El Guardabosques J. F. Gomez
El Guardabosques J. F. Gomez
El Guardabosques J. F. Gomez
J. F. Gómez
Jesús Francisco Gómez Flores
El Guardabosques
Primera edición: Mayo, 2023
ISBN: 9798393703721
Prólogo. 5
CAPÍTULO PRIMERO.. 6
CAPÍTULO II. 13
CAPÍTULO III. 32
CAPÍTULO IV.. 57
CAPÍTULO V.. 67
CAPÍTULO VI. 77
CAPITULO VII. 86
CAPÍTULO VIII. 102
CAPÍTULO IX.. 112
CAPÍTULO X.. 119
CAPÍTULO XI. 139
CAPÍTULO XII. 146
CAPÍTULO XIII. 151
CAPÍTULO XV.. 159
CAPÍTULO XVI. 163
CAPÍTULO XVII. 167
CAPÍTULO XVIII 172
CAPÍTULO XIX.. 176
CAPÍTULO XX.. 183
CAPÍTULO XXI. 187
CAPÍTULO XXII. 196
Prólogo
Cómo sobrevivir a un mundo de cabeza y a tus propios problemas sin
morir en el intento
La primera vez que leí a J.F Gómez ahí por el ya lejano 2020 recién
vivíamos una época de terror y pánico colectivo ante las circunstancias
pandémicas de un virus que nos arrebató la vida de miles de millones de
personas, pero no solo eso, nos quitó a nosotros los colados de la vida la
esperanza de poder salir a la calle como personas normales sin una
mascarilla o sin el temor de que algo pudiera terminar en muerte. Los libros
han sido siempre fuente de imaginación, la forma en la que podemos viajar
sin salir de nuestra casa y lo curioso era que justamente a causa del virus no
podíamos salir de nuestras casas así que tocó buscar el consuelo en los
viajes literarios.
Ambos continuamos parados frente a la puerta del decano, sin que nos
importase nada más. — ¿Se llevaron muchos árboles? Pregunto, con miedo
de escuchar la respuesta. — Pocos, debieron ser unos siete. Suspiro, pero
lamento la pérdida de tanto. Lo sé, chico, pero, hay que agradecer que
logramos repelerlos, me dijeron los de la Torre que vieron tres camiones
estacionados afuera de la malla. Me impresiono, pues, eso no era muy
común. — Debieron pedir refuerzos. Comento, ya que eran demasiados
para un par de guardabosques. — Fueron los chicos que estaban en el
noroeste. — Yo está…— Se que vives ahí, pero ya habías hecho una
guardia de 48 horas, era justo dejarte descansar. Lo acepto, pensando en qué
tal vez hubiera podido hacer algo.
— Tiene ya bastante tiempo de eso, fue la noche que tuvimos que cerrar el
campus y cada uno de los guardabosques, en servicio o descanso tuvimos
que salir ese día, porque un convoy de más de cincuenta camiones venía a
talar el bosque. Repito, de manera automática, con los ojos mirando a la
nada, mientras en mi cabeza recuerdo cada pequeño detalle de ese día, que
pareció durar tres. — Si, es uno de los problemas que acarrea el tener el
último gran bosque del planeta. Responde el decano, con un tono de voz
algo cansado. — Puede ser, pero, si no fuéramos el último bosque, la
universidad no tendría el prestigio que hoy por hoy tiene y el gobierno no
hubiera creado este trabajo. Digo, apuntando mis manos hacia mí mismo.
Debido a que ahora la madera era el objeto más codiciado y caro del
planeta, gracias a la escasez de la misma, los gobiernos habían creado
pequeñas zonas donde se intentaba conservar la naturaleza lo más posible,
pero, ya que la avaricia de las empresas no conocía límites, estas seguían
talando cada árbol, sin preocuparse por nada más que por el dinero. Al ver
que las reservas comenzaron a fallar se les dio a los guardabosques
entrenamiento y permiso para asesinar a cualquier persona que intentara
entrar por la fuerza a los bosques. — Cada una de las reservas en escuelas y
parques nacionales cayeron, a excepción de esta.
Me quedo observando hacia el decano, desviando la mirada por algunos
instantes hacia la ventana, viendo las hojas de los árboles moviéndose,
acompañada de un cielo amarillo, sin nubes. — Hablando de los problemas
que acarrea el tener un bosque. Añade el decano, con un tono bastante
suave. Mi mirada vuelve a la oficina. ¿Té enteraste de lo que sucedió con
“Heidi Mcguire”? Mi cabeza asiente en automático. La chica había sido
víctima de un asesinato, por parte de los taladores. — Si, escuché que
estuvo en el lugar incorrecto en el momento incorrecto. Respondo,
recordando la fogata que había visto desde mi casa sobre el árbol. — Si,
ella y sus amigos quisieron disfrutar del bosque del campus, acampar y
divertirse, pero…— Llegaron unos imbéciles a matar árboles, la chica se
entrometió y recibió un disparo en la cabeza. — ¿Cómo lo… — Yo estuve
ahí y de no haberlo hecho pudieron haber muerto todos los estudiantes, solo
maté a cinco, el resto huyó Vuelvo a interrumpir, recordando a los hombres
y el cómo apenas habían comenzado a talar.
— En verdad agradezco lo que has hecho por esta institución y por sus
bosques. Comenta el decano, yo solo sonrío, de manera fugaz y él vuelve a
hablar. En verdad se ve que te importan mucho, pero, esto ya se nos salió de
las manos. Me extraño y presto atención, ya que esto no parecía ser la
clásica plática donde solo informábamos de las muertes. Tengo a toda la
mesa directiva en mi maldito cuello, a la comunidad de padres enojados,
pues, creen que no podemos protegerlos, a los estudiantes asustados y
pidiendo justicia por su compañera y a la empresa “Wood International”
ofreciéndome una millonada por cortar los árboles. Añade el decano, con un
tono muy frustrado.
La oficina vuelve a estar en silencio, ya que, no había mucho margen de
maniobra. — En verdad, señor, le pido una disculpa, tal vez si hubiera
llegado antes…— ¿Qué? Pregunta el decano, muy confundido. Antes de
que yo pueda volver a disculparme, por todo lo que mi falta de velocidad
había generado, el decano vuelve a hablar. No tengo nada que perdonar o
mucho menos reclamar, eres probablemente el mejor guardabosques que
tengo. El decano se toma un respiro y continúa. Nadie mata como tú, ni
mantiene tan bien cuidada su zona, pero, esto era algo inevitable. Asiento,
consciente de que recibimos más de cinco ataques diarios.
Aunque yo sabía qué era lo que podía pasar, esperaba que el decano, que
también era un amante de la naturaleza, no tomara esa decisión. — ¿Y qué
hará? Pregunto, con un hilo de voz, mirando nuevamente hacia la ventana,
escuchando el viento y el cantar de los pájaros. El decano se toma un
momento. Parece que la decisión también le duele. — Después de pensarlo
mucho, he decidido quemar todo el bosque. Responde, con la voz
temblorosa. Resoplo. Mis manos sudan, de manera copiosa, y mi pecho
tiene un pequeño cosquilleo.
Continúo estático, la gente me rodea como el agua del río rodea a una
piedra. Todos me observan, pero mi mirada se encuentra fija en el
amarillento cielo, como si en este lograra encontrar alguna respuesta
secreta. Como si sus partículas de polvo y “smog” tuvieran el secreto de la
vida, mas no era así. Consciente de que no tenía nada que hacer y que el
estar solo en mi casa, tal vez, me haría sentir peor, decidí aceptar la
invitación de Carlo e ir al Guitón de Oro. — Es mejor que estar parado.
Murmuro. Y un chico con una computadora craneal me volteó a ver, como
si hubiera escuchado mi susurro.
A medida que iba caminando por el campus, el brillo del Sol se hacía cada
vez más tenue, perdiéndose el resplandor del mismo entre las copas de los
árboles que rodeaban la universidad. Al ir perdiendo fuerza el Sol, las
farolas en el campus se encendieron y esta cambió completamente de
imagen. Mientras que, de día, la institución, por órdenes del decano, se
esforzaba por mantener las viejas costumbres y por mostrarse lo más clásica
posible, por las noches, las luces neón de los establecimientos y los grandes
hologramas que anunciaban las últimas ofertas convertían esto en
prácticamente una mini ciudad.
Con la noche ya sobre nosotros, logro pasar más desapercibido. Las miradas
de la gente ya no me siguen y ni los dedos me señalan. Pasando el último
edificio dedicado a impartir clases, llegué a la zona “comercial”. En este
lugar, podías encontrar de todo, desde restaurantes muy elegantes, hasta un
lugar donde pudieras hacerte un tatuaje. Aunque en su momento, el decano
fue fuertemente criticado por darles a los alumnos este tipo de lugares en un
ambiente, que se supone, es solo para el estudio, con el tiempo todos
aplaudieron esta arriesgada decisión; la mayoría de los poblados que no
eran ciudades, se habían convertido en tiraderos o en agujeros donde solo
vivía la peor mierda existente, que estaba dispuesta a todo por conseguir
unos cuantos dólares. El tipo de gente que amaba Wood Internacional.
A la puerta del bar, hay una pequeña fila de no más de diez personas. Todas
ellas usaban atuendos que dejaban en evidencia toda la hojalata que
llevaban encima. Podía ser desde un microchip en la cabeza, o tener el
cuerpo completamente metálico, solo dejando la cara como último vestigio
de lo que alguna vez pudiste llamar “tu”. Los chicos que esperan a entrar, se
golpean entre ellos al verme. Lo ignoro y entro directamente. Ya en el lugar,
una chica, con cabello metálico y una mano robótica me recibe, extrañada
de ver a alguien como yo en este lugar, mas no dice nada, pues, los
guardabosques teníamos permitido entrar a cualquier lugar del campus, ya
fueran, dormitorios, oficinas o laboratorios. — ¿Mesa para uno? Pregunta,
mirándome de arriba a abajo, para verificar que no tenía nada más que piel
y huesos. — Ya me esperan. Respondo, intentando mirar hacia dentro del
local.
Camino un par de pasos más hasta que “Morgan Grau” nota mi presencia.
— Llegó “Homínido”. Logro captar entre el bullicio del bar. Morgan era un
guardabosque que había perdido los ojos por una granada de fragmentación.
La granada le despedazó los brazos y las piernas, además, las esquirlas
habían penetrado tanto que, incluso con mejoras, era imposible que él
volviera a ver, así que, el tipo solo se mejoró los tímpanos para poder “ver”,
solo escuchando. Así que ahora, el tipo tenía todo el cuerpo metálico, solo
dejando de “él” su rostro y cabellera. El resto de los guardabosques me
observan, muy extrañados y Carlo se levanta, volviendo a saludarme con
mucho entusiasmo. — ¡Qué bueno que si llegaste! Dice, tomándome de
ambos hombros. — ¿Cómo no hacerlo? Si sentía que cada paso que daba
estaba monitoreado. Respondo, mirando los lentes oscuros de Morgan y el
rostro de Keean, el cual, solo se había mejorado los oídos porque le parecía
genial lo que hacía Morgan. Ambos sonríen, de manera fugaz.
Todos guardan silencio por algunos segundos, hasta que Carlo habla. —
¿Recuerdan esos días? Pregunta al aire. Los días en los que el calentamiento
global era solo un mito, los días en los que nuestro trabajo ni siquiera
existía. El rostro de Keean, Rosa, Morgan y Carlo cambia. Todos miran al
techo, mirando al pasado con nostalgia. Ellos, al ser mucho más grandes
que yo, tenían muchos más recuerdos sobre esos días. Al haber nacido en el
2010, había visto muy poco de la vida antes de que todo se fuera a la
mierda; por las guerras, por las bestias, por el capitalismo o simplemente
por la apatía de la gente. — Está puede ser una oportunidad de poder tener
un poco de esa vieja vida. Comenta Keean, esbozando una enorme sonrisa.
Carlo nota que sigo firme en querer saber y continúa. — Te pusimos este
apodo porque eres el último de los veteranos en no tener una sola mejora
física. Sonrío al escuchar la razón. En la mesa, al ver que no me he
enfadado, imitan mi sonrisa. — ¿Entonces soy como un hombre de las
cavernas para ustedes? Pregunto, soltando una risa tímida. — De alguna
forma, pero, todo esto es un cumplido. Menciona Rosa. La miro y ella sigue
hablando. Eres un vestigio de una era que ya no existe; la manera en la que
entrenas, combates y te mueves, recuerda mucho a esos vigilantes de
antaño. Tipos como “Foolhardy”, “Kinect” o “El Fantasma del Desierto”.
Me sorprendo y sonrío al escuchar esos nombres. Tipos que no necesitaban
nada más que sus músculos y su convicción y nosotros creemos que tú eres
así; una reliquia de una era pasada, que, en otra época, hubieras sido un
Dios. — Cierto, además, de que todos sabemos que tú eres muy fanático de
esos tipos. Comenta Carlo. Asiento, recordando los artículos y afiches que
tenía en casa sobre ellos.
— Pero, tú debías ser muy joven cuando ellos estaban activos, ¿Cierto?
Pregunta Morgan. Asiento y vuelvo a darle un sorbo a mi tarro. — En la
época dorada, que fue en el 2018, yo tenía apenas ocho años. Carlos y
Morgan suspiran, ya que ellos me llevaban más de diez años. — Hasta
donde recuerdo, tu vivías en Tony Island, ¿No? ¿Frente al puente de “Hell’s
Bay”? Dice Carlo. — Si, yo vi todo: vi el auge de los vigilantes, vi su caída,
vi la guerra contra el narcotráfico y vi el momento en el que llegó esa cosa.
Respondo, sintiendo como si el piso temblara de manera momentánea. Los
oídos me retumban, al tiempo que tomo el tarro y de reojo observo las
botellas y el resto del lugar. Solo confirmando que los temblores
momentáneos estaban en mi cabeza. Aunque eso no los hacía menos reales.
Con el fin de la Guerra entre Mejorados, la cual, había dejado al mundo sin
ningún tipo de protección. Completamente derrotado, sin nadie a quien
admirar o seguir. No por el hecho de que algún grupo hubiera perdido, sino
por el hecho de que la misma guerra, dejó al concepto de los vigilantes
como algo obsoleto. Esa guerra terminó cuando salieron al mercado los
primeros prototipos de prótesis metálicas, computadoras cerebrales y retinas
digitales. Ahora, al alcance de unos cuantos billetes, podrías correr más
rápido o pegar más fuerte que cualquiera de los vigilantes que buscaban
protegernos.
— ¿Cómo fue la vida en este lado del mundo? Pregunto, pues, en ese punto
yo ya estaba en el ejército, peleando en Sudamérica, robando los últimos
vestigios de naturaleza en el planeta, todo con el afán de llenarles los
bolsillos un poco más a los grandes líderes del mundo. Cuando me fui,
había dejado un mundo al borde del colapso y mientras las personas se
maravillaban con los últimos avances tecnológicos y con todo lo que estos
podían hacer, yo me maravillaba con los últimos vestigios de naturaleza: era
testigo de atardeceres hermosos, de selvas vírgenes que llegaban hasta
donde alcanzaba la vista y del cómo cada día era capaz de descubrir alguna
planta o animal nuevo. Así que cuando volví, cuando todo eso que me
maravillo ya no existía, volví a un mundo que sentí ajeno a mí. Un mundo
donde todos podían ser mejorados, si así lo deseaban, pero nadie era capaz
de poder ver una simple hoja caer de un árbol. Por lo que desde que regresé,
mi afán siempre fue reencontrarme con esa belleza que solo me pudieron
dar aquellas selvas, llenas de vida y verde.
Observo a Rosa. Sus ojos siguen humedecidos. Ella mira al techo y aprieta
los labios, en un intento por no romperse. No lo logra. — ¿Sabes de qué
estoy harta? Todos la miramos expectantes. Estoy harta de no conocer mi
propia casa. Dice, con la voz temblorosa. Estoy harta de haber comprado
una casa hace un par de años y nunca haber puesto un pie en ella. Estoy
harta de verla en fotografías y hologramas, como si solo fuera una ilusión.
Ella se toma un respiro, moviendo su mano metálica. En este punto de mi
vida, después de todo esto, ya solo quiero disfrutar de mi pareja y descansar
en el jardín junto a mis perritos, los cuales, estoy segura que ya ni siquiera
me recuerdan. Completa. Tomo su “mano”. Está fría y aún poco aceitosa.
Ella apenas y muestra una sonrisa. Un par de lágrimas recorren la comisura
de sus mejillas.
Ella me mira a los ojos, como si me pidiera perdón. — Amo a ese bosque y
estoy segura de que esta es una mala decisión, pero ya no hay más, el
dejarlo vivo, solo alargará más está agonía. Asiento. — ¡Incluso algunos
podríamos morir si seguimos con esto! Añade Keean. — Tiene razón,
chico, no todos podemos ser tan buenos como tú. Dice Carlo, tomándome
del hombro con fuerza. Yo solo sonrío. — ¿Entonces qué nos queda?
Pregunto, sin tener la más remota idea de que seguía después de todo esto.
— Queda disfrutar la vida, hombre. Tienes veinticinco años, tienes toda una
vida por delante para hacer lo que te plazca. Responde Carlo. Vas a tener:
dinero, tiempo libre, juventud y belleza. Dice Carlo, enumerando los
“beneficios” de mi nueva vida. — ¿Y vale la pena perder el planeta por
ello? Pregunto en mi cabeza, mientras en la realidad solo me trago esa
pregunta con cerveza.
— Yo sé que tengo un mundo de posibilidades allá afuera, pero hay que ver
las cosas con algo más de perspectiva. Hablo, acto seguido, le doy un trago
a mi cerveza. Carlo me pone una cerveza nueva cuando aún no he
terminado la mía. Él me sonríe y pide más a la mesera. Cuando esto caiga
mañana, ya no habrá más, el mundo se irá yendo a la mierda poco a poco, al
punto donde el calor será insoportable de día, donde todas nuestras
actividades serán hechas con una máscara encima. Todos me observan, con
evidente derrota en los ojos. Después de esto, ¿Qué nos va a quedar?
¿Bailar bajo la lluvia ácida? ¿Ver los atardeceres en medio de una tormenta
de arena? Pregunto, intentando que todos recapacitaran sobre esta decisión.
Si dejamos que esto pase, ya no nos quedará nada más que un par de años,
si tenemos suerte. Añado, recordando mis días en Sudamérica, viendo cómo
todo se fue al demonio muy rápido, por los desastres, la hambruna y el caos.
Los ojos de la mesa continúan sobre mí. — Debemos ser realistas. Comento
y todos asienten con la cabeza. El silencio se mantiene por algunos
segundos y yo me concentro en mi: en lo que había hecho en Sudamérica,
lo que pasaría conmigo, en dónde estaba en este momento y qué sentía de
todo esto. Al ver que nadie rompe el silencio y solo intercambian miradas
entre todos, dejando en evidencia el leve conflicto que tenían en su mente
sobre todo esto. Me levanto. La cantidad de cerveza ya ha cobrado factura.
Me dirijo al baño, un poco tambaleante.
Dándole un rápido vistazo al lugar, me dirijo a donde supongo que se
encuentran los baños. A un lado de la barra, antes de llegar a la cocina. Al
verme de pie, el bullicio dentro del lugar disminuye. Las miradas regresan a
mí. Las ignoro y me concentro en no golpear a nadie por error. Pasando
entre las mesas, logró llegar al baño. Un lugar muy reducido. Termino con
lo mío y lavo mis manos. A pesar de que la universidad contaba con
bastantes filtros para limpiar el agua que recolectábamos de la poca lluvia
que caía, la realidad es que está estaba tan contaminada que siempre salía
de un color amarillo claro. Muy parecido a la orina. Además, siempre tenía
pequeñas partículas que se te quedaban en las manos y provocaba una
sensación de tierra.
