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El Juez Como Agente Activo en El Trato Digno A La Víctima en El Proceso Judicial

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Revista Internacional de Derechos Humanos / ISSN 2250-5210 / 2014 Año IV – N0 4 15

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El juez como agente activo en el trato digno a la


víctima en el proceso judicial

Citlali Urtiz
Licenciada en Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México (México).
Maestría en Victimología, Instituto Nacional de Ciencias Penales.

Carlos Manuel Rosales


Licenciado en Derecho, Universidad Nacional Autónoma de México (México).
Diplomado por la Universidad de Heidelberg (Alemania).
Estudios de Maestría y Doctorado en Derecho, Universidad de Chile (Chile).

Resumen: El presente trabajo tiene por objeto mostrar y analizar los


elementos y herramientas que requiere un juez para desempeñar sus fun­
ciones y, sobre todo, tratar con dignidad a la víctima. Por ello, se analizará
el requisito formal de la jurisdicción y la utilización de diversos principios
que deben regir su actuación.
Palabras clave: justicia; tribunales; jurisdicción; principios rectores judiciales.

Abstract: This paper aims to display and analyze the elements and
tools that a judge needs to carry out his duties and above all, to treat the
victim with dignity. Therefore, the formal requirements of the jurisdiction
and the use of various principles that should govern his performance are
analyzed.
Keywords: justice; courts; jurisdiction; judicial governing principles.

Artículo recibido: 28/08/13 Aceptado: 14/02/14


16 Citlali Urtiz y Carlos Manuel Rosales / El juez como agente activo en… / 15–39
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Sumario
1. Introducción
2. Naturaleza y fin de los principios normativos
3. Imparcialidad
4. Independencia
5. Legalidad
6. Objetividad
7. Publicidad
8. Conclusiones
9. Bibliografía

1. Introducción

La realización de un delito implica el daño o menoscabo físico, psico­


lógico o económico a una persona, lo que conlleva a reconocer a la persona
afectada como víctima u ofendido. Sin embargo, el concepto de “víctima”
fue poco atendido por la ciencia jurídica después de que fue secularizada
la venganza, pues se consideraba que con la venganza privada, la repara­
ción del daño, una multa o una sentencia se había cumplido con el deber
de suministrar un castigo al acusado por aquella conducta delincuencial,
dando por satisfecho el interés de la víctima y de la sociedad.
Con la evolución del derecho penal, se le dio mayor importancia a
la afectación sufrida por la víctima; pues su actuación se basaba princi­
palmente en presentar la denuncia y ser la prueba visible de que se había
cometido un delito; pero la víctima no era considerada como parte activa
en el proceso, por lo que se reconoció que tenía derecho a asistencia legal
y médica y, posteriormente, la facultad de poder participar en el proceso
penal.
Con el establecimiento del Estado y el progreso de las instituciones, se
estableció que uno de sus fines consiste en brindar seguridad y protección
a los derechos y libertades de la población; para ello se necesita determinar
un conjunto de leyes e instituciones públicas, pues: “un Estado se justifica,
si protege los derechos y libertades de los gobernados” (Nieto, 2003, 134).
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En particular, el objetivo de implantar un sistema de administración


de justicia se materializa en un sistema democrático, a través del estableci­
miento de tribunales independientes y de la regulación de procedimientos
jurisdiccionales para la resolución de conflictos, que resuelvan imparcial y
públicamente los conflictos expuestos y, consecuentemente, se determinen
las sanciones correspondientes (Ponce de León, 1997, 7).
Este trabajo de investigación indagará sobre los principios jurisdiccio­
nales que deberán regir la actuación de los jueces y magistrados para que
la víctima sea tratada con dignidad, que el proceso de re–victimización sea
con menos tribulación, pero sobre todo, que la víctima sienta satisfecha
su exigencia de justicia.
En primer lugar, se expondrá la naturaleza y la función jurisdiccional
de los Tribunales; en segundo lugar, se analizará la utilidad de los princi­
pios en materia de impartición de justicia; posteriormente, se presentará y
examinará un conjunto de principios rectores que deben regir la actuación
jurisdiccional de los magistrados; para finalizar, un conjunto de conclu­
siones que resumirán y comprobarán la importancia de estos principios
judiciales, para que la víctima reciba un trato basado en la dignidad y el
respeto, y recuperar cuanto antes posible su calidad de vida.
El objetivo de la presente investigación es intentar averiguar y des­
cribir qué principios normativos judiciales deben considerarse para que
un Tribunal ejecute una debida actuación y se le otorgue un trato digno
a la víctima.

2. Naturaleza y fin de los principios normativos

La manifestación más concreta de la justicia en todo sistema so­


cial es la correcta aplicación de las leyes y la posibilidad de proteger su
cumplimiento y respeto a través de instancias que permitan resolver las
controversias, conflictos y diferencias que se susciten (Andrade Martínez,
2002, 601).
Para que haya una seguridad jurídica eficaz “se necesitan que las
reglas sean públicas, generales, abstractas, relativamente estables, claras,
no contradictorias, entre otros rasgos” (Orozco Henríquez, 2006, 239).
18 Citlali Urtiz y Carlos Manuel Rosales / El juez como agente activo en… / 15–39
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Algunos de los elementos esenciales de un Tribunal:


1. debe ser jurídico, ya que su finalidad es garantizar la vigencia del
Derecho,
2. cualquier conflicto surgido por la inobservancia de las normas jurídi­
cas debe ser resuelto, no por la vía de construir para cada caso una
solución política negociada, sino imponiendo siempre la auténtica
obediencia del derecho preestablecido, y
3. debe ser efectivo, eficiente, disponible y accesible para todo actor,
con independencia de la fuerza política que tenga, puede solicitar y
obtener el pleno respeto de sus derechos (TEPJF, 2003, 56–57, 74–75).

