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Sören Kierkegaard

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Sören Kierkegaard (1813-1855)

Vida y obras
Nació el 5 de mayo de 1813 en Copenhague. Su padre, Michael Pedersen
Kierkegaard, a los doce años empezó a abrirse paso en el comercio de telas. El éxito de sus
negocios fue tan grande que pronto llegó a ser uno de los principales comerciantes. Cuando
logró reunir una fortuna cuantiosa, se retiró, en forma dramática, de los negocios para
dedicarse a la meditación y a educar a los hijos. Su primera esposa había muerto sin dejarle
hijos en 1796. Al año siguiente se casó con Ana Sörensdater Lund, su criada y pariente
lejana. Su nueva esposa le dio siete hijos, el último de los cuales fue Sören. Nació cuando
tenía su padre 56 años y su madre 44. Fue el hijo de la vejez, a lo que se atribuyó su débil
constitución física y su carácter melancólico y reflexivo, propio de quien nunca se acordó
de haber sido niño.
En su ensayo autobiográfico incompleto, Punto de vista de mi obra como escritor,
señala tres acontecimientos importantes en su vida: su formación en manos de su padre, su
desgraciado amor por Regina, su choque con la prensa y su abierta lucha contra la iglesia
danesa.
Sören reconoció haber heredado las tres disposiciones básicas de su padre: la
imaginación, la dialéctica y la melancolía religiosa. Cuidó de su bautismo en la iglesia
luterana al mes de su nacimiento, y a los 15 años le llevó a recibir la confirmación. En su
adolescencia se acercaba regularmente con su padre a la comunión.
Así fue iniciado en un cristianismo duro y sombrío, dentro de la teología luterana, en
la que la conciencia del pecado y la depravación ingénita del hombre, la distancia entre
Dios justiciero y la criatura pecadora y la redención por la fe desesperada en Cristo
crucificado constituían la doctrina religiosa central.
Algunas reflexiones de su padre, que se centraba en los sufrimientos de Cristo para
excitar la compasión y el arrepentimiento, llenaron su alma infantil de angustia frente al
cristianismo y de una impresión de temor y temblor para toda su vida. Su padre había
dejado caer todo el peso de sus inquietudes y angustias religiosas, sin presentarle la visión
gozosa del Dios amoroso y providente.
Tuvo un desarrollo precoz su inteligencia en el campo de la lógica a través de las
largas veladas organizadas por el padre, que invitaba a su teólogo favorito Mynster y a
otros, donde se ventilaban las sutilezas de la filosofía racionalista y la teología luterana.
Sentía un gusto apasionado por las complicadas reglas de la gramática latina y griega,
que le prepararon al juego sutil de las distinciones dialécticas.
En el año de 1830 se inscribió en la Universidad de Copenhague, escogiendo los
estudios de teología.
Estudió con entusiasmo a Platón y los románticos, así como las últimas obras de
filosofía, en que el racionalismo y Hegel eran dominantes. Asistió a un curso particular del
joven y famoso teólogo H. Martensen, discípulo de Hegel. Pero el intento de éste de
conciliación del cristianismo con el sistema hegeliano no logró ganar al joven Sören.
Lejos de abandonarse a la corriente idealista, aparecía ya el pensador crítico y
concentrado, dado a la reflexión, que empezaba a afirmar su resistencia en nombre de un
poderoso sentimiento de lo que llamará pronto la realidad existencial.
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Fue nombrado presidente de la asociación estudiantil. Se entregó con sus camaradas a