Dua me observa fijamente, sin hacer el más mínimo gesto. Sonrío y eso
rompe la tensión. Ella me regresa la sonrisa y vuelve a su mesa. Los
metálicos a su alrededor no pueden percibir las falsas mejoras de Dua. Para
ellos, ella es una más. — No tienen idea de que solo los está usando por
información. Murmuro y Keean y Morgan, nuevamente, me observan. Mis
ojos se demoran un par de segundos más en regresar a mi mesa. Carlo lo
nota y solo ríe. Yo vuelvo, completamente perdido.
Grave, repetitiva y acompañada de una luz roja que alumbra la entrada del
lugar. Todos en el lugar intercambian miradas y se levantan de golpe. Sin
perder el tiempo, doy un salto y corro antes de que las puertas se cierren.
No lo logro. Un portón cae en la entrada y deja al bar completamente
aislado. — Una tormenta de arena. Decimos todos los guardabosques a
coro, los cuales estaban justo a mis espaldas. Miro a mi alrededor, haciendo
un especial énfasis en Dua. Los estudiantes muestran un rostro de
preocupación y miedo; incluso ellos saben lo que una tormenta de arena
significa. — Incluso en el último día estos bastardos van a atacar. Comento
y todos asienten, mirando fijamente a la puerta.
Aunque Dua tenía razón. A pesar de todo el hartazgo que estos tipos
clamaban tener y de lo cansados que, supuestamente estaban, todos se
levantaron de golpe e intentaron salir, dispuestos a pelear en medio de una
tormenta. Continúo con la mirada fija en la entrada, hasta que comienzo a
escuchar las pequeñas partículas de arena golpeando contra el metal,
acompañadas por un fuerte silbido que incluso lograba ser perceptible a
través del grueso metal. Todo el bar ahora se encuentra en silencio, incluso
la música que había acompañado la noche fue cortada de golpe, por el
nerviosismo.
Mis labios vuelven a tocar el tarro. Los temblores cesan. — ¿Cómo has
estado? Pregunto, intentando alejar la plática de los temas importantes. Ella
lo nota, pero me sigue. — Todo bien, este es mi último periodo. Asiento,
continúo mirando las botellas de reojo. Ella lo ve y finalmente se atreve a
tocarme. Ella toca mi mano, como muestra de afecto. La sostengo, su mano
está fría. No está aquí. Añade, mirándome fijamente. — Lo siento, creo
que…— Deberías hablar más del tema. Me interrumpe. — Ya lo he hecho,
muchas veces. Respondo, recordando las múltiples veces que le conté la
misma historia.
Sus labios esbozan una sonrisa. Su mirada continúa fija en mis labios. —
Me alegra verte. Comenta y yo suelto su mano, para ahora posarla sobre su
pierna izquierda. Dua se sonroja. — Solo el Apocalipsis fue capaz de
juntarnos. Comento, sintiendo una emoción en mi pecho que tenía mucho
tiempo sin experimentar. — Tal vez sea nuestra última noche con vida,
deberíamos aprovecharla de una mejor forma que estando encerrados en un
bar para cableados. — ¿Cuál sería un mejor plan? ¿” La ruta del café”? ¿El
cine a medianoche, después de mis guardias y tu estudio? Pregunto,
recordando nuestras viejas citas. Ella sonríe. — La verdad, cualquier lugar
tiene su encanto si… Ella se interrumpe a sí misma. No termina la frase.
— La realidad es que después de mañana, ningún lugar tendrá encanto.
Digo al aire, recordando lo despedazados que quedaron los poblados
sudamericanos. — Lo sé, ya todo se fue a la mierda, pero, aún podemos
hacer algo. Comenta y yo suspiro, mirando de reojo todo el lugar. Mi
cabeza niega; sé perfectamente a lo que se refiere. Vuelvo a tomar mi
cerveza. Esta se termina y pido otra de inmediato. Dua solo me observa,
consciente de que no busco hablar más de ese tema. Deberías consi…— Ya
hice más de lo humanamente posible por ese bosque, bosque que todos
veían muerto, salvo yo. La interrumpo, intentando dejar claro mi punto. Lo
que se podía hacer por salvar esto, se hizo cada maldito día por los últimos
cuatro años, ya nadie puede dar más. Añado y ella posa su mano en mi
hombro. — Tú sí. Comenta, recargando su cabeza en mi espalda y dándole
un pequeño beso.
Ese mínimo roce de labios hace que mi mente explote en éxtasis; toda esa
frustración por el bosque, todo el sufrimiento que había causado, todo el
cansancio, se habían desvanecido por ese ligero roce de carne. Después de
eso, ambos nos congelamos por un segundo, expectantes de quién tomará el
siguiente paso. Lo tomo. Mi mano deja su pierna y toma su nuca y cuello.
Ella no pone resistencia. Nuestros labios vuelven a juntarse, salvo que ahora
es de manera apasionada, como si nunca hubiéramos dejado de hacerlo.
Aunque yo sabía que mañana todo esto no importaría, por alguna razón, mi
mente no concebía el hecho de dejar que esos tipos llegasen y se robasen
algo por lo que habíamos sudado, sangrado y llorado por tantos años. — Tal
vez esto ya no importe, pero voy a ir. Comento, al tiempo que Dua se planta
a mis espaldas. Escucho el momento exacto en el que ella nota a Roy, pues
de su boca sale un pequeño sobresalto. — No te arriesgues, chico, deja que
se lleven lo que quieran. Niego con la cabeza. — ¿Se van o se quedan?
Pregunto al aire. Algunos segundos pasan en silencio, siento la mano de
Dua en mi trasero. Los de la mesa nos observan a ambos. — Mejor ve a
disfrutar tu noche, porque si vas, no iremos por ti. Comenta Keean y yo solo
acepto. — Los veo mañana entonces. Comento, acto seguido, me doy media
vuelta, tomo la mano de Dua y comienzo a caminar hacia la salida. Dua me
mira expectante.
CAPÍTULO III
Poco antes de salir del lugar me detengo. — Perdona que te haga esto, pero
tengo que… Dua pone su mano en mi boca. Me callo. — No tienes que
explicarme nada, belleza, solo dime dónde te veo después. Sonrío y le
planto un beso en los labios. Ella me sonríe de vuelta. — Te veo en tu
dormitorio, en una hora. Comento. Dua niega con la cabeza. — No puedo,
ya me pusieron una compañera, pero si, te veo en mi edificio en una hora,
debo de pasar por unas cosas. — ¿Y a dónde iremos? Pregunto con mucha
velocidad, mirando de reojo hacia el pabellón. — Vamos a tu casa. Me
impresiono. Quiero ver por última vez ese lugar, antes de que mañana se
convierta en una bola de juego. Añade, sonriendo de manera tierna. — Pero
es muy peligroso, no hay nadie cuidando. — Entonces será mejor que hagas
muy bien tu trabajo. Sonrío y asiento con la cabeza, pidiendo mi moto
desde el panel en mi muñeca.
— Tienes una hora, belleza, para hacer lo que tengas que hacer, si no llegas
en una hora, se acaba la oferta. Asiento. Ambos salimos del lugar. Todo el
pabellón se encuentra tapizado de arena, tierra y pequeños pedazos de
basura. — Si fue una buena tormenta, ya veo por qué no atacaron antes.
Comento, viendo la cantidad de arena que cubría el suelo, pues, en medio
de una tormenta era imposible ver algo y era muy probable sufrir daño, ya
fuera por un accidente o por la basura que llevaba la propia tormenta. Dua
solo mira a su alrededor, con rostro de preocupación. — En un momento
llegarán los limpiadores. Añado, pues, al decano no le gustaba que el
campus se viera deteriorado. — Yo sé, por ahora yo volveré con mis amigos
y te veo en un rato en mi edificio. Asiento, mirando mi motocicleta a la
lejanía. Ya te quedan cincuenta y nueve minutos. Completa Dua, soltando
una risa nerviosa. Sonrío y la vuelvo a besar, ella me regresa la sonrisa, con
evidente nerviosismo en sus ojos. — Todo sal…— No pierdas más tiempo.
Me interrumpe, dándome un leve empujón en el hombro, yo asiento y me
monto en mi motocicleta.
Esquivando gente y algunos guardias del campus, los cuales salían con
mucha urgencia de los lugares donde habían podido tomar refugio,
Continúo con mi camino, sin decir o pensar en nada más que mi misión.
Dando una vuelta a la izquierda, saliendo finalmente del pabellón, puedo
observar como el panorama cambia de edificios, luces neón y estudiantes, a
terracería, árboles y oscuridad. Toda la tecnología, construcciones y
vitalidad del campus desaparecen para ahora encontrarme en medio de un
bosque, siguiendo un camino de tierra muy estrecho. Con mi motocicleta
como la única fuente de luz, sigo con mi camino al norte, pues, sabía que el
tiempo en este tipo de ataques era vital. — ¿Dónde te tocó la tormenta?
Pregunto, sin perder de vista el “camino”. Sulami tarda unos segundos en
contestar. Ruidos se escuchan al fondo. — En casa de “Norio”. Solo aprieto
los labios, no conozco a nadie con ese nombre.
Mis ojos pierden de vista, por un segundo el suelo. Estos se enfocan en ver
el movimiento de las hojas. No hay nada. Solo sombras que le dan a mi
mente una mala pasada. Mi mirada vuelve al suelo. Con velocidad muevo el
manubrio, mi pierna pasa a centímetros del tronco de un nogal, hablo. —
Prueba sacar los drones, necesito imagen. Comento, intentando distraerme.
— Lo siento, el decano ordenó almacenar todo. Resoplo, sintiendo como
sudan mis manos. Estás solo, galán. Añade. — ¿Al menos tienes la
ubicación? Pregunto, un tanto desorientado y arrastrando algunas palabras.
Sulami tarda un par de segundos en responder. — La alarma se encendió en
la reja treinta y nueve, al Norte. Puedes probar por ahí. Resoplo y meto las
coordenadas a mi casco.
— Entonces todo sigue en pie. Digo, con la voz cansada. — Si, solo tú y yo
somos los únicos locos trabajando en un día como hoy. Sonrío, colocándole
el resto de los accesorios a mi rifle. Este, en un solo movimiento, crece de
tamaño, la mira se hace más larga, la culata más grande y el cañón toma una
forma alargada. — Lastima, eso significa que no habrá cena de Año Nuevo.
Sulami ríe a carcajadas. — Nunca ibas, galán, además, los guardas no
acostumbraban convivir con los técnicos en lugares públicos, salvo por
“Naka”. Asiento con la cabeza, recordando las múltiples veces que prefería
quedarme a hacer guardia en lugar de ir a ese tipo de fiestas. — Pues este
año si pensaba ir, era la excusa perfecta para finalmente conocernos. Digo
al aire, escuchando una plática indistinta.
Sin detenerme un segundo, continúo, a pesar de aún sentir los efectos del
alcohol. Algunos segundos pasan en silencio, nadie comenta el número,
pero ambos sabemos. — Son muchos. Comenta, Sulami. La ignoro y
continúo caminando, con mi convicción firme. Puedo hablarle a alguno de
los novatos o a Carlo para que…— ¡No! Ellos escogieron, además,
tardarán quince o veinte minutos en llegar, no podemos perder tiempo. Me
tomo un respiro y continúo. Somos los que somos. Añado, ya comenzando
a comprender las conversaciones de estos criminales…— La tormenta duró
menos de lo esperado, no dudo que tarden en llegar. Comenta uno, al otro
lado de una pequeña montaña. La conversación continúa, dejo de
escucharla, nada de lo que estos tipos digan puede llegar a interesarme.
Subí la montaña y sin hacer el menor ruido, me pongo pecho tierra. Los
veo, han comenzado con la tala. Personas lánguidas, con las facciones
marcadas y poco pelo. Todas sujetan el hacha con firmeza. Los paso por
alto. Mi vista va a los mejorados, a sus guardias por contrato. — ¿Qué ves?
Escucho el murmullo en mi auricular. No respondo, espero a ver si ninguno
tiene los tímpanos mejorados. Después de una mirada rápida, respondo. —
Hay pupilas digitales, brazos con armas integradas y creo que algunos
llevan mejoras en el pecho. Murmuro, intentando pensar en un plan que no
me pusiera en tanta desventaja. Probare la técnica que utilice en la Noche
de la Hojalata. Añado, quitando una pieza de mi rifle, en la parte de la mira,
para colocársela en el cañón. El silenciador se activa, haciendo un ruido
metálico. Nadie lo nota. — No tienes ángulo ni hay distracción en tierra.
Responde Sulami. Antes de hablar, escucho el primer golpe.
— ¡Está a tus doce! Grita Sulami, con una voz muy aguda. Coloco mis
manos en su espalda e intento empujar. Es inútil. Su cuerpo es demasiado
pesado para mí. Las balas comienzan a penetrar. Sangre y aceite salpican mi
rostro y el bosque. Inhalo por unos segundos, intentando pensar en algo
más, pero, mi mente solo es capaz de pensar en planes donde estoy
acompañado y entre las balas recuerdo a Carlo y al resto de los
guardabosques. Todos dispuestos a sacar de apuros a quien fuera. Pero hoy
no estaban aquí y ninguno de ellos llegaría. Si quería darle otro beso a Dua,
debía salir de aquí por mis propios medios.
Mis piernas se mueven rápido, no estoy lejos del lugar. — Los metálicos
llegaron al lugar de la tala. Dice Sulami. No ataques. Añade al ver que no
me detengo. Nuevamente, la ignoro y continúo con mi camino. Subiendo la
montaña, soy testigo de la obra. Un nogal, grande, frondoso, con un enorme
y bello follaje, había sido asesinado solo para la satisfacción de unos
cuantos. Los hombres de Wood, están sobre él, intentando cortarlo en partes
más pequeñas. Aún no me notan. Sin más, mis ojos se alinean con la mirilla
de mi arma. Esta dispara. Un hombre recibe el impacto de lleno. Hace un
segundo celebraba la aniquilación, ahora, solo quedan restos de carne,
sangre y huesos, que manchan este bello lugar. El tipo explotó y ni siquiera
lo noto. Sus similares si lo notan. Su rostro cambia y las miradas se
concentran en mí. Sus ojos me miran aterrados. Todo terminó para ellos,
pero, aun así, estos se aferran a la vida.
Sin pensarlo, todos se abalanzan contra mí. Metálicos y humanos por igual.
Mirando al árbol por última vez y tomándolo como motivación, suelto el
primer ataque. Con el rifle aún en la mano derecha, vuelvo a disparar. La
bala sale direccionada a un metálico. Esta falla e impacta de lleno en un
sauce. Astillas vuelan por los aires, al tiempo que todos los hombres de
Wood cargan contra mí. Uno de los humanos, el más cercano al nogal
caído, es el primero en intentar golpearme. Abanica su hacha, con mucha
velocidad y determinación. Veo el miedo en sus ojos, pero su desesperación
y hambre son mucho más grandes que el terror que pueda infligir un
guardabosques. Levanto mi mano izquierda, sosteniendo el hacha en seco.
El cuerpo del hombre se agita violentamente. Apenas y percibo el golpe y
sin perder tiempo, levanto mi brazo derecho. La bayoneta entra de lleno en
su garganta. Él se lleva las manos, de manera instintiva, en un intento
desesperado por contener la hemorragia. Es inútil. Con velocidad, levanto
mi rodilla y pateó el cañón de mi arma. El arma sale de su cuello,
degollándolo. El hombre se desploma. Los metálicos están más cerca.
Los cableados son listos, saben cómo pelear. Aprovechan su ventaja en
número y no atacan todos de frente. Estos me han rodeado. Esperan el
momento de atacar. Los humanos, desesperados por sacar el árbol de aquí y
poder recibir su paga, no se detienen a pensar, ellos continúan cargando
contra mí. — Solo son carne de cañón. Pienso, concentrado en los cincos
metálicos que me rodeaban. Un segundo humano se acerca a mí. Los
cableados aprovechan este ataque.
Mis ojos regresan al grupo. Antes de siquiera poder enfocar los ojos, un
gran puño metálico se acerca a mí. Por mero instinto, tiro mi espalda al
suelo. El puño se estrella contra la corteza de un roble. Este atraviesa al
pobre árbol y se queda atorado. Las astillas salen disparadas a todas
direcciones. Me levanto, sintiendo un leve dolor en la espalda baja. Ya
incorporado, un metálico con las pupilas mejoradas, anticipa mi trayectoria.
Sin poder esquivarlo, recibo un golpe en mi hombro izquierdo. La inercia
del ataque hace que levante mi brazo derecho, justo el brazo donde está mi
escopeta. El cañón se alinea con su pecho. Un nuevo disparo se escucha en
el bosque. La sangre me salpica el cuerpo y rostro, al tiempo, que el
cableado solo vuela por los aires, de manera violenta.
La patada pasa frente a mí. Siento pisadas muy cerca de mi cabeza. Los
hombres de Wood están cada vez más cerca de mí. Con velocidad, el
metálico vuelve a atacar, intentando pisarme. Rodando por el suelo soy
capaz de evitar las pisadas. Tierra y hojas se levantan, gracias al impacto.
Rodando el cuerpo un par de veces, veo que uno de los hombres intenta
obstruir mi paso, poniéndose en mi trayectoria. Con la misma inercia,
levanto el trozo de madera que aún conservaba en las manos, este impacta
en el estómago del hombre. Las manos del tipo van directo a la herida, al
tiempo que este se encorva y lentamente sangre comienza a brotar de su
boca. Este cae al suelo.
Con su brazo humano, este me toma del cuello. Debido a la fuerza que tenía
el mercenario, el cableado es capaz de levantarme. Tomo su brazo y
comienzo a golpearlo, pero antes de poder causar un daño significativo, el
metálico me estrella la espalda contra un árbol. El golpe es lo
suficientemente fuerte como para que yo lo resienta. Su mano continúa
posada en mi cuello, mis pies no tocan el suelo. La desesperación comienza
a apoderarse de mí al ver que no tengo tantas opciones de contraataque. El
resto de los hombres de Wood comienzan a rodearnos.
Pasando entre los árboles a toda velocidad, soy capaz de ver el destello de
las linternas de los hombres. — No todos tienen visión nocturna. Comenta
Carlo, notando lo mismo que yo. Estas se mueven rápido, intentan salir de
aquí lo antes posible. — Tu síguelos, yo disparo. Comenta Carlo,
consciente de que no era tan rápido como yo y de que todo el alcohol y la
oscuridad del bosque podían hacer que este se cayese. Continúo,
comenzando a ganar terreno. — La reja está a cien metros, apresúrate.
Comenta Sulami, la cual está mucho más activa que hace unos minutos. No
digo nada y solo continúo. Otro destello ilumina el bosque. Una lámpara
cae al suelo. Pequeños sollozos se escuchan a lo lejos.
— ¿Qué carajos fue eso? Pregunto, pues, nunca lo había visto tener
dificultades con un arma. Carlo solo sonríe. — Es este estúpido brazo, aún
no logro acostumbrarme a él. Comenta, mirando su modificación con
recelo. — Me imagino, pero, sin duda tuviste suerte de que fuera un simple
humano, un metálico no habría permitido ese pequeño error. Respondo,
consciente de la velocidad de los cableados. Carlo asiente. — Ya lo sé, pero,
ya ni para practicar, este fue el último disparo que solté con esta arma.
Comenta y solo aprieto los labios. El silencio se mantiene por algunos
segundos y ambos llevamos las miradas al horizonte, mirando por primera
vez en muchos años, el verdadero rostro del planeta. Finalmente logró ver
la mentira.
— ¿Tu qué quieres hacer? Pregunta, sin detener el paso. Suspiro. — Creo
que aún estoy buscando opciones. Murmuro, pues, no podía decirle que una
parte de mí quería luchar por ese bosque. Que sabía que esta era una mala
decisión y que estaba dispuesto a morir por ello. — Te conozco, chico.
Comenta, consciente de lo que realmente quería hacer. Solo te pido no
hacer más estupideces. Añade. — ¿Como enfrentarme a un batallón yo
solo? Carlo ríe. — Algo así, aunque eso no fue estúpido, era nuestro
trabajo. Comenta. — Solo espero tomar la decisión correcta. Murmuro,
bajando la cabeza, mirando las hojas bajo mis pies. Algunos segundos
pasan y Carlo asiente, el alcohol hace que no le tome importancia a todo
esto, aunque en el fondo lo sabe.
