche había sido mala, y se había interpuesto entre la


aterradora lluvia de puños y su madre, llevándose la peor parte de la ira
de su padre. Tenía los ojos cerrados, las pestañas hinchadas y pegajosas,
y había jugado con el corte del labio lo suficiente para que supiera a plata
cada vez que pasaba la lengua por encima. Ahora había empezado a toser
de nuevo, unos espasmos masivos y horribles lo suficientemente largos y

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duros como para hacer que sus costillas le dolieran más de lo que ya lo
hacían.

El olor a quemado tenía que venir de la cocina, probablemente su


madre dejó un plato de plástico en el horno y lo encendió al calentar la
comida para el desayuno de su padre. Era algo imprudente que ella había
hecho mucho, tropezando desde su dormitorio al final del pasillo,
cansada de trabajar un doble turno, pero lo suficientemente despierta
para precalentar el horno.

Su ojo no se abría lo suficiente como para ver el reloj, así que todo
lo que Rey podía ver era una fina rebanada de luz roja, un borrón de
números a través de la oscuridad. Había vivido en la habitación durante
diez años, e incluso después de todo ese tiempo, el espacio era difícil de
maniobrar por la noche. Sin una ventana exterior, la única luz ambiental
que tenía era la que provenía de debajo de la puerta, un trozo de oro
anaranjado que se filtraba alrededor de la madera mal ajustada.

El ataque se repitió, y se golpeó el pecho para detenerlo. Siguió


temblando, atrapado en un círculo vicioso de tratar de respirar alrededor
del dolor de su nariz y la necesidad de aliviar la pesadez bajo su esternón.
Su lengua se sintió hinchada, y no podía sacar nada de humedad, no
importaba lo mucho que tratara de pasar por el espesor de su boca. Su
garganta estaba en carne viva, una sensibilidad abierta que no era capaz
de limpiar con la pequeña saliva que podía sacar.

Parpadeando con un ojo, buscó sus gafas, tirando todo lo que había
en su mesita de noche, pero no estaban donde podía encontrarlas. El olor
del horno se aferraba al interior de su nariz, y Rey se levantó de su cama
y fue directo al infierno.

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La luz era más fuerte ahora, desigual y espesa, coagulada con


bocanadas grises. El horror se apoderó de la creciente preocupación de
Rey cuando el interruptor que había pulsado no encendió la lámpara que
colgaba en un rincón de su dormitorio. Frotándose la cara, hizo una
mueca de dolor por el ojo hinchado.

Era difícil no ver el crepitar rugiente ahora, y había humo bajo su


puerta, o al menos pensaba que era humo. Era difícil de decir...
demasiado difícil de ver, pero su olor, la pútrida ranciedad que había
llegado a asociar con el olvido de su madre, se apoderó de su habitación
cerrada, robándole el aire de sus pulmones. Era difícil respirar, y Rey
luchaba por inhalar aire fresco, tratando de recordar lo que le habían
enseñado en la escuela, pero nada le llegaba. Su cerebro se estaba
apagando en un pánico generalizado, y se arrastró a lo largo de la pared,
tratando de encontrar la puerta.

El pomo estaba caliente, y gritó cuando le quemó la palma de la


mano. Su grito salió débil, un graznido acuoso de saliva y polvo moteado;
luego la pared detrás de él se derrumbó, cayendo hacia adelante para
golpear su espalda.

Rey no supo cuánto tiempo estuvo tendido bajo los pesados


escombros. El tiempo ya no era algo que pudiera contar, y lo poco que
veía estaba lleno de cenizas punzantes, seguidas por el destello de las
llamas que se comían el resto de la habitación. Había una voz, en algún
lugar, e intentó gritar, a todo pulmón, pero el aire fétido en su pecho
ahogó cualquier sonido que pudiera hacer, y terminó tosiendo, aspirando
más humo.

—Oh... —La abuela siempre le decía que rezara, pero no


encontraba las palabras... la fe... no con la pesadez que le oprimía las
piernas y la espalda. Le dolía mucho la garganta y parecía que se había

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tragado la lengua, porque no podía pasar el aire. Los desplazamientos no


ayudaron, y algo se clavó en su espalda, cortándole la piel. Con dificultad,
luchó contra sus lágrimas, negándose a ceder a la impotencia que lo
envolvía.

—Oye, te tengo ahora. —Una voz se filtró a través del choque del
fuego y las paredes caídas—. Quédate quieto. Tengo que sacarte, amigo.
Avísame si algo te duele mucho.

Había manos en sus brazos. Rey podía sentirlas, incluso con la


presión en su espalda y piernas, podía sentir esas manos, y empezó a
llorar, un mocoso y feo sollozo del que se habría avergonzado si no
hubiera estado enterrado bajo la pared. Las manos le acariciaron los
hombros, y la voz, áspera y profunda con cada palabra, le aseguró que
todo estaría bien... que él estaría bien.

Estaba demasiado asustado para estar bien, sus pulmones estaban


demasiado llenos de cuchillas de afeitar y vidrio, y cuando le entró
suficiente aire en el pecho, quiso gritar por su madre, avergonzado por el
terror que las llamas le provocaron.

—Espera, necesito hacer esto. Bear me dijo que tenía que cubrirte
la nariz y la boca si podía. Sólo mantén la calma —el tipo medio le gritó.
Después de una excavación bajo el mentón, le subió la camiseta sobre la
nariz, bloqueando parte del aire, y él entró en pánico, luchando por
limpiar su boca de la tela. Su rescatador le dio una palmadita en los
hombros, y luego dijo:

—Mantendrá el humo afuera. Voy a hacer lo mismo. Sólo... respira


a través de tu camiseta. ¿Vale, chico?

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El fuego se acercaba, atrapando los pedazos de madera que


sobresalían de las paredes restantes. Su puerta se derrumbó,
ennegrecida en los bordes. Entonces el marco estalló en una línea de
llamas rojas y furiosas, pero la sombra a su lado continuó trabajando,
sus manos excavando en el desorden que atrapaba a Rey. El calor se
estaba volviendo insoportable, y giró la cabeza, con el cuello de su
camiseta cortándole la cara. Mirando los Converses rojos del tipo, Rey
tosió, y su cuerpo sufrió un espasmo, apretando su respiración.

—Ya casi llegamos —dijo el dueño de los Converses—. Dame... un


segundo.

El peso se había ido, un repentino tirón de tablas y un pegajoso y


desmenuzado panel de yeso, y entonces Rey quedó libre. Los brazos del
joven estaban debajo de él, dándole la vuelta, y luego levantándolo con
cuidado de la alfombra barata que la madre de Rey había dejado en su
habitación, pero el dolor, la agonía de sus músculos magullados era
demasiado, y Rey gritó, más fuerte que las sirenas que aullaban en la
distancia. Trozos de la alfombra se le pegaron en las manos y los brazos,
fibras derretidas se aferraron a su piel donde la escoria lo tocó, y sollozó,
asustado que se hubiera meado o peor aun cuando lo habían sacado de
debajo de los restos de la casa.

Fueron unos pocos metros o tal vez kilómetros, no podía decir cuál,
pero le pareció una eternidad antes que se detuvieran. Todo dolía. Le
dolía el pecho, y su ojo ya hinchado estaba pegajoso de polvo. Una farola
arrojó algo de luz, e intentó moverse en los brazos de su salvador, girando
para ver su casa hundida caer hacia dentro.

—¡Mi mamá! —Rey captó una pizca de aire fresco. Un golpe de frío
golpeó sus pulmones cuando su camiseta cayó de su cara mientras el
joven lo tumbaba cuidadosamente en el lujoso y verde césped de la Sra.

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Brockington. Se dobló de dolor cuando su cuerpo se anudó alrededor de


su columna vertebral—. Tengo que ir...

—Mi hermano la sacó al otro lado de la casa. La consiguió. Sé que


lo hizo. No pudo... Bear tuvo que haberla sacado. —Se movió a donde Rey
pudiera verlo—. Necesito que te quedes quieto, ¿de acuerdo? Alguien
vendrá a mirarte...

Rey ya no estaba escuchando. Dejó que la voz retumbante del joven


lo envolviera, y se estiró todo lo que pudo en un césped que nunca se
había atrevido a pisar en ningún otro momento de su vida. Intentó
hablar, encontrar las palabras para dar las gracias, pero no pudo
encontrarlas más que las oraciones que necesitaba hace unos momentos.

Parpadeando su único ojo bueno, Rey no pudo mantener su


enfoque. La noche se fracturaba por los bordes, convirtiendo todo en
prismas, y cuando se dio la vuelta, sus piernas se negaron a funcionar.
Podía oír a su madre llorando, conocía su sonido, y quería tranquilizarla,
acariciarle el pelo y decirle que todo estaría bien, tal como le habían dicho
que estaría bien, pero tampoco podía hacer que su lengua funcionara.

—¡Mason! Tienes al niño, ¿sí? —Otra voz, esta ruda y áspera, se


elevó sobre el fuego rugiente—. Saqué a su madre. Son sólo ellos dos.

Rey levantó la cabeza, tensando el cuello, y el hombre rubio se


levantó del césped, limpiándose las manos sucias en sus vaqueros rotos.
El humo que salía de la casa en llamas cubrió la calle como un velo, y la
ceniza que se llevaba la brisa le picó el ojo. Él era enorme, bloqueando el
brillo naranja, y pasó un segundo antes que Rey viera a su madre
aferrada al lado del hombre, con su brazo metido alrededor de su cintura
para levantarla hasta la acera. —Papá... él... —Rey se levantó, y luego se
desplomó en la hierba, sus manos le dolían demasiado como para

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aguantar su peso. Había verdugones punzantes a lo largo de sus brazos,


rayas rojas que se elevaban a lo largo de su sucia piel. Sus pulmones aún
estaban muy tensos, y cada vez que respiraba tembloroso le dejaba con
ganas de más. Los vecinos empezaron a salir de sus casas, tomando las
calles en un alarmante movimiento, pero no pudo ver a su padre en la
creciente multitud—. No sé dónde está papá.

—Quédate aquí. Estás herido. —El rubio que lo había sacado,


Mason, habló con un toque de autoridad, firme e inquebrantable—.
Inhala despacio. Bear tiene a tu madre. Ella dijo que sólo eran ustedes
dos adentro. Tal vez se fue por algo, ¿sí?

Había un tercer tipo, un niño de su edad, corriendo delante del


hombre mayor que llevaba a su madre a cuestas. Las largas piernas del
joven se comían la distancia entre la calle y el exuberante césped
delantero de la Sra. Brockington. Las luces blancas de la calle le hicieron
cosas raras al cabello del adolescente, convirtiéndolo en un gris casi
opaco, pero había destellos dorados y rojizos metidos en los mechones, y
cuando se volvió para mirar a Rey, sus ojos eran de una rica plata, un
color brillante que sólo había visto en la luna.

Si Rey no hubiera tenido ya problemas para introducir aire, el


adolescente delgado de ojos brillantes le habría robado el aliento.

Engreído, le susurró su cerebro, el tipo de chico demasiado guapo


que odiaba en la escuela, pero maldita sea si no quería que su primer
beso fuera a parar a esa boca sonriente. Un hoyuelo en la mejilla se volvió
tímido, una sonrisa casi tan brillante como sus ojos, y la mano de Rey se
enroscó en un puño, estrechando el cosquilleo de algo que no podía
entender que se formaba en su vientre. El puño no duró mucho, incapaz
de sostenerse cuando la piel quemada de su palma se estiró y se abrió,

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dejando su carne abierta y supurante. Jadeando, cayó en otro espasmo,


y el adolescente frunció el ceño.

—Gus, ve a decirle a la ambulancia que venga. —Si Mason llevaba


un hilo de autoridad en su voz, el hombre de hombros anchos que
gentilmente bajó a la madre de Rey llevaba su fuerza y confianza como
una armadura probada en la batalla. De cerca, el tipo pasó de masivo a
alarmante, su pelo oscuro recogido de una cara dura y fuerte con una
cicatriz que le cortaba la ceja derecha—. Ahora, chico. No más tarde.

—Bien. —Al apartarse del camino del hombre grande, el chico dejó
caer una botella de agua sin abrir en el suelo al lado de Rey. Luego se
fue, tragado por la nube de humo moteado y la muchedumbre que lo
rodeaba.

Las sirenas eran más fuertes esta vez, pero aún podía oír a su
madre mientras sollozaba agarrándose a su camisa, anudando sus dedos
en la tela, y luego el murmullo de los salvadores que alguien, un santo o
un dios, le enviaba para liberarlo del infierno que lo carcomía a lo largo
de su vida. Hubo tranquilizantes frases, diferentes a las que él hubiera
usado, pero que parecían calmarla, y ella se acostó en la hierba a su lado,
acurrucándose a su alrededor como si estuvieran en el sofá, viendo una
vieja película que había encontrado en una de las estaciones de cable
gratuitas.

—Gracias a Dios. Estás bien. Gracias a Dios que... oh Dios —


susurró finalmente su madre, con el rostro empapado como el de Rey,
pero dejó caer sus lágrimas, creando extrañas líneas a través del hollín
de sus mejillas—. Ni siquiera sé cómo... no sé sus nombres.

—Es Gus, mamá —murmuró Rey alrededor de la ceniza en su


boca—. Mason, Bear y Gus.

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***

—Jesucristo, eso duele —Rey juguetonamente mordió al joven de


pelo púrpura que se inclinaba a su lado—. ¿Estás seguro que sabes cómo
usar esa cosa?

Nadie lanzaba una mirada fulminante como Ivo, el hermano menor


de Mason, y Rey se divirtió cuando los ojos azul oscuro del tatuador se
estrecharon. Una risita del siguiente puesto rompió el silencio punzante,
y Rey se unió, sin tratar de quedarse quieto bajo el lápiz de agujas
vibratorias sostenidas a unos centímetros por encima de su cadera
desnuda.

—Puede soportarlo, Ivo —gritó Tokugawa desde su puesto en la


caseta de invitados de 415 Ink, un lugar en el medio del negocio
normalmente reservado a los maestros de la industria y justo enfrente de
un puesto que Rey se negaba a mirar—. Le he dado cosas peores.

—Desafío aceptado —murmuró el artista difamado, echando los


hombros hacia atrás, y luego apoyando el codo en la mesa de masaje
sobre la que Rey se había estirado casi media hora antes—. Recuerda,
Montenegro, sólo porque seas el mejor amigo de Mace, no significa que
seas el mío.

La primera vez que Rey Montenegro se metió bajo la máquina fue


para sublimar una de las cicatrices en su costado. Había llevado la
maraña de carne durante casi diez años antes de decidir que había
terminado de llevar la obra de su padre. Fue Bear quien tomó el queloide
y lo enterró debajo de un tigre de estilo japonés saltando desde su muslo
hasta su cadera, mezclando rayas grises y blancas y parches rosa pálido
hasta que Rey ya no vio las marcas del abandono de su padre en su piel.

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Hubo otros tatuajes después de eso, pero el primero, ese tigre, lo empujó
en formas que ni siquiera había entendido en ese momento.

Y ahora era el momento de acabar con el dragón en su otra cadera,


de ponerse bajo las agujas vibratorias de nuevo y poseer un poco más de
su propio cuerpo.

Había encontrado un sitio para su descapotable en el aparcamiento


a pocas manzanas de la tienda, una monstruosa cosa de cemento
destinada a absorber la congestión de la calle Jefferson, pero nada podía
detener el tráfico a lo largo de la calle principal del muelle. Después de
dejar caer un par de dólares en la taza de propinas de un guitarrista con
sombrero de vaquero tirado contra el poste de un pub, Rey corrió por la
concurrida calle, esquivando los cuerpos en la corriente de turistas que
se apresuraban a alcanzar Fisherman's Wharf2 antes que las nubes de
lluvia se abrieran. Una ligera llovizna se cernió sobre él, atrapando sus
pestañas, y tuvo un breve arrepentimiento al dejar la parte superior de
su coche levantada cuando se fue, ya que estaba harto de estar
encerrado. Después de haber pasado los últimos días en el cuartel de
bomberos o en uno de los camiones, dirigiéndose a las llamas o quedando
cubierto de dudas y hollín, el viento de San Francisco besado por el agua
era agradable de sentir en su piel, aunque durara un segundo bajo su
mordida helada.

415 Ink ocupaba un lugar entre una tienda de recuerdos llena de


camisetas y copas con eslóganes ingeniosos y puntos de referencia de
San Francisco mal dibujados y un salón de copas bastante manso que

2 Fisherman's Wharf es un barrio en San Francisco, California, es una de las áreas


turísticas más concurridas de la ciudad. Tiendas de recuerdos y puestos de venta de
sopa de cangrejo y de almejas en cuencos de pan de masa fermentada se alzan en cada
esquina, al igual que las vistas de postal de la bahía, el Golden Gate y Alcatraz. También
hay una colonia de leones marinos y barcos históricos para recorrer. En Ghirardelli
Square, boutiques y restaurantes se alojan en la famosa ex fábrica de chocolate.

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perseguía a los turistas traviesos del medio oeste que buscaban un


momento de diversión entre los camareros sin camisa, las patatas fritas
y los tacos de dos dólares. La tienda de tatuajes estaba en un dulce lugar
al otro lado del muelle, resultado de algún trato que Bear hizo con el
dueño del edificio casi diez años antes. Hubo algunos rumores del dueño
del salón de cócteles, rumores de malas vibraciones cuando abrió, pero
se calmaron después que Bear hablara con él.

Ahora el hombre evitaba a Bear y al resto del personal como si fuera


una plaga, algo que parecía gustarle a todo el mundo.

Rey no conocía los detalles ni quería saber lo que se decía. Muy


poca gente se cruzaba con Barrett Bear Jackson, y los que lo habían
hecho normalmente no se encontraban en ningún sitio después. En los
años desde que conoció a Bear y a su extraña familia, Rey sólo había
escuchado al hombre levantar la voz una vez, y esa vez fue demasiado.
Aun así, cuando entró a la tienda esa tarde, Rey sólo tenía una amplia
sonrisa para el hombre de hombros anchos que estaba parado detrás del
mostrador de 415 Ink y le devolvió un molesto gruñido cuando Bear se
acercó y le dio una palmada en el brazo en un cordial saludo. Su brazo
aún le dolía por la bofetada después de media hora, pero no iba a
mencionarlo, especialmente no a Ivo.

Uno no mostraba debilidad a ninguno de los hermanos de sangre


de 415 Ink, no a menos que estuvieras dispuesto a oírlo por el resto de
tu vida.

No había estado en la tienda en un tiempo, pero no había cambiado


mucho. Había un nuevo artista en el espacio junto a Missy, uno de los
empleados a tiempo completo de la tienda, y en algún momento, el suelo
de hormigón vertido recibió una capa de algo brillante, pero el espacio
largo estilo escopeta todavía tenía un techo alto pintado de negro y

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paredes cremosas cubiertas de varios bocetos, dibujos coloreados y


alguna que otra foto. Los ocho puestos de media pared de la tienda con
sus cortinas blancas opacas atadas le recordaban a Rey un establo, pero
él agradecía la privacidad, especialmente porque estaba recostado de lado
con el trasero medio afuera mientras Ivo trabajaba en él. Los puestos
eran grandes, lo que daba espacio para maniobrar alrededor de una
amplia mesa de masaje y de trabajo y dejaba suficiente espacio para un
par de sillas o para un chucho enorme y peludo llamado Earl, que sólo
salía por detrás de la recepción para ver a la gente que le gustaba.

Rey se deleitó secretamente con Earl, se acercó lo suficiente como


para rascarle las orejas al perro.

—Bien, amor —murmuró Tokugawa desde el siguiente puesto—.


Hemos terminado aquí. Déjame limpiarte y podrás mirarte en el espejo.

El olor familiar del limpiador astringente se dirigió a Rey, y levantó


la cabeza, vislumbrando el tatuaje de acuarela de loto, un spray de ricos
y relajantes rosas, morados y verdes sobre un contorno tradicional
asiático en una extensión de piel pálida. La joven recién entintada se
encontró con los ojos de Rey alrededor de la cortina parcialmente abierta
y sonrió, retorciéndose mientras sostenía la correa de su camiseta sin
mangas bajo el brazo. La pieza cubría una amplia sección de su pecho
cerca de su clavícula derecha, cubriendo zarcillos de color y líneas negras
conectivas sobre su hombro.

Sosteniendo un espejo delante de ella, Tokugawa preguntó:

—¿Qué piensas, Steph? Es una mezcla, ¿no? Contorno como de


henna, pero con efecto de acuarela.

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Ella se quedó sin aliento, una rubia curvilínea con cara dulce, luego
exhaló lentamente, su voz un susurro áspero y asombrado:

—Oh hombre, Ichi, es... perfecto.

—Bien, déjame envolverte y podrás vestirte. —Ladeó la cabeza con


una sonrisa estrafalaria que iluminó la seriedad de sus rasgos
japoneses—. Bueno, no es que estés desnuda, pero hace frío afuera, y no
quieres nada de esto en tu chaqueta de cuero.

—Abajo, Montenegro. —Ivo golpeó la parte posterior de la cabeza


de Rey, un ligero golpe de nudillos sólo suavizado por el grueso cabello
de Rey—. Estás jodiendo con mi lienzo.

—¿Dónde está el perro? —Bear llamó desde el frente, y Earl levantó


su cabeza, olfateando el aire—. ¡Earl!

—Mejor que te vayas, amigo —murmuró Ivo, arrastrando al perro


con la punta de sus zapatos rojos. Su kilt negro plisado se movió,
exponiendo más de su delgada y musculosa espinilla—. No quiero que
Bear venga a buscarte.

Poniéndose en pie, Earl suspiró, y luego se arrastró hasta el frente


de la tienda. Sus uñas de los pies chasquearon en el suelo, un coro de
castañuelas que hacía eco, antes de terminar en un gruñido de 75 libras
de perro cayendo sobre un trozo cubierto de espuma viscoelástica. El
ladrido de risa de Ivo fue moderado pero lo suficientemente agudo para
enganchar la curiosidad de Rey.

Entonces las agujas golpearon y Rey se olvidó del perro, de las


rodillas de Ivo, o de sus jodidos zapatos rojos.

—Mierda, una pequeña advertencia, perra —refunfuñó por el dolor.

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—Oh, por cierto, Montenegro —el alegre murmullo de Ivo le hizo


cosquillas a Rey—. Te estás haciendo un tatuaje ahora. En esta tienda de
tatuajes. Ya sabes, este lugar que hace tatuajes.

—Vete a la mierda, chico —Rey respondió, y luego jadeó cuando Ivo


hizo algo que se sintió como un lametazo de fuego a lo largo del hueso de
su cadera—. Que te jodan por eso también.

—Sí, no soy el hermano que quieres follar —respondió el joven en


voz baja—. Y hablando del hijo pródigo, ha vuelto, ¿sabes?

Hacerse el tonto con Ivo nunca funcionó, pero Rey lo intentó de


todas formas.

—¿De qué demonios estás hablando?

—Gus. —Otra punzada de agujas, luego Ivo se acercó, y se


acomodó para trabajar—. Ha vuelto a casa, Montenegro. Llegó esta
mañana, y por lo que oí, sólo habla de ti desde que se bajó de su maldita
Harley.

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Capítulo 2
—Hola, holgazán. —Un empujón, duro y firme, sacó a Gus de su
letargo—. Levántate o te comerán vivos los mosquitos.

No se podía discutir con esa voz. Bueno, al menos no con el hombre


que la acompañaba. Si Bear quería, Gus estaba seguro que su hermano
mayor podía cogerlo por la cabeza y lanzarlo tan fácilmente como Earl
hizo con el mapache plano que le regalaron las Navidades pasadas, y no
había suficiente espacio en el patio de la casa de Lower Ashbury para
columpiar a un gato, y mucho menos a un Gus adulto.

—No estoy durmiendo —refunfuñó, empujando sus manos a los


lados para resistirse a restregarse los ojos. Los mantuvo cerrados,
negándose a ceder a los empujones de Bear—. Sólo... pensando.

—El perro te ha estado lamiendo el pie durante los últimos cinco


minutos, chico. —Bear le dio otro golpecito al hombro de Gus, y luego por
el sonido de sus pasos en los adoquines del patio trasero, se trasladó al
otro sofá que habían arrastrado al patio cubierto—. Levántate. Quiero
hablar contigo.

No eran las palabras que Gus quería oír después de un largo viaje
de vuelta a la ciudad en una Harley averiada. Especialmente después que
empezó a llover y descubrió que no quedaba tanta vida en su neumático
trasero como había pensado. Había alcanzado para evitar que muriera,
pero no era algo que fuera a tirar delante de Bear. No si quería quedarse
de una pieza.

Y maldición, su pie desnudo estaba empapado, con una pegajosa


cobertura húmeda de la agresiva lengua de Earl.

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Abrir los ojos y sentarse fue un error. Le dolió un poco la caída que
tuvo cuando un pesado camión de basura de la ciudad golpeó su extremo
trasero al salir de la autopista y entrar en la curva. Había caído, no tan
fuerte como anteriormente, pero su piel recibió una herida, y el casco que
había jurado reemplazar hace unos meses estaba ahora raspado e
inservible. Un pedazo de cinta adhesiva sujetaba la maldita cosa y
algunas de las partes de la moto lo suficiente como para poder cojear
hasta la casa, pero guardar la Harley en la parte de atrás no había
funcionado como lo había planeado. Por el duro rasguño en el tono de
Bear, iba a haber un sermón.

Quizá incluso dos, porque el primero sería por haberse hecho daño
y el segundo por no haber planeado mencionárselo a su hermano mayor.
Si había algo que no le gustaba a Bear era descubrir la mierda por sí
mismo.

—La ciudad va a pagar por todo. Casco, cueros... la moto también.


—Saltar a una conversación con un empuje ofensivo era normalmente la
mejor manera de evitar a Bear. El problema, como sucedía con la mayoría
de los problemas de Gus, era que había elegido el ángulo ofensivo
equivocado, porque las cejas negras y gruesas de Bear se apretaron sobre
su nariz ligeramente torcida. No era una buena señal. Finalmente
sucumbiendo al rasguño de la arenilla en sus pestañas, Gus se frotó
contra ellas y luego observó a su hermano—. ¿Qué?

—¿Qué carajo le pasó a tu moto? —El ceño fruncido pasó de la


curiosidad a la rabia en el tiempo que le llevó a Gus parpadear.

Debería haberlo sabido. Bear había perdido a sus padres en un


accidente de autobús, y Gus no tenía que ser psíquico para saber que su
hermano mayor probablemente entró en pánico por el cadáver destrozado
de la Harley. Había sido un asunto delicado para el Servicio de Protección

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de Menores cuando Bear se unió a la familia, pero la madre de Gus, la


tía de Bear, había trabajado lo suficiente como para que el trabajador
social tuviera la esperanza que funcionara.

Se había equivocado, pero Gus no lo culpó por pensar que Melanie


se había enderezado. Si había algo en lo que su madre había sido buena,
era en mentir para salirse con la suya. Luchó mucho para conseguir la
custodia de Bear, pero descubrió que el dinero que le habían dado por la
muerte de sus padres estaba guardado hasta que fuera adulto.

Después de eso, cualquier pretensión de ser una buena madre y


un modelo a seguir se fue por la ventana.

—Mierda, la moto. —Gus hizo un gesto de dolor—. Puedo


explicarlo.

No hubo gritos. Bear no gritaba. En todo caso, se quedó más


tranquilo, un estruendo de baja intensidad que la mayoría de los cuerdos
trataban de evitar. Gus no tenía esa suerte. Todo lo que decía o hacía
parecía disparar la furia latente de Bear, o peor aún, hacía que su
decepción lo inmovilizara. Dios sabía que él había guardado un montón
del silencio y la decepción de Bear, listo para el momento en que quisiera
morirse en un agujero.

Oh, abrir los ojos fue un error. Sentarse fue peor. Nada como mirar
la cara no tan suave de Bear y encontrar ternura en su tensa expresión.

Así que Gus dirigió su atención al patio trasero y a las nubes


lechosas que oscurecían el cielo nocturno.

Era tarde. Tenía que serlo porque Bear se habría quedado hasta
que 415 de Ink cerrara, sobre todo porque Ichi estaba ocupando un
puesto de invitados. Ivo, el único de los hermanos que era su verdadero

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hermano, probablemente estaba merodeando, haciendo lo que fuera que


los artistas locos hicieran en una noche de semana. O un sábado, en
cuyo caso había lugares en los que Gus podría haber estado si su moto
no fuera un desorden de pedazos de cinta adhesiva junto a su casco.

Si tan solo Bear no estuviera mirándolo fijamente.

Porque nadie podía hacerle sentir como su primo Barrett.

El hogar se sentía bien a su alrededor. Incluso tan complicada y


jodida como eran sus vidas, su vida, la casa que Bear compró cuando
una serie de abogados le entregaron el dinero del seguro por la muerte
de sus padres era la casa de Gus. Conoció otros lugares, vivió en unos
pocos, durmió en algunos coches. Todos lo habían hecho, pero la
destartalada, jodida y torcida casa de tres pisos en la colina era su hogar.

Sus hermanos que se rompieron la piel y los huesos para


reconstruir la casa, hermanos de sangre y algo más, eran la única familia
que tenía. Cinco almas, unidas por un sistema fallido que intentaba llevar
a sus clientes a la muerte, a la cárcel o a la locura, y a los que los habían
sacado.

Con los cinco contenidos entre sus paredes, la casa cobró vida, una
vibrante mezcla de ruido, risas, y un poco de pelea. Se habían atraído el
uno al otro a través de la sangre y el vínculo por ser gay o bisexual en un
sistema que ya era intolerante a todo lo que se saliera de la norma. La
casa desgastada era su lugar seguro, un hogar en el que podían ser lo
que querían ser, un lugar para su bulliciosa y destartalada familia, con
sus conexiones improvisadas y las reglas de seguir sus instintos.

—Háblame de la moto —dijo el tipo duro que había tirado de la


cuerda y que, en el caso de Gus, seguía tirando de ella más de lo que le

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gustaba. Se había sentado en el sofá más largo que habían puesto contra
la pared del fondo, bajo las ventanas de la cocina, inclinando el sofá más
corto en una L a su izquierda. Earl se desplomó sobre el pie de Bear,
royendo un trozo de hueso—. ¿Qué tan malherido estás? ¿Qué ha
pasado?

Bear se sentó encorvado, como con medio metro de sobra en el sofá


donde cabían todo el resto de ellos. No era el más alto desde que Mace
alcanzó su altura en el momento en que se convirtió en bombero, pero
sí era el más ancho y el más mandón. Sin embargo, había algo
reconfortante en tener a alguien empujándote por detrás, porque cuando
todo estaba dicho y hecho, también significaba que te cubría la espalda.

—El camión de la basura hizo una descarga y me golpeó. —Se


encogió de hombros, tratando de hacerlo pasar como si nada, pero tenía
dolores a lo largo de su columna vertebral, agravados por quedarse
dormido en un sofá no muy amplio mientras la fría noche se deslizaba
sobre la ciudad—. Estoy bien. El tipo de la ciudad que enviaron dijo que
pagarían por todo. Me reventó la llanta trasera y me jodió un poco la
delantera. Le diré a Marco que le eche un vistazo y que redacte una
factura. Estoy bien. Me detuve aquí y pensé en sentarme y esperar antes
de ir a la tienda, pero... bueno, mierda, los sofás ocurren.

—No contestabas. Iba a salir a buscarte, pero vi tu teléfono en el


mostrador así que me imaginé que estabas aquí. —Bear sacudió la
cabeza—. Olvida toda la mierda que te he dado sobre la funda de Hello
Kitty que tienes.

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—Sí, tuve que enchufarlo. Más muerto que un loro noruego azul3
—explicó Gus, riéndose de la ligera mueca de Bear—. No me vengas con
esa mierda. Son brillantes.

—Un paso por encima de Benny Hill. Blackadder. Hasta el final —


replicó Bear, cayendo en una discusión familiar que habían iniciado años
atrás.

—Por favor, sigue trotando tras Benny Hill como si fuera genial.
Sabes que te has reído. Mierda, hasta mamá se rio. —Ivo era demasiado
joven, y Puck siempre... Gus cerró ese pensamiento antes que pudiera
caer en la oscuridad que prometía, como cerraba todos los pensamientos
que tenía de antes. Su madre rara vez se reía, especialmente después que
su primo Bear se uniera a ellos, poniendo más tensión en la casa. El
dinero era escaso, siempre lo era, y el estado no había considerado
oportuno soltar mucho cuando pasaron de tener tres hijos a tener cuatro.
Frotando la estrella de cinco puntas en su muñeca, miró hacia la casa,
viendo la luz en la ventana de la cocina—. ¿Está Ivo aquí?

—No, salió con Ichi y su marido. Me imaginé que estarías aquí, así
que quise volver. —Su primo hermano rasguñó la oreja del perro,
haciendo que Earl golpeara los adoquines con su enorme cola—. Tengo
un poco de chile en el congelador. Puedo meterlo en el microondas.
Podemos tenerlo para la cena después que te duches. Estás un poco
asqueroso hico.

3 El sketch del loro muerto es una famosa escena de Monty Python's Flying Circus,
también conocido como el sketch de la tienda de animales; uno de los más famosos de
la historia en la televisión británica. El guion fue escrito por John Cleese y Graham
Chapman. La escena se desarrolla en una tienda de animales. Un cliente insatisfecho
(John Cleese) entra siendo atendido por el tendero (Michael Palin), el cual le lleva la
contraria al cliente sobre el estado vital del loro noruego azul. En la secuencia se hacen
varios chistes sobre los eufemismos relativos a la muerte, muy propios de la cultura
popular británica. Puedes verlo en https://www.dailymotion.com/video/xep3qy

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—Déjame desconectar mi teléfono primero. No quiero que se fría


mientras haces lo del chile. —Tratar de ponerse de pie requirió esfuerzo,
y Gus casi se mordió la mejilla sofocando el doloroso gemido que su
garganta escupió desde el momento en que se inclinó hacia adelante.
Llegó a la mitad del camino, y finalmente soltó un tranquilo y duro—
Joder.

—¿Fuiste a la sala de urgencias? Ellos...

—Vete a la mierda, ¿vale? —La sensación de inquietud en su


vientre se disparó, azotando a Bear, al perro y al universo. Bear levantó
sus hombros, y Gus aspiró aire a través de sus dientes, y luego exhaló—
. Mira, lo siento. Yo sólo... maldita sea, Bear. No sé qué coño estoy
haciendo ahora mismo. Es todo tan condenadamente... es demasiado
importante.

—Bueno, lo primero es lo primero, te metes en la ducha y te quitas


el hedor. Tu teléfono va a estar bien. Tengo la casa conectada, así que
nada va a explotar. —Bear hizo una pausa, luego enganchó su mano bajo
la axila de Gus y lo levantó suavemente—. O prenderse fuego. El agua
caliente te aflojará. Te traeré un poco de ibuprofeno.

—Gracias. —Una palabra demasiado pequeña para... todo lo que


Bear le dio, todo lo que hizo por él, pero era la única que podía encontrar
en su pequeña y cerrada mente en este momento—. Bajaré después que
me limpie.

—Hazlo. —Bear le dio una palmadita en la espalda, más suave que


antes, pero el dolor se aferró al golpe y aguantó la vida, reverberando en
los huesos de Gus—. Mientras comemos, podemos hablar de lo que vas
a hacer, incluyendo pasar unas horas en la tienda. Oh, y casi lo olvido.
No vas a adivinar quién ha venido hoy.

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—¿Tengo tres opciones o vas a ser amable y me lo dirás para que


pueda meterme bajo el agua caliente?

—Voy a ser amable, porque, hombre, apestas. —Bear refunfuñó


juguetonamente, limpiándose la mano en la parte de atrás de la camiseta
de Gus—. ¿Y el tipo que vino hoy ? Es Rey Montenegro. Ivo está poniendo
un dragón sobre su otro lado, así que... va a estar en la tienda en algún
momento cuando tú estés allí, y cuando lo esté, espero que te portes bien.

***

La última persona en la que Gus quería pensar cuando se metió en


la ducha era Rey Montenegro, pero allí estaba, un fantasma a su lado,
un recuerdo de un beso que nunca más tendría, de manos sobre su
cuerpo y el frío de los dedos deslizándose por su espalda, para nunca
más volver.

—Hijo de puta. Que se joda. Sólo... báñate, come y duerme. —Se


untó un poco de champú en el pelo, restregando la larga maraña dorada
hasta que la espuma le hizo cosquillas en las pestañas. Enjuagar la masa
parecía tomar más tiempo de lo habitual, y Gus pensó seriamente en
tomar una máquina de cortar, esquilándose tan calvo como en sexto
grado, cuando todos tenían piojos.

—Lo odiarías —se regañó a sí mismo—. Tu maldita cabeza se


sacudirá en el casco y te volverá loco. Es pelo. Sólo lávalo.

Casi terminaba de quitarse el acondicionador a través de su melena


cuando oyó una descarga, y antes que Gus pudiera pegarse contra la
pared lejana de la ducha, el agua se calentó, quemándole el pecho y el
estómago. Gritando a todo pulmón, el culpable estalló en una carcajada,
y Gus golpeó la puerta de cristal esmerilado de la ducha, maldiciendo el

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bulto de color que estaba en la vieja cómoda que habían convertido en


un mostrador.

En segundos el agua se equilibró cuando el inodoro terminó de


agitarse, y Gus suspiró, bajando el agua caliente hasta que un flujo tibio
le refrescó la piel.

—Dios, te voy a matar cuando salga, Ivo.

La promesa era débil. Puede que hubiera superado a su hermano


menor por diez kilos, pero Ivo peleaba sucio, una furia desgarradora sin
nada que perder y dispuesto a romperse un diente si eso significaba que
se llevaba el saco de nueces de un tipo con él. Gus le enseñó todo lo que
sabía hacer en una pelea, pero Ivo siempre iba un poco más allá,
aprovechando la locura que su madre dejó en sus genes y propinando
una paliza a cualquiera que lo empujara demasiado lejos.

—Sí, sentado aquí mismo, imbécil. Ven aquí —gritó su hermanito.


Hubo un ruido de golpes, probablemente Ivo metiendo los pies en los
cajones de la cómoda—. Bear me dijo que dejaste tu moto tumbada. ¿Ves
lo que pasa cuando te haces viejo? Ya no puedes manejar una moto. Tal
vez deberías conseguir una minivan. Ya sabes, para que puedas conducir
muy despacio por el barrio y gritar a los niños que caminan por la calle.

—No la dejé. Estaba guardada para mí, pero la recogí antes de salir
a la carretera. Dios, ¿por qué siempre me lavo el pelo primero? No puedo
ver una maldita cosa ahora. —Se apartó el pelo de la cara, y luego alcanzó
la barra de jabón que estaba en la repisa—. ¿En serio, Primavera
Irlandesa?

—Oye, no has estado en casa en seis meses. Alégrate de que haya


jabón para que lo uses. —El pie desnudo de Ivo dejó una rápida impresión

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en el vidrio cuando lo pateó ligeramente—. Eso es probablemente lo que


queda de Mace. Tengo un poco de Atrapasueños ahí si quieres.

—Lo encontré. —Desenroscó el gran contenedor marrón que


encontró anidado junto a un tubo de acondicionador de color violeta. Un
golpe de curry, canela y café golpeó sus senos nasales, y Gus arrugó su
nariz ante su fuerza—. Uso esto y alguien me va a dar un mordisco. Huele
más a un camión de comida india que a jabón.

—De nada, idiota.

—Iba a decir gracias, imbécil. Dame una oportunidad, por el amor


de Dios. —El jabón se espumó bien, y Gus se frotó en sus puntos
sensibles, silbando cuando la lámina de plástico de textura áspera
encontró una protuberancia de piel raspada. Vale, la mayoría no se había
ido a la carretera. Aunque estaba cubierto con un poco de pasto. Eso
dolió.

Si Bear lo hacía sentir cómodo y acogedor, Ivo era... era difícil decir
qué era Ivo, aparte de su extraño hermanito que se ponía lo que quería,
hacía lo que le daba la gana y podía tallar una imagen con nada más que
su mente, un trozo de papel y cualquier cosa con la que pudiera poner
sus manos para garabatear. Gus sabía que era bueno. Podía dibujar y
entintar círculos alrededor de prácticamente cualquiera. Sin ego. Ni
alarde. Lo sabía. Como todos los demás.

Pero Ivo... su raro, extraño e hiperfocado hermanito podía dejarlo


boquiabierto.

Hubo momentos en que Gus pudo haber asfixiado alegremente a


Ivo con una almohada. Pero, sobre todo, y nunca lo admitiría, preferiría
recibir una bala por él.

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—Oye, hoy tatué a Rey... Bueno, empezó con algo del color base —
le gritó Ivo sobre el agua—. Le dije que habías vuelto a la ciudad. No
parecía sorprendido, pero no hablamos mucho de ti.

—Sí, Bear me lo dijo —respondió. Actuar con calma no le iba a


servir de nada, ya que Ivo podía encontrar cada uno de sus botones en la
oscuridad. Aun así, no iba a darle al chico ninguna munición—. Él es
quién me dejó. No yo. ¿Y por qué sigues aquí? ¿No has terminado de
mear?

—Apúrate, carajo, ¿quieres? Tengo hambre, y sabes que Bear no


nos dejará comer hasta que estemos todos. Oh, puede que haya mentido
un poco sobre no hablar con Rey de ti, pero ya sabes, como no apareciste
en la tienda, supuse que todo estaba bien —respondió Ivo, tirando de la
cadena otra vez, dejando a Gus de pie bajo una ráfaga de agua casi
demasiado caliente—. Y, bienvenido a casa, imbécil.

***

Comieron en silencio, la mayoría de las veces con Ivo rebotando su


pierna a tiempo con las voces que oía cantarle en su cráneo. Bear lo miró
de reojo cuando el golpe se hizo más fuerte que los ronquidos de Earl, y
se calmó durante unos minutos, y luego volvió a empezar.

Era tarde. O temprano. Dependiendo de cómo mirara el reloj. Cada


parte del cuerpo de Gus rogaba caer en una cama blanda, seduciendo su
voluntad con la promesa de una almohada de plumas, pero su mente no
tenía nada de eso. En su lugar, corría de un lado a otro, hurgando en sus
recuerdos y sacando cosas que prefería dejar enterradas.

Como Rey Montenegro.

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El sueño no llegó, y Gus merodeó por las escaleras, sólo para


atrapar su rodilla en una mesa de la Reina Ana que no había estado allí
hace seis meses. Su lengua se llevó la peor parte del daño, sobre todo
porque la mordió para no gritar un buen rato por toda la casa. El
amanecer estaba a unas pocas horas de distancia, y sus dos hermanos
se levantarían en un rato, o al menos Bear lo haría, abriendo el 415 Ink
antes que el reloj marcara el mediodía. El lugar debería haber estado
vacío, pero un parpadeo de luz de la parte de atrás de la casa llamó la
atención de Gus.

Esperando a Ivo, se sorprendió al ver a Mason tendido en una


esquina de la sección de la sala de estar, tomando una cerveza mientras
un televisor de pared de pantalla grande representaba un drama coreano
mudo, cuyos subtítulos se desplazaban por la parte inferior de la
pantalla.

El suelo crujió cuando Gus entró en la habitación, como la mayoría


de la casa. El lugar estaba en mucho mejor estado que cuando Bear lo
compró por primera vez, pero aún quedaban algunas rarezas y
nimiedades que arreglar. Cuadrado y hermético era todo lo que
esperaban en los primeros meses, sobre todo porque la casa en hilera, en
su mayor parte de estilo artesanal, estaba situada en una esquina con
pendiente. Gus había sido uno de los primeros en mudarse, sacado del
sistema por los insistentes golpes de Bear a los trabajadores sociales y a
los tribunales, pero Mason lo siguió rápidamente, pisándole los talones a
Bear, que lo protegió mientras cumplían condena en una de las casas de
acogida más mierdosas que ofrecía la ciudad.

Lucas e Ivo llegaron meses después de prolongadas batallas, y la


casa se quedó pequeña, con sus tres dormitorios y el ático a reventar,
pero se las arreglaron y solucionaron cosas por el camino. No siempre

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tan bien como podría ser, pensó Gus, pasando la mano por una librería
incorporada que habían arrancado para abrir el flujo de aire entre la sala
de estar y la entrada, pero era su hogar.

Mason no debería haber estado allí... a menos que se hubiera


instalado algo más que una mesa en la casa. Ahora tenía su propia casa,
una que compartía con el mayor error de Gus. Así que a menos que eso
hubiera cambiado desde la última vez que habló con Bear, Mason no
debería haber estado en la sala.

Pero ahí estaba, comiendo algo de una bolsa y mirando la pantalla


de televisión.

Sólo la luz del televisor iluminaba la habitación más grande de la


casa, una paleta siempre cambiante de beiges, azules y dorados. Eran
buenos colores en la cara de Mason, que se reflejaban en su aspecto
robusto y en el largo estiramiento de su cuerpo, y el artista en el alma de
Gus se moría por dibujarlo, aunque sólo fuera para enfadar a Mace. Otro
chirrido llamó la atención de Mason, y dirigió su penetrante mirada a la
cara de Gus, dándole el más mínimo indicio de asentimiento cuando se
acercó.

La sala familiar era donde pasaban la mayor parte del tiempo,


acurrucados en el sofá para jugar o ver un partido. Había sido el lugar
donde la banda de hermanos encontró su sitio, sentados hombro con
hombro en configuraciones de sofá siempre cambiantes, comiendo en
platos de papel mientras se ponían al día con el otro. Se convirtió en su
lugar de reunión, un espacio para gritar a todo pulmón y a veces dar uno
o dos empujones antes que Bear interviniera. La habitación era el lugar
donde casi todos ellos rompieron la regla de no intimar con nadie en un
espacio familiar compartido y luego fueron atrapados, porque así era
como la vida resultaba cuando el hermano mayor del clan tenía un oído

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súper radar y un sexto sentido sobre cuándo hacer una aparición


sorpresa.

Había besado a Rey Montenegro para celebrar su graduación en la


cocina de los hermanos, presionando al mejor amigo de Mason contra
uno de los mostradores y chupando su labio inferior mientras el bombero
recién jurado protestaba a medias, pero había sido en la sala de estar
donde el tipo que Mason había sacado del fuego y que Gus deseaba desde
el momento en que le había visto, le había entregado su despedida.

—Pensé que tenías tu propio lugar. —No era un gran saludo, pero
iba a ser lo mejor que Mason recibiera de él. Habían terminado las cosas
no mal, pero espinosas cuando se fue, y por la mirada inclinada que
recibió a cambio, no había cambiado mucho—. ¿Bear sabe que te estás
bebiendo su cerveza?

—Estoy bastante seguro que Bear sabrá qué puedo hacerlo. —Mace
resopló, luego tomó un sorbo de la botella, sus ojos volvieron a la
pantalla.

—¿Esa es una indirecta para decir que yo no puedo? —Empezar


una pelea con Mace probablemente no era la mejor idea que tuvo. No con
el daño que ya había hecho a su cuerpo por el accidente de la moto, pero
tenía ganas de algo.

—Tú lo dijiste, no yo. Y sí, tengo mi propia casa, pero a veces me


quedo aquí. Lo cual sabrías... sí hubieras estado —respondió, señalando
a Gus con su cerveza—. Aunque he traído más. Coge una si quieres.

Cabrón. La oferta le quitó el viento de las velas andrajosas de Gus,


y se dividió entre decirle a Mason que se fuera a la mierda y agarrar una
de las cervezas y unirse a él en el enorme sofá en forma de U. La cerveza

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ganó, una promesa de un poco de entumecimiento, y aunque los guapos


chicos asiáticos que se lanzaban miradas de deseo entre ellos o a la única
chica joven del elenco no era porno, eran mejores que ver el béisbol.

Gus tomó una cerveza, y luego tomó la esquina opuesta de la


sección, descansando sus pies en el otomano rectangular. La cerveza era
buena, potente en su lengua. Golpeó su estómago, aliviando los dolores
en sus huesos mucho mejor que el puñado de ibuprofeno que Bear le
empujó. Unos cuantos sorbos y los chicos guapos perdieron su interés.
Le gustaban los hombres un poco más duros, un rasguño de barba y
manos grandes, preferiblemente un poco ásperas, y dispuestos a irse
cuando terminara con ellos.

Igual que Rey.

Excepto que él no había sido el único en irse, y por alguna razón,


eso se metió en el alma de Gus, supurando con un resentimiento que
quería sacar y restregar en la cara de Mason.

—Escúpelo, August —remarcó Mason suavemente, sus ojos nunca


salieron de la pantalla—. ¿O quieres que empiece?

—¿Por qué no empiezas? Bear no me ha dado una buena


oportunidad todavía. Tienes un montón de territorio inexplorado. —Tomó
un gran trago, se metió el espumoso brebaje en la boca—. Tú primero,
luego cuando él termine, podemos comparar el trabajo horrible que
hiciste para hacerme sentir como una mierda.

Mason no dijo nada. Sólo se sentó allí, con un brazo en la parte de


atrás del sofá, sus largas piernas estiradas en los cojines, y miró a Gus,
su hermoso rostro sin ninguna expresión visible. Había sido el confidente
de Bear, un adolescente un poco mayor y de mente seria que Gus casi

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odió tan pronto como llegó a la cuarta o quinta casa de acogida de mierda
a la que se habían mudado después de... entonces, odió a Mason durante
unas tres horas, y luego el chico mayor le pegó a su padre adoptivo, que
había entrado en su dormitorio compartido con Gus después que Bear
saliera, y Gus se encontró de pie detrás de otro protector con la nariz
ensangrentada, un feroz y enfadado caballero con una jodida armadura
brillante que se había negado a ser acobardado. La espalda de Mason con
cicatrices marmóreas se grabó en la memoria de Gus, viejas marcas
blancas entrecruzadas con otras más jóvenes y rosadas, pero había poder
en sus jóvenes músculos, y había atacado con una precisión asombrosa,
rompiendo una mejilla y luego una nariz para defender a un chico hosco.

Discutió con Mason cada vez menos a lo largo de los años, mientras
que todavía se aferraba con obstinación a un leve rencor por haber
alcanzado la buena voluntad de Bear. Todavía había resentimiento, Gus
no había estado dispuesto a renunciar a todo eso, pero había habido
respeto y finalmente un profundo y tácito amor fraternal, especialmente
cuando Mason sacó a un Ivo mudo de su caparazón después que el menor
de sus cinco hermanos regresara a casa.

Mason les había dado su primer sabor de la libertad en un regalo


aleatorio de lápices de colores y un montón de blocs de dibujo que había
conseguido en un intercambio, pero fue suficiente para liberar a Gus e
Ivo de las cadenas que su madre había forjado en sus almas. Con el
tiempo compartieron un tatuaje, una estrella náutica con ásperas líneas
negras con cada hermano dibujando una punta de la misma. Algunos
lados se tambaleaban más que otros, ya que la falta de habilidades
artísticas de Lucas era evidente en su punto, mientras que la exigente
necesidad de perfección de Ivo producía una representación clásica, a
pesar de ser el más joven. Ahora todos lo llevaban en algún lugar de sus
cuerpos, Ivo finalmente se lo puso durante su cumpleaños dieciocho, en

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la misma habitación en la que estaban ahora... una violación masiva a


las regulaciones sanitarias, pero parecía adecuado, finalmente los unió a
todos.

Pero entonces... Rey.

—¿Dónde has estado? Bear dijo algo acerca de que te invitaron a


algunas tiendas, pero nunca se enteró de los detalles. —Mason se
movió—. Seis meses es mucho tiempo para estar bailando en los espacios
de otras personas. ¿Y tienes qué? ¿Veintinueve años? Demasiado viejo
para estar haciendo surf de sofá, Gus.

—Tenía muchas cosas en fila —respondió tan suavemente como


pudo, pero la cerveza se estaba asentando mal en su estómago—. Me
dirigí a Seattle y trabajé para llegar a San Diego. Tuve que trabajar en
unas cinco tiendas. En Los Ángeles, en doble turno.

Gus dejó la parte de vagabundear durante semanas entre sus


actuaciones como invitado, y se puso a trabajar duro entre las visitas a
casas de amigos o extraños, tratando de rascarse la creciente picazón a
lo largo de su columna vertebral. Había añadido un poco de tinta,
haciendo que Kari refrescara el tatuaje de Rebelde que se había puesto
en el brazo para cubrir los queloides circulares que manchaban el tramo
de piel por encima de su muñeca, y había un curioso punto rojo en la
parte posterior de su cuello que de alguna manera había ganado en algún
lugar entre Portland y Humboldt. Frotando el punto oculto bajo su pelo,
sonrió a Mason, desafiando a su hermano mayor a decir algo, cualquier
cosa, sobre el tiempo que había estado fuera.

—¿Cuánto tiempo vas a estar por aquí? ¿O te vas a quedar? —


Mason ladeó la cabeza, dándole a Gus toda su atención—. Porque si es
así, entonces tú y yo vamos a tener que hablar de Rey.

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—Montenegro... —Gus tragó, esperando que Mason no captara el


movimiento en las sombras que velaban la habitación—. Mira, ha sido
¿qué? ¿Dos años? ¿Casi tres? ¿Por qué coño traer a Rey ahora?

—Porque tiene un novio. O está cerca de eso. —Inclinándose,


Mason apuñaló su dedo índice en el hombro de Gus, encontrando
infaliblemente uno de los moretones que le mordían la articulación—. Y
conociéndote, y créeme, August, te conozco, lo primero que harías si los
vieras juntos sería intentar fastidiarlos, porque no puedes dejar las cosas
en paz. Y eso no es algo que te voy a dejar hacer. No a Rey. No a ti mismo.
Sé mejor que el tipo que conozco, sé el tipo que Bear cree que eres, y por
el amor de Dios, no te metas en la vida de Rey y empieza a vivir la tuya
propia.

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Capítulo 3
La temprana bruma matinal quemaba, una helada mano mortal
metiendo sus largos e invasivos dedos en los pulmones de Rey, faltos de
aire. Detrás de él, el golpe de las zapatillas en el pavimento le advirtió que
su perseguidor no estaba muy lejos, y en las calles de la ciudad antes del
amanecer, la supervivencia se medía a menudo en centímetros... lo cerca
que estaba una puerta... o el tramo de una acera cuesta arriba y su
empinada pendiente.

Había gente afuera. Era el Barrio Chino. Siempre había gente


afuera. Pero era un vecindario empapado en un silencio tradicional, ojos
plácidos embotados por años de curiosidades y lapsus extraños que
escapaban de la noche al día siguiente. La niebla sabía a metal caliente
y a verduras podridas, un persistente toque de hierro y descomposición
que Rey llevaba consigo en sus pulmones. El traqueteo de un camión de
basura a unas pocas calles de distancia ahogó temporalmente el golpeteo
de los pies de su perseguidor, pero una vez que el pitido se desvaneció y
el movimiento de las fauces del camión terminó, Rey pudo escuchar que
estaba perdiendo terreno.

California Street era empinada, demasiado empinada para un


estallido de velocidad que parara el corazón, pero lo intentó, empujando
en la pendiente incluso cuando sus muslos ardían y sus pulmones se
marchitaban, demasiado congelados por el frío para hacer algo más que
temblar bajo el infierno de su sangre corriendo. Sólo necesitaba pasar por
el hotel. St. Mary's estaba detrás de él, y otra muesca de ángulo se añadía
a la colina, pero Rey sabía que podía hacerlo. Sólo necesitaba llegar a
Stockton y hacer una curva cerrada, y luego esprintar en la recta, incluso
por la calle, usando su velocidad a su favor.

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Cuando Rey giró a la derecha en la esquina de Stockton y


California, su corazón tartamudeó, y a pesar de su falta de aire y el
apremio en su pecho, juró una tormenta rica en palabrotas, pintando la
calle de azul, rojo y todos los colores intermedios.

Se había olvidado de las malditas escaleras.

La pendiente de Stockton entre California y Sacramento era severa,


y en algún momento de la historia de la ciudad, se decidió hacer frente
al cambio de altitud excavando bajo la colina y cortando un túnel de tres
manzanas bajo la calle superior, que llegaba desde la entrada sur y
terminaba cerca de Bush. Como el túnel fue construido para los tranvías,
se esperaba que el tráfico peatonal usara dos escaleras a cada lado del
callejón sin salida de la balaustrada del Upper Stockton, pero eran
escaleras oscuras, estrechas y duras, ajustadas contra los hombros de
Rey, y el tipo estaba sobre su trasero.

—Mierda... mierda... mierda. —Desperdiciaba el aliento en


palabrotas, pero había ido demasiado lejos para ser atrapado por un
tramo de escaleras. Eran tan estrechas como recordaba, y como una
cosquilla de un recuerdo aferrado a sus pensamientos, golpeó su codo
contra la pared, entumeciendo los nervios a lo largo de su antebrazo. Tal
como había hecho la última vez que bajó las escaleras.

Al llegar a la calle más baja en un callejón sin salida, Rey corrió


con fuerza, dirigiéndose hacia el edificio de ladrillos rojos que estaba a
una cuadra de distancia. Una bandada de pequeñas mujeres asiáticas
salió a la acera de una panadería artesanal que funcionaba las
veinticuatro horas del día, y Rey se vio obligado a salir a la calle, lanzando
un chorro de piedras a su paso. Una indignada tormenta de chinos
murmuradores y gruñones irrumpió detrás de él mientras subía a la

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acera sin romper su paso, una señal segura de que su perseguidor


intentaba pasar a través del grupo.

Las mujeres le dieron suficiente ventaja, y Rey se sobrepuso al


dolor, agarrándose firmemente su costado cuando el histórico edificio de
ladrillos rojos finalmente emergió de la niebla. Ignorando la acera, tomó
el cruce en un ángulo, con cuidado de moderar su carrera cuando llegó
a la bajada de Sacramento. Una plaza de juegos vacía lanzó tímidamente
sus banderolas sobre la acera, y Rey giró bruscamente a la izquierda en
el callejón entre el espacio de recreo y el edificio. Deslizándose hasta
detenerse, golpeó temblorosamente su mano contra el ladrillo pintado de
naranja, y luego se dobló, usando el frente del restaurante para
sostenerse, sin estar seguro si sus gomosas piernas se mantendrían.

Mason lo marcó un segundo después, una fuerte bofetada en medio


de la espalda de Rey, lo suficientemente firme y rápida para expulsar el
poco aire que había aspirado y enviarlo a un violento ataque de tos. Su
amigo siguió dando unos pasos, alcanzando el tramo de eslabones de la
cadena que separaba el callejón lateral de las cercanas canchas de tenis
mojadas por el rocío. Se sacudió cuando lo agarró, usando la barrera para
detenerse, y Mace se aferró a ella por un momento, dejando que su cuerpo
se aflojara.

—Dios, apestas —jadeó Rey, preguntándose si iba a vomitar en sus


propios zapatos—. Las manos en el frente. —Aspiró más aire, le cosquilleó
la espalda donde le pegó Mace—. No se puede marcar... si se toca...
imbécil.

—Claro que sí. Sólo porque llegaste a la base no significa que no


pueda golpearte. Si tuvieras hermanos, lo sabrías —resopló Mason,
caminando de vuelta de la valla, penachos blancos frente a su cara, el

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aliento caliente de sus pulmones sobrecargados golpeando el aire helado


de la mañana—. Vamos, el ganador paga el desayuno, y tengo hambre.

—Que te den, Crawford. —Rey finalmente recuperó el aliento,


estirando sus doloridas piernas—. El perdedor compra, y esta vez espero
que hayas traído tu billetera, porque de ninguna manera volveré a lavar
los platos.

***

Mace saludó a la anciana anfitriona con una ligera inclinación de


cabeza y una sonrisa, y luego pronunció:

—Ni hao ma, a yí.

—Vaya. Apégate al inglés. Tu chino es horrible. Peor de lo que


hueles, y hombre, apestas —Yī lián gimió, arrugando su nariz de botón,
y luego se rascó la lengua contra los dientes—. Ve a la parte de atrás. La
gente no quiere olerte cuando desayuna. Ve. Ahora mismo voy.

Yī lián era un accesorio en la casa de té, una mujer china bajita,


ligeramente inclinada, con un corte de pelo de duendecillo
imposiblemente negro y más descarada que una olla de pimientos
picantes. Rey no podía saber si era la dueña de la tienda de dim sum 4 o
si había estado allí desde que abrió por primera vez en 1920, pero siempre
estaba allí de cuatro a once de la mañana, manejando el apuro del
desayuno y el frente de la casa con mano de hierro. Normalmente vestida
con un chándal, rosa chicle esa mañana, y un par de zapatillas de tenis
negras, ordenaba los asientos y ayudaba a los empleados con una astucia

4 El dim sum es una comida cantonesa liviana que se suele servir con té. Se come en
algún momento entre la mañana y las primeras horas de la tarde. Contiene
combinaciones de carnes, vegetales, mariscos y frutas. Se suele servir en pequeñas
canastas o platos, dependiendo del tipo de dim sum.

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despiadada para voltear las mesas rápidamente y asegurar un beneficio


constante. Si se quedaba demasiado tiempo en una mesa, ella pasaba,
ofreciéndole tazas de comida para llevar para el resto del té en la tetera,
y luego golpeaba el reverso de la factura antes de preguntar si sería en
efectivo o tarjeta.

Ser puesto en la parte de atrás era problemático. El servicio sería


más puntual, fuera de la vista y a veces olvidado, pero también
significaba que podían quedarse todo el tiempo que quisieran, una
cortesía Yī lián sólo extendía a la gente que le gustaba. O eso esperaba
Rey. Como normalmente usaban la casa de té como el final de su
recorrido por la calle, Mason y él solían estar sudorosos y un poco
asquerosos cuando entraban, y Yī lián siempre los introducía en uno de
los cubículos privados, asomando la cabeza de vez en cuando para
asegurarse que habían sido alimentados.

Las paredes floridas recién pintadas del restaurante eran de un


verde menta, unos dos tonos más tenues que el neón lima que habían
sido hace unos años, pero las columnas seguían siendo una cegadora
mandarina, su tono luchando con las anticuadas sillas de vinilo de
ladrillo rojo alrededor de las mesas marrones cuadradas de la casa de
dim sum. La alfombra era del mismo color que las mesas, una pila
moteada de café de calidad industrial que cubría todo el espacio. Rey no
podía decir si el chocolate moteado era el tinte original de la alfombra o
si simplemente había absorbido décadas de shoyu5 derramado. De
cualquier manera, se veía lo suficientemente limpio o tan bueno como un
lugar podía verse cuando estaba lleno de gente casi cada minuto del día,
con poco tiempo para hacer mucho más que limpiar las mesas entre los

5 La salsa de soja o salsa de soya, también conocida como sillao y como shōyu en
japonés, es un condimento, producido al fermentar semillas de soya con los hongos
Aspergillus oryzae o Aspergillus sojae.

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asientos y pasar un rápido barredor de alfombras sobre cualquier


desastre más grande que una servilleta rota.

—Aquí, este. —Mason se deslizó en una de las habitaciones más


pequeñas en la parte trasera del restaurante, sus puertas giratorias de
madera clavadas con un par de viejas cuerdas elásticas. El espacio
apenas era lo suficientemente grande para albergar una mesa larga y
cuatro sillas, pero estaba limpio, y las pequeñas y relajadas cazuelas de
condimentos estaban repletas de salsas y pimientos. Deslizándose en
una de las sillas, Mason se estiró para agarrar el extremo de la mesa
cuando sus rodillas golpearon sus piernas—. Mierda, me muero de
hambre. Bien podría rellenarme ahora. Murphy tiene trabajo de cocina
en este turno. Vamos a estar eructando chile enlatado durante días.

—Yang cambió el turno de la cena con él, así que sólo... ¿qué? —
Rey controlaba los turnos en que Murphy preparaba la comida para llevar
la suya propia—. Lo comeremos para el almuerzo de hoy, luego perritos
calientes para la noche, luego su cacerola de chiles y huevos revueltos
para el desayuno. Sí, tal vez deberíamos conseguir algo de Bao para
llevar.

—Casi me hace querer encontrar una religión en la que tenga que


comer tocino con cada comida —refunfuñó Mason, sacando el menú de
dim sum de detrás de un servilletero—. Averigüemos qué hay para
desayunar. Espero que no tengamos mucho que hacer hoy. Gus bajó las
escaleras cuando entré en la casa anoche, así que no dormí mucho.

Rey abrió una de las ollas de condimentos, oliendo los pimientos


que había dentro.

—Estos huelen bien.

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—Sí, mira esos. Están condenadamente ardientes. —Mason


sacudió la cabeza—. Te vas a arrepentir de haberlos comido después. Sólo
nos queda un baño en la estación, ¿recuerdas? Están haciendo una
reforma en el otro.