la vida de cafés y comilonas, a los placeres de la comida y bebida, al buen vestir según las
exigencias de la moda. En estos desmanes juveniles llegó a contraer cuantiosas deudas.
El padre de Sören contemplaba triste aquellos excesos que contrastaban con la vida
austera de la familia. Llegó a romperse la comunicación con el padre, y en 1837 el
desacuerdo fue tal que se produjo una separación. Sören recibió del padre una renta anual
que le permitió instalarse en vivienda independiente, ayudándose además con clases de
latín en el liceo. Es el tiempo en que deviene más deprimido e irritable y abandona las
prácticas religiosas. Pero no parece haber perdido su íntegra y profunda fe cristiana, como
lo muestran las páginas correspondientes de su Diario, salpicadas de invocaciones a Dios.
En medio de una vida aparentemente desordenada se escondían tremendas luchas interiores
en torno al problema de la culpa y las dudas sobre la remisión de los pecados, que emergen
de la ambigüedad esencial de la conciencia protestante, incapaz de determinar la relación
interior del hombre con Dios. Es el problema de la tensión de la fe que le atormentará toda
la vida.
Las desgracias caídas sobre la familia –en pocos años habían muerto la madre y cinco
hermanos, no quedando sino él y el mayor, Peter Christian, futuro obispo de Aalborg–, le
infundieron la sospecha de que una divina maldición pesaba sobre la familia entera que la
condenaba a desaparecer de la tierra, sin duda por alguna culpa del anciano padre.
Para arrancarle de la desesperación, el viejo padre le confesó que de muchacho había
levantado el puño blasfemando contra Dios y el secreto de haber vivido maritalmente con
Ana antes del matrimonio. Lleno de compasión se reconcilió plenamente con él.
En consecuencia de ello, Sören recobró la calma y se entregó con una conversión más
plena a la vida religiosa y a la meditación de los temas cristianos, volviendo de nuevo a la
práctica de la comunión.
Como homenaje póstumo al padre, reemprende, con sorpresa de todos, su carrera
eclesiástica, y en 1840 se licencia en teología. En 1841 recibe el grado de maestría en
filosofía con la tesis Sobre el concepto de la ironía.
En 1837 conoció a Regina Olsen, hija del consejero de Estado Terkel Olsen, entonces
muchacha de apenas quince años. Desde el primer encuentro quedó prendado de ella y le
hizo la corte de una manera constante, experimentando un triunfo cuando llegó a ganar su
afecto separándola del primer pretendiente. La decisión formal de prometerse ocurrió en
1840.
Sin embargo, enseguida comprendió su error y que las relaciones con la joven nunca
les conducirían al matrimonio. Le asaltaron de nuevo los remordimientos de volver al
mundo y alejarse de su vida religiosa. La conciencia de su fealdad física, de considerarse un
viejo frente a ella, de su carácter melancólico y solitario, eran, según él, obstáculo
insuperable para una unión y vida familiar con la joven amada, la cual tampoco podría
comprender el secreto de su vida interior, tan celosamente guardado. Durante algún tiempo
vaciló sobre el modo de separarse sin ofender a Regina, hasta que al fin decidió asumir su
responsabilidad, remitiéndola con el anillo de desposorio una nota fría y oscura (1841). La
ruptura fue definitiva a pesar de las protestas de la joven.
El primer paso después del desenlace fue reemprender su vocación de escritor
solitario, con una estancia en Berlín, donde asistió a las lecciones de Schelling. Éstas al
principio le entusiasmaron, pero pronto le enojaron terriblemente. Las abstractas
elucubraciones del idealismo panteísta nunca calaron en su mente y chocaron siempre con
su profunda fe en el Dios trascendente cristiano.
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El recuerdo de su amada nunca le abandonó. Poco a poco la imagen de la joven era


idealizada y la pasión juvenil por ella se iba trocando en un amor romántico y fuente de
inspiración poética. Así descubrió que, sacrificando su pasión, Regina le enseñó a ser poeta
y escritor, porque liberó en él la primera ola impetuosa de su actividad estética.
Kierkegaard nutrió toda su vida del profundo afecto por Regina.
Sus primeras obras del ciclo estético habían dado ya a Kierkegaard gran fama. Esta
celebridad se hizo mayor con motivo de su actividad publicitaria como polemista y crítico
del cristianismo oficial y establecido.
En 1849 visitó al obispo Mynster, al ministro de culto y hasta al rey para obtener un
puesto de docente en el seminario pastoral, o algún otro cargo remunerado. Todos estos
intentos fallaron, sobre todo porque sus relaciones con Mynster habían llegado a ser muy
tensas. El obispo le recibía con gran frialdad desde que Kierkegaard había iniciado su
crítica del cristianismo oficial, y éste se hallaba desengañado y dolido ante el silencio
cobarde guardado por los eclesiásticos y otros elementos oficiales durante la campaña de
desprestigio lanzada contra él por la prensa.
Kierkegaard vio en todo ello los caminos de la providencia, que le destinaba a ser un
cristiano excepcional, un testigo solitario de la verdad, y aceptó plenamente su condición de
humilde servidor de Cristo en la separación del mundo, porque las grandes tareas exigen
grandes sacrificios.
Los últimos años de su labor de escritor fueron casi enteramente consagrados a la
composición de sus magníficas obras religiosas sobre los problemas del vivir interior
cristiano y los frutos de la caridad. Leía con asiduidad el Nuevo Testamento.
La actividad de Kierkegaard como polemista iba a tener una manifestación más
clamorosa en su lucha contra la Iglesia danesa. Su actitud inconformista frente al
cristianismo oficial y mundano iba madurando y haciéndose más radical.
Hay un divorcio completo entre la vida de los fieles y pastores, tan burguesa y
acomodada con el mundo, y el verdadero cristianismo, de seguimiento humilde a Cristo por
el camino de la cruz y el sacrificio. La religión oficial parece llevar a los fieles a esa
acomodación mundana que les permite vivir como paganos bajo el nombre honorable de
cristianos. Los pastores mismos, después de su discurso dominical, por el que reciben
buenos honorarios –y en el que más que una predicación cristiana y viva desarrollan sutil
especulación de profesor–, entran en el mundo y parecen olvidar que deben ser testigos de
la verdad que predican. Después de tantos siglos de cristianismo no parecen encontrarse
auténticos cristianos, y la cristiandad es extraña al cristianismo. En sus escritos,
Kierkegaard conmina con dureza a los representantes del orden establecido a abandonar su
vida mundana, sus pretensiones científicas y discusiones dogmáticas y entrar en el
cristianismo interior de la vida ascética, de la gracia y las buenas obras.
La polémica sólo al final de su vida iba a llevar a Kierkegaard a un conflicto abierto y
ruptura con la iglesia danesa. La ocasión fue la muerte del obispo Mynster, en cuyo elogio
fúnebre el teólogo filohegeliano y sucesor suyo Martensen presentó a Mynster como un
testimonio de la verdad. Esto sublevó a Kierkegaard, muy ajeno a compartir tal punto de
vista. En sus relatos del Diario ataca despiadado a Mynster, que «con su predicación ha
enclavado el cristianismo en una ilusión».
Y enseguida desencadenó violenta polémica contra Martensen, que comprende
veintiún artículos en Patria y la serie de nueve fascículos de su obra final Momento. En
ellos llevó Kierkegaard la lucha con Martensen al público y extendió su crítica y sus sátiras
a todos los ministros, a sus vidas, sus familias y sus prácticas sacramentales. En un
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«desesperado grito de alarma a media noche» suplicaba a la gente que dejara de participar
en los cultos oficiales y se separara del orden establecido, que no es más que una
deformación del cristianismo, «un inmenso agregado de errores e ilusiones con la
amalgama de una débil dosis de auténtico cristianismo».
En su lecho de muerte no quiso recibir la visita de su hermano, miembro de la iglesia
establecida que tanto disentía de él, y rehusó la comunión de un ministro luterano. En
cambio, sus últimas confidencias fueron con el amigo fiel desde la niñez, el pastor E.
Boesen. Moría en la paz y confianza en la gracia de Dios por Cristo y deseaba cantar pronto
el ¡Aleluya! sentado en una nube. Tuvo lugar su muerte el domingo 11 de noviembre, a los
42 años. Los funerales constituyeron un triunfo inesperado y espontáneo, pues, según
testimonio de un amigo, la gran parte de la juventud simpatizaba con el rebelde de la iglesia
luterana.

