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Texto 1 SOUZA, Laura de M. E. Motines, Revueltas y Revoluciones, P. 459-473. - Compressed

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MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMERICA

Segundo E. Moreno Yánez

En los albores de 1803 y de paso por Guayaquil, Alexander von Humboldt juz-
gó el colonialismo europeo con severas palabras. Para el sabio alemán ningiin
hombre sensible e ilustrado podria aceptar una larga estancia en las colonias eu-
ropeas. La afliccion y el malestar proceden, asegura Humboldt: «... de que la
misma idea de la colonia es una idea inmoral, esa idea de un pais que esta obli-
gado a entregar a otro los tributos, de un pais en el cual no se puede alcanzar
sino un cierto grado de prosperidad, en el que la industria, la ilustracién no de-
ben progresar sino hasta una meta determinada. Pues más allá de este limite, se-
gún las ideas comunes, la madre patria se enriqueceria menos, mas alld de esta
mediocridad una colonia muy fuerte, econémicamente auténoma, se haria inde-
pendiente. Todo gobierno colonial es un gobierno de la desconfianza» (Von
Humboldt, 1982: 63; traduccion del autor).
El dominio del Estado metropolitano, concretado en el aparato burocratico
y en el oligopolio instaurado por el capital comercial, posibilitard, al final, la
imposicion de un intercambio desfavorable para la colonia, impediré la produc-
ción de articulos que puedan competir con los de la madre patria, beneficiard a
ciertas regiones y grupos en detrimento de otros e impondra pesados impuestos
y deprimentes gabelas. Es importante aseverar que el dominio politico del siste-
ma colonial viene dado por una alianza entre el aparato burocrdtico, represen-
tante del Estado metropolitano y mediador de las clases dominantes en la me-
trópoli, y las diversas fracciones de las clases propietarias, tanto de los medios
de circulacién, como de los medios de produccién imperantes en la formacién
regional.
A finales del siglo xvm, el siglo de la Ilustracién, el hecho colonial hegemé-
nico sufrird, sin embargo, la creciente influencia de una nueva realidad econémi-
ca, de la cual Espafia no fue a su vez más que una fiel emisaria. En resumen, se
puede afirmar que las reformas borbénicas en las colonias hispanoamericanas,
que perfeccionaron la extraccién de recursos para posibilitar el inicio de la revo-
lución industrial en la metrépoli, ampliaron la base de las protestas populares,
especialmente en aquellas regiones donde la falta de circulante, el nuevo reorde-
namiento de los circuitos mercantiles o la mayor eficacia de la extraccién tribu-
taria, agravaron la pobreza de los sectores populares, especialmente los rurales.

UNIVERSIDAD DEANTIOQUIA
BIBLIOTECA CENTRAL
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La Ilustración produjo una reflexión concreta sobre las causas de la crisis y di-
versas propuestas para solucionarla. En los sectores indígenas emergió la necesi-
dad de restaurar sistemas políticos prehispánicos o de desarrollar movimientos
con elementos utópicos. De todos modos, durante el siglo XV, se gestarán los
movimientos de carácter ideológico-político que, a comienzos del siglo XIX, ge-
nerarán la separación definitiva de la metrópoli y la modificación del régimen
político, aunque no el económico y social, de las colonias hispanoamericanas.

LA RESISTENCIA A LA COLONIZACIÓN EN LAS REGIONES DE FRONTERA

Los historiadores han manejado gran diversidad de criterios en la clasificación—


que se sucedieron a lo largo del pe-
— delos motines, las revueltas y las rebeliones
ríodo colonial, particularmente durante el siglo xvin, y los albores de la inde-
estos esque-.
de tro
pendencia (Laviana Cuetos, 1986: 471-507; Katz, 1990). Den
mas se han dejado frecuentemente al margen las luchas de los pueblos indios
situados_en las fronteras de la colonizacion, movimientos de resistencia que
constituyen una constante histérica durante los siglos coloniales y que los reba-
san, como en el caso de Chile y Argentina, donde se prolongaron hasta muy en-
trado el periodo republicano.
Destacan, en primer lugar, como afirma Laviana Cuetos (1986: 476-477) en
su orientador estudio sobre los «Movimientos subversivos en la América espa-
fiola durante el siglo xvim», las numerosas sublevaciones indigenas de Nueva
Galicia, al Norte del virreinato de México. Ademds de las rebeliones de los in-
dios yaquis, la más importante y la primera del siglo xvm fue la sublevacion de
los indios de Colotlan, pueblo de la alcaldia mayor de Mextitldn, que tuvo lugar
entre julio y octubre de 1702 y que incluy6 la participacién de los indios que ha-
bitaban en los limites de la dominacién espafiola. El motivo fue la defensa de los
territorios indigenas amenazados por la expansién colonial que acarreaba la ex-
pansión de la frontera agricola y especialmente la ganadera. A comienzos del si-
glo xv, la gran propiedad rústica ya estaba consolidada en México y las rela-
ciones laborales en las haciendas sefialaban ciertas tendencias a formas de
servidumbre. Para el indigena, la tierra no era sélo propiedad comunal, sino la
base de su existencia material y el fundamento de reivindicaciones culturales, en-
tre ellas incluso las rituales y religiosas (Buve, 1971: 423-457). La sublevacion
de los indios de Colotlán alcanzé caracteres dramdticos y fue apaciguada gracias
a la intervencion del arzobispo virrey Ortega Montafiés, quien desisti6 de la ave-
riguaci6n de las causas del alboroto y envi6 a un oidor de Guadalajara para ins-
peccionar los titulos de tierras en aquel sector de la frontera y evitar, de este
modo, el desarrollo de nuevos conflictos (Laviana Cuetos, 1986: 477).
Categoria especial tiene la sublevacion de la nacién yaqui, en la goberna-
ción de Sinaloa (actual estado de Sonora), ya que este grupo indigena se ha des-
tacado en la historia por su prolongada resistencia a la aculturacién y asimila-
ción en la sociedad mexicana y como ejemplo de la defensa del territorio étnico
y de su autonomia. Hasta la primera mitad del siglo xvii, como sefiala Hu-De
Hart (1990: 135-163), la lejana y hostil frontera noroccidental de Nueva Espa-
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fia era una región escasamente poblada y desatendida por el gobierno colonial.
A principios del siglo xvi, dos religiosos jesuitas habían logrado organizar a es-
tos primitivos agricultores en una misión con ocho comunidades bien estructu-
radas a orillas del rio Yaqui. Libre de cualquier competencia secular, se implan-
tó en esta region de frontera una «paz jesuita» que duró hasta el ascenso de los
Borbones al poder. La flamante dinastia estimuló en el virreinato la apertura de
nuevas fuentes de ingresos para las cajas fiscales, basada en la mineria y total- '
mente dependiente del acceso a la población indígena organizada en las misio-
nes para la obtención de mano de obra, lo que originó una fuerte resistencia de
los jesuitas.
El problema específico era la secularización de-las misiones propiciada por
los colonos y las autoridades-dela Corona. Los jesuitas, por su parte, perpetua-
ron deliberadamente su gobierno paternalista para justificar su propia permane-
necia en esta región de frontera. De esta experiencia surgió un pequefio grupo de
yaquis aculturados que quebrantaron el aislamiento de los indios, tan celosa-
mente salvaguardado por los padres, y que se constituyeron en líderes de la re-
vuelta. Instigados por el gobernador espafiol Huidobro, estos yaquis ladinos pre-
sentaron directamente a las autoridades del virreinato quejas relativas a los
abusos de los jesuitas, por lo que los misioneros decidieron encarcelar a los ca-
becillas El Muni y Bernabé, aunque gracias a un motin éstos pronto fueron libe-
rados. Las relaciones entre los indios y los religiosos se agravaron con la llegada
de un misionero estricto, y especialmente con las inundaciones a comienzos de
1740 que provocaron una hambruna y el subsecuente saqueo de la misién, los
ranchos espafioles y los reales de minas por los yaquis y por otros indios que
buscaban comida. Desde finales de mayo hasta su rendicion en octubre, los re-
beldes despojaron de yoris (blancos) una zona de más de cien leguas, desde el rio
Fuerte al Sur, hasta la Pimeria Alta en el Norte. Los vecinos espafioles huyeron a
Alamos y a otros poblados más al Sur.
Lejos de ser una guerra de castas que buscara el aniquilamiento de los blan-
cos, los rebeldes dirigian su violencia principalmente contra las propiedades es-
paiiolas: casas, almacenes y minas; sin embargo respetaron las propiedades de la
misién. Durante esta fase activa de la rebelion, los indios al parecer no tuvieron
un liderazgo claro, pues El Muni y Bernabé se encontraban entonces en México
para presentar sus reclamaciones al virrey. En julio y agosto, un grupo rebelde
ataco la ciudad de Tecoripa pero fue derrotado, con muchas pérdidas, por las
milicias del capitan Vildésola, en quien los desmoralizados colonos y los misio-
neros encontraron su caudillo. Otros importantes triunfos de los espaiioles en el
Sur y el retorno de Bernabé desde México fueron la ocasién para pactar la paz.
A comienzos de 1741, el gobernador Huidrobo, acompafiado de Bernabé y El
Muni, recorrié los pueblos yaquis, levanté, censé, confisco las armas y devolvié
las propiedades y el ganado robados a sus antiguos duefios. A su vez los yaquis
que no volvieron a los campos optaron por el trabajo voluntario en las minas, lo
que les permiti6 no entregar el excedente agricola como tributo y alcanzar, hasta
finales del periodo colonial, un equilibrio entre la defensa de sus propias comu-
nidades y la cooperacion con la sociedad y economia yoris (Hu-De Hart, 1990:
135-163; también Navarro Garcia, 1966; Florescano, 1969a: 43-76).
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En el extremo noroccidental del área de colonización espaiiola se sucedieron


muchas sublevaciones indígenas, algunas desencadenadas por sucesos circuns-
tanciales, pero todas ellas originadas en una permanente resistencia a la conquis-
ta y posterior ocupación de extensos territorios con métodos violentos que in-
cluían la guerra «a sangre y fuego», el cautiverio, la imposición de la religión
católica y un permanente régimen de explotación del trabajo indígena, especial-
mente en los centros mineros (Laviana Cuetos, 1986: 477-478).
Entre estas rebeliones tiene un particular significado la sublevación —estu-
diada, entre otros, por José Luis Mirafuentes Galván (1992: 147-175)— de los
pimas altos en 1751, asentados al Norte de los pueblos yaquis en los Estados ac-
tuales de Sonora (México) y Arizona (Estados Unidos), por sus contenidos de
defensa étnica, el trastocamiento de los valores y simbolos de la religion cristia-
na con el retorno a las costumbres ancestrales y la destruccion de los estableci-
mientos espaiioles. Es significativo que el lider principal de la rebelion, Luis del
Saric, abandonase su nombre cristiano y recibiera el indigena «Bacquiopa» o el
«enemigo de las casas de adobe», es decir, el adversario de las casas edificadas
por los esparioles en la region, que eran de adobe, a diferencia de las casas de los
indios, construidas todavia con vara y zacate. Los misioneros jesuitas no alcan-
zaron a explicar entonces las razones por las que los indios decidieron eliminar
de la Pimeria el dominio de los espaiioles y los motivos que pudieron llevarlos a
asociar la destruccion de ese dominio con la llegada del fin del mundo. Al con-
trario de los yaquis sublevados, los pimas hicieron notar su hostilidad contra las
misiones, que saquearon e incendiaron; sus acciones contra la jerarquia misional
y los simbolos del culto cristiano se prolongaron a lo largo de la rebelion y aun
después de que ésta se diera por terminada.
En 1750, con el nombramiento de capitdn general de la Pimeria Alta por
parte del gobernador de Sonora y Sinaloa, Luis del Saric se hizo con el poder y
elevó su rango y quizds entonces traté de lograr, en torno a su persona, la inte-
gracion politica de todas las comunidades pimas. Con este temor el gobernador
de Sonora procuró alejarle de la comarca y le propuso el cargo de capitan de un
nuevo presidio a orillas del rio Gila, que estaria integrado por indios pimas y
que seria un obstaculo a las invasiones de los apaches.
Luis del Séric no desaproveché la inconformidad latente entre los pimas y
para ello se sirvió de la campana contra los seris rebeldes, refugiados en la isla
del Tiburén. Las milicias pimas acompafiaron a los espafioles en esa campafia y
comprobaron la debilidad de los soldados y el valor de las tropas auxiliares indi-
genas. Esta experiencia les demostré la posibilidad de éxito de una revuelta con-
tra el dominio espaiiol. Para superar los dltimos obstculos, Luis hizo una pro-
mesa a los pimas: que pondria fin a sus sufrimientos y con el esfuerzo colectivo
de los indios mataria a todos los espafioles, de lo que pudo derivarse el rumor
sobre la llegada del «fin del mundo». Aunque Luis estuvo seguro de vencer a los
espaiioles, su movimiento duré poco tiempo. Tras los primeros encuentros con
los soldados, los pimas se replegaron y fueron muchos los que abandonaron las
filas rebeldes. El caudillo indio bajó en son de paz al campo espaiiol, donde el
gobernador le recibié amistosamente y le restableci6 en sus cargos, pues espera-
ba que Luis pacificara a los pimas que todavia estaban en rebeldia y colaborara
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activamente con los espafioles en la defensa de Sonora amenazado entonces por


las invasiones de los apaches en el Norte y por los alzamientos de los seris en el
Occidente. Luis se mantuvo en sus cargos hasta 1754, cuando por órdenes del
nuevo gobernador de Sonora y Sinaloa fue arrestado y sometido a proceso, acu-
sado de tramar una nueva sublevación. Declarado culpable, fue encerrado en un
presidio, donde murió. Numerosos pimas del occidente, sin embargo, hicieron
efectivos los nuevos propósitos subversivos de Luis y permanecieron en rebeldia
hasta 1770 (Mirafuentes Galván, 1992: 147-175; Navarro García, 1964).
Aunque los cora de Nayarit estaban geográficamente más cercanos a Guada-
lajara, entonces capital de Nueva Galicia, su conquista militar sólo tuvo lugar en
1722, con la toma de la Mesa de Tonati. La pacificación posterior de este pue-
blo indio serrano fue obra de los jesuitas y de una reducida tropa de soldados,
distribuidos en diversos presidios, y no significó un trastorno demográfico, ni
una pérdida de territorios. La acción de la misión jesuita afectó, como afirma
Marie-Areti Hers (1992: 177-202), a la organización político-religiosa, puesto
que para asegurar un control mínimo sobre la población se trató de erradicar el
culto al oráculo de la Mesa del Nayar, punto central de la vida política, militar y
religiosa de la nación cora, que influía incluso sobre los huicholes y en algunos
grupos de la costa. La principal divinidad de la región era Nayarit, representada
por cuatro esqueletos completos, sentados y profusamente ataviados, a quienes
algunas mujeres, auténticas pitonisas, transmitían las demandas en espera del
oráculo. La ceremonia reunia a toda la nación cora y era un valioso instrumento
de unidad, por estar asentada la comunidad en un medio propicio al aislamien-
to. La conquista de la Mesa del Nayar sólo finalizó con la destrucción del san-
tuario y con la captura de los esqueletos, que fueron incinerados en un auto pú-
blico de fe en la Ciudad de México. Una vez destruido el oráculo fue imposible
una acción concertada de los cora; sin embargo, los serranos no perdieron la ilu-
Sión de rescatar su libertad y tal sentimiento animó varios levantamientos arma-
dos y resurgimientos idolátricos.
En agosto de 1767 llegaron los franciscanos para ocupar las misiones de los
jesuitas, cuya expulsión había dado pie a suefios indígenas de libertad. Los in-
dios contaban además con la división entre sus administradores y con la indo-
lencia del comandante de la provincia de Nayarit. Estas circunstancias las apro-
vechó el indio Antonio López, alias Granito, primer sacerdote del ídolo general
del pueblo de la Mesa, para convencer a los suyos de que podían, sin riesgo al-
guno, retornar a la adoración de sus dioses. Además del culto a Tallao, probable
vestigio de la figura central del oráculo de la Mesa del Nayar, el panteón cora
incluía otras dos divinidades y diversas deidades menores, locales o familiares:
todas ellas aseguraban la abundancia de las cosechas y la protección contra las
enfermedades. Un aspecto importante de la vida religiosa cora es el papel sacra-
mental de la mujer. En efecto, había mujeres que bautizaban a los párvulos y cu-
raban a los enfermos, confesándolos. Otras eran transmisoras de los ídolos fami-
liares y, en algún caso, la sacerdotisa encargada del ídolo general de un pueblo.
La única exclusión concernia al arco musical usado en los mitotes o cantos cere-
moniales, en los que los participantes imploraban el favor de las estrellas para
" matar venados y el del cielo para lograr buenas cosechas.
428 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

La reacción de los cora en 1767 no fue solamente religiosa: también hubo


una serie de levantamientos armados dirigidos, a la vez, por jefes militares y reli-
giosos, continuadores del gran jefe Tonati, figura principal de la resistencia indí-
gena de 1722, que encabezó una rebelión fallida en 1758. Lugarteniente suyo
fue Manuel Ignacio Doye, el último caudillo cora, que fue gobernador de su
pueblo antes de que los misioneros le prohibieran, por subversivo, el acceso al
cargo. Doye fue uno de los protagonistas de la rebelión general contra el presi-
dio de la Mesa en 1758 y desde entonces se declaró en abierta oposición a los es-
paiioles. Organizó grupos armados para impedir que se llevaran los presos a
México, atacó a un soldado, intentó matar a un misionero que le impedia la en-
trada al cabildo y ordenó, en 1767, hacer amplia provisión de flechas y prepa-
rarse para un alzamiento. En 1771 fue condenado por las autoridades espafiolas
a diez afios de presidio en La Habana, de donde parece que nunca más regresó a
su tierra natal. Paradójicamente, al mismo tiempo que los cora sofiaban con re-
cobrar a sus dioses y su antigua libertad, se anunciaba una nueva etapa de la co-
lonización. El nuevo comandante espaiol se empeãó en limpiar la sierra de
«idólatras» y «tumultuarios», y poner orden en su provincia para aplicar las re-
formas tendientes a colonizar la región con indios fieles o con «gente de razón»:
labradores ladinos, comerciantes y mineros. A excepción del real de Bolafios, no
surgió ningún centro minero prospero y la presion sobre el territorio se dejé sen-
tir en el siglo posterior, con el acaparamiento de las tierras por hacendados y
mestizos (Hers, 1992: 177-202).
Varias son las semejanzas entre la situacién de la frontera septentrional del
imperio colonial espafiol y la de sus limites meridionales. Tradicionalmente,
como afirma Holdenis Casanova Guarda en su libro Las rebeliones araucanas
del siglo xvim (1989), se ha caracterizado a la denominada guerra de Arauco
como una lucha sostenida heroicamente durante casi 350 afios, desde el primer
encuentro entre espafoles y araucanos en Reinohuelén, en 1536, hasta la pacifi-
cación definitiva, por las armas de la República, en 1883. Como en el caso del
confin norte de Nueva Espafia, tampoco la regién del Bio Bio (Sur de Chile) era
un espacio de permanente frontera de guerra, sino que alternaban periodos béli-
cos con etapas de convivencia pacifica. La guerra fue importante hasta 1655;
posteriormente dio paso a un paulatino apaciguamiento y compenetracion entre
hispanocriollos e indigenas, impulsados por mutuas necesidades. Las afirmacio-
nes anteriores tampoco significan la ausencia de la guerra en la Araucania: con-
tinuaron produciéndose estallidos mas o menos locales y se dieron acciones béli-
cas de magnitud entre 1723 y 1726 y especialmente desde 1766 hasta 1771.
La rebelion de 1723 estalló en Quechereguas con el asesinato, el 9 de marzo,
de un capitan de amigos que por sus arbitrariedades se habia atraido el odio de
los indios. A continuacién mataron a otros hispanocriollos y atacaron varias ha-
ciendas de los espafioles, quemaron las casas y se llevaron los ganados y los ca-
ballos. Pocos dias después, un nimero considerable de indios sitié infructuosa-
mente la plaza fuerte de Purén, cuya resistencia posibilité la organizacién de una
fuerza militar espafiola en Concepcién, mientras las tropas indias atacaban otros
fuertes. Desde la mencionada villa, las tropas espafiolas, bajo el mando del go-
bernador de Chile, Gabriel Cano de Aponte, y dirigidas por su sobrino politico
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Manuel de Salamanca, designado como maestre de campo, iniciaron acciones


