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El Guardabosques J. F. Gomez

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El Guardabosques

J. F. Gómez
Jesús Francisco Gómez Flores

El Guardabosques
Primera edición: Mayo, 2023

Correcciones: Ana María Morales Espinosa

Diseño de cubierta y maquetación de interiores: Karla Donlucas Pérez

ISBN: 9798393703721

Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial de


la obra por cualquier medio sin la autorización escrita del titular del
copyright.
Dedicado a mi familia, a Angélica, a Karla Donlucas por ayudar con el
diseño/maquetación, a Ana Mar por ayudar con la edición, a Andrés y a
Tony por ayudar a financiarlo, a Valeria, Carlos, Edmundo, Gaby y Ana
Mar por leer mi libro. Gracias por estar ahí para mí cuando nadie más
estuvo.
Índice

Prólogo. 5
CAPÍTULO PRIMERO.. 6
CAPÍTULO II. 13
CAPÍTULO III. 32
CAPÍTULO IV.. 57
CAPÍTULO V.. 67
CAPÍTULO VI. 77
CAPITULO VII. 86
CAPÍTULO VIII. 102
CAPÍTULO IX.. 112
CAPÍTULO X.. 119
CAPÍTULO XI. 139
CAPÍTULO XII. 146
CAPÍTULO XIII. 151
CAPÍTULO XV.. 159
CAPÍTULO XVI. 163
CAPÍTULO XVII. 167
CAPÍTULO XVIII 172
CAPÍTULO XIX.. 176
CAPÍTULO XX.. 183
CAPÍTULO XXI. 187
CAPÍTULO XXII. 196
Prólogo
Cómo sobrevivir a un mundo de cabeza y a tus propios problemas sin
morir en el intento
La primera vez que leí a J.F Gómez ahí por el ya lejano 2020 recién
vivíamos una época de terror y pánico colectivo ante las circunstancias
pandémicas de un virus que nos arrebató la vida de miles de millones de
personas, pero no solo eso, nos quitó a nosotros los colados de la vida la
esperanza de poder salir a la calle como personas normales sin una
mascarilla o sin el temor de que algo pudiera terminar en muerte. Los libros
han sido siempre fuente de imaginación, la forma en la que podemos viajar
sin salir de nuestra casa y lo curioso era que justamente a causa del virus no
podíamos salir de nuestras casas así que tocó buscar el consuelo en los
viajes literarios.

En otras de sus obras como Heroicos Rugidos o Los que no pudieron


crecer solos el autor explora no solamente el realismo mágico, la ficción, la
fantasía o el misterio, aborda también temas sociales que desde su primera
lectura te invitan a la autorreflexión y te convencen a querer saber más de
aquellas historias que salen fuera de lo común. En su nueva obra El
Guardabosques el escritor se plantea a sí mismo cómo sería una sociedad
en declive con situaciones utópicas, pero también muy reales, enmarca en
sus letras los poderes de la amistad, del trabajo en equipo e incluso del
amor.
Es esta su primera novela la que abarca una historia inspirada en las
luchas internas que tenemos todos en la vida cotidiana eso sí con mucha sal
y pimienta. J.F Gómez experimenta con los diferentes géneros literarios y
mezcla un par de ellos para darle vida a una historia de supervivencia y
valentía. Sus páginas se han caracterizado por la experiencia adquirida a lo
largo de muchos años de escritura y se nota que en El Guardabosques nos
entrega su yo más sincero haciéndonos vibrar con cada uno de los
personajes y las situaciones que tendrán que vivir y superar con mucho
sudor y lágrimas.

Qué honor formar parte de este grupo selecto de lectores que le da la


bienvenida a un nuevo escritor que seguro posicionará el nombre de los
jóvenes escritores promesa en México y el mundo. Gracias J.F Gómez por
tus historias, tu disciplina y tu amistad. Esta novela representa la
oportunidad para todos los que una vez soñamos con escribir y con editar.

ANA MAR MORALES en Puebla de los Ángeles a 10 de marzo del


año 2023.
CAPÍTULO PRIMERO

Entro al edificio donde se encuentra la oficina del decano, él ya me


esperaba. Ha citado a todos los de mi clase, debe ser algo importante.
Caminando por los pasillos, todos detienen lo que están haciendo para
mirarme. Los murmullos acompañan mi andar, solo los ignoro; he vivido
con ellos por muchos años. Todos los estudiantes siempre se impresionan
cuando ven a uno de nosotros fuera del bosque del campus. Subiendo las
escaleras de madera, las cuales intentaban conservar el estilo clásico de la
universidad, es cuando llego al piso de la oficina.

La secretaria me saluda con mucho entusiasmo y me pide que tome asiento.


Asiento con la cabeza y la obedezco, sentándome justo a un lado de la
puerta. Ella mira sus computadoras, aunque en ocasiones siento su mirada
en mi mejilla. La ignoro y solo me recargo en el respaldo de esa vieja silla.
El resto de mi rifle me impide recargarme de manera cómoda, lo tomo y
este en automático toma su forma. Una mira, un gatillo, una culata y un
cañón se forman de aquel rectángulo. La secretaria se asusta por el sonido
que genera el arma cuando se arma. — Disculpe. Digo, bajando el arma al
suelo. Ella solo sonríe de nervios y vuelve a lo suyo, mientras continúa
mirándome de reojo. La puerta se abre.

Me levanto en automático y veo quién estaba adentro: “Carlo Ahumada “.


— ¡Hola, chico! Me saluda con efusividad, cerrando la puerta detrás suyo.
Le regreso el saludo y ambos nos damos un cálido abrazo. — ¿Qué te
pasó? Pregunto al ver su nuevo brazo metálico. Él resopla y mira su brazo,
mientras mueve sus dedos. — Pasó hace un par de días. Unos bastardos
entraron por la sección norte. — Mierda. Murmuro y Carlo continúa. — Si,
debían ser unos veinte tipos, “Rosa” estaba conmigo. Ella fue la que me
sacó de ese lugar cuando me volaron el maldito brazo. Aprieto los labios.
— ¿Y qué tal? ¿Te pusiste un disparador de cohetes o alguna mierda de
esas? Pregunto, esperando que no lo hubiera hecho. — No, solo es un
brazo, no me quise poner tropical. Sonrío.

Ambos continuamos parados frente a la puerta del decano, sin que nos
importase nada más. — ¿Se llevaron muchos árboles? Pregunto, con miedo
de escuchar la respuesta. — Pocos, debieron ser unos siete. Suspiro, pero
lamento la pérdida de tanto. Lo sé, chico, pero, hay que agradecer que
logramos repelerlos, me dijeron los de la Torre que vieron tres camiones
estacionados afuera de la malla. Me impresiono, pues, eso no era muy
común. — Debieron pedir refuerzos. Comento, ya que eran demasiados
para un par de guardabosques. — Fueron los chicos que estaban en el
noroeste. — Yo está…— Se que vives ahí, pero ya habías hecho una
guardia de 48 horas, era justo dejarte descansar. Lo acepto, pensando en qué
tal vez hubiera podido hacer algo.

— En fin, chico, cuando termines con el decano reúnete con nosotros en el


“Guitón de oro”, para celebrar. Me extraño, pues, ese lugar era solo para
mejorados y nunca antes había ido. — No sé si pueda pasar. Digo con
sarcasmo, ya que los guardabosques teníamos permiso de entrar a donde
nosotros quisiéramos. Carlo sonríe. — Ahí te espero y ni se te ocurra ir a
otro lado, “Keean” acaba de mejorarse los oídos, así que sabremos
exactamente a dónde vas. Levanto las cejas y acepto la invitación, aún sin
saber qué celebrábamos. Pero, antes de poder preguntar, la secretaria habla,
con voz temblorosa. — ¿Disculpen? El decano “Murray” lo espera. Carlo y
yo miramos a la secretaria. — Dígale que ya voy. Respondo, regresando mi
mirada a Carlo. — Ya entra, no hagas esperar al viejo. Sonrío. — Claro,
como si no tuviéramos estas mismas citas una vez cada quince días y esta
fuera súper importante. Carlos solo se encoge de hombros y se despide,
saliendo por la puerta.

Tomo mi rifle del suelo, lo coloco, nuevamente, en mi espalda y entro a la


oficina, sintiendo como mi rifle vuelve a tomar esa forma rectangular.
Pasando la puerta de roble, el decano me recibe con mucho entusiasmo. —
¡Allan! Por favor pasar. Dice, levantándose de su silla de piel. Camino por
el gran estudio, el cual está repleto de libros, plantas pequeñas y porta
retratos del decano con su familia. Tomo la silla y noto la pequeña maceta
que se encuentra en su escritorio; esta tiene una suculenta. — Está planta es
nueva. Comento, mirando sus infladas hojas. — Si, los chicos de agronomía
me la regalaron. Sonrío y me recargo en la silla, esperando la gran sorpresa.

Pero, para mi sorpresa, el decano no me habla sobre el por qué me trajo


aquí, él comienza a preguntarme cuánto tiempo llevaba haciendo esto. —
¿De ser guardabosques? Probablemente unos cuatro años, fui de los
primeros en entrar. — Y de los últimos en no tener mejoras. Sonrío y solo
asiento. ¿Por qué? Pregunta, mirándome fijamente. Me tomo unos segundos
para responder, no por el hecho de pensar mi respuesta, esta llevaba años
muy clara, sino por el hecho de que el decano tenía un hígado metálico y su
pierna izquierda también era robótica, así que no buscaba ofender. — Creo
que solo me gusta sufrir. Respondo y el decano ríe. — Sin duda que te
gusta, ¿Recuerdas la noche del 28 de febrero? — ¿Cómo olvidar esa
mierda, señor? Respondo, mientras en mi cabeza escucho los disparos y
gritos de esa noche.

— Tiene ya bastante tiempo de eso, fue la noche que tuvimos que cerrar el
campus y cada uno de los guardabosques, en servicio o descanso tuvimos
que salir ese día, porque un convoy de más de cincuenta camiones venía a
talar el bosque. Repito, de manera automática, con los ojos mirando a la
nada, mientras en mi cabeza recuerdo cada pequeño detalle de ese día, que
pareció durar tres. — Si, es uno de los problemas que acarrea el tener el
último gran bosque del planeta. Responde el decano, con un tono de voz
algo cansado. — Puede ser, pero, si no fuéramos el último bosque, la
universidad no tendría el prestigio que hoy por hoy tiene y el gobierno no
hubiera creado este trabajo. Digo, apuntando mis manos hacia mí mismo.

Debido a que ahora la madera era el objeto más codiciado y caro del
planeta, gracias a la escasez de la misma, los gobiernos habían creado
pequeñas zonas donde se intentaba conservar la naturaleza lo más posible,
pero, ya que la avaricia de las empresas no conocía límites, estas seguían
talando cada árbol, sin preocuparse por nada más que por el dinero. Al ver
que las reservas comenzaron a fallar se les dio a los guardabosques
entrenamiento y permiso para asesinar a cualquier persona que intentara
entrar por la fuerza a los bosques. — Cada una de las reservas en escuelas y
parques nacionales cayeron, a excepción de esta.
Me quedo observando hacia el decano, desviando la mirada por algunos
instantes hacia la ventana, viendo las hojas de los árboles moviéndose,
acompañada de un cielo amarillo, sin nubes. — Hablando de los problemas
que acarrea el tener un bosque. Añade el decano, con un tono bastante
suave. Mi mirada vuelve a la oficina. ¿Té enteraste de lo que sucedió con
“Heidi Mcguire”? Mi cabeza asiente en automático. La chica había sido
víctima de un asesinato, por parte de los taladores. — Si, escuché que
estuvo en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Respondo,
recordando la fogata que había visto desde mi casa sobre el árbol. — Si,
ella y sus amigos quisieron disfrutar del bosque del campus, acampar y
divertirse, pero…— Llegaron unos imbéciles a matar árboles, la chica se
entrometió y recibió un disparo en la cabeza. — ¿Cómo lo… — Yo estuve
ahí y de no haberlo hecho pudieron haber muerto todos los estudiantes, solo
maté a cinco, el resto huyó Vuelvo a interrumpir, recordando a los hombres
y el cómo apenas habían comenzado a talar.

— En verdad agradezco lo que has hecho por esta institución y por sus
bosques. Comenta el decano, yo solo sonrío, de manera fugaz y él vuelve a
hablar. En verdad se ve que te importan mucho, pero, esto ya se nos salió de
las manos. Me extraño y presto atención, ya que esto no parecía ser la
clásica plática donde solo informábamos de las muertes. Tengo a toda la
mesa directiva en mi maldito cuello, a la comunidad de padres enojados,
pues, creen que no podemos protegerlos, a los estudiantes asustados y
pidiendo justicia por su compañera y a la empresa “Wood International”
ofreciéndome una millonada por cortar los árboles. Añade el decano, con un
tono muy frustrado.
La oficina vuelve a estar en silencio, ya que, no había mucho margen de
maniobra. — En verdad, señor, le pido una disculpa, tal vez si hubiera
llegado antes…— ¿Qué? Pregunta el decano, muy confundido. Antes de
que yo pueda volver a disculparme, por todo lo que mi falta de velocidad
había generado, el decano vuelve a hablar. No tengo nada que perdonar o
mucho menos reclamar, eres probablemente el mejor guardabosques que
tengo. El decano se toma un respiro y continúa. Nadie mata como tú, ni
mantiene tan bien cuidada su zona, pero, esto era algo inevitable. Asiento,
consciente de que recibimos más de cinco ataques diarios.

Aunque yo sabía qué era lo que podía pasar, esperaba que el decano, que
también era un amante de la naturaleza, no tomara esa decisión. — ¿Y qué
hará? Pregunto, con un hilo de voz, mirando nuevamente hacia la ventana,
escuchando el viento y el cantar de los pájaros. El decano se toma un
momento. Parece que la decisión también le duele. — Después de pensarlo
mucho, he decidido quemar todo el bosque. Responde, con la voz
temblorosa. Resoplo. Mis manos sudan, de manera copiosa, y mi pecho
tiene un pequeño cosquilleo.

Balbuceo por unos segundos, pero no logro sacar ninguna palabra. — No


puede. Suelto, casi como un murmullo. Al decir esto, siento como si toda
mi vida no hubiera importado para nada; cada árbol que salve, cada persona
que mate, no importo para un carajo, todo solo sirvió para prolongar el
sufrimiento de esta roca. — Pero no se sienta mal, no es como que vayamos
a dejarlos en la calle. Comenta el decano, intentando darme confort.
Ustedes seguirán recibiendo su pago, de manera mensual, pero ya no
tendrán que trabajar. — ¿Por qué? Pregunto, llevándome las manos a la
cabeza. — Porque lo que hicieron, al menos a mí, sí importó. Cada hombre
que dio su vida por proteger este lugar o que estuvo dispuesto a mejorar su
cuerpo, es digno de admirarse y recompensarse. Dice el decano,
levantándose de su silla.

El decano camina por la oficina y se planta junto a mí, posando su mano


sobre mi hombro. Volteo el rostro. — No hay otra manera. Comenta. Y
prefiero quemarlo a dárselo a los bastardos que pusieron al planeta en jaque.
Completa. — Pero, ¿la calidad del aire? Pregunto, consciente de la
contaminación que había en el mundo y que este lugar era un oasis para los
que vivíamos aquí. — Supongo que tendremos que usar las máscaras más
tiempo. Responde el decano, ya que, algunas noches, debíamos dormir con
máscaras de oxígeno.

Mi mente continúa pensando en las muertes, en el sufrimiento y las horas


de entrenamiento que dedicamos por esta causa. — ¿Cuándo ocurrirá?
Pregunto, bastante derrotado. — Mañana en la tarde y ustedes podrán irse el
viernes en la mañana. — ¿A dónde? Pregunto, ya que, después de perder a
mis padres en “Tony Island” esa noche, lo único que había conocido eran
orfanatos o escuelas militares. Nunca me había preocupado por descansar.
— ¡A donde tú quieras! Eres un joven de veinticinco años, que recibirá un
excelente pago, sin trabajar. Puedes recorrer el mundo, comprar una casa o
hacer lo que te plazca, tienes toda la vida por delante. — ¿En verdad la
tengo? Pregunto al aire, consciente de las implicaciones que tenía el quemar
el último gran bosque del mundo. El decano resopla, pero también
comprende mi punto.
El perder esto, este propósito, que había sido mi todo, me hacía sentirme
vacío. — Por favor, no lo haga, piense…— Lo lamento, Allan, créeme que
a mí también me duele, pero la opción es quemar el bosque o cerrar la
universidad. — Debería cerrarla. Pienso, pues, un grupo de “genios”, para
mí, valían mucho menos que el último vestigio de naturaleza en el mundo.
— En verdad no es fácil para mí, pero, ya esto fue demasiado. Asiento,
mientras mis manos sudan y mi respiración se acelera, consciente de que no
había más que hacer. En verdad agradezco todo lo que hiciste. Añade el
decano. Sonrío y me levanto de mi asiento, estrechando su mano.

Sosteniéndole la mano, solo aprieto los labios y me trago mi frustración,


pues, sé que el decano solo es un peón de algo mucho más grande que
nosotros y que ni todo el amor por las plantas, ni todas las balas podían
evitar esto. La caída de las plantas era inminente y este trabajo, está vida y
esta universidad solo eran muestras de un pensamiento obsoleto. Vestigios
de una era pasada que apenas y recuerdo, pero que sin duda atesoro.
Nuestras manos se separan. Mi cabeza cae y solo camino a la puerta. A mi
espalda, escucho al decano abrir la boca, como si quisiera decir algo más,
como un intento de consuelo, mas no lo hace, pues, sabe que el resto de los
beneficios que le dio al resto de los guardabosques no funcionan conmigo:
una jubilación temprana, vacaciones todo el año y dinero, para mí no
significaba nada, si el costo era este. — Pero estoy seguro que para el resto
esto era un sueño hecho realidad. Pienso atravesando la puerta.

La secretaria se despide de mí con amabilidad, la ignoro. Mi cabeza


coquetea con todo tipo de ideas. Matar al decano y que nunca se de la
orden, organizar una revolución con el resto de los guardabosques y
defender ese bosque o simplemente dar un último paseo en el mismo.
Despedirme de aquellos árboles, que fueron mi mayor y única preocupación
por más de cuatro años. Los pasillos del edificio continúan hasta que yo
salgo del lugar, sin siquiera notarlo.

Frente al edificio del decano, me detengo por un segundo y solo respiro,


pues, después de muchos años ahora no tenía que correr a ningún sitio. No
debía ir al gimnasio a entrenar, o ir al campo de tiro a practicar o a realizar
guardias de veinticuatro horas por veinticuatro horas. Hoy era libre de hacer
lo que quisiera. El problema es que no sabía qué hacer. Toda mi vida la
había dedicado a esta única causa y el ya no tenerla, me hacía sentirme sin
rumbo.

Continúo estático, la gente me rodea como el agua del río rodea a una
piedra. Todos me observan, pero mi mirada se encuentra fija en el
amarillento cielo, como si en este lograra encontrar alguna respuesta
secreta. Como si sus partículas de polvo y “smog” tuvieran el secreto de la
vida, mas no era así. Consciente de que no tenía nada que hacer y que el
estar solo en mi casa, tal vez, me haría sentir peor, decidí aceptar la
invitación de Carlo e ir al Guitón de Oro. — Es mejor que estar parado.
Murmuro. Y un chico con una computadora craneal me volteó a ver, como
si hubiera escuchado mi susurro.

El atardecer estaba cerca, dispuesto a encontrarme con Carlo, emprendo el


camino hacia la zona en donde estaban los bares del campus. Debido a que
el tener un bosque era muy peligroso, a los alumnos, una vez comenzado el
curso, no se les permitía salir o entrar, ya que algún empleado de Wood
Internacional o cualquier otra empresa podría suplantar la identidad de
algún alumno e infiltrarse, pudiendo así captar nuestros movimientos,
rotaciones, entrenamiento, armamento y puntos débiles. Por lo que, el
decano había puesto todo tipo de lugares para que los alumnos no sintieran
la necesidad de salir del campus.

A medida que iba caminando por el campus, el brillo del Sol se hacía cada
vez más tenue, perdiéndose el resplandor del mismo entre las copas de los
árboles que rodeaban la universidad. Al ir perdiendo fuerza el Sol, las
farolas en el campus se encendieron y esta cambió completamente de
imagen. Mientras que, de día, la institución, por órdenes del decano, se
esforzaba por mantener las viejas costumbres y por mostrarse lo más clásica
posible, por las noches, las luces neón de los establecimientos y los grandes
hologramas que anunciaban las últimas ofertas convertían esto en
prácticamente una mini ciudad.

Con la noche ya sobre nosotros, logro pasar más desapercibido. Las miradas
de la gente ya no me siguen y ni los dedos me señalan. Pasando el último
edificio dedicado a impartir clases, llegué a la zona “comercial”. En este
lugar, podías encontrar de todo, desde restaurantes muy elegantes, hasta un
lugar donde pudieras hacerte un tatuaje. Aunque en su momento, el decano
fue fuertemente criticado por darles a los alumnos este tipo de lugares en un
ambiente, que se supone, es solo para el estudio, con el tiempo todos
aplaudieron esta arriesgada decisión; la mayoría de los poblados que no
eran ciudades, se habían convertido en tiraderos o en agujeros donde solo
vivía la peor mierda existente, que estaba dispuesta a todo por conseguir
unos cuantos dólares. El tipo de gente que amaba Wood Internacional.

Al llegar a la zona soy bombardeado por toda clase de anuncios, ofertas o


llamados. Muñecas de “trabajo” me ofrecían sus servicios. Pantallas que
mostraban los nuevos gadgets se desplegaban frente a mi o grandes
hologramas me hablaban directamente. Simplemente lo ignoro; nada de lo
que aquí se ofrecía lograba interesarme y mucho menos ahora que lo que
realmente me atraía, en menos de veinticuatro horas, iba a ser reducido a
cenizas, por lo que, mi apatía por las piernas de cohete, las muñecas con
seis senos o la hora feliz en algún bar era mucho más grande que de
costumbre. Además, debido a que siempre estaba o en guardias o
entrenando, casi nunca frecuentaba esta zona, salvo para cuando quería
tener una buena cena y no comer algo que viniera de una bolsa militar
sellada al vacío.

Los negocios continúan pasando en el pabellón hasta que finalmente veo un


enorme holograma color dorado. Veo el tornillo gigante, dando vueltas por
los aires y cruzo la calle. Este bar era de los más concurridos del campus,
pero tenía una simple regla, no podía entrar nadie que no tuviera alguna
mejora física visible, por lo que, nunca había entrado y al ser este el lugar
predilecto de la mayoría de los guardabosques, casi nunca convivía con
ellos. Por el lado de los estudiantes, este lugar era su favorito por el simple
morbo de vernos de cerca, y que sin duda tener relaciones con un
guardabosques era algo que cualquier persona en el campus soñaba con
hacer.
CAPÍTULO II

A la puerta del bar, hay una pequeña fila de no más de diez personas. Todas
ellas usaban atuendos que dejaban en evidencia toda la hojalata que
llevaban encima. Podía ser desde un microchip en la cabeza, o tener el
cuerpo completamente metálico, solo dejando la cara como último vestigio
de lo que alguna vez pudiste llamar “tu”. Los chicos que esperan a entrar, se
golpean entre ellos al verme. Lo ignoro y entro directamente. Ya en el lugar,
una chica, con cabello metálico y una mano robótica me recibe, extrañada
de ver a alguien como yo en este lugar, mas no dice nada, pues, los
guardabosques teníamos permitido entrar a cualquier lugar del campus, ya
fueran, dormitorios, oficinas o laboratorios. — ¿Mesa para uno? Pregunta,
mirándome de arriba a abajo, para verificar que no tenía nada más que piel
y huesos. — Ya me esperan. Respondo, intentando mirar hacia dentro del
local.

La chica me permite el paso, mirándome con un poco de recelo. Doy un par


de pasos dentro del lugar y puedo percibir el momento justo en el que la
gente nota mi presencia. Las voces cesan y solo se escucha de fondo una
música tenue. Una mezcla entre rock y electrónica, muy característica de
esta generación. La mayoría de los ojos están sobre mí, cuando noto, en
medio del lugar, en una mesa bastante grande. a Carlo junto con otros tres
guardabosques. Ellos, continúan en lo suyo, sin prestarle atención a lo que
sea que pudiera haber captado la atención de algunos estudiantes. Camino
por el bar. Esquivando las mesas. Todos, al ver que camino con la intención
de quedarme, solo bajan la mirada, beben de su cerveza y continúan en su
mesa.

Camino un par de pasos más hasta que “Morgan Grau” nota mi presencia.
— Llegó “Homínido”. Logro captar entre el bullicio del bar. Morgan era un
guardabosque que había perdido los ojos por una granada de fragmentación.
La granada le despedazó los brazos y las piernas, además, las esquirlas
habían penetrado tanto que, incluso con mejoras, era imposible que él
volviera a ver, así que, el tipo solo se mejoró los tímpanos para poder “ver”,
solo escuchando. Así que ahora, el tipo tenía todo el cuerpo metálico, solo
dejando de “él” su rostro y cabellera. El resto de los guardabosques me
observan, muy extrañados y Carlo se levanta, volviendo a saludarme con
mucho entusiasmo. — ¡Qué bueno que si llegaste! Dice, tomándome de
ambos hombros. — ¿Cómo no hacerlo? Si sentía que cada paso que daba
estaba monitoreado. Respondo, mirando los lentes oscuros de Morgan y el
rostro de Keean, el cual, solo se había mejorado los oídos porque le parecía
genial lo que hacía Morgan. Ambos sonríen, de manera fugaz.

Carlo toma una silla de la mesa de junto. Me siento a su lado. — ¡Mesera!


Otra ronda. Grita al aire. El silencio se mantiene en la mesa por algunos
segundos, todos me observan; tal vez por el hecho de estar en este bar, por
el hecho de convivir con ellos o simplemente por lo que acababa de decirme
el decano. La mesera escucha a Carlo y él vuelve la mirada a la mesa.
Entonces, ¿Ya te dijo el decano? Solo aprieto los labios y asiento. — ¿Ves?
Te dije que no lo tomaría como nosotros. Comenta Rosa. Ella tenía todo el
torso robótico, al igual que ambos brazos. — ¿Cómo lo están tomando
ustedes? Pregunto, pues, que un bosque muriera no era cualquier cosa. Las
personas en la mesa sonríen. — Como una jubilación anticipada. Responde
Carlo, muy feliz.

— Yo lo sé, pero, ¿No les molesta ni un poco lo que va a pasar mañana?


Pregunto, al tiempo que la mesera regresa a la mesa con las cervezas. Todos
toman la suya y continúan con la plática. — Yo lo único que sé, es que
mañana, después de una guerra sin sentido, que duró más de cinco años, por
fin vamos a poder salir de este lugar. Responde Morgan, dándole un sorbo a
su cerveza. Lo imito. El gas y lo amargo de la cerveza provocan que haga
una mueca con el rostro. Rosa la nota. — ¿Hace cuánto que no bebes?
Pregunta, muy interesada. Medito la respuesta por algunos segundos y por
más que intento, no logro recordar la última vez que tomé alcohol. — Debió
ser antes de entrar al ejército, antes de cumplir los quince años. Respondo,
recordando la época del orfanato, en la que solo era rebelde por el gusto de
serlo. Rosa se impresiona y sonríe.

Rosa extiende su brazo robótico, con el tarro en la mano. — Salud. Dice al


aire. Tomo mi tarro y lo choco contra el suyo, volviendo a darle un sorbo.
Algunos segundos pasan en silencio, solo con la música y las pláticas,
indistintas, de fondo. — Entonces, nuestra pregunta es, ¿Tú cómo ves toda
esta mierda? Pregunta Keean, mirándome fijamente. Suspiro, sintiendo un
pequeño cosquilleo en el cuello. — Como si toda mi vida no hubiera tenido
sentido. Respondo con hilo de voz, que apenas y se distingue por todo el
bullicio que hay en el lugar. Todos en la mesa me observan. Siento que he
desperdiciado mi vida, por una causa, que todos veían como pérdida, a
excepción de mí. Siempre creí que esto podía cambiar, que podríamos
volver a los días en que los árboles no costaban más que los diamantes, en
donde había parques públicos por todas las ciudades y podías salir a la calle
sin una máscara de oxígeno. Añado, con un poco más de fuerza en la voz,
dejando en evidencia el desacuerdo que tenía con esta decisión.

Todos guardan silencio por algunos segundos, hasta que Carlo habla. —
¿Recuerdan esos días? Pregunta al aire. Los días en los que el calentamiento
global era solo un mito, los días en los que nuestro trabajo ni siquiera
existía. El rostro de Keean, Rosa, Morgan y Carlo cambia. Todos miran al
techo, mirando al pasado con nostalgia. Ellos, al ser mucho más grandes
que yo, tenían muchos más recuerdos sobre esos días. Al haber nacido en el
2010, había visto muy poco de la vida antes de que todo se fuera a la
mierda; por las guerras, por las bestias, por el capitalismo o simplemente
por la apatía de la gente. — Está puede ser una oportunidad de poder tener
un poco de esa vieja vida. Comenta Keean, esbozando una enorme sonrisa.

— Yo comprendo que toda esta situación está de la mierda y todos sabemos


que nos hemos dejado en cuerpo y alma protegiendo ese maldito bosque, al
punto, donde ninguno de nosotros se ha tomado un maldito día de
vacaciones desde hace años. Comenta, completamente harto de esta vida.
Amo al planeta, pero lo único que he visto de él en los últimos tres años ha
sido este maldito campus. Añade y Rosa le toma la mano, como muestra de
afecto. — ¿Qué te gustaría hacer? Pregunto, intentando ver las cosas desde
otra perspectiva. Keean me mira, extrañado, tomándose un segundo para
contestar, como si su respuesta fuera muy personal. Él suspira, mas no
responde y solo cambia el tema de manera brutal. — Entonces, ¿A qué
debemos el placer de tenerte aquí? Pregunta, ignorando completamente lo
último de la conversación. Lo dejo pasar y le sigo el juego, consciente de
que para él yo solo era un desconocido. — Cierto, chico, ni “Viggo” fue
capaz de hacerte venir aquí en el pasado. Sonrío, recordando a mi viejo
amigo. — Me di cuenta de que no tenía a donde ir. No debía correr a
entrenar por ocho horas, no debía correr a practicar con mi arma y tampoco
debía ir al bosque. Por primera vez estoy sin un propósito y creo que solo
vine a aquí a buscar respuestas o a ver las cosas de una forma diferente.
Respondo, sincerándome, con el objetivo de que todos bajen sus defensas.

Al escuchar mis comentarios, todos asienten la cabeza y beben un sorbo de


su cerveza. Los imito. Este trago ya es menos amargo y de inmediato
vuelvo a beber, sintiendo el gas en la garganta. — Ahora entiendo porque
nunca pude romper el récord de entrenamiento, Homínido entrenaba como
un demente. Comenta Morgan al aire, soltando un par de risas en el medio.
Todos en la mesa intercambian miradas. Vuelvo a extrañarme por ese
apodo. — ¿” Homínido”? Pregunto, intentando comprender de dónde
venía. Morgan hace una mueca con el rostro, como si fuera una manera
secreta de referirse a mí. La mesa vuelve a estar en silencio. Todos se
refugian detrás de sus tarros. ¿Y bien? Pregunto al aire, mirando a todos. —
No es nada, chico, solo es un pequeño apodo que tenemos. Interviene Carlo,
intentando quitarle tensión a la mesa.

Carlo nota que sigo firme en querer saber y continúa. — Te pusimos este
apodo porque eres el último de los veteranos en no tener una sola mejora
física. Sonrío al escuchar la razón. En la mesa, al ver que no me he
enfadado, imitan mi sonrisa. — ¿Entonces soy como un hombre de las
cavernas para ustedes? Pregunto, soltando una risa tímida. — De alguna
forma, pero, todo esto es un cumplido. Menciona Rosa. La miro y ella sigue
hablando. Eres un vestigio de una era que ya no existe; la manera en la que
entrenas, combates y te mueves, recuerda mucho a esos vigilantes de
antaño. Tipos como “Foolhardy”, “Kinect” o “El Fantasma del Desierto”.
Me sorprendo y sonrío al escuchar esos nombres. Tipos que no necesitaban
nada más que sus músculos y su convicción y nosotros creemos que tú eres
así; una reliquia de una era pasada, que, en otra época, hubieras sido un
Dios. — Cierto, además, de que todos sabemos que tú eres muy fanático de
esos tipos. Comenta Carlo. Asiento, recordando los artículos y afiches que
tenía en casa sobre ellos.

— Pero, tú debías ser muy joven cuando ellos estaban activos, ¿Cierto?
Pregunta Morgan. Asiento y vuelvo a darle un sorbo a mi tarro. — En la
época dorada, que fue en el 2018, yo tenía apenas ocho años. Carlos y
Morgan suspiran, ya que ellos me llevaban más de diez años. — Hasta
donde recuerdo, tu vivías en Tony Island, ¿No? ¿Frente al puente de “Hell’s
Bay”? Dice Carlo. — Si, yo vi todo: vi el auge de los vigilantes, vi su caída,
vi la guerra contra el narcotráfico y vi el momento en el que llegó esa cosa.
Respondo, sintiendo como si el piso temblara de manera momentánea. Los
oídos me retumban, al tiempo que tomo el tarro y de reojo observo las
botellas y el resto del lugar. Solo confirmando que los temblores
momentáneos estaban en mi cabeza. Aunque eso no los hacía menos reales.

Dándole un trago más prolongado a mi cerveza, lentamente puedo sentir


que los temblores se disipan. — Entonces, ¿Cómo fue esa noche? Pregunta
Rosa, un tanto interesada. He escuchado que fue algo aterrador. Me tomo un
segundo para responder, bloqueando la imagen de esa cosa en mi cabeza. —
Solo diré, que tuvieron suerte de no estar en Tony esa noche. Respondo,
intentando no entrar en detalles, detalles que solo los más cercanos a mi
conocían. — Como Carlo. Digo en mi cabeza. — Pero, ¿Era grande? Insiste
Rosa. El monstruo lentamente vuelve a mi cabeza. Carlo me observa, sabe
qué está pasando. — Era enorme y…— Después de eso, fue cuando te
uniste al ejército, ¿Cierto? Carlo pregunta algo que él ya conocía, solo con
el fin de no entrar en detalles de aquella noche. Lo observo, suelto una
sonrisa fugaz y niego con la cabeza. — No, después de la nuclear que cayó
sobre aquella bestia, mandando a la ciudad al carajo, yo deambule entre
orfanatos hasta los quince años, que fue cuando llegaron militares a
reclutarnos. Respondo, mirando las botellas de reojo.

Todos me observan por algunos segundos. — ¿Fue difícil? Pregunta


Keean. Niego con la cabeza, mintiendo. — El alcohol lo compensaba
mucho. Respondo, con un tono hilarante. Pero fue cuando entré al ejército
que dejé el alcohol y la rebeldía y me enfoque en ser el mejor soldado que
pudiera ser. — Tu tuviste suerte de estar en un campamento cuando ocurrió
todo. Comenta Carlo, refiriéndose a los hechos posteriores a la llegada del
monstruo. — ¿Primero fue la Guerra entre Mejorados o fue antes la
Generación del Hartazgo? Pregunto, pues, en ese entonces, yo era un joven
que prefería dormir en la calle a quedarme en ese orfanato a esperar a esos
supuestos padres que nunca llegaron. — La Generación terminó cuando la
Guerra entre Mejorados acabó. Responde. — Sí, ahí empezó una era de
esperanza. Comenta, Morgan orgulloso de pertenecer a ese grupo.

Con el fin de la Guerra entre Mejorados, la cual, había dejado al mundo sin
ningún tipo de protección. Completamente derrotado, sin nadie a quien
admirar o seguir. No por el hecho de que algún grupo hubiera perdido, sino
por el hecho de que la misma guerra, dejó al concepto de los vigilantes
como algo obsoleto. Esa guerra terminó cuando salieron al mercado los
primeros prototipos de prótesis metálicas, computadoras cerebrales y retinas
digitales. Ahora, al alcance de unos cuantos billetes, podrías correr más
rápido o pegar más fuerte que cualquiera de los vigilantes que buscaban
protegernos.

— ¿Cómo fue la vida en este lado del mundo? Pregunto, pues, en ese punto
yo ya estaba en el ejército, peleando en Sudamérica, robando los últimos
vestigios de naturaleza en el planeta, todo con el afán de llenarles los
bolsillos un poco más a los grandes líderes del mundo. Cuando me fui,
había dejado un mundo al borde del colapso y mientras las personas se
maravillaban con los últimos avances tecnológicos y con todo lo que estos
podían hacer, yo me maravillaba con los últimos vestigios de naturaleza: era
testigo de atardeceres hermosos, de selvas vírgenes que llegaban hasta
donde alcanzaba la vista y del cómo cada día era capaz de descubrir alguna
planta o animal nuevo. Así que cuando volví, cuando todo eso que me
maravillo ya no existía, volví a un mundo que sentí ajeno a mí. Un mundo
donde todos podían ser mejorados, si así lo deseaban, pero nadie era capaz
de poder ver una simple hoja caer de un árbol. Por lo que desde que regresé,
mi afán siempre fue reencontrarme con esa belleza que solo me pudieron
dar aquellas selvas, llenas de vida y verde.

Carlo, al ser el mayor de la mesa, responde. — Después de esa noche, en


donde se tiró la nuclear, el mundo lentamente comenzó a irse a la mierda.
Carlo se toma un respiro, mientras termino mi cerveza y tomo una nueva de
las que están en el centro. Él continúa. Tony Island era una de las ciudades
más importantes a nivel mundial, en prácticamente, todos los sentidos. El
perderla, llevó al país al borde de la quiebra y en un afán por salvarse,
comenzaron a implementar políticas económicas, en donde, cualquier
empresa grande que aún quedara en el país: fue condonada de impuestos,
recibieron contratos millonarios con todo el mundo y los dejaron hacer y
deshacer. — Me imagino que una de esas empresas fue Wood. Digo, pues,
nunca me había puesto a pensar en cómo es que habíamos llegado a este
punto.

Carlo asiente. — Wood comenzó por joder los bosques internacionales y


una vez que dejó cada país tercermundista, aún más en la mierda, se fue con
el resto de los países. — Pero las personas, al ver las inundaciones, las
sequías, los incendios y el calor, comenzaron a rebelarse. Comenta Rosa,
con el rostro desencajado. — Claro, había disturbios en las calles, además la
Guerra entre Mejorados no ayudaba a calmar a las personas, pero Wood
Internacional tenía protección militar en ese entonces. Asiento, consciente
de que, en algún punto, por seguir órdenes, trabaje para el bando
equivocado. En ese entonces no tenían que recurrir a contratar mercenarios
o esas mierdas, solo debían pedir más soldados al Estado y listo, cualquier
imbécil que se opusiera a que se llevaran sus árboles, acabaría muerto.
Termina Carlo. Solo aprieto los labios, recordando cómo las grandes selvas
lentamente eran convertidas en simples trozos de madera y donde la
población local solo miraba impotente, como una fuerza extranjera entraba
a su país y los despojaba de los últimos recursos que estos tenían.
— Después de eso, creo que ya todos conocemos la historia. Completa
ahora Morgan, el cual, también me llevaba diez años de edad. La Guerra
entre Mejorados terminó, los países más “desarrollados” se dieron cuenta de
que los billetes no servían más que para ahogarse en toda la contaminación
que ellos habían generado y antagonizaron a Wood. — Pero esa cosa ya
tiene más poder e influencias que la mayoría de los países. Comento,
recordando cómo nadie podía hacernos frente. — Justo, así que, solo los
países que podían hacerlo, se aliaron y cuidaron los últimos grandes
bosques que tenían, olvidándose de aquellos que ya no podían defenderse.
— Pero lentamente fueron perdiéndolos. Todos asienten. Todo gracias a las
“mejoras”. Añado y todos me miran con extrañeza.

Las miradas se sostienen por un segundo. — Si tienes idea dónde estás,


¿Cierto, chico? Pregunta, Carlo, con una sonrisa en el rostro. Sonrío,
consciente de que estaba en un lugar para los metálicos. — Si, solo que,
seamos honestos, desde que se fueron los vigilantes de antaño, y
quitándonos a nosotros y a las fuerzas armadas, ¿A quién más conocen que
arriesgue la vida solo porque es lo justo? Todos en la mesa me miran. Nadie
responde, todos conocen la respuesta. Ahora bien, díganme cuánta gente
hemos conocido que cometa crímenes utilizando estas “herramientas”.
Mínimo esta semana, yo conocí a quince. Respondo, dando una cuenta
rápida de todas las personas que había asesinado en estos días.

— En un mundo donde todos podían ser lo que quisieran, la mayoría de


ellos eligió ser un criminal. Un genocida al que no le importó el planeta y
solo le importó meterse un par de billetes más al bolsillo. Digo, con un tono
de voz bastante alto. — No puedes culparlos, por sobrevivir, todos somos
capaces de todo. Responde Rosa. ¡Mírame a mí! Durante años me negué a
ponerme estas cosas, pero no fue hasta la Noche de la Hojalata, en donde
realmente estaba entre la vida y la muerte, que decidí vivir. Dice, Rosa, con
los ojos humedecidos. Ahora ellos, que se juegan la vida todos los días, el
tener asegurado el pan por una noche, es una maldita bendición. Añade,
pues, las cosas fuera de este lugar, eran una mierda, de la cual, sólo
habíamos escuchado rumores. Rumores que ninguno de nosotros se había
atrevido a comprobar.

Personas despedazándose unos a los otros, ahogándose entre la basura y la


injusticia, viendo como un foco de esperanza el deformar su cuerpo hasta el
punto donde ya, prácticamente, no son ellos mismos, solo para que aquí,
nosotros, matemos todas sus ilusiones, esperanzas y sueños, porque
debemos cumplir órdenes. Suspiro y todos a mi alrededor lo notan, como si
un reflector me apuntara directamente a mí y cada acción que hacía, se
viera magnificada por el mismo. Yo sé el porqué de todo esto, así que solo
comienzo a hablar. — ¿Estamos seguros de que esta es la decisión
correcta? ¿De que en verdad estamos en el lado correcto de la historia?
Pregunto al aire. Carlo asiente, en señal de aprobación, consciente de lo que
yo había hecho en el pasado.

— Son nuestras órdenes, debemos acatarlas. Responde Morgan, con un


tono sereno. — No tienen idea de lo que yo llegue a hacer, solo porque
estaba cumpliendo órdenes. Respondo, con un hilo de voz. El que esto sea
una orden del decano, no quiere decir que sea la decisión correcta. Añado.
— Es la decisión correcta para la universidad. Responde Carlo. — Si, pero,
¿Es la decisión correcta para el planeta? Todos en la mesa ríen un poco,
como si ellos tuvieran información que yo desconocía. — El planeta ya se
fue al carajo, qué más impor…— ¡Justamente es eso! Digo, con efusividad.
La mayoría de ojos en el lugar me observan. Bajo la voz y continúo. En mi
opinión, simplemente parece que las personas que realmente controlan el
mundo, solo se rindieron con el planeta. No intentan salvarlo ni volver a los
días donde podías disfrutar de las puestas de Sol y bailar bajo la lluvia, no,
ellos nos están dejando morir aquí abajo. Me tomo un respiro. Nos dejan
aquí, para ahogarnos con la mierda que ellos mismos provocaron. Añado.
Volviendo a beber de mi cerveza.

La mesa se mantiene en silencio por algunos segundos, solo dejando de


fondo la música. — Entonces, ¿Cuál es tu opción? Pregunta Rosa,
entendiendo mi punto. ¿Quieres que nos revelemos? ¿Que luchemos por el
bosque y salvemos el planeta? Pregunta, con un tono bastante tierno. —
¡Si! Grito en mi cabeza. — No lo sé, pero solo pareciera que a nadie más le
importa todo lo que hemos hecho. Respondo, con un tono un tanto molesto.
Rosa sonríe y me mira fijamente. — A todos en esta mesa nos importa,
pero, creo que solamente ya estamos cansados. Responde, entrecortando la
voz y bajando la mirada, mirando su tarro.

Observo a Rosa. Sus ojos siguen humedecidos. Ella mira al techo y aprieta
los labios, en un intento por no romperse. No lo logra. — ¿Sabes de qué
estoy harta? Todos la miramos expectantes. Estoy harta de no conocer mi
propia casa. Dice, con la voz temblorosa. Estoy harta de haber comprado
una casa hace un par de años y nunca haber puesto un pie en ella. Estoy
harta de verla en fotografías y hologramas, como si solo fuera una ilusión.
Ella se toma un respiro, moviendo su mano metálica. En este punto de mi
vida, después de todo esto, ya solo quiero disfrutar de mi pareja y descansar
en el jardín junto a mis perritos, los cuales, estoy segura que ya ni siquiera
me recuerdan. Completa. Tomo su “mano”. Está fría y aún poco aceitosa.
Ella apenas y muestra una sonrisa. Un par de lágrimas recorren la comisura
de sus mejillas.

Ella me mira a los ojos, como si me pidiera perdón. — Amo a ese bosque y
estoy segura de que esta es una mala decisión, pero ya no hay más, el
dejarlo vivo, solo alargará más está agonía. Asiento. — ¡Incluso algunos
podríamos morir si seguimos con esto! Añade Keean. — Tiene razón,
chico, no todos podemos ser tan buenos como tú. Dice Carlo, tomándome
del hombro con fuerza. Yo solo sonrío. — ¿Entonces qué nos queda?
Pregunto, sin tener la más remota idea de que seguía después de todo esto.
— Queda disfrutar la vida, hombre. Tienes veinticinco años, tienes toda una
vida por delante para hacer lo que te plazca. Responde Carlo. Vas a tener:
dinero, tiempo libre, juventud y belleza. Dice Carlo, enumerando los
“beneficios” de mi nueva vida. — ¿Y vale la pena perder el planeta por
ello? Pregunto en mi cabeza, mientras en la realidad solo me trago esa
pregunta con cerveza.

— Esto es en serio, Homínido, no sabes cuanto desearía tener todas las


posibilidades que hoy por hoy tienes. Comenta Morgan. Lo miro fijamente
a sus lentes. No digo nada. En este punto de mi vida, ciego, con el cuerpo
completamente convertido en una máquina de matar, lo único que deseo
sería poder sentir el pasto con mis pies descalzos o alzar la cabeza y mirar
las estrellas una última vez. Resoplo, de manera instintiva, pues, todo esto
solo parecía ser una idealización de las cosas. Morgan me mira muy
extrañado. Yo me disculpo; no busco malentendidos en mi último día de
trabajo.

— Yo sé que tengo un mundo de posibilidades allá afuera, pero hay que ver
las cosas con algo más de perspectiva. Hablo, acto seguido, le doy un trago
a mi cerveza. Carlo me pone una cerveza nueva cuando aún no he
terminado la mía. Él me sonríe y pide más a la mesera. Cuando esto caiga
mañana, ya no habrá más, el mundo se irá yendo a la mierda poco a poco, al
punto donde el calor será insoportable de día, donde todas nuestras
actividades serán hechas con una máscara encima. Todos me observan, con
evidente derrota en los ojos. Después de esto, ¿Qué nos va a quedar?
¿Bailar bajo la lluvia ácida? ¿Ver los atardeceres en medio de una tormenta
de arena? Pregunto, intentando que todos recapacitaran sobre esta decisión.
Si dejamos que esto pase, ya no nos quedará nada más que un par de años,
si tenemos suerte. Añado, recordando mis días en Sudamérica, viendo cómo
todo se fue al demonio muy rápido, por los desastres, la hambruna y el caos.

Los ojos de la mesa continúan sobre mí. — Debemos ser realistas. Comento
y todos asienten con la cabeza. El silencio se mantiene por algunos
segundos y yo me concentro en mi: en lo que había hecho en Sudamérica,
lo que pasaría conmigo, en dónde estaba en este momento y qué sentía de
todo esto. Al ver que nadie rompe el silencio y solo intercambian miradas
entre todos, dejando en evidencia el leve conflicto que tenían en su mente
sobre todo esto. Me levanto. La cantidad de cerveza ya ha cobrado factura.
Me dirijo al baño, un poco tambaleante.
Dándole un rápido vistazo al lugar, me dirijo a donde supongo que se
encuentran los baños. A un lado de la barra, antes de llegar a la cocina. Al
verme de pie, el bullicio dentro del lugar disminuye. Las miradas regresan a
mí. Las ignoro y me concentro en no golpear a nadie por error. Pasando
entre las mesas, logró llegar al baño. Un lugar muy reducido. Termino con
lo mío y lavo mis manos. A pesar de que la universidad contaba con
bastantes filtros para limpiar el agua que recolectábamos de la poca lluvia
que caía, la realidad es que está estaba tan contaminada que siempre salía
de un color amarillo claro. Muy parecido a la orina. Además, siempre tenía
pequeñas partículas que se te quedaban en las manos y provocaba una
sensación de tierra.

Me quito los residuos frotando mis manos en mi pantalón de cargo,


sintiendo como el olor a cloro invadía el pequeño baño. Una vez fuera,
emprendo mi camino de regreso. La mayoría de los ojos apuntaban a mi
dirección. Solo sonrío y camino, topándome de frente con un vestigio del
pasado. Reconociendo toda la hojalata falsa y esa mirada perdida, solo
continúo mi camino, sin pronunciar una palabra o siquiera mirarla por más
de un instante. Ella si me observa de manera prolongada. Muy confundida
mira a sus “amigos”. Ninguna de sus nuevas amistades dice nada. No me
conocen.

Sintiendo la mirada fija en mi nuca, yo me siento en mi silla. Carlo se


alegra de verme. Ya la tensión se ha ido de la mesa. Él me observa y a mi
espalda también la ve. — ¿No es ella… — Si. Lo interrumpo,
prácticamente, sin mover los labios. Keean y Morgan me observan. Ya
integrado en la mesa, suelto un suspiro y tomo mi cerveza, intentando no
voltear la mirada o pensar en esa hermosa época del pasado. — ¿Entonces?
¿Qué harás? Pregunta Rosa, con una mirada muy cálida, al tiempo, que, de
reojo, noto como “Dua” se sienta en la mesa de junto. Justo en la silla que
mira hacia nuestra mesa. Sonrío y balbuceó por unos instantes. — Supongo
que lo mismo que todos, esperar a que el mundo termine por matarme.
Respondo, mirando a la nada. Todos en la mesa sonríen.

La sonrisa de todos en la mesa se mantiene por unos segundos, hasta que


reconocen que no es mentira lo que digo. — El mundo término hace diez
años, solo que todos estábamos muy ocupados mirando los espejos negros.
Añado, mirando finalmente a Dua. Alguien en la mesa comenta algo sobre
lo que yo dije. Lo ignoro. Mi mente está fija en esa mujer. El verla hace que
mi corazón se acelere, mis manos suden y mis piernas tiemblen. Todo
mientras un nerviosismo y emoción recorren mi pecho. Con sus alargados
ojos, rodeados de hojalata falsa, ella me regresa la mirada.

Dua me observa fijamente, sin hacer el más mínimo gesto. Sonrío y eso
rompe la tensión. Ella me regresa la sonrisa y vuelve a su mesa. Los
metálicos a su alrededor no pueden percibir las falsas mejoras de Dua. Para
ellos, ella es una más. — No tienen idea de que solo los está usando por
información. Murmuro y Keean y Morgan, nuevamente, me observan. Mis
ojos se demoran un par de segundos más en regresar a mi mesa. Carlo lo
nota y solo ríe. Yo vuelvo, completamente perdido.

Me quedo en silencio, mirando a un punto fijo. El verla, después de medio


año, me ha regresado a todos los viejos momentos. Las caminatas por el
campus, las noches pasionales y los chistes tontos regresan a mi mente uno
a uno. Incluso vuelve el final de todo. La sensación de vacío, el coraje y el
desamor comienzan a invadirme, pero, poco antes de que esos sentimientos
comiencen a causar estragos, una alarma me regresa la realidad.

Grave, repetitiva y acompañada de una luz roja que alumbra la entrada del
lugar. Todos en el lugar intercambian miradas y se levantan de golpe. Sin
perder el tiempo, doy un salto y corro antes de que las puertas se cierren.
No lo logro. Un portón cae en la entrada y deja al bar completamente
aislado. — Una tormenta de arena. Decimos todos los guardabosques a
coro, los cuales estaban justo a mis espaldas. Miro a mi alrededor, haciendo
un especial énfasis en Dua. Los estudiantes muestran un rostro de
preocupación y miedo; incluso ellos saben lo que una tormenta de arena
significa. — Incluso en el último día estos bastardos van a atacar. Comento
y todos asienten, mirando fijamente a la puerta.

— ¿Quién está de guardia? Pregunto, consciente de que los hombres de


Wood no tardarían en llegar. Morgan ríe. — Dudó que haya alguien, chico.
Es nuestro último día en el campus, nadie lo va a gastar cumpliendo horas
extra. Solo aprieto los labios y miro la entrada. Completamente hermética y
sellada, controlada por un sistema de seguridad automatizado. — No hay
manera de salir de aquí hasta que termine la tormenta. Digo en mi cabeza,
dándole una pequeña patada a la puerta de acero, rodeado de decenas de
alumnos que no querían quedarse atrapados. El resto de los guardabosques
regresa a la mesa. La alarma cesa.
— Yo creí que tus compañeros estaban muy cansados de cuidar el bosque y
mira, se levantaron casi tan rápido como tú. Escucho una voz hilarante a mi
izquierda. La miro de reojo. No digo nada, intento escuchar la tormenta al
otro lado de la puerta, ella continúa hablando. Este lugar ha decaído
muchísimo, yo creí que solo era para mejorados. Añade al aire. Sonrío,
reconociendo la broma. — Justo, yo creí que solo era para verdaderos
mejorados. Digo, mirándola, ahora, de manera fija. Ella ríe y se sonroja.

Aunque Dua tenía razón. A pesar de todo el hartazgo que estos tipos
clamaban tener y de lo cansados que, supuestamente estaban, todos se
levantaron de golpe e intentaron salir, dispuestos a pelear en medio de una
tormenta. Continúo con la mirada fija en la entrada, hasta que comienzo a
escuchar las pequeñas partículas de arena golpeando contra el metal,
acompañadas por un fuerte silbido que incluso lograba ser perceptible a
través del grueso metal. Todo el bar ahora se encuentra en silencio, incluso
la música que había acompañado la noche fue cortada de golpe, por el
nerviosismo.

El silencio se mantiene hasta que Carlo lo corta. — Pues, estaremos aquí


otro par de horas, ¡Yo invito la siguiente ronda! Grita al aire y todos
intercambian miradas, con un rostro mucho más relajado. Dua me observa.
— ¿Quieres compartir esa cerveza conmigo? Me pregunta. Digo, después
de lo que dijo el decano hoy, debes tener mucho de qué hablar. Añade y yo
solo asiento, consciente de la influencia y conexiones que tenía su grupo. —
Pero en la barra. Comento, con la intención de tener una plática más íntima.
Ella acepta.
Ya en la barra, ambos recibimos la cerveza. La música vuelve y lentamente
la gente se resigna a pasar un par de horas más aquí de dentro. — Entonces,
¿Te enteraste? Pregunto, mirándola a los ojos. — Todos nos enteramos
sobre lo de Heidi Mcguire, la verdad era un poco obvio. Asiento. —
Pareciera que todos veían el fin de esto, menos yo. Ella asiente y mueve su
brazo, como si quisiera tocarme, pero, se hubiera arrepentido a medio
camino. — Lo lamentó, sé lo importante que era para ti el bosque.
Comenta, con mucha amabilidad. Sonrío, notando que tenía mucho tiempo
que ambos no cruzábamos palabra; a pesar del tiempo y la distancia, parecía
que entre ambos, no había pasado ni un segundo.

— ¿Y qué harás ahora? Pregunta, mirando su cerveza. Me tomo unos


segundos. — Podría preguntarte lo mismo, después de hoy, creo que
podemos suponer que los orgánicos perdimos. Ella hace un ademán con los
labios, como si quisiera callarme. Asiento, recordando los oídos de Morgan
y Keean. Ella continúa mirándome, esperando una respuesta. Aún no lo sé.
Respondo, con un hilo de voz. — Finalmente podrías tener una vida, una
novia a la que si le prestes atención. Comenta, soltando una mirada de
rencor. Sonrío. — Tú sabes que nuestra relación no terminó por eso.
Respondo. ¿O quieres que diga por qué fue? Pregunto, suponiendo que sus
amigos también tenían mejoras en los oídos. Ella pone el índice en sus
labios. — Tienes que admitir que el tiempo era un factor importante. Me
encojo de hombros. ¿O, tú crees que el tener citas a las tres de la mañana es
normal? Pregunta y sonrío, consciente de lo complicado que era cuadrar los
horarios de una alumna y un guardabosques.
Tomo mi cerveza. Ella lo nota. — ¡Vaya! Rompimos la racha de sobriedad.
— Era una noche especial. Respondo, intentando no mostrarle nada a una
persona que era capaz de leerme como un libro. — ¿Cuánto tenías sin
tomar? ¿Diez años? Pregunta, con la mirada fija en el techo, como si
intentara recordar. — Más menos. Respondo, tomando el tarro y dándole un
sorbo. Ella aprieta los labios. — Tómalo con calma. Asiento. — Solo busco
encontrar las respuestas sobre cuál será mi próximo movimiento. Comento,
mirando su ondulado cabello castaño. — Claro, porque el alcohol siempre
te dio la respuesta. Solo río de manera fugaz, recordando las razones por las
que bebía en el pasado. — Ahora es diferente. Murmuro, sintiendo
temblores momentáneos. Mi mirada se va a las botellas, intentando ver el
movimiento. Dua lo nota. — Se nota. Dice, con un tono de angustia.

Mis labios vuelven a tocar el tarro. Los temblores cesan. — ¿Cómo has
estado? Pregunto, intentando alejar la plática de los temas importantes. Ella
lo nota, pero me sigue. — Todo bien, este es mi último periodo. Asiento,
continúo mirando las botellas de reojo. Ella lo ve y finalmente se atreve a
tocarme. Ella toca mi mano, como muestra de afecto. La sostengo, su mano
está fría. No está aquí. Añade, mirándome fijamente. — Lo siento, creo
que…— Deberías hablar más del tema. Me interrumpe. — Ya lo he hecho,
muchas veces. Respondo, recordando las múltiples veces que le conté la
misma historia.

Ella continúa sujetando mi mano. Nuestras miradas se cruzan. Un


cosquilleo recorre mi espalda y mi pecho se siente ligero. Mirándonos solo
por un momento, yo me decido a romper el silencio, sea por el alcohol o
porque realmente así lo sentía, hablo. — Te he extrañado. Murmuro,
acercando mi cabeza a su rostro. Ella resopla. — Creí que después de cómo
terminó todo, tú no querrías saber nada de mí. Dice, intentando contener sus
emociones. — Al final del día lo hiciste, el que yo me fuera no cambió en
nada tu decisión. Dua asiente. — Hubiera sido más fácil teniéndote a mi
lado. Murmura, pegando su rostro al mío.

El momento se mantiene, nuestras manos ahora se entrelazan. El bullicio ya


es imperceptible para mí, solo importa esta barra y este instante. — ¿Cómo
va todo en ese frente? Pregunto, intentando no revelar nada. — Mejor que
el tuyo. Responde, alejando el rostro, no sin antes mirarme los labios.
Sonrío y también me alejo, dejando nuestras manos juntas. Le doy un sorbo
a mi cerveza, intentando mantenerme sereno. Las respuestas no están ahí,
“belleza”. Comenta, mirando fijamente mi tarro. Resoplo. — Lo sé, pero
tampoco están allá. Respondo, dirigiendo mi mirada a mi antigua mesa.
Dua los observa y sonríe al reconocer a Carlo; su sonrisa se mantiene por
un segundo hasta que nota el brazo metálico. Sus cejas se levantan y sus
labios se contraen. — ¿Hace cuánto pasó? Pregunta, un poco
decepcionada. — Hace un par de días, poco antes de lo de Heidi Mcguire.
Ella se limita a asentir con la cabeza. — Es una lástima. Murmura, dándole
un sorbo a su cerveza.

Su mirada regresa a la barra, pero ella se mantiene pensativa. Levanto mi


cerveza y se la acerco al rostro, intentando alejarla de los pensamientos que
estaba teniendo. Ella reacciona y me imita. Nuestros tarros chocan y ambos
damos un nuevo sorbo. Ella continúa en silencio. Piensa en todos los
momentos que pasamos los tres y lo buen elemento que Carlo era para la
causa. — ¿Cómo es que tú lo has logrado? Pregunta finalmente, volviendo
su mirada a mí. ¿Cómo es posible que continúes sin cables? Añade. Sonrío.
— Supongo que solo es suerte. Ella ríe. — Claro, porque el entrenamiento
de ocho horas es solo un pasatiempo. — No, pero Carlo también se mataba
en el gimnasio, solo tuvo mala suerte. Respondo, suspirando.

— La realidad, belleza, es que allá afuera, no importa cuánto entrenes, ni


qué tan habilidosos seas, ni mucho menos tu fuerza, tamaño o inteligencia.
Me tomo un respiro y continuó, arrastrando levemente las palabras. Allá
afuera solo importa qué tanto te aferras a la vida y qué estás dispuesto a
hacer por seguir viviendo. Carlo solo se enfrentó a un tipo dispuesto a hacer
más por sobrevivir. Comento, escuchando la tormenta de arena del otro lado
de la puerta. Dua sigue mi mirada. — ¿Crees que están ahí fuera? Pregunta,
con la voz un poco temblorosa. Niego y ella regresa el rostro a la barra. —
Aún no suena la alarma, pero estoy seguro de que ya vienen. Respondo,
apretando su mano. Ella me corresponde.

Sus labios esbozan una sonrisa. Su mirada continúa fija en mis labios. —
Me alegra verte. Comenta y yo suelto su mano, para ahora posarla sobre su
pierna izquierda. Dua se sonroja. — Solo el Apocalipsis fue capaz de
juntarnos. Comento, sintiendo una emoción en mi pecho que tenía mucho
tiempo sin experimentar. — Tal vez sea nuestra última noche con vida,
deberíamos aprovecharla de una mejor forma que estando encerrados en un
bar para cableados. — ¿Cuál sería un mejor plan? ¿” La ruta del café”? ¿El
cine a medianoche, después de mis guardias y tu estudio? Pregunto,
recordando nuestras viejas citas. Ella sonríe. — La verdad, cualquier lugar
tiene su encanto si… Ella se interrumpe a sí misma. No termina la frase.
— La realidad es que después de mañana, ningún lugar tendrá encanto.
Digo al aire, recordando lo despedazados que quedaron los poblados
sudamericanos. — Lo sé, ya todo se fue a la mierda, pero, aún podemos
hacer algo. Comenta y yo suspiro, mirando de reojo todo el lugar. Mi
cabeza niega; sé perfectamente a lo que se refiere. Vuelvo a tomar mi
cerveza. Esta se termina y pido otra de inmediato. Dua solo me observa,
consciente de que no busco hablar más de ese tema. Deberías consi…— Ya
hice más de lo humanamente posible por ese bosque, bosque que todos
veían muerto, salvo yo. La interrumpo, intentando dejar claro mi punto. Lo
que se podía hacer por salvar esto, se hizo cada maldito día por los últimos
cuatro años, ya nadie puede dar más. Añado y ella posa su mano en mi
hombro. — Tú sí. Comenta, recargando su cabeza en mi espalda y dándole
un pequeño beso.

Consciente de que Morgan o Keean podían estar escuchando, solo la tomo


del hombro y beso su cabeza. Ella se incorpora y bebe de su tarro, haciendo
una ligera mueca. — De verdad lamento como sucedió todo. Comenta,
entrecortando la voz y mirándome con ojos tristes. — No lo lamentes, tiene
ya bastante tiempo. Respondo, recordando que nuestra relación tenía más
de seis meses terminada. — Lo sé, pero no debió terminar así. Sólo niego.
— La persona que necesitaba escuchar eso, ya no existe. Digo al aire, sin
ningún tipo de dolor o remordimiento por todo lo que pasó. No hay ni un
malentendido entre los dos. Añado, intentando darle un poco de confort.
Ella sonríe.

Al saber que nuestra conversación podía ser escuchada, Dua y yo


simplemente comenzamos a hablar de banalidades. Cuestiones sin
importancia que hacen que el tiempo corra a prisa. Los minutos pasan entre
comentarios sarcásticos y nostalgia. — Tengo que ser honesta contigo,
odiaba esa cama en tu casa. Comenta Dua, riendo y contrayendo el rostro.
Río. — Ya sabía, de hecho, la cambié al poco tiempo de que terminamos.
— ¡Vaya! Si que eres considerado. Responde Dua y yo vuelvo a reír,
producto del alcohol y lo mucho que me gustaba esta mujer. Detrás de esas
prótesis metálicas, pegadas con pegamento y esa pintura que fingía ser un
chip, había una mujer hermosa: con un precioso cabello ondulado, de piel
morena, con ojos pequeños, labios delgados y una nariz más recta que una
flecha. Ella sabe que la estoy mirando de ese modo, nuevamente, y sin más,
acerca un poco más su rostro al mío. Nuestros labios se rozan.

Ese mínimo roce de labios hace que mi mente explote en éxtasis; toda esa
frustración por el bosque, todo el sufrimiento que había causado, todo el
cansancio, se habían desvanecido por ese ligero roce de carne. Después de
eso, ambos nos congelamos por un segundo, expectantes de quién tomará el
siguiente paso. Lo tomo. Mi mano deja su pierna y toma su nuca y cuello.
Ella no pone resistencia. Nuestros labios vuelven a juntarse, salvo que ahora
es de manera apasionada, como si nunca hubiéramos dejado de hacerlo.

El beso es prolongado, todo a nuestro alrededor desaparece, ambos nos


trasladamos a nuestro mundo. En mi mente, revivo todos los momentos que
pasé junto a ella. Me alejo y la observo, esperando que no sea una mala
pasada mi mente. No lo es, ella me regresa la mirada y sonríe. — Como que
ya duró mucho la tormenta, ¿No? Pregunta y río. Ya debería dejarnos salir,
hay gente que tiene cosas más importantes que hacer. Añade, pasando su
mano por mis piernas. Aprieto los labios, intentando no llamar la atención.
Ella ríe por mi expresión y vuelve a besarme. Nada más importa.

