Cap 06
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SUBMARINA 1914-1918
José María TREVIÑO RUIZ
(RR)
Introducción
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superficie. No obstante, al
estallar las hostilidades en
agosto de 1914, la Marina
alemana solo contaba con 28
submarinos operativos. Parale-
lamente la Marina francesa ya
contabilizaba 77 unidades y la
Royal Navy 55. Pero como
a historia demostraría, no se
trataba de tener una miríada de
pequeñas embarcaciones, sino
de construir un sumergible
robusto, perfeccionado y dota-
do de los últimos adelantos.
Aún así, el submarino era
considerado en las tres mari-
nas citadas como un arma de
segunda clase para la «peque-
ña guerra naval», a respetuosa
distancia de los poderosos
acorazados y orgullosos cruce-
ros de batalla, auténticos colo-
sos de acero destinados a
dominar los océanos. A
comienzos de 1914 fue creada
en Kiel la Inspección de
Submarinos, que debería
calcular cuántos serían necesa-
Alfred von Tirpitz. rios, en el caso de una hipoté-
tica guerra contra el Reino
Unido, para colapsar su tráfico mercante, dando como resultado 48 unidades,
cifra que se quedaría corta en 225 unidades, como las circunstancias venideras
demostrarían. Los submarinos podían clasificarse en cuatro tipos principales:
costeros o UB, desplazando menos de 500 t; minadores costeros o UC, que no
eran otra cosa que UB modificados para fondear minas de orinque; UE o
minadores oceánicos, y los submarinos oceánicos o U, con desplazamiento
entre 500 y 800 toneladas.
El 4 de agosto, Gran Bretaña, tras varios días de dudas, declaraba la guerra
a Alemania y al Imperio austro-húngaro. La suerte estaba echada: había esta-
llado la Gran Guerra, si bien a partir de 1939 se la denominaría Primera
Guerra Mundial, para llamar a la nueva conflagración Segunda Guerra
Mundial.
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En la mañana del 8 de
agosto y, en las proximidades
de Fair Island, el U-15 descu-
brió tres buques de línea, los
HMS Ajax, Monarch y Orion,
por lo que realizó un ataque a
cota periscópica sobre el
Monarch, lanzándole un torpe-
do sin éxito. Era el primer
ataque de un submarino en la
Primera Guerra Mundial. Al
día siguiente una escuadrilla
de cruceros británicos descu-
brió al U-15 en superficie; el
más próximo, HMS B i r -
minghan , abrió fu ego so-
bre el submarino aumentando
al mismo tiempo su velocidad,
para pasarlo por ojo antes de
que el U-15 pudiera hacer
inmersión. El desdichado
submarino no pudo hacer
Winston Churchill.
inmersión a tiempo y, partido
en dos, se hundió con toda su
dotación. No terminaron aquí las desgracias de la primera incursión de los
submarinos alemanes: el U-13 se perdió igualmente al tocar su casco una
mina de orinque.
Afortunadamente para Alemania, en el mes de septiembre cambiarían
totalmente los negros resultados de agosto. Así, el teniente de navío Hersing,
uno de los comandantes más experimentados, establecido en patrulla con el
U-21 en el Firth of Forth, penetró audazmente en la ría escocesa, avistando el
día 5 al destructor HMS Pathfinder, guía de una línea de fila de varios
destructores. El torpedo, certeramente lanzado por el U-21, acertó al destruc-
tor a la altura de su chimenea de proa, partiéndolo literalmente en dos y,
envuelto en llamas, lo envió a las profundidades con los 259 hombres de su
dotación. Este ataque «a domicilio» creó un gran pánico en todo el Reino
Unido, los buques de guerra británicos ya no se sintieron seguros y la Grand
Fleet fue ubicada en el más seguro de sus fondeaderos: Scapa Flow, en las
septentrionales islas Orcadas.
No acabarían aquí las desdichas británicas, pues al alba del 22 de
septiembre tres cruceros acorazados de 12.000 t navegaban en línea de fila al
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HMS Aboukir.
sur del Dogger Bank, confiados en que el mal tiempo reinante les protegería
de cualquier incursión submarina. Súbitamente una violenta explosión sacu-
diría mortalmente al primero de ellos, el HMS Aboukir, que se hundiría 25
minutos más tarde con gran parte de su dotación. El segundo de la línea de
fila, HMS Hogue, acudió en auxilio de los náufragos, pues su comandante
creía que la explosión era el resultado de una mina a la deriva. Dos nuevos
torpedos hundieron al crucero acorazado en tan solo 10 minutos, con prácti-
camente toda la dotación. El tercer buque de línea, HMS Cressy, que había
parado máquinas, atónito por la escena que presenciaba, fue igualmente
hundido en 15 minutos. En total 63 oficiales y 1.063 suboficiales y clase
desaparecieron entre las olas, pudiendo salvarse tan solo 837 tripulantes. El
autor de esta tremenda catástrofe causada a la poderosa Royal Navy en poco
más de una hora fue un minúsculo submarino de apenas 500 t y una treintena
de hombres de dotación: el U-9, mandado por un joven oficial, el teniente de
navío Otto Weddingen, excelente maniobrista, frío y audaz en sus ataques.
Con este exitoso golpe, había alcanzado la mayoría de edad el Arma Subma-
rina, hasta ahora menospreciada por los grandes buques de superficie, los
mismos que ahora solo tenían para oponerle sus rodas de acero. Churchill,
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responsable de la Marina británica, como primer lord del Mar, diría a sus
subordinados: «Ni Nelson en todas sus campañas sufrió las bajas que en
poco más de una hora nos ha causado un pequeño submarino que no llega a
las 500 toneladas». Los U-Boote alemanes constituirían a partir de ese
momento la principal preocupación del político inglés, que en sus memorias
como premier, durante la Segunda Guerra Mundial, confesaría que lo único
que le quitó el sueño durante la contienda fueron los ataques de los submari-
nos alemanes.