punitivas que no pasaron de escaramuzas o expediciones a un abandonado terri-
torio indígena. Cuando se tomó la resolución, muy criticada entonces, de despo-
blar los fuertes situados al Sur del río Bío Bío, se suspendieron las hostilidades y
se inició el proceso de paz deseado por los pobladores de la frontera, tanto indi-
genas como hispanocriollos, lo que les permitió reanudar los intercambios co-
merciales.
La paz se concretó en los llanos de Negrete, en una ceremonia iniciada el 13
de febrero de 1726 que dio gran importancia a la normalización del comercio
fronterizo. Precisamente los negocios del maestre de campo Manuel de Salaman-
ca fueron el detonante del levantamiento indígena ya que, además de vender ro-
pas a sus propios soldados y beneficiar sus ganados para aprovisionar los fuer-
tes, exigió a los indios, por medio de los intermediarios que vivían en los
caseríos indígenas —los capitanes de amigos—, la entrega de ponchos y la com-
pra obligatoria de mercaderías. Alentados por la autoridad colonial, los capita-
nes de amigos no sélo exigieron a los indios la entrega de grandes cantidades de
mantas sino, ante su negativa, les arrebataron a sus mujeres e hijos para vender-
los como esclavos en los asientos espafioles. De este episodio resultaron el asesi-
nato de estos intermediarios y la rebelion armada contra la explotacion colonial.
El periodo posterior a la paz concretada en 1726 fue de incremento de los
intercambios comerciales, mientras las misiones evangelizadoras recibieron nue-
vo impulso y adquirieron gran importancia las reuniones oficiales bipartitas que
mantenian con regularidad. En estas circunstancias y simultineamente con las
reformas borbénicas orientadas a instaurar un control més efectivo sobre los va-
sallos indios, el gobernador y presidente de Chile, Antonio de Guill y Gonzaga,
convoco a las parcialidades indigenas a la celebracién de un «parlamento» en la
É localidad de Nacimiento, el 8 de diciembre de 1764. Después de los discursos de
rigor, se propuso a los indios la obligación de reducirse a pueblos en sus propios
territorios, en las partes y lugares que ellos eligiesen. De este modo se facilitaría
su conversión al cristianismo y la labor evangelizadora de los misioneros jesui-
tas. Al parecer los delegados indios aceptaron entonces la propuesta, pero cuan-
do en los primeros meses de 1765 se comenzaron a construir las reducciones, se
hizo manifiesta su renuencia. Durante los meses siguientes, se prosiguió la cons-
trucción de los pueblos, pero los indios ya se habían concertado sigilosamente
para destruir las poblaciones antes de concluirlas. Efectivamente, el 25 de di-
ciembre de 1766, cayeron de improviso sobre las diversas poblaciones que ha-
bian comenzado a formarse, incendiaron las casas, profanaron las iglesias de las
misiones y persiguieron a los hispanocriollos establecidos en sus tierras. La hui-
da fue general y los evadidos buscaron asilo en las plazas fuertes inmediatas al
Bio Bio. En represalia por estos hechos, los espafioles atacaron una parcialidad
de indios, incendiaron sus chozas y sementeras y mataron a algunos (Casanova
Guarda, 1989: 45-104).
La situacion se agravo con la irrupcion de los pehuenches quienes, declaran-
dose partidarios de los espafioles en virtud de una alianza establecida afios atris,
— se presentaron a colaborar en el castigo a los araucanos de los llanos. Cayeron
— sobre éstos, y se trabó una lucha llena de depredaciones, en la que hubo indios
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muertos y nifios y mujeres cautivas. Se logré la pacificacién de los indios con la


mediacion del obispo franciscano de Concepcién y del provincial de los jesuitas,
pero especialmente gracias a que las autoridades dejaron sin efecto la fundacién
de pueblos. La politica al respecto, sin embargo, suscité apasionadas controver-
sias entre las diversas personalidades gubernamentales, eclesiasticas y militares,
todo lo cual provocé una situacion de inestabilidad en la Araucania.
Con la expulsion de los jesuitas, la orden franciscana se encargé de la evange-
lizaci6n al Sur del Bio Bio pero la intranquilidad persistia por la alianza de los in-
dios pehuenches con sus anteriores enemigos araucanos quienes, ahora concerta-
dos y apoyados por otros indios cordilleranos, realizaban frecuentes incursiones
de saqueo contra los establecimientos espafioles. Los hispanocriollos respondieron
con la formacién de una compaiiia de malhechores quienes, robando y cometien-
do condenables excesos con la poblacion aborigen, destruyeron practicamente el
territorio de La Laja. Las tltimas operaciones militares las dirigi6 el nuevo gober-
nador, Francisco Javier Morales, en 1770, pero éste desistié de aquellas intencio-
nes y entabl6 negociaciones de paz. El parlamento realizado en Negrete entre los
dias 25 y 28 de febrero de 1771 sirvi6 de ocasion para el mutuo intercambio de
quejas y satisfacciones por los dafios. Las autoridades espafiolas se comprometie-
ron a no alterar el modo de vida de los indios y a no violentarlos para que forma-
sen pueblos contra su costumbre (Casanova Guarda, 1989: 45 y ss.; Villalobos,
1989: 140-155; Ferrando Keun, 1986: 239 y ss.; Faron, 1969: 8-10; Jara, 1981).
Parecida fue la situacion de los pueblos aborigenes situados al oriente de la
cordillera de los Andes en los extensos territorios australes del virreinato del Rio
de La Plara. La llegada de los espafioles con su aporte violento o pacifico modifi-
có la totalidad de la vida social y cultural de los pehuenches, indios cordilleranos
y de la Pampa, de los tehuelches, huilliches y otros erréneamente designados,
desde finales del siglo xvii, bajo el nombre comiin de araucanos. Nuevas necesi-
dades materiales cambiaron la vida de los pueblos a ambos lados de la cordille-
ra, en la Pampa y en la Patagonia. El caballo les dio una movilidad extraordina-
ria y fue un factor que intensific6 el comercio, la mezcla y las luchas pues, desde
entonces, las correrias se hicieron a larga distancia y las extensas pampas fueron
trajinadas sin cesar por agrupaciones diversas que buscaban cambiar bienes, ro-
bar y llevar a cabo una guerra de venganzas intertribal. Ademas del caballo y su
carne, el trigo, el vino, el aguardiente y los objetos de hierro se hicieron indis-
pensables y determinaron el acercamiento a los invasores europeos quienes, a su
vez, requerian la sal, los ponchos y las crias de caballos. Frecuentemente los in-
digenas buscaron la proteccién de las fuerzas militares de los hispanocriollos en
el intento de sobrevivir a los ataques de otros pueblos indios, aunque también se
dan casos de alianzas con traficantes y forajidos que les ayudaban en las luchas
intertribales y depredaciones en las pampas (Villalobos, 1989: 11-15).
En medio de esta «paz armada» se deben también mencionar varias rebelio-
nes en las regiones entonces marginadas del Chaco y Tucumén. Entre ellas está
la movilizacién guerrera de los pueblos némadas del Chaco Central y Oriental
entre 1720 y 1744, ario este último en el que una decena de jefes indios celebra-
ron tratados de paz con el gobernador espafiol bajo el compromiso de que los
blancos no atravesarian la frontera establecida en el rio Salado del Norte. Como
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 431

las promesas no se cumplieron, afios más tarde se reiniciaron las campafias que
duraron hasta comienzos del siglo xx. Los espafioles tampoco reconocieron lo
pactado en 1729 con los chiriguanos del Chaco occidental. Sus alzamientos du-
raron hasta 1892 con el apresamiento y muerte de su último gran jefe, pero su
pueblo mostró una inquebrantable voluntad de supervivencia que le ha permiti-
do, hasta nuestros dias, habitar parte de su territorio ancestral. El ataque de los
indios abipón, en 1746, a un convoy de carretas que se dirigia a Buenos Aires,
fue la ocasión tan esperada de los espaiioles para reducirlos en parte y trasladar-
los, junto con los tobas, a los valles y altiplanos de Jujuy y Salta. Estos indios sa-
cudidos por la guerra fueron los primeros en responder, en territorio actualmen-
te argentino, a la llamada de rebeldía de José Gabriel Condorcanqui, más
conocido como Túpac Amaru, iniciado en Tinta en 1780. Las matanzas que si-
guieron al levantamiento de Condorcanqui despoblaron y transformaron las co-
marcas del Noroeste argentino, las que desde entonces quedaron reducidas a la
aridez y al aislamiento (Hernández, 1995: 153-173).
Entre los ejemplos de la indomable resistencia de las sociedades aborígenes -
de frontera a las expediciones de conquista están las luchas de los pueblos indios
asentados en la Ceja de Montaiia, al este de los Andes. Sobre más de 3 000 kiló-
metros, los Andes orientales han conocido una confrontación plurisecular entre
los Estados andinos, entre ellos el Tahuantinsuyo, y las sociedades igualitarias
amazónicas, confrontación que, bajo otras circunstancias, ha proseguido duran-
te las tres centurias coloniales y casi 200 afios republicanos. Es, por lo tanto,
comprensible que la administración de estas regiones se encargara, durante mu-
cho tiempo, a las misiones, por lo que las acciones de resistencia indigena se de-
sarrollaron especialmente contra los misioneros (Renard-Casevitz, Saignes, Tay-
lor, 1988, II: 197-214).
Ya desde los contactos iniciales del siglo Xv1 son conocidas como formas de
resistencia indigena las denominadas por Fernando Santos (1991: 213-236)
«confederaciones militares interétnicas» del piedemonte oriental, .que no han
sido sino una constante en la historia de la Amazonia. Interés especial tiene la in-
surreccion de los pueblos de habla pano del Medio y Alto Ucayali, en 1766. Ca-
torce afios antes, el colegio de los misioneros franciscanos de Ocopa recibió el
encargo de convertir a los indios del Huallaga central, desde donde se propusie-
ron extender sus correrias misionales hasta el Ucayali. Su primer contacto con
los pano fue a través de Runcato, jefe de una pequefia parcialidad de Setebo.
Gracias a sus gestiones se establecié la primera misión con el nombre de San
Francisco de Manoa. Quizas los efectos de la epidemia de 1761 en el volumen de
poblacién y en la organizacion social indigena, asi como el conocimiento directo
de que las misiones no eran sino avanzadas de una colonizacién permanente es-
paiiola y las posibilidades de establecer confederaciones-militares intraétnicas e
incluso entre varias etnias enemigas entre si, fueron los elementos clave de la or-
ganizacion subversiva que, en este caso, concluyó con éxito para la parte indige-
na: entre 1766 y 1790, los pano no sélo consiguieron mantener a los espafioles
fuera de la cuenca del Ucayali, sino que realizaron incursiones por el Alto Ama-
zonas. La sublevacién de los pano puso fin a la evangelizacién en Manoa. Du-
rante la misma murieron a manos de los rebeldes 15 religiosos franciscanos, cua-
432 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

tro soldados y más de 20 auxiliares indígenas de la conversión de Cajamarquilla.


Los franciscanos no volvieron a entrar en la región sino casi 25 afios después y
la actitud hostil de los pano se mantuvo hasta mucho tiempo después de la ex-
pulsión del gobierno espafiol.
Un acápite importante de la resistencia indígena contra las inconsultas medi-
das coloniales en las regiones de frontera son las denominadas guerras guaraniti-
cas, entre 1753 y 1756. El gobernador Hernandarias, que había comprobado los
logros de las reducciones franciscanas en el Paraná, solicitó en 1609 al provin-
cial jesuita Torres que enviara misioneros a la provincia de Guairá (actual esta-
do brasilefio de Paraná) para proteger a los indios comarcanos de los esclavistas
portugueses y abrir una salida de Paraguay hacia el Atlántico. Desde 1610 em-
pezaron a crearse reducciones que, hacia 1628, eran ya 13 en el Guairá, con un
total de más de 100000 indios. Las incursiones de los bandeirantes paulistas,
avidos de cazar esclavos indigenas civilizados, obligaron, sin embargo, a aban-
donar estos puestos avanzados y bajar por el Parana, hasta llegar a las reduccio-
nes entre el Alto Parana y el Alto Paraguay (en la actual provincia argentina de
Misiones). Con esta retirada, la monarquia espafiola perdié un dilatado territo-
rio a manos de los portugueses. Más tarde los jesuitas extendieron sus misiones
allende el rio Uruguay y con sus reducciones alcanzaron un punto situado tan
sólo a 200 kilémetros de la costa atldntica. Su ubicacién final incluia el territo-
rio de la provincia argentina de Misiones y partes adyacentes del Paraguay y
Brasil actuales. En 1750 habia en esta region 30 reducciones, con una poblacion
aproximada de 100000 indios (Konetzke, 1979: 244-259).
Como una forma de poner un limite a la expansién portuguesa en Brasil me-
diante el reconocimiento del status uti possidetis, las Coronas de Espafia y Por-
tugal firmaron en 1750 el Tratado de Limites de Madrid. La renuncia de Espafia
a derechos territoriales que, de hecho, no tenian efecto, y la fijacién de lindes
adecuadas a la situacién geografica ofreci6 la posibilidad de sancionar en el fu-
turo toda agresión a las fronteras como un quebrantamiento del derecho inter-
nacional. Las principales clausulas del tratado se referian al trueque de Nova
Colonia do Sacramento (puerto fundado por los portugueses en 1680 a orillas
del Rio de La Plata y que fue objeto de casi un siglo de luchas entre espafioles y
portugueses), por el territorio situado al oriente del Uruguay. No se tuvieron en
cuenta, sin embargo, los intereses de los indios habitantes de las siete reduccio-
nes a orillas del rio Uruguay, a quienes se obligó a emigrar en busca de nuevos
asentamientos en los territorios coloniales espafioles. Los misioneros jesuitas del
Paraguay buscaron los medios para demorar la aplicacién del tratado y obtener
su anulacién o, por lo menos, una revisién. Entre ellos, se difundi6 el rumor de
un posible levantamiento general de los indios, lo que causó pavor entre los co-
lonos espafioles, quienes ya habian sido derrotados por las milicias indigenas
que acudieron en auxilio de las autoridades reales durante las denominadas «Re-
voluciones Comuneras» (1644-1650 y 1717-1735) de los vecinos de Asuncion.
Todos los intentos de los misioneros fracasaron y las tropas portuguesas y espa-
fiolas, bajo el mando de Gómez Freire de Andrade y José de Andonaegui, gober-
nadores de Rio de Janeiro y Buenos Aires respectivamente, asignadas a las tareas
de demarcacién, iniciaron sus trabajos.
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 433

En febrero de 1753 se produjo ur' primer conflicto entre los indios que esta-
ban bajo la dirección del cacique Sepé Tiarayú y una comisión de límites hispa-
no-lusitana. Los indios manifestaron estar dispuestos a defender su territorio,
que les habia sido concedido por Dios y san Miguel, con 9000 soldados. Des-
pués de una deliberación exhaustiva, la comisión decidió retirarse. También la
campafa iniciada en 1754 por el gobernador Andonaegui contra las reducciones
rebeldes fracasé en sus comienzos. En la segunda campaiia del afio 1756, el go-
bernador consigui6 aplastar la rebelién de las reducciones. En esta ocasién, aun- *
que Sepé Tiarayú aparece como el jefe principal de los rebeldes, alcanzé mas re-
nombre el cacique Nicolds Neenguird, apoyado por su lugarteniente Cristébal
Paracatú. Este último estuvo al mando de una fuerza de 400 indios armados con
lanzas, flechas y hondas que luché contra los soldados enviados desde Buenos
Aires; en el arroyo de Daimar, en octubre de 1754, fueron derrotados los indios.
Posiblemente la autoridad de Paracatii se limitaba a una parte del ejército de las
reducciones, ya que en una carta enviada a su persona, con fecha 22 de agosto
de 1754 aparece la firma «Yo vuestro superior Capitin Nicolds Neenguiri, na-
tural de Concepción».
Según una comunicacion dirigida al gobernador espafiol Andonaegui, en
abril de 1756, dos meses después de la derrota de los alzados en Caybaté, adon-
de no llegaron a tiempo tropas indigenas de refuerzo, Nicolds Neenguiri justifi-
có que él y su pueblo habian tomado las armas para proteger a los siete pueblos
de la intervencién portuguesa, conducta justificada por la larga tradicién de lu-
chas contra sus enemigos ancestrales los portugueses y que fue apoyada por los
misioneros jesuitas. El cacique Neenguird es con toda probabilidad el lider indi-
gena que se transformé en Europa en el personaje principal de la leyenda de
«Nicolds I, rey del Paraguay» o «Emperador de los Mamelucos» que sirvió
como simbolo para acusar a la Compania de Jesús de haber consolidado en la
utépica América el «Estado jesuitico del Paraguay» (Becker, 1987: 95-125; Car-
dozo, 1991: 129-144).
No sélo los grupos indigenas rechazaron los reordenamientos territoriales de
las colonias de América. Apenas cinco afios después de la adquisicién de la Lui-
siana occidental por Espaiia en 1768, el pueblo de Nueva Orleans se rebelé con-
tra las nuevas autoridades coloniales y expulsé al primer gobernador enviado
por la Corona espafiola, el célebre cientifico Antonio de Ulloa, a quien sucedió,
un afio después, Alejandro de O’Reilly. Aunque son varias las causas de esta re-
belion, su caracteristica principal es la resistencia de los colonos franceses a
aceptar la nueva administracion espafiola, con su impopular legislacion comer-
— cial. El nuevo gobernador, acompafiado de tropas, logró sofocar definitivamente
la insurreccion y garantizar el orden (Laviana Cuetos, 1986: 478-479).

REBELIONES INDIGENAS RURALES CONTRA EL REGIMEN COLONIAL

Son muchos los movimientos subversivos de la poblacién campesina, especial-


mente indigena, en Hispanoamérica, como forma de protesta anticolonial y con
elaras motivaciones socioeconémicas. Estas formas de rebelién social se desarro-
434 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

llaron frecuentemente contra los innumerables abusos del sistema colonial en el


despojo de las tierras, la alienación de excedentes con el tributo y las medidas
coercitivas para obligar a la población indígena a realizar trabajos forzados en
las mitas mineras, los obrajes y las haciendas, o como concertados mediante
obligaciones logradas por un endeudamiento progresivo e impuesto. Todo este
fenómeno social no puede analizarse sino en el contexto de un Estado colonial,
entendido éste como un período constituido por diversas fases de configuración
orgánica de las contradicciones y los antagonismos sociales, en el que no es posi-
ble hablar de una clase social específica, como característica, afirmación que, sin
embargo, no significa la inexistencia de una clase o una coalición de clases do-
minantes (Guerrero y Quintero, 1977: 13-57). Toda movilización social en los
sectores rurales debe además estudiarse dentro de una estructura agraria, pro-
ducto a su vez, de la colonización del Nuevo Mundo. Su resultado ha sido, amén
de la desigualdad entre países colonizadores y colonizados, el establecimiento de
relaciones de dependencia, tanto política como económica, y particularmente de
relaciones de explotación que significaron el enriquecimiento de los países colo-
nizadores, el agotamiento de las riquezas naturales de los países colonizados y el
flujo de capitales de las regiones subdesarrolladas hacia los países metropolita-
nos. La historia agraria, a partir de la Conquista, muestra una polarizacién debi-
da a la existencia de muchas personas con poca tierra y de pocos propietarios
con enormes latifundios. En este complejo latifundio-minifundio,la estructura
de clases y de poder estd dominada en el campo
por los grandes t«
está representada en una doble dicotomia: clases te emente&us._pro_etanado
rural; y civilizacion urbana vs. marginacion rural; fenémeno que en las ciencias
socnales ha sido-designado como colonialismo-interno (Stavenhagen, 1975).
En esta s;tuauou es frecuente que un mOÍlVO, a perera vista 1n51gmflcante o
extrafio, pueda ocasionar un movimiento subversivo de vastas implicaciones.
Tal es el caso, en 1701, de Francisco Gómez de Lamadriz, funcionario enviado
desde Espafia como visitador, que sublevé a gran parte del reino de Guatemala.
Refiere Maria del Carmen Leon Cazares en su documentado estudio sobre este
personaje (1992: 115-145) que apenas llegé a Guatemala en los primeros dias de
1700, Lamadriz cometió varias arbitrariedades, pues se convenci6 de que la Co-
rona le habia delegado una jurisdiccién amplisima e intervino en diversos nego-
cios seculares y eclesidsticos. Mientras la aristocracia criolla sufria los atropellos
del ministro real, Lamadriz se relacioné con mestizos, negros y mulatos y con-
vencio a la plebe urbana de menospreciar la autoridad del presidente de la Au-
diencia y de los oidores que le apoyaban. Cuando cundié el rumor de que el visi-
tador pretendia sublevar a los indios, la Audiencia ordenó a los corregidores y
alcaldes mayores no acudir a su encuentro, lo que obligé a Lamadriz a refugiar-
se en Chiapas, bajo la proteccién del obispo. Como necesitaba apoyo popular
para regresar a Guatemala, logró convencer a los indios, castas y desheredados,
en general, de que él representaba la justicia real escarnecida por las corruptelas
de las autoridades locales, sospechosas de buscar su propio beneficio en detri-
mento de los intereses de la Corona y del bienestar de sus siibditos.
En respuesta a los preparativos militares de la Audiencia de Guatemala con-
tra el visitador, los obispos de Guatemala y Chiapas decretaron censuras ecle-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 435

siásticas contra los enemigos de Lamadriz quien, a su vez, convocó a los pueblos
de indios para que se sublevaran contra la Audiencia. Amparados en los despa-
chos del visitador sus seguidores denominados tequelies (engafiadores, rudos)
bloquearon los caminos, se negaron a pagar tributos, fortificaron sus asenta-
mientos, armaron hasta a sus mujeres y aun atacaron victoriosos a las escuadras
enviadas como vanguardia del ejército. Incluso los mulatos de la costa pretendie-
ron apoyar al visitador, pero sus huestes fueron bloqueadas por tropas fieles a la
Audiencia. La proximidad del ejército, sin embargo, sembró el desaliento entre
los naturales y los capitanes rebeldes; después de tomar Tapachula, las tropas
audienciales vencieron y pusieron en fuga a los tequelies de Huehuetán, cuyos
cabecillas buscaron refugio en parajes recónditos. Con la sublevación desmante-
lada, Lamadriz buscó asilo en Campeche, mientras el ejército, con el pretexto de
la captura de los tequelies, se dedicó al pillaje y la destrucción, aunque no pudo
doblegar a los mulatos de Chipilapa y San Diego, en la costa occidental de Gua-
temala, quienes se mantuvieron alzados durante más de un afio con una guerrilla
que hostigaba la región.
El control efectivo volvió a manos de las autoridades de la Audiencia sólo
con el nombramiento de un nuevo presidente y con la orden de prisión expedida
por la Real Cédula del 4 de octubre de 1701 contra el exvisitador, como causan-
te de los disturbios en Guatemala. Gómez de Lamadriz fue hecho prisionero
mientras se dirigía a Chiapas, remitido luego a Veracruz y de allí a la cárcel de
corte de México, donde permaneció hasta mediados de 1708, cuando fue envia-
do a Espaiia. Allí le absolvieron del cargo de proclamarse rey pero le condena-
ron a la restitución de fuertes sumas de dinero, a la privación de todo empleo en
la administración de justicia y a perpetuo destierro de los reinos de las Indias
(León Cázares, 1992: 139-145; Solano y Pérez Lila, 1974).
En el caso anterior, una alta autoridad colonial asumió el liderazgo de un am-
plio movimiento subversivo; en cambio en 1712-1713, durante la rebelión de las
comunidades indígenas tzeltales y zendales, fueron los indios principales y los di-
rigentes de las cofradias quienes tomaron parte activa en su dirección. A comien-
zos del siglo xvm, la nación indigena tzeltal, que ocupaba las tierras altas de la al-
caldía mayor de Chiapas, entonces territorio perteneciente a la Audiencia de
Guatemala, estaba concentrada en 23 pueblos alrededor del centro administrati-
vo ladino-espaiol de Ciudad Real (actualmente San Cristóbal), capital de la pro-
vincia de Chiapas y sede del obispado. Las comunidades tzeltales, aunque conser-
vaban sus tierras comunales y eran regidas por sus autoridades, debian tributar a
la Corona y pagar los impuestos eclesidsticos, al mismo tiempo que eran explota-
dos por los comerciantes ladinos. En el agravamiento de esta situacién se debe
buscar la principal causa de la revuelta de 1712, verdadera guerra de casta, lo
que se expresé en el descontento de los indios por las exacciones del alcalde ma-
yor Martin Gonzélez de Vergara y por el incremento de los impuestos eclesidsti-
cos ordenados por el obispo de Chiapas, Juan Bautista Alvarez de Toledo, a todo
lo cual se sumó el combate emprendido por los frailes dominicos contra los cultos
ancestrales indigenas considerados idolatricos (Klein, 1966: 247-263).
Desde sus inicios, el movimiento tuvo claras implicaciones religiosas, lo que
ha llevado a algunos investigadores a calificarlo como una «rebelién mesidnica
436 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