Mis labios se sienten húmedos, el tiempo no corre ni muy aprisa o muy


despacio, corre a nuestro propio ritmo. Lentamente siento mi corazón
acelerarse. De manera instintiva, mis manos recorren su pecho, ella me
frena y solo sonríe. — Mejor terminamos esto en un lugar menos público.
Murmura, sin dejar de besarme. En mi nuca siento las miradas,
estupefactas, del resto de los guardabosques. Lo ignoro y solo asiento por
los comentarios de Dua. — Te diría que mi casa, pero estoy seguro que hoy
habrá ataques y no habrá nadie de guardia. — No te preocupes, la tormenta
ya casi termina y no ha llegado nadie. Asiento y Dua continúa. En poco
tiempo se abrirán esas puertas, podemos ir a donde queramos. Añade,
mirándome a los ojos. Le regreso la mirada, ella no dice más; no hay
necesidad, sus ojos dicen todo lo que prefiere callar.

Termino mi cerveza, sintiendo mi cabeza confundida, mis movimientos


lentos y mi lengua torpe. — ¡Otra ronda! Escucho a mis espaldas a
Morgan. Todos en el lugar celebran, ya sufriendo los estragos del alcohol.
La música se escucha más fuerte, el bullicio es más acelerado y las miradas
ahora son, prácticamente, nulas. Las cervezas continúan llegando. Rechazo
la mía; busco disfrutar cada segundo de esta noche junto a Dua. Posó mi
mano sobre su mejilla. Ella sonríe de manera tierna y besa mi palma. — Te
extrañé. Murmura, casi sin mover los labios. Sonrío y vuelvo a besarla,
salvo que ahora le planto un beso tierno en los labios. No busco provocarla
más de lo necesario.
Lentamente, las piedras y escombros que golpeaban la puerta dejaron de
escucharse. — Ya casi somos libres. Murmura Dua, posando su brazo sobre
mi hombro. Asiento, solo esperando a que esta noche continúe así: perfecta.
Un par de minutos pasan y el portón se levanta. Dame unos minutos, voy al
baño. Comenta Dua y yo asiento. Te doy permiso de que te despidas de tus
amigos. Añade, sonriendo. Ella se levanta de su silla, me planta un nuevo
beso en los labios y se dirige al baño. Mis piernas se estiran y dejan el
banquillo. Me dirijo a mi anterior mesa. Ya todos se notan mucho más
ebrios que yo.

Caminando con dificultad entre personas al borde del desmayo, llego a mi


destino. Todos me miran con una sonrisa de complicidad. — ¡Matador!
Grita Carlo y yo observo la mesa. Todos muestran ojos cansados y
distraídos. Sonrió, tomándolo del hombro. — Y pensar que es tu primera
noche aquí y mira, ya conseguiste con quien pasar la noche. Comenta
Keean, mucho más relajado. Solo sonrío. — Y yo que siempre creí que eras
un anti metálicos. Comenta Morgan, levantando su tarro. — Todo bien, ella
no… Mis labios no pueden terminar esa última frase; mi vista ha robado
toda mi atención y ahora recuerdo lo que en verdad significa ser un
metálico.

Por la puerta entra otro guardabosques. Repleto de arena, sacudiendo sus


piernas robóticas en la entrada. Todas las miradas apuntan a él, o al menos
las que continúan conscientes. El tipo que entra es el ex mercenario y
asesino “Roy Yunes”. El solo verlo hace que se me revuelva el estómago y
ponga cara de asco. Todos en la mesa lo notan y se levantan para saludarlo
con mucho entusiasmo. — ¡Creímos que no vendrías! Grita Morgan.
Ambos eran muy buenos amigos. — La tormenta, poco más y quedó
atrapado en ella. Dice con una voz robótica. El tipo me observa extrañado y
“sutilmente” me señala, esperando una respuesta en la mesa. — Es el
último día. Murmura Keean. Carlo y yo intercambiamos miradas. El tipo se
detiene a observarme por un segundo y después se sienta en la mesa, sin
quitarme la mirada de encima.

Le mantengo la mirada por unos segundos hasta que la piel se me eriza y


me llevo la mano a la quijada. El tipo lo nota. Sus ojos se muestran
agresivos. — Creí que este lugar solo recibía metálicos. Murmura,
intentando que no lo escuchara. Si lo hago. — Y yo creí que este lugar era
solo para los que podían beber algo. Respondo, mirándolo fijamente a
donde debería estar su mandíbula. Todos me observan. Roy había sido uno
de los primeros en sufrir los estragos de esta vida. En una época en la que
los ejércitos aún estaban en manos de las empresas privadas, los gobiernos,
como medida preventiva, contrataron mercenarios que pudieran defender
los bosques. Personas sin escrúpulos que nos dieran tiempo de poder
ponernos a punto para este trabajo. La mayoría de ellos murieron, quedando
ahora solo Roy. — O como lo conocíamos nosotros, “Deathjaw”. Digo en
mi cabeza. El nombre hacía referencia a su condición.

El tipo, en un combate contra los hombres de Wood había perdido la


mandíbula por un disparo en la mejilla izquierda. El impacto fue tan fuerte
que su mandíbula quedó hecha pedazos, al igual que parte de su nariz.
Aunque los doctores bien pudieron haberle reconstruido el rostro, este
prefirió simplemente cerrarse la herida con mejoras. Roy se había quitado
todos los órganos del sistema digestivo y se había quedado sin mandíbula.
Esto con el objetivo de verse más intimidante y quitarse las “debilidades”
que acarreaba el ser un humano. De igual manera se había puesto metal en
las piernas, brazos, torso y parte del cuello. La mirada se sostiene por
algunos segundos. Todos se encuentran expectantes de ver qué sucederá
entre los dos extremos de la evolución humana. Hombre contra máquina,
pero el sueño de todos queda inconcluso. Una alarma en mi audífono
comienza a sonar de manera aguda y repetitiva. Todos intercambiamos
miradas, rompiendo la tensión. La mesa sabe perfectamente lo que esto
significa. — Un ataque. Murmuramos todos.

Morgan pone sus ojos en blanco, este está mirando la computadora en su


cerebro. — Viene del norte, una de las rejas se rompió. Comenta, mientras
escucho a Dua salir del baño. — ¿Quién está en servicio? Pregunto,
esperanzado de que haya alguien que pueda cumplir con el trabajo. Todos
en la mesa ríen. — ¿Bromeas? Es el último día, a todo el mundo ya le
importa una mierda el bosque. Dice Roy. — A mí no. Comento en mi
cabeza. — Pero debemos detenerlos. Es nuestro último día. Todos en la
mesa solo niegan con la cabeza. — Ya déjalo, chico, qué importa que estos
tipos se roben un par de árboles hoy, ya mañana todo será cenizas.
Responde Carlo, con la voz un tanto cansada.

Aunque yo sabía que mañana todo esto no importaría, por alguna razón, mi
mente no concebía el hecho de dejar que esos tipos llegasen y se robasen
algo por lo que habíamos sudado, sangrado y llorado por tantos años. — Tal
vez esto ya no importe, pero voy a ir. Comento, al tiempo que Dua se planta
a mis espaldas. Escucho el momento exacto en el que ella nota a Roy, pues
de su boca sale un pequeño sobresalto. — No te arriesgues, chico, deja que
se lleven lo que quieran. Niego con la cabeza. — ¿Se van o se quedan?
Pregunto al aire. Algunos segundos pasan en silencio, siento la mano de
Dua en mi trasero. Los de la mesa nos observan a ambos. — Mejor ve a
disfrutar tu noche, porque si vas, no iremos por ti. Comenta Keean y yo solo
acepto. — Los veo mañana entonces. Comento, acto seguido, me doy media
vuelta, tomo la mano de Dua y comienzo a caminar hacia la salida. Dua me
mira expectante.
CAPÍTULO III

Poco antes de salir del lugar me detengo. — Perdona que te haga esto, pero
tengo que… Dua pone su mano en mi boca. Me callo. — No tienes que
explicarme nada, belleza, solo dime dónde te veo después. Sonrío y le
planto un beso en los labios. Ella me sonríe de vuelta. — Te veo en tu
dormitorio, en una hora. Comento. Dua niega con la cabeza. — No puedo,
ya me pusieron una compañera, pero si, te veo en mi edificio en una hora,
debo de pasar por unas cosas. — ¿Y a dónde iremos? Pregunto con mucha
velocidad, mirando de reojo hacia el pabellón. — Vamos a tu casa. Me
impresiono. Quiero ver por última vez ese lugar, antes de que mañana se
convierta en una bola de juego. Añade, sonriendo de manera tierna. — Pero
es muy peligroso, no hay nadie cuidando. — Entonces será mejor que hagas
muy bien tu trabajo. Sonrío y asiento con la cabeza, pidiendo mi moto
desde el panel en mi muñeca.

— Tienes una hora, belleza, para hacer lo que tengas que hacer, si no llegas
en una hora, se acaba la oferta. Asiento. Ambos salimos del lugar. Todo el
pabellón se encuentra tapizado de arena, tierra y pequeños pedazos de
basura. — Si fue una buena tormenta, ya veo por qué no atacaron antes.
Comento, viendo la cantidad de arena que cubría el suelo, pues, en medio
de una tormenta era imposible ver algo y era muy probable sufrir daño, ya
fuera por un accidente o por la basura que llevaba la propia tormenta. Dua
solo mira a su alrededor, con rostro de preocupación. — En un momento
llegarán los limpiadores. Añado, pues, al decano no le gustaba que el
campus se viera deteriorado. — Yo sé, por ahora yo volveré con mis amigos
y te veo en un rato en mi edificio. Asiento, mirando mi motocicleta a la
lejanía. Ya te quedan cincuenta y nueve minutos. Completa Dua, soltando
una risa nerviosa. Sonrío y la vuelvo a besar, ella me regresa la sonrisa, con
evidente nerviosismo en sus ojos. — Todo sal…— No pierdas más tiempo.
Me interrumpe, dándome un leve empujón en el hombro, yo asiento y me
monto en mi motocicleta.

Poniéndome el casco, emprendo mi camino al bosque. — Control, aquí


Allan, ¿Hay alguien en servicio? Cambio. Pregunto al micrófono de mi
casco, el cual utilizaba para la motocicleta y las misiones. Algunos
segundos pasan, entre el silencio y la lenta conducción. Hay un reporte de
ataque en la sección norte, ¿Alguien está operativo? Digo al aire, esperando
tener algún tipo de ventaja. No hay respuesta. Resoplo, salvo que mi
convicción continúa igual. Mi motocicleta continúa su camino. El asfalto
está cubierto de arena, mi andar es lento y tembloroso, producto del alcohol.
Resignado a cumplir con mi deber completamente solo, sin ningún otro
apoyo más que el de mi propia voluntad, una voz familiar se escucha en mi
casco. — Aquí, control, eres justo al hombre que esperaba escuchar.
Comenta, con una voz bastante dulce y acelerada.

— ¡” Sulami”! Creí que estarías celebrando con el resto de los técnicos.


Comento al aire, esquivando las piedras y escombros que había en el
camino, mientras las luces de los grandes espectaculares y hologramas me
golpean a mi paso. — No hay mucho que celebrar, galán. Sulami se toma
un respiro y continúa. Su voz está agitada, como si acabara de llegar a la
torre de control. La verdad es que, si estaba con el resto de los técnicos,
pero en el momento que vi la tormenta supuse que vendrías. Yo sonrío. El
pabellón continúa, salvo que esté ahora muestra lugares para decorar tu
dormitorio.

Esquivando gente y algunos guardias del campus, los cuales salían con
mucha urgencia de los lugares donde habían podido tomar refugio,
Continúo con mi camino, sin decir o pensar en nada más que mi misión.
Dando una vuelta a la izquierda, saliendo finalmente del pabellón, puedo
observar como el panorama cambia de edificios, luces neón y estudiantes, a
terracería, árboles y oscuridad. Toda la tecnología, construcciones y
vitalidad del campus desaparecen para ahora encontrarme en medio de un
bosque, siguiendo un camino de tierra muy estrecho. Con mi motocicleta
como la única fuente de luz, sigo con mi camino al norte, pues, sabía que el
tiempo en este tipo de ataques era vital. — ¿Dónde te tocó la tormenta?
Pregunto, sin perder de vista el “camino”. Sulami tarda unos segundos en
contestar. Ruidos se escuchan al fondo. — En casa de “Norio”. Solo aprieto
los labios, no conozco a nadie con ese nombre.

Debido a lo importante que era el ser guardabosques cada uno de nosotros


tenía un técnico personal, que lo ayudaba con inteligencia, equipo y
estrategias para enfrentar cualquier inconveniente. No había necesidad de
conocer al resto. Sulami lo nota y comenta. — Es el técnico de Roy. De
manera natural, mis labios sacan una expresión de asco. Sulami la nota y
solo ríe por el auricular. — Hoy lo vi en el bar. Digo al aire, aumentando la
velocidad de mi motocicleta, mirando de reojo los árboles a ambos lados.
— Escuché que algunos guardas se reunirían, no creí que tú estuvieras ahí,
celebrando. Dice Sulami, con un tono de juzga. — No celebraba, intentaba
olvidar lo que va a pasar mañana. — ¿Y funcionó? Pregunta, con la voz
muy baja. — Lo dudo, estoy aquí. Respondo, consciente de que por más
que intentase mirar las cosas desde otra perspectiva, este bosque era lo más
importante de mi vida y que al menos, en mi cabeza, esto significaba algo.
Significaba una noche más de supervivencia y aire fresco.

— ¿Cuántos hombres son? Pregunto, en el momento exacto en el que el


camino desaparece y me encuentro ya en el corazón del bosque. No hay
nada. Solo árboles, que pudieron crecer por muchos años, sin ningún tipo de
restricción. Con las raíces salidas, con ramas en el suelo y hojas que
restaban agarre a mis neumáticos, yo continúo. — Aún no tengo imagen,
sabes que las tormentas de arena joden mucho esto. Responde, dándole un
sorbo a una bebida. Inhalo y exhalo un par de veces, debido a lo borrosa
que tenía la vista. El tiempo parecía ser más lento, aunque mis movimientos
se sentían torpes y menos medidos que en otras ocasiones. Al sentirme de
esta forma, mi mente recuerda mis días en el orfanato y por un segundo,
vuelvo a ver esa cosa.

Mis ojos pierden de vista, por un segundo el suelo. Estos se enfocan en ver
el movimiento de las hojas. No hay nada. Solo sombras que le dan a mi
mente una mala pasada. Mi mirada vuelve al suelo. Con velocidad muevo el
manubrio, mi pierna pasa a centímetros del tronco de un nogal, hablo. —
Prueba sacar los drones, necesito imagen. Comento, intentando distraerme.
— Lo siento, el decano ordenó almacenar todo. Resoplo, sintiendo como
sudan mis manos. Estás solo, galán. Añade. — ¿Al menos tienes la
ubicación? Pregunto, un tanto desorientado y arrastrando algunas palabras.
Sulami tarda un par de segundos en responder. — La alarma se encendió en
la reja treinta y nueve, al Norte. Puedes probar por ahí. Resoplo y meto las
coordenadas a mi casco.

Mi casco despliega una pequeña ruta a seguir, evitando los obstáculos y


considerando el menor tiempo posible de llegada. — Como si necesitaras
todo eso, galán, tú eres capaz de acabar con todos los guardabosques si así
lo deseases. Sonrío, intento mantener mi mente concentrada, debido a que,
con la velocidad, oscuridad y lo irregular del terreno era muy fácil perder el
control. — ¿Qué tan cerca estoy? Pregunto, intentando no arriesgarme más
de lo necesario, pues, siento que mis manos continúan sudando de manera
copiosa y un pequeño cosquilleo recorre mi pecho. Sulami habla. — Aún
estás a un par de kilómetros. Responde, tomándose una pequeña pausa.

El bosque continúa, con sus subidas, bajadas, animales a la distancia y aves


revoloteando en las copas de los árboles. Con un andar veloz, esquivando
los obstáculos por mero instinto, Sulami vuelve a hablar. — Date prisa,
galán, tienes cincuenta minutos para acabar con esto. Comenta y me
sorprendo. Gracias al comentario de Sulami, al alcohol que llevaba encima
y a la velocidad, yo pierdo de vista el camino. Un tronco aparece frente a mi
motocicleta. No logro esquivarlo y este impacta de lleno en el pedal
izquierdo. –Mierda. Murmuro, perdiendo el control de la situación.

La moto se descontrola. Debido a la velocidad y a la cantidad de hojas


secas, derrapo. Consciente de que no podré controlarla, simplemente me
tiró al suelo y dejó que esta siga su curso. Mi cuerpo rueda por algunos
segundos entre ramas y pequeñas piedras. — ¡Allan! Escucho en mi
auricular. Gracias a mi ritmo cardiaco, a mi ubicación en tiempo real y el
auricular, Sulami sabe perfectamente lo que me ha pasado. Mi cuerpo deja
de rodar, me mantengo estático por algunos segundos, esperando a que algo
comience a doler. No lo hace. Escucho su voz de fondo por un par de
momentos más. — Todo bien. Respondo, con la voz agitada. Sulami resopla
de felicidad y yo me incorporo.

Suspiro, intentando pasarme el susto. Mis piernas tiemblan como gelatina,


mi cuello y nuca sudan de manera copiosa y mi respiración está muy
sobresaltada. — Nunca me había caído. Comento, caminando lentamente, a
donde había chocado mi motocicleta. Esta se había estrellado contra un
gran cedro. — ¡Lo sé! ¿Estás bien? Pregunta Sulami, aún muy alterada. —
Si, solo necesito un segundo. Respondo, llegando al lugar del impacto. Mi
moto estaba bien. Solo había una pequeña abolladura en el tanque, y
rayones a lo largo de toda la pintura color negro. Nada que no se arregle. —
No tienes un segundo, galán, te queda…— ¡Exacto! ¿Tú cómo sabes eso?
Pregunto, recordando que eso había sido lo que me había hecho caer. —
Carlo me lo dijo y también me dijo con quién ibas. Responde Sulami, como
si fuera algo cotidiano. — ¿Cómo es que hablas con Carlo? Pregunto,
tomando el resto de mis accesorios. — Eso no es importante, lo que importa
es por qué citaste a Dua en tu casa. Responde, soltando una pequeña risa en
medio. Sonrío y continúo tomando cosas de mi motocicleta. La cual, me
servía como un pequeño depósito. Tomando granadas eléctricas, mi pistola
DH-80 y aditamentos que servían para darle más potencia, estabilidad y
cadencia a mi rifle, continúo mi camino.
Caminando por el inmenso bosque, con los ruidos de la naturaleza de
fondo, hablo. — ¿Qué tan lejos estoy? Pregunto, al tiempo que intento
captar algún sonido que delate a los hombres de Wood; estos eran bastante
ruidosos, desorganizados y sucios para realizar sus trabajos, pero ahora, no
había nada. Ningún ruido más allá que el de mis pisadas y un par de
insectos. — Estás a poco menos de un kilómetro, galán. Responde y
asiento, corriendo hacia el Norte. Algunos segundos pasan. Mi ritmo
cardiaco se estabiliza y lentamente comienzo a recuperar el control de mi
cuerpo, aunque mi vista continúa borrosa y el piso gira a cada paso que doy.
El bosque continúa y Sulami vuelve a insistir. — ¿Por qué la invitaste a tu
casa? Pregunta, de manera tajante. ¿Ya olvidaste lo que te hizo? Añade,
recordando las horas que dedique a hablar de ella. — Claro que no lo
olvide, pero, solo digamos que volvimos a tener química. Murmuro,
intentando no entrar en detalles. Sulami resopla por el auricular. — No sé
por…— Lo importante ahora es defender el bosque, no hablar sobre mi
vida privada. La interrumpo, intentando no darle explicaciones a nadie.
Sulami hace un ruido gutural. — El bosque ya no importa, mañana será
cenizas. Responde, dándole un nuevo sorbo a su bebida.

— ¿No crees que se arrepientan? Pregunto, viendo un pequeño destello de


luz a la lejanía. Sulami ríe. — Ya desmantelaron todo. Aquí en la torre,
todos los técnicos se llevaron todo que no estuviera clavado al piso. Me
detengo en seco, escuchando leves murmullos a la distancia. Sulami
continúa y comienzo a caminar. Se llevaron las sillas, computadoras,
incluso escuché que “Faye” se llevó tres de los drones tácticos. Río. —
¿No eso estaba prohibido? Pregunto, muy decepcionado de que esto
continuará en marcha. — ¡Lo sé! La semana pasada no podías siquiera
mirar esas cosas sin un permiso, ahora, a nadie le importa una mierda, tu
podrías ir al cuartel, robar todas las armas que quisieras y a nadie le
importaría un carajo, porque si no te lo llevas tú, todo se irá al almacén o a
la basura. Dice Sulami, arrastrando, igualmente, algunas palabras.

— Entonces todo sigue en pie. Digo, con la voz cansada. — Si, solo tú y yo
somos los únicos locos trabajando en un día como hoy. Sonrío, colocándole
el resto de los accesorios a mi rifle. Este, en un solo movimiento, crece de
tamaño, la mira se hace más larga, la culata más grande y el cañón toma una
forma alargada. — Lastima, eso significa que no habrá cena de Año Nuevo.
Sulami ríe a carcajadas. — Nunca ibas, galán, además, los guardas no
acostumbraban convivir con los técnicos en lugares públicos, salvo por
“Naka”. Asiento con la cabeza, recordando las múltiples veces que prefería
quedarme a hacer guardia en lugar de ir a ese tipo de fiestas. — Pues este
año si pensaba ir, era la excusa perfecta para finalmente conocernos. Digo
al aire, escuchando una plática indistinta.

A pesar de los años que Sulami y yo llevábamos trabajando juntos, en todo


este tiempo, nunca nos habíamos visto. Ambos conocíamos cada pequeño
secreto del otro, pero jamás habíamos compartido una misma habitación, ya
fuera porque yo estaba entrenando, en guardia o practicando o simplemente
porque ella estaba saliendo con algún metálico o en el salón de belleza. —
¡Ya tengo imagen! Murmura con fuerza. Detuve mi andar de inmediato.
Flexioné mis piernas y me puse en cuclillas, en espera de instrucciones.
Hay al menos una docena de taladores y otros cinco están resguardando.
Murmura. Asiento, como si ella pudiera verme. — ¿Hay señal metálica?
Pregunto, volviendo a caminar. — Quince señales en total. Cinco dentro del
bosque y diez afuera. — ¿Cuántos camiones? Pregunto caminando hacia la
luz. Está ya es mucho más fuerte y las voces ya comienzan a escucharse con
mayor claridad. — Dos camiones. –Mierda. Murmuro. Deben ser al menos
otra docena.

Sin detenerme un segundo, continúo, a pesar de aún sentir los efectos del
alcohol. Algunos segundos pasan en silencio, nadie comenta el número,
pero ambos sabemos. — Son muchos. Comenta, Sulami. La ignoro y
continúo caminando, con mi convicción firme. Puedo hablarle a alguno de
los novatos o a Carlo para que…— ¡No! Ellos escogieron, además,
tardarán quince o veinte minutos en llegar, no podemos perder tiempo. Me
tomo un respiro y continúo. Somos los que somos. Añado, ya comenzando
a comprender las conversaciones de estos criminales…— La tormenta duró
menos de lo esperado, no dudo que tarden en llegar. Comenta uno, al otro
lado de una pequeña montaña. La conversación continúa, dejo de
escucharla, nada de lo que estos tipos digan puede llegar a interesarme.

Subí la montaña y sin hacer el menor ruido, me pongo pecho tierra. Los
veo, han comenzado con la tala. Personas lánguidas, con las facciones
marcadas y poco pelo. Todas sujetan el hacha con firmeza. Los paso por
alto. Mi vista va a los mejorados, a sus guardias por contrato. — ¿Qué ves?
Escucho el murmullo en mi auricular. No respondo, espero a ver si ninguno
tiene los tímpanos mejorados. Después de una mirada rápida, respondo. —
Hay pupilas digitales, brazos con armas integradas y creo que algunos
llevan mejoras en el pecho. Murmuro, intentando pensar en un plan que no
me pusiera en tanta desventaja. Probare la técnica que utilice en la Noche
de la Hojalata. Añado, quitando una pieza de mi rifle, en la parte de la mira,
para colocársela en el cañón. El silenciador se activa, haciendo un ruido
metálico. Nadie lo nota. — No tienes ángulo ni hay distracción en tierra.
Responde Sulami. Antes de hablar, escucho el primer golpe.

Las hachas comienzan a golpear. Mi mirada los sigue. La sangre me hierve


y aprieto el rifle, de manera instintiva. Las miradas de estos tipos son
violentas; este acto tan inhumano les sirve para sacar la frustración de la
vida de mierda que tienen. — ¿Cómo vas a actuar? Pregunta, con
velocidad, Sulami. Intento pensar en opciones, pero mi mente, está en
blanco. El alcohol hace que solo pueda concentrarme en mi ira. Con el rifle
en las manos, apunto el cañón a uno de los guardias. La primera bala está a
punto de salir de la recámara. Quito el silenciador.

Mis manos están menos firmes que de costumbre. Mi ritmo cardiaco se


nivela. Alejando a Dua, la quema de mañana, a esa cosa y a mi ebriedad,
tiro del gatillo. El disparo retumbó por todo el bosque, iluminando su
trayectoria. Las aves se asustan y emprenden el vuelo, buscando un lugar
seguro. La bala da justo en el blanco. El impacto es tan fuerte, que, sin más,
la cabeza del tipo explota. Todos a su alrededor se agazapan. Es inútil. Una
segunda bala sale de la recámara, ésta da en el pecho de otro de los
guardias. Nuevamente, la fuerza de la bala es demasiada. El torso del
hombre se separa de sus piernas. Este muere en el acto, las piernas se
mantienen un segundo antes de desplomarse.

Órdenes se escuchan a escasos metros, cambio de posición, intentando


mantener mi ventaja. — El grupo se ha dispersado, tienes uno a tus tres.
Comenta Sulami. Asiento, corriendo con el menor ruido posible.
Avanzando un par de metros, me detengo, escuchando metal cargando hacia
mí y viendo el destello de las linternas. Consciente de que no podría
perderlo con velocidad, solo ruedo por el suelo. El mercenario sigue de
largo. En cuclillas, el cañón apunta a su nuevo objetivo. Antes de que el
hombre logre dar la vuelta, un tercer disparo se escucha en el bosque. Este
no fue certero. La bala impacta en la pelvis del cableado. Este cae al suelo.
Parte de su pierna izquierda se encuentra destruida, el resto continúa
intacto. En el suelo el hombre grita. — ¡Están aquí! Es el último acto de su
vida. Mi mano va hacia mi bota derecha. Un cuchillo es arrojado al rostro
del hombre. — Uno menos. Murmuro, incorporándome.

Más pisadas se escuchan. La tala no para. — ¡Sal de ahí! Te están


rodeando. Dice Sulami, con evidente nerviosismo en su voz. He perdido el
factor sorpresa. Vuelvo a rodar por el suelo, ahora en dirección al último
caído. Pisadas veloces se escuchan a mi alrededor. Tomando mi cuchillo del
rostro del criminal, emprendo el escape. A sabiendas de que me superaban
en número y en armamento, comienzo a escalar un gran nogal. Sin mucho
esfuerzo, logró llegar a las ramas, teniendo una nueva posición de ventaja.
Tomo posiciones de ataque, esperando al grupo, sin embargo, los
mercenarios son inteligentes. Estos no se aglutinan frente a los cuerpos de
sus similares. Ni siquiera los ven o lo lamentan, solo me buscan en la zona.

Sulami vuelve a hablar. Ella murmura, no busca distraerme más de lo


necesario. — Tienes a tres tipos a tus alrededores y las señales de calor han
comenzado a moverse al bosque. Comenta, acto seguido, se escucha el
sorbo de su bebida. Asiento y busco al próximo. Un par de segundos pasan,
el tipo se para frente a mí. Corpulento, con los hombros, cuello y brazos
mejorados, carga una enorme hacha con metralleta. — No hay señal del
guarda, ¡Continúen! Ordena al grupo. Las hachas continúan golpeando. —
De acuerdo. Murmuro, calculando mi siguiente movimiento, intentando no
acelerarme. Lo hago. El alcohol me hace ver todo menos peligroso, más
sencillo. Sin más, vuelvo a tomar el cuchillo de mi bota y me arrojo sobre el
hombre, perdiendo así mi ventaja y el sigilo.

El cuchillo entra directo en la parte alta de la cabeza. El tipo solo se


desploma, sin siquiera percatarse de qué fue lo que pasó. El cuchillo deja su
cabeza, sangre brota de la misma, mi uniforme se mancha. Los mercenarios
escucharon la caída del cuerpo, pisadas aceleradas se acercan. Mi mano va
a mi espalda, esta vuelve a tomar el rifle. Este se direcciona al ruido. Una
silueta se aparece entre los árboles. Una cuarta bala se escucha en este
bosque. Los mercenarios por fin hacen uso de sus retinas, han apagado las
linternas. En la oscuridad, solo veo cuando el tipo pierde todo el lado
derecho de su cuerpo. Sangre salpica el tronco de los árboles. Más pisadas
se escuchan, esta vez más cerca.

Poniendo mi cuchillo en el cañón de mi rifle, este se incorpora, haciendo su


característico ruido, y creando una bayoneta. — ¡Visión! Grito al aire,
intentando ver a mi alrededor. Dentro de mi casco, la visión cambia a un
leve color verde y ahora soy capaz de ver en la oscuridad. Mis ojos apenas
y logran adaptarse cuando una masa brillante, corpulenta y veloz se
abalanza contra mí. La voz de Sulami se escucha en mi auricular. La ignoro.
Consciente de que no podré esquivarlo o aguantar el impacto, de manera
instintiva solo subo mi rifle.
La bayoneta entra sin ningún tipo de resistencia en la placa metálica de
aquel tipo. El rifle deja mis manos. Este se incrusta en el suelo, dejándolo
empalado. Su rostro queda a centímetros del mío, la expresión de ira y la
fuerza en su cara, desaparecen. Sus ojos se ponen blancos y desorbitados.
— “¡Vlad!” Escucho a mis espaldas, acto seguido, un sonido metálico se
escucha. Un motor lo sigue y una ventisca se escucha a la distancia. Sin
perder el tiempo, ruedo por el suelo, dejando ahí mi rifle. Las balas
comienzan a escucharse en el bosque. Estas me siguen por el suelo. La
tierra vuela por los aires. Sin pensarlo, utilizo el “cuerpo” de Vlad como
escudo.

— ¡Está a tus doce! Grita Sulami, con una voz muy aguda. Coloco mis
manos en su espalda e intento empujar. Es inútil. Su cuerpo es demasiado
pesado para mí. Las balas comienzan a penetrar. Sangre y aceite salpican mi
rostro y el bosque. Inhalo por unos segundos, intentando pensar en algo
más, pero, mi mente solo es capaz de pensar en planes donde estoy
acompañado y entre las balas recuerdo a Carlo y al resto de los
guardabosques. Todos dispuestos a sacar de apuros a quien fuera. Pero hoy
no estaban aquí y ninguno de ellos llegaría. Si quería darle otro beso a Dua,
debía salir de aquí por mis propios medios.

Llevando mi mano al cinturón, tomé una de las granadas. Por el peso sé


cuál es. Resoplo y por un segundo pienso en no lanzarla. Lo hago. El
pesado objeto vuela por los aires. El mercenario ni siquiera la noto. Esta
explota entre rayos y un grito ahogado, todo vuelve a estar en silencio. Solo
se escuchan los golpes a la lejanía. — Justo a tiempo. Murmuro, viendo que
mi escudo ya no tenía brazos, rostro ni parte del torso. Sin tomarme mi
tiempo, quito lo que quedó del mercenario de mi rifle y trotó hacia mi
próxima víctima. Esta solo se retuerce del dolor. Los espasmos son
demasiado para siquiera mirarlos. Todo su cuerpo está contraído, el
mercenario ya no tiene control del mismo. — Debe tener un chip. Comenta
Sulami, con voz de angustia. Asiento, mirando como el tipo se arranca la
lengua con los dientes, gracias a la desesperación. No puedo mirarlo más y
en un acto de misericordia, que este tipo no merecía, llevo la mano a mi
funda, saco mi pistola y jalo el gatillo. Los gemidos y sollozos cesaron.
Sulami suspira.

Mi pistola regresa a su funda y por un segundo me quedo plantado en


medio del bosque, nada más importa. — Es la cuarta vez que saco una de
esas cosas. Comento, con un hilo de voz. Sulami no responde. No me atrevo
a siquiera mirar el cuerpo. Mis labios se contraen y mi vista se eleva al
cielo. En él no hay nada. Las estrellas no son visibles, sólo puedo percibir
una gran mancha café que se extiende por kilómetros. El silencio se
mantiene, hasta que un crujir me regresa a la realidad. Un golpe seco se
escucha. Gritos de felicidad se perciben a la distancia. He vuelto al bosque.
La ira invade mi cuerpo. Sin tomarme un respiro, corro a toda velocidad.
Sin siquiera titubear, pues para mí, el perder un árbol, era algo que no podía
tolerar y hoy, gracias al alcohol y a la poca lealtad de mis iguales, había
perdido mi primer árbol en años.

Mis piernas se mueven rápido, no estoy lejos del lugar. — Los metálicos
llegaron al lugar de la tala. Dice Sulami. No ataques. Añade al ver que no
me detengo. Nuevamente, la ignoro y continúo con mi camino. Subiendo la
montaña, soy testigo de la obra. Un nogal, grande, frondoso, con un enorme
y bello follaje, había sido asesinado solo para la satisfacción de unos
cuantos. Los hombres de Wood, están sobre él, intentando cortarlo en partes
más pequeñas. Aún no me notan. Sin más, mis ojos se alinean con la mirilla
de mi arma. Esta dispara. Un hombre recibe el impacto de lleno. Hace un
segundo celebraba la aniquilación, ahora, solo quedan restos de carne,
sangre y huesos, que manchan este bello lugar. El tipo explotó y ni siquiera
lo noto. Sus similares si lo notan. Su rostro cambia y las miradas se
concentran en mí. Sus ojos me miran aterrados. Todo terminó para ellos,
pero, aun así, estos se aferran a la vida.

Sin pensarlo, todos se abalanzan contra mí. Metálicos y humanos por igual.
Mirando al árbol por última vez y tomándolo como motivación, suelto el
primer ataque. Con el rifle aún en la mano derecha, vuelvo a disparar. La
bala sale direccionada a un metálico. Esta falla e impacta de lleno en un
sauce. Astillas vuelan por los aires, al tiempo que todos los hombres de
Wood cargan contra mí. Uno de los humanos, el más cercano al nogal
caído, es el primero en intentar golpearme. Abanica su hacha, con mucha
velocidad y determinación. Veo el miedo en sus ojos, pero su desesperación
y hambre son mucho más grandes que el terror que pueda infligir un
guardabosques. Levanto mi mano izquierda, sosteniendo el hacha en seco.
El cuerpo del hombre se agita violentamente. Apenas y percibo el golpe y
sin perder tiempo, levanto mi brazo derecho. La bayoneta entra de lleno en
su garganta. Él se lleva las manos, de manera instintiva, en un intento
desesperado por contener la hemorragia. Es inútil. Con velocidad, levanto
mi rodilla y pateó el cañón de mi arma. El arma sale de su cuello,
degollándolo. El hombre se desploma. Los metálicos están más cerca.
Los cableados son listos, saben cómo pelear. Aprovechan su ventaja en
número y no atacan todos de frente. Estos me han rodeado. Esperan el
momento de atacar. Los humanos, desesperados por sacar el árbol de aquí y
poder recibir su paga, no se detienen a pensar, ellos continúan cargando
contra mí. — Solo son carne de cañón. Pienso, concentrado en los cincos
metálicos que me rodeaban. Un segundo humano se acerca a mí. Los
cableados aprovechan este ataque.

El humano, levanta su pierna, en un intento bastante primitivo de patada.


Sin darle importancia, solo doy un paso hacia atrás. El humano se sigue de
largo. Su pie no golpea nada más que el aire, pero los metálicos están cerca.
El primero, un hombre delgado, con sables en lugar de manos, suelta el
primer ataque. Mi cuerpo se contrae, aplicando una defensa de cintura. La
hoja pasa a escasos centímetros de mi casco. Siento las pisadas del segundo
mejorado a mis espaldas. Cambio de ángulo, teniendo ahora al segundo
hombre frente a mí. Sin pensarlo, tomé mi rifle con ambas manos.
Moviendo los hombros y la cadera a su dirección, intentando tener mayor
fuerza, la bayoneta se entierra en el pecho del metálico. Este se lleva las
manos al pecho. Escucho al sable cortando el aire a mis siete.

Tomando el rifle del guardamanos, este se separa del cañón, dejando la


bayoneta incrustada. Cambiando de guardia, yo tiro mi cuello y torso hacia
atrás, intentando esquivar el segundo sablazo. Lo hago. La hoja pasa frente
a mi nariz. Direcciono el rifle recortado al primer metálico. Al separarse del
cañón, este adoptó una forma de escopeta. Vuelvo a jalar del gatillo. La
explosión fue mucho más ruidosa que las veces anteriores. Las balas
impactan entre el cuello y las clavículas. El metálico vuela por los aires un
par de metros. Tiene un hoyo en el pecho. Escucho que alguien abanica su
hacha contra mí. Ya es tarde.

El hacha me impacta de lleno en la zona del hígado. Me doblo por el


impacto. A pesar de que el traje táctico fue capaz de absorber casi todo el
golpe, puedo sentir la oxidada hoja dentro de mi piel. El hombre jala del
mango con fuerza. Sangre brota de mi costado. Mi antebrazo se queda un
segundo en la zona del impacto, intentando contener la herida. Un hacha
volvió a cortar el aire. Nuevamente ésta me golpea. Ahora lo hace en el
casco. El impacto es fuerte, no lo suficientemente para siquiera rayar mi
casco, pero si para derribarme.

Ya en el suelo, escucho las veloces pisadas de humanos y mejorados. Todos


atacan apresurados. Ellos no saben que estoy solo, o que estoy ebrio. No
hay manera de que lo sepan, para ellos, solo soy un guardabosques errante,
que espera por refuerzos y que está en el pico de sus habilidades, por lo
tanto, buscan asesinarme lo más rápido posible. Tomo mi escopeta y de un
movimiento me incorporo, mirando de frente al resto de mis adversarios.
Nueve humanos y tres mejorados. Nunca había luchado contra tantos a la
vez, en cuerpo a cuerpo.

Los humanos se notan asustados, su mirada denota pánico y nerviosismo.


Sus piernas se miran débiles y sus manos temblorosas. Pero los mejorados
no muestran señales, salvo una ligera exaltación de la situación, pero no
miedo. No hay pánico en su manera de pelear. Se sienten firmes, decididos,
conscientes de lo que deben hacer. Incluso es posible que ya hayan
enfrentado antes guardabosques. Los doce cargan contra mí. Dos hombres
son los primeros en llegar. Uno a cada lado. Soltando ambos ataques
independientes y sin coordinación. Contraigo el cuerpo, esquivando el
primer golpe al rostro. Con el cuerpo contraído, jalo el gatillo, apuntando el
cañón contra las piernas. La explosión hace eco en el bosque. Las rodillas
del hombre se despedazan y este cae al suelo. Gritos acompañan su caída.

Los más lejanos a mí se detienen un segundo para mirar mi obra. El


segundo humano continúa con la carga. Al verme contraído, este intenta
golpearme con la rodilla. Sin pensar, de un solo movimiento me incorporo,
esquivando su rodilla. Al tenerla frente a mí, solo la tomo y jalo mi pie
derecho. Este choca contra la pantorrilla que aún se encuentra en tierra. El
hombre cae de espalda contra el suelo y, sin perder el tiempo, levanto mi pie
y pisó con fuerza el rostro de ese tipo. Al momento del impacto sus ojos se
veían grandes, me miraban fijamente, esperando que pasara algún milagro.
No pasó. Mi pie golpeó su cara sin ningún tipo de imprevisto. Todo el
rostro del hombre trono. Su mandíbula se fracturó por ambas partes, su
nariz se rompió y los pómulos se hundieron. Un grito ahogado se escuchó al
momento del impacto. Su cuerpo latigueó. Este no volvió a moverse, salvo
por ligeros espasmos, pero, se quedó tendido en el suelo, con el rostro
aplastado y los ojos en blanco.

Mis ojos regresan al grupo. Antes de siquiera poder enfocar los ojos, un
gran puño metálico se acerca a mí. Por mero instinto, tiro mi espalda al
suelo. El puño se estrella contra la corteza de un roble. Este atraviesa al
pobre árbol y se queda atorado. Las astillas salen disparadas a todas
direcciones. Me levanto, sintiendo un leve dolor en la espalda baja. Ya
incorporado, un metálico con las pupilas mejoradas, anticipa mi trayectoria.
Sin poder esquivarlo, recibo un golpe en mi hombro izquierdo. La inercia
del ataque hace que levante mi brazo derecho, justo el brazo donde está mi
escopeta. El cañón se alinea con su pecho. Un nuevo disparo se escucha en
el bosque. La sangre me salpica el cuerpo y rostro, al tiempo, que el
cableado solo vuela por los aires, de manera violenta.

Veo caer al mejorado. Mi mirada se queda fija en él por un instante y mi


mente celebra el continuar con vida. Grave error. Un hombre, en su afán por
quitarme las pocas ventajas que aún tenía, golpea mi escopeta con su hacha.
Mi arma cae al suelo, soltando un disparo al momento de caer. La explosión
me exalta y cubro mi cabeza, verificando que no había perdido ningún
dedo. — Sigo entero. Murmuro, mirando al hombre que me quitó el arma.
Este aún mantiene la sonrisa de felicidad, creyendo que eso me detendría de
cumplir mi objetivo. No sucede. Ni mi mente, ni mi cuerpo titubean por un
segundo y con un impulso, llegó a donde está el hombre. Mi brazo
izquierdo rodea su cuello y mi mano derecha toma su frente. El hombre
sabe qué pasará. Con fuerza, tiró de mi mano derecha. El cuello del hombre
truena y este se desploma. Antes de que el tipo caiga por completo al suelo,
tomo su hacha y la levanto. El aire vuelve a cortarse. Utilizo el hacha como
defensa. Algo golpea el hacha.

El hacha se parte a la mitad. Un cableado, con las piernas metálicas la


habían golpeado. Algunas astillas se incrustan en mi traje táctico. No me
molestan. Quedándome solo con un pedazo de madera en la mano, continúo
peleando. — Ya son menos. Escucho la voz de Sulami. No sé si fue real o
simplemente lo imaginé, pero mi cabeza asiente. El brazo donde sostengo el
pedazo de madera se levanta y con velocidad golpea el rostro de un hombre
a mis cuatro. El hombre cae inconsciente. Nuevamente escucho el aire
cortarse. Consciente de qué era lo que me atacaba, simplemente me dejó
caer al suelo.

La patada pasa frente a mí. Siento pisadas muy cerca de mi cabeza. Los
hombres de Wood están cada vez más cerca de mí. Con velocidad, el
metálico vuelve a atacar, intentando pisarme. Rodando por el suelo soy
capaz de evitar las pisadas. Tierra y hojas se levantan, gracias al impacto.
Rodando el cuerpo un par de veces, veo que uno de los hombres intenta
obstruir mi paso, poniéndose en mi trayectoria. Con la misma inercia,
levanto el trozo de madera que aún conservaba en las manos, este impacta
en el estómago del hombre. Las manos del tipo van directo a la herida, al
tiempo que este se encorva y lentamente sangre comienza a brotar de su
boca. Este cae al suelo.

Tiro de mi brazo y el trozo de madera abandona el cuerpo de aquel hombre.


Vuelvo a rodar mi cuerpo. Me encuentro boca abajo y solo con el impulso
de mis brazos me incorporo. Ya en pie, no pierdo el tiempo; dándole una
rápida mirada a mi entorno, noto que tengo tres hombres a mi derecha, el
metálico de las piernas, justo frente a mí y a lo lejos, el último metálico
apenas logró sacar su brazo de aquella corteza. Los hombres, siguiendo su
primitivo estilo de pelea, cargan contra mí. El metálico sólo espera el
momento preciso para partirme a la mitad de una patada. Sin perder la
noción de dónde está el cableado, concentro mi mirada en los hombres. Sus
rostros denotan desmotivación. Todos saben que perderán, pero no les
importa, ellos se aferran a ese último intento de poder salir avantes. Sin
técnica, fuerza o determinación, el primer hombre tira un “hook” al cuerpo.
El golpe no termina su trayectoria. Sin dudar, levanto el trozo de madera y
lo entierro en el cuello de aquel tipo. Su cuerpo se dobla. El aire vuelve a
cortarse.

Consciente de que el tipo se había aprendido mi anterior movimiento, ahora


simplemente doy un salto hacia arriba, llevando mis rodillas al pecho, con
la intención de contraerme lo más posible. La metálica pierna del cableado
pasa justo debajo mío, salvo que esta ahora si impacta contra alguien. Las
piernas de aquel hombre, el cual aún conservaba el trozo de madera, son las
víctimas del ataque. El movimiento fue rápido, feroz y haciendo gala de sus
modificaciones. La patada golpeó ambas piernas de aquel hombre. Ambas
piernas se rompieron al instante y se desprendieron pedazos del cuerpo de
aquella persona. Los pies volaron por los aires, al igual que grandes trozos
de hueso, todo acompañado de mucha sangre. La fuerza del impacto fue
tanta, que el trozo de madera abandonó el cuerpo de manera súbita.
Nuevamente, sangre me salpica el casco, pecho y brazo. Caigo al suelo.

Pasando mi mano por el visor del casco, me dispongo a continuar peleando.


Nada me aleja de este objetivo; ni la sangre, o los desmembramientos o
siquiera el estar en desventaja, me hacen replantearme el por qué estoy
aquí. Mi vida gira en torno a estos minutos de peligro puro. Minutos donde
aún en mis cinco sentidos corría el peligro de caer muerto en cualquier
segundo, pero no me importa. Conocía la causa de todo ello y si hoy por
hoy, está era mi última pelea, recibiría el final de la única forma en que sé
hacerlo. Luchando.
Algunos sonidos metálicos se escuchan al fondo. No son piernas o
“articulaciones” chocando entre sí. Alguien había sacado un arma. Con la
visión un tanto reducida, vuelvo a mirar mis alrededores. Un hombre a mi
izquierda saca un pequeño rifle. A pesar de la tecnología de mi traje táctico,
este no podía contener los disparos de un arma de ese calibre. Convirtiendo
a aquel sujeto en mi prioridad, eliminó de un movimiento al mejorado que
tenía más cerca. Utilizando sus piernas metálicas, este corre hacia mí, con la
intención de atropellarme. Pero antes de que este se acerque lo suficiente
como para ser un peligro, le arrojo el trozo de madera directamente al
rostro. El trozo atraviesa el débil y humano rostro de aquel cableado. Este
cae al suelo de golpe. Otro disparo suena en el bosque.

El disparo falla, no estuvo ni cerca de darme. Como es costumbre, los


hombres de Wood al no poder pagar las modificaciones, recurrían a
comprar armas en el mercado negro, con la intención de tener alguna
ventaja, pero, al no tener ningún tipo de entrenamiento o conocimiento
sobre la misma, terminaban siendo más un peligro para ellos mismo que
para nosotros. Sin embargo, esta noche no quería correr ningún riesgo; no
tenía a nadie que me cubriera o acabará con el tipo de manera inmediata,
por lo que, de un salto, me coloqué cerca de uno de los hombres a mi
derecha. Este, al ver la velocidad con la que llegué se sorprende y abanica
un golpe volado. — Justo lo que quería. Pienso, pasando mi cuerpo debajo
de su brazo y poniéndome en su espalda. Tomándolo del cuello, con un
brazo y haciendo palanca con el otro, el tipo se retuerce, intentando zafarse.
No lo logra. Comienzo a cargar contra el hombre del arma. Otro disparo
sale de la recámara.
Los disparos se vuelven repetitivos y un poco más acertados. Algunas de las
balas impactan contra el hombre que utilizo como escudo. El tipo grita de
dolor, al tiempo que avanzo, intentando reducir las distancias entre ambos,
para así poder atacarlo cuando a este se le terminarán las balas, pero, al
estar tan concentrado en acabar con el hombre armado, me había olvidado
del resto de mis objetivos. Mientras continúo avanzando siento como
alguien me toma del chaleco y tira a mis espaldas con mucha fuerza. —
¡Allan! Grita Sulami, la cual, gracias al alcohol estaba más callada y
distraída que otras veces. Vuelo por los aires bastantes metros. La caída es
violenta. No siento ningún dolor que sea insoportable, pero tampoco soy
capaz de levantarme rápidamente. Mi cuerpo se mantiene algunos segundos
en el suelo. Pesadas pisadas se acercan a mí. Apenas y logro incorporarme
cuando el último metálico se me planta enfrente.

Con su brazo humano, este me toma del cuello. Debido a la fuerza que tenía
el mercenario, el cableado es capaz de levantarme. Tomo su brazo y
comienzo a golpearlo, pero antes de poder causar un daño significativo, el
metálico me estrella la espalda contra un árbol. El golpe es lo
suficientemente fuerte como para que yo lo resienta. Su mano continúa
posada en mi cuello, mis pies no tocan el suelo. La desesperación comienza
a apoderarse de mí al ver que no tengo tantas opciones de contraataque. El
resto de los hombres de Wood comienzan a rodearnos.

Los hombres gritan como animales, extasiados de poder matarme. Suelto


patadas por todo el cuerpo del cableado. Es inútil. El mejorado tenía el torso
reforzado. Desisto; el continuar pateando solo provocaría que me lastimase
a mí mismo. Intentando buscar otra estrategia, es cuando el metálico se
dispone a terminar con esto. Su “mano” se levanta. Aceitosa, brillante y
mucho más grande que mi cabeza, está se encuentra a escasos centímetros
de mi rostro. Sin demorarse, esta tira el golpe. Con mucha velocidad, el
metal se acerca a mi rostro y, por puro instinto, soy capaz de mover mi
cuello a la izquierda, lo suficientemente como para que el golpe solo me
roce el casco y se estrelle, violentamente, contra la corteza del árbol.

Algunas astillas salen disparadas, en todas direcciones, algunos de los


humanos se cubren de las mismas, mas no el metálico. En su mente, ningún
dolor físico es suficiente como para distraerlo. Consciente de que ya no
podría esquivarlo, suelto el antebrazo y con mi mano derecha tiro un
“upper”, directamente al codo que sostenía mi cuello. Mi puño toca el codo.
El metálico grita de dolor, el codo quedó completamente destrozado. Los
huesos del mismo salieron por la parte interna, dejando el antebrazo y la
mano en un ángulo, casi, de noventa grados. Caigo al suelo, tosiendo y
llevándome las manos al cuello. Los gritos del metálico continúan. Pisadas
se acercan a mí.

En el suelo, sin poder incorporarme, siento como los humanos comienzan a


soltar patadas, con la esperanza de que el metálico se recupere y pueda
acabar conmigo. No sucede, el dolor es demasiado como para que el
cableado pueda terminar el trabajo. Recibiendo impactos en todo el cuerpo,
me incorporo, intentando defenderme, pero me es inútil, no puedo cubrir
tantos flancos. Todos golpean mis piernas, mi torso, brazos y casco, sin que
yo pueda hacer mucho.
La noche ya comenzaba a cobrar factura. Debido a los golpes, los hombros
y las piernas ya se sentían pesados y acalambrados. Por su parte, el dolor
también juega un papel clave aquí, este me imposibilitaba de poder pensar
en alternativas para lograr salir de ahí; no era la primera vez que me
encontraba rodeado por tantos oponentes. Ya había salido de peores
situaciones, pero nunca lo había hecho solo. Recibiendo una patada en el
pecho, que me empuja hacia el árbol de atrás, puedo ver con detenimiento
al metálico. Él continúa gritando y este, en un afán por ya no sentir esa
sensación de dolor e incomodidad, sólo se arrancó el brazo. Sangre salió del
mismo por borbotones, cubriendo de rojo todo a su alrededor. El cableado
contrajo el cuerpo y por unos segundos se mantuvo estático, hasta que
volvió a mirarme.

A pesar de los golpes, nuestras miradas se mantuvieron por un segundo.


Ambos dispuestos a terminar con esto, pero, sin más, antes de que el
metálico pudiera siquiera levantar el brazo, antes incluso de que pudiera
sacar mi pistola, como última opción, un destello salió de entre los árboles.
El impacto fue limpio, hermoso incluso. La bala le entró directamente en el
cuello. El metálico se cubrió el mismo con su único brazo. Un segundo
destello volvió a ser visible. Ahora, la bala le entró directamente en la
cabeza. El metálico se desplomó, ya estaba muerto. Los hombres a mi
alrededor intercambian miradas, no saben qué ha pasado.

El silencio se apodera, por un segundo, de la escena. Nadie se mueve o


emite un sonido, todos se encuentran expectantes de lo que sucederá, menos
yo. Sé qué va a pasar y aprovecho esta pequeña ventana para salir de aquí.
Tomando mi pistola de su funda y apuntando su cañón al pecho de uno de
los hombres, tiró del gatillo. La bala impacta en un hombre que tenía a la
derecha. Este no cae, el calibre es muy pequeño. Sin más, vuelvo a jalar del
gatillo un par de veces más, el hombre cae al suelo. Sus similares me
observan, sus rostros, nuevamente, muestran miedo, pero, no importa, estos
vuelven a atacar, al tiempo que una masa enorme corre entre los árboles.

Aquella masa corpulenta, veloz y precisa era Carlo Ahumada. Su rostro se


revela cuando está a escasos metros del conflicto. Con velocidad y
determinación, mi mejor amigo entra a escena, sin que los hombres puedan
siquiera dar su primer ataque. Carlo llega y utilizando su nuevo juguete,
toma el rostro de uno de los hombres más alejados a mí y de un
movimiento, este lo estrella contra el suelo. La cabeza explota, dejando
pedazos de cráneo y cerebro sobre las hojas. Sonidos metálicos
acompañaron el movimiento.

Los hombres de Wood se congelan, saben que ya no vale la pena luchar,


pero, también saben que aquí no mostramos misericordia. Cualquier
persona que entra por la fuerza al campus, solo puede salir de aquí de una
forma: en una bolsa de plástico, porque ellos jamás mostrarían el más
mínimo perdón ante nosotros, si tuvieran la oportunidad. — Cosa que hoy
había experimentado. A pesar de que conocen su destino, uno de ellos se
hinca, intentando hacerme sentir algo más que odio y repulsión por él. —
Déjenos… Sin mirarlo, levanto mi pistola y le disparo directamente en la
boca. Ni siquiera lo deje terminar. Sus similares notan eso y estos
comienzan a huir, dejando todo atrás y solo concentrándose en sobrevivir.
Carlo se planta a mi lado. Me incorporo.
Ambos nos miramos. Él completamente ebrio y yo completamente jodido,
pero a nadie le importa. Una sonrisa es suficiente como para decir todo. —
Encontré tu rifle por pedazos. Comenta. Quitándose de la espalda el
rectángulo metálico. Sonrío y lo tomo. El rifle se expande, haciendo
sonidos mecanizados. — Están corriendo a la salida, no tienen a donde ir.
Comenta Sulami, arrastrando demasiado las palabras. Ambos asentimos y
comenzamos a correr, pues, no queríamos que nadie lograra salir en nuestro
último día.

Pasando entre los árboles a toda velocidad, soy capaz de ver el destello de
las linternas de los hombres. — No todos tienen visión nocturna. Comenta
Carlo, notando lo mismo que yo. Estas se mueven rápido, intentan salir de
aquí lo antes posible. — Tu síguelos, yo disparo. Comenta Carlo,
consciente de que no era tan rápido como yo y de que todo el alcohol y la
oscuridad del bosque podían hacer que este se cayese. Continúo,
comenzando a ganar terreno. — La reja está a cien metros, apresúrate.
Comenta Sulami, la cual está mucho más activa que hace unos minutos. No
digo nada y solo continúo. Otro destello ilumina el bosque. Una lámpara
cae al suelo. Pequeños sollozos se escuchan a lo lejos.

Ya quedan pocos hombres, suficientes como para poder acabar la noche en


menos de un par de minutos. — Aún me queda tiempo para ir por Dua.
Pienso en mi cabeza, corriendo hacia la reja. Puedo verla; grande, poco más
de cuatro metros de alto, un enrejado de gruesos metales que dejaban al
descubierto el mundo exterior con el campus. A través de la valla, puedo
distinguir el mundo de allá afuera. Se ve como la última vez que lo observe.
Amarillo, con partículas de polvo y ceniza cayendo, de manera continua y
con un aire tan contaminado que incluso podías verlo cuando entraba por
tus fosas nasales. Suspiro, tenía años que no miraba más allá de esta
burbuja, pero esto no me importa. No me detengo, continúo corriendo,
sujetando mi rifle con ambas manos. Los hombres logran salir por la reja.

No desespero, estos están a escasos veinte metros de mí, no irán a ninguna


parte. Un motor se escucha del otro lado. — Están en uno de los camiones.
Comenta Sulami, con cierto grado de preocupación en su voz. No respondo,
continúo corriendo por un par de metros, hasta que por fin salgo de este
inmenso bosque. De un segundo a otro todo cambia. Pasa de ser un paraje
lleno de vida, con animales, céspedes siempre verdes y con árboles que
llegaba hasta donde la vista lo permitía, a un lugar completamente árido.
Ceniza caía por todos lados, la tierra se veía agrietada, incontables bases de
troncos se veían por doquier, así como un cielo que tenía una enorme plasta
de nubes color café, las cuales, incluso eran visibles en la noche. Dos
camiones se ven frente a mí, sólo uno enciende sus farolas. Su motor saca
humo por la chimenea. Levanto mi rifle.

Mi rifle vuelve a disparar. El impacto causa eco en ese desolado entorno. La


bala da en el blanco, directamente en la parrilla del camión. Este se detuvo
en seco; los faros se apagaron, el motor sacó humo y el frente ahora tenía
un hoyo del tamaño de una pelota de playa. Un segundo disparo sale, ahora
direccionado al conductor. La bala da en el blanco. El parabrisas explota, al
igual que el rostro del hombre. Vidrios y sangre caen sobre la ceniza y el
polvo. El copiloto se asusta, sabe que no saldrá de aquí. Este se tira sobre el
asiento. Ya solo quedan él y la persona que se haya puesto en la caja.
Camino, poniendo mi rifle en la espalda.
Sin prestarle atención a nada más que al camión, camino a él. La puerta se
encuentra frente a mí y sin más, la abro. El hombre se encontraba hincado,
rezándole a cualquier Dios. Sus ojos se ven lagrimosos y sus manos están
entrelazadas debajo de la barbilla. Me importa una mierda. Su Dios no está
aquí, solo yo, y este no bajará para ayudarlo. Al abrir la puerta, el hombre
me observa y no dice nada, él lo sabe. De un movimiento lo tomo del poco
cabello con el que aún contaba y lo sacó del camión. Este cae de espaldas al
suelo. Se retuerce del dolor. Al ver todo mi entorno, la ira, la desesperanza
y la frustración toman posesión de mí. Ahora no busco matarlo, busco
destrozarlo. Carlo me alcanza. Sin decir nada, él va por el segundo hombre.
Comienzo con lo mío.

Algunas plegarias se escuchan al fondo, ni siquiera me interesa reconocer


qué es lo que están intentando decir. Levanto al hombre de los hombros,
simplemente para romperle el brazo derecho de un movimiento. Sus huesos
son visibles a través de la piel. La sangre escurre por mis manos. Mi
respiración se acelera, dejando que yo me pierda, pero, antes de que pueda
hacer más, Carlo habla. — Hey, chico, creo que no hay necesidad. Él
reconoce mi semblante desencajado. Lo observo y Carlo continúa. Hiciste
mierda a todo este equipo, solo déjalos morir. Añade y sonrío extrañado.—
¿Solo dejarlos morir? ¿Ya viste a tu alrededor? ¿Ya viste lo que estos
imbéciles causaron? Pregunto, sin soltar al hombre. Carlo calla por unos
segundos, teniendo sujeto al segundo hombre con su brazo metálico. — Ya
lo vi, pero despedazar a este tipo, no cambiará nada. Continúo mirando a mi
amigo. Solo mátalo y terminemos la noche, no quiero que se entibie mi
cerveza. Asiento.
El hombre intenta hablar. — Le pido me… Una patada en el pecho lo tira al
suelo, impidiéndole terminar su plegaria. Llevo mi mano a la espalda, esta
toca el cubo en el que se había convertido mi rifle. Al contacto, este cambia
y puedo tomarlo, debido a su forma ergonómica. El cañón apunta al
hombre, sin siquiera mirarlo jalo el gatillo. La bala da en el torso. Todo el
cuerpo del hombre se despedaza por el impacto. Las manos, cabeza y
piernas quedan tendidas en el suelo, mientras que todo el tronco
simplemente se desintegró, dejando solo pequeños pedazos de órganos,
huesos y mucha sangre, la cual, nos salpicó completamente. — ¡Mierda!
Grita Carlo al ver el calibre de mi arma. Solo sonrío, dejando que mi
respiración y ritmo cardiaco se estabilicen. Es mucho calibre para un rifle.
Comenta, golpeando con su brazo humano al hombre. De igual manera este
cae al suelo. Él ruega por su vida, Carlo lleva su “mano” a la funda de su
pistola. El arma apunta hacia el hombre. Pero Carlo no puede disparar. Sus
nuevos dedos se atoran, impidiendo que este pueda tirar del gatillo. Carlo lo
intenta un par de veces hasta que finalmente lo toma y dispara. La bala se
incrusta en el rostro del hombre. Miro a mi amigo.

— ¿Qué carajos fue eso? Pregunto, pues, nunca lo había visto tener
dificultades con un arma. Carlo solo sonríe. — Es este estúpido brazo, aún
no logro acostumbrarme a él. Comenta, mirando su modificación con
recelo. — Me imagino, pero, sin duda tuviste suerte de que fuera un simple
humano, un metálico no habría permitido ese pequeño error. Respondo,
consciente de la velocidad de los cableados. Carlo asiente. — Ya lo sé, pero,
ya ni para practicar, este fue el último disparo que solté con esta arma.
Comenta y solo aprieto los labios. El silencio se mantiene por algunos
segundos y ambos llevamos las miradas al horizonte, mirando por primera
vez en muchos años, el verdadero rostro del planeta. Finalmente logró ver
la mentira.

— Todo fue una pérdida de tiempo, ¿Cierto? Pregunto, consciente de que,


tal vez, hoy habíamos ganado la noche. Había asesinado a cada hombre que
Wood Internacional había mandado al campus, pero eso no cambiaba nada.
La “victoria” de hoy no significaba nada. No inclinaba, ni siquiera un poco,
la balanza hacia nuestro lado. — ¿Y sabes lo peor? Pregunta Carlo, sin
dejar de mirar aquellos árboles muertos. Esto lleva años siendo una pérdida
de tiempo, solo que, durante todo ese tiempo, nos tragamos el discurso de
que todo mejoraría. Añade, apretando el rostro. Nada mejorará, solo
estamos aceptando nuestro destino, la miseria que nosotros mismos
generamos. Todo ese discurso sobre que las cosas mejorarían, sobre que un
día volveríamos a tener el planeta que siempre merecimos, era una vil
mentira. Ya no había salvación en todo esto.

— ¿Así se veía Sudamérica? Pregunta Carlo. Recuerdo el último día que vi


aquellas lejanas tierras. Un gran incendio azotaba el país. La gente caía
muerta gracias a la contaminación, la falta de alimentos o simplemente eran
alcanzados por el fuego. — Más menos, solo que el cielo, en aquel entonces
no se veía tan contaminado. Comento, sin apartar la mirada de la escena.
Hay que recordar que en ese entonces aún no caían las reservas europeas ni
el gran bosque chino. Añado, recordando que, a pesar de toda esa muerte y
destrucción, el mundo aún no se iba a la mierda. — ¡Cierto! En aquella
época todo esto solo era una pequeña crisis ambiental. Responde Carlo.
Algunos segundos pasan en silencio y ambos nos disponemos a irnos. —
Hay que encargarnos de esto. Dice Carlo, señalando ambos camiones.
Asiento y este saca un par de granadas incendiarias. Las granadas caen
debajo de los camiones y a los pocos instantes se activan, convirtiendo los
mismos en grandes bolas de fuego. — Vámonos, tengo una cita muy
importante. Comento, dando media vuelta y caminando de regreso al
campus. Carlo me imita. — En verdad, chico, solo dejé mi cerveza a la
mitad porque sabía de tu cita con Dua. Sonrío. — Muchas gracias por venir,
hombre. Digo al aire, pues, si este no lo hubiera hecho, la noche hubiera
sido mucho más complicada. — No me agradezcas a mí, Sulami fue la que
insistió, porque en el bar incluso teníamos una apuesta de si lo lograrías o
no. Río y me extraño por el contacto que Sulami tenía con el resto de los
guardabosques.

— Si sabes que Sulami es mi técnica, ¿Cierto? Carlo asiente, al tiempo que


ambos volvemos a entrar al bosque. ¿Por qué tienes comunicación con ella?
Pregunto, pues, yo nunca había cruzado palabra con ningún otro de los
técnicos. Carlo abre la boca, pero antes de poder responder, Sulami habla.
— Las únicas veces que Carlo y yo hemos hablado es cuando él me
pregunta dónde estás, para saber si estás en guardia o en descanso o
entrenando, nada del otro mundo, galán. Responde, con la voz
completamente distorsionada por el alcohol. — Sí, de hecho, fue ella la que
me guio hasta ti. — Por eso estuve tan callada durante el combate, estaba
hablando con Carlo. Responde, intentando justificarse. Solo río. Ninguno de
ellos necesita una explicación del por qué hacen las cosas. — Gracias por
hablarle a Carlo, Sulami. Murmuro, caminando por el bosque. Consciente
de que, si no lo hubiera hecho, tal vez mi noche hubiera terminado antes.
Regresando por nuestros pasos ambos continuamos. — Debo de admitir que
lo hiciste muy bien, vi más de quince cuerpos regados por el bosque. Dice
Carlo, tambaleando mientras lo hace. Aprieto los labios. — Nunca había
luchado contra tantos al mismo tiempo. Digo, reconociendo que me había
arriesgado demasiado. Carlo asiente. — Demostraste lo que un hombre es
capaz de hacer, sin duda naciste para esto. Comenta. — Si y esa es la razón
por la cual ahora no sé qué carajos hacer. Respondo, aún sin encontrarle
sentido a todo esto. Carlo resopla. — Nadie le encuentra sentido a esto,
todos estamos confundidos y de algún modo nos sentimos perdidos, pero no
podemos hacer nada. Carlo toma aire y continúa. Ya no hay necesidad de
seguir con esto, ya viste lo qué hay allá afuera, eventualmente esto
terminaría igual, solo que ahora caemos bajo nuestros propios términos.
Añade, señalando hacia fuera del campus. — Solo espero que no todos los
días se vean así de amarillos. Respondo, y Carlo sonríe fugazmente.

