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Diez Mandamientos

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El primer mandamiento “No debes tener otros dioses contra mi rostro” puso a Jehová en primer lugar.

Éx.20:3 Tenía que ver con su puesto encumbrado y su incomparable posición como el Dios
Todopoderoso, el Altísimo, el Soberano Supremo. Este mandamiento indicaba que los israelitas
no habían de tener otros dioses aparte de Jehová.
El segundo mandamiento era una consecuencia natural del primero, pues prohibía cualquier forma de
idolatría por ser una afrenta directa a la gloria y la Persona de Jehová. ‘No debes hacerte una imagen
tallada ni una forma parecida a cosa alguna que esté en los cielos, sobre la tierra o en las aguas debajo
de la tierra, ni debes inclinarte ante ellas ni servirles.’ Esta prohibición se recalca con la declaración:
“Porque yo Jehová tu Dios soy un Dios que exige devoción exclusiva”. Éx.20:4-6
El tercer mandamiento se sigue de los anteriores: “No debes tomar el nombre de Jehová tu Dios de
manera indigna”. Éx-20:7 Por esta razón las Escrituras Hebreas conceden al nombre de Jehová una gran
importancia (aparece 6.979 veces su Nombre) Solo en estos pocos versículos de las Diez Palabras ( Éx
20:2-17) el nombre de Jehová aparece ocho veces. La frase “no debes tomar” conlleva la idea de “no
pronunciar” o “no llevar”. Tomar el nombre de Dios de “manera indigna” significaría pronunciarlo con
falsedad o llevarlo “en vano”. Los israelitas que tenían el privilegio de llevar el nombre de Dios como sus
testigos y que se hicieron apóstatas estaban de hecho tomando y llevando el nombre de Jehová de
manera indigna. (Isa 43:10; Eze 36:20, 21.)
El cuarto mandamiento decía: “Acordándote del día del sábado para tenerlo sagrado, seis días has de
prestar servicio y tienes que hacer todo tu trabajo. Pero el séptimo día es un sábado a Jehová tu Dios.
No debes hacer ningún trabajo, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu animal
doméstico, ni tu residente forastero que está dentro de tus puertas”. Éx.20:8-10 Al considerar este día
como algo santo a Jehová, todos, hasta los esclavos y los animales domésticos, se beneficiarían de un
descanso refrescante. El día del sábado también daba la oportunidad de concentrarse en asuntos
espirituales sin distracción.
El quinto mandamiento “Honra a tu padre y a tu madre” se puede considerar como un eslabón que
enlaza los cuatro primeros, que definían las responsabilidades del hombre para con Dios, con los
restantes mandamientos, que establecían las obligaciones del hombre para con sus semejantes. Ya que
los padres actúan como representantes de Dios, guardando el quinto mandamiento, los hijos honraban
y obedecían tanto al Creador como a las personas a quienes Él había conferido la autoridad. Este
mandamiento era el único de los diez con promesa: “Para que resulten largos tus días sobre el suelo que
Jehová tu Dios te da”. Éx.20:12; Dt 5:16; Ef 6:2, 3.)
El enunciado de los siguientes mandamientos del código era muy conciso.
El sexto: “No debes asesinar”
El séptimo: “No debes cometer adulterio”, y el
El octavo: “No debes hurtar”. Éx.20:13-15 Este es el orden de estas leyes en el texto masorético, de
mayor a menor según el daño causado al prójimo. Sin embargo, en algunos manuscritos griegos (Códice
Alejandrino, Códice Ambrosiano) el orden es: ‘asesinato, robo, adulterio’. Filón (El Decálogo, XII, 51)