de los mayas» (Barabas, 1989: 175). En agosto de 1712, el obispo de Chiapas


había preparado una larga visita a los pueblos zendales y tzotziles, para la cual
exigió fuertes contribuciones. La rebelión contra estas exacciones comenzó con
romerias, supuestos milagros y apariciones de la Virgen del Rosario a una joven
tzeltal llamada María de la Candelaria o de la Cruz, quien hacia las veces de
ordculo y de intermediaria de la Virgen. La demanda de fondo consistia en el
desconocimiento de la autoridad del rey y de todo el sistema colonial; y las car-
tas de convocatoria escritas por Sebastian Gomez, el Santo, estaban redactadas
como mensajes proféticos e invitaban a los indios a ir a Cancuc para ver morir
en la cruz a la Virgen porque los judios (nombre con el que los indios designa-
ban a los esparioles) salian de Ciudad Real para matarla y habia que defenderla.
Que supieran que ya no habia tributo, ni rey, ni presidente, ni obispo y que ella
les tomaba a cargo para defenderlos (Barabas, 1989: 177).
La violencia se desencaden6 en más de 16 poblados contra los blancos, la-
dinos, indios ricos y naturales identificados con las autoridades religiosas y po-
liticas. Ococingo y Cancuc fueron los centros de la revuelta y se debe sefialar
que los indios principales y los mayordomos de las cofradias tomaron parte ac-
tiva en el movimiento rebelde. A la par que se utiliz6 a la Virgen como simbolo
activo de la cruenta protesta, se renegó del Papa y el indio tzotzil Sebastidn,
desde entonces apellidado de la Gloria, fue proclamado «Vicario de San Pedro»
en la tierra de los zendales. Para el efecto, contó que habia subido al Cielo don-
de habia hablado con la Santisima Trinidad y donde san Pedro le habia nom-
brado su vicario y teniente. A su retorno a la Tierra una de sus atribuciones fue
ordenar los primeros nuevos sacerdotes entre los indios, cuyas prerrogativas
eran oficiar misas, escuchar confesiones y predicar en las iglesias. Los rebeldes
indios también organizaron una audiencia con sus propios oidores, a cuya ca-
beza se design6 a un capitán general y aun hubo el propésito de nombrar rey a
uno de sus dirigentes. A Cancuc le dieron el apelativo de Ciudad Real de Nueva
Espania; los indios se apellidaban espaiioles y las indias ladinas, mientras los es-
. pafioles eran llamados judios o indios y las esclavas blancas capturadas eran
obligadas a vestirse como indias. Como se advierte, se produjo una inversién de
papeles entre dominadores y dominados, realizada en nombre de la Virgen Ma-
ria, cuya Mayordoma Mayor fue designada Maria de la Candelaria. La repre-
sién, por otra parte, no se hizo esperar y fue más violenta que el movimiento
subversivo de los nativos. La fuerza militar colonial dirigida por el mismo capi-
tán general de Guatemala siti6 a los alzados, quemé varios pueblos, destruyó
los sembrados y castigó con la horca a los jefes rebeldes. Los naturales respon-
dieron con una violencia semejante cuando atacaron algunos asentamientos es-
paiioles, ordenaron el ajusticiamiento de los curas y el degiiello de los espaiioles
que hicieron prisioneros, por lo general mujeres y nifios. A finales de noviembre
de 1712 cay6 Cancuc, dejando un saldo de 1000 indios muertos, aunque sus lí-
deres lograron escapar. Muchas aldeas continuaron la resistencia hasta marzo
de 1713 y la rebelion sólo terminé en 1716, cuando la joven intérprete de la
Virgen murié de parto y su familia fue capturada (Rojas Lima, 1995: 167-170;
Barabas, 1989: 175-182; Klein, 1966: 247-263; Martinez Peláez, 1976; Flores-
cano, 1988b: 208-213).
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMERICA 437

Es evidente que el sincretismo esta presente en este movimiento socioreligio-


so en el que la crisis social estd asociada a un cataclismo que, a su vez da lugar a
otro ciclo de indole diferente. Este cataclismo, cuya sefial era la venida de la Vir-
gen Maria, pondrá fin al dominio espafiol. Para los indios, la Virgen era la re-
presentacion de Ixchel, diosa de la maternidad, la procreacién y la medicina. En
su aspecto astral, era la personificacién de la Luna y estaba asociada-at-agua, a
la abundancia
de bienes y a la prosperidad. En la iconograffa cristiana, Maria
fue representada sobre una media luna,
de alli que ambas se confundieran en la
cosmologia maya. De este modo los tzeltales y tzotziles encontraron en la figura
de Maria-Ixchel a la protectora y dadora de la salvacién que ansiaban. En este
caso se trataba de un fenémeno de apropiacion de la cultura dominante que
formaba parte de los procesos de resignificacién, por medio de los cuales, al asu-
mir la religién del colonizador, se buscaba adquirir un poder que hasta entonces
les estaba vedado, gracias a una inversion del rango étnico y a la estigmatizacién
de los espafioles como indios o judios (Barabas, 1989: 188-189).
En el reino de Guatemala se registraron también otras sublevaciones de in-
dios: en Salamá en 1734 y, al afio siguiente, en San Juan Chamelco (Laviana
Cuetos, 1986: 482; también Solano y Pérez Lila, 1974). Presenta, sin embargo,
caracteristicas semejantes a la rebelion de los tzeltales y zendales de 1712-
1713, la insurreccién que acaudillé Jacinto UcCanek, en 1761, en la antigua
provincia de Cocom (Yucatan), a las que algunos autores afiaden una connota-
ción mesidnica.
Mientras se celebraba la festividad patronal en la iglesia del pequefio pobla-
do de Quisteil, la misa fue interrumpida por la aparicién, en medio de una fo-
gosa nube y entre un espeso humo, del indio tributario Jacinto Ue, por lo que el
sacerdote oficiante huyó a Sotuta. Después de la fuga del cura, los asistentes es-
cucharon en el cementerio vecino el mensaje del ex discipulo franciscano Jacin-
-

to Uc quien, con el auxilio de 15 brujos, proponia la liberacion de los indios del


gobierno espafiol. Su propuesta politica, como explica Miguel Bartolomé
(1988: 170-178), implicaba la inversion de la situacion de dominacién, ya que
el gobernador colonial deberia rendir vasallaje a Jacinto Uc en su calidad de
«rey de Yucatan». Si esta propuesta no era aceptada, recurriria a las artes mági-
cas para atraer a miles de combatientes que se reproducirian como hormigas. Si
la causa fracasaba, todos debian abandonar la Tierra y acogerse «a extrafios
paises».
Después de pronunciar su discurso, Jacinto Uc se vistió en la iglesia con la
corona y el manto azul de la imagen de Nuestra Sefiora de la Concepcién y
adoptd, como rey, los nombres del último jefe del Petén y del postrer emperador
azteca: «Canek Chichan Moctezuma». La Virgen Maria fue declarada esposa
del nuevo rey maya. Luego de asegurado el control del pueblo, la naciente co-
munidad mesidnica se organizé como un gobierno independiente con un caci-
que-gobernador y un jefe de guerra. La noticia de la rebelién cundié pronto por
la comarca y la situacién de los espafioles empeoré cuando el vicerregente del
gobernador del distrito atacé a los alzados con tropas mal preparadas y enarde-
cidas por el alcohol, que fueron derrotadas por los indios, batalla en la que él
mismo perdi6 la vida.
438
SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ
Las noticias de los sucesos de Quisteil llega
ron a Mérida, sembrando el te-
rror entre todos los habitantes, pues circulaban
rumores, basados en las profe-
cias de los libros de Chilam Balam, de poner
fin al dominio espafiol y de exter-
minar a todos los blancos. La represalia contr
a Quisteil no se hizo esperar y el
26 de noviembre de 1761 atacaron 500 solda
dos, que entraron a sangre y fuego
en la poblacién, asesinando indiscriminadame
nte a mujer
es, hombres y nifios.
Aunque Canek pudo huir acompafiado por
varios centenares de seguidores,
pronto cayó prisionero, mientras el poblado
de Quisteil era incendiado, arrasa-
do y sembrado de sal, para perpetuar la memo
ria del fracaso de la insurrección.
Los prisioneros, entre ellos un «Chilam» de
gran jerarquia que habia sido conse-
jero de Canek y el mism o Canek, fueron llevados a Mérida para
y castigados. Jacinto Uc Canek fue tortu ser enjuiciados
rado para «expulsarle los demonios del
cuerpo»; el verdugo lo despedazs, quemo sus
miembros y aventé las cenizas. Asi
terminó, el 19 de diciembre de 1761, la vida
del «mesias maya». A pesar de las
prohibiciones de varias costumbres indigenas,
su recuerdo perduré en la memo-
ria colectiva delos mayas y fue bandera de lucha, 84 afios
de las Castas (1847-1901). después, en la guerra
Otras regio &
nes del virreinato de Nueva Espaiia fueron tambi
de insurrecciones populares en la segunda mitad én protagonistas
del siglo XvI-Entre éstas cabe
mencionar algunos- asesinatos-y léndmanfl?fltm
’d!‘ma’yvrdumes—fadministrado-
res de haciendas, como sucedié en Macuilxéch
itl (valle de Oaxaca), por disputas
de tierras. La oposicién a las nuevas medidas
econémicas ejecutadas en México
por uno de los más conspicuos ideólogos del
régimen borbénico, José de Galvez,
produjo muchos movimientos de protesta, que
encontraron un catalizador en la
expulsion de los jesuitas de todos los territorio
s espafioles, en 1767. Con este
motivo, varios fuero
n los desérdenes y movimientos subve
rsivos que se suscita-
ron en Puebla, Guanajuato, San Luis Potos
i y Pátzcuaro. En San Luis Potosí,
además de liberar a los prisionero
s y destruir propiedades muni
rrectos propagaron el rumor de que se ales, los insu-
proponían crear una república indepen-
diente y aun resta blecer la antigua relig
ión indígena. El virrey Gálvez arribó con
tropas y restauró el orden con fuertes medi
das de represión: 11 insurgentes fu
ron ahorcados y sus cabezas expuestas en picas; otros recib
perpetua y exilio hasta un nimero dete ieron desde prision
rminado de azotes; y las propiedades
los principales insurgentes fueron demolidas y semb de
radas con sal. El gobernador
indigena de Páztcuaro, Pedro de Soria, logré
sublevar más de 100 recintos o al-
deas. Las autoridades espaiiolas lograron captu
rar 460 indios de Patzcuaro y
Uruapan, a quienes acusaron de seguir a Soria.
El mismo virrey Galvez dict6 las
sentencias contra los subversivos: Soria y un mulat
o
rebelde fueron decapitados,
los demds recibieron fuertes castigos. En Urua
pan, Galvez ordenó ahorcar a diez
rebeldes e impuso diversas penas a los
demds. Como en otros lugares, también
aqui aplicé a la poblacién un tributo especial
para mantener a las milicias loca-
les, que no eran sino tropas de ocupación.
José de Galvez regreso a la capital del
virreinato después de cuatro meses y medio de
actividades represivas. Casi 3 000
personas fueron procesadas; de ellas, 85 fuero
n cond enadas a muerte y ejecuta-
das, 674 sentenciadas a cadena perpetua, 117
a destierro y 73 a azotes. La fuerte
represion ejercida por Gálvez estaba dentro
de sus cálculos de control politico, a
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA
439

fin de lograr una aplicación más profunda


de las reformas económicas dictadas
por la monarquia borbónica (MacLachlan
y Rodríguez, 1980: 265-267; Taylor,
1979: 113-177).
Son también claras las motivaciones soci
oeconómicas de las numerosas su-
blevaciones de la poblacién indigena rural en la Audiencia de Quito
por Segundo Moreno , estudiadas
Yánez (1985). Si el siglo xv presentó rebel
conflictos fueron mds bien una acción defen iones, estos
siva contra la Congquista. El segundo
siglo colonial registra confrontaciones en
las regiones selviticas de la cuenca del
Amazonas y del litoral, zonas fronterizas
de conquista; asi como frecuentes pro-
testas, más bien legales, contra el régimen
colonial ya establecido en las regiones
del Altiplano andino. Es el siglo XvIm el
que presenta el conjunto mas numeroso
y homogéneo de movimientos subversivos
indigenas, que inauguran una tradi-
cion de rebeldia que perviviria hasta la
era republicana del Estado ecuatoriano
(Moreno Yinez, 1985 y 1987). Si
se considera a la formación social
como una articulacién hegemónica de los colonial
diversos grupos sociales y culturas in-
digenas a los intereses de la metrépoli euro
pea, dentro de un macroproceso de
acumulacion de capital, la situacién
colonial se desarrolla como la apropiac
por parte de los colonizadores, de los medios de produccién, ién,
tierra y de otros bienes muebles, como especialmente de la
ganados, etc., asi como del control del
trabajo indigena y de la apropiacién de los excedent
tario. Este triple despojo configurara a es a través del sistema tribu-
la sociedad colonial como 6rgano depen-
diente y originara un constante enfrenta
miento entre la poblacion indigena y los
coloniza dores (Stavenhagen, 1975; Cardoso,
1973).
Es de interés constatar, como aparece en
el libro Sublevaciones indigenas en
la Audiencia de Quito (Moreno Yanez,
1985), que los méviles de la protesta su-
fren modificaciones al pasar la causa a otras
manos. Por ejemplo, la oposicién,
en 1730, de las comunidades indigenas
pertenecientes a Pomallacta contra el
despojo de sus tierras comunales, y el odio
contra el juez medidor de las mismas,
expresado durante el tumulto de Alaus
i, en 1760, se convierten durante la suble
vacién del corregimiento de Otavalo, en -
1777, en la propuesta de una reforma
agraria de las haciendas enajenadas, diez
afios antes, a los jesuitas y entonces
pertenccientes a Temporalidades, para final
mente, en la sangrienta rebelión de
Columbe y Guamote, en 1803, abogar por
la expropiación de todos los latifun-
dios de los blancos, a fin de repartirlos entre
la población indígena.
Paralelo desarrollo puede observarse en lo
referente a las imposiciones tribu-
tarias: desde las protestas contra las extor
siones de los cobradores de tributos y
diezmos acaecidos en Molleambato en
1766 y en Columbe y Guamote en 1803,
o contra la imposici ón de nuevos gravámenes, por ejemp
la Tenencia de Ambato en 1780, hasta lo, en varios pueblos de
la proposición radical, en 1803, del auto-
denominado «Cacique Libertador»,
Antonio Tandaso, de abolir las renta
tancadas y suprimir el tributo personal. s es-
Por otro lado, la disminución de los indio
s mitayos debida principalmente al
deterioro de la comunida d indígena y consecuentemente al crecimie
blación forastera y al incremento del conce nto de la po-
rtaje, reduce progresivamente el signi-
ficado de la mita como mévil de protesta. La
sublevación de 1764 en Riobamba
fue protagonizada por los indios forasteros
de la Villa, en oposición al intento
440 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

de la autoridad colonial de obligarles a prestar servicios en las haciendas y ma-


nufacturas textiles como mitayos. Veinte afios después aconteció el motin de los
operarios del obraje de San Juan, también cerca de Riobamba, y de los indígenas
residentes en los alrededores. Con este alzamiento los amotinados pretendieron
liberar a los indios mitayos que eran conducidos para trabajar en unas minas de
plata ubicadas en las estribaciones occidentales de la cordillera andina. Se puede
afirmar que desde 1784 y con posterioridad a este acontecimiento, desaparece la
mita como causa de movimientos subversivos. La abolición de la mita decretada
por las Cortes de Cádiz, en 1812, no pasó de ser, en lo que se refiere a la Au-
diencia de Quito, una medida retórica, pues esta forma de explotación del traba-
jo indígena se vio reemplazada con el acrecentamiento del número de conciertos.
Como en otras regiones de Hispanoamérica, las reformas borbónicas, con la
ampliación de la base tributaria hacia sectores no indígenas, con los censos de
población previos a la introducción de nuevas medidas y la aplicación de los
monopolios estatales, fueron la causa directa de las mayores movilizaciones so-
ciales. Contra las modificaciones en la cobranza de los diezmos y tributos se su-
blevaron, por ejemplo, los indios de San Miguel de Molleambato en 1766, de
Chambo en 1797 y de Columbe y Guamote, en 1803; mientras que el estableci-
miento de las rentas estancadas y el aumento de las tasas de la alcabala fueron
los motivos de la sublevación en la tenencia general de Ambato en 1780 y de la
asonada de Guasuntos, en 1781. La elaboración de los primeros censos de po-
blación e incluso de tardías relaciones geográficas dieron lugar a masivas rebe-
liones en San Phelipe, en 1771, en el corregimiento de Otavalo en 1777 y, al aão
siguiente, en el pueblo de Guano (Moreno Yánez, 1985).
La historia de los movimientos subversivos en la Audiencia de Quito ilustra
la tradición de resistencia de la poblacién indigena —y, desde mediados del siglo
XVII, también de sectores de la poblacién mestiza rural— a la subordinacién co-
lonial, la que a su vez presenta un complejo de fenómenos caracteristicos, como
el desarrollo distorsionado e irregular de las regiones, en funcion de los sistemas
metropolitanos. La colonia se usa igualmente como terreno para organizar la ex-
plotacién monopolisticade trabajo barato, ya que las concesiones de propiedad
se permiten a los colonizadores y los sistemas de represion son más violentos y
perdurables que en la metrépoli (Moreno Yénez, 1987).
Gracias al trabajo de Scarlett O’Phelan Godoy (1988) es posible identificar
un proceso general que demuestra que las luchas sociales tuvieron un carécter
dinamico a lo largo del siglo xvim en la extensa regién que comprende el virrei-
nato del Perú. A lo largo del siglo xvIm se han detectado tres periodos más o me-
nos definidos de descontento social, que eventualmente culminaron en rebelio-
nes. El andlisis en términos de «coyunturas de rebelién o intranquilidad social»
permite caracterizar algunos momentos particulares que reactivaron, como en la
Audiencia de Quito, las contradicciones dentro de la estructura colonial y crea-
ron condiciones de descontento general (O’Phelan Godoy, 1988: 289-290).
La primera coyuntura tuvo lugar entre 1726 y 1737, durante el gobierno del
virrey Castelfuerte, cuyos esfuerzos para incrementar la Real Hacienda, en parti-
cular mediante el tributo y la mita minera, generaron una ola de descontento so-
cial. Una de las primeras medidas de Castelfuerte fue la realizacién de un censo
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMERICA 441

general, con el fin de medir las consecuencias demográficas de la epidemia de có-


lera que en 1719 se declaró en Buenos Aires y se extendió hacia Cuzco y Hua-
manga. Las nuevas listas mostraron un incremento del número de indios tributa-
rios y un sustancial aumento de los ingresos provenientes del tributo. También
las mitas de Potosí y Huancavelica se incrementaron, pero no se tuvo en cuenta
la hambruna que siguió a la epidemia, por lo que las provincias comprometidas
en estas revueltas antifiscales fueron las que contribuyeron con mitayos a las mi-
nas de Huancavelica y Potosí. Ejemplifica esta situación el levantamiento de
1726, en la provincia de Andahuaylas, contra su corregidor y que fue encabeza-
do por el cacique don Bernardo de Minaya y por los mandones de los pueblos de
Talavera, San Jerónimo y Anta. La fecha coincidió con la revisita que realizaba
el corregidor Manuel de Araindia para empadronar a la población indígena suje-
ta al pago del tributo y a la mita de Huancavelica. Es significativa la participa-
ción de las autoridades indígenas en el levantamiento, que se explica porque es-
taban obligadas a reclutar y despachar la cuota anual de mitayos, incrementada
substancialmente por Castelfuerte. Una situación parecida se dio en la rebelión
de Cotabambas (Cuzco), en 1730. En la provincia de Lucanas, en 1736 fue
apedreado un miembro del cabildo de Puquio días antes de la llegada del corre-
gidor para cobrar los tributos y enviar los enteros de mita a Huancavelica. En
ese mismo afio los trabajadores y mitayos de la mina de Atunsulla de Castrovi-
rreyna se negaron a trabajar en la mina y el trapiche, lanzaron piedras con sus
huaracas y luego huyeron a las montafias vecinas. La violencia también estalló
en Azángaro, provincia del Cuzco, donde los mitayos que trabajaban como ga-
fianes en las estancias del lugar se unieron para expulsar del pueblo al párroco;
posteriormente atacaron al corregidor y le obligaron a huir del lugar (O'Phelan
Godoy, 1988: 79-87).
También coinciden con este periodo varias revueltas con participacion de in-
-

dios forasteros, aculturizados o viracochas y mestizos, con el objeto de oponerse