Llegamos al lugar donde cayó el árbol. Mis labios se contraen. Me lamento


la pérdida. Carlo habla. — ¡Mierda, chico! Eres una máquina. Comenta y
lo observo. Son muchos hombres de Wood. Completa, haciendo una cuenta
rápida con los ojos. — Si, la verdad es que nunca había luchado contra
tantos hombres a la vez, y mucho menos solo. Respondo, recordando que
mi máximo había sido un solo camión. — No cabe duda de que eres el
mejor de nosotros. Sonrío, caminando entre sangre, huesos, órganos y
cuerpos. — No lo sé, tuve que recurrir a la granada. Al escuchar eso, el
semblante de Carlo cambia. Su sonrisa desaparece y su boca muestra una
mueca de incomodidad. Algunos segundos pasan en silencio. — ¿Pasó
mucho tiempo? Pregunta, finalmente. — Bastante, debieron ser cerca de
ocho segundos. Carlo se impresiona y me mira con recelo. No fue a
propósito, solo estaba lejos. Añado, intentando defenderme. Carlo calla
algunos segundos y luego sonríe, dejándolo pasar. — Lo importante es que
estás vivo. Dice, apretando los labios.

Caminando entre los cuerpos que habíamos dejado, yo hablo. — ¿Qué


harás ahora? Pregunto, subiendo una pequeña montaña. — Ahora, voy a
regresar al bar, beberé hasta desmayarme y esperaré a que todo termine
rápido. Responde, teniendo la mirada perdida y la lengua floja. — ¿Y
después? Pregunto, intentando comprender el por qué mi amigo veía este
retiro como algo bueno. Carlo suspira y calla por algunos segundos. —
Intentar disfrutar lo que pueda allá afuera, así sea un día o diez años,
disfrutaré cada segundo, porque sin duda merecemos este descanso. Asiento
y Carlo continúa. Quiero ver la mierda del mundo. Comenta y me extraño.
Estoy seguro que la gente allá afuera tiene vidas, es feliz, sufre, disfruta y
pierde el tiempo. Quiero ver eso, quiero disfrutar lo que sea que esté nuevo
mundo puede darme y si sólo es capaz de darme mierda, la disfrutaré como
nadie. Sonrío. La gente se acostumbra a la mierda por cotidianidad, tanto
que incluso pueden llegar a no saber que están en ella.

— ¿Tu qué quieres hacer? Pregunta, sin detener el paso. Suspiro. — Creo
que aún estoy buscando opciones. Murmuro, pues, no podía decirle que una
parte de mí quería luchar por ese bosque. Que sabía que esta era una mala
decisión y que estaba dispuesto a morir por ello. — Te conozco, chico.
Comenta, consciente de lo que realmente quería hacer. Solo te pido no
hacer más estupideces. Añade. — ¿Como enfrentarme a un batallón yo
solo? Carlo ríe. — Algo así, aunque eso no fue estúpido, era nuestro
trabajo. Comenta. — Solo espero tomar la decisión correcta. Murmuro,
bajando la cabeza, mirando las hojas bajo mis pies. Algunos segundos
pasan y Carlo asiente, el alcohol hace que no le tome importancia a todo
esto, aunque en el fondo lo sabe.

Ambos nos detenemos, no tiene sentido caminar más. — Ya quiero ver la


cara de todos cuando sepan lo que hiciste. — No es gran…— Matar a un
mejorado con un pedazo de madera es algo muy impresionante, la mayoría
de nosotros apenas y puede contenerlos usando armas de fuego y tú, con
cualquier maldita cosa que encuentres los acabas. Dice Carlo con la voz
muy acelerada. — Ya deberíamos irnos, que la gente del campus se
encargue de esta basura. Digo, esperando que Sulami haya escuchado mi
comentario. — Creo que es buena idea. Responde, tendiendo la mirada
perdida dentro de la oscuridad del bosque.

Carlo continúa estático, con la mirada fija en la nada. Este vuelve a hablar.
— Eso sí, antes de que termine la noche, creo que me daré una vuelta por el
cuartel, porque, nosotros podremos dejar esta vida, pero esta vida nunca nos
dejará a nosotros. Apenas y logro comprenderlo, gracias a la cantidad de
palabras que arrastra. Intentando no perder más tiempo, solo asiento. —
Podemos tomar lo que sea, ¿Cierto? Pregunto, recordando mi plática con
Sulami. Los ojos de Carlo se miran somnolientos. Este asiente. — Sí,
incluso, hace un rato llegó “Luv” al bar, presumiéndonos sus nuevas botas
cohete y un maldito lanzacohetes antitanques. Sonrío. Obviamente le
dijimos que no podía pasar y que regresara cuando no llevara en las manos
algo que podría volar medio bosque. Suelto una pequeña risa fugaz. — Tal
vez me de una vuelta. — Pues apresúrate, tienes veinte minutos para llegar
con Dua. Dice Sulami por mi auricular.

Mis dedos, nuevamente van al panel en mi muñeca y estos piden mi


motocicleta. Carlo me imita. Ambos miramos hacia el bosque. Los ruidos
naturales se apoderan de la escena. Grillos, búhos y el aletear de algunos
insectos es lo único que se percibe. Ambos lo notamos. Mi nariz inhala de
manera profunda. Siento como el aire fresco entra a mis pulmones. Carlo
me imita. — Sin duda extrañaré esto. Digo al aire, viendo a lo lejos la luz
de mi motocicleta. — Creo que todos lo haremos, incluso Roy, pero hoy por
hoy creo que todos simplemente extrañamos el tener una vida. Asiento,
consciente del por qué todos aceptaban esta decisión. — Deberíamos seguir.
Murmuro, viendo a lo lejos el reflejo de los ojos de un animal. — Tal vez,
pero si seguimos así, con el tiempo, todos nosotros caeríamos. — Pero el
bosque viviría. Carlo me observa y sonríe.

— Lo que sin duda no extrañaré, son las balas. La voz de Carlo se escucha
entrecortada. Las motocicletas se acercan. Podré extrañar al bosque, su
belleza y la nostalgia que él mismo me provoca, pero sin duda nunca voy a
extrañar las balas o esos momentos en los que estaba frente a un tipo,
ambos con la intención de jalar el gatillo y tu vida dependía de tu habilidad
para disparar. Dice Carlo con la voz débil, como si intentara contenerse.
Esas son cosas que no enorgullecen a ninguno de nosotros y que sin duda
nadie va a extrañar, pero esto, estos árboles, está vista y estos momentos
que nos regala esta vida, sin duda los echaré de menos. Añade, levantando
ambos brazos, señalando al bosque. Ambas motocicletas llegan. Sin hacer
el menor ruido.
Carlo y yo las observamos, ambos sabemos que en el momento que
subamos a esas motocicletas, toda esta vida, toda esa responsabilidad por el
bosque desaparecería. Nadie busca ser el primero en subirse, pero, yo tomo
la iniciativa. No por el hecho de terminar la noche o de acelerar el proceso.
El perder esto me dolía, pero la ilusión de volver a pasar una noche junto a
Dua, era como un bálsamo para mí; nada ni nadie podría llegar a sustituir
todo esto, pero, el pasar la noche junto a la mujer de mi vida, tampoco
parecía un mal plan. Carlo me observa.

Sentado sobre la moto, Carlo vuelve a hablar. — Sea lo que sea que vayas a
hacer, chico, espero te haga muy feliz, lo merecemos. Solo sonrío y Carlo se
acerca para darme un abrazo. Sujeto a mi amigo de manera cálida. —
Gracias por todo, hermano. Comento, aún tomado de la espalda de Carlo. El
abrazo termina. Por favor ya no sigas poniéndote más de esa mierda. Digo,
señalando su brazo. Carlo lo mira y ríe. — Ni lo menciones, no quiero
terminar como Roy. Aprieto el rostro y ambos reímos. En verdad no sé qué
gusto tienen los cableados con estas cosas. Añade. Incluso, cuando me puse
esto, yo quería cubrirlo con piel, para que pareciera más real, pero el tipo
que me la puso se ofendió, diciendo que era un crimen no presumir toda
esta maquinaria. Río recargándome sobre el tanque de mi motocicleta.

Carlo mira su vehículo y después vuelve a mirarme. Nuestras miradas se


mantienen. Sus ojos se muestran húmedos. Él sabe que los veo, así que,
simplemente voltea la mirada. — Gracias de nuevo. Digo, con voz baja.
Carlo vuelve a mirarme. Él está consciente de todo lo que está pasando por
mi cabeza: la noche con Dua, el retiro anticipado y la quema de este
bosque, son cosas que me joden bastante. — Sea cual sea el desenlace de
mañana, solo quiero que sepas que te aprecio y que mereces más que todo
esto. Sonrío y asiento con la cabeza. — Eres un gran amigo y no pude haber
pedido mejor persona para acompañarme por todo este viaje. Carlo se
queda estático. — Fue todo un viaje. Comenta, levantando su mano. La
tomo. — Te veo mañana, hombre, te guardaré algunas armas. Carlo sonríe y
acelero, sintiendo un gran vacío en el pecho.
CAPÍTULO IV

Miro a mi amigo por el retrovisor, este se queda estático, mirando al cielo.


— Eso fue todo. Murmuro, sabiendo que tal vez, nunca volvería a pisar este
bosque de esta forma, de que nunca volvería a tener una misión junto a
Carlo o junto a ninguno del resto de los guardabosques. Todo había
terminado y sólo Carlo y yo habíamos sido testigos del final de esta
defensa. Regreso mi mirada al frente y pienso en el adiós de una de las
personas más importantes de mi vida, persona, con la que convivía,
prácticamente, cada día desde hace más de cuatro años, y la cual, se iría a
cualquier lugar, a aceptar este destino de mierda. — A aceptar la mierda.
Pienso, poniendo como destino el cuartel. — ¿Si te da tiempo? Me encojo
de hombros, como si Sulami pudiera verme. — Solo me daré una vuelta,
además el cuartel está cerca de los dormitorios. Respondo, conduciendo
dentro del enorme bosque.

Ya sin sentir los efectos del alcohol en mí, ahora soy capaz de ver un poco
más de lo qué pasa a mi alrededor. Veo los árboles y como las hojas de los
mismos bailan, gracias a la brisa. Veo pequeñas zarigüeyas corriendo de un
lado a otro, evitando a los búhos que rondan sobre la copa de los árboles.
Puedo verlo todo y eso es lo que hace este último paseo tan complicado.
Una parte de mi quisiera que me bajase de esta motocicleta y solo me
recargara sobre algún cedro, esperando lo inevitable, pero no lo hago; a
pesar de todo el amor que puedo sentir por este bosque, incluso yo logro
comprender todo el sufrimiento que este acarrea. — Aunque no puedo
negar que desearía que todo continuase igual. Murmuro, sintiendo y
disfrutando todo el dolor físico, pues, este valía la pena si por ello, podía
volver a sentir ese frío aire recorriendo mis pulmones.

El bosque continúa. Aún no se aparece ningún camino frente a mí. La noche


es silenciosa y a pesar de que sé que Sulami me acompaña, no soy capaz de
decirle nada. La nostalgia que siento es abrumadora y cada árbol, planta,
animal, montaña y roca que pasan a mi lado, representan algún momento
que tuve en este lugar. Los recuerdos pasan en mi mente, uno detrás del
otro, pero, aquí es cuando caigo en cuenta de que la mayoría de todos los
momentos que revivo en mi cabeza, pasaron junto a esta persona tan
importante que jamás conocí. Hablo. — Tuvimos un buen recorrido,
¿Cierto? Pregunto al aire. Algunos segundos pasan en silencio. Sulami
responde. — El mejor de todos. Comenta, con la voz entrecortada. — ¿Te
arrepientes de algo? Pregunto, pues, ella era parte de esta defensa tanto
como yo. Sulami vuelve a callar por algunos segundos, como si pensara su
respuesta. — No, vivimos esta vida de la mejor forma posible y cada
muerte que hicimos juntos, lo hicimos por todos, menos por nosotros.
Comenta, volviendo a beber de su trago. De lo único que me arrepiento, es
de nunca haberte conocido, galán. Asiento. — Lo sé, eres mi mejor amiga,
conoces todo de mí y es raro que ni siquiera nos hayamos visto para ir por
un café. — Es que yo siempre salía con chicos que no eran de tu agrado y tú
siempre estabas entrenando. Responde, con un tono de voz muy dulce. —
Es que tienes un gusto asqueroso en hombres. Digo, recordando que
Sulami, a pesar de no tener una sola mejora física, tenía una fuerte atracción
por los metálicos. Sulami ríe. — ¡Ya sé! Es más, viendo bien a Carlo, ya no
se me hace tan feo. Río.
La motocicleta continúa avanzando a toda velocidad, esquivando rocas,
ramas y animales suicidas. — ¿Tú qué harás después de esto? Pregunto,
pues, al igual que en mi caso, la vida de Sulami giraba alrededor de esta
causa. Sulami suspira. — Aún no lo sé. Responde, con una voz muy baja,
casi como un murmullo. Digo, el decano me dejó quedarme aquí en el
campus, pero sin el bosque o mi trabajo, la verdad, no tendría sentido
quedarme. Añade y recuerdo dónde estaba mi casa. — Mierda, yo ni
siquiera podría quedarme a vivir aquí, mi casa está en medio del bosque.
Digo, soltando unas risas en el medio. — No te preocupes, galán, ya arreglé
la mudanza, pasarán por tus cosas a las once de la mañana. — Muchas
gracias. Mi rostro esboza una sonrisa, al reconocer lo eficiente que era esta
mujer. — De nada, galán, ellos llegarán mañana en un helicóptero, sacaron
tu casa del campus, donde te esperará un camión y en el momento que tú
decidas irte del campus, ellos te seguirán y ayudarán a acomodar todo.
Añade, aunque, debido a que era huérfano y a que no había salido del
campus en más de cuatro años, no tenía una casa propia o un lugar a donde
ir. — Tengo que ver eso. Comento, acelerando.

A lo lejos, sobre las copas de los árboles, las luces y hologramas que genera
la universidad, comienzan a distinguirse. Un cosquilleo recorre las palmas
de mis manos. — ¿Qué harás mañana? Pregunto, con un hilo de voz. — Iré
a ver el final de todo esto, quiero estar presente cuando pase. Responde, con
la voz un tanto derrotada. — ¿Quieres ir por un café después de eso? ¿O
irás con Naka al salón de belleza? Al tiempo que mis labios sueltan esa
pregunta, un suspiro se escucha del otro lado del micrófono. Sería un gran
momento para conocernos. Añado y Sulami ríe de manera nerviosa. — Me
encantaría, galán. Su voz se escucha mucho más alegre. — Eso sí, ni te
emociones, sé que tenemos una conexión, pero solo somos amigos. Sulami
suelta una risotada. — Tranquilo, aunque no quiera, respetaré a Dua.
Responde, pues, después de muchas noches hablando sobre cómo habíamos
terminado la relación, Sulami ya no veía con tan buenos ojos a Dua. — Es
una mujer increíble. — También eran increíbles los chicos con los que salía.
Réplica, riendo un poco. — Eso sí lo dudo, eran metálicos. Ambos reímos.
La universidad se acerca.

Un camino aparece bajo mis neumáticos, mis manos se destensan al igual


que mi espalda. El peligro de caer o chocar nuevamente con una roca
escurridiza ya era mucho menor. — Eso sí, debo admitir que estoy
conociendo un nuevo chico, es metálico, pero creo que te podría caer bien.
Aprieto los labios. — En ese café solo debemos ser tú y yo, intenta alejarte
de su tornillo por más de dos horas, por favor. Ambos reímos por mi
comentario. — No tiene un tornillo, galán, el solo se mejoró la mano. Es
arquitecto y le sirve para diseñar mejor. — ¡Estos niños! En mis tiempos la
gente lo hacía con su propio pulso. Respondo, haciendo una voz más grave.
— Galán, en tus tiempos la gente pensaba que la energía fósil era la mejor
opción, tampoco eran tan avanzados. Sonrío y simplemente continúo. Los
edificios ya logran verse entre los árboles. — Ya estamos cerca. Murmuro.

Los edificios se acercan. Las luces de las ventanas en los dormitorios ya son
perceptibles. El panorama es distinto al pabellón. Las construcciones son
más viejas. Los hologramas y anuncios ruidosos aquí no existen. En este
lado del campus, pareciera que el tiempo se ha detenido en una época más
sencilla. Antes de todo: antes de la guerra, antes de las bestias y las balas,
donde una universidad solo era eso, una universidad, no la última esperanza
de la Tierra.

Un arco pasa sobre mi cabeza. El bosque ha terminado. El camino de tierra


ahora es de asfalto. Completamente limpio, sin ningún tipo de vestigio
sobre aquella tormenta de arena. Estudiantes van de un lado para otro,
mirándome al escuchar el murmullo de mi moto. Empleados de la
universidad trabajan día y noche para mantener la misma en el mejor estado
posible. Quitan la tierra de los techos, ventanas y jardines, al tiempo que
podan y limpian los árboles más pequeños que había en esta zona. Los
guardias vigilan que se mantenga el orden en este lado del plantel. — Ya
estoy bien, ya puedes regresar a tu fiesta de técnicos. Digo, dando una
vuelta a la derecha, sintiendo las miradas de un grupo de chicas.

Las farolas iluminan mi andar. Sigo la línea que mi casco proyecta,


concentrado solo en una cosa, llegar a tiempo. — ¿Seguro que ya no te
meterás en problemas, galán? Pregunta Sulami, un poco a la distancia, yo
niego. — Solo haré locuras en la cama, nada de qué preocuparse. Sulami
ríe. — Está bien, ve a disfrutar, te quiero mucho, galán. Sonrío, sintiendo un
leve cosquilleo en mi pecho. — Yo también te quiero, nos vemos mañana,
ni se te ocurra faltar. Sulami dice que ahí estará. El micrófono se apaga, no
se escucha más que estática. Mi destino está cerca. Logró ver el edificio.

Sobrio, sin luces o farolas que lo alumbren por fuera. Intentando pasar
desapercibido. Aunque las personas sabían que ese lugar pertenecía a los
guardabosques, se buscaba que el mismo no incitara a la curiosidad; que
solo fuera un edificio más, perdido entre este enorme campus. Frente al
gran portón, hay dos personas. Ellos saben lo que es este lugar. Continúo
avanzando, reconociéndolos una vez que estoy lo suficientemente cerca.
Uno era un guardabosques. Uno de los novatos. La otra, para mi sorpresa,
era Dua. Ella llevaba una mochila en la espalda. Al verla ahí, sé
perfectamente lo que está haciendo. Mis labios se contraen. No apoyo lo
que ella hace ni su causa, pero no digo nada. Dua me ve llegar y sonríe,
volviendo de inmediato a su conversación con “Ant Wyner”. A pesar de la
distancia, soy capaz de percibir algo de su plática.

…— Entonces, más tarde irá a tu apartamento a buscarte alguno de mis


hombres y te platicará de mejor forma todo esto. Dice Dua, con velocidad,
mirándome de reojo. El novato asiente. Mi motocicleta se detiene justo
frente a ellos. — Muchas gracias, en verdad estoy interesado. Responde,
acto seguido, me observa por un instante y se aleja del lugar con mucha
velocidad. Sonrío, quitándome el casco, consciente del nerviosismo que
sentía Ant. Bajo de mi motocicleta. Dua me mira con mucha felicidad. A mi
derecha, el portón de la armería se abre, pero lo ignoro. Toda mi atención e
interés están frente aquella chica de caderas pronunciadas y hermoso rostro.
Ella me sonríe, levantando sus brazos para abrazarme. El abrazo es fuerte,
con muchos sentimientos alrededor del mismo. — Qué gusto verte, belleza.
Murmura, besando mi sudado rostro. Sonrío, alejándome un poco y
besándola en los labios. Siento miradas en mi nuca.

El abrazo continúa. Puedo sentir cómo su cuerpo se destensa al tocarme. —


¿Te preocupaste por mí? Pregunto, besando su mejilla. Su cabeza niega. —
Hace mucho aprendí a que no servía de nada preocuparme, el que lo hiciera
o no, no ayudaba a que llegases sano y salvo. Solo asiento. Eso sí, no puedo
negar que me da mucho gusto verte bien. Añade, acercándose aún más a mi
pecho. — ¿Aunque esté sudado y lleno de sangre? Pregunto y Dua
comprende la broma. — Si deberías bañarte más seguido, belleza, este
sudor no es de hoy. Me río a carcajadas, alejando mi rostro de su cabeza.

El momento se mantiene, en nuestra propia intimidad. Dentro de este


abrazo, en medio de ambos, solo existimos ella y yo. Suspiro y caigo en
cuenta de lo que había pasado. — ¿Qué haces aquí, preciosa? Creí que te
vería en tu dormitorio. Pregunto, mirándola a los ojos. Ella me regresa la
mirada. — Como supuse que llegarías por aquí, quise pasar a saludar a mi
amigo el guardia, pero no estaba. Responde, mirando hacia el portón. La
miro, extrañado. — Ahora entiendo de dónde consigues tantas… Dua me
besa para callarme. El beso es fugaz, cumple con su objetivo. La cabeza de
Dua niega. El acto es casi imperceptible. Lo noto y lo acepto.

Ambos continuamos abrazados. Los pocos estudiantes que aún deambulan


por el campus nos observan con extrañeza y curiosidad. — ¿Ya nos vamos?
Pregunta Dua, soltando una sonrisa pícara. Dejamos algo inconcluso en el
Guitón. Sonrío. — Si, solo déjame entrar, quiero ver algunas cosas para una
vieja amiga. Dua me observa. — ¿” Amiga”, ¿belleza? Pregunta, dándome
un pequeño golpe en el hombro. Río y finalmente me separo de ella. — Si
no quieres no pasa nada, total, armas yo tengo. Digo, con un tono de voz
muy ligero. — ¡Ya! Aquí te espero, sorpréndeme. Responde Dua,
mirándome fijamente. — No tardo. Digo al aire, caminando hacia el gran
portón.
Colocando el panel de mi muñeca sobre la placa que estaba junto al portón,
este se levanta, con velocidad. El cuartel era grande, con muchos cuartos
que separaban las armas por categoría. Mis pies dan un par de pasos dentro.
El portón se cierra a mis espaldas, con la misma velocidad con la que abrió.
A mi izquierda veo el escritorio del guardia. Este se encuentra vacío. Él era
el responsable de que no nos lleváramos más de tres armas por visita. Me
adentro al lugar. Paso bajo el detector de metales. Este se activa, pero no
pasa nada. Nadie viene a revisarme. Continúo con mi camino. Una silueta
pasa frente a mí. — Es Ant. Murmuro, caminando hacia él, admirando su
corpulento cuerpo. El cuerpo de Ant era considerablemente más grande que
el mío, tanto en la espalda, piernas, brazos y altura. — El tipo era un
maldito roble. Pienso, adentrándome más al lugar.

Mi mirada está fija en todo el arsenal. A pesar de ya tener pequeños


espacios vacíos dentro de las paredes, todavía había muchas armas. El lugar
era muy grande. Cajas de aspecto pesado llenaban los pasillos, ganchos con
armas de cualquier calibre tapizaban las paredes y cualquier tipo de
herramientas y mejoras se podían ver detrás de algunas vitrinas. Ant está
frente a mí, de espaldas. El chico siente la mirada, pero la resiste por un par
de segundos, intentando aparentar que no me vio allá afuera. Ant gira el
cuerpo. Su rostro esboza una sonrisa, como si nada hubiera pasado. Le
regreso el gesto. Genuinamente me da gusto volver a verlo. — ¡Equipo!
Grita, con mucho entusiasmo.

Este corre a mí y ambos chocamos la mano, con fuerza. Riendo en el


proceso. — ¿Cómo qué equipo? Pregunto, sosteniendo su mano y dando un
pequeño choque con el hombro. Ant aprieta los dientes. Así solo me llaman
los reclutas, tú ya eres uno de los nuestros. Añado, soltando su mano. La
misma había quedado con un dejo de sangre y tierra. — Lo sé, pero después
de seis meses de llamarte así, aún se me complica hablarte de “tu”.
Responde, limpiando su mano en su impecable traje táctico. — Pues
comienza a hacerlo, te ganaste este lugar a pulso. — Lo sé, pero...— Nada,
cualquier persona que logre pasar mi enfermario, merece mi respeto. Lo
interrumpo, recordando la cantidad de reclutas que se retiraban cuando yo
era el encargado de adiestrarlos. El rostro de Ant muestra una mueca de
dolor, recordando aquellos días.

Ambos miramos las paredes, abrumados por la cantidad de armas y


herramientas que había, sin ningún tipo de vigilancia. — Me da gusto verte
y lamento no haber podido ir al nombramiento. Digo al aire, mirando las
pistolas a la lejanía. — No te preocupes, estabas en servicio. — ¿Si vino tu
novia? Pregunto, recordando la gran motivación que había sido esta chica
para él. Ant asiente. — Sí, de hecho, estuvo aquí un par de días, pero tuvo
que regresar a casa, su madre se puso mal y no había quién la cuidara.
Aprieto los labios. — Me hubieras dicho, te hubiera dado mi cobertura para
Familiares y Conocidos. Ant sonríe, pues la universidad solo nos permitía
traer a un familiar o amigo a vivir con nosotros. Yo no la uso, todos mis
amigos viven aquí, no tengo a nadie allá afuera. Añado, pensando en mi
madre. La imagen de ella es vaga, borrosa. Mi mente se va a aquella noche.
El piso tiembla y mi mirada se va a las armas. Estas dejan de moverse.

Ant no nota esto. –Hubiera sido increíble. Responde. Mi mirada continúa


fija en cualquier cosa que denote movimiento. El cuartel se mantiene, un
par de segundos, en silencio. Reacciono. — Si, al menos ya podrás volver a
verla. Respondo, alejando aquella noche de mi mente. — Sí, pero tengo que
admitir que me hubiera gustado estar operativo por mucho más tiempo.
Asiento y sonrío. — Si, pasaste más tiempo como recluta que como
guardabosques. Digo, pues, la ceremonia había sido apenas hace un par de
semana. Ant asiente. — ¡Ya sé! Incluso mi traje parece nuevo. Exclama,
haciendo un ademán con las manos. Mi mirada se va a su traje. Reluciente.

Su traje estaba impecable, este no había sido cortado, quemado, golpeado,


electrocutado, raspado, ensuciado ni tenía ningún agujero de bala. Estaba en
perfecto estado. — Debiste tener pocas misiones, — murmuro, haciendo
un recuento rápido de los ataques del último mes. — Sí, la más grande que
tuve fue cuando le volaron el brazo a Carlo. Comenta, al tiempo que
comienzo a caminar por el lugar, intentando buscar algo que llame mi
atención. — Mierda, ¿Estuvo fuerte? Pregunto, pensando en el brazo de mi
amigo. — Eran muchos, pero logramos repelerlos. Asiento, mirando un
exoesqueleto. — Al final, ¿Qué arma terminaste usando? Pregunto, pues,
como recluta se les hacía ser expertos tiradores en cada tipo de arma, pero,
como guardabosques, tenías la libertad de usar muchas o especializarte en
un solo tipo. Ant desenfunda.

Reconozco el modelo. Era una pistola, que, con los aditamentos adecuados,
podría convertirse en un subfusil. Me impresiono. Ant lo nota y comienza a
colocarle una culata y una empuñadura. El arma crece de tamaño y yo la
tomo, apoyando la culata en mi hombro. Ant me observa. No está nada mal,
pero creí que un tipo tan grande como tú, usaría algo más potente.
Comento, recordando lo eficiente que era con ametralladoras ligeras. El
arma vuelve a Ant. — Sí lo pensé, pero me gusta la movilidad que tengo
con esto. Lo acepto. — Debes desenfundar muy rápido. Digo y Ant, se
encoge de hombros, sin decir nada.

Consciente de que Dua estaba afuera, comienzo a buscar las cosas por las
que vine, en primer lugar. Armas y gadgets que siempre quise probar, pero
nunca llegué a hacerlo. Durante años simplemente busqué especializarme
en lo mío, no había espacio para jugar con otras cosas. — Escuché que las
botas cohete eran geniales. Pienso en mi cabeza. Ant me sigue; durante su
época como recluta ambos nos habíamos hecho cercanos, debido a las
similitudes que ambos teníamos. Pero ahora, no disponía del tiempo para
hablar sobre armas, técnicas de combate, su relación o lo importante que era
la misión para mí. En mi cabeza, solo estaba Dua, así que, no me detengo.

Tomando dos pares de botas cohete, un lanzallamas de muñeca y un


exoesqueleto, voy a la zona de armas. Ant me sigue, sin tomar nada, solo
mira. — Pues, fue un placer verte. Digo a Ant, buscando terminar la
conversación de golpe. Este se extraña y me observa. — ¿Vas a alguna
parte? Pregunta, riendo un poco en medio, pues, sin el bosque, él no
comprendía a qué otro lugar iría. — Si, me espera mi exnovia. Respondo y
Ant se sorprende. Cuando él llegó como recluta, Dua y yo ya habíamos
terminado. — ¿Conoces a la chica de afuera? Pregunta, un tanto
sorprendido como atando cabos. Asiento, llegando a la parte de los rifles
automáticos. Mi cabeza asiente, mientras mis manos toman la “Fire Blast”.
Un rifle eficiente, con excelente cadencia, peso y con la posibilidad de
agregarle muchas mejoras. Solo tomo uno. El rifle va a mi espalda y al
igual que mi fusil, este toma la forma de un cubo.
Ant continúa observándome, esperando una respuesta. Lo observo, de reojo.
Sus ojos están muy abiertos, expectantes. — Si la conozco. Respondo, sin
decir nada más. No intento caer en detalles; no sé qué tan involucrado esté
dentro del movimiento de Dua. Ant suspira. — Entonces eres parte del…—
No. Lo interrumpo. Ant se calla de golpe. Sus ojos denotan miedo. De
manera instintiva, su mano va a la funda del arma. Lo noto y sonrío. No
estoy dentro, pero lo apoyo desde fuera. Respondo, intentando que se
calme. Ant vuelve a suspirar y ríe de nervios. — Mierda, me asusté por un
segundo. Comenta, resoplando en el proceso. Mis labios se contraen.
Continúo caminando por el lugar.

Armas de calibre corto se encuentran frente a mí. Pistolas de distintos


tamaños, subfusiles y todos los aditamentos para convertir estas armas en lo
que uno quisiera. — Una vez vi a un tipo que convirtió una pistola DH en
un arma antitanque. Comento a Ant, el cual, continúa muy cerca de mí. Este
ríe, alejándose de la preocupación de hace unos momentos. — ¿Qué pasó
con él? Pregunta, muy interesado. — ¿A “Kurt”? Le explotó el arma en las
manos en una misión. Respondo, recordando como, por un segundo, la
noche se iluminó a la lejanía. La explosión fue tan fuerte que destruyó todo
en un radio de quince metros. Añado, tomando un par de pistolas, con el
afán de convertirlas en subfusiles parecidos al de Ant. Ant sonríe,
notándolo.

Caminando a la salida, con las manos llenas, paso por las granadas. Las
había de todo tipo: incendiarias, aturdidoras, de fragmentación, de pulso,
eléctricas, contra incendios y también estaba la granada. Me detengo. Ant
me imita. Mi mirada está fija en aquel objeto. Ant no conoce la historia del
mismo, aún no ha tenido la maldición de tirar una de estas. Mi mano se
estira y se mantiene estirada por un segundo frente a ella, antes de tomarla.
El pesado objeto ya está en mi mano. Un suspiro se escapa de mi boca. —
Creo que es todo de mi parte. Hablo, con un hilo de voz. Ant asiente. ¿Tú
no llevarás nada? Pregunto, notando que Ant solo se había paseado por el
lugar.

Ant mira a todos lados, pero sé exactamente qué piensa. Se siente


abrumado. No sabe que tomar, nunca ha visto la mayoría de estas armas o
gadgets en acción real. No hay ningún incentivo para hacerlo más que por
el simple hecho de atesorarlas, como un recuerdo de esta vida que dejamos
atrás. Ant responde. — Tal vez tome un par de inyecciones de emergencia,
dicen que son interesantes. Asiento. — Solo ten cuidado, vi a muchos
volverse locos con esas cosas. Respondo, acomodando los objetos en mis
manos. Continúo hablando. Vi a los mejores de nosotros ser consumidos
por esa cosa. Todos querían sentir esa adrenalina, ese poder y esa velocidad
todo el tiempo, pero su cuerpo se adaptó y necesitaron cada vez más, al
punto donde la misma inyección los mató. Añado y Ant solo abre mucho
los ojos. — Tal vez solo lleve una. Comenta, un tanto preocupado. — Solo
tómalo con calma.

Ambos nos encontramos cerca del detector de metal. — ¿Irás mañana?


Pregunto, pues, no sé qué planes tenga Dua con respecto a su causa. Él
asiente. — Si, el decano nos pidió a todos estar al medio día. Lo acepto. —
Entonces te veré mañana, hombre. Ant sonríe, aunque sus ojos denotan
decepción y un poco de resentimiento. Nuestras miradas se cruzan.
Hubieras sido un gran guardabosques. Digo al aire, intentando darle
confort. Él se limita a sonreír. — Gracias, solo lamento no haber podido
demostrarlo. — No te lamentes, lo demostraste cada maldito día en el curso
y esto simplemente fue una mala pasada del destino. Ant asiente. Sus ojos
miran al suelo. Al menos podrás volver a ver a tu amada. Añado. — Cierto.
Responde. Él no dice más. Ambos nos despedimos, pensando, nuevamente,
en esta situación de mierda.

Al pasar, el detector suena. Lo ignoro y atravieso la puerta del lugar. Frente


a mí, continúa mi cita. Ella se encuentra recargada sobre mi motocicleta. Su
rostro se ilumina al volverme a ver y aunque intenta disimularlo, no puede.
Sus ojos la delatan. — ¿No querías tomarte más tu tiempo, belleza?.
Pregunta, con sarcasmo y yo sonrío. La puerta a mis espaldas se cierra. —
Debida entretener a tu nuevo recluta. Respondo, notando que no había nadie
a nuestro alrededor. Dua abre los ojos y sonrío. Su mirada va a mis manos.
Ella observa lo que llevo para ambos.

— ¿Algo interesante? Pregunta, sin reconocer mucho de lo que llevo.


Asiento, acercándome a ella. Su mirada sigue fija en mis manos, intentando
saber si había algo que pudiera usar. Nuestros labios se vuelven a tocar, de
manera fugaz. Una pequeña sonrisa se escapa. Mi moto se encuentra libre,
la cajuela de la misma se abre. Solo quedan un par de gadgets dentro de la
misma, así como una pistola de calibre pequeño. Tiro todo lo que llevaba en
mis manos. La granada cae. El golpe es seco. Dua lo escucha y su mirada
va al lugar, ella la reconoce. La cajuela se cierra, pero su mirada se
mantiene en el mismo sitio. Espero la pregunta. — ¿Para qué necesitas otra
de esas cosas? Pregunta, temerosa. — Hoy use una. Respondo, subiéndome
en mi vehículo. Dua toma mi casco del manubrio y se lo pone. Mi mano se
extiende para ayudarla a subir. Ella la toma y sube. Sus fuertes piernas me
rodean.
CAPÍTULO V

El motor se enciende, siendo casi imperceptible. Los ruidos del campus son
mayores que el de mi moto. Los brazos de Dua rodean mi abdomen. Esto
me hace sentir un ligero cosquilleo. Sonrío, al reconocer uno de los pocos
vestigios que aún quedaban de sensibilidad en mi cuerpo. La moto avanza.
Despacio. Los edificios de la universidad desfilan frente a nosotros. Las
calles están, casi, completamente vacías. Ambos contemplamos, por un
segundo, todo lo que nos rodea. Los árboles, el césped, los techos con
jardines sobre ellos, y el cielo. Ninguna estrella es perceptible, pero en él se
encuentra una paz, que ambos sabíamos que no se podía encontrar fuera. Mi
muñeca baja un poco. Mi mirada se aleja del campus y el cielo. Aceleramos
el paso. Dua se acerca a mí.

Aún sobre la acera, Dua vuelve a preguntar. — ¿Qué hay con esa granada?
¿Es para mí? Niego con la cabeza, pensando en la primera vez que la
utilicé. — No, sólo estoy reponiendo equipo. Respondo. Escucho a Dua
suspirar a mis espaldas. Sé lo que está pensando. Créeme, no quieres la
carga de usar una como esas. Añado. Dua mueve el rostro. Siento su mirada
en el retrovisor. — No lo sé, nunca he visto lo que hace. Comenta con la
voz un tanto indiferente. — A nosotros nada, tal vez, nos deslumbre un
poco, pero hasta ahí. Digo al aire. Dando una vuelta a la izquierda, pasando,
nuevamente, por aquel arco. — Entonces no entiendo por qué nunca quieres
usarlas. Dice Dua, pues, ella no conocía el contexto, solo sabía que, para
mí, esas cosas eran un tabú.

El bosque está frente a nosotros. Las luces de mi motocicleta se hacen más


intensas. Siguiendo el camino, continúo hablando, intentando hacerla
entender el por qué no debía usar esas cosas, sin importar lo mucho que
quisiera. — Hace años, en mi primer año, era muy inexperto, un tanto
inseguro sobre cómo debía enfrentar a los metálicos. Me tomo un respiro,
mirando fijamente el camino. A pesar de lo habilidoso que era, tenía mucho
que aprender, pero un día las cosas se complicaron. Añado, recordando
aquella noche. Decenas de hombres de Wood cayeron al bosque. Los
árboles caían más rápido de lo que podíamos disparar, estábamos
desesperados porque todo esto acabase. Aprieto mis labios, al tiempo que
recuerdo los gritos dentro de mi casco.

La mayoría de los que combatimos esa noche éramos novatos o


mercenarios. Poca experiencia, poca preparación y mucho por cubrir. — Yo
luchaba contra un tipo enorme, tres metros por lo menos, el tipo tenía
mejoras por todos lados. Las balas no lograban penetrarlo, ni los cuchillos
ni mucho menos los golpes, solo estaba aquella granada que nadie quería
siquiera tocar, por temor a que explotara. Comento, acelerando más mi
motocicleta. Dua se sostiene fuerte. La herida en mi costado me hace
doblarme, un poco, del dolor. Dua no lo nota. No dice nada y continúo. La
granada dejó mi mano y cayó a los pies de aquel gigante, solo que, al estar
tan concentrado en mi pelea, no vi mis alrededores y no note cuando uno de
los míos llegó a brindarme apoyo. Dua suspira. Siento su cabeza sobre mi
espalda, como un intento de consuelo. Sonrío fugazmente.
— La granada explotó, todo dentro de un rango de cinco metros resintió el
impacto. En mi mente, revivo aquel momento. El destello y el estruendo,
seguido por un silencio repentino. Carlo acompañaba a “Nhut Stoma”.—
¿A Carlo no lo afectó? Pregunta Dua, con un hilo de voz. Mi cabeza niega.
El camino de tierra se termina. Ambos continuamos. — Nada, tal vez jodió
su equipo por un par de segundos, pero Nhut, al tener un chip craneal,
pupilas digitales y casi todas sus extremidades modificadas, se llevó la peor
parte.

Nuevamente, esquivo los árboles, rocas y ramas dentro del gigantesco


bosque, salvo que ahora lo hago con mucha más precaución. No tenía
ninguna urgencia de llegar. Sabía lo que pasaría entre ambos, no buscaba
acelerar las cosas. Los brazos de Dua continúan rodeándome. Ella mueve su
dedo pulgar, acariciando mi abdomen. En mi mente no logro ver los
detalles. Esos recuerdos se bloquearon para protegerme de aquellos
horrores, pero sé perfectamente qué pasó. — Nhut estaba tendido en el
suelo, casi convulsionándose. Sus ojos habían explotado. Él no podía hablar
o controlar su cuerpo, el mismo se movía de manera violenta. Solo se
escuchaba su gemir desesperado, esperando a que todo terminara pronto.
Comento y Dua comienza a comprender. — ¿Y lo hiciste? Pregunta,
intentando terminar con aquella plática. Asiento. — Carlo y yo sacamos
nuestras armas, no recuerdo quién le disparó a quién, pero, sé que ninguno
de nosotros volvió a hablar de eso. Y que cada granada que alguno llegó a
sacar, nos causaba más un sentimiento de culpa que uno de victoria. Añado,
esquivando una gran roca.
Dua resopla. A pesar de su causa, de los metálicos y todo lo que los mismos
representaban para ella, sabía que la muerte de alguno, de esa forma, no era
cosa fácil. — ¿Y hoy lanzaste otra?. Pregunta, con una voz muy dulce. —
Si, necesitaba ver a mi Dua hermosa una vez más. Dua ríe, recargando su
cabeza sobre mi espalda. — Entonces me alegra que lo hicieras. Responde,
con un tono tierno. No digo nada. El silencio se mantiene por algunos
segundos, solo se escucha el crujir de las hojas cuando los neumáticos
pasan sobre ellas. Dua vuelve a hablar. — Entonces, a un tipo como Roy,
¿Esa granada lo despedazaría? Pregunta, mirándome a través del retrovisor.

La motocicleta se inclina. Una pequeña montaña aparece frente a nosotros.


La pendiente no es muy inclinada. Ni Dua ni yo le tomamos importancia.
— Lo haría pedazos. Respondo, intentando mirar al otro lado de la
montaña. Los técnicos dicen que el dolor es completamente inhumano y
que un solo segundo de exposición a eso, es equiparable a romperte cada
uno de los huesos y sufrir un derrame cerebral, una y otra vez. Añado,
pensando en el tipo de esta noche. Dua no dice nada. Sé lo qué pasa por su
cabeza, pero lo ignoro. — Sería interesante lanzársela a Roy. Murmura,
apretando su cuerpo contra el mío. Sonrío, sintiendo sus fuertes piernas a
mi alrededor. El calor de su cuerpo hace que el mío se sienta más relajado, a
pesar de los golpes y cortes que él mismo tenía.

La montaña termina y el descenso comienza. Por la velocidad, un leve


cosquilleo se produce en el estómago de ambos. Dua gime. Lo ignoro y
continúo con lo mío, concentrado en conducir. — Ya estamos cerca.
Comenta Dua, reconociendo aquella montaña. Asiento, mirando a mi
alrededor. Con la vista fija en los grandes troncos de los árboles, en su
follaje y los animales que vivían dentro, pienso en toda la mierda de hoy.
Pienso en el incendio, en esta guerra, en Dua, en su causa y en el último
combate. Mi mente revive todo lo que mis ojos vieron. Uno a uno, recuerdo
algunos de los días más importantes de mi vida, hasta que, sin notarlo, mi
boca emite una pregunta.

La pregunta es firme, con bastante interés. — ¿Qué hay con Ant? Dua
relaja sus brazos. Las caricias cesan y puedo sentir su mirada en mi nuca.
Ella pregunta a qué me refiero. Me refiero a que si está en tu causa.
Comento y Dua se relaja. — Aún no lo sé, espero que sí, sería el tercer
guardabosque en aceptar. Me sorprendo, esperando escuchar el resto de los
nombres. No sucede. Dua no dice nada más, así que pregunto. — ¿Quiénes
están dentro? La pregunta es silenciosa, como un murmullo que apenas y
Dua logra percibir. — Con Ant, estarían dos de los tres novatos y un chico
que quedó paralítico hace un par de meses. Responde, contando con los
dedos.

Ya sé a quienes se refiere. El tipo paralítico era “Brett Tillbrook”. Este,


había perdido la capacidad de mover las piernas, de manera natural, debido
a que, en un combate, un gran trozo de madera lo había golpeado la espalda
baja, dejándolo completamente insensible de la cintura para abajo. — Pero
sigue operativo, incluso es de los mejores no metálicos del programa.
Reconozco, sintiendo el frío golpear mi rostro. — Si, dicen que lo que hace
con el exoesqueleto es impresionante, pero, el problema es que no lo hemos
contactado desde hace poco más de un mes, entonces no sé si aún está
dispuesto. No digo nada, simplemente escucho, intentando atar cabos de la
última vez que Dua y yo nos vimos, viendo lo mucho que había avanzado
su causa. Dua se recarga sobre mi hombro.

Los árboles continúan, uno detrás del otro pasan a nuestro lado. Dua habla,
quitando su cabeza, de manera momentánea. — ¿Y qué más trajiste? Su
voz se escucha interesada. — Dos pistolas, un exoesqueleto y un par de
cosas que nunca usé. Respondo. — ¿Y por qué no las usabas? Creí que los
guardas podían tomar lo que quisieran. Moviendo el manubrio, esquivando
una gran roca, respondo. — Si podemos, solo que creo que preferí
especializarme en lo mío y me olvidé de experimentar cosas nuevas.
Respondo, pues, en este punto de la guerra, ya todos debíamos saber
exactamente qué hacer y cómo hacerlo. No había espacio para juegos. —
Espero no se te haya quitado esa hambre de experimentar en otras áreas. La
mano de Dua se desliza hacia mi pelvis. Mis piernas cosquillean por el acto.
Ese pequeño roce de piel y tela es capaz de hacerme sudar. Mis labios
sueltan un suspiro que no había salido desde hace mucho tiempo. Dua lo
nota y la escucho sonreír.

A lo lejos, finalmente, logró ver el gran árbol, perdido en medio de este


inmenso bosque. La casa había sido hecha solo para mí. Un árbol falso,
metálico, que sostenía en la cima un gran rectángulo de acero. Las falsas
hojas tapan la mayor parte de aquella caja color verde, provocando que el
mismo sea difícil de encontrar. Ese rectángulo, era un espacio al que yo
podía llamar hogar. El lugar había sido escogido con el afán de siempre
estar listo para salir al combate. — Sin perder tiempo valioso en traslados.
A diferencia del resto, debían pasar el campus y todo el bendito bosque.
Pienso, acercándome al mismo. — ¡Por fin llegamos! Comenta Dua,
besando mi nuca, a través del casco. Sonrío y asiento, bajando la velocidad.
— Hubieras manejado tú, belleza. Dua resopla. — Tiene mucho que dejé de
manejar, ya perdí la práctica, además, nunca conduje en el bosque.
Responde, recordando las veces en que la dejaba conducir. La moto sigue
su curso por algunos metros más. El gran árbol está a mi derecha.

La motocicleta se detiene por completo. Una sonrisa, involuntaria, sale de


mi boca. Ambos suspiramos. Dua deja la moto y se planta frente a mí. Esta
se quita el casco, mirándome fijamente. Le regreso la mirada y la
motocicleta se apaga. Bajo de ella. Dua mira a su alrededor. Intenta captar
los nuevos detalles. Ella ve las pequeñas plantas que adornaban la entrada
del árbol. Todas eran girasoles. Estas marcaban el camino hacia las
escaleras. — Eso es nuevo. Comenta, señalando las mismas, sonriendo al
verlas. — Si, esas pequeñas llegaron hace unos meses, las chicas de
agronomía me las dieron, después de ayudarles con su tesis. Dua las admira
en la oscuridad, se detiene por un segundo y continúa. Sonrío, satisfecho.

Ella continúa mirando a todas direcciones, pero la oscuridad y la gran


sombra que genera el follaje de los árboles, imposibilita poder ver algo más
allá de los dos metros. Ella vuelve su mirada a mí. — ¿Sabes? Hace un par
de meses pase por aquí. En la creciente oscuridad, con la Luna como única
luz, volteo la mirada. — ¿En serio? Pregunto, mirando el difuminado rostro
de mi amada. — Si, vine a acampar con unos amigos al bosque y pasamos
justo por aquí, pero mis amigos prefirieron alejarse, por miedo de
encontrarse con algún guardabosques. Río, abriendo la cajuela de mi moto.
— Tampoco somos espectros que atemorizan en las noches, belleza. Dua
suspira, al tiempo que saco las armas. Colocándolas en mi funda, o en el
chaleco. — Yo lo sé, pero tienes que admitir que ustedes si dan un poco de
miedo. Me encojo de hombros, tomando la granada y poniéndola en mi
cinturón.

Con el fin de poder subir, con mayor facilidad por las escaleras, también me
coloco el lanzallamas en el panel de mi muñeca. Un sonido de presión se
escucha por unos segundos, hasta que se calla. Dua continúa a mis espaldas,
esperándome. Tomando lo que resta de la cajuela esta se cierra. La observo.
Mi mirada ya está adaptada a toda esta oscuridad. Toda la falsa hojalata ya
comienza a desprenderse y el maquillaje de su rostro ya se nota corrido. Le
toco el rostro con un dedo, justo en sus “mejoras”. Dua sonríe. — Ya es
tarde, belleza, ningún maquillaje soporta un casco de moto. Ambos
caminamos a la entrada.

Pasando por el camino que había hecho de plantas, Dua se encuentra a mis
espaldas. — Mejor tu abre, yo traigo algunas cosas. Digo, señalando las
pistolas y las botas. — Pero no podría abrir, supongo que ya no está mi
huella. Su mirada se va hacia la escotilla. — Todavía está. Respondo. Dua
me observa extrañada. Nadie comenta algo sobre eso. Dua se adelanta,
plantándome, otro beso fugaz en los labios. Al momento de tocarlas, las
escaleras y unos pequeños focos alrededor de mis flores se encienden. Dua
sube más confiada.

Después de subir los doce escalones, la escotilla se abre. La sigo, solo


utilizando mi mano derecha para subir. Sin ninguna dificultad, llegó hasta la
entrada. Dua observa todo el lugar, sabe que no ha cambiado mucho. Casi
todo lo que había antes de que termináramos continúa en su sitio: las
fotografías de ambos sobre mi buró, los objetos que atesorábamos como
pequeñas ventanas al pasado. Mierda, incluso su cepillo de dientes sigue
junto al mío. Ella se voltea a mirarme. Sus ojos están humedecidos, no dice
nada. Ella intenta contener las lágrimas. Falla.

Me acerco a ella. Mirando todo el espacio. La cama matrimonial, el piso


color gris, las paredes color verde, las ventanas invisibles desde fuera, mis
macetas con plantas, mi arsenal personal de armas y los objetos de
colección que tenía sobre aquellos días donde los justicieros rondaban por
el mundo. Mi mirada vuelve a Dua. Ella me detiene con su mano. — Es
lindo que deja… Sus ojos miran su antebrazo. Estos muestran sorpresa. Ella
lo dirige hacia mí. El mismo se muestra con sangre, fresca. — No es nada.
Digo, intentando no preocuparla. Ella me mira de arriba a abajo, buscando
la herida. Solo fue un golpe con un hacha, el traje lo absorbió casi todo.
Dua se acerca a mí y me abraza. — ¿Seguro? Pregunta, angustiada. — Si,
no te preocupes, me has visto mucho peor. Dua suspira. — Ni me recuerdes
esa vez. Comenta, agitando la cabeza.

Vuelvo a acércame a Dua, sus brazos me rodean el cuello. — Lo que, si es


que ve a bañarte, para que no se infecte. Al decir esto, Dua me besa la
mejilla. — No es nada. Respondo, acercando su rostro al mío. Ella me besa.
— Te prometo que no me iré a ningún lado, aquí estaré cuando salgas.
Sonrío y asiente. Ella se aleja y comienza a caminar por todo el lugar. Lo
acepto, tiro todas las cosas que llevaba en las manos, cerca de mi arsenal y
voy hacia mi baño. — No me tardo, siéntete como en casa. Dua responde.
— Con tantas fotos mías aquí, es difícil no hacerlo. Río y continúo
caminando. Ella se sienta sobre la cama. Entro al baño, cierro la puerta a
mis espaldas.

Dentro de él estaba lo básico. Una regadera, un excusado, un lavamanos


sobre el mismo, con el fin de ahorrar agua, y un centro de lavado.
Resoplando un par de veces, comienzo a retirarme mi equipo. No hay
ninguna prisa. Las hombreras son las primeras en irse. Estas caen al suelo.
Seguido por las botas, la protección en las espinillas, las rodilleras, el panel
de mi muñeca y las coderas. Todas esas pequeñas protecciones simplemente
hoy las dejó tiradas. No había necesidad de tenerlas listas para un nuevo
combate.

Escucho las pisadas de Dua al otro lado de la puerta. Las ignoro, sé que está
observando todo, intentando recordar qué es nuevo y qué ya estaba cuando
ella frecuentaba estos lugares. Sigo con el cinturón. En el mismo se
encuentran las granadas, mi pistola, un cuchillo y algún tipo de equipo
médico. Todo cae al suelo. El dolor físico no es tan fuerte. Puedo moverme
con libertad. Lo próximo en salir de mi cuerpo es el chaleco; grueso, color
negro, con múltiples placas en los costados, frente y espalda. Este no lo
dejo caer. No quiero causarle ningún tipo de abolladura a mi piso. El
chaleco queda recargado sobre la pared.

Solo mis guantes y el traje táctico cubrían mi ser. Bajo el cierre del mismo.
Este se desliza con dificultad. El traje, hecho a la medida, se despega de mi
cuerpo. Siento justo el momento cuando la piel y tela se separan. Aprieto
los dientes, reprimiendo cualquier tipo de dolor. Observo la zona. La herida
continuaba fresca, debía ser por el movimiento y la fricción que el mismo
traje provocaba. El traje deja por completo mi cuerpo. Este cae al suelo. Me
encuentro en ropa interior. No demoro en quedar completamente desnudo,
solo teniendo cubiertas las manos por los guantes. Tirando del velcro, los
mismos salen sin ningún problema. Estos dejan sólo las vendas debajo de
ellos. Las mismas también dejan mis manos.

Levanto las vendas, los guantes y el traje táctico, los mismos van directo
hacia la lavadora. La lavadora se enciende y esta comienza con el lavado.
Suspirando, entro a mi regadera. — Limpieza completa. Digo al aire. Una
campana se escucha dentro. Agua a presión sale de todas direcciones. El
agua jabonosa cae al suelo, sangre la acompaña. La presión y el jabón hacen
que me doble por el ardor en mi costado. El agua continúa corriendo, me
mantengo estático, esperando a que el baño termine. No dura mucho.

La ducha reconoce mi herida y tiene un especial énfasis en la zona. Mis


labios se contraen. La campana vuelve a sonar en el baño. Deja de caer
agua, me mantengo en la misma posición por algunos segundos. Gotas de
agua continúan recorriendo todo mi cuerpo. Mi boca vuelve a soltar un
suspiro. Una compuerta se abre de la pared, una toalla aparece frente a mí.
Estiro mi mano para tomarla y la compuerta se cierra. Comienzo a secar mi
cuerpo.

No le presto mucha atención al mismo. Sé lo maltratado que está por este


trabajo, pero no le tomo importancia, simplemente son gajes del mismo
oficio, que en ningún momento me molestaron o pesaron. Pasando la toalla
sobre los hematomas, cortes, cicatrices y pequeñas quemaduras. Una vez
seco, abro mi botiquín y parcho la herida. Un par de bandas pegajosas y una
gasa la cubren. — En la mañana estaré como nuevo. Murmuro, recordando
lo eficientes que eran esas cosas. Cubro mi cuerpo con un “jogger” y una
playera básica. Nada muy elaborado, solo busco que Dua no se preocupe
por lo maltratado que estoy.

Salgo del baño. Dua ahora estaba de pie. Ella está frente a mi colección. —
Eso fue rápido. Comenta, sin quitarle la vista a algo. — Si, cambié la
regadera hace unos meses. Respondo, adentrándome en mi cuarto. Dua
siente mis pisadas y voltea. — Sin duda tu colección ya es mucho más
grande. Dua tenía en las manos uno de los objetos que más me gustaban
dentro de la colección. Sonrío. — Si, esa la compré hace poco, en una
subasta. Me acerco a ella, quedándome a un par de metros de distancia. —
¿Qué es? Pregunta, mirándolo fijamente. — Es una granada, del Fantasma
del Desierto. Dua me voltea a ver y río. Si no tienes fuego en las manos no
es peligroso. Añado, intentando tranquilizar a Dua. La misma era una
simple lata de frijoles, con pólvora y clavos dentro. Un arma que se había
utilizado en la guerra.

Dua la deja sobre mi buró. — ¿Y por qué la tienes? Pregunta, pues, ella no
era tan fanática de aquellos justicieros. — La historia del tipo se me hace
muy interesante y por lo que me dijeron esta fue una de las granadas que
usó en su segunda vuelta, en la Guerra entre Mejorados. Dua se limita a
asentir con la cabeza. — Y todo lo demás, ¿Qué es? Pregunta, mirando las
repisas. En las mismas había piedras fluorescentes, la espada de Kinect, el
pasamontañas del Fantasma y el diente de aquella criatura. Dua ve el diente
y me observa. ¿Por qué te torturas así? Pregunta, con el rostro angustiado.
Lo observo, siento un escalofrío recorriendo mi espalda. El diente debía
tener un diámetro de treinta centímetros. Era alargado, poco más de medio
metro de largo y estaba un poco chamuscado. El piso comienza a temblar.
— No lo sé. Respondo, inhalando y exhalando un par de veces.

Dua me observa, sabe lo que pasa en mi cabeza. Ella se acerca a mí. Entre
sus brazos, los temblores cesan. — ¿Y? ¿Qué opinas de toda esta guerra?
Pregunta, intentando alejar mi mente de aquella bestia. La observo. Tardo
algunos segundos en responder. — He pensado en eso toda la noche, en lo
que ha ocurrido, lo que ocurrió hoy y lo que ocurrirá mañana, estoy cansado
de pensar. Mi mirada baja. Ahora solo quiero sentir. Nuestros labios se
juntan. El beso es pasional. Dua me corresponde el mismo. Ella comienza a
acariciar mi espalda.

Dentro de aquel beso, en un espacio que tenía mucho tiempo dedicado a


estar expectante de un ataque, mis ojos se abren. No logro concentrarme en
el aquí y ahora. Mi mente divaga entre lo que pasará mañana y el posible
ataque de hoy, sin ningún tipo de protección. Dua continúa besándome,
hasta que lo nota. Ella me observa, sin quitar sus manos de mi espalda. Me
explico. — Lo siento, creo me preocupan los ata… Dua resopla y vuelve a
besarme. Le correspondo el beso, aun pensando en los hombres de Wood.

El beso continúa. Dua mete su lengua en mi boca. Mis piernas se sienten


débiles por el acto. Mis brazos la rodean. Estos tocan sus glúteos. Dua
sonríe. Mi cuerpo continúa reaccionando a los estímulos, pero mi cabeza
está fuera de este beso, de este cuarto, ella está afuera, esperando lo
inevitable. Dua habla, sin despegar sus labios de los míos. — Bésame.
Suspira, pasando sus manos por mis brazos. Ella continúa. Bésame,
mientras seguimos aquí, mientras el fuego aún no nos alcanza, mientras
continuamos vivos. Añade, tomando la parte de abajo de mi playera y
tirándola hacia arriba. Levanto mis brazos.

Dua tira mi playera al suelo. Ella se toma un segundo para observarme. Sus
labios sueltan un suspiro. Dua se mantiene estática, por un instante y vuelve
a acercarse a mí, tomándome de la nuca. Nuestra respiración se acelera. Los
movimientos ya son más pasionales, menos pensados. Mis manos recorren
su cuerpo por debajo de su blusa. Ella sonríe, sintiendo las cosquillas de mis
ásperas manos. — Llevas demasiada ropa. Murmuro, sintiendo sus firmes
senos. Ella se dobla por el contacto.

La ropa deja de cubrirnos, donde antes había tela, ahora hay piel, lo que
antes estaba oculto, ahora estaba a la vista de ambos. Suavidad, frescura y
un aroma exquisito inundan la habitación. Mi mente por fin logra
despejarse, nada fuera de este cuarto ya es importante. Ella se refugia en mi
pecho, sus labios besan mis heridas. Una sonrisa sale de mi rostro, mientras
ella me complace. Mis manos se posan sobre su cara y cabello, mirando sus
alargados y penetrantes ojos.

Sin emitir ninguna palabra, ahora la cama es la protagonista. Me acuesto,


relajando el cuerpo. La suavidad del colchón era un sueño para mí. Sobre
mi fatigada espalda, hombros cansados y músculos contraídos por la noche,
ella se posa sobre mí, dejando caer su larga melena castaña. — Te amo.
Murmura, sin perder de vista el momento. El sentimiento es correspondido,
el solo acto de estar juntos es la mayor prueba de que también la amaba. La
amaba realmente: su belleza, su determinación e inteligencia, incluso lo que
uno no debía amar era algo preciado para mí. Toda ella me volvía loco y
ella lo sabía. — Te amo. Respondo, mientras tomo su cadera y la acerco a
mí, besando su cuello.

Dentro de este espacio, sintiendo los labios de mi eterna amada, no sentía


más que alegría. El mundo estaba por terminarse y en este momento no me
importaba, estaba feliz, más feliz de lo que tal vez he sido jamás. No había
preocupaciones, no había miedo, solo había amor y un profundo placer,
propiciado por la mujer más hermosa de mi mundo. — Mi amor. Murmuro,
sintiendo su acelerado corazón junto al mío.

Nuestros cuerpos se rozan, la cama continúa como protagonista, más mi


espalda ha dejado la misma, ahora está funge como un soporte, una
herramienta más de nuestro amor. Dua se posa frente a mí, nuestros labios
vuelven a buscarse. Mis manos pasan por debajo de sus piernas,
levantándola del piso. Ella sonríe de la impresión y me rodea con sus
brazos, apretando su cuerpo contra el mío. Se sentía suave, fresco y
hermoso, completamente distinto al mío, pero eso no importaba. — Hay
que hacer que dure. Comenta Dua, de una manera salvaje, apretando sus
uñas contra mi espalda. Sonrío y dejo que la misma noche tome posesión de
ambos.
Las horas pasan, el cansancio termina por vencernos. Ambos nos
encontramos en la cama, toda la pasión y salvajismo del acto ha
desaparecido, ahora, mis brazos rodean el cuerpo de Dua. La acerco a mí,
abrazándola y dándole un pequeño beso en su espalda desnuda. La escucho
sonreír. Ninguno de los dos dice nada, ya es tarde. Mis ojos comienzan a
cerrarse, producto de toda la actividad física que había tenido el día de hoy.
Finalmente, me quedo dormido, sintiendo la protección física de mi amada.
CAPÍTULO VI

El entorno cambia. Este me es familiar. Me encuentro en el piso, sobre un


tapete que tenía algún estampado de pista de carreras. Algunos carritos de
juguete me rodean. Voces indistintas se escuchan al fondo. Las reconozco.
Son mis padres. Ambos están junto a mi abuela en el otro cuarto. No logro
reconocer lo que dicen, pero el escucharlos de nuevo me hace sonreír. Sin
tener noción sobre lo que pasaba, tomo uno de los carritos y comienzo a
jugar con él, haciéndolo conducir por todo el tapete.

Dándole un par de vueltas al mismo, reconozco dónde estoy. Esta era la


antigua casa de mis padres, por un segundo logro darme cuenta de ello. Sé
que estoy soñando, pero, no tengo control sobre el mismo, se ha dónde va
todo y yo simplemente sigo con mi papel. Tomo un segundo carrito. Miro
mi vieja cama, mi cuarto y también miro por la ventana. Grandes
rascacielos destacan en la misma. Una infinidad de ventanas iluminadas
logran distinguirse entre la oscuridad, todas con una historia que contar.

Dejo el suelo, me dirijo hacia la misma. Los grandes edificios siempre


llamaron mi atención. Volteando a mi derecha, logro ver el puente de Hell’s
Bay. El mismo nos conectaba con el resto de las islas de la ciudad. Mis ojos
se mantienen por algunos segundos en el mismo, observando los carros
pasar y a los peatones que deambulaban por la ciudad, a la lejanía. Todo
parecía normal, una noche como cualquier otra, pero no era así. Sabía qué
pasaría; quería correr, advertirle a mis padres y abuela lo que estaba por
ocurrir, pero no lo hago. El sueño continúa.

La ciudad sigue su curso hasta que algo hace que todos se detengan. Un
fuerte ruido, parecido a un motor de avión cayendo en picada, irrumpe en la
ciudad. Me asusto, el mismo hace vibrar mis ventanas. Me alejo de ellas, al
ver que este continúa. Durante algunos segundos se mantiene, hasta que una
explosión, a pocas manzanas de mi edificio, se escucha. La explosión es
grande, ruidosa. Las ventanas de mi cuarto se rompen, me cubro el rostro,
intentando no lastimarme. Durante un instante, gran parte de la ciudad se
iluminó.

El fuego se elevó por los aires. Mis padres entraron corriendo a mi cuarto,
ellos eran seguidos por mi abuela. Ella tardó algunos segundos más en
llegar. — ¿Estás bien? Preguntan todos, muy asustados. No digo nada y
solo asiento, un poco asustado, sin comprender qué ocurría. Mi madre se
acerca a mí y me abraza, intentando sacarme de mi cuarto, sin pisar los
vidrios o nada que pueda lastimarme. Esta me levanta por algunos
segundos. Me recargo en su pecho. Ambos salimos de mi habitación. Mi
madre me pone en el piso. La observo, ella está asustada. No sabe qué
ocurre. Ella busca auxilio en mi padre, el cual, se mira un tanto más
calmado. Un poco sobresaltado por la situación.

El silencio en la habitación se mantiene. Los adultos intercambian miradas,


intentando no preocuparme, pero sé lo que piensan. Todos están intentando
buscarle una explicación lógica a aquella explosión; no era la primera vez
que la ciudad sufría la explosión de alguno de sus edificios. La misma
ciudad había sido golpeada por el terrorismo y por la guerra de aquellas
personas que juraban protegernos.

Mis padres me dicen que vaya a la sala. — Pero aléjate de las ventanas.
Advierte mi madre, mientras los tres se mantienen de pie. Estáticos, en la
puerta de mi habitación, el trío cuchichea. Lo noto y agudo el oído,
buscando encontrarle algún sentido a lo que estos decían. — Esto puede ser
terrorista, necesitamos salir del edi… El ruido de una sirena impide que
pueda seguir escuchando. Las luces de la misma se reflejan a través de la
ventana, alumbrando el techo y parte de los muebles a su paso. La misma
pasa rápido. El ruido de la sirena se vuelve más grave e intermitente. Mis
padres y abuela continúan hablando, mirándome de reojo.

Mis familiares siguen frente a la puerta. Todos intentan mantenerse serenos,


con el fin de no asustarme, de mantener mi inocencia, a pesar de que la
ciudad ya había hecho lo propio para arrebatármela. Sus miradas muestran
miedo, aquel miedo que he visto por toda la ciudad durante años. Ya fuera
por acciones de grupos radicales o por los propios vigilantes, las bombas y
los atentados ya eran algo regular dentro de este lugar, pero, a pesar de ello,
la misma ciudad se había reconstruido y salido adelante, pero el miedo
continuaba ahí, arraigado en nuestros corazones.