Muy distinta era la situación en Alemania. Cuando el U-9 entró en
Wilhelmshaven el día 24, se atracó al costado del yate imperial Hohenzollern-
para ser recibido por el mismísimo káiser Guillermo II, que le impuso la Cruz
de Hierro a su comandante a bordo del submarino. La Marina Imperial alema-
na tomó bruscamente conciencia de la importancia táctica de los U-Boote,
capaces de enviar al fondo del mar 36.000 toneladas de grandes buques de
guerra en cuestión de minutos. Weddingen revalidaría su título de héroe
nacional hundiendo el 15 de octubre al crucero británico HMS Hawke de
7.500 toneladas. Los restantes que le acompañaban huyeron enmascarados en
espesas cortinas de humo negro, pues habían aprendido la lección del 22 de
septiembre.
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ataque en inmersión de un
submarino iba en contra del
Derecho Marítimo Internacio-
nal, ya que no aplicaba el
derecho de visita, ni se incau-
taba de la presa, ni se hacía
cargo de la dotación. No
obstante, ante la indiscutible
superioridad naval del enemi-
go, la estrategia naval alemana
se centró en una guerra de
desgaste que ahogase al Reino
Unido.
Tras el hundimiento de la
escuadra de Graf von Spee en
las Malvinas, se vio claramente
que los únicos buques que
podían patrullar en solitario
atacando al tráfico mercante
con posibilidades de sobrevivir
eran los submarinos, por lo que
Estado Mayor General, con
permiso de Exteriores, declaró
el 4 de febrero zona de guerra
las aguas de Gran Bretaña,
Irlanda y el canal de la
Mancha, y a partir del 18 de ese Otto Weddingen.
mismo mes todo navío mercan-
te enemigo que navegase por
esas aguas podía ser hundido sin previo aviso, si bien la presión de Estados
Unidos hizo que Alemania excluyese a los buques neutrales de esta amenaza.
Como respuesta a esta declaración de intenciones, los gobiernos de Francia
y el Reino Unido decidieron no respetar las declaraciones del Congreso de
París de 1856 en lo que atañía a la inviolabilidad de las mercancías enemigas
bajo pabellón neutral, además de minar todas las aguas próximas a las Islas
Británicas y bloquear el tráfico mercante a los puertos alemanes. Los submari-
nos, que se convertirían en el arma más sofisticada y eficaz de la Gran Guerra,
eran apenas unas embarcaciones capaces de hacer inmersión con una cierta
garantía de volver a salir a la superficie, en unas condiciones más que penosas
de habitabilidad para sus sufridas dotaciones, confinadas en cámaras malo-
lientes, respirando una atmósfera cargada de gases procedentes de los motores
y de la carga de baterías, con una higiene muy limitada al no tener duchas y
durmiendo a cama caliente entre los tubos lanzatorpedos.
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Submarino U-9.
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diciembre. Frente a estas pérdidas, los aliados solo podían oponer patrullas de
buques de superficie, especialmente torpederos, que trataban de sorprender a
los submarinos en superficie cuando cargaban sus baterías. A mediados de
1915, los aliados solo contaban en el Mediterráneo con 52 arrastreros y
12 torpederos, cuando las necesidades eran de 250 y 140 respectivamente, ya
que solamente Francia perdió en las costas argelinas 23 buques y otros 34
fueron torpedeados.
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Lusitania.
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Conclusiones y datos
U-35 en el Mediterráneo.
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U-Boote tenían «alma», habría que mencionar a los más exitosos, pertenecien-
tes todos ellos a la Flotilla de los 30, destacando el U-35, la mayor parte de su
tiempo bajo el mando de Arnold de la Perière, con 224 hundimientos y
538.498 t, una auténtica máquina de guerra naval, seguido del U-39, del
teniente de navío Fortsmann, con 157 buques y 404.478 t. Este submarino no
llegaría a su base, pues el 18 de mayo fue atacado con bombas de un avión
francés y al resultar averiado entró en Cartagena en la tarde de ese mismo día.
El tercero en el ranking fue el U-38, del teniente de navío Max Valentiner, con
138 buques y 299.985 toneladas.
De los submarinos aliados no hay mucho que decir, dado que al ser Alema-
nia una potencia continental y ser embargados prácticamente todos sus buques
mercantes en los primeros días de guerra, en los puertos aliados donde se
encontraban atracados no tuvieron muchas oportunidades los submarinos fran-
ceses, británicos o rusos de realizar campañas submarinas como los U-Boote.
Tan solo es digna de reseñarse la gesta de los británicos en los Dardanelos,
por su audacia al penetrar los estrechos turcos para atacar a los dos cruceros
alemanes Breslau y Goeben cedidos a los turcos. Los británicos no pudieron
alcanzar a los buques alemanes, pero el B-11 hundió al viejo acorazado turco
Messudieh.
El gran error de la Marina alemana fue no creer desde el primer momento
en el Arma Submarina y no empeñar todo su esfuerzo de guerra naval en la
construcción de centenares de este nuevo tipo de buque, que de haber conse-
guido desde el primer momento la cifra de 600.000 t de hundimientos
mensuales habría obligado a Gran Bretaña a firmar el armisticio. Lo curioso
del caso es que este error volvería a cometerse en la Segunda Guerra
Mundial, propiciándose inicialmente la construcción de enormes acorazados
que fueron hundidos inmisericordemente, retrasando la construcción de los
eficaces U-Boote.
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