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Clase 1

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CLASE Nº 1

Introducción del gran Otro. Explicación del esquema Lambda. El yo como construcción imaginaria. El
sujeto analítico. El otro semejante. El lugar de a. Ubicación del muro del lenguaje. Constitución de los
objetos. El lugar del Otro. Ubicación en el esquema de la palabra plena y la palabra vacía. Ubicación del
eje simbólico e imaginario. Explicación de la frase: “el lenguaje sirve tanto para fundarnos en el Otro
como para impedirnos radicalmente comprenderlo”. El lugar del analista.

Bibliografía obligatoria
Imbriano, Amelia - Las enseñanzas de las psicosis, pág. 39-42
Lacan, Jacques - Seminario 2: El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Cáp. XIX:
“Introducción del gran Otro”. Punto 3. P.P. 364/370.

LACAN - Introducción del Gran Otro - 25 de Mayo de 1955


Hoy quisiera proponerles un pequeño esquema que ilustrará los problemas suscitados por el yo y el
otro, el lenguaje y la palabra. Este esquema no sería un esquema si presentara una solución. Ni siquiera
es un modelo. Es sólo una manera de fijar las ideas, que una imperfección de nuestro espíritu discursivo
reclama. No he vuelto a detenerme, pues entiendo que se trata de algo que les es ya bastante familiar,
en lo que distingue a lo imaginario de lo simbólico.
¿Qué sabemos respecto al yo? ¿Es real el yo, es una luna, o es una construcción imaginaria?
Partimos de la idea, que les vengo machacando desde hace tanto tiempo, de que no hay forma de
aprehender cosa alguna de la dialéctica analítica si no planteamos que el yo es una construcción
imaginaria. Nada le quita al pobre yo el hecho de que sea imaginario: diría inclusive que esto es lo que
tiene de bueno. Si no fuera imaginario no seríamos hombres, seríamos lunas. Lo cual no significa que
basta con que tengamos ese yo imaginario para ser hombres. También podemos ser esa cosa intermedia
llamada loco. Un loco es precisamente aquel que se adhiere a ese imaginario, pura y simplemente.
He aquí el esquema.

S es la letra S, pero también es el sujeto, el sujeto analítico, es decir, no el sujeto en su totalidad.