— Debemos quedarnos aquí, hay que esperar a que las autoridades hagan…
La voz de mi padre se entrecorta con el paso de un helicóptero. Él mismo se
queda rondando cerca de mi edificio, lo observo, por un pequeño espacio en
la ventana, donde aún es visible. El helicóptero apunta hacia la calle. Sin
que mis familiares lo noten, yo comienzo a acércame a la ventana,
intentando ver qué pasaba ahí abajo. Moviéndome con lentitud, logro llegar
al sofá. Poniendo mis rodillas sobre el mismo, miro hacia afuera.

La tranquilidad de la calle de hace un par de minutos había desaparecido,


ahora todos corrían en todas direcciones. La misma calle estaba repleta de
un río de gente, que simplemente intentaba salir de la isla. Todos caminaban
sin detenerse, con evidente miedo con sus rostros. Algunos parecían
lastimados, otros tenían mucho polvo encima y había quienes incluso
debían ser cargados por las personas a su alrededor. Nuevamente, patrullas
se escuchan en la cercanía, pero ahora, debido a la cantidad de gente que
había, estas no podían pasar. Sonando su sirena, con el fin de pasar al otro
lado, escucho la voz mi madre. — ¡Quítate de ahí! Dice, corriendo hacia
donde estoy.

Ella me abraza y yo me disculpo. Mi madre solo me toma del rostro y


sonríe. — No pasa nada, solo hay que intentar estar seguros de… Los ojos
de mi madre van hacia la ventana, ella mira al cúmulo de gente, ve hacia
dónde van. Amor, ven. Dice con tranquilidad, soltándome. Me incorporo y
camino por la sala de estar, mientras mi padre camina hacia mi madre. Mi
abuela lo sigue con lentitud. Él también ve hacia la ventana. Sus ojos se
abren y sus labios sueltan un suspiro. No sabe qué hacer, está confundido.
Solo lo observo con inocencia, al tiempo que el ruido de la calle comienza a
aumentar.
Las palabras indistintas de la gente que deambula bajo nosotros, las
patrullas que no podían atravesar la avenida, así como los helicópteros que
intentaban reportar desde el lugar de los hechos hacia los noticieros locales;
todo eso impedía que uno pudiera pensar con claridad, además de que
propiciaban la confusión y el miedo. Nadie sabía qué pasaba. El
nerviosismo y tensión aumentaba conforme pasaba el tiempo. La ciudad
comenzaba a hundirse en un caos. La gente estaba desesperada, parecía ser
más peligroso ahí fuera. — Hay que quedarnos. Dice mi padre. Mi madre lo
mira y suspira. — Mierda. Digo en mi cabeza, pero en la realidad, ni
siquiera reacciono, no había razón para hacerlo. A mis ojos, a esta edad, mi
padre continuaba siendo mi héroe. Aquella persona a la que yo aspiraba a
ser, aquella que no tenía errores y era un ser casi omnipotente, casi como
los vigilantes de esta ciudad.

El bullicio de la calle continúa. Aún en mi sala de estar, era capaz de


escuchar el lamento de la gente, de sentir la tierra en el aire y respirar el
miedo de la isla. Sirenas continúan pasando bajo mi calle. — Hay que
esperar a que esos tipos actúen, no es el primer atentado donde ayudarían.
Comenta mi padre, con la voz en calma. Mi madre se limita a observarlo.
La imito. En realidad, estoy consciente de las implicaciones que esta
decisión tuvo para todos. Que todo ese respeto y admiración que sentía mi
padre por aquel grupo de vigilantes fue lo que terminó con todo. Aunque el
conocer el desenlace de esto, simplemente hace que me quede estático,
expectante de lo que está por suceder. Voces se escuchan bajo el edificio.

Con fuerza, claridad y autoridad, un mensaje repetitivo es perceptible en


medio de todo el caos. Una patrulla, choca contra algo, debido a la
velocidad con la que conducía. La sirena se distorsiona y el mensaje se
repite. — ¡Gente! Lo que sea que haya pasado por la calle, sigue en la isla,
evacúen y vayan al puente de Hell’s Bay. El mensaje se escucha a coro, más
de una persona está intentando que el mensaje llegue a todos. En casa, los
cuatro intercambiamos miradas y con nerviosismo, lentamente nos
acercamos a las ventanas. Volviendo a poner mis rodillas sobre el sofá, los
veo.

Tres figuras se destacan en medio de todo el tumulto. Ya fuera por la altura,


el tamaño o los trajes blindados, los mismos parecieran tener un reflector
sobre ellos. A su alrededor nadie más existía. — Son ellos. Mi padre y yo
intercambiamos miradas, ambos recordamos el momento en el que nos
salvaron, en el pasado, en aquel choque de autobús hace unos meses. Mi
boca suelta una enorme sonrisa, involuntaria. La emoción me invade. Por
un segundo, volteo a mi cuarto, observando los recortes de periódico,
intentando confirmar que en verdad eran ellos.

Cuando me aleje de la ventana, pequeñas partículas de ceniza comenzaron a


caer. Los autos, las farolas y la propia calle comenzaron a tapizarse de la
misma. Era evidente que la explosión había sido cerca. Los vigilantes
repitieron el mensaje por última vez. Todos dentro finalmente lo
comprendimos. — Tomen lo necesario y vámonos. Dice mi padre al aire,
mirando de reojo a aquel grupo de justicieros. Mi madre suelta un suspiro
de alivio y comienza a tomar comida y ropa para un par de días. Del mismo
modo, suelto un suspiro, pero no es de alivio. El tiempo corre y cada
segundo que pasa, me encuentro más cerca de revivir aquel momento. En la
realidad, busco despertar. No lo logro, todo sigue igual, como aquella vez.
Mi madre me pone una pequeña mochila. — Vamos a salir un segundo,
amor, te guarde algunos juguetes. Comenta, tomándome del rostro. Pero no
te preocupes, amor, cuando volvamos, cenaremos lo que quieras. Solo
asiento y la tomo de la mano. Mi padre ayuda a mi abuela. Ella solo toma
su bastón y se dispone a caminar hacia la puerta, pero la edad ya es
demasiada. Su andar es lento, torpe y temeroso. El ruido de afuera la pone
nerviosa, al igual que el creciente terror porque algo más pasara. Mi padre
habla. — Adelántense ustedes, yo ayudaré a mi madre. Mi madre asiente y
tira, con suavidad, de mi mano. Volteo el rostro, intentando mirarlos por
última vez. Ellos me sonríen. Sé que eso no pasó así, pero, en mi sueño, ese
pequeño gesto es más que suficiente como para sentir que eso fue un adiós,
un agradecimiento por los años de cariño.

Las escaleras son estrechas. Con la llegada de los justicieros, mucha gente
sale de sus apartamentos, llevando todo aquello que ellos consideraran
importante. — ¡Deja eso, papá, solo es una pantalla! Escucho la voz de una
chica en el departamento F27. Por un segundo, mis ojos van a aquella voz.
Logro ver a un hombre intentando quitar su televisor de la pared, mientras
su familia observa, desesperada. Mi madre vuelve a tirar de mi mano.
Ambos continuamos bajando.

— Con permiso. Dice mi madre, intentando pasar a una familia de


extranjeros que ocupaban todo el pasillo. Los mismos nos observan y se
repliegan. — Un piso menos. Pienso, sintiendo el sudor en mi mano. Un
fuerte ruido es perceptible por apenas un segundo, él mismo hace que las
ventanas, puertas e incluso el cabello de la gente vibre. Me asusto, creyendo
que se trataba de otro atentado. Mi cuerpo se congela y mis ojos se ponen
alerta. Mi madre lo nota. — Solo es un avión, bebé, vamos. Comentan, en
un intento por mantenerme sereno. Asiento. Mis piernas tiemblan y ambos
continuamos bajando. — Un piso menos. Repito, escuchando el paso de
más jets.

Con las luces tintineando, continuamos nuestro camino a la calle. Esta está
cada vez más cerca. Las patrullas y el bullicio de afuera comienzan a
hacerse más presentes. El pasillo se llena de familias, parejas y niños que
buscan ponerse en un lugar seguro. El miedo se siente en todos nosotros.
Nadie dice nada, salvo pequeños murmullos inaudibles. La mirada,
decidida, de mi madre a salir con velocidad del edificio, la muestra con
miedo. Al ver la cantidad de gente que atiborra el pasillo, mi madre me
levanta, con un brazo y me acerca a su pecho. Me recargo en él, sintiendo
los empujones de la gente. — Ya casi llegamos. Comenta y asiento. La
salida del edificio está cerca.

La luz de la ciudad entra por aquel pequeño rectángulo. Todos se pelean por
salir. El miedo de quedar tan cerca de la “seguridad” los abruma. Incluso mi
madre corre, desesperada, contagiada por el nerviosismo que la propia
ciudad producía. Aún cuando no sabíamos qué había pasado, ninguno
quería quedarse a averiguarlo. Ambos logramos pasar la puerta. El ruido de
la calle nos golpea. La gente corre, cae, las patrullas suenan, los megáfonos
repiten el mensaje de los justicieros y los aviones que sobrevuelan generan
confusión. Mi madre se mantiene estática por algunos segundos, afloja los
brazos y lentamente me regresa al suelo. Vuelvo mi mirada a la calle, la
misma se pierde entre tanta gente. Los veo. — ¡Mira, mami, ahí está
Kinect! Digo, señalando a mi máximo héroe con emoción. Mi madre no se
inmuta.

Continuamos estáticos, la gente continúa saliendo del edificio. Todos corren


en todas direcciones. Sigo admirando a mi mayor héroe, aquel que hace un
par de meses nos había sacado a mi padre y a mí de un camión accidentado.
Miro su traje color gris con pequeñas líneas color azul. El justiciero parecía
tener un teléfono en la mano. — ¿Estará hablando con más como él?
¿Vendrá ayuda? Pregunto en mi cabeza, emocionado con la idea de volver a
tener una ciudad con muchos vigilantes. La cantidad de personas en la calle
crece, al punto que nuestros propios vecinos nos empujan al costado de la
acera.

Mi madre reacciona y ambos comenzamos a caminar. Entre toda la


confusión, entre tanta gente, soy capaz de reconocer el patrón. Todos van al
puente de Hell’s Bay. Con un andar veloz, aún con las heridas que algunos
presentaban, nadie se detiene, todos buscan salir de la isla. Mi madre
también reconoce el patrón. Nuestra mirada está fija en aquel puente. Mi
pecho cosquillea, está a punto de ocurrir. Con velocidad, abrazo las piernas
de mi madre. Ella se sorprende y me aleja. — No te preocupes, amor,
vamos al puente, esperaremos a papá allá. Comenta, con una voz muy
cálida. La misma hace que todo el bullicio de la calle desaparezca. Logra
transmitirme esa sensación de tranquilidad. Me alejo, aceptando el funesto
destino. Ambos caminamos hacia el puente, entre carros abandonados y
personas angustiadas. El suelo vibra.
Las vibraciones, el esporádico movimiento de tierra están aquí. La gente se
mantiene estática. Los edificios tambalean con cada vibración, como si se
tratara de un temblor. Aunque yo sé qué es lo que causa la vibración y lo
que esto significaba para mí, solo observo a mi madre. Las vibraciones se
intensifican. Disparos se escuchan en la cercanía. La gente intercambia
miradas. Nadie sabe qué es lo qué pasa. El miedo comienza a apoderarse de
la escena. Mi pecho cosquillea. Vuelvo a dar una mirada rápida a mi
alrededor. Los vigilantes se ponen en guardia. El piso truena. Tomo la mano
de mi madre, tal como lo hice aquella vez.

Nuevamente, aparece aquel ruido, parecido al de un avión que caía de


manera descontrolada. Algunas ventanas de los edificios cercanos se
revientan. La gente corre, intentando no resultar lastimada. — Es terrorista.
Murmura mamá, mirando al cielo, buscando aquel avión y su próximo
objetivo, pero esto no era un ataque terrorista o un accidente aéreo, mierda,
el ruido ni siquiera era generado por un avión. Una gran masa, escamosa y
amorfa se asoma entre los edificios. La reconozco, aprieto la mano de mi
madre. Ella no reacciona. Está confundida y continúa mirándola.

Solo suspiro, momentos antes de que el caos regrese. Los disparos se


escuchan más cerca. Una bestia, enorme, de color gris, con una cola larga
aserrada, con múltiples patas y grandes dientes, entra al lugar, atraída por el
olor de la sangre. Al ver aquella criatura, nuestra mirada se dirige al edificio
donde está el resto de nuestra familia. Ni mi padre y abuela se ven por
ningún lado. — No han salido. Pienso, cuando sin más, esa cosa lo
atraviesa, con la misma facilidad con la que un hombre atraviesa un
arbusto. El ruido y la fuerza del impacto hacen que caiga al suelo. Suelto un
grito ahogado. La velocidad con la que embistió el edificio esa cosa fue
tanta, que los pedazos de concreto volaron por los aires. ¡No! Grito, con la
voz entrecortada, consciente de que, dentro de esas toneladas de concreto,
acero y vidrio, se encontraba mi padre y abuela.

Los escombros volaron por los aires, restos humanos y muebles fueron
perceptibles por un segundo. Mi madre se tira al suelo conmigo, intentando
protegerme, más los escombros no cayeron. Como si de un milagro se
tratase, todos los escombros fueron empujados, con violencia, de vuelta
hacia la criatura. Las toneladas de concreto, acero, vidrio y gente golpearon
a esa cosa. La bestia ruge de enfado. El rugido me obliga a cubrirme los
oídos. Pedazos de vidrios de los carros más próximos caen sobre mí, mi
madre cubre mi rostro, aún sobre mí. La gente corre hacia el puente. Un
grito al unísono fue perceptible por algunos segundos. El terror nos invadió.
Mi madre se levanta.

Ella me levanta de golpe y vuelve a cargarme. Me recargo en su pecho,


buscando protección. Ella corre. La escucho llorando. A pesar de que sé lo
que acaba de pasar, mis lágrimas no salen, estoy en shock, mi cabeza aún no
logra comprender la escena del todo, mi cuerpo sólo está en automático.
Las vibraciones a nuestras espaldas son violentas, así como los disparos.
Despego mi rostro por un segundo, intentando mirar la escena. La criatura,
de una altura superior a los edificios más altos de la ciudad, era perseguida
y atacada por militares. Los vigilantes pasan frente a mí. Un hombre con
traje rojo, muy corpulento y otro con el traje gris y espadas en la espalda.
Eran Foolhardy y Kinect. Mi vista los sigue, interesado por verlos en
acción. Estos corren hacia aquella bestia, con la intención de protegernos.
Mi madre sigue corriendo. Los disparos continúan.

La criatura pelea con salvajismo; pisa a los soldados y mueve su cola de


manera violenta, intentando derrotarlos. — Ya casi llegamos, bebé. Dice mi
madre. Su voz se escucha entrecortada. No digo nada, continúo mirando el
combate. Una fuerte explosión se escucha en el lugar. Un misil había
golpeado a aquella bestia en el hocico. Una gran onda de calor golpea mi
rostro. Los disparos se mantienen, mientras un autobús vuela por los aires,
directo hacia la criatura. Este la golpea. Escucho el silbido de las balas justo
a un lado de mi oreja. Me contraigo, asustado. Mi madre reduce el paso.
Sus brazos se sienten débiles, ella me deja caer al suelo. En el suelo, soy
testigo de la escena.

Las manos de mi madre cubren su cuello. No comprendo qué pasa. Ella se


mantiene estática. La gente nos rodea, ni siquiera nos notan. — ¿Mamá?
Pregunto, muy asustado. De sus manos comienza a escurrir la sangre. Su
boca se pinta de color carmesí. Ella se desploma, al tiempo que sus ojos se
ponen en blanco. ¡¿Mamá?! Vuelvo a preguntar, viendo como ella lucha por
tragar saliva, por mantenerse con vida. Me acerco a ella, pongo mis manos
en su rostro, no sé qué hacer. Ella me observa, puedo ver el miedo y las
lágrimas en sus ojos. Su boca se abre, como si intentara decirme algo. No
puede, se está ahogando con su propia sangre.

Desesperado, pido por ayuda, pero mi voz no se escucha. El combate, la


bestia y el propio ruido que causaban las personas con el simple hecho de
correr, es suficiente como para que nadie siquiera nos voltee a ver. —
¡Ayuda! Grito y siento las manos de mi madre en mi pierna. Vuelvo a
mirarla. Sus ojos están cansados. Está a punto de irse. Siento miedo. Estoy
solo, rodeado de personas que no se dignan a ayudarme. Sus ojos
comienzan a cerrarse. Ella lucha por mantenerse despierta. Ya hay un
pequeño charco de sangre bajo nosotros. Es inútil. No te vayas. Murmuro,
moviendo su torso. Ella ya no reacciona. Su rostro se mantiene con la
última expresión que esta tuvo: miedo, angustia y preocupación por lo que
pueda ocurrirme.

Mi respiración se acelera y las lágrimas comienzan a salir. La batalla a mis


espaldas continúa. Fuertes ruidos, explosiones y rugidos hacen temblar toda
la ciudad, pero, no me importa. Mi mirada está fija en mi madre, en su
rostro, en la sangre que aún sale de su herida. Vuelvo a moverla, cuando
escucho el rugido de la bestia muy cerca de nosotros. El mismo me
sobresalta, sacándome del shock. Volteo. La criatura está a escasos metros
de mí. La observo, con odio. Sé que esta es la responsable de todo lo que
pasó. La muerte de mi madre era culpa suya, así como la pérdida de mi
familia y hogar. La gente acelera el paso. Le mantengo la mirada a esa cosa.
Levantándome del suelo. Siento una mirada en mi mejilla. — ¡Niño!
Escucho, lo ignoro, para mí ya era tarde, no importaba que alguien me
ayudara ahora. Ya no lo necesitaba. Lo había perdido todo. Para mí era más
sencillo morir aquí, pero ni siquiera fui capaz de eso.

— ¡Niño! Escucho nuevamente, mientras camino hacia donde está la


bestia. ¡Retrocede! Añade y yo volteo. La persona que me llamaba era un
policía. Aquel corre hacia mí, sin importarle la bestia, el combate o el caos,
él se acerca. — Tiene que ayu… Digo, volteando hacia el cuerpo de mi
madre. El policía no me escucha, él solo me levanta en brazos y continúa
corriendo hacia el puente. Miro en todas direcciones, sin comprender qué
pasaba. ¡No! Mi mamá, mi mamá está allá atrás, ayúdela. Grito, viendo
como nos alejamos de ella.

La criatura ruge, los cables del puente vibran. La escena cambia. El entorno
se disipa. Los grandes edificios, la gente, el policía, la criatura y el puente
desaparecen. Ya no hay nada, solo oscuridad. Como si aquello nunca
hubiera existido, pero sí lo hizo. Reconozco que todo termino, que incluso
en la realidad, no era capaz de saber qué había pasado entre aquel
enfrentamiento y el momento en el que cayó la nuclear. No podía soñar con
algo que no conocía. Regularmente soñaba con lo mismo; con la ciudad y
su destrucción. Comienzo a entrar y salir del sueño. Momentos rápidos
pasan frente a mis ojos. Nuevamente, el entorno cambia, pero ahora lo hace
de manera intermitente. Por un segundo, logro ver mi habitación, a Dua y la
ventana que daba al bosque y en el segundo próximo, veía los pocos
edificios que aún continuaban en pie. Humo sale de aquel lugar. Observo
todo desde el cielo, desde el asiento de un helicóptero. Vuelvo a mi
habitación, el sonido de las aspas retumba en mis oídos. Una luz brillante
me obliga a cerrar los ojos, esta es casi segadora. Mis brazos acercan a Dua.
Una gran nube de humo se eleva por los aires. El helicóptero vibra.
Despierto.
CAPITULO VII

Sobresaltado, sudado y confundido, abro los ojos. Miro hacia mi ventana.


Veo las hojas moviéndose detrás, calmo mi respiración. Mis oídos se
mantienen aturdidos, aún logró escuchar aquella ventisca radioactiva que se
acercaba a nosotros. Mis ojos se mantienen fijos hasta que siento la mirada
de Dua en mi mejilla. Volteo el rostro. Ahí estaba ella, observándome con
los ojos muy abiertos. Mis labios sueltan una sonrisa fugaz, busco
tranquilizarla. No sucede, ella mantiene la mirada. — ¿Qué pasó?
Pregunta, con la voz muy ronca, tocando mi hombro, como muestra de
afecto. Mi respiración se estabiliza. Yo hablo. — No es nada. Respondo,
intentando no alarmarme. — Eso no se escuchaba como un “nada”.
Responde, volviendo a preguntar. Inhalo y exhalo un par de veces más antes
de hablar. — La criatura, era la criatura. Digo al aire, con un hilo de voz.
Dua se acerca a mí. Sus brazos me rodean.

Su mirada continúa fija en mí, ella busca que lo hable.— Ví la ciudad, vi su


sufrimiento, vi cómo el mundo se fue al carajo, como los buenos perdieron.
Respondo, aún reviviendo las escenas en mi cabeza. Solo fueron puños,
dientes, espadas y un par de balas, solo eso. Añado, sintiendo leves caricias
en mi espalda. — Lo lamento mucho, mi amor, ¿Pudiste hacer algo esta
vez? Pregunta, consciente de la cantidad de veces que había tenido aquel
“sueño”. Niego con la cabeza. — Hace mucho que dejé de intentar cambiar
las cosas, nunca logré que nada fuera diferente, todo siempre terminaba
igual, mi familia moría y la ciudad caía de todas formas, dejando solamente
fuego y sombras de lo que alguna vez fue. Respondo, recordando cada
pequeño poblado que vi caer de la misma forma.

La habitación está a oscuras, solo el contorno de nuestros cuerpos y objetos


es visible. Ninguno de los dos habla. Dua no sabe qué decir, solo intenta
escuchar esta historia que ha oído cientos de veces, con la esperanza de que
esta sea la última. — Me sentí impotente, como me he sentido todo el día.
Comento, recordando la quema de mañana. Sentí que no importaba todo lo
que había hecho, todo el entrenamiento y sacrificio, al final, todo ese
esfuerzo no importaba, pues, nada lograba cambiar el resultado. Añado, aún
teniendo la imagen de la bestia frente a mis ojos. — Tú sabes que no fue
por nada, tú sabes el impacto que has tenido aquí. Dice Dua, acariciando mi
torso. La ignoro.

— Pero, aún así, después de todo, una vez más no soy capaz de detener lo
inevitable. — No puedes culparte por todo esto, no podrías haber hecho
más de lo que hiciste. — Tal vez, pero, ¿Quieres saber por qué tengo esa
cosa? Aquello que me da miedo incluso verlo. Pregunto, mirando al diente
de la bestia. Dua lo mira de reojo y asiente. Lo tengo ahí, frente a mi cama,
para recordarme cada día que ya no soy ese niño pequeño, que ya no soy
aquel imbécil, que se congeló por el paso de unos simples jets, que hoy por
hoy, podría haber detenido la hemorragia de mi madre o que incluso podría
haber luchado contra esa cosa, mano a mano. Dua me observa fijamente. Lo
tengo ahí, para recordar que una vez fui débil y de que ya no busco serlo.
Añado, sintiendo las lágrimas recorrer mi rostro.
Estas se deslizan por mis mejillas hasta mi barba. Las ignoro, no siento
vergüenza por soltar lágrimas frente a Dua. — Es por eso que entreno más
fuerte que nadie, para no volver a sentirme impotente. — ¿Y hoy te sientes
así? Pregunta Dua, besando mi rostro. Asiento, tomándola del cuello. ¿Y
qué vas a hacer con ello? Añade, alejando su rostro un par de centímetros.
Resoplo; sé perfectamente lo que quisiera hacer, pero el decirlo en voz alta,
no era algo sencillo. — Una parte de mí, quisiera simplemente voltear la
mirada, salir de aquí, tener la vida que nunca tuve y vivir hasta donde el
planeta me dejase, intentando ser feliz. Dua asiente. — ¿Y la otra? Algunos
segundos transcurren. Mi mirada se va al techo. — La otra quisiera tomar
cada una de estas armas, ir al bosque y pelear por el mismo, matando a
cualquiera que se me ponga enfrente, porque mi mente, no concibe la idea
de no hacer nada, de solo quedarme con los brazos cruzados mientras veo
aquello que me mantuvo con vida por tanto tiempo, ser reducido a cenizas.
Dua me observa, solo mece su cabeza un par de milímetros. La verdad, es
que preferiría morir luchando por aquello que amo, que vivir sufriendo y
pensando en lo que podría haber hecho.

Mi corazón se acelera al tiempo que mis labios pronunciaron aquellas


palabras. El simple hecho de pensar eso, era traición hacia mis hermanos, la
causa y la universidad, mas no me importaba, ellos no habían vivido lo que
yo en Sudamérica; no habían visto esa clase de sufrimiento, muerte o
sentimiento de culpa. Mi mirada regresa a Dua. Ella se mantiene quieta. —
Eres el único que podría hacerlo y salir vivo. Murmura Dua, tocando mis
brazos. Río, mirándola entre la oscuridad. — ¿Contra unos guardabosques?
Pregunto, con una enorme sonrisa. Solo me enfrentaría contra ellos para
morir, no para creer que tengo alguna oportunidad de salvar el bosque.
Añado y Dua habla. — Pero si la tienes, eres el mejor de todos y justo hoy
lo demostraste. — Eso fue diferente, eran hombres de Wood, no
guardabosques. Respondo, consciente de la fuerza y habilidad que tenían
mis similares. Mi mirada se va a mi ventana. Veo el bosque detrás.

Mi mente se va a aquella selva. Lentamente recuerdo el calor, el sudor


corriendo por mi cuello, los mosquitos en el rostro de mis compañeros. Las
misiones de sabotaje, caminando por un camino de tierra, de un poblado a
otro, donde no existían grandes ciudades, solo árboles, que crecían de
manera descontrolada por todos lados. Palmeras, arbustos y matorrales
llenaban la vista de un verde penetrante, casi hipnotizante. Aunque yo
encontrara paz en aquellos lugares, de ninguna forma estos eran tranquilos.
La guerra transformaba todo.

Los gritos de los lugareños, la súplica de las mujeres y los niños, ocultos
bajo el suelo de sus cabañas, o detrás de un baúl. Las llamas los hacían salir
a todos. Nadie quedaba vivo y quien lo hacía, estoy seguro de que habría
preferido la muerte, al menos aquella era rápida. Las llamas avanzaban, las
grandes selvas y montañas, eran reducidas a cenizas, en un intento
desesperado de los pobladores porque no nos lleváramos sus últimos
recursos. El acto era inútil. Toneladas y toneladas de madera ancestral
llenaba los grandes aviones militares, mientras nosotros sólo nos
dedicábamos a cuidar los negocios de algún bastardo millonario, que nos
ofrecía migajas por hacer el trabajo sucio. Los gritos continúan, los
animales corren despavoridos, ya sea por las máquinas o el fuego. El sol
abrasador agrieta la tierra. Todo había terminado para nosotros, incluso los
ríos se habían secado. Salimos del país.
Ambos continuamos sobre la cama, desnudos, acariciando con gentileza
nuestros cuerpos, no con deseo. Nadie dice nada. Dua se limita a
observarme. — Solo espero que todo esto termine rápido y no sea como en
Sudamérica. Comento, aún escuchando los gritos de las personas. — ¿Qué
pasó allá? Mi mente sigue en aquellas noches. Misiones donde nadie se
preguntaba si lo que hacíamos era lo correcto, simplemente nos
dedicábamos a seguir órdenes, como buenos soldados. Niego con la cabeza
y hablo, cambiando el tema de manera brutal. — ¿Tienes hambre? —
Pregunto, recordando que no habíamos cenado, aún escuchando las súplicas
en mi cabeza, como un murmullo de alguien que se ocultaba en mi
habitación. Dua me observa. Ella sabe que cambie el tema, así que no
insiste y me sigue el juego. — Muchísima, belleza. Sonrío y me incorporo.
— Lo siento, cuando eres un guardabosque, cuestiones como comer y
dormir pasan a segundo término. — No te preocupes, belleza, lo he visto.
Responde, incorporándose de igual manera.

— ¡Luz! Digo al aire y mi habitación se ilumina, de manera tenue.


Entrecierro los ojos; estoy más acostumbrado a la oscuridad. Dua busca
entre las sábanas algo con que cubrirse. Inhalo y exhalo por un par de
segundos, antes de levantarme por completo. Me levanto, sintiendo el frío
piso bajo la planta de mis pies. Ya fuera de la cama, veo en el suelo mi
jogger y mi playera. Hago una seña con la cabeza. Dua la nota y voltea al
piso. — Si quieres tu ponte mi playera. Dua acepta y se levanta. Ella me
arroja el jogger. Me lo pongo encima. Dua se cubre con mi playera. La
misma le queda enorme, le cubre los brazos hasta abajo del codo y de largo
le queda un poco más abajo de los glúteos.
Nuevamente, la tela cubre nuestros delineados cuerpos. Somnolientos,
ambos caminamos por el cuarto. Dua se acerca a mí, ella me rodea con su
brazo. Sonrío. — ¿Quieres café? Pregunto, mirando la cafetera a un lado de
la estufa. Dua niega. — Si quisiera, pero a esta hora solo me daría ansiedad.
Mi cabeza asiente y le beso el cabello. Ella sonríe. — ¿Tú qué tal
dormiste? Pregunto, aún sin dejar, del todo, mi sueño. Dua se aleja un poco
y presiona un pequeño botón que había en la pared. Del piso, una mesa y un
par de sillas comienzan a emerger. Dua habla. — Bastante bien, la verdad,
tenía mucho que no descansaba así. Sonrío. El comedor ya estaba listo.

Dua se sienta y me observa. — ¿Qué quieres cenar? Pregunto, ya más


despierto. Dua bosteza y extiende sus manos por la mesa. — Lo que sea,
menos tus comidas militares, amor. Sonrío, al escuchar ese pequeño apodo,
apodo que me aceleraba el corazón. Dando un rápido conteo mental sobre la
comida que tenía en casa, hablo, sé perfectamente lo que podemos cenar.
— ¿Quieres pizza congelada? Pregunto, esbozando una sonrisa, recordando
aquellos días. Dua sonríe de igual forma. — ¿En verdad aún compras esas
cosas? Pregunta, al tiempo, que yo abro mi congelador y saco algunas. Los
ojos de Dua se iluminan.

— Claro que aún las compro. — ¿Por qué? Pregunta, pues, esa era la cena
favorita de Dua en otra época. — Porque sabía que algún día volverías, por
eso todo sigue igual. Dua sonríe y yo continúo, poniendo la misma dentro
del microondas. Sabía que algún día volverías a estar aquí, pues, tú y yo, no
terminamos mal. Claro que teníamos nuestros problemas, pero nunca hubo
alguno que no pudiera solucionarse con una buena platica y buen sexo. Dua
asiente, sus labios se contraen. — Hasta que nuestras causas se
desalinearon. — Bueno, que alguien le pida a su pareja sabotear misiones o
asesinar guardabosques metálicos, es una clara señal de alerta. Dua asiente,
su mirada se va a la mesa. — Lo siento. Murmura, muy apenada. Niego. —
No te preocupes, no te deje por eso, si te soy honesto, si esos tipos no
hubieran defendido ese bosque por años, te aseguro que yo los habría
matado con gusto hace mucho, pero tú y yo terminamos porque creí, que, si
yo me iba, tú dejarías esa locura y desistirías con tu causa. Dua me observa.
Después entendí, que tú nunca me habrías pedido dejar la mía y que fue
egoísta pedirte lo mismo. Añado, mirándola fijamente, con el ruido del
microondas a mi costado.

— Y me dolió, porque al final, continuaste con tu causa, alejé al amor de mi


vida en vano y lo lamento. Comento. — Hubiera sido mucho más fácil
teniéndote a mi lado, pero, también lo siento, te pedí de más y tampoco
estuvo bien. Sólo niego, ya no necesito aquellas disculpas. — Lo
importante es que ambos continuamos con nuestras causas y que hoy estás
aquí. Dua sonríe, aunque sus ojos se muestran rojos, lagrimosos. El
microondas para, la primera pizza está lista. El momento se rompe, la
tensión se disipa. Tomo un trapo y saco la pizza de ahí, está muy caliente.
La habitación se llena de un olor a grasa, queso y pepperoni. Coloco el
plato frente a Dua y ella sonríe, viendo salir el humo. Meto mis pizzas en el
microondas. Regreso la mirada a mi amada.

Recargo mi cuerpo sobre la barra. — ¿Con una estas bien? Pregunto,


abriendo un cajón y pasándole los cubiertos. Ella asiente y los toma. Dua
los pone en la mesa, no come de inmediato. — Come, belleza, se va a
enfriar. Advierto, mirando las mías dando vueltas por el microondas. —
¡Es lo que busco! Esas cosas se calientan mucho. Sonrío y lo acepto. Por
algunos segundos, solo el ruido de la electricidad es perceptible. Nadie dice
nada. — Sabes, tenía mucho que no cenaba a estas horas. Comenta Dua,
mirando al techo. — Lo sé, tenía mucho que no estaba en casa estas horas,
normalmente es cuando sucede lo interesante. Respondo, mirando hacia mi
escotilla, intentando agudizar el oído, buscando algún tipo de ruido extraño.
Dua lo nota. — No te preocupes, hoy no pasará nada. Responde, bastante
segura. La miro con extrañeza.

El microondas suena, mis pizzas están listas, dejo pasar el comentario de


Dua, pero no me olvido del bosque, de aquellos árboles y animales que
durante años crecieron y vivieron de la forma más cómoda que estos
tiempos les permitieron. Con un trapo, tomo mi plato y lo saco. —
¿Quieres ir al balcón? Pregunto, escuchando las ramas golpeando,
levemente, las ventanas. Dua acepta y se levanta. — Para la otra dime con
más tiempo, belleza, me haces sacar la mesa y todo. Sonrío y la vuelvo a
tomar de la cintura, besando su frente mientras caminamos. La escucho
sonreír. La mesa vuelve a su sitio.

Junto a la escotilla, había una puerta falsa, que solo se podía abrir por
comando de voz. — Balcón. Digo al aire, con firmeza. Una campanilla se
escucha en toda la casa. Pequeñas vibraciones se sienten en el piso. El
balcón comienza a desplegarse. El mismo estaba oculto, con el objetivo de
que la casa fuera simétrica y más complicada de identificar. Las vibraciones
cesan. Dua empuja una pared, ella sabe perfectamente dónde está. La
misma se abre y deja en evidencia el bosque.
El frío de la noche se hace presente. Miro al bosque como se mira a un viejo
amigo a punto de partir. Lo miro en su profundidad, trato de que él lo haga
también. Tal vez con tristeza, consciente de que sus mejores días ya han
quedado en el olvido. La nostalgia me invade, logro escuchar las pláticas,
los disparos, las risas y gritos que tuve en este lugar. Durante más de cuatro
años, este lugar, esta hierba, estos árboles, estas rocas, fueron mi casa.
Fueron mi mundo entero. Las ramas y hojas bailan sobre nuestras cabezas.
Mi mirada se aleja de los árboles. Ambos nos sentamos en el piso,
recargando nuestras espaldas en la pared. Dua y yo, inhalamos
profundamente, llenamos los pulmones, tal vez, por última vez, de aire
limpio.

Dua lleva su mirada al bosque. Ella también lo mira con cariño, pero su
rostro no muestra aquella intensidad; su experiencia dentro del mismo fue
infinitamente menor que la mía. Dua me observa y sonríe. — Voy a
extrañar esto. Comento, al tiempo que veo a Dua poniendo el plato sobre
sus muslos, intentando cortar su pizza. La imito y ella me observa. — Aún
puedes hacer algo, no hay necesidad de que extrañes todo esto. La ignoro,
corto un gran pedazo de pizza y la meto a mi boca. La misma está muy
caliente. Abro la boca intentando que pase el aire frío. Dua ríe. Te dije que
te esperaras. Añade y sonrío, masticando aquellos deliciosos sabores
artificiales.

Dua igualmente corta un pedazo y lo muerde. Puedo ver en su rostro la


felicidad. La expresión de que genuinamente amaba estas cosas. Por un
segundo, ella se olvida de todo. Disfruta el momento, algo que, en mi
experiencia personal, tenía bastante tiempo de no hacer. Doy un segundo
bocado, antes de meterlo a mi boca, sopló un poco al aire. Un cosquilleo
recorre mi pecho. — ¿A qué te referías hace rato? ¿De qué no pasaría
nada? Dua resopla. — Es que, hay un hombre dentro de mi causa, que tiene
contacto con los hombres de Wood y parece ser que estos tipos se enteraron
del incendio y no planean atacar. Me sorprendo y Dua continúa. Por lo que
sé, “George Monroe”, va a venir mañana y va hacerle una oferta
estúpidamente alta al decano, con el fin de comprar todo el lugar. Asiento,
recordando a aquel bastardo.

El tipo daba órdenes a la lejanía. Cada tres o cuatro meses, aparecía, en su


helicóptero, bien vestido, lentes de Sol y mujeres hermosas a su alrededor.
Solo se dedicaba a observar, ver nuestro avance y largarse. Nunca lo vi
hacer nada más que eso. Nunca se preocupó por nada más que no fuera su
negocio, en las ganancias que nosotros le dábamos. La muerte, la
desolación o las atrocidades que hacíamos parecían no importarle. Él solo
buscaba que se hiciera el trabajo, lo más rápido posible. Mi mente regresa,
me enfoco en Dua.

— Dudo que el decano acepte, estoy seguro que esa sería su última opción.
Reconozco, pues, el tipo ya había hecho ofertas estúpidamente altas por el
bosque y el decano las había rechazado todas. — Puede ser, pero por ahora,
no vendrá nadie, puedes quitar esa expresión de preocupación. Sonrío.
Aunque ambos sabemos que esta expresión no es por un simple ataque de
hombres de Wood. La misma reflejaba el miedo a lo que estaba por pasar, el
miedo, en qué tal vez, mi vida no había tenido sentido, que todo mi esfuerzo
había sido un absurdo, miedo a que tal vez, dentro de veinticuatro horas, ya
estaría muerto y sería uno más de los miles de cuerpos en descomposición
que se escondían en este lugar.

Dua lo sabe, sé lo que intenta decirme, pero aún está ideando la manera de
llevar la conversación por esa dirección. Nuestras miradas se cruzan,
mientras comemos un poco más de las pizzas. Las mismas, ya no están tan
calientes y el queso gratinado ya no quema la lengua. — ¿Qué harás
después de mañana? Supongo que, con la salida de los guardas del campus,
tu causa y tú ya no tendrán ninguna razón de mantenerse aquí. Dua me
observa. Da un rápido vistazo alrededor, intenta cerciorarse de que no hay
nadie cerca. Sonrío. Nadie viene aquí y quién lo hace, no se queda a
escuchar. Comento, intentando darle confianza. — Nuestra causa aún no
termina. Responde, intentando no revelar demasiado.

La observo, esperando que ella diga algo más. No lo hace. — Entonces,


quieres armas, pero no quieres decirme nada sobre tu causa, ¿Cierto?
Pregunto, mirándola fijamente. — Tú sabes perfectamente lo que va a pasar
mañana. Responde Dua, con mucha fuerza en la voz. Algunos lo harán por
el bosque, algunos lo harán porque quieren matar a alguien, otros por su
discriminación a los mejorados, y yo, tú sabes por qué lo hare. Mis labios se
contraen. — Es una causa perdida. Pienso, consciente del tamaño del
enemigo que tenían enfrente. — Deja esas ideas, Dua. Dua me observa,
extrañada. Vive, no sé si fue obra de algún Dios o muy mala suerte que ese
mejorado matará a tus padres y a tu hermana, y te dejará viva a ti, pero no
arruines tu vida, no te conviertas en mí, en una persona cegada por su
misión, tú eres más que esto. Digo, señalándome al cuerpo. Los ojos de Dua
se humedecen. Su cuerpo se acerca al mío. Ella posa sus manos en una de
mis piernas. La rodeo con mis brazos, sé que no es una plática fácil. No
quiero perderte. Añado, besando su cabeza.

— Pero ya estoy perdida. Comenta, con la voz entrecortada. Ella se recarga


sobre mi hombro. Siento las lágrimas mojando mi piel. Después de que esos
cableados me tomaran a mí y a mi familia una y otra y otra vez, me di
cuenta de que ya no era inocente, de que estaba perdida, que cada vez que
ellos me tomaban y me hacían lo impensable, yo me perdía más. Solo la
escucho, nunca supe qué decir ante esta plática. No hay palabras de confort
ante esto, nada de lo que diga puede ayudarla en lo más mínimo. Y cuando
los muy bastardos finalmente nos dieron la muerte que tanto anhelábamos,
me encontré a mí misma viva, en una calle desconocida, sin ropa y cubierta
de sangre.

Suspiro. Mi rostro se contrae, mis manos cosquillean y mi pecho se siente


pesado. Dua continúa. — Después de eso, deje de creer en idioteces como
la paz o el perdón, esas mierdas son para aquellos que no tienen los
pantalones de hacer algo con sus vidas. La voz de Dua se distorsiona, la
rabia y las lágrimas hacen que su voz se eleve. No importa, nadie más que
yo está aquí para escucharla. Y así viví mi vida, conquistando y matando a
cualquier cableado que tuviera enfrente; nunca dejé que nadie se acercara a
mi realmente, todo era falso, una fachada, utilizaba a las personas, obtenía
lo que quería y las descartaba. Dua se toma un respiro, su voz es menos
alebrestada. Hasta que conocí a cierto guardabosques. Ella voltea su rostro
hacia mí. Sus ojos brillan y entre lágrimas suelta una sonrisa fugaz. La
acerco a mí.
— Él me enseñó que está bien estar roto, que eso nos ayuda a ser mejores y
a pesar de que lo amo, como jamás he amado a nadie, no hay un segundo en
que mi mente deje de pensar en aquellas noches. Mis ojos la observan, no
digo nada. No hay un segundo del día en que no piense en mi familia, en
cómo aplastaron sus cabezas como si fueran uvas, en cómo los
despedazaron y dejaron los peda…— Ya no pienses esas cosas. Comento,
consciente de que mi mente era igual y que ni la bestia, ni los grandes
fuegos dejaban mi cabeza por un solo momento. — Pero es lo que pasó, y
finalmente mañana tengo la oportunidad de cerrar con esto. Dua traga saliva
y continúa. Tengo la oportunidad de que el mundo vea lo que realmente
puede hacer un humano. Un humano que sufre, que sangra, que se cansa.
Dua suspira. Siento su corazón acelerado. El simple hecho de imaginarse
aquel anhelado encuentro es suficiente para emocionarla. Así que, por
favor, no me pidas que deje esto, que lo olvide, porque esto es mi vida.
Añade, mirándome a los ojos, como si me rogara.

Lo acepto. Ella me sonríe, intenta alejar aquellas imágenes de su mente. Los


rechinidos, el metal arrancando la piel, el tronido de los huesos. —
Entonces, ¿Demostrar lo que realmente un humano puede hacer? Pregunto
y Dua asiente, cortando un pedazo de pizza. — Tú lo demuestras cada día,
belleza, demuestras que eres el mejor, que nadie puede contigo. Vuelvo a
reír, pues, en mi mente, sabía que era bueno, que tal vez estaba entre los tres
mejores, pero no era invencible. — Nunca los has visto hacer todo lo que
hacen. Comento, pues, lo que cada uno de esos metálicos era capaz de
conjurar, eran cosas que yo no podría siquiera soñar. La velocidad, la
ferocidad, versatilidad y precisión es algo, que incluso yo soy capaz de
admirar. Dua se sorprende, cortando otro pedazo de pizza. Elaboro.
— Nunca escuchaste sobre La Noche de la Hojalata, ¿Cierto? Pregunto,
escuchando los disparos en mi mente. Dua niega. — Fue una noche, poco
después de que terminamos, Wood, desesperado por no poder obtener
resultados, mandó más de cincuenta camiones repletos de mejorados. Los
ojos de Dua se abren y enfoca toda su atención en mí, mirándome
fijamente. Continúo. El ataque fue general, fue la noche que tuvimos que
cerrar el campus. Dua asiente, recordando aquella noche. — ¡Ya recuerdo!
Fue la noche en que nos obligaron a encerrarnos en nuestros cuartos, había
guardias del campus en cada piso. Comenta Dua, alejando su mirada de mi
rostro. Fue la noche que más rece por ti, porque estuvieras bien. Añade.
Sonrío y le beso los labios, apreciando aquel gesto tierno.

— Pues fue esa noche, nos superaban por cientos y hubo un momento
donde me encontré solo con Morgan. Trago saliva y continúo viendo en mi
cabeza todo ese metal cargando hacia nosotros. La noche era oscura, había
perdido mi casco en medio de la primera oleada, prácticamente no podía ver
nada, salvo por la pequeña mira infrarroja de mi arma, no sabía qué hacer,
solo luchaba por instinto. — ¿Tenías miedo? Pregunta Dua, tomándome la
mano. Solo aprieto los labios y muevo un poco mi cabeza. — No podía
demostrarlo, no podía ceder frente al miedo, no con todo lo que estaba
pasando. Respondo, recordando la cantidad de árboles que perdimos ese
día. Estos tipos aprovechaban la oscuridad y buscaban sorprendernos, pero
al ver que ni Morgan ni yo cedíamos, estos se reagruparon. Algunos
segundos pasaron en silencio, ambos estábamos expectantes y en medio de
toda esa confusión, se escuchó un aullido. Decenas de gargantas que
vociferaban de estrés. Morgan incluso tuvo que cubrir sus oídos por la
fuerza del mismo.

Por un segundo, mi mirada se va al bosque, como si intentara buscarlos


entre los árboles. Vuelvo, siento la mirada de Dua en mi cuello. — El grito
fue prolongado, profundo, Morgan y yo intercambiamos miradas. El mismo
hecho de recordarlo hace que mi corazón se acelere. Acto seguido, los
metálicos comenzaron a correr hacia nosotros; la tierra vibraba, los árboles
se mecían y las rocas se desprendía por la simple carga de aquellos
metálicos. Morgan y yo lo sabíamos, sabíamos que iban a nuestra dirección,
sabíamos que tendríamos que pelear hasta la muerte. Ambos lo
aceptábamos, estábamos dispuestos a caer, pero al menos lo haríamos
peleando. Yo, en un intento por mantener el mínimo de ventaja, comencé a
escalar un árbol, intentando proteger a Morgan a la distancia, eliminando
unos cuantos objetivos antes de que estos llegasen, pero no pude. — ¿Qué
pasó? La voz de Dua se muestra interesada, incluso preocupada, como si
algo malo me hubiera pasado.

— Antes de que llegara a la copa de ese gran roble, un sonido metálico se


escuchó en el suelo. Era Morgan accionando su brazo. El “brazo” se
transformó por completo. Donde antes había una “mano” y “dedos” ahora
estaba una ametralladora pesada. La misma soltó una ráfaga de aire antes de
dar el primer disparo. En medio de la oscuridad Morgan disparó. La noche
se iluminó, de manera intermitente, al paso de las balas. El ruido era
ensordecedor. La carga de metálicos se detuvo, la tierra dejó de vibrar.
Entre todos los disparos, apenas y eran perceptibles un par de lamentos y
gritos ahogados.
Dua me observa, intenta pensar a dónde quiero ir con todo esto, pues, ella
sabe que yo prefería no contarle mucho de lo que pasaba en el bosque, pues
había cosas que quería que ella no supiera. — Ya en la copa del árbol fui
testigo de la escena, aquella arma tenía tanta potencia que despedazaba a los
metálicos sin problemas. Cualquier blindaje era atravesado como si se
tratase de una simple hoja de papel. Los “cuerpos” caían por montones,
completamente deshechos. Me tomo un respiro. Nunca se lo agradecí, pero
sé que aquella noche un metálico salvó mi vida y que yo, jamás hubiera
podido hacer ni la mitad de lo que él hizo. Dua me observa y asiente. Litros
de sangre y aceite cubrían el suelo del bosque, así como toneladas de puro
acero. Dua aprieta los labios. Se que quieres demostrar de lo que un
humano es capaz, pero un humano jamás podría hacer eso, no somos
mejores que nuestro enemigo, solo somos hermosos artefactos del pasado,
reliquias de un mundo en constante cambio. Comento, mientras observo a
Dua.

La pizza continúa en mis piernas, me dispongo a terminar con mi cena. La


mirada de Dua se mantiene. La ignoro, no busco hablar más del tema, pues,
sé que sin importar lo que yo le diga o las razones que le dé, ella no
cambiará de parecer. El ataque de su causa se realizaría mañana y nada de
lo que yo pudiera decir o hacer cambiarían aquel hecho. Lo único que me
queda es aceptarlo. Disfrutarla, tal vez, en las últimas horas de su vida.

Termino mi pizza de un bocado. Mi mano busca la suya. Sus puños están


cerrados, ella tiene cierta sensación de enojo y frustración. El simple roce
de nuestros dedos provoca que ella se destense. Nuestras manos se
entrelazan. Sus manos son suaves, limpias y cuidadas, contrastando con lo
brusco, rasposo y sucio de las mías. La mirada de Dua continúa fija en mi
mejilla. Le devuelvo la mirada. No hablo. Busco cerrar el tema.

Dua habla, en un tomo muy bajo, intentando mantener el momento entre


nuestras manos. — Yo sé, que buscas protegerme y que crees que no
podrías detener a los guardabosques tú solo, pero, ¿Qué tal si juntamos
ambos planes? Pregunta, con una sonrisa pícara y una mirada de
complicidad. Me extraño y sonrío, de manera fugaz. — ¿A qué te refieres?
¿Qué mientras tú grupo ataca a los mejorados, yo aprovecho para salvar el
bosque? Pregunto, recordando que los involucrados dentro de la causa de
Dua, no se veían como nada extraordinario. — ¡Justo eso! Responde,
sonriendo.

Dua se explica. — Mi grupo atacará mañana, poco después de que


comience el incendio. Dua se toma un respiro, me quita el plato de las
piernas y continúa. Activaremos un par de bombas en el centro de la
universidad, eso llamará la atención de los estúpidos guardias de la
universidad. — Y como todo el campus estará viendo lo del bosque, ningún
alumno sufrirá el atentado. Comento al aire y Dua asiente. — Los guardias
irán por nosotros, acabaremos con ellos y después deberán recurrir a los
guardabosques. — Dividirán el grupo, la mitad cuidará el bosque, la otra
mitad irá a ver, pensando que es un atentado de Wood. Añado, intentando
pensar en los planes de reserva que teníamos en caso de atentados.
— Pero el problema son los guardas, belleza. Dua me observa. No quiero
ofender a tu grupo, pero, la última vez que los vi apenas y podían soltar un
golpe decente y resistir el disparo de una…— Ya mejoraron. Me interrumpe
Dua. — ¿En serio? ¿Cómo? Pregunto, muy interesado. Dua aprieta los
labios y después sonríe. — Digamos que alguien usó el entrenamiento que
su novio guardabosques le dio, en caso de emergencia contra metálicos, y
entrenó a más de sesenta personas. Responde Dua, intentando usar su voz
más tierna, para que no me molestara. La observo y ella sigue. Cuando
entré, preguntaron qué podía ofrecer a la causa y fue eso. Asiento. — Pero
ese es entrenamiento de defensa, no es de combate. Mencionó, recordando
que con eso solo podías huir, no matar a alguien. — Otro de los
guardabosques del grupo nos entrenó por meses. Mis ojos continúan fijos
en Dua, solo escuchando. Digo, no eres tú, pero es bueno. Añade Dua, un
tanto nerviosa. — Debió ser Tillbrook. Pienso en mi cabeza, recordando lo
habilidoso que era.

Todo esto me parecía extraño. Sabía lo que Dua había hecho en el pasado,
conocía a la perfección cada una de las muertes que había realizado antes de
llegar aquí, pero esto era diferente. El hablar de resistencias, asesinatos y
atentados era algo que no era regular entre nosotros. Aún no sabía qué
pensar de esto, así que solo escuchó, pues, prefiero tener toda la
información antes de actuar. — Ya con la mitad de los guardabosques
luchando con nosotros, tú tendrás tiempo de apagar el bosque y si alguien
se te pone enfrente, dudo que no puedas derrotarlo. La voz de Dua continúa
en ese tono bajo, solo que ya no era infantil, había cambiado, era lento y
menos chillón, casi seductor, como si intentara convencerme por otro lado.
No había necesidad de ello, aunque ella no lo sabe.
Mi mirada se va al cielo por un segundo, intento buscar las respuestas en el
mismo, aunque sé que no están ahí. La noche sigue igual. Oscura, nublada,
sin estrellas visibles para el ojo desnudo. — Mira, al final, nuestro objetivo
es que el mundo vea como la fuerza de élite más letal del mundo, cae ante
unos simples humanos, que la gente vea que un humano, de carne y hueso,
vale lo mismo y es igual de capaz de un tipo repleto de metal que ha
perdido toda su humanidad. Asiento. Al final del día, lo que tú hagas, no
afecta en nada a nuestro plan, pero, si tú quieres aprovechar el descuido de
algunos guardas y salvar el bosque, no sería mala idea. Añade Dua,
intentando justificar lo que ocurrirá mañana.

Mi mirada vuelve. Resoplo y hablo. — ¿Tienen las armas suficientes?


Pregunto, mirando a la nada. Dua asiente, muy acelerada. Puedes llevarte
todo lo que está en mi arsenal: pistolas, lanzacohetes, rifles de asalto,
chalecos, el exoesqueleto y las botas cohete. Llévatelo todo, solo déjame mi
rifle, pistola y las granadas contra incendios. Comento, casi en automático,
sin mirar a Dua, como si el hacerlo de esta forma evitará que yo fuera un
partícipe de todo esto. Creo que eso los ayuda… Dua me interrumpe. Ella
pone su mano sobre mi mejilla y tira de ella, intentando que nuestras
miradas se alineen. Sucede. Mis ojos miran con profundidad los suyos. —
¿Qué pasa? Pregunta ella. A pesar de que su voz se escucha curiosa, casi
preocupada por lo que pase en mi cabeza, sus ojos muestran sus verdaderos
sentimientos. Ella está feliz, feliz de que finalmente la apoye en todo esto,
feliz de poder compartir nuevamente un mismo objetivo. Callo, dejo los
segundos pasar en silencio.
Dua continúa mirándome, con la mano aún en mi rostro, esperando una
respuesta. — ¿Recuerdas esa noche? ¿Aquella cuando apenas te acaban de
reclutar para el movimiento? Pregunto, con la voz muy baja, casi cansada.
Dua inclina el rostro y entrecierra los ojos. — Fue la noche que me pediste
matrimonio con el alambre del pan blanco. Responde, esbozando una linda
sonrisa. La imito. — Fue antes de todo: de las armas, los atentados y las
traiciones. Solo éramos nosotros, un par de enamorados que se dedicaban a
lo suyo. — Éramos inocentes, por primera vez en muchos años. Responde
Dua, bajando un poco la mirada, viendo las heridas alrededor de todo mi
torso. — Extraño quienes fuimos. Añado, pues esta noche, yo sabía que
sería la última de ambos. — Aún podemos serlo, solo que sin la presión de
esos malnacidos. Por un segundo, el rostro de Dua se nota desencajado, ella
recuerda a los metálicos. — ¿Cómo? Pregunto, pues, en mi mente no había
muchos escenarios donde ambos pudiéramos salir victoriosos de todo esto.
— No lo sé, solo sé que debemos hacer nuestra parte y algo bueno saldrá de
todo esto. Añade, acercándose a mi pecho.

Posó mi mano sobre su nuca. Mis dedos comienzan a acariciarla. Ella se


levanta un poco. Nuestros labios vuelven a juntarse. El beso es lento, sin
prisa; esta noche ya habíamos estado juntos, ya habíamos saciados nuestros
deseos más salvajes, ahora se sentía diferente. Mi mano deja su cabeza,
comienzo a tocarla, a sentir cada pequeño centímetro de ella. Su piel, tersa,
suave y con una sensación de frescura. Mis manos recorren sus brazos, sus
largas y fornidas piernas, sus caderas y su pecho. El simple roce la hace
suspirar. Sus labios sonríen. El beso se vuelve más apasionado, la sensación
de deseo comienza a resurgir.
Mi mano regresa a su cabello. Con un movimiento de la muñeca, comienzo
a enroscarlo, hasta que este queda recogido en mi mano. Tomando el mismo
con firmeza, comienzo a tirar de él, aún sin despegar nuestros labios. La
cabeza de Dua va hacia atrás, dejando al descubierto su cuello. Mis labios
buscan su alargado y delgado cuello. Ella suspira por el acto. Su piel se
eriza. Nuestros cuerpos se juntan aún más. Ella pasa su pierna sobre mí y
queda sentada sobre mi regazo. Nuevamente siento sus firmes pechos
apoyados contra mi rostro.

La poca ropa que aún nos cubre comienza a dejar nuestro cuerpo, dejando
en evidencia la belleza de ambos. Mi playera deja el torso de Dua. La tenue
luz dentro de la casa hace que el cuerpo se contornee de manera hermosa,
casi hipnotizante. Me detengo a observarla por un segundo. Veo su piel
morena, sus definidas curvas y su larga cabellera. Ambos sonreímos.
Nuestros labios se juntan, nuevamente. Ambos encajan a la perfección,
haciendo de este uno de los mejores días de mi vida.

Nuestros cuerpos se frotan al compás. Mi cuerpo disfruta lo qué pasa.


Amaba a esta mujer. Todo de ella me fascinaba y el tenerla sobre mí era
algo que me volvía loco. Sin embargo, mi mente se aleja del momento. No
logro disfrutar realmente donde estoy ni lo que estoy haciendo. Mi mente
piensa en cosas que ella y su grupo podrían hacer para poder sobrevivir un
poco más. — Intenta ponerte en alguno de los edificios, pero no en el techo,
para que sea más difícil ubicarte. Digo, mientras continúo besándola. Dua
solo acepta, su respiración se acelerará y sus manos se vuelven cariñosas.
Mi cuerpo continúa respondiendo ante los estímulos, más mi mente sigue
pensando. — También intenta que un grupo grande se quede en el centro,
para… Dua me calla, mordiéndome los labios, sonrío. Dejo que el calor de
la noche tome posesión de mí, solo por unos segundos. Mi cuerpo continúa,
este no está cansado, este puede seguir por horas sin siquiera titubear, pero
mi mente se vuelve a ir. También, puedes llevarte las armas de mi arme…
Dua se aleja por un segundo de mi rostro. Ella solo me observa, sin decir
nada. Le regreso la mirada, comprendo qué quiere decir, así que solo me
dejo llevar por la noche, por ella. — Solo espero que no llamen a Morgan o
a Roy a detenerlos, porque ni yo podría ser capaz de ayudarlos. Pienso,
volviendo a besar a mi amada.

En el bosque, en mi entorno, cualquiera de los guardabosques se vería


superado por mí. Ellos solo se adaptaron a la naturaleza; mi vida era la
naturaleza: los árboles, los animales y todo el bosque era algo que había
recorrido una infinidad de veces. — Utilizando el terreno, sin duda podría
derrotarlos. Pienso, abriendo los ojos por un segundo. Mirando, al costado
de la oreja de Dua, al bosque. La oscuridad me lo impide, no logro ver
mucho más allá de unos veinte metros. Vuelvo a cerrar los ojos. Por ahora
no sirve de nada pensar en eso. No sirve de nada que yo haga planes o
piense en estrategias para derrotarlos, pues, ni siquiera sé si actuaré
mañana, — añado, reconociendo que aún tenía mis dudas con el hecho de
luchar contra mis similares.

El acto continúa. Hemos dejado el piso, ahora ambos miramos hacia el


bosque, apoyando nuestros cuerpos sobre el barandal del balcón. El bosque
está en silencio. Incluso los animales más nocturnos ya no son perceptibles.
— Ya deben ser más de las cuatro de la mañana. Pienso, chocando con
violencia los glúteos de Dua. La misma se estremece por el acto. Un
gemido ahogado sale de su boca. Sonrío sin detenerme. Mis manos se van a
sus caderas, estas buscan mucho más empuje. Dua lo nota.

El cuerpo de Dua tiembla. Después de algunos minutos ambos nos


detenemos. El cansancio nos ha vencido. Nuestros cuerpos se encuentran
apoyados contra la pared. Solo quedan gotas de fluidos corporales en el
piso, como vestigios de lo que acaba de ocurrir. Ella está sobre mí. Con
ambas manos, ella me toma del cuello, hundiéndome en su pecho. Ella
busca tenerme más cerca. Lo permito. Siento su corazón acelerado en su
mejilla. La respiración de ambos continúa agitada. El ambiente se percibe
lleno de hormonas, sudor y calor.

El rodeo con ambos brazos, el cuerpo de Dua aún se estremece. La acerco


todavía más a mí, intentando mantener el momento, pues, ambos la
sabíamos. En el instante que alguno dejara este suelo, ya solo sería cuestión
de horas para que todo se pusiera en marcha. Busco conservar este pequeño
instante entre ambos. Nos perdemos entre el tiempo y el espacio, dejando
que todo continuase igual, solo escuchando de fondo nuestras aceleradas
respiraciones. Ella se acerca a mí, a mi cuello, besándolo con dulzura. Mis
manos continúan rodeando su estrecha cintura. Nuestras pieles se sienten
pegajosas. Sonrío. El cuerpo de Dua comienza a estabilizarse.

Al paso de unos minutos, noto que su respiración y ritmo cardiaco han


descendido. La respiración de Dua es más pausada y ahora, apenas y puedo
percibir su corazón. — Se quedó dormida. Murmuro, mirando una vez más
a la oscuridad del bosque. Aún era de noche, el cielo no mostraba vestigios
de rayos de luz y el bosque continuaba en silencio. Sujetando a Dua de los
glúteos y haciendo los movimientos suaves y fluidos, me levanto del suelo.
Dua ni siquiera noto que ya estoy de pie. Camino hacia el cuarto.

La puerta se cierra detrás mío. Dua continúa dormida sobre mi hombro.


Dando un par de pasos más, llegó a mi cama. Las cobijas y sabanas
continuaban en el suelo, siendo la evidencia de lo que había ocurrido hace
horas. Inclinando mi cuerpo, utilizando solo la fuerza de mi espalda baja,
dejo caer a Dua en la cama. La sigo, hundiendo los codos dentro del
colchón. Debido a la suavidad del mismo, caigo. Dua no nota el
movimiento, ella sigue dormida. La observo por un segundo. Cubro su
cuerpo con la sábana más próxima, beso su frente y cierro los ojos. — Te
veo luego, belleza. Murmuro, pensando en qué tal vez, esta sería la última
imagen que tuviera de ella con vida. Antes de las balas, antes de los
mejorados, antes de que dejaran su cuerpo hecho pedazos.

Mantengo la imagen de Dua. En mi mente, puedo ver sus largas pestañas,


sus delgados labios, su recta y perfecta nariz, sus alargados ojos, su
ondulada cabellera que le cubre parte del rostro. Logró ver cada detalle.
Sentir, sin tocarla, cada pequeña fibra de su cuerpo. La imagen se mantiene
hasta que he caído dormido. La carne es débil. La noche me vence,
adelantando el tiempo. Nada me sobresalta. Ahora no había temblores
momentáneos, bestias, explosiones o muerte. Por primera vez, en muchos
años, no había vuelto a Tony Island. La noche transcurre rápida, me acerco
de golpe hacia el final funesto de esta vida, la vida del guardabosques.
CAPÍTULO VIII

Percibo el Sol en mi mejilla. La luz entra, de manera tenue, por la ventana.


El ruido de los pájaros se hace presente. Los mismos cantan, como cada
mañana. Melodías inocentes y repetitivas, que me cautivaban cada día. Mis
ojos se abren. Me encuentro solo en mi cuarto. Me incorporo de golpe,
intentando observar alguna evidencia de que la noche de ayer en verdad
había ocurrido. Lo hago. Los platos están lavados y secados; casi todas las
armas, gadgets y mejoras que había en mi arsenal habían desaparecido.
Sonrío. La noche había sido cierta. Todo lo que había sentido, pensado y
vivido había sido real. Mi sonrisa se mantiene.

Me quedo estático sobre mi cama, mirando alrededor. Este espacio había


sido mi único hogar real en toda mi vida. Cada rincón, decoración y detalle
habían sido puestos ahí con base a mi gusto. Este lugar, simplemente, era
una extensión de mí. Era yo, un espacio donde era yo mismo y que ahora,
no sabía qué pasaría con él. Mi mente recuerda el evento. Miro mi reloj con
velocidad. — 10:22. Murmuro. Aún faltan algunos minutos. Tomo mi
auricular, a un lado de mi cama, sobre uno de mis burós. Doy un par de
clics rápidos. De manera inmediata, alguien responde el llamado.

— ¡Por fin! ¿Dónde estabas, galán? Pregunta Sulami al otro lado del
auricular, muy efusiva. Hablo, aún con la voz muy ronca. — Estaba
durmiendo, ninguna alarma de ataque o de tormenta de arena me despertó.
Respondo, viendo la silueta de Dua en los restos de mi cobija. — Es cierto,
además de que tú “amorcito” no debió haberte dejado dormir temprano.
Solo asiento con la cabeza y Sulami sigue hablando. ¿Qué tal estuvo?
Resoplo, recordando fragmentos de esa gran noche. — De las mejores
noches de mi vida. Respondo, sonriendo de manera involuntaria. Sulami
resopla. — ¡Claro! El mundo se va a ir a la mierda en un par de horas, pero
el señor debe tener una noche mágica. Dice, con un tono hilarante. — Uno
debe aceptar los pequeños regalos que le da la vida. Digo al aire,
recordando la noche. Sulami ríe por el auricular. Salgo de la cama.

Ya de pie, mirando qué más faltaba en casa, pregunto. — ¿Qué ha pasado?


Digo al aire, pensando en aquella mínima posibilidad de que el ataque se
cancelase. Sulami resopla. — Aún nada, galán, aunque el plan sigue en pie,
de hecho, escuche que van a incendiar el bosque con Napalm. Resoplo y me
llevo las manos al rostro. Sé perfectamente lo que le hace un Napalm a un
bosque como estos. — En menos de un par de horas todo será cenizas.
Comento, con la voz derrotada. — Si, pero debes apresurarte, según
escuche quieren a todos los guardabosques en la entrada del bosque, por el
pabellón a las once. Asiento y me dirijo al baño, con la intención de
ponerme mi equipo.