Las características institucionales que debe tener un Tribunal son:

1. debe ser especializado, esto es, no sólo en lo jurisdiccional, lo que


promueve niveles crecientes de eficiencia en el desempeño de sus
funciones (Ibíd., 59),
2. tiene la labor de declarar el Derecho aplicable para resolver los
conflictos que se presenten con motivo de los comicios a cargo del
Tribunal, en el cual ni los partidos ni ninguna otra autoridad o poder
tienen representación o injerencia (Ibíd., 60),
3. el Tribunal permite garantizar “1. el ejercicio republicano del poder
público evitando que una sola instancia lo concentre con el riesgo de
abusar de él y, 2. que las citadas funciones se realicen de manera es­
pecializada, atendiendo sólo a los principios de cada una” (Ibíd., 61),
4. debe contar con autonomía funcional, ya que actuará sin subordina­
ción institucional a órgano alguno. La autonomía normativa faculta
el poder dictar, él mismo, las normas generales que reglamentan su
funcionamiento interno (Ibíd., 62–63),
5. el Tribunal debe gozar con cierta autonomía administrativa, en razón
de que le corresponde, con exclusividad, la atribución de manejar sus
recursos, determinando a qué prioridades, comprendidas dentro de
su competencia, deberán aplicarse los recursos humanos, materiales
y financieros a su disposición (Lowenstein, 1964, 232–251 y 294–325).
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Con lo anterior, se justifica la pertinencia y finalidad de contar con


un Poder Judicial.
Los tribunales deben disponer del reconocimiento del Estado para
aplicar las normas. Esta función del Poder Judicial le reconoce la capacidad
para que sean acatadas y respetadas las normas. Esto lo ejerce a través
de la jurisdicción.
La jurisdicción es la atribución positiva que posee un Tribunal para
impartir justicia. Su validez de actuación se basa en la jurisdicción que
es entendida como

el conjunto de atribuciones que tiene el Estado, para ejercerlas,


por conducto de alguno de sus órganos o por medio de árbitros, con
aplicación de normas jurídicas generales e individualizadas a los di­
versos actos y hechos que se susciten con motivo del planteamiento
de posiciones concretas en controversia (Arellano García, 1992, 346).

Con una adecuada jurisdicción se otorga seguridad jurídica a la po­


blación, esto significa que “el ejercicio del poder público esté restringido
por reglas jurídicas” (Orozco Henríquez, 2006, 237 y Pérez Luño, 1991). Esto
implica que los jueces deben realizar su labor de manera idónea. Por un
lado, deben contar con profesión y reputación (requisito de calificación) y,
por otro lado, el aislamiento de los jueces: forma de designación, tenencia
del cargo, remuneración asegurada, forma de destitución (requisitos de
aislamiento) (Ansolabehere, 2007, 98).
Ahora bien, es menester presentar la manera en cómo se llevarán a
cabo los cometidos de los tribunales. Esto se hace a través de principios
y reglas.
El profesor Ronald Dworkin define el término “principio” como una
pauta que ha de observarse, porque es una exigencia de la justicia, equidad
o de otro aspecto de la moral. Por lo mismo, “los principios inclinan la
decisión en una dirección, aunque no de manera concluyente, y sobreviven
intactos aun cuando no prevalezcan” (Dworkin, 1995, 19 –22 y Blix, 2004,
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88)1. Por lo mismo, para Dworkin, “los principios son la base que construyen
los sistemas jurídicos, irradiándose a todo el sistema jurídico” (Ibíd. 77–78)2.
Los principios son abstractos, de contenido impreciso e incierto,
que han llegado para quedarse. Porque constituyen “los presupuestos que
hacen posible a la democracia; además, de que se establecen como un
vínculo preventivo, que se autoimpone la comunidad para autoprotegerse
y, no perder el rumbo” (Salazar, 2007a, 42).
Los principios tienen las siguientes funciones:

1. Función creativa: antes de promulgar la norma jurídica, el le­


gislador debe conocer los principios para inspirarse en ellos y poder
positivizarlos.
2. Función interpretativa: implica que al interpretar la norma,
el operador debe inspirarse en los principios, para garantizar una
cabal interpretación.
3. Función integrativa: significa que quien va a colmar un vacío
legal, debe inspirarse en los principios para que el derecho se con­
vierta en un sistema hermético.

Estas funciones no actúan independientemente, sino que la apli­


cación del derecho opera una u otra (Atienza, 2005).

