Texto 1 SOUZA, Laura de M. E. Motines, Revueltas y Revoluciones, P. 459-473. - Compressed
Texto 1 SOUZA, Laura de M. E. Motines, Revueltas y Revoluciones, P. 459-473. - Compressed
Texto 1 SOUZA, Laura de M. E. Motines, Revueltas y Revoluciones, P. 459-473. - Compressed
En los albores de 1803 y de paso por Guayaquil, Alexander von Humboldt juz-
gó el colonialismo europeo con severas palabras. Para el sabio alemán ningiin
hombre sensible e ilustrado podria aceptar una larga estancia en las colonias eu-
ropeas. La afliccion y el malestar proceden, asegura Humboldt: «... de que la
misma idea de la colonia es una idea inmoral, esa idea de un pais que esta obli-
gado a entregar a otro los tributos, de un pais en el cual no se puede alcanzar
sino un cierto grado de prosperidad, en el que la industria, la ilustracién no de-
ben progresar sino hasta una meta determinada. Pues más allá de este limite, se-
gún las ideas comunes, la madre patria se enriqueceria menos, mas alld de esta
mediocridad una colonia muy fuerte, econémicamente auténoma, se haria inde-
pendiente. Todo gobierno colonial es un gobierno de la desconfianza» (Von
Humboldt, 1982: 63; traduccion del autor).
El dominio del Estado metropolitano, concretado en el aparato burocratico
y en el oligopolio instaurado por el capital comercial, posibilitard, al final, la
imposicion de un intercambio desfavorable para la colonia, impediré la produc-
ción de articulos que puedan competir con los de la madre patria, beneficiard a
ciertas regiones y grupos en detrimento de otros e impondra pesados impuestos
y deprimentes gabelas. Es importante aseverar que el dominio politico del siste-
ma colonial viene dado por una alianza entre el aparato burocrdtico, represen-
tante del Estado metropolitano y mediador de las clases dominantes en la me-
trópoli, y las diversas fracciones de las clases propietarias, tanto de los medios
de circulacién, como de los medios de produccién imperantes en la formacién
regional.
A finales del siglo xvm, el siglo de la Ilustracién, el hecho colonial hegemé-
nico sufrird, sin embargo, la creciente influencia de una nueva realidad econémi-
ca, de la cual Espafia no fue a su vez más que una fiel emisaria. En resumen, se
puede afirmar que las reformas borbénicas en las colonias hispanoamericanas,
que perfeccionaron la extraccién de recursos para posibilitar el inicio de la revo-
lución industrial en la metrépoli, ampliaron la base de las protestas populares,
especialmente en aquellas regiones donde la falta de circulante, el nuevo reorde-
namiento de los circuitos mercantiles o la mayor eficacia de la extraccién tribu-
taria, agravaron la pobreza de los sectores populares, especialmente los rurales.
UNIVERSIDAD DEANTIOQUIA
BIBLIOTECA CENTRAL
424 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
La Ilustración produjo una reflexión concreta sobre las causas de la crisis y di-
versas propuestas para solucionarla. En los sectores indígenas emergió la necesi-
dad de restaurar sistemas políticos prehispánicos o de desarrollar movimientos
con elementos utópicos. De todos modos, durante el siglo XV, se gestarán los
movimientos de carácter ideológico-político que, a comienzos del siglo XIX, ge-
nerarán la separación definitiva de la metrópoli y la modificación del régimen
político, aunque no el económico y social, de las colonias hispanoamericanas.
fia era una región escasamente poblada y desatendida por el gobierno colonial.
A principios del siglo xvi, dos religiosos jesuitas habían logrado organizar a es-
tos primitivos agricultores en una misión con ocho comunidades bien estructu-
radas a orillas del rio Yaqui. Libre de cualquier competencia secular, se implan-
tó en esta region de frontera una «paz jesuita» que duró hasta el ascenso de los
Borbones al poder. La flamante dinastia estimuló en el virreinato la apertura de
nuevas fuentes de ingresos para las cajas fiscales, basada en la mineria y total- '
mente dependiente del acceso a la población indígena organizada en las misio-
nes para la obtención de mano de obra, lo que originó una fuerte resistencia de
los jesuitas.
El problema específico era la secularización de-las misiones propiciada por
los colonos y las autoridades-dela Corona. Los jesuitas, por su parte, perpetua-
ron deliberadamente su gobierno paternalista para justificar su propia permane-
necia en esta región de frontera. De esta experiencia surgió un pequefio grupo de
yaquis aculturados que quebrantaron el aislamiento de los indios, tan celosa-
mente salvaguardado por los padres, y que se constituyeron en líderes de la re-
vuelta. Instigados por el gobernador espafiol Huidobro, estos yaquis ladinos pre-
sentaron directamente a las autoridades del virreinato quejas relativas a los
abusos de los jesuitas, por lo que los misioneros decidieron encarcelar a los ca-
becillas El Muni y Bernabé, aunque gracias a un motin éstos pronto fueron libe-
rados. Las relaciones entre los indios y los religiosos se agravaron con la llegada
de un misionero estricto, y especialmente con las inundaciones a comienzos de
1740 que provocaron una hambruna y el subsecuente saqueo de la misién, los
ranchos espafioles y los reales de minas por los yaquis y por otros indios que
buscaban comida. Desde finales de mayo hasta su rendicion en octubre, los re-
beldes despojaron de yoris (blancos) una zona de más de cien leguas, desde el rio
Fuerte al Sur, hasta la Pimeria Alta en el Norte. Los vecinos espafioles huyeron a
Alamos y a otros poblados más al Sur.
Lejos de ser una guerra de castas que buscara el aniquilamiento de los blan-
cos, los rebeldes dirigian su violencia principalmente contra las propiedades es-
paiiolas: casas, almacenes y minas; sin embargo respetaron las propiedades de la
misién. Durante esta fase activa de la rebelion, los indios al parecer no tuvieron
un liderazgo claro, pues El Muni y Bernabé se encontraban entonces en México
para presentar sus reclamaciones al virrey. En julio y agosto, un grupo rebelde
ataco la ciudad de Tecoripa pero fue derrotado, con muchas pérdidas, por las
milicias del capitan Vildésola, en quien los desmoralizados colonos y los misio-
neros encontraron su caudillo. Otros importantes triunfos de los espaiioles en el
Sur y el retorno de Bernabé desde México fueron la ocasién para pactar la paz.
A comienzos de 1741, el gobernador Huidrobo, acompafiado de Bernabé y El
Muni, recorrié los pueblos yaquis, levanté, censé, confisco las armas y devolvié
las propiedades y el ganado robados a sus antiguos duefios. A su vez los yaquis
que no volvieron a los campos optaron por el trabajo voluntario en las minas, lo
que les permiti6 no entregar el excedente agricola como tributo y alcanzar, hasta
finales del periodo colonial, un equilibrio entre la defensa de sus propias comu-
nidades y la cooperacion con la sociedad y economia yoris (Hu-De Hart, 1990:
135-163; también Navarro Garcia, 1966; Florescano, 1969a: 43-76).
