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Ficha 26

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Anexo 01

HISTORIA – CUARTO GRADO

Estudiante: ___________________________________________________________________ Sección: __________


TEMA 26: Ruptura de la Gran Alianza y surgimiento de la rivalidad entre las superpotencias de Europa y
Asia (1943–1949): Papel de la ideología; Temor y agresión; Intereses económicos; Comparación del papel de
EEUU y de la URSS. P2-11

Competencia Construye interpretaciones históricas.

Propósito de Aprendizaje Explica la ruptura y rivalidad de la Gran Alianza a partir de evidencias


diversas y el planteamiento de hipótesis, utilizando términos históricos.

Evidencia de Aprendizaje Pregunta de respuesta abierta.

Analiza las siguientes Fuentes:


Fuente A: Extraído del libro “La Guerra Fría: Una breve introducción”, (2003), del Historiador estadounidense
Robert J. McMahon.
Sin embargo, a pesar de las bazas con que contaba el gobierno de Truman, las relaciones entre Estados Unidos y la
URSS se fueron deteriorando en los meses posteriores a la rendición de Japón. Aunque Europa del Este y Alemania
seguían constituyendo los problemas de más difícil solución, a éstos se añadieron ahora los que suponían las visiones
opuestas de los antiguos aliados acerca de cómo lograr el control internacional de las armas atómicas, sus intereses
divergentes en Oriente Medio y en el este del Mediterráneo, la cuestión de la ayuda económica de Estados Unidos y el
papel de la Unión Soviética en Manchuria. Aunque en las diferentes reuniones del Consejo de ministros de Asuntos
Exteriores se alcanzaron varios compromisos, 1946 marcó la desaparición de la Gran Alianza y el comienzo de la
auténtica Guerra Fría. Durante ese año, el gobierno de Truman y sus principales aliados occidentales comenzaron a
considerar más y más el país de Stalin como un matón oportunista aquejado de un apetito insaciable de territorios,
recursos y concesiones. George F. Kennan, diplomático de Estados Unidos en Moscú, articuló y dio peso a esa
valoración en su famoso «largo telegrama» del 22 de febrero de 1946. En él subrayaba Kennan que la hostilidad
soviética hacia el mundo capitalista era tan inmutable como inevitable, resultado de una combinación de la inseguridad
tradicional rusa y el dogma marxista-leninista. Argumentaba que los líderes del Kremlin habían impuesto al pueblo
soviético un régimen totalitario opresivo y que ahora utilizaban la supuesta amenaza de los enemigos externos para
justificar la continuación de la tiranía que los mantenía en el poder. El consejo de Kennan era claro: renunciar a una
actitud acomodaticia que, en cualquier caso, nunca habría de funcionar, y concentrarse, en cambio, en contener la
expansión de la influencia y el poder soviéticos. El Kremlin, insistía, sólo cedería ante una fuerza superior.

Fuente B: Extraído del libro “Breve historia de la Guerra Fría”, (2018), del historiador español Eladio Romero
García.
El tercer sistema de equilibrio político del mundo contemporáneo, después de Viena y Versalles, es el que surgió tras la
Segunda Guerra Mundial. Fue un orden de hecho, no de derecho, a pesar de las numerosas y extenuantes tentativas de
negociarlo. A diferencia de los conseguidos en 1815 y 1919, no se estableció entre los vencedores (es decir, Estados
Unidos y la URSS) mediante la concordia y gracias a la afinidad político-ideológica (si exceptuamos que ambas
potencias eran antifascistas). Después de la victoria, se configuraron dos bandos antagónicos, el mundo libre y el
socialista, ya opuestos anteriormente, pero que durante el conflicto habían constituido el núcleo de la Gran Alianza
antifascista. Quedaron separados por sus propuestas geopolíticas, su patrimonio ideológico, los valores que pretendían
defender, sus modelos económicos propugnados e impuestos y las formas políticas que adoptaron. Se enfrentaron de
inmediato, casi en solución de continuidad, acusándose mutuamente de encabezar la facción del mal: para los
soviéticos, los estadounidenses eran imperialistas, y para estos, sus enemigos seguían un modelo opresor y totalitarista.