Sus primeras obras forman el ciclo de escritos estéticos:


 O lo uno o lo otro, dos volúmenes (1843)
 Temor y temblor (1843)
 La repetición (1843)
 El concepto de la angustia (1844)
 Los estadios sobre el camino de la vida (1845)

Siguió luego el ciclo propiamente filosófico:


 Migajas filosóficas (1844)
 Apostilla conclusiva no científica a las Migajas filosóficas (1846)
Son los trabajos más profundos de la polémica antihegeliana.

Ciclo de la cristiandad:
 La enfermedad mortal o tratado de la desesperación (1848)
 Ejercitación del cristianismo (1850), extenso trabajo en que profundiza sobre
su concepción cristiana.
 ¡Juzgad vosotros mismos! Para el examen de sí, recomendado a los
contemporáneos (1851-52), escrito más sobresaliente de la polémica de
Kierkegaard contra la iglesia danesa.
 Las obras del amor (1847), elevado tratado de la caridad cristiana.
 Discursos edificantes
Estas dos últimas obras son las más sobresalientes de religiosidad cristiana de
Kierkegaard, que hacen de él un clásico de la espiritualidad.

Al lado de las obras está la colección mayor de Papeles dispersos, cuya edición
íntegra forma 20 volúmenes. El Diario constituye la parte principal de los Papeles, que
precede, acompaña y continúa todos los temas desarrollados en las obras y que él solo
puede bastar para una completa interpretación de su pensamiento.
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Pensamiento filosófico
No se propuso nunca construir un sistema. Al contrario, es el enemigo irreconciliable
del sistema. Todo el conjunto de su doctrina es netamente religiosa, una reflexión continua
sobre el problema de la religión cristiana y el modo de vivir cristiano.
Los temas dogmáticos del pecado y de la relación del hombre con Dios, de la fe en
Cristo y en el misterio de su redención ocupan el puesto central y más amplio en sus
escritos.
Esto no impide que en sus escritos fluya una corriente continua de pensamiento
filosófico que le destaca como filósofo eminente y especialmente original. Su doctrina
filosófica es netamente asistemática, tanto por el contenido como por la forma y el método.
Irá esparciendo profundas intuiciones aisladas, a modo de «migajas filosóficas», que
obedecen a una unidad profunda de pensamiento y actitud.
Observó que «el humorista no será nunca un espíritu sistemático; los sistemas le
darán siempre la impresión de comprimir el mundo entero en un silogismo. El humor, en
cambio, le hará abrir los ojos sobre lo inconmensurable que el filósofo no podrá agarrar
nunca con sus cálculos».