a ser incluidos en las revisitas como indios obligados a la mita y al tributo. Esta
politica explica las revueltas que estallaron entre 1730 y 1737 en la provincia de
Cajamarca, una regién con un alto porcentaje de mestizos, asi como la revuelta
de los mestizos o viracochas de Cochabamba, Bolivia, y la de Cotabambas, en la
provincia del Cuzco, en noviembre y diciembre de 1730. Tanto en Cochabamba
como en Cotabambas la violencia de los enfrentamientos fue intensa y afectó a
los pueblos vecinos. La rebelién de Cochabamba fue estimulada indirectamente
por los criollos debido a su odio a los espafioles peninsulares. Se inici6 la resis-
tencia por la injusta actuacién del visitador Manuel Venero de Valera y la suble-
vacion fue capitaneada por el artesano platero Alejo Calatayud, quien habia
sido capitán de la procesién de San Sebastián. Los sublevados asaltaron la car-
cel, liberaron a los presos y dieron muerte a 18 espafioles. Muchos curas respal-
daron a los rebeldes. Las principales demandas de Calatayud y de algunos cléri-
gos eran que las autoridades fuesen criollas, que se diera fin a la revisita y que
cesara el reparto de mercaderias. Se acepté nombrar alcalde a un candidato pro-
puesto por el clero. Sin embargo, las tropas que cumplian 6rdenes de esta autori-
dad reprimieron después a los sublevados. Calatayud fue ahorcado y su cabeza
enviada a la Audiencia de La Plata. Otros 11 convictos fueron ejecutados y nue-
442 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

ve hombres más, que consiguieron escapar de la justicia, fueron condenados a


muerte en ausencia.
Al igual que en Cochabamba, la rebelión que estalló en Cotabamba se inició
también por la inclusión de los mestizos en el pago del tributo indígena. Apenas
llegó el corregidor Fandião a Cotabamba apresó a 60 personas, sin distinguir
entre los vecinos mestizos e indios forasteros. Los prisioneros rompieron las
puertas y salieron en busca de Fandifio para matarle. El corregidor se refugió en
la iglesia; de allí lo sacaron y condujeron a la plaza, donde murió por los golpes
y las pedradas que le propinaron, con la aprobación de los caciques. Es impor-
tante tener en cuenta que la provincia de Cotabamba era una de las más pobres
del virreinato y estaba sujeta a la mita de Huancavelica, por lo que sufria una
enorme presión para incrementar su producción local, a fin de cubrir su cuota
de mitayos, con los enteros de los tributos y los pagos correspondientes al repar-
to de mercaderias, frecuentemente duplicados (O’Phelan Godoy, 1988: 89-104).
Quizás como un rebrote de la idea de restablecer el imperio inca de Vilca-
bamba, en la Ceja de Montaiia lindante con las provincias de Jauja y Tarma, se
debe entender la larga rebelion contra el poder espaiiol liderada por Juan Santos
Atahualpa. Se dice que era descendiente de los incas y que se educé con los jesui-
tas en el Cuzco; una vez terminados sus estudios pasé a los establecimientos de
la Compaiiia de Jesús en Espafia y Angola. Hacia 1730 retorn6 a su patria con
la idea de expulsar a los espafioles y resucitar el imperio incaico. Durante dos
lustros Juan Santos recorri6 la sierra desde Cuzco hasta Cajamarca, y la costa
desde Lambayeque a Lima, pero logré encender el fuego de la rebelién tnica-
mente en la Ceja de Montaiia del Gran Pajonal, aunque por un lapso de tiempo
increfblemente largo: desde 1742 hasta 1761, afio de su muerte (Lewin, 1957:
120-121).
En la historia de la sublevacion estudiada por Stefano Varese (1973) desde
un punto de vista etnolégico se pueden distinguir dos periodos. Los primeros
diez afios (1742-1752) se caracterizan por varias acciones bélicas: encuentros en-
tre destacamentos indigenas y tropas enviadas desde la capital. En esta etapa, los
éxitos militares de los sublevados les garantizaron una relativa autonomia y ais-
lamiento, que duraron el resto del siglo. El segundo periodo se inicia con la reti-
rada de los indios rebeldes, desde el pueblo serrano de Andamarca, en 1752, y se
prolonga hasta muy entrado el dltimo tercio del siglo xvm. Durante este perio-
do, más pacifico, los campas y otros grupos étnicos de la Montaia Central go-
zan de una indepedendencia temporal debida, en gran parte, a la marginacion,
provocada por el gobierno virreinal, en toda la selva central. Los modelos socio-
econémicos no permiten explicar adecuadamente este largo estado de rebelion,
pues el Gran Pajonal no fue una regién con obrajes, haciendas y otras formas de
explotacioén colonial. Como todos los promotores de movimientos mesianicos
nativistas, Juan Santos Atahualpa fundamenta la rebelion contra los blancos, no
sobre la protesta contra la explotacién, sino sobre razones religiosas, que mues-
tran el sincretismo entre las creencias cristianas y el pensamiento religioso indi-
gena. Reclama también su reino que le han arrebatado los espafioles, puesto que
ha llegado el tiempo de la restauracién del Incario, considerado no como un mo-
delo socioeconémico constitutivo, sino como un renacimiento nativista de un
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 443

modelo cultural. La clara conciencia indígena de que la intromisión de los blan-


cos y mestizos en sus territorios era la causa del decaimiento cultural encuentra
su expresión en la esperanza mesiánica encarnada en la figura de Juan Santos
Atahualpa (Varese, 1973: 169-220; Loaiza, 1942).
El segundo período de intranquilidad en el Perú y el Alto Perú (1751-1762)
coincide con la legalización del reparto. Las revueltas son inconexas y ocurren
en áreas inmersas durante una profunda crisis económica por otros factores
como la mita minera y los diezmos. La competencia entre hacendados, obraje-
ros, corregidores y sacerdotes para controlar los recursos econémicos de las co-
munidades se intensifico después de la legalizacién del reparto y no todas las re-
vueltas se dirigieron contra el corregidor. Entre 1751 y 1765, las revueltas
tuvieron por causa pleitos de tierras entre hacendados y curas; otras fueron lide-
radas por sacerdotes contra las autoridades civiles, para mantener el control so-
bre las comunidades dependientes de sus curatos; hay sublevaciones en obrajes y
otras, como protesta, contra el cobro del tributo y el reclutamiento para la mita.
Incluso algunos alzamientos tuvieron lugar para forzar al cura a abandonar su
parroquia o, por el contrario, para defenderlo de los ataques de las autoridades
civiles. De hecho, el tema del reparto sólo aparece con claridad en pocos levan-
tamientos, pero siempre en relacion con otras demandas (O’Phelan Godoy,
1988: 117-144; Golte, 1980: 127-199).
Entre las numerosas revueltas se han escogido dos de la sierra central. Las
provincias de Tarma y Jauja demostraron haber sido las más susceptibles al des-
contento social entre 1755 y 1757. Como en muchos casos el pago del reparto
era asumido por la comunidad en su conjunto, los indios debian controlar los
recursos comunales, especialmente las tierras. La lucha de los campesinos por re-
tener las tierras los enfrentaba con los obrajeros y hacendados, que requerian
expandir sus propiedades para incrementar la produccién. En 1755, los indios
‘de Jauja elevaron una queja contra los hacendados que intentaban ocupar las
tierras comunales. Sobrevinieron algunos choques violentos. Al afio siguiente, en
la provincia de Angaraes, los indios se quejaron de que los espafioles y mestizos
les despojaban de sus tierras comunales. En 1757 tuvo lugar el levantamiento de
los pueblos de Ninacaca y Carhuamayo. La rebelién comenzó con una disputa
entre el gobernador de Tarma y los curas de los pueblos por el nombramiento
del alcalde de indios y especialmente porque también ellos estaban involucrados
en repartimientos y otras actividades comerciales. La autoridad espafiola ordend
la prision del alcalde de Ninacaca nombrado por el cura, por lo que los indios
atacaron a los soldados que escoltaban al prisionero, lo liberaron y luego inten-
taron matar al alcalde nombrado por el gobernador. Otro importante levanta-
miento tuvo lugar en 1758 en Huamachuco, revuelta que se expandió al vecino
pueblo de Otuzco, ambos en el obispado de Trujillo. En Huamachuco, la pobla-
ción local reaccionó contra un censo destinado a ampliar con mestizos el nime-
to de indios sujetos al tributo y aptos para ser gravados con el reparto. Los
sublevados se apoderaron del padrén de la revisita y del censo recién confeccio-
nado y juntos los incineraron, no sin antes haber golpeado al visitador y a su se-
cretario. Como en Cochabamba en 1730, también en la rebelién de Huamachu-
<o estuvieron involucrados los mestizos. Como resultado de esta revuelta, 23
444 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

prisioneros fueron enviados a Otuzco, donde fueron liberados por un levanta-


miento de la población local. También en este caso se acusó al cura de
haber
sido el principal instigador de la revuelta, por competir en el comercio y
reparto
de mercaderias (O'Phelan Godoy, 1988: 117-173).
La tercera coyuntura de rebelion fue estimulada por las reformas borbéni-
cas, aplicadas en el Perú por el visitador José Antonio de Areche a partir de
1777. Las reformas afectaron a la mayoría de los sectores sociales, cuyo resenti-
miento culminó con la «Gran Rebelién» de 1780-1781. Aunque la division
ad-
ministrativa de 1776 debilité la economia del Perd, al introducir fronteras
co-
merciales en un dmbito que hasta entonces habia estado unido, la rebelién
articul6 al Bajo y Alto Perú. Desde el siglo xvi, la economia de la region surandi-
na del Perii y gran parte del Altiplano boliviano gravitaba alrededor de las
minas
de Potosi y Huancavelica; esta zona fue el eje de acumulacion de las contradi
c-
ciones coloniales, ya que permanecia sujeta a los patrones tradicionales de ex-
plotacion, tales como el tributo indigena y la mita minera, todo lo cual explica-
ria la resistencia abierta de los hacendados y obrajeros a las reformas de las
aduanas y alcabalas impuesta por el régimen borbénico (O’Phelan Godoy,
1988:
290-293).
En noviembre de 1777, un mes después de que se suscitaran los desérden
es
protagonizados por los comerciantes itinerantes y los arrieros contra
la aduana
de La Paz, tuvo lugar una rebelién en la villa de Maras, en Urubamb
a, Cuzco.
Los rebeldes saquearon la casa del corregidor, quemdndola por completo
. En
medio de la plaza incendiaron también el grano que habia recaudado como par-
te del pago de los repartos, ademds de los muebles, Muchos testimonios
indican
que fue un levantamiento indigena contra el reparto del corregidor; sin embargo
numerosos criollos y mestizos participaron en el movimiento, Su participacion
quizds se explique también por el establecimiento de la aduana en La Paz
y por
la prohibicion, promulgada en ese aio, de la circulacién de moneda
ensayada
entre ambas regiones, medidas que dafaron el flujo de transacciones econémi
cas
entre el Alto y el Bajo Perú. Las fuentes indican que el movimiento
se inició en el
pueblo de Maras, donde se quemaron ademds 22 casas y se redujeron a
cenizas
la circel y el archivo. Al tercer dia los rebeldes bajaron al pueblo de Urubamb
a,
con el objetivo final de tomar el Cuzco, cuyo apoyo habian ya solicitado.
Apare-
cen como dirigentes Dionisio Pacheco y un individuo conocido como Samanie-
go. Sin embargo fue el criollo Francisco Justiniano quien decidió resguard
ar el
pueblo con una tropa armada formada por indios y criollos. También se redacté
un memorial en respaldo al movimiento, cuya autoria fue inculpada a un
«Ti-
- pac Amaru». Quizás se trate del cacique de Tinta quien en 1777 presentó
un me-
morial al virrey Guirior para que los indios de Canas y Canchis fueran exentos
de la mita de Potosi. Las declaraciones de los reos senalan que, ademas
del me-
morial, se escribieron pasquines en los que se amenazaba de muerte
a los cobra-
dores de tributos. Todavia el dos de febrero de 1778, alertados de la llegada
al
Cuzco del justicia mayor, los alzados armados tomaron las calles
de Maras. De
ellos 26 fueron apresados por el alguacil mayor, enviados a la cárcel de Urubam-
ba y posteriormente transferidos a la carcel del Callao, para ser sometido
s a jui-
cio. Entre los acusados fueron identificados indios tributarios y también
indios
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 445

nobles como varios miembros de la familia Cusipaucar. También estuvieron in-


volucrados dos hacendados: uno de ellos espaíiol, nacido en Oviedo, y varios
criollos. Los prisioneros sobrevivientes al maltrato en las cárceles y a las enfer-
medades fueron liberados en 1782. En este sentido cabe afirmar que las refor-
mas borbónicas exacerbaron las diferencias entre criollos y espafioles y aumen-
taron la rivalidad entre las oligarquias provinciales y las elites de Lima
(O'Phelan Godoy, 1988: 188-195).
Como «culminación del descontento social» define acertadamente O'Phelan
Godoy (1988: 223) la rebelión de 1780-1781 liderada por José Gabriel Túpac
Amaru. El 10 de noviembre de 1780, siguiendo las instrucciones del cacique Tú-
pac Amaru, el corregidor de Canas y Canchis, Antonio de Arriaga, fue ahorcado
públicamente en la plaza de Tungasuca. Este suceso simboliza el inicio de la ma-
yor rebelión de la América hispana, cuando el descontento social insertado en la
coyuntura del programa de reformas borbónicas alcanzó su cénit. La rebelión de
Túpac Amaru tiene dos fases. La primera puede describirse como cuzquefia y
quechua, y fue personalmente liderada por el cacique de Pambamarca, Tungasu-
ca y Surimana, José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru. La segunda fase se
inició luego de la captura del cacique y su dirección fue asumida por otros
miembros de la familia, para vincularse más tarde con los rebeldes del Alto Perd
encabezados por el jefe aymara Julián Apasa Túpac Catari (O’Phelan Godoy,
1988: 223-225; Lewin, 1957: 335 y ss.; Cornblit, 1972).
La importancia del movimiento se demuestra en la numerosa bibliografia y
en las diversas interpretaciones que se han dado a la Gran Rebelién. Los histo-
riadores y sociélogos la han calificado de rebelién economicista, campesina,
étnica o independentista. Sin negar estos componentes, la rebelién de Túpac
Amaru tiene un claro origen fiscal y se produce, como demuestran Tandeter y
‘Wachtel (1984), después de un largo periodo de crecimiento agrario en los An-
“des, que agudiza la expansion de la hacienda, en detrimento de las tierras de las
comunidades indigenas, y que conduce a la saturacién del mercado y a la caida
de los precios agricolas, precisamente en 1780. Esta situacién redujo las posibili-
dades de los indigenas de comercializar los productos agricolas, mientras au-
mentaban las dificultades para pagar los tributos, cancelar las deudas por los re-
partos y afrontar las demds cargas coloniales agravadas por las nuevas medidas
fiscales (Laviana Cuetos, 1986: 493-494).
Después de la ejecucién del corregidor Arriaga, Túpac Amaru concedi6 la li-
bertad a los esclavos y organizé sus tropas, que obtuvieron su primera victoria
en Sangarara, situada a cinco leguas de Tinta, el 18 de noviembre de 1780, sobre
las fuerzas enviadas desde Cuzco. Después del triunfo de las tropas rebeldes, Tú-
pac Amaru remitié bandos a las provincias cercanas e incluso a Cuzco, en los
que explicaba los fines de la rebelién. Además de fortificar Tinta, envi6 destaca-
mentos a las provincias circunvecinas; éstos ocuparon la ciudad de Lampa,
mientras José Gabriel entraba al pueblo de Azangaro, a orillas del lago Titicaca,
donde destruyó las casas del cacique Choquehuanca, que se habfa unido a los es-
panoles.
Ante las noticias de los preparativos militares en Cuzco retorné hacia el
Norte y el 28 de diciembre se presenté en las alturas de Picchu, que dominan la
446 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

antigua capital incaica. Como no presentó batalla inmediatamente, los espafioles


tuvieron tiempo para organizar sus defensas, las que mejoraron con el arribo de
las tropas enviadas desde Lima. Túpac Amaru, con la esperanza de lograr una
rendición incruenta de la ciudad, ya que entre la plebe cuzquefia contaba con
muchos adherentes, envió varias embajadas a las autoridades, exhortándolas a
la rendición para evitar el derramamiento de sangre. El combate decisivo por la
posesión de Cuzco comenzó el 8 de enero de 1781, con el ataque al cerro Picchu
de las milicias organizadas y compuestas por los comerciantes, casi todos espa-
fioles. A las tropas que atacaban a los sublevados y a las que defendian Cuzco,
se unieron 8000 auxiliares indígenas y mestizos, dirigidos por el corregidor de
Paruro y por el cacique de Huariquite. La batalla duró dos días y finalizó con la
retirada de las tropas de Túpac Amaru, debida quizás a los reveses causados por
actos de sabotaje, a la inseguridad en el apoyo de los mestizos y a las pocas posi-
bilidades de tomar por las armas la ciudad del Cuzco.
Aunque ya en diciembre de 1780 la rebelión se había propagado a Arequipa,
Moquegua, Tacna y Arica, y en febrero estalló la rebelión de Oruro, la acción
bélica de los realistas sólo se inició a finales de febrero de 1781 con un ejército
compuesto por más de 17000 hombres, entre ellos varios miles de indios fieles.
El ejército, al mando del mariscal José del Valle, se dirigió hacia Tinta y el 23 de
marzo el cuerpo de reserva descubrió en Sangarara al ejército de Túpac Amaru
que sólo contaba 7000 hombres, pero que en los días siguientes duplicó sus
efectivos. Este hecho y la situación ventajosa del ejército tupamarista indujo a
los espaioles a sitiarlo para imponerle la rendición, en vez de ofrecer batalla. La
escasez de víveres determinó a los tupamaristas a abrirse paso a través del ejérci-
to espaíiol, en la noche del 5 al 6 de abril, movimiento que fue impedido por las
tropas de Del Valle quienes hicieron huir a los tupamaristas dejando en poder de
los enemigos todo el equipaje y los pertrechos de guerra. Túpac Amaru intentó
ponerse a salvo y cruzó a nado el río de Combepata; en la otra orilla fue apresa-
do por los mulatos de la infantería de Lima, gracias a la traicién del mestizo
Francisco Santa Cruz, uno de sus capitanes. Preso, fue conducido Cuzco, donde
con otros dirigentes y familiares fue juzgado y sentenciado a muerte por el
visitador Areche. El 18 de mayo de 1781 se ejecutó la sentencia. Su esposa
Micaela Bastidas, su hijo Hipólito y otros sentenciados, entre ellos Tomasa Con-
demaita, cacica de Acos, fueron ahorcados o estrangulados. A José Gabriel Tú-
pac Amaru se intentó descuartizarle, lo que no se consumó, por lo que el visita-
dor ordenó que se le cortara la cabeza. Los miembros y la cabeza fueron
expuestos, para escarmiento, en los principales lugares de la rebelión (Lewin,
1957: 449-502).
Durante la segunda fase de la rebelión asumió la jefatura Diego Cristóbal
Túpac Amaru, primo hermano de José Gabriel. El centro de la insurrección se
trasladó al Collao. Los hechos de armas de este período son tan importantes
A

como los del anterior, contándose entre ellos la conquista de Sorata y el asedio
de La Paz. En el Alto Perú se destacó entonces como principal caudillo Julián
Azapa o Túpac Catari, cuyo movimiento, aunque está relacionado con el de Tú-
pac Amaru, presenta características propias. En la Audiencia de Charcas es más
exacto hablar de varias rebeliones indígenas, entre 1780 y 1782, que de una su-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 447

blevación general que responda a una organización central, con plan y con estra-
tegia comunes. Es correcta, por lo tanto, la opinión de María Eugenia del Valle
de Siles (1990) de que este levantamiento tiene variantes tan peculiares que ha-
cen de él uno de los movimientos más originales dentro de las sublevaciones in-
dígenas del siglo xvIm, aunque son claras las relaciones con el movimiento tupa-
marista y la concepción quechua de subordinar a sus intereses las movilizaciones
del pueblo aymara.
En los primeros meses de la actuación de Túpac Catari, aunque no hay una
dependencia, existe una conexión con los ideales de Túpac Amaru. Desde abril la
acción de Catari fue más autónoma, especialmente en lo que respecta al sitio de
La Paz y a la sujeción de las provincias de Pacajes, Sicasica y Yungas. Bajo su
mando 40000 indios iniciaron, el 13 de marzo de 1781, el primer sitio de La
Paz, que dur 109 dias. Según algunos cálculos, no menos de 10 000 habitantes
perdieron la vida. Con la batalla de Cuzco, el asedio de La Paz es el aconteci-
miento más importante de la Gran Rebelión de 1780-1781. La ciudad contaba
en la época con 23000 habitantes blancos y mestizos y por su orografía no era
preciso rodearla en su totalidad; bastaba con cerrar los caminos de acceso, en
particular el llamado «Alto de La Paz» y presionar a sus habitantes con el ham-
bre. Pese a esto y a su superioridad numérica, las valerosas huestes indígenas no
lograron apoderarse de la plaza fortificada, porque su armamento era muy infe-
rior al de las fuerzas realistas, especialmente por la escasez de armas de fuego y la
frecuente traición de los mestizos y espafioles americanos que las manejaban.
Mientras el asedio continuaba, el presidente de la Audiencia de Charcas y co-
mandante de armas del virreinato de La Plata, Ignacio Flores, organizó un ejérci-
to para socorrerla y el 1 de julio rompió el cerco de La Paz. Después de su ingre-
so a la ciudad, los indios prosiguieron una guerra de guerrillas en los altos de la
una. Mientras tanto, muchos soldados que vinieron con Flores desertaban y,
cargados de despojos, volvían a sus casas. Estas circunstancias obligaron a Flores
a emprender la retirada y buscar nuevos contingentes. El 4 de agosto abandonó
La Paz y de inmediato las tropas indígenas ocuparon sus antiguas posiciones.
A mediados de agosto se incorporó a los rebeldes Andrés Túpac Amaru y
con él se decidió, como en Sorata, inundar parte de la ciudad con la construc-
ción de una represa en las cabeceras del río Choqueyapu, que atraviesa la ciu-
dad. La inundación no dio el resultado esperado pero el hambre que padecían
sus habitantes los llevé a la decisión, el 15 de octubre, de abandonar la ciudad si
no recibían auxilio inmediato. Éste llegó dos dias después, bajo el mando del te-
| Reseguín, lo que obligó a las huestes indígenas a retirarse: Túpac
ó a los cerros de Pampajasi, mientras las tropas de Andrés Túpac
Amaru se encaminaron al Santuario de las Pefias. Posteriormente Andrés se diri-
gió a Azángaro, para tomar parte en las deliberaciones sobre las propuestas de
paz y perdón general publicadas por el virrey de Lima. Después de un descanso,
Reseguin emprendió la campafia contra las tropas de Túpac Catari y le derrotó,
por lo que el caudillo altoperuano se dirigió al Santuario de las Peiias, para, jun-
to a Miguel Túpac Amaru, organizar juntos la resistencia a los realistas. Pero ya
era tarde, pues las diferencias entre la dirección política de los Túápac Amarus y
Túpac Catari se hacian evidentes, por lo que se habían iniciado las propuestas
448 SEGUNDO E. MORENO YANEZ

