Martin Heidegger - EL ORIGEN DE LA OBRA DE ARTE
Martin Heidegger - EL ORIGEN DE LA OBRA DE ARTE
Martin Heidegger - EL ORIGEN DE LA OBRA DE ARTE
MARTIN HEIDEGGER
1935-1936
Versión española de Helena Cortés y Arturo Leyte en: HEIDEGGER, Martin, Caminos de bosque, Madrid,
Alianza, 1996.
Origen significa aquí aquello a partir de donde y por lo que una cosa es lo que es y tal como es.
Qué es algo y cómo es, es lo que llamamos su esencia. El origen de algo es la fuente de su esencia.
La pregunta por el origen de la obra de arte pregunta por la fuente de su esencia. Según la
representación habitual, la obra surge a partir y por medio de la actividad del artista. Pero ¿por
medio de qué y a partir de dónde es el artista aquello que es? Gracias a la obra; en efecto, decir
que una obra hace al artista significa que si el artista destaca como maestro en su arte es
únicamente gracias a la obra. El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista.
Ninguno puede ser sin el otro. Pero ninguno de los dos soporta tampoco al otro por separado. El
artista y la obra son en sí mismos y recíprocamente por medio de un tercero que viene a ser lo
primero, aquello de donde el artista y la obra de arte reciben sus nombres: el arte.
Por mucho que el artista sea necesariamente el origen de la obra de un modo diferente a como la
obra es el origen del artista, lo cierto es que el arte es al mismo tiempo el origen del artista y de la
obra todavía de otro modo diferente. Pero ¿acaso puede ser el arte un origen?
¿Dónde y cómo hay arte? El arte ya no es más que una palabra a la que no corresponde nada real.
En última instancia puede servir a modo de término general bajo el que agrupamos lo único real
del arte: las obras y los artistas. Aun suponiendo que la palabra arte fuera algo más que un simple
término general, con todo, lo designado por ella sólo podría ser en virtud de la realidad efectiva
de las obras y los artistas. ¿O es al contrario? ¿Acaso sólo hay obra y artista en la medida en que
hay arte y que éste es su origen? Sea cual sea la respuesta, la pregunta por el origen de la obra de
arte se transforma en pregunta por la esencia del arte. Como de todas maneras hay que dejar
abierta la cuestión de si hay algún arte y cómo puede ser éste, intentaremos encontrar la esencia
del arte en el lugar donde indudablemente reina el arte. El arte se hace patente en la obra de
arte. Pero ¿qué es y cómo es una obra que nace del arte?
Qué sea el arte nos los dice la obra. Qué sea la obra, sólo nos lo puede decir la esencia del arte. Es
evidente que nos movemos dentro de un círculo vicioso. El sentido común nos obliga a romper
ese círculo que atenta contra toda lógica. Se dice que se puede deducir qué sea el arte
estableciendo una comparación entre las distintas obras de arte existentes. Pero ¿cómo podemos
estar seguros de que las obras que contemplamos son realmente obras de arte si no sabemos
previamente qué es el arte? Pues bien, del mismo modo que no se puede derivar la esencia del
arte de una serie de rasgos tomados de las obras de arte existentes, tampoco se puede derivar de
conceptos más elevados, porque esta deducción da por supuestas aquellas determinaciones que
deben bastar para ofrecernos como tal aquello que consideramos de antemano una obra de arte.
Pero reunir los rasgos distintivos de algo dado y deducir a partir de principios generales son, en
nuestro caso, cosas igual de imposibles y, si se llevan a cabo, una mera forma de autoengaño.
Así pues, no queda más remedio que recorrer todo el círculo, pero esto no es ni nuestro último
recurso ni una deficiencia. Adentrarse por este camino es una señal de fuerza y permanecer en él
es la fiesta del pensar, siempre que se dé por supuesto que el pensar es un trabajo de artesano.
Pero el paso decisivo que lleva de la obra al arte o del arte a la obra no es el único círculo, sino
que cada uno de los pasos que intentamos dar gira en torno a este mismo círculo.