—Estoy bastante seguro que eso es un mito. La quemadura


exterior. No la reforma del baño.

—Sí, ahí abajo está lleno de células similares a las que tenemos en
la boca. Así que sí, los pimientos pueden arder tanto como en la boca. —
Mason se rio cuando Rey hizo una mueca—. Maldita verdad. Lo prometo.

—No quiero ni saber cómo sabes eso.

—Vive alrededor de Ivo por más de dos días y aprendes todo tipo
de mierda que ni siquiera pensaste en buscar —respondió su amigo—.
¿Quieres que escriba lo que queremos? Entonces puedes contarme sobre
la mirada que pusiste cuando mencioné a Gus. Oh, y ya que estamos
hablando de Gus, puede que le haya dicho que tienes novio.

—No tengo novio —reprochó Rey ante una mesa repleta de


albóndigas al vapor y un plato de gai lan6 al ajo, y luego sonrió a la
camarera cuando Mason le dio las gracias.

—Te gusta ese tipo Brian. —Mason hizo un gesto con sus palillos.
Mezclando aceite de pimienta y shoyu en un bol poco profundo,
continuó—: ¿Has salido con él cuatro... cinco veces? Uno de nosotros
necesita echar un polvo, y parece que tú estás mucho más cerca que yo.

6El kai-lan, también conocido como gai lan, brécol chino o col verde china, es una
verdura con hojas gruesas, planas y brillantes de color verde azulado con tallos
gruesos y un pequeño número de inflorescencias diminutas, casi vestigiales, parecidas
a las del brécol.

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—No es un novio. Y no somos... —Rey estaba dividido entre lidiar


con el hambre o martillar la incomodidad en su pecho por hablar de Gus.
Así que decidió pasar hambre, respirando profundamente mientras
Mason vertía la mitad de la mezcla de aceite y shoyu en otro tazón, y
luego la deslizó por la mesa para que Rey la usara—. Acabo de ser
transferido a la Estación Dos hace unos meses, ¿recuerdas?

—Te tomó bastante tiempo —respondió—. Es mucho más fácil


torturarte con mis espaguetis si estás en la misma casa.

—Mace, lo último que necesito ahora es una relación. Brian es...


un gran tipo. Y es agradable hacer cosas con él, pero no quiero mudarme
y tener un perro. —Levantando un dumpling7 de su contenedor para
dejar que la bola de masa se enfriara, Rey esperó a que la mayor parte
del vapor saliera de su envoltorio, y luego la sumergió en el brebaje de
Mace—. No tengo ningún problema con Gus. No funcionó. Quiero cosas
diferentes en la vida que él...

—Como un trabajo estable y un hogar —intervino Mason.

Rey le echó a su amigo una mirada malévola.

—¿Quieres decirle a Bear que ser un artista del tatuaje no es un


trabajo estable?

—Para Bear e Ivo es así. —Sacudió la cabeza, eligiendo un char siu


bao8 y silbando cuando el pan caliente le cocinó los dedos con vapor—.

7 Los dumplings son trozos de masa, a veces rellenos, que se cuecen en un líquido,
como agua, sopa o masa dulce envuelta sobre fruta, como por ejemplo una manzana,
que se hornean y se sirven como postre.
8 El cha siu baau es un baozi de cerdo a la barbacoa en la cocina cantonesa. Los

bollos se rellenan con char siu o cerdo a la barbacoa. Se sirven como un tipo de dim
sum durante el yum cha y a veces se venden en panaderías chinas.

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Para Gus es una forma de hacer lo menos posible y aun así ganar
suficiente dinero para sobrevivir.

—Eres demasiado duro con él. Es bueno en lo que hace. —Rey se


estremeció un poco—. Cuando está concentrado, aunque no haga
ninguna mierda de tinta. Sin inspiración a veces, pero no una mierda.
Simplemente no es... Ivo.

—Mira, amo a Gus. Es mi hermano pequeño —aclaró Mason,


rompiendo el bao en dos—. Pero eso no significa que no sepa quién es.
Cumplirá 30 años el año que viene, y todavía vive con Bear...

—También Ivo —señaló Rey—. Sí, eso es diferente, pero Gus... esa
es su vida, Mace. Eso lo tiene que decidir él. Su vida para decidir cómo
vivirla. La cosa es, ¿qué es lo que quiere? No funcionó para mí. Nosotros
no funcionamos para mí. Lo más difícil que tuve que hacer fue alejarme
de él, y sí, han pasado tres años, pero aun así apesta. Es tu hermano, y
voy a verlo de vez en cuando. Al menos puedo hacer que eso funcione,
pero no le digas que tengo un novio. Al menos no hasta que tenga uno.

—Amigo, he visto cómo te mira Brian. —Mace le sonrió desde el


otro lado de la mesa, masticando una mejilla llena de cerdo asado chino
y bocados de pan blanco—. Todo lo que tienes que hacer es torcer tu dedo
y él estará ahí.

—Ese fue el problema que tuve con Gus —dijo Rey en voz baja,
evitando una avalancha de recuerdos de los que parecía no poder salir—
. Excepto que yo no era el que estaba haciendo trampas.

***

Era demasiado temprano para hacer algo más que dormir y tal vez
tropezar a la cocina para conseguir café y luego volver a dormir, pero ahí

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estaba Gus, encontrando un espacio de estacionamiento frente a lo que


sonaba como un apocalipsis zombie pasando detrás de una cerca alta de
media cuadra de ancho.

Estaba en el extremo equivocado de Mission, cerca de Chávez, y el


vecindario ya estaba tibio y débilmente húmedo, su extraño microclima
empujando hacia atrás la legendaria niebla de la ciudad. Las calles ya se
llenaban, los huesos de la ciudad se elevaban para soportar su existencia
un día más. Un grupo de mujeres con uniforme de servicio se apiñaban
alrededor de una parada de autobús, su charla de jerga española cruzaba
la calle con Gus captando cada palabra, una jerga caliente teñida de un
poco de amargura y envidia alrededor de una mujer que había sido
ascendida a la recepción.

No era un mal vecindario. En realidad, era uno que Gus conocía


bastante bien. De los diez hogares de acogida en los que había sido
colocado, cuatro estaban en el Distrito Mission, y uno, el que más odio,
no estaba muy lejos de donde Lucas finalmente se instaló. El lugar era
un poco inseguro, más destartalado que peligroso, pero todavía había
áreas en algunas calles donde era mejor caminar rápidamente. Era un
distrito de rejas de hierro en las ventanas y puertas, con timbres que
permitían a los clientes entrar en una tienda de alquiler de muebles, pero
también era el hogar de la tienda de comida china y rosquillas favorita de
Gus.

Los colores brillantes batallaban en la mayoría de los edificios, y


los grafitis de las paredes eran en su mayoría etiquetas, carentes de valor
artístico y nada como los murales puestos en escena por las comunidades
locales para alegrar un rincón lúgubre. Había taquerías y pizzerías en
todas las calles, y apartamentos apilados sobre las fachadas blanqueadas
por el clima, una loca colcha de viviendas que se extendía y serpenteaba

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entre los bloques, creando un laberinto de callejones sin salida y


caminatas estrechas y sombrías.

El aburguesamiento mordisqueaba los bordes de estas calles, pero


no había dado un mordisco. La mayor parte de la carne del distrito seguía
siendo demasiado tóxica, demasiado difícil de manejar y sin los recursos
para proporcionar protección a los ingenuos inocentes de ojos abiertos
que buscaban una vivienda barata en una ciudad conocida por sus
precios galácticos. Un par de calles más allá y el mundo era un lugar más
luminoso y feliz, pero ese sol no había llegado a ese punto de Mission, y
Gus no estaba seguro de si lo haría alguna vez.

Un vendedor de frutas se estaba instalando en el exterior de una


tienda de tatuajes cerrada. A Bear le había disgustado sobre todo al
principio, su enfoque único en la New School garantizaba que despertaría
la ira de su hermano mayor si se le pinchaba. Lucas, que compartía una
cuadra con el lugar, probablemente molestaba a Bear, pero ambos eran
pragmáticos. A veces, vivir al lado del enemigo era la mejor esperanza de
sobrevivir, y si había algo que Lucas sabía, era cómo sobrevivir.

El mango se veía bien, y su boca se hizo agua, saboreando el bocado


de chile en la fruta dulce en la parte posterior de su garganta. Le hacía
doler el estómago y se ponía un poco enfermo después de comer
demasiado, pero estaba tentado de parar. Escuchar la risa juguetona y
ruda de su hermano desde el otro lado de la cerca de madera fue
suficiente para mantenerlo en movimiento.

Se había despertado necesitando un poco de paz, especialmente


después de enredarse con Mason. Como el mayor de los vagabundos de
Bear, Mace empujaba con más fuerza por ser mejor y más justo que
cualquiera de los que le rodeaban. Fue lo que le llevó al fuego para sacar
a Rey, por lo que persiguió a Gus y a los demás para hacer más de lo que

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ya estaban luchando por conseguir. Donde Bear guiaba con más


delicadeza, Mace empujaba cuando pensaba que podía salirse con la
suya, disculpándose sólo si Bear decía algo.

—Joder, me cabrea —murmuró Gus, y luego se reprendió a sí


mismo antes de abrir a empujones la puerta principal del edificio—. No
digas palabrotas. No quieres manchar el halo de Luke.

Si Mason era la horquilla que apuñalaba a Gus en un pozo de lava


de buenas intenciones, Luke era un santo esperando la beatificación.
Cuando Gus fue expulsado del hospital y llevado a otro hogar de acogida,
Luke Muñoz estaba allí esperándolo, una roca firme para que un niño de
ocho años se acurrucara contra ella, protegiéndose de la tormenta de
confusión y pérdida en la que estaba atrapado. Había estado solo,
espantosamente solo, y en el caos de un hogar de acogida de diez niños,
Gus se aferró a la única pizca de luz que pudo encontrar en la oscuridad
que le rodeaba y lloró cada noche cuando esa luz le abrazó y le dijo que
las cosas iban a estar bien.

Incluso cuando ambos sabían que las cosas no iban a estar bien
nunca más.

Luke se adentró en el enorme vacío dejado por Puck, y cuando Bear


finalmente lo encontró, el chico mayor juró que Luke vendría con ellos. A
un lugar seguro. Un lugar que los cinco pudieran llamar suyo. Fiel a su
palabra, en el momento en que Bear pudo, reunió a Mace, Gus, Luke e
Ivo y los trajo a casa.

No había ninguna señal en el edificio. Nada que llevara a alguien a


sus puertas buscando un dentista o cualquier otro tipo de profesional.
Anodino y beige, el extenso edificio de ladrillos de dos pisos albergó una
vez una iglesia y su escuela, pero Dios no había considerado oportuno

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bendecir su rebaño. En su lugar, su pastor tuvo un romance con varios


miembros de la congregación, y cuando las cosas se pusieron demasiado
calientes para él, huyó del país, llevándose la mayoría de los bienes de la
iglesia con él... dejando el edificio atrás como un lugar para que Lucas y
unos pocos más ayudasen enseñándole a la gente a construir sus vidas
de nuevo.

Gus llegó a la puerta principal del centro y agarró la manija del


lado derecho, abriéndola. O al menos lo intentó. Se mantuvo firme, el
vidrio traqueteando en el marco de acero. Una anciana caucásica que no
reconoció miró desde su sitio detrás del mostrador de recepción, la luz de
la mañana entrando por los paneles de cristal con alambre de gallinero
arrojando sombras por su cara. Frunciendo el ceño, ella señaló hacia
abajo, y Gus miró a su derecha, viendo lo que parecía un
intercomunicador recién instalado en la fachada de piedra del edificio.

—¿Puedo ayudarle? —Su voz era aguda, y estaba bien conectada


por el altavoz siseante.

—Estoy aquí para ver a Luke... um... al doctor Muñoz. —Era una
tontería, pero Gus se inclinó hacia el intercomunicador, manteniendo sus
ojos en ella mientras hablaba—. Soy su hermano, Gus.

Gus prácticamente podía oír sus pensamientos a través del cristal.


Su cara lo decía todo, y cuando dejó que su mirada se fijara en su pelo
rubio, su afilada estructura ósea y su piel pálida, lejos del bronceado de
miel de Luke y de sus hermosos rasgos latinos, no necesitaba ser un
lector de mentes para saber que no sólo dudaba de cada palabra que salía
de su boca, sino que también estaba a punto de alcanzar el botón del
pánico para llamar a la policía, ya que aparecer con un par de vaqueros
rotos, una vieja chaqueta de cuero y una descolorida camiseta de 415 Ink
probablemente no ayudaba a las cosas.

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—Soy August Scott. —Después de sacar su licencia de conducir de


su billetera, Gus la pegó en la puerta de vidrio, sabiendo que ella no
podría distinguir nada, pero fue lo único que se le ocurrió para llamar su
atención—. Estoy en la lista de visitantes aprobados. Sólo... vaya a ver.
—No parpadeó, pero su brazo se movió a la derecha donde Gus sabía que
la placa de bloqueo era para la alarma—. Por el amor de Dios, señora,
¿llamará a Luke o buscará mi maldito nombre? Soy uno de los
voluntarios en arte. Sólo... llame a Luke, ¿de acuerdo?

A juzgar por la mirada ácida en su cara y el movimiento de sus


hombros, la mujer decidió no llamar a la policía. El intercomunicador se
apagó, o al menos no pudo oír nada más que saliera de él, y Gus volvió a
meter su licencia en su cartera, murmurando para sí mismo acerca de la
burocracia y los dictadores mezquinos. No oyó abrirse la puerta, pero
sintió el ruido del aire en su cara cuando Luke la abrió, su cara brillante
con una amplia sonrisa.

Más bajo que Gus por unos pocos centímetros, Luke tenía mucha
personalidad y carisma en su marco ligeramente más robusto. Su pelo
era un poco más largo en la parte superior de lo que había sido la última
vez que Gus estuvo cerca, un desordenado rizo de color marrón oscuro
por el que probablemente pasó sus manos después de levantarse, y
después no lo tocó en absoluto. Su mirada de color canela era
conmovedora, cargando el peso de las cosas que había vivido y con las
que ahora luchaba todos los días. Tenía una tirita de Star Wars en su
dedo meñique, blasonada con caracteres demasiado pequeños para que
Gus los pudiera distinguir, pero el logo era un claro indicativo. Se había
ido muy informal esa mañana, con Converses rojos, vaqueros negros y
una camiseta blanca con una tela demasiado fina para ocultar el
descolorido y estirado fénix entintado en su hombro derecho. Cuando se
giró para asegurarse que la puerta estaba cerrada, el tatuaje de la espalda

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tímidamente apareció a la vista, un juego de alas y una espada, las


puntas de las plumas se enroscaban para rodear la estrella de cinco
puntas que todos compartían.

Gus no había tomado otro respiro antes de ser envuelto en uno de


los abrazos de Luke que le rompía las costillas. Los brazos de su falso
gemelo seguían siendo largos, y se envolvieron a su alrededor, con
amplias manos dándole palmaditas en la espalda, y pasó un momento
antes que Gus pudiera encontrar la forma de controlar su cuerpo de
nuevo para devolver el abrazo. Luke era sólido, tan condenadamente
sólido, y cuando sus brazos se apretaron aún más, Gus finalmente se
dejó llevar, aflojando la tensión de sus músculos y descansando su peso
contra el fuerte cuerpo de Luke.

—Joder, es bueno sentirte —susurró Gus, apoyando su barbilla


contra el pelo de su hermano menor—. No sabía cuánto te extrañaba
hasta... ahora mismo. Me alegro de haber vuelto a casa.

—Sabía que lo harías. Les dije que lo harías. —Luke dio un paso
atrás, un hoyuelo que se profundizó en su mejilla izquierda—. Siempre
vienes a casa para... Estás aquí ahora, y eso es todo lo que importa.
¿Cuánto tiempo... te vas a quedar... después?

Después.

Había regresado a la ciudad cerca del aniversario de… cuando su


mundo se rompió para poder construirse a sí mismo y su vida de nuevo.

Gus no pudo sacudirse la eternidad de dolor y pena que colgaba


sobre la bahía, su pierna y su pie ardiendo de dolor y su voz perdida por
los gritos del viento, que se elevó para engullirlo. Un salto de corazón más
tarde, la mano de Luke estaba en su hombro y el presente se agitó a su

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alrededor, anclándolo al feo edificio beige, una mujer de cara agria y el


niño que lo había sacado de su oscuridad después de haber perdido
literalmente una parte de sí mismo.

—Me quedo. Tengo que decir adiós. Quizás para siempre esta vez
—dijo finalmente Gus, deslizando su brazo alrededor de la cintura de su
hermano para abrazarlo de nuevo—. Yo... es hora de que deje de... correr,
Luke. Siento que... si no me despido esta vez, nunca podré dejarlo ir, y
me estoy muriendo por dentro, hombre. Sólo estoy... muriendo.

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Capítulo 4
—Tienes una nueva oficina. Es... más grande. —No era como si
Luke no supiera que había conseguido una nueva oficina, pero aun así
el cambio era un poco impactante. Se fueron los cómodos sofás y
estanterías con juguetes y otros desechos de niños. En su lugar había
algo más parecido a la oficina de un abogado, lo cual, considerando a
Luke, no estaba fuera de lugar, pero no era... Luke—. Más elegante. Más
o menos. Hace que parezca que pagan a los defensores de los niños un
montón de dinero.

El resoplido de Luke sonaba exactamente igual que cuando eran


niños, y se quedaban despiertos por la noche en su cama compartida y
susurraban sobre qué superhéroe sería un mejor padre.

Como si supieran algo sobre padres.

Había una ranura de una ventana que corría a lo largo de la parte


superior de la pared exterior, nada para ver, pero inundaba la habitación
con luz natural. La habitación en sí era un estudio de muebles
tradicionales y colores masculinos, con una exuberante alfombra azul
marino, un par de elegantes sofás de cuero, y una pared de estantes
empotrados rebosantes de premios, piezas extrañas, y una mini
biblioteca de psicología y libros de derecho familiar.

La oficina estaba extrañamente tranquila, a pesar del patio lleno de


niños ruidosos justo fuera de su pared, y tan formal... demasiado formal
para el niño que protegía a Gus de la oscuridad, pero de pie en medio de
ella, Luke parecía encajar. A pesar de la ropa informal y los tatuajes,
había poder en su hermano, una capa invisible de autoridad, y Gus
sonrió, recordando cómo habían jugado a ser superhéroes, llevando

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toallas con pinzas de ropa alrededor de sus cuellos por las tardes después
de la escuela.

Parecía que Luke nunca se había quitado la capa, donde la de Gus


se había caído y había caminado sobre ella cuando le dio la espalda a su
infancia.

El viejo y destartalado escritorio de Luke había desaparecido,


reemplazado por una monstruosidad de madera de gruesas patas estilo
león y pesados tiradores de hierro en sus cajones. Tenía un toque de Bear,
sobre todo porque la mancha del escritorio era muy similar al marrón
rojizo que habían usado en las entradas de la casa. También reconoció la
pintura sobre un mueble detrás del escritorio como algo que Ivo había
hecho, un duro arrastre de acrílicos sobre un lienzo grueso, una mezcla
de colores extraños cortados juntos para formar una representación
impresionista del Barrio Chino.

Gus debatió si el giro en su pecho era por celos mientras miraba el


cuadro de casi dos metros. Luego se volvió y tuvo que tragarse un grueso
nudo en la garganta cuando vio un marco negro en el escritorio de Luke
sosteniendo una acuarela mate que había hecho en grises y azules de sus
cinco caras, algo que había hecho para practicar la representación de
retratos antes de entintar un final. Todavía había ligeros rastros de
marcas de lápiz visibles a través de los pálidos lavados de color. El papel
de la pintura, aunque grueso, se había rasgado demasiado y empapado
demasiado en el medio si los hubiera borrado, de un estado demasiado
incontrolable para el gusto de Gus.

Había pintado la pieza cuando eran mucho más jóvenes, cuando


estaba a punto de terminar su aprendizaje con Nakamura e Ivo estaba
empezando su aprendizaje con Bear. Habían sido tan malditamente
jóvenes pero llenos de cinismo y recelo. Debía haber más inocencia, más

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entusiasmo en sus rostros, pero Gus había pintado lo que había visto, lo
que había sentido... alivio. Había sido un punto en sus vidas en el que
finalmente habían sido capaces de exhalar, libres de un sistema de
acogida que les molía el alma, pero no del todo firmes en sus propios pies.
Había puesto a su hermano mayor en el medio, con un perfil de tres
cuartos de sus cicatrices, y colocó a Ivo en el extremo izquierdo con
Mason, mientras que un joven Luke se situaba entre él y Bear, una astuta
pero sabia expresión en su juvenil cara latina.

Puede que fuera un poco mayor, pero Luke no había cambiado


mucho. Ni de lejos. Seguía siendo el más idealista de todos, metiéndose
en batallas para las que ni siquiera Bear tenía fuerzas, y Gus le admiraba
muchísimo, aunque odiaba admitir que aún lo necesitaba para luchar
contra los demonios que había enterrado en su interior.

Pasando su dedo por el marco, Gus murmuró:

—No sabía que te habías quedado con esto.

—¿Por qué no me quedaría con esto? —Luke respondió, un suave


empujón de calma teñido con un sonido de desaprobación tácito—.
Nunca jamás nos tiraría a la basura.

—Tú serías el primero. —Miró la ceja levantada de Luke por el


rabillo del ojo—. Vale, no Bear.

—No te preocupes —su gemelo adoptivo estuvo de acuerdo.

Girando su dedo hacia las paredes, Gus preguntó:

—¿Dónde están todas las cosas? ¿Las cosas de los niños?

—Todavía están por aquí. En otra habitación. Pensé que sería más
fácil para mí y los niños si no teníamos ese tipo de charlas en mi oficina.

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Necesitan un lugar seguro lejos de las cosas de los adultos, y así tengo
una especie de separación de las cosas que comparten. Es difícil hacer
papeleo cuando estoy sentado en los restos de las pesadillas de otra
persona. —Luke se encaramó a una esquina del monstruo absorbiendo
casi un tercio del espacio de la oficina, con los tobillos cruzados y las
manos sobre el borde del escritorio—. ¿Quieres hablar aquí? ¿O en las
habitaciones de los niños? Las sillas son más cortas allí, pero hay bolsas
de frijoles y cajas de jugo. Podría haber incluso una bolsa de galletas o
algo así si tienes suerte, pero voy a arriesgarme y decir que
probablemente prefieras tomar un café.

Gus resopló, empujando el hombro de Luke cuando pasó junto a


él.

—No he venido aquí para que me raspen la cabeza.

—Sí, lo hiciste. Si no lo hubieras hecho, me habrías llamado y me


habrías dicho que almorzáramos. —Los ojos oscuros de su hermano
veían demasiado, pelaban demasiado para su comodidad—. En lugar de
eso, vienes aquí a hablar conmigo. Eso me dice, Gus, que has venido aquí
para que te raspen la cabeza. ¿Quieres hablar aquí, o quieres ir a comer
algo y hablar allí? Y antes que empieces con que no tienes tiempo para
mis tonterías de mierda, tengo todo el personal hoy y no hay citas que no
pueda reprogramar, así que no sólo tengo tiempo, sino que hice tiempo.
Entonces, ¿quieres hablar?

No tenía las palabras necesarias para que Luke entendiera la


ansiedad que le brotaba de la columna vertebral y de la parte posterior
de su cabeza. Tal vez con el tiempo o tal vez nunca. Tal vez si no miraba
al genio de su hermano menor con un palillo y tubos de tres dólares de
acrílico, recordándole a Gus que nunca sería tan bueno como quería ser,
nunca estaría encima de nada más que el problema en el que se metió.

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Había un dolor creciente dentro de él, uno que pensó que podía
dejar atrás cuando se subió a su moto seis meses antes y dejó la ciudad
como una mancha en sus espejos retrovisores. El empuje en su vientre,
el bulto de algo pesado en su pecho simplemente creció, expandiéndose
hasta que Gus sintió que su piel estallaría bajo la presión. Necesitaba
romperse, y cuanto más se acercaba al momento en que había perdido a
Puck, más pesada se volvía la presión, dejándole preguntarse si
sobreviviría cuando finalmente cediera o si se ahogaría en sus aguas.

—Sí —susurró, tocando una vez más el marco del escritorio de


Luke, desesperado por algo sólido debajo de él—. Hablemos.

***

Terminaron en el cuarto de los niños.

Era acogedor, las paredes rodeadas de estanterías llenas de todas


las cosas que Gus esperaba encontrar en la oficina de Luke. Había
espacio para lo que parecía una mesa de artes y oficios, y los asientos se
convertían en cojines, bolsas de frijoles y un par de sillas de estilo hippie
que Gus codiciaba secretamente para el patio trasero de la casa.

Luke tenía razón. Las bolsas de frijoles eran impresionantes,


incluso el enorme peludo rosa en el que se arrojó Gus mientras su
hermano les aseguraba un par de cafés. El plumaje se le metió en la nariz,
y se había cambiado a un papasan9 doble de cuero azul más sosegado
cuando Luke entró en la habitación.

9 Una silla papasan es una gran silla redonda en forma de cuenco con un ángulo
ajustable similar al de un futón.

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—Tienes pelusa en el pecho. —Luke levantó la barbilla, mirando la


frente de Gus—. Y en tu pelo. Debí haberte dicho que esa maldita cosa
se desprende.

—Jesús. Genial. —Gus se quitó la chaqueta y la deslizó hasta el


suelo. Pasando los dedos por su cabello, hizo una mueca por los pedazos
de fibra rosa que salían de su cabeza. Tomando el café que Luke le ofreció,
esperó a que su hermano se subiera a la silla que estaba a su lado. En
lugar de eso, Luke se paró frente a él, evaluándolo con una mirada
inescrutable en su rostro—. ¿Qué? ¿Hay más?

—Está limpio —dijo, dando un pequeño movimiento a su cabeza—


. Me preguntaba si debería sentarme contigo o darte algo de distancia.
Sería más fácil hablar si estuviera al otro lado en otra silla. A veces lo es.
¿Qué quieres hacer?

—Salir de aquí y evitar todo esto, pero... he estado haciendo eso


demasiado, ¿sabes? —Su respuesta fue gentil, pero algo en ella picó a
Luke porque suavizó su expresión—. Creo que necesito... No sé lo que
necesito, hombre. Tal vez empiece por aquí, y si es demasiado, te lo diré.
¿De acuerdo?

—Trato hecho. Sostén mi café. —Luke le pasó la otra taza, riéndose


mientras se quitaba las zapatillas—. Y eso no es como sostener mi
cerveza.

Tomó un poco a cambio y algunas palabrotas. El papasan no era


tan grande como un sofá, sino más bien un asiento para el amor
arrugado, y las largas piernas de Gus se convirtieron en un problema
hasta que las metió a ambos lados del cuerpo de Luke, dejando que las
de su hermano descansaran sobre sus rodillas para que se juntaran y
formaran una X torcida.

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—No es como si hubiera escupido en ella. Estabas justo aquí, amigo


—bromeó Gus.

—Añado crema y azúcar. Lo bebes negro. —Tomando un largo


sorbo, Luke se acomodó en el lado curvado de la silla—. Bien. Maldición,
debería haber preguntado si comiste. Tengo... Pop-Tarts de azúcar
moreno y canela y algunas de esas galletas naranjas con queso falso.
Puede que haya un burrito de frijoles en el congelador, pero ha estado
ahí tanto tiempo que tuve que convertirlo en un empleado y darle
beneficios.

—No, estoy bien —negó Gus, levantando su taza en un gesto de


reconocimiento—. Pero buena elección en los Pop-Tarts.

—Sólo lo mejor. —La cara de Luke se puso seria, y Gus recibió un


codazo de nuevo, esta vez en las costillas—. Háblame, Gansito.

—Dios, no empieces a llamarme así. Los chicos se darán cuenta y


no escucharé el final de esto. —Escuchar el viejo apodo, uno susurrado
después que las luces se apagaran en una habitación demasiado
pequeña, golpeó el pecho de Gus. Sus ojos le picaron un poco, las
lágrimas hacían más que amenazar con caer. Una gota corrió por su
mejilla, y apretó sus labios, rehusando dejar suelto el pozo de tensión en
su garganta—. No sé qué decirte, hombre. Siento que necesito hacer algo.
Ser algo. No sé si es porque estoy mirando a los treinta y no tengo a dónde
ir sino donde he estado antes y... no hay nada ahí para mí.

Luke protestó, siguiendo los pasos de Gus.

—Sabes que eso no es verdad.

—Tan jodidamente cierto —replicó—. Mierda, ni siquiera puedo


hacer que el maldito perro que rescaté me ame. La estúpida cosa echó un

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vistazo a Bear y eso es todo lo que anotó. Nadie me elige, Luke. Soy lo
suficientemente bueno para follar, pero cuando me doy la vuelta por la
mañana, la cama está vacía... y a veces, también lo está mi cartera.
Simplemente no sé... qué decir.

—Entonces nos sentaremos aquí hasta que lo hagas. —Luke se


contoneo de nuevo en el cojín de felpa—. O no. Sólo podemos sentarnos
aquí, Gansito. Lo que quieras hacer. Lo que necesites. El día es tuyo.

Tomó un poco más de una hora, una caja de lápices de colores, y


un bloc de dibujo infantil de papel de pulpa, hasta que Gus encontró que
la lengua le picaba para deshacerse de las palabras que se acumulaban
en ella. Había un silencio entre ellos, no realmente un vacío, pero en su
lugar una salpicadura de sonidos provenientes de Lucas moviéndose
sobre el cojín, su tela de chenilla chirriando ligeramente con el
movimiento de sus vaqueros.

Las paredes cambiaron de color con el sol a la deriva, pasando de


una ligera salvia a un brillante apio, la luz sacando el amarillo de la
pintura. Sus latidos se ralentizaron, y las formas de la página se
convirtieron en rostros, recuerdos desteñidos de gente que había
conocido cuando se habían arrastrado a través de su infancia. Un
parpadeo más tarde, o podrían haber sido quince minutos, Gus se
encontró rizando mechones de pelo alrededor de la cara de su madre, su
mente y sus dedos capturando la locura de sus ojos cuando ella había
caído en uno de sus estados de ánimo.

Las palabras llegaron despacio... con dificultad... pero se soltaron,


expulsadas por el eco de la voz de su madre que se agitaba en sus
pensamientos y que gritaba su nombre la última vez que la vio.

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—Te puse donde Puck solía estar. Porque... había un agujero,


¿sabes? —Gus pasó la página. La mirada de su madre, Melanie, era
demasiado dura para su cerebro, y escogió otro lápiz de la caja, de un
color como el de una espuela de alondra atrapada en un rayo de sol.
Dejando que sus dedos fueran a donde quisieran, encontró la cara de
Luke en sus pensamientos, dibujando la fuerte mandíbula de su
hermano—. Y tú... encajaste. Bueno, en realidad no. No eras... como
Puck. —Hizo una cara al resoplido de Luke—. En serio, mi mamá crio
imbéciles. Quiero decir, no a Bear porque ya era más adulto que Melanie
cuando llegó a nosotros, sino ¿Ivo, Puck y yo? Imbéciles. Bear quería
estar con nosotros porque éramos sus primos, pero cuando llegó, su
cerebro explotó. Éramos como malditos animales, y hombre, se esforzó
tanto en enderezarnos.

—No creo que haya dejado de intentarlo, Gus —dijo Luke riéndose.

—Sí, está bien. Te concedo eso. —Sonrió con tristeza—. Creo que
se sintió aliviado cuando la fiscalía nos apartó de ella más tarde. Fue la
primera persona a la que le importó una mierda cómo actué e intentó
hacer algo al respecto. Tú, hermano, fuiste el segundo.

Era más fácil hablar con la cara garabateada de Luke. No podía ver
ninguna lástima o juicio en los ojos de su hermano. No podía afrontar la
posibilidad real de que la condena se deslizara en la expresión de Lucas.
No cuando desenredaba todo lo que llevaba dentro, finalmente se
comprometió a seguir el hilo roto que había usado para marcar su salida
del laberinto que había construido a su alrededor.

—Dios, tenía tantas malditas preguntas en ese momento. —


Repasando la confusa frustración de su mente, Gus siguió adelante, sus
dedos arrebatando una línea de la nariz de Ivo, llenando un poco de
espacio junto a la frente de Luke—. Me dolió pensarlo, y yo... joder...

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—¿Qué tipo de preguntas? —Luke le dio un suave empujón, un


suave toque de palabras, un relámpago que rompió la calma de Gus—.
Habla a través de él, amigo. Encuentra el final de esto.

—No lo sé... mierda... estúpida mierda como... ¿por qué Puck? Era
mucho más inteligente que yo. Como malditamente inteligente. Por eso
me recordaste a él, porque podía mirar las cosas y resolverlas. Claro, yo
podía dibujar una maldita manzana, pero él podía contarte mierda sobre
ella desde el principio. —Todavía era extraño no ver su propia cara en
alguien más. Ver sus propias expresiones jugar a través de pensamientos
ocultos en una mente tan parecida a la suya que podrían haber estado
compartiendo un solo cerebro—. Él simplemente no podía no ser un
idiota. Luke, Puck era un gilipollas, los dos lo éramos, pero siempre lo
llevó demasiado lejos. Una vez pensé que Bear iba a darle un puñetazo
en la cara, pero mamá, Melanie, intervino. Se metía con Ivo y era un
capullo con Bear, pero... tengo que preguntarme por qué él... por qué
ella... Él debería estar aquí, ¿sabes? De los dos, tenía más posibilidades
de convertirse en algo, aunque fuera un niño malcriado.

—En primer lugar, ambos eran niños entonces. Los niños no son
agradables, Gus. La mayoría son maníacos, hiper imbéciles tratando de
averiguar qué diablos está pasando en el mundo. Todos parecen tener
respuestas a mierdas que no entienden, pero nadie comparte información
o cambia las reglas cuando cree que tiene cosas que hacer... —Un
empujón del pie de Luke en su costado levantó la cabeza de Gus, y su
mirada lo desnudó hasta el hueso, arrancando cualquier pretensión que
hubiera arrojado entre ellos—. Ustedes eran normales, especialmente
considerando lo que estaban viviendo. Y en cuanto a que Puck valía más
que tú, incluso sin conocerlo te diré que eso es una mierda. No te
cambiaría por el maldito mundo, y siento que no esté aquí contigo. Ahora
eres mi hermano. No estoy dispuesto a renunciar a eso.

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Gus puso una mano en el pie de Luke y le apretó los dedos. No se


había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos sentarse con Luke,
incluso cuando no hacían otra cosa que ver la televisión o leer un libro,
o al menos Luke leía mientras Gus hacía bocetos, pero no debería haber
olvidado lo destrozado que estaba. Justo hasta el momento en que Luke
abrió la boca para sonsacarle secretos y por su vida, Gus no pudo dejar
de decirle todo lo que quería saber.

—Amigo, no eras un imbécil. La mayor parte del tiempo. —Gus


presionó sus propios pies contra el cojín antes que Luke tuviera alguna
idea de hacerle cosquillas en las plantas—. Eras como un pedazo de Bear
que necesitaba cuando no podía encontrarlo.

—Todo es relativo. Hubo otras formas en que se filtraba de mí.


Tenía mi propia mierda con la que lidiar. Todavía estoy lidiando con ello
—respondió Luke—. Pero no estamos hablando de mí. Esto es sobre ti
y... ¿qué más? ¿Volver a casa? ¿Trabajar en la tienda otra vez? —
Entonces Luke le arrancó la costra que Gus quería evitar
desesperadamente—. ¿O Rey? ¿Mason te dijo algo?

—Joder, ¿cuándo no me dice algo Mace? —le respondió. Su café se


enfrió hace tiempo, pero aun así fue un trago de amargura que pudo usar
para lavarse el nombre de Mace de la boca. Poniendo su taza en la
estantería junto a la silla, Gus confesó:

—No puedo... tratar con Rey ahora mismo. No sé cómo me voy a


sentir al volver a verlo. Y sé que lo haré. Él está recibiendo trabajo en la
tienda, así que nos vamos a cruzar, y... joder, va a ser algún tipo de
temporada deportiva pronto, así que estará en la casa.

Rey Montenegro se encontraba en los límites de su existencia, una


sombra de la vida que podría haber tenido si sólo... hubiera sido alguien

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que Rey quisiera en su mundo. En todo caso, eso fue lo que más dolió.
Parado en el medio de una oscuridad creciente con dientes afilados
mientras el hombre con el que se había atrevido a soñar cerraba las
fauces del monstruo con cada palabra que murmuraba como disculpa.
Su corazón se detuvo cuando la mordedura golpeó, cuando se dio
cuenta... finalmente escuchó... lo que Rey había estado diciendo.

El último centímetro de la mandíbula del monstruo se cerró cuando


Rey susurró: No es que no te quiera, es que... queremos cosas diferentes.
Necesitamos cosas diferentes en nuestras vidas y no puedo... ser lo que tú
quieres, Gus. No soy... como tú. Quiero esa maldita casa con niños.
Necesito a alguien que...

Gus dejó de escuchar después de eso, tropezando desde la


habitación, o tal vez había arrojado algo duro e hiriente. No podía
recordar qué cosas odiosas encontró en su dolor, pero las había
encontrado, usándolas para apuñalar a Rey, enganchándose a la carne
de su amante con su afilada lengua. Entonces sus pies se movieron por
sí solos, llevándolo lejos de donde había sido destripado, y su alma se
desangró para que Rey la succionara de la última carne que le quedaba.
Ni siquiera podía recordar dónde terminó, aparte del ruido, la música y
el alcohol. Había sido en un club o en una fiesta que había dejado para
estar con Rey. De cualquier manera, recordaba la muerte de su relación
y la maldita carga de seguir amando al hombre que la había matado.

Por lo menos era todo lo que recordaba hasta la llamada telefónica


que recibió en la carretera y su mente, una vez perdida, encontró con
alegría los fragmentos de memoria que había guardado, llenando los
huecos de lo que pasó esa horrible y desgarradora noche.

—No quiero parecer uno de mis adolescentes, pero ¿quieres que


Mason no traiga a Rey? —Luke se ofreció gentilmente—. Tienes que

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decirnos lo que necesitas, hombre. No sabremos qué hacer o qué decir a


menos que nos lo digas.

—Rey... no voy a decir que no es un problema, porque maldita sea,


sabes que lo es. No puedo deshacerme de ese cabrón, no importa lo que
haga —admitió Gus, odiándose a sí mismo por decir en voz alta lo que
había estado negando desde el momento en que salió de la ciudad—.
Estaba ahí fuera, intentando alejarme de la mierda que había dejado
atrás, pero mi cerebro no paraba de traerme aquí, diciéndome que me
tomara más en serio lo que quería hacer, lo que estaba pensando...
demonios, que mirara por qué coño yo y no Puck. Sólo... todo, incluyendo
a Rey.

—Entonces tómate un tiempo y averígualo —propuso Luke—. Haz


las cosas a tu propio ritmo. Tienes un lugar en la tienda, y no es como si
Bear te fuera a desalojar de la casa. Si no quieres estar ahí cuando Rey
venga, puedes quedarte en mi casa...

—Luke... hombre... no puedo vivir mi vida evitando a Rey. No me


fui porque él venía a la casa. Me fui porque sentía que no podía ser
suficiente para nadie, como si siempre me quedara corto. —Gus respiró
hondo, el café en sus entrañas se puso agrio y ácido, coqueteando con
purgarse junto con la realidad de la que había estado huyendo desde Los
Ángeles—. Defraudé a Rey sin ni siquiera intentarlo, y Dios sabe cuántas
veces defraudé a Bear.

—Bear.

—Sí, he decepcionado a Bear, Luke. No tienes ni puta idea de


cuánto le he decepcionado. —El café era ahora una verdadera amenaza,
que se abría paso hasta la garganta de Gus, y lo tragó para poder escupir
la verdad de por qué había vuelto a casa con el hombre con el que sabía

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que siempre podía contar, incluso cuando el mundo parecía el más


oscuro—. La noche en que Rey me dijo que saliera de su vida, salí, me
emborraché, y me enganché con una chica, no, no una chica, Jules, y
ella... joder, Luke... tengo un hijo, tío. Un niño llamado Chris y no tengo
ni puta idea de qué hacer.

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Capítulo 5
Había muy pocas veces en que la casa en Ashbury estaba tranquila.
Incluso sin gente, el espacio entre la apertura de la puerta principal y la
entrada al vestíbulo, la estructura de madera que una vez fue destrozada,
golpeada y mejorada, gemía y crujía, sus viejos huesos lentamente
absorbiendo los cambios de temperatura del día.

Así que era un poco inquietante para Gus estar sentado en la


sección de la sala familiar, rodeado de los hombres que contaba como
sus hermanos, en una casa tan silenciosa que podía oír sus propios
latidos.

Se reunieron en la sala familiar después de la cena con la intención


de ver un juego, pero entonces Luke le dio un codazo a Gus para que se
abriera antes que el juego se encendiera, instándole con un susurro que
Bear atrapó en el extremo posterior. La noticia de Chris fue tan bien como
Gus esperaba o peor, dependiendo de lo que siguiera al impactante y
pesado silencio mientras sus hermanos absorbían la información.

Ahora se sentó en la esquina de la sección y esperó, con el cuello y


el antebrazo picando porque se había olvidado de mover el odioso afgano
de ganchillo colgado en la parte de atrás del sofá. Bear lo había
encontrado en una tienda de segunda mano hace unos años, una
monstruosidad de acrílico rosa demasiado áspero para ser cómodo, pero
que parecía estar siempre donde podía frotarse contra su piel. En muchos
sentidos, el maldito afgano le recordaba a Mason, especialmente cuando
el engreído imbécil abría la boca para hablar.

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Cuando la tormenta de ruido finalmente se desató sobre él, fue


Mason quien lideró el primer golpe, un puñetazo de palabras con un
borde afilado por años de desaires imaginarios y reales.

—Jesús, ¿cómo diablos puedes ser padre? —Mace se paró al final


del sofá en forma de U, exasperado y tenso por la emoción—. Ni siquiera
sabes...

—¿Qué? ¿Ni siquiera sé quién es mi padre? —Gus estaba de pie


antes de darse cuenta, con los puños apretados a los lados, y se habría
agarrado a Mason si Ivo no hubiera colocado sus piernas entre ellos, con
los talones apoyados en el largo otomano—. ¿Ahí es donde vas?

—No dije... —gruñó Mason—. Mierda, ¿cómo puedes ser un padre


para un niño? No sabrías ni por dónde empezar.

—Para ser justos, Gus, ninguno de nosotros sabe quién es nuestro


padre. La única razón por la que tenemos apellidos diferentes es porque
mamá estaba adivinando —señaló su hermano menor, un seco rasguño
de razón en medio de la húmeda y pegajosa pelea que amenazaba con
estallar encima de él. Ivo se paró lentamente, una barrera delgada para
que su creciente enojo se estrellara contra ella. Inclinándose hacia
Mason, empujó ligeramente a su hermano mayor adoptado—. Retrocede,
Mace. El único en esta habitación que tuvo un buen padre fue Bear, así
que ninguno de nosotros tiene espacio para hablar.

—No sé qué tan buena persona era mi papá. Murió antes que
supiera que era humano. Cuando tienes catorce años, tu padre sigue
siendo muy grande en tu cabeza —retumbó Bear desde su posición en la
seccional desde el otro lado de la habitación—. Debería haberte acogido
a ti y a los gemelos, sobre todo porque él y mamá sabían que su hermana
era una drogadicta.

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—Habríamos terminado con ella de todos modos —le recordó Gus—


. Lo hicimos.

—Eso es porque convenció a la fiscalía de que estaba limpia —


murmuró Bear—. No nos quedamos mucho tiempo allí, ¿verdad?

Reunidos en la sala de la familia, sus hermanos eran un espectro


de rabia, confusión, y en el caso de Lucas, condena silenciosa de sus
argumentos. A Luke le había llevado algún tiempo adaptarse a las peleas
entre Gus e Ivo, los únicos hermanos verdaderos del grupo, y a las a veces
no muy amables reprimendas de su primo mayor Bear para que se
callaran cuando habían llevado las cosas demasiado lejos.

Mason se convirtió en el segundo mayor como un pato en el agua,


pasando de ser un niño problemático a la mano derecha de Bear. A pesar
de no estar emparentado con los tres primos por sangre, se había
disfrazado de un jefe entrometido contra el que Gus se esforzaba e Ivo
ignoraba rutinariamente una vez que el CPS finalmente permitió a Bear
tomar la custodia de ellos. Cuando Luke se unió a la hermandad, Mason
estaba a cargo de mantener la rutina de la casa mientras Bear se rompía
el culo para terminar su aprendizaje en la tienda de tatuajes que lo había
acogido, y Mace descubrió que Luke estaba más que dispuesto a ser
persuadido, quitándole la mayor parte de la presión a Gus.

—Pregunta. —Ivo ladeó la cabeza, su atención se desplazó de Mace


a Gus—. ¿Cómo diablos dejaste embarazada a alguien? No te gustan las
mujeres. ¿A mí o a Mason? Claro, eso es un cincuenta y cincuenta, ¿pero
tú? Diablos, habría dicho Bear antes que tú.

—No estoy seguro de lo que quieres decir con eso, chico —Bear
arrastró sobre el resoplido de Luke—. ¿Debo dar las gracias o te doy una
mierda por haber fastidiado a tu hermano?

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—No es un maldito... mira, ¿podemos estar de acuerdo en que Gus


es probablemente el penúltimo de nosotros que tendría un hijo de
verdad? —Ivo se encogió de hombros—. El último es Luke, pero adoptaría
o algo así.

—Tengo suficiente por ahora, gracias —dijo Luke—. ¿Qué tal si nos
sentamos todos y le damos a Gus un poco de aire?

—¿Qué tal si Gus explica qué demonios está pasando? —La ceja de
Mason se levantó—. ¿Estás seguro que es tuyo? ¿Quién es la madre?
¿Está por aquí, o tenemos que meternos en otra pelea con el CPS?

—Bueno, al menos esta vez, sabremos lo que estamos haciendo —


dijo Bear, empujando a Luke para que tuviera espacio para sentarse en
la esquina. Earl resopló desde su lugar frente a la chimenea apagada—
Mace tiene razón...

—Por supuesto que sí. Porque es el maldito Mace —Gus respondió,


y luego cerró la boca cuando las cejas de Bear se movieron—. Lo siento.
Continúa.

—Necesitamos saber en qué nos estamos metiendo. Si seremos


capaces o no de conseguir... demonios, incluso acceso a él —continuó
Bear. Por la expresión de la cara de su hermano mayor, Bear se
preparaba para una pelea, ya sea con el estado o incluso con la familia
de su hijo—. Tenemos abogados...

—Sin abogados. Vale, puede que necesitemos un abogado, pero


aún no lo sé. Probablemente. —Cortó un aluvión de preguntas con una
mano levantada. Sentado de nuevo, Gus se puso cómodo, luego tuvo que
mover las piernas para que Ivo pudiera pasar y sentarse en el medio de
la sección, dando espacio a Mason para sentarse. Había un

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estrechamiento en su garganta, casi cortando todo el aire que había


aspirado cuando Bear comenzó a enumerar lo que necesitarían para una
batalla que esperaba que nunca llegara—. Ella está bien. Mejor que bien.
Soy la mierda de la que ella necesitaba mantenerlo a salvo. No me mires
así, Luke. Sabes que eso tiene que ser lo que pasaba por su cabeza.

—Sólo necesitabas un poco de tiempo para encontrar tus pies. —


Siempre leal, la protesta de Luke pudo haber sacado un comentario
burlón de Mason, pero un rápido giro de los ojos de Bear hacia el otro
lado del sofá ayudó mucho a mantener a Mace callado—. Cuéntales el
resto, Gus.

—¿Cuánto sabes? —Ivo echó la cabeza hacia atrás, mirando


fijamente a Luke—. ¿Todo o sólo pedazos?

—No hagas de esto una cosa, Ivo. Fui con Luke primero porque
necesitaba... ...sacar algunas cosas de mi cabeza antes de hablar con el
resto de ustedes. —Después que sus hermanos se establecieran, Gus dio
la parte más pesada de sus noticias—. Ustedes conocen a su madre. Es
Jules. Fue aprendiz de Bear antes de irse a Seattle.

—Mierda, chico. Quiero decir, joder. —Bear silbó, inflando sus


mejillas, y luego se frotó la cara. Pasando sus manos por su grueso
cabello, dijo—: Ella debería haber estado fuera de los límites. No porque
sea una mujer sino porque... amigo, era mi aprendiz. Estaba trabajando
en la tienda...

—Bear, dime algo que no sepa, pero no fue... —Había habido


demasiado dolor esa noche, angustia seguida de una ola de oscuridad en
la que se había lanzado. Su corazón roto lo desgarró, y trató de llenarlo
con todo lo que pudo conseguir: whisky, tequila, y luego una chica pecosa

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de rostro dulce y manos suaves que le ahuecó la cara y le besó las


lágrimas—. No fue otra cosa que esa noche, y luego se fue.

—Se fue hace casi tres años. —Mason se posó en el otomano, a


horcajadas para enfrentarse al resto de la familia—. Estabas con Rey
entonces.

Había una acusación en sus palabras, sin forma, pero en


crecimiento, y Gus la cortó con una aguda réplica.

—Esto fue después que Rey... después que rompiéramos. El


cuándo y el por qué no importan. Chris importa.

—No la recuerdo. —Ivo frunció el ceño, metiendo sus largas piernas


debajo de él y agarrándose de los pies descalzos, meciéndose hacia
adelante—. Espera, ¿la chica vietnamita? ¿La que fue adoptada? ¿O estoy
pensando en otra persona?

—No, esa era Lynn. Jules era la chica de Russian Hill. Bonita
familia. Su madre nos hizo galletas. Hice una pieza neo tradicional en su
espalda... un águila y un cuervo. Ella subió a Craggy Point Ink para
terminar su aprendizaje con Sue —respondió Bear en voz baja. A pesar
de lo difícil que era mirar al cabeza de su familia, Gus se forzó a sí mismo
a encontrarse con la mirada de Bear. No sabía qué esperar aparte de la
decepción, y aunque podía haber una pizca de algo duro en su escarpada
cara, Gus no podía ver más allá de la suavidad alrededor de los ojos azul
glaciar de Bear—. ¿Se fue porque estaba embarazada? ¿Sigue en Seattle?

—Creo que tenemos una pregunta más importante que hacer. —


Mace intervino—. No me respondiste la primera vez. ¿Estás seguro que el
niño es tuyo?

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—Déjalo hablar —intervino Luke—. Preguntas más tarde. Adelante,


Gansito.

Viendo la luz diabólica en los ojos de Ivo, Gus le dio una bofetada
a su hermano antes que pudiera arrancar. Por mucho que Luke y él
hubieran discutido cómo contarle al resto de la familia sobre Chris, su
estómago era un duro nudo, retorciéndose bajo su palpitante corazón.
Pasó una sirena, un chillido de sonido lo suficientemente cerca como para
levantar a Mace, y como perros siguiendo el vuelo de una pelota de tenis,
todos lo miraron, inseguros y expectantes.

—Ya no es mi estación. Rey... y yo estamos en el Barrio Chino,


¿recuerdas? No tengo una tarjeta para salir de una mierda familiar a
menos que venga en un mensaje de texto—. Mace les lanzó una sonrisa
lastimera. Sus hombros estaban tensos, pero había suficiente holgura en
su extensión para aliviar los dolores de Gus al escuchar el nombre de su
ex saliendo tan casualmente de la lengua de Mason—. Mira, tío, no estoy
intentando ser un gilipollas...

—¿En serio? —Ivo murmuró, pero el resto de ellos lo ignoraron.

—La cosa es que no quiero que te hagan daño. Diablos, no quiero


que ninguno de nosotros sea absorbido por algo de lo que no podemos
salir. —Mason suavizó su tono, mirando más allá del hombro de Gus y
en las sombras del más allá. Pestañeó, y un brillo pasó por sus ojos antes
que mirara hacia otro lado—. Vamos a encariñarnos con un chico, y luego
averiguaremos que no es realmente tuyo o hará toda la mierda de 'no
puedes verlo porque no quiero que lo hagas'. Sólo quiero asegurarme que
sabemos lo que está pasando antes de... joder, Gus, ya sabes cómo va
esta mierda. Todos hemos sido parte de ese tipo de mierda.

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—Oye, lo sé, Mace. Lo sé. Tuve el mismo tipo de reacción cuando


finalmente me agarró porque no recordé haberme acercado a ella hasta
que empezó a hablar de la fiesta en la que nos habíamos enrollado.
Entonces fue como si todo encajara, y tuve que recuperar el aliento. Ella
no le dijo a nadie que yo era el padre. Ni siquiera a sus padres. Pensaron
que era un tipo con el que había salido y se separaron cuando se lo dijo.
No preguntaron, y Jules no dijo nada. —Hizo una mueca, escuchando las
duras palabras de Jules en su mente cuando ella le dijo por qué había
permanecido en secreto—. Ella no... no... pensó que sería un buen padre,
y tengo que ser honesto, un par de años atrás, no estaría equivocada. Ni
siquiera estoy en su certificado de nacimiento como su padre, pero era el
único con el que había estado en ese momento, así que... era el único
aspirante para el hisopo de ADN.

—¿Por qué ahora? —Bear pinchó, moviéndose hacia adelante en el


sofá para apoyar sus antebrazos en sus muslos. Las luces de la
habitación se fijaron en las manchas plateadas cerca de sus sienes,
escogiendo los hilos metálicos entre su pelo marrón oscuro—. ¿Lo saben
sus padres? ¿Qué planes tiene?

—Ella está aquí de vuelta. En la ciudad. Consiguió una beca de


arte... un viaje completo... y sus padres le preguntaron por el padre de
Chris, así que dijo que es un gilipollas gay que tatúa en el muelle en vez
de un vago que nunca conocieron. Fueron ellos los que le dijeron que
tenía que contarme lo de Chris. Así podría decidir si iba a ser parte de su
vida.

—Significa pasar por los tribunales —Luke deslizó con cuidado—.


No tiene ningún derecho paterno, e incluso si están dispuestos a dejar
que Gus sea su padre, tendrá que haber un acuerdo formal. La Corte de
Familia va a querer revisar todo lo de sus antecedentes penales...

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—El reformatorio no cuenta —Ivo intervino.

—El reformatorio sí cuenta. Gus nunca pidió sellar el suyo, y los


registros no se sellan automáticamente. ¿Esos cargos por posesión
cuando tenía dieciséis? Esos estarán ahí —señaló Luke—. El tribunal
querrá saber cuánto gana, si tiene un ingreso estable y un lugar para
vivir. Ahora es diferente. En aquel entonces dejaban un niño a
cualquiera. Ahora tienes que demostrar que puedes hacer el trabajo.

—Queremos que se formalice el acuerdo de custodia. De esa


manera, si las cosas van mal, no podrán apartarlo de Gus. —Bear le dio
un golpecito en la cabeza a Earl—. Vamos a necesitar un abogado.
¿Cuándo te enteraste?

El shock de Chris resonaba aún, una ola de alarma, miedo, y algo


en lo que Gus no tenía fuerza para meterse. Viendo todo lo que había
sido, todo lo que había hecho, sin nada que mostrar excepto un estilo de
vida pasajero, una motocicleta destrozada y cuatro hermanos a los que
había decepcionado demasiadas veces como para contarlos. No sabía
nada de ser padre, y le picaba la piel, se le apretaban los huesos con un
claro impulso de salir de San Francisco sin siquiera echar un vistazo a
los espejos retrovisores.

—Jules me dijo cuando yo estaba en la carretera. Cuando llegué a


Portland, sus padres pagaron una prueba de paternidad porque, bueno,
van en serio con lo de que yo sepa si Chris es mío. Bear, los has conocido.
Son sólidos, y Jules... se acababa de mudar a casa desde ahí arriba o lo
habría visto allí. —Perdió la oportunidad de ver a Chris por unas
semanas, y el alivio que sintió fue vacío, mezclado con un extraño
arrepentimiento lo suficientemente fuerte como para saborearlo en su
boca cuando intentaba ir a la cama por la noche—. Así que ya sabía de
él desde hace tiempo, pero... en cuanto me lo dijo... compartió conmigo

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los resultados, volví a casa. No puedo... no voy a huir de él. No voy a


hacer lo que nos hicieron a nosotros. No puedo.

—¿Qué es lo que quiere? ¿Custodia completa y tienes visitas o


custodia compartida? —Bear murmuró, poniendo sus dedos frente a su
cara—. ¿Dónde te deja esto, y qué quieres hacer ahora?

Gus quería decirle a Bear que le gustaría correr gritando. Nadie le


habría culpado, probablemente incluso lo esperaban, y por lo que sabía,
podría haber ser lo mejor para Chris si no estuviera en la vida del chico.
Pero sentado frente al hombre que se había atrincherado, que les había
dado a Ivo y él un hogar, y que había formado una familia con los chicos
rotos y perdidos que habían encontrado en el camino, Gus sabía más.
Quería más para el niño que sólo había visto en fotos y un par de videos
demasiado cortos. Un niño que se parecía tanto a Ivo pero sin la cautela
de sus ojos brillantes y quien no se estremeció cuando su abuela levantó
su mano cerca de su cara para darle un sorbo en una taza a pocos metros
de distancia.

Había demasiados agujeros en los cinco. Agujeros dejados por


hombres y mujeres que deberían haber estado ahí para protegerlos o,
como para Luke y Mason, causados por ellos. En los pocos clips cortos
que había visto de Chris, había habido un trasfondo de algo fuerte y fácil
entre el niño de cara redonda y la gente de su vida. Sonreía fácilmente,
riéndose cuando un perro salchicha de vientre gordo se le acercó y le
lamió la cara. Gus no sabía cómo reírse así. Era liberador, un toque de
algo mágico que nunca había tenido y tan común para el niño pequeño
que tenía los ojos azules de su hermano menor.

Él quería saber lo que se sentía... que alguien lo mirara con ese


amor cuando lo viera y ser parte del público en todas las cosas estúpidas

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que los niños atravesaban... una cara que Chris no se preguntaría si


alguna vez vería porque sabría, sin ninguna duda, que Gus estaría allí.

—Soy su padre —respondió finalmente Gus, conmovido por la corta


y sabia sonrisa de Bear—. Y espero que estén listos para ser tíos, porque
yo también voy a hacer mi mejor esfuerzo para ser su papá.

***

—Vamos —Gus engatusó a la enorme máquina de café, golpeando


su lado mientras burbujeaba y entonaba—. Sólo... date prisa.

Habían pasado las tres de la mañana cuando finalmente se


arrastró a su cama grande, instalada bajo el alero del ático. Un pequeño
rellano y dos puertas separaban su habitación original del estudio de Ivo,
pero era más silencioso que abajo, sobre todo porque Luke y Mason se
levantaban al amanecer para ir a salvar el mundo, con Bear pisándoles
los talones para abrir la tienda. No tenía ni idea de dónde estaba Ivo, pero
la casa estaba vacía. Le prometió a Bear, a medias, que pasaría por 415
Ink antes de cerrar.

El perro empezó a roncar al mismo tiempo que la máquina de café,


sus resoplidos y rugidos salían de la larga mesa de madera del comedor.
Alguien industrioso había cubierto con optimismo los cojines de los
asientos desparejados de la mesa con tela azul marino, pero el pelo
trigueño del perro parecía estar ganando, moteando unos cuantos, pero
prácticamente cubriendo la silla del capitán donde se sentaba Bear. Earl
soltó un poderoso chasquido de ronquido cuando la máquina finalmente
expulsó un flujo constante de café aromático, aumentando las
esperanzas de Gus de conseguir una taza antes del anochecer. Ya tenía
miedo de conducir el destartalado todoterreno que Bear guardaba como
coche familiar en préstamo, y la idea de arrastrarse hasta el muelle en

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un Explorer de color rosa y champán con un balón de fútbol juvenil medio


raspado y calcomanías de ánimo pegadas a la ventana trasera sólo lo
deprimía más.

—Es como si las malditas cosas volvieran a crecer, Earl. —Gus miró
al canino, pero no hubo ni siquiera un tic de nariz—. Jesús, perro. ¿No
tienes orgullo? ¿Tienes idea de lo estúpido que te ves con la cabeza
saliendo de un coche de color rosa? Y en serio, ¿qué coño le pasa a esta
máquina de café?

No oyó abrirse la puerta, ni siquiera las pisadas en el amplio suelo


de tablas de la casa. Gus vio el cambio de luz en la cocina. Una sombra
cayó sobre el roble y las vitrinas antiguas cuando la cabeza y el torso de
un hombre cortaron el suave rayo cerca de su cabeza, y la mañana se fue
a la mierda cuando reconoció la cara del hombre reflejada en los paneles
de la vitrina.

Había un dolor especial reservado sólo para cuando un exnovio


volvía a la vida de un hombre. Se empeoraba cuando la alfombra y la
relación eran arrancadas de debajo de ti sin previo aviso. Gus no estaba
seguro de si realmente había tenido una relación estable con Rey o si
había sido un espacio unilateral, tal vez de enamoramiento, que había
construido en su propia cabeza, pero el dolor, la retorcida quemadura de
sentimientos amargos y un corazón chamuscado, era definitivamente
real.

Gus nunca supo que su médula podía marchitarse en sus huesos


o que su cara podía entumecerse por el choque de su corazón que se
desmoronaba en el interior de su pecho. No hasta el momento en que
levantó la vista y encontró a Rey Montenegro de pie detrás de él. Se
convirtió en una lucha para no morderse el labio y no dejar caer ni una

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sola lágrima... incluso cuando el reflejo de Rey brilló, sus pestañas


húmedas con cada parpadeo.

El viejo vidrio no era tan perfecto como un espejo, pero le daba a


Gus lo suficiente para que su memoria llenara lo que no podía distinguir
en los rasgos fuertes de Rey.

El cabello de Rey estaba más largo que la última vez que lo vio,
probablemente en algún evento familiar donde sólo se quedó cinco
minutos después que Rey entrara por la puerta. Había pasado mucho
tiempo huyendo, saliendo por las puertas traseras sin decir una palabra
al hombre que una vez lo había despedazado con los labios, las manos y
la polla. Su vientre recordaba esos labios en la cresta de su ombligo,
sentía esos dientes hundirse en la suave carne de la parte interior de su
muslo izquierdo. Sus dedos habían trazado la pequeña cicatriz triangular
en la mandíbula de Rey, los resultados de un experimento de la infancia
de correr con tijeras, y había explorado el mohín completo de Rey con los
labios ansiosos, sus cuerpos desnudos extendidos sobre un colchón que
habían tirado al suelo en el ático, el mismo colchón en el que Gus forcejeó
sobre un resorte y durmió anoche.

Joder... ver a Rey Montenegro dolía como el demonio, pero el dolor


por el sabor del maldito en su boca iba a matarlo.

—Oye, Ivo, dime que hay espacio en el congelador. —Rey sostuvo


un par de grandes bolsas de plástico azul con el logo rojo de un mercado
de pescado en sus lados. El plástico crujió y algo dentro de una se movió,
inclinando su peso, pero la gran mano de Rey era firme, apretada con
fuerza alrededor de las manijas pegadas con cinta—. Tenían una venta
en Dungeness, y Bear dijo que cogiera unos cuantos para la casa. Sólo
tenemos que encontrar un lugar para ponerlas.

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—Huh. ¿Ivo? De verdad... ¿Sabes algo, Rey? —Gus resopló,


sacudiendo la cabeza. Dándose la vuelta, se tragó la extraña púa alojada
en la parte posterior de su garganta, y luego dijo—: Tan a menudo como
me inclinaste para follarme, pensaría que serías capaz de reconocerme
por detrás.

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Capítulo 6
Desde el momento en que Rey vio a August Scott saliendo del humo
que emanaba de la casa en llamas de su familia, supo que el rubio era
peligroso para él. Enmarcado por un crepitante infierno, había sido un
ángel caído demasiado joven, con las alas chamuscadas por el calor de
sus pecados y lleno de la promesa de una maldad tan oscura que un Rey
de diecisiete años no podía empezar a imaginar sus profundidades.

Y eso fue cuando Gus tenía solo catorce años.

De adulto, era devastador.

Nunca había sido bello, no como Ivo, pero había algo en la


peculiaridad de la boca de Gus y la buena apariencia masculina de su
cara que llamaba la atención. Rey había visto a más de una persona ser
absorbida por los plateados ojos de lobo de Gus, su mirada azul y gris
cristalina resplandeciendo con un brillo piratesco, y el carismático
sinvergüenza estampado en sus fuertes rasgos era un señuelo que no
muchos podían resistir. El seductor magnetismo de Gus era tan parte de
él como su descuidada melena rubia o los músculos apretados de su
cuerpo de nadador de hombros anchos, sus largas piernas se movían con
una gracia poderosa cuando paseaba por una habitación.

