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La Noción de La Cultura

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LA NOCIÓN DE LA CULTURA

La cultura es un concepto que, con variantes, ha funcionado al interior de la investigación antropológica como explicación
de la diversidad humana. Esto es así dado que la cultura se vincula con la capacidad de pensamiento simbólico del ser
humano, capacidad que lo diferencia de otras especies. En este sentido, la cultura es aquello que marca una distinción
universal de los seres humanos con respecto a la naturaleza y, al mismo tiempo, es la base de las diferencias. Una de las
claves para comprender la manera en que la noción de cultura ha sido elaborada en la teoría antropológica reside en su
carácter analítico. Esto quiere decir que en la antropología se utiliza el concepto como herramienta de análisis de su objeto
de estudio, y en este sentido se diferencia por ser primordialmente de carácter analítico-descriptivo y no de carácter
normativo o valorativo. Esto significa que las investigaciones apuntan a la descripción de lo que la cultura es y no de lo
que debería ser. En la actualidad, desde la antropología social se concibe a la cultura en relación a los procesos de
producción de sentidos, es decir que se refiere a cómo se conforman las percepciones y representaciones que los sujetos
tienen del mundo. El antropólogo argentino Néstor García Canclini sostiene: «La cultura abarca el conjunto de los procesos
sociales de significación, o para decirlo de un modo más complejo, la cultura abarca el conjunto de los procesos sociales
de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social (…) [En este sentido] La cultura no es un
suplemento decorativo, algo para los domingos y para las actividades de ocio o para el recreamiento espiritual de los
trabajadores cansados, sino algo constitutivo, presente también dentro del trabajo, en las interacciones cotidianas, en la
medida en que en todos estos lugares hay un proceso de significación.» (1997: 35-40).
Siguiendo esta definición debemos pensar en la cultura de un modo bastante más amplio al que usualmente se considera.
La cultura no consiste solo en expresiones artísticas, costumbres o tradiciones, sino que abarca el conjunto de prácticas y
representaciones simbólicas mediante las cuales una sociedad o grupo social da sentido en forma compartida a las
acciones y actividades que realiza. Es así que la cultura constituye una dimensión específica de la vida social que no puede
ser entendida de modo aislado. En otras palabras, no todo en una práctica social es cultura, pero todas las prácticas
sociales contienen una dimensión cultural. A modo de ejemplo pensemos en una actividad relativamente cotidiana como
puede ser realizar compras en un supermercado. Esta acción material y económica se encuentra cargada de
significaciones. Los productos que seleccionemos para comprar, nuestro comportamiento gestual, la vestimenta que
utilicemos, etc., todo adquiere un sentido que lo constituye. Todo está significando ‘algo’ para nosotros mismos y para los
demás. En relación a esto también es importante señalar que todos los sujetos adquirimos la cultura en los diversos
procesos de socialización que atravesamos, pero asimismo somos productores activos y reflexivos sobre nuestra propia
cultura y no meros receptores pasivos de pautas culturales predeterminadas. Así, todos los sujetos somos igualmente
capaces de producir cultura, poseerla, transmitirla, y también renovarla y transformarla. Es por esto que los sentidos y
significados que constituyen la cultura no son estáticos. Por el contrario, cambian, se disputan y recrean en función de
distintos contextos históricos.
El concepto de cultura en la historia de la teoría antropológica.
Por la centralidad que la categoría de cultura ha tenido a lo largo de la historia de la teoría antropológica puede ser de
utilidad repasar los modos en que fue comprendida en la historia de la disciplina para aproximarnos a sus usos actuales.
Como vimos en la Unidad 1, en el desarrollo de la teoría antropológica podemos distinguir tres grandes periodos que se
corresponden con cambios en la mirada respecto al objeto de estudio de la disciplina y que, a su vez, involucraron
modificaciones en el modo de entender la cultura. Una primera contribución de la antropología al análisis sobre la cultura
fue extender esta noción hacia todos los grupos humanos, oponiéndose a la idea de que hay personas con y sin cultura,
individuos cultos e incultos, etc. No obstante esto, el origen del concepto antropológico de cultura guarda relación con la
expansión colonial occidental. Así, la corriente evolucionista en antropología consideró la existencia de una única cultura
universal que evolucionaba de modo unilineal en estadios sucesivos de progreso. Las diferencias observadas entre los
diversos grupos humanos correspondían a distintas etapas en esa línea evolutiva cuya culminación era la civilización
europea. En el periodo correspondiente a lo que más tarde se conoció como antropología clásica, las distintas corrientes
antropológicas (funcionalista, estructural funcionalista, particularista) coincidieron en su crítica al evolucionismo. Esta
crítica se centraba en la visión eurocéntrica del enfoque evolucionista, frente a la cual sostuvieron la necesidad de que
cada sociedad fuera comprendida en sus propios términos. En lugar de una única cultura consideraron la existencia de
una pluralidad de culturas, cada una de ellas integrada y coherente. En otras palabras, las culturas que se propuso describir
la antropología en este periodo, eran vistas como totalidades homogéneas y uniformes en las que cada elemento o rasgo
cultural encontraba sentido y explicación dentro de esa totalidad. De esta manera, se entendía a cada cultura como
