DPP - T VI A BINDER
DPP - T VI A BINDER
DPP - T VI A BINDER
Alberto M. Binder
derecho
procesal penal
Tomo VI
Teoría del juicio de conocimiento.
Condiciones de verificación.
Juicio imparcial.
C. Condiciones de verificación
LVII. Principio de imparcialidad.
El juez y la jurisdicción. El concepto
de imparcialidad como garantía primaria
§1
1. Condiciones de verificación. El hecho, calificado por
los requisitos de verificabilidad, debe ser verificado, para
que pueda habilitarse la imposición de una pena. Verificar
significa que podremos decir que tal hecho que realizó tal
persona en concreto, según la acusación, es verdadero, es
decir, efectivamente ocurrió como señalan los acusadores.
Para poder llegar al estado en el que el juez puede justificar
la certeza de lo ocurrido, se debe cumplir con un método
de trabajo que se descompone en dos dimensiones. Por un
lado, los acusadores deben presentar ante el juez y las otras
partes toda la información necesaria para demostrar que el
hecho es verdadero, utilizando para ello solo los medios que
la ley permita, bajo las estrictas condiciones de licitud en el
uso de esos medios. Toda información que no se canalice por
las vías legales no puede ser aprovechada. Por otra parte, la
producción de prueba y las discusiones normativas sobre
el sentido de los hechos se deben realizar siguiendo ciertas
reglas que imponen condiciones al modo como se construye
la verdad. Esas condiciones regulan el modo de trabajo y
constituyen las reglas del litigio, dado que la construcción
de la verdad nunca se puede realizar por fuera de esas
reglas, las denominamos condiciones de verificación. La
verdad nunca se alcanza solo un determinado nivel de in-
formación, sino que necesita el cumplimiento de esas reglas
para su construcción; por eso decimos que son reglas de
juego. Ese conjunto de condiciones de verificación, que sur-
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1
A la doctrina le ha sido cómodo hablar de “proceso”, “juicio”, “debate”,
no por razones menores, sino por la dificultad en reconocer el carácter
adversarial del proceso penal. Alcalá Zamora (1972:130) nos dice que la
palabra “pleito” se utiliza en el proceso civil y “causa” se reserva para los
procesos penales; postula la unificación de la terminología, pero no sugiere
que se haga a través de la voz “litigio” (la secular idea de “litigio” —nos dice
Barrios de Ángelis 1979:8—, pura y simple oposición de las partes me-
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§2
1. Sentido político del concepto de jurisdicción. La primera
de esas condiciones de verificación la constituye la impar-
cialidad. Tan determinante es la función de esta condición
de verificación que de ella deriva el concepto mismo de ju-
risdicción. No hay juez sin litigio y litigio no es una simple
controversia, sino un conflicto formalizado bajo reglas muy
precisas, así como ser juez no es ser simplemente quien
toma la decisión, sino quien lo hace desde una posición ins-
titucional muy particular que denominamos imparcialidad.
Pese a que sostenemos un concepto relativamente simple de
diante los actos del proceso). Aún en el proceso civil, la idea de que todo el
proceso es un mecanismo para concretar la ley y no una disputa entre los
involucrados en el conflicto, distorsiona la idea misma del litigio. En fin,
vale la pena rescatar el sentido simple de litigio, como el nombre que le
ponemos al juego contradictorio entre las partes, cada una con sus cargas
y sujeto a las formas del juicio, como postulaba Barrios de Ángelis. El uso
de la palabra “proceso” ya la hemos criticada, por su imbricación con el
modelo secuencial. La idea de juicio es correctísima, si se la piensa como
una forma particular del litigio. Lo que hacen las partes a lo largo de la
vida del caso es litigar y lo que hace el juez frente a esos casos es resolver
litigios.
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2
No nos ocuparemos aquí del desarrollo histórico de la idea de juez, una
figura de tan larga data que ha ido mutando según las épocas y los regímenes
políticos. Véase al respecto: Andrés Ibáñez (2015:43-62). De todos modos,
es posible que utilicemos el mismo nombre para designar a funciones que
poco tienen de común, en particular cuando muta de un modo radical el
papel de la ley parlamentaria a partir del siglo xix. Es llamativo lo que dice
Andrés Ibáñez (63), quien sostiene que a partir de la perspectiva históri-
ca de la idea de jurisdicción se puede sostener que ha primado la visión
política, como poder, como institución, y que “solo en época relativamente
reciente, y ya en el marco de los vigentes textos fundamentales, esta segunda
dimensión del tema —la relativa a la disciplina constitucional del proceso y
a las garantías y derechos del justiciable, ahora fundamentales— ha llegado
a convertirse en objeto de interés del constitucionalismo”. En términos
generales se puede decir que la mirada de los constitucionalistas sobre
los problemas judiciales y estrictamente procesales suele ser pobre y se
piensa la función del juez preponderantemente como parte del problema
del control de constitucionalidad. Este salto cualitativo en el concepto de
jurisdicción lo destaca Calamandrei al decir que “no se puede dar una de-
finición absoluta, válida para todos los tiempos y para todos los pueblos.
No solo las formas externas, a través de las cuales se desarrolla la admi-
nistración de la justicia, sino también los métodos lógicos de juzgar tienen
un valor contingente, que no puede ser determinado sino en relación con
un cierto momento histórico. Hoy, en las principales legislaciones de la
Europa continental, el contenido de la función jurisdiccional no puede ser
comprendido sino en relación con el sistema de la legalidad” (1986:114).
Como hemos dicho esto es cierto, pero en el caso de la función penal es
el desarrollo del sistema de garantías (que, claro, hoy se expresa en la le-
galidad) el que marca el sentido de la jurisdicción penal. El desarrollo del
sistema de garantías —y el juez que lo acompaña— se define en el siglo xix,
pero hunde sus raíces en el proceso histórico más largo, por lo menos a
partir de los Magna Carta y otras cartas forales y las permanentes disputas
entre justicia local y justicia real, que duran siglos.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 17
3
Explica estas dos corrientes, vinculadas a la justicia civil, Calamandrei (1986
I:177) del modo siguiente: “La concepción que ve en la jurisdicción civil
principalmente la defensa de los derechos subjetivos, parte de las premisas
propias del Estado Liberal, para el cual la función del derecho mira, en
primer término, al mantenimiento del orden entre los coasociados y a la
conciliación de los contrapuestos intereses individuales, y la justicia aparece
así como un servicio público puesto a disposición de los mismos. Viceversa,
cuando se parte de la concepción autoritaria, que ve en el derecho, ante
todo, la voluntad del Estado, y en la observancia del derecho, el respeto a
la autoridad, resulta que también en la definición de la finalidad de la juris-
dicción queda en la sombra el interés individual en la defensa del derecho
subjetivo, y surge en primer plano el interés público en la observancia del
derecho objetivo: no hay necesidad de explicar la razón de que, hoy, esta
segunda concepción de la jurisdicción civil aparezca históricamente más
en armonía con el derecho positivo vigente” Estas palabras están escritas
en la Italia de 1943 cuando todavía aparecía como posible el triunfo de los
fascismos europeos. De ello no debemos sacar la fácil conclusión de que
Calamandrei adhiere a esas doctrinas, sino, más bien, comprender el espí-
ritu de época, y la crítica a la democracia liberal, propia de esos tiempos.
La presentación de Calamandrei se refiere a la justicia civil, y en general
los teóricos del proceso civil de esa época veían al proceso penal como algo
fundado en principios diferentes, de indudable tono estatista. En nuestro
caso, presentamos la existencia de estas dos tradiciones como parte de la
historia y el presente de la justicia penal, partiendo además de la idea de
que no siempre ha sido tan notoria y diferente la existencia de dos tipos
de justicia, una civil y otra penal.
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4
Se ha sostenido, incluso, que, en realidad, solo debemos hacer una división
simple entre dictar leyes y aplicar leyes. En esta segunda dimensión se en-
cuentra tanto la Administración como la Jurisdicción. Han sostenido esta
concepción autores franceses y alemanes (Diaz, 1972:8, nota 21), pero en
la actualidad no es sostenida firmemente porque si bien es admisible como
clasificación, nos priva de profundizar en todos los problemas modernos
de la función judicial, así como de la complejidad de las nuevas realidades
administrativas del Estado. La distinción entre Legislación, Administración
y Jurisdicción. Véase, para el derecho público francés: Carré de Malberg,
Raymond: Teoría general del Estado, 1948:427 y ss.; para nuestro país,
entre otros De la Rúa, Fernando: Jurisdicción y administración. Lerner.
Córdoba, 1979.
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5
El debate que expresa a esas distintas ideologías, no se materializa especí-
ficamente sobre el concepto de jurisdicción, sino sobre el modelo procesal
completo, y tiene versiones diversas en materia penal y civil. En el proceso
penal, donde el debate es menos virulento, se perciben estas idean en la
controversia entre los partidarios del sistema acusatorio con mayores ri-
betes formales y los partidarios de un sistema acusatorio más adversarial:
pero en ambas corrientes hay muchos puntos de coincidencia, tanto en la
crítica a los modelos inquisitoriales —los verdaderos enemigos— como en
la necesidad de llevar adelante los procesos de reforma. En materia civil
el debate es mucho más intenso y, en cierto modo, ha lentificado el proce-
so de reforma en América latina. Gira, en gran medida, sobre la mayor o
menor cantidad de poderes del juez dentro del proceso. Para los críticos
se trata de una concepción fascista que se nutre del Código Procesal Civil
de 1940, al cual prestó su concurso el mismo Calamandrei; para quienes
sostienen que es necesario aumentar los poderes de dirección y, a veces, de
prueba del juez respecto de las partes, se trata de una perspectiva social,
que permite superar las desigualdades con que llegan las partes al proceso
civil y que, ciertamente, estaba en la base de la legislación social en 1940,
tal como lo reconoce el mismo Calamandrei. No hay una equivalencia entre
la débil disputa que se da en el derecho procesal penal y la intensa de los
procesalistas civiles. Pero sin duda, atrás de ellas, se encuentran campan-
tes las dos tradiciones de la que tanto hemos hablado. El modelo del juez
realizador del derecho objetivo empuja a la visión publicista del proceso
civil; pero como hemos visto también y, con particularidad, es sostenida
por Ferrajoli, quien proclama el modelo garantista y acusatorio del proceso
penal, pero lo empuja hacia sus versiones más formales, bajo influencia de
Calamandrei, como si se tratara de un mecanismo de concreción de la ley
no un ámbito de disputa de intereses, bajo el amparo de la ley. La verdad
es necesario renovar este debate, y enfrentarlo a los verdaderos problemas
de la justicia civil, atrapada como ninguna en la lógica inquisitorial y bu-
rocrática. Véase este debate en Montero Aroca 2006. Aunque, en realidad,
no se ha superado el horizonte de reflexión de Calamandrei y su disputa
con Calamandrei. Creo que volver a pensar esto en el marco de las demo-
cracias del siglo xxi, tanto pensando en sus nuevas formas y posibilidades
de participación, pero también en los modelos sociales inequitativos que
se han acentuado desde la década del cuarenta del siglo pasado hasta el
presente, nos permitiría empujar la discusión para adelante con creatividad,
sin quedar en adhesiones o rechazos al pensamiento anterior, aun cuando
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Díaz (1972:67, nota 16) sostiene que Carnelutti no nos habla de jurisdic-
ción sino del proceso contencioso, y ello genera complicaciones que ya
fueron señaladas por Alcalá Zamora, para quien se trata de una forma
elusiva de encarar el tema, ya que de lo que se trata es de la extensión de
la potestad del juez, no de la conducta de las partes. Además, se complica
con la introducción de procesos sin litigio. En realidad, no es correcta la
crítica. Carnelutti parte del conflicto, actual en el contencioso, potencial en
el proceso voluntario y solo desde allí le es posible construir un concepto
de jurisdicción. Para nosotros que sostenemos esta misma posición, no
nos aparece nítida la dificultad señalada, más sí aparece nítida la diferente
concepción. Por ello, tampoco es atinada, a nuestro juicio, la crítica de
Calamandrei para quien: “procurando resumir fielmente en sus elementos
más característicos el pensamiento de Carnelutti, aparece que el mismo,
reduciendo la jurisdicción a pura decisión de litis, haya vuelto a la vieja
concepción de la doctrina y de la práctica del proceso italiano medieval,
que no veía función jurisdiccional sino allí donde hubiese definición de
controversias y que coherentemente situada en la contensiosidad el criterio
distintivo entre la jurisdicción verdadera y propia y la llamada iurisdictio
voluntaria. Tal concepción parecía superada por la doctrina moderna,
pero Carnelutti, al presentarla de nuevo con todos los honores, ha sabido
darle tan sugestivo encuadramiento sistemático que la ha hecho aparecer
como una teoría enteramente nueva digna de atento examen” (1945:268).
No se entiende bien la crítica de Calamandrei porque Carnelutti —y todas
las doctrinas de este tipo— no sostienen que el conflicto se compondrá me-
diante el simple acuerdo de las partes, sino que ellos recurren a la justicia
y formalizan el conflicto porque han perdido la capacidad de composición,
y recurren al juez para que aplique las previsiones normativas y habilite la
coerción estatal. Solo señala que ese proceso parte del conflicto y no puede
en ningún caso separarse de él. Por otra parte, es extraño en un pensador
de la finura de Calamandrei que lo acuse a Carnelutti de resucitar viejas
teorías, como si todos no estuviéramos pensando, al final del día, sobre
categorías que hunden sus raíces en el derecho romano, tal como lo destacó
el mismo Calamandrei en su gran estudio sobre la casación civil y como
su propia visión de la jurisdicción como parte de la actualización de la ley
general en el caso concreto, no tuviera también una larga tradición histórica
que hunde sus raíces en el derecho romano tardío.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 25
7
Según Álvaro D’Ors (1963:143 y ss.) existen dos tipos de mentalidad bási-
cas que se han desarrollado a lo largo del tiempo —y que en cierto modo
coinciden con las tradiciones que hemos señalado. La primera —nos dice—
francamente mayoritaria es la que ve la vida del derecho como un acto de
ordenación social. “así para los ordenancistas, el derecho es un producto
de la potestad. Es el poder público, encargado de organizar la vida social
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y de realizar coactivamente el bien común, quien crea las normas del de-
recho, como pauta para la circulación de todas las actividades sociales”.
Por otra parte, existe la mentalidad judicialista. Para ellos, “el derecho es
una buena resolución de conflictos que se presentan entre los hombres, y
consiste fundamentalmente en opiniones útiles para juzgar casos concretos.
(…) El que exista un aparato de fuerza para imponer coactivamente tales
resoluciones viene a ser para ellos algo secundario: no porque carezca de
importancia, pues la tiene muy visible, sino porque se considera que este
problema de la aplicación coactiva excede el interés del jurista: es cosa de
alguaciles y no de prudentes”. Dejando de lado la impronta iusnaturalista
y, en cierto modo conservadora, de D’Ors, él acierta en señalar dos modos
de ubicarse ante el fenómeno jurídico, que no depende de la adhesión al
iusnaturalismo o cualquier otra perspectiva moralista. También es claro en
señalar la impronta de cuerpo de administración que adquiere el derecho
romano tardío, y que se expresa luego en la visión Bizantina de Justiniano,
que reaparece en el siglo xi en Europa continental (Recepción del Derecho
Romano a través de Iuris Corpus Civile, dando nacimiento a lo que hoy
llamamos sistema continental europeo, como si fuera la única tradición,
dentro del mundo europeo continental, y no una tradición que nace en
un momento histórico determinado, que coincide con el nacimiento y la
expansión del modelo inquisitorial. Nótese que la noción de jurisdicción
va a ser dependiente de esta visión. Del mismo modo que D’Ors, Roscoe
Pound señala las raíces de esta diferencia (1960:18): “El derecho inglés fue
un derecho de los tribunales, un derecho de los abogados y de los jueces,
enseñado en las sociedades de abogados que han subsistido desde la Edad
Media a la Inglaterra de hoy. El derecho de Continente fue un derecho de las
universidades, un derecho de profesores y de comentaristas académicos,
enseñado conforme a los textos de Justiniano. Así, los letrados de conti-
nente se educaron en la tradición académica de interpretar la codificación
de Justiniano como legislación obligatoria sobre toda la cristiandad como
imperio. Los letrados ingleses se educaron en la tradición de la costumbre
ordinaria de Inglaterra, averiguada, declarada y administrada en los tribu-
nales del rey. El uno considera el derecho como proveniente del gobernante,
cuya voluntad era ley, aunque aquel debiera querer lo que el derecho natural
prescribiera. El otro consideraba a los gobernados y a los funcionarios y
agentes del gobernante como estando del mismo modo bajo una ley fun-
damental del país, poseedora de una autoridad superior y averiguada más
que hecha”. En igual sentido Koschaker (1955:307 y ss.) quien señala las
diferencias en la recepción del derecho romano en Inglaterra, Francia y
Alemania, mostrando complejidades en el desarrollo de los sistemas que
hoy tienden a olvidarse y presentarnos versiones superficiales de su historia
Estas dos perspectivas, tradiciones, modo de entender, enseñar y aplicar
el derecho son determinantes para todos los temas que tienen que ver con
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 27
8
La bibliografía sobre la naturaleza de los procesos llamados “voluntarios”,
cuando son entendidos como procesos sin litigio (no cuando se trata de la
prevención de un conflicto) es amplísima, y no llega a conclusiones claras
(Díaz, 1972 II:79). Lo relevante es determinar si, según nuestro sistema
constitucional se le puede asignar a la administración de justicia funciones
no contenciosas. Es decir, si el legislador puede darles tareas a los jueces,
por fuera de las previsiones constitucionales. Estimo que no. Pero no
existe una norma específica en el bloque de constitucionalidad y la teoría
constitucional no ha prestado atención a las derivaciones prácticas de este
tema, salvo cuando discute sobre el concepto de causa o caso, que habilita
la jurisdicción de la Corte Suprema, que es una forma elusiva de tratar
este tema central. Sin embargo, del sentido normativo conjunto surge, en
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 31
§3
1. Definición de imparcialidad.
El equívoco de la imparcia-
lidad como virtud moral. Recuerde el lector que, si hemos
optado políticamente por la verdad en el juicio penal de
conocimiento, es porque se trata de la idea que mejor nos
permite limitar al interés de quien detente el poder penal
del Estado. Dejamos de lado la idea de la superioridad mo-
ral del juez, de la justicia o la bondad porque ellas tienen
menor capacidad para evitar que la sentencia penal sea
simplemente un mandato de un grupo interesado con el su-
ficiente poder para condenar. Todo el sistema de garantías
depende de esta opción política por la verdad del hecho
y el derecho, como base de la sentencia penal. También
hemos visto, en el parágrafo anterior, que el concepto de
jurisdicción se construye a partir de la idea de litigio, como
conflicto formalizado. Es decir, que la posición del juez, en
tanto realiza actos jurisdiccionales, se construye también
a partir del litigio, es una posición determinada en la es-
tructura del litigio, una posición dentro de esa específica
interacción social que hemos llamado litigio, como forma-
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lización del conflicto. Ser imparcial es, por tanto, algo que
solo ocurre dentro del litigio y por ello es consustancial a la
idea misma de jurisdicción, concepto que es impensable sin
su correlato de imparcialidad. No obstante, las otras opcio-
nes (superioridad moral, justicia, bondad) reaparecen a la
hora de hablar de imparcialidad. Ellas resucitan cuando se
nos presenta a la imparcialidad, no como una función del
litigio, sino como una virtud moral del juez, confundiendo
imparcialidad con honestidad. A nadie se le podría ocurrir
negar que la honestidad, tal como ya lo hemos dicho, es una
virtud que exigiremos estrictamente a todo juez, como par-
te de la función pública. Se puede considerar, incluso, que
debamos ser más escrupulosos en exigírsela al juez que a
otros funcionarios, dado las características de su función, y
los efectos devastadores que toda forma de deshonestidad o
corrupción judiciales produce en la sociedad. Pero ello nada
tiene que ver con la imparcialidad.
2. La idea de la imparcialidad, como virtud moral,
hunde sus raíces en antiguas concepciones morales, que
todavía hoy siguen vigentes como una de las tradiciones de
la autoafirmación de la identidad del juez. Esta concepción
tiene tres versiones, que actúan manifestaciones del mismo
problema. Por un lado, se sostendrá que los jueces deben
asumir como propios ciertos intereses básicos de la sociedad;
por el otro, se dirá que lo que caracteriza al juez es que no
“tiene” ningún interés; la tercera nos dirá que el juez puede
con esfuerzo tomar decisiones que le permiten superar sus
propios intereses y ello constituiría un compromiso con la
“objetividad”. La primera tiene, a su vez, versiones burdas,
fácilmente descartables, como cuando se dice que el juez
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 35
9
El juez como guardián de la moralidad suele aparecer más fuertemente
entre jueces dedicados a los temas de familia o en la justicia civil, donde
se piensan a sí mismos como agentes que defienden valores fundantes de
la sociedad cristiana, etc. Es interesante como han reaccionado algunos,
incluso, frente a las campañas para sacar los crucifijos de los despachos y
salas de audiencia, por la necesaria separación del Estado y las religiones,
no por ninguna otra consideración. En algunos lugares, como en Perú, es
costumbre que encima de los estrados judiciales exista una gran cruz y una
Biblia, con un enorme poder de intimidación hacia las partes. Se querrá
decir con ello que los jueces administran justicia en nombre de Dios, o se
utilizará la cruz para recordarles a esos jueces que la cruz es la imagen del
peor error judicial cometido por la humanidad, y por jueces considerados
probos (el Sanedrín), que arrojaron a Cristo en manos de las autoridades
romanas. Me parece que se usa más como ejercicio de poder que como
advertencia de la debilidad del juicio humano. Sea como fuere, una cruz
nada tiene que hacer en una sala de audiencia como espacio institucional,
estatal, y un juez imparcial lo primero que haría es sacarla para evitar el
temor de imparcialidad. Las creencias religiosas de cada juez poco tienen
que ver con este asunto.
36 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
10
Turjansky (2004:232 y ss.) hace una comparación de los distintos códigos
de ética judicial de nuestro país y en otros países, y muestra como en todos
ellos existen definiciones de imparcialidad como uno de los principios éticos
fundamentales de la ética judicial. Esto es incorrecto porque toda ética del
funcionario público debe realizarse a partir del conjunto de deberes nor-
mativos que lo constituyen como funcionario público. El estatuto normativo
es la base y comienzo del desarrollo ético, pero carece de sentido en los
códigos de ética repetir lo que la ley (y muchas veces las constituciones) ya
establece como obligación jurídica. Algo así como si se dijera que el prin-
cipal deber ético del legislador es legislar, el de un maestro dictar clases o
el de un bombero apagar incendios. La repetición de las reglas jurídicas
como reglas éticas impide el desarrollo de una verdadera ética judicial y
muestra la dificultad que tiene la administración de justicia de cumplir con
las normas jurídicas básicas, como un simple, sano y profundo ejercicio
de profesionalismo.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 37
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René Le Senne (1973:186) considera al Manual de Epitecto como “el texto
más célebre”. De estas (pasiones) hay que salvarse y para ello no basta
moderarlas (como aconsejan académicos y aristotélicos), hay que erradicar-
las en la apatheía, la “no afectabilidad”, la libertad de toda pasión (García
Borrón, 1988:219).
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12
“La nómina de maestros estoicos (en Roma, más “directores espirituales”
que pensadores l modo griego) se acrecentó a lo largo de los dos primeros
siglos del imperio” (García Barrón, 1988:231).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 39
13
De Zan (2004:111), siguiendo a Wayne MacKay (1995), nos dice: “En esta
discusión se da por supuesto que la objetividad y la imparcialidad son
“valores” fundamentales que se deben buscar en el ejercicio de la función
judicial, pero voy a sostener que la posible aproximación a estos ideales tiene
que apoyarse más en las reglas procedimentales objetivas-intersubjetivas
del discurso, que en la presuposición o en la exigencia de cualidades sub-
jetivas especiales y extraordinarias de los jueces. La subjetividad humana
ordinaria del juez es ineliminable y merece en cambio una valoración ente-
ramente positiva. El desafío reside en integrar los dos roles. El argumento
a favor de la representación en la administración de la justicia se apoya
en este paradigma: la integración de un mayor número de perspectivas
favorece una mayor apertura y compulsa otras maneras de ver las cosas.
Con esto se desmontan, a su vez, los estereotipos que, en cambio, no se
verían confrontados mientras no sea cuestionada la imagen dominante de
la objetividad”. Esto muestra otra ventaja de los grandes tribunales de jura-
dos (doce personas) frente a la pobre realidad del juez profesional y único
juzgador, que solo delibera, si lo hace, con su propia conciencia o, cuando
forma parte de tribunales colegiados, no percibe ello como una ventaja, o
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§4
1. La imparcialidad como oficio. En nuestra concepción,
como hemos visto, la imparcialidad no es una virtud moral,
sino una la obligación jurídica de reconocer el litigio y no
gestionar los intereses de las partes. Se trata, en todos los
casos, de una obligación funcional, es decir, de un conjunto
de deberes vinculados a la profesión de juez, que se mate-
rializan en reglas prácticas las cuales, como formas pro-
cesales, constituyen las bases del juicio, que precisamente
el bloque de constitucionalidad califica como “imparcial”.
De esta definición podemos deducir dos dimensiones La
primera es puramente normativa, es decir, el conjunto de
reglas jurídicas que constituyen la posición del juez y, por lo
tanto, sus deberes funcionales. Por otra parte, la capacidad
real de utilizar correctamente esas reglas. Por tal razón
decimos que la imparcialidad antes que una virtud moral
es un oficio. Esto en su significado más simple, porque se
trata de una ocupación habitual, de una profesión, que está
sujeta a reglas del oficio y que requiere ciertas habilidades
de trabajo que se pueden aprender, más allá de la habilidad
natural o talento que se tenga para ello. La profesión de ser
juez o el oficio de juez consiste en ser imparcial, tal como la
hemos definido. Y ese oficio se puede aprender al igual que
otros y, por supuesto, no significa solamente la capacidad
de decir la verdad del derecho, que a duras penas es lo que
nos enseñan en las Escuelas de Leyes, sino la capacidad de
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 45
15
Malem Seña (2001:379) se hace la misma pregunta en un artículo específi-
camente dedicado a ello. “Por una parte, si pensamos que el juez tiene que
motivar sus decisiones públicamente, en base a la adecuada técnica que
le permite interpretar el sistema normativo, entonces una mala persona
podría perfectamente ser un buen juez y sus sentencias avaladas por los
tribunales de control. Pero esta visión no es tan fácilmente aceptada como
parece, y por ello muchos le exigen al juez, además del cumplimiento de sus
obligaciones funcionales y su conocimiento de la técnica de interpretación
de las normas, que tenga una vida privada “intachable” o, por lo menos,
que así se comporte en público”. Para el autor, si descartamos todas las
formas de paternalismo moral, que tampoco son aplicables al juez (vida
sexual, formas de divertimento, etc.), sí se le puede exigir al juez la adhe-
sión a los valores del sistema constitucional democrático, y si no adhiere
a esos valores, los rechaza, o no los aplica en esas decisiones, entonces no
solo es un mal juez sino una mala persona. La verdad es que este tipo de
razonamiento confunde todos los planos. La obligación del juez de aplicar
el sistema normativo implica una forma adecuada de integrarlo, en caso
de lagunas o de zonas de discrecionalidad, en base a los valores propios
46 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
16
El CPPF (art. 111) dispone: “El juez no podrá suplir la actividad de las
partes, y deberá sujetarse a lo que hayan discutido”. En sentido similar,
aunque con otra fórmula el CPP Río Negro (art. 6º); en igual sentido el CPP
Neuquén (art. 6º).
17
Las medidas para “mejor proveer” tienen larga tradición y no han sido des-
plazadas totalmente con la asunción de las nuevas estructuras acusatorias.
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18
Esa frase se ha utilizado para criticar una ficción del funcionamiento judi-
cial, propia de formalismos extremos, que rara vez se han manifestado en
la realidad. Ella es cierta: un juez no es quien elabora un silogismo mecá-
nico; pero de allí no se extrae un juez “por contraposición” a la figura de la
máquina silogística. Esta ambigüedad se nota, por ejemplo, en la posición
de Berizonce (2009:4): “ya no se agota la misión de los jueces en una tarea
meramente mecánica de aplicación de las normas jurídicas, cuan meras
“máquinas de subsumir” imaginadas para la sola función garantística de los
derechos subjetivos privados. Mucho más allá de ello, la labor jurisdiccional
asume ahora el carácter de interpretación creativa o ya se muestra con otros
novedosos perfiles, a menudo acuciada por la influencia de las decisiones
pioneras de los tribunales internacionales”. Lo que no es admisible es que
se diga que dado que es obvio que el juez no es una máquina de subsumir,
entonces es obvio que el juez es un intérprete creativo, lo que podrá ser
más o menos cierto, pero nunca obvio.
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En ambos fallos, “Llerena” y “Quiroga”, la Corte cita y sigue a la jurispru-
dencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos: “Que esta Corte
ha sostenido que la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos constituye un parámetro válido para la interpretación de las
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 57
§5
1. La percepción de la imparcialidad. Tan importante es la
garantía de imparcialidad en el juicio de conocimiento, que
la mera percepción o sospecha de imparcialidad alcanza
para desencadenar medidas preventivas. Todo el conjunto de
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§6
1. El control de la imparcialidad. Excusas y Recusaciones.
Otras reglas prácticas. El cumplimiento de la garantía de
imparcialidad está protegido, al igual que todas las garantías,
por el sistema que regula los incumplimientos formales, que
provocará el reconocimiento del acto inválido (el acto que
causa perjuicio por parcialidad) y su saneamiento cuando
sea posible o su nulificación. Ello no es diferente del incum-
plimiento de cualquier otra garantía. Lo que es distintivo de
esta garantía en particular es que, por experiencia histórica,
se ha desarrollado un sistema preventivo que les permite a
las partes alegar la existencia de un hecho que pone en peligro
la imparcialidad e, incluso, le permite al mismo juez advertir
a las partes sobre la existencia de ese peligro. A la posibilidad
que tienen las partes de alegar esos hechos, la conocemos
como recusación del juez, es decir, la petición de su apar-
tamiento del conocimiento de la causa. A la posibilidad
del juez de advertir sobre esa situación, la conocemos como
excusación. Tanto una como la otra se funda en el peligro
que un hecho concreto genera para el cumplimiento de esa
garantía, que se expresará en el temor de parcialidad que
postularán las partes. Los casos de excusación (inhibición)
o recusación son el resultado de la experiencia histórica y,
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 63
20
La idea de utilizar un listado de supuestos cerrados proviene de la expe-
riencia histórica del mal uso de este sistema preventivo por parte de los
litigantes. Así, las legislaciones procesales trataron de clasificar y normalizar
los supuestos únicamente bajo los cuales se podía permitir la solicitud de
apartamiento. Una política parecida a la del número cerrado de causas de
nulidad. Pero todas esas políticas, han cedido ante el avance de la visión
constitucional del proceso, y la obligación de los jueces de controlar, aun
de oficio (advertir de oficio) la existencia de una violación de ese tipo. La
base constitucional de la imparcialidad ha sido señalada, sin dudas, por
la misma Corte Suprema, por lo que no escapa a esa política de control
amplio; es más, se trata de una de las bases más importantes del proce-
so constitucional por lo que el control de su cumplimiento debe ser más
estricto. Por otra parte, en la práctica de muchos sistemas procesales, se
ha visto que el sistema de supuestos cerrados no ha servido para frenar
los abusos de los litigantes sobre el sistema de prevención, provocando, a
veces, con la evidente complicidad de los jueces, demoras inauditas, uti-
lizando los incidentes de recusación, etc. La misma Corte Interamericana
ha utilizado el ejemplo de las innumerables excusaciones y recusaciones
como un modo de fraude, que cierra el acceso a la justicia. El control
estricto del abuso de las formas procesales, así como el de la vigencia de
la imparcialidad, está en manos de la responsabilidad de los jueces, que
deben ser atentos controladores de las garantías constitucionales. Si una
legislación mantiene un listado de supuestos, ellos no pueden ser otra cosa
que ejemplos indicativos, útiles para detectar los hechos objetivos que se
encuentran en la base del temor de parcialidad, pero nunca para cerrar el
litigio o convalidar situaciones en la que, otros supuestos no previstos, son
igualmente generadores de un razonable temor de parcialidad.
64 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
A. Independencia externa.
Autonomía del Poder Judicial
§1
1. Las razones de la independencia personal del juez.
Hemos señalado que la imparcialidad, como posición del
juez en el litigo, entendida como la obligación de no gestio-
nar intereses, es una posición anómala dentro del sistema
político, que genera debilidad y dificultades para provocar
adhesión y confianza social. El gran problema ha sido, en
consecuencia, descubrir qué otras herramientas pueden
existir para fortalecer la posición de imparcialidad del juez
en el litigio, que tengan en cuenta esta debilidad estructu-
ral. La solución histórica ha sido la de generar mecanismos
institucionales para que el juez sea un funcionario inde-
pendiente. Pero esta idea, tan afincada en nuestra cultura,
requiere muchas precisiones, en particular para deslindar
los aspectos personales de los institucionales. Una vez más,
para comprender el nacimiento y desarrollo de una garantía
específica, debemos hacerlo en perspectiva histórica. Con
esa visión nos debe quedar claro que la idea de un juez in-
dependiente, que no fuera nombrado por el Rey, o que no
fuera el Rey mismo, o su delegado directo o un noble vasallo,
es una idea moderna que se ha cocinado a fuego lento y, en
gran medida, a contramano de la naturaleza misma de los
jueces profesionales. Si nos atenemos al desarrollo que nos
presenta Roscoe Pound (1960) la idea de independencia ju-
70 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
21
“Sir Edward Coke, suboficial de la corona y luego procurador general en
tiempo de Isabel y presidente del Tribunal de Primera Instancia y más tarde
del Tribunal Superior de Justicia bajo Jacobo I, es la gran figura en las
disputas entre la corona y los tribunales” (Pound, 1960:42). Así lo reconoce
también Andrés Ibáñez (2015:50), quien nos relata que en su disputa con
Jacobo I sostuvo que era necesario ver “El derecho y la iurisdictio, concebi-
dos, por tanto, no como expresión del poder real, sino como límites de este.
No hace falta decir que Coke fue removido”. Taswell-Langmed (1905:407)
destaca también la nobleza de Coke a raíz de la crisis del llamado “Case of
Commendams” (1616), que le ha granjeado la admiración de la posteridad,
“antes de prostituir la independencia del tribunal frente a la arbitraria in-
terferencia del rey, prefirió sacrificar, por motivos de consciencia, las altas
posiciones a las que había llegado por sus méritos”. Pese al sacrificio de
Coke, el Rey Jacobo pudo consolidar sus prerrogativas frente a los jueces.