426 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
las promesas no se cumplieron, afios más tarde se reiniciaron las campafias que
duraron hasta comienzos del siglo xx. Los espafioles tampoco reconocieron lo
pactado en 1729 con los chiriguanos del Chaco occidental. Sus alzamientos du-
raron hasta 1892 con el apresamiento y muerte de su último gran jefe, pero su
pueblo mostró una inquebrantable voluntad de supervivencia que le ha permiti-
do, hasta nuestros dias, habitar parte de su territorio ancestral. El ataque de los
indios abipón, en 1746, a un convoy de carretas que se dirigia a Buenos Aires,
fue la ocasión tan esperada de los espaiioles para reducirlos en parte y trasladar-
los, junto con los tobas, a los valles y altiplanos de Jujuy y Salta. Estos indios sa-
cudidos por la guerra fueron los primeros en responder, en territorio actualmen-
te argentino, a la llamada de rebeldía de José Gabriel Condorcanqui, más
conocido como Túpac Amaru, iniciado en Tinta en 1780. Las matanzas que si-
guieron al levantamiento de Condorcanqui despoblaron y transformaron las co-
marcas del Noroeste argentino, las que desde entonces quedaron reducidas a la
aridez y al aislamiento (Hernández, 1995: 153-173).
Entre los ejemplos de la indomable resistencia de las sociedades aborígenes -
de frontera a las expediciones de conquista están las luchas de los pueblos indios
asentados en la Ceja de Montaiia, al este de los Andes. Sobre más de 3 000 kiló-
metros, los Andes orientales han conocido una confrontación plurisecular entre
los Estados andinos, entre ellos el Tahuantinsuyo, y las sociedades igualitarias
amazónicas, confrontación que, bajo otras circunstancias, ha proseguido duran-
te las tres centurias coloniales y casi 200 afios republicanos. Es, por lo tanto,
comprensible que la administración de estas regiones se encargara, durante mu-
cho tiempo, a las misiones, por lo que las acciones de resistencia indigena se de-
sarrollaron especialmente contra los misioneros (Renard-Casevitz, Saignes, Tay-
lor, 1988, II: 197-214).
Ya desde los contactos iniciales del siglo Xv1 son conocidas como formas de
resistencia indigena las denominadas por Fernando Santos (1991: 213-236)
«confederaciones militares interétnicas» del piedemonte oriental, .que no han
sido sino una constante en la historia de la Amazonia. Interés especial tiene la in-
surreccion de los pueblos de habla pano del Medio y Alto Ucayali, en 1766. Ca-
torce afios antes, el colegio de los misioneros franciscanos de Ocopa recibió el
encargo de convertir a los indios del Huallaga central, desde donde se propusie-
ron extender sus correrias misionales hasta el Ucayali. Su primer contacto con
los pano fue a través de Runcato, jefe de una pequefia parcialidad de Setebo.
Gracias a sus gestiones se establecié la primera misión con el nombre de San
Francisco de Manoa. Quizas los efectos de la epidemia de 1761 en el volumen de
poblacién y en la organizacion social indigena, asi como el conocimiento directo
de que las misiones no eran sino avanzadas de una colonizacién permanente es-
paiiola y las posibilidades de establecer confederaciones-militares intraétnicas e
incluso entre varias etnias enemigas entre si, fueron los elementos clave de la or-
ganizacion subversiva que, en este caso, concluyó con éxito para la parte indige-
na: entre 1766 y 1790, los pano no sélo consiguieron mantener a los espafioles
fuera de la cuenca del Ucayali, sino que realizaron incursiones por el Alto Ama-
zonas. La sublevacién de los pano puso fin a la evangelizacién en Manoa. Du-
rante la misma murieron a manos de los rebeldes 15 religiosos franciscanos, cua-
432 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
En febrero de 1753 se produjo ur' primer conflicto entre los indios que esta-
ban bajo la dirección del cacique Sepé Tiarayú y una comisión de límites hispa-
no-lusitana. Los indios manifestaron estar dispuestos a defender su territorio,
que les habia sido concedido por Dios y san Miguel, con 9000 soldados. Des-
pués de una deliberación exhaustiva, la comisión decidió retirarse. También la
campafa iniciada en 1754 por el gobernador Andonaegui contra las reducciones
rebeldes fracasé en sus comienzos. En la segunda campaiia del afio 1756, el go-
bernador consigui6 aplastar la rebelién de las reducciones. En esta ocasién, aun- *
que Sepé Tiarayú aparece como el jefe principal de los rebeldes, alcanzé mas re-
nombre el cacique Nicolds Neenguird, apoyado por su lugarteniente Cristébal
Paracatú. Este último estuvo al mando de una fuerza de 400 indios armados con
lanzas, flechas y hondas que luché contra los soldados enviados desde Buenos
Aires; en el arroyo de Daimar, en octubre de 1754, fueron derrotados los indios.
Posiblemente la autoridad de Paracatii se limitaba a una parte del ejército de las
reducciones, ya que en una carta enviada a su persona, con fecha 22 de agosto
de 1754 aparece la firma «Yo vuestro superior Capitin Nicolds Neenguiri, na-
tural de Concepción».
Según una comunicacion dirigida al gobernador espafiol Andonaegui, en
abril de 1756, dos meses después de la derrota de los alzados en Caybaté, adon-
de no llegaron a tiempo tropas indigenas de refuerzo, Nicolds Neenguiri justifi-
có que él y su pueblo habian tomado las armas para proteger a los siete pueblos
de la intervencién portuguesa, conducta justificada por la larga tradicién de lu-
chas contra sus enemigos ancestrales los portugueses y que fue apoyada por los
misioneros jesuitas. El cacique Neenguird es con toda probabilidad el lider indi-
gena que se transformé en Europa en el personaje principal de la leyenda de
«Nicolds I, rey del Paraguay» o «Emperador de los Mamelucos» que sirvió
como simbolo para acusar a la Compania de Jesús de haber consolidado en la
utépica América el «Estado jesuitico del Paraguay» (Becker, 1987: 95-125; Car-
dozo, 1991: 129-144).