Para que estos principios tengan el valor intrínseco y el peso pon­


derativo deben estar incorporados en la Constitución, “porque si no sólo

1 Ronald Dworkin estima que los principios jurídicos no son patrones extrajurídicos
y son vinculantes para el juez.
2 Esta concepción la tomó a partir de que, a partir de los principios se crean las
normas. Básicamente, la distinción que hace Dworkin entre reglas y principios es
que, las normas jurídicas prescriben una conducta con su consecuencia jurídica;
los principios carecen de dicha consecuencia, en razón de que se trata de plantea­
mientos que ayudan a tomar posición ente los casos concretos. Son orientadores,
estándares de conducta. Por lo tanto, los principios son superiores a la norma
(Orozco Henríquez, 255–280).
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serían meros principios morales y la necesidad de ponderación no sería


un postulado jurídico, sino extrajurídico” (Alexy, 2004, 74).
Luigi Ferrajoli estima que los principios generales en un ordenamiento
jurídico son principios políticos, expresamente enunciados en las Consti­
tuciones y leyes, o implícitos en ellas y extraíbles mediante elaboración
doctrinal (Ferrajoli, 1995, 171). Estos principios representan un factor de
racionalización del poder de disposición y limitación del arbitrio en otro
caso a él conectado (Ibíd., 173–174). Por lo que señala que los principios
de la democracia son: “desde el de legalidad hasta el de publicidad y
transparencia, el de representatividad a los de responsabilidad política y,
control popular del funcionamiento del poder” (Ibíd., 9).
Se puede concluir que los principios constitucionales son conceptos,
directrices o ideas abstractas, que sirven para materializar las funciones y
los fines del Estado (Hernández Valle, 1992, 7 y ss.).
La selección y materialización de los principios rectores de un Estado
sucede a partir de ciertas circunstancias, coyunturas, etc. Esto es lo que
permite establecer un sistema político y legal3.
Estos principios se depositan en la Constitución para su jerarquiza­
ción y deben permear en la creación, aplicación y resolución de las diversas
situaciones que se presentan, en las actividades del Estado4.
Del estudio de diversas Constituciones y de la doctrina se puede advertir
que los principios gobernantes más relevantes en materia judicial son: impar­
cialidad, independencia, legalidad, objetividad y publicidad (Rosales, 2009, 307).
El primer principio jurídico que se estudiará es el de la imparcialidad

3 Por ejemplo, en el modelo de Estado Democrático de Derecho para la administración


pública, los principios que rigen al Estado son: probidad, economía, publicidad,
rendición de cuentas, eficacia, responsabilidad, participación, legalidad y eficiencia.
4 El modelo de Estado Democrático de Derecho es una de las evoluciones históri­
co–políticas del Estado de Derecho (rule of law). Estos valores no sólo deben ser
rectores de la organización administrativa y/o de sus decisiones, sino que deben
considerarse para las distintas esferas del poder público (Voz “Estado de Derecho”,
Orozco Henríquez, José de Jesús, Enciclopedia Jurídica Mexicana, 1986, Volumen
III, D–E, 830–832).
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que se deriva de la apropiada actuación de los jueces y los efectos que


deben provocar sus sentencias.

3. Imparcialidad

La imparcialidad es definida por la Real Academia Española como


“la falta de designio anticipado o de prevención en favor o en contra de
alguien o algo, que permite juzgar o proceder con rectitud”.
Se puede entender la imparcialidad como “la ausencia de todo aquello
que puede estorbar el juicio objetivo y, en sentido estricto, sería la ausencia
de las pasiones que pueden dificultar una consideración equitativa de las
partes” (Trujillo, 2007,30).
La imparcialidad se puede considerar como un hábito de conducta
y de disposición objetiva, que puede obtenerse con el desempeño de las
labores, que va madurando con el raciocinio y se coloca por encima de
la posición particular, y que pone al juzgador por encima de la litis y
sometido sólo al imperio de la ley (Dromi, 1982, 55–60).
Isabel Trujillo valora, en primera instancia, a la imparcialidad desde
el punto de vista jurídico:

La imparcialidad se ha configurado tradicionalmente como una


característica estructural del derecho. Se sitúa dentro del juicio de
autoridad y constituye un criterio interno de articulación, conectado
con una exigencia de justicia en relación con los sujetos implicados”
(Trujillo, 2007,2). Esta autora estima que existen dos conceptos pri­
marios de imparcialidad: “el primero tiene que ver con la objetividad
del juicio y considera imparcial a quien juzga de manera objetiva, sin
prejuicios o distorsiones; el segundo tiene que ver con el equilibrio
cuando se confrontan intereses opuestos, poniendo el acento sobre
un sentido colateral de imparcialidad: la ausencia de favoritismo o
de partidismo (Ibíd., 3 y Saldaña Serrano, 2007, 48–51).

Se deben distinguir tres concepciones de este principio:


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1) desde el punto de vista del hombre virtuoso, la imparcialidad


consistiría en la capacidad de liberar bien; 2) la imparcialidad con­
sistiría en la capacidad de deliberar bien en materia de relaciones
subjetivas conectadas con la operación de la distribución; es decir,
la virtud del que realiza un buen juicio de justicia y, 3) la imparcia­
lidad consistiría en una característica de la ley relativa a su justicia
y sabiduría (Ibíd., 30).

