Temas 1-4 (Primera Evaluación 23.24)
Temas 1-4 (Primera Evaluación 23.24)
Temas 1-4 (Primera Evaluación 23.24)
LA NARRATIVA
REALISTA: GALDÓS, CLARÍN Y PARDO BAZÁN
3. La narrativa realista
En la consolidación de la narrativa realista española influyeron fundamentalmente
géneros heredados del Romanticismo (novela histórica, artículos de costumbres, folletín) y
los máximos representantes del realismo ruso, inglés y francés (Tolstoi, Dickens,
Flaubert…). Las novelas de la época intentaban reflejar la realidad (verosimilitud), por
eso, tendían a las descripciones minuciosas de personajes y de espacios exteriores e
interiores. Entre las técnicas narrativas destacan la omnisciencia autorial
(intervención constante del autor implícito, que comenta, opina, juzga...), el diálogo,
el uso del estilo indirecto libre y del monólogo interior para expresar la
interioridad de los personajes, la linealidad cronológica (sin alteraciones
temporales), la naturalidad y la sobriedad expresiva.
Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber, y Pedro Antonio de
Alarcón inician una etapa de novela prerrealista, cercana aún a los cuadros de
costumbres románticos. Después, en la primera fase del realismo (años setenta),
predominan las novelas de tesis, en las que los personajes y la trama están al servicio de
la ideología del autor. Finalmente, en los años ochenta el realismo alcanza su máximo
esplendor.
4. Máximos representantes
Benito Pérez Galdós. Su producción narrativa permite recorrer la evolución del propio
movimiento realista. Suele clasificarse en cuatro etapas:
- Novelas de la primera época, conocidas como novelas de tesis porque el autor
expone en ellas a través de personajes sin complejidad psicológica su defensa del
espíritu moderno frente a la intolerancia y el fanatismo. Su tema central es el
enfrentamiento entre la mentalidad progresista y la tradicional. Comienza con La
fontana de oro (1870). Destacan: Doña Perfecta, La familia de León Roch y Marianela.
- Novelas contemporáneas. Etapa que se inicia con La desheredada (1881). Inventa un
mundo ficticio, reflejo de la realidad de la época, en el que Madrid adquiere el papel
protagonista. Los personajes son más complejos y se recurre en ocasiones a elementos
naturalistas para explicar su conducta. La obra maestra de este período es Fortunata y
Jacinta, en la que inmortalizó a dos personajes femeninos procedentes de clases
sociales opuestas que forman. Fortunata encarna la rebeldía frente a las reglas, la
naturaleza, la autenticidad…; Jacinta representa a la sociedad burguesa, el respeto a
las leyes, el convencionalismo, la fragilidad, la sumisión…). La acción se estructura
mediante el triángulo amoroso mujer/marido/amante (en el que también participa el
perverso y avaricioso Juanito Santa Cruz) esquema narrativo muy empleado en el
realismo para expresar el conflicto entre el amor y la sociedad.
- Novelas espiritualistas: en ellas se percibe una mayor preocupación por problemas
religiosos, éticos y morales. Los personajes son humildes, con sólidos valores y gran
sentido del deber. Destaca Misericordia, en la que se aborda el tema de la bondad, la
caridad y la pobreza.
- Últimas novelas: en las que mezcla el realismo con lo maravilloso y fantástico
(Casandra).
Desde 1873 hasta 1912, Galdós desarrolla la serie de los Episodios nacionales: 46
relatos (narraciones breves) distribuidos en cinco series de diez episodios cada una
(excepto la última) centrados en los acontecimientos históricos más importantes en la
España del XIX (desde la batalla de Trafalgar hasta la Restauración. Encuadrados
dentro del género de novela histórica, nen relación con grandes acontecimientos de la
Historia de España, se narran episodios de la vida cotidiana de una serie de personajes
ficticios, cuyas vidas conforman la trama.
Por su parte, cuando la poeta uruguaya Delmira Agustini comienza a escribir, ya había
triunfado la estética modernista y se habían configurado todos sus rasgos. De todos
ellos, el erotismo es el que se hace más patente en su obra, en la que además aporta
una nueva perspectiva: la del deseo femenino. Así, en 1907 publica El libro blanco (que
se refiere al despertar sexual en poemas como “Explosión”), en 1910 Los cantos de la
mañana y en 1913 Los cálices vacíos (donde el erotismo es fuente de dicha absoluta
pero también de sufrimiento). En el epílogo de esta obra promete un próximo libro
que finalmente será publicado póstumo dentro de Obras completas de Delmira
Agustini.