No sélo los grupos indigenas rechazaron los reordenamientos territoriales de
las colonias de América. Apenas cinco afios después de la adquisicién de la Lui-
siana occidental por Espaiia en 1768, el pueblo de Nueva Orleans se rebelé con-
tra las nuevas autoridades coloniales y expulsé al primer gobernador enviado
por la Corona espafiola, el célebre cientifico Antonio de Ulloa, a quien sucedió,
un afio después, Alejandro de O’Reilly. Aunque son varias las causas de esta re-
belion, su caracteristica principal es la resistencia de los colonos franceses a
aceptar la nueva administracion espafiola, con su impopular legislacion comer-
— cial. El nuevo gobernador, acompafiado de tropas, logró sofocar definitivamente
la insurreccion y garantizar el orden (Laviana Cuetos, 1986: 478-479).
siásticas contra los enemigos de Lamadriz quien, a su vez, convocó a los pueblos
de indios para que se sublevaran contra la Audiencia. Amparados en los despa-
chos del visitador sus seguidores denominados tequelies (engafiadores, rudos)
bloquearon los caminos, se negaron a pagar tributos, fortificaron sus asenta-
mientos, armaron hasta a sus mujeres y aun atacaron victoriosos a las escuadras
enviadas como vanguardia del ejército. Incluso los mulatos de la costa pretendie-
ron apoyar al visitador, pero sus huestes fueron bloqueadas por tropas fieles a la
Audiencia. La proximidad del ejército, sin embargo, sembró el desaliento entre
los naturales y los capitanes rebeldes; después de tomar Tapachula, las tropas
audienciales vencieron y pusieron en fuga a los tequelies de Huehuetán, cuyos
cabecillas buscaron refugio en parajes recónditos. Con la sublevación desmante-
lada, Lamadriz buscó asilo en Campeche, mientras el ejército, con el pretexto de
la captura de los tequelies, se dedicó al pillaje y la destrucción, aunque no pudo
doblegar a los mulatos de Chipilapa y San Diego, en la costa occidental de Gua-
temala, quienes se mantuvieron alzados durante más de un afio con una guerrilla
que hostigaba la región.
El control efectivo volvió a manos de las autoridades de la Audiencia sólo
con el nombramiento de un nuevo presidente y con la orden de prisión expedida
por la Real Cédula del 4 de octubre de 1701 contra el exvisitador, como causan-
te de los disturbios en Guatemala. Gómez de Lamadriz fue hecho prisionero
mientras se dirigía a Chiapas, remitido luego a Veracruz y de allí a la cárcel de
corte de México, donde permaneció hasta mediados de 1708, cuando fue envia-
do a Espaiia. Allí le absolvieron del cargo de proclamarse rey pero le condena-
ron a la restitución de fuertes sumas de dinero, a la privación de todo empleo en
la administración de justicia y a perpetuo destierro de los reinos de las Indias
(León Cázares, 1992: 139-145; Solano y Pérez Lila, 1974).
En el caso anterior, una alta autoridad colonial asumió el liderazgo de un am-
plio movimiento subversivo; en cambio en 1712-1713, durante la rebelión de las
comunidades indígenas tzeltales y zendales, fueron los indios principales y los di-
rigentes de las cofradias quienes tomaron parte activa en su dirección. A comien-
zos del siglo xvm, la nación indigena tzeltal, que ocupaba las tierras altas de la al-
caldía mayor de Chiapas, entonces territorio perteneciente a la Audiencia de
Guatemala, estaba concentrada en 23 pueblos alrededor del centro administrati-
vo ladino-espaiol de Ciudad Real (actualmente San Cristóbal), capital de la pro-
vincia de Chiapas y sede del obispado. Las comunidades tzeltales, aunque conser-
vaban sus tierras comunales y eran regidas por sus autoridades, debian tributar a
la Corona y pagar los impuestos eclesidsticos, al mismo tiempo que eran explota-
dos por los comerciantes ladinos. En el agravamiento de esta situacién se debe
buscar la principal causa de la revuelta de 1712, verdadera guerra de casta, lo
que se expresé en el descontento de los indios por las exacciones del alcalde ma-
yor Martin Gonzélez de Vergara y por el incremento de los impuestos eclesidsti-
cos ordenados por el obispo de Chiapas, Juan Bautista Alvarez de Toledo, a todo
lo cual se sumó el combate emprendido por los frailes dominicos contra los cultos
ancestrales indigenas considerados idolatricos (Klein, 1966: 247-263).
Desde sus inicios, el movimiento tuvo claras implicaciones religiosas, lo que
ha llevado a algunos investigadores a calificarlo como una «rebelién mesidnica
436 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
como los del anterior, contándose entre ellos la conquista de Sorata y el asedio
de La Paz. En el Alto Perú se destacó entonces como principal caudillo Julián
Azapa o Túpac Catari, cuyo movimiento, aunque está relacionado con el de Tú-
pac Amaru, presenta características propias. En la Audiencia de Charcas es más
exacto hablar de varias rebeliones indígenas, entre 1780 y 1782, que de una su-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 447
blevación general que responda a una organización central, con plan y con estra-
tegia comunes. Es correcta, por lo tanto, la opinión de María Eugenia del Valle
de Siles (1990) de que este levantamiento tiene variantes tan peculiares que ha-
cen de él uno de los movimientos más originales dentro de las sublevaciones in-
dígenas del siglo xvIm, aunque son claras las relaciones con el movimiento tupa-
marista y la concepción quechua de subordinar a sus intereses las movilizaciones
del pueblo aymara.
En los primeros meses de la actuación de Túpac Catari, aunque no hay una
dependencia, existe una conexión con los ideales de Túpac Amaru. Desde abril la
acción de Catari fue más autónoma, especialmente en lo que respecta al sitio de
La Paz y a la sujeción de las provincias de Pacajes, Sicasica y Yungas. Bajo su
mando 40000 indios iniciaron, el 13 de marzo de 1781, el primer sitio de La
Paz, que dur 109 dias. Según algunos cálculos, no menos de 10 000 habitantes
perdieron la vida. Con la batalla de Cuzco, el asedio de La Paz es el aconteci-
miento más importante de la Gran Rebelión de 1780-1781. La ciudad contaba
en la época con 23000 habitantes blancos y mestizos y por su orografía no era
preciso rodearla en su totalidad; bastaba con cerrar los caminos de acceso, en
particular el llamado «Alto de La Paz» y presionar a sus habitantes con el ham-
bre. Pese a esto y a su superioridad numérica, las valerosas huestes indígenas no
lograron apoderarse de la plaza fortificada, porque su armamento era muy infe-
rior al de las fuerzas realistas, especialmente por la escasez de armas de fuego y la
frecuente traición de los mestizos y espafioles americanos que las manejaban.
Mientras el asedio continuaba, el presidente de la Audiencia de Charcas y co-
mandante de armas del virreinato de La Plata, Ignacio Flores, organizó un ejérci-
to para socorrerla y el 1 de julio rompió el cerco de La Paz. Después de su ingre-
so a la ciudad, los indios prosiguieron una guerra de guerrillas en los altos de la
una. Mientras tanto, muchos soldados que vinieron con Flores desertaban y,
cargados de despojos, volvían a sus casas. Estas circunstancias obligaron a Flores
a emprender la retirada y buscar nuevos contingentes. El 4 de agosto abandonó
La Paz y de inmediato las tropas indígenas ocuparon sus antiguas posiciones.