De esta manera, se puede observar que la imparcialidad “no es fruto


de una elección personal del individuo, como lo sería quizá si fuese una
cualidad moral; es obra de una reglamentación que establece funciones y
modalidades” (Ibíd., 292).
En materia judicial, la imparcialidad es un producto de la voluntad
de decidir o juzgar rectamente, con base en la experiencia, en la capacidad
profesional y estar bien informado sobre el negocio que se va a resolver
(Galván Rivera, 2006, 93).
Este principio jurisdiccional se encuentra definido en el Código de
Ética del Poder Judicial de la Federación (CEPJF) mexicano en su artículo
2º, como la “actitud del juzgador frente a influencias extrañas al Dere­
cho, provenientes de las partes en los procesos sometidos a su potestad.
Consiste en juzgar, con ausencia absoluta de designio anticipado o de
prevención a favor o en contra de alguno de los justiciables” (Código de
Ética del Poder Judicial de la Federación de México, 2004, 18 y Trujillo,
2007, 360–381).
Por lo anterior, el principio de imparcialidad significa que, en el de­
sarrollo de sus actividades, todas las autoridades jurisdiccionales deben
reconocer y velar permanentemente por el interés de la sociedad y por los
valores fundamentales de la democracia supeditando a estos, de manera
irrestricta, cualquier interés personal o preferencia política (TEPJF, 2003, 15).
La imparcialidad del juzgador no es un gesto o un favorecimiento
hacia la víctima o el procesado, sino que es un principio judicial para que
no exista ningún tipo de apoyo y poder conservar el equilibrio procesal,
que permitirá que la impartición de justicia no se encuentre viciada por
ningún elemento o hecho que provoque cualquier parcialidad.
24 Citlali Urtiz y Carlos Manuel Rosales / El juez como agente activo en… / 15–39
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Las materias primas para un juicio imparcial son: la independencia, la


legalidad y la estabilidad del juez en su cargo. A continuación se analizará
el principio de independencia desde dos vertientes: como principio institu­
cional y como principio garante del sistema de administración de justicia.

4. Independencia

En la actualidad, las democracias constitucionales occidentales com­


parten una característica fundamental: la independencia del juez, o sea,
un conjunto de garantías destinadas a asegurar su imparcialidad respecto
a las partes y a las instituciones políticas y sociales (Guarnieri y Pederzoli,
1999, 16).
De manera más particular, la independencia judicial es la nota
que no puede conseguirse más que con la seguridad en el desempeño
laboral de los juzgadores, con la certeza del nombramiento y de saberse
sujetos a la promoción y con la adecuada retribución y estímulos que
les brinde tranquilidad personal. Todo ello, en su conjunto, significará
la existencia de un Poder Judicial que no guarde dependencia en ningún
sentido y, mucho menos, en relación de jerarquía alguna, con los otros
funcionarios de los otros poderes públicos, a fin de estar en la capacidad
de cumplir con el papel que la Constitución les ha asignado (Herrendorf,
1994, 97–109).
La independencia jurisdiccional significa que los jueces no se en­
cuentran sometidos a ninguna instancia jerárquica, política, administrativa,
económica, burocrática o de cualquier orden, pues la esencia del ejercicio
de su función es la libertad para actuar, sin tomar en cuenta ningún ele­
mento que no sea la ley (Melgar Adalid, 2000, 29).
Esta garantía judicial tiene por objeto mantener su imparcialidad y
ajenidad de cualquier influencia a los servidores del Poder Judicial (Guar­
nieri y Pederzoli, 1999, 17).
La subordinación del juez es sólo a la ley y esto es, precisamente, su
protección más eficaz y su garantía para una independencia judicial plena.
“La amplitud y la efectividad de las garantías personales que rodean al
juez están estrechamente conectadas con las características particulares
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de la organización judicial que, en gran medida, son tributarias del tipo


de reclutamiento” (Ibíd., 46).
La racionalidad que subyace al principio de independencia judicial
es, sin duda, la necesidad de contar con una auténtica imparcialidad
en la administración de justicia. No sólo para proteger a los individuos
en contra de cualquier tipo de arbitrariedad o abuso sino, sobre todo,
para permitir que tan sólo sea un órgano imparcial el autorizado para
determinar el sentido de la norma jurídica (Caballero Juárez y Concha
Cantú, 2002, 309).
Las injerencias a su labor pueden ser externas o internas:

La independencia exterior se plantea ante los otros poderes for­


males. El Judicial –o jurisdiccional– no depende del Ejecutivo ni del
Legislativo en el cumplimiento de las facultades que le reserva la
Constitución Política, con base en la división de poderes. La indepen­
dencia interior se presenta cuando el juzgador está en posibilidad de
conocer o resolver sin que lo distraigan circunstancias propias –oriun­
das, a menudo, de sus relaciones o situaciones personales– que pu­
dieran desviar la legitimidad del juicio (García Ramírez, 1997, 30–31)5.

El principio de independencia judicial es señalado por el Código de


Ética del Poder Judicial de la Federación como la “actitud del juzgador
frente a influencia extrañas al derecho, provenientes del sistema social.
Consiste en juzgar desde la perspectiva del Derecho y no a partir de pre­
siones o intereses extraños a aquél” (Código de Ética del Poder Judicial
de la Federación, 2004, 17).
La independencia judicial hace referencia a las garantías y atributos
de que disponen los órganos y autoridades que conforman al Tribunal,
para que sus procesos de deliberación y toma de decisiones se den con
absoluta libertad y respondan única y exclusivamente al imperio de la ley,
afirmándose su total independencia respecto de cualquier poder estable­
cido (TEPJF, 2003, 14–15 y Nieto, 2003, 308).