Recién se va a dar un paso significativo en la independencia judicial en la
Revolución de 1688.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 71
22
Nos dice de un modo elocuente, tan necesario para un país que ha tardado
siglo y medio en poner en práctica lo que mandaba su Constitución Nacio-
nal, y que mantiene aún “constitucionalistas” que rechazan lo que manda
expresa e intensamente ese texto: “Estúdiense cuidadosamente las garantías
y formas especiales que pueden servir para salvar a los inocentes y los hon-
rados de las acusaciones injustas, porque ese estudio es muy interesante
y fecundo en resultados utilísimos. Pero de esas averiguaciones prácticas,
resuélvase este problema capital: ¿Quién tiene derecho a juzgar si uno
merece o no merece cárcel o trabajos forzados? Los pueblos que sienten
amor ardiente por la libertad, sintetizado en el célebre lema inglés: a crust
of bread and Liberty —dame un trozo de pan y libertad—, han luchado
siempre para tener jueces ciudadanos. Los pueblos inertes, negligentes y
enamorados de la servidumbre somnolienta, se han unido siempre a los
déspotas, sean monarcas u oligarcas, para proscribir los tribunales popu-
lares. Este hecho elocuentísimo no teme impugnaciones” (1977:232). Por
otra parte señala (251): “Excita repugnancia, por el peligro evidente en que
pone las libertad civiles, el gobierno que le dice a los ciudadanos: Seréis
declarados culpables, y como tales, condenados a trabajos forzados, a la
deportación y a algo todavía peor, por mis propios jueces; y estos jueces, 1)
serán elegidos por mí, de modo que podré, a mi talante, escogerlos entre
74 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
23
Nos dice Calamandrei: “La toga y la peluca son símbolos de esta reducción
del hombre particular al hombre-juez; hombre en el cual el sentimiento
individual solo se admite cuando opera en función de su misión social de
juzgador”. Ya he escrito en esta misma obra (t. III:27 y ss.) a favor de esta
función positiva de las formas y de la ritualización del juicio. Algo distinto
es determinar qué tipo de rituales, y sobre la base de qué valores, los elegi-
mos. En este caso si la toga u otro símbolo funcionan en el sentido de una
“máscara” que despersonaliza al juez, estaría totalmente en contra de ese
uso. Ante cada caso el juez debe, según Calamandrei realizar un proceso
de liberación de su yo interior, una depuración consciente de sus propios
prejuicios (1960:89-90). Esto no solo es imposible sino inconveniente. El
juez debe juzgar desde su concreta y simple humanidad; para lograr los
efectos exigentes del sistema de garantía, están las reglas que le dicen cómo
actuar, no la personalidad del juez. Como cuesta que se comprenda esta
idea central de nuestro modelo constitucional de proceso: ¡la virtud está
en el diseño y cumplimiento de las reglas, no en las calidades morales
del juez!
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 77
24
Es oportuno aprovechar esta mención al hablar de la independencia judicial,
para reiterar un pequeñísimo homenaje, en nota, a la persona de Perfecto
Andrés Ibáñez por sus ideas, pero más allá de sus ideas. Por suerte hemos
podido realizar un conjunto de amigos y profesores, un comentario colectivo
a su obra “El tercero en discordia”, que reúna buena parte de sus reflexiones
y trabajos teóricas sobre la judicatura. Véase Daniel Pastor (Dir.) “Un juez
para la democracia”. Debates acerca de la jurisdicción y Estado constitucio-
nal en la obra “Tercereo en discordia” de Perfecto Andrés Ibáñez”. Ad Hoc.
2016). Comentar y debatir la obra de un intelectual es el mejor homenaje
posible; si es un pensador auténtico como él, seguro que lo ha entendido
como la máxima expresión de afecto. Por tal razón me parece oportuno
—y sentir el placer— de que sean repetidas las palabras ya escritas en esa
obra, para el lector que no accederá a aquel tomo, pero que está leyendo
este: “He conocido pocas personas que hayan trabajado tanto y tan inten-
samente para fortalecer la figura del juez como Perfecto Andrés Ibáñez; y
no solo con su fino intelecto sino con sus emociones y sus afanes, es decir,
con su vida entera. No solo en los ámbitos tranquilos y a veces artificiales
del trabajo académico, sino también en las turbulencias y luchas propias de
un proyecto político (el Estado de derecho) que se pone en juego día adía en
todos los rincones del mundo. Gracias a ese compromiso profundo y vital
con el valor de la ley (como regla de igualdad y libertad, no como simple
expresión del deber) nos ha prestado enormes socorros en la esforzada
tarea de introducir y sostener la cultura de la legalidad en Latinoamérica,
tan profundamente atravesada por prácticas de arbitrariedad, desigualdad
y abuso de poder. En cada capítulo de esta hermosa obra, sale pronto a la
luz el hombre que ha escrito las palabras elegantes y nos permite visualizar
a quien piensa no solo por pensar sino para construir herramientas que
puestas en nuestras manos con generosidad nos permitan dar las batallas
cotidianas por la ley y la fortaleza del poder judicial” (Binder, 2016:127).
Sabemos las dificultades que existen para construir el lugar político para
un juez parcial e independiente, tanto en nuestra región como en los res-
tantes países del mundo. Por eso este alto en la lectura es para que no se
olvide que —más allá de las discusiones de detalle— existe un proyecto
más grande que viene aunando voluntades desde hace siglos. Perfecto no
es simple eslabón más en esa cadena de voluntades republicanas; gracias a
su trabajo ella se ha fortalecido y se extenderá hacia el futuro, pese a todos
los esfuerzos que, sin duda, deberemos afrontar en el futuro.
80 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Tipos de dependencia externa. Presión, influencia, some-
timiento. No debemos olvidar que lo que caracteriza al litigio
es siempre un conflicto de intereses y para que la garantía de
imparcialidad y su fortalecimiento a través de la independen-
cia tenga sentido, jamás debemos olvidar o volver invisibles
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 81
25
Por una parte, Ekmedejian (1999:237) entiende que de ese artículo se ex-
trae el principio de “unidad de jurisdicción”, es decir, la jurisdicción solo
82 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§3
1. La autonomía del Poder Judicial. Tal como vimos, es
impropio utilizar la frase independencia judicial para re-
ferirse a las características de la organización de jueces.
Ya hemos visto que Calamandrei nos decía que la “inde-
pendencia” de la Magistratura, “estimada como sistema de
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 87
26
Nos dice lo mismo Ferrajoli (1995:588): “Solo en la segunda posguerra y, en
particular, después de los años sesenta, los jueces llegarán a alcanzar —so-
bre todo en Italia— una sustancial independencia. Cambia, sobre todo con
el art. 101 de la Constitución de 1948, el sujeto en cuyo nombre se ejerce
el poder judicial: ya no es el rey, sino el pueblo, de quien la función judicial
obtiene legitimación, inmediatamente, sin mediaciones representativas. La
magistratura es además reconocida, en el art. 104 de la Constitución, como
‘un orden autónomo independiente de cualquier otro poder’, y cuyo auto-
gobierno se confía a un Consiglio Superiore della Magistratura, elegido en
sus dos tercios por los jueces y un tercio por el Parlamento e instituido en
1956. A la clásica garantía de la inamovilidad, prevista en el art. 107, l., se
añadió en el art. 106 la del reclutamiento de los jueces por concurso, salvo
‘el nombramiento también electivo de magistrados honorarios’, limitado
a tribunales unipersonales. Finalmente, mediante una larga serie de leyes
promulgadas durante los años sesenta y setenta, fue suprimida toda forma
de carrera y jerarquía entre magistrados. Naturalmente, dado que la inde-
pendencia es un hecho cultural más que institucional, la autonomización
de la magistratura como poder independiente ha ido madurando a través
de un proceso lento, laborioso y no sin discusión. Todavía en los años cin-
cuenta y sesenta siguieron prevaleciendo los aspectos de continuidad en la
tradición prerrepublicana Solo en los últimos veinte años la magistratura
italiana ha desarrollado —cierto que en medio de muchas desviaciones
debidas a las también muchas carencias y debilidades de las garantías
88 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
B. Independencia interna.
Gobierno del Poder Judicial. Democratización
§1
1. La dependencia o sumisión interna. El sesgo que se ha
puesto en el fortalecimiento de la estructura, antes que en
la independencia del juez ha provocado nuevos fenómenos
de sumisión e independencia, que generalmente reciben el
94 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
27
En nuestro país se ha discutido sobre si el carácter obligatorio de los Fallos
de la Corte Suprema, o la obligatoriedad de los Fallos plenarios, afecta
o no la independencia judicial. Maier (2002 I:134 y ss.) se pronuncia en
sentido positivo, porque implica un avance del poder judicial sobre la zona
de reserva del legislativo, que impone una obligación impropia a los jueces.
“Existe un exagerado optimismo —nos dice— depositado en la eficacia de
estos fallos que obligan para el futuro a los jueces a fallar conforme a sus
enseñanzas, optimismo ciertamente fundado en raíces autoritarias, casi
siempre eufóricas por el resultado que esperan alcanzar. Tal optimismo
y autoritarismo se revelan en la función normativa que, quiérase o no, se
adjudica a esos fallos”. Maier se refiere a la obligatoriedad de los Fallos
Plenarios, generalmente de los “Tribunales de Casación”, algo muy diferente
a la obligatoriedad de los Fallos de la Corte Suprema. Aquí se mezclan la
tradición francesa de la Corte de Casación (una herramienta, finalmente
de interpretación auténtica), y el sistema del stare decisis del modelo
anglosajón, o que hoy utilizan los Tribunales Internacionales de Derechos
Humanos, entre otros nuestra Corte Interamericana. Los dos sistemas
tienen presupuestos distintos, y el problema del modo como se realizan
96 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
28
Según Guastini esto tanto se refiere a “leyes singulares”, que son impropias
porque carecen del atributo de generalidad propio de las leyes, así como
leyes claramente direccionadas a revocar una cosa juzgada, es decir leyes
ad personam. Según Guastini —nos dice Andrés Ibáñez (2015:145) “la
separación de funciones legislativa o jurisdiccional puede ser entendida
como la combinación de dos distintas reservas de competencia. Y sucede
que una reserva de competencia a favor de un cierto poder no es más
que un conjunto de prohibiciones dirigidas a otros poderes del Estado.
En particular, en lo que atañe a las relaciones entre poder legislativo y
poder jurisdiccional: la reserva de legislación a favor de un “legislador” (el
parlamento), se reduce a una serie de prohibiciones dirigidas a los jueces;
y simétricamente la reserva de jurisdicción a favor de los jueces se reduce
a una serie de prohibiciones dirigidas al legislador (Guastini, Riccardo: Il
giudice e la legge, 1995). Este es un caso de independencia externa, pero,
como hemos dicho, el que dicha ley singular fuera avalada por la Corte
Suprema u otro Tribunal de Apelaciones no cambia el problema. Recorde-
mos que, en nuestra visión, la dependencia interna es solo una forma de
la dependencia externa o, en realidad, son simples formas de una misma
dependencia.
98 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
29
Andrés Ibáñez (2015:146 y ss.) conecta necesariamente el modelo jerarqui-
zado de organización con el problema de la carrera, y los estímulos egoístas
que ocasiona el impulso al ascenso. Eso, sin duda existe, pero no existe
una relación necesaria. En nuestro país, por ejemplo, el modelo jerárquico
no está vinculado a ningún tipo de carrera formal y, en cierto sentido, solo
imperfectamente informal, porque quien ha comenzado como empleado o
funcionario tampoco tiene garantizado su ascenso. Más bien la dinámica
de jerarquía se vincula a las redes informales, a las tribus judiciales, a los
nexos entre los poderes externos, y sus pandillas judiciales de operadores
de intereses ajenos. Veremos este punto cuando analicemos el tema de la
carrera.
102 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. El concepto de gobierno judicial. Ya hemos destacado
que el Poder Judicial, como la organización estatal de los
jueces, no ejerce ningún poder constitucional, reservados
con exclusividad a cada juez. El poder jurisdiccional es un
poder fragmentado. Pero también hemos destacado que la
razón de ser de la existencia (indudable en los hechos) de
una organización estatal autónoma de jueces (una sección
del Estado, un Poder Judicial, junto a los otros Poderes del
Estado) es la defensa de la independencia de cada juez, único
concepto propio de independencia, como modo de fortalecer
la imparcialidad. Si ello es así, aparece un problema crucial
para el funcionamiento de estas y otras garantías de segundo
orden: ¿Quién y cómo se maneja esa organización judicial?
A este tema lo podemos nombrar el problema del gobierno
judicial, aunque la palabra “gobierno” ha sido objetada como
impropia.30 Se la objeta porque gobernar implica relaciones
30
Andrés Ibáñez (2015:163) dice “¿cabe hablar de gobierno? Contesta que
no, porque “el uso habitual de “gobernar” denota una actitud de ejercicio
de poder que implica dirección política de la sociedad e impone a los desti-
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 103
31
Nos dice Levi en la voz “gobierno”, en Bobbio, Norberto (dir.) (2012): Diccio-
nario de Política, Siglo Veintiuno, México, 1993: “Existe, por lo tanto, una
segunda acepción del término gobierno que se apega más a la realidad del
estado moderno, y que ya no indica solamente el conjunto de las personas
que detentan el poder de g. sino el conjunto de los órganos a los que insti-
tucionalmente les está confiado el ejercicio del poder. En este sentido, el g.
constituye un aspecto del estado. En efecto. entre las instituciones estatales
que llevan a cabo la organización política de la sociedad y que, en su con-
junto, constituyen lo que de ordinario se define como régimen político, las
que tienen la tarea de manifestar la orientación política del estado son los
órganos de gobierno. El significado que la palabra g. tiene en los idiomas
latinos difiere del que la palabra govemment tiene en los países anglosa-
jones. Esta última significa en efecto, grosso modo, lo que en el continente
europeo se designa con la expresión régimen político (v.), y que tiene, por
lo tanto, una concepción mucho más amplia que el término g.; en cambio,
para indicar lo que entendemos con la palabra g., en el idioma inglés se
usan otros términos como “cabinet”, en Inglaterra, y “administration”, en
Estados Unidos”. Vemos, pues, que la palabra “gobierno” no es tan unívoca
como nos indica Andrés Ibáñez; en el texto la utilizamos en esta segunda
acepción, que está, sin duda, siempre vinculado a la idea de poder, pero ese
es precisamente el punto. La organización de jueces, que llamamos “Poder
Judicial” tiene un indudable poder, que será poco o mucho, no importa,
pero siempre plante el problema principal: ¿Para qué ese poder? ¿Y quién
lo ejerce? Allí está el problema del “gobierno judicial”. Por otra parte, tal
como hemos definido la finalidad de ese gobierno, es todo lo contrario de
un uso opresivo de la independencia judicial.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 105
32
Andrés Ibáñez (2015:166) nos dice: “resulta preciso distinguir dos ámbitos:
el de la jurisdicción sensu stricto; y el de los que es instrumental para la
jurisdicción. En esta, entendida como lo que impone el estado constitu-
cional, no hay nada que gobernar en el sentido político-administrativo del
término. Por eso resulta inobjetable la propuesta de Pizzorusso de que se
hable, no de gobierno de la magistratura, sino de “administración de la ju-
risdicción” concepto que comprende el conjunto de actuaciones de dotación
y de gestión que son instrumentales para el ejercicio de esta. En el plano de
los medios materiales, su prestación (más allá de la rigurosa adecuación
a las necesidades reales) no ofrecería en principio, ninguna particularidad
específica, de ahí que — también en principio y no sin muy precisas cautelas
constitucionalmente establecidas (que hoy no existen)— podría situarse en
el ámbito político-administrativo. Pero en este punto no cabe engaño, pues
por esta vía puede condicionarse, como de hecho se condiciona regular-
mente de forma intensa, el propio ejercicio de la actividad jurisdiccional”
En esta visión solo existen dos dimensiones: una la jurisdiccional y la otra
la administración. En nuestro visón existen tres dimensiones distintas, ju-
risdicción, administración, gobierno, con funciones específicas y distintas.
Dada la confusión que existe en nuestro país entre administrar y gobernar,
preferimos por ahora seguir utilizando la tripartición señalada. Por fuera
de ello están las dimensiones disciplinarias y de carrera. En la visión de
Andrés Ibáñez o Pizzorusso no aparece una dimensión específica de defensa
de la independencia como tarea permanente por más que seguramente
concordasen en señalar la compleja trama de dependencias y presiones a
los que se enfrenta la judicatura moderna. La consideración del tema en
aquella visión que gira alrededor del mantenimiento y administración de
recursos necesarios para la jurisdicción no es una buena forma de presentar
el tema para nuestros países donde la defensa de la independencia es la
principal tarea, no administrar recursos que dado el impacto tecnológico
cada día se vuelve más rutinario. Es la idea de gobierno como defensa
lo que nos separa de esos autores, para quienes, repetimos, gobierno es
sumisión.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 107
33
El uso de la idea de defensa de la independencia para sustentar necesidades
o privilegios corporativos es muy frecuente en nuestro país. Nada se puede
hacer que afecte a los jueces —y a sus funcionarios o empleados— que
no provoque un reclamo de independencia; puede ser tratar de salir de
privilegios ilegales, como la exención del pago de impuestos por parte de
funcionarios o empleados judiciales o de regímenes jubilatorios excepcio-
nales o cualquier cuestión que afecta normalmente el salario, para que se
activen defensas corporativas disfrazadas de ideas de independencia. Luego
un juez, que ha aplicado simplemente la ley, es atacado furiosamente por
los medios de comunicación y ya nadie piensa en la independencia judicial
o esas mismas corporaciones ya son más “prudentes” en su defensa. Lo
que se debe manejar son recursos institucionales, que deberán activar los
108 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
34
Dentro de este esquema general existen muy diversas formas de elegir y de
integrar estos entes centralizados o Consejos. El número 10 de la revista
Sistemas Judiciales está dedicado en su totalidad al problema del gobierno
judicial, y allí se encuentra tanto información como los principales debates
alrededor de este tema. Posteriormente se llevó adelante por el Centro de
Justicia de las Américas una investigación que recoge los principales proble-
mas de gobierno en diversos países de América latina. Ambos documentos
se encuentran en www.cejamericas.org.
112 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
35
La necesidad de modernizar y cambiar la estructura de administración
de toda la administración de justicia fue un tema inicial de la reforma de
la justicia en América latina, con dispares resultados, pese a los grandes
recursos que en determinado momento se invirtieron en ello. No obstan-
te, no siempre convivieron armónicamente las estrategias fundadas en la
modernización administrativa, y las que ponían su eje en los cambios de
procedimientos y la instauración del juicio oral. Poco a poco se fue logrando
una convergencia de acciones ya que los objetivos finales eran similares.
Véase sobre este tema el nº 5 de la revista Sistemas Judiciales, dedicada
a este tema y, en especial, el ensayo “Professional Court Administration:
The Key to Judicial Independence”, de Daniel J. Hall, Jan M. Stromsen and
Richard B. Hofffman, inserto en ese número. Todos ellos forman parte del
National Center for State Courts, una organización dedicada especialmente
a la profesionalización de la administración de tribunales y de sus admi-
nistradores. Véase www.ncsc.org.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 113
§3
1. Democratización del gobierno judicial e independencia
interna. Frente a esa situación se hace indispensable, en pri-
mer lugar, una clarificación conceptual, para poder señalar
con precisión cuales son las funciones estrictas de gobierno,
más allá del nombre que finalmente le demos. Por otra parte,
es indispensable dejar atrás los modelos concentrados y
centralizados de funciones administrativas, disciplinarias,
de injerencia en nombramientos o carrera, junto con las es-
trictamente jurisdiccionales en muchos casos. Esto implica
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 115
36
La idea de democratización de la justicia es un tema que todavía necesita ma-
yores y más profundas reflexiones. Se utilizó esa frase, por ejemplo, para darle
nombre a un conjunto de leyes que poco tenían que ver con la democratización
de la justicia. Entendemos por ella el cambio de las estructuras institucionales
del Poder Judicial, de tal manera que todos los jueces participen en la con-
formación del órgano de gobierno y accedan de un modo eficaz e igualitario
a los recursos institucionales de defensa de la independencia judicial. Véase
Binder-González (2018). Para ver la crítica a un concepto superficial de demo-
cratización de la justicia véase www.inecip.org.
116 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
37
Sin ninguna duda la tarea judicial, como todo oficio público, necesita ser
supervisado, bajo parámetros de control de calidad no de disciplina. El sis-
tema de control de la calidad de las decisiones es parte del sistema recursivo
y, de ninguna manera debe formar parte de otro sistema de supervisión.
Pero existen otras variables, tales como la mora judicial, la contracción al
trabajo, la atención a los litigantes, etc. que si pueden ser evaluados por
un sistema de supervisión. En la medida que los jueces abandonan todas
las tareas de trámite, en manos de los jefes de las oficinas judiciales, se
minimiza la posibilidad de control interno bajo ropajes de supervisión ad-
ministrativa. Ya veremos esto bajo el nombre de dependencia burocrática.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 117
§1
1. El concepto de dependencia burocrática. Ya hemos
destacado que la imparcialidad es una posición del juez
frente al litigio y, por lo tanto, un conjunto de reglas o formas
procesales que se pueden cumplir mal o bien, por lo tanto,
una forma de ejercer el oficio de juez. Es un oficio perso-
nal, que no es aplicable a estructuras como el “juzgado” o
el “tribunal”. Menos aún se transfiere a otras personas que
pueden ser ayudantes del juez, pero no que no pueden re-
emplazar ninguna de sus funciones jurisdiccionales. A este
fenómeno de “maquinización” y, al mucho más extendido y
perverso de “delegación de funciones judiciales en funcio-
narios subalternos”, se lo debe identificar también como
productores de situaciones de dependencia judicial. Cuando
el juez debe trabajar en un entorno que le genera condicio-
nantes tales, en los que debe delegar parte o la totalidad
de su poder jurisdiccional en la máquina burocrática, o le
permita delegar ese poder en funcionarios o auxiliares, lo
llamamos dependencia burocrática, ya sea que el juez lo
haga forzado o se adecue a una costumbre que le permite
122 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
38
Todavía no se han desarrollado muchos trabajos en el país de este tipo,
pero ya han comenzado a publicarse investigaciones de gran calidad. Por
ejemplo, los estudios contenidos en el libro Burocracias y Violencia, edita-
dos por Sofía Tiscornia (2004) o el análisis de Leticia Barrera: “La Corte
Suprema en escena. Una etnografía del mundo judicial” (2012) o más
recientemente “Las audiencias públicas de la Corte Suprema. Apertura y
límites de la participación ciudadana en la justicia de Miguel Ángel Benedetti,
María Jimena Sáenz (2016) o los diversos ensayos de Ezequiel Kostenwein
desde la sociología de la justicia penal (2017). Pero, en términos generales,
una mirada sobre el funcionamiento real de la justicia, realizado desde la
investigación empírica y con los aparatos conceptuales de otras teorías
sociales, todavía es escaso en nuestro país.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 125
39
Oderigo (1982) ha sido el único de los procesalistas, en lo que pude inves-
tigar, que se animó a teorizar sobre este punto. Ya lo hemos destacado al
mentar su teoría del proceso como “empresa” (t. I:96), pero sus palabras
son mucho más elocuentes y expresan lo que muchos otros jueces no logran
verbalizar: “¿Por qué solo con relación al proceso judicial se escucha la
crítica a la delegación de funciones, que con buen sentido de la economía
procesal hacen los jueces y aceptan las partes y sus abogados? ¿Por qué no
al cirujano que emprende una operación quirúrgica y comienza por valerse
primero del anestesista, luego de la instrumentadora, y termina con el que
practica la sutura? ¿Es que se ignoran las enseñanzas del “taylorismo”, de
la organización y racionalización del trabajo, del sentido que tiene realizarlo
en equipo? ¿Por qué no se exige al pintor actual, que emprende la pintura
de un cuadro, que fabrique el mismo los colares y las telas como en la
época de Leonardo?” Queda claro la concepción “maquinal” que subyace
a esta visión. La eficacia del proceso es la eficacia de una estructura en
equipo, conde cada uno realiza una parte del proceso productivo y, por lo
tanto, el taylorismo se aplica del mismo modo que a cualquier otra línea
de montaje. No se confunda esta concepción con los intentos de realizar
una administración moderna y eficiente, al servicio del ejercicio de lo ju-
risdiccional, pero que no se propicia de ninguna manera que la ejerza el
propio juez. En la visión de Oderigo y en muchas visiones de la función
gerencial o en proyectos de “modernización del trámite” se esconde, en
realidad, una visión escriturista del proceso. Por eso debemos ser claros:
no existe, por ejemplo, un problema de impacto tecnológico en abstracto.
Existe tecnología del proceso escrito y otra al servicio de las formas de la
oralidad. Son distintas y tienen presupuestos distintos. Oderigo, que no
puede o no quiere pensar por fuera del horizonte de la escritura, acierta en
un punto: el ejercicio de la jurisdicción requiere un conjunto de actividad
126 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Las nuevas oficinas judiciales. Dado el impacto que tiene
el entorno organizacional en las posibilidades de ejercicio de
la imparcialidad, es decir, la dependencia del juez a deter-
minados tipos de estructuras administrativas y organizacio-
nales se ha desarrollado dos tipos de medidas en el diseño
de los procesos penales de tipo acusatorio adversarial. La
primera de esas medidas consiste en la oralidad de toda la
etapa preparatoria, de tal manera que el ámbito natural de
ejercicio de la judicatura sea la audiencia oral y pública,
128 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
para todos los actos. Ya nos hemos dedicado a este tema (t.
III:68 y ss.), y el objetivo consiste en reconocer que el litigio
se realiza de un modo ordinario ante el juez imparcial, de un
modo público en todos los casos. Esto no ha sido nada más
que rescatar el modo histórico y ordinario de desarrollo del
litigio, por fuera de la tradición inquisitorial. En este modelo,
el juez siempre trabaja en la sala de audiencia —salvo cuando
se encuentra en su despacho preparando una decisión—. Su
trabajo y su responsabilidad consisten en atender al litigio
y tomar las decisiones que le solicitan las partes (además,
por supuesto, del control general de garantías). Los jueces
se organizan en colegios o grupos de jueces cuya función
es asistir a las audiencias y tomar las decisiones, indepen-
dientemente del nombre que se le ponga a ese colectivo de
jueces (Colegios, Salas, Tribunales, Audiencias, etc.) Existen
diversas formas de organización de estos colegios de jueces,40
pero lo común es que su trabajo consiste en llevar adelante
las audiencias que es el modo permanente y normal del
40
El colectivo de jueces que ejercen una misma competencia material en un
determinado territorio forma una agrupación que es distinta a la organiza-
ción celular, propia de los juzgados. Por ejemplo, diez jueces que ejercen la
misma competencia forman el tribunal de tal lugar o el colegio de jueces o
como quiera llamárselos. Todos esos jueces reparten su trabajo, mediante
fórmulas internas de distribución que aseguren que no haya manipulación.
En nuestro país ya existen muchos colegios o tribunales organizados de
esta manera. En algunos se agrupan todos los jueces de primera instancia
(control de garantías y juicio), en otros se hacen colegios distintos para
los jueces de garantía y para el juicio, etc. También se organizan de esta
manera los Tribunales de Impugnación. En estos modelos no existen salas
fijas, sino todos los jueces realizan todas las tareas, mediante un sistema
ponderado de sorteo. Véanse estos modelos en Sistema Judiciales, nº 18.
https://sistemasjudiciales.org/revista/revista-no-18-las-nuevas-oficinas-
de-gestion-de-audiencias.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 129
§1
1. La cultura de la jurisdicción. Cuando Perfecto Andrés
Ibáñez reseñaba el impacto del inicio del nuevo asociacio-
nismo judicial que emerge en los años sesenta, nos decía
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 131
41
“Así como toda cultura es parcial, a toda parcialidad dentro de ella corres-
ponde una subcultura. Cuando una subcultura llega a un grado de conflicto
inconciliable con la cultura dominante, se produce una contracultura: una
batalla entre modelos, una guerra entre concepciones del mundo” (Britto
García, 1991:18). En estas definiciones simples vemos que existe una cul-
tura dominante de la jurisdicción, que nunca puede ser totalizadora, y por
ello convive con subculturas que no la desafían, hasta que una de ellas lo
hace y se convierte en contracultura de la jurisdicción. No es tan sencillo
caracterizar a la cultura jurisdiccional dominante actual, porque ya no es
la vieja del legalismo y la sumisión, pero tampoco se la puede caracterizar
como una completa cultura de la constitución. Creo que, sí existe una fuer-
te subcultura de la idea constitucional de jurisdicción, pero que todavía
132 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Tres (anti) modelos de juez. Hace algunos años François
Ôst (1993:169) analizaba tres modelos de juez. Júpiter, el
juez de sistema normativo jerarquizado y que expresa esa
racionalidad normativa; Hércules, su contrario, que desde
la realidad social moldea ese sistema normativo a golpes de
jurisprudencia y Hermes el juez articulador de realidades
fácticas y normativas que termina de ayudar a tejer la red
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 139
42
El juez Montenegro, personaje importante de Redoble por Rancas, es un
personaje real que Scorza luego utiliza para su ficción, y que atraviesa toda
la zaga de “la guerra silenciosa”, como figura del orden jurídico represor,
corrupto y defensor de los privilegios de los terratenientes. Como relata
Gago (2018): “Manuel Scorza, en Redoble por Rancas, relata ciertos eventos
sucedidos entre 1950 y 1962 en los distintos poblados de la Pampa de Junín.
Uno de sus personajes, el doctor Francisco Montenegro (nombre ficticio),
140 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
43
Si bien el DRAE ya admite la palabra “tartufo” en el sentido de “Hombre hi-
pócrita y falso”, la referencia por alusión es la comedia de Moliere “Tartufo
o el impostor” (1664). En ella, el personaje principal parodia a los falsos
devotos. Recordemos la frase terrible de Bourdieu a la que ya hemos hecho
referencia: los juristas guardianes de la hipocresía colectiva.
142 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
44
Bartleby es un famoso personaje de Melville (Bartleby el escribiente, 1853).
Es un personaje complejo, que ha recibido muchas interpretaciones, aun-
que no tomemos de este personaje los rasgos existencialistas que algunos
han destacado. Se puede decir que “el abogado protoburgués desespera
ante la determinación de Bartleby a no preferir nada, ni siquiera la nada
misma. Parecería razonable despedir al empleado y si a uno le preguntaran
el porqué de la decisión responder: —se negaba a hacer su trabajo—. Sin
duda al abogado le gustaría que fuera así de fácil, pero Bartleby no se niega
simplemente rehúye de la atribución de las acciones que lo caracterizan.
Reniega de sí mismo como escribiente porque busca no encontrar referen-
cia alguna de sí mismo. “No es un caso de perversidad psicológica sino de
perversidad metafísica” (Deleuze, 2001, 75). El deseo de saber qué ocurre
si se desafía el pacto y se acepta el viel mehr nichts desespera al abogado,
porque en su racionalidad no encuentra correspondencia para con el deseo
de la nada” (Santamaría Pargada, 2006:262).
144 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. El concepto de juez natural. Si el objetivo es que los
jueces no deban ser manipulados, la consecuencia más lógica
es que su asignación como tales no deba ser posterior y debi-
da a una causa determinada o particular, sino que ellos deban
estar elegidos, y su competencia determinada, con antelación
al hecho de la causa. Ese es el concepto más simple y literal
de juez natural, tal como lo expresa nuestra Constitución
Nacional: “Ningún habitante de la Nación puede (…) ser
juzgado por comisiones especiales o sacado de los jueces
designados por ley antes del hecho de la causa” (art. 18).
Es decir, la prohibición de comisiones especiales (esto es
jueces ad hoc), la obligación de que sean jueces designados
por ley (y se debe entender que no debido a la causa, lo que
nos lleva al tema de los tribunales extraordinarios), y que
esa designación debe haber sido realizada con antelación
al hecho que motivó el proceso.45 En el mismo sentido, la
Convención Americana de Derechos Humanos nos dice que
se debe tratar de un tribunal establecido con anterioridad
por la ley (art. 8º, 1).46 Es decir que el principio de Juez na-
45
La claridad de la fórmula constitucional nos ha evitado la discusión sobre
si la predeterminación legal debe ser anterior a la comisión del hecho o al
inicio del proceso. Las discusiones en el ámbito del derecho español y la
interpretación en un sentido contrario al de nuestras normas constitucio-
nales puede verse en Diez Picazo Giménez (1991:100 y ss.).
46
Al igual que en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (art. 13
inc. 1º), Convención Europea para la protección de los Derechos Humanos
148 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
(art. 6º, 1); Maier señala que la legislación americana se diferencia de la eu-
ropea porque en esta última falta la mención temporal, es decir, la necesaria
anterioridad de la fijación de la competencia, pero estima que de ello no se
puede derivar ninguna cuestión de principios diferentes (2002 I:764).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 149
47
Distinta es la opinión de Diez Picazo para quien “de una garantía del juez
legal y predeterminado solo puede hablarse con sentido a partir del consti-
tucionalismo, porque solo cobra significado con la división de poderes que
aquel conlleva. En un régimen absoluto, en que los poderes se encuentran
concentrados en la figura del monarca, es absurdo afirmar que este pueda
ver limitado jurídicamente su poder de crear órganos jurisdiccionales o de
atribuir distinta competencia a los existentes” (1991:77). Según el mismo
150 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
autor, “el básico punto de arranque de la garantía del juez legal en los or-
denamientos continentales europeos se encuentra en la ley revolucionaria
francesa de 16-24 de agosto de 1790 (Décret sur l’organisation judiciaire),
cuyo art. 17 estableció por primera vez el principio del juez natural usan-
do tales términos: ‘El orden constitucional de las jurisdicciones no podrá
ser turbado ni los justiciables privados de sus jueces naturales, mediante
comisión alguna ni a través de otras atribuciones o avocaciones que las
determinadas por la ley’. Este precepto será recogido en la Constitución
francesa de 1791 (art. 4 del cap. 5º del Tít. III), con la única diferencia de
que la expresión juez natural será sustituida por juez asignado por la ley.
Igualmente, la Constitución de 1795 recogerá esta garantía (art. 204: ‘Nadie
puede ser privado de los jueces que la ley le asigna, mediante comisión
alguna ni a través de otras atribuciones que las determinadas por una ley
anterior’), en la que destaca que ya se hace mención expresa de la exigencia
de preconstitución del juez (‘por una ley anterior’) (1991:78). Nos parece
que poner el hito en la Revolución francesa es desconocer que el debate que
se dio en ella ponía énfasis en las viejas conquistas judiciales que habían
moldeado al derecho inglés, fuente de inspiración de las normas concretas
y de los pensadores de la Ilustración. Los juristas de la revolución francesa,
como ocurre siempre, trabajaron con materiales y experiencias del pasado,
no siempre para restaurarlas, sino para producir grandes innovaciones,
pero que necesitaban mostrar que no eran meras ocurrencias del momen-
to, o para utilizar el lenguaje de la tradición. En el campo jurídico es casi
imposible encontrar momento de creación de instituciones que no pongan
su espalda en el lenguaje o las instituciones del pasado, para dotarlas de
nuevos significados o para utilizarlas como herramientas de legitimación.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 151
48
El juzgamiento por pares se funda en la necesidad de que el juez o los jueces
compartan el mismo horizonte cultural que el imputado. “El derecho al juez
natural constituye un elemento del debido proceso. Se remonta al siglo xiii
cuando el Rey Juan Sin Tierra de Inglaterra aprueba el 15 de junio de 1215
la Carta Magna, cuyo capítulo XXXIX señala: Ningún hombre libre podrá
ser detenido, o encarcelado, o privado de sus derechos o de sus bienes, ni
puesto fuera de la ley, ni desterrado, ni perjudicado de cualquier otra forma,
ni procederemos ni ordenaremos proceder contra él, sino en virtud de un jui-
cio legal por sus pares y por la ley de la tierra” (Quispe Remón 2013:1116).