La lucha contra el hegelianismo


Kierkegaard ha desarrollado su doctrina en lucha con el idealismo de Hegel. La
oposición al sistema de este filósofo es una constante de su pensamiento existencial que
define su propia posición.
Sus maestros en teología, Nielsen, Martensen y otros, se hallaban imbuidos de
hegelianismo e intentaban una imposible acomodación y racionalización del dogma
mediante la especulación hegeliana.
Desde 1838 estudió a fondo sus obras y llegó a un conocimiento profundo del sistema
hegeliano. Pero ya desde el principio había tomado posición clara en contra del “sistema”,
la “especulación” o también la “filosofía”, nombres que en adelante se referirán al
pensamiento de Hegel. Se dio cuenta pronto de que la “filosofía” y el cristianismo son
inconciliables.
La crítica a Hegel comienza ya con la primera obra de Kierkegaard, El concepto de la
ironía. La obra se desarrolla en constante referencia a Sócrates.
Sócrates no había venido a enseñar una filosofía. La tarea e interés fundamental de su
vida no era revelar ideas especulativas, sino dirigirse prácticamente a cada individuo, entrar
en relación personal con los individuos por mediación del método mayéutico. Sócrates era
además el maestro de la ironía, es decir, de la imperecedera rebelión de la persona humana
a ser reducida a conceptos sistemáticos.
En nombre de Sócrates, el irónico y dubitante que propone sólo preguntas sin darles
respuesta cumplida, Kierkegaard ataca el “sistema” como un conocimiento acabado. A él
opone la realidad, la vida individual irreductible a conceptos.
Kierkegaard se basa en la oposición irreductible entre el pensamiento y la existencia.
El sistema idealista de Hegel establece la identidad del sujeto y objeto, la unidad entre el
pensamiento y el ser. Pero la existencia es justamente la separación, porque aleja el
pensamiento del ser, el sujeto del objeto.
La existencia es distancia entre el sujeto y el objeto, entre el pensamiento y el ser. El
pensamiento puro jamás podrá alcanzar la existencia; hay siempre un salto entre ambos. El
pensamiento no capta más que el ser pensado. La abstracción no podrá apoderarse de la
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realidad más que transformándola en posibilidad. Así, para Kierkegaard, “sistema” y algo
cerrado son cosas idénticas, alejadas lo más posible de la existencia y de la vida.
Querer captar la realidad desde la lógica es resolverla en mera posibilidad. Se tiene
entonces una realidad pensada que es mero concepto e idealidad, porque la abstracción deja
a un lado la existencia, y el pensamiento sólo concibe lo real bajo forma de posibilidad, de
la cual no puede pasarse a la realidad concreta. La existencia empírica, singular, no se
resuelve en conceptos, pues el concepto de existencia es una simple existencia pensada. Si
así fuera, podría demostrarse de la esencia posible de una cosa su existencia, como en vano
querían Spinoza y los ontologistas, y contra lo cual reclamaba Kant.
Es contradictorio pasar del pensamiento a la existencia real, ya que el pensamiento
suprime la existencia.
Hegel introducía la negatividad como principio dinámico que explica todo
movimiento: la negación de la tesis da lugar a la antítesis, que, a su vez, es negada y
superada, estableciéndose la reconciliación en la síntesis.
Confunde el movimiento del pensamiento con el movimiento existencial. Tal devenir
lógico es impotente para hacer surgir el movimiento real. Todo el proceso del devenir
hegeliano ocurre en la región ideal de las esencias o en el campo de la lógica, pero esta
especie abstracta de necesidad no puede ser atribuida a ningún modo real de ser.
En el orden real lo que es necesario no puede sufrir cambio. El hecho de que algo
adquiera su ser a través del proceso del devenir indica que pertenece al modo de ser
existente y contingente.
Kierkegaard sostiene que un principio adecuado del cambio no puede ser una premisa
lógica, sino una causa real, y que la causa última del devenir es una causa libre.
Hegel afirma la identidad de lo interior y lo exterior. Destruyendo toda diferencia
entre lo interior y lo exterior, anula toda consideración ético-religiosa. A este absoluto
indiferenciado de Hegel opone Kierkegaard la dialéctica de las diferencias y oposiciones: lo
interno no es lo externo, lo subjetivo no es lo objetivo, la razón no es la historia, la cultura
no es la religión.
Kierkegaard reivindica la independencia del individuo y los derechos de su
subjetividad, la libertad de los hombres concretos. Los acontecimientos de la historia no
suceden según un proceso dialéctico necesario, sino bajo el imperio de las voluntades
libres. La existencia histórica, como la existencia humana, se construye sobre los vínculos
de libertad que los hombres establecen entre sí.
Kierkegaard rechaza el concepto hegeliano de la historia como un devenir necesario,
estableciendo que el proceso histórico es contingente, en el que hay un amplio margen para
el desarrollo de la libertad humana y para la acción de la divina providencia.
El interés primario de Kierkegaard es salvar el abismo inmenso de la diferencia
cualitativa entre Dios y el hombre, sin la cual queda abolida toda relación religiosa y toda
ética, como aparece en la confusión de la filosofía moderna. Pues el cristianismo se funda
en esa heterogeneidad entre lo finito y lo infinito, el tiempo y la eternidad. Y el idealismo
hegeliano anula esta diferencia, por su identificación del ser con el pensamiento. El ser no
puede ser uno con el pensamiento puro, porque entonces no cabe distinguir entre la idea
general de ser y el ser divino, ni entre el ser absoluto y los seres concretos y finitos, que no
son sino momentos del ser infinito.
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Existencia y subjetividad
La existencia es lo que separa, lo que es extraño a la idea absoluta.
La categoría de la existencia la refiere siempre a la realidad concreta y viviente, más
exactamente, al individuo humano. El existente es el hombre viviente, que dirige su
atención sobre el hecho de que existe, que no se encierra en la especulación abstracta, sino
que vive sus problemas existenciales. La existencia es el momento de la decisión y la
pasión.
La categoría de subjetividad va ligada a la existencia. Porque la existencia no es algo
abstracto, sino el devenir concreto del hombre, el sujeto existente.
La existencia humana incluye el pensamiento. Pensar y existir han sido puestos juntos
en la existencia, ya que un hombre que existe es un hombre que piensa. Pero el pensar del
hombre existente es un pensamiento subjetivo, una reflexión sobre su propia existencia.
Este pensamiento subjetivo se opone al pensamiento puro, al pensar objetivo,
abstracto e idealista. El pensador objetivo es un contemplador de abstracciones, está en un
estado permanente de distracción ante su propia existencia. Es un pensador desinteresado
de la existencia, que aparta su mirada de los hombres concretos y se fija en el hombre en sí.
En cambio, el pensador subjetivo comprende lo abstracto en el hombre particular existente.
El pensamiento se mueve en la esfera ética y religiosa, mientras que el pensamiento
teórico se mueve en la posibilidad abstracta. Hay una pasión del entendimiento que
transporta al existente a una tal profundidad de existencia, que se encuentra enteramente
vuelto hacia sí, dominado por el cuidado de la beatitud eterna. El pensador subjetivo nutre
en sí un interés apasionado por su eterna beatitud personal.
Esta subjetividad nada tiene que ver con el subjetivismo gnoseológico. Se trata de una
categoría ético-religiosa, de la actitud del hombre existencial de interés frente a su
problema de salvación personal.
La verdadera subjetividad consiste en ponerse personalmente en relación sólo con
Dios, en referirlo todo a Él y recordar que también los sufrimientos vienen de Él, que es la
subjetividad cristiana.
Para Kierkegaard el individuo existente jamás se convierte en algo necesario y nunca
descubre una identidad dialéctica entre sí mismo, las cosas conocidas y el espíritu absoluto.
Kierkegaard sostenía que el conocimiento de la existencia estaba más allá de las
disciplinas filosóficas y creía sólo accesible a la dialéctica ético-religiosa. No conocía una
metafísica fuera de la metafísica logizante de Hegel, y podía oponer al menos el punto de
vista cristiano de la existencia personal. Por eso, no cabe esperar de él un desarrollo de la
metafísica del ser.
Se encuentran en él observaciones claras sobre los modos del ser. Los modos
auténticos del ser son: el de Dios y el de los individuos existentes. El ser de Dios es el único
lugar de la necesidad, eternidad e inmutabilidad reales; la contingencia, temporalidad y
cambio se encuentran en la existencia finita.
La existencia de los existentes finitos es recibida de Dios, mas no por la vía de
identidad dialéctica y emanación necesaria, sino por el camino de la causalidad libre y
creadora.