Fuente C: Extraído del libro “La Guerra Fría: Una breve introducción”, (2003), del Historiador estadounidense
Robert J. McMahon.
Pero si la convicción ideológica dio lugar en ocasiones a una prudente paciencia, en otras distorsionó la realidad. Los
dirigentes rusos nunca pudieron comprender, por ejemplo, por qué tantos alemanes y europeos del Este veían las
fuerzas del Ejército Rojo más como opresoras que como libertadoras, ni dejaron de creer que los estados capitalistas se
enfrentarían finalmente entre ellos y que el sistema capitalista conocería pronto otra depresión mundial. La ideología
infundió en los soviéticos y los norteamericanos por igual una fe mesiánica en el papel histórico que sus respectivas
naciones habían de jugar en el mundo. A cada lado de lo que pronto sería la línea divisoria de la Guerra Fría, líderes
ciudadanos creían que sus respectivos países actuaban impulsados por unos propósitos que trascendían con mucho sus
intereses nacionales. Tanto los soviéticos como los norteamericanos consideraban, de hecho, que actuaban impulsados
por nobles motivaciones con el fin de conducir a la humanidad a una nueva era de paz, justicia y orden. Esos valores
ideológicos opuestos, unidos al aplastante poder que ambas naciones poseían en un momento en que una gran parte
del mundo yacía postrada, proporcionaron una receta segura para el conflicto.
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Fuente D: Extraído del libro “Nueva historia de la Guerra Fría”, (2005), del Historiador estadounidense John
Lewis Gaddis.
Mientras tanto, la bomba [nuclear] misma intensificaba la desconfianza soviético-norteamericana. Los norteamericanos y
los británicos habían desarrollado secretamente el arma para usarla contra los alemanes, pero los nazis se rindieron
antes de que estuviera lista […] Un arma real, realmente empleada, era algo diferente. “La guerra es bárbara, pero usar
la bomba A es una superbarbarie”, se quejó Stalin después de saber cómo había sido destruida Hiroshima. El avance
norteamericano representó otro desafío a su insistencia en que la sangre derramada debiera equivaler a influencia
ganada: los Estados Unidos habían, a la vez, obtenido una posibilidad militar que no dependía del despliegue de
ejércitos en un campo de batalla. Cerebros y tecnología militar podían producir, y contaban ahora precisamente lo
mismo. “Hiroshima ha sacudido al mundo entero”, dijo Stalin a sus científicos, y autorizó un programa relámpago
soviético para alcanzar lo mismo. “El equilibrio se ha destruido […] Eso no puede ser.” Además de ver cómo la bomba
abreviaba la guerra y así negaba a los rusos cualquier papel significativo en la derrota y ocupación de Japón, Stalin vio
también la bomba como un medio de que los Estados Unidos trataran de extraer concesiones de posguerra de la Unión
Soviética: “el chantaje de la bomba A es política norteamericana”. Algo había de esto. Truman había usado la bomba
principalmente para acabar la guerra, pero él y sus consejeros esperaban realmente que su nueva arma indujera a una
actitud más conciliadora por parte de la URSS. No idearon estrategia ninguna para obtener este resultado, sin embargo,
en tanto que Stalin ideó velozmente una estrategia para negárselo. Adoptó una línea aún más dura que antes para
empujar los objetivos soviéticos, así fuera sólo para demostrar que no podía ser intimidado. “Es evidente —dijo a sus
consejeros máximos a fines de 1945— que […] no podemos lograr nada serio si empezamos a aceptar la intimidación o
damos señales de incertidumbre.”

Fuente E: Extraído del libro “Nueva historia de la Guerra Fría”, (2005),del Historiador estadounidense John Lewis
Gaddis.
Truman ya había anunciado, el 12 de marzo de 1947, un programa de asistencia militar y económica a Grecia y a
Turquía, ocasionada por el anuncio inesperado del gobierno británico, precisamente dos semanas antes, que ya no
cargaría con los costos de sostener a estos países. Lo había hecho en términos notablemente amplios, insistiendo en
que ahora “debe ser la política de los Estados Unidos apoyar a los pueblos libres que resisten los esfuerzos de
subyugación por minorías armadas o presiones externas […] Debemos asistir a los pueblos libres para que elaboren sus
propios destinos a su manera propia”. Stalin prestó poca atención a las palabras de Truman, aun cuando tomó tiempo
aquella p rimavera para insistir en que una historia recientemente publicada de la filosofía fuera reescrita para minimizar
la deferencia que mostraba hacia el Oeste. Mientras que Stalin se entregaba a esa tarea, Marshall —siguiendo la guía
de Truman— construía una gran estrategia de Guerra Fría. El “largo telegrama” de Kennan había identificado el
problema: la hostilidad internamente impulsada de la Unión Soviética hacia el mundo exterior. Sin embargo, no había
sugerido solución. Ahora Marshall pidió a Kennan que planteara una: la única guía era “evitar las trivialidades”. Esta
instrucción, es justo decirlo, fue satisfecha. El Programa de Recuperación Europea, que Marshall anunció en junio de
1947, comprometía a los Estados Unidos nada menos que en la reconstrucción de Europa. El Plan Marshall, tal como
inmediatamente empezó a ser llamado, no distinguía en ese punto entre las partes del continente que estaban bajo el
control soviético y aquellas que no lo estaban, pero el pensamiento que había detrás ciertamente lo hacía. Varias
premisas conformaron el Plan Marshall: que la amenaza más grave para los intereses en Europa no era la perspectiva
de una intervención militar soviética, sino más bien el riesgo de que el hambre, la pobreza y la desesperación pudieran
hacer que Europa votara para dar cargos a sus propios comunistas, que entonces servirían obedientemente a los
deseos de Moscú; que la asistencia económica norteamericana produciría beneficios psicológicos inmediatos y luego
materiales que invertirían esta tendencia ; que la Unión Soviética no aceptara semejante ayuda o permitiera a sus
satélites hacerlo, volviendo tensa su relación con ellos; y que los Estados Unidos pudieran entonces apoderarse de la
iniciativa geopolítica y moral en la Guerra Fría que surgía.