perteneciente a una población concreta y localizable en un espacio geográfico determinado.
En la segunda mitad del siglo XX la antropología comenzó a dar cuenta de la relación colonial y cómo esta constituía una
variable indispensable para el análisis de las sociedades bajo estudio. Esto significó también un cambio en los modos de
concebir la cultura. Ya no se podía considerar a las distintas culturas como entidades aisladas. Por el contrario las nociones
de cambio, interacción y conflicto –y la historicidad de cada uno de esos procesos– comenzaron a ser centrales para pensar
en la cultura. Contribuciones a la categoría de cultura Es entonces a partir de la segunda mitad del siglo XX, en el marco
de los procesos de descolonización, que comenzaron a desarrollarse una serie de discusiones teóricas que atravesaron a
las ciencias sociales y que a su vez contribuyeron a las conceptualizaciones actuales de la cultura. Una de estas discusiones
se ha centrado en señalar los numerosos desplazamientos, contactos e interacciones de las sociedades humanas que
impiden pensar en culturas aisladas o con fronteras claramente delimitadas, sino que más bien debemos atender a
diversas configuraciones culturales en constante dinámica histórica. En palabras de Eric Wolf: «Las poblaciones humanas
edifican sus culturas no en aislamiento sino mediante una interacción recíproca» (1987: 9). En relación a esto, una de las
principales críticas a las concepciones de la antropología clásica sobre la cultura tiene que ver con la asociación rígida
entre una cultura y un grupo, que no permite comprender los flujos e intercambios entre pueblos, como tampoco la
heterogeneidad observable al interior de cada sociedad. Respecto de esta heterogeneidad presente en los grupos sociales,
desde una tradición más crítica se señalaron las desigualdades tanto en la relación entre distintas sociedades (sociedades
colonizadoras y colonizadas, por ejemplo), como al interior de cada una de ellas. A partir de esta serie de críticas y
contribuciones, se ha recuperado la noción de hegemonía, acuñada por el político italiano Antonio Gramsci para el análisis
de la cultura.
La noción de hegemonía refiere a un tipo de poder cuyo ejercicio por parte de las clases dominantes implica, no solo la
coerción y la fuerza, sino también la elaboración de consensos. Esta categoría es la que permite indagar en la construcción
cotidiana del consentimiento otorgado al orden social imperante. La hegemonía consiste entonces en la aceptación de
una concepción y visión del mundo como propia, aun cuando resulte contraria a los intereses sociales o de clase de quien
la adopta. ¿Cómo entendemos la hegemonía en relación a la cultura? ¿Por qué es importante pensar la hegemonía en la
cultura? Anteriormente mencionamos que los sentidos o significados no son algo dado sino construcciones permanentes
y, es por esto, que la cultura no debe entenderse nunca como un repertorio homogéneo, estático e inmodificable de
significados. Sin embargo, también debemos atender al hecho de que en todas las sociedades se establecen modelos o
parámetros para la atribución de esos significados. Los monumentos nos indican a quiénes debemos recordar y venerar,
los rituales y ceremonias nos marcan modos de actuar y comportarnos, etc. Estos modelos representan intereses que
tratan de imponerse, conservarse y mantenerse. Es así que la idea de una «cultura nacional», por ejemplo, constituida por
determinados rasgos culturales supuestamente objetivos (lengua, expresiones artísticas, costumbres culinarias, etc.)
responde a formas hegemónicas que invisibilizan una realidad bastante más compleja y variada. A modo de ejemplo
pensemos en el tango como representativo de la música nacional. Esto da cuenta de procesos históricos en los que la
ciudad de Buenos Aires ha ocupado un lugar de preeminencia por sobre las provincias, lo que conllevó a que se impusiera
lo porteño como representativo y característico de lo nacional. En última instancia, lo que es importante enfatizar una vez
más es que los símbolos, valores, prácticas y los sentidos que estos conllevan son recreados y reinventados en función de
contextos históricos específicos en los que las disputas de poder también se traducen en luchas por los sentidos culturales.
Dicho de otro modo, son luchas por dar, compartir o imponer significados.
Lo visto hasta aquí nos habla de la cultura como una dimensión de lo social, dinámica, histórica y heterogénea. Pero
llegados a este punto podemos preguntarnos ¿por qué más allá de esa heterogeneidad, de los sentidos disputados y los
intereses contrapuestos, podemos reconocernos como integrantes de una misma cultura y distinguirnos de quienes no la
comparten? Esto es así porque a pesar de la heterogeneidad cultural de cualquier sociedad o grupo social existen
experiencias históricas compartidas que constituyen la base de sentidos y prácticas cotidianas. Así, los sentidos son
disputados en tanto se comparten categorías, códigos y parámetros, en otras palabras, existe un escenario de
posibilidades en común a partir del cual desarrollar esa disputa. Pensemos en los ejemplos mencionados como el tango o
el gaucho, más allá de la valoración y/o aceptación que cada uno tenga respecto de uno u otro, los reconocemos como
parte nuestra experiencia. Si anteriormente mencionamos que las fronteras de una cultura no son rígidas ni estáticas, esto
es más visible aun en las complejas sociedades contemporáneas donde los contactos y migraciones, las comunicaciones
internacionales, etc. nos hablan de configuraciones culturales aún más plurales con repertorios de categorías, objetos y
relaciones a significar aún más múltiples.

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