Este desarrollo fue adquiriendo cada vez mayor amplitud, hasta convertirse
en una garantía judicial reconocida en los Pactos Internacional de Derechos
Humanos. De opinión contraria es Diez-Picazo Giménez (1991:74), quien,
si bien destaca estos antecedentes históricos, ya vimos que les quita algo de
relevancia. Nos dice: “Así, por ejemplo, en la Carta Magna inglesa (1215) se
decía: ‘17. Los juicios comunes no seguirán a nuestra corte, sino que tendrán
señalado un lugar fijo. 18. Los procesos en materia de novel disseiin, mort
d’ancestor y darrein presentment se celebrarán únicamente en el condado
donde hubieran ocurrido los hechos...’ En el art. 50 de la Carta concedida
por Juan Sin Tierra se prevé también la garantía del juicio justo por sus
pares (iudicium parium suorum). Asimismo, en la Petition of Rights de
1628 (art. 7º) y en el Bill of Rights de 1689 (art. 1.3) se contiene la exigen-
cia de suprimir las comisiones regias post factum. (…) Por nuestra parte,
somos de la opinión de que la idea de juez legal o natural es una garantía
nacida con el constitucionalismo, por lo que el nexo con precedentes más
antiguos es muy débil”. Tiene una visión similar Ferrajoli (1995:590) para
quien la garantía es una adquisición moderna, y considera infructuoso el
intento de situarla en la Magna Charta, que a lo sumo establece un criterio
de competencia territorial, que no guarda relación con la prohibición del
juez instituido post factum. “Esta prohibición se afirma solo en el siglo xvii,
al mismo tiempo que las primeras manifestaciones de independencia y los
152 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
49
Nos dice Schiffrin: “No quiero sostener que nuestra Constitución sea una
copia de la norteamericana, porque como ya lo advertía Alberdi reconoce
influencias de varias fuentes y se nutre de la anterior experiencia política
y jurídica argentina. Pero ello no quita que la adopción de numerosos
preceptos de la Constitución de Filadelfia tuviera el sentido de una recep-
ción de muchas instituciones garantizadoras del derecho constitucional
anglosajón” (1974:534). Por otra parte, Maier (2002 I:776) al referirse a las
normas sobre jurados y el forum delicti comissi nos dice: “No cabe duda
de que nuestro mandato constitucional proviene del Art. III, sección 2º #
3 de la Constitución de los Estados Unidos de América, a través del texto
del art. 117 de la Constitución Federal de los Estados Unidos de Venezuela
de 1811”.
50
No es el caso de Diez Picazo (1991:80) para España, que lo reconoce
expresamente, con un sentido similar al del texto: “La primera de dichas
cuestiones es la de si la garantía del juez legal ha de circunscribirse al
órgano jurisdiccional o debe ampliarse hasta alcanzar las reglas de deter-
minación de las concretas personas encargadas de juzgar (problema de la
aplicabilidad del derecho al juez-persona). Con ello se abre una potencia-
lidad inmensa a esta garantía, en pugna con las llamadas exigencias del
eficaz funcionamiento de la Administración de Justicia. La segunda de
dichas cuestiones consiste en dilucidar si la garantía del juez legal impone
al legislador limitaciones ulteriores del tipo de la vinculación del juez com-
petente al territorio (problema del juez de la tierra o juez natural). Desde
una perspectiva más general, con esta cuestión se está planteando si la
idea de juez legal no abarca, junto a la garantía formal (preconstitución y
legalidad), una garantía sustancial consistente en que la competencia ven-
ga atribuida al juez que posee una mejor o mayor idoneidad”. No se trata
exactamente de las mismas dimensiones que destacamos en el texto, pero
sí existe paridad en el reconocimiento de la complejidad de las múltiples
dimensiones que componen el concepto de juez natural. Con claridad
154 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
52
“Ahora bien, durante los decenios transcurridos a partir del fallo “Grisolía”,
el criterio ha sido mantenido hasta la actualidad sin sufrir modificación
alguna; quizá, algún aditamento. Resulta por ello pertinente citar los casos
más recientes resueltos por la CSJN, a saber: el 2/8/2000 en “Nicolaides,
Cristino y otro.” (Fallos, 323:2035 párrafos 15 a 17 y 20 del dictamen,
consid. 14 y 15 del voto del ministro Petracchi y consid. 4º del voto del
ministro Boggiano), el 21/8/2003 en “Videla, Jorge Rafael s/incidente de
excepción de cosa juzgada y falta de jurisdicción” (Fallos, 326:2805 punto III
del dictamen, consid. 4º y 5º voto mayoritario, consid. 2º voto del ministro
Belluscio, consid. 2º voto del ministro Petracchi, consids. 4º y 5º voto del
ministro Boggiano y consids. 6º y 7º voto del ministro Maqueda) y finalmente
160 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
53
Similar es la doctrina sostenida por los tribunales españoles: ‘La prede-
terminación del juez no puede interpretarse rígidamente, de suerte que
impida que las normas de carácter general sobre la organización judicial y
competencia de los jueces y tribunales adquieran efectos temporales inme-
diatos, pues ello no solo crearía importantísimas disfuncionalidades en la
Administración de Justicia, subordinando la plena eficacia de las reformas
hasta tanto concluyesen los procesos judiciales en curso e implicando dupli-
cidad de órgano o de competencias que se prolongarían durante años, sino
también porque esa rígida comprensión del concepto de ‘predeterminación
‘ no se corresponde con el espíritu y finalidad que inspira el derecho fun-
damental cuestionado, en tanto no resulte comprometida la imparcialidad
del juzgador o se desvirtúe la razonable presunción de que esta no queda
afectada dadas las características en la que se inserta la modificación
162 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
54
Dando lugar a la doctrina de la perpetuatio iurisdictionis que sostiene la
inmutabilidad de la jurisdicción asignada a un juez. En “Montejano”, la Corte
ha concluido que conforme al principio de la perpetuatio iurisdictionis,
la competencia se determina según las normas vigentes al momento de
iniciarse el proceso, lo cual queda fijo e inmutable hasta el final del pleito.
Ello, no obstante, cuando se sancionan normas que modifican la distribu-
ción de la competencia, ellas se aplican de inmediato, incluso a las causas
pendientes; pero que ello tiene un tope en el “principio de radicación”,
cuando el órgano del caso dictó “actos típicamente jurisdiccionales”, firmes
o no, que importan la decisión definitoria del caso, en tal supuesto el pleito
debe continuar su trámite hasta finiquitarlo ante el fuero que pronunció
aquellos actos típicos (“Montejano”, Fallos, 237:5261). El lector podrá ad-
vertir que se trata de una construcción jurisprudencial sinuosa, que limita
la aplicación de la tesis de la perpetuatio iurisdictionis a ciertos supuestos
(Sagüés, 2007:882). Ekmekdjian sostiene que en principio la Corte no
considera que la perpetuatio iurisdictionis tenga protección constitucional
(1994:307), pero ello no es cierto. La Corte ha aceptado las excepciones
a dicho principio, quizás con una mirada demasiado amplia, pero no se
puede extraer de allí que la predeterminación legal de la competencia y su
inalterabilidad no tenga protección constitucional según los precedentes
de la Corte. Lo que sucede es que nuestra jurisprudencia tiene el defecto
de pretender zanjar problemas que son particulares del caso, en base a
precisiones conceptuales que terminan oscureciendo el problema, antes
que en la precisa determinación de los hechos particulares que son objeto
de su decisión, su relevancia y su incidencia en la determinación precisa
de la ratio decidendi de ese caso. De allí que se produzca un permanente
vaivén de los conceptos o las doctrinas, que hace difícil toda explicación.
De un modo u otro, despojar a un juez de su competencia es algo extrema-
damente problemático, y la Corte debería fijar con mucha más precisión
las razones por las cuales el despojo, en ese caso particular, no muestran
manipulación ni riesgo de ella, más cuando existe un principio tan viejo (el
de perpetuatio iurisdictionis) que nos advierte sobre su importancia. Pero
este modo de fallar “conceptualista” de la Corte, impide seguir los fallos y
oscurece los conceptos.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 165
55
“Es más, no cabe duda de que es este aspecto menor de la determinación
del juez-persona, el más apto para producir la erosión del derecho funda-
mental, es decir, es en este aspecto en el que nos jugamos la efectividad de
la garantía, pues hay que presumir que las violaciones graves y flagrantes
del precepto constitucional no habrán de producirse con frecuencia en un
ordenamiento plagado de mecanismos de tutela. Las transgresiones mi-
croscópicas de la predeterminación legal del juez sí son, por el contrario,
concebibles como fenómeno corriente. Se podrá pensar que exageramos
en la extensión de la garantía, pero por mucho optimismo que pueda in-
fundir la normalidad del Estado de derecho —si es que tal cosa existe—,
los detalles no parecen necesarios hasta que se echan en falta. Así, por
ejemplo, la doctrina alemana tiene muy claro que la discrecionalidad en la
determinación del juez-persona constituye una degeneración autoritaria del
sistema, puesto que fue el mecanismo inicialmente utilizado por el nacio-
nalsocialismo para acabar con la garantía del gesetzliche Richter. El plano
organizativo o administrativo —no procesal— de la jurisdicción también es
fundamental para el derecho al juez predeterminado por la ley. Creemos
(con De la Oliva) que hay que acabar con ese difuso estado de opinión que
estima que el denominado Derecho judicial es, además del ordenamiento
organizativo y estatutario de los jueces, algo que a estos pertenece y que
solo a ellos interesa. Las normas judiciales, aun admitiendo que tengan
carácter gubernativo y que su infracción no se refleje en muchos casos sobre
la marcha del proceso, tienen una indudable influencia en la misma” (Diez
Picazo, 1991:83/84). Queremos destacar el concepto de transgresiones
microscópicas al principio de juez natural. Se trata de un fundamento
propio del sistema de protección de la imparcialidad, que solo necesita el
temor, la mera posibilidad, y no la afectación concreta para activarse. Su uso
marcará la capacidad de darle a este principio un marco mucho más amplio
que el que le ha dado hasta ahora nuestra jurisprudencia. En igual sentido
a Diez Picazo opina Fossas Espadaler (2016:24) “El legislador debe pues
determinar la composición en abstracto de cada órgano judicial mediante
reglas objetivas y precisas, y fijar un procedimiento para la designación de
su o sus titulares, pudiendo en este segundo aspecto prever posibilidades
de cambios, como en el caso de los magistrados suplentes o los jueces de
apoyo (STC 193/1996, 26 de noviembre, FJ 1), las comisiones de servicios
(ATC 42/1996, 14 de febrero, FJ 3), o las sustituciones (ATC 97/1987, del
10 de junio, FJ 4)”.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 167
56
En sentido contrario Bidart Campos quien, de un modo contundente, dice:
“La palabra “juez” no alude a la persona física del juez, sino al “tribunal”
u “órgano” judicial” (2000:318). La facilidad con la que se elude siquiera
justificar algo tan problemático, proviene del profundo arraigo de la tradi-
ción inquisitorial, en la que lo que importa es la “maquina”, el tribunal, el
juzgado, como entidades impersonales. No se advierte que de esa manera
se debilita enormemente la garantía. En los precedentes de la Corte, en
particular en “Grisolía”, queda abierta la puerta para una consideración de
las afectaciones que pueden surgir de la permanencia de un órgano, pero en
el que se ha provocado la sustitución de personas, que son las que juzgan,
en particular si se atiende a la búsqueda del sentido de la garantía que
propone el dictamen del Procurador Soler. Nadie ha sido condenado jamás
por un “tribunal” o una “Cámara”, sino por las personas de carne y hueso
que las integran. Además, la fórmula constitucional nos habla de “jueces”
no de tribunales, Cámaras o Juzgados. Ya hemos analizado la existencia
de excepciones razonables al principio del juzgamiento por el mismo juez,
pero ellas no habilitan a la inversión del principio tal como hace Bidart
Campos.
168 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
57
Los casos de ampliación del número de miembros de la Corte han sido
siempre problemáticos, dado que, si bien normalmente no se refieren a
un caso en particular, han sido siempre sospechados de búsqueda de un
tribunal que sea más amigable para los gobiernos. Según la doctrina de
la propia Corte Suprema, no habría afectación al juez natural porque se
trata de un cambio general, no pensado para situaciones particulares;
pero dada la especial trascendencia de la Corte Suprema se deben tomar
recaudos muy importantes —nombramiento de los nuevos jueces— para
evitar sospechas.
170 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
avanzar en formas más flexibles que son las que han demos-
trado mayor eficacia y eficiencia en el uso del tiempo de los
jueces. Ya hemos señalado que si bien la dimensión personal
del juez no puede soslayarse totalmente, no podría sostenerse
el funcionamiento de justicias de tipo masivo, con una visión
tan estricta del juez natural. Por supuesto, cuando existe
flexibilidad en la asignación del juez, ello debe realizarse a
través de sistemas de sorteos realizados bajo parámetros
objetivos, que impidan toda manipulación. Si esos sistemas
de asignación (sorteo, por ejemplo) no son seguros pueden
ser objetados ya que ponen en peligro el principio de juez
natural. Por ello diferenciamos las reglas de competencia,
de las reglas de reparto de trabajo, ya sean ordinarias o
por razones de turnos. Es cierto que ambas tienen en co-
mún que enlazan a un juez con un caso o con una decisión
dentro del caso, pero las razones de previsibilidad no juegan
del mismo modo en unas y en otras. La competencia obliga
a la predeterminación del conjunto de jueces que tendrán
jurisdicción sobre un conjunto de casos y evitarán sorpresas
y manipulaciones genéricas. El reparto de trabajo, en tanto
asigna casos concretos a jueces igualmente competentes,
no genera tampoco sorpresas en tanto sea bajo parámetros
objetivos y deje subsistente los motivos de recusación. De to-
dos modos se debe estar atento para evitar las transgresiones
microscópicas de las que ya hemos hablado y que pueden
ser más frecuentes de lo que solemos pensar.58
58
En sentido contrario Diez Picazo (1991:84): “Las mismas razones que sos-
tienen la extensión del art. 24.2 al juez persona son aplicables al reparto
de negocios, aunque este se refiera al juez órgano. Pese a que respecto
de este supuesto no contamos con un expreso pronunciamiento del TC,
sería absurdo que el término juez del art. 24.2 incluyera la constitución y
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 173
59
Se usa coloquialmente la frase “fórum shopping” —que es una institución
legal, prevista generalmente en el derecho internacional privado para de-
signar la facultad de las partes de pactar una determinada jurisdicción de
alguno de los países en cuestión, por razones de conveniencia (como se
hace, desgraciadamente, con los títulos de deuda, que se rigen por las leyes
y la jurisdicción del Estado de Nueva York u otros casos similares)—, para
referirse a una situación ilegal que consiste en la manipulación del método
que se utiliza para activar las normas de reparto de casos entre jueces o
tribunales. Esa manipulación se puede hacer mediante alteraciones infor-
máticas o cálculos maliciosos para hacer jugar las reglas de ponderación
de casos. Se trata, pura y simplemente, de formas de corrupción, ya sea
que lo usen los particulares, los acusadores públicos y otros funcionarios
del gobierno, o los propios jueces del tribunal que tienen interés en recibir
un caso determinado. Es una modalidad de fraude procesal, especialmente
grave, porque implica una afectación directa a una norma constitucional.
Por fuera de los casos de evidente corrupción, a veces, se naturaliza como
una práctica de distorsión burocrática. Debemos estar atentos a estas
manipulaciones porque, aun cuando se haga mediante especulaciones o
cálculos matemáticos, en base a debilidades de los sistemas de sorteos,
siempre y en todo caso, constituye, a lo menos, una falta disciplinaria
grave. Un caso concreto de litigio de mala fe.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 175
60
Este principio ha sido reiterado con claridad por la CIDH en diversos fallos,
por ejemplo: caso “Apitz Barbera y otros (“Corte Primera de lo Contencioso
Administrativo”) vs. Venezuela”, sent. de 5/8/2008. Serie C, nº 182, párr. 50.
Véase la jurisprudencia en Feulliade (2009). Mucha de esa jurisprudencia
se refiere al problema de la justicia militar. En particular en “Palamara
Iribarne vs. Chile”, sent. de 22/11/2005. Serie C, nº 135, párr. 124 y ss.
Caso “Almonacid Arellano y otros vs. Chile”, sent. del 26/9/2006. Serie C,
nº 154, párr. 130. Palamara: “La jurisdicción penal militar en los Estados
democráticos, en tiempos de paz, ha tendido a reducirse e incluso a des-
aparecer, por lo cual, en caso de que un Estado lo conserve, este debe ser
mínimo y encontrarse inspirado en los principios y garantías que rigen el
derecho penal moderno”. En el caso de la Argentina ello llevo a la supresión
definitiva de la justicia militar, por lo cual los problemas de su afectación al
juez natural han desaparecido. Efectivamente se suprimió todo el Código
de justicia militar y la estructura judicial específica (tribunales extraordi-
narios, inválidos por ese carácter y su dependencia administrativa) y se
distribuyeron algunas normas específicas en el Código Penal y el Procesal
Penal Federal, dejando solamente en las Fuerzas Armadas los problemas
disciplinarios.
182 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
61
No debemos pensar solo en los viejos casos de la historia (el juzgamiento de
Álzaga o los hermanos Reinafé, etc.) —Maier, 2002 I:764, en particular nota
41— sino que tenemos ejemplos mucho más modernos, donde se discutió
sobre las comisiones especiales. Ekmekdjian (1994 I:308 y ss.) recoge cuatro
casos mucho más recientes, que provocaron fallos de la Corte Suprema: 1)
el primero se relacionó con la vigilancia e incautación de propiedad enemiga
cuando la Argentina declaró la guerra a las potencias del Eje (dec. 6945/45),
dando lugar al fallo Merck Química Argentina S.A., en el que la Corte legitimó
esas funciones en base a los poderes de Guerra del Ejecutivo; 2) el segundo
se relacionó con la creación por decreto del gobierno de facto del año 1955
de la Junta de Recuperación Patrimonial, un organismo administrativo
dependiente del Poder Ejecutivo, para juzgar y recuperar los activos prove-
nientes de actos de corrupción. La Corte aceptó la validez de esta entidad en
la causa “Juan Domingo Perón” sosteniendo luego que su validez quedaba
salvada por la existencia de un recurso ante un Tribunal Judicial (Fallos,
193:408); 3) el tercer caso es el relativo a la creación de la Cámara Federal
en lo penal (“Camarón) —que dio lugar al artículo de Leopoldo Schiffrin ya
citado— que creaba un tribunal de juzgamiento con competencia en todo
el país, modificando las competencias ordinarias de los jueces federales.
En este caso, luego de que el Congreso Nacional derogara la ley de su crea-
ción, reconoció que se trataba de un tribunal extraordinario, una comisión
especial, y que los jueces que lo integraban no podían pretender tener el
estatus de verdaderos jueces; el cuarto caso que nos trae Ekmekdjian es el
de la Comisión Nacional de Responsabilidad Patrimonial (Conarepa), creada
por el gobierno de facto de 1977 cuyo funcionamiento también fue avalado
por la Corte Suprema. Vemos pues que el problema de las comisiones es-
peciales y tribunales extraordinarios o la asunción ilegítima de funciones
jurisdiccionales por organismos dependientes del Poder Ejecutivo no es un
problema del siglo xix sino una tentación y un peligro de nuestra época, y
que nuestra Corte Suprema no ha sido una defensora atenta de una pro-
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 183
gar los tribunales ordinarios (predeterminados por la ley antes del hecho
de la causa), de tal modo que respondan al principio de igualdad ante la
ley. Todo lo que no es un tribunal ordinario ingresa a la prohibición de la
comisión o asignación especial de competencia, prohibida por la legislación
constitucional.
63
Una vez más tiene la posición contraria Diez Picazo, aunque, en realidad,
su posición está condicionada por la realidad y el sistema normativo
español (1991:85 y ss.,). En primer lugar, sostiene “Como primera apro-
ximación, y empezando por lo que no significa, juez ordinario no equivale
a juez natural. Para quienes defienden la autonomía del concepto de juez
natural, este no es solo el predeterminado por la ley, sino el que, además,
resulta más idóneo o adecuado para realizar el enjuiciamiento. El caso
más claro, según los defensores de esta idea, de naturalidad o idoneidad
del juez sería el forum delicti comissi, esto es, la vinculación al territorio
en la persecución y enjuiciamiento de los delitos. La idea de juez natural
supone, en este sentido, un plus respecto de la predeterminación legal,
puesto que no se limita al aspecto formal del rango y preexistencia de la
norma determinadora del juez, sino que implica un mayor límite al le-
gislador, al imponer un cierto contenido sustancial a dicha norma”. Pero
esto es una cuestión de definiciones y con solo cambiarlas podríamos
sostener la identidad de conceptos. El uso del adjetivo “natural” se da en
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 185
66
También es contrario a estas diferenciaciones Ferrajoli (1995:592), ya que
si bien se puede admitir como cierta la diferenciación por grandes áreas
tales como civil, penal, etc.; no es tan cierta cuando se usan otros criterios
como la gravedad de las penas o tipos de delitos. “Esta diferenciación,
mientras crea el riesgo de favorecer la formación de jerarquías impropias
entre los órganos judiciales y los jueces que lo componen, puede, por su
carácter opinable, permitir a la acusación la elección del juez competente,
agravando o atenuando las imputaciones. Son especialmente peligrosos
la creación de tribunales especiales para casos de “alto impacto social” o
especial para narcotráfico, ya que en esas creaciones es obvia la intenciona-
lidad de aumentar la eficacia de la persecución penal. En tales supuestos,
por más que se trate de tribunales creados por ley, mantienen su carácter
de tribunales extraordinarios, prohibidos por la Constitución Nacional. El
objetivo de la ley fundamental es evitar toda manipulación de los jueces,
en base a la gestión de intereses. Los tribunales o fueros especiales deben
tener una justificación muy clara y profunda, porque siempre son riesgosos
para la imparcialidad.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 189
su tratamiento”. Ello implica, por una parte, “que las reglas que
regulen la intervención estatal en contra de jóvenes infractores
deben ser específicas para ellos (es decir no deben estar some-
tidos exclusivamente a reglas generales de juzgamiento de los
adultos) y, en segundo lugar, deben ser aplicadas por institucio-
nes y personas especializadas (Couso Salas-Duce, 2013:51). En
el lenguaje de la Corte Interamericana, deben existir “órganos
jurisdiccionales especializados para el conocimiento de conduc-
tas penalmente típicas atribuidas”. Pareciera que estas reseñas
muestran que la cuestión esta saldada y que la duda que nos
pueda generar la especialización de jueces no debería llegar nunca
al caso de los menores imputables. Pero el punto a indagar es el
siguiente: dado que todo menor imputable debe estar protegido
por un nivel de garantías, siempre superior al que protege a todo
imputado, y que nadie discute la necesidad de que los órganos
acusatorios, administrativos, la defensa pública, etc., deban
tener un suficiente grado de especialización para comprender y
adecuar su funcionamiento a la situación concreta del menor, ¿la
existencia de un juez especializado (no está en duda la necesidad
de un litigio especializado) agrega un plus de garantías o es una
solapada reminiscencia de la idea de tutela? ¿Si el principio
de juez natural y la prohibición de comisiones especiales es la
manifestación concreta del principio de aplicación igualitaria de
la ley y la administración de justicia, la especialización agrega
algo o reintroduce prácticas que se quieren evitar? Domenech
Pascual-Mora Sanguinetti (2015:12 y ss.) nos hablan del mito
de la especialización judicial y señalan entre sus desventajas, la
monotonía (el viejo tema del habitualismo de los jueces), la inercia
producida por la poca diferenciación de los casos, lo que hace
que aparezca con más frecuencia el estereotipo y los prejuicios, el
aislamiento y la incoherencia externa o jueces demasiado seguros
en sí mismos y en sus convicciones, ya que “La especialización
refuerza, ciertamente, la coherencia interna del grupo de jueces
a los que se asigna en exclusiva el conocimiento de determinados
asuntos, pero a costa de incrementar la “insularidad” —la inco-
municación con el resto de jueces—”, provocando que el nivel de
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 191
§2
1. La predeterminación de los tribunales en el sistema
67
Ha existido además un programa orientado a debilitar la justicia común
como parte de una visión unitaria de la Constitución Nacional, cuya ex-
presión más clara es Rodolfo Rivarola. Matienzo, por ejemplo, (1926:522)
enfatiza las bondades de la justicia federal y, por el contrario, “desde un
196 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
extremo a otro de la nación, los que tienen alguna contienda jurídica, pro-
curan llevarla a los Tribunales federales. He hecho yo notar esta circuns-
tancia, muchos años hace, en distintas publicaciones, sobre todo siendo
presidente de la Suprema Corte de la provincia de Buenos Aires y juez local
(…) He considerado siempre que ofrece mayor garantía para el litigante la
justicia federal, y eso lo mismo en la provincia de Buenos Aires que en las
restantes de la República” Vemos que Matienzo había sido Presidente de la
Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires y aun así le parece valioso
que se prefiera la justicia federal. Manifiesta una clara incomprensión del
programa constitucional o una discordancia ideológica que lo llevó a pro-
piciar reformas constitucionales que concentraran más el poder judicial
en desmedro de las provincias. Una exposición detallada del programa de
Rivarola para la justicia penal en González Da Silva (2019:416 y ss.).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 197
68
Aunque no deja de ser obvio, se debe recordar que cuando el Congreso
asume el dictado del código penal, asume un tipo de legislación propia
de las provincias y sus poderes, lo hace por una razón práctica, para
evitar un mayor desorden en la legislación, para evitar —con palabras de
Gorostiaga, que la legislación se vierta en un inmenso laberinto. Pero era
necesario que quedara muy claro los límites de esta substitución de los
poderes provinciales que hacía el gobierno federal. “Los códigos significan
el conjunto de reglas establecidas para regir las relaciones de los individuos
de una sociedad, por lo que, fuera de la razón apuntada, no había motivo
para atribuir su sanción al gobierno nacional” (Gondra, 1944:254). Esta
delegación legislativa, fundada en razones de conveniencia, era muy puntual
y constituye un ejercicio legislativo totalmente distinto a las otras atribu-
ciones del Congreso. No hemos ganado nada con la confusión de delitos
federales y comunes, ya que el laberinto que temía Gorostiaga se terminó
creando por la jurisprudencia y la legislación nacional sin orden, y por el
198 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
69
La doctrina de nuestro país ha sostenido este criterio con claridad, por lo
menos en los autores clásicos. Por ejemplo, Joaquín V. González nos dice:
“Como todos los poderes creados por el pueblo para su gobierno, el judicial
también tiene sus atribuciones limitadas y lo están en el art. 100 (116). Esto
quiere decir que ningún tribunal nacional puede entender en una causa no
comprendida en las que allí se enumeran (1897 # 603; 638). González se
remite a la Corte Suprema que en t. I:175, fallo “Sebelin” reconoce que la
competencia de los tribunales nacionales (federales) solo proviene del art.
100 (116) y que por su propia naturaleza es excepcional (véase también
Maier, 2004 II:523, nota 261). En igual sentido González Calderón, III
455:1931; Gondra y Clariá Olmedo, tal como ya los hemos citado.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 201
70
El caso de la ciudad Autónoma de Buenos se mantiene todavía en una am-
bigüedad innecesaria, producto de los intereses en juego, antes que en la
interpretación de las cláusulas constitucionales. En materia penal, la firma
de sucesivos convenios de transferencia de competencias ha saldado ya el
problema de las interpretaciones constitucionales porque se ha admitido
la existencia de una jurisdicción común en ese territorio, que funciona del
mismo modo que la justicia de cualquier provincia con sus leyes procesales
y orgánicas propias. La Corte Suprema de justicia ha aclarado finalmente
este punto. En efecto, en la causa CSJN 4652/2015 “Bazán, Fernando s/ame-
nazas”, la Corte señaló que la omisión en realizar el traspaso de la justicia
nacional al ámbito de la Ciudad había sido ya advertida en sus precedentes
“Corrales” (Fallos, 338:1517) y “Nisman” (Fallos, 339:1342). Así, en 2015
había solicitado que ambos estados lograsen los acuerdos para garantizar
a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires una justicia plenamente local en
materia civil, comercial, laboral y penal (caso “Corrales”, Fallos, 338:1517).
Asimismo, la Corte entendió que esa omisión tenía concretas consecuencias
en el funcionamiento del federalismo en la Argentina, porque impactaba en
la distribución de los recursos públicos. En virtud del incumplimiento del
mandato que ordena la autonomía plena porteña, explicó que las veintitrés
provincias argentinas financian los gastos que demanda el servicio de ad-
ministración de justicia del restante distrito. Esta situación —remarcó— no
resulta compatible con los principios de equidad, solidaridad e igualdad
de oportunidades que requiere un proceso de desarrollo de escala federal
para “equilibrar el desigual desarrollo relativo de las provincias y regiones”
(art. 75, inc. 2º, y 19, de la C.N.). Si bien todavía existe alguna doctrina que
discute el sentido de la autonomía jurisdiccional de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, la verdad es que la demora en el traspaso de la llamada
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 203
(supuesto 1). Claro está que ello no puede significar “cada vez
que se afecte el sistema de garantías” porque ellas están pre-
vistas para todos los casos penales, independientemente de
la competencia. Así lo ha reconocido desde antiguo la Corte
Suprema al decir: “Para que su conocimiento corresponda
a la jurisdicción privativa de la justicia federal es necesario
que el derecho que se pretende hacer valer por una deman-
da en juicio, este directa e inmediatamente fundado en un
artículo de la Constitución, de la ley o del tratado; sin que
baste para que surta el fuero federal la sola circunstancia
de que los derechos que se dicen violados estén garantidos
por la Constitución Nacional” (CSJN, Fallos, 115:167)71 Es
decir, se debe tratar de casos penales especialmente regidos
por la Constitución Nacional (CSJN, Fallos, 96:347), o dicho
de otro modo directa e inmediatamente fundado en un ar-
tículo del texto constitucional. Este tipo de casos son raros
y deben ser identificados de un modo puntual. Se trata de
la “aquellos comportamientos punibles que la misma C.N.,
en principio, define” (Maier, 2004 II:531). Existen casos
definidos directamente por la Constitución. El primero es
el del delito de Traición, que en el art. 119 la Constitución
delimita con precisión, para evitar los abusos históricos en
71
Gondra (1944:53, nota 8) señala que, debemos analizar este punto con en
el mismo sentido se ha expresado la Suprema Corte de Estados Unidos,
que ha dicho: “El poder judicial se extiende a todos los casos en ley y
equidad regidos por la Constitución, pero estos casos son verdadera y no
potencialmente regidos y la jurisdicción no puede asumirse por una mera
hipótesis. En esta clase de casos es necesario para el ejercicio de la juris-
diccional original de las Cortes de Circuito que la causa o acción dependa
de la interpretación y aplicación de la Constitución, y así se ha visto que
casos semejantes son raros” (“New Orleans v. H. W. Benjamín”, 152 U.S.
411).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 205
72
Es discutible si un delito previsto ya en la legislación común puede cam-
biar de competencia por la firma de un tratado. Creo que, dado que el
establecimiento de las relaciones internacionales es sin duda un poder
delegado al Gobierno Nacional, si un delito común pasa a formar parte de
una obligación internacional, entonces queda atrapado por la competencia
federal, como parte del ejercicio de ese poder delegado, por más que ya
existiera anteriormente en la legislación común. Si tal resultado no es el
querido, el Congreso debe hacer reserva a la hora de ratificar el tratado
sobre el punto de la competencia o debe ser considerado como un punto
especial dentro del tratado, o debe quedar claro de su integralidad que el
punto de cambio de competencia no forma parte de lo acordado.
212 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
73
La ley 26.200 regula las relaciones con la Corte Penal Internacional y tiene
como objeto implementar las disposiciones del Estatuto de Roma suscripto
el 17 de julio de 1998, aprobado por la ley 25.390 y ratificado el 16 de enero
de 2001, así como regular las relaciones de cooperación entre el Estado
Argentino y la Corte Penal Internacional en el ejercicio de las funciones
encomendadas a este organismo por el citado instrumento y su normativa
complementaria, mediante la atribución de competencia a los órganos
estatales y el establecimiento de procedimientos internos adecuados, en
lo no previsto en el Estatuto de Roma y sus normas complementarias, en
particular las Reglas de Procedimiento y Prueba.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 213
74
Existe una fuerte corriente de constitucionalistas que abogan por una
concepción amplia de la autonomía. Entre ellos, Korn Villafañe o Bernard,
quienes vinculan esa autonomía con las formas básicas de la República
constitucional argentina. Luego Bidart Campos, Hernández, Rosatti, entre
otros, sostienen esas posturas (véase “Autonomía Municipal”, en Cuadernos
de Economía, 56, 2001:13). También son autonomistas González Calde-
rón, Estrada, Sánchez Viamonte Según Joaquín V. González (1897:717 y
ss.), la tradición municipal se perdió cuando las reformas legislativas de
1821 sepultaron “la secular institución de los cabildos coloniales, que tan
fecundos gérmenes de libertad sembraron en nuestro suelo” “Pero al ser su-
primidas aquellas libres y vigorosas corporaciones, no fueron reemplazadas
por las que debían ejercer el poder municipal, inherente a los hábitos del
pueblo y a los nuevos principios de gobierno republicano representativo”.
La Constitución de 1853 trata de rescatar esa tradición —nos dice Joa-
quín V. González— reconociendo que es parte de la soberanía provincial,
pero a la vez indicando que ellas están obligadas a sostener un régimen
municipal, porque interesa a toda la Nación. Los antecedentes ingleses y
norteamericanos del gobierno local eran centrales en esa consideración.
Con entusiasmo dice: “Una nación puede fundar un sistema de gobierno
libre, pero sin el espíritu de las instituciones municipales, no puede po-
seer el espíritu de la libertad” (719) Nótese, nos dice, que la conjunción de
“administración de justicia”, educación primaria” y “régimen municipal” no
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 215
76
En general, la materia contravencional comunal es uno de los componentes
típicos y propios del municipio. En algunas de las constituciones la recep-
ción la Justicia de Faltas Municipal ha sido tímida y sin mayores detalles
(Córdoba, San Juan, La Rioja, Neuquén) que autorizan a los municipios a
reglamentar el régimen de faltas — Córdoba — o bien, asegurar la Justicia
Federal de Faltas Municipales (Neuquén y San Juan) (Di Falco, 2010:485).
Para analizar la evolución de la autonomía en nuestro derecho público y
en la jurisprudencia de la Corte Suprema véase Ábalos, María G: “Avances
de la autonomía municipal en treinta años de democracia”. Revista de De-
recho Constitucional. nº 3 noviembre del 2013. https://ar.ijeditores.com/
artículos.php?idarticulo=66879.
218 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
77
“Muchos de los criterios propugnados por los autores extranjeros para
determinar una diferencia de esa índole (ontológica) fueron aniquilados
por la realidad de las cosas” (Núñez, 1985:17).
220 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
78
Aunque, como señala Soler (1940:219, nota 31), Rivarola reconocía que
el Congreso podía fijar un mínimo, para dejarle espacio a las provincias.
Dice Rivarola, según la nota de Soler, “podría considerarse a las provincias
habilitadas para usar de los medios ínfimos de penalidad, no usados por
el Código, que sería el arresto menor de un mes y la multa equivalente”.
Pero, nos dice Soler, “la insuficiencia posible de esas penas es usada por
Rivarola para demostrar la conveniencia de que el Congreso fije ese límite
ya que, según él, “no pueden determinarlo por sí mismas las provincias,
porque la facultad de dictar el Código corresponde al Congreso”. El art. 6
del Proyecto de Código Penal de 1891 disponía: “La infracción de las leyes
y disposiciones locales de las provincias, municipios y territorios federales,
que no tuvieren pena señalada en este Código, será reprimida como falta,
con penas que en ellas mismas se determinen, siempre que no impongan
multa mayor de mil pesos, ni establezcan otro inhabilitación que la de ejercer
cargos públicos locales o profesionales, dentro de la jurisdicción territorial,
ni restrinjan la libertad de locomoción, sino en caso de falta de pago de
la multa de acuerdo a lo dispuesto en el art. 40”. Se prohíbe, pues, en esa
norma, la aplicación de sanciones privativas de libertad por parte de las
Provincias, y se incluye a los municipios entre los habilitados a establecer
otro tipo de sanciones. De igual opinión es Moreno (1922 I:217 y ss.), quien
opina que las Provincias pueden legislar sobre faltas, pero no se puede dar
libertad completa a los Estados federados. Sin embargo, piensa de un modo
distinto los límites, ya que el art. 4 del proyecto de Código Penal de 1917
establece: “La represión de las faltas corresponde a las provincias, las que
podrán imponer penas de prisión hasta un año, inhabilitación hasta tres
años y multa hasta cuatro mil pesos moneda nacional”. Diputados aprobó
esta norma, pero el Senado la rechazo con el argumento de que se deberían
incluir las faltas en Código, y que el margen para las provincias era muy alto
y que, si se admitía la facultad provincial, era mejor dejarla a la iniciativa
de las provincias, sin una norma especial de límite; Diputados no insistió.