Fuente F: Extracto del libro “Siglo de las rebeliones en el siglo XX” (2013), escrito por Josep Fontana,
historiador español. Especialista en historia contemporánea.

El Plan Marshall anunciado en 1947, era una extensión económica de la Doctrina Truman. El secretario de Estado
estadounidense, George Marshall, emitió su Programa de Recuperación de Europa (ERP, por sus siglas en inglés), que
ofrecía ayuda económica y financiera para quien la necesitara. “Nuestra política —declaró —, no va dirigida contra
ningún país ni contra ninguna doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos.” Uno de sus
objetivos era fomentar la recuperación económica de Europa y así asegurar mercados para las exportaciones
estadounidenses, aunque quizá su fin principal era político, que el comunismo tuviera menos probabilidades de lograr el
control de Europa occidental.
En septiembre, 16 países (Gran Bretaña, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo, los Países Bajos, Portugal, Austria,
Grecia, Turquía, Islandia, Noruega, Suecia, Dinamarca, Suiza y la región occidental de Alemania) habían redactado un
plan conjunto para aprovechar la ayuda estadounidense. En los siguientes cuatro años, más de 13 000 millones de
dólares del Plan Marshall inundaron Europa occidental y favorecieron la recuperación de la agricultura y la industria,
cuya situación era caótica en muchos países a causa de la devastación por la guerra… El ministro ruso de Relaciones
Exteriores,
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Molotov, acusó al plan de “imperialismo del dólar”. Lo consideraba como un descarado dispositivo
estadounidense para controlar Europa occidental y, peor aún, para interferir en Europa del este, que Stalin consideraba
la esfera de in fluencia de Rusia. La URSS rechazó el ofrecimiento, y ni sus estados satélites ni Checoslovaquia, que
demostraba interés, pudieron aprovecharlo. La “cortina de hierro” parecía real, y lo que sucedió después no sirvió más
que para fortalecerla. (p.228).

Fuente G: Extraído del libro “La Guerra Fría. Estados Unidos y la Unión Soviética 1917-1991”, (1997), del
Historiador estadounidense Ronald E. Powaski.
Al empeorar las relaciones entre los soviéticos y los norteamericanos durante 1946, disminuyeron las perspectivas de
evitar una carrera de armamentos nucleares. El 14 de junio de 1946, Bernard Baruch, el representante de Estados
Unidos ante la Comisión de Energía Atómica de la ONU, presentó el plan norteamericano para el control internacional
de dicha energía. Como cabía esperar, la Unión Soviética consideró que el plan era inaceptable. Aunque hubiera dado a
los soviéticos un poco de información relativa a la energía atómica —que probablemente ya obraba en su poder—, y una
vaga promesa de destruir el arsenal nuclear de Estados Unidos en un futuro indefinido, hubiese obligado a los soviéticos
a correr grandes riesgos: la pérdida del veto en asuntos relacionados con la energía atómica, la inspección internacional
de sus instalaciones científicas, industriales y militares, y la posible reducción de su programa de desarrollo de la energía
atómica. La contrapropuesta soviética, que Andrej Gromyko presentó a la ONU el 19 de junio de 1946, fue considerada
igualmente inaceptable por los norteamericanos. […] Si bien el 30 de diciembre de 1946 la Comisión de Energía Atómica
de la ONU aprobó el Plan Baruch, su rechazo por la Unión Soviética hizo que esta victoria estadou nidense no tuviera
sentido y que la carrera de armamentos nucleares fuese inevitable. Además, al rechazar el Plan Baruch, los soviéticos
confirmaron la impresión de que eran el principal obstáculo para la paz mundial. A causa de ello, la mayoría de los
norteamericanos aceptó poco a poco el argumento del gobierno de Truman en el sentido de que el enfrentamiento debía
tener precedencia sobre una política conciliatoria con respecto a la Unión Soviética.

Responden:
Equipo 1 y 2: ¿Hasta qué punto el papel de la ideología determinó la ruptura de la Gran Alianza y surgimiento de
la rivalidad entre las superpotencias de Europa y Asia (1943–1949)?
Equipo 3 y 4: ¿En qué medida el temor y la agresión conllevaron a la ruptura de la Gran Alianza y surgimiento de
la rivalidad entre las superpotencias de Europa y Asia (1943–1949)
Equipo 5 y 6: ¿En qué medida los intereses económicos influyeron la ruptura de la Gran Alianza y surgimiento
de la rivalidad entre las superpotencias de Europa y Asia (1943–1949)?
Equipo 7 y 8: ¿Hasta qué punto la política nuclear aplicada por la URSS y EE. UU tras la Segunda Guerra
Mundial determinaron la ruptura de la Gran Alianza (1943-1949)?
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