dice: ‘adulterio, asesinato y robo’, mientras que en el Códice Vaticano la secuencia es: ‘adulterio, robo,
asesinato’. Pasando entonces de los hechos a las palabras,
El noveno mandamiento dice: “No debes dar testimonio falsamente como testigo contra tu semejante”.
Éx.20:16
El décimo mandamiento Éx.20:17 se destacaba porque prohibía la codicia, es decir, un deseo impropio
por todo aquello que le perteneciese al prójimo, su casa, su esclava, su torro, su burra incluida su
esposa. Ningún legislador humano dio origen a tal ley, pues no habría manera humanamente posible de
hacerla cumplir. Por otra parte, mediante este décimo mandamiento Jehová hizo que toda persona
fuese responsable de forma directa ante Él, el único que ve y conoce todos los pensamientos secretos
del corazón. (1Sa 16:7; Pr 21:2; Jer 17:10.)
Otro orden de estas leyes. Esta manera de dividir las Diez Palabras registradas en Éxodo 20:2-17 es la
lógica y natural. Así también lo hace Josefo, historiador judío del siglo I a. E.C. (Antigüedades Judías,
libro III, cap. V, sec. 5), y el filósofo judío Filón, también del primer siglo (El Decálogo, XII, 51). Sin
embargo, otros, como Agustín, combinan la ley en contra de los dioses extranjeros y la que está en
contra de las imágenes (Éx 20:3-6; Dt 5:7-10) en un solo mandamiento, y luego, para que sigan
contándose diez, dividen Éxodo 20:17 (Dt 5:21) en dos, con lo que convierten en noveno mandamiento
el no codiciar la esposa del semejante y en décimo el no codiciar su casa, etc. Agustín intentó apoyar
esta división en la lista paralela del Decálogo registrada en Deuteronomio 5:6-21. En el versículo 21 se
utilizan dos diferentes palabras hebreas (“Tampoco debes desear. Tampoco debes, egoístamente,
desear con vehemencia”), mientras que en Éxodo 20:17 se utiliza el mismo verbo (desear) en ambas
frases.
Las Diez Palabras eran un código de leyes perfecto, ya que procedía de Dios. Cuando un hombre
“versado en la Ley” le preguntó a Jesucristo: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la
Ley?”, Jesús citó uno que en realidad resumió los cuatro, o posiblemente los cinco, primeros
mandamientos del Decálogo, diciendo: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con
toda tu alma y con toda tu mente”. A continuación, resumió el resto del Decálogo en el sucinto
mandato: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. Mt 22:35-40 Dt 6:5; Le 19:18.
Los cristianos no están bajo el Decálogo. Jesús nació bajo la Ley, la guardó a la
perfección y al final entregó su vida como rescate por la humanidad. Gál.4:4; 1Jn
2:2.) Además, por medio de su muerte en el madero de tormento, liberó a los que
estaban bajo la Ley (que incluía las Diez Palabras o los Diez Mandamientos),
“llegando a ser una maldición en lugar” de ellos. Su muerte fue lo que se
proporcionó para ‘borrar el documento manuscrito’, clavándolo al madero de
tormento. Gál.3:13; Col 2:13, 14.
No obstante, es importante que los cristianos analicen la Ley con sus Diez Palabras, pues en ella se da a
conocer el punto de vista de Dios sobre diferentes asuntos, y además era “una sombra de las buenas
cosas por venir”, de la realidad que pertenece al Cristo. Heb 10:1; Col 2:17; Gál 6:2. Los cristianos “no
están sin ley para con Dios, sino bajo ley para con Cristo”. 1Co 9:21. Pero esa ley no los condena como
pecadores, pues la bondad inmerecida de Dios por medio de Cristo hace posible el perdón de los errores
cometidos por debilidad carnal. Ro 3:23, 24.