De tal modo, ella no pasó al Código Penal de 1921, pero es sintomática del
estado de la discusión. Moreno considera que fue un error no aprobar la
norma que había aprobado Diputados y que, en consecuencia, se acentuó
la tendencia centralista. Es llamativo que no aparezca en esta discusión
el problema municipal, pero se comprende porque en esa época el debate
giraba alrededor de la división de poderes entre las Provincias y el Estado
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 221
79
“Desde el nacimiento de las repúblicas se trató de resolver el problema
del servicio judicial en los amplios territorios en los que el Estado casi no
tenía presencia. Ello se podía hacer sobre la base de prácticas judiciales de
los cabildos que, por lo menos para un sector de vecinos, habían prestado
224 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
80
“El mismo, fue ratificado en Argentina a través de la ley 24.071, sancio-
nada el 4/3/1992 y promulgada el 7/4/1992 (publicación B.O. 10/4/1992).
El Poder Ejecutivo dictó el instrumento de ratificación el 17 de abril del
2000, y depositó dicho instrumento en la OIT el 3 de julio de ese año.
Según la reglamentación internacional, el “Convenio entrará en vigor, para
cada miembro, doce meses después de la fecha en que haya sido registrada
su ratificación” (art. 38.3); por ello se afirma que el Convenio 169 rige en
Argentina desde el 3 de julio de 2001, www.endepa.org.ar.
228 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
81
“En la Argentina viven más de treinta pueblos indígenas, que hablan trece
lenguas y representan el 2,4% de la población total del país, de la cual el
18% habita en ámbitos rurales organizados en más de 1600 comunidades,
en una extensión de tierras cuyo número aún se desconoce y que se estima
en más de 14.000.000 de hectáreas (INAI: 2015:11).Ese documento contiene
una recopilación de la normas que regulan las relaciones con los pueblos
indígenas, tanto internacionales como nacionales o provinciales, pero nada
se dice sobre la existencia de un sistema judicial propio de esos pueblos y
la necesidad de respetarlos como parte del contenido del juez natural.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 229
82
Este tema se ha manifestado en particular al analizar el sistema de penas,
propio de cada pueblo. Se ha pretendido que afecta derechos humanos
ciertas prácticas, por ejemplo, de aplicar golpes o latigazos, con un alto
contenido simbólico, normalmente de poco nivel de violencia y que, como
sustituto se debe aplicar la cárcel ordinaria, arbitraria, inhumana e incom-
patible con la visión de derechos humanos de esos mismos pueblos.
83
Como surge de la audiencia pública realizada por el Comité de Asuntos
Indígenas del Congreso de Estados Unidos, como parte de los trabajos
preparatorios de lo que luego fue la (Tribal Act de 2010), “Los tribunales
tribales son instituciones de primera línea para preservar la paz en las
comunidades indias. También ayudan a resolver disputas civiles entre
los miembros de la comunidad y quien hacen negocios en tierras de las
comunidades indígenas. Con ese fin, un sistema judicial tribal fuerte es un
factor comprobado en fomentar el desarrollo económico en tierras indias.
Hoy en día, hay alrededor de 290 tribunales de distrito tribales y más de
150 tribunales de apelaciones tribales. La capacitación y el financiamiento
para tribunales tribales es vital para su éxito. Pero como escucharemos
esta mañana, los problemas financieros han limitado la capacidad de los
tribunales tribales para cumplir con sus metas”. A partir de 2010 existe
en dicho país un programa constante de fortalecimiento de la capacidad de
acción de la justicia indígena. En el caso de Bolivia, la justicia originario-
campesina, constituye todo un orden jurisdiccional, al igual que la justicia
ordinaria, que desemboca en el Tribunal Constitucional Plurinacional,
integrado también por jueces de los pueblos originarios. La Constitución
de Bolivia es la que contiene la construcción institucional más fuerte en
este sentido y merece ser estudiada en profundidad.
230 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§3
1. Juicio por jurados. Si cabe el calificativo para un tema
como este, posiblemente no exista un asunto tan sensible
como el establecimiento del juicio por jurados en nuestro
país. Ya es un tópico señalar la insistencia de nuestra Cons-
titución en la instauración del juicio por jurados, ya sea
por una ley nacional o por la actividad concurrente de las
provincias. Si bien el establecimiento del juicio por jurados
está pensado para todas las materias (art. 24, C.N.), junto
con la obligación de dejar atrás la legislación colonial, bajo
la inteligencia de que ambas dimensiones constituían un solo
bloque de legislación y administración de justicia impropio
232 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
84
En el lenguaje a las reformas judiciales de principios del siglo xix, bajo
influencia de la Revolución Francesa, los polos en disputa eran el modelo
inquisitorial y el juicio por jurados, que se percibía como todo lo contrario
del modelo inquisitorial, de jueces profesionales. A su vez, estos modelos
judiciales se los vinculaba de un modo directo a la monarquía absoluta del
Continente Europeo, frente al modelo de monarquía constitucional de cuño
inglés. Ese es lenguaje y el horizonte político en el que se mueven nuestros
constituyentes. Todavía el modelo mixto napoleónico no aparecerá como
la nueva legislación moderna, hasta las últimas décadas del siglo xix, en la
segunda gran oleada de iniciativas liberales — tan distintas del primer ciclo,
que termina con los movimientos revolucionarios de 1848—, en particular
con la recepción y reformas españolas, alemana o italiana. En el ideario
del liberalismo de la primera mitad del siglo xix la dicotomía francesa
que señalamos es clara, se perderá esa claridad en el liberalismo que se
expresa en la generación del ochenta, cuando la burguesía en el poder se
ha alejado ya definitivamente, de los postulados de la Revolución Francesa
que seguirán vivos en otros sectores sociales, como el naciente proletariado
o la pequeña burguesía empobrecida.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 233
85
En realidad, desde el inicio de nuestro proceso de independencia nacional
se procura la instalación del juicio por jurados. Desde el primer proyecto
elaborado en 1812, las constituciones de 1819 y 1826 (Heredia, 2010:17
y ss.). A ello habría que agregarle el Plan General de Organización Judicial
(1829) de Guret Bellemare (reproducido por el instituto de Historia del
Derecho de la Universidad de Buenos Aires), quien también propone a los
jurados como uno de los ejes de la nueva justicia que propone. Es decir,
podemos contar desde la Constitución de 1853 la existencia de una norma
constitucional sobre jurados, pero en realidad los intentos constitucionales
son anteriores y acompañan toda nuestra vida institucional como país
independiente. Por eso los jurados (y el juicio acusatorio adversarial que
le es inherente), es el núcleo de la tradición republicana-liberal que viene
luchando contra la tradición inquisitorial desde los inicios de nuestra patria.
86
Dice Sagüés, desde una perspectiva contraria al jurado: “No obstante el
largo tiempo transcurrido desde la sanción de la Constitución nacional, el
Congreso no dictó la ley reglamentaria de los jurados. La Corte Suprema,
por su parte, indicó que las directrices constitucionales no imponían al
Congreso un término perentorio, con lo que su instrumentación concluía
discrecional para este (“Loveira”, Fallos, 115:92; “Tribuna Demócrata”,
Fallos, 208:21, y “Tiffemberg”, Fallos, 208:225). A nuestro entender, el
mandato constitucional es claro y conminante, pero la renuencia del legis-
lador a cumplirlo ha sido evidente, lo que provoca una derogación por vía
de derecho consuetudinario (desuetudo) de aquellas reglas” (2007:402).
Imagínese lo que ocurriría si el legislador mantuviera renuencia a dictar
una ley necesaria para poner en marcha instituciones constitucionales, y
tal inactividad alcanzara para derogar la Constitución misma. Todo el sis-
tema de supremacía constitucional entraría en crisis. Además, el concepto
de desuetudo, como forma de costumbre contra legem, se debe entender
en el plano social y de larga data y nunca en el plano político y menos aún
referido a la actividad de los funcionarios. Por otra parte, posiblemente
pocos temas hayan fundado una actividad de presentación de proyectos
al Congreso Nacional tan sostenida en el tiempo, que provocó rechazos
234 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
formales a esos proyectos, nunca mera inactividad. Por otra parte, las
sucesivas reformas constitucionales al texto de 1853 nunca tocaron estas
normas y las ratificaron. Finalmente, el juicio por jurados constituye una
garantía constitucional que debió haber sido activada por la Corte Su-
prema una vez que se cumplió el plazo razonable que los constituyentes
le habían dado a los legisladores, por razones de implementación. En
la interpretación de Sagüés hay graves incomprensiones del modo como
las leyes constitucionales obligan a las autoridades y del control de cons-
titucionalidad de la Corte Suprema la que, ante reclamos concretos de
violación del principio de juez natural, eludió el tema sosteniendo que una
garantía judicial central podría estar en suspenso ilimitadamente, hasta
que los legisladores decidieran cumplir con la Constitución Nacional. Pero
no nos debe sorprender porque nuestra Corte Suprema, a lo largo de la
historia, ha sido una defensora más bien débil y pusilánime de nuestras
leyes fundamentales.
87
Allí la figura especial es Florentino González, jurista colombiano de larga
y discutida trayectoria en su país, donde participó de la llamada “conspi-
ración septembrina” contra Bolívar (Cardona Zuluaga, 2014:436), y que
recala exilado en nuestras tierras, donde se le encarga la cátedra de Derecho
Constitucional de la Universidad de Buenos Aires. Nos dice Cardona: “Su
pasión por el pensamiento liberal, así como su defensa de los principios
republicanos, le granjearon el respeto de los más importantes políticos de
la época; también le aseguraron la enemistad de otros, especialmente de
los partidarios de Bolívar (de quien González se distanció rápidamente),
así como de aquellos que aún no veían los beneficios traídos por el orden
republicano y, en cambio, añoraban el pasado colonial”. Llega a nuestro
país ya en la última etapa de su vida: “La influencia de Florentino González
no se sintió solamente en Colombia; en 1859 partió, primero a Chile donde
vivió siete años dedicándose al periodismo y al derecho y luego pasó a Ar-
gentina, allí regentó la cátedra de Derecho Constitucional en la Universidad
de Buenos Aires desde el momento de su fundación en 1868 y hasta 1874
cuando falleció” (Cardona Zuluaga, 2014:440). Dos textos son importantes
para el desarrollo de nuestro derecho patrio. Uno, las “lecciones de Dere-
cho Constitucional” (1869), escritas para servir de texto de estudio en la
reciente cátedra de tal materia y el opúsculo sobre El juicio por jurados
(1869). En esa obra didáctica nos dice: “Los hispano-americanos, que
han tenido valor para formar cámaras legislativas, y organizar un depar-
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 235
89
La primera de ellas fue la provincia de Córdoba, estableciendo un jurado
de tipo escabinado, pero luego Buenos Aires, Neuquén, Chaco, Río Negro,
Mendoza, Entre Ríos, Chubut y pronto otras, han establecido el modelo
de jurado clásico, que se sigue desarrollando progresivamente en el país,
acabando con la vergonzosa mora de nuestros legisladores. Para más in-
formación de todo este proceso véase la Asociación Argentina de Juicios
por Jurados (http://www.juicioporjurados.org.).
90
Véase, entre otros, los trabajos de Andrés Harfuch (2018), Schiavo (2016),
Granillo Fernández (2013), la tradicional obra de Edmundo Hendler, y los
distintos volúmenes que componen la colección “Jurados y Participación
ciudadana en la Administración de Justicia” de la editorial Ad-Hoc, que
tiene como objetivo renovar la literatura sobre el funcionamiento del juicio
por jurados, ya desde la perspectiva del funcionamiento comparado y sus
problemas prácticos y no tanto sobre su necesidad y fundamento político.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 239
91
Por otra parte, destaca la misma Corte que varias constituciones provincia-
les incorporan la institución del jurado entre sus previsiones. Por ejemplo,
(cfr. art. 162 de la Constitución de la Provincia de Córdoba; arts. 135, inc.
27, 162 y 171 de la Provincia de Chubut; art. 144 de la Provincia de La
Rioja; arts. 122, inc. 23 y 186 de la Provincia de Entre Ríos; art. 178 de la
Provincia de Corrientes; art. 197 de la Provincia de Río Negro; art. 215 de
la Provincia de San Luis y arts. 81, inc. 2º y 106 de la CCABA).
242 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
92
Véase en particular la obra El juicio por jurados en la jurisprudencia na-
cional e internacional, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2016, que reúne sentencias
comentadas y opiniones académicas del common law, del civil law y la
Corte Europea de Derechos Humanos. Ya existen fallos importantes en las
provincias de Buenos Aires, Neuquén, Mendoza, que van delineando el
modelo constitucional de tribunal de jurados.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 249
93
La Constitución Nacional establece que se terminarán por jurados el juzga-
miento de crímenes. Resta definir que se considera crímenes, a diferencia
de simples delitos, ya que nuestra legislación penal abandonó esta clasifi-
cación. Soler (1940:209) reconoce que, al igual que las contravenciones,
no existe un criterio “ontológico” claro para hacer esta distinción que, por
otra parte, tiene sus efectos precisamente en la fijación de competencias.
Pero lo cierto es que se trata de una clasificación con sentido constitucional,
por lo que de un modo u otro debemos hallarle un significado más preciso.
Núñez analiza el problema cómo si se tratara de una definición científica,
lo que es imposible, y no hace referencias a las competencias reguladas
por esa diferencia (Núñez, 1964 I:15). Hoy se vuelve imperioso intentar una
delimitación entre crímenes y simples delitos, por las implicancias prácti-
cas que tiene. En este sentido, no hay dudas sobre que crimen es algo más
grave que delito. Todos los que ha previsto la Constitución Nacional deben
ser considerados crímenes, dada la preocupación de su consideración e,
inclusive, cuando asimila ciertos casos de corrupción con los atentados a la
democracia nos habla de casos graves. Si el homicidio puede ser considera-
do, desde el punto de vista social, como un crimen de un modo indubitable,
la pena mínima prevista para él nos marca un límite que puede constituir
un criterio racional de delimitación política. Ahora bien, esta es la compe-
tencia obligatoria, nada impide que el legislador amplíe la competencia del
jurado a todos los delitos que deban ser juzgados, vinculando la idea de
tribunal de jurados con la realización de un juicio oral y público, no solo
con la especie o la gravedad de la infracción penal.
94
El jurado es una institución con una muy importante y estable matriz his-
tórica. Como señala Schiavo (2016:96 y ss.), no existe claridad ni consenso
sobre el origen y la necesidad de que el número sea el de doce personas.
Las referencias al número de apóstoles y, a su vez, a las tribus de Israel,
es plausible, aunque en realidad ese número era una forma simbólica de
decir “muchos” o “un número suficiente”. Para el análisis y desarrollo de
la jurisprudencia norteamericana que enfrentó este problema —que alguna
vez deberá afrontar nuestra Corte Suprema— véase la obra de Schiavo, 99
y ss., y el comentario al fallo “Patton”, realizado por Heredia (2016:125).
95
El modelo escabinado, es decir, un jurado que delibera en conjunto con
los jueces profesionales produce una mixtura que no cumple con ninguna
de las funciones que se le asignan. El problema de la motivación ya fue
encarado por la Corte en el Fallo Canales; lo que resta es que ella determi-
ne si la intromisión de los jueces profesionales puede ser válida según el
250 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
97
Queda también por discutir si la previsión constitucional impone la existen-
cia de un gran jurado. Ya hemos visto que, según Levaggi, el rechazo a esta
institución fue una de las razones por las que no se aprobó el Proyecto de
Florentino González y Victorino de la Plaza. Recordemos que el gran jurado
se distingue del tribunal de jurados, en que se convoca a los ciudadanos a
discernir si existen motivos suficientes para llevar a una persona a juicio,
es decir, funcionan como control de la acusación, no dictan un veredicto
de culpabilidad o inocencia. No aparece, por ahora, en el horizonte de la
discusión en nuestro país. Sin embargo, no se debe descartar la importancia
que tiene esta institución en casos de gran trascendencia, donde también
los acusadores buscan demostrar que no los guía ánimos persecutorios
ya que han podido superar el filtro de control de la ciudadanía. No ha sido
extraña a nuestra tradición los intentos de introducirlo, no solo por el Pro-
yecto González-De la Plaza, sino por las consideraciones en el Proyecto de
252 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§4
1. Proceso penal y diversidad cultural. La tercera di-
mensión del juez natural se conforma con la capacidad de
comprender el horizonte cultural del conflicto. Ciertamente
la imparcialidad —cuyo sostenimiento es el objeto final de
todas estas garantías— significa, como hemos señalado, no
gestionar intereses. Pero se dificulta asumir esa posición en
el litigio cuando no se tiene capacidad para comprender las
bases del litigio mismo, su significado social, sus implican-
cias reales para todos los intervinientes. En la gran mayoría
de los casos, la pertenencia del juez a la misma comunidad
a la que pertenecen los intervinientes en el conflicto permite
que ese horizonte de comprensión se dé naturalmente, sin
mayores problemas, por más que cada conflicto tenga sus
particularidades. Pero no se trata de ello, sino de algo más
profundo, relativo a los casos que se producen cuando el
juez tiene una lejanía tan notoria con el universo cultural
del conflicto, que le costará ingresar a él —para luego ser
imparcial— o necesitará de ayudas especiales. Este tema co-
menzó a considerarse en los años setenta, cuando la crítica
a la administración de justicia denunciaba los componen-
tes de clase, que impedían al juez comprender la situación
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 255
98
Por ejemplo, el art. 19 de CPP Neuquén que no se refiere solo a los pueblos
indígenas (como si lo hacen Chubut o el CPPF); o de un modo mucho más
preciso el CPP Costa Rica (art. 339) que dispone: Diversidad cultural. Cuan-
do el juzgamiento del caso o la individualización de la pena requieran un
tratamiento especial, por tratarse de hechos cometidos dentro de un grupo
social con normas culturales particulares o cuando por la personalidad o
vida del imputado sea necesario conocer con mayor detalle sus normas
culturales de referencia, el tribunal podrá ordenar un peritaje especial,
dividir el juicio en dos fases y, de ser necesario, trasladar la celebración
de la audiencia a la comunidad en que ocurrió el hecho, para permitir una
mejor defensa y facilitar la valoración de la prueba”. La dogmática penal
pretende enfocar este problema mediante la categoría del “error cultural-
mente condicionado”, pero ella es muy estrecha para abarcar la totalidad
del fenómeno. En muchos casos no existe ningún error sino una elección
respecto a otro sistema normativo que es dominante para configurar las
decisiones u orientar las motivaciones. Menos aún se puede utilizar esa
categoría para afrontar muchos casos relativos a miembros de pueblos
originarios donde existe un conflicto entre sistemas normativos diferentes.
Allí hay una colisión de deberes, no un problema de error. De todos modos,
dada la variedad de situaciones es necesario tener un aparato conceptual
más abierto para que en el juicio se pueda litigar con amplitud sobre estos
temas. Con una mayor amplitud, pero sin llegar a abarcar todo lo concer-
niente al litigio véase el trabajo de Chan Mora, Gustavo: El error de prohi-
bición culturalmente condicionado. Una fundamentación socio-jurídica.
Editorial Jurídica Continental. San José de Costa Rica.
258 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
99
Existe una amplia bibliografía sobre este tema, aunque los estudios en
nuestro país son todavía liminares. Algunas de ellas son las siguientes:
Kymlicka, Will: Ciudadanía multicultural. Una teoría liberal de los derechos
de las minorías, Paidós, Barcelona, 1996; también, Las odiseas multicul-
turales. Las nuevas políticas internacionales de la diversidad, Paidós,
Barcelona, 2009; Taylor, Charles: El multiculturalismo y la ‘política del
reconocimiento’, FCE, Madrid, 2003; Höffe, Otfried: Derecho intercultural,
Gedisa, Buenos Aires, 2000; Parekh, Bhikhu: Repensando el multicultura-
lismo, Istmo, Madrid, 2005; Ramírez, Silvina: Matriz constitucional, estado
intercultural y pueblos indígenas. Ad-Hoc, Buenos Aires, 2015.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 259
§1
1. La independencia y el juez natural son dos garantías
de segundo orden, que buscan fortalecer a la imparcialidad
y que tienen un contenido complejo que hasta el día de
hoy se encuentra en evolución. Pero no se agotan en ellas
las previsiones constitucionales previstas para dotar de un
andamiaje de protección a la garantía de imparcialidad. En
efecto, nos dirá el art. 110: “Los jueces de la Corte Supre-
ma y de los tribunales inferiores de la Nación conservarán
sus empleos mientras dure su buena conducta, y recibirán
por sus servicios una compensación que determinará la ley,
que no podrá ser disminuida en manera alguna, mientras
permaneciesen en sus funciones. Por otra parte, el art. 115
dice: “Los jueces de los tribunales inferiores serán removi-
dos por las causales expresadas en el art. 53, por un jurado
de enjuiciamiento integrado por legisladores, magistrados y
abogados de la matrícula federal” Las causales del art. 53 son
las del juicio político (aplicable a los miembros de la Corte
Suprema), es decir, mal desempeño y delitos en el ejercicio
de sus funciones o crímenes comunes según el procedimiento
que fija el mismo artículo. De este conjunto de artículos sur-
ge: 1) los jueces durarán en sus funciones mientras dure su
buena conducta; 2) mientras se encuentren en funciones su
salario será fijado por ley y no podrá disminuido, y 3) serán
removidos por tribunales especiales (Congreso o Jurado de
Enjuiciamiento, solo por las causales previstas en la Cons-
262 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
era que los reyes enviaban cartas con sus deseos, pero ello
implicaba cierta formalidad en el trato con los tribunales,
que ahora se pierde por una influencia más invisible. Cuan-
do el rey envía a Bacon (procurador general) a realizar este
tipo de consultas privadas, Coke, entonces presidente del
Tribunal Superior, señaló que “esta consulta confidencial de
opiniones individual y por separado, era nueva y peligrosa”
(Pound, 1960:39) Luego nos dice: “Bajo los siguientes reyes
Estuardos, la remoción de jueces por haber dictado deci-
siones desfavorables a la corona o aún por no avenirse por
adelantado conforme al deseo del rey, se convirtió en una
práctica habitual” Fue Coke quien del modo más notorio
se opuso permanentemente a estas prácticas, y luego bajo
la influencia de sus escritos jurídicos sentó las bases de la
limitación de los reyes para inmiscuirse en casos judiciales
y, menos aún, para echar a los jueces cuando no cumplían
con esos deseos. Históricamente lo que se quiere evitar es
que los jueces, frente a la intromisión del rey, se los pudiera
echar por no cumplir con los mandatos de la autoridad.
3. Este desarrollo del principio llegará al movimiento
constitucional de los Estados Unidos y de allí a nuestra ma-
triz constitucional. Hamilton (1987 [1780]:330 y ss.) señala:
“La regla que hace de la buena conducta la condición para que
la magistratura judicial continúe en sus puestos, representa
con seguridad uno de los más valiosos progresos modernos
en la práctica gubernamental. En una monarquía, crea una
excelente barrera contra el despotismo del príncipe, en una
república no es menos eficaz contra las usurpaciones y opre-
siones de la entidad representativa. Y es el mejor instrumen-
to que puede discurrir ningún gobierno para asegurarse la
264 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
100
Sostienen la misma posición Ekmekdjian (1999 V:253); Sagüés (2007:419);
Bidart Campos (III:342) quien dé inicio califica a la inamovilidad como
vitalicia, sin hacer distinciones entre ambos conceptos.
266 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
101
El voto del juez Rosatti lo dice con toda claridad: “La garantía de inamo-
vilidad judicial no debe ser equiparada al reconocimiento liso y llano del
carácter vitalicio del cargo. Por el contrario, tales institutos revisten diversa
naturaleza. La inamovilidad constituye una garantía objetiva y funcional
atribuida a los miembros del Poder Judicial en miras a sustentar uno de
los principios constitucionales fundamentales del sistema republicano, cual
es la independencia de ese departamento del Gobierno Federal con relación
268 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
104
El voto del juez Maqueda agrega algunos ejemplos más: “Que la lectura
de las constituciones de la región demuestra que la inamovilidad no es
necesariamente equiparable a carácter vitalicio, sino que admite las limi-
taciones al cargo que acompaña por el carácter periódico de la función
o el cese a una determinada edad. En nuestra región, la amplia mayoría
de los Estados contiene cláusulas constitucionales que, en la parte que
diagraman la estructura de los poderes constituidos, limitan el mandato
judicial por períodos o con edades límites (Constituciones de Bolivia, arts.
183 y 200; Brasil, art. 101; Chile, art. 80; Colombia, arts. 233 y 239; Costa
Rica, art. 158; Ecuador, arts. 182 y 432; El Salvador, art. 186; Guatemala,
arts. 208, 215 Y 269; Honduras, art. 314; México, art. 94; Nicaragua, art.
163; Panamá, art. 203; Paraguay, arts. 252 y 261; Perú, art. 201; Uruguay,
art. 250; y Venezuela, art. 264). ¡Ay esa costumbre de los magistrados de
la Corte de no unificar sus fallos cuando votan en sentido similar! ¡Los
obiter dicta no justifican votos propios y la Corte tiene la obligación de
deliberar y tratar de realizar votos unánimes o con disidencias de fondo,
no meramente argumentales que permitan hacer votos comunes! Todo
esto complica luego la inteligencia clara de los precedentes de la Corte,
algo tan indispensable para proveer de seguridad jurídica a nuestro país.
La Corte Suprema no puede ser un conjunto de tribunales independientes
confederados, cada uno con su estructura, sus áreas de influencia y con
una muy pobre práctica de deliberación, al punto que “negocian” mucho
más los votos los relatores que deliberan los verdaderos jueces.
105
Así lo señala también el dictamen del Procurador en el caso “FAM c/Salta”
(333:709): Esta exégesis, finalmente, se ajusta a los Principios de Naciones
Unidas Relativos a la Independencia de la Judicatura que han sido recep-
tados por la Corte Interamericana en su conteste jurisprudencia (“Chocrón
vs. Venezuela”, sentencia del 1º/07/2011, considerando 99, y “Reverón
Trujillo”, ya citado, párr. 75). El art. 11 de dichos principios dispone que
“la ley garantizará la permanencia en el cargo de los jueces por los períodos
establecidos” y su art. 12, que “se garantizará la inamovilidad de los jueces [
... ] hasta que cumplan la edad para la jubilación forzosa o expire el período
para el que hayan sido nombrados o elegidos, cuando existan normas al
respecto” (Adoptados por el Séptimo Congreso de las Naciones Unidas sobre
272 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
106
Algunas asociaciones de jueces han llamado la atención sobre el poco
cuidado que existe sobre el desgaste emocional de los jueces penales,
que deben asistir cotidianamente a casos, muchos de ellos impactantes y
siempre con alto contenido emocional. Véase sobre esta preocupación y
posibles políticas preventivas: Jared Chamberlain (2012): “Judicial Stress:
A Topic in Need of Research”, en Miller, Mónica K., y Bornstein, Brian H.
(eds.): “Stress, Trauma, and Wellbeing in the Legal System”. https://www.ox-
fordscholarship.com/view/10.1093/acprof:oso/9780199829996.001.0001/
acprof-9780199829996.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 275
107
Véase CIDH: “Garantías para la Independencia de las y los Operadores de
Justicia: Hacia el Fortalecimiento del Acceso a la Justicia y el Estado de
derecho. 2013, http://www.cidh.org. Asimismo: Naciones Unidas. Asam-
blea General. Consejo de Derechos Humanos. Informe del Relator Especial
sobre la independencia de los magistrados y abogados, Leandro Despouy,
A/HRC/11/41, 24/3/2009.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 277
§2
1. Intangibilidad de las remuneraciones. También nos dice
el art. 110 de la C.N. sobre todos los jueces: “recibirán por
108
Así, un criterio determinante sería la posibilidad de rearmar una carrera
profesional. Si un juez de cuarenta años es nombrado por diez, entonces al
terminar su mandato tiene posibilidades de seguir ejerciendo su profesión
de abogado o de cumplir otra tarea; un juez de cincuenta años o más cuando
termina su mandato se acerca a la edad jubilatoria y por ende ya no le es
tan sencillo rearmar su vida profesional. Cuando Hamilton pensaba en el
carácter vitalicio no podía tener en su horizonte la idea de jueces que lo
fueran por más de cuarenta años. Las condiciones de vida no lo permitían, y
la costumbre de nombrar a jueces que ya tuvieran una práctica profesional
consolidada llevaba necesariamente al nombramiento de gente de mayor
edad. Nuestra Constitución Nacional se encontraba con el problema de la
carencia de abogados y permitió el nombramiento desde edad muy joven.
Si a ello le sumamos que se ha distorsionado el requisito de ejercicio de la
abogacía, que quedó transformado en los años de antigüedad en el título,
nos encontramos con jueces que siempre han sido empleados o funciona-
rios judiciales, sin la necesaria experiencia en las condiciones del litigio y la
práctica de la abogacía. Debemos revisar todo el sistema de nombramiento.
Couture con su prosa elegante nos dice (1989 I:147): La elección del juez
inglés no tiene parangón ni semejanza en el mundo; en todas partes del
mundo la judicatura es una alternativa de la juventud; en Inglaterra es un
privilegio que da la vida. (…) La solución inglesa se resuelve en tres puntos
esenciales: el primero, es el de que los jueces no se eligen entre los prin-
cipiantes sino entre los abogados que han triunfado en el ejercicio de su
profesión; el segundo, es que no existe en Inglaterra carrera administrativa;
el tercero, es que disfrutan de las remuneraciones más altas del mundo”
Habría que analizar si es tan real esta imagen idealizada del sistema de
nombramiento inglés, pero sí marca las grandes diferencias con el nuestro
y la diferencia que tiene el carácter vitalicio en uno o en otro. Lo cierto es
que nuestro sistema de nombramiento de jueces debe ser revisado de raíz.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 279
§1
1. Jurados y jueces profesionales. Nuestro sistema consti-
tucional ha buscado la integración de los simples ciudadanos,
convocados a ser jueces accidentales, con la guía de jueces
penales profesionales, encargados de controlar el cumpli-
miento de todo el sistema de garantías (juicio imparcial),
y asegurar que el tribunal de ciudadanos pueda cumplir
adecuadamente su función, mediante instrucciones que fa-
cilitan y guían la decisión del caso, conforme las previsiones
legales. Así como se le exigen al ciudadano ciertas caracterís-
ticas para ser admitido como juez, debemos exigirle al juez
profesional y permanente, ciertos requisitos que lo califican
como tal. Hablar de la idoneidad del juez profesional es el
modo que utilizamos para hacer referencia al conjunto de
características que convierten a un juez profesional en alguien
con capacidad real de ejercer correctamente el cargo que
ocupa. La idoneidad del juez profesional aparece, entonces,
como una garantía que fortalece la capacidad del juez de
ser imparcial, es decir, no gestionar intereses, a la vez que
garantiza el cumplimiento igualitario de las reglas de juego
que componen el juicio de conocimiento y que, como dice
Ferrajoli (1995:597) requieren hoy “un conjunto no simple
de conocimientos técnicos para satisfacer la irrenunciable
garantía de control sobre las resoluciones judiciales que,
como veremos, es la motivación”. Ya hemos destacado la
diferencia entre la fundamentación del juicio por jurados,
286 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
109
Ya estudiaremos en otro lugar, el problema de la motivación como parte
de la fundamentación pública de la sentencia. Pero, en sentido estricto,
no es un problema solo de la sentencia, sino que atraviesa todas las de-
cisiones judiciales y, en cierto modo, es mucho más exigible mientras se
trata de decisiones que ocurren en la etapa preparatoria del proceso. El
programa político e, incluso, la agenda académica de los “motivacionistas”,
se ha obsesionado con el tema del veredicto del jurado (fundado, mas no
motivado), y no ha desarrollado con mayor fuerza todo un programa de
exigencias judiciales concretas para responder al principio de motivación.
La realidad nos muestra, por otra parte, una pobrísima calidad de la
motivación de las decisiones judiciales, plagadas de formularios, frases
extrañas y extravagantes, postulados apodícticos, etc., agravadas por el
uso indiscriminado de doctrinas y conceptos de moda. Proyectar toda la
doctrina de la arbitrariedad sobre el conjunto de las decisiones judiciales
de los jueces profesionales es un programa importante para el futuro, en
diálogo con una jurisprudencia que no aplica esa doctrina con amplitud, y
con modelos de capacitación que enseñen a los jueces a construir y motivar
decisiones en el contexto del litigio.
110
La dirección de una audiencia implica un manejo muy complejo del caso,
en particular en las múltiples formas de las audiencias de la etapa pre-
paratoria. Así como el juez de juicio tiene un rol diferente, enfocado en el
cumplimiento estricto de las reglas del juicio imparcial, y en la exigencia
del cumplimiento de las cargas por parte de los acusadores, los jueces en
la etapa preparatoria deben tener un rol más activo, orientado a que esa
preparación del caso cumpla sus finalidades, asegure un juicio imparcial,
evite el desgaste de malos juicios o asuma todas las variedades del proce-
dimiento composicional. Este rol activo, en el campo de los procesalistas
civiles, se ha llamado dirección del proceso, pero se lo ha confundido fácil-
mente con las funciones inquisitoriales de un juez que no respeta el litigio.
En el mundo anglosajón también se acepta estas funciones de dirección,
294 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
111
Es un debate de gran magnitud en todo el mundo. Véase http://www.judi-
cialselection.us/. Además no solo es un problema de “selección de perso-
nal” sino que es una derivación de las situaciones concretas que permiten
una mayor o menor independencia judicial. En realidad, las situaciones
estructurales de dependencia, como las que enfrentamos en nuestro país
o en la región latinoamericana, comienzan a gestarse en el sistema de
nombramiento. En nuestro país, especialmente en la justicia federal, es
notorio como los rituales de sumisión y las prácticas de compadrazgo ju-
dicial comienzan a manifestarse con los candidatos, se intensifican con las
ternas y adquieren su esplendor en el nombramiento final. Aunque suene
hasta risueño, los actos públicos de juramento se parecen muchas veces a
festejos de las tribus (o pandillas) judiciales que no solo reciben a un nuevo
miembro, sino que miden su poder respecto a otras.
296 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
112
Empero, por otra parte, ha sido tan dificultoso evitar que los sectores
políticos manipulen los nombramientos, que se ha generado la sensación
de que evitarlo es una tarea casi imposible. Estas constataciones o rémo-
ras también influyen o han distorsionado la comprensión de todos estos
problemas y nos obligan a realizar ciertas distinciones conceptuales. La
primera diferenciación debe estar entre el sistema de nombramiento y los
mecanismos de estabilidad. Los nombramientos de jueces son un caso
especial de nombramientos de funcionarios de la República ya que, por lo
menos en nuestros sistemas, hemos optado por no someterlos a elecciones
populares. No se quiere que ellos sean nombrados por el Poder Ejecutivo
directamente o por acuerdos entre los dirigentes de los partidos políticos
bajo sistemas de “cuoteo”, pero tampoco que el Poder Judicial quede
exclusivamente en manos de los abogados o de un sector corporativo. Se
trata, no debemos olvidarlo, de un poder del Estado, no de un gueto de
los abogados. Frente a la dificultad de construir una política de solución
o método único, es conveniente fraccionar el problema y diseñar todos
los controles cruzados posibles, para volver más dificultosa la digitación
política del nombramiento.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 297
113
La idea de generar un mecanismo de escrutinio público de los candidatos
a jueces es una idea correcta y que suscito entusiasmo, cuando fue imple-
mentada por el Ministerio de Justicia de la Nación. Pero, al poco tiempo,
ella quedó desnaturalizada; las adhesiones se convirtieron en algo rutinario,
y perdió importancia; las impugnaciones, algo ritual y que es “mal visto”
finalmente por quienes pueden llegar a jueces y quedar malquistado. Incluso
se convirtió en una forma de proselitismo. La seriedad de audiencias públi-
cas de impugnación o escrutinio es lo que se debe salvar de la banalización
y la rutina.