Dolía un poco al ver lo cauteloso que era. Su lenguaje corporal


gritaba desconfianza y recelo, su boca rápida para sonreír se movía en
una línea apretada. Nadie podía bailar alrededor de una pregunta directa
como Gus, pero no podía decir una mentira para salvarse, no cuando su
humor fluía sobre su cara tan rápido como los cielos de San Francisco se
llenaban y vaciaban de nubes en un día cualquiera, pero siempre se

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cocinaba a fuego lento con un atractivo erótico, una pecaminosa


atracción inicua que pedía ser sondeada.

Rey se resistió. Dios sabía que intentó como el demonio no caer en


la sonrisa melosa de Gus o preguntarse cómo se vería su garganta
bronceada con una constelación de chupones a lo largo de su longitud,
pero no hubo forma de evitar que cayera en el fuego que parecía haber
traído con él desde esa fatídica noche.

Al final, Rey había sido el que los quemó a ambos, y probablemente


nunca más vería a Gus sonreír por él.

—Has perdido peso. —Sin saber cuál era el protocolo adecuado


cuando te encuentras con un examante en medio de la cocina de su
familia, Rey se agarró lo primero que notó—. Te ves... bien, sin embargo.

Gus estaba más delgado, un viejo par de vaqueros descoloridos que


Rey le tiró más de un par de veces en el pasado ahora colgaba un poco
más abajo, montando los huesos de su cadera y los surcos ilíacos. Había
una escasez en su cara, sus pómulos y mandíbula dándole a sus rasgos
líneas más duras de lo que Rey recordaba. El tono se veía bien en él,
lanzando una vibración salvaje subliminal prácticamente rogando o
desafiando a alguien a que lo domine.

El gruñido que recibió fue menos que satisfactorio.

Había interrumpido a Gus. Eso estaba claro, la taza vacía en el


mostrador esperando a que la máquina de café terminara de llenar su
jarra. Gus estaba vestido, con los típicos vaqueros y una camiseta de 415
Ink, pero sus pies estaban desnudos, suficientes pistas para saber que
se dirigiría a la tienda en algún momento, pero no estaba listo para salir
corriendo por la puerta. Había un bloc de dibujo sobre la mesa, una

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variedad de lápices de grafito esparcidos cerca de un borrador amasado,


sus curvas asimétricas jaspeadas con tenues líneas oscuras.

Un niño de pelo rizado se asomaba en una foto sobre la mesa, su


nariz de botón y sus ojos azul marino enormes desde la perspectiva
forzada de la toma. Parecía que Gus había llegado a la mitad de la captura
de la imagen antes de pasar a una página en blanco, arrancando el dibujo
inacabado del cuaderno de bocetos y metiéndolo bajo un gran vaso de
plástico que los hermanos dejaron lleno de pimientos secos y sal de ajo.

—¿Quién es el...? —Los ojos del niño eran familiares, y cuando Rey
miró a Gus, el parecido le golpeó, y de repente las palabras que Mason le
había dicho en la cocina de su apartamento tuvieron sentido—. Mierda.
Es cierto. Mace me dijo que tenías un hijo.

—Por supuesto que lo hizo. —Gus se frotó la cara, un gesto que


Rey le había visto hacer mil veces antes—. Jesús. ¿Qué hizo? ¿Llamarte
tan pronto como me fui a la cama para que te rías de lo mucho que la he
cagado?

—No, me lo dijo cuando vino esta mañana porque iba a saltarse


nuestra carrera. Dividimos el alquiler en Chinatown. Es más fácil ya que
ahora estamos en la misma estación. —Debatió sobre la pila de fotos casi
escondida bajo el retrato manchado, echando un vistazo a su ex para
medir el estado de ánimo de Gus, pero por una vez, no pudo leer la
expresión del hombre—. No obtuve muchos detalles. Demonios, ni
siquiera estaba despierto del todo. Entró antes que me tomara el café,
murmuró algunas cosas y se fue a la cama. No armé lo que dijo hasta
que vi la foto. ¿Él? ¿Ella?

—Él. —Gus reflexionó sobre algo, y finalmente dijo—: Se llama


Chris. Tiene casi tres años.

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Tres parecían... ajustados. Muy ajustado y Rey trató de evitar que


su mente retrocediera en las fechas, contando los meses y días desde que
había estado con Gus. Lo apretado se volvió improbable y luego cambió
a casi imposible mientras los números finales se ajustaban.

Habían estado juntos en ese entonces. En las semanas en que Rey


comenzó a dudar de la capacidad de Gus para tener una relación seria.
Demasiadas cenas arruinadas llevaron a un silencio frágil que se rompió
sólo cuando Rey finalmente agarró al metafórico toro por los cuernos y le
dijo a Gus que habían terminado.

No esperaba que Gus se quedara. No cuando tenía un historial de


huir cuando las cosas se ponían difíciles, y por supuesto, unas semanas
más tarde, Gus estaba huyendo otra vez, recorriendo el suroeste
buscando piel fresca para salpicar y probablemente nuevos culos para
follar. Había entrado y salido de la tienda, enganchando actuaciones de
invitados en lugares que Rey ni siquiera se había dado cuenta de que
existían, pero Gus siempre volvía a casa.

Esta vez venía a casa con un niño. Un niño de tres años.

La realidad de que estaba con otra persona, una mujer, incluso, le


quitó el viento de las velas, y tuvo que apoyarse en la mesa, buscando
ciegamente algún tipo de apoyo mientras miraba fijamente el resultado
de la infidelidad de Gus.

—Estábamos... Jesús, Gus. —Rey devolvió la rabia que le invadía.


No tenía derecho a hacerlo. Probablemente sólo habían sido fieles en su
propia mente. En ese momento, la idea de Gus alejándose de su cama...
de cualquiera de sus camas... ni siquiera se le pasó por la cabeza, pero
mirarlo fijamente era la prueba de que no había estado en ella para
quedarse. Habían usado condones, pero hubo un tiempo o dos en que se

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lanzó estúpidamente al momento. Presionando su mano contra su


estómago, Rey sintió la enfermedad levantarse al pensar en lo que podría
llevar con él—. Joder. Estábamos...

—¿Haciendo las cuentas? —Gus pinchó la ira burbujeante de Rey,


prácticamente atreviéndose a desbordarla. Empujándose del mostrador,
estaba a unos pasos de estar en la cara de Rey, pero el cuerpo estirado
del perro los mantuvo a distancia—. Estás a salvo. Estamos... a salvo,
imbécil. Chris fue prematuro por casi un mes. No te jodí. Es bueno saber
que todavía tienes fe en mí. Calienta mi maldito corazón.

—¿Qué demonios se supone que debo pensar? —Golpeó la foto, y


Earl, sintiendo una tormenta, se puso de pie para salir del camino—.
Hace tres años estábamos...

—¿Estábamos qué? —El mentón de Gus se elevó, desafiando a Rey.


Estaban cara a cara, pero Rey dominaba el espacio, su cuerpo más
pesado, una pared firme que Gus no sería capaz de romper. Atrapado
entre el mostrador y Rey, Gus se mantuvo firme, entrando en su
espacio—. ¿Juntos? Quizás en mi cabeza, ¿pero en la tuya? La única vez
que estuviste conmigo fue cuando me estabas jodiendo.

Su rabia se encendió, agitada y caliente, pero replegada en los hilos


fundidos de acero caliente estaba el rico y aterciopelado deseo que Rey
sentía por el hombre que no pudo mantener. Era difícil recordar por qué
necesitaba distanciarse de Gus, especialmente cuando estaba lo
suficientemente cerca como para oler el jabón de limón que le gustaba
usar y el toque limpio de su camiseta de algodón lavado. Pero había sido
necesario, especialmente cuando Gus rompió la última promesa que Rey
había estado esperando que cumpliera. Había sido algo estúpido, nada
monumental, pero le había mostrado dónde estaba con el hombre al que
casi le había dado su corazón.

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Después de eso, pasó los últimos años dándole al hermano


pequeño de su mejor amigo un amplio margen, evitando entrar en
contacto íntimo con él, convenciéndose a sí mismo que había sido una
especie de incendio, no la eternidad que no se había permitido desear.

Le humilló y enfureció descubrir que la distancia que había


construido con tanto esfuerzo, la pared que había creado para mantener
a Gus fuera, se derrumbaba con el simple roce de su calor corporal contra
su propia piel enrojecida.

Le picaban las manos. Literalmente le picaba por enterrar sus


dedos en el pelo rubio de Gus, bañado por el sol. Le encantaba envolver
sus manos en la suave melena de seda y tirar de la cabeza de Gus hacia
atrás, deleitándose con el siseo de excitación que podía sacar. Habían
sido volátiles, casi peligrosamente, y se habían unido en una oleada
apasionada de impulsos primarios y dolores eróticos placenteros,
empujando sus límites hasta que Rey pensó que se desmoronaría cuando
Gus perdiera el control.

No había duda de la reacción de su cuerpo o el recuerdo tentador


del largo torso de Gus debajo de él, apretando su polla, y el dulce salado
en su lengua reseca cuando lamía la columna vertebral de Gus antes de
sumergirse más profundamente en su cuerpo dorado. Su polla sabía que
Gus estaba cerca, dolorida e hinchada con el recuerdo de su calor, de su
boca y su culo.

—¿Quieres saber cuándo la dejé embarazada? La misma puta


noche que me dijiste que cogiera mis cosas y me largara de tu vida
porque... ¿qué fue lo que dijiste? ¿No iba a quedarme de todas formas?
¿Recuerdas eso? —El dedo de Gus se clavó en su pecho, golpeando a Rey
hasta el corazón—. Así que salí a una fiesta, me emborraché como una
cuba, y Jules estaba allí. Y tal vez no debimos habernos enrollado, pero

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en ese momento necesitaba que alguien me tocara, que alguien me dijera


que todo iba a estar bien, que yo no era una maldita basura, y ella lo
hizo. Ella estaba allí, Rey. Estuvo ahí cuando lo necesité, donde tú
deberías haber estado. Deberías haberme dicho que yo valía algo. Que
valía la pena mantenerme. Que merecía ser amado. —Gus agarró las
bolsas de plástico de las manos de Rey y las arrancó de sus dedos
repentinamente entumecidos—. Así que hazme un favor, encuentra la
maldita puerta por la que entraste y déjame en paz. Es para lo que eres
bueno, ¿recuerdas?

***

Las manos de Gus ya habían terminado de temblar cuando Earl y


él se abrieron paso entre un grupo de turistas en la acera y pasaron por
la puerta principal de 415 Ink. El cascabel cobrizo del timbre de la tienda,
el golpe en la esquina de la puerta fue un preludio de la dulzura del
zumbido de las máquinas, la charla de baja intensidad y el siseo
ocasional de la parte tierna de alguien siendo atropellada por agujas
vibratorias.

Si la casa en Ashbury era su hogar, entonces la tienda era su


campo de batalla y su patio de recreo. Con el perro pisándole los talones,
Gus se paseó por el interior, con sus botas de vaquero rotas golpeando
con fuerza el cemento de la tienda. Había una cara nueva, un tipo de la
edad de Ivo o quizás mayor, pero el aprendiz de Bear se encargó de que
el ex banquero de inversiones, atrapado en una crisis de la mediana edad,
siguiera por aquí. Su puesto estaba impecable y, por lo que se veía, lleno
de lo básico, así que tuvo que dar crédito a Noob. El tipo definitivamente
se estaba ganando el sustento.

Las paredes tenían algunas obras de arte diferentes. Missy había


desaparecido, o al menos fue a algún lugar donde Gus no podía verla,

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pero había cambiado algunas de sus obras de la New School por un par
de obras de realismo que ella había hecho, y de lo que el recién contratado
tenía en su zona, se inclinaba por las Neo Tradicionales y las Acuarelas
con algunas piezas Ilustrativas añadidas para mayor comodidad.

Pasando por el espacio de trabajo de Ivo para ver mejor las piezas
del nuevo entintador, Gus le dio un toque a su hermano con la punta de
su bota, derribando a Ivo que estaba de cuclillas frente a su armario de
trabajo. Riéndose de las maldiciones de su hermano, se acercó a la pared
del entintador, estudiando sus bocetos y piezas terminadas mientras el
último empleado de la tienda se encontraba en la parte de atrás y, por
los sonidos de las risas que venían del área de descanso, se divertía con
la incapacidad de Noob para hacer una buena taza de café.

Earl lo abandonó por la pila de cojines gordos en la sala de espera,


y por muy estúpido que sonara, Gus extrañó el apoyo del perro pesado
contra su pierna cuando se detuvo. El calor había sido bienvenido,
necesario en realidad, cualquier cosa para eliminar la dureza glacial de
sus tripas.

Tan caliente como su ira hirvió al ver a Rey, ver a su ex irse lo dejó
frío y muerto por dentro. El entumecimiento que había llevado consigo
en el camino se filtró a través de las grietas de su cerebro, robando todo
lo que había reunido. Para cuando los cangrejos ya estaban cocidos al
vapor y en la nevera, la idea de que cualquier niño le llamara papá le
provocaba vómitos en su torturado estómago, y después de una corta
pero animada batalla con el chucho de Bear para conseguir ponerle el
arnés, Gus se debatió entre arrastrarse hacia arriba, escarbar bajo las
mantas y cancelar el día. En vez de eso, encontró sus zapatos y se empujó
a sí mismo hacia la puerta, haciendo un gesto de dolor ante el todoterreno
rosa que le esperaba al lado de la casa, pero lo hizo.

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—¿Finalmente decidiste aparecer por el trabajo? —Ivo chocó con él,


golpeando a Gus más fuerte de lo necesario.

—No tengo ninguna cita hoy. Vine a situarme y a traer el perro —


respondió, su atención más en los dibujos del nuevo que en su
hermano—. Un trabajo de línea bastante decente. La composición es un
poco descuidada, pero está bien. Es mejor en las cosas neotradicionales
que en las ilustrativas, pero esa mierda es difícil de agarrar si no tienes
buen ojo. ¿Cómo es en el Realismo?

—Más o menos —gruñó Ivo—. Dibuja lo que hay. No lo que ve, así
que hay un poco de mierda espacial, pero ahora que estás aquí, puedes
arreglarlo.

—No estoy aquí para enseñar a los niños a dibujar —resopló Gus,
mirando a su hermano, y frunciendo el ceño cuando tuvo que levantar la
cabeza. Mirando los pies de Ivo, refunfuñó— ¿Por qué tienes que usar eso
en el trabajo?

—Porque son geniales. Zapatos negros para follar con la parte


inferior sangrienta. Como si hubiera caminado a través de los restos de
mis víctimas. —Ivo puso su mano en el hombro de Gus y levantó su pie
para mostrar la suela roja del estilete—. Van muy bien con los vaqueros.
Además, estos son los que Bear me regaló para Navidad.

—Bear te dijo que no usaras esa clase de mierda en el trabajo. —


Gus esperó a que Ivo dejara de usarlo como apoyo, y luego golpeó a su
hermano en el trasero—. El piso se moja y te vas a ir de culo como lo
hiciste con esos otros zapatos geniales.

—Sí, ya me ha gritado. —Su hermano se encogió de hombros—. Y,


por cierto, no puedo esperar a darle a tu hijo todo tipo de mierda que no

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podíamos tener cuando éramos niños. Estoy pensando en una batería y


dos kilos de Crunch Berries para empezar, y luego trabajar con él en un
par de Jimmy Choos.

—Tiene tres años. —Gus miró ferozmente, desafiando a Ivo a soltar


la sonrisa come mierda que acechaba en los bordes de su boca—. ¿No
puedes al menos esperar hasta que tenga cinco antes que empieces a
ponerlo raro?

—Nunca es demasiado pronto para lo raro —respondió Ivo—.


Hablando de lo raro, Gus, este es Rob. Lo llamaría el novato, pero...

—¡Oye! No soy el más raro de aquí. Ese título es tuyo, Ivo. —El
nuevo era más bajo de lo que Gus recordaba, pero antes sólo le había
echado un vistazo rápido al chico. Extendió su mano, y le dio un rápido
apretón—. Encantado de conocerte. He oído hablar mucho de ti.

Era fornido, construido más para el poder que para la resistencia,


su camiseta de tirantes y sus pantalones cortos de cargo mostrando sus
musculosos muslos y brazos. A juzgar por la mezcla de rasgos asiático
europeos de Rob, sus raíces negras con mechones de pelo azul eran
probablemente su color natural, pero sus brillantes ojos ámbar eran
lentes de contacto o alguien de su árbol genealógico hizo lo malo con un
tigre. Su piel era de oro claro, un tono que a Gus le encantaba para la
tinta, un fondo de pergamino casi perfecto para hacer resaltar las cerezas,
verdes y púrpuras. El brazo derecho del entintador llevaba una manga
completa, las piezas de interconexión unidas con pergaminos, pero su
brazo izquierdo estaba desnudo excepto por un pequeño corazón rojo en
su hombro.

—Encantado de conocerte. No he oído... nada sobre ti, pero eso es


cosa mía. Soy una mierda cuando estoy en la carretera —confesó. La falta

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de tinta en el brazo izquierdo sin pelo del artista era extraña, e Ivo pilló a
Gus mirando la piel en blanco, encogiéndose de hombros a espaldas de
Rob—. Y aparentemente se supone que debo enseñarte a hacer alguna
mierda.

La risa de Rob fue suave, más apologética de lo que Gus hubiera


podido raspar si alguien le dijera que tenía que trabajar en algo.

—Eso es lo que Bear…

—Barrett —dijo Ivo al tiempo que Gus, y luego continuó cuando


Gus se rio—. No puedes llamarlo Bear. Es Barrett o el Sr. Jackson...

—Si eres desagradable —terminó Gus mientras Bear salía del


almacén con un brazo lleno de toallas de papel—. Habla del diablo...

—Y aparecerá —terminó Ivo.

—Dios, estoy seguro que no me pierdo nada de eso —refunfuñó su


hermano mayor. Pasando por delante de Gus, Bear le tiró las toallas a
Ivo—. Coloca estas afuera. Noob compró los rollos más pequeños la
última vez, así que no duran tanto. Y cuando termines con eso, quiero
que empieces a repasar los retratos con él...

—¿Yo? Gus está de pie aquí mismo. —Ivo rodeó la carga con sus
brazos, y luego puso los labios en blanco cuando Bear ladeó su cabeza.

Discutir con Bear nunca iba bien, y fiel a su forma, su hermano


mayor intervino:

—También podrías llevarte a Rob contigo. —Hablaba de la


necesidad de trabajar en sus formas.

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Esperando a que Ivo se escabullera, refunfuñando y arrastrando a


un intrigado Rob con él, Gus se colgó en la silla de repuesto de Ivo,
enganchando sus piernas sobre los brazos, y miró fijamente a Bear.

—Antes que preguntes, sí, cociné los cangrejos, y están en la


nevera.

—Bien. —Demasiado corto de respuesta para el gusto de Gus, pero


probablemente todo lo que iba a conseguir del hombre corpulento a
menos que empujara.

—¿Te llamó Rey o lo llamaste tú primero para darle una excusa


para que fuera a la casa? —No fue tanto un empujón como un choque en
el sucio charco de barro en el que Gus había estado nadando desde que
vio el reflejo de Rey en el cristal del armario—. Porque si lo llamaste,
entonces te diré que es una de las cosas más jodidas que me has hecho.
Y amigo, me has hecho algunas cosas de mierda.

—Algunas cosas buenas también —le recordó Bear, tirando de una


de las sillas de madera extrañamente pintadas por el frente. A horcajadas
en su asiento, apoyó sus brazos en el respaldo y miró a Gus con una
mirada firme y evaluadora que él conocía muy bien.

—Haz tu cosa de Buda furioso a alguien más —dijo, frunciéndole


el ceño a Bear—. En realidad, tengo cosas que hacer. Un fénix al estilo
ruso. ¿Tienes idea de cuánta investigación...?

—Un abogado llamó preguntando por ti. Del Tribunal de Familia.


—La voz suave como el terciopelo fue una advertencia. Había habido
demasiadas veces que Bear envolvió horribles noticias en su sedoso y
dulce estruendo, y no importaba cuán suavemente tratara de entrar en
lo que seguía, el mundo de Gus siempre se incendiaba—. Bueno, llamó

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para ver si trabajabas aquí. Luego me preguntó cuánto tiempo hace que
te conozco.

—¿Mencionaste que me oriné en tu boca cuando trataste de


cambiarme el pañal? —Se sentó, balanceando sus piernas hacia abajo—
. ¿Qué carajo está pasando? ¿El tipo dejó un número? ¿Se supone que
debo devolverle la llamada, o sólo estaba pescando?

—No dijo nada, pero hizo preguntas sobre ti. Le dije que éramos
parientes, y entonces... —Bear suspiró pesadamente—. Entonces empezó
a preguntar por tu madre... y por Puck. Dijo que te lo preguntaría si tenía
alguna duda, pero sonaba como si estuviera... investigando. Tratando de
ver cómo estabas lidiando con eso. Si todavía estás lidiando con ello.
¿Sabes cómo esos tipos preguntan lo que quieren saber, arrastrándote a
donde te quieren?

Sabía exactamente lo que Bear quería decir. Había dicho o hecho


algo después de salir del hospital, cuando estaba lleno de analgésicos y
dolor, pero pasaron años antes que el estado permitiera a Ivo estar con
ellos. No importaba cuánto les suplicara a los trabajadores sociales, lo
habían alejado de su hermano menor y de Bear. Había sido arrastrado
de un terapeuta a otro, a veces aterrizando en sesiones de grupo con otros
chicos perdidos en sus propias mentes. Un pensamiento escalofriante lo
golpeó, y la ansiedad que había arañado se desplegó, abofeteándolo.

—¿Pueden realmente conseguir algo de mis registros juveniles? —


Lloriqueando, Earl empujó su cabeza bajo su mano, y Gus arañó la oreja
del perro, frotando el suave punto de su cuello—. No pueden usar nada
como... Quiero decir, joder, no fue como si yo fuera el que sacó esa
mierda. Fue Melanie. La mayor parte de la mierda dura de antes era
gracias a que ella me hacía cargar cosas en su lugar. El asunto de la
marihuana cuando tenía dieciséis años no fue nada.

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—No lo sé —confesó Bear—. Pero podemos averiguarlo. Puedo


llamar a Luke. Puede hacer una intervención...

—No quiero que nadie interfiera. —Se forzó a sí mismo a calmar su


tono cuando Earl tembló bajo sus dedos—. Lo siento, muchacho. Mira,
Bear, estoy haciendo todo lo que me han pedido. Estoy aquí en la ciudad,
he escupido y sangrado en tazas, y ahora están hurgando sobre Puck...
Ya he tenido suficiente mierda por hoy. No necesito esto ahora mismo.
No después de...

—¿Rey? —La ceja de Bear subió.

—Sí, Rey.

—No, quise decir... él está aquí. —Su hermano mayor tiró su


barbilla hacia el frente de la tienda.

El timbre sonó, las bisagras de la vieja puerta chirriaron lo


suficiente como para ser escuchadas desde atrás, y Gus se volvió para
ver a su ex cruzando el umbral, un monolito ilegible y firme de un hombre
por el que habría caminado una vez a través del fuego... y casi lo había
hecho antes que Mace entrase. Mirando a Gus, Rey se detuvo al final de
la recepción y metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros.

—Tenemos que hablar —dijo Rey—. Ahora. Antes que esto... ahora
mismo, Gus.

—Bueno, hermanito, parece que tu día se ha vuelto un poco más


jodido —dijo Bear, abofeteando a Gus en el hombro, casi tirándolo al
suelo. De pie, Bear llenó el espacio por un momento, erguido—. Gracias
por los cangrejos, Rey. Oh, sólo para que lo sepas, mi puño va a encajar
muy bien en tu cara si destrozas a Gus, así que no olvides decirme cuánto
te debo antes de hacerte tragar tus propios dientes.

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Capítulo 7
Puedes decir que no, Gus. Siempre puedes decir que no.

Las palabras de Ivo persiguieron a Gus fuera de la tienda,


pellizcándole el culo cuando el timbre tocó la puerta. Después de toda
una vida de decirle a la gente que se vaya a la mierda y decir no a las
cosas que debería haber hecho, rechazar a Rey parecía ser algo que era
incapaz de hacer.

Decir que no en la tienda hubiera significado que se trazara una


línea, una línea que no estaba listo para poner en la arena. Un no habría
dividido a la familia, o al menos eso pensaba, separando a Mason de los
primos. Luke se mantendría al margen, negándose a participar en
cualquier división, pero en secreto, Gus medio esperaba que su gemelo
adoptivo le cubriera las espaldas.

Podría haber dicho que no, pero las palabras de Bear, no dejes que
el orgullo o el rencor hagan tus elecciones, resonaron más que las de Ivo,
y siguió a Rey fuera, sólo para vagar sin rumbo alrededor del muelle
porque aparentemente Rey no había pensado bien su parte de la
conversación.

A media tarde en los muelles había un ajetreo de barqueros


tratando de atraer a los turistas y trabajadores de restaurantes
apresurándose por la acera para hacer el comienzo de sus turnos. Al final
de la calle de la tienda, el bar Blues estaba abriendo sus puertas, las
persianas del segundo piso se abrían, sus marcos de madera dura
golpeaban el revestimiento del edificio. Rey cruzó la calle, atrapado en un
torrente de gente vestida para un día más cálido que el que San Francisco
tenía para ofrecerles. El cielo era gris, el aire pesado y lo suficientemente

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húmedo como para dejar un brillo en cualquier parte de la piel expuesta


que pudiera encontrar, y cada vez que Gus pensaba que habían llegado
a un punto en el que Rey se detendría, continuaba caminando, apenas
echando un vistazo para comprobar si todavía estaba allí. Parecía que
Rey no iba a ser feliz hasta que dejara la tienda muy atrás, y Gus se
resignó a un húmedo y pegajoso paseo a través de ruidosas gaviotas e
incluso gente más ruidosa.

Un viento salado se levantó cuando llegaron al estacionamiento de


una panadería de masa madre, aliviando algo del calor persistente, y Gus
alivió su paso, reacio a perseguir a Rey por más tiempo. Habían llegado
al final del paseo, y Rey giró en la esquina de un viejo almacén del muelle
destinado a albergar un reubicado museo de juegos mecánicos y
juguetes, dirigiéndose a un amplio paseo asfaltado hacia el final del
muelle.

Los pies de Gus se arrastraron, casi negándose a seguirlo, pero la


rabia caliente en los ojos de Rey, en su cara, lo mantuvo en marcha, a
pesar que cada paso lo llevaba más cerca de un lugar apartado que una
vez había amado. Habían pasado horas vagando por la zona después que
Rey y Mason se hicieran amigos, la mayoría de ellas con Gus detrás de la
pareja para no meterse en problemas. O al menos eso es lo que le habían
dicho a Bear, quién en ese momento había estado pensando seriamente
en abrir su propia tienda.

Había sido una época de algodones de azúcar, escuchando a los


músicos en el paseo marítimo, y ofreciendo paseos en bicitaxi a los
turistas después de que cortaran una bicicleta vieja y un cuadro que
habían comprado a un anciano por diez dólares. Sin licencia, ponían un
cartel pidiendo donativos, haciendo unos cientos de dólares antes que la
bicicleta fuera destrozada sin posibilidad de reparación.

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Eran jóvenes, bronceados por el sol, y despreocupados, robando


copas de vino medio vacías de mesas de café desatendidas y vertiendo lo
que encontraban en una jarra de plástico. Eventualmente beberían
tontamente, sentados en el muelle detrás del museo y compartiendo una
bolsa de pan de masa agria todavía caliente que Mason obtuvo de un
panadero a cambio de un beso.

No podía recordar su último viaje hasta el final del muelle detrás


del museo. Había sido como todo lo demás en su vida, algo precioso que
no sabía que no volvería a experimentar hasta que desapareció, y seguir
a Rey hasta el lugar donde descubrió por primera vez que sentía algo por
el mejor amigo de Mason no parecía la mejor de las ideas.

Por otra parte, la mayor parte de su vida era simplemente una larga
línea de malas ideas en conga.

Enmarcado por la turbulenta bahía, las islas borrosas de sal y un


banco de banderas náuticas ondeando en el viento, Rey se quedó en
silencio, esperando a que Gus lo alcanzara. Había demasiados recuerdos
atrapados en las imágenes de Rey y las aguas revueltas del muelle. Su
primer beso real, un tímido experimento de roce alimentado por una
fuerte mezcla de whisky y vino tinto, ocurrió a pocos metros de distancia
bajo la cubierta de un lechoso cielo nocturno de San Francisco. Pasarían
otros años antes que sus bocas se volvieran a tocar, un deslizamiento
accidental de labios mientras jugaban a pasar la cuchara en la fiesta de
cumpleaños de alguien.

En el muelle fue donde Mason y él se quitaron las sudaderas y se


retiraron las mangas para mostrarle a Rey sus estrellas náuticas de cinco
puntos recién entintadas, un símbolo compartido entre los hermanos, y
se habían reído por el desnivel de la parte de la plantilla de Mace, un poco
demasiado fuerte para un guardia de seguridad que pasaba. Más tarde

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esa noche, con las piernas sueltas mientras estaban sentados en el


balcón del segundo piso del club de blues con los muslos ensartados a
través de las anchas barras, Rey le había besado lo suficientemente fuerte
como para quitarle las palabras de la lengua, terminando con un
alentador murmullo para que Gus fuera un artista del tatuaje, si eso era
lo que quería ser.

Era todo lo que Gus necesitaba para creer en un sueño.

—¿Por qué demonios me traes aquí, Rey? —Gus escupió,


manteniendo unos metros de asfalto lejos de su ex—. ¿Qué tienes que
decir que no se haya podido decir en la tienda? Hay... mierda por ahí con
la que tengo que lidiar.

Rey no dijo nada. Reforzó su postura y estudió a Gus como si lo


viera por primera vez. La mirada le desconcertó, quitando la
despreocupación y el control de Gus con cada parpadeo lento.

Parado impaciente en el borde del muelle, Rey no era el adolescente


escuálido y todo inclinado que había hecho que el corazón de Gus se
agarrotara. Ya no lo era. Se había hecho más grueso, había ganado
músculo y anchura, se había reafirmado en su cara y mandíbula, que
antes eran demasiado grandes. Pero esos ojos, la mirada de endrino de
Rey con sus profundidades calientes y melosas, y una boca llena del
conocimiento del cuerpo de Gus hicieron que se alejara con dificultad.
Había sido estúpido al decir que sí, estúpido al seguir a Rey por un
camino que ya habían recorrido demasiadas veces antes, y esta vez no
tenía nada más que angustia esperándolo en la orilla del agua.

—O me hablas o me vuelvo —advirtió Gus, ignorando las miradas


punzantes que recibió de una mujer que se alejaba del extremo del
muelle, empujando un cochecito con un niño pequeño dormido enterrado

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bajo un puñado de juguetes. Se alejó a toda prisa, dejándolos solos con


las gaviotas y un tramo de agua salobre—. Esto no es exactamente
privado. La tienda...

—No voy a hablar contigo en un lugar donde te sientas seguro. Esto


es al menos neutral. —Rey golpeó, fuerte y rápido, una tormenta de
palabras hirvientes y algo indescriptible atrapado en su voz—. No como
en la casa. No voy a dejar que me patees otra vez el trasero.

—¿Neutral? ¿Crees que esto es neutral? —Bajar la voz era difícil, y


sus palabras se desviaban, arrastradas por el sonido de las olas. Señaló
un lugar que una vez estuvo protegido por una pila de paletas—. Te hice
una mamada ahí mismo una o dos veces. ¿O qué tal allí? —Haciendo un
gesto hacia la puerta abierta por la que acababan de pasar, dijo—:
¿Recuerdas que me empujaste contra eso con los pantalones a medias y
el guardia nos pilló? ¿Qué tan jodidamente neutral es esto?

—Mejor que la maldita casa —Rey respondió—. O la tienda. Nadie


puede oír...

—¿Qué? ¿Oír qué? —Gus ladeó la cabeza—. ¿Oírte decir lo siento


porque eres un puto gilipollas? Porque creo que no hay suficiente maldita
gente en el mundo para oírte decir eso.

—¿Perdón? ¿Perdón por qué? ¿Sabes lo que se siente al entrar en


la cocina esta mañana y verte allí, Gus? Como un golpe en el estómago.
Y luego vas y actúas como si el que nosotros tonteáramos significara algo
para ti y quedaste tan herido porque te dije que no funcionábamos, que
la cagaste e hiciste un niño. —Las fosas nasales de Rey se abrieron, y de
repente no parecía que el espacio entre ellos fuera suficiente, o tal vez
demasiado, entonces se acortó cuando Rey se acercó a él.

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—Tú fuiste quien decidió que no era...

—¿Decidí? No había nada que decidir. Nunca estuviste ahí, Gus. —


Inclinándose, Rey gruñó—: ¿Es esa la línea que le diste a Bear? ¿Que
estábamos juntos y yo lo terminé? Porque no voy a aguantar nada de esa
clase de mierda de ti, amigo. No voy a perder a los chicos porque ahora
les haces elegir entre nosotros. No me importa si los llamas tus
hermanos. Mace y el resto de ellos son tan mi familia como mi hermanita,
y no los voy a perder porque no puedas responsabilizarte por donde has
metido la polla.

Maldición, Rey olía bien, y Gus se odiaba a sí mismo por responder


a eso. Sus pelotas estaban pesadas, su deseo tirando de su polla. Tratar
de negar que lo deseaba no le hacía ningún bien, y concentrarse en la
rabia caliente que brotaba con las palabras de ira de Rey no ayudaba.
Habían estado bien juntos, haciendo el amor de forma apasionada y
necesitada, dejándolos exhaustos y agotados. Extrañaba el sexo, la
languidez sin huesos en la que Rey lo dejaba cuando finalmente se
despegaban el uno del otro para recuperar el aliento. Si Rey pensaba que
nada de eso le importaba... Gus se balanceó sobre sus talones, tratando
de envolver su cerebro con la idea de que su relación no había sido más
que sábanas sudorosas y clímax explosivos para Rey.

Estaba de luto por una ficción, una relación unilateral en la que él


había sido el único con el corazón roto cuando terminó.

—Sí, importaba. Tú importaste, joder. —Gus apenas podía


quedarse quieto. La rabia y la angustia se encendieron en él, avivando
las brasas de una herida que había enterrado hace años.

—¿Entonces por qué no actuaste como tal? —Hubiera sido más


fácil recibir una bala caliente en su cerebro que ver el destello de dolor

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en la expresión de Rey—. Nunca estabas cerca, hombre. No a menos que


quisieras un polvo rápido o a veces algo de comer.

—No fue así...

—Así se sentía. —La voz de Rey bajó, pero el calor se mantuvo, un


siroco de palabras arenosas lo suficientemente pesado como para
despellejar la piel de Gus—. ¿Quieres un consejo? Si así es como vas a
estar con ese chico, sólo... no lo hagas. No le hagas promesas. No como
me las hiciste a mí. Porque nadie dice palabras vacías como tú, tío. Nadie.

—No puedes decir eso. —Gus se echó atrás, caminando hacia Rey.
Sus pechos chocaron, un ligero toque, y Rey se mantuvo firme, una masa
sólida y musculosa que Gus sabía que no podía mover. Había poder en
el cuerpo del hombre, un poder que le gustaba sentir a su alrededor,
debajo de él, en él. Ahora era tan inoportuno como las acusaciones de
Rey. Poniendo una mano en su hombro, lo empujó hacia atrás. Fueron
unos pocos centímetros, pero fueron difíciles de ganar y Gus los tomó,
entrando en el espacio que había hecho—. No has estado cerca de mí en
tres años, Rey. Tres largos y malditos años. Chris, sí, fue una sorpresa,
pero no puedes colgarme la mierda que todos pasamos cuando éramos
niños. Sí, soy despreciable. Lo heredé de mi madre. Igual que mis ojos.
—Gus se resistió a pinchar el pecho de Rey, pero quería hacerlo. Quería
darle un puñetazo en la cara por cada palabra de condena que escupía,
pero en el fondo, temía que su ex tuviera razón—. Así que la cago mucho
y tal vez no voy a ser el mejor padre que hay. Nunca tuve uno. Lo más
cercano que tengo es Bear, y él es como sólo unos pocos años mayor que
yo, pero estoy jodidamente agradecido por él. Probablemente voy a
fastidiar a Chris más que ayudar, pero al menos lo intentaré. Que es
mucho más de lo que nadie hizo por mí.

—Bear te dio todo...

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—Bear me dio una maldita vida y una familia, y nunca jamás podré
pagarle por eso, pero no es mi padre. Es mi hermano. —Gus abofeteó las
palabras de Rey entre ellos—. No puedo prometer ser todo vallas blancas
y minivans, pero puedo estar ahí para la mierda que quiera hacer, las
cosas que logre. Puedo estar ahí para animarlo, y si estás cerca, si te
quedas con la familia, mejor que no le digas una maldita cosa en contra
mía. Voy a hacer todo lo posible para no decepcionarlo. Chris debe saber
que voy a estar allí, sin siquiera pensarlo, no necesito que te hagas amigo
de él y le culpes de mis fracasos.

—Nunca te haría eso a ti... o a él. —La mano de Rey cayó sobre el
costado de Gus, y su aliento se quedó en el pecho cuando esos dedos le
rozaron la cadera—. Yo sólo...

—No puedo... no puedo dejar que me toques, hombre. —Se necesitó


todo lo que Gus tenía para alejarse del toque, especialmente cuando cada
pedazo de su alma le dolía para aferrarse a la fuerza que sabía que
resonaba en Rey. Quería sentirse seguro, quería que alguien le dijera que
estaba bien, quería que Rey lo abrazara hasta que su corazón dejara de
tropezar sobre sí mismo y se levantaran los susurros paralizantes de los
oscuros cardúmenes donde vivían sus pesadillas. El calor de Rey
permaneció, un odioso recordatorio de lo que había perdido—. Me jodes,
Rey. Todavía me jodes, y ahora mismo, quizás de forma permanente,
tengo que centrarme en Chris, en quién voy a ser para él. Siento no haber
sido lo que querías que fuera, pero ¿sabes qué? Tú tampoco eras lo que
yo necesitaba, aunque fueras todo lo que yo quería.

***

Gus se retiró.

De vuelta a la tienda. A la página. A las líneas.

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Un vendedor ambulante charlaba tras él cuando fue atrapado en


la esquina, atrapado en su lugar por las luces rojas y el tráfico de la tarde.
Vendiendo cristales y aceites esenciales, ella se puso agresiva, le puso la
mano en el brazo y le insultó cuando él la sacudió. Si hubiera podido
limpiar a Rey de sus pensamientos con una cucharada de condimento
italiano y un cuarzo místico, habría comprado el pasillo de las especias
en la tienda de comestibles y pintado cada piedra que pudiera encontrar.

Se enterró en el único lugar tranquilo que encontró: un papel y un


lápiz de grafito.

La tienda tenía un área para artistas, un pequeño almacén en la


esquina que Bear convirtió en una guarida, donde podían dibujar lejos
del piso principal. Mason y él introdujeron un par de mesas de dibujo en
el espacio, colocándolas contra la pared bajo una de las largas ventanas,
pero Gus prefería dibujar en la vieja mesa del comedor situada en el
centro de la habitación. Venía de su casa, saliendo del espacio una vez
que Luke se les unió y necesitaban más de cuatro lugares. Era robusta,
y la habían revestido con un nuevo laminado, sobre todo para deshacerse
de los arañazos que le habían hecho cortando plantillas sin alfombrilla
para atrapar la punta de la cuchilla. La habitación era un agujero
cuadrado desnudo y utilitario hecho de bloques de cemento y largas y
altas ventanas con una quietud que a Gus le encantaba, especialmente
cuando su mente era demasiado ruidosa para él.

—Un fénix ruso —murmuró Gus ante los garabatos que había
dejado, y luego echó un vistazo a la investigación que había llevado a
cabo en el estudio—. Jesús, ¿qué está pensando este tipo, bajar por su
brazo con esto? Habría pateado traseros totalmente en la espalda.

—¿Hablando contigo mismo otra vez? —La voz de Bear atravesó la


apagada tormenta sonando a través de los auriculares de Gus, y levantó

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la cabeza, sorprendido por la intrusión. Sonriendo, su hermano mayor se


unió a él en la mesa, girando una de las sillas, y luego montándola.

—Sabes, podrías sentarte como todos los demás de vez en cuando


—comentó Gus, señalando el respaldo de la silla con su lápiz—. O mejor
aún, no entrar en absoluto. Estoy tratando de trabajar aquí.

—Has dibujado el mismo pico tres veces. No se está volviendo más


atractivo. —Bear excavó a través de los materiales de referencia de Gus—
. ¿Por qué no te tomas un descanso?

—Uno, tengo que empezar por el pico o las cosas se pondrán


todas... jodidas hacia la parte de atrás de la cabeza. —Por mucho que
Gus odiara admitirlo, Bear tenía razón. El pico del fénix estaba apagado.
Deslizando los papeles de la mano de Bear, les dio vuelta, estudiando las
formas que le gustaban. Mirando brevemente, se encontró con la mirada
preocupada de Bear con una sonrisa—. Dos, sí, llamé a los abogados y a
Jules, pero tuve que dejar mensajes, así que ahora estoy esperando que
me contesten. Tres, no quiero hablar de Rey.

—Es curioso cómo siempre terminas tus listas con las cosas que
más te molestan. —El humor de Bear elevó el tono de su voz—. ¿Así que
Rey más que los abogados?

Era enloquecedor tener un hermano que podía leer la mente. Peor


aún, la naturaleza relativamente tranquila de Bear y su personalidad
estable hacían que fuera difícil de rechazar. No es que empujar de vuelta
fuera algo que Gus hiciera ya, no desde que Bear amenazó con cogerle la
cabeza y exprimirle los sesos por las orejas. Mirando las enormes manos
de su hermano, decidió en ese momento que seguiría la línea que Bear le
había marcado, y fue una decisión de la que nunca se arrepintió.

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—Los padres de Jules contrataron a los abogados, ¿y qué pueden


decir? ¿Qué yo me gano la vida con la tinta? Jules también lo hace. —Se
encogió de hombros, dejando su lápiz—. No tengo mi propio lugar, pero
ella vive con sus padres. Vivo con... Ivo y contigo. Los registros del
reformatorio están sellados, así que nadie puede usar eso en mi contra.
La única cosa que puede ponerse difícil es... mamá.

La pena se cernía en el borde del frágil control de Gus. Su madre


lo dejó con algo más que sus ojos y su naturaleza descuidada. Por mucho
que ella le hubiera quitado, los últimos actos de Melanie Scott dejaron
cicatrices que Gus sabía que nunca podría cubrir, mucho menos ignorar.
Había queloides en su corazón, alma y mente, adherencias al brutal
legado que había heredado de una mujer tan egoísta que no podía
soportar la idea de perder el control de nada ni de nadie que sintiera que
le pertenecía.

Recostado en su silla, Gus exhaló con fuerza, y luego inclinó su


cara hacia el techo. Los rostros de sus hermanos tenían demasiados
rasgos propios, formas similares a las que veía en el espejo, pero había
una parte de él, una parte gimiente y dolorida, que aún buscaba su
propio rostro entre la multitud.

—¿Por qué escarbar en ti ahora? —Bear reflexionó, abriéndose


paso a través de los pensamientos de Gus—. ¿Tal vez porque estás en la
ciudad?

—Porque quiero verlo. Se lo dije. —Miró a Bear, recordando el


silencio al otro lado del teléfono durante la última conversación que
tuvieron Jules y él—. No quiero un par de horas aquí y allá. Quiero los
fines de semana y los dibujos animados de los sábados por la mañana.
Quiero poder hacer cosas de papá con él. Como juegos de pelota y... lo
que sea que eso signifique.

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—No creo que tengan más caricaturas de los sábados por la


mañana, Gansito. —Cruzando sus brazos sobre el respaldo de la silla,
Bear se encorvó y apoyó su barbilla en sus antebrazos—. Creo que ahora
es sólo ver la misma película para niños ochenta veces seguidas hasta
que quieres apuñalar un par de palillos en tus oídos.

—Voy a necesitar ayuda, Bear. —El miedo lo atravesó, pasando sus


puntiagudas uñas por la carne de sus pensamientos—. Joder, quizás no
debería...

—¿No deberías qué? ¿Ir más allá? —Una ceja se levantó, pero había
una mínima marca casi escondida bajo su recortado pelo—. Estamos
aquí, hombre. Pase lo que pase, estamos aquí. No estás solo y no eres tu
madre. Tienes que buscar y encontrar lo que te perdiste porque eso es lo
que Chris va a necesitar. ¿Y sabes qué más? Vas a joderlo todo.

—Vaya, gracias por la charla de ánimo —resopló Gus—. Joder,


Bear, tal vez deberías intentar no darme una patada en las pelotas aquí.

—Esto es lo que no estás escuchando —dijo Bear, dando golpecitos


en la mesa delante de él—. Vas a joderla como todos lo hicieron antes y
como todos lo harán después. Lo intenté con ustedes, pero hubo
momentos en que tuve que arrastrarme de vuelta y decir que lo sentía
porque algo iba mal. Lo primero que aprendí fue que, si metía la pata, me
disculpaba. Porque si yo puedo hacerlo, tú también puedes. Vas a tener
que ser un ejemplo, chico, porque Chris va a estar observándote más que
escuchándote.

—¿Entonces por qué carajo Ivo usa tacones y vestidos? —Gus ladeó
la cabeza—. Porque seguro que no vio eso en la casa.

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—Porque eso es lo que quiere llevar. —Su hermano se encogió de


hombros y cortó los rayos de sol que entraban por las ventanas—. Porque
lo que lleva puesto no es tan importante como lo que es. Le gustan los
tacones. Le gustan las faldas. Y mucha gente va a tener ideas equivocadas
sobre eso, porque no está tratando de ser mujer, sólo le gusta usar esas
cosas. Pero es lo suficientemente fuerte en su propia mente para desafiar
donde la gente trata de ponerlo. Ivo es... Ivo. Igual que tú eres tú. Y Chris
va a ser Chris. ¿Realmente tienes un problema con que tu hermano
menor use tacones?

—Tal vez. Sí, al principio, cuando entró en la casa. quería que


fuera... normal —confesó—. Ahora jodería a la primera persona que le
escupa. Mucho de ello es sólo... un hábito, creo.

—Hábito que deberías romper porque no sabes cómo va a ser tu


hijo. —Bear asintió—. Si le echas mierda a algo, a otra persona y lo que
hace, va a aprender que esas cosas son malas. No serás mejor que la
gente que te llama puto o maricón. O que miran tu tinta y piensan que
no vales nada. No seas contra quien luchas, Gus, y no hagas que tu hijo
te tema, porque lo que te burlas y menosprecias puede ser lo que él es.

—¿Así que no debería darle una mierda a Ivo por llevar faldas de
colegiala a cuadros? —Gus sonrió a su hermano.

—No, no deberías —murmuró—. Porque prefiero que lleve esa falda


a que se abra en canal para sacarse el dolor de debajo de la piel.

—Sí. Lo entiendo. —Era algo fácil de aceptar, sobre todo en lo que


respecta a los más jóvenes. Suspirando, Gus jugó con la punta de su
lápiz, el pico torcido del fénix olvidado—. Sólo prométeme que estarás ahí
para ayudarme a joder lo menos posible, porque no sé si te has dado
cuenta, pero no me disculpo bien.

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—Sí, me he dado cuenta de eso. —Esta vez la sonrisa de Bear brilló


con un humor gracioso—. Ahora puedes decirme dónde encaja Rey en
todo esto. ¿Dónde lo dejaron ambos?

—¿Dejarlo? En el mismo lugar donde estaba antes que lo


persiguiera por todo el muelle. En ninguna parte. Rey no encaja en esto.
En nada.

Bear lo miró durante un largo momento, probablemente


desnudando las palabras de Gus hasta el hueso para que pudiera chupar
la verdad de ellas. Masticando su labio inferior, suspiró, y luego dijo:

—¿Sabe que todavía estás enamorado de él?

—No, y yo... no puede ser, Bear. —Gus sacudió la cabeza,


negándose a rendirse a la oleada de emoción que lo llenaba—. Tengo
demasiadas cosas en marcha, y él... no soy lo que él quiere. Lo que
necesita. Segundo verso, igual que el primero. Nada ha cambiado ahí,
hombre. Y no quiero que lo haga porque no voy a meterme en algo con él
sólo para que se desmorone de nuevo. Una vez fue suficiente, Bear. Si lo
hago una segunda vez, habré aprendido una mierda de lo que mi madre
intentó hacerme.

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Capítulo 8
El miedo era un ladrón.

Robaba la confianza de un hombre, le quitaba todo. A veces con


susurros, socavando su capacidad de pensar y abriendo grietas muy
finas en sus verdades. Otras veces golpeaba con toda la fuerza de un
tsunami, atrayendo la fuerza de un hombre para alimentarse, y luego
desatando su furia en su mente, ahogando todo sentido y razón hasta
que no pueda respirar.

El miedo era el compañero de la muerte, acortando el hilo de la vida


de un hombre en pequeños bucles, un espiral hecho de malas decisiones,
pánico y desesperación.

Se mantenía alejado por medio de rituales y rutinas, un martilleo


de disciplina y entrenamiento que Rey mantenía en su mente cada vez
que se ponía su equipo de búnker. Atravesar una puerta sabiendo que
una tormenta se desataba dentro comía la resolución de un hombre,
abriendo el camino para que el miedo le clavara los dedos y le arrancara
el mundo de debajo de él.

Mason estaba a su izquierda, trabajando en el laberinto de pasillos


y apartamentos de formas extrañas en el viejo edificio del Barrio Chino.
Las paredes estaban justo en los espacios, luego se desprendieron,
creando vórtices de calor y ceniza cuando las llamas hallaron una
acumulación particularmente sabrosa de décadas de papel tapiz y
muebles de madera aglomerada. Obligándose a respirar normalmente,
Rey trabajó al lado de Mason, su máscara facial chocando con un trozo
de puerta, su pintura burbujeando por las llamas invasoras. Su equipo
era engorroso, un peso pesado distribuido lo más uniformemente posible,

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pero era mejor que morir, algo que Rey le recordaba a Mace cada vez que
se ataban a todo lo que necesitaban llevar para limpiar un piso.

Era difícil seguir al equipo de mangueras durante un barrido. El


edificio era antiguo y su sistema de rociadores era irregular, según uno
de los residentes que habían sacado de un estudio del primer piso.
Alimentado por un bufé de combustibles alojados en las paredes
exteriores de ladrillo del edificio, el fuego se desató a su alrededor, bolas
de chispas que saltaban de una pared a la siguiente. La escalera central
era inutilizable, habiendo caído primero a las llamas, y las plataformas
de escape exteriores eran intransitables a partir de cierto punto.

Habían entrado antes que el segundo piso fuera completamente


engullido, con la esperanza de despejar cualquier residente atrapado en
los tres pisos superiores del edificio. Una cesta oscilante flotaba al final
de la ventana rota del vestíbulo, lista para bajar a cualquiera que
encontraran. Murphy, su novato, hizo la primera captura del día,
metiendo a una anciana frágil y sus tres gatos en el cubo después de
luchar con los felinos para meterlos en un par de jaulas. Sus maldiciones
lo persiguieron hasta el edificio, amonestando al joven con cara pecosa
por haberla forzado a salir antes que estuviera lista para irse.

—¡Le debemos una cerveza! —Mason le gritó a Rey a través de su


comunicación.

—¿Tiene edad suficiente para beber? —Riendo, Rey continuó


trabajando en el apartamento—. El cuarto trasero está despejado.

—Crawford, Montenegro, informe. —La llamada de su jefe crepitó


por el altavoz, su voz retumbando por los tímpanos de Rey—. ¿Cuánto te
queda por recorrer?

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—La mitad —respondió Mason, probando el suelo cerca de un trozo


de yeso desmoronado—. El plano del piso está torcido. Los equipos de
supresión están barriendo. Tenemos tal vez tres apartamentos más para
comprobar nuestro lado. ¿Necesitamos...?

Hubo un ruido, un sonido débil y húmedo que se deslizó a través


de la cacofonía que lo rodeaba, y Rey silenció su comunicación,
quedándose tan quieto como pudo para escuchar. La máscara silenciaba
algunos sonidos y amplificaba otros, a veces lanzando ecos direccionales
hasta que podía orientarse. Estar de pie en el silencio de una crepitante
tormenta de fuego parecía... extraño, pero había una graciosa quietud en
las voraces llamas, una gravedad bajo el reloj corriendo y una adrenalina
en su sangre. El fuego era un hecho consumado para la mayoría de la
gente, excepto para los locos que rompían sus defensas para vencerlo y
volverlo a someter.

Vino de nuevo, débil pero lo suficientemente fuerte como para


atraer a Rey hacia la siguiente puerta a lo largo del pasillo. Habían
penetrado en el edificio sin más que una mirada a las salidas y una rápida
oración a cualquier santo que estuviera de guardia ese día en el Cielo. El
pomo no giró cuando Rey lo probó, agachándose cuando algo se encendió
cerca de su lado izquierdo.

—Mace. ¡Rey! ¡Vamos a retroceder! —Su líder, Stevens, gritó por la


comunicación—. ¿Está claro?

—¡Rompiendo la puerta! —Rey refunfuñó de nuevo sobre la línea.


Al darse vuelta, le dio una palmada en el hombro a Mace antes que su
amigo se alejara demasiado—. Creo que he oído algo. Necesito un calzo
para la puerta.

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—Nos están arrastrando... pero... aguanta... Stevens dice que


entremos. —La voz de Mace resonaba sobre la línea, sus labios se movían
bajo la clara protección de su máscara—. Te cubro la espalda. Tenemos...

La voz de Mace fue enterrada bajo la explosión de las baldosas del


techo que estaban encima de ellos. El humo bajó por el pasillo, atrapado
por la falta de flujo de aire, y el fuego se desplazó, atrapándose en un
trozo de yeso colgante. El miedo se interpuso entre ellos, murmurando
su canto de la muerte, y Rey lo empujó a un lado, buscando la confianza
que tenía en Mace. No había nadie mejor en su equipo. Si Mace prometía
mantenerlo a salvo, abriría la brecha y entraría por la puerta.

Desconectando todo menos la pesada herramienta de gancho que


había llevado al edificio, Rey alojó su extremo en el marco de la puerta.
El silbido de su respiración a través del SCBA se intensificó, un coro de
inhalaciones demasiado rápidas. Sus músculos ardieron ligeramente
cuando presionó la herramienta hasta que desplazó su peso, metiendo el
borde en la cerradura. Sus hombros se apretaron, y sus manos
amenazaron con soltarse del agarre envuelto en la herramienta.

—Vamos a tener que agarrar el cubo. —Mace atravesó la


respiración de Rey—. La escalera está al otro lado de la brecha. La van a
mover.

—Casi lo tengo —gruñó Rey. Apoyándose en la herramienta,


empujó todo su peso en la barra, sonriendo detrás de su máscara cuando
la moldura se rindió. El dolor en sus hombros prometía un poco de
moretones, pero una segunda llave le dio a Rey suficiente espacio para
empujar la herramienta hacia abajo para que pudiera torcerse de nuevo.

El marco de la puerta gritó, exponiendo un destello de acero


mientras cedía, doblándose bajo el poderoso empuje de Rey, su piel

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metálica ondulando y alejándose de la cerradura. Un largo y agonizante


segundo después, el pomo saltó, volando por el pasillo hacia las llamas.
El humo salió del portal abierto y agrietado, más pálido que las grasosas
volutas negras que salían del techo. Mace golpeó la bisagra con un calzo
de puerta, encajando la pesada pieza cuadrada en su lugar. Una ráfaga
de agua cayó por el pasillo detrás de ellos, Stevens pisoteando la alfombra
ya empapada con una manguera de bucle metida en su costado.

Habían perforado, practicado y luchado codo con codo durante


incontables horas, una caída en picado hasta el agotamiento y el peligro.
Cuando el fuego se extendió para agarrar a Rey, él apagó todo lo que pudo
de su propia conciencia, concentrándose en el maullido que había
atrapado con el viento que levantaba remolinos de brasas de color
amarillo anaranjado. El miedo lo acosaba, le pisaba los talones, pero no
había tiempo para mimarlo, no cuando las cenizas y el humo
amenazaban con abrir el camino para que la Muerte se colara.

—¡Ayuda! —El grito era débil, apenas audible sobre el fuego


crepitante y el agua chirriante, pero Rey lo escuchó—. Por favor.

La habitación era un horno caliente, sin ventanas, sus paredes


oscurecidas por los bancos de humo moteado que salían de la puerta, el
calor buscando el aire más fresco, con la esperanza de alimentar su
hambre. Por lo que se veía, era una sala de estar o tal vez un estudio,
pero Rey no pudo ver mucho más que eso. Una isla a la altura del bar
sobresalía de la pared junto a la puerta, y él se movió más lejos en el
espacio, manteniendo su respiración lo más uniforme posible mientras
buscaba.

Una ráfaga de aire frío le golpeó la espalda, y el fuego se elevó,


comiéndose la pared de yeso del otro extremo del espacio. Mirando a la
derecha, se sorprendió al encontrar los gabinetes de la cocinilla bajados

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de sus anclas, probablemente sacudidos por la explosión de la primera


línea de gas que se encendió antes que el equipo llegara para apagarlo.
Un conducto de ventilación atravesaba la pared de bloques de cemento
tallando el pequeño apartamento desde el pasillo cortado, sus listones
ensartados con volutas de humo. Su mente se agarró a la probabilidad
de que el conducto de ventilación llevara el grito que había oído al pasillo,
pero saber eso no le ayudaba. No hasta que Rey se metió en el desorden
y sacó los restos de un armario de porcelanas, su pesada parte superior
encajada entre el mostrador del bar y la pared.

Un poco de rosa le llamó la atención; luego un movimiento cambió


las sombras, llamando la atención de Rey. Entonces el grito volvió, débil,
tenue, y definitivamente femenino.

—¡Mace! —Rey se acercó, un peluche chirriando bajo su pie cuando


lo pisó. Su lamento se pareció demasiado al de una mujer, pero él no
había imaginado la súplica. Estaba allí bajo los armarios, y se movió de
nuevo, exhibiendo una pizca de piel pálida y vibrante con un tatuaje de
mariquitas—. ¡La encontré! ¡Necesita atención médica!

Entró duro y rápido, tirando de los escombros hasta que sus dedos
se cerraron en la carne blanda. Gritando sobre el enlace a Mace, cavó,
tirando a un lado los cubiertos, los platos y las puertas de los armarios
destrozadas. Una sombra cortó el humo, y Mason emergió de su velo gris
plateado.

Le tomó la eternidad de un minuto, tal vez dos, para encontrarla.


Sangrando por una herida en la sien, la mujer jadeó y se asfixió cuando
lucharon por liberarla. Estaba vestida casualmente con pantalones de
yoga y una camiseta sin mangas que mostraba sus brazos tatuados. Su
piel expuesta estaba húmeda, filtrando la sangre de los cortes. Cuando
Rey comenzó a levantar un armazón de armario de su torso, ella gritó,

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clavando sus dedos en la parte superior de su brazo, su pierna se aflojó


en su cadera. Al toser, se estremeció con temblores, y Rey le metió el
brazo debajo de los hombros, atrapando su peso cuando se quedó sin
fuerzas.

—¿Están pasando una tabla? —Rey gritó.

—Aquí. —Mace alcanzó el mostrador, enganchando la tabla de


transporte de Stevens—. Tenemos que movernos. El tercer piso está
cayendo. El pasillo está despejado. Tenemos una línea para hacer un
pasaje.

Trabajaron para que respirara, y luego en la tabla para bajarla.


Después de atar una máscara a su cara, Rey se unió a la línea de entrega
para llevarla a la canasta de balanceo y a los paramédicos que esperaban.
La suciedad le embadurnó la piel, era pegajosa en el lugar donde la saliva
y la sangre la atrapaban, pero su respiración era constante, y Rey se
retiró del elevador para trabajar en el resto del departamento con Mace,
un acuerdo silencioso al que habían llegado con una serie de gruñidos
cortos y un tirón de la barbilla de Rey hacia el dormitorio.

—Durante el día. Tal vez el chico está en la escuela. —Rey continuó


trabajando en el apartamento—. Aun así...

—No hará daño comprobarlo —aceptó Mace—. No es que podamos


bajar ahora mismo. El cubo tiene que volver a subir.

Había juguetes en el suelo debajo de los armarios, un juego de


anillos de apilamiento roto que yacía en pedazos junto a una silla caída,
y un oso de dibujos animados que se reía en un plato de plástico que
estaba en el mostrador de la cocina, una cuchara de gran tamaño que le
hacía compañía mientras el fuego ardía. La charla se encendió en sus

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comunicadores, y la atención de Rey se centró en el progreso del ascensor


y la convergencia de dos equipos nuevos en el lugar para luchar contra
el incendio, que se esperaba que fuera cada vez menor.

No quedaba mucho en el apartamento aparte de la sala de estar y


la cocina, sólo un pequeño dormitorio con una ventana fina y un baño no
mucho más grande que un sello de correos. Mace cubrió el resto de la
sala de estar mientras Rey atravesaba el dormitorio, extrañamente feliz
de ver el colchón tamaño reina y el colchón de resortes colocado en el
suelo en lugar de en un marco. El armario estaba despejado, pero su
enlace estaba lleno de voces. Entonces Mace gritó su nombre, rompiendo
la concentración de Rey, ordenándole que saliera.

—¡Está despejado! —Rey le gritó—. Saliendo.

El humo era más espeso al salir, pero su ceniza era pálida, escamas
azuladas untadas en la máscara facial de Rey. Había estado en el lugar
demasiado tiempo, por lo que se sintió como horas, y su cuerpo estaba
resbaladizo de sudor debajo de su equipo. Mace lo esperaba en la puerta
del apartamento, con la expresión oculta tras la máscara, pero Rey
prácticamente podía sentir las olas de adrenalina que salían del cuerpo
de su amigo.

Extendiéndose por el espacio abierto, el fuego los persiguió, pero


Rey lo ignoró, ansioso por salir del piso. Una de las ventanas exteriores
se rompió a unos metros de ellos, golpeada por el hacha de una de las
escaleras, y atravesaron la ventana del pasillo cuando las mangueras
empezaron a golpear las llamas. Mace atrapó el brazo de Rey, tirando de
él por encima del borde del cubo de transporte.

Desesperado por aire fresco, Rey se quitó la máscara tan pronto


como se despejaron, aspirando aire rancio y ceniciento, pero era bueno

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estar libre del equipo de SCBA. La canasta tocó el suelo unos momentos
después, y él salió tropezando, con las piernas tambaleantes por la
carrera a través del edificio. Cada paso parecía añadir un kilo a sus
hombros, su equipo de combate goteando en el interior con su sudor.
Con dolor en brazos y piernas, Rey se desplomó contra el lado del camión
principal de su estación, el jefe del batallón sacando a su equipo de la
línea del frente. Una botella de agua tibia golpeó su mejilla, y Rey levantó
la vista y la tomó de la mano de Mace.

—Gracias. —Le dolía la garganta. Siempre le dolía después de un


incendio a pesar del equipo que usaban para mantener las vías
respiratorias despejadas. El agua sabía tan rancia como el aire cubierto
de ceniza, pero tranquilizó a Rey lo suficiente como para arriesgarse a
hablar de nuevo—. ¿Todavía le debemos una cerveza a Murphy?

—Hoy... no. —Mace se deslizó a su lado, con la mirada fija en


Stevens y un pequeño grupo de bomberos reunidos alrededor de uno de
los vehículos de respuesta. Aclarando su garganta, su amigo murmuró—
: Murphy fue herido. Estaba al otro lado de la pared cuando parte del
tercer piso cayó. Stevens me lo dijo, no sabe lo grave que está el chico,
pero fue receptivo, así que tenemos eso al menos.

—Joder. —El miedo finalmente golpeó, sus largos dientes se


hundieron en la carne de los pensamientos de Rey, y él se estremeció,
deseando que la botella de agua en su mano tuviera algo lo
suficientemente potente para lavar el sabor amargo y metálico que se
extendía por su lengua. Murphy era nuevo, tan verde que su equipo
seguía brillando y sin manchas, pero había sido una buena adición a su
estación y a su equipo—. Hoy ha sido un día de mierda, Mace. Un día
completamente de mierda.

