Sören Kierkegaard
Sören Kierkegaard
Sören Kierkegaard
Vida y obras
Nació el 5 de mayo de 1813 en Copenhague. Su padre, Michael Pedersen
Kierkegaard, a los doce años empezó a abrirse paso en el comercio de telas. El éxito de sus
negocios fue tan grande que pronto llegó a ser uno de los principales comerciantes. Cuando
logró reunir una fortuna cuantiosa, se retiró, en forma dramática, de los negocios para
dedicarse a la meditación y a educar a los hijos. Su primera esposa había muerto sin dejarle
hijos en 1796. Al año siguiente se casó con Ana Sörensdater Lund, su criada y pariente
lejana. Su nueva esposa le dio siete hijos, el último de los cuales fue Sören. Nació cuando
tenía su padre 56 años y su madre 44. Fue el hijo de la vejez, a lo que se atribuyó su débil
constitución física y su carácter melancólico y reflexivo, propio de quien nunca se acordó
de haber sido niño.
En su ensayo autobiográfico incompleto, Punto de vista de mi obra como escritor,
señala tres acontecimientos importantes en su vida: su formación en manos de su padre, su
desgraciado amor por Regina, su choque con la prensa y su abierta lucha contra la iglesia
danesa.
Sören reconoció haber heredado las tres disposiciones básicas de su padre: la
imaginación, la dialéctica y la melancolía religiosa. Cuidó de su bautismo en la iglesia
luterana al mes de su nacimiento, y a los 15 años le llevó a recibir la confirmación. En su
adolescencia se acercaba regularmente con su padre a la comunión.
Así fue iniciado en un cristianismo duro y sombrío, dentro de la teología luterana, en
la que la conciencia del pecado y la depravación ingénita del hombre, la distancia entre
Dios justiciero y la criatura pecadora y la redención por la fe desesperada en Cristo
crucificado constituían la doctrina religiosa central.
Algunas reflexiones de su padre, que se centraba en los sufrimientos de Cristo para
excitar la compasión y el arrepentimiento, llenaron su alma infantil de angustia frente al
cristianismo y de una impresión de temor y temblor para toda su vida. Su padre había
dejado caer todo el peso de sus inquietudes y angustias religiosas, sin presentarle la visión
gozosa del Dios amoroso y providente.
Tuvo un desarrollo precoz su inteligencia en el campo de la lógica a través de las
largas veladas organizadas por el padre, que invitaba a su teólogo favorito Mynster y a
otros, donde se ventilaban las sutilezas de la filosofía racionalista y la teología luterana.
Sentía un gusto apasionado por las complicadas reglas de la gramática latina y griega,
que le prepararon al juego sutil de las distinciones dialécticas.
En el año de 1830 se inscribió en la Universidad de Copenhague, escogiendo los
estudios de teología.
Estudió con entusiasmo a Platón y los románticos, así como las últimas obras de
filosofía, en que el racionalismo y Hegel eran dominantes. Asistió a un curso particular del
joven y famoso teólogo H. Martensen, discípulo de Hegel. Pero el intento de éste de
conciliación del cristianismo con el sistema hegeliano no logró ganar al joven Sören.
Lejos de abandonarse a la corriente idealista, aparecía ya el pensador crítico y
concentrado, dado a la reflexión, que empezaba a afirmar su resistencia en nombre de un
poderoso sentimiento de lo que llamará pronto la realidad existencial.
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«desesperado grito de alarma a media noche» suplicaba a la gente que dejara de participar
en los cultos oficiales y se separara del orden establecido, que no es más que una
deformación del cristianismo, «un inmenso agregado de errores e ilusiones con la
amalgama de una débil dosis de auténtico cristianismo».
En su lecho de muerte no quiso recibir la visita de su hermano, miembro de la iglesia
establecida que tanto disentía de él, y rehusó la comunión de un ministro luterano. En
cambio, sus últimas confidencias fueron con el amigo fiel desde la niñez, el pastor E.
Boesen. Moría en la paz y confianza en la gracia de Dios por Cristo y deseaba cantar pronto
el ¡Aleluya! sentado en una nube. Tuvo lugar su muerte el domingo 11 de noviembre, a los
42 años. Los funerales constituyeron un triunfo inesperado y espontáneo, pues, según
testimonio de un amigo, la gran parte de la juventud simpatizaba con el rebelde de la iglesia
luterana.