298 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. La carrera judicial. La conjunción de los problemas
de estabilidad que hemos visto, —y los problemas que hoy
encontramos con el viejo sistema de cargos vitalicios— con
las exigencias de elegibilidad en base a idoneidad y el man-
tenimiento de esa calificación no siempre son fáciles de
resolver. Se ha sostenido que la existencia de una carrera
judicial puede ser una forma de equilibrar las necesidades
de estabilidad, sin caer en el inmovilismo y de selección
calificada, sin que ello signifique que luego se abandone la
capacitación permanente. Desde esta perspectiva, la carrera
judicial es un régimen de estabilidad y perfeccionamiento
profesional al que se ingresa, en el que se permanece y se
asciende o logran incentivos, así como del cual uno puede
ser quitado sino se cumplen determinadas obligaciones,
pero que se debe diferenciar claramente de los cargos
que son provistos por personas de esa carrera judicial. El
sentido de la carrera judicial es asegurar, por una parte, la
idoneidad y el perfeccionamiento continuo —y de esa manera
evitar el estancamiento y la improvisación— y, por la otra,
reducir aún más la arbitrariedad de quienes deben nombrar
a los jueces. Si bien en el plano conceptual e institucional
deben ser separadas la carrera y los cargos, ello no quiere
decir que no tengan estrechas relaciones, ya que la razón
de ser de la carrera es, precisamente, que los cargos sean
ocupados por gente de carrera.
300 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
114
En nuestro país, la mayoría de las Escuelas Judiciales transitan sin rumbo,
sin recursos significativos y sin funciones específicas. En algunos casos, se
les pide a los mismos jueces o funcionarios que indiquen los temas que,
según ellos, requieren capacitación, lo que provoca un círculo vicioso alre-
dedor de los problemas que perciben los operadores judiciales, y no con
los problemas reales que tiene el sistema. En otros casos, realizan cursos
paralelos a la oferta de posgrado que hacen las Universidades, acentuando
la formación academicista. Lo extraño es que no estamos en una época
en la que no existan grandes temas sobre los que capacitar, sino todo lo
contrario. Los jueces no saben dirigir audiencias, no saben fundamentar
sentencias, no utilizan con precisión los instrumentos de la interpretación
jurídica — que tanto se ha desarrollado en las últimas décadas—, no saben
deslindar con claridad las funciones administrativas de las jurisdicciona-
les, etc. Además, tampoco saben desarrollar otras habilidades como saber
escuchar, saber tomar apuntes, tomar decisiones con rapidez, imponer su
autoridad sin violencia, comunicarse con el público, mantener la atención,
etc. En términos generales podemos decir que los jueces —y esto pasa con
todos los operadores judiciales— están por debajo de las exigencias profe-
sionales de los nuevos sistemas. Pero las Escuelas judiciales pareciera que
nada tienen que ver con este problema y sus programas de trabajo son poco
creativos y poco atractivos para los jueces mismos. Sumado a ello, dado
que no existen obligaciones de continuar con la capacitación es bastante
común asistir a cursos diseñados para los jueces en los que, en realidad,
asisten funcionarios, relatores, etcétera.
304 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. Inviolabilidad de la defensa en juicio. Hoy entendemos
que forma parte esencial del concepto del juicio imparcial,
propio del juicio de conocimiento, el principio de contra-
dicción. No obstante, la aparente sencillez de este concep-
to, él requiere precisiones, en particular para delimitar su
contenido, alcance y funciones en el contexto de un sistema
acusatorio adversarial. La Constitución Nacional lo proclama
en el art. 18, con una fórmula que no lo menciona como tal,
pero es clara: “Es inviolable la defensa en juicio de la per-
sona y de los derechos”. En materia penal esta fórmula es
correcta (y el art. 18 precisa las garantías del proceso penal)
porque el principio de contradicción es la forma en que se
manifiesta el derecho de defensa del imputado. Por razones
de precisión técnica, utilizaremos el nombre de “principio de
contradicción” para hacer referencia a la cláusula constitu-
cional genérica y “derecho de defensa” para hacer referencia
al contenido más concreto del ejercicio de los derechos del
imputado, tal como se manifiestan en un sistema que prevé
la contradicción.115 Al calificar esa necesaria contradicción
115
Maier transita el camino inverso: la frase genérica, es decir, defensa en jui-
cio o derecho a ser oído, necesita sin duda ser precisada: “El problema de
esta manera, se complica bastante, pues la ley reglamentaria (art. 28, C.N.),
para el caso, la ley de enjuiciamiento penal, debe prever, necesariamente
actividades previas y consecuencias posteriores en relación al ejercicio de
esta facultad, a fin de que ella se pueda constituir en el núcleo del derecho
de defensa en juicio. El desarrollo de estas necesidades formales es lo
310 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
116
Por ejemplo, así es la fórmula de la Declaración de derecho de Virginia de
1776 o de la enmienda VI de la Constitución de los Estados Unidos (Maier,
2002 I:540). El uso de una fórmula tan amplia en la Constitución Nacional
tiene, por una parte, la virtud de que no se vuelve perecedera, sino que
permite fundar una jurisprudencia dinámica y basada en la comprensión
del principio; tiene como debilidad que la derivación de consecuencias
concretas depende del modelo judicial que los jueces tengan en mente. La
jurisprudencia de nuestra Corte ha sido conservadora, en tanto los jueces
pivotaban sobre un modelo de juicio escrito o inquisitivo reformado. En
tanto en los últimos años cambia el arquetipo de proceso desde donde se
piensan las garantías, se abren nuevos desarrollos fundados en la fórmu-
la genérica. Esto nos marca la importancia del proceso de reforma de la
justicia penal, que no se trata de medirlo solamente en base a variables
de coyuntura —siempre necesarias no negamos ello— sino tomando en
cuenta que ha modificado el paradigma del proceso penal constitucional
en nuestra región. De todos modos, este cambio cultural se encuentra en
sus inicios, y es notorio como algunos de los jueces de la Corte Suprema o
del Tribunales Superiores piensan todavía los problemas procesales desde
la perspectiva del sistema mixto y su aparato conceptual.
312 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
117
Nótese que la definición que proponemos tiene dos dimensiones, que luego
desarrollaremos mejor. Por un lado, como señala con insistencia Ferrajoli, la
refutabilidad. Ninguna parte o elemento de la acusación puede quedar por
fuera de su eventual refutación. Por otra parte, la confrontación concreta,
con las versiones del acusado. La segunda dimensión suele estar más clara
en el control de la acusación, más no tanto la primera, ya que se permite
que las acusaciones sean vagas, incompletas, los hechos mal formulados
o usen frases hechas, remisiones legales, o simples narraciones del lega-
jo, etc. Por ello, el principio de contradicción o derecho a contradecir lo
consideramos más amplio que el de defensa en sentido estricto: porque
nos permite indicar con mayor precisión la dimensión de la refutabilidad
como una condición previa para el ejercicio de todo derecho de defensa, que
establece requisitos y condiciones para la acusación, independientemente
de lo que en concreto haga el acusado.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 313
118
Vélez Mariconde (1969 II:203) dirá que la defensa en juicio puede “ser
considerada en sentido lato, en cuanto a todas las partes, y en sentido
estricto, solo referido al imputado”. Participa de una visión amplia que no
se condice con el texto de la Constitución. El art 18 es el artículo de los
derechos del imputado y la referencia primaria de todo lo dicho allí es al
proceso penal o la posibilidad de una condena penal. Claro está, que muchas
de esas garantías se pueden extender a otro tipo de juicio, en particular
si asumimos que el art. 33 es sede del concepto de debido proceso legal,
314 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
120
Nos dice Cafferata Nores (2000:23): “Ya expresamos que la “bilateralidad”
del sistema se manifiesta, principalmente, en la existencia de algunas ga-
rantías judiciales genéricas, comunes para la víctima y el acusado: ellas
son las de “igualdad ante los tribunales”, “acceso a la justicia y defensa en
juicio”, e “imparcialidad (e independencia) de los jueces”. Su equivalente
proyección tutelar para los derechos de ambos justifica su consideración
conjunta, sin perjuicio de que luego volvamos sobre sus proyecciones es-
pecíficas con relación a cada uno, cuando nos ocupemos de la situación
de aquellos sujetos en particular”. Repetimos, nosotros utilizamos otra
clasificación, pero reconocemos, en todo momento, la importancia de la
tutela judicial efectiva, como tutela de los derechos de todos los sectores
victimizados, como un elemento central en la configuración del derecho
penal del conflicto. Las distintas clasificaciones no son tan importantes,
mientras esté claro cómo se construye el equilibrio entre la tutela judicial y
el sistema de garantías y no se use el principio de igualdad para romper la
opción preferente por la situación del imputado. No olvidemos que hemos
dicho que la idea de inviolabilidad significa que los derechos del imputado
deben ser protegidos de un modo especial, no en condiciones de igualdad
con la tutela judicial de las víctimas.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 319
121
Por ejemplo, en la Sentencia C-536/08 de la Corte Constitucional de Colom-
bia, este principio resulta finalmente ambiguo en su formulación: “Con el
principio de igualdad de armas, se quiere indicar que “(…) en el marco del
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 323
proceso penal, las partes enfrentadas, esto es, la Fiscalía y la defensa, deben
estar en posibilidad de acudir ante el juez con las mismas herramientas de
persuasión, los mismos elementos de convicción, sin privilegios ni desven-
tajas, a fin de convencerlo de sus pretensiones procesales. Este constituye
una de las características fundamentales de los sistemas penales de tenden-
cia acusatoria, pues la estructura de estos, contrario a lo que ocurre con
los modelos de corte inquisitivo, es adversarial, lo que significa que, en el
escenario del proceso penal, los actores son contendores que se enfrentan
entre sí, ante un juez imparcial en un debate al que ambos deben entrar
con las mismas herramientas de ataque y protección”. En esta apreciación
resurge el principio de igualdad de las partes o de bilateralidad. Pero lue-
go la misma Corte, correctamente, extrae de este principio consecuencias
respecto de la defensa: “El principio de igualdad de armas constituye un
elemento esencial de la garantía del derecho de defensa, de contradicción,
y más ampliamente del principio de juicio justo, y hace relación a un man-
dato según el cual, cada parte del proceso penal debe poder presentar su
caso bajo unas condiciones y garantías judiciales, que permitan equilibrar
los medios y posibilidades de actuación procesal, dentro de las cuales se
presente como esencial las facultades en cuanto al material probatorio
a recabar, de tal manera que no se genere una posición sustancialmente
desventajosa de una de las partes frente a la otra parte procesal, como la
que de hecho se presenta entre el ente acusador y el acusado, a favor del
primero y detrimento del segundo. El principio de igualdad de armas o
igualdad de medios supone entonces que la carga probatoria del acusador
es proporcional a sus medios y que las reglas de ejercicio del principio
contradictorio en virtud de esa carga buscan equiparar la participación
en el proceso penal, tanto optimizando lo más posible las garantías de la
defensa, como incrementando la exigencia del cumplimiento de la labor
probatoria del acusador. Para esta Corte el derecho de defensa en materia
penal encuentra uno de sus más importantes y esenciales expresiones en el
principio de igualdad de armas, en procura de garantizar la protección de
los imputados frente a aquellas situaciones que desequilibran su actuación
en el proceso (…) Dada la finalidad constitucional del derecho de defensa y
del principio de igualdad de armas, el cual busca mantener el equilibrio de
la contienda y de garantizar la vigencia del plano de igualdades en el debate,
la defensa debe estar en posibilidad de ejercer las facultades que le han
sido otorgadas por la misma ley para el recaudo, solicitud y contradicción
de pruebas, tanto en la etapa de investigación como en la etapa de juicio,
y ello sin ninguna limitante por parte de su contraparte, esto es, del ente
acusador, sino con las limitantes propias del Estado de derecho respecto
de la afectación de terceros y la afectación de derechos fundamentales,
control que le corresponde ejercer a un juez de la República, en la etapa
de investigación al juez de control de garantías y en la etapa de juicio al
324 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Juicio en ausencia y rebeldía. ¿Permite todo lo que he-
mos analizado en el párrafo anterior el juicio en Rebeldía?
¿Es compatible con la función de condición de legitimidad
que le hemos asignado a la defensa penal efectiva, la rea-
lización de un juicio sin que el imputado, no solo no esté
presente, sino que no sabe que se hace ese juicio o no acepta
participar en él? El juicio en rebeldía es una vieja institución
que todavía se sigue utilizando en otros países.122 Es nece-
122
Antiguamente, en especial en la Edad Media —nos dice Thot (1927:309 y
ss.), los esfuerzos para que no quedaran impunes los delitos y no se di-
fundiera la idea de impunidad, se instauraron de juicios en ausencia que
se realizaban con la misma espectacularidad para producir igual efecto de
intimidación sobre la población. Esta práctica se extiende en el tiempo y
llega a estar regulada por las leyes inquisitoriales de 1670. “El fundamento
jurídico de la institución constituíalo la opinión universalmente aceptaba
del Antiguo Derecho y de los jurisconsultos de la época, según la cual “el
reo ausente por contumacia se considera como convicto y confeso y, por
consiguiente, puede ser condenado hasta la pena de muerte” (311). Este
tipo de condenas implicaba, además, que cualquier persona podía matar-
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 329
los, sin recibir castigo. Claro está que nada de esto es hoy admisible, pero
dudaría acerca de si no se produce todavía la pervivencia de esos efectos
simbólicos, antes que prácticos, en el proceso moderno.
123
Si bien la CIDH no le ha dedicado al tema en sí una consideración especial,
surge necesariamente este derecho del reconocimiento explícito a la defensa
personal como una dimensión esencial de la defensa en juicio. Por otra
parte, en diversos fallos la CIDH, ha señalado que el Estado debe garantizar
(ya sea a las víctimas, ya sea al imputado) que las partes puedan “formular
sus pretensiones y presentar elementos probatorios en todas las etapas de
los respectivos procesos, y que estos sean analizados por las autoridades
en forma completa y seria, antes de que se resuelva sobre hechos, respon-
sabilidades, penas y reparaciones” (caso “Ximénez López”, sentencia del
4/7/2006. Serie C 149 cit., párr. 193; caso de las “Masacres de Ituango”,
sentencia del 1º/7/2006, Serie C 148, párr. 296, y caso “Baldeón García”
(Perú), sentencia de 6/4/2006. Serie C 147, párr. 146). Carecería de sentido,
sostener este contenido para los derechos, y luego admitir limitaciones a
la presencia del imputado en el juicio y a su participación. Por otra parte,
toda la doctrina sobre la prisión preventiva del CIDH, que reconoce, con
todas las restricciones, el derecho del Estado a imponer detenciones para
garantizar la presencia del imputado implica, con mayor razón, que él tiene
derecho a estar presente y participar directamente. El derecho a contar con
un defensor abogado no puede significar que el imputado pierda el control
sobre su defensa. Ello implica que tiene el derecho a mantener ese control
durante el juicio, momento central del desarrollo del caso.
330 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
124
Véase el texto completo de la directiva en https://www.boe.es/doue/2016/065/
L00001-00011.pdf. Nos informa con precisión Villamarín López (2017:4):
“El éxito de los instrumentos de cooperación en la lucha contra la crimi-
nalidad en Europa (pensemos, por ejemplo, en la Decisión Marco sobre
la orden europea de detención y entrega o la Decisión Marco sobre los
equipos conjuntos de investigación), en especial desde la proclamación
del principio del reconocimiento mutuo, ha dependido y depende en gran
medida de la confianza mutua que muestren los Estados en la aplicación
de los principios básicos que rigen el proceso penal. Lo cierto es que,
aunque el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y, más recientemente,
el Tribunal de Justicia de la Unión, han sentado unos estándares míni-
mos, que normalmente forman parte de las legislaciones nacionales de
los Estados miembros, en no pocas ocasiones en la práctica se producen
graves violaciones de estas garantías fundamentales que ponen en peligro
la aplicación de estas herramientas. Para salvar esta dificultad, desde hace
unos años la Unión Europea decidió reforzar estos derechos, con la idea
de armonizarlos y establecer unos mínimos comunes. Para ello fijó una
Hoja de Ruta, suscrita por Resolución del Consejo de 30 de noviembre de
2009, con objeto de fortalecer los derechos procesales de los sospechosos
y acusados en los procesos penales. En su ámbito se aprobaron múltiples
documentos de trabajo (por ejemplo, el Libro Verde sobre la aplicación de la
legislación penal de la Unión en el ámbito de la detención) y cinco Directivas:
la Directiva 2010/64/UE, de 20 de octubre de 2010 (DOUE L 280/1, de 26
de octubre de 2010), sobre derecho a interpretación y traducción en los
procesos penales; la Directiva 2012/13/UE, de 22 de mayo de 2012 (DOUE
L 142, de 1º de junio de 2012), relativa al derecho a la información en los
procesos penales; la Directiva 2013/48/UE, de 22 de octubre de 2013 (DOUE
L 294/1, de 6 de noviembre de 2013), sobre el derecho a la asistencia de
letrado en los procesos penales y en los procedimientos relativos a la orden
de detención europea y sobre el derecho a que se informe a un tercero de la
privación de libertad y a comunicarse con terceros y autoridades consulares;
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 331
125
“En nuestra opinión —dice Villamarín López (2017:30)— para afianzar
el carácter esencial de la garantía de estar presente en el juicio hubiera
sido oportuno haber establecido como punto de partida que los juicios
en ausencia han de celebrarse de forma excepcional, si bien es cierto que
esta omisión puede salvarse teniendo en cuenta el acervo jurisprudencial
europeo. Pero lo que nos parece muy cuestionable, desde el punto de vista
de los derechos fundamentales, es la nueva previsión del art. 8.4 de la Di-
rectiva. Este precepto puede dar pie a que los países juzguen en ausencia
prácticamente cuando quieran, simplemente justificando que han invertido
“esfuerzos razonables” en buscar al acusado, con pocas garantías para él,
de tal forma que, cuando aparezca, se entere de que ya lo han juzgado y
condenado sin haber tenido ninguna noticia, colocándolo en la tesitura de
tener que iniciar un nuevo juicio si lo desea, en el que tiene la carga de
intentar que quien presenció el primero se olvide lo que ya se llevó a cabo
sin él. Es más, en muchos casos, incluso lo único que se le reconoce es un
derecho a recurrir la decisión adoptada, por lo que contará además con
menos instancias para defenderse. Puede salvarse esta objeción estable-
ciendo que el nuevo juicio se realizará con nuevos jueces, pero es cierto
que la cláusula de la Directiva es muy amplia y no es recomendable como
estándar para nuestro país.
336 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
dición. Así el CPP Río Negro (2015), art. 43; CPP Chubut,
art. 85. La nueva legislación procesal penal federal (art. 69)
utiliza una fórmula ambigua: “La declaración de rebeldía no
suspenderá la investigación ni las resoluciones que deban
dictarse hasta la presentación de la Acusación”. A contrario
sensu se entendería que luego de la acusación se suspende el
procedimiento. Quizás haya influido en dicha ambigüedad los
intentos que han existido en los últimos años de establecer
el juicio en rebeldía. Por ejemplo, el proyecto enviado por el
Poder Ejecutivo en 2018 dice:
Art. 290 bis. — Procederá el juicio en ausencia del imputado
hasta su finalización, por resolución fundada del juez, cuando se
hubiere declarado la rebeldía del imputado en los términos del
art. 288, y se reúnan los siguientes requisitos:
Se haya expedido orden de detención y se hubiere librado
orden de captura internacional, en caso de que el imputado no
se encontrare en el país, con resultado infructuoso;
Existan elementos de convicción suficientes de que el impu-
tado conoce la existencia de un proceso penal en su contra y se
entienda que ha decidido voluntariamente no presentarse ante
la justicia;
Hubieren transcurrido más de dos (2) años desde la orden
de detención.
Se tratare de imputación de delitos tipificados como críme-
nes de guerra; crímenes de lesa humanidad; genocidio; exterminio
sistemático; desapariciones forzadas; esclavitud; torturas; crimen
de agresión; delitos contra la administración pública; delitos
contra la administración de la justicia, conforme al Código Penal,
normas complementarias y tratados internacionales ratificados
por nuestro país.
En estos casos el juez designará por sorteo al defensor oficial,
quien lo representará hasta el final del proceso a fin de garantizar
su derecho de defensa.
338 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
126
Se suele admitir con demasiada liviandad la posibilidad de sacar fuera al
imputado de la Sala cuando su presencia pueda afectar a testigos o víctimas
vulnerables. No se trata de desconocer que existen esas situaciones, y que
los tribunales deben proveer a la seguridad de unos y otros. Claro está,
además, —lo que estudiaremos al analizar las reglas de comprobación—
que existen condiciones especiales de producción de ciertos testimonios
—niños, víctimas abusadas, etc.—, pero también se debe tener en cuenta
que sacar al imputado de la Sala de Audiencias es una medida extrema, y
que, cuando fundadamente no quede otra opción, se debe compensar esa
ausencia facilitando su comunicación con el defensor y dándole libertad al
defensor para adaptar su defensa a esa situación.
LXIII. La Certeza de la Acusación
(completa, oportuna y única)
§1
1. Acusación. Ya hemos visto que la previsión más bási-
ca de la Constitución Nacional es el derecho a contradecir
(inviolabilidad de la defensa en juicio) y a partir de ella
se construyen todas las garantías de segundo orden, que
tienden a fortalecer ese derecho a contradecir. En nuestro
caso, las tres garantías de segundo orden que apuntalan el
derecho a contradecir son 1) la unidad y completitud de la
acusación; 2) la defensa en sentido estricto o defensa penal
efectiva, y 3) el derecho a ser tratado como inocente. Este
capítulo y los dos próximos, serán dedicados a desarrollar
esta clasificación que, insistimos, se funda en razones de
claridad expositiva y precisión sobre la funcionalidad de cada
una de las herramientas de garantía. Comenzamos por las
garantías que giran alrededor de la acusación porque ella es
paradigmática de lo que luego veremos cómo derechos del
imputado a tener información sobre las imputaciones, que
por su formulación parece ser el principio general, pero en
realidad es una derivación de la garantía del conocimiento
y completitud de la acusación. No olvidemos que el sistema
de garantías en el proceso de conocimiento se lo piensa en
relación con el juicio y luego extiende sus efectos y funciones
hacia el resto de las actividades preparatorias o de control
de la decisión. La idea de centralidad del juicio y su carácter
“plenario”, es la que indica esta función rectora del juicio,
de la que ya hemos hablado (t. III:271).
344 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
127
Destaca Ferrajoli (1995:606): “Nuestro axioma A 8 nullum iudicium sine
accusatione expresa conjuntamente de la separación funcional y subjetiva
del juez y acusación, que como se ha visto es una condición del carácter
acusatorio del proceso y de la imparcialidad del juez, también la garantía
procedimental de la formulación de una acusación determinada contra el
imputado como acto previo y delimitación del juicio”. Luego nos dirá que
esta acusación “debe formularse en términos unívocos y precisos, idóneos
para denotar exactamente el hecho atribuido y para circunscribir el objeto
del juicio”.
128
En el fallo Tarifeño se discutía si el tribunal penal podía condenar a un acu-
sado, cuando el acusador en el momento del alegato retiraba la acusación
o, en la terminología de la legislación federal, pedía la absolución. Véanse
todavía las repercusiones de este tema en el fallo de la Cámara Nacional
de Casación Quinteros, del año 2014. En particular el erudito voto del juez
Sarrabayrouse (causa 58.081/2014).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 345
129
En una posición, al parecer intermedia, se encuentra Ledesma (2016:185)
cuando señala: “Es verdad que la acusación se perfecciona en los alegatos
finales, perfeccionar no implica mutar, por ello insistimos que siempre
habrá de garantizar el ejercicio del derecho de defensa para lo cual el
tribunal tiene que preguntar expresamente cuanto tiempo y que medios
necesita para ellos, en particular si advierte cambios trascendentes en la
acusación”. Nuestra posición es más directa. Los alegatos no constituyen
ni perfeccionan la acusación, sino que constituyen otro tipo de actividad.
Ellos son la oportunidad que tiene el acusador de argumentar ante el juez
que su acusación y sus postulados han sido probados —en pasado—por lo
que acaba de suceder en el juicio. Significa decir: “cómo se ha podido obser-
var, yo tenía razón al acusar a esta persona”. Ello no significa perfeccionar
la acusación, sino argumentar que ella ha sido probada. La idea de que
el objeto del juicio se va desenvolviendo hasta los alegatos es impropio
de nuestro sistema de garantías. El objeto del juicio queda firme con la
acusación, admitida por el juez de control, con las poquísimas excepcio-
nes de ampliación que estudiaremos, y que no alcanzan para modificar el
principio de inalterabilidad de la acusación. Si el alegato perfeccionara la
acusación, entonces el acusado tendría derecho a reabrir el debate para la
producción de nueva prueba cuando ese alegato final tuviera variaciones
significativas respecto de la acusación: ello claramente rompe con toda
lógica sensata de desarrollo del juicio acusatorio adversarial.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 349
130
Distinto se plantea el problema cuando el imputado requiera una decisión
judicial afirmativa de la inexistencia del hecho o de su inocencia. En estas
situaciones, los jueces no deben fallar sobre la base del retiro de la acusa-
ción sino sobre las comprobaciones fácticas realizadas durante el juicio.
Esto no solo tienen valor social sino repercusiones jurídicas respecto de
la responsabilidad civil. Pero la jurisprudencia no ha transitado por este
problema, que sin duda constituye un límite a las facultades de los acusa-
dores de retiro de la acusación. Indirectamente se ha estudiado este tema
al analizar la posibilidad de indultar a un procesado, como ocurrió en el
famoso del rechazo al indulto a Irigoyen, donde dijo que “la situación injusta
y agraviante en que quedaría el imputado, si el indulto pudiera expedirse
antes de la condena, por cuanto todo hombre lleva la presunción de su
inocencia mientas no sea convencido de lo contrario, es un valor efectivo y
350 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
pugna eficazmente contra esa tesis, porque, en verdad, para haber perdón
lógicamente se presupone que exista el delincuente y quien fuera indultado
llevaría consigo la mancha del delito. No es cierto que siempre quedarían
en sus manos los medios para restablecer la verdad o levantar la imputa-
ción. La verdad solamente puede surgir de la controversia provocada en
el proceso abierto donde el acusador y el acusado discuten libremente,
desde sus respectivas posiciones, hasta llegar a la dilucidación completa
de la conducta del acusado. En la generalidad de los casos la imputación
corresponde al Ministerio Fiscal. Perdonando el procesado no tendría este
a quien demandar para levantar la imputación calumniosa de que hubiese
sido la víctima, pues jamás hallaría el contendor responsable y autorizado,
y quedaría pesando sobre su nombre el proceso que se le formó” (Fallos,
165:199).Los mismos argumentos se deben utilizar para poner límites al
retiro de la acusación por parte de los fiscales especialmente, cuando se
enfrentar a defensas positivas o afirmativas. Véase Taglianetti (2019).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 351
131
“El punto central del procedimiento civil romano es la escisión del proce-
so, existente ya de antiguo, en procedimiento ‘in iure’ e ‘in iudicio’ (‘apud
iudicem’). El procedimiento ‘in iure’, que tiene lugar ante el magistrado
(normalmente el pretor), tiene por fin la determinación de si el litigio es
digno o no de ser sometido al juez, y, en su caso, la instrucción del proceso”
(Goldschmidt 1936:10). Luego de la fase más primitiva de las legis actiones,
en el procedimiento formulario “en lugar de las fórmulas sacramentales
de la ley, se redacta una fórmula escrita, obtenida por la cooperación del
pretor con las partes, en la que se da la pauta al juez para que condene o
absuelva, según que se den o no los presupuestos que en ella se expresan.
Desde antiguo existe, pues, la preocupación de “fijar los términos del juicio”,
inclusive de un modo sacramental. Esta función siempre ha tenido gran
importancia y se la ha considerado como la base de una decisión legítima
de los jueces.” La fórmula —nos dice Petit (1965:631) es una instrucción
escrita redactada por el magistrado (…) por la cual, después de haber
indicado al juez la cuestión a resolver, le concede el poder de condenar o
absolver al demandado” En ella se fijaban las cuestiones de hecho a resol-
ver, las pretensiones, etc. Se busca con este acto (que está en la base de la
acusación y la demanda civil hasta la actualidad) darle indicaciones precisas
a los jueces que juzgarán el caso. La diferencia entre la preparación de la
fórmula por el pretor y sus facultades, y la mayor rigidez de los jueces, que
deban absolver y condenar es muy notoria, y marca hasta el día de hoy la
estructura del proceso; en materia penal se ha acentuado con los sistemas
acusatorios adversariales la cercanía con el viejo modelo romano, mientras
en materia civil, en gran medida, por no distinguir las dos fases del proceso
y sus profundas diferencias, se acentúa un activismo del juez, admisible
en una etapa, pero inadmisible en la otra. En el proceso penal acusatorio
se manifiesta con toda claridad esa vieja estructura romana, que aún hoy
352 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Para que la acusación pueda cumplir con esta función
de garantía, en primer lugar, debe ser completa.133 Una acu-
sación es completa cuando contiene todos, absolutamente
todos, los elementos o circunstancias que serán objeto del
juicio. Como hemos señalado, existe una decisión judicial
de control (formal y sustancial) que podrá admitir total o
parcialmente lo postulado en dicha acusación, pero que no
134
Maier utiliza la frase “unidad natural del acontecimiento histórico”, en lugar
de “estructura básica del hecho”. Las dos fórmulas son amplias y proble-
máticas, pero podemos decir que tratan de resolver el mismo problema. El
concurso ideal, el delito continuado, la non bis in idem o la cosa juzgada en
general e, incluso, la obligatoriedad de los precedentes, apelan al concepto
de identidad del hecho. La fórmula de Maier tiene la ventaja de llamar la
atención de que no se puede fraccionar aquello que según un sentido natural
de la vida social aparece o es considerado como una unidad, la fórmula
que aquí utilizamos incorpora la dimensión narrativa, de tal manera que
aquello que fue presentado como un solo hecho no puede ser fraccionado
a conveniencia del acusador. La gran mayoría de los casos posiblemente
no generen problemas, pero los casos difíciles deberán ser analizados en
particular y producir una justificación específica. Los criterios políticos que
están detrás del principio de non bis in idem —como luego veremos— son
el criterio más claro para llegar a soluciones en los casos difíciles.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 359
135
No siempre es conveniente realizar disquisiciones doctrinales frente a casos
muy excepcionales. Este es un error de la escolástica, que luego provoca
ampliaciones manualísticas de las excepciones que terminan distorsionan-
do los principios y las discusiones. Vale aquí parafrasear el adagio: “Hard
cases make bad law”, que luego popularizó Holmes, y que también se puede
utilizar para las doctrinas. Una excepción no modifica la regla general; del
mismo modo, un caso excepcional no modifica un principio o doctrina ge-
neral sino su carácter absoluto. Si la llamada excepción tiene la pretensión
de modificar la regla general ya se trata de algo diferente; de la evolución
de ese principio o doctrina que debe ser modificado para alcanzar ciertos
casos.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 361
136
Aquí hay un problema de fondo que resolver. Desde el punto de vista de
la arquitectura del sistema de garantías, no hay dudas sobre la necesidad
de adjuntar el ofrecimiento de prueba en el mismo momento de la formu-
lación de toda la acusación; lo que ocurre en la práctica con demasiada y
lamentable frecuencia, es que los jueces que tienen que controlar la acu-
364 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
sación, que son distintos de los jueces del juicio, no le prestan atención a
ese discernimiento, y dejan pasar prueba inútil, sobreabundante, etc., en
gran medida para evitar la responsabilidad de esas decisiones y aligerar la
audiencia preliminar. Los defensores, muchas veces necesitados del litigio
indirecto sobre plazos o utilizando la burocracia a su favor, dejan pasar
esa prueba inútil. El resultado es que se generan juicios repletos de prueba
insustancial, repetitiva, etc., que no solo se demoran, sino que afectan a su
calidad. En el caso del juicio por jurados la solución es más sencilla porque
ese discernimiento de la prueba lo hará el mismo juez que dirigirá luego el
juicio por jurados, de tal manera que tendrá un interés más directo en la
preservación de la calidad del juicio. Ahora bien, pretender, como hicieron
muchas de las legislaciones acusatorias de primera generación —siguiendo
la tradición del sistema mixto— que ese control de prueba se debe rea-
lizar ante el presidente del Tribunal de juicio de jueces profesionales, es
una mala solución en un doble sentido: por un lado impide un verdadero
control de la totalidad de la acusación y, en segundo lugar, contamina a
uno de los jueces que luego decidirán el caso. El camino es el respeto a la
completitud de la acusación y la construcción de un mayor profesionalismo
por parte de los jueces de control de la acusación. Cuando las funciones de
los jueces no están segmentadas de un modo rígido —como ocurre en los
nuevos Colegios de Jueces— se puede alcanzar un mayor compromiso en
el control de la prueba, pero ello tampoco es siempre así, ya que prima la
idea de evadir responsabilidades, antes que procurar decisiones correctas.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 365
137
En un sentido estricto, el objeto litigioso gira alrededor de las pretensiones.
Dejando de lado el lenguaje técnico: de lo que se discute en el juicio penal
es si el acusado debe soportar las sanciones que requiere el acusador.
Juan debe ir preso, como quieren los acusadores o no. Ese sería el objeto
litigioso en sentido preciso; pero como para que esas pretensiones puedan
ser habilitadas se requiere la prueba de la verdad del hecho que sustenta
la acusación, y la verdad de la relevancia penal de esos hechos (mediante
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 369
138
La doctrina ha sido estable en este punto. Vélez Mariconde (1969:233 y
ss.) nos habla de una “correlación esencial sobre el hecho” y ello es la
consecuencia de sostener el principio según el cual no hay juicio sin acusa-
ción. “La sentencia —nos dice— debe referirse al mismo hecho imputado,
al mismo acontecimiento histórico que el actor presupone, a la conducta
humana puesta en tela de juicio” Vélez Mariconde sostiene el principio de
que la acusación es inmutable —inalterable en nuestra terminología—
(234, nota 74). Lo que no es admisible es la distinción entre “hecho” del
derecho penal material y “hecho” según el proceso: ello produce confusión
ya que la acusación imputa un hecho que es relevante, según el derecho
penal y que se trata del mismo hecho objeto de juzgamiento. Para Clariá
Olmedo (1998 III:164): La sentencia penal está necesariamente vinculada
con la acusación, por cuanto debe correlacionarse obligatoriamente en lo
fáctico con esta, y solo podrá pronunciarse válidamente cuando exista una
acusación legítima y oportuna” Cafferata Nores (2000:119) dice sobre el
principio de congruencia: “Este exige la identidad del hecho delictivo por el
que se dicta la sentencia, con el contenido en la acusación y con el intimado
al imputado al recibírsele declaración; entre todos ellos debe existir una
correlación fáctica esencial, en todas las etapas del proceso” La extensión
hacia las imputaciones iniciales ya es más discutible, porque no debe existir
el mismo nivel absoluto de correlación, aunque siempre debe existir una
conexión directa entre la imputación inicial y la acusación, pero no se ha
usado la palabra congruencia para señalar el nivel de ese vínculo o se la ha
problematizado. Ya veremos este tema al analizar las estructuras procesales
de admisión del caso.