A mediados de agosto se incorporó a los rebeldes Andrés Túpac Amaru y
con él se decidió, como en Sorata, inundar parte de la ciudad con la construc-
ción de una represa en las cabeceras del río Choqueyapu, que atraviesa la ciu-
dad. La inundación no dio el resultado esperado pero el hambre que padecían
sus habitantes los llevé a la decisión, el 15 de octubre, de abandonar la ciudad si
no recibían auxilio inmediato. Éste llegó dos dias después, bajo el mando del te-
| Reseguín, lo que obligó a las huestes indígenas a retirarse: Túpac
ó a los cerros de Pampajasi, mientras las tropas de Andrés Túpac
Amaru se encaminaron al Santuario de las Pefias. Posteriormente Andrés se diri-
gió a Azángaro, para tomar parte en las deliberaciones sobre las propuestas de
paz y perdón general publicadas por el virrey de Lima. Después de un descanso,
Reseguin emprendió la campafia contra las tropas de Túpac Catari y le derrotó,
por lo que el caudillo altoperuano se dirigió al Santuario de las Peiias, para, jun-
to a Miguel Túpac Amaru, organizar juntos la resistencia a los realistas. Pero ya
era tarde, pues las diferencias entre la dirección política de los Túápac Amarus y
Túpac Catari se hacian evidentes, por lo que se habían iniciado las propuestas
448 SEGUNDO E. MORENO YANEZ
Quizás porque ocupaban el último peldafio de la escala social, los estudios sobre
la resistencia de los esclavos negros y de los mulatos han cobrado tardía vigen-
cia. Una afirmación similar se puede formular sobre las investigaciones históri-
cas referentes a las «sociedades cimarronas» y al establecimiento de los «palen-
ques de negros». En estos casos, se ha podido incluso reconstruir el desarrollo
cultural de las sociedades cimarronas y no considerar esas áreas únicamente
como lugares de refugio temporal de los esclavos huidos.
Entre las sociedades cimarronas organizadas en palenques quizás una de las
más conocidas sea la de la provincia de Cartagena. La creación de palenques no
era asunto nuevo en las provincias que utilizaban abundante mano de obra
esclava. Ya en 1612, la Ciudad de México sufrió una sublevación de cimarrones,
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MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 449
que hizo pensar en un posible intento de asedio y asalto. Dada la alta propor-
ción de población africana en varias regiones de Nueva Granada, las autorida-
des coloniales y la población blanca vivían bajo el temor de una sublevación ge-
neral del elemento negro, encabezada por los cimarrones, en alianza con grupos
de extranjeros y piratas. En 1721 todavía en Cartagena se recordaba la resisten-
cia de los palenques, tres décadas atrás, y la memoria de Domingo Bioho, el
«Rey Benkos», aún estaba fresca. En la gobernación de Popayán fue célebre el
palenque de Castillo, en el valle del río Patía, de donde salían los cimarrones a
cometer asaltos y depredaciones en los territorios circunvecinos. El gobierno tra-
tó de someterlos por la fuerza, en varias ocasiones, con resultados negativos, por
lo que la Audiencia de Quito intent6 su reduccién pacifica en 1732, ofreciéndo-
les la libertad a condicién de que no admitieran nuevos profugos, oferta que no
se cumplié. El gobernador de Popayan armé una expedición con 100 hombres
armados, que derrotaron a los cimarrones el dia del Corpus de 1745. Esta y
otras experiencias se recordaban en Popayin, por lo que se propuso, en 1777, la
formacion de milicias para la defensa de esa gobernacién (Palacios Preciado,
1984: 301-346; Escalante, 1981: 72-78).
Cada vez que los esclavos veían una oportunidad para vengarse de los mal-
tratos de que eran victimas, se sumaban a los enemigos de los espafioles, fueran
&stos corsarios o piratas. Cuando en 1726, el inglés Hossier cruzaba con su bar-
cos frente a La Habana, se sublevaron los esclavos de algunos ingenios situados
al Suroeste de la ciudad, reclamando su libertad. En 1731, cansados de los mal-
tratos, los esclavos que trabajaban en las minas del cobre se levantaron en armas
y se declararon libres. Fueron temporalmente sometidos por el gobernador de
Santiago de Cuba, por lo que durante varios afios, los negros rebeldes continua-
ron intranquilizando la comarca, hasta que alcanzaron la completa libertad. En
Cuba, los palenques fueron el signo de la resistencia africana. Antes de 1788,
anota Humboldt en su Ensayo politico sobre la isla de Cuba que muchos negros
cimarrones estaban apalencados en las colinas de Jaruco. Segin las actas de ca-
bildos de Santiago de Cuba, en 1815, cerca de la ciudad se habia formado un
palenque con más de 200 bohios. La figura más destacada entre los negros re-
beldes era Ventura Sanchez, más conocido con el apelativo de Coba, y su lema
era «tierra y libertad». Sánchez fue apresado en 1819, pero prefiri6 darse muer-
e, antes que aceptar nuevamente la servidumbre (Franco, 1981: 43-54).
En la Capitania General de Venezuela, desde el siglo xvi hubo numerosos
focos de cimarrones, pues la única forma de liberacion de los esclavos era la hui-
individual y el establecimiento de comunidades lejos de los asentamientos es-
les. El gran número de cumbes o aldeas de cimarrones demuestra una in-
ble rebeldia, no practicada en guerras organizadas, sino vivida en centros
e liberación y en niicleos de comercio clandestino. El caso del cumbe de Ocoy-
que fue desbaratado por las autoridades coloniales y por los hacendados en
1, demuestra no una forma de resistencia violenta, sino más bien el estableci-
de comunidades aisladas, en sitios inaccesibles, como medio de alcanzar
Jibertad. Esta experiencia de los cimarrones seria usada desde 1810 bajo la je-
rua de los criollos, quienes les prometieron la libertad a cambio del apoyo a
guerras independentistas (Acosta Saignes, 1981: 64-71).