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—Lo ha sido, pero Murphy tiene un gran equipo médico, y se


pondrá bien. Le darán una palmada y lo enviarán rápido. —Después de
terminar el agua, Mace arrugó el plástico, torciéndolo en una bola—. Y
cuando volvamos, creo que tenemos que hablar de Gus, porque a juzgar
por el texto que recibí de Ivo mientras estábamos allí... tengo un par de
hermanos que están listos para despellejarte vivo y usar lo que consigan
para un cono de sushi.

***

—Jesús, tu... maldito... hermano. —Rey se paró en el medio de la


sala de su apartamento compartido en el barrio chino, bloqueando la
vista de Mace de la televisión—. En realidad, casi todos son unos
imbéciles, pero Gus... que se joda Gus.

—Amigo, hay un juego en marcha. —Mason hizo un movimiento


hacia la pantalla con el mando a distancia—. Trato de ver aquí. Pensaba
que no querías hablar de Gus. No estamos en el instituto. Mucho drama.
No quiero. Creo que eso es lo que dijiste, ¿verdad? Ahora déjame ver el
partido.

—La maldita cosa está grabada. —Rey le dio una palmada en los
pies a su mejor amigo, tirándolos de la mesa de café—. Y de unos tres
meses de antigüedad. Busca el maldito puntaje si estás tan interesado.

Eran las dos de la mañana y ambos deberían haber estado


dormidos, pero ninguno de ellos parecía ser capaz de relajarse. Habían
disputado un corto juego de azar, torturando sus cuerpos doloridos en
una carrera de diez minutos para quemar el extraño exceso de energía,
pero no había ayudado. Se ducharon y se vistieron con ropa cómoda, y
se dejaron caer en la enorme sección en forma de L que habían heredado
de Bear.

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Animado por la noticia de la rápida salida de Murphy del hospital,


Rey aún no podía quitarse de encima los incesantes fragmentos de Gus
que aparecían en su cabeza. Su mente repetía el chirrido del juguete bajo
su pie y el miedo tembloroso que se había negado a permitir que lo
agarrara, con la duda que lo comía porque no habían encontrado un niño
en el fuego. Razonar consigo mismo no sirvió de nada. Estaban fuera de
turno, desgastados hasta los huesos, y esperando una entrega de comida
cantonesa del restaurante de abajo. Ya había disparado a Mason sobre
Gus no más de una hora antes, pero sus pensamientos seguían dando
vueltas hacia el único hombre con el que sabía que no debía involucrarse.

El timbre sonó antes que Mason pudiera responderle. Treinta


dólares y cinco minutos después, estaban encorvados en el sofá,
metiéndose la comida en la boca mientras Mason maldecía el final del
juego grabado. Apagando el televisor, Mason cogió su cerveza, y luego
arrancó cualquier pretensión que Rey pudiera tener sobre los
sentimientos de su mejor amigo por su hermano menor.

—Mira, le prometí a Bear que te jodería si le hacías daño a Gus...


otra vez. Ni siquiera sabía que había una primera vez, pero
aparentemente, sí, lo jodiste. O al menos eso cree Bear. —Mason bebió
de su ipa del pub Finnegan, y luego puso la botella en una de las cajas
de madera que colocaron a cada lado del sofá—. Creía que sólo estaban
tonteando. Sin daño, sin culpa cuando te fuiste. Ahora Bear me está
diciendo algo diferente.

—¿Qué dice Gus? —Rey respondió—. Porque hasta donde yo sé,


Bear no estaba en la cama con nosotros.

—Me parece justo. No he hablado con él... Gus, quiero decir. Y Rey,
tienes que saber que te quiero como a un hermano, pero... Gus es.... —
Golpeando su brazo donde Mason tenía la estrella en su piel, continuó—

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: Es mi hermano pequeño. Lo ha sido durante mucho tiempo, y esto es


una mierda porque eres mi mejor amigo. Así que, si quieres hablar de lo
que pasa entre los dos, voy a escuchar. Amo al tipo, pero sé que es un
imbécil, y no me gusta que Bear me ponga en medio de esto, no cuando
tengo apuestas a ambos lados de la valla. ¿Necesito meterme en medio,
o están resolviendo esta mierda?

Al sacar una castaña de agua de sus fideos a medio terminar, Rey


buscó por dónde empezar. Sus emociones eran demasiado confusas, un
conflicto de necesidad y precaución. Al atravesar la suave carne de la
castaña, pensó en qué decir. Murphy complicó sus pensamientos, al igual
que la mujer que habían sacado de los escombros de la cocina. La cerveza
era un error. Debería haber ido por algo más fuerte, un bourbon rasposo
lo suficientemente potente como para robarle el aliento.

Como los besos de Gus.

—No puedo sacarme a esa mujer de la cabeza. La que hemos


sacado hoy —confesó Rey—. La última. Con el chico que no pudimos
encontrar.

—El chico no estaba allí —le recordó Mason—. La mujer está bien.
Un poco golpeada y enyesada, pero está bien. Su niña estaba en la
escuela. Fue una victoria, Rey. ¿Por qué la arrastras detrás de ti?

—Porque Gus tiene un hijo. Por estúpido que suene, sigo


poniéndolo en esa cocina. Bajo esos malditos armarios. Lo cual es una
maldita locura porque no hay forma de que Gus sea... —Rey cerró la boca,
odiando los caminos que su mente tomó—. Mi cerebro sigue diciéndome
que Gus no estaría allí vigilando a un niño. Ese no es su estilo. Pero...

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—Hay mucho de eso, pero no, Rey —Mason se abrió paso


suavemente—. No voy a decirte que Gus es un gran padre y una buena
persona. Ni siquiera ha visto al niño todavía, pero eso es porque su
familia... bueno, supongo que quieren asegurarse que está bien. No
puedo culparlos. Todos sabemos que sólo porque alguien diga que es el
padre, no significa que vaya a serlo. Van a hacer que salte a través de
algunos aros, pero él está dispuesto a dar el salto.

—No estaba dispuesto a hacerlo por mí. —El dolor en eso todavía
picaba. No había sido suficiente para que Gus tratara de enderezarse, y
con todo el pesar que tenía por haberlo dejado ir, Rey tuvo que hacerlo.
O habría sido atrapado en la misma relación de amor dañino que su
madre tuvo con su padre—. No era una prioridad para Gus. No en ese
entonces. Y sí, me imaginé que eso significaba que estaba de acuerdo con
que le dijera que habíamos terminado. No parecía que le importara, Mace.
Quiero decir, mierda, ¿cuántas veces llegó tarde a cosas importantes y yo
debía reírme de ello? Si no creo valer más que eso, entonces pido que me
traten como una mierda.

—Tres años demasiado tarde para tener esta conversación, hombre


—señaló Mason.

—Tuvimos esa conversación. O al menos eso creía. —Gus se quedó


allí, mirándolo, con la luz brillando en su cara y arrancando la plata de
sus pálidos ojos azules. Su expresión había sido... rebelde, luego muerta,
dejando a Rey fuera—. Tal vez sólo yo lo hice. Ya no lo sé, Mace. Me tiró
eso esta mañana. Justo después que yo... carajo, él me afecta, hombre.
Sé que es tu hermano, pero se mete bajo mi piel. No puedo recordar la
última vez que lo vi, y esta mañana... en la casa... en la cocina...

—No quiero saber si los dos follaron en esa cocina. —Su amigo
sacudió la cabeza, recogiendo su cerveza de nuevo—. Mira, son adultos,

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y les guste o no... en realidad no, no tienen que estar cerca el uno del
otro, pero Rey, tienes que preguntarte esto: ¿Echas de menos tener a
alguien con quien follar o realmente amas a ese maldito gilipollas?

—No es tan simple...

—Es exactamente así de simple, Rey. —Mason miró hacia otro lado,
respirando hondo—. Gus... me hace enojar. Tiene todo dentro de él para
hacer algo de sí mismo y lo desperdicia. Podría ir a la escuela, aspirar a
algo más de conocimiento sobre arte o... algo. Es muy inteligente, pero
sus notas son una mierda porque la escuela lo aburre. Ahora anda por
ahí, viviendo día a día como un holgazán cuando podría estar haciendo
más. Sé que no es perezoso. Está asustado. Tiene miedo de intentar algo
porque tiene miedo de fallar, y eso es culpa de su jodida madre. Ella le
hizo eso. Habla con él, Rey. Mira cómo se siente. Y por el amor de Dios,
escucha lo que dice bajo la postura y la bravuconería. Escúchalo de
verdad.

—Nunca hubiera pensado que estarías sentado a mi lado en el sofá


diciéndome que fuera a por tu hermano. —Era literalmente lo último que
hubiera apostado a que diría Mason, pero ahí estaban las palabras,
sentado con suficiencia en medio de la onda expansiva que le lanzó—.
Eres la última persona que imaginaría como animadora de Gus.

—Ahí es donde te equivocas, amigo. Soy su mayor jodida


animadora, Rey. Nadie quiere que Gus tenga éxito más que yo. Ni Bear.
Ni Ivo. Ni siquiera San Lucas. —Mace sonrió mientras sorbía su cerveza—
. Y si lo atacas de nuevo, y si lo decepcionas, espero que sigas siendo mi
amigo después que te haya dado una paliza.

El teléfono de Mason sonó antes que Rey pudiera responder, y


ambos se congelaron. Las llamadas previas al amanecer nunca traían

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buenas noticias, especialmente considerando su línea de trabajo. Cuando


Mace dijo Bear, la preocupación se intensificó, profundizándose al tocar
los terrores que involucraban a la tienda, a los hermanos y a la locura de
su mundo. Mace se quedó en silencio durante casi un minuto, su cara se
puso sobria mientras la llamada continuaba.

—No, maldición. ¿Qué quieres que haga? ¿Van hacia allá? —Mace
frunció el ceño, luego levantó la vista, sus ojos preocupados conectando
con la mirada de Rey—. ¿Estás seguro? Maldito Cristo. Bear, no lo
sabíamos, tío. Pensamos... mierda, cuáles son las malditas
probabilidades. Mira, ¿qué tal si pasamos por la casa mañana por la
tarde...? Vale, hoy, ¿pero por la tarde? Sí, Rey y yo. No, está.... —Le dio a
Rey una mirada especulativa y evaluadora—. Estará bien, Bear. Y si no
lo está, entonces es culpa mía. ¿Qué tal a la una? ¿Crees que eso le dará
suficiente tiempo? —Pasó el tiempo y Mace asintió—. Bien, nos vemos
entonces.

—¿Qué está pasando? —Rey no esperó a que Mace colgara el


teléfono.

—Primero, actualización de la mujer que sacamos del incendio. Era


Jules Wagner... —Mace juró en voz baja—. La madre del hijo de Gus. Ese
lugar era el apartamento de su amiga. Ella estaba allí recogiendo algunas
cosas para Chris cuando la línea de gas explotó. Dios mío. Esto es una
locura. Tenemos que dormir un poco.

—¿Cómo diablos crees que voy a dormir? Hemos sacado a la chica


de Gus... la hemos sacado de un maldito edificio, Mace. El sueño no va a
suceder. —Su mano se sentía áspera en sus mejillas mientras se frotaba
la cara—. ¿Y qué demonios estamos haciendo aquí?

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—Vamos a casa de Bear porque Gus se reunirá con su hijo mañana


por la mañana y probablemente será un puto desastre cuando vuelva. —
Mace abofeteó el muslo de Rey, picándole la piel bajo el chándal—. Eso
significa que tienes menos de doce horas para decidir si vas a admitir
ante ti mismo y tal vez ante Gus que estás enamorado de él. Porque estoy
aquí sentado viéndote hablar de mi hermano, y puedo ver que aún lo
quieres. Y conociendo a Gus... sabiendo cómo actúa... está igual de
enredado. Así que ahora es el momento de dar un paso adelante, Rey,
porque Gus va a necesitar toda la ayuda que pueda conseguir, y si no vas
a saltar ahora, déjalo. Antes que lo decepciones... y así ninguno de
nosotros tendrá que darte un puñetazo en la cara por ello.

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Capítulo 9
—Estará bien, Gansito. Es sólo territorio neutral. Tenemos que
empezar esto en alguna parte. —Luke le dio una palmadita en la
espalda—. Anoche fue difícil para todos. Aunque Jules está bien, la
asustó mucho. Sus padres también. Tenemos que poner tu nombre en
su certificado de nacimiento para que puedas opinar sobre su vida. Eso
es algo en lo que tenemos que trabajar. No están siendo unos gilipollas
al respecto, pero... les pedimos que te dejen entrar en sus vidas también.
Tómatelo con calma e intenta como el demonio mantenerte centrado en
Chris, ¿vale?

Había otras palabras, ahogadas por emociones demasiado volátiles


para que Gus le pusiera un nombre. Estaban en una habitación
cuadrada pintada de caqui sin nada cálido o reconfortante. Era como los
cientos de habitaciones en las que Gus se había encontrado cuando era
más joven, con paredes cubiertas de folletos informativos y un triste
revoltijo de juguetes tirados en una cesta de plástico para la ropa sucia
metida en un rincón. El mobiliario era utilitario, un conjunto de sillas de
resina con patas metálicas, fácilmente apilables en caso que la habitación
necesitara ser despejada. Sólo un idiota ingenuo pensaría que el cristal
plateado en un muro largo era cualquier cosa menos un espejo
unidireccional para que la gente se parara detrás y juzgara.

Había sido juzgado muchas veces a través de ese tipo de espejos,


encajado en una casa y luego en la siguiente, mantenido separado de sus
hermanos y mezclado a través de un sistema de formularios, sellos de
goma y zánganos entumecidos y apáticos. Gus sabía lo que se sentía al
atravesar esa puerta, puede que haya atravesado esa puerta en
particular, sólo para ser entregado al siguiente trabajador social sin

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rostro que le prometería la luna si no arruinaba su próximo hogar de


acogida.

El olor del lugar lo enfermó. La idea de que Chris se encontrara con


él en una de estas habitaciones le hizo un nudo agrio en las tripas. No
podía sentarse. Lo había intentado. Doblarse en una de las sillas le trajo
demasiados recuerdos de encorvarse en una similar cubierta roja
moldeada o azul bebé, haciéndose tan pequeño como pudiera para que
nadie notara que estaba en la habitación.

La gente discutía en estas habitaciones, luchando con uñas y


dientes, pero no para hacer lo correcto con el niño atrapado en la silla,
demasiado asustado para moverse y demasiado enfadado para hablar.
En vez de eso, se peleaban y se cortaban entre ellos por presupuestos y
colocaciones arriesgadas, no queriendo perder un buen hogar adoptivo
por dejar caer a alguien como Gus en sus regazos. ¿Cuántas veces había
oído que era demasiado para esta o aquella familia? Cuando el apenas
adulto Bear llegó con su jodida casa y sus lazos de sangre, se mostraron
agradecidos, muy agradecidos incluso, a pesar de pasar años negando
las peticiones de los hermanos para estar juntos. Les había llevado una
eternidad conseguir a Ivo, y de nuevo, batallas libradas dentro de cuatro
paredes apretadas del color de la sopa de guisantes.

—Deberíamos haber hecho esto afuera. A la luz del sol —murmuró


Gus, apretando el lujoso conejo que había traído con él—. No en este tipo
de agujero de mierda... —Se mordió el resto de sus palabras, recordando
el espejo y la gente que podría estar detrás de él. El hedor metálico del
aire del edificio le llegaba, y el cuello de su camisa de un solo botón
parecía ahogarlo—. Cristo, Luke. Yo...

—Respira, Gansito —dijo su hermano. La mano de Luke volvió a


su espalda, frotando el punto entre sus omóplatos—. Esto no es una

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pelea. Recuerda, estamos aquí porque es el primer paso. Te llamaron.


Jules quiere esto. Sus padres quieren esto. Estamos aquí porque Lynn,
no me des esa mirada en blanco, la madre de Jules, trabaja aquí y está
cerca del hospital. Ella puede traer a Chris mientras el padre de Jules va
a verla. Todos los que conozco que han trabajado con Lynn dicen que es
agradable, una defensora. Dale una oportunidad a esto, hombre, antes
que te pongas en una esquina y empieces a gritar. Vas a estar bien.

El conejo podría haber sido una mala idea, pero lo eligió porque era
suave y flexible, algo que le hubiera gustado cuando era niño. Se había
vestido con el mayor cuidado posible, un par de vaqueros negros y una
camisa gris de manga larga con finas rayas azules. Sus botas no
ayudaban, pero estaban limpias, restregadas con aceite para cuero. Bear
tuvo que afeitarlo. Sus manos temblaban demasiado, y Gus tenía miedo
de cortarse la garganta.

Cuando la llamada llegó anoche su corazón se detuvo mientras


Doug, el padre de Jules, le contaba sobre el incendio y sus heridas. El
nombre de Chris salió de su boca antes que Doug terminara de contarle,
y las piernas de Gus cedieron cuando el señor mayor le dijo que su hijo
estaba bien. Los dedos helados se extendieron a través de él, hasta que
Doug repitió sus palabras y Bear tomó el teléfono de las manos
temblorosas de Gus, la voz ronca de su hermano le ordenó que se
agachara antes de desmayarse. El resto de la conversación fue una
veintena de preguntas unilaterales de Bear y el graznido indistinto de la
voz de Doug que venía a través del pequeño altavoz del teléfono.

Había vomitado en ese momento, vaciando su estómago sobre el


suelo de la cocina con Ivo gritándole a Earl que se fuera y Bear de alguna
manera arreglando la llegada de Chris a la vida de Gus.

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—La maldita habitación es demasiado pequeña. Es... —Recuperó


el aliento, una burbuja atrapada en su garganta cuando alguien llamó a
la puerta. El pomo giró, y las paredes se cerraron sobre él. No estaba
preparado. Nunca estaría listo. La enormidad de tener un hijo, uno lo
suficientemente mayor para saber quién era, presionó a Gus, y se tragó
un bocado de aire—. Luke, voy a estar...

—Bien. —Luke terminó por él—. Lo harás bien. Cualquier niño


sería afortunado de tenerte en su vida.

—Amigo, nunca he estado cerca de un niño —murmuró; luego el


mundo cambió para siempre.

Las paredes se desvanecieron, el color desapareció de todo y de


todos excepto del niño que estaba siendo persuadido a entrar en la
habitación. Su brillante y ondulada melena era casi blanca, cubierta de
oro, y sus ojos azules sorprendentemente vivos brillaban sobre su piel
bañada por el sol. De mejillas gordas y nariz abotonada, se parecía tanto
a Ivo que le dolía el corazón. Estaba hablando, una dulce canción sobre
tomar un helado más tarde y a lo mejor un caramelo, su atención
únicamente en la mujer mayor que le conducía a la habitación. Sus All-
Stars no coincidían, una roja a la izquierda y una azul a la derecha, y
seguía tirando del dobladillo de una camiseta negra de Crossroads Gin,
intentando meterla en la cintura de sus vaqueros.

Hubo más charlas, algunos murmullos entre Luke y la mujer, pero


Gus no escuchaba. Le dolía el pecho, como si le hubiera atravesado algo
más grande de lo que podía soportar. Esos ojos azules encontraron la
cara de Gus, y la boca del niño, un par de labios en forma de arco tan
parecidos a los suyos, le sonrió y Gus se enamoró.

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En cuclillas, Gus sostuvo el conejo ante Chris, y luego tragó


alrededor de su lengua engrosada cuando su hijo lo alcanzó, sus dedos
rozándose cuando el niño lo tomó. Se fue antes que Gus pudiera saludar,
un balbuceo de tonterías a su abuela antes que ella le diera la vuelta
suavemente.

—Chris, cariño, ¿qué dices? —Ella era gentil pero firme, una mujer
delgada con cara de duende con pelo rojo corto y demasiado joven para
ser abuela—. ¿Qué le dices a tu padre?

—Vamos a por un helado. —Se acercó a Gus, abrazando al conejo


al revés, con sus largas orejas arrastrándose por sus rodillas—. Más
tarde. Ahora no. Pero más tarde.

—Es un poco... terco. No le gusta que le digan que no. E insiste en


vestirse solo, así que por favor disculpen la ropa. Es todo lo que podemos
hacer para quitarle la camiseta y lavarla. —Lynn hizo una mueca de
tristeza—. También estamos trabajando en los modales.

—Sí, estamos haciendo lo mismo con Gus —bromeó Luke, y Gus


se sorprendió a sí mismo antes que le diera la espalda a su hermano—.
Es alto.

—Nos preguntábamos de dónde venía eso —respondió mientras


Chris empezaba a mostrarle a Gus la cola del conejo—. Pero ahora...
bueno, tiene sentido. —Inclinándose, Lynn puso su mano en el hombro
de Chris—. Cariño, este es tu padre. ¿Te acuerdas? Hablamos de él. Él
es como papá...

—¿Papá? —Gus la miró—. Um...

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—Mi marido. Chris lo llama papá. —Ella suspiró—. Es difícil


explicarle a un niño pequeño lo que es un padre. Doug es lo más cercano
que tenemos para explicárselo.

—Tomaré lo que tengas para darme —susurró Gus, sentándose en


el suelo. Chris se giró, su sonrisa volvió a brillar en su rostro, y Gus tiró
de la oreja del conejo. Quería recoger al chico, abrazarlo fuerte y no
dejarlo ir nunca, pero... todo era tan nuevo y él no... no se había ganado
esa confianza. No de su hijo y ciertamente no de su abuela—. Oye, amigo.
Buen gusto en bandas. Y ni siquiera sabía que hacían los Chucks tan
pequeños.

—Zapatillas de mami. Como los míos. —Chris mostró su pie


derecho, luego levantó su brazo para que Gus inspeccionara un tatuaje
temporal embadurnado en el dorso de su mano—. Mira mi pez.

—Oh, hombrecito, tienes que tener dieciocho años antes que te


tatúen. —Gus se rio. Sus manos eran parecidas, un dedo índice mucho
más corto comparado con los dos de al lado—. Pero ese es un bonito pez...
Dios, mira tus deditos.

—Oye, coches. —El chico tiró de la camisa de Gus, tirando de él


hacia la cesta—. ¡Coches!

Jugaron, cavando a través de la cesta para encontrar coches


diminutos golpeados hasta la mierda y un juego de bloques de madera
con suficientes piezas para construir un garaje para un juego de
simulación. Gus no pudo decir cuando dejó de contener la respiración.
Puede que fuese la primera vez que Chris se rio o quizás cuando su hijo
le dio una palmadita en la cara en señal de compasión por haber perdido
su falsa carrera de aceleración, pero a Gus le llevó mucho tiempo darse
cuenta que su pecho ya no estaba apretado y que los temblores bajo su

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piel habían desaparecido. En algún momento, los Chucks terminaron


sobre los pies del conejo, y Chris encontró un libro en la cesta,
arrastrándose sobre las piernas cruzadas de Gus para sentarse en su
regazo, exigiendo que le leyeran.

Chris olía a champú de manzana verde y a niño sucio, una extraña


y dulce terrenalidad que Gus sabía que echaría de menos una vez que el
niño fuera demasiado grande para ser sujetado. Acunando a su hijo,
adoró el peso en su regazo y se rio cuando Chris decidía de vez en cuando
que había terminado con una página, dándole la vuelta antes que Gus
terminara con ella.

Se acabó antes que pudiera tomar otro respiro.

Estuvieron allí durante dos horas, un parpadeo de tiempo que Gus


quería alargar. Odiaba dejarlo ir. Odiaba levantarse y entregarle el conejo
a Chris. Detestaba ver al niño tomarlo, y se enamoró de nuevo cuando
Chris le rodeó las piernas con sus brazos, y el conejo le golpeó las
pantorrillas. Las zapatillas fueron recogidas y en los pies adecuados, Gus
se abrazó a sí mismo cuando Lynn recogió a Chris, equilibrando su peso
en su cadera.

—Vamos a tener que organizar los momentos en que podamos


reunirnos. —Su cara de disculpa había vuelto, y Gus podía oír la
vacilación en su voz—. Queremos que te conozca, que tenga una relación
contigo, pero...

—No me conoces —intervino Gus suavemente. Luke se quedó en


silencio, una presencia bienvenida a su espalda—. Lo entiendo. Lo
entiendo. Tomaré lo que me des. Claro, me gustaría llevármelo los fines
de semana y esas cosas, pero... es demasiado pronto. Y necesito saber lo
que estoy haciendo, organizar mi mierda... porquería.... Lo siento.

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—Nada que no haya escuchado de Jules. —Lynn se rio—. Estamos


trabajando en sus modales también. Somos tres. Podemos hacer que esto
suceda. Me encantaría que pudieras llevártelo eventualmente. Jules sabe
que debería haberte involucrado desde el principio, y yo... nosotros...
sentimos que te hayas perdido todos esos años. Y ahora mismo, tengo
que llevarlo a su pediatra. Es hora de un chequeo para que pueda entrar
en el preescolar.

Gus buscó el sobre que había metido en su bolsillo trasero.

—Puedo pagar...

—¿Abajo? —Chris alcanzó a Gus, y tocó la mano de su hijo,


sacudiendo la cabeza—. No. Abajo.

—Kiddo, tenemos que irnos. Y Gus, pon todo lo que tengas en una
cuenta, y gástalo en él cuando estés con él —respondió ella, hablando
sobre el alboroto de Chris—. Crece como una hierba. Vamos a tener que
pedir un préstamo sólo para mantener sus zapatos.

—Gracias por traerlo. —Luke finalmente habló, saludando a Chris,


quien se inclinó lo más que pudo contra el brazo de su abuela—. Estoy
deseando ser su tío.

—Estoy deseando tener más gente que nos apoye cuando le


digamos que no a un pony. —Lynn sonrió, levantando a Chris—. Sólo
recuerda... no al pony, Gus... y todo estará bien.

La puerta se cerró unos segundos después, dejando a Luke y Gus


solos en una habitación que ya no estaba iluminada por un niño de pelo
rubio con zapatos que no coincidían y la prepotencia de Ivo. Encontró la
sonrisa de su hermano con una propia, luego se sentó duro en el suelo

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de linóleo industrial, mareado, dispersando el convoy de coches de metal


con el que habían jugado.

Era demasiado para asimilarlo. Era responsable de ese niño, y su


vida era tan desastrosa ahora como lo había sido antes de irse, huyendo
de la ciudad cuando ya no podía soportar mirar a Rey en más fiestas de
patio o tras los pasos de Mace cuando venían a visitar la tienda. Lo
intentó. Durante dos años y medio, lo intentó y siempre volvió. Pero un
día, cuando vio una sonrisa en la cara de Rey y supo que no la había
puesto ahí, finalmente se cansó. Ese viaje de seis meses fue el más largo
que estuvo lejos de su familia, de Rey, y ahora tenía que volver a unir
todas las relaciones que había dejado tiradas y deshechas.

—¿Cómo diablos voy a ayudar a criar a este niño cuando ni siquiera


puedo tener mi propia vida? Mierda, Luke... Voy a joder esto tanto —
gimió, enterrando su cara en sus manos—. Tan jodidamente duro.

—Sí, lo harás —aceptó su hermano, sentándose a su lado.


Envolviendo sus brazos alrededor de los hombros de Gus, Luke lo
arrastró a un fuerte abrazo, meciendo a Gus ligeramente cuando éste
sollozó—. Pero vas a ser el mejor padre, Gansito. Porque si alguno de
nosotros merece ser amado por ese niño, eres tú, hermano.
Definitivamente eres tú.

***

Juro que no iría. La una iba y venía, el sol de la tarde regresó por
un poco de lluvia neblinosa y un velo de nubes pesadas, pero se había
quedado en casa, haciendo todas las cosas adultas mundanas que
necesitaba hacer. Mason intimidó, engatusó y amenazó a Rey para que
fuera con él a la casa, pero no se sentía bien.

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O al menos no por las razones por las que Mason lo quería allí.

No por las razones por las que Rey quería estar allí.

Pero una hora después de haber sacado una carga de ropa de la


secadora, Rey se encontró dando vueltas por el vecindario de los
hermanos buscando un lugar para aparcar.

Ya era bastante tarde para que el estacionamiento en la calle fuera


escaso, y el clima lloviznoso no parecía disuadir a los caminantes de usar
el parque montañoso al otro lado de la casa, trayendo una afluencia de
vehículos al largo tramo de espacio de la ladera.

Envuelta en viejos árboles, la casa de los hermanos estaba a la


sombra del atardecer, una elegante anciana con buenos huesos y una
discreta elegancia que Bear restauró cuidadosamente con el paso de los
años. Ayudó con las tejas, martillándolas en la torreta del segundo piso,
y casi se rompe la pierna al caer del techo cuando fue sobornado para
que ayudara a pintar un trozo de madera. Parado al final del camino de
entrada al viejo garaje de un solo coche en el que nadie solía aparcar un
vehículo, Rey escuchó el subir y bajar de las voces masculinas que salían
de las ventanas abiertas de la casa, borrosos e indistintos sonidos con
más de un poco de afecto doblados en un coro de bromas burlonas.

Eran su familia en cierto modo. Había visto madurar a un Gus


colosal y diabólico, creciendo más alto y más ancho, su cara llenándose
para cumplir la promesa de su belleza adolescente. Había estado allí
cuando Bear trajo a Ivo a casa, el joven nervioso y reacio a ser incluido
en nada. Ivo floreció cuando Luke finalmente se unió a ellos, y sintió más
que unos pocos dolores de pena y celos cuando los hermanos se tatuaron
con la estrella que habían dibujado juntos.

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Rey sabía que sus sentimientos estaban... fuera de lugar. Tenía


una familia. Una madre que se había casado con un buen hombre,
dándole una base sólida y una hermanita sorpresa, una niña vivaz e
inteligente de ocho años a la que adoraba y robaba cada oportunidad que
tenía de llegar a Marin. Había tenido fiestas con cenas formales, casas
llenas de parientes que se parecían a él y hablaban como él y cuyas
discusiones se mantenían a distancia.

Los hermanos eran desordenados, ruidosos y a veces verbalmente


violentos. Se enfrentaban constantemente, discutiendo sobre desaires
pasados e imaginando faltas de respeto. El sarcasmo punzante a veces
se atenuaba por la razón si Bear o Luke estaban cerca, pero en su mayor
parte, era una constante batalla de egos y personalidades.

Hasta que uno de ellos caía.

Y hoy Gus podría haber caído, así que todos estarían allí,
apuntalando sus defensas y planificando su represalia, una banda de
hermanos atados con un vínculo que Rey no podía entender, no podía
formar parte de él, pero lo envidiaba igualmente.

Parado al final del camino, se debatió entre dar la vuelta,


arrastrarse de vuelta a su auto y deslizarse antes que alguien notara que
estaba allí. Fue una discusión corta, llena de ritmo y un poco de
murmullo. Entonces un ronco gritó pronunció su nombre, sacudiendo a
Rey.

Había oído esa voz de whisky rodar su nombre en sus recuerdos y


en sus sueños, espesado por la necesidad o agotado y jadeante. Había
lamido casi cada centímetro del cuerpo bronceado y dorado del hombre,
mordisqueado a lo largo de las líneas de su tinta desde la palabra rebelde
y la estrella de cinco puntas de sus hermanos en el antebrazo hasta el

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vibrante pez beta de estilo japonés curvado en sus costillas. Rey conocía
el sabor de la liberación de Gus y lo sensible que era su piel a lo largo de
la parte interna del muslo, así como sabía que, en unos pocos días, Gus
volvería al lugar donde su vida se quebró, mirando fijamente el agua fría
y picada y preguntándose un montón de porqués y que pasaría si que
nadie era capaz de responder.

Luego se alejaría, negándose a mirar hacia atrás hasta que otro año
pasara sobre él y se viera atraído de nuevo a ese lugar, ese momento una
vez más.

—Si estás aquí buscando a Mason, está dentro —dijo Gus, casi
oculto en el dosel de ramas que cubría el estrecho camino. Estaba
sentado en un viejo y grueso muro a pocos metros de la calle, con los
tacones de sus zapatillas clavados en el tosco ladrillo pintado, con la
espalda contra la casa—. Y si estás aquí para darme mierda, puedes dar
la vuelta a la derecha. No necesito nada de eso hoy.

La crudeza de la voz de Gus cavó profundamente en los jirones de


las dudas de Rey. Estaba herido, podía sentirlo. El empujón era una
danza demasiado familiar en la que había caído más de una vez, un
chasquido mordaz para ocultar el miedo en el corazón de Gus. O al menos
eso es en lo que apostaría.

—No estoy aquí para darte mierda —prometió Rey, a paso de


tortuga.

La grava estaba suelta bajo sus zapatos, deslizándose cuando


caminaba. Se detuvo frente a Gus, oliendo algo dulce en su aliento, y
luego vio un toque de rojo brillante en la comisura de su boca. Tenía el
pulgar en el lugar antes que su cerebro se diera cuenta del impacto de
tocar a Gus de nuevo, sintiendo el calor de su piel y el ligero grosor de su

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barbilla, donde no había visto una marca de afeitado. Gus se estremeció,


y los nudillos de Rey se detuvieron en medio de la pincelada en su mejilla.

Que retrocediera no era algo nuevo. No con Gus. Moverse


demasiado rápido provocaba una reacción de sobresalto, y en el pasado,
Rey había alimentado un resentimiento cuando las pestañas de Gus se
movían hacia abajo y él se echaba hacia atrás, muy ligeramente, pero lo
suficiente como para que dejara caer su mano. Dejó su pulgar donde
estaba, y luego frotó el lugar, sonriendo con tristeza cuando se negó a ser
limpiado.

—¿Ponche de frutas? —Rey mantuvo su tacto y voz en un suave


sonido, pasando la almohadilla de su pulgar sobre el labio inferior de
Gus. Tan irracionalmente enojado como había estado un día antes, aún
quería saquear la boca de Gus, aspirar el aliento fantasmagórico sobre la
palma de su mano.

—Piruleta de cereza. —Su barbilla subió, casi rompiendo su


contacto, y una actitud defensiva se asentó sobre su hermoso rostro,
desafiando a Rey—. ¿Qué es lo que quieres?

Gus no se había alejado, pero sus pálidos ojos azul grisáceos


estaban enmascarados, convirtiéndose en tormentas plateadas detrás de
sus extrañamente oscuras y largas pestañas. Los separaba un par de
centímetros, el aire se calentaba por la cercanía de sus cuerpos, y Rey
luchó contra el impulso de deslizarse entre las piernas separadas de Gus,
empujarlo contra el costado de la casa, y besar la desesperada tristeza de
su mirada cautelosa.

—Dios, nos he jodido —susurró, ahuecando la cara de Gus. Otro


retroceso, más pequeño esta vez, pero la cautela creció—. Y odio haberte
hecho daño. Hice que te... asustaras de mí. Tienes miedo de que te toque.

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Lo siento por... el otro día. Por lo de hace tres años. Por haber jodido todo
lo que había en medio... Lo siento, cariño. Yo...

—No puedo hacer esto, Rey. No ahora. No... tengo un hijo. Un hijo.
Y no puedo tenerte metiéndote de nuevo en mi vida, porque no puedo...
Ya tengo una cuerda floja sobre la que caminar. No puedo caminar sobre
dos. —Gus puso su mano sobre la boca de Rey, deteniéndolo, y luego dejó
caer su brazo a su lado, alejándose. Sacudiendo la cabeza, Gus dijo, con
la voz rota y triste—: No puedo pasar mi tiempo preguntándome qué voy
a hacer para molestarte, qué es lo que no voy a hacer para que me eches.
Me rompiste, y sí, no ayudé en nada. Yo también lo arruiné. ¿Pero ahora?
No puedo permitirme joder a mi hijo. Él tiene que ser el primero. Tengo
que...

—Lo sé. Lo entiendo. —Había sacrificios que Gus iba a hacer, que
su propia madre había hecho y la madre de Gus no, pero Rey entendía
esas luchas. Las había visto de primera mano, el único objetivo de su
madre durante años después que su padre huyera del fuego que había
iniciado—. Estoy pidiendo una oportunidad, Gus. Seguimos dando
vueltas en círculos el uno con el otro. Incluso cuando tratamos de
mantenernos fuera del camino, nos sentimos atraídos. Pienso en ti
cuando debería concentrarme en atravesar un edificio a punto de caerse
alrededor de mis orejas, y es todo lo que puedo hacer, para no tenerte en
mi mente. No soy perfecto. Tampoco lo eres tú. Nosotros... tenemos algo
real y algunos problemas también, esa es la verdad, pero también parece
que nos necesitamos mutuamente.

—Lo intentamos... —le recordó Gus, una suave y dolorosa


puñalada de un cuchillo que Rey había afilado años antes—. Me
rompiste, Rey. Decidiste por nosotros, por mí, que yo no era lo

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suficientemente bueno para estar en tu vida. Yo no tuve nada que decir.


No tuve una maldita opción. Tú sólo... lo decidiste.

—Y pagaré por ello el resto de mi maldita vida, Gus. —La


frustración que se acumulaba en él se rompió, quebrando la superficie
del control de Rey. Sus manos estaban en los muslos de Gus, usurpando
un derecho que le habían dado una vez y que había desechado—. Sigo
alcanzándote en medio de la noche, y no estás ahí. Me despierto
extrañando tu sabor. Incluso después de tres años, puedo sentirte en mi
interior. Fui un estúpido, y quiero arreglarlo... arreglarnos. No podemos
seguir huyendo el uno del otro, Gus, no cuando seguimos volviendo a
donde lo dejamos.

Sus bocas se tocaron, pero Rey no podía jurar quién se había


inclinado primero. El fuego que había atravesado ayer, su calor
abrasador y su toque mortal, yacía en un tibio montón comparado con el
suculento placer de la lengua de Gus tocando sus labios. Gimió, o quizás
Gus lo hizo, no estaba seguro, pero Rey entró en la cavidad de las piernas
separadas de Gus, y deslizó sus manos sobre la cintura de su examante,
sus dedos rozando la piel suave y el hueso de la cadera.

Los jeans de Gus eran delgados, un viejo y gastado par salpicado


de pintura y manchas blancas en los muslos y desgarrados en lugares
que Rey deseaba lamer. Su polla respondió a la fuerte presión de la
excitación de Gus cuando Rey profundizó en su beso, sus dedos
trabajaron en el pelo rubio y cobrizo para poder acercarlo, disfrutando
cuando el sabor de la boca de Gus cambió, pasando de la dulce cereza
almibarada a la erótica masculinidad.

No hubo duda que el deseo se avivó entre ellos, no cuando Gus


temblaba mientras la boca de Rey rondaba su garganta con una punzada
de mordiscos y chupones. Las manos de Gus apretaron los hombros de

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Rey, amasando sus músculos, y luego le tomaron la nuca para atraerlo a


otro beso que le paró el corazón y le robó el aliento.

Atraído por la necesidad, Rey se estremeció cuando los talones de


las manos de Gus se clavaron en su pecho, empujándolo hacia atrás.
Jadeando, Gus tragó, endureciendo su brazo para evitar que volviera a
acercarse. Un escalofrío empapó el calor que habían acumulado, el aire
de la tarde se espesó con el frío, y Rey volvió a tropezar, meciéndose en
los talones. Despeinado, Gus se pasó una mano por el pelo, con la mirada
fija y cautelosa una vez más.

—¿Qué es lo que Ivo siempre me dice? Siempre puedes decir que


no, Gus. —Su voz se quebró, y en el tenue pincel de luz que venía de las
ventanas de la sala, Rey vio un brillo plateado en los ojos de Gus—. Así
que... voy a decir que no, Rey. Sí, quiero follarte. Dios sabe que quiero
follarte a lo loco, pero... no.

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Capítulo 10
—¿Qué quieres de mí, Rey? —El arrepentimiento dejó una
amargura en sus palabras; Gus podía saborearlo en el fondo de su
garganta.

Quería sujetarse, enganchar sus brazos alrededor de la cintura de


Rey y apoyarse en él. Había pasado demasiado tiempo desde que alguien
que no fueran sus hermanos lo abrazaron, y esos eran abrazos fugaces,
rápidos y lo suficientemente fuertes como para sofocarse y luego liberarse
antes que el calor pudiera llegar al frío pozo de oscuridad que se estaba
gestando dentro de él.

Rey retrocedió lo suficiente para alimentar el frío, dejando que el


aire de la tarde llenara el espacio entre ellos. Era más fácil ver a su
examante cubierto de luz y sombras. Había algo en su cara, una fuerza
que siempre le había atraído, una estabilidad que le encantaba tener
junto a él. Rey usaba sus emociones abiertamente, manejando sus
pasiones y enojos con una gracia fluida, y cuando sus cálidos ojos
marrones se enfriaban, sus palabras eran agudas y exactas, encontrando
debilidades en una discusión con una precisión mortal.

—No lo sé. Quizás sólo que no me odies. Tal vez simplemente que
tengas alguien a quien recurrir. —La confesión sorprendió a Gus, y
probablemente se le notó en la cara, porque Rey se rio, un corto y rápido
ruido de autodesprecio que unió a un encogimiento de hombros—. Todo
lo que he dicho y sentido en los últimos días... demonios, en los últimos
tres años... ha sido sobre mí. Cómo me siento. Lo que extraño. Tienes
razón. Decidí por nosotros. Estaba tan metido en mi propio culo que no
podía ver cómo... no entendí que se suponía que encajáramos en la vida
del otro, no que tú encajaras en la mía. Ayer fue la primera vez que

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entendí lo que hice en ese entonces. No estaba enamorado de ti. Quiero


decir, lo estaba —dijo Rey, atrapando a Gus antes que pudiera deslizarse
de la pared y alejarse—. Escúchame. Por favor. Quería que encajaras en
algo que no eras. No lo hiciste. Estaba enamorado de ti, pero era bajo mis
condiciones. No me pediste que aprendiera a tatuar a alguien. O que
pasara la noche rodando por las fiestas. Me molestaba que hicieras esas
cosas cuando yo no estaba cerca. Así que sí, te amé, pero no te vi. No te
oí. No te escuché. No lo suficiente. No entonces, pero te conozco, Gus. Sé
que ahora mismo, estás herido y asustado. Tienes un montón de...
mierda entrando en tu cabeza de aquí a un día o dos, y vas a querer huir,
pero no lo harás. Eres más fuerte que eso, y siento no haber visto esa
fuerza en ti entonces. Siento no haber sido lo suficientemente fuerte para
arreglar las cosas entre nosotros. Tienes razón, te abandoné. Fui un
maldito idiota, y me he arrepentido desde entonces. Merece la pena
mantenerte. La pregunta es, ¿soy lo suficientemente bueno para que te
quedes?

Su garganta se estaba cerrando, pero Gus se las arregló para


murmurar:

—Hoy conocí a mi hijo por primera vez, ¿y me haces esta mierda?

—No lo planeé —dijo, metiendo las manos en los bolsillos—.


Entonces te vi y... no podía dejar de decirlo. Todavía estoy enfadado.
Herido. Es complicado, y al mismo tiempo, tan condenadamente simple.
Hice lo que era correcto para mí sin pensar si era correcto para ti. Incluso
si... piensas que no, te debía algo más de lo que te di.

Mirar más allá de Rey ayudó un poco. Era un paisaje familiar, uno
que él había visto crecer y... todavía se estremecía ante el divisor del árbol
al final del camino... dañado. Era su hogar. Su primer hogar y ahora
estaba sentado bajo un banco de ventanas escuchando la conversación

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en voz baja de sus hermanos mientras el primer hombre al que amó


cavaba en las costras que quería dejar en paz.

La luz dejaba el cielo, doblando los grises en púrpuras, con ráfagas


de mandarina y limón encendiéndose al prenderse las farolas. El parque
de la colina de enfrente era ruidoso, un coro de perros ladrando en algún
lugar de los senderos, y un par de mujeres jóvenes con pantalones de
yoga y zapatillas brillantes pasaron corriendo, dirigiéndose hacia una de
las entradas del paseo.

—Nos separaron, ¿sabes? —Pasaron una pareja y dos niños, pero


Rey y él estaban escondidos en el bosquecillo, una cubierta natural de
sombras, curvas y hojas, y Gus sonrió cuando la niña más pequeña
comenzó a saltar por el camino de cemento, con campanas que
tintinearon en sus zapatos—. Quiero decir, no sólo Bear e Ivo, sino
también a Puck y a mí. Nos separaron a todos cuando nos alejaron de
mamá.

—No lo sabía —admitió Rey—. ¿Por qué harían eso?

—Porque ya estábamos marcados como basura. Hay otra


designación para ello. No recuerdo qué palabras políticamente correctas
usaron, pero él y yo fuimos marcados antes de entrar. Faltábamos a la
escuela. Éramos problemáticos en clase. Nuestra madre era... nuestra
maldita madre. —Tragó en el espesor que se formaba en su garganta, un
destello de habitaciones y sillas pasando por su mente—. No sabía dónde
se habían ido. No te lo dicen, ¿sabes? Sólo te separan de con quién entras
y nadie responde a ninguna de tus preguntas. Así que dejas de preguntar.
Estuve en... cuatro casas de acogida antes que mi madre... antes que nos
localizara a Puck y a mí. No lo había visto en mucho tiempo, y cuando lo
vi sentado en la parte de atrás del coche cuando se paró delante de mi
escuela, no lo pensé dos veces antes de entrar. —Las lágrimas

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amenazaron, y él parpadeó, sin querer separarse—. Estuve con mi


hermano durante casi una hora antes que ella... bueno, ya sabes.
Después de eso, fue más difícil. Los trabajadores sociales discutieron y
se enfrentaron justo delante de mí porque no era nadie, no era nada, no
importaba lo que escuchara o quién lo dijera, estaba impotente. Y estaba
entumecido —confesó, encogiéndose de hombros—. Mira, hay hogares de
acogida que... no conozco la palabra para eso, pero son buenos. El tipo
de familia de acogida a la que envías a un niño porque hay una
posibilidad de que sea adoptado o al menos, cuidado. Y esos cabrones de
esas habitaciones... tío, cuidan de esas familias de mierda como si fueran
un tesoro. Y sí, tal vez lo sean. Así que me senté en una habitación, podría
haber sido en la que estaba hoy cuando conocí a Chris, y escuché a
cuatro trabajadores sociales repasar una lista de hogares de acogida
disponibles y eliminar aquellos a los que no merecía ir. Porque yo era...
¿cómo lo dijo?... no iba a ser más que una mancha de mierda en el culo
de la sociedad.

—Tenías ocho años. —La voz de Rey se quebró, y él extendió la


mano, sólo se detuvo cuando Gus sacudió la cabeza—. No eres una
mierda...

—Ves, ahí es donde te equivocas. No era lo suficientemente bueno


para ser colocado en un hogar con gente que... con una familia real. No
sabía cómo actuar. No sabía cómo hablar bien. No fui a la escuela. Me
metía en peleas. —Gus se arriesgó a tocar el hombro de Rey, necesitando
apoyarse en su cálida piel—. Ese tipo de colocaciones son para niños
que... podrían ser historias de éxito. Las que se escriben en las noticias
sobre cómo superaron toda la mierda que les lanzaron a una edad
temprana. Y si algo le pasa a Jules... a sus padres, eso es con lo que
Chris va a lidiar. Ese tipo de mierda. Por mi culpa. Por mi madre. —Sus
ojos le picaban demasiado como para ver más allá de las hojas, y la noche

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comenzaba a envolver el camino de entrada, dejándolos envueltos en la


oscuridad—. Y cuando tú... joder... esa noche, me volviste a poner en esa
habitación, Rey. Me sentaste de nuevo en esa maldita silla y hablaste de
mí, tomando decisiones sobre mi vida, poniéndome donde creías que
pertenecía en lugar de lo que necesitaba. Así que ahora mismo, tengo que
decir que no. O al menos, no puedo decir que sí porque no puedo confiar
en que no me hagas eso otra vez.

***

—Dijo que no, Mace —Rey resopló, volviendo a estar al mismo nivel
que su mejor amigo—. Bueno, no por ahora. Y es una mierda porque está
cerrado. No sólo para mí, sino... para ustedes también.

—La cagaste. —La colina comenzaba a empinarse, pero Mason


tomó el ascenso como si fuera una recta, comiendo tramos de pavimento.
Mason miró hacia atrás, reduciendo su ritmo para dejar que Rey lo
alcanzara, exasperándolo—. Ayer. El día anterior. Antes... hace tres años,
no tenías fe en él. Y bueno, él es áspero. Aunque menos ahora. Jesús,
Montenegro, ¿te traigo un andador?

—Te odio, joder, ahora mismo. —Le dolía el costado, más por las
escaleras por las que se había caído durante el turno de mañana—. No
puedo hacer esto.

—¿Hablar de Gus? —Mason se dio la vuelta, corriendo hacia


atrás—. O seguirme el ritmo.

Rey disminuyó la velocidad para caminar, presionando su mano


contra sus costillas. Estas palpitaban donde él se había golpeado contra
una viga de soporte cuando el hueco de la escalera cedió bajo sus pies
durante una llamada matutina. Había sido una caída corta pero lo

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suficiente como para magullarse. Mason se detuvo, dejando que Rey lo


alcanzara, frunciendo el ceño cuando se frotó el costado.

—¿Seguro que el doctor te ha dado el visto bueno? —Agarró la


camiseta de Rey para levantarla y frunció el ceño cuando retrocedió.

—Sí, lo hizo. Y no... te quedes ahí. —Rey se burló del gruñido a


medias de Mason. Su estómago gruñó, recordándoles a ambos que
habían pasado horas desde que se habían tragado los sándwiches en la
estación—. Ya tengo una madre, y sí, no quiero hablar de tu hermano
mientras me pateas el trasero en una colina.

No había entrado en la casa, dejó a Gus, pero se llevó su sabor, su


olor, a su casa. La locura o la compasión lo habían atraído a su lado,
para tocar su cara cuando debería haberles dado espacio para hablar,
para respirar. La pena que había visto acechar en la expresión de Gus lo
conmovió, y tocó su boca antes de darse cuenta que quería probar la
cereza en su lengua. Se había prometido a sí mismo moverse lentamente,
acercarse sólo después de hablar con él, pero un destello de plata en las
sombras y un ángel caído envuelto en un fantasma y Rey extendió la
mano, deseando llevar una sonrisa a una boca en la que quería caer.

Incluso sabiendo que no debería.

No hablaron hasta que llegaron al puesto de tacos que Mason


llamaba el final de la carrera. Le dijo que se quedara quieto, Rey reclamó
una de las mesas de picnic cortas que había en el patio, se acomodó en
una de sus bancas, y luego se encorvó para relajar sus músculos
demasiado tensos.

Era tarde, casi las diez de la noche, pero el puesto seguía ocupado,
una fila de diez personas rodeaba la casucha pintada de neón naranja.

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Una pequeña vietnamita trabajaba en el mostrador de pedidos, gritando


a la cocina de dos hombres que trabajaban en las parrillas y las freidoras,
y luego haciendo comidas completas con un puñado de servilletas y una
escueta sugerencia de probar las salsas en el puesto de condimentos
junto al final de la casucha. A pocos metros de distancia, un joven casi
guapo que podría haber sido su hermano o incluso su hijo trabajaba en
el patio de ocho mesas, limpiando con un golpe del trapo mojado que
mantenía metido en un lazo en sus pantalones cargo y rellenando las
salsas cuando alguien se quejaba.

Situado en un vecindario étnico mixto, los clientes de la caseta eran


diversos, pero definitivamente hambrientos, a juzgar por las cinco bolsas
de comida que un chico rubio de fraternidad cogió del mostrador de
recogida. Los insectos bailaban alrededor de las anticuadas luces
navideñas de bombillas grandes colgadas en el patio, grandes bestias
aladas luchando contra los brillantes filamentos amarillos. El aire frío era
agradable en su piel sobrecalentada, y Rey debatió sobre poner su cabeza
en la mesa cuando Mason regresó.

—Parece como si un camión te hubiera golpeado. —Deslizó una


bandeja de tacos delante de Rey, y luego dejó una bandeja de patatas
fritas bien hechas con carne asada, queso y pico de gallo junto a ella—.
El chico nos trae algo de horchata.

—Acabas de subir allí. —La carne asada chisporroteó, derritiendo


el queso debajo de ella, y Rey arrancó un trozo, soplando sobre él
mientras se quemaba los dedos—. Hay una fila.

—Le gusto, y le dejé una buena propina. —Mace se encogió de


hombros. Las bebidas llegaron después de la comida, y los ojos de Mace
siguieron el progreso del joven a través de la multitud—. Lindo.

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—Joven —señaló Rey, desenvolviendo uno de los tenedores que


sacó de la pila de servilletas tiradas en la mesa—. Como si tal vez aún
fuera estudiante de secundaria.

—Universidad. Me dijo que se está especializando en biología, pero


sí, demasiado joven —rebatió—. Come y podremos hablar de Gus. Anoche
te fuiste sin entrar, y cuando entró, me pasó por delante y se dirigió
arriba. ¿Qué tan mal te portaste con él? ¿O fue al revés?

—No lo sé. —Hizo una mueca a Mason—. Vete a la mierda. No es


fácil. Ni siquiera sé lo que estoy haciendo con él. Me acerqué porque
pensé que él... No sé qué carajo estaba pensando. Tenía el presentimiento
que necesitaba a alguien fuera de la familia para hablar.

—No se habla. No con él. Lo intimidamos mucho —Mason estuvo


de acuerdo—. Vale, yo intimido. Bear y Luke engatusan. Ivo se burla. Gus
no habla...

—Me habla —interrumpió Rey—. ¿Y alguna vez pensaste que tal


vez esté harto de pelear contigo?

—Es mi hermano —señaló Mason, clavando un tenedor en las


patatas fritas—. Se supone que debo pelear con él. Reglas familiares
básicas. Gus y yo nos entendemos muy bien. La pregunta aquí es, ¿qué
vas a hacer ahora? Te quedaste sin blanca. ¿Irte o intentarlo de nuevo?

—No lo sé.

—Si me preguntas, preferiría que no se enrollaran. Hará mi vida


mucho más fácil. —Habló con un bocado de comida, Mace se detuvo y
tragó—. Pero dicho esto, él está... diferente. Quiero decir, a antes de que
se fuera. Más tranquilo. Y pensé que tal vez era porque es casi esa época
del año en que Gus va a empollar, pero no es el mismo tipo de silencio.

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Entiendo que eche de menos a su hermano, pero tiene que superarlo. No


puede seguir castigándose por lo que pasó ese día.

—¿Alguna vez te habló de lo que pasó? ¿Con su madre y su


hermano? —La horchata estaba fría, lo suficientemente fuerte como para
apretar sus dientes, pero bajó suavemente, dejando un débil y cremoso
aguijón de canela detrás. Rey tomó un tenedor y empujó unas cuantas
papas fritas, contemplando cuánto escarbar en el pasado de Gus—.
¿Alguna vez habló de Puck? Nunca lo hizo cuando estábamos juntos. No
mucho, de todas formas.

—Tal vez a Bear. —Mace apoyó sus codos en la mesa—.


Probablemente no a Ivo. Definitivamente no a mí. ¿Por qué? ¿Qué te dijo?

—Un poco pero, nada acerca de... mencionó a Puck anoche,


mientras estábamos hablando. Me rompió por dentro, Mace —confesó
Rey, bajando el tenedor—. Ahora con el chico, Chris, me pregunto si le
preocupa hacer algo...

—Su madre estaba loca. No sólo tenía problemas mentales, porque


Dios sabe que los tenía, sino que había algo roto dentro de ella, hombre.
Bear no era un niño como ellos. Era lo suficientemente mayor para saber
que no importaba cuánta ayuda le ofrecieran, no la iba a aceptar. Le
gustaba que la jodieran. Se excitaba con eso. Gus no es así. Hay un
montón de basura enrollada en su cabeza sobre ella. Sobre estar en el
sistema. Incluso sobre su hermano. —Suspiró cuando Mace le empujó la
bandeja a medio comer—. Trató de matarlos. Bueno, trató de matar a
Gus. Mató a Puck... No quiero ni pensar en lo que pasaba por la cabeza
de esa mujer. Tu padre prendió fuego a tu casa, ¿recuerdas? Lo mismo.
Trató de matarte. La diferencia es que tenías una madre que te cubría las
espaldas. Gus no la tenía. —Su amigo miró hacia otro lado, pero no antes
que Rey captara un destello de amargura en su expresión—. Ninguno de

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nosotros la tuvo. Bueno, ninguno de nosotros tuvo... mira, no voy a


llorarte por la mierda que es rebotar de una familia a otra. Tu mierda es
robada o dejada atrás porque te mueven sin llevarte de vuelta para
conseguir lo que tienes en una caja en algún lugar. Te mudas con bolsas
de basura, y todo son cosas que la gente tira a un contenedor, pensando
que deberías estar contento de que te den todas sus viejas camisas rotas
y manchadas de espaguetis. Y a veces, lo estás. Bear tuvo suerte. Tuvo
una familia decente durante mucho tiempo hasta que el conductor de ese
autobús se emborrachara y matara a sus padres. Claro, terminó en el
regazo de Melanie, pero para entonces, ya era Bear. Gus no tuvo
oportunidad, hombre. Tampoco Puck o Ivo. —Mace tomó un largo trago
de su bebida, y luego la dejó en una servilleta empapada de
condensación—. Los cinco terminamos bien. O por lo menos en nuestros
pies y el uno con el otro. Tal vez al principio, fue porque somos gays, y es
una mierda darse cuenta cuando estás tan jodidamente perdido como un
niño o simplemente nos pegamos bien, pero estamos bien. Ahora... Sé
que la gente no lo entiende, pero está bien. No necesito que nadie valide
mi relación con ninguno de ellos. Gus podría. Solía pensar que Ivo era el
más roto que teníamos, pero no tiene nada contra Gus. Ivo es
simplemente raro, y no quiero ni adivinar la mierda que le dieron.

Su costado comenzó a palpitar de nuevo, y Rey se estiró hacia


atrás, tratando de aliviar el dolor. El tirón ayudó a sus costillas, pero no
hizo nada por la pesadez de su pecho. Mace lo miró como un halcón,
atrapando el ligero gesto de dolor que no pudo reprimir cuando se
enderezó. Estaba cansado. Ambos lo estaban. Las llamadas de hoy
habían sido cortas, la mayoría falaces, pero la última, el derrumbe de las
escaleras podridas y mojadas, fue brutal. Escarbar en un apartamento
inundado en busca del gato de una anciana debería haber sido un trabajo
bastante fácil, y lo fue antes que el mundo se le escapara de las manos.
Como si la caída no hubiera sido suficientemente mala, la anciana se

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quejó de que su gato estaba mojado cuando salió cojeando de los


escombros, sosteniendo al enojado gato atigrado para que ella lo tomara.

—Sólo para recordarte, tú eres el que quería correr —dijo Mace,


señalando con su tenedor hacia el torso de Rey—. Probablemente fue una
idea estúpida. Casi tan estúpida como la que tuviste de hablar con Gus
en vez de entrar en la casa y esperar a que él viniera a ti.

—Gracias —Rey respondió—. Y no vendrá a mí. Mierda, ¿no irá a


ti y crees que vendrá a mí?

—¿Qué quieres de él, Rey? —La ironía de escuchar las palabras de


Gus caer de la boca de Mace no se le escapó—. ¿Lo quieres de vuelta en
tu vida? ¿Y para qué? Porque hace unos días, estabas enojado con él por
ser... Gus. ¿De repente todo son cachorros y gatitos?

—No, eso no es... —Cerró la boca, escudriñando la maraña de


emociones que se cocinaban en su interior—. Dijo algunas cosas el otro
día, cosas que... se quedaron. Lo traté como una mierda, Mace…

—Tonterías. Yo estaba allí. Lo trataste jodidamente bien.

—No, no lo hice. —Le había llevado despertarse en medio de la


noche y repasar los incontables pedazos de ira que había alimentado
durante su relación con Gus, y que le pesaban, haciéndose más pesados
con cada giro de la memoria—. Pensé que lo había hecho. Pensé... joder,
tú y yo estábamos más cerca de vivir la relación que pensaba tener con
Gus, sólo que sin el sexo.

—Te quiero, hombre, pero...

—Sí, sí —Rey se burló—. Desearía que me gustaras. Diablos,


debería, ¿sabes? Me sacaste de una maldita casa en llamas, ¿y quién me

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pone en marcha? Tu hermanito... que quería ser más como yo y menos


como él.

—También podrías pedirle a un cangrejo que vuele —resopló Mace.

—No digo que no lo haya hecho... no era el momento adecuado para


nosotros. Realmente queríamos cosas diferentes o al menos no sabíamos
cómo decir lo que necesitábamos el uno del otro —confesó suavemente—
. Solía enojarme si llegaba media hora tarde o cuando olvidaba algo que
debíamos hacer o que él iba a recoger. Yo era el único que tenía
expectativas, y cada cosa estúpida era un punto en su contra. Así que
cada vez que lo perseguía por algo estúpido, se alejaba más. Tienes razón.
Lo arruiné todo hace tres años, y ahora no puedo dejarlo ir. —Empujando
la comida, Rey se inclinó, absorbiendo un aliento en otra punzada—. Gus
no habla, pero solía hablarme. Eso es en lo que debería haber estado
trabajando en lugar de... llevar la cuenta de cuántas veces falló en este
baile improvisado que le obligué a hacer, y en lugar de subir el listón para
ayudarle, lo bajé porque era un gilipollas.

—Estoy seguro que tenía sentido en esa pequeña cabeza tuya, pero
¿cómo se traduce eso para ti y Gus? —Mason abandonó los tacos,
haciendo un movimiento de pinza hacia el hombre delgado que trabajaba
en el frente para pedir una caja de comida para llevar.

—Lo extraño, Mace. Lo extraño. Me hacía reír, sabes. Es... audaz,


incluso cuando está paralizado por las dudas, sigue adelante porque eso
es lo que tiene que hacer. No le di crédito por eso, y debería haberlo
hecho. Me encantaba verlo dibujar o investigar algo que alguien quería.
Entonces hablaba. Demonios, no podía hacer que se callara. —Rey se
rio—. Yo también extraño eso. No hacer nada con él. Sigo volviendo a
Gus. Cuando salimos, nadie es él. He sido demasiado terco para
admitirlo. Ahora mismo necesita que alguien le cubra las espaldas, y sí,

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ustedes están ahí, pero no es lo mismo, no si no les dice lo que pasa


dentro de él. —Suspirando, se frotó la cara e instantáneamente se
arrepintió cuando la parte baja de su espalda comenzó a tirar hacia atrás.
Dejando caer sus brazos, Rey dijo—: Supongo que esto significa que voy
a tratar de recuperar a tu hermano, pero aunque no pueda, debe saber
que estaré ahí para que se apoye. Merece saber lo bueno que es. Que él
vale... todo. Eso es lo que quiero, Mace. Quiero que tu hermano sepa lo
increíble que es y lo agradecido que estoy de que esté vivo.

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Capítulo 11
Los gritos eran horribles. Estridentes y aterradores, recorrieron el
vecindario, un coro inquietante y sorprendente casi tan fuerte como para
activar las alarmas de los coches cercanos. La escena era espantosa, y
Rey no estaba seguro de poder soportar mucho más. Lo peor era el burro.
Dios, el pobre burro, con su culo arrancado y sus patas destrozadas por
aparentemente mil cuchillos, pero ninguno había encontrado la marca.

—Jesús, ¿qué tan difícil es ponerle una cola a un burro de papel


maché? —Rey murmuró en voz baja desde su posición relativamente
segura en la cubierta trasera de su familia. Se estremeció cuando su
hermana, Sarah, gritó y bailó cuando uno de sus amigos con los ojos
vendados clavó su alfiler en el flanco de la criatura.

—Es un unicornio. Y una vez que alguien le dé una cola, será una
piñata —corrigió su madre—. Es una fiesta de unicornios. Aunque no
lleves uno de los cuernos.

—Todos los chicos guays los llevan. Tu hermana insistió. —Su


padrastro golpeó el cuerno inflable que tenía atado en su frente por un
valiente pedazo de un elástico delgado sobredimensionado. Los otros tres
padres que habían sido engañados para que supervisaran a sus hijos
también los usaban, pero Rey había echado un vistazo al sugerente
tocado inflable y pasó—. ¿Y dónde está tu compañero, Mace? No me gusta
que se pierda la comida gratis.

—Traté de arrastrar a Mace conmigo, pero tiene cosas que hacer


con sus hermanos. —Rechazó gustoso la oferta de ayudar a colocar
adoquines en el patio trasero de la casa, pero aceptó pasar por allí una
vez que la fiesta de su hermana terminara—. Iré más tarde. Estoy seguro

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que se alegrarán de cualquier donación de pasteles que quieras hacer. Ya


sabes, para sacarlo de la casa porque mamá tendrá tu cabeza si te comes
todas las sobras.