JESUCRISTO, el Hijo de Jehová, dijo: “Yo amo al Padre” Juan 14:31. También declaró:
“El Padre le tiene cariño al Hijo” Juan 5:20. Esto no debería sorprendernos, pues
Jesús estuvo millones de años trabajando lado a lado con Jehová antes de venir a la
Tierra. Era su “obrero maestro” Prov. 8:30. Durante ese tiempo, aprendió
muchísimo sobre las cualidades de su Padre, y el amor que sentían el uno por el
otro creció cada vez más.
2
El amor es un sentimiento de profundo cariño. El salmista David cantó: “Te tendré
cariño, oh Jehová fuerza mía” Sal. 18:1. Nosotros deberíamos sentir lo mismo por
Jehová, pues él nos tiene afecto. De hecho, si somos obedientes, él nos demostrará
su amor lea Deut.7:12, 13. Pero ¿cómo es posible amar a alguien a quien
no vemos? ¿Qué significa amar a Jehová? ¿Qué razones tenemos para hacerlo?
¿Cómo podemos demostrarle nuestro amor?

¿QUÉ SIGNIFICA AMAR A DIOS? - ATALAYA 15 JUN 2014

Cuando un fariseo le preguntó a Jesús cuál era el mayor mandamiento de la Ley, él


le contestó con toda claridad: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con toda tu mente’. Este es el más grande y el primer
mandamiento” (Mat. 22:34-38).

¿A qué se refirió Jesús cuando dijo que debemos amar a Dios con “todo
nuestro corazón”? Quiso decir que debemos amarlo con todo nuestro corazón
simbólico, que incluye nuestros deseos, emociones y sentimientos. También dijo
que tenemos que amarlo con “toda nuestra alma”, es decir, con nuestro entero
ser: lo que somos y lo que hacemos en la vida. Y por último, dijo que debemos
amarlo con “toda nuestra mente”, o sea, con nuestro intelecto y nuestros
pensamientos. En resumen, tenemos que amarlo con todo lo que somos y todo lo
que tenemos, sin reservas.

Si amamos a Dios con todo el corazón, alma y mente, estudiaremos su Palabra con
diligencia, haremos encantados lo que él nos pida y predicaremos con entusiasmo
las buenas nuevas del Reino (Mat. 24:14; Rom. 12:1, 2). El amor sincero a Jehová
nos acercará más y más a él (Sant. 4:8). Claro, sería imposible hacer una lista de
todas las razones por las que debemos amar a Dios, pero ¿por qué no analizamos
algunas de ellas?

Pero luego Jesús añadió que el segundo mandamiento más importante era
este: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” Mat. 22:34-39

En efecto, Jesús dijo que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.
Ahora bien, ¿quién es nuestro prójimo?
Cierto hombre le preguntó a Jesús: “¿Quién, verdaderamente, es mi prójimo?”.
En respuesta, Jesús le relató la parábola del buen samaritano y le enseñó lo que
significa amar al prójimo (lea Luc.10:29-37. Le contó que a un judío lo habían
atracado, golpeado y dejado medio muerto en el camino. Entonces pasó un
sacerdote, y luego, un levita. ¿Lo ayudaron, como se esperaría de ellos? No.
Cuando lo vieron, siguieron adelante. Fue un samaritano quien se detuvo a
ayudarlo. Algo sorprendente, pues en aquel tiempo los judíos y los samaritanos se
despreciaban Juan 4:9.

Para curar las heridas del judío maltrecho, el samaritano vertió en ellas aceite y
vino. Después lo llevó a una posada y le dio al dueño dos denarios el equivalente a
dos días de trabajo para los cuidados que el judío pudiera necesitar (Mat. 20:2).
Es fácil darse cuenta de que el samaritano fue quien se portó como un buen
prójimo. La parábola de Jesús nos enseña a demostrar amor y compasión
por todas las personas, sin importar su nacionalidad o cultura.
En estos “últimos días” es muy difícil encontrar personas compasivas; muchas son
crueles y violentas, y el prójimo les importa poco (2 Tim. 3:1-3). Prueba de ello es lo
que ocurrió cuando el huracán Sandy azotó la ciudad de Nueva York, a finales de
octubre de 2012. En una zona muy afectada de la ciudad, algunos desvalijaron las
casas de gente que ya estaba sufriendo la falta de electricidad, calefacción y otras
cosas necesarias. En cambio, en la misma zona, los testigos de Jehová organizaron
un programa para ayudarse entre ellos y también socorrer a otras personas. Los
cristianos actuamos así porque amamos al prójimo. Pero ¿de qué otras maneras
podemos demostrarle amor?

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