450 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
en
Se ha mencionado ya la participacion de mestizos y aun de blancos criollos
castas
algunas rebeliones del siglo xvmm. La participacion de miembros de estas
casos, a los mo-
tiene motivaciones economicas y se limitó, en la mayoria de los
cargas tributa-
vimientos subversivos suscitados contra la imposicion de nuevas
rias o de reformas en su cobranza. Por ejemplo, entre 1717 y 1723, al instaurar
ores, asi como
la Corona, en Cuba, el estanco de tabaco, los vegueros o cultivad
En
los comerciantes del ramo y los terratenientes se opusieron a esta medida.
y se di-
1717, unos 500 vegueros se reunieron en la localidad de Jesiis del Monte
al verse
rigieron a La Habana, donde obligaron al capitan general a renunciar,
seria
impotente para dominar la situacion. En 1720, al anunciarse que el tabaco
los
pagado a los cosecheros a plazos, se produjo un segundo levantamiento de
el suministro de carne a La Habana. Una nueva
wvegueros, que obstaculizaron
on medi-
oposición al estanco hizo crisis en 1723. Entonces los vegueros adoptar
volume n de las cosecha s y exi-
das para evitar el descenso de los precios, fijar el
finaliza ron con una seve-
gir su pago en efectivo. En esta ocasión, los desérdenes
ellas en el choque
ra represion militar que causó 20 victimas, la mayoria de
la Corona
armado que tuvo lugar en Santiago de las Vegas. De todos modos,
factoria y con-
tuvo que renunciar temporalmente, en estos afios, al sistema de la
Estas malas
ceder la extracción de tabacos de Cuba a comerciantes privilegiados.
de nuevas
experiencias indujeron además a la Corona a suspender la imposición
mediado s de siglo, cuando reapare cieron
reformas fiscales importantes, hasta
1986: 487-488;
violentas conmociones en todo el continente (Laviana Cuetos,
Jiménez Pastrana, 1979).
re-
— — Aunque la encomienda fue una institución típica del siglo xv1, en algunas
en la provinc ia de
giones como Yucatán y Quito sobrevivió hasta el siglo xvm;
452 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
rigentes de la ciudad con apoyo del cabildo, a causa del nombramiento, como
justicia mayor de la ciudad, de un vizcaino que se propuso actuar enérgicamente
contra el contrabando. El lema del pueblo amotinado fue «abajo los vascos». La
hábil actuación del gobernador logró apaciguar el movimiento.
Poco después, en 1744, se produjo la «Rebelión del Tocuyo» iniciada por
los reclutados para reforzar la guarnición de Puerto Cabello que temia ser trasla-
dada a las factorías de los guipuzcoanos. Aunque los líderes del motin fueron
mestizos y mulatos, no hay duda de que los instigadores eran los funcionarios -
municipales y vecinos de las clases acomodadas de la ciudad. Parece que tam-
bién este movimiento acabé de forma análoga al motin de San Felipe, por con-
suncién propia y sin violencia. El que alcanzó mayor importancia fue el levan-
tamiento contra la Compaiifa Guipuzcoana encabezado por el canario Juan
Francisco Leon y que ha sido juzgado como una conmocion social regionalista
contra los nortefios o como un movimiento precursor de la independencia politi-
ca de Venezuela. En abril de 1749, el hacendado León fue destituido de su cargo
de juez de comisos en Panaguire y sustituido por un vizcaino propuesto por la
‘Compaiifa. Como nadie hizo caso a su propuesta, León marché hacia Caracas al
frente de varios centenares de agricultores de cacao y alli consigui6 el apoyo del
cabildo, que declaré que la Guipuzcoana era notoriamente perjudicial para los
intereses criollos. Aunque el gobernador, presionado por las circunstancias, de-
claré un indulto general, posteriormente se retractó y su sucesor inici6 una dura
persecucion contra los sublevados. León se entregó a las autoridades y fue envia-
do a Espaiia, donde muri6 en 1752 (Laviana Cuetos, 1986: 484-486; Felice Car-
dot, 1961; Morales Padron, 1955).
Entre los tipicos movimientos antifiscales contra las reformas borbénicas
debe considerarse la «Rebelién de los Barrios de Quito», de 1765. Los protago-
nistas fueron los moradores de los barrios de San Blas, Santa Barbara, San Se-
bastian y especialmente San Roque, mestizos en su mayoria, quienes saquearon
el estanco de aguardiente, incendiaron la oficina de la alcabala, vulgarmente de-
nominada aduana, liberaron a los presos y se mantuvieron en rebeldia durante
algún tiempo. La administracién borbénica introdujo el «estanco» del aguar-
diente y el control directo de la alcabala. La rebelién estallo el 22 de mayo de
1765, unos dias antes de la fiesta del Corpus. Aunque después del motin suspen-
dieron las medidas, no se logré superar la inestabilidad social y se produjeron
represalias oficiales contra los arrestados. En plena fiesta de San Juan, el 24 de
junio, nuevamente se sublevó la plebe para protestar por la muerte de algunos
vecinos de San Sebastidn, que habfan sido asesinados por las tropas del corregi-
dor. Las casas y los comercios de los espafioles peninsulares fueron saqueados y
los amotinados atacaron varias veces el palacio de la Audiencia. Las autoridades
no tuvieron más opcién que aceptar una virtual capitulacién, expulsar a varios
peninsulares y promulgar una amnistia general. La situacion de zozobra finalizé
con la llegada de las fuerzas enviadas desde Guayaquil por los virreyes de Lima y
de Santa Fe, bajo el mando de Zelaya, para someter a los rebeldes. Con Zelaya y
bajo el amparo de su tropa pudieron regresar a la ciudad los espafioles peninsu-
lares que habian sido expulsados de Quito (McFarlane, 1989: 283-330; An-
drien, 1990: 104-131; Minchom, 1996: 203-236).
454 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
Parecidos fueron los motines contra el estanco del tabaco en Chile, en 1775
(Carmagnani, 1961: 158-195) y las representaciones contra la política fiscal en
Buenos Aires, en 1778, encabezadas por el cabildo y dirigidas especialmente
contra la imposición del estanco de tabaco y la pérdida de los fueros municipales
(Lewin, 1957: 185-195). Ya desde 1776 el pueblo de La Paz demostró con pro-
testas su descontento contra el aumento de gravámenes y la extorsión fiscal.
Cuanto más se acercaba el afio 1780, más violentas eran las protestas populares,
especialmente entre los comerciantes, los trajinantes o transportistas y los artesa-
nos. Una verdadera sublevación tuvo lugar en marzo de 1780, cuando los amoti-
nados obligaron a los campaneros de las iglesias de La Paz a echar a vuelo las
campanas en sefial de incendio.
Congregados los sublevados, en los dias siguientes lograron que el cabildo
ampliado suspendiera la aduana y rebajara el derecho de alcabala al porcentaje
que se pagaba antes de las innovaciones. Como en otros movimientos subversivos
de las ciudades, las autoridades espafiolas no se atrevieron a formar causas suma-
rias, mientras los caudillos entregaban al pueblo breves manifiestos revoluciona-
rios llamados en el lenguaje de la época pasquines. En uno de ellos, encontrado
en La Paz el 4 de marzo de 1780, no se enuncia la consigna de los primeros inde-
pendentistas americanos: «Viva el rey y muera el mal gobierno», sino «Muera el
rey de Espaiia, y se acabe el Perú, pues él es causa de tanta eniquidad».
