Automedicación y Autoprescripción
Automedicación y Autoprescripción
Automedicación y Autoprescripción
La automedicación y la autoprescripción son acciones de los pacientes; la primera como elemento del
autocuidado que involucra medicamentos de venta libre y la segunda como una violación a la ley de salud,
pues comprende medicamentos que solo pueden expenderse con receta. Todos los inconvenientes que se han
atribuido a la automedicación en realidad lo son de la autoprescripción.
PALABRAS CLAVE:
Automedicación, Autoprescripción, Autocuidado, Venta Libre, Medicamentos OTC
Sections -
VI) Los que no requieren receta y se pueden expender en establecimientos que no sean farmacias.
Tabla 1
Características de los medicamentos de venta libre
– Principalmente autolimitados.
– Autodiagnóstico sencillo.
– Automedicación fácil.
Los medicamentos que deberían venderse solo con receta (grupos I a IV) no tienen en los envases ni en las
etiquetas información para su empleo, pues se considera que los médicos los prescriben y se asume que
pueden consultar lo que se llama IPP (información para prescribir). Esta información teóricamente no es de
acceso público, si bien el acceso a los diccionarios de especialidades farmacéuticas, a diversos vademécums y
al internet es cada vez más irrestricto. Se menciona la leyenda “Dosis: la que el médico señale”. 2 En los
medicamentos de venta libre se exige que haya información en cuanto a la dosificación y precauciones.
Algunas empresas farmacéuticas han adoptado la estrategia de hacer su publicidad directamente al público
usuario para que este presione al médico.
Actualmente se reconoce el derecho del paciente a participar en las decisiones que le conciernen y no solo a
actuar como obediente procesador de órdenes. Bajo esta perspectiva, se conceden al paciente prerrogativas
de utilizar medicamentos de venta libre, identificar la necesidad de solicitar atención, ya sea urgente,
telefónica o programada; seleccionar la atención que le conviene (incluyendo medicinas alternativas) y,
dentro de lo posible, elegir al médico que lo atienda; aceptar o rechazar los procedimientos diagnósticos y
terapéuticos y, en su caso, colaborar para su realización; adherirse al tratamiento aceptado; acechar la
aparición de efectos adversos, reportarlos y vigilar la evolución de la enfermedad. Si se le reconocen estas
facultades, ¿se le puede o no conceder la de automedicarse responsablemente?
Dado que la automedicación y la autoprescripción son prácticas cotidianas, parece buena decisión intentar
regularlas más que satanizarlas, desalentando la segunda y alentando la primera bajo ciertas reglas y con
base en la educación para la salud. En la medida en que el público aprenda a manejar los productos de venta
libre se podrían aprovechar sus ventajas y reducir sus inconvenientes.
La automedicación tiene la ventaja de que disminuye la carga que significan los males menores, banales, en
los servicios de salud y que retrasa la atención de quienes requieren esos servicios, pero no pueden recibirlos
por saturación. Por otro lado, al tratarse de medicamentos relativamente inocuos, con un perfil de seguridad
aceptable, que tienen muchos años en el comercio sin asociarse con problemas mayores, que ayudan en la
atención de síntomas comunes de poca gravedad, parecería suficiente con garantizar que no se rebasen las
dosis y se atiendan las contraindicaciones. Además, se simplifica el acceso al medicamento, se promueve la
participación individual en el cuidado de su salud, se reduce el costo y se previene el tiempo necesario para la
consulta médica. No hay medicamento totalmente inocuo, pero algo parecido se puede decir de ciertos
alimentos, cosméticos, insecticidas, alcohol y otros productos en los que no se requiere autorización
individual para utilizarlos.
Al exigir la ley que los medicamentos de venta libre traigan un inserto en el que se señalan cuidados, dosis,
modo de empleo y precauciones, se asume que es responsabilidad del consumidor atenerse a estas
instrucciones, como ocurre con otros productos. El problema es que los pacientes no siempre leen estos
insertos y prefieren, como sucede con los instructivos de los aparatos eléctricos, aprender su uso por ensayo y
error, lo que conlleva evidentes riesgos.
La responsabilidad de los médicos y las autoridades sanitarias no puede eludirse, pero los pacientes tienen
que asumir la propia en la conservación de la salud y la atención de las enfermedades; en última instancia, el
paciente es el principal responsable. En un sistema de acceso universal con amplia capacidad, aun para los
trastornos triviales sin menoscabo de la atención de los problemas más serios, la automedicación sería
menos útil. La automedicación no excluye la participación del médico, pero la aplaza cuando no es necesaria;
esta pudiera ser una desventaja puesto que en los padecimientos evolutivos se puede perder un tiempo
valioso de intervención oportuna. En estos casos, el médico puede fungir como asesor y educador del
automedicante.
La autoprescripción, por su parte, tiene todas las desventajas, excepto comercialmente para farmacias y
empresas farmacéuticas no éticas, que por conveniencia la consienten y promueven.
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