374 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
139
Analiza la historia del principio desde la lógica del poder Bregantic (2019:30
y ss.), y sitúa correctamente el principio en la tradición de la indagación. Sin
embargo, creo que hay que hacer una reflexión: a lo largo de la historia no existió
nunca una sola tradición; sí alguna dominante y otras de crítica o resistencia,
según cada momento histórico. Este funcionamiento de las tradiciones sigue
hasta el presente y explica la configuración del campo de la justicia penal, tal
como lo hemos desarrollado en el t. I de esta obra. “Fijar el derecho” ha sido
una actividad compleja a lo largo de esa historia. No es el mismo problema
cuando se produce una disputa entre la “ley de la tierra”, por una parte, y la
aplicación del “derecho natural” por parte de los tribunales de Equidad o rea-
les. La disputa entre fuentes descentralizadas del derecho y las centralizadas
(common law) marca buena parte de la disputa de poder y el brocardo en
cuestión debe ser analizado en el marco de esa pelea. Recién se dará un fuerte
salto de calidad (y de poder) hacia la justificación de las fuentes centralizadas
con la legislación napoleónica y sus sistemas procesales y organización judi-
cial. Allí los jueces reservarán el poder de mantener la visión unificadora y
centralizada del sistema normativo napoleónico, arrinconando a las normas
descentralizadas, incluyéndolas en la vaga categoría de “costumbres”. Creo que
en esta disputa entre centralizado o descentralizado, está la historia real del
problema. Hoy asistimos también a una nueva forma de esta disputa, entre la
interpretación centralizada de la maquinaria de los jueces profesionales o la
mayor descentralización que provocan las disputas sobre el sentido normativo
en el litigio, donde participan diversos sujetos (la argumentación litigiosa es
también una forma democrática de discernir el sentido de la ley). Claro está,
esto se vería más claro si las estructuras del Ministerio Público fiscal dejaran de
ser “napoleónicas”, lo que nos llevará todavía un tiempo. Pero es muy acertado,
tal como lo hace Bregantic, proyectar este tema en un horizonte de disputas
de poder que excede a los estrictos problemas procesales.
140
Tanto Maier (2002 I, 570 y ss.) como Ledesma (2016:164 y ss.) y Bregantic
(2019:49) insisten en incluir el problema de esta separación como parte
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 377
141
La opinión de Maier proviene de su adhesión al sistema de la OPP alemana.
Ya en su comentario a dicha norma (1982:232), explica que a diferencia
del sistema argentino de ese entonces, “La OPP exige, en cambio, la comu-
nicación al acusado de la posible variación del punto de vista jurídico y
oportunidad de defensa, aún en el caso de variación a su favor por cambio
de encuadramiento en una figura con pena menor (Sschwarz-Kleinknecht,
# 265, 4, p. 429) Hasta aquí es loable la preocupación por no sorprender
al acusado en la sentencia dejándolo indefenso y hasta puede sostener-
se con rigor que la modificación de calificación aun en favor del acusado
puede ocasionar indefensión (ejemplo: lesiones graves para lesiones leves
sin posibilidad de discutir la instancia necesaria para la persecución de
aquellas”.
380 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
142
En general la doctrina —véanse los trabajos citados por Ledesma y Bregan-
tic y sus propias opiniones— tiende a ver el problema de las calificaciones
menores como un problema de iuria curia novit y no del modo como
proponemos en el texto. Como hemos dicho, la idea de la recuperación de
autonomía del juez en el momento decisorio sobrevuela este y otros temas.
La posibilidad de instrucciones de oficio —que tampoco es manifestación
del iuria curia novit— es admitida en general por la jurisprudencia y la
doctrina. “En todos los países con modalidad del Jurado clásico, el Juez
está obligado por mandato constitucional, si la prueba lo justifica, e in-
dependientemente de que se lo pidan o no las partes en la audiencia de
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 389
§3
1. Acusación oportuna. Otra característica central de la
certeza de la acusación es que ella sea postulada de modo
tal que la defensa tenga todas las oportunidades de preparar
su defensa. La acusación implica la petición de realización
de un juicio, y en ese juicio se deben poder ejercer de un
modo pleno todas las facultades que configurar el ejercicio
de la defensa en juicio, es decir, la capacidad de confrontar
o contradecir todos los elementos de esa acusación. Como
señala Ferrajoli (1995:607): “En cuarto lugar —antes nos
había dicho que debía ser precisa, unívoca, fundada y com-
pleta—, debe ser oportuna, es decir, debe dejar al imputado
el tiempo necesario para organizar su defensa y a la vez
proveer a cualquier otro acto instructorio de su interés”.
Sin embargo, es Carrara, posiblemente por su cercanía al
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 391
144
Una de las formas en que se manifiesta este abuso es la demora, muchas ve-
ces fraudulenta, que se realiza con los tiempos de la investigación preliminar.
396 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§4
1. Acusación única. Además de completa y oportuna, la
acusación debe ser única. Esta dimensión de la garantía
de certeza de la acusación se encuentra aún en desarrollo,
pero es de gran importancia para evitar formas muy distor-
sionadas de juicio oral. Es bastante usual observar que el
imputado debe afrontar y defenderse de dos acusaciones y
146
Independientemente de que los jueces traten de remediar la situación de
desigualdad provocada por el incumplimiento del descubrimiento de la
prueba, ellos tienen, también, facultades disciplinarias. Por ejemplo, el
CPP Chubut establece: “Las partes deberán litigar con buena fe, evitando
los planteos dilatorios y cualquier abuso de las facultades que este Código
concede” (art. 122). “Los jueces velarán por la regularidad del litigio, el
ejercicio correcto de las facultades procesales y la buena fe” (123).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 399
147
Para aquellos que sostienen un monopolio absoluto del ejercicio de la
acción penal por parte del Ministerio Público Fiscal, el tema se podría
simplificar si fueran totalmente coherentes con esa política y se prohibiera
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 401
§5
1. Acusación fundada. Finalmente, la certeza de la acusa-
ción exige que ella sea fundada. Determinar con precisión
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 409
§1
1. El imputado o acusado. Todo el sistema de garantías
está diseñado para proteger a cada uno de los ciudadanos,
en caso de que ellos sean imputados o acusados en un juicio
penal. Desde el punto de vista terminológico, podemos ya
consolidar el nombre de imputado, como categoría genérica,
acusado, cuando ese imputado será sometido a juicio porque
existe una acusación en su contra admitida judicialmente y
condenado cuando el imputado ha recibido una condena y
se encuentra ejerciendo el control de ella. De todos modos,
en todos los casos se puede utilizar el genérico imputado,
sin que ello tenga influencia alguna en sus derechos o en el
ejercicio de sus facultades. Los otros nombres, tales como
reo, encartado, encausado deben ser abandonados por
artificiosos y lejanos a la comprensión común del carácter
de imputado. En realidad, solo se mantienen en algunos
casos de la jerga tribunalicia que se habla a sí misma. Para
que exista un imputado debe existir una expectativa de
responsabilidad penal. Por eso puede ser, en primer lugar,
una persona humana a partir de una determinada edad,
en la que la ley habilita dicha responsabilidad (16 años en
nuestra legislación penal actual). Antes de esa edad, una
persona humana no puede ser sometida a proceso penal,
y por lo tanto no puede ser ni llamado imputado. También
puede ser una persona jurídica (cualquier forma de socie-
dad o asociación reconocida como tal por la ley) en los
416 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
148
El enjuiciamiento penal de animales como responsables ha sido una
institución que existió durante la edad media. En realidad, nos dice Thot
(1927:27): el supersticioso espíritu de los antiguos abrigaba la creencia
de que los animales dañinos estaban poseídos por el diablo “ese perpetuo
enemigo del hombre”, de manera que el enjuiciamiento criminal entablado
contra un animal se lleva en realidad contra el diablo en él latente”. Es
llamativo que en algunos casos se los podía utilizar de testigos, por ejemplo,
para que reconocieran al ladrón que había entrado de noche. Thot, estudia
esta institución con detalle y en fuentes raras y antiguas. Retoman el tema
Jiménez de Asúa y Zaffaroni. Se debe considerar también, que más allá
de las particularidades de época, también se utilizaban estos juicios como
una forma de procedimiento administrativo para generar responsabilidad
por daños o compensaciones de todo tipo. No traslademos el significado
del juicio penal actual hacia aquellas épocas remotas.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 417
149
Si la idea de sujeto del proceso es dependiente de la idea de “relación jurí-
dica”, se complejizan las cosas, sin razón: por más que luego pretendamos
aclarar la cuestión, diciendo que se trata de una relación jurídico-procesal.
Esos son juegos de palabras, para tratar de resolver una cuestión funcional
y política: ¿Qué tanto puede intervenir el imputado en las tareas previas
422 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Derechos del imputado.151 El imputado, en sentido ge-
nérico, goza de un conjunto de derechos, orientados a que
151
En este tema y los siguientes, seguiremos muchos de los materiales que he
elaborado para la investigación “La defensa penal efectiva en América latina
(Binder, Cape, Namoradze 2015), adaptados, claro está, a la naturaleza de
esta obra. En el marco de esa investigación se han diseñado estándares
más precisos, con la idea de que se trate de un documento que se vaya
completando con otros y siente las bases de reglas claras de actuaciones
para los tribunales y las defensas públicas. Ese documento, así como toda
la investigación mundial puede verse en www.inecip.org. Es interesante la
confrontación con los estudios que se han hecho sobre los países europeos
occidentales, como así también con los de Europa del Este, que han de-
sarrollado procesos de reforma de un modo paralelo a nuestra región. Se
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 425
152
Véase, de un modo diferente (Binder, Cape, y Moradze, 2015), donde se
realiza un agrupamiento más amplio de todo lo vinculado con la defensa
en sentido amplio —se identifican veinte dimensiones del derecho de
defensa penal efectiva y muchos más estándares dentro de esas veinte—,
para facilitar el trabajo comparativo propio de esa investigación. Como
siempre sostenemos, las clasificaciones son herramientas pedagógicas o
de comprensión y tienen el valor que surge de su función, nada más. En
el caso de esta obra, seguimos la clasificación propia de todo el sistema
de garantías en su conjunto, donde ya hemos explicado la razón por la
que separamos el principio de contradicción y sus garantías de segundo
orden (certeza de la acusación, defensa penal efectiva y ser tratado como
inocente) lo que nos lleva a un agrupamiento diferente, que circunscribe
a trece dimensiones las propias de la defensa penal efectiva, ya que otros
de los puntos que están en el libro de la investigación son tratados aquí en
secciones diferentes, no es que desaparezcan.
430 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
153
No seguimos el orden y numeración de los derechos del párrafo anterior,
por razones meramente expositivas, para facilitar la lectura del Pacto en sí
mismo.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 431
154
No obstante, lo común es sentar los principios de lealtad, buena fe, etc. pero
poco se dice sobre las condiciones de calidad del servicio prestado por los
abogados. Dicen Gilardone y Narvaja (2015:158): “No existen en la Argentina
mecanismos de control de la calidad de los servicios jurídicos privados. La
labor de los abogados solo será revisada por tribunales disciplinarios en
casos extremos de una grosera falta disciplinaria o ética, pero no existen
herramientas para monitorear y garantizar estándares mínimos de trabajo,
ni corregir problemas estructurales de las prácticas forenses”. Tampoco
existe una matrícula diferenciada para distintos casos, ni una obligación
de supervisión de los abogados jóvenes. El cliente está sometido al azar de
encontrar un buen abogado y los Colegios de Abogados se desentienden,
en general, de la calidad del servicio de la abogacía.
436 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
155
Vélez Mariconde (1969 II:382) observa la necesidad de construir un equi-
libro porque “El Estado no puede consentir, ciertamente, la inercia o la
indiferencia del imputado para defenderse, porque la actividad es impres-
cindible, como se ha dicho; más tampoco puede olvidarse que el imputado
es titular de un derecho individual”. La clave, según él, se encuentra en la
vigilancia sobre la eficacia de esa defensa. En ese caso, o se debe supervisar
la actuación del imputado o se debe exigir un asesor letrado. La opinión
440 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
156
Sin embargo, no es claro el origen romano de esta fórmula. Nos dice Couture
(1989 II:129): “El aforismo nemo tenetur edere contra se es un precepto
de derecho procesal probatorio, según el cual nadie puede ser compelido
a suministrar pruebas en su contra, beneficiando al adversario” Si bien
este principio pretende valer para todos los procesos, en realidad, y esa
es la posición del mismo Couture, su vigencia en el proceso civil es muy
limitada, en particular cuando se refiere a la obligación de entregar docu-
mentos que perjudicar a quien los tiene; como vemos, en el proceso penal
ocurre todo lo contrario, la vigencia de este principio debe ser fortalecido
permanentemente. En el proceso penal es una derivación de la larga lucha
contra la tortura. Por eso hay que ser tan cuidadoso en el uso de categorías
generales para situaciones tan distintas como los pleitos patrimoniales o
las disputas sobre la libertad de las personas.
442 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
157
El art. 1º de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes expone la definición legal
de la tortura acordada a nivel internacional: “A los efectos de la presente
Convención, se entenderá por el término ‘tortura’ todo acto por el cual se
inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya
sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero infor-
mación o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se
sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a
otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación,
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 443
158
Esta fórmula constitucional proviene del texto de la V Enmienda de la
Constitución de Estados Unidos (1791), a su vez fundada en las tradiciones
del derecho anglosajón. Sin embargo, en la práctica norteamericana no fue
automático el traslado de este derecho a las justicias estaduales. Todavía en
1937 “el juez Cardoso dijo: “El acusado ante una Corte Estatal tiene derecho
a un juicio justo, pero una negativa del privilegio que prohíbe la autoincrimi-
nación no significa una violación de ese principio, ya que de todas maneras
la justicia se cumple” (Konvitz, 1959:433). El tema no ha sido pacífico en
los Estados Unidos y todavía a mediados del siglo pasado el juez Black, con
apoyo de Douglas y Frankfurter tuvo que sostener: “Algunas personas se
muestran hostiles a las disposiciones de la Quinta Enmienda, que ordenan
en forma inequívoca que ninguna autoridad de los Estados Unidos pueda
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 447
159
No se percibe con claridad la utilidad de esta clasificación. La encontramos
ya en Manzini (1951 II:575) y como centro del desarrollo del tema en Vélez
Mariconde (1969 II:378 y ss.) a quien sigue escuetamente Maier. En reali-
dad, Vélez Mariconde quiere destacar el exclusivo dominio del imputado
en la defensa material. El objetivo loable era establecer el principio de
“la defensa material se realiza mediante manifestaciones que el imputado
puede hacer en el proceso, declarando cuantas veces quiera (tanto en la
instrucción como en el juicio siempre que sus declaraciones sean pertinen-
tes. Pero también puede abstener de declarar, de modo que, en ese caso, la
defensa se efectúa por simple silencio. De aquí surge el concepto primario
de que la declaración del imputado es un medio de defensa”. Sentar ese
principio era el objetivo de Vélez Mariconde. La defensa técnica, por el
contrario, se ejerce por el abogado mediante instancias, argumentaciones,
alegatos u observaciones que se basan en normas de derecho sustantivo
o procesal. Pero lo importante es que la distinción entre defensa material
y defensa técnica cumplió su cometido, y hoy hemos cambiado nuestra
idea de la función de la declaración del imputado, por lo cual ya podemos
abandonarla. Recuérdese que cuando Vélez escribía esas páginas, Oderigo
(1973:277 y ss.), en concordancia con la legislación nacional, sostenía que
el simple imputado podía ser llamado a declarar, como portante de infor-
mación, pero no podía ejercer la defensa ni nombrar defensor. “Dentro del
proceso penal —nos decía— el imputado cumple las siguientes funciones:
a) como informante. No es sujeto de la relación procesal, careciendo de
facultades dispositivas sobre las formas salvo negarse a declarar. No po-
drá defenderse, ya que la declaración que presta no es un acto de defensa,
pero podrá contar con asistencia letrada durante ella. Por no ser parte en
el proceso, no puede interponer recursos, ni oponer excepciones, ni tomar
intervención alguna en él, con excepción de la mencionada declaración”. La
postura de Oderigo era objetada fuertemente por la Escuela Cordobesa de
Derecho procesal, y era tan inconstitucional entonces como ahora nos queda
claro. Pero, por suerte para nuestro Estado de derecho, se impusieron las
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 449
162
Una parte de esta confusión proviene de una mala interpretación de las
normas procesales, provocada por la visión secuencial del proceso. Si se
establece como un requisito de ciertos actos que previamente debe existir la
declaración del imputado (por ejemplo, la acusación), ello significa que se
le debe intimar o notificar la imputación, y advertirle que tiene el derecho a
declarar, si lo requiere. No se puede interpretar que se lo deba detener para
que ejerza ese derecho o, peor aún, que se lo detenga simplemente para
que se apersone ante las autoridades a manifestar que no quiere declarar.
Esa medida de coerción, si tiene esa finalidad, carece de todo fundamento
y es inconstitucional.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 453
163
La prohibición absoluta del interrogatorio policial es compleja y proble-
mática. El punto no ha sido solo las prácticas policiales, sino la fragilidad
del control judicial sobre confesiones realizadas bajo condiciones de inva-
lidez, que eran convalidadas sin mayor análisis. En realidad, la práctica
que se ha querido frenar es la del otorgamiento judicial de validez a esas
confesiones policiales, que luego eran utilizadas como la base exclusiva a
o determinante de condenas penales. Se podrá decir que la situación ha
cambiado, pero la pregunta que hay que hacerse todavía es la siguiente: ¿han
cambiado lo suficiente nuestros jueces como para confiar en que realizarán
un control efectivo de las condiciones de validez de esos interrogatorios?
Lamentablemente creo que todavía no podemos avanzar hacia un sistema
más flexible, tanto porque la policía no ha profesionalizado lo suficiente
sus prácticas de investigación, como porque los jueces siguen demostrando
que no son confiables para el control de las garantías constitucionales. El
modo como validan detenciones totalmente inconstitucionales, tanto en
centros carcelarios como en recintos no adecuados en las Comisarías, aún
con fallos de la Corte Suprema que les ordena no hacerlo, nos demuestra
que todavía no han entendido cuál es su función en la República, o tienen
miedo de ejercerla. El tiempo y la madurez de nuestras instituciones nos
dirá cuándo será posible diseñar una política distinta. Por otra parte, la
experiencia comparada nos muestra que este tema no es sencillo. En los
Estados Unidos, por ejemplo, no fue fácil llegar a Miranda vs. Arizona, y
menos aún ha sido sencillo sostener su acatamiento. Como surge del voto
mayoritario del presidente Warren en dicho caso: “Hemos concluido que,
sin las debidas salvaguardas, el proceso de la interrogación en custodia
456 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
164
Caso “Cabrera García y Montiel Flores”, sentencia del 26/11/2010 Serie C,
nº 220, párr. 154; caso “Barreto Leiva vs. Venezuela”, párr. 29; caso “Suárez
Rosero vs. Ecuador”, sentencia del 12/11/1997. Serie C, nº 35, párr. 71;
caso “Heliodoro Portugal vs. Panamá”, sentencia del 12/8/2008. Serie C, nº
186, párr. 148, y caso “Bayarri vs. Argentina”, sentencia del 30/10/2008.
Serie C, nº 187 párr. 105.
462 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
165
Caso de las “Hermanas Serrano Cruz” (El Salvador), sentencia del 1º/3/2005.
Serie C, nº 120, párr. 79; caso “Juan Humberto Sánchez” (Honduras), sen-
tencia del 7/6/2003. Serie C, nº 99, párr. 122; caso “Bámaca Velásquez”
(Guatemala), sentencia del 25/11/2000. Serie C, nº 70, párr. 192; caso
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 463
167
Caso de los “Hermanos Gómez Paquiyauri” (Perú), sentencia del 8/7/2004.
Serie C, nº 110. párr. 85; párr. 92; caso “Maritza Urrutia” (Guatemala),
sentencia del 27/11/2003. Serie C, nº 103, párr. 72; y caso “Bulacio”, sen-
tencia de 18/9/2003. Serie C, nº 100, párr. 128).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 469
§3
1. Elección libre de un defensor de confianza. Uno de los
derechos que podríamos llamar “clásico” en este tema, con-
siste en poder nombrar a uno o más abogados que ejerza
la defensa en el proceso, que esa elección sea libre y, por
lo tanto, recaiga en personas que gocen de la confianza del
propio imputado. El principio de confianza es central en
la elección del defensor técnico. Ya hemos visto que la in-
terpretación que proponemos para el derecho a defenderse
personalmente pasa por la integración de las facultades
personales de defensa con la asistencia obligatoria de un
profesional del derecho, que asegure la asistencia técnica
durante el desarrollo de todo el proceso y, en particular,
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 473
168
Caso “Acosta Calderón”, cit., párr. 124; caso de la “Comunidad Indígena
Yakye Axa” (Paraguay), sentencia del 17/9/2005. Serie C, nº 125, párrs.
116 y 117; caso “Tibi”, cit., párr. 194; caso “Castillo Petruzzi y otros”, cit.,
párrs. 146-149, y caso “Suárez Rosero”, cit., párr. 83.
169
Caso “Cabrera García y Montiel Flores”, sentencia del 26/11/2010, Serie C,
nº 220, párr. 154. Conf. caso “Barreto Leiva vs. Venezuela”, supra nota 100,
párr. 29; caso “Suárez Rosero vs. Ecuador. Fondo”, sentencia del 12/11/1997.
Serie C, nº 35, párr. 71; caso “Heliodoro Portugal vs. Panamá. Excepciones
Preliminares, Fondo, Reparaciones y Costas”, sentencia del 12/8/2008. Serie
C, nº 186, párr. 148, y caso “Bayarri vs. Argentina”, párr. 105.
474 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
170
Condición Jurídica y Derechos Humanos del Niño, cit., párr. 132. Incluso
lo ha recalcado respecto de las propias actuaciones ante la misma CIDH
(caso “Acosta Calderón”, cit., párr. 40; caso “Yatama”, cit., párr. 106; caso
“Fermín Ramírez”, cit., párr. 43; caso de la “Comunidad Indígena Yakye
Axa”, cit., párr. 29, y caso de la “Comunidad Moiwana”, cit., párr. 76).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 479
171
La CIDH ha señalado que es exigible, según la CADH, que “un justiciable
pueda hacer valer sus derechos y defender sus intereses en forma efectiva
y en condiciones de igualdad procesal con otros justiciables” (caso “Hi-
laire, Constantine y Benjamin y otros” (Trinidad y Tobago), sentencia del
21/6/2002. Serie C, nº 94. párr. 146. Así también ha utilizado, como hemos
visto, el adjetivo “adecuada” para calificar la defensa (caso “Baena Ricardo
y otros” (Panamá), sentencia del 2/2/2001. Serie C, nº 72. párr. 92; caso
“Fermín Ramírez” (Guatemala), sentencia del 20/6/2005. Serie C, nº 126.
párr. 78). También ha utilizado la frase verdadera defensa y rechazado la
defensa aparente y exigido una defensa “diligente” (caso “Cabrera García y
Montiel Flores”, sentencia del 26/11/2010 Serie C, nº 220, párr. 155). Todos
esos adjetivos y frases suponen, en consecuencia, el derecho a “hacer con-
creta una defensa eficaz”, esto es, el derecho a tener una defensa proactiva
y no meramente crítica de la acusación.
480 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
172
No existe en nuestro país un régimen escalonado de habilitaciones para el
ejercicio de la profesión. Nada lo justifica, salvo la desidia de los propios
Colegios de Abogados que han tomado a la ligera el control de la matricu-
la, pese a su carácter de entidades públicas. Un abogado recién salido de
los estudios universitarios, y con ninguna experiencia en el ejercicio de la
profesión, no puede tomar casos penales graves sin supervisión. Lo ideal
es que la habilitación fuera progresiva, hasta alcanzar la plenitud fundada
en la experiencia. Además, la enseñanza universitaria le presta muy poca
atención a las habilidades del litigio, y los colegios de abogados no tienen
mecanismos de control de la calidad del servicio que presta el abogado. Este
conjunto de circunstancias hace que el ejercicio de la abogacía no pueda ser
evaluado en términos de la calidad del servicio y existe la grave presunción
de que muchos imputados padecen defensas de baja calidad sin que puedan
hacer nada por ello. Se ha dicho que ese no es un problema importante
porque la mayoría de los casos recaen en la defensa pública que, sin duda,
tiene un mayor estándar y control de la calidad del servicio. Pero tras esa
visión existe la idea de que la defensa pública puede ser vista como algo
ajeno a la totalidad del servicio jurídico disponible; finalmente la recarga
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 483
173
Sin embargo, no es pacífico este punto. Concuerda con lo dicho en el texto
Carrara (1977 II:473), otros, sin embargo, consideran que el defensor debe
procurar la máxima defensa posible del imputado y hacer lo que él haría
si tuviera los conocimientos legales. Me parece importante deslindar las
obligaciones del defensor. Está claro que le está prohibido introducir infor-
mación que pueda perjudicar a su defendido, pero no surge de ninguna ley,
ni de ninguna norma moral, que él deba mentir a favor del imputado o ser el
canal neutro de las mentiras. Si el imputado quiere mentir, es un problema
suyo, y podrá hacerlo cuando declare, donde recupera todas las facultades
de su propia defensa (decir que puede hacerlo sin consecuencias es algo
muy distinto a decir que tiene derecho a mentir). Pero el defensor no está
obligado a acompañar esa estrategia. Sí debe guardar silencio frente a ello,
porque decirle al tribunal “ojo que mi defendido está mintiendo”, equivale
a introducir información que puede perjudicarlo, lo que sí tiene prohibido
por las reglas legales y éticas que regulan la abogacía. La lealtad propia del
juego, que pregonaba Calamandrei, es el mejor criterio. En relación con el
proceso civil, sostiene la obligación de decir verdad de los abogados (Lega
1983:162); pero también aumenta esa obligación respecto al proceso penal,
en el que se acentúa la ¡función pública! Del abogado. Nos dice, siguiendo
a Bellavista: “Si el acusado (reconocido culpable en privado ante su defen-
sor) se obstina en negar su responsabilidad, el abogado debe aconsejarle
que confiese y, si sus esfuerzos no llegan a ningún resultado, sugiere que
se renuncie al mandato”. Esta regla no es admisible en el proceso penal.
Si el defensor aconseja o no a su defendido a confesar, debe ser siempre
un consejo técnico, no un consejo moral. Si se niega, el defensor no puede
introducir esa información al juicio. Es admisible que el imputado le pida
a su defensor que lo defienda “como si fuera inocente”, aunque pueden
existir límites y el defensor puede ponerlos, en lo que el defensor —no el
imputado— dice sobre esa mentira. De un modo extraño dice luego Lega:
“De igual manera debe obrarse si, reconocida la culpabilidad del acusado,
no se presentan al proceso pruebas suficientes para probar su responsabi-
lidad. Aquí la negativa debe ser tajante. El defensor jamás debe colaborar
con los acusadores para aligerar su carga. Un caso más complejo que
plantea Lega (1983:185) es cuando el defendido acusa falsamente a una
tercera persona. Una vez más, el defensor no puede advertir de la mentira,
por imperio del secreto profesional, pero no está obligado a acompañarla.
Couture (1989 III:235 y ss.), en texto que los procesalistas aún hoy rescatan,
nos dice, luego de recordar las distintas legislaciones que imponen el deber
488 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§3
1. La defensa pública. Es tan importante la función de
contar con un defensor, como condición de legitimidad de un
juicio imparcial, que el Estado está obligado a garantizar la
existencia de ese defensor en todos los casos. En los hechos,
para la gran mayoría de la población que pasa por el proceso
penal, el derecho de defensa se materializa en la posibilidad
de contar con un defensor público, es decir, pagado por los
fondos públicos. De allí que la CIDH ha sido cuidosa en
custodiar este derecho, y fijar estándares precisos en rela-
ción con él. En primer lugar, ha sostenido que no basta con
el nombramiento de un abogado, sino que ellos deben ser
personas “idóneas y capacitadas” (caso Chaparro Álvarez y
Lapo Iñiguez contra Ecuador). Esta simple declaración es
importante dado que en la historia de le región se ha utiliza-
do regularmente a los sistemas de defensa pública como un
simple medio para cumplir formalmente con la defensa. De-
fensores que simplemente firmaban actas, que no conocían a
los imputados, que prestaban su firma para dar cumplimiento
al requisito y otras mil formas de defensa meramente formal,
han sido rechazadas por la jurisprudencia de la CIDH. Esto
significa, además, acompañar el proceso de fortalecimiento
de la defensa pública en la región, que no solo ha comenzado
mediante la creación de organizaciones serias y autónomas,
sino que, en muchas ocasiones, son las que tienen el mejor
nivel profesional en cuanto a defensas penales se refiere. El
principio es claro: viola la CADH cualquier forma de defensa
aparente. En palabras de la CIDH “la defensa suministrada
por el Estado debe ser efectiva, para lo cual el Estado debe
adoptar todas las medidas adecuadas” No basta con “nom-
brar un defensor de oficio con el solo objeto de cumplir con
492 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
174
Si bien no tiene en nuestro país el desarrollo esperable, se han realizado
avances en esta materia. En los últimos años, por ejemplo, se ha creado
“la Red Federal Pro-Bono que está constituida por abogados, colegios de
494 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
176
Tradicionalmente, —y esa tradición era inquisitorial— la defensa pública
formaba parte de las estructuras judiciales que controlaban los jueces,
dentro del marco de una visión que los consideraba auxiliares de la jus-
ticia. Este modelo no es admisible ya, dado el desarrollo del contenido
del derecho de defensa en la jurisprudencia de la Corte Interamericana,
y menos aún resiste la estructura adversarial del proceso, que requiere
libertad y fortaleza en los abogados defensores. De un modo paradójico,
mientras nuestro país ya prácticamente en su totalidad acepta esa estruc-
tura adversarial, existe resistencia en otorgarle la suficiente autonomía a
las defensas públicas. Mucho más extraño —e inconstitucional— es que
los jefes de las Fiscalías Penales quieran ser, al mismo tiempo, jefes de las
defensas Públicas. Nuestra legislación federal ha resuelto el tema en favor
de la autonomía completa de la Defensa Pública, en la propia Constitución
Nacional (art. 120), pero muchas provincias se resisten aún a hacerlo. No
debiera ser necesario argumentar mucho en este sentido, pero sí es nece-
sario realizar una práctica concreta de cambio institucional. Muchas veces
la resistencia no proviene tanto del campo penal, sino del civil, porque
muchas defensorías públicas se han convertido en agentes activos de la
defensa de los derechos económico-sociales, lo que las convierte en actores
incómodos para los Poderes Ejecutivos. Autonomía debe significar libertad
para el defensor, pero también fortaleza y apoyo institucional para ejercer
su función en contextos más o menos fuertes de hostigamiento.
496 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. Presunción de inocencia y ser tratado como inocente.
Ya nos hemos dedicado a clarificar el concepto de principio
de inocencia, e incluso, las razones por las cuales podemos
seguir utilizando el concepto de presunción de inocencia,
aunque sea impropio. En un sentido estricto, la definición
más precisa, que fortalece el derecho a confrontar toda la
acusación (contradicción) es la garantía de que el imputado,
más allá de las reglas de cargas al acusador, propias del
principio de inocencia, sea tratado como inocente, es decir,
no deberá soportar el proceso en una situación similar a
la que tendría aquel sobre el cual pesa una presunción
de culpabilidad. Esta garantía se expresa en dos grandes
dimensiones: según la primera el imputado tiene derecho
a permanecer en libertad durante el proceso, hasta que
una sentencia firme de condena le imponga una pena.
La segunda impide que se utilicen presunciones en contra
del imputado, de cualquier tipo, referentes al hecho, a su
culpabilidad, a su personalidad, etc. Es evidente que a una
persona que consideramos inocente, mientras no se pruebe
en juicio su responsabilidad, no podemos encarcelarla y,
es evidente también, que si lo consideramos inocente no
podemos presumir, al mismo tiempo, que es culpable o
por lo menos que existe, sin necesidad de probarlo, alguno
de los elementos que fundan su responsabilidad, o invertir
la carga de la prueba que, por el principio de inocencia, le
corresponde en todos los casos al acusador.
498 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
177
La Corte Suprema de Justicia ha ordenado con toda claridad en el fallo
“Verbitsky” (2005): 2. Declarar que las Reglas Mínimas para el Trata-
miento de Reclusos de las Naciones Unidas, recogidas por la ley 24.660,
configuran las pautas fundamentales a las que debe adecuarse toda de-
tención; 3. Disponer que la Suprema Corte de Justicia de la Provincia
de Buenos Aires, a través de los jueces competentes, haga cesar en el
término de sesenta días la detención en comisarías de la provincia de me-
nores y enfermos; 4. Instruir a la Suprema Corte de Justicia de la Provincia
de Buenos Aires y a los tribunales de todas las instancias de la provincia
para que, en sus respectivas competencias y por disposición de esta Corte
Suprema, con la urgencia del caso, hagan cesar toda eventual situación
de agravamiento de la detención que importe un trato cruel, inhumano o
degradante o cualquier otro susceptible de acarrear responsabilidad inter-
nacional al Estado Federal; 5. Ordenar al Poder Ejecutivo de la Provincia
de Buenos Aires que, por intermedio de la autoridad de ejecución de las
detenciones, remita a los jueces respectivos, en el término de treinta días,
un informe pormenorizado, en el que consten las condiciones concretas
en que se cumple la detención (características de la celda, cantidad de
camas, condiciones de higiene, acceso a servicios sanitarios, etc.), a fin de
que estos puedan ponderar adecuadamente la necesidad de mantener la
detención, o bien, dispongan medidas de cautela o formas de ejecución de
la pena menos lesivas. Asimismo, se deberá informar en el plazo de cinco
días toda modificación relevante de la situación oportunamente comunica-
da; 6. Disponer que cada sesenta días el Poder Ejecutivo de la Provincia de
Buenos Aires informe a esta Corte las medidas que adopte para mejorar la
500 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
178
También sostienen posturas abolicionistas (más o menos de una manera
absoluta), además de Vitale y Nicolás García, quienes participan del libro
colectivo editado por ellos, cuyo título es, precisamente, Abolicionismo de
la prisión sin condena, Editores del Puerto, Buenos Aires 2011).
502 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
179
Construir un tiempo máximo de privación de libertad para el arresto,
significa fijar un estándar de admisibilidad constitucional. No obstante,
ello es difícil dado que no es posible hacer matemáticas simples. Por una
parte, la pena mínima del Código Penal es de quince días, ello nos da ya
un límite máximo, para la consideración del arresto. Por otra parte, el
CPPF (art. 215) autoriza una detención por tres días, prorrogables, por
razones excepcionales, por otros tres días. El CPP Neuquén (art. 112)
establece veinticuatro horas, al igual que Río Negro (art. 108). Los códigos
contravencionales que preveían penas de hasta treinta días (como era el de
la Provincia de Córdoba) son atacados, con razón, por su inconstituciona-
lidad. Dado que no estamos hablando de una facultad administrativa (que
siempre podrá durar horas) sino de la autorización judicial de un encierro
sin juicio, creemos que el número de cinco días es suficiente para cumplir
cualquier tipo de acto de investigación que fuere necesario. Con lo cual
ese límite máximo —repetimos siempre sujeto a reglas de razonabilidad y
proporcionalidad que lo acorten— no parece exagerado ni irrazonable.
504 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
180
El caso ya está incluido en el Decreto de Seguridad Individual de 1811, que
inicia, incluso con algunas fórmulas verbales que perdurarán, el derrotero
de nuestras garantías judiciales. En ese decreto se establecen tres días para
el arresto y tres días para la intimación de los cargos. Véase el análisis de
su génesis, importancia y repercusiones en Bunge Campos (2001:3 y ss.).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 505
181
La detención como situación fáctica puede ser autorizada por el fiscal o la
policía (en las situaciones expresamente autorizadas por la ley) y someter
al detenido al inmediato control de detención; pero la orden de detención
reclama control judicial, es decir, por más que la ordene el fiscal, la debe
autorizar el juez en todos los casos para que tenga validez constitucional.
506 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Prisión preventiva. Nos queda ingresar al tema más
arduo. ¿El derecho a permanecer en libertad durante el
proceso, admite otra excepción, esta vez configurada como
un encarcelamiento de mayor tiempo, es decir, superior al
arresto? Ya hemos visto que, en la propuesta de interpre-
tación que hacemos, la prisión preventiva solo se puede
fundar en el peligro de fuga, ya que los otros peligros nor-
malmente usados, son la base del arresto y nunca de la
prisión preventiva. Pero, aun así, estrictamente circunscripta
al peligro de fuga, ¿es ella admisible constitucionalmente?