También en Arequipa se desarrollaron movimientos subversivos a principios
de 1780, contra el aumento de los gravámenes y otras medidas fiscales borbóni-
cas, como el intento de equiparar a los mestizos y mulatos con los indios, para
exigirles el correspondiente tributo. Desde el 5 de enero aparecieron varios pas-
quines; alguno de ellos no sólo vituperaba a la aduana, sino que aclamaba al rey
de Gran Bretafia, como «amante de sus bazallos», en un momento en que se de-
sarrollaba la guerra entre Espaia e Inglaterra. Los rebeldes arequipefios no sólo
fijaron pasquines, sino que influidos por lo sucedido en Quito 15 afios antes,
asaltaron la aduana y destruyeron los papeles. El corregidor anunció el cierre de
la aduana, mientras pedia ayuda militar a Lima. Con la llegada de las tropas li-
menas se impuso el orden, pero no se levantaron horcas en la ciudad, sino mas
bien se publicé un perdon general para todos los complicados en estos sucesos.
No sucedié lo mismo con los promotores de la conspiraciéon de Cuzco quienes,
bajo el liderazgo del platero Lorenzo Farfin de los Godos, intentaron seguir el
ejemplo de Arequipa. La actividad del grupo subversivo se conoci6 en la antigua
capital incaica gracias a la aparicion de un pasquin que instaba a la rebelién
contra los nuevos impuestos. Los detalles de la trama revolucionaria se supieron
gracias a la violacion del secreto de confesion por parte de un fraile agustino; de
inmediato los principales conspiradores fueron apresados y condenados a muer-
te. La ejecucion de Farfan de los Godos y sus compaiieros se realizé en la plaza
de Cuzco el 30 de junio de 1780, mientras el cacique de Pisac, Bernardo Tam-
bohuasco, logré escapar, aunque fue posteriormente apresado y ejecutado el 17
de noviembre, cuando ya habia estallado la rebelion de Túpac Amaru (Lewin,
1957: 151-179; Angles Vargas, 1975).
La introduccién de las reformas borbénicas en Nueva Granada provocó, en
octubre de 1780, motines populares en Barichara, Simacota y Magote que fue-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 455
América.
Aunque coinciden los movimientos subversivos en
una común plataforma de
lucha ante las medidas econémicas propuestas por
la Corona espafiola en la se-
gunda mitad del siglo XvII, se nota una disociacién
de intereses entre los suble-
vados indigenas y los criollos o mestizos. No se puede
olvidar que, para estos úl-
timos sectores de la poblacién, el indio era la princi
pal y más barata fuerza de
trabajo, por lo que era frecuente la alianza de blanco
s y mestizos con las autori-
dades coloniales para someter y pacificar, incluso por
la via violenta, a los indios
rebeldes. Son ejemplos contundentes las rebeliones
lideradas por Túpac Amaru y
a aaa
intervención de algún símbolo sagrado que incita a rebelarse contra los opreso-
res. En la América andina, los iconos cristianos y las experiencias religiosas no
apoyan a los rebeldes indigenas, sino que la religión oficial y la popular siempre
están de parte de blancos o mestizos. Ya durante la rebelión del Inca Manco, en
los afios de la Conquista, Santiago y la Virgen Maria acudieron en el imaginario
popular a salvar a los espaiioles sitiados por las tropas indigenas en Cuzco. Pare-
cidos casos se dan en varias rebeliones de la Audiencia de Quito y en algunas su-
Dblevaciones del siglo XIx, en plena época republicana. Las rebeliones andinas
son más bien ejemplos de utopias nativistas que postulan el principio de la resti-
tución del Tahuantinsuyo como elemento cohesionador de la población india.
“Contrastan, sin embargo, las propuestas sobre el retorno al Incario de los suble-
wados de Cuzco, el Alto Perú y las montaiias fronterizas del Cerro de la Sal, con
los objetivos políticos de algunos rebeldes indigenas de la región de Quito, que
más bien proponen restaurar antiguos modelos de cacicazgos regionales con sis-
temas duales de autoridad. Todas las rebeliones indígenas de Hispanoamérica
son, no obstânte, protestas sociales contra la explotación colonial, entendida
ésta más como colonialismo interno que como una relación desigual entre me-
trópoli europea y periferia dependiente colonial. Para los indios, tan explotado-
res eran los blancos pensinsulares como los criollos americanos. Una critica al
“mperialismo colonial hispano se da más bien en las revueltas protagonizadas
por los criollos americanos y por los sectores populares mestizos. Su ideologia
influiría en las grandes movilizaciones de la independencia politica de las colo-
nias hispanoamericanas.
Una dltima pregunta: ¢por qué las rebeliones indigenas, en su gran mayoria,
no pusieron en tela de juicio la condicién colonial? La emancipacion politica de
las colonias espafiolas de América, en el fondo, fue una contienda de minorias,
no tuvo un planteamiento significativo capaz de suscitar la adhesion de la
cién indigena. Los indios estuvieron en los campos de batalla de la inde-
pendencia pero esta causa no era suya. En los Andes y Mesoamérica fue grande
la ambicién de los criollos blancos por tomar en sus manos la conduccién politi-
a de los futuros Estados, pero mayor era su temor de verse aplastados por una
‘movilizacién independiente de los indios, que lucharan por sus propios dere-
. Este movimiento contradictorio dentro del proceso de emancipacién nos
‘coloca al borde de una anilisis del juego entre conciencia tribal y conciencia ét-
‘mica, conciencia de clase y conciencia nacional, elementos que a finales del se-
gundo milenio todavia esperan esclarecimiento para definir más adecuadamente
o que es América Latina (Bonilla, 1977: 107-113).
20
NES EN LA
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIO
LOS XVII Y XVIII
AMÉRICA PORTUGUESA DE LOS SIG
Laura de Mello e Souza
LA HISTORIOGRAFÍA
LA DELIMITACIÓN DEL OBJETO Y
y del marti-
mineira (conjura minera) de 1789
La valoración de la inconfidência mediados del siglo
rio de Tiradentes, héroe de la nacionalidad, oscureció, desde i-
tionamiento y turbulencia social ocurr
XIX, gran parte de los episodios de cues cuan do much o, se re-
ndo plano honroso,
dos en la América portuguesa. Un segu bra que desi gna el
aba el nativismo, pala
servó a los episodios en que se vislumbr .
s y la conciencia nacional
surgimiento del sentimiento antiportugué la crónica de los tiempos
detenimiento
Sin embargo, cuando se examina con ro de mo-
ciones. En primer término, el núme
coloniales, se imponen dos constata unscritos,
fue considerable, más o menos circ
tines, sediciones y levantamientos de en-
, recurrentes en el escenario urbano
más o menos violentos, pero, sin duda vos que de-
ente la multiplicidad de moti
tonces. En segundo lugar, resulta evid ión
y eclosión, que superan la caracterizac
sempefiaron un papel en su génesis , prox ima a la segu n-
tercera constatacion
más genérica de nativismo. Existe una idas en estos movi -
ién de fuerzas establec
da: la composicion social y la correlac la misma mane ra, la dico-
, y superaron, de
‘mientos fueron igualmente variadas
tomia metropolitanos/coloniales.
