Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Cuento Utópico

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6

INSTITUTO DE ESTUDIOS SUPERIORES ROSARIO CASTELLANOS

Por: Hugo Rangel Angeles


Rosalba Camacho Mora
Mario Alfredo Librado Núñez
Juan Jesús Molina Sánchez
Aldo Ían González

Profa. Rita Asmara Gay Gómez


Grupo 401

CUENTO UTÓPICO
Sin propósito

Acababa de amanecer en la Ciudad de México. El Monumento a la Revolución iluminaba


con su habitual frase que entregaba a la población: “No hay nada que cambiar, ni nada que
aprender”. Todos esos mensajes diarios venían acompañados de una voz virtual pregrabada
saliendo de los altavoces contiguos.

—Este 2070 ya se logró la firma para el tratado de comunidades en la frontera para


integrar a los residentes extranjeros a nuestro país y continuar con…— se escuchó en el
noticiero nacional Siglo XXI, en casa de Mara Acosta, una joven ingeniera civil que se
encontraba en su sábado de descanso viendo televisión. —hmm— suspiró Mara justo
después de haber cambiado de canal. No tenía absolutas ganas de ver noticias.

“¡Qué raro! Me acordaba que esas personas ya estaban integradas”, pensó justo al acabar

de cambiar el canal. Optó por un canal de paga de cocina. Estaban enseñando una receta de
buñuelos, cuando no pasaron ni tres minutos para que lo interrumpieran los comerciales.

—Este 25 de febrero invitamos a la ciudadanía a asistir a la conmemoración de los diez


años de mejoras continuas. Nuestra dirigente, Aurora, dará un resumen de todos los logros
más relevantes para el país en su primera década…— se escuchó en el spot. Este continuó
con la fecha y día en que sería el evento: El martes a las once de la mañana en el Zócalo.
Mara se mantuvo muy atenta los tres minutos del anuncio. Aurora informó, también, en esa
misma emisión, que se tiene previsto utilizar maquinaria independiente para la construcción
de obras públicas y asistentes virtuales para bancos, escuelas y hospitales generales para
automatizar la mayoría de tareas. Mara tenía claro que necesitaba ir al Zócalo.

Al otro día, Mara salió muy temprano de su casa a entregar la camioneta que había pedido
prestada en la semana en una obra en la que trabajó. Consideró que el domingo era el día
ideal para llevarla, pues ese día era muerto: la mayoría de familias iban de vacaciones los
fines de semana; aparte, sus jefes sí laboraban este día. Tomó el auto y salió a las ocho de la
mañana, aproximadamente.
Conduciendo sobre Paseo de la Reforma, ella aprecia que no hay ni un solo vehículo
haciéndole compañía, ni en los carriles ni en los sentidos. Llegando a la Glorieta del Ángel,
ve pasar a un Metrobús de doble piso vacío en el sentido contrario. No le sorprendió mucho
por el día. El despacho estaba en la colonia San Rafael, por lo que quedaban cerca de cinco
minutos para llegar. Doblando para Avenida Insurgentes, contrasta el cambio: muchísimos
autos y autobuses se dirigen al sur, lo que es obvio ya que destinan a la Caseta de cobro para
salir, aún, de la ciudad. Solo quedaban unos metros de Insurgentes por avanzar, para doblar
en la calle Edison y arribar. Dio la vuelta a la calle sin ya importarle su entorno. Llegó a la
pequeña caseta que daba entrada a los autos.

—Buenos días— dijo a la portera de edificio. Vengo a dejar la camioneta. Entro y salgo.

—Pásale, María.

—Gracias. Soy Mara— respondió con algo de disgusto

Mara ingresó y estacionó la camioneta en su espacio. Al aparcarla, de inmediato pensó en


salir del estacionamiento del edificio, cuando bajan dos compañeros empleados por las
escaleras. —Mara, ¿qué haces por acá hoy? — preguntó Santiago, uno de ellos

—Regresé la camioneta que me llevé a casa el viernes— explicó con seriedad.

—¿Por qué en domingo?

—Para evitar tráfico o cualquier relajo.

—Pero tú vives a muy poquitos metros de aquí, ¿qué tráfico te tocaría? — le cuestionó el
otro compañero

—El de los vacacionistas, solo que hoy no hubo.

—¿Te has enterado de los recortes que harán aquí? — pregunta Santiago con curiosidad.

—¿Recortes?
—Sí. Aurora dio el anuncio de que instalará maquinaria inteligente para construir sin errores
y más rápido.

—Ah— expresa sabiendo que ya había visto el comercial el día anterior. Lo escuché, pero
no creo que nos toque a nosotros, ¿o sí?

—Quisiera que no, pero en otros consorcios y despachos, como el de Topilejo, ya lo están
aplicando. Dicen que así se recorta, no solo personal, sino gastos…

Mara se quedó escuchando una extensa explicación de su compañero Santiago, sin poner
una expresión específica en su rostro ni palabra que lo detenga. Corta la conversación con
ellos dos y sale del lugar cabizbaja y con sus dos manos metidas en las bolsas de su sudadera.
Como ya no tenía tal carro que la llevase a casa, se vio obligada a usar el metro, no sin antes
pasar a la tienda de abarrotes que quedaba doblando hacia insurgentes. Caminó solo una calle,
dobló paso e ingresó al establecimiento. Busco por un par de minutos un agua mineral entre
las estanterías de la tienda y se arremangó su sudadera para que el censor de la tienda
detectara su target civil que le permitía pagar lo que había tomado. Mara nunca se imaginó
que esas tienditas de autoservicio, realmente fueran de autoservicio. Su madre le contó de
unas donde trabajaban personas despachando y esperabas un dichoso cambio y no te fiaban
sino hasta el día siguiente. Esta tienda a ella no le era nada similar. El target, al final, le
descontó nueve pesos por una botella de seiscientos mililitros de agua. Se dirigió a la puerta
de salida y esta se abrió tan solo al recibir la señal digital del pago de Mara.