Para encontrar la esencia del arte, que verdaderamente reina en la obra, buscaremos la obra
efectiva y le preguntaremos qué es y cómo es.
Todo el mundo conoce obras de arte. En las plazas públicas, en las iglesias y en las casas pueden
verse obras arquitectónicas, esculturas y pinturas. En las colecciones y exposiciones se exhiben
obras de arte de las épocas y pueblos más diversos. Si contemplamos las obras desde el punto de
vista de su pura realidad, sin aferrarnos a ideas preconcebidas, comprobaremos que las obras se
presentan de manera tan natural como el resto de las cosas. El cuadro cuelga de la pared como un
arma de caza o un sombrero. Una pintura, por ejemplo, esa tela de Van Gogh que muestra un par
de botas de campesino, peregrina de exposición en exposición. Se transportan las obras igual que
el carbón del Ruhr y los troncos de la Selva Negra. Durante la campaña los soldados
empaquetaban en sus mochilas los himnos de Hölderlin al lado de los utensilios de limpieza. Los
cuartetos de Beethoven yacen amontonados en los almacenes de las editoriales igual que las
patatas en los sótanos de las casas.
Todas las obras poseen ese carácter de cosa. ¿Qué serían sin él? Sin embargo, tal vez nos resulte
chocante esta manera tan burda y superficial de ver la obra. En efecto, se trata seguramente de la
perspectiva propia de la señora de la limpieza del museo o del transportista. No cabe duda de que
tenemos que tomar las obras tal como lo hacen las personas que las viven y disfrutan. Pero la tan
invocada vivencia estética tampoco puede pasar por alto ese carácter de cosa inherente a la obra
de arte. La piedra está en la obra arquitectónica como la madera en la talla, el color en la pintura,
la palabra en la obra poética y el sonido en la composición musical. El carácter de cosa es tan
inseparable de la obra de arte que hasta tendríamos que decir lo contrario: la obra arquitectónica
está en la piedra, la talla en la madera, la pintura en el color, la obra poética en la palabra y la
composición musical en el sonido. ¡Por supuesto!, replicarán. Y es verdad. Pero ¿en qué consiste
ese carácter de cosa que se da por sobreentendido en la obra de arte?
Seguramente resulta superfluo y equívoco preguntarlo, porque la obra de arte consiste en algo
más que en ese carácter de cosa. Ese algo más que está en ella es lo que hace que sea arte. Es
verdad que la obra de arte es una cosa acabada, pero dice algo más que la mera cosa: “agorenei”.
La obra nos da a conocer públicamente otro asunto, es algo distinto: es alegoría. Además de ser
una cosa acabada, la obra de arte tiene un carácter añadido. Tener un carácter añadido -llevar
algo consigo- es lo que en griego se dice “simbolein”. La obra es símbolo.
La alegoría y el símbolo nos proporcionan el marco dentro del que se mueve desde hace tiempo la
caracterización de la obra de arte. Pero ese algo de la obra que nos revela otro asunto, ese algo
añadido, es el carácter de cosa de la obra de arte. Casi parece como si el carácter de cosa de la
obra de arte fuera el cimiento dentro y sobre el que se edifica eso otro y propio de la obra. ¿Y
acaso no es ese carácter de cosa de la obra lo que de verdad hace el artista con su trabajo?
Queremos dar con la realidad inmediata y plena de la obra de arte, pues sólo de esta manera
encontraremos también en ella el verdadero arte. Por lo tanto, debemos comenzar por
contemplar el carácter de cosa de la obra. Para ello será preciso saber con suficiente claridad qué
es una cosa. Sólo entonces se podrá decir si la obra de arte es una cosa, pero una cosa que
encierra algo más, es decir, sólo entonces se podrá decidir si la obra es en el fondo eso otro y en
ningún caso una cosa.
Fragmento extraído de https://www.lauragonzalez.com/TC/Heidegger_El_origen_de_la_obra_de_arte.pdf