a sensibilizar a la mayor parte de los
La recurrencia de los motines no llegé eron lugar en Salvador a
historiadores. Moti nes como los del Maneta, que tuvi en 1728; su-
misma ciudad, los de Terço Velho
finales de 1711, o, incluso, en la de São
on en Minas en 1736 en el sertao
‘blevaciones como las que se produjer pira cion es como la que
1759 en Curvelo; y cons
Erancisco (Candido, 1975), o en aron muc ho tiem po en sa-
de Janeiro, tard
se fraguó en 1794 en la ciudad de Río
siqu iera hoy, a recibir un tratamiento historio-
del olvido y no han llegado, ni
la honrosa excepción de los motins do
ico propiamente dicho. En verdad, con episo-
carioca (conjura carioca), los demás
sertão mineros y de la inconfidência ; Anastasia, 1983 ).
uales (Vasconcellos, 1918
dios sólo conocieron registros fact re de
tradicionalmente asociado al nomb
A su vez, levantamientos como el nto antilusitano de los
incipiente sentimie
Filipe dos Santos tuvieron, ademis del ide-
desdefiados por los historiadores. Cons
colonos, otros motivos que han sido
460 LAURA DE MELLO E SOUZA
COYUNTURAS CRÍTICAS
Durante el siglo xvI es posible detectar dos grandes momentos críticos en los
que ocurrieron levantamientos significativos, ya sea simultáneamente o en un
lapso más o menos reducido, pero, de cualquier forma, directamente relaciona-
dos con coyunturas históricas comunes.
El primero de estos momentos estuvo marcado por la participación portugue-
sa en la Guerra de Sucesión espafiola, cuando Portugal tomó posición contra las
pretensiones de Francia de colocar a un nieto de Luis XIV en el trono de Espana,
y por el inicio del largo reinado de Don João V. Vulnerable nuevamente, cada vez
más atado a Inglaterra, tanto en términos politicos como económicos, Portugal se
convirtió en blanco de los ataques de piratas franceses; los rumores constantes de
invasiones inminentes avivaron la insatisfacción, motivada sobre todo por la pre-
sión fiscal, y profundizaron las divergencias internas dentro de la sociedad luso-
brasilefia. Nunca como entonces se producirían tantos conflictos al mismo tiem-
po. Dos de ellos se extedieron durante más de dos afios y asumieron un cariz de
guerra civil: el de los Emboabas, de 1707 hasta 1709, y el de los Mascates, de
1710 hasta 1711. Otros fueron: los de Maneta, en 1711; la serie de levantamien-
tos antifiscales en Minas, entre 1714 y 1720; el de Filipe dos Santos, también en
1720; el de Terço Velho, en 1728. En estos dos últimos se aplicaron en total ocho
penas capitales, tres de ellas con descuartizamiento del cuerpo.
El segundo momento acontece durante la revolução atlântica, cuando la inde-
pendencia de las colonias inglesas de América del Norte pondrá en jaque el siste-
ma colonial (1776), la Revolución Francesa liquidará el Antiguo Régimen (1789)
y la Ilustración difundirá por todo el Occidente los ideales de libertad e igualdad.
El afio 1789 en Minas, 1784 en Rio de Janeiro y 1798 en Bahía marcan este
período, que se saldó con un total de cinco ahorcados y un descuartizado: Joa-
quim José da Silva Xavier, el Tiradentes da inconfidência mineira.
UNIVT
DDEANTIOQUIA
BIRLIOTECA CENTRAL
464 LAURA DE MELLO E SOUZA
1. «Capitulagdo que fizeram os levantados; e ofereceram ao bispo para haver de entrar a go-
LR
vernar Pernambuco; e com que persuadiram aos particulares; e povo». Véase Os manuscritos do Ar-
quivo da Casa de Cadaval respeitantes ao Brasil, pp. 352-354, doc. n.º 446. Sobre la Guerra dos
Mascates, el trabajo más reciente y completo es el de Cabral de Mello (en prensa).
e
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 465
alimentarios eran blanco del odio popular. El juiz do povo (juez del pueblo) y el
—
de 1728 fue el más grave de todos, ya que transcendió los motivos tradicionales
y reveló una profunda insatisfacción ante el aparato judicial, pues el detonador
del movimiento fueron las sentencias excesivamente severas que el oidor general
del crimen dictó contra los soldados acusados de robo.
La mayor parte de los dos tercios de la guarnición de Bahia se rebeló, lo que
representaba unos 300 soldados; recorrieron las calles dando vivas a su maestre
de campo y muertes al oidor general del crimen, mientras que en una nota tragi-
cómica, el virrey, conde de Sabugosa, distribuía bastonazos a la soldadesca amo-
tinada; ésta consiguió dominar la ciudad por cierto tiempo, hasta que el virrey
hizo publicar el perdón a toque de tambor. Debilitado el movimiento, en los días
siguientes se efectuaron 23 arrestos. Tras un rápido juicio en el Tribunal da Re-
lação, se ahorcó a los principales cabecillas, que eran siete, y los cuerpos de dos
de ellos fueron descuartizados y exhibidos públicamente; otros 13 sufrieron des-
tierro perpetuo en Benguela (Costa, 1958).
Tanta violencia muestra la tensión de una coyuntura peligrosa, sugiriendo
además cuán grave se consideraba la insatisfacción de los soldados, brazo arma-
do del poder. Éstos se habían rebelado en circunstancias anteriores: en la misma
Bahia, en 1688, por motivos análogos; en la época del Maneta, algo más de
quince afios antes. Nunca, sin embargo, en escala tan considerable. Y ahora ha-
bia un nuevo temor, manifestado también en la carta de Sabugosa: que los escla-
vos se uniesen a los revoltosos.
Después de 1728, se produjo un levantamiento en el sertão minero de São
Francisco en 1736, cuando algunos potentados locales reunieron a hombres de-
socupados para manifestar el descontento con los tributos y hostilidad contra
funcionarios del Gobierno. Se produjeron arrestos, pero no se ejecutó a nadie.
Hasta 1789, las revueltas serían informales, lo que no significa menos violentas,
» Sino diseminadas en la vida cotidiana. Durante el consulado pombalino, las elites
aceptaron cooperar, lo que anuló su capacidad de cuestionamiento. Por otra par-
te, surgieron innumerables quilombos (comunidades de esclavos cimarrones) que,
al menos en Minas —región clave de la colonia en el siglo XvI— fueron tratados
a sangre y fuego. Pero los quilombos se mantuvieron aislados en el mundo de los
desfavorecidos, sin alianza posible con otros sectores descontentos.
que
en 1776 y la Revolución Francesa en 1789 (o, en el caso minero, el ideario
la precedió).