Carlo continúa estático, con la mirada fija en la nada. Este vuelve a hablar.
— Eso sí, antes de que termine la noche, creo que me daré una vuelta por el
cuartel, porque, nosotros podremos dejar esta vida, pero esta vida nunca nos
dejará a nosotros. Apenas y logro comprenderlo, gracias a la cantidad de
palabras que arrastra. Intentando no perder más tiempo, solo asiento. —
Podemos tomar lo que sea, ¿Cierto? Pregunto, recordando mi plática con
Sulami. Los ojos de Carlo se miran somnolientos. Este asiente. — Sí,
incluso, hace un rato llegó “Luv” al bar, presumiéndonos sus nuevas botas
cohete y un maldito lanzacohetes antitanques. Sonrío. Obviamente le
dijimos que no podía pasar y que regresara cuando no llevara en las manos
algo que podría volar medio bosque. Suelto una pequeña risa fugaz. — Tal
vez me de una vuelta. — Pues apresúrate, tienes veinte minutos para llegar
con Dua. Dice Sulami por mi auricular.
— Lo que sin duda no extrañaré, son las balas. La voz de Carlo se escucha
entrecortada. Las motocicletas se acercan. Podré extrañar al bosque, su
belleza y la nostalgia que él mismo me provoca, pero sin duda nunca voy a
extrañar las balas o esos momentos en los que estaba frente a un tipo,
ambos con la intención de jalar el gatillo y tu vida dependía de tu habilidad
para disparar. Dice Carlo con la voz débil, como si intentara contenerse.
Esas son cosas que no enorgullecen a ninguno de nosotros y que sin duda
nadie va a extrañar, pero esto, estos árboles, está vista y estos momentos
que nos regala esta vida, sin duda los echaré de menos. Añade, levantando
ambos brazos, señalando al bosque. Ambas motocicletas llegan. Sin hacer
el menor ruido.
Carlo y yo las observamos, ambos sabemos que en el momento que
subamos a esas motocicletas, toda esta vida, toda esa responsabilidad por el
bosque desaparecería. Nadie busca ser el primero en subirse, pero, yo tomo
la iniciativa. No por el hecho de terminar la noche o de acelerar el proceso.
El perder esto me dolía, pero la ilusión de volver a pasar una noche junto a
Dua, era como un bálsamo para mí; nada ni nadie podría llegar a sustituir
todo esto, pero, el pasar la noche junto a la mujer de mi vida, tampoco
parecía un mal plan. Carlo me observa.
Sentado sobre la moto, Carlo vuelve a hablar. — Sea lo que sea que vayas a
hacer, chico, espero te haga muy feliz, lo merecemos. Solo sonrío y Carlo se
acerca para darme un abrazo. Sujeto a mi amigo de manera cálida. —
Gracias por todo, hermano. Comento, aún tomado de la espalda de Carlo. El
abrazo termina. Por favor ya no sigas poniéndote más de esa mierda. Digo,
señalando su brazo. Carlo lo mira y ríe. — Ni lo menciones, no quiero
terminar como Roy. Aprieto el rostro y ambos reímos. En verdad no sé qué
gusto tienen los cableados con estas cosas. Añade. Incluso, cuando me puse
esto, yo quería cubrirlo con piel, para que pareciera más real, pero el tipo
que me la puso se ofendió, diciendo que era un crimen no presumir toda
esta maquinaria. Río recargándome sobre el tanque de mi motocicleta.
Ya sin sentir los efectos del alcohol en mí, ahora soy capaz de ver un poco
más de lo qué pasa a mi alrededor. Veo los árboles y como las hojas de los
mismos bailan, gracias a la brisa. Veo pequeñas zarigüeyas corriendo de un
lado a otro, evitando a los búhos que rondan sobre la copa de los árboles.
Puedo verlo todo y eso es lo que hace este último paseo tan complicado.
Una parte de mi quisiera que me bajase de esta motocicleta y solo me
recargara sobre algún cedro, esperando lo inevitable, pero no lo hago; a
pesar de todo el amor que puedo sentir por este bosque, incluso yo logro
comprender todo el sufrimiento que este acarrea. — Aunque no puedo
negar que desearía que todo continuase igual. Murmuro, sintiendo y
disfrutando todo el dolor físico, pues, este valía la pena si por ello, podía
volver a sentir ese frío aire recorriendo mis pulmones.
A lo lejos, sobre las copas de los árboles, las luces y hologramas que genera
la universidad, comienzan a distinguirse. Un cosquilleo recorre las palmas
de mis manos. — ¿Qué harás mañana? Pregunto, con un hilo de voz. — Iré
a ver el final de todo esto, quiero estar presente cuando pase. Responde, con
la voz un tanto derrotada. — ¿Quieres ir por un café después de eso? ¿O
irás con Naka al salón de belleza? Al tiempo que mis labios sueltan esa
pregunta, un suspiro se escucha del otro lado del micrófono. Sería un gran
momento para conocernos. Añado y Sulami ríe de manera nerviosa. — Me
encantaría, galán. Su voz se escucha mucho más alegre. — Eso sí, ni te
emociones, sé que tenemos una conexión, pero solo somos amigos. Sulami
suelta una risotada. — Tranquilo, aunque no quiera, respetaré a Dua.
Responde, pues, después de muchas noches hablando sobre cómo habíamos
terminado la relación, Sulami ya no veía con tan buenos ojos a Dua. — Es
una mujer increíble. — También eran increíbles los chicos con los que salía.
Réplica, riendo un poco. — Eso sí lo dudo, eran metálicos. Ambos reímos.
La universidad se acerca.
Los edificios se acercan. Las luces de las ventanas en los dormitorios ya son
perceptibles. El panorama es distinto al pabellón. Las construcciones son
más viejas. Los hologramas y anuncios ruidosos aquí no existen. En este
lado del campus, pareciera que el tiempo se ha detenido en una época más
sencilla. Antes de todo: antes de la guerra, antes de las bestias y las balas,
donde una universidad solo era eso, una universidad, no la última esperanza
de la Tierra.
Sobrio, sin luces o farolas que lo alumbren por fuera. Intentando pasar
desapercibido. Aunque las personas sabían que ese lugar pertenecía a los
guardabosques, se buscaba que el mismo no incitara a la curiosidad; que
solo fuera un edificio más, perdido entre este enorme campus. Frente al
gran portón, hay dos personas. Ellos saben lo que es este lugar. Continúo
avanzando, reconociéndolos una vez que estoy lo suficientemente cerca.
Uno era un guardabosques. Uno de los novatos. La otra, para mi sorpresa,
era Dua. Ella llevaba una mochila en la espalda. Al verla ahí, sé
perfectamente lo que está haciendo. Mis labios se contraen. No apoyo lo
que ella hace ni su causa, pero no digo nada. Dua me ve llegar y sonríe,
volviendo de inmediato a su conversación con “Ant Wyner”. A pesar de la
distancia, soy capaz de percibir algo de su plática.
Reconozco el modelo. Era una pistola, que, con los aditamentos adecuados,
podría convertirse en un subfusil. Me impresiono. Ant lo nota y comienza a
colocarle una culata y una empuñadura. El arma crece de tamaño y yo la
tomo, apoyando la culata en mi hombro. Ant me observa. No está nada mal,
pero creí que un tipo tan grande como tú, usaría algo más potente.
Comento, recordando lo eficiente que era con ametralladoras ligeras. El
arma vuelve a Ant. — Sí lo pensé, pero me gusta la movilidad que tengo
con esto. Lo acepto. — Debes desenfundar muy rápido. Digo y Ant, se
encoge de hombros, sin decir nada.
Consciente de que Dua estaba afuera, comienzo a buscar las cosas por las
que vine, en primer lugar. Armas y gadgets que siempre quise probar, pero
nunca llegué a hacerlo. Durante años simplemente busqué especializarme
en lo mío, no había espacio para jugar con otras cosas. — Escuché que las
botas cohete eran geniales. Pienso en mi cabeza. Ant me sigue; durante su
época como recluta ambos nos habíamos hecho cercanos, debido a las
similitudes que ambos teníamos. Pero ahora, no disponía del tiempo para
hablar sobre armas, técnicas de combate, su relación o lo importante que era
la misión para mí. En mi cabeza, solo estaba Dua, así que, no me detengo.
Caminando a la salida, con las manos llenas, paso por las granadas. Las
había de todo tipo: incendiarias, aturdidoras, de fragmentación, de pulso,
eléctricas, contra incendios y también estaba la granada. Me detengo. Ant
me imita. Mi mirada está fija en aquel objeto. Ant no conoce la historia del
mismo, aún no ha tenido la maldición de tirar una de estas. Mi mano se
estira y se mantiene estirada por un segundo frente a ella, antes de tomarla.
El pesado objeto ya está en mi mano. Un suspiro se escapa de mi boca. —
Creo que es todo de mi parte. Hablo, con un hilo de voz. Ant asiente. ¿Tú
no llevarás nada? Pregunto, notando que Ant solo se había paseado por el
lugar.
El motor se enciende, siendo casi imperceptible. Los ruidos del campus son
mayores que el de mi moto. Los brazos de Dua rodean mi abdomen. Esto
me hace sentir un ligero cosquilleo. Sonrío, al reconocer uno de los pocos
vestigios que aún quedaban de sensibilidad en mi cuerpo. La moto avanza.
Despacio. Los edificios de la universidad desfilan frente a nosotros. Las
calles están, casi, completamente vacías. Ambos contemplamos, por un
segundo, todo lo que nos rodea. Los árboles, el césped, los techos con
jardines sobre ellos, y el cielo. Ninguna estrella es perceptible, pero en él se
encuentra una paz, que ambos sabíamos que no se podía encontrar fuera. Mi
muñeca baja un poco. Mi mirada se aleja del campus y el cielo. Aceleramos
el paso. Dua se acerca a mí.
Aún sobre la acera, Dua vuelve a preguntar. — ¿Qué hay con esa granada?
¿Es para mí? Niego con la cabeza, pensando en la primera vez que la
utilicé. — No, sólo estoy reponiendo equipo. Respondo. Escucho a Dua
suspirar a mis espaldas. Sé lo que está pensando. Créeme, no quieres la
carga de usar una como esas. Añado. Dua mueve el rostro. Siento su mirada
en el retrovisor. — No lo sé, nunca he visto lo que hace. Comenta con la
voz un tanto indiferente. — A nosotros nada, tal vez, nos deslumbre un
poco, pero hasta ahí. Digo al aire. Dando una vuelta a la izquierda, pasando,
nuevamente, por aquel arco. — Entonces no entiendo por qué nunca quieres
usarlas. Dice Dua, pues, ella no conocía el contexto, solo sabía que, para
mí, esas cosas eran un tabú.
La pregunta es firme, con bastante interés. — ¿Qué hay con Ant? Dua
relaja sus brazos. Las caricias cesan y puedo sentir su mirada en mi nuca.
Ella pregunta a qué me refiero. Me refiero a que si está en tu causa.
Comento y Dua se relaja. — Aún no lo sé, espero que sí, sería el tercer
guardabosque en aceptar. Me sorprendo, esperando escuchar el resto de los
nombres. No sucede. Dua no dice nada más, así que pregunto. — ¿Quiénes
están dentro? La pregunta es silenciosa, como un murmullo que apenas y
Dua logra percibir. — Con Ant, estarían dos de los tres novatos y un chico
que quedó paralítico hace un par de meses. Responde, contando con los
dedos.
Los árboles continúan, uno detrás del otro pasan a nuestro lado. Dua habla,
quitando su cabeza, de manera momentánea. — ¿Y qué más trajiste? Su
voz se escucha interesada. — Dos pistolas, un exoesqueleto y un par de
cosas que nunca usé. Respondo. — ¿Y por qué no las usabas? Creí que los
guardas podían tomar lo que quisieran. Moviendo el manubrio, esquivando
una gran roca, respondo. — Si podemos, solo que creo que preferí
especializarme en lo mío y me olvidé de experimentar cosas nuevas.
Respondo, pues, en este punto de la guerra, ya todos debíamos saber
exactamente qué hacer y cómo hacerlo. No había espacio para juegos. —
Espero no se te haya quitado esa hambre de experimentar en otras áreas. La
mano de Dua se desliza hacia mi pelvis. Mis piernas cosquillean por el acto.
Ese pequeño roce de piel y tela es capaz de hacerme sudar. Mis labios
sueltan un suspiro que no había salido desde hace mucho tiempo. Dua lo
nota y la escucho sonreír.
Con el fin de poder subir, con mayor facilidad por las escaleras, también me
coloco el lanzallamas en el panel de mi muñeca. Un sonido de presión se
escucha por unos segundos, hasta que se calla. Dua continúa a mis espaldas,
esperándome. Tomando lo que resta de la cajuela esta se cierra. La observo.
Mi mirada ya está adaptada a toda esta oscuridad. Toda la falsa hojalata ya
comienza a desprenderse y el maquillaje de su rostro ya se nota corrido. Le
toco el rostro con un dedo, justo en sus “mejoras”. Dua sonríe. — Ya es
tarde, belleza, ningún maquillaje soporta un casco de moto. Ambos
caminamos a la entrada.
Pasando por el camino que había hecho de plantas, Dua se encuentra a mis
espaldas. — Mejor tu abre, yo traigo algunas cosas. Digo, señalando las
pistolas y las botas. — Pero no podría abrir, supongo que ya no está mi
huella. Su mirada se va hacia la escotilla. — Todavía está. Respondo. Dua
me observa extrañada. Nadie comenta algo sobre eso. Dua se adelanta,
plantándome, otro beso fugaz en los labios. Al momento de tocarlas, las
escaleras y unos pequeños focos alrededor de mis flores se encienden. Dua
sube más confiada.
Escucho las pisadas de Dua al otro lado de la puerta. Las ignoro, sé que está
observando todo, intentando recordar qué es nuevo y qué ya estaba cuando
ella frecuentaba estos lugares. Sigo con el cinturón. En el mismo se
encuentran las granadas, mi pistola, un cuchillo y algún tipo de equipo
médico. Todo cae al suelo. El dolor físico no es tan fuerte. Puedo moverme
con libertad. Lo próximo en salir de mi cuerpo es el chaleco; grueso, color
negro, con múltiples placas en los costados, frente y espalda. Este no lo
dejo caer. No quiero causarle ningún tipo de abolladura a mi piso. El
chaleco queda recargado sobre la pared.
Solo mis guantes y el traje táctico cubrían mi ser. Bajo el cierre del mismo.
Este se desliza con dificultad. El traje, hecho a la medida, se despega de mi
cuerpo. Siento justo el momento cuando la piel y tela se separan. Aprieto
los dientes, reprimiendo cualquier tipo de dolor. Observo la zona. La herida
continuaba fresca, debía ser por el movimiento y la fricción que el mismo
traje provocaba. El traje deja por completo mi cuerpo. Este cae al suelo. Me
encuentro en ropa interior. No demoro en quedar completamente desnudo,
solo teniendo cubiertas las manos por los guantes. Tirando del velcro, los
mismos salen sin ningún problema. Estos dejan sólo las vendas debajo de
ellos. Las mismas también dejan mis manos.
Levanto las vendas, los guantes y el traje táctico, los mismos van directo
hacia la lavadora. La lavadora se enciende y esta comienza con el lavado.
Suspirando, entro a mi regadera. — Limpieza completa. Digo al aire. Una
campana se escucha dentro. Agua a presión sale de todas direcciones. El
agua jabonosa cae al suelo, sangre la acompaña. La presión y el jabón hacen
que me doble por el ardor en mi costado. El agua continúa corriendo, me
mantengo estático, esperando a que el baño termine. No dura mucho.
Salgo del baño. Dua ahora estaba de pie. Ella está frente a mi colección. —
Eso fue rápido. Comenta, sin quitarle la vista a algo. — Si, cambié la
regadera hace unos meses. Respondo, adentrándome en mi cuarto. Dua
siente mis pisadas y voltea. — Sin duda tu colección ya es mucho más
grande. Dua tenía en las manos uno de los objetos que más me gustaban
dentro de la colección. Sonrío. — Si, esa la compré hace poco, en una
subasta. Me acerco a ella, quedándome a un par de metros de distancia. —
¿Qué es? Pregunta, mirándolo fijamente. — Es una granada, del Fantasma
del Desierto. Dua me voltea a ver y río. Si no tienes fuego en las manos no
es peligroso. Añado, intentando tranquilizar a Dua. La misma era una
simple lata de frijoles, con pólvora y clavos dentro. Un arma que se había
utilizado en la guerra.
Dua la deja sobre mi buró. — ¿Y por qué la tienes? Pregunta, pues, ella no
era tan fanática de aquellos justicieros. — La historia del tipo se me hace
muy interesante y por lo que me dijeron esta fue una de las granadas que
usó en su segunda vuelta, en la Guerra entre Mejorados. Dua se limita a
asentir con la cabeza. — Y todo lo demás, ¿Qué es? Pregunta, mirando las
repisas. En las mismas había piedras fluorescentes, la espada de Kinect, el
pasamontañas del Fantasma y el diente de aquella criatura. Dua ve el diente
y me observa. ¿Por qué te torturas así? Pregunta, con el rostro angustiado.
Lo observo, siento un escalofrío recorriendo mi espalda. El diente debía
tener un diámetro de treinta centímetros. Era alargado, poco más de medio
metro de largo y estaba un poco chamuscado. El piso comienza a temblar.
— No lo sé. Respondo, inhalando y exhalando un par de veces.
Dua me observa, sabe lo que pasa en mi cabeza. Ella se acerca a mí. Entre
sus brazos, los temblores cesan. — ¿Y? ¿Qué opinas de toda esta guerra?
Pregunta, intentando alejar mi mente de aquella bestia. La observo. Tardo
algunos segundos en responder. — He pensado en eso toda la noche, en lo
que ha ocurrido, lo que ocurrió hoy y lo que ocurrirá mañana, estoy cansado
de pensar. Mi mirada baja. Ahora solo quiero sentir. Nuestros labios se
juntan. El beso es pasional. Dua me corresponde el mismo. Ella comienza a
acariciar mi espalda.
Dua tira mi playera al suelo. Ella se toma un segundo para observarme. Sus
labios sueltan un suspiro. Dua se mantiene estática, por un instante y vuelve
a acercarse a mí, tomándome de la nuca. Nuestra respiración se acelera. Los
movimientos ya son más pasionales, menos pensados. Mis manos recorren
su cuerpo por debajo de su blusa. Ella sonríe, sintiendo las cosquillas de mis
ásperas manos. — Llevas demasiada ropa. Murmuro, sintiendo sus firmes
senos. Ella se dobla por el contacto.
La ropa deja de cubrirnos, donde antes había tela, ahora hay piel, lo que
antes estaba oculto, ahora estaba a la vista de ambos. Suavidad, frescura y
un aroma exquisito inundan la habitación. Mi mente por fin logra
despejarse, nada fuera de este cuarto ya es importante. Ella se refugia en mi
pecho, sus labios besan mis heridas. Una sonrisa sale de mi rostro, mientras
ella me complace. Mis manos se posan sobre su cara y cabello, mirando sus
alargados y penetrantes ojos.
La ciudad sigue su curso hasta que algo hace que todos se detengan. Un
fuerte ruido, parecido a un motor de avión cayendo en picada, irrumpe en la
ciudad. Me asusto, el mismo hace vibrar mis ventanas. Me alejo de ellas, al
ver que este continúa. Durante algunos segundos se mantiene, hasta que una
explosión, a pocas manzanas de mi edificio, se escucha. La explosión es
grande, ruidosa. Las ventanas de mi cuarto se rompen, me cubro el rostro,
intentando no lastimarme. Durante un instante, gran parte de la ciudad se
iluminó.