Nuestra doctrina —salvo los pocos autores que hemos des-
tacado—, y nuestra jurisprudencia de un modo unánime,
han aceptado ampliamente la existencia de esta excepción.
La jurisprudencia de la CIDH ha dejado en claro el carácter
excepcional a toda forma de encarcelamiento durante el
proceso, mientras el juicio se encuentra pendiente, como
derivación directa del derecho a conservar la libertad hasta
que se aplique una condena, como surge de una aplicación
elemental del principio de inocencia. Es de ese principio que
“deriva la obligación estatal de no restringir la libertad del
508 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
182
Caso “Tibi”, cit., párr. 180. En igual sentido, caso “Bayarri”, cit., párr.
110; caso “Chaparro Álvarez y Lapo Iñiguez”, cit., párr. 145; caso “Acosta
Calderón”, cit., párr. 111, y caso “Suárez Rosero”, cit., párr. 77.
183
Caso “Tibi”, cit., párr. 106. En igual sentido, caso “Chaparro Álvarez y Lapo
Iñiguez”, cit., párr. 146; caso “Acosta Calderón”, cit., párr. 74; caso “Instituto
de Reeducación del Menor”, sentencia del 2/9/2004. Serie C, nº 112, párr.
228, y caso “Ricardo Canese”, cit. párr. 129.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 509
184
Caso “Instituto de Reeducación del Menor”, cit., párr. 229. En el mismo
sentido, caso “Acosta Calderón”, cit., párr. 111; caso “Tibi”, cit., párr. 180;
caso “Suárez Rosero”, cit., párr. 77.
510 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
185
Caso “Lori Berenson Mejía”, cit., párr. 102, y caso “García Asto”, cit., párr.
221. En igual sentido, caso “Caesar”, cit., párr. 96; caso “Tibi”, cit., párr.
150; caso “Instituto de Reeducación del Menor”, cit., párr. 151; caso “Hilaire,
Constantine y Benjamín y otros”, cit., párr. 164; caso “Cantoral Benavides”,
cit., párr. 89; caso “Loayza Tamayo”, cit., párr. 58.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 511
186
Caso “Chaparro Álvarez y Lapo Íñiguez c/Ecuador”, cit., párr. 117; caso
“Yvon Neptune c/Haití”, sentencia del 14/12/2006. Serie C, nº 180 cit., §
108; caso “Bayarri c/Argentina”, cit., § 76.
187
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Informe Peirano Basso,
14/5/2007, caso 12.553, § 70.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 513
188
Ya hemos señalado los problemas de la teoría general del proceso (t. I:XI);
se debe repetir aquí que cuando usamos la frase teoría general del proceso
nos referimos a dos cuestiones: una, la utilización de categorías generales
para explicar las instituciones procesales. Tal como lo hace la doctrina
procesal a partir de Von Bülow, de la mano del desarrollo paralelo de la
teoría general del derecho. Cuando se utilizan categorías generales como
relación jurídica procesal u otras, estamos en ese andarivel. La segunda
cuestión consiste en la organización de todos los procesos del mismo modo.
Aquí la teoría general no ha sido tan clara y, de hecho, le ha reconocido al
proceso penal siempre autonomía para establecer sus reglas. Salvo, quizás,
Carnelutti, los demás cultores de la teoría general, se han movido siempre
en la primera dimensión. El uso de la idea de medida cautelar para explicar
la prisión preventiva es, en ese sentido, expresión de la teoría general del
proceso en el primer sentido.
189
Nos dirá Palacio, refiriéndose al proceso civil (2003:772): “Dado que la
satisfacción instantánea de una pretensión de conocimiento o de ejecución
resulta materialmente irrealizable, la ley ha debido prever la posibilidad de
que, durante el lapso que inevitablemente transcurre entre la presentación
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 521
191
Surge claro que el encarcelamiento preventivo no puede ser obligatorio.
Sin embargo, la discusión es recurrente, por razones demagógicas o de
desesperación ante el avance de los delitos. No se puede establecer por ley
porque ello implica romper con el principio de excepcionalidad, que es la
base de toda la doctrina constitucional de la prisión preventiva. No es com-
prensible la razón por las cuales los jueces no asumen que nunca puede
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 525
193
Al momento de transcribir esta línea se produce por enésima vez una crisis
por sobrepoblación carcelaria, especialmente en la Provincia de Buenos
Aires, aunque en el resto de las provincias o no adquiere notoriedad o se
la oculta deliberadamente. Y esa crisis se produce utilizando, inclusive, las
instalaciones de las Comisarías, algo prohibido según la propia jurispru-
dencia de la Corte Suprema. Frente a este reiterado fenómeno los jueces
se quejan, como si a las personas las encerraran otras personas que no
sean los jueces mismos, y no atinan a tomar medidas contundentes, en
gran medida por temor a la opinión pública o a las represalias políticas. La
solución no es tan compleja. Todo sistema carcelario tiene un máximo de
cupos posibles, que es posible cuantificar y certificar. Por encima de ello
no se puede encerrar a ninguna persona, porque la sobrepoblación no es
solo hacinamiento espacial sino crisis de los sistemas alimentarios, médi-
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 531
cos, de seguridad, etc. Todo acusador que solicita una prisión preventiva
debe probar que tiene a su disposición un cupo habilitado, es decir, en
condiciones constitucionales, para que ocupe esa persona concreta. Si no
lo demuestra ante el juez, este no puede bajo ningún concepto decretar la
prisión preventiva. Y si lo hace, tal como dice la Constitución, incurre en
responsabilidad personal. Si el caso es tan grave, seguramente existirán
otros menos graves ocupando la plaza y se deberá aplicar, respecto a los
menos graves, una medida sustitutiva. ¿Qué es lo inaplicable de esta doc-
trina?
532 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
194
Es extraña la fórmula que usa la Constitución, al decir “a pretexto de pre-
caución” ya que no la usa en otro artículo. Obviamente es una referencia a
un tipo de argumentos que ya se utilizaban en aquella época para justificar
violaciones, fundadas, supuestamente, en falsas razones de prudencia.
¿Cómo deberían resonar esas advertencias constitucionales en los oídos
de nuestros jueces y funcionarios? ¿Qué es una falsa razón de prudencia,
cuando ni siquiera se puede mortificar por prudencia? De todos modos,
el uso de esa fórmula retórica es un mensaje directo a los jueces a quienes
todo el art. 18 les confió la custodia de las garantías judiciales básicas,
orientado a poner énfasis, a decir, como si la Constitución Nacional dijera:
“ya hemos tenido experiencia sobre las supuestas razones prudenciales que
se ha utilizado para justificar atropellos”. Insisto, llama la atención porque
el lenguaje del texto de 1853 es, en general austero, y en este tema se ha
permitido un énfasis que no es usual en el lenguaje constitucional.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 539
§3
1. ¿Medidas alternativas a la prisión preventiva? No es in-
usual que durante el proceso penal existan necesidades de
ejercer otro tipo de medidas coercitivas sobre el imputado,
ya sea para cumplir las mismas finalidades del arresto (evitar
la obstaculización de la investigación) o del encarcelamiento
preventivo (asegurar la presencia del imputado en el juicio).
A ese conjunto de herramientas de coerción directa las
542 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
195
El uso de brazaletes o cualquier otro tipo de dispositivo electrónico que
facilite la localización parece ser, en todo caso, una mejor alternativa a la
prisión o el encierro domiciliario. Pero, más allá de que su uso es costoso,
no debe ser naturalizado como si se tratara de una medida que no tiene
costos. Pronto ya podremos utilizar un simple “chip” de rastreo, que no
se vea ni produzca ninguna otra molestia que saber que uno puede ser
rastreado. La cuestión reside en que estas facilidades tecnológicas no nos
deben hacer perder de vista el principio de libertad, que es la base de las
garantías que estamos analizando. Si inmediatamente que se formaliza una
imputación, se utilizara un rastreador de este tipo, estaríamos igualmente
afectando el sistema de garantías. La excepcionalidad del uso de estos
medios es válida para todos ellos, no solo para los más gravosos, por más
que es obvio que ellos son todavía mucho más excepcionales. Los llamados
de alerta, en el sentido de que estas tecnologías terminen por acabar con
el principio de libertad durante el proceso, deben ser tomados en cuenta,
aunque reconozcamos que todavía nuestro principal trabajo consiste en
acabar con el uso ilegal e indiscriminado de encarcelamiento preventivo.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 547
§4
1. Prohibición de presunciones en contra del imputado.
Nadie puede ser tratado como inocente, si luego existen
presunciones de cualquier tipo que lo obligan a litigar como
alguien que es considerado culpable hasta que demuestre lo
contrario. Es un tema central en la definición de un sistema
acusatorio que la totalidad de la carga probatoria, es decir,
la prueba de los hechos que fundan la acusación —y por
ende la condena— está en cabeza de los acusadores. El
548 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
196
“El estudio de las presunciones legales relativas —véase nota siguiente— en
la dogmática jurídica continental ha estado vinculado con el del concepto
de carga de la prueba. De hecho, buena parte de las aportaciones más
importantes que se han hecho en el terreno de las presunciones legales,
provienen de investigaciones sobre la noción de carga de la prueba. Esta
vinculación se explica porque un aspecto característico del funcionamiento
de las presunciones relativas es, precisamente, el efecto que producen en
la carga de la prueba (…) Los autores coinciden en que las presunciones
legales relativas se caracterizan por dos notas distintivas. En primer tér-
mino, dichas presunciones dispensan a una de las partes de la necesidad
de probar un hecho, concretamente, el hecho presumido. La dispensa de
prueba se traduce en que el hecho presumido deja de formar parte de los
presupuestos exigidos por la norma para la producción de determinados
efectos jurídicos. Este fenómeno se conoce en la doctrina continental como
relevatio ab onere probandi. En segundo lugar, las presunciones legales
relativas se caracterizan por trasladar a la contraparte la carga de aportar
prueba en contrario para desvirtuar la presunción, a fin de evitar que se
produzcan los efectos jurídicos que la norma prevé. En otros términos,
las presunciones legales relativas se caracterizan por invertir la carga de
la prueba a la contraparte” (Gama Leyva, 2013:80).
197
Esto es bien conocido: “Dentro de las presunciones legales se distingue
habitualmente entre presunciones relativas (iuris tantum) y absolutas
(iuris et de iure). La diferencia entre unas y otras se establece diciendo
que las primeras admiten prueba en contrario, mientras que las segun-
das excluyen toda posibilidad de desvirtuar la presunción. La doctrina
considera comúnmente que las presunciones absolutas forman parte del
derecho sustantivo y que no tienen repercusiones en el ámbito procesal
probatorio. Por lo demás, el rechazo de la noción de presunción absoluta
y su exclusión del ámbito de las presunciones está ampliamente extendido
en la literatura jurídica. La principal razón de esta exclusión es que una de
las características definitorias de las presunciones es su derrotabilidad, por
lo que resulta contradictorio hablar de una presunción que no puede ser
550 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
199
Según Gorphe (1950:27-28) existen presunciones naturales “aplicadas co-
rrientemente sin formularlas, y admitidas en el juicio común de los hombres
de conformidad con el orden normal de las cosas. (…) Es una presunción
de igual naturaleza que aquella según la cual ciertos actos implican por ellos
mismos una intención criminal: re ipsa in se dolum habet, decían nuestros
antiguos autores. Se ha negado la existencia de tal presunción; más, con
todo, se aplica corrientemente (…) Si, como observa Garraud, todos los
elementos del proceso debieran ser probados directamente, no bastaría
la vida para resolver las cuestiones más sencillas; (…) Las presunciones
naturales se basan sobre las situaciones que ocurren con mayor frecuen-
554 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. El sentido de la publicidad del juicio. Junto con la
Imparcialidad y la Contradicción, la Publicidad constituye
el trípode donde se asienta la realización de un juicio impar-
cial. Ser juzgado por un juez imparcial, de manera pública,
y de un modo tal que el acusado pueda contradecir todos
los fundamentos y la prueba de la acusación, constituyen
la fórmula de garantía que ha surgido de una larga lucha
contra la arbitrariedad, el oscurantismo, las presunciones
de culpabilidad y la violencia sin control.200 Ellas tres son
200
Como señala el juez Black en el caso Oliver de la Suprema Corte de Estados
Unidos: “El repudio por los juicios secretos, tradicional en los pueblos anglo-
norteamericanos, debe haberse inspirado en el uso dado a esa práctica por
la Inquisición española, y por ciertas manifestaciones de injusticia judicial
ocurridas en Francia e Inglaterra durante los siglos xvii y xviii. Todas estas
instituciones significaban, obviamente, una amenaza a la libertad. En manos
de grupos despóticos, se convirtieron en instrumentos de supresión de las
herejías religiosas y políticas, con una despiadada falta de consideración
por el derecho de los acusados a ser juzgados en una forma justa. Fuera
de cualquier otro beneficio que pueda proporcionarles, la seguridad de ser
juzgado públicamente confiere a los procesados la tranquilidad de que no se
empleará a las cortes como instrumentos de persecución. El conocimiento
de que todos los juicios criminales están sujetos a una posible revisión en el
foro de la opinión pública constituye una restricción efectiva de los posibles
abusos del poder judicial. No es necesario que concordemos totalmente con
las aseveraciones hechas a este respecto por Jeremías Bentham hace 120
años, para comprender el temor que tanto él como sus contemporáneos,
experimentaban por los juicios secretos. Bentham dijo: “Supongamos que
el procedimiento sea completamente secreto y que la Corte no conste más
que de un solo juez, y que este sea indolente y arbitrario, aunque actúe en
558 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
la división entre partidarios del juicio oral y público y los sostenedores del
proceso escrito, y a partir de 1939 esa pelea es mucho más explícita. En
el caso de Rubianes es extraño porque es de los pocos —sino el único—
de los autores procesales de su época, que busca escribir un manual que
siga a las legislaciones de Nación, Buenos Aires y Córdoba. Aun cuando la
legislación bonaerense de ese entonces era —o se había vuelto— totalmente
escrita, no se podía desconocer el pensamiento de Jofré sobre este punto.
También es llamativo que alguien proveniente del corazón de la Escuela
Cordobesa, como es De la Rúa (1980:304) también tiende a darle a la idea
de juicio previo un carácter supuestamente más amplio, que comprende
“un procedimiento de investigación y discusión”. Es cierto que el juicio
puede ser visto como una forma procesal, pero no toda forma procesal de
toma de decisión es un juicio. La escasa raigambre cultural de la idea de
juicio es lo que ha permitido, en definitiva, que la doctrina juegue con los
conceptos, a veces de un modo muy superficial y ello ha impactado de un
modo muy negativo en la jurisprudencia y, lo que es peor, en la enseñanza
del derecho.
203
Maier, por ejemplo, nos dice: “Publicidad y oralidad representan banderas
que presiden la transformación del procedimiento inquisitivo durante el
siglo xix en Europa continental”. Ellas son expresiones claras del programa
iluminista, pero, en realidad, solo muestran la cara visible de un proyecto
mucho más profundo, que se expresa en la totalidad del sistema de ga-
rantías. Ese proyecto más profundo solo volvió a tener sentido y vigencia
a partir de la recuperación democrática de 1983, gracias, en gran medida,
al trabajo del propio Maier.
560 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
204
“La polémica contra el secreto y la reivindicación de la publicidad en todas
las fases del proceso como dique frente al arbitrio son, por lo demás, una de
las contribuciones más meritorias del pensamiento ilustrado a la reforma
en sentido acusatorio del proceso penal moderno” (Ferrajoli, 1995:616).
Asimismo, hay que hacer notar que “las respectivas contribuciones no se
limitaron a los autores continentales; pues, aunque, afortunadamente,
dicha controversia, con excepción del intermedio de la Star Chamber,
nunca resultó de especial significación para el derecho inglés, se asignará
siempre a los capítulos de Bentham sobre publicidad y secreto —uno de los
más valiosos productos de su genio peculiar— quizás el primer lugar en el
desarrollo científico de este tema” (Wyness Millar, 1945:186). De Bentham
véase, en particular, el Tratado de las pruebas judiciales (1825), Ejea, 1959.
Ciertamente el entusiasmo del pensamiento ilustrado por la publicidad del
juicio es notable. Hoy suenan exageradas las famosas palabras de Mirabeau:
“Dadme el juez que vosotros queráis, parcial, corrupto, incluso mi enemigo,
si queréis; no me importa, siempre que él no pueda actuar más que ante
la cara del público”; palabras que impactaron a Bentham quien las recoge
(Ferrajoli, 1995:686. nota 334).
205
En particular el inteligente y exhaustivo trabajo de Anitua (2003), donde
se destaca el problema moderno de la publicidad en la sociedad de comu-
nicación, pero se analiza también las bases políticas y la tradición liberal
que es determinante en este tema.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 561
206
O se conformó con una formulación totalmente falaz de este principio.
De hecho el art. 479 del CPP Obarrio, totalmente escrito, establecía la
publicidad en la producción de la prueba y Barberis (1959 II:24) nos dirá
que “El principio de publicidad rige en manera absoluta durante todo el
plenario” Pero Oderigo, cuando habla de publicidad (1973:546) dice, re-
velando el verdadero significado de lo que se entendía en ese contexto por
publicidad, que “Concluida la investigación y aseguradas las probanzas,
desaparece todo motivo que justifique el mantenimiento del secreto; y por
consiguiente, las constancias procesales son libremente accesibles por las
562 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
208
Nos dice Bentham: “Si la publicidad es necesaria para asegurar la probidad
del juez, no lo es menos para fundamentar la confianza del público. Supon-
gamos, contra toda verosimilitud, que una justicia secreta fuese siempre
bien administrada, ¿qué se ganaría con ello? Apenas nada. La integridad
estaría en el corazón de los jueces y la injusticia se pintaría sobre sus
frentes. ¿Cómo el público podría conceder el título de justos a hombres a
quienes ve adoptar una conducta en la que solo la injusticia puede triun-
far y la probidad no puede sino perder?” (Ferrajoli, 1995:687, nota 338).
Couture (1984:192) nos dice con el mismo entusiasmo: “La publicidad del
proceso es, a nuestro modo de ver, de la esencia del sistema democrático de
gobierno. (…) La publicidad, con su consecuencia natural de la presencia
del público en las audiencias judiciales, constituye el más precioso instru-
mento de fiscalización popular sobre la obra de magistrados y defensores.
En último término, el pueblo es el juez de los jueces. La responsabilidad
de las decisiones judiciales se acreciente en términos amplísimos, si tales
decisiones han de ser proferidas luego de una audiencia pública de las
partes y, en la propia audiencia, en presencia del pueblo”.
209
Nos dice Ferrajoli (1995:687, nota 343) que Feuerbach llegó a exigir no la
sola posibilidad sino la obligación de la presencia del público. Esta cita
proviene de Manzini (1952 III:45, nota 82) quien destaca que Feurbach
proponía que en los casos más graves se obligara a asistir a un cierto nú-
mero de personas, y agrega con su típico rechazo a todas estas ideas libe-
rales: “¡Ya no faltaba más! Por lo demás, la prensa provee a esa necesidad
hasta con exceso”. Deberíamos repensar estas ideas de Feuerbach, en una
sociedad que reclama mayores instancias de participación y control sobre
los funcionarios públicos. De hecho, la institución de veedores sobre los
juicios, que se han utilizado en juicios de impacto institucional o donde son
juzgados funcionarios públicos, responde a esta idea de función pública
de controlar la justicia penal, pero no tiene un desarrollo muy claro ni un
estímulo institucional. Cuando existen estos veedores los jueces tienen la
obligación de asegurar que puedan asistir a la realización del juicio y fa-
cilitarles todo para el ejercicio de su función pública. Hasta ahora ha sido
568 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
211
Según Wyness Miller (1945:201, nota 67) existía en Inglaterra la práctica,
en algunos juicios de mayor impacto, de cobrar una pequeña entrada para
conseguir asiento en la sala de audiencia. “Pero esta opinión ha sido refutada
por Sir Frederick Pollock en una nota al fallo recaído en juicio Scott vs. Scott
(1913). Bentham —raro resulta decirlo— considera que el “requerimiento
de pago para localidad de mayor comodidad no está en pugna con el prin-
cipio de publicidad”. Dada la función constitucional de la publicidad como
derecho del imputado y, a la vez, derecho del ciudadano, esto hoy no sería
admisible, si es que verdaderamente existió en la historia, alguna vez, esa
práctica. No hay que confundir esta situación con las facultades que tiene
el tribunal de administrar el ingreso de personas cuando hay restricciones
de espacio. Claro que no lo puede hacer de un modo discriminatorio o con
sentido político —por ejemplo usar ese argumento para impedir el acceso
a periodistas—, pero siempre que sea razonable es una facultad admitida.
570 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
212
Pensemos que, hasta no hace mucho tiempo atrás, se permitió el juzgamiento
por jueces cuya identidad y presencia física quedaba oculta, por alegadas
razones de seguridad. Por fortuna, el tan criticado sistema de los “jueces
sin rostro” ha desaparecido de la realidad latinoamericana, pero debemos
estar atentos porque estos regímenes de excepción están siempre al acecho
y siempre se encuentran buenas “razones de excepción”. Recordemos que,
en gran medida, toda la obra garantista de Ferrajoli se presenta como una
reacción ante el peligro concreto de la legislación de excepción, que tuvo su
apogeo en Italia y que se ha ido naturalizando y agravando en las últimas
dos décadas. En este tema debemos ser claros y firmes. Es inadmisible,
en cualquier contexto, que se permita el juzgamiento por jueces secretos.
Podrán existir medidas de seguridad, pero jamás un juez sin rostro.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 571
213
Ya hemos insistido (t. III:91 y ss.) en que la Sala de Audiencias debe ser
un espacio simbólico, que restaure la dimensión ritual del juicio, en su
sentido más profundo. Pero, por el contrario, nuestros sistemas judiciales
suelen descuidar esas salas, no solo porque no se quiere invertir en cons-
truirlas —lo que ha ido cambiando con los años— sino que todavía no se
entiende que es la gran herramienta de la administración de justicia. Salas
incómodas, pequeñas, sin tecnología, sin lugar para observar, que se usan
a veces para guardar papeles, etc. Debemos realizar una tarea constante
para mejorar las salas de audiencias y por descubrir los símbolos que ellas
necesitan como un ámbito especial de gestión de conflictos graves.
572 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
214
Hassemer (1984:153) critica la poca capacidad que ha tenido la hermenéu-
tica jurídica de escaparse de la pura comprensión de textos, pese a que la
hermenéutica general expresamente abandona esa perspectiva única, desde
sus inicios. Tampoco es solo comprensión de palabras, como pretenden
las teorías analíticas: completan la comprensión, la situación, la vida, las
emociones, que transcurre en la sala de audiencias, etc. Todo ello debe
llevarnos a una idea mucho más profunda de la comprensión. El uso de
la hermenéutica en el proceso penal —tal como hacemos en esta obra— es
fundamental para dar ese paso. Lo visual, lo gestual, lo disposicional, los
argumentos, los valores en juego, y muchas otras dimensiones, cumplen
su papel en la comprensión del caso, tal como se desarrolla en la sala de
audiencias. Es una desgracia cuando se mecaniza el juicio oral y público o
se pretende que se trata solo de ejercicios de argumentación o cuando los
jueces obligan a que todo el mundo hable con una jerga fría. La falta de una
verdadera cultura de la oralidad en nuestros sistemas judiciales conspira
permanentemente contra la posibilidad de hacer juicios de mayor calidad
y con mayor sentido social.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 573
215
Hassemer (1984:167) hace grandes esfuerzos para extraer consecuencias
de las teorías críticas sobre el “discurso libre de dominación” o la “situa-
ción ideal de diálogo” para el proceso penal, aunque reconoce finalmente
que las condiciones institucionales propias del proceso penal nos sitúan
muy lejos de esa situación ideal de diálogo. No obstante, es importante el
análisis del juicio desde el punto de vista de la lógica comunicacional. Es
decir, la claridad del objeto de comunicación —algo muy distinto a señalar
el artículo infringido—, la necesidad de que el juicio tenga un final, es decir,
el análisis del tiempo posible de juico en términos comunicacionales (no
esos juicios que duran meses y meses, de tal manera que todos, incluido
los jueces, ya han olvidado el centro de la discusión), la necesaria parti-
cipación de todos los intervinientes, no solo los abogados. La teoría de la
comunicación nos brinda muchos elementos para analizar el juicio desde
su eficacia comunicativa, sin la cual no existe verdaderamente debate pú-
blico. De hecho la insistencia en la oralidad se debe, en gran medida, por
su eficacia comunicacional, no solo por el modo de trasmitir las palabras
574 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
sino por el circuito completo que ella genera, tal como lo hemos visto al
estudiar las formas de la oralidad.
216
Manzini (1952 III:46, nota 85) trae el ejemplo de una publicidad utilizada
por razones distintas al sistema de garantías. Nos dice: “En los últimos siglos
de la República de Venecia, por otra parte, se había introducido la regla de
los juicios a puertas abiertas, por la utilidad del ejemplo. En un Parte del
Consejo Mayor del 21 de septiembre de 1624 se dice: “Todas las cuales
acciones háganse siempre a puertas abiertas, para terror de los reos, para
ejemplo de los demás y satisfacción de los buenos, que conozcan la recta
justicia, que se hace indistintamente para todos”. Una vez más podemos
ver que las instituciones procesales son el resultado de historias comple-
jas, de usos diversos, que muchas instituciones, como ahora vemos con la
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 575
217
En algunas provincias nuestras (Córdoba, por ejemplo) existía una costum-
bre mucho más extensa de hacer participar a los estudiantes de los colegios
secundarios en los juicios públicos, como una extensión de sus estudios
sobre ciudadanía. Existen algunos programas de extensión universitaria
—en particular en juicios de lesa humanidad— o programas en los que los
jueces van a la escuela; pero de lo que se trata es que la propia adminis-
tración de justicia provoque esta participación masiva de los estudiantes
en los juicios.
578 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Medios de comunicación y juicio público.219 Ya es un
lugar común señalar el profundo impacto que las nuevas
tecnologías de comunicación y su masividad han tenido so-
bre la configuración de la sociedad contemporánea. Desde
el comienzo del uso de la radiocomunicación para la comu-
nicación política, hasta el inmenso desarrollo actual de la
televisión, las redes y la Internet ha transcurrido un siglo de
transformaciones inmensas, que nadie desconoce ni oculta.
218
Véase la crítica mordaz y certera de Daniel Pastor “Una extraña clase de
Oralidad” (2017) a la implementación de la oralidad en las audiencias de im-
pugnación, comenzada por las reformas realizadas por la ley 26.3741 en el
año 2008, en http://www.pensamientopenal.com.ar/system/files/2017/02/
doctrina44870.pdf. Lo que ocurre también es que implementar cualquier
medida simple en los tribunales se enfrenta a tales niveles de irracionalidad
que se vuelve difícil construir una política progresiva de mejoramiento o no
tratar también de diseñar leyes excesivas para tratar de lograr objetivos, a
veces muy menores. Con un poco de profesionalismo y sentido común, se
puede avanzar mucho en estas medidas simples pero estructurales.
219
Este tema ha sido desarrollado con exhaustividad por Anitua (2003) por lo
que allí remito al lector que quiera tener una visión más amplia e informa-
ción sobre el derecho comparado; me limitaré por ello a señalar las líneas
directrices para la toma de posición y comprensión de la complejidad del
tema.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 583
220
Por Criminología mediática se entiende la enorme influencia de los medios
de comunicación masiva para generar o actualizar arquetipos e imágenes
de delincuentes, establecer simplificaciones o falsas causalidades, mani-
pular los números y las realidades, todo al servicio de una lógica de chivos
expiatorios. Convierte, además, a los funcionarios que no siguen estos
arquetipos en cómplices de la delincuencia y trasmiten miedo al crimen
al mismo tiempo que buscan adhesión a políticas de mano dura. Véase
Zaffaroni: La cuestión criminal (2011), entre otras obras y exposiciones
públicas que tratan este tema.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 585
221
La creación del Centro de Información Judicial de la Corte Suprema de
Justicia marca un rumbo que debe ser seguido por todas las administra-
ciones de justicia del país. Se puede criticar muchos elementos del tipo
de comunicación que hace la Corte y su tendencia a hacer “prensa” de sus
integrantes; pero en todo caso, el tiempo permitirá corregir todos esos
puntos y se debe destacar los elementos más valiosos de esa actividad,
más cuando son todavía pocos los Tribunales provinciales que siguen ese
ejemplo y no se limitan a tener páginas institucionales con poco atractivo
y menor utilidad, https://www.cij.gov.ar.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 589
222
Nuestra Corte Suprema dispuso en la Acordada 29/08 distintas medidas
para ordenan la relación de los medios de comunicación con los tribunales
que realizan juicios orales. Si bien parece inapropiado que sea la Corte Su-
prema quien regule este tema, lo cierto es que ella reconoce la importancia
de facilitar la transmisión por televisión y radiodifusión esos juicios, como
una forma de volver efectivo el principio de publicidad. No obstante, esta
proclama, luego establece un reglamente limitativo, que no se condice con
las distintas posibilidades que tienen los diversos casos. Prácticamente se
limita la trasmisión a la lectura de la acusación, los alegatos y la lectura de
la sentencia. Todos actos procesales que, en las condiciones que se realizan
hoy en la justicia federal, carecen de todo interés. Por otra parte, luego es-
tablece una serie de requisitos bastante rígidos para la participación de los
periodistas en estas tareas. En fin, lenguaje positivo y normas restrictivas.
De todos modos, se trata de una disposición administrativa de la Corte
que no tiene ninguna fuerza obligatoria, mucho más cuando se realiza por
fuera de sus competencias.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 591
§3
1. La fundamentación de la sentencia. Nos dice Carrara,
que una sentencia que no es dictada bajo condiciones de
publicidad, por más que responda a una justicia intrínseca
puede provocar, con razón, la sospecha de los ciudadanos.
En esta vieja opinión de Carrara encontramos una distinción
que es relevante. La decisión judicial debe ser fundada, es
decir, debe basarse en una correcta valoración de la prue-
ba y en una derivación razonada y razonable del derecho
aplicable. Este fundamento es condición de calidad de la
sentencia y, por lo tanto, de su validez y su control se en-
223
La actividad periodística por razones históricas goza del privilegio de la
exención de toda censura previa. Claro que es útil para la república demo-
crática mantener ese principio, pero él debe ser complementado por reglas
claras de responsabilidad y normas éticas de autorregulación periodística,
aprobadas por las propias entidades o asociaciones de profesionales. Mu-
cho más aun cuando hemos asistido en los últimos tiempos a medios de
comunicación específicos o a periodistas supuestamente especializados
que carecen de todos límites éticos ya que distorsionan deliberadamente
información, presionan a los jueces, obtienen ilegalmente información de
las investigaciones, participan en operaciones vinculados a los servicios
de inteligencia, en fin, nuevas realidades que no se deben resolver con
censura previa sino con muy claras reglas éticas de periodismo judicial y
tribunales propios que las hagan valer. Existen diversos Códigos de Ética
elaborados por organizaciones profesionales que establecen normas muy
precisas respecto del periodismo judicial. Hace falta, no obstante, una tarea
de precisión mucho mayor, en particular frente a las nuevas fallas éticas
que hemos visto que han ocurrido con enorme frecuencia en nuestro país.
596 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. El juicio previo. La imparcialidad, la contradicción y
la publicidad, como garantías primarias, fortalecidas por sus
respectivas garantías de segundo orden, no pueden actuar
separadas, lo que carecería de sentido, y no responde a su
configuración histórica. Por el contrario, ellas estructuran la
institución madre de todas esas garantías, que es el juicio,
una especial interacción de un grupo humano, que busca
gestionar el conflicto, y que luego de muchos siglos de expe-
riencia y dolor hoy se estructura alrededor de la imparcia-
lidad, el derecho a contradecir al acusador, todo ello en un
escenario público y controlado por el resto de la sociedad.
Llama la atención el largo derrotero de esta institución, sus
peripecias, sus manipulaciones, pero también su persistencia
y su capacidad de adaptarse a las necesidades sociales de
cada época. Se trata de una verdadera maravilla institucional
que debe ser preservada, custodiada y perfeccionada para
que siga cumpliendo sus funciones, en sociedades cada vez
más complejas. A lo largo de lo que hemos escrito muchas
veces ha aparecido la idea de juicio, ya sea para identificar las
normas procesales, para darle significado positivo a las for-
mas, incluso para destacar su importancia político-criminal.
Su valor como derecho fundamental es enorme: cada uno
de nosotros tiene derecho a ser juzgado en un juicio, previo
a sufrir una pena, y ello debe ser enseñado como uno de los
resguardos fundamentales de la libertad personal, así como
602 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
224
Las autores de tendencias realistas son quienes más atención le han
prestado al juego de valores dentro del litigio y, en particular del juicio.
Otros teóricos pretenden incorporar la dimensión valorativa, en diversos
esquemas teóricos (egología, trialismo, etc.) pero sin referencia al litigio o
como si se tratara de una operación estimativa que se da en el espíritu del
juez. Pero, en nuestra perspectiva, se litiga también sobre valores, como
se litiga sobre la verdad de los hechos, sobre el verdadero sentido de las
normas y sobre la adecuación y corrección de las peticiones. Es cierto que,
en nuestros sistemas educativos recién estamos tomando conciencia de la
importancia de enseñar a litigar en estas dimensiones, pero pronto también
deberemos enseñar a litigar sobre el juego de valores, ya que todas estas
dimensiones son inescindibles. Aquellos autores que ven a esos valores
608 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. Los procedimientos abreviados. Los sistemas procesales
de tipo acusatorio adversarial diseñan distintos mecanis-
mos para abreviar el camino hacia el juicio o hacia la pena.
Existen ciertos supuestos que permiten llegar más rápido al
juicio, evitan la presentación escrita de la acusación (juicios
directos) que se estructuran de distintas formas, acordando
la existencia de hechos, realizando acuerdos probatorios,
etc. Estudiaremos más adelante estas modalidades, ya que
no modifican la estructura del juicio, sino que abrevian el
camino para llegar a él. En este párrafo nos ocuparemos de
aquellos casos en los que el imputado puede acordar que el
juicio no se realice, total o parcialmente, e incluso admitir que
se le aplique una pena sin ningún tipo de juicio. En nuestro
país la incorporación de esta institución es reciente,226 por
226
La introducción de esta institución se da en nuestro país a partir del
Proyecto de 1986 (Proyecto Maier), pero la configuración de la institución
610 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
más que se trate de una institución muy vieja, que hunde sus
raíces incluso en la historia del proceso inquisitorial, que
permitía variaciones en la decisión según existiera confesión
y arrepentimiento. No nos ocuparemos aquí de todas las
formas de acuerdos parciales, ya sea sobre ciertos hechos
o acuerdos probatorios; el punto que se ha discutido en
nuestro país, y necesita aún discernimiento, es el caso en
que el imputado renuncie al juicio y acepta la imposición
de la pena. De todos modos, debe quedar advertido el lector
que existen —y se pueden diseñar otros— diversas formas
de abreviar el juicio, todas ellas con algún nivel de problema
para el sistema de garantía y algún nivel de utilidad para la
eficacia de la persecución penal, pero que no pueden ser tra-
tadas del mismo modo. Se ha señalado que la introducción
de la posibilidad de sentencias sin juicio ha sido la copia
de una institución propia de los sistemas anglosajones, lo
que es parcialmente cierto, ya que el ingreso a nuestro país
ha estado mucho más vinculada a las formas de sentencias
abreviadas propias de la tradición continental europea, aun-
que ella tenga algunos vínculos con el modelo anglosajón,
en particular luego de las reformas realizadas en Alemania,
Portugal e Italia, entre las décadas de los setenta y ochenta
del siglo pasado. De todos modos ello carece de importancia
en esta exposición, porque finalmente la práctica fue refle-
jando los mismos problemas que el traumático desarrollo
en los últimos años del plea bargaining, en particular en
su versión estadounidense, y la doctrina afrontó este tema
227
No obstante, como bien dice Langer (2001:98, nota 2): “Estos mecanismos
se asemejan a una de las clases de plea bargaining, el sentencing bar-
gaining, en el cual el objeto de negociación entre el fiscal y el imputado es
sobre el monto y la clase de la pena. Pero en el sistema estadounidense este
mecanismo también puede ser utilizado para negociar sobre el hecho o los
hechos —charge bargaining—, sobre los hechos relevantes para la determi-
nación de la pena —fact bargaining—, etc. Varias legislaciones procesales
de nuestro país permiten las mismas acciones, pero las fiscalías tienden a
utilizarlas en mucha menor medida. No se debe confundir, pues, procedi-
miento abreviado, con una sola de sus modalidades. La abreviación puede
ser mediante el acuerdo sobre ciertos hechos, sobre ciertas pretensiones,
sobre prueba y finalmente existen acuerdos totales sobre los hechos, pero
no sobre la pena y, en última instancia, el acuerdo total sobre el hecho y
la pena. Un uso variado de todas estas alternativas nos permitirá cumplir
muchas de sus funciones disminuyendo los riesgos de estas instituciones.