Verdad subjetiva existencial


La verdad es la subjetividad. La subjetividad de la verdad deja intacto el contenido
objetivo de la misma, que está fuera de discusión. «Porque la verdad, como la entiende el
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cristianismo, no está (según la entendía Sócrates) en el sujeto, sino es una revelación que
debe ser anunciada».
La verdad objetiva carece de interés para el hombre existente si no intenta
apropiársela. Lo esencial para el hombre no es conocer especulativamente la verdad, sino
estar en la verdad. No hay, por tanto, verdad sino cuando hay verdad para mí, cuando se la
apropia el sujeto y la vive. Y así la verdad objetiva del cristianismo precisa de la
apropiación subjetiva para ser completamente verdadera, y solamente cuando hay unión de
la verdad subjetiva y la verdad objetiva es cuando aparece la verdad en su plenitud.
Kierkegaard piensa en la verdad existencial, o en las verdades ético-religiosas que
exigen ser encarnadas en la acción, en el movimiento de la libertad.
No despreció la validez objetiva de las ciencias, e incluso admitió que se puede
estudiar al hombre por medio de esta reflexión objetiva. Sólo insistió en que esta ciencia
naturalista no es la única manera válida de considerar al hombre. Su conocimiento teórico
es inferior al existencial y nunca llega a la comprensión de la cosa en su modo propio de ser
como sujeto de la existencia.
Las necesidades cognoscitivas del hombre son más amplias que la capacidad del
método científico para satisfacerlas.
Lo existencial en el hombre, como el pecado, es incomprensible a la ciencia teórica.