El fuego se elevó por los aires. Mis padres entraron corriendo a mi cuarto,
ellos eran seguidos por mi abuela. Ella tardó algunos segundos más en
llegar. — ¿Estás bien? Preguntan todos, muy asustados. No digo nada y
solo asiento, un poco asustado, sin comprender qué ocurría. Mi madre se
acerca a mí y me abraza, intentando sacarme de mi cuarto, sin pisar los
vidrios o nada que pueda lastimarme. Esta me levanta por algunos
segundos. Me recargo en su pecho. Ambos salimos de mi habitación. Mi
madre me pone en el piso. La observo, ella está asustada. No sabe qué
ocurre. Ella busca auxilio en mi padre, el cual, se mira un tanto más
calmado. Un poco sobresaltado por la situación.
Mis padres me dicen que vaya a la sala. — Pero aléjate de las ventanas.
Advierte mi madre, mientras los tres se mantienen de pie. Estáticos, en la
puerta de mi habitación, el trío cuchichea. Lo noto y agudo el oído,
buscando encontrarle algún sentido a lo que estos decían. — Esto puede ser
terrorista, necesitamos salir del edi… El ruido de una sirena impide que
pueda seguir escuchando. Las luces de la misma se reflejan a través de la
ventana, alumbrando el techo y parte de los muebles a su paso. La misma
pasa rápido. El ruido de la sirena se vuelve más grave e intermitente. Mis
padres y abuela continúan hablando, mirándome de reojo.
— Debemos quedarnos aquí, hay que esperar a que las autoridades hagan…
La voz de mi padre se entrecorta con el paso de un helicóptero. Él mismo se
queda rondando cerca de mi edificio, lo observo, por un pequeño espacio en
la ventana, donde aún es visible. El helicóptero apunta hacia la calle. Sin
que mis familiares lo noten, yo comienzo a acércame a la ventana,
intentando ver qué pasaba ahí abajo. Moviéndome con lentitud, logro llegar
al sofá. Poniendo mis rodillas sobre el mismo, miro hacia afuera.
Las escaleras son estrechas. Con la llegada de los justicieros, mucha gente
sale de sus apartamentos, llevando todo aquello que ellos consideraran
importante. — ¡Deja eso, papá, solo es una pantalla! Escucho la voz de una
chica en el departamento F27. Por un segundo, mis ojos van a aquella voz.
Logro ver a un hombre intentando quitar su televisor de la pared, mientras
su familia observa, desesperada. Mi madre vuelve a tirar de mi mano.
Ambos continuamos bajando.
Con las luces tintineando, continuamos nuestro camino a la calle. Esta está
cada vez más cerca. Las patrullas y el bullicio de afuera comienzan a
hacerse más presentes. El pasillo se llena de familias, parejas y niños que
buscan ponerse en un lugar seguro. El miedo se siente en todos nosotros.
Nadie dice nada, salvo pequeños murmullos inaudibles. La mirada,
decidida, de mi madre a salir con velocidad del edificio, la muestra con
miedo. Al ver la cantidad de gente que atiborra el pasillo, mi madre me
levanta, con un brazo y me acerca a su pecho. Me recargo en él, sintiendo
los empujones de la gente. — Ya casi llegamos. Comenta y asiento. La
salida del edificio está cerca.
La luz de la ciudad entra por aquel pequeño rectángulo. Todos se pelean por
salir. El miedo de quedar tan cerca de la “seguridad” los abruma. Incluso mi
madre corre, desesperada, contagiada por el nerviosismo que la propia
ciudad producía. Aún cuando no sabíamos qué había pasado, ninguno
quería quedarse a averiguarlo. Ambos logramos pasar la puerta. El ruido de
la calle nos golpea. La gente corre, cae, las patrullas suenan, los megáfonos
repiten el mensaje de los justicieros y los aviones que sobrevuelan generan
confusión. Mi madre se mantiene estática por algunos segundos, afloja los
brazos y lentamente me regresa al suelo. Vuelvo mi mirada a la calle, la
misma se pierde entre tanta gente. Los veo. — ¡Mira, mami, ahí está
Kinect! Digo, señalando a mi máximo héroe con emoción. Mi madre no se
inmuta.
Los escombros volaron por los aires, restos humanos y muebles fueron
perceptibles por un segundo. Mi madre se tira al suelo conmigo, intentando
protegerme, más los escombros no cayeron. Como si de un milagro se
tratase, todos los escombros fueron empujados, con violencia, de vuelta
hacia la criatura. Las toneladas de concreto, acero, vidrio y gente golpearon
a esa cosa. La bestia ruge de enfado. El rugido me obliga a cubrirme los
oídos. Pedazos de vidrios de los carros más próximos caen sobre mí, mi
madre cubre mi rostro, aún sobre mí. La gente corre hacia el puente. Un
grito al unísono fue perceptible por algunos segundos. El terror nos invadió.
Mi madre se levanta.
La criatura ruge, los cables del puente vibran. La escena cambia. El entorno
se disipa. Los grandes edificios, la gente, el policía, la criatura y el puente
desaparecen. Ya no hay nada, solo oscuridad. Como si aquello nunca
hubiera existido, pero sí lo hizo. Reconozco que todo termino, que incluso
en la realidad, no era capaz de saber qué había pasado entre aquel
enfrentamiento y el momento en el que cayó la nuclear. No podía soñar con
algo que no conocía. Regularmente soñaba con lo mismo; con la ciudad y
su destrucción. Comienzo a entrar y salir del sueño. Momentos rápidos
pasan frente a mis ojos. Nuevamente, el entorno cambia, pero ahora lo hace
de manera intermitente. Por un segundo, logro ver mi habitación, a Dua y la
ventana que daba al bosque y en el segundo próximo, veía los pocos
edificios que aún continuaban en pie. Humo sale de aquel lugar. Observo
todo desde el cielo, desde el asiento de un helicóptero. Vuelvo a mi
habitación, el sonido de las aspas retumba en mis oídos. Una luz brillante
me obliga a cerrar los ojos, esta es casi segadora. Mis brazos acercan a Dua.
Una gran nube de humo se eleva por los aires. El helicóptero vibra.
Despierto.
CAPITULO VII
— Pero, aún así, después de todo, una vez más no soy capaz de detener lo
inevitable. — No puedes culparte por todo esto, no podrías haber hecho
más de lo que hiciste. — Tal vez, pero, ¿Quieres saber por qué tengo esa
cosa? Aquello que me da miedo incluso verlo. Pregunto, mirando al diente
de la bestia. Dua lo mira de reojo y asiente. Lo tengo ahí, frente a mi cama,
para recordarme cada día que ya no soy ese niño pequeño, que ya no soy
aquel imbécil, que se congeló por el paso de unos simples jets, que hoy por
hoy, podría haber detenido la hemorragia de mi madre o que incluso podría
haber luchado contra esa cosa, mano a mano. Dua me observa fijamente. Lo
tengo ahí, para recordar que una vez fui débil y de que ya no busco serlo.
Añado, sintiendo las lágrimas recorrer mi rostro.
Estas se deslizan por mis mejillas hasta mi barba. Las ignoro, no siento
vergüenza por soltar lágrimas frente a Dua. — Es por eso que entreno más
fuerte que nadie, para no volver a sentirme impotente. — ¿Y hoy te sientes
así? Pregunta Dua, besando mi rostro. Asiento, tomándola del cuello. ¿Y
qué vas a hacer con ello? Añade, alejando su rostro un par de centímetros.
Resoplo; sé perfectamente lo que quisiera hacer, pero el decirlo en voz alta,
no era algo sencillo. — Una parte de mí, quisiera simplemente voltear la
mirada, salir de aquí, tener la vida que nunca tuve y vivir hasta donde el
planeta me dejase, intentando ser feliz. Dua asiente. — ¿Y la otra? Algunos
segundos transcurren. Mi mirada se va al techo. — La otra quisiera tomar
cada una de estas armas, ir al bosque y pelear por el mismo, matando a
cualquiera que se me ponga enfrente, porque mi mente, no concibe la idea
de no hacer nada, de solo quedarme con los brazos cruzados mientras veo
aquello que me mantuvo con vida por tanto tiempo, ser reducido a cenizas.
Dua me observa, solo mece su cabeza un par de milímetros. La verdad, es
que preferiría morir luchando por aquello que amo, que vivir sufriendo y
pensando en lo que podría haber hecho.
Los gritos de los lugareños, la súplica de las mujeres y los niños, ocultos
bajo el suelo de sus cabañas, o detrás de un baúl. Las llamas los hacían salir
a todos. Nadie quedaba vivo y quien lo hacía, estoy seguro de que habría
preferido la muerte, al menos aquella era rápida. Las llamas avanzaban, las
grandes selvas y montañas, eran reducidas a cenizas, en un intento
desesperado de los pobladores porque no nos lleváramos sus últimos
recursos. El acto era inútil. Toneladas y toneladas de madera ancestral
llenaba los grandes aviones militares, mientras nosotros sólo nos
dedicábamos a cuidar los negocios de algún bastardo millonario, que nos
ofrecía migajas por hacer el trabajo sucio. Los gritos continúan, los
animales corren despavoridos, ya sea por las máquinas o el fuego. El sol
abrasador agrieta la tierra. Todo había terminado para nosotros, incluso los
ríos se habían secado. Salimos del país.
Ambos continuamos sobre la cama, desnudos, acariciando con gentileza
nuestros cuerpos, no con deseo. Nadie dice nada. Dua se limita a
observarme. — Solo espero que todo esto termine rápido y no sea como en
Sudamérica. Comento, aún escuchando los gritos de las personas. — ¿Qué
pasó allá? Mi mente sigue en aquellas noches. Misiones donde nadie se
preguntaba si lo que hacíamos era lo correcto, simplemente nos
dedicábamos a seguir órdenes, como buenos soldados. Niego con la cabeza
y hablo, cambiando el tema de manera brutal. — ¿Tienes hambre? —
Pregunto, recordando que no habíamos cenado, aún escuchando las súplicas
en mi cabeza, como un murmullo de alguien que se ocultaba en mi
habitación. Dua me observa. Ella sabe que cambie el tema, así que no
insiste y me sigue el juego. — Muchísima, belleza. Sonrío y me incorporo.
— Lo siento, cuando eres un guardabosque, cuestiones como comer y
dormir pasan a segundo término. — No te preocupes, belleza, lo he visto.
Responde, incorporándose de igual manera.
— Claro que aún las compro. — ¿Por qué? Pregunta, pues, esa era la cena
favorita de Dua en otra época. — Porque sabía que algún día volverías, por
eso todo sigue igual. Dua sonríe y yo continúo, poniendo la misma dentro
del microondas. Sabía que algún día volverías a estar aquí, pues, tú y yo, no
terminamos mal. Claro que teníamos nuestros problemas, pero nunca hubo
alguno que no pudiera solucionarse con una buena platica y buen sexo. Dua
asiente, sus labios se contraen. — Hasta que nuestras causas se
desalinearon. — Bueno, que alguien le pida a su pareja sabotear misiones o
asesinar guardabosques metálicos, es una clara señal de alerta. Dua asiente,
su mirada se va a la mesa. — Lo siento. Murmura, muy apenada. Niego. —
No te preocupes, no te deje por eso, si te soy honesto, si esos tipos no
hubieran defendido ese bosque por años, te aseguro que yo los habría
matado con gusto hace mucho, pero tú y yo terminamos porque creí, que, si
yo me iba, tú dejarías esa locura y desistirías con tu causa. Dua me observa.
Después entendí, que tú nunca me habrías pedido dejar la mía y que fue
egoísta pedirte lo mismo. Añado, mirándola fijamente, con el ruido del
microondas a mi costado.
Junto a la escotilla, había una puerta falsa, que solo se podía abrir por
comando de voz. — Balcón. Digo al aire, con firmeza. Una campanilla se
escucha en toda la casa. Pequeñas vibraciones se sienten en el piso. El
balcón comienza a desplegarse. El mismo estaba oculto, con el objetivo de
que la casa fuera simétrica y más complicada de identificar. Las vibraciones
cesan. Dua empuja una pared, ella sabe perfectamente dónde está. La
misma se abre y deja en evidencia el bosque.
El frío de la noche se hace presente. Miro al bosque como se mira a un viejo
amigo a punto de partir. Lo miro en su profundidad, trato de que él lo haga
también. Tal vez con tristeza, consciente de que sus mejores días ya han
quedado en el olvido. La nostalgia me invade, logro escuchar las pláticas,
los disparos, las risas y gritos que tuve en este lugar. Durante más de cuatro
años, este lugar, esta hierba, estos árboles, estas rocas, fueron mi casa.
Fueron mi mundo entero. Las ramas y hojas bailan sobre nuestras cabezas.
Mi mirada se aleja de los árboles. Ambos nos sentamos en el piso,
recargando nuestras espaldas en la pared. Dua y yo, inhalamos
profundamente, llenamos los pulmones, tal vez, por última vez, de aire
limpio.
Dua lleva su mirada al bosque. Ella también lo mira con cariño, pero su
rostro no muestra aquella intensidad; su experiencia dentro del mismo fue
infinitamente menor que la mía. Dua me observa y sonríe. — Voy a
extrañar esto. Comento, al tiempo que veo a Dua poniendo el plato sobre
sus muslos, intentando cortar su pizza. La imito y ella me observa. — Aún
puedes hacer algo, no hay necesidad de que extrañes todo esto. La ignoro,
corto un gran pedazo de pizza y la meto a mi boca. La misma está muy
caliente. Abro la boca intentando que pase el aire frío. Dua ríe. Te dije que
te esperaras. Añade y sonrío, masticando aquellos deliciosos sabores
artificiales.
— Dudo que el decano acepte, estoy seguro que esa sería su última opción.
Reconozco, pues, el tipo ya había hecho ofertas estúpidamente altas por el
bosque y el decano las había rechazado todas. — Puede ser, pero por ahora,
no vendrá nadie, puedes quitar esa expresión de preocupación. Sonrío.
Aunque ambos sabemos que esta expresión no es por un simple ataque de
hombres de Wood. La misma reflejaba el miedo a lo que estaba por pasar, el
miedo, en qué tal vez, mi vida no había tenido sentido, que todo mi esfuerzo
había sido un absurdo, miedo a que tal vez, dentro de veinticuatro horas, ya
estaría muerto y sería uno más de los miles de cuerpos en descomposición
que se escondían en este lugar.
Dua lo sabe, sé lo que intenta decirme, pero aún está ideando la manera de
llevar la conversación por esa dirección. Nuestras miradas se cruzan,
mientras comemos un poco más de las pizzas. Las mismas, ya no están tan
calientes y el queso gratinado ya no quema la lengua. — ¿Qué harás
después de mañana? Supongo que, con la salida de los guardas del campus,
tu causa y tú ya no tendrán ninguna razón de mantenerse aquí. Dua me
observa. Da un rápido vistazo alrededor, intenta cerciorarse de que no hay
nadie cerca. Sonrío. Nadie viene aquí y quién lo hace, no se queda a
escuchar. Comento, intentando darle confianza. — Nuestra causa aún no
termina. Responde, intentando no revelar demasiado.
— Pues fue esa noche, nos superaban por cientos y hubo un momento
donde me encontré solo con Morgan. Trago saliva y continúo viendo en mi
cabeza todo ese metal cargando hacia nosotros. La noche era oscura, había
perdido mi casco en medio de la primera oleada, prácticamente no podía ver
nada, salvo por la pequeña mira infrarroja de mi arma, no sabía qué hacer,
solo luchaba por instinto. — ¿Tenías miedo? Pregunta Dua, tomándome la
mano. Solo aprieto los labios y muevo un poco mi cabeza. — No podía
demostrarlo, no podía ceder frente al miedo, no con todo lo que estaba
pasando. Respondo, recordando la cantidad de árboles que perdimos ese
día. Estos tipos aprovechaban la oscuridad y buscaban sorprendernos, pero
al ver que ni Morgan ni yo cedíamos, estos se reagruparon. Algunos
segundos pasaron en silencio, ambos estábamos expectantes y en medio de
toda esa confusión, se escuchó un aullido. Decenas de gargantas que
vociferaban de estrés. Morgan incluso tuvo que cubrir sus oídos por la
fuerza del mismo.
Todo esto me parecía extraño. Sabía lo que Dua había hecho en el pasado,
conocía a la perfección cada una de las muertes que había realizado antes de
llegar aquí, pero esto era diferente. El hablar de resistencias, asesinatos y
atentados era algo que no era regular entre nosotros. Aún no sabía qué
pensar de esto, así que solo escuchó, pues, prefiero tener toda la
información antes de actuar. — Ya con la mitad de los guardabosques
luchando con nosotros, tú tendrás tiempo de apagar el bosque y si alguien
se te pone enfrente, dudo que no puedas derrotarlo. La voz de Dua continúa
en ese tono bajo, solo que ya no era infantil, había cambiado, era lento y
menos chillón, casi seductor, como si intentara convencerme por otro lado.
No había necesidad de ello, aunque ella no lo sabe.
Mi mirada se va al cielo por un segundo, intento buscar las respuestas en el
mismo, aunque sé que no están ahí. La noche sigue igual. Oscura, nublada,
sin estrellas visibles para el ojo desnudo. — Mira, al final, nuestro objetivo
es que el mundo vea como la fuerza de élite más letal del mundo, cae ante
unos simples humanos, que la gente vea que un humano, de carne y hueso,
vale lo mismo y es igual de capaz de un tipo repleto de metal que ha
perdido toda su humanidad. Asiento. Al final del día, lo que tú hagas, no
afecta en nada a nuestro plan, pero, si tú quieres aprovechar el descuido de
algunos guardas y salvar el bosque, no sería mala idea. Añade Dua,
intentando justificar lo que ocurrirá mañana.
La poca ropa que aún nos cubre comienza a dejar nuestro cuerpo, dejando
en evidencia la belleza de ambos. Mi playera deja el torso de Dua. La tenue
luz dentro de la casa hace que el cuerpo se contornee de manera hermosa,
casi hipnotizante. Me detengo a observarla por un segundo. Veo su piel
morena, sus definidas curvas y su larga cabellera. Ambos sonreímos.
Nuestros labios se juntan, nuevamente. Ambos encajan a la perfección,
haciendo de este uno de los mejores días de mi vida.
— ¡Por fin! ¿Dónde estabas, galán? Pregunta Sulami al otro lado del
auricular, muy efusiva. Hablo, aún con la voz muy ronca. — Estaba
durmiendo, ninguna alarma de ataque o de tormenta de arena me despertó.
Respondo, viendo la silueta de Dua en los restos de mi cobija. — Es cierto,
además de que tú “amorcito” no debió haberte dejado dormir temprano.
Solo asiento con la cabeza y Sulami sigue hablando. ¿Qué tal estuvo?
Resoplo, recordando fragmentos de esa gran noche. — De las mejores
noches de mi vida. Respondo, sonriendo de manera involuntaria. Sulami
resopla. — ¡Claro! El mundo se va a ir a la mierda en un par de horas, pero
el señor debe tener una noche mágica. Dice, con un tono hilarante. — Uno
debe aceptar los pequeños regalos que le da la vida. Digo al aire,
recordando la noche. Sulami ríe por el auricular. Salgo de la cama.
Terminando de ponerme las protecciones, sigo con las vendas. Para esto me
tiro al suelo y comienzo a enrollarlas, apoyando mis muslos, de manera
muy leve, sobre las mismas. Suspiro. El hacer esto, cada noche, era una de
las cosas más tediosas de mi trabajo. — Como odio…— ¿Ponerte las
vendas? Lo sé, galán, me lo dices seguido. Dice Sulami, soltando algunas
risas en el medio, dejando ir el tema de las armas. — A veces quisiera
volver a intentar salir sin vendas. Bromeo, recordando la vez que lo intenté
y terminé con los nudillos fracturados. — ¡Claro, galán! Es una excelente
idea, también deberías probar salir sin chaleco. Ambos reímos a coro. La
venda continúa. Hablo, intentando entretenerme mientras el rollo de vendas
se hace más grueso. — ¿Tú ya sabes lo qué harás? Pregunto, pues, Sulami
estaba mucho más atada a este lugar de lo que cualquiera de los
guardabosques estábamos; sin mí, ella era una informática desempleada y
Sulami lo sabía.