El metro quedaba a escasos pasos, en a intersección entre Insurgentes y Paseo de la


Reforma. A lo lejos, vio dos de los automóviles autónomos en el entronque. Manejaban a la
perfección y era muy improbable que choquen o conformen accidentes. Ello le hizo pensar
en que realmente esos autos no eran del todo malos. Los humanos aún con todo lo que hoy
somos, seguimos sin acertar a todo, sin ser perfectos. Los autos que solitos viajan le
revolvieron un poco a Mara todos los pensamientos que había tenido sobre Aurora, aunque
todavía no estaba tan convencida. Ella apostaba de más por el mundo que su madre le había
contado antes de 2030, cuando todo empezó a sobre digitalizarse. Tanta conspiración hizo al
llegar al metro, sin duda.
La estación Reforma, del metro, estaba vacía. Si acaso, habría poco más de un par de
personas en zona de taquillas. El target de Mara contenía más que suficiente saldo: doscientos
pesos abultaban ahí, tan solo. Cruzó de la zona de taquillas hacia los andenes; el dispositivo
de brazo le descontó ocho pesos. Ingresó al andén con dirección a la terminar Santa Mónica;
ella bajaba en Anzures. Comenzó su viaje de nada más que cinco minutos.

Mara llegó a su pequeño apartamento del centro de su colonia. No sobre pensó más y
abrió su target para contactar por llamada holográfica a su mejor y más cercana amiga, Yeimi.
La llamada se inició partiendo de un botón debajo del aparato, por lo que procedió a mostrarse
la pantalla de holograma. Yeimi contestó en menos de tres minutos: —Amiga, ¿cómo está el
día? ¡Un milagro! —saluda con sorpresa y entusiasmo después de no verle en meses.

—Hola, Yei. ¿Me escuchó?

—Sí— respondió con emoción de ver a su amiga

—Qué bueno que te hablo.

—Digo lo mismo. ¿Qué ha sido con tu trabajo?, ¿te va bien?, ¿ha sido pesado?

—Pues, últimamente no tanto; aunque he estado algo confundida con todo— expresa sin
ánimo alguno

—¿Cuál todo, oye? — pregunta volteando la mirada hacia otro lado.

—Creo que no soy capaz de asimilar el mundo que estamos viviendo. Tú sabes: la tecnología
y todo aquello. No viví, ya, en la era anterior; sé cosas gracias a mi mamá y, por eso, me
convence más lo otro. ¿Crees poder ayudarme, Yei? — externa después de suspirar y bajar
la mirada.

—¿¡Cómo!?, ¿¡Qué me cuentas!? — cuestiona confundida

—Sí. No me convence que ya nosotros, las personas, ya tengamos menos cosas qué haces,
¿me entiendes?
—Pues sí que te entiendo, oye; pero esto es un sueño. La gente de antes ilusionaba como no
hacer nada, o mucho, y vivir bien. No te hagas, que estamos en los veintes: no crecimos
cuando eso.

—¡Ay! Es que, en cierta parte, estoy de acuerdo, solo que no me agrada que no hagamos
nada. ¿Para que vivimos entonces?

—Sigues teniendo el trabajo, amiga. Dudo que eso de las personas sin nada que hacer llegue
en otro montón de años…—

—No lo creo— interrumpe. Vi en televisión un anuncio de gobierno y hoy fui al trabajo a


dejar un auto, cuando dos de mis compañeros me dicen que habrá recortes. ¿Cómo me
convences de que yo no estaré ahí?, ¿qué aportaré yo ahí cuando instalen a sus “maquinas
inteligentes”?

—Piénsalo, tal vez no estés ahí, sino en un mejor puesto o te muevan.

—No lo veo así. Tú porque ahora no estás trabajando. No tienes idea de las “ideotas” que se
cuecen aquí.

—Perdona. Yo sigo con mis padres para estudiar y ver si llego a algo mejor que andar
vendiendo aretes. A parte, no me llevas tantos años. Te conocí cuando acababas de entrar a
la prepa y yo iba en primero de secundaria.

—¿Crees que cuatro años no hacen la diferencia?, ¿veinticuatro años no valen? Por cierto, tu
vendimia de aretes la hará un robot en unos años. Espérate.

—Por eso lo digo. Tampoco veinte años son nada, amiga

—¡Ay! Te acabo de llamar después de tantos meses y me porto grosera. Mejor, ¿quieres ir
mañana al Zócalo conmigo? Veremos qué dice la Aurora esa.

—No digas, sí voy. Yo también, a veces, soy bien necia— dice con burla ante la discusión.

—Te veo ahí. Te aseguro que esa Aurora no tiene nada qué temer.

También podría gustarte