Todo el tiempo nos dan la lata con que se lo aborda en su totalidad. ¿Por qué iba a ser total? Nada
sabemos de esto. ¿Es que han encontrado ustedes seres totales? Tal vez sea un ideal. Yo nunca vi
ninguno. Por mi parte, yo no soy total. Ustedes tampoco. Si fuéramos totales, cada uno sería total por su
lado y no estaríamos aquí, juntos, tratando de organizarnos, como se dice. Es el sujeto, no en su
totalidad sino en su abertura. Como de costumbre, no sabe lo que dice. Si supiera lo que dice no estaría
ahí. Está ahí, abajo a la derecha.
Claro está que no es ahí donde él se ve, esto no sucede nunca, ni siquiera al final del análisis. Se
ve en a, y por eso tiene un yo. Puede creer que él es este yo, todo el mundo se queda con eso y no hay
manera de salir de ahí. Lo que por otro lado nos enseña el análisis es que el yo es una forma
fundamental para la constitución de los objetos. En particular, ve bajo la forma del otro especular a aquel
que por razones que son estructurales llamamos su semejante. Esa forma del otro posee la mayor
relación con su yo, es superponible a éste y la escribimos a'.
Tenemos, pues, el plano del espejo, el mundo simétrico de los ego y de los otros homogéneos. De
él debe distinguirse otro plano, que llamaremos el muro del lenguaje. Lo imaginario cobra su falsa
realidad, que sin embargo, es una realidad verificada, a partir del orden definido por el muro del
lenguaje. El yo tal como lo entendemos, el otro, el semejante, todos estos imaginarios son objetos.
Cierto es que no son homogéneos con lunas: constantemente corremos el riesgo de olvidarlo. Pero son
efectivamente objetos, porque son nombrados como tales en un sistema organizado, que es el del muro
del lenguaje. Cuando el sujeto habla con sus semejantes lo hace en el lenguaje común, que toma a los yo
imaginarios por cosas no simplemente ex-sistentes, sino reales. No pudiendo saber lo que hay en el
campo donde se sostiene el diálogo concreto, se las ve con cierto número de personajes, a', a". En la
medida en que el sujeto los pone en relación con su propia imagen, aquellos a quienes les habla también
son aquellos con quienes se identifica.
Dicho esto, es preciso no omitir nuestra suposición básica, la de los analistas: nosotros creemos
que hay otros sujetos aparte de nosotros, que hay relaciones auténticamente intersubjetivas. No
tendríamos motivo alguno para pensarlo si no fuera por el testimonio de aquello que carácteriza a la
intersubjetividad: que el sujeto puede mentirnos. Es la prueba decisiva. No digo que sea el único
fundamento de la realidad del otro sujeto, sino que es su prueba. En otros términos, nos dirigimos de
hecho a unos Al, A2, que son lo que no conocemos, verdaderos Otros, verdaderos sujetos.
Ellos están del otro lado del muro del lenguaje, allí donde en principio no los alcanzo jamás.
Fundamentalmente, a ellos apunto cada vez que pronuncio una verdadera palabra, pero siempre alcanzo
a a', a", por reflexión. Apunto siempre a los verdaderos sujetos, y tengo que contentarme con sombras.
El sujeto está separado de los Otros, los verdaderos, por el muro del lenguaje.
Si la palabra se funda en la existencia del Otro, el verdadero, el lenguaje está hecho para
remitirnos al otro objetivado, al otro con el que podemos hacer todo cuanto queremos, incluido pensar
que es un objeto, es decir, que no sabe lo que dice. Cuando nos servimos del lenguaje, nuestra relación
con el otro juega todo el tiempo en esa ambigüedad. Dicho en otros términos, el lenguaje sirve tanto
para fundarnos en el Otro como para impedirnos radicalmente comprenderlo. Y de esto precisamente se
trata en la experiencia analítica.
El sujeto no sabe lo que dice, y por las mejores razones, porque no sabe lo que es. Pero se ve. Se
ve del otro lado, de manera imperfecta, ustedes lo saben, a causa de la índole fundamentalmente
inacabada del Urbild especular, que no sólo es imaginario sino ilusorio. Sobre este hecho se basa la
inflexión pervertida que desde hace algún tiempo viene tomando la técnica analítica. En esta óptica se
aspiraría a que el sujeto conglomerase todas las formas más 0 menos fragmentadas, fragmentantes, de
aquello en lo cual se desconoce. Se querría que reuniese todo lo que Vivió efectivamente en el estadio
pregenital, sus miembros esparcidos, sus pulsiones parciales, la sucesión de los oblatos parciales;
piensen en el San Jorge de Carpaccio zampándose al dragón, y en derredor las pequeñas cabezas
decapitadas, los brazos, etc. Se querría permitirle a este yo cobrar fuerzas, realizarse, integrarse, el
pequeñín. Si este fin es perseguido de manera directa, si se toma por guía lo imaginario y lo pregenital,
necesariamente se llega a ese tipo de análisis donde la consumación de los objetos parciales se lleva a
cabo por intermedio de la imagen del otro. Sin saber por qué, los autores que optan por esta vía llegan
todos a la misma conclusión: el yo sólo puede reunirse y recomponerse por el sesgo del semejante que el
sujeto tiene delante de sí; o detrás, el resultado no varía
El sujeto reconcentra su propio yo imaginario esencialmente bajo la forma del yo del analista. Por
otra parte, este yo no resulta simplemente imaginario, porque la intervención hablada del analista se
concibe de manera expresa como un encuentro de yo a yo, como una proyección por el analista de