Continúo tendido sobre el suelo, esperando a que hable. — Estoy igual que
tú, galán, lo sabré cuando pase todo. Asiento, sé lo que ambos estamos
haciendo. Tanto Sulami como yo, esperamos que este ataque se cancele.
Que algún Dios baje y haga recapacitar al decano. — Eso o que alguien se
atreva a defender el bosque. Pienso, consciente de que Sulami, al igual que
Dua, esperaban que yo lo hiciera. Las vendas continúan, engrosándose a
cada centímetro. Vuelta a vuelta. El proceso de enrollar las vendas es muy
engorroso, incluso era de los pocos que aún las utilizaba, por ser el último
de los humanos sin modificaciones. — Sabes, a pesar de que odio hacer esta
mierda, después de hoy, creo que también lo extrañaré. Sulami no dice
nada.
Desde hace años, después de lo del monstruo, nunca pude conciliar el sueño
de manera prolongada; cada noche tenía el mismo sueño y el terror que esa
cosa me producía era demasiado como para querer dormir. — De niño
recuerdo que solo podía dormir si estaba borracho o si me desmayaba por
los días que llevaba sin descansar. Pienso, sonriéndole a mi reflejo. —
Entonces ya te fuiste. Comento. — Me fui muy temprano, amor y llamé a
unos amigos para que vinieran por mí, pero a todos les dio miedo. Río y
Dua sigue. Al final, una amiga fue la que vino y me ayudó con las cosas.
Aprieto los labios, esperando que Dua no hable de más.
Con pies descalzos recorro mi casa. Doy un rápido vistazo hacia donde
guardaba mis armas. Dua había tomado prácticamente todo, solo dejando
las granadas de agua, un par botas cohete, mi pistola, el cuchillo, mi rifle de
cerrojo y la granada. No me molesta. Para lo que debía enfrentar, hubiera
querido tener más ventajas para poder ayudarla, pero, tal vez ni eso hubiera
sido suficiente. Mis piernas me llevan al buró. Sobre él observo mi
colección: granadas, armas, rocas fluorescentes y pedazos de chatarra. Solo
la observo por un segundo, no le prestó atención. Abro uno de los cajones,
saco un par de medias y las pongo sobre mis pies, ajustando las mismas al
pantalón de cargo.
Sulami continúa en silencio, sabe lo que pasa por mi mente, así como yo sé
lo que ella piensa. Pues, a pesar de ser una amante de los metálicos, Sulami
era una gran defensora del bosque. — Casi tan dedicada a la causa como
yo. Pienso, terminado el amarre de mis botas. El silencio se rompe. —
Entonces, ¿Si te veré después de todo? Pregunta Sulami. Su voz se escucha
temblorosa, como si existiera alguna especie de desconfianza entre ambos.
Me extraño. — Claro que sí, no me lo perdería. Miento, pues, no sabía si
podría llegar a aquel café. — Bueno, con eso de que Dua y tú ya otra vez
son esposos, no sé si te deje ir. Mis dientes quedan al descubierto.
Reconozco la broma. — Nunca necesité permiso del decano para portar
armas en los salones de clases, menos necesito el permiso de mi ex pareja
para tomarme un café con mi mejor amiga. Sulami calla. No hace ningún
sonido o palabra que muestre su aceptación. Algo pasaba.
Vuelvo a caminar por mi casa. Veo la olla con la sopa dentro. Era una sopa
instantánea con verduras. El gesto me hace sonreír. — ¿Dónde verás el
evento? Pregunto, pues, asumía que los técnicos no podrían estar tan cerca
como nosotros. — Probablemente desde el techo de mi dormitorio. Sulami
se toma un respiro y continúa. La vista es buena y así me evito el tumulto.
La sopa entra dentro de mi termo. Cierro el mismo y lo pongo en la parte
trasera de mi chaleco, en una pequeña bolsa. Este no ocupa mucho espacio.
Mis piernas continúan moviéndose por mi casa. La recorro sin un rumbo
fijo. Solo me dedico a dar vueltas por la misma, como si intentara disfrutar
estos últimos segundos dentro de ella. En medio de aquellas vueltas, mi
vista se va, nuevamente, a mi buró. Miro mi colección de lejos. Lo que más
resalta es la espada y el diente de aquella bestia. Mis ojos se mantienen
estáticos. Tengo sentimientos encontrados con respecto a eso. Le sostengo
la mirada a ambos objetos. No pasa nada. No siento vibraciones en el suelo,
no escucho el silbido de las balas o la ventisca radioactiva. Mis labios se
abren. — Entonces, ¿Solo quito lo que se pueda romper? Pregunto,
caminando hacia el mismo. — Sí, pero apresúrate, en unos diez minutos
ellos llegarán, engancharán tu contenedor y se irán. Sonrío. — No tardaré
más de ocho minutos en salir, mujer. Replico, comenzando a quitar todo.
Con mucho cuidado, quito la granada del Fantasma, la espada de Kinect, las
piedras para las activaciones, la navaja del Fantasma, la cachiporra de
Foulard y el diente. El diente debía pesar unos veinticinco kilos. Lo cargo
sin ningún problema. Se siente pegajoso, el mismo está ennegrecido de
algunas partes. — Tal vez por el combate, la sangre o la radiación. Pienso,
mirando mi entorno. Busco ponerlo en mi cama.
Tomo la primera. Me detengo por un segundo para admirarla. Era una foto
con Dua. No era nuestra primera cita, pero si debía ser de las primeras.
Recuerdo aquel día. Ella me rodea con sus brazos y besa mi mejilla de
manera dulce. Observo mi rostro. Este se ve feliz. Mis dientes frontales son
visibles. Mis ojos están entrecerrados por lo enorme de mi sonrisa. —
¿Recuerdas la vez que ibas a conocer a Dua? Cuando planeamos un día en
los trampolines y que nos dejaste plantados. Pregunto, viendo la ropa
deportiva de ambos. Sulami habla. — De ahí creo que Dua y yo tuvimos
algunos problemitas. Río. — Nos dejaste esperándote una hora y todo para
que no llegaras porque estabas con el chico del fútbol. Sulami ríe. — Si, la
verdad no valió la pena. La escucho reír. Mi boca mantiene por un segundo
la sonrisa. Dejo la fotografía sobre la cama, a un costado del diente.
Una segunda fotografía está en mis manos. Es de Carlo junto a mí. No me
enfoco en la misma. Me llevaría todo el día. Solo la quito y la coloco junto
a su similar. Repito el proceso otro par de veces, para después pasar a las
macetas: las tenía de todos tamaños y formas. Grandes, chicas, circulares,
rectangulares, cuadradas y colgantes. Lo hago con velocidad. De las repisas
y burós quito a: “Amanda”, “Dulce”, “Sua”, “Ellie”, “Andy”, “Aoi” y a
“Maheda”. A todas las pongo en el suelo, lejos de mi colección, pues, no
quería que un descuido terminara con la vida de una sábila, un cactus, una
suculenta, un rosal, un helecho, un árbol de limones o una orquídea. —
Todo va a estar bien, preciosas, solo las voy a mover por algunas horas.
Comento al aire, mirando mis plantas, intentando que estas comprendiesen
lo que pasaba.
Avanzo un par de pasos. Noto las flores y el camino que había hecho hacia
mi casa. Una pequeña jardinera, marcada con piedras al costado y pequeñas
luces que iluminaban el camino— ¿Esas no sé lo pueden llevar? —
Pregunto, con un tono infantil, intentando recordar si tenía alguna maceta
libre en casa. No tenía. Sulami sabe de qué hablo. — No, galán, es un
helicóptero automatizado, nadie lo conduce. Mis labios se contraen. — Tal
vez pueda…— No lo creo, galán, ya entro al campus, debe estar a menos de
un par de minutos. Comenta Sulami, con una voz un tanto lenta. Lo siento.
Añade, mientras las observo. — Lo lamento, bellezas. Digo al aire,
mirando, por última vez a “Ale”, “Frida”, “Okzana”, “Samia”, “Margo” y
“Nadine”. Todas ellas eran iguales: girasoles. — Las había pedido así a las
chicas de agronomía porque esa era la flor favorita de Dua. Pienso en mi
cabeza, escuchando las aspas a la lejanía.
A pesar de que yo sabía que pelearía por el bosque y de que tal vez moriría
haciéndolo, no quería que mis plantas también cayeran aquí, ellas merecían
más que esto, más que morir sofocadas por el humo o quemadas por el
fuego, agonizando, queriendo huir sin poder lograrlo. El pensamiento de lo
que está por ocurrir me invade. — Solo espero poder detener el incendio
antes de que llegue aquí. Pienso, caminado hacia mi moto, escuchando un
poco más cerca las hélices. — ¿Has averiguado algo de lo que va a ocurrir?
Pregunto, intentando tener un poco más de información del evento.
El helicóptero está sobre mí. Llevo mis ojos al cielo. Lo veo, reconozco el
modelo: dos hélices, color negro, no tripulado y con espacio para más de
treinta activos. — En el pasado, llegué a subirme en una versión más vieja
del mismo. Digo, entre aquel ruido. Apenas y logró escucharme a mí
mismo. Giro la llave y la motocicleta se enciende, sin hacer el menor ruido
posible. Polvo, tierra y hojas vuelan por los aires. Las ignoro. Tiro mi
muñeca hacia abajo. Comienzo a avanzar. No miro el helicóptero, ni el
momento en que este se lleva mi casa, ni siquiera por el retrovisor. El plan
de Dua, el del decano y el mío, comenzaban a verse compatibles. — El
apagar el bosque ahora será más sencillo, si no tengo muchos
inconvenientes aquí dentro incluso podría terminar de apagar el incendio
antes y ayu… Sulami habla, alejando aquel pensamiento de mi cabeza. —
No creo que el decano se arrepienta, pero debo admitir que sí es raro que lo
maneje así. A pesar del ruido, soy capaz de captar lo que dice mi amiga.
El bosque continúa. No voy muy rápido, intento mirarlo todo: las hojas, los
árboles, las ramas, las flores, los hongos, las abejas y las ardillas corriendo
de un lado a otro. Intento quedarme con esta imagen, pues sé que está
cambiará en menos de una hora y se convertirá en una selva sudamericana.
Donde todo lo verde, todo lo vivo y tranquilo del lugar, se convertirá en una
enorme bola de fuego, humo y polvo. Esquivando un pequeño nido de
comadrejas, hablo, busco indagar más de este evento y de Sulami. —
Después de todo esto, ¿Qué pasará? ¿A dónde irás? Pregunto, pues, sin
importar lo que Dua o yo hiciéramos, ella no sabía lo que estaba por pasar,
por lo que debía tener pensado algún plan.
Sulami calla, solo se escucha un poco de estática de fondo. — Supongo que
iré a las grandes ciudades subterráneas del sur. Comenta, como si fuera la
primera idea que le hubiese llegado a la mente. — No es mala idea, aunque
tú aún podrías quedarte, estudiar otra carrera o algo así, no necesitas salir de
aquí. Reconozco, inclinando mi cuerpo hacia el manubrio. Al menos
estarías en un lugar conocido, allá no conoces a nadie. Continúo, pues, al
igual que yo, Sulami no contaba con familiares cercanos o con un lugar al
cual pudiera llamar “hogar”. No todos podemos ser Rosa. Completo. — O
Keane. Espero un par de segundos, en silencio. Ella elabora.
— Ahí donde ves, Keane tiene un hijo. Me sorprendo, pues, nunca hubiera
pensado que alguno de nosotros pudiera tener algo más de una pareja, ya
fuera por el estilo de vida tan peligroso que teníamos o por el poco tiempo
que podíamos dedicar a las actividades fuera del servicio. — Nunca lo
imaginé. Respondo, enfocando mi atención en la conducción. — ¡Si!
Además, según escuché, el mayor sueño de Keane es poder recorrer el país
en moto, junto a su hijo. Resoplo, recordando la plática que había tenido
anoche con el grupo.— Eso tipos sin duda necesitan salir de esta maldita
burbuja, para que vean que no van a durar ni treinta minutos en esa cloaca.
Sulami calla por un momento. — Hay muchos rumores por ahí. Escucho un
resoplido en mi auricular. Sulami continúa. No sé si alguno sea real, pero
hoy hablé con la secretaria del decano y ella me dijo que los de la mesa
directiva, hablaban sobre mover el resto de las grandes ciudades bajo tierra
o incluso se coquetea con la idea de colonias en el espacio. Me rio, tal vez
por hartazgo. Desde mi perspectiva, no había mucho que pudiese hacer. —
Mis únicas opciones eran pelear y caer en combate o no hacerlo y caer de
todas formas. Digo para mí. — Siendo honestos, la idea del espacio parece
más un cuento para niños que una opción real.
Mi mente recuerda la primera vez que escuché esa idea. Debía tener poco
más de un año aquí. Había caído parte de la reserva del Amazonas. Todos
nos asustamos y enfurecemos, hubo algunos que incluso queríamos ir allá y
ayudarlos. No pasó. Después de un tiempo esa defensa cayó y el mundo
sintió los estragos de perder el último gran pulmón. El cielo comenzó a
verse más opaco, la calidad del aire cayó muchísimo y cada vez llovía
menos. Muchos lamentamos la pérdida, aunque con el tiempo la olvidamos,
porque nuestro hogar también era atacado con brutalidad.
Vuelvo a callar. Sé que ese comentario Sulami lo había hecho por mí, pues,
al igual que Dua, ella también me veía como el único que podría hacerle
frente al resto de los guardabosques. — El problema es que no sé si lo dijo
porque ya sabe lo que va a ocurrir y por eso está molesta o está molesta
porque desconoce los sucesos venideros y piensa que voy a dejar morir
aquello por lo que tanto hemos luchado. Digo en mi cabeza, al tiempo que
conduzco de manera casi automática. — Tú ya sabes lo que hay allá afuera,
sabes lo que está en juego. Añade, retomando el tema. No respondo, dejo
pasar el comentario y sigo conduciendo. Esquivo una roca y levanto la
vista, logró ver los edificios. El campus es apenas perceptible sobre las
copas de los árboles, pero puedo ver sus techos llenos de plantas y sus
construcciones de ladrillo antiguo. El ver los edificios tan cerca, hace que
mis manos suden y mi boca se seque. — Cada vez más cerca, — murmuro,
quitándole un poco de tensión a mi muñeca.
Los edificios están más cerca. Los árboles comienzan a verse menos
salvajes; sus hojas ya están más recortadas, las raíces no están salidas y
estos parecen tener cierto patrón en el plantado. La motocicleta entra al
campus. El camino de tierra cambia por calles empedradas, los árboles se
transforman en edificios de antaño y ahora me encontraba rodeado de
personas, todas con la intención de llegar pronto a alguna parte. El rumor
parecía haberse esparcido. Se notaba en el rostro de todos; la mayoría de los
estudiantes deambulaban por doquier, con una mirada expectante sobre lo
que estaba por ocurrir.
Vuelvo a la acera. Continúo avanzando, sin embargo, ahora mis ojos se van
al resto de la naturaleza del campus. Aquellas áreas verdes que se extendían
por todo el campus, que comparadas con el gran bosque eran diminutas,
pero sin duda eran significativas. Pongo mi atención en el césped siempre
verde, en los árboles perfectamente recortados, en los arbustos con formas
divertidas y las delicadas flores. — ¿Esto también lo quemarán? Pregunto,
pues, no tenía sentido quitar todo el bosque, si en el propio campus dejarían
aquello que tanto anhelaba Wood. — Incluso hay plantas y huertos en los
techos de los edificios. Pienso para mí, mirando una pequeña palmera en la
cima de un dormitorio. — Hasta donde sé, no, pero con el bosque quemado,
va a ser mucho más sencillo eliminar a los hombres de Wood a la distancia.
— Estamos hablando de que los eliminarían los guardias de la universidad,
no los guardabosques. Comento, soltando algunas risas en medio.
Mi motocicleta continúa, a un paso lento, aunque todas las personas, al
percatarse de mi presencia, me evitan, como si fuese el portador de alguna
extraña enfermedad. Las personas crean un pasillo especial solo para mí,
mientras me miran con recelo. No les presto importancia. Mi vista va al
cielo. Apenas y puedo verlo debido a la cantidad de árboles que había. En
él, al igual que ayer, busco las respuestas, aunque sé que no están ahí. Mi
mirada baja, el centro de la universidad está cerca. Paso algunos jardines,
hay más pancartas repartidas por gran parte de los edificios, pareciera que
nadie estaba de acuerdo con esto. Mi conducción es lenta, paso por el
edificio de microbiología. El centro está ahí. Mi vista y toda mi atención se
van a ese lugar. Logró verlo por un momento. — Ahí está, — murmuro,
viéndola a la lejanía.
La gente pasa junto a mí, gritando con fuerza. Mi vista se levanta, intento
pensar en cómo pasaré a toda esta gente. Suelto un suspiro, que ni siquiera
logro escuchar y me pongo en marcha. Me alejo de mi motocicleta, me
pierdo entre la gente. Simplemente soy uno más entre la multitud, otro
estudiante más del montón que no está conforme con esto. Aunque aquello
sí era una realidad, mi manera de actuar era completamente otra. Buscaba
salvar el bosque, pero sabía que no lo lograría gritando al aire, moviendo
los puños o mostrando imágenes de lo que va a pasarnos, no, yo lo haría
con violencia, aún si eso me costará la vida, aunque, no voy a negar que me
reconfortaba que los estudiantes lo hicieran de esta forma, que alzaran la
voz, que no entrarán en silencio al abismo.
Me muevo con velocidad. Atravieso el tumulto de manera rápida y fluida.
Los estudiantes apenas y me ven pasar y comentan algo, que no logro
escuchar, a mis espaldas. El camino comienza a hacerse más estrecho a
medida que me acerco a la zona comercial. El pabellón está cerca. Miro
sobre las cabezas, lo veo. El cambio de lo viejo a lo nuevo. El paso del
estudio, el aprendizaje y la sabiduría a los excesos, libertinaje y la
diversión. La calle se hace más estrecha, ya comienza a ser complicado el
pasar por aquí. Sulami lo nota. — Debiste pasar directo por el bosque, no
donde está la grey. Apenas y logro percibir el comentario, su tono es serio.
— A veces está bien convivir con el vulgo. Respondo, apenas
escuchándome a mí mismo. Doy un par de pasos, luchó por avanzar. La
escena comienza a parecerse más a aquella noche. El miedo y confusión
comienza a aparecer en el rostro de la gente, aunque el cántico continúa.
Inhalo y exhalo un par de veces, para que aquella bestia no vuelva. No lo
hace. El piso no se mueve, las ventanas de los edificios no vibran, ni el
rugido es perceptible. Mi boca esboza una sonrisa. Sulami no lo nota y
continúo, empujando a cada persona que tengo enfrente.
Abriéndome paso, finalmente llegó al pabellón. Todos los locales que cada
día se dedicaban a entretener y atender a los habitantes del campus hoy se
mostraban cerrados, salvo por aquellos que servían comida y bebida. —
Parece que los copetudos verán el evento desde los restaurantes. Mi cabeza
asiente. Mis ojos van a los techos. Logro verlos. Los consentidos del
campus. Todos con trajes elegantes y peinados elaborados. Jóvenes
pertenecientes a una fraternidad exclusiva o con papis que los habían
metido aquí por influencias. Todos muy guapos, con rostros afilados y
facciones definidas. Estos estaban sentados sobre algún camastro,
disfrutando del Sol y de una bebida refrescante. Ellos nos regresan la
mirada, con aires de superioridad. Regreso al nivel de calle. Incluso escuché
que algunos de los técnicos lo verán desde el techo del Guitón, porque
según tendrá, “la mejor vista”. Dice Sulami en mi auricular. — Cuando ves
la aniquilación de frente, al menos debes asegurarte de tener un buen lugar.
Respondo, recordando las “buenas vistas” que tuve en aquellos incendios.
El pabellón continúa, el paso ya es cada vez más lento. Prácticamente es
imposible avanzar, pero, debía hacerlo. No podía detenerme, debía estar ahí
y sin importarme quién estuviese frente a mí, avanzaría. — Fíjate. Logró
escuchar a mi paso.