El individuo humano
Esta idea del individuo la anuncia Kierkegaard como su propia categoría, que resume
su misión en el mundo de restaurar el respeto por la dignidad del hombre individual.
Utilizaba el concepto de individuo para alejar a los hombres de la dispersión de la
vida estética, de su inmersión en lo general, en el vivir anónimo de la masa, y hacerle
recobrar su categoría de ser personal.
Por cobardía ante la existencia quieren los hombres de hoy fundirse en la masa. Trata
de liberar al hombre de la tiranía del pueblo, de las opiniones y modos de pensar de la
colectividad y hacerle tomar conciencia de su responsabilidad como persona singular.
El error de Hegel consiste en haber hecho al género superior al individuo y de haber
reducido al hombre a un género animal dotado de razón.
«Porque en el género animal vale el principio: el individuo es inferior al género. Pero
la especie humana tiene la característica contraria, que el individuo es superior al género,
justamente porque todo individuo es creado a imagen de Dios».
Define al hombre diciendo que es una síntesis de alma y cuerpo, constituida y
sostenida por el espíritu. Es claro que no entiende el espíritu como parte constitutiva del ser
humano distinta del alma. Se trata de que el hombre subordine todo el psiquismo animal
que hay en él, con sus tendencias y pasiones, al dominio de la parte espiritual, que la carne
obedezca al espíritu según el lenguaje paulino, para espiritualizar todo el hombre por la fe y
dejar de ser cuerpo de pecado.
La categoría del singular significa en último término la categoría de la relación con
Dios, y esta relación constituye la pura verdad y santidad cristiana, porque cada individuo
como tal es conocido por Dios y puede conocer a Dios. Ser individuo singular expresa la
única relación con Dios, y es la categoría cristiana por excelencia.
Él mismo declara abiertamente que su doctrina no se refiere a las materias temporales
o socio-políticas, de las que nunca se preocupó, sino a las materias religiosas. En éstas la
multitud no tiene autoridad, pues la comunicación de la verdad es dirigida al individuo y
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recibida por él. En tales materias, la multitud es mentira, y también el comunicar con los
medios fantásticos de prensa, la cual es mentira, pues el comunicador de la verdad es sólo
el individuo.
Por otra parte, predica la igualdad de todos los hombres y el amor a todos en Dios.
Pero no en cuanto multitud, sino en cuanto individuos personales. Su tarea y afán sería
arrancar a todos los hombres del modo de vida de la multitud y hacer de cada uno individuo
singular.

Los estadios de la existencia o etapas en el camino de la vida


Son los tres modos fundamentales de vida humana: estadio estético, estadio ético y
estadio religioso.
Son ideales organizadores de nuestra existencia. Las diferentes etapas se distinguen
entre sí porque piden una adhesión plena y cada una exige ser absoluta en nuestras vidas.
Una vez realizado el salto al modo de vivir superior, la esfera de existencia inferior
no desaparece totalmente, porque hay inclinaciones y necesidades estéticas y éticas en todo
ser humano que no pueden borrarse. Kierkegaard no se opone a admitir que un modo de
existencia ética pueda apropiarse valores estéticos, o que una persona religiosa pueda
incorporarse todo el contenido de la esfera ética; así, los valores estéticos pueden redimirse
y sobrevivir al salto de la fe una vez rechazada su pretensión de absoluto.
Nada más ajeno a esta dialéctica existencial que la identificación hegeliana de la
estructura del pensamiento y del ser. El principio dialéctico de los modos de la existencia es
el individuo, que adopta las decisiones concretas de vida con su libertad personal, no una
supuesta evolución necesaria de la idea. La culminación de la dialéctica hegeliana es la
conciencia de sí completa del Espíritu absoluto, en tanto que la culminación en Kierkegaard
es relacionar al individuo finito con un Dios trascendente y amoroso.

Estadio estético
La vida estética es la de quien se entrega al hedonismo y al goce de los sentidos. Lo
estético es pura espontaneidad, vida de sensaciones, sobre todo en la línea del placer
sensual y del erotismo.
Es la forma de vivir en el instante huidizo e irrepetible. El estético hace abstracción
de lo eterno, porque su voluntad de vivir en el instante y lo sensible es a la vez pecado e
ilusión. Vive del presente, en una vida exteriorizada y sin profundidad, sin relación con la
eternidad.
Sin embargo, nada impide al hombre estético elevarse por encima de los placeres
sensuales, para gozarse en ellos de una manera más refinada mediante el arte.
A fuerza de correr ansioso tras las diversiones y placeres del momento, el hombre
estético se da cuenta de la fugacidad de los goces sensibles, de que no logra dar una
dirección firme a su vida, y la decepción y el disgusto que acompaña al goce se apoderan de
él.
No obstante las apariencias, el romántico es un desgraciado; buscando el placer no
encuentra sino el dolor. No puede sustraerse a la ley del placer, que permanece fatalmente
en lo inmediato, en lo fugaz y caduco del momento.
Tras el aburrimiento, el hedonista cae en la desesperación.
Kierkegaard describirá las diversas formas de desesperación que seguirán incluso al
hombre cristiano en su salto a la fe. Pero hay una desesperación-debilidad, propia del
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hombre que se ignora, inconsciente de su destino espiritual y de su parte de eternidad; una


ignorancia desesperada de ser espíritu, ese absoluto que el hombre puede y debe devenir. Y
es el estado de aquellos que se entregan a la sensualidad, que no conocen sino las categorías
de lo agradable y desagradable, sin cuidado alguno del espíritu, de la verdad y del bien. El
esteta es víctima de la desesperación sin haberla nunca escogido.
Es por la desesperación como el estadio estético declara su fracaso. Todo el que vive
sobre este plano es un desesperado, aunque no lo sepa.
El que en verdad desespera ha roto el círculo de lo finito y despertado a la conciencia
de su valor eterno. De un golpe se ha liberado de la desesperación, porque ha elegido lo que
en la verdad se escoge: su propia persona en su valor eterno. Esto sólo puede hacerse por la
elección libre de una existencia mayor en plenitud. Es el salto al estadio ético.

