Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
0% encontró este documento útil (0 votos)
16 vistas3 páginas

Señorita México

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 3

“Señorita México” [Fragmento], Enrique Serna

agosto 15, 2020


Supongo que usted quiere que empecemos desde el principio ¿verdad? ¿Le hablo de cuando era niña?
O si quiere comienzo más adelante, con lo del concurso y esas cosas que le pueden interesar más al
público, ¿no cree? Ándele, cómo será, deme por lo menos una ayudadita. Yo me sé expresar, pero no
crea que soy tan parlanchina. Iris, mi amiga, una muchacha que vive conmigo, ella sí le podría llenar hasta
veinte casets. Le da por platicar desde la tina. Yo nomás la oigo mientras me pongo la pijama y ella dice
cosas hasta que sale del baño y me encuentra dormida. No vaya a apretar el botón todavía, no quiero que
se graben estas babosadas, siquiera déjeme poner en orden las ideas. ¿Seguro que no quiere un cafecito?
Pídalo ahora o calle para siempre, porque si me encarrero con los recuerdos luego no voy a parar. Es
bueno, me lo trae de Córdoba una vecina de aquí junto que cada semana va a ver a sus hijos a la cárcel
de allá. Canijos muchachos, con tan buena madre y se fueron a meter en un lío de drogas. Ella me
recuerda mucho a mi mamá, fíjese. No de físico, porque no es que yo quiera presumir, pero mi mamá, con
todo y que ya pasa de los sesenta, sigue siendo una señora guapa, distinguida. Me la recuerda por su
carácter… Ora sí apachúrrele, que ya me siento inspirada, como dicen los artistas.

Pues yo me crié en un hogar de clase media ¿sabe? No le voy a decir que fui una consentida ni mucho
menos, porque a mi papá no le faltaba el dinero, pero tampoco lo tenía de sobra como para cumplirnos
cualquier caprichito. Quién sabe, de haber sido hija única a los mejor sí me hubiera vuelto una niña
mimada, insoportable, pero gracias a Dios tenía a mi hermana mayor, a la que sigo queriendo mucho,
aunque ya no nos vemos. Desde chiquitas nos enseñaron que debíamos abrirnos paso en la vida por
nosotras mismas, que nada nos iba a caer del cielo. Yo tengo una deuda, se lo juro, una enorme deuda
con mis padres; a ellos les debo todo lo que tengo porque me dieron una cosa muy importante que es la
educación. A ellos y a mi tío Casimiro, el futbolista. Era del Atlante, no sé si usted haya llegado a verlo
jugar. Ya sabe cómo son los niños que cuando se pelean les da por meter en sus pleitos a los mayores,
¿no? Pues yo, cuando quería dejar callada a mi vecina Hilda, que era una niña insoportable y envidiosa,
le echaba a Supermán o a mi tío Casimiro para que le pusiera en la torre a su papá, a su padrino y a su
hermano grande. En esa foto me está cargando, mire. Guapo, ¿verdad? No me avisaron cuando se murió.
Lo quería tanto que mis papás tuvieron miedo de que me fuera a enfermar de tristeza. En la niñez, muchos
años suena como toda la eternidad; haga de cuenta que lo di por muerto. Hace poco lo mencionaron en
un programa de radio. El locutor hablaba de las grandes figuras del Atlante y en eso dice: nunca
olvidaremos a jugadores de la talla de un Casimiro Sepúlveda, que en paz descanse. Agarré una
borrachera de puritita nostalgia… Por si le interesa, estudié en la escuela Mártires de Tacubaya, que era
de gobierno, pero de las mejores.

Mi primo Arturo Dávalos, que ahora por cierto tiene un puestazo en la Conasupo, iba en la misma escuela,
tres años arriba de mí. Arturo vivía en mi casa pero no era de la capital. Lo habían mandado a estudiar de
Torreón, para que hiciera su porvenir aquí. Su familia, los Dávalos, que es mi segundo apellido, ésa sí era
pudiente, hacendados con mucho dinero hasta que se desbordó la presa de La Laguna y les echó a perder
sus cosechas. En la escuela Arturo era el protector de los niños chiquitos. Se peleaba con todos los
abusones y les sacaba sangre de la nariz. Ya ni le digo cuando me pegaban a mí, porque entonces ni
averiguaba, se ponía parejos a todos y los hacía chillar hasta que delataban al culpable. Nos distanciamos
desde mi entrada al concurso porque Arturo seguía siendo provinciano y chapado a la antigua y no estuvo
de acuerdo en que yo anduviera saliendo retratada en traje de baño. Me celaba como si fuera mi hermano.
Sólo me dejaban ir al cine si Arturo me acompañaba y los pobres de mis novios tenían que pagar el boleto
del chaperón. Yo era muy cinera de niña. Lo sigo siendo, pero con tanto compromiso y otras veces que
salgo a palenquear… Sí, sí, claro que hago palenque, pero no se crea que mi número es tan atrevido
como del Faraón ¿eh? Salgo más discreta, porque con esos rancheros nunca se sabe lo que puede pasar,
con decirle que a una compañera la estaban violando porque se le descosió el vestido a media canción.
Y eso que era folclórica, no vedet como yo. Pero bueno, le hablaba de Arturo. Cuando se le ocurría
acompañarme a las fiestecitas que daban en la colonia, nadie se me acercaba. Mis amigas toda la noche
divirtiéndose y yo con mi guarura viéndolas baile y baile mambos, ya ve que entonces estaba de moda
Pérez Prado. Eran fiestas inocentes pero muy animadas, en serio.