El tipo llega a donde estoy. Me mira con recelo. Hablo. — Pudiste herir a
alguien. Roy detiene su caminata. Rota el cuerpo y me mira de frente,
intentando intimidarme por su aspecto. No lo hace, no siento nada más que
asco al verlo. — Tú más que nadie sabe que nuestros disparos siempre son
certeros, es por eso que nunca le ponemos el seguro a las armas. — Sí, pero
había estudiantes. Replico, pues, a pesar de la precisión que teníamos,
siempre se nos recomendaba tener cuidado cuando había estudiantes cerca.
— Créeme, si hubiera querido matarlos, lo hubiera hecho y no habría
recurrido a usar un arma, solo no quería batallar para llegar al bosque, así
como tú. Responde, antagonizando su voz. Lo observo, con cierto
desagrado. Roy lo nota y añade. Ya vámonos, tenemos cosas más
importantes que hacer, deja que los incivilizados se encarguen de estos
niños. Comenta, haciendo alusión al apodo que teníamos sobre los policías.
— Adelántate. Respondo, pues, no quería estar ni cerca de aquella cosa.
Este asiente y continúa, chocando sus piernas metálicas contra el
pavimento.
Tillbrook regresa su vista a mí. — Así que, al menos aquí, aprecio que nos
vayamos sin violencia, en silencio, al menos los que valemos la pena, los
orgánicos. Comenta, bajando la voz. Lo observo. Él mece su cabeza unos
centímetros. Sabe que yo sé. Eso sí, no me importaría meterle una bala a ese
infeliz aquí y ahora. Añade, frunciendo el ceño. — Has fila. Comento,
intentando romper la tensión. Tillbrook sonríe, de manera fugaz. Pero en
serio, ¿Qué me impide ahora meterle una bala al más grande exponente del
capitalismo de la actualidad? ¿Qué me impide matar a un hombre que vale
más de 600 mil millones? Pregunta Tillbrook, llevando sus manos a la
funda de su arma.
La rabia del hombre más rico del planeta dura poco. Derrotado, esta grita al
aire. — ¡Te arrepentirás de esto! Infeliz egoísta. Tillbrook y yo reímos.
Monroe se marcha, se retira al pabellón, maldiciendo entre dientes y
agitando las manos en berrinche. — Míralo, no está enojado porque el
mundo se acabe, está enojado porque se va a terminar y no recibirá un solo
centavo por ellos. Solo me concentro en el decano, por un segundo, esto era
un resultado esperado. Ese hombre era de los pocos que aún amaba y
respetaba la naturaleza. Mi atención continúa en él. Esta mira al suelo,
cabizbajo. No había una buena o fácil decisión en todo esto. El decano se
incorpora, observa a su alrededor, escucha el cántico. Voltea el cuerpo.
Nuestras miradas se cruzan y emprende el camino hacia mi posición.
Tillbrook lo nota. — Bueno, dejó al hijo favorito y al señor hablar, espero
saber de ti después de esto. Sonrío y asiento. — Igualmente. Digo,
esperando al decano. Tillbrook se va. Veo los pistones en su espalda,
hombros y brazos, así como la columna metálica por encima de su traje. El
sonido metálico lo acompaña en su partida. El decano llega al sitio,
posándose casi en el mismo lugar que el guardabosques.
El decano se lleva las manos al bolsillo del saco. Intercambiamos miradas.
El Sol nos golpea directo en el rostro, este ya comenzaba a ser molesto. Mis
ojos se entrecierran, no estaba acostumbrado a la luz de esta hora. — Y con
todo esto, ese infeliz quiere terminar por joder el bosque. De la frente del
decano puedo ver salir las primeras gotas de sudor, en su resquebrajada piel.
— ¿Cuánto le ofreció? Pregunto, viendo a Monroe adentrarse al pabellón.
— A mí me ofreció más de 100 mil millones solo por hacer a un lado, por
dejarlo tomar la mayoría de los árboles del bosque. Resoplo. — Es mucho
dinero. El decano niega. — Eso serían solo migajas para lo que ese tipo
ganaría con este bosque. Asiento, lo veo sobre el techo de uno de los
edificios. Aún se ve molesto, pero su propia presencia era extraña aquí,
pues, él era un forastero, alguien que no debía estar dentro de la
universidad. — Por cierto, ¿Cómo entró? — Pregunto, recordando que
nadie podía entrar o salir del campus una vez que había comenzado el
curso. El decano se encoge de hombros. — No tengo la menor idea, en la
mañana simplemente desperté y mi secretaria me dijo que él ya estaba en
mi oficina, esperando. Responde, viendo al bosque de reojo.
Era extraño verlo de este modo. Durante el tiempo que ambos llevábamos
siendo amigos, él siempre se había mostrado como alguien físicamente
fuerte, disciplinado y que dejaba de lado cualquier tipo de distracción, pero
hoy se veía débil, con malestar físico y cansancio. — ¿Entonces hoy no
entrenaste? Pregunto con sarcasmo. Carlo ríe y se lleva las manos a la
frente, con evidente incomodidad. — Claro, al igual que todos los días, me
levanté a las seis de la mañana, hice tres horas de ejercicio y corrí veinte
kilómetros en el bosque. Suelto una risotada. Algunos de los guardabosques
nos observan. Carlo continua. Obviamente me desperté hace quince
minutos y al igual que la mayoría de los guardas llegué tarde, por eso no
estoy dentro.
Miro al bosque, quiero averiguar quién está dentro. — Sería más fácil saber
así a qué me enfrento yo y a qué se enfrentará Dua. Digo en mi cabeza.
Pregunto. — ¿Rosa y Keean están adentro? Busco que mi voz se escuche
desinteresada, como normalmente era cuando se hablaba sobre otros
guardabosques. — Keean no, lo vi al otro extremo, al inicio del pabellón.
Mis ojos miran de reojo. Veo la línea de guardabosques que se extiende por
toda la periferia, pero no distingo bien quienes son. Rosa si está dentro, ya
sabes que esa mujer es de las más puntuales. Asiento. — ¿Y de los
grandes? ¿Quién está? Al preguntar eso, mis manos y cuello comienzan a
sudar, pues, donde fuera que estuviesen, eran un enemigo que tanto mi
amada como yo debíamos enfrentar. Carlo calla por algunos segundos, me
observa con ojos inexpresivos. — Creo que Roy y Morgan si lograron
entrar, no los he visto por ningún lado. — Vi a Roy cuando entré, disparo al
aire. Comento, resoplando y sintiendo un gran alivio por Dua. — Quitando
a esos dos de la ecuación, tal vez ella tendría una posibilidad de luchar.
Pienso, regresando mi mirada hacia los árboles. Carlo continúa
observándome.
El escuchar eso hace que todos mis sentidos se apaguen. Siento mis oídos
tapados, me falta el aire, un cosquilleo recurrente en todo el cuerpo, mi
boca está seca y tengo la vista borrosa. Siento el peso del bosque sobre mí,
este me sofoca, incluso tiro de mi chaleco al sentir que no puedo respirar.
Recuerdos de Sudamérica vienen a mí, de aquellos días, los días rojos. —
Aquí vamos. Murmuro, mirando al bosque, intentando mantenerme
consciente. Sé que este me regresa la mirada. Entre ambos no hay últimas
palabras, solo una sensación de insatisfacción, de que le falle. Vuelvo a
inclinar el termo, intento relajarme, parecer más relajado, pero la
experiencia con la sopa no es la misma que la primera vez; no logro percibir
ninguno de los sabores, pues mi mente no está aquí. Una infinidad de
pensamientos y recuerdos me invaden, ni siquiera logró reconocerlos. Uno
tras otro pasa frente a mis ojos, sin que pueda detenerlos.
Un sonido de estática me regresa a la realidad. Este es perceptible por todo
el campus. Se escucha una voz en el aire. — Buenos días. La voz se
escucha relajada, firme, sin un poco de duda. Volteo el cuerpo, exhalando
por la boca. Carlo me imita. Ambos miramos hacia el pabellón. Logro
distinguir la figura del decano en uno de los techos. Esta mira hacia la calle,
intenta ver a los alumnos. Tanto el cántico como el bullicio ya son
inexistentes. Todos miran al decano con mucha atención. Hoy es un día que
desafortunadamente pasará a la historia, aunque por las razones incorrectas.
Me limito a observarlo. El Sol nos pega de frente.
Veo las llamas sobre las ramas, hojas, raíces y el suelo. La escena es similar
a mis últimos días en Sudamérica. Observo el fuego, la violencia y lo
hipnotizante del mismo. Frente a mis ojos, veo personas corriendo hacia
nosotros, lejos del incendio. Había niños, ancianos, mujeres y uno que otro
hombre que se había ocultado entre las casas. Todos huyen despavoridos,
con quemaduras en gran parte del cuerpo. Algunos caen, otros gritan de
desesperación, ruedan por el suelo para apagar el fuego. Mi mano se desliza
hacia la funda de mi pistola. La saco, busco terminar el trabajo. Algo me
detiene. Es Tillbrook. Este me mira confundido. Vuelvo, ya no estoy en
Sudamérica. Mis ojos no dejan de mirar hacia los árboles; las personas
desaparecen, pero no importa. He tomado mi decisión.
Entre las llamas, a más de ciento cincuenta metros, logró ver a los
guardabosques. Estos miran hacia el incendio, ninguno reacciona, solo se
quedan ahí, estáticos, tal como lo hice en el pasado. Veía las llamas, la
muerte, el hambre y el sufrimiento y no me importaba. Solo me importaba
cumplir órdenes. Hacer felices a mis superiores y esperar volver a casa
cuando todo terminase, pero a lo que volví no era casa. Esas grandes
ciudades, con áreas verdes, cielos azules y un Sol brillante, se habían
convertido en una cloaca, que celebraba la “innovación”, junto a luces neón
y música electrizante. Rodeado de caras planas, lo comprendí. Me había
convertido en un peón de la destrucción. En aquella época, tal vez, podría
haber hecho algo, pero no lo hice, me limité a observar. — Ya no más.
Murmuro, siento la mirada de Tillbrook en mi mejilla, esta suelta mi brazo.
Doy un paso al frente.
Salgo del trance, prestó atención a lo qué pasa a mi alrededor, busco tener
algún tipo de ventaja. Escucho voces en mi auricular. Las voces son
veloces, todos hablan con urgencia. — El incendio en la zona C10 es
estable, me muevo a la siguiente. Logró distinguir, pero la mayoría
hablaban al mismo tiempo, encimando sus voces. Todos intentan dar su
diagnóstico sobre lo que pasa. Los guardabosques confirman el impacto,
había sido un golpe directo. El bosque se quemaba sin ningún tipo de
inconveniente. Agudizó el odio, logró escuchar el crujir de la madera. —
¡Carlo, te necesito en tu zona! Hay un altercado con algunos alumnos. Carlo
me mira por un segundo y asiente. Él lo sabe. En el momento que se vaya
yo entraré.
Atravieso las llamas. Siento el calor, pero las mismas no me afectan, el traje
me protege. Al correr, recuerdo, sé lo que le dije a Dua, que caería por el
bosque, que moriría peleando, pero ahora comprendo, que mi sacrificio no
significaría nada si intentaba apagar la primera línea de fuego. Moriría y el
resto del bosque se incendiaría, haciendo que nada importase y que todo
terminara. — ¿Qué tan lejos está el siguiente incendio? Pregunto,
moviéndome con fluidez entre las rocas y los árboles. — A unos cinco
kilómetros. No me inmuto, cinco kilómetros era una distancia pequeña
comparada con la que llegaba a recorrer en una noche normal. Continúo
avanzando.
Por instinto, tomo mi pistola aún en la funda, pero no la saco. Gaff lo nota.
— Mierda. Murmuramos Sulami y yo a coro. — Debí apostar por ti, que tú
serías uno de los que intentarían apagar el bosque y detener el progreso.
Resoplo, mi vista regresa a las llamas, ya no puedo retractarme, he hecho
mi jugada. — ¿Por quién apostaste? Pregunto, sin quitar la mano de mi
funda. — Por Ant, pero juzgando por la cantidad de granadas de agua que
llevas encima, me sorprende que te dejaran siquiera pasar al pabellón. Gaff
mira con detenimiento mi cinturón y chaleco.
Este me observa, alarga sus “brazos”. Los mismos le llegan más abajo de la
rodilla. — Nunca me importó esta mierda, solo me importaba el dinero, y
ya lo tengo, incluso ayer fui al cuartel y me llevé tantas armas como pude
para venderlas después. Su tono es cínico, como si dijera todo esto en modo
de burla hacia mi o la causa. Así que mejor aléjate y deja morir esto. Añade,
desviando la mirada por un segundo. — A la mierda. Digo al aire, harto de
perder el tiempo con alguien que no lo vale.
Me abalanzo contra él, pero no lo hago en tierra, utilizo la única ventaja que
tengo. Mis botas se activan y me elevo por los aires, desenfundando mi
arma. Gaff lo nota y hace que sus piernas crezcan, buscando estar a mi
altura. Las botas me sostienen a unos cuatro metros de altura. Intento
mantener mi distancia, disparo mi pistola desde lejos. Gaff serpentea el
cuerpo, evitando las balas. — ¡Escuchó disparos en la segunda línea de
fuego! Logro percibir en mi auricular. — Tienes a otro guardabosques a
unos seiscientos metros, por el noreste. Comenta Sulami.
Gaff me ataca alargando su brazo intentando golpearme. Sobrevuelo
rodeando un árbol. Lo esquivo. Aprovechando la inercia del propulso y
cargo contra mi adversario. Este no logra esquivarme. Lo embisto con
fuerza. Ambos caemos sin control contra el suelo. — Ahí viene el piso.
Pienso, protegiéndome con el torso de Gaff. La caída fue violenta. Él
recibió el impacto de lleno en la espalda. Ruedo por algunos metros. Me
incorporo rápido, aprovechando el movimiento de las vueltas, esperando un
contraataque. No sucede. Este continúa en el suelo, sin aire y llevándose las
“manos” hacia la espalda. Aprovecho. Sin pensarlo demasiado, alineó la
mira de mi pistola con su cabeza. Este levanta las manos, implorando
piedad. Lo miro por un segundo. Este pequeño gesto es menos de lo que
merecía, pero más de lo que les daba a mis adversarios comunes. Con esto,
reconozco los años que pasamos juntos y todas las veces que este me apoyo
en el combate. Gaff aprovecha esta mirada. Alarga su brazo, con la palma
extendida, intentando golpearme. La esquivo, basculando el cuello. Terminó
con esto. Una bala sale de la recámara. El metal cae al suelo.
Agua y una masa verdosa y gelatinosa salen del objeto. Todo el fuego que
había, en un rango de cuarenta metros, se apaga. El crujir de la madera con
el fuego se detiene. Me mantengo un segundo junto al cuerpo de mi similar.
Miro el daño que el fuego había causado. Observo las raíces, cortezas y
hojas chamuscadas. Un olor a humo y leña inundan el lugar. — Tienes un
activo a veinte metros. Comenta Sulami, como si hubiera estado distraída
por otra cosa. Alejo mis ojos del lugar. Escucho las pisadas con velocidad.
Logro percibir el crujir de las hojas cuando estas son aplastadas por las
pisadas. Miro a Gaff por un segundo. Levanto la vista. La veo llegar.
Seguro había escuchado los disparos. Era una de las pocas guardabosques
que tenía el programa. “Melissa” Naka. Ella se queda estática, plantada
frente a nosotros. Solo se limita a mirar la escena con impresión. La
observo. Sus piernas metálicas y sus uñas de cuchilla hacen que ella tenga
la ventaja. Yo lo sé, pero sus ojos muestran miedo. El silencio se rompe. —
No es lo que parece. Levanto, incorporándome lentamente, intentando no
alterarla.
Naka me sigue con la mirada, alargando, de manera inconsciente, sus uñas.
— Esté tipo quería apagar el bosque, le rogué que se detuviera, pero no me
escucho y entre el calor del momento lo maté. Naka me observa, me deja
hablar, como si nada pasara, pero puedo ver cómo acomoda sus piernas para
atacar. — Gaff jamás defendería el bosque, él ya quería irse de aquí, pero
tú, todos sabemos que tú si lo harías y tus granadas te delatan. Naka mira a
donde había apagado el incendio. La gelatina y agua aún se veían frescas.
— Mierda, Naka. Murmura Sulami.
Con los codos y muñecas firmes veo a través de la mira holográfica. Pongo
mi dedo en el gatillo, no dudo, aunque sé que ella ya no es un peligro para
mí. Disparo. Escucho a Sulami lamentarse por el auricular. Aunque no la
había asesinado. La bala le despedazó la otra pierna. El torso de Naka cae al
suelo. Sulami lo sabe, pero aun así está molesta. — ¡Eres una basura! Me
reclama, bastante enojada. — Somos una basura, mujer. Respondo, sin
alterar mi voz o procesar esto de manera emocional. Esto es la guerra y
ambos hemos sobrevivido porque somos una mierda. — Si, pero ella ya no
representaba ningún peligro y es mi amiga. Escucho a Sulami llorando. —
Por eso la dejé vivir, si tiene suerte las llamas no la alcanzarán. La veo a la
distancia, la misma se arrastra entre los matorrales y la hierba alta.
Activo mis botas cohete. Tomo altura. Me coloco sobre las ramas de un
árbol. A pesar de que estaba dispuesto a morir por el bosque, buscaba
hacerlo de manera inteligente. — El atacante podría ser Roy y sin ningún
tipo de ventaja estaría muerto al segundo. Pienso, sintiendo como mi
corazón se acelera por la idea de luchar con él. Me concentro en escuchar.
Eran pisadas veloces, pero no lo suficientemente como para ser un
mejorado. Se detiene frente al cuerpo de Gaff. — ¡Tengo un guardabosques
caído! Comenta, pero nadie lo escucha. Saca su arma y mira alrededor,
buscando al responsable. No lo encuentra. — Es Viggo. Digo al aire,
mirando su expresión de terror. Mierda, se ve delgado. Añado, viendo la
manera tan fluida en la que se movía.
Con sigilo, me muevo al árbol más próximo, intentando tener ventaja.
Viggo continúa buscándome. Mira por detrás de los árboles, revisa las
piedras, regresa su mirada a Gaff. — ¿A él también lo matarás o solo lo
dejarás inválido? Pregunta Sulami, con cierto rencor en su voz. La ignoro.
Procedo a tomar una nueva granada anti incendio y la arrojo a otra zona,
con el fin de que el incendio no crezca más hacia el Este. Viggo la escucha
caer. Su mirada sigue el ruido. La granada explota y yo cambio de árbol. Lo
tengo justo debajo mío. — Están intentando apagar el bosque, aún no tengo
contacto con el enemigo. Viggo sigue hablando, aún sin comprender que la
comunicación había caído.
CAPÍTULO XIV
Siento dolor, mas no es nada que no pueda soportar. Ruedo por el suelo,
giro en mi eje y me levanto, observando a todos. Frente a mis ojos solo se
encuentran Genndy e István. Conocía esta técnica. Ambos al ser los más
fuertes se usaban como carnada, mientras que Aliza era la verdadera
amenaza. — Aliza subió, está en las copas de los árboles, a tus dos. Miro de
reojo. La veo, apenas y puedo distinguirla entre las llamas, ramas y humo.
Finjo que me abalanzo contra el par del suelo. Ambos avanzan, creen que
no tengo un plan de contraataque. Lo tengo. De mi chaleco, tomo una de las
granadas de fragmentación. Con la misma mano quito el seguro y comienzo
a contar. Esquivando el primer golpe. Apenas y lo logro. La velocidad de
István es tanta que apenas y distingo una estela plateada por los aires. —
Dos segundos. Digo en mi cabeza, arrojando la granada al árbol. La granada
explota, Aliza vio el movimiento, cálculo donde caería la granada, incluso
sé que analizó la propia granada y la onda expansiva que generaría, pero no
pudo hacer nada, fue lo suficientemente rápida para ella. Aliza sale
disparada.
Astillas y partes grandes de madera vuelan por los aires. Aliza cae de lleno
contra el suelo. No reacciona. István y Genndy se distraen por un segundo.
