Cuento Utópico
Cuento Utópico
Cuento Utópico
CUENTO UTÓPICO
Sin propósito
“¡Qué raro! Me acordaba que esas personas ya estaban integradas”, pensó justo al acabar
de cambiar el canal. Optó por un canal de paga de cocina. Estaban enseñando una receta de
buñuelos, cuando no pasaron ni tres minutos para que lo interrumpieran los comerciales.
Al otro día, Mara salió muy temprano de su casa a entregar la camioneta que había pedido
prestada en la semana en una obra en la que trabajó. Consideró que el domingo era el día
ideal para llevarla, pues ese día era muerto: la mayoría de familias iban de vacaciones los
fines de semana; aparte, sus jefes sí laboraban este día. Tomó el auto y salió a las ocho de la
mañana, aproximadamente.
Conduciendo sobre Paseo de la Reforma, ella aprecia que no hay ni un solo vehículo
haciéndole compañía, ni en los carriles ni en los sentidos. Llegando a la Glorieta del Ángel,
ve pasar a un Metrobús de doble piso vacío en el sentido contrario. No le sorprendió mucho
por el día. El despacho estaba en la colonia San Rafael, por lo que quedaban cerca de cinco
minutos para llegar. Doblando para Avenida Insurgentes, contrasta el cambio: muchísimos
autos y autobuses se dirigen al sur, lo que es obvio ya que destinan a la Caseta de cobro para
salir, aún, de la ciudad. Solo quedaban unos metros de Insurgentes por avanzar, para doblar
en la calle Edison y arribar. Dio la vuelta a la calle sin ya importarle su entorno. Llegó a la
pequeña caseta que daba entrada a los autos.
—Buenos días— dijo a la portera de edificio. Vengo a dejar la camioneta. Entro y salgo.
—Pásale, María.
—Pero tú vives a muy poquitos metros de aquí, ¿qué tráfico te tocaría? — le cuestionó el
otro compañero
—¿Te has enterado de los recortes que harán aquí? — pregunta Santiago con curiosidad.
—¿Recortes?
—Sí. Aurora dio el anuncio de que instalará maquinaria inteligente para construir sin errores
y más rápido.
—Ah— expresa sabiendo que ya había visto el comercial el día anterior. Lo escuché, pero
no creo que nos toque a nosotros, ¿o sí?
—Quisiera que no, pero en otros consorcios y despachos, como el de Topilejo, ya lo están
aplicando. Dicen que así se recorta, no solo personal, sino gastos…
Mara se quedó escuchando una extensa explicación de su compañero Santiago, sin poner
una expresión específica en su rostro ni palabra que lo detenga. Corta la conversación con
ellos dos y sale del lugar cabizbaja y con sus dos manos metidas en las bolsas de su sudadera.
Como ya no tenía tal carro que la llevase a casa, se vio obligada a usar el metro, no sin antes
pasar a la tienda de abarrotes que quedaba doblando hacia insurgentes. Caminó solo una calle,
dobló paso e ingresó al establecimiento. Busco por un par de minutos un agua mineral entre
las estanterías de la tienda y se arremangó su sudadera para que el censor de la tienda
detectara su target civil que le permitía pagar lo que había tomado. Mara nunca se imaginó
que esas tienditas de autoservicio, realmente fueran de autoservicio. Su madre le contó de
unas donde trabajaban personas despachando y esperabas un dichoso cambio y no te fiaban
sino hasta el día siguiente. Esta tienda a ella no le era nada similar. El target, al final, le
descontó nueve pesos por una botella de seiscientos mililitros de agua. Se dirigió a la puerta
de salida y esta se abrió tan solo al recibir la señal digital del pago de Mara.
Mara llegó a su pequeño apartamento del centro de su colonia. No sobre pensó más y
abrió su target para contactar por llamada holográfica a su mejor y más cercana amiga, Yeimi.
La llamada se inició partiendo de un botón debajo del aparato, por lo que procedió a mostrarse
la pantalla de holograma. Yeimi contestó en menos de tres minutos: —Amiga, ¿cómo está el
día? ¡Un milagro! —saluda con sorpresa y entusiasmo después de no verle en meses.
—Digo lo mismo. ¿Qué ha sido con tu trabajo?, ¿te va bien?, ¿ha sido pesado?
—Pues, últimamente no tanto; aunque he estado algo confundida con todo— expresa sin
ánimo alguno
—Creo que no soy capaz de asimilar el mundo que estamos viviendo. Tú sabes: la tecnología
y todo aquello. No viví, ya, en la era anterior; sé cosas gracias a mi mamá y, por eso, me
convence más lo otro. ¿Crees poder ayudarme, Yei? — externa después de suspirar y bajar
la mirada.
—Sí. No me convence que ya nosotros, las personas, ya tengamos menos cosas qué haces,
¿me entiendes?
—Pues sí que te entiendo, oye; pero esto es un sueño. La gente de antes ilusionaba como no
hacer nada, o mucho, y vivir bien. No te hagas, que estamos en los veintes: no crecimos
cuando eso.
—¡Ay! Es que, en cierta parte, estoy de acuerdo, solo que no me agrada que no hagamos
nada. ¿Para que vivimos entonces?
—Sigues teniendo el trabajo, amiga. Dudo que eso de las personas sin nada que hacer llegue
en otro montón de años…—
—No lo veo así. Tú porque ahora no estás trabajando. No tienes idea de las “ideotas” que se
cuecen aquí.
—Perdona. Yo sigo con mis padres para estudiar y ver si llego a algo mejor que andar
vendiendo aretes. A parte, no me llevas tantos años. Te conocí cuando acababas de entrar a
la prepa y yo iba en primero de secundaria.
—¿Crees que cuatro años no hacen la diferencia?, ¿veinticuatro años no valen? Por cierto, tu
vendimia de aretes la hará un robot en unos años. Espérate.
—¡Ay! Te acabo de llamar después de tantos meses y me porto grosera. Mejor, ¿quieres ir
mañana al Zócalo conmigo? Veremos qué dice la Aurora esa.
—No digas, sí voy. Yo también, a veces, soy bien necia— dice con burla ante la discusión.
—Te veo ahí. Te aseguro que esa Aurora no tiene nada qué temer.