Su madre se detuvo en lo alto de las escaleras de la cubierta que


conducían a la zona de hierba verde llena de confeti, zapatos desechados
y envoltorios de magdalenas. Rey sabía lo que ella iba a decir antes que
abriera la boca. Conocía la mirada de su cara y la ligera expresión de sus
labios antes que ella se metiera en su vida.

—No son realmente sus hermanos, ¿verdad? No como si Sarah


fuera su hermana. No entiendo por qué sigue volviendo a esa casa cuando
no está emparentado con nadie de allí. —Fue dicho sin agresión, pero con
una negativa a reconocer a la familia tejida de Mason. Al chillido de Sarah
pronto se le unió una fuerte ráfaga de vítores y una ligera niña hispana
gritando mientras la golpeaban en la espalda, con su venda deslizándose
por la nariz.

—Donna —comenzó su padrastro—. Rey es tan hijo mío como


Sarah. Me casé contigo y tengo un hijo. Mace sólo... no tuvo que casarse
con nadie para conseguir a sus hermanos.

—Es simplemente extraño. El matrimonio es una cosa. No puedes


decir que alguien es tu hermano. —Tomó el cuerno de unicornio dorado
inflable que había dejado en una de las mesas y deslizó su elástico sobre
la parte posterior de su cabeza—. Mierda, le pusieron la cola. Voy a
meterlos en la piscina. Después de eso, podemos hacer la piñata. Ustedes
dos no se muevan hasta que sea el momento de poner las hamburguesas
en la parrilla. No entren en la casa para jugar a los videojuegos. Tienen
un trabajo, y es poner carne en esos bollos.

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Se fue corriendo, sin darse cuenta o tal vez sin importarle que le
había pateado las bolas a su hijo con sus palabras descuidadas.

Él no la confrontó. No habría servido de nada. Su madre ajustaba


su mundo moviendo las palabras hasta que se sintieran cómodas. Mace
era su mejor amigo, una relación que ella podía empaquetar y poner en
un estante, entendiendo cómo estaba conectado con Rey, pero una vez
que cualquiera de los hermanos se metió en la mezcla, ella rechazó sus
lazos familiares.

Y a veces Rey sentía que ella lo rechazaba de alguna manera.

A veces le hacía daño con su negligencia. Sus rechazos eran


pequeños y leves rasguños en su mundo, porque no entendía cómo una
parte de algo que no le había dado se pegaba a quien era. Bear la sacó de
una casa en llamas, pero su madre no llamaba a Mace su hermano. En
vez de eso, era amigo de Bear, incluso cuando le daba un pastel de doble
chocolate con glaseado de chile y nuez que había hecho especialmente
para él.

Nunca le había contado su relación con Gus, aunque Randy lo


sabía y ella probablemente lo sospechaba. Rey no estaba seguro de poder
manejarlo si ella se negaba a reconocer la familia en la que Gus se había
envuelto. En su momento, Gus dijo que no importaba, pero se sentía
sucio esconderlo detrás de la palabra amigo.

La próxima vez, si Gus permitía que hubiera una próxima vez, las
cosas serían diferentes. O, pensó, viendo a su madre haciendo un juego
de limpiar el patio trasero, necesitaba hacer las cosas diferentes ahora.

—Es un caos, eso es lo que es. —Su padrastro rompió la tensión


que se acumulaba dentro de Rey con un fuerte susurro cuando su madre

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se unió a los niños en el césped—. ¿Quién diablos en su sano juicio invita


a una manada de niños de ocho años a una fiesta de cumpleaños?

—¿El tipo con la piscina y algo que demostrar a los otros padres en
la escuela? —Rey se asomó a la manada de niños gritones, asegurándose
que el agua estaba vacía de fiesteros—. Admítelo, la única razón por la
que me querías aquí es porque sé resucitación cardiopulmonar y no
quieres que nadie se ahogue.

—Eso y que recogías las piruletas grandes y arremolinadas. —


Randy lo despidió con su botella de cerveza de raíz dietética,
encorvándose más abajo en su sillón—. Porque si esta fiesta necesitaba
algo, era más azúcar.

Habían recorrido un largo camino desde el incendio, o al menos él


y su madre, Donna, lo habían hecho. Unos años después que el padre de
Rey tratara de matarlos, se había enamorado de Randy, el dueño de una
tienda de autos que la había ayudado después que uno de sus
neumáticos explotara en la autopista. Robusto y generoso, no sólo la
había hecho perder el control, sino que también la había ayudado a
recuperarse. No pestañeó cuando se enteró que Rey era gay y retumbó
con sorpresa cuando su esposa regresó del médico con la sorprendente
noticia de un embarazo tardío.

Ninguno de los dos había planeado tener hijos, pero Sarah llegó de
todos modos, tan fuerte y expresiva como su padre. Randy se sumergió
en la paternidad como lo hizo con todo lo demás, con buen humor y una
actitud de que las cosas pasan. Después de años de crecer con su propio
padre, Rey no sabía qué pensar del hombre barbudo y risueño que había
ocupado tanto espacio en sus vidas, pero le gustaba. Especialmente
cuando le sonreía a su esposa y el placer le iluminaba los ojos.

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—Sí, más azúcar. —Miró a su padrastro. Randy estaba en forma,


un trozo de músculo, genes vikingos y risas poderosas, pero se había
reducido un poco, parando cada mañana en un gimnasio antes de ir a
trabajar—. ¿Cómo va la dieta?

—Extraño el tocino y el queso. En serio, ¿tienes idea de cuántas


hamburguesas con queso y tocino comía durante la semana? Ahora son
ensaladas, pollo a la parrilla y salmón al vapor. —Randy se rio, dando
palmaditas en su estómago plano—. Pero tengo una esposa ardiente y
una hija joven a la que mantener, así que hay que hacer sacrificios.

—Es mi madre de la que estás hablando —se burló Rey—. Ningún


hombre quiere oír que su madre está buena.

—Tiene buenos genes, y te tuvo a ti cuando era una niña. ¿Crees


que me paro a un lado de la carretera durante una tormenta por
cualquier mujer con un neumático pinchado?

—Sí, lo haces —señaló—. Es por eso que se casó contigo.

—Vale, sí, sólo un gilipollas no se detendría, pero si una mujer o


un hombre pueden llamarte la atención cuando vas a 80 km por hora por
una autopista, está buena. —Randy se sentó en su silla, arrastrándola
hacia atrás bajo la sombra del saliente de lona que se extendía sobre la
mayor parte de la amplia cubierta—. Tengo casi sesenta años con una
hija de ocho y una esposa construida como una bomba que se gana la
vida horneando magdalenas. No sabes lo difícil que es para un tipo como
yo en la práctica de fútbol o en la clase de baile. Todos los otros padres
tienen tu edad o están cerca de ella, y que me aspen si algún hipster
barbudo me llama Abuelo Santa cuando mi niña le está pateando el culo
a su hijo en el campo.

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—¿En serio? ¿Abuelo Santa? —Le sonrió a Randy, quien le devolvió


una mirada triste.

—Dejaría crecer mi barba. Sólo para ver cómo se vería —dijo,


frotando su mano sobre su barba bien recortada—. Después de eso, nada
de tocino y, bueno, un viaje a ese lugar de juguetes después que Duckie
empujara al portero del otro equipo al suelo.

—¿Y todavía está de acuerdo con que la llamen Duckie? Tiene ocho
años ahora, ya sabes. —Estirando sus piernas, Rey descansó contra el
brazo de la silla, y luego se movió cuando su borde duro se clavó en los
moretones desvanecidos de su costado—. Casi un adulto. O eso me dijo.
Luego empezó a hablar de que le pusieran su primer sostén y mi cerebro
se apagó.

—Las mujeres tienen sostenes, hijo —comentó Randy—. No puedes


meter la cabeza bajo la arena cada vez que hablan de su ropa interior.

—Oye, si mamá quisiera que le comprara uno en una tienda, lo


haría —admitió—. No estoy listo para hacer un segundo viaje para mi
hermana menor. Todavía lleva un body de panda en la cama.

—Sí, tu madre también, excepto que la suya es un hámster. —La


risa de Randy se volteó encima del ataque de asfixia de Rey. Dejando su
botella en la cubierta, se inclinó, y luego golpeó la palma de su mano en
el lugar entre los omóplatos de Rey—. Dios, te amo. Tienes que relajarte,
chico.

—Eres un imbécil —jadeó, recuperando el aliento. Su espalda


palpitaba junto con sus costillas, pulsando con un dolor bajo—. Jesús,
Randy. No mates al único tipo en tu fiesta de la piscina que sabe resucitar
a la gente.

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—Estarás bien. Sólo respira. —Le frotó la columna vertebral a


Rey—. Y no tendrás que hacer RCP. Como si alguien se arriesgara a la
ira de tu madre por ahogarse durante la fiesta del unicornio.

Se sentaron y vieron a los niños bailar, menearse y gritar hasta la


piscina. Su madre estaba de pie en el fondo, charlando con otra mujer en
vaqueros ajustados con un cuerno inflado a cada lado de su cabeza.
Estaban en ángulo hacia el agua, con los ojos constantemente
moviéndose sobre la piscina agitada. Randy tenía razón. Ella había
retenido cualquier toque de tiempo en su cara y figura en los años desde
que tuvieron que empezar sus vidas de nuevo. Después de tenerlo en la
escuela secundaria, y luego de luchar para llegar a fin de mes mientras
su padre se autodestruía a su alrededor, su madre merecía ser feliz. Fue
irónico que ella encontrara la felicidad haciendo una nueva familia
mientras le negaba a Mace la suya.

—Ella cambiará de opinión un día —murmuró Randy, con su voz


baja y consoladora—. Le lleva algún tiempo, y puede que no siempre esté
de acuerdo conmigo en las cosas, pero lo intenta. Tu madre... lo intenta.
Y ella te ama.

—Yo también la amo. —Se mordió el labio, sentándose cuando su


hermana se zambulló en la parte profunda de la piscina, casi golpeando
a uno de los otros niños—. Jesús. ¿Cómo diablos no tienes un ataque al
corazón? Es peor que los gatos. Gus va a ser un manojo de nervios antes
que Chris cumpla cinco años. Mierda, Gus. No te he hablado de él.

Randy se quedó en silencio durante un tiempo y luego se aclaró la


garganta.

—¿Quién es Chris?

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—Mierda, está bien. Déjame hablarte de Chris. —Hizo un bosquejo


en una breve explicación, viendo a su madre vigilar la piscina con su
doble cuerno como segunda al mando. Dejando de lado las partes en las
que habló con Gus sobre cómo había querido volver a unir su relación,
Rey explicó lo de sacar a Jules del fuego y cómo su madre llevó a Chris a
conocer a su padre por primera vez en una oficina de servicios sociales
junto al hospital—. Así que ahí es donde están las cosas.

—Este niño —Randy comenzó tentativamente—. Él es...

—Nació un poco antes de tiempo, y sí, se quedó embarazada la


noche que yo... —Se detuvo—. Sigo pensando en cuando rompimos y
prácticamente le cerré la puerta en la cara. Hablamos de eso. El otro día,
hace cinco días, cuando conoció a Chris, acabé encontrándolo fuera de
su casa, y joder, no podría haberlo manejado peor de lo que lo hice. Lo
he visto desde entonces. En la tienda o en casa de Bear durante un largo
minuto, pero luego se va antes que pueda hablar con él. —Rey suspiró—
. Estoy tratando como el infierno de construir algo de nuevo, pero... tal
vez no encajamos. Tal vez me estoy engañando a mí mismo con el deseo
de que me dé otra oportunidad.

—¿Quieres un consejo? —Su padrastro saludó a Sarah, que se


detuvo lo suficiente para sonreírle—. ¿De un viejo que de repente se
encontró con una esposa y un hijo cuando menos lo esperaba?

—Randy, eres lo más cercano a un padre que tengo. —Hizo un


gesto al hombre con su refresco—. Tomaré cualquier cosa que estés
dispuesto a ofrecer. Especialmente si se trata de mi madre o de cómo
manejar mis cagadas con Gus.

—Vale, Gus y tú en realidad se parecen mucho a Donna y a mí. —


Levantó una mano cuando Rey resopló—. Escúchame en esto. La

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situación es similar. Hay cosas que compartes y que te gustan, pero las
diferencias a veces parecen demasiado grandes para superarlas. Verás,
chico, la gente es como piezas de un rompecabezas tridimensional.
Algunas personas encajan con dos lados, otras con tres, y otras... los
imbéciles... ninguno. Luego están las personas que encajan en casi todos
tus lados, y esas son las que te quedas. Los que tratas de casar o tal vez
sólo los llamas hermanos. Como sea, pero luego están esos lados que no
encajan y parecen muy lejanos o tal vez demasiado difíciles de ignorar.
Es entonces cuando comienza el trabajo.

—Sí, me escapé del trabajo la última vez. No hice una mierda para
encontrarme con él a mitad de camino. Ahí es donde la cagué —intervino
Rey—. O al menos, creo que lo hice.

—Entonces probablemente lo hiciste. Ambos tienen que decidir si


vale la pena volver a entrar. Esa es la parte difícil ahora —continuó—.
Mira a tu madre. La quiero, pero no entiende cómo funciona la familia de
Mace. Ella no los odia. Incluso le gustan algunos de los chicos, pero no
entiende cuán profundo es su vínculo. Que son hermanos. Para ella, si
no eres pariente de sangre, no eres familia, lo cual es un poco tonto
considerando que tú y yo no somos parientes, pero aquí estamos, viendo
a la gente que ambos amamos en el patio de una casa en la que no
creciste. En mi libro, eso nos hace a ti y a mí familia. ¿Verdad?

—Sí, así es. —Asintió a Sarah—. Aunque no me dieran el hermano


que pedí cuando tenía siete años, pero ella servirá.

—A mí también me gusta Duckie. —Randy se rio—. Voy a trabajar


para que tu madre entienda que la familia significa más que un
matrimonio o un útero compartido. Ella sabe que eres gay. Entiende eso.
Pero hasta ahora, no ha tenido que lidiar con lo que eso significa para
ella, y debería. Vas a traer a casa a otro hombre, quizás Gus, quizás no,

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pero te vas a casar y quizás quieras tener hijos. Demonios, Gus viene con
uno preinstalado. Pero tus hijos no van a venir de los dos, y ella va a
tener que pensar en tener un nieto con el que no esté emparentada.
Puede que le lleve un poco, y puede que lo arruine un par de veces, pero
lo hará bien. Cuando todo esté dicho y hecho, tu madre quiere que seas
feliz, y eso va a tener que incluir amar a todos los que amas.

—¿Y Gus? —Inclinó su cabeza, dándole a su padrastro una rápida


mirada—. ¿Qué diablos hago con él? No sé por dónde empezar.

—Empieza por mostrarle cómo encajan —dijo Randy, alcanzando


su cerveza de raíz—. Y luego le muestras cómo estás dispuesto a
comprometerte en las cosas en las que no lo haces. Tu madre y yo no
estamos de acuerdo en todo. Nadie puede, pero eso no significa que no
vayamos a aguantar hasta que la muerte nos separe. Nadie es perfecto.
Y si te sientas a esperar la pieza perfecta del puzzle, morirás solo y sin
saber el amor que podrías haber tenido. Gus, no es perfecto, pero es un
buen chico, alguien en quien puedes confiar para las cosas que importan.
Él entiende lo que es la familia y el amor, y no puedes pedir nada mejor
que eso. Ahora... —Randy se puso de pie y le lanzó a Rey uno de los
cuernos—. Golpea eso, póntelo, y alimentemos a estos monstruos antes
que se coman a tu madre viva. Porque si esto no resulta ser la mejor
maldita fiesta de unicornios del mundo, tú y yo vamos a tener que
responder ante nuestras mujeres de allí.

***

—¡Cuidado con las manos! ¡Cuidado con las manos! —Ivo siseó a
Gus, sacando sus dedos del camino cuando Gus colocó un par de
ladrillos en su lugar en la cuadrícula—. Tengo que trabajar en alguien
esta noche, y tiene la piel suelta.

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—Ni siquiera estaban cerca de ti, imbécil. —Gus le disparó a su


hermano una mirada de disgusto—. Y como si fueras el único que va a
manosear a alguien. Bear y yo hacemos un infierno de piel más suelta
que tú, porque sólo te gustan jóvenes y firmes.

—Eso sonaría muy mal si alguien no te conociera. —Luke se rio,


haciendo rodar la carretilla llena de arena hasta donde Gus e Ivo estaban
colocando el último de los adoquines. Tirando la arena sobre la lona, Luke
inclinó la carretilla—. Ivo, deja de jugar con el borde y agarra la pala
mientras yo consigo otra carga de arena. Sólo tenemos que llenar los
espacios y apisonarlos.

—Como si supieras de lo que estás hablando —se burló su


hermano menor—. Estamos haciendo esto después de ver un video.

—¡Tengo el Libro! ¡Obedece el Libro! —Asomándose sobre ellos


desde la cubierta superior conectada a la casa, Bear sostenía un grueso
manual, sus bordes maltratados por años de desgaste—. Y sí, vimos un
video. Ahora palea la maldita arena, Ivo. Termina esto y podremos asar
esos filetes.

Bear lo había visto en una librería de segunda mano cuando


llegaron a la casa, y se convirtió en su fuente de información para todo,
desde la plomería hasta el nivel del marco de la puerta. En algún
momento, las páginas 32 y 33 se pegaron, pero no querían instalar otro
calentador de agua. Habían encontrado un sitio de instrucciones en línea
recientemente, lo que ayudó mucho a reducir algunos de los errores que
cometían, pero El Libro seguía siendo su Biblia casera.

Era una pena que el maldito libro no tuviera ningún consejo sobre
cómo lidiar con un ex que todavía querías en tu vida pero no estabas
seguro de poder manejarlo.

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Las tardes de fin de semana en las calles sinuosas de su vecindario


significaban barbacoas, un juego de pelota que jugaban en la escuela, y
en el caso de la casa de los hermanos, que a veces se debilitaba, se
pasaban unas horas apuntalando a la vieja chica para que se sentara
derecha. Con la mayor parte de su inclinación atendida, Bear volvió su
mirada hacia otras cosas, como finalmente abordar la brusca caída del
césped cerca de la valla que compartían con una pareja de lesbianas y
sus cinco serpientes, incluyendo una boa rosada que se había aficionado
a una de las esculturas de metal del jardín de Ivo cuando se escapó una
mañana.

Los árboles frutales que habían plantado juntos no se habían


llevado tan bien como el hueso de aguacate que Ivo empujó con palillos
de dientes y alimentó en el fregadero de la cocina. Luke finalmente
convenció a su hermano menor de que lo tirara o lo plantara después que
su vaso de plástico fuera derribado demasiadas veces. Pensaron que la
casa y su patio trasero demasiado sombreado era el clima equivocado, el
suelo equivocado, todo equivocado, para un aguacatero, pero a la manera
típica de Ivo, la maldita cosa se agarró y se negó a irse. Acomodar la parte
baja del césped les daría otra área para poner asientos, dejando una
amplia extensión de hierba para el resistente y terco árbol de Ivo.

Cuando comenzaron el proyecto, un tramo de tierra nivelada de 20


por 12 pies sonaba como una rápida tarde de trabajo. En los dos meses
desde que Bear los arrastró por primera vez a trabajar en su patio
inferior, ya habían hecho la mayor parte y estaban decididos a colocar
los últimos metros de adoquines y a tachar la terraza inferior de su lista
de tareas pendientes.

De pie, Gus extendió sus brazos sobre su cabeza, exagerando su


altura para compensar los centímetros que Ivo había ganado de alguna

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manera. El pelo azul y púrpura de su hermano colgaba alrededor de su


cara, un hilo de sudor color lavanda manchaba la camiseta de trabajo
que había robado del montón de ropa limpia de Gus. La camiseta colgaba
suelta en los brazos de Ivo pero se ajustaba a sus hombros tan bien como
a su hermano. Ambos eran mayormente piernas, y estudiando a su
hermanito, Gus se preguntó si no estaba también mirando a Chris unas
décadas más tarde.

Olvidados los adoquines, Gus miró fijamente a Ivo, una ola de


tristeza se deslizó sobre él. Nunca debió ser el mayor entre los hermanos
originales. Puck se había tomado ese papel muy en serio, y cuando Bear
intervino después, Gus estaba... aliviado, pero todavía faltaba algo,
alguien, en su círculo. Su propia cara con un poco más de picardía, o
quizás era así como recordaba las cosas.

—¿Estás bien, tío? —Ivo pinchó a Gus con el dedo del pie de su
zapatilla—. Parece que un gansito voló sobre tu tumba.

—No puede ser. —Se enderezó, y puso a su sudoroso y asqueroso


hermano menor en un abrazo de un solo brazo—. Soy el Ganso, y apesto
para volar, ¿recuerdas?

—Amigo, déjame ir —le gruñó Ivo—. Eres como abrazar a una piel
mojada.

—Voy a pasar. La última carga de arena. Apártense del camino. —


Luke pasó con la carretilla por delante de ellos, casi matando a Ivo. Su
hombro se abultaba con el esfuerzo de maniobrar la pesada carretilla—.
Lo siento. Voy a dejar esto. No tiene sentido tirarlo. Mace, trae la escoba.

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—Toma, voy a buscar la otra pala. —Mace pasó junto a Gus,


empujándolo para que se quitara de en medio—. Ve a supervisar con Bear
en la cubierta. Luke puede barrer.

—¡Yo llevaba la arena! —Luke protestó, bloqueando a Gus con el


neumático de la carretilla—. ¿Qué tal si yo empujo...?

—Chicos. —El profundo y ondulante río de lubinas de la cubierta


debería haber sonado como una pregunta, pero los cuatro hombres que
estaban al final de la terraza inferior empedrada sabían más—. Gus, ve a
lavarte las manos para que me ayudes a descascarar el maíz. E Ivo, ¿a
quién estás entintando? Esta noche se supone que somos... nosotros.

—La Sra. Branson. Recibió una profunda herida en la parte


superior de su brazo de un asistente del hospital hace unas semanas.
Necesita un retoque. Tal vez unos centímetros como mucho. Me compró
un poco de ron para arreglarlo. —Ivo se apoyó en su pala, buscando un
nuevo desgarro en sus jeans—. A través de una geisha que consiguió en
Honolulu cuando Collins abrió su tienda en Smith. Le dijo que debería
hacerlo, pero no quiso molestarla porque es pequeña. Es un buen ron.

—¿Supongo que es algo especial? —Mace se desenganchó cuando


Bear soltó un silbido bajo—. La geisha. No el ron.

—Lo juro por Dios. —Gus puso los ojos en blanco, no estaba seguro
de si Mace estaba bromeando o era muy serio—. A veces sólo quiero darte
un puñetazo en la cara.

—¿A veces? —Ivo se deslizó, y luego se volvió hacia Bear—.


¿Quieres venir? Preferiría que lo hicieras tú. La cago y... tío, ni siquiera
estoy seguro que deba hacer algo con ella.

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—¿Tiene unos ochenta años? ¿Más o menos? —Bear masticó su


labio superior, mirando el césped, y luego miró a Gus—. Mierda... voy y
rompo completamente todo lo que se supone que estamos haciendo en
una noche juntos.

—Sí, pero quieres comprobarlo, ¿y ella qué? ¿212? —Gus se burló,


sonriendo con la risa apagada de Mace—. Amigo, ve. Sabes que quieres
hacerlo, y probablemente ella quiere que lo hagas. Los tres podemos
limpiar después. Si Mace todavía puede caminar, porque ya sabes, es
viejo y ya no puede hacer todo este trabajo duro afuera.

—Vete a la mierda, Gansito —se burló Mason—. Veamos quién...

—Diablos, puedo oírlos desde la calle. —Rey subió por la entrada,


su pie se agarró a la puerta sin cerrar antes que se balanceara y lo
golpeara. Con un par de bolsas rosadas con el logo de su madre, se detuvo
en las escaleras que llevaban a la cubierta—. Mierda, vine a ayudar. Mace
dijo que probablemente no lo terminarían hoy.

Había un Dios. Gus lo sabía con seguridad. Un Dios que lo odiaba,


y que maldecía su existencia para recordarle que no debería haber sido
él el que se quedara con el pie atrapado, el que no debería llevar un
brazalete de cicatrices en el tobillo, y que sería Puck el que probablemente
estaría deseando arrastrarse hasta la boca de Rey para darle un beso, y
luego arrastrarlo arriba.

Venía de la fiesta de cumpleaños de su hermana, eso es lo que Gus


sabía, bronceado por una tarde de sol, con un poco de rosa en la nariz.
Según todos los datos, no había nada exótico o cegadoramente hermoso
en Rey Montenegro. Un hombre atractivo con ojos marrones como el
cacao y un despeinado cabello dorado y brillante que se alejaba de su
fuerte rostro, Rey no era difícil de ver. Se había llenado mucho desde que

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eran niños, su pecho y muslos engrosados con los músculos de su


trabajo.

Rey se había roto algunos nudillos en el camino a la adultez, su


nariz también, dejándola un poco descolocada por algunas peleas que
probablemente había tenido junto con Mace. Y por mucho que Gus
amaba el aspecto y la sensación de la boca sensual de Rey, adoraba el
roce de las enormes manos sobre su cuerpo y la fuerza de sus dedos
cuando las clavaba en sus caderas, agarrándolo fuertemente antes de
machacarlo en una larga, caliente y sudorosa ronda de sexo.

Dios, extrañaba el sexo. Casi tanto como extrañaba que hablaran.


Y los abrazos bajo una gruesa capa de mantas mientras el frío se
deslizaba por una ventana abierta porque habían sido demasiado
perezosos para cerrarla.

—¿Pastelito? —Rey sacudió una bolsa ante Gus—. Mamá se cargó


la comida rápida, pero hay una de chocolate y coco que te conseguí antes
que Duckie se la comiera toda.

—No puedo creer que la llamen Duckie —murmuró, queriendo


tanto las magdalenas como el hombre que las ofrecía.

—Te llamamos Gansito —le recordó Bear, llegando por encima del
hombro de Gus y dentro de la bolsa. Sacó un recipiente de plástico
transparente con un pastelito marrón con sabor a chocolate y le guiñó
un ojo a Rey. Al liberar a Rey de la otra bolsa, Bear bajó las escaleras—.
Llévale esto a los otros chicos. ¿Qué tal si pago esto con un filete?

—Buen trato, siempre y cuando no lo quemes. Saboreo suficiente


ceniza cuando voy a trabajar. Déjame poner el resto dentro, donde está
fresco. —Rey subió las escaleras, deteniéndose cuando llegó a Gus.

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Cuando se acercó, Gus tomó una inhalación aguda, atrayendo el aroma


del aceite de coco, jabón y cerveza de raíz sobre la piel de Rey. Entonces
el aliento de Rey calentó su mejilla y su garganta, avivando el fuego que
Gus pensó que había apagado casi una semana antes—. ¿Te importa?
¿Qué me quede? Puedo ayudarte... a cocinar, al menos.

Lo último lo dijo con una larga mirada al cuerpo de Gus, dejándole


sin duda alguna sobre lo que significaba ese calor en la mirada de Rey o
la promesa en sus bajas y oscuras palabras.

—Sí, puedes quedarte. ¿Por qué no te quedarías? Eres el mejor


amigo de Mace —dijo finalmente, alejándose del borde de los escalones—
. Vamos, tenemos que pelar el maíz.

—¿Y tú? —Gus sintió el tirón en su cintura cuando Rey le agarró


una de las trabillas del cinturón—. ¿Amigos? ¿Al menos?

—No lo sé, Rey, pero seas lo que seas —dijo Gus, asintiendo a la
bolsa que su ex todavía tenía en la mano— va a hacer falta mucho más
que una magdalena para superar eso.

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Capítulo 12
—¿Alguna vez has notado que en casi todos los romances
históricos, el tipo siempre tiene el pelo más largo de lo que está de moda?
Todos ellos. Y no era el estilo de entonces. Era todo búho asustado10,
luego el número dos de Desfiles de Marzo11, pero todos estos tipos... Pelo
más largo de lo que estaba de moda. —Ivo levantó la vista del libro de
bordes amarillos que estaba leyendo cuando Gus entró en la sala de arte
de la tienda—. Mierda, si todos los chicos tienen el pelo tan largo,
entonces está jodidamente de moda.

Gus se paró al final de la mesa, o donde habría estado el final si


Ivo no lo hubiera movido para hacer espacio para el sillón extra ancho
que su hermano arrastró de la apretada oficina de Bear. El conjunto de
hoy era bastante sencillo: botas de vaquero y vaqueros negros como Gus,
pero emparejados con una camiseta sin mangas cubierta de sedosas
plumas azul oscuro y púrpura, y en algún momento entre ir con Bear a
arreglar el tatuaje de una anciana y despertarse para venir a la tienda, el
pelo de Ivo ahora hacía juego con su camisa.

—Imagino que tienes todos estos potes de color en tu baño, y te


despiertas cada mañana y piensas, ¿qué mierda de unicornio voy a poner
en mi pelo hoy? ¿Bonito Pétalo de Petunia o el Azul Furioso Bonnie? —
Gus dejó su bloc de dibujo y su caja de aparejos, y luego le dio una
bofetada a su hermano en la esquina de la mesa—. Si manchas lo que
estoy haciendo, te despellejaré vivo.

10 El peinado de "búho asustado" se logró mediante el lavado de cabello poco frecuente


(con poca frecuencia como cada pocos meses) y el uso de cera para el cabello, que
ayudó a crear el volumen salvaje y rebelde.
11 Los estilos populares a fines del siglo XVIII fueron en base a César, Tito y Bruto. El

Coup au Vent era corto en la parte posterior y largo en los ojos en la parte delantera.

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Ivo esperó un latido demasiado largo para el gusto de Gus, luego


se inclinó de lado en la silla, apoyando sus piernas sobre esta. Sus ojos
azul oscuro eran visibles sobre la portada demasiado dramática del libro
de una pelirroja medio desnuda con un vestido amarillo mamá mientras
un pirata rubio con atuendo de la Regencia se agarraba a sus hombros y
miraba con lascivia sobre sus pechos casi expuestos. La composición era
un poco turbia, era imposible saber dónde estaban sus manos, y por
alguna razón había una vaca de las Tierras Altas en toda su gloria peluda
y morada justo sobre el hombro del seductor de camisa verde, pero Gus
no podía entender cómo la maldita bestia se conectaba a la pareja.

—Hay una vaca en la portada. —Probablemente estaba señalando


lo obvio, pero Gus se encontró diciéndolo de todos modos.

—Sí, no he llegado a ninguna vaca todavía. Se conocieron en Hyde


Park. No hay muchas vacas allí —dijo Ivo, encogiéndose de hombros—.
O podría haberlas. No es un libro de historia. Es un romance, pero amigo,
se nota cuando alguien no hace su investigación. Este es bastante bueno.
Tienen los tipos de vehículos en el punto de mira.

—¿Ellos? El nombre de pila del autor es Katie.

—Muchos escritores de romance son hombres. —Ladeó la cabeza


hacia atrás para lanzarle a Gus una mirada despectiva—. Bueno, algunos
de ellos, y algunos coescriben con otras personas. Ellos es simplemente...
más fácil. Ahora cállate para que pueda leer.

—Puedes leer en el salón. —También señalando lo obvio, sobre todo


porque la sala de arte había sido creada específicamente para hacer arte
en ella—. Porque, ya sabes, ahí es donde te relajas.

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—¿Quieres que haga arte para poder sentarme aquí? Está bien. —
Ivo se acercó y sacó uno de los lápices de Gus de la caja de aparejos.
Después de dibujar una imagen clara de tres cuartos de la mano de un
hombre con los dedos enroscados y el dedo medio extendido, Ivo lanzó el
lápiz sobre la cubierta del bloc, y luego volvió a su libro—. Allí. Ten un
poco de maldito arte. —Volvió a tirar la maltrecha novela y se quedó
mirando—. Espera, ¿por qué estás aquí hoy? ¿Qué? ¿A la una? ¿No
deberías estar todo el rato melancólico? ¿Todo gárgola y emo? ¿O es
demasiado pronto para que hagas tu Batman?

—Quiero hacer algo de mierda. Esto... no está funcionando, y el


tipo vendrá la semana que viene a buscarlo. Necesito tener algo que
mostrar por el dinero que está poniendo, que no sea una gallina deforme
sosteniendo un huevo Fabergé. —Enderezó la mesa, su peso hizo que sus
hombros ardieran al moverla. Deslizándose en su silla, Gus buscó su bloc
de dibujo, pero Ivo lo sacó del camino—. En serio, voy a lastimarte.

—Sí, sí. —Abrió la tapa, estudiando los rápidos retratos de la


primera página, y frunció el ceño cuando se adentró más—. Bien, los de
los niños son lindos. Es lindo. Es difícil de creer que hayas hecho eso,
bueno como sea, ¿pero las caras de Rey? Eso es patético, Gansito.

—No me llames así. —Una respuesta automática parecía mejor que


negar que le picaban los dedos para capturar a Rey en la página.

—¿Patético? —Ivo se burló, su labio se curvó en el mismo ángulo


que el de Puck cuando su gemelo lo incitaba a hacer algo que Gus no
quería hacer—. ¿O Gansito?

—Jódete —se echó atrás. Era débil y no hizo nada para disuadir a
Ivo de hojear el resto de las páginas—. Yo sería...

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—Oh, Jesús, joder, eso no es algo que necesitara ver. —Su


hermano retrocedió con un silbido, y luego deslizó el bloc de dibujo sobre
la mesa—. Amigo, tengo que cenar con ese tipo. No necesito saber que
tiene una capucha en la polla.

—Cosechas lo que siembras, imbécil —le recordó Gus—. Ahora


déjame trabajar un poco.

Era la luz o tal vez sólo el día, pero Ivo era... una distracción
demasiado grande. Pegado a las páginas de su libro, estaba concentrado,
pero el traqueteo de su cerebro lo mantenía inquieto. Su pie izquierdo
temblaba, un pequeño temblor de atrás y adelante con suficiente
movimiento para llamar la atención de Gus. Su boca era definitivamente
como la de ellos. No había duda de la mueca perpetua y la burla que su
madre les había dado, y aunque sus ojos eran más oscuros, su forma
reflejaba la de Gus... y la de Puck. Podía distinguir los pedazos de su
hermano mayor en el menor, rebanadas de una personalidad y gestos
que nunca tuvieron la oportunidad de florecer excepto por las partes que
vivían en los hábitos de Ivo.

—Deja de mirarme, imbécil —murmuró Ivo desde detrás de su


libro—. Trabaja en tu... gallina. Me estás asustando.

—Viniendo de ti, eso da miedo. —Encontró una línea que le gustaba


para el pico, luego trabajó hacia atrás, barriendo la cabeza del fénix desde
un ángulo más pronunciado de lo que había intentado antes. Había una
forma en su cabeza, pero se deslizó lejos de él, y Gus cerró los ojos,
respirando a través de su frustración hasta que la encontró de nuevo.
Cuando comenzó a dibujar una versión suelta en la esquina de la hoja,
miró hacia arriba y encontró a Ivo estudiándolo. Resoplando, añadió un
poco de cola al cuerpo rizado del pájaro—. Bien, ¿ahora quién está
mirando?

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—¿Qué vas a hacer con Rey? —Ivo asintió con la barbilla hacia el
bloc de dibujo—. Lo único que no hiciste ahí fue firmar Gus Montenegro
en la primera página para acostumbrarte a ello. ¿Hablaron el domingo
después que Bear y yo nos fuimos? ¿O alguna de las diecisiete veces que
se vieron en los últimos días? Es mejor que se mude en este momento.

—No, Mace y él se fueron después de ver el partido. No me mires


así. Rey y yo follamos. La pasamos bien. —Gus tragó alrededor de sus
mentiras—. Y luego no lo hicimos. Él ya había terminado antes que yo,
amigo. Nada...

—Jesús, eres un idiota. —Bajando su libro, su hermano gruñó.


Sentado, plantó sus pies en el suelo y apoyó sus codos en la mesa,
gruñendo a Gus—. No avanzas, hombre. Nada de lo que haces te hace
avanzar. Quieres a Rey. Puedo olerlo en ti cuando él está cerca. Miras a
Mace cada vez que entra por la puerta porque esperas que Rey esté detrás
de él. Él está estúpido por ti. Lo juro por Dios, es como ver una mala
telenovela con ustedes dos. Sigo esperando que uno se dé vuelta cuando
habla para que ambos tengan un buen ángulo de cámara. Él es...

—Quiere una segunda oportunidad —admitió Gus, dejando su


lápiz. El impulso de dibujar desapareció, susurrado por el pinchazo de
Ivo—. Conmigo.

—No jodas. ¿Con quién más querría una segunda oportunidad? —


Ivo escupió—. ¿Earl?

—Le dije que no. —Por más doloroso que fuera decirlo en voz alta,
Gus casi sonrió al chisporroteo de Ivo—. Hay... mira, amenazaste con
matarlo, ¿recuerdas? ¿Ahora de repente eres del Team Rey?

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—Porque lo persigues como un maldito loro noruego azul. Estás


atrapado en esta jaula y tus malditos pies están clavados. O le dices que
no y te vas o sí y... Aguanta. —Ivo se levantó y cerró la puerta, y luego la
cerró con llave. Volviendo a su silla, se sentó, golpeando los bocetos de
Gus con un dedo rígido—. Lo estás dibujando. Desnudo. De memoria. A
menos que se estén enrollando a escondidas y ninguno de nosotros lo
sepa.

—No, nada de enrollarse. —Su cara se sentía muy tensa, la piel se


estiró sobre sus huesos, y cuando Gus bostezó sus orejas explotaron—.
Le dije que no podía ahora. Ivo, tengo... mierda... están pasando tantas
cosas. Está Chris y... hoy.

—Han pasado veinte años, Gus. —Ivo aplanó su boca en una línea
de desaprobación—. ¿Por qué sigues volviendo allí? ¿Qué crees que vas a
sacar de esto? ¿Respuestas? ¿De qué? ¿Por qué lo hizo mamá? Aquí está
tu respuesta. Ella era una psicópata, y lo que hizo fue una mierda, pero
tienes que dejarlo ir. Tienes que dejar ir a Puck.

Ivo podría haberle apuñalado con un cuchillo.

—No es tan fácil. Lo extraño, hombre. —El mundo nadaba delante


de él, deslizándose detrás de un velo de lágrimas que se negaba a soltar.
Primero se quedaría ciego, pero el peso de su dolor se hizo demasiado
pesado y Gus miró hacia otro lado, mirando el bloque de luz solar que
entraba por las altas ventanas de la habitación—. Sé que es estúpido. Lo
entiendo. Sólo lo tuve conmigo por unos pocos años, pero... a veces siento
como si ella... como si no hubiese sido suficiente que lo matase. Se
aseguró que yo siguiera vivo para que pudiera sentirme así el resto de mi
vida. Lo veo en ti. En Bear. Sólo pedacitos y retazos, y duele mucho, Ivo.
Sonríes como él. Bear tiene un estúpido hipo al final cuando se ríe, y
llama a Earl como Puck solía hablar con el maldito chihuahua del vecino.

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Es como tener un fantasma de él alrededor, y no sé si es una bendición


o una maldición. Una parte de mi alma sigue llegando a él, y no hay nada
allí. Lo veo en el espejo cada vez que me miro, y... hay momentos en los
que me pregunto si no soy él y acabo de tomar el lugar de Gus porque es
muy difícil dejar que la otra mitad de mí se vaya. —Las lágrimas llegaron,
calientes y ardientes, tan rápido que Gus no pudo limpiarlas lo
suficientemente rápido—. Perdí un pedazo de mí mismo en ese entonces.
Y tengo miedo de perder más si... tengo... miedo de amar a Rey. Joder,
tengo miedo de amar a Chris.

—Mierda, ven aquí. —Ivo lo agarró, moviendo la silla con un


empujón para hacer espacio para Gus—. Sólo... ven aquí, joder. Y si se
lo dices a alguien, te romperé la cara.

—No vamos a caber.

—Lo haremos encajar. Será raro y tal vez incómodo, pero


encajaremos.

Las manos de Ivo estaban calientes, su brazo era una bienvenida


pesadez en el hombro de Gus, y aspiró, luchando por no romperse bajo
el reconfortante toque de su hermano. Se dejó arrastrar hasta el sillón
lateral, y a pesar de su doble anchura, los dos no cabían en él, pero Ivo
lo intentó. Medio encaramado en la pierna de Ivo y el brazo de la silla,
Gus se sintió bien al estar enredado alrededor de su hermano menor, la
sensación de su pulso latiendo bajo el hombro de Gus. Le dolía un poco,
probablemente se caería del cojín o incluso rompería la maldita silla, pero
necesitaba el toque de Ivo.

Porque nunca jamás volvería a tener el de Puck.

Y tal vez ni siquiera el de Rey.

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Se abrazaron el uno al otro, atrapados en la tormenta de Gus.

—Eres tan condenadamente estúpido. Me avergüenza decir que soy


pariente tuyo —susurró Ivo, con su barbilla clavada en el hombro de
Gus—. Eres como uno de esos perros que se alejan nadando en el aire
cuando alguien los sostiene sobre el agua. Salta de una puta vez. No
puedes seguir esperando a que el otro zapato caiga. Arriésgate con Rey,
y sí, si te jode, todos lo matamos, pero eso iría para cualquiera. Bien,
Mace podría no ayudar con la parte de la matanza, pero cavaría el hoyo.
Y Chris...

—Jules salió del hospital hoy. Hablamos un poco, y luego me puso


a Chris. El chico... —Sonrió un poco, recordando la conversación que
tuvo con su hijo sobre el globo de Tesla—. Está entusiasmado con los
pingüinos. Ese chico no está bien.

—Los pingüinos son increíbles —argumentó Ivo—. No tan geniales


como los dinosaurios, pero aun así son bastante impresionantes. ¿Vas a
pasar un tiempo con él? Chris. No Rey. No es que tener algo estable con
Rey sea malo, siempre y cuando sea decente al respecto.

—Estamos trabajando en un horario entre Jules, sus padres y yo.


Probablemente Bear también, porque voy a tener que hacer malabares
algunas veces. Menos mal que hago tatuajes. Puedo pasar algunas
mañanas con él, y ella lo traerá a casa los fines de semana. —Frotando
su nariz, Gus se movió, murmurando una disculpa cuando su codo se
clavó en el pecho de Ivo—. Y tío, ponte al día. Acabo de decirle a Rey que
no cuando vino después de la primera vez que Luke y yo vimos a Chris.

—Le dijiste que no en ese entonces.

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—Ni siquiera fue hace una semana. —Movió su pierna para darle
espacio a Ivo—. Necesito tiempo para resolver las cosas. Resolverme.
Aunque sólo sean un par de días más, necesito pasar esta semana.
Necesito pasar el día de hoy. ¿Quieres venir conmigo?

—No. —Ivo sacudió la cabeza—. Ella no fue por mí. Sólo ustedes
dos.

—Probablemente no pudo llegar a ti. Fuimos fáciles. Todo lo que


tenía que hacer era rodar delante de la escuela detrás de los autobuses y
meternos dentro. —Apretó sus ojos, forzando una oleada de recuerdos—
. Y Bear... no era de ella, así que... él no importaba.

—Ninguno de nosotros importaba, Gansito. Es por eso que ella


trató de matarte. Por eso mató a Puck. —Su hermano le dio una
palmadita en la rodilla a Gus—. No había planeado morir mientras lo
hacía.

***

El puente marcó el camino de Gus hacia su primer pilón con una


sinfonía familiar, el viento aumentando y enhebrando el tintineo del
tráfico que pasaba por el tramo. Los enormes cables crujían, absorbiendo
los movimientos y arcos del puente, y el golpeteo de la percusión desigual
de la gente que pasaba mantenía un ritmo discordante que la mente de
Gus luchaba por entender. No había ninguna multitud en el puente.
Había demasiada niebla y humedad para hacer turismo, pero los
resistentes, aun así, hacían sus peregrinajes, pequeñas tribus de
lugareños marcando un ritmo fuerte para cruzar el tramo antes que el
viento los congelara. Ya no sentía su salobre y contaminada mordedura,
ni le importaba ver a través de los grises coágulos de niebla que
oscurecían la bahía y sus islas.

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Había venido a decir adiós, y por su vida, Gus no pudo encontrar


las palabras que necesitaba para finalmente marcharse.

Nunca tuvo motivos para cruzar el puente en sus idas y venidas


diarias. Era raro que pasara por los muelles, aunque había estado en el
Palace unas cuantas veces para ver espectáculos. Su vida simplemente
no incluía el tramo de color naranja oscuro, y a menudo era sólo un
borrón a lo largo del agua, que sobresalía a ambos lados de la orilla, pero
como fondo, nada que buscara o incluso recordara a lo largo de su día.

Pero el estar de pie sobre él, sintiendo su balanceo y escuchando


sus incesantes y cambiantes ritmos, le quitaba el aliento a sus pulmones
y le robaba sus pensamientos antes que pudiera protestar por su peso.

Los sonidos del puente se reflejaban en sus recuerdos. Eso y el


viento. Todo lo demás estaba en silencio, atrapado detrás de un cristal
esmerilado a través del cual no podía ver. Había algo en la botella de jugo
que ella le había dado, una dulzura enfermiza que no le había gustado.
Dado un sabor a refresco que no le gustaba, Puck cogió la bebida de Gus
y le dio la hielera.

Puck había ido demasiado lejos, demasiado débil para caminar


detrás de ella en el puente, pero Gus le siguió como siempre lo había
hecho antes, unos pasos atrás y tropezando. Su boca se entumeció,
intentó decirle a su madre que fuera más despacio, pero su lengua se
volvió demasiado gruesa y sus labios no parecían querer moverse. Ella
había llevado a Puck como un saco de arroz, su cabeza golpeando
ocasionalmente contra la barandilla, y Gus le gritó que se detuviera, que
dejara de hacerle daño, pero el viento le arrebató sus palabras, o quizás
simplemente no le importó.

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El aire sabía a metal y sal, el puente cantaba su descenso mientras


su madre izaba a Puck hasta la barandilla y esperaba que Gus lo
alcanzara. Finalmente se había detenido en el saliente alrededor del
primer pilón, y el frío se había apoderado de su columna vertebral, su
piel casi tan entumecida como su boca, y no había sido capaz de detener
el temblor que lo atravesaba.

Un claxon sonó detrás de Gus, y él sacudió su cabeza, sorprendido


por la neblina en la que había caído. Le dolía la mano, apretándose fuerte
alrededor de los hombres de plástico verde del ejército que había traído
con él, y a pesar del pesado abrigo que había pedido prestado a Bear, no
podía calentarse. No en la helada trampa del engaño y el odio de su
madre.

Ignoró los pasos detrás de él como lo había hecho innumerables


veces antes. Eran parte del canto de la muerte que el puente tocaba para
él cada año, extrañas gotas de sonido que se sumaban al ritmo del viento,
el metal y el zumbido de los coches. Estos se detuvieron, y Gus cerró los
ojos, sintiendo al hombre parado junto a su hombro.

—¿Qué estás haciendo aquí, Rey? —No estaba seguro de si podía


ser escuchado por el viento, pero entonces Rey se acercó, acurrucándose
a su lado, trayendo un poco de bienvenido calor. Abriendo los ojos, miró
fijamente al agua, sin querer mirar al único hombre con el que había
compartido su corazón—. ¿Por qué viniste al puente?

—Bueno, llevas aquí casi una hora y media, y estás poniendo


nerviosos a los chicos del puente. Soy amigo de uno de ellos. Está de
servicio. Estaban a punto de sacar pajitas para ver quién vendría aquí y
trataría de sacarte del frío. —Rey levantó un vaso isotérmico de algo
caliente, y Gus olfateó el vapor que salía por su abertura, una fuerte
patada de café, azúcar y crema—. Y en cuanto al por qué, Ivo me dijo que

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bajara y te sacara de la barandilla, pero planeaba hacerlo de todos


modos. Sólo estaba convenciendo a tus hermanos que me dejaran ser el
que lo hiciera.

—No iba a saltar. Nunca se me pasó por la cabeza. Sólo perdí la


noción del tiempo. —Metió a los hombres del ejército en el bolsillo del
abrigo y luego tomó el vaso, quemándose rápidamente la lengua al tomar
un sorbo—. Mierda, está caliente.

—Lo vas a necesitar. Hace un maldito frío hoy. Seguro que es


agradable después del calor que hemos tenido, pero esto es una locura.
—Rey se dio la vuelta para que su espalda atrapara la mayor parte del
viento, y Gus se estremeció, agradecido por el descanso—. Vine porque
probablemente necesitabas alguien con quien hablar, así que me
arriesgué a que todavía estuvieras aquí.

—Bear…

—Bear sabe que estoy aquí. Me dijo que era estúpido por
perseguirte a través del puente, pero me deseó suerte. —Rey le lanzó una
sonrisa de arrepentimiento cuando Gus le miró de forma sospechosa—.
Tenía una cita hoy en la tienda. Ivo me dio algo de mierda, Earl me tiró
al suelo, luego Bear sugirió que te ofreciera un hombro para llorar ya que
no dejas que ninguno se te acerque.

—Cabrones. Creen que me revuelco.

—¿Lo haces? Revolcarte, quiero decir. —Rey se acercó y Gus se


inclinó para atrás, odiándose a sí mismo cuando lo hizo. Al alejarse, se
erizó cuando el brazo de Rey se elevó alrededor de su cintura—. Sólo...
déjame estar aquí, Gus. ¿Es tan difícil hacer eso?

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—Mira, estoy lo que llamas emocionalmente comprometido ahora


mismo, y es cuando tomo algunas decisiones de vida realmente
estúpidas. Por ejemplo, ahora tengo un hijo de tres años porque no pude
soportar que rompieras conmigo. —Su nariz estaba fría, un carámbano
de carne en su cara, pero sus mejillas se calentaban—. Tienes que
prometerme no follarme cuando salgamos de este puente, porque ahora
mismo, eso es lo que quiero más que cualquier otra cosa. No sé si es
porque te extraño o si sólo quiero... sentirme vivo.

—Prometo no follarte. O dejar que me folles. No importa cuánto


ruegues, pero sólo por hoy. Mañana, no puedo garantizar nada. —La
sonrisa de Rey era un destello de blanco contra su piel bronceada y el
cielo gris envuelto en niebla—. Habla. No hables. Todo depende de ti. Nos
quedaremos aquí tanto tiempo como quieras o hasta que nos convirtamos
en cubitos de hielo. Lo que ocurra primero.

Gus le dio la espalda a Rey. Su pelo se le puso alrededor de la cara,


largas hebras que escapaban del gorro que se había puesto para
mantenerse un poco más caliente. Le picaron en la mejilla, pasando hilos
por sus labios y nariz. Su madre le había dado una bofetada, una dura
conexión de su mano con su carne, y él escupió sangre, añadiendo más
metal al sabor del puente en su boca. El anillo de cicatrices alrededor de
su tobillo le picaba, probablemente más por el frío que por el recuerdo
del acero cortando su carne, y los fruncidos de las quemaduras de
cigarrillo curadas en su antebrazo se retorcieron fuertemente,
reaccionando al roce de la manga de su abrigo, tratando de hacer que su
piel se calentara.

Había cubierto las quemaduras con su primer gran tatuaje, un


águila gritando desafiante con garras curvadas alrededor de un
estandarte con la palabra rebelde. Había habido cierto escándalo por el

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hecho de que se había convertido en esa palabra, y Bear seguía


recordando a la gente que le rodeaba los actos de estupidez más
inspirados de Gus. Se había sentado en silencio durante el dolor,
escuchando las burlas y provocaciones, pero no había elegido la palabra
para representarse a sí mismo. En su lugar, era su recordatorio por no
seguir a ciegas, por luchar contra ser llevado a su propia matanza,
especialmente cuando alguien a quien amaba era el que dirigía.

Tomando otro sorbo de café, Gus se apoyó en la barandilla, y luego


desenterró a uno de los hombres del ejército que había traído con él.
Sosteniéndolo para que Rey lo viera, le dijo en voz baja:

—Déjame contarte sobre Puck.

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Capítulo 13
—Puck era un imbécil —murmuró Gus, su voz apenas audible por
los gritos del viento. Rey se inclinó, arropándolo contra él, y la garganta
de Gus se convulsionó alrededor de sus palabras, agrietándose de
emoción—. Quiero decir que éramos niños, pero Puck era... tan gilipollas.

Haciendo caer un hombre de plástico verde sobre sus nudillos, Gus


miró hacia la niebla invasora, esperando que los consumiera a ambos en
sus helados zarcillos. Parecía que le quedaba poco calor y tembló, incluso
cuando Rey se apretó contra su delgada longitud para impartirle algo de
calor.

—Los niños son unos imbéciles. Pasé una tarde con unos cuantos
hace una semana, ¿recuerdas? —Rey se burló ligeramente, su
exuberante boca se levantó en las esquinas—. Confía en mí, gilipollas es
la configuración por defecto de la mayoría de los niños.

—Puck no solía serlo. No al principio, pero a medida que crecíamos


y mi madre... Dios, ella hacía algunas cosas jodidas y lo arrastraba con
ella. A ella le gustaba tener un compañero en el crimen, y él lo era. —Gus
sacudió la cabeza, odiando la sensación de ahogamiento que se le venía
encima—. Lo llevaba al club de striptease con ella cuando era noche de
aficionados porque se apuntaría a bailar, y luego lo mandaba a tomar
propinas de la mesa o a ver qué podía sacar de los bolsillos de la gente.
Él no conocía nada mejor, ¿sabes?

Guiando a Gus a lo largo de su historia, Rey preguntó en voz baja:

—¿Dónde estabas?

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—Ivo y yo solíamos quedarnos en el coche si Bear estaba haciendo


una cosa de la escuela. Yo lo vigilaba mientras ellos entraban. —Se
encogió de hombros cuando Rey se quejó de la negligencia de Melanie—.
Mejor yo que Puck. Él... odiaba a Bear e Ivo. Odiaba que hubiera un bebé.
Necesitaba ser el centro de atención. Fue mejor cuando Bear se mudó a
la casa, porque encerraba a Puck y nos dejaba en el apartamento con él.
La primera vez que lo hizo, yo estaba como... gracias a Dios porque él
estaba a salvo. Estabas... estás... a salvo con Bear.

Nunca habían hablado realmente de Puck, o mejor dicho, siempre


se negaba a hacerlo. Se sentía más seguro de esa manera. No arriesgaba
su corazón si mantenía sus demonios y pesadillas encerrados detrás de
un muro de sarcasmo frívolo y sonrisas fingidas. Desprovisto de
cualquier defensa, se encontraba en carne viva y abierto. El enfoque de
Rey, sus ojos oscuros y conmovedores, quemaban a Gus, casi tan mordaz
como el frío del aire. Odiaba ver la simpatía en su mirada, sabiendo que
la compasión se gestaría bajo ella.

—Bear es un buen tipo —Rey estuvo de acuerdo—. Bueno, sacó a


mi madre de un edificio en llamas, así que... supongo que siempre lo he
sabido. Tú tampoco eres tan malo, ¿sabes?

—No era un santo cuando era niño —resopló Gus—. Ese era Luke.
Hice todo lo que mi madre me dijo que hiciera. No era bueno para robar
bolsillos. ¿Querías un filete? Ningún problema. Podía robar cualquier
cosa, pero no era tan bueno en coger y correr. Y no lastimaría a la gente.
A Puck le gustaba hacer daño a la gente. Le encantaba cuando ella se
metía en una pelea a golpes con alguien y él saltaba, dándole patadas.
Mujeres que ella pensaba se acercaban a alguien que le gustaba o a un
tipo que pensó que se colaba delante de ella en la tienda de comestibles.
No podía mantener un trabajo porque se peleaba con sus compañeros,

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así que siempre nos mudábamos hasta que los servicios sociales nos
consiguieran un lugar para vivir. Creo que eso fue más por Bear que por
cualquier otra cosa. Las cosas eran mucho mejores cuando Bear estaba
cerca. Entonces Puck...

El viento le robó las lágrimas, atrapándolas y doblándolas en


puntas heladas a lo largo de sus pestañas y mejillas. Luego Rey le robó
el aliento con un suave roce de sus labios sobre la fría boca.

—Dime lo que sientes que necesitas decirme, ¿de acuerdo, cariño?


—Rey murmuró, envolviendo sus brazos alrededor de la cintura de Gus.

Se pararon cadera con cadera, y por un momento, Gus se dejó


sujetar, un poco de paz en la tormenta antes de retroceder. Se dijo a sí
mismo que era para poder hablar, para poder respirar, pero era una
mentira. Estaba a punto de hacerse pedazos, y no podía confiar en sí
mismo para terminar con Rey sosteniéndolo. Era demasiado agradable.
Incluso con el maldito viento, los brazos de Rey alrededor de su cuerpo
se sentían demasiado bien. No merecía ser amable, no ahora. No hasta
que lo sacara todo para que Rey viera quién era y qué había hecho.

Inspirando en sus mejillas, Gus exhaló fuerte, y luego dijo:

—Ivo no recuerda esto, así que no... no se lo digas, ¿de acuerdo?

La boca de Rey se adelgazó; luego asintió.

—Claro. Ni una maldita palabra.

—Los Servicios de Protección Infantil siempre tuvieron a mamá en


su radar, pero ella los estafó. Quiero decir que les hizo trabajar duro para
atrapar a Bear porque pensó que él traería algo de dinero. Pero cuando
finalmente la dejaron tenerlo, la gente seguía viniendo a husmear sobre

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nosotros o sobre ella, y uno de los trabajadores sociales ya estaba


hablando de sacar a Bear porque, ¿cómo lo dijo?, no merecía que le
jodieran la vida como a nosotros. —Un escalofrío sacudió los hombros de
Gus, y se inclinó hacia adelante, distanciándose de Rey. Apoyado en la
barandilla, cerró los ojos, inclinando su cara hacia el viento—. No sé
dónde fue mamá la noche que Ivo se lastimó. Hacía calor, tan pegajoso,
aún caliente en el verano, y era tan difícil dormir. Estaba tan
condenadamente cansado, que Bear me dijo que me quedara en el
dormitorio donde estaba el ventilador. Debí quedarme dormido, porque
me desperté con Ivo gritando como un loco en el salón, y Bear empezó a
gritar mi nombre, y luego le dijo a Puck que retrocediera. Estaba tan
jodidamente enfadado. Nunca le había oído... enfadado... antes de eso.

—¿Qué pasó? —Rey preguntó, sus dedos presionaron la pequeña


espalda de Gus, frotando lo suficiente para que lo sintiera a través de la
gruesa tela del abrigo.

—Apuñaló al bebé. Puck había apuñalado a Ivo con uno de los


cuchillos para carne. Todavía lo estaba sosteniendo cuando entré. Y Dios,
Rey, había jodida sangre por todas partes. Cubría las paredes. Por todas
partes. Bear estaba presionando el pecho de Ivo, y empezó a gritarme
para que lo ayudara. Cuando me acerqué a Ivo, Puck... —Gus se frotó las
costillas donde todavía llevaba una cicatriz de esa noche, una fina línea
blanca que Rey había visto y besado después de tragar una mentira sobre
un jarrón roto y una mala caída cuando los gemelos estaban jugando—.
Me cortó el costado. Puck lo hizo. Fue como... si estuviera borracho.
Llegué a Ivo, y Bear me dijo qué hacer; luego llamó al 911, y Puck... se
quedó allí, riéndose como si fuera algo divertido. Entonces llegó la policía,
e Ivo se fue con el CPS antes que mi madre se arrastrara a casa. La
esperaron, sólo un montón de trajes y uniformes sentados en el sofá,
mirándonos como si fuéramos animales salvajes. Puck se quedó allí,

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mintiendo a través de sus dientes. Fue un accidente. Se cayó. No quiso


hacerlo, y Bear... el trabajador social no iba a dejar que se quedara allí
—murmuró Gus, luego parpadeó, atrapado en el recuerdo de las heladas
caras de piedra y los ojos saltones—. Vinieron a por Bear al día siguiente,
pero siguieron llevando a Puck para hablar con él, y luego hablaban
conmigo, pero siempre nos traían de vuelta. El Servicio de Protección
Infantil tardó un tiempo en sacarnos a Puck y a mí, y sólo porque a mi
madre la pillaron cargando para su camello.

—¿Por qué? Deberían haberlos sacado a todos esa noche. La policía


entra porque llegamos a una casa y un tipo atacó a su compañera porque
la tostada estaba quemada. —Rey siseó, respirando a través de sus
dientes—. Sí, entiendo que fue hace veinte años pero... ustedes eran
niños. ¿Por qué demonios nadie...? Debieron haber estado a salvo.

—Nos sacarían ahora, pero en aquel entonces, no lo hicieron.


Todavía es malo a veces. Si no lo fuera, Luke se quedaría sin trabajo —le
recordó Gus—. A nadie le importaba una mierda, Rey. A nadie. Ni
entonces ni ahora, carajo. Tienes a gente como Luke y, demonios, la
madre de Jules luchando por conseguir algo, pero están luchando contra
la apatía, no contra la maldad. No es que la gente quiera hacer daño,
simplemente no les importa. Si lo hicieran, tal vez no estaría en este
puente contigo ahora mismo. No lo sé. Mira, después que fuimos sólo
Puck y yo, fue como vivir en el infierno. Ivo y Bear eran... ganancias. Sólo
así. El estado pagaba buen dinero por nosotros, y ella perdió la mitad de
sus beneficios cuando los sacaron de la casa. Estaba enfadada. Puck era
de oro. ¿Yo? No tanto —Volvió al agua, su ira de repente fresca y caliente
en su vientre—. Me cosieron en la ambulancia y me devolvieron a ella esa
noche, luego me dejaron allí durante días hasta que... bueno, ataqué a
uno de mis profesores con una silla porque estaba tan condenadamente

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desesperado por salir de allí, que no me importaba si me metían en la


cárcel mientras me sacaran.

—Cariño, no lo sabía. —El horror se cocinaba en sus ojos, vacilante


e inseguro. Sus manos alcanzaron a Gus, y luego se dejaron caer a sus
lados—. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Jesús...

—Puck fue la razón por la que se llevaron a Ivo, pero ella me culpó.
Debí haber evitado que Bear llamara a la policía. Debí haber evitado que
Ivo llorara porque los vecinos lo escuchaban todo el tiempo. —Gus le
ahorró a Rey una mirada rápida, concentrándose en su cara. La
expresión de Rey se suavizó, llenándose de dolor, y Gus miró hacia otro
lado, odiando ver su propia angustia reflejada en sus ojos—. Mi mamá
lo amaba. Siempre decía que Puck era demasiado asombroso, así que un
pedazo de él se desprendió y de ahí es de donde yo vengo.

—Eso es... Dios mío.

—Esa era mi madre. Ella no tenía filtro. ¿Crees que soy malo? Ella
era mucho peor. Siempre había algo malo en mí. Una vez encontré una
cartera y la entregué. El tipo me dio un billete de veinte para
agradecerme, y cuando llegamos a casa, me dio una paliza porque debería
haberme quedado con la cartera. —Gus se estremeció cuando Rey apretó
su brazo alrededor de su cintura—. Le gustaba llevar un cigarrillo
encendido a mis brazos o a mi espalda si hacía algo que la molestara,
diciéndole a Puck que necesitaba sujetar mi muñeca o mis hombros
mientras lo hacía. Ella lo hizo... malo, y yo lo amaba porque es... era...
mi hermano, pero creo que si Bear no hubiera estado allí, habría matado
a Ivo.

El juguete de plástico en su palma cavó en la carne de Gus, una


provocación sensorial que siempre asociaba con una débil capa

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asquerosamente dulce en su lengua y un entumecimiento progresivo en


su cara. Le dolía el tobillo. Siempre le dolía con el frío, las cicatrices
tensaban su piel. Parado en la saliente, podía ver fácilmente la barandilla
en la que se había enganchado y el pequeño tramo de metal donde había
visto a su madre por última vez. Ese momento siempre había tenido algo
de raro. No la parte de la muerte. Aceptó que ella había venido a matarlos,
pero ahora no estaba tan seguro.

Tembló lo suficiente como para hacer que sus dientes


castañetearan, y Rey levantó la mano, cepillando mechones de pelo de su
fría cara, y se inclinó para bloquear el viento cambiante de nuevo.
Pellizcando el juguete entre sus dedos, Gus lo sostuvo para que Rey lo
mirara. Su cuerpo verde oscuro estaba mal formado, un juguete barato y
desechable que había comprado en una tienda a un dólar al final de la
calle del trabajo de Luke.

—Le encantaban estos. Quiero decir, realmente los amaba.