Sulami y yo continuamos con la charla. — Debiste despertarme, mujer, ni


siquiera he arreglado lo de mi casa. Comento, la misma estaba dentro del
bosque, bosque que iba a ser rociado con toneladas de Napalm en menos de
una hora. — Si sabes que los técnicos no podemos llamar a los
guardabosques, ¿Verdad? Por cuestiones de “jerarquía”. Entro al baño, sin
decir nada. Mi equipo estaba igual que anoche, no faltaba nada. Sulami
continúa. Además, no te preocupes por eso, galán, desde anoche te dije que
ya había arreglado todo. En unos veinte minutos un helicóptero, enganchará
tu casa y se la llevará volando a donde tú elijas. Sonrío, pensando en lo
eficiente que Sulami era. — Gracias. Murmuro, mientras observo mi
equipo, totalmente desnudo. — De nada, solo asegúrate de dejar en el suelo
todo lo que se pueda romper, como tus ñoñerías de colección. Completa,
soltando unas risas en medio.

Sacando el traje y las vendas de la lavadora, Sulami sigue hablando. — Y,


¿A dónde irás? Pregunta, con mucho interés. Tardo algunos segundos en
responder. Mis ojos observan el traje; el que me ha acompañado en
incontables batallas, el que soportó fuego, balas, cortes, golpes y choques
eléctricos. — Había días en los que no me lo llegaba a quitar, incluso
dormía con él, con el objetivo de siempre estar listo, pues, sabía que nadie
cuidaría este bosque como yo, nadie sacrificaría tanto por él. Pienso, viendo
todas sus pequeñas marcas. Sulami habla. — ¿Entonces? Pregunta, un poco
insistente. — Supongo que busca opciones de a dónde ir. Digo, para mí.

— Aún no lo sé. Respondo, colocándome ropa interior antes de empezar


con el traje táctico. Sulami resopla. — ¿Podrías decirles que la dejen cerca
de la armería? Espero tener una respuesta después de que pase todo. Sulami
acepta. — ¿Ayer fuiste por ahí? Pregunta, al tiempo que comienzo a subir
el cierre de mi traje. A diferencia de anoche, este sube con mayor facilidad.
— Si, me lleve un par de cosas que nunca había usado, creo que pueden ser
interesantes. Sulami calla por algunos segundos. Tomo las coderas,
rodilleras y espinilleras, las cuales, estaban aún en el suelo de mi baño.
Sulami rompe el silencio. — ¿Planeas usarlas hoy? Su voz se escucha
temerosa, aunque muy interesaba por escuchar la respuesta. Callo; aún no
conocía la respuesta a aquello. Un par de segundos transcurren. — Aún no
lo sé. Respondo, intentando ser lo más sincero con mi amiga.

Terminando de ponerme las protecciones, sigo con las vendas. Para esto me
tiro al suelo y comienzo a enrollarlas, apoyando mis muslos, de manera
muy leve, sobre las mismas. Suspiro. El hacer esto, cada noche, era una de
las cosas más tediosas de mi trabajo. — Como odio…— ¿Ponerte las
vendas? Lo sé, galán, me lo dices seguido. Dice Sulami, soltando algunas
risas en el medio, dejando ir el tema de las armas. — A veces quisiera
volver a intentar salir sin vendas. Bromeo, recordando la vez que lo intenté
y terminé con los nudillos fracturados. — ¡Claro, galán! Es una excelente
idea, también deberías probar salir sin chaleco. Ambos reímos a coro. La
venda continúa. Hablo, intentando entretenerme mientras el rollo de vendas
se hace más grueso. — ¿Tú ya sabes lo qué harás? Pregunto, pues, Sulami
estaba mucho más atada a este lugar de lo que cualquiera de los
guardabosques estábamos; sin mí, ella era una informática desempleada y
Sulami lo sabía.

Continúo tendido sobre el suelo, esperando a que hable. — Estoy igual que
tú, galán, lo sabré cuando pase todo. Asiento, sé lo que ambos estamos
haciendo. Tanto Sulami como yo, esperamos que este ataque se cancele.
Que algún Dios baje y haga recapacitar al decano. — Eso o que alguien se
atreva a defender el bosque. Pienso, consciente de que Sulami, al igual que
Dua, esperaban que yo lo hiciera. Las vendas continúan, engrosándose a
cada centímetro. Vuelta a vuelta. El proceso de enrollar las vendas es muy
engorroso, incluso era de los pocos que aún las utilizaba, por ser el último
de los humanos sin modificaciones. — Sabes, a pesar de que odio hacer esta
mierda, después de hoy, creo que también lo extrañaré. Sulami no dice
nada.

Finalmente termino de enrollarla. Las vendas comienzan a entrelazarse en


las manos. Entre mis dedos, muñeca y nudillos paso la misma, esto con el
objetivo de protegerme, a pesar, de que aún no sabía si haría algo. Aunque,
en el fondo, sin querer reconocerlo como un pensamiento consciente, lo
sabía. Sabía que actuaría. Sabía que no necesitaba ver el bosque arder para
querer hacer algo y que todo este proceso, el cual, realizó de manera casi
religiosa, solo era la confirmación de lo que realmente haría. Moriría por
ese bosque, pero al menos, lo haría bajo mis propios términos. Pelearía por
él.

Me incorporo y continúa con el proceso. Mis manos cosquillean y un


pequeño escalofrío recorre mi espalda. Lo dejo pasar, no quiero que esté me
distraiga. — Entonces, ¿Sigue en pie el café? Pregunta Sulami. Claro, si es
que Dua te deja salir conmigo. Solo sonrío. Tomo el chaleco y hablo. —
Claro que sigue en pie, no me perdería la oportunidad de conocerte,
finalmente. — ¿Aún con todo lo que va a pasar? Pregunta, con la voz un
tanto fría. — Especialmente con lo que va a pasar, o con quién más podría
hablar sobre la destrucción del bosque, ¿A quién más le importa una mierda
además de a nosotros? Sulami lo acepta. El silencio vuelve. El chaleco está
en posición. Firme, apretado y pesado.
Levanto las hombreras y el panel del suelo, ya casi estoy listo para salir.
Sulami vuelve a hablar, interesada en lo qué pasó con Dua. — ¿Y sigue
contigo? Pregunta, con un tono un poco pícaro. — No, de hecho, no sé
cómo carajos logró irse, vivo en medio del bosque. Comento, reconociendo
que una caminata de estas le llevaría más de una hora, además, del hecho de
que llevaba armas, algunas bastante grandes. — Comunícame con Dua,
debe tener el mismo comunicador de antes. Digo, al aire. Sulami resopla,
pero lo hace. Espero. Escucho la campana de fondo. No vayas a decir nada.
Añado antes de que Dua responda. Sulami responde que no lo hará. Dua
responde la llamada.

— ¿Bueno? Pregunta, sin saber quién estaba al otro lado de la bocina.


Hablo. — Buenos días, amor. Dua suspira. Su voz se escucha mucho más
relajada. — Hola, amor, hasta que despiertas. — ¡Si! Tenía muchos años
que no descansaba tanto tiempo. — Que bueno, belleza, muchas gracias por
lo de anoche, te lave los trastes y deje hecha una sopa, para que te lleves en
tu termo, para que dejes esa asquerosa comida militar. Sonrío. — No está
tan mal. Replico, ya que eso era lo que comía casi todos los días. — No lo
sé, belleza, el que le pongas agua a una lasaña y se caliente, siempre me ha
dado una mala espina. — Bueno, es que solo es para paladares exigentes.
Bromeo y Dua ríe. Hablo como si nadie más nos escuchara. Sulami nunca
había visto este lado de mí y no me importaba. Este momento era nuestro,
aún a la distancia.

Me miro en el espejo. El traje me hace verme más grande de lo que soy.


Imponente. Miro mi rostro, el mismo muestra ojeras grandes. No por los
desvelos. Estas se debían a todo lo que había visto. Aquel trauma que solo
está vida podía generar. Las ignoro, nunca me ha molestado o avergonzado
por tenerlas. Noto que mi cabello está desaliñado. Hablo, al tiempo que
pongo un poco de cera en mi cabello. — No sentí cuando te fuiste. Hablo,
intentando aplacar los cabellos más rebeldes. Al fondo se escuchan voces
indistintas. Dua estaba con su grupo. La escucho reír. — Ni me digas,
belleza, te estuve moviendo para que “desayunáramos” juntos, pero nunca
despertaste. Sonrío al entender el desayuno. Eso sí, no te moviste en toda la
noche, ni hablaste o despertaste agitado. Me sorprendo, no recuerdo la
última vez que tuve una noche así.

Desde hace años, después de lo del monstruo, nunca pude conciliar el sueño
de manera prolongada; cada noche tenía el mismo sueño y el terror que esa
cosa me producía era demasiado como para querer dormir. — De niño
recuerdo que solo podía dormir si estaba borracho o si me desmayaba por
los días que llevaba sin descansar. Pienso, sonriéndole a mi reflejo. —
Entonces ya te fuiste. Comento. — Me fui muy temprano, amor y llamé a
unos amigos para que vinieran por mí, pero a todos les dio miedo. Río y
Dua sigue. Al final, una amiga fue la que vino y me ayudó con las cosas.
Aprieto los labios, esperando que Dua no hable de más.

A pesar de la confianza que Sulami y yo teníamos, y de lo que habíamos


conversado anoche, no sabía cómo podría reaccionar con todo el
movimiento de Dua. Yo sigo hablando, intentando no tocar el tema. — Que
bueno, belleza. Dua no lo nota y continúa, ya sea por nerviosismo o
simplemente porque quería que alguien la escuchase. — De hecho, los
chicos están muy agradecidos por todo. Yo resoplo, apretando el cuerpo al
tiempo que libero el aire. Término de aplacarme el cabello.
Mantengo mi reflejo frente al espejo. Debido a la vida tan acelerada que
llevaba, conceptos como la vanidad o el cuidado personal pasaban a último
término, por lo que, el verme frente al espejo, después de tanto, era algo que
me hacía sonreír. Me hacía darme cuenta de lo mucho que había pasado y
que, a pesar del desenlace de hoy, me podía sentir satisfecho. Había vivido
esta vida de la forma más intensa posible; había tenido experiencias
increíbles y finalmente, durante muchos años, le había encontrado un
sentido a todo esto. La universidad, está vida, Dua, me habían dado un
propósito, algo por lo que vivir y morir, o al menos así era hasta el día de
ayer.

Dua no habla, solo se escucha su respiración de fondo y el bullicio. Sé lo


que pasa por su cabeza. Ella está nerviosa, conoce el tamaño del adversario
que tiene enfrente y aún con mis armas, el entrenamiento y el apoyo de un
par de guardabosques, Dua sabe qué tal vez no sobrevivirá. Hablo,
intentando quitarle ese estrés previo al combate. — ¿Cómo estás? Dua
resopla. Tarda algunos segundos en responder. — No lo sé, tengo mucho en
la cabeza. Responde, intentando no mostrar debilidad, pero su voz tiembla
por un instante. Asiento. — Intenta mantenerte serena, que solo te importe
el por qué estás haciendo esto, nada más. Dua calla. Toma eso como
motivación, las cosas serán más sencillas. Añado, sin tomarle importancia
al hecho de que mi amiga esté escuchando todo.

Dua se mantiene en silencio, al fondo continúo escuchando voces


indistintas y órdenes lejanas. — Te veo cuando todo acabe, ¿De acuerdo?
Vuelvo a hablar, intentando darle la confianza. Escucho a Dua sonreír. —
Claro que sí, tengo ganas de otra pizza congelada. Sonrío. — En unas horas,
amor y tal vez después de eso podamos” desayunar”. Ambos soltamos una
pequeña risa. Mi voz es débil. He alejado los ojos del reflejo. Finalmente
caigo en cuenta. De qué tal vez, esta sea la última vez que hable con ella.
Aunque no tengo nada importante que decir. Todo lo que siento por ella o
pienso, lo dije o demostré durante todo el tiempo que ambos disfrutamos
juntos. No había necesidad de palabras finales, salvo dos. Te amo. Digo al
aire. Sintiendo la boca seca y las manos sudadas. — Yo también, amor, te
veo más tarde, espero mi desayuno. No respondo. La llamada termina.

Mis manos van al lavabo. Me recargo sobre el mismo. Suelto un suspiro,


sintiendo el peso de lo que está por ocurrir. El lugar se mantiene en silencio.
Mi mente piensa en Dua, en el bosque, en los árboles incesantes, en los
grandes incendios, en la bestia. Todo pasa de manera veloz, no me
concentro en nada en específico, intento no desviarme de lo de hoy. La gran
quema. Alguien habla. — Mierda, sí estuvo muy romántica la noche. El
comentario de Sulami me hace volver. Mis labios esbozan una sonrisa
fugaz. Suelto el lavabo. Me dispongo a irme. — Estuvo bien. Respondo,
intentando mantenerme lo más sereno, con el fin de que Sulami no
sospechara nada. Tomo las botas del suelo. Salgo del baño.

Con pies descalzos recorro mi casa. Doy un rápido vistazo hacia donde
guardaba mis armas. Dua había tomado prácticamente todo, solo dejando
las granadas de agua, un par botas cohete, mi pistola, el cuchillo, mi rifle de
cerrojo y la granada. No me molesta. Para lo que debía enfrentar, hubiera
querido tener más ventajas para poder ayudarla, pero, tal vez ni eso hubiera
sido suficiente. Mis piernas me llevan al buró. Sobre él observo mi
colección: granadas, armas, rocas fluorescentes y pedazos de chatarra. Solo
la observo por un segundo, no le prestó atención. Abro uno de los cajones,
saco un par de medias y las pongo sobre mis pies, ajustando las mismas al
pantalón de cargo.

Sulami continúa en silencio, sabe lo que pasa por mi mente, así como yo sé
lo que ella piensa. Pues, a pesar de ser una amante de los metálicos, Sulami
era una gran defensora del bosque. — Casi tan dedicada a la causa como
yo. Pienso, terminado el amarre de mis botas. El silencio se rompe. —
Entonces, ¿Si te veré después de todo? Pregunta Sulami. Su voz se escucha
temblorosa, como si existiera alguna especie de desconfianza entre ambos.
Me extraño. — Claro que sí, no me lo perdería. Miento, pues, no sabía si
podría llegar a aquel café. — Bueno, con eso de que Dua y tú ya otra vez
son esposos, no sé si te deje ir. Mis dientes quedan al descubierto.
Reconozco la broma. — Nunca necesité permiso del decano para portar
armas en los salones de clases, menos necesito el permiso de mi ex pareja
para tomarme un café con mi mejor amiga. Sulami calla. No hace ningún
sonido o palabra que muestre su aceptación. Algo pasaba.

Vuelvo a caminar por mi casa. Veo la olla con la sopa dentro. Era una sopa
instantánea con verduras. El gesto me hace sonreír. — ¿Dónde verás el
evento? Pregunto, pues, asumía que los técnicos no podrían estar tan cerca
como nosotros. — Probablemente desde el techo de mi dormitorio. Sulami
se toma un respiro y continúa. La vista es buena y así me evito el tumulto.
La sopa entra dentro de mi termo. Cierro el mismo y lo pongo en la parte
trasera de mi chaleco, en una pequeña bolsa. Este no ocupa mucho espacio.
Mis piernas continúan moviéndose por mi casa. La recorro sin un rumbo
fijo. Solo me dedico a dar vueltas por la misma, como si intentara disfrutar
estos últimos segundos dentro de ella. En medio de aquellas vueltas, mi
vista se va, nuevamente, a mi buró. Miro mi colección de lejos. Lo que más
resalta es la espada y el diente de aquella bestia. Mis ojos se mantienen
estáticos. Tengo sentimientos encontrados con respecto a eso. Le sostengo
la mirada a ambos objetos. No pasa nada. No siento vibraciones en el suelo,
no escucho el silbido de las balas o la ventisca radioactiva. Mis labios se
abren. — Entonces, ¿Solo quito lo que se pueda romper? Pregunto,
caminando hacia el mismo. — Sí, pero apresúrate, en unos diez minutos
ellos llegarán, engancharán tu contenedor y se irán. Sonrío. — No tardaré
más de ocho minutos en salir, mujer. Replico, comenzando a quitar todo.

Con mucho cuidado, quito la granada del Fantasma, la espada de Kinect, las
piedras para las activaciones, la navaja del Fantasma, la cachiporra de
Foulard y el diente. El diente debía pesar unos veinticinco kilos. Lo cargo
sin ningún problema. Se siente pegajoso, el mismo está ennegrecido de
algunas partes. — Tal vez por el combate, la sangre o la radiación. Pienso,
mirando mi entorno. Busco ponerlo en mi cama.

— No la tendiste, ¿Cierto? Niego. Vuelvo a poner el diente, mis ojos se


quedan fijos en el mismo. Nada sucede. Sin perder el tiempo, levanto la
sábana y la cobija del suelo. Al moverla, logro percibir el olor de Dua. Su
simple aroma me hace sonreír. Pego mi rostro a la cobija. El olor es más
intenso. El mismo se mantiene en mis pulmones por un segundo. Alejo el
rostro, exhalo.
Alejo a Dua, solo por un segundo. El pensar en ella, en lo que había pasado
la noche anterior, me hace distraído. Tomo la sábana, levanto el colchón, sin
ningún tipo de esfuerzo y la meto debajo. Repito el proceso con la cobija, la
cama queda compacta, apretada, sin ningún tipo de arrugas en la superficie.
— Mi teniente estaría orgulloso. Sonrio, recordando mis días en la
academia. Sulami no habla, parecía que no había escuchado el comentario.
Continúo con el proceso de proteger mi colección. Vuelvo al buró, tomo, de
nueva cuenta aquel diente y lo pongo sobre mi cama, alejado del resto de
las cosas, como si fuera el objeto más especial entre mis posesiones. Lo
era. Una vez terminado con mi colección, paso con las fotografías. La
mayoría de ellas estaban repartidas por las paredes. Pequeñas fotos
automáticas, tapizaban mi refrigerador, mis paredes y alacenas, pero, había
algunas que estaban en portarretratos, aquellas más importantes. Mi primera
cita con Dua, mi primer día en el ejército, la foto con mi batallón en
Sudamérica, una foto con Carlo, otra donde salía con mi viejo amigo Viggo.

Tomo la primera. Me detengo por un segundo para admirarla. Era una foto
con Dua. No era nuestra primera cita, pero si debía ser de las primeras.
Recuerdo aquel día. Ella me rodea con sus brazos y besa mi mejilla de
manera dulce. Observo mi rostro. Este se ve feliz. Mis dientes frontales son
visibles. Mis ojos están entrecerrados por lo enorme de mi sonrisa. —
¿Recuerdas la vez que ibas a conocer a Dua? Cuando planeamos un día en
los trampolines y que nos dejaste plantados. Pregunto, viendo la ropa
deportiva de ambos. Sulami habla. — De ahí creo que Dua y yo tuvimos
algunos problemitas. Río. — Nos dejaste esperándote una hora y todo para
que no llegaras porque estabas con el chico del fútbol. Sulami ríe. — Si, la
verdad no valió la pena. La escucho reír. Mi boca mantiene por un segundo
la sonrisa. Dejo la fotografía sobre la cama, a un costado del diente.
Una segunda fotografía está en mis manos. Es de Carlo junto a mí. No me
enfoco en la misma. Me llevaría todo el día. Solo la quito y la coloco junto
a su similar. Repito el proceso otro par de veces, para después pasar a las
macetas: las tenía de todos tamaños y formas. Grandes, chicas, circulares,
rectangulares, cuadradas y colgantes. Lo hago con velocidad. De las repisas
y burós quito a: “Amanda”, “Dulce”, “Sua”, “Ellie”, “Andy”, “Aoi” y a
“Maheda”. A todas las pongo en el suelo, lejos de mi colección, pues, no
quería que un descuido terminara con la vida de una sábila, un cactus, una
suculenta, un rosal, un helecho, un árbol de limones o una orquídea. —
Todo va a estar bien, preciosas, solo las voy a mover por algunas horas.
Comento al aire, mirando mis plantas, intentando que estas comprendiesen
lo que pasaba.

Sulami me escucha, pero vuelve a callar. Algo le molestaba, no de manera


grave, aunque aún prefería mantenerlo para ella. Lo ignoro, conociéndola,
estoy seguro de que no callará por mucho más tiempo. — Listo. Hablo para
mi mismo, dando un último vistazo, verificando que nada más podía
romperse. — Excelente, galán, ahora sal de ahí y repórtate con todos.
Asiento. Miro mi cuarto por última vez, antes de dirigirme a donde
guardaba mis armas.

Vuelvo a ver esa repisa. De nueva cuenta, hago un recuento de aquel


pequeño estante de vidrio, que hasta la noche anterior tenía armas de todo
calibre. En voz alta, repito lo que había dentro de él. — Mi rifle, con todos
sus accesorios, las botas cohete, mi pistola, el cuchillo, la granada y ocho
granadas contra incendios. Asiento la cabeza, pensando en que debí haber
sacado más ayer. Me limito a tomar todo lo que había adentro. Coloco las
granadas sobre mi chaleco y cinturón. Vuelvo a mirar la repisa, intento
cerciorarme de no dejar nada. Lo había hecho. Dentro, había una pequeña
nota adhesiva y una inyección.

Por el color, tamaño y forma soy capaz de reconocer la inyección. Es una


inyección de emergencia. Sin darle importancia, la tomo y la pongo en mi
cinturón, sin despejar la vista de aquella nota. Tomo la misma y la leo. —
“La vi, pero creo que tú la necesitas más que yo, solo en caso de
emergencias, amor, te amo y mucha suerte”. Vuelvo a sonreír. La letra era
de Dua. Pego la nota adhesiva en la pared que está frente a mí; el llevarla
provocaría que la perdiese o se manchara. — Es mejor así. Murmuro.
Sulami ya no dice nada. La ignoro, sé que está esperando a que salga de
aquí, pues, lo que le molestaba debía ser un tema relacionado con el bosque.

Tomo mi rifle. Al momento del contacto el mismo toma su forma natural.


Con el fin de no ocupar más espacio en mi chaleco o cinturón, le pongo
cada uno de los accesorios. Esto provoca que la mira se vuelva alargada, el
gatillo más grueso y la culata más robusta. De igual forma, quito los
propulsores de las botas y los coloco en las mías, a pesar de que las mismas
estaban mucho más gastadas. Un sonido de presión es perceptible. — Todo
listo. Repito al aire. — Justo a tiempo, galán, acabo de autorizar el
sobrevuelo sobre la universidad. Asiento y me dirijo a la escotilla, ya sin
mirar atrás. No había espacio para más sentimentalismos; si moría, lo que
pasara con mi casa, no importaría un carajo, pero, si sobrevivía, en pocas
horas estaría de vuelta.
CAPÍTULO IX

Salgo por la escotilla. En el momento que pongo el primer pie en el escalón,


escucho el concierto matutino del bosque. El bosque ya no duerme. La
vegetación se muestra sofocante. Apenas y se percibe la luz aquí dentro.
Los animales revolotean entre las copas. Logro percibir el canto de un
gorrión, así como el aleteo de un colibrí, que busca alimentarse con el
néctar de mis flores. Al ras de suelo, continúo apreciando el bosque; la
experiencia era completamente distinta en la mañana y en la noche. Lo que
había visto y apreciado ayer, era diferente a lo que vería y apreciaría hoy.
Me tomo un segundo para mirar a mi alrededor. A lo lejos, escucho las
aspas del helicóptero.

Avanzo un par de pasos. Noto las flores y el camino que había hecho hacia
mi casa. Una pequeña jardinera, marcada con piedras al costado y pequeñas
luces que iluminaban el camino— ¿Esas no sé lo pueden llevar? —
Pregunto, con un tono infantil, intentando recordar si tenía alguna maceta
libre en casa. No tenía. Sulami sabe de qué hablo. — No, galán, es un
helicóptero automatizado, nadie lo conduce. Mis labios se contraen. — Tal
vez pueda…— No lo creo, galán, ya entro al campus, debe estar a menos de
un par de minutos. Comenta Sulami, con una voz un tanto lenta. Lo siento.
Añade, mientras las observo. — Lo lamento, bellezas. Digo al aire,
mirando, por última vez a “Ale”, “Frida”, “Okzana”, “Samia”, “Margo” y
“Nadine”. Todas ellas eran iguales: girasoles. — Las había pedido así a las
chicas de agronomía porque esa era la flor favorita de Dua. Pienso en mi
cabeza, escuchando las aspas a la lejanía.

A pesar de que yo sabía que pelearía por el bosque y de que tal vez moriría
haciéndolo, no quería que mis plantas también cayeran aquí, ellas merecían
más que esto, más que morir sofocadas por el humo o quemadas por el
fuego, agonizando, queriendo huir sin poder lograrlo. El pensamiento de lo
que está por ocurrir me invade. — Solo espero poder detener el incendio
antes de que llegue aquí. Pienso, caminado hacia mi moto, escuchando un
poco más cerca las hélices. — ¿Has averiguado algo de lo que va a ocurrir?
Pregunto, intentando tener un poco más de información del evento.

Vuelvo a escuchar la voz de Sulami, esta se percibe un poco menos


cortante. — Si, estuve hablando con algunos otros técnicos, como el de
Rosa o el de Roy y me dijeron que efectivamente, el ataque sería con
napalm. Sulami se toma un segundo para tragar saliva. Ella continúa. Pero,
solo lo harán en una parte del bosque. Me sorprendo, al tiempo que me
encuentro frente a mi motocicleta. Las aspas se escuchan aún más cerca. —
Ya están aquí. Murmuro. Los animales también lo notan; algunas aves
vuelan por el sonido que este genera o la propia ventisca. El helicóptero
estaba cerca, salvo que aún no lograba verlo. ¿Entonces solo quemará una
parte? Pregunto, con velocidad, emocionado por ese pequeño espacio donde
no se perdería todo. — No, galán, el decano quemará todo, solo que buscará
que el incendio sea natural y ustedes serán los encargados de cuidar que el
mismo continúe activo. Añade, con la voz molesta.
Pienso en el plan. — Es una mierda de plan. Comento. Sulami ríe. En
verdad, ese plan podría tomar horas o incluso día para que el bosque se
quemase por completo. Añado, pensando en una pequeña posibilidad,
posibilidad que planteo a mi amiga. Además de que eso podría darle tiempo
a Wood para organizarse y sacarnos un par de árboles, mientras nosotros
jugamos a los quemados. Completo, poniéndome el casco sobre la cabeza.
La voz de Sulami cambia en automático, ahora la escucho dentro del
mismo, no solo en mi oreja. — Yo pienso lo mismo, aunque no sé por qué
hacerlo así. Dice Sulami, un tanto frustrada. — Pero, está también puede ser
una forma en la que el decano incendie el bosque, pero conserve la opción
de apagarlo. Sulami pregunta a qué me refiero. Si el decano se arrepiente de
hacerlo, lo único que debe hacer es cambiar la orden y todos los
guardabosques lo apagaríamos y eso sería mucho más fácil que apagar todo
el bendito bosque. Expresó, ya que, el decano tenía los recursos y la
autorización para incendiar todo el campus más de tres veces. Mis piernas
rodean mi moto, ya estoy sobre ella.

El helicóptero está sobre mí. Llevo mis ojos al cielo. Lo veo, reconozco el
modelo: dos hélices, color negro, no tripulado y con espacio para más de
treinta activos. — En el pasado, llegué a subirme en una versión más vieja
del mismo. Digo, entre aquel ruido. Apenas y logró escucharme a mí
mismo. Giro la llave y la motocicleta se enciende, sin hacer el menor ruido
posible. Polvo, tierra y hojas vuelan por los aires. Las ignoro. Tiro mi
muñeca hacia abajo. Comienzo a avanzar. No miro el helicóptero, ni el
momento en que este se lleva mi casa, ni siquiera por el retrovisor. El plan
de Dua, el del decano y el mío, comenzaban a verse compatibles. — El
apagar el bosque ahora será más sencillo, si no tengo muchos
inconvenientes aquí dentro incluso podría terminar de apagar el incendio
antes y ayu… Sulami habla, alejando aquel pensamiento de mi cabeza. —
No creo que el decano se arrepienta, pero debo admitir que sí es raro que lo
maneje así. A pesar del ruido, soy capaz de captar lo que dice mi amiga.

El helicóptero y el viento que este genera se quedan atrás. El bosque se


siente vivo. Reboza de vida. Cada planta, insecto, ave o animal sigue su
rutina diaria. Ninguno de estos seres se imagina lo que les viene, pero yo sí.
Así que pregunto, con preocupación, qué pasará con ellos. — ¿Y los
animales? ¿Van a morir aquí? Pregunto, viendo un par de venados a la
distancia. Estos me regresan la mirada. — No tengo la menor idea, pero, no
escuché ningún plan para la relocalización de la vida silvestre. Suspiro, acto
seguido, rio. Sulami se extraña. — ¿” Relocalización”? ¿A dónde más
podrían llevarlos?¡Ya todo cayó! Añado, con un tono un tanto más serio. —
Cierto, ni siquiera nosotros sabemos a dónde iremos, mucho menos unos
animales. Comenta.

El bosque continúa. No voy muy rápido, intento mirarlo todo: las hojas, los
árboles, las ramas, las flores, los hongos, las abejas y las ardillas corriendo
de un lado a otro. Intento quedarme con esta imagen, pues sé que está
cambiará en menos de una hora y se convertirá en una selva sudamericana.
Donde todo lo verde, todo lo vivo y tranquilo del lugar, se convertirá en una
enorme bola de fuego, humo y polvo. Esquivando un pequeño nido de
comadrejas, hablo, busco indagar más de este evento y de Sulami. —
Después de todo esto, ¿Qué pasará? ¿A dónde irás? Pregunto, pues, sin
importar lo que Dua o yo hiciéramos, ella no sabía lo que estaba por pasar,
por lo que debía tener pensado algún plan.
Sulami calla, solo se escucha un poco de estática de fondo. — Supongo que
iré a las grandes ciudades subterráneas del sur. Comenta, como si fuera la
primera idea que le hubiese llegado a la mente. — No es mala idea, aunque
tú aún podrías quedarte, estudiar otra carrera o algo así, no necesitas salir de
aquí. Reconozco, inclinando mi cuerpo hacia el manubrio. Al menos
estarías en un lugar conocido, allá no conoces a nadie. Continúo, pues, al
igual que yo, Sulami no contaba con familiares cercanos o con un lugar al
cual pudiera llamar “hogar”. No todos podemos ser Rosa. Completo. — O
Keane. Espero un par de segundos, en silencio. Ella elabora.

— Ahí donde ves, Keane tiene un hijo. Me sorprendo, pues, nunca hubiera
pensado que alguno de nosotros pudiera tener algo más de una pareja, ya
fuera por el estilo de vida tan peligroso que teníamos o por el poco tiempo
que podíamos dedicar a las actividades fuera del servicio. — Nunca lo
imaginé. Respondo, enfocando mi atención en la conducción. — ¡Si!
Además, según escuché, el mayor sueño de Keane es poder recorrer el país
en moto, junto a su hijo. Resoplo, recordando la plática que había tenido
anoche con el grupo.— Eso tipos sin duda necesitan salir de esta maldita
burbuja, para que vean que no van a durar ni treinta minutos en esa cloaca.

Sulami me pregunta a qué me refiero. Mi mente recuerda aquel desolado


paraje, el cual, estaba ubicado simplemente al otro lado de la reja, fuera de
este campus. Comienzo a describir lo que había visto anoche. Todo ese
smog, todo ese polvo, las bases de los árboles y la tierra agrietada. — Nada
puede sobrevivir allá afuera. Digo para mí, mientras mis labios continúan
describiendo lo que había visto. — Créeme, en el momento que salgamos
de aquí, todos vamos a querer regresar, el problema es que ya no tendremos
a donde volver. Sulami no dice nada, ya que, al igual que todos, ella
pensaba que todo algún día mejoraría. No lo hizo.

La moto se inclina. Paso por la misma montaña de anoche. La ignoro y


continúo, bajando aún más la muñeca, pues, aún faltaba bastante de
recorrido. La pequeña montaña continúa. Vuelvo a escuchar el helicóptero a
mis espaldas. Miro de reojo al retrovisor, el mismo va hacia el campus. Veo
mi casa, la misma es sostenida por un cable. El rectángulo pasa volando
entre las copas de los árboles. — Espero sean muy cuidadosos. Comento, al
tiempo que las hojas y basura se elevan con el paso de la nave. — No te
preocupes, son robots, esas cosas son mucho más cuidadosas que nosotros.
Callo, pues, la mayoría de los robots que había en existencia se utilizaban
para transporte o en cosas del hogar. No había muchos de esos en mi
entorno, por lo fáciles que eran de hackear. La motocicleta se declina.

Veo el helicóptero alejándose. Aún no logro ver el campus, solo pinos y


árboles son perceptibles. Por un segundo mantengo la mirada en el cielo.
Este se ve menos despejado que ayer. Conserva ese color amarillento, pero
hoy era mucho más intenso. — Mierda y este es el lado bonito de la reja.
Murmuro, sintiendo un pequeño cosquilleo en el estómago. — ¡Ya sé! Aún
no puedo ni imaginarme cómo es realmente el vivir allá afuera. Todo ese
humo, la falta de agua, el calor sofocante, debe ser horrible. Sulami se
escucha preocupada, como si pensara en lo que le espera. — Eso sin contar
que solo unos pocos que pueden permitirse el lujo de tener máscaras de
oxígeno, imagínate a los que no pueden costearla, mueren antes de cumplir
los diez años. Sulami no responde. Mis labios y rostro se contraen por el
simple hecho de pensar en eso. ¿Qué más has escuchado? Pregunto,
alejando esa imagen de mi cabeza. La moto zigzaguea entre los árboles y
las rocas. ¿Qué pasará después de todo esto?

Sulami calla por un momento. — Hay muchos rumores por ahí. Escucho un
resoplido en mi auricular. Sulami continúa. No sé si alguno sea real, pero
hoy hablé con la secretaria del decano y ella me dijo que los de la mesa
directiva, hablaban sobre mover el resto de las grandes ciudades bajo tierra
o incluso se coquetea con la idea de colonias en el espacio. Me rio, tal vez
por hartazgo. Desde mi perspectiva, no había mucho que pudiese hacer. —
Mis únicas opciones eran pelear y caer en combate o no hacerlo y caer de
todas formas. Digo para mí. — Siendo honestos, la idea del espacio parece
más un cuento para niños que una opción real.

Mi mente recuerda la primera vez que escuché esa idea. Debía tener poco
más de un año aquí. Había caído parte de la reserva del Amazonas. Todos
nos asustamos y enfurecemos, hubo algunos que incluso queríamos ir allá y
ayudarlos. No pasó. Después de un tiempo esa defensa cayó y el mundo
sintió los estragos de perder el último gran pulmón. El cielo comenzó a
verse más opaco, la calidad del aire cayó muchísimo y cada vez llovía
menos. Muchos lamentamos la pérdida, aunque con el tiempo la olvidamos,
porque nuestro hogar también era atacado con brutalidad.

Al poco tiempo de eso, yo estaba realizando una guardia y escuché a dos


hombres de Wood. Ambos charlaban sobre que la idea de su jefe era
llevarse a toda la humanidad fuera del planeta. Mis labios sonrieron al
escuchar esa mentira. — Si ese bastardo en verdad hubiera pensado hacer
eso, no lo haría para todos, sería solo para sus amigos millonarios y
vendería los boletos a cifras estratosféricas. Sigo conduciendo, al tiempo
que pienso en esa posibilidad.

Hablo, concentrándome en conducir. — Dudo mucho que siquiera esa sea


una opción, hasta donde sé ni siquiera han logrado hacer más de tres vuelos
comerciales exitosos, realmente no me creo que esa historia de películas
baratas sea la última opción de la humanidad. No había forma de que así
fuera. — Es lo que yo digo, pero son solo rumores, nada a lo que podamos
aferrarnos, realmente. — ¿Tú qué propones? Pregunto, interesado por
escuchar la opinión de mi amiga. Sulami piensa su respuesta por unos
segundos. — Si puedo ser honesta, yo propongo que alguien pare esta
locura. Resoplo, el decir eso en voz alta, a través de un comunicador ligado
a una red más grande, era algo muy arriesgado. — No es lo mismo que
decirlo en la privacidad de tu casa. Pienso y Sulami continúa. — Que
alguien organice una defensa y cancele el ataque. Responde, con un hilo de
voz. No veo otra opción. Completa.

Vuelvo a callar. Sé que ese comentario Sulami lo había hecho por mí, pues,
al igual que Dua, ella también me veía como el único que podría hacerle
frente al resto de los guardabosques. — El problema es que no sé si lo dijo
porque ya sabe lo que va a ocurrir y por eso está molesta o está molesta
porque desconoce los sucesos venideros y piensa que voy a dejar morir
aquello por lo que tanto hemos luchado. Digo en mi cabeza, al tiempo que
conduzco de manera casi automática. — Tú ya sabes lo que hay allá afuera,
sabes lo que está en juego. Añade, retomando el tema. No respondo, dejo
pasar el comentario y sigo conduciendo. Esquivo una roca y levanto la
vista, logró ver los edificios. El campus es apenas perceptible sobre las
copas de los árboles, pero puedo ver sus techos llenos de plantas y sus
construcciones de ladrillo antiguo. El ver los edificios tan cerca, hace que
mis manos suden y mi boca se seque. — Cada vez más cerca, — murmuro,
quitándole un poco de tensión a mi muñeca.

La velocidad disminuye. El movimiento fue inconsciente, ni siquiera lo


noté, pero, es inútil. El camino aparece frente a mí. Un estrecho camino de
tierra está bajo mis neumáticos. Mi mirada se concentra en él. En todo lo
que esto implica, en lo que hay al final del mismo, en lo que me espera
cuando llegue. Mi mente recorre cada uno de esos pensamientos, así que,
con el objetivo de alejarlos y de no alterarme antes de lo necesario, vuelvo a
hablar. Intento saber qué pasa dentro de la mente de Sulami. — ¿Es por eso
que estás enojada? Pregunto, viendo cada vez más cerca la universidad.

— No lo sé. Responde, raspando la voz. Por más que así lo desease, el


volver a caminar por esos bosques, el respirar su aire fresco o ver el verde
desde mi ventana en las mañanas, sé que eso no ocurrirá, y yo jamás te
pediría que mataras a tus hermanos. El comentario de Sulami hace que mi
pecho se altere. La motocicleta sigue. Porque sé, que, aunque no eres muy
cercano con ellos, son gente que al igual que nosotros ha sufrido, llorado,
sangrado y luchado por él, entonces, al menos tienen nuestro respeto.
Añade, reconociendo lo mucho que este bosque nos había quitado. — La
verdad no sé si sería capaz de hacerlo. Comento, con un hilo de voz, como
si quisiera que nadie lo escuchara. No hablo de falta de habilidad o porque
no ame el bosque, me refiero a que mucha sangre ha sido derramada en el
mismo. Sigo hablando, sin reducir la velocidad o desviarme de mi destino.
Durante años, miles han caído aquí por el simple hecho de obtener un poco
de madera y la realidad es que, si fuera por mí, quisiera que no se volviera a
derramar una gota más de sangre y menos de aquellos que se dedicaron a
protegerlo. Completo. — Pero lo hará, correrá más sangre hoy. Pienso.

Los edificios están más cerca. Los árboles comienzan a verse menos
salvajes; sus hojas ya están más recortadas, las raíces no están salidas y
estos parecen tener cierto patrón en el plantado. La motocicleta entra al
campus. El camino de tierra cambia por calles empedradas, los árboles se
transforman en edificios de antaño y ahora me encontraba rodeado de
personas, todas con la intención de llegar pronto a alguna parte. El rumor
parecía haberse esparcido. Se notaba en el rostro de todos; la mayoría de los
estudiantes deambulaban por doquier, con una mirada expectante sobre lo
que estaba por ocurrir.

— ¿Hoy cancelaron las clases? Pregunto al aire, conduciendo a baja


velocidad, direccionándome hacia la zona comercial. — No, pero dudo que
alguien vaya, ya todo el campus sabe lo que está por ocurrir, todos los
medios locales van a cubrir el evento. Asiento la cabeza, dándole el paso a
un par de chicas. Además, ¿Por qué tomaste la panorámica? Bien podrías
haberte ido directo al pabellón. Pregunta Sulami, un tanto agitada. — Lo sé,
pero tampoco es como que tenga mucha urgencia de llegar. Respondo,
aunque en realidad yo había tomado esta ruta para pasar cerca del centro de
la universidad, para así tener un pequeño vistazo de Dua y su movimiento.
Los edificios pasan a mi lado.
CAPÍTULO X

Las miradas vuelven. Las siento en mi espalda, en mi rostro, en mi costado,


todas me observan igual que siempre, pero se siente distinto. Puedo notar el
resentimiento de las mismas. Ya fuera por lo que estaba por suceder o por
mi simple trabajo, los alumnos, maestros, empleados y guardias de la
universidad me miraban de manera marcada, casi acosadora. Todos mis
movimientos se sentían analizados. Sin embargo, no me importa, continúo
con mi camino. He tenido estas miradas durante años, el tenerlas un día
más, no me afectaba o perturbaba en lo más mínimo. A lo lejos, escucho un
cántico al unísono.

Las calles pasan. El cántico se hace más presente. No me concentro en lo


que dice, pues, el tumulto de gente comienza a hacerse más marcado, debía
ser cuidadoso. Ahora estos no deambulan por la calle sin ninguna dirección
aparente. El destino ya comienza a verse dibujado. Todos se dirigían al
pabellón. Las personas caminan por la acera, los jardines o incluso por la
calle. Todos van en grupo. El cántico continúa. Le prestó atención. Este era
corto y repetitivo, con un mensaje muy claro. — “¡No a la quema!¡No a la
quema!”. Se escuchaba a coro, una y otra y otra vez. Las voces de los
estudiantes, profesores y trabajadores de la universidad cantaban como una
sola, todas con el mismo objetivo; salvar el bosque.
Al escuchar esto, la piel se me eriza. Durante años, creí que a esta gente no
le importaba el bosque ni lo que hacíamos. Que para ellos el bosque era un
lastre, algo que ya no importaba, una reliquia que debía olvidarse, pero, la
realidad era completamente otra. Los puños estaban en el aire, todos
marchaban en una misma dirección y a una sola voz. Observo a mi
alrededor, manteniendo mi atención en los peatones. Algo atrae mi vista.
Una gran pancarta, al costado de la biblioteca central. Grandes letras color
negro sobre un fondo blanco. El mensaje era el mismo que el del cántico,
salvo con un par de líneas más: — “No a la quema, el bosque es vida,
#ViveVerde”. Debajo de aquel mensaje se podían ver fotografías de lo que
parecían ser algunas de las más grandes reservas, ahora destruidas. Árboles
destrozados, con el suelo resquebrajado, con polvo y una gran nube de
contaminación, sobre todo. Mi vista se aleja; sé lo que nos espera ahí
afuera.

Vuelvo a la acera. Continúo avanzando, sin embargo, ahora mis ojos se van
al resto de la naturaleza del campus. Aquellas áreas verdes que se extendían
por todo el campus, que comparadas con el gran bosque eran diminutas,
pero sin duda eran significativas. Pongo mi atención en el césped siempre
verde, en los árboles perfectamente recortados, en los arbustos con formas
divertidas y las delicadas flores. — ¿Esto también lo quemarán? Pregunto,
pues, no tenía sentido quitar todo el bosque, si en el propio campus dejarían
aquello que tanto anhelaba Wood. — Incluso hay plantas y huertos en los
techos de los edificios. Pienso para mí, mirando una pequeña palmera en la
cima de un dormitorio. — Hasta donde sé, no, pero con el bosque quemado,
va a ser mucho más sencillo eliminar a los hombres de Wood a la distancia.
— Estamos hablando de que los eliminarían los guardias de la universidad,
no los guardabosques. Comento, soltando algunas risas en medio.
Mi motocicleta continúa, a un paso lento, aunque todas las personas, al
percatarse de mi presencia, me evitan, como si fuese el portador de alguna
extraña enfermedad. Las personas crean un pasillo especial solo para mí,
mientras me miran con recelo. No les presto importancia. Mi vista va al
cielo. Apenas y puedo verlo debido a la cantidad de árboles que había. En
él, al igual que ayer, busco las respuestas, aunque sé que no están ahí. Mi
mirada baja, el centro de la universidad está cerca. Paso algunos jardines,
hay más pancartas repartidas por gran parte de los edificios, pareciera que
nadie estaba de acuerdo con esto. Mi conducción es lenta, paso por el
edificio de microbiología. El centro está ahí. Mi vista y toda mi atención se
van a ese lugar. Logró verlo por un momento. — Ahí está, — murmuro,
viéndola a la lejanía.

No me detengo. Mi vista cambia, nuevamente tengo un edificio frente a mis


ojos. No importa. La imagen se mantiene en mi mente. A pesar de la
distancia, soy capaz de percibir su cuerpo torneado. Sus piernas destacan,
aún más que esa larga melena castaña. Ella se mira relajada. No había nada
sospechoso en ella o en quienes la rodeaban. Todos caminaban de manera
desinteresada por el mismo centro. Entraban y salían de los edificios como
si fuera su rutina diaria de estudiantes, cuando en la realidad estaba
llevando y trayendo armas de distintos puntos del campus. Nadie les presta
importancia. Todos a su alrededor los ignoran, sin siquiera voltearlos a ver.

El tumulto continúa aumentando, el cántico ya es ensordecedor, cada vez


estoy más cerca del pabellón. Ya me es imposible pasar. Ya me es imposible
pensar. A pesar de llevar una moto y ser un guardabosques, eso no
importaba una mierda, no podía seguir avanzando. No había espacio por el
cual pudiera pasar sin arrollar a nadie. El cántico sigue, los puños continúan
levantados, agitándose con violencia. La gente ya comenzaba a aglutinarse.
Suelto mi mano del acelerador, es inútil seguir aquí. La motocicleta se
detiene a un lado de la acera. La escena me es familiar. Hablo, recordando
el puente. — ¡Así se veía Tony! Grito al aire, intentando que mi amiga me
escuchase. Sulami, al igual que todos, siempre había estado muy interesada
en aquella noche, pero, yo nunca había sido capaz de poder hablar de ella
sin sentir que la bestia volvía. Sulami se sorprende. Este es el único dato
real que he soltado de aquella noche en todo este tiempo. — ¿En serio?
Pregunta, muy interesada. Apenas y logro escucharla. Apago mi
motocicleta. — Si, solo falta una masa amorfa destruyéndolo todo, pero sí,
es básicamente lo mismo. Digo, mirando la enorme cantidad de personas
amontonadas. Bajo del vehículo.

La gente pasa junto a mí, gritando con fuerza. Mi vista se levanta, intento
pensar en cómo pasaré a toda esta gente. Suelto un suspiro, que ni siquiera
logro escuchar y me pongo en marcha. Me alejo de mi motocicleta, me
pierdo entre la gente. Simplemente soy uno más entre la multitud, otro
estudiante más del montón que no está conforme con esto. Aunque aquello
sí era una realidad, mi manera de actuar era completamente otra. Buscaba
salvar el bosque, pero sabía que no lo lograría gritando al aire, moviendo
los puños o mostrando imágenes de lo que va a pasarnos, no, yo lo haría
con violencia, aún si eso me costará la vida, aunque, no voy a negar que me
reconfortaba que los estudiantes lo hicieran de esta forma, que alzaran la
voz, que no entrarán en silencio al abismo.
Me muevo con velocidad. Atravieso el tumulto de manera rápida y fluida.
Los estudiantes apenas y me ven pasar y comentan algo, que no logro
escuchar, a mis espaldas. El camino comienza a hacerse más estrecho a
medida que me acerco a la zona comercial. El pabellón está cerca. Miro
sobre las cabezas, lo veo. El cambio de lo viejo a lo nuevo. El paso del
estudio, el aprendizaje y la sabiduría a los excesos, libertinaje y la
diversión. La calle se hace más estrecha, ya comienza a ser complicado el
pasar por aquí. Sulami lo nota. — Debiste pasar directo por el bosque, no
donde está la grey. Apenas y logro percibir el comentario, su tono es serio.
— A veces está bien convivir con el vulgo. Respondo, apenas
escuchándome a mí mismo. Doy un par de pasos, luchó por avanzar. La
escena comienza a parecerse más a aquella noche. El miedo y confusión
comienza a aparecer en el rostro de la gente, aunque el cántico continúa.
Inhalo y exhalo un par de veces, para que aquella bestia no vuelva. No lo
hace. El piso no se mueve, las ventanas de los edificios no vibran, ni el
rugido es perceptible. Mi boca esboza una sonrisa. Sulami no lo nota y
continúo, empujando a cada persona que tengo enfrente.

Abriéndome paso, finalmente llegó al pabellón. Todos los locales que cada
día se dedicaban a entretener y atender a los habitantes del campus hoy se
mostraban cerrados, salvo por aquellos que servían comida y bebida. —
Parece que los copetudos verán el evento desde los restaurantes. Mi cabeza
asiente. Mis ojos van a los techos. Logro verlos. Los consentidos del
campus. Todos con trajes elegantes y peinados elaborados. Jóvenes
pertenecientes a una fraternidad exclusiva o con papis que los habían
metido aquí por influencias. Todos muy guapos, con rostros afilados y
facciones definidas. Estos estaban sentados sobre algún camastro,
disfrutando del Sol y de una bebida refrescante. Ellos nos regresan la
mirada, con aires de superioridad. Regreso al nivel de calle. Incluso escuché
que algunos de los técnicos lo verán desde el techo del Guitón, porque
según tendrá, “la mejor vista”. Dice Sulami en mi auricular. — Cuando ves
la aniquilación de frente, al menos debes asegurarte de tener un buen lugar.
Respondo, recordando las “buenas vistas” que tuve en aquellos incendios.
El pabellón continúa, el paso ya es cada vez más lento. Prácticamente es
imposible avanzar, pero, debía hacerlo. No podía detenerme, debía estar ahí
y sin importarme quién estuviese frente a mí, avanzaría. — Fíjate. Logró
escuchar a mi paso.

Miro a mi alrededor, me enfoco en los estudiantes a nivel de piso. Hombres,


mujeres, otros, la mayoría de ellos muy atractivos; jóvenes, con piel tersa,
vestidos con ropa que resaltará sus atributos o la hojalata que llevaban
encima. Me concentro en eso, noto que son la mayoría. Solo pocos aún
conservan su humanidad, los pocos estudiantes, trabajadores y profesores
que aún podían llamarse a sí mismos “humanos”, se replegaban hacia los
edificios, con el objetivo de no ser arrollados por los metálicos. Mi mirada
sigue, ahora veo los ventanales de los edificios. Las ofertas eran distintas a
la noche anterior. Hoy los propietarios no se interesaban por venderte una
prótesis metálica, una muñeca sexual o algún alucinógeno, hoy solo les
importaba la quema y el que los ricos pudieran verlo desde la comodidad de
sus instalaciones. — Pagando un muy buen precio. Pienso, viendo cómo le
rechazaban la entrada a un grupo de jóvenes, simplemente porque no
podían pagarlo. — ¡Vete de aquí! Mi mirada vuelve, logro ver el bosque al
fondo. Las personas ya están estáticas, continúo avanzando.
Parecía que ya nadie podía ir más adelante, intento mirar sobre las cabezas,
pero no veo nada. Los estudiantes intercambian miradas. No había muchas
opciones para ellos. O entrabas a un lugar y veías la quema desde las alturas
o te quedabas entre el bullicio y “te lo perdías”. — Sigue avanzando,
enfrente hay una valla con algunos guardias de la universidad, deberían
darte acceso. Incluso debo poner mi dedo a la oreja, ya que las charlas
indistintas y el canto repetitivo hacían que me fuera casi imposible escuchar
algo. Obedezco a Sulami y sigo avanzando.

Avanzo hacia el final, a donde se suponía que se llevaría a cabo todo. El


cántico es más intenso a medida que me acerco a la valla. Las personas se
notan más violentas. Al final de la misma, algo los empuja de regreso. Se
escuchan discusiones, no logro comprender qué dicen, salvo por algunas
maldiciones. Sigo avanzando. El pabellón se abre. La gran muralla verde
queda al descubierto, a la lejanía logro ver a los guardabosques. Estos están
de espaldas, mirando nuestro terreno, el bosque. Ellos no me ven, no
sienten mi mirada o presencia. Vuelvo al pabellón.

Unas vallas nos separan de la naturaleza. La gente se aglutina contra ellas,


no pueden pasar. Los estudiantes, buscan burlar a la seguridad, a los
guardias del campus. Mis labios se contraen al verlos. Personas corpulentas,
con cuerpos pesados, equipo ligero, escudos antimotines y armas pequeñas.
— Alborotadores, salvajes, mucho menos habilidosos que nosotros, pero
sin duda cumplían bien el trabajo. Ningún alumno había logrado pasar la
valla, incluso había quienes se habían aventurado a utilizar sus mejoras
físicas, pero no llegaron lejos. Los guardias, con movimientos mecanizados,
lograron someterlos. Miro la escena, un par de guardias apoyando la rodilla
en el cuello de un estudiante, pegándole el rostro en el caliente asfalto,
imposibilitando que este respire. Logro ver su rostro de sufrimiento.
Avanzo, busco detener esto.

— ¡Déjenos pasar!¡Tenemos derecho de estar aquí! Dice un chico a mi


lado, con el rostro desencajado, apresurado por ayudar a su similar. Los
guardias lo ignoran, ambos mantienen la rodilla sobre el chico, mientras el
resto sostiene la línea, apoyando los escudos en las vallas, intentando dar
mayor soporte. La barrera se mantiene firme, resistiendo patadas, golpes y
empujones. Finalmente me encuentro frente a la misma, sin quitar los ojos
del chico, aún en el suelo. Este mueve los brazos, intentando zafarse, falla.
Algunos alumnos recargan su cuerpo contra el mío, sin notar que soy un
guardabosque. A pesar del peso, logró mantener la posición. — Voy a pasar.
Digo, con la voz serena. Ninguno de los guardias se inmuta, los mismos ni
siquiera me observan. Repito. Voy a pasar. Digo, antes de empujar la valla
de metal. Sin ningún problema logro levantar la misma y echarla hacia
atrás, junto con un par de guardias. Los mismos se sorprenden. Intentan
mantenerla, pero les es imposible, la falta de entrenamiento no les permite
hacer nada más que observar.

Al ver la abertura, algunos estudiantes aprovechan y se lanzan hacia la


misma. Los ignoro, voy directo al joven en el suelo, el cual, parecía ya estar
perdiendo el conocimiento por el peso de ambos guardias. Intentando no
elevar la tensión de la situación, tomo a uno de ellos del hombro, de la
forma más firme y calmada posible. Tiro del mismo hacia un costado. Los
alumnos corren detrás mío, mientras el resto de los policías del campus
lucha por mantenerlos a raya y cerrar la brecha. Tomo al siguiente, este ya
nota mi presencia, pero no puede hacer nada. Sus ojos se abren al verme,
estos muestran miedo. Aunque sabe que no lo mataré, está consciente de lo
que puedo hacer. La rodilla del policía deja el cuello del joven. Me hinco,
verificando que el chico aún estuviera despierto. Lo está.

El estudiante tose e intenta jalar aire de manera agresiva. Escucho el metal


raspando contra el asfalto. Los policías han logrado cerrar la brecha. Los
gritos aumentan. Logró percibir las pisadas de los estudiantes. Estas no
muestran un patrón o un camino previamente establecido, parecía que solo
querían ver el bosque más de cerca, no había riesgo aquí. Tiendo mi mano
al joven, esperando a que este se incorpore, ignorando todo aquello que
pasa a mis espaldas. La toma. Levanto la mirada, soy testigo de la
ineficiencia de estos hombres. Logró ver al par de guardias incorporándose.
Su rostro denota frustración y enojo. Ambos buscan golpearme, demostrar
su poca autoridad. No lo hacen, veo justo el momento en el que se tragan
todo ese odio y cambian su mirada hacia mí. No le prestó atención. Mis
ojos se mantienen fijos en la persecución y en la incapacidad que mostraban
los guardias frente a un grupo de jóvenes desarmados.

El par de guardias que había derribado se levantan del suelo. De igual


manera, el chico se incorpora, haciendo gestos de dolor y tocándose la
espalda. Me dirijo al par, mientras el resto lucha por contener a un puñado
de jóvenes. Los dos guardias me observan, intentan mantenerme la mirada,
fallan. Estos ven al suelo, mientras yo me acerco. A cada paso que doy, el
par tiembla, como si los mismos estuvieran amplificados. Me encuentro a
escasos centímetros del par, estos evitan la mirada, saben que la cagaron.
Mis ojos se alinean a los suyos, pero, antes de siquiera comenzar a hablar,
de recordarles que estos jóvenes eran estudiantes escuchó una ráfaga de
aire, sé lo que es. Volteo la mirada, lo veo. Un estudiante metálico, acciona
el arma que tenía en su brazo. Los “dedos”, “nudillos” y “palma” se
transforman en un rifle automático. — ¡Alto! Grito al aire, intentando
detener al joven.

Los policías también notan el arma y con un movimiento rápido, todos


desenfundan su pistola, apuntándole directamente al estudiante. Los imito,
salvo que yo no apunto a él. Tanto mi rifle como pistola apuntan hacia los
guardias. Estos se asustan. Sus manos tiemblan al ver que un guardabosques
los apunta directamente. Algunos de los policías ahora me apuntan a mí. Se
ven asustados. Su respiración se nota acelerada y una fina de sudor
comienza a cubrir su frente. El momento se mantiene por un segundo.
Nadie hacía ningún movimiento. Ni el chico, ni los policías, ni yo hacemos
nada, solo intercambiamos miradas, esperando a que alguien actúe. No
sucede, así que hablo.

— Bajen las armas. Digo al aire, sintiendo la mirada expectante de


estudiantes, trabajadores e incluso guardabosques. — ¡Está armado!
Comenta uno de los guardias, sin dejar de apuntarle al chico. — Solo es un
niño y no sé si sepan, pero todo esto, esta porquería de quemar el bosque y
todo lo que eso ocasionó, vino por el asesinato de una estudiante, Heidi
Mcguire. Los policías me observan, con detenimiento. Ese chico de ahí, al
que le apuntas un arma directamente a la cabeza, es un estudiante, así que
baja el arma. Lo último que la universidad necesita es otro altercado con
uno. Añado, sin bajar mis armas, mirando hacia los estudiantes, consciente
de que nos grababan, ya fuera con sus celulares o con las retinas digitales.
Los guardias se miran mutuamente y bajan las armas. — Lo siento.
Comenta uno. El chico los imita. Su” brazo” vuelve a la “normalidad”. Mis
armas vuelven a su sitio. — No hay cuidado, por ahora quítenle el brazo.
Comento, apuntando mi cabeza al joven. Este me mira asustado. — Pero lo
necesito, soy estudiante de medicina. Réplica, mientras los policías se
acercan. — Entonces solo quítenle las armas al brazo, dudo que las necesite
para trabajar. Respondo, mirando de reojo a mis similares, los cuales, se
limitan a observarme a la distancia. No logró reconocer a ninguno.

El chico lo acepta y me acerco a los guardias, mirando hacia la barrera. —


También regresen a estos chicos a sus dormitorios, ya hicieron suficiente.
Digo, refiriéndome al resto de los que habían logrado pasar, los cuales, se
quedaron congelados al ver las armas. El policía asiente y continúo, pues, la
estrategia que estos tipos tenían para mantener el orden, era bastante mala.
También, no sería mala… Tres disparos me interrumpen. Vienen de las
vallas. De un solo movimiento, llevo mi mano a la funda, saco mi pistola y
la apunto hacia el sonido. Los guardias se agazapan por el repentino ruido.
Veo quién lo provocó. Era Roy. El tipo tenía el brazo apuntando al cielo,
con el arma en la mano. Una pequeña estela de humo aún continúa en el
cañón de su arma. Este me mira, con ojos inexpresivos. — Si que eres
rápido. Comenta, con su voz robótica. Roy avanza. Atraviesa la valla sin
ningún tipo de resistencia. Todos los ojos están en él.

El tipo llega a donde estoy. Me mira con recelo. Hablo. — Pudiste herir a
alguien. Roy detiene su caminata. Rota el cuerpo y me mira de frente,
intentando intimidarme por su aspecto. No lo hace, no siento nada más que
asco al verlo. — Tú más que nadie sabe que nuestros disparos siempre son
certeros, es por eso que nunca le ponemos el seguro a las armas. — Sí, pero
había estudiantes. Replico, pues, a pesar de la precisión que teníamos,
siempre se nos recomendaba tener cuidado cuando había estudiantes cerca.
— Créeme, si hubiera querido matarlos, lo hubiera hecho y no habría
recurrido a usar un arma, solo no quería batallar para llegar al bosque, así
como tú. Responde, antagonizando su voz. Lo observo, con cierto
desagrado. Roy lo nota y añade. Ya vámonos, tenemos cosas más
importantes que hacer, deja que los incivilizados se encarguen de estos
niños. Comenta, haciendo alusión al apodo que teníamos sobre los policías.
— Adelántate. Respondo, pues, no quería estar ni cerca de aquella cosa.
Este asiente y continúa, chocando sus piernas metálicas contra el
pavimento.

La tensión se rompe y comienza a escucharse un murmullo generalizado,


proveniente de todos los alumnos del otro lado de la barrera. — ¿Cuántos
faltan por llegar? Pregunto, refiriéndome al resto de los guardabosques, esto
con el objetivo de saber si ya podían cambiar por un tipo de defensa
perimetral, un poco más eficiente. — Tal vez uno o dos. Asiento y miro
hacia el pabellón. — Cambien a la defensa holográfica, cierren la zona, que
nadie entre o salga por aquí hasta que termine todo. El guardia asiente, este
se lleva la mano al panel en su muñeca. Después de eso solo manténganse
alerta de cualquier altercado entre estudiantes y cambien sus armas a Modo
no Letal. — Sí, señor. El hombre asiente y yo me retiro de la escena,
caminando, finalmente hacia el bosque. El bullicio a mis espaldas aumenta.

Dejo atrás las voces indistintas. Lentamente regreso a mi estado natural. El


bosque sigue tranquilo, nada parece importunarlo. Casi no corría aire y el
Sol aún no era molesto, el único problema era el aspecto del cielo.
Amarillo, sin nubes, con una enorme masa de smog y polvo sobre nosotros.
— Supongo que así se ven los días bonitos allá afuera, — murmuro,
acercándome cada vez más a mis similares. — No lo dudes. Responde
Sulami, con un hilo de voz. Dejo atrás el asfalto y los edificios con
construcciones modernas de ladrillo. Paso el límite de la “civilización”.
Frente a mí ahora había una gran pared de árboles y matorrales, que se
extendían hasta donde la vista lo permitía, y mucho más. Su extensión,
desde aquí parecía a la del océano, casi infinita.

Resoplo en un par de ocasiones, pensando en todo lo que estaba en juego.


Puedo ver a los guardabosques con más detalle. Todos están armados y
equipados, tal vez por costumbre o porque esperaban un ataque. — Todos
están muy armados. Pienso en voz alta, recordando a Dua. Sulami me
escucha, mientras continúo caminando en la tierra, hacia mis similares. —
Entonces los rumores son ciertos. Me detengo en seco, no quiero que nadie
me distraiga de lo que tenga que decir mi amiga. — ¿De qué hablas?
Pregunto, fingiendo demencia. Sulami no responde de manera instantánea,
esta se toma un segundo. — Esto es solo un rumor, pero escuche que hay un
grupo de anti metálicos, dentro de la propia universidad, que justo hoy van
a lanzar un ataque contra los guardabosques, entonces, no me sorprende
verlos tan armados. Miro a mi alrededor, pensando en que el plan de Dua ya
se había ido a la mierda.

Con el objetivo de no levantar sospechas, retomo la caminata. Me muevo de


manera lenta entre la tierra y el césped. — Pero eso no tiene sentido, ningún
grupo radical podría contra nosotros. Respondo, intentando parecer
desinteresado con el tema. — No lo sé, dicen que incluso cuentan con
armamento militar y que ayer algunos de los guardabosques los ayudaron a
sacar armas y herramientas. Resoplo, pues, el que Sulami supiera de esto,
significaba que alguien más, dentro de los altos mando de la universidad,
podría conocer también esta información, quitándole así a Dua y su equipo
el factor sorpresa. — ¿Quién más sabe de esto? ¿Además de los
guardabosques? Pregunto, subiendo la pequeña montaña. — Por ahora
nadie de las oficinas, lo escuche anoche, de un tipo que recoge la basura en
el campus, probablemente sea parte del grupo. Asiento con la cabeza. —
Pues por ahora hay que mantenerlo para nosotros, creo que el decano ya
tiene muchos problemas como para darle otro. Comento, viéndolo a mi
derecha. Sulami lo acepta. — Tienes razón, además, si ese es el caso, ese
sería un problema de los guardias, de los incivilizados. Me río de nervios,
pero el pensamiento dura poco. Mi atención se concentra en el decano.

Este discute de manera efusiva con alguien. También lo reconozco. Estoy


consciente de quién es y qué hace aquí. Mi corazón se acelera y siento el
sudor en mi nuca. A pesar de los años que han pasado, el mismo era un
disparador hacia mi pasado, hacia aquel joven que solo cumplía órdenes, sin
cuestionar o pensar. El hombre con quien hablaba el decano era George
Monroe, el dueño de Wood International.

Mis piernas se mueven hacia el decano, lo miró fijamente. Ignoro a


Monroe, intentando que este no entre en mi cabeza. El decano me observa,
suelta una sonrisa fugaz, aunque sus ojos se muestran tristes. Le regreso el
gesto. Siento una segunda mirada en mi mejilla. La ignoro. Me planto frente
al decano, simplemente para informarle que ya había llegado. — Buenos
días, señor, lamento la demora. Comento, manteniendo mi espalda recta y
mis puños cerrados. — Buenos días, All…— ¡Allan!¡Qué gusto volver a
verte! Monroe interrumpe al decano. Hazme un favor, para esta locura, no
dejes que el bosque muera así. Añade, mientras volteo el rostro. Lo veo.
Monroe era un hombre sureño, alto, con un bigote poblado y cuerpo
robusto, de aspecto atlético. Vestía de manera elegante, saco, camisa
perfectamente planchada y zapatos de cuero cafés. Él provenía de una larga
dinastía de taladores. — Aunque dudo que en algún momento haya siquiera
tomado un hacha. Pienso para mí, recordando que en Sudamérica ni
siquiera le gustaba entrar de lleno a la selva, por temor a ensuciarse los
zapatos.