Además, el Modernismo se plasma en sus poemas en el afán de aristocracia y
refinamiento (terciopelos, rubíes), en la clara intención de huir de la vulgaridad, sobre
todo a través del ensueño, y en la preocupación estética: culto a la palabra (cultismos y
palabras eufónicas como “aurisolado”, “emperlar”), musicalidad, cromatismo
(“blancos de plata”, “de armiño”, “de lirio”, “de nieve”, “de marfil”…).
En España, son ejemplos representativos del modernismo externo las primeras obras
de Juan Ramón Jiménez (Arias tristes) y de Antonio Machado (Soledades), además de
poetas como Salvador Rueda y, sobre todo, Manuel Machado (Alma, Caprichos); en
prosa, sobresalen las cuatro Sonatas de Valle-Inclán; y en teatro, Eduardo Marquina y
Francisco Villaespesa.
Tradicionalmente, el modernismo español se ha venido estudiando frente a la llamada
“generación del 98” (Unamuno, Azorín, Baroja, Machado...); sin embargo son dos
conceptos que no han de entenderse en oposición. Azorín, que creó el término
“generación del 98”, lo que en realidad hizo fue llamar así a lo que en el mundo
hispánico se conocía como modernismo. La “generación del 98” sería, por tanto, el
nombre que recibió el modernismo en España. En cuanto a las supuestas diferencias,
lo único reseñable es que en España algunos escritores se vieron muy influidos (debido
quizás al "desastre del 98") por el movimiento ideológico del Regeneracionismo de
Joaquín Costa, lo que daría origen al tema de España (su crisis y su esencia), sus
paisajes (sobre todo el castellano) y sus gentes (la intrahistoria).
Por lo que se refiere a la forma, la supuesta sobriedad expresiva del 98 tampoco los
diferenciaría como grupo, pues ni se dio en todos los autores ni sería exclusiva de ellos:
el mismísimo Rubén Darío es un ejemplo de sencillez en sus últimos poemas.
Pío Baroja concibe la novela como un género multiforme, abierto; rechaza las
estructuras cerradas y prefiere la acumulación de episodios, anécdotas, digresiones de
todo tipo... Sus personajes suelen estar polarizados en función de su respuesta. Así,
identificamos hombres de acción (como Zalacaín) y hombres abúlicos (como Andrés
Hurtado). Su estilo es claro, antirretórico, a veces con cierto desaliño expresivo, pero
siempre preciso. Su filosofía de la vida gira en torno a dos grandes ideas: el pesimismo
existencial (influido por Schopenhauer) y la concepción de la vida como acción, como
perpetuo movimiento.
Algunas de sus más de sesenta novelas fueron agrupadas en trilogías entre las que
destacan obras como: La busca (1904), en “La lucha por la vida”; Zalacaín el aventurero
(1909), en “Tierra vasca” y El árbol de la ciencia (1911), en “La raza”, todas ellas de la
primera etapa. En la segunda etapa abundan las divagaciones ideológicas. Destaca la
serie Memorias de un hombre de acción en la que narra las aventuras de un
antepasado suyo durante la guerra de la independencia. Una mezcla de lo histórico y lo
novelesco que ofrece una interpretación liberal de la historia de España. En la tercera
etapa destacan sus memorias tituladas Desde la última vuelta del camino.
Unamuno escribió novelas tan innovadoras que él mismo propuso para ellas una
nueva denominación: nivolas. Se construyen en torno al protagonista, cuyos conflictos
íntimos se diseccionan a lo largo del relato. Más preocupado por las ideas que por los
asuntos, dedica más espacio a los diálogos (debates, monólogos) que a la
ambientación y al marco temporal, presentados siempre de forma esquemática
(reduce al mínimo las descripciones).
En 1914 publica su mejor novela: Niebla, en la que se recurre a la utilización del juego
vida-literatura. El protagonista, Augusto Pérez, es abandonado por su novia cuando
iban a casarse. Decide suicidarse pero antes quiere saber la opinión del propio autor
de la novela, Unamuno, quien decide matar a Augusto; este se rebela contra su autor
recordándole que él también morirá. Plantea el conflicto del hombre supeditado a las
decisiones divinas de la vida o la muerte.
Unamuno también se sintió atraído por el tema de la lucha entre hermanos, por la
historia bíblica de Caín y Abel; este motivo fratricida sirve de base a su novela Abel
Sánchez.
Tras La tía Tula, centrada en las ansias de maternidad de una mujer virgen, Unamuno
publica San Manuel Bueno, mártir, en la que se cuenta la historia de un cura de
pueblo que ha perdido la fe; pero que aparenta tenerla para que sus feligreses
mantengan intactas sus creencias religiosas. Aparecen muchos de sus temas
recurrentes: la lucha agónica del individuo en este mundo, el creer y el aparentar
creer, la soledad, la vida como sueño... Se aprecian rasgos innovadores como la
intertextualidad (un narrador que relaciona esta obra con otras del mismo autor) o la
invitación al lector a opinar o reflexionar sobre la propia novela, la llamada
metanovela.