Lo aprovecho. Tomo el rifle de mi espalda. Este se arma con velocidad. El
par reacciona al escuchar los ruidos metálicos al momento que este se
forma. Ya es tarde. Apunto el arma hacia el torso de Genndy. Este levanta
los brazos, como si aquello pudiera detener el impacto de la bala. Disparo.
La bala sale, la misma le atraviesa las manos, haciendo que vuelen partes de
dedo, cartílago y sangre, e impacta en el centro de su pecho. Veo el cuerpo
de Genndy latiguear. El arma tiene tanta potencia que parte del tronco se
desprende de sus piernas. El tren inferior se mantiene por un segundo de
pie, mientras que toda la parte superior vuela por un par de metros antes de
caer.
Las piernas caen. István se asusta, puedo ver el miedo invadiendo su mente.
Percibo justo el momento en el que István reconoce que los rumores sobre
mí son ciertos. Resopla de manera temblorosa. Se mira los brazos. Intenta
darse confianza a través de sus mejoras. Avanza. Este vuelve a activar los
brazos. El derecho repite la forma de una sierra eléctrica y el izquierdo se
convierte en un gran mazo de metal con picos. Sonrío; no lo ataco al
instante, también siento miedo. No lo proceso, no me dejo vencer por él,
pero ahí está. Ataco.
Aún no bajo el brazo, a pesar de que él dice que no viene a detenerme, aún
no veía una intención clara de que Carlo pudiese atacarme, pero con lo que
estaba pasando aquí y allá afuera con el grupo de Dua, planteaban muchas
incógnitas sobre la mesa y no quería arriesgarme. — Fuiste tú el de las
comunicaciones, ¿Cierto? Asiento. — Fue Sulami. Los labios de Carlo se
contraen. — ¿Y también fuiste responsable de lo que está pasando afuera?
Pregunta, con un tono mucho más serio. — No, ese es el grupo de Dua, solo
buscan demostrar que los humanos son igual de capaces que un cableado.
Respondo con velocidad, intentando que Carlo no pensara mal.— ¿Dua?
Mierda, sé lo que le pasó allá afuera, pero, nunca creí que llegaría a eso. Me
encojo de hombros, no tengo comentarios con respecto a mi amada. —
¿Sabes cómo está la cosa allá? Pregunto, interesado por saber que aún
estaba viva. — Solo sé que siguen peleando contra los guardias, pero que, si
siguen así, van a mandar a los chicos de afuera. Sonrío, el plan de Dua salía
a la perfección.
Durante toda mi vida, el único adversario al que nunca pude derrotar fue a
aquella bestia. Esa cosa que arrasó con una ciudad entera y que necesitó una
nuclear para morir. Quitando a ese monstruo, nunca existió un enemigo que
no pudiera derrotar, hasta hoy. El fuego, sin duda era un enemigo
formidable. Muy rápido, agresivo, sin compasión y sin un gramo de duda.
— Me falta equipo para esto. Carlo asiente, mira a su alrededor. —
Entonces deja de perder el tiempo, baja esa arma y escúchame. Bajo el arma
y espero que mi amigo continúe. ¿Cuánto del terreno has cubierto?
Pregunta, al tiempo que guardo la pistola. — Menos de medio kilómetro.
Respondo haciendo un cálculo rápido. — ¿Y a cuántos de estos tipos has
visto? — Seis: Gaff, Naka, Viggo y estos tres. Respondo, levanto mis
brazos. Deje vivir a Naka y a Viggo. Carlo sonríe. — No puedes soltar a tú
novio, ¿Cierto? Reconozco la broma y quiebro una sonrisa.
Escucho el momento en que una rama truena por el peso de alguien. Volteo
el cuerpo hacia el sonido. Veo la silueta. Este me regresa la mirada. Sabe
que yo soy el traidor, ya no había necesidad de fingir o de intentar
convencerlo. Ya no los necesitaba de esa forma, no me servía que me
ayudasen, ya tenía toda la ayuda que necesitaba. Avanzo a él, acelerando el
paso. Este se mantiene estático, entre las sombras, aún no logro
reconocerlo. — Es calvo, debe medir más de 1.83 y tiene los hombros
caídos. Comenta Sulami, intentando reducir el número de posibilidades. —
Puede ser “Pineda” o “Clivio”. Comento, acercándome a la zona.
— Lo lamento. Digo, con un hilo de voz. En verdad quisiera que las cosas
hubieran sido de otra forma, pero tú lo sabes, el bosque significa todo para
mí y no puedo no hacer nada. Completo, aunque comprendo que mis
palabras no le darán ningún confort. El corazón de Clivio está lleno de odio,
a punto de explotar contra mí, me preparo. Estiro mi brazo izquierdo. Clivio
no responde. Vuelvo a hablar. No te preocupes, galán, irás detrás de ellas.
Clivio mueve un par de centímetros la cabeza. Escuchó eso último. Este
suelta una larga respiración, sin quitarle los ojos al cuerpo de su esposa. —
No, no lo haré. Responde entre lágrimas. Clivio se levanta. Activo el
lanzallamas.
Una gran llamarada sale de mi muñeca. Clivio la recibe de lleno. Este grita
de desesperación. Tanto sus piernas, como su rostro y cuello arden sin que
él pueda hacer nada. Este se lleva las manos al rostro, mientras corre en
todas direcciones, intentando que estas se apaguen de manera milagrosa.
Miro la escena por un momento más, llevo mi mano a la funda de mi arma.
Alineó la mira con su rostro, el cual, comienza a deformarse por las llamas.
Disparo. La bala entra sin ningún tipo de inconveniente. Clivio cae. Se
mantiene el silencio. Resoplo. Su cuerpo continúa quemándose, pero este ya
no sufre.
No veo esto como una victoria, cada uno de estos hombres y mujeres que
caían, eran alguien que en algún momento cumplió un propósito más
grande que ellos mismos. Todos habían sufrido y luchado igual que yo, pero
ahora nuestros intereses no eran los mismos y a pesar de que sabía que lo
que yo hacía era lo correcto, el verlos caer, por mi propia mano, era difícil;
porque todos tenían planes, gente que los quería y los esperaba con ansias.
La muestra perfecta de esto era ellos dos. Cada uno se preocupaba por el
bienestar del otro y ambos eran su mayor prioridad. No el bosque, no la
causa, su relación. — Si yo no mataba a Clivio, estoy seguro que él mismo
lo haría, por lo que le había hecho a Anna. Pienso, recordando que no hubo
un solo instante, en los tres años que llevaban aquí, en que no los viera
juntos. Resoplo. Escucho algunos pasos. Algo llama mi atención.
CAPÍTULO XVII
Algo corta el aire. Era una bala. Me desplomo hacia el suelo, intento evitar
el proyectil. Lo hago. La bala pasa justo sobre mí, para después estrellarse
en uno de los grandes cedros del bosque. Me levanto, doy un rápido vistazo,
veo una figura corriendo hacia mí. Lo reconozco. Era “Aaron Dent”. Veo la
mitad de su rostro, con un gesto agresivo y la otra mitad cubierta de metal
que intenta imitar las facciones que este tenía antes de la explosión. Tanto
su hombro derecho como parte de su cuello y brazo también eran metálicos.
Este avanza, me olvido de todo y ruedo por el suelo. Debo pensar en el
bosque, no en nosotros. Mi rifle está a un par de metros. Tomo el rifle y lo
apunto hacia él. Este hace lo propio con el suyo. El mío suelta un solo
disparo. Veloz, con mucha potencia, con capacidad de hacerlo volar en mil
pedazos. Él dispara en repetidas ocasiones. Múltiples balas salen de la
recámara. Me veo forzado a moverme.
Me elevo por los aires. Rosa saca su pistola, comienza a dispararme. Logra
darme un par de tiros, ninguno es capaz de penetrar mi blindaje. — ¿Cuál
es la integridad de mi armadura? Pregunto, ya que ni las placas ni el traje
eran nuevos. — Aún está al 59%. Responde Sulami. Vuelo hacia adelante,
intentando que me sigan. Volteo el cuerpo en el aire, aún avanzando a la
dirección que quería. Ahora los tengo de frente. Comienzo a disparar. La
potencia de mi rifle es tanta que incluso siento pequeños empujones en el
aire. Rosa se pone a cubierto, se toma un segundo y continúa avanzando,
mientras que Aarón solo recibe el impacto con el escudo.
Doy un par de saltos hacia atrás, intentando ganar ventaja. No logro ver
bien, las llamas son más grandes, mi rango de visión es mucho menor. —
Múltiples contactos. Dice Sulami. — Mierda. Murmuro, pues, el combate
con mis similares ya se había alargado demasiado y llevaba mucho tiempo
en, prácticamente, la misma posición. — ¿Cuántos? Pregunto,
distinguiendo la sombra de alguien. — Dos más. La persona frente a mí era
un hombre con una computadora craneal. Me abalanzo contra él. Siento un
golpe en la parte baja de mi espalda. Es un golpe contundente, pero nada
que no pueda soportar. — No es de un metálico. Pienso, reconociendo que
no era Rosa.
Rosa era una mujer lista. No me atacaba de manera directa, ya había visto
lo que había hecho con el resto de los nuestros. Siento su mirada sobre mí,
sé apuntándome con su arma, espera el momento justo de atacar. Continúo
moviéndome, de manera exagerada, con el fin de que su mira no encuentre
mi cabeza. Volteo el cuerpo. Mi otro adversario también era un cableado,
solo que este tenía los tímpanos mejorados. No es Morgan o Keane.
Suspiro, no quería enfrentarme con ninguno de ellos. Veo que su silueta es
delgada, así que lo tomo de los hombros con fuerza y lo arrojo contra uno
de los árboles. El tipo vuela por los aires y choca de espaldas contra un
tronco chamuscado. Escucho el momento en que su espalda se rompe. El
aire se corta.
Los ataques se detienen. Abre sus ojos. Sabe que todo terminó. Se mantiene
estática por un instante antes de desplomarse. La sostengo. El peso me
vence y ambos caemos al suelo. La miro a los ojos, está pensando en su
pareja, en la casa que nunca conoció, en sus perros, en la vida que se
imaginó fuera de este campus. Lágrimas recorren su rostro. — Lo siento.
Lloro, con total sinceridad; sabía que ella amaba el bosque tanto como yo,
pero al igual que todos, simplemente estaba cansada. Quería una vida más
allá de la muerte, las balas y la madera. Se la arrebate. Le quito el cuchillo
del cuello.
Regreso por mis pasos, busco el cuerpo de los dos metálicos que asesine. —
Si, pero ¿Qué hay de la primera fila? Pregunta, pues, esa fila podía
expandirse lo suficientemente como para quemar también esta parte del
bosque. Carlo resopla. — Por ahora solo concentrémonos en controlar esta.
Comenta, pensando en que este esfuerzo, tal vez, haya sido innecesario. Veo
el cuerpo del primero. Continúan saliendo chispas de la computadora. Me
acerco a él y lo levanto, sin inmutarme. — Lo que no entiendo, es por qué
no destruir todo el bosque. Gruño, apretando un poco la voz. Carlo me
observa y continúo hablando. El decano podía mandar este bosque al
maldito quinto infierno, ¿Por qué limitarse a solo tres líneas de fuego? Veo
el segundo cuerpo.
Camino hacia él. Carlo responde. — No lo sé, tal vez solo fue un blofeo.
Tiro el cuerpo del metálico junto al otro. Los acomodo y de un movimiento,
levanta a ambos, poniendo uno en cada hombro. Veo la impresión en los
ojos de Carlo. Camino con dificultad, pero continúo. Tal vez solo fue un
intento por quitarse de encima Wood de una vez por todas, ver qué hacía el
bastardo y así poder acabar con ellos, Asiento con la cabeza, sintiendo
presión en ambos lados del cuello. — La verdad no sé por qué nunca
atacamos directamente a Wood, hubiera sido más fácil. Digo al aire, con la
voz agitada. Carlo se encoge de hombros. Regreso mi vista al bosque, me
pierdo entre las llamas. Mi mente se aleja de aquí, recuerdo a Dua.
Pienso en lo que está pasando allá, lo que está sintiendo ella. Tal vez esté
viendo a sus amigos morir, tal vez la propia sombra y reputación de los
guardabosques sea suficiente como para asustar a la mayoría de su grupo.
— ¿Qué ves allá? Pregunto a Sulami, mientras continúo caminando, ya
sintiendo cansada la espalda y los hombros. Sulami tarda en responder,
escucho sus pisadas moviéndose en su apartamento. — Los veo, algunos se
han subido a los edificios, otros están a nivel de suelo, pero aún no logran
entrar a la plaza, parece que el grupo se está defendiendo bien. Comenta,
con algunos sonidos de bala al fondo. Suspiro de alegría, Carlo lo nota, pero
solo me observa.
— ¿Tú le diste las armas? Pregunta, mirándome entre los cuerpos. Asiento.
— Si, de hecho, sino fuera por eso, ya habríamos terminado aquí. Digo al
aire, recordando que mi casa estaba solo a un par de kilómetros de nuestra
posición. Pero Dua necesitaba las armas, se iba a enfrentar a lo mejor de lo
mejor, necesitaba todo lo que pudiera ayudarla. Añado, pensando en lo que
todas esas granadas y lanzacohetes hubieran hecho por nosotros hoy. Carlo
solo resopla. Sulami habla. — Pero no hubieras podido ir por ellas, galán, tú
casa está en el campus, a muchos más kilómetros. Carlo sonríe y lo
recuerdo. Dejo de pensar en las armas y en lo que podría haber hecho con
ellas y comienzo a agradecer que Dua las tuviera con ella. — De alguna
forma, son partes de mí que pelean a su lado. Pienso, imaginándome
luchando junto a ella. Carlo se detiene y mira el cuerpo de Aarón. — Este
chico estuvo en las misiones donde llevaban pipas de agua a las zonas
residenciales, ¿Cierto? Pregunta Carlo, cargándolo sin problemas.
Seguimos avanzando. — Pues, una lástima que haya caído después de que
las cosas se…— ¿Cuánto de la zona nos falta por cubrir? Pregunto,
cambiando el tema. No quería escuchar más sobre las hazañas que había
hecho alguien que acababa de asesinar. Mi voz está agitada y algo
acelerada. Carlo lo sabe, este mira al cielo, recordando. — Los chicos
tenían muchas granadas, debo haber cubierto cerca de cuatro kilómetros,
pero con estos cuerpos, creo que ya podemos terminar. Comenta. Ambos
continuamos caminando de regreso, veo el cuerpo de la pareja.
Anna y Clivio continuaban tendidos en el suelo. La sangre de Anna aún
sigue fresca. Volteo el rostro, no encuentro ningún placer en ver a mis
similares de esa forma, ya no. Carlo los ve y se sorprende. — A la mierda,
sabía que los matarías, pero no pensé que lo harías así. Sonrío de manera
fugaz. — No fui yo, el idiota de Clivio se aceleró y él mismo le aplastó la
cabeza a su amada. Carlo resopla, mirando el cuerpo carbonizado. — Pobre
bastardo, al menos se fueron juntos. Lo acepto. Carlo tira ambos de los
cuerpos que iba cargando. Los apila, uno encima del otro y los levanta,
todos en el mismo hombro. — Mierda, esto no lo hubiéramos podido hacer
antes. Comento, pensando en la cantidad de kilos que cargaba mi amigo sin
ningún tipo de esfuerzo. Carlo ríe. Continuamos caminando.
Logro ver el final del fuego. Este ha avanzado. La mancha de sangre y los
cuerpos sin vida de los animales ya estaba cubierta por las llamas. Continúo
caminando, las piernas ya me pesan, los pies me duelen y las pantorrillas
me queman, pero continúo, no puedo dejarme vencer, no por algo tan tonto
con el cansancio. Camino por el charco de sangre, me lamento la muerte de
aquellos animales. Lamento la muerte de su hábitat, de su entorno, pero
avanzo, sintiendo la tierra húmeda bajo mis botas. El lamentarme no
ayudaba en nada, necesito terminar esto.
Carlo señala a la izquierda, en medio del bosque. — Puse las granadas cada
40 metros, la explosión será en cadena, con suerte podremos activar esto
antes de que el fuego alcance esta línea, si lo hace, habremos perdido todo.
Lo acepto, tambaleándome un poco. Carlo continúa hablando. Para
apresurarnos, debemos dividirnos, tu ve a la derecha, sigue la línea que
marcó Sulami y yo iré a la izquierda. Lo acepto, llevando mi vista a la zona.
Debemos terminar lo antes posible, ¿Crees poder? Pregunta, mirando el
esfuerzo que estaba haciendo por el simple hecho de cargar estos cuerpos.
Enderezco la espalda, busco proyectar fortaleza. — Considéralo hecho.
Comento, poniéndome en marcha.
CAPÍTULO XIX
No había cansancio. Podía luchar por horas, correr sin siquiera soltar una
gota de sudor. Podía hacerlo todo, pero no sería yo, solo sería una imitación
barata de mí, no honraría a aquellos hombres y mujeres de verdad. Aquellos
que no necesitan más que sus músculos y convicción para realizar el
trabajo, aquellos que me inspiraron a ser quien soy. — Estoy seguro que
Foolhardy nunca pensó en estas idioteces. Digo al aire, recuperando el
aliento. Escucho a Sulami carraspear, sé que me escuchó, pero no me
molesta, este tipo de estrés nos hacía flaquear a todos, incluso a los mejores.
— Como a Carlo. Pienso, mirando en mi mente ese brazo de metal
reluciente. Me dispongo a avanzar. De coraje, doy una pequeña patada a los
restos del cableado y continúo con mi camino.
Ya mucho más ligero, puedo moverme con mayor rapidez. — Justo lo que
necesito. Pienso y mi boca habla. — ¿Cómo va el combate por allá?
Pregunto, esquivando unas pequeñas raíces salidas. — Nada para nadie,
parece qué hay traidores en nuestras filas. Comenta y pienso en qué otros
podrían haber entrado a la causa, además de Ant, Tillbrook y el otro novato;
“Nicolás Laris”. — ¿A quiénes puedes ver? Pregunto, mirando hacia mi
derecha. El fuego parecía acercarse con rapidez. — Debe haber aumentado
el calor allá afuera, provocando que el fuego arda con mayor velocidad.
Digo en mi mente. Sulami habla. — La mayoría están a cubierto, no logro
ver a nadie con claridad, pero sin duda no están ni Morgan ni Roy aquí
dentro. Lo celebro y continúo, mirando de reojo las llamas.
— ¡Ya entraron a la plaza! Grita con algo de impresión. Volteo hacia donde
sabía que estaba el campus. No logro verlo, ni siquiera logro escuchar el
combate. — ¿Qué ves? Pregunto, intentando ver cuánto tiempo me queda.
— Vi entrar a “Reese” y al chico del escudo grande. — A “Segovia”. Digo,
de manera automática. Sulami calla. Escucho el combate en mi auricular.
Algunas balas y órdenes indistintas se perciben en mi oreja. Inhalo y exhalo
un par de veces más. Tomo al mejorado del chaleco y comienzo a tirar de
él, caminando de espaldas. Sigo firme en mi convicción. Lo llevaría hasta el
final. Era un acto estúpido y lo sabía, mas no me importaba. Debía hacerlo,
para demostrarme que aún era útil dentro de este mundo, que no era una
simple reliquia.
Llego al siguiente punto. Mis manos dejan el chaleco. El cuerpo se recarga
en mis espinillas. Tomo la granada, con movimientos cansados. La arrojo al
suelo. Miro mi panel. Intento repetir el proceso, pero las manos me
tiemblan. Mis dedos ya no son tan precisos. Me concentro, inhalo y exhalo
un par de veces más, tragándome la frustración de ya no poder controlar mi
cuerpo. Activo la granada, la pongo en máxima potencia. Resoplo de
felicidad. Miro al incendio. Lo veo más cerca. A unos diez metros de mi
posición. — Aún tengo tiempo. Murmuro, pensando en que Carlo debía
llevar un ritmo más elevado que yo. Mis manos vuelven al chaleco,
continúo jalando.