Siempre llevaba uno encima, pero yo no me sentía bien ese día. Vomité
en la escuela y no me gustó el jugo que mamá me dio en el auto. Quiero
decir, ahora sé que ella le puso algo, pero entonces simplemente supe
que me hacía cosquillas en la cara.

—¿Hicieron análisis de sangre después? ¿Para ver lo que te había


dado? —Rey fue gentil, jalando las manos de Gus hacia él, y luego
frotándolas—. ¿O nadie pensó en ello?

—No lo sabían. No hasta mucho después, y bueno, para cuando


me metieron en la cirugía, probablemente ya estaba fuera de mi sistema.
Sólo tomé un par de sorbos, pero Puck se lo bebió todo. Me dio un soldado
por ello. —Gus se rio, la amarga ironía en sus pensamientos conectaba
piezas que no había razonado antes—. Lo estaba sosteniendo cuando
mamá paró el coche. Puck se desmayó en el asiento trasero, y yo estaba

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todo confuso. Todo estaba un poco borroso, pero ella lo sacó y... fue la
primera vez que la oí insultarlo.

—¿Qué quieres decir? ¿Por qué le insultaba?

—Porque ella tuvo que cargarlo todo el trayecto. —Gus se giró,


esforzándose por ver el mirador al final del puente—. Se estacionó allí.
En el otro lado. Donde los turistas toman fotos, y nos acompañó hasta
aquí. Casi todo el camino cruzando. Ella estuvo jurando todo el tiempo,
llamándolo inútil y patético porque tenía que cargarlo. Y no tuvo cuidado
con él. Su cabeza golpeaba la barandilla, o a veces alguien que pasaba le
daba un codazo, pero ella seguía adelante. Llegamos hasta aquí... justo
aquí, Rey... y ella simplemente lo tiró.

La nausea lo golpeó fuerte, doblándolo. La voz de Rey se


desvaneció, un poco de ruido blanco se convirtió en el rugido de la sangre
en la cabeza de Gus. Su piel picaba y escocía, y Gus se agarró el torso,
pero era demasiado tarde. Su cuerpo reaccionó a los venenos que
persistían en su mente, su estómago purgando los ácidos hirvientes que
había empezado a preparar en el momento en que su pie tocó el camino
del puente.

No surgió nada, y Gus tragó, lavándose la quemadura del fondo de


su garganta.

También había vomitado ese día. Su garganta cruda por gritar el


nombre de Puck, luego sus oídos casi se rompen por el dolor de los gritos
desgarradores de su madre. Ella lo arañó, le clavó las uñas en la
garganta, desgarrándole el pecho y la espalda, pero él estaba demasiado
roto para darse cuenta. Puck estaba bajo el agua, en algún lugar bajo las
salpicaduras que había hecho al entrar, un círculo de ojos blancos que
ahora desaparecía en la bahía ondulante.

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Su rostro había pasado de regocijo a... nunca encontró una palabra


para describir la catastrófica pérdida de su expresión. Ella había mirado
al soldado que él tenía en su mano, y luego a su cara. Él la había
empujado, desesperado por hacer algo, para salvar a su gemelo, pero su
hermano se había ido.

Su mundo cambió entonces, volviéndolo del revés, y la violencia del


dolor de su madre lo golpeó antes que sus puños. Destrozado, había
trepado, con la barandilla del puente clavándose en el estómago y
gritando al agua, suplicándole que de alguna manera devolviera a Puck.

Ella dejó de golpearle la espalda, o quizás él simplemente ya no


sintió sus golpes. Otros gritos vinieron de alrededor, pero Gus no pudo
encontrar la voz de Puck entre ellos. Enganchando una pierna sobre la
barandilla, estaba inconsolable, perturbado más allá de la razón.
Entonces su madre le puso las manos sobre los hombros y le empujó,
inclinándolo. La caída fue rápida, y también la parada. El dolor, sin
embargo, pareció continuar para siempre, y se había estremecido por la
cegadora y blanca explosión de su tobillo que se rompió cuando su pie se
deslizó a través de un hueco entre las barandillas de soporte del puente,
y se quedó allí colgado, retorciéndose de un lado a otro por encima de las
aguas revueltas que ya reclamaban a su hermano.

Un momento más tarde, su madre pasó de largo, sus brazos


agitados golpearon el saliente y abrieron su piel, salpicando su sangre en
su cara. Golpeó el agua, aterrizando de lado, y la bahía la succionó,
tirando de ella hacia abajo para unirse a su hijo. Él estaba abrumado e
incapaz de dejar de llorar. La voz de Gus se quebró, y el dolor lo hundió,
envolviéndolo en una oscuridad tan nítida como el agua a su familia.

—Ella había pensado que yo era Puck. Éramos idénticos —explicó


Gus. Se agarró al juguete con más fuerza, anclándose con su presencia.

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Le cortó, destrozando su piel con sus bordes desiguales y afilados, y su


palma se humedeció con el sudor y probablemente con un poco de
sangre—. Hasta que se nos cortó el pelo, aunque a él le gustaba el suyo
corto y el mío largo. Mi padre adoptivo lo odiaba, y me afeitó con tijeras
de podar en el patio trasero casi tan pronto como entré en su casa. No
podía distinguirnos. Jesús, le había dado una lata de refresco, Rey, pero
a mí me dio una botella de jugo de fruta. Puck también bebió eso porque
yo no lo quería. Por eso estaba desmayado y ella tuvo que cargarlo. Es
por eso que ella le insultó. Pensó que Puck era yo. Debería haber sido yo
pero... mató al gemelo equivocado. Miré su cara cuando se dio cuenta, y
era... era un monstruo... se había excitado al matarme. La había visto
teniendo sexo. Demonios, ella se acostaba con tipos en la cama mientras
nosotros dormíamos en el piso a su lado. Conocía esa cara. Y... cuando
se dio cuenta que no era yo, ella... —Jadeó, aspirando un poco de aire
frío, necesitando derribar el calor acumulado en su interior—. Un maldito
juguete, Rey. Este maldito juguete y la codicia de Puck... me mantuvieron
vivo. Debería haber sido yo. Debería haber...

—No debería haber sido ninguno de los dos. —Rey lo atrajo,


alejando la locura que su madre dejó dentro de él—. Tú no tuviste la
culpa de la muerte de Puck. Ella le hizo eso a él... a los dos.

Rey tomó su cara, ahuyentando el frío. El viento seguía ahí,


golpeándolos, acosándolos, robándoles el aliento, pero Rey lo retuvo. Sus
bocas se tocaron, un beso con sabor a sal, arrepentimiento y dolor, pero
debajo de él se cocinó a fuego lento un calor que Gus anhelaba, que
añoraba. Soñaba con Rey, manteniendo vivos los recuerdos en su alma y
sacándolos cuando la soledad se le acercaba para robarle parte de su
cordura.

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Dejó caer el juguete. Se cayó, pero no lo oyó golpear el puente. Por


lo que sabía, se unió a Puck en el agua. Gus ni siquiera estaba seguro
que fuera del mismo tipo que había sostenido ese día o de que importara.
En algún lugar de la niebla sonó un profundo y ondulante estruendo de
un claxon que resonó en el agua, y Gus sintió que su sonido les golpeaba,
inundando el parloteo de una pareja que pasaba y el tic-tac de las uñas
de su perro mientras trotaba detrás de ellos.

Nada de eso importaba ya. Nada de eso. Ni los extraños. Ni los ecos
de los gritos desgarradores de su madre o los chillidos furiosos que
introdujo bajo la piel de Gus cuando intentó asesinarlo por segunda vez.
Ni siquiera el recuerdo que no pudo borrar de su demasiado brillante pelo
dorado, sus miembros bronceados y su vestido rojo floreado cayendo a
su lado, un molinete giratorio tragado por las aguas mortales de abajo.

Había venido al puente para lidiar con la muerte o al menos


enfrentarla, pero Rey exigió algo más.

A Gus no le importó quién le veía abrazar al joven con el que había


caído preso de la lujuria la primera vez que le vio, tumbado en el césped,
cubierto de mugre y tosiendo humo. Gus enganchó sus dedos en las
presillas del cinturón de Rey y lo acercó, inclinando su cabeza para que
pudiera beber de su boca, deleitarse con la dulzura desvanecida del té
helado en su lengua y avivar el fuego que habían dejado caer a las brasas.

Su beso se volvió salvaje, lujurioso y algo más... complicado...


profundizando en el espacio entre sus cuerpos apretados. No había duda
de su excitación. A Gus le dolía la polla casi tanto como el corazón, y la
piel de su espalda le hacía cosquillas, su cerebro le recordaba lo bien que
se sentían los dientes de Rey cuando se hundían en el espacio entre sus
omóplatos.

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Se separaron, más por el aire que porque querían detenerse. No


hubo suavidad en su beso. La boca de Gus cosquilleaba por el contacto,
magullada por la ferocidad de Rey, y mientras luchaba por conseguir un
poco de sentido común, alguien que pasaba por allí se echó a reír, y luego
gritó: "Consigan una habitación".

—No es mala idea —murmuró Rey, apoyando su frente contra la de


Gus—. Bueno, en su mayor parte no es una mala idea.

—Es una muy mala idea. —Gus se movió, pero fue inmovilizado
contra la barandilla por el cuerpo duro y musculoso de Rey, y se dio
cuenta de la dura longitud de la polla de Rey presionando su muslo—.
Prometiste no follarme, ¿recuerdas?

—Sí, lo recuerdo. —Un peligroso destello brillaba en los oscuros


ojos de Rey, una brillante y sensual promesa resonaba en la malvada
sonrisa con la que disparó a Gus—. Pero también a veces miento.

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Capítulo 14
Un suave perfume a madera aceitada, libros antiguos y hombres
impregnaba la casa de sus hermanos, un agradable toque dulce y
almizclado que a Rey siempre le había gustado. Era el aroma de una
familia, una que él amaba, y sentado en una cama grande cubierta por
un edredón con la luz que se desvanecía en las ventanas de los
dormitorios recogiendo el oro en el largo cabello de Gus, Rey entendía el
confort que su ex amante encontraba en las paredes de la casa que a
veces crujían. Especialmente cuando era realmente el único hogar que
había conocido.

Había sido una sorpresa cuando Gus los llevó a su antigua


habitación, la que tenía antes que Mason y Luke se mudaran, pero
incluso en su propia casa, Gus era un niño un poco salvaje, vagando por
sus espacios, buscando un lugar donde derrumbarse.

La habitación en la que estaban todavía olía un poco a chico


adolescente, pero podría haber sido la niebla de San Francisco y el rollo
emocional de Gus aferrado a su piel. Los posters empapelaban una pared
y colgaban de las partes inclinadas del techo que cortaban la habitación.
Había mirado a un dúo de estrellas de rock locales demasiadas veces
para contarlas, a menudo preguntándose si se habían follado a pesar de
las repetidas afirmaciones de que eran hermanos, y se sorprendió un
poco de no ver una lámina de su nueva banda pegada en un espacio
abierto. A juzgar por los garabatos de arte que cubrían los planos y las
hojas de papel de pulpa pegadas con chinchetas a la tabla de corcho que
cubría la pared junto a la puerta, Gus pasaba mucho tiempo en la
pequeña y extraña habitación.

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Había derramado su corazón y sus pensamientos sobre las


páginas, algunas criaturas en tinta negra furiosas y punzantes asomando
por los bordes, pero había trozos más suaves metidos entre ellos, dibujos
a lápiz azul y gris suave fluyendo por el papel en una delicada y espumosa
danza. Rey podía distinguir algunas caras, incluyendo la suya, y una oda
pictórica al peludo chucho que los hermanos decían que compartían pero
que en realidad pertenecía a Bear.

Era una habitación familiar, en la que Rey había pasado mucho


tiempo, a veces a solas con Gus y otras veces con uno o más de los otros.
La cama estaba puesta en el suelo sin marco que la soportara, y en una
esquina había un pequeño montón de ropa tirada en un cesto de plástico
para la ropa sucia, pero conociendo a Gus, probablemente estaban
limpios y simplemente los dejó allí porque nunca pudo guardar nada. Los
libros de arte cubrían la mayor parte de la vieja cómoda en la pared de la
cama, y Rey apostaría dinero a que la mayoría de los cajones estaban
vacíos.

—Mierda, tuve sexo contigo en una de estas camas. No puedo


recordar si fue en esta habitación —murmuró Rey al hombre somnoliento
que estaba a su lado—. ¿Y dónde diablos encontraron Bear o tú sábanas
de tamaño real con naves espaciales?

Un resoplido entre dientes sobre las almohadas fue la única


respuesta que obtuvo.

Había una elegancia rota en el cuerpo desparramado de Gus, una


disonancia sensual presente en casi todo lo que hacía. Fue lo que atrajo
la atención de Rey la primera vez que vio a Gus la noche del incendio, y
aunque su cerebro adolescente no pudo precisar qué era lo que tenía el
arrogante cuasi hombre rubio que accionó un interruptor en la parte
posterior de su cabeza, una vez que lo accionó, no pudo apagarlo. Habían

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crecido juntos, o al menos eso creía él. Mirando hacia atrás en las últimas
horas, Rey se dio cuenta que había llegado a la edad adulta mientras Gus
se arrastraba sobre sus manos y rodillas sobre los fragmentos de vidrio
para llegar al complicado, sabio y rebelde lío en el que se había
convertido.

Acostado, con una rodilla levantada mientras la otra pierna estaba


tendida hacia afuera, Gus anidó en una cuna de almohadas, una pila
suave y llena de plumas con la que Rey se había encontrado a veces
luchando por el espacio en medio de la noche. Habían llegado tropezando
a la casa, Rey sosteniendo a Gus después que el choque de adrenalina
finalmente lo golpeara. Lloró un poco, se acurrucó en el asiento delantero
de Rey, contento que lo llevaran a casa después de tomar un aventón
hasta el puente, y luego casi se cayó de bruces en la acera cuando se bajó
de la camioneta, con las piernas demasiado tambaleantes para
sostenerlo.

No hablaron. Tropezó con la llave de la puerta principal, luego


arrastró a Gus arriba a su habitación, agradeciendo que la casa estuviera
vacía. Se quitó los zapatos y se dejó caer boca abajo en la cama, gimiendo
de cansancio. Había mantenido su promesa de no tener sexo con Gus.
Incluso admitiendo burlonamente que había mentido, el momento no era
el adecuado, y Gus merecía más que... Rey no estaba seguro de cómo se
llamaría tener sexo después de rasparte el alma y desnudarla ante los
fríos elementos de un banco de niebla de San Francisco. Como mínimo,
se habría aprovechado de Gus.

En el peor de los casos, no habría sido mejor que cualquiera de los


otros imbéciles que lo usaron y luego lo tiraron.

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—Bien. —Como si nunca lo hubieras hecho con anterioridad. Rey


resopló para sí mismo. Acariciando la mandíbula encrespada de Gus,
murmuró—: Esta vez lo vas a hacer bien. Te lo prometo.

—Vete —murmuró Gus en su almohada—. O cállate. Una de los


dos. O las dos cosas.

—Bonito. ¿Así es como tratas a un tipo que se pregunta si necesitas


agua? —Rey quería tocar la piel de Gus. Le picaban los dedos por ello,
por explorar las texturas a lo largo de su espalda, brazos y lados, para
aliviar las heridas que se habían curado hace tiempo, porque no podía
hacer nada para alejar las lágrimas que sangraban en el corazón roto de
Gus—. Probablemente necesitas hidratarte...

—Joder, suenas como Mace —refunfuñó, arrastrando los pies más


allá de su nido—. Sólo... estoy cansado, y no puedo relajarme. Entonces
empiezas a hablar sobre mierda para que yo escuche.

—¿Quieres que vaya a buscarte algo de comer y beber? —Rey


levantó una pequeña almohada, sonriendo cuando un poco de luz del
aparato de arriba encontró el ojo izquierdo ligeramente abierto de Gus—
. ¿O quieres que me acueste a tu lado hasta que te duermas?

—¿Te vas a callar si te acuestas?

—Probablemente no. En realidad, probablemente pasaré unos


minutos disculpándome por ser un imbécil contigo y luego me arrepentiré
de haber prometido no desnudarte y tener sexo contigo tan fuerte como
para mover la cama por el suelo.

—Amigo, te amo y todo eso, pero si no me dejas dormir por lo menos


un par de horas, te voy a tirar del puente. —Se quejó. Luego Gus torció

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su boca en una mueca de arrepentimiento—. Joder, siento haber dicho


eso.

Su corazón estaba en su garganta, y a Rey le costaba tragar a su


alrededor. Manteniendo su voz lo más ligera posible, le devolvió el
empujón a Gus:

—¿Cuál? ¿Qué me amas o lo del puente?

—Elige. Las cosas están demasiado desordenadas ahora, y me


duele el cerebro. —Sus ojos estaban abiertos ahora, un azul helado a
fuego lento de arrepentimiento y viejo dolor. Dándose la vuelta, Gus
movió sus hombros hasta que pudo tumbarse en la cama, y luego miró a
Rey, su cara todavía rosada por el viento abrasivo en el que había estado
parado—. Tengo hambre, sed y estoy cansado. Quiero... todo y tal vez a
ti, pero ahora mismo no puedo lidiar con mucho más que el sueño. No
debería haber salido solo. No debería haberles dicho a los chicos que me
dejaran en paz, e Ivo no tenía derecho a decirte que vinieras a buscarme,
pero...

—¿Al menos te alegras de que lo haya hecho? —Rey pasó sus dedos
por el pelo que cubría la cara de Gus, moviendo las hebras a un lado—.
Porque estoy algo presionado para protegerlo si tú no lo estás.

—Sí, el imbécil sabía que te necesitaba, y si se lo dices, te destriparé


ahí mismo. —Su suspiro era pesado, cargado por un día demasiado largo
y demasiada culpa—. No puedo pensar ahora mismo. Estoy así de
cansado. Quiero que te quedes, pero no quiero pedírtelo porque...

—Me quedaré hasta que te duermas. Luego iré a prepararte algo de


comer para cuando te despiertes —prometió, bajando para estirarse al
lado de Gus. Se acostaron uno al lado del otro, tocándose los hombros y

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las caderas, y Rey sintió que los miembros de Gus se relajaban, aflojando
la tensión de su cuerpo—. Estás agotado por los nervios y probablemente
por un galón de café.

—Medio galón —murmuró Gus—. No tuve tiempo para el galón


completo. Jules y yo estábamos trabajando en un horario por teléfono.
Chris va a la escuela algunas mañanas, así que eso hace las cosas un
poco difíciles, y hasta que pueda llevarlo yo solo... hasta que los abogados
y los trabajadores sociales se aseguren que no lo voy a lastimar, estoy
bastante atascado en el momento en que puedan darme algo de tiempo.

—Apesta, pero es...

—Comprensible. No me conocen. Todavía no. Mierda, no los culpo.


Mira lo que hizo mi madre. —Los parpadeos de Gus se ralentizaron, sus
pestañas bajaron y se quedaron contra sus mejillas antes de volver a
levantarse—. Joder, no puedo... lidiar con todo esto. No estoy listo pero...
no puedo alejarme de él, ¿sabes? Es un chico genial. Mejor de lo que yo
era, eso es seguro. He intentado hablar con él a través de la webcam al
menos un poco cada día, pero es difícil. Siempre está rondando por todas
partes.

—Algo así como solías ser —bromeó Rey. La respiración de Gus se


hizo más lenta, y su mirada se atenuó, perdiendo la concentración—. Y
no te preocupes. No voy a retenerte a nada de lo que digas hoy. Está bien.

—Lo siento. Por la primera parte, pero a veces por la segunda —


susurró Gus mientras se giraba hacia su lado para enfrentarse a Rey. Su
cabello se despeinó hacia adelante, casi escondiendo su hermoso rostro,
y sus hombros se encorvaron cuando acunó una pequeña almohada
contra su pecho—. Nunca te lo dije, pero estaba tan jodidamente
enamorado de ti. Se me rompió algo cuando me dijiste que me fuera, pero

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lo entiendo. Estaba tan condenadamente asustado de dejar que te


acercaras a mí. Seguía arruinando las cosas entre nosotros, pero ni
siquiera puedo explicarlo. Sabía que me estarías esperando, pero no
podía ir allí, aunque sabía que te enfadarías o te dolería. No podía...

—Fue hace años, cariño. —Encontró la boca de Gus en medio de


una caída de seda dorada y una funda de algodón de cachemira,
besándolo ferozmente. Rozando el pelo de Gus, Rey trazó un dedo sobre
el borde de su oreja, encontrando la muesca en su curva de una batalla
librada por un control de vídeo antes de conocer a ninguno de los
hermanos. Conocía las historias del cuerpo y el alma de Gus, paisajes
familiares que no había apreciado cuando le dieron el primer vistazo—.
Podemos recomenzar. O empezar de cero. Como quieras llamarlo, y para
que lo sepas, no eras el único locamente enamorado. Eras el único lo
suficientemente inteligente para reconocerlo.

***

—Bien, ¿tienen diecisiete tipos diferentes de frijoles enlatados pero


no tienen ajo? —De pie en el centro de una antigua habitación de barro
que Bear había convertido en una despensa, Rey cavó a través de una
cesta de cebollas de Maui, y luego se dio cuenta que estaba mirando
fijamente una trenza de bulbos de ajo que colgaba de un clavo. Como la
mitad del corto tramo ya había sido arrancado y metido en la despensa,
era seguro usarlo sin que nadie perdiera la cabeza por el hecho de que
Rey lo canibalizara—. Vale, no es que vayan a colgar ajo en la despensa
para decorar.

Separando los dientes de la raíz del bulbo, Rey hizo un rápido


inventario.

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—Cocinar el arroz. Dorar las hamburguesas. Las cebollas ya están


dentro. Algunas guardadas de nuevo. ¿Qué diablos estoy olvidando?

—Depende de lo que estés haciendo. —La voz de Bear retumbó


detrás de él. Un traqueteo de placas de identificación y uñas de los pies
en el piso de madera le advirtió a Rey que se agarrara a sí mismo mientras
Earl entraba a la cocina, su cadera atrapando la mesa en su afán de
saludarlo.

El perro le golpeó las piernas, un poderoso asaltante de piernas


largas con pelo y una lengua larga y húmeda. Rey perdió el equilibrio,
atrapando el mostrador con el codo. La lengua de Earl le restregó todo lo
que el perro pudo alcanzar, y dio un pequeño salto antes de plantar sus
patas delanteras en los pies desnudos de Rey. Inhalando, Rey rozó la
enorme cabeza del perro, empujando un hombro peludo con la esperanza
de tener suficiente espacio para respirar.

—Earl, siéntate —ordenó Bear, y el perro plantó su trasero hacia


abajo, moviéndose en su lugar—. Está entrenado, ¿recuerdas? Sólo dile
lo que quieres que haga. ¿Dónde está Gus?

—Arriba, desmayado. Llegué al puente y hablamos un poco. Fue


difícil para él este año. O más difícil. —Rey dio un paso alrededor del
perro y agarró una espátula de madera para remover la carne con ella—.
Prometí que tendría algo para que comiera cuando se despertara...

—Probablemente por el niño —musitó, subiendo a la estufa y


olfateando la carne dorada. Bear sólo le llevaba cinco centímetros, pero
la anchura del hombre hacía que Rey se sintiera como un Oompa
Loompa—. ¿Qué estás haciendo?

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—Chili. Parecía lo más seguro, porque tienen como veinte kilos de


hamburguesa en el congelador y es una de las pocas cosas que sé
cocinar. —Al retroceder, Rey casi tropieza con la pierna extendida del
perro, y Earl lo miró, su amplia boca se enroscó en una sonrisa.

—El chili es bueno. Es algo que Ivo comerá. —Bear sacudió la


cabeza—. El chico es exigente. Comerá balut pero no tocará una chuleta
de cerdo. También tenemos salchichas en el congelador. Se comerá un
perrito de chile si tiene crema agria. ¿Qué necesitas que haga?

—Me vendría bien un poco de ese ajo pelado y picado mientras me


sermoneas sobre cómo debo dejarlo en paz. —Rey bajó la espátula, y
luego le dio un empujoncito a Earl con el pie—. Si el perro no me mata
primero. Tienes que moverte, chico.

Burlarse del hermano mayor de Gus era probablemente una de las


cosas más tontas que había hecho, pero el pequeño empujón le hizo
sonreír, un poco de humor compartido por detrás de la barba oscura y
recortada de Bear. Las líneas se arrugaron alrededor de sus ojos azul
medianoche, y ordenó al canino que se acostara en una cama para perros
al final de la cocina, abriendo el grifo para lavarse las manos. Earl se
inclinó, suspirando dramáticamente mientras caía en la suave cama.

Bear era sin duda el hombre más temible que Rey conocía. Había
algo en el enorme y taciturno patriarca autoproclamado que lo ponía
nervioso. No los separaban muchos años, quizás un puñado, pero Bear
llevaba décadas de autoridad y fuerza sobre sus anchos hombros. Era un
rey entre príncipes rotos, protegiendo a sus hermanos reunidos mientras
se curaban y dándoles espacio para cometer errores. Rey sabía sin duda
alguna que había una línea en algún lugar que, al ser cruzada, desataría
la ira de Bear, y ese era un lugar en el que nunca esperaba estar.

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—No te voy a dar un sermón, pero te ayudaré —dijo finalmente


Bear, secándose las manos en un paño de cocina. Después de sacar dos
cuencos de plástico de un armario, tiró el bulbo en uno, y luego lo cubrió
con el otro. Tomó los tazones y los sacudió vigorosamente mientras Rey
se preguntaba qué demonios estaba haciendo. Después de unos
segundos, los dejó en el mostrador, tomó el de arriba y recogió los dientes
pelados y separados, y los colocó en la tabla de cortar que Rey había
usado para las cebollas—. Más fácil de esta manera. Pásame el cuchillo,
y podemos hablar más tarde sobre si necesito amenazarte un poco más
o darte la bienvenida a la familia.

Trabajaron bien juntos, apartándose el uno del otro cuando el


espacio era demasiado estrecho, y a la manera típica de Bear, el hombre
mayor se quedó en silencio, dejando que Rey juntara el chile sin el
respaldo que usualmente tenía con Mace. El primer sabor del chile fue
un polvo de pimientos secos, comino y tomates demasiado brillantes,
pero Rey pudo ver donde terminaría en un par de horas, suavizándose y
dulcificándose a medida que los sabores se mezclaban.

—Los platos están en el lavavajillas —retumbó Bear desde la puerta


abierta del refrigerador—. Podemos rallar el queso más tarde. Le diré a
Ivo que tiene que parar por crema agria si quiere un poco en el suyo, o
puede escurrir el suero del yogur griego. Sabe más o menos igual. ¿Qué
tal una cerveza? Son más de las cuatro. Podemos ir a sentarnos en la
sala de estar.

—Siempre pensé que si era después del mediodía, estaba bien. —


Rey tomó la botella fría de ipa que Bear le entregó.

—Me parece justo. Vamos. He estado de pie todo el día. Estoy listo
para relajarme un poco. —Chasqueando su lengua al perro, Bear se
dirigió a la sala de estar. Earl miró fijamente a Rey, luego trotó tras él,

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golpeando con la cola un ritmo constante en los armarios y en la puerta


cuando pasó.

—Eres un perro prejuicioso, Earl —le dijo Rey a la espalda del


canino en retirada—. Peor que Mace con esas miradas.

La sala de estar estaba tranquila cuando Rey se relajó en la sección


que ocupaba una buena parte de la habitación. Bear estaba recostado en
una de las esquinas, con los pies apoyados en el otomano y los brazos
apoyados en los cojines del fondo, con la cerveza en la mano izquierda.
Earl estaba en el suelo, estirado sobre una bolsa de frijoles, con la cabeza
y las piernas caídas a los lados.

Por extraño que parezca, la televisión estaba apagada, y no había


otros sonidos en la habitación aparte de su respiración, los ronquidos
desafinados de Earl, y el ruido ambiental que venía de la calle al otro lado
de la casa. Una alegre conversación entre dos o tres adolescentes les hizo
compañía durante unos segundos. Luego alguien pasó corriendo, seguido
de una suave ráfaga de ladridos de perro que a Earl no pareció importarle,
su oído tembló una vez antes de reanudar sus ronquidos.

—Lo que más me costó asimilar fue que Mace tuviera algo puesto
todo el tiempo —dijo Rey finalmente, deleitándose en la tranquilidad—.
No le gustaba que la televisión o el estéreo estallaran, pero siempre
necesitaba... algo, ¿no?

—Sí, lo hace —Bear estuvo de acuerdo lentamente—. Bueno, ya


sabes cómo es. El ruido ayuda. También lo hace el moverse alrededor. Es
mejor ahora que te tiene jugando a las carreras con él por la mañana,
aunque estoy seguro que la gente piensa que están locos. Dos hombres
adultos persiguiéndose uno al otro por el Barrio Chino.

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—No creo que nadie se dé cuenta. —Rey recordó una corrida en la


que participaron policías y una mujer con un rodillo de amasar con una
puntería mortal con un par de muslos de pollo crudo—. Bueno, nada que
haga que nos arresten, de todos modos. ¿Vamos a revisar a todos antes
de llegar a Gus? Porque si es así, voy a buscar otra cerveza, así me tomaré
una fría cuando nos metamos en esto.

—Tú eres el que trajo a Mace —le recordó a Rey, señalándole con
su botella de cerveza—. No hay mucho que decir sobre Luke contigo, y
como Ivo te está haciendo la tinta, podría hablar de eso, pero vamos a
terminar de nuevo con Gus. No tenemos que hablar de lo que dijo en el
puente, porque por la expresión de tu cara, supongo que te contó lo que
hizo Melanie y lo de Puck.

Bear tenía una forma de pelar la piel de un hombre con una mirada
fija y una expresión inescrutable. Podía esperar a cualquiera, una roca
en el caótico arroyo que lo rodeaba, y Rey estaba dividido entre volver a
la cocina para comprobar el chili o confesar todo lo que había hecho
desde que tenía edad para saber cuando estaba en problemas.

—No sé qué hacer con todo esto —admitió, bajando la voz. La culpa
que Gus llevaba consigo asombró a Rey, y sentado en la sala de la familia
de sus hermanos, rodeado de los trozos de sus logros, se dio cuenta de
lo lejos que había llegado Gus desde aquel día en el puente—. Le robó su
inocencia, ¿sabes? Quiero decir, sí lo haces porque estabas allí en el
momento, pero...

—No estuve allí en ese momento. Los Servicios Sociales nos


mantuvieron separados. No se me permitió ver a ninguno de ellos por un
largo tiempo, y para cuando alguien finalmente me dejó verlo, él estaba...
no estaba bien, Rey. No se ocuparon de él. Sólo lo arrojaron a un par de
casas de mierda y se fueron. —Bear miró hacia otro lado, con la boca

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apretada. Sentándose, puso su cerveza en la mesa detrás del sofá—. Esa


gente no hizo lo correcto por él. O Ivo. Eran niños pequeños que habían
perdido a su madre, y Gus, perdió mucho más. No quiero que pierda nada
más. No cuando finalmente está tratando de ponerse de pie.

—Yo no... —Rey tomó un respiro, y luego un sorbo de cerveza.


Limpiándose la boca con la mano, recogió cuidadosamente las palabras
que se le ocurrieron—. Podría decir que lo que Gus y yo hagamos no es
de tu incumbencia.

—Podrías —Bear aceptó lentamente, asintiendo—. Pero sabes que


yo recogí los pedazos la última vez, y no fue bonito. Ahora es diferente. Él
tiene a Chris y tú estás... más estable. Tal vez vivir con Mace es bueno
para ti porque has tenido que comprometerte, aprender a adaptarte, estar
cerca de alguien un poco salvaje.

—Mace discutiría sobre eso. —Rey resopló—. Se cree el más estable


de todos ustedes.

—Probablemente sea Luke. Mace es más... impulsivo —admitió—.


Mace es el que más ha crecido. No quiere volver atrás. Gus... no quiere
seguir adelante.

—Vamos a seguir adelante. No quiero perderlo de nuevo. —


Cambiando de lugar en el sofá, Rey miró hacia arriba mientras la casa
crujía sobre ellos—. Lo amo, Bear. Lo hago.

—A veces eso no es suficiente.

—No, no lo es —estuvo de acuerdo—. No confía en mí. Demonios,


no confía en nadie. Ahora lo entiendo. Pensé que lo había hecho antes,
pero... después de hoy, entiendo por qué está asustado por dentro, y
estoy un poco enojado con... una mujer muerta. Sé que era tu tía...

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—Ella era un parásito —Bear irrumpió—. La única razón por la que


me quería con ella era porque recibía dinero del fideicomiso para
cuidarme, y perdió eso una vez que descubrieron que estaba usando los
pagos para alimentar su creciente hábito de drogas. Estaban trabajando
para sacarme desde el momento en que CPS les notificó que habían
estado en el apartamento.

—No querías ir, ¿verdad? Porque eso significaba dejar a Gus y a los
otros atrás —especuló Rey, asintiendo cuando Bear se encogió de
hombros—. Tú también eras un niño en ese entonces. Y por lo que dice
Gus, lo intentaste como el demonio.

—Todavía no podía mantenernos juntos. —El hombre mayor se


inclinó, rascando el costado de Earl. La cola del perro golpeó un rápido
dibujo en el suelo—. Me preocupa. Sobre todo por Gus. Así que si vuelves
a meterte, me voy a preocupar. Y no es que no me gustes...

—¿Pero estás tentado de agarrarme por la cabeza y aplastarla como


a una uva? —Inclinó la cabeza, sonriendo cuando Bear se rio—. Si
quieres que te asegure que no voy a arruinar esto, no puedo concedértelo.
Ojalá pudiera, pero sólo puedo prometer que lo intentaré, y esa promesa
es para Gus, no para ti.

Bear extendió sus manos, estudiando sus uñas o tal vez un punto
de tinta que sólo él podía ver. Rey había estado bromeando sobre el
aplastamiento de la cabeza, pero la idea no parecía muy alejada de los
pensamientos de Bear. O por lo que él sabía, el otro hombre estaba
contemplando cómo el precio del té en China se veía afectado por el batir
de las alas de una mariposa. El silencio creció entre ellos, una incómoda
corriente glacial que se cernía sobre sus palabras y la camaradería que
habían construido a lo largo de los años.

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—Gus es más fuerte de lo que mucha gente le atribuye, tú incluido


—murmuró finalmente Bear, mirando hacia arriba para encontrarse con
la mirada de Rey—. Él sería el primero en decirme que me vaya a la
mierda por interponerme entre ustedes dos y eso es algo bueno, esa
confianza, aunque ambos sabemos que mucho de eso es él ladrando para
advertirnos. Sé que te preocupas por él. Incluso Mace puede ver eso. No
estoy pidiendo una promesa. Te pido paciencia. La última vez que
estuvieron juntos, fue más o menos un poco de comida y sexo. Ambos
van a necesitar más que eso. Pasa algo de tiempo con él. Hagan cosas
juntos. El sexo es genial, pero... si vas a ir a largo plazo, construye unos
cimientos debajo de ti. —Se rio de nuevo, un gutural redoble de truenos
divertidos—. Diablos, una cita. Y cuando el sistema lo persiga y quiera
que siga la línea para que pueda ver a Chris, recuérdale por qué vale la
pena. Tienes una buena familia. Te he oído hablar de tu padrastro. Me
encantaría ver a Gus tener ese tipo de relación con su hijo. Dependo de
ti para eso. Simplemente quiérelo, Rey. Enséñale que preocuparse por
alguien y confiar en ellos no lo hace débil. Es lo que le he estado diciendo
todo el tiempo, pero aún no ha caído en la cuenta. Tal vez contigo,
finalmente lo vea.

—Eso puedo prometértelo, tío. —Rey vio un montón de


interrogatorios que se extendían ante él—. ¿Voy a tener que pasar por
esto con todos ustedes? Porque si es así, me gustaría extenderlo por un
par de semanas. Tal vez Mace sea el siguiente porque puedo con él, y es
el más temible después de ti.

—No, sólo yo. Saqué la pajita corta —dijo Bear, alcanzando su


cerveza de nuevo—. Y Mace no es el que debería preocuparte, porque si
Luke hubiera perdido el sorteo, planeaba dispararte en la nuca y
enterrarte en un agujero profundo. Siempre son los más tranquilos los
que deben preocuparte, Rey. Siempre los más callados.

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Capítulo 15
—Vale, amigo, el color ni siquiera está degradado y se ve bien. —
El aliento de Ivo le hacía cosquillas a Gus en la oreja—. ¿Hiciste una
composición?

—Está allí en mi mesa. Y deja de respirar sobre mí, imbécil. —Un


codo hizo retroceder a su hermano menor un centímetro, pero Ivo no iba
a ser disuadido. Esquivó el siguiente golpe, sonriendo como un tonto.
Gus sacudió la cabeza ante la sonrisa de su cliente—. Déjame adivinar,
tienes hermanos.

—Tengo hermanos menores —respondió Alex—. Dolores en el culo.

—Me encantaría ser tu dolor en el culo —murmuró Ivo, sólo lo


suficiente para que Gus lo escuchara—. Jesús, es sexy.

—Ve a sentarte, hermanito. Estás babeando en mi hombro. —Gus


frotó sus agujas en su bote de tinta negra, frotando una línea con un
poco de pomada clara, y luego se volvió hacia el tatuaje—. Brandt, no lo
alientes. Es como un gato callejero. Cuando le prestes un poco de
atención a Ivo, te gritará en la puerta a primera hora de la mañana para
que lo dejes entrar.

—Normalmente decirle a alguien que soy de la DEA se encarga de


eso. —Los profundos ojos marrones del hombre brillaban ante la burla
de Ivo. Movió sus amplios hombros hacia la derecha por el suave empujón
de Gus—. Lo siento. No quise moverme.

—No, está bien. Avísame si necesitas estirarte o algo así. —Estaba


a mitad de camino en el contorno negro, y con un ojo en el reloj, sería
capaz de conseguir la estructura de la masiva pieza antes de su próxima

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cita. El color del fénix esperaría hasta que el contorno se curara, pero
potencialmente podría conseguir algo del negro si hubiera tiempo
suficiente—. Quiero bajar las líneas hoy y tal vez algo del sombreado, pero
si necesitas salir después de que el contorno esté hecho, puedo retomarlo
la próxima vez.

—Me quedaré sentado —respondió con firmeza—. He pasado por


cosas peores. Es por eso que estoy haciendo esto. Casi muero hace poco,
así que quería un fénix. Para demostrar que sigo vivo.

—¿Resurgir de las cenizas? —Ivo comentó. Tomando la


composición de color de la estación de Gus, estudió el papel
cuidadosamente—. Nunca había visto uno como este. ¿Ruso con rojos,
negros y naranjas? Mucho trabajo de detalle. Esta cosa va a ser
monstruosa.

—Sí, voy a poner unos pesados dorados en algunas de las plumas


exteriores —respondió Gus—. Tal vez algunos grises verdes en los bordes
del negro para aumentar el contraste. Quiero muchas texturas en las alas
externas y en las plumas de la cola, pero no quiero perder el flujo de la
cabeza y el pico. Tienen que sobresalir.

—Me gusta la sensación casi japonesa de las plumas del cuerpo. —


Su hermano dio la vuelta al papel, golpeando la curva exterior de los
hombros del pájaro donde se conectaban las alas—. ¿Qué te parece, Alex?

—Sí, es perfecto. Es exactamente lo que quería. Me dieron una


paliza en la misión. Pero mientras estaba en el hospital, mi amigo Kane
me dijo que debería hacerme un tatuaje de un fénix cuando finalmente
saliera. Que le den por culo al universo por intentar matarme. —Alex se
mantuvo quieto cuando Gus comenzó otro estiramiento de las líneas, sólo

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hizo un pequeño gesto de dolor cuando las agujas se desplazaron a la


tierna piel debajo de su brazo—. Estaba bien hasta que justo ahí...

—Ese suele ser el lugar para la mayoría de la gente. Va desde ese


bajo y constante ardor hasta el pellizco nuclear —acordó Gus—. No hay
mucho por aquí y no me quedo mucho tiempo, pero volveré de vez en
cuando. A menos que quieras que atraviese la zona. Y si Ivo te está
molestando, podemos hacer que se siente en el rincón.

—Está bien. Los hermanos pequeños son un dolor en el culo. Es


su trabajo. —Alex se rio—. Uno de los míos se casó con una de mis
antiguas compañeras, y ahora cree que tiene algún tipo de pase para ser
más malcriado.

—Hay que corregir eso muy rápido, ¿eh? Tienes que abofetearlos a
veces o se vuelven engreídos —dijo Gus, y luego se rio cuando Ivo le
mostró el dedo—. Los mantiene humildes.

—Definitivamente —estuvo de acuerdo, silbando cuando las agujas


de la máquina pasaron sobre un punto sensible—. Y lo quería en ruso
porque había visto algo de arte en la casa de Dimah y me gustaba mucho.
Se sentía bien. Captaste la sensación perfectamente. No puedo esperar a
ver la pieza terminada. Dibujó lo que tenía en mente. Mejor aún.

—Gus es uno de los mejores artistas que conozco —murmuró Ivo,


acercándose a la luz de Gus. Estaba a punto de tirar del pelo de Ivo
cuando sonó la campana de la puerta y entraron un par de jóvenes
delgadas—. Ah, hoy soy el guardián de la puerta. Veamos qué nos ha
traído la acera.

—No te lo tomes a mal —murmuró Alex, mirando los tacones de


aguja de Ivo—. Pero sigo esperando que se rompa el cuello con esas cosas.

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—Sí, es más fácil no mirar. Menos tensión en el corazón.

—Bonitas piernas, sin embargo. —Alex estudió su brazo, silbando


cuando Gus regresó a un delicado estiramiento de la piel—. ¿Cuánto
tiempo crees que llevará esto? Total, quiero decir. No sólo hoy.

—Probablemente un par de sesiones más. Tal vez tramos de cuatro


horas si puedes mantenerlos —advirtió Gus—. Muchos detalles en él,
pero creo que será agradable. Tendrá esa sensación de cloisonné. Los
rojos y los naranjas aparecerán en tu piel. Sólo tengo que asegurarme de
meter el negro bien para que haya un buen contraste. ¿Necesitas otro
descanso?

—No, estoy bien. Además, tu hermano está mirando. Si me tomara


un respiro ahora, pensaría que la parte de las axilas me rompió. —Aspiró
aire a través de sus dientes apretados, y Gus miró hacia arriba,
encontrándose con los ojos entrecerrados de Alex—. Oh no, sigue
adelante. Recuerda, la energía a través de esto.

Era bastante fácil caer en la tinta. Tatuar era diferente a dibujar,


una tormenta de agujas, tinta arenosa y sangre. Había breves momentos
en los que olvidaba que el lienzo en el que trabajaba era la piel de alguien,
especialmente cuando hacía trabajos de detalle. Entonces la piel se movía
debajo de él, llevando a Gus de vuelta al ahora. El zumbido y el golpe de
las agujas vibratorias lo arrullaban, alejando un poco el ruido en su
cerebro, y las líneas sin enredar bajo el camino de la máquina, gruesos
rizos negros y ángulos que imitaban la transferencia púrpura que había
hecho de su bosquejo final.

A las dos horas y media, Gus sintió que el pliegue de la piel de Alex
se encogía y apartó el cabezal de la máquina. Un escalofrío atravesó el
hombro de Alex, y Gus buscó el enjuague que guardaba en su cabina.

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Limpiando la parte superior del brazo del hombre, estudió la pieza,


buscando cualquier hueco o punto de saturación que necesitara trabajar.

—¿Terminaste? —Alex frunció el ceño—. Estoy bien.

—En realidad, no quiero trabajar demasiado tu piel. Sólo quería


asegurarme que tengo todo lo que quiero para esta sesión y que podemos
envolverte. —Estudió un punto en el pico del fénix, teniendo un rápido
debate sobre si quería meter más tinta en las plumas alrededor de su
curva—. Las líneas son sólidas, pero esta pieza es bastante grande. De
hombro a codo va a necesitar equilibrio. Tú vas de lo oscuro a lo claro
con la tinta, y quiero ir a lo seguro ya que vamos con algunos colores
fuertes. No quiero enturbiar las luces que vamos a poner, así que veamos
cómo se cura, y entonces tendré una mejor idea de cuánto más
sombreado necesitarás.

—Vale, ahora duele, pero la adrenalina está haciendo efecto. —


Exhaló con fuerza, luego inclinó la cabeza hacia atrás cuando Gus
refrescó el lugar con el limpiador—. Vaya, estoy muy animado y enfermo
del estómago, pero no estuvo mal. Más bien como una... quemadura.
Excepto debajo de mi brazo. Era como si unas cuchillas de afeitar saladas
me cortaran.

—Sí, conseguiste un buen lugar para tu primera vez. Voy a


limpiarte y luego usaré esta película de dermis en ti. Es transparente,
como un adhesivo médico, pero lo dejarás puesto por unos días. Habrá
una acumulación de tintas y fluidos debajo, pero no te preocupes por eso.
—Limpió el exceso de tinta, luego midió una gran franja, juzgando cuánto
necesitaría para cubrir el tatuaje—. Esto es increíble. No puedo decirte
cuánta tinta se desangra en los primeros días. Mancha las sábanas y la
ropa. Esto detendrá eso, y es impermeable para que puedas ducharte y

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hacer todo lo demás. Sólo déjame colocarlo y puedo darte algunas cosas
para el cuidado posterior.

—Y concierta una cita para la próxima sesión —dijo Alex, mirando


hacia arriba cuando sonó el timbre de la puerta—. Y Dimah está aquí
para recogerme. Justo a tiempo. Me ha estado haciendo pasar un mal
rato por acobardarme.

***

Había sido un buen día. Había desayunado con Chris a través de


una videollamada, demasiado temprano para su gusto, pero se quedó
dormido durante algunas horas después que su hijo le dijera adiós, y
luego besó la pantalla antes que Jules entrara a despedirse, riéndose
cuando limpió las migajas de Pop-Tart de su portátil. El fénix resultó aún
mejor de lo que esperaba, y Alex se sentó firme durante un largo rato,
una buena promesa de que sería capaz de absorber las próximas sesiones
que se necesitarían para terminar la pieza. Un par de personas sin cita
previa se convirtieron en un par de piezas de hombro de estilo japonés
que Ivo y él diseñaron para un par de hermanas mientras el aprendiz de
la tienda, Noob, trabajaba en la recepción, programando algunos clientes
para más adelante esa semana. Sin Bear trabajando las mismas horas,
el lugar parecía un poco vacío al principio, extrañando su fuerte
presencia, pero en general, era bueno trabajar un largo turno. A las ocho
en punto, quedaban un par de horas antes que cerraran la tienda, y sin
nada en los libros, podía pasar el tiempo dibujando el vuelo de los
dragones hadas que uno de los policías de Chinatown quería enrollar
alrededor de su brazo derecho.

Armado con una taza de café fresco y esperando que pudiera


convencer al tipo de los colores vivos y nítidos, Gus regresó al frente de
la tienda, sólo para encontrar un pedazo de sus pesadillas personales

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esperándolo junto al mostrador, la puerta de la tienda abierta de par en


par detrás de él, dejando que el ruido del muelle y los olores de la
salmuera fluyeran.

Mientras las pesadillas se desarrollaban, el hombre no estaba


impresionado. Anciano, calvo y delgado, estaba a unos metros de la
entrada de la tienda con los hombros caídos y la barbilla hacia delante.
Su pelo era más fino, ralo, con trozos de plata raspados sobre su frente
moteada, y sus pálidos ojos estaban casi ocultos detrás de un par de
gruesos anteojos negros. Parecía un contador, un estereotipo de los años
50 que usaba una camisa de manga corta abotonada, mocasines negros
con borlas y un par de pantalones marrones oscuros enganchados por
encima de su cintura. Parecía inocuo, un poco amargado pero el tipo de
hombre que no llamaría la atención de nadie.

Pero Gus conocía su verdadera forma, un odioso engranaje en la


máquina del sistema, un obstruccionista, sádico y manipulador pedazo
de mierda disfrazado de ser humano.

—¿August Scott? —El hombre resopló, y las tripas de Gus se


apretaron, recuerdos de un despotricamiento despectivo y lleno de
escupitajos lloviendo sobre él mientras se sentaba en una pequeña
habitación esperando que un juez decidiera si le dejaba vivir con Bear—.
Bueno, ciertamente no fuiste muy lejos, ¿verdad? Probablemente no me
recuerdes. Yo...

—Un imbécil —Gus terminó por él. Manteniendo el mostrador de


recepción entre él y el asistente social que había rogado mucho tiempo y
duro para enviarlo al reformatorio, ahora se preparó para lo que el
hombre pretendía llevar con él a través de la puerta de la tienda—. Te
conozco. No recuerdo tu nombre pero te conozco. Si has venido a buscar

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un tatuaje, es mejor que te des la vuelta y vuelvas a salir. Nadie te va a


tatuar aquí.

No necesitaba mirar por encima del hombro para saber que era Ivo
el que se acercaba por detrás. Los tacones de su hermano chocaron con
un enojado y decidido anuncio en el piso de la tienda, y se detuvieron a
unos metros a la izquierda de Gus. Apoyando sus manos en el mostrador,
Ivo estudió al hombre, sus ojos duros y desafiantes. Fue suficiente para
que Gus sintiera el calor de su hermano cerca de él, un bálsamo calmante
de locura y familiar.

—¿Por qué mutilaría mi cuerpo de esa manera? —El nombre del


hombre bailó tímidamente en la mente de Gus, un sonido que no pudo
captar. Mirando a Ivo, el trabajador social se puso rígido, y su boca se
apretó en una línea apretada—. ¿Eres... el primo?

—Soy el hermano. —Ivo asintió a la puerta—. Gus te dijo que


salieras. ¿Por qué sigo mirándote?

—Estoy aquí por el nieto de Lynn Wagner, y si no recuerdan mi


nombre, es Frank Bulcher. —Uno de sus zapatos chirrió cuando se
acercó al mostrador de recepción, su larga nariz proyectó una sombra
sobre la carpeta de Bear—. Trabajo con ella, y cuando me dijo tu nombre,
lo reconocí inmediatamente...

—Bueno, no hay muchos niños en San Francisco llamados August


—Gus intervino—. Y probablemente soy el único al que intentaste meter
en la cárcel porque no pudiste encontrar un hogar de acogida para mí.

—¿En serio? —Ivo se apoyó en el mostrador, sus dedos daban


golpecitos con un ritmo errático—. Qué jodido gilipollas.

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—Sí, ya lo llamé así antes que salieras. Mira, Bulcher, son casi las
ocho de la noche. Jules y yo estamos haciendo los trámites de la custodia
sin involucrar a los servicios sociales —interrumpió Gus—. Los servicios
sociales no envían a gente como tú al campo. Eres la clase de tipo que se
sienta detrás de su escritorio y se queja cuando tiene que contestar el
teléfono. Lynn parece una mujer agradable. Está bien con quién soy y
con lo que hago con mi vida. La única pregunta ahora mismo es ¿qué
coño estás haciendo aquí?

—Vine a ver si habías hecho algo más de ti mismo de lo que


esperaba. Necesita saber qué tipo de persona será su nieto. Son una
buena familia, a pesar de las malas elecciones de su hija. La chica va a
volver a la escuela para hacer algo de sí misma. —Los ojos de Bulcher se
entrecerraron ante el resoplido de Ivo—. Ella es mejor que este... tipo de
trabajo. Su madre y yo puede que no estemos unidos, pero he visto a
Juliana madurar hasta convertirse en una mujer vibrante y encantadora,
y haré todo lo posible para asegurarme que su hijo no se vea influenciado
por gente como tú.

Hubo más. Mucho ruido e Ivo se quejó, un barítono hirviente


devolviéndole el golpe a Bulcher. Su día había sido bueno, incluso genial,
y siempre parecía que el universo no estaba feliz con las cosas que iban
a su favor. Bear le dijo esa mañana que necesitaba tomar más control
sobre su vida. Había querido discutir, pero mirando a Bulcher,
escupiendo espuma en las comisuras de su boca, su cara enrojecida
mientras Ivo lo apuñalaba con una mirada aguda y una palabra afilada,
Gus se dio cuenta que su hermano mayor no sólo tenía razón sino que
probablemente también estaba harto de lidiar con su mierda. La vida
debería haber sido bastante simple. Había salido de su infancia un poco
torcido y roto, pero vivo. La llegada de Bulcher a la puerta de 415 Ink no
era su problema.

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Bulcher no podía tocarlo. No tenía nada que decir de su vida. No


ahora. Tal vez cuando el mundo estaba demasiado apretado a su
alrededor y se ahogaba en la pena y el miedo, pero de pie en la parte
delantera de una tienda de tatuajes que había ayudado a encontrar, la
agitación y la agresión de Bulcher era sólo ruido.

El alivio que sintió le hizo jadear, y Gus se frotó el estómago,


aliviando los últimos restos del nudo que había llevado allí durante años.
Era liberador, expirar el calor que le quemaba, y su siguiente aliento, tan
salado y picante como los muelles de San Francisco, era el más fresco
que había tomado.

—Umm. No tienes poder sobre mí —resopló, balanceándose sobre


sus talones—. Mierda, eso finalmente tiene algún jodido sentido.

El monstruo en la mente de Gus se encogió, colapsando en un


hombre mayor y flaco que incluso ahora luchaba por destrozar a los niños
que había defraudado hace años. Una amargura que se agolpaba en las
palabras de Bulcher, cuajando hasta los sonidos más simples en un
ataque ácido. Ivo se mantuvo firme, defendiendo a Gus y al mundo entero
contra un hombre que no conocía pero que había entrado en su vida con
la singular intención de destruir el mundo de Gus.

—Ivo, detente. Podría discutir con una taza de pudín. —Mantuvo


su voz baja, constante y firme. Era extraño lo transparente que se volvió
el mundo sin que la ira o el miedo lo colorearan. Había fragmentos de
vidrio en su vientre, fugaces recordatorios de las discusiones que se
libraban sobre él mientras estaba sentado inmóvil, impotente y
silencioso, incapaz de hacer nada más que escuchar a la gente decidir su
vida—. Señor Bulcher, no tiene ningún asunto aquí, ni en la tienda ni
conmigo. Así que o se va o le pediremos a la policía que le ayude a
encontrar la salida.

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—Tal vez no me estás escuchando. Me estoy encargando de esto yo


solo. Si los tribunales hubieran seguido mi recomendación, habrías sido
un miembro más útil de la sociedad. En lugar de asumir la
responsabilidad del estado de rehabilitarte, te entregaron a tu primo
maricón porque era más fácil. Ahora eres igual que él. —Bulcher se
inclinó sobre el mostrador y apuñaló a Gus en el pecho con su dedo—.
Eres una basura. Supe que eras una basura desde el momento en que te
vi, si el maldito juez no lo hubiera hecho... no eres apto para estar cerca
de un niño, mucho menos del niño Wagner.

Gus puso su mano en el brazo de Ivo, apretando fuerte para evitar


que su hermano menor cruzara el mostrador. Ivo tembló en su agarre, la
ira vibrando a través de él, pero Gus no sintió... nada. En su lugar estaba
cansado, desgastado por un largo día y agotado por trabajar dos grandes
piezas, pero contento por cómo salieron. Bulcher era simplemente... una
distracción.

—En primer lugar, no necesitaba rehabilitación. No hice nada


malo. Estaba bajo la tutela del estado porque mi madre era una
drogadicta y bueno, trató de matarme. No porque fuera una persona de
mierda, sino porque venía de una persona de mierda. —Dejó ir a Ivo,
sonriendo cuando su hermano dio un paso atrás para darle un poco de
espacio—. En segundo lugar, si vuelves a llamar maricón a Bear o a
alguien a quien quiero, o a alguien a quien odio, mientras estoy cerca, te
meteré los dientes tan adentro de la garganta que se usarán para
circuncidar a los chicos haciéndoles mamadas. ¿Cómo creías que iba a
ser esta conversación? —Gus templó su tono, observando a Bulcher
cuidadosamente—. En tu cabeza, mientras conducías hasta aquí o como
sea que llegaste, ¿te pusiste a escuchar lo que ibas a decir? ¿Creíste que
irrumpirías aquí como un ángel vengador justo, me condenarías al
infierno, y yo me retiraría y saldría de la vida de mi hijo? No voy a hacer

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eso. Así como no voy a dejar que me grites en mi propia tienda... sí, mi
propia tienda.

—Bueno, nuestra —intervino Ivo—. Técnicamente.

—Nuestra. —Gus le sonrió a su hermano. Golpeó la estrella de


cinco puntas de su muñeca—. ¿Ves esto? Es la marca de mi familia, justo
aquí. El logo de la tienda. Los cinco somos dueños de un pedazo de 415
Ink. Todos hemos trabajado aquí. Algunos todavía trabajamos aquí, pero
es todo nuestro. Esto es parte de un legado que voy a poder darle a mi
hijo. Una parte de un legado. No sólo me tiene a mí, sino también a mis
hermanos y a mi trabajo. Soy jodidamente bueno en lo que hago. Claro,
Ivo es mejor...

—Vamos a discutir sobre eso —su hermano resopló en voz baja.

—Sí, bien, hazlo. —Gus se encogió de hombros—.Dejando de lado


la mierda de Ivo, soy bueno en lo que hago. La gente viene a mí por su
tinta. Vuelan a esta ciudad o piden a su tienda que me lleve como invitado
porque soy jodidamente bueno en esto. Cualquier mierda que tengas en
la cabeza sobre quién soy o qué hago no me afecta. Voy a seguir siendo
el mejor artista que pueda ser y trabajar en algunas cosas increíbles que
la gente quiere llevar en la piel para el resto de sus vidas.

—Mírate a ti mismo. Mira cómo resultó tu hermano. —Bulcher se


levantó, mirando a Gus con una mirada febril—. No puedo permitir que
afecte a la familia Wagner. Ellos merecen mucho más que...

—Estoy de acuerdo. Son personas increíbles. Y también lo es mi


hermano aquí. Lo que no voy a hacer es dejar que un imbécil como tú
entre en mi vida para que intente hacerme más pequeño. Lo intentaste
cuando era un niño, y no funcionó. ¿Crees que voy a dejar que me hagas

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eso ahora? —Tomó un respiro, tanto para estabilizarse como para darle
a Bulcher un momento para escuchar todo lo que decía—. Ya he
terminado de cargar con la mierda que mi madre tiró. No se la voy a dar
a mi hijo, pero ¿sabes qué? Eso no es asunto tuyo. No eres nada para mí,
y no serás nada para mi hijo. Así que si alguien se va a asegurar de tener
la influencia adecuada en su vida, seré yo y el resto de su familia —
continuó, asintiendo cuando las fosas nasales de Bulcher se abrieron y
resoplaron—. Así que voy a decirte, no a pedirte, que te des la vuelta y te
lleves la mierda con la que entraste de vuelta contigo. La gran pregunta
es, ¿vas a ir o vas a necesitar ayuda para encontrar la puerta?

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Capítulo 16
—A ver si lo entiendo —dijo Rey mientras le daba una palmadita
en el labio magullado de Gus con una toalla enrollada—. ¿Te has peleado
con una banda alemana?

—Eran bávaros. Creo que sí. Espera, Baviera es una parte de


Alemania. Soy una mierda en geografía y cultura. Por eso siempre pierdo
esa parte del juego de trivialidades. Mira, este tipo no paraba de decir
una y otra vez que eran una banda de oompah bávara. Estaba demasiado
ocupado esquivando sus puños para que me importara una mierda el
tipo de música que tocaban. Sólo quería que ese imbécil saliera de la
tienda. —Gus inclinó la cabeza hacia atrás, pero Rey lo esperaba,
poniendo su mano detrás de su cuello.

Rey había metido su coche en un raro espacio vacío de la calle a


pocos metros de la puerta de la tienda. Se había necesitado su tarjeta de
identificación de SFFD, un poco de charla rápida, y saber el nombre del
joven detective irlandés que hablaba con uno de los testigos para que
pudiera atravesar la multitud que bloqueaba la acera. Bear lo vio y llevó
a Rey más allá de la multitud, clamando por Gus a través de un balbuceo
alemán que venía de un grupo de hombres grandes con mejillas rojizas y
sonrisas coquetas.

Al ver la hinchazón del labio de Gus, Rey se enfureció y, cuando se


volvió hacia la multitud, Bear le puso la mano en el hombro y lo empujó
detrás del mostrador, ordenándole que llevara a Gus a la sala de estar y
lo limpiara. Un bajo murmullo de Vamos de Bear no fue suficiente para
que Rey se moviera, pero Gus tirando de su mano sí lo fue.

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—Estaba bien hasta que pensaron que estaba golpeando a Bulcher,


ese tipo de CPS. Cuando ese tipo pelirrojo me atacó, Ivo fue tras ellos —
explicó Gus—. Luego vino la policía, y bueno, se volvió un poco loco.

—Creo que empezó la locura tan pronto como ese tipo Bulcher
entró por la puerta. —Se detuvo, sintiendo a Gus. Había algo tierno allí,
algo de lo que no habían hablado antes—. ¿Quieres hablar de ello?

—Nah, nada de lo que hablar realmente. Bueno, sobre él. —El


encogimiento de hombros que dio Gus fue pequeño pero significativo,
como si estuviera tirando algo más pesado—. Trabaja con la madre de
Jules ahora, pero solía ser un trabajador social. El imbécil pasó mucho
tiempo tratando de meterme en un programa de rehabilitación o en el
reformatorio porque eso abriría un hueco en las casas de acogida. Le
cabreó cuando el juez me entregó a Bear.

Rey dejó de enjuagar el paño en el tazón de agua jabonosa que


había hecho para lavar la cara de Gus.

—¿Por qué? Estarías fuera del sistema. Es lo que él quería.

—Argumentó que Bear me echaría en un par de semanas y volvería


a estar donde empecé. —Inhalando, Gus resopló, pero se mantuvo firme
cuando Rey se esforzó más—. Algo de eso es probablemente tinta roja.
Me froté el brazo con un poco antes que Bulcher entrara y no lo había
limpiado. Podría haberme manchado la cara.

—Entonces quitaré eso también. —El agua era espumosa, olía a


alcohol y lavanda, y Rey arrugó su nariz—. ¿Este es el jabón que usan en
los tatuajes?

—Sí, ¿qué más voy a usar en un corte? No es como si tuviéramos


una farmacia aquí atrás. —Gus hizo un gesto de dolor cuando Rey golpeó

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su labio—. Amigo, eso es peor que usar saliva para limpiarlo. Deja de
hacer eso.

—¿Qué tal esto, entonces? —Llegó suave, hiperconsciente del corte


a lo largo de la boca de Gus—. Viendo que ya estoy lanzando la
precaución al viento.

Estaban en la parte de atrás de la tienda, escondidos detrás de un


conjunto de medias paredes, un corto trote a la derecha y un nórdico con
tres gatos bailarines pintados en él, pero los sonidos que venían de la
parte delantera de la tienda hacían que Rey se sintiera como si estuvieran
en medio de la calle. Había algo mágicamente prohibido en besar a Gus
en el salón de 415 Ink, especialmente porque cualquiera de sus hermanos
podía entrar en el espacio y atraparlos.

Antes que se separaran, ambos habían sido muy cuidadosos, tan


reacios a compartir lo que tenían entre ellos con los demás, pero ahora
Rey quería tirar la precaución al viento y probar lo que había estado
pensando hacer desde que se despertó en el cuartel de bomberos y
durante el resto de su turno.

Gus, gruñón, complicado, hermoso y terco, dominaba casi todos


los momentos en que estaba despierto, hasta el punto que se encontró
parado en el medio del cuartel con una estúpida sonrisa en la cara
mientras el resto del equipo lo atacaba con cualquier cosa que pudiera
conseguir para apartarlo del camino de un camión que se acercaba.

Los jóvenes que habían compartido su primer beso en el muelle


habían completado el círculo. El aire era salado, así como el lenguaje que
pasaba por las paredes, pero todo eso se desvaneció cuando Rey le tocó
la boca a Gus. Era todo lo que podía hacer para no tirarlo hacia él,

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envolverse alrededor de su largo y duro cuerpo y darse un festín con cada


centímetro de piel que pudiera alcanzar.

Mantuvo la presión en los labios de Gus ligera, rozando su


suavidad, y luego sumergió su lengua, empujando más allá de los labios.
Apretando sus dedos alrededor de la nuca de Gus, Rey lo guio hacia él,
deslizando sus piernas entre las suyas, las esquinas de sus sillas de
madera chocando con un suave chasquido. El calor de la boca de Gus le
hacía cosquillas y jugaba con sus nervios, lamiendo las promesas que su
cuerpo recordaba. Más recuerdos seductores se acaloraron, acumulados
en el tiempo, pero ahora totalmente avivados por la presión de la mano
de Gus en su muslo y luego el roce de sus gráciles dedos a lo largo de sus
costillas.