5 El principio de independencia forma parte de las llamadas garantías jurisdiccionales.


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Asimismo, el principio de independencia significa “libertad en el sen­


tido de ausencia de subordinación. Entonces, la autoridad debe resolver
de manera libre, sin aceptar ningún tipo de injerencia en la toma de sus
decisiones jurisdiccionales, sea de poderes públicos o de cualquier tipo
de personas, organizaciones y entes políticos” (Canto Presuel, 2008, 49).
Al brindarse independencia a los juzgadores se gestiona una imparcialidad
para el juzgador, manteniéndose un orden democrático institucional. Es
determinante contar con autoridades independientes para hacer desapa­
recer cualquier duda en su actuación y, sobre todo, para garantizar las
condiciones de un óptimo desempeño.
La finalidad de la independencia del Poder Judicial es proveer un
“sistema de garantías mutuas, para evitar la posibilidad de que un actor
sea capaz de manipular unilateralmente las reglas del sistema político”
(Negretto y Ungar, 1997, 83). Se deduce entonces, que la independencia
judicial depende de los valores éticos y de la formación del juzgador, “de
ahí emanan todas las determinaciones del impartidor de justicia”6.
La independencia judicial conservará que la magistratura no se en­
cuentre sujeta a ningún elemento interno o externo en sus actuaciones. En
el caso de la víctima, le permitirá generar una confianza hacia el sistema
de administración de justicia y sobre todo, que sienta que el juez no se
encuentra supeditado a intereses o favores, que afectarían al justiciable.
Uno de los pilares del Estado de Derecho es la aplicación de la norma
al caso, lo que permite que los ciudadanos cuenten con sentencias basadas
en leyes previamente establecidas generando seguridad a los justiciables.

5. Legalidad

La legalidad, para la Real Academia Española, es un término derivado


del vocablo “legal”, es decir, “que tiene la cualidad de legal o parte del
ordenamiento jurídico vigente”. Así, el principio de legalidad es definido

6 Por ejemplo, la Corte Warren ha sido considerada como una corte liberal, mientras
que la Corte encabezada por Rehnquist ha sostenido una tendencia conservadora
(Wolfe, 1994, 258–291).
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como “el principio jurídico en virtud del cual los ciudadanos y todos los
poderes públicos están sometidos a las leyes y al derecho”.
Al considerarse el principio de legalidad conlleva, lógicamente, a su
manifestación material, el denominado Estado de Derecho7.
En general, por “Estado de Derecho” (rule of law)8 se entiende, bási­
camente, aquel Estado cuyos diversos órganos e individuos miembros se
encuentran regidos por el derecho y sometidos al mismo; esto significa
que el “poder y actividad están regulados y controlados por el derecho. En
este sentido, el Estado de Derecho contrasta con todo poder arbitrario y, a
su vez, se contrapone a cualquier forma de Estado absoluto o totalitario”
(Voz “Estado de Derecho”, Orozco Henríquez, José de Jesús, Enciclopedia
Jurídica Mexicana, 2002, Tomo III, D–E, 830–832).
El modelo de Estado de Derecho se conforma de diversos elementos,
entre los que se destacan: “la soberanía popular; la división de poderes; el
principio de legalidad y el reconocimiento de los derechos fundamentales
del ciudadano” (Cosculluela Montaner, 2004, 21).
El concepto de ley propio del Estado de Derecho, que transforma
al imperio de la ley, exige que el gobierno sea quien esté sujeto a la ley,
antes que la ley sea sometida por el gobierno (Wade, 1971, 18); en el que
la legalidad será el quid para toda actividad del poder público y, por tanto,
su actuación deberá estar fundada y motivada en el ordenamiento legal.
La historia del Estado de Derecho puede ser leída como la historia de
una progresiva minimización del poder por la vía de su regulación jurídica
(Ferrajoli, 1995, 208).
La actuación del juzgador siempre deberá ser con base en la ley

7 Para Carl Schmitt, el Estado de Derecho es característico de todo Estado que respete
sin condiciones el derecho objetivo vigente y los derechos subjetivos que existan
(Schmitt, 1966, 150).
8 Dicey introdujo al common law inglés el modelo de sometimiento de la administra­
ción al derecho, denominándolo rule of law en su obra Introduction of the study
of the law of the Constitution aparecida en 1855. En su opinión, el rule of law
expresa, entre otras cosas, la idea de la igualdad formal ante la ley y la negación
de cualquier privilegio a la ley (Escuin Palop, 2004, 25–26).
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(legalidad) o, lo que otros han llamado, el gobierno de los jueces, donde


la norma jurídica significa la base de las instituciones.
El principio de legalidad limita la acción de las autoridades en un
gobierno constitucional y, al mismo tiempo, debe servir como cimiento
a toda la estructura del Estado (Hamilton, Madison y Jay, 2006, 229). Por
lo que, la legalidad se sustenta en que la autoridad sólo está facultada
a actuar en la forma que señala la norma jurídica y a cumplir las leyes
cabalmente.
La legalidad involucra que

todo acto de la autoridad debe encontrarse motivado y fundado


en una norma en sentido material, es decir, general, abstracta e im­
personal, expedida con anterioridad a los hechos sujetos a estudio.
En este sentido, para el ejercicio de las atribuciones y el desempeño
de las funciones que tienen encomendadas las autoridades, se de­
ben observar escrupulosamente el mandato constitucional que las
delimita, los tratados internacionales aplicables a la materia y las
disposiciones legales que las reglamentan (Canto Presuel, 2008, 57).