Ambos nos miramos fijamente. Miro su rostro con detenimiento; a pesar de


que Monroe era un hombre rico, con todas las comodidades que este mundo
podía ofrecer, aun así, su piel mostraba los estragos de la vida fuera del
campus. Veo las marcas que la máscara de oxígeno le generaba en el rostro.
Pequeños surcos que contorneaban su nariz, boca y ojos. Del mismo modo,
noto la suciedad en su cuello. Ese sudor y polvo que ya no podía lavarse,
por más que se intentase. Monroe vuelve a hablar, con ese tono de voz
soberbio y con aire de superioridad, a pesar de su aspecto. — Te diré algo,
te doy un millón por cada guardabosques que mates y también te ofrezco
veinte millones para que mates aquí y ahora al decano y detengas todo esto.
Tillbrook y Ant, al ser los guardabosques más cercanos a los tres, logran
escuchar esa última amenaza y levantan sus armas, apuntando directamente
a Monroe. Este solo sonríe con picardía. El decano les ordena detenerse.
Ambos bajan las armas, pero continúan observando la plática, pendientes de
lo que pueda suceder. ¡Cierto! Acabo de recordar que tú solo matas por
migajas. Completa, metiendo su mano en la bolsa del pantalón de vestir.
Su mano sale. Tiene un puñado de monedas. Monroe las tira al suelo. —
Ahí está tu pago, eso debe ser más que suficiente para ti. Dice, sin desviar
ni un segundo la mirada. Mátalos y después te reportas a mí, para que
continúes siguiendo órdenes, como solo tú sabes hacerlo. Su voz se escucha
agresiva, intenta molestarme. No lo logra. — Maldito cerdo. Dice Sulami,
muy molesta. Mis ojos se alejan de él, ya me harté de escucharlo. — Solo
venía a reportarme, señor. Digo, intentando no mostrar ni un poco de rabia
o ira hacia Monroe. El decano me observa, apenado. — Excelente, ve con el
resto, en un segundo voy. Dice el decano, arrastrando un poco las palabras.
Asiento con la mirada y me voy. — ¡Avísame si cambias de idea! Tengo
más centavos para ti en mi bolsillo. Resoplo, pues, el simple hecho de verlo
me hacía recordar épocas pasadas; aunque yo ya no era aquel joven
inexperto que aceptaba órdenes sin siquiera refutar, el verlo, al menos por
un momento, me hacía volver a sentirme como ese niño, que solo buscaba
la aprobación de sus superiores, sin preocuparme por nada más que “mi
carrera militar”.

El bosque está aún más cerca. A menos de cinco metros se encuentra la


primera fila de árboles. Troncos alineados, hojas recortadas y hongos al
costado, son lo primero que capta mi atención. Escucho la voz de alguien a
mi lado. No logro reconocer lo que dice, mi mente está en el bosque. Es
Tillbrook. Vuelvo, me enfoco en mi compañero. Le pido que repita lo que
dijo, con el tono más sereno posible. El mismo se acerca a mí, un sonido
metálico lo acompaña. — Es el exoesqueleto. Pienso, viéndolo a un par de
metros de mí. — Que como odio a ese infeliz. Comenta, en voz muy alta,
con la intención de que Monroe lo oyera. Él lo mira de reojo, aún continúa
hablando con el decano. — Dile que no es el único. Comenta Sulami, antes
de que yo hable. La ignoro. — ¿También trabajaste para él? Pregunto,
impresionado de encontrar a alguien que también haya pasado por algo
similar, pero Tillbrook niega.

— ¡No! Antes de venir aquí, yo defendía la Reserva Fronteriza, en el


Norte, y ese bastardo acabó con cada uno de nosotros y barrió con todo el
bosque. Resoplo, no tenía ni idea. — Mierda, entonces ya has pasado por
algo así. Digo, señalando al bosque. Tillbrook asiente. — Pero el lado
bueno es que ahora hay menos violencia. Él se toma un respiro, su mirada
se va al bosque y continúa. Prefiere no ver a nadie, no busca mostrar
debilidad, no entre nosotros. Aquella vez, cuando cayó todo, vi morir a cada
uno de mis hombres, vi morir a mi esposa, sostuve su cabeza degollada y
encima tuve que ser testigo sobre cómo esos animales despedazaban aquella
hermosa cordillera. Mis labios se contraen. Miro de reojo a Monroe, no me
sorprende la historia, en mi época hice algo parecido, solo que yo contaba la
historia desde el punto de vista de los vencedores, no de los vencidos. —
¿Cómo sobreviviste? Pregunto, pues, los hombres de Wood, cada que
mataban a uno de los nuestros recibían un bono, jamás dejarían a alguien
vivo. Tillbrook suspira. — Me dieron por muerto, cuando desperté, ya no
podía hacer nada, solo escuchaba los lamentos y las máquinas a la distancia.

Tillbrook regresa su vista a mí. — Así que, al menos aquí, aprecio que nos
vayamos sin violencia, en silencio, al menos los que valemos la pena, los
orgánicos. Comenta, bajando la voz. Lo observo. Él mece su cabeza unos
centímetros. Sabe que yo sé. Eso sí, no me importaría meterle una bala a ese
infeliz aquí y ahora. Añade, frunciendo el ceño. — Has fila. Comento,
intentando romper la tensión. Tillbrook sonríe, de manera fugaz. Pero en
serio, ¿Qué me impide ahora meterle una bala al más grande exponente del
capitalismo de la actualidad? ¿Qué me impide matar a un hombre que vale
más de 600 mil millones? Pregunta Tillbrook, llevando sus manos a la
funda de su arma.

— En teoría nada, pero hacerlo tampoco tendría mucho impacto, todo


seguiría igual. Mi mirada continúa fija en Monroe, este continúa hablando
con el decano, con su tarjeta en mano. El matarlo aquí y ahora, no
cambiaría nada, solo míralo, el planeta está en jaque y no le importa, jamás
le importó, lo único que a ese cabrón le preocupaba era llenarse y más y
más los bolsillos. Tillbrook también lo observa, mientras sigo hablando. La
maquinaria que representa el capitalismo no se detendrá, no con la muerte
de un hombre, ni con la del planeta. — Tienes razón, el muy maldito va a
asesinar al planeta y no le importará una mierda, el tipo lo hará feliz, se
estará ahogando en la inmundicia que él mismo provocó, pero estará
sonriendo rodeado de sus millones, nosotros, la mejor muerte a la qué
podemos aspirar es el morir en el barro, junto a nuestros hermanos de
armas, con el objetivo cumplido y el rifle empuñado. Nada más. Dice
Tillbrook y yo lo acepto. — No sería una mala muerte. Comento, aceptando
mi destino, aceptando la violencia.

Monroe continúa hablando, el bullicio a la distancia incrementa. El cántico


vuelve. Vuelvo a mirar a las personas de los techos. Aquellos privilegiados,
los copetudos. Ninguno de ellos se inmuta, Miran hacia nosotros con el
rostro relajado, cubriendo sus ojos con lentes de diseñador. — Ninguno
quiere perderse el evento, — murmuro. Tillbrook sonríe, llevando las
manos a su chaleco. Privilegiados de la sociedad, inconsistentes de todo lo
que pasaba a su alrededor. Hombres y mujeres perfectamente arreglados,
con aires de superioridad que piensan que todo esto es inferior a ellos.
Siento sus miradas, la juzga, el deseo y la lujuria. Murmuran entre ellos.
Pongo atención, pero ni Tillbrook ni yo somos capaces de escuchar. Nuestra
mirada vuelve al invitado de honor. — Está furioso. Dice Tillbrook,
acercando su cuerpo al mío. No reacciono, me concentro en su ceño
fruncido, en su violento movimiento de manos y en la vena saltada de su
frente. Esto me hace sonreír.

La rabia del hombre más rico del planeta dura poco. Derrotado, esta grita al
aire. — ¡Te arrepentirás de esto! Infeliz egoísta. Tillbrook y yo reímos.
Monroe se marcha, se retira al pabellón, maldiciendo entre dientes y
agitando las manos en berrinche. — Míralo, no está enojado porque el
mundo se acabe, está enojado porque se va a terminar y no recibirá un solo
centavo por ellos. Solo me concentro en el decano, por un segundo, esto era
un resultado esperado. Ese hombre era de los pocos que aún amaba y
respetaba la naturaleza. Mi atención continúa en él. Esta mira al suelo,
cabizbajo. No había una buena o fácil decisión en todo esto. El decano se
incorpora, observa a su alrededor, escucha el cántico. Voltea el cuerpo.
Nuestras miradas se cruzan y emprende el camino hacia mi posición.
Tillbrook lo nota. — Bueno, dejó al hijo favorito y al señor hablar, espero
saber de ti después de esto. Sonrío y asiento. — Igualmente. Digo,
esperando al decano. Tillbrook se va. Veo los pistones en su espalda,
hombros y brazos, así como la columna metálica por encima de su traje. El
sonido metálico lo acompaña en su partida. El decano llega al sitio,
posándose casi en el mismo lugar que el guardabosques.
El decano se lleva las manos al bolsillo del saco. Intercambiamos miradas.
El Sol nos golpea directo en el rostro, este ya comenzaba a ser molesto. Mis
ojos se entrecierran, no estaba acostumbrado a la luz de esta hora. — Y con
todo esto, ese infeliz quiere terminar por joder el bosque. De la frente del
decano puedo ver salir las primeras gotas de sudor, en su resquebrajada piel.
— ¿Cuánto le ofreció? Pregunto, viendo a Monroe adentrarse al pabellón.
— A mí me ofreció más de 100 mil millones solo por hacer a un lado, por
dejarlo tomar la mayoría de los árboles del bosque. Resoplo. — Es mucho
dinero. El decano niega. — Eso serían solo migajas para lo que ese tipo
ganaría con este bosque. Asiento, lo veo sobre el techo de uno de los
edificios. Aún se ve molesto, pero su propia presencia era extraña aquí,
pues, él era un forastero, alguien que no debía estar dentro de la
universidad. — Por cierto, ¿Cómo entró? — Pregunto, recordando que
nadie podía entrar o salir del campus una vez que había comenzado el
curso. El decano se encoge de hombros. — No tengo la menor idea, en la
mañana simplemente desperté y mi secretaria me dijo que él ya estaba en
mi oficina, esperando. Responde, viendo al bosque de reojo.

Noto la acción. Lo acompaño. Miro el bosque, salvo que yo lo hago de


manera más prolongada. El decano me imita. Ambos soltamos un suspiro a
coro. Escucho cómo cambia la respiración del decano, este intenta decir
algo, pero se arrepiente. Solo abre milimétricamente la boca y vuelve a
cerrarla. Rompo el silencio. — Señor, cancele el ataque. Ruego, sintiendo
un cosquilleo en mis manos. El decano voltea a mirarme. Su cabeza niega.
— Ya no puedo, ya mandé a la mitad de mis hombres al bosque y confirmé
el ataque, en menos de diez minutos vendrán los cazas y barrerán con todo
esto. Su voz se entrecorta. Siento presión en mi pecho. El escucharlo en voz
alta hacía que todo esto fuera real. Miro al decano, confundido. Observo a
mi alrededor, no logro ver a Carlo, Morgan, Keean o Rosa. — ¿Hay gente
en el bosque? Pregunto, esperanzado de que yo también pudiera entrar. —
Si, mande a algunos de los hombres adentro, ellos se encargarán de que el
incendio continúe activo. Responde, bajando la mirada. Afirmo con la
cabeza. — ¿Puedo entrar? — Pregunto, muy interesado. El decano vuelve a
negar. — Por ahora no, el ataque ya viene en camino y podrías quedar cerca
de la línea de fuego, espera a que tiren el napalm y entras. Lo acepto,
frustrado.

Miro el bosque, la impaciencia me invade. No puedo hacer nada; ni todas


las armas, entrenamiento, equipo o convicción pueden hacer algo ahora. No
puedo entrar al bosque sin verme sospechoso, no puedo ayudar a Dua
porque ella necesita que el incendio ya esté activo. Por ahora no tengo nada
más que hacer que esperar, esperar lo inevitable. Convertirme en un
espectador de la destrucción y fingir su celebración, al igual que todos. —
Por cierto, cambia la comunicación a la señal nueve, ahí estarán informando
el estado de cada elemento activo en el bosque. Asiento. — Ya está listo.
Comenta Sulami.

No escucho nada en mi auricular, nadie habla aún. El decano se mantiene en


su lugar. Mira a su alrededor. — ¿Si pudo resolver lo de su casa? Pregunta,
intentando alejar la mente de ambos de los eventos venideros. — Si, Sulami
se encargó de todo y hoy por la mañana un helicóptero pasó por mi
contenedor. El decano sonríe. — Ahora entiendo cómo es que había un
helicóptero en el campus. — Si, el problema es que no sé a dónde iré
después de esto. El decano asiente. — Nadie lo sabe, pero escuche que
muchos planean irse a las ciudades subterráneas del Sur, incluso corren los
rumores de que tienen bosques bajo tierra. Callo, no me interesa lo que pase
con el resto de los guardabosques. — Pregúntale sobre los animales. Dice
Sulami, muy acelerada. — ¿Y los animales? ¿Hay algún plan para sacarlos
de aquí? Pregunto, pues, la fauna del planeta ya era un simple mito. Los
animales que no fueran domésticos se habían extinto hace más de un lustro,
por lo que yo pensaría, que un hombre como el decano, se interesaría,
aunque fuera de manera mínima, por ellos.

El decano habla, vuelve a bajar la mirada. — No, lo propuse a la mesa


directiva, pero nadie aceptó, dijeron que tenían muy poco tiempo para poder
sacar a tantos animales y que el retrasar un día o dos más la quema sería un
riesgo tanto como para la escuela como para los propios alumnos.
Responde, emitiendo la pomposa voz de aquellos burócratas. Sulami lo
lamenta. — Entonces, ¿Todo terminó? Pregunto, pues, nada había cambiado
de la tarde de ayer, incluso todo parecía ir empeorando y aunque yo ya
había tomado la decisión de defender el bosque hasta mi último aliento, una
pequeña parte de mí, esperaba que todo se cancelara. Que el ataque nunca
se llevase a cabo o que todo simplemente fuera una broma de mal gusto. —
Así el mundo no perdería el bosque y Dua nunca atacaría, pues ella jamás
se enfrentaría a toda la compañía de guardabosques. Pienso en mi cabeza,
mientras veo caminando a uno de mis similares a mi posición.

— La verdad es que estuve pensando y no tiene por qué terminar todo, al


menos no para ti. Mi mirada se va hacia el decano. Sé que no cancelará el
ataque o cambiará nada de lo que está por ocurrir, pero, me interesa lo que
tiene que decir sobre mí. Mi atención está completamente en él. Tal vez el
bosque ya se vaya, pero tú no debes irte. La voz del decano es lenta. — ¿A
qué se refiere? Pregunto, pues, aunque sabía que no viviría para ver el
desenlace de todo esto, no buscaba parecer sospechoso. — A que podrías
quedarte a ayudarme a entrenar a los guardias. Sonrío de manera fugaz. El
decano lo nota. Yo sé que tienen mucho que aprender, pero solo necesito
que los ayudes con su puntería, ya que una vez que los guardabosques se
vayan, ellos serán los encargados de cuidar las pocas áreas verdes que nos
queden. Afirmo. El decano continúa. Y pensé en ti para esta tarea.

El decano comienza a decirme lo mismo que me dijo ayer en su oficina. —


Eres uno de los mejores hombres que tengo y me gustaría que los guardias
al menos pudieran disparar a algo que esté a más de un par de metros.
Sonrío. El decano me observa con interés, realmente no sospecha nada. —
Muchas gracias por la oferta, seño…— No me respondas nada aún,
piénsalo y espero tu respuesta una vez que termine todo. Asiento. ¿Dónde
verá usted el evento? Pregunto, viendo una gran masa de músculos
caminando hacia mí. Era Carlo. El verlo me hacía sonreír. El decano
responde, siguiendo mi mirada. — Allá, con los pomposos. Ambos reímos
por los comentarios. — Solo espero que Monroe no lo busque más. El
decano resopla. — Ese bastardo no se cansa, pero, ya debo irme, aún tengo
cosas que arreglar antes de que comience todo. Lo acepto, sintiendo un gran
vacío en mi pecho. Piensa en la propuesta y si puedes convencer a algún
otro, como Carlo, no estaría mal. Añade

Carlo está más cerca, a un par de metros de ambos. — Lo veo después de


esto. Digo al aire, ignorando su propuesta. El decano sonríe y comienza a
caminar. — Señor. El decano responde el saludo de Carlo, solo asintiendo la
cabeza. Este se va. Camina al pabellón. Carlo llega al lugar. ¡Hola, chico!
Me saluda, con la voz ronca. Le devuelvo el saludo y ambos nos damos un
abrazo. Este dura un par de segundos. Logró percibir el olor a alcohol de mi
amigo, a través de su sudor. Nos separamos. Carlo habla. ¿Qué propuesta
vas a pensar? Pregunta, de manera directa, mirando a la nada.

Comienzo a contarle. — Solo me propuso quedarme aquí en el campus, a


entrenar a los guardias. Comento, apretando los labios; sin duda ese era un
trabajo que no quería, pues, a pesar de que, si disfrutaba entrenar a los
reclutas, esto era completamente distinto. Carlo lo sabe. — A la mierda, ese
trabajo te va a tomar mínimo un año, para poner a todos esos tipos en
forma. Concuerdo con él; el cuerpo de los guardias era pesado, robusto y
tenían poca movilidad y agilidad para correr por más de tres kilómetros con
equipo pesado. — Lo sé, la verdad no tengo mucho interés de hacerlo,
aunque, sin duda, no me molestaría quedarme en el campus. Miento, ya
que, sin el bosque, la universidad no significaba nada para mí. Carlo lo
sabe, pero no le toma importancia.

Ambos nos quedamos estáticos, en silencio. Logro percibir el malestar de


Carlo, la resaca que tenía. — Ustedes, ¿A qué hora terminaron anoche?
Pregunto, viendo sus ojos rojos, sus labios resecos y su cabello áspero. —
Debían ser las cuatro de la mañana. Dice, mirando al cielo, recordando el
momento. Solo estábamos, Rosa, Keean y yo, hablando de pura mierda.
Comenta, raspando la voz. Sonrío. ¿Y tú? ¿A qué hora terminaste?
Pregunta, tambaleando un poco. — Más menos a la misma hora, pero la
resaca no fue un problema. Respondo, ya que no sentía ningún tipo de
malestar corporal, más allá del cansancio físico. — Te envidio, yo ni
siquiera pude desayunar, todo lo vomitaba. Dice mi amigo, tragando saliva
con dificultad y sudando de manera copiosa.

Era extraño verlo de este modo. Durante el tiempo que ambos llevábamos
siendo amigos, él siempre se había mostrado como alguien físicamente
fuerte, disciplinado y que dejaba de lado cualquier tipo de distracción, pero
hoy se veía débil, con malestar físico y cansancio. — ¿Entonces hoy no
entrenaste? Pregunto con sarcasmo. Carlo ríe y se lleva las manos a la
frente, con evidente incomodidad. — Claro, al igual que todos los días, me
levanté a las seis de la mañana, hice tres horas de ejercicio y corrí veinte
kilómetros en el bosque. Suelto una risotada. Algunos de los guardabosques
nos observan. Carlo continua. Obviamente me desperté hace quince
minutos y al igual que la mayoría de los guardas llegué tarde, por eso no
estoy dentro.

Miro al bosque, quiero averiguar quién está dentro. — Sería más fácil saber
así a qué me enfrento yo y a qué se enfrentará Dua. Digo en mi cabeza.
Pregunto. — ¿Rosa y Keean están adentro? Busco que mi voz se escuche
desinteresada, como normalmente era cuando se hablaba sobre otros
guardabosques. — Keean no, lo vi al otro extremo, al inicio del pabellón.
Mis ojos miran de reojo. Veo la línea de guardabosques que se extiende por
toda la periferia, pero no distingo bien quienes son. Rosa si está dentro, ya
sabes que esa mujer es de las más puntuales. Asiento. — ¿Y de los
grandes? ¿Quién está? Al preguntar eso, mis manos y cuello comienzan a
sudar, pues, donde fuera que estuviesen, eran un enemigo que tanto mi
amada como yo debíamos enfrentar. Carlo calla por algunos segundos, me
observa con ojos inexpresivos. — Creo que Roy y Morgan si lograron
entrar, no los he visto por ningún lado. — Vi a Roy cuando entré, disparo al
aire. Comento, resoplando y sintiendo un gran alivio por Dua. — Quitando
a esos dos de la ecuación, tal vez ella tendría una posibilidad de luchar.
Pienso, regresando mi mirada hacia los árboles. Carlo continúa
observándome.

Resisto su mirada en la mejilla por un par de segundos hasta que volteo. El


rostro de Carlo está desencajado. Me mira con los ojos entrecerrados. Veo
el sudor recorriendo su frente y hablo. — ¿Tienes calor? Carlo reacciona.
— Me estoy derritiendo, incluso pienso que deberíamos estar usando
máscaras. Lo acepto, el cielo se veía bastante contaminado. Estamos a 800
ppm. Aprieto los dientes, era bastante alto, aún en nuestros tiempos. —
Esperemos a que llegue a los 900, sino también sería buena idea entrar al
bosque. Comento, pero Carlo niega. ¿No quieres entrar? Pregunto, pues, a
pesar de la lealtad y amistad que tenía Carlo con la mayoría de los
guardabosques, había una buena posibilidad en que me ayudase en mi
misión. Carlo vuelve a negar.

Lo observo, esperando una respuesta. Veo sus grandes y fornidos hombros


caídos, su ancho y sudado cuerpo, así como sus claros y cansados ojos. Mi
amigo habla. — No me gustaría entrar, hay rumores sobre que algunos
quieren rescatar el bosque. Mi corazón se acelera. Reduzco mi respiración,
intento calmarlo. — ¿En serio? ¿Quiénes? Pregunto, con evidente interés.
Carlo aprieta los labios, no lo sabe. — Ni idea, pero recomendaría que tú
tampoco entrases. Lo observo y este continúa. Sé lo mucho que esos árboles
significan para ti y créeme que para mí también significan mucho, pero creo
que lo mejor es simplemente dejar ir las cosas, ya tenemos muchos
problemas como para también generar una guerra civil entre nosotros. Solo
asiento. Cada persona que está ahí dentro se merece este descanso, no
merece caer, así que, por favor, no entres al bosque. No digo nada. Carlo
sabe que lo haré, que mataré y moriré por esos árboles, pero al menos
intenta convencerme de que no lo haga.

A pesar de que Carlo lo sabía y me pedía que no lo hiciera, esto no


cambiaba mucho. — Pero el que Carlo lo sospechase, significaba que algún
otro también podía hacerlo y que Carlo, con el fin de que no arruinara todo,
podría interferir y enfrentarse contra mí. Mi mente coquetea con la idea de
un combate con mi mejor amigo. Alguien casi tan dedicado como yo a la
causa y que era físicamente imponente en todos los sentidos: rápido, preciso
con los golpes y las armas, inteligente a la hora del combate y fuerte como
un roble. Eso sin considerar su nuevo juguete. Pienso, mirándole el metal.
Resoplo, intentando alejar esos pensamientos, pues, en mi cabeza, sabía el
desenlace. Me llevo las manos al chaleco, intentando alejarlo un poco de mi
cuello, ya que el sudor me irritaba. Bajo la mano y chocó con mi termo.
Sonrío y lo tomo, escuchando ruido en mi auricular. — Ya están alistando
los cazas, galán, máximo cinco minutos más. La voz de Sulami es
apresurada. Asiento, Carlo nota el termo y sonríe.

— ¿Un desayuno de Dua? Le muestro el contenido. De manera


inconsciente, Carlo se llame sus resecos labios. Extiendo mi brazo, Carlo
toma el termo y da un pequeño sorbo. Este sonríe y mira al cielo. Mierda,
esa chica sin duda cocina increíble. Asiento y pego mis labios al metal. El
olor a sal, pollo y verduras deshidratadas invade mis fosas nasales. Inclinó
el termo y bebo. Mis papilas gustativas se encienden. Tenía mucho de no
comer este tipo de comida. — Está rica. Comento, sintiendo como pasa el
caliente líquido por mi garganta. Carlo asiente. — Mucho, digo, no es ese
arroz que nos hizo la vez que estábamos en el hospital, pero está muy
buena. Mis labios sonríen, recuerdo el momento en mi cabeza. Ambos
habíamos recibido impactos de bala en el pecho, el chaleco había detenido
el proyectil, pero nos había fisurado un par de costillas y Dua iba después
de clases a darnos de cenar. — Supongo que, si pensó en hacerlo, pero no
tengo arroz. Paro por un momento, visualizo mi alacena por un segundo y
rio. Ahora que lo pienso, no tengo nada en casa, ni siquiera sé cuándo
compre esta sopa. Carlo ríe. — ¡Lo sé! Tu solo tienes comida militar o
pizza congelada. Comenta. Vuelvo a dar un sorbo. Sulami habla por mi
auricular. — Ya despegaron, menos de tres minutos, galán.

El escuchar eso hace que todos mis sentidos se apaguen. Siento mis oídos
tapados, me falta el aire, un cosquilleo recurrente en todo el cuerpo, mi
boca está seca y tengo la vista borrosa. Siento el peso del bosque sobre mí,
este me sofoca, incluso tiro de mi chaleco al sentir que no puedo respirar.
Recuerdos de Sudamérica vienen a mí, de aquellos días, los días rojos. —
Aquí vamos. Murmuro, mirando al bosque, intentando mantenerme
consciente. Sé que este me regresa la mirada. Entre ambos no hay últimas
palabras, solo una sensación de insatisfacción, de que le falle. Vuelvo a
inclinar el termo, intento relajarme, parecer más relajado, pero la
experiencia con la sopa no es la misma que la primera vez; no logro percibir
ninguno de los sabores, pues mi mente no está aquí. Una infinidad de
pensamientos y recuerdos me invaden, ni siquiera logró reconocerlos. Uno
tras otro pasa frente a mis ojos, sin que pueda detenerlos.
Un sonido de estática me regresa a la realidad. Este es perceptible por todo
el campus. Se escucha una voz en el aire. — Buenos días. La voz se
escucha relajada, firme, sin un poco de duda. Volteo el cuerpo, exhalando
por la boca. Carlo me imita. Ambos miramos hacia el pabellón. Logro
distinguir la figura del decano en uno de los techos. Esta mira hacia la calle,
intenta ver a los alumnos. Tanto el cántico como el bullicio ya son
inexistentes. Todos miran al decano con mucha atención. Hoy es un día que
desafortunadamente pasará a la historia, aunque por las razones incorrectas.
Me limito a observarlo. El Sol nos pega de frente.

Entrecerrando los ojos, vuelvo a beber del termo, no por hambre,


simplemente porque la había preparado Dua. El decano continúa. —
Durante años este lugar fue un faro de esperanza para el mundo, fuimos
aquel lugar con el que las personas soñaban visitar, en donde veían un
pequeño rayo de luz. El decano se detiene un momento, su voz tiembla. —
Veo los cazas en el radar, dos minutos. Murmura Sulami. — Hoy ese
pequeño rayo se apagó, de ahora en adelante solo seremos una universidad,
no un faro para las personas, para la supervivencia, fallamos, frente a una
maquinaria que no se detiene, que no le importa nada. Observo a Monroe,
todos sabemos que ese comentario iba hacia él. Hoy decidimos matar a uno
de los nuestros, al bosque, aquel amigo que nos acompañó durante años y
fue testigo de innumerables historias. — Ni que lo diga. Murmura Carlo.
Sonrío de manera fugaz, escuchando al decano.

— Estudiantes, trabajadores, familiares y los elementos de seguridad del


campus, todos recorrimos esos lares, vimos crecer el río cada temporada de
lluvias, hicimos fogatas a la luz de la Luna. Miro a mi alrededor, todos los
guardabosques miran al piso, derrotados, pues, la cantidad de momentos
que vivimos ahí dentro era abrumador. Hoy ya no podremos hacer eso, así
que, con el dolor de mi corazón, quiero que juntos cantemos el himno de la
universidad, en honor a ese amigo, que ya no estará para cuidarnos. El
decano termina. Una música estridente entra en su lugar. La melodía
resuena en las bocinas. Todos cantan al unísono, incluso mis similares. —
Treinta segundos para el contacto.

— “Bienaventurados los alborotadores,

con esperanza yo vendré, a mis antepasados honraré,

por aquellos días, épocas anteriores.

La tormenta llegará, con sabiduría y valor la enfrentaré.

Los cambios no me derrumbarán, mis ideales permanecerán.

Reliquias de Luz, seres portadores,

Con la libertad de aprender y enseñar, las recompensas llegarán,

Bienaventurados los alborotadores”.

Todos cantan, se siente la emoción en el aire. Esto me hace sonreír, pues,


aunque esto no significaba nada, era un lindo gesto a este viejo amigo.
Observo a mis similares. Todos recitan esos versos con entusiasmos,
esperanzados y optimistas por los días venideros. Incluso Carlo canta, a
destiempo, con su voz ronca y seca. Todos cantan, menos yo. Escucho los
aviones de reacción a la lejanía. El grave rugido del motor. Con ruido
constante, escucho el aire cortándose a medida que pasa por las alas de los
aviones. Un abucheo constante se escucha al fondo, son los estudiantes,
pero el rugir de los motores lo cubre casi por completo, dejándolo como si
fuera un simple murmuro.
CAPÍTULO XI

Me preparo, volteo el cuerpo, le doy la espalda al decano y me quedo frente


al bosque, esperando la explosión. Los aviones sobrevuelan con velocidad.
Veo la primera línea de aviones sobre mi cabeza. Tres aviones. Escucho el
momento en el que sueltan la carga. — ¡Carga fuera! Grita Sulami, viendo
el “espectáculo” a la distancia. El napalm cae. Enfocó los ojos, para tener
mayor rango de visión. No veo nada. Ni siquiera veo que las hojas se
agiten.

Los aviones se alejan, el ruido, a pesar de lo ensordecedor, no me molesta,


ya no lo hace. Ya escucho la explosión, esto la hace real. El resto de los
guardabosques me imitan, ahora todos miramos hacia el bosque, con rostro
expectante. La segunda línea de aviones no está lejos. Miro al cielo, con
velocidad, intentando no perdérmela. Apenas y logro verlos por una
fracción de segundo, antes de que estos se adentren en el bosque. —
¡Segundo impacto! Comenta Sulami, con un hilo de voz. Lo escucho. La
tierra vibra al momento que caen las bombas. Esta fue más cercana, logro
percibir la explosión escalonada, pero, aún no soy capaz de ver las llamas o
el humo.

El bosque se inquieta. Algunas ramas y hojas caen de los árboles más


cercanos al campus. La tercera línea de aviones se acerca con velocidad.
Miro las hojas caer. Estas aún se encuentran a más de diez metros del suelo
cuando se escucha la tercera explosión. Logro verla. El bosque se ilumina
con velocidad. Una línea recta de fuego se dibuja entre los árboles. La
misma se extiende por kilómetros, no logro ver hasta dónde termina. Siento
la ola de calor en mi rostro. Los árboles se agitan de manera agresiva. Los
aviones se alejan. Miro al cielo. El humo negro se eleva por los aires.
Alguien habla a mi derecha. Era Tillbrook. Con todo el ruido y la sensación
de derrota, no había notado cuándo se había acercado a nosotros. Lo miro,
sin quitar mi atención de las llamas.

Tillbrook repite. — ¿Alguna vez has visto el napalm en la noche? El


espectáculo más impresionante del mundo. Comenta, como si este fuego se
tratase de fuegos artificiales y no un incendio en el último bosque forestal,
pero antes de que pueda decir nada, lo recuerdo. Si he visto napalm en la
noche. He visto esa cortina de humo y fuego extenderse por los aires, entre
la noche estrellada. He visto las aldeas ser barridas con el simple toque de
un botón. A niños quitándose la ropa porque ésta está en fuego, rogando
porque todo terminase, mientras nosotros respondíamos a sus plegarias.

Veo las llamas sobre las ramas, hojas, raíces y el suelo. La escena es similar
a mis últimos días en Sudamérica. Observo el fuego, la violencia y lo
hipnotizante del mismo. Frente a mis ojos, veo personas corriendo hacia
nosotros, lejos del incendio. Había niños, ancianos, mujeres y uno que otro
hombre que se había ocultado entre las casas. Todos huyen despavoridos,
con quemaduras en gran parte del cuerpo. Algunos caen, otros gritan de
desesperación, ruedan por el suelo para apagar el fuego. Mi mano se desliza
hacia la funda de mi pistola. La saco, busco terminar el trabajo. Algo me
detiene. Es Tillbrook. Este me mira confundido. Vuelvo, ya no estoy en
Sudamérica. Mis ojos no dejan de mirar hacia los árboles; las personas
desaparecen, pero no importa. He tomado mi decisión.

Entre las llamas, a más de ciento cincuenta metros, logró ver a los
guardabosques. Estos miran hacia el incendio, ninguno reacciona, solo se
quedan ahí, estáticos, tal como lo hice en el pasado. Veía las llamas, la
muerte, el hambre y el sufrimiento y no me importaba. Solo me importaba
cumplir órdenes. Hacer felices a mis superiores y esperar volver a casa
cuando todo terminase, pero a lo que volví no era casa. Esas grandes
ciudades, con áreas verdes, cielos azules y un Sol brillante, se habían
convertido en una cloaca, que celebraba la “innovación”, junto a luces neón
y música electrizante. Rodeado de caras planas, lo comprendí. Me había
convertido en un peón de la destrucción. En aquella época, tal vez, podría
haber hecho algo, pero no lo hice, me limité a observar. — Ya no más.
Murmuro, siento la mirada de Tillbrook en mi mejilla, esta suelta mi brazo.
Doy un paso al frente.

Salgo del trance, prestó atención a lo qué pasa a mi alrededor, busco tener
algún tipo de ventaja. Escucho voces en mi auricular. Las voces son
veloces, todos hablan con urgencia. — El incendio en la zona C10 es
estable, me muevo a la siguiente. Logró distinguir, pero la mayoría
hablaban al mismo tiempo, encimando sus voces. Todos intentan dar su
diagnóstico sobre lo que pasa. Los guardabosques confirman el impacto,
había sido un golpe directo. El bosque se quemaba sin ningún tipo de
inconveniente. Agudizó el odio, logró escuchar el crujir de la madera. —
¡Carlo, te necesito en tu zona! Hay un altercado con algunos alumnos. Carlo
me mira por un segundo y asiente. Él lo sabe. En el momento que se vaya
yo entraré.

Mi amigo empieza a alejarse de la zona, tambaleante. No dice nada. Camina


de espaldas, mirándome fijamente mientras lo hace. Ignoro la mirada, no
me concentro en distracciones. Algunos segundos pasan, entre los gritos de
disgusto de los alumnos y el fuego que se esparcía con velocidad, debido a
las hojas secas. Desvió mi mirada, por un segundo hacia mi amigo. Este se
ha dado la vuelta por completo, ha dejado de mirarme. — Es el momento.
Pienso, acto seguido, me coló el casco, abro la boca y hablo. — Señor, pido
permiso para entrar al bosque. Digo con autoridad. Miro a mi alrededor. La
mirada de Carlo vuelve. Este se encuentra a más de cincuenta metros. Se
mantiene estático, aún a la distancia, puedo ver el movimiento de su cabeza.
Esta se mueve de lado a lado. Sus ojos me miran fijamente. Volteo el rostro,
no había nada más que hacer. — Viene Homínido. Distingo entre tantas
voces. Continúo escuchando voces en mi auricular, decido ignorarlas,
ninguna es la del decano. El decano habla. — Tiene autorización, proceda.
Un cosquilleo recorre mi espalda.

Corro hacia el bosque, sintiendo el rebote del cubo en mi espalda. Paso la


primera línea de árboles. Me adentro aún más. Mis piernas se mueven con
velocidad, la desesperación me invade, ya había tardado demasiado. El
fuego se ve cada vez más cerca. Logro sentir el calor incrementándose a mi
alrededor. Acelero. Sulami habla, está confundida. — ¿Qué haces, galán?
Pregunta, con una voz muy tímida. No hablo, continúo moviéndome a
través del bosque. Zigzagueo entre los árboles. Sulami vuelve a preguntar.
Su voz es más fuerte. Está preocupada. — Lo correcto. Respondo. No digo
más, no busco justificarme, no había una razón coherente para ninguno de
mis similares o técnicos que pudiera justificar esto. Lo sabía. No gasto
saliva. Todos querían y merecían este descanso, el bosque ya era un peligro
para todos, pero no me importa. No dejaría que la naturaleza perdiese, no
otra vez. El incendio está cerca.

El bosque está despierto. Este se mueve con violencia. Sulami vuelve a


hablar, sabe lo que haré. — ¡Al fin! Para mi sorpresa, Sulami no está
molesta, ella se alegra por lo que estoy por hacer. — Vete a la segunda fila
del incendio, no pierdas tiempo en esta. Me detengo por un segundo. Estaba
impresionado por la actitud de mi amiga. Retomo el paso. — Yo pensé que
ibas a intentar disuadirme, decir que esto estaba mal, que pensara en ellos,
en sus familias y lo mucho que habíamos sufrido. Sulami carraspea la
garganta, a modo de burla. Esbozó una sonrisa. — A la mierda con eso,
todos hemos sufrido igual, pero por lo que me contaste anoche, sufriremos
el triple si dejamos que esto pase. Cuenta conmigo, galán, porque sé que
esto lo haces por todos, menos por ti mismo.

Eso último era cierto. No había nada egoísta en mi actuar. No dejaba el


bosque vivir porque fuera mi vida entera, no quería luchar para continuar
viendo a todos mis amigos sufriendo por estos árboles, todo esto lo hacía
por aquellos que no estaban aquí. Aquellos que vivían allá afuera, que
vivían en la mierda, con enfermedades respiratorias y en la piel. Si
perdíamos esto, la mayoría moriría. Esto no era por mí, era por ellos y por
aquello que vendrían después de nosotros. Sin esto, mi generación sería la
última. Acelero el paso, admiro la violencia de las llamas.
Las hojas secas del piso se incendian con velocidad. Los árboles donde
había caído el napalm se encontraban, prácticamente, deshechos; el napalm
quemaba a temperaturas muy altas. — Los dados están lanzados, pero no
puedo quedarme estático, no otra vez. Debido a mi sorpresa, a pesar de que
Sulami no me pedía explicaciones, yo se las daba. Intentaba justificarme. —
No necesitas decirme nada, todos sabemos por lo que has pasado, desde el
puente de Hell’ Bay hasta las selvas en Sudamérica. Comenta, con la voz
emocionada. De hecho, estaba sorprendida y molesta porque no actuaras.
Añade

— Entonces, a la segunda fila, ¿Cierto? Pregunto, viendo a escasos metros


la destrucción. — Sin duda, si te quedas aquí, es muy probable que te vean
y los guardabosques de fuera te detenga. Resoplo; sabía que era la única
opción de mantenerme con vida por más tiempo, pero, el dejar que el fuego
continuara aquí, sin ningún obstáculo, era dejar que todos estos árboles
murieran. Lo acepto. Prefería perder esta parte al bosque entero. Miro por
un segundo a mi alrededor, a aquellas grandes cortezas y raíces salidas por
última vez. Me pongo en marcha, corro hacia lo profundo.

Atravieso las llamas. Siento el calor, pero las mismas no me afectan, el traje
me protege. Al correr, recuerdo, sé lo que le dije a Dua, que caería por el
bosque, que moriría peleando, pero ahora comprendo, que mi sacrificio no
significaría nada si intentaba apagar la primera línea de fuego. Moriría y el
resto del bosque se incendiaría, haciendo que nada importase y que todo
terminara. — ¿Qué tan lejos está el siguiente incendio? Pregunto,
moviéndome con fluidez entre las rocas y los árboles. — A unos cinco
kilómetros. No me inmuto, cinco kilómetros era una distancia pequeña
comparada con la que llegaba a recorrer en una noche normal. Continúo
avanzando.

No me detengo. Mi mente solo se concentra en llegar, ni siquiera pienso en


mis movimientos o en lo que pasa a mi alrededor, solo busco no perder
tiempo. Vuelvo a escuchar ruido en mi auricular. — Decano, ya terminé con
el altercado de mi zona, solicito permiso para entrar al bosque. Era Carlo,
su voz se escuchaba molesta. — Mierda. Murmuro, consciente de a qué
entraba mi amigo. El decano responde, de manera, casi inmediata. — Tiene
autorización, señor Ahumada. — Avanzo a la segunda fila. Responde. Mis
manos cosquillean. Siento una especie de escalofrío recorriendo mi cuerpo;
no conocía las intenciones de mi amigo, pero él sí conocía las mías. Sin
embargo, intento no concentrarme en él, dejo que mi cuerpo tome posesión
de mi mente. Continúo corriendo por el bosque. Siento el sudor en mi
espalda y lo acelerado de mi corazón. Lo ignoro y aprieto el paso.

Sulami habla. — Entonces, puedo irme olvidando de ese café, ¿Cierto,


galán? Río, entre jadeos. — No lo sé, tal vez nos dejen tomar café de
máquina dentro de las celdas. Respondo, con la voz muy agitada. Sulami
ríe. No digo nada más, no busco fatigarme o quitarme energía de las piernas
con palabras. — Nunca me ha… Algo interrumpe a mi técnico. Una fuerte
explosión. Su audio se corta. No me detengo. Sé lo que es. Dua ha llevado a
cabo su plan. Escucho una fuerte alarma en mi oreja. En mi casco aparece
una advertencia. — “Atentado en el campus”. Con letras rojas y
palpitantes. Todos hablan en mi auricular.
— ¡¿Qué mierda fue eso?!— ¿De dónde vino? Nadie sabe qué está
pasando. Lo ignoro, busco alejarme lo más rápido que pueda del campus,
pues, podrían llamarme como fuerza de reacción. — Vino del centro del
campus, ya van los policías. Se escucha la voz de alguien en mi oreja. Mi
cuerpo continúa, no se detiene por nada, a pesar de los nervios. No hay
cansancio, no hay fatiga, solo una urgencia por llegar; cada segundo que
pasaba, el bosque perdía: se quemaban árboles, hongos, flores y animales.
Finalmente, Sulami habla. — ¡Putisima madre!¡Hay un atentado de Wood!
Su voz tiembla. Se escucha eco. — Debe estar oculta bajo su cama. —
¿Estás bien? Pregunto, pues, el centro del campus y su dormitorio estaban
solo a un par de calles. — ¡No! Hubo una maldita explosión aquí a un par
de calles. — Lo sé, también la escuché, pero no debes temer, no es de
Wood. Sulami calla.

Mis piernas siguen moviéndose con velocidad, en mi elemento. Rodeado de


nada más que verde. — ¿De qué mierda hablas? ¿Tú cómo sabes eso?
Sulami está molesta y confundida. — No es un ataque de fuera. Respondo,
pues, la falta de aire y la velocidad a la que corría me impedían formular
oraciones largas. — Eso no lo sabes, si el maldito Moroe entró sin que
nadie lo viera, bien pudo…— Es un ataque de dentro. La interrumpo, no
quiero que se distraiga en cosas que no nos importan. Hay un grupo de
extremistas antimetálicos, Dua está en ese grupo. Sulami lo comprende
todo. — Aprovecharon el caos del bosque y que todos estarían por acá. Al
fondo se escuchan disparos. Ya llegaron los guardias. ¡Entonces si sabías
del grupo! Réplica, con un tono algo molesto. — No sabía si decírtelo.
Comento, un poco apenado. — Tú puedes decírmelo todo, lo sabes.
Responde, ya con la voz más tranquila.
Sulami calla por algunos segundos, sigo corriendo por el bosque. — ¿Estás
bien? Pregunto, pues, la explosión parecía haber sido fuerte. Sulami no
responde de manera inmediata, se toma un segundo para reincorporarse. La
escucho quejarse. — Quitando el hecho de que se rompieron mis ventanas y
de que casi me da un infarto, todo bien. Comenta, con la voz un tanto más
calmado. — Lo siento, no sabía si decirte. Repito al aire, sintiendo que
llevo demasiado tiempo corriendo, como si el mismo dejará de estar de mi
lado. ¿Cuánto me falta? — Como kilómetro y medio, galán. Mis piernas
siguen moviéndose con velocidad, en mi elemento. Rodeado de nada más
que verde.

La luz se filtra entre los árboles, como lo haría en un edificio antiguo.


Corro, mis pisadas son suavizadas por las hojas secas. Ya estoy cerca, logro
ver el fuego. Reduzco la velocidad, intento recuperar el aliento. — Mierda,
volaste. Murmura Sulami, viendo el poco tiempo que me llevo correr los
cinco kilómetros. Al fondo sigo escuchando los disparos. — Sin duda debe
ser un récord de la compañía. Comento, pausando las palabras. Avanzo, a
un paso mucho más suave, menos agresivo. Mi respiración y ritmo cardiaco
siguen alterados. Inhalo y exhalo con lentitud. — Ten cuidado, capto la
señal de un guardabosque en la zona. Asiento, pero pienso en Dua y lo que
está pasando en el campus. — ¿Logras ver algo? Pregunto, muy interesado.
Sulami se aleja del micrófono. — No, pero puedo ver a los guardias
entrando a la plaza y gritando órdenes con desesperación. Comenta. Sonrío,
al ver que el grupo de Dua no era como yo esperaba.
Sigo por algunos metros más, aún agitado. Me detengo en seco. Veo a uno
de mis similares al frente. No logro reconocerlo, solo su silueta. Por un
instante dudo, ya no había mucho más que hacer, no había que correr o
esperar, aquí estaba la oportunidad de hacer lo que realmente vine a hacer.
Avanzo. Mi mente, la única que sabe todo lo que está por pasar, piensa en
Dua. — Si yo sentía miedo de enfrentarme contra ellos, no quería imaginar
lo que ella pensaba. Con eso en mente, retomo el paso. En mi cabeza recreo
lo que debía estar pasando ahora. Los guardias entran a la plaza, confiados,
solo para enfrentarse a un grupo de rebeldes que había sido entrenado por
uno de los nuestros.
CAPÍTULO XII

Avanzo. Reconozco al guardabosques. — Es “Gaff Morton”. Murmuro,


aunque sé que Sulami también lo reconoció. Veo las mejoras en sus cuatro
extremidades. No me detengo, camino hacia él, con los puños cerrados. —
Puedes intentar hablar con él, tal vez no sea necesario recurrir a los golpes
de inicio. Recomienda Sulami, viendo que mi ritmo cardiaco no disminuía.
Lo acepto, ya que el estilo de combate de Gaff era bastante complicado de
contrarrestar. El tener todas las extremidades metálicas le permitía poder
hacerse más grande o más pequeño a voluntad, además de ser muy flexible
y escurridizo.

Me encuentro a un par de metros del incendio. Vuelvo a sentir el calor. El


guardabosques solo se limita a mirar los árboles mientras arden. El fuego
continúa lo suficientemente vivo como para que necesite hacer algo más
que observar. Hablo, destensando las manos. — ¡Gaff! Que sorpresa
encontrar a alguien. Comento, relajando mi voz. Este voltea, se sobresalta y
sonríe. — Lo mismo digo, creí que te quedarías más atrás. Responde,
observándome de arriba a abajo. — Órdenes del decano, me mandó a
verificar algunas cosas en esta zona. Mi respiración ya es estable, pero mi
ritmo cardíaco continúa acelerado. No puedo negarlo, tengo miedo, pero no
me dejo vencer por él. El dejar que las cosas pasaran como debían me daba
aún más miedo, me aterraba la idea de volver a perder algo que amaba, de
revivir aquella experiencia, de no ayudar a Dua y verla ser masacrada por
los de mi clase. Continúo, no debía perder tiempo. De hecho, me dijo que
mandara a todos a la primera línea, que yo me encargaría de esta. Gaff sigue
mirándome, mientras las llamas permanecen a su espalda.

Le regreso la mirada, intento que esta no muestre mis verdaderas


intenciones. Destenso la frente y abro de más los ojos, haciendo que éstos
se vean relajados. — Creo que no está funcionando, galán, apresúrate, el
fuego ya se extendió por casi una hectárea. Asiento. — Entonces, regresa y
te veo cuando esto termine. Añado, mirando sus extremidades. — No lo sé,
Alan, no escuche nada en la radio. Comenta, muy dudoso. — Solo me lo
dijo a mí, busca que una parte quede intacta para poder entrenar a los
guardias. Gaff me mira fijamente. — Lo siento, tenemos ordenes de no
dejar la zona y que cualquier de los nuestros que muestre una actitud
sospechosa, deberá ser reportado. Gaff se lleva las “manos” al auricular.

Por instinto, tomo mi pistola aún en la funda, pero no la saco. Gaff lo nota.
— Mierda. Murmuramos Sulami y yo a coro. — Debí apostar por ti, que tú
serías uno de los que intentarían apagar el bosque y detener el progreso.
Resoplo, mi vista regresa a las llamas, ya no puedo retractarme, he hecho
mi jugada. — ¿Por quién apostaste? Pregunto, sin quitar la mano de mi
funda. — Por Ant, pero juzgando por la cantidad de granadas de agua que
llevas encima, me sorprende que te dejaran siquiera pasar al pabellón. Gaff
mira con detenimiento mi cinturón y chaleco.

El intercambio de miradas se mantiene por un momento más. — Por respeto


a ti y a todos los años que pasamos juntos, no te matare y no reportare esto,
así que, solo date la vuelta, ve al pabellón y no mires atrás, esto ya acabo.
Dice, mirando a la nada. Su voz es serena. — Debí haber atacado cuando
tuve la oportunidad. Pienso, pero, ahora que había perdido el factor
sorpresa, continúo hablando, pero no estaba dispuesto a perder otros
minutos más. — Ayúdame aquí, hombre, sé que también amas este bosque,
ayúdame a salvarlo y no te matare. El rostro de mi similar cambia. Por un
segundo, logro ver el miedo en sus ojos.

Este me observa, alarga sus “brazos”. Los mismos le llegan más abajo de la
rodilla. — Nunca me importó esta mierda, solo me importaba el dinero, y
ya lo tengo, incluso ayer fui al cuartel y me llevé tantas armas como pude
para venderlas después. Su tono es cínico, como si dijera todo esto en modo
de burla hacia mi o la causa. Así que mejor aléjate y deja morir esto. Añade,
desviando la mirada por un segundo. — A la mierda. Digo al aire, harto de
perder el tiempo con alguien que no lo vale.

Me abalanzo contra él, pero no lo hago en tierra, utilizo la única ventaja que
tengo. Mis botas se activan y me elevo por los aires, desenfundando mi
arma. Gaff lo nota y hace que sus piernas crezcan, buscando estar a mi
altura. Las botas me sostienen a unos cuatro metros de altura. Intento
mantener mi distancia, disparo mi pistola desde lejos. Gaff serpentea el
cuerpo, evitando las balas. — ¡Escuchó disparos en la segunda línea de
fuego! Logro percibir en mi auricular. — Tienes a otro guardabosques a
unos seiscientos metros, por el noreste. Comenta Sulami.
Gaff me ataca alargando su brazo intentando golpearme. Sobrevuelo
rodeando un árbol. Lo esquivo. Aprovechando la inercia del propulso y
cargo contra mi adversario. Este no logra esquivarme. Lo embisto con
fuerza. Ambos caemos sin control contra el suelo. — Ahí viene el piso.
Pienso, protegiéndome con el torso de Gaff. La caída fue violenta. Él
recibió el impacto de lleno en la espalda. Ruedo por algunos metros. Me
incorporo rápido, aprovechando el movimiento de las vueltas, esperando un
contraataque. No sucede. Este continúa en el suelo, sin aire y llevándose las
“manos” hacia la espalda. Aprovecho. Sin pensarlo demasiado, alineó la
mira de mi pistola con su cabeza. Este levanta las manos, implorando
piedad. Lo miro por un segundo. Este pequeño gesto es menos de lo que
merecía, pero más de lo que les daba a mis adversarios comunes. Con esto,
reconozco los años que pasamos juntos y todas las veces que este me apoyo
en el combate. Gaff aprovecha esta mirada. Alarga su brazo, con la palma
extendida, intentando golpearme. La esquivo, basculando el cuello. Terminó
con esto. Una bala sale de la recámara. El metal cae al suelo.

Miro mi obra, no en admiración, no en orgullo ni tampoco en asco. La miro


con nostalgia; esta no era una victoria, no para mí, pero a pesar de todo lo
que haya podido pasar con cualquier de mis compañeros, su muerte
significaba menos que la destrucción de esta roca. Pues, a pesar de que este
era mi hermano de armas, ambos no marchábamos al mismo tambor. No
peleábamos bajo la misma bandera. Cada quien tenía una razón distinta
para estar aquí, en esta causa. — La suya era el dinero. Murmuro,
hincándome junto a sus restos. La mía es por el bosque y no dejaré que
nadie me impida salvarlo.
Veo la sangre salir por su nuca. La bala le había entrado limpia en la parte
media del rostro, destrozándole la nariz y el pómulo derecho. Sus ojos están
en blanco, la sangre oscura escurre hacia la tierra. Esta la absorbe. Las
llamas siguen, a pesar de que me siento torpe, confundido por lo que acaba
de pasar, no puedo perder más tiempo. Llevo mis manos a su chaleco y
cinturón, buscando cualquier cosa que me pueda servir. Tomo un par de
granadas explosivas y una contra incendios. La granada de agua deja mis
manos. La arrojo hacia el fuego. La granada se activa.

Agua y una masa verdosa y gelatinosa salen del objeto. Todo el fuego que
había, en un rango de cuarenta metros, se apaga. El crujir de la madera con
el fuego se detiene. Me mantengo un segundo junto al cuerpo de mi similar.
Miro el daño que el fuego había causado. Observo las raíces, cortezas y
hojas chamuscadas. Un olor a humo y leña inundan el lugar. — Tienes un
activo a veinte metros. Comenta Sulami, como si hubiera estado distraída
por otra cosa. Alejo mis ojos del lugar. Escucho las pisadas con velocidad.

Logro percibir el crujir de las hojas cuando estas son aplastadas por las
pisadas. Miro a Gaff por un segundo. Levanto la vista. La veo llegar.
Seguro había escuchado los disparos. Era una de las pocas guardabosques
que tenía el programa. “Melissa” Naka. Ella se queda estática, plantada
frente a nosotros. Solo se limita a mirar la escena con impresión. La
observo. Sus piernas metálicas y sus uñas de cuchilla hacen que ella tenga
la ventaja. Yo lo sé, pero sus ojos muestran miedo. El silencio se rompe. —
No es lo que parece. Levanto, incorporándome lentamente, intentando no
alterarla.
Naka me sigue con la mirada, alargando, de manera inconsciente, sus uñas.
— Esté tipo quería apagar el bosque, le rogué que se detuviera, pero no me
escucho y entre el calor del momento lo maté. Naka me observa, me deja
hablar, como si nada pasara, pero puedo ver cómo acomoda sus piernas para
atacar. — Gaff jamás defendería el bosque, él ya quería irse de aquí, pero
tú, todos sabemos que tú si lo harías y tus granadas te delatan. Naka mira a
donde había apagado el incendio. La gelatina y agua aún se veían frescas.
— Mierda, Naka. Murmura Sulami.

Escucho los pistones y el metal crujir cuando se abalanza contra mí. Lo


esquivo. Ruedo por el suelo evitando el contacto. Naka se sigue de largo, no
se detiene. Ella sigue corriendo, no busca pelear conmigo. La veo llevarse
las manos al auricular. — ¡Bloquéala! Grito, para que nadie pueda escuchar
su reporte. Escucho las teclas en mi oreja. Naka habla. — ¡Tenemos un
traidor!¡Tenemos un traidor en la zona D 36! Es… No se escucha el final.
Sulami ha hecho su trabajo. — Es Allan. Escucho a la distancia a Naka,
pero nadie más puede hacerlo. Ella sigue corriendo, la veo alejarse, sé que
el dejar que se vaya es igual de peligroso que dejar su contacto activo.
Llevo las manos a mi espalda. Tomo el cuadrado.

Mi rifle se arma. Lo tomo con ambos brazos y me hinco, intentando tener


mejor soporte. — No la mates. Comenta Sulami, pero yo la ignoro, no
podía haber cabos sueltos. — Lo siento. Murmuro, viendo su perfectamente
peinado cabello castaño rebotar en el momento que da otro paso. Jalo del
gatillo. No fui lo suficientemente preciso, Naka se desploma. Le había dado
en una de sus piernas. Logro ver las partículas de metal y aceite volando por
todos lados. — Déjala vivir, ella fue la que nos salvó de…— Sé lo que
Naka ha hecho por nosotros, incluso sé que ustedes dos iban juntas al salón
cuando terminábamos el turno. Sulami calla, sabe que su decisión de dejarla
viva es personal. Veo a Naka levantarse, su ondulado cabello brilloso
destaca entre los árboles. Esta cojea, le falta toda la pierna derecha. Se
mueve con lentitud, escucho sus sollozos. Levanto el rifle hacia mi rostro.

Con los codos y muñecas firmes veo a través de la mira holográfica. Pongo
mi dedo en el gatillo, no dudo, aunque sé que ella ya no es un peligro para
mí. Disparo. Escucho a Sulami lamentarse por el auricular. Aunque no la
había asesinado. La bala le despedazó la otra pierna. El torso de Naka cae al
suelo. Sulami lo sabe, pero aun así está molesta. — ¡Eres una basura! Me
reclama, bastante enojada. — Somos una basura, mujer. Respondo, sin
alterar mi voz o procesar esto de manera emocional. Esto es la guerra y
ambos hemos sobrevivido porque somos una mierda. — Si, pero ella ya no
representaba ningún peligro y es mi amiga. Escucho a Sulami llorando. —
Por eso la dejé vivir, si tiene suerte las llamas no la alcanzarán. La veo a la
distancia, la misma se arrastra entre los matorrales y la hierba alta.

Miro a mi alrededor. Las llamas continúan activas, quemando todo a su


paso, sin que nadie las detenga. — Sé lo que he hecho a lo largo de los
años, he sido una basura, he matado niños, mujeres, ancianos y personas
inocentes, así como también he matado a lo peor de lo peor: metálicos,
violadores, asesinos y ladrones, pero aquí, al menos siempre fue por una
buena causa, por salvar el bosque y a todos los que no estaban aquí. Me
tomo un respiro. Tomo una de las granadas en mi cinturón y continúo. Es
por eso que aún lucho por esto, porque aquí pareciera que no soy tan malo,
que lo que hago importa. Mi voz se quiebra. Así que no puedo perder el
bosque, si lo pierdo, solo soy una mierda más y no dejaré que nadie me
quite aquello en lo único en donde realmente me siento funcional. Termino,
arrojando la granada al fuego.
CAPÍTULO XIII

La granada se activa y la misma apaga el incendio en otra zona. — ¿Estás


conmigo? Pregunto, pues necesitaba a mi amiga con la mente serena. — Si,
gracias por no matarla. Callo. Sulami sabía que podía matarla, hacerla
sufrir, hacer que deseara nunca haber nacido, pero solo quitarle las piernas
era un acto bastante misericordioso. — ¿Hay alguien cerca? Pregunto, ya
que todos habían escuchado que había un traidor en mi zona. — No lo sé,
bloqueé toda la zona, nadie tiene comunicadores y los radares son
completamente inútiles. Resoplo, volviendo a escuchar pasos a la distancia.
Solo los veré cuando estén cerca de tu zona. Añade, refiriéndose a la
imagen satelital que tenía en su computadora. Nuevamente, escucho pasos.

Activo mis botas cohete. Tomo altura. Me coloco sobre las ramas de un
árbol. A pesar de que estaba dispuesto a morir por el bosque, buscaba
hacerlo de manera inteligente. — El atacante podría ser Roy y sin ningún
tipo de ventaja estaría muerto al segundo. Pienso, sintiendo como mi
corazón se acelera por la idea de luchar con él. Me concentro en escuchar.
Eran pisadas veloces, pero no lo suficientemente como para ser un
mejorado. Se detiene frente al cuerpo de Gaff. — ¡Tengo un guardabosques
caído! Comenta, pero nadie lo escucha. Saca su arma y mira alrededor,
buscando al responsable. No lo encuentra. — Es Viggo. Digo al aire,
mirando su expresión de terror. Mierda, se ve delgado. Añado, viendo la
manera tan fluida en la que se movía.
Con sigilo, me muevo al árbol más próximo, intentando tener ventaja.
Viggo continúa buscándome. Mira por detrás de los árboles, revisa las
piedras, regresa su mirada a Gaff. — ¿A él también lo matarás o solo lo
dejarás inválido? Pregunta Sulami, con cierto rencor en su voz. La ignoro.
Procedo a tomar una nueva granada anti incendio y la arrojo a otra zona,
con el fin de que el incendio no crezca más hacia el Este. Viggo la escucha
caer. Su mirada sigue el ruido. La granada explota y yo cambio de árbol. Lo
tengo justo debajo mío. — Están intentando apagar el bosque, aún no tengo
contacto con el enemigo. Viggo sigue hablando, aún sin comprender que la
comunicación había caído.

Suspiro, pienso en mi siguiente movimiento. De alguna forma, a pesar de


que Viggo era un guardabosque formidable, aquí lo veía vulnerable,
completamente a mi merced. Este no tenía ni idea de dónde estaba y eso lo
hacía verse desesperado, frustrado, buscándome en todos los rincones
posibles. Bajo del árbol. Me encuentro frente a él. Su espalda me queda a la
altura de los ojos. Viggo está de espaldas a mí. Saco el arma de mi funda.
Apunto mi pistola hacia su nuca. Viggo se contrae al sentir el acero. —
Hola, Viggo. Comento al aire. Viggo respira de manera honda. — Hola,
Allan. Su voz es grave. Observo su cabello cano y continúo. — Te ves muy
bien, ¿Bajaste de peso? Pregunto, pues, tenía tiempo desde que lo habían
cambiado de zona y ya no podíamos patrullar juntos. — Si, baje casi treinta
kilos. Su voz tiembla. — Mierda, eso es mucho, felicidades. Respondo, de
manera casual.

Ambos continuamos estáticos. Viggo no mueve un solo músculo, sabe que,


de quererlo, él ya habría muerto. — ¿Tú eres el traidor? Pregunta, cerrando
los ojos. — Por desgracia si, amigo. Viggo suspira y contrae los hombros,
esperando el disparo. Por qué no mejor te das la vuelta, sales del bosque y
vas al Guitón a tomarte una fría, yo invito. Bajo el arma. Viggo voltea.
Debo inclinar el cuello para verlo a la cara. Él sonríe de manera fugaz. —
Gracias, Allan. Asiento. — Solo dame las granadas que tengas. Añado,
reconociendo que me faltaba equipo. Él las entrega. Dos granadas de
fragmentación, una contra incendios y tres incendiarias. Viggo se da la
vuelta y comienza a caminar de manera lenta. Saluda a “Makani” de mi
parte. Digo al aire, recordando a ese hermoso calupoh color negro que tenía.
Viggo asiente y sigue caminando.

Coloco las granadas en mi chaleco y cinturón. Batallo por encontrarles


lugar. Arrojo una al fuego, intentando liberar espacio. La misma se activa.
Las llamas se detienen por un segundo, todo se queda en silencio, no hay
más sufrimiento. Las llamas alrededor continúan. — Fue un acto lindo el
dejarlo ir. Comenta Sulami, con una voz muy baja. Aprieto los labios. — En
una época pasada él y yo éramos muy unidos, fue un agradecimiento por
aquellos años. Respondo, mirando, a la distancia, su mano metálica. —
¿Crees que habrías podido con él? Pregunta. — Ya no sirve de nada pensar
en eso, pero agradezco no haber tenido que hacerlo. Nuevamente, llevo la
mano a mi cinturón y tomo otra granada. La misma explota, apagando todo
a su alrededor. Pero el incendio continúa en el resto del lugar.

Mi atención se va al bosque. Comienzo a caminar por el mismo. Este


continúa perdiendo árboles gracias al incendio. Reconozco que no tengo el
equipo suficiente, pero no me importa. Camino por algunos metros,
bordeando las llamas y vuelvo a arrojar otra de las granadas. Esta se activa
y de nueva cuenta, apaga todo el fuego de la zona, al tiempo que evita que
este vuelva a incendiarse. — Bueno, al menos ya aseguramos doscientos
metros de árboles. Comenta Sulami, consciente de que no podría hacer
mucho. Sonrío de manera fugaz. Sigo caminando por el borde, pensando de
qué forma podría resolver esto.

Hay disparos a la lejanía. Me agazapo. — ¿Quién estaba en esa zona?


Pregunto, sintiendo el calor en mi lado derecho. — Vi unos cuatro o cinco
activos por la zona E 38, en el noreste. Muevo mi cabeza y corro hacia el
ruido, preguntándome quién podría estar disparando armas por acá. ¿Otro
rebelde? ¿Hombres de Wood? Corro de manera silenciosa hacia el ruido, sin
dejar de arrojar granadas cada cierto metro.

El incendio sigue a mi lado izquierdo. Sigo arrojando granadas cada cierto


metro. Ya solo me quedan tres. Parecía que mi intento por salvar el bosque
no llegaría muy lejos. Resoplo. El reconocerlo me hace sentir el peso de la
muerte de Gaff, pero no dejo que el remordimiento se apodere de mí. Hice
lo que debí haber hecho, lo que consideré correcto. No lamentaba su
muerte, lamentaba que su muerte no hubiera sido solo un pequeño precio a
pagar por la salvación del bosque. El bosque continuaba en llamas,
sufriendo, muriendo a cada segundo que pasaba y yo no tenía ningún
recurso real para defenderlo.

Los disparos se escuchan más próximos. Son acompañados por voces


indistintas. Logro percibir algunas risas y comentarios burlones. No logro
reconocer las voces. Escucho un grito extraño, no es humano. Continúo
avanzando con pies ligeros. — Deben estar a unos cien metros. Asiento por
el comentario de Sulami. Los veo. Tres guardabosques se mantenían
estáticos en medio de lo verde. El trío reía a carcajadas, se doblaban. —
Algo no está bien. Murmuro, viendo sus uniformes, manos y rostros
manchados de sangre. Escucho pasos aproximándose. Me pongo en
cuclillas detrás de un árbol, intentando no ser visto. Otro guardabosques se
acerca al grupo. Este tenía un pequeño venado en las manos.

CAPÍTULO XIV

El siervo los miraba con ojos inexpresivos, completamente negros. Su


cabeza volteaba en todas direcciones, intentando encontrar una ruta de
escape, pero no era posible. — ¡Excelente! Creímos que se te escaparía.
Comenta uno, metiéndose un cigarrillo en la boca. — Les dije que nada se
me escapaba. Dice “Yale” con orgullo, acercándose más al grupo. —
¿Crees que los estén juntando para sacarlos de aquí? Pregunta Sulami, con
la voz alterada. Se escuchan disparos cada que Sulami habla. Eso me
tranquiliza. Significa que Dua y su grupo aún continúan con vida, aún
continúan peleando. Quería saber qué está pasando en el campus, pero lo
dejo pasar. Me concentro en estos tipos. — Ahora miren esto. Comenta
“István Triffitt”, cambiando su brazo robótico por una motosierra.

