Instituciones y Derecho
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Las instituciones son espacios de “confianza especial” basados en la repetición de actos. Por eso
puede afirmarse que el cemento institucional es la confianza. Las instituciones surgen como
consecuencia de la necesidad humana de alcanzar una cierta medida de esperabilidad de las
conductas de los demás y pueden definirse como representaciones complejas sobre situaciones
tipificadas, relaciones de acciones y procesos. No surgen necesariamente en virtud de una
planificación racional, sino de modo no infrecuente por la evolución histórica. Con todo, es cierto
que, cada vez más, también desempeñan en ellas un papel rector proyectos pensados.
Es común señalar que una institución, en tanto que tipifica acciones -por la vía del
establecimiento de roles-, define relaciones de poder y crea sentido. Pese a ello, lo cierto es que
“sólo constituye un todo libre de contradicciones en su idea”, pues “en la realidad las diversas
reglas que se atribuyen a una institución sólo guardan relación en parte y en absoluto están del
todo claras, sino que en ocasiones son incluso discutidas”.1 Por otro lado, sin embargo, la
vigencia de una institución resulta, en cierta medida, independiente de su reconocimiento en el
plano fáctico. Así, una institución permanece pese a las violaciones que haya sufrido en su
estructura, en la medida en que no desaparezca la representación incluso ficticia de la existencia
del orden determinado que corporeiza.2
Las instituciones las crea (y las deshace) la sociedad. En realidad, la propia sociedad es una
institución. La sociedad es una institución basada en la solidaridad, cuyo momento decisivo es el
ingreso del individuo. Se basa, de entrada, en la solidaridad mínima que se manifiesta en la no-
organización lesiva y en la solidaridad activa. En este marco general, sin embargo, se dan
procesos de intensificación o de suavización de los vínculos. En subsistemas específicos, en
efecto, surge una solidaridad intensificada.
1 F.-X. KAUFMANN, «Normen und Institutionen als Mittel zur Bewältigung von Unsicherheit: Die Sicht der
Soziologie», en AA.VV., Gesellschaft und Unsicherheit, München, 1987, pp. 37 y ss., 42.
2 F.-X. KAUFMANN, Ibídem, pp. 42 y s.
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La desinstitucionalización social tiene lugar cuando en una institución social o en la propia
sociedad en su conjunto ya no son en absoluto esperables cognitivamente conductas que sí lo
siguen siendo normativamente. Cuando deviene plenamente necesario el aseguramiento
cognitivo, estamos ante una cierta vuelta al estado de naturaleza. Pero lo anterior significa que,
de algún modo, siempre nos encontramos en riesgo de desinstitucionalización. Esta situación se
pone de relieve en tanto que el día a día nos muestra que es necesario, en mayor o menor medida,
el aseguramiento cognitivo de las normas frente a los ciudadanos.
Una mayor institucionalización tiene lugar creando instituciones más fuertes, con vínculos más
intensos, abundando en la vinculación general y transitando desde la sociedad hacia una
auténtica comunidad. Ello se hace necesario porque lo cierto es que una sola generación puede
alterar los términos del –mal llamado- contrato social mediante leyes o mediante infracciones,
que acaban modificando las instituciones. La desinstitucionalización fáctica y la
desinstitucionalización normativa -la que tiene lugar mediante leyes derogatorias o
configuradoras de instituciones más débiles en sustitución de otras más fuertes- son, entonces,
equivalentes funcionales.
La confianza propia de los vínculos institucionales es una alternativa a la vigilancia que aumenta
la libertad –pues el sujeto, al desproteger unos aspectos de la vida, puede concentrarse en otros-.
Pero es cierto que también aumenta la vulnerabilidad -en esos aspectos cedidos a terceros en
virtud de la confianza-.3 En todo caso, sin embargo, la existencia de confianza –en otras palabras,
de una institución- no implica todavía una conclusión determinada acerca de la naturaleza de los
deberes que se derivan de ella. Estos pueden ser morales, jurídicos o cualificadamente jurídicos
(jurídico-penales). En realidad, las instituciones deberían juridificarse sólo en parte. Más aún, en
ocasiones su juridificación puede resultar perturbadora.
Como se ha indicado también, las instituciones generan deberes de mayor o menor intensidad.
Entre esos deberes, en buen número de instituciones se cuentan deberes positivos stricto sensu. De
todos modos, no debe identificarse la noción de deber positivo con la de deber institucional.
Existen deberes positivos no institucionales -sino contractuales-. Por otro lado, no todos los
deberes positivos institucionales están juridificados; a su vez, tampoco todos los deberes
positivos juridificados deben identificarse con deberes insertos en contextos institucionalizados
de libertad de organización – baste pensar en los contratos típicos-, aunque no siempre resulta
3Muy claro, a propósito de la amistad como relación institucional de confianza, LEIB, «Friends als Fiduciaries»,
Washington University Law Review, (86), 2009, pp. 665 y ss., 687 y ss., 693.
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claro cómo diferenciar lo uno de lo otro. De los deberes institucionales juridificados, no todos
están juridificados bajo pena.4 Los deberes positivos institucionales juridificados bajo pena no
tienen necesariamente las mismas consecuencias que los deberes negativos juridificados bajo
pena, aunque se refieran a la protección del mismo bien.
Las instituciones generan deberes para los sujetos outsiders, consistentes en que éstos no
perturben la gestión de la institución por los insiders.5 En efecto, las instituciones no sólo tienen
una función ad intra sino también otra ad extra. En concreto, hay instituciones cuya función es la
protección “institucionalizada” de bienes jurídicos. La protección “institucionalizada” de bienes
jurídicos es acumulativa a la protección que a dichos bienes les prestan las normas que imponen
deberes negativos. Probablemente, la institucionalización tiene la ventaja de que presta una
protección más automatizada y previsible, con menores índices de defraudación. La densidad de
la institución refuerza probablemente la protección de los bienes jurídicos con menor necesidad
de reacciones penales. Con todo, en algunos supuestos la infracción de deberes institucionales se
juridifica e incluso se criminaliza. Sea como fuere, la infracción de deberes institucionales vulnera
de entrada la función de protección de la institución -lesiona la lógica de ésta-. Por eso cabe que
las consecuencias de dicha lesión sean diversas que las de la lesión directa del bien jurídico por
infracción de deberes negativos.6
4 Así, por ejemplo, la fidelidad es un deber institucional central propio del matrimonio. Sin embargo, y aunque
ello sea bastante discutible, el adulterio no está penado. La discusión actual versa sobre si se trata de un ilícito que
debe dar a responsabilidad civil extracontractual o bien sólo genera las consecuencias de derecho de familia.
5 WALDRON, «Special Ties and Natural Duties», Philosophy and Public Affairs, vol. 22, nº 1, 1993, pp. 3 y ss., 16.
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