del cese de hostilidades. Túpac Catari, al no poder obtener la libertad de su mu-


jer Bartolina Sisa, se convenci6 de la mala voluntad de los espafioles, quienes
gracias a la traicion de un colaborador allegado al caudillo altoperuano consi-
guieron apresarlo. En el Santuario de las Pefias el auditor de guerra Diez de Me-
dina lo condené a ser descuartizado por cuatro caballos, hasta morir, lo que se
ejecutó el 14 de noviembre de 1781 en la plaza del Santuario. Posteriormente en
La Paz se efectuaron los procesos contra los principales seguidores y familiares
de Tupac Catari. El 5 de septiembre de 1782, el oidor Diez de Medina pronun-
ció su fallo contra Bartolina Sisa, la esposa de Túpac Catari, Gregoria Apaza,
hermana del caudillo, y los coroneles indios apresados, sentencia que se ejecutd
de inmediato. Todos estos hechos no consiguieron la pacificacion y las campa-
fias militares y otras medidas de represién prosiguieron en el Perd meridional y
en el Alto Perú (Valle de Siles, 1990: 1-43; Lewin, 1957: 520-560; O'Phelan Go-
doy, 1995: 105-137).
La documentación no permite afirmar que la Gran Rebelión tuviera un plan
previo de ruptura con la Corona espafiola. Sus objetivos iniciales se dirigieron a
la supresión de gravámenes y de las formas de explotación. A medida que avan-
za el movimiento subversivo, se plantea la sustitución de los corregidores por al-
caldes mayores de la misma nación indiana y la creación de una Audiencia en el
Cuzco. Tras el fracaso del asedio de Cuzco y ya en actitud defensiva Túpac
Amaru llega a una formulación nacionalista y separatista, que proclama la res-
tauración del reino que tres siglos antes le había usurpado la Corona de Castilla.
Aunque está claro que muchos mestizos y criollos apoyaron esta y otras rebelio-
nes, quizás la Gran Rebelión puso de manifiesto el peligro indio, lo que condujo
a un refuerzo del conservadurismo político de los criollos, especialmente de las
oligarquias limefias. Ésta será la razón fundamental de la «lealtad del Perú», du-
rante el período de las guerras de la independencia (Laviana Cuetos, 1986: 494-
496). La emancipación del virreinato de Lima, en su mayor parte, se deberá al
esfuerzo de Buenos Aires, Chile, Nueva Granada y Quito, por lo que algunos
autores hablan de una «independencia concedida», como resultado de una falta
de iniciativa de las elites limefias (Bonilla y Spalding, 1972).

REBELIONES DE ESCLAVOS NEGROS Y DE MULATOS

Quizás porque ocupaban el último peldafio de la escala social, los estudios sobre
la resistencia de los esclavos negros y de los mulatos han cobrado tardía vigen-
cia. Una afirmación similar se puede formular sobre las investigaciones históri-
cas referentes a las «sociedades cimarronas» y al establecimiento de los «palen-
ques de negros». En estos casos, se ha podido incluso reconstruir el desarrollo
cultural de las sociedades cimarronas y no considerar esas áreas únicamente
como lugares de refugio temporal de los esclavos huidos.
Entre las sociedades cimarronas organizadas en palenques quizás una de las
más conocidas sea la de la provincia de Cartagena. La creación de palenques no
era asunto nuevo en las provincias que utilizaban abundante mano de obra
esclava. Ya en 1612, la Ciudad de México sufrió una sublevación de cimarrones,
-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 449

que hizo pensar en un posible intento de asedio y asalto. Dada la alta propor-
ción de población africana en varias regiones de Nueva Granada, las autorida-
des coloniales y la población blanca vivían bajo el temor de una sublevación ge-
neral del elemento negro, encabezada por los cimarrones, en alianza con grupos
de extranjeros y piratas. En 1721 todavía en Cartagena se recordaba la resisten-
cia de los palenques, tres décadas atrás, y la memoria de Domingo Bioho, el
«Rey Benkos», aún estaba fresca. En la gobernación de Popayán fue célebre el
palenque de Castillo, en el valle del río Patía, de donde salían los cimarrones a
cometer asaltos y depredaciones en los territorios circunvecinos. El gobierno tra-
tó de someterlos por la fuerza, en varias ocasiones, con resultados negativos, por
lo que la Audiencia de Quito intent6 su reduccién pacifica en 1732, ofreciéndo-
les la libertad a condicién de que no admitieran nuevos profugos, oferta que no
se cumplié. El gobernador de Popayan armé una expedición con 100 hombres
armados, que derrotaron a los cimarrones el dia del Corpus de 1745. Esta y
otras experiencias se recordaban en Popayin, por lo que se propuso, en 1777, la
formacion de milicias para la defensa de esa gobernacién (Palacios Preciado,
1984: 301-346; Escalante, 1981: 72-78).
Cada vez que los esclavos veían una oportunidad para vengarse de los mal-
tratos de que eran victimas, se sumaban a los enemigos de los espafioles, fueran
&stos corsarios o piratas. Cuando en 1726, el inglés Hossier cruzaba con su bar-
cos frente a La Habana, se sublevaron los esclavos de algunos ingenios situados
al Suroeste de la ciudad, reclamando su libertad. En 1731, cansados de los mal-
tratos, los esclavos que trabajaban en las minas del cobre se levantaron en armas
y se declararon libres. Fueron temporalmente sometidos por el gobernador de
Santiago de Cuba, por lo que durante varios afios, los negros rebeldes continua-
ron intranquilizando la comarca, hasta que alcanzaron la completa libertad. En
Cuba, los palenques fueron el signo de la resistencia africana. Antes de 1788,
anota Humboldt en su Ensayo politico sobre la isla de Cuba que muchos negros
cimarrones estaban apalencados en las colinas de Jaruco. Segin las actas de ca-
bildos de Santiago de Cuba, en 1815, cerca de la ciudad se habia formado un
palenque con más de 200 bohios. La figura más destacada entre los negros re-
beldes era Ventura Sanchez, más conocido con el apelativo de Coba, y su lema
era «tierra y libertad». Sánchez fue apresado en 1819, pero prefiri6 darse muer-
e, antes que aceptar nuevamente la servidumbre (Franco, 1981: 43-54).
En la Capitania General de Venezuela, desde el siglo xvi hubo numerosos
focos de cimarrones, pues la única forma de liberacion de los esclavos era la hui-
individual y el establecimiento de comunidades lejos de los asentamientos es-
les. El gran número de cumbes o aldeas de cimarrones demuestra una in-
ble rebeldia, no practicada en guerras organizadas, sino vivida en centros
e liberación y en niicleos de comercio clandestino. El caso del cumbe de Ocoy-
que fue desbaratado por las autoridades coloniales y por los hacendados en
1, demuestra no una forma de resistencia violenta, sino más bien el estableci-
de comunidades aisladas, en sitios inaccesibles, como medio de alcanzar
Jibertad. Esta experiencia de los cimarrones seria usada desde 1810 bajo la je-
rua de los criollos, quienes les prometieron la libertad a cambio del apoyo a
guerras independentistas (Acosta Saignes, 1981: 64-71).
450 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

El alzamiento colectivo de esclavos fue menos usual y se dio, a finales de la


Colonia, en varias haciendas cafieras de Quito y del Perú. Una importante
ocu-
rrió en 1793 en la hacienda del trapiche de San Buenaventura, situada en el valle
del Chota, donde se rebelaron 40 esclavos para oponerse al traslado a otra ha-
cienda que había ordenado su nuevo duefio. En protesta, retornaron a Cuajara,
su antiguo lugar de trabajo, donde recibieron el apoyo de sus familiares y com-
paiieros de esclavitud. Muchas fueron las dificultades para sojuzgar la rebelión,
por lo que el terrateniente pidió ayuda a las autoridades, con el objeto de que le
enviaran una tropa que custodiara a los cabecillas hasta un sitio seguro donde
pensaba venderlos. También la hacienda de la Concepción estuvo estigmatizada
por las rebeliones de esclavos. Durante la administración de Temporalidades se
produjo un alzamiento importante, del que dieron razón varios testigos de la
posterior rebelión de 1798. En este afio, 60 esclavos se sublevaron a causa de
los
malos tratos de que eran objeto, cogieron el ganado y huyeron al monte de Cha-
manal. Los alzados atacaron a varios emisarios del duefio de la Concepción, en-
tre ellos al capellán y al escribano, por lo que las autoridades de Ibarra decidie-
ron reducirlos por la fuerza. Después de varios percances los esclavos retornaron
a la hacienda y, en represalia, los cabecillas fueron vendidos en Guayaquil
y en
Barbacoas, mientras a los restantes esclavos se les impuso un castigo de azotes.
Es evidente que esta sublevación fue motivada por la mayor explotación que su-
frieron en aras de una mayor productividad, con el objeto de facilitar la amorti-
zación del valor de la hacienda comprada a la administración de Temporalida-
des (Lucena Salmoral, 1994b: 155-162).
Como estudio de caso, Wilfredo Kapsoli (1975) analiza un conjunto de su-
blevaciones de esclavos en las haciendas cafieras y de vifiedos del valle de Nepeõa
en Ancash: San Jacinto, San José de la Pampa y Motocachi, todas ellas entonces
bajo la administración de Temporalidades o ya enajenadas recientemente a parti-
culares. El motin de Motocachi aunque más tardio, pues tuvo lugar en 1786, no
tuvo organización ni planeamientos concretos, por lo que se encendió y apagó
rápidamente. La revuelta de San Jacinto, en 1768, fue un movimiento de mayor
alcance. Los esclavos lucharon por defender su subsistencia y exigieron la asigna-
ción de las chacras que antes controlaban y les ligaban más a la hacienda, así
como la disminución del tiempo de trabajo en los días domingos y festivos, como
sucedia cuando la hacienda pertenecia a los jesuitas. La revuelta duró varios dias
y desde el monte resistieron la represión. La sublevación de San José, en noviem-
bre de 1779, superó a las ya citadas en lo que a objetivos y conciencia se refiere,
puesto que los esclavos plantearon «sacudirse el yugo de la esclavitud» y aprove-
charon, como coyuntura externa, el nerviosismo de las autoridades espafiolas
por las noticias sobre la toma de La Habana por los ingleses. Los lideres de esta
sublevacion llegaron incluso hasta Lima y burlaron de este modo el cerco de la
represién. Aunque es clara una concepcién ideologica en los objetivos de los mo-
vimientos subversivos, la lucha de los esclavos no rebasé el marco local del valle
de Nepefia. Tampoco vislumbraron los rebeldes posibles alianzas con otros sec-
tores de la sociedad, especialmente con los indios. Al respecto es de interés sefia-
lar que Túpac Amaru, al decretar la libertad de los esclavos durante la Gran Re-
belión, no hizo sino recoger un ideal por el cual estaban luchando los esclavos de
Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 451
MOTINES, REVUELTAS

la costa peruana. En la pacificación desempefiaron un papel importante, además


del cura del lugar y las tropas de granaderos, los mestizos del pueblo de Nepena,
casti-
que acudieron organizados en milicias para reprimir a los sublevados. Los
fueron azotes y, para los principal es lideres, el des-
gos después del sometimiento
tierro en el presidio del Callao (Kapsoli, 1975: 7-10 y 49-75).
Conjuntamente con los denominados cimarrones forajidos, aunque de ma-
antico-
nera muy breve, deben también recordarse otras formas de resistencia
lonial todavia poco estudiadas. Entre ellas merecen alguna mencion los desarrai-
gados y arrochelados que deambulaban como negros huidos o vagos por las
comarcas rurales antes de convertirse en arrabaleros de las ciudades. Especial-
vida
mente en la sociedad caraquedia se tenfa especial cuidado en prohibir la
en los
vaga y ociosa, y en controlar las casas de juego, guaraperias y otros sitios
que se acostumbraban a juntar los vagos. Los alcaldes debian vigilar los barrios,
bailes
especialmente por la noche, para evitar las juntas de gente bulliciosa, los
Huelga decir que, según las autori-
disolutos y las satiras y cantares deshonestos.
aban gran
dades coloniales, los mulatos, libertos o esclavos arrabaleros conform
.
parte de la poblacion de «vagos, prófugos y cuatreros» (Izard, 1991: 179-201)

LOS MOVIMIENTOS SUBVERSIVOS DE LA POBLACION BLANCA Y MESTIZA

en
Se ha mencionado ya la participacion de mestizos y aun de blancos criollos
castas
algunas rebeliones del siglo xvmm. La participacion de miembros de estas
casos, a los mo-
tiene motivaciones economicas y se limitó, en la mayoria de los
cargas tributa-
vimientos subversivos suscitados contra la imposicion de nuevas
rias o de reformas en su cobranza. Por ejemplo, entre 1717 y 1723, al instaurar
ores, asi como
la Corona, en Cuba, el estanco de tabaco, los vegueros o cultivad
En
los comerciantes del ramo y los terratenientes se opusieron a esta medida.
y se di-
1717, unos 500 vegueros se reunieron en la localidad de Jesiis del Monte
al verse
rigieron a La Habana, donde obligaron al capitan general a renunciar,
seria
impotente para dominar la situacion. En 1720, al anunciarse que el tabaco
los
pagado a los cosecheros a plazos, se produjo un segundo levantamiento de
el suministro de carne a La Habana. Una nueva
wvegueros, que obstaculizaron
on medi-
oposición al estanco hizo crisis en 1723. Entonces los vegueros adoptar
volume n de las cosecha s y exi-
das para evitar el descenso de los precios, fijar el
finaliza ron con una seve-
gir su pago en efectivo. En esta ocasión, los desérdenes
ellas en el choque
ra represion militar que causó 20 victimas, la mayoria de
la Corona
armado que tuvo lugar en Santiago de las Vegas. De todos modos,
factoria y con-
tuvo que renunciar temporalmente, en estos afios, al sistema de la
Estas malas
ceder la extracción de tabacos de Cuba a comerciantes privilegiados.
de nuevas
experiencias indujeron además a la Corona a suspender la imposición
mediado s de siglo, cuando reapare cieron
reformas fiscales importantes, hasta
1986: 487-488;
violentas conmociones en todo el continente (Laviana Cuetos,
Jiménez Pastrana, 1979).
re-
— — Aunque la encomienda fue una institución típica del siglo xv1, en algunas
en la provinc ia de
giones como Yucatán y Quito sobrevivió hasta el siglo xvm;
452 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

Paraguay los indios encomendados fueron el motivo ocasional de la guerra co-


munera que ensangrentó el suelo paraguayo desde 1717 hasta 1735. Durante 18
afios hubo tumultuosas asambleas, batallas, incendios y saqueos, sufridos por
los dos bandos en los que se escindió el Paraguay. El cabildo de la Asunción fue
el centro de la resistencia contra los jesuitas y el gobernador del Paraguay, a
quienes apoyaron el virrey del Perú y el gobernador de Buenos Aires.
La rebelión comunera fue un movimiento político contra el gobierno absolu-
tista, en defensa de la autonomía del cabildo y una lucha por razones económi-
cas, ya que los comuneros paraguayos no fueron, en realidad, más que colonos
empobrecidos o vecinos sin tierras que luchaban contra la competencia ruinosa
de las reducciones jesuitas. La larga duración del conflicto se explica por la leja-
nia respecto de la capital virreinal, Lima, y por la implicación de la Audiencia de
Charcas, bajo cuya jurisdicción estaba el Paraguay y cuyas decisiones no coinci-
dían con las de Lima. Precisamente esta audiencia envió a Antequera, su fiscal, a
poner orden en el Paraguay, pero el funcionario se alió con el cabildo de la
Asunción, por lo que fue apresado, conducido a Lima y condenado a muerte. Su
ejecución tuvo lugar el 5 de abril de 1731 y ocasionó un fuerte tumulto popular
en Lima, iniciado por un lego franciscano; la represión dejó un saldo de varios
muertos, entre ellos dos frailes, lo que ocasionó al virrey Castelfuerte dificu?ta-
des con las autoridades eclesiásticas. La noticia del ajusticiamiento de Antequera
desencadenó en la capital del Paraguay una tormenta de furia, con asesinatos,
saqueos y depredaciones en la aterrorizada ciudad. Espantada por sus propios
excesos, la ciudad recibió pacíficamente a un nuevo comisionado regio, pero al
conocer sus intenciones de apoyo a los jesuitas resurgió la insurección. Las tro-
pas del comisionado Ruiloba se enfrentaron con los batallones de los comuneros
en Guayaibití, en septiembre de 1733, choque en el que murió Manuel Agustin
de Ruiloba. El triunfo comunero devino en anarquia, por lo que fue fácil para el
gobernador de Buenos Aires aplastar definitivamente la rebelión con el apoyo de
8000 milicianos indígenas proporcionados por los jesuitas. Los comuneros per-
dieron la batalla de Tabapy, el 14 de marzo de 1735. Dias después, los vencedo-
res entraron en la Asunción, derogaron las prerrogativas del cabildo y ahorcaron
a los principales comuneros; los caudillos que se libraron de la horca fueron
condenados a cadena perpetua y confinados en los presidios de Chile y del Perú
(Cardozo, 1991: 174-182; Laviana Cuetos, 1986: 483-484).
Sin las acusadas caracteristicas politicas de los comuneros paraguayos y con
más claras motivaciones econémicas, varios sectores populares venezolanos, en-
tre 1730 y 1749, se rebelaron contra la Compaiifa Guipuzcoana de Caracas. El
descontento se debi6, sobre todo, a los dristicos métodos de represion del con-
trabando y la prepotencia de que gozaba la Compaiifa en las actividades admi-
nistrativas y ante los gobernadores y altos funcionarios. El primer movimiento
importante de este grupo fue la rebelién local de negros e indios capitaneados
por el zambo Andrés Lopez del Rosario, en el valle de Yaracuy, entre 1730 y
1733, dirigida contra los funcionarios de la Guipuzcoana que obstaculizaban el
contrabando con la cercana isla de Curazao. Los principales implicados huyeron
y la pacificación del territorio estuvo a cargo de los misioneros capuchinos. En
enero de 1741 estallé el motin de San Felipe el Fuerte, del pueblo y las clases di-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 453

rigentes de la ciudad con apoyo del cabildo, a causa del nombramiento, como
justicia mayor de la ciudad, de un vizcaino que se propuso actuar enérgicamente
contra el contrabando. El lema del pueblo amotinado fue «abajo los vascos». La
hábil actuación del gobernador logró apaciguar el movimiento.
Poco después, en 1744, se produjo la «Rebelión del Tocuyo» iniciada por
los reclutados para reforzar la guarnición de Puerto Cabello que temia ser trasla-
dada a las factorías de los guipuzcoanos. Aunque los líderes del motin fueron
mestizos y mulatos, no hay duda de que los instigadores eran los funcionarios -
municipales y vecinos de las clases acomodadas de la ciudad. Parece que tam-
bién este movimiento acabé de forma análoga al motin de San Felipe, por con-
suncién propia y sin violencia. El que alcanzó mayor importancia fue el levan-
tamiento contra la Compaiifa Guipuzcoana encabezado por el canario Juan
Francisco Leon y que ha sido juzgado como una conmocion social regionalista
contra los nortefios o como un movimiento precursor de la independencia politi-
ca de Venezuela. En abril de 1749, el hacendado León fue destituido de su cargo
de juez de comisos en Panaguire y sustituido por un vizcaino propuesto por la
‘Compaiifa. Como nadie hizo caso a su propuesta, León marché hacia Caracas al
frente de varios centenares de agricultores de cacao y alli consigui6 el apoyo del
cabildo, que declaré que la Guipuzcoana era notoriamente perjudicial para los
intereses criollos. Aunque el gobernador, presionado por las circunstancias, de-
claré un indulto general, posteriormente se retractó y su sucesor inici6 una dura
persecucion contra los sublevados. León se entregó a las autoridades y fue envia-
do a Espaiia, donde muri6 en 1752 (Laviana Cuetos, 1986: 484-486; Felice Car-
dot, 1961; Morales Padron, 1955).
Entre los tipicos movimientos antifiscales contra las reformas borbénicas
debe considerarse la «Rebelién de los Barrios de Quito», de 1765. Los protago-
nistas fueron los moradores de los barrios de San Blas, Santa Barbara, San Se-
bastian y especialmente San Roque, mestizos en su mayoria, quienes saquearon
el estanco de aguardiente, incendiaron la oficina de la alcabala, vulgarmente de-
nominada aduana, liberaron a los presos y se mantuvieron en rebeldia durante
algún tiempo. La administracién borbénica introdujo el «estanco» del aguar-
diente y el control directo de la alcabala. La rebelién estallo el 22 de mayo de
1765, unos dias antes de la fiesta del Corpus. Aunque después del motin suspen-
dieron las medidas, no se logré superar la inestabilidad social y se produjeron
represalias oficiales contra los arrestados. En plena fiesta de San Juan, el 24 de
junio, nuevamente se sublevó la plebe para protestar por la muerte de algunos
vecinos de San Sebastidn, que habfan sido asesinados por las tropas del corregi-
dor. Las casas y los comercios de los espafioles peninsulares fueron saqueados y
los amotinados atacaron varias veces el palacio de la Audiencia. Las autoridades
no tuvieron más opcién que aceptar una virtual capitulacién, expulsar a varios
peninsulares y promulgar una amnistia general. La situacion de zozobra finalizé
con la llegada de las fuerzas enviadas desde Guayaquil por los virreyes de Lima y
de Santa Fe, bajo el mando de Zelaya, para someter a los rebeldes. Con Zelaya y
bajo el amparo de su tropa pudieron regresar a la ciudad los espafioles peninsu-
lares que habian sido expulsados de Quito (McFarlane, 1989: 283-330; An-
drien, 1990: 104-131; Minchom, 1996: 203-236).
454 SEGUNDO E. MORENO YÁNEZ