Su pene recordaba con vívidos detalles el terciopelo húmedo de la


boca de Gus, la cuna de su lengua encajando alrededor de la cabeza y
trazando su cresta. Entre sus muslos extendidos, sus bolas se movían y
dolían, pidiendo ser abofeteadas contra la curva de Gus, un ritmo
constante y duro de golpes establecido por su hambrienta necesidad.

En tono burlón, la lengua de Gus coqueteó con la suya,


embadurnando el borde de sus labios, y luego rozando las sensibles
nervaduras justo detrás de los dientes delanteros de Rey. Agarrando el
cuello de Gus, Rey fue más profundo, sumergiendo el beso en aguas más
oscuras y seductoras. Inclinando su boca, se sumergió y se dejó
persuadir, sacando un suave gruñido de la garganta de Gus.

La mesa detrás de ellos parecía prometedora, lo suficientemente


ancha y pesada para soportar su peso, pero Rey se negó a ceder a la
tentación de la robusta superficie plana. Aun así, la imagen de Gus
estirado bajo él atormentó sus pensamientos, la piel dorada entintada
que brillaba con el sudor y rosada donde lo habría mordido y chupado.

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—Mierda, tengo que respirar —jadeó Gus, alejándose para romper


su beso. Se mantuvo cerca, con las rodillas entre las piernas de Rey—.
¿No te dije que no hace una semana?

—Un poco más tiempo que eso. —Rey besó la barbilla de Gus—.
Admítelo, en realidad fue como un... ahora no. Han pasado muchas cosas
entre ahora y entonces.

—Sí, no entonces. Necesitaba... ha sido un tiempo de mierda.


Pasaron muchas cosas buenas, pero también algunas de mierda. —Gus
se inclinó hacia atrás, dejando que un poco de aire frío se interpusiera
entre ellos—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí de todos modos? ¿No
deberías estar durmiendo fuera de tu turno?

—No, he venido a ver si quieres comer algo. Tal vez te lleve a una
cita nocturna. —Sonrió, acostumbrado a la mirada sospechosa de Gus—
. Y tal vez tu hermano esté fuera del apartamento las próximas doce
horas, pero eso no... Sólo quiero pasar algo de tiempo contigo. Pase lo
que pase o no pase, quiero compartir algo de comida contigo y quizás una
mala película. ¿Trabajas mañana?

—No, pero tengo a Chris viniendo a la casa. Jules lo traerá para


que pueda almorzar con todos nosotros. —Moviéndose en su asiento, Gus
luchó con algo, sus emociones jugaban sobre su amigable cara—.
¿Quieres unirte a nosotros? Es una especie de grill-hotdogs con los
hermanos. Yo... mierda, no sé cómo hacer esto. Tú y yo... no importa lo
que pase entre nosotros, vas a estar por aquí, pero no quiero que pienses
que tienes que...

—Es parte de tu vida —murmuró Rey, acariciando sus dedos sobre


los muslos de Gus—. No somos... nada oficial, y estás atrapado en
quererme allí pero no estás seguro de si debería estarlo.

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—No te lo tomes a mal, pero no puedo dejar que se acostumbre a


que estés conmigo si vas a irte. —La mano de Gus se cerró sobre sus
dedos, amortiguando los círculos lentos de Rey—. Y es una mierda de
cosa que decir. Ya lo sé.

—Es válido. Pica un poco, pero es válido. —Tenía un dolor agudo


en el pecho, y Rey lo deseaba. Desafortunadamente, como todo lo que
Gus le hacía, la angustia no se descartaba tan fácilmente. No se
sorprendió cuando Gus se levantó y se frotó el pecho, aliviando la
opresión sobre el corazón de Rey—. Si me quieres ahí, allí estaré. Si se
pone raro, me lo dices y me voy. No voy a empujarte de nuevo. Vamos a
hacer esto bien esta vez. ¿Trato hecho?

—Sí, trato hecho. —La sonrisa de Gus curvó sus labios, alterando
la inclinación de su beso, y Rey rio, encantado por el eco que escuchó en
la boca de Gus.

—Oigan, consigan una habitación. —La profunda explosión de


Bear los golpeó duro, y Rey se retorció, sorprendido al encontrar al
hermano mayor de Gus pegado a su hombro—. En serio, fuera. Los
policías se han ido. Los alemanes dijeron que lo sentían, e Ivo va a ir a
pasar el rato con ellos a su pub crawl, pero quiere saber si puede dejarte
con Rey ya que llegó. Voy a cerrar la tienda por la noche. El lugar está
limpio, y ustedes dos perdedores están manteniendo la puerta abierta.

—¿Qué va a ser? —Rey ladeó la cabeza a Gus, moviendo las cejas,


y luego sonriendo cuando tuvo el estallido de risa que esperaba—. ¿En
mi casa o... en otro lugar?

—Definitivamente en otro lugar. —Gus deshizo cuidadosamente su


maraña de piernas y se puso de pie—. Porque tan bien como cocinas el
chile, es todo lo que puedes hacer, y conociéndolos a los dos, no hay nada

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más que ramen y ravioles enlatados en tu casa. Aliméntame, Montenegro.


Así podremos pensar en lo que haremos el resto de nuestras vidas.

***

Chinatown nunca dormía. No, en realidad no. Y para un bombero


y un artista del tatuaje que trabajaba en turnos extraños, era agradable
estar cerca de un vecindario dispuesto a mantener sus puertas abiertas
más allá de una hora que la mayoría de la gente llamaría cuerda. Sin
embargo, Gus resopló cuando Rey se detuvo frente a un viejo restaurante
de comida china y un camarero adolescente salió corriendo con un par
de bolsas de plástico blancas, abriéndose paso a través de la fila junto a
la puerta para llegar al auto de Rey.

—Aquí. Baja la ventanilla y dale esto. —Rey le pasó un puñado de


dinero a Gus, moviendo su barbilla hacia el chico que trabajaba para
librarse del bolso de una mujer. Gus le echó un vistazo, pero cogió el
dinero—. Oye, para que no tenga que salir a la calle. Sólo hazlo. Estoy en
una zona amarilla. Alguien va a venir y nos va a echar la bronca pronto.

—Pensé que íbamos a sentarnos a comer en algún lugar. —Gus le


dio al chico acosado el dinero y se llevó la comida. Metiendo los billetes
en su bolsillo, el ayudante de camarero se fue antes que pudiera dar las
gracias, y Gus olfateó los aromas que salían de las bolsas—. ¿Qué has
conseguido?

—Sopa de fideos de wonton de pato para ti, cangrejo de frijol negro


para mí, y una orden de camarones salados picantes para compartir. —
Rey le echó un vistazo rápido—. A menos que ya no comas pato o
mariscos.

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—Imbécil. Podrías haberme preguntado qué quería. —Quería ser


gruñón, pero su estómago rugiente puso fin rápidamente a cualquier
mentira que pudiera haber dicho sobre no amar la comida del lugar—.
Tal vez querría las chuletas de cerdo.

—La única cosa que le gana al pato es la panceta de cerdo, y


estaban fuera. Tampoco se comen chuletas de cerdo allí. —Rey se metió
en el flujo de tráfico de Stockton—. Prometí que te daría de comer. Aquí
tienes. Algunos de tus favoritos. No es que no tenga opciones. ¡Tengo
opciones!

—Soy lo mejor que has tenido. Probablemente lo mejor que vas a


conseguir. —Fue bueno recordárselo a Rey, especialmente cuando la
sonrisa de su cara parecía estar permanentemente grabada en su
expresión. La sonrisa vaciló lo suficiente como para atenuarla de engreída
a agradable, y Gus se metió entre sus asientos para meter la comida
detrás de Rey—. ¿Dónde estamos comiendo esto? ¿En tu casa?

—Estaba planeando en el parque. —La atención de Rey se desvió


del camino para aterrizar en Gus por una fracción de segundo—. Hablaba
en serio sobre no presionarte. La mierda ha sido una locura para ti. No
quiero añadir a eso...

—Mira, Mace está en el trabajo, yo estoy agotado, tú acabas de salir


de un turno y tu apartamento está a un par de cuadras. —Estaba
cansado, pero no hasta el punto de estar agotado—. No puedo prometer
que no me quedaré dormido en el sofá después de comer algo, pero lo
más romántico que puedes hacer por mí ahora es prestarme una
camiseta y un pantalón para que pueda ducharme. Mejor que un ramo
de rosas y una caja de bombones.

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—Pero no tan bueno como la sopa de fideos de wonton de pato,


¿verdad? Porque no quieres admitirlo, pero lo hice bien allí. —Rey pareció
contemplar la sugerencia, su expresión se suavizó. Entonces dijo con una
sonrisa malvada—. Si eres bueno, podría incluso compartir el wonton
frito.

—No fríen su wonton. —La idea era escandalosa, especialmente


después de años de pescar los delicados bolsillos de caldo humeante o de
quemar su boca con las tripas de cerdo fundidas—. Es una leyenda
urbana que los imbéciles como tú difunden para verse bien.

—Lo hacen por mí. Revisa la bolsa si no me crees. —La sonrisa de


Rey volvió a ser una risa, y Gus gruñó—. Especialmente después de un
par de incendios por grasa en la mañana.

—Cabrón. —Gus se rio antes que se atrapara a sí mismo.


Asintiendo, se apoyó en la fría ventana, y luego murmuró:

—Sí, lo hiciste bien, pero todavía quiero una maldita ducha. Y si


hay wonton frito ahí, puedes apostar tu culo a que lo compartirás.

***

En segundo y tercer lugar, el lugar de Rey probablemente no había


sido la mejor de las ideas de Gus.

Más que nada porque tan pronto como vio a Rey ponerse un par de
pantalones de algodón y una vieja camiseta de 415 Ink moldeada a su
torso y brazos esculpidos, quiso arrastrarlo al piso y atornillarle los sesos
al hombre.

La película fue algo memorable, una historia arrolladora de una


chica, su hermano secuestrado y una estrella de rock en pantalones

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ajustados haciéndose pasar por un Rey Duende, pero Gus no pudo seguir
la pista de lo que estaba pasando, a pesar de haber visto la película un
millón y medio de veces. Sentado hombro con hombro, Rey compartió a
regañadientes los crujientes paquetes de carnes que sólo había
escuchado rumores de que existían para la gente que le gustaba a los
dueños de los restaurantes. Pequeños besos siguieron a cada bocado,
albóndigas con sabor a Rey, condimentadas con aceite de chile y shoyu
de jalapeño. Habían comido lentamente, viendo algunos viejos dibujos
animados, luego se sentaron para la película, acunados en un sofá en el
que Gus solía dormirse cuando se encontraba en su habitación familiar.
La ducha que había tomado fue precipitada, un rápido lavado en el baño
de su hermano seguido de un hurgar subrepticiamente entre las cosas
de Mace para buscar lubricante y condones.

Llegó con las manos vacías y más que un poco decepcionado con
Mace.

—Jesús, y yo que pensaba que Luke era el santo del grupo. —Había
mirado fijamente una loción de noche, Kleenex, y una vieja novela erótica
que estaba demasiado asustado para recoger y examinar. Cerrando el
cajón, sacudió su cabeza y murmuró—: Voy a empezar a llamarte Monje
de ahora en adelante.

La falta de condones y lubricantes le preocupaba, pero no tanto


como lo que haría si Rey decidiera que no ameritaba la pena. Mirando a
escondidas al otro lado del sofá, no se sorprendió al ver que Rey lo miraba
fijamente.

—Tu corazón late a una milla por minuto. Juro por Dios que puedo
sentirlo a través de tu brazo. —La voz de Rey se abrió paso a través de
los oscuros pensamientos de Gus—. ¿En qué estás pensando? ¿En mí?

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—Ahora sé que has estado viviendo con Mace demasiado tiempo.


Tienes un enorme ego creciendo allí. Como una verruga en tu cerebro. —
Desplazándose, Gus levantó las piernas y las cruzó. Alcanzando el regazo
de Rey, apagó la televisión, midiendo lo que quería decir—. No estamos
viendo esto realmente.

—En realidad no —concedió—. En serio, ¿qué está pasando en ese


cerebro tuyo? Siento que debería salir humo de tus oídos. Háblame,
Gansito. Acordamos que íbamos a hacer eso.

—No lo sé. Hay un montón de basura flotando en mi cabeza, y no


estoy seguro de que sea real.

—¿Por qué no empiezas con algo, cualquier cosa, y seguimos desde


ahí? —Se giró, metiendo una pierna debajo de él y dejando la otra
colgando sobre el asiento del sofá—. No hablar es lo que nos metió en
problemas la primera vez. Todas las cartas sobre la mesa esta vez.

Era extraño mirar la cara de Rey. Sus fuertes rasgos eran


familiares, tan familiares, y extrañamente, Gus recordaba claramente la
versión más escuálida de un Rey adolescente mirándolo en la oscuridad
diluida de una noche ardiente. Había madurado mucho, pero sus ojos
seguían siendo suaves y casi femeninos. Sus labios se habían endurecido
un poco, el tiempo robando el regordete juvenil de un chico y
reemplazándolo con la firmeza de una boca masculina. Se había llenado
a lo largo de su mandíbula, y la levemente fornida altura de sus jóvenes
hombros y pecho eran ahora anchos, firmes con músculos duros ganados
por años de duro trabajo.

Las manos que Gus sostuvo unas cuantas veces en el muelle eran
más ásperas, callosas, y sus uñas estaban cortadas, su dedo índice tenía
una marca oscura donde algo lo golpeó. Rey era un chico guapo,

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atractivo, sexy y real, el tipo de hombre que se levantaba temprano los


domingos para cortar el césped, y luego sacaba la parrilla por la tarde
para casi quemar la carne que había descongelado por la mañana. Su
nariz estaba un poco torcida por un golpe, y había algo de tristeza
alrededor de sus ojos en un momento dado, sombras borradas por el
hombre con el que se había casado su madre, y luego otro toque de
felicidad los iluminaba cuando llegaba su hermana pequeña.

Rey era una experiencia que Gus nunca esperaba encontrar, y


mucho menos tener. La madre de Rey pesaba mucho en él, muy lejos de
lo que Gus conocía. Él venía de una mujer que había desperdiciado todas
las oportunidades que se le habían dado y luego trató de destruir todo lo
que había creado. No se merecía a Rey. Ni de lejos. Aun así, le dolía el
hombre un poco desaliñado, tosco pero duro que había salido del
adolescente que una vez había conocido, y mirar fijamente a Bulcher,
arrancando el disfraz de monstruo que había hecho para el hombre,
cambió algo en él. Algo oscuro en su interior se quebró, y de repente una
vida con Rey no parecía tan lejos de su alcance.

—Oye. —Rey rozó su pulgar sobre la boca de Gus—. ¿Estás bien?

—Sí, yo sólo... ¿todas las cartas sobre la mesa?

Rey asintió lentamente, con una expresión cautelosa.

—Sí. Dispara.

—Nadie me va a sacar la cabeza del culo excepto yo. Esa es la


verdad. Si quiero que algo suceda, voy a tener que hacerlo. Dicho esto,
quiero follarte, o tú a mí, ya que así es como trabajamos tú y yo. Duro,
contra la pared, tus pelotas contra mi culo, pero eso no va a pasar si no
hago algo, digo algo. Sin rodeos. No es un juego de palabras. —Gus

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levantó las manos para evitar que Rey se riera, pero una risita se le
escapó de los labios de todos modos. Esperó a que el brillo de los ojos de
Rey se desvanezca, y luego continuó—. Sé que he querido algo de tiempo
y espacio por toda la mierda que he estado cargando. Pero me vuelves
loco, y por mucho que me hayas hecho enojar, todavía me pones muy
caliente. He querido tener sexo contigo desde la primera vez que te vi. El
primer día, lo hiciste por mí, y odié que no fueras mi primera vez. Por
estúpido que suene, por muy tonto que sea, odié que no fueras el primer
chico con el que tuve sexo.

—Vale, eso es mucho para empezar. —El sofá crujió un poco


cuando Rey se movió para enfrentarlo. Alguien, probablemente Mace,
había reemplazado las patas del viejo sofá, pero Gus no estaba seguro
que la estructura fuera lo suficientemente robusta para hacer mucho
más que sentarse—. Ahora estoy un poco enojado porque yo tampoco era
ese tipo. ¿Quién fue el primer tipo con el que te acostaste?

—¿Recuerdas a Jean-Michel? —Había sido una seducción tórrida,


un destello de fuego y calor que Gus sabía que no iba a durar mucho más
que los dos días que el artista de tatuajes de Montreal había planeado
estar en la tienda.

—¿El francés? —El asco rizó el labio superior de Rey.

—Canadiense —corrigió.

—¡Sonaba como Pepé Le Pew! Todo: hola bebé, ¿cómo estás hoy?

—Y él no sonaba... Jesús, Rey, no estabas interesado.

—Oh, estaba interesado. en mantener mi cara en algún lugar


donde Dios la puso. ¿Has visto las manos de Mace? Olvidas que he estado
en peleas con él. Me gustaba no tener que beber mis comidas —resopló—

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. ¿Tenías diecisiete años? ¿Qué edad tenía Skunky? ¿Treinta? ¿Era


bueno?

—Veinticinco, y yo tenía dieciocho. Suficiente edad. —Gus se burló


ridículamente de Rey—. Y... estuvo bien. Él era una mierda, no estaba
mal, sólo que no... se sentía como si estuviera masticando hielo en lugar
de comer la cena. El sexo era... él simplemente no era... tú, como si mi
cuerpo supiera que podría ser mejor si fueras tú. Y cuando... cuando
finalmente cruzaste esa maldita línea, me voló la cabeza. Creo que seguí
huyendo porque me asustaste, te quería tanto, quizás demasiado. Ahora
aquí estoy, en el sofá contigo como si fuéramos adolescentes y papá
saliera por la noche, pero mi maldito hermano no tiene condones ni
lubricante.

—No he estado con nadie sin protección desde ti. Pero, por otra
parte, no he estado con nadie en mucho tiempo. Todo ha sido trabajo,
especialmente desde que me transfirieron al Número Dos —dijo Rey en
voz baja—. ¿Tú?

—Um, ¿Jules? Tengo un niño con ella, ¿recuerdas? Me emborraché


e hice una estupidez, no es que no esté agradecido de que esté aquí, pero
la jodí cuando debería haberme envuelto la polla. —Empujó el hombro de
Rey cuando se rio—. No tinto a alguien sin usar guantes. No puedes
confiar en que no tengo algo, Rey.

—No lo hago. Quiero decir... demonios. —Una mirada vergonzosa


se deslizó sobre la cara de Rey—. Tengo condones y lubricante. En mi
habitación.

—¿En serio? ¿Estabas tan seguro? ¿O sobras de cuando yo estaba


cerca? —Se arrugó la nariz—. Mierda, eso significaría que te mudaste con
ellos. No vivían juntos cuando nos enrollamos.

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—Yo no. Mace. —Rey puso las manos de Gus en su regazo, jugando
con sus dedos—. Me lanzó una bolsa de ellos después de que pasara con
las magdalenas cuando estaban construyendo el patio trasero. Dijo que
sabía que acabaríamos follando aunque pensara que era una mala idea,
así que bien podría estar preparado. Le dije que estaba lleno de mierda,
pero ya conoces a Mace.

—El imbécil siempre tiene la razón. —Le dolían un poco las tripas
al oír cómo se sentía Mace—. Dios, es tan imbécil. Nada de lo que hago
es lo suficientemente bueno para él...

—No, te equivocas. No creo que sienta que soy lo suficientemente


bueno para ti. —Rey se acercó para cepillar el pelo de los ojos de Gus—.
¿Podemos hablar menos de tu hermano y más de cómo vamos a
resolverlo?

—En realidad, ¿sabes?, estoy harto de hablar. —Desplegó sus


piernas y empujó a Rey hacia atrás. El sofá crujió de nuevo, temblando
bajo ellos, y Gus se congeló, esperando que cediera. Una emoción corrió
a través de él, un extraño y peligroso regocijo alimentado por el calor que
ardía en los humeantes ojos marrones de Rey y la posibilidad muy real
de que terminaran en el suelo. Agachando la cabeza, Gus capturó la boca
de Rey, bebiendo de sus labios separados lo suficiente como para dejarlo
jadeando. Sonriendo, refunfuñó, con una voz tan gruesa y necesitada
como la polla de Rey que se alargaba contra su muslo—. Me he dado
cuenta que tienes un par de paredes en tu habitación. ¿Qué tal si vamos
a probarlas?

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Capítulo 17
La piel era su medio favorito. A Gus le gustaba sentirla bajo sus
dedos, su calor y la forma en que se daba bajo el empuje del metal
vibrante.

Y Rey Montenegro sabía exactamente qué hacer para que la piel de


Gus cantara.

La luz del techo era salvaje, angular e iluminaba la mayor parte de


un rincón, el rayo de salida disparado directamente desde la lámpara que
uno de ellos rompió en la mesa de noche. La cama sin hacer de Rey
ocupaba la mayor parte de la pared exterior, una alta monstruosidad
cubierta de espuma con una cabecera al estilo Misión12. Sus sábanas
eran oscuras, un azul que se encuentra en el pliegue del crepúsculo y las
sombras. Había un montón de almohadas sin funda que hacían juego
con la ropa de cama y una fina colcha medio colgada en la esquina más
alejada del colchón, un mosaico de cuadrados de muselina maciza con
ramificaciones.

Aunque la cama era su destino, no lo habían logrado antes que Rey


se moviera y Gus se encontrara medio desnudo, sin aliento, y empujado
contra la pared.

La superficie de estuco era áspera en la espalda de Gus, su textura


se enganchaba en su piel. El aire frío le bañaba el vientre y los costados,
olas de piel de gallina perseguidas por el fuego de la boca errante de Rey.
Gimió, arqueando su espalda, pero Rey lo mantuvo firme, enganchando

12 Mission Furniture es un estilo de muebles que se originó a fines del siglo XIX.
Remonta sus orígenes a una silla hecha por A.J. Forbes alrededor de 1894 para la
Iglesia Swedenborgian de San Francisco. El término muebles de la misión fue
popularizado por primera vez por Joseph P.

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sus manos bajo los codos y empujándolo ligeramente contra la pared.


Sus brazos estaban atrapados frente a él, enredados en la camiseta que
había sacado del tocador de Mace, y el peso de Rey presionó en él,
anclándolo en su lugar.

El hambre impulsó sus pecados, haciendo que su lujuria y su


deseo fueran de un lado a otro a través de los conocidos campos
ondulados. Gus no se cansaba de tener a Rey en su boca, en su piel.
Incluso su largo y duro cuerpo apretado entre la V de sus piernas no
parecía rascar la furiosa picazón del hombre que lo mantenía contra la
pared. Le dolían las entrañas, desesperado por sus manos en sus muslos
o en su culo, en cualquier lugar donde no hubiera estado en los últimos
segundos. Las llamas lamían sus nervios, tensando sus músculos, y Gus
trabajaba para liberar sus brazos mientras Rey se reía, y su lengua
dejaba el pezón de Gus en un duro pico.

Una costura se rasgó o un hilo se rompió, y el algodón retorcido


alrededor de sus antebrazos y muñecas cedió un poco.

Rey, sin embargo, no lo hizo.

Su boca parecía estar en todas partes. Sus manos estaban en todas


partes. La piel de Gus estaba demasiado caliente, áspera por la necesidad
hasta que sintió que podía separarse. Rey lo atravesó, alcanzando más
allá de los años que habían pasado entre ellos y recogiendo cada hilo de
excitación que pudo encontrar. Los dedos se apretaron alrededor de los
brazos de Gus, los hombros desnudos de Rey se abultaron con los
músculos acordonados, a pesar que no se resistió. Los dientes de Rey se
preocupaban por un punto debajo de su clavícula, subiendo hasta su
garganta, donde afirmaba que era el punto donde la sangre de Gus
palpitaba con más fuerza. El tirón de su carne en la boca de Rey casi lo

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puso de rodillas, y sus piernas se doblaron, pero Rey estaba allí para
atraparlo.

—Ayuda a remover esta maldita cosa —gruñó Gus, tratando de


sacudir su brazo suelto de la camiseta. Alejándose de la pared, su hombro
golpeó un marco, inclinándolo, pero no se detuvo para enderezarlo—.
Entonces tus pantalones son los siguientes.

—Te has vuelto mucho más mandón. —Rey tiró la camiseta a un


lado una vez que liberó los brazos de Gus. Sus manos eran ásperas,
endurecidas por el trabajo y las crisis, pero se sentían como el cielo en el
torso desnudo de Gus—. Y mis pantalones saldrán justo después que los
tuyos lo hagan. En realidad, tengo una idea mejor. Qué tal si te subes a
la cama y me dejas hacer lo que he querido hacerte desde que supe que
vendrías a casa.

La alfombra ardió con un golpe bajo los pies de alguien, o por lo


menos los de Gus cuando Rey lo empujó suavemente a la cama. Aterrizó
torpemente, pero en este punto no pensó que la gracia realmente
importara. Levantarse no era una opción, no cuando los dedos de Rey le
tiraban del tobillo, una orden firme para que se mantuviera estirado de
lado sobre la cama king size. La cama crujió, los resortes se inclinaron
ante el peso de Rey mientras se subía al colchón. Sus rodillas bajaron las
sábanas; luego sus manos estaban en su cintura, aflojando los cordones
de sus pantalones prestados, y luego tirando de ellos hasta los huesos de
la cadera de Gus.

Entonces Rey se sentó en sus caderas y lo miró fijamente.

Gus sabía lo que Rey había visto. La tinta de su cuerpo contaba


sus historias tanto como las cicatrices ocultas bajo ellas. Era algo que
compartían, poniendo sus fuerzas bajo su piel para ocultar el daño hecho

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por alguien que una vez amaron. Con el pecho desnudo, Rey era poderoso
en reposo, esculpido con músculo sobre su amplia estructura, un escaso
mechón de pelo alrededor de su ombligo, y luego bajando en picado para
desaparecer bajo su cintura. Había un montón de cicatrices a lo largo de
sus caderas y costillas, paisajes moteados y crestas marcadas en la piel
de Rey desde esa horrible y maravillosa noche en que se conocieron.

Un trozo de cola de tigre se asomaba por encima del hueso de la


cadera, un toque de piel naranja, marrón y negra coqueteaba
tímidamente con el ojo de Gus mientras Rey se movía y, por otro lado, las
crestas de la cola de un dragón eran marcadas líneas de ébano en la piel
dorada de Rey, la mano distintiva de Ivo claramente identificable incluso
con una pequeña mirada. Había otros tatuajes en el cuerpo de su amante,
desde los cerezos en flor de Ichiro y los peces globo que nadaban por la
espalda de Rey y subían hacia sus costillas, hasta la cuidadosa y precisa
interpretación de la obra de arte del jardín de infantes de su hermana,
que había dibujado de su hermano mayor en su equipo de bombero
rescatando a un gato de un árbol, un vívido garabato caótico en su
costado cerca de su corazón.

Había probado cada centímetro del cuerpo de Rey, conocía sus


texturas y cómo cedía y se hinchaba cuando lo mordía, arañaba o
amasaba, pero nunca lo había entintado.

—Necesito tatuarte —murmuró finalmente Gus, trazando la polla


de Rey a través de sus pantalones—. No tienes nada de mi arte en ti.
Todos los demás, pero yo no. Creo que eso me molesta.

—Mi espalda es toda tuya. He visto esas cosas de piedra que haces,
el negro y el gris, esas estatuas de mármol que has hecho, me gustan
mucho. Necesito un San Florian, pero quiero algo diferente, como una
escultura. —Rey se bajó con cuidado, apoyando su peso en sus manos y

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rodillas. Robó la luz que rodeaba su cara, arrojando a ambos a las


sombras. Burlándose de un beso en la boca de Gus, gimió cuando Gus
deslizó una mano a lo largo de su muslo, jugando con el eje rígido que se
tensaba contra la tela de algodón—. Jesús, ¿quieres hacerme venir en
mis pantalones? Deja de hacer eso.

—La pieza de atrás es un compromiso largo. —No estaba hablando


de la tinta. En realidad no. Había algo más sutil en sus palabras, algo
evasivo que Gus no podía, no se atrevería a mencionar entre ellos. Quería
preguntar en voz alta, exigir más que un quizás y un veamos a dónde va
esto. El suelo bajo sus pies era inestable y lo había sido desde que tenía
memoria—. Si empiezo algo tan grande, tan intenso, necesitaré saber que
estarás conmigo hasta que termine.

En la oscuridad que comenzaba a retroceder, era difícil ver el color


de los ojos de Rey, pero ardían, encendidos con un fervor que Gus no
estaba seguro que fuera lo suficientemente fuerte para apagar, pero era
un precursor de la tormenta de fuego que desató a continuación.
Bajándose sobre el cuerpo de Gus, Rey lo presionó contra el colchón y
murmuró contra sus labios partidos.

—Cariño, no tengo la intención de que esto termine nunca.

***

Rey lo desnudó lentamente, presionando silenciosamente los


brazos de Gus sobre la cama cuando intentó alcanzar sus pantalones.
Fuera de las ventanas abiertas, el Barrio Chino comenzó a moverse. Los
pesados neumáticos de un camión de reparto chocaron contra la
superficie empedrada del callejón, y su conductor cantó en cantonés al
son de un burbujeante tintineo que sonaba en su equipo de música. El
sol se asomó y pinchó el cielo, convirtiendo la habitación en un lugar

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lechoso con sus intentos matutinos de quemar la noche. Su brillo doraba


el duro cuerpo de Rey, curvando profundas sombras de siena en los
huecos a lo largo de su musculoso torso. Bajando la cabeza, Rey presionó
su boca contra la garganta de Gus y hundió sus dientes ligeramente en
su piel.

—Dios, me vuelves loco —murmuró alrededor del bocado lleno de


carne—. No puedo esperar a estar dentro de ti otra vez.

Preocupándose por el lugar, envió una lluvia temblorosa de


hormigueos en la mandíbula de Gus y en su pecho, y luego persiguió la
ola hasta su final con un pellizco en el pezón. Los temblores se abrieron
paso a través de su cuerpo, agarrándole la polla y las pelotas con un firme
agarre. Rey conocía cada centímetro de él, pero los años los cambiaron,
y sus dedos, sus malditas manos y esa boca, descubrieron lugares en el
estómago y las caderas de Gus de los que no se había dado cuenta que
eran sensibles.

Los labios de Rey se movían lentamente, y Gus se retorcía bajo la


presión de su hombro contra su cadera. Unos pocos golpes no tan suaves
de los dedos de Rey contra su polla fueron seguidos por un largo paso de
sus labios, mojando el material que rastrillaba la tierna piel de Gus
mientras Rey trabajaba para bajar su pantalón hasta sus rodillas. El
calor aterciopelado envolvió la cabeza de su verga, un chapuzón de
lengua. Luego, un deslizamiento de la boca abierta de Rey a lo largo del
eje casi lo rompió. No podía pensar con claridad, no mientras Rey le hacía
cosquillas y se burlaba de él, dando vueltas sobre la cresta de la polla, y
luego envolviendo su cabeza en una larga succión. La presión, una
sensación dulce-amarga, creció demasiado como para soportarla, y Gus
casi se apartó, tambaleándose al ser abrumado por los asombrosos
placeres.

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Entonces Rey, el erótico y escurridizo Rey sumergió la punta de sus


dedos en el borde del agujero de Gus e inclinó su cabeza, tragándolo casi
hasta la raíz.

—Mierda. —Agarró del grueso cabello de Rey, un puñado de seda


marrón perfumado con el estúpido champú barato de manzana verde que
se negaba a dejar de usar—. Joder.

Si la burla hubiera sido demasiado para soportar, sentir a Rey


tragar a su alrededor le destrozó la mente. Gus perdió el tiempo en los
revoltijos de los placeres que lo consumían. El sol seguía saliendo, pero
no existía nada más que la cama en la que estaban. Incluso cuando las
sombras se movían a través de las paredes y la ciudad despertaba a su
alrededor, llenando la habitación con el bullicio de una ajetreada mañana
en el Barrio Chino, sólo una mancha en el vasto universo importaba: Rey.

No podía alcanzar los pantalones de su amante lo suficiente como


para arrancárselos, pero los dedos de Gus encontraron la dura cresta de
la polla, jugando con la punta que sobresalía de su cintura. Un tirón los
hizo bajar por una de las caderas; luego otro tirón liberó el pesado largo
de la polla de Rey de su precaria prisión. Todavía había moretones en su
pierna, restos de haber estado en el trabajo, pero casi se perdieron en el
vívido tigre bailarín que se puso bajo la piel de Rey años atrás.

—Te voy a entintar, joder —gruñó Gus—. Y cuando termine, te voy


a joder tan fuerte que no podrás caminar derecho por cinco días.

—Me gusta que estés celoso. —Rey se había retirado, riéndose y


jadeando por respirar. Otra caída de sus dedos quemó la estrechez del
agujero de Gus, pero el pinchazo se sintió bien, bordeando la promesa de
un viaje más largo y duro—. Y creo que estás listo para mí.

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El repentino roce de aire en su polla fue frío, pero fue mucho más
cálido que el lubricante que lloviznó sobre los dedos de Rey ahora en
forma de sonda. El siseo alarmado de Gus hizo sonreír su boca hinchada
por los besos, y Gus pasó sus dedos sobre la cabeza del pene de Rey en
represalia.

—Sí, ríete ahora —refunfuñó Gus, apoyándose en sus codos


mientras Rey se arrodillaba para quitarse los pantalones el resto del
camino—. Sólo recuerda, lo que va, vuelve.

—Oh, las cosas que podría decirte sobre eso. —La sonrisa de Rey
se amplió, y el lubricante se calentó, recogiendo algo del calor de los
dedos.

Un chasquido de látex en la polla de Rey hizo que Gus se excitara


y su estómago saltara con anticipación. Su cuerpo recordaba la
sensación de la polla de Rey empujando en él, el delicioso dolor de su
entrada al ser abierta, y luego el tortuoso deslizamiento de la carne en la
suya. Un momento más tarde las sombras volvieron a aparecer,
envolviéndolos en un capullo cuando Rey se inclinó sobre su cuerpo. El
beso que le dio le hizo perder el aliento, y Gus jadeó cuando finalmente
entró.

Moviéndose con cuidado entre las piernas separadas de Gus, Rey


acarició la parte posterior de sus muslos, trazando círculos en su piel sin
marcas.

—¿Quieres darte la vuelta? —La pregunta fue tan suave como el


beso de Rey no lo había sido, pero lo dejó sin aliento—. Sé que te gusta
eso. Nuestra primera vez desde... quiero hacerlo bien para ti. Quiero que
lo recuerdes... que me recuerdes.

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Le gustaba tener a Rey detrás de él, acunándolo contra una cama


o una pared. El sexo le hacía subir la sangre, pero los brazos de Rey a su
alrededor, su cuerpo envuelto sobre el suyo, le hacían algo en su interior,
calmando la necesidad de la que parecía no poder deshacerse. Rey lo
conocía... sabía que necesitaba ser sujetado, envuelto y asegurado.

—Sí —le susurró, tomando la cara de Rey—. ¿Por favor?

El movimiento se hizo rápidamente, una mezcla de cuerpos


acentuada por suaves besos y caricias. A Gus le dolía la polla, con un
líquido perlado en la punta. Rey lo maniobró hacia adelante, la cabecera
clavada en las palmas de las manos y el pecho de Gus, pero la
incomodidad fue bienvenida. Ayudó a darle algo de distancia, suficiente
espacio para respirar hasta que Rey empujó. Sabía que se iba a ahogar,
y cuando los dedos de Rey untaron otra porción de lubricante de olor
dulce en la cresta de su trasero, Gus cerró los ojos y esperó a que su vida
cambiara.

Una quemadura golpeó primero, centrándolo en el empuje de la


polla de Rey en su estrecho canal. El deslizamiento fue brusco, un
deslizamiento de carne y látex, suavizado por el beso del aceite y la
paciencia. Rey era grueso, más de un puñado de largo y definitivamente
lo suficientemente duro como para someterlo, pero se movía lentamente,
meciéndose contra él. Había palabras, murmullos indistintos de placer y
gemidos susurrantes. Gus hizo un sonido en su garganta cuando Rey lo
abrió, y deslizó sus rodillas más separadas, inclinando su trasero para
recibirlo.

—Te tengo, cariño —susurró Rey, con su aliento caliente en el


cuello de Gus. Encontró su polla, con los dedos todavía húmedos por el
lubricante, y lo sujetó firmemente en sus manos—. Agárrate. Voy a hacer
que te sientas bien.

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Vio estrellas cuando Rey se asentó, súbitamente hiperconsciente


de las texturas y sensaciones en y dentro de su cuerpo. El roce del vientre
de Rey al levantarse de su trasero pronto se unió a la presión de su mano,
la punta de sus dedos haciendo hoyuelos en su piel. Sus pulmones
estaban tensos, el aire le fue robado cuando exhaló y luego se olvidó de
respirar de nuevo.

Entonces su amante comenzó a moverse y Gus se dejó volar.

Rey lo agarró, sus brazos subieron y sus manos se cerraron sobre


las de Gus. Sus empujones eran lentos, largos y se sumergió con
suficiente fricción como para hacer que se preguntara si se prendería
fuego antes de perder el control. Había chispas, cúmulos de estrellas
fuertemente envueltos y calor enterrado en lo profundo de su interior, y
Rey parecía encontrarlas con cada golpe.

Gus se estiró, inclinándose hacia la curva del cuerpo de Rey,


forzándolo a estar casi erguido. Cambió el ángulo de sus movimientos,
reduciendo algunos de los bordes de sus zambullidas en el calor de Gus.
Quería que su unión durara, estrechando su culo alrededor de la polla
de Rey. El aire era delgado entre ellos, húmedo con el sudor y la
necesidad. Gus giró sus caderas, llevando a Rey a lo largo de una curva.

—Mierda, olvidé que podías hacer eso —Rey jadeó, igualando la


caída y el rizo de Gus—. Me vas a matar aquí.

El ritmo se aceleró, y Gus se agarró a la cabecera, sujetándose


mientras empujaba la polla de Rey. Un mordisco en su omóplato fue lo
suficientemente duro como para que supiera que iba a recibir un
moretón, pero los besos que Rey le dio en la espalda fueron suaves y
tiernos. Sus dedos acariciaron los queloides alrededor del tobillo de Gus

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donde había sido atrapado por el puente, un grillete de metal y dolor


permanentemente grabado en su piel.

El mundo era un lienzo complicado y sensual en el que se había


envuelto. Sentía todo. Desde el roce de los dedos de Rey en su vientre y
luego en su polla hasta el arrugamiento desigual de las sábanas bajo sus
rodillas. Al inclinarse hacia las caderas de Rey, Gus inclinó la cabeza y
cerró los ojos, aprovechando las sensaciones que se desarrollaban en su
interior. Su ritmo se volvió frenético, un latido que los empujaba cada vez
más cerca del borde. Sus bolas se agitaron, y la mano de Rey lo acarició
de nuevo, acariciando su saco, y luego apretando ligeramente cuando
Gus se tensó. El sudor le mojó el pelo, dejando mechones en sus sienes
y mejillas. Sus brazos estaban tensos, preparados para soportar los
fuertes e intensos golpes en los que Rey los atrapó.

Dos golpes más tarde, la luz comenzó a fragmentarse a su


alrededor, atrapando a Gus al borde de su liberación. Empezó con un
ligero estiramiento de la piel en la parte interna de sus muslos, luego el
apretamiento de los músculos de su estómago cuando su saco se levantó,
metiéndose en el hueco de sus piernas. Jadeando, se soltó, agarrándose
al muslo de Rey, y golpeó su mano contra la pared, gruñendo cuando el
empujón lo alojó contra la cabecera. Con su cara presionada en el estuco
y su pecho empujado en la madera de las tablillas, Gus apretó los dientes
y se dejó ir.

La mano de Rey atrapó su cuerpo antes que lo soltara. O al menos


una parte de él. Gus no pudo separar el calor líquido que salía de él del
calor volcánico de la polla dura como el acero de Rey. El apuro de ser
llenado no estaba allí, pero las ráfagas de hormigueo lo golpearon tan
fuerte como en cualquier otro momento en el pasado cuando había estado
con Rey, pero algo era diferente. Suave. Dulce.

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Tranquilo.

El torrente de adrenalina y lujuria golpeó a Gus con fuerza,


despegando sus pensamientos y abriéndolo para limpiar el mundo. No
podía hablar. O por lo menos no pudo encontrar ninguna palabra en su
lengua para capturar lo que sentía acerca del hombre que lo despedazó
y lo volvió a unir al mismo tiempo. Llegó, duro, llenando la copa de la
mano de Rey, y luego sintió que los hombros de Rey se sacudían y sus
caderas se ponían rígidas, perdiendo el resto de su control. Le dolía la
piel, quemada por el fuego de la lluvia que le habían echado encima, y su
pecho palpitaba por una hendidura en sus pectorales. Gus no estaba
seguro de si sus piernas lo mantendrían en pie mucho más tiempo, pero
Rey no había terminado.

—Sólo un poco más, cariño —murmuró en el oído de Gus—. No


quiero dejarte ir todavía.

Rey se estrelló contra él, llevando a Gus el resto del camino,


temblando alrededor de las ondas hipersensibles. Deshuesado y saciado,
Gus se deslizó por la cama, llevándose a Rey con él. Pegajoso y repleto, el
cansancio se apoderó de los párpados de Gus y tembló, sus omóplatos se
apretaron alrededor de su columna vertebral.

—Quédate aquí. Voy a quitarme esto. —Rey dejó a Gus con un


pequeño beso en la comisura de su boca; luego la cama se sumergió
cuando se fue. Acercándose al baño, se convirtió en una astilla más
oscura contra la creciente luz. El agua se encendió, y Gus se fue a la
deriva, luego gritó cuando los fríos dedos de Rey le frotaron el vientre.
Sonriendo a Gus mientras se subía al colchón, Rey dijo—: No te duermas
hasta que te endereces, amigo. Estás de lado en la cama.

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—Joder, duerme a mi alrededor. —Dejó que lo empujaran a su


lugar, y luego suspiró cuando Rey se estiró a su lado. Ambos estaban
ligeramente pegajosos y probablemente podrían haber usado otra ducha,
pero Gus no estaba listo para deshacerse del olor de Rey en él. Dándose
la vuelta, se acomodó en una almohada, arropando las demás a su
alrededor hasta que se sintió cómodo. Parpadeando para retrasar el
sueño unos pasos, murmuró apreciativamente cuando Rey deslizó su
pierna sobre su pantorrilla, y luego dijo:

—Cansado. ¿Crees que debería quedarme en la cama de Mace, en


el sofá, o sólo quedarme aquí?

—Muévete de esta cama y te ataré a ella. —Rey resopló,


acercándose más hasta que sus estómagos se juntaron—. Además, Mace
probablemente ya está en casa. Su turno terminó hace media hora. No
vas a ninguna parte.

—Bien. —Se rindió a un bostezo, y luego miró fijamente la cara


fuerte de Rey cuando acarició al águila vociferante en el antebrazo de
Gus—. Eso hace cosquillas.

—Me sorprendes. —Rey frotó las cicatrices que Gus escondió bajo
su tatuaje, las manchas y quemaduras de la ira y el rencor de su madre.
Siguiendo el rastro del pico del pájaro que gritaba desafiantemente, Rey
preguntó con una voz suave—: ¿Alguna vez has pensado en cómo habrían
sido diferentes las cosas? ¿Si ese día nunca hubiera ocurrido? Como...
¿cómo hubiera resultado tu hermano? ¿Cualquier cosa?

—Puck habría resultado igual que Mace, y yo tendría que lidiar con
dos santurrones sabelotodo. Son exactamente iguales... o bastante
parecidos de todas formas —resopló—. Es por eso que peleo con él todo
el tiempo. A Mace le gusta organizar y mover a la gente como si fueran

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piezas de ajedrez. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer, y él


no sabe qué hacer si no le está dando una paliza a alguien. Puck era
igual. Como un maldito border collie que no puede mantener su mente
en el trabajo. Quiero decir, le echo de menos, pero era un mandón. ¿Por
qué?

—Porque a veces quiero saber lo que piensas. —Rey mordió el labio


inferior de Gus, un suave aguijón seguido de un dulce y prolongado beso.
Suspirando cuando terminó, acarició el cabello seco de Gus, luego su
mejilla—. Te amo, sabes. Siento haber tardado tanto en verlo...
demasiado tiempo en entender lo que significabas para mí... pero me
alegro que estés aquí. Conmigo. En esta cama. Y quiero dormirme, pero
si lo hago, no te volveré a ver hasta que me despierte, y eso es demasiado
tiempo para esperar.

—Yo también te amo. —Cerró los ojos, deleitándose con el


terciopelo áspero y suave de los dedos de Rey en su cara—. Ahora si no
me dejas dormir un poco, voy a...

Los dedos de Rey presionaron la boca de Gus, deteniéndolo en el


medio de su diatriba, y luego volvió a acariciar su mejilla. Inclinándose,
besó el regordete labio inferior de Gus, y luego dijo:

—Por una vez en tu vida, August Scott, acepta cómo me siento, lo


que digo. Escúchame con atención. No voy a pasar mi vida en otro lugar
que no sea contigo, y te amo. Con todo mi corazón. Toda mi alma y la
mayor parte de mi cordura... te amo.

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Capítulo 18
—Mierda, siento que estoy en una primera cita —murmuró Gus al
perro que roncaba ocupando buena parte de uno de los sofás de la sala.
A la manera de Earl, el chucho no se despertó, pero Gus tomó el tic en
sus patas como un acuerdo tácito de que ambos debían correr mientras
tuvieran la oportunidad. Sus manos estaban sudorosas, y cada vez que
oía un coche acercarse a la casa, se esforzaba por ver si era el Toyota de
Jules.

—Juro por Dios que si no te sientas, te voy a romper las malditas


rodillas. —La voz de Ivo bajó a un tono oscuro, cargada de maldad que
Gus no creía que su hermano menor pudiera cumplir—. Dijo media hora.
Han pasado como cinco minutos. Sabía que eras estúpido, pero no creía
que fueras estúpido como un perro.

—Vete a la mierda. —Devolvió el habitual azote verbal, pero Gus no


lo sentía. Había demasiados nervios mordiéndole, y con cada sombra en
forma de coche que pasaba parpadeando por la ventana del vestíbulo,
más dientes mordisqueaban la poca cordura a la que se aferraba.

Ivo era una preocupación... una influencia demasiado salvaje, y


hoy, con una falda escocesa rosa y una camiseta blanca sobre la que
había dibujado monstruos con un marcador mágico negro, sería un faro
tentador para un niño siempre curioso. Bear ya había pasado por la casa,
cubriendo los enchufes e instalando cerraduras en los armarios, y todos
habían llevado a Earl a lugares donde los niños jugaban para aclimatar
al perro al ruido y al movimiento. Quizás se habían pasado, porque ahora
cada vez que uno de ellos cogía una correa, Earl ponía los ojos en blanco
y se negaba a moverse, sólo se levantaba cuando oía que las llaves de la
tienda de Bear dejaban el gancho en la puerta trasera.

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—¿Así que Rey y tú lo están haciendo de nuevo? —Su hermano


miró por encima de la tapa de su libro, encontrándose con la mirada
asustada de Gus. La portada era oscura, dominada por un hombre
fornido con un uniforme táctico, y a juzgar por el tazón medio lleno de
ositos de goma que estaba en el muslo de Ivo, planeaba estar allí por un
tiempo—. Si vas a murmurar y evitar que me ponga al día con Sloan y
Dex, será mejor que me entretengas.

—¿Cómo...?

—Por favor, llegaste esta mañana con una camiseta de los


bomberos demasiado grande para ti, y tu pelo estaba mojado y olía a
manzanas —resopló Ivo—. Incluso Earl sabía que acababas de salir de la
cama de Rey. —Volviendo a su libro, Ivo murmuró—: Y bueno, Bear me
dijo que ustedes iban a pescar algo de comer. Hice los cálculos y me di
cuenta que lo que iban a pescar para comer era el uno al otro.

—Jesús, la mierda que sale de tu boca. —Sacudió la cabeza y volvió


a mirar por la ventana—. No digas cosas como esas delante del niño.
Estoy intentando conseguir la custodia compartida, ¿recuerdas? El chico
entra jurando como si viviera en el sótano de un club de striptease y el
juez enterrará mis papeles en lugar de firmarlos.

—Me gusta cómo actúas como si me conocieras cada vez que digo
algo —respondió Ivo—. Sólo hazme saber si esta cosa con Rey es una cosa
de anillo constante en el dedo o si voy a tener que programar sus citas
alrededor de tu horario de trabajo, porque no lidiaré con el maldito drama
mientras trato de terminar con ese dragón en su pierna.

—Sí, hablemos del dragón. ¿No pensaste que yo podría haber


querido hacer eso? —Gus se giró, medio mirando a su hermano. Las
piernas de Earl se movieron de nuevo y el perro dio un tremendo

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resoplido, girándose mientras dormía—. Podrías haberme dicho al menos


que estaba pensando en ello.

—En primer lugar, no estabas cuando empecé. En segundo lugar,


ustedes dos ni siquiera se podían mirar, así que ¿cómo carajo ibas a
tatuarlo? Estás enojado porque conseguí su muslo. ¿Qué le queda?
¿Hombros? ¿La parte superior de la espalda? Mucho espacio. Si te deja
acercarte a él con una aguja. —Ivo asintió al pequeño compacto granate
que llegaba a su entrada—. Parece que el chico está aquí. Dios, qué
imbécil que no estás ahí para ayudarles a sacar a Chris del coche. Qué
capullo.

—Dios, te odio. Te diría que vigilaras al perro para que no salga,


pero primero tendría que estar consciente. —La mano de Gus estaba en
la manija de la puerta antes que la madre de Jules terminara su giro en
el camino. Se miró el pelo en el espejo, alisándolo antes de salir—. Los
niños son fáciles, ¿verdad? Quiero decir, son pequeños. Mierda, Rey se
detuvo justo detrás de ella. Dime que puedo hacer esto, amigo.

—Claro. Nada como tu ex y la chica con la que te acostaste cuando


él rompió contigo, encontrándose en la entrada mientras ella viene con
tu bebé de amor secreto para condimentar tu día —dijo Ivo detrás de él—
. Es pan comido.

—A veces te odio de verdad —murmuró Gus en voz baja, cerrando


la puerta firmemente detrás de él—. Maldita sea, ya ha salido del coche.

Rey estaba en la puerta de Jules, presentándose con una amplia


sonrisa y un pavoneo sensual. Sus manos estaban fuera, guiándola
cuidadosamente por la acera. Luego extendió la mano para agarrar sus
muletas. Se estaban riendo de algo, una alegre cantinela lo
suficientemente brillante como para poner a Gus aún más nervioso.

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Limpiándose las manos en sus vaqueros, bajó rápidamente las escaleras,


casi tropezando en el último escalón irregular. Lynn estaba saliendo del
coche cuando cruzó el camino, y Rey se había pasado al otro lado,
riéndose de algo que le dijo Jules.

Había querido escabullirse del apartamento de Rey antes que Mace


se despertara, pero los hábitos de sueño de su maldito hermano mayor
eran impredecibles, así que Gus se encontró cara a cara con un Mace
muy divertido, sin camisa, tan pronto como abrió la puerta del dormitorio
de Rey. Ninguno de ellos habló. Entonces Rey se aclaró la garganta detrás
de Gus y Mace se rio, rascándose su estómago desnudo y ligeramente
peludo mientras se metía en su habitación al otro lado del pasillo.

El camino de vuelta a la casa de los hermanos se había hecho casi


en silencio, pero la mano de Rey se acercó al muslo de Gus, y el ligero
apretón que había recibido sirvió para calmar las mariposas hambrientas
de su estómago. Su beso de despedida se había dado en la entrada, y
luego otra vez a unos metros de la carretera cuando Rey paró su coche,
salió y corrió para quitarle el aliento a Gus. Se soltó, respiró hondo y
luego hizo un rápido viaje a saltos por el terreno accidentado, haciendo
ruidos siseantes cuando sus pies descalzos encontraron un nido de
diminutas piñas de pino escondidas bajo una extensión de fragantes y
secas agujas de hoja perenne.

La mirada que Rey le echó sobre el techo del compacto granate le


dejó tan sin aliento como su último beso, y Gus no pudo evitar que se le
formara una sonrisa tonta en la cara.

—¡Gus! —Chris gritó desde el asiento trasero del coche. Hubo un


murmullo de sonidos, algo sobre un caballo, luego posiblemente perros
calientes, pero fue difícil para Gus seguirlo. Pateando los asientos
delanteros, luchó por abrir el cerrojo en su cintura—. ¡Fuera, por favor!

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—Espera, hombrecito. —Gus le dio a la madre de Jules un rápido


beso en la mejilla, y luego abrió la puerta. Se congeló, preguntándose si
se había pasado de la raya. No tenía ningún derecho a ser el padre de
Chris. No oficialmente. Dudando, Gus dio un paso atrás, pero la mano
de Lynn ya estaba en su hombro para detenerlo—. Um, lo siento. Yo
sólo...

—Vamos, sácalo. —La madre de Jules era un refuerzo de calidez y


sonrisas, un pequeño trozo de mujer que había hecho su vida maravillosa
y horriblemente complicada—. Voy a pedirle a tu novio que nos ayude a
sacar la ensalada de patatas y los pasteles del maletero, ya que Jules
sigue con muletas. Doug dijo que vendrá cuando termine su ronda de
golf, así que espero que lo veamos en una hora más o menos.

—Bien, chico, quédate quieto mientras resuelvo esto. —Metiendo


la cabeza en el coche, Gus estudió las correas que sujetan a su hijo. Los
dedos de Chris estaban sucios y pegajosos por la rodaja de naranja
confitada que se había metido en la boca cuando Gus metió la mano para
soltar las correas—. Jesús, es como si estuvieras volando un avión de
combate o algo así. Cthulhu13 tiene menos brazos que esta cosa...

—Aquí. —Chris apuñaló un botón—. No soy lo suficientemente


grande.

—Sí, y cuando lo hagas, no tendrás que usar esto. —Frunció el


ceño, golpeando el cerrojo—. Voy a tener que coger un asiento de coche
si... Dios, hay un montón de mierda que voy a necesitar.

13Cthulhu es una entidad cósmica ficticia creada por el escritor estadounidense de


fantasía y terror Howard Phillips Lovecraft y presentada por primera vez en el cuento
La llamada de Cthulhu, publicado en la revista estadounidense Weird Tales en 1928.

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—Mierda es una mala palabra —anunció el espejo de Ivo desde su


posición con casi el mismo tono sarcástico que el original que Gus dejó
en la casa—. Mamá dice caca, pero caca también es mala.

—Oh sí, definitivamente eres nuestro hijo —murmuró Gus,


soltando las correas—. Bien, ¿necesitas que te agarre o...? y estás
trepando... bien, espera. Déjame salir del camino. Agárrate.

—Hay un perro en la ventana. —Chris se deslizó del asiento, dando


palmaditas impacientes a Gus cuando agarró al chico para ayudarlo—.
¿Vamos a verlo?

—Sí, ese es Earl. Vive aquí. Lo conocerás en un rato —prometió


Gus—. Quédate ahí. No te muevas. En realidad, no, dame la mano. Hay
coches.

Claro, el camino estaba un poco alejado y despejado, pero había...


posibilidades, terribles. La casa parecía demasiado lejos, demasiado
desprotegida. Había una valla alrededor del patio trasero, lo
suficientemente alta para mantener al perro dentro, pero Earl apenas se
movía, donde Chris probablemente vería el perímetro como un desafío.
Había demasiado de sí mismo en su hijo. Tendría que estar ciego para no
verlo, y en ese punto, estar en la entrada teniendo una pequeña batalla
por el agarre de manos y perros parecía la escaramuza inicial de una
larga y desgarradora guerra entre dos voluntades fuertes.

—Amigo, hablo en serio. Dame la mano. —Gus aguantó la suya—.


Es eso o te llevo yo. Tú eliges.

—Dios, suenas como Bear en este momento. Chris, agarra la mano


de tu padre. Estamos al lado de una carretera, y lo estás estresando. —

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Jules se enganchó en la parte trasera del coche, la grava esparcida en los


bordes de la unidad crujiendo bajo las puntas de su muleta.

—Es demasiado alto. —Chris levantó los brazos sobre su cabeza,


agitando las manos en el aire—. No puedo cogerlo.

—Ahora. —Dura como una piedra, la voz de Jules dibujó una línea
en la arena que hasta Gus pudo ver. Cerrando la boca, Chris metió la
mano en la de Gus, pero un destello desafiante permaneció en sus
enormes ojos azul oscuro. Al detenerse, Jules inclinó la cabeza hacia
arriba y arrugó la nariz a Gus—. ¿Así que le das un beso a mi madre pero
no a mí?

—Puedo vigilarlo o besarte en la mejilla. No puedo hacer las dos


cosas. —Le dio un rápido picoteo—. Vamos a llevarlos a la casa antes que
me dé un ataque al corazón.

—Sí, bienvenido a la paternidad —le murmuró Jules, maniobrando


cuidadosamente alrededor de su hijo—. Todo es pegajoso, ves la misma
película quinientas veces, y llevar el pijama de Batman al supermercado
no es pereza sino una declaración de moda. Trata de mantener el ritmo,
August. Va a ser un viaje muy largo y difícil.

***

La tarde era uno de los momentos favoritos de Gus en la ciudad,


especialmente después de un poco de lluvia. El aire era limpio, vigoroso
con un viento ligeramente frío, pero el sol era lo suficientemente fuerte
como para evitar que el frío se estableciera. La mayoría de las tardes se
pasaban en la tienda, tragando tinta o charlando con los turistas que
pasaban por las puertas abiertas de 415 Ink, así que pasar un poco de
tiempo con el resto de sus hermanos en el patio trasero que se habían

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roto los dedos hasta los huesos para mejorar era agradable. Incluso
cuando significaba arrear a un niño de tres años que aparentemente
había encontrado un alma gemela en el perro desaliñado que habían
traído fuera.

O tal vez la manada de un perro y un chico de tres años


simplemente lo hicieron aún mejor.

Había caído en los arbustos en los que Earl se había metido para
recuperar la pelota que Chris había tirado desde el césped. A pocos
metros de distancia, el garaje tenía trozos de su moto, pequeños trozos
de metal que quedaron cuando el mecánico de la moto la recogió después
del accidente, y la hamaca de hilo irisado en la que Ivo se sentó era el
lugar que Gus conocía porque podía imaginar tener sexo en cualquier
lugar, no significaba que la realidad necesariamente coincidiera.

Rey, Bear y Mace estaban parados cerca de la parrilla, escuchando


al padre de Jules, Doug, contarles de un lugar en San José al que podían
ir a comprar fantásticos tacos de camarones y discutir los méritos de
cocinar con cerveza en lata. Luke y Lynn estaban de pie junto a la fuente
de agua que habían conseguido por prácticamente nada en una tienda
de mejoras para el hogar que estaba desarmada en el garaje hasta que
Mace finalmente se cansó de golpearla con su coche cuando volvía a casa.

Apoyado en la barandilla de la cubierta superior, viendo a Chris


pisotear el césped con sus pies descalzos moteados de verde por el césped
y un anillo de color rosa brillante alrededor de su boca por la paleta de
fresa que había compartido con el perro, Gus supo que había perdido un
pedazo de su corazón. Probablemente incluso dos, porque cuando miró a
Rey manteniéndose firme contra Bear y Mace, la brasa que había
protegido en su pecho se encendió, acariciándolo con su calor. El guiño
que Rey le hizo fue malvado, y su verga palpitó cuando a su mente se le

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ocurrió todo tipo de cosas que Rey podía hacer con la punta de la lengua
que había sacado en un gesto burlón e infantil a espaldas de Bear.

La barandilla se mantuvo cuando Jules apareció al lado de Gus,


con los codos apoyados en la amplia plancha plana que recorría los ejes
de la cubierta. Una mujer delicada y bonita con mangas entintadas y
preciosas, hechas en su mayoría por Bear, y con un alma en sus ojos
fuertemente marcados, Jules había sido un bálsamo para las heridas
más graves que había sufrido, e incluso ahora, con los años transcurridos
entre ambos, Gus estaba agradecido que lo mantuviera unido en una
noche en la que su mundo se desmoronó.

—Eres como un león mirando a tu reino desde aquí. ¿Planeas


agarrar a Chris y sostenerlo para que los elefantes se inclinen ante él? —
Sonriéndole, se inclinó con fuerza, quitándose el peso de las piernas, y él
le agarró el brazo, dándole un golpe cuando se levantó de la barandilla.

—Lo siento —murmuró él, soltándose—. La maldita cosa se inclinó


tanto tiempo, que pensé que iba a ceder. Olvidamos que lo reemplazamos
después de que Ivo lo empujara hace unos meses. Aterrizó en los tomates
de Bear. No estaba contento.

—¿Bear o Ivo? —Ella le sonrió, mirando a Ivo tratando de convencer


a Earl que persiguiera una pelota de tenis.

—Bear. Ivo mayormente juró, y luego fue a sacarse tomates del


trasero. Agarró uno y lo tiró, así que fue una guerra. —Se habían peleado
con la fruta aplastada, peleándose entre ellos hasta que los moretones
les golpearon los brazos, los hombros y la espalda—. Las malditas cosas
estaban verdes. Duras como la mierda y duelen.

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Permanecieron en silencio durante mucho tiempo, probablemente


más tiempo que el sexo caliente y desesperado que habían tenido esa
noche. Entonces Jules habló, un murmullo silencioso apenas audible
sobre los gritos de risa de Chris.

—Es un buen chico. Mamá me dio un montón de mierda por


alejarlo de ti. Te debo una tonelada de disculpas por eso. Hice que te
perdieras muchas cosas, pero... no estaba segura, ¿sabes? Quiero decir,
no estaba segura que quisieras ser parte de su vida.

—No, lo entiendo. Está bien. —Había mucha verdad en su


razonamiento. Entonces no podía reprochárselo. Hace tres años, su
cabeza no estaba derecha, y el dolor del rechazo de Rey era fresco, una
herida abierta y abrasiva que no se curaba. Había huido del dolor,
tomando consuelo en los viajes por carretera y en las largas horas de
tienda, adormeciéndose con el cansancio—. Cuando me llamaste, bueno,
cuando me localizaste, fue un buen momento. Necesitaba dejar de...
moverme. Hablarme de él me dio algo en lo que concentrarme... algo fuera
de mí. Así que, es bueno.

Tomó un sorbo de su té helado, haciendo sonar el hielo en su vaso.


Sus ojos estaban en Chris, pero su atención estaba en otro lugar, un
lugar al que Gus no quería ir. Algo se cocinaba a fuego lento bajo su
expresión, y los susurros comenzaron en su mente, pequeños vuelos de
oscuridad con diminutos dientes y garras, desgarrando su confianza y
dejando que la duda se filtrara a través de los espacios.

—El abogado de Servicios de Protección de Menores llamó para


hablar conmigo hoy. Sobre ti. —Ella no se encontró con su mirada. Sólo
continuó mirando fijamente al patio trasero—. Para el caso de la corte.
Mamá dijo que es rutinario, pero... la trabajadora social también se puso
al teléfono, y estaba preocupada...

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—Ese imbécil de Bulcher vino a mí primero —dijo rápidamente—.


Incluso los policías dijeron que había cruzado la línea. Tu madre también
lo dijo.

—No. Dios no, es un asqueroso —dijo Jules, haciendo una mueca—


. Mamá presentó una queja contra él, pero ya sabes cómo es el estado, lo
moverán un poco hasta que pueda retirarse. No se trataba de Bulcher.
Era sobre tu hermano... y tu madre. Sobre cómo murieron. La señora
estaba preocupada de que te afectara y que tú... quería que yo supiera lo
que pasó.

Su mundo se quedó en silencio, una cortina se cerró sobre la


actividad que le rodeaba, haciendo retroceder los sonidos de Chris
jugando y el resto de las discusiones de la familia. Tragando el nudo de
su garganta, miró a su hijo. Chris e Ivo se sostenían contra Earl, la boca
del perro se agarraba firmemente a un juguete de cuerda. El perro se
encorvó y retrocedió arrastrándolos unos centímetros hacia adelante.
Gus se sorprendió de lo mucho que adoraba al niño. Cómo las vidas de
la familia comenzaban a moldearse en torno a la existencia de un joven
ser humano con poca lógica, mucha arrogancia y un corazón generoso
que estaba dispuesto a compartir con cualquiera a su alrededor.

