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Papa Francisco
ADMIRABILE SIGNUM
sobre el significado y el valor del belén
Edita:
Oficina de comunicación
Orden de Agustinos Recoletos
Carta apostólica
ADMIRABILE SIGNUM
del Santo Padre Francisco
sobre el significado y el valor del belén
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ría «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales
y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos
en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; pala-
bra que procede del latín: praesepium.
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niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue coloca-
do sobre heno entre el buey y el asno»1. Tan pronto como
lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y
preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indi-
cado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes
de distintos lugares, como también hombres y mujeres de
las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para
iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, en-
contró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las perso-
nas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navi-
dad una alegría indescriptible, como nunca antes habían
experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento,
celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el víncu-
lo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En
aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue
realizado y vivido por todos los presentes2.
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sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo
lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca es-
tos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio
para el alma que se esconde en la roca para dejarse envol-
ver en el silencio.
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nas más necesitados (cf. Mt 25,31-46).
4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén
para comprender el significado que llevan consigo. En pri-
mer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado
en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así,
no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino tam-
bién por el significado que tiene. Pensemos en cuántas
veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso
en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace
presente para responder a las preguntas decisivas sobre el
sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde
vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo?
¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas
preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz don-
de hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinie-
blas del sufrimiento (cf. Lc 1,79).
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los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían
anunciado los profetas, que toda la creación participa en la
fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son
la señal de que también nosotros estamos llamados a po-
nernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor.
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Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que
Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la ne-
cesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y
humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida
sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vi-
vir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje
de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por
tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de He-
rodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al
nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución
verdadera que da esperanza y dignidad a los deshereda-
dos, a los marginados: la revolución del amor, la revolución
de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso
poder, la llamada a compartir con los últimos el camino
hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea
excluido ni marginado.
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puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del án-
gel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respon-
dió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38),
son para todos nosotros el testimonio del abandono en la
fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía
en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes
bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre
de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que
pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en
práctica (cf. Jn 2,5).
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El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, por-
que nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo bri-
llar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién na-
cido, entendemos los sentimientos de María y José que,
mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en
sus vidas.
«La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume
el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos
hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que
ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual tam-
bién se ordena la numeración de los años, antes y después
del nacimiento de Cristo.
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humanidad que conocerá la muerte y la sepultura.
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del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decir-
nos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que
sea su condición.
Francisco
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