Parecidos fueron los motines contra el estanco del tabaco en Chile, en 1775
(Carmagnani, 1961: 158-195) y las representaciones contra la política fiscal en
Buenos Aires, en 1778, encabezadas por el cabildo y dirigidas especialmente
contra la imposición del estanco de tabaco y la pérdida de los fueros municipales
(Lewin, 1957: 185-195). Ya desde 1776 el pueblo de La Paz demostró con pro-
testas su descontento contra el aumento de gravámenes y la extorsión fiscal.
Cuanto más se acercaba el afio 1780, más violentas eran las protestas populares,
especialmente entre los comerciantes, los trajinantes o transportistas y los artesa-
nos. Una verdadera sublevación tuvo lugar en marzo de 1780, cuando los amoti-
nados obligaron a los campaneros de las iglesias de La Paz a echar a vuelo las
campanas en sefial de incendio.
Congregados los sublevados, en los dias siguientes lograron que el cabildo
ampliado suspendiera la aduana y rebajara el derecho de alcabala al porcentaje
que se pagaba antes de las innovaciones. Como en otros movimientos subversivos
de las ciudades, las autoridades espafiolas no se atrevieron a formar causas suma-
rias, mientras los caudillos entregaban al pueblo breves manifiestos revoluciona-
rios llamados en el lenguaje de la época pasquines. En uno de ellos, encontrado
en La Paz el 4 de marzo de 1780, no se enuncia la consigna de los primeros inde-
pendentistas americanos: «Viva el rey y muera el mal gobierno», sino «Muera el
rey de Espaiia, y se acabe el Perú, pues él es causa de tanta eniquidad».
También en Arequipa se desarrollaron movimientos subversivos a principios
de 1780, contra el aumento de los gravámenes y otras medidas fiscales borbóni-
cas, como el intento de equiparar a los mestizos y mulatos con los indios, para
exigirles el correspondiente tributo. Desde el 5 de enero aparecieron varios pas-
quines; alguno de ellos no sólo vituperaba a la aduana, sino que aclamaba al rey
de Gran Bretafia, como «amante de sus bazallos», en un momento en que se de-
sarrollaba la guerra entre Espaia e Inglaterra. Los rebeldes arequipefios no sólo
fijaron pasquines, sino que influidos por lo sucedido en Quito 15 afios antes,
asaltaron la aduana y destruyeron los papeles. El corregidor anunció el cierre de
la aduana, mientras pedia ayuda militar a Lima. Con la llegada de las tropas li-
menas se impuso el orden, pero no se levantaron horcas en la ciudad, sino mas
bien se publicé un perdon general para todos los complicados en estos sucesos.
No sucedié lo mismo con los promotores de la conspiraciéon de Cuzco quienes,
bajo el liderazgo del platero Lorenzo Farfin de los Godos, intentaron seguir el
ejemplo de Arequipa. La actividad del grupo subversivo se conoci6 en la antigua
capital incaica gracias a la aparicion de un pasquin que instaba a la rebelién
contra los nuevos impuestos. Los detalles de la trama revolucionaria se supieron
gracias a la violacion del secreto de confesion por parte de un fraile agustino; de
inmediato los principales conspiradores fueron apresados y condenados a muer-
te. La ejecucion de Farfan de los Godos y sus compaiieros se realizé en la plaza
de Cuzco el 30 de junio de 1780, mientras el cacique de Pisac, Bernardo Tam-
bohuasco, logré escapar, aunque fue posteriormente apresado y ejecutado el 17
de noviembre, cuando ya habia estallado la rebelion de Túpac Amaru (Lewin,
1957: 151-179; Angles Vargas, 1975).
La introduccién de las reformas borbénicas en Nueva Granada provocó, en
octubre de 1780, motines populares en Barichara, Simacota y Magote que fue-
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 455

ron rápidamente reprimidos. Estos motines fueron de carácter local y un prelu-


dio del levantamiento de los criollos y sectores populares de la villa de Socorro,
a quienes se unieron los pobladores de otros lugares e incluso indígenas. Se ini-
ció el 16 de marzo de 1781 con la destrucción por Manuela Beltrán del regla-
mento de gravámenes, entre los vivas y aplausos de la multitud. El 23 del mismo
mes tuvo lugar en San Gil un movimiento de protesta más significativo, pues los
amotinados no sólo rompieron el edicto, sino que atacaron los estancos e incen-
diaron una parte del tabaco. En Sinacota, ademds de derramar el aguardiente, *
quemar el tabaco y las barajas, y despedazar los muebles de las oficinas de re-
caudación, uno de los sublevados arrancó y despedazó las Armas Reales. El 15
de abril todos los sublevados se reunieron en Socorro y después de escuchar los
versos apasionados de la denominada «Cédula Real del Pueblo» (la «Marsellesa
de los Comuneros»), en medio de una violenta exaltación, se dirigieron a la casa
de los Estancos, destrozaron e incendiaron sus depedendencias y arrancaron y
destruyeron el Escudo Real. A partir de este episodio se repartieron en varias po-
blaciones, según el arzobispo Caballero y Góngora, papeles con la invitación a
proclamar como rey a Túpac Amaru. Las noticias sobre la sublevación inquieta-
ron a las autoridades de Bogotá. La Audiencia delegó en el oidor Osorio la tarea
de poner fin a las inquietudes. El oidor marchó hacia Socorro acompafiado de
pocos soldados, pero fue derrotado en Puente Real por los sublevados, quienes
" habían logrado movilizar unos 25 000 hombres. Ante el temor de que los comu-
mneros ingresaran en Santa Fe de Bogotá, la Audiencia optó por negociar con los
rebeldes en Zipaquirá, el 20 de junio de 1781; no sin antes hacer constar reser-
vadamente que los oidores consideraban las estipulaciones nulas pues las firma-
ban obligados por las circunstancias. Ademds de anular las reformas borbónicas
ripulaban que los nacidos en el pais se preferirian a los peninsulares en los
estos públicos. Revocadas las capitulaciones por el virrey Flores y desmovili-
los comuneros, éstos fueron derrotados por las tropas reales traidas de
tagena. Odiado por algunos criollos por propugnar la manumisién de los es-
vos, el caudillo de los comuneros, José A. Galan, fue entregado por otros jefes
la sublevacién. Un antiguo capitin comunero, al entregarlo al virrey, lo hizo
con las siguientes palabras: «Presento a los pies de V.A. al Tupac Amaru de
westro reino» (Lewin, 1957: 673-710; Phelan, 1978; Fisher, Kuethe y McFarla-
1990).
Tras la ejecucion de Galdn, el nuevo virrey y arzobispo, Caballero y Géngo-
2, ororgó un perdon general que también benefici6 a los comuneros de Mérida.
esta ciudad de la capitania general de Venezuela se desarroll6 un movimiento
ecido al de Socorro pues, según palabras del intendente Avalos, responsable
de la introduccién de las nuevas medidas en Venezuela, a sus habitantes «anima
4 mismo espiritu de desafeccion al rey y a la Espafia que a todos los America-
. Ante esta situacion el intendente se vio en la necesidad de disminuir algu-
impuestos y de suprimir otros. Aunque los comuneros de Mérida organiza-
una tropa de 2000 milicianos e intentaron persuadir a los municipios de
jillo para que se unieran a la resistencia, ante este fracaso retrocedieron y
spersaron sus fuerzas, sin ofrecer combate a las tropas realistas provenientes
Maracaibo. El único resultado de estas insurrecciones fue, en Venezuela, la
456
SEGUNDO E. MORENO YANEZ

reducción de algunos impuestos. En Nueva Grana


da, además de la cesación de
los traslados de indios a sus resguardos, desapareci
ó el impuesto de la armada
de Barlovento. Como en Quito, también en estas
jurisdicciones del virreinato de
Nueva Granada, la aplicación del sistema de inten
dencias sufrió un franco dete-
rioro. Aunque en algunas proclamas se encue
ntran claras consignas indepen-
dentistas, los movimientos subversivos con
amplia participación criolla, espe-
cialmente en las tres audiencias de Nueva
Granada, no se transformaron
directamen te en luchas por la independencia política de las
colonias hispanoa-
mericanas.
Una conciencia más clara de libertad política se
desarrollará en la siguiente
generacion. Entonces, todos estos movimientos:
utopias de nobles, indios y pe-
bleyos serán juzgados como «precursores» de la indep
endencia hispanoamerica-
na (Felice Cardot, 1960; Kuethe, 1978: 79-10
1; Phelan, 1978: 67-111).

BREVES REFLEXIONES FINALES

No es atinado considerar los motines, las revueltas


y las rebeliones ocurridds en
Hispanoamérica durante el siglo XVIll como simple
s reacciones, más o menos
violentas, contra cambios econémicos o modificaci
ones de la politica fiscal.
Tampoco es posible interpretarlas simplemente como
la continuidad de una lar-
ga revolucion politica que finalizará en el siglo XIX
con la independencia de las
colonias hispanoamericanas. Vistos en su conju
nto, los movimiento s subversivos
demuestran un desarrollo y aun cambios en sus
motivaciones y, en algunos ca-
sos, verdaderas propuestas politicas. Entre éstas se
podrian distinguir dos lineas:
una, propuesta por los movimientos con prota
A

gonistas criollos y mestizos, que


devendra en la constitucion de los Estados independientes
del sigloXIX; otra,
con motivaciones eminentemente sociales, que
no alcanzara importancia sino en
las ideologias indigenistas del siglo XX y en las revol
uciones o reformas agraris-
tas que conllevaron la liberación del trabajador
indigena y el desarrollo de un
pensamiento politico propio de los pueblos indios de
aaA

América.
Aunque coinciden los movimientos subversivos en
una común plataforma de
lucha ante las medidas econémicas propuestas por
la Corona espafiola en la se-
gunda mitad del siglo XvII, se nota una disociacién
de intereses entre los suble-
vados indigenas y los criollos o mestizos. No se puede
olvidar que, para estos úl-
timos sectores de la poblacién, el indio era la princi
pal y más barata fuerza de
trabajo, por lo que era frecuente la alianza de blanco
s y mestizos con las autori-
dades coloniales para someter y pacificar, incluso por
la via violenta, a los indios
rebeldes. Son ejemplos contundentes las rebeliones
lideradas por Túpac Amaru y
a aaa

Túpac Catari, en la década de 1780.


Las rebeliones indígenas demuestran otras formas
de ideologia que rebasan
las puras motivaciones socioeconémicas, No sólo se conforman utopias, sino
que aparecen claros movimientos nativistas o milena
ristas. El virreinato de Nue-
va Espaiia ofrece los ejemplos de mayor interés
y en ellos incluso el imaginario
a

religioso de caracter popular y cristiano estd presen


te a favor de los indios. Son
SEA

muchas las rebeliones que se inician con algin feném


eno sobrenatural y con la
MOTINES, REVUELTAS Y REBELIONES EN HISPANOAMÉRICA 457

intervención de algún símbolo sagrado que incita a rebelarse contra los opreso-
res. En la América andina, los iconos cristianos y las experiencias religiosas no
apoyan a los rebeldes indigenas, sino que la religión oficial y la popular siempre
están de parte de blancos o mestizos. Ya durante la rebelión del Inca Manco, en
los afios de la Conquista, Santiago y la Virgen Maria acudieron en el imaginario
popular a salvar a los espaiioles sitiados por las tropas indigenas en Cuzco. Pare-
cidos casos se dan en varias rebeliones de la Audiencia de Quito y en algunas su-
Dblevaciones del siglo XIx, en plena época republicana. Las rebeliones andinas
son más bien ejemplos de utopias nativistas que postulan el principio de la resti-
tución del Tahuantinsuyo como elemento cohesionador de la población india.
“Contrastan, sin embargo, las propuestas sobre el retorno al Incario de los suble-
wados de Cuzco, el Alto Perú y las montaiias fronterizas del Cerro de la Sal, con
los objetivos políticos de algunos rebeldes indigenas de la región de Quito, que
más bien proponen restaurar antiguos modelos de cacicazgos regionales con sis-
temas duales de autoridad. Todas las rebeliones indígenas de Hispanoamérica
son, no obstânte, protestas sociales contra la explotación colonial, entendida
ésta más como colonialismo interno que como una relación desigual entre me-
trópoli europea y periferia dependiente colonial. Para los indios, tan explotado-
res eran los blancos pensinsulares como los criollos americanos. Una critica al
“mperialismo colonial hispano se da más bien en las revueltas protagonizadas
por los criollos americanos y por los sectores populares mestizos. Su ideologia
influiría en las grandes movilizaciones de la independencia politica de las colo-
nias hispanoamericanas.
Una dltima pregunta: ¢por qué las rebeliones indigenas, en su gran mayoria,
no pusieron en tela de juicio la condicién colonial? La emancipacion politica de
las colonias espafiolas de América, en el fondo, fue una contienda de minorias,
no tuvo un planteamiento significativo capaz de suscitar la adhesion de la
cién indigena. Los indios estuvieron en los campos de batalla de la inde-
pendencia pero esta causa no era suya. En los Andes y Mesoamérica fue grande
la ambicién de los criollos blancos por tomar en sus manos la conduccién politi-
a de los futuros Estados, pero mayor era su temor de verse aplastados por una
‘movilizacién independiente de los indios, que lucharan por sus propios dere-
. Este movimiento contradictorio dentro del proceso de emancipacién nos
‘coloca al borde de una anilisis del juego entre conciencia tribal y conciencia ét-
‘mica, conciencia de clase y conciencia nacional, elementos que a finales del se-
gundo milenio todavia esperan esclarecimiento para definir más adecuadamente
o que es América Latina (Bonilla, 1977: 107-113).
20

NES EN LA
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIO
LOS XVII Y XVIII
AMÉRICA PORTUGUESA DE LOS SIG
Laura de Mello e Souza

LA HISTORIOGRAFÍA
LA DELIMITACIÓN DEL OBJETO Y
y del marti-
mineira (conjura minera) de 1789
La valoración de la inconfidência mediados del siglo
rio de Tiradentes, héroe de la nacionalidad, oscureció, desde i-
tionamiento y turbulencia social ocurr
XIX, gran parte de los episodios de cues cuan do much o, se re-
ndo plano honroso,
dos en la América portuguesa. Un segu bra que desi gna el
aba el nativismo, pala
servó a los episodios en que se vislumbr .
s y la conciencia nacional
surgimiento del sentimiento antiportugué la crónica de los tiempos
detenimiento
Sin embargo, cuando se examina con ro de mo-
ciones. En primer término, el núme
coloniales, se imponen dos constata unscritos,
fue considerable, más o menos circ
tines, sediciones y levantamientos de en-
, recurrentes en el escenario urbano
más o menos violentos, pero, sin duda vos que de-
ente la multiplicidad de moti
tonces. En segundo lugar, resulta evid ión
y eclosión, que superan la caracterizac
sempefiaron un papel en su génesis , prox ima a la segu n-
tercera constatacion
más genérica de nativismo. Existe una idas en estos movi -
ién de fuerzas establec
da: la composicion social y la correlac la misma mane ra, la dico-
, y superaron, de
‘mientos fueron igualmente variadas
tomia metropolitanos/coloniales.
a sensibilizar a la mayor parte de los
La recurrencia de los motines no llegé eron lugar en Salvador a
historiadores. Moti nes como los del Maneta, que tuvi en 1728; su-
misma ciudad, los de Terço Velho
finales de 1711, o, incluso, en la de São
on en Minas en 1736 en el sertao
‘blevaciones como las que se produjer pira cion es como la que
1759 en Curvelo; y cons
Erancisco (Candido, 1975), o en aron muc ho tiem po en sa-
de Janeiro, tard
se fraguó en 1794 en la ciudad de Río
siqu iera hoy, a recibir un tratamiento historio-
del olvido y no han llegado, ni
la honrosa excepción de los motins do
ico propiamente dicho. En verdad, con episo-
carioca (conjura carioca), los demás
sertão mineros y de la inconfidência ; Anastasia, 1983 ).
uales (Vasconcellos, 1918
dios sólo conocieron registros fact re de
tradicionalmente asociado al nomb
A su vez, levantamientos como el nto antilusitano de los
incipiente sentimie
Filipe dos Santos tuvieron, ademis del ide-
desdefiados por los historiadores. Cons
colonos, otros motivos que han sido
460 LAURA DE MELLO E SOUZA

rado como protomártir de la independencia debido al empefio del Instituto His-


tórico e Geográfico Brasileiro, Filipe dos Santos no fue el protagonista principal
de la sublevación y ni siquiera pensó en separar Minas de Portugal. Como se
verá más adelante, el episodio presentó una correlación de fuerzas bastante com-
Pleja y variadas motivaciones. Cabe recordar el trabajo iconoclasta y pionero de
Feu de Carvalho (Feu de Carvalho, s.f.).
En lo que respecta a la tercera constatación indicada supra, tómese la revol-
ta dos alfaiates, considerada tradicionalmente por la historiografía como el má-
ximo ejemplo de participación popular y radical en la contestación al régimen.
Estudios recientes indican que apenas contó con la actuación de una plebe urba-
na de carácter marcadamente artesanal, como han sefialado muchos historiado-
res: tuvo adeptos fervorosos entre los miembros de las milicias y de la elite
bahiana culta, lo que produjo un movimiento mucho más complejo e intrigante
de lo que se había imaginado al principio (Motta, 1989; Maxwell, 1973b; Ilanc-
só, en prensa).
Por todo lo dicho, es necesario reequilibrar la problemática de los motines y
levantamientos del mundo lusobrasilefio. Basándose en la constatación de que
fueron recurrentes y multiformes en las ideas, reivindicaciones y composicion,so-
cial, es preciso buscar una tipologia de estos movimientos, detectando los nexos
comunes que los unen y las distinciones internas que los hacen específicos según
las diversas coyunturas.
Una primera aproximación clasificatoria indica que en el caso de los levan-
tamientos se superponen dos grandes categorías. Por una parte, existen rasgos
comunes entre tales movimientos y las revueltas características de las sociedades
del Antiguo Régimen, sus contemporáneas. Ambos están casi siempre regional-
mente circunscritos, son violentos, rápidos y espontáneos; antifiscales y antiesta-
tales en su mayoría, pero no necesariamente antimonárquicos, percibiéndose a
veces contradicciones profundas entre los comerciantes y los propietarios de tie-
rras. Por la otra, destacan peculiaridades propias de la situación colonial, que no
existen en los movimientos europeos: insatisfacción e inconformismo respecto a
la injerencia del Estado en las cuestiones referentes a la utilización de la fuerza
de trabajo esclava —negra o indígena— y, de la misma manera, en lo tocante a
la libertad de comercio; revuelta contra la manipulación oligárquica que ciertas
familias ejercían en el ámbito local controlando las municipalidades actividad
facilitada por la distancia a la que se encontraba el centro del poder; y, por últi-
mo, ansia de libertades políticas, incompatible con la situación de dependencia
colonial.
Tal vez por el hecho de que la independencia de Portugal es el límite extremo
de las revueltas luso-brasilefias, o su derivación casi fatal, todos esos movimien-
tos fueron examinados, al menos una vez, bajo el prisma del separatismo y el sen-
timiento nacional. Sin embargo, dicha uniformidad no aparece de modo tan cris-
talino e inmediato cuando se examinan las pruebas documentales: el mundo de
las sociedades humanas siempre trasciende las fórmulas y los modelos.
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 461

COYUNTURAS CRÍTICAS

Durante el siglo xvI es posible detectar dos grandes momentos críticos en los
que ocurrieron levantamientos significativos, ya sea simultáneamente o en un
lapso más o menos reducido, pero, de cualquier forma, directamente relaciona-
dos con coyunturas históricas comunes.
El primero de estos momentos estuvo marcado por la participación portugue-
sa en la Guerra de Sucesión espafiola, cuando Portugal tomó posición contra las
pretensiones de Francia de colocar a un nieto de Luis XIV en el trono de Espana,
y por el inicio del largo reinado de Don João V. Vulnerable nuevamente, cada vez
más atado a Inglaterra, tanto en términos politicos como económicos, Portugal se
convirtió en blanco de los ataques de piratas franceses; los rumores constantes de
invasiones inminentes avivaron la insatisfacción, motivada sobre todo por la pre-
sión fiscal, y profundizaron las divergencias internas dentro de la sociedad luso-
brasilefia. Nunca como entonces se producirían tantos conflictos al mismo tiem-
po. Dos de ellos se extedieron durante más de dos afios y asumieron un cariz de
guerra civil: el de los Emboabas, de 1707 hasta 1709, y el de los Mascates, de
1710 hasta 1711. Otros fueron: los de Maneta, en 1711; la serie de levantamien-
tos antifiscales en Minas, entre 1714 y 1720; el de Filipe dos Santos, también en
1720; el de Terço Velho, en 1728. En estos dos últimos se aplicaron en total ocho
penas capitales, tres de ellas con descuartizamiento del cuerpo.
El segundo momento acontece durante la revolução atlântica, cuando la inde-
pendencia de las colonias inglesas de América del Norte pondrá en jaque el siste-
ma colonial (1776), la Revolución Francesa liquidará el Antiguo Régimen (1789)
y la Ilustración difundirá por todo el Occidente los ideales de libertad e igualdad.
El afio 1789 en Minas, 1784 en Rio de Janeiro y 1798 en Bahía marcan este
período, que se saldó con un total de cinco ahorcados y un descuartizado: Joa-
quim José da Silva Xavier, el Tiradentes da inconfidência mineira.