Escucho a Sulami abrir la boca. Ella habla. — Galán, tienes que dejarlo ir,
no necesitas probarle nada a nadie. Siento el sudor recorriendo mi rostro. La
ignoro. Sulami continúa. Has probado que eres el mejor, ya déjalo, guárdate
para Dua, ella te necesita y te necesita bien, no al borde del desmayo. Me
detengo, medito su comentario por un segundo. — Mierda. Murmuro,
aceptándolo. Tenía razón, por mis celos, había olvidado el fin de todo esto.
Claro que buscaba defender el bosque, claro que buscaba vencer a todos los
guardabosques que viera, pero luchar junto a Dua era lo que realmente
buscaba.
Quería verla como realmente era, como era antes de entrar al campus:
implacable, fuerte, violenta, con resentimiento hacia los mejorados.
Necesitaba verlo y también sabía que ella me necesitaba allá. — Fui un
idiota. Comento al aire, viendo cómo tal vez ya no tendría la fuerza de
luchar. — No te preocupes, aún tienes la inyección de emergencia, sólo deja
a ese tipo en el siguiente punto, apresúrate para explotar esto y ve con Dua.
Sulami habla rápido, sin titubear, sabía lo que estaba en juego. Lo acepto,
vuelvo a tomar el chaleco del cableado. Escucho pasos en el bosque.
— Así que, eso fue todo, ¿Cierto? Que vivan los metálicos, ¿No? Pregunto
con sarcasmo. Ant calla. Mira, me alegro por tu suegra y si no quieres
ayudar a Dua y ahora buscas dejar todos tus ideales de lado, es tu decisión,
pero no me hagas perder el tiempo, que yo si iré a ayudarla. Añado, pues,
debía continuar con el plan. — Lo siento, pero, no puedo dejarte ir, tenemos
órdenes del deca…— ¡A la mierda las órdenes! Somos guardabosques, no
simples soldados que hacen lo que dicen sus superiores sin importarles si es
lo correcto o no, ¡Esto es lo correcto! Digo, señalando al cuerpo de
metálico. Ant me mira. Su mandíbula se tensa. Sé lo que pasará.
El momento pasa rápido. Los dos primeros disparos dan en el blanco. Uno
en cada pierna de mi amigo. Sabía que las balas no le causarían mucho
daño, pero el propio impulso de la misma lo haría jalar el cuerpo, de manera
instintiva, hacia adelante. La tercera bala también acierta, justo en la frente
de Ant. Este se desploma, cae de golpe al suelo. Me encuentro agazapado,
de igual manera, en el suelo. Espero a que reaccione, sé que no lo hará.
Resoplo y lamento lo que acaba de ocurrir. Miro sus restos con temor, no
me atrevo a mirarlo de cerca, aún no. — Lo siento. Comenta Sulami.
Asiento la cabeza. Ella sabía lo que ambos habíamos pasado en el
entrenamiento, el vínculo que habíamos creado.
Acelero aún más el paso. — Quita el velocímetro. Digo, muy agitado, pues,
el ver la velocidad tan alta a la que iba me distraía y me hacía pensar que
debía ir más rápido. El velocímetro se va, marcando como última velocidad
más de 35 kilómetros por hora. Siento el rebote de mi equipo, me
incomoda. Las quemaduras, las heridas, la hipertrofia y las horas que
llevaba usándolo ya hacían que fuera incómodo tenerlo encima. Lo ignoro y
continúo, moviéndome con velocidad entre los árboles, rocas, hongos y
madrigueras.
No reacciono por sus comentarios, sabía que Carlo podría detenerlo por
unos segundos, que era lo que necesitaba para llegar. Prácticamente estoy
sobre ellos, los busco con la mirada. Los veo. Entre los árboles y las hojas,
veo el metal reluciente en el brazo de mi amigo. Una figura delgada,
alargada y con un metal ennegrecido, por los años de lucha, se encuentra
junto a él. Atravieso mi mano izquierda hasta la funda de mi pistola.
Desenfundo mi arma. Sigo acelerando, me mantengo firme. Disparo el arma
de Ant en repetidas ocasiones.
CAPÍTULO XXI
Ya estoy cerca, muy cerca. Roy sabe lo que haré, así que intenta alejarse,
pero Carlo vuelve a detenerlo. Ambos forcejean. Un par de balas impactan
en el “cuerpo” de Roy. El metal aguanta. Carlo lo golpea con su brazo
metálico. Este vuela por un par de metros y cae de manera controlada. Salto
de la motocicleta, activando las botas cohete. El vehículo se sigue de largo,
directamente al guardabosques. Roy lo nota, pero ya es tarde. La
motocicleta impacta directamente contra él.
Activo una granada en pleno vuelo. Gracias a las botas, soy capaz de
reducir la velocidad. Llego al suelo. — Tres segundos. Pienso, arrojando la
granada. Esta cae a un lado de mi motocicleta. Por un segundo pienso en las
noches que esta me acompaño, que me llevo al combate, que recogimos
juntos a Dua en su dormitorio, las noches en las que le enseñé a conducir en
ella. Me lamento la perdida, pero era un sacrificio que debía hacer para
poder derrotar a Roy. El sacrificio fue en vano. Algo sale despedido hacia el
aire. La granada se activa, generando una gran explosión. Carlo y yo lo
sabemos, nos juntamos espalda con espalda.
Una sombra oscura, casi espectral se asoma entre las hojas de aquel gran
roble. No actuo, necesito un tiro certero. Este no sabe que lo veo, el casco
me cubre los ojos, pero yo sí siento su mirada. Veo el brillo en sus ojos,
logro ver su cabeza. Levanto los brazos con velocidad, disparo. —
¡Contacto! Grito al momento de jalar del gatillo. Roy se mueve al árbol de
junto. Carlo se alinea conmigo y lo busca, pero Roy no se mantiene
estático. Este se abalanza contra nosotros. Aprovechando el impulso de su
huida, este se lanza contra el suelo. — ¡Muévete! Gritamos, Carlo, Sulami
y yo a coro. Ruedo por el suelo. Roy se estrella contra la tierra, levantando
una gran cantidad de polvo.
Ninguna de las balas logra golpear a Roy, estaba cerca, pero su velocidad
era mucha. Mi rifle dispara de manera menos espaciada, ya soy capaz de
seguir la estala de su cuerpo. Un disparo le da en el pie en forma de garra,
logra volarle uno de sus dedos. Lo celebro. Por un instante, Roy me voltea a
ver, con rencor. Carlo aprovecha el momento, golpeándolo directamente en
donde debería estar su mandíbula. Roy cae al suelo, el golpe había sido
contundente. — Un poco más arriba y el tipo ya estaría muerto. Murmuro,
sin deja de disparar. — No puede contra ambos, no de esta forma. Pienso,
consciente de que en algún momento Roy la cagaria, pero, él también lo
sabe.
Una de sus piernas me toma del chaleco. Siento presión en el pecho. Las
garras se cierran. No logran penetrar mi traje, pero si siento lo afilado de
sus cuchillas. Sin más, Roy se da media vuelta, buscando volver a estar
sobre sus piernas. Este, utiliza el impulso de su movimiento y me lanza, con
fuerza, por los aires. Vuelo por un par de metros. Activo las botas, evitando
así que chocase contra uno de los troncos. Las botas tardan un segundo en
impulsarme hacia adelante, debido a la fuerza del empuje. Me mantengo
suspendido en el aire. Avanzo. Carlo sigue luchando, se aferra a la escasa
victoria que tenemos.
Roy asiente. Reconozco el respeto que este me tiene. Sus ojos, por una
fracción de segundo, se lamentan. — Entonces te mataré, quitaré tus
estúpidas bombas y dejaré que el mundo siga su curso natural: el abismo,
mientras el resto de los de tu clase se aniquila los unos a los otros, mientras
se ahoga en toda su mierda. Comenta. Sus ojos son inexpresivos. Ya no
refleja nada en su rostro. No había cansancio, no había miedo, felicidad o
algo que demostrara algún tipo de emoción. Solo era una cara plana,
inmutable, haciendo lo que mejor sabía hacer. Mi similar acelera la
velocidad de sus golpes. Apenas y logro esquivarlo, utilizando todas las
defensas que conozco. La pierna de Roy se levanta, cortando el aire.
Brinco, elevo mi rodilla y lo golpeo directamente en donde debería estar su
mandíbula. Este retrocede y Carlo lo regresa al frente con un golpe en la
nuca. Este cae de cara hacia el suelo. Ambos celebramos. Mis pies tocan el
suelo. Levanto una de mis piernas, comienzo a patear al metálico. Carlo me
imita. Roy levanta la cara del suelo, intentando recomponerse, pero se la
entierro de una patada. Escucho que algo truena.
Vuelvo a celebrar, sé que falta poco para terminar con este maldito y él
también lo sabe. Saco el arma de Ant, comienzo a disparar. Apenas y logro
soltar un par de disparos cuando, con autoridad y demostrando los años que
llevaba en esto, Roy da un giro con sus piernas. Se incorpora de golpe.
Esquiva la patada. Miro a Roy. Su rostro se muestra diferente. Nuevamente
logro ver algo ahí. Su expresión, sus ojos y su lenguaje corporal son otros;
está asustado. — Ya lo vio. Pienso, notando justo el momento en el que Roy
se da cuenta de que no es invencible. De que un hombre, de carne y hueso
era capaz de lastimarlo y de incluso derrotarlo. Este se lanza al ataque, más
agresivo, haciendo gala de todas sus habilidades.
Las botas me alejan del peligro. Vuelo de manera tambaleante. Mi vista está
borrosa, mis odios aturdidos y mi mente se encuentra dispersa. Por un
segundo no veo nada, no con claridad. A mi alrededor, todo se veía rojo,
sabía que era el fuego, pero no lograba percibirlo como tal, simplemente
eran manchas que danzaban. Abro y cierro los ojos, intentando enfocar. Veo
el combate a la distancia. Tomo el arma de Ant, la lleno de gadgets. La
culata y la empuñadura crecen. Pongo la parte trasera del arma en mi
hombro. Comienzo a disparar.
Su rostro se desfigura. Puedo ver la sangre saliendo por sus pómulos, por su
frente y por lo que quedaba de su nariz. Me coloco sobre su pecho. Ya no lo
golpeo con los nudillos, comienzo a tirar golpes de martillo. Roy ya ni
siquiera se mueve, su cuerpo se mantiene estático. No me detengo. Escucho
su rostro crujir, sé que ya le fracturé los pómulos, le rompí la nariz y le
había reventado los ojos. Suelto otro golpe, me detengo. Miro mi obra, el
mejor guardabosque del equipo estaba debajo mío, completamente a mi
merced. Por un instante, pienso en cómo terminar su vida. Mi mente
coquetea con la idea de arrojarle la granada, hacerlo sufrir una y otra y otra
vez, pero no valía la pena. Moriría por la explosión y mi cuerpo aún
necesitaba sacar toda esta energía. Observo su rostro un segundo más.
Suelto otro golpe.
Utilizo toda mi fuerza, dejo caer todo mi peso sobre la cabeza de esa cosa.
Su cráneo se vence. Mis puños lo atraviesan. Veo la sangre y sus sesos
desparramados en la tierra. Siento los huesos de su cara en mis manos y lo
húmedo y resbaladizo de la sangre, logro oler el cobre en el aire. No me
detengo. Continúo golpeándolo. La sangre se levanta, el cerebro se
desbarata, sus ojos se parten a la mitad y mis puños chorrean. — ¡Allan!
¡Allan, ya basta! Escucho a la lejanía la voz de Sulami. La inyección
comienza a perder efecto. Golpeo sus restos un par de veces más hasta que
me detengo, dejando las manos metidas en lo que antes era su cabeza. Me
quedo inmóvil. Me doy cuenta de lo que he hecho. No siento vergüenza, ni
un poco de remordimiento. Me mantengo sobre el pecho de mi similar, con
la respiración acelerada.
CAPÍTULO XXII
Sabía que no podría cargarlo, que tal vez mis botas ya no tendrían la
potencia ni para sostenerme a mí. — ¿Dónde está la línea? Pregunto. —
Donde está la línea del fuego. Responde mi técnico. Me levanto del suelo.
Mis rodillas truenan y los músculos me arden. Avanzo en dirección
contraria. Llevo las manos a mi panel. Apenas y he avanzado algunos
metros cuando activo mis granadas. Escucho la explosión, lejana. Sigo
escuchando ese fuerte ruido, cada vez más cerca. Las granadas revientan de
manera escalonada. La explosión se mantiene, sigo moviéndome en
dirección al campus. Busco alejarme lo más posible de la onda expansiva.
Explotan las granadas a mi espalda.
Mi corazón se acelera, siento el peso de las muertes que tuvimos ahí dentro.
Keean continúa, presto atención. — De hecho, eres el tercero en salir del
bosque y debemos encontrar al resto porque, el cabrón de Monroe, cuando
lo capturamos, mandó una señal de alerta. Me detengo a mirar a mi similar,
este continúa. Los técnicos dicen que todo Wood International se vació, que
el número de mercenarios es mínimo el doble de los que vinieron en La
Noche de la Hojalata. Resoplo, pienso en cada uno de los hombres y
mujeres que había asesinado ahí detrás y en que sus muertes, tal vez, no
hubieran sido necesarias. — ¿Quiénes son los otros? Pregunto,
esperanzado, pues había muchos guardabosques desplegados. — Son Viggo
y Naka, pero Naka, está hecha mierda, dijo que a ella la atacó un traidor,
asumo que a ti te paso lo mismo. Resoplo, parecía que Naka no le había
dicho que yo era el traidor. De hecho, está ahí enfrente. Completa Keean,
apuntando con su barbilla hacia una ambulancia al borde del bosque.
Mi corazón se acelera al ver a Naka, pues, ella sabía que yo había sido el
“traidor”. Naka me sigue con la mirada. Keean se planta frente a mi
mientras la enfermera comienza a revisarme. — ¿Alguna herida de la que
deba saber? Pregunta, dudando de si comenzar a tocarme el cuerpo. —
Muchos disparos, la mayoría los resistió el traje, tengo un golpe fuerte en la
cabeza, muchos golpes, algunas caídas fuertes y me prendieron con un
lanzallamas. Respondo, sin dejar de mirar a Naka. Su cabello estaba repleto
de hojas, su rostro denotaba suciedad y sudor, tenía tierra por debajo de las
uñas y sus manos estaban lastimadas de tanto arrastrarse. Ella no muestra
expresión, ni siquiera parpadea, solo se queda inmóvil mientras le revisan
las “piernas”. — ¿Quién te incendio? Pregunta Keean, un tanto incómodo.
— El primero que vi fue a Gaff, escuché los disparos, pero no vi a Naka por
ningún lado. Esquivo la cabeza de la enfermera. Siento alivio en los
hombros al momento que ella me quita el chaleco. Continúo viendo de
manera fija a Keean. Al tipo lo había comprado Wood por una cantidad
fuerte de dinero y por un segundo, el desgraciado intentó persuadirme, pero
no lo logró, así que me atacó y por defenderme de sus embates, terminé
matándolo, pero no estaba solo. Keean se impresiona, sé que está creyendo
cada palabra que digo. Me encontré con István, con Yale, con Genndy y con
Aliza, todos traidores a la causa. Añado, tergiversando todo lo que había
pasado ahí dentro. Continúa con la recapitulación. También vi a Clivio, el
tipo mató a Anna, le reventó la cabeza por no estar en el mismo bando, no
pude hacer nada para salvarla. Comento, recordando sus sesos sobre la
tierra.
Sigo enumerando a todos los que había asesinado. También estaban Aarón,
Roy y algunos otros que no conocía, de la zona Sur. Keean se queda en
silencio. — ¿Roy? Pregunta, muy confundido. La enfermera baja la
cremallera del traje, lo retira de la parte superior. Aprieto mis dientes del
dolor, justo en momento en el que la tela se separa de la carne viva. Me
detengo por un segundo, Keean, de nueva cuenta, mira todas mis heridas.
Resoplo, llevo mi vista alrededor. Observo el bosque, las heridas que tenía
mi viejo amigo. Sonrío, igual que yo, ambos habíamos sufrido los estragos
de este día, pero continuábamos aquí, luchando.
— ¿Y alguien más cayó ahí dentro? ¿Viste a otros, los de nuestro lado?
Asiento y continúo con la historia. Me detengo por un segundo, pienso en
Carlo, en Rosa y en Ant. Todos se merecían más de lo que habían tenido. —
Claro, vi a Rosa, a Carlo y a Ant, todos lucharon valientemente contra
adversarios mucho más grandes, fuertes y preparados que nosotros. Los
ojos de Keean se tornan rojos, mas no deja salir las lágrimas. Se la razón de
esto. Rosa y él eran cercanos. Lo lamento, pero sigo con la historia. Rosa, al
igual que Carlo, cayó contra Roy. Mi voz tiembla, recuerdo el final de
ambos. — ¿Cómo? Apenas y logro escuchar la pregunta, por todo el ruido
de nuestro alrededor. — Rosa por un cuchillo en el cuello y Carlo por un
golpe en la garganta.
El combate sigue siendo perceptible. Ninguno de nosotros se inmuta por lo
que está pasando. Todos piensan en los muertos y en lo que está por llegar.
Las probabilidades no estaban de nuestro lado, no gracias a mí. — ¿Y Ant?
Pregunta Naka, pues ambos operaban en zonas muy cercanas del bosque. —
Él cayó un poco antes, en un tiroteo, fue un disparo directo en la frente, no
pudimos hacer nada. Respondo, enredándome en más y más mentiras, con
el fin de que al menos ellos, tuvieran los honores que se merecían.
Esta era mi señal para salir de aquí. Debía apresurarme, apenas y si puedo
escuchar los pasos de Morgan al andar. Con dificultad, me levanto. La
enfermera intenta detenerme, falla. — ¿Dónde está el decano? Pregunto,
buscando alguna excusa. Keean me observa extrañado, pero responde. —
En el pabellón, pero deja que te atienda, necesitas atención médica. Lo
ignoro. Doy un par de pasos tambaleantes. — Si lo que dicen es cierto y
vienen tantos como se espera, debo informar lo que pasó allá adentro, para
que no los esperen y tengamos una defensa mucho más real. Aún pudo ver a
Morgan. Este sigue corriendo, a un lado del bosque.
Vuelvo a dar otro paso, no le pido permiso a mi similar. Este lo acepta y la
enfermera se queda ahí. Vuelvo a cubrirme el torso. Avanzo hacia el
pabellón. Las personas siguen llegando. Algunas con arena, otras hacían
filas y cargaban cubetas u otras simplemente iban a curiosear. Me detengo,
todos me rodean, me miran con sorpresa y asco. Los ignoro. —
Comunícame con Dua. Murmuro, entre toda esa gente. Sabía que Sulami
estaba ahí. Nadie me responde y repito la orden. Comunícame con Dua.
Ahora lo hago de manera más seria. — ¿Qué hicimos? Apenas y logro
escuchar su lamento.
Me llevo las manos al rostro. Concuerdo con todo lo que mi amiga había
dicho. — Sé que la cagamos, yo la cague, pero ya pasó, ahora quita el
bloqueo, déjame hablar con Dua, necesito advertirle que va Morgan. Volteo
mi mirada, lo veo a la lejanía. — Si lo quito van a saber que fuimos
nosotros. Me desespero, ya no teníamos tanto tiempo. — ¡Quita el maldito
bloqueo! Morgan va a arrasar con todos. Sulami calla. Me mantengo
estático, espero, nervioso porque no sea demasiado tarde. — Ya estoy
llamando. Comenta. Suspiro, sintiendo una mirada fija en mi nuca. De los
nervios, con el fin de distraerme, veo quién me observa. Era Keean, a un
lado de la ambulancia. Su rostro se nota agresivo, lo había escuchado todo.
El teléfono sigue marcando, mientras intercambio miradas con mi similar.
Me enderezo, siento mi pistola en la parte baja de mi espalda. — ¡A la
mierda! ¿Qué es un cadáver más en esta pila de mierda? Pienso, tomando el
mango del arma.