La base de este principio exige que “la función jurisdiccional ciña su


marco de actuación a la normatividad constitucional y legal que regula su
organización, atribuciones, funcionamiento y competencia” (Cienfuegos
Salgado, 2008, 90–91).
Leoncio Lara define al principio de legalidad en cuanto a sus obje­
tivos:

conlleva a que el Tribunal en el cumplimiento de sus fines y en


el ejercicio de sus atribuciones cumpla de manera absoluta con las
disposiciones constitucionales y legales que lo configuran y lo deli­
mitan, en especial con los ordenamientos jurídicos (Lara Sáenz, 2003,
39–40 y Galván Rivera, 2006, 90–91).

La legalidad involucra, en todo momento y en cualquier circunstancia,


el ejercicio de sus atribuciones y el desempeño de las funciones que tienen
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encomendadas todo Tribunal. Por ello, debe observar, escrupulosamente,


el mandato constitucional que las delimita y las disposiciones legales que
las reglamentan (TEPJF, 2003, 14).
La debida aplicación de la normatividad conlleva a que se lleven los
procesos de manera debida. Esto significa que un justiciable pueda hacer
valer sus derechos y defender sus intereses en forma efectiva y en condi­
ciones de igualdad procesal con otros justiciables; por lo que es preciso
que, para que haya un proceso, deban existir verdaderas garantías judicia­
les, que se hagan observar todos los requisitos que sirvan para proteger,
asegurar o hacer valer la titularidad o el ejercicio de un derecho, es decir,
las condiciones que deben cumplirse para asegurar la adecuada defensa de
aquellos cuyos derechos u obligaciones están bajo consideración judicial9.
Este principio es muy importante para que la justicia sea alcanza­
da, pues en la manera en que un proceso se acerque más a la legalidad,
más próximo estará de la justicia. La víctima tendrá derechos sustantivos
(asistencia médica, psicológica, legal, entre otros) y adjetivos (participa­
ción activa en el proceso) que deberá proteger y procurar el sistema de
impartición de justicia.
A continuación, se analizará otro principio que deberá regir la actua­
ción del juez: la objetividad.

6. Objetividad

La Real Academia Española define a la objetividad como “la cualidad


de objetivo”. Por el concepto “objetivo”, el mismo texto lo define como
“perteneciente o relativo al objeto en sí mismo, con independencia de
la propia manera de pensar o de sentir. Desinteresado, desapasionado”
(Tribe, 1991, 67).
Ronald Dworkin considera la objetividad como la cualidad suficiente
y plena de la interpretación de la ley y de comprobación de los hechos
contrastados por las partes, despejada hasta lo humanamente posible de

9 Corte IDH, Caso Hilaire, Constantine y otros v. Trinidad y Tobago, Sentencia de 21


de junio de 2002, 145 (Alvarado Velloso, 2000).
30 Citlali Urtiz y Carlos Manuel Rosales / El juez como agente activo en… / 15–39
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cualquier asomo de subjetividad o de relatividad que pueda entorpecer


la función del juzgador, en agravio a la impartición de justicia (Dworkin,
1995, 154 y ss.).
El principio de objetividad relaciona un quehacer institucional y
personal fundado en el reconocimiento global, coherente y razonado de
la realidad sobre la que se actúa y, consecuentemente, la obligación de
percibir e interpretar los hechos por encima de las visiones y opiniones
parciales o unilaterales, máxime si estas pueden alterar la expresión o
consecuencia del quehacer institucional del Tribunal (TEPJF, 2003, 15).
En materia judicial, este principio significa “que la autoridad debe
basar su actuación en hechos debidamente demostrados y tangiblemente
admitidos, sin que quepa la posibilidad de que sus miembros actúen con
base en impulsos o apreciaciones subjetivas, exige por tanto la necesidad
de elementos de constatación para cualquier observador externo” (Cien­
fuegos Salgado, 2008, 101).
Flavio Galván señala que la objetividad implica “un quehacer ins­
titucional y personal fundado en el reconocimiento global, coherente y
razonado de la realidad sobre la que se actúa y, consecuentemente, la
obligación de percibir e interpretar los hechos por encima de visiones y
opiniones parciales o unilaterales, máxime si estas pueden alterar la expre­
sión o consecuencia del quehacer institucional” (Galván Rivera, 2006, 93).
El artículo tercero del Código de Ética del Poder Judicial de la Fede­
ración de México detalla el principio de objetividad judicial: “actitud del
juzgador frente a influencias extrañas al Derecho, provenientes de sí mismo.
Consiste en emitir sus fallos por las razones que el Derecho, le suministra
y no por las que se deriven de su modo personal de pensar o de sentir”
(Código de ética del Poder Judicial de la Federación de México, 2004, 18).
Este principio genera que el juzgador se sustraiga de sus ideas, gustos,
pasiones y de sus convicciones al momento de actuar. En el ámbito de su
función, la autoridad debe colocar una barrera entre su personalidad y su
trabajo profesional, sin hacer favoritismos que podrían afectar el debido
proceso o su sentencia.
Otro principio fundamental para una buena y sana impartición de
justicia es el de publicidad.
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7. Publicidad