Estadio ético
El hombre ético es el que pone la moral como primer principio de su conducta y fin
último de su actividad y se propone ante todo la obediencia al deber.
El individuo ético tendrá que hacer una elección absoluta si ha de encarnar el
imperativo incondicional y práctico del deber.
El matrimonio es la situación más propia del estadio ético. Considera el estado
matrimonial como la realización concreta del ideal ético y como la única condición humana
dentro de la cual las exigencias estéticas legítimas pueden ser satisfechas y llevadas a su
plenitud. Porque el lado estético de la naturaleza humana es indestructible y ha de ser
incorporado a la concepción ética, reinstaurando los derechos de la belleza y del goce
sencillo una vez que se ha renunciado a la autonomía de la vida estética como un absoluto.
Todo lo que hay de hermoso y humano en la concepción erótica pagana y el amor
romántico queda incorporado en la institución del matrimonio cristiano. El amor sensual
cae bajo la censura ética por su egoísmo, y esto se debe, a su vez, al apego del alma
romántica al límite estrecho del placer, excluyendo a Dios y a la ley universal. El vínculo
matrimonial es un signo de que la voluntad ética puede dominar el desequilibrio de la vida
estética y darle la estabilidad de una realidad segura y existencia armoniosa.
La moral da ciertamente la solución a los problemas ordinarios de la vida, es decir, a
lo que se define como lo general. Mas por ello mismo hace olvidar al hombre que es y debe
ser un individuo, sometido a deberes personales y revestido de una responsabilidad propia.
La ética, siendo ley de lo general, favorece la tendencia que hay en cada uno de perderse en
la masa.
Kierkegaard sostiene que no hay nada de moral en la multitud y en el número, que el
mal y abominación de los hombres está en que devienen público o masa, sin
responsabilidad ni arrepentimiento. Por ello mismo, la ética se hace incapaz de dar solución
a los casos que implican lo excepcional, pues no resuelve los problemas individuales más
que por las vías comunes. De ahí que la ética puede llegar a ser la gran tentación.

Estadio religioso
El prototipo de la excepción y del escándalo para la mente ética es el caso de
Abraham recibiendo de Dios la orden de sacrificar a Isaac.
Desde el punto de vista ético, Abraham se sitúa delante de lo absurdo y monstruoso.
La ética condenaría tanto el mandato divino, declarándolo imposible e irreal, como la
obediencia del «padre de los creyentes». Éste, sin embargo, obedece y se somete a la
prueba divina, desoyendo la tentación de considerar su acto como una violación de la ley
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moral y de sus sentimientos paternales. Debe llevar su secreto solo, aun a costa de parecer
engañar a su esposa, al criado y a la víctima, que es su hijo. En su aislamiento con Dios,
sólo sostiene a Abraham su fe absoluta en él y sus promesas. Esta fe es la que le conduce
como individuo aislado más allá de los límites de una moral general. El resultado es que la
acción, en apariencia criminal, se convierte en acción santa y agradable a Dios. Al dar a
Dios todo lo que tiene, lo recibe todo de nuevo y rebasando toda medida.
Kierkegaard está en polémica contra la moral de Kant y de Hegel por el aspecto
universal de la ley moral. Estos sostienen una moralidad inmanente, sin una finalidad
suprema que sea exterior a ella, y que es la eterna felicidad del hombre. Tal moral de lo
general no se subordina a la religión ni a Dios, sino la religión a ella. El deber del hombre
es subordinarse, en cualquier circunstancia, al imperativo universal. Si el individuo trata de
afirmarse a sí mismo en su particularidad, aun siguiendo la llamada de Dios, se ha colocado
fuera del orden universal y ha pecado. La universalidad ética se convierte en lo divino, y al
hombre se le prohíbe entrar en relación directa con Dios.
La virtud no es un fin en sí y las leyes morales universales deben hacerse depender a
su vez del autor de las leyes. Si una filosofía convence a un hombre de que su último fin es
cualquier otra cosa que no sea Dios, esta convicción debe anularse aun cuando implique el
derrumbe de tal concepción moral. Kierkegaard apela a la fe de Abraham como ejemplo de
una especie de deber basado directamente en Dios, y no en el carácter universal de la ley.
El individuo no tiene su finalidad en una sumisión a lo general, o en el respeto a la
ley, porque, como tal individuo de la fe y en relación con Dios, está por encima de lo
general. No intenta negar el valor de las leyes morales, pero afirma que éstas han de
subordinarse al deber supremo del hombre de ordenarse a Dios.
Hay deber absoluto para con Dios. El hombre debe definirse como estando en una
relación absoluta con el Absoluto. Se pretende elevar la conciencia a su relación con Dios,
principio de todo deber moral.