Las novelas de José Martínez Ruiz, Azorín, representan un rechazo total del realismo.
Sus tramas argumentales son mínimas, su obsesión por el paso del tiempo y la muerte
(muy influido por Nietzsche y su “eterno retorno”) constituye una constante, y todo el
espacio lo ocupa la descripción, de corte impresionista, del ambiente y de las
impresiones subjetivas de los personajes.
La voluntad , Antonio Azorín y Confesiones de un pequeño filósofo conforman la
trilogía “Antonio Azorín”, en la que predominan los elementos autobiográficos y las
impresiones suscitadas por el paisaje). La voluntad es su obra más representativa. Se
denuncia en ella el tema de la abulia como una de las principales lacras de la sociedad
española del momento a través de su protagonista, Antonio Azorín, que, agobiado y
pesimista, se marcha al campo en busca de una vida contemplativa.
En otras novelas, Azorín abandona los elementos autobiográficos, si bien continúa
reflejando sus propias inquietudes a través de sus personajes. Así, Doña Inés cuenta la
historia de una mujer enamorada de un poeta y su posterior renuncia por la presión de
una sociedad provinciana) y Don Juan se basa en la conversión cristiana del mito.
La segunda etapa (“etapa del tú”) es la que se corresponde con Campos de Castilla. Se
trata de una obra heterogénea (de temática variada) que conecta con las inquietudes
de la llamada “generación del 98” y que se irá incrementando con nuevos poemas en
ediciones sucesivas.
La primera edición saldrá a la luz en 1912, poco antes de la muerte de su esposa,
Leonor Izquierdo; la segunda aparecerá con la primera edición de sus Poesías
Completas en 1917. A grandes rasgos, aunque no supone el abandono absoluto de la
línea intimista anterior, pasa a adentrarse fundamentalmente en el paisaje castellano
(Soria, el Duero) y sus gentes, y en una visión crítica de España (además de los poemas
a Leonor y los de contenido religioso y filosófico).
En cuanto al estilo, si bien se conservan rasgos de la primera etapa, destaca la
tendencia descriptiva que se manifiesta en: el uso de palabras escuetas y de frecuentes
enumeraciones, el predominio de lo sustantivo (porque lo que se pretende es
presentar, nombrar realidades existentes), las reiteraciones léxicas (que indican
obsesión, insistencia o emociones fuertes), los deícticos espaciales y temporales (como
los adverbios de lugar y de tiempo, y los demostrativos), las voces arcaicas (que
simbolizan la rudeza y el atraso de Castilla), etc.
En la tercera etapa (“etapa del nosotros”) destaca su libro Nuevas canciones (1924),
una obra breve y heterogénea que fluctúa entre la canción popular y la meditación
filosófica. De esta última etapa destacan dos series de poemas: «Canciones a
Guiomar» (su amor de madurez) y «Poemas de la guerra».
La trayectoria poética de Juan Ramón Jiménez, que parte del Modernismo, constituye
una incansable búsqueda de la belleza, la perfección y el conocimiento en poesía. Esta
suele dividirse en tres etapas: sensitiva, intelectual y verdadera (o última).
En su etapa sensitiva se aprecia la influencia de Rubén Darío, el parnasianismo y el
simbolismo. El asunto fundamental es la sensibilidad, los sentimientos tristeza,
melancolía o ensueños del yo lírico en torno a la naturaleza, el amor o la muerte con
un tono siempre melancólico e intimista. El lenguaje es sobrio, con adjetivación
matizada y tenue musicalidad. En cuanto a la métrica, predominan los octosílabos y las
asonancias. Los títulos más representativos de esta primera etapa son Arias tristes
(1903), Jardines lejanos (1904) y la Soledad sonora (1911).
La etapa intelectual (1916-1936) está marcada por el primer viaje de Juan Ramón a
América en barco durante su luna de miel y su descubrimiento del mar, que será el
motivo central de su obra Diario de un poeta recién casado (posteriormente, Diario de
poeta y mar).
Este libro revolucionó la lírica española de la época. Juan Ramón elimina lo anecdótico
del poema para dar paso a la concentración conceptual y emotiva, tal y como se
aprecia también en Eternidades.
Los poemas son breves, densos, en versos preferentemente libres, sin rima o con leves
asonancias. Se trata de la búsqueda de la poesía pura o desnuda en la que se postula
la existencia de dos planos de la realidad: la material, perecedera, y la invisible,
inmutable y eterna, que el poeta debe descubrir y nombrar para hacerla eterna.
Para expresar estas ideas, se sirve de dos símbolos básicos: los nombres (encarnación
de la esencia de las cosas) y el mar (representación de la pluralidad del mundo).