Los Vasos Q Dios Usa
Los Vasos Q Dios Usa
Los Vasos Q Dios Usa
2 Timoteo 2:19-21
La metáfora que Pablo usa en este pasaje nos viene de una escena totalmente hogareña.
No sabemos si en su mente existía la imagen de alguna casa en particular. Es posible
que él mismo se acordara de su propia casa cuando era fariseo. Algunos sostienen que
Pablo antes de ser cristiano era una persona pudiente.
Como quiera que sea, Pablo describe aquellos utensilios que se usaban en las casas,
muchos de ellos revestidos de oro o plata y usados para las ocasiones especiales.
Algunos huéspedes distinguidos han comido con semejantes tesoros. Lo cierto es que
estos utensilios traían honor a los dueños de la casa. Sin embargo, los vasos de madera y
de barro, por ser más humildes, también tienen su utilidad. De hecho estos son los que
más usamos en nuestros hogares. Pero al parecer, el apóstol se estaba refiriendo a los
recipientes que tienen usos viles, sobre todo aquellos que se usan para los desperdicios,
tales como los que retienen basura y restos de comidas para los animales.
Por lo tanto, lo que el autor desea es contrastar los utensilios que sirven para traer honra
con los que son para usos deshonrosos. En una “casa grande”, que es una referencia a la
iglesia del Señor, existen estos utensilios. De modo que estas dos categorías de
utensilios representan a personas que profesan ser cristianas y que deberían ser
instrumentos en las manos de Dios, pero no todas eran aptas para eso.
Lo que el apóstol explica aquí es cómo una persona puede ser un instrumento para
honra, en lugar de convertirse en uno para usos viles. El oro siempre representa la
pureza y la calidad. Nosotros somos llamados a ser vasos de oro, vasos puros a quien el
Señor pueda usar en su Casa. Pero veamos cuáles son esos vasos que Dios usa.
El contexto del pasaje, que da origen a esta promesa, tiene que ver con dos hombres
llamados Himeneo y Fileto. Ambos estaban confundiendo a la iglesia, diciendo que ya
la resurrección se había efectuado. Esto dio como resultado que ambos fueran señalados
como autores del error y en consecuencia desconocidos por el Señor, aun cuando
participaban en la iglesia. El Señor sabía que estos dos hombres no eran suyos, porque
ninguno que sea suyo se aparta de la verdad, siguiendo sus propios errores.
El Antiguo Testamento nos muestra a Coré quien incurrió en un gran pecado contra
Dios. Este hombre quiso desconocer la autoridad de Moisés, y al ser confrontado con su
maldad, se le dijo: “Y les respondió a Coré y a todo su grupo: —Mañana el Señor dirá
quién es quién. Será él quien declare quién es su escogido, y hará que se le acerque”
(Números 26:5). Coré pereció con todo sus seguidores y familia. Dios conoce a los que
son suyos. Una de las más grandes promesas bíblicas la dijo Jesús, cuando afirmó: “Mis
ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y yo les doy vida eterna…” (Juan 10:27).
¿De qué manera el saber que Dios me conoce produce este descanso? Bueno, que él
conoce mis temores, mis sentimientos, mis preocupaciones, mis soledades, mis anhelos,
mis deseos legítimos; que él conoce aún mis fracasos, de los cuales me levanta y luego
me sostiene. Y si alguien supo descansar en la promesa de ser conocido por Dios, fue
Pablo. Cuando tuvo que enfrentar a los que cuestionaban su apostolado, les dejó un
informe completo de cómo era su vida, y aunque podría ser desconocido para muchos,
sabía que era bien conocido por Dios (2 Cor. 6:3-10).
Los vasos que Dios usa deben ser apartados de toda
suciedad
El sucio es lo que más se pega
Todos los trabajos que realizan nuestras manos están potencialmente rodeados de
suciedad. Aún los trabajos que no están expuestos al contacto de la tierra, el sucio se
hace presente. Las oficinas que lucen más impecables, al final del día tiene que venir
alguien para hacerles una limpieza. ¿Por qué razón? Porque el sucio tiene la propiedad
de pegarse a todo lo limpio. ¡Cuánto afea una mancha a un vestido! ¿Por qué lavamos el
cuerpo todos los días? Porque el mismo cuerpo siente las impurezas a través de los
olores que deja el sucio.
Cuando el apóstol habló del conocimiento que Dios tiene de los suyos, introdujo el otro
sello que está pegado al “fundamento de Dios”; eso es, el deber que nos asiste:
“Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor”. La “iniquidad” es
el sucio que se ha pegado al vaso de la vida. Su persistencia es tal que está presente y de
ella debemos cuidarnos siempre. Etimológicamente la iniquidad se define como algo
que está torcido. La iniquidad es lo que ha torcido el camino recto Dios.
Cuando David cometió los dos pecados para los que no había sacrificios prescritos por
la ley, y luego de ser perdonado y cubierto su pecado, pronunció uno de los grandes
textos de la palabra, al decir: “Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de
Iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño”.(Sal. 32:2). La iniquidad afea el alma,
destroza los más nobles anhelos, trae deshonra al nombre del Señor y hace envejecer los
huesos, de acuerdo a la experiencia del mismo salmista (Sal. 32). Debemos recordar
que la iniquidad fue el primer pecado que se haya conocido. Los verdaderos vasos del
Señor deben apartarse de iniquidad para no ser aliado del arcángel Luzbel, quien
después de su rebelión se convirtió en Satanás. Fue la iniquidad la que cambió su estado
(Ez. 28:15-16).
La tarea por excelencia de un hijo de Dios es traer honra a su nombre. Los instrumentos
de oro y de plata de esa Casa grande representan la calidad, el prestigio, lo distinguido.
Si los ángeles son los que traen siempre honra y honor en los cielos a su nombre,
nosotros somos llamados para hacerlo en la tierra.
Por el contrario, si alguna vez nos prestáramos para eso porque seamos alcanzados por
el pecado, que los vasos de honra con los que servimos al Señor, sean fuentes para
reprender al pecado mismo. Que así como el rey Belsasar (Dn. 5:1-6) fue reprendido
por haber usado los vasos santos del santuario para beber su vino con sus nobles,
esposas y concubinas, hasta el punto de haber acabado con su reino, así también
nuestros vasos sean instrumento de juicio contra el pecado porque no nos prestaremos
para usos viles, sino para honrar y servir al Señor.
Isaías 52:11 nos dice: “Apartaos, apartaos, salid de ahí, no toquéis cosa inmunda; salid
de en medio de ella; purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová”. Hagamos que
nuestros vasos sean para usos honrosos. Permitamos al Espíritu Santo que haga de
nuestros cuerpos verdaderos vasos que honren al Señor (Romanos 12:1-2).
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