LA PRIMERA COYUNTURA INSURGENTE: 1708-1728

El descubrimiento de oro en el Brasil central supuso grandes cambios en el equi-


librio y la dindmica del imperio portugués, además de desencadenar una increi-
ble ola migratoria desde la metropoli y las zonas de colonizacién mas antiguas
Minas Gerais. Fue precisamente en esta region donde se produjeron los
eros conflictos luso-brasilefios del siglo Xvi, que inauguraron la primera
coyuntura de insurgencia de este siglo.
La causa principal del conflicto fue la oposicion entre los mineros antiguos,
general originarios de S3o Paulo, y los que llegaron después, provenientes de
y de otras zonas de la colonia, destacandose entre ellas Bahia. La oposi-
estaba motivada por el control de las tierras mineras, el incipiente aparato
inistrativo, pudiendo atribuirse a las tensiones entre comerciantes y propie-
de las referidas tierras. La incomprension entre grupos sociales que se en-
en la tradicion para descalificar a otros, forasteros o de origen más re-
, caracterizaba a las sociedades de Antiguo Régimen, asi como la oposicion
462 LAURA DE MELLO E SOUZA

entre el comercio y la propiedad territorial. En Minas, región de frontera y aven-


tura integrada en un vasto imperio colonial, tales peculiaridades adquirirían ras-
gos propios.
En aquella época destacó en Ouro Preto un forastero inteligente, Pascoal da
Silva Guimarães, quien comenzó como cajero en Rio y estableció vinculos con el
gran comercio, recibiendo armas y esclavos en el interior de Minas. Con el tiem-
po se alió con otros potentados, entre ellos Manuel Nunes Viana, constituyén-
dose así un núcleo poderoso de forasteros. Se diferencian por el volumen de los
capitales y el uso del sistema de desmonte hidráulico en la explotación de los mi-
nerales, desviando el curso de los ríos y excavando minas profundas, lo que exi-
gia más mano de obra y trabajo adicional. Los paulistas continuaban con la
práctica rutinaria de la depuración en bateas, cribando el cascajo, o con picos y
almocrefes que removían los filones superficiales. Pronto comenzaron a mirar a
los extranjeros con resentimiento; como en aquel tiempo casi toda la población
de São Paulo hablaba tupi, escogieron en esta lengua el vocablo despectivo em-
boabas (corrupción de amô-abá), con el que pasaron a designar a los forasteros.
Nunes Viana comenzó como vendedor ambulante de baratijas y se convertió
después en administrador de los corrales de Dofia Isabel Guedes de Brito, hija
bastarda del maestre de campo Antonio Guedes de Brito, legendario potentado
del sertão bahiano. Vendia ganado y diversas mercancias destinadas a Minas, y
recibía a cambio oro en polvo. Entró en conflicto con uno de los más ilustres
paulistas de la región, Manuel Borba Gato, quien, publicando edictos en la puer-
ta de la iglesia de Caeté, lo conminó a retirarse. La negativa de Nunes Viana em-
peoró aún más las relaciones entre los dos grupos.
Como la región atravesaba una etapa de escasez alimentaria en 1707, se pro-
curó remediarla mediante la subasta del contrato de los cortes de carne destina-
dos a Minas, hecho en Río; el rematante deberia abastecer la región con el gana-
do necesario, y al tratarse de un monopolio, las ganancias prometían ser
altísimas. El sargento mayor Francisco do Amaral Gurgel, sefior de haciendas en
la región fluminense, obtuvo el contrato en asociación con el hermano trinitario
fray Francisco de Menezes. Al enterarse, los paulistas se enfurecieron, oponién-
dose por la fuerza.
Además de la cuestión del monopolio, una escaramuza que ocurrió en Caeté
agravó aún más la situación: celosos, quizás por las prerrogativas estamentales
referentes a la autorización para portar armas, dos paulistas quisieron desarmar
a un portugués y Nunes Viana acudió en su ayuda, desafiándolos a duelo. Sen-
das comparsas acudieron en su ayuda; el motin se generalizó y los forasteros or-
ganizaron un ejército respetable proclamaron a Nunes Viana gobernador de Mi-
nas y decidieron expulsar a los paulistas, quienes habían sufrido dos derrotas
significativas (octubre-noviembre de 1708). Nunes Viana, que tenia su sede en
Ouro Preto, al lado de Pascoal da Silva, ordenó el ataque contra los paulistas
que se agrupaban en Rio das Mortes, en el Arraial Novo, donde después se crea-
ría la ciudad de São João del Rei. Ante la promesa de que nada les ocurriría si
deponían las armas, los paulistas se rindieron; sin embargo, una vez que lo hicie-
ron fueron torpemente asesinados por los emboabas: éste es el episodio que pasó
a la posteridad como el «Capão da Traição» (diciembre de 1708).
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 463

Temeroso de que la insurrección se generalizase, el gobernador de Río, Don


Fernando Martins Mascarenhas de Lencastre, se dirigió a Minas. En el lugar de-
nominado Congonhas, en las inmediaciones de Ouro Preto, se encontró con Nu-
nes Viana, quien se autodenominaba gobernador de Minas Gerais. No hubo ne-
gociación posible: Lencastre volvió a Río, dejando a su sucesor, Antonio de
Albuquerque Coelho de Carvalho, que estaba ya en camino hacia la colonia, el
encargo de resolver la cuestión. Nunes Viana trató de estructurar un gobierno
efectivo, nombrando autoridades y estableciendo el control sobre la administra-
ción de la capitania.
Habil, considerado por la historiografia como uno de los más grandes go-
bernantes de la América portuguesa, Carvalho se dirigió a Minas en agosto, y
recibio la sumisión de Nunes Viana (agosto de 1709), quien enseguida se retiró
hacia los corrales de Doiia Isabel Guedes de Brito. Los paulistas habian vuelto a
su ciudad; instigados, según la tradicion, por sus esposas, se armaron bajo las
órdenes de Amador Bueno da Veiga y, en cuanto Carvalho se retiré hacia Rio,
volvieron a Minas, decididos a vengarse. En noviembre de 1709 comenzo el en-
frentamiento entre las dos facciones que duró ocho dias, sin que la victoria se
definiese por ninguna de las partes. Sabiendo que estaba en camino un refuerzo
emboaba, los paulistas se batieron en retirada el 22 de noviembre. Ochenta
hombres murieron en el bando emboaba: tras dos afios y cinco meses de enfren-
tamientos, acabó esta guerra que no tuvo ganadores (Boxer, 1962; Melo, 1987;
Canabrava, 1984).
El episodio de la eleccion de Nunes Viana como gobernador denota el ansia
creciente de los poderosos por enraizarse en la administracion regional, caracte-
ristica también presente en Pernambuco, en los conflictos de los mascates, que se
examinan a continuacién, y, a fines de siglo, en las tensiones que desembocarin
en la inconfidéncia mineira (conjura minera).
En Pernambuco, en la época de la guerra emboaba, la ciudad de Olinda,
controlada por los sefiores de ingenio, iba decayendo, mientras que Recife, cen-
tro de comerciantes, prosperaba y crecia, alcanzando una poblacion de cerca de
8000 personas. El precio de los esclavos aument6 bastante, dada la alta deman-
da de las actividades mineras de la region central; al disminuir el nimero de bra-
20s, las zafras diminuyeron. El precio del azúcar cay6 también debido a la desor-
ganizacion del transporte que se produjo, desde 1702, como derivacion de la
‘guerra maritima —consecuencia, a su vez, de la entrada de Portugal en la Gue-
de Sucesion espaiiola—. De ahi el empobrecimiento de la aristocracia azuca-
rera, que veia como la suerte de sus viejas propiedades pasaba paulatinamente a
‘manos de los acreedores de Recife.
—A pesar de eso, Recife ni siquiera era ciudad, lo cual acentia la contradic-
són flagrante entre la primacia politica y el peso econémico. Los cargos de la
“municipalidad eran ejercidos por olindenses; pero como a tales cargos corres-
los votos para ciertos impuestos municipales, que también recaian so-
los recifenses, éstos comenzaron a reivindicar su participacion en la eleccion
dada su superioridad numérica, salieron vencedores. Los de Olinda protesta-
on, diciendo que no era justo que forasteros establecidos en la capitania para
negocios privados comenzasen a tener influencia en la politica de la tierra.

UNIVT
DDEANTIOQUIA
BIRLIOTECA CENTRAL
464 LAURA DE MELLO E SOUZA

Protestaron también porque el gobernador de la capitania, Sebastião de Castro


Caldas, los obligó a ir a Recife para negociar el precio del azúcar. Al darles la ra-
zón a los olindenses, el rey procuró de la misma manera neutralizar el descon-
tento de los comerciantes adversarios: elevó Recife a rango de ciudad, separán-
dola de Olinda, y le reconoció la jurisdicción que le fuera demarcada por el
gobernador y el oidor, que favorecia a Olinda. Pero Castro Caldas se anticipó, y
en la noche del 14 al 15 de febrero de 1710 mandó levantar el pelourinho (pico-
ta) —símbolo del poder municipal— y luego elegir a las autoridades.
Del desacuerdo de las dos autoridades se formaron prácticamente dos parti-
dos: Olinda apoyaba al oidor, que postulaba límites más estrechos, y Recife se
alineaba con el gobernador, que defendia limites más amplios. Tras ordenar el
apresamiento de individuos ligados al grupo opuesto, Castro Caldas sufrió un
atentado (el 10 de octubre de 1710); esto lo indujo a acometer una nueva ola de
arrestos, que incluyó a figuras importantes: el propio oidor, que huyó; los capi-
tanes André Dias de Figueiredo y Lourenço Cavalcanti Uchoa, cuyas casas fue-
ron saqueadas; el capitán mayor Pedro Ribeiro, que reaccionó, detuvo al envia-
do del gobernador, el capitán João da Mota, y proclamó la revuelta armada, a la
que se adhirieron los principales de la ciudad y los ingenios: Bernardo Vieira de
Melo, Leandro Bezerra, los Cavalcanti, los Barros Rego. Ordenaron entonces la
marcha sobre Recife; Sebastião de Castro Caldas huyó a Bahía (el 7 de noviem-
bre de 1710) y el oidor a Paraíba.
Con esto se abria, tal vez, el primer movimiento social de la América portu-
guesa claramente marcado por el conflicto de clases: sefiores de ingenio contra
mercaderes, hijos de la tierra contra portugueses, la aristocrática ciudad de Olin-
da contra el Recife de los mascates —como pasaron a ser denominados, de ma-
nera peyorativa, sus habitantes—. Se reeditaba, en muchos aspectos, la guerra
emboaba. La conciencia de las posibilidades de cada grupo se delinea, sin em-
bargo, de manera mucho más nítida en el episodio que abordamos ahora.
Acéfala la capitania, comenzó el período de predominio de los olindenses;
primero demolieron la picota de Recife, valiéndose para ello de doce mamelucos
(hijo de indio con blanco) emplumados como indios. Luego discutieron en la
Cámara la creacion de una república en Pernambuco, análoga a la de Venecia;
invocaron las glorias de los antepasados, héroes de la guerra contra los holande-
ses, y parece que también hubo referencias al episodio emboaba, entonces re-
ciente, en el cual Nunes Viana fuera proclamado gobernador. Pero después de
reflexionar si entregarían o no el gobierno vacante al obispo, acabaron hacién-
dolo, pero bajo determinadas condiciones!: serían perdonados todos los actos
cometidos contra el mal gobierno de Sebastião de Castro Caldas; Recife dejaría
de ser ciudad; los puestos militares y de gobierno no podrían ser ocupados por
mascates y personas oriundas de Portugal (reinós); todos los que habían dejado
Pernambuco con el gobernador nunca volverían a ingresar a la capitanía y sus

1. «Capitulagdo que fizeram os levantados; e ofereceram ao bispo para haver de entrar a go-
LR

vernar Pernambuco; e com que persuadiram aos particulares; e povo». Véase Os manuscritos do Ar-
quivo da Casa de Cadaval respeitantes ao Brasil, pp. 352-354, doc. n.º 446. Sobre la Guerra dos
Mascates, el trabajo más reciente y completo es el de Cabral de Mello (en prensa).
e
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 465

puestos serian considerados vacantes; se concederia puerto franco a dos naves


extranjeras para que comerciaran exclusivamente el azúcar; se renovaria la dis-
posición real según la cual se exceptuaba el remate de cualquier bien por deudas
contraídas con los comerciantes y no se aplicaría, de la misma manera, la prisión
por deudas; se prohibiria a los comerciantes el cobro de intereses sobre las deu-
das y las cobranzas judiciales que recayesen sobre las dos próximas flotas; la sal
deberia volver a su precio antiguo.
Aceptadas las condiciones, el obispo asumió el cargo, apoyado por el gober-
nador de Bahia, que entonces detuvo a Castro Caldas. Pero esta vez son los ha-
bitantes de Recife quienes se muestran descontentos y traman una reaccién con
el apoyo del capitán mayor de Paraiba. La rebelion mascate estallé el 18 de ju-
nio de 1711, encabezada por Joio da Mota. El obispo, detenido en el colegio de
los jesuitas, firmó una carta circular en la que justificaba lo sucedido y determi-
naba que los capitanes del interior siguiesen al gobierno restaurado de Recife.
Bernardo Vieira de Melo, el gran dirigente olindense, fue apresado; logré huir
hacia Olinda y organizar una resistencia con el Maestre de Campo Cristóvão de
Mendonga Arrais, el oidor, y la Cámara, sitiando Recife. Siguieron varios en-
frentamientos entre los beligerantes, sin ninguna victoria decisiva, hasta que el 6
de noviembre de 1711 atracó en Recife la flota proveniente del Reino con el nue-
vo gobernador, Félix José Machado de Mendonga, quien traía un perdon gene-
ral del rey, confirmando lo anteriormente concedido por el obispo, cuando cayó
prisionero de los mascates.
1 Ambos bandos depusieron las armas y cuando parecia que todo se calmaba,
Félix Machado, so pretexto de haber descubierto una conspiracién contra su
vida, inició castigos y abrió proceso contra los olindenses, apoyado por los de
Recife. Olinda se quejó ante el rey, reclamando el perdén concedido y no respe-
tado; el mismo virrey, Marqués de Angeja, intercedié por Olinda. Félix José fue
sustituido por un nuevo gobernador; efectivamente, los animos se calmaron
pero, desde entonces, Recife se convirtio en sede de la capitania.
Mientras que emboabas, paulistas, olindenses y mascates se enfrentaban en
São Paulo y en Pernambuco, los piratas franceses asediaban Rio de Janeiro en
represalia por la participacion portuguesa en la Guerra de Sucesion espafiola. En
1710, Duclerc atacé la ciudad y fue derrotado; pero el afio siguiente, Dugay-
Trouin consiguié ocupar Rio, dejandola tras un fuerte rescate.
El afio 1711 también ocurrieron en Bahia los motins do Maneta. El goberna-
dor Don Lourenço de Almada fue sustituido por Pedro de Vasconcelos de Sousa,
quien llegó a Bahia el 14 de noviembre de 1711. Valiéndose del cambio de go-
bernador, comenzaron tumultos multifacéticos: los negociantes se oponian al
‘cobro de impuestos sobre los esclavos de la Costa da Mina y Angola; la pobla-
ión protestaba contra la brusca subida del precio de la sal, que aument6 de 480
a 720 reis (reales) el alqueire?, lo que beneficiaba al monopolista Manuel Dias
Filgueiras, su único importador. Como en el conflicto emboaba, y como ocurri-
ría luego en el episodio de Filipe dos Santos, los monopolizadores de productos

2. Antigua unidad de medida de dridos, equivalente a 36,27 litros.


.

466 LAURA DE MELLO E SOUZA

alimentarios eran blanco del odio popular. El juiz do povo (juez del pueblo) y el

de misteres (oficios), Cristóvão de Sá y Domingo Vaz Fernandes, respectiva-


mente, que representaban a los menos favorecidos en la Cámara Municipal, in-
tentaron en vano suspender el aumento; y se convirtieron así en los cabecillas
de la revuelta, por entonces ya inevitable. En fin, la población se negaba a pa-
gar la dizima da alfândega (10% sobre las mercancias importadas), que una
carta real mandaba cobrar para cubrir los gastos de los navíos guardacostas,
destinados a vigilar las aguas territoriales a causa de los piratas: consideraban
que tal vigilancia se justificaba en Río, de donde partían las flotas de oro, pero
no en Bahía.
El 17 de octubre comenzó la agitación, que se propagó el día 19 con la ad-
hesión de soldados, oficiales y marineros de la flota, lo que dificultaria mucho la
represión. Predominaban los portugueses y se unió al movimiento el negociante
João de Figueiredo Costa, apodado el Maneta. Con el aumento de la violencia,
los revoltosos se dirigieron a las casas de tres hombres de negocios (entre ellos
Filgueiras), las asaltaron y saquearon, lanzaron las alfaias (muebles, utensilios o
adornos de uso doméstico) y objetos de valor por las ventanas, y distribuyeron
muebles y mercancias entre la población. En lugares públicos se fijaron pasqui-
nes insolentes, que contenían amenazas como «reconhecer a vassalagem a outro
senhor se não fosse suspensa a execução dos novos tributos» (prestar vasallaje a
otro sefior si suspende la aplicación de los nuevos impuestos) (Varnhagen,
1951).
Sintiéndose incapaz de contener el nuevo motin, Pedro de Vasconcelos recu-
rrió al gobernador que le habia antecedido en el puesto, Don Lourengo de Alma-
da, quien dio marcha atrás en los aumentos y tributos, y concedi6 el perdon pú-
blico y por anticipado a los revoltosos. Finalmente, ofreciendo la base ritual de
un verdadero frente articulado por los poderes constituidos, el arzobispo Don
Sebastiio Monteiro de Vide aparecié en piblico con el santisimo expuesto,
acompaiiado de un séquito compuesto por canénigos y hermanos del Sacramen-
to da Sé, contribuyendo a que, finalmente, los animos se serenasen.
Un nuevo motin se produjo un mes y medio después (el 2 de diciembre de
1711) y a pesar de estar relacionado con el anterior, no conté con la participa-
ción del Maneta, sino que estuvo dirigido por Domingos da Costa Guimaries,
Luis Chafet e Domingos Gomes. El pretexto fue la constitucion de una escuadra
que acudiese en ayuda a Rio, ocupada por Dugay-Trouin. Alegando falta de re-
cursos, Don Pedro de Vasconcellos rechazé el pedido, pero los revoltosos insis-
tieron, sugiriendo que se aportasen préstamos de particulares, que se utilizase el
dinero guardado en los conventos y que se abriesen suscripciones entre los nego-
ciantes. Vasconcellos aceptó entonces, y comenzó a armar las naves y expidió
órdenes a la Cámara para que procediese a recaudar contribuciones. Pero con la
noticia de la partida de los franceses, el movimiento perdió su razón principal;
los negociantes exaltados volvieron a sus establecimientos comerciales y cuando
todo se iba calmando, Vasconcellos, que habia perdonado a los culpables del
primer motin, procedió al castigo de quienes estaban involucrados en el segun-
do. Los tres jefes mencionados anteriormente fueron desterrados a diferentes
puntos de Africa.
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 467