Pero, como hemos dicho, se lo ha utilizado para reintroducir la escritura,
dado que aun en los casos de acuerdos completos y totales, sigue existiendo
una dimensión oral que es significativa tanto desde el punto de vista de
garantías como político criminal.
612 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
228
Véase, en particular, los diversos estudios reunidos en el libro “El procedi-
miento abreviado (Maier-Bovino [eds.], 2001) y la extensa jurisprudencia
disponible en los buscadores tradicionales. Es correcto utilizar la frase
“procedimiento abreviado” para hacer referencia a los casos en que se
impone una pena “sin juicio”; se puede utilizar la frase “juicio abreviado” a
las otras formas de abreviación que impliquen acuerdos sobre los hechos,
sobre prueba o sobre ciertas formas de realizarlo, pero que se desarrollan
en el marco de un juicio realizado bajo parámetros comunes.
229
Véase Díaz Cantón (2001:251 y ss.) y CNCCyC, Sala 3, “Barragán, Matías
Osvaldo s/robo simple en grado de tentativa”, CCC 48341/2013/TO. 2/ CNC.
1, juez Magariños, por su voto, p. 16, 2015.
230
Aquí encontramos un nivel de crítica que se desarrolla en todos los países.
De la mano del desmedido aumento de las penas en los delitos, se extiende
una negociación que tiene muchos elementos coercitivos. Como veremos,
en nuestro país, el telón de fondo de las condiciones carcelarias genera, de
por sí, una distorsión enorme de toda negociación posible. Lo que sucede
es que el modo de salir de esta práctica, sin causarle un mayor perjuicio al
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 613
231
Por las mismas razones, no es admisible el juzgamiento unipersonal en
aquellos casos que constituyen crímenes. La distancia entre ser juzgado
por un tribunal de doce jueces a serlo por un solo juez es tan grande que
lo vuelve inadmisible; además, es innecesaria porque no existe una sobre-
carga que pueda dar alguna justificación y, cuando la existe, es provocada
antes que nada por las propias deficiencias en la organización del juicio.
Se convierte en un premio a la burocratización no en la construcción de
una herramienta más eficaz para la política criminal; todo ello con un costo
en garantías innecesario. Los jueces tienden a apreciar estas soluciones
porque detestar la deliberación colegiada y no le encuentran su sentido
constitucional.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 615
§1
1. Principios operativos. Denominamos principios opera-
tivos a aquellas garantías cuya función consiste en permitir,
fortalecer y resguardar que el juicio imparcial, público y
contradictorio se realice de un modo tal que, efectivamente,
esas garantías primarias tengas vigencia. Estos principios
son parte de las formas sustanciales que ha establecido la
Corte Suprema como base de la configuración constitucional
del juicio. Ellos son: 1º. el principio de oralidad; 2º. el prin-
cipio de inmediación; 3º. el principio de continuidad, y 4º. el
principio de concentración. Durante el ciclo de la expansión
de los sistemas mixtos (1939-1994) la idea de oralidad fue
la palabra clave que le daba identidad a ese movimiento de
reforma, por más que implicara la instauración de muchas
otras instituciones. En el ciclo posterior, que comienza en
1986, no se abandona la idea de oralidad, pero poco a poca
va siendo desplazada por la idea de sistema acusatorio, que
contiene la oralidad, pero acentúa la división de funcio-
nes. Ya hemos visto las dificultades que ha tenido nuestro
país para asimilar la publicidad del juicio, y en cuanto a la
continuidad y concentración siguen siendo un problema,
aún en los sistemas acusatorios de tipo adversarial. No
obstante, Hoy ya la legislación procesal penal es unánime.
El juicio penal es oral y público, continuo y concentrado.
618 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. El derecho a la revisión integral de la condena. La ca-
lidad del juicio, y la decisión que forma una unidad con él,
debe ser preservada como uno de los grandes valores que
expresan la eficacia conjunta de todo el sistema de garantías.
Todas las precauciones que hemos tomado, y tomaremos en
el futuro, para asegurarnos que la condena, es decir la impo-
sición de una pena a una persona determinada, cumple con
las condiciones estrictas de todo el sistema de garantías son
pocas con relación a los valores sociales que están en juego.
Por tal razón, se han establecido mecanismos de control
de esa condena, y a lo largo de la historia observamos una
progresión que apunta hacia un control intenso e integral
de esa sentencia de condena. Mucho se ha escrito, pero en
especial Calamandrei, sobre la evolución de esos mecanismos
de control, por lo que el lector nos debe eximir de repetir
aquí lo que tan bien escrito está en otros lados232 Desde el
recurso como una crítica a la veracidad e imparcialidad del
juez (prevaricato) o los planteos más elaborados de nulidad
de la sentencia (querella nullitatis), la impugnación amplí-
sima de los sistemas inquisitoriales escritos — orientada
más al control de los jueces que en preservar los derechos
del imputado—,233 hasta la fijación moderna de la doctrina
232
Es especial Calamandrei escribió una obra juvenil (La Casación Civil) que
sigue siendo una obra de referencia en el estudio de la evolución de los
recursos. En nuestro país, el clásico libro de Fernando De la Rúa (1968)
y modernamente la obra de Daniel Pastor (2001), quien ya da cuenta de
la evolución hasta nuestros días. Véase además Hitters (1984) y Pandolfi
(2001).
233
“Sin necesidad de ahondar en el estudio histórico, parece evidente que la
apelación nació y se fortaleció como una institución política antes que como
628 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
234
Da cuenta del debate histórico y la presencia de los llamados “abolicionis-
tas” de la apelación Manduca (1896:199 y ss.), quien siendo partidario de
las ventajas del sistema mixto, reclama prudencia en el mantenimiento de
la apelación, por lo menos hasta que se mejorara la magistratura italiana
de primera instancia. Por la “abolición” de la apelación están, entre otros,
Rivarola, Jofré, Martínez Paz y Rothe, De la Veiga, Eusebio Gómez, David
Lascano y Antelo (Vélez Mariconde, 1969 238, nota 9).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 631
235
Luego, contestando las críticas de Alcalá Zamora, analiza con una precisión
que hoy necesitamos recordar: “Claro está que se puede establecer el juicio
oral y dos o más instancias; lo que se puede hacer y lo que se hace, sin em-
bargo, no siempre es lógico. Para nosotros el procedimiento oral es la forma
apta o el medio necesario para hacer efectivo el principio de inmediación,
regla que exige la recepción directa de la prueba por el juez sentenciador,
porque es ilógico que un juez reciba la prueba y otro distinto sea quien
la aprecie en definitiva: al segundo se le escaparán necesariamente mu-
chos factores esenciales de la operación. Y cuando se establece la segunda
instancia, el Tribunal de Alzada no repite los actos del juicio, no recibe la
prueba, sino que resuelve el asunto de conformidad con el acta del debate;
he aquí lo ilógico, puesto que ese documento vale tanto o menos que las
declaraciones prestadas ante un Juez de Instrucción, en las que también
se basa cuando se procede por escrito, el Juez de Sentencia. No digo que
la doble instancia no pueda ser establecida cuando el juicio es oral. Solo
afirmo, categóricamente que si en tal caso el juicio no se reproduce en se-
gunda instancia, la inmediación se volatiza, perdiéndose entonces la razón
de ser del procedimiento oral”.
236
Fallos Beck y otros (Maier, 2002 I:795, nota 93).
632 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
237
El desarrollo exhaustivo de los argumentos que demuestran que no se
trata de generar un sistema de doble instancia y, menos aún, de volver a
la vieja apelación se encuentra en Maier (2002 I:798 y ss.) al que remito al
lector. Hoy, como veremos, debemos tratar de superar, en parte, la forma
de la discusión de antaño, siempre que quede totalmente claro que no es
admisible volver al modelo de la apelación de los sistemas escritos, ni
directa ni indirectamente. El juzgamiento siempre se hace bajo las con-
diciones que hemos estudiado y que surgen de su base constitucional. Si
queremos continuar con la tradición a un juzgamiento que reúna todas
esas características podemos llamarlos juzgamiento en única instancia.
Si usamos esta terminología —que no es indispensable— el juicio penal,
en sentido constitucional, solo puede ser de única instancia. Nada de esto
implica que no podamos ampliar los modos como controlamos la calidad
de esa única instancia. Pero debe quedar claro, el control de esa calidad
no puede ser llamado “segunda o doble instancia”. Es otra cosa, otra
institución. Busca, de alguna manera, preservar el modo literario, pero
cambiando las palabras, hablar de doble conforme, pero tampoco es con-
veniente esa fórmula porque hace hincapié en las dos decisiones, no en el
tipo de litigio que se debe dar para controlar la decisión de única instancia.
El “doble conforme” también puede darse bajo las condiciones de la vieja
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 633
238
Esta es la opinión de Maier (2002 I:803-804) que dice: “Como consecuencia
de mi nueva orientación acerca de lo que significa el recurso contra la senten-
cia en un sistema judicial dependiente del Estado de derecho —que excluya
su comprensión conforme a su origen inquisitivo—, fundamentalmente una
garantía para el condenado que involucra la necesidad de la conformidad
de dos tribunales para que él sufran una pena, opino que: a) el recurso de
casación, con modificaciones relativas a la posibilidad de incorporar prueba
en casación (prueba omitida, nueva prueba que no ingreso al debate o ele-
mento de prueba falsamente percibido por el tribunal de debate conforme
a la sentencia), es idóneo para controlar errores graves en la aplicación del
poder penal del Estado y, como consecuencia, para responder a la exigencia
de las convenciones internacionales sobre derechos humanos, provocar un
nuevo juicio en caso de verificarse los errores probados; b) Tal recurso,
por supuesto, no soporta los límites que hoy impone, en algunos códigos,
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 635
240
En cuanto al control de la aplicación del principio “in dubio pro-reo” en
Pastor (2001:62-64) se deben hacer algunas precisiones. Cuando no se reco-
noce su aplicación, nos encontramos igual ante un caso de violación de una
regla jurídica. Si se trata de la contradicción de un estándar, fijado por algún
tipo de parámetro objetivo (por ejemplo una regla científica que reconoce
la duda) entonces también se trata del incumplimiento de una regla; si no
se lo aplica simplemente porque se abandona toda consideración racional
de la existencia o no de una duda, sin que exista un estándar, entonces ya
se trata del control de racionalidad en la valoración de la prueba. Pero hoy
por hoy los efectos son los mismos, así que estas distinciones no cumplen
una función importante.
241
Carece de sentido, pues, la diferencia entre cuestiones de derecho y
cuestiones de hecho, tal como lo hemos expresado en la nota 332????.
En primer lugar, tal como lo ha manifestado la corte, no existe una neta
diferenciación entre las cuestiones de derecho y las cuestiones fácticas.
Todo proceso de “calificación jurídica implica un proceso de subsunción,
que va desde la plataforma fáctica para seleccionar la norma aplicable y
regresa para la determinación de los hechos relevantes, en un círculo de
comprensión hermenéutica que no tiene fronteras claras. En palabras que
ha usado la Corte Suprema “todo fallo de condena implica siempre una
nueva valoración de los hechos, ya que ella siempre se realiza en el marco
de un proceso de subsunción entre lo fáctico y lo normativo” (caso Sandoval
Fallos, 333:1687). Si ello ocurre cuando se trata de una condena que aplica
la calificación jurídica ya discutida, con mayor razón ocurre ello cuando se
agrava la calificación jurídica, o la pena o cuando se aplica, como ocurre en
este caso, un elemento del tipo penal distinto del que señalaron los acusa-
dores en el juicio de primera instancia. Este tema ya fue abordado por la
Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso “Ramírez, Fermín
642 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
242
Ha dicho en el fallo “Mohamed vs. Argentina” (2012): “El Tribunal ha seña-
lado que el derecho de recurrir del fallo es una garantía primordial que se
debe respetar en el marco del debido proceso legal, en aras de permitir que
una sentencia adversa pueda ser revisada por un juez o tribunal distinto y
de superior jerarquía orgánica. La doble conformidad judicial, expresada
mediante el acceso a un recurso que otorgue la posibilidad de una revisión
íntegra del fallo condenatorio, confirma el fundamento y otorga mayor
credibilidad al acto jurisdiccional del Estado, y al mismo tiempo brinda
mayor seguridad y tutela a los derechos del condenado. Asimismo, la Corte
ha indicado que, lo importante es que el recurso garantice la posibilidad
de un examen integral de la decisión recurrida”. Esto vale también para
las condenas dictadas directamente por el tribunal de impugnaciones, es
decir, la primer condena —algo que de por sí no debiera ocurrir porque
excede las competencias revisoras—; en esos casos, la Corte ha señalado
que “…ante el dictado de una sentencia condenatoria en sede casatoria, la
garantía de la doble instancia que asiste al imputado debe ser salvaguar-
dada directamente y sin mayores dilaciones en dicho ámbito mediante la
interposición de un recurso de casación que deberán resolver otros magis-
trados que integren ese tribunal, sin necesidad de que el imputado deba
previamente recurrir a esta Corte para obtener una decisión que ordene
que tenga lugar dicha revisión”. (causa PSM: CSJN 5207/2014/RH 1 del
26/12/2019). En realidad, la Corte no avanza más de lo que ya se había
dicho sobre las limitaciones del recurso clásico de casación. En verdad,
644 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. Non bis in idem. Cosa juzgada. La idea básica puede ser
expresada de un modo directo: pierde centralidad el juicio,
si puede ser intentado tantas veces como sea necesario para
conseguir una condena. Por tal razón, desde hace muchos
siglos, se ha sostenido un principio que nos indica que
una vez absuelta o condenada una persona en juicio, ya
no puede volver a ser juzgada. (Maier, 2002 I:599).245 El
imputado puede ser obligado a afrontar el riesgo de una
condena, pero si la acusación no es aceptada y por lo tan-
to la persona acusada es absuelta, los acusadores ya no
pueden intentar acusarla nuevamente. Si se permitiera esa
repetición, entonces el juicio no tendría la centralidad que
reclamamos, ya que los acusadores podrían intentarlo una
vez más o varias más, hasta doblegar a los jueces o prepa-
rar mejor el caso. El mismo principio funciona respecto de
una condena menor; el acusador no podría volver a intentar
una condena mayor, por más que cuente con nueva prueba.
Por ello, el principio de prohibición del non bis in idem es
245
El mejor desarrollo de este principio y de sus antecedentes históricos se
encuentra en Maier (2002 I:595 y ss.). Remitimos al lector a esa lectura
para no repetir información fácilmente disponible. Una visión más tradi-
cional puede verse en De la Rúa (1980:303). Un análisis circunscripto al
CPP Córdoba, pero que es más preciso en el estudio de las relaciones de
identidad, basándose en diversos problemas que trata del derecho penal
material (Núñez, 1946) con un estilo que luego retomará Maier.
656 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
246
Distinta es la opinión de Núñez (1946:311) para quien el tratamiento del
principio non bis in idem no puede confundirse con el de la autoridad de
cosa juzgada. “Este representa solo un aspecto de aquel. La autoridad de
la cosa juzgada se refiere a los efectos negativos y positivos de la resolu-
ción judicial definitiva. Ello es cierto y no negamos esa visión en el texto,
solo elegimos una forma de exposición que gire alrededor de los efectos
impeditivos de esa cosa juzgada. Los alcances positivos de la condena, o
se refieren a relaciones no estrictamente penales o tiene que ver con la eje-
cución de esa decisión lo que ya implica un mundo complejo de problemas
en la intersección de lo estrictamente administrativo y el mandato judicial,
propio del derecho de la ejecución penal.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 657
247
Las discusiones conceptuales sobre cosa juzgada han ocultado muchas
veces el juego de estas decisiones políticas. Couture, con razón (1984:401)
señala que, en realidad, la discusión de fondo es sobre el valor político de
las sentencias, es decir, es tratar un problema de autoridad. Hoy asistimos
a un problema con la autoridad de los fallos de la Corte Suprema que no
son cumplidos, lo que es otra forma de afectar la cosa juzgada, por más
que le pongamos el nombre de “debilidad en la ejecución de las sentencias”.
El fallo “Verbitsky” de la Corte —de muy pobre ejecución— es una muestra
de ello. Sobre los llamados problemas conceptuales sobre la “naturaleza
jurídica” de la cosa juzgada, etc. remitimos a la literatura de derecho pro-
cesal civil, dentro de la cual Couture es siempre claro y profundo y a la
monografía específica —aunque cargada de conceptualismo que empuja a
la cosa juzgada hacia el derecho sustancial— de Vellani, Mario: Naturaleza
de la cosa juzgada, Ejea. Buenos Aires, 1963.
248
Por esta razón —nos dirá— (2002 I:599): “tiene también sentido procesal
y cubre el riesgo de una persecución penal renovada, cuando ha fenecido
la anterior o aún está en trámite”. El tratamiento de la litispendencia es un
reflejo de esta garantía, pero también tiene otros fundamentos provenien-
tes de las posibilidades efectivas de defensa. Todo esto es cierto, pero la
ampliación de los efectos —indispensable— no nos debe llevar a perder de
vista la necesidad que existe todavía en nuestro país de fortalecer su vigencia
658 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
249
Dice Zaffaroni (2002:866): “El concurso ideal requiere siempre una acción
única, lo que supone que hay una identidad de acción, es decir, que la
acción debe permanecer idéntica en su aspecto objetivo, quedando claro
que la mera coincidencia de finalidad u objetivo no es suficiente, como
sucede en todo caso en que sea menester decidir sobre la unidad de ac-
ción. No obstante, en modo alguno es necesario que la identidad objetiva
de la acción sea total, pues también puede ser parcial” Pone el caso de los
delitos permanentes, que son tratados, precisamente como una unidad de
sentido, pese a que objetivamente se pueden hacer cortes en ellos hechos;
o también es el caso del delito continuado. Vemos que la fórmula que usa
Zaffaroni no es muy clara, porque deja subsistentes casos indeterminados
o agrega otros en los que se decide tomar el hecho como uno solo.
660 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
250
Para solucionar este problema el Código Procesal Penal Modelo para Ibe-
roamérica establecía (art. 8º) que el tribunal con competencia para juzgar
hechos punibles más graves no puede declararse incompetente porque la
causa pertenezca a un tribunal con competencia para juzgar hechos puni-
bles más leves”. La competencia de un tribunal penal siempre incluye la
posibilidad del juzgamiento de delitos menores. El problema es cuando
esos delitos menores son competencia de un tribunal de otro orden juris-
diccional, provincial, local o indígena. En esos casos, los acusadores tienen
la carga de establecer las reglas de cooperación con esas instancias para
realizar un juicio integral. La garantía del non bis in idem tiene vigencia
nacional, en todo el país, constituye una protección constitucional y no
puede ser fraccionada por los órdenes jurisdiccionales de juzgamiento.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 663
251
Ha sido la doctrina de la Corte que luego ha desarrollado en otros casos: “la
actuación del tribunal que conoció el caso y decidió sobreseer o absolver al
responsable de una violación a los derechos humanos o al derecho interna-
cional obedeció al propósito de sustraer al acusado de su responsabilidad
penal; ii) el procedimiento no fue instruido independiente o imparcialmente
de conformidad con las debidas garantías procesales, o iii) no hubo la
intención real de someter al responsable a la acción de la justicia. (…) Por
otro lado, esta Corte considera que si aparecen nuevos hechos o pruebas
666 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
252
Este caso se encuentra dentro de la zona de gran excepcionalidad porque
se trataba de juzgar las absoluciones que tenían autoridad de cosa juzgada,
pero que habían sido dictadas en base a leyes de amnistía, punto final u
obediencia debida dictadas respecto de delitos de lesa humanidad, que
luego fueron declaradas inválidas por el mismo Parlamento. El tema es
muy discutible. Carrió (2015:619) señala enfáticamente que “adelanto mi
opinión de que este es un criterio que importa serias transgresiones de
garantías constitucionales de los imputados en causa penal, y su incorpo-
ración ha sido hecha a expensas de asentados principios de interpretación
constitucional. Es por ello por lo que la doctrina que surge de este caso
aparece claramente en pugna con valores tales como la estabilidad de las
decisiones judiciales y la seguridad jurídica”.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 669
253
Una buena síntesis del estado de la cuestión es la que surge de estudios
internos del Ministerio de la Defensa Pública Federal: “La facultad del agente
fiscal de recurrir la sentencia en perjuicio del imputado. Planteos de incons-
titucionalidad y ciertas limitaciones impuestas, explícita o implícitamente,
por la Corte Suprema a este respecto: “Conforti, Christian” (C. 959. XLI
del 26/3/2008). Si bien el recurso fue desistido por parte del imputado, en
el dictamen del señor Procurador Fiscal se contestaron los agravios intro-
ducidos por la defensa y que se vinculaban con la inconstitucionalidad del
sistema bilateral de recursos. En el caso, se había ordenado la realización
de un nuevo juicio (reenvío) a instancias del recurso de casación deducido
por parte del agente fiscal. “Argul, Nicolás” (A. 984. XLI del 18/12/2007).
Nicolás Miguel Argul había sido condenado por el Tribunal Oral de Menores
Nº 3 de ocho años de prisión como coautor penalmente responsable de los
delitos de robo en poblado y en banda, tenencia de armas de guerra sin
la debida autorización legal y robo calificado por haber sido cometido por
amas en dos oportunidades. Contra esa sentencia, el agente fiscal dedujo un
recurso de casación que, tras haber sido acogido, ameritó que la Cámara de
la especialidad modificara el encuadre legal y le aplicara al encartado una
pena sensiblemente mayor. Ante ello, la defensa particular de Argul dedujo
recurso extraordinario, cuya denegación, originó la respectiva presentación
directa por ante el máximo Tribunal. Si bien la mayoría de la Corte deses-
timó el recurso sobre la base del art. 280 CPCCN, el juez Zaffaroni — en
su voto en disidencia— ingresó al tratamiento de los agravios. Lo inédito
del caso es que el mencionado juez, tras reconocer que —a su juicio— los
planteos de la parte trasuntaban cuestiones de hecho, prueba y derecho
común —que, como regla, no son revisables por la vía del art. 14 de la ley
48—, propuso la habilitación de la competencia apelada de la Corte: “…ya
que de no hacerlo, la nueva sentencia condenatoria dictada por la Sala I
de la Cámara Nacional de Casación Penal no tendría instancia de revisión
alguna y se conculcaría la garantía contemplada en el art. 8º, inc. 2º.h de
la Convención Americana de Derechos Humanos, la que goza de jerarquía
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 671
254
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos establece que nadie
podrá ser juzgado ni sancionado por un delito por el cual ya fue condenado
o absuelto por una sentencia firme, de acuerdo con la ley y el procedimiento
penal de cada país (art. 14.7).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 675
255
El rango constitucional del principio del non bis in idem la Corte lo va a
ratificar en Fallos, 299:221; 308:84, 327:4916. Véase este tema en Carrió
(2015:612).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 677
256
Este vaivén de la Corte es destacado por Anselmino (2012:107-108) quien
señala que la doctrina que reconoce los efectos de la cosa juzgada y el non
bis in idem “es abandonada —otra vez— en “Weissbrod” en el que se trata de
la anulación de una sentencia absolutoria por un tribunal de apelación que
permite nuevo proceso basándose en que, durante la instrucción previa al
juicio, se omite indagar al acusado por algunos de los hechos investigados.
La Corte —por mayoría— desestima la invocación del precedente “Mattei”,
pese a la obvia semejanza del caso, con el pretexto de que el recurso se
plantea contra la segunda y no contra la primera sentencia por lo que re-
sulta extemporáneo. Está citado en el voto mayoritario el caso Pereyra de
1960 que utiliza un criterio idéntico. Se aleja todavía más de “Mattei” el
fallo “Emilio Segundo Frades” que deja sin efecto una sentencia absolutoria
dictada por una Cámara de apelación que se basa en la nulidad del libelo
acusatorio. El criterio de la Corte en este caso conduce a que los vicios
de la acusación redunden en beneficio del causante de tales vicios. Para
poder sortear el escollo de la doctrina del citado fallo, el Máximo Tribunal
federal se atiene al argumento según el cual las restricciones que la demora
ocasiona en este caso al sometido a proceso no son tan graves como las de
aquel otro, pues transcurrieron apenas tres años y ocho meses desde la
iniciación del proceso”.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 679
257
Véase el desarrollo de la cosa juzgada en delitos de lesa humanidad, en
particular los cometidos en la última dictadura militar —caso Mazzeo, en
particular— en Carrió (2015:619 y ss.).
680 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
258
Es más escéptica Anselmino (2013:112) al decir: “Las decisiones de la
Corte Suprema de Justicia de la Nación en torno al principio bajo estudio
reflejan numerosas sinuosidades en la interpretación llevada a cabo; ello a
partir de las exclusiones en algunos casos así como también la inclusión en
otros. En cuanto atañe a conclusiones que sean consecuencias indiscutidas
de los fallos dictados por el Alto Tribunal federal, poco es lo que puede
aseverarse; tal vez la más afirmada sea la interpretación concerniente a la
extensión de la prohibición en el sentido de que puede ser invocada desde
que se abre un nuevo proceso sin tener que esperar la sentencia. Fuera de
eso y como postulaciones más sólidamente sustentadas y que es de desear
que sean no solo mantenidas sino aplicadas con verdadero rigor, están las
686 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
259
Este principio se expresaba bajo la norma que expresaba que cuando la
ley no hacía distinciones, entonces se entendía que el principio general era
que todas las partes podían hacerlo, claro siempre que tuvieran un interés
que proteger, es decir, un agravio. Si bien es una norma que proviene ya
de los códigos mixtos, la mantiene el Código Modelo para Iberoamérica
(art. 332). “Cuando la ley no distinga, tal derecho corresponderá a todos”
Ahora, la legislación procesal federal cambia de orientación. El art. 344
nos dice: “El derecho de recurrir corresponderá tan solo a quien le fuera
expresamente reconocido”. Véase la doctrina clásica en Ayán (2001:146).
688 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
260
Como enseña Eiroa (2009:2): “En marzo de 2007 la Corte tuvo la oportu-
nidad de pronunciarse otra vez sobre este tema y mantuvo el nuevo criterio
adoptado. El caso es “Cabrera” (25), que se inició a causa de un pedido de
extradición de Estados Unidos a fin de juzgar por confabulación para im-
portar estupefacientes a ese país, a una persona que en nuestra jurisdicción
estaba siendo juzgada por el delito de tráfico de estupefacientes agravado
por la intervención de tres o más personas organizadas para cometerlo
(arts. 29 bis, 5º, inc. c], y 11, inc. c], de la ley 23.737). Cuando el caso llegó
a la Corte por la apelación de la defensa contra la concesión de la extradi-
ción, repitió el argumento de las “infracciones progresivas”, que ya había
expuesto el ministro Petracchi en “Arla Pita”. Pero agregó que ni el juez ni
el fiscal habían captado la realidad de la imputación extranjera, que no era
formar parte de una asociación ilícita ni ingresar estupefacientes al país
requirente, sino la “confabulación”, que se había cometido plenamente en
nuestro país. Y que impedía, por consiguiente, considerar que se trataba
de conductas típicas consumadas en “diferentes países”. No podía enten-
derse como aplicable al caso, en otras palabras, la norma de la Convención
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 691
que dado que el principio del non bis in idem forma parte
hoy de las garantías judiciales básicas reconocidas por todos
los países, sería improcedente darle un alcance meramente
nacional. Él puede ser alegado o utilizado como fundamento
para decisiones que aprueben relaciones entre procesos que
se llevan adelante en distintos países, o para aprobar o negar
la extradición o cualquiera otra medida de cooperación in-
ternacional. Este principio, pues, tiene validez universal. Es
claro que un país no puede imponer a otro una determinada
interpretación sobre el alcance del principio, pero en todo
caso existe un núcleo significativo común, fuera del cual ya
ese principio no es respetado. Distinto es el caso en el que la
situación de afectación se da en el propio país que requiere
una colaboración, ya que en ese caso el tribunal requerido no
podría decidir que ese país ha violado el principio non bis in
idem, salvo que se tratara de situaciones muy notorias, que
deben ser tratadas del mismo modo que cualquier otro caso
de persecución penal abusiva, que impide la cooperación
internacional. De todos modos, como dice Eiroa (2009:3):
“La regulación en el derecho internacional del ne bis in idem
todavía presenta muchos aspectos problemáticos que impedi-
rían reconocer este principio como norma de ius cogens. No
hay en ese ámbito un acuerdo categórico en lo que respecta
a su significado ni a su alcance. Aparte de la interpretación
de lo que constituye la identidad del objeto procesal, un
§2
1. Plazo razonable y control de duración del proceso. La
duración excesiva de los procesos penales y, peor aún, el uso
de ese proceso prolongado como una forma de castigo, ha
sido una realidad abusiva muy concreta, que ha motivado
las quejas más profundas, tanto de los juristas, políticos o
literatos. Cuanto más nos debe preocupar, cuando hoy re-
conocemos que proteger la centralidad del juicio imparcial
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 693
261
Dice con toda precisión Pastor (2002:404): “Frente a ello, encontramos
que una norma según la cual el imputado debe ser juzgado dentro de un
plazo razonable ha sido interpretada en el sentido de que el plazo razona-
ble “no se puede medir en días, semanas, meses o años”’—’’’, que “no se
puede establecer en forma abstracta”, que “no es posible definirlo” y que
los Estados “no tienen la obligación de fijar un plazo fijo’’; todo lo cual ha
constituido una doctrina del “no plazo”. Esta posición no puede ser aceptada
y cuando en los apartados anteriores se ha afirmado y probado la obligación
jurídica de reglamentación legal de la garantía del juicio rápido, también se
ha demostrado que esa exigencia se traduce en la determinación legal de
plazos para la duración de los procesos penales, plazos que solo pueden
ser entendidos con el sentido que le asigna el derecho procesal penal a tal
expresión, ya que de otro modo, esto es, con el criterio de la opinión do-
minante, no es posible cumplir con la finalidad de la norma, que pretende
la introducción de plazos al proceso y no otra cosa. Según el mandato de
los tratados internacionales de derechos humanos es evidente que, en
su pretensión de limitar —también temporalmente— el poder penal del
Estado, han recurrido a exigir un plazo y que han entendido esa palabra,
indudablemente, con su alcance típico jurídico- procesal.” En definitiva, es
imposible hablar en serio del derecho a una sentencia en plazo razonable
si no se fija, al menos, un plazo legal fijo y claramente mensurable.
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 695
262
Se considera complejo “los casos en que la recolección de la prueba o
la realización del debate resultaren complejas en virtud de la cantidad o
características de los hechos, el elevado número de imputados o víctimas
o por tratarse de casos de delincuencia organizada o transnacional (CPPF,
art. 334).
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 697
263
Relata con precisión Parra Vera (2012:13-14): “En el caso de la Masacre de
Las Dos Erres Vs. Guatemala, se analizó la utilización por la defensa de los
imputados de la masacre de por lo menos 33 recursos de amparo, algunos
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 701
264
Similar desarrollo es posible encontrar en la Corte Europea de Derechos
Humanos. En el caso “Byrzykowski v. Poland” la Corte Europea examinó
la responsabilidad estatal por la demora en la investigación de un caso
penal de mala praxis médica. La Corte Europea determinó que el Estado
había violado el derecho a un recurso efectivo al no investigar y sancionar
el crimen antes de la operación de la prescripción. Sin embargo, la Corte
no se pronunció sobre la validez de la prescripción, ni ordenó que no se
aplicara. En la etapa de reparaciones solamente se otorgó reparaciones
por la falta de investigar debidamente, y no hubo pronunciamiento con
teoría del JUICIO DE CONOCIMIENTO 711
265
¿Qué es lo que deja “Mattei”? Nos dice Pastor (2002:250): ¿Qué se puede
sacar en limpio de la aglomeración de menciones de principios que contiene
la sentencia? Se trata, sin duda y, ante todo, de una sentencia pionera y
trascendente. Su mayor mérito es el de haber alertado —a través de una
declamación que incluso debe ser calificada de hermosa— sobre la existen-
cia del derecho del imputado a ser juzgado del modo más rápido posible,
dentro de lo razonable. La decisión se adelanta así, por unos instantes, a la
propia regulación de la materia en la CADH y a las primeras sentencias del
TEDH que interpretaron esta garantía según el texto del CEDH que es fuente
literal de la carta americana. Pareciera que los redactores de la sentencia
“Mattei” han tenido en cuenta el CEDH e, incluso, por alguna similitud en
la redacción, algunos informes de la Comisión Europea”.
714 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§1
1. Verificabilidad y verificación. El desarrollo integrado
de los requisitos de verificabilidad y las condiciones de
verificación, tal como lo hemos hecho en esta obra, nos
permite comprender con mayor facilidad hasta qué punto
la opción política de un juicio fundado en la verdad del
hecho y la carga de probar esa verdad en hombros de los
acusadores, constituyen las bases más importantes del sis-
tema acusatorio, que tan trabajosamente está abandonado
América latina. Todo lo que hemos escrito hasta aquí es la
explicación integrada de esas funciones de volver operativa y
concreta la opción por la verdad del hecho, que es la piedra
angular de todo el sistema de garantías. Hemos destacada la
interrelación de todas esas herramientas en base al análisis
funcional que propiciamos, mostrando el papel que cum-
plen cada una de ellas en la arquitectura de la verdad, que
vertebra a todo el juicio de conocimiento. Queda para más
adelante, el desarrollo de las Reglas de Comprobación, que
completan el sistema de garantías, poniendo límites al ingre-
so de la información y racionalidad al análisis de relevancia
de la prueba. Posteriormente cuando analicemos el modo
como se lleva adelante la dinámica concreta del proceso y
como todas las prácticas cotidianas se organizan a partir de
determinadas estructuras básicas (Admisión, Relevancia,
Juicio y Control) podremos ver como el sistema de garantías
se expande, desde su centro en el Juicio, hacia toda la vida
724 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL
§2
1. El juicio civil conjunto. Finalmente nos resta una re-
flexión respecto de esta particular forma de relación entre la
reparación y la pena que se desarrolla cuando en el mismo
juicio de conocimiento se ejerce la acción penal y la acción
civil. Le hemos dedicado una gran extensión a mostrar como
esas relaciones ya no se pueden entender bajo el modelo
de los sistemas mixtos (teoría del proceso composicional
—t. IV completo), y como la política de conjunción de las
compensaciones reparatorias y no reparatorias necesitan
hoy otras bases conceptuales. No obstante, algunas legis-
laciones procesales todavía permiten el ejercicio conjunto
726 aLBERTO M. bINDER - DERECHO PROCESAL PENAL