Sé lo que va a pasar. Con velocidad, llevo mi mano a mi espalda. Pero soy


muy lento. Aún no logro tomar el rifle cuando ya todo paso. István acercó
la sierra al cuello del siervo. Este apenas y pudo soltar un grito. La sierra le
entró de lleno. Sus patas de retuercen del dolor. Sangre salpica en todas
direcciones. Apunto mi rifle al grupo. Observo el suelo a sus pies. Restos de
ardillas, zarigüeyas, pájaros, castores y venados son perceptibles por toda la
zona. La cabeza del ciervo cae. Me lleno de ira. Jalo del gatillo.

La bala le da a Yale. La cabeza de Yale explota. Su cuerpo sin vida se


desploma, aún sujetando los restos de aquel pequeño siervo. El trío se
asusta y voltean el cuerpo, buscándome. Es inútil. Ya me había movido. A
pesar de tener la ventaja, a pesar de que estos tipos aún no me habían visto,
elijo abalanzarme contra ellos, dejando de lado, nuevamente, el factor
sorpresa, pues, no solo los quería ver muertos, los quería ver sufriendo,
lamentándose por ser las mierdas que eran. Corro hacia el grupo. Ellos no
me ven. Con el impulso de la corrida doy un salto, levantando mi rodilla.
Mi rodilla impacta en la mandíbula de “Genndy”. La escucho tronar y
siento justo el momento en que la misma se desplaza. Caigo al suelo.
Ruedo por la tierra y me incorporo con velocidad. Solo estaban de pie
István y “Aliza”. István tenía todo el torso metálico, los brazos y parte del
cuello, mientras que Aliza solo contaba con pupilas digitales. Cargo contra
ellos. Ambos se dividen, ninguno me ataca por el mismo lado. Ya lo
esperaba. Conocía las técnicas de ataque, defensa y contraataque de los
guardabosques. István al sentirse como el más fuerte, suelta un ataque
rápido, activando su motosierra. Contraigo el cuerpo y pivoto fuera de la
zona. István no puede regresar el cuerpo, tengo todo su lado derecho
descubierto. Suelto una patada a sus piernas. Su rodilla se separa por la
fuerza del impacto. Este se dobla y continúo con un golpe al rostro. No
logro conectar. Aliza golpeó mi antebrazo, desviando el puño.

La miro, sé que ella también lo hace, analiza mi patrón de lucha. — No


dejes que te lea, se impredecible. Comenta Sulami, intentando darme
apoyo. Suelto un golpe volado, intentando sorprenderla. No la sorprendo.
Ella toma mi antebrazo y con la misma inercia hace que me siga de largo,
mientras que con otra mano me golpea en el cuello. Me doblo. Cubro mi
cuello con la hombrera y parte del casco. Intento mantenerme erguido. Ella
continúa atacando. Recibo golpes en las piernas, casco, hombros, brazos y
torso. No puedo contrarrestarla. Sus pupilas hacen que calcule la trayectoria
de cada golpe que le tiró. Recibo un nuevo golpe en el centro del pecho.
Retrocedo. Tropiezo con una roca. Caigo de espalda. Ruedo por el suelo,
me quedo en cuclillas. Aún no logro incorporarme cuando algo metálico me
golpea el rostro con fuerza. Vuelo por los aires.
Chocó de espaldas contra el suelo. La caída es fuerte. He entrado a las
llamas. Siento el calor a mi costado. Me quedo tendido un segundo,
recuperando el aliento. — ¡Levántate! Tienes uno a tus cuatro. Escucho a
Sulami. La vista en mi casco se distorsiona. Inhalo de manera profunda y
me incorporo. La pantalla se estabiliza. Doy un vistazo rápido, veo a István
a mis cuatro y a Aliza a mis doce, a algunos metros de distancia. — Ya no
pivotes, solo aplica defensa de cuello y contraataca. Sugiere Sulami. A
pesar de que Sulami nunca había siquiera dado un golpe en toda su vida, era
excelente en poder leer lo que haría mi adversario, además, de que ella
contaba con una imagen satelital que le permitía tener una mejor visión de
todo.

Pero István ya no busca luchar cuerpo a cuerpo. Su “brazo” vuelve a


cambiar. Ahora este se transforma en una ametralladora ligera. Escucho la
ventisca segundos antes de que salga la primera bala. El plomo comienza a
salir de la recámara. Ruedo por el suelo, evitando las balas. — ¡Arrójale la
piedra! Grita Sulami por mi auricular. Mientras ruedo, la veo. Sin pensarlo,
la tomo y la arrojo hacia la ametralladora. Los disparos cesan, István se
cubre, de manera automática. Activo las botas cohete. Me elevo un par de
metros. Intento perderme entre las llamas, buscar un ángulo que me deje
acercarme. No lo logró, todo había sido parte del plan. Siento el momento
en el que alguien me cae sobre los hombros. Las botas no pueden soportar
el peso y comienzo a caer. Busco caer de espaldas, protegiéndome el
cuerpo. Caigo sobre el tercer hombre. Era Genndy. A pesar del impacto que
le había dado en la mandíbula, este no lo había dejado fuera de combate. —
Para cualquier ese golpe habría sido casi fatal, pero no para un
guardabosques. Pienso, levantándome del suelo, sintiendo un poco de dolor
en la espalda. Lo ignoro.
Genndy se llevó la peor parte del golpe. Aún no se levanta y yo aprovecho.
— ¡A tus seis! Escucho la voz de Sulami. La ignoro, busco eliminar
adversarios lo antes posible. Suelto una patada a su rostro, aprovechando
que este ya tenía la mandíbula lastimada, pero, nuevamente, no soy capaz
de conectarla. Algo me rodea desde la espalda y me abraza, proyectándome
hacia el piso. Intento resistirme, pero no soy lo suficientemente fuerte. Mis
pies vuelan por los aires, caigo de cara contra el suelo chamuscado. Siento
el momento en el que mi espalda se arquea. Las placas de mi chaleco lo
impiden, pero, el impacto es significativo.

Siento dolor, mas no es nada que no pueda soportar. Ruedo por el suelo,
giro en mi eje y me levanto, observando a todos. Frente a mis ojos solo se
encuentran Genndy e István. Conocía esta técnica. Ambos al ser los más
fuertes se usaban como carnada, mientras que Aliza era la verdadera
amenaza. — Aliza subió, está en las copas de los árboles, a tus dos. Miro de
reojo. La veo, apenas y puedo distinguirla entre las llamas, ramas y humo.
Finjo que me abalanzo contra el par del suelo. Ambos avanzan, creen que
no tengo un plan de contraataque. Lo tengo. De mi chaleco, tomo una de las
granadas de fragmentación. Con la misma mano quito el seguro y comienzo
a contar. Esquivando el primer golpe. Apenas y lo logro. La velocidad de
István es tanta que apenas y distingo una estela plateada por los aires. —
Dos segundos. Digo en mi cabeza, arrojando la granada al árbol. La granada
explota, Aliza vio el movimiento, cálculo donde caería la granada, incluso
sé que analizó la propia granada y la onda expansiva que generaría, pero no
pudo hacer nada, fue lo suficientemente rápida para ella. Aliza sale
disparada.
Astillas y partes grandes de madera vuelan por los aires. Aliza cae de lleno
contra el suelo. No reacciona. István y Genndy se distraen por un segundo.
Lo aprovecho. Tomo el rifle de mi espalda. Este se arma con velocidad. El
par reacciona al escuchar los ruidos metálicos al momento que este se
forma. Ya es tarde. Apunto el arma hacia el torso de Genndy. Este levanta
los brazos, como si aquello pudiera detener el impacto de la bala. Disparo.
La bala sale, la misma le atraviesa las manos, haciendo que vuelen partes de
dedo, cartílago y sangre, e impacta en el centro de su pecho. Veo el cuerpo
de Genndy latiguear. El arma tiene tanta potencia que parte del tronco se
desprende de sus piernas. El tren inferior se mantiene por un segundo de
pie, mientras que toda la parte superior vuela por un par de metros antes de
caer.

Las piernas caen. István se asusta, puedo ver el miedo invadiendo su mente.
Percibo justo el momento en el que István reconoce que los rumores sobre
mí son ciertos. Resopla de manera temblorosa. Se mira los brazos. Intenta
darse confianza a través de sus mejoras. Avanza. Este vuelve a activar los
brazos. El derecho repite la forma de una sierra eléctrica y el izquierdo se
convierte en un gran mazo de metal con picos. Sonrío; no lo ataco al
instante, también siento miedo. No lo proceso, no me dejo vencer por él,
pero ahí está. Ataco.

Suelto una patada a su cadera. No logra evitarla. István se dobla. Busco


atacarle el rostro, pero la sierra me lo impide. Este lo sabe y contraataca.
Tanto la sierra como el mazo le juegan en contra. Logro esquivar cada golpe
que esté suelta. Los escucho venir antes de siquiera verlos, a pesar de la
velocidad. István es rápido, no logro conectar ningún golpe cerca de la
cabeza. Me desespero. Doy un paso atrás, busco tomar mi arma, pero algo
me distrae. Escucho el crujir de la madera. Llevo mi vista al ruido. Era
Aliza. Su rostro estaba quemado y repleto de esquirlas. La granada le había
volado la mano izquierda, pero esta continúa peleando. Veo su pistola en la
mano derecha. La misma tiembla, pero sé que el disparo será certero.
Escucho el momento de la ligera explosión. Su brazo latiguea. Se que no lo
podré esquivar. Con velocidad, direcciono mi torso hacia la bala, busco que
las placas del chaleco detengan el impacto. Lo hacen.

La bala me impacta en la placa frontal. Gruño por el disparo. A pesar de


haber recibido muchos disparos en mi vida, el súbito golpe siempre me
hacía retroceder. Doy un paso hacia atrás, llevo la mano a mi cadera y tomo
el arma. Disparo. La bala da en el cuello. La cabeza de Aliza se dobla, veo
la sangre saliendo. Se desploma. Escucho la sierra cortando el aire. Doblo el
cuerpo para esquivar el corte, guardo mi pistola en su funda. Siento una
vibración en la parte trasera de mi casco, un pequeño roce. Levanto el
cuerpo, solo queda István. Justo lo que quería.

Ya no había necesidad de alargar más el enfrentamiento. István caería.


Vuelvo a dar un par de pasos hacia atrás, necesito tomar distancia. Llevo mi
brazo a la espalda y tomo el rifle. Este se alarga. Con la otra mano lo tomo
del guardamanos y lo separo, provocando que el rifle ahora tengo a una
forma de escopeta. Extiendo el brazo, lo apunto hacia las extremidades
metálicas de mi antiguo hermano de armas. István cierra los ojos, esperando
el impacto. Disparo. Una fuerte explosión momentánea sale de la boca del
arma. La bala le había destrozado el “brazo”, provocando que el mismo se
desprendiera. István se asusta al ver tanto aceite caer por el bosque. Las
llamas cercanas comienzan a incendiarlo.

Aprovecho el descuido del guardabosques. Levanto mi pierna del suelo y


lanzo una patada a la rodilla que ya había golpeado. Esta se separa por
completo, haciendo que István caiga mientras grita del dolor. Ha perdido.
No puede hacer nada, está completamente a mi merced, sabe que lo haré
sufrir por lo que les hizo a aquellos animales y por lo que dejaba que le
hicieran al bosque. Me agacho, junto ambas partes del rifle, lo guardo, tomo
su “brazo” que está tendido en el suelo. Conecto los cables salidos al panel
en mi muñeca. Se despliega un “display” en mi casco, lo activo. La “mano”
comienza a moverse. István sabe lo que haré. Enciendo la motosierra, siento
la ráfaga de aire caliente en mi cuello. Lo acerco.

Pongo mi rodilla sobre su pecho, apoyando todo mi peso. No tiene a donde


ir. No tiene la fuerza para moverse, está asustado. Pocas veces lo he visto
perder un combate y nunca había perdido miembros, ni siquiera en la Noche
de la Hojalata. Pero no dice nada. No ruega por su vida, no llora, no se
lamenta. Sabe que caerá, pero lo hará con dignidad. Acerco la sierra a su
cuello. — ¡Enfrente de ti! Grita Sulami en mi auricular. La ignoro, ni
siquiera levanto los ojos, continúo con lo mío. La sierra toca la piel. La
sangre comienza a salir en todas direcciones. Un gran puño aparece, este
golpea a István directo en el rostro. Su cabeza explota. Me sobresalto y me
alejo del cuerpo, arrastrándome por el piso. Desenfundo mi pistola. Frente a
mí veo una enorme figura. — Mierda, es Carlo, — Murmuro, mirando sus
enormes piernas.
CAPÍTULO XV

Nadie se mueve. Ambos nos quedamos estáticos, intercambiando miradas.


Carlo se nota tranquilo, pero yo estoy seguro de que me veo completamente
aterrado. Estaba frente a uno de los mejores guardabosques del equipo,
frente a mi mejor amigo. No me ataca. Me incorporo, aún apuntando mi
arma contra él. — Pregúntale algo, es tu amigo. Susurra Sulami. Asiento,
escuchando los disparos en mi oreja. Abro la boca. — No trates de
detenerme. Digo. Busco mostrar autoridad, aunque estoy consciente de que
no la tengo. Carlo me observa, este tiene una máscara de oxígeno. — No
vengo a detenerte, solo me pregunto, ¿Por qué estás perdiendo el tiempo
con István, chico? Pregunta, con la voz firme, sin ningún tipo de sobresalto.
Me extraño. — Porque asesinó animales. Respondo, muy molesto por no
hacerlo sufrir como quería. — Ya estaban muertos, solo les aceleró el
proceso, o me vas a decir que tú nunca lo has hecho. Sonrío de manera
fugaz. — Si, pero con personas, tampoco soy un desgraciado. Bromeo,
intentando quitarle tensión al ambiente. Carlo sonríe. Por un momento
pienso en aquellos cuerpos apilados.

Comprendía lo que había hecho István y el grupo. El destino de estos


animales estaba prácticamente escrito. Ellos morirían, pero lo que ellos
habían hecho no era correcto. Utilizaban su muerte como entretenimiento,
se divertían con el sufrimiento de esos pequeños seres. Por mi parte, en
Sudamérica, aquellos aldeanos morirían, no había la menor duda, pero
conmigo, al menos su muerte era rápida. No me divertía con su muerte, no
disfrutaba de las mujeres y las niñas mientras estas suplicaban morir. Para
mí, el matarlas era un acto de misericordia, porque sabía que, si no las
mataba yo, su destino sería peor. Regreso al bosque, a las llamas.

Aún no bajo el brazo, a pesar de que él dice que no viene a detenerme, aún
no veía una intención clara de que Carlo pudiese atacarme, pero con lo que
estaba pasando aquí y allá afuera con el grupo de Dua, planteaban muchas
incógnitas sobre la mesa y no quería arriesgarme. — Fuiste tú el de las
comunicaciones, ¿Cierto? Asiento. — Fue Sulami. Los labios de Carlo se
contraen. — ¿Y también fuiste responsable de lo que está pasando afuera?
Pregunta, con un tono mucho más serio. — No, ese es el grupo de Dua, solo
buscan demostrar que los humanos son igual de capaces que un cableado.
Respondo con velocidad, intentando que Carlo no pensara mal.— ¿Dua?
Mierda, sé lo que le pasó allá afuera, pero, nunca creí que llegaría a eso. Me
encojo de hombros, no tengo comentarios con respecto a mi amada. —
¿Sabes cómo está la cosa allá? Pregunto, interesado por saber que aún
estaba viva. — Solo sé que siguen peleando contra los guardias, pero que, si
siguen así, van a mandar a los chicos de afuera. Sonrío, el plan de Dua salía
a la perfección.

Carlo nota mi sonrisa, frunce el ceño. — Entonces tú sólo aprovechaste el


ataque de afuera. — Creo que ambos aprovechamos el ataque del otro, ella
hace lo que tiene que hacer y yo hago lo mío. Respondo, sin intentar
justificarme. Carlo mira hacia mi arma. — Entonces, vamos a hacer lo que
viniste a hacer, aunque aún no entiendo por qué perdías el tiempo con estos
tipos. — Porque ya no me queda mucho más por hacer en el bosque, no
tengo los recursos ni algún plan para salvarlo. Respondo, reconociendo que
yo no era suficiente para detener la naturaleza.

Durante toda mi vida, el único adversario al que nunca pude derrotar fue a
aquella bestia. Esa cosa que arrasó con una ciudad entera y que necesitó una
nuclear para morir. Quitando a ese monstruo, nunca existió un enemigo que
no pudiera derrotar, hasta hoy. El fuego, sin duda era un enemigo
formidable. Muy rápido, agresivo, sin compasión y sin un gramo de duda.
— Me falta equipo para esto. Carlo asiente, mira a su alrededor. —
Entonces deja de perder el tiempo, baja esa arma y escúchame. Bajo el arma
y espero que mi amigo continúe. ¿Cuánto del terreno has cubierto?
Pregunta, al tiempo que guardo la pistola. — Menos de medio kilómetro.
Respondo haciendo un cálculo rápido. — ¿Y a cuántos de estos tipos has
visto? — Seis: Gaff, Naka, Viggo y estos tres. Respondo, levanto mis
brazos. Deje vivir a Naka y a Viggo. Carlo sonríe. — No puedes soltar a tú
novio, ¿Cierto? Reconozco la broma y quiebro una sonrisa.

— Pase por tu zona, vi lo que estabas haciendo, no es un mal plan, pero


para lograrlo necesitarías cientos de granadas, yo propongo otra cosa. Lo
escucho, mirando de reojo las llamas. Esta parte ya se perdió, no vale la
pena luchar por ella, no tenemos los recursos, pero hay que intentar que el
fuego se quede aquí. Asiento. — Pero cómo, no tenemos las herramientas.
Carlo niega. — Con una explosión. Resoplo, lamentando que no fui lo
suficientemente capaz como para detener el incendio y ahora debíamos
recurrir a esto. Podemos colocar las granadas a lo largo de la línea de fuego
y una vez que completemos todo el borde, lo reventamos y listo, quedará un
enorme espacio entre las llamas y el bosque vivo. Suspiro. Para mi esa
nunca habría sido una opción, no me atrevía siquiera a golpear un árbol,
mucho menos reventarle toneladas de explosivos encima, pero no había otra
manera, debíamos hacer el sacrificio. — Estoy dentro. Respondo, aunque
no había necesidad de ello.

Observo la interminable línea de árboles en llamas, pienso en el plan. —


Pero tampoco tenemos tantas granadas. Replico, ya que yo solo tenía las
que había robado. — Cierto, pero las partes metálicas una vez que el
huésped ha muerto, son altamente explosivas, así que, podemos compensar
la falta de armamento con cuerpos. Asiento. Escucho pasos a la distancia.
— Yo me encargaré de poner las cargas, tú encárgate de traerme cuerpos y
granadas. Acepto el plan.

— Toma. Carlo levanta el brazo. Lo imito, este me entrega un auricular


antiguo. Es un comunicador cerrado, solo nos escucharemos tú y yo. Me
retiro el casco, este se contrae por un segundo. Meto el auricular en mi otra
oreja y el casco vuelve a mi cabeza. — No perdamos tiempo entonces.
Comento, intentando que el fuego no se extendiese más de lo que ya lo
había hecho. Carlo da un par de pasos, vuelvo a hablar. Entonces, ¿Todo
bien? Carlo gira el cuerpo, me observa. Se toma un segundo, resopla de
manera prolongada. — Puedo irme despidiendo de la mierda, pero, no
podía dejarte hacer esto solo, no después de lo que vimos anoche. Carlo
traga saliva y continúa. Sin duda si quería salir de aquí, ver el mundo,
disfrutar la vida, pero, la noche de anoche nos demostró que ya no hay nada
allá afuera y si tengo que morir peleando, qué mejor que hacerlo con mi
hermano. Vuelvo a sonreír por los comentarios. Por un segundo, abro la
boca, planeo regresarle las palabras de afecto. No lo hago. Cierro la boca y
me trago esos sentimientos. Ya no podía perder el tiempo.

El momento pasa, Carlo asiente la cabeza, como señal de que se pondrá en


acción. Él camina hacia donde estaban los cuerpos sin vida de nuestros
compañeros. Avanzo al otro lado, adentrándome más en el bosque, en las
llamas. Con el fin de que el resto de los guardabosques me escucharan,
vuelvo a sacar mi pistola. Tiro del gatillo una y otra vez, todo mientras
camino entre fuego, humo y polvo. Carlo habla. — Mierda, era Aliza.
Comenta, con la voz un tanto débil. — ¿Eras cercano a ella? Pregunto,
pues, Carlo era mucho más sociable que yo. Escucho resoplar a mi amigo.
— Digamos que teníamos una relación casual desde hace un par de meses.
Exhalo, pensando en lo que había pasado. — Pero ella tenía esposa, ¿No?
Pregunto, volviendo a disparar.

Vuelvo a escuchar pisadas por el bosque. No me inmuto. Busco que me


vean, que peleen contra mí. Sé que están buscando una posición de ventaja,
así que continúo moviéndome, usando el fuego como mi aliado. Carlo
vuelve a hablar. — Si, incluso escuché que por fin pudo hacer que su novia
se embarazara. No tenía ni idea. Al menos tendrá la pensión de su madre.
Añade Carlo, intentando no hacerme sentir mal. — Es más de lo que yo
tuve. Comento, al tiempo, que recuerdo aquellas noches donde la comida
escaseaba. — Eso sí, si tú tuvieras un hijo tendría una vida bastante
cómoda. Sonrío por los comentarios de mi amigo. Nunca me había
imaginado teniendo un hijo, no porque no quisiera formar una familia con
Dua, sino porque mi trabajo, desde mi punto de vista, no dejaba espacio
para ese tipo de debilidades. Si tuviera una familia, tendría alguien por
quien preocuparme además de mí y el bosque. Si muriera, alguien
lamentaría mi muerte y esa era una carga que no quería darle a nadie y
mucho menos a una edad corta.

Agudizo el oído, intento percibir cualquier pequeño ruido que sucediera en


la zona. No escucho nada. — ¿Por qué tenías este auricular? ¿Ya sabías del
ataque? — No, lo tengo desde la noche del apagón. Responde Carlo, con un
poco de estática en la voz. Recuerdo aquella noche. Todo el campus quedó
sin luz. La mayoría de los equipos electrónicos como drones, computadoras
y los sistemas de alarma fueron completamente inútiles aquella noche. Los
llevo desde ese día, mínimo para poder comunicarme contigo y con mi
técnico. Añade mi amigo.— Cierto, ¿Dónde está “Payman”? Carlo hace
vibrar sus labios, en señal de molestia. — El muy bastardo se fue al Guitón
desde temprano, supongo que no esperaba que tuviéramos un ataque doble.
Sonrío por los comentarios, sin dejar de buscar alguna señal de movimiento
repentina. La escucho.
CAPÍTULO XVI

Escucho el momento en que una rama truena por el peso de alguien. Volteo
el cuerpo hacia el sonido. Veo la silueta. Este me regresa la mirada. Sabe
que yo soy el traidor, ya no había necesidad de fingir o de intentar
convencerlo. Ya no los necesitaba de esa forma, no me servía que me
ayudasen, ya tenía toda la ayuda que necesitaba. Avanzo a él, acelerando el
paso. Este se mantiene estático, entre las sombras, aún no logro
reconocerlo. — Es calvo, debe medir más de 1.83 y tiene los hombros
caídos. Comenta Sulami, intentando reducir el número de posibilidades. —
Puede ser “Pineda” o “Clivio”. Comento, acercándome a la zona.

No logro reconocerlo, la violencia del fuego y el humo que este genera


cuando los árboles arden hace que me sea muy complicado saber quién era,
pero eso no importaba. Fuera quien fuera, moriría. Sin más, vuelvo a tomar
mi rifle. Este se activa y sin pensarlo demasiado alineó la mira con su
cuerpo. Esta nota el acto y comienza a correr rodeando los árboles. — Es
Clivio. Digo al aire, viendo su rostro delineado y sus hombros y cuello
metálico, a través de mi mira. Lo tengo a tiro, pero la voz de Sulami me
advierte. — A tus cuatro. Debido a que ya la había ignorado antes este día y
había sufrido las consecuencias, ahora la escucho. Tiro mi cuerpo hacia
atrás y ruedo por el suelo. Una delgada masa de piernas metálicas y torso
humano pasa frente a mí. — Sin duda es Clivio. Pienso, ya que este era el
único que tenía una esposa como guardabosques.
Me incorporo. Ella se detiene en seco. Me mira por un segundo, está
molesta. Sabe que ella sola no puede contra mí, pero tenía a su esposo
respaldándola. — Tengo a los esposos. Digo al aire, intentando que Carlo
me escuche. — Mierda, ¿Puedes con eso? Pregunta, con la voz agitada. No
soy capaz de responder. Antes de siquiera poder emitir palabra, “Anna”
Clivio se abalanza contra mí. El estilo de ella y de Naka era bastante
similar. Tenían movimientos rápidos con las piernas, atacaba con fuerza y
velocidad y huían de la zona antes de meterse en problemas, aprovechando
sus mejoras. Lo sabía, salvo que la diferencia con Naka era que Anna tenía
un esposo que cuidaba de ella. Anna intenta arrollarme, pero esta vez no
giro, ni siquiera me muevo. Direcciono mi rifle al suelo y disparo el mismo.
La bala sale con mucha fuerza, provocando que salga proyectada tierra y
rocas hacia el cielo.

Anna se detiene, se lleva las manos al rostro, intentando que no le entre


polvo a los ojos. Aprovecho el sobresalto y ahora cargo contra ella. Embisto
a Anna, a la altura del abdomen. Ella se dobla, sus pies dejan el suelo, cae
con fuerza contra el suelo. Nos mantenemos en el aire por un segundo. El
ruido de una turbina se hace presente. Anna se golpea la cabeza contra una
raíz. Se nota confundida, el impacto había sido significativo. Tomo mi rifle
con ambas manos y lo coloco sobre el cuello de Anna. Ella intenta frenarlo,
pero no puede, no tiene la fuerza. Dejo caer todo mi peso contra su cuello.
Ella se retuerce. Ya tiene los ojos rojos, al punto que parece que le
explotarán, pero algo me distrae, me obliga a ponerme en movimiento. Era
Clivio, este también usaba sus botas cohete. Escucho un ruido metálico, era
el martilleo de su arma. Ruedo por el suelo, dejando mi arma ahí. Activo
mis botas, llevando la pelea a los aires.

Este me observa, se nota molesto. Ambos eran muy sobreprotectores con el


otro, incluso, no dejaban que ninguno de nosotros nos acercáramos por
miedo a perderse mutuamente. — Si así eran con una simple charla, no
quiero ni pensar en cómo serán ahora. Pienso en mi cabeza, sacando, de
igual manera, mi arma. — Pagarás por eso. Comenta Clivio. Lo ignoro, no
es una amenaza que me asuste. Deambulo entre los árboles con fluidez. A
pesar del nulo entrenamiento que había tenido con las botas, la velocidad no
me asustaba. Conocida el bosque a velocidad altas, sabía cómo moverme
entre las copas de los árboles, solo que ahora lo hacía con turbinas en los
pies y no con saltos.

Clivio sigue disparando. — Rodea el árbol, chócalo y baja a nivel de suelo,


allá arriba te matarán. Dice Sulami, reconociendo que Clivio tenía mucha
más experiencia que yo en esto. Rodeo el árbol. Vuelvo a escuchar un ruido
metálico. Ahora provenía de las mejoras de Clivio. Este cambiaba sus
“brazos” para que ahora tomaran la forma de armas más grandes. Avanzo,
lo tengo cerca. Algo me toma de los pies. Estos se juntan con fuerza,
haciéndome imposible seguir volando. Anna tira con fuerza. Esta me había
lanzado un cable magnético, atando mis pies y haciendo que no pudiera
controlar el vuelo. Caigo al suelo, de poco más de tres metros.

Resiento el impacto. Intento incorporarme con velocidad, pero no puedo.


No tenía aire en los pulmones. Intento jalarlo, pero no lo logro, siento que
me ahogo. Escucho risas al fondo y las palabras de aliento de Sulami.
Finalmente logro inhalar. Exhalo con desesperación. Me siento sobre el
suelo, llevo las manos a mi bota, tomo el cuchillo y veo a Anna activando
su panel. Sé lo que me espera. Mi cuerpo se tensa de manera súbita. Mis
manos se contraen y mi barbilla se acerca a mi pecho. Estaba recibiendo
una descarga eléctrica. Aprieto los dientes, intentando resistirla; no es la
primera vez que me electrocutan. Aprieto las manos y las direcciono al
cable, aún con el cuchillo.

Anna me mira a distancia, sé que está disfrutando esto. Veo a Clivio


desactivando sus botas, aún con el metal en forma de arma. Grito de dolor,
utilizo toda mi fuerza para poder cortar el cable. El filo lo toca. — ¿Estás
bien, chico? Pregunta Carlo, escuchando mis gritos. No puedo responder, la
mandíbula no me responde. Clivio levanta el brazo. Comienza a disparar.
Siento el primer contacto, justo en el pecho. El impacto me tira al suelo,
justo lo que quería. Gracias a eso, con la fuerza que yo imprimía y la de la
bala, fui capaz de cortar el cable. Veo humo saliendo de mi traje. Siento el
cuerpo completamente tenso. El más mínimo movimiento de algún músculo
es puro sufrimiento. Muevo todo el cuerpo, no puedo quedarme ahí.

Me levanto, siento otro disparo, justo en el estómago. El traje lo resiste. Mi


cuerpo se dobla un par de centímetros. Activo las botas, busco tener altura.
Clivio me sigue. Miro al suelo, Anna saca su rifle automático. Comienza la
ráfaga. Ninguna de las balas logra golpearme, pero me siguen de cerca.
Escucho el silbido de las mismas o el momento en que estas chocan contra
el tronco de algún árbol. Bajo el pecho, intento volar bajo. Caigo en picada,
me direcciono hacia Anna. Veo su cañón de frente. Vuelve a disparar. Las
balas me golpean con fuerza en el casco y las hombreras. Mi casco se
agrieta. Veo la fisura del vidrio, pero no me detengo. Sigo adelante. Golpeo
con el hombro a Anna.

Ambos nos enterramos en el suelo. Anna recibió el impacto de lleno, en la


espalda y el estómago. — ¡Anna! Grita su esposo a la distancia. Tengo
poco tiempo, así que lo aprovecho. Doy un rápido vistazo a mi alrededor,
busco una herramienta. La encuentro. Tomo una roca que estaba justo a un
lado de nosotros. Anna me observa, con evidente miedo en los ojos. No
pierdo el tiempo. Bajo la mano con velocidad, golpeándole el rostro con el
objeto. El golpe es contundente. El rostro de Anna se deforma al contacto,
pero aún sigue consciente. Quiero dar un segundo golpe, pero sé que ya no
tengo tiempo. Escucho las pisadas a mi espalda. El aire se corta. Giro hacia
mi derecha. Clivio se sigue de largo. Él había lanzado un golpe de martillo.
El puño impacta directamente en el rostro de su amada.

El puño le atravesó completamente el rostro a Anna. Su cráneo se partió en


pedazos. Resto de hueso, cerebro, sangre y mucosidad quedaron tendidos
entre la tierra. Clivio se queda estático por un segundo. Observa el cuerpo
sin vida de su esposa. Está en shock. No puede creer lo que acaba de pasar.
Me mantengo en cuclillas, me lamento. No quería que las cosas fueran así,
pero no había otra alternativa. Me incorporo. Clivio sigue igual, ni siquiera
ha movido el puño, este continúa enterrado entre los sesos.

— Lo lamento. Digo, con un hilo de voz. En verdad quisiera que las cosas
hubieran sido de otra forma, pero tú lo sabes, el bosque significa todo para
mí y no puedo no hacer nada. Completo, aunque comprendo que mis
palabras no le darán ningún confort. El corazón de Clivio está lleno de odio,
a punto de explotar contra mí, me preparo. Estiro mi brazo izquierdo. Clivio
no responde. Vuelvo a hablar. No te preocupes, galán, irás detrás de ellas.
Clivio mueve un par de centímetros la cabeza. Escuchó eso último. Este
suelta una larga respiración, sin quitarle los ojos al cuerpo de su esposa. —
No, no lo haré. Responde entre lágrimas. Clivio se levanta. Activo el
lanzallamas.

Una gran llamarada sale de mi muñeca. Clivio la recibe de lleno. Este grita
de desesperación. Tanto sus piernas, como su rostro y cuello arden sin que
él pueda hacer nada. Este se lleva las manos al rostro, mientras corre en
todas direcciones, intentando que estas se apaguen de manera milagrosa.
Miro la escena por un momento más, llevo mi mano a la funda de mi arma.
Alineó la mira con su rostro, el cual, comienza a deformarse por las llamas.
Disparo. La bala entra sin ningún tipo de inconveniente. Clivio cae. Se
mantiene el silencio. Resoplo. Su cuerpo continúa quemándose, pero este ya
no sufre.

No veo esto como una victoria, cada uno de estos hombres y mujeres que
caían, eran alguien que en algún momento cumplió un propósito más
grande que ellos mismos. Todos habían sufrido y luchado igual que yo, pero
ahora nuestros intereses no eran los mismos y a pesar de que sabía que lo
que yo hacía era lo correcto, el verlos caer, por mi propia mano, era difícil;
porque todos tenían planes, gente que los quería y los esperaba con ansias.
La muestra perfecta de esto era ellos dos. Cada uno se preocupaba por el
bienestar del otro y ambos eran su mayor prioridad. No el bosque, no la
causa, su relación. — Si yo no mataba a Clivio, estoy seguro que él mismo
lo haría, por lo que le había hecho a Anna. Pienso, recordando que no hubo
un solo instante, en los tres años que llevaban aquí, en que no los viera
juntos. Resoplo. Escucho algunos pasos. Algo llama mi atención.
CAPÍTULO XVII

Algo corta el aire. Era una bala. Me desplomo hacia el suelo, intento evitar
el proyectil. Lo hago. La bala pasa justo sobre mí, para después estrellarse
en uno de los grandes cedros del bosque. Me levanto, doy un rápido vistazo,
veo una figura corriendo hacia mí. Lo reconozco. Era “Aaron Dent”. Veo la
mitad de su rostro, con un gesto agresivo y la otra mitad cubierta de metal
que intenta imitar las facciones que este tenía antes de la explosión. Tanto
su hombro derecho como parte de su cuello y brazo también eran metálicos.
Este avanza, me olvido de todo y ruedo por el suelo. Debo pensar en el
bosque, no en nosotros. Mi rifle está a un par de metros. Tomo el rifle y lo
apunto hacia él. Este hace lo propio con el suyo. El mío suelta un solo
disparo. Veloz, con mucha potencia, con capacidad de hacerlo volar en mil
pedazos. Él dispara en repetidas ocasiones. Múltiples balas salen de la
recámara. Me veo forzado a moverme.

Aarón no se mueve. Este se planta en el suelo y activa su escudo


holográfico. Mi bala se divide en mil pedazos, generando una pequeña
explosión. Aarón resiste el impacto. Sulami vuelve a hablar. — ¡A tus
nueve! Grita, pero ya es tarde. Soy embestido por un objeto grande. Ruedo
por el suelo. Me molesto con mi amiga. En las noches, no había un solo
objetivo que pasara de largo por su vista. Nada lograba tocarme sin que yo
así lo quisiera, pero hoy había recibido ya varios golpes, que podrían haber
sido letales por su falta de concentración. — ¡¿Podrías poner atención?!
Pregunto mirando el torso metálico. Era Rosa.

Me quedo agazapado en el suelo mientras Sulami replica. — Hay mucho


humo y fuego, no puedo ver bien. Responde, intentando justificarse. La
ignoro. Intercambio miradas. — Es Rosa. Comento al aire, para que mis dos
amigos escuchen. Carlo responde. — ¿Necesitas ayuda? Su voz lo lamenta.
— No, solo ven a mi posición, llévate los cuerpos, yo alejaré la pelea. Rosa
mira alrededor. Sus ojos se enfocan en los cuerpos de Clivio y Anna.
Suspira. Lo siento. Digo. Rosa solo asiente con la cabeza y me mira con
ojos tristes. Aarón vuelve a disparar. Aprieto los labios y activo las botas.

Me elevo por los aires. Rosa saca su pistola, comienza a dispararme. Logra
darme un par de tiros, ninguno es capaz de penetrar mi blindaje. — ¿Cuál
es la integridad de mi armadura? Pregunto, ya que ni las placas ni el traje
eran nuevos. — Aún está al 59%. Responde Sulami. Vuelo hacia adelante,
intentando que me sigan. Volteo el cuerpo en el aire, aún avanzando a la
dirección que quería. Ahora los tengo de frente. Comienzo a disparar. La
potencia de mi rifle es tanta que incluso siento pequeños empujones en el
aire. Rosa se pone a cubierto, se toma un segundo y continúa avanzando,
mientras que Aarón solo recibe el impacto con el escudo.

— Marca la ubicación de los cuerpos en el mapa de Carlo. Ordeno a


Sulami, con el fin de no perder tiempo. Sulami no responde y continúo
enfocado en la lucha. No quería matar a Rosa. Le había salvado la vida a
Carlo hace un par de días y hace unas horas habíamos bebido juntos, nos
habíamos contado nuestros sueños y temores. Dudo sobre seguir con esto,
por un segundo, hasta que Sulami habla. — Ya están mandando a los
guardabosques. Su voz es seria, conoce el reto que ahora debe enfrentar
Dua. Resoplo. Debo seguir con el plan. El dejar más guardabosques vivos
era más riesgo para ella y su causa. Mi rostro se contrae. Vuelvo a caer en
picada. Me direcciono hacia Aarón. Este eleva la muñeca. Activa su propio
lanzallamas.

La llamarada se acerca a mí con velocidad. No puedo esquivarla. El fuego


me golpea de lleno. De un instante a otro siento un calor muy intenso,
mucho más que el que ya sentía por el incendio. Me llevo las manos al
rostro, caigo al suelo. — ¡Allan! Grita Sulami, al ver lo que había pasado.
Todo mi traje estaba en fuego. No me desespero, sabía que este podía
aguantar grandes temperaturas sin que yo llegase a tener una mínima
quemadura, pero debo actuar rápido. Me levanto, el fuego no me deja
concentrarme, no puedo pensar con claridad. Recibo un golpe directo en el
casco. Había sido con el brazo metálico. Mi cuello latiguea, mientras vuelo
por los aires. La fractura de mi casco se hace más grande.

Vuelvo a caer al suelo. Siento mucho dolor en la cabeza y la nariz. —


¿Alguna herida? Pregunto, mientras el calor comienza a ser más intenso. —
No, pero las llamas están consumiendo parte del aislante, necesitas
apagarlas. Comenta Sulami, muy acelerada. Pongo las manos en el piso y
me incorporo de un salto. — Márcale a Carlo la línea de fuego que debe
seguir. Comento, ignorando lo que me pasaba a mí, pues, él era el que
estaba haciendo lo realmente importante. Cierro los puños, me pongo en
guardia. Los escucho venir, sé que están cerca, pero las llamas no me dejan
ver con claridad. La tierra vibra de manera momentánea, suelto el primer
golpe. Da en el blanco. Aarón no logra detenerlo, este lo saca de balance.
Continúo atacando un par de veces más. Necesito otra estrategia, no mataría
a un guardabosques como Aarón con simples golpes.

Este contraataca. Contraigo el cuerpo, evitando el golpe. El que solo tuviera


un brazo metálico lo hacía predecible. No tenía muchas opciones realmente
letales con la otra mano. Con el cuerpo contraído, llevo las manos a mi
bota. Saco el cuchillo de la misma y subo. Con el impulso del movimiento
acerco el cuchillo al guardabosques. El cuchillo se desliza por parte del
pecho y hombro del metálico. Este se lleva la mano al lugar. El cuchillo
había logrado penetrar el traje. Al igual que la mayoría de los cableados,
Aarón no llevaba el blindaje completo. Aprovecho la distracción. Tomo el
cuchillo con firmeza y lo entierro en su cuello. Su cabeza se dobla del dolor.
Saco el cuchillo, empujándolo hacia atrás, cortando gran parte del cuello
hasta la nuca. La sangre comienza a salir a borbotones. Aarón se desploma.
— Contacto a la izquierda.

Doy un par de saltos hacia atrás, intentando ganar ventaja. No logro ver
bien, las llamas son más grandes, mi rango de visión es mucho menor. —
Múltiples contactos. Dice Sulami. — Mierda. Murmuro, pues, el combate
con mis similares ya se había alargado demasiado y llevaba mucho tiempo
en, prácticamente, la misma posición. — ¿Cuántos? Pregunto,
distinguiendo la sombra de alguien. — Dos más. La persona frente a mí era
un hombre con una computadora craneal. Me abalanzo contra él. Siento un
golpe en la parte baja de mi espalda. Es un golpe contundente, pero nada
que no pueda soportar. — No es de un metálico. Pienso, reconociendo que
no era Rosa.

Rosa era una mujer lista. No me atacaba de manera directa, ya había visto
lo que había hecho con el resto de los nuestros. Siento su mirada sobre mí,
sé apuntándome con su arma, espera el momento justo de atacar. Continúo
moviéndome, de manera exagerada, con el fin de que su mira no encuentre
mi cabeza. Volteo el cuerpo. Mi otro adversario también era un cableado,
solo que este tenía los tímpanos mejorados. No es Morgan o Keane.
Suspiro, no quería enfrentarme con ninguno de ellos. Veo que su silueta es
delgada, así que lo tomo de los hombros con fuerza y lo arrojo contra uno
de los árboles. El tipo vuela por los aires y choca de espaldas contra un
tronco chamuscado. Escucho el momento en que su espalda se rompe. El
aire se corta.

Es Rosa. Me tiro al suelo, aún en llamas. En mi casco aparece una


advertencia: “Peligro inminente de quemadura”, con letras rojas. Comienzo
a sentir ardor en varias partes de mi cuerpo: el cuello, los brazos y la
espalda. Ya tenía poco tiempo, debía apagar el fuego; no sabía lo que
pasaba a mi alrededor, necesitaba ver para poder derrotar a Rosa. Llevo las
manos a mi cinturón. Tomo una de las granadas y la arrojo a mis pies.
Cierro los ojos. La granada se activa, generando un gran estruendo. Caigo al
suelo. Litros de agua y gelatina salen disparados a todas direcciones. El
fuego en mi traje y alrededor se apaga. Estoy aturdido, un pequeño zumbido
se mantiene, haciendo que escuche todo a mi alrededor como pequeños
ruidos sordos.
Escucho los quejidos de Rosa. También resintió el impacto de la granada de
agua. Intento levantarme, pero no lo logro, estoy muy desorientado para
lograrlo. Pongo mis manos en el piso, miro mi cuerpo, comprobando que
aún estaba bien. Veo humo saliendo de mi traje. Siento ardor en todo el
cuerpo. Me muevo, apoyo las manos en el suelo. El traje ya se había pegado
en pequeñas zonas a mi piel. Ignoro el dolor, no es momento para eso.
Observo mi cercanía. Frente a mí está el hombre con la computadora
craneal. Siento las piernas cansadas. El combate ha tomado demasiado de
mí. Me arrastro por un par de metros, antes de levantarme, tambaleante.
Este aún se encuentra en el piso. Doy una larga respiración. Mi pierna se
levanta y con velocidad cae hacia abajo, pisando la cabeza del cableado. La
computadora comienza a sacar chispas. El cuerpo del guardabosques se
tensa. Doy un segundo pisotón, escuchando el momento en que rompió su
cráneo.

Inhalo y exhalo con cansancio. Ya no puedo seguir. — Dime que ya


acabamos. — Ya casi, voy a tu posición. Rosa gruñe, también se encuentra
de pie. Está molesta. Tiene mi cuchillo en las manos. — Sabes que es lo
correcto. Comento, con la voz temblorosa. Rosa asiente. — Lo sé, pero no
puedo dejarte ir, no después de esto, no después de que le jodiste la vida a
tanta gente. Sus ojos se humedecen. Las lágrimas recorren la comisura de
las mejillas. — No te conviertas en uno más. Suplico, recordando la charla
que tuvimos ayer. Ella me observa, ve que estoy cansado, que mi postura no
muestra la fortaleza de los días anteriores. Se arriesga. Suelta el primer
golpe.
La velocidad de Rosa me obliga a retroceder. Sus golpes son agresivos,
rápidos y precisos. Estoy consciente de que cualquiera de sus ataques es
letal, así que solo me defiendo. Camino hacia atrás, aplicando defensas de
cintura, vasculares u orientando los golpes lejos de mí. Solo veo la estela
que los golpes dejan cada que ella saca uno. Comienzo a cansarme, no soy
lo suficientemente rápido, sé que me ganará por resistencia. Los cableados
no se cansan, no sienten el ardor en sus músculos o pierden fuerza, yo sí.
Rosa no se detiene, continúa avanzando, decidida a no perder. Veo
confianza en sus ojos, incluso un poco de soberbia. Aquí está mi
oportunidad. Un golpe recto, con el cuchillo en la mano. Lo esquivo,
direcciono el codo. El brazo se sigue de largo. Con la propia inercia y
velocidad, el codo se dobla, en dirección a ella. El cuchillo entra limpio en
el cuello de mi amiga.

Los ataques se detienen. Abre sus ojos. Sabe que todo terminó. Se mantiene
estática por un instante antes de desplomarse. La sostengo. El peso me
vence y ambos caemos al suelo. La miro a los ojos, está pensando en su
pareja, en la casa que nunca conoció, en sus perros, en la vida que se
imaginó fuera de este campus. Lágrimas recorren su rostro. — Lo siento.
Lloro, con total sinceridad; sabía que ella amaba el bosque tanto como yo,
pero al igual que todos, simplemente estaba cansada. Quería una vida más
allá de la muerte, las balas y la madera. Se la arrebate. Le quito el cuchillo
del cuello.

Sangre muy oscura comienza a salir. Está sufriendo. Le beso la frente, la


reconozco como una igual. — Te veo luego, amiga. Comento, con la voz
quebrada. Ella me observa, sus ojos se están cerrando. Me quedo con ella.
No quiero que se vaya sola. Tomo su mano aceitosa, la acarició, como si
pudiera sentir algo. La sostengo por un par de segundos más, hasta que sus
ojos pierden ese brillo. Se ha ido. La sangre continúa saliendo, pero ella ha
perdido el conocimiento. Morirá sin sufrir más de lo necesario. Me
incorporo, pero me quedo hincado junto a su cuerpo. Bajo la cabeza, en
señal de respeto. Escucho pisadas rápidas a mi espalda. No reacciono. No
me importa quién sea.
CAPÍTULO XVIII

— ¿Chico? Su voz me es familiar. Era Carlo. Sabe lo que estoy pensando,


lo que pasa por mi mente. No había otra manera. Dice al aire, intentando
darme confort. No me inmuto. Continúo mirando el rostro de Rosa. Su
expresión es de tristeza. Ya puse los cuerpos a lo largo de todo el ruedo,
debemos actuar rápido, sino esto no tendrá sentido. Añade, intentando que
reaccione. Lo hago. — ¿Alguna vez lo tuvo? ¿Esto realmente valdrá la
pena? Pregunto, volteando el cuerpo hacia mi amigo. Este me observa. Ve
la sangre, las quemaduras, los disparos y los golpes en mi traje. Este
murmura una blasfema. — El precio por hacer lo correcto y no hacer nada
es el mismo, lo único que importa es cuál estamos dispuestos a pagar, ¿El
precio de la culpa o el precio de la frustración? Comenta, consciente de la
carga que había llevado por años al no haber sido capaz de detener nada.

Me incorporo, respiro de manera muy profunda. — Si, pero, ¿Realmente


podremos detener esto? Pregunto, mirando a mi alrededor. El decano tiro
tres líneas de fuego, aquí solo estamos bloqueando una. Añado,
reconociendo que esto, todas las muertes y el sufrimiento propio y el de mis
similares, tal vez no tenía ningún sentido. — Sí podremos. Carlos se acerca
al cuerpo de Rosa y lo levanta, sin ningún tipo de problema. Su hombro
metálico ya está cubierto de sangre por la cantidad de cuerpo que ha
recogido. Antes de encontrarme contigo vi a Morgan, él estaba en la tercera
fila y decía que los árboles no están ardiendo bien, que había demasiada
separación entre ellos como para generar un incendio. Lo pienso, esto tenía
sentido. Los árboles de la frontera siempre habían sido los más expuestos a
los ataques y en todos estos años, si habíamos perdido bastantes, por lo que
el bosque en esa zona era un poco menos frondoso. Caminamos entre las
llamas.

Regreso por mis pasos, busco el cuerpo de los dos metálicos que asesine. —
Si, pero ¿Qué hay de la primera fila? Pregunta, pues, esa fila podía
expandirse lo suficientemente como para quemar también esta parte del
bosque. Carlo resopla. — Por ahora solo concentrémonos en controlar esta.
Comenta, pensando en que este esfuerzo, tal vez, haya sido innecesario. Veo
el cuerpo del primero. Continúan saliendo chispas de la computadora. Me
acerco a él y lo levanto, sin inmutarme. — Lo que no entiendo, es por qué
no destruir todo el bosque. Gruño, apretando un poco la voz. Carlo me
observa y continúo hablando. El decano podía mandar este bosque al
maldito quinto infierno, ¿Por qué limitarse a solo tres líneas de fuego? Veo
el segundo cuerpo.

Camino hacia él. Carlo responde. — No lo sé, tal vez solo fue un blofeo.
Tiro el cuerpo del metálico junto al otro. Los acomodo y de un movimiento,
levanta a ambos, poniendo uno en cada hombro. Veo la impresión en los
ojos de Carlo. Camino con dificultad, pero continúo. Tal vez solo fue un
intento por quitarse de encima Wood de una vez por todas, ver qué hacía el
bastardo y así poder acabar con ellos, Asiento con la cabeza, sintiendo
presión en ambos lados del cuello. — La verdad no sé por qué nunca
atacamos directamente a Wood, hubiera sido más fácil. Digo al aire, con la
voz agitada. Carlo se encoge de hombros. Regreso mi vista al bosque, me
pierdo entre las llamas. Mi mente se aleja de aquí, recuerdo a Dua.

Pienso en lo que está pasando allá, lo que está sintiendo ella. Tal vez esté
viendo a sus amigos morir, tal vez la propia sombra y reputación de los
guardabosques sea suficiente como para asustar a la mayoría de su grupo.
— ¿Qué ves allá? Pregunto a Sulami, mientras continúo caminando, ya
sintiendo cansada la espalda y los hombros. Sulami tarda en responder,
escucho sus pisadas moviéndose en su apartamento. — Los veo, algunos se
han subido a los edificios, otros están a nivel de suelo, pero aún no logran
entrar a la plaza, parece que el grupo se está defendiendo bien. Comenta,
con algunos sonidos de bala al fondo. Suspiro de alegría, Carlo lo nota, pero
solo me observa.

— ¿Tú le diste las armas? Pregunta, mirándome entre los cuerpos. Asiento.
— Si, de hecho, sino fuera por eso, ya habríamos terminado aquí. Digo al
aire, recordando que mi casa estaba solo a un par de kilómetros de nuestra
posición. Pero Dua necesitaba las armas, se iba a enfrentar a lo mejor de lo
mejor, necesitaba todo lo que pudiera ayudarla. Añado, pensando en lo que
todas esas granadas y lanzacohetes hubieran hecho por nosotros hoy. Carlo
solo resopla. Sulami habla. — Pero no hubieras podido ir por ellas, galán, tú
casa está en el campus, a muchos más kilómetros. Carlo sonríe y lo
recuerdo. Dejo de pensar en las armas y en lo que podría haber hecho con
ellas y comienzo a agradecer que Dua las tuviera con ella. — De alguna
forma, son partes de mí que pelean a su lado. Pienso, imaginándome
luchando junto a ella. Carlo se detiene y mira el cuerpo de Aarón. — Este
chico estuvo en las misiones donde llevaban pipas de agua a las zonas
residenciales, ¿Cierto? Pregunta Carlo, cargándolo sin problemas.

Acelero el paso, pensando en Dua. La escena de mi dando la vida por mi


amada era algo que me motivaba a seguir con esto y terminar de una buena
vez con todo. Carlo nota el cambio de velocidad. Trota un par de metros
para igualar mi marcha. Este vuelve a hablar. — ¿Si recuerdas esa
estupidez? Pregunta, refiriéndose a cómo los millonarios pagaban
cantidades ridículas de dinero por agua. — Si, no sabía que este tipo había
estado ahí, si fue así, fue uno de los pocos que sobrevivió a eso. Como era
de esperarse, en una época donde el agua escaseaba y la población
aumentaba, el transportar pipas era algo muy peligroso, por lo que los
millonarios contrataban todo tipo de soldados y policías para que los
cubriesen. — Pero la desesperación de la gente podía más que ellos. Pienso,
recordándome en mi mente la imagen de las pipas volcadas, con los policías
muertos alrededor y con las personas lamiendo el suelo, intentando saciar
su sed.

Seguimos avanzando. — Pues, una lástima que haya caído después de que
las cosas se…— ¿Cuánto de la zona nos falta por cubrir? Pregunto,
cambiando el tema. No quería escuchar más sobre las hazañas que había
hecho alguien que acababa de asesinar. Mi voz está agitada y algo
acelerada. Carlo lo sabe, este mira al cielo, recordando. — Los chicos
tenían muchas granadas, debo haber cubierto cerca de cuatro kilómetros,
pero con estos cuerpos, creo que ya podemos terminar. Comenta. Ambos
continuamos caminando de regreso, veo el cuerpo de la pareja.
Anna y Clivio continuaban tendidos en el suelo. La sangre de Anna aún
sigue fresca. Volteo el rostro, no encuentro ningún placer en ver a mis
similares de esa forma, ya no. Carlo los ve y se sorprende. — A la mierda,
sabía que los matarías, pero no pensé que lo harías así. Sonrío de manera
fugaz. — No fui yo, el idiota de Clivio se aceleró y él mismo le aplastó la
cabeza a su amada. Carlo resopla, mirando el cuerpo carbonizado. — Pobre
bastardo, al menos se fueron juntos. Lo acepto. Carlo tira ambos de los
cuerpos que iba cargando. Los apila, uno encima del otro y los levanta,
todos en el mismo hombro. — Mierda, esto no lo hubiéramos podido hacer
antes. Comento, pensando en la cantidad de kilos que cargaba mi amigo sin
ningún tipo de esfuerzo. Carlo ríe. Continuamos caminando.

Logro ver el final del fuego. Este ha avanzado. La mancha de sangre y los
cuerpos sin vida de los animales ya estaba cubierta por las llamas. Continúo
caminando, las piernas ya me pesan, los pies me duelen y las pantorrillas
me queman, pero continúo, no puedo dejarme vencer, no por algo tan tonto
con el cansancio. Camino por el charco de sangre, me lamento la muerte de
aquellos animales. Lamento la muerte de su hábitat, de su entorno, pero
avanzo, sintiendo la tierra húmeda bajo mis botas. El lamentarme no
ayudaba en nada, necesito terminar esto.

Salgo del fuego. De golpe siento el cambio de temperatura. El aire se siente


mucho menos pesado. — Los puse a unos veinte metros más,
necesitábamos un colchón. Comenta Carlo. Continúo, sintiendo mucho
dolor en los hombros. Avanzamos y puedo ver el primer cuerpo. Está
oculto, solo podías verlo si te tropezabas con él o lo estabas buscando. Era
el cuerpo de István, este era cubierto por hojas, ramas e incluso algunas
piedras. Eso es lo que tienes que hacer. Carlo se refiere a la forma de
ocultarnos y a la distancia que había entre los cuerpos.

Carlo señala a la izquierda, en medio del bosque. — Puse las granadas cada
40 metros, la explosión será en cadena, con suerte podremos activar esto
antes de que el fuego alcance esta línea, si lo hace, habremos perdido todo.
Lo acepto, tambaleándome un poco. Carlo continúa hablando. Para
apresurarnos, debemos dividirnos, tu ve a la derecha, sigue la línea que
marcó Sulami y yo iré a la izquierda. Lo acepto, llevando mi vista a la zona.
Debemos terminar lo antes posible, ¿Crees poder? Pregunta, mirando el
esfuerzo que estaba haciendo por el simple hecho de cargar estos cuerpos.
Enderezco la espalda, busco proyectar fortaleza. — Considéralo hecho.
Comento, poniéndome en marcha.
CAPÍTULO XIX

Escucho a Carlo abrir la boca, con el objetivo de decir algo. No lo hace, se


guarda el comentario, al ver que continúo caminando. Apenas y puedo
soportar el peso, pero no puedo permitir que me dejen a un lado; sabía que
con mejoras físicas esto sería un trabajo sencillo. El cargar 80 kilos por lado
no sería ningún problema, pero ya no sería yo. Siempre supe las ventajas
que ofrecían esas “mejoras”, siempre supe las carencias que tenía en este
trabajo, pero decidía ignorarlas. Para mí el deformar mi cuerpo al punto de
hombres como Roy o Morgan no valía la pena. Había visto lo que estas
cosas les hacían a las personas como yo, a los mejores. La mayoría de los
que optaban por ponerse esto, se hacían arrogantes, flojos e indisciplinados.
Un lujo que yo no podía permitirme, ni quería hacerlo.

Continúo caminando. Sin duda estaba sufriendo, cuento cuarenta metros y


tiro los cuerpos. Grito de cansancio. Agito los brazos, intentando que la
sangre volviera a fluir de manera correcta y estos se destensaran un poco.
Miro ambos cuerpos. Metálicos, sin vida, confiados en los que estas
mejoras podían darles. Me hinco, sintiendo contraídos los músculos. Reviso
el cinturón y el chaleco de ambos. Cada uno tenía cinco granadas. Le digo
esta información a mi amigo. — Está perfecto, yo estoy a unos kilómetros
de mi zona. Asiento y este continúa. Asegúrate de que nadie los vea y
programa las granadas a tu panel y ponlas en máxima potencia. Coloco las
granadas en mi cinturón y chaleco, al tiempo que Carlo termina de hablar.
Tiro la primera granada.

El objeto se entierra en el suelo. Toco mi panel y vinculo la granada con el


mismo. La pantalla se despliega por el aire, mostrando las opciones de
fuego, fragmentación o explosividad. Lo aumentó todo. La granada hace
sonar una alarma momentánea. La observo, puede verse a simple vista. Con
el pie, comienzo a empujar tierra hacia la misma. No demasiada, pues, tenía
miedo de que esto le impidiese explotar de la forma en la que
necesitábamos. Tomo ambos cuerpos. Tiro de sus chalecos. Aprieto la
mandíbula al momento en que hago el movimiento hacia arriba. Ambos
cuerpos caen en mis hombros. Mis rodillas se doblan por un segundo. Me
enderezo. Continúo avanzando.

— Sulami, márcame la ruta en el casco, no quiero perder tiempo. Gruño,


apretando los dientes. Sulami lo nota, pero no comenta nada, sabe por qué
lo hago. Tal vez era una estupidez. Carlo, Sulami y yo lo sabíamos, pero
debía hacerlo. En mi casco se despliega una visión área del bosque. Debido
a las grietas, el mapa vibra frente a mis ojos. En el mapa se veía una línea
amarilla, la cual, marcaba cada lugar donde debía poner a los mejorados o
sus granadas. Lo acepto y continúo, sintiendo acalambradas las manos y
calientes los hombros. — Vamos, el siguiente punto no está lejos. Pienso,
dando pasos pesados.

Miro al cielo, en busca de fortaleza. Camino por algunos segundos más.


Veo que me acerco a la zona. Bajo la mirada y veo la luz del Sol colándose
entre las hojas de los árboles. Una estela de luz apunta directamente a
donde tenía que dejar el objeto. Bajo a uno de los mejorados. Este cae en
seco. Respiro de manera agresiva, lo dejo ahí. Siento coraje de no poder
hacer lo que cualquiera de estos tipos haría sin siquiera despeinarse. Por un
segundo lo imagino. Veo en mi cabeza las posibilidades que podían
ofrecerme aquellos brazos de metal. En mi mente revivo las luchas que tuve
en este lugar. Miro en todas direcciones, cada metro de este bosque tenía
una historia que había sido contada con sudor y sangre, pero en mi mente la
veo de otra forma.

No había cansancio. Podía luchar por horas, correr sin siquiera soltar una
gota de sudor. Podía hacerlo todo, pero no sería yo, solo sería una imitación
barata de mí, no honraría a aquellos hombres y mujeres de verdad. Aquellos
que no necesitan más que sus músculos y convicción para realizar el
trabajo, aquellos que me inspiraron a ser quien soy. — Estoy seguro que
Foolhardy nunca pensó en estas idioteces. Digo al aire, recuperando el
aliento. Escucho a Sulami carraspear, sé que me escuchó, pero no me
molesta, este tipo de estrés nos hacía flaquear a todos, incluso a los mejores.
— Como a Carlo. Pienso, mirando en mi mente ese brazo de metal
reluciente. Me dispongo a avanzar. De coraje, doy una pequeña patada a los
restos del cableado y continúo con mi camino.

Ya mucho más ligero, puedo moverme con mayor rapidez. — Justo lo que
necesito. Pienso y mi boca habla. — ¿Cómo va el combate por allá?
Pregunto, esquivando unas pequeñas raíces salidas. — Nada para nadie,
parece qué hay traidores en nuestras filas. Comenta y pienso en qué otros
podrían haber entrado a la causa, además de Ant, Tillbrook y el otro novato;
“Nicolás Laris”. — ¿A quiénes puedes ver? Pregunto, mirando hacia mi
derecha. El fuego parecía acercarse con rapidez. — Debe haber aumentado
el calor allá afuera, provocando que el fuego arda con mayor velocidad.
Digo en mi mente. Sulami habla. — La mayoría están a cubierto, no logro
ver a nadie con claridad, pero sin duda no están ni Morgan ni Roy aquí
dentro. Lo celebro y continúo, mirando de reojo las llamas.

El fuego continúa moviéndose por todo el bosque, arrasando con cualquier


cosa que se encuentre a su paso. Llego al siguiente punto. Sin perder el
tiempo, dejó caer la granada y la conectó a mi panel. Suena la alarma
momentánea. — ¿Cómo vas, Carlo? Pregunto notando lo callado que
estaba mi amigo. Este no responde. Repito mi pregunta, con la voz un tanto
más serio. No escucho nada. — ¿Será la distancia? Pregunto, pero Sulami
niega. — Esas cosas tienen mucho alcance. Responde, con la voz un tanto
dudosa. Respiro de manera acelerada, acomodo el cuerpo del cableado en
mi hombro y continúo avanzando.

El bosque se extiende frente a mis ojos. Su tamaño es inmenso, a cualquier


dirección que voltease, este parecía ser infinito. No había nada más que
naturaleza, nada, ningún vestigio de civilización por ningún lado. Mis pies
continúan su marcha, cada vez más pesados, pero estos no se detienen. Por
un segundo, medito sobre todo esto: sobre la quema, sobre el supuesto plan
del decano, sobre Dua y sobre las decisiones que había tomado aquí. Para
mí ya todo había terminado, no vería el desenlace de todo esto. O moría
aquí dentro, en este intento desesperado por rescatar la poca naturaleza que
aún conservaba esta roca o en el momento que esto terminara, me
arrestarían y juzgarían de traidor, por todos los crímenes que había
cometido. — Sea como sea, no saldría de aquí. Pienso, mirando el borroso
mapa dentro de mi casco.

Tiro la siguiente granada. Repito el proceso con el panel, empujó un poco


de tierra y hojas secas sobre el objeto y continúo. — Ahí va otra. Digo al
aire, pero, de igual manera, no hay respuesta. Esto comienza a
preocuparme; a pesar de que Carlo no era la persona más comunicativa del
equipo, siempre buscaba mantenerse al tanto, reportando su zona e
informando sobre cualquier eventualidad. — Debe ser algo externo, algo
debe estar bloqueándonos. Comento, con la vista un tanto borrosa. Sulami
comprende a qué me refiero. — Ya lo investigo. Cambio el cuerpo del
guardabosques de hombro y sigo caminando, mas no puedo quitarme esa
sensación de preocupación.

Sabía que Sulami recuperaría la señal en pocos minutos, aunque la realidad


es que el tiempo no estaba de nuestro lado. — Sabes, mejor busca a Carlo
por los satélites, quiero asegurarme de que esté bien. — Pero te dejaría a ti
sin ningún tipo de ventaja. Sulami se escucha preocupada, sabe que estoy
cansado y que aún quedan los tipos grandes del grupo. — No importa, yo
puedo cuidarme solo, busca a Carlo. Replico, sintiendo el nuevo hombro ya
muy cansado. — Carlo también puede…— Ve. Ordeno, interrumpiéndola.
Sulami se traga su frustración y hace lo que le pido. Llego de nueva cuenta
al punto. Sigo tirando granadas, aún no quiero deshacerme del cadáver,
aunque mi cuerpo ya ruega por un descanso.
Vuelvo a cubrir la granada con cualquier mierda que encuentro. Escucho
una voz en mi auricular. — Ya lo encontré, está a unos kilómetros de
nosotros, todo bien. Asiento con la cabeza, volviendo a cambiar al cableado
de hombro. Intento pasar el cuerpo sobre mi cabeza, pero ya no lo logro.
Me veo forzado a tirar al metálico, este cae al suelo. Ya no tenía fuerza en
los brazos para hacerlo. Durante años, había entrenado cargando grandes
troncos sobre mi cabeza, al ritmo de una canción o himno belicoso, pero
ahora no podía hacerlo. El combate se había llevado lo mejor de mí y las
heridas y el esfuerzo físico hacían que apenas y pudiera caminar. Agito los
brazos de un lado a otro, con el fin de que estos reaccionen. No lo hacen.
Miro mis extremidades y lo entiendo. Mis brazos mostraban hipertrofia a un
nivel que pocas veces había visto. Me tomo un segundo para mirar el
cuerpo. Sulami vuelve a hablar.