objetos precisos. En esta perspectiva, el análisis siempre es representado y planificado en el plano de la
objetividad. Lo que hay que procurar, como se escribe, es que el sujeto pase de una realidad psíquica a
una realidad verdadera, es decir, a una luna recompuesta en lo imaginario, y muy exactamente, como
tampoco se nos disimula, sobre el modelo del yo del analista. Existe suficiente coherencia como para
advertir que no es cuestión de adoctrinar ni de representar lo que debe hacer uno en el mundo. Donde se
opera es, obviamente, en el plano de lo imaginario. Por eso, nada se apreciará más que lo que se sitúa
más allá de lo considerado ilusión, y no muro, del lenguaje: la vivencia inefable.
Entre los pocos ejemplos clínicos aportados hay uno breve, muy gracioso, el de la paciente aterrada
ante la idea de que el analista sepa lo que guarda en su maleta. Ella lo sabe y al mismo tiempo no lo
sabe. Todo lo que puede decir es dejado de lado por el analista frente a esta inquietud imaginaria. Y de
pronto se comprende que ahí está lo único importante: ella teme que el analista le quite todo lo que tiene
en el vientre, es decir, el contenido de la maleta, que simboliza su objeto parcial.
La noción de la asunción imaginaria de los objetos parciales por intermedio de la figura del analista
culmina en una suerte de Comulgatorio, por emplear el título que dio Baltasar Gracián a un Tratado de la
santa eucaristía, en una consumación imaginaria del analista. Singular comunión: en la carnicería, la
cabeza con el perejil en la nariz, o incluso el pedazo recortado en el calzón, y como decía Apollinaire en
Les mamellas de Tiresias, Mange Les pieds de tan analyste a la meme sauce, teoría fundamental del
análisis. ¿No hay una concepción diferente del análisis que permita concluir que éste es algo diferente de
la reconstitución de una parcialización fundamental imaginaria del sujeto?
Esta parcialización existe, en efecto. Es una de las dimensiones que permiten al analista operar por
identificación, dando al sujeto su propio yo. Les ahorro los detalles, pero es indudable que el analista
puede, mediante cierta interpretación de las resistencias, mediante cierta reducción de la experiencia
total del análisis a sus elementos exclusivamente imaginarios, llegar a proyectar sobre el paciente las
diferentes carácterísticas de su yo de analista; y Dios sabe que ellas pueden diferir, y de una manera que
reaparece al final de los análisis. Lo que Freud nos enseñó es exactamente lo opuesto.
Si se forman analistas es para que haya sujetos tales que en ellos el yo esté ausente. Este es el
ideal del análisis, que, desde luego, es siempre virtual. Nunca hay un sujeto sin yo, un sujeto plenamente
realizado, pero es esto lo que hay que intentar obtener siempre del sujeto en análisis. El análisis debe
apuntar al paso de una verdadera palabra, que reúna al sujeto con otro sujeto, del otro lado del muro del
lenguaje. Es la relación última del sujeto con un Otro verdadero, con el Otro que da la respuesta que no
se espera, que define el punto terminal del análisis.
Durante todo el tiempo del análisis, con la sola condición de que el yo del analista tenga a bien no
estar ahí, con la sola condición de que el analista no sea un espejo viviente sino un espejo vacío, lo que
pasa, pasa entre el yo del sujeto -en apariencia siempre habla el yo del sujeto- y los otros. Todo el
progreso del análisis radica en el desplazamiento progresivo de esa relación, que el sujeto puede captar
en todo instante, más allá del muro del lenguaje, como transferencia, que es de él y donde no se
reconoce. No se trata de reducir, como se escribe, esa relación, sino de que el sujeto la asuma en su
lugar. El análisis consiste en hacerle tomar conciencia de sus relaciones, no con el yo del analista, sino
con todos esos Otros que son sus verdaderos garantes, y que no ha reconocido. Se trata de que el sujeto
descubra de una manera progresiva a qué Otro se dirige verdaderamente aún sin saberlo, y de que
asuma progresivamente las relaciones de transferencia en el lugar en que está, y donde en un principio
no sabía que estaba. A la frase de Freud, Wo war, soll Ich Ich puede dársele dos sentidos. Tomen a este
Es como la letra S. Allí está, siempre está allí. Es el sujeto. Se conoce o no se conoce. Esto ni siquiera es
lo más importante: tiene o no tiene la palabra. Al final del análisis es él quien debe tener la palabra, y
entrar en relación con los verdaderos Otros. Ahí donde el S estaba, ahí el Ich debe estar.
Es ahí donde el sujeto reintegra auténticamente sus miembros disgregados, y reconoce, reunifica
su experiencia. En el transcurso de un análisis puede haber algo que se forma como un objeto. Pero este
objeto, lejos de ser aquello de que se trata, no es más que una forma fundamentalmente alienada. Es el
yo imaginario quien le da su centro y su grupo, y es perfectamente identificable a una forma de
alienación, pariente de la paranoia. Que el sujeto acabe por creer en el yo es, como tal, una locura.
Gracias a Dios, el análisis lo consigue muy rara vez, pero tenemos mil pruebas de que se lo impulsa en
esa dirección. Nuestro programa para el año próximo será: ¿qué quiere decir paranoia?, ¿qué quiere decir
esquizofrenia? Paranoia, a diferencia de esquizofrenia, está siempre en relación con la alienación
imaginaria del yo.

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