La acepción que expone la Real Academia Española de este principio


es “cualidad o estado de público; conjunto de medios que se emplean para
divulgar o extender la noticia de las cosas o de los hechos”.
La incorporación de la sociedad a la política crea una gran dimen­
sión de lo público: “el interés público, las libertades públicas, la seguridad
pública y la opinión pública” (Cabo de la Vega, 1997, 67).
Sobre este tema, Ernesto Garzón Valdés estima que “la publicidad es
un principio normativo [que] puede servir como criterio para juzgar acerca
de la calidad democrática de un sistema político: cuando está presente se
habla de razón de derecho, cuando está ausente, de razón de Estado”10.
El carácter público de los actos del Estado viene determinado por
la función que desempeñan dichos actos. “Si se trata de actos realizados
íntegra o exclusivamente como consecuencia de la existencia y funciones
del Estado o que tengan como causa inmediata la satisfacción de un deter­
minado interés colectivo, dichos actos son públicos” (Carpizo, 2006, 107).
Antonio de Cabo distingue dos tipos distintos de publicidad:

1. la que se relaciona con el Estado (es público todo aquello que


directa o indirectamente es del Estado, es decir, la publicidad en sen­
tido orgánico) y 2. aquí lo público, como la razón última de la natu­
raleza pública del acto y de la actividad del Estado es la de satisfacer
los intereses colectivos del pueblo (Cabo de la Vega, 1997, 159–161).

De esta manera, lo público se concibe como una interrelación entre


lo público de la sociedad y lo público del Estado, siendo la sociedad la
encargada de trasladar y especificar el interés nacional a la esfera estatal
(Ibíd., 199).

10 Citado por Ybes–Marie Doublet, Financiamiento, corrupción y gobierno, Dinero y


contienda político–electoral, 494. La publicidad puede ser clasificada como espe­
cialidad orgánica, como garantía, como interés y como ámbito (Cabo de la Vega,
1997, 67).
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Un aspecto fundamental aunado a la publicidad es la transparencia.


Ambos conceptos se confunden por su familiaridad. Además, en bastantes
ocasiones, se han entendido y utilizado como sinónimos. Resulta necesario
discernir cada concepto.
La transparencia es definida por la Real Academia Española como
“cualidad de transparente”. Esta acepción poco nos dice de la naturaleza
de este concepto. Es menester investigar la voz “transparente”, que signifi­
ca “que se deja adivinar o vislumbrar sin declararse o manifestarse; claro,
evidente que se comprende sin duda ni ambigüedad”.
En su sentido jurídico, la transparencia es el derecho de los ciudada­
nos para conocer y analizar las actividades del Estado. Así, esta garantía
de control sobre las acciones del Estado nos acerca más a la justicia y al
desarrollo social y, por tanto, al fortalecimiento del Estado (Villanueva,
2002, 25–40).
De manera general, la transparencia viene a ser la actitud o actuación
pública que deja ver claramente la realidad de los hechos y actos públicos.
En consecuencia, se puede referir como aquello que nos permite apreciar
en el orden político con nitidez lo que realiza el Estado. Por ello, la trans­
parencia en una sociedad abierta, garantiza el libre acceso a la información,
favoreciendo de ese modo la transparencia del poder (Ibíd., 40–42).
En materia de transparencia, lo importante no es el “qué” se hace,
si no el “cómo” se hace. Por lo tanto, la transparencia nos debe permitir
satisfacer nuestras dudas, en materia pública y, sobre todo, vigilar la ac­
tuación del gobierno (Garapon, 1997, 83).
La transparencia se puede materializar de tres maneras diferentes: a
solicitud personal, por ministerio de ley y por mutuo consentimiento. En
el primer caso, el solicitante, ya sea persona física o jurídica, debe tramitar
su solicitud en el lugar correspondiente y bajo los mecanismos de forma y
de fondo que se le indiquen11. En el segundo caso, las autoridades deben

11 Se debe tener presente que los ciudadanos gozan del derecho a la información.
La finalidad de este principio es proveer lo necesario para garantizar el acceso de
toda persona a la información, en posesión de los poderes públicos, los órganos
constitucionales autónomos o con autonomía y cualquier otra entidad pública;
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hacer pública la información que señale la ley (como por ejemplo, salarios,
licitaciones, compras, etc.). En el tercer caso, para un buen manejo de
instituciones privadas y que no tengan la obligación de transparentarse,
puedan exteriorizar sus trabajos, administración de recursos, reglamentos,
etc. con el objetivo de legitimar su actuación12.

La transparencia se ha colocado en la categoría de lo políticamen­


te correcto pero aún está lejos de alcanzar tal reconocimiento en las
prácticas burocráticas cotidianas. Y esto se debe, entre otras causas,
a que la transformación cultural de aceptar, comprender y asimilar
la transparencia como condición consubstancial del quehacer público
tomará algunas generaciones (Bonilla Núñez, 2008, 12).

El principio de publicidad de los actos públicos conlleva a la trans­


parencia de sus actuaciones, esto crea claridad en sus labores, que implica
que ellos entreguen y justifiquen una rendición de cuentas.
La rendición de cuentas se erige como un medio de control del poder,
con miras a limitar y prevenir los abusos en el ejercicio del mismo, que
busca equilibrar su permanencia, vigencia e inclusive alternancia como
resultado de los incesantes, vibrantes, quizá heroicos y tan sangrientos
excesos que engrosan el mar histórico que le comprende. Monitorea, ade­
más, a las autoridades en el cumplimiento de la ley, acción que abarca
en una forma amplia tres grandes puntos: la información (derecho a la
información), la justificación y en su caso las sanciones o castigos.
De esta manera, en un Estado constitucional de Derecho resulta im­
perativo el compromiso de maximizar la transparencia y la rendición de
cuentas, como condiciones básicas de la democracia.
La publicidad y la transparencia permitirán que la víctima pueda

estableciéndose allí, el titular del derecho y los sujetos obligados a cumplir esa
prerrogativa (Castillo González, 2006, 257).
12 Estos tres mecanismos para transparentar información sirven para poner a dispo­
sición de la población diversa información. En general, podríamos considerar a la
publicidad, como el género, y a la transparencia, como la especie.
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participar, vigilar y controlar las actuaciones judiciales. Esto no es un


beneficio exclusivo para las partes en conflicto, sino que permitirán que
la magistratura legitime su papel frente a la sociedad al conocerse su
actuación.
Para finalizar este trabajo de investigación, se presentarán un conjun­
to de conclusiones que resumen y proyectan el propósito de este artículo.