Yo no sé por qué diablos la juventud ya no puede divertirse sanamente; por favor, eso sí sáquelo en su
revista, le digo, no comprendo a esos muchachos que necesitan la droga para estar alegres. Qué falta de
imaginación, caramba… No, se lo aseguro, ni cuando llegó el rock se veía un solo carrujo de marihuana
en nuestros bailes, es más, ni sabíamos qué cosa era la maldita yerba. Es cierto que algunos muchachos
se ponían hasta el gorro, no lo voy a negar, pero era del ron, no de andar fumados. Más tarde me tocó ir
a reuniones donde todo el mundo se drogaba. Qué diferencia con nuestras fiestas: los greñudos se
sentaban viendo la pared como idiotas, no sé, y de pronto uno se reía y los demás como robots a reírse
con él de cualquier estupidez. Con los drogadictos una se siente como en el manicomio. Bueno, pero
volviendo a lo de Arturo, menos mal que se casó pronto, porque si no me habría fregado la juventud con
tanta vigilancia… No, no sea mal pensado, le digo que me quería como hermano, yo tuve mi primer novio
a los catorce, un amigo suyo, a lo mejor por eso no le importó. Era un pelirrojo muy guapo pero muy
callado, casi no hablaba, eso era lo malo de él. Se comunicaba como los sordomudos; cuando me apretaba
la mano quería decir que se había enojado, cuando me rascaba el brazo era señal de que nos fuéramos
a besuquear al zaguán de la vecindad, y yo necesitaba un novio más comunicativo. Nomás me habló, y
mucho, cuando lo corté. Que para él lo nuestro era lo más sublime, que adónde iba a ir yo que más me
quisieran. Se fue muy ofendido y nunca más lo volví a ver. También le dejé de hablar a mi primo, porque
a fuerza quería que me reconciliara con su cuate. ¿Le cuento lo de los otros tres novios o mejor lo dejamos
ahí? No vaya a ser que se aburra usted con estas historias para chamaquillos.

Bueno, sólo importa uno, porque ése fue mi primer amor. Ya sabe que una cosa es enamoriscarse y otra
querer en serio. Era un compañero de la secundaria, Everardo Andrade. Más tímido que él, al principio,
imposible; con decirle que fuimos al mismo grupo en segundo y en todo el año no me dirigió la palabra.
Yo sospechaba que tanta timidez era por algo y estaba en lo cierto. Regresó de vacaciones cambiado, o
a lo mejor yo fui la que cambió de un día para otro, quién sabe qué sería… No, qué va, bonita, lo que se
dice bonita, yo no fui hasta los dieciséis, pero a lo mejor él ya desde entonces me echó el ojo; mire, hay
hombres que ven a una escuincla y se la imaginan desarrollada. Un día a la salida que se me para enfrente
y me dice yo a ti te gusto, y pues la verdad me agarró de sorpresa que hubiera pasado tan rápido de la
timidez a la desfachatez y desde entonces ya no pude dejar de pensar en él. Yo entiendo muy bien a las
niñas que andan locas por esos grupos de muchachitos amariconados, porque igual era yo de necia y de
fastidiosa a su edad. pues le decía, me enamore tanto que como ala semana ¡yo fui la que me declare a
él! No espere a que me lo dijera dos veces.

Everardo era uno de los chavos más estudiosos de la Mártires, me acuerdo que ganó el concurso de
declamación y pasó a la final con niños de todo el Distrito. Fuimos a verlo al teatro toda la clase. Yo me
sentía reteimportante por ser la novia del campeón del colegio. esa vez recitó como nunca, pero le robo
el primer lugar una babosa del Instituto Miguel Ángel que salió vestida de pirata para decir esa de viento
en popa a toda vela. Everardo recitó La Chacha Micaila tan bien que lloro de la emoción, hubiera sido
buen actor de haber seguido la carrera. Él fue mi chambelán en mi fiesta de quince años. Otra costumbre
que ya se está perdiendo. Caray, yo creo que el gobierno, en lugar de tirar el dinero en organizar
campeonatos de futbol y esas cosas, debería hacer algo para conservar nuestras tradiciones que en
verdad son muy nuestras ¿no? Por favor, esto no lo publique, no quiero meterme en problemas con la
autoridad.

