Top Ten
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Alberto Fujimori es considerado el presidente más corrupto del Perú debido a sus prácticas
autoritarias y al uso sistemático del aparato estatal para enriquecerse personalmente y
favorecer a sus aliados políticos. Su gobierno creó una red compleja donde participaban
alrededor de 1,600 personas entre políticos, empresarios y miembros del Poder Judicial
involucrados en actos ilícitos.
Fujimori desvió fondos significativos del Servicio Nacional de Inteligencia para pagar sobornos
masivos e influir sobre medios informativos mediante compras ilegales para controlar
narrativas públicas favorables a su régimen. Los "vladivideos" expusieron cómo sobornaba
congresistas para asegurar mayorías parlamentarias necesarias para mantener el control
político.
Fujimori fue condenado no solo por corrupción sino también por violaciones graves a derechos
humanos. Su legado es considerado uno de los peores ejemplos históricos debido al nivel
sistemático e institucionalizado de corrupción durante su mandato.
Alan García tuvo dos periodos presidenciales, ambos marcados por escándalos de corrupción.
Durante su primer mandato, se desató una crisis económica que fue acompañada por
denuncias de corrupción en la gestión del Estado y el desvío de fondos públicos a cuentas
personales. Las políticas económicas implementadas durante su gobierno provocaron un
aumento significativo en la inflación y el desempleo, lo que llevó a un descontento
generalizado.
Humala llegó al poder prometiendo un cambio radical en la política peruana, pero durante su
administración surgieron múltiples acusaciones sobre financiamiento ilegal de campañas
electorales provenientes de Odebrecht y otros grupos empresariales. Las investigaciones
posteriores revelaron que recibió millones en sobornos a cambio de contratos estatales.
El escándalo Odebrecht expuso una red extensa de corrupción que involucraba a altos
funcionarios gubernamentales y empresarios influyentes. A medida que avanzaban las
investigaciones, Humala perdió apoyo popular debido a las revelaciones sobre sus vínculos con
prácticas corruptas.
Su legado está manchado no solo por estos escándalos sino también por la percepción
generalizada de que no cumplió con sus promesas anticorrupción.
Kuczynski renunció tras ser acusado de recibir sobornos relacionados con Odebrecht durante
su tiempo como ministro y premier. Su administración estuvo marcada por escándalos
relacionados con conflictos de interés y falta de transparencia financiera, lo que llevó a un
clima político tenso que culminó en su renuncia antes de ser destituido.
El dinero fue utilizado para adquirir propiedades y pagar hipotecas en Perú mediante la
empresa Ecoteva, con sede en Costa Rica. Toledo fue extraditado de Estados Unidos en 2023
tras varios años como prófugo. Su condena también resalta como símbolo de los problemas
sistémicos de corrupción que han afectado al país y otros gobiernos latinoamericanos
vinculados al caso Lava Jato.
Manuel A. Odría llegó al poder tras un golpe militar en 1948 y gobernó con mano dura durante
casi ocho años. Su régimen es conocido por una notable represión política y por una
corrupción rampante asociada a las grandes obras públicas que emprendió. Durante su
gobierno, se estableció un sistema de "comisiones" para asignar contratos estatales, lo que le
permitió y sus allegados enriquecerse ilícitamente mientras se realizaban obras significativas
como el Estadio Nacional y diversas infraestructuras viales.
Utilizó el presupuesto estatal para financiar proyectos que beneficiaban a sus amigos y aliados
políticos sin ninguna fiscalización adecuada. Se estima que hasta el 47% del erario se malgastó
en este contexto de clientelismo político y corrupción desenfrenada. La falta de rendición de
cuentas permitió que muchos funcionarios abusaran de sus posiciones para obtener beneficios
personales. Es recordado como uno de los dictadores más corruptos del Perú moderno.
Juan Velasco Alvarado lideró un golpe militar contra Fernando Belaunde Terry en 1968 con la
promesa de llevar a cabo reformas agrarias y sociales significativas; sin embargo, su gobierno
también estuvo marcado por serios actos de corrupción. A pesar del discurso revolucionario
que promovió, varios miembros altos de su régimen enfrentaron acusaciones graves
relacionadas con malversación y abuso del poder.
Uno de los casos más notorios fue el escándalo del Acta de Talara, donde Velasco expropió
campos petroleros, pero luego secretamente acordó indemnizar a la International Petroleum
Company (IPC) con millones sin justificación pública alguna. Este acto contradijo sus
afirmaciones antiimperialistas e hizo evidente el doble discurso utilizado durante su régimen.
Sus políticas represivas incluyeron el control absoluto sobre los medios de comunicación y la
persecución política sistemática contra opositores, lo que creó un ambiente propicio para
prácticas corruptas dentro del gobierno militar.
Piérola es recordado por su papel en la Guerra del Pacífico, pero también por su implicación en
actos corruptos durante sus dos mandatos. En su primera presidencia, se le acusó de favorecer
a ciertos contratistas en la ejecución de obras públicas relacionadas con la guerra. En su
segundo mandato, enfrentó críticas por la corrupción en la administración pública y por el uso
indebido de recursos del Estado para beneficio personal y político.
Merino asumió la presidencia tras la destitución de Martín Vizcarra, la que fue percibida como
un golpe de Estado encubierto. Esto generó un profundo rechazo ciudadano, derivado de una
percepción de que el Congreso y Merino buscaban consolidar intereses particulares más que el
bienestar del país. Su entorno político y alianzas estuvieron vinculados a congresistas
investigados por corrupción, lo que reforzó la idea de que su gestión no representaba un
cambio positivo, sino una continuidad de intereses opacos en la política peruana. Las masivas
protestas en su contra dejaron dos muertos (Inti Sotelo y Bryan Pintado) y numerosos heridos
debido a la represión policial. Esto agravó la percepción de un gobierno antidemocrático y
violador de derechos humanos. Durante su breve tiempo en el poder, su gestión intentó
introducir cambios legislativos que preocupaban a la ciudadanía, como la posibilidad de alterar
el calendario electoral y debilitar reformas populares como la educación universitaria. Estas
medidas fueron vistas como intentos de favorecer a grupos de poder ligados al Congreso.
A pesar de estar en el cargo menos de una semana, Merino enfrentó críticas severas por
supuestos vínculos con grupos empresariales involucrados en prácticas corruptas. La falta de
legitimidad durante su gobierno lo llevó a su renuncia.