8. Conclusiones

1. El Estado tiene como principio fundacional brindar seguridad y una


debida impartición de justicia a la población. El instrumento por excelencia
con que cuenta el Estado para estos cometidos es el establecimiento de
un Poder Judicial que estará compuesto por Tribunales y Jueces.
2. Los Tribunales están comprometidos y gobernados con base en
la legalidad. Pues el Derecho es un medio, y la justicia, un anhelo social.
Pero no es suficiente poseer normas, sino que el Poder Judicial debe estar
reconocido y empatado con los poderes políticos (Ejecutivo y Legislativo).
Para ejercer sus funciones necesita contar en primer plano con jurisdicción
(reconocimiento institucional y funcional). Para el desarrollo de su acción
deberá apegarse a un conjunto de principios, que dirigirán su actuación
y, con esto, impartir justicia.
3. Los principios rectores judiciales son los lineamientos que sirven
para que los Tribunales puedan actuar de manera autónoma, en que su
acción no se encuentre subordinada a nada ni nadie, en donde las partes
posean los mismos derechos y obligaciones, con imparcialidad y sin pre­
ferencias o favoritismos en sus sentencias, de manera que sean conocidas
todas sus actuaciones; que sus razonamientos jurisdiccionales no conten­
gan ningún sesgo de su personalidad o gustos, pero sobre todo, que se
apeguen lo más posible a la normatividad, pues cuando una sentencia se
apega lo más posible a la ley, estará más cerca de la justicia.
4. La imparcialidad tiene relación con la independencia, pues si el
juez es imparcial, se debe a su independencia, misma que le permite
emitir resoluciones sin una carga, favoritismo o indicación. Entonces, se
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puede observar que la independencia es una condición para que el juez


sea imparcial 13. La publicidad de los actos públicos permite vigilar la
actuación de las autoridades, al mismo tiempo, observar que los jueces
se sujeten al principio de legalidad, al fundar y motivar sus resoluciones;
pues al conocerse sus trabajos, se sabrá si se han apegado al marco jurídico
(Cabo de la Vega, 1997, 89).
5. La certeza judicial nace por la necesidad de los ciudadanos, como
de todos los actores políticos, de tener garantizados sus derechos. Además,
la certeza nos permite asimilar y confiar en sus resoluciones14.
6. Los Jueces son los responsables de la conservación del Estado social
y democrático de Derecho. Tienen el deber de restablecer el imperio de la
norma y hacer que la sociedad sienta que sus derechos serán respetados
y protegidos (Bobbio y Bovero, 1986, 30–33).
Pero no es suficiente que los jueces satisfagan los requisitos cons­
titucionales y legales para cumplir su labor. Los jueces deben obtener
legitimidad a partir de su función jurisdiccional15. En la mayoría de los
casos, los magistrados carecen de legitimidad democrática, por lo que
deben obtenerla al momento y en la forma en que apliquen las normas
(Yackle, 2007, 80).
Sin embargo, la aplicación de las leyes produce exclusivamente le­
galidad no legitimidad. Esta última deviene de la forma en cómo se jus­
tifiquen sus decisiones y cómo esa justificación es percibida, entendida y
aceptada por la comunidad (Nieto, 2003, 4 y 294). Por lo que las sentencias
no sólo deben estar fundadas y motivadas, también “deben responder a

13 Orozco Henríquez, Jesús. Judicialización de la política y legitimidad judicial (Váz­


quez, 2007, 106).
14 La Suprema Corte de Justicia de México ha manifestado que el principio de certeza
permite y garantiza que “todos los participantes en el proceso electoral, conozcan
con claridad y seguridad, las reglas a qué están sujetas en su actuación las auto­
ridades electorales”. Sentencia relativa a la acción de inconstitucionalidad 18/2001
y sus acumuladas 19/2001 y 20/2001.
15 Orozco Henríquez, Jesús. Judicialización de la política y legitimidad judicial (Váz­
quez, 2007, 101).
36 Citlali Urtiz y Carlos Manuel Rosales / El juez como agente activo en… / 15–39
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una verdadera interpretación de la Constitución, para que puedan generar


legitimidad en la sociedad”16.
7. Sin duda, la víctima tiene el derecho de contar con un trato dife­
renciado por el impacto, el daño y el menoscabo que sufrió, así como por
las consiguientes secuelas. En estos casos, el juzgador debe considerar y
ponderar su especial situación, que sucede con la re–victimización de la
persona en el proceso. Por ello, el juez debe dirigir procedimientos que
sean lo menos dolorosos o traumáticos, pero con el cuidado de no producir
un trato preferente. Se trata, en definitiva, de generar un proceso que sea
más próximo y justo para la víctima para que obtenga una reparación de
daño y pueda recobrar su calidad de vida.

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