Una mujer -una mujer sin rostro en una oficina- amenazaba eso,
sus palabras deslizándose por los tobillos de Jules, una serpiente en el
jardín que no podía matar. Inclinando la cabeza hacia atrás, Gus miró al
cielo, con esponjosas nubes blancas que se deslizaban por su extensión
azul, y exhaló la ira cuajada que se acumulaba en su interior.

—¿Qué te dijo? —Le dolían las palmas de las manos, y Gus aflojó
el agarre de la barandilla de madera—. En realidad no importa lo que te
haya dicho. La pregunta es, ¿cómo va a afectarnos a Chris y a mí?

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No quería pelear con ella, no quería tener que luchar por un hijo
que ni siquiera conocía, pero en los pocos meses desde que Jules le habló
de Chris, algo dentro de él cambió. Algo extraño parecido a un oso surgió
de algún lugar de su interior, y no iba a dejar que Chris saliera de su
vida.

—No sabía que tenías un gemelo. O que había muerto. —Puso el


vaso en la barandilla y se giró, apoyándose en un codo para enfrentarse
a él—. Y tu madre... nunca me lo dijiste.

—No es algo que saques a relucir en una conversación casual. —El


fuego lento en sus tripas seguía ahí; entonces Jules puso su mano en su
brazo y Gus suspiró—. Nunca le haría daño. Jamás. No como...

—Nunca pensé que lo harías. —Jules sacudió la cabeza—. Me


enfadé. Realmente me enojé por... demonios, por todo, por todos. Ese
imbécil de Bulcher, el asistente social, y cualquiera que se cague en ti.
Te conozco. Trabajé con... vale, no trabajé tanto como trabajé para... pero
aun así cuenta. Te he visto decirle a alguien que no se ponga el nombre
de un tipo en el culo porque se arrepentiría y hablar con un tipo que entró
destrozado y quiso pelearse con toda la tienda porque no lo tatuamos.
Esa gente no te conoce. Yo sí te conozco. Estabas herido esa noche, y
vamos a tener que hablar de Rey, porque no lo quiero cerca de nuestro
hijo si va a hacer esa mierda de nuevo.

—Estamos trabajando las cosas. Es diferente. Los dos somos


diferentes. —La atención de Gus se desvió de la bonita mujer de pelo
violeta que estaba a su lado a Rey que llevaba las pinzas de Bear al
hombre en la parrilla—. Lo amo. Quiero decir, tan estúpido como parece,
lo amo. Por fin entiendo por qué la gente se pone el nombre de un tipo en
la piel, porque es demasiado. Te llena de algo que ni siquiera puedo
nombrar. Me pongo así con Chris. Ese desborde de emoción y te tensa la

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piel. Cuando lo saqué del auto hoy, tenía miedo de que mi corazón
explotara. Lo sentía tanto. Amo a mis hermanos más allá de cualquier
palabra, pero Rey y Chris... moriría por ellos.

—Morirías por tus hermanos —resopló Jules.

—Sí, aunque yo me quejaría de ello. —Puck se asomó por encima


de la conversación, y Gus miró hacia otro lado, buscando algo que decir
sobre los fantasmas que se aferraban a él—. Mi madre probablemente
necesitaba ayuda con su salud mental, pero no estoy seguro. Cualquiera
que pudiera decírmelo o está muerto o simplemente no habla. Después
de que ella... hizo lo que hizo, nadie me dijo nada. Diablos, la única razón
por la que supimos dónde están enterrados mi madre y Puck fue porque
Bear lo averiguó por mí. No quiero esa clase de vida para Chris. No quiero
que sepa lo que es moverse de casa en casa, meter toda tu mierda en una
bolsa de basura y esperar que nadie le robe sus cosas mientras está en
la escuela. No tienes nada cuando estás en el sistema. No eres nada más
que un punto y un problema en el escritorio de alguien. —Parpadeó,
alarmado por el ardor de las lágrimas en sus ojos—. La vida es curiosa.
La gente muere, y de repente tu mundo está todo jodido. Bear perdió a
dos personas y terminó en el lugar más horrible de la historia, y yo nací
en él. Cada vez que mi madre tomaba una decisión, apilaba más mierda
encima de mí. Sobreviví a ella, y estoy bien con quien me convertí. Ahora
quiero que mi hijo esté a salvo y sea feliz. Eso es todo lo que quiero, Jules.

—No te lo tomes a mal, pero tu madre era una maldita perra, Gus
—murmuró Jules, y luego lo abrazó, casi derribando a ambos cuando su
yeso golpeó su pierna—. Le dije a la señora de la fiscalía gracias por
preocuparse, pero que soy yo quien te conoce. Sí, entiendo que quieran
asegurarse que no eres un peligro para mi hijo... para nuestro hijo. Mi

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madre fue la primera en decir que deberías tener derechos paternales,


pero quería que te revisaran.

—No la culpo por eso —admitió—. No es que esté muy emocionado


por ello, pero lo entiendo.

—Quiero que continúes con la audiencia de custodia. Quiero que


puedas verlo, y como dijiste, alguien muere y eso jode el mundo de un
niño. —Jules asintió a Chris, quien aparentemente había engañado a
Bear para que escuchara una larga e interminable historia de animales
salvajes, si sus expresiones faciales tenían algo que ver con ello—. Si te
tiene fichado, tiene a toda tu familia. Son cinco personas más que tendrá
en su esquina si las cosas se van a la mierda. Quiero eso para él. Te
quiero para él. Eres un buen tipo, Gus. La clase de tipo con el que querría
que mi hijo creciera. Además, para que lo sepas... —Le dio un gruñido
burlón—. Te amo, amigo. No podría haber cometido un mejor error que
dormir contigo, y saqué el mejor de los niños de ello, pero si Rey te hace
daño de nuevo...

—Tendrás que ponerte en la fila detrás de Bear, Ivo y Luke. —Gus


se rio. Llamó la atención del público y Jules saludó a todos los demás en
el patio—. No sé sobre Mace, pero Rey es su mejor amigo, así que no
puedo culparlo. Hemos hablado mucho sobre esto... sobre nosotros. No
sé dónde estamos ahora mismo, pero llegaremos allí. Tenemos que
hacerlo.

—Sí. Ten en cuenta que te he visto en tu peor momento, y Rey fue


una gran parte de eso, pero entiendo la parte de las segundas
oportunidades porque me estás dando una también —murmuró Jules—
. Diablos, después de no contarte lo de Chris, no tengo espacio para
hablar, pero más vale que te quiera mucho o va a desear que Bear lo haya
atrapado primero.

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Capítulo 19
La noche se aferraba al horizonte, empujando firmemente su borde
sobre el sol, pero el caléndula y el clavel teñían las nubes que abrazaban
la distancia, y las sombras que se alargaban eran de un gris suave,
lentamente volviéndose opacas. El vecindario estaba terminando
lentamente su tarde, unos cuantos corredores empedernidos intentando
una última subida del empinado terreno del parque, esquivando a una
mujer que iba en su scooter en la acera de enfrente. Al lado, la
adolescente a la que Ivo enseñó una vez a montar en bicicleta lavaba el
descapotable que le habían regalado para su decimosexto cumpleaños, el
viejo setter irlandés de la familia tumbado en el césped junto al garaje.

Jules cojeaba delante de ellos, abriéndose camino con cuidado a


través del camino desigual, su padre agarrado a su codo en un revoloteo
a pocos metros detrás de ella. Ella le murmuró cuando él la empujó de
lado, acercándose demasiado. Se pelearon un poco, con suaves golpes
acerca de ser lo suficientemente mayor para caminar y de que ella
siempre sería su pequeña niña. Llegaron al coche de Doug, y él abrió la
puerta del pasajero para ella, mientras ella la alcanzaba.

—Puedo llevar algunas de esas bolsas, Lynn. —Gus se puso detrás


de Lynn, la mano de Chris se agarró firmemente a la suya, pero el chico
era demasiado escurridizo, tirando para escapar.

—No, estoy bien. Mantén un buen agarre del monstruo rabioso —


se rio, balanceando los recipientes que Bear había rellenado con restos
de barbacoa—. No te excedas en la tienda, Doug. Tenemos suficiente
comida para un par de semanas aquí.

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—Quizás un día. Voy a ir por los segundos después. Te veremos en


casa en un rato. Tengo la lista de la compra —gritó Doug desde la acera
donde había aparcado. Su cara de mejillas suaves se hinchó cuando le
sonrió a Gus, riéndose de la batalla de voluntades que se desarrollaba
frente a la casa de los hermanos. Jules se apoyó en el brazo de su padre,
ajustando su cuerpo para balancearse en el coche—. Sujétalo bien, hijo.
El chico es astuto.

—Cristo, ¿qué diablos le das de desayunar a este niño? ¿Bebidas


energéticas y cubos de azúcar? Bien, arriba. —Gus agarró a un Chris que
se movía y lo colgó sobre su hombro. Capturando el meneo de las piernas
de su hijo contra su pecho, murmuró—: Amigo, detente. Me estás
pateando.

—Mucha estimulación —dijo Lynn desde algún lugar detrás de él—


. Eso y todo el refresco de crema14 que Ivo y él se tragaron. Por la presente
prohíbo cualquier otro concurso de eructos.

—Yo fui el más ruidoso —le informó el niño con orgullo. Sus piernas
se movieron de nuevo, pero esta vez Gus las agarró bien—. ¿Mamá va a
ir con papá?

—Sí. Van a parar por leche y otras cosas. —La mujer mayor abrió
la puerta del coche, y se inclinó para poner las bolsas en el asiento
trasero—. Gus, tal vez quieras bajarlo. Te va a hacer moretones.

—¿Gus va? —El tono de Chris se volvió estridente—. ¿Con


nosotros? Quiero que vuelva a casa.

14El refresco de crema es un refresco dulce. Generalmente aromatizado con vainilla y


basado en el sabor de un refresco de helado, se puede encontrar una amplia gama de
variaciones en todo el mundo.

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—No, amigo, me quedo, pero hablaré contigo por la mañana en el


ordenador como siempre hacemos. Vivo aquí, ¿recuerdas?

—No. Tienes que venir a casa. —Otra patada, esta vez más fuerte,
y su zapatilla hizo un surco en el pecho de Gus—. Abajo, por favor. Hay
otro perro. Quiero verlo.

—Chico, para. —Su voz se hizo más grave, una extraña severidad
acentuando sus palabras, y los ecos de Ivo corrigiendo a Bear resonaron
en la cabeza de Gus—. Dios, la mandonería es genética. Lo siguiente que
voy a decirte es que te limpies los pies y los saques del sofá. Deja al perro
en paz. Potato es un viejo. Necesita dormir.

Chris se apoyó en el hombro de Gus, desequilibrándolo. Agarrando


los pantalones del chico con fuerza, Gus lo bajó suavemente hasta la
entrada, manteniéndolo sujeto de la camiseta. Él se agitó, tirando de sus
garras, y luego soltó un bajo gimoteo, hundiéndose en el suelo. Mirando
a su hijo tendido en la grava sucia, Gus envió una súplica silenciosa a
Lynn.

—¿Hay un botón de reinicio que debería conocer? —Le dio un


empujoncito a Chris con el dedo del pie—. Amigo, ¿cuál es el problema?

—Y ahí está el colapso. —Lynn suspiró—. Mierda, una de las bolsas


se cayó. ¿Puedes ocuparte de eso y yo lo acomodaré? Chris, tendrás que
levantarte si quieres darle un beso de despedida a mamá. Ella se va con
papá, ¿recuerdas?

Gus nunca vio lo que pasó. Con la cabeza baja para sacar un
recipiente suelto de maíz asado, sólo escuchó los gritos y el horripilante
chillido de los neumáticos. El mundo entonces corrió en contra del
tiempo, pedazos de largos momentos perfumados con goma ardiente y el

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sabor de la bilis quemándose en la garganta cuando vio a Chris tendido


a un lado del camino, llorando y gritando a todo pulmón. Sólo llevaba
una zapatilla de deporte; la otra estaba atrapada bajo las ruedas de un
enorme Cadillac plateado.

Jules se cayó, tratando de salir del coche de su padre, gritando el


nombre de su hijo, y Gus no pudo encontrar sus propias piernas, el shock
lo convirtió en piedra. Alguien estaba llamando a Rey, luego a Mace, y le
llevó un momento darse cuenta de la crudeza de su garganta al gritar
para que su amante y hermano vinieran a ayudar a su hijo.

—Lo tenemos. —Las manos de Rey tocaron brevemente la espalda


de Gus, y Mace pasó por delante, lanzándole a Ivo las llaves de su
camioneta con la orden de sacar su botiquín de primeros auxilios. El aire
estaba frío en la cara de Gus, o podría haber sido el calor que
simplemente huyó de su cuerpo, dejándolo entumecido. Rey se había ido,
un hombre de hombros anchos y cara dura con la cara bonita de Rey
ocupando su lugar mientras corría hacia el lado de Chris. Echando una
mirada por encima de su hombro, le gritó:

—Llama al 911, Gus. Vamos a necesitar una ambulancia...

—A la mierda, diles que lo llevaremos una vez que lo subamos a


una tabla —gruñó Mace, tomando los suministros que Ivo se apresuró a
entregarle—. Diles que vamos a entrar. Dales la marca y el modelo de mi
auto. Todos retrocedan.

La delgada mujer dueña del Cadillac se paró en la acera,


retorciéndose las manos y fumando lo que parecía su quinto cigarrillo.
Luke estaba con ella, en pleno modo de consuelo, anotando su
información y calmando sus nervios. Gus apagó su necesidad de

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estrangularla, de envolver sus manos alrededor de su cuello flaco y


sacudirla hasta que sus ojos se salieron del cráneo.

—Lo haré —dijo Bear con brusquedad—. Gus, nos encargaremos


de esto. Mantén a Jules unida.

La voz de su hermano en el oído empujó a Gus a moverse. Tragando


las náuseas en su garganta, se acercó, pero la mirada dura de Mace lo
mantuvo un paso atrás. Jules lo alcanzó, sus brazos desnudos
temblaban y estaba fría. Parpadeando las lágrimas, lo envolvió en un
abrazo, aferrándose a su lado mientras Mace y Rey trabajaban en Chris.
Su brazo estaba torcido, en un ángulo extraño a su hombro, y cuando
Mace le tocó el pecho, Chris empezó a vomitar.

Sacudiendo a Jules, Gus se adelantó, pero Bear lo agarró antes que


diera otro paso. Al rodear a su hermano, gruñó, la rabia y el miedo lo
atravesaron.

—Déjame ir, Bear. Mi hijo...

—Quédate ahí, Gus. —La orden de Rey lo detuvo en seco. Los


detuvo a todos en realidad, pero Lynn empujó a Doug, luchando contra
el agarre de su brazo—. Usted también, Sra. Wagner. Bear, ¿conseguiste
comunicarte?

—Sí, la policía estará aquí en un segundo. Le dije al operador que


lo llevarías. Ivo, ve a buscar mis llaves y asegúrate que Earl esté en la
casa. —Bear sobrepasó a Doug—. ¿Lo llevas a la UCSF?

—Eso es demasiado lejos... —Lynn protestó, pero Mace la cortó.

—Sí, son los mejores —gruñó por el arrebato de Lynn—. Bien,


vamos a levantarlo y ponerlo en el asiento trasero. Rey, acompáñalo hasta

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allí. Alguien puede tomar el asiento delantero junto a mí si se callan y me


dejan conducir.

—Debería haber estado observándolo más de cerca. Venía a darme


un beso, pero no pude salir del coche lo suficientemente rápido —dijo
Jules, con la cara blanca y llena de lágrimas—. Dios... debería haberlo
hecho. Lo agarré, y no pude... Dios, Gus. Le hice esto.

Él no podía ver bien. Sus encías estaban entumecidas, y su cara le


seguía. Una fosa se formó en su vientre, dura y apestosa de fermentada
frustración y rabia, pero Gus no pudo encontrar una manera de purgarla.
La ira volvió rojos los bordes de su visión, pero un miedo frío y helado
dominaba sus pensamientos. Chris ya no se movía, y los gemidos que
salían de su boca llena de saliva se debilitaban. Quería subirse al
todoterreno, sin querer perder de vista a Chris, pero no tenía ese derecho,
no tenía esa presencia en la vida de su propio hijo.

—Súbete al asiento delantero. —Con el fin de mantenerse firme,


Gus colocó su brazo alrededor de la cintura de Jules, su interior estaba
hecho un desastre, pero no podía parar de pensar en otra cosa que no
fuera seguir adelante—. Tenemos que poner nuestras cosas en orden
ahora mismo. Límpiate la cara y respira hondo, Jules. Va a necesitar ver
que estás bien. Necesita ver eso ahora mismo. Y cuando los doctores lo
lleven, me dirás exactamente qué diablos pasó, porque ahora estoy tan
enojado y asustado que quiero vomitar.

***

—Va a estar bien. —No importaba cuántas veces lo dijera Rey, Gus
no parecía escucharlo—. Era un hombro dislocado, probablemente de
cuando Jules le agarró el brazo. Todo está bien.

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Era una mentira que había dicho a mucha gente antes, pero en la
palidez estéril de la sala de espera de un hospital, era todo lo que Rey
tenía para ofrecer. Mace y él cambiaron su horario de trabajo casi tan
pronto como entraron por la puerta principal, llamando a su capitán para
defender su caso. Ella le dio un respiro a Mace, pero Rey tuvo que trabajar
por ello. Explicarle a su comandante de guardia que tenía que quedarse
porque estaba enamorado del hermanito de Mace le hizo hablar rápido, y
ella se mostró escéptica. Al final, parecía como si hubiera vendido su
alma al diablo, pero había valido la pena una vez que Gus lo alcanzó y le
suplicó suavemente que le diera un abrazo para lavar algo de la oscuridad
que nublaba su mente.

Un caos reinaba en los amplios pasillos, creando tormentas


capturadas y aisladas en nichos y espacios llenos de sillas de plástico de
formas extrañas y pesadas mesas de madera. Habían encontrado un
lugar junto a las puertas de entrada, un mar de hombres entintados y
una pareja suburbana de mediana edad que había envejecido al menos
veinte años en los últimos kilómetros.

El hospital era uno en el que había estado antes, tanto en el trabajo


como después de algunas de las más locas aventuras de los hermanos en
la mejora del hogar. Había pasado más de su cuota de horas en la sala
de emergencias esperando a que uno o más miembros de la familia de
Gus fueran cosidos o enyesados. A pesar del familiar y persistente olor a
comida insípida y detergente, cubierto de salsa, y el amargo sabor del
café quemado en el aire, esta vez era diferente. Una sombra cubría a la
familia, embotando su vivacidad e inclinando el orgulloso conjunto de
sus hombros. Esta vez, en vez de bromear ligeramente con una o dos
sonrisas, los hermanos eran un muro de silencio, sombrío e inflexible,
formando un semicírculo alrededor de Gus.

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Si hubo algún momento en el pasado en que se sintió fuera de la


vida de Gus, fue cuando los hermanos se atrincheraron. Excepto ahora.
Ahora algo era diferente, algo se movía entre todos ellos, y Rey estaba de
pie en el interior mirando hacia fuera. Cuando su sangre se calentó por
la preocupación y la ira, fue incluido en el círculo, atraído por el hecho
que Bear se hizo a un lado para dejarle espacio para alcanzar la firme
mano de Gus y Mace también una vez que llevaron a Chris a las
instalaciones y a las manos del doctor. Luke e Ivo eran centinelas
silenciosos y desiguales que mantenían una conversación discreta junto
a una planta desaliñada en una maceta junto a un grupo de sillas de
plástico.

Lynn y Doug estaban sentados juntos, con las manos entrelazadas


y las rodillas tocándose, su conversación era demasiado silenciosa para
que Rey la oyera, pero había un tono de preocupación en sus murmullos.
Jules había sido tragada por el laberinto de habitaciones y puertas casi
tan pronto como entraron, después que un par de enfermeras que usaban
ropa de quirófano maniobraran a un Chris sollozante en una camilla, y
luego lo llevaron para hacerle pruebas. La información que se filtraba de
los pasillos era escasa, los residentes entregaban sus noticias con
expresiones salpicadas de demasiadas miradas de sospecha para la
comodidad de Rey.

—Creen que le hemos hecho daño —murmuró Gus en voz baja. Se


había girado, tocando el hombro de Rey con el suyo, y se inclinó, con sus
cejas bien juntas—. El médico pelirrojo... no dejaba de preguntarme
dónde estaba cuando esto sucedió y si estaba enfadado o molesto por
algo. Me estaba sondeando, tratando que dijera que le hicimos esto.

Sacudiendo la cabeza, Rey respondió:

—Gus, eso no significa...

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—Eso es exactamente lo que significa —respondió con un siseo. La


rabia se reflejaba en sus ojos azul claro, un fuego que plateaba su mirada.
Su pelo era salvaje, una melena peinada con los dedos contra la que
había luchado desde que Chris fue llevado—. Creen que uno de nosotros
le hizo esto.

—Gus. —La aguda réplica de Luke hizo que la cabeza de Gus se


levantara.

—No se equivoca, Luke —dijo Lynn, con su voz tranquila y


derrotada—. Si tuviera un caso de custodia pasando por un arbitraje o
una revisión y esto le pasara al niño, miraría a los padres. Tienes que
hacerlo. Los tribunales son legítimamente alarmistas en lo que respecta
al abuso. Y si uno o más de los padres han sido víctimas de violencia
familiar cuando eran niños, la gente va a mirar largo y tendido lo que
pasó. Es mejor prevenir que lamentar.

—¿Y qué? ¿Creen que Jules hizo esto? ¿O Gus? —Ivo frunció el
ceño—. Mierda, me han pasado cosas peores antes que Bear me
consiguiera. ¿Qué...?

—No ayuda, Ivo. —Bear clamó—. Las cosas cambian.

—Los imbéciles como Bulcher todavía están por aquí —les recordó
Gus—. Odio esto, joder. No hicimos nada malo, pero me mirarán con
atención... a Jules. Mientras tanto, hay mierda que pasa bajo sus
malditas narices y todos miran hacia otro lado.

—No todos, Gus. —El reproche de Luke fue suave pero afilado en
los bordes.

El estrés apretó los hombros de Gus, cavando líneas alrededor de


su boca sensual, y desde la tormenta que se reunía en sus ojos, estaba

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al borde de perder el control. Se arrepentiría de las palabras que había


pronunciado, y Rey captó la mirada preocupada que Bear y Mace
intercambiaron a espaldas de su hermano.

—Oye, vamos a dar un paseo. Tomar un poco de aire. —Tocar a


Gus era dudoso. El estrés de la espera le estaba afectando, y por un
momento, Rey pensó que le dirían que se fuera a la mierda, pero en
cambio asintió—. Bear, llámanos si te enteras de algo. Volveremos a
entrar.

Vagaron durante diez minutos, por los pasillos, y finalmente


pasaron por las puertas de Urgencias. Gus no dijo nada, pero de vez en
cuando, sus hombros se golpeaban o sus caderas se rozaban. El silencio
que colgaba entre ellos era pesado, una cadena forjada por el miedo de
palabras no dichas y recuerdos violentos. Finalmente, cuando llegaron a
una extensión de césped, Gus tomó la mano de Rey y la sostuvo, casi
demasiado fuerte para ser cómodo, pero la tensión en su hermoso rostro
se alivió. Cuando Rey llevó las manos juntas a su boca, Gus sonrió y
luego se rió cuando Rey le mordió ligeramente los dedos.

El aire de la noche era fresco, casi frío, y el bullicio del hospital se


apagó una vez que se alejaron de las aceras principales y del
estacionamiento. El tráfico a lo largo de la calle era ligero. El ruido de las
llantas en el asfalto burbujeaba bajo el sonido del tintineo de los
cubiertos en los platos y la conversación proveniente de un café al aire
libre al otro lado de la calle.

—No quiero ir demasiado lejos. Debería salir pronto —dijo Gus.

—¿Qué tal ese banco de ahí? Podemos sentarnos un rato, y luego


regresar. —Apretó la mano de Gus, tirando de él hacia una zona de

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descanso cerca del final del recinto del hospital—. Si tienes sed, puedo ir
a buscarte algo.

—No, estoy bien. Creo que sólo necesitaba un poco de espacio.


Estaba a punto de masticar la cabeza de Luke, y no me hizo una mierda.

—Estoy seguro que todos estábamos un poco tensos. Los chicos


estaban pasando por muchos problemas allá atrás.

Por más frío que estuviera el banco, era bienvenido después del
paso que habían dado en el hospital. Le dolían un poco las piernas por
pisar el duro suelo de baldosas, y una vez que la adrenalina pasó, Rey
encontró que sus manos temblaban y le dolía la mandíbula por estar
demasiado apretado en el camino. Sentado en la tenue y suave luz de las
farolas y los letreros de los restaurantes, agradeció que el paseo le
despejara la cabeza, especialmente cuando Gus extendió sus brazos y le
dio una sonrisa triste.

—Dios, apesto tanto. —Gus dio un tremendo suspiro, y luego se


sentó a horcajadas en el asiento largo, de cara a él. Lentamente se inclinó
hacia adelante y apoyó su frente en el hombro de Rey—. Estaba tan
jodidamente asustado. Y loco. Dios, estoy tan jodidamente loco, cariño.
Quiero estrangular a alguien. —Había cierta claridad en los ojos
enrojecidos de Gus, una claridad cristalizada por la realidad y el terror.
Él tragó; luego su voz se redujo a un susurro y la emoción estranguló sus
palabras—. Y quiero llevarlo a casa. Odio que esté ahí y siento que lo he
decepcionado. He dejado que le hagan daño. Se lo prometí, Rey. Le
prometí que nunca saldría lastimado.

Rey fue a por su amante, arrastrando a un rígido y enfadado Gus


a sus brazos. La batalla entre ellos fue mayormente simbólica y cargada
de orgullo. Entonces Gus se dobló, agarrando la cintura de Rey en un

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fuerte abrazo como para sostenerse por su vida. La presa que retenía las
lágrimas de Gus se derrumbó, y sus hombros temblaron con los
silenciosos y jadeantes sollozos que vertió en la curva de la garganta de
Rey. Acariciando la espalda de Gus, Rey lo acunó suavemente, esperando
un descanso en el furioso diluvio.

—Te amo —murmuró, presionando sus labios contra la parte


superior de la cabeza de Gus—. Pero no puedes prometer que protegerás
a Chris del mundo. Va a salir herido. Y tiene que saber que eres alguien
seguro a quien volver. Va a sentir eso en sus huesos. Igual que yo. Porque
amar a alguien no significa necesitar que sea lo que tú quieres que sea o
envolverlo en plástico de burbujas para que no se pueda mover. Significa
que ellos sepan, en el fondo de su corazón, que vas a estar ahí para
sostenerlos cuando caigan y celebrar cuando vuelen.

Mientras Rey miraba al futuro en su vida, sólo podía verlo con un


complicado y problemático tatuador rubio llenando su primer plano.
Quería despertarse con un par de nebulosos ojos azules pálidos
parpadeando cuando sonara la alarma, y quería morir sabiendo que
había tenido sexo con Gus en cada superficie plana de la casa que
pudieran manejar, incluyendo algunos puntos que probablemente no era
prudente intentar.

—Estás asustado. Lo entiendo. Hay cosas que te han pasado que


nunca entenderé realmente —continuó Rey, sujetando a Gus con más
fuerza. Su aliento era cálido en el hombro de Rey, y el agarre que tenía
en su torso rayaba en el dolor, pero Gus necesitaba que fuera una roca,
algo que podía ofrecer fácilmente—. Estás arremetiendo porque fuiste
defraudado por un montón de gente que debería haber estado trabajando
para ayudarte, y ahora si, y quiero decir si, alguien del CPS mirara lo que

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pasó aquí, te preocupa que decidan en tu contra porque así ha sido en el


pasado.

—No tienes ni puta idea. —Gus resopló. Trató de retroceder, pero


Rey no lo dejó ir sin un último abrazo fuerte. Limpiándose la cara, Gus
murmuró—: Yo sólo... no puedo confiar en ellos.

—Ellos son Luke y Lynn ahora —recordó suavemente—. Están en


tu esquina. Tienen influencia si la necesitamos, pero ni siquiera sabemos
si es así. Estás reaccionando al miedo, no a lo que realmente está
pasando, así que voy a pedirte que esperes y respires. No te olvides de
respirar, cariño. Y si te encuentras en una espiral hacia algo de lo que no
puedes salir, si tu cerebro no se sacude de la mierda que flota en la
superficie, entonces ven a buscarme y te sostendré hasta que puedas
poner los pies debajo de ti.

—Porque eso es lo que haces. —Gus intentó una sonrisa débil, y


brilló tenuemente en la luz acuosa—. Rescatar a los gatos de los árboles
y a la gente de los edificios en llamas, incluso cuando son ellos los que
provocan el incendio.

—Especialmente si han iniciado el fuego. —Rey se rio. Besando a


Gus en la comisura de su boca, hizo una mueca por la salinidad de la
piel de su amante—. No importa lo que pase, no importa los incendios
que provoques en tu vida, yo estaré ahí. Te he decepcionado antes, y no
lo volveré a hacer. ¿Me crees?

—Sí. —La admisión de Gus llegó caliente y rápido, una avalancha


de sonidos y convicción—. Por supuesto.

—Tú y yo hemos cambiado, hemos reajustado nuestras


prioridades, y una de esas cosas importantes en nuestras vidas es Chris

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—murmuró, robando un beso rápido—. Vale, también el uno al otro, así


que dos. Tal vez tres si cuentas a tus hermanos. La cosa es que vamos a
cometer errores, vamos a joderlo todo... con nuestras familias, con el
chico y entre nosotros. La mierda va a pasar. Vamos a olvidarnos de
recoger las cosas en la tienda o perder una cita, pero eso no significa que
no vayamos a seguir adelante. No significa que no nos queramos, y no
significa que Chris no esté seguro y feliz. Vamos a ser humanos y meter
la pata, pero estaremos allí. Yo estaré allí. Como tú estarás ahí para él.
Como estás aquí para él ahora.

—Sentado fuera en un banco, llorando como si alguien hubiera


pateado a mi gato y besándose con mi... —Gus se detuvo y estudió la cara
de Rey—. No sé cómo llamarte. Novio suena como... que estoy en el
instituto.

—Novio funciona. —Se rio de la cara de asco de Gus—. Mira, él va


a estar bien. Tiene tres años. Estaba asustado y con dolor porque Jules
le agarró el brazo antes que lo golpeara el coche de esa mujer. Todos
vimos su zapato salirse y su neumático pasar por encima, pero prefiero
un brazo sacado que algo peor. Como errores, eso no es nada y seguro
que no es culpa de nadie, ¿vale?

—Sí —Gus estuvo de acuerdo en silencio—. Sólo... me preocupo.


Todavía no soy su padre. No tengo... nada que decir sobre él. Y odio
sentirme tan indefenso. Creo que mucho de la paternidad significa querer
vomitar porque estás muy asustado.

—Estoy seguro que Jules estará de acuerdo contigo. Mira, lo que


ha pasado hoy no cambia nada —dijo Rey, acariciando la cara de Gus,
guiándole para que lo mirara de frente—. Eres su padre, cariño, y lo harás
muy bien. Ya lo haces muy bien. Quería que te fueras a casa con él,

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porque en su mente y corazón, ahí es donde vives. Y ahí es donde siempre


estarás. Para él y para mí. ¿De acuerdo?

Gus no respondió, o al menos no al principio. Entonces finalmente


asintió y dijo:

—Sí, está bien.

—Bien, porque deberíamos regresar. Probablemente ya casi han


terminado de revisarlo, y querrá verte. —Se tomó el tiempo para otro
beso, profundizándolo hasta que Gus necesitó aire.

Ruborizado y con la boca ligeramente hinchada, Gus le dio a Rey


una cálida sonrisa.

—¿Alguna vez dije gracias? ¿Por lo de hoy? ¿Por lo que hiciste por
Chris?

—Todavía no. —Volvió a sonreír—. Pero tu cabeza ha estado un


poco ocupada.

—Entonces, gracias. Por todo. Por él y, bueno, por mí. —Está vez
fue Gus quien robó el aire entre ellos, dejando a Rey duro y con ganas—
. Y ya que no vas a trabajar, ¿puedes quedarte conmigo esta noche?
Puede que tenga que agradecerte más.

—Cariño... —Rey se puso de pie, extendiendo su mano para que


Gus la tomara—. Si me necesitas, estoy ahí. Incluso si eso significa
abrazarte hasta que salga el sol, estaré ahí, a tu lado, en cada paso del
camino.

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Capítulo 20
Dos meses después

La alarma que Gus puso en su teléfono era una melodía electrónica


que Rey ahora escuchaba en sus pesadillas. Notoriamente incapaz de
salir del sueño, Gus murmuró y se metió más profundamente bajo los
montones de almohadas que había apilado contra la pared, reclamando
casi tres cuartas partes de la cama en una larguísima extensión de
miembros largos y musculosos y mullidos cojines de plumas. Rey se
apresuró a encontrar el maldito teléfono, tirando un puñado de lápices
de dibujo y un bloc de notas de la mesita de noche en su intento de
detener el incesante ritmo de los golpes. Finalmente encontró el botón
correcto para apretar, y un relativo silencio descendió de nuevo en el
ático.

—Como si se metiera un puto código Konami15 para hacer que esa


maldita cosa se callara. —Rey puso el teléfono en la mesa y luego se
acostó en la cama—. Quédate aquí. No te levantes. Iré a buscarnos un
café. Mira eso. Un sarcasmo perfectamente bueno desperdiciado en un
insensible.

La casa estaba tranquila y silenciosa. La mañana no había abierto


completamente el cielo, pero se cernía en su borde, bañando los árboles
fuera de las ventanas de la cocina. Earl se deslizó por las escaleras,
babeando ligeramente cuando presionó su nariz contra las puertas
corredizas de cristal que llevaban al patio trasero. Después de dejar salir
al perro para hacer su negocio, Rey metió un montón de granos de café

15El código Konami es un truco que puede ser usado en ciertos videojuegos de
Konami, que normalmente activa alguna opción secreta.

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en la máquina y esperó a que preparara suficiente para un par de tazas,


frotándose los ojos para quitarles el sueño.

No funcionó. Tampoco lo hizo el bostezo, pero su mandíbula volvió


a su lugar, y se dio cuenta que todavía tenía un poco de pasta de dientes
en sus labios cuando los lamió.

El fuego de la noche anterior se cernió sobre sus pensamientos, un


lío de humo con paredes que caían y edificios empapados. Mace y él
sacaron seis por sí mismos, todos asustados, gente manchada de ceniza
que se había ido a la cama sin imaginar que se despertarían un poco
después de la medianoche para encontrar sus vidas destrozadas por las
llamas rugientes. Habían trabajado horas extras tirando puertas y
rompiendo ventanas, pero aparte del dolor persistente de los músculos
bien usados, Rey sentía que podía seguir unas horas más si se tomaba
un café.

—El truco será hacer que el café le llegue a Gus —le refunfuñó al
perro cuando Earl finalmente se abrió camino de regreso. El reloj de la
pared tañía su opinión de la hora, y Rey frunció el ceño, comparando su
faz con la alarma parpadeante que había visto en el teléfono de Gus—.
¿Qué demonios? Ni siquiera son las seis. ¿Por qué carajo puso la alarma
tan temprano si no tenemos que estar en la corte hasta las once? Juro
por Dios, perro, que lo mataría si no lo amara. Y... estoy hablando
conmigo mismo. Earl ha vuelto a la cama. Genial.

Hacer malabares con dos tazas de café en las escaleras y a través


de la casa de los hermanos era difícil, sobre todo alrededor del salón
delantero donde los zapatos parecían estar en un abandono imprudente,
esperando tropezar con un desprevenido bombero a la espera de un par
de horas de tiempo de salón. La puerta de la habitación de Gus estaba
parcialmente abierta, y por un breve momento de pánico se preguntó si

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Earl lo golpeó para subir a su lado de la cama, pero la habitación estaba


vacía excepto por Gus, acostado de espaldas, con las sábanas abrazando
sus caderas y mirando al techo.

—Comprueba la hora en tus configuraciones o algo así —Rey


refunfuñó juguetonamente a su amante, entregándole a Gus una de las
tazas—. Pusiste la alarma demasiado pronto, y eso fue hace una buena
media hora.

—Sí, es para levantarme a trabajar. Es un hábito. —Esperó a que


Rey estuviera en la cama antes de darle un beso con aroma a canela—.
Gracias por el café. Podrías haber apagado la alarma y seguir durmiendo.

—No, para cuando se me encendió el cerebro para apagar la


maldita cosa, ya estaba demasiado despierto. —Rey sorbió su café, y
recibió un golpe en la lengua por el azúcar que contenía—. Equivocado.
Este es el tuyo. Cambia.

—Mierda, nos levantamos muy temprano. —Gus giró la taza,


encontró el lugar donde Rey bebió, y luego bebió a sorbos la bebida
humeante—. Soy una ardilla. Sé que es sólo entrar hoy para que el juez
pueda vernos, y luego firmar los papeles pero... estoy jodidamente
nervioso. Supongamos...

—Pensé que habíamos acordado que no íbamos a decir


"supongamos" o "si" sobre esto.

—Es como si ni siquiera me conocieras —respondió. Inclinándose


sobre Rey, Gus puso su taza en la mesita de noche.

—Sería más fácil si esto no estuviera contra la pared. —Fue una


larga discusión, una que tuvieron de nuevo cuando Gus empujó la cama

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en el apartamento de Rey, metiéndola en el lado largo de la habitación—


. Podríamos tener una mesita de noche cada uno.

—Me gusta dormir contra la pared. Además, ¿te importa que me


incline sobre ti? —Las sábanas se movieron, exponiendo la cadera
desnuda de Gus—. ¿Estás bien? Dijiste que anoche fue duro cuando
entraste.

—Sí, me reportaré más tarde para ver cómo fueron las cosas.
Estaba apagado cuando nos fuimos, y creo que tenemos un recuento
firme de todos los que estaban dentro, pero nunca se sabe. —Tomó un
largo trago de café, y luego puso su taza junto a la de Gus—. Mira lo que
le pasó a Jules. Se suponía que ella no debía estar allí. Probablemente
nuestra mayor pesadilla es limpiar un lugar y luego descubrir que hemos
perdido a alguien.

—Bueno, gracias por no olvidar a Jules. —Las manos de Gus se


movieron, vagando por las caderas de Rey—. No creo que esté listo para
ser un padre soltero. Quiero decir, claro, Lynn y Doug estarían allí pero...
no hay manera de que pueda hacer esto sin ella.

—Estoy aquí —murmuró Rey. Rastrillando sus dedos en el cabello


rubio arenoso y soleado de Gus, guio a su amante hasta que sus bocas
casi se tocaron—. En realidad, me alegro que te hayas levantado
temprano. Quería hablarte de algo.

—¿Algo bueno? —Los dedos de Gus encontraron la polla de Rey a


través de su ropa—. ¿O algo malo? ¿Qué? No me mires así. Me he
despertado demasiado pronto y estoy muy inquieto. ¿Te perdiste esa
parte?

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—No, no lo hice. —Había dejado su equipo en la puerta, una


mochila llena de suministros que llevaba a la estación en cada turno, así
como su billetera. Con un peso de cinco libras, era algo que estaba
acostumbrado a llevar, pero era un sobre blanco que su padre le había
dado antes de empezar su turno lo que pesaba en su mente—. Necesito
que seas serio por un tiempo. Como cinco minutos. Tengo que hablar
contigo, y no quise hacerlo anoche porque estaba muerto de cansancio y
era muy tarde. Sólo... siéntate y escúchame.

Gus se sentó en la cama al lado de Rey, cruzando las piernas


delante de él. El sol había salido, o al menos se esforzaba por romper el
dosel del árbol que envolvía la casa de los hermanos. Los rayos de luz de
la ventana de la buhardilla recogían el oro del pelo de Gus y saturaban
los pliegues azules de sus ojos. Un poco de barba le empolvaba la barbilla,
un toque de rojo en los brillantes hilos pálidos, y las escasas pecas de
sus hombros eran besos marrones salpicados en su piel bronceada.
Conocía íntimamente la boca de Gus, había saqueado su plenitud hasta
la dulce oscuridad más allá de su sonrisa juguetona, sin embargo, Rey
nunca se cansaba de explorar, de ahondar en las profundidades de Gus
para sacar suaves y persistentes gemidos de su amante.

Rey trató de respirar alrededor del golpe de emoción que le dio en


el pecho, pero fue difícil.

—Randy, mi...

—Tu padre —intervino Gus—. Sé quién es Randy. Es tu padre.

Mirando a Gus, Rey preguntó:

—¿Vas a dejarme pasar por esto, o vas a usar el MST3K para la


conversación?

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—No, no. Adelante. Tómate tu tiempo. No tengo que estar en


ningún sitio hasta las once.

—Así que el hermano de Randy, sí, mi tío, cállate, compra


propiedades comerciales. Usualmente arregla las que son una mierda,
pero había una casa en Buena Vista que estaba envuelta en un acuerdo
de ejecución hipotecaria. —La inclinación de la cabeza de Gus le
preocupaba, al igual que el ceño fruncido de su expresiva cara, pero Rey
se adelantó—. Está al otro lado de la colina, en el extremo opuesto del
parque, pero... me la dieron... a nosotros... si la queremos. El lugar no es
bonito. Quiero decir, tiene buenos cimientos, pero el interior es una
mierda. Peor de lo que era este lugar, y demonios, puede que pase un
tiempo antes que podamos vivir en él. Va a ser una tonelada de mierda
de trabajo y...

—Espera, espera. ¿Me estás pidiendo que me mude a tu casa y te


ayude a arreglarla? —Gus parecía incrédulo y escéptico—. Y te dieron
esta casa porque, ¿qué? Los lugares de por aquí son jodidamente caros.
La gente no entrega casas sin más, Rey.

—Lo hacen cuando son familia y después de decirle a tu padre que


le pedirás a tu novio que se case con él. —Rey buscó el sobre que había
puesto en el velador antes de meterse en la cama la noche anterior.
Estaba un poco sucio desde donde lo había agarrado después del
incendio, pero los anillos de oro anidados en la cubierta eran tan
brillantes como la sonrisa de Gus—. Entonces, August Scott, ¿harás la
única cosa que deberíamos haber hecho hace años? ¿Casarte conmigo y
endeudarte para arreglar una casa estropeada sin termitas, sin aire
acondicionado o sin una chimenea que funcione?

—Bueno, mierda, amigo. —Gus empezó a reír, un gran estallido de


entusiasmo lo suficientemente fuerte como para despertar a los pájaros

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que anidaban en el árbol fuera de la ventana del ático—. Sí. Me


encantaría ir a la puta quiebra contigo. En cualquier momento. En
cualquier lugar.

***

Terminaron desnudos, pero para ser justos, Gus dormía así, así
que aparte de desplegar las sábanas, estaba listo cuando Rey lo alcanzó.
Luchó por no sumergirse en la felicidad que se estaba gestando en su
interior. Era demasiado brillante, demasiado resplandeciente y de bordes
afilados para ser confiable, pero cuando la boca de Rey se cerró sobre su
verga, Gus se dejó caer en la luz que lo esperaba. Bajo el alero del primer
hogar que había conocido, sus manos sobre el hombre que amaba, Gus
no creía que su corazón pudiera contener todo y a todos los que estaban
en él.

Se sintió extraño cuando Rey le puso el anillo. Era tan importante,


tan grande para tenerlo en la mano. Entonces algo en su alma se movió
y el metal se convirtió en un beso de Rey envuelto alrededor de su dedo.
No se habían unido, ni en una iglesia ni delante de un juez, pero la
maldita cosa se sentía bien... más correcta que cualquier otra en su vida.
Tan bien como los dedos de Rey alrededor de la base de su polla.

—Sigue haciendo eso y voy a acabar en tu boca, cariño —murmuró


Gus, tirando del pelo de Rey—. Mierda... tu lengua...

Estaba perdiendo la cabeza, enredado en los hilos de placer que


Rey tejía a su alrededor. Le dolían las bolas, y los labios de Rey viajaron
por su eje para amamantar su peso. Se curvó en la palma de la mano de
Rey, agitándose con una necesidad lo suficientemente fuerte como para
hacer que a Gus le dolieran los pezones. Alcanzó la mano de Rey, y el
tintineo de metal golpeando el metal envolvió una estúpida sonrisa en su

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cara. Sus ojos estaban húmedos y le ardían cuando parpadeó, e intentó


sentarse, pero el peso de Rey sobre sus caderas se desplazó, y Gus jadeó
cuando Rey lo succionó una vez más, y luego se alejó, dejándolo
palpitante y necesitado.

Las sábanas eran un desastre bajo su espalda, sus pliegues se


clavaban en su piel cuando Rey se subió a su cuerpo y se puso a
horcajadas en sus caderas. Su polla estaba resbaladiza con saliva y
lubricante, y Rey lo estaba mirando, sus cálidos ojos marrones pensativos
y suaves.

—Hazme el amor. —La voz de Rey salió de él, un golpe de terciopelo


sobre los nervios de Gus.

—¿No es eso lo que estamos haciendo aquí? —Gus levantó la


cabeza de las almohadas—. Porque estoy seguro que no voy a hacer un
omelet.

—No, quiero decir... —El beso de Rey fue vacilante, tan dulce y
gentil como los que habían compartido en el muelle hace tantos años—.
Te quiero en mí. Quiero sentirte... en mí. Necesito eso de ti, cariño.
Necesito que sepas... que estés conmigo como yo estoy contigo.

—No hemos... —Su historia se extendía detrás de ellos, un camino


que habían recorrido por costumbre en su mayor parte, y Rey le pedía
que se alejara de eso, necesitando que fuera... diferente—. Quiero decir
que lo hemos hecho, pero eso fue... demonios, hace años.

—A menos que sea algo que no quieras... si no quieres, está bien...

—No, eso es... Es que nunca pensé... —Gus se detuvo y ordenó sus
pensamientos acelerados—. Supongo que nunca pensé que me querrías
de esa manera otra vez. ¿No es eso estúpido? Es como si pusiera a Ivo en

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estas cajas porque es donde creo que debería caber, y sigue saliendo de
ellas porque son mis cajas, no las suyas.

—Las cajas funcionan. —Rey se rio, y luego besó la punta de la


nariz de Gus—. Pero dejemos a Ivo fuera de esto. Ahora mismo, sólo tú y
yo. Cajas o no cajas.

—Sólo... dime si te estoy haciendo daño, ¿vale? —Su estómago se


apretó con nuevas preocupaciones. Siempre había sido capaz de hacer
volar la mente de Rey. Conocía su cuerpo lo suficientemente bien... sabía
que Rey estaba lo suficientemente cerca como para llevarlos a ambos al
borde y dejarlos allí, flotando en el filo de una navaja que había forjado
con el calor de sus cuerpos—. Ha pasado mucho tiempo.

Fueron despacio, incluso con cuidado. Hubo risas y, sobre todo,


mucho contacto. El cambio de posiciones trajo una nueva conciencia del
cuerpo de Rey, de cómo temblaba mientras Gus le lamía el ombligo y los
extraños ruidos que dejó escapar cuando deslizó un dedo en su entrada.
Tuvo que perseguir el lubricante cuando salió a chorros de su mano y
aterrizó en algún lugar de los cojines en los que dormía. Pero cuando
finalmente abrió a Rey lo suficiente como para hacerlo jadear, la pasión
de Gus se disparó, haciendo correr un calor a través de él, y supo que no
sería capaz de apagarlo en ningún otro lugar que no fuera el cuerpo de
Rey.

Al deslizarse dentro del calor de Rey, la tensión de su carne


alrededor de la polla de Gus fue casi demasiado para soportar, y tuvo que
retroceder un poco, permitiendo que su mente se ajustara a las
sensaciones que lo inundaban. Con las pantorrillas de Rey enganchadas
sobre sus caderas, Gus trabajó de nuevo. Su pecho se apretó, sus
pulmones se tensaron con el esfuerzo de contener la respiración. Rey

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enganchó una mano en su nuca, atrayéndolo hacia abajo, y se hundió


más lejos, acurrucándose en el calor de Rey.

—Respira, cariño. —Rey amamantó el labio inferior de Gus—. ¿Tú


y yo? Vamos a tener una vida fantástica juntos.

Moverse era volar a través de un campo de estrellas mientras bebía


champán, una mezcla burbujeante con sabor a café y a Rey. Estaba
sudado, atrapado bajo el sol que entraba por las ventanas, y su piel se
volvió resbaladiza. Su enfoque se estrechó alrededor del hombre que lo
abrazaba, sus caderas se ralentizaron cuando los jadeos de Rey se
volvieron frenéticos. Fue todo lo que Gus pudo hacer para evitar
empujarse en el cuerpo de Rey, y cuando los dedos de su amante se
clavaron en sus caderas, Gus entró con más fuerza, espoleado por el
indicio de un dolor placentero a lo largo de su piel.

La fricción lo abrumó, y Gus alcanzó la polla de Rey, pasando la


palma de su mano a lo largo de ella. Unos pocos golpes, luego su eje pulsó
y el estómago de Rey se apretó, sus abdominales se ondularon y se
tensaron. Preparado para el clímax del cuerpo de Rey, Gus quedó
atrapado en la belleza del hombre con el que pasaría el resto de su vida.
Su dragón aún no estaba terminado, pero la mayor parte del color base
estaba allí, prometiendo ser tan vibrante y feroz como el tigre que
montaba su otra cadera. Había cicatrices, pequeñas por hacer cosas
estúpidas de chico y manchas más oscuras donde el fuego besó y quemó
la piel de Rey. Su pelo oscuro estaba casi negro por el sudor, y sus
hermosos y grandes ojos estaban desenfocados, un profundo siena con
astillas de ámbar y marta en sus centros.

Pero era la sonrisa de Rey, esa hermosa, blanca y dulce sonrisa, la


que rompía y sanaba el corazón de Gus cada vez que la veía. Al igual que
ahora cuando Rey ahuecó la cara de Gus, con los dedos húmedos de

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sudor y aceite perfumado, para darle una breve y cegadora sonrisa antes
de arrastrarlo por el borde con un apretón fuerte y duro alrededor de su
polla.

Se perdió. En algún momento entre que Rey tomó su mano,


entrelazando sus dedos, y el momento en que sintió que Rey se corría,
Gus perdió todo el sentido de sí mismo. Los anillos lo anclaron antes que
girara hacia el éter. La dura cinta de metal que Rey le había pedido que
llevase le hizo retroceder, recordándole el lugar que ocupaba a su lado...
y el que tenía Rey al lado suyo. Su cuerpo cantaba, captando el tranquilo
y esperanzador zumbido que había alimentado en su corazón y
rompiendo las ataduras que había soldado en sus propios sueños.

Los brazos de Rey lo sostuvieron con fuerza, sus piernas abrazando


la cintura de Gus mientras se liberaban, la fuerza de sus núcleos
fluyendo a través de ellos, luego girando lentamente, suavizándose hasta
que el roce de la piel de sus pollas se volvió demasiado intenso para
soportarlo.

Unos pocos movimientos instintivos de sus caderas y Gus vació su


pozo de necesidad, saciando su pasado al poder hablar. Su cerebro luchó
por mantener incluso la más pequeña de las funciones y apagó todo lo
que no necesitaba para sobrevivir, eligiendo sólo respirar... y mantener a
Rey cerca.

Se separaron, pero aún se tocaron, los dedos contra las bocas y las
mejillas, a veces un roce contra un pezón aún duro o los labios en una
clavícula salada con sudor. Había mordido a Rey en algún momento de
su relación amorosa, y besó la roncha púrpura en el hombro,
secretamente engreído de haber marcado a su amante en un lugar que
nadie más vería.

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Suspirando, Rey le quitó a Gus el pelo húmedo y enredado de su


cara y le dijo:

—Te amo, Gus. Te amo tanto. No puedo imaginar un futuro sin ti.

—Yo también te amo. —Presionando su boca sobre la de Rey, Gus


saboreó su beso. Luego sonrió, dándose cuenta de lo que les esperaba.
—Oye, ahora que tenemos una casa, ¿crees que puedo tener mi propio
perro?

***

Era definitivo.

Un trato hecho. Había firmado en suficientes líneas para completar


una pieza entera llena sólo con su autógrafo, e incluso después de estar
acostumbrado a pasar horas guiando una máquina de tatuaje vibrante a
través de la piel de alguien, a Gus le dolía la mano, pero valió la pena.

El niño que llevó a la sala de 415 Ink era oficial e inequívocamente


su hijo.

Chris se retorció, un bulto de energía ligeramente mugriento y de


olor dulce, y rizos rubios, y Gus se burló casi dejándolo caer, para deleite
del niño. Escuchó el agudo jadeo de Lynn, y le guiñó un ojo cuando volvió
a subir a Chris a su hombro.

—El chico puede caminar, ya sabes —le informó Bear desde detrás
del mostrador—. Por si lo has olvidado, probablemente trabajaron muy
duro para enseñarle.

—¡Earl! Bájame. —Chris se agitó sobre el hombro de su padre—.


Por favor. Hay un perro.

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—Dios, de tal palo, tal astilla —refunfuñó Rey—. Pídele al gilipollas


que se case contigo y él es todo... quiero un perro.

Dejando a Chris, Gus le sonrió a su amante.

—Oye, dije que sí. Sólo te quiero a ti y a un perro.

—Vale, que alguien dé la vuelta al cartel de "cerrado" y que empiece


la fiesta. —Bear enganchó a Chris mientras corría, levantándolo en el aire
de un tirón—. Tú, hombrecito, puedes ayudarme a conseguir el pastel.

Una hora más tarde, 415 Ink estaba lleno de gente hasta las vigas,
una cantidad preocupante de cuerpos tibios y parlanchines lo
suficientemente numerosos como para hacer que Mace se preguntara en
voz alta si los bomberos los clausurarían antes que la noche terminara.
Una larga mesa de banquete temblaba bajo el peso de la comida traída,
y fuera, detrás del edificio, Mace mantenía la parrilla de repuesto de
Randy con hamburguesas y carne asada. Un par de músicos de una
banda de rock local se detuvieron, e Ivo los convenció para que hicieran
un set acústico, y su hermano proporcionó una voz de fondo bastante
decente a la potente escofina del cantante mientras Bear dibujaba una
pieza de la New School para el antebrazo de Chris con marcadores
mágicos.

El interior de la tienda se hizo más ruidoso a medida que avanzaba


la noche, y a las nueve, un ebrio por atención Chris se tropezó con el área
de recepción y luego se desplomó sobre la cama de Earl para acurrucarse
alrededor del perro peludo y dormilón.

—Y esa es nuestra señal para irnos. —Jules se rio, tirando de la


manga de Gus—. Dame un beso, y llámame mañana cuando te
despiertes.

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—Trabajo mañana, así que será antes del mediodía —prometió, y


luego la besó en la mejilla—. ¿Quieres que lo lleve afuera?

—No, papá lo tiene. —Se apartó de su padre, y Doug se detuvo lo


suficiente para que Gus le diera un beso en la frente a su hijo. Dándole
un breve abrazo, ella murmuró— Gracias por ser su padre. No tenías que
dar un paso al frente, pero me alegro que lo hicieras.

—Tuve que hacerlo. Es mi hijo —le recordó Gus—. Voy a hacer lo


correcto por él. Todos nosotros lo haremos.

—Lo sé. —Jules sonrió—. Mañana, Sr. Scott, haremos esto de


nuevo.

Los vio irse, y por primera vez en mucho tiempo, no sintió ni una
pizca de celos al ver a su familia tan unida. Sus hilos corrían hacia otras
direcciones, desde Donna y Randy, que habían llegado a la fiesta armados
con pasteles y pollo frito, y a los cuatro hombres que lo habían sostenido
en los momentos más oscuros de su vida.

Su hermano pequeño bailaba descalzo, con una falda de cuero


negro plisada hasta la rodilla que se arremolinaba alrededor de sus largas
piernas, envueltas en medias de red. Su camiseta de Hizoku Ink brillaba
donde las manos brillantes de la hermana de Rey la habían tocado, y su
pelo había vuelto a un tono que Gus sólo podía llamar flamenco. Los ojos
azul oscuro de Ivo estaban llenos de kohl, su elegante rostro masculino
estaba lleno de maquillaje. Su tatuaje de un gato japonés en el hombro
se deslizaba dentro y fuera de la vista cuando levantaba los brazos por
encima de su cabeza, moviendo su cuerpo al ritmo de la música que
sonaba en el sistema de sonido de la tienda.

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Mace estaba en algún lugar de la parte de atrás, vigilando el fuego


menguante, pero estaba allí cuando Gus lo necesitaba, el hermano mayor
que había entrado en el espacio que Puck dejó atrás y recogió el manto
del querido gilipollas. Dependía de Mace de maneras que no podía
empezar a contar, pero sobre todo por haber sacado a Rey de un edificio
en llamas y ser el mejor amigo de su amante desde entonces.

Pero si Mace era su demonio personal con un tenedor, Luke era el


ángel que salvaría su cordura. El hombre al que llamaba su gemelo
cuerdo levantó la vista de su discusión con el aprendiz de Bear y le guiñó
un ojo, pero la ligereza de su sonrisa no llegó a sus ojos, y Gus suspiró,
deseando poder hacer algo más que ver a Luke trabajar en su vida.

—Es bueno ver a Luke socializando —dijo Bear, colocando un brazo


sobre los hombros de Gus—. Se está divirtiendo esta noche.

El peso era agradable, familiar y reconfortante. La barbilla


desaliñada de su hermano le hacía cosquillas en la mejilla, y se apoyó en
Bear, el peso en su dedo cambiaba todo, pero no importaba lo que pasara,
siempre tendría a Bear.

—No sé si se puede llamar socialización. Está hablando con el


novato —señaló—. Quiero decir, si estaba hablando con Rob el chico
nuevo, podríamos llamarlo socializar, ¿pero el aprendiz? El chico ni
siquiera se ha esforzado en tatuar frutas todavía.

—El chico se llama David, y es mayor que tú, Gansito —se burló
Bear, apretando su brazo contra el cuello de Gus. Se pelearon por un
breve momento; luego Earl les ladró para que se separaran—. ¿Ves? No
necesitas un perro nuevo. Earl te quiere.

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—Earl probablemente pensó que te estaba atacando, así que no me


vengas con esa mierda. —Gus le dio a Bear un ligero empujón. El hombre
mayor ni siquiera se movió o bloqueó sus codos, y Gus suspiró—. Amigo,
al menos podrías hacer parecer que tienes que trabajar un poco allí. No
eres bueno para el ego de un tipo.

—Creo que el único tipo que necesitas para tu ego viene con otro
plato de carne asada. —Bear sacudió su cabeza hacia la puerta trasera—
. Y sabes, por si sirve de algo, chico, estoy orgulloso de ti. Te has
convertido en alguien genial.

—Por ti, hombre. —Sacudió la cabeza cuando pareció que Bear iba
a discutir—. Vete a la mierda, Barrett, y acepta el cumplido.

—Sí, tienes suerte que a Rey le guste esa cara bonita tuya o se vería
muy diferente ahora mismo. —Bear alborotó el pelo de Gus, y luego le dio
una ligera bofetada en la parte de atrás de su cabeza—. Compórtate o
estarás levantando solo los pisos de esa casa que tienen.

—Hola, sexy. —Gus sonrió cuando Rey le rodeó con sus brazos la
cintura y lo empujó contra el mostrador de recepción—. Cuidado con el
perro. Ya está enfadado conmigo por arrugar la camisa de Bear. El
imbécil probablemente me arrancará los calcetines porque te estoy
tocando o algo así. ¿Ya has terminado con Mace?

—Sí, se está asegurando que la parrilla esté apagada. Dijo que


estará aquí dentro en un rato. —Rey enganchó sus dedos en las presillas
traseras de los vaqueros de Gus—. ¿Cómo te sientes? ¿Bien?

—Brillante como... una cosa brillante —respondió con una risa, y


luego se puso serio—. ¿Tú?

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—Mejor que nunca antes —dijo Rey en voz baja—. Y si no te lo he


dicho en las últimas horas, te amo, y me alegro que estés haciendo de mí
un hombre honesto.

La música se desvaneció cuando Rey lo arrastró para darle un


beso, o al menos lo hizo en la mente de Gus. Se besaron como si
estuvieran teniendo sexo... una larga y poderosa unión con una suave
dulzura en los bordes, su amor suavizó el ardor de su pasión, lo almacenó
para preservar su calor. Gus no se cansaba de tocar a Rey, de su boca y
del empuje de su fuerte cuerpo contra el suyo, pero cuando Rey lo
abrazaba, Gus se enamoraba de nuevo. Salió a tomar aire con una polla
dura y un profundo anhelo de encontrar un rincón oscuro para rascarse
la picazón que Rey siempre parecía provocar en él.

—Joder, te necesito —murmuró Gus en la boca de Rey—. Me


vuelves loco.

—Lo mismo digo, cariño —respondió Rey en voz baja—. Ahora,


¿qué tal si vemos si Bear puede cubrirte mañana? Creo que voy a pasar
toda la noche asegurándome que no puedas caminar derecho, y tal vez,
si en algún momento te arrastras fuera de la cama, puedes empezar a
poner tu arte en mi espalda... donde pertenece.

***

La boca de Rob era como tragar whisky de canela y fuego, tan


embriagador y peligroso como para ser un riesgo para la salud...
especialmente si Bear le pillaba con las manos metidas en la parte trasera
de los vaqueros del joven artista de tatuajes. Intentó alejarse, pero no
importaba lo lejos que llegara, se encontraba de vuelta y justo donde
había empezado, ya sea de rodillas con los labios alrededor de la polla de
Rob o viceversa.

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El callejón detrás de la tienda de tatuajes estaba oscuro, una


sombra de espacio bloqueado por los coches y la parrilla que Randy trajo
de su casa, así que las posibilidades que los descubrieran con los
pantalones bajados alrededor de los tobillos eran escasas, pero aun así
había una posibilidad... especialmente porque toda su maldita familia
estaba a sólo una puerta de distancia.

—Jesús... Dios, lo que puedes hacer con tus dedos —dijo Rob
jadeando—. Joder... yo.

—No sólo no tengo tiempo, sino que si Bear nos encuentra, estamos
muertos. —Mace dejó ir a Rob a regañadientes, luchando por aire
después de perderse en sus besos—. Tenemos que dejar de hacer esto.
Es... una locura. Ni siquiera me gustas.

—Sí, tú tampoco eres un puto regalo —refunfuñó en respuesta el


tatuador. Rob intentó alisarse el pelo, pero la onda expansiva de las
hebras de ébano de punta azul no estaba dispuesta a ser sometida—.
Estaba loco por hacer esto una vez, mucho menos...

—No cuentes. No quiero saber —ordenó—. Eso es todo. Esta


noche... hemos terminado. No más.

Trató de ignorar el malestar que le surgía al pensar en alejarse de


Rob, pero era lo mejor. Mace no podía permitirse el lujo de tenerlo pegado
a él. No confiaba en sí mismo, sin saber de dónde venía... las bestias que
le habían dado la vida y probablemente su crueldad. Empezaría poco a
poco, un poco de ira por algo hecho mal, y lo siguiente que sabría es que
sus manos estarían pintadas con sangre caliente y estaría de pie sobre el
cuerpo roto de Rob. Era demasiado arriesgado. Tenía demasiado que
perder... su familia, su trabajo y su cordura.

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Alejarse ahora era lo mejor para ambos, él lo sabía... así que por
qué le dolió tanto cuando la mirada de Rob se alejó y su voz áspera
finalmente susurró:

—Sí, tienes razón. Esto no es más que una follada rápida que nos
gusta porque no deberíamos estar haciéndolo. Así que sí, a partir de
ahora, tú y yo hemos terminado.

Fin

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Staff

Soñadora, Revisión y Diseño


Lelu

Cazadora
Zuliwy

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Salvador

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Acerca de la autora
Rhys Ford es una autora de misterios LGBT, fantasía urbana,
suspenso y ficción contemporánea. Fue nominada para un Premio
Literario Lambda de Ficción Gay por su novela Asesinato y Caos en 2016
y por Tramps and Thieves en 2018. Su primera novela, Dirty Kiss fue
publicada por Dreamspinner Press en julio de 2011.

También es bastante escéptica sobre las biografías sin una pizca


de algo personal y realmente, ¿quién no menciona sus gatos, perros y
autos en una biografía? Ella comparte la casa con Yoshi, un gato gruñón
bicolor y Tam, una pigmea pantera negra diabética, así como con un
terrier color jengibre llamado Gus. Rhys también está esclavizada por el
mantenimiento de un Pontiac Firebird de 1979 y disfruta asesinando
personas ficticias.

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