En aquel tiempo era un acontecimiento cumplir los quince, de veras entraba una en sociedad. Pobre de
mi papá, lo caro que le habrá salido comprar trago y comida para tanta gente. Orquesta no hubo porque
ya dije, no había para lujos en la casa de usted. Dos semanas antes de la fiesta estuvimos ensayando el
vals con unos bailarines amigos de la portera, buenas gentes aunque eso sí de a tiro se les caía la mano.
A mí me daba coraje cuando agarraban a Everardo de la cintura para enseñarle cómo debía tomarme a
mí a la hora de los giros. ¿Quién iba a pensar que con los años acabaría llevándome tan bien con los
gueys? Tengo dos amigos, Paco y Raúl, dos muchachos del balé del Faraón que me vienen a visitar
seguido o me invitan a su departamento. Ya cuando uno los trata se da cuenta de que son magníficas
personas ¿no? Son marido y mujer, bueno, creo que Paco la hace de hombre, pero ¿para qué vamos a
entrar en detalles? Eso sí no lo publique porque me matan, a ellos no les gusta estar en boca de la gente.

Pues aquellos bailarines me pusieron la rutina del cisne que despierta entre hielo seco, usted la debe
conocer, quién no la conoce ¿verdad? Ay, las cosas que una hace de joven. Yo para calmar los nervios
me había tomado una cubita antes del vals, cosa que nunca de los nuncas me perdonaré. El caso es que
tardé más de la cuenta en despertar y Everardo se quedó parado junto a mí sin saber qué hacer y la
música sonando. Como yo seguía en el suelo tuvieron que quitar el disco y mi chambelán se subió de
nuevo las escaleras porque de allí se bajaba como príncipe azul ¿no? Y en eso, qué bárbara, que me paro
sin música y me tienen que poner el vals de emergencia. Águeda mi hermana me hacía señas, y yo estaba
tan confundida que le echaba culpas al tocadiscos, tuve ganas de que me tragara la tierra o de perdida
irme por la coladera del patio. Por suerte, como los invitados andaban medio cuetes ni cuenta se dieron,
así que por fin me salió el cisne y luego bailé con todos los muchachos y los señores, hasta con mi papá,
que se movía como oso de feria. Qué iba a saber él de danubios azules si toda la vida se la pasó
trabajando.

Esa noche estaba bien contento, alegre con alegría de la buena, porque también se alegraba borracho,
pero de mala manera. No se crea que era un irresponsable ni tampoco el clásico mexicano que cobra su
quincena y ese mismo día se la bebe toda en un antro. Le gustaba el trago como nos puede gustar a usted
y a mí, que no nos hacemos del rogar cuando nos ofrecen una copita pero sabemos controlarnos ¿no?
Mire, sobre esto del alcohol yo creo que uno es alcohólico cuando de a tiro no puede ir a trabajar por culpa
del cochino vicio, pero si uno se domina qué más da ponerse una papalina de vez en cuando, y a propósito
¿no se le antoja un güisquito? Aquí tengo un Yoni Guólquer, déjeme ver dónde lo dejé, caray, esta Iris
todo lo revuelve ¿dónde habrá puesto la botella? Discúlpeme tantito, pero es que con este desorden…
Nos viene a hacer el aseo una señora dos veces por semana, pero no ha venido desde hace un mes
porque se fue a su pueblo a cuidar a una de sus chamacas que le abortó, ya ve cómo son las indias que
no se cuidan… Sólo que mi amiguita lo haya metido en la alacena… No, tampoco, se me hace que le voy
a quedar mal, ¡ah! Si yo misma la metí en el refri la semana pasada, qué bruta, cómo se me ocurre poner
a enfriar los licores. Déjeme sacarle unos yelitos para que no se lo tome solo… No, gracias, yo no, a mí
no me gusta el güisqui, yo soy de puro vermú, es la única bebida que no me hace daño. ¿En qué nos
habíamos quedado? Mmm, sí, le contaba de mi papá que se puso a bailar conmigo.

Todo iba bien aquella noche pero el idiota de Everardo se puso hasta las manitas ¿usted cree? Era un mocoso y
ya quería beber como los señores. Me hizo algo que nunca le perdoné. Ya la fiesta estaba terminando, nada más
quedábamos mi primo Arturo, unos vecinos y los amigos de mi papá que andaban discutiendo de política en los
fregaderos. En el patio habíamos dos parejas bailando Cerezo rosa. Everardo se me recargaba en el hombro muy
romántico y yo lógicamente en las nubes, imagínese, con mi novio guapísimo, tan abrazados y en mi fiesta de
quince años, cuando de pronto sentí un líquido caliente que me corría por la espalda, que me pasaba por dentro del
vestido y me llegaba hasta la cintura y que toco y era una vomitada y todo mi vestido blanco lleno de esa melaza
negra con pedazos de sándwich. Me dio un asco espantoso, lo empujé y subí corriendo las escaleras. Everardo no
pudo ni pedirme perdón, dicen que se fue dando tumbos por la acera como teporocho, y yo desde mi cuarto
escuchando la discusión de papá que si los rusos nos querían invadir y que México seguía después de Cuba porque
en esa época estaba de moda Fidel Castro, y yo no podía dormir por los gritos que daba y por lo triste que me sentía
de tener un novio alcohólico, pero en eso se abrió la puerta y… Bueno, yo no sé para qué le cuento esto si usted
vino a preguntar lo del concurso ¿no?

También podría gustarte