Desesperación
El salto cualitativo de un estadio a otro se verifica por una brusca conmoción vital
que sacude al hombre en su propio ser y lo arranca súbitamente de su modo de ser anterior
sumiéndole en el aislamiento de su interioridad.
Angustia y desesperación son puestos en relación estrecha con el pecado y, por ende,
con la conciencia del estar delante de Dios.
Late en el fondo de estos análisis de Kierkegaard la doctrina luterana del pecado
original como corrupción de la naturaleza humana, de la pérdida de la libertad para el bien
y de la justificación por la sola fe en la angustia desesperada de una conciencia culpable y
envuelta en el pecado.
La desesperación es una rebeldía contra lo eterno en el hombre, como un «querer
desligar su yo del poder que lo fundamenta», es una rebeldía contra el modo propio de su
existencia, que es «estar delante de Dios», y al que Dios le constriñe a su ser en cuanto
espíritu.
La raíz de la desesperación está en el desorden metafísico de la relación para con
Dios, de querer alejar de sí la categoría más profunda de su existencia, como es estar
delante de Dios, o al menos de no querer vivir según ella.
Desde la categoría de la conciencia, Kierkegaard encuentra algunas formas de
desesperación.
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La primera es la inconsciente de serlo, la desesperada inconsciencia de tener un yo


eterno. Es la desesperación por ignorancia, propia del paganismo antiguo y moderno, y
mínimo grado de la misma. Pues «cuanta más conciencia tanto más intensa será la
desesperación… La desesperación del diablo es la más intensa de todas, ya que es puro
espíritu y por ello conciencia y transparencia absolutas».
La segunda es la desesperación consciente, del que tiene conciencia de lo eterno de
su yo.
La última forma es la desesperación-obstinación, que lleva a uno a querer
desesperadamente ser sí mismo a expensas de lo eterno. Tal yo desesperado es un yo
activo, con plena conciencia de lo infinito que hay en él, y que quiere desesperadamente
vivir su propio ser, desligado del poder que lo fundamenta, es decir, disponer de sí mismo,
ser su propio creador sin reconocer ningún poder superior, que es el de Dios.
A esta máxima potenciación del desesperar rebelde la llama desesperación
demoníaca, superior al orgullo autosuficiente del estoico, porque lleva consigo la
obstinación y el desafío al poder divino.
«El pecado es la elevación de la potencia de la desesperación». La desesperación es el
fenómeno universal que está en la entraña de todo pecado y estado de pecado, y que lo
manifiesta.
La razón está en que la desesperación descubre el nivel más profundo del yo, en que
se sitúa el pecado, que es el existir delante de Dios.
Sólo la fe restablece la existencia humana en aquel estado de fundamentación en Dios
en que ya no cabe una propia desesperación.
Hay en el estado de la fe un abismo insondable en sus varias dimensiones: entre
creatura y Creador, finito e infinito, tiempo y eternidad, inmanente y trascendente, natural y
sobrenatural; y lo infinito, lo eterno y sobrehumano no se pueden comprender ni explicar.
Por eso, dentro de la esfera religiosa, la razón choca continuamente contra la paradoja y el
absurdo, que es el escándalo para la razón misma. El abismo sólo puede ser salvado por el
salto de la fe, cuyo objeto es precisamente esto inexplicable e incomprensible.

Existencia de Dios
Argumenta contra la pretensión imposible de probar la existencia de Dios. Toda
prueba sobre una cosa supone la existencia de la misma y parte del hecho de que exista.
Kierkegaard tiene delante sólo el argumento ontológico de Spinoza, los racionalistas
y el idealismo del pensamiento puro, según los cuales la esencia envuelve la existencia.
Pero esta existencia es puro concepto. La única clase de existencia que podemos alcanzar
en una forma a priori es un modo de ser ideal que cae por completo en el orden de las
esencias y no determina ninguna existencia real y concreta, incluyendo la de Dios. La
existencia de Dios sólo se manifiesta en el salto de la fe y sólo se alcanza por la fe en el
absurdo de la razón.
Pero, después de la fe, Dios permanece siendo el desconocido, del que el pensamiento
racional nada puede conocer.
Existencia cristiana
El cristianismo es para él no sólo aceptación por la fe del misterio de Cristo, Dios-
hombre, sino imitación de la vida entera de Cristo, que ha de ser norma de vivir para todos
sus seguidores. Por lo mismo, es esencial al cristianismo el sufrimiento, la abnegación y el
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sacrificio hasta el martirio, junto con la pureza del corazón, la lucha contra el mundo y los
placeres de la vida estética que apartan al hombre de la comunión profunda con Dios.
El sufrimiento es el factor decisivo de la existencia religiosa, que revela su
interioridad; cuanto más sufrimiento, más vida religiosa.
La fe es adhesión al Maestro, no a su doctrina.

Juicio crítico

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