— ¡Ya entraron a la plaza! Grita con algo de impresión. Volteo hacia donde
sabía que estaba el campus. No logro verlo, ni siquiera logro escuchar el
combate. — ¿Qué ves? Pregunto, intentando ver cuánto tiempo me queda.
— Vi entrar a “Reese” y al chico del escudo grande. — A “Segovia”. Digo,
de manera automática. Sulami calla. Escucho el combate en mi auricular.
Algunas balas y órdenes indistintas se perciben en mi oreja. Inhalo y exhalo
un par de veces más. Tomo al mejorado del chaleco y comienzo a tirar de
él, caminando de espaldas. Sigo firme en mi convicción. Lo llevaría hasta el
final. Era un acto estúpido y lo sabía, mas no me importaba. Debía hacerlo,
para demostrarme que aún era útil dentro de este mundo, que no era una
simple reliquia.
Llego al siguiente punto. Mis manos dejan el chaleco. El cuerpo se recarga
en mis espinillas. Tomo la granada, con movimientos cansados. La arrojo al
suelo. Miro mi panel. Intento repetir el proceso, pero las manos me
tiemblan. Mis dedos ya no son tan precisos. Me concentro, inhalo y exhalo
un par de veces más, tragándome la frustración de ya no poder controlar mi
cuerpo. Activo la granada, la pongo en máxima potencia. Resoplo de
felicidad. Miro al incendio. Lo veo más cerca. A unos diez metros de mi
posición. — Aún tengo tiempo. Murmuro, pensando en que Carlo debía
llevar un ritmo más elevado que yo. Mis manos vuelven al chaleco,
continúo jalando.

Siento la presión en mis dedos, mi espalda está tensa y mis brazos ya no


pueden más. Podía parar, podía dejar a este tipo en el siguiente punto,
guardarme para algún combate venidero, pero no quería hacerlo. El ver a mi
amigo levantar cuatro cuerpos sobre su mismo hombro, sin tambalearse, sin
resoplar o emitir quejido alguno, de alguna forma, me dio celos. Me hizo
querer hacer eso y por un segundo, lamente todo tiempo que dediqué al
gimnasio, a convertirme en esta máquina de guerra, cuando siempre tuve la
oportunidad de irme por el camino fácil. — Vaya máquina de guerra, que
después de cargar algunos cuantos kilos apenas y podía caminar. Pienso,
tirando del cuerpo.

Escucho a Sulami abrir la boca. Ella habla. — Galán, tienes que dejarlo ir,
no necesitas probarle nada a nadie. Siento el sudor recorriendo mi rostro. La
ignoro. Sulami continúa. Has probado que eres el mejor, ya déjalo, guárdate
para Dua, ella te necesita y te necesita bien, no al borde del desmayo. Me
detengo, medito su comentario por un segundo. — Mierda. Murmuro,
aceptándolo. Tenía razón, por mis celos, había olvidado el fin de todo esto.
Claro que buscaba defender el bosque, claro que buscaba vencer a todos los
guardabosques que viera, pero luchar junto a Dua era lo que realmente
buscaba.

Quería verla como realmente era, como era antes de entrar al campus:
implacable, fuerte, violenta, con resentimiento hacia los mejorados.
Necesitaba verlo y también sabía que ella me necesitaba allá. — Fui un
idiota. Comento al aire, viendo cómo tal vez ya no tendría la fuerza de
luchar. — No te preocupes, aún tienes la inyección de emergencia, sólo deja
a ese tipo en el siguiente punto, apresúrate para explotar esto y ve con Dua.
Sulami habla rápido, sin titubear, sabía lo que estaba en juego. Lo acepto,
vuelvo a tomar el chaleco del cableado. Escucho pasos en el bosque.

Sigo tirando. Me sentía cansado, pero no era un cansancio que no pudiera


controlar. Aquí dentro, siempre estábamos cansados, al borde del colapso o
del vomito, pero no importaba. Las heridas, el sueño, el hambre y el propio
bienestar pasaban a último término si la misión continuaba activa. Sigo
avanzando. Los pasos se detienen, ya no son veloces. La persona camina a
mí. Muy poco se acercarían a mí de esa forma. — Debe ser un aliado o
alguien muy confiado como para luchar conmigo. — Es Ant. Comenta
Sulami, viéndolo desde el satélite. Continúo, me alegro que no sea Roy,
pero algo no estaba bien. Sus pasos se mostraban temblorosos, como si
intentara comprender qué pasaba. Ant habla.
— ¿Practicando para el Enfermario? Pregunta, con un tono de burla. Mi
boca suelta una sonrisa fugaz. Sigo avanzando, ni siquiera lo miro. —
¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar con Dua? Pregunto, recordando la
charla de anoche y de que hace un rato lo vi fuera del bosque. Este calla por
algunos segundos. Ve, yo estoy bien aquí, no pierdas más tiempo y ayúdala.
Añado, mirando sus relucientes botas a mi derecha. El silencio se mantiene
un segundo más, hasta que finalmente habla. — Me llamó mi novia, —
comenta, como si en este momento eso me importase. — Ant, la verdad no
tengo tiempo para…— Me llamó mi novia, me dijo que acaban de operar a
su madre. Me detengo en seco, sé lo que esto significa.

Lo observo. Este mira al suelo con vergüenza, pero sigue hablando. — Me


dijo que la llevaron anoche de urgencia al hospital y la metieron al
quirófano. Resoplo, sé a dónde va todo esto, pero dejo que siga hablando,
esperando que no cambie nada. Le pusieron un nuevo estómago, páncreas,
colon e hígado, le quitaron todo el cáncer. Asiento con la cabeza, lo
lamento. Los doctores dicen que podría vivir otros doce o quince años más,
cuando hace una semana, su pronóstico era que no duraría el mes.
Finalmente, Ant me observa. Las mejoras no son malas. Añade,
completamente desorientado. — Mierda. Pienso, enderezándome.

— Así que, eso fue todo, ¿Cierto? Que vivan los metálicos, ¿No? Pregunto
con sarcasmo. Ant calla. Mira, me alegro por tu suegra y si no quieres
ayudar a Dua y ahora buscas dejar todos tus ideales de lado, es tu decisión,
pero no me hagas perder el tiempo, que yo si iré a ayudarla. Añado, pues,
debía continuar con el plan. — Lo siento, pero, no puedo dejarte ir, tenemos
órdenes del deca…— ¡A la mierda las órdenes! Somos guardabosques, no
simples soldados que hacen lo que dicen sus superiores sin importarles si es
lo correcto o no, ¡Esto es lo correcto! Digo, señalando al cuerpo de
metálico. Ant me mira. Su mandíbula se tensa. Sé lo que pasará.

Lo miro fijamente, él me regresa la mirada. — Lo siento, pero rompiste las


reglas, mataste a uno de los nuestros y participaste de manera activa en el
grupo anti metálicos que hoy ataca el campus. Sonrío, mirando mi pistola.
— ¿En verdad crees que solo mate a uno? Pregunto con ironía. Veo el
enojo creciendo en sus ojos, así que continúo. Todos eran iguales a ti,
cobardes, seguían órdenes por el simple gusto que les generaba el no
pensar, en ser simples peones. Ant lleva la mano a la funda de su arma.
Continúo. La verdad, la muerte para ellos fue un favor, así como para ti.
Añado, consciente de que solo podría vencer a Ant si este no pensaba las
cosas con la cabeza fría.

Mi plan ha resultado. Ant me mira fijamente, con ojos agresivos, mientras


mueve sus dedos en dirección a su arma modificada. Hago lo propio, acerco
mi mano a la funda. Ambos abrimos las piernas, preparándonos para
disparar, nadie buscaba pelear cuerpo a cuerpo con el otro; yo por la fuerza
y tamaño del novato y él por lo que había visto y escuchado de mí. Ant y yo
damos un par de pasos hacia atrás, de manera simultánea. El cuerpo que
arrastraba cae al suelo, lo ignoro.

La tensión se mantiene, nadie baja la mirada. Pienso en la situación. — Sé


que voy a perder. Pienso, viendo los enormes antebrazos de Ant. Son
mucho más grandes que los míos y además tiene una muñeca firme, no
como yo. Añado, sintiendo la temblorina en mis manos. Observo el traje,
busco algún tipo de fractura en el blindaje, pero no logro ver nada. El traje
estaba reluciente. No podía dispararle en el cuerpo, el traje resistiría las
balas. El único lugar para vencerlo es en la cabeza. Yo lo sé y él lo sabe, así
que inclinará el cuerpo hacia atrás de manera exagerada, intentando cubrir
la mayor parte de su rostro con el pecho. Resoplo, consciente de que debía
ser impredecible si quería vivir. — Rueda por el suelo. Susurra Sulami,
habiendo notada exactamente lo mismo que yo.

Aguardo. Coloco la mano sobre la funda, está tiembla. Ant desvía la


mirada, por un segundo, hacia mi mano. Lo aprovecho. Hago un
movimiento rápido de muñeca. Siento el mango en mi palma, cierro la
mano. Ant reacciona y hace lo propio. El arma sale de la funda. Aflojo las
piernas al ver que Ant ya tenía el arma empuñada. Direcciono el cañón al
cuerpo de mi amigo. Este dispara antes que yo. El proyectil vuela por los
aires, pasando a escasos centímetros de mi cabeza. Continúo cayendo, de
manera controlada. Disparo mi pistola. Jalo del gatillo una vez, dos veces,
lo hago una última vez.
CAPÍTULO XX

El momento pasa rápido. Los dos primeros disparos dan en el blanco. Uno
en cada pierna de mi amigo. Sabía que las balas no le causarían mucho
daño, pero el propio impulso de la misma lo haría jalar el cuerpo, de manera
instintiva, hacia adelante. La tercera bala también acierta, justo en la frente
de Ant. Este se desploma, cae de golpe al suelo. Me encuentro agazapado,
de igual manera, en el suelo. Espero a que reaccione, sé que no lo hará.
Resoplo y lamento lo que acaba de ocurrir. Miro sus restos con temor, no
me atrevo a mirarlo de cerca, aún no. — Lo siento. Comenta Sulami.
Asiento la cabeza. Ella sabía lo que ambos habíamos pasado en el
entrenamiento, el vínculo que habíamos creado.

Recuerdo esa época, incorporándome. Finalmente, después de muchos años


entrenando metálicos que se creían superiores a mí, llegó un joven con una
mentalidad similar a la mía. Alguien que no buscaba ser el mejor por la vía
rápida, no, él era alguien que buscaba serlo a través de la disciplina y el
sufrimiento, tal y como yo lo hice. — Habría sido un excelente
guardabosques. Digo al aire, caminando hacia su cuerpo, pensando en las
horas que pasamos hablando de aquellos justicieros de antaño, de las
mujeres que amamos y perdimos, y de lo que el metal le había hecho al
mundo, a su gente. Veo su rostro.
Joven, con la piel cuidada, sin ningún tipo de arruga o línea de expresión
muy marcada. Sus ojos están fuera de órbita, la sangre le escurre por el
rostro. La bala lo había matado en el acto, ni siquiera había caído al suelo y
él ya estaba muerto. — Si este no fuera mi amigo diría que fue un tiro
hermoso, de los mejores que he dado, pero no podía decirlo, lo era. Pienso,
hincándome a su lado. No digo nada, no había necesidad, él ya no
escuchaba. Me mantengo un segundo junto a él. Miro su arma, la misma
que admire anoche. La tomo, observo sus mejoras, su forma afilada. Me
dispongo a llevármela, con el fin de honrarlo. La guardo en mi funda, mi
pistola simplemente la pongo en la parte trasera de mi chaleco. Me levanto,
miro al metálico a mi lado, resoplo y avanzo a él. Lo tomo del chaleco y
tiro hacia atrás, dejando ahí los restos de aquel gran prospecto.

Llego al siguiente punto. Dejo caer al metálico. Inhalo y exhalo un par de


veces. No me sentía bien, en prácticamente ningún aspecto. Estoy mareado,
contengo el vómito por un segundo. Me sentía desfallecer. Miro a mi
alrededor, intento concentrar mi mente en algo más que no sea mi cuerpo.
Veo el bosque, veo la quema y veo mi paso por él. Las granadas contra
incendios que había tirado aún cubrían el bosque. Las llamas no habían
llegado a esa zona. Respiro, aunque sé que físicamente ya había pasado la
etapa de agotamiento, ahora me encontraba en el sufrimiento. En estas
situaciones, en donde el cuerpo ya no podía dar más, la mente debía ser más
fuerte. Si mi mente se mantenía activa y me obligaba a seguir empujando, la
carne lo haría, pero ahora mi mente divagaba.

En el pasado, nunca había sentido remordimiento por matar a nadie que


atentara contra el bosque. Incluso anoche, había tomado la vida de esos
hombres sin siquiera darme un segundo para pensar, pero hoy era distinto.
A pesar de que cada uno de los que había asesinado hoy eran un obstáculo
en la salvación del bosque, todos ellos eran mis hermanos. Todos esperaban
volver y me dolía saber que yo había sido el que les había arrebatado ese
sueño. Cubro el cuerpo del cableado, lo miro por un segundo. — ¿Quién es
él? Pregunto, intentando reconocer al último hombre que me acompañó
hasta el final. — Es “Melhem”, nunca convivimos con él. Él estaba en la
zona suroeste. Asiento con la cabeza. No tengo idea de quién es. Lo ignoro
y lo cubro con algunas ramas cercanas. — Por el hermano que nunca
conocí. Digo al aire, levantando la mano como si tuviera un tarro. Suspiro,
lo veo por un segundo más. Noto sus retinas digitales. Asiento con la
cabeza. Dejo que la culpa se aleje de mi mente. Por más hermano que fuera
Melhem, István o Rosa, no eran más que simples metálicos, iguales a los
que había matado por años, los responsables de que el mundo hoy estuviera
en jaque.

Sigo caminando. Volteo la vista un segundo a Melhem, pero ya no lamento


su muerte; me lamento no haber podido ser capaz de llevarlo hasta el final.
Una vez más, no era suficiente. Bajo la cabeza. Sulami lo nota y habla. —
Ya tengo comunicación con…— ¡Roy! La sangre se me congela al
escuchar ese grito. Era Carlo. El momento había llegado, no podía escapar
de él, ya no. Comienzo a correr, regresando por donde vine. — ¡¿Dónde
está?! Pregunto, desesperado por llegar. — ¡Puta madre! Está a más de
siete kilómetros. Llevo las manos a mi panel, llamo a mi motocicleta. No
llegará. Comenta, con la voz débil. La ignoro, era mi única opción de llegar
a él.
Corro a toda velocidad. Bloqueo el dolor, el desgaste, el sufrimiento, solo
me enfoco en correr, correr como nunca había corrido. Los árboles pasan
con velocidad a mi lado. Veo la interminable línea de fuego a mi costado, sé
que falta poco para que todo esto se vaya a la mierda, pero no podía
reventarla, no ahora. — ¡Háblame, Carlo! ¿Qué pasa? Pregunto al aire, al
escuchar pequeños forcejeos. Nadie me responde, sigo corriendo. ¿Qué
ves? Pregunto, con la voz entrecortada. Sulami tarda en responder. — Lo
veo, Carlo está huyendo de Roy, pero este no lo ataca, solo lo sigue a la
distancia. Algo andaba mal; Roy podía alcanzar a Carlo sin ningún tipo de
esfuerzo. — Está jugando con él. Pienso, consciente de que mi amigo ya
estaba muerto o lo estaría en poco tiempo.

Acelero aún más el paso. — Quita el velocímetro. Digo, muy agitado, pues,
el ver la velocidad tan alta a la que iba me distraía y me hacía pensar que
debía ir más rápido. El velocímetro se va, marcando como última velocidad
más de 35 kilómetros por hora. Siento el rebote de mi equipo, me
incomoda. Las quemaduras, las heridas, la hipertrofia y las horas que
llevaba usándolo ya hacían que fuera incómodo tenerlo encima. Lo ignoro y
continúo, moviéndome con velocidad entre los árboles, rocas, hongos y
madrigueras.

Sulami marca la ruta en mi casco, faltaba muchísimo para llegar. — Marca


la moto. Comento, casi sin aire. Sulami lo hace. La veo a la distancia. —
Puedo llegar. Pienso, viendo que la misma ya estaba en el bosque. —
Resiste. Comento, esperando que Carlo lo escuchase. No tengo ninguna
respuesta, pero sabía que aún vivía, más por el entretenimiento de Roy que
por otra cosa. — Solo espero que el maldito no lo mate al segundo en que
me vea. Pienso, considerando la posibilidad en que, tal vez, podría
enfrentarme, al que en mi opinión era el mejor y más sanguinario de los
guardabosques, completamente solo. Sigo corriendo.

Muevo las piernas con mucha velocidad. Mi respiración ya está muy


agitada, los músculos ya están tensos. Se sienten torpes, y pequeños
calambres comienzan a salir en partes claves de mi pierna. Continúo. Miro
el mapa. La motocicleta está cerca. Me preparo. Bajo un poco la velocidad,
no tenía sentido seguir corriendo tan a prisa. Cada vez está más cerca.
Escucho las ruedas cuando estas aplastan las hojas secas. Volteo la mirada.
La veo andando junto a mí. Doy un brinco, de un en movimiento, caigo
sobre el asiento del vehículo. La moto tambalea por un segundo. Tomo el
manubrio y la controlo. Acelero. — Ya casi llego. Miento a mi amigo,
intentando que este encuentre un poco de confort, pero mi amigo no
responde.

La motocicleta se mueve a toda la velocidad que la tierra, el irregular


terreno y los giros rápidos le permiten. Los árboles pasan junto a mi como
simples destellos. Objetos borrosos que parecieran una simple ilusión, por
lo difuminado de sus cuerpos. Paso bajo el tronco de un árbol que había
caído en la Noche de la Hojalata. El mismo tronco generaba una especie de
puente entre dos rocas. Miro el mapa, moviendo de manera, casi
imperceptible el manubrio. Faltaba poco. Sabía que Carlo continuaba
moviéndose hacia mí, que no lucharía con Roy, a menos que no tuviese otra
opción, más las opciones de mi amigo eran muy limitadas.
Atravieso el bosque más rápido de lo que lo hice jamás. No porque quisiera
enfrentarme cuanto antes a Roy o porque disfrutará de la adrenalina de un
paseo con peligro de muerte; lo hacía por lealtad a mi hermano. Carlo haría
lo mismo, incluso contra Morgan y Roy juntos, no lo dudaría, así como yo
tampoco lo hago. — Roy le corto el camino a Carlo, ya están luchando.
Comenta Sulami, con una voz muy mesurada, intentando que no me altere
más de lo que ya lo estaba.

No reacciono por sus comentarios, sabía que Carlo podría detenerlo por
unos segundos, que era lo que necesitaba para llegar. Prácticamente estoy
sobre ellos, los busco con la mirada. Los veo. Entre los árboles y las hojas,
veo el metal reluciente en el brazo de mi amigo. Una figura delgada,
alargada y con un metal ennegrecido, por los años de lucha, se encuentra
junto a él. Atravieso mi mano izquierda hasta la funda de mi pistola.
Desenfundo mi arma. Sigo acelerando, me mantengo firme. Disparo el arma
de Ant en repetidas ocasiones.
CAPÍTULO XXI

Su arma es veloz, mucho más de lo que la mía llegó a ser. La cadencia es


alta, múltiples disparos salen de la recámara. Roy los nota, este lucha con
Carlo cuerpo a cuerpo. Carlo utiliza su única ventaja para poder soportar un
combate contra aquel monstruo. Roy intenta alejarse al ver los disparos,
Carlo se lo impide. Mi amigo lo sostiene de la espalda. Los disparos dan en
el blanco, pero no logran hacer un daño visible. Continúo avanzando y
vuelvo a disparar. Roy se libera del sometimiento, contorsionándose de una
manera antinatural. Esquiva las balas.

Ya estoy cerca, muy cerca. Roy sabe lo que haré, así que intenta alejarse,
pero Carlo vuelve a detenerlo. Ambos forcejean. Un par de balas impactan
en el “cuerpo” de Roy. El metal aguanta. Carlo lo golpea con su brazo
metálico. Este vuela por un par de metros y cae de manera controlada. Salto
de la motocicleta, activando las botas cohete. El vehículo se sigue de largo,
directamente al guardabosques. Roy lo nota, pero ya es tarde. La
motocicleta impacta directamente contra él.

Activo una granada en pleno vuelo. Gracias a las botas, soy capaz de
reducir la velocidad. Llego al suelo. — Tres segundos. Pienso, arrojando la
granada. Esta cae a un lado de mi motocicleta. Por un segundo pienso en las
noches que esta me acompaño, que me llevo al combate, que recogimos
juntos a Dua en su dormitorio, las noches en las que le enseñé a conducir en
ella. Me lamento la perdida, pero era un sacrificio que debía hacer para
poder derrotar a Roy. El sacrificio fue en vano. Algo sale despedido hacia el
aire. La granada se activa, generando una gran explosión. Carlo y yo lo
sabemos, nos juntamos espalda con espalda.

Nuestras respiraciones son aceleradas. Se puede sentir el miedo entre


ambos. Ninguno comenta nada; no había espacio para bromas. Mis ojos se
van a las copas de los árboles. Al igual que yo, Roy era un peleador a la
distancia, sabía moverse de manera fluida entre las ramas. Resoplo con
lentitud, intentando calmar mi corazón. Fallo. Este se encuentra alterado.
Todo mi cuerpo tiembla por el miedo, incluso siento las gotas de sudor
formándose en toda mi piel. Sudo de manera copiosa. Pienso en escenarios
que nos ayuden a poder luchar con él. — La estamos cagando al estar los
dos aquí. Reconozco, tomando el rifle de mi espalda. Mis manos tiemblan.
Carlo lo sabe, pero no comenta nada, su mirada se mantiene fija en el
bosque. No tarda en revelarse, cuando lo haga, yo te cubri… Me callo de
golpe, lo había visto.

Una sombra oscura, casi espectral se asoma entre las hojas de aquel gran
roble. No actuo, necesito un tiro certero. Este no sabe que lo veo, el casco
me cubre los ojos, pero yo sí siento su mirada. Veo el brillo en sus ojos,
logro ver su cabeza. Levanto los brazos con velocidad, disparo. —
¡Contacto! Grito al momento de jalar del gatillo. Roy se mueve al árbol de
junto. Carlo se alinea conmigo y lo busca, pero Roy no se mantiene
estático. Este se abalanza contra nosotros. Aprovechando el impulso de su
huida, este se lanza contra el suelo. — ¡Muévete! Gritamos, Carlo, Sulami
y yo a coro. Ruedo por el suelo. Roy se estrella contra la tierra, levantando
una gran cantidad de polvo.

Me incorporo y lo observo por un segundo. Este me regresa la mirada.


Siento presión en mi pecho, lo noto. Me doy cuenta frente a quien estoy; el
guardabosque no mostraba ningún miedo, ninguna señal de duda es
perceptible en lo que queda de su rostro. Este era un hombre hecho
máquina, dispuesto a acabar con cualquiera que no fuera lo suficientemente
rápido, fuerte o tuviera las armas necesarias para vencerlo. Si Carlo y yo
teníamos lo necesario para vencerlo ahora estaba por verse. Activo mis
botas. Carlo se abalanza contra él, como si se tratase de un simple hombre
de Wood.

De nueva cuenta, alineó mi rifle contra el “cuerpo” de aquella cosa. Disparo


lo más rápido que mi arma lo permite. Retrocedo, en busca de un lugar que
me de la ventaja. Mi espalda choca contra un trocó. Volteo y coloco en el
punto de ventaja. Tomo mi rifle y le quito un par de gadgets. Esto con el fin
de hacerlo más veloz. Inhalo y exhalo mientras mi amigo lucha. Lo veo en
buena forma, no se veía una clara ventaja de Roy contra Carlo, aunque así
era. Pienso en mi cuerpo y mente por un segundo. Me siento bien, he
logrado ignorar lo suficiente el cansancio como para poder seguir luchando;
este no se había ido, solo lo continuaba ignorando. Vuelvo a disparar.

Ninguna de las balas logra golpear a Roy, estaba cerca, pero su velocidad
era mucha. Mi rifle dispara de manera menos espaciada, ya soy capaz de
seguir la estala de su cuerpo. Un disparo le da en el pie en forma de garra,
logra volarle uno de sus dedos. Lo celebro. Por un instante, Roy me voltea a
ver, con rencor. Carlo aprovecha el momento, golpeándolo directamente en
donde debería estar su mandíbula. Roy cae al suelo, el golpe había sido
contundente. — Un poco más arriba y el tipo ya estaría muerto. Murmuro,
sin deja de disparar. — No puede contra ambos, no de esta forma. Pienso,
consciente de que en algún momento Roy la cagaria, pero, él también lo
sabe.

De un movimiento, Roy se incorporará y se desliza hasta mi árbol. Lo


atraviesa. Escucho el crujir de la madera. El árbol comienza a caer. Me
tomo del tronco, esperando el momento para saltar. Salto al vacío mientras
el árbol sigue su curso hasta el suelo. Utilizo las botas para caer de manera
controlada. Busco a mi enemigo. El árbol cae. — Está al frente. Comenta
Carlo, avanzando hacia él. Me mantengo en el aire y sigo a mi amigo a la
distancia. La silueta del metálico vuelve a ser perceptible. Me abalanzo.
Bajo el cuerpo para tener mucha más velocidad. Este me ve, pero no puede
evitar el golpe. Con el impulso de las botas y de la propia gravedad, lo
golpeo con el puño directamente en la frente, justo en el último vestigio de
lo que alguna vez se le pudo llamar “humano”. Lo derribo, este rueda por el
suelo, llevándose las “manos” a la cabeza.

Se incorpora de manera veloz, como si los golpes no tuvieran ningún efecto


en él. Lo miro, veo sus extraños ojos, sus cicatrices y las armas a las que
este llama “extremidades”. — ¡Vamos! ¿Eso es todo lo que pueden hacer,
blandengues? Pregunta, con su voz robótica, intentando provocarnos. Carlo
es el primero en avanzar, sabe que es el único de los dos que puede luchar
directamente contra él. Lo sigo. Roy se desplaza, sin siquiera mover los
pies. De igual manera, se abalanza. Carlo bloquea el primer golpe.
Pequeñas chispas salen despedidas del impacto. Me integro a la lucha,
comienzo a tirar golpes.

Roy bloquea el primero con su antebrazo. El simple contacto con el metal


hace que me doble. No había manera de poder luchar cuerpo a cuerpo con
él. Este me tira un golpe. Aplico la misma defensa que con Rosa,
simplemente, direcciono el puño a otro lado. Carlo vuelve a golpear, ahora
lo hace en el pecho. El impacto solo lo hace retroceder. Roy aprovecha el
impulso, salta y pone sus manos en el suelo, mientras sigue luchando contra
nosotros, pero ahora con sus piernas. Me impresiono por el movimiento.
Nunca había visto a nadie luchar de esa forma. No sabía por dónde
golpearlo. Roy continúa soltando patadas. Carlo me desvía una que iba
directo a mi pecho. Reacciono y sigo atacando. Roy nos mira fijamente
desde abajo. Levanto mi pie y lo pateo en la frente. Sus ojos, por un
segundo, se ponen en blanco. — No se lo esperaba. Pienso, muy satisfecho
de haberlo golpeado ya un par de veces. Quiero volver a intentarlo, mas
Roy me lo impide.

Una de sus piernas me toma del chaleco. Siento presión en el pecho. Las
garras se cierran. No logran penetrar mi traje, pero si siento lo afilado de
sus cuchillas. Sin más, Roy se da media vuelta, buscando volver a estar
sobre sus piernas. Este, utiliza el impulso de su movimiento y me lanza, con
fuerza, por los aires. Vuelo por un par de metros. Activo las botas, evitando
así que chocase contra uno de los troncos. Las botas tardan un segundo en
impulsarme hacia adelante, debido a la fuerza del empuje. Me mantengo
suspendido en el aire. Avanzo. Carlo sigue luchando, se aferra a la escasa
victoria que tenemos.

Mi cuerpo se direcciona al de Roy, nuevamente, busco embestirlo. — Él


espera un movimiento similar. Comenta Sulami con velocidad. Asiento,
concuerdo con mi amiga, no podía volver a atacarlo de la misma forma.
Contraigo el cuerpo, llevo las piernas al pecho. Carlo da un paso hacia
atrás, dándome espacio. Estiro las piernas, dando una patada. Mis pies
impactan en los hombros del guardabosques. Su brazo pasa a centímetros
de mi glúteo. — Esperaba el golpe. Pienso, consciente de que habría muerto
de haberlo repetido. Roy cae al suelo, yo lo sigo.

Me incorporo con velocidad, tambaleando por el cansancio. Tomo el rifle


en mi espalda. Roy rueda por un par de metros más, adentrándose a las
llamas. Carlo corre hacia él, disparando su pistola con la mano humana.
Roy se cubre el rostro con las balas. Levanto los brazos, miro a través de la
mirilla. — Sólo hay una forma de terminar esto. Murmuro, pues, en un
combate cuerpo a cuerpo, Roy nos vencería, ya fuera por resistencia, fuerza
o habilidad. Por ahora, Carlo y yo llevábamos la ventaja, teníamos el factor
sorpresa de nuestro lado y los números nos favorecían, pero si llegaba
Morgan o cualquier otro guardabosques, ya fuera por el cansancio, que ya
comenzaba a ser un factor, o por los números, ambos moriríamos sin
siquiera darnos cuenta.

Roy sabe que lo estoy cazando. Este se mueve de manera exagerada


mientras lucha contra Carlo. Mi amigo logra golpearlo, pero nada parece
poder traspasar su blindaje. Disparo para asustarlo. Un tiro seguro, pegado a
la oreja de mi amigo. Este no se inmuta, más Roy si lo hace. Por un
segundo, este enfoca sus ojos en mí, mi amigo busca aprovecharlo. Roy no
cae dos veces con el mismo golpe. Detiene el puño de Carlo. Veo el
esfuerzo en su rostro. Mi amigo se interpone entre mi enemigo y yo. No
puedo disparar, así que avanzo. Roy golpea a Carlo en el traje. Se escucha
un fuerte tronido. Mi amigo sale despedido hacia atrás. — ¡Carlo! Grito,
intentando buscar sangre. No había nada, el golpe solo había roto su
blindaje. Volteo el rostro. Un gran objeto, color gris, se acerca a mí con
velocidad.

De manera instintiva, utilizo el rifle como defensa. La roca golpea mi arma


en la parte del gatillo. Este se parte a la mitad, soltando un disparo en el
proceso. Se que mi arma se rompió, quería verla, saber que todo había
acabado para ambos, pero no puedo, no puedo siquiera quedarme un
segundo en pie, no contra él, no contra Roy. Este se abalanza contra mí.
Ruedo hacia atrás, cayendo sobre mi espalda. Aprovecho la inercia y me
levanto. Ya lo tengo frente a mí. Su puño me pasa a escasos centímetros del
casco. Este habla. — ¿Por qué pelear? ¿Por qué caer aquí? La pregunta con
su voz robótica me produce escalofríos. No respondo. No busco
justificarme frente a esa cosa.

Este continúa golpeando. Sé que no lo hace con intenciones de matarme, se


está conteniendo. Sigue hablando. — Esta mierda ya cayó, ¿Por qué no
mejor solo te rindes, vuelves al campus y te mejoras los pulmones? Así
podrías vivir de buena forma los años que le resten a esta roca. Sigo sin
responder. Mi cuerpo ya estaba lo suficientemente fatigado como para
poder luchar y hablar. Conviértete en uno de nosotros, no mueras así, no
mueras como un vil trozo de carne, que para lo único servirá será para
alimentar gusanos. Añade, intentando que me convirtiese en uno como
ellos. Niego con la cabeza. No logro imaginarme esa idea ni por un
segundo. Mi mente no concibe la idea de verme así, como un trozo de más
chatarra.

Roy asiente. Reconozco el respeto que este me tiene. Sus ojos, por una
fracción de segundo, se lamentan. — Entonces te mataré, quitaré tus
estúpidas bombas y dejaré que el mundo siga su curso natural: el abismo,
mientras el resto de los de tu clase se aniquila los unos a los otros, mientras
se ahoga en toda su mierda. Comenta. Sus ojos son inexpresivos. Ya no
refleja nada en su rostro. No había cansancio, no había miedo, felicidad o
algo que demostrara algún tipo de emoción. Solo era una cara plana,
inmutable, haciendo lo que mejor sabía hacer. Mi similar acelera la
velocidad de sus golpes. Apenas y logro esquivarlo, utilizando todas las
defensas que conozco. La pierna de Roy se levanta, cortando el aire.
Brinco, elevo mi rodilla y lo golpeo directamente en donde debería estar su
mandíbula. Este retrocede y Carlo lo regresa al frente con un golpe en la
nuca. Este cae de cara hacia el suelo. Ambos celebramos. Mis pies tocan el
suelo. Levanto una de mis piernas, comienzo a patear al metálico. Carlo me
imita. Roy levanta la cara del suelo, intentando recomponerse, pero se la
entierro de una patada. Escucho que algo truena.

Vuelvo a celebrar, sé que falta poco para terminar con este maldito y él
también lo sabe. Saco el arma de Ant, comienzo a disparar. Apenas y logro
soltar un par de disparos cuando, con autoridad y demostrando los años que
llevaba en esto, Roy da un giro con sus piernas. Se incorpora de golpe.
Esquiva la patada. Miro a Roy. Su rostro se muestra diferente. Nuevamente
logro ver algo ahí. Su expresión, sus ojos y su lenguaje corporal son otros;
está asustado. — Ya lo vio. Pienso, notando justo el momento en el que Roy
se da cuenta de que no es invencible. De que un hombre, de carne y hueso
era capaz de lastimarlo y de incluso derrotarlo. Este se lanza al ataque, más
agresivo, haciendo gala de todas sus habilidades.

Mi cuerpo tambalea, retrocedo un par de metros, esquivando los golpes solo


moviendo el cuello y la cadera. Los brazos ya me pesan, las piernas se
sienten rígidas y acalambradas. Nuevamente, intento alejar el cansancio de
mi mente. Fallo. Ya no puedo, mi cuerpo apenas y logra mantenerme de pie.
Carlo me observa, sabe que estoy a punto de caer. Se lanza de lleno contra
Roy, completamente solo, interponiéndose entre el cableado y yo. Respiro
un par de veces. Roy desplaza a Carlo un par de metros, este se acerca a mí.
El guardabosque suelta un golpe, sé que no podré evitarlo, así que simple
espero a que mi blindaje lo resista.

El puño va directo a mi cabeza, a matar. Aflojo las piernas, no busco


generar ningún tipo de resistencia. La fuerza con la que Roy tiro el golpe
era suficiente como para atravesar una enorme piedra. Mi casco se rompe
en mil pedazos. Con la inercia del puñetazo voy directo al suelo. Me golpeo
el rostro contra la tierra. Me siento aturdido. — ¡Allan! Grita Sulami muy
asustada. Mi cuerpo latiguea. ¡Levántate, ahí viene! Comenta, intentando
advertirme de un ataque venidero. Me siento aturdido, siento la sangre
saliendo por mi frente. El casco había cumplido su misión. Me había
salvado la vida. Reacciono. Siento sus pisadas a escasos metros. Ruedo por
el suelo, aún con la cabeza confundida. Activo las botas.

Las botas me alejan del peligro. Vuelo de manera tambaleante. Mi vista está
borrosa, mis odios aturdidos y mi mente se encuentra dispersa. Por un
segundo no veo nada, no con claridad. A mi alrededor, todo se veía rojo,
sabía que era el fuego, pero no lograba percibirlo como tal, simplemente
eran manchas que danzaban. Abro y cierro los ojos, intentando enfocar. Veo
el combate a la distancia. Tomo el arma de Ant, la lleno de gadgets. La
culata y la empuñadura crecen. Pongo la parte trasera del arma en mi
hombro. Comienzo a disparar.

Sé que es una jugada arriesgada. No sabía a quién le disparaba. Pero ya no


me importaba, necesitábamos matar a este maldito. — Nos está llevando a
un terreno donde él tiene toda la ventaja. Pienso, sintiendo mi cuerpo
completamente jodido. Mis ojos se enfocan en la mira, finalmente, logro
ver con claridad. Veo la delgada línea de aquel guardabosques, el cual,
continúa luchando con violencia. Por un segundo, Carlo se atraviesa en mi
línea de fuego, logro ver su rostro, este se muestra cansado, resistiendo los
embates de aquella cosa. Necesitaba hacer algo más. Pienso en mis
opciones, solo tenía dos: la inyección y la granada.

Sigo disparando, moviéndome entre el fuego y los árboles. Antes de


siquiera poder decir cuál tomaría, veo a Carlo caer. Una de las raíces de los
árboles lo hace tropezar. Roy lo mira, a sus ojos este está indefenso. Actuo.
Disparo directamente a mi enemigo. Este tambalea. Veo el daño en sus
brazos, piernas, torso y cuello. Este comienza a correr. Lo sigo de cerca.
Uno de sus “brazos” toma la forma de un lanzacohetes. Roy se planta,
dejando una de sus rodillas en el suelo. Continúo disparando. Roy recibe los
impactos sin inmutarse. Noto el daño en el metal, pequeños agujeros son
perceptibles a través de toda la coraza. Él dispara su arma. El misil va
directo a mí. Alineo el arma con el proyectil. Disparo. Mis balas penetran el
blindaje del misil. Explota a menos de siete metros de mí.

La onda expansiva me alcanza. Me llevo las manos al rostro, intentando que


la explosión no me quemase, aún más. Mis botas se descontrolan, caigo de
manera descontrolada. Choco contra el suelo sin siquiera meter las manos.
El golpe es duro, me hace quedarme un segundo en el suelo. Volteo la vista,
de manera veloz hacia Roy. Carlo ya había llegado a él. Forcejan por un par
de segundos. Carlo toma el brazo metálico y de un movimiento lo arranca,
haciendo gala de la fuerza que le ofrecía el metal. Aceite cae al suelo. Roy
grita, tomándose de la herida. Se queda estático, impresionado por lo que
acaba de ocurrir. Carlo lo golpea con su propio brazo. Roy cae al suelo.

Comienzo a arrastrarme, busco ver el momento en el que mi amigo lo


acaba. No lo logro. A pesar de no sentir nada raro en mi cuerpo, más allá
del dolor de la caída, no puedo levantarme, ya no. Mis piernas apenas y se
mueven por lo tensas y agotadas que están, así como mis brazos. Veo un
árbol, recargo mi espalda en el mismo. Llevo las manos a mi chaleco.
Busco seguir luchando; aún sin brazo, Roy continuaba siendo un adversario
formidable. Tomo la jeringa. Lo pienso por un segundo, recuerdo a todos
aquellos que la probaron antes de mí y cayeron en sus redes. Resoplo, la
inyecto en un hoyo que tenía mi pantalón. El líquido entra a mi cuerpo.
Saco la jeringa, espero a que esta haga efecto. Miro la golpiza que mi amigo
le propiciaba. Carlo continúa golpeándolo con su propio brazo. Su
semblante es agresivo. Todo su rostro se ha transformado. Lo golpea con
odio y frustración. Roy se arrastra por el suelo, intentando detener los
golpes. Falla. Carlo le arroja su brazo. Lleva la mano a su arma. Ya todo
termino. Mis oídos se tapan, el tiempo comienza a hacerse lento. — Es la
jeringa. Murmuro sintiendo los efectos.

De un momento a otro, todo el cansancio, lo tenso de mis músculos, las


heridas y el desgaste desaparecen. Ya no había dolor. Estaba como nuevo,
como si nunca hubiera recibido un solo golpe. Mi corazón se acelera. Me
veo obligado a levantarme. Tenso la mandíbula y aprieto los puños,
intentando contenerme. Miro la escena, quiero ver cuando esa cosa se vaya.
Carlo sigue apuntando el arma. Roy se queda quieto, sabe que no hay nada
que pueda hacer. Simplemente lo mira. Al igual que todos nosotros, no
ruega, acepta su destino, conocía el riesgo que está vida llevaba y
simplemente lo asume. Carlo intenta jalar del gatillo, falla. Veo el
movimiento de sus manos. Sus dedos metálicos son muy grandes para
entrar en el guardamonte. Vuelve a intentarlo, falla. Roy lo nota.

El cableado patea la mano de mi amigo. El arma sale disparada. Carlo me


observa, sabe que la cago. Roy se incorpora, se desplaza entre las ramas y
con el brazo que aún conserva, va directo hacia la garganta de mi amigo.
— ¡No! Grito de coraje, estrés y energía. Logro ver el puño de Roy
saliendo por la nuca de mi amigo. El cuerpo de Carlo se desploma, pero
Roy lo mantiene suspendido, mientras la sangre comienza a escurrir por su
boca y cuello. Roy regresa la mano, despedazándole el cuello. Carlo cae al
suelo. Su cuerpo aún tiene algunos espasmos. La sangre sale con mayor
velocidad. Corro hacia Roy.

Mi mente se bloquea. Dejo que la ira y el odio tomen posesión de mí. No


pienso en nada más, ni en Dua, ni en el bosque, ni siquiera en la muerte de
mi mejor amigo, mi mente solo piensa en una cosa: en matar a ese infeliz.
Roy extiende el único brazo que le queda, en señal de burla. Doy un salto,
busco golpearlo con mi rodilla de nueva cuenta. Roy se anticipa, me para en
seco. Con la simple palma de su “mano” me regresa al suelo de golpe. Lo
tengo justo frente a mí, a menos de un metro de distancia, pero no me
importa, no me preocupo por lo que pueda pasarme, simplemente actuo.
Roy ataca.

El metálico suelta un golpe volado. Lo esquivo, pivoto con el pie. Me


pongo justo detrás de él. Lo tomo de ambos hombros, tiro hacia el suelo.
Roy cae, su cabeza golpea con una roca. Veo el dolor en su rostro, una
sensación que, probablemente, tenía años sin experimentar. Lo aprovecho.
Cierro el puño y lo golpeo directamente en la frente. Sus ojos se desorbitan
por una fracción de segundo. Veo la frustración en lo que queda de su cara.
No sabe qué hacer, no sabe cómo reaccionar a esto. Continúo golpeándolo,
alternando los brazos; estoy listo para acabarlo.

Su rostro se desfigura. Puedo ver la sangre saliendo por sus pómulos, por su
frente y por lo que quedaba de su nariz. Me coloco sobre su pecho. Ya no lo
golpeo con los nudillos, comienzo a tirar golpes de martillo. Roy ya ni
siquiera se mueve, su cuerpo se mantiene estático. No me detengo. Escucho
su rostro crujir, sé que ya le fracturé los pómulos, le rompí la nariz y le
había reventado los ojos. Suelto otro golpe, me detengo. Miro mi obra, el
mejor guardabosque del equipo estaba debajo mío, completamente a mi
merced. Por un instante, pienso en cómo terminar su vida. Mi mente
coquetea con la idea de arrojarle la granada, hacerlo sufrir una y otra y otra
vez, pero no valía la pena. Moriría por la explosión y mi cuerpo aún
necesitaba sacar toda esta energía. Observo su rostro un segundo más.
Suelto otro golpe.

Utilizo toda mi fuerza, dejo caer todo mi peso sobre la cabeza de esa cosa.
Su cráneo se vence. Mis puños lo atraviesan. Veo la sangre y sus sesos
desparramados en la tierra. Siento los huesos de su cara en mis manos y lo
húmedo y resbaladizo de la sangre, logro oler el cobre en el aire. No me
detengo. Continúo golpeándolo. La sangre se levanta, el cerebro se
desbarata, sus ojos se parten a la mitad y mis puños chorrean. — ¡Allan!
¡Allan, ya basta! Escucho a la lejanía la voz de Sulami. La inyección
comienza a perder efecto. Golpeo sus restos un par de veces más hasta que
me detengo, dejando las manos metidas en lo que antes era su cabeza. Me
quedo inmóvil. Me doy cuenta de lo que he hecho. No siento vergüenza, ni
un poco de remordimiento. Me mantengo sobre el pecho de mi similar, con
la respiración acelerada.
CAPÍTULO XXII

Intento estabilizarme. Me limpio las manos con mis pantalones. Sulami


habla, de manera muy tímida, casi como si me temiera. — ¿Allan?
Pregunta, con la voz entrecortada. Abro la boca. — Aquí estoy. Respondo,
apenas y pudiendo articular esas dos palabras. Ella resopla y vuelve a
hablar. — Es ahora o nunca, galán, o explotas esas cosas o nada de esto
habrá valido la pena. Asiento con la cabeza. Mis labios se aprietan, mi
garganta se cierra. Dejo de ver los restos del antiguo mercenario y veo los
de mi amigo. Mis ojos se llenan de lágrimas. Sé que ya no tenía tiempo,
quería sacarlo de aquí, darle el funeral que alguien como él se merecía, con
la banda de la escuela tocando, nosotros disparando al aire y convirtiendo
su cuerpo en un árbol, para que así continuará cuidando el planeta, tal y
como siempre lo hizo, pero no podía, no había tiempo.

Sabía que no podría cargarlo, que tal vez mis botas ya no tendrían la
potencia ni para sostenerme a mí. — ¿Dónde está la línea? Pregunto. —
Donde está la línea del fuego. Responde mi técnico. Me levanto del suelo.
Mis rodillas truenan y los músculos me arden. Avanzo en dirección
contraria. Llevo las manos a mi panel. Apenas y he avanzado algunos
metros cuando activo mis granadas. Escucho la explosión, lejana. Sigo
escuchando ese fuerte ruido, cada vez más cerca. Las granadas revientan de
manera escalonada. La explosión se mantiene, sigo moviéndome en
dirección al campus. Busco alejarme lo más posible de la onda expansiva.
Explotan las granadas a mi espalda.

Siento el impacto de la onda. Es fuerte, pero no lo suficientemente para


derribarme, solo para empujarme. Volteo mi vista hacia la línea. Un gran
surco era visible. Ahora, había una enorme zanja entre los árboles que
ardían y los que vivirían. Sulami habla. — Felicidades, galán, acabas de
salvar el bosque. Suspiro, todo había valido la pena. Las muertes, el
cansancio, los estragos que este día me dejarían en el cuerpo, todo había
sido con un objetivo mayor y lo habíamos cumplido. — Lo logramos,
amigo. Suspiro, mirando al cielo entre las llamas de los árboles.

Me mantengo estático. Aspiró el humo. Quisiera quedarme aquí, dejar que


el fuego terminase por consumirse, pero sé que no me es posible, debía
ayudar a Dua. — ¿Cómo está todo por allá? ¿Aún continúan luchando?
Pregunto, un tanto nervioso, pues, la última actualización no era muy
favorable. Sulami tarda algunos segundos en responder. Finalmente habla.
— Mierda, parece que el grupo logró repelerlos. Comenta, con un evidente
conflicto con respecto a esta situación. Sonrío. Me alegro porque Dua
continúe con vida. — Perfecto, sácame de aquí, debo ir allá. Comento, aun
sabiendo que mi presencia en el lugar ya era más una carga que una ventaja.
— Galán, no creo que… Sulami se calla de golpe, algo llama su atención.

Empiezo a caminar, tambaleante, con los músculos completamente


reventados, con las heridas ya siendo una molestia grande y con las
articulaciones ya bastante vencidas. Pongo mi mirada en el horizonte. De
manera desenfocada, veo la destrucción. Donde antes había madrigueras de
conejos, nidos de aves, hormiguero, hongos, flores, frutos y árboles, ahora
no había nada, prácticamente todo había sido convertido en cenizas. Los
árboles continúan ardiendo, su madera cruje y los fuertes árboles se vencen,
cayendo derrotados. Sulami habla.

— Galán, detectó una marca de calor en el bosque. La voz de mi amiga se


escucha lenta, como si no comprendiera qué pasaba. — No sé si sepas,
mujer, pero el fuego normalmente genera calor y pues si tenemos en cuenta
de que todo el bosque está ardiendo, no le veo lo raro. Comento, de manera
sarcástica. Sulami resopla, muy molesta. — No, idiota, es una marca de
calor humano. Me impresionó, debía ser un número grande para que
pudiera ser visible. — ¿Cuántos? Pregunto, pensando en quienes podrían
ser. — Cientos, demasiados para contarlos, pero lo raro es que en esa parte
del bosque ya no hay fuego. Me detengo en seco. Algo no estaba bien o al
menos no comprendía qué pasaba. Acelero el paso, cojeando.

Sulami me da instrucciones de a dónde dirigirme. — Es por el Sureste, casi


por donde entramos. No digo nada, mi mente se concentra en el evento.
Pienso en algunas posibilidades, pero elijo no enredarme en pensamientos
sin sentido; si eran los hombres de Wood o un ente externo, no valía la pena
intentar adivinar. Despejó mi mente, no existen pensamientos ni
sentimientos de ninguna clase, simplemente continúo. Con la poca fuerza
que aún conservo, sigo caminando con velocidad. Busco trotar, pero ya no
me es posible, prácticamente siento dolor en cada músculo de la pierna:
femorales, cuádriceps, glúteos y pantorrillas, todo me dolía, no había forma
en la que pudiera acelerar más el paso.
Ando por algunos minutos más. — ¿Puedes ver a Dua? ¿Ver su imagen
satelital? Sulami no responde, solo lo hace. — Se ve mucha destrucción
aquí dentro, hay barricadas en el centro de la plaza, algunos edificios
también ya sufrieron estragos, pero parece que continúan luchando, aún veo
a más de treinta activos, el arsenal que tienen debe ser eficiente. Responde,
imagino la escena, intento alejarme por un segundo de la realidad, pues, me
frustraba no poder llegar más rápido a mi destino. Mi mente me muestra
imágenes de Dua, tal vez, un poco golpeada, sangrando incluso, pero aún
fuerte, decidida a dar ese mensaje de supremacía humana. — El mismo
mensaje que yo buscaba dar, salvo que yo lo di en las sombras. Pienso,
escuchando voces indistintas a la lejanía.

No reduzco la velocidad, no había mucho margen para hacerlo. Continúo


avanzando. Busco armas, taladores o algo que me dé una señal clara de que
esto era obra de Wood. No había nada de eso. Había personas, enfiladas,
una detrás de la otra. Todas acarrean agua en cubetas. El bosque ya no arde,
este solo presenta los estragos del incendio. Madera chamuscada, ramas
caídas y humo por todas partes, pero ya no había fuego. Prestó atención a
las palabras, busco encontrarle un sentido a todo esto. — ¡Trae la
manguera acá! Comenta uno. — Necesito más arena. Comenta otro. Me
detengo, me mantengo en la zona que aún arde, muy confundido. Avanzo,
necesito saber qué mierda había pasado.

Las personas notan mi presencia. Se impresionan, ya sea por las heridas,


por toda la sangre que llevaba encima o por el hecho de que era un
guardabosques. Les regreso la mirada, con los ojos entrecerrados. —
Mierda, ¡Aquí hay otro sobreviviente! Escucho una voz un tanto familiar.
Volteo la cabeza, sintiendo dolor en el cuello. Era Keean. Este corre hacia
mí. Mira mi rostro, mis puños, el traje, los agujeros de bala. Sabe lo que
pasó. Me rodea con su hombro. No me enfoco mucho en él, prefiero ver a
las personas. Todas luchando por salvar el bosque, por controlar el incendio.
— ¿Qué mierda con todo esto? Pregunto, casi sin voz. Keean me escucha
perfectamente.

Veo a las personas, su desesperación, su ímpetu por apagar el bosque lo más


rápido posible. Sigo escuchando los gritos, pero ahora no les presto
atención; sé exactamente lo que dicen. — Justo lo que gritaba la gente en
Sudamérica. Pienso, al tiempo que veo a Viggo a mi izquierda. Me
concentro en él, mi amigo siente la mirada, nota mi presencia. Al igual que
todos, se sorprende por mi aspecto. Vuelve a lo suyo, sabe lo que pasó ahí
dentro, reconoce que fue lo correcto, así que ahora le toca a él hacer su
parte. Sonrío con orgullo.

Ambos seguimos caminando, yo apoyándome sobre su hombro. — Fue una


puta locura, el maldito de Monroe bloqueo nuestra señal, mandó un ataque
directo en el centro del campus con un grupo entrenado que barrió
completamente con los guardias de la universidad y con algunos de
nosotros. Lo dejo hablar, parecía no tener consciencia sobre quiénes eran
realmente los que estaban en el centro. Pero el maldito lo tenía muy bien
planeado, algunos de los nuestros se unieron a él y comenzaron a matarnos.
Mi andar es lento, Keean no se desespera. El decano nos ordenó capturar a
Monroe y cancelar el incendio, pero como no teníamos comunicación, no
pudimos llamar a nadie que estuviera dentro del bosque, así que todo el
bendito campus: profesores, trabajadores y alumnos, al escuchar eso,
corrieron a ayudarnos.

Mi corazón se acelera, siento el peso de las muertes que tuvimos ahí dentro.
Keean continúa, presto atención. — De hecho, eres el tercero en salir del
bosque y debemos encontrar al resto porque, el cabrón de Monroe, cuando
lo capturamos, mandó una señal de alerta. Me detengo a mirar a mi similar,
este continúa. Los técnicos dicen que todo Wood International se vació, que
el número de mercenarios es mínimo el doble de los que vinieron en La
Noche de la Hojalata. Resoplo, pienso en cada uno de los hombres y
mujeres que había asesinado ahí detrás y en que sus muertes, tal vez, no
hubieran sido necesarias. — ¿Quiénes son los otros? Pregunto,
esperanzado, pues había muchos guardabosques desplegados. — Son Viggo
y Naka, pero Naka, está hecha mierda, dijo que a ella la atacó un traidor,
asumo que a ti te paso lo mismo. Resoplo, parecía que Naka no le había
dicho que yo era el traidor. De hecho, está ahí enfrente. Completa Keean,
apuntando con su barbilla hacia una ambulancia al borde del bosque.

Ambos avanzamos. El bullicio a nuestras espaldas continúa, pienso en el


ataque venidero. Cada vez llega más gente, con el objetivo de pagar el
bosque. A la distancia puedo escuchar los disparos. Armas de distintos
calibres son perceptibles. — Mierda. Comenta una de las enfermeras cerca
de la ambulancia. La misma se acerca a mí y me toma del otro brazo,
provocando que me recargue en ella. Avanzamos, hay otros enfermeros
atendiendo a alguien sobre una camilla. Levanto la cabeza, miro hacia la
misma. La veo, la mejor amiga de mi mejor amiga. Ella también me ve,
nuestras miradas se cruzan. Sus ojos se abren, por un segundo y luego
vuelven a su tamaño habitual. Keean y la enfermera me llevan hacia la
ambulancia, sentándome en el borde de la parte trasera.

Mi corazón se acelera al ver a Naka, pues, ella sabía que yo había sido el
“traidor”. Naka me sigue con la mirada. Keean se planta frente a mi
mientras la enfermera comienza a revisarme. — ¿Alguna herida de la que
deba saber? Pregunta, dudando de si comenzar a tocarme el cuerpo. —
Muchos disparos, la mayoría los resistió el traje, tengo un golpe fuerte en la
cabeza, muchos golpes, algunas caídas fuertes y me prendieron con un
lanzallamas. Respondo, sin dejar de mirar a Naka. Su cabello estaba repleto
de hojas, su rostro denotaba suciedad y sudor, tenía tierra por debajo de las
uñas y sus manos estaban lastimadas de tanto arrastrarse. Ella no muestra
expresión, ni siquiera parpadea, solo se queda inmóvil mientras le revisan
las “piernas”. — ¿Quién te incendio? Pregunta Keean, un tanto incómodo.

— Voy a tocarlo para revisarlo, ¿Está bien? Pregunta la enfermera. Asiento


la cabeza y respondo la pregunta de mi similar. — Fue Aarón, me enfrente a
él. Mi voz se entrecorta, no sentía orgullo de confesarle esto a otro de mis
hermanos. — ¡¿El “Término medio”?!¿También lo compraron a él? Keean
se nota sorprendido. Vuelvo a asentir con la cabeza. La enfermera comienza
a quitarme el traje, con el fin de revisarme de mejor forma. Simplemente la
ignoro. — No, la verdad es que…— Yo le comentaba a Keean que había
algunos traidores en el equipo, que uno de ellos fue el que me atacó. Naka
me interrumpe. Reacciono, espero a que siga hablando. Si mal no recuerdo,
fue Gaff el que me hizo esto. Completa, señalando lo que quedaba de sus
piernas.
Inhalo y exhalo por la sorpresa. Naka comienza a contar su versión de lo
que había pasado en el bosque. — Yo estaba en la segunda zona, yo creí que
no había nadie a mi alrededor, estaba vigilando el fuego cuando sentí que
algo me derribó. Se toma un momento para tragar saliva, continúa. De un
disparo, alguien me había volado la maldita pierna y por simple inercia me
levanté. — Ahí fue cuando informaste del traidor, ¿Cierto? Pregunta Keean,
intentando tener la imágen completa. Naka asiente y sigue hablando. —
Informe del ataque, pero no pasaron más de dos metros cuando volvía a
caer, había perdido la otra pierna. Su voz tiembla, realmente le dolía el estar
en esta situación. Pero antes de poder comentar que era Gaff a quien yo
había visto, el maldito bloqueo las comunicaciones. Naka no deja de
mirarme.

Keean se mantiene pensativo, piensa en toda la situación. — Me imagino


que tú viste más que eso. El guardabosque ahora se refería a mí. Asiento.
Vuelvo a mirar a Naka, de reojo. La boca de Naka se abre. Sus labios dicen.
— “Gracias”. Ella no emite sonido. Asiento con la cabeza. Naka había
comprendido que estaba viva por Sulami y por simple misericordia. — ¿Y
bien? Insiste Keean, con la voz un poco más seca.

Resoplo, sabía lo que tenía que hacer. La había cagado de manera


monumental, lo que había pasado ahí dentro no había servido para una
mierda, la sabía y Sulami también, pero no importaba, ya había pasado. Ya
había detenido el incendio, ya había asesinado a cada guardabosques que se
me había cruzado enfrente; el decir la verdad no cambiaría nada, así que,
sin pensarlo, solamente miento. — Si, pero no era uno, de hecho, eran
muchos. Comento, mirando al suelo, ordenando las palabras en mi mente
antes de emitirlas por mi boca. — No lo hagas. Suplica Sulami, ella sabe lo
que haré. Simplemente la ignoro. Keean y Naka me observan de manera
detenida. Naka conocía la verdad, pero solo me deja hablar, me deja
salvarme, vida por vida.

— El primero que vi fue a Gaff, escuché los disparos, pero no vi a Naka por
ningún lado. Esquivo la cabeza de la enfermera. Siento alivio en los
hombros al momento que ella me quita el chaleco. Continúo viendo de
manera fija a Keean. Al tipo lo había comprado Wood por una cantidad
fuerte de dinero y por un segundo, el desgraciado intentó persuadirme, pero
no lo logró, así que me atacó y por defenderme de sus embates, terminé
matándolo, pero no estaba solo. Keean se impresiona, sé que está creyendo
cada palabra que digo. Me encontré con István, con Yale, con Genndy y con
Aliza, todos traidores a la causa. Añado, tergiversando todo lo que había
pasado ahí dentro. Continúa con la recapitulación. También vi a Clivio, el
tipo mató a Anna, le reventó la cabeza por no estar en el mismo bando, no
pude hacer nada para salvarla. Comento, recordando sus sesos sobre la
tierra.

Sigo enumerando a todos los que había asesinado. También estaban Aarón,
Roy y algunos otros que no conocía, de la zona Sur. Keean se queda en
silencio. — ¿Roy? Pregunta, muy confundido. La enfermera baja la
cremallera del traje, lo retira de la parte superior. Aprieto mis dientes del
dolor, justo en momento en el que la tela se separa de la carne viva. Me
detengo por un segundo, Keean, de nueva cuenta, mira todas mis heridas.
Resoplo, llevo mi vista alrededor. Observo el bosque, las heridas que tenía
mi viejo amigo. Sonrío, igual que yo, ambos habíamos sufrido los estragos
de este día, pero continuábamos aquí, luchando.

Vuelvo a la conversación, me concentro en contar los detalles verdaderos,


combinados con mentiras. — Roy ya era un mercenario antes de este
trabajo, en lo personal, no me sorprendió que tomara el dinero de ese
desgraciado. Comento, reconociendo la naturaleza de mi más grande
adversario. Keean se muestra incómodo, acelerado, como si el número de
muertos, a pesar de ser simples traidores a sus ojos, le importaban, pues al
igual que yo, él también comprendía lo que significaba cada muerte. Cada
uno de los caídos, ya fuera porque eran un estorbo en la salvación del
bosque o por ser traidores, eran alguien con quien habíamos compartido una
infinidad de horas y que, en su tiempo vivos, había luchado y sufrido por
esta causa.

— ¿Y alguien más cayó ahí dentro? ¿Viste a otros, los de nuestro lado?
Asiento y continúo con la historia. Me detengo por un segundo, pienso en
Carlo, en Rosa y en Ant. Todos se merecían más de lo que habían tenido. —
Claro, vi a Rosa, a Carlo y a Ant, todos lucharon valientemente contra
adversarios mucho más grandes, fuertes y preparados que nosotros. Los
ojos de Keean se tornan rojos, mas no deja salir las lágrimas. Se la razón de
esto. Rosa y él eran cercanos. Lo lamento, pero sigo con la historia. Rosa, al
igual que Carlo, cayó contra Roy. Mi voz tiembla, recuerdo el final de
ambos. — ¿Cómo? Apenas y logro escuchar la pregunta, por todo el ruido
de nuestro alrededor. — Rosa por un cuchillo en el cuello y Carlo por un
golpe en la garganta.
El combate sigue siendo perceptible. Ninguno de nosotros se inmuta por lo
que está pasando. Todos piensan en los muertos y en lo que está por llegar.
Las probabilidades no estaban de nuestro lado, no gracias a mí. — ¿Y Ant?
Pregunta Naka, pues ambos operaban en zonas muy cercanas del bosque. —
Él cayó un poco antes, en un tiroteo, fue un disparo directo en la frente, no
pudimos hacer nada. Respondo, enredándome en más y más mentiras, con
el fin de que al menos ellos, tuvieran los honores que se merecían.

— Pues ya todo se fue a la mierda, ya nada vale la pena. Murmura, bajando


la cabeza, mirando las ramas quemadas. Intercambio miradas con Naka.
Enderezo mi espalda. — No, aún podemos luchar. — ¿Sí? ¿Quiénes? —
No sé, los que quedamos, pues no podemos dejar que el sacrificio de
personas como Ant, Rosa o Carlo haya sido en vano. Mi voz se entrecorta.
No después de todo lo que hemos pasado. Añado, recordando a mis amigos.
Keean asiente, toma el liderazgo de la situación. — Bien, primero, hay que
restablecer la comunicación, acabar con los bastardos del centro de campus,
armarnos y luchar, luchar hasta el último de noso… Algo llama la atención
de Keean.

Keean se calla, mira hacia la nada, agudiza el oído. Naka y yo lo


observamos, confundidos. — ¿Ya llegaron? Pregunto, regresando mi vista
al bosque. Keean niega y reacciona. — No, pero al menos ya podemos irnos
olvidando de los idiotas del centro. La boca de Keean muestra una pequeña
risa tímida. Llevo mi vista hacia los disparos. Pregunto a qué se refería. Ahí
va Morgan, directo a barrer con cada uno de esos desgraciados. Añade,
señalando hacia el bosque. Mi vista sigue su dedo. Lo veo, una gran masa
metálica y reluciente era perceptible entre los árboles. Morgan se mueve
lento, apenas y logra esquivar los árboles.

Mi corazón se acelera. Siento miedo por Dua, por sus compañeros y su


lucha. Intento mantenerme sereno. Debía actuar, no podía dejar que Morgan
llegase con Dua, o al menos que ella siguiera ahí cuando esté lo hiciera. No
lo hago de inmediato, debía tener una razón para levantarme. Una radio se
activa. — Keean, cambio. La radio tiene estática, pero el mensaje sigue
siendo comprensible. — Aquí, Keean, ¿Qué sucede? Tenía años de no ver
este tipo de radios. El grupo había recurrido a utilizar herramientas viejas y
todo por nuestra culpa. Escucho con atención, el guardabosque se lleva las
manos al chaleco. — Confirmado, todo Wood International se vació, se
esperan más del doble de los efectivos que tuvimos en La Noche de la
Hojalata. Los tres guardabosques nos miramos, mutuamente.

Esta era mi señal para salir de aquí. Debía apresurarme, apenas y si puedo
escuchar los pasos de Morgan al andar. Con dificultad, me levanto. La
enfermera intenta detenerme, falla. — ¿Dónde está el decano? Pregunto,
buscando alguna excusa. Keean me observa extrañado, pero responde. —
En el pabellón, pero deja que te atienda, necesitas atención médica. Lo
ignoro. Doy un par de pasos tambaleantes. — Si lo que dicen es cierto y
vienen tantos como se espera, debo informar lo que pasó allá adentro, para
que no los esperen y tengamos una defensa mucho más real. Aún pudo ver a
Morgan. Este sigue corriendo, a un lado del bosque.
Vuelvo a dar otro paso, no le pido permiso a mi similar. Este lo acepta y la
enfermera se queda ahí. Vuelvo a cubrirme el torso. Avanzo hacia el
pabellón. Las personas siguen llegando. Algunas con arena, otras hacían
filas y cargaban cubetas u otras simplemente iban a curiosear. Me detengo,
todos me rodean, me miran con sorpresa y asco. Los ignoro. —
Comunícame con Dua. Murmuro, entre toda esa gente. Sabía que Sulami
estaba ahí. Nadie me responde y repito la orden. Comunícame con Dua.
Ahora lo hago de manera más seria. — ¿Qué hicimos? Apenas y logro
escuchar su lamento.

— Hicimos lo que teníamos que hacer. Respondo, volviendo a caminar. —


Pero todo lo que dijiste, eso no ocurrió así. Miro hacia el horizonte, sobre
los edificios, hacia aquel cielo amarillento. — ¿Y eso en qué cambia? Ya
todos están muertos, los matamos, el cambiar los hechos no los beneficia ni
perjudica, pero a nosotros si. — Si, pero no debimos hacerlo en primer
lugar, matamos a todos, ¿Y para qué? ¿Para que al final si se cancelara el
ataque? ¿Para que al final todos se unieran y defendieran el bosque? Sulami
se toma un segundo para respirar. Lo que hicimos, estuvo mal, no valió la
pena. Añade.

Me llevo las manos al rostro. Concuerdo con todo lo que mi amiga había
dicho. — Sé que la cagamos, yo la cague, pero ya pasó, ahora quita el
bloqueo, déjame hablar con Dua, necesito advertirle que va Morgan. Volteo
mi mirada, lo veo a la lejanía. — Si lo quito van a saber que fuimos
nosotros. Me desespero, ya no teníamos tanto tiempo. — ¡Quita el maldito
bloqueo! Morgan va a arrasar con todos. Sulami calla. Me mantengo
estático, espero, nervioso porque no sea demasiado tarde. — Ya estoy
llamando. Comenta. Suspiro, sintiendo una mirada fija en mi nuca. De los
nervios, con el fin de distraerme, veo quién me observa. Era Keean, a un
lado de la ambulancia. Su rostro se nota agresivo, lo había escuchado todo.
El teléfono sigue marcando, mientras intercambio miradas con mi similar.
Me enderezo, siento mi pistola en la parte baja de mi espalda. — ¡A la
mierda! ¿Qué es un cadáver más en esta pila de mierda? Pienso, tomando el
mango del arma.

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