Ciclo de la cristiandad:
La enfermedad mortal o tratado de la desesperación (1848)
Ejercitación del cristianismo (1850), extenso trabajo en que profundiza sobre
su concepción cristiana.
¡Juzgad vosotros mismos! Para el examen de sí, recomendado a los
contemporáneos (1851-52), escrito más sobresaliente de la polémica de
Kierkegaard contra la iglesia danesa.
Las obras del amor (1847), elevado tratado de la caridad cristiana.
Discursos edificantes
Estas dos últimas obras son las más sobresalientes de religiosidad cristiana de
Kierkegaard, que hacen de él un clásico de la espiritualidad.
Al lado de las obras está la colección mayor de Papeles dispersos, cuya edición
íntegra forma 20 volúmenes. El Diario constituye la parte principal de los Papeles, que
precede, acompaña y continúa todos los temas desarrollados en las obras y que él solo
puede bastar para una completa interpretación de su pensamiento.
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Pensamiento filosófico
No se propuso nunca construir un sistema. Al contrario, es el enemigo irreconciliable
del sistema. Todo el conjunto de su doctrina es netamente religiosa, una reflexión continua
sobre el problema de la religión cristiana y el modo de vivir cristiano.
Los temas dogmáticos del pecado y de la relación del hombre con Dios, de la fe en
Cristo y en el misterio de su redención ocupan el puesto central y más amplio en sus
escritos.
Esto no impide que en sus escritos fluya una corriente continua de pensamiento
filosófico que le destaca como filósofo eminente y especialmente original. Su doctrina
filosófica es netamente asistemática, tanto por el contenido como por la forma y el método.
Irá esparciendo profundas intuiciones aisladas, a modo de «migajas filosóficas», que
obedecen a una unidad profunda de pensamiento y actitud.
Observó que «el humorista no será nunca un espíritu sistemático; los sistemas le
darán siempre la impresión de comprimir el mundo entero en un silogismo. El humor, en
cambio, le hará abrir los ojos sobre lo inconmensurable que el filósofo no podrá agarrar
nunca con sus cálculos».
realidad más que transformándola en posibilidad. Así, para Kierkegaard, “sistema” y algo
cerrado son cosas idénticas, alejadas lo más posible de la existencia y de la vida.
Querer captar la realidad desde la lógica es resolverla en mera posibilidad. Se tiene
entonces una realidad pensada que es mero concepto e idealidad, porque la abstracción deja
a un lado la existencia, y el pensamiento sólo concibe lo real bajo forma de posibilidad, de
la cual no puede pasarse a la realidad concreta. La existencia empírica, singular, no se
resuelve en conceptos, pues el concepto de existencia es una simple existencia pensada. Si
así fuera, podría demostrarse de la esencia posible de una cosa su existencia, como en vano
querían Spinoza y los ontologistas, y contra lo cual reclamaba Kant.
Es contradictorio pasar del pensamiento a la existencia real, ya que el pensamiento
suprime la existencia.
Hegel introducía la negatividad como principio dinámico que explica todo
movimiento: la negación de la tesis da lugar a la antítesis, que, a su vez, es negada y
superada, estableciéndose la reconciliación en la síntesis.
Confunde el movimiento del pensamiento con el movimiento existencial. Tal devenir
lógico es impotente para hacer surgir el movimiento real. Todo el proceso del devenir
hegeliano ocurre en la región ideal de las esencias o en el campo de la lógica, pero esta
especie abstracta de necesidad no puede ser atribuida a ningún modo real de ser.
En el orden real lo que es necesario no puede sufrir cambio. El hecho de que algo
adquiera su ser a través del proceso del devenir indica que pertenece al modo de ser
existente y contingente.
Kierkegaard sostiene que un principio adecuado del cambio no puede ser una premisa
lógica, sino una causa real, y que la causa última del devenir es una causa libre.
Hegel afirma la identidad de lo interior y lo exterior. Destruyendo toda diferencia
entre lo interior y lo exterior, anula toda consideración ético-religiosa. A este absoluto
indiferenciado de Hegel opone Kierkegaard la dialéctica de las diferencias y oposiciones: lo
interno no es lo externo, lo subjetivo no es lo objetivo, la razón no es la historia, la cultura
no es la religión.