Las revueltas de 1711 y la correspondencia intercambiada entre el goberna-


dor y la metrópoli muestran hasta qué punto se temia la sublevación de los vasa-
llos en una coyuntura de crisis internacional. Muestran también cómo se iban
forjando ideas cada vez más precisas sobre la naturaleza de los motines y, ade-
más, sobre las relaciones entre el ejercicio del gobierno y la medida del castigo.
Pedro de Vasconcellos escribiría a Lisboa atribuyendo los desórdenes durante su
gobierno a la falta de castigo de quienes delinquían; para impedir la enfermedad
de «todo o Estado», instaba a que se aplicara «o remédio genuino e próprio»: el
castigo ejemplar. Por su parte, el Conselho Ultramarino consideró que Vascon-
cellos no habia mostrado capacidad de discernimiento en ninguno de los episo-
dios y que deberia haber ordenado detener y ahorcar a los sublevados tras el pri-
mer motín. En cuanto a su actuación en el segundo, la consideró excesivamente
enérgica, pues los colonos habían mostrado amor al Estado y celo público, no
eabiendo el duro castigo que recibieron. Era necesario que la diversidad de las
causas no indujese a error a los gobernantes sobre la naturaleza de los motines,
siempre univoca y perniciosa.
Los levantamientos de 1711 lograron ganancias parciales. El Conselho Ul-
tramarino considerd que se deberia enviar un nuevo gobernador, pues Vasconce-
Tlos se habia ganado la inquina de la poblacién. Don Jodo V tuvo en cuenta la
opinion de la ciudad de Salvador y ordenó que se transportase libremente la sal
? hia (Lamego, 1929; Garcia a Varnhagen, 1951).
En 1720 reaparecieron en Minas practicamente todas las causas de las sedi-
ones precedentes: lucha entre sectores del aparato administrativo (el oidor con-
el gobernador), entre oligarquia local y gobierno, e insatisfaccion generaliza-
la contra los tributos.
La region Minas de entonces diferia bastante de aquélla de la guerra emboa-
La sociedad se iba sedimentando, se habian fundado varias ciudades desde
11, época en que se creó la capitania, y dos gobernadores ya habian pasado
ahi montando el aparato administrativo sin haber, no obstante, consolidado
oder. El problema de los impuestos sobre el oro extraido aún no tenia una
ión adecuada y el intento de cobrar un impuesto sobre cada esclavo que de-
minerales (en bateas) originé un levantamiento en Morro Vermelho en
. La Corona retrocedi6, pero instruyó al nuevo gobernador, Don Pedro de
eida Portugal, conde de Assumar, para que aplicase la cobranza del quinto
por medio de las Casas de Fundicao, donde se descontaria el tributo y se
n las barras, que sólo de esta forma podrian ser negociadas. Puesto que
veia descontentos, en 1720 llegaron a Minas las dos primeras compatiias
gones, tropas de caballeria compuestas en su totalidad de portugueses. Se
ecieron en la Vila do Ribeirão do Carmo (hoy Mariana), donde, en la épo-
L también residia el gobemadoL
El 28 de junio de 1720, varios hombres enmascarados comenzaron a provo-
esordenes, saqueando residencias y conminando a gritos al gobernador
que no abriese las casas de fundicion. Tales episodios de violencia popular
se repitieron durante varios dias y fueron uno de los rasgos distintivos
0. Mientras fingía estar de acuerdo con las reivindicaciones basicas, el
gobernador se informé de que las personas involucradas en el levanta-
468 LAURA DE MELLO E SOUZA

miento eran potentados de Minas (Sebastião da Veiga Cabral, Manuel Nunes


Viana, Pascoal da Silva, antiguos participantes de la guerra emboaba) en colu-
sión con el oidor Mosqueira da Rosa, recientemente cesado. Tras semanas de
tensión, Assumar detuvo a algunos de los cabecillas, entre los cuales se encontra-
ba un arriero exaltado, Filipe dos Santos Freire, quien defendería públicamente
la revuelta en varias circunstancias, consciente de pertenecer al círculo de los
protegidos de Pascoal da Silva. Dos días después, el 16 de julio de 1720, ocupó
Ouro Preto a la cabeza de 1.500 hombres, exhibiendo a los presos y mandando
prender fuego a los campamentos en las áreas en que Pascoal da Silva extraia
mineral. Este último acto carece de suficiente fundamento histórico, así como la
forma que asumió la ejecución de Filipe dos Santos, quien además no fue juzga-
do: es cierto que fue ahorcado, pero no se puede afirmar que hubiera sido ama-
rrado a la cola de cuatro caballos bravos que lo habrían descuartizado. Pero,
una vez más, la leyenda es elocuente en lo que respecta a la simbologia: fuego y
suplicio integran el espectáculo del castigo ejemplar, sumamente ritualizado,
muy al gusto de las sociedades del Antiguo Régimen.
El levantamiento de Filipe dos Santos presenta dos peculiaridades: no se eje-
cutó al principal sedicioso, sino a una figura subalterna, eximiendo a los podero-
sos del castigo capital; el gobernante y verdugo del movimiento escribié una no-
table reflexion sobre la naturaleza de los motines y la forma en que los
gobiernos debian afrontarlos, muy original en el contexto portugués, casi siem-
pre pobre en teorizaciones politicas (Discurso Histérico..., 1994).
Las contradicciones en la direccion de las colonias son extraordinariamente
expresadas por Assumar en su Discurso Histérico Politico sobre a sublevação
de 1720 (1994), donde la argumentacién presenta puntos de contacto sor-
prendentes con la de Vasconcellos durante la sedicién bahiana de 1711 e igual
analogia con los temores del consejero Antonio Rodrigues da Costa, quien amo-
nestaria al gobernador de Bahia en la misma época. Temeroso de que la suble-
vacién se expandiese y, sobre todo, de que los esclavos negros también se amoti-
nasen, Assumar se decidi6 por la pena capital y la aplicé sin juicio. El desenlace
le resulté adverso: fue trasladado a Lisboa y sufrié casi diez afios de ostracismo
en la Corte.
La administración colonial no dejaba mucha salida a los gobernantes: en
esta coyuntura crítica retrocedían o castigaban con violencia, y en ambos casos
disgustaban a la metrópoli. Considérense los casos de Don Fernando Mascaren-
has de Lencastre, que no supo actuar en la guerra emboaba (1709); Sebastião de
Castro Caldas, que huyó acosado por los avances olindenses en la guerra de los
mascates (1711); Pedro de Vasconcellos, que castigó en Bahía el levantamiento
abortado (1711); y Don Pedro de Almeida, quien infligió suplicio a un hombre
blanco sin haberlo juzgado (1720).
La primera coyuntura crítica del siglo xvm luso-brasilefia se cerró con el le-
vantamiento del Terço Velho, que ocurrió en Salvador en 1728. Por entonces
eran muy frecuentes en Bahia las dificultades para proveer de uniformes a los
soldados: estaba vigente un sistema de contratos según el cual la Cámara pagaba
a los abastecedores y además daba a la tropa la ración de harina de mandioca;
como se atrasaba siempre, los tumultos eran constantes. El que ocurrió en mayo
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 469

de 1728 fue el más grave de todos, ya que transcendió los motivos tradicionales
y reveló una profunda insatisfacción ante el aparato judicial, pues el detonador
del movimiento fueron las sentencias excesivamente severas que el oidor general
del crimen dictó contra los soldados acusados de robo.
La mayor parte de los dos tercios de la guarnición de Bahia se rebeló, lo que
representaba unos 300 soldados; recorrieron las calles dando vivas a su maestre
de campo y muertes al oidor general del crimen, mientras que en una nota tragi-
cómica, el virrey, conde de Sabugosa, distribuía bastonazos a la soldadesca amo-
tinada; ésta consiguió dominar la ciudad por cierto tiempo, hasta que el virrey
hizo publicar el perdón a toque de tambor. Debilitado el movimiento, en los días
siguientes se efectuaron 23 arrestos. Tras un rápido juicio en el Tribunal da Re-
lação, se ahorcó a los principales cabecillas, que eran siete, y los cuerpos de dos
de ellos fueron descuartizados y exhibidos públicamente; otros 13 sufrieron des-
tierro perpetuo en Benguela (Costa, 1958).
Tanta violencia muestra la tensión de una coyuntura peligrosa, sugiriendo
además cuán grave se consideraba la insatisfacción de los soldados, brazo arma-
do del poder. Éstos se habían rebelado en circunstancias anteriores: en la misma
Bahia, en 1688, por motivos análogos; en la época del Maneta, algo más de
quince afios antes. Nunca, sin embargo, en escala tan considerable. Y ahora ha-
bia un nuevo temor, manifestado también en la carta de Sabugosa: que los escla-
vos se uniesen a los revoltosos.
Después de 1728, se produjo un levantamiento en el sertão minero de São
Francisco en 1736, cuando algunos potentados locales reunieron a hombres de-
socupados para manifestar el descontento con los tributos y hostilidad contra
funcionarios del Gobierno. Se produjeron arrestos, pero no se ejecutó a nadie.
Hasta 1789, las revueltas serían informales, lo que no significa menos violentas,
» Sino diseminadas en la vida cotidiana. Durante el consulado pombalino, las elites
aceptaron cooperar, lo que anuló su capacidad de cuestionamiento. Por otra par-
te, surgieron innumerables quilombos (comunidades de esclavos cimarrones) que,
al menos en Minas —región clave de la colonia en el siglo XvI— fueron tratados
a sangre y fuego. Pero los quilombos se mantuvieron aislados en el mundo de los
desfavorecidos, sin alianza posible con otros sectores descontentos.

LA SEGUNDA COYUNTURA INSURGENTE: 1789-1798

El último grupo de revueltas luso-brasilefias que aqui se aborda representa un


corte profundo en relación con la larga tradición insurgente que la precedió. He-
terogéneas en lo referente a los grupos sociales que en ellas participaron, o inclu-
so en cuanto a los objetivos que esbozaron, tienen, con todo, una sola naturale-
za profunda: son indiscutiblemente coloniales y no pueden ser confundidas con
las formas de descontento propias del Antiguo Régimen. Además, todas unen el
aprecio por ideas ilustradas al ansia de cambios radicales que, en última instan-
cia, ponen en jaque la forma de gobierno —monérquica— y la condicién politi-
co-colonial. Todas, en fin, sufrieron una profunda influencia de los dos aconteci-
mientos capitales de la época: la independencia de las colonias norteamericanas
470 LAURA DE MELLO E SOUZA

que
en 1776 y la Revolución Francesa en 1789 (o, en el caso minero, el ideario
la precedió).
Debido al descubrimiento de oro (1692) y de diamantes (1729), Minas Ge-
rais fue la región más importante del imperio portugués durante todo el siglo
xviiL. Sin embargo desde finales de la década de 1730, el rendimiento del quinto
real venia disminuyendo regularmente y sucesivos gobernantes habían tratado,
el habi-
sin éxito, de aumentar la extraccién. Una vida urbana muy acentuada y
to de mandar a los hijos a estudiar a Europa hizo posible el surgimiento de una
elite intelectual bien distribuida por toda la regién, de la que formaban parte al
gunas de las mayores expresiones literarias del siglo xvm luso-brasilefia, junto a
los poetas Cláudio Manuel da Costa, Tomás Antonio Gonzaga y Alvarenga Pei-
xoto. Se difundió el hábito de las tertulias literarias y el préstamo de libros, so-
bre todo los que prohibia la censura. Las bibliotecas particulares poseían titulos
de autores como el abad Raynal, Montesquieu, Mably, Voltaire y las ideas ilus-
tradas adquirieron un potencial peligroso cuando, en 1783, el gobernador Don
Rodrigo José de Menezes, amigo de los letrados y poetas de la capitania, fue sus-
tituido por Luis da Cunha Menezes, produciéndose entonces un cambio total en
general
el sistema de distribucion de los cargos administrativos. Gonzaga, oidor
de la capitania, entré en conflicto con el nuevo gobernan te. El endeuda miento
la inte-
de algunos de esos hombres, todos miembros de la oligarquia local, y
rrupcién de circuitos bien establecidos de contrabando de diamante s, integrad os
por otros tantos, contribuy6 a alimentar el descontento.
Todo lo que se sabe del episodio se basa en fuentes oficiales, los autos del
proceso entonces abierto que, sin duda, ofrecen una vision deformada. Entre
do, in-
tanto, la tradicién de revueltas, bien enraizada en la capitania —contan
cluso, con un curioso episodio en torno a 1759, cuando, en el Curvelo, letrados
y eclesidsticos locales profirieron palabras sediciosas y escribieron panfletos con-
tra-la monarquia— autoriza a afirmar que, ya en 1788, se urdia en Minas un
plan de sedicién influido en buena parte por el ideario norteamericano y que
contaba con la adhesión de miembros importantes de la minoria culta, la magis-
tratura, la administracion y las milicias. La revuelta, que contaba con la adhe-
sión de sectores populares, estallaria cuando el gobernador lanzase la derrama,
es decir, un dispositivo fiscal que obligaba a la poblacion a cubrir la diferencia
de las cien arrobas debidas al quinto.
Sospechando que se tramaba un levantamiento contra su gobierno, y con-
el
tando, ya en esta ocasion, con la denuncia verbal de uno de los involucrados,
sus-
vizconde de Barbacena —quien sucediera a Cunha Menezes un afio antes—,
pendi6 la derrama el 14 de marzo de 1789. Cerca de un mes después, el delator,
de la
Joaquim Silvério dos Reis, entregé su denuncia por escrito, seguida luego
del teniente coronel Basilio de Brito Malheiro.
Las acusaciones eran graves. Los sediciosos hablaban de separacion de Portu-
gal, con el consiguiente fin del monopolio y la apertura de los puertos al comer-
cio libre; de la ejecucion del gobernador; del establecimiento de un régimen repu-
blicano circunscrito a la capitania de Minas, pero con la posibilidad de conseguir
posteriormente la adhesion de otras regiones; de la adopción de una constitucién
propia; y de la creacién de una fabrica de pélvora y de una casa de la moneda.
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 471

Los involucrados eran personas destacadas: el oidor Tomás Antonio Gonza-


ga; el comandante militar de la capitania, Francisco de Paula Freire de Andrade;
Claudio Manuel da Costa, que fuera presidente del Senado de la Camara de Vila
Rica; José Alvares Maciel, hijo del capitin mayor de la misma ciudad; José Aires
Gomes, el mayor hacendado de la regién; Alvarenga Peixoto, antiguo oidor de
una de las comarcas de la capitania; el vicario de São José del Rei, Carlos Co-
rreira de Toledo; el canénigo de Mariana, Luis Vieira da Silva; y el contratador
Jodo Rodrigues de Macedo, para sélo citar los mas importantes.
A comienzos de mayo, el 7 de mayo de 1789, el virrey mandó abrir el proceso
en Rio. En la misma ocasión, se apresó en esa ciudad al alférez Joaquim José da Sil-
va Xavier, apodado Tiradentes, a quien las denuncias sindicaban como el principal
propagandista del movimiento y autor de las palabras más sediciosas. Se sucedie-
ron entonces otros arrestos y los conjurados fueron enviados de Vila Rica hacia
Rio, donde comenzaron los interrogatorios. Temeroso de que su nombre apareciese
junto al de algunos de los conjurados debido a las relaciones de amistad que siem-
pre habia mantenido, y creyendo poder interferir en el curso de la investigacién, el
wizconde de Barbacena abri6 otro proceso en Vila Rica el mes siguiente (el 12 de ju-
nio de 1789), y ambos procedieron paralelamente a los interrogatorios. A comien-
zos de 1790, se unificaba el proceso; a finales del mismo afio llegaron a Rio los ma-
gistrados encargados de revisar y concluir el proceso; y el 18 de abril de 1791, en
una sesion presidida por el virrey, se proclamó la sentencia final que condenaba a
muerte en la horca a once conjurados, y desterraba a otros siete a Africa. Nunca se
wera nada semejante en la colonia. El 15 de octubre de 1791, Dofia Maria I conce-
di6 el indulto a los condenados a muerte, menos a uno, decisién mantenida en se-
ereto por los jueces del Tribunal de Apelacién hasta el 19 de abril de 1792.
De ahi en adelante, todo el procedimiento se orienté con vistas al impacto y
espectdculo. Se publicé el perdén de todos, menos el de Tiradentes, quien asu-
mió todas las culpas del levantamiento. El 21 de abril, los regimientos en unifor-
me de gala se alinearon a lo largo del recorrido del condenado y éste, precedido
~por una compania de dragones, avanzó entre hermanos de la Misericordia y clé-
rigos que rezaban en voz alta. El juiz de fora (magistrado de la época colonial),
oidores y demds autoridades montaban caballos ricamente enjaezados. A las 11
de la mariana, Tiradentes subi6 las gradas del patibulo. Su fin es bien conocido y
en todo andlogo a la muerte del justo: dice que se regocijaba de ser el tinico en
morir y cuando el verdugo le pidi6 perdén, respondió, haciendo el gesto de be-
sarle las manos, que también el Redentor habia muerto por nosotros. Su cuerpo
fue descuartizado y expuesto en el camino que llevaba a Minas; la cabeza quedó
uesta en Vila Rica, en la plaza situada frente al palacio y la carcel; su casa
arrasada y salado el terreno (Maxwell, 1973; Jardim, 1989).
En Rio de Janeiro, que contaba entonces con cerca de 40000 habitantes, el
io de los sediciosos y la ejecucion de Tiradentes provocaron una profunda
ión. Los intelectuales se venian reuniendo en asociaciones como la Socie-
Literaria, creada en 1786, con el propésito de discutir cuestiones referentes
desarrollo de las ciencias y su aplicacion en la sociedad. Era evidente el ansia
la laicizagao da inteligéncia: en dos ocasiones anteriores, en 1787 y en 1793,
uel Indcio da Silva Alvarenga, profesor regio de retérica, y Jodo Marques
472 LAURA DE MELLO E SOUZA

Pinto, profesor de griego, habían hecho a la reina dos representaciones con du-
ras críticas a la intervención religiosa en la ensefianza de la juventud, que procu-
raban atraer a los jóvenes y apartarlos de las aulas regias.
Entre tanto, el virrey conde de Resende decidirá bruscamente el cierre de la
Sociedad (1794). Poco después se produjo una denuncia contra once de sus
miembros por discutir y abrazar ideas como las siguientes: que los reyes no eran
necesarios; que los hombres eran libres, pudiendo reclamar en cualquier momen-
to su libertad; que las leyes francesas eran justas y debían ser seguidas en este
continente; que los franceses debían venir a conquistar Río; que la Sagrada Es-
critura, así como da poder a los reyes para castigar a los vasallos, también lo da
a los vasallos para castigar a los reyes; que el reino habia sido entregado a los
frailes y que Don João vivía prestando cuenta de sus actos a los frailes y, muy
beato, habia ordenado «vir água do rio Jordão para a princesa [Dona Carlota
Joaquina] conceber» (Santos, 1992).
Incluso antes de abrir el proceso, Resende ordenó arrestar a los miembros de
la Sociedad, manteniéndolos incomunicados y requisando los papeles y los bie-
nes. Casi todos eran hombres maduros y pertenecientes a los estratos medios;
sólo dos eran propietarios. La figura más importante del grupo era Manuel Iná-
cio da Silva Alvarenga, mulato minero formado en Canones en Coimbra e influi-
do por el pombalismo, quien ensefiaba retórica y poética en Rio desde 1782. El
proceso duró desde diciembre de 1794 hasta enero de 1795; los demás interro-
gatorios y careos se escucharon hasta mayo de 1796 y, además de los once acu-
sados, estuvieron involucrados como testigos otras 65 personas.
Entre los papeles de Silva Alvarenga se encontraron apuntes para una espe-
cie de reglamento secreto de la Sociedad Literaria, escritos de su puío y letra, es-
clarecedores del carácter secreto, democrático y humanista de la misma: todos
los miembros serían iguales; el objetivo principal deberia ser la Filosofía «em
toda a sua extensão no que se compreende tudo quanto pode ser interessante» y
los trabajos privilegiarían tanto las materias nuevas como las «já havidas», para
conservar y renovar las ideas adquiridas (Santos, 1992, 101).
El proceso no caracterizó al movimiento como una conjura, pues no logró
probar la existencia de un plan de sedición y levantamiento armado destinado a
tomar el poder. Los presos fueron liberados en 1797 y ninguno fue condenado.
Lo que tal vez haya pesado más en el episodio de la Sociedad Literaria fue la
constatación de que las ideas francesas comenzaban a dejar el círculo de los le-
trados y a ganar los medios populares, atrayendo el interés de oficiales mecáni-
cos y artesanos. Esta combinación explosiva se repetiría en 1798, en Bahía, lle-
gando a ser más compleja y amplia.
Bahia, a diferencia de Minas, atravesaba por un periodo de desarrollo eco-
noémico. Salvador contaba entonces con cerca de 60.000 habitantes; era la ma-
yor ciudad negra de la América portuguesa y habia sido sede del virreinato hasta
1763. El 12 de agosto de 1798 fueron fijados en lugares públicos de la ciudad
«avisos al Povo Bahianense», desvelando que estaba en curso una articulacion
politica sediciosa. Se afirmaba en ellos que no tardarian en ocurrir grandes cam-
bios y reivindicaban ventajas para la tropa, libertad para los esclavos, liquida-
ción del absolutismo, igualdad entre los hombres, la república, el comercio libre
MOTINES, REVUELTAS Y REVOLUCIONES EN LA AMÉRICA PORTUGUESA 473

y el derecho de propiedad. Invocaban la revolución de 1789, recordando que to-


das las naciones del mundo tenían los ojos puestos en Francia y que «a liberdade
€ agradável para todos» (Iancsó, en prensa).
Estos pasquines constituyeron el punto de partida de las averiguaciones ofi-
ciales pero, como en las revueltas anteriores, hubo delatores. Setenta testigos
fueron llamados a deponer y se procedió a arrestos que comenzaron siendo in-
tensos y se fueron espaciando, prolongándose hasta enero de 1799. Los implica-
dos pertenecían a diferentes capas sociales, con predominio de los artesanos,
mulatos y negros libres. Pero habia intelectuales ilustrados, como Cipriano Bara-
ta, y miembros de las elites, como José Borges de Barros, Francisco Muniz Ba-
rreto de Aragão o, incluso, el sacerdote y científico Francisco Agostinho Gomes,
cuya participación es menos evidente. Un análisis cuidadoso de los aconteci-
Tmientos revela que, en el transcurso del proceso, la culpa se transfirió poco a
poco hacia los elementos más pobres y mestizos de la sedición, exceptuándose
a
Quienes tenian preeminencia económica, social o cultural (Iancsó, en prensa). La
sentencia reflejó esta distinción. Cuatro hombre pobres, negros o mestizos, fue-
ron condenados a la horca el 8 de noviembre de 1799: Luís Gonzaga das Vir-
gens, Lucas Dantas de Amorim Torres, João de Deus do Nascimento y Manuel
Faustino dos Santos Lira. Se desterró a otros seis, todos pobres también.
A diferencia de los dos movimientos anteriormente analizados, la sedición
bahiana mostró el esbozo de una cultura política. Existen documentos que indican
trajes y comportamientos exclusivos de los sediciosos: brinco (adorno o joya) en la
oreja, barba crecida hasta el medio del mentón y un buzio de angola (concha de
mar) en las cadenas del reloj harían que su portador fuese reconocido «como Fran-
és, e do partido da rebelião» (Iancsó, en prensa). Además, el movimiento bahiano
mostró capacidad para articular diversos segmentos de la sociedad, propuso la
lición de la esclavitud, hizo gala de sensibilidad revolucionaria, articulando de
forma peculiar el espacio público y el privado. Hasta entonces, el espacio privado
había sido el campo, por excelencia, de la sedición y la protesta, de los ilustrados.
En Minas existen pruebas de que se habló de la revuelta en calles y tabernas, nun-
€a, sin embargo, del modo extremo que la protesta pública estalló en Salvador.
Quienes sobrevivieron a la conjura minera, al proceso contra la Sociedad Li-
ferária o a la revuelta bahiana de 1798 no dejaron huellas de los acontecimientos
wividos, y se sumieron en un silencio intrigante: Silva Alvarenga, Mariano José
Pereira da Fonseca, más tarde Marqués de Maricá o Cipriano Barata mantuvie-
ron el más absoluto silencio sobre sus días de rebeldes. Con la ascensión de Don
Rodrigo de Sousa Coutinho al Ministério dos Negócios do Ultramar, la llegada
de la familia real y, después, la proclamacién de la independencia, triunfé un
proyecto politico totalmente distinto de los que, confusa o vagamente, habian es-
Bozado en la teorfa y la prictica los revolucionarios de 1789, 1794 y 1798. Se
trataba del Império, independiente de la metrépoli, pero esclavista, tnico y ad-
erso a los regionalismos, capaz de captar e incorporar a antiguos rebeldes: de
i el silencio respecto al pasado. Fue el proyecto hegeménico de los Braganza el
impuso la idea de Brasil: para Tiradentes, Silva Alvarenga o Luis Gonzaga
Virgens, profundamente identificados con la region en que vivian, lo que de-
prevalecer era la libertad y, con matizaciones, la igualdad entre los hombres.

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