Debido al descubrimiento de oro (1692) y de diamantes (1729), Minas Ge-
rais fue la región más importante del imperio portugués durante todo el siglo
xviiL. Sin embargo desde finales de la década de 1730, el rendimiento del quinto
real venia disminuyendo regularmente y sucesivos gobernantes habían tratado,
el habi-
sin éxito, de aumentar la extraccién. Una vida urbana muy acentuada y
to de mandar a los hijos a estudiar a Europa hizo posible el surgimiento de una
elite intelectual bien distribuida por toda la regién, de la que formaban parte al
gunas de las mayores expresiones literarias del siglo xvm luso-brasilefia, junto a
los poetas Cláudio Manuel da Costa, Tomás Antonio Gonzaga y Alvarenga Pei-
xoto. Se difundió el hábito de las tertulias literarias y el préstamo de libros, so-
bre todo los que prohibia la censura. Las bibliotecas particulares poseían titulos
de autores como el abad Raynal, Montesquieu, Mably, Voltaire y las ideas ilus-
tradas adquirieron un potencial peligroso cuando, en 1783, el gobernador Don
Rodrigo José de Menezes, amigo de los letrados y poetas de la capitania, fue sus-
tituido por Luis da Cunha Menezes, produciéndose entonces un cambio total en
general
el sistema de distribucion de los cargos administrativos. Gonzaga, oidor
de la capitania, entré en conflicto con el nuevo gobernan te. El endeuda miento
la inte-
de algunos de esos hombres, todos miembros de la oligarquia local, y
rrupcién de circuitos bien establecidos de contrabando de diamante s, integrad os
por otros tantos, contribuy6 a alimentar el descontento.
Todo lo que se sabe del episodio se basa en fuentes oficiales, los autos del
proceso entonces abierto que, sin duda, ofrecen una vision deformada. Entre
do, in-
tanto, la tradicién de revueltas, bien enraizada en la capitania —contan
cluso, con un curioso episodio en torno a 1759, cuando, en el Curvelo, letrados
y eclesidsticos locales profirieron palabras sediciosas y escribieron panfletos con-
tra-la monarquia— autoriza a afirmar que, ya en 1788, se urdia en Minas un
plan de sedicién influido en buena parte por el ideario norteamericano y que
contaba con la adhesión de miembros importantes de la minoria culta, la magis-
tratura, la administracion y las milicias. La revuelta, que contaba con la adhe-
sión de sectores populares, estallaria cuando el gobernador lanzase la derrama,
es decir, un dispositivo fiscal que obligaba a la poblacion a cubrir la diferencia
de las cien arrobas debidas al quinto.
Sospechando que se tramaba un levantamiento contra su gobierno, y con-
el
tando, ya en esta ocasion, con la denuncia verbal de uno de los involucrados,
sus-
vizconde de Barbacena —quien sucediera a Cunha Menezes un afio antes—,
pendi6 la derrama el 14 de marzo de 1789. Cerca de un mes después, el delator,
de la
Joaquim Silvério dos Reis, entregé su denuncia por escrito, seguida luego
del teniente coronel Basilio de Brito Malheiro.
Las acusaciones eran graves. Los sediciosos hablaban de separacion de Portu-
gal, con el consiguiente fin del monopolio y la apertura de los puertos al comer-
cio libre; de la ejecucion del gobernador; del establecimiento de un régimen repu-
blicano circunscrito a la capitania de Minas, pero con la posibilidad de conseguir
posteriormente la adhesion de otras regiones; de la adopción de una constitucién
propia; y de la creacién de una fabrica de pélvora y de una casa de la moneda.
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 471
Pinto, profesor de griego, habían hecho a la reina dos representaciones con du-
ras críticas a la intervención religiosa en la ensefianza de la juventud, que procu-
raban atraer a los jóvenes y apartarlos de las aulas regias.
Entre tanto, el virrey conde de Resende decidirá bruscamente el cierre de la
Sociedad (1794). Poco después se produjo una denuncia contra once de sus
miembros por discutir y abrazar ideas como las siguientes: que los reyes no eran
necesarios; que los hombres eran libres, pudiendo reclamar en cualquier momen-
to su libertad; que las leyes francesas eran justas y debían ser seguidas en este
continente; que los franceses debían venir a conquistar Río; que la Sagrada Es-
critura, así como da poder a los reyes para castigar a los vasallos, también lo da
a los vasallos para castigar a los reyes; que el reino habia sido entregado a los
frailes y que Don João vivía prestando cuenta de sus actos a los frailes y, muy
beato, habia ordenado «vir água do rio Jordão para a princesa [Dona Carlota
Joaquina] conceber» (Santos, 1992).
Incluso antes de abrir el proceso, Resende ordenó arrestar a los miembros de
la Sociedad, manteniéndolos incomunicados y requisando los papeles y los bie-
nes. Casi todos eran hombres maduros y pertenecientes a los estratos medios;
sólo dos eran propietarios. La figura más importante del grupo era Manuel Iná-
cio da Silva Alvarenga, mulato minero formado en Canones en Coimbra e influi-
do por el pombalismo, quien ensefiaba retórica y poética en Rio desde 1782. El
proceso duró desde diciembre de 1794 hasta enero de 1795; los demás interro-
gatorios y careos se escucharon hasta mayo de 1796 y, además de los once acu-
sados, estuvieron involucrados como testigos otras 65 personas.
Entre los papeles de Silva Alvarenga se encontraron apuntes para una espe-
cie de reglamento secreto de la Sociedad Literaria, escritos de su puío y letra, es-
clarecedores del carácter secreto, democrático y humanista de la misma: todos
los miembros serían iguales; el objetivo principal deberia ser la Filosofía «em
toda a sua extensão no que se compreende tudo quanto pode ser interessante» y
los trabajos privilegiarían tanto las materias nuevas como las «já havidas», para
conservar y renovar las ideas adquiridas (Santos, 1992, 101).
El proceso no caracterizó al movimiento como una conjura, pues no logró
probar la existencia de un plan de sedición y levantamiento armado destinado a
tomar el poder. Los presos fueron liberados en 1797 y ninguno fue condenado.
Lo que tal vez haya pesado más en el episodio de la Sociedad Literaria fue la
constatación de que las ideas francesas comenzaban a dejar el círculo de los le-
trados y a ganar los medios populares, atrayendo el interés de oficiales mecáni-
cos y artesanos. Esta combinación explosiva se repetiría en 1798, en Bahía, lle-
gando a ser más compleja y amplia.
Bahia, a diferencia de Minas, atravesaba por un periodo de desarrollo eco-
noémico. Salvador contaba entonces con cerca de 60.000 habitantes; era la ma-
yor ciudad negra de la América portuguesa y habia sido sede del virreinato hasta
1763. El 12 de agosto de 1798 fueron fijados en lugares públicos de la ciudad
«avisos al Povo Bahianense», desvelando que estaba en curso una articulacion
politica sediciosa. Se afirmaba en ellos que no tardarian en ocurrir grandes cam-
bios y reivindicaban ventajas para la tropa, libertad para los esclavos, liquida-
ción del absolutismo, igualdad entre los hombres, la república, el comercio libre
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 473