Kierkegaard reivindica la independencia del individuo y los derechos de su
subjetividad, la libertad de los hombres concretos. Los acontecimientos de la historia no
suceden según un proceso dialéctico necesario, sino bajo el imperio de las voluntades
libres. La existencia histórica, como la existencia humana, se construye sobre los vínculos
de libertad que los hombres establecen entre sí.
Kierkegaard rechaza el concepto hegeliano de la historia como un devenir necesario,
estableciendo que el proceso histórico es contingente, en el que hay un amplio margen para
el desarrollo de la libertad humana y para la acción de la divina providencia.
El interés primario de Kierkegaard es salvar el abismo inmenso de la diferencia
cualitativa entre Dios y el hombre, sin la cual queda abolida toda relación religiosa y toda
ética, como aparece en la confusión de la filosofía moderna. Pues el cristianismo se funda
en esa heterogeneidad entre lo finito y lo infinito, el tiempo y la eternidad. Y el idealismo
hegeliano anula esta diferencia, por su identificación del ser con el pensamiento. El ser no
puede ser uno con el pensamiento puro, porque entonces no cabe distinguir entre la idea
general de ser y el ser divino, ni entre el ser absoluto y los seres concretos y finitos, que no
son sino momentos del ser infinito.
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Existencia y subjetividad
La existencia es lo que separa, lo que es extraño a la idea absoluta.
La categoría de la existencia la refiere siempre a la realidad concreta y viviente, más
exactamente, al individuo humano. El existente es el hombre viviente, que dirige su
atención sobre el hecho de que existe, que no se encierra en la especulación abstracta, sino
que vive sus problemas existenciales. La existencia es el momento de la decisión y la
pasión.
La categoría de subjetividad va ligada a la existencia. Porque la existencia no es algo
abstracto, sino el devenir concreto del hombre, el sujeto existente.
La existencia humana incluye el pensamiento. Pensar y existir han sido puestos juntos
en la existencia, ya que un hombre que existe es un hombre que piensa. Pero el pensar del
hombre existente es un pensamiento subjetivo, una reflexión sobre su propia existencia.
Este pensamiento subjetivo se opone al pensamiento puro, al pensar objetivo,
abstracto e idealista. El pensador objetivo es un contemplador de abstracciones, está en un
estado permanente de distracción ante su propia existencia. Es un pensador desinteresado
de la existencia, que aparta su mirada de los hombres concretos y se fija en el hombre en sí.
En cambio, el pensador subjetivo comprende lo abstracto en el hombre particular existente.
El pensamiento se mueve en la esfera ética y religiosa, mientras que el pensamiento
teórico se mueve en la posibilidad abstracta. Hay una pasión del entendimiento que
transporta al existente a una tal profundidad de existencia, que se encuentra enteramente
vuelto hacia sí, dominado por el cuidado de la beatitud eterna. El pensador subjetivo nutre
en sí un interés apasionado por su eterna beatitud personal.
Esta subjetividad nada tiene que ver con el subjetivismo gnoseológico. Se trata de una
categoría ético-religiosa, de la actitud del hombre existencial de interés frente a su
problema de salvación personal.
La verdadera subjetividad consiste en ponerse personalmente en relación sólo con
Dios, en referirlo todo a Él y recordar que también los sufrimientos vienen de Él, que es la
subjetividad cristiana.
Para Kierkegaard el individuo existente jamás se convierte en algo necesario y nunca
descubre una identidad dialéctica entre sí mismo, las cosas conocidas y el espíritu absoluto.
Kierkegaard sostenía que el conocimiento de la existencia estaba más allá de las
disciplinas filosóficas y creía sólo accesible a la dialéctica ético-religiosa. No conocía una
metafísica fuera de la metafísica logizante de Hegel, y podía oponer al menos el punto de
vista cristiano de la existencia personal. Por eso, no cabe esperar de él un desarrollo de la
metafísica del ser.
Se encuentran en él observaciones claras sobre los modos del ser. Los modos
auténticos del ser son: el de Dios y el de los individuos existentes. El ser de Dios es el único
lugar de la necesidad, eternidad e inmutabilidad reales; la contingencia, temporalidad y
cambio se encuentran en la existencia finita.
La existencia de los existentes finitos es recibida de Dios, mas no por la vía de
identidad dialéctica y emanación necesaria, sino por el camino de la causalidad libre y
creadora.
cristianismo, no está (según la entendía Sócrates) en el sujeto, sino es una revelación que
debe ser anunciada».
La verdad objetiva carece de interés para el hombre existente si no intenta
apropiársela. Lo esencial para el hombre no es conocer especulativamente la verdad, sino
estar en la verdad. No hay, por tanto, verdad sino cuando hay verdad para mí, cuando se la
apropia el sujeto y la vive. Y así la verdad objetiva del cristianismo precisa de la
apropiación subjetiva para ser completamente verdadera, y solamente cuando hay unión de
la verdad subjetiva y la verdad objetiva es cuando aparece la verdad en su plenitud.
Kierkegaard piensa en la verdad existencial, o en las verdades ético-religiosas que
exigen ser encarnadas en la acción, en el movimiento de la libertad.
No despreció la validez objetiva de las ciencias, e incluso admitió que se puede
estudiar al hombre por medio de esta reflexión objetiva. Sólo insistió en que esta ciencia
naturalista no es la única manera válida de considerar al hombre. Su conocimiento teórico
es inferior al existencial y nunca llega a la comprensión de la cosa en su modo propio de ser
como sujeto de la existencia.
Las necesidades cognoscitivas del hombre son más amplias que la capacidad del
método científico para satisfacerlas.
Lo existencial en el hombre, como el pecado, es incomprensible a la ciencia teórica.
El individuo humano
Esta idea del individuo la anuncia Kierkegaard como su propia categoría, que resume
su misión en el mundo de restaurar el respeto por la dignidad del hombre individual.
Utilizaba el concepto de individuo para alejar a los hombres de la dispersión de la
vida estética, de su inmersión en lo general, en el vivir anónimo de la masa, y hacerle
recobrar su categoría de ser personal.
Por cobardía ante la existencia quieren los hombres de hoy fundirse en la masa. Trata
de liberar al hombre de la tiranía del pueblo, de las opiniones y modos de pensar de la
colectividad y hacerle tomar conciencia de su responsabilidad como persona singular.
El error de Hegel consiste en haber hecho al género superior al individuo y de haber
reducido al hombre a un género animal dotado de razón.
«Porque en el género animal vale el principio: el individuo es inferior al género. Pero
la especie humana tiene la característica contraria, que el individuo es superior al género,
justamente porque todo individuo es creado a imagen de Dios».
Define al hombre diciendo que es una síntesis de alma y cuerpo, constituida y
sostenida por el espíritu. Es claro que no entiende el espíritu como parte constitutiva del ser
humano distinta del alma. Se trata de que el hombre subordine todo el psiquismo animal
que hay en él, con sus tendencias y pasiones, al dominio de la parte espiritual, que la carne
obedezca al espíritu según el lenguaje paulino, para espiritualizar todo el hombre por la fe y
dejar de ser cuerpo de pecado.
La categoría del singular significa en último término la categoría de la relación con
Dios, y esta relación constituye la pura verdad y santidad cristiana, porque cada individuo
como tal es conocido por Dios y puede conocer a Dios. Ser individuo singular expresa la
única relación con Dios, y es la categoría cristiana por excelencia.
Él mismo declara abiertamente que su doctrina no se refiere a las materias temporales
o socio-políticas, de las que nunca se preocupó, sino a las materias religiosas. En éstas la
multitud no tiene autoridad, pues la comunicación de la verdad es dirigida al individuo y
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recibida por él. En tales materias, la multitud es mentira, y también el comunicar con los
medios fantásticos de prensa, la cual es mentira, pues el comunicador de la verdad es sólo
el individuo.
Por otra parte, predica la igualdad de todos los hombres y el amor a todos en Dios.
Pero no en cuanto multitud, sino en cuanto individuos personales. Su tarea y afán sería
arrancar a todos los hombres del modo de vida de la multitud y hacer de cada uno individuo
singular.
Estadio estético
La vida estética es la de quien se entrega al hedonismo y al goce de los sentidos. Lo
estético es pura espontaneidad, vida de sensaciones, sobre todo en la línea del placer
sensual y del erotismo.
Es la forma de vivir en el instante huidizo e irrepetible. El estético hace abstracción
de lo eterno, porque su voluntad de vivir en el instante y lo sensible es a la vez pecado e
ilusión. Vive del presente, en una vida exteriorizada y sin profundidad, sin relación con la
eternidad.
Sin embargo, nada impide al hombre estético elevarse por encima de los placeres
sensuales, para gozarse en ellos de una manera más refinada mediante el arte.
A fuerza de correr ansioso tras las diversiones y placeres del momento, el hombre
estético se da cuenta de la fugacidad de los goces sensibles, de que no logra dar una
dirección firme a su vida, y la decepción y el disgusto que acompaña al goce se apoderan de
él.
No obstante las apariencias, el romántico es un desgraciado; buscando el placer no
encuentra sino el dolor. No puede sustraerse a la ley del placer, que permanece fatalmente
en lo inmediato, en lo fugaz y caduco del momento.
Tras el aburrimiento, el hedonista cae en la desesperación.
Kierkegaard describirá las diversas formas de desesperación que seguirán incluso al
hombre cristiano en su salto a la fe. Pero hay una desesperación-debilidad, propia del
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Estadio ético
El hombre ético es el que pone la moral como primer principio de su conducta y fin
último de su actividad y se propone ante todo la obediencia al deber.
El individuo ético tendrá que hacer una elección absoluta si ha de encarnar el
imperativo incondicional y práctico del deber.
El matrimonio es la situación más propia del estadio ético. Considera el estado
matrimonial como la realización concreta del ideal ético y como la única condición humana
dentro de la cual las exigencias estéticas legítimas pueden ser satisfechas y llevadas a su
plenitud. Porque el lado estético de la naturaleza humana es indestructible y ha de ser
incorporado a la concepción ética, reinstaurando los derechos de la belleza y del goce
sencillo una vez que se ha renunciado a la autonomía de la vida estética como un absoluto.
Todo lo que hay de hermoso y humano en la concepción erótica pagana y el amor
romántico queda incorporado en la institución del matrimonio cristiano. El amor sensual
cae bajo la censura ética por su egoísmo, y esto se debe, a su vez, al apego del alma
romántica al límite estrecho del placer, excluyendo a Dios y a la ley universal. El vínculo
matrimonial es un signo de que la voluntad ética puede dominar el desequilibrio de la vida
estética y darle la estabilidad de una realidad segura y existencia armoniosa.
La moral da ciertamente la solución a los problemas ordinarios de la vida, es decir, a
lo que se define como lo general. Mas por ello mismo hace olvidar al hombre que es y debe
ser un individuo, sometido a deberes personales y revestido de una responsabilidad propia.
La ética, siendo ley de lo general, favorece la tendencia que hay en cada uno de perderse en
la masa.
Kierkegaard sostiene que no hay nada de moral en la multitud y en el número, que el
mal y abominación de los hombres está en que devienen público o masa, sin
responsabilidad ni arrepentimiento. Por ello mismo, la ética se hace incapaz de dar solución
a los casos que implican lo excepcional, pues no resuelve los problemas individuales más
que por las vías comunes. De ahí que la ética puede llegar a ser la gran tentación.
Estadio religioso
El prototipo de la excepción y del escándalo para la mente ética es el caso de
Abraham recibiendo de Dios la orden de sacrificar a Isaac.
Desde el punto de vista ético, Abraham se sitúa delante de lo absurdo y monstruoso.
La ética condenaría tanto el mandato divino, declarándolo imposible e irreal, como la
obediencia del «padre de los creyentes». Éste, sin embargo, obedece y se somete a la
prueba divina, desoyendo la tentación de considerar su acto como una violación de la ley
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moral y de sus sentimientos paternales. Debe llevar su secreto solo, aun a costa de parecer
engañar a su esposa, al criado y a la víctima, que es su hijo. En su aislamiento con Dios,
sólo sostiene a Abraham su fe absoluta en él y sus promesas. Esta fe es la que le conduce
como individuo aislado más allá de los límites de una moral general. El resultado es que la
acción, en apariencia criminal, se convierte en acción santa y agradable a Dios. Al dar a
Dios todo lo que tiene, lo recibe todo de nuevo y rebasando toda medida.
Kierkegaard está en polémica contra la moral de Kant y de Hegel por el aspecto
universal de la ley moral. Estos sostienen una moralidad inmanente, sin una finalidad
suprema que sea exterior a ella, y que es la eterna felicidad del hombre. Tal moral de lo
general no se subordina a la religión ni a Dios, sino la religión a ella. El deber del hombre
es subordinarse, en cualquier circunstancia, al imperativo universal. Si el individuo trata de
afirmarse a sí mismo en su particularidad, aun siguiendo la llamada de Dios, se ha colocado
fuera del orden universal y ha pecado. La universalidad ética se convierte en lo divino, y al
hombre se le prohíbe entrar en relación directa con Dios.
La virtud no es un fin en sí y las leyes morales universales deben hacerse depender a
su vez del autor de las leyes. Si una filosofía convence a un hombre de que su último fin es
cualquier otra cosa que no sea Dios, esta convicción debe anularse aun cuando implique el
derrumbe de tal concepción moral. Kierkegaard apela a la fe de Abraham como ejemplo de
una especie de deber basado directamente en Dios, y no en el carácter universal de la ley.
El individuo no tiene su finalidad en una sumisión a lo general, o en el respeto a la
ley, porque, como tal individuo de la fe y en relación con Dios, está por encima de lo
general. No intenta negar el valor de las leyes morales, pero afirma que éstas han de
subordinarse al deber supremo del hombre de ordenarse a Dios.
Hay deber absoluto para con Dios. El hombre debe definirse como estando en una
relación absoluta con el Absoluto. Se pretende elevar la conciencia a su relación con Dios,
principio de todo deber moral.
Desesperación
El salto cualitativo de un estadio a otro se verifica por una brusca conmoción vital
que sacude al hombre en su propio ser y lo arranca súbitamente de su modo de ser anterior
sumiéndole en el aislamiento de su interioridad.
Angustia y desesperación son puestos en relación estrecha con el pecado y, por ende,
con la conciencia del estar delante de Dios.
Late en el fondo de estos análisis de Kierkegaard la doctrina luterana del pecado
original como corrupción de la naturaleza humana, de la pérdida de la libertad para el bien
y de la justificación por la sola fe en la angustia desesperada de una conciencia culpable y
envuelta en el pecado.
La desesperación es una rebeldía contra lo eterno en el hombre, como un «querer
desligar su yo del poder que lo fundamenta», es una rebeldía contra el modo propio de su
existencia, que es «estar delante de Dios», y al que Dios le constriñe a su ser en cuanto
espíritu.
La raíz de la desesperación está en el desorden metafísico de la relación para con
Dios, de querer alejar de sí la categoría más profunda de su existencia, como es estar
delante de Dios, o al menos de no querer vivir según ella.
Desde la categoría de la conciencia, Kierkegaard encuentra algunas formas de
desesperación.
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Existencia de Dios
Argumenta contra la pretensión imposible de probar la existencia de Dios. Toda
prueba sobre una cosa supone la existencia de la misma y parte del hecho de que exista.
Kierkegaard tiene delante sólo el argumento ontológico de Spinoza, los racionalistas
y el idealismo del pensamiento puro, según los cuales la esencia envuelve la existencia.
Pero esta existencia es puro concepto. La única clase de existencia que podemos alcanzar
en una forma a priori es un modo de ser ideal que cae por completo en el orden de las
esencias y no determina ninguna existencia real y concreta, incluyendo la de Dios. La
existencia de Dios sólo se manifiesta en el salto de la fe y sólo se alcanza por la fe en el
absurdo de la razón.
Pero, después de la fe, Dios permanece siendo el desconocido, del que el pensamiento
racional nada puede conocer.
Existencia cristiana
El cristianismo es para él no sólo aceptación por la fe del misterio de Cristo, Dios-
hombre, sino imitación de la vida entera de Cristo, que ha de ser norma de vivir para todos
sus seguidores. Por lo mismo, es esencial al cristianismo el sufrimiento, la abnegación y el
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sacrificio hasta el martirio, junto con la pureza del corazón, la lucha contra el mundo y los
placeres de la vida estética que apartan al hombre de la comunión profunda con Dios.
El sufrimiento es el factor decisivo de la existencia religiosa, que revela su
interioridad; cuanto más sufrimiento, más vida religiosa.
La fe es adhesión al